AYUDAS PASTORALES PARA EL BAUTISMO

  GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

AYUDAS PASTORALES

  PARA EL SACRAMENTO

        DEL BAUTISMO

PARROQUIA DE SAN PEDRO, PLASENCIA, 2008

ÍNDICE

PRÓLOGO                                                                                                                   5

INTRODUCCIÓN                                                                                                        6

Tentaciones y retos del sacerdote actual                                                                       6

Un modelo de Solicitud del Bautismo                                                                          8

El Sacramento del Bautismo                                                                                         9

Primera reunión  con padres y padrinos (Modelo A)                                                  10

Segunda reunión con padres y padrinos (Modelo A)                                                  17

Primera reunión con padres y padrinos (Modelo B)                                                   26

Segunda reunión con padres y padrinos (Modelo B)                                                  32

Compromisos y obligaciones del santo Bautismo                                                       38

Tercera reunión o catequesis: El Catecismo de la Iglesia Católica                             44

Cuarta catequesis: Los símbolos en el Bautismo                                                        46

Quinta catequesis: “En el nombre del Padre”                                                   50

Sexta catequesis: “En el nombre del Hijo”                                                                  57

Séptima catequesis: “En el nombre del Espíritu Santo”: Los Padres de la Iglesia    64

OTRAS CATEQUESIS

Presentación                                                                                                      69

Octava catequesis: El Bautismo en la Escritura y en la Tradición                      70

Novena catequesis: El Bautismo en la práctica y celebración de la Iglesia                   76

Décima catequesis: El Bautismo de los niños                                                     79

Undécima catequesis: Teología y Espiritualidad del Bautismo                                   83

Duodécima catequesis: La misión de la familia y padrinos                                 88

Décimo tercera catequesis: Orientaciones doctrinales y pastorales

del Ritual de Bautismos de niños                                                                           92

Décimo cuarta catequesis: La celebración del Bautismo                                              106

Décimo quinta catequesis: Dinámica y estructura de la Liturgia bautismal              111

RITO DEL BAUTISMO DE LOS NIÑOS                                                                  115

HOMILÍAS DE BAUTISMO

Primera homilía de Bautismo                                                                            122

Segunda homilía de Bautismo                                                                                     123

Tercera homilía de Bautismo                                                                             125

Cuarta homilía de Bautismo                                                                              129

Quinta homilía de Bautismo                                                                              131

Sexta homilía de Bautismo                                                                                135

PRÓLOGO

EL VENDEDOR DE SEMILLAS DE VERDAD Y VIDA DIVINA

        Un joven soñó que entraba en un supermercado maravilloso, construido con columnas de piedras labradas, lleno de cuadros e imágenes antiguas, todas sagradas y religiosas, adornada con flores bellísimas, que le convertían en un marco maravilloso para hacer fotos, bodas, bautizos, dar conciertos de toda clase de música y representaciones, etc.; pero, en definitiva,  supermercado estupendo, donde se vendían toda clase de cosas sagradas.

        Para mayor sorpresa suya descubrió que Jesucristo se encontraba detrás de la mesa del altar sagrado, en un lugar llamado Sagrario y donde todos los católicos saben que está siempre despierto y atento a nuestras súplicas y peticiones;  y al ver a Jesucristo tan vivo y sonriente, como si le estuviera esperando toda la vida –-Jesús es el amigo que siempre está en casa esperándonos-- con toda naturalidad entabló con Él esta conversación que luego me comunicó para que todos supieran lo ocurrido:

    - ¿Qué vendes aquí? - le preguntó el joven.

  • Todo lo que tu corazón desee- respondió Jesucristo.

     Sin atreverse a creer lo que estaba oyendo, el joven emocionado se decidió a pedir las cosas y valores mejores que un ser humano podría desear:

  • Quiero tener amor, felicidad, sabiduría, paz de espíritu y ausencia de todo temor- dijo el joven-. Deseo que en el mundo se acaben las guerras, el terrorismo, las injusticias sociales, la corrupción y las violaciones a los derechos humanos.

     Cuando el joven terminó de hablar, Jesucristo le dice:

     -   “Muy bien, amigo, te felicito, porque no has venido a pedirme bodas o bautizos civiles en la iglesia; son momentos muy fuertes para mí, en que me veo obligado a ausentarme, porque “Yo soy la Verdad y la Vida”, y no puedo dar mi Vida, aunque quiera, a los que no creen en mi ni quieren cuentas conmigo. Pero te advierto una cosa: aquí no vendemos frutos; aquí sólo vendemos semillas, para que se conviertan en frutos de vida. Convierte, querido joven, en frutos, las promesas y semillas de fe, esperanza y amor, que recibiste en tu corazón, por el santo BAUTISMO.

INTRODUCCIÓN

              En otros tiempos de cristiandad, cuando alguien solicitaba el Bautismo, se hablaba sólo de fechas, y punto. Ahora hay que hablar de más cosas, porque algunos padres, que solicitan el Bautismo, no sabemos si tienen fe, ni por qué piden bautizar al hijo, si están casados no, si lo están por la Iglesia o civilmente, otros se han divorciado, a veces quieren que los padrinos sean niños o personas en situaciones irregulares o no correctas...

         Por eso, como norma, sea quien sea, aunque sean personas conocidas, porque ya me he llevado más de una sorpresa, lo que hago es lo siguiente: Cuando alguien llega a solicitar el Bautismo para su hijo, -- ordinariamente son las madres--, les mando sentar para que, desde el principio, se den cuenta de que esa petición no es rutina obligatoria sino que tiene mucha importancia, y quiero hablar despacio con ella; y para evitar preguntas directas que podían hacer un poco violenta e inquisitorial la conversación, cojo la solicitud y la catequesis que está al dorso y empiezo a leer por encima cuatro o cinco cosas que me interesan: dónde se casaron, quienes serán los padrinos,  el texto evangélico donde se nos dice que escuchaban, creían y luego se bautizaban... total, que tenemos que reunirnos para hablar de todo esto más despacio con padres y padrinos y le digo los días de reunión.

         Con esto ya me entero de la situación del matrimonio, y si es irregular, o hay dificultades o necesita una preparación distinta o más intensa... lo hablamos y programamos. Siempre desde la mejor comprensión y acogida buscando la mayor gloria de Dios y la eficacia santificadora del sacramento,  evitando, desde luego, toda manipulación o simulacro de sacramento; primero, por amor a Dios, a quien no puedo traicionar y por la verdad y amor de mi sacerdocio, que de esta forma iría poco a poco perdiendo unión con Cristo y secularizándose, al no hacer santamente, en unión con los sentimientos de Cristo, los «misterios de Dios»en el hombre.

         La fe es absolutamente necesaria, de otra forma hasta la liturgia del Bautismo resulta una mofa donde cinco veces se le pregunta a los padres por ella y «Vosotros, queridos padres, (y a seguidas, lo mismo a los padrinos) ¿estáis dispuestos a educar vuestro hijo en la fe que todos juntos acabamos de profesar?»

         En relación con los padrinos es necesario que no estén afectados por una pena canónica, legítimamente impuesta o declarada. La pena canónica es una sanción que la Iglesia impone a algunas acciones delictivas, por ejemplo, la excomunión por el aborto, directa y voluntariamente provocado con plena advertencia y pleno consentimiento, para la madre, el médico, anestesista, la enfermera, el que facilita el dinero...; excomunión por el delito de sacrilegio contra la Eucaristía; por apostasía, etc.).
          Tampoco son modelo de vida cristiana y no pueden ser elegidos como padrinos quienes se encuentran en una situación matrimonial irregular (unión de hecho, católicos unidos sólo civilmente o divorciados y casados civilmente de nuevo).

         Es conveniente explicar a los fieles el significado del padrinazgo y sus funciones. En esas catequesis se ha de recordar que para desempeñar esta función eclesial debe llevarse una vida congruente con la fe y con la misión que se ha de asumir. En definitiva, ha de elegirse un cristiano que dé ejemplo de una vida de fe, familia, honradez en su trabajo, etc.

         En algunas diócesis, con el fin de prevenir situaciones anómalas y cuando no se tiene conocimiento de las personas propuestas para el padrinazgo, se solicita previamente la Certificación de su Bautismo, donde constará si están también Confirmados. Lo mismo acontece con las parejas de esposos que pretenden desempeñar esta función: se aconseja presentar constancia del Matrimonio eclesiástico.

         Asimismo conviene que, junto con los padres, también los padrinos/madrinas participen en las catequesis de preparación al sacramento. Debe procurarse que conozcan el significado de la simbología bautismal con el fin de que participen activa y conscientemente en la celebración. 

         No quiero convertirme en un puro «profesional»de lo sagrado y la parroquia en un supermercado de cosas santas. Ya se que éste es un tema antipático, que todos lo experimentamos y sentimos en la actualidad, y que, paradójicamente, lo veo tratar poco en charlas de formación sacerdotal o en reuniones o programaciones pastorales, siendo así que, para mí, es uno de los mayores retos o tentaciones del sacerdote en la actualidad. Como lo tengo ampliamente tratado en uno de mis libros, ya no lo puedo silenciar y voy a enumerar los capítulos del mismo, para que sepamos de qué va la cosa. El libro es  SACERDOS/2. Enumero simplemente los títulos en relación con esta materia: 

TENTACIONES Y RETOS DEL SACERDOTE ACTUAL

1.-  PRIMERA TENTACIÓN: DESCONFIANZA DEL SACERDOTE RESPECTO A LA EFICACIA

      DE SU TRABAJO PASTORAL ....................................................... 20

      1º.-LAS IGLESIAS, VACÍAS ......................................................... 23

      2º.-EN LA CULTURA DE LA “MUERTE DE DIOS” Y DE LA “POSMODERNIDAD”, EL SACERDOTE

             SE HA QUEDADO SIN ROL ................................................... 28

2.-  RETOS ACTUALES QUE SE LE PRESENTAN AL SACERDOTE ANTE ESTAS TENTACIONES ...  36

      1º.-PRIMER RETO: LOS TIEMPOS ACTUALES EXIGEN DE NOSOTROS SACERDOTES UNA FE  MUY VIVA Y PERSONAL. NO BASTA CON UN AMOR ORDINARIO A CRISTO, HOY EL SACERDOTE NECESITA UN AMOR  APASIONADO POR CRISTO         36

      2º.-SI LA ESCUELA NO ENSEÑA RELIGIÓN Y LA FAMILIA NO EDUCA EN LA FE, LA PARROQUIA DEBE       SUPLIRLAS Y CAMBIAR SUS FORMAS ACTUALES DE INICIAR Y FORMAR EN LA FE Y LA VIDA CRISTIANA ................        38

      3º.-TE VOY A PONER UN EJEMPLO .......................................... 43

3.-UN SEGUNDO RETO ....................................................................... 50

             HOY, PARA NO CAER EN UNA PASTORAL PROFESIONAL Y SECULARIZANTE,  SE NECESITA UNA FE MUY PERSONAL Y VIVENCIAL EN EL SACERDOTE .......................... 50

4.- UNA SEGUNDA TENTACION ....................................................... 57

      1º.-CRISIS DEL SACERDOTE DESDE UNA MALA ADMINISTRACION DE LOS SACRAMENTOS.......        57

      2º.-ESCRIBO ESTAS COSAS DESDE MI VIDA DE PÁRROCO, EN CONTINUA RELACIÓN CON ESTOS    PROBLEMAS           62

5.- TERCERA TENTACIÓN ................................................................. 66

             LOS BAUTIZOS CIVILES, LAS PRIMERAS COMUNIONES CIVILES Y LAS BODAS  CIVILES EN LA        IGLESIA .......................................................................................      66

9.-AYUDAS PARA SALIR DE LA CRISIS ..................................... 102

      1º.-AYUDAS TEOLÓGICAS ....................................................... 102

      2º.-VOLVER CONTINUAMÉNTE A LAS FUENTES: LA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL DESDE SU ORIGEN       SACRAMÉNTAL ........................................................................... 104

10.- AYUDAS PASTORALES ............................................................. 113

      1º.-PASTORAL DE LA FIDELIDAD, NO DEL ÉXITO INMEDIATO, EXTERNO Y SOCIAL: LA DEL “SIERVO DE       YAHVE”        113

      2º.-PASTORAL DE LA TOTAL CONFIANZA EN DIOS Y DE LA ESPERANZA CONTRA TODA ESPERANZA       HUMANA  115

      3º.-SON TIEMPOS DEL HACER PASTORAL SOSEGADO Y SUFRIENDO, SIN NERVIOSISMOS. HACER LO QUE SE PUEDA, Y LO QUE NO, SE COMPRA HECHO, CON LA ORACIÓN .............. 117

PROLEGÓMENO

«El día del Bautismo, Dios os ha introducido en su santidad (cf 2P 1, 4). Habéis sido adoptados como hijos e hijas del Padre y habéis sido incorporados a Cristo. Os habéis convertido en morada de su Espíritu (cf 1Cor 6, 19). Por eso, al final del rito del bautismo, el sacerdote se dirigió a vuestros padres y a los participantes y, llamándoos por vuestro nombre, dijo: <ya que eres una nueva criatura...>»(Ritual del Bautismo, 99) (Benedicto XVI, Saludo a los jóvenes en Sydney, junio 2008).

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(Las notas y advertencias las escribo fuera de los folios pertinentes y en letra cursiva para que éstos puedan fotocopiarse y no consten en ellos. Por eso ADVIERTO AHORA, que la Solicitud y la Primera Catequesis van en un solo folio escrito por las dos caras lógicamente. Luego al leer esa catequesis en la primera reunión, añado las notas que considero necesarias).

UN MODELO DE SOLICITUD DEL BAUTISMO

“Id, pues, y haced discípulos míos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he enseñado” (Mt.28, 19-20).

COMO PADRES CATÓLICOS SOLICITAMOS EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO PARA NUESTRO/A HIJO/A EN LA PARROQUIA, Y QUEREMOS PARTICIPAR RESPONSABLEMENTE CON LOS PADRINOS EN LAS REUNIONES PREPARATORIAS DEL MISMO.

 

Nombre y Apellidos del niño/a_________________________________________________

 

Fecha del Bautismo:____ de____________________del 200__   PARROQUIA DE SAN PEDRO

 

Nació el___de____________________del 200__  en_____________________________ 

 

Provincia de_______________     DIÓCESIS DE PLASENCIA

 

PADRE:________________________________________________

 

 natural de_______________________________ Provincia de ___________________

 

MADRE:________________________________________________

 

natural de ________________________________ Provincia de ____________

 

VIVIMOS en la calle__________________________  nº____ piso____ letra____ Tel_________

 

NOS CASAMOSen la Parroquia de________________________ de__________________ año 19

 

Abuelos paternos:

 

Dº.__________________________________________________________________

 

Natural de_________________________________ Provincia de _________________

 

Dª__________________________________________________________________

 

Natural de _________________________________ Provincia de _________________

 

Abuelos maternos:

 

Dº.______________________________________________________________  

 

Natural de ________________________________ Provincia de ______________

 

Dª_________________________________________________________________

 

Natural de _________________________________________ Provincia de ______________

 

Padrinos:Dº.___________________________________________________

 

y Dª___________________________________________________________

 

SACERDOTE QUE CELEBRÓ EL BAUTISMO: ___________________

 

FIRMA DEL PADRE                                                                           FIRMA DE LA MADRE

                                

EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO

El Ritual del Santo Bautismo comienza con estas palabras dirigidas por el sacerdote a los padres: «QUERIDOS PADRES: Con gozo habéis vivido en el seno de vuestra familia el nacimiento de un niño y con gozo venís ahora a la Iglesia a dar gracias a Dios y a celebrar el nuevo y definitivo nacimiento por el Bautismo. Todos los aquí presentes nos alegramos de este acontecimiento porque se va acrecentar el número de los bautizados en Cristo. Dispongámonos a participar activamente:

– ¿Que nombre habéis elegido para este niño/a?

(Responden los padres) N.

– ¿Qué pedís a la Iglesia para N.?

– El Bautismo.

– Al pedir el Bautismo para vuestro hijo, ¿sabéis que os obligáis a educarlo en la fe, para que este niño, guardando los mandamientos de Dios, ame al Señor y al prójimo como Cristo nos enseña en el Evangelio?

– Sí, lo sabemos.

– Y vosotros, padrinos, ¿estáis dispuestos a ayudar a sus padres en esta tarea?

– Sí, estamos dispuestos.

– N., la comunidad cristiana de...  te recibe con gran alegría. Yo, en su nombre, te signo con la señal de Cristo Salvador. Y vosotros, padres y padrinos, haced también sobre él la señal de la cruz.

            Cinco veces y bajo diversas formas, la Iglesia, durante la celebración del Bautismo, va a preguntar y comprometer a los padres en la fe y educación cristiana de los hijos que presentan a la Comunidad. Bueno será que antes de rellenar esta solicitud y de celebrar el sacramento, reflexionemos un momento sobre este acontecimiento de fe y salvación, para que no sea un acto heredado, puramente social y rutinario, sino una manifestación y celebración de la fe en Jesucristo y en su Iglesia, prolongación de su mensaje y de su salvación. Lograremos así que sea una acción honrada, coherente y santificadora.

 «YO TE BAUTIZO EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO».

1º.- EL BAUTISMO, PUERTA DE SALVACIÓN: «El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión»(CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA). “A los que creen en su nombre, los dio potestad para ser hijos de Dios”. Por eso nos atrevemos a decir: «Padre nuestro, que estás...»

 2º.- EL BAUTISMO, SELLO DE LA FE CRISTIANA. La fe es absolutamente necesaria para pedir y recibir el Bautismo: El Señor dijo: “Id por todos el mundo y predicad el evangelio, el que crea y se bautice, se salvará”. El Bautismo aparece siempre ligado a la confesión de la fe en Jesucristo como Salvador: “Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa” declara S. Pablo a su carcelero en Filipos. El relato continúa: “El carcelero inmediatamente recibió el Bautismo, él y todos los suyos” (Hch 16,31-32). Nadie obliga a un padre a que bautice a su hijo y no es honrado hacerlo sin fe en una Iglesia, en la que con frecuencia se dice no creer, pidiendo un sacramento, en el que tampoco a veces se cree. (Nuevo diálogo sobre la necesidad de la fe, de profesarla, vivirla, manifestarla en la vida, sobre todo en la liturgia: misa, sacramentos....)

4º.- EL BAUTISMO EXIGE LA CONVERSIÓN: “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo”.

5º.- LOS PADRES Y PADRINOS DEBEN SER INSTRUIDOS EN EL SACRAMENTO.

«Los padres del niño que va a ser bautizado, y asimismo quienes asumirán la función de padrinos, han de ser convenientemente ilustrados sobre el significado de este sacramento y las obligaciones que lleva consigo y debe procurar el párroco, personalmente o por medio de otras personas, que los padres sean oportunamente instruidos con exhortaciones pastorales e incluso con la oración en común»(CÓDIGO, c. 851)

6º.- PADRINOS: «Para que alguien sea admitido como padrino, es necesario que: 1º haya sido elegido por quien va a bautizarse o por sus padres; 2º Haya cumplido dieciséis años. 3º Sea católico, esté confirmado... Y lleve una vida congruente con la fe y la misión que va a asumir. 4º No esté afectado por pena canónica, legítimamente impuesta o declarada»(CÓDIGO, c 874).

PRIMERA REUNIÓN CON PADRES Y PADRINOS

(Modelo A de primera reunión con padres y padrinos)

         QUERIDOS PADRES Y PADRINOS:

         Comencemos la reunión en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, en que fuimos todos bautizados y dentro de pocos días lo será vuestro hijo/a. En todas las reuniones y grupos de parroquia, yo trato los temas en clima de oración y lógicamente empiezo rezando e invocando la gracia y la ayuda de Dios. Y así vamos a comenzar esta reunión:

«En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

-- Envía tu Espíritu y serán creados

-- Y renovarás la faz de la tierra.

Oremos:Oh Dios que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, danos a conocer lo que es recto según el mismo santo Espíritu y gozar siempre de su consuelo, por Jesucristo Nuestro Señor.

(Todos): Amén

(En todas las reuniones de mi vida en la parroquia, sean de lo que sean, a continuación de la invocación al Espíritu Santo, siempre pido que un lector lea de pie el evangelio del domingo que ha de venir. Pero como los bautizos los hacemos en domingos o sábados, en que se lee y medita dicho evangelio,  no suelo comentarlo, para no repetirlo luego en misa).

         QUERIDOS PADRES Y PADRINOS: Nuestra vida cristiana empezó en el nombre de la Santísima Trinidad y por eso también, al comenzar esta primera reunión de Bautismo, hemos comenzado en el nombre del Padre que nos soñó, nos creó y nos llamó para una vida eterna, vida que se nos comunicó por el sacramento del santo Bautismo en el que fuimos hechos hijos de Dios y herederos del cielo. Y en el nombre del Hijo, que vino en nuestra búsqueda, nos salvó y nos abrió la puerta de la Salvación eterna. Y en el nombre del Espíritu Santo que nos santifica por el Bautismo y los sacramentos, nos comunica la vida divina y nos lleva al misterio de Dios Trino y Uno. Recemos ahora el  Padre nuestro... Terminado el Padre nuestro, nos sentamos.

         (Después de sentarnos, pido que uno de los presentes haga la lectura de esta catequesis que comentaremos a continuación y que está escrita en el dorso de la Solicitud del Bautismo que he fotocopiado y en este momento entrego a todos los presentes)

         Que empiece ya el lector...Yo pararé cuando lo crea oportuno para comentar entre todos los párrafos leídos.

         (Lee el lector y si nadie se ofrece, lo hace el sacerdote).

    «El Ritual del Santo Bautismo comienza con estas palabras dirigidas por el sacerdote a los padres y que habéis podido leer en el dorso de la Solicitud del Bautismo:

         QUERIDOS PADRES: Con gozo habéis vivido en el seno de vuestra familia el nacimiento de un niño y con gozo venís ahora a la Iglesia a dar gracias a Dios y a celebrar el nuevo y definitivo nacimiento por el Bautismo. Todos los aquí presentes nos alegramos de este acontecimiento porque se va acrecentar el número de los bautizados en Cristo. Dispongámonos a participar activamente:

– ¿Que nombre habéis elegido para este niño/a?

(Responden los padres) N.

– ¿Qué pedís a la Iglesia para N.?

– El Bautismo.

– Al pedir el Bautismo para vuestro hijo, ¿sabéis que os obligáis a educarlo en la fe, para que este niño, guardando los mandamientos de Dios, ame al Señor y al prójimo como Cristo nos enseña en el Evangelio?

– Sí, lo sabemos.

– Y vosotros, padrinos, ¿estáis dispuestos a ayudar a sus padres en esta tarea?

– Sí, estamos dispuestos.

– N., la comunidad cristiana de... te recibe con gran alegría. Yo, en su nombre, te signo con la señal de Cristo Salvador. Y vosotros, padres y padrinos, haced también sobre él la señal de la cruz».

         Como veremos, cinco veces y bajo diversas formas, la Iglesia, durante la celebración del Bautismo, va a preguntar y comprometer a los padres en la FE Y EDUCACIÓN CRISTIANA de los hijos que presentan a la Iglesia. Bueno será que antes de rellenar esta solicitud y de celebrar el sacramento, reflexionemos un momento sobre este acontecimiento de fe y salvación, para que no sea un acto heredado, puramente social y rutinario, sino una manifestación y celebración de la fe en Jesucristo y en su Iglesia, prolongación de su mensaje y de su salvación. Lograremos así que sea una acción honrada, coherente y santificadora.

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(Un momento, hagamos una parada en esta lectura y dialoguemos. Habla el sacerdote y pregunta y dialoga con padres y padrinos sobre lo leído. Como a veces no dicen nada, el sacerdote lo puede hacer así, continuando la catequesis...)

         QUERIDOS PADRES Y PADRINOS, Como veis, bautizar a vuestros hijos es un compromiso serio ante Dios y la Iglesia. Acabáisde oír cómo durante el rito del Bautismo, el ministro le pregunta a los padres: ¿Sabéis que os obligáis a educarlo en la fe, para que este niño cumpla los mandamientos de Dios, amando al Señor y a su prójimo, como Cristo nos enseña en el evangelio?

         Naturalmente, todos responden , pero es conveniente que penséis en lo que esto lleva consigo, para que todo sea “en espíritu y verdad”, como quiere el Señor y la Iglesia exige en su liturgia, que se haga en fe y responsabilidad ante Dios y vuestro hijo, porque la experiencia nos dice que algunos lo hacen por rutina, sin mucha  convicción; no así otros. Pero ¿nos hemos dado cuenta de lo que esto significa? ¿En qué consiste este compromiso?

Consiste en ser luz para ellos, con el ejemplo y la palabra

 1. Y para esto, ante todo, tenemos que ser buenos cristianos nosotros: Tener una fe verdadera y profunda en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. saber de qué va Cristo, la Iglesia, los sacramentos, leer con frecuencia o todos los días el evangelio, para saber los mandamientos de Dios, vivir el evangelio, participar de los sacramentos: orar todos los días, venir a Misa los Domingos, confesarnos con frecuencia, estar casados por la Iglesia, esforzarnos por vivir los mandamientos de Dios: Amar a Dios sobre todas las cosas, amar al prójimo como a nosotros mismos –es decir: no robar, no matar, tener una vida en la cual los niños puedan reflejarse, y evitar todas aquellas conductas que puedan ser para ellos malos ejemplos, como criticar continuamente a las demás personas,  mentir para sacar ventajas, mirar programas de televisión que deformen la imagen de la sexualidad y la familia, etc. Esto es muy difícil en la sociedad actual, pero el cristiano tiene la fuerza de la fe, de la Misa dominical y de la oración

         Rezar en nuestras casas: los niños necesitan vernos rezar, ver en nosotros personas que confían en Dios y le entregan sus alegrías y sus tristezas. Es importante que en nuestras casas haya siempre alguna imagen de Jesús y de su Madre Santísima, que nos ayuden en nuestra vida cristiana, en las alegrías y las penas, porque son para nosotros modelos de vida e intercesores ante el Padre de todos los hombres. Pero lo más importante de todo, es la misa del domingo; si un niño ve a sus padres de rodillas en la iglesia, esto no se le olvida nunca. A los niños de primera comunión le hago repetir una frase que encierra esta enseñanza: «si tenemos padres cristianos, no necesitamos ni curas»Porque aunque vengan los ángeles del cielo y tengamos los mejores catequistas, hasta el mismo sacerdote, si los padres no lo enseñan o practican, los niños no lo aprenden para vivirlo. Pero si un padre se pone de rodillas ante el sagrario, el niño no lo olvidará en la vida.

2. Educarlos en la fe:

         Además del buen ejemplo, los padres se comprometen a ser los primeros catequistas de sus hijos. No pueden dejar todo en manos de quienes los preparen para la comunión o confirmación. Si los padres no lo hacen, es muy poco lo que pueden hacer los catequistas.

         Responder a sus preguntas desde la fe. Todo niño tiene dudas o inquietudes con respecto a la muerte, al bien y al mal, a los ángeles, a la creación, etc. Los padres deben responder a estas dudas siempre desde la fe, haciéndoles descubrir el plan de Dios sobre nuestras vidas. Deben enseñarles a confiar en Dios en las dificultades, a no dudar nunca de su amor, etc.

         Enseñarles a rezar: desde pequeños, comenzando con la señal de la Cruz, el Padre Nuestro y el Avemaría, la oración al Ángel de la Guarda, la bendición de la mesa, etc. No hay momento mejor para esto que antes de dormirse: hacer con ellos la oración de la noche es algo que los marcará para toda su vida.

         Traerlos a la Misa cada domingo, enseñarles el valor de la confesión y de comulgar frecuentemente. Cuando crezcan ya no se los podrá traer «obligados». Pero si los padres les enseñaron desde pequeños el valor que tiene el encuentro con Dios, la semilla, tarde o temprano, dará su fruto.

         Educarlos en el cumplimiento de los mandamientos. Los padres deben mostrarse siempre cariñosos y dulces, pero deben ser firmes en indicar los límites a su conducta: poner horarios, seleccionar sus diversiones y compañías, no permitirles faltar el respeto o ser groseros con los mayores, etc. Mostrarles siempre que es mejor cumplir los mandamientos de Dios que no hacerlo, que los mandamientos son como los carteles indicadores que nos llevan hacia la felicidad y hacia el Cielo

La Misiónde los Padrinos

         Antes de nada, queridos padres, al elegir los padrinos, tenéis que tener en cuenta lo que dice el Derecho Canónico de la Iglesia en relación con los padrinos:«Para que alguien sea admitido como padrino, es necesario que: 1º haya sido elegido por quien va a bautizarse o por sus padres; 2º Haya cumplido dieciséis años. 3º Sea católico, esté confirmado... Y lleve una vida congruente con la fe y la misión de la que va a asumir. 4º No esté afectado por pena canónica, legítimamente impuesta o declarada»(CÓDIGO, c 874).

         Y todo esto, porque en la celebración del Bautismo el celebrante les pregunta: ¿Estáis dispuestos a ayudar a los padres en esta tarea?  Ellos responderán que sí. Y la misión que les confía la Iglesia y para la cual deben ser elegidos es para ayudar a los padres en esta tarea, o incluso comprometerse personalmente cuando los padres así lo quieran o lo necesiten por sus condiciones de vida. Y lo tienen que hacer del mismo modo que los padres: con el ejemplo y con la palabra.

         La diferencia está en que el padre y la madre no se eligen, pero el padrino y madrina sí. Por eso la Iglesia pide que se elija para esa misión a alguien que de veras pueda ayudar, porque muchos no pueden hacerlo sencillamente porque no viven la fe y la vida cristiana. Los padres no tienen en cuenta esto que está mandado por la Iglesia. A veces da la sensación de que en lugar de buscar un padrino para ayudar al chico, se elige al padrino para hacerle un obsequio a él, para quedar bien o devolver un favor.

         De hecho, el Bautismo de niños podría hacerse sin padrinos, ya que los padres son los responsables. La Iglesia lo exige para que ayuden a los padres en esta tarea de dar testimonio de vida cristiana al ahijado. Así que no tiene sentido elegir para padrinos personas que viven su matrimonio irregularmente según el evangelio, bien porque viven como pareja y no están casados por la Iglesia, bien porque uno o los dos están separados de su matrimonio por divorcio civil y en estas condiciones no puede ser un buen ejemplo cristiano para su ahijado. Si lo que de verdad importa es el bien del niño, y su deseo es ayudar a los padres en su misión, si en la Iglesia y en los sacramentos y para los sacerdotes todo ha de ser en “espíritu y verdad”, si no se quiere falsear el significado, la misión y el rito del Bautismo, los padrinos deben ser modelo de vida cristiana y ser elegidos para la misión que se les confía, más que por motivos de regalos o pura amistad humana. Y ahora que el lector siga leyendo el folio que tiene entre las manos...

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 (Y el mismo lector u otro sigue leyendo la catequesis)

“YO TE BAUTIZO EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO”

1º.- EL BAUTISMO, PUERTA DE SALVACIÓN: «El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión»(CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA). “A los que creen en su nombre, los dio potestad para ser hijos de Dios”. Por eso nos atrevemos a decir: «Padre nuestro, que estás...»

 2º.- EL BAUTISMO, SELLO DE LA FE CRISTIANA. La fe es absolutamente necesaria para pedir y recibir el Bautismo: El Señor dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio, el que crea y se bautice, se salvará”. El Bautismo aparece siempre ligado a la confesión de la fe en Jesucristo como Salvador: “Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa” declara S. Pablo a su carcelero en Filipos. El relato continúa: “El carcelero inmediatamente recibió el Bautismo, él y todos los suyos” (Hch 16,31-32). Nadie obliga a un padre a que bautice a su hijo y no es honrado hacerlo sin fe en una Iglesia, en la con frecuencia se dice no creer, pidiendo un sacramento, en el que tampoco a veces se cree.

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(Nuevo diálogo sobre la necesidad de la fe, de profesarla, vivirla, manifestarla en la vida, sobre todo en la liturgia: misa, sacramentos... Si no hay diálogo o se acaba pronto, el sacerdote continúa:)

         (SACERDOTE): Si a vosotros alguien os pregunta: ¿Por qué los católicos nos bautizamos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo? ¿Por qué creemos en Dios, por qué tenemos fe en Cristo resucitado y en la vida eterna que nos consiguió por su muerte y resurrección?

         Si alguno se pregunta a sí mismo o alguien te pregunta: ¿Por qué el hombre tiene que amar a Dios?

         La respuesta que debemos dar es: Porque Dios nos amó primero.

«YO TE BAUTIZO EN EL NOMBRE DEL PADRE... ¿POR QUÉ? Pues nos lo dice y explica San Juan en este texto de su primera carta: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4, 10)

         Queridos hermanos, no existimos por casualidad, sino por el amor de Dios realizado a través del amor de nuestros padres.

         Si existo, es que Dios me ama y me ha llamado a compartir  con Él  su mismo gozo y felicidad eterna.

         Si existo, es que he sido preferido a millones y millones de seres que no existirán nunca y yo he sido preferido.

         Si existo es que Dios me ha señalado con su dedo creador para ser hijo y heredero suyo por toda la eternidad

         Y este amor se manifestó ya en la vida que nos regaló por amor cuando nuestros padres más se aman y esta vida se hizo vida divina y heredera del cielo, como hemos leído, cuando nos llevaron por la fe a la Iglesia y recibimos el santo Bautismo, sacramento de gracia y vida eterna.

         Vamos a hablar ahora de los dones y gracias que nos concede Dios por el santo Bautismo y que el Catecismo de la Iglesia Católica los enumera en este orden ha leído perfectamente nuestro amigo el lector y que yo voy a explicar más detenidamente porque así nos lo exige a los sacerdotes o catequistas que preparan a los padres y padrinos para el sacramento del Bautismo: «Los padres del niño que va a ser bautizado, y asimismo quienes asumirán la función de padrinos, han de ser convenientemente ilustrados sobre el significado de este sacramento y las obligaciones que lleva consigo y debe procurar el párroco, personalmente o por medio de otras personas, que los padres sean oportunamente instruidos con exhortaciones pastorales e incluso con la oración en común»(CÓDIGO, c. 851).

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¡HEMOS DECIDIDO BAUTIZAR A NUESTRO HIJO!

         El Bautismo de los hijos es uno de los momentos más hermosos por los que pasa una familia cristiana. Dios, que les ha regalado el don de un nuevo miembro a la familia, le quiere regalar al niño el don más hermoso: la vida divina por el Espíritu Santo, que lo va a transformar en Hijo de Dios, heredero de la vida eterna y en hermano y miembro de Jesús, es decir, lo va a hacer miembro de la Iglesia.

         El Señor inauguró el Bautismo del Nuevo Testamento cuando fue bautizado por Juan en el río Jordán. Allí el Espíritu Santo descendió visiblemente sobre Él, capacitándolo para su misión. El Bautismo es el modo en que los hombres, hasta el fin de los tiempos, reciben la salvación que Jesús nos consiguió con su Muerte y Resurrección. Por eso dijo una vez a Nicodemo “el que no renace del Agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3, 5). Es tan importante que el Señor Jesús, antes de ir de nuevo al Cielo, mandó a los apóstoles “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el Nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 28-20).

¿Qué hace el Bautismo en nuestros hijos?

-- Borra el pecado original: el alma de la criatura queda totalmente limpia de todo pecado. Es uno de los significados del agua que se derrama en su cabecita: lavar el alma de toda mancha, dejarla limpia y resplandeciente por la fuerza de la Muerte y Resurrección de Jesús.

-- Le da el don del Espíritu Santo: el agua derramada en la cabeza del niño significa también la nueva vida que le es regalada, por obra del Espíritu Santo. El niño bautizado queda hecho Hijo de Dios Padre,  Hermano y miembro de Cristo y Templo del Espíritu Santo.

-- Comienzan a formar parte de la Iglesia, que es el Pueblo de Dios, del cual forman parte todos los bautizados, las almas del Purgatorio y quienes están ya en el Cielo. Esta Iglesia es dirigida en la tierra por el Papa y por los obispos, y se hace concreta en las parroquias, en las cuales los sacerdotes son representantes de Cristo Pastor.

-- Quedan marcados con un sello espiritual imborrable: Por eso, el Bautismo no se puede repetir, porque marca a las personas en lo más profundo de su corazón. Ese «sello»indica su pertenencia a Jesús hasta la muerte y por toda la eternidad.

-- Comienzan a ser herederos del Cielo: los hijos heredan los bienes de sus padres. La vida nueva de Hijos de Dios que comienza en el Bautismo no termina nunca, porque si somos buenos cristianos, tenemos la seguridad de que el Señor nos dará el Cielo en herencia, porque los hijos heredan los bienes de sus padres.

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(QUERIDO HERMANO SACERDOTE, con lo dicho y leído, tenemos ya dada la Primera Catequesis del Bautismo. A continuación  pongo  una segunda catequesis sobre el Bautismo como sacramento de la fe en Cristo. Este sería el modelo A de 1ª y 2ª reunión con padres. Pero si prefieres, a continuación expongo otro modelo B de 1ª y2ª reunión con padres, es más directa; tú eliges la que más te guste. Viene luego una tercera catequesis mistagógica, sacada del CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA. Después de estas tres, viene una catequesis bíblica y teológica, más larga, pero suave, que la puedes dividir en dos o tres catequesis. Finalmente vienen otros temas en relación con el Bautismo, que tú puedes dividir y tomar como quieras.

          En este punto, ya me conocéis. Yo doy materia, tú lees, y según tus gustos y circunstancias, subrayas y haces tu propia catequesis, homilía o meditación. Pero siempre en clima de oración. En todas las reuniones de mi vida y en toda clase de grupos, yo trato los temas en clima de oración, porque lo que pretendo es que lleguemos hasta Cristo y no nos quedemos en zonas intermedias en nuestro apostolado.   Y como siempre también, pongo en folio aparte, estas notas y advertencias, por si alguno quiere fotocopiar la catequesis que expongo  y dárselas a los padres y padrinos presentes en las charlas).

SEGUNDA REUNION DE BAUTISMO CON PADRES

(Modelo A de segunda reunión con padres y padrinos)

EL BAUTISMO, SACRAMENTO DE LA FE

         QUERIDOS PADRES Y PADRINOS: El camino para recibir el santo Bautismo, seguido por los Apóstoles en los comienzos de la Evangelización y de la Iglesia, siempre fue el mismo:

-- Predicación de la Palabra: Kerigma.

-- Aceptación de la Palabra: fe y la conversión

-- Recepción del Bautismo: signo de la fe y vida en Cristo y entrada en la

   Iglesia.

Claramente podemos constatarlo en estos textos  de Marcos, Mateo y Hechos de los Apóstoles:

--“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará” (Mc 16, 15-16).

     -- “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”(Mt 28,19-20a).

     -- “Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil”(Hch 2, 41).

     --  "Creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y en el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres" (Hch 8:12).

         Como vemos, tres son las acciones principales que van unidas hasta la recepción del Bautismo: predicar-creer-sacramento. Así fue siempre y seguirá siendo en el Bautismo de los adultos. Cuando se introdujo el Bautismo de niños, lógicamente el orden cambió y se realizaron con otro orden. Pero la fe siempre será necesaria y el santo Bautismo siempre será el sacramento de la fe en Cristo, aunque profesada de forma diversa según se trate del Bautismo de adultos o de niños, donde al no tener éstos uso de razón, han de ser los padres y padrinos los que se comprometen a educar a sus hijos y ahijados en la fe cristiana, profesada por ellos y por la Iglesia representada en la Comunidad que lo recibe y donde se celebra el sacramento.

            De ahí que cuando unas personas solicitan el Bautismo, se ha de procurar poner de relieve la cuestión de la fe. Si quien solicita el Bautismo para él o para su hijo,  es creyente y practicante, no tendrá el mínimo problema en poner sobre el tapete la fe que tiene, y que sabe que está implicada en el Bautismo. Pero si el que solicita el Bautismo no sabe de qué va el sacramento, porque lo hace por costumbre, por tradición o por evitar problemas familiares, pero sin fe vivida y practicada, difícilmente puede entender las exigencias y las verdades teológicas y morales que plantea o lleva consigo esa petición que hace a la Iglesia en la Parroquia. Todo esto es un asunto que se escapa de su comprensión, porque no lo vive y se queda sólo con lo externo y lo social de la fiesta del Bautismo.

         Por eso, y con mayor razón en estos tiempos de neo-paganismo e increencia, son muy necesarias estas reuniones con padres y padrinos para comprender todo el misterio del sacramento del Bautismo, realidad sagrada y sobrenatural que nos hace hijos de Dios y herederos de la intimidad y felicidad del mismo Dios Trino y Uno. Sólo pretendemos que esta realidad sagrada se realice, tanto por parte de la Iglesia como de los padres, “en espíritu y verdad”, para que no sea un simulacro de sacramento, una falsedad de lo sagrado contra la fe y contra la Iglesia y, en último término, contra Cristo, agente principal del Bautismo, por el Espíritu Santo.

         Quien pide el Bautismo, intenta a veces dar razones para que se atienda su petición, pero sin implicarse personalmente, y si lo obtiene, termina pensando: «Al final me he salido con la mía; he sido más hábil que el cura». Pero si sucede al revés, y el cura se niega a celebrar el Bautismo porque no existe un mínimo aceptable de condiciones, hay que oírle: «Los curas nos quitan la fe»; «no hacen más que poner pegas»; «así van a conseguir que no vaya nadie a la parroquia». ¿Quién cede? Si lo hace el cura, tiene lugar un Bautismo sin ninguna garantía en la educación de la fe en el niño y en contra de la “verdad y espíritu” del sacramento.

         Es verdad y hay que afirmarlo desde la teología, que el sacramento es válido en virtud del “opere operato”, mal administrado; lo que la teología te dice es que cualquier sacramento se realiza en virtud de la potencia del Espíritu Santo, aunque el sacerdote esté distraído o en pecado, pero es indigna esa forma de realizarlo; se puede «ex opere operato», pero no se debe dar o realizar así el sacramento;  de la misma forma que Cristo está siempre en la hostia consagrada, aunque la echemos en un sitio indigno, o la dejemos en el suelo hasta que se corrompa, pero eso es indigno y Cristo que es el autor principal de los sacramentos, en especial del santo Bautismo, y la Santísima Trinidad que es la que viene como a su templo a ese niño, ese trato, aunque nos inventemos razones, en definitiva es falta de amor a Cristo y es venderlo a cualquier precio, como el beso de Judas, que fue aparentemente un beso de saludo y amor, pero fue para venderlo por dinero...¡ay, el dinero!

         Ante estas situaciones, hasta la misma liturgia del Bautismo se resiste y hay que modificarla a veces – a mí me pasa cuando no he visto jamás en la iglesia a los padres durante años y años o me consta que tienen fe, pero no la practican: ¿cómo preguntarles cinco veces si están dispuestos a educar a sus hijos en la fe, cuando uno ha comprobado durante años y años que no es así en Bautismos y primeras comuniones que tuvieron?

         (¡Ay por no querer sufrir por Cristo al exigir las condiciones debidas al misterio que  celebramos en este como en otros sacramentos! Eso hace que nuestra fe vaya perdiendo fuerza y fulgores y nos vayamos secularizando interiormente. Querido hermano sacerdote, vamos a tratar tú y yo dignamente las cosas santas: tratemos de preparar un templo digno a la Santísima Trinidad! Y si no se puede, recemos y confiemos en Dios, pero no administremos contra la misma liturgia y  verdad del Evangelio los misterios de Dios)

         Los creyentes queremos y pedimos que nuestra fe sea respetada y que no sea pisoteada. Nos parece importante que alguien sea creyente, cuantos más, mejor. Pero no a costa de decir que todo vale, o que la fe es algo que hoy se tiene y mañana se deja a conveniencia. Porque es claro que eso no es tomárselo en serio.

1. Sin fe no hay sacramento

         Todos los sacramentos implican la fe en Cristo. Y el Bautismo es un sacramento; por lo tanto, la consecuencia es evidente. Un sacramento no es algo de quita y pon, ni es algo de «usar y tirar», sino que es algo comprometedor, que imprime un sello, el sello de los elegidos, de los marcados en Cristo para la salvación e implica a la persona en el seguimiento moral de Jesucristo. Y no es posible decir que hoy estoy dispuesto a seguirle, y mañana le abandono, porque entonces es falsa la voluntad de seguimiento. Si bautizo, lo padres deben dar garantías de fe y de perseverancia y conversión, si es necesario.

         En todos los sacramentos tiene que estar presente la fe. También en el Bautismo. Ya hemos visto las palabras de Jesús: “El que crea y se bautice...” (Mc 16,16). Hay, por tanto, dos momentos: uno primero e indispensable el de la fe, el de creer, el de decidirse por el seguimiento de Jesús, el de sentir la llamada de Dios, y tratar de darle respuesta. El segundo momento es posterior, y es consecuencia del primero: si crees, es lógico que te conviertas y des el paso siguiente y aceptes el Bautismo que Jesús propone. Pero si no se dan esos dos pasos, pretender el segundo (el Bautismo) saltándose el primero (la fe) es simplemente falsificar las cosas.

         Así lo deja claro el libro de los Hechos de los Apóstoles 18,8: “Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su familia, y muchos de los corintios que oían la predicación, creían y se bautizaban”. El apóstol Pablo ha ido anunciando el Evangelio hasta Corinto, en Grecia; allí habla con algunas personas, de las que menciona al jefe de la sinagoga, llamado Crispo, a los de su casa o su familia, y a un colectivo no precisado, “otros muchos corintios”. Todas estas personas hacen un recorrido en tres pasos: 1°) oyen a Pablo y lo que éste les dice sobre Jesús; 2°) creen en Jesús y le aceptan personalmente, después de haber reflexionado; 3°) reciben el Bautismo. No es válido pretender dar sólo el tercer paso y desconocer los anteriores: porque entonces se está trampeando.

         Alguien puede estar pensando: «Pues yo conozco el caso de Fulano de Tal, que no tiene fe (lo dice él), y se casó por la Iglesia», por ejemplo. En ese caso, hay que preguntarse: ¿dónde está la honradez de esa persona?, ¿cómo es posible decir que cree en Jesús, cuando sabe perfectamente que no cree en Él?; ¿cómo es posible afirmar que estoy dispuesto a seguirle, cuando no estoy dispuesto a hacer nada por seguirle?; ¿cómo se puede afirmar que quiero ser cristiano, si no quiero hacer nada para vivir como tal? No es válido jugar con el Bautismo, o con cualquier otro sacramento, y manifestar lo contrario de lo que se está convencido, sólo para tapar la boca al cura o al seglar que lo prepara, y conseguir la aceptación al sacramento Porque en ese caso (y hay que decirlo con todas las letras) quien procede así, no se engaña a sí mismo (no es posible); ni engaña a Dios (tampoco es posible); y aunque consiga ser más hábil que el cura o seglar con quien dialoga, es consciente de que está pisoteando la fe cristiana, abusando de ella, al mentir descaradamente.

         Los creyentes, los que formamos parte de la Iglesia y queremos ser sinceros con nuestra fe y nuestro asentimiento a Jesús, nos alegramos cuando alguien pide la fe y el Bautismo, y además procede con toda honradez. Pero sufrimos terriblemente, como ninguno de éstos puede imaginarse, cuando comprobamos que alguien dice y repite que es creyente y que tiene fe, pero estamos seguros de lo contrario. Y cuando pedimos que todos, creyentes y no creyentes, seamos respetuosos y honestos con algo que nos parece importante a los que creemos en Jesús, no estamos pidiendo nada excepcional, sino algo básico y necesario para la verdad del sacramento.

         En este sentido, san Pablo nos dirá desde la prisión en Roma: “Yo no me avergüenzo, pues sé en quién he puesto mi confianza” (2 Tim 1,12). San Pedro y San Juan, detenidos ante el Consejo judío, reciben la orden de no hablar más de Jesús; ellos contestan: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29).

2. La fe no se puede dar por supuesta

         Jesús no lo hizo así. Sus esfuerzos, su predicación itinerante, sus diálogos personales o con grupos de personas, sus intervenciones extraordinarias (milagros) estaban encaminados a suscitar la fe en Él. En otras palabras, pretendía que las personas le reconocieran abiertamente como Dios. Esto supone un paso muy grande. Nadie dudaba de su condición de hombre, puesto que le tenían delante. Pero afirmar que aquel hombre con el que charlaban y con quien comían era Dios, es harina de otro costal. Ni era fácil descubrirlo; ni todos quisieron aceptarle como Dios. Algunos se lo plantearon. Ante los hechos de Jesús, encontramos respuestas bien diversas.

         Así, frente a la misma intervención al curar a un ciego de nacimiento, las autoridades dicen: “Éste no puede ser un hombre de Dios, porque no respeta el sábado”. Pero otros se preguntaban: “Cómo puede un hombre pecador hacer estos signos?” Esto provocó la división entre ellos... Él (el que había sido ciego) replicó: “Esto es lo sorprendente. Resulta que a mí me ha dado la vista y vosotros ni siquiera sabéis de dónde es. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; en cambio, escucha a todo aquel que le honra y cumple su voluntad. Jamás se ha oído decir que alguien haya dado la vista a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniese de Dios, no habría podido hacer nada” (Jn 9,16- 33).

         Otra situación es la protagonizada por un personaje importante, Nicodemo, que acude de noche a entrevistarse con Jesús, porque aún no está seguro de si se decide o no a seguirle, pero, por prudencia, no quiere que de momento le relacionen con Él; a pesar de todo, parece un hombre que sigue un planteamiento honrado: “Un hombre llamado Nicodemo, miembro del grupo de los fariseos y principal entre los judíos, se presentó a Jesús de noche y le dijo: Maestro, sabemos que Dios te ha enviado para enseñarnos; nadie, en efecto, puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él” (Jn3,1-2).

         ¿Tiene fe Nicodemo? ¿Se lo está planteando? Nicodemo acude a hablar con Jesús, y lo hace sin prejuicios, porque al ver las señales de Jesús, sus milagros, deduce que tiene que venir de Dios. Pero sólo el acudir a hablar con Él no supone la fe. Como sólo el acudir a solicitar el Bautismo no la supone tampoco. Pero Jesús le habla de la necesidad de recibir el Bautismo desde la fe: “Respondió Jesús y le dijo: En verdad te digo que quien no naciere de arriba no podrá entrar en el reino de Dios. Díjole Nicodemo: ¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar de nuevo en el seno de su madre y volver a nacer? Respondió Jesús: En verdad, en verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos. Lo que nace de la carne, carne es; pero lo que nace del Espíritu, es espíritu. No te maravilles de lo que te he dicho: Es preciso nacer de arriba. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde ve; así es todo nacido del Espíritu...

         Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna; porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. El  que cree en Él no es juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no creyó en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y el juicio consiste en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo el que obra mal, aborrece la luz  y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Pero el que obra la verdad viene a la luz para que sus obras sean manifestadas, pues están hechas en Dios”.

         Es cierto que durante mucho tiempo, la Iglesia, la comunidad de creyentes, ha dado por supuesta la fe de las personas, y en una sociedad en que la inmensa mayoría, casi la totalidad, era creyente, parecía innecesario preguntar a alguien si lo era. Y no se puede decir que haya sido un mal modo de actuar, cuando se dieron esas circunstancias Pero hoy no se dan. Vivimos en otro clima, en otro ambiente. Muchas personas han dejado de practicar su fe; así lo describe Pablo VI en la Encíclica Evangelio nuntiandi, 56:

         «Una segunda esfera es la de los no practicantes; toda una muchedumbre, hoy día muy numerosa, de bautizados que, en gran medida, no han renegado formalmente de su Bautismo, pero están totalmente al margen del mismo y no lo viven. El fenómeno de los no practicantes es muy viejo en la historia del cristianismo y supone una debilidad natural, una gran incongruencia que nos duele en lo más profundo de nuestro corazón. Sin embargo, hoy día presenta aspectos nuevos. Se explica muchas veces por el desarraigo típico de nuestra época. Nace también del hecho de que los cristianos se aproximan hoy a los no creyentes y reciben constantemente el influjo de la incredulidad. Por otra parte, los no practicantes contemporáneos, más que los de otras épocas, tratan de explicar y justificar su posición en nombre de una religión interior, de una autonomía o de una autenticidad personales».

         Hoy no es posible suponer la fe, a la vista de los datos anteriores. Por eso, hablar sobre ello y dejar las cosas claras es una obligación y una exigencia, y no constituye ninguna falta de confianza preguntar a una persona por su fe, y hacer que la propia persona también se lo pregunte:

— ¿soy creyente?;

— ¿no lo soy?;

— ¿lo fui y lo he abandonado?;

— ¿lo soy a medias, con dificultades, con dudas?;

— ¿no lo soy, pero quiero serlo?;

— ¿digo que soy creyente, pero no lo llevo a la práctica?;

— ¿afirmo que creo en Cristo, pero no en la Iglesia?

         Algunos piensan: «Si no fuera creyente no habría pedido el Bautismo». Cierto; pero sólo en parte, porque la gama de posibilidades es grande, y uno puede solicitar el Bautismo por razones propias de un creyente, y otro puede solicitarlo por razones que convencen muy poco. Por tanto, es preciso que cada uno se clarifique, y en la medida en que sea capaz, se manifieste sin miedos ni recelos.

3. La fe es doctrina y vida, conocimiento y práctica litúrgica, moral...

         No existe un termómetro especial para medir la fe de las personas. Como es una adhesión y una respuesta a Dios, cada persona ha de ver hasta qué punto está dispuesta a seguir a Jesús con todas las consecuencias. Pero como es claro que no se trata sólo de una cuestión de palabras, sino también de hechos, de actuar, “por los frutos los conoceréis, nos dice el Señor; porque la fe se tiene que manifestar en obras. Mira lo que dice el Apóstol Santiago en su carta: “¿Qué le aprovecha, hermanos míos, a uno decir: Yo tengo fe, si no tiene obras? ¿Podrá salvarle la fe? Si el hermano o la hermana están desnudos y carecen de alimento cotidiano, y alguno de vosotros les dijere: <Id en paz, que podáis calentaros y hartaros>, pero no les diereis con qué satisfacer la necesidad de su cuerpo, ¿qué provecho les vendría? Así también la fe, si no tiene obras, está de suyo muerta. Mas dirá alguno: Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame sin las obras tu fe, que yo por mis obras te mostraré la fe” (St 14-19).

         Hay una mala imagen, que consiste en suponer que la fe se basa en «saber cosas», en «saber cierto tipo de afirmaciones», especialmente relacionadas con la religión. Entonces el cristianismo sería patrimonio de los teólogos y de los listos. Si esto fuera así, y solamente así, parecería que tener fe consiste en «pasar un examen», en el que poder repetir sin fallos toda la teoría. En consecuencia, con saberse la teoría sería suficiente. Y estarían más cerca de poseerla los más listos. Esto es cierto pero muy a medias, como nos ha dicho Santiago, Hay que saber verdades evangélicas, naturalmente, pero en cristiano, saberlas es practicarlas. Y en el mundo en que vivimos es necesario que un cristiano sepa lo que cree y por qué lo cree y sepa dar razón de su fe. Y que sea capaz de manifestarlo con razones. Pero la mayor de todas es vivir la fe, practicarla.

         Por todo ello, la fe está más próxima a la vida que al conocimiento. Y como vida, hay que vivirla, porque no es suficiente con discursear sobre ella. Si uno habla mucho sobre Cristo es un teórico del cristianismo; pero si uno vive su doctrina, entonces se alimenta de su palabra; si cumple sus mandatos, si acepta sus propuestas, estamos ante un auténtico cristiano. Porque el que vive la fe y la experimenta es el que verdaderamente la conoce y la ama.

            En la fe hay una parte de conocimiento, que se debe creer y vivir, mediante la oración y los sacramentos.  La fe creída se expresa fundamentalmente en el Credo de la Iglesia Católica. Quien niegue alguna de estas verdades no es católico, porque el Credo es el resumen de lo esencial de la fe: Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de Vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo reciben una misma adoración y gloria. Y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

         Esta fe creída se vive y celebra en el culto y en los sacramentos, donde la comunidad expresa su fe y la hace oración personal y comunitaria, a la vez que recibe, gozosa, la actuación salvadora de Dios. De esta forma, al salir de la iglesia, esta fe celebrada, se vive en el hogar, en el trabajo, en todas las ocupaciones, en el quehacer de construir un mundo más justo y más habitable para todos. Se pone en marcha toda la capacidad de los cristianos por colaborar con Dios en su labor creadora. Pero siempre bien claro, que la fe es para vivirla.

         Hay una comparación que resulta extraordinariamente clara e instructiva: Si alguien habla mucho de natación y conoce toda la teoría, los estilos, las técnicas, y el modo de preparación, tendremos a un teórico de la natación; pero eso se puede hacer desde la orilla, sin mojarse. Si otro, en cambio, se mete en la piscina y nada, aunque no diga ni una palabra, podemos asegurar que es un nadador, no un teórico. Para ser cristiano, «hay que mojarse», hay que decidirse por el seguimiento de Jesús, hay que llevar a la práctica lo que Jesús nos dice en los evangelios, y para eso hay que leerlo y meditarlos y así es como uno llega a vivir la fe y a estar convencido de todo lo que dice.

         La fe tiene que mostrarse. No es posible entender que alguien sea creyente y que no lo manifieste, que sus palabras no lo dejen sentir, que sus hechos no lo proclamen, que sus vecinos o compañeros de trabajo no lo sientan, que sus diversiones o su vida social no sean la expresión de lo que siente y piensa. Por eso, la fe tiene, inevitablemente, que mostrarse. Si no sucede así, algo está fallando; y se volverían a repetir con toda verdad las palabras de Jesús: “En la cátedra de Moisés se han sentado los maestros de la ley y los fariseos. Obedecedles y haced lo que os digan, pero no imitéis su ejemplo, porque no hacen lo que dicen” (Mt 23,2-3). Fijaos bien que estas palabras Jesús las dice para todos, pero especialmente para los que predican, como somos los curas.

         La fe cristiana, como todo convencimiento serio y digno del ser humano, tiene que tener la coherencia elemental entre los dichos y los hechos, entre teoría y práctica, entre pensar y actuar en consecuencia. Si no sucede así, difícilmente puede decirse que hay fe.

         Termino esta parte repitiendo las palabras del Apóstol Santiago en su carta: “Así también la fe: si no tiene obras, está muerta en sí misma. También se puede decir: Tú tienes fe, yo tengo obras; muéstrame tu fe sin las obras, que yo por las obras te haré ver mi fe. ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien; pero también los demonios creen y se estremecen. ¿Por qué no te enteras de una vez, pobre hombre, de que la fe sin obras es estéril?” (St 2,17-20).

4. La fe es una semilla que ha de crecer. Creyentes, pero pecadores

         Los creyentes no son perfectos; tienden a la perfección en Cristo, a vivir el evangelio; pero el mismo Jesús nos dijo que sin Él no podemos vivirlo: “Yo soy la vid, vosotros, los sarmientos... El sarmiento, si no está unido a la vid, no puede dar fruto... sin mí no podéis hacer nada”. Todos los creyentes en Cristo somos cristianos y pecadores; de lo que se trata es de no vivir instalados en el pecado, en la vida mediocre, alejada de Dios, sino en esforzarse en vivir conforme a los mandamientos de Dios y de la Iglesia. Y mil veces caído, mil veces levantados, pero nunca instalados en una vida alejada de Dios. Los cristianos siempre estamos necesitados de la gracia y del perdón de Dios.

         El Bautismo siembra en nosotros la vida de fe, esperanza y caridad, que es una semilla que debe ir creciendo toda la vida. No olvidar nunca que la fe es una semilla que debe crecer con nuestra oración y vida. Por eso, tener fe y no practicarla es absurdo, es haberla perdido, porque no te sientes hijo de Dios, ni diriges tu vida en dirección a Él, amándole, rezándole, cumpliendo su voluntad manifestada en Cristo y celebrada, sobre todo, en la misa del Domingo. Sin Domingo no hay cristianismo, no hay Cristo. Porque el Domingo es Cristo celebrando su triunfo, su muerte al pecado y su resurrección a la vida nueva en todos los creyentes. Porque la fe no sólo es personal sino comunitaria, de toda la Iglesia. No somos individuos separados sino miembros del mismo cuerpo de Cristo que es la Iglesia, la comunidad, sobre todo, del domingo.

         La fe, en el Bautismo de los niños,  puede ser comparada con una semilla. No es suficiente con tener la semilla; es preciso sembrarla, cuidarla, abonarla, quitar las malas hierbas, regarla a tiempo, en definitiva, estar encima de ella, para que al final produzca resultado. El jardinero, el agricultor, han puesto una parte importantísima: todas sus atenciones y cuidados para conseguir que la semilla produzca el fruto esperado; pero hay algo que escapa a la labor del jardinero y del agricultor: la propia capacidad generativa de la semilla.

         Los padres han de cuidar —y así se comprometen— la fe de su hijo bautizado. Pero la capacidad de engendrar y producir nueva vida, vida cristiana, no la aportan los padres, sino que es fruto de la actuación de Dios, que quiere contar con la colaboración de unos padres cristianos para que sean los primeros y principales educadores de sus mismos hijos. El Bautismo de niños no es una aberración, ni una imposición caprichosa de unos padres poco responsables; es justo todo lo contrario: la decisión, responsablemente tomada, de unos padres, que, porque son creyentes, estiman que lo mejor que pueden hacer por sus hijos (entre las muchas decisiones que  han de tomar por ellos en la vida) es bautizarlos y educarlos como bautizados, como hijos de Dios.

         La colaboración del hombre y Dios permite esperar resultados positivos. Pero colaborar es trabajar juntos; de manera que Dios no lo va a hacer todo. Y si los padres deciden no trabajar en la educación cristiana de sus hijos, estamos ante un fracaso cantado. ¿Se trata de bautizar, y punto final? ¿O se trata más bien de bautizar, y proseguir la educación emprendida? La semilla plantada tiende a crecer. Pero si no la regamos, si descuidamos el abono, si dejamos que las malas hierbas crezcan... cuando vayamos a buscar frutos encontraremos que no hay nada. La vida cristiana del Bautismo tiende a crecer; pero si no hacemos nada por desarrollarla, el resultado será una partida de Bautismo que proporciona una fecha, pero nada más. No queramos engañarnos, pensando que la semilla de la fe se desarrolla sola.

         Percibimos con claridad que vivir de acuerdo con los deseos y la voluntad de Dios, fieles a su alianza con nosotros, es algo en lo que Dios tiene mucho que hacer, pero el creyente también tiene mucho que hacer: responder a Dios, y los que están a su alrededor juegan un papel importante, porque pueden ayudar o estorbar en el desarrollo de la fe y vida cristiana. De ahí que, aunque la decisión sea personal, no podemos olvidar el aspecto comunitario y social que tiene consigo.

La fe consiste en el seguimiento de Jesús. Es una voluntad decidida de:

— seguir sus pasos;

— actuar como Él;

— inspirarse en sus criterios;

— escuchar y tener presente su palabra;

— celebrar sus sacramentos.

         Hay que ponerse en camino con Él; hay que experimentar su ayuda ante el desaliento; hay que conocer y reconocer su enseñanza como verdad y luz en nuestro caminar; hay que vivir su misma vida, codo a codo con Él.

         También hay que tener en cuenta que en la fe de uno intervenimos los demás, ayudando, con nuestro ejemplo, con nuestras explicaciones, con nuestra oración, con respuestas a sus dudas, o dándole ánimos para no desfallecer: es la catequesis de la Iglesia, de la cual una parte importante discurre en la familia, en el hogar, con el ejemplo siempre necesario e insustituible de los padres. Ellos son el modelo que los niños tienen a mano, ante sus ojos, el más importante de todos. Por eso es posible afirmar que la fe, siendo don de Dios, tiene que desarrollarse y crecer con la ayuda de la Iglesia, de los padres y padrinos y de la comunidad. Los cristianos hacemos el camino juntos y unidos por la fe, la esperanza y el amor.

PRIMERA REUNIÓN  CON PADRES Y PADRINOS

(Modelo B de primera reunión con padres y padrinos)

         QUERIDOS PADRES Y PADRINOS: Un día de estos habéis venido por la parroquia para expresar vuestro deseo de bautizar a vuestro hijo/a. Ahora que estamos reunidos los padres y padrinos de los niños que se bautizarán el próximo domingo, podríamos preguntarnos o preguntaros el sacerdote: Bueno, y ¿Por qué queréis bautizar a vuestro hijo/a?

         Quizás os habrá tocado oír cosas como éstas, que yo he escuchado alguna vez:

1. 1¡Pero cómo están los curas! Antes decían que se tenía que bautizar a los hijos inmediatamente, por lo menos eso me ha dicho mi madre, no digamos mi abuela que bautizaba a sus hijos a la semana de nacer, y ahora te dan largas, te dicen que antes hay que hablar con el cura, tener unas reuniones preparatorias... como si no hubiéramos visto nunca hacer un Bautismo y nada, ahora te dan largas... parece que no tienen ganas de bautizar.

1. 2El cura de mi parroquia dice que eso de las primeras comuniones tal y como eso está haciendo ahora, es a veces más una fiesta social que religiosa. No sé si por eso nos querrán reunir antes de bautizar a los hijos, para que nos enteremos de qué la cosa. Mi hija se fue a casar y el párroco le dijo que si no tenía fe, sería una boda civil pero en la iglesia; que era mejor que se lo pensase, que hiciera los cursillos y luego se lo pensase.

         Pues bien, queridos padres, es posible que hayáis oído estas cosas o cosas parecidas; pero nosotros, ahora, vamos a empezar por el principio:

¿Por qué queréis vosotros bautizar a vuestros hijos?

2. 1 ¡Qué gracia, pues porque siempre se ha hecho así!

         Pues bien, entonces tienen razón los curas de ahora en preparar el Bautismo como lo estamos haciendo, porque no es un motivo razonable seguir haciéndolo, simplemente, porque siempre se haya hecho así. Fíjate lo que han cambiado los tiempos, los hombres, las familias, la enseñanza y casi todo en España y en el mundo entero.

2. 2 Oiga, señor cura, que yo soy católico... y voy a misa en la fiesta de mi pueblo y le pongo una vela a S. Judasy soy más honrado que otros que van a misa todos los domingos, porque para ser honrado no hace falta ir a misa los domingos y ... bla,bla, bla...

         Ante una respuesta semejante es lógico que el sacerdote pueda decirle: Pues para ser honrado, tampoco hace falta que Ud. bautice a su hijo.

2.3 Pero siempre se ha hecho así, insisten algunos padres.

Y yo, como sacerdote tengo que responder: Y qué importa que siempre se haya hecho así, si eso no basta para recibir los sacramentos y se puede hacer mejor.

3. Otros padres se lo piensan mucho antes de decir al cura que quieren bautizar a sus hijos, sobre todo, si son jóvenes, y no les importa retardarlo o incluso dejarlo para cuando los niños sean mayores de edad y puedan decidir por su cuenta. Pero claro, vienen los abuelos, sobre todo las abuelas, y ellas y sus hijos recibieron el sacramento del Bautismo y no quieren que el eslabón se rompa con los nietos; sería deshonra para la familia, qué dirían los que los conocen.

         Así que algunos matrimonios jóvenes se sienten presionados por la familia y acceden a solicitarlo. Estaría mal visto por el pueblo, entre los vecinos, sobre todo en sitios pequeños. Estas y otras causan pueden actuar sobre los padres e influir para que vayan a la parroquia y pidan el Bautismo para sus hijos.

         A mí me parece que estos motivos expuestos hasta ahora no son motivo suficiente para solicitar el Bautismo:

  1. Por falta de coherencia: no podéis pedir para vuestros hijos entrar en una familia y comunidad religiosa y creyente, como es la Iglesia, si vosotros no pertenecéis por fe y práctica a la misma, incluso estáis alejado de ella, o públicamente la criticáis y ahora, con motivo del nacimiento de un hijo, pedís un sacramento a esa Iglesia, que no reconocéis y amáis.  
  2. Por falta de conocimiento del sacramento que pedís.  Sería un simulacro de sacramento, una mentira. Se tienen dos ideas religiosas y con ellas se quieren cubrir etapas que exigen unos conocimientos y compromisos bautismales muy concretos, como diremos cuando celebremos el sacramento del Bautismo.

         Bueno, yo creo que vosotros lo habéis pensado bien, por eso estáis aquí esta noche, y habéis decidido bautizar a vuestros hijos, porque queréis comprometeros de verdad con Cristo y su Iglesia. Muy bien, enhorabuena. Vamos, pues, a pensar juntos sobre lo que significa y lleva consigo esto de pedir el Bautismo para vuestro hijo, a fín de que sea verdaderamente un acontecimiento de gracia y salvación para ellos y vosotros.

         Y lo primero que se exige a los padres, que piden el Bautismo, sacramento de fe, es que los padres tengan y valoren la fe cristianaque quieren para sus hijos. Y el ideal sería que la vivan. Bien, por los menos, tener fe, este es el principal motivo.

-- Oiga, Sr. Cura, que yo tengo fe: y el cura responde ¿De verdad Ud. tiene fe?

-- Sí, claro, yo creo en Dios, algo tiene que haber por ahí arriba.

Bien, pero el Bautismo es un sacramento instituido por Cristo; ¿Ud. conoce y cree en Jesucristo? Es que el día del Bautismo el sacerdote celebrante os preguntará a padres y padrinos: ¿«Creéis en Dios Padre todopoderoso... en Jesucristo su único Hijo...? ¿Estáis dispuestos a educarlos en esa fe que todos juntos acabamos de profesar?». Por eso, para que no os coja de improviso vamos a hablar un poco de la fe y de los compromisos bautismales.

-- Bueno, yo creo... que fue un hombre muy bueno, que vivió hace muchos años...

-- Sí, sí, pero ¿Ud. ha leído los evangelios? Porque Ud. lee periódicos, novelas, tal vez ha leído el Código da Vinci, y ha visto películas donde Jesucristo ha sido maltratado con calumnias... y Ud. ha disfrutado de eso... Sin embargo, los evangelios, que es donde Él nos habla, y se nos dice quien fue Jesucristo, cuál es su doctrina, qué exige para ser discípulo suyo... tal vez esto lo ignora y hace mucho tiempo que no los lee y medita. Si Cristo nos habla en los evangelios y nos dice lo que quiere de nosotros, me parece que por cortesía cuando alguien nos dirige la palabra tenemos que responderle. Para conocer a Jesucristo, su vida, su doctrina, tenemos que ir a los Evangelios.          En los Evangelios es donde Jesús nos habla de su Padre, de la vida eterna que se nos da en el Bautismo, de los mandamientos que hay que cumplir, de las exigencias para ser seguidor y discípulo suyo... “este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”.

         Dios, por medio de su Hijo Jesucristo, por medio del Evangelio, de la Biblia, de los sacramentos, de la Iglesia, me ha hablado y me ha dicho lo que tengo que hacer para ser hijo suyo por el santo Bautismo, que es donde todo empieza. Porque hay que saber dónde me meto, de qué Iglesia entro a formar parte.

         El Cristianismo es Cristo, es tratar de pensar y vivir como Él. Sin Cristo no hay cristianismo. Es saber que Él ha dado la vida por nosotros, pero la vida eterna, la que va a recibir vuestro hijo en el Bautismo. Para vivir cien años Cristo no hubiera muerto. Nosotros somos eternos, ¿tú crees en la vida más allá de esta vida? ¿Tú crees en el juicio de Dios? ¿Qué lugar ocupa Dios en tu vida?

         Antes de pedir el Bautismo para tu hijo hay realidades que tengo que tener muy claras y creer de verdad en ellas: Dios, Jesucristo, Espíritu Santo que nos une a la Trinidad y nos santifica, Iglesia, los sacramentos: acciones de Cristo que nos santifican.

         Por tanto, ¿por qué pido el Bautismo para mi hijo? Porque creo en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; porque creo que Jesucristo es el Hijo de Dios que ha venido para salvarnos y hacernos hijos del Padre por el Bautismo; porque creo en la Iglesia como puerta de salvación, porque creo en los sacramentos, acciones de Cristo por su Espíritu que nos hace hijos de Dios y herederos del cielo.

         Os voy a poner dos ejemplos para que veáis cómo esto fue así desde el principio. Son dos ejemplos sacados del Nuevo Testamento. Por caminos de la divina Providencia, llegó Pedro a casa de un centurión romano en Cesarea. Pedro les habló de Jesús al centurión y a su familia: “Al oírle, se sintieron compungidos de corazón” (Hch 2,41-42), es decir, aceptaron a Jesús, haciendo una opción de vida por Él, eligiéndole como dueño de su vivir, como salvador y modelo y ejemplo de comportamiento. Entonces, porque aceptaron y creyeron en Jesús, Pedro los bautizó y entraron a formar parte de la Iglesia de Cristo. Este debe ser el itinerario del santo Bautismo: predicar a Cristo y su evangelio, creer en Él y en su palabra, y finalmente sellarlo todo esto en el santo Bautismo.

         Otro caso: Iba el ministro de la reina de Candances en su carruaje, leyendo a Isaías. Se le acercó el apóstol Felipe. Felipe le habló de Jesús. El hombre creyó. Al llegar junto a un arroyo, le dijo a Felipe: “Aquí hay agua, ¿qué impide que sea bautizado? Felipe dijo: “Si crees de todo corazón, puedes hacerlo”. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Mandó parar el carro y bajaron ambos al aguas y aquel se bautizó”.

         Vemos claramente por estos ejemplos y otros más que pudiéramos poner que para bautizar lo primero es tener fe, creer en Jesucristo como Hijo de Dios. Es verdad que no vais a bautizaros vosotros, pero el sacerdote debe bautizar a los niños en nombre de la Iglesia, a la que representáis o debéis representar los padres creyentes. Por eso, a los padres que quieren bautizar a sus hijos se les exige que sean ellos mismos creyentes, que sepan lo que piden y para qué lo piden.

         Todos vosotros amáis a vuestros hijos y queréis lo mejor para ellos; por eso, cuidáis de ellos en todos los aspectos. Por eso habéis pedido el Bautismo a la Iglesia para ellos, porque pensáis que ser cristiano es lo mejor para ellos. Pues bien, esto es estupendo; pero que sepáis que esto os obliga a ser coherentes y responsables de lo que pedís porque sería un contrasentido que quisierais para vuestro hijo algo en lo que no creéis, no practicáis o no vivís por olvido, negligencia o rechazo positivo. No es coherente embarcar a los hijos en un barco del cual os habéis bajado vosotros.

         Por eso os dije antes, que el pedir el Bautismo para los hijos os obliga a pensar, a rectificar tal vez en vuestras vidas y comportamientos, algo que en el evangelio de Cristo se llama conversión. El Bautismo es sacramento de fe y conversión para los que lo piden y lo reciben en edad adulta. En estos dos aspectos fundamentales de fe y conversión insistía mucho la Iglesia de los primeros siglos en el Catecumenado. Eran dos o más años en los que quienes solicitaban ser bautizados y entrar dentro de la Iglesia tenían que aprender a vivir lo que les enseñaban en las catequesis preparatorias.

         ¡Qué maravilla ser católico, tener fe, conocer a Dios Padre, a su Hijo Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, sentir dentro de nosotros el Amor de Dios, al Espíritu Santo que nos habita, nos une a la Trinidad! ¡Saber que Dios existe y me ama, que si existo es que ha soñado y pensado en mí, que me ha preferido a millones y millones de seres que no existirán, que me ha llamado a compartir una eternidad y felicidad con Él! Qué maravilla haber conocido a su Hijo Jesucristo, Dios infinito y eterno como Él, que se hizo hombre y nació de Santa María Virgen, y que murió porque nos amó hasta el extremo, hasta dar la vida, hasta el final de los tiempos quedándose por nosotros en el Sagrario, por el Sacramento de la Eucaristía, que todos los días hace presente ante nosotros todo este misterio de amor extremo!

         Y este mismo Cristo, lleno de amor, instituyó el sacramento del Bautismo para hacernos hijos de Dios y herederos de la vida eterna y feliz de nuestro Dios. O mejor, yo muero con Cristo al pecado y resucito con Él a la vida nueva de hijos de Dios. Y así Cristo me hace partícipe de su misma vida trinitaria y eterna e infinita que no acabará nunca; para eso tengo que ser buen hijo, obedecer los mandatos del Padre, confesarme y arrepentirme si me aparto de ellos y ofendo a nuestro Dios, comulgar con sus mismos sentimientos, con su misma vida y tener así el cielo en la tierra porque el cielo es Dios y Él está en mí, me habita, me posee, porque el Bautismo me hace templo de Dios, morada de la Trinidad y me siento habitado por Él.

         Pecar es alejarme de Dios, de este plan de Dios, de este proyecto que me trajo el Hijo de parte del Padre y encuentro en los Evangelios, que son la Palabra de salvación para todos los hombres. Pecar es preferirme o preferir mis criterios, mi voluntad a la de Dios, preferir lo creado al Infinito. Cierto que soy pecador, siempre necesitado de la gracia y del perdón y de la ayuda de Dios, pero nunca me faltará si la pido.

         Por eso me gusta rezar, necesito rezar, pedir, pasar ratos a solas con Él, sobre todo en el Sagrario: Jesucristo, Eucaristía perfecta y sacerdote único del Altísimo, Tú lo has dado todo por mí con amor extremo hasta dar la vida y quedarte siempre conmigo; también yo quiero darlo todo por Ti y ser siempre tuyo, porque para mí, Tú lo eres Todo; Jesucristo Eucaristía, yo creo en Ti; Jesucristo Eucaristía, yo confío en Ti, Tú eres el Hijo de Dios.

         Queridos padres, cómo es nuestra fe; hasta dónde llega nuestra fe; cómo poder conocer de verdad a Cristo y no practicar y vivir sus misterios de amor en la Eucaristía. No vale fabricarse cada uno un Dios a nuestra medida y caprichos.  Sólo hay un Dios verdadero, una sola fe, un solo Bautismo, un solo Dios Padre de todos.

3.Bautizarse es creer y adherirse públicamente a Cristo y a su Iglesia

         El Bautismo es el signo público y solemne de adhesión a Cristo: “Y los que creían se bautizaban”. Adherirse a Cristo es comprometerse en seguirle como discípulo. Pisar sus huellas de amor, perdón, generosidad, cumplimiento de la voluntad del Padre hasta dar la vida. Así se forma la Iglesia, comunidad de los creyentes, cuerpo místico de Cristo: “entraban a formar parte de la comunidad”.

         Comenzaron a llamarlos “cristianos” porque reproducían y hacían presentes las palabras y las obras de Cristo, se parecían totalmente a Él. Todos eran iguales en el amor y servicio a los hermanos, aunque vestían y comían como el resto de los mortales, se diferenciaban por su modo de vivir, que era evangélico. Y así nació la Iglesia.

         Eran iguales, pero diferentes. Se diferenciaban porque confesaban a Jesús como Hijo de Dios y único Salvador de los hombres. Se diferenciaban porque no vivían como los demás en vicios y pecados, sino que se comprometían en la lucha contra los vicios y abusos contra los débiles y los pobres; la Iglesia luchó contra los abusos del poder político, religioso, económico y social sobre los pobres y los desheredados. Siguiendo a Cristo, los pequeños y los pobres eran preferidos.

         Por eso, poco a poco empezaron las persecuciones contra la Iglesia por parte de los Emperadores romanos, porque la fe debe confesarse en la vida privada y en la vida pública, y esto compromete a todos los poderes. Mataron a muchos; los emperadores romanos creyeron que acabarían con ellos, pero se acabaron ellos antes, porque terminaron convirtiéndose al cristianismo con Constantino. Los cristianos son invencibles por la gracia de Dios, son mártires, confesantes de la fe hasta la muerte. Porque los cristianos de verdad son hombres convencidos hasta los tuétanos y no les importaba jugarse la vida por defender su credo y su comunidad: «no podemos vivir sin celebrar el domingo». No empuñaban armas de acero, sino la espada de la verdad y de la vida y del amor a Cristo resucitado con la fuerza de su Espíritu.

         Dialoguemos ahora sobre estos textos:

         “Esteban estaba lleno de gracia y de poder, hacía prodigios y grandes señales en el pueblo. Se levantaron algunos de la sinagoga llamada de los libertos, cirenenses y alejandrinos y de los de Cilicia y Asia a disputar con Esteban, sin poder resistir a la sabiduría y al espíritu con que hablaba... al oír estas cosas se llenaron de rabia y rechinaban los dientes contra él... Ellos, gritando a grandes voces, se taparon los oídos y se arrojaron contra él. Sacándolo de la ciudad, lo apedrearon” (Hch 6, 8-10; 54-60).

         “Pero Pedro y Juan respondieron al sanedrín y le dijeron: juzgad vosotros mismos si es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a él; porque nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 19).

Pregunto:

  1. ¿Ser cristiano significa hoy conocer y seguir a Jesucristo como Dios y Señor y Salvador de nuestras vidas?
  2. ¿Ser cristiano hoy es esforzarse por vivir como Cristo, vivir el evangelio de Cristo?
  3. ¿Ser cristiano significa sentirse miembro de la comunidad de la Iglesia?
  4. ¿Si hubiera persecuciones, habría actualmente muchos mártires, cristianos convencidos?
  5. ¿Podemos decir como los mártires de Abitinia: «no podemos vivir sin la misa del domingo», sin celebrar a Cristo resucitado?

         Si hacemos un análisis del cristianismo actual que vivimos en España, creo que hay motivos para avergonzarse de la falta de fe y valentía, por la ignorancia en dar y recibir los sacramentos, porque muchos cristianos no han hecho jamás una opción personal por Cristo. Están bautizados, pero no convertidos a Cristo. No conocen al Señor Jesús, ni sienten su gozo y presencia en sus vidas.

         Hay muchos que no han vuelto a la Iglesia desde que hicieron su Primera Comunión y recibieron unas catequesis propias de esa edad, pero no para adultos en la edad y en la fe. Así no se puede vivir una fe que solucione sus problemas de madurez. Al cabo de los años, sin misa de domingo, no saben de qué va Cristo, ni la Iglesia, ni la parroquia, ni la comunidad, ni los sacramentos. Los antiguos cristianos “perseveraban en oír la enseñanza de los apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la oración”; “Todos acudían con asiduidad al templo, partían el pan en las casas... Cada día el Señor iba incorporando a los que habían de ser salvados” (Hch 2, 45-47).

 

         Queridos padres y padrinos, deseamos que vuestros hijos queden incorporados a la Iglesia, pero de verdad. Por eso y para eso son estas reuniones preparatorias. Dios quiera que os haya tocado el corazón y tratéis de vivir en plenitud vuestra fe. Hemos terminado por hoy.

SEGUNDA REUNIÓN  CON PADRES Y PADRINOS DEL BAUTISMO

(Modelo B de segunda reunión con padres y padrinos)

1. POR EL BAUTISMO DIOS NOS ADOPTA COMO HIJOS EN EL HIJO

         Dijo Dios: “Creced y multiplicaos...”. Y vosotros, queridos padres, cumpliendo con ese mandato de Dios impreso en la misma naturaleza humana, escrito en vuestro amor de esposos y padres, habéis engendrado una nueva vida, tenéis un hijo y como habéis cumplido con algo que lleváis tan dentro, estáis muy felices y contentos y queréis agradecer a Dios este don que os ha hecho ser padres y madres.

         Pues bien, ahora el Señor va a aumentar vuestra dicha: quiere hacer a ese hijo vuestro, que es criatura suya por la naturaleza humana recibida de vosotros, -- cuando los esposos más se quieren, nace lo más hermoso que hay en el mundo que es la vida, el hijo--, Dios quiere hacerlo hijo suyo en el “Hijo amado en quien tiene todas las complacencias”, quiere adoptarlo y que goce de su misma vida divina por participación y goce un día de la felicidad eterna que Dios goza en su esencia divina desde toda la eternidad. Y todo esto lo hace por el santo Bautismo, porque lo ha instituido el mismo Cristo, el Hijo amado, por el que nos hacemos hijos con todos los privilegios y gratuitamente, porque Dios lo ha querido por puro amor, no por obligación ninguna.

         Esta es la grandeza del Bautismo. El hombre jamás hubiera podido soñar o pedir tal privilegio. Pero ha sido una vez más Dios quien se ha anticipado y ha tomado la iniciativa.

         Ahora bien, Dios nunca actúa sin contar con la libertad del hombre. Dios nos ha hecho libres. Por eso, para hacer hijo suyo por la gracia sobrenatural a vuestro hijo, Él os pide permiso a vosotros, queridos padres, que sois y Dios os ha hecho por naturaleza responsables de estas vidas hasta que ellos puedan dar razón de sí mismos.

         Esta adopción de Dios supera en mucho a la puramente humana. Vosotros sabéis que cuando un matrimonio adopta a un hijo, le da el derecho a la herencia, pero no puede comunicarle su propia sangre, su misma vida, como si fuera hijo natural. Por eso, lo adoptan sin comunicación de su misma vida.

         Por eso, la adopción de los bautizados por parte de Dios supera en mucho a la puramente humana, es más plena y profunda, porque por medio del sacramento del santo Bautismo, de una manera misteriosa, nos comunica su misma naturaleza divina: “Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que han alcanzado la misma preciosa fe que nosotros por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo: que la gracia y la paz se os multipliquen mediante el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesucristo. Pues que por el divino poder nos han sido otorgadas todas las cosas que tocan a la vida y a la piedad, mediante el conocimiento del que nos llamó por su propia gloria y virtud, y nos hizo merced de preciosos y sumos bienes prometidos para que por ellos os hagáis partícipes de la divina naturaleza, huyendo de la corrupción que por la concupiscencia existe en el mundo”.

     ¿Quién nos asegura que esto es verdad? La fe: “a los que han alcanzado la misma preciosa fe que nosotros por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo” Los que han llegado a conocer a Cristo por la palabra de Dios escrita o leída o hablada y han pedido el sacramento de la fe:

--“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará” (Mc 16, 15-16).

     -- “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”(Mt 28,19-20a).

     -- “Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil”(Hch 2,41).

     -- “Los apóstoles... predicaban el evangelio, y los que creían se bautizaban y entraban a formar parte de la Iglesia”(Hch 3, 15  ).

         San Juan desarrolla todo este misterio de una forma amplia y profunda; dice el discípulo amado: “Mas a cuantos recibieron a Cristo, les dio poder para venir a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre, y que han nacido no de la sangre ni de la voluntad de varón, sino de Dios”. Y en otro lugar de su evangelio oímos a Cristo que nos dice:“En verdad, en verdad te digo, que quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de los cielos” (Jn 3,5). Otro texto de Juan: “Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que nos llamamos hijos de Dios ¡y lo seamos!” (1Jn 3, 1)

         Vamos a terminar este tema de la filiación divina del hombre por parte de Dios con un texto de San Pablo: “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley... para que recibiéramos la adopción. Y porque somos hijos envió Dios a vuestros  corazones el Espíritu de su Hijo que grita: “Abba”, Padre. De manera que ya no somos siervos, sino hijos, y si hijos,  herederos por la gracia de Dios” (Ga 4, 4-7).

         Queridos padres, qué grandeza la del santo Bautismo, qué gozo poder recibirlo, pedir esta gracia para los nuestros: ¿Sois conscientes del regalo que hacéis a vuestro hijo el día de vuestro Bautismo? ¿Le dais gracias a Dios por tantos dones y regalos que nos hace en ese día? ¿Habéis pensado que vosotros, con vuestra decisión, de bautizar a vuestro hijo, le dais derecho a la vida eterna?

         Estas gracias y privilegios de Dios es lo que justifica la fiesta y la alegría de la familia cristiana. La fe y la gracia de Dios son el fundamento de esta celebración familiar y cristiana. Hemos de procurar que todo lo demás se fundamente en lo sagrado que celebramos. Pidamos fe: ¡Señor que yo crea, que yo crea en Ti y en tu gracia, que crea que me amas hasta este extremo!

2.- LA RESPONSABILIDAD DE SER HIJOS DE DIOS

         Queridos padres, por el mero hecho de haber nacido vuestro hijo de vosotros, esta realidad engendró unas relaciones especiales entre vosotros y él. Ya no podéis menos de amarle, alimentarle, cuidarle, vivir pensando en él y para él; sentís en relación con él algo que no sentís en relación con nadie en la vida, lo amáis más que a vosotros mismos y es que ese hijo vuestro os pertenece, es vuestro, es una prolongación de vosotros mismos.

         Por el amor que sentís hacia él, perdéis noches en vigilia, os preocupáis de su futuro, de sus necesidades de todo tipo, os preocupa su educación, su felicidad. Los triunfos de vuestro hijo son vuestros triunfos, sus alegrías y penas son las vuestras, y sus fracasos los sufrís más que él mismo. Estáis íntima y estrechamente unidos a él. Vuestras relaciones con vuestro hijo están siempre inspiradas en el amor. Aunque le castiguéis, lo hacéis siempre por amor.

         Pues bien, al ser y convertirnos nosotros por el santo Bautismo en hijos de Dios, no podemos olvidar las relaciones de paternidad y filiación que surgen de él. Dios libremente ha querido tener una intimidad y relación con cada uno de nosotros que superan todo lo dicho anteriormente, ya que Dios es la misma fuente de toda paternidad, de todo amor, de toda vida.

COMO HIJOS, NUESTRO PRIMER DEBER ES AMAR A DIOS

         En primer lugar hay que tener en cuenta lo que nos dice San Juan en su primera carta: “Dios es amor... En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Dios nos amó primero y envió a su hijo como propiciación de nuestros pecados”. Dios crea al hombre porque le ama, ha soñado con él y con un beso de amor decidió que existiéramos. Como tantas veces os digo: SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA Y ME HA LLAMADO A COMPARTIR  CON ÉL  SU MISMO GOZO ESENCIAL Y TRINITARIO POR TODA LA ETERNIDAD.

         A mí me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada,  solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después. Y este Dios, que por su mismo ser infinito es inteligencia, fuerza, poder.... cuando San Juan quiere definirlo en una sola palabra, nos dice: “Dios es amor”, su esencia es amar;  si dejara de amar, dejaría de existir. Podía decir San Juan también que Dios es fuerza infinita, inteligencia infinita, porque lo es, pero él prefiere definirlo así para nosotros, porque así nos lo ha revelado su Hijo, Verbo y Palabra  Amada, en quien el Padre se complace eternamente. Por eso nos lo envió, porque era toda su Verdad, toda su Sabiduría. Todo lo que Él sabe de Sí mismo y a la vez Amado, lo que más quería y porque quiere que vivamos su misma vida y así gozarse también en nosotros y nosotros en Él, al estar identificados con el  Unigénito, en el que eternamente se goza de estar engendrando como Padre con  Amor de Espíritu Santo. Y así es cómo entramos nosotros en el círculo o triángulo trinitario.

Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo...piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es  y subsiste, piensa desde toda la eternidad en  crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él  y por Él y como Él.

El hombre ha sido soñado por el amor de Dios, es un proyecto amado de Dios: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya... El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante, recapitulando en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1,3.10).

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA.

Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en  una eternidad dichosa,  que ya no va a acabar nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora.“Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3). Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mí. El salmo 138, 13-16, lo expresa maravillosamente: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son  admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero. ¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto!”.

SI EXISTO, ES QUE DIOS  ME HA PREFERIDO

a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mi y me ha preferido...Yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Que bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28-33). Es un privilegio el existir. Expresa que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser humano. ! Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado».(G. Marcel).

SI EXISTO, YO VALGO MUCHO

porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida, porque  nos ama y esto le hace feliz.

Con qué respeto, con qué cariño  tenemos que mirarnos unos a otros... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean, vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

No estoy solo en el mundo, alguien ha pensado en mí, alguien me mira con ternura y cuidado, aunque todos me dejen, aunque nadie pensara en mí, aunque mi vida no sea brillante para el mundo o para muchos... Dios me ama, me ama, me ama.... y siempre me amará. Por el hecho de existir, ya nadie podrá quitarme esta gracia y este don.

         SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ

a ser amado y amar por el Dios Trino y Uno; este es el fin del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera. “ En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14, 2-4).“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

         Muchas son las consecuencias que podemos sacar de esta verdad: Primera, que Dios es Padre antes que Juez y legislador. Que nos ha creado por amor. Y que debemos corresponder a tanto amor: “Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más vuestro Padre del cielo sabrá dar cosas buenas a los que se las pidan” (Mt 7, 11). Y nos invita a imitarle en su amor y misericordia: “Sed misericordiosos (perfectos en Mt), como vuestro Padre del cielo es misericordioso” (Lc). Y nos invita a imitar al Padre celestial, y por tanto, cuando demos limosna, que no lo sepa nadie de la tierra, sino sólo el Padre del cielo que ve lo escondido.

         Un buen resumen de estas consecuencias las podemos encontrar en este textos del evangelio de San Mateo: “Por eso os digo: No os inquietéis  por vuestra vida, por lo que habéis de  comer o de beber, ni por vuestro vestido, por lo que habéis de vestir. ¿No vale la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? ¿Quién de vosotros con sus preocupaciones puede añadir a su estatura un solo codo? Y  del vestido, ¿por qué preocuparos? Aprended de los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón en  toda su gloria se vistió como uno de  ellos.  Pues si a la hierba del campo  que hoy es y mañana es arrojada alfuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura”(Mt 6, 23-34).

COMPROMISOS Y OBLIGACIONES DEL SANTO BAUTISMO

A) ORAR Y HABLAR CON DIOS, COMO LOS HIJOS CON SUS PADRES.

         Como Dios es nuestro Padre, alegrarme de que Dios exista, de que sea tan grande y me ame tanto, contarle mis alegrías y penas, contar con Él en mi vida. Una de las mayores alegrías que sienten los padres, es el día en que el niño/a comienza a balbucear vuestros nombres  o decir papá o mamá. Porque es ya una respuesta personal a vuestro amor. Ese día, a la comunicación por gestos, se ha añadido la comunicación por la palabra. Y entonces os sentís más cerca de vuestro hijo, más integrados con él.

         Después, a medida que va creciendo os gusta que el hijo os cuente sus cosas. Y no sería justo que toda la conversación que vuestro hijo sostuviera con vosotros, fuera únicamente para pediros cosas: comida, vestido, juegos. Es lógico, que a medida que vaya creciendo y pueda hablar, se comunique más con vosotros y os vaya contando cosas. Y a mayor comunicación, mayor confianza, madurez, amor, gozo para él y para vosotros y para toda la familia.

         Los cristianos no debemos olvidar que Dios es nuestro Padre y quiere comunicarse con nosotros. Y nosotros, sus hijos, debemos dialogar-orar-amar-pedir y contarle nuestras cosas como a los padres de la tierra. Y vosotros, padres, tenéis que enseñar a orar a vuestros hijos. Porque Dios es nuestro Padre y quiere que sus hijos hablemos con Él. Y esto es orar: hablar con Dios. No sólo pedir, sino contarle nuestras cosas, inquietudes, dudas, penas. Y esto se puede hacer de muchas formas, no hace falta usar fórmulas determinadas, quitando el Padrenuestro, ni hace falta abrir los labios. Nuestro Padre sabe lo que vamos a decirle, pero no importa, Él quiere escuchar a sus hijos, que hablen con Él, aunque sean las mismas, como nos pasa con los padres de la tierra, siempre las mismas preocupaciones, las mismas discusiones...

Pero hay que hablar, porque el hablar es comunicarse, es signo de amor y confianza, expresión de buscar consuelo, luz...

         Por lo tanto, como a vosotros os agrada que vuestro hijo sea comunicativo y cariñoso y se acuerde de vosotros y venga a vuestro lado para contaros cosas, así al Padre del cielo le gusta que hablemos con Él, que pidamos, que oremos ¿Cuándo, cómo y cuántas veces oramos al día? ¿Vais a misa los domingos?                                                                                                                                   ¿Frecuentáis la oración pública y litúrgica de toda la comunidad en la iglesia? La mayor comunicación de Dios con nosotros y nosotros con Dios son los sacramentos: ¿Cuál es vuestra frecuencia de la Confesión, de la Comunión, de la Adoración Eucarística...?

B) AMARNOS COMO HIJOS DE DIOS: EL AMOR FRATERNO

         A ningún padre le gusta que sus hijos riñan entre sí. Lo que más les agrada es que se quieran y estén unidos, vivir todos los hijos unidos es el mayor gozo de los padres. Pues Dios es nuestro Padre y le pasa igual. Quiere vernos unidos, sin riñas, ni críticas, ni murmuraciones. Por eso su Hijo, de parte suya, nos dejó el mandato nuevo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

         En esto consiste el Reino de Dios que Cristo vino a establecer en la tierra con su vida y predicación. Él es el modelo de este reino, la fuerza, el premio, más, Él es el Reino de Dios. Por eso, el reino de Dios es que Dios sea el único Dios del mundo y de nuestra vida, abajo todos los ídolos, los que nos ofrece el mundo y los que nos fabricamos cada uno de nosotros, esos ídolos que nos esclavizan y nos empujan continuamente a darle culto: el dinero, el sexo, la soberbia, el yo personal para quien vivimos y adoramos en cada momento; si Dios es nuestro único Dios, todos los hombres son hermanos, abajo todas las barreras y separaciones de raza, color, riqueza, cultura; tenemos que amarnos y pensar y obrar y amar como hermanos, no hablar ni pensar ni hacer a los demás lo que no quiero para mí; y luego, como somos hermanos, hacer una mesa muy grande de este mundo, donde todos se sienten, pero especialmente los que nunca sentamos: los pobres, los disminuidos, los tristes, los deprimidos, los que sufren...

         Todo esto aparece muy claro en los evangelios: “Este es mi mandato, que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Jn 15,14). “Un precepto nuevo os doy, que os améis los unos a los otros, como yo os he amado” (Jn 13,34). “En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si tenéis amor unos a otros” (Jn 13,35).

“Quien aborrece a su hermano, es un homicida, y ya sabéis que todos los homicidas no tienen en sí vida eterna”.

“Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para Vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme. Y le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis.

Y dirá a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui peregrino, y no me alojasteis; estuve desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces ellos responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión, y no te socorrimos? Él les contestará diciendo: En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna” (Mt 25, 34-46).

         ¿Qué os parece? ¿Estamos los cristianos convencidos de esto y meditamos estas palabras del Señor con frecuencia y procuramos vivirlas, siendo así que es lo específico nuestro, ya que “en esto conocerán que sois discípulos míos si os amáis los unos a los otros como  yo os he amado?”

¿Por qué es difícil el amor entre los hombres? ¿Cómo lo vivimos nosotros, los cristianos? ¿Si Cristo volviera, nos reconocería como discípulos suyos, o cogería otra vez el látigo y nos expulsaría a más de uno de la iglesia?

C) ESPERAR Y TRABAJAR POR LA HERENCIA DEL PADRE

         La vida eterna, prescindiendo del juicio y del infierno, simplemente, pensar que somos eternos, que tú eres eterno, que tu hijo es una eternidad que Dios te confía, es una de las verdades que más influyeron en que yo me hiciera sacerdote. Lógicamente, primero mi amor y la llamada de Cristo. Pero no tuve inconveniente en renunciar a muchas cosas de la vida presente: familia, hijos... porque mi vida es más que esta vida, es eternidad, es más que este tiempo y espacio, es vida infinita, para siempre, para siempre, con Dios.

         Cuando nacen los hijos, los nietos para los abuelos, éstos rápidamente se han inclinado sobre los recién nacidos y se fijan a ver si el nieto saca los rasgos de la familia; tratan de descubrir los rasgos hereditarios de la criatura: ¿A quién se parece? se preguntan. Y ya sabemos, el niño en lo guapo se parece siempre a la familia de la madre... o para que no haya discusiones, a las dos familias.

         Y es cierto, todos heredamos los rasgos físicos y a veces psíquicos y morales de la familia, de los padres. Es la ley natural de la herencia. Y otra herencia: luego, cuando vuestro hijo crezca y se haga un hombre, y vosotros ancianos, ellos heredarán también vuestros bienes.

         Dios, por el santo Bautismo, nos comunica su gracia, nos hace partícipes de su naturaleza divina, nos comunica su vida y amor y nos mete en el alma por la fe, la esperanza de la vida eterna. Este nuevo nacimiento, esta vida, que recibimos como una semilla, tenemos que desarrollarla cumpliendo su voluntad, expresada en los mandamientos y en el evangelio de Cristo. Así nos vamos asemejando a su Hijo amado, y nos vamos haciendo hijos en el Hijo, “reflejo e impronta de su ser”, “resplandor de la gloria del Padre” : y en esto consiste esencialmente ser cristiano, seguir e imitar a  Cristo, amar y perdonar como Cristo, orar como Cristo al Padre, amar a los hombres como Cristo. Por eso la necesidad de leer y meditar los Evangelios, que es donde se encuentran su palabra, su vida, sus milagros y profecías, todo aquello que nos salva y nos hace seguidores suyos.

         Si vivimos y nos unimos a Cristo por el Bautismo, que nos hace morir con Cristo al pecado y vivir la vida nueva, que es de Cristo resucitado, nosotros también resucitaremos para la vida eterna y heredaremos los bienes de Dios en plenitud: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre”. La promesa de Jesús es clara y terminante, y cuando  Él promete algo, lo cumple. Jesús no defraudó jamás a nadie en su vida. Jesús llama a nuestra herencia, vida eterna. Nos lo dice San Pablo en su carta a los Romanos: “El Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; si somos hijos, también herederos... herederos de Dios, coherederos de Cristo” (Rm 8, 17).

D) VIVIR LIMPIOS DE TODO PECADO: ORIGINAL Y PERSONALES.

         Por eso, si se bautiza un adulto, no tiene que confesarse antes, porque el Bautismo es más eficaz que la misma confesión, porque perdona toda culpa y toda pena merecida por los pecados.

Dios hizo al hombre libre y ha querido dejar en sus manos el destino de su vida, para la cual el hombre tiene que elegir entre Dios o no Dios, tiene que hacer una opción fundamental por Él. Esto supone que el hombre conoce el proyecto de Dios sobre su vida y es libre de aceptarlo o no, como vemos en Adán y Eva: podían disfrutar y comer de todos los árboles, menos del árbol del bien y del mal, es decir, decir lo que está bien y lo que está mal, lo que es pecado, eso se lo ha reservado Dios y nos lo dice con sus mandamientos, con su ley natural también. Y el hombre es libre para amar a Dios y a los hombres, porque Dios nos hizo a “su imagen y semejanza”.

Pero la Biblia nos dice que el hombre no supo estar a la altura de la confianza de su creador y no siguió el proyecto de Dios y pecó: comió lo que estaba prohibido. Y el hombre se quedó desnudo, es decir, se quedó inclinado a la desobediencia, al mal uso de su libertad, y se queda desnudo de la gracia, del amor, del gozo de la amistad con Dios. Dios no le quitó la inteligencia y la libertad, pero todo su ser quedó privado de su amistad y afectado por esta desobediencia.

El peor efecto de todos fue la ruptura de su amistad. Esta amistad la expresa bellamente la Biblia por la salida del jardín del Edén y por la familiaridad que Dios tenía con el hombre a quien  iba a visitar todos los días. Es una narración simbólica.

Pero en la misma caída, el Señor Dios prometió que enviaría un redentor de esa culpa, de ese pecado. Sería un nacido de mujer por obra del Espíritu Santo. El redentor es Cristo, y su madre, María de Nazaret.

Por el Bautismo somos injertados en Cristo, que nos comunica como el tronco a las ramas, su vida y su gracia y el perdón de nuestros pecados que consiguió con su muerte y resurrección. Todo eso nos viene, como digo, por el sacramento del santo Bautismo.

Hay muchos textos que certifican esta verdad: “Cuantos en Cristo habéis sido bautizados, de Cristo os habéis revestido” (Ga 3,27) “Pedro les contestó: Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesús para la remisión de vuestros pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2,37).

E) SENTIRNOS IGLESIA: AMAR Y VIVIR COMO HIJOS DE LA IGLESIA

Vuestro hijo ha nacido de una familia. Era necesario que así fuera, porque los seres, cuanto más perfectos, más necesitados nacen. Un ternero, nada más nacer, se vale por sí mismo. El hombre necesita la ayuda de los padres.

Dios lo hace así para que el niño se encariñe con sus padres, eche raíces y se sienta deudor de su cariño. Vosotros lo protegéis, lo alimentáis, lo enseñáis a vivir.

Este mismo proceso lo observa y lo quiere Dios para el nuevo nacimiento en la fe. El niño, por el Bautismo, nace como hijo de Dios en una familia grande, que es la Iglesia y en una familia más pequeña, que es la vuestra, la iglesia doméstica.

Como es pequeño en la fe, su vida debe ser protegida y amparada por la Iglesia, la familia en la que ha entrado por el Bautismo: “Y los que creían, entraban a formar parte de la Comunidad”. Sin esta ayuda, la vida de fe muere, como un niño que sea abandonado por sus padres, nada más nacer. Por eso, todos necesitamos estar integrados en esta gran familia.

La Iglesiaes la gran familia de los hijos de Dios, creyentes y seguidores de Jesús, que caminamos juntos por la vida, hacia la casa del padre Celestial.

Y como vosotros habéis dado vuestros apellidos al hijo nacido de vosotros, por el que se distingue de los demás niños, así la Iglesia da un nuevo apellido a sus hijos: en adelante el niño se llamará “cristiano” Y debe esforzarse por llevarlo con dignidad y honradez. Como dijo Alejandro Magno: o cambias de nombre o cambias de vida.

Este apellido será su distintivo de otras religiones. Ahora bien, como el niño ingresó en vuestra familia con plenitud de derechos y obligaciones, así ingresa también en la Iglesia. Desde su Bautismo, será tan cristiano y tendrá los mismos derechos que el Papa.

Los padres, que en lo natural os alegráis de aumentar la sociedad y de tener continuidad en la historia, también debierais alegraros por aumentar los hijos de Dios y dejar herederos de vuestra fe. Debéis procurar que sea algo grande en la sociedad y en la Iglesia. Y de la misma forma que vais a poner todo vuestro esfuerzo para que sea un buen ciudadano, debéis de poner todo vuestro interés y cuidado en que sea un buen cristiano que honre a vuestra familia y a la Iglesia.

La Iglesianos enseña el camino de la salvación. Porque la Iglesia nos da a Jesús que es el camino, la verdad y la vida. El camino por sus mandamientos, cumpliendo su voluntad. Verdad, por su evangelio  y enseñanzas. Vida, por la oración y los sacramentos.

Esto lo podemos ver por algunos encuentros que Jesús tuvo con ciertas personas durante su vida en Palestina. Todos encontraron el sentido de su vida, su felicidad, la razón de su vivir: Marta y María, las hermanas de Lázaro; la viuda de Naím; el padre de la niña muerta, pero dormida para el Seño... se encontraron con Jesús y consiguieron la resurrección del hermano, del hijo; la adúltera: “nadie te ha condenado, yo tampoco”; la samaritana, las multitudes que le seguían entusiasmadas sin comer...

Jesús pensó que juntos como una familia haríamos mejor el camino. Por eso nos quiso unidos en la Iglesia. Dice el Vaticano II: «Quiso el Señor santificar y salvar a todos los hombres no individual y aisladamente entre sí, sin construir un pueblo, que le conociera en la verdad y le sirviera santamente».

El pueblo de Dios, la comunidad se construye fundamentalmente en la Eucaristía del domingo: «ninguna comunidad cristiana se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la santísima Eucaristía». «La Eucaristía es centro y culmen de toda la vida de la Iglesia». Celebrar la Eucaristía dominical es estar unido a la Iglesia; separarse de la Eucaristía es separarse de la Iglesia. En la asamblea dominical se vive la unidad de la Iglesia. Allí donde se reúne y celebra, allí está la Iglesia.

Por eso, ausentarse de la Eucaristía dominical por falta de fe, amor, o por pereza espiritual, por cansancio, desemboca rápidamente en pérdida de la fe y salida práctica de la fe y vida de la Iglesia: Así lo demuestra la teología, la experiencia y los estudios sociológicos.

El Bautismo de vuestro hijo es un buen momento para interrogaros cómo cumplís este mandato del Señor, de reunirnos con Él para celebrar el domingo, el día del Señor, día en que Cristo resucitó y nos hizo a todos partícipes de su resurrección.

Los primeros cristianos se distinguían por esto. Y así permanecieron unidos en la fe, en el amor y la esperanza.

TERCERA  REUNIÓN O CATEQUESIS CON PADRES Y PADRINOS

         DICE EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA:

CUARTA CATEQUESIS  DEL BAUTISMO

LOS SÍMBOLOS EN EL BAUTISMO

El diccionario de la Real Academia Española y del Lengua define el símbolo «como imagen, figura o divisa con que, materialmente, o de palabra, se representa un concepto moral o intelectual, por alguna semejanza o correspondencia que el entendimiento percibe entre este concepto y aquella imagen»

En el Bautismo se usan varios símbolos. Conociendo el significado de los símbolos podemos penetrar mejor en el conocimiento de lo que se realiza y se recibe en el sacramento del Bautismo.

1. ÓLEO DE LOS CATECÚMENOS

Los atletas y los deportistas reciben masajes con linimentos o materias determinadas para estar más a punto, tener los músculos más elásticos, evitar los calambres.

Por el Bautismo todos nosotros nos convertimos en atletas de Cristo, misioneros y caminantes de la fe, testimonios del evangelio. Por el símbolo del óleo se significa la fortaleza que recibimos de Dios para estar fuertes y bien entrenados, para luchar las batallas de la fe en la vida, para correr y llegar a la meta de la santidad. Este es uno de los significados de la unción con el óleo.

Pero hay algo más. Cuando se construye un templo, antes de celebrar misa y actos litúrgicos en él, se le bendice y consagra mediante la unción del óleo. De esta forma queda dedicado al servicio divino y se le segrega del uso común.

El bautizando también es ungido con aceite, y de esta forma queda consagrado como templo de Dios: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno profana el templo de Dios, Dios lo destruirá. Porque el templo de Dios es santo y ese templo de Dios sois vosotros” (1Cor 3, 16-17).

2. EL AGUA

Nos bautizamos en el agua y en el Espíritu Santo. Los primeros cristianos se bautizaban en los ríos. Como esto no es práctico, cuando ya pudieron construir sus iglesias, comenzaron a usar piscinas. Como esto también se hacía difícil, se comenzó a bautizar por aspersión, que es como se hace hasta hoy.

El Bautismo por inmersión era más significativo. El cristiano que se sumergía en el agua simbolizaba a Cristo que se sumergía en el sepulcro y en la muerte. Y de la misma forma que, al resucitar, Cristo salió del sepulcro, el cristiano, también, al salir del agua, adquiere y nace a la vida nueva por la gracia. En la muerte, Cristo dio muerte al pecado del mundo porque el Padre perdonó la deuda contraída por Adán; en la inmersión bautismal, el hombre muere al pecado.

Los judíos eran esclavos antes de sumergirse en el Mar Rojo; al salir, eran ya libres. El cristiano, antes de sumergirse en el agua, es esclavo del pecado; al salir, es libre. El agua lava, purifica, limpia; y el agua del Bautismo lava, purifica y limpia al bautizado del pecado.

El agua, en el orden natural, es principio de vida y de fecundidad. El agua, en el orden sobrenatural, es sacramento de la vida nueva de gracias y amor de Dios: “¿Ignoráis que cuantos hemos sido bautizado en Cristo Jesús fuimos bautizados para participar en su muerte? Con Él hemos sido sepultados para participar en su muerte, para que, como Él resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos ya una vida nueva. Porque si hemos sido injertados en Él por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección” (Rom 6, 3-5). “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola, mediante el lavado del agua con la palabra, a fín de presentarla así, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable” (Ef 5, 25).

3. SAGRADO CRISMA

El sagrado crisma es un aceite perfumado que el obispo consagra solemnemente el Jueves Santo. Inmediatamente después de recibir las aguas bautismales, el neófito es ungido en la frente con el santo crisma.

Esta unción es también muy rica en simbolismo. En la antigüedad se usó el extracto de ciertas plantas como perfume; así vemos en el evangelio cómo María Magdalena ungió los pies de Jesús con aceite de nardo.

El bautizado es perfumado para que vaya por el mundo exhalando el buen perfume de Cristo con su vida intachable, rica en virtudes.

También en la antigüedad se consagraban con aceite perfumado los reyes, sacerdotes y profetas. Y con la unción recibían la misión.

Ahora bien, por el Bautismo el cristiano es injertado en Cristo, se convierte en misionero y propagador de la fe y recibe la misión de evangelizar. Y como Jesús, también el cristiano es ungido sacerdote, profeta y rey por su participación en Cristo.

Participar en la misión de Jesús es un honor, pero también un fuerte compromiso. Jesús vino para salvar al mundo de todas las esclavitudes y hacernos hijos de Dios. Esta será, pues, la tarea del cristiano. Esta es la tarea de la misión que nos asignaron, cuando nos ungieron con el santo crisma.

Luchar contra el pecado y el mal le costó la vida a Jesús. Al cristiano le tocarán también trabajos y sacrificios por esta causa: “Doy gracias a Dios que nos hace triunfar en Cristo y por nosotros manifiesta en todo lugar el aroma de su conocimiento porque somos para Dios penetrante olor de Cristo”(2Cor 2, 14-15). “Pero vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para pregonar el poder del que os llamó a las tinieblas a la luz admirable” (1Pe 2,9).

4. EL VESTIDO BLANCO

Después del Bautismo se viste a los niños de blanco, simbolizado en el paño blanco que se pone sobre su cabeza al limpiarlo del agua. El vestido blanco significa alegría, luz, fiesta. En la antigüedad cristiana, los neófitos eran vestidos de una túnica blanca al salir de la piscina y la llevaban durante una semana.

En algunas familias, especialmente antiguas, existía el vestido de cristianar, ropón blanco de encajes hecho con mucho primor; este vestido servía para varias generaciones. A veces, con este vestido se bautizaron hasta biznietos y tataranietos, especialmente en familias nobles o reales.

En el Apocalipsis aparece el vestido blanco como signo de pureza y amistad con Dios; en la parábola de las bodas es echado fuera el hombre que entró sin el traje blanco de bodas.

En el Bautismo nos dan el traje blanco de la gracia y de la amistad con Dios para que lo conservemos intacto y podamos entrar así en el reino de Dios. Si se mancha, debe limpiarse por el sacramento de la Penitencia. Pero nadie puede ser amigo de Dios y entrar en la fiesta del cielo sin tener el traje de la gracia: “Dejando, pues, vuestra antigua conducta, despojaos del hombre viejo, viciado por la corrupción del error; renovaos en vuestro espíritu y vestíos del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas” (Ef 4, 22-23). “Cuantos en Cristo habéis sido bautizados, de Cristo os habéis revestido” (Ga 3, 26).

5. ENTREGA DEL CIRIO ENCENDIDO

Después de que los niños han sido lavados por el agua bautismal y ungidos con el crisma, el padre recibe una vela, encendida por el sacerdote, del Cirio Pascual.

El Cirio Pascual es una vela grande, gruesa, que se bendice solemnemente en la Vigilia del Sábado Santo. Para hacerlo, se enciende una fogata en el atrio de la Iglesia; el Cirio Pascual se enciende de esta fogata y enseguida se organiza la procesión hacia la iglesia.

Todos avanzan acompañando al Cirio que representa a Cristo resucitado; cuando el diácono o quien lleve el cirio lo levanta triunfante y proclama: LUZ DE CRISTO, y los presentes responden: DEMOS GRACIAS A DIOS; en este momento los cristianos encienden en él sus velas. Es un símbolo precioso: los cristianos reciben de Cristo la luz y ellos mismos se convierten en luz.

Por el Bautismo, los cristianos nos incorporamos a Cristo y quedamos iluminados, porque Jesús es la luz: “Yo soy la luz del mundo”. Nosotros somos, debemos ser su reflejo por nuestras palabras y obras. No tiene que haber en nosotros sombras de pecado, de violencia, de codicia. Todo nuestro ser tiene que estar iluminado por Cristo.

Si la bombilla pierde su contacto con la central eléctrica, se apaga; si el cristiano pierde su contacto con Cristo, también se apaga y va caminando por el mundo sin la luz de Cristo.

La vela encendida es un bello símbolo de la fe que recibimos en el Bautismo. Hay que mantener siempre la vela encendida; si no, no entraremos en el reino de Dios. Eso es lo que ocurrió a las vírgenes de la parábola: como no tenían las lámparas encendidas, cuando llegó el esposo, no pudieron entrar con él en el banquete de bodas: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas” (Jn 8, 12). “Vosotros sois la luz del mundo. No se enciende una lámpara y se la pone debajo del celemín, sino sobre el candelero para que alumbre a los que hay en casa. Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5. 14-16).

No estaría mal, siguiendo este simbolismo de la luz, que en la Primera Comunión, incluso en las bodas, se explicara y se hiciera este simbolismo de las velas encendidas, invitando a los niños a ser buenos y seguir siendo amigos de Cristo toda la vida, para ser luz del mundo; y en los novios, como signo de estar esperando con la luz de la fe y el traje blanco de la gracia en la boda que están celebrando, casándose en Cristo y para siempre, no en una iglesia porque resulte un marco más bonito para las fotos.

 QUINTA CATEQUESIS: EN EL NOMBRE DEL PADRE”

         Terminado este breve diálogo que hemos tenido, ahora me toca a mí, como sacerdote, hacer un comentario de la Palabra de Dios sobre estas verdades que acabamos de exponer, especialmente de la fe católica en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, en que todos somos bautizados, apoyándome en unos textos evangélicos, especialmente de San Juan.

         Hay que reconocer que existe una gran ignorancia en este tema, especialmente porque hablamos poco de él, y como existe una gran ignorancia del misterio de Dios Trino y Uno, y ésta es la mejor ocasión para instruirlos en la fe católica; vamos a empezar por una catequesis sobre Dios que es Trinidad, que es familia, modelo de todo matrimonio y familia. Esa fe les tiene que ayudar mucho a los matrimonios católicos a permanecer unidos en el amor de Dios Trinidad  toda la vida, y como todos los católicos somos bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, vamos a dar una catequesis sobre este misterio de nuestro Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.  

SI A VOSOTROS ALGUIEN OS PREGUNTA: ¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS NOS BAUTIZAMOS EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO? ¿POR QUÉ CREEMOS EN DIOS? O SI ALGUNO SE PREGUNTA A SÍ MISMO O ES OTRO EL QUE TE HACE ESTA PREGUNTA: ¿POR QUÉ TODO HOMBRE TIENE QUE AMAR A DIOS?

LA RESPUESTA QUEDEBEMOS DAR SIEMPRE ES: PORQUE DIOS NOS AMÓ PRIMERO.

«YO TE BAUTIZO EN EL NOMBRE DEL PADRE... ¿POR QUÉ?

"En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados"(1Jn 4, 10)

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA Y ME HA LLAMADO A COMPARTIR  CON ÉL  SU MISMO GOZO ESENCIAL Y TRINITARIO POR TODA LA ETERNIDAD.

El texto citado anteriormente tiene dos partes principales; la primera: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó...” primero, añade la lógica de sentido. Expresa este versículo el amor de Dios Trino y Uno manifestado en la primera creación. En la segunda parte“ y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” nos revela  que, una vez creados y caídos, Dios nos amó en la segunda creación, enviando a su propio Hijo, que muere en la cruz para salvarnos, y esa salvación llega a nosotros por el santo Bautismo y lo otros sacramentos.

La cruz es la señal que manifiesta el amor del Padre, que lo entrega hasta la muerte por nosotros, y del Hijo, que libremente acepta esta voluntad del Padre. Es el misterio pascual, programado en el mismo consejo trinitario, para manifestar más aún la predilección de Dios para con el hombre. Y el santo Bautismo nos injerta a Cristo resucitado para que nos trasplante su vida, su amor, su salvación. Por eso en la liturgia del sacramento diremos y celebraremos que los bautizados en Cristo, mueren con Él al pecado, porque son sepultados con Él, y resucitan a la vida nueva del Resucitado. Y eso era lo que significaban antiguamente o ahora, si el Bautismo se realiza por inmersión debajo del agua, y por elevación, levantándose por encima del agua. Ese proyecto, realizado luego por el Hijo Amado, es tan maravilloso e incomprensible en su misma concepción y realización, que la liturgia de la Iglesia se ve obligada a «blasfemar»en los días de la Semana Santa, exclamando:  «O felix culpa...» ¡oh feliz culpa!, oh feliz pecado del hombre, que nos mereció un tal salvador y una salvación tan maravillosa.    

Y el mismo San Juan vuelve a repetirnos esta misma idea del amor trinitario, al manifestarnos que el Padre nos envió a su Hijo, para que tengamos la misma vida, el mismo amor, las mismas vivencias por participación de la Santísima Trinidad:   “ En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 10). Simplemente añade que no sólo nos lo envía como salvador, sino para que vivamos como el Hijo vive y amemos como el Hijo ama y es amado por el Padre, para que de tal manera nos identifiquemos con el Amado, que tengamos sus mismos conocimientos y amor y vida, hasta el punto de que el Padre no note diferencia entre Él y nosotros y vea en nosotros al Amado, al Unigénito, en el que tiene puestas todas sus complacencias. Y esta es la espiritualidad del santo Bautismo, la cual son pocos los que la viven, y en las alturas de la intimidad con Dios y santidad, esto es lo que experimentan los santos. Qué importante es vivir del santo Bautismo. Había que prepararse como antiguamente con un catecumenado largo y profundo en teología, moral y vivencias.

Sigue San Juan: “ y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios...” (1Jn 4,7). ¡Qué maravilla! El amor viene de Dios y, al venir de Dios, nos engendra como hijos suyos, para vivir su misma vida trinitaria y con ese mismo amor que Él nos ama, le amamos nosotros también a Él, porque nosotros no podemos amarle a Él, si Él no nos ama primero y es entonces cuando nosotros podemos  amarle con el mismo amor que Él nos ama, devolviéndole y reflectando hacia Él ese mismo amor con que Él nos ama y ama a todos los hombres y con este amor también podemos amar a los hermanos, como Él los ama y así amamos al Padre y al Hijo como ellos se aman y aman a los hombres, y ese amor es su Amor personal infinito, que es el Espíritu Santo, que nos hace hijos en el Hijo y en la medida que nos hacemos Hijo y Palabra y Verbo hacemos la paternidad del Padre por la aceptación de filiación en el Verbo.

         Por eso continúa San Juan:“Queridos hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu” (1Jn 4, 11-14). Vaya párrafo, como para ponerlo en un cuadro de mi habitación. Viene a decirnos que todo es posible, porque nos ha dado su mismo Espíritu Santo, su Amor Personal, que es tan infinito en su ser y existir, que es una persona divina, tan esencial que sin ella no pueden vivir y existir el Padre y el Hijo, porque es su vida-amor-felicidad que funde a los tres en la Unidad, en la que entra el alma por ese mismo Espíritu, comunicado al hombre por  gracia, para que pueda comunicarse con el Padre y el Hijo por el Amor participado, que es la misma vida y alma de Dios Uno y Trino. Y todo esto y lo anterior y lo posterior que se pueda decir, dentro y fuera de la  Trinidad: “Porque Dios es Amor”.

A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada,  solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después. Y este Dios, que por su mismo ser infinito es inteligencia, fuerza, poder.... cuando San Juan quiere definirlo en una sola palabra, nos dice: “Dios es amor”, su esencia es amar,  si dejara de amar, dejaría de existir. Podía decir San Juan también que Dios es fuerza infinita, inteligencia infinita, porque lo es, pero él prefiere definirlo así para nosotros, porque así nos lo ha revelado su Hijo, Verbo y Palabra  Amada, en quien el Padre se complace eternamente. Por eso nos lo envió, porque era toda su Verdad, toda su Sabiduría. Todo lo que Él sabe de Sí mismo y a la vez Amado, lo que más quería y porque quiere que vivamos su misma vida y así gozarse también en nosotros y nosotros en Él, al estar identificados con el  Unigénito, en el que eternamente se goza de estar engendrando como Padre con  Amor de Espíritu Santo. Y así es cómo entramos nosotros en el círculo o triángulo trinitario.

(Y ahora voy a repetir unas ideas que ya han salido en la fórmula B de la segunda reunión con padres y padrinos. Lo hago para mayor comodidad de todos).

Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo...piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es  y subsiste, piensa desde toda la eternidad en  crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él  y por Él y como Él.

El hombre ha sido soñado por el amor de Dios, es un proyecto amado de Dios: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya... El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante, recapitulando en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1,3.10).

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA.

Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado y avalado ya para vivir y estar siempre con Él, en  una eternidad dichosa,  que ya no va a acabar nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora.“Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3). Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mí. El salmo 138, 13-16, lo expresa maravillosamente: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son  admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero. ¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto!”.

SI EXISTO, ES QUE DIOS  ME HA PREFERIDO

a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mi y me ha preferido...Yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Qué bien lo expresa San Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que El fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rm 8, 28.3). Es un privilegio el existir. Expresa que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser humano. ¡ Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado» (G. Marcel).

SI EXISTO, YO VALGO MUCHO,

porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida, porque  nos ama y esto le hace feliz.

Con qué respeto, con qué cariño  tenemos que mirarnos unos a otros... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean, vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

No estoy solo en el mundo, alguien ha pensado en mí, alguien me mira con ternura y cuidado, aunque todos me dejen, aunque nadie pensara en mi, aunque mi vida no sea brillante para el mundo o para muchos... Dios me ama, me ama, me ama.... y siempre me amará. Por el hecho de existir, ya nadie podrá quietarme esta gracia y este don.

         SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ,

a ser amado y amar por el Dios Trino y Uno; este es el fin del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14, 2-4).“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

Y todo esto que estoy diciendo de mi propia existencia, tengo que ponerlo también en la existencia de mis hermanos: esto da hondura y seriedad y responsabilidad eterna a mi sacerdocio y me anima a trabajar sin descanso por la salvación eterna de mis hermanos los hombres. Qué grande es el misterio de Cristo, de la Iglesia. No quiero ni tocarlo. Somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades. ¡Que ninguna se pierda, Señor! Si existen, es que son un proyecto eterno de tu amor. Si existen, es que Dios los ha llamado a su misma felicidad esencial.

Y como Dios tiene un proyecto de amor sobre mí  y me ha llamado a ser feliz en Él y por Él, quiero serle totalmente fiel, y pido perdón de mis fallos y quiero no defraudarle en las esperanzas que ha depositado en mí, en mi vida, en mi proyecto y realización. Quiero estar siempre en contacto con Él para descubrirlo. Y qué gozo, saber que cuando yo me vuelvo a Él para mirarle, resulta que me encuentro con Él, con su mirada, porque Él siempre me está mirando, amando, gozándose con mi existir. Ante este hecho de mi existencia, se me ocurren tres cosas principalmente:

1.- Constatar mi existencia y convencerme de que existo, para valorarme y autoestimarme. Sentirme privilegiado, viviente y alegrarme y darle gracias a Dios de todo corazón, de verdad, convencido. Mirarme a mí mismo y declararme eterno en la eternidad de Dios, quererme, saber que debo estar a bien conmigo  mismo, con mi yo, porque existo para la eternidad. Mover mis manos y mis pies para constatar que vivo y soy eterno. Valorar también a los demás, sean como sean, porque son un proyecto eterno de amor de Dios. Amar a todos los hombres, interesarme por su salvación.

2.- Sentirme amado. Aquí radica la felicidad del hombre. Todo  hombre es feliz cuando se siente amado, y  es así porque esta es la esencia y manera de ser de Dios y  nosotros estamos creados por Él a su imagen y semejanza.  No podemos vivir, ser felices, sin sentirnos amados.  De qué le vale a un marido tener una mujer bellísima si no le ama, si no se siente amado.... y a la inversa, de qué le vale a una esposa tener un Apolo de hombre si no la ama, si no se siente amada... y a Dios, de qué le serviría todo su poder, toda su hermosura si no fueran Tres Personas amantes y amadas, compartiendo el mismo Ser Infinito, el mismo amor, la misma felicidad llena de continuo abrazo en la misma belleza y esplendores divinos de su serse en acto eterno de Amor. Y si esto es en el amor, desde la fe puedo interrogarme yo lo mismo: para qué quiero yo  conocer a un Dios infinito, todo poder, inteligencia,  belleza, si yo no lo amo, si Él no me amase...

3.- Desde esta perspectiva del amor de Dios al hombre, de la eternidad que vale cada hombre para Dios, tantos hombres, tantas eternidades, valorar y apreciar mi fe, mi Bautismo, mi sacerdocio apostólico, a la vez que la responsabilidad y la confianza que Dios ha puesto en mí al elegirme. Como padre, como sacerdote, soy sembrador, cultivador y recolector de eternidades. Quiero tener esto muy presente para trabajar sin descanso por mi santidad ya que de ella depende la de mis hermanos, la salvación eterna de todos los que me han confiado. Es el mejor apostolado que puedo hacer en favor de mis hermanos los hombres en orden a su salvación eterna. Quiero trabajar siempre a la luz de esta verdad, porque es la mirada de Dios sobre mi elección sacerdotal y sobre los hombres, la razón  de mi existencia como sacerdote: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido para que vayáis y deis mucho fruto y vuestro fruto dure...”.

Si queréis, todavía podemos profundizar un poco más en este hecho aparentemente tan simple, pero tan maravilloso de nuestro existir. Pasa como con la Eucaristía, con el pan consagrado, como con el sagrario, aparentemente no hay nada especial, y está encerrado todo el misterio del amor de Dios y de Cristo al hombre: toda la teología, la liturgia,  la salvación, el misterio de Dios...

Fijáos, Dios no nos ha hecho planta, estrella, flor, pájaro...  me ha hecho hombre con capacidad de Dios infinito. La Biblia lo describe estupendamente. Le vemos a   Dios gozoso, en los primeros días de la creación, cuando se ha decidido a plasmar en barro el plan maravilloso,  acariciado en su esencia, llena de luz y de amor."Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza. Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creó: macho y hembra los creó" (Gn 1,26-27). 

Qué querrá decirnos Dios con esta repetición: a imagen de Dios.... a semejanza suya... sabéis cuántas ideas me sugiere esta frase... porque nos mete en el hondón de Dios. El hombre es más que hombre. Esta especie animal perdida durante siglos, millones de años, más imperfecta tal vez que otras en sus genomas y evolución, cuando Dios quiso, con un beso de su plan creador, el «homo erectus, habilis, ergaster, sapiens, neanderthalensis, cromaionensis, australopithecus…» y ahora el hombre del Chad, cuando Él quiso, le sopló su espíritu y le hizo a su imagen y semejanza, le comunicó su misma vida, fue hecho espíritu finito: como finito es limitado, pero como espíritu está abierto a Dios, a lo infinito, semejante a Él en el ser, en la inteligencia, en el amar y ser amado como Él.

Por eso los místicos de todos los tiempos son los adelantados que entran, por la oración contemplativa o contemplación amorosa, en la intimidad con Dios, tierra sagrada prometida a todos los hombres y  por el amor contemplativo, por «llama de amor viva», conocen estas cosas y vienen cargados con frutos de eternidad de la esencia divina hasta nosotros, que peregrinamos en la fe y esperanza. Son los profetas que Dios envía a su Iglesia en todos los tiempos; son los que por experiencia viva se adentran por unión y transformación de amor en el mismo volcán siempre en erupción de ser y felicidad y misterios y verdades del  amor de Dios, y  nos explican y revelan estas realidades de ternura para con el hombre encerradas en la esencia de Dios, que se revela en la creación y recreación por Cristo, por su Palabra hecha carne y pan de eucaristía.

Se llaman místicos, precisamente porque experimentan, sienten a Dios y su Espíritu y su misterio y nos lo revelan, traducen y explican. Son los guías más seguros, son como los exploradores que Moisés mandó por delante para descubrir la tierra prometida, y que luego vuelven cargados de frutos de lo que han visto y vivido, para enseñárnoslos a nosotros, y animarnos a todos a conquistarla; vienen con el corazón, con el espíritu y la inteligencia llenos de luz por lo que han visto y nos animan con palabras encendidas, para que avancemos por este camino de la oración, para llegar un día a la contemplación del misterio infinito de  Dios, que se revela luego y se refleja en el misterio del hombre y del mundo desde la fe, desde dentro de Dios, desde más allá de la realidad que aparece. Los místicos son los verdaderos mistagogos de los misterios de Dios, iniciadores en este camino de contemplación del misterio de Dios.

Nadie sabría convencernos del hecho de que hemos sido creados por Dios para ser felices mejor que lo hace Santa Catalina de Sena con esta plegaria inflamada de amor a Dios Trinidad:

«¿Cómo creaste, pues, oh Padre eterno, a esta criatura tuya? Me deja fuertemente asombrada esto: veo, en efecto, cómo Tú me muestras, que no la creaste por otra razón que ésta: con tu luz te viste obligado por el fuego de tu amor a darnos el ser, no obstante las iniquidades que íbamos a cometer contra ti. El fuego de tu amor te empujó. ¡Oh Amor inefable! aún viendo con tu luz infinita  todas las iniquidades que tu criatura  iba a cometer contra tu infinita bondad, Tú hiciste como quien no quiere ver, pero detuviste tu mirada en la belleza de tu criatura, de la cual, como loco y ebrio de amor, te enamoraste y por amor la atrajiste hacia tì dándole EXISTENCIA A IMAGEN Y SEMEJANZA TUYA. Tu verdad eterna me ha declarado tu verdad: que el amor te empujó a crearla» (Oración V).

A otra alma mística, santa Ángela de Foligno, Dios le dijo estas palabras, que son a la vez una exigencia de amor y que se han hecho muy conocidas: «¡No te he amado de bromas! ¡No te he amado quedándome lejos!  Tú eres yo y yo soy tú. Tú estás hecha como me corresponde a mí, estás elevada junto a mí».

Convendría a estas alturas volver al texto de San Juan, que ha inspirado esta reflexión: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados" (1Jn.4,9-10).

SEXTA CATEQUESIS: “EN EL NOMBRE DEL HIJO”

¿POR QUÉ EN EL NOMBRE DEL HIJO?

        Para explicar por qué somos bautizados en el nombre del Hijo teníamos que tener muy en cuenta la segunda parte del texto citado en la primera charla: " y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4, 10).

Me gustaría tener muy presente a San Pablo, para quien el misterio de Cristo, enviado por el Padre como redención de nuestros pecados, es un misterio que le habla muy claramente de esta predilección de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en el corazón de Dios y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne, especialmente por la pasión, muerte y resurrección del Señor. “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Ga 2, 19-20). 

San. Juan, que estuvo junto a Cristo en la cruz, resumió  todo este misterio de dolor y de entrega en estas palabras: “Tanto amó Dios al hombre, que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta este extremo, porque para él “entregó” tiene sabor de “traicionó”. Y realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, que es  su pasión y muerte, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por San Pablo como plenitud de amor y totalidad de entrega dolorosa y extrema. Al contemplar a Cristo doliente y torturado,  no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”. Por eso, San Pablo, que lo considera “todo basura y estiércol, comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...”

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué será este niño que vais a bautizar, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora. Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros.  “Tanto amó Dios al hombre que entregó  a su propio Hijo”.

Porque  no hay justicia. No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios ha hecho por levantarlos. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo redentor, su propio Hijo, para el ángel no hubo redentor. Por qué para nosotros sí y para ellos no. Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí.... es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al hombre, que…”.(traicionó…).  Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del amor del Padre y del Hijo:“nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” y  Cristo la dio por todos nosotros.

Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre, viéndole caído y alejado para siempre de su proyecto de felicidad,  entra dentro de sí mismo, y mirando todo su ser, que es amor también misericordioso, y toda su sabiduría y todo su poder, descubre un nuevo proyecto de salvación, que a nosotros nos escandaliza, porque en él abandona a su propio Hijo, prefirió en ese momento el amor a los hombres al de su Hijo. No tiene nada de particular que la Iglesia, al celebrar este misterio en su liturgia, lo exprese admirativamente casi con una blasfemia:«Oh felix culpa...» oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal Salvador. Esto es blasfemo, la liturgia ha perdido la cabeza,  oh feliz pecado, pero cómo puede decir esto, dónde está la prudencia y la moderación de las palabras sagradas, llamar cosa buena al pecado, oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal salvador, un proyecto de amor todavía más lleno de amor y condescendencia divina y plenitud que el primero.

         Cuando San Pablo lo describe, parece que estuviera en esos momentos dentro del consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice San Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y nos lo revela a nosotros. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y Revelación llena de Amor de su mismo Espíritu, es Palabra ungida de Espíritu Santo, es Jesucristo, la explosión del amor de Dios a los hombres. En Él nos dice: os amo, os amo hasta la locura, hasta el extremo, hasta perder la cabeza. Y esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley” (Ga 4,4). “Y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención  por su sangre...” (Ef 1,3-7).

Cuando en los días de la Semana Santa, leo la Pasión o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver pasar a Cristo junto a mí, escupido, abofeteado, triturado... Y siempre pregunto lo mismo: por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto escarnio... Fue necesario para que el hombre nunca pueda dudar de la verdad del amor de Dios. Nos los ha dicho antes S. Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

Por todo esto, cuando miro al Sagrario y el Señor me explica todo lo que sufrió por mí y por todos, desde la Encarnación hasta su Resurrección, yo sólo veo una cosa: amor, amor loco de Dios al hombre.  Jesucristo, la Eucaristía, Jesucristo Eucaristía es Dios personalmente amando locamente a los hombres. Este es el único sentido de su vida, desde la Encarnación hasta la muerte y la resurrección. Y en su nacimiento y en su cuna no veo ni mula ni buey ni pastores... sólo amor, infinito amor que se hace tiempo y espacio y criatura por nosotros...“ Siendo Dios...se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado..”; en el Cristo polvoriento y jadeante de los caminos de Palestina, que no tiene tiempo a veces ni para comer ni descansar, en el Cristo de la Samaritana, a la que va  a buscar y se sienta agotado junto al pozo porque tiene sed de su alma, en el Cristo de la adúltera, de Zaqueo... sólo veo amor; y como aquel es el mismo Cristo del sagrario, en el sagrario solo veo amor, amor extremo, apasionado, ofreciéndose sin imponerse, hasta dar la vida en silencio y olvidos,  sólo amor.

Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos y otras personas, tan sentido en las penas  propias y ajenas, no  se va a conmover ante el amor tan «lastimado»de Dios, de mi Cristo...tan duro va a ser para su Dios  Señor y tan sensible para los amores humanos. Dios mío, pero quién y qué soy yo , qué es el hombre, para que le busques de esta manera; qué puede darte el hombre que Tú  no tengas, qué buscas en mí, qué ves en nosotros para buscarnos así....no lo comprendo, no me entra en la cabeza. Cristo, quiero amarte, amarte de verdad, ser todo y sólo tuyo, porque nadie me ha amado como Tú. Ayúdame. Aumenta mi fe, mi amor, mi deseo de Ti.  Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.

Hay un momento de la pasión de Cristo, que me impresiona fuertemente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre por el hombre y que San Juan expresa maravillosamente en las palabras antes citadas:"Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo". Es en Getsemaní. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado,  siente solo su humanidad en “la hora” elegida por el proyecto del Padre según San Juan, no  siente ni barrunta su ser divino... es un misterio. Y en aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz...” Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta, no hay ni una palabra de ayuda, de consuelo,  una explicación para Él.  Cristo, qué pasa aquí. Cristo, dónde está tu Padre, no era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos, no decías Tú que te quería, no dijo Él que Tú eras su Hijo amado... dónde está su amor al Hijo… No te fiabas totalmente de Él... qué ha ocurrido.. Es que ya no eres su Hijo, es que se avergüenza de Ti...Padre Dios, eres injusto con tu Hijo, es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu Hijo amado en el que tenías todas tus complacencias... qué pasa, hermanos, cómo explicar este misterio... El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos, que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos  por el Hijo y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.  Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el sagrario, quiero decir con S. Pablo desde   lo más profundo de mi corazón: "Me amó y se entregó por mi"; "No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado”.

Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: pero qué es el hombre, qué será el hombre para Dios, qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre; qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor...Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre. Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta este extremo para buscar el amor del hombre.

¡Dios mío! no te comprendo, no te abarco y sólo me queda una respuesta, es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje. Te pregunto,  Señor, ¿es que me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que sin él no serías infinitamente feliz? “¿Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito? “Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz? Padre bueno,  que Tú hayas decidido en consejo con los Tres no querer ser feliz sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Tí; comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, lo veo, pero bueno... no me entra en la cabeza, pero es que viendo lo que has hecho por el hombre es como decirnos que mis Tres, el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre, es como cambiar toda la teología donde Dios no necesita del hombre para nada, al menos así me lo enseñaron a mi, pero ahora veo por amor, que Dios también necesita del hombre, al menos lo parece por su forma de amar y buscarlo... y esto es herejía teológica, aunque no mística, tal y como yo la siento y la gozo y me extasía. Bueno, debe ser que me pase como a San Pablo, cuando se metió en la profundidad de Dios que le subió a los cielos de su gloria y empezó a «desvariar».

Señor, dime qué soy yo para ti, qué es el hombre para tu Padre, para Dios Trino y Uno, que os llevó hasta esos extremos: “Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios.. .se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres;  y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” ( Fil 2,5-11).

Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el sagrario, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido, Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan, Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.                                         

Señor, si tú me predicas y me pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso y si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mi cargos y honores....sólo quiero ser de un Dios que ama así. Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado.... pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas... ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde, no me hagas caso...hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo amar. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.

Hermano, cuánto vale un hombre, cuánto vales tú. Qué tremenda y casi infinita se ve desde aquí la responsabilidad de los sacerdotes, cultivadores de eternidades, qué terror cuando uno ve a Cristo cumplir tan dolorosamente la voluntad cruel y tremenda del Padre, que le hace pasar por la muerte, por tanto sufrimiento para llevar por gracia la misma vida divina y trinitaria a los nuevos hijos, y si hijos, también herederos. Podemos decir y exigir: Dios me pertenece, porque Él lo ha querido así. Bendito y Alabado y Adorado sea por los siglos infinitos amén.

 Qué ignorancia sobrenatural y falta de ardor apostólico a veces en nosotros,  sacerdotes,  que no sabemos de qué va este negocio, porque no sabemos lo que vale un alma, que no trabajamos hasta la extenuación como Cristo hizo y nos dio ejemplo, no sudamos ni nos esforzamos  todo lo que debiéramos  o nos dedicamos al apostolado, pero olvidando  lo fundamental y  primero del envío divino, que son las eternidades de los hombres, el sentido y orientación trascendente de toda acción apostólica, quedándonos a veces en ritos y ceremonias pasajeras que no llevan a lo esencial: Dios y la salvación eterna, no meramente terrena y humana. Un sacerdote no puede perder jamás el sentido de eternidad y debe dirigirse siempre hacia los bienes últimos y escatológicos, mediante la virtud de la esperanza, que es el cénit y la meta de la fe y el amor, porque la esperanza nos dice si son verdaderas y sinceras la fe y el amor que decimos tener a Dios, ya que una fe y un amor que no desean y buscan el encuentro con Dios, aunque sea pasando por la misma muerte, poca fe y poco amor y deseo de Dios son, si me da miedo o no quiero encontrarme con el Dios creído por la fe y  amado por la virtud de la caridad. La virtud de la esperanza sobrenatural criba y me dice la verdad de la fe y del amor.

Para esto, esencialmente para esto, vino Cristo, y si multiplicó panes y solucionó problemas humanos, lo hizo, pero no fue esto para lo que vino y se encarnó ni es lo primero de su misión por parte del Padre. A los sacerdotes nos tienen que doler más las eternidades de los hombres, creados por Dios para Dios, y vivimos más ocupados y preocupados por otros asuntos pastorales que son transitorios; qué pena que duela tan poco y apenas salga en nuestras conversaciones la salvación última,  la eternidad de nuestros  hermanos, porque precisamente olvidamos su precio, que es toda la sangre de Cristo, por no vivirlo, como Él, en nuestra propia carne: un alma vale infinito, vale toda la sangre de Cristo, vale tanto como Dios, porque tuvo que venir a buscarte Dios a la tierra y se hizo pequeño y niño y hasta un trozo de pan para encontrarnos y salvarnos.  “¿De qué le sirve a un hombre ganar  el mundo entero, si pierde su vida? “O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Mt 16 26-27).

Cuando un sacerdote sabe lo que vale un alma para Dios, siente pavor y sudor de sangre, no se despista jamás de lo esencial, del verdadero apostolado, son profetas dispuestos a hablar claro a los poderes políticos y religiosos y están dispuestos a ser corredentores con Cristo, jugándose la vida a esta baza de Dios, aunque sin nimbos de gloria ni de cargos ni poder, ni reflejos de perfección ni santidad, muriendo como Cristo, a veces incomprendido por los suyos.

Pero a estos sacerdotes, como a Cristo, como al Padre, le duelen las almas de los hombres, es lo único que les duele y que buscan y que cultivan, sin perderse en  otras cosas, las añadiduras del mundo y de sus complacencias puramente humanas, porque las sienten en sus entrañas, sobre todo, cuando comprenden que han de pasar por incomprensiones de los mismos hermanos, para llevarlas hasta lo único que importa y por lo cual vino Cristo y para lo cual nos ordenó ir por el mundo y ser su prolongación sacramental: la salvación eterna, sin quedarnos en los medios y en otros pasos, que ciertamente hay que dar, como apoyos humanos, como ley de encarnación, pero que no son la finalidad última y permanente del envío y de la misión del verdadero apostolado de Cristo. “Vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna” (Jn 6,26). Todo hay que orientarlo hacia Dios, hacia la vida eterna con Dios, para la cual hemos sido creados.

Y esto no son invenciones nuestras. Ha sido Dios Trino y Uno, quien lo ha pensado; ha sido el Hijo, quien lo ha ejecutado; ha sido el Espíritu Santo, quien lo ha movido todo por amor, así consta en la Sagrada Escritura, que es Historia de Salvación: ha sido Dios quien ha puesto el precio del hombre y quien lo ha pagado. Y todo por tí y por mí y por todos los hombres. Y esta es la tarea esencial de la Iglesia, de la evangelización, la esencia irrenunciable del mensaje cristiano, lo que hay que predicar siempre y en toda ocasión, frente al materialismo reinante, que destruye la identidad cristiana, para que no se olvide, para que no perdamos el sentido y la razón esencial de la Iglesia, del evangelio, de los sacramentos, que  son principalmente  para conservar y alimentar ya desde ahora la vida nueva,  para ser eternidades de Dios, encarnadas en el mundo, que esperan su manifestación gloriosa.«Oh Dios misericordioso y eterno... concédenos pasar a través de los bienes pasajeros de este mundo sin perder los eternos y definitivos del cielo”, rezamos en la liturgia.

Por eso, hay que estar muy atentos y en continua revisión del fin último de todo: «llevar las almas a Dios», como decían los antiguos, para no quedarse o pararse en otras tareas intermedias, que si hay que hacerlas, porque otros no las hagan, las haremos, pero no constituyen la razón de nuestra misión sacerdotal, como prolongación sacramental de Cristo y su apostolado: “Id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado... Ellos se fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban” (Mc16, 15-20).

Pero insisto que lo fundamental es «La gloria de Dios es que el hombre viva. Y la vida de los hombres es la visión de Dios» (San Ireneo).  Gloria y alabanza sean dadas por  ello a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu  Santo,  que nos han llamado a esta intimidad con ellos y a vivir su misma vida.

Dios me ama, me ama, me ama...  y qué me importan  entonces todos los demás amores, riquezas, tesoros... qué importa incluso que yo no sea importante para nadie, si lo soy para Dios; qué importa la misma muerte, si no existe. Voy por todo esto a amarle y a dedicarme más a Él, a entregarme totalmente a Él, máxime cuando quedándome en nada de nada, me encuentro con el TODO de todo, que es Él.

« ¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis?. Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables, y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (San Juan de la Cruz, Can B, 39.7).

Concluyo con San Juan: “Dios es amor”. Todavía más simple, con palabras de Jesús:“el Padre os ama”. Repetidlas muchas veces. Creed y confiad plenamente en ellas. El Padre me ama. Dios  me ama y nadie podrá quitarme esta verdad de mi vida.

Perdámonos ahora unos momentos en el amor de Dios. En el santo Bautismo está encerrado y sacramentalizado todo este misterio del amor de Dios Uno y Trino. Valoremos este sacramento,  recordemos nuestro Bautismo, celebrémoslo, Amemos a nuestro Dios Trino y Uno que nos marcó para toda la eternidad con el sello que ya no se quita del carácter bautismal, que nos hace hijos en el Hijo y herederos del cielo, que su vida de amor en el Espíritu Santo.

SÉPTIMA CATEQUESIS: “EN EL NOMBRE DEL ESPÍRITU SANTO”

LOS PADRES DE LA IGLESIA

«Sin el Espíritu Santo no conocemos a Dios como Padre, a Jesús como Señor ni a la Iglesia como sacramento de salvación».

San Juan Crisóstomo lo confiesa con fuerza: « ¿Dónde se encuentran ahora los que blasfeman contra el Espíritu? Porque si Él no perdona los pecados, en vano le recibiremos en el Bautismo. Si, por el contrario, perdona los pecados, los herejes blasfeman contra Él en vano. Si el Espíritu Santo no existiera, no podríamos decir que Jesús es nuestro Señor. “Porque nadie puede decir: Jesús es Señor, sino en el Espíritu Santo” (1Cor 12, 3). Si no existiera el Espíritu Santo, los creyentes no podríamos orar a Dios».

En efecto, decimos “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mt 6, 9). Pero, así como no podríamos llamar a Jesús nuestro Señor, tampoco podríamos llamar a Dios Padre nuestro. ¿Quién lo prueba? El Apóstol que dice: “La prueba de que sois hijos es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama “¡Abba, Padre!” (Ga  6).

Por consiguiente, cuando invoquéis al Padre, recordad que fue necesario que el Espíritu tocara primero vuestra alma para que fuerais considerados dignos de llamar a Dios con ese nombre. Si el Espíritu no existiera, los discursos de la sabiduría y de la ciencia no estarían en la Iglesia, “porque a uno se le da, mediante el Espíritu, palabra de sabiduría; a otro, según el mismo Espíritu, palabra de conocimiento” (1 Cr 12,8).

Si el Espíritu Santo no existiera, no habría pastores ni doctores en la Iglesia, porque son obra del Espíritu, según la palabra de San Pablo: “... en la cual el Espíritu Santo os ha constituido (inspectores) obispos para pastorear la Iglesia de Dios” (Hch 20,28).¿Comprendéis que también esto se hace por obra del Espíritu?

Si el Espíritu Santo no estuviera en quien es nuestro común padre y doctor, cuando hace un momento ha subido a la sede santa, cuando os ha dado a todos la paz, vosotros no habríais podido responderle con una voz unánime: “Y con tu espíritu”; por eso, no sólo cuando él sube al altar, habla con vosotros u ora por vosotros pronunciáis estas palabras, sino también cuando habla desde esta cátedra, cuando va a ofrecer el sacrificio tremendo; esto lo saben muy bien los iniciados: él no toca las ofrendas antes de haber implorado la gracia del Señor para vosotros, antes que vosotros le hayáis respondido: “Y con tu espíritu”.

Esa respuesta os recuerda que quien está aquí nada hace por sí mismo, que las obras que esperamos no son, en modo alguno, obras de los hombres; que es la gracia del Espíritu, derramada sobre todos, la que realiza sola este sacrificio místico. Por supuesto, un hombre está presente, pero Dios es quien actúa por medio de él. Por consiguiente, no os agarréis a lo que ven vuestros ojos, sino pensad en la gracia invisible. Ninguna de las cosas que se realizan en el santuario viene del hombre. Si el Espíritu no estuviera presente, la Iglesia no formaría un todo bien compacto: la consistencia de la Iglesia manifiesta la presencia del Espíritu» (San JUAN CRISÓSTOMO, 1ª Homilía sobre Pentecostés, n 4).

El cristiano, por el Espíritu, llega a ser hijo en el Hijo

Aquel germen de vida injertado en el cristiano por el Espíritu, acogido y hecho crecer a través de la fe y los sacramentos, es la vida filial, en virtud de la cual el cristiano, incorporado por el Espíritu a Cristo, que es Hijo de Dios por naturaleza, llega a ser en Él hijo del Padre por gracia. Los cristianos «a través del Espíritu suben al Hijo y a través del Hijo al Padre» (SAN IRENEO, Contra las herejías, V, 36,2); llegan a ser, como dicen los Padres, «hijos en el Hijo».

San Cirilo de Jerusalén no se cansaba de repetir a aquellos que se preparaban para el Bautismo: «Somos, de hecho, dignos de invocarlo como Padre por su inefable misericordia. No por nuestra filiación según la naturaleza del Padre celestial, sino por gracia del Padre, mediante el Hijo y el Espíritu Santo hemos sido transferidos del estado de esclavitud al de filiación» (Catequesis,VII, 7).

Él mismo explica, de forma teológica más elaborada esta participación del hombre en la filiación divina, poniendo en evidencia el papel específico de Cristo y el del Espíritu: «Cristo es el Hijo único y simultáneamente el hijo primogénito. Él es el Hijo único como Dios; es el hijo primogénito para la unión salvífica que Él ha establecido entre nosotros y Él, llegando a ser hombre. Como consecuencia de ello, nosotros en Él y por medio de Él, somos hechos hijos de Dios, por naturaleza y por gracia. Por naturaleza lo somos en Él y sólo en Él; por participación y por gracia lo somos mediante Él, en el Espíritu» (Alocuciones sobre la fe recta, XXX, 27).

No nos debemos dejar engañar, hacen notar los escritores eclesiásticos, por la expresión «hijos adoptivos»: no se trata de una ficción jurídica, sino de una realidad todavía más profunda que la misma generación física: «Este es el gran bien de la gloriosa adopción filial. Esta no consiste en un puro sonido verbal, como las adopciones humanas, y no se limita a conferir el honor del nombre. Entre nosotros, los padres adoptivos transmiten a sus hijos sólo el nombre, y sólo por el nombre del padre es oficialmente su padre: no hay ni nacimiento ni dolores de parto. Al contrario, aquí se trata de verdadero nacimiento y de verdadera comunión con el Unigénito, no sólo en el nombre, sino en la realidad: comunión de sangre, de cuerpo y de vida. Cuando el Padre mismo reconoce en nosotros los miembros del Unigénito y descubre en nuestros rostros la efigie del Hijo, ¿qué más podemos ser?... Pero, ¿por qué hablo de la filiación adoptiva? La adopción divina establece un vínculo más estrecho y connatural que la filiación física, hasta tal punto que los cristianos regenerados por los misterios son hijos de Dios más que de los progenitores, y entre las dos generaciones media una distancia aún más grande de la que hay entre generación física y filiación adoptiva»

(N. CABASILAS, La vida en Cristo, VI).

«La “vida en Cristo”, por el Espíritu, se expresa en una vida filial

«El Espíritu no sólo hace «hijos en el Hijo», sino que favorece tal experiencia concediendo los sentimientos filialesexpresados sobre todo en la oración: “Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: “¡Abbá!” (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios” (Rom 8,14-16; cf; Ga 4,4-7).

Para San Pablo, por tanto, el Espíritu, además de hacer a los hombres hijos de Dios, gratificándolos con el don de la adopción, da también la experiencia de serlo, llevándolos a invocarlo dulcemente como Padre y dando testimonio de la adopción divina: «Con el Espíritu Santo, que hace espirituales, está la readmisión al cielo, el retorno a la condición de hijo, el atrevimiento de llamar a Dios Padre, el llegar a ser participes de la gracia de Cristo, el ser llamado hijo de la luz y compartir la gloria eterna» (SAN BASILIO, El Espíritu Santo, XV, 36).

El cristiano está verdaderamente redimido cuando deja que el Espíritu infunda dentro de él el espíritu filial --espíritu de libertad y de incondicional confidencia--; es decir, cuando se siente como un niño que tiene absoluta necesidad del padre a quien dirigir su plegaria filial, y que por sí solo no puede decir ni siquiera «papá». Entonces será el mismo Espíritu quien, como una madre presurosa, le ayudará a gritar con inmensa ternura: «¡“Abbá”, Padre!». En efecto, si en Rom 8,15 se dice que son los hijos los que gritan: “Abbá”, en Ga 4,6 se dice: “Y por ser hijos envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: “Abbá, Padre”.

Esta disposición de ánimo filial no es, por tanto, algo superficial que toca sólo la esfera emotiva, sino que brota de lo íntimo de la persona y es originada por el descubrimiento de la paternidad de Dios, tal como fue revelada por Cristo: paternidad divina no en sentido metafórico, sino real y auténtico.

De este modo, el Espíritu hace tomar viva conciencia de la condición de hijos de Dios, un descubrimiento éste que implica las energías más íntimas del Espíritu, haciendo crecer y transformar a toda la persona. En la experiencia de la filiación divina, el Espíritu revela al hombre a sí mismo como “criatura nueva” (Ga 6,15; 2 Cr 5,17), haciéndole acoger con estupor el sentido radicalmente nuevo de su existencia de creyente.

Tal disposición filial se expresa en la vida personal, además de en la oración filial, también y sobre todo, en la obediencia filial. Al seguimiento de Jesús, cuya existencia coincide con el ser hijo, y esto en la identificación con la voluntad del Padre “mi comida es hacer la voluntad de aquel que me ha enviado y llevar a cabo su obra”, Jn 4,34; 6,38), la vida filial del cristiano bajo la guía del Espíritu será una constante búsqueda de la voluntad del Padre para conformarse con ella, por amor y no por temor, porque el Espíritu es Aquel que libera del temor del esclavo e introduce en la gloriosa libertad de los hijos de Dios (Rm 8,14-16; Ga 4,4-7).

Así, en esta continua conformación con el Hijo crece la imagen del Hijo y, paralelamente, también los sentimientos filiales: “El Señor es Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor está la libertad. Todos nosotros, a cara descubierta, reflejamos como espejos la gloria del Señor y nos transformamos en la misma imagen, de gloria en gloria, como movidos por el Espíritu del Señor” (2 Cr 3,17-18)» (Cfr El Espíritu de Cristo, pg 144-46).

El Espíritu Santo,  alma y vida de los cristianos

Ya conocemos lo que nos dice San Lucas sobre el Espíritu Santo en los Hechos de los Apóstoles al describir el acontecimiento de Pentecostés. El Espíritu en Pentecostés impulsa con fuerza a asumir el compromiso de la misión para testimoniar el Evangelio por los caminos del mundo. De hecho, el libro de los Hechos de los Apóstoles narra una serie de misiones realizadas por los Apóstoles, primero en Samaría, después en la franja de la costa de Palestina, y luego en Siria.

San Pablo, en sus cartas nos habla del Espíritu también desde otra perspectiva. No se limita a ilustrar la dimensión dinámica y operativa de la tercera Persona de la Santísima Trinidad, sino que analiza también su presencia en la vida del cristiano, cuya identidad queda marcada por él. Es decir, San Pablo reflexiona sobre el Espíritu mostrando su influjo no solamente sobre el actuar del cristiano sino también sobre su ser. En efecto, dice que el Espíritu de Dios habita en nosotros (cf Rm 8, 9; 1 Co 3, 16) y que "Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo" (Ga 4, 6).

Por tanto, para San Pablo el Espíritu nos penetra hasta lo más profundo de nuestro ser. A este propósito escribe estas importantes palabras: "La ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte. (...) Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!" (Rm 8, 2. 15), dado que somos hijos, podemos llamar "Padre" a Dios.

Así pues, se ve claramente que el cristiano, incluso antes de actuar, ya posee una interioridad rica y fecunda, que le ha sido donada en los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, una interioridad que lo sitúa en una relación objetiva y original de filiación con respecto a Dios.

Nuestra gran dignidad consiste precisamente en que no sólo somos imagen, sino también hijos de Dios. Y esto es una invitación a vivir nuestra filiación, a tomar cada vez mayor conciencia de que somos hijos adoptivos en la gran familia de Dios. Es una invitación a transformar este don objetivo en una realidad subjetiva, decisiva para nuestro pensar, para nuestro actuar, para nuestro ser.

Dios nos considera hijos suyos, pues nos ha elevado a una dignidad semejante, aunque no igual, a la de Jesús mismo, el único Hijo verdadero en sentido pleno. En Él se nos da o se nos restituye la condición filial y la libertad confiada en relación con el Padre.

San Pablo nos enseña también otra cosa importante: dice que no puede haber auténtica oración sin la presencia del Espíritu en nosotros. En efecto, escribe: "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene --¡realmente no sabemos hablar con Dios!--; mas el Espíritu mismo intercede continuamente por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios" (Rm 8, 26-27). Es como decir que el Espíritu Santo, o sea, el Espíritu del Padre y del Hijo, es ya como el alma de nuestra alma, la parte más secreta de nuestro ser, de la que se eleva incesantemente hacia Dios un movimiento de oración, cuyos términos no podemos ni siquiera precisar.

En efecto, el Espíritu, siempre activo en nosotros, suple nuestras carencias y ofrece al Padre nuestra adoración, junto con nuestras aspiraciones más profundas. Obviamente esto exige un nivel de gran comunión vital con el Espíritu. Es una invitación a ser cada vez más sensibles, más atentos a esta presencia del Espíritu en nosotros, a transformarla en oración, a experimentar esta presencia y a aprender así a orar, a hablar con el Padre como hijos en el Espíritu Santo.

Hay, además, otro aspecto típico del Espíritu que nos enseña San Pablo: su relación con el amor. El Apóstol escribe: "La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5). San Agustín dice una frase muy elocuente en este sentido: «Ves la Trinidad si ves el amor, porque el Espíritu es esa potencia interior que armoniza el corazón de los creyentes con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como Él los ha amado. El Espíritu nos sitúa en el mismo ritmo de la vida divina, que es vida de amor, haciéndonos participar personalmente en las relaciones que se dan entre el Padre y el Hijo».

De forma muy significativa, San Pablo, cuando enumera los diferentes frutos del Espíritu, menciona en primer lugar el amor: "El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz..." (Ga 5, 22). Y, dado que por definición el amor une, el Espíritu es ante todo creador de comunión dentro de la comunidad cristiana, como decimos al inicio de la santa misa con una expresión de San Pablo: "La comunión del Espíritu Santo (es decir, la que Él realiza) esté con todos vosotros" (2 Cr 13, 13).

Por otra parte, también es verdad que el Espíritu nos estimula a entablar relaciones de caridad con todos los hombres. De este modo, cuando amamos dejamos espacio al Espíritu, le permitimos expresarse en plenitud. Así se comprende por qué San Pablo une en la misma página de la carta a los Romanos estas dos exhortaciones: "Sed fervorosos en el Espíritu" y "No devolváis a nadie mal por mal" (Rm 12, 11. 17).

Por último, el Espíritu, según San Pablo, es una prenda generosa que el mismo Dios nos ha dado como anticipación y al mismo tiempo como garantía de nuestra herencia futura (cf. 2 Cr 1, 22; 5, 5; Ef 1, 13-14). Aprendamos así de San Pablo que la acción del Espíritu orienta nuestra vida hacia los grandes valores del amor, la alegría, la comunión y la esperanza. Debemos hacer cada día esta experiencia, secundando las mociones interiores del Espíritu; en el discernimiento contamos con la guía iluminadora del Apóstol (Cfr Benedicto XVI, Catequesis 15-XI-2006).

OTRAS CATEQUESIS PREBAUTISMALES

PRESENTACIÓN

         Desde el principio, la Iglesia prestó especial atención a la preparación y celebración del Bautismo, tanto en lo referente a los candidatos como a la misma comunidad que los acogía y los iniciaba en el seguimiento de Jesús.

         En la presente situación social y eclesial, además de la comunidad cristiana, las familias y los padrinos tienen una especial responsabilidad en la decisión de bautizar al niño y en el proceso de su iniciación en la fe.

         Desde la desaparición del catecumenado y la generalización del Bautismo de niños, la celebración del Bautismo perdió mucho de su carácter vivencial  de la fe cristiana y se ha orientado hacia un rito de carácter más social y de fecundidad puramente humana. Nos encontramos con una sociedad secularizada, en la que lo puramente social se apodera de lo cristiano, como en bodas y primeras comuniones, y lo cristiano tiene cada vez menos significación y hasta es ignorado por los mismos que piden los sacramentos.

         Hoy el Bautismo de adultos no es frecuente. Lo más normal y corriente es el Bautismo de niños. La solicitud del Bautismo se debe, por lo general, a una mezcla de tradición cristiana y de evento social. El Bautismo brinda la oportunidad para organizar una fiesta y presentar el nuevo vástago a la familia y a los amigos. Y aunque haya referencia a lo cristiano, lo que no aparece tan claro es la preocupación por iniciar en la fe al bautizado. Sin embargo, «la familia cristiana, en cuanto Iglesia doméstica, constituye la escuela primera y fundamental para la formación de la fe»(Christi Fideles Laici, 62).

         Por todo ello, hoy constituye una verdadera urgencia pastoral:

-- Hacer conscientes de esta situación social y religiosa a todos los participantes en la dinámica del santo Bautismo, ante la cual la Iglesia, educadora de la fe y administradora de los misterios de Dios, no cierra los ojos y busca una celebración digna del sacramento.

-- Preparar a la comunidad, a la familia y a los padrinos para lograr una buena celebración litúrgica del Bautismo.

-- Indicar y asegurar una buena iniciación y acompañamiento espiritual del bautizado en su itinerario de fe y de seguimiento de Jesús.

         Con esta intención se han escrito estas catequesis. Quiero advertir que durante años expliqué en el Seminario Teología Sacramentaria en general, y también, en particular, los sacramentos de la Iniciación Cristiana. Mi bibliografía por este motivo es abundante.  De ahí he sacado parte de estas catequesis.  

 OCTAVA CATEQUESIS

8. EL BAUTISMO EN LA ESCRITURA Y EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA.

         QUERIDOS PADRES Y PADRINOS: En los Evangelios encontramos estos textos: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará” (Mc 16, 15-16).

“Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”(Mt 28,19-20a).

“Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil”(Hch 2,41)

“Los apóstoles... predicaban el evangelio, y los que creían se bautizaban y entraban a formar parte de la Iglesia”(Hch 3. 15).

         Como podemos ver por estos textos del Nuevo Testamento referentes al Bautismo de los primeros tiempos, el proceso para recibir el santo Bautismo, independientemente del apóstol que lo administrase, era siempre el mismo: predicación-evangelización, aceptación de la Palabra de Dios por la fe y la conversión, que finalmente quedaban significadas y selladas por el agua y el Espíritu Santo en  la administración del santo Bautismo. Estos tres elementos son esenciales y deben darse siempre en toda administración del sacramento del Bautismo, aunque de forma diferente, si se trata del Bautismo de adultos o de niños.

8.1  La evangelización en orden a la  fe y conversión

         La evangelización es el punto de partida de la iniciación cristiana. Y es obra del esfuerzo de toda la comunidad. Desde el primer momento, ésta asume la evangelización como una prioridad.

         En los Bautismos de adultos, la comunidad era la que organizaba el gran retiro espiritual de la cuaresma como etapa final del catecumenado. Ella acompañaba a los candidatos en los diversos actos del proceso de iniciación a lo largo de la cuaresma. Participaba activamente en los escrutinios y en las diversas celebraciones que iban marcando cada uno de los pasos hasta culminar en la gran Vigilia bautismal de la noche de Pascua. Esta Vigilia era una verdadera fiesta bautismal, con una participación muy activa de toda la comunidad en la escucha de la Palabra de Dios, especialmente abundante, en los salmos, himnos, gestos y símbolos sacramentales.

         La presencia de la comunidad no se reducía al que presidía junto con un pequeño grupo de familiares y amigos de los que se bautizaban, como sucede ahora en no pocos casos. Toda la comunidad se reunía y se hacía significativamente presente en la celebración.

8. 2 El padrinazgo

         En los orígenes de este ministerio eclesial era la comunidad quien elegía y asignaba la persona que iba a realizar la misión de acompañamiento durante todo el proceso de iniciación de los candidatos. El criterio fundamental era la madurez de su fe y la validez de su testimonio. Era una forma muy concreta de hacerse presente la comunidad en todo el proceso.

         A los padrinos hay que contarlos entre los mejores misioneros. Con frecuencia eran ellos quienes despertaban el interés por hacerse cristianos en las personas que después iban a acompañar. Ellos fueron los anunciadores de la Buena Noticia y los testigos del evangelio que anunciaban.

         El padrino, cristiano de fe madura, colaboraba desde el principio en la siembra y desarrollo de la fe en la persona que la comunidad le ha confiado. En este sentido, ejerce una verdadera paternidad espiritual. De ahí que el nombre que recibe esté asociado al de padre.

         El padrino asume ante la comunidad la responsabilidad del crecimiento en la fe de la persona que se prepara al Bautismo. Cuida de que progrese en el conocimiento y vivencia del evangelio para que pueda participar plena y conscientemente en la celebración del sacramento. Él es la garantía ante la comunidad de que el candidato estaba preparado para recibir el Bautismo.

         QUERIDOS PADRES: Actualmente, con el Bautismo de niños, la misión del padrino ha pasado a segundo lugar. Se mantiene más bien como pervivencia de una tradición secular, pero ha perdido su sentido cristiano de ayuda y garantía de la fe del niño. Lo que la Iglesia pretende ahora es que al menos, vosotros, queridos padres,  seáis capaces de asumir esta responsabilidad. Lógicamente invitamos también a los padrinos que están presentes; para eso han sido invitados, para recordarles su cometido. Nos gustaría que padres y padrinos os comprometieseis en esta tarea. Para eso deben servir estas reuniones prebautismales con padres y padrinos.

         Y para que veáis que no es cosa de vuestro párroco, el mismo Ritual del Bautismo de niños los pide y exige así en las Notas Pastorales, donde afirma claramente: «Es conveniente organizar cursillos o conferencias, a nivel parroquial o de zona, para los padres que esperan un hijo y desean bautizarlo»(n. 58). «Para preparar adecuadamente a los padres y padrinos al cumplimiento de su misión, es necesario que a la celebración del Bautismo preceda un diálogo con un sacerdote o con otras personas responsabilizadas en la pastoral bautismal»(n. 57).

         El Directorio General para la Catequesis propone que «mediante contactos personales, encuentros, cursos e, incluso, mediante una catequesis de adultos dirigida a los padres, ha de ayudárseles a asumir su tarea, hoy especialmente delicada, de educar a sus hijos en la fe»(n. 227).

         Tenemos que pasar de considerar la preparación de los padres al Bautismo de sus hijos como una reunión rutinaria a convertirla en una verdadera catequesis para adultos con ocasión de la celebración de un sacramento, en este caso el Bautismo de vuestro hijo/a.

         La comunidad ha de ayudar a la familia a realizar esta importante labor pastoral. Las catequesis prebautismales cumplen, entre otras, esta misión. Pretenden que la familia y los padrinos se preparen mejor para cumplir su misión de iniciadores en la fe de aquellos que reciben el Bautismo.

         Para esto, como indiqué al principio de la catequesis, vamos a ver cómo se fue desarrollando este proceso de la iniciación cristiana en la administración del Bautismo. Empezamos por el significado del Bautismo de Jesús narrado por los cuatro evangelios.

8. 3 El Bautismo de Jesús

         Los cuatro evangelios hacen referencia al Bautismo de Jesús. Los tres sinópticos lo presentan en forma de hecho histórico. Juan lo menciona, pero no lo narra expresamente (Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22; Jn 1,29- 34). Los cuatro evangelistas lo colocan al comienzo de su ministerio público. Se valen de una teofanía trinitaria: la voz del Padre, Jesús que es bautizado, el Espíritu Santo que desciende en forma de paloma (Mt 3,16; Mc 1,10-11; Lc3, 21-22).

         En el trasfondo de estos relatos aparece la figura del Siervo de Yahvé de Isaías: “Mirad a mí siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu” (Is 42,1). Aunque no hubo pecado en Él, asumió solidariamente la condición de los pecadores (Is 53,5-6.12). Los evangelistas colocan a Jesús entre la gente del pueblo que acudía a Juan para ser bautizada. Con el episodio del Bautismo lo que intentan es que Jesús “sea manifestado a Israel” (Jn 1,31) como Mesías, Hijo de Dios. Señor resucitado, y así dar credibilidad al anuncio que hace del Reino de Dios:

-- La presentación se hace por medio de un testigo de excepción: Juan Bautista, que goza del prestigio de profeta. Incluso se preguntaban si no sería él el Mesías (Lc 3,1-21).

-- Tiene lugar en un acto público, “cuando todo el pueblo estaba bautizándose” (Lc 3,21).

-- En este contexto son especialmente significativas las palabras que se oyen: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco” (Mt 3,17).

         Lo que acontece en el Bautismo es la proclamación oficial y la investidura de Jesús como rey, sacerdote y profeta dedicado a anunciar el evangelio del Reino de Dios. Recibe la consagración mesiánica por medio del Espíritu Santo que desciende sobre él: “Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo” (Jn 1,33).

         La Iglesia relaciona el Bautismo de Jesús con el Bautismo cristiano: “Cuando Cristo descendió a ella (el agua) en el Jordán, renovaste nuestra naturaleza pecadora en el baño del nuevo nacimiento” (Vigilia Pascual).

8. 4 El Bautismo cristiano en Mateo y Marcos

         Mateo y Marcos hablan del Bautismo cristiano en la última manifestación de Jesús resucitado a los discípulos. Se trata de relatos de misión. Jesús envía a los discípulos a anunciar la Buena Noticia a todos los pueblos, bautizando a aquellos que la acojan con fe. En estos textos aparece la trilogía básica de la iniciación cristiana, que dijimos al comienzo de esta catequesis. El Bautismo se presenta como la culminación de un proceso:

-- Proclamación de la Buena Noticia del Reino.

-- Adhesión a la Buena Noticia por la fe.

-- Celebración sacramental.

Las características del Bautismo cristiano, según Mateo y Marcos, son:

-- Universalidad: el Evangelio es para todas las personas de cualquier pueblo o cultura: todos están llamados a hacerse discípulos y a recibir el Bautismo.

-- Invocación que acompaña el Bautismo. Mateo ofrece una invocación de la Trinidad: “Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28.19). Esta invocación proviene sin duda del uso litúrgico establecido en las comunidades al celebrar el Bautismo. El libro de los Hechos habla de bautizar. Esta forma se considera de origen más antiguo. Bautizar en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu, significa:

-- Que el Bautismo es obra de la Trinidad. Ella es el origen del nuevo nacimiento, aunque, por lo general, se atribuye al Espíritu Santo.

--  Que el bautizado queda vitalmente vinculado al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Por el Bautismo es hijo de Dios, miembro de Cristo y morada del Espíritu Santo.

8. 5 El Bautismo cristiano en Lucas

         Lucas habla al final del evangelio de predicar la conversión en nombre de Jesús, del testimonio que deben dar los discípulos, pero no habla directamente del Bautismo. Es en el libro de los Hechos de los Apóstoles donde nos ha dejado un interesante testimonio sobre el Bautismo en las primeras comunidades cristianas.

         Lucas señala claramente la distinción entre el Bautismo de Juan y el Bautismo cristiano. “Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo” (Hch 1,5). El Bautismo de Juan dispone al encuentro con Jesús, el Mesías. “El Bautismo de Juan era signo de conversión, y él decía al pueblo que creyese en el que iba a venir después, es decir, en Jesús” (Hch 19,4).

         En los Hechos, Lucas nos ha dejado un valioso testimonio del proceso de iniciación seguido por las primeras comunidades:

-- Anuncio de Jesús muerto y resucitado: “Vosotros lo matasteis clavándolo en la cruz por manos de los impíos: a éste Dios lo resucitó... Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Hch 2,23-24.36).

-- Al anuncio sigue la conversión y la confesión de fe en Jesús: “Arrepentíos y convertíos para que se borren vuestros pecados” (Hch 3,19).

-- El proceso culmina con el Bautismo y la imposición de manos, por cuyo medio se concede el don del Espíritu Santo: “Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados y recibiréis el Espíritu Santo” (Hch 2,38).

-- El Bautismo es el signo sacramental por el que se entra a formar parte de la comunidad de seguidores de Jesús. Lucas muestra un claro interés por señalar el crecimiento de la Iglesia mediante el número cada vez mayor de los que se convertían, creían y se hacían bautizar (Hch 2,41; 4,4; 5,14 Ss).

-- Tanto en el evangelio como en los Hechos, Lucas concede una gran importancia al Espíritu Santo en el proceso de iniciación y en la expansión de la Iglesia. Su relación con el Bautismo se presenta de múltiples formas. En muchos casos la donación del Espíritu precede al Bautismo; quienes lo han recibido se hacen acreedores a ser bautizados (Hch 10,44-48; 11,15-1 7). En otros casos la donación del Espíritu acompaña a la recepción del Bautismo (Hch 2,38). También aparece la donación del Espíritu Santo como la culminación del proceso (Hch 8,17; 19,5-6).

         Nos encontramos, pues, con el gesto de la “imposición de manos” directamente vinculado a la donación del Espíritu y en conexión con el Bautismo. También se habla de la venida del Espíritu Santo sobre los que estaban reunidos sin mencionar gesto alguno (Hch 10,44-47).

         Lucas nos ha dejado varios ejemplos del proceso de iniciación que se seguía en las primeras comunidades:

         Bautismo de Pablo: Es un fariseo perteneciente a la sección más estricta, según su propia confesión (Hch 22,1-5). Después del encuentro con Jesús, que cambia radicalmente su vida, es confiado a Ananías, que lo acompaña en los primeros pasos de su proceso de iniciación. Por medio de él conoce la “voluntad de Dios” respecto a su persona y a la misión a la que es llamado Pablo es bautizado y recibe el Espíritu Santo (Hch 9,17-18).

         Bautismo de Cornelio: Pertenece a las estructuras del imperio. Es un hombre “piadoso y temeroso de Dios” (Hch 10,2). Representa a los que simpatizaban con el pueblo judío sin pertenecer a él. Su Bautismo tiene un alcance significativo. La propuesta de Lucas es clara: Los no-judíos han de ser recibidos en la Iglesia sin imponerles las prescripciones legales judías. Tal es la voluntad de Dios que no tiene acepción de personas. Lucas coloca aquí uno de los discursos kerigmáticos, en el que resume la catequesis básica sobre Jesús que se daba en las primeras comunidades cristianas. A la catequesis sigue la donación del Espíritu y el Bautismo (Hch 10,23-48).

         Bautismo del etíope: Nos encontramos ante una persona que no pertenece al pueblo judío ni al imperio romano. Es un pagano simpatizante con el judaísmo, que “había venido a adorar en Jerusalén” (Hch 8.27). El texto refleja la forma de evangelizar de la Iglesia primitiva con aquellos que tenían conocimiento de las Escrituras. Se parte de la Palabra de Dios en el A.T. para anunciar la Buena Noticia de Jesús. Los textos relativos al Siervo de Yahvé, como en este caso, son los más utilizados. Al anuncio catequético sigue la petición del Bautismo como signo de conversión. El Bautismo se hace por inmersión.

NOVENA CATEQUESIS

EL BAUTISMO EN LA PRÁCTICA Y CELEBRACIÓN DE LA IGLESIA

         En los cuatro primeros siglos la práctica habitual de la Iglesia fue bautizar personas adultas. Por ese motivo, las estructuras celebrativas y catequéticas estaban orientadas al Bautismo de adultos en diálogos, preguntas y promesas directas.

         Los escritos del N.T., en especial el libro de los Hechos, nos ofrecen la existencia de dos elementos básicos en la práctica bautismal de las primeras comunidades cristianas:

— La proclamación de la salvación realizada por Dios en la muerte y resurrección de Jesús: El Kerigma, sobre todo en San Pablo.

— La celebración sacramental en la Pascua.

Ambos elementos tuvieron un notable desarrollo en los primeros siglos de la Iglesia. En el s. IV el catecumenado gozaba de una buena organización y desarrollo. Lo mismo sucedía con la solemne celebración bautismal en la noche de Pascua.

9.1 La preparación al Bautismo: El catecumenado

         La preparación al Bautismo cada vez se hace más exigente y también está mejor organizada. Como fruto del esfuerzo de las comunidades cristianas de los primeros siglos, surge el catecumenado. En él se combina el proceso catequético con la celebración progresiva de los sacramentos de la iniciación.

         La evangelización es el primer paso de preparación al Bautismo. Era necesario dar a conocer a Jesús y la Buena Noticia para suscitar la conversión y el deseo de hacerse cristiano.

         El libro de los Hechos nos ha dejado magníficos ejemplos de la forma de realizar esta primera evangelización. Por lo general, era una labor de tipo individual. Cada cristiano procuraba hacer llegar el evangelio a sus familiares, amigos, conocidos... Las comunidades tenían también sus evangelizadores, que eran enviados por ellas y actuaban en su nombre. De la evangelización surgía la primera conversión. Con ella quedaba la puerta abierta para entrar en el catecumenado. Los candidatos recibían el nombre de “elegidos”.

         El rito de entrada en el catecumenado comprendía:

-- La verificación de la sinceridad de la conversión.

-- La signación del candidato haciéndole la señal de la cruz en la frente.

-- La degustación de la sal, signo de la sabiduría.

-- La intervención de los padrinos-acompañantes para dar testimonio de la buena disposición de los que decidían empezar el catecumenado.

         El catecumenado se estructuraba en dos etapas. La primera dura tres años. Durante este tiempo se inicia a los «catecúmenos»(oyentes) en los misterios de la fe cristiana. Reciben el nombre de «competentes»(correr juntos). Se ejercitan tres elementos básicos: proclamación de la Palabra de Dios, instrucción catequética y oración.

         La segunda etapa tenía lugar durante la cuaresma. Desde el principio, la cuaresma ha tenido un marcado carácter bautismal:

-- Es un tiempo de preparación intensa, un verdadero retiro espiritual, que los catecúmenos viven con la comunidad, como preparación inmediata a la celebración del Bautismo en la noche de Pascua.

-- La actividad catequética se centra en el evangelio, el credo, el padrenuestro y los sacramentos.

-- Durante la cuaresma tienen lugar los «escrutinios». Son una especie de evaluación de la madurez de fe de los candidatos. En ellos se decide su admisión al Bautismo.

-- A finales del s. V, el catecumenado queda prácticamente reducido sólo a la etapa cuaresmal.

9. 2 La celebración sacramental

         La celebración de los sacramentos de la iniciación no se concentraba en un solo acto. Tiene carácter progresivo y se prolonga a lo largo de toda la cuaresma para culminar en la Vigilia Pascual, la gran fiesta bautismal.

         En la primera semana los catecúmenos se reúnen para la inscripción definitiva. Se realizan dos ritos: La imposición de manos, como signo de pertenencia a Dios, y la imposición de la sal para que el catecúmeno conserve la sabiduría y la enseñanza recibida.

         De la tercera semana a la quinta, dentro de las tres celebraciones litúrgicas correspondientes —una por semana—, tienen lugar dos momentos importantes del proceso: los «escrutinios»y los «exorcismos». Los candidatos ayunan el Viernes Santo; el Sábado velan en oración, y este día, por la mañana, se les ungen:

-- los oídos, para adquirir la inteligencia de la Palabra de Dios;

-- la nariz, para recibir el buen olor de Cristo;

-- el pecho, donde está el corazón, como morada de Dios. Durante este tiempo tienen

    lugar también las diferentes «entregas»:

-- del Símbolo: el resumen de la fe que confiesa la Iglesia.,

-- del Padrenuestro: oración-símbolo del cristiano,

-- de los Evangelios: el anuncio de la Buena Nueva de Jesús.

         En la celebración del Bautismo los catecúmenos hacían la «proclamación pública»de la fe ante la comunidad.

9. 3 El Bautismo, sacramento pascual

         La celebración solemne del Bautismo tiene lugar en la Vigilia Pascual, «la madre de todas las vigilias», en el clima gozoso de la conmemoración de la resurrección del Señor. En ella la comunidad expectante escucha la Palabra de Dios, recibe la instrucción catequética, ora, canta.

         Al canto del gallo (al amanecer), tiene lugar la celebración del Bautismo. Al principio se celebraba junto a un río o una fuente. Más tarde, se construyen lugares apropiados que reciben el nombre de «baptisterio».

9. 4 Ritos principales de la celebración

-- Oración sobre el agua que se iba a utilizar para el Bautismo.

-- Renuncia a Satanás por parte de los candidatos.

-- Proclamación ante la comunidad del Símbolo y del Padrenuestro junto con un

   interrogatorio sobre las personas de la Trinidad.

-- Unción en el pecho y en la espalda con óleo.

-- Entrada en el agua, donde eran bautizados con una triple inmersión.

-- Unción al salir del agua con el óleo consagrado por el obispo.

-- Colocación de la vestidura blanca, símbolo de la vida nueva nacida en el Bautismo.

-- Regreso al templo, donde los esperaba el obispo. Les imponía las manos y los

    ungía con el «óleo de acción de gracias». Más tarde este rito se convertirá en el

    sacramento de la confirmación.

-- Celebración de la Eucaristía pascual, en la que los recién bautizados reciben por vez primera el cuerpo y la sangre del Señor muerto y resucitado.

     Durante la semana de Pascua, los recién bautizados reciben las «catequesis mistagógicas», en las que se profundiza en el significado y la vivencia de los sacramentos de la iniciación a partir de la rica simbología sacramental.

     Cuando se generaliza el Bautismo de niños, sobre todo a partir del s. VI, la celebración de los sacramentos de la iniciación sufre una transformación profunda. La imposición de manos y la unción que la acompaña se separan de la celebración del Bautismo y se convierten en el sacramento de la confirmación, reservado al obispo.

     También se deja de dar la comunión a los niños en el momento del Bautismo. En ese momento la mayoría de los bautizados eran niños.

     De este modo, la gran celebración de los sacramentos de la iniciación en la solemne Vigilia Pascual se desmembra en tres celebraciones distintas y, por lo general, separadas: Bautismo, Confirmación, Eucaristía. Esto hace que el proceso de iniciación cristiana, tanto catequético como celebrativo, se prolongue y que el orden se altere. La participación en la eucaristía se retrasa; la confirmación queda ligada al obispo y, por lo tanto, a merced de la visita de éste a la comunidad.

  «En la Iglesia primitiva, catecumenado e iniciación a los sacramentos del Bautismo y de la eucaristía se identificaban. Aunque en este campo haya cambiado la práctica de la Iglesia, en los antiguos países cristianos el catecumenado jamás ha sido abolido; conoce allí una renovación y se practica abundantemente en las jóvenes Iglesias misioneras. De todos modos, la catequesis está siempre en relación con los sacramentos. Una forma eminente de catequesis es la que prepara a los sacramentos, y toda catequesis conduce necesariamente a los sacramentos de la fe” (Catechesi Tradendae, 23).

DÉCIMA CATEQUESIS

EL BAUTISMO DE NIÑOS

Bendición:

Celebrante(dirigiéndose a la madre que tiene en brazos al niño): El Señor todopoderoso, por su Hijo, nacido de María la Virgen, bendiga a esta madre y alegre su corazón con la esperanza de la vida eterna, alumbrada hoy en su hijo, para que del mismo modo que le agradece el fruto de sus entrañas, persevere con él en constante acción de gracias. Por Jesucristo nuestro Señor.

Todos: Amén.

Celebrante(dirigiéndose al padre): «El Señor todopoderoso, dispensador de la vida temporal y la eterna, bendiga a este padre, para que junto con su esposa sean los primeros que, de palabra y de obra, den testimonio de la fe ante su hijo, en Jesucristo nuestro Señor». (Todos) «Amén»(RITUAL DEL BAUTISMO).

10. 1 La Biblia no contiene ni la expresión «Bautismo de adultos», ni la expresión «Bautismo de niños». En el N.T. no se habla explícitamente del Bautismo de niños. Los que se bautizan son adultos que acogen la Buena Noticia, se convierten y entran a formar parte de la comunidad de seguidores de Jesús por el Bautismo.

         En algunos casos encontramos afirmaciones como éstas: “Recibió el Bautismo él y todos los suyos”, “todos los de su casa” (Hch 16,14-15).Pablo nos dice: “Bauticé también a la familia de Esteban” (l Cor. 1,16). Como los niños formaban parte de la “casa”, de la “familia”, parece lógico concluir que también eran bautizados.

         Cuando se refiere al Bautismo de adultos, cada uno se enfrenta con su personal decisión y responsabilidad de seguirle o no seguirle, porque a ellos se dirige el mensaje que proclama Jesús, y, después, los apóstoles. En este sentido los Hechos de los Apóstoles también habla del Bautismo de una persona, Crispo, jefe de la sinagoga de Corinto, “con toda su familia”. Y en la ciudad de Tiatira, nos habla de una mujer llamada Lidia, que se bautiza junto con toda su familia:

         “Entre ellas había una llamada Lidia, que procedía de Tiatira y se dedicaba al comercio de la púrpura. Lidia adoraba al verdadero Dios, y el Señor le abrió el corazón para que aceptara las palabras de Pablo. Después de haberse bautizado con toda su familia, nos suplicó: Si consideráis que mi fe en el Señor es sincera, entrad y quedaos en mi casa. Y nos obligó a ello” (Hch 16,14-15).

         También habla, como ejemplo, del carcelero de esa misma ciudad de Tiatira, en cuya prisión habían metido a Pablo y a su compañero Silas:

         “A medianoche, Pablo y Silas oraban entonando himnos a Dios, mientras que los otros presos los escuchaban. De repente se produjo un gran terremoto, que sacudió los cimientos de la cárcel; se abrieron solas todas las puertas y a todos los presos se les soltaron las cadenas. Al despertarse el carcelero y ver abiertas las puertas de la cárcel, sacó el puñal con intención de suicidarse, pensando que los presos se habrían fugado. Pero Pablo le gritó: No te hagas daño, que estamos todos aquí. El carcelero pidió una antorcha, entró en el calabozo y se echó temblando a los pies de Pablo y Silas. Después los sacó fuera, y dijo: Señores, ¿qué debo hacer para salvarme? Ellos le respondieron: Si crees en el Señor Jesús, os salvaréis tú y tu familia”. Luego le explicaron a él y a todos sus familiares el mensaje del Señor. En aquella misma hora de la noche, el carcelero los tomó consigo, les lavó las heridas y a continuación recibió el Bautismo con todos los suyos. Después los llevó a su casa, preparó un banquete y celebró con toda su familia la alegría de haber creído en Dios” (Hch 16,25-34).

         ¿Había adultos y niños en aquellos tres casos? No lo sabemos, pero es posible. Desde tiempo inmemorial, la Iglesia ha visto claro que el Bautismo podía ser recibido por los adultos, y también por los niños. Lo que es evidente es que en cada caso las circunstancias son diversas. Al adulto se le pide una respuesta y un compromiso personal. Y es lógico. De manera que si no lo hace, lo normal es no proceder al Bautismo. En el caso de los niños, en cambio, sobre todo si son todavía bebés, no se les puede pedir nada porque no tienen uso de razón. Lo lógico en este caso es volver los ojos a los responsables de su educación, a los padres, para que sean ellos quienes se comprometan a educarlos en la fe: «Al pedir el Bautismo para vuestros hijos, ¿sabéis que os obligáis a educarlos en la fe, para que estos niños, guardando los mandamientos...?»(Cinco veces, de una u otra forma, lo pide el Ritual del Bautismo)

10. 2 El Bautismo de niños en la tradición de la Iglesia

         Tertuliano (hacia el año 200) habla del Bautismo de niños, aunque no urge a que se los bautice. Las razones son dos: La «inocencia»de los niños («edad de la inocencia») y la gran responsabilidad que suponía para los padrinos el Bautismo de hijos de padres no cristianos.

         Hipólito de Roma en su obra «Tradición Apostólica»(21 5-225) hace también referencia al Bautismo de niños. En el momento de bautizar, los niños han de ser los primeros. No se trata ciertamente del Bautismo generalizado de niños. Lo más probable es que se trate de niños que padecían alguna enfermedad, cuyos padres eran cristianos y vivían responsablemente su fe. Este es un dato muy a tener en cuenta.

         Las controversias sobre el pecado original tuvieron una gran influencia sobre la generalización del Bautismo de niños. A partir del s. V esta práctica se hace común. Por miedo a que mueran sin el Bautismo, se urge a que se bautice cuanto antes a los niños. Durante la Cuaresma, los padres asistían a los «escrutinios»y recibían la preparación adecuada para el Bautismo de sus hijos. Con el tiempo, esta preparación va perdiendo importancia. Lo que de verdad permanece es la urgencia de bautizar al niño cuanto antes.

10. 3  La situación actual

         La tradición de bautizar a los niños tiene un gran peso en las familias y en las comunidades cristianas. Con frecuencia la respuesta a la pregunta de por qué bautizáis a los niños: «En mi familia siempre se ha hecho así».

         Algunos sienten la urgencia de bautizar a los niños por miedo a que mueran con el pecado original o para protegerlos, no sea que les suceda algo malo por estar sin bautizar. La concepción mágica del sacramento está presente en algunos casos.

         Hay quienes convierten la celebración del Bautismo del hijo en una fiesta social. Es el momento para celebrar el nacimiento del hijo y presentarlo a los familiares y amigos. El interés se centra más en el evento social que en el sacramento y en lo que éste significa para el niño y para la familia.

         Existen también padres cristianos que viven su fe de forma comprometida y desean que sus hijos disfruten cuanto antes de la fuerza salvadora y regeneradora del Bautismo, vinculando su vida al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. De este modo, ya desde muy pequeños, entran a formar parte de la comunidad de los seguidores de Jesús.

         Otros padres, entre los que no faltan algunos cristianos comprometidos, prefieren esperar a que el hijo alcance la edad adulta, para que decida por sí mismo si quiere o no recibir el Bautismo.

10. 4 Los caminos a seguir

         Si nos atenemos a la tradición de la Iglesia, hay que considerar como bueno el Bautismo de los niños, siempre que se haga dentro del espíritu que dio origen a esta tradición.

         El Bautismo es un acontecimiento cristiano. A la hora de decidir sobre el Bautismo de un niño o de una niña hay que tener en cuenta la fe de la comunidad cristiana, de los padres y de los posibles acompañantes en su proceso de iniciación en la fe.

         Otro elemento a tener en cuenta es la iniciación en la fe del bautizado. Fundamentalmente esta es misión de la familia, de la comunidad parroquial, y, en menor grado, en la situación actual, de los padrinos.

         Se ha de bautizar a los niños de familias cuyo testimonio de fe y de vida cristiana sea garantía de que serán iniciados y educados en la fe de la Iglesia. Si esta garantía no está asegurada, habrá que abstenerse de bautizarlos. De nada sirve que sigamos acrecentando el número de bautizados no evangelizados ni iniciados en la vivencia de la fe. La Iglesia crece verdaderamente por la agregación de cristianos comprometidos en el seguimiento de Jesús. De otra forma, crecen los bautizados, pero no los creyentes, los convertidos, como pasa actualmente.

         Hay un hecho claro y constatado: El nivel de vivencia de la fe y de formación de los padres que solicitan el Bautismo para sus hijos es notablemente bajo. Una catequesis para familiares y padrinos es urgente y necesaria. En la mayoría de los casos debería convertirse en un proceso catecumenal. Así lo indica el Ritual del Bautismo de niños, números 3-15.

         La decisión de aguardar a que el niño alcance la edad adulta para que decida sobre su Bautismo exige una seria reflexión y no solucionaría el problema. Porque le tendríamos planteado igualmente y con las mismas características en la Primera Comunión y Confirmación. Es más fácil que se interese por su fe en Cristo un niño o joven que recibió el Bautismo en la infancia, y luego la primera comunión, aunque no con las garantías necesarias, que en esas mismas o peores circunstancias, sin haber tenido contacto con la Iglesia, pida el Bautismo en su juventud. La práctica de bautizar a los niños está avalada por una larga tradición. La celebración del sacramento encierra una gran riqueza espiritual para la persona. No olvidar el “opus operatum”.       

         Por otra parte, tampoco se han de llevar las cosas al extremo. Los padres toman, de hecho, muchas decisiones de gran influencia para el futuro de sus hijos, antes de que éstos lleguen a la edad adulta, por la simple razón de considerarlas buenas para ellos. En todo caso, hay que proporcionar a la persona los medios necesarios para que conozca el mensaje cristiano y la manera práctica de seguir a Jesús.

         Queridos padres y padrinos que me escucháis, el Bautismo de los niños no ha de considerarse como un final. Se trata del primer acto de una historia de vida de fe, que ha de crecer y desarrollarse hasta alcanzar la plena configuración con Cristo (Ef 4,15). La fe necesita un cultivo constante a lo largo de la vida, para comprender la teología y la riqueza espiritual, así como los compromisos contraídos o promesas bautismales. De ahí la importancia y la necesidad ineludibles de una catequesis inicial, de un proceso catequético integral así como de la formación permanente. Ésta es una de las razones de estas catequesis prebautismales, que con tanto interés estáis siguiendo.  

UNDÉCIMA CATEQUESIS

TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DEL BAUTISMO

 «Bautismo, puerta de la vida y del reino, es el primer sacramento de la nueva ley, que Cristo propuso a todos para que tuvieran la vida eterna y que después confió a su Iglesia juntamente con su Evangelio, cuando mandó a los Apóstoles: “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Por ello el Bautismo es, en primer lugar, el sacramento de la fc con que los hombres, iluminados por la gracia del Espíritu Santo, responden al Evangelio de Cristo. Así, pues, no hay nada que la Iglesia estime tanto ni hay tarea que ella considere tan suya como reavivar en los catecúmenos o en los padres y padrinos de los niños que van a bautizar una fe activa, por la cual, uniéndose a Cristo, entren en el pacto de la nueva alianza o la ratifiquen. A esto se ordenan, en definitiva, tanto el catecumenado y la preparación de padres y padrinos como la celebración de la Palabra de Dios y la profesión de fe en el rito bautismal»(RITUAL DEL BAUTISMO, nº 3).

11.1 El Bautismo, sacramento de fe

         Afirmar que el Bautismo es un sacramento quiere decir que es un signo visible y perceptible por los sentidos, a través del cual Dios realiza en el bautizado su acción salvadora mediante el agua y la fuerza regeneradora del Espíritu Santo. Este signo visible es la inmersión en el agua o el lavado con el agua derramada sobre el bautizado. La acción salvadora de Dios está significada en la invocación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el momento mismo de bautizar. La invocación forma también parte de la acción simbólica bautismal.

         En los escritos del N.T. la fe aparece como condición fundamental para ser bautizado: “Los que acogieron la Palabra fueron bautizados” (Hch 2,41; Mc 16,16). “Sólo si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees de corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Rm 10,9). En los primeros siglos, el que se acercaba para ser bautizado hacía públicamente su confesión de fe ante la comunidad. Después recibía el Bautismo.

11. 2 Nacimiento por el agua y el Espíritu

         Lo que acontece en la persona en el momento del Bautismo es tan nuevo y radical que Juan lo compara a la realidad biológica de nacer. En el origen de este nuevo nacimiento está el poder de Dios creador, que actúa mediante la fuerza regeneradora del Espíritu (Jn 3,1-14). Por eso, los “engendrados”, los “nacidos” por este poder creador de Dios son hijos de Dios (l Jn 3,1). El bautizado se hace criatura nueva en el seno de la fuente bautismal. Los santos Padres comparan con frecuencia esta fuente con el seno materno donde se gesta la nueva vida.

         Tanto Juan como Pablo insisten en la condición de hijo de Dios de todo bautizado: “Nos llamamos hijos de Dios y lo somos en verdad” (l Jn 3,1). “No habéis recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor” (Rm 8,15). “Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá! (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios” (Ga 4,6-7).El proyecto de Dios sobre todo bautizado es que “reproduzca los rasgos de su Hijo”, “en el cual Él se complace” (Rm 8,29; Mc 1,11).

11.3 El Bautismo vincula al misterio pascual de Cristo

         La vinculación del bautizado al misterio pascual de Cristo muerto y resucitado es una de las realidades más profundas de la teología y de la espiritualidad del Bautismo. El bautizado se hace cristiano por su adhesión a Cristo, sometido a la muerte y resucitado a la vida por la fuerza creadora y regeneradora del Espíritu. Por el Bautismo el bautizado se convierte en un muerto injertado en la vida de Cristo resucitado. Pablo es quien mejor ha dado a conocer esta dimensión pascual del Bautismo.

         El bautizado se vincula a la muerte de Cristo. Al sumergirse en el agua de la fuente bautismal, se sumerge en la muerte de Jesús, sellada por su sepultura. Desde ese momento toda su existencia queda vinculada a Cristo muerto y sepultado. Por la fuerza liberadora y salvadora de Cristo la condición pecadora queda destruida: “El hombre que éramos antes fue crucificado con Él, para que se destruya el individuo pecador, y así no seamos más esclavos del pecado” (Rm 6,6).

         Esta inmersión en la muerte de Cristo supone romper para siempre con la condición de pecador y con las obras del pecado: “El pecado ya no los volverá a dominar” (Rm 6,14);“el pecado no ejercerá dominio sobre su cuerpo mortal” (Rm 6,12). La liberación del pecado operada en el bautizado tiene una exigencia: en adelante, el bautizado ha de poner todo su ser al servicio de la justicia y de la honradez, al servicio de Dios (Rm 6,13).

         El bautizado se vincula a Cristo resucitado. En la simbología paulina, la salida del agua es signo de otra realidad que acontece en el bautizado: su vinculación a Cristo resucitado:“Al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por el poder del Padre, también nosotros caminemos en una vida nueva” (Rm 6,4; Col 2,12).

         El bautizado se ha convertido en“un viviente para Dios” por su vinculación a Cristo, y la muerte no ejerce ya ningún dominio sobre él (Rm 6,11). Toda su vida está en adelante al servicio de la justicia para alcanzar la santidad. Esta santidad consiste en reproducir los rasgos de Cristo y hacer de su vida un vivir para Dios. La vinculación a Cristo resucitado alcanzará su plenitud cuando “aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros” (Rm 8,11).

11. 4 El Bautismo introduce en la comunidad de los salvados

                Por la comunión con Cristo muerto y resucitado el bautizado queda vinculado al cuerpo de Cristo, comunidad de los salvados. Pablo expresa esta realidad sirviéndose del símil del cuerpo humano:“Hemos sido bautizados en un solo Espíritu para no formar más que un solo cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres” (1Co 12,13).Este cuerpo es el “cuerpo de Cristo”, la Iglesia de Dios vivo (l Co 12,27; Ef 4,12).

Esta comunidad, animada por el Espíritu del resucitado:

-- Permanece constante y fiel a la enseñanza de los apóstoles.

-- Practica la comunidad de vida compartiendo los bienes según las necesidades de

    cada uno.

-- Celebra la eucaristía, “fracción del pan”,  y ora en comunidad.

-- Da testimonio de la resurrección de Jesús con mucha decisión (Hch 2,42-47; 4,32-

    35).

-- Ha sido enriquecida con una gran variedad de dones y carismas para realizar mejor

   su servicio.

-- Los que antes no eran Pueblo de Dios se convierten por el Bautismo en “linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios, para publicar las proezas del que los llamó de las tinieblas a su luz maravillosa” (1P 2,9-10).

11. 5 El bautizado, persona nacida del Espíritu y habitada por el Espíritu

         En varios pasajes de los Hechos, Lucas asocia el Bautismo a la donación del Espíritu Santo:“Al oír esto, se bautizaron vinculándose al Señor Jesús, y al imponerles Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo” (Hch 9,5-6; 10,44-48). La nueva vida y la incorporación al Reino de Dios es obra del Espíritu (Jn 3,5-8).

         Además de nacido del Espíritu, el bautizado se convierte en morada del mismo Espíritu. En él habita el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos (Rm 8,11; 1Co 3,16; Ef 2,21 -22). La vida del bautizado es un vivir en el Espíritu, y su obra es una actuación según el Espíritu (Gl 5,25). Los frutos que produce el Espíritu son: “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, generosidad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (Gl 5,22-23).

11. 6 El Bautismo libera de toda servidumbre al pecado

         La vinculación a la muerte y resurrección de Cristo produce en el bautizado la liberación de toda servidumbre, en especial la servidumbre al pecado: “Consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro; que el pecado no siga dominando vuestro cuerpo mortal” (Rm 6,11-1 2). Son expresiones con las que Pablo indica la total desvinculación con el pecado que se produce en el bautizado. Lucas vincula el Bautismo con el perdón de los pecados: “Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados” (Hch 2,38).

         Pablo habla de la condición pecadora de la persona antes de la conversión y de la recepción del Bautismo, pero no lo relaciona explícitamente con lo que más tarde se llamó «pecado original», vinculado a la conducta desordenada de la primera pareja humana, según el relato de Gn 3,1-24. Después de la controversia sobre el «pecado original»se ha venido relacionando tradicionalmente al Bautismo con este pecado. Lo que hace el Bautismo es liberar a la persona de toda esclavitud que tenga su origen en el pecado, sean cuales sean sus raíces.

11. 7 Perfil de los nacidos del Espíritu por el Bautismo: seguidor e imagen de Cristo

         El N.T. nos ofrece perfiles diversos del ser y del vivir cristiano. Entre ellos hay dos que se manifiestan con especial relieve: El bautizado es un seguidor e imagen de Cristo.

         Los sinópticos construyen el perfil ético del bautizado en torno al «seguimiento». El verdadero discípulo es el que renuncia a sí mismo, toma la cruz y sigue a Jesús (Mt 16,24; Lc 14,27).

         Pablo, por su parte, pone el ideal ético cristiano en reproducir en sí mismo “la imagen del Hijo”, que es “imagen” perfecta de Dios (Col 1,15): “Todos fueron bautizados en Cristo y se revistieron de Cristo” (Ga 3,27), hasta tal punto que cada uno puede exclamar: “No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20). De la inserción del bautizado en el misterio pascual de Cristo arranca la vida, el comportamiento ético cristiano: “Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús. El, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2,5-8). Ahí está la razón por la que el Padre lo exaltó y lo constituyó Señor.

         Resucitado con Cristo en el Bautismo, el cristiano vive para Dios como hijo de la luz; su fruto es la bondad y la justicia verdadera (Ef 5,8-9). Cristo es la referencia obligada para vivir la norma ética fundamental cristiana, el amor: “Vivid en el amor como Cristo nos amó y se entregó por nosotros” (Ef 5,2). Siguiendo a Jesús, este amor se hace realidad:

-- En la vida y en la solidaridad.

-- En la entrega sin medida por los demás: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn 15,13).

-- En la total disposición al servicio: “El que quiera ser el primero, sea esclavo de todos; porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc 10,44-45).

         El bautizado es una persona que vive y actúa guiado por el Espíritu de Dios: “Si el Espíritu de Dios nos da vida, sigamos los pasos del Espíritu” (Gál 5,25-26). De Él nace la libertad de los hijos de Dios, que no admite otra servidumbre que no sea la del amor servicial (G 5,13).

         El bautizado, un testigo de Jesús y del evangelio. El bautizado es un testigo de lo que ha oído, de lo que ha visto con sus propios ojos, de lo que ha contemplado y palpado con sus propias manos acerca de la persona y de la obra salvadora de Jesús, “el primer nacido de entre los muertos” (lJn 1,1; Ap 1,5). El evangelio de Lucas termina con esta recomendación: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos empezando por Jerusalén. Y vosotros sois testigos de esto” (Lc 24,46-48).

         El bautizado recibe el Espíritu para ser testigo viviente de la Pascua de Jesús, que se hizo realidad en su persona el día del Bautismo. Es testigo de la salvación realizada por Jesús en él a través de su muerte y resurrección. El pertenece a la comunidad de los salvados y ha de ser fermento de esta salvación en medio del mundo. El bautizado es un verdadero anunciador de la Buena Noticia de Jesús, como los primeros discípulos que“no pueden dejar de hablar de lo que han visto y oído” (Hch 4,20). Esta urgencia aparece clara al final de los evangelios de Mateo y de Marcos:“Id por todo el mundo y anunciad la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15; Mt 28,19).

         Ahora, queridos amigos, si os parece bien, podemos dialogar sobre lo que significa y exige el Bautismo como testimonio de fe y  de vida en Cristo, de cómo lo vivimos nosotros. A este propósito me gustaría leer algún escrito de Sor Isabel de la Trinidad, donde esta religiosa Carmelita de Dijón, de finales del siglo XIX y principios del XX, descubre todas estas riquezas de su Bautismo en la cumbre de la mística, de su oración contemplativa de unión total con la Santísima Trinidad: «¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí, para establecerme en Vos, tranquila y segura, como si mi alma ya estuviera en la  eternidad. Que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de Vos, oh mi Inmutable, sino que cada instante me sumerja más en la inmensidad de vuestro Misterio! Pacificad mi alma, haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada; que nunca os deje solo, antes bien permanezca siempre allí, bien despierta en mi fe, en total adoración, entregada sin reserva a vuestra acción creadora»

DUODÉCIMA CATEQUESIS

LA MISIÓN DELA FAMILIA Y DE LOS PADRINOS

         «Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse es importante la ayuda de los padres. Ése es también el papel del padrino y de la madrina, que deben ser creyentes sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de vida cristiana»(Catecismo de la Iglesia Católica, 1255).

         La labor espiritual que la familia y los padrinos realizan al lado de los bautizados es una verdadera misión eclesial. Sobre todo en el caso del Bautismo de niños, la Iglesia les confía el crecimiento en la fe y en la vida de hijos de Dios que tiene su origen en la celebración del sacramento.

         “Los que crean y se bauticen se salvarán” (Mc 16,16). El Bautismo exige la fe como condición previa. Una fe que lleva a un cambio radical de vida, que se hace realidad por medio de la conversión. En el caso de los adultos, ellos mismos «dan razón»de su fe con su testimonio y su vida. Los niños de corta edad no tienen la capacidad para hacerlo. Son bautizados «en la fe de la Iglesia»; y más concretamente, a través de la fe de su «Iglesia doméstica»que son su familia y la de sus padrinos, a los que la comunidad cristiana hace responsables del Bautismo.

         En todo el proceso de iniciación del bautizado los familiares y padrinos han de actuar por motivaciones de fe. La Iglesia no es un grupo de gentes bautizadas multitudinariamente, sino una comunidad de evangelizados y bautizados singularmente, comprometidos con la vivencia del evangelio en la vida personal y comunitaria cotidiana.

12. 1 Solicitud del Bautismo

         Al solicitar el Bautismo, en el caso de los niños, existen motivaciones diversas por parte de los familiares. Unas tienen su base en la fe, otras tienen poco que ver con ella.

Razones insuficientes:

-- Pedir el Bautismo por costumbre, como una rutina.

-- Porque es un rito con poderes cuasi-mágicos por el que se quiere asegurar la protección de Dios para el hijo: «Para que Dios me lo proteja, no sea que le pase algo». En los sacerdotes también una equivocada interpretación del «opere operato»puede llevar a una mala administración del sacramento.

-- Por razones de orden social. Es una oportunidad para celebrar el nacimiento del hijo y presentarlo a familiares y amigos.

12. 2 Las verdaderas motivaciones

Los motivos principales que muevan a unos padres a bautizar a sus hijos deben ser:

-- Incorporar al hijo a la vida de fe que vive la familia. La Iglesia empezó a bautizar sólo a los niños de familias de fe profunda, en las que el hijo encontraba el clima cristiano adecuado para el desarrollo de su vida de hijo de Dios.

-- Considerar al hijo como un don de Dios. Por lo mismo, la familia desea que goce desde el principio de la dicha de ser hijo de Dios por el Bautismo.

-- Hacerlo miembro de la comunidad de seguidores de Jesús. Como «Iglesia doméstica», la familia es consciente de su pertenencia a la gran comunidad de los bautizados y desea que el nuevo miembro forme parte de ella por medio del Bautismo.

12. 3 Responsabilidad de la familia y de los padrinos

         Al principio, la Iglesia confiaba los que habían de ser bautizados a los cuidados de un cristiano o cristiana de fe madura, que se convertía en su acompañante durante todo el proceso de iniciación. Los familiares y padrinos de hoy tienen la misma misión ante la comunidad cristiana, pero la situación y circunstancias han cambiado, son bien distintas.

En diversos momentos de la celebración del Bautismo se recuerda a los padres la responsabilidad que asumen ante la Iglesia al bautizar al hijo o a la hija: El Ritual del Santo Bautismo comienza con estas palabras dirigidas por el sacerdote a los padres:

«QUERIDOS PADRES: Con gozo habéis vivido en el seno de vuestra familia el nacimiento de un niño y con gozo venís ahora a la Iglesia a dar gracias a Dios y a celebrar el nuevo y definitivo nacimiento por el Bautismo. Todos los aquí presentes nos alegramos de este acontecimiento porque se va acrecentar el número de los bautizados en Cristo. Dispongámonos a participar activamente:

– ¿Que nombre habéis elegido para este niño/a?

(Responden los padres) N.

– ¿Qué pedís a la Iglesia para N.?

– El Bautismo.

– Al pedir el Bautismo para vuestro hijo, ¿sabéis que os obligáis a educarlo en la fe, para que este niño, guardando los mandamientos de Dios, ame al Señor y al prójimo como Cristo nos enseña en el Evangelio?

– Sí, lo sabemos.

– Y vosotros, padrinos, ¿estáis dispuestos a ayudar a sus padres en esta tarea?

– Sí, estamos dispuestos.

– N., la comunidad cristiana de...  te recibe con gran alegría. Yo, en su nombre, te signo con la señal de Cristo Salvador. Y vosotros, padres y padrinos, haced también sobre él la señal de la cruz.

Cinco veces y bajo diversas formas, la Iglesia, durante la celebración del Bautismo,va a preguntar y comprometer a los padres y padrinos en la FE Y EDUCACIÓN CRISTIANA de los hijos que presentan a la Comunidad. Bueno será que antes de rellenar esta solicitud y de celebrar el sacramento, reflexionemos un momento sobre este acontecimiento de fe y salvación, para que no sea un acto heredado, puramente social y rutinario, sino una manifestación y celebración de la fe en Jesucristo y en su Iglesia, prolongación de su mensaje y de su salvación. Lograremos así que sea una acción honrada, coherente y santificadora.

         A los padrinos, por tanto, se les asigna la misión de colaborar con los padres, para que el bautizado llegue a profesar la fe y a expresarla en la vida. Esta misión no es fácil de cumplir si tenemos en cuenta que, a la hora de elegir padrinos, el criterio de amistad, de compañerismo, de afinidades sociales, políticas, etc., suele prevalecer sobre la vivencia y el testimonio de fe de los elegidos.

         En las comunidades de los primeros siglos los padrinos cumplían su misión fundamentalmente en la etapa precatecumenal y durante el catecumenado. Los familiares y padrinos de hoy, si lo hacen, lo harán después de la celebración del Bautismo. Su misión es la misma que la Iglesia asignaba en aquella época a los padrinos.

         Padres y padrinos se comprometen públicamente ante la Iglesia a ser  evangelizadores del bautizado. En su promesa se le da el sacramento. La misión evangelizadora es la primera tarea de la familia y de los padrinos respecto a las personas para las cuales solicitan el Bautismo. Desde luego, los padres  son los primeros anunciadores del evangelio a sus hijos y los primeros testigos de la fe y del amor que Cristo les tiene. De ellos percibe el niño las primeras experiencias de oración, de amor cristiano, de compromiso, de celebración de la fe en comunión con la comunidad cristiana.

         Esto es hoy más necesario que nunca, porque Dios es el gran ausente en la realidad ambiental que viven los niños en la calle, en el colegio, en los medios de comunicación. Los valores religiosos, por lo general, se silencian o persiguen, y el niño no percibe en su entorno experiencias de fe que le ayuden a crecer y madurar como cristiano. Esta situación exige una mayor atención por parte de la familia y de los padrinos: «La familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio en el que el evangelio sea transmitido»(Evangelii Nuntiandi, 71).

         Padres y también los padrinos, junto con la familia, son los primeros acompañantes del bautizado en su itinerario de fe. Como seguidores fieles del camino de Jesús, se convierten en guías experimentados que le indican la senda a seguir al tiempo que hacen camino con él. Y todos sabemos que para guiar hasta un lugar o montaña, hay que haber hecho antes el camino y estar en él.

         Son muchos los niños bautizados, que en su camino de fe se quedan solos y van a la deriva, porque en su medio familiar nadie se preocupa de orientarlos y acompañarlos en la vivencia de su fe bautismal.

         Pedir el Bautismo es comprometerse a educar en la fe al bautizado. Esta labor se ha de realizar, en primer lugar, en el seno de la familia. Además, supone poner especial cuidado para que se integre en el proceso catequético de su comunidad cristiana, según va avanzando en edad. Paralelo al proceso catequético está el sacramental. A medida que va madurando su fe hay que iniciarlo también en los demás sacramentos de iniciación cristiana: Primera Eucaristía y Confirmación. Tienen que seguir el proceso de la Iniciación Cristiana de la comunidad o parroquia a la que pertenecen.

         Por eso, juntamente con los padres y padrinos, la comunidad cristiana es también responsable. La comunidad acepta la solicitud del Bautismo de niños, cuando se ha asegurado que la familia y los padrinos se comprometen a educar en la fe al bautizado. Existen padres y padrinos que asumen con seriedad esta responsabilidad. Pero son también numerosos los que cumplen el trámite de solicitar el Bautismo y después descuidan su misión de iniciadores en la fe respecto al bautizado. La preocupación por el proceso de fe que se inicia ya desde el momento del Bautismo no despierta el interés que se merece. No estaría mal que alguna vez se firmase algún compromiso escrito en este sentido, y no sólo fuera de palabra.

12. 4 Preparación adecuada para cumplir la misión

         La misión de iniciación en la fe de los bautizados por parte de la familia y de los padrinos es un verdadero ministerio dentro de la comunidad cristiana (Familiaris Consortio, 39). «Para realizarlo con la debida responsabilidad en el clima cultural de la sociedad actual, padres y padrinos han de procurarse una buena formación. Muchos padres se sienten incapaces de educar a sus hijos en la fe por falta de preparación adecuada. Nunca se esforzarán bastante los padres cristianos por prepararse a este ministerio de catequistas de sus propios hijos y por ejercerlo con celo infatigable” (Catechesi Tradendae. 68).

         Un obstáculo para cumplir con su misión es la incoherencia entre lo que dicen creer y su vida personal y familiar. La coherencia entre fe y vida en la familia es un elemento básico para la iniciación en la fe de los más pequeños. La presencia del hijo obliga a los padres, como responsables de la vida familiar, a hacer revisión con frecuencia de cómo se vive la fe, de la oración en familia, de la celebración y participación en los sacramentos, especialmente la misa del domingo, sin la cual no hay cristianismo, ni vida cristiana. Esta labor espiritual y familiar es muy difícil cumplirla si alguno de sus miembros no está integrado en los grupos de formación permanente de la parroquia. .

         En un momento de la historia de la Iglesia se planteó si había que bautizar o no a los niños (s. IV). Hoy el problema no son los niños. El problema son los adultos:

-- Por la falta de responsabilidad al solicitar el Bautismo del niño y por la falta de compromiso serio de educarlo en la fe.

-- Por la despreocupación de los padres en formarse para realizar la misión de ser los primeros iniciadores en la fe de sus hijos. Las mismas catequesis de preparación al Bautismo de niños se toman con demasiada frecuencia como un trámite y no como una oportunidad que hay que aprovechar para mejorar la propia formación.

-- Por falta de exigencia pastoral de las mismas parroquias, o diferencias notables entre unas y otras a la hora de administrar los sacramentos.

DÉCIMOTERCERA CATEQUESIS

13. ORIENTACIONES DOCTRINALES Y PASTORALES

DEL RITUAL DEL BAUTISMO DE NIÑOS

DÉCIMOCUARTA CATEQUESIS

LA CELEBRACIÓN DELBAUTISMO

«Diálogo prebautismal  (Sigo el Ritual del Bautismo)

57. Para preparar adecuadamente a los padres y padrinos para el cumplimiento de su misión es necesario que a la celebración del Bautismo preceda el diálogo con un sacerdote o con otras personas responsabilizadas en la pastoral bautismal.

Este diálogo pretende:

a) hacerles reflexionar sobre las motivaciones de la petición del Bautismo, ayudándoles a que esta petición sea un verdadero ejercicio de fe;

b) preparar el rito, explicando las intervenciones de los padres y padrinos y su significado, para que se asegure la veracidad de sus respuestas;

e) en muchos casos, realizar una elemental catequesis del sacramento;

d) en otros, incluso una catequesis general que busca una educación de la fe y no sólo una mera instrucción sobre la fe;

e) alguna vez, con padres descristianizados, evangelizar en sentido pleno o sensibilizar para una posterior evangelización.

Cursillos para futuros padres

58. Allí donde el número de nacimientos sea abundante será conveniente organizar cursillos o conferencias, a nivel parroquial o de zona, para padres que esperan un hijo.

Petición del Bautismo

59. Como conclusión del diálogo prebautismal, los padres solicitarán el Bautismo para su hijo o se comprometerán a cumplir las exigencias del mismo. Esto, si se hace por escrito, es un documento que acredita el derecho del niño a ser educado en cristiano»(RITUAL DEL BAUTISMO).

14. 1 La celebración  del Bautismo debe ser pascual-dominical

         El Bautismo debe celebrarse, a ser posible, en celebración eucarística-dominical-pascual. La celebración del Bautismo debe ser celebración eucarística del domingo, porque debe ser el «paso»de la muerte, a la vida, del pecado, a la gracia, esto es el domingo, Pascua del Señor; y esto es el Bautismo, paso con Cristo de la muerte del pecado a la vida nueva y eterna de hijo de Dios. Así se celebró en la Iglesia Primitiva. Es celebración pascual, a ser posible, en la Pascua del Señor, o en el Domingo, «día en que Cristo resucitó y nos hizo partícipes de su resurrección». El domingo es el día indicado porque en el Bautismo como en la Eucaristía celebramos el «paso»del pecado a la vida nueva, a la participación en la vida divina que nos hace hijos de Dios y herederos del cielo.

         Ese «pasar» de una situación a otra, nueva y distinta, es la característica pascual del Bautismo. El pueblo judío «pasó»de la esclavitud de Egipto a la libertad de la tierra prometida a través del Mar Rojo, fiándose de Dios (primera Pascua: pascua judía); Jesús «pasó» de la muerte a la vida, depositando su confianza en Dios, que lo resucitó de entre los muertos (segunda Pascua: pascua cristiana); el bautizado «pasa» a la nueva vida de hijo de Dios, a través de las aguas bautismales, y a través del Espíritu de Dios, porque nace «del agua y del Espíritu» (Pascua personal).

         De ahí que los cristianos entendieran durante muchos siglos, cuando era habitual el Bautismo de adultos y no el de niños, que no había mejor día para llevar a cabo la celebración del Bautismo que el mismo día en que celebraban la resurrección de Jesús: la solemne Vigilia Pascual. En ella, los que se habían preparado a lo largo de tres años para este momento y estaban capacitados para vivir como cristianos, recibían, en la misma celebración que hace presente la resurrección de Jesús, los tres sacramentos de la iniciación cristiana: el Bautismo y la confirmación, seguidos, recibidos en una dependencia aneja al templo, próxima a él, llamada baptisterio; desde allí, se organizaba una procesión con los recién bautizados, que eran admitidos en el templo a la plena participación en la eucaristía.

         De ahí que, preferentemente sea la Vigilia Pascual el día bautismal por excelencia, pues es el momento de la celebración de la resurrección de Jesús. En segundo lugar, el tiempo de Pascua, que prolonga esa celebración durante los cuarenta días siguientes. De no ser así, es preferible la celebración en un domingo, que es el día de la semana que recuerda de modo permanente la resurrección de Jesús. Y de ahí la referencia de celebración pascual y dominical señalada antes.

14. 2. Celebración comunitaria

         Porque es la Iglesia de Cristo la que nos prepara, nos exige las promesas bautismales y nos abre las puertas para entrar en la comunidad de los creyentes. Antes, cuando yo era monaguillo, se significaba esta entrada cuando los padres, desde fuera del templo y llamando a la puerta del templo que estaba cerrada, solicitaba entrar dentro de la iglesia, imagen de la Iglesia Universal y comunitaria, que es el cuerpo místico de Cristo. Es también la Iglesia, la que en celebración litúrgica, pública y comunitaria nos confiere el sacramento del Bautismo. Es comunitaria porque todos somos iguales ante Dios y no hay cristianos de primera, de segunda o tercera. Todos iguales, pues, ante Dios, nos incorporamos a la comunidad de la Iglesia. Y de ahí que sea preferible la celebración comunitaria, en que varias personas se incorporan, procedentes de familias diversas, a la única familia de Dios, la Iglesia. La celebración colectiva subraya y deja más patente este aspecto; por eso, es bueno tenerlo presente, en el caso de que la celebración no se efectúe de forma comunitaria, puesto que por el Bautismo nos incorporamos a la Iglesia, destinados a colaborar al bien común. Sin embargo hay que reconocer, que, cuando se juntan varios bautizos con multitud de  niños y niñas acompañantes y amigos, no resulta muy fácil la ceremonia y se interrumpe con facilidad. La experiencia es testigo. Así que...

14. 3. Los signos

         Toda celebración sacramental utiliza habitualmente signos. Y todo signo tiene una parte externa, la que se percibe, y que significa y realiza la otra parte no visible, pero que es la más importante, la que nos comunica la vida divina. Un ejemplo sencillo aclara mucho las cosas: cuando una persona regala a otra una flor, lo que se ve y toca es precisamente la flor, pero lo importante es que se trata de expresar el cariño que se siente interiormente.

         Este lenguaje de los signos, utilizado en los sacramentos, también aparece en el Bautismo. Y como algunos signos se vienen empleando desde hace mucho tiempo, es posible que no se perciba del todo lo que se trata de decir, y sea preferible explicarlo, a fin de que no pase desapercibido como un gesto que se realiza, pero sin saber su sentido. Si fuera así, se perdería en gran parte la riqueza del significado.

         Los principales signos que se encuentran a lo largo de la celebración del Bautismo son:

-- El nombre

         Al comienzo mismo de la celebración se pregunta por el nombre que se impone al que se va a bautizar. Si es un niño, poco tiempo antes ha sido inscrito —como obligación— en el registro civil. Si es un adulto, se pregunta por el que le ha identificado hasta ahora o el nuevo que quiera adoptar.

         Se le designa con un nombre. Como persona que es, el nombre le identifica, le distingue, le acompaña durante su vida. También distinguimos entre el nombre y el apodo, o el insulto. El nombre ha de ser digno de la persona, respetuoso, que denote buen gusto. Ante Dios y ante los cristianos, quien se va a bautizar no es alguien anónimo. Dios lo reconoce por su hijo, y lo llama por su nombre. La Iglesia también acoge a un nuevo miembro designándole con un distintivo propio. Una tradición, fuertemente arraigada, establecía un vínculo común entre la persona bautizada y el santo o la santa que tenían el mismo nombre: hoy es el día de «mi santo». De todas formas, aunque esto ya no se lleva, conviene preguntar antes por el nombre para evitar sorpresas desagradables.

-- La señal de la cruz

         El sacerdote, los padres y los padrinos hacen la señal de la cruz en la frente del que va a ser bautizado: va a ser cristiano, y esta señal es un distintivo para los seguidores de Jesús. En una cruz fuimos salvados y nosotros por amor la tenemos en nuestras casas, hacemos la señal de la cruz al salir de casa o siempre que empezamos un viaje o hacemos cosas importantes, implorando con ello la ayuda y la protección del Señor.

          La señal externa de la cruz nos habla del seguimiento de Jesús: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt 10,38).

-- La unción prebautismal

         Unción significa ser untados con aceite. El aceite sobre la piel penetra por los poros, y la deja lista para un esfuerzo posterior (una etapa en una carrera ciclista; un partido de fútbol...): son los masajes y linimentos empleados por los deportistas para preparar los músculos para el esfuerzo inmediato que van a realizar.

         Pero también tiene el mismo sentido el uso de cremas protectoras antes de someter la piel a los efectos del sol o del aire, en la playa, en la piscina o en el esquí. Todos esos productos, grasientos, dejan la piel preparada y protegida para el calor, el frío o la sequedad.

         Por ello, antes del Bautismo se hace (el ritual señala que puede hacerse u omitirse) una unción prebautismal, llamada también «de los catecúmenos», porque los que aún no eran cristianos se preparaban para serlo. En la actualidad, realizada antes del Bautismo y expresa también que quien se va a hacer cristiano tiene que estar preparado para las dificultades que experimentará y los esfuerzos que tendrá que llevar a cabo para seguir y pisar las mismas huellas de Cristo.

-- El agua

         Es el signo más elocuente de todos los empleados en el Bautismo. Fundamentalmente tiene dos significados, complementarios entre sí: vida-muerte y limpieza-suciedad. Si nos fijamos en el primero --vida-muerte-- no hay más que poner los ojos en un valle surcado por un río, o en un desierto.

         Las manifestaciones de vida son tan abundantes en el primer ejemplo, y tan escasas en el segundo, que el contraste habla por sí mismo: el agua da la vida. Más aún, es indispensable para la vida. No podemos pasarnos sin beber, y necesitamos incorporar agua a nuestro organismo. El agua es, pues, elemento fundamental de vida.

         Pero no podemos olvidar que también es causa de muerte: basta pensar en las inundaciones que arrastran tantas vidas en una riada imprevista, una tromba de agua ha dejado tras de sí, con frecuencia, un saldo de muerte. Nos gusta jugar con el agua, pero siempre con el respeto y la precaución de que sepamos hasta dónde llegan nuestras posibilidades porque podemos morir ahogados.

         El agua, como elemento ambivalente, habla a la vez de vida y de muerte, del paso de la muerte, en el seno del agua, a la vida, si conseguimos salir de ella; el paso de la sequía abrasadora a la abundancia del riego. En definitiva, el paso de la muerte a la vida.

         Si ponemos la atención en el segundo significado --limpieza-suciedad--, es claro que para quitarnos la suciedad de nosotros, de la ropa, de los muebles o del suelo necesitamos el agua que limpia, aclara, purifica. A veces estamos manchados y nos tenemos que disculpar: «Perdona que no te dé la mano: no me la he podido lavar». Preferimos estar limpios, y educamos a los niños para que sean limpios y aseados. El agua bautismal, que hablaba de regeneración y de vida, expresa también la idea de limpieza, pero no la limpieza externa, sino la limpieza interna, la ausencia de pecado, el que Dios nos libre de nuestra condición pecadora, y nos anime a vivir encaminados hacia el bien, para que seamos capaces de elegirlo por nosotros mismos.

La unción posbautismal

         Recordemos lo dicho anteriormente, esto es, que «unción»significa ser untados con aceite, o con otra expresión castellana, ser «ungidos». Ser «ungido» es precisamente lo que significa el nombre de «cristo»: el que es untado con aceite, el «ungido de Dios». Es una expresión de origen griego, equivalente a otra de origen hebreo: «mesías».

         Entre los muchos que eran ungidos en el pueblo judío (por eso está bien escrita con minúscula) hubo uno, el más destacado de todos, el Mesías, el Cristo, identificado como Jesús de Nazaret. Por eso, sus seguidores hablaban con frecuencia de Jesús «el Cristo», y de esta forma a ellos mismos los denominaron los «cristianos» (Hch 11,26: “En Antioquía fue donde se empezó a llamar a los discípulos cristianos”. Y de ahí que, a quien acaba de ser bautizado, y acaba de hacerse cristiano, se le unja también, para expresar que es cristiano, que es ungido, como Jesús.

La luz

         Es un signo muy expresivo, porque sabemos lo que es tiniebla, la noche, la oscuridad de un interior. En estas ocasiones disponer de una luz es fundamental. Quedarnos sin luz nos paraliza y, a veces, nos llena de miedos y temores. Que alguien pueda traer una luz, aunque sea pequeña, en medio de la más absoluta oscuridad, nos obliga a volver la vista, a dirigirnos en esa dirección y reorientarnos.

         Tras el Bautismo, Cristo aparece como luz, pero no una luz más, entre otras, sino como “la luz del mundo”, la luz de la vida. Es normal, pues, que el cristiano, el bautizado, participe de esa vida y de esa luz. Y el signo de la participación es una vela, encendida no de cualquier sitio, sino precisamente del cirio pascual que representa a Cristo resucitado, luz que brilla en medio de las tinieblas.

         El cristiano, por el Bautismo, es portador de la luz, para seguir alumbrando con ella, con su vida, el mundo: “brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).

La vestidura

         El vestido, la ropa es, junto con el tipo y el rostro, lo primero que percibimos de una persona: nos habla de su condición social, de su categoría, de su limpieza, de su manera de ser, de su cuidado; también dice algo de sus ganas de aparentar. Es verdad que «el hábito no hace al monje», pero a todos nos ayuda a reconocer a las personas.

         Si vamos un poco más allá de las apariencias, la ropa limpia y nueva o recién estrenada suele ser una ocasión para resultar más cuidadosos con lo que hacemos, para no mancharla.

         Cuando era frecuente el Bautismo de adultos, los recién bautizados eran vestidos de blanco, y durante una semana –«semana in albis-- llevaban sus vestiduras blancas con el cuidado de no ensuciarlas ni estropearlas. Constituían un signo claro de lo que en ellos había comenzado y que querían mantener a todo trance.

DÉCIMOQUINTA CATEQUESIS

 DINÁMICA Y ESTRUCTURA DE LA LITURGIA BAUTISMAL

         La comunidad cristiana, junto con la familia y los padrinos, ha de tomar parte activa, consciente y plena en la celebración litúrgica del Bautismo. Para ello es necesario conocer la dinámica de la celebración: la significación de las palabras, de los gestos y de los signos bautismales, y la forma de participación de cada uno.

La celebración litúrgica del Bautismo de niños consta de cuatro partes:

-- Rito de acogida.

-- Liturgia de la Palabra.

-- Liturgia del sacramento.

-- Conclusión del rito.

15. 1 RITO DE ACOGIDA

         La celebración del Bautismo se abre con el saludo y la felicitación por parte del celebrante, en nombre de la comunidad cristiana, a los padres y familiares por el nacimiento de su hijo. Les manifiesta, además, el gozo por haber decidido bautizarlo e incorporarlo de este modo a la familia de los hijos de Dios.

         -- Diálogo con padres y padrinos. Versa sobre la elección del nombre, sobre la solicitud del Bautismo y sobre la responsabilidad de padres y padrinos en la educación en la fe del bautizado.

         -- Elección del nombre.Antiguamente, el Bautismo se realizaba por etapas. Una de esas etapas era la inscripción del candidato al principio del catecumenado, tiempo destinado a la preparación para el Bautismo. Al tiempo de inscribirse, se elegía el nombre que iba a llevar como cristiano.

         Hoy no se concede importancia alguna a la elección del nombre. En aquella época, el nombre tenía una significación y revelaba el carácter cristiano de la persona. Por ejemplo: «Cristóforo»= Portador de Cristo; «Atanasio»= Inmortal; «Víctor»= Triunfador, «Timoteo»= Temeroso de Dios, etc. También se elegía el nombre de un testigo cualificado de la fe, por lo general un mártir, bajo cuya protección se ponía al bautizado. Hoy, si no se tiene esa costumbre, al menos no estaría mal preguntar por el nombre que piensan poner al niño, porque algunos son totalmente inadecuados al sentido religioso del acto.

         -- Solicitud del Bautismo. Al tratarse de personas adultas, en los primeros siglos el mismo candidato solicitaba el Bautismo ante la comunidad. Al tratarse de niños pequeños, son los padres o los representantes quienes lo solicitan en nombre del niño.

         La petición del Bautismo significa el primer paso por parte de la familia en el compromiso de ayudar al bautizado a conocer el significado de su Bautismo y de enseñarle a vivir de acuerdo con sus exigencias.

         -- Compromiso de padres y padrinos. Tanto los padres como los padrinos proclaman públicamente ante la comunidad su compromiso de educar al bautizado en la fe de la Iglesia y en la práctica del amor a Dios y al prójimo. El celebrante pregunta explícitamente a los padres y padrinos si están dispuestos a asumir su responsabilidad. Con un «sí» claro hacen constar su compromiso ante la comunidad.

         -- Signación con la cruz. El primer gesto que el celebrante hace sobre el niño es una cruz sobre su frente. Desde el principio, la cruz fue para los cristianos signo de la salvación de Dios en Jesús muerto en la cruz y resucitado por el poder del Padre. Y fue además un signo de identificación. Por el Bautismo la persona participa del misterio salvador de Cristo, que está vinculado al misterio de la cruz. Por el mismo hecho, el bautizado queda vinculado a la cruz como signo de salvación.

15. 2 LITURGIA DE LA PALABRA

         Esta parte de la celebración consta de tres elementos:

-- Proclamación de la Palabra de Dios.

-- Homilía: Comentario de esa Palabra.

-- Oración de los fieles.

         La Palabra de Dios ocupa un lugar importante en la celebración bautismal. Ella ayuda a descubrir la riqueza teológica y espiritual del sacramento. y las exigencias que tiene para la vida del bautizado el hecho de recibir el Bautismo.

         Después de acoger y meditar la Palabra de Dios, la comunidad ora especialmente al Padre por los bautizados y por los principales responsables de su educación en la fe: la comunidad cristiana, la familia y los padrinos.

15. 3  LITURGIA DEL SACRAMENTO: Exorcismos y unción.

         El exorcismo es una plegaria sobre el candidato al Bautismo. Se pide a Dios que lo proteja y lo libre del espíritu del mal. Esta plegaria está relacionada con la actuación de Jesús en su vida terrena: “Y recorrió toda Galilea predicando en sus sinagogas y expulsando los malos espíritus” (Mc 1.39). Así lo expresa la oración: «Dios, que has enviado a tu Hijo al mundo para librarnos del dominio del Maligno»(Ritual del Bautismo de niños).

15. 3. 1 La unción.Era una costumbre antigua untar con aceite el cuerpo de los atletas para fortalecerlos en vista a la competición. Era como los masajes que se practican hoy a los deportistas. La unción que se hace sobre el que se bautiza simboliza la fuerza de Cristo que la persona recibe para combatir y vencer las fuerzas del mal que operan en el mundo.

15. 3. 2 Bendición del agua bautismal.

         El agua es un elemento básico del Bautismo: “Quien no nazca del agua y del Espiritu no puede tomar parte en el Reino de Dios” (Jn 3,5).    En la oración sobre el agua se recuerdan diversas intervenciones de Dios en favor de su pueblo, en las que el agua aparece como signo de su fuerza liberadora:

-- Fuente de vida (creación) (Gn 1, 20-23).

-- Instrumento de regeneración de la humanidad (diluvio) (Gn 7-8).

--  Signo de liberación y de nacimiento del Pueblo de Dios (paso del Mar Rojo) (Ex 14.15-15.21).

-- Signo de la nueva vida, que se revela en la manifestación del Padre, del Hijo y del Espíritu en el Bautismo de Jesús en el Jordán (Mt 3,13-17 ss).

15. 3. 3 Las renuncias.

         En los «escrutinios»que precedían al Bautismo, los candidatos hacían ante la comunidad pública renuncia a Satanás, a sus obras y seducciones. En el Bautismo de niños son los padres y padrinos los que hacen esta renuncia en nombre de aquéllos. Al mismo tiempo, toda la comunidad renueva su renuncia bautismal.

15. 3. 4 La profesión de fe

         En un momento del proceso de la iniciación cristiana el candidato al Bautismo hacía la proclamación de su fe recitando el «credo»ante la comunidad. En el momento mismo del Bautismo, en diálogo con el celebrante, proclamaba de nuevo su fe. Ahora, los padres y padrinos, junto con la comunidad, son los que hacen la proclamación de fe en el Bautismo de niños. Con esto, no sólo actúan en nombre del niño, sino que, además, manifiestan que están arraigados en la fe y dispuestos a ayudar al bautizado para que un día él mismo pueda hacer personalmente su confesión de fe.

15. 3. 5 El rito sacramental

         -- Nuevo diálogo con los padres. El celebrante, ante la pila bautismal, pregunta de nuevo a los padres si desean de verdad que el hijo sea bautizado en la fe de la Iglesia, que se acaba de proclamar. Con su consentimiento se procede a bautizarlo. De nuevo se les recuerda la responsabilidad que tienen en su educación en la fe.

         -- Celebración del Bautismo. Actualmente la forma de bautizar más usual en nuestras comunidades es la de aspersión, consistente en derramar el agua sobre la cabeza del bautizado. Sigue también vigente la forma de bautizar por inmersión, consistente en sumergir por completo al que se bautiza en la fuente bautismal. Esta segunda forma expresa mejor lo que acontece en el bautizado en este momento de la celebración: Muerte y sepultura con Cristo (inmersión) e incorporación a Cristo resucitado (salida del agua).

         -- Invocación de la Santísima Trinidad. El gesto de bautizar va acompañado de la invocación al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Esta invocación coincide con la que aparece al final del evangelio de Mateo (Mt 28,19). El Bautismo es una consagración de la persona al Dios vivo; la convierte en templo de la Trinidad.

         -- Unción con el crisma: «La carne se unge para que el alma sea consagrada». Estas palabras de Tertuliano indican el significado que desde el principio tuvo esta unción con el crisma después del Bautismo. Las palabras del Ritual que acompañan a la unción, establecen una relación de ésta con la unción que recibían los sacerdotes, los reyes y los profetas en el pueblo de Israel. Significan la vinculación del bautizado con el primer Ungido que es Cristo, profeta, sacerdote y rey.

         -- Vestidura blanca. Pablo dice: “Los que os habéis bautizado en Cristo os habéis revestido de Cristo” (Ga 3,27). La vestidura blanca aparece en varios textos del N.T. Es un signo de Cristo glorioso (Mt 17,2.) y también de la multitud innumerable de los redimidos que han lavado sus túnicas en la sangre del Cordero (Ap 4,44; 7.13). La vestidura blanca con que se viste a los bautizados es signo de la vida nueva de resucitados con Cristo y de la inocencia, que encuentra su nueva expresión en el Bautismo.

15. 3. 6 Entrega de la luz.La luz es un símbolo utilizado en el N.T. tanto para referirse a Jesús como a los seguidores de Jesús. El afirma: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12). A los seguidores les dice: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,14).

         Actualmente la luz se toma del cirio pascual, uno de los símbolos más ricos de la simbología de Cristo resucitado. El bautizado se ha convertido en “hijo de la luz” (Ef 5,8). Además de ser signo de vida de resucitado, la luz encendida es signo de vigilancia (Mt 25,1-13: Lc 12,35-40). A los padres y padrinos se les confía acrecentar esa nueva luz con que el bautizado ha sido iluminado.

15. 4 CONCLUSIÓN DEL RITO: 

15. 4.1 El Padrenuestro.

Es la expresión del Espíritu de hijos, que se manifiesta en forma de oración. El bautizado adulto recitaba ante la comunidad la oración del Padrenuestro en el transcurso de la celebración del Bautismo. Ahora es la comunidad la que, en nombre de los nuevos hijos de Dios, hace esta oración que identifica al seguidor de Jesús. Los bautizados ya pueden orar a Dios diciendo: “Padre nuestro”, pues el Espíritu del Hijo grita en su interior: “Abbá” (Padre) (Rm 8,15; Ga 4,5).

15. 4. 2 Bendición.La celebración del Bautismo concluye con la bendición. Además de implorarla sobre la comunidad, el celebrante pide de modo especial la bendición de Dios sobre las madres y los padres para que cumplan, de palabra y obra, su misión de primeros testigos de la fe ante sus hijos.

RITO DEL BAUTISMO DE NIÑOS

1. Rito de acogida

Celebrante:Hermanos: Con gozo habéis vivido en el seno de vuestra familia el nacimiento de un niño. Con gozo venís ahora a la Iglesia a dar gracias a Dios y celebrar el nuevo y definitivo nacimiento por el Bautismo.

Todos los aquí presentes nos alegramos en este momento, porque se va a acrecentar el número de los bautizados en Cristo. Dispongámonos a participar activamente.

Interrogatorio a los padres

Celebrante:¿Qué nombre habéis elegido para este niño?

Padres:N... (Se dice el nombre que se haya elegido).

Celebrante:¿Qué pedís a la Iglesia para N.?

Padres:El Bautismo.

Celebrante:Al pedir el Bautismo para vuestro hijo, ¿sabéis que os obligáis a educarlo en la fe, para que este niño, guardando los mandamientos de Dios, ame al Señor y al prójimo como Cristo nos enseña en el Evangelio?

Padres:Sí, lo sabemos.

Celebrante(a los padrinos): Y vosotros, padrinos, ¿estáis dispuestos a ayudar a sus padres en esta tarea?

Padrinos:Sí, estamos dispuestos.

La señal de la cruz

Celebrante:N., la comunidad cristiana te recibe con gran alegría. Yo, en su nombre, te signo con la señal de Cristo Salvador. Y vosotros, padres y padrinos, haced también sobre él la señal de la cruz.

2. Liturgia de la Palabra

PRIMERA LECTURA

Lectura del profeta Ezequiel (36,24-28): “Me vino esta palabra del Señor: Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne, Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios”.

PALABRA DE DIOS

TE ALABAMOS, SEÑOR.

Salmo responsorial

Lector:El Señor es mi pastor, nada me falta.

Todos:El Señor es mi pastor, nada me falta.

El Señor es mi pastor, nada me falta;

en verdes praderas me hace recostar;

me conduce hacia fuentes tranquilas

y repara mis fuerzas.

Todos:El Señor es mi pastor, nada me falta.

Me guía por el sendero justo,

por el honor de su nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras,

nada temo, porque tú vas conmigo:

tu vara y tu cayado me sosiegan.

Todos:El Señor es mi pastor, nada me falta.

Preparas una mesa ante mí

En frente de mis enemigos;

me unges la cabeza con perfume,

y mi copa rebosa.

Todos:El Señor es mi pastor, nada me falta.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan

todos los días de mi vida;

y habitaré en la casa del Señor

por años sin término.

Todos:El Señor es mi pastor, nada me falta.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos  (Rm 6,3-5):

“Hermanos: Los que por el Bautismo nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el Bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Porque, si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya. lo estará también en una resurrección como la suya”.

PALABRA DE DIOS

TE ALABAMOS, SEÑOR

Aclamación antes del Evangelio

Todos: Aleluya, aleluya.

Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único. Todos los que creen en él tienen vida eterna.

Todos:Aleluya, aleluya.

EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según San Juan (Jn 3.1.6): “En aquel tiempo había un fariseo llamado Nicodemo, magistrado judío. Este fue a ver a Jesús de noche y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces, si Dios no está con él. Jesús le contestó: Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios.

Nicodemo le pregunta: ¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?

Jesús le contestó: Te lo aseguro, el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu”.

PALABRA DEL SEÑOR.

GLORIA A TI, SEÑOR JESÚS.

HOMILÍA

Oración de los fieles

Hermanos, oremos ahora por este niño que va a ser bautizado, por sus padres y padrinos y por todo el pueblo santo de Dios.

-- Para que este niño, al participar del misterio de la muerte y resurrección de Cristo, alcance nueva vida, y por el Bautismo se incorpore a su santa iglesia, roguemos al Señor.

-- Para que el Bautismo y la Confirmación lo hagan fiel discípulo suyo, que dé testimonio del Evangelio en el mundo, roguemos al Señor.

-- Para que a través de una vida santa llegue al Reino de los Cielos, roguemos al Señor.

Para que los padres y padrinos sean ejemplo de fe viva para este niño, roguemos al Señor.

Para que Dios guarde siempre en su amor a esta familia, roguemos al Señor.

Para que renueve en todos nosotros la gracia del Bautismo,  roguemos al Señor.

(Después el celebrante invita a los presentes a invocar a los santos)

-- Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.

-- San José, ruega por nosotros.

-- San Juan Bautista, ruega por nosotros.

-- Santos apóstoles Pedro y Pablo, rogad por nosotros.

(Pueden añadirse los nombres de otros santos. sobre todo de los que sean patronos del niño, de la Iglesia o del lugar)

San N.

— Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

3. Liturgia del sacramento

Exorcismo y unción

Celebrante:Dios todopoderoso y eterno, que has enviado a tu Hijo al mundo para librarnos del dominio de Satanás, espíritu del mal, y llevarnos arrancados de las tinieblas, al reino de tu luz admirable; te pedimos que este niño, lavado del pecado original, sea templo tuyo, y que el Espíritu Santo habite en él. Por Cristo nuestro Señor.

Todos: Amén.

Celebrante:Para que el poder de Cristo Salvador te fortalezca, te ungimos con este óleo de salvación en el nombre del mismo Jesucristo, Señor nuestro, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Todos:Amén.

Bendición del agua

Celebrante:Oh Dios, que realizas en tus sacramentos obras admirables y con tu poder invisible, y de diversos modos te has servido de tu creatura, el agua, para significar la gracia del Bautismo.

Oh Dios, cuyo Espíritu en los orígenes del mundo, se cernía sobre las aguas, para que ya desde entonces concibieran el poder de santificar.

Oh Dios, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el nacimiento de la nueva humanidad, de modo que una misma agua pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad.

Oh Dios, que hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo a los hijos de Abraham, para que el pueblo liberado de la esclavitud del Faraón fuera imagen de la familia de los bautizados.

Oh Dios, cuyo Hijo al ser bautizado por Juan en el agua del Jordán, fue ungido por el Espíritu Santo: colgado en la cruz, vertió de su costado agua, junto con la sangre; y después de su resurrección mandó a sus apóstoles: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”

Mira, ahora, a tu Iglesia en oración, y abre para ella la fuente del Bautismo: Que esta agua reciba, por el Espíritu Santo, la gracia de tu Unigénito, para que el hombre, creado a tu imagen, y limpio en el Bautismo, muera al hombre viejo y renazca, como niño, a nueva vida por el agua y el Espíritu.

(El celebrante toca el agua con la mano derecha y prosigue)

Te pedimos, Señor, que el poder del Espíritu Santo, por tu Hijo, descienda sobre el agua de esta fuente para que los sepultados con Cristo en su muerte, por el Bautismo, resuciten con Él a la vida. Por Jesucristo nuestro Señor.

Todos:Amén.

Renuncias y profesión de fe

         Queridos padres y padrinos: En el sacramento del Bautismo, este niño que habéis presentado a la Iglesia va a recibir, por el agua y el Espíritu Santo, una vida nueva que brota del amor de Dios.

         Vosotros, por vuestra parte, debéis esforzaros en educarlo en la fe de tal manera que esta vida divina quede preservada del pecado y crezca en el de día en día.

         Así, pues, si estáis dispuestos a aceptar esta obligación, recordando vuestro propio Bautismo, renunciad al pecado y confesad vuestra fe en Cristo Jesús, que es la fe de la Iglesia en la que va a ser bautizado vuestro hijo.

Celebrante:¿Renunciáis al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios?

Padres y padrinos: Sí, renuncio.

Celebrante: ¿Renunciáis a todas las seducciones del mal para que no domine en vosotros el pecado?

Padres y padrinos: Sí, renuncio.

Celebrante: ¿Renunciáis a Satanás, padre y príncipe del pecado?

Padres y padrinos: Sí, renuncio.

Celebrante:¿Creéis en Dios, Padre todopoderoso. Creador del cielo y de la tierra?

Padres y padrinos: Si, creo.

Celebrante: ¿Creéis en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que nació de Santa María Virgen, murió, fue sepultado, resucitó de entre los muertos y está sentado a la derecha del Padre?

Padres y padrinos:Sí, creo.

Celebrante: ¿Creéis en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia católica, en la comunión de los santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de los muertos, y en la vida eterna?

Padres y padrinos: Sí, creo.

Celebrante: Ésta es nuestra fe. Ésta es la fe de la Iglesia, que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Todos: Amén.

Bautismo

Celebrante(a los padres y a padrinos): ¿Queréis, por tanto, que vuestro hijo N. sea bautizado en la fe de la Iglesia, que todos juntos acabamos de profesar?

Padres y padrinos: Sí, queremos.

Celebrante:N., yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Unción con el santo crisma

Celebrante: Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que te ha liberado del pecado y dado nueva vida por el agua y el Espíritu Santo, te consagre con el crisma de la salvación para que entres a formar parte de su pueblo y seas para siempre miembro de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey.

Todos:Amén.

Imposición de la vestidura blanca

Celebrante:N., ya eres nueva creatura y has sido revestido de Cristo. Esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad de cristiano. Ayudado por la palabra y el ejemplo de los tuyos, consérvala sin mancha hasta la vida eterna.

Todos:Amén.

Entrega del cirio

Celebrante:Recibid la luz de Cristo.

A vosotros, padres y padrinos, se os confía acrecentar esta luz. Que vuestro hijo, iluminado por Cristo, camine siempre como hijo de la luz. Y, perseverando en la fe, pueda salir con todos los santos al encuentro del Señor.

4. Rito de Conclusión

Recitación de la oración dominical

Celebrante:Hermanos, este niño, nacido de nuevo por el Bautismo, se llama y es hijo de Dios. Un día recibirá por la Confirmación la plenitud del Espíritu Santo. Se acercará al altar del Señor, participará en la mesa de su sacrificio y lo invocará como Padre en medio de la Iglesia. Ahora nosotros, en nombre de este niño, que ya es hijo por el Espíritu de adopción que todos hemos recibido, oremos juntos como Cristo nos enseñó:

Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén.

Bendición

Celebrante (dirigiéndose a la madre que tiene en brazos al niño): El Señor todopoderoso, por su Hijo, nacido de María la Virgen, bendiga a esta madre y alegre su corazón con la esperanza de la vida eterna, alumbrada hoy en su hijo, para que del mismo modo que le agradece el fruto de sus entrañas, persevere con él en constante acción de gracias. Por Jesucristo nuestro Señor.

Todos:Amén.

Celebrante(dirigiéndose al padre): El Señor todopoderoso, dispensador de la vida temporal y la eterna, bendiga a este padre, para que junto con su esposa sean los primeros que, de palabra y de obra, den testimonio de la fe ante su hijo, en Jesucristo nuestro Señor.

Todos:Amén.

Celebrante(dirigiéndose a todos los asistentes): El Señor todopoderoso, que nos ha hecho renacer a la vida eterna por el agua y el Espíritu Santo, bendiga a estos fieles, para que siempre y en todo lugar sean miembros vivos de su pueblo; y conceda la abundancia de su paz a todos los aquí presentes, en Jesucristo nuestro Señor.

Todos:Amén.

Celebrante: La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre vosotros.

Todos:Amén.

HOMILIAS DE BAUTISMO

PRIMERA HOMILÍA

-- QUERIDOS PADRES, QUERIDOS PADRINOS, ABUELOS, FAMILIARES Y AMIGOS:

-- HACE TRES AÑOS NOS REUNIAMOS EN LA CASA DE DIOS PARA ORAR, DAR GRACIAS Y SER TESTIGOS DE LA UNION MATRIMONIAL DE  N. y N...

-- HOY, YA COMO PADRES, HABÉIS QUERIDO REUNIRNOS OTRA VEZ ANTE EL SEÑOR, PARA AYUDAROS A DAR GRACIAS POR LA HIJA QUE OS HA CONCEDIDO: N

-- “DIOS ES AMOR, Y QUIEN PERMANECE EN EL AMOR, PERMANECE EN DIOS Y DIOS EN ÉL”, NOS DICE S. JUAN. POR ESO, CUANDO LOS ESPOSOS MÁS SE QUIEREN NACE LO MÁS HERMOSO QUE EXISTE EN EL MUNDO: LOS HIJOS. LOS HIJOS SON UN REGALO DE DIOS Y EL MAYOR DON DE LOS PADRES.

-- EN REALIDAD, EL VERDADERO PADRE DE TODOS ES DIOS, PORQUE VOSOTROS, QUERIDOS PADRES N. Y N.  NO SOIS CAPACES DE CREAR CON VUESTRAS MANOS Y VUESTRA INTELIGENCIA, AUNQUE OS DIERAN EL MEJOR LABORATORIO DEL MUNDO, NI SIQUIERA UN CABELLO O EL CORAZÓN O ESOS OJOS TAN MARAVILLOSOS DE VUESTRA HIJA. ES DIOS QUIEN LO HACE SIRVIÉNDOSE DE VUESTRO AMOR. DIOS, QUE ES AMOR INFINITO, DA UNA PARTICIPACION DE SU AMOR AL HOMBRE Y POR ESO CREA LA VIDA.

-- POR ESO, DESDE LO MÁS PROFUNDO DE VUESTRO CORAZÓN, TENÉIS QUE DECIR: GRACIAS, DIOS, POR HABERNOS HECHOS PARTICIPES DE TU AMOR EN EL MATRIMONIO Y POR HABERTE SERVIDO DE NOSOTROS PARA CREAR LO  MÁS GRANDE DEL MUNDO: NUESTRO HIJO, TU HIJO, SOBRE TODO POR EL SANTO BAUTISMO.

-- POR ESO, TAMBIÉN, COMO DIOS ES AMOR INFINITO Y NOS QUIERE DE VERDAD, NO QUIERE SÓLO QUE SEAMOS CRIATURAS E HIJOS SUYOS POR LA VIDA HUMANA, SINO QUE NOS QUIERE HACER PARTÍCIPE DE SU MISMA VIDA DIVINA, DE SU AMOR Y DE SU FELICIDAD ETERNA, POR MEDIO DE UN SACRAMENTO, DE UNA REALIDAD SAGRADA QUE NOS INJERTA EN SU HIJO, MUERTO Y RESUCITADO POR NOSOTROS, HACIÉNDONOS HIJOS EN EL HIJO, PARTÍCIPES DE SU MISMA GLORIA Y HERENCIA DEL CIELO.

-- TODO ESTO LO HACE DIOS POR MEDIO DEL SANTO BAUTISMO.

-- CUANDO VUESTRO HIJO/A LO RECIBA,  PUEDE DECIRLE CON TODO DERECHO Y VERDAD AL PADRE: DIOS, TU ERES MI PADRE, TU ME PERTENECES, TU ERES MI HERENCIA COMO LO SON MIS PADRES DE LA TIERRA. GRACIAS, PADRE DIOS, PORQUE POR EL SANTO BAUTISMO ME HACES HIJO TUYO POR LA GRACIA Y ENTONCES YA NO SOY PURO HOMBRE, PURO TIEMPO, SOY ETERNIDAD, YA NO MORIRE NUNCA, VIVIRE PARA SIEMPRE CONTIGO. GRACIAS, PADRE, CREO EN TI Y TE AMO. GRACIAS POR EL SANTO BAUTISMO.

ESTA ES LA RAZÓN DE NUESTRA PRESENCIA, ALEGRÍA Y ORACIÓN. PEDIMOS A DIOS QUE VUESTRA HIJA SEA SIEMPRE HIJA AMADA DEL PADRE Y QUE POR SU VIRTUD Y SU AMOR LLEGUE A IDENTIFICARSE TANTO CON CRISTO, EL HIJO AMADO, QUE EL PADRE NO VEA DIFERENCIAS ENTRE EL HIJO Y LOS HIJOS.

-- Y COMO ESTO ES VERDAD Y LO CREEMOS, VAMOS A CELEBRARLO CON FE, ESPERANZA Y AMOR, VIRTUDES SOBRENATURALES QUE NOS UNEN A DIOS Y NOS HACEN HEREDEROS DEL REINO. COMO SACERDOTE TENGO YA GANAS DE DARLE A N.  ESTA RIQUEZA ¡QUÉ GRANDEZA SER SACERDOTE, SEMBRADOS DE ETERNIDADES, DE VIDA DIVINA, DE HIJOS DE DIOS. ASI QUE CELEBREMOS CON GOZO SU BAUTISMO. . AMÉN. QUE ASÍ SEA.

SEGUNDA HOMILÍA DE BAUTISMO

(Ez 36, 24-25: Sal 22, l-3a. 3b-4.5.6; Mt 22. 35-40)

         QUERIDOS PADRES, PADRINOS, ABUELOS Y AMIGOS TODOS:

Lo primero, felicitaros. Estáis dando testimonio de vuestra fe al escoger para vuestro/a hijo/a el camino del Reino de Dios que nos vino a anunciar Jesús, proponiéndonos el Bautismo como rito de entrada en el mismo. Con ello apostáis por la paternidad plena: sois padres en la naturaleza y manifestáis quererlo ser en la vida sobrenatural. Compartiréis con el Padre del cielo esta última paternidad, puesto que, después del Bautismo, vuestro/a hijo/a lo será también de Dios, plenamente, por adopción.

         Con este acto, manifestáis vuestra obediencia al mandato de Jesús: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. ¡Qué maravillas hace el Bautismo! Estaba profetizado en el libro de Ezequiel, que hemos escuchado: Mirad qué hermosura: “Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará... os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo... Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos... Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios”.

         Todo ello se halla simbolizado con el derramamiento del agua sobre la cabeza del bautizado. Como el agua engendra vida, exuberancia, floración, frutos abundantes, salud, higiene, belleza y todos los bienes; así también, por el Bautismo, con el derramamiento del agua, somos injertados en las riquezas inefables de la vida divina, entramos de lleno en el plan salvífico de Dios.

         El Señor nos acoge en su rebaño y cuida de nosotros, como hemos repetido en el salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. El divino Pastor toma bajo su protección y cuidado al nuevo bautizado: lo “guía por sendero justo... aunque camine por cañadas oscuras” y su bondad habite en la casa del Señor por años sin término. Este es el proyecto amoroso de Dios para vuestro hijo/a. Mejores promesas no podéis esperar ni desear para él (ella).

         Esta inmensa riqueza de vida sobrenatural, con todo, no es más que un comienzo, una semilla sembrada en tierra buena, el alma del bautizado; una semilla que está en hibernación, esperando que llegue el tiempo propicio para su desarrollo que, en este caso, será la llegada del uso de razón. Dios ha puesto la tierra y la semilla y ha confiado a los padres y, en su defecto a los padrinos, el cuidado de la tierra y la simiente. Vosotros sois los hortelanos, los jardineros. En el jardín o en el huerto, el milagro lo hace la naturaleza, pero el amor del jardinero y sus cuidados exquisitos son la clave del éxito. Todos conocemos, al pasar a la vera de un jardín, cómo es el talante del jardinero: la tierra limpia, la humedad suficiente, las vallas protectoras, el cierre seguro y otros mil detalles nos dan el retrato del cuidador.

         ¿Cómo y cuándo cuidaréis el jardín espiritual de vuestro hijo o ahijado? Comencemos por el cuándo. Desde ahora mismo. El niño, desde el primer momento de su vida, recoge en su memoria todas las actitudes, los gestos y las palabras que se producen a su alrededor. Él captará perfectamente cuando os tratéis con respeto y con amor, cuando seáis acogedores con los demás, cuando os dirijáis al Ser invisible pero importantísimo, en vuestras oraciones. Así es como él captara vuestro sentido de la trascendencia, vuestra religiosidad, vuestra vida espiritual. Así, en secreto, hacen ellos el aprendizaje de las cosas ordinarias de la vida. Así, por ejemplo, es como aprenderá a hablar: escuchando los sonidos de la voz y aprendiendo, por vuestras reacciones, el sentido de los mismos.

         Pronto veréis cómo empieza a decir cosas y cómo sus palabras tienen sentido. Él (ella) hablará en castellano ciertamente, sin otra escuela que vuestras vidas y sin otros medios que su atención a lo que ocurre a su alrededor. Que así aprenda también a dirigirse a Dios, a confiar en él y a amarle.

         ¿Qué le deberéis enseñar? Lo hemos escuchado en el Evangelio de San Mateo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” y“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Este es el aprendizaje primordial, indispensable, porque el amor compendia toda la ley, todo el mensaje cristiano; lo contiene todo. Enseñadle —viviéndolo en su presencia— el amor a Dios y a los semejantes y la manera de ponerlo en práctica y de manifestarlo. Este es el fundamento insustituible. Después vendrá la Catequesis y, sobre el fundamento que vosotros habréis puesto, aprenderá a ampliar sus conocimientos sobre la fe y los detalles de una rica relación con Dios y con los hombres.

         Dichosos vosotros, si emprendéis con responsabilidad esta tarea, la única que podrá asegurar a vuestro hijo/a, una vida positiva y bella, capaz de producirle la felicidad que soñáis para él (ella), y capaz también de daros a vosotros el gozo de la vocación paterna llevada a buen término. Vuestra felicidad como pareja. tiene una posibilidad solamente: el éxito en vuestra mutua relación y la conciencia de una paternidad bien ejercida.

TERCERA HOMILÍA DEL BAUTISMO

         QUERIDOS PADRES Y PADRINOS,  AMIGOS TODOS: El Bautismo de los hijos es uno de los momentos más hermosos por los que pasa una familia cristiana. Dios, que os ha regalado el don de un nuevo miembro en la familia, quiere regalar ahora a este hijo vuestro el don más hermoso: la vida divina por el Espíritu Santo, que lo va a transformar en hijo de Dios Padre y en hermano y miembro de Jesús, es decir, lo va a hacer miembro de la Iglesia.

         El Señor inauguró el Bautismo cuando fue bautizado por Juan en el río Jordán. Allí el Espíritu Santo descendió visiblemente sobre Él en forma de paloma mensajera de paz y amor y se oyó la voz del Padre que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias”, capacitándolo así para la misión que le había confiado de morir por nosotros, haciéndonos hijos suyos y herederos del cielo.

         El Bautismo es el modo en que los hombres, hasta el fin de los tiempos, reciben la salvación que Jesús nos consiguió con su Muerte y Resurrección. Por eso dijo una vez a Nicodemo “el que no renace del Agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3, 5). Es tan importante que el Señor Jesús, antes de ir de nuevo al Cielo, mandó a los apóstoles: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el Nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 28-20).

¿Qué hace el Bautismo en nuestros hijos?

-- Borra el pecado original: el alma de la criatura queda totalmente limpia de todo pecado. Es uno de los significados del agua que se derrama en su cabecita: lavar el alma de toda mancha, dejarla limpia y resplandeciente por la fuerza de la Muerte y resurrección de Jesús.

-- Le da el don del Espíritu Santo: el agua derramada en la cabeza del niño significa también la nueva vida que le es regalada, por obra del Espíritu Santo. El niño bautizado queda hecho hijo de Dios Padre,  hermano y miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo

-- Comienza a formar parte de la Iglesia, que es el Pueblo de Dios, del cual forman parte todos los bautizados, las almas del Purgatorio y quienes están ya en el Cielo. Esta Iglesia es dirigida en la tierra por el Papa y por los obispos, y se hace concreta en las parroquias, en las cuales los sacerdotes son representantes de Cristo Pastor.

-- Quedan marcados con un sello espiritual imborrable: el Bautismo no se puede repetir, porque marca a las personas en lo más profundo de su corazón. Ese «sello»indica su pertenencia a Jesús hasta la muerte, y por toda la eternidad

-- Comienzan a ser herederos del Cielo: los hijos heredan los bienes de sus padres. La Vida nueva de Hijos de Dios que comienza en el Bautismo no termina nunca, porque si somos buenos cristianos, tenemos la seguridad de que el Señor nos dará el Cielo en herencia, porque los hijos heredan los bienes de sus padres.

         QUERIDOS PADRES: Bautizar a vuestro hijo se convierte también para vosotros, juntamente con los padrinos, en un compromiso profundo. Durante el rito del Bautismo, el ministro le pregunta a los padres: ¿Sabéis que os obligáis a educarlo en la fe, para que este niño cumpla los mandamientos de Dios, amando al Señor y a su prójimo, como Cristo nos enseña en el evangelio? Cinco veces, de una forma u otra, os van a hacer esta pregunta. Naturalmente, todos respondéis sí, algunos con más convicción que otros. Pero ¿nos hemos dado cuenta de lo que esto significa? ¿En qué consiste este compromiso?

Consiste en ser luz para ellos, con el ejemplo y la palabra

 1. Ante todo, en ser buenos cristianos vosotros: Tener una fe verdadera y profunda en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este ejemplo os tiene que llevar a participar de los sacramentos, orar todos los días, venir a Misa los Domingos, confesaros con frecuencia, esforzaros por vivir los mandamientos de Dios: Amar a Dios sobre todas las cosas, amar al prójimo como a nosotros mismos –es decir: no robar, no matar, tener una vida en la cual los niños puedan reflejarse, y evitar todas aquellas conductas que puedan ser para ellos malos ejemplos, como criticar a las demás personas,  mentir para sacar ventajas, mirar programas de televisión que deformen la imagen de la sexualidad y la familia, etc. Esto es muy difícil en la sociedad actual, pero el cristiano tiene la fuerza de la fe, de la Misa dominical y de la oración.

         Los niños necesitan vernos rezar, ver en nosotros personas que confían en Dios y le entregan sus alegrías y sus tristezas. Es importante que en nuestras casas haya siempre alguna imagen de Jesús y de su Madre Santísima, que nos ayuden en nuestra vida cristiana, en las alegrías y las penas, porque son para nosotros modelos de vida e intercesores ante el Padre de todos los hombres.

2. Educarlos en la fe:

         Además del buen ejemplo, los padres se comprometen a ser los primeros catequistas de sus hijos. No pueden dejar todo en manos de quienes los preparen para la comunión o confirmación. Si los padres no lo hacen, es muy poco lo que pueden hacer los catequistas.

         Responder a sus preguntas desde la fe. Todo niño tiene dudas o inquietudes con respecto a la muerte, al bien y al mal, a los ángeles, a la creación, etc. Los padres deben responder a estas dudas siempre desde la fe, haciéndoles descubrir el plan de Dios sobre nuestras vidas. Deben enseñarles a confiar en Dios en las dificultades, a no dudar nunca de su amor, etc.

         Enseñarles a rezar: desde pequeños, comenzando con la señal de la Cruz, el Padre Nuestro y el Avemaría, la oración al Ángel de la Guarda, la bendición de la mesa etc. No hay momento mejor para esto que antes de dormirse: hacer con ellos la oración de la noche es algo que los marcará por toda su vida.

         Traerlos a la Misa cada domingo, enseñarles el valor de la confesión y de comulgar frecuentemente. Cuando crezcan ya no se los podrá traer «obligados». Pero si los padres les enseñaron desde pequeños el valor que tiene el encuentro con Dios, la semilla, tarde o temprano, dará su fruto. En la catequesis de primera comunión le hago decir a los niños una frase que encierra todo esta enseñanza que os acabo de decir. Es la siguiente: Si tenemos padres cristianos, no necesitamos ni curas.

La Misiónde los Padrinos

         Es muy sencilla. En la celebración del Bautismo el celebrante les pregunta: «¿Estáis dispuestos a ayudar a los padres en esta tarea?»  Ellos responderán que sí. Y la misión que les confía la Iglesia y para la cual deben ser elegidos es para ayudar a los padres en esta tarea, o incluso comprometerse personalmente cuando los padres así lo quieran o lo necesiten por sus condiciones de vida. Y lo tienen que hacer del mismo modo que los padres: con el ejemplo y con la palabra.

         La diferencia está en que el padre y la madre no se eligen, pero el padrino y madrina sí. Por eso la Iglesia pide que se elija para esa misión a alguien que de veras pueda ayudar. A veces da la sensación de que en lugar de buscar un padrino para ayudar al chico, se elige al padrino para hacerle un obsequio a él, para quedar bien o devolver un favor.

         De hecho, el Bautismo de niños podría hacerse sin padrinos, ya que los padres son los responsables. Así que no tiene sentido elegir para padrinos personas que viven su matrimonio irregularmente según el evangelio, bien porque viven como pareja y no están casados todavía por la Iglesia, bien porque uno o los dos están separados de su primer matrimonio por divorcio civil y no está en condiciones de ser un buen ejemplo cristiano para su ahijado.

         Si lo que de verdad importa es el bien del niño, y su deseo es ayudar a los padres en su misión, si todo ha de ser en “espíritu y verdad”, si no se quiere falsear el significado, la misión y el rito del Bautismo, los padrinos deben ser modelo de vida cristiana y ser elegidos para la misión que se les confía, más que por motivos de regalos o pura amistad humana.

Algunas cuestiones prácticas:

Preparación espiritual al sacramento: Es muy conveniente que padres y padrinos se confiesen antes de la celebración, para poder celebrar y participar en la eucaristía con plenitud y dar gracias a Dios con un corazón puro y recibir su fuerza y ayuda para la misión que se les confía. Ya sabéis que en nuestra parroquia los bautizos son en Domingo, o antes o después de la misa, pero nunca sin misa, en la que damos gracias a Dios por la vida y la fe.

         Es aconsejable traer a los niños vestidos de blanco, que significa la pureza y limpieza de su alma. Uno de los ritos del Bautismo es una unción con aceite en el pecho del niño, por lo que conviene ponerle alguna ropita que sea fácil desabrochar.

         Durante la celebración del Bautismo, lo ideal es que la madre tenga al niño en  brazos durante la liturgia y el padre esté a su lado. También de modo inverso. Pero no es acertado que lo lleven los padrinos. Los dos padrinos se colocarán junto al padre y la madre.

         La colaboración económica es voluntaria: la Iglesia no «cobra»los sacramentos. Pero como la Iglesia vive de sus fieles, la celebración de un sacramento es una oportunidad para colaborar, para «contribuir al sostenimiento de la Iglesia», como nos pide uno de los mandamientos de la santa madre Iglesia.

         En la celebración del Bautismo, como en la Misa, es importante participar activamente, respondiendo a las oraciones con firmeza y claridad. Como estamos en un lugar sagrado, dedicado a Dios y a la oración, no es bueno estar hablando sin necesidad.

         Los fotógrafos, uno o dos solamente y que no interrumpan la liturgia. Estos tendrán libertad para moverse con cautela y prudencia. Todos los demás, aunque tengan máquinas, permanecerán en sus sitios. No se trata de hacer un reportaje, sino de celebrar una acción sagrada. Basta tener un recuerdo. Estamos en un lugar y una celebración religiosa, no profana. Como vienen personas que no son cristianas, o no practican o muchas cosas más... resulta que se va perdiendo el sentido sagrado del templo; la iglesia es un salón grande o un teatro, y la celebración se convierte en una película o un reportaje... Es lo único que les interesa. Entre nosotros no será así.

Repito mi enhorabuena a los padres por la vida y la fe, y a todos vosotros, por participar y orar por el nuevo cristiano.

CUARTA HOMILÍA DE BAUTISMO

         1.- QUERIDOS PADRES, PADRINOS, AMIGOS TODOS: Nos hemos reunido (esta tarde o esta mañana) en este templo para celebrar la Eucaristía, la acción de gracias de Cristo al Padre por todos los beneficios de la Salvación. Estos beneficios empiezan hoy para este niño que habéis presentado a la Iglesia para que reciba el sacramento del santo Bautismo.

         Con vosotros queremos dar gracias a Dios por el don de la vida de vuestro hijo. Es el signo más grande del poder del amor. Cuando dos esposos más se quieren, nace lo más hermoso que hay en este mundo, que es la vida humana, el hijo, fruto de vuestro amor y de vuestra vida, que Dios bendice con el hijo nacido de vuestras entrañas.

         Dios lo hace desde el amor al hombre al que llama a compartir su misma vida, su misma felicidad, dándole por vuestro medio, la vida que por el santo Bautismo, se convierte en vida eterna, resucitada en Cristo; es Dios el que lo hace, porque vosotros no podéis hacer ni un cabello, ni un dedo, ni el corazón o cualquier miembro de vuestro hijo. Dios por vuestro amor.

         Por eso hemos venido con vosotros a darle gracias. Nunca ha estado tan cerca el poder de Dios como en la vida de vuestro hijo. Habéis venido para dar gracias y para pedir el santo Bautismo que es la puerta de entrada en la historia de la Salvación de vuestro hijo, la puerta de entrada en la Iglesia, comunidad de los redimidos por Cristo

         Este sacramento del Bautismo, dice el Catecismo de la Iglesia Católica, hará de vuestro hijo, por el agua y el poder del Espíritu Santo invocado y actuando por las oraciones y los signos sacramentales del crisma y la unción del santo óleo, un hijo de Dios, un hijo de la familia de la Iglesia de Cristo, que es la entrada en la Salvación eterna. (Si quieres, en este punto puedes hablar  un poco más sobre los efectos del Bautismo, siguiendo al Catecismo de la Iglesia Católica)

         Para entrar en la Iglesia la puerta es el Bautismo; de hecho, antes, la primera parte del rito del Bautismo se celebraba en el exterior del templo, en la puerta y desde el allí el sacerdote preguntaba a los padres qué pedían: ellos respondían que pedían la fe, el santo Bautismo, la salvación, y luego entraban y se desarrollaba el resto del rito del Bautismo.

         Durante cinco veces, de una forma clara y rotunda, la Iglesia os va a manifestar a los padres que para pedir este sacramento tenéis que estar dispuestos a educar en la fe a vuestro hijo, debéis de obligaros a cumplir este compromiso con Dios y con vuestro hijo.

         Muchos de vosotros pensaréis que esto se cumple enseñando a vuestros hijos las oraciones. Y yo os digo abiertamente que no. Por lo tanto, ante esta pregunta: ¿Qué es lo primero que unos padres tienen que hacer para educar en la fe cristiana a sus hijos? Yo os respondo en nombre de la Iglesia: lo primero es que os améis como prometisteis en el día de vuestro matrimonio, que os perdonéis siempre, que nunca penséis en separaros. Este amor entre esposos, esta seguridad y certeza, es lo que más educa e influye a los hijos. Porque aunque le enseñarais todas las oraciones y todo el catecismo, si vuestros hijos no ven que os amáis como esposos y padres, todo se borra y se olvida por la falta de ese modelo de vida que tenéis que ser para ellos.  

         Desde este amor tienen que nacer vuestros hijos a la vida y a la fe. Lo primero y el fundamento de todo es que los padres se quieran, se valoren, se respeten, se muestren cariñosos de palabra y con gestos de amor para que lo hijos crezcan sabiendo que tienen un fundamento y una razón para creer en Dios que es Amor: “Dios es Amor”, dice San Juan, “y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él”. Porque si los padres dicen creer en Dios y luego no se aman, no digamos si se han separado, lógicamente este Dios no entusiasmará al hijo. Y si el hijo ve reñir al padre con su madre… difícilmente podrá rezar el Padre nuestro, porque si el padre del cielo es como el que él ve en la tierra… Y no perdona las ofensas… Dios es Amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero…

         Bueno, ahora ya nos amamos los padres, ¿podemos enseñarle ya a rezar a nuestros hijos? Tampoco. Porque los hijos no deben aprender las oraciones; los hijos no aprenden con la memoria, sino que imitan a sus padres, imitan sus ejemplos, su vida. Antes de enseñar tenéis que rezar vosotros, que vuestros hijos os vean rezar, ir a misa… si un hijo ve a su padre de rodillas, nunca lo olvidará, lo imitará y él lo hará también. Pero como un padre y una madre no recen en casa, Dios no esté en la mesa que se bendice, no esté en la oración en familia por las necesidades, alegrías y problemas de la vida, no aprenderán, mejor, aprenderán, pero al día siguiente se le olvidará. Primera y última comunión, última misa… La misa del domingo es el fundamento sobre el que hay que edificar la vida cristiana. Sin misa de domingo no hay cristianismo.

         En este aspecto, las abuelas cristianas pueden y deben ayudar mucho. Esta generación de niños la salvarán las abuelas. La próxima generación… Dios proveerá.

         Y luego, después que os vean rezar, que invocáis a Dios en vuestra vida, que le dais gracias y le pedís en las necesidades, entonces, solo entonces enseñadle las oraciones, porque las aprenderán, mejor, ellos mismos inventarán las oraciones de la noche y la bendición de la mesa. De entre todas las devociones,  la devoción a la Virgen y la misa del domingo son imprescindibles.

         Pues con estas intenciones vamos a darle el santo Bautismo a vuestro hijo y que este sacramento del amor a Dios nos recuerde nuestro propio Bautismo y nos haga vivir de su amor y salvación.

QUINTA HOMILIA DEL BAUTISMO: LA LITURGIA DEL BAUTISMO

(Si el tema no se ha tratado en las reuniones, puede servir como homilía mistagógica)

LOS SÍMBOLOS EN EL BAUTISMO

QUERIDOS PADRES Y PADRINOS, AMIGOS TODOS: El diccionario de la Academia Española define el símbolo «como imagen, figura o divisa con que, materialmente, o de palabra, se representa un concepto moral o intelectual, por alguna semejanza o correspondencia que el entendimiento percibe entre este concepto y aquella imagen»

En el Bautismo se usan varios símbolos. Conociendo el significado de los símbolos podemos penetrar mejor en el conocimiento de lo que se realiza y se recibe en el sacramento del Bautismo.

1. OLEO DE LOS CATECÚMENOS

Los atletas y los deportistas reciben masajes con linimentos o materias determinadas para estar más a punto, tener los músculos más elásticos, evitar los calambres.

Por el Bautismo todos nosotros nos convertimos en atletas de Cristo, misioneros y caminantes de la fe, testimonios del evangelio. Por el símbolo del óleo se significa la fortaleza que recibimos de Dios para estar fuertes y bien entrenados, para luchar las batallas de la fe en la vida, para correr y llegar a la meta de la santidad. Este es uno de los significados de la unción con el óleo.

Pero hay algo más. Cuando se construye un templo, antes de celebrar misa y actos litúrgicos en él, se le bendice y consagra mediante la unción del óleo. De esta forma queda dedicado al servicio divino y se le segrega del uso común.

El bautizando también es ungido con aceite, y de esta forma queda consagrado como templo de Dios: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno profana el templo de Dios, Dios lo destruirá. Porque el templo de Dios es santo y ese templo de Dios sois vosotros” (1Cor 3, 16-17).

2. EL AGUA

Nos bautizamos en el agua y en el Espíritu Santo. Los primeros cristianos se bautizaban en los ríos. Como esto no es fácil, cuando ya pudieron construir sus iglesias, comenzaron a usar piscinas. Como esto también se hacía difícil, se comenzó a bautizar por aspersión, que es como se hace hasta hoy.

El Bautismo por inmersión era más significativo. El cristiano que se sumergía en el agua simbolizaba a Cristo que se sumergía en el sepulcro y en la muerte. Y de la misma forma que, al resucitar, Cristo salió del sepulcro, el cristiano, también, al salir del agua, adquiere y nace a la vida nueva por la gracia. En la muerte, Cristo dio muerte al pecado del mundo porque el Padre perdonó la deuda contraída por Adán; en la inmersión bautismal, el hombre muere al pecado.

Los judíos eran esclavos antes de sumergirse en el Mar Rojo; al salir, eran ya libres. El cristiano, antes de sumergirse en el agua, es esclavo del pecado; al salir, es libre. El agua lava, purifica, limpia; y el agua del Bautismo lava, purifica y limpia al bautizado del pecado.

El agua, en el orden natural, es principio de vida y de fecundidad. El agua, en el orden sobrenatural, es sacramento de la vida nueva de gracias y amor de Dios: “Ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados para participar en su muerte? Con Él hemos sido sepultados para participar en su muerte, para que, como Él resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos ya una vida nueva. Porque si hemos sido injertados en Él por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección” (Rm 6, 3-5). “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola, mediante el lavado del agua con la palabra, a fin de presentarla así, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable” (Ef 5, 25).

3. SAGRADO CRISMA

El sagrado crisma es un aceite perfumado que el obispo consagra solemnemente el Jueves Santo. Inmediatamente después de recibir las aguas bautismales, el neófito es ungido en la frente con el santo crisma.

Esta unción es también muy rica en simbolismo. En la antigüedad se usó el extracto de ciertas plantas como perfume; así vemos en el evangelio cómo María Magdalena ungió los pies de Jesús con aceite de nardo.

El bautizado es perfumado para que vaya por el mundo exhalando el buen perfume de Cristo con su vida intachable, rica en virtudes.

También en la antigüedad se consagraban con aceite perfumado los reyes, sacerdotes y profetas. Y con la unción recibían la misión.

Ahora bien, por el Bautismo el cristiano es injertado en Cristo, se convierte en misionero y propagador de la fe y recibe la misión de evangelizar. Y como Jesús, también el cristiano es ungido sacerdote, profeta y rey por su participación en Cristo.

Participar en la misión de Jesús es un honor, pero también un fuerte compromiso. Jesús vino para salvar el mundo de todas las esclavitudes y hacernos hijos de Dios. Esta será, pues, la tarea del cristiano. Esta es la tarea de la misión que nos asignaron, cuando nos ungieron con el santo crisma.

Luchar contra el pecado y el mal le costó la vida a Jesús. Al cristiano le tocarán también trabajos y sacrificios por esta causa: “Doy gracias a Dios que nos hace triunfar en Cristo y por nosotros manifiesta en todo lugar el aroma de su conocimiento porque somos para Dios penetrante olor de Cristo” (2Cor 2, 14-15). “Pero vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para pregonar el poder del que os llamó a las tinieblas a la luz admirable” (1Pe 2,9).

4. EL VESTIDO BLANCO

Después del Bautismo se viste a los niños de blanco, simbolizado en el paño blanco que se pone sobre su cabeza al limpiarlo del agua. El vestido blanco significa alegría, luz, fiesta. En la antigüedad cristiana, los neófitos eran vestidos de una túnica blanca al salir de la piscina y la llevaban durante una semana.

En algunas familias, especialmente antiguas, existía el vestido de cristianar, ropón blanco de encajes hecho con mucho primor; este vestido servía para varias generaciones. A veces, con este vestido se bautizaron hasta biznietos y tataranietos, especialmente en familias nobles o reales.

En el Apocalipsis aparece el vestido blanco como signo de pureza y amistad con Dios; en la parábola de las bodas es echado fuera el hombre que entró sin el traje blanco de bodas.

En el Bautismo nos dan el traje blanco de la gracia y de la amistad con Dios para que lo conservemos intacto y podamos entrar en el reino de Dios. Si se mancha, debe limpiarse por el sacramento de la Penitencia. Pero nadie puede ser amigo de Dios, sin entrar en la fiesta del cielo sin él: “Dejando, pues, vuestra antigua conducta, despojaos del hombre viejo, viciado por la corrupción del error; renovaos en vuestro espíritu y vestíos del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas” (Ef 4, 22-23). “Cuantos en Cristo habéis sido bautizados, de Cristo os habéis revestido” (Ga 3, 26).

5. ENTREGA DEL CIRIO ENCENDIDO

Después que los niños han sido lavados por el agua bautismal y ungidos con el crisma, el padre recibe una vela, encendida por el sacerdote, del Cirio Pascual.

El cirio pascual es una vela grande, gruesa, que se bendice solemnemente en la Vigilia del Sábado Santo. Para hacerlo, se enciende una fogata en el atrio de la Iglesia; el cirio pascual se enciende de esta fogata y enseguida se organiza la procesión hacia la iglesia.

Todos avanzan acompañando al Cirio que representa a Cristo resucitado; cuando el diácono o quien lleve el cirio lo levanta triunfante y proclama: LUZ DE CRISTO; los presentes responden: DEMOS GRACIAS A DIOS. En este momento los cristianos encienden en él sus velas. Es un símbolo precioso: los cristianos reciben de Cristo la luz y ellos mismos se convierten en luz.

Por el Bautismo, los cristianos nos incorporamos a Cristo y quedamos iluminados, porque Jesús es la luz: “Yo soy la luz del mundo”. Nosotros somos, debemos ser su reflejo por nuestras palabras y obras. No tiene que haber en nosotros sombras de pecado, de violencia, de codicia. Todo nuestro ser tiene que estar iluminado por Cristo.

Si la bombilla pierde su contacto con la central eléctrica, se apaga; si el cristiano pierde su contacto con Cristo, también se apaga y va caminando por el mundo sin la luz de Cristo.

La vela encendida es un bello símbolo de la fe que recibimos en el Bautismo. Hay que mantener siempre la vela encendida; si no, no entraremos en el reino de Dios. Eso es lo que ocurrió a las vírgenes de la parábola: como no tenían las lámparas encendidas, cuando llegó el esposo, no pudieron entrar con él en el banquete de bodas: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas” (Jn 8, 12). “Vosotros sois la luz del mundo. No se enciende una lámpara y se la pone debajo del celemín, sino sobre el candelero para que alumbre a los que hay en casa. Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5. 1416).

No estaría mal, siguiendo este simbolismo de la luz, que en la Primera Comunión, incluso en las bodas, se explicara y se hiciera este simbolismo de las velas encendidas, invitando a los niños a ser buenos y seguir siendo amigos de Cristo toda la vida, para ser luz del mundo; y en los novios, como signo de estar esperando con la luz de la fe y el traje blanco de la gracia en la boda que están celebrando, casándose en Cristo y para siempre, no en una iglesia porque resulte un marco más bonito para las fotos.

SEXTA HOMILÍA DE BAUTISMO

              QUERIDOS PADRES Y PADRINOS, AMIGOS TODOS: El Concilio Vaticano II, en la Constitución Pastoral Lumen gentium nos dice: «Los fieles, incorporados a la Iglesia por el Bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia» (11). Es un texto denso de doctrina, derivada del Nuevo Testamento y desarrollada por la tradición de los Padres y Doctores de la Iglesia. En esta homilía quisiera resaltar sus puntos esenciales.

Ingreso en la comunidad eclesial

         El Concilio comienza recordando que el Bautismo nos hace entrar en la Iglesia, cuerpo de Cristo. Es un eco de San Pablo, que escribía: “En un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo” (1 Cr 12, 13). Es importante que subrayemos el papel y el valor del Bautismo para el ingreso en la comunidad eclesial. También hoy hay personas que manifiestan poco aprecio hacia ese papel, descuidando o aplazando el Bautismo, particularmente en el caso de los niños. Ahora bien, según la tradición consolidada de la Iglesia, la vida cristiana se inaugura no simplemente con disposiciones humanas, sino con un sacramento dotado de eficacia divina.

         El Bautismo, como sacramento, es decir, como signo visible de la gracia invisible, es la puerta a través de la cual Dios actúa en el alma --también en la de un recién nacido-- para unirla a sí mismo en Cristo y en la Iglesia. La hace partícipe de la Redención. Le infunde la «vida nueva inserta en la comunión de los santos. Le abre el acceso a todos los demás sacramentos, que tienen la función de llevar a su pleno desarrollo la vida cristiana. Por esto, el Bautismo es como un renacimiento, por el que un hijo de hombre se convierte en hijo de Dios.

Nueva vida

         El Concilio, hablando de los bautizados, dice: «regenerados como hijos de Dios». Se trata de un eco de las palabras del apóstol Pedro, que bendice a Dios Padre porque “por su gran misericordia... nos ha regenerado” (1 P 1, 3). Y es también un eco de la enseñanza de Jesús mismo, tal como la refiere San Juan en la narración de la conversación con Nicodemo: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3, 5).

         Jesús nos enseña que es el Espíritu quien da origen al nuevo nacimiento. Lo subraya la carta a Tito, según la cual Dios nos ha salvado “por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador” (Tt 3, 5-6).

         Ya el Bautista había anunciado el Bautismo en el Espíritu (cf. Mt 3, 11). Y Jesús nos dice que “el Espíritu Santo es el que da la vida” (Jn 6, 63). Nosotros profesamos la fe en esta verdad revelada, diciendo con el Credo nicenoconstantinopolitano: « Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida». Se trata de la vida nueva, por la que somos hijos de Dios en sentido evangélico: y es Cristo quien hace a los creyentes partícipes de su filiación divina por medio del Bautismo, instituido por él como Bautismo en el Espíritu.

         En este sacramento tiene lugar el nacimiento espiritual a la nueva vida, que es fruto de la Encarnación redentora: el Bautismo hace que el ser humano viva la misma vida de Cristo resucitado. Es la dimensión soteriológica del Bautismo, del que San Pablo afirma: “cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte... pues, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos..., así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rm 6, 3-4).

         Este pasaje de la carta a los Romanos nos permite comprender bien el aspecto sacerdotal del Bautismo. Nos demuestra que recibir el Bautismo significa estar unidos personalmente al misterio pascual de Jesús, que constituye la única ofrenda sacerdotal realmente perfecta y agradable a Dios. De esta unión todo bautizado recibe la capacidad de hacer que toda su existencia sea ofrenda sacerdotal unida a la de Cristo (cf. Rm 12, 1; 1 P2, 4-5).

Bautismo de los niños

         El Bautismo, con la vida de Cristo, infunde en el alma su santidad y el perdón de los pecados, como nueva condición de pertenencia a Dios con la liberación y purificación. Así lo dice San Pablo a los Corintios: “habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cr 6, 11).

         Según la doctrina del Apóstol, toda la Iglesia es purificada por Cristo “mediante el baño del agua, en virtud de la palabra”: es “santa e inmaculada” en sus miembros, en virtud del Bautismo (Ef 5, 26), que es liberación del pecado también para bien de toda la comunidad, cuyo constante camino de crecimiento espiritual sostiene (cf. Ef 2, 21). Según San Pablo, los bautizados están “muertos al pecado” y deben renunciar a la vida de pecado (Rm 6,2): “Consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (6, 11). En este sentido, el Bautismo nos hace participar en la muerte y resurrección de Cristo, en su victoria sobre los poderes del mal.

         Ese es el significado del rito bautismal, en el que se pregunta al candidato: «¿Renuncias a Satanás?», para pedirle el compromiso personal por la total liberación del pecado y, por tanto, del poder de Satanás: el compromiso de luchar, a lo largo de toda la vida terrena, contra las seducciones de Satanás. Será una «hermosa lucha», que hará al hombre más digno de su vocación celeste, pero también más perfeccionado en cuanto hombre.

         Por esta doble razón, la petición y la aceptación del compromiso merecen hacerse también en el Bautismo de un niño, que responde por medio de sus padres y padrinos. En virtud del sacramento, es purificado y santificado por el Espíritu, que le infunde la vida nueva como participación en la vida de Cristo.

         Además de la gracia vivificante y santificante del Espíritu, en el Bautismo se recibe la impresión de un sello que se llama carácter, del que el Apóstol dice a los cristianos: “Fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa” (Ef 1, 13; cf. 4, 30; 2 Cr 1.22).

El carácter (en griego sfragís) es signo de pertenencia: el bautizado se convierte en propiedad de Cristo, en propiedad de Dios, y en esta pertenencia se realiza su santidad fundamental y definitiva, por la que San Pablo llamaba “santos” a los cristianos (Rm 1, 7; 1 Cor 1, 2; 2 Cor 1, 1, etc.); “Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (Ex 19, 6). Se trata de una consagración definitiva, permanente, obrada por el Bautismo y fijada con un carácter indeleble.

Manifestar la santidad

         Santo Tomás de Aquino defendía que esta «señal»impresa en el alma es una «potencia espiritual» (Summa Theologiae, III, q. 63, a 2), que da la capacidad de participar en el culto de la Iglesia como miembros suyos reconocidos y convocados a la asamblea, especialmente a la ofrenda eucarística y a toda la vida sacramental. Y esa capacidad es inalienable y no puede serles arrebatada, pues deriva de un carácter indeleble. Es motivo de gozo descubrir ese aspecto del misterio de la «vida nueva inaugurada por el Bautismo, primera fuente sacramental del «sacerdocio universal», cuya tarea fundamental consiste en rendir culto a Dios.

         Con todo, en este momento quiero añadir que la capacidad que encierra el carácter implica una misión y, por tanto, una responsabilidad: quien ha recibido la santidad de Cristo la debe manifestar al mundo en toda su conducta (1 P 1, 15) y, en consecuencia, la ha de alimentar con la vida sacramental, en especial con la participación en el banquete eucarístico.

Vivir en la luz

         La gracia y el carácter del Espíritu Santo, infundidos con el Bautismo, producen todo el desarrollo de la vida de Cristo Sacerdote en nosotros: de Cristo que da el culto perfecto al Padre en la Encarnación, en la cruz y en el cielo, y admite al cristiano a la participación de su sacerdocio en la Iglesia, instituida para que sea en el mundo ante todo renovadora de su sacrificio.

         Y de la misma forma que Cristo en la tierra conformó toda su vida a las exigencias de la oblación sacerdotal, así sus seguidores —como individuos y como comunidad— están llamados a extender la capacidad oblativa recibida con el carácter en un comportamiento que entre en el espíritu del sacerdocio universal, al que han sido admitidos con el Bautismo.

         El Concilio subraya en particular el desarrollo del testimonio de la fe: «Regenerados como hijos de Dios (los bautizados) están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia.»

         En efecto, el Bautismo, según San Pablo, tiene como efecto una iluminación: “Te iluminará Cristo” (Ef5, 14; cf. Hb 6, 4; 10, 32). Los bautizados, que han salido de la antigua noche, deben vivir en esta luz: “En otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz” (Ef 5, 8). Esta vida en la luz se traduce también en la profesión pública de la fe, exigida por Jesús: “Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32). Es una profesión personal que el cristiano hace en virtud de la gracia bautismal: una profesión de la fe «recibida de Dios mediante la Iglesia», como dice el Concilio (Lumen gentium, 11). Por tanto, se inserta en la profesión de la Iglesia universal, en el Credo, que cada día repite en coro, “con obras y según la verdad” (1 Jn 3, 18).

         Queridos padres y padrinos, amigos todos: Ésta es la riqueza del santo Bautismo que vamos a dar a este niño; Ésta es la riqueza que llevamos todos desde el día en que derramaron sobre nosotros las aguas de la santificación por el Espíritu Santo; este fue y es nuestro compromiso bautismal, que he querido recordar para renovarnos en deseos de cumplirlo y esta la acción de gracias que tenemos que tributar especialmente en estos momentos por todas las maravillas de la Salvación que obró en nosotros este sacramento, puerta de la amistad y de la vida en Cristo, puerta de santidad y salvación, puerta del cielo.

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