EJERCICIOS ESPIRITUALES PARA LAS HERMANITAS DE LOS ANCIANOS DESAMPARADOS DE POLA DE SIERO (ASTURIAS) (2001) PARROQUIA DE SAN PEDRO.PLASENCIA1966-2018

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

EJERCICIOS ESPIRITUALES

PARA LAS HERMANITAS DE LOS ANCIANOS DESAMPARADOS  DE POLA DE SIERO (ASTURIAS) (2001)

PARROQUIA DE SAN PEDRO.PLASENCIA1966-2018

(VSTV) EJERCICIOS ESPIRITUALES PARA LAS HERMANITAS DE LOS ANCIANOS DESAMPARADOS  DE POLA DE SIERO (ASTURIAS) (2001)

6,30: ORACIÓN DE LA MAÑANA

1ª MEDITACIÓN

         QUERIDAS HERMANITAS DE LOS ANCIANOS DESAMPARADOS DE POLA DE SIERO: con verdadera devoción y encendido afecto he venido hasta vosotras por invitación de vuestra madre y superiora,  mía también, me encanta obedecerla, aunque sea a distancia, hermanita del alma, Matilde Santos, para retirarme con todas vosotras al desierto de la oración, en estos Ejercicios Espirituales, con nuestro amigo y esposo vuestro, Jesucristo Eucaristía, Hijo de Dios, Sacerdote Único del Altísimo y Eucaristía perfecta de adoración, obediencia y alabanza al Padre.

          Y como Él está aquí ahora presente, con los brazos abiertos, en amistad permanente todos los días, me parece una falta de educación y cortesía no empezar saludándolo. Espero que todas vosotras ya lo hayáis hecho, como siempre que entráis en cualquier capilla o iglesia, espontáneamente, la primera mirada, el primer beso debe ser siempre para Él, Amor de los amores, esposo del alma, Hermosura y Belleza y Palabra de Dios. Haced este propósito, para que se inicie un diálogo personal que se potenciará en la oración, porque a veces podemos entrar, rezar y decir misa, y salimos como entramos, sin encuentro personal con Cristo personalmente, aunque sí comunitario o litúrgico o celebrando incluso la misa. Es aquello que nos decían en nuestros seminarios o casas de formación al empezar la oración: hagamos un acto de fe y amor en la presencia de Cristo Eucaristía.

         Y ya pregunto y me pregunto: ¿Verdaderamente mi primera mirada y saludo es para Él cuando entro en la capilla o en cualquier iglesia? ¿No es Él verdaderamente mi único esposo y me he consagrado a Él de por vida, para siempre? ¿Es que ha bajado mi fervor, mi amor, es que se ha hecho rutinario? Es que nosotros, los sacerdotes, pasamos muchas veces ante el Sagrario como si fuera un trasto más de la Iglesia ¿Si a mí como sacerdote, el sagrario me aburre o no me dice nada, si no me ven junto al sagrario mis feligreses o mis ancianos, cómo entusiasmar a los demás Cristo o amar como Cristo, si no le amo a Él personalmente o soy delicado con Él cómo serlo y ver su rostro en los hermanos? ¿cómo decir y predicar que ahí vivo y resucitado el Cristo del Evangelio, el que acariciaba a los niños, miraba con amor a los jóvenes, dejaba que le tocara la hemorroisa o le besara los pies y se los enjugara con sus lágrimas la adúltera, ¡qué atrevido y libre y apasionado de amor humano y divino eres, Cristo, sobre todo para aquellos tiempos, fijaos ahora en lo poco que significa la mujer musulmana, qué grande y libre y maravilloso eres, Señor, Dios presente en un trozo de pan y amándome con amor extremo hasta el fin de los tiempos, qué maravilloso poder vivir mi vida, mi vida de religiosa, de esposa virgen con amor total a Ti, que eso significa virginidad o celibato, no meramente ser puro de cuerpo, qué gozo vivir mi vida religiosa con entusiasmo, en cercanía de amor y con amor y por amor a Ti.

         Decía la Madre Teresa de Calcuta, que para ver el rostro de Cristo en los hermanos, en los pobres o en los ancianos, primero tengo que ver y estar y hablar personalmente con el Señor en la oración, en el Sagrario, porque teniéndole tan cerca, el mejor modo de encontrarlo, hablar con Él es el Sagrario, más que mi habitación o la naturaleza, aunque allí también está Dios, pero... aquí está real y verdaderamente presente.

         Así que para Él sea siempre nuestra primera mirada de fe, amor y esperanza. En su presencia y en su encuentro de amor empezamos estos Ejercicios, este desierto de oración: «Que no es otra cosa oración sino trato de amistad estando muchas veces a solas con aquel que sabemos que nos ama», dice santa Teresa. Parece que la santa hizo esta definición de oración mirando al Sagrario.

         De esta forma, si uno va conociendo a Cristo por la oración, termina conociéndole y enamorándose de amor con Él, porque aquí está vivo, lleno de Belleza y Hermosura infinita, en abrazo permanente de amor y amistad. Sentir esto, no digo simplemente creerlo o saberlo teóricamente por teología, es dulzura y miel en los labios, en el corazón, en el alma. Es el cielo anticipado en la tierra porque el cielo es Dios y Él está aquí, en mi vida y en mi corazón.

         Por favor, que Cristo está vivo, vivo, y resucitado, que yo no hablo de un Cristo que existió y nos amó y murió, que no está muerto, que ha resucitado y está vivo, que no está distante ni lejano, que se le puede tocar y amar y hablar y besar,  que es persona, no sólo evangelio, palabra, o virtudes, o valores en los que creo ciertamente. Es que de Cristo persona se habla poco, poco de las Personas divinas, el Padre bueno todo amor, no digamos del Espíritu Santo, que al no tener semejanzas humanas, no tener rostro humano, ni siquiera hemos oído hablar de Él, como dijeron a Pablo aquellos cristianos de Corinto. Cristo es una persona viva y presente en si misma, y lo será para cada uno de nosotros en la medida que yo avance por el camino de la oración, del encuentro personal con Él, no meramente litúrgico o comunitario.

         El cristianismo es una persona, es Jesucristo, es el Amor de Dios encarnado en una humanidad como la nuestra, que vino en nuestra búsqueda para abrirnos las puerta de la eternidad, de la amistad y de la felicidad del nuestro Dios Trino y Una. El Sagrario es la morada de la Trinidad en la tierra, mejor, es la Canción de Amor en la que el Padre nos dice su Palabra, en la que, como dice S. Juan de la Cruz, nos ha dicho todo, y fue pronunciada en silencio, y en el silencio de la oración contemplativa debe ser escuchada: “en el principio sólo existía la Palabra y la Palabra era Dios, es la luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo...” Jesucristo es la Palabra, la Canción de Amor cantada por el Padre a todos los hombres, en la que nos canta su proyecto de Amor eterno, de felicidad infinita y trinitaria, es el proyecto de Amor del Padre realizado por el Hijo con Amor Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en que eternamente el Hijo, aceptando la voluntad y el amor del Padre, le hace Padre de Amor para Él y para todos los hombres, y por su mismo Espíritu Personal de Amor, que es Espíritu Santo, beso y abrazo de la Trinidad, por ese mismo Espíritu, que habita en nosotros y nos alimenta y potencia el pan de la Eucaristía, nos sumergimos ya en la tierra en la misma felicidad y gozo trinitario: «Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudarme a sumergirme enteramente en Vos, tranquila y segura, como si mi alma ya estuviera en la eternidad, que nada pueda...»

         Es que para mí, para todo cristiano, máxime consagrado personalmente a El por amor, todo tiene que empezar  ahí, en Cristo Eucaristía, centro y culmen de toda la vida de la Iglesia, como nos dice el Vaticano II; Misterio total de  Cristo, Hijo de Dios encarnado por amor extremo, primero en carne humana, y luego en un trozo de pan, que ha venido en mi búsqueda para manifestarme y realizar la prueba máxima de amor dando la vida por mí, para buscarme y abrirme la puerta de la amistad y felicidad trinitaria y sumergirme en el Gozo eterno, para siempre, para siempre de mi Dios Trinidad. Eternidad que ya he empezado en la tierra si yo lo descubro en este pan por el trato personal de amor, por la oración personal, de la que os hablaré largamente, porque yo todo, todo, se lo debo a la oración personal, no meramente litúrgica, especialmente a la oración eucarística, porque si celebrando misa no entro dentro del corazón de los ritos, todo se queda en el altar y no pasa a mi vida, a mi corazón, a mi experiencia de gozo.

         ¡Jesucristo, Tú estás ahí,  Tú estas vivo y vivo y resucitado, Tú eres mi Dios y mi Amor, si no me encuentro personalmente contigo, cómo me pueden llenar tus  verdades, cómo cumpliré tus mandatos de amor a Dios y a los hermanos, si no me encuentro contigo personalmente, con tu mirada, siempre, cada día y momento, al empezar el día, cómo quererte y enamorarme y sentir tu abrazo y tu cuerpo y tu respirar en mí. Y saber que todo esto es verdad, y que lo tengo tan cerca...

         «Jesucristo ¡Eucaristía divina! ¡Cuánto te deseo, cómo te  busco, con qué hambre de Ti camino por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día!

Jesucristo Eucaristía, quiero verte para tener la Luz del Camino, la Verdad y la Vida; Jesucristo Eucaristía, quiero comulgarte para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor; y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo sacerdote y víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Quiero entrar así en el Misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de Amor del Espíritu Santo».

En unos de mis libros, comienzo así:

« INTRODUCCIÓN»

Confieso públicamente que todo se lo debo a la oración. Mejor dicho, a Cristo encontrado en la oración. Muchas veces digo a mis feligreses para convencerles de la importancia de la oración: A mí, que me quiten cargos y honores, que me quiten la teología y todo lo que sé y las virtudes todas, que me quiten el fervor y todo lo que quieran, pero que no me quiten la oración, el encuentro diario e intenso con mi Cristo, con mi Dios Tri-Unidad, porque el amor que recibo, cultivo, y me provoca y comunica la oración y relación personal con mi Cristo, Canción de Amor cantada por el Padre para mí, para todos, con Amor de Espíritu Santo, en la que me dice todo lo que soñó y me amó desde toda la eternidad,  y me quiere y hace por mí cada día ahora, es tan vivo y encendido y fuego y experiencia de Dios vivo... que poco a poco me hará recuperar  todo lo perdido y subiré hasta donde estaba antes de dejarla. Y, en cambio, aunque sea sacerdote y esté en las alturas, si dejo la oración personal, bajaré hasta la mediocridad, hasta el oficialismo y, a veces, a trabajar inútilmente, porque sin el Espíritu de Cristo no puedo hacer las acciones de Cristo.

¿Qué pasaría en la Iglesia, en el mundo entero, si los sacerdotes se animasen u obligasen a tener todos los días una hora de oración eucarísica? ¿Qué pasaría en la Iglesia, si todos los sacerdotes tuvieran una promesa, un compromiso, de orar una hora todos los días, ante el Sagrario, como un tercer voto o promesa añadida al de la obediencia y castidad? ¿Qué pasaría si en todos los seminarios del mundo tuviéramos exploradores de Moisés que habiendo llegado a la tierra prometida de la experiencia de Dios por la oración, enseñasen el camino a los que se forman, convirtiendo así el seminario en escuela de amor apasionado a Cristo vivo, vivo, y no mero conocimiento o rito vacío, y desde ahí, desde la oración, arrodillado, el seminario se convirtiese en escuela de santidad, fraternidad, teología y apostolado? Si eso es así, ¿por qué no se hace? ¿Por qué no lo hacemos personalmente los sacerdotes? Señor, ¡te lo vengo pidiendo tantos años! ¡Concédenos a toda la Iglesia, a todos los seminarios, esa gracia, ese voto que ya algunos de mis feligreses han hecho por la santidad de los sacerdotes y del seminario ¡Ven, Señor Jesús, te necesitamos!

Sin oración, yo no soy ni existo sacerdotalmente en Cristo, que es el Todo para mí; y con toda humildad, --que eso es «andar en verdad» para santa Teresa--, unido a Cristo por la oración, puedo decir con san Pablo: “para mí la vida es Cristo... vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí... y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.

Ciertamente, todo se lo debo a la oración, pero a la oración eucarística, porque teniendo al Señor tan cerca, teniéndolo aquí con los brazos abiertos para abrazarnos en amistad permanente, me parece un feo no venir a estar con Él y hablarle de amor y de amistad. Admito la oración en la habitación, contemplando la naturaleza, danzando y otras cosas, como se hace en estos y en todos los tiempos, y está bien, pero para mí la presencia de Cristo en el Sagrario es la presencia de amor y entrega mayor que existe en el mundo.

Por eso, en el primer libro que escribí y que tenéis entre vosotros, saltándome todas las reglas de las poblaciones, añado en este sentido:

«LA MEJOR ESCUELADE ORACIÓN: LA EUCARISTÍA

EL MEJOR MAESTRO: JESÚS EUCARISTÍA

EL MEJOR LIBRO DE ORACIÓN Y VIDA CRISTIANA, TODA UNA BIBLIOTECA: JESUCRISTO EUCARISTÍA COMO MISA, COMUNIÓN Y PRESENCIA DE AMISTAD SIEMPRE OFRECIDA

¡QUÉ POCO SE VISITA ESTA BIBLIOTECA!

¡QUÉ POCO SE ABRE ESTE LIBRO!

¡QUÉ POCO SE DIALOGA CON ESTE MAESTRO Y AMIGO!

¡SI LO VISITÁSEMOS Y ABRIÉRAMOS DE VERDAD!

AQUÍ TIENES UNA AYUDA.

PRIMERA PARTE

LA EUCARISTÍA, ESCUELA DE ORACIÓN

 

PARA EMPEZAR O EN LA ESCUELA PRIMARIA DE LA EUCARISTÍA

1. 1. Necesidad absoluta de la fe para el encuentro eucarístico

         Queridos hermanos, me gustaría describiros un poco el camino ordinario que hay que seguir para conocer y amar a Jesucristo Eucaristía: es la oración eucarística o sencillamente la oración en general, de la que Santa Teresa nos dice,  «que no es otra cosa oración, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».  Al «tratar muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama», poco a poco nos vamos adentrando y encontrando con Él en la Eucaristía que es donde está más presente  «el que nos ama» y esto es en concreto la oración eucarística, hablar, encontrarnos,  tratar de amistad con Jesucristo Eucaristía.

Éste es el mejor camino que yo conozco y he seguido para descubrirlo vivo, vivo y resucitado, y no como un tesoro escondido, sino como un tesoro mostrado, manifestado y predicado abiertamente, permanentemente ofrecido y  ofreciéndose como evangelio vivo, como amistad, como pan de vida, como confidente y amigo para todos los hombres,  en todos los Sagrarios de la tierra. El Sagrario es el nuevo templo de la nueva alianza para encontrarnos y alabar a Dios en la tierra, hasta que lleguemos al templo celeste y contemplarlo glorioso. No es que haya dos Cristos, siempre es el mismo, ayer, hoy y siempre, pero manifestado de forma diferente. “Destruid este templo y yo lo reedificaré en tres días. Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,19). Cristo Eucaristía es el nuevo sacrificio, la nueva pascua, la nueva alianza, el nuevo culto, el nuevo templo, la nueva tienda de la presencia de Dios y del encuentro, en la que deben reunirse los peregrinos del desierto de la vida, hasta llegar a la tierra prometida, hasta la celebración de la pascua celeste.

Por eso,«la Iglesia, apelando a su derecho de esposa», se considera propietaria y depositaria de este tesoro, por el cual merece la pena venderlo todo para adquirirlo, y  lo guarda con esmero y cuidado extremo y le enciende permanentemente la llama de la fe y del amor más ardiente, y se arrodilla y lo adora y se lo come de amor. “No es el marido dueño de su cuerpo sino la esposa” (1Cor 7, 4). El Sagrario es Jesucristo resucitado en salvación y amistad permanentemente ofrecidas. Quiero decir con esto, que no se trata de un privilegio, de un descubrimiento, que algunos cristianos encuentran por suerte o casualidad, sino que es el encuentro natural de todo creyente, que se tome en serio la fe cristiana, y quiere recorrer de verdad las etapas de este camino.

La presencia de Cristo en la Eucaristía sólo comienza a comprenderse a partir de la fe, es decir, desde una actitud de sintonía con las palabras del Señor, que Él  expresó  bien claro: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo...”; “el que me coma, vivirá por mí...”; “...el agua, que yo le daré, se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna” ; “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Y la puerta para entrar en este camino y en esta vida y verdad que nos conducen hasta Dios, es Cristo, por medio de la oración personal hecha liturgia y vida o la oración litúrgica y la vida, hecha oración personal, que para mí todo está unido, pero siempre oración, al menos «a mi parecer». Y  para encontrar en la tierra a Cristo vivo, vivo y resucitado, el Sagrario es «la fonte que mana y corre, aunque es de noche», es decir, sólo por la fe, dando un sí a sus palabras, por encima de toda explicación humana, es como podemos  acercarnos a esta fuente del Amor y de la Vida y de la Salvación, que mana del  Espíritu de Cristo, que es Espíritu Santo: Fuego, Amor, Alma y Vida de mi Dios  Trino y Uno:  Padre,  Hijo y  Espíritu Santo. Ahí está la fuente divina y hasta ahí nos lleva esta agua divina: “que salta hasta la vida eterna”.

«Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,

aunque es de noche.

Aquesta eterna fonte está escondida

 en este vivo pan por darnos vida,

aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,

porque es de noche.

Aquesta viva fonte que deseo,

en este pan de vida yo la veo,

aunque es de noche».

 (S. Juan de la Cruz)

El primer paso, para tocar a Jesucristo, escondido en este pan por darnos vida, llamando a las criaturas, manando hasta la vida eterna, es la fe, llena de amor y de esperanza, virtudes sobrenaturales, que nos unen directamente con Dios. Y la fe es fe, es un don de Dios, no la fabricamos nosotros, no se aprende en los libros ni en la teología, hay que pedirla, pedirla intensamente y muchas veces, durante años, en la sequedad y aparente falta de respuesta, en  noche de luz humana y en la oscuridad de nuestros saberes, con esfuerzo  y conversión permanente. El Señor espera de nosotros un respeto emocionado, que se oriente por el camino del amor y de la fe y adoración más que por el camino de la investigación y curiosidad. La presencia de amor y de totalidad por parte de Cristo reclaman presencia de donación por parte del creyente, desde lo más hondo de su corazón.

         La fe es el conocimiento, que Dios tiene de sí mismo y de su vida y amor y de su proyecto de salvación, que se convierten en misterios para el hombre, cuando Él, por ese mismo amor que nos tiene, desea comunicárnoslos. Dios y su vida son misterios para nosotros, porque nos desbordan y no podemos abarcarlos, hay que aceptarlos sólo por la confianza puesta en su palabra y en su persona, en  seguridad de amor, a oscuras del entendimiento que no puede comprender. Para subir tan alto, tan alto, hasta el corazón del  Verbo de Dios, hecho pan de eucaristía, hay que subir  «toda ciencia trascendiendo». Podíamos aplicarle los versos de  S. Juan de la Cruz: «Tras un amoroso lance, y no de esperanza falto, volé tan alto tan alto, que le di a la caza alcance».

Nuestra fe eucarística es un sí, un amén, una respuesta  a la palabra de Cristo, predicada por los Apóstoles, celebrada en la liturgia de la Iglesia, meditada por los creyentes, vivida y experimentada por los santos y anunciada a todos los hombres. La fe y la oración, fruto de la fe, siempre será un misterio, nunca podemos abarcarla perfectamente, sino que será ella la que nos abarca a nosotros y nos domina y nos desborda, porque la oración es encuentro con el Dios vivo e infinito. Será siempre transcendiendo lo creado, en una unión con Dios sentida pero no poseída, pero deseando, siempre deseando más del Amado, en densa oscuridad de fe, llena de amor y de esperanza del encuentro pleno. Y así, envuelta en esta profunda oscuridad de la fe, más cierta y segura que todos los razonamientos humanos,  la criatura, siempre transcendida y «extasiada», salida de sí misma,  llegará  al abrazo y a la unión total con el Amado: «Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada».

Sólo por la fe tocamos y nos unimos  a Dios y a sus misterios: “El evangelio es la salvación de Dios para todo el que cree. Porque en él se revela la justicia salvadora de Dios para los que creen, en virtud de su fe, como dice la Escritura: El justo vivirá por su fe” (Rom 1,16-17). A Jesucristo se llega mejor por el evangelio y cogido de la mano de los verdaderos creyentes: los santos, nuestros padres, nuestros sacerdotes... y todos los amigos de Jesús, que  han vivido el evangelio y  han recorrido este camino de oración, del encuentro eucarístico, y nos indican perfectamente cómo se llega hasta El, cuáles son las dificultades, cómo se superan.

         Este camino hay que recorrerlo siempre con la certeza confiada de la fe de la Iglesia, de nuestros padres y catequistas. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). María, modelo y madre de la fe, llegó a conocer a su Hijo y a vivir todos sus misterios más y mejor más por la fe, “meditándolos en su corazón”, que por lo que veía con los ojos de la carne. Y esa fe la llevó a descubrir todo el misterio de su Hijo y permaneció fiel hasta la cima del calvario, creyendo, contra toda apariencia humana, que era el Redentor del mundo e Hijo de Dios el que moría solo y abandonado de todos, sin reflejos de gloria ni de cielo, en la cruz. San Agustín llega a decir que María fue más dichosa y más madre de Jesús por la fe, esto es, por haber creído y haberse hecho esclava de su Palabra, que por haberle concebido corporalmente.

Por la fe nosotros sabemos que Jesucristo está en el sacramento, en la Eucaristía, realizando lo que hizo y dijo. Podemos luego tratar de explicarlo según la razón y para eso es la teología, pero hasta ahora no  podemos explicarlo plenamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es el conocimiento que Dios tiene de las cosas, aunque yo, que tengo esa fe, que participo de ese conocimiento, no lo vea, como he dicho antes, porque no puedo ver con la luz y profundidad de Dios. Solo el conocimiento místico se funde en la realidad amada y la conoce. Los místicos son los exploradores que  Moisés mandó por delante a la tierra prometida, y que, al regresar cargados de vivencias y frutos, nos hablan de las  maravillas de la tierra prometida a todos, para animarnos a seguir caminando hasta contemplarla y poseerla.

Por eso, el teólogo no puede habitar en dos mundos separados, cada uno de los cuales exija certezas contrarias en donde la afirmación de la fe no pueda ser aceptada por la razón. La teología es la luz de la fe que intenta, con la ayuda de la Palabra y el Espíritu, conquistar el mundo de la razón con palabras humanas, para que el teólogo o creyente se haga creyente por entero. Por eso, la teología es un apostolado hacia dentro, que trata de evangelizar a la razón,  llevándola a acoger el misterio ya presente en la Iglesia y en su corazón de creyente. "Deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo" (2 Cr 10,4s). Dios, que resucita a Cristo con el poder y la gloria del Espíritu Santo, es el Señor de la teología católica. El señorío de Cristo no violenta a la inteligencia que razona, forzándola a acoger unas verdades ininteligibles. No la humilla sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola, humilde, capaz de Dios, como María, que acoge la Palabra de Dios sin comprenderla. Luego, al vivir desde la fe los misterios de Cristo, lo comprende todo desde el amor extremo de Dios al hombre.

Toda la Noche del espíritu, para S. Juan de la Cruz, está originada por este deseo de Dios, de comunicarse con su criatura; el alma queda cegada por el rayo del sol de la luz divina, que para ella se convierte en oscuridad y en ceguedad por excesiva luz y sufre por su limitación en ver y comprender cómo Dios ve su propio Ser y Verdad;  a este conocimiento profundo de Dios se llega mejor amando que razonando, por vía de amor más que por vía de inteligencia, convirtiéndose el alma en «llama de amor viva».

La teología es esclava de la fe y servidora de los fieles; no tiene que «dominar sobre la fe sino contribuir al gozo de los creyentes» (cfr 2 Cr 1,24). Ante los propios misterios la teología ha de ser modesta y llena de discreción. Sería un sacrilegio y una ingratitud empeñarse en desgarrar el velo bajo el que se revela el Señor, cuando es ya tan grande la condescendencia de aquel que se da a conocer de este modo. Para seguir siendo discreta y sumisa la teología tendrá que imitar el respeto emocionado de los apóstoles ante la aparición del Resucitado en la orillas del lago: "Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿quién eres tú?”. Por lo tanto, no buscará evidencias racionales para eludir la obligación de creer; no preguntará: ¿Es verdad todo esto que hace y dice el Señor? sino que humildemente dirá: Señor ayúdanos a comprender mejor lo que nos dices y haces:“Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”.

La Eucaristía puede estudiarse desde fuera, partiendo de los elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento memorial. Aquel que es para siempre la Palabra, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable,  condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta la fe y el amor que hagan comunión de sentimientos con el que dijo: “acordaos de mí”, de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas, de mi amor hasta el extremo...[1]

San Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios es mejor el amor que la razón, porque ésta no puede abarcarle, pero por  el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con él y me fundo con él en una sola realidad en llamas. Son los místicos, los que experimentan los misterios de Dios y de la fe, que nosotros creemos desde la Teología o celebramos en la liturgia. Para S. Juan de la Cruz, la teología, el conocimiento de Dios debe ser «noticia amorosa, sabiduría de amor, llama de amor viva, que hiere de mi alma en el más profundo centro...» no conocimiento frío, teórico, sin vida. El que quiere conocer a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillada.

Sin esta comunión personal de amor y sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: "Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: <Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy>. Lo comí y fue en mi boca dulce como miel" (Ez 3, 1-3).

(Contar mi caso de fe personal, en la visita que el P. Eutimio me mandó hacer)

         Todos sabemos, por clásica, la definición de Santa Teresa sobre oración: «No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5). Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al Sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el Sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el Sagrario,  en la mejor escuela.

Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo.

Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo Eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

Pues bien, de esto se trata en este libro; este libro, ESTOS EJERCICIOS ESPIRITUALES quieren ser una ayuda para recorrer este camino de encuentro con Jesucristo Eucaristía en  trato de amistad, pero de forma directa y vivencial, de tú a tú, a pecho descubierto, sin trampas ni literaturas. No quiere ser un libro teórico sobre Eucaristía, oración, santidad, sacerdocio, vida religiosa o consagrada, bautizados.... Quiere ser libro de vida, quiere ser un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo Eucaristía y el título podía haber sido también   EUCARÍSTICAS (VIVENCIAS), porque  es el nombre, que, hace más de cuarenta años,  puse en la primera página de un cuaderno de pastas grises y folios a cuadritos. Me lo llevaba siempre a la iglesia, en los primeros años de mi sacerdocio, porque así me lo habían enseñado --contemplata aliis tradere-- para anotar las ideas,  que Jesús Eucaristía me inspiraba. Más bien eran vivencias, sentimientos, fuegos y llamaradas de corazón, que yo traducía luego en ideas para predicar mis homilías. De aquí el nombre que puse a mi primer libro: EUCARÍSTICAS (VIVENCIAS).

Hay otro título, que,  en razón de la materia y del método empleado, me hubiera gustado también poner al presente libro: LA PRESENCIA EUCARÍSTICA, PRESENCIA DE AMISTAD Y SALVACIÓN PERMANENTEMENTE OFRECIDAS. Reflejaría perfectamente las intenciones de Cristo en este sacramento, que el autor ha tratado de exponer.

No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fin de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres.

Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer”, “yo doy la vida por mis amigos”,”Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

         Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier Sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordar en este libro: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado en la eucaristía y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, -- Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que El no tenga?--, sino porque nosotros necesitamos de El, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

Esta amistad, como todas, tiene un itinerario, unas etapas, unas exigencias, una correspondencia, un abrazo y una fusión de amor y de unión total. Con toda  humildad y verdad  esto es lo que principalmente he querido describir, en la medida de mis conocimientos y experiencias sacerdotales de almas, seminaristas, grupos de oración...etc, en este libro.

         Brevemente y de otra forma y para que nadie se moleste, lo hago en referencia a mi persona como sacerdote: ¿de qué vale que diga misa si no entro en relación personal con Cristo en la celebración, de qué vale que sepa toda la teología si no la experimento de rodillas, por la oración, de qué vale ser y existir en Cristo sacerdote, si no lo siento por la relación personal, la oración personal es absolutamente necesaria para que la fe heredada, teológica, rutinaria pase a la experiencia de Dios, necesito la oración personal para tener experiencia de lo que soy, predico y celebro.

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(Como complemento de esta meditación entregar la hemorroisa y preguntar sobre la presencia: trasto, los brazos abiertos de Cristo, Señor y no tú)

HEMORROÍSA DIVINA, CREYENTE, DECIDIDA, ENSÉÑAME A TOCAR A CRISTO CON FE Y ESPERANZA

“Mientras les hablaba, llegó un jefe y acercándosele se postró ante Él, diciendo: Mi hija acaba de morir; pero ven, pon tu mano sobre ella y vivirá. Y levantándose Jesús, le siguió con sus discípulos. Entonces una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó la orla del vestido, diciendo para sí misma: con sólo que toque su vestido seré sana. Jesús se volvió, y, viéndola, dijo: Hija, ten confianza; tu fe te ha sanado. Y quedó sana la mujer desde aquel momento”(Mt 9, 20-26).

Seguramente todos recordaréis este pasaje evangélico, en el que se nos narra la curación de la hemorroisa. Esta pobre mujer, que padecía flujo incurable de sangre desde hacía doce años, se deslizó entre la multitud, hasta lograr tocar al Señor:“Si logro tocar la orla de su vestido, quedaré curada, se dijo. Y al instante cesó el flujo de sangre.  Y  Jesús... preguntó: ¿Quién me ha tocado?.”

 No era el hecho material lo que le importaba a Jesús. Pedro, lleno de sentido común, le dijo: Señor, te rodea una muchedumbre inmensa y te oprime por todos lados y ahora tú preguntas, ¿quién me ha tocado? Pues todos.

Pero Jesús lo dijo, porque sabía muy bien, que alguien le había tocado de una forma totalmente distinta a los demás, alguien le había tocado con fe y una virtud especial había salido de Él. No era la materialidad del acto lo que le importaba a Jesús en aquella ocasión; cuántos ciertamente de aquellos galileos habían tenido esta suerte de tocarlo y, sin embargo, no habían conseguido nada. Sólo una persona, entre aquella multitud inmensa, había tocado con fe a Jesús. Esto era lo que estaba buscando el Señor.

Queridos hermanos: Este hecho evangélico, este camino de la hemorroísa,  debe ser siempre imagen e icono de nuestro acercamiento al Señor, y una imagen real y a la vez  desoladora de lo que sigue aconteciendo hoy día.

Otra multitud de gente nos hemos reunido esta tarde en su presencia y nos reunimos en otras muchas ocasiones y, sin embargo, no salimos curados de su encuentro, porque nos falta fe. El sacerdote que celebra la Eucaristía, los fieles que la reciben y la adoran, todos los que vengan a la presencia del Señor, deben tocarlo con fe y amor para salir curados.

Y si el sacerdote como Pedro le dice: Señor, todos estos son creyentes, han venido por Ti, incluso han comido contigo, te han comulgado.....podría tal vez el Señor responderle: “pero no todos me han tocado”. Tanto al sacerdote como a los fieles nos puede faltar esa fe  necesaria para un encuentro personal, podemos estar distraídos de su amor y presencia amorosa, es más, nos puede parecer el sagrario un objeto de iglesia, una cosa sin vida,  más que la presencia personal y verdadera y realísima de Cristo.

Sin fe viva, la presencia de Cristo no es la del amigo que siempre está en casa, esperándonos, lleno de amor, lleno de esas gracias, que tanto necesitamos, para glorificar al Padre y salvar a los hombres; y por esto, sin encuentro de amistad, no podemos contagiarnos de sus deseos, sentimientos y actitudes.

En la oración eucarística, como Eucaristía continuada que es, el Señor nos dice: “Tomad y comed.. Tomad y bebed...” y lo dice para que comulguemos, nos unamos a Él. En la oración eucarística, más que abrir yo la boca para decir cosas a Cristo, la abro para acoger su don, que es el mismo Cristo pascual, vivo y resucitado por mí y para mí. El don y la gracia ya están allí, es Jesucristo resucitado para darme vida, sólo tengo que abrir los ojos, la inteligencia, el corazón para comulgarlo con el amor y el deseo y la comunicación-comunión y así la oración eucarística se convierte en una permanente comunión eucarística. Sin fe viva, callada, silenciosa y alimentada de horas de sagrario,  Cristo no puede actuar  aquí y ahora en nosotros, ni curarnos como a la hemorroisa. No puede decirnos, como dijo tantas  veces en su vida terrena “Véte, tu fe te ha salvado”.

Y no os escandalicéis, pero es posible que yo celebre la eucaristía y no le toque, y tú también puedes comulgar y no tocarle, a pesar de comerlo. No basta, pues, tocar materialmente la sagrada forma y comerla, hay que comulgarla, hay que tocarla con fe y recibirla con amor.

Y ¿cómo sé yo si le toco con fe al Señor? Muy sencillo: si quedo curado, si voy poco a poco comulgando con los sentimientos de amor, servicio, perdón, castidad, humildad de Cristo, si me voy convirtiendo en Él y viviendo poco a poco su vida. Tocar, comulgar a Cristo es tener sus mismos sentimientos, sus mismos criterios, su misma vida. Y esto supone renunciar a los míos, para vivir los suyos: “El que me coma, vivirá por mí”, nos dice el Señor en el capítulo sexto de S. Juan. Y Pablo constatará esta verdad, asegurándonos: “vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

Hermanos, de hoy en adelante vamos a tener más cuidado con nuestras misas y nuestras comuniones, con nuestros ratos de iglesia, de sagrario. Vamos a tratar de tocar verdaderamente a Cristo. Creo que un momento muy importante de la fe eucarística es cuando llega ese momento, en que iluminado por la fe, uno se da cuenta de que Él está realmente allí, que está vivo, vivo y resucitado, que quiere comunicarnos todos los tesoros que guarda para nosotros, puesto que para esto vino y este fue y sigue siendo el sentido de su encarnación continuada en la Eucaristía. Pero todo esto es por las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, que nos llevan y nos unen directamente con Dios.

Hemorroisa divina, creyente, decidida y valiente,  enséñame a mirar y admirar a Cristo como tú lo hiciste, quisiera tener la capacidad de provocación que tú tuviste con esos deseos de tocarle, de rozar tu cuerpo y tu vida con la suya, esa seguridad de quedar curado si le toco con fe, de presencia y de palabra, enséñame a dialogar con Cristo,  a comulgarlo y recibirlo;  reza por mí al Cristo que te curó de tu enfermedad, que le toquemos siempre con esa fe y deseos tuyos en nuestras misas, comuniones y visitas, para que quedemos curados, llenos de vida, de fe y de esperanza.

PREGUNTAS:

1. ¿Al entrar en una iglesia o capilla, espontáneamente mi primera mirada y amor es para Cristo en el Sagrario? ¿Tengo esta costumbre ya adquirida?

2. ¿Hago la genuflexión, tengo bien cuidado el sagrario y no paso ante Cristo Eucaristía o hablo en la Iglesia sin darlo importancia?

3. ¿ La Eucaristía es para mí «centro y culmen de mi vida», como dice el Vaticano II?

LAUDES: Breve comentario de la Lectura Breve: empezar el día, mi vida cristiana, todo empieza en la Resurrección de Cristo, todo se apoya en ella, mi vida es eternidad de gloria con Él: San Pablo: Kerigma.

También leer alguna idea de la meditación anterior que no fuera meditada.

MISA: Homilía sobre la presencia de Jesucristo en el Sagrario

LA EUCARISTÍA COMOPRESENCIA

         Cuando celebramos la Eucaristía, después de haber comulgado, el pan consagrado se guarda en el sagrario para la comunión de los enfermos y para la veneración de los fieles. Allí permanece el Señor vivo y resucitado en Eucaristía perfecta, es decir, no estáticamente, como si fuera un cuadro, una imagen, sino vivo, dinámico, ofreciendo al Padre su vida por nosotros, intercediendo por todos, dando su vida por los hombres. Es un misterio, un sacramento permanente de amor y salvación. Pablo VI en su encíclica Mysterium fidei nos dice: «Durante el día, los fieles no omitan la visita al Santísimo Sacramento... La visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor, allí presente».

Cada uno de nosotros puede decirle al Señor: Señor, sé que estás ahí, en el sagrario. Sé que me amas, me miras, me proteges y me esperas todos los días. Lo sé, aunque a veces viva olvidando esta verdad y me porte como tú no mereces ni yo debiera. Quisiera sentir más tu presencia y ser atrapado por este ardiente deseo, que se llama Jesús Eucaristía, porque  cuando se tiene, ya no se cura.

Quiero saber, Señor, por qué me buscas así, por qué te humillas tanto, por qué vienes en mi busca haciéndote un poco de pan, una cosa, humillándote más que en la Encarnación, en  que te hiciste hombre. Tú que eres Dios y todo lo puedes ¿por qué te has quedado aquí en el sagrario? ¿Qué  puedo yo darte que tú no tengas?

Y Jesús nos dice a todos algo que no podemos comprender bien en la tierra sino que tenemos que esperar al cielo para saberlo: Lo tengo todo menos tu amor, si tú no me lo das. Y sin ti no puedo ser feliz. Vine a buscarte y quiero encontrarte para vivir una amistad eterna que empieza en el tiempo. Y es que debemos de valer mucho para el Padre, por lo mucho que nos ama y ha sufrido por nosotros el Hijo. Nosotros no nos valoramos todo lo que valemos. Solo Dios sabe lo que vale el hombre para El: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,3).

Entonces, Señor, si yo valgo tanto para Ti, más que lo que yo me valoro y valoro a mis hermanos, ayúdame a descubrirlo y a vivir sólo para Ti, que tanto me quieres, que me quieres desde siempre y para siempre, porque Tú me pensaste desde toda la eternidad. Quiero desde ahora escucharte en visitas hechas a tu casa, quiero contarte mis cosas, mis dudas, mis problemas, que ya los sabes, pero que quieres escucharlos nuevamente de mí, quiero estar contigo, ayúdame a creer más en Ti, a quererte más y esperar  y buscar más tu amistad:

Estáte, Señor, conmigo, siempre, sin jamás partirte,

y, cuando decidas irte,

llévame, Señor, contigo,

porque el pensar que te irás,

me causa un terrible miedo,

de si yo sin ti me quedo,

de si tú sin mí te vas.                                                           

Llévame en tu compañía,

donde tu vayas, Jesús,

porque bien sé que eres tú

la vida del alma mía;

si tu vida no me das,

yo sé que vivir no puedo,

ni si yo sin ti me quedo,

ni si tú sin mí te vas.

Las puertas del sagrario son para muchas almas las puertas del cielo y de la eternidad ya en la tierra, las puertas de la esperanza abiertas; el sagrario para la comunidad (parroquia) y para todos los creyentes es «la fuente que mana y corre», aunque es de noche para los sentidos, esto es, aunque no lo veamos con los ojos de la carne, porque la Eucaristía supera la razón, sino por la fe, que todo lo ve y nos lo comunica con luz y seguridad de Cristo mismo que nos dijo ESTO ES MI CUEPO, ESTA ES MI SANGRE, y Él es Dios, y realiza lo que dice, como resucitó a muertos y calmó tempestades.

El sagrario es el maná escondido ofrecido en comida siempre, mañana y noche, es la tienda de la presencia de Dios entre los hombres. Siempre está el Señor, bien despierto, intercediendo y continuando la Eucaristía por nosotros ante el altar de la tierra y el altar del Padre en el cielo. (Por eso no me gusta que el sagrario esté muy separado del altar y tampoco me importaría si está sobre un altar en que ordinariamente no se ofrece la misa). El sagrario para la parroquia, para la comunidad, es su corazón, desde donde extiende y comunica la sangre de la vida divina a todos los feligreses y al mundo entero. Lo dice Cristo, el evangelio, la Iglesia, los santos, la experiencia de los siglos y de los místicos...

Así lo expresa San Juan de la Cruz:

Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche.

Aquesta fonte está escondida,

en esta pan por darnos vida,aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de este agua se hartan

aunque a oscuras,

porque es de noche.

Aquesta eterna fonte que deseo,

en este pan de vida yo la veo,

 aunque es de noche.

(Es por la fe, que es oscura al entendimiento)                                                                  

Para San Juan de la Cruz, como para todos los que quieran adentrarse en el misterio de Dios, tiene que ser a oscuras de todo lo humano, que es limitado para entender y captar al Dios infinito.  Por eso hay que ir hacia Dios  «toda ciencia trascendiendo», para meterse en el Ser y el Amor del Ser y del Amor Infinito que todo lo supera. Para las almas que llegan a estas alturas, sólo hay una realidad superior a estos ratos de oración silenciosa y contemplativa ante el sagrario: la Eternidad en el Dios Trinitario, la visión cara a cara de la Santísima Trinidad en su esencia infinita, en el éxtasis trinitario y eterno, hasta donde es posible a la pura criatura.

Por eso, aunque nosotros no lo comprendamos, muchas de estas almas, cuando llegar verdaderamente a esta experiencia del cielo en la tierra, porque el cielo es Dios y Dios está en el pan consagrado,  desean de verdad morir para estar ya plenamente con Él, esa es la prueba, lo hacen y lo dicen porque han llegado por la experiencia a sentirlo y vencer el miedo natural que todos tenemos a la muerte:

«Vivo sin vivir en mí

y de tal manera espero,

que muero porque no muero.

Sácame de aquesta vida,

mi Dios y dáme la muerte,

no me tengas impedida

en este lazo tan fuerte,

mira que peno por verte

y mi mal es ta entero,

que muero porque no muero».

Solo desean el encuentro total con Cristo, a quien han llegado a descubrir en la Eucaristía y ya no quieren otra compañía. Nosotros, si tuviéramos estas vivencias, también lo desearíamos. Es cuestión de amor. Si subiéramos hasta esas cumbres, nos quemaríamos también.

Para eso hay que pasar muchos ratos con el Señor, en fe seca primero, luego purificarse mucho de pecados e imperfecciones, en el silencio, sin testigos ni excusas ni explicaciones, renunciando a nuestra soberbia, envidia, ira, lujuria..., sólo deseando al Señor y cumplir su voluntad.

Hay que dejar que el Señor desde el sagrario nos vaya diciendo y quitando nuestros pecados, sin echarnos para atrás. “Los limpios de corazón verán a Dios”. Sentirse amado es la felicidad humana. Sentirse amado por Dios es la felicidad suprema, que desborda la capacidad del hombre limitado.

Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y San Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo...” hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros en el pan consagrado de todos los sagrarios de la tierra.

Las almas de Eucaristía, las almas de sagrario, las almas despiertas de fe y amor a Cristo son felices, aún en medio de pruebas y sufrimientos en la tierra, porque su corazón ya no es suyo, ya no es propiedad humana, se lo ha robado Dios y ya no saben vivir sin El: «¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no lo sanaste? Y, pues me lo has robado, ¿por qué así lo dejaste y no tomas el robo que robaste?» (C.9)

¡Señor, ya que me has robado el corazón, el amor y la vida, pues llévame ya contigo!

         Jesucristo Eucaristía, nosotros creemos en ti

         Jesucristo Eucaristía, nosotros confiamos en Ti.

         Tú eres el Hijo de Dios.

10, 30: SEGUNDA MEDITACIÓN DE LA MAÑANA

VAMOS A HABLAR DE LA NECESIDAD ABSOLUTA DE LA ORACIÓN PARA LLEGAR A LA AMISTAD CON CRISTO:

HEMOS HABLADO DE LA NECESIDAD ABSOLUTA DE LA FE PARA ENCONTRARNOS CON CRISTO EUCARISTIA, AHORA AFIRMAMOS QUE LA FE SÓLO SE RECIBE, SE CULTIVA Y SE DESARROLLA POR LA ORACIÓN: TODOS LOS MÍSTICOS: SANTA TERESA: QUE NO ES OTRA COSA ORACIÓN... SAN JUAN DE LA CRUZ: OH NOCHE QUE GUIASTE...

INTRODUCCIÓN

         El título completo del libro (no está publicado, está precisamente en imprenta, así que sois lo primeros en conocerlo) tal como lo tengo en mi mente y en mi corazón, y que me urge decirlo alto y claro, pero con humildad, que es «andar en verdad», según santa Teresa; de lo que estoy convencido y quiero decirme y exigirme a mí mismo, el primero, pero en voz baja, porque es duro y doloroso, aunque suficientemente alto, para que todos  puedan oírlo, toda la Iglesia actual, tanto arriba como abajo, en la cabeza como en los miembros; lo que tristemente veo y contemplo y vivo en la Iglesia actual, es el siguiente título: LA IGLESIA ACTUAL ESTÁ NECESITADA DE SANTOS, DE SANTIDAD, DE  EXPERIENCIA DE DIOS,  o también, EN LA IGLESIA ACTUAL FALTAN SANTOS, SANTIDAD, añadiendo un subtítulo de súplica al Espíritu Santo, al Amor Personal de santificación en Dios: ¡Ven, Espíritu Santo, te necesitamos, te necesita esta Iglesia nuestra!

         Y esta Iglesia somos cada uno de nosotros. Quiero decir, que no basta decir la Iglesia necesita santidad, sino que esta santidad la necesita cada miembro de la Iglesia, esta santidad debe empezar ya en cada uno de nosotros. Esto mismo te lo puedo expresar con otros nombres y afirmaciones, que repetimos en momentos oportunos, pero que no practicamos ni vivimos mayoritariamente.

         El problema de la pastoral de la Iglesia no es problema de pastoral sino de pastores; como el problema de la catequesis en la Iglesia no será problema de catequesis, sino de catequistas: la catequesis es el catequista; y la congregación religiosa no son los estatutos, sino los religiosos, y el problema del apostolado de la Iglesia será siempre fundamentalmente problema de apóstoles, formados junto al Corazón del Único Pastor y Sacerdote, Jesucristo que “llamó a los quiso para que  estuvieran con Él y enviarlos a predicar”; el estar con Él es condición fundamental y esencial para ser apóstol y hacer apostolado cristiano, conforme al Corazón de Cristo, es decir, la oración es prioritaria a la misión; oración personal que me lleve a la conversión total en Él, a su  vida y sentimientos y Caridad Pastoral, que no es mi amor, sino el amor de Cristo Pastor actuando a través de mi humanidad que se la presto para identificarme totalmente con su ser y existir y actuar  sacerdotal. 

         Yo tengo que amar con el mismo amor de Cristo, o si prefieres, yo tengo que prestar toda mi humanidad, todo mi ser y existir a Cristo, para que Él pueda prolongar en mí y por mí, su salvación; y esto, todos los días de mi vida, tanto por la gracia del bautismo como del Orden sacerdotal.

         Pero para eso, necesito que Cristo me comunique su caridad pastoral, su amor, porque yo no sé amar así, yo no lo tengo ni puedo fabricar ese amor “hasta el extremo” al Padre y a los hombres; y para eso necesito pedírselo todos los días, tratar todos los días de conocerlo en profundidad y en verdad, necesito hablar, revisar, encontrarme con Él, necesito oración permanente: «que no es otra cosa oración sino trato de amistad estando muchas veces a solas con aquel que sabemos que nos ama».

         Para vivir este amor y realizarlo en mí y en mis hermanos, necesito de la oración permanente que me lleve a la conversión permanente, porque hasta media hora de haber muerto no estaré convencido de que he dejado de amarme a mí mismo más que a Dios. Son las consecuencias del pecado original. Y eso, es la santidad, la unión total de amor con Dios de todo bautizado o la identidad total con el ser y existir sacerdotal de Cristo..

         Y al vaciarme de mí mismo, viene la experiencia del Dios vivo, de Cristo vivo, vivo y resucitado, “que estaba muerto” para mí; viene el gozo y la vivencia de lo que creo, predico, celebro, porque Dios Uno y Trino me habita y me llena, porque me he vaciado de todo mi «yo» y lo mío. Es que no somos conscientes de esto, de que esto es lo impide la experiencia mística, la experiencia de Dios en nosotros; porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe  Dios, ni la vida de Cristo, ni los sentimientos y el amor de Cristo, porque se lo impide mi «yo», el amarme sobre Dios y todos los hermanos y todas la cosas; no dejaba que Dios fuera Dios; el dios era mi «yo» y me daba culto de da la mañana a la noche, incluso en las cosas de Dios.

         Por eso, donde digo experiencia de Dios, podía poner igualmente santidad, oración, unión con Dios, conversión, humildad-andar en verdad, vida espiritual, “verdad completa”, esto es, VERDAD de Cristo y AMOR de Espíritu Santo, apóstoles identificados con Cristo, con el Espíritu de Cristo, acciones y vida según el Espíritu Santo, apóstoles con vida mística  y amor total a Dios sobre todas las cosas.

         Son realidades cristianas que no veo ahora con frecuencia en la Iglesia. Por eso, le falta hermosura y belleza divina y atractivo a la Iglesia actualmente, a las Diócesis, a las congregaciones religiosas, a los sacerdotes y cristianos en general; existen, pero necesitamos más santidad y santos que nos entusiasmen con Cristo y su Iglesia. Que sí, que los hay.  Pero debieran ser más abundantes, debiera ser el aspecto y la faz común y ordinaria y más admirada del cristianismo, incluso por los no creyentes.

         La santidad, la experiencia de lo que creemos y celebramos, es la mejor apologética de la existencia y vida de Dios; el mejor argumento para que la gente crea y se haga cristiana y siga esperando en Dios superando pruebas, “viendo cómo se aman”, y aman a Dios y a los hermanos, “hasta el extremo”, porque es Cristo mismo, desde la espiritualidad bautismal y sacerdotal, el que lo realiza a través de nosotros.

         Comprendo que parte de lo que voy a expresar en este libro es duro, pero es la realidad misma, tal y como yo la veo. Es duro, porque supone en todos nosotros mayor humildad, mortificación, cambio de proyectos y deseos, oscuridades de lo natural por las virtudes de fe, esperanza y amor sobrenaturales y auténticas, apoyadas sólo en Dios;  es duro porque, aún suponiendo la «prudencia» de los teólogos de turno y la lucha continua y permanente en la Iglesia “entre el espíritu y la carne”, no es cuestión de cinco, diez o quince años lo que supone esta reconversión y santidad que debieran ser intensivas y permanentes en la Iglesia.

          Se ha descuidado mucho en estos tiempos, incluso en los seminarios y casas de formación, por parte de los sacerdotes y congregaciones ejemplares consagradas al Señor, la santidad, el concebir la vida humana y cristiana como una aspiración permanente a la vida eterna de unión y felicidad en Dios, para la que hemos sido soñados y creados por el Padre, por el Hijo que vino en nuestra búsqueda y nos abrió la puerta de amistad y felicidad trinitaria, que realiza únicamente el Santo Espíritu, el Amor Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre... la vida eterna es que “te conozcan a Ti único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo”,

         Y llegar a la conversión permanente, a la santidad, a la experiencia de Dios, no es cuestión de una operación rápida, por la que te quitan el cáncer y punto; por ejemplo, convocar un nuevo Concilio o Capítulo general de la Orden y ya está solucionado; además, esto es poner el cáncer fuera de nosotros, y no es así, porque nosotros somos esa Iglesia, y también, porque para todo esto, primero hay que reconocerse enfermo, con el cáncer de la mediocridad espiritual, y luego, tratar de curar esta falta de santidad cada uno personalmente. Y digo mediocridad espiritual, porque en este libro no me refiero a pecados graves, como estos de la pedofilia y otros de los que tanto se habla actualmente por parte de los medios, sino del instalamiento, de la falta de santidad, de tensión a la perfección espiritual.

         Tenemos además muy cerca la experiencia del Vaticanos II. Alguien ha dicho «que si el Concilio de Trento provocó un despertar, una sacudida, un extraordinario golpe de riñones a un organismo que parecía echado a perder, fue porque aquellos documentos fueron tomados en serio y hechos realidad por una multitud de santos. En cambio, si las consecuencias del Vaticano II han sido capaces de provocar las quejas de un Papa que lo había deseado, Pablo VI («nos esperábamos una primavera y ha llegado un invierno»), es porque sus indicaciones han sido gestionadas por teólogos, por intelectuales»[2].

         Por lo tanto, esto que quiero decir y expresar, supone en la misma Iglesia, Diócesis, Congregaciones, Institutos, Órdenes religiosas, Seminarios, casas de formación o noviciados y en la Iglesia, -- por aquello de “si la sal se vuelve sosa, con qué la salarán, no sirve más que para que la tiren fuera y la pise la gente”-- supone, repito, una conversión personal, un cambio doloroso y largo, el cambio del Espíritu de Dios sobre la carne, la prioridad de Dios y santidad y unión con Dios y seguimiento de Cristo en humildad y servicio sobre la prudencia y mediocridad del mundo y de la carne; consecuentemente, esta reconversión personal, sin apoyos doctrinales o ejemplos externos, se hace más penosa, antipática, no deseada, porque hay que hacerlo desde sólo  Dios amado personalmente sobre todas las cosas, a veces sin apoyos institucionales y reconocidos que antes existían con más abundancia y visibilidad. Y reconozco que el Papa Benedicto XVI, algunos Obispos y Congregaciones están hablando y actuando muy claro en este sentido últimamente. Lean los discursos del Papa a Obispos, institutos..., la Congregación del Clero... etc.

         Me cuesta escribir este libro también,  porque este tipo de escritos no reporta alabanzas ni honores personales; pero siento algo en mi que me empuja a hacerlo por amor a Cristo y a su Iglesia; alguien  me empuja a ser profeta, y no me gusta,  porque sé que decir cosas desagradables, ser profeta, aunque sea  en el nombre del Señor, sin que se me trabe la lengua, lleva consigo incomprensiones, críticas, sufrimientos; tengo experiencia.

         Y me cuesta finalmente hacerlo porque se que todo depende del concepto que cada uno tenga de Cristo, de Iglesia, de apostolado. Y el concepto que cada uno tiene de apostolado e Iglesia, es el que tenga de Cristo; y el concepto que tenemos de Cristo, no es el que uno aprendió en teología, sino el que uno vive, especialmente, desde la relación personal con Él por la oración.

         Así que, a pesar de esto y  no ignorándolo, hablaré, porque esto es lo que veo y siento dentro de mí, y lo veo porque es lo que me critico y trato de superar en mí vida personal; es lo que quiero convertir en mí mismo, el primero, y luego, si puedo, como lo sufro y experimento en mi, ayudar y dar un poco de luz y ánimo a mis hermanos, todos los bautizados, especialmente a mis hermanos sacerdotes, ungidos por el Santo Espíritu en el mismo ser y existir sacerdotal de Cristo,  que hemos de conocer, amar, vivir, predicar y celebrar.

         Entre todos hemos de dar más belleza, atractivo y hermosura a esta Iglesia nuestra, actual, incluso para los no creyentes, para “viendo vuestras buenas obras den gloria y alaben al Padre Dios del cielo”.

1. Y EMPECEMOS A DECIRLO  CON HUMILDAD, QUE ES «ANDAR EN VERDAD», PARA BIEN DE LA SANTA IGLESIA

          Constato, por ejemplo, que la Iglesia, actualmente,  tiene buenos teólogos y pastoralistas, buenos pastores y  ovejas, pero faltan santos, santidad, somos mediocres; nos sobra oficialidad y nos falta fervor, piedad, santidad, en vida personal y apostólica; mucha profesión y dinámicas y organización y reuniones, pero falta Espíritu Santo, vida espiritual, vida según el Espíritu; faltan santos; falta experiencia de Dios, no sólo en la parte baja de la Iglesia sino en su parte más alta: Obispos, sacerdotes, religiosos, consagrados, responsables, catequistas.

         Y falta esta experiencia personal o gozo o certeza de verdad en Dios o santidad o perfección o vida espiritual según el Espíritu de Cristo que nos amó y se entregó “hasta el extremo”, porque nos falta encuentro personal de amor, de amistad, de oración personal con Él, no meramente oficial y litúrgica, sin encuentro personal de amor y experiencia gozosa de lo que somos, predicamos o celebramos. Y el camino único es la oración, oración, oración-conversión-amor sobre todas la cosas a Dios, nuestro principio y fin: «que no es otra cosa oración sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».

         Y quiero quedar muy claro desde el principio que este libro está escrito no desde la crítica de los defectos actuales en la Iglesia en su ser y existir en Cristo Cabeza, sino desde el dolor de que Dios Padre no sea conocido y amado en su proyecto de amor total y felicidad experiencial con el hombre; desde el dolor de la no experiencia de los brazos extendidos por el Hijo que vino en nuestra búsqueda para abrirnos nuevamente las puerta de la misma intimidad y experiencia de gozo trinitario, y desde la ignorancia de la Persona y Acción santificadora en la Iglesia del Espíritu de Amor Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en que hemos sido invitados y admitidos y sumergidos por la potencia de Amor de su mismo Amor, de su mismo Espíritu de Amor Uno y Trinitario,  en que fuimos bautizados, confirmados y alimentados por los sacramentos de la iniciación cristiana.

         Le falta belleza y atractivo, el de la santidad, el de los santos, a esta Iglesia actual que se queda más en lo exterior de su acción santificadora sin buscar y entrar en la vida de la gracia, en la participación en la vida y belleza divina, en la primacía de lo sobrenatural. Se puede constatar que la mayor parte de las normas y reuniones versan sobre lo natural, las dinámicas humanas, sin dirigirse y trabajar por la unión divina, por la verdadera transformación del hombre en Dios para la que hemos sido soñados y creados y recreados por Cristo y el Espíritu Santo.

         Ya he repetido muchas veces que mucho me preocupa la secularización del mundo; pero la peor de todas y la que más me preocupa es la secularización de la misma Iglesia, que debe ser el fermento del mundo y la minoría salvadora del hombre y de la sociedad. Y que conste que no estoy hablando de pecados de la Iglesia actual o sacerdotes, porque en esto no veo cosas graves ordinariamente, sino de secularización, de pérdida de sentido y fervor sobrenatural que teníamos que transmitir en nombre de Cristo a este mundo, que para esto vino y se encarnó, teniendo cuidado del consejo y advertencia que nos dio: “estar en el mundo sin ser del mundo”

         Para eso vino Cristo, para eso instituyó su Iglesia: “En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”  (Mt 5,13-16).

         Se ve ya que la lluvia ácida de la secularización del mundo, externa antes a la Iglesia, se va metiendo en lo interno de la Iglesia, y va perdiendo hermosura y atractivo, por olvidar lo que ya nos dijo el Señor: “estar en el mundo sin ser del mundo”.

         En la Iglesia actual, con los ordenadores, está todo muy bien establecido y reglamentado, en general, no faltan Directorios para todo y ciertamente tiene que haberlos, pero faltan santos, falta experiencia personal de la gracia; necesitamos poner en el apostolado la primacía de la gracia, de lo sobrenatural, en nosotros no cuenta ni preocupa si se habla o no de ella; falta experiencia de la gracia, de lo que somos, predicamos, practicamos y celebramos.

         Y falta esta experiencia, porque falta oración personal, relación personal e íntima de amor y amistad con Cristo, con Dios nuestro Padre, con el Espíritu de Amor, especialmente en los que tenemos que llevar, por misión y encargo, a otros a esta experiencia de Dios, a la santidad, unión con Dios, gozo de la fe y del amor y de la esperanza cristiana.

         «La nota primera y más importante que ha de caracterizar a la espiritualidad del futuro es la relación personal e inmediata con Dios. Esta afirmación puede parecer una perogrullada, ya que se reduce a afirmar lo que constituye la esencia eterna de la espiritualidad cristiana. Sin embargo, actualmente está muy lejos de ser algo que cae de su peso. Vivimos en una época que habla del Dios lejano y silencioso, que aun en obras teológicas escritas por cristianos habla de la «muerte de Dios», en una época de ateísmo, que no nace simplemente de un corazón perverso, impío y rebelde, sino que es la interpretación desacertada de una experiencia humana[3]».

         No somos místicos,  no trabajamos desde la vivencia de lo que somos y hacemos ni me esfuerzo por subir a la cima del monte Tabor, de la oración contemplativa; no llegamos a una oración personal que nos transfigure en Cristo, nos quedamos en el «llano», con un amor y fe ordinaria,  y no subimos por el monte de la oración hasta la cima para ver a Cristo transfigurado y quedarnos nosotros transfigurados por su misma luz y resplandor de vida y gracia y poder decir: ¡que bien se está aquí! y poder así animar a otros a que suban y enseñarles el camino porque lo hemos recorrido, y poder ser «notarios» espirituales o místicos de Cristo, testigos de su verdad y de su amor, porque podemos certificar la verdad de lo que creemos, la verdad de Dios y sus misterios, la verdad de la Eucaristía que celebramos y poder confirmar que es «centro y cúlmen de la vida cristiana», como dice el Vaticano II, porque así la vivimos nosotros.

         Y  todo esto nos pasa y no llegamos a ver a Cristo transfigurado, porque nos falta conversión, subir con esfuerzo y muerte del yo por el camino de la oración-conversión que nos haga humildes, mirar nuestro interior –oración-- y ver nuestra pobreza de gracia de Dios y sentimientos de Cristo y nos haga sentirnos necesitados de su presencia y vida y amor para ser y actuar como Él y pedirla todos los días; necesitamos conversión y humildad que nos ayude a negarnos a nosotros mismos y seguir a Cristo pisando sus mismas huellas de humildad, de servicio auténticamente cristiano, según el Espíritu y los sentimientos y vida de Cristo y como Cristo, sin buscarnos a nosotros mismos en las mismas cosas de Dios.

         Necesitamos orar más y mejor para ser y existir y actuar en Cristo Sacerdote, con sus mismos sentimientos, para sentirnos necesitados de su ayuda, para la verdadera caridad pastoral de Cristo Pastor Único. Y al hacerlo así, identicazos con su ser y existir sacerdotal, sentir el amor de Cristo, su abrazo, su gozo en nosotros, sentirlo vivo, vivo y cariñoso y real y verdadero y resucitado, no pura teología o conocimiento o que dijo o hizo, sino que vive y hace y ama actualmente en nosotros y en cada uno da la vida ahora y ama hasta el extremo de sus fuerzas, amor y del tiempo.

         Encuentro el 14-9-10 en Zenit estas palabras del Papa Benedicto XVI referida a los nuevos Obispos: «Se trata de una profunda perspectiva de fe y no sencillamente humana, administrativa o de cuño sociológico en la que se coloca el ministerio del obispo, el cual no es un mero gobernante o un burócrata, o un simple moderador y organizador de la vida diocesana».

         A la Iglesia actual le falta oración-conversión personal y humildad, andar en la verdad de Cristo: sin mí no podéis hacer nada; para no programar y hacer directorios y dinámicas donde no aparece la necesidad de la gracia y la oración, es puro adorno esta palabra a veces, pero no se ve y se siente su convencimiento y necesidad en los mismos documentos y reuniones pastorales, y consiguientemente, en la vida personal y apostólica.

         Nos falta conversión llana y sencilla, de la que el Señor nos habla en el evangelio: “Si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a si mismo tome su cruz y me siga”; y de conversión se habla poco en las charlas de «formación permanente» y demás reuniones apostólicas, porque es un tema antipático, poco atractivo; la conversión nos duele, nos hace sufrir, y esta es la causa principal de que dejemos o fallemos en la oración, y nos canse y nos aburra, porque nos cuesta convertirnos, y al dejar la conversión, hemos dejado el camino absolutamente necesario para la oración, y al dejar la oración, no podemos tener experiencia de Dios ni hacer apostolado auténtico porque hemos dejado de amar a Dios sobre todas las cosas y no podemos sentir su presencia y gozo, al estar llenos de nosotros mismos y de nuestras cosas y deseos, hasta el punto de que no cabe Dios, como vida y amor; en nosotros, al estar y permanecer siempre llenos de nuestro «yo», de nuestro amor propio, del «yo» al que damos culto de la mañana a la noche, y no vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros apetitos y deseos de poder y honor y primeros puestos; de esta forma, impedimos que Dios entre en nosotros  para que podamos sentirlo, ya que el Hijo de Dios encarnado nos lo dijo bien claro: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”; pero a Dios hay que amarlo sobre todas las cosas  para que podamos sentirnos habitados y amados por Él.

         Y lógicamente al decir conversión, también estoy implícitamente hablando de la frecuencia de acercarnos al  sacramento de la Penitencia, --muy abandonado actualmente por los bautizados en Cristo, como todos podemos constatarlo--, donde manifestamos ante Dios nuestro propósito permanente de convertirnos y luchar por la vida en plenitud de su amor. Si no hay conversión permanente a Dios el sacramento de la Penitencia pierde su sentido porque éste se nos da «para perdón de los pecados, aumento de gracia y recompensa de vida eterna», en la que hay que seguir. Qué alegría me dan las personas que van con este deseo de amar más a Dios y convertirse totalmente a Él.

         A este propósito K. Rahner,  teólogo nada «beato», sino más bien tenido en su tiempo como sospechoso, nos dice: «Y hay otros muchos clásicos de la literatura espiritual, cuyo desconocimiento implicaría sencillamente en un buen cristiano ligereza de espíritu y de espiritualidad. Evidentemente el confesonario no es el tenderete anticuado de un moderno psiquiatra, y no debe ser tomado en tal sentido ni por quien está al lado de acá ni por quien está al lado de allá de la rejilla. No es fácil prever la función perfectamente concreta que la confesión frecuente va a tener en la vida de un cristiano serio del futuro. Es muy posible que también en ese campo hayan de producirse algunas modificaciones por razones legítimas. Pero eso no es motivo en manera alguna para relegar la confesión frecuente de devoción al museo de antigüedades eclesiásticas. Quien en este campo se dedica a demoler sin construir al mismo tiempo, no ha captado el espíritu de verdadera seriedad ética y de autocrítica en la vida del cristiano[4]».

         Por lo tanto, la causa de todo esto, de no aspirar a la experiencia de Dios, de no amarle sobre todas las cosas, de no tender a la unión y santidad que recibimos como semilla en nuestro bautismo, no digamos en el carácter y gracia sacerdotal del Orden, en definitiva,  para mí está en la falta de oración-conversión personal permanente, oración convertida a Dios, en no caminar en dirección total a Dios, superando todos los demás amores, para que podamos encontrarnos en unión de amistad y unión perfecta con Él y pueda morar en nosotros, y, si somos sacerdotes, para que todo mi ser y existir pueda identificarse totalmente con el ser y existir sacerdotal de Cristo. Por esto no puede haber santidad sacerdotal, unión de amor total, transformación en lo que somos y hacemos y predicamos.

         Hay mucha mediocridad en nosotros, en nuestra piedad y amor a Dios, y así, aunque seamos curas y obispos y «digamos misa», no llegamos al gozo de lo que creemos y celebramos y predicamos, no podemos contagiar entusiasmo por Cristo, porque nosotros somos los primeros que nos aburrimos con Él y no hacemos oración personal, porque nos aburre Cristo, y no tenemos todos los días y a hora determinada el encuentro de amistad con Él;  y hablamos de Él como un profesor que explica su materia, hablamos de Él como de una persona que hemos estudiado y conocido por  teología, hablamos de un personaje y sobre sus ideas y evangelio,  pero no de la persona misma, conocida y amada personalmente «en trato de amistad»; qué poco hablamos de las personas divinas, de nuestro Padre, del Espíritu Santo, de la misma persona de Cristo en el Sagrario, con los brazos abiertos, en amistad permanente a todos los hombres.

         Y para eso, para este trato personal, para esta amistad y relación personal, el único camino es la oración, «que no es otra cosa oración sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Si no me ven nunca junto al Sagrario, hablando y amando y gozándome con Él, ¿cómo decir a mi gente que Cristo está allí vivo, vivo, y que se puede hablar y conversar en cada momento con él?  ¿Si no me ven, por lo que sea, no digamos, porque me aburre, cómo voy a entusiasmar a mi gente, al mundo, con Cristo Eucaristía?  Aunque sea cura, obispo, religioso, consagrado, catequista, padre o madre de familia, cristiano...

                   

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2. ALGUNOS TESTIMONIOS Y PRUEBAS

A). Muy claro y alto lo dijo Mons. Rouco Varela:

         B). El mismo Juan Pablo II también lo expresó claro y profundo para la toda la Iglesia Universal  en su Carta  Pastoral Novo Millennio Ineunte. Por eso he querido transcribirla, en alguna de sus partes, al final de este libro. Qué poco se ha tenido en cuenta sus enseñanzas y propuestas para la programación pastoral en el nuevo milenio; es que  he sido testigo y he leído mucho sobre sínodos y asambleas pastorales y programas diocesanos de Apostolado en todas las diócesis de España y del mundo entero; y, como sacerdote, asisto a reuniones pastorales en España y leo sobre esta materia en Revistas y documentos, y qué poco o nada se habla de santidad, unión con Dios, conversión y oración, base de todo apostolado. En algunos sínodos no he visto apenas mencionada la misma palabra santidad. Métete en Internet y lo verás, porque allí salen todos los documentos de las diócesis. Todo se reduce a programas y dinámicas, todo al exterior, a las acciones, y poco se habla de la oración, «alma de todo apostolado», título de un libro de mis juventud, del Espíritu de Cristo, de la caridad pastoral, pero de la de Cristo, no la mía o la tuya,  para hacer esas acciones.

         Sin el Espíritu de Cristo, sin santidad y unión con Cristo por oración personal no podemos hacer las acciones de Cristo. Hacemos actividades, pero no son apostolado, es puro profesionalismo porque ya dijo el Señor: “Sin mí no podéis hacer nada... si el sarmiento no está unido a la vid, no puede dar fruto”.

         Y esta necesidad de experiencia de Dios viene exigida desde la misma creación del hombre por Amor gratuito del Espíritu Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, para cuyo gozo nos han soñado y nos han querido sumergir eternamente.

         El hombre es más que este tiempo y este espacio, el hombre ha sido soñado por Dios para una eternidad de experiencia de su mismo gozo esencial trinitario y original. Por eso, el hombre jamás se podrá saciar o sentir satisfecho con las migajas de las criaturas; el hombre ha sido soñado y creado por Dios por Amor infinito de Espíritu Santo para ser inundado, extasiado, saliendo de sí mismo para ser sumergido en el mismo Gozo y Amor y Gloria del Dios Trino y Uno. Este misterio es inimaginable e indescriptible; y es verdad, pero si no se siente, si sólo se cree en él sin experiencia de la misma fe, es como si no existiese, porque no se puede comprender, hasta que no se vive por la experiencia de Dios.

         Para esto es para lo que vino el Hijo en nuestra búsqueda, esta es la razón y la explicación de toda su vida y del evangelio, para abrirnos las puertas de la Amistad y Unión Trinitaria por participación de su misma vida. El Hijo, viendo al Padre entristecido, porque su primer proyecto de Amor de Espíritu Santo, Beso y Abrazo y Gozo trinitario, había sido destruido, le dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.

         La Voluntad, el Amor del Padre fue, al crear al hombre, hacerle partícipe de su mismo gozo esencial. Y repito, esto no es sólo para saberlo o creerlo por la fe  meramente profesada y creída que basta para salvarnos, es necesario experimentarlo por la fe vivida, que nos llena del mismo gozo y belleza y hermosura y gloria y dicha de Dios. Y es cuando uno dice: Esto es Verdad, Dios es Verdad, Dios existe y me ama, porque lo siento, me está amando, luego existe, luego existo, porque Dios me ama, y me ama para su misma dicha y felicidad eterna y trinitaria.

         Por eso a veces pienso que el dicho de san Ignacio, que tantas veces hemos oído y meditado en los Ejercicios Espirituales: «el hombre ha sido creado para amar y servir a Dios, y mediante esto, salvar su alma», podía parafrasearse pidiendo permiso al santo, de esta forma: «el hombre ha sido soñado y creado para gozar de la experiencia de Dios y, mediante esto, empezar el cielo en la tierra». Porque es verdad, es algo que podemos vivir ya en la tierra. Testigos, los místicos, los santos, los cristianos espirituales, de vida según el Espíritu Santo,  que por gracia de Dios tengo en mi parroquia y que tanto me han ayudado en este camino de «que muero porque no muero».

         Lo tengo tan metido esto en el alma, que la invocación «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, al saludarle a mi Dios Trino y Uno, todos los días, al empezar la oración personal, la he traducido de la siguiente manera, como luego verás explicado en este libro:  En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; en el nombre del Padre que me soñó, me creó y me dio la vida; en el nombre del Hijo que vino en mi búsqueda, que me salvó y me abrió las puertas de la eternidad; y en el nombre del Espíritu Santo que me ama, me santifica y me transforma en vida y amor trinitario.

         Creo que hoy necesitamos la experiencia de Dios para superar el desencanto de la fe, la desilusión de los trabajos apostólicos, que percibimos en muchos hermanos, incluso consagrados/as, que no han pasado de la fe meramente teórica o teológica, a la fe experimentada, a la experiencia de esa fe que no sólo salva, sino que nos llena de la presencia de Dios, de su mismo gozo y amor de Espíritu Santo, que llena de contemplación y resplandores divinos y trinitarios el alma, inflamada en «llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro».

         La fe puramente creída, seca y sin enamoramiento, puede crear lejanía del objeto amado, incluso desencanto al tocar todos los días el misterio, y no vivirlo; y el desencanto puede crear tristeza, dudas, desilusión, y, desde luego, poca vida  cristiana alegre y gozosa, poco amor a Jesucristo vivo, vivo y resucitado, sobre todo ahí tan cerca, en el Pan consagrado, o en el mismo sacerdote, que debe tener los mismos sentimientos de Cristo encarnado en su humanidad prestada, en el Cristo encarnado en el barro de otros hombres, que es y debe ser todo sacerdote..

         El sacerdote debe ser como Cristo, en razón de su identidad sacerdotal en el mismo ser y existir de Cristo. Debe ser santo. A imagen del Buen Pastor, en el sacerdote no hay lugar para una vida mediocre. La santidad sacerdotal no es un imperativo exterior, es la exigencia de lo que somos. De hecho, sin la santidad sacerdotal todo se derrumba, no hay identidad con Cristo, no puede ofrecer en su persona, «in persona Christi», a Cristo en persona que es el Camino, la Verdad y la Vida.

         Por el sacramento del Orden todo sacerdote está obligado a conocer, vivir y comunicar a Cristo: Cristo conocido, Cristo vivido, Cristo comunicado.  

8. TODO ESTO LO HA DICHO MEJOR JUAN PABLO II EN LA CARTA APOSTÓLICA NOVO MILLENNIO INEUNTE, POCO CONOCIDA Y MEDITADA EN SÍNODOS Y REUNIONES APOSTÓLICAS,  Y MENOS PRACTICADA

La oración, fundamento de la santidad y del apostolado cristiano, en la Carta Apostólica de Juan Pablo II  Novo millennio ineunte

Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, cuando invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de apostolado, de vida apostólica, pero no de métodos y organigramas, donde expresamente nos dice «no hay una fórmula mágica que nos salva», «el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo», sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a Él por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía.

Insisto que el Papa, en esta carta, lo que quiere es hablarnos del apostolado que debemos hacer en este nuevo milenio que empieza, y al hacerlo, espontáneamente le sale la verdad: lo que más le interesa, al hablarnos de apostolado, es subrayar y recalcar la necesidad de la espiritualidad de todo apostolado, y para eso, la meta es la santidad, la unión con Dios y el camino imprescindible para esta santidad y unión con Dios es la oración, por eso nos habla de la necesidad absoluta de la oración, alma de toda acción apostólica: actuar unidos a Cristo desde la santidad y la oración... caminar desde Cristo, porque aquí está la fuente y la eficacia de toda actividad apostólica verdaderamente cristiana.

Qué pena tengo, pero real, que después de esta doctrina del Papa, Congresos y Convenciones, en Sínodos y reuniones pastorales, sigamos como siempre, hablando de acciones con niños, jóvenes, adultos, si tenerlas así o de la otra forma, poniendo en el modo toda la eficacia dando por supuesto lo principal: “sin mí no podéis hacer nada”; y para eso el camino más recto es la oración personal para enseñar y llevar a efecto la de los evangelizandos.

Si yo consigo que una persona ore, le he puesto en el fín de todo apostolado, en el encuentro personal con Dios, al que tratan de llevar todas las demás acciones apostólicas intermedias, en las que a veces nos pasamos años y años sin llegar a la unión con Dios, al encuentro personal y afectivo con Él.

El camino y la verdad y la vida es Cristo, y sin encuentro personal con Él no hay cristianismo, y el camino para encontrarnos con Él —ningún santo y apóstol verdadero que no lo ha dicho y hecho--, es la oración: «Que no es otra cosa oración sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».

La oración es el apostolado primero y fundamental, es empezar hablando con Él y pidiendo, para que nos diga qué y cómo llevar directamente las almas hasta Él, para no ir sin Él a la acción o las mediaciones, que a veces no llegan hasta Él; luego vendrán los medios, que son a los que únicamente llamamos y tenemos por apostolado, acciones apostólicas, que deben llegar y dirigir la mirada hasta Él, pero a veces nos entretenemos en eternos apostolados de preparación para el encuentro. ¡Cuánto mejor sería llevar a las almas hasta el final, enseñarle y hacerle orar, y desde ahí recorrer el camino de santificación!

La santidad es la unión plena con Dios. Y para esta unión plena y transformante en Dios, el camino principal y fundamental y base de todos los demás es la oración contemplativa o infusa de Dios en el alma. Como por otra parte, “sin mí no podéis hacer nada” y “todo lo puedo en aquel que me conforta”, resulta que quien está totalmente unido a Dios y el que más agua de gracia divina puede llevar a los surcos de la vida de los hombres y del mundo, el mejor apóstol es el que más y mejor ora.

Voy a recorrer la Carta, poniendo los números pertinentes con su mismo orden y enumeración, para que, quien quiera ampliarlos, pueda hacerlo acercándose a la Carta, porque yo sólo cito lo que considero más importante.

Insisto que al Papa, lo que más le interesa, es hablarnos del apostolado, del nuevo dinamismo apostólico que debe tener la Iglesia al empezar el Nuevo Milenio, pero al hablarnos de apostolado, quiere subrayar y recalcar, como el primero y fundamental, la necesidad de la espiritualidad de todo apostolado, y para eso, la meta es la santidad, la unión con Dios y el camino imprescindible para esta santidad es la oración; cuanto más elevada sea, mejor, porque indica mayor unión de transformación en Dios. Por eso nos habla de la necesidad absoluta de santidad por la oración como el alma de todo apostolado.

Paso a citar algunos de los textos de la Carta Apostólica Novo millennio ineunte donde el Papa nos habla de esta experiencia de Dios; lo hago tal cual está escrito en la Carta.

<<Un nuevo dinamismo

15. Es mucho lo que nos espera y por eso tenemos que emprender una eficaz programación pastoral posjubilar.

Sin embargo, es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del «hacer por hacer». Tenemos que resistir a esta tentación, buscando «ser» antes que «hacer». Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: «Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria» (Lc 10,41-42). Con este espíritu, antes de someter a vuestra consideración unas líneas de acción, deseo haceros partícipes de algunos puntos de meditación sobre el misterio de Cristo, fundamento absoluto de toda nuestra acción pastoral.

CAPÍTULO 2

UN ROSTRO PARA CONTEMPLAR

16. «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizás cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?

Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El Gran Jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.

17. La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el final, está impregnada de este misterio, señalado oscuramente en el Antiguo Testamento y revelado plenamente en el Nuevo, hasta el punto de que san Jerónimo afirma con vigor: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo». Teniendo como fundamento la Escritura, nos abrimos a la acción del Espíritu (cf Jn 15, 26), que es el origen de aquellos escritos, y, a la vez, al testimonio de los Apóstoles (cf. Ib. 27), que tuvieron la experiencia viva de Cristo, la Palabra de vida, lo vieron con sus ojos, lo escucharon con sus oídos y lo tocaron con sus manos (cf. 1Jn 1, 1).

El camino de la fe

19. «Los discípulos se alegraron de ver al Señor» (Jn 20, 20). El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años, y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles «las manos y el costado» (ib). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso itinerario del espíritu (cf Lc 24, 13-35). El apóstol Tomás creyó únicamente después de haber comprobado el prodigio (cf Jn 20, 24-29). En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro. Esta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf Mt 16, 13-20). A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la «gente» que es él, recibiendo como respuesta: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16, 14). Respuesta elevada, pero distante aún —y ¡cuánto!— de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, Jesús es muy distinto. Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que él espera de los «suyos»: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: «Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).

20. ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos sguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (16,17). La expresión «carne y sangre» evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de «revelación» que viene del Padre (cf ib). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús «estaba orando a solas» (Lc 9,18).

Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14).

La profundidad del misterio

21. ¡La Palabra y la carne, la gloria divina y su morada entre los hombres! En la unión íntima e inseparable de estas dos polaridades está la identidad de Cristo, según la formulación clásica del Concilio de Calcedonia (a. 451): «Una persona en dos naturalezas». La persona es aquella, y sólo aquella, la Palabra eterna, el hijo del Padre con sus dos naturalezas, sin confusión alguna, pero sin separación alguna posible, son la divina y la humana.

Somos conscientes de los límites de nuestros conceptos y palabras. La fórmula, aunque siempre humana, está sin embargo expresada cuidadosamente en su contenido doctrinal y nos permite asomarnos, en cierto modo, a la profundidad del misterio. Ciertamente, ¡Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre! Como elapóstol Tomás, la Iglesia está invitada continuamente por Cristo a tocar sus llagas, es decir a reconocer la plena humanidad asumida en María, entregada a la muerte, transfigurada por la resurrección: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado» (Jn 20,27). Como Tomás, la Iglesia se postra ante Cristo resucitado, en la plenitud de su divino esplendor, y exclama perennemente:

«¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28).

23. «Señor, busco tu rostro» (Sal 27[26],8). El antiguo anhelo del Salmista no podía recibir una respuesta mejor y sorprendente más que en la contemplación del rostro de Cristo. En él Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho «brillar su rostro sobre nosotros» (Sal 67[66],3). Al mismo tiempo, Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico rostro del hombre, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre».

Jesús es el «hombre nuevo» (cf Ef 4,24; Col 3,10) que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites y contradicciones, moviéndose hacia Dios mismo, más aún, hacia la meta de la «divinización», a través de la incorporación a Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinitaria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.

Rostro del Resucitado

28. La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que llora por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21,15.17). Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1,21). Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. « Jesu, dulcis memoria, dans vera cordis gaudia»: ¡Cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, animada por esta experiencia, retorna hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 3,8)

CAPITULO 3

CAMINAR DESDE CRISTO

29. «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Esta certeza, queridos hermanos y hermanas, ha acompañado a la Iglesia durante dos milenios y se ha avivado ahora en nuestros corazones por la celebración del Jubileo. De ella debemos sacar un renovado impulso en la vida cristiana, haciendo que sea, además, la fuerza inspiradora de nuestro camino. Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, nos planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» (Hch 2,37).

Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!

No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz. Sin embargo, es necesario que el programa formule orientaciones pastorales adecuadas a las condiciones de cada comunidad.

Doy las gracias por la cordial adhesión con la que ha sido acogida la propuesta que hice en la Carta apostólica Tertio millennio adveniente. Sin embargo, ahora ya no estamos ante una meta inmediata, sino ante el mayor y no menos comprometedor horizonte de la pastoral ordinaria. Dentro de las coordenadas universales e irrenunciables, es necesario que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial, como siempre se ha hecho. En las Iglesias locales es donde se pueden establecer aquellas indicaciones programáticas concretas —objetivos y métodos de trabajo, de formación y valorización de los agentes y la búsqueda de los medios necesarios— que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura.

Por tanto, exhorto ardientemente a los Pastores de las Iglesias particulares a que, ayudados por la participación de los diversos sectores del Pueblo de Dios, señalen las etapas del camino futuro, sintonizando las opciones de cada Comunidad diocesana con las de las Iglesias colindantes y con las de la Iglesia universal.

Nos espera, pues, una apasionante tarea de renacimiento pastoral. Una obra que implica a todos. Sin embargo, deseo señalar, como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales que la experiencia misma del Gran Jubileo ha puesto especialmente de relieve ante mis ojos.

LA SANTIDAD

30.- En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad...Este don de santidad, por así decir, se da a cada bautizado...“Esta es la voluntad de Dios; vuestra santificación” (1Tes 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor” (Lumen Gentium, 40).

31.- Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede “programar” la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias... Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos “genios” de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno... Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia.

LA ORACIÓN

32.- Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración... Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos:“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Jn 15,4).

Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial (cfr. SC.10), pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas.

33.- La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede enseñar mucho a este respecto. Muestra cómo la oración puede avanzar, como verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre. Entonces se realiza la experiencia viva de la promesa de Cristo: “El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Se trata de un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual, que encuentre también dolorosas purificaciones (la “noche oscura”), pero que llega, de tantas formas posibles, al indecible gozo vivido por los místicos como “unión esponsal”. ¿Cómo no recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Jesús?

Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas “escuelas de oración”, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el “arrebato del corazón”. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparte del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.

Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino “cristianos con riesgo”. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición.

Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral... Cuánto ayudaría que no sólo en las comunidades religiosas, sino también en las parroquiales, nos esforzáramos más, para que todo el ambiente espiritual estuviera marcado por la oración.

Primacía de la gracia

38.- En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15, 5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5, 5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitidle al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración”.

Escucha de la Palabra

39.- No cabe duda de que esta primacía de la santidad y de la oración sólo se puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios. Desde que el Concilio Vaticano II ha subrayado el papel preeminente de la palabra de Dios en la vida de la Iglesia, ciertamente se ha avanzado mucho en la asidua escucha y en la lectura atenta de la Sagrada Escritura. Ella ha recibido el honor que le corresponde en la oración pública de la Iglesia. Tanto las personas individualmente como las comunidades recurren ya en gran número a la Escritura, y entre los laicos mismos son muchos quienes se dedican a ella con la valiosa ayuda de estudios teológicos y bíblicos. Precisamente con esta atención a la palabra de Dios se está revitalizando principalmente la tarea de la evangelización y la catequesis. Hace falta, queridos hermanos y hermanas, consolidar y profundizar esta orientación, incluso a través de la difusión de la Biblia en las familias. Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia.

 

Anuncio de la Palabra

40.- Alimentarnos de la Palabra para ser «servidores de la Palabra» en el compromiso de la evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio. Ha pasado ya, incluso en los Países de antigua evangelización, la situación de una «sociedad cristiana», la cual, aún con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza. He repetido muchas veces en estos años la «llamada» a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Cor 9, 16).

Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos «especialistas», sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo >>.

4, 30: MEDITACIÓN DE LA TARDE

AÑADO y tomado del libro LA ORACIÓN EUCARÍSTICA EN LA VIDA SACERDOTAL

D) Pero para todo esto, para enseñar este camino, para formar  y poder dirigir en este camino de experiencia de Dios, hay que recorrerlo primero

         Preguntádselo a cualquier santo, quiero decir, a todos los santos. Y como hemos hablado de atender a los necesitados, preguntarle a Madre Teresa de Calcuta de donde sacaba ella y su Congregación la fuerza para atender a los pobres: «He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí» (JEAN MAALOUF, Escritos esenciales,  Madre Teresa de Calcuta, Sal Terrae  2002, p. 91). Me gustaría que esta advertencia de la Madre Teresa de Calcuta la tuvieran muy presentes todos los obispos del mundo cuando han de elegir superiores y formadores de sus seminarios y que esto estuviera presente en todas las escuelas y noviciados y pedagogías de formación sacerdotal o apostólica.

         En nombre vuestro, se lo he preguntado a santa Teresa de Jesús, a san Juan de la Cruz, que son maestros en esta materia... y más recientemente a la Beata sor Isabel de la Trinidad, Charles de Foucauld, Juan Pablo II, Trinidad de la Santa Madre Iglesia... etc., porque son infinidad, y todos me han dicho lo mismo, porque lo han recorrido y experimentado; todos los santos de la Iglesia afirman que  este camino es la oración, la oración, sobre todo, la oración eucarística; pero no una oración primera e iniciática u oración en primeros pasos y grados, que está muy bien, pero que nos permite vivir todavía con defectos e imperfecciones graves; me refiero a la meditación, a la llamada «oración mental». Para la experiencia de Dios y sus misterios, hay que subir un poquito más arriba, hay que purificarse y dejarse purificar más por la «lejía fuerte» del amor de Dios, por lo menos hasta la oración afectiva; y si el Señor quiere y nosotros colaboramos, hasta la oración infusa, porque la infunde Dios en nosotros, no la fabricamos con nuestras reflexiones o ideas; hasta la oración pasiva, hasta ver los resplandores del Tabor.

         Para llegar a esta oración hay que sacrificarse un poco más; convertirnos más a la voluntad de Dios y cumplir más perfectamente sus mandamientos; vaciarnos de nosotros mismos para que habite Dios en plenitud: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”; hay que esforzarse por no quedarse en el llano de la mediocridad, como el resto de los Apóstoles y subir por la montaña de la oración, con conversión permanente, como Pedro, Santiago y Juan; los que se quedaron en el llano, no vieron a Cristo transfigurado.

         La culpa de que no lleguemos a esta experiencia y la oración se haga rutinaria y nos canse y a veces nos aburra y la dejemos, es la falta de conversión permanente, es que no queremos vaciarnos de nosotros mismos y de nuestras idolatrías; y entonces no cabe Dios en nosotros, aunque siempre está deseándolo y para eso nos soñó en su seno trinitario desde toda la eternidad, y roto este primer proyecto de amor, envió a su Hijo que vino en nuestra búsqueda para encontrarnos; para eso es la Eucaristía y su presencia permanente eucarística:  para abrirnos las puertas del cielo, de la Trinidad en la tierra por su presencia en el Sagrario.  Estamos tan llenos de nosotros mismos, que no cabe «ni Dios». Parece blasfemo, pero es la verdad.

         Ahí, en el Sagrario,  está Cristo Eucaristía, el Verbo de Dios, Jesucristo, en Eucaristía y ofrenda permanente, en obediencia total, adorando al Padre, con amor extremo a Dios y a los hombres, hasta dar la vida. Es una presencia dinámica y permanente del sacrificio, de la misa ofrecida, no meramente estática. Fíjate, hermano sacerdote, la cantidad de belleza y misterios de vida que nos está enseñando el Señor con sola su presencia, sin decir palabra, en «música callada», que diría san Juan de la Cruz.

         El Sagrario, el pasar ratos largos junto al Sagrario, «estando (o hablando) con el que nos ama», no es una presencia piadosa, una devoción particular más, para almas piadositas y devotas, poco «comprometidas», y apostólica, o algo parecido; no; es una presencia única y totalmente centrada en el corazón apostólico de la Iglesia, dinámica y activa, absolutamente necesaria y esencial para todo sacerdote, para todos los que quieran vivir y emplear su vida al estilo de Cristo, buen pastor; para todos los sacerdotes verdaderos y no puramente profesionales, adoradores de Dios Trino y Uno “ en Espíritu y Verdad”, en Espíritu Santo de Amor  y Verdad revelada del Hijo, en obediencia total al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida, por la salvación de nuestros hermanos, los hombres.

Así lo está cumpliendo allí el mismo Cristo en presencia «memorial», el Único Sacerdote  del Altísimo, con el cual tiene que identificarse en su ser y existir todo sacerdote, con amor extremo, hasta el final de los tiempos, si es que quiere ser sacerdote de Cristo, y no de sí mismo; si es que, aunque no lo viva, sabe por lo menos de qué va el sacerdocio católico.

Para saber esto, basta estudiar un poco de teología. El vivirlo, ya es otra cosa; por lo menos a mi me cuesta a veces. Y es lo de siempre: hay verdades, realidades que no se comprenden hasta que no se viven, aunque tenga uno un doctorado en teología. Y si no se viven, terminan por olvidarse en su sentido propio y espíritu, y las vivimos según la carne. La eucaristía es la fuente del sacerdocio y del amor  y apostolado auténtico, no meramente oficial.

         Toda la vida de un párroco se define desde el primer día de estar en la parroquia, por su comportamiento con el Sagrario, con Cristo Eucaristía. ¡Es el Señor! No un trasto más de la Iglesia o un recuerdo o una imagen. Si no lo valoras y lo amas, si te aburre Él en persona, no sé cómo se pueda entusiasmar luego a los hombres, niños y jóvenes con Él.

         Mirando al Sagrario se demuestra la profundidad de la fe; si uno cree que es Dios, Cristo mismo en persona, “por quien todas las cosas han sido hechas”, y único Salvador del mundo, quien mora en él.

         Mirando al Sagrario se demuestra el concepto que cada sacerdote tiene de apostolado; y el concepto que tiene de apostolado es el concepto que tenga de Iglesia; y el concepto de Iglesia, es el concepto y o la vivencia que tenga de Cristo, y el concepto de Cristo es su vivencia de Eucaristía por la oración personal, lo que vea y experimente en sus ratos de oración eucarística y Plegaria Eucarística: «que es centro y culmen de toda la vida de la iglesia... fuente de toda vida apostólica y meta de todo apostolado» (Vaticano II).

         Sin vivencia de Eucaristía por relación personal oracional, sin ratos largos de sagrario para llevar las almas de los fieles hasta allí, poco valen a veces tantos organigramas y dinámicas y acciones que llamamos apostolado, que muchas veces no llegan hasta la persona misma de Cristo, sino que nos pasamos toda la vida hablando de verdades, aunque sean verdades, y no llegamos hasta las personas divinas, hasta su persona, hasta Cristo en persona, y por eso, muchas de nuestras dinámicas y apostolados no pasan de la puerta de las reuniones, donde las hemos tenido, porque les falta el alma, el encuentro personal, el Espíritu de Cristo, nos falta experiencia personal de amistad con Cristo vivo, pero vivo, no recuerdo, que eso es la oración eucarística, el diálogo permanente con Jesús en el Sagrario, porque la oración es y debe ser «el alma de todo apostolado», que así se titulaba un libro muy leído en los seminarios en los tiempos de en mi juventud.

         Sin pasar ratos ante el Sagrario, querido hermano sacerdote, no sé cómo podremos entusiasmar a la gente con Él, y convencer a la gente de Él, que siempre está esperándonos con los brazos abiertos. El mejor apostolado y predicación es el ejemplo de la propia vida. Por eso, el sacerdote no puede faltar a esta cita diaria de fe y amor.

         Es que para eso se quedó precisamente en el pan eucarístico: “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. No le defraudes. Una simple mirada y se entrega por nada ¡Está tan deseoso de nuestra amistad, de nuestra salvación, de la salvación de todos nuestros feligreses! No olvidemos que para eso se encarnó; para venir en nuestra búsqueda, para abrirnos las puertas de la eternidad y amistad que empieza aquí abjo. Te ama tanto; ama tanto al Padre y su proyecto de amor a los hombres;  te necesita tanto a ti, querido hermano sacerdote, para seguir predicando y salvando.

Nuestra vida es más que esta vida; hemos sido creados para una eternidad de felicidad con Dios. Y a Él le duelen tanto los hombres, su salvación eterna, que por eso se quedó tan cerca de nosotros. Es lo único que le importa en el Sagrario; es el deseo y el amor del Padre: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan la vida eterna”. Y allí sigue Él entregando su vida por todos los hombres.

Si creemos en la eternidad, en lo definitivo, en lo que vale un alma, y nos preocupa más que todo lo que sea del tiempo, tenemos que ser almas de Sagrario. Porque somos en Él y por El sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades, las de nuestros feligreses, de ese siempre, siempre, siempre para el que el Padre nos soñó y nos espera.

         Sin esta experiencia eucarística, no puede haber experiencia de Dios, ni auténtico  sacerdocio de Cristo en nosotros y por nosotros, ni verdadero apostolado de almas, ni amor de Cristo a los hombres, porque es Él el que nos lo tiene que dar, ni lógicamente, verdadero y sincero amor a Jesucristo vivo, vivo y resucitado en persona, no mero recuerdo o idea o palabra que predicar.

         Todos los cristianos, por el santo bautismo, hemos sido llamados a la santidad, a la unión plena y transformativa con Dios. En Cristo Eucaristía es donde está Dios Padre esperándonos para mostrarnos su rostro lleno de Fuego de su mismo Espíritu Santo, para revelarnos y cantarnos su Canción de Amor Personal a cada uno de nosotros personalmente en su Palabra o Verbo o Revelación del Hijo, en el que nos lo expresa todo y nos está cantando desde toda la eternidad su sinfonía de Amor Personal, escrita en pentagramas de matices y notas personales de vida, belleza y armonía trinitaria, que se escuchan en  «música callada» de oración silenciosa de «quietud», sin palabras, especialmente en oración eucarística, donde nos está diciendo y expresando todo el amor de un Dios infinito que lo tiene todo, buscando el amor de sus criaturas que no pueden darle nada que no tenga, porque dejaría de ser Dios, y tanto amor sin mover los labios, sólo con su presencia de amor, esperando una simple mirada de fe por parte nuestra para entregarse totalmente. Está tan deseoso, porque está tan olvidado, a veces hasta de los suyos, de los que le predican y dicen que le han entregado toda su vida...  como si fuera un trasto más de la Iglesia.

         Muchas veces, en mi oración junto al Sagrario, oigo al Señor que me dice: Pero ¡cómo me tienen tan olvidado algunos sacerdotes! ¡si estoy aquí para decirles lo que le amo!  estoy aquí para amar y no vienen a verme y pasan de largo y luego se atreven a hablar de mí... pero si ése no soy yo... es que llevo años  (y aquí puedes poner los que quieras, 10, 20, 30, 40, 50... años) y no se ha parado ni una sola vez para decirme: Te quiero, Cristo. Gracias.

         Cuando les veo venir hacia la iglesia, después de tanta soledad humana, porque cerráis en exceso mi presencia en las iglesias, y vienen para celebrar la misa conmigo, me alegro y nada más abrir la puerta de la iglesia, abro mis brazos para abrazar a mi sacerdote, y qué decepción, pasa de largo y ni me saluda y me quedo con los brazos abiertos.

         Y celebra la misa; y ni una palabra personal de amor, de comunión con mis sentimientos, y fíjate que, al celebrarla y hacerla presente, digo a través de vosotros: “Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí”, y algunos sacerdotes no se acuerdan de mí, de mis emociones y entrega, de mi ilusión por abriros las puertas de la eternidad con nosotros en Trinidad.

         Es más, Gonzalo, algunos entran  y salen sin saludarme y se portan y hablan como si estuvieran en la calle, como si en el Sagrario no estuviera yo esperándole en amistad permanente y ofrecida.

         Menos mal que en algunas parroquias encuentro compañía, amor, ternura, entrega... qué gozo tengo de haberme quedado con mis hermanos los hombres para llevarlos al encuentro con el Padre. Y como soy el mismo en todos los Sagrarios, la soledad de algunos queda suplida y millones de veces superada por las compañías de otros.

         Y mira que  con poco me conformo. Porque yo no necesito de nada. Yo soy Dios. Pero me da pena no llenaros de mi gozo. Para eso me quedé en el Sagrario. Y por nada, con una simple mirada de fe o de amor, no digamos con algún rato de oración, me entrego del todo.

         Díselo a mis sacerdotes. Les sigo esperando. Les amo, porque les amo con el mismo Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, con amor eterno de Espíritu Santo». 

         Todos los santos fueron eucarísticos, hombres de oración eucarística. Ni uno solo que no pasara largos ratos junto a Él en el Sagrario. Preguntádselo a los que viven esta experiencia, a los que con san Juan de la Cruz, adoraron la Trinidad en el pan eucarístico: «Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche», por la fe. Y al contemplarla, no solo meditarla, llegan a decir: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme, dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado».

         Para eso escribo este libro; para hablar  claro del sacerdocio y de su relación esencial con Cristo Eucaristía por la oración personal permanente que se mantiene viva y nos lleva a la experiencia permanente de lo que somos, celebramos y predicamos, de nuestro ser y existir en Cristo Único Sacerdote del Altísimo.

         Y hablo claro de su amor eucarístico, del amor de Cristo en el Sagrario a cada hombre hasta el final de los tiempos. Yo soy testigo de todo lo escrito. Lo digo con toda humildad, que es decirlo, con toda verdad. Por si pudiera ayudar un poco en este sentido, en esta amistad con el «Amor de los amores». Porque en mi vida cristiana y sacerdotal todo se lo debo a la oración, quiero decir, a Cristo conocido y amado en la oración eucarística, mirando al Sagrario.

         Me gustaría que todos mis hermanos los sacerdotes pudiéramos  llegar al Tabor, para esto hemos sido llamados, ungidos y consagrados por su mismo Espíritu, Espíritu Santo de Amor, para «contemplar» al Hijo amado en el que me complazco, para poder decir con san Pablo y san Juan y tantos y tantas vivientes: “Para mí la vida es Cristo...vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí...”.        

2. IMPORTANCIA ESENCIAL DE LA ORACIÓN EUCARÍSTICA EN LA VIDA SACERDOTAL

         Lo acabo de decir. Todo, en mi vida cristiana y sacerdotal, se lo debo a la oración eucarística.  Ya sé que muchos, al leerlo, me habéis corregido automáticamente: no a la oración, sino a Jesús Eucaristía. Sin embargo, yo sigo opinando y expresándome de la misma manera: Yo todo se lo debo a la oración que Cristo Eucaristía me inspira y realiza desde el Sagrario, porque de nada me vale a mí Cristo presente y esperándome en todos los Sagrarios de la tierra, como toda la salvación y la gracia y amor de Dios, si no me encuentro con Él y su amor y salvación a través de la oración personal. A los ratos de amistad «estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama», con Jesús Eucaristía en el Sagrario.

         Te lo explico y por partes; todo se lo debo a la oración personal, al trato y encuentro de amistad, a la oración de unión personal; ya sé que la Eucaristía como misa es «centro y culmen de toda la vida de la Iglesia... meta a la que debe caminar toda la vida de la Iglesia y fuente de donde brota toda su vitalidad», pero de poco me serviría a mí todo este misterio si no entro dentro de él y de los ritos y acciones litúrgicas para encontrarme con Dios Trino y Uno que viene a mí para salvarme y unirme a su vida y felicidad; y esto, como me dice el mismo Concilio Vaticano II, tiene que ser por una participación «plena, consciente y activa...exterior e interior...fructífera....», total, por la oración personal con la cual entro dentro del corazón del misterio que celebro.

Todos sabemos que la liturgia sagrada hace presente el misterio de Dios «ex opere operato»; por eso, aunque el sacerdote celebre distraído y los fieles no tuviesen atención o  devoción alguna Cristo no fallaría en su ofrenda, que sería eficaz para el Padre y la Iglesia, conservando todo su valor teológico y fundamental para Cristo y el Padre, que llevaría consigo la aplicación de los méritos de Cristo por medio de la ofrenda del altar, prescindiendo de la santidad del sacerdote o de los oferentes.

         Ahora bien, si no hay encuentro personal con Dios que irrumpe en el tiempo y en el espacio,  el misterio sube al cielo y se celebra y queda sobre el altar «ex opere operato», pero no entra en mi corazón, porque eso tiene que ser «ex opere operantis», esto sólo puede ser por mi fe y amor personal que entra en el corazón del rito, por mi relación de amor y de unión personal que se abre y acoge el misterio, esto es, por la oración personal.

         Estoy tan convencido de esto, por mi vida y la experiencia personal y de la Iglesia, que  a veces le digo al Señor: quítame la teología, los afectos, los conocimientos de Ti, hasta la misma fe, pero no me quites la oración personal, mi trato de amistad contigo, porque si soy perseverante en él, aunque haya bajado hasta el abismo del pecado, volveré a subir hasta la cumbre de la santidad.

         Por el contrario, aunque esté en la cumbre del monte Tabor, si dejo y abandono la oración personal, no sé hasta donde pueda bajar, hasta perder la fe, al menos la fe viva y, desde luego, la experiencia de Dios. La historia así lo demuestra en negativo y en positivo, por aquí les vinieron todas las gracias a los santos que ha habido y habrá; y dejar la oración, es el comienzo de muchas deserciones cristianas y sacerdotales. Ni un solo santo que no fuera hombre de oración; luego los habrá más o menos activos, caritativos, de una línea u otra, según los carismas, pero todos, hombres de oración.

         Y esta oración personal siempre la he hecho junto al Sagrario, porque empecé así desde monaguillo, continué en el Seminario, y en mi primer destino pastoral en un pueblo de la Vera, como coadjutor primero, y luego como párroco en Robledillo de la Vera, todas las mañanas, bien temprano, mi oración personal y litúrgica, la hice junto al Sagrario. Nunca en la habitación o en la naturaleza, o mirando al cielo; lo respeto todo, pero teniendo tan cerca al Señor en amistad permanentemente ofrecida en cada Sagrario de la tierra, me sale espontáneo el diálogo, como ejercicio de fe y amor personal, sólo con mirarle.

         Y la verdad es que me dice tantas cosas desde esa presencia «silenciosa», «música callada», en armonía llena de amor, en Canción de Amor cantada eternamente por el Padre con Amor del Espíritu Santo para que todos los hombres la oigamos en concierto de Amor extremo del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el cual nos introducen a todos los hombres que quieran oír esta Canción llena de la armonía de Amor del mismo Espíritu del Padre al Hijo y del Hijo al Padre que lo acepta haciéndolo Padre de Amor en su Hijo.

         Teniéndolo tan cerca.... pudiendo escuchar esta sinfonía de amor Uno y Trinitario,  la verdad es que no comprendo hacer la oración, tener un diálogo de amor con nuestro Dios Trinidad en otro lugar, o no pasar largos ratos todos los días con Él.

         Ahí el Verbo de Dios, la Palabra llena de Amor de Espíritu Santo pronunciada, revelada por el Padre a todos los hombres; es música callada, brazos tendidos de amor... me parece desprecio no abrirle los míos, no quedarme escuchando su Canción de amor personal que me canta a mí personalmente, porque soñó conmigo desde toda la eternidad, desde toda la eternidad vino en mi búsqueda para encontrarse conmigo y abrirme las puertas del cielo ya en la tierra, las puertas de la visión contemplativa, llena de amor, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; ha venido en mi búsqueda y ahora, en este Sagrario y momento, es el encuentro soñado y preparado por Él; no puedo despreciarlo, minusvalorarlo, trivializarlo, olvidarlo.

         Las puertas del Sagrario son las puertas del cielo, de la eternidad, porque  el cielo es Dios, y Dios trino y uno está en el Sagrario por el Padre que me dice que me quiere con su Palabra, revelada y hecha en carne de Amor por obra del Espíritu Santo, en el primer Sagrario de la tierra, que es el seno de María, Madre Sacerdotal desde la Encarnación, y luego, un poco de pan en la Noche Santa de la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio católico.

         Cierto que sí, que no es fácil ver y escuchar esta Canción de Amor de Dios desde el principio, que no es llegar y pegar, pero para eso está la fe, la fe verdadera sin buscar apoyos sentimentales de ningún tipo al comienzo, sino sólo fe, música callada que para escucharla  hay que afinar mucho el oído, limpiar bien los ojos mediante una conversión sincera que ha de empezar desde ese momento: ¿Pero ahí está Dios? ¿Está Cristo resucitado? ¿Por qué no buscarlo mejor en el evangelio donde escucho más claramente su palabra? ¿Pero ahí está vivo, vivo y resucitado el Cristo de la Magdalena, del ladrón arrepentido, del centurión, de la samaritana, de la mujer que sufría flujos de sangre que con sólo tocarle quedó curada?

         Pues sí, ahí está y yo, con toda la Iglesia, doy fe de su presencia, y la amo, y la busco y me ha seducido, y ya no puedo vivir sin ella; pero ya te digo la principal dificultad para verlo y sentirlo: los pecados; los pecados son una muralla para verlo. Por eso desde el primer momento, si quieres tener experiencia de su amor: conversión, conversión, conversión, seas cardenal, obispo, sacerdote, religioso/a, bautizado: “Los limpios de corazón verán a Dios”. Y los tenemos muy sucios y opacos con nuestro yo personal cuando empezamos este camino que es fundamentalmente camino de amor de conversión. Amo y creo en la medida que me convierto a Cristo y en Cristo.

         La oración personal es esencialmente cuestión de conversión. Si me convierto, si me convierto en amor eucarístico, como el suyo, hasta dar la vida por Dios y los hermanos, hago oración más profunda cada día porque al vaciarme de mí mismo, va entrando Dios. Pero, aunque diga misa, aunque me pase todo el día celebrando liturgias o haciendo oración en su presencia, si no me convierto, si no me convierto en amor silencioso y eucarístico como Él, obediente al Padre hasta dar la vida, adorándole “en espíritu y verdad”, con amor extremo hasta dar la vida vaciándome de mí mismo, para que pueda entrar dentro de mi y hacerme así templo y Sagrario de Dios Trino y Uno, no es posible la oración eucarística, verdaderamente eucarística, que tiene matices y tonos distintos a la simplemente oración «mental».   Si no me convierto en Eucaristía, eucaristizando mi vida, no cabe Dios dentro de mí. No es blasfemia. Es una verdad teológica. Estoy tan lleno de mi mismo que no cabe el amor, los criterios, las actitudes, los sentimientos y la vida de Cristo, auque le coma eucarísticamente, pero no hay comunión verdadera, no le dejo que Él viva en mí: “El que me coma, vivirá por mí”. Después de larga purificación, haré mi primera comunión eucarística, verdaderamente eucarística.    Y esto y todo en la vida espiritual se hace por el amor personal, por la amistad personal, por el encuentro y diálogo personal, esto es, por la oración personal.

         Este libro es totalmente original en lo que digo y expongo porque  es de cosecha propia; pero no es original en el sentido de que sea la primera vez que lo expongo; no, así no es original, porque  muchas de estas  reflexiones las tengo escritas y expresadas en otros libros míos.La mayor originalidad es que aquí las digo en orden, siguiendo el camino de la oración personal eucarística, al menos como yo la he vivido, vivo y la voy descubriendo, teniendo siempre en cuenta que hay tantos caminos como caminantes. Y los respeto. Yo aquí expongo el mío, por si puede servir de ayuda a algún hermano sacerdote o seminarista. Por eso no dogmatizo.

         Expongo y con fuerza, porque es, no mi historia, sino mi vida, mi propia vida cristiana y sacerdotal, y ésa me la sé muy bien, porque para vivirla ha sido necesario muchas veces derramar sangre al tener que matar ese yo que tengo tan metido, al que doy culto, si me descuido, incluso cuando estoy dando culto a Dios.

         Está tan pegado a mi mismo ser y vivir, que hay que pasar por una verdadera muerte  mística, para matarlo. Y estoy tan experimentado en esto, que no me fío nunca de haberlo matado del todo, porque muchas veces, cuando lo creía ya muerto del todo, lo encuentro riéndose y haciendo mofa de mi diabólicamente; por eso, que no me fío de que esté totalmente muerto este pecado original, este amarme y buscarme y darme culto a mí mismo, verdadera idolatría, sacerdocio innato y natural en todo ser viviente... no me fío de que esté totalmente muerto, hasta media hora después de haber muerto para este mundo y estar ya en la presencia de mis Tres, a quienes adoro y amor con todo mi corazón.

   Las puertas del Sagrario son para muchas almas las puertas del cielo y de la eternidad ya en la tierra, las puertas de la esperanza abiertas; el Sagrario para la parroquia y para todos los creyentes es «la fuente que mana y corre», aunque no lo veamos con los ojos de la carne, porque la Eucaristía supera la razón, sino por la fe, que todo lo ve y nos lo comunica; el Sagrario es el maná escondido ofrecido en comida siempre, mañana y noche, es la tienda de la presencia de Dios entre los hombres. Siempre está el Señor, bien despierto, intercediendo y continuando la Eucaristía por nosotros ante el altar de la tierra y el altar del Padre en el cielo. Por eso no me gusta que el Sagrario esté muy separado del altar y tampoco me importaría si está sobre un altar en que ordinariamente no se ofrece la misa. El Sagrario para la parroquia es su corazón, desde donde extiende y comunica la sangre de la vida divina a todos los feligreses y al mundo entero.

Lo dice Cristo, el evangelio, la Iglesia, los santos, la experiencia de los siglos y de los místicos. Así lo expresa en esta cancion trinitaria y eucarística, aunque ordinariamente sólo citamos la parte última de su poesía, que es la eucarística, la presencia eucarística. Por eso, antes de llegar a esta parte última eucarística, voy a citar la primera, la trinitaria y advierto que «de noche» para San Juan de la Cruz, significa, por la fe, sin ver con los sentidos o el entendimiento:

«Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,

aunque es de noche

 Aquella eterna fonte está ascondida,

qué bien sé yo dó tiene su manida,

aunque es de noche.

Su origen no lo sé, pues no le tiene,

mas sé que todo origen della viene,

aunque es de noche.

Sé que no puede ser cosa tan bella

y que cielos y tierra beben della,

aunque es de noche.

[Bien sé que tres en sola una agua viva residen, y una de otra se deriva,aunque es de noche].

Aquesta fonte está escondida,

en esta pan por darnos vida,

aunque es de noche.                 

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de este agua se hartan aunque a

oscuras,

porque es de noche.

Aquesta eterna fonte que deseo,

en este pan de vida yo la veo,

aunque es de noche.

(Es por la fe, a oscura al entendimiento, como se conoce y entra en este misterio)

 Para san Juan de la Cruz, como para todos los que quieran adentrarse en el misterio de Dios, tiene que ser a oscuras de todo lo humano, que es limitado para entender y captar al Dios infinito. Por eso hay que ir hacia Dios «toda ciencia trascendiendo», para meterse en el Ser y el Amor del Ser y del Amor Infinito que todo lo supera. Para las almas que llegan a estas alturas, sólo hay una realidad superior a estos ratos de oración silenciosa y contemplativa ante el Sagrario: la Eternidad en el Dios Trinitario, la visión cara a cara de la Santísima Trinidad en su esencia infinita, en el éxtasis trinitario y eterno, hasta donde es posible a la pura criatura.

Para eso hay que purificarse mucho, en el silencio, sin testigos ni excusas ni explicaciones, renunciando a nuestras soberbia, envidia, ira, lujuria, sólo deseando al Señor y cumplir su voluntad. Hay que dejar que el Señor desde el Sagrario nos vaya diciendo y quitando nuestros pecados, sin echarnos para atrás. “Los limpios de corazón verán a Dios.” Sentirse amado es la felicidad humana. Sentirse amado por Dios es la felicidad suprema, que desborda la capacidad del hombre limitado.

Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y san Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo...” hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros en el pan consagrado de todos los Sagrarios de la tierra.

Las almas de Eucaristía, las almas de Sagrario, las almas despiertas de fe y amor a Cristo son felices, aún en medio de pruebas y sufrimientos en la tierra, porque su corazón ya no es suyo, ya no es propiedad humana, se lo ha robado Dios y ya no saben vivir sin Él: «¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no lo sanaste? Y, pues me lo has robado, ¿por qué así lo dejaste y no tomas el robo que robaste? » (C.9)

¡Señor, pues me has robado el corazón, el amor y la vida, pues llévame ya contigo!VÍSPERAS

SEGUNDO DÍA

6,30 ORACIÓN DE LA MAÑANA

(HEMOS HABLADO DE LA NECESIDAD DE LA ORACIÓN EUCARÍSTICA, HABLEMOS AHORA Y DIGAMOS ALGO SOBRE QUÉ Y CÓMO ES LA ORACIÓN EUCARÍSTICA)

3. LA ORACIÓN EUCARÍSTICA ES «TRATAR DE AMISTAD» CON JESÚS EUCARISTÍA

         Y este trato de amistad con Jesús Eucaristía lo hacemos por la oración personal, llamada «mental» durante siglos, para diferenciarla de la oración vocal o puramente externa, sin encuentro de amor.

         Todos sabemos, por clásica, la definición de Santa Teresa sobre oración: «Que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos (que) nos ama» (V 8, 5). Parece como si la Santa hubiera hecho esta descripción mirando al Sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado, confidente y amigo de todos los hombres. De esta forma, Jesucristo, presente en el Sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el Sagrario, en la mejor escuela.

         Tratando muchas veces a solas con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa, humilde, entregada a todos, con amor extremo, dándose; pero sin imponerse. Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de fe y amistad con Cristo, de aprendizaje y práctica del evangelio, de unión y experiencia de Dios, de perdón y ayuda permanente, de vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. Y de esta forma, esta escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta vivencia de Cristo Eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte y nos transforma en llamas de amor viva y apostólica. La presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado para nuestras parroquias, para nuestros hogares, catequesis, trabajo, matrimonio y vida ordinaria.

         Pues bien, de esto se trata en este libro, que quiere ser una ayuda para recorrer este camino de encuentro con Jesucristo Eucaristía en  trato de amistad, pero de forma directa y vivencial, de tú a tú, a pecho descubierto, sin trampas ni literaturas. No quiere ser un libro teórico sobre Eucaristía, oración, santidad, vida cristiana, liturgia, apostolado...etc. Quiere ser una reflexión sencilla de vida eucarística, de vida de amistad con Jesús Eucaristía, de descubrimiento de su presencia amiga en cada Sagrario de la tierra, desde donde continuamente nos está diciendo:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “Ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer”, “Vosotros sois mis amigos”, “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”, “Yo doy la vida por mis amigos”.

         Esta amistad, como todas, tiene un itinerario, unas etapas, unas exigencias, una correspondencia, un abrazo y una fusión de amor y de unión total. Con toda  humildad y verdad  esto es lo que principalmente he querido describir, en la medida de mis conocimientos y experiencia sacerdotal de almas, grupos parroquiales de hombres, mujeres, matrimonios, grupos de oración... etc.

         Repito: este camino tiene sus particularidades y singularidades. La mayor, tal vez, es que se trata de un amigo, que está invisible para los ojos de la carne, lo cual, para un primerizo, es una gran dificultad, pero, si se deja guiar por otros, que ya hayan hecho el recorrido, resulta más fácil caminar en esta no visibilidad externa de la persona amada, en la oscuridad de la fe, único camino para encontrarnos con Él, que poco a poco nos irá descubriendo su rostro, sobre todo en nuestro corazón, donde por el amor le iremos sintiendo más cerca, y nos irá uniendo con Él, tocándole, hasta llegar a fundirnos con Él en una sola realidad en llamas.

         La fe  es la luz de Dios, el conocimiento que Dios tiene de sí mismo. Si Dios nos lo comunica, esto nos supera totalmente en el modo y en el contenido. Y san Juan de la Cruz nos dirá que por eso precisamente, porque nos excede y es la misma luz de Dios, nos deslumbra y nos parece no ver. Y es por exceso de luz, que supera a nuestros sentidos y razón.

         Por eso, al principio, en estas visitas, por estos diálogos, hay que tener paciencia, mientras nuestros sentidos y razón se van adecuando y disponiendo en silencio de sentidos, sin ver ni sentir gran cosa, para dialogar, conocer, y llegar a la unión de amor con el Señor Jesucristo, presente y vivo en el Sagrario,  por ciencia de amor, por noticia amorosa, por fe que se va llenando de ese amor del que está lleno Jesucristo Eucaristía, donde está por amor extremo: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, hasta el extremo de sus fuerzas, hasta el extremo de su amor, hasta el extremo de los tiempos. Esta fe del que quiere unirse a la persona amada, sin ver mucho todavía, hay que pedirla y cultivarla todos los días, especialmente al principio, en que hay que empezar a pasar de una fe heredada, que todos hemos recibido, a una fe personal, que nos lleve a la experiencia personal, que nos meta en el diálogo y amistad personal con Jesucristo Eucaristía. Y juntamente con esta fe, desde el primer kilómetro de este camino o trato de amistad, hay que poner la conversión, conversión que debe durar toda la vida; y para mí, que esta es la causa principal de que se deje toda oración verdadera.

Este libro quiere ser una ayuda para amar más a Jesucristo Eucaristía. Lo he escrito pensando en todos los  católicos que tienen este privilegio de poder visitar al Señor sacramentado todos los días o con mucha frecuencia. Jesús está en todos los Sagrarios de la tierra como confidente y amigo, en presencia permanente de amor y amistad, siempre ofrecida, pero nunca impuesta.

         Me gustaría que todos los creyentes, especialmente niños y jóvenes, pasaran todos los días un rato a los pies del maestro y amigo. Y esto es muy fácil: vas andando por la calle, te encuentras una iglesia abierta, y te dices: ahí dentro está Jesús en el Sagrario; voy a entrar un rato a contarle mis cosas, mis penas y alegrías, a rezar por los problemas de mis hijos y familia… Y entras, y ya está. No te digo nada si expresamente sales de casa con este propósito: qué gozada. Lo puse muy claro en la primera página de uno de mis libros; decía así: la mejor escuela de oración: la Eucaristía; el mejor maestro: Jesucristo Eucaristía; el mejor libro de oración y vida cristiana, toda una biblioteca: Jesucristo Eucaristía como misa, comunión y presencia de amistad siempre ofrecida. ¡Qué poco se visita esta biblioteca! ¡Qué poco se abre este libro! ¡Qué poco se dialoga con este maestro y amigo! ¡Si lo visitásemos y escuchásemos con más frecuencia...! Aquí tienes una ayuda.

         Porque el Sagrario es la mejor escuela, el mejor libro, el mejor maestro y el mejor amigo, el mejor gimnasio y el mejor ejercicio para ser feliz, para aprender a amar a Dios y a los hombres, para aprender a sufrir, para tener ayuda y consuelo permanente. Es que todo lo que nos dice el evangelio y la fe es verdad; es verdad que Jesucristo está vivo y resucitado y vive por amor a nosotros en el Sagrario, es verdad que allí le encuentran las almas despiertas y llenas de fe, es Él, y está ahí tan cerca, en el Sagrario, el mismo Cristo de Palestina y del cielo, el que acariciaba a los niños, perdonaba a los pecadores, hablaba con las prostitutas, tocaba a los leprosos, arrastraba a las masas emocionadas…

         El libro que tienes en tus manos es fruto de estos ratos de oración junto al Sagrario, y lo escribo como prueba y testimonio de amistad y agradecimiento al Señor, sacramentado por nuestro amor; y también para ayuda de los que quieran dialogar y tratar de amistad con Él. De Cristo Eucaristía lo he aprendido todo y quiero seguir escuchándole y amándole toda mi vida.

         Para conocer y amar más a Jesús Eucaristía sólo se necesita un poco de fe y de amor, o si queréis, como hablo a  personas ya creyentes, sólo se necesita amar, más simple, querer amar al Señor.

         El que quiere amar a Jesús va a visitarle en el Sagrario, porque ciertamente está en más sitios, como dice el Vaticano II, pero ahí es donde está más real y verdadero, todo entero, con todo su evangelio y salvación, vivo, vivo y resucitado, el Viviente, Alfa y Omega de todo para todos, la Hermosura y la Palabra del Padre para nosotros, en la que el Padre Dios, lleno de Amor Personal y esencial a Él, nos dice en «música callada», en «silencio sonoro» su canción de Amor Personal a los hombres, y nos da todo su Ser por participación de Amor y nos dice la canción de amor más hermosa que ha existido en el mundo, cantada desde el Padre por el Hijo encarnado por la potencia de Amor Personal del Espíritu Santo, su esencia y abrazo infinito de felicidad y de gozo eterno, que quiere ya empezar a compartirlo en la tierra con todos nosotros. Si el cielo es Dios, el Sagrario es el cielo de Dios en la Tierra, porque allí por el Hijo habita toda la Trinidad Santísima.

         El creyente que va a visitar al Amigo que siempre está en casa, ya le está amando con esta expresión de fe personal, simplemente con su presencia en el banco de la iglesia; su presencia ante el Sagrario indica que con su mirada, con su oración, cree, ama y espera en Él, y más tarde o temprano, irá pasando de una fe heredada, más o menos seca, a una fe personal que terminará en experiencia viva del Amado.  Precisamente ésta es la orientación que he querido dar a este libro: invitar a todos los católicos a visitarlo e indicar un poco este camino de oración eucarística, de diálogo y amistad con Jesús en el Sagrario, especialmente en los primeros kilómetros, que hay que andarlos un poco en fe seca, a oscuras de luz y sentimientos, sin sentir ni oír nada o casi gran cosa, sólo barruntándolo por la fe.

         Quisiera añadir que muchas de las páginas del presente libro fueron escritas mirando al Sagrario. Me gustaría que, si fuera posible, así fueran también leídas, meditadas y oradas: a los pies del Maestro, como María en Betania.

         Esto para mí es importantísimo, casi determinante. Es que tengo la impresión de que ahí radica toda su fuerza y vitalidad. Pensad que muchas  de estas reflexiones fueron escritas hace más de cuarenta años en un cuaderno de pastas grises y folios a cuadritos. Me lo llevaba siempre a la iglesia, en los primeros años de mi sacerdocio, porque así me lo habían enseñado, ­«contemplata aliis tradere» (predicar a los demás lo que se ha contemplado en la oración; hablar con Dios antes de hablar a los hombres de Dios). Me lo llevaba para anotar lo que el Señor me inspiraba: ideas, sentimientos, fuegos y llamaradas de corazón, que yo traducía luego en ideas para predicar mis homilías.

         Este método lo he seguido hasta el día de hoy. Yo hago siempre la oración, todas las mañanas, muy temprano, a solas en la iglesia, mientras la mayor parte de mis feligreses duermen. Hago la oración personal mirando a Jesús en el Sagrario, porque me resulta más cómodo y lógico bajar a donde está Él para hablar y dialogar con Él, porque en el Sagrario y desde el Sagrario me enseña muchas cosas, porque, estando tan cerca, le escucho mejor y me instruye, corrige y me llena de sus sentimientos y aptitudes eucarísticas; ante el  Señor en el Sagrario, me sale espontáneo el diálogo con Él, y teniéndolo tan a mano y entregado y esperándome siempre, no me gusta hacer la oración en ningún otro sitio, porque Él es el Amigo, que siempre está en casa,  que siempre me está esperando.

         Para eso se quedó. Y no quiero defraudarle. Termino: este libro quiere ser una sencilla ayuda para el encuentro con Jesucristo Eucaristía, para el trato de amistad con Él en el Sagrario. Si os sirve para esto, ¡ADORADO SEA EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR!

SEGUNDA PARTE

LA EUCARISTÍA, ESCUELA DE ORACIÓN

EN LA ESCUELA SECUNDARIA DE LA EUCARISTÍA.

 

2, 1. Orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas

Y ahora, una vez que hemos tocado a Jesús con la virtud teologal de la fe y de la caridad, que nos hemos percatado de su presencia en la Eucaristía, que le hemos saludado y le hemos abrazado espiritualmente con todo cariño y amor, ahora ¿qué es lo que hemos de hacer en su presencia? Pues dialogar, dialogar y dialogar con Él, para irle conociendo y amando más, para ir aprendiendo de Él, a que Dios sea lo absoluto de nuestra vida, lo único y lo primero, a adorarle y obedecerle como Él hasta el sacrificio de su vida, a entregarnos por los hermanos.....Eso, con otro nombre, se llama oración, oración eucarística, dialogar con el Cristo del Sagrario.

         El Señor se le ha aparecido a Saulo en el camino de Damasco. Ha sido un encuentro extraordinario tal vez en el modo, pero  la finalidad es un encuentro de amistad entre Cristo y Saulo:“Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues. Señor ¿qué quieres que haga? Levántate y vete a Damasco; allí se te dirá lo que tienes que hacer”. La oración siempre es un verdadero diálogo con Jesús. Un diálogo que provoca una amistad personal y la conversión, porque descubrimos lo que Dios quiere de nosotros.

Hay muchos maestros de oración, los libros sobre oración son innumerables  hoy día; para nosotros, el mejor libro: el libro de la Eucaristía, y el mejor maestro: Jesucristo Eucaristía; es una enciclopedia, toda una biblioteca teológica sobre el misterio de Dios y del hombre y de la salvación, basta mirarlo y no digo nada si lo abres.... ¡si creyéramos de verdad! ¡Si lo que afirmamos con la inteligencia y los labios, lo aceptase el corazón y lo tomase como norma de vida y de  comportamiento oracional y de amor...! Pero hay que leerlo y releerlo durante horas, porque al principio no se ve nada, no se entiende mucho, pero en cuanto empiezas a entender y vivir lo que te dice y, por tanto, a convertirte, se acabaron todos los libros y todos los maestros.“Pero vosotros no os hagáis llamar maestro, porque uno solo es vuestro Maestro... y no os hagáis llamar doctores, porque uno solo es vuestro doctor, el Cristo” (Mt 23, 8-10).

En el comienzo de este encuentro, de este diálogo, basta con mirar al Señor, hacer un acto, aunque sea rutinario, de fe, de amor, una jaculatoria aprendida. Así algún tiempo. Rezar algunas oraciones. Enseguida irás añadiendo algo tuyo, frases hechas en tus ratos de meditación o lectura espiritual, cosas que se te ocurren, es decir, que Él te dice pero que tú no eres consciente de ello, sobre todo, si hay acontecimientos de dolor o alegría en tu vida.

         Puedes ayudarte de libros y decirle lo que otros han orado, escrito o pensado sobre Él,  y así algún tiempo, el que tú quieras y el que Él aguante,  pero vamos, por lo que he visto en amigos y amigas suyas en  mi  parroquia, grupos, seminario,  en todo diálogo,  lo sabéis perfectamente, no aguantamos a un amigo que tuviera que leer en  un libro lo que desea dialogar contigo o recitar frases dichas por otros, no es lo ordinario....sobre todo, en cosas de amor, aunque al principio, sea esto lo más conveniente y práctico. Lo que quiero decir es que nadie piense que esto es para toda la vida o que esta es la oración más perfecta. Un amigo, un novio, cuando tiene que declararse a su novia, no utiliza las rimas de Bécquer, aunque sean más hermosas que las palabras que él pueda inventarse. Igual pasa con Dios. Le gusta que simplemente estemos en su presencia; le agrada que balbuceemos al principio palabras y frases entrecortadas, como el niño pequeño que empieza a balbucear las primeras palabras a sus padres. Yo creo que esto le gusta más y a nosotros nos hace más bien, porque así nos vamos introduciendo en ese «trato de amistad», que debe ser la oración personal. Aunque repito, que para motivar la conversación y el diálogo con Jesucristo, cuando no se te ocurre nada, lo mejor es tomar y decir lo que otros han dicho, meditarlo, reflexionarlo, orarlo, para ir aprendiendo como niño pequeño, sobre todo, si son palabras dichas por Dios, por Cristo en el evangelio, pero sabiendo que todo eso hay que interiorizarlo, hacerlo nuestro por la meditación-oración-diálogo.

          Para aprender a dialogar con Dios hay un solo camino: dialogar y dialogar con Él y pasar ratos de amistad con Él, aunque son muchos los modos de hacer este camino, según la propia psicología y manera de ser. No se trata, como a veces aparece en algún libro sobre oración, de encontrar una técnica o método, secreto, milagroso, hasta ahora no descubierto y que si tú lo encuentras,  llegarás ya a la unión con Dios, mientras que otros se perderán o pasarán  muchos años o toda su vida en el aprendizaje de esta técnica tan misteriosa. Y, desde luego, no hay necesidad absoluta de respiraciones especiales, yogas o canto de lo que sea...etc.. Vamos, por lo menos hasta ahora, desde S. Juan y S. Pablo hasta  los últimos canonizados por la Iglesia,  yo no he visto la necesidad de muchas técnicas;  no digo que sea un estorbo, es más, pueden  ayudar como medios hacia un fin: el diálogo personal y afectivo con Cristo Eucaristía.

Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar, el evangelio no relata técnicas y otros medios, simplemente les dijo: “Cuando tengáis que orar, decid: Padre nuestro...”, es diálogo oracional. Y estamos hablando del mejor maestro de oración. En el camino de Damasco, ha habido un resplandor de luz inesperada, bien interior, bien exterior, que ha tirado a Pablo del caballo y, tras el fogonazo, el diálogo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno...” Después, Pablo se retira al desierto de Arabia y allí aprende todo sobre Cristo y el Evangelio, sin ningún otro maestro, como él luego nos dirá en sus cartas  y así tenemos que hacer todos nosotros; es más, luego se presenta a contrastar su doctrina con la de los Apóstoles e insiste y se goza de no haber tenido otro maestro que Jesucristo, su Cristo, convertido en Señor, amigo y confidente por la oración personal.

          En esta línea quiero aportar un testimonio tan autorizado como es el de la Madre Teresa de Calcuta: «Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: Cuando oréis, decid: Padre Nuestro... No les enseñó ningún método ni técnica particular, sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios . Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí»[5].

         Me gustaría que esto estuviera presente en todas las escuelas y pedagogías de oración, para que desde los principios, todo se orientase hacia el fin, sin quedarnos en las técnicas, en los caminos y en los medios como si fueran el fin y la oración misma. Esto no quiere decir que no tengamos en cuenta las dificultades para la oración en todos nosotros. Unas son de tipo ambiental: ruido, prisas, activismo; otras de tipo cultural: secularismo, materialismo, búsqueda del placer en todo, preocupación del tener, vivir al margen de Dios...También las hay de carácter individual: incapacidad para concentrarse un poco, todo es imagen, miedo a la soledad que nos provoca aburrimiento... Pero insisto, por eso, que lo primero es poner el fin donde hay que ponerlo, en Dios y querer amarle y desde ahí empezar el camino sin poner el fin en los medios y dificultades y cómo vencerlas...Desde el principio Dios y conversión.

El Papa en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte ha insistido en la conveniencia de escuelas de oración en las parroquias y en la conveniencia de algún aprendizaje para hacer oración. En mi parroquia hay varios grupos de oración y yo meto en ellos a las personas que veo con frecuencia en la iglesia; no les preparo ni les digo nada, solo que vayan al grupo, escuchen y oren como se le ocurra. Al cabo de dos o tres meses en silencio, empiezan poco a poco a manifestar el fruto de su oración, oran y dialogan como los veteranos, más en línea de diálogo con Dios públicamente manifestado que de reflexión sobre verdades.

 Si tenemos talleres de oración, muchas de estas personas entran en ellos y aprenden diversos caminos y metodologías y otras  no entran. Estoy verdaderamente agradecido a las escuelas de oración, todas me vienen bien y a ninguna personalmente les debo nada. La mayoría de los orantes de mi tiempo somos autodidactas. Cuando llegué al Seminario Menor, allá por el 1948, la primera mañana, después de levantarnos a las 7, fuimos a la capilla para rezar unas oraciones comunes y «oír» la santa misa, pero antes hubo media hora de silencio para hacer la «meditación». Al terminar la misa, todos los nuevos preguntamos a los veteranos qué era eso y qué había que hacer durante ese tiempo. Esa fue mi escuela de oración. Sin embargo, las creo necesarias y pienso que pueden hacer mucho bien en las parroquias y seminarios.

En mis grupos de oración hay personas que han hecho talleres y otras no y todas forman los grupos de oración y después de un comienzo, no veo diferencias; la única diferencia es la perseverancia y esa va unida absolutamente a la conversión permanente. Repito la necesidad de la oración y de las escuelas de oración  y que verdaderamente hacen mucho bien a la comunidad y son muy necesarias y convenientes. Pero insisto que, desde los inicios, la oración hay que orientarla hacia la vida y conversión  como fundamento y finalidad esencial de la misma, porque de otra forma todos los métodos y técnicas terminan por anquilosarse, vaciarse de encuentro con Dios  y morir.

         En mi larga experiencia de cuarenta años en grupos de vida y oración, me ha tocado pasar por muchas modas pasajeras; por eso hay que centrarlo bien desde el principio; la oración es un camino de seguimiento del Señor, no es cantar muy bien, abrazarnos mucho, hacer muchos gestos.....y si no hay compromiso de vida, todo son romanticismos y pura teoría, que llega luego a contradicciones muy serias entre los mismos componentes del grupo y, a veces, a la misma destrucción. No piensen  que porque hagan un curso de oración ya está todo garantizado, y desde luego, las principales dificultades para hacer oración no se solucionarán con técnicas de ningún tipo, sino solo con el querer amar a Dios sobre todas las cosas y con la consiguiente conversión, absolutamente necesaria,  que esto lleva consigo. Cuando este deseo desaparece, la persona no encuentra el camino de la oración, se cansa y lo deja todo. Por eso, insisto, hacer oración, o el deseo de oración se fundamenta en el deseo de querer amar a Dios, aunque la persona no sea consciente de ello. Por lo menos que lo sean los directores de los grupos de oración. Y la oración es la que más ayuda a engendrar y mantener este deseo. Y este deseo es el que alimenta la oración y la sostiene y la hace avanzar. Si no crece, muere la oración.

2. 2. Orar es querer convertirse a Dios en  todas las cosas. la oración permanente exige conversión permanente

Y si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente.  Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tampoco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas.

Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.

“Dios es amor”, dice San Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando San Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Así que está condenado a amanos siempre, aunque seamos pecadores y desagradecidos.

         Y como estamos hechos a su imagen y semejanza, nosotros estamos hechos por amor y para amar, pero el pecado nos ha tarado y  ha puesto el centro de este amor en nosotros mismos y no en Dios. Así que tenemos que participar de su amor por la gracia para poder amarnos y amarle como Él se ama. Porque por su misma naturaleza, que nosotros participamos por gracia, así es cómo Dios se ama y nos ama y  no puede amar de otra forma, porque dejaría de ser y existir, dejaría de ser Dios.

Y este amor es a la vez su felicidad y la nuestra, a la que Él gratuitamente, en razón de su amarse tan infinitamente a sí mismo nos invita, porque estamos hechos a su imagen y semejanza por creación y, sobre todo, por recreación en el Hijo Amado, Imagen perfecta de sí mismo, que nos hace partícipes de su misma vida, de su mismo ser y existir, por participación gratuita de su mismo amor a sí mismo.“Lo que era desde el principio... porque la vida se ha manifestado..., os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó, a fin de que viváis también en comunión con nosotros. Y esta comunión nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1Jn 1-4).

Este es el gran tesoro que llevamos con nosotros mismos, la lotería que nos ha tocado a todos los hombres por el hecho de existir. Si existimos, hemos sido llamados por Él para ser sus hijos adoptivos, y Dios nos pertenece, es nuestra herencia, tengo derecho a exigírsela: Dios, Tú me perteneces.... Esto es algo inconcebible para nosotros, porque hemos sido convocados de la nada por puro amor infinito de Dios, que no necesita de nada ni de nadie para existir y ser feliz y crea al hombre por pura gratuidad, para hacerle partícipe de su misma vida, amor, felicidad, eternidad...“Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos.... Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3,1-3).

         Esta es la gran suerte de esta especie animal, tal vez más imperfecta que otras en sus genomas o evolución, pero  que, cuando Dios quiso, la amó en su inteligencia infinita y con un beso de amor le dio la suerte y el privilegio de fundirse eternamente en su mismo amor y felicidad. Y esta es la gran evolución sobrenatural, que a todos nos interesa. La otra, la natural del «homo erectus», «habilis», «sapiens», «nehandertalensis», «romaionensis, «australopithecus», que apareció hace cuatro millones de años, aunque ahora con el recién descubierto homínido del Chad, parece que los expertos opinan que apareció hace seis millones de años... que  estudien los científicos, a los que les importa poco echar millones y millones de años entre una etapa y otra;  todavía no están seguros de cómo Dios la ha dirigido, aunque algunos, al irla descubriendo, parece como si la fueran creando, y al no querer aceptar por principio al Creador del principio,  digan que todo, con millones y millones de combinaciones, se hizo por casualidad. Y en definitiva, millones más, millones menos, todo es nada comparado con lo que nos espera y ya ha comenzado: la  eternidad en Dios.

La casualidad necesita elementos previos, solo Dioses origen sin origen, tanto en lo natural como en lo sobrenatural.  Ellos que descubran el modo y admiren al Creador Primero, pero que no llamen casualidad a Dios. Millones y millones de combinaciones... y todo, por casualidad... ¡Qué trabajo llamar a las cosas por su nombre y aceptar al Dios grande y providente y todo amor generosoe infinito para el hombre, que nos desborda en el principio, en el medio y al fin de la Historia de Salvación! ¿Para qué la ciencia, los programas, los laboratorios, si todo es por casualidad o existen sin lógica ni  principio ni leyes fijas?

         A mí sólo me interesa, que he sido elegido para vivir eternamente con Dios. Ha enviado a su mismo Hijo para decírmelo y este Hijo me merece toda confianza por su vida, doctrina, milagros, muerte y resurrección. Por otra parte, esta es la gran locura del hombre, su gran tragedia, si la pierde,la mayor pérdida que puede sufrir, si no la descubre por la revelación del mismo Dios; y esta es, a la vez y por lo mismo, la gran responsabilidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes, si se despistan por otros caminos que no llevan a descubrirla, predicarla, comunicarla por la Palabra hecha carne y por los sacramentos, si nos quedamos  en organigramas, en programaciones y acciones pastorales siempre horizontales sin la dirección de trascendencia y eternidad, sacramentos que se quedan y se celebran en el signo pero que no llegan a lo significado, que no llevan hasta Dios ni llegan hasta la eternidad sino sólo atienden al tiempo que pasa; reuniones, programaciones  y celebraciones que no son apostolado, si se quedan en mirar y celebrar  más al rostro transitorio de lo que hacemos o celebramos, que al alma, al espíritu, a la parte eterna, trascendente y definitiva de lo que contienen, del evangelio, del mensaje, de la liturgia....más a lo transitorio que a lo trascendente, hasta donde todo debe dirigirse, buscando  la gloria de Dios y la salvación eterna del hombre.

“En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque me voy a prepararos el lugar . Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros. Pues, para donde yo voy, ya sabéis el camino” (Jn 11,24).

Porque da la sensación a veces de que se ha perdido la orientación trascendente de la Iglesia y de su acción apostólica, que pasa también por la encarnación y lo humano, para dirigirlo y finalizarlo todo hacia lo divino, hacia Dios.  Da la sensación de que lo humano, la encarnación, ciertamente necesaria, pero nunca fin  principal y menos exclusivo de la evangelización,  es lo que más  preocupa en nuestras reuniones pastorales y hasta en la misma administración de los sacramentos, donde trabajamos y nos fatigamos en añadir ritos y ceremonias, incluso a la misma eucaristía, como si no fuera completísima en sí misma, y de lo esencial hablamos poco y  nos preocupa menos.

Y esto produce gran pobreza pastoral, cuando vemos, incluso a nuestra Iglesia y a sus ministros, más preocupados por los medios de apostolado que por el fin, más preocupados y ocupados por agradar a los hombres en la celebración de los mismos sacramentos que de buscar la verdadera eficacia sobrenatural y trascendente de los mismos así como de toda  evangelización y apostolado. En conseguir esta finalidad eterna está la gloria de Dios. «La gloria de Dios es que el hombre viva... y la vida del hombre es la visión intuitiva de Dios». (San Hilario)

¡Señor, que este niño que bautizo, que estos niños que hoy te reciben por vez primera, que estos adultos que celebran estos sacramentos, lleguen al puerto de tu amor eterno, que estos sacramentos, que esta celebración que estamos haciendo les ayude a su salvación eterna y definitiva, a conocerte y amarte más como único fin de su vida, más que simplemente les resulte divertida... Señor, que te reciban bien, que se salven eternamente, que ninguno se pierda, que tú eres Dios y lo único que importa, por encima de tantas ceremonias que a veces despistan de lo esencial !

Queridos amigos, este es el misterio de la Iglesia, su única razón de existir, su único y esencial sentido, este el misterio de Cristo, el Hijo Amado del Padre, que fue enviado para hacernos partícipes de la misma felicidad del Dios trino y uno; esto es lo único que vale, que existe, lo demás es como si no existiera.

¿Qué tiene que ver el mundo entero, todos los cargos, éxitos, carreras, dineros, todo lo bueno del mundo comparado con lo que nos espera y que ya podemosempezar a gustar en Jesucristo Eucaristía? El es el pan de la vida eterna, de nuestra felicidad eterna, nuestra eternidad,  nuestra suerte de existir, nuestro cielo en la tierra,  El es el pan de la vida eterna, “El que coma de este pan vivirá eternamente”.

A la luz de esto hay que leer todo el capítulo sexto de San Juan  sobre el pan de vida eterna, el pan de Dios, el pan de la eternidad: “Les contestó Jesús y les dijo: vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece sino el que permanece hasta la vida eterna” (Jn 6, 26).Toda la pastoral, todos los sacramentos, especialmente la Eucaristía, deben conducirnos hasta Cristo, “pan del cielo, pan de vida eterna”, hasta el encuentro con El; de otra forma, el apostolado y los mismos sacramentos no cumplirán su fin: hacer uno en Cristo-Verbo amado eternamente por el Padre en fuego de Espíritu Santo.

Estamos destinados, ya en la tierra, comiendo este pan de eternidad,  a  sumergirnos en este amor, porque Dios no puede amar de otra manera.Y esto es lo que nos ha encargado, y esto es el apostolado, el mismo encargo que el Hijo ha recibido del Padre. “Como el Padre me ha enviado así os envío yo” (Jn 20, 21).“Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: que yo no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en El tenga la vida eterna y yo le resucitaré en el último día” (Jn  6, 38-40).  “El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo, y vivo yo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí” (Jn 6,51).

Nos lo dice el Señor, nos lo dice San Juan, os lo digo yo y perdonad mi atrevimiento, pero es que estoy totalmente convencido,  Dios nos ama gratuitamente, por puro amor, y nos ha creado para vivir con El eternamente felices en su infinito  abrazo y beso y amor Trinitario. Pablo lo describe así: “Enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para vuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este siglo la han conocido; pues, si la hubieren conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino como está escrito: ni el  ojo vió, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu”  (1Cor 2,7-10).

 Es que Dios es así, su corazón trinitario, por ser tri-unidad, unidad de los Tres  es así... amar y ser amado; no  puede ser y existir de otra manera. El hombre es un «capricho de Dios» y solo Él puede descubrirnos lo que ha soñado para el hombre. Cuando se descubre, eso es el éxtasis, la mística, la experiencia de Dios, el sueño de amor de los místicos, la transformación en Dios, sentirse amados por el mismo Dios Trinidad en unidad esencial y relacional con ellos por participación de su mismo amor esencial y eterno.

Y en esto consiste la felicidad eterna, la misma de Dios en Tres Personas que se aman infinitamente y que es verdad y que existe y que uno puede empezar a gustar en este mundo y se acabaron entonces las crisis de esperanza y afectividad y soledad y todo...bueno, hasta que Dios quiera, porque esto parece que no se acaba del todo nunca, aunque de forma muy distinta... y eso es la vivencia del misterio de Dios, la experiencia de la Eucaristía, la mística cristiana, la mística de San Juan: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”; la de Pablo: “deseo morir para estar con Cristo..., para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir; la de San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Santa Catalina de Siena, San Juan de Ávila, San Ignacio de Loyola, beata Isabel de la Stma. Trinidad, Teresita, Charles de Foucaud....la de todos los santos.

Por la vida de gracia en plenitud de participación de la vida divina trinitaria posible en este mundo y por la oración, que es conocimiento por amor de esta vida, el alma vive el misterio trinitario. La meta de sus atrevidas aspiraciones es «llegar a la consumación de amor de Dios..., que es venir a amar a Dios con la pureza y perfección que ella es amada de él, para pagarse en esto a la vez». (Can B 38, 2).

Estoy seguro de que a estas alturas algún lector estará diciéndose dentro de sí: todo esto está bien, pero qué tiene que ver todo lo del amor y felicidad de Dios con el tema de la oración que estamos tratando. Y le respondo. Pues muy  sencillo. Como la oración tiene esta finalidad, la de hacernos amigos de Dios, la de llevarnos a este amor de Dios que es nuestra felicidad, el camino para conseguirlo es vaciarnos de todo lo que no es Dios en nuestro corazón, para llenarnos de Él.

         «Porque no sería una verdadera y total transformación si no se transformarse el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado... con aquella su aspiración divina muy subidamente levante el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella le aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo» (Can B 39, 6).

Oh Dios te amo, te amo, te amo, qué grande, qué infinito, qué inconcebible eres, no podemos comprenderte, sólo desde el amor podemos unirnos a Ti y tocarte un poco y conocerte y saber que existes para amarte y amarnos, que existimos para hacernos felices con tu misma felicidad,  pero no por ideas o conocimientos sino por contagio, por toque personal, por quemaduras de tu amor; qué lejos se queda la inteligencia, la teología de tus misterios, tantas cosas que están bien y son verdad, pero se quedan tan lejos...

         La oración es diálogo de amistad con Jesucristo, en el cual, el Señor, una vez que le saludamos, empieza a decirnos que nos ama, precisamente, con su misma presencia silenciosa y humilde y permanente en el Sagrario. Nos habla sin palabras, solo con mirarle, con su presencia silenciosa, sin nimbos de gloria ni luces celestiales o adornos especiales, como están a veces algunas imágenes de los santos, más veneradas y llenas de velitas que el mismo Sagrario, mejor dicho, que Cristo en el Sagrario.

Da pena ver la humildad de la presencia de Jesucristo en los Sagrarios sin flores, sin presencias de amor, sin una mirada y una oración; presencia silenciosa del que es la Palabra, toda llena de hermosura y poder del Padre, por la cual ha sido hecho todo y todo finaliza en Él; presencia humilde del que “no tiene figura humana”, ahora ya sólo es una cosa, un poco de pan, para saciar el hambre de eternidad de los hombres;  presencia humilde del que lo puede todo y no necesita nada del hombre y, sin embargo, está ahí necesitado de todos y sin quejarse de nada, ni de olvidos ni desprecios, sin exigir nada, sin imponerse...por si tú lo quieres mirar y así se siente pagado el Hijo predilecto del mismo Dios;  presencia humilde, sin ser reconocida y venerada por muchos cristianos, sin importancia para algunos, que no tienen inconveniente en sustituirla por otras presencias,  y preferirlas y todo porque no han gustado la Presencia por excelencia, la de Jesucristo en la Eucaristía. Ahí está el Señor en presencia humilde, sin humillar a los que no le aman ni le miran, no escuchando ni obedeciendo tampoco a los nuevos «Santiagos», que piden fuego del cielo para exterminar a todos los que no creen en Él ni le quieren recibir en su corazón; ahí está Él, ofreciéndose a todos pero sin imponerse, ofreciéndose a todos los que libremente quieran su amistad; presencia olvidada hasta en los mismos seminarios o casas de formación o noviciados, que han olvidado con frecuencia, dónde está «la fuente que mana y corre, aunque es de noche»,  que han olvidado donde está la puerta de salvación y la vida, que debe llevar la savia a todos los sarmientos  de la Iglesia, especialmente a los canales más importantes de la misma, para comunicar su fuerza a todo creyente.

         Jesucristo en el Sagrario es el corazón de la Iglesia y de la gracia y salvación, es  ayuda y  amistad permanentemente ofrecidas a todos los hombres;  para eso se quedó en el pan consagrado y ahí está cumpliendo su palabra. Él nos ama de verdad. Así debemos amarle también nosotros. De su presencia debemos aprender humildad, silencio, generosidad, entrega sin cansarnos, dando luz y amor a este mundo. La presencia de Cristo, la contemplación de Cristo en el Sagrario siempre nos está hablando de esto, nos está comunicando todo esto, no está invitando continuamente a encontrarnos con Él, a reducir a lo esencial nuestra vida y apostolado, nos está saliendo al encuentro, nos está invitando a orar, a hablar con Él, a imitarle; por eso, todos debemos ser visitadores del Sagrario y atarnos para siempre a la sombra de la tienda de la Presencia de Dios entre los hombres.

2. 3.- Orar es también meditar

La oración cristiana tiene un itinerario  más o menos recorrido por todos, pero desde el principio siempre será amar, querer amar más, buscar amor, aunque no se sienta ni seamos conscientes de ello. Y para eso el primer paso ordinariamente podrá ser lectura de amor, sobre la cual meditamos, y luego oramos y amamos y dialogamos con el Señor. La finalidad de todo siempre será el amor, lo demás serán medios, caminos, ayudas.

Cuando yo leo el evangelio, los dichos y hechos de Jesús, yo me dejo interpelar por ellos, los medito e interiorizo, para terminar siempre hablando, dialogando sobre estos dichos y hechos de Jesús con Él mismo. Y ese amor, como somos pecadores, se manifestará desde el principio en la conversión de nuestros criterios, afectos y acciones, que deberán conformarse a  los de Cristo. Aquí me juego mi amistad con Cristo, mi oración, mi unión, mi santidad.

Otras veces puedo leer y meditar lo que otros han orado sobre estos dichos y hechos de Jesús. Te voy a poner un ejemplo con esta oración de Santa Brígida, que a mí me gusta y me ayuda a interiorizar y comprender todo el amor de Cristo en su pasión y muerte y me obliga a corresponderle.

ORACIÓN DE SANTA BRÍGIDA:

«Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la Última Cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.

Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así de manera bien clara tu caridad para con el género humano.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado  ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato, para ser juzgado por él.

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado con punzantes espinas, y aguantaste con una paciencia inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa, que te taparan los ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu mejilla y tu cuello.

Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado, que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato, cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos, como el Cordero inocente.

Honor a ti,  mi Señor Jesucristo, que, con todo tu glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte de cruz, cargaste sobre tus sagrados hombros el madero, fuiste llevado inhumanamente al lugar del suplicio, despojado de tus vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.

Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que, en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, que nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que cuidara de ella con toda fidelidad.

Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que, cuando estabas agonizando, diste a todos los pecadores la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.

Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste entre las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de la muerte.

Bendito seas Tú, mi Señor Jesucristo, que, por nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, y que ella lo envolviera en lienzos y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran allí guardia.

Honor por siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.

Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono, en tu reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tu miembros santísimos, que tomaste de la carne de la Virgen. Y así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos: tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén»[6].

Este es el Cristo que adoramos en el Sagrario. Estos son algunos de los hechos de salvación continuamente ofrecidos al Padre para nuestra salvación. Este es el ejemplo que nos da y que debemos imitar. Ahora bien, como nos ama tanto y nuestros defectos impiden esta amistad que El quiere comunicarnos desde su presencia eucarística, después del saludo y el acto de fe casi rutinario, al cabo de algún tiempo empieza a decirnos: oye, qué contento estoy con tu fe y tu amor, con que vengas a visitarme y a contarme y a tratar de amistad,  pero no estoy conforme con tu soberbia, tienes que esforzarte más en la caridad, cuidado con el genio, la afectividad...tienes que seguir avanzando, tenemos que vernos todos los días y yo quiero seguir ayudándote.

Cualquiera que se quede junto al Sagrario todos los días un cuarto de hora, empezará a escuchar estas cosas, porque para eso, para hablarnos y para ayudarnos en este camino se ha quedado en la tierra, en el pan consagrado; después de dar la vida por nosotros en cada misa, se ha quedado el Señor en el Sagrario, para que hagamos de nuestra vida una ofrenda agradable al Padre, como hizo Él de toda su vida, en obediencia y adoración hasta el extremo. Y todo esto nos lo quiere enseñar y comunicar. Y nosotros, si queremos ser sus amigos, tenemos que empezar a escucharlo, dialogarlo y vivirlo en nuestra propia vida. Por eso es tan importante su presencia eucarística, en la que continua ofreciéndonos  todo su amor, toda su vida, toda su salvación a todos los hombres, especialmentepara los que le adoran en este misterio.

LAUDES:

4. LA PRIMERA ORACIÓN EUCARÍSTICA QUE ESCRIBÍ EN MI CUADERNO DE PASTAS GRISES

Recuerdo como si fuera hoy mismo la primera «Eucarística» --vivencia eucarística--, que escribí junto al Sagrario de mi primer destino apostólico hace ya casi cincuenta años, porque me ordené en junio del 1960 y, si Dios quiere, haré mis bodas de oro sacerdotales en junio del 2010.

La escribí en la primera página de un cuaderno de pastas grises y folios a cuadritos, que, junto al Breviario, me lo llevaba siempre a la iglesia, en los primeros años de mi sacerdocio, porque así me lo habían enseñado --contemplata aliis tradere--. Y ahora te la voy a exponer tal y como la tengo escrita:        

«Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían  en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre  de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el Sagrario sería un trasto más de la iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste;  te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos,  como presencia de  amistad ofrecida  a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres... Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de  nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión, porque Tú lo sabías, Tú lo sabías todo, y, sin embargo,  te quedaste. ¡Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada Sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega...eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo! Qué bueno eres, Jesucristo amado, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores,  nosotros somos limitados en todo.

Señor, por qué me amas tanto, por qué me buscas tanto, por qué te humillas tanto, por qué te rebajas tanto,  hasta hacerte no solo hombre sino una cosa, un poco de pan por mí, Señor, pero qué puedo darte yo que Tú no tengas, qué puede darte el hombre, si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo; no me entra en la cabeza, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo hay una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” y la cumpliste   en la Última Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros, cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos:“Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre...”.

En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor, toda esta entrega, toda esta emoción, ¡la he sentido muchas veces!,  la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del resucitado y entrar así con Él  en el círculo del amor trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo;  y también para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega. Gracias, gracias, muchas gracias, Señor, átame, átanos para siempre a tu amor, a tu Eucaristía, a la sombra de tu Sagrario, para que comprendamos y correspondamos a la locura de tu amor».

(COMPRUEBO QUE PIENSO SIEMPRE IGUAL, EN TODOS LOS LIBROS, UNAS VECES PONGO PRIMERO LA FE, OTRAS LA ORACIÓN, PARA EL ENCUENTRO CON CRISTO PORQUE LAS DOS ESTÁS UNIDAS, SON ENCUENTRO CON CRISTO DE FE POR LA ORACIÓN)

5. NECESIDAD ABSOLUTA DE LA FE VIVA PARA EL ENCUENTRO EUCARÍSTICO  

         Queridos hermanos: Me gustaría describiros un poco el camino ordinario que hay que seguir para conocer y amar a Jesucristo Eucaristía: es la oración eucarística o sencillamente la oración en general, de la que santa Teresa

(COMO COMPLEMENTO DE LA FE, PONGO A LA NECESIDAD DE DIALOGAR, HABLAR CON CRISTO, QUE NO ES OTRA COSA, Y PONGO A LA SAMARITANA COMO MODELO CON DOS O TRES PREGUNTAS)

1. 3. Samaritana mía, enséñame a pedir a Cristo el agua de la fe y del amor

 “Tenía que pasar por Samaria. Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, próxima a la heredad que dio Jacob a José, su hijo, donde estaba la fuente de Jacob. Jesús fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente; era como la hora de sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: dame de beber, pues los discípulos habían ido a la ciudad a comprar provisiones.

Dícele la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana? Porque no se tratan judíos y samaritanos. Respondió Jesús y dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva. Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, te viene esa agua viva?¿Acaso eres tú más grande que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebió él mismo, sus hijos y sus rebaños? Respondió Jesús y le dijo: Quien bebe de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna.

Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed ni tenga que venir aquí a sacarla. Él le dijo: Vete, llama a tu marido y ven acá. Respondió la mujer y le dijo: no tengo marido. Díjole Jesús: bien dices: no tengo marido porque tuviste cinco, y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho verdad. Díjole la mujer: Señor, veo que eres profeta.

Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que adorar. Jesús le dijo: Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Díjole la mujer: Yo sé que el Mesías, el que se llama Cristo, está para venir, y que cuando venga nos hará saber todas las cosas. Díjole Jesús: Soy yo, el que contigo habla.

Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: Me ha dicho todo cuanto he hecho. Así que vinieron a Él y le rogaron que se quedase con ellos. Permaneció allí dos días y muchos más creyeron al oírle. Decían a la mujer: ya no creemos por tu palabra, pues nosotros mismos hemos oído y conocido que éste es verdaderamente el Salvador del mundo”(Juan 4, 4-26).

 Polvoriento, sudoroso y fatigado el Señor se ha sentado en el brocal del pozo. Está esperando a una persona muy singular. Ella no lo sabe. Por eso, al llegar y verlo, la samaritana se ha quedado sorprendida de ver a un judío sentado en el pozo, sobre todo, porque le ha pedido agua. Este encuentro ha sido cuidadosamente preparado por Jesús. Por eso, Cristo no se ha recatado en manifestar su sed material, aunque le ha empujado hasta allí, más su sed de almas, su ardor apostólico:“si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...”.

Queridos hermanos: el mismo Cristo, exactamente el mismo, con la misma sed de almas, está sentado a la puerta de nuestros Sagrarios, del Sagrario de tu pueblo. Lleva largos años esperando el encuentro de fe contigo para entablar el deseado diálogo, pero tú tal vez no has sido fiel a la cita y no has ido a este pozo divino para sacar el agua de la vida. Él ha estado siempre aquí, esperándote, como a la samaritana. Dos  mil años lleva esperándote.

Por fin hoy estás aquí, junto a Él, que te mira con sus ojos negros de judío, imponentes, pregúntaselo a la adúltera, a la Magdalena, a las multitudes de niños, jóvenes y adultos de Palestina....que le seguían magnetizados; ¡qué vieron en esos ojos, lagos transparentes en los que se reflejaba su alma pura, su ternura por niños, jóvenes, enfermos, pecadores, su amor por todos nosotros y se purificaban con su bondad las miserias de los hombres! 

Todos sentimos esta tarde una emoción muy grande, porque hemos caído en la cuenta de que Él estaba esperándonos. Y, sentado en el brocal del Sagrario,  Cristo te provoca y te pide agua, porque tiene sed de tu alma, como aquel día tenía más sed del alma de esta mujer que del agua del pozo. Cristo Eucaristía se muere en nuestros Sagrarios de sed de amor, comprensión, correspondencia, de encontrar almas corredentoras del mundo, adoradoras del Padre, enamoradas y fervientes, sobre las que pueda volcarse y transformarlas en eucaristías perfectas.

«He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres,  diría a Santa Margarita y, a cambio de tanto amor, solo recibe desprecios...». Tú, al menos, que has conocido mi amor, ámame,  nos dice el Señor a los creyentes desde cada Sagrario. “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...tú le pedirías y el te daría agua que salta hasta la vida eterna...”.

         El don de Dios a los hombres es Jesucristo, es el mayor don que existe y que es entregado a los que le aman. Para eso vino y para eso se quedó en el Sacramento. Si supiéramos, si descubriéramos quién es el que nos pide de beber... es el Hijo de Dios, la Palabra pronunciada y  cantada eternamente con Amor de Espíritu Santo por el  Padre: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios... Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 1-3,11). Pues bien, esa Palabra Eterna de Salvación y Felicidad, pronunciada con amor de Espíritu Santo por el Padre para los hombres, es el Señor, presente en todos los Sagrarios de la tierra. 

No debemos olvidar nunca que la religión cristiana, esencialmente, no son mandamientos ni sacramentos ni ritos ni ceremonias ni el mismo sacerdocio ni nada, esencialmente es una persona, es Jesucristo. Quien se encuentra con Él, puede ser cristiano, porque ha encontrado al Hijo Único, que  conoce y puede llevarnos al Padre y a la salvación; quien no se encuentra con Él, aunque tenga un doctorado en teología o haga todas las acciones y organigramas pastorales, no sabe lo que es auténtico cristianismo, ni ha encontrado el  gozo eterno comenzado en el tiempo.

Es que Dios nos ha llamado a la existencia por amor, tanto en la creación primera como en la segunda, y siempre en su Hijo, primero, Palabra Eterna pronunciada en silencio, lleno de amor de Espíritu Santo en su esencia divina, luego, pronunciada por nosotros en el tiempo y en este mundo en carne humana, para que vivamos su misma vida y seamos felices con su misma felicidad trinitaria, que empieza aquí abajo;  las puertas del Sagrario son las puertas de la eternidad:

“Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda  bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados...” (Ef 1,3-7).

La religión, en definitiva, es todo un invento de Dios para amar y ser amado por el hombre, y aquí está la clave del éxtasis de amor de los místicos, al descubrir y sentir y experimentar que esto es verdad, que de verdad Dios ama al hombre desde y hasta la hondura de su ser trinitario, y el hombre, al sentirse amado así, desfallece de amor, se transciende, sale de sí por este amor divino que Dios le regala  y se adentra en la esencia de Dios, que es Amor, Amor que no puede dejar de amar, porque si dejara de amar, dejaría de existir. Esto es lo que busca el Padre por su Hijo Jesucristo, hecho carne de pan por y  para nosotros.

“En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó...” (1J 4, 8-10).

“Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3, 1-3).

           Por eso, ya puede crear otros mundos más dilatados y varios, otros cielos más infinitos y azules, pero nunca podrá existir nada más grande, más bello, más profundo, más lleno de vida y amor y de cariño y de ternuras infinitas que Jesucristo, su Verbo Encarnado. “Y hemos visto, y damos de ello testimonio, que el Padre envió a su Hijo por Salvador del mundo. Quienconfesare que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor y el que vive en amor  permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 14-16).

Y a este Jesús es a quien yo confieso como Hijo de Dios arrodillándome ante el Sagrario, y a éste es al que yo veo cuando miro, beso, hablo o me arrodillo ante el Sagrario, yo no veo ni pan ni copón ni caja de metal o madera que lo contiene, yo sólo veo a mi Cristo, a nuestro Cristo y ese es el que me pide de beber... y si yo tengo dos gotas de fe, tengo que comulgarle, comunicarme con Él, entregarme a Él, encontrarle, amarle:“Si tú supieras quién es el que te pide de beber...”

Dímelo tú, Señor. Descúbremelo Tú personalmente. En definitiva, el único velo que me impide verte es el pecado, de cualquier clase que sea, siempre será un muro que me oculta tu rostro, me separa de Tí; por eso quiero con todas mis fuerzas destruirlo, arrancarlo de mí, aunque me cueste sangre, porque me impide el encuentro, la comunión total. “Si dijéramos que vivimos en comunión con Él y andamos en tinieblas, mentiríamos y no obraríamos según verdad”. “Y todo el que tiene en él esta esperanza, se purifica, como puro es Él. Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 1,6; 3, 3,6).

 Por eso, la samaritana, al encontrarse con Cristo, reconoció prontamente sus muchos maridos, es decir, sus pecados; los  afectos y apegos desordenados impiden ver a Cristo, creer en Cristo Eucaristía, sentir su presencia y amor; Cristo se lo insinuó, ella lo intuyó y lo comprendió y ya no tuvo maridos ni más amor que Cristo, el mejor amigo.

Señor, lucharé con todas mis fuerzas por quitar el pecado de mi vida, de cualquier clase que sea. “Los limpios de corazón verán a Dios”. Quiero estar limpio de pecado, para verte y sentirte como amigo. Quiero decir con la samaritana:“Dame, Señor, de ese agua, que sacia hasta la vida eterna…” para que no tenga necesidad de venir todos los días a otros  pozos de aguas que no sacian plenamente; todo lo de este mundo es agua de criaturas que no sacia, yo quiero hartarme de la hartura de la divinidad, de este agua que eres Tú mismo, el único que puedes saciarme plenamente. Porque llevo años y años sacando agua de estos pozos del mundo y como mis amigos y antepasados tengo que venir cada día en busca de la felicidad, que no encuentro en ellos y que eres Tú mismo.

Señor,  tengo hambre del Dios vivo que eres Tú, del agua viva, que salta hasta la vida eterna, que eres Tú, porque ya he probado el mundo y  la felicidad que da. Déjame, Señor,  que esta tarde, cansado del camino de la vida,  lleno de sed y hambriento de eternidad y sentado junto al brocal del Sagrario, donde Tú estás, te diga: Jesús, te deseo a Ti, deseo llenarme y saciarme solo de Ti, estoy cansado de las migajas de las criaturas, sólo busco la hartura de tu Divinidad. Quien se ha encontrado contigo, ha perdido la capacidad de hambrear nada fuera de Ti. Contigo todo me sobra. Tú eres la Vida de mi vida, lléname de Ti.  «Solo Dios basta, quien a Dios tiene, nada le falta».

(DARLES POR ESCRITO Y BREVE CON PREGUNTAS LO DE LA SAMARITANA PARA QUE MEDITEN; YO LO DOY AMPLIO EN LA MEDITACIÓN, A ELLAS, UN RESUMEN Y PREGUNTAS QUE MEDITAMOS EN COMÚN SOBRE LA FE, EL DIÁLOGO-ORACIÓN CON CRISTO…)

MISA:

HOMILÍA DE LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN

Queridos hermanos: Las primeras palabras de la institución de la Eucaristía, así como todo el discurso sobre el pan de vida, en el capítulo sexto de San Juan, versan sobre la Eucaristía como alimento, como comida. Lógicamente esto es posible porque el Señor está en el pan consagrado. Pero su primera intención, sus primeras palabras al consagrar el pan y el vino es para que sean nuestro alimento:”Tomad y comed... tomad y bebed...”; “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... el que no come mi carne... si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...” Por eso, en esta fiesta del Cuerpo y de la Sangre del Señor, vamos a hablar de este deseo de Cristo de ser comido de amor y con fe por todos nosotros.

LA EUCARISTÍA COMOCOMUNIÓN

La plenitud del fruto de la Eucaristía viene a nosotros sacramentalmente por la Comunión eucarística. La Eucaristía como Comunión es el momento de mayor unión sacramental con el Señor, es el sacramento más lleno de Cristo que recibimos en la tierra, porque no recibimos una gracia sino al autor de todas las gracias y dones, no recibimos agua abundante sino la misma fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna. Por la comunión realizamos la mayor unión posible en este mundo con Cristo y sus dones, y juntamente con Él y por Él, con el Padre y el Espíritu Santo. Por la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como Iglesia y cuerpo de Cristo: «Ninguna comunidad cristiana se  construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la sagrada Eucaristía» (PO 6).

Por eso, volvería a repetir aquí todas las mismas exhortaciones que dije en relación con no dejar la santa Eucaristía del domingo. Comulgad, comulgad, sintáis o no sintáis, porque el Señor está ahí, y hay que pasar por esas etapas de sequedad, que entran dentro de sus planes, para que nos acostumbremos a recibir su amistad, no por egoísmo, porque siento más o menos, porque me lo paso mejor o pero, sino principalmente por Él, porque Él es el Señor y yo soy una simple criatura, y tengo necesidad de alimentarme de Él, de tener sus mismos sentimientos y actitudes, de obedecer y buscar su voluntad y sus deseos  más que los míos, porque si no, nunca entraré en el camino de la conversión y de la amistad sincera con Él. A Dios tengo que buscarlo siempre porque Él es lo absoluto, lo primero, yo soy simple invitado, pero infinitamente elevado hasta Él por pura gratuidad, por pura benevolencia.

 Dios es siempre Dios. Yo soy simple criatura, debo recibirlo con suma humildad y devoción, porque esto es reconocerlo como mi Salvador y Señor, esto es creer en Él, esperar de Él. Luego vendrán otros sentimientos. Es que no me dice nada la comunión, es que lo hago por  rutina, tú comulga con las debidas condiciones y ya pasará toda esa sequedad, ya verás cómo algún día notarás su presencia, su cercanía, su amor, su dulzura.     

 Los santos, todos los verdaderamente santos, pasaron a veces  años y años en noche oscura de entendimiento, memoria y voluntad,  sin sentir nada, en purificación de la fe, esperanza y caridad, hasta que el Señor los vació de tanto yo y pasiones personales que tenían dentro y poco a poco pudo luego entrar en sus corazones y llegar a una unión grande con ellos. Lo importante de la religión no es sentir o no sentir, sino vivir y esforzarse por cumplir la voluntad de Dios en todo y para eso comulgo, para recibir fuerzas y estímulos, la comunión te ayudará a superar todas las pruebas, todos los pecados, todas las sequedades. La sequedad, el cansancio, si no es debido a mis pecados, no pasa nada. El Señor viene para ayudarnos en la luchas contra los pecados veniales consentidos, que son la causa principal de nuestras sequedades.

Sin conversión de nuestros pecados no hay amistad con el Dios de la pureza, de la humildad, del amor extremo a Dios y a los hombres. Por eso, la noche, la cruz y la pasión, la muerte total del yo, del pecado, que se esconde en los mil repliegues de nuestra existencia, hay que pasarlas antes de llegar a la transformación y la unión perfecta con Dios.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de fe en Dios y en todo su misterio, en su doctrina, en su evangelio; manifestamos y demostramos que creemos todo el evangelio, todo el misterio de Cristo, todo lo que  ha dicho y ha hecho, creemos que Él es Dios, que hace y realiza lo que dice y promete, que se ha encarnado por nosotros, que murió y resucitó, que está en el pan consagrado y por eso, comulgo.

 Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de amor a quien dijo “Tomad y Comed, esto es mi Cuerpo”, porque acogemos su entrega y su amistad, damos adoración y alabanza a su cuerpo entregado como don, y esperamos en Él como prenda de la gloria futura. Creemos y recibimos su misterio de fe y de amor:“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... Si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...”. Le ofrecemos nuestra fe y comulgamos con sus palabras.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de esperanza, porque deseamos que se cumplan en nosotros sus promesas y por eso comulgamos, creemos y esperamos en sus palabras y en su persona:“Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan, vivirá eternamente... si no coméis mi carne, no tenéis vida en vosotros...”. Señor, nosotros queremos tener tu vida, tu misma vida, tus mismos deseos y actitudes, tu mismo amor al Padre y a los hombres, tu misma entrega al proyecto del Padre... queremos ser humildes y sencillos como Tú, queremos imitarte en todo y vivir tu misma vida, pero yo solo no puedo, necesito de tu ayuda, de tu gracia, de tu pan de cada día, que alimenta estos sentimientos. Para los que no comulgan o no lo hacen con las debidas disposiciones, sería bueno meditasen este soneto de Lope de Vega, donde Cristo llama insistentemente a la puerta de nuestro corazón, a veces sin recibir  respuesta:

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras,

qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡qué extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:

<Alma, asómate ahora a la ventana

verás con cuánto amor llamar porfía¡>

¡Y cuántas, hermosura soberana,

<mañana le abriremos>, respondía,

para lo mismo responder mañana!

¿Habrá alguno de vosotros que responda así a Jesús? ¿Habrá corazones tan duros entre vosotros y vosotras, hermanos creyentes de esta parroquia? Que todos abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo, que no le hagamos esperar más. Todos llenos del mismo  deseo, del mismo amor de Cristo; así hay que hacer Iglesia, parroquia, familia. Cómo cambiarían los pueblos, la juventud, los matrimonios, los hijos, si todos comulgáramos al mismo Cristo, el mismo evangelio, la misma fe. Cuando comulguéis, podéis decirle: Señor, acabo de recibirte, te tengo en mi persona, en mi alma, en mi vida, en mi corazón, que tu comunión llegue a todos los rincones de mi carácter, de mi cuerpo, de mi lengua y sentidos, que todo mi ser y existir viva unido a Ti, que no se rompa por nada esta unión, qué alegría tenerte conmigo, tengo el cielo en la tierra porque el mismo Jesucristo vivo y resucitado que sacia a los bienaventurados en el cielo, ha venido a mí ahora; porque el cielo es Dios, eres Tú, Dios mío, y Tú estás dentro de mí. Tráeme del cielo tu resurrección, que al encuentro contigo todo en mí resucite, sea vida nueva, no la mía, sino la tuya, la vida nueva de gracia que me has conseguido en la misa; Señor, que esté bien despierto en mi fe, en mi amor, en mi esperanza; cúrame, fortaléceme, ayúdame y si he de sufrir y purificarme de mis defectos, que sienta que tú estás conmigo.

¡Eucaristía divina! ¡Cómo te deseo! ¡Cómo te necesito! ¡Cómo te busco! ¡Con qué hambre de tu presencia camino por la vida! Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y que no son míos, porque yo no los sé fabricar ni  todo esto que siento. ¡Qué nostalgia de mi Dios cada día! Necesito comerte ya, porque si no moriré de ansias del pan de vida. Necesito comerte ya para amarte y sentirme amado. Quiero comer para ser comido y asimilado por el Dios vivo. Quiero vivir mi vida siempre en comunión contigo.

10,30 MEDITACIÓN DE LA MAÑANA:

LA CUMBRE DELA ORACIÓN: CAMINOS: LA SAMARITANA, EL TABOR Y PENTECOSTÉS

EMPIEZO EVOCANDO EL TABOR, PARA DEMOSTRAR QUE NO SE TRATA DE VER FÍSICAMENTE, SINO ESPIRITUALMENTE: PENTECOSTÉS:

El TABOR


“Unos ocho días después de estas palabras, tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él dos varones, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén.        Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos varones que estaban con él. Y, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: Maestro, es bueno estarnos aquí; vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías, sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube que decía: Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle. Y, cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto” (Lc 9, 28-36).


         En esta experiencia de gracia del Tabor, los discípulos escogidos por Jesús, sienten la seducción del más bello entre los hijos de los hombres, escuchan la voz del Padre que les pide seguir al Hijo y se sienten envueltos por la nube del Espíritu.
Elijo el episodio del Tabor como el pórtico de entrada a todas las meditaciones de estos Ejercicios Espirituales, porque aquí es donde la voz del Padre ha revelado al Hijo y porque aquí es donde Jesús ha vivido con sus discípulos una experiencia que los prepara y capacita para comprender más tarde la verdad de la pasión y el camino que les llevará a la cruz y a la resurrección.

         Ellos saben ahora mejor quién es su Maestro, la grandeza de su persona y, consiguientemente, la grandeza de ser sus discípulos. Y esta escena narrada, meditada, actualizada y vivida, me da pie para situar a los ejercitantes en un clima de predilección, de elección amorosa de Dios para con ellos y para que se sientan y se realicen en el Hijo, como los hijos predilectos del Padre, llamados al desierto de la oración (interrupción de toda actividad en beneficio de la contemplación), a la escucha de la palabra divina y al conocimiento de los planes de Dios para con ellos. Planes que se harán realidad en la vida diaria, en la historia personal de cada uno y es aquí, en el Tabor, en estos días de experiencia de gracia, donde vamos a transformarnos haciéndonos los verdaderos discípulos de Jesús.

         Quiero comenzar contemplando esta historia evangélica, actualizándola, para que también aquí y ahora, la palabra de Dios, sea creadora de una experiencia religiosa. La composición de lugar de un episodio bíblico nos ayuda, ya que con ella cada uno se hace a sí mismo parte del misterio que vamos a contemplar. Es oír lo que Jesucristo nos dice, en nuestra propia situación existencial; es ver lo que él quiere realizar hoy en nosotros y mediante esta experiencia religiosa que produce en nosotros “lo que se escribió para enseñanza y consuelo nuestro” (Rom 15, 4). Es aprender a ser testigos de Cristo y a elaborar nuestra propia respuesta dentro del tiempo en que nos toca vivir y con los medios históricos que tenemos a nuestra disposición. Comenzamos nuestra oración pidiéndole a Jesucristo que, en estos días, la palabra de Dios sea eficaz y produzca su fruto en nuestra vida.

         Pero es especialmente en san Lucas donde se halla una teología extraordinaria del hoy salvífico. El tiempo presente es el hoy de que disponemos para salvarnos, para ser felices. El tercer evangelio lo usa con frecuencia relacionándolo con Jesús. Así los ángeles dicen a los pastores: “Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador” (2, 11). Jesús se aplica la profecía de Isaías: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (4, 21). Las gentes proclaman asombradas ante los milagros del Señor: “Hoy hemos visto cosas admirables” (5, 26). A Pedro le dice Jesús: “Hoy no cantará el gallo antes que me hayas negado” (24, 34), y al buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (23, 43). De este modo los evangelistas expresan su convicción profunda de que Jesús es contemporáneo de todos los hombres. Ahora sigue llamando, hablando y salvando a los que desde siempre ama.
El mismo Dios que se ha revelado a través de una serie de sucesos pasados, continúa revelándose en el presente. Esta actualidad de la palabra de Dios la hace la guía normativa más eficaz de la experiencia religiosa cristiana.

Actualicemos esta escena evangélica


         Veamos y escuchemos. Ver y oír es un díptico frecuente en la Biblia para hablar de las realidades celestes. Miremos a Jesús “con sus vestidos resplandecientes”, tan blancos que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo (Mc 9, 3).

         Sintámonos elegidos, arrancados del ambiente en el que vivimos y llamados a subir con él al monte santo. Otros se han quedado en Darburiye —así se llama el pueblo que está en la falda de la montaña donde han permanecido los demás apóstoles y los discípulos— y, que es el símbolo del lugar habitual de la vida, con las preocupaciones cotidianas y quizá envueltos en la rutina.

         “Dijo Yahvé a Moisés: prepárate... sube, al amanecer, al monte Sinaí. Allí, en la cumbre del monte, te presentarás a mí. Descendió Yahvé, en forma de nube, y se puso allí junto a él” (Ex 34, 2.5).

         Nosotros nos encontramos allá abajo, en la rutina. “Prepárate. Sube”. La venida del Señor será un regalo gratuito, que no dependerá de nuestro esfuerzo. Pero nosotros hemos de subir.

         Llegamos cansados a este retiro. Mas es Jesús quien nos pide que vayamos con él al desierto, a descansar (Mc 6, 31). Los ejercicios espirituales, la actividad de estos días pertenece a Dios más que a nosotros. Dejémonos llevar por él. Pongámonos a escuchar en silencio, y nos iremos acostumbrando al modo de hablar del Espíritu, que tiene más de confidencia, de invitación, que de imposición: “«Si quieres, puedes seguirme...Si alguno se quiere venir conmigo... Estoy a la puerta y llamo... «Si alguien me abre». Es el dulce huésped del alma.

         El misterio de la transfiguración es como una gran luz para el ejercitante en el tema de la elección y del seguimiento de Jesucristo. El camino que eligió el Señor en este momento cumbre de su vida, se convierte para el cristiano en modelo de elección, elección que al discípulo de Jesús le llevará hasta la cruz para seguir a su Maestro.

         La transfiguración —aunque en el trasfondo tiene la muerte de Jesús— es portadora de la luz y de la fuerza de que estaban necesitados sus discípulos, después de haber oído al Maestro hablar de su cruz y de la que habían de llevar sus seguidores.

         Después que Jesucristo proclame que su camino es el de la pasión, debe anunciar cuál va a ser el camino de sus discípulos: “tomar la cruz, negarse a sí mismos”. Negarse a sí mismo es decir no a las aspiraciones de nuestro propio yo. Es un rompimiento radical de nuestro yo, por fidelidad a Dios, es como un cambio de ser.

         Para comprender el misterio de la cruz se necesita una gran iluminación del Espíritu. Los apóstoles se rebelaron cuando oyeron decir al Maestro que su misión se tenía que realizar por el camino de la cruz.

         Nosotros en estos días de retiro, hemos de pedir esa iluminación divina para comprender ese camino muchas veces tan desconcertante que es igualmente el camino de Dios para nosotros, aceptándolo aunque sea en la oscuridad del misterio.

         Tampoco los apóstoles lo aceptaron durante la vida terrena de Jesús; sólo cuando después de la resurrección el Espíritu santo descendió sobre ellos.

         La voz celeste en el bautismo iba dirigida a Jesús para confirmarle en su misión. Aquí se dirige a los discípulos de entonces y, de modo especial, a los que hoy somos sus discípulos y seguidores. Hay un estricto paralelismo entre la situación de aquellos apóstoles a los que se dirige el mensaje evangélico y los discípulos, nosotros, que ahora estamos viviendo estos ejercicios.

         Los apóstoles, en aquellas circunstancias, estaban muy necesitados de aquella voz del cielo. También nosotros ahora necesitamos oírle y escuchar atentamente cuanto ha dicho de la cruz, para entender el sufrimiento y la muerte en nuestro mundo.
         Releamos la escena evangélica y apliquémonos cada uno de los textos. La palabra de Dios hay que actualizarla, hacerla viva, recrear entre nosotros. Y, si somos capaces, a pesar de nuestras debilidades y miserias, sintamos como dirigidas a cada uno de nosotros las palabras del Padre: «Tú eres mi hijo, mi elegido, mi amado», y dejémonos penetrar de esta experiencia y presencia.

         Cuando el Padre proclama que Jesucristo es su Hijo muy amado, es también a nosotros a quienes proclama hijos suyos. Nuestra filiación divina sólo a través de la de Cristo la podemos entender y cuando el nuevo testamento nos revela la filiación divina de Jesús, nos está revelando la nuestra, nos dirá santo Tomás de Aquino7.

         La liturgia también es muy explícita sobre este tema, como lo confirma en la oración de la fiesta de la transfiguración, con la que queremos acabar esta contemplación: «Oh Dios, que en la gloriosa transfiguración de tu Unigénito confirmaste los misterios de la fe con el testimonio de los profetas, y prefiguraste maravillosamente nuestra perfecta filiación como hijos tuyos, concédenos, te rogamos, que, escuchando siempre la palabra de tu Hijo, el predilecto, seamos un día coherederos de su gloria».

PERO A PESAR DE HABERLE VISTO Y HABLADO DE LA MUERTE Y PASIÓN, CUANDO LLEGA, TODOS LE DEJAN Y PEDRO LE NIEGA, SÓLO JUAN PEMANECE, EL MÍSTICO.

AHORA PONGO PENTECOSTÉS

LA IGLESIAHANACIDO DE LA EXPERIENCIA DE PENTECOSTÉS, ha nacido de la experiencia del amor de Dios, “del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en oración con María la Madre de Jesús”.

5. 1. Sin Pentecostés, no hay Iglesia. No hay experiencia de Dios,  nota esencial y constitutiva  de la Iglesia y de su misión

La Iglesiaes proyecto de la Santísima Trinidad por el envío de Cristo histórico y encarnado, y por Cristo resucitado, metahístórico, descendiendo hecho fuego de su Espíritu, Espíritu  Santo, en Pentecostés

         La venida “del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en oración con María la Madre de Jesús”, es y será siempre:

         A) LA MEMORIA DE CRISTO: “Muchas cosas me quedan por deciros, pero aún todavía no podéis cargar con ellas por ahora, cuando él venga, el espíritu de la verdad (la verdad es Cristo)... os enseñará todo lo que os estoy diciendo…”

Así se lo había anunciado el Señor, aunque ellos no lo comprendían. Y en el discurso de la Última Cena específica cuál será el don principal de su Pascua, que nos enviará desde el Padre:“Os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré…él os llevará a la verdad completa”.“Yo rogaré al Padre que os dará al Paráclito que permanecerá con vosotros, el Espíritu de la Verdad”.

Lo llama por vez primera Paráclito, que significa abogado, defensor.. “El que me ama a mi será amado por mi Padre y yo le amaré y me manifestaré a él…. Os he dicho estás cosas mientras permanezco entre vosotros; pero el Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que os he dicho” (Jn 14, 15-30).

         Según el proyecto del Padre realizado por el Hijo, el Espíritu Santo es  en la Iglesia y en el mundo:

B) MEMORIAL DE LA IGLESIA, que hace presente los dichos y hechos salvadores de Jesús, por la epíclesis- invocación del Espíritu Santo, en la «opues Trinitatis», Liturgia, especialmente en la Eucaristía.

C) EXPERIENCIA DE DIOS PERMANENTE, DE VIDA NUEVA Y APOSTÓLICA, llena de fuego del Espíritu de Cristo resucitado, Espíritu Santo, “en oración con María la madre de Jesús”.   

D) “VERDAD COMPLETA” DE CRISTO

E) FRAGUA ARDIENTE  Y FORJA DE APÓSTOLES de todos los tiempos, por el mismo Espíritu  de Cristo resucitado, hecho FUEGO Y LLAMA de amor viva  de la misma vida  trinitaria, participada, por  gracia, en los que “todos los que crean y se bauticen” en su nombre.

¿Por qué los Apóstoles permanecieron en el Cenáculo, llenos de miedo, con las puertas cerradas, antes de verle a Cristo resucitado? ¿Por qué incluso, cuando Cristo se les apareció y les mostró sus manos y sus pies traspasados por los clavos, permanecieron todavía encerrados y con miedo? ¿Es que no habían constatado que había resucitado, que estaba ya en el Padre y que tenía poder para resucitar y resucitarnos? ¿Por qué el día de Pentecostés abrieron las puertas y predicaron abiertamente y se alegraron de poder sufrir por Cristo?

Porque ese día lo sintieron dentro, Cristo vino como hecho fuego, hecho Espíritu Santo, llama ardiente de caridad a sus corazones, y esa vivencia y experiencia de amor valía infinitamente más que todo lo que habían visto con sus ojos de carne, sin amor, y habían palpado sus manos y vieron sus ojos de carne en los tres años de Palestina e incluso en las mismas apariciones de resucitado.

El día de Pentecostés vino Cristo todo entero y completo, Dios y hombre, pero hecho fuego y llama de Espíritu Santo a sus corazones, no como experiencia puramente externa de apariciones, sino con presencia y fuerza de Espíritu quemante, sin mediaciones exteriores o de carne, sino hecho «llama de amor viva», y esto les quemó y abrasó las entrañas, el cuerpo y el alma y esto no se puede sufrir sin comunicarlo.

         Para Juan, el morir de Cristo no fue sólo exhalar su último suspiro, sino entregar su Espíritu al Padre, porque tiene que morir; por eso el Padre le resucita entregándole ese mismo Espíritu, Espíritu del Padre y del Hijo que resucita a Jesús, para la vida nueva y la resurrección de los hombres. En el hecho de la cruz nos encontramos con la revelación más profunda de la Santísima Trinidad, y la sangre y el agua de su costado son la eucaristía y el bautismo de esta nueva vida.

         La partida de Jesús es tema característico del cuarto evangelio: “Pero os digo la  verdad: os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré… muchas cosas me quedan aun por deciros, pero no podéis llevarlas ahora, pero cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hasta la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará de lo que oyere y os comunicará de lo que vaya recibiendo. El me glorificará porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer” (Jn 16,7-16).

         Qué texto más impresionante. Reconozco mi debilidad por Juan y por Pablo. Está clarísimo, desde su resurrección Cristo está ya plenamente en el Padre, no sólo el Verbo, sino el Jesús ya verbalizado totalmente a la derecha del Padre, cordero degollado en el mismo trono de Dios, y desde allí nos envía su Espíritu desde el Padre, Espíritu de resurrección y de vida nueva. Este es el tema preferentemente tratado por Pablo que nos habla siempre “del Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos”.

No se pueden separar Pascua y Pentecostés, Salvación Apostólica y Unión con el Espíritu Santo, no hay vida nueva y resucitada en la Eucaristía y en los Sacramentos sin epíclesis, sin invocación al Espíritu Santo, memoria y memorial de la Iglesia, para que realice lo que dice el sacerdote en nombre de Cristo en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, fuente y culmen de todo apostolado.

El envío del Espíritu Santo es la plenitud cristológica, es la pascua completa, la verdad completa, fruto esencial y total de la Resurrección. Si analizáramos más detenidamente esta realidad mavillosa de Pentecostés, que tiene que seguir siendo actual en la Iglesia, en nosotros, nos encontraríamos con el Pentecostés lucano, que es principalmente espíritu de unidad de lenguas frente a la diversidad de Babel por el espíritu de profecía, de la palabra, ni el de Pablo, que es caridad y carismas: “si por tanto vivimos del Espíritu Santo, caminemos  según el Espíritu” no según la carne, carne y espíritu, naturaleza y gracia.

         Retomo el texto anterior de Juan: “Porque os he dicho estas cosas os ponéis tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu, pero si me voy os lo enviaré… El os llevará a la verdad completa”.

Vamos a ver, Señor, con todo respeto: ¿es que Tú no puedes enseñar la verdad completa, es que no sabes, es que no quieres, es que Tú no nos lo has enseñado todo? Pues Tú mismo nos dijiste en otra ocasión: “Todo lo que me ha dicho mi Padre os lo he dado a conocer”. ¿Para qué necesitamos el Espíritu para conocer la Verdad, que eres Tú mismo? ¿Quién mejor que Tú, que eres la Palabra pronunciada por el Padre desde toda la eternidad? ¿Por qué es necesario Pentecostés, la venida del Espíritu sobre los Apóstoles, María, la Iglesia naciente? Los apóstoles te tienen a Ti resucitado, te tocan y te ven ¿ qué más pueden pedir y tener?  Y Tú erre que erre, que tenemos que pedir el Espíritu Santo, que Él nos lo enseñará todo, ¿pues qué más queda que aprender?; que Él nos llevará hasta la verdad completa…¿pues es que Tú no puedes? ¿no nos has comunicado todo lo que el Padre te ha dicho, no eres Tú la Palabra en la que el Padre nos ha dicho todo?  “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios… Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros…”.  No se puede hacer ni amar más.

         Queridos hermanos, en Pentecostés Cristo vino no hecho Palabra encarnada sino fuego de Espíritu Santo metido en el corazón de los creyentes, vino hecho llama, hecho experiencia de amor, vino a sus corazones ese mismo Cristo, “me iré y volveré y se alegrará vuestro corazón” pero hecho fuego, no palabra o signo externo, hecho llama de amor viva y apostólica, hecho experiencia del Dios vivo y verdadero, hecho amor sin límites ni barreras de palabra y de cuerpo humano, ni milagros ni nada exterior sino todo interiorizado, espiritualizado, hecho Amor, experiencia de amor que ellos ni nosotros podemos fabricar con conceptos recibidos desde fuera aún por el mismo Cristo y que sólo su Espíritu quemante en lenguas de fuego, sin barreras de límites creados, puede por participación meter en el alma, en el hondón más íntimo de cada uno.

         En Pentecostés todos nos convertimos en patógenos, en sufrientes del fuego y amor de Dios, en pasivos de Verbo de Dios en Espíritu ardiente, en puros receptores de ese mismo amor infinito de Dios, que es su Espíritu Santo, en el que Él es, subsiste y vive.

Por el Espíritu nos sumergimos en  ese volcán del amor infinito de Dios en continuas explosiones de amor personal trinitario y a cada uno de nosotros en su mismo amor Personal de Padre al Hijo y del Hijo al Padre, algo imposible de saber y conocer si no se siente, si no se experimenta,  si no se vive por Amor, por el mismo amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, donde uno los sorprende en el amanecer eterno del Ser y del Amor Divino, y uno queda extasiado, salido de sí porque se sumerge y se pierde en Dios.

Allí es donde se entiende el amor infinito y verdadero de un Dios infinito por su criatura; allí es donde se comprenden todos los dichos y hechos salvadores de Cristo; allí es donde se sabe qué es la eternidad de cada uno de nosotros y de nuestros feligreses; allí se ve por qué el Padre no hizo caso a su Hijo, al Amado, cuando en Getsemaní le pedía no pasar por la muerte, pero no escuchó al Hijo amado, porque ese Padre suyo, que le ama eternamente, es también nuestro Padre, ante el cual el Espíritu del Hijo amado en nosotros nos hace decir en nuestro corazón: «abba», papá del alma.

El Hijo amado que le vió triste al Padre porque el hombre no podía participar de su amor esencial y personal para el que fue creado, fue el que se ofreció por nosotros ante la Santísima Trinidad: “Padre,  no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad…” y el Padre está tan entusiasmado por los hijos que van a volver  a sus brazos, a su amor esencial, para lo que fueron creados, está tan ensimismado en este retorno, que olvida al mismo Hijo Amado junto a la cruz; Cristo se quedó solo, abandonado, sin sentir la divinidad porque el precio era infinito, ya que la conquista, la redención era infinita: entrar en la misma intimidad de Dios, en su corazón de Padre, quemado de amor a los hijos en el Hijo.                Qué misterio, qué plenitud y belleza de amor divino al hombre.          Dios existe, Dios existe y me ama, es verdad, Dios nos ama, se puede vivir y experimentar aquí abajo, está tan cerca…

5. 2. Los Apóstoles fueron transformados en Cristo Resucitado por su mismo Espíritu –Espíritu Santo-, esto es, en llamas ardientes de su Amor apostólico, como Él se lo había prometido

         Habían escuchado a Cristo y su evangelio, habían visto sus milagros, han comprobado su amor y ternura por ellos, le han visto vivo y resucitado, han recibido el mandato de salir a predicar, pero aún permanecían inactivos, con las puertas cerradas y los cerrojos echados por miedo a los judíos; no se le vienen palabras a la boca ni se atreven a predicar que Cristo ha resucitado y vive.

Y ¿qué pasó? ¿por qué Cristo les dijo que se prepararan para recibir el Espíritu Santo, que Él rogaba por esto, que nosotros también tenemos que desearle y pedirle que venga a nosotros? Pues que hasta que no vuelve ese mismo Cristo, pero hecho fuego, hecho Espíritu, hecho llama ardiente de experiencia de Dios, de sentirse amados, no abren las puertas y los cerrojos y predican desde el balcón del Cenáculo, y todos entienden siendo de diversas lenguas y culturas y empieza el verdadero conocimiento y conversión a Cristo y el verdadero apostolado, vamos, el completo, la verdad completa del cristianismo.

         Hasta que no llega Pentecostés, hasta que no llega el Espíritu y el fuego de Dios, todo se queda en los ojos, o en la inteligencia o en los ritos; es el Espíritu, el don de Sabiduría, el «recta sápere», el gustar y sentir y vivir… lo que nos da el conocimiento completo de Dios, la teología completa, la liturgia completa, el apostolado completo. 

Es necesario que la teología, la moral, la liturgia baje al corazón por el espíritu de amor para quemar los pecados internos, perder los miedos y complejos, abrir las puertas y predicar no lo que se sabe sino lo que se vive.

Y el camino es la oración, la oración y la oración, desde niño hasta que me muera, porque es diálogo permanente de amor. Pero nada de tratados de oración, de sacerdocio, de eucaristía teóricos,  sino espirituales, según el Espíritu, que no es solamente vida interior, sino vida según el Espíritu.

         Oración ciertamente en etapas ya un poco elevadas donde ya no entra el discurso, la meditación sino la contemplación. Lectio, Meditatio, Oratio, Contemplatio; primero oración discursiva, con lectura de evangelio o de lo que sea, pero siempre con conversión; luego, un poco limpio, si avanzo en la conversión, avanzo en la oración y empiezo a sentir a Dios, a ver a mi Dios y como le veo un poco más cercano, me sale el diálogo, ya no es el Señor lejano de otros tiempos que dijo, hizo, sino Tú, Jesús que estás en mí, que estás en el sagrario, te digo Jesús, te pido Jesús que… y es diálogo afectivo no meramente discursivo, y de aquí si sigo purificándome, y es mucho lo que hay que purificar, aquí no hay trampa ni cartón, a Cristo no le puedo engañar…

Gonzalo, Pedro, Juan… esa soberbia, ese egoísmo, ese amor propio, ese buscar puestos y honores… y me convierto o dejo la oración como trato directo y de tù a tú con el Señor, sí, cierto, seguiré predicando, diciendo misa… Pero es muy distinto.

Y de esta oración purificatoria y afectiva pasaré, como dice San Juan de la Cruz, a la contemplativa, a la verdadera experiencia de Dios. Y para esto amar, orar y convertirse se conjugan igual, y el orden no altera el producto pero siempre juntos y para toda la vida. Sin conversión permanente no hay oración permanente y sin oración permanente no hay encuentro vivo espiritual con el Espíritu con Dios.  Y ésta es toda la experiencia de la Iglesia, toda su Tradición desde los Apóstoles hasta hoy, desde San Juan, Pablo, Juan de Ávila, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Ignacio, hasta el último santo canonizado o no canonizado que existe y existirá.

         Cristo les ha enseñado todo a los Apóstoles, pero una verdad no se comprende hasta que no se vive, el evangelio no se comprende hasta que no se vive, la Eucaristía no se comprende hasta que no se vive, Cristo no se comprende hasta que no se vive, la teología no se comprende hasta que no se vive, es más, lo que no se vive del misterio cristiano llega a olvidarse y así podemos olvidar muchas cosas importantes de teología, de liturgia, de nuestra relación con Dios, si no las vivimos.

         Queridos hermanos,  la peor pobreza de la Iglesia es pobreza de vida mística, es pobreza de vida espiritual, de Espíritu Santo, pobreza de santidad verdadera, de vida mística, de vivencia y  experiencia de Dios. Y lo peor es si esta pobreza se  va generalizando. Porque nunca viviremos el evangelio, el Espíritu de Cristo, como necesitamos y necesita nuestro trabajo apostólico. Pero siempre, y yo lo espero, surgieron voces de renovación verdadera, no en acciones, sino en el Espíritu de Cristo, en el Espíritu Santo. Y vinieron los santos y las instituciones santas, para renovar lo que otras habían perdido de su carisma evangélico y espiritual.

La Iglesiade todos los tiempos necesita de esta Unción del Espíritu para quedar curada, de este Fuego para perder los miedos, de este Fuego para amar a Dios total y plenamente. Sabemos mucha liturgia, mucha teología y todo es bueno pero no es completo hasta que no se vive, porque  para esto nos ha llamado Dios a la vida: Si existo es que Dios me ama, me ha preferido, y me ha llamado a compartir con Él su mismo amor Personal, Esencial, su mismo fuego, Espíritu,  San Hilario: «gloria Dei, homo vivens…, et vita hominis, visio Dei… la gloria de Dios es la vida del hombre… y la vida de hombre es la visión intuitiva». 

         Vamos a invocar al Espíritu Santo, nos lo dice y nos lo pide el mismo Cristo, vemos que lo necesitamos para nosotros y para nuestros feligreses, lo necesita la Iglesia. Le conoceréis porque permanece en vosotros, ésta es la forma perfecta de conocer a Dios, por el amor, ni siquiera sólo por la fe.

La Carta PastoralNovo millennio ineunte va toda en este sentido, va cargada de la necesidad y deseo de la verdadera experiencia de Dios. Meta: la Unión perfecta con Dios, es decir, la Santidad; el camino: la oración, la oración, la oración; el Papa insiste en que todo apóstol debe fundamentar su apostolado en el encuentro con Cristo por la oración; insisten en que hagan escuelas de oración en las parroquias, porque el programa ya está hecho, es el de siempre: Cristo, a quien hay que amar y hacer que le amen, eso es el apostolado; y el camino para realizarlo y la fuerza para mantenerlo toda la vida nos viene de Cristo por la oración personal y litúrgica. El apostolado sin oración personal y comunitaria está vacío. Y las acciones de Cristo sin el Espíritu de Cristo están vacías de contenido cristiano, por eso no todas nuestras acciones, aunque sean sacerdotales, son apostolado.

         Los Hechos de los Apóstoles nos narran el episodio de Pablo en Éfeso, cuando se encuentra con unos discípulos a los que pregunta: “¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? Fijáos bien en la pregunta, tenían fe… no se trata de conocer o no conocer a Jesucristo, ni de salvarse o no, ni de que todo sea inútil en mi vida cristiana, sacerdotal o apostolado, se trata de plenitud, de «verdad completa», de que Dios pase de ser conocimiento a ser amor, que el evangelio pase de la mente al corazón, de tender hacia el fin  querido por Dios, que nos ha llamado por la fe para un amor total, en su mismo Espíritu…

La respuesta de aquellos discípulos ya la sabemos: “Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo”. No podemos negar que puede ser hoy también la respuesta de muchos cristianos y por eso, Pablo les habla de la necesidad del bautismo de amor y vivencia cristiana, que debe ser el bautismo del Espíritu Santo.

         En Pentecostés es el Espíritu Santo el que hizo saltar las puertas de aquel Cenáculo y convertir en  valientes predicadores del nombre de Jesús a los que antes se escondían atemorizados; es el Espíritu el que hace que se entiendan en todas las lenguas los hombres de diversas culturas; es el Espíritu  el que va a «espiritualizar» -que sea llama de amor a Cristo Resucitado-  el conocimiento de los dichos y hechos del Señor que ellos mismos han visto con sus propios ojos y sentidos externos, pero que deben hacerse espirituales, vivirse y conocer y amar según el Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo; es este mismo Fuego y Espíritu de Cristo el que va a llenar el corazón de los Apóstoles para formar las primeras comunidades cristianas; es este Espíritu el que empujará a Esteban y demás Apóstoles para dar la vida como primeros testigos de lo que ven y viven en su corazón; es el Espíritu Santo el que es invocado por los Apóstoles para constituir los obispos y presbíteros; es ese mismo Espíritu el que vive en nosotros para que podamos decir: «abba, Padre», “Nadie puede decir: Jesús es el Señor sino por el influjo del Espíritu Santo”(1Cor 12, 3).

         Para creer en Cristo, primero tiene que atraernos y actuar en nosotros el Espíritu Santo. Él es quien nos precede, acompaña y completa nuestra fe y unión con Dios. Dice San Ireneo: mientras que el hombre natural está compuesto por alma y cuerpo, el hombre espiritual está compuesto por alma, cuerpo y Espíritu Santo.

El cristiano es un hombre a quien el Espíritu Santo le ha hecho entrar en la esfera de lo divino. El repentino cambio de los apóstoles no se explica sino por un brusco estallar en ellos del fuego del amor divino. Cosas como las que ellos hicieron en esa circunstancia, tan sólo las hace el Amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Los apóstoles —y, más tarde, los mártires— estaban, en efecto, «borrachos», como admiten tranquilamente los Padres, pero «borrachos de la caridad que les llegaba del dedo de Dios, que es el Espíritu».

         «Porque no se trata sólo de conocer. En el cristianismo, el conocimiento es sólo camino para la comunión y el amor… Rastrear la experiencia es ir tras la acción del Espíritu, que viene a nosotros, actúa en nosotros y por medio de nosotros, arrastrándonos hacia Él en una comunión y amistad, que hace ser el uno para el otro. Se trata de descubrir esa presencia invisible, que se hace visible a través de los signos y de los frutos de paz, gozo, consuelo, iluminación, discernimiento que deja en nuestro espíritu. En la oración, en los sacramentos, en la vida de Iglesia y de evangelización, en el amor de Dios y del prójimo, percibimos la experiencia de una presencia que supera nuestros límites: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Rom 8,16). Y sólo el Espíritu “os llevará a la verdad plena” (Jn 16,13).

Sin el Espíritu Santo, este escrito no servirá de nada. Espero, con San Cirilo, que el Espíritu me ayude a decir lo que la Escritura dice de Él y que el mismo Espíritu comunique a los lectores una noticia más acabada y perfecta de Sí mismo que lo aquí escrito. Es el mismo Espíritu quien, en el silencio de la oración, viene en ayuda de nuestra debilidad y se nos comunica, revelándonos el designio pleno de Dios. Más que de estudio, se trata de oración»[7]

Dice el Vaticano II:«Al no haber querido Dios manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los apóstoles, antes del día de Pentecostés, “perseverar unánimes en la oración, con las mujeres y María la madre de Jesús y los hermanos de Este” (Hhc 1, 14); y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, que en la Anunciación ya la había cubierto con su sombra»[8].

         Y un autor moderno dice: «Pero, ¿por qué esta insistencia en el sentir? ¿Es realmente necesario experimentar el amor de Dios? ¿No es suficiente, y hasta más meritorio tenerlo por fe? Cuando se trata del amor de Dios —decía el autor que acabamos de citar—, el sentimiento es también gracia; en efecto, no es la naturaleza la que puede infundirnos un deseo semejante. Aunque no dependa de nosotros conservar esta sensación de manera estable, es bueno buscarla y desearla. «Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene» (cfr. 1 Jn 4, 16): no sólo creído, sino también conocido, y sabemos que, según la Biblia, «conocer» significa también experimentar»[9].

         Si en esto consiste, concretamente, Pentecostés —en una experiencia viva y transformadora del amor de Dios—, ¿por qué entonces esta experiencia sigue siendo ignorada por la mayoría de los creyentes? ¿Cómo hacerla posible? La oración, la oración, así ha sido siempre en la Iglesia, en los santos, en los que han sido bautizados por el fuego del Espíritu Santo. El amor de Dios crea el éxtasis, la salida de uno mismo hasta Dios por su Espíritu. A Dios no podemos abarcarle con nuestros conceptos, porque le reducimos a nuestra medida, es mejor identificarnos con Él por el amor, convertirnos en llama de amor viva con Él hasta el punto que ya no hay distinción entre el madero y la llama porque todo se ha convertido en fuego, en luz, en amor divino, como dice San Juan de la Cruz.

         Una vez que se adentra al alma en este conocimiento, ya no desea otra forma de conocer y amar y vivir. Puede decir con San Juan de la Cruz:«¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no le sanaste, y pues me lo has robado, por qué así lo dejaste, y no tomas el robo que robaste?»[10].

Y, comentando la canción 37, escribe: «El alma ama a Dios con voluntad de Dios, que también es voluntad suya; y así le amará tanto como es amada de Dios, pues le ama con voluntad del mismo Dios, en el mismo amor con que El a ella la ama, que es el Espíritu Santo, que es dado al alma según lo dice el Apóstol» (Rom 5,5)[11].

 ¡GRACIAS, ESPÍRITU SANTO!

         Y para terminar, vamos a hacerlo con la anteúltima estrofa del «Veni Creador»: «Per te sciamus da Patrem, noscamus atque Filium, Teque Utriusque Spiritum, credamus omni tempore». Por ti, Espíritu de Amor, creyendo siempre en Ti lleguemos a conocer al Padre y al Hijo. Este «credamus» tiene más de fiarse, de «creer a»,  que de «creer  en».

De todas formas esta fe en el Espíritu Santo nos lleva siempre hasta el que es el Amor del Padre y del Hijo, al que es unión, beso de los Tres en Uno. «Haz que creamos en ti, que eres el Espíritu de amor del Padre y del Hijo».

El objeto de nuestra fe no es una doctrina en la que hay que creer sino una persona en la que hay que confiar y vivir hasta la intimidad de Dios. Esto es lo que hoy tiene que ser y significar para nosotros decir: «¡Creo en el Espíritu Santo!». No sólo creer en la existenciade una tercera Persona en la Trinidad, sino también creer en su presenciaen medio de nosotros, en nuestro mismo corazón. Creer en la victoria final del amor.

Creer que el Espíritu Santo está conduciendo a la Iglesia hacia la verdad completa. Creer en la unidad completa de todo el género humano, aunque se nos antoje muy lejana y tal vez sólo escatológica, porque es Él quien guía la historia y preside el «regreso de todas las cosas a Dios».

Creer en el Espíritu Santo significa, pues, creer en la Pascua de Cristo, en el sentido de la historia, de la vida, en el cumplimiento de las esperanzas humanas, en la total redención de nuestro cuerpo y  todo el cosmos, porque es Él quien lo sostiene y lo hace gemir, como entre los dolores de un parto. Creer en el Espíritu Santo significa adorarlo, amarlo, bendecirlo, alabarlo y darle gracias, como queremos hacer ahora, en  que hemos emprendido la aventura de una «inmersión total» en Él, de buscar en Él por mandato y deseo de Cristo la verdad completa de nuestra fe, cristianismo, sacramentos y existencia, y apostolado por un nuevo bautismo de amor[12].

5. 3. Este mismo Espíritu Santo de Pentecostés, Espíritu de Cristo resucitado, vino también sobre Pablo y todos los verdaderos apóstoles que han existido y existirán 

Ese mismo Espíritu de Cristo es invocado en la epíclesis de la ordenación para que descienda sobre los ordenandos y vivan la misma vida apostólica de Cristo en su mismo espíritu, que es el Espíritu Santo. Y viene sobre todos los bautizados y ordenados. Pero no de golpe, de una vez, sino poco a poco, en misiones sucesivas, a través de los sacramentos y de la oración y acontecimientos de gracia en nuestra vida.

         Para que nuestro ser sacerdotal transforme nuestro actuar sacerdotal,  para ser eficaces en el Espíritu de Cristo y no en el nuestro, puramente humano, necesitamos transformarnos poco a poco, y para conseguirlo, necesitamos vivir en clima de oración pentecostal, como los apóstoles en el cenáculo, con María; así nuestra oración personal será oración espiritual, según el Espíritu de Cristo, y será oración  que realiza lo que  invoca o  pide o dice al Señor, al ser oración epicléctica, que invoca al Espíritu Santo, único que transforma en realidad salvadora la palabra.

Sólo así podremos decir con San Juan y San Pablo y todos los santos: “Yo en vosotros, vosotros en mí…” otros textos: “No soy yo, es Cristo quien vive en mí”, “para mí, la vida es Cristo”, “¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?”.

Y el camino obligado para vivir y trabajar según el Espíritu de Cristo fue, es y será siempre la oración, la oración y la oración: espiritual, pentecostal, oración y vida cristiana transformada por la venida y la acción santificadora del Espíritu Santo; la oración transformante, la oración personal de conversión permanente hecha liturgia y ofrenda agradable al Padre en la liturgia eucarística, o la oración litúrgica hecha oración litúrgica-personal permanente, que poco a poco va transformando mi vida por la oración personal diaria alimentada por la liturgia:“El que me coma vivirá por mí”.

Y siempre con María, la madre de Jesús. “María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. Ahí es donde nuestra hermosa Nazarena, la Virgen bella aprendió a conocer a su hijo Jesucristo y todo su misterio, y lo guardaba y lo amaba y lo llenaba con su amor, pero a oscuras, en fe, por la oración, la meditación de todo lo que veía y oía, más por lo que contemplaba interiormente que por lo exterior, y así lo fue conociendo, «concibiendo a su hijo antes en su corazón que en su cuerpo».

Pentecostés para ella fue el día de la Encarnación del Hijo por obra del Espíritu Santo. Y quiso orar con los Apóstoles en el Cenáculo para que ellos concibieran en su corazón, en su espíritu, lo que habían visto y oído exteriormente, por el mismo Espíritu. María y los Apóstoles no pudieron estar más unidos e identificados con Cristo que recibiendo su mismo Espíritu, su vida, sus mismos sentimientos. Allí encontraron  la fuerza para vivir el misterio del Enviado por el Padre para salvarnos.

Pablo no conoció al Cristo histórico, no le vio, no habló con Él, en su etapa terrena. Y ¿qué pasó? Pues que para mí y para mucha gente le amó más que otros apóstoles que lo vieron físicamente. Él lo vio en vivencia y experiencia mística, espiritual, sintiéndolo dentro, vivo y resucitado, sin mediaciones de carne, sino en su espíritu por el Espíritu Santo. De ahí le vino toda su sabiduría de Cristo, todo su amor a Cristo, toda su vida en Cristo hasta decir. “Para mí la vida es Cristo”; “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”.

Este Cristo, fuego de vivencia y Pentecostés personal lo derribó del caballo, camino de Damasco, y le hizo cambiar de dirección, convertirse del camino que llevaba, transformarse por dentro con amor de Espíritu Santo. Nos los dice Él mismo: “Yo sé de un cristiano, que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo? Dios lo sabe. Lo cierto es que ese hombre fue arrebatado al paraíso y oyó palabras arcanas que un hombre no es capaz de repetir, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo?, Dios lo sabe” (2Cor 12, 2-4).

Esta experiencia mística, esta contemplación infusa, vale más que cien apariciones externas del Señor. Tengo amigos, con tal certeza y seguridad y fuego de Cristo, que si se apareciese fuera de la Iglesia, permanecerían ante el Sagrario o en la misa o en el trabajo, porque esta manifestación, que reciben todoslos días del Señor por la oración, no aumentaría ni una milésima su fe y amor vivenciales, más quemantes y convincentes que todas las manifestaciones externas.

La mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza mística. Repito: la mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza de vida mística, de vivencia de Dios, de deseos de santidad, de oración, de transformación en Cristo:“Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.” “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo...”, pero conocimiento vivencial, de Espíritu a espíritu, o si quieres, comunicado por el Espíritu Santo, fuego, alma y vida de Dios Trino y Uno.

Todos y cada uno de nosotros, desde que somos engendrados en el seno de nuestra madre, nos queremos infinito a nosotros mismos, más que a nuestra madre, más que a Dios, y si no nos convertimos y matamos este yo, permanecemos siempre llenos y dominados por nuestro amor propio, incluso en muchas cosas que hacemos en nombre de Dios. Por eso, sin oración no hay conversión y sin conversión no puede haber unión con Cristo, y sin unión con Cristo, no podemos hacer las acciones de Cristo, no podemos llevar las almas a Cristo, aunque hagamos cosas muy lindas y llamativas, porque estamos llenos de nosotros mismos y no cabe Cristo en nuestro corazón y sin amor a Cristo sobre el amor propio, algo haremos, pero muy bajito, de amor a Cristo.

Por otra parte, si alguno trata de expresarnos defectos o deficiencias apostólicas que observa, aunque sea con toda la delicadeza y prudencia del mundo, qué difícil es escucharle y valorarlo y tenerlo junto a nosotros y darle confianza; así que para escalar puestos, a cualquier nivel que sea, ya sabemos todos lo que tenemos que hacer...Hay demasiados profetas palaciegos en la misma Iglesia de Cristo, dentro y fuera del templo, más preocupados por agradar a los hombres y buscar la propia gloria que la de Dios, que la santidad, verdad y eficacia del evangelio.

Jeremías se quejó de esto ante Dios, que lo elegía para estas misiones tan exigentes; el temor a sufrir, a ser censurado, rechazado, no escalar puestos, perder popularidad, ser tachado de intransigente, no justificará nunca nuestro silencio o falsa prudencia.“La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: no me acordaré de el, no hablaré más en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía” (Jr 20, 7-9).

El profeta de Dios corregirá, aunque le cueste la vida. Así lo hizo Jesús, aunque sabía que esto le llevaría a la muerte. No se puede hablar tan claro a los poderosos, sean políticos, económicos o religiosos. Él lo sabía y los profetizó, les habló en nombre de Dios. Y ya sabemos lo que le pasó por hablarles así. Hoy y siempre seguirá pasando y repitiéndose su historia en otros hermanos. Lo natural es evitar ser perseguidos y ocupar así los últimos puestos.

Así que por estos y otros motivos, porque la santidad es siempre costosa en sí misma por la muerte del yo que exige y porque además resulta difícil hablar y ser testigos del evangelio en todos los tiempos, los profetas del Dios vivo y verdadero, en ciertas épocas de la historia, los echamos mucho de menos, quizás cuando son más necesarios, o no los colocamos en alto y en los púlpitos elevados para que se les oiga. Y eso que todos hemos sido enviados desde el santo bautismo a predicar y ser testigos de la Verdad.

Por eso escasean los profetas a ejemplo de Cristo, del Bautista, de Pablo, los verdaderos y evangélicos profetas que nos hablen en nombre de Dios y nos echen en cara nuestras actitudes y criterios defectuosos; y si lo haces, pierdes amigos y popularidad; primero, porque hay que estar muy limpios, y segundo, porque hay que estar dispuestos a sufrir por el reinado de Dios y quedar en segundos puestos.

4,30 MEDITACIÓN DE LA TARDE

MEDITACIÓN: «El hombre ha sido creado para amar y servir a Dios y mediante esto salvar su alma» nos dice S. Ignacio en el principio y fundamento de los Ejercicios.

¿POR QUÉ EL HOMBRE TIENE QUE AMAR A DIOS? PORQUE DIOS NOS AMÓ PRIMERO

"En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados"(1Jn 4, 10)

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA Y ME HA LLAMADO A COMPARTIR  CON EL  SU MISMO GOZO ESENCIAL Y TRINITARIO POR TODA LA ETERNIDAD.

El texto citado anteriormente tiene dos partes principales: la primera: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó...” primero, añade la lógica de sentido. Expresa este versículo el amor de Dios Trino y Uno manifestado en la primera creación. En la segunda parte“ y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” nos revela  que, una vez creados y caídos, Dios nos amó en la segunda creación, en la recreación, enviando a su propio Hijo, que muere en la cruz para salvarnos. La cruz es la señal que manifiesta el amor del Padre, que lo entrega hasta la muerte por nosotros, y del Hijo, que libremente acepta esta voluntad del Padre. Es el misterio pascual, programado en el mismo consejo trinitario, para manifestar más aún la predilección de Dios para con el hombre. Ese proyecto, realizado luego por el Hijo Amado, es tan maravilloso e incomprensible en su misma concepción y realización, que la liturgia de la Iglesia se ve obligada a Ablasfemar@en los días de la Semana Santa, exclamando:  «O felix culpa...», oh feliz culpa, oh feliz pecado del hombre, que nos mereció un tal salvador y una salvación tan maravillosa.        

Y el mismo San Juan vuelve a repetirnos esta misma idea del amor trinitario, al manifestarnos que el Padre nos envió a su Hijo, para que tengamos la misma vida, el mismo amor, las mismas vivencias por participación de la Santísima Trinidad:   “ En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 10). Simplemente añade que no sólo nos lo envía como salvador, sino para que vivamos como el Hijo vive y amemos como el Hijo ama y es amado por el Padre, para que de tal manera nos identifiquemos con el Amado, que tengamos sus mismos conocimientos y amor y vida, hasta el punto de que el Padre no note diferencia entre Él y nosotros y vea en nosotros al Amado, al Unigénito, en el que tiene puestas todas sus complacencias.

Sigue San Juan: “ y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios...” (1Jn 4,7 ) ¡Qué maravilla! El amor viene de Dios y, al venir de Dios, nos engendra como hijos suyos, para vivir su misma vida trinitaria y con ese mismo amor que Él nos ama, le amamos nosotros también a Él, porque nosotros no podemos amarle a Él, si Él no nos ama primero y es entonces cuando nosotros podemos  amarle con el mismo amor que Él nos ama, devolviéndole y reflectando hacia Él ese mismo amor con que Él nos ama y ama a todos los hombres y con este amor también podemos amar a los hermanos, como Él los ama y así amamos al Padre y al Hijo como ellos se aman y aman a los hombres, y ese amor es su Amor personal infinito, que es el Espíritu Santo, que nos hace hijos en el Hijo y en la medida que nos hacemos Hijo y Palabra y Verbo hacemos la paternidad del Padre por la aceptación de filiación en el Verbo.

         Por eso continúa San Juan:“Queridos hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu” (1Jn 4, 11-14). Vaya párrafo, como para ponerlo en un cuadro de mi habitación. Viene a decirnos que todo es posible, porque nos ha dado su mismo Espíritu Santo, su Amor Personal, que es tan infinito en su ser y existir, que es una persona divina, tan esencial que sin ella no pueden vivir y existir el Padre y el Hijo, porque es su vida-amor-felicidad que funde a los tres en la Unidad, en la que entra el alma por ese mismo Espíritu, comunicado al hombre por  gracia, para que pueda comunicarse con el Padre y el Hijo por el Amor participado, que es la misma vida y alma de Dios Uno y Trino. Y todo esto y lo anterior y lo posterior que se pueda decir, dentro y fuera de la  Trinidad: “Porque Dios es Amor”.

A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada,  solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe en su mismo Serse infinito e infinitamente de su infinito acto de Ser eterno, fuera del antes y después, fuera del tiempo. Por eso, en esto del ser como del amor, la iniciativa siempre es de Dios. El hombre, cualquier criatura, cuando mira hacia  Dios, se encuentra con una mirada que le ha estado mirando con amor desde siempre, desde toda la eternidad. Todo amor en el hombre, es reflejo. No existía nada, solo Dios.

Y este Dios, que por su mismo ser infinito es inteligencia, fuerza, poder.... cuando S. Juan quiere definirlo en una sola palabra, nos dice: “Dios es amor”, su esencia es amar,  si dejara de amar, dejaría de existir. Podía decir San Juan también que Dios es fuerza infinita, inteligencia infinita, porque lo es, pero él prefiere definirlo así para nosotros, porque así nos lo ha revelado su Hijo, Verbo y Palabra  Amada, en quien el Padre se complace eternamente. Por eso nos lo envió, porque era toda su Verdad, toda su Sabiduría. Todo lo que El sabe de Sí mismo y a la vez Amado, lo que más quería y porque quiere que vivamos su misma vida y así gozarse también en nosotros y nosotros en Él, al estar identificados con el  Unigénito, en el que eternamente se goza de estar engendrando como Padre con  Amor de Espíritu Santo. Y así es cómo entramos nosotros en el círculo o triángulo trinitario.

Jesucristo, su persona y su palabra y sus obras son la revelación, la palabra, la imagen, la idea llena de amor del Padre:“En el principio ya existía la palabra, y la Palabra era Dios y la Palabra estaba junto a Dios...” En el principio, no existía nada, solo Dios, infinitamente existente y feliz en sí y por sí mismo, porque no dependía de nadie en su existir, volcán inagotable de su mismo ser infinito de hermosura, de fuego, de luz, de misterios, de felicidad...en infinita explosión de nuevos y eternos paisajes sin posibilidad de descanso en eterna contemplación de realidades y descubrimientos siempre nuevos y deslumbrantes, infinitamente feliz porque se ve infinitamente amante, amado y amor,  se siente a sí mismo infinitamente Padre amante en el Hijo amado y amante en su mismo amor Personal de Espíritu Santo, que los une en unidad de ser y vida y amor y felicidad a los Tres, llenándolo de  Amor Esencial y Personal del mismo Espíritu.

Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo...piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es  y subsiste, piensa desde toda la eternidad en  crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él  y por Él y como Él.

El Padre, al contemplarse en sí y por sí, sacia infinitamente su capacidad infinita de ser y existir y en esto se es felicidad sin límites. Su serse, su esencia amor es lo que su existir refleja lleno de luz y abrasado de amor. Y la contempla en tal infinitud y fecundidad y perfección que engendra una imagen igual, esencialmente igual a sí mismo que es y podemos llamarle Hijo y en tal infinitud de ser feliz surge un amor  que contiene en si, recibido del Padre y del Hijo, todo el ser divino: el Espíritu Santo.

Dios, por su infinito ser, es eterno. Y este ser infinito y eterno no es otra cosa que un Acto de ser infinitamente fecundo en Tres Personas. Y este  Ser eterno, por su mismo amor, es tan potente, es tal la potencia de su amar que le hace Padre por el amor infinito personal al Hijo. Dentro del misterio trinitario el Espíritu Santo no es la última persona, el tercero, no surge de la generación del Hijo sino que su potencia infinita de amor y donación y poder hace Padre e Hijo, porque Él es la potencia engendradora, la fuerza de amor con la que el Padre engendra al Hijo que acoge y acepta totalmente este mismo actor infinito de  Amor que hace al Padre y al Hijo, que refleja a la vez y hace paternidad y filiación por la potencia infinita del Amor-Espíritu Santo; el Padre, por su fuego de amor divino-Espíritu - Santo, da al Hijo el ser filial, y el Hijo acoge la paternidad del Padre, que sin el Hijo no sería Padre, por la misma potencia infinita de Amor, siendo uno en el mismo serse infinitamente feliz el Padre, el Hijo y el Espíritu de Amor Personal, que los hace personas distintas y una, en un mismo amor y esencia infinita, con que el Padre se dice totalmente en Hijo, en canción eterna de Amor de Espíritu Santo y el Hijo al Padre en la misma Palabra-Canción llena de Amor.

Jesús es el Hijo que sale del Padre y viene a este mundo(Jn13,3). La venida al mundo prolonga su salida eterna, porque es el Padre el que ha pronunciado para nosotros la  Palabra con la que se dice totalmente a sí mismo en silencio eterno, lleno de amor. Con su glorificación junto al Padre y sentado ya a su derecha (Jn 17, 5; Mt 26, 64) Jesús ha asumido plenamente su condición de Hijo, de Verbo eterno, que tenía en el principio (Jn 1, 1-3; Ap 19, 13). Con su Pascua, Jesús-Cristo-Señor se hace puerta de entrada en el misterio trinitario para todos nosotros, los pascuales, los pasados del mundo al Padre la última y definitiva Alianza.

Él que es Amor quiere comunicarse, quiere hacer a otros partícipes por gracia, de su misma dicha, quiere ser conocido y amado en la grande e infinita y total belleza y gloria y luz y vida, en que se es por sí mismo en acto eterno de felicidad y amor. Él quiere ser nuestra única felicidad por amor, dándose y recibiéndose en totalidad de ser y amor, por la gracia comunicada por el Espíritu en los sacramentos y por la oraciónB  conversiónB  unión Btransfiguración transformante. El Padre, lleno de amor,  ha pronunciado para todos nosotros esta Palabra transformante de la debilidad humana en hijo adoptado, elevado y amado.

Dice San Juan de la Cruz: «Porque no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado».

« Y esta tal  aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí les es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite, que no hay que decirlo por lengua mortal...; porque el alma unida y transformada en Dios aspira en Dios a Dios la misma aspiración divina que Dios, estando ella en El transformada, aspira en sí mismo a ella...»

« Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta, que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado. Porque dado que Dios la haga la merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, ¿qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad? Pero por modo comunicado y participado, obrándolo como Dios en la misma alma; porque es estar transformada en las Tres Divinas Personas en potencia, sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios; y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza» (C B 39, 4).

Dios quiere darse esencialmente, como Él es en su esencia,  darse y recibirse en otros seres, que lógicamente han de recibirlo por participación de este ser esencial suyo, para que ellos también puedan entrar dentro de este círculo trinitario.  Y por eso crea al hombre “ a su imagen y semejanza», palabras estas de la Sagrada Escritura, que tiene una profundidad infinitamente mayor que la que ordinariamente se le atribuyen.

El hombre ha sido soñado por el amor de Dios, es un proyecto amado de Dios: “ Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya... El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante, recapitulando en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1,3.10).

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA. Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en  una eternidad dichosa,  que ya no va a acabar nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora.“Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3). Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mí. El salmo 138, 13-16, lo expresa maravillosamente: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son  admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero. ¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto!”.

SI EXISTO, ES QUE DIOS  ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mi y me ha preferido...Yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Que bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que El fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3). Es un privilegio el existir. Expresa que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser humano. !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado».(G. Marcel).

SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida, porque  nos ama y esto le hace feliz.

Con qué respeto, con qué cariño  tenemos que mirarnos unos a otros... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean, vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

Desde aquí debemos echar  una mirada a lo esencial de todo apostolado auténtico y cristiano, a la misión transcendente y llena de responsabilidad que Cristo ha confiado a la Iglesia: todo hombre es una eternidad en Dios, aquí nadie muere, todos vivirán eternamente, o con Dios  o sin Dios, por eso, qué terrible responsabilidad tenemos cada uno de nosotros con nuestra vida; desde aquí  se comprende mejor lo que valemos: la pasión,  muerte,  sufrimientos y resurrección de Cristo; el que se equivoque, se equivocará para siempre… responsabilidad. terrible para cada hombre y  terrible sentido y profundidad de la misión confiada a  todo sacerdote, a todos los apóstoles de Jesucristo, por encima de todos los bienes creados y efímeros de este mundo....si se tiene fe, si se cree en el Viviente, en la eternidad, hay que trabajar sin descanso y con conceptos claros de apostolado y eternidad por la salvación de todos y cada uno de los hombres.

No estoy solo en el mundo, alguien ha pensado en mí, alguien me mira con ternura y cuidado, aunque todos me dejen, aunque nadie pensara en mi, aunque mi vida no sea brillante para el mundo o para muchos... Dios me ama, me ama, me ama.... y siempre me amará. Por el hecho de existir, ya nadie podrá quietarme esta gracia y este don.

SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ, a ser amado y amar por el Dios Trino y Uno; este es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera. “ En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14, 2-4).“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

Y todo esto que estoy diciendo de mi propia existencia, tengo que ponerlo también en la existencia de mis hermanos: esto da hondura y seriedad y responsabilidad eterna a mi sacerdocio y me anima a trabajar sin descanso por la salvación eterna de mis hermanos los hombres. Qué grande es el misterio de Cristo, de la Iglesia. No quiero ni tocarlo. Somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades. ¡Que ninguna se pierda, Señor! Si existen, es que son un proyecto eterno de tu amor. Si existen, es que Dios los ha llamado a su misma felicidad esencial.

Y como Dios tiene un proyecto de amor sobre mí  y me ha llamado a ser feliz en Él y por Él, quiero serle totalmente fiel, y pido perdón de mis fallos y quiero no defraudarle en las esperanzas que ha depositado en mí, en mi vida, en mi proyecto y realización. Quiero estar siempre en contacto con Él para descubrirlo. Y qué gozo, saber que cuando yo me vuelvo a Él para mirarle, resulta que me encuentro con Él, con su mirada, porque Él siempre me está mirando, amando, gozandose con mi existir. Ante este hecho de mi existencia, se me ocurren tres cosas principalmente:

1.- Constatar mi existencia y convencerme de que existo, para valorarme y autoestimarme. Sentirme privilegiado, viviente y alegrarme y darle gracias a Dios de todo corazón, de verdad, convencido. Mirarme a mí mismo y declararme eterno en la eternidad de Dios, quererme, saber que debo estar a bien conmigo  mismo, con mi yo, porque existo para la eternidad. Mover mis manos y mis pies para constatar que vivo y soy eterno. Valorar también a los demás, sean como sean, porque son un proyecto eterno de amor de Dios. Amar a todos los hombres, interesarme por su salvación.

2.- Sentirme amado. Aquí radica la felicidad del hombre. Todo  hombre es feliz cuando se siente amado, y  es así porque esta es la esencia y manera de ser de Dios y  nosotros estamos creados por Él a su imagen y semejanza.  No podemos vivir, ser felices ,sin sentirnos amados.  De qué le vale a un marido tener una mujer bellísima si no le ama, si no se siente amado.... y a la inversa, de qué le vale a una esposa tener un Apolo de hombre si no la ama, si no se siente amada... y a Dios, de qué le serviría todo su poder, toda su hermosura si no fueran Tres Personas amantes y amadas, compartiendo el mismo Ser Infinito, el mismo amor, la misma felicidad llena de continuo abrazo en la misma belleza y esplendores divinos de su serse en acto eterno de Amor. Y si esto es en el amor, desde la fe puedo interrogarme yo lo mismo: para qué quiero yo  conocer a un Dios infinito, todo poder, inteligencia,  belleza, si yo no lo amo, si Él no me amase...

 Por eso, cristiano completo, Aen verdad completa@,  no es tanto el que ama a Dios como el que se siente amado por Dios. Y lo mismo le pasa a Dios en relación con el hombre, para qué quiere Él  mis rezos, mis oraciones, mis misma oración, si no le amo....)busco yo  amar a Dios  o solo pretendo ser un cumplidor fiel de la ley?  Jesucristo vino a nuestro encuentro para que fuéramos sus hijos, sus amigos: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo, permaneced en mi amor…” (Jn 15,9-17 ). Jesús dice que Él y el Padre quieren nuestro amor. Y continúa el evangelio en esta línea: "Vosotros sois mis amigos... ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer"; “ Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a el y haremos morada en el.@ACreedme yo estoy en el Padre y el Padre en mí”(Jn 14 ,9).

3.- Desde esta perspectiva del amor de Dios al hombre, de la eternidad que vale cada hombre para Dios, tantos hombres, tantas eternidades, valorar y apreciar mi sacerdocio apostólico, a la vez que la responsabilidad y la confianza que Dios ha puesto en mí al elegirme. Soy sembrador, cultivador y recolector de eternidades. Quiero tener esto muy presente para trabajar sin descanso por mi santidad ya que de ella depende la de mis hermanos, la salvación eterna de todos los que me han confiado. Es el mejor apostolado que puedo hacer en favor de mis hermanos los hombres en orden a su salvación eterna. Quiero trabajar siempre a la luz de esta verdad, porque es la mirada de Dios sobre mi elección sacerdotal y sobre los hombres, la razón  de mi existencia como sacerdote: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido para que vayáis y déis mucho fruto y vuestro fruto dure...”

 La finalidad más importante de mi actividad sacerdotal, el fruto último de mi apostolado son las eternidades de mis hermanos: “nadie me ha nombrado juez de herencias humanas...”, dijo Jesús en cierta ocasión a los que le invitaron a intervenir en una herencia terrena. Hacia la eternidad con Dios debe apuntar todo en mi vida.

Si queréis, todavía podemos profundizar un poco más en este hecho aparentemente tan simple, pero tan maravilloso de nuestro existir. Pasa como con la Eucaristía, con el pan consagrado, como con el sagrario, aparentemente no hay nada especial, y está encerrado todo el misterio del amor de Dios y de Cristo al hombre: toda la teología, la liturgia,  la salvación, el misterio de Dios...

Fijáos, Dios no nos ha hecho planta, estrella, flor, pájaro...  me ha hecho hombre con capacidad de Dios infinito. La Biblia lo describe estupendamente. Le vemos a   Dios gozoso, en los primeros días de la creación, cuando se ha decidido a plasmar en barro el plan maravilloso,  acariciado en su esencia, llena de luz y de amor."Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza. Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creo: macho y hembra los creó" (Gn 1,26-27). 

Qué querrá decirnos Dios con esta repetición: a imagen de Dios.... a semejanza suya... no sabéis cuántas ideas me sugiere esta frase... porque nos mete en el hondón de Dios. El hombre es más que hombre. Esta especie animal perdida durante siglos, millones de años, más imperfecta tal vez que otras en sus genomas y evolución, cuando Dios quiso, con un beso de su plan creador, el «homo erectus, habilis, ergaster, sapiens, nehandertalensis, cromaionensis, australopithecus…» y ahora el hombre del Chad, cuando Él quiso, le sopló su espíritu y le hizo a su imagen y semejanza, le comunicó su misma vida, fue hecho espíritu finito: como finito es limitado, pero como espíritu está abierto a Dios, a lo infinito, semejante a Él en el ser, en la inteligencia, en el amar y ser amado como El. Qué bien lo tiene escrito el profesor Alfaro, antiguo profesor de la Gregoriana.

Por eso los místicos de todos los tiempos son los adelantados que entran, por la oración contemplativa o contemplación amorosa, en la intimidad con Dios, tierra sagrada prometida a todos los hombres y  por el amor contemplativo, por «llama de amor viva», conocen estas cosas y vienen cargados con frutos de eternidad de la esencia divina hasta nosotros, que peregrinamos en la fe y esperanza. Son los profetas que Dios envía a su Iglesia en todos los tiempos; son los que por experiencia viva se adentran por unión y transformación de amor en el mismo volcán siempre en erupción de ser y felicidad y misterios y verdades del  amor de Dios, y  nos explican y revelan estas realidades de ternura para con el hombre encerradas en la esencia de Dios, que se revela en la creación y recreación por Cristo, por su Palabra hecha carne y pan de eucaristía.

Se llaman místicos, precisamente porque experimentan, sienten a Dios y su Espíritu y su misterio y nos lo revelan, traducen y explican. Son los guías más seguros, son como los exploradores que Moisés mandó por delante para descubrir la tierra prometida, y que luego vuelven cargados de frutos de lo que han visto y vivido, para enseñárnoslos a nosotros, y animarnos a todos a conquistarla; vienen con el corazón, con el espíritu y la inteligencia llenos de luz por lo que han visto y nos animan con palabras encendidas, para que avancemos por este camino de la oración, para llegar un día a la contemplación del misterio infinito de  Dios, que se revela luego y se refleja en el misterio del hombre y del mundo desde la fe, desde dentro de Dios, desde más allá de la realidad que aparece. Los místicos son los verdaderos mistagogos de los misterios de Dios, iniciadores en este camino de contemplación del misterio de Dios.

Nadie sabría convencernos del hecho de que hemos sido creados por Dios para ser felices mejor que lo hace Santa Catalina de Siena con esta plegaria inflamada de amor a Dios Trinidad:

«Cómo creaste, pues, oh Padre eterno, a esta criatura tuya? Me deja fuertemente asombrada esto: veo , en efecto, cómo Tú me muestras, que no la creaste por otra razón que ésta: con tu luz te viste obligado por el fuego de tu amor a darnos el ser, no obstante las iniquidades que ibamos a cometer contra tì. El fuego de tu amor te empujó. ¡Oh Amor inefable! aún viendo con tu luz infinita  todas las iniquidades que tu criatura  iba a cometer contra tu infinita bondad, Tú hiciste como quien no quiere ver, pero detuviste tu mirada en la belleza de tu criatura, de la cual, como loco y ebrio de amor, te enamoraste y por amor la atrajiste hacia tì dándole EXISTENCIA A IMAGEN Y SEMEJANZA TUYA. Tu verdad eterna me ha declarado tu verdad: que el amor te empujó a crearla». (Oración V)

A otra alma mística, santa Angela de Foligno, Dios le dijo estas palabras, que son a la vez una exigencia de amor y que se han hecho muy conocidas: «¡No te he amado de bromas! ¡No te he amado quedándome lejos!  Tú eres yo y yo soy tú. Tú estás hecha como me corresponde a mí, estás elevada junto a mí».

Convendría a estas alturas volver al texto de S. Juan, que ha inspirado esta reflexión: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amo y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados" (1Jn.4,9-10).

2. RESUMIENDO:

         No llegamos a la experiencia mística de Dios, porque no hacemos oración, y no hacemos oración contemplativa, unitiva, porque esto supone transformación en Cristo; y esta transformación, preguntádselo a san Juan de la Cruz, que es lo principal por lo que escribió sus libros, supone y exige la muerte de nuestro yo, exige  mortificación y purificación y esto es doloroso, terriblemente doloroso en etapas un poco elevadas; y por eso dejamos la oración; esta es la razón última por la que abandonamos la oración personal: porque ésta nos va exigiendo la muerte de nuestros sentidos y pecados y proyectos y formas egoístas de vivir, porque Dios nos quiere poseer totalmente con su amor, y estamos tan llenos de nosotros mismos, de nuestros deseos y ambiciones y amor propio que no cabe «ni Dios»,  y esto ni el mismo Dios lo puede hacer, con todo su poder infinito, si nosotros, libremente, no le permitimos hacerlo; lo que ocurre es que, al hacerlo Dios y no nosotros, como estábamos acostumbrados en la primera purificación y oración, a que era más nuestra que de Dios, y por eso tenían aún muchas imperfecciones, resulta que el alma cree que ha perdido la fe y el amor, porque no los siente como antes, no hace ella la oración y la purgación, las va haciendo Dios directamente y nos va vaciando de nosotros mismos, de nuestras ideas y afectos egoístas, al mismo tiempo que se nos da directamente por unión de amor que a la vez que nos da vivencia y calor nos purifica.

         Entonces, y a medida que vayamos permitiendo a Dios obrar su purga y purificación en nosotros, va entrando Dios en nuestra vida y amor, y lo vamos sintiendo, y gozando y experimentando;  pero una cosa es cortar las ramas de mi yo, del pecado original, del cariño que me tengo a mí mismo que siempre me estoy buscando, y otra cosa es cuando Dios  toma las riendas de esta purificación, porque nosotros no podemos ni sabemos hacerlo en estas alturas de la oración contemplativa en que Dios quiere sumergirnos; tiene que ser su Amor, su Amor Personal de Dios Uno y Trino, Espíritu Santo por el amor loco y apasionado que nos tiene, el que se dispone a quitar las raíces del yo, de nuestros defectos, y entramos en las noches pasivas de la fe y del amor de san Juan de la Cruz, y acompañamos a Cristo en el Getsemaní de nuestra pasión y muerte de las raíces de nuestro yo, porque uno siente como si Dios le hubiera abandonado porque no lo siente como antes, porque siente con y en Cristo como si estuviera abandonado del mismo Dios, como a Cristo le «abandonó la divinidad» para que pudiera sufrir y redimirnos de nuestros pecados:“Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”.

         Pasadas estas limpiezas y purificaciones y muertes de las raíces del yo, consecuencia del pecado original, viene la experiencia mística, la oración contemplativa, la unión total con Dios en cuanto es posible en esta vida, viene el éxtasis, el salir de nosotros mismos para vivir en Dios, pero con toda mi vida poseída y llena de mis Tres:

«Mi alma se ha empleado,

y todo mi caudal, en su servicio;

ya no guardo ganado,

ni ya tengo otro oficio,

que ya sólo en amar es mi ejercicio.         

Pues ya si en el ejido

de hoy más no fuere vista ni hallada,

diréis que me he perdido;

que andando enamorada,

me hice perdidiza, y fui ganada».   

14. LA EXPERIENCIA DE DIOS, EXIGENCIA DE CREACIÓN, RECREACIÓN, BAUTISMO, ORDEN SACERDOTAL Y APOSTOLADO EN EL ESPÍRITU DE CRISTO

         Querido lector, conocer y amar a Dios es la vocación del hombre. La experiencia de Dios, la visión intuitiva es el fin de todo lo creado: «La gloria de Dios es que el hombre viva…  y la  vida del hombre es la visión intuitiva», nos dice San Ireneo ( Adv. Haer. 4, 20,7).

 Dios, “al séptimo día, descansó”,  dejó de crear y se recreó contemplando lo creado según su proyecto de amor. Y esto es el hombre, el fín de la creación: “Dios es amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó” (primero). Si existo es que Dios me ama y me ha llamado a compartir su experiencia de gozo esencial trinitario. No tengo que preguntárselo a nadie: existo, luego soy amado y he sido creado para amar en Dios.

Me parece que en estos tiempos se insiste poco en la razón esencial y gratuita de nuestra existencia para la amistad eterna y gozosa con la Santísima Trinidad, según el proyecto que el Padre soñó para todos los hombres, que es el  fundamento y principio de la venida del Hijo de Dios en nuestra busca para reintegrarnos en ese primer proyecto, que es o debe ser, a su vez,  principio y fin de la misión de la Iglesia y, por tanto, fundamento, meta y cumbre de la vida y el apostolado cristianos: la Experiencia del Dios vivo y verdadero, Uno y Trino:

         «La vida cristiana se entiende a sí misma como forma de experiencia de Dios. Lo esencial de la vida cristiana es el encuentro, la experiencia y el testimonio del Dios vivo. Tiene estructura y significación trinitaria, es confesión de la Trinidad, bautismo en la dinámica del Padre por el Hijo en el Espíritu. En el conjunto de las formas de vida humana, la vida cristiana se justifica por su capacidad de vivir y testimoniar la experiencia del Dios de Jesucristo, celebrada, vivida y trasmitida en la comunidad eclesial. El «quaerere Deum» y la filocalía están en la base de su inspiración y su sentido, de sus dinamismos y su misión. Los cristianos son hombres y mujeres llamados a ser con su forma de vida, con su palabra y su acción, testigos del Dios vivo» (BONIFACIO FERNÁNDEZ, Jesucristo, seguimiento y contemplación, Madrid 2006,  pág. 60).

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He dicho y escrito muchas veces, que siempre, pero sobre todo en estos tiempos actuales de ateísmo y secularismo, de cierto desencanto de la fe, de los creyentes teóricos, la mayor necesidad y a la vez la mayor y más grave y peor pobreza de la Iglesia es la pobreza de experiencia de Dios, de vida mística; por otra parte y por la misma razón, es la más urgente y necesaria aportación y ayuda y apostolado a este mundo triste y vacío de sentido, que se ha quedado sin Dios, sin experiencia de Amor; que lo tiene todo, pero le falta todo, porque le falta Dios.

Por eso estamos todos más tristes: los matrimonios más tristes, las familias más tristes, los amigos y los vecinos no existen, porque no existe Dios Amor en este mundo, lleno de sexo, pero falto de la experiencia de un Ser infinito que nos ama gratuitamente porque es “Amor” y fuente del amor verdadero.

Nos falta la alegría de sentir su existencia y amor  en nosotros, de alegrarnos de que exista y sea tan grande y haya querido existir para nosotros, porque podía existir sólo para Sí, haberse quedado en su esencia trinitaria e infinita llena de resplandores y amores divinos sin crearnos para hacernos eternamente partícipes de su mismo Amor y Felicidad y Hermosura y Vida. Y no basta saberlo, hay que vivirlo.

Y esto lo tenemos poco en cuenta en  nuestro apostolado los mismos pastores y responsables de la pastoral. Y esto daña la gloria y el conocimiento y amor de Dios, nos priva del gozo y la certeza de nuestra fe y vida cristiana, de una programación evangélica del apostolado, según el Espíritu de Pentecostés, como existió en la Iglesia apostólica y de los Padres de la Iglesia, y no llenamos de la  luz brillante de la presencia de Dios a este mundo secularizado; ¡qué homilías y sermones más maravillosos sobre el Espíritu Santo y la experiencia de Dios en los primeros siglos de la Iglesia! Olvidamos, por el bajo nivel de fe de nuestros cristianos actuales, que, por el sacramento del bautismo hemos sido injertados en Cristo resucitado, en su vida y gozo y sentimientos, de los que participamos por la vida de gracia, la misma vida de Dios.

El Vaticano II nos dirá que todos los bautizados estamos llamados a la santidad, a la unión de amor con Dios, a la unión transformadora en Dios, a la visión de Dios, a la felicidad eterna en Dios Trino y Uno. Y para hacer a todos los hombres partícipes de esta gracia y experiencia eterna de Dios que empieza aquí abajo, existe el sacerdocio; los sacerdotes somos presencias sacramentales de Cristo, prolongación de su mismo ser y existir sacerdotal, o si quieres, los sacerdotes prestan a Cristo su humanidad, su palabra, sus manos, sus sentimientos, su amor, para que Cristo puede seguir cumpliendo el proyecto del Padre, la salvación eterna, llevarlos a todos a la visión intuitiva y eterna en la misma felicidad de Dios Trino y Uno. Y esto, si llega a realizarse, se siente y se experimenta. Claramente en los santos. Pero es que todos estamos llamados a esta identidad de vida y sentimientos con Cristo, Único Sacerdote del Altísimo.

Como consecuencia, las ovejas tienen derecho, por proyecto del Padre y del Hijo, y los sacerdotes tenemos la obligación por el Sacramento del Orden, de tener y sentir y vivir los mismos sentimientos de Cristo, o dejar que Cristo los viva en nosotros y a través de nosotros, que es lo mismo.

Las ovejas de Cristo, los bautizados, tienen derecho a exigirnos esta santidad, esta vivencia, esta experiencia de Cristo en nosotros, en razón, tanto de creación por el Padre, como de recreación por el Hijo: “Si alguno me ama, mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”;  y nosotros tenemos el deber, la misión y la obligación, por el sacramento del Orden, que nos hace ser y existir en Cristo, a tener sus mismos sentimientos, esto es, a vivir en Cristo, a  tener experiencia de lo que somos y existimos, de nuestra identidad en Cristo, de sentir los gozos y vida de Cristo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí... para mí la vida es Cristo... me alegro hasta en mis debilidades, porque así habite en mi la fuerza de Cristo... todo lo puedo en aquel que me llena con su mismo fuerza...”.

Esta misma obligación aparece muchas veces en el evangelio, en los mandatos y recomendaciones de la predicación de Cristo: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos... como los sarmientos están unidos a la vid, así vosotros en mí... sin mí no podéis hacer nada”. Sin mí no podéis ni debéis hacer nada; y para esto, para no convertirnos en unos profesionales de lo sagrado, necesitamos, por mandato e institución sacerdotal en Cristo, tener experiencia de lo que somos y existimos en Cristo, necesitamos la experiencia de Cristo en nosotros o nosotros en Cristo para saber, saborear, gustar, comprender, porque no se comprende hasta que no se vive, necesitamos la vivencia de lo que hacemos, predicamos o celebramos.

Desde los Apóstoles en Pentecostés, San Juan y San Pablo especialmente, todos nuestros Padres en la fe, todos nuestros santos y místicos y misioneros y apóstoles, todos  los apasionados verdaderamente por Cristo y su Evangelio, desde los más contemplativos hasta los más activos en el Espíritu de Cristo, Espíritu Santo, todos tuvieron su manantial de amor y de fuerza y entrega a los hermanos, pobres y ricos, enfermos o sanos, niños o jóvenes…etc,  en la oración personal vivida litúrgica-comunitariamente,  o en la oración litúrgica vivida desde la oración personal, especialmente contemplativa o de contemplación amorosa y pasiva según san Juan de la Cruz.

Pregunto a los cristianos bautizados en Cristo: ¿Para qué nos ha soñado y creado Dios Padre por el Hijo en el Espíritu de Amor y Felicidad que viven sin principio ni fín? ¿Para qué vino Cristo, en definitiva, a buscarnos? ¿No fue para abrirnos las puertas del cielo, esto es, de esta misma amistad esencial y personal de los Tres? ¿No es esto lo definitivo, la meta última para lo que se encarnó, predicó, murió y resucitó? ¿No es esto lo que tenemos que vivir, predicar y hacer que todos conozcan y vivan por medio de nuestro apostolado en el mismo Espíritu de Cristo?.

Y ahora ya, después de estos interrogantes, quiero manifestarte que, por experiencia de Dios, entiendo lo que vulgarmente todos comprendemos «por experiencia» en la vida ordinaria y que frecuentemente expresamos con frases como estas o parecidas: «eso es verdad, te lo digo yo; yo tengo experiencia de eso, lo siento en mi corazón; lo he visto y sentido dentro de mí; soy testigo de eso y experimento esto dentro de mí…». 

Y, para que lo entendamos bien y desde el principio, y respetando otras acepciones del término, por experiencia de Dios entiendo propiamente la vida cristiana que ha llegado a etapas medias y elevadas de vida vivencial y mística por medio de la oración, único camino y obligado de toda experiencia de Dios, que luego se manifestará y reflejará en otros campos de la actividad o pasividad pastoral.

Más claro todavía, para mí, por lo que yo he visto y leído y comprobado, vida o almas místicas son las que han llegado a la oración o contemplación infusa, que tan clara y detenidamente describe el Doctor Místico, san Juan de la Cruz después de largas y profundas purificaciones del yo y de los sentidos y del espíritu, hasta sus mismas raíces.

Si has leído un poco al Doctor Místico, donde pongo experiencia de Dios, cuya expresión él no utilizó, pero cuyo contenido desarrolló y explicó como nadie, el santo Doctor  pondría también y con el mismo valor y significado  «contemplación infusa»,  «teología mística», «oración contemplativa», «noticia amorosa»,«ciencia infusa»,«luz divina e influencia de Dios en el alma», «oración unitiva o transformativa»,«unión transformante», «transformación del alma en Dios»,  «noche del sentido o del espíritu»,  denominaciones diversas de la misma realidad, que son etapas purificatorias para llegar a la contemplación o experiencia de Dios, causada precisamente por la misma contemplación.

También son efectos de la contemplación infusa el «desposorio o matrimonio espiritual»,  «la ciencia de amor», «sabiduría de amor», siempre infusas, infundidas por Dios en el alma, que sufre ese impacto, convirtiéndose en patógena, en sufriente de la acción de Dios, que la une al mismo fuego de Dios, al Espíritu Santo,  y la va transformando, con dolor purificatorio, porque es imperfecta, está habituada al «sentido», esto es, al natural y no entiende estos modos del Espíritu o espirituales del actuar divino.

De esta forma Dios purifica al sujeto en sus sentidos y espíritu, abandonando los modos humanos de pensar y amar, como lo hacía antes en la meditación, que para San Juan de la Cruz es una forma imperfecta de conocer y amar a Dios.

Al ser ahora Dios el que la ilumina y purifica por la contemplación y pasando así a los divinos, le cuesta adecuarse a los modos divinos de conocer y amar, en contemplación de amor esencial y eterno, y el alma, al no entender ni haber practicado ni saber fabricar este modo de conocer y amar a Dios en Sí mismo, en su misma Palabra y Amor, como Él se ama, porque precisamente en esas alturas sólo quiere amar a Dios y ser amada por Él, y no puede por sí, siente como si hubiera perdido el camino de la oración, que le llevaba a Dios, porque ya no lo encuentra como antes meditando, leyendo, sino que ya ha empezado a conocer sin actos propios, sólo contemplando lo que se ilumina en su alma por el fuego de Amor del Espíritu Santo, que a la vez que calienta, ilumina y purifica; ya todo es  en pasividad de sentido y potencias, sin hacer actos, como antes, cuando meditaba y reflexionaba, sino simplemente contemplando, dejándose amar e iluminar por Dios y amando con el mismo amor con que Dios le ama y le infunde en su corazón.  

Un alma así, es volcán de amor y deseos de que Dios sea conocido y amado también así, porque es digno de tal amor en sus criaturas, hechas hijas de amor por su gracia, que es participación de su misma vida y amor infinitos, hacia cuya meta debe tender todo apostolado cristiano, si quiere tener en cuenta lo que Cristo hizo y cómo lo hizo, porque éste es el fin para el que Cristo se encarnó, predicó, murió y está vivo y resucitado y celebra la Eucaristía «memorial» en su mismo Amor de Espíritu Santo –Memoria de la Trinidad y de la Iglesia--,  invocado en la epíclesis de la celebración por el que se hacen presentes todos los dichos y hechos salvadores de Cristo y también los bienes últimos y escatológicos, la alabanza de gloria -laudem gloriae- del Dios vivo:  «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús».

Ven, Señor Jesús, te necesitamos, te necesita este mundo, necesita tu experiencia, la vivencia de tus sentimientos, necesita tu mismo Espíritu para amar, vivir, predicar, trabajar y salvar a los hombres nuestros hermanos como Tú lo hiciste. Y este Espíritu es tu experiencia de amor, tu mismo amor sentido y vivido en nosotros, es experiencia de Pentecostés, como en los Apóstoles.

Termino con esta oración de la Beata Isabel de la Trinidad que rezo y medito e interiorizo todas las mañanas en mi oración y que ella compuso de una tacada y sin correcciones el día de su profesión religiosa como Carmelita:        

PLEGARIA A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Oh Díos mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.

Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierta en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como adorador, como reparador y como salvador.

Oh Verbo Eterno, palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñada para aprenderlo todo de vos; y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz ¡Oh amado astro mío! fascinadme, para que nunca pueda ya salir de vuestro resplandor.

Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí, para que en mi alma se realice una como Encarnación del Verbo; que sea yo para él una humanidad supletoria, en la que él renueve todo su misterio.

Y vos, oh Padre, inclinaos sobre esta vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra; no veáis en ella sino al amado, en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.

Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a Vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en Vosotros, hasta que vaya a contemplaros en vuestra Luz, en el abismo de vuestras grandezas.

(Sor Isabel de la Santísima Trinidad, 21 noviembre 1904).

VÍSPERAS:

DÍA TERCERO

6, 30: 1ª ORACIÓN DE LA MAÑANA

“Y NOS ENVIÓ A SU HIJO COMO PROPICIACIÓN DE NUESTROS PECADOS”(Jn 4,10)

 

        En la contemplación de la segunda parte entraría muy directamente S. Pablo, para quien el misterio de Cristo, enviado por el Padre como redención de nuestros pecados, es un misterio que le habla muy claramente de esta predilección de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en el corazón de Dios y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne, especialmente por la pasión, muerte y resurrección del Señor. “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2, 19-20). 

S. Juan, que estuvo junto a Cristo en la cruz, resumió  todo este misterio de dolor y de entrega en estas palabras: “Tanto amó Dios al hombre, que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta este extremo, porque para él “entregó” tiene sabor de “traicionó”. Y realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, que es  su pasión y muerte, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por S. Pablo como plenitud de amor y totalidad de entrega dolorosa y extrema. Al contemplar a Cristo doliente y torturado,  no puede menos de exclamar : “Me amó y se entregó por mí”. Por eso, S. Pablo, que lo considera “todo basura y estiércol, comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...”

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora. Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros.  “Tanto amó Dios al hombre que entregó  a su propio Hijo”.

Porque  no hay justicia. No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios ha hecho por levantarlos. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo redentor, su propio Hijo, para el ángel no hubo redentor. Por qué para nosotros sí y para ellos no. Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí.... es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al hombre, que…”.(traicionó…).  Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del amor del Padre y del Hijo: “ nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” y  Cristo la dio por todos nosotros.

Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre, viéndole caído y alejado para siempre de su proyecto de felicidad,  entra dentro de sí mismo, y mirando todo su ser, que es amor también misericordioso, y toda su sabiduría y todo su poder, descubre un nuevo proyecto de salvación, que a nosotros nos escandaliza, porque en él abandona a su propio Hijo, prefirió en ese momento el amor a los hombres al de su Hijo. No tiene nada de particular que la Iglesia, al celebrar este misterio en su liturgia, lo exprese admirativamente casi con una blasfemia:«Oh felix culpa...» oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal Salvador. Esto es blasfemo, la liturgia ha perdido la cabeza,  oh feliz pecado, pero cómo puede decir esto, dónde está la prudencia y la moderación de las palabras sagradas, llamar cosa buena al pecado, oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal salvador, un proyecto de amor todavía más lleno de amor y condescendencia divina y plenitud que el primero.

Cuando S. Pablo lo describe, parece que estuviera en esos momentos dentro del consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice S. Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y nos lo revela a nosotros. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y Revelación llena de Amor de su mismo Espíritu, es Palabra ungida de Espíritu Santo, es Jesucristo, la explosión del amor de Dios a los hombres. En Él nos dice: os amo, os amo hasta la locura, hasta el extremo, hasta perder la cabeza. Y esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley@( Gal 4,4).AY nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención  por su sangre...” (Ef 1,3-7).

Para S. Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz: «Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado».

Cuando en los días de la Semana Santa, leo la Pasión o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver pasar a Cristo junto a mí, escupido, abofeteado, triturado... Y siempre pregunto lo mismo: por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto escarnio... Fue necesario para que el hombre nunca pueda dudar de la verdad del amor de Dios. No los ha dicho antes S. Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

Por todo esto, cuando miro al Sagrario y el Señor me explica todo lo que sufrió por mí y por todos, desde la Encarnación hasta su Resurrección, yo solo veo una cosa: amor, amor loco de Dios al hombre.  Jesucristo, la Eucaristía, Jesucristo Eucaristía es Dios personalmente amando locamente a los hombres. Este es el único sentido de su vida, desde la Encarnación hasta la muerte y la resurrección. Y en su nacimiento y en su cuna no veo ni mula ni buey ni pastores... solo amor, infinito amor que se hace tiempo y espacio y criatura por nosotros...“ Siendo Dios...se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado..”; en el Cristo polvoriento y jadeante de los caminos de Palestina, que no tiene tiempo a veces ni para comer ni descansar, en el Cristo de la Samaritana, a la que va  a buscar y se sienta agotado junto al pozo porque tiene sed de su alma, en el Cristo de la adúltera, de Zaqueo... solo veo amor; y como aquel es el mismo Cristo del sagrario, en el sagrario solo veo amor, amor extremo, apasionado, ofreciéndose sin imponerse, hasta dar la vida en silencio y olvidos,  solo amor.

Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos y otras personas, tan sentido en las penas  propias y ajenas, no  se va a conmover ante el amor tan Alastimado@de Dios, de mi Cristo...tan duro va a ser para su Dios  Señor y tan sensible para los amores humanos. Dios mío, pero quién y qué soy yo , qué es el hombre, para que le busques de esta manera; qué puede darte el hombre que Tú  no tengas, qué buscas en mí, qué ves en nosotros para buscarnos así....no lo comprendo, no me entra en la cabeza. Cristo, quiero amarte, amarte de verdad, ser todo y sólo tuyo, porque nadie me ha amado como Tú. Ayúdame. Aumenta mi fe, mi amor, mi deseo de Tí.  Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.

Hay un momento de la pasión de Cristo, que me impresiona fuertemente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre por el hombre y que San Juan expresa maravillosamente en las palabras antes citadas:"Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo". Es en Getsemaní. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado,  siente solo su humanidad en “la hora” elegida por el proyecto del Padre según S. Juan, no  siente ni barrunta su ser divino ... es un misterio. Y en aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz...” Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta, no hay ni una palabra de ayuda, de consuelo,  una explicación para Él. 

Cristo, qué pasa aquí. Cristo, dónde está tu Padre, no era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos, no decías Tú que te quería, no dijo Él que Tú eras su Hijo amado... dónde está su amor al Hijo… No te fiabas totalmente de Él... qué ha ocurrido.. Es que ya no eres su Hijo, es que se avergüenza de Tí...Padre Dios, eres injusto con tu Hijo, es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu Hijo amado en el que tenías todas tus complacencias... qué pasa, hermanos, cómo explicar este misterio...

 El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos, que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos  por el Hijo y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.  Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el sagrario, quiero decir con S. Pablo desde   lo más profundo de mi corazón: "Me amó y se entregó por mi"; "No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado”.

Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: pero qué es el hombre, qué será el hombre para Dios, qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre; qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor...Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre. Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta este extremo para buscar el amor del hombre.

¡Dios mío! no te comprendo, no te abarco y sólo me queda una respuesta, es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje. Te pregunto,  Señor, ¿es que me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que sin él no serias infinitamente feliz? “Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito? “Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz? Padre bueno,  que Tú hayas decidido en consejo con los Tres no querer ser feliz sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Tí; comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, lo veo pero bueno... no me entra en la cabeza, pero es que viendo lo que has hecho por el hombre es como decirnos que mis Tres, el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre, es como cambiar toda la teología donde Dios no necesita del hombre para nada, al menos así me lo enseñaron a mi, pero ahora veo por amor, que Dios también necesita del hombre, al menos lo parece por su forma de amar y buscarlo... y esto es herejía teológica, aunque no mística, tal y como yo la siento y la gozo y me extasía. Bueno, debe ser que me pase como a San Pablo, cuando se metió en la profundidad de Dios que le subió a los cielos de su gloria y empezó a Adesvariar@.

Señor, dime qué soy yo para tí, qué es el hombre para tu Padre, para Dios Trino y Uno, que os llevó hasta esos extremos: “Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios.. .se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres;  y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” ( Fil 2,5-11).

Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el sagrario, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido, Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan, Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.                                         

Señor, si tú me predicas y me pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso y si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mi cargos y honores....solo quiero ser de un Dios que ama así. Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado.... pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas... ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde, no me hagas caso....hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo amar. Sólo Dios, solo Dios, solo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.

Hermano, cuánto vale un hombre, cuanto vales tú. Qué tremenda y casi infinita se ve desde aquí la responsabilidad de los sacerdotes, cultivadores de eternidades, qué terror cuando uno ve a Cristo cumplir tan dolorosamente la voluntad cruel y tremenda del Padre, que le hace pasar por la muerte, por tanto sufrimiento para llevar por gracia la misma vida divina y trinitaria a los nuevos hijos, y si hijos, también herederos. Podemos decir y exigir: Dios me pertenece, porque Él lo ha querido así. Bendito y Alabado y Adorado sea por los siglos infinitos amén.

 Qué ignorancia sobrenatural y falta de ardor apostólico a veces en nosotros,  sacerdotes,  que no sabemos de qué va este negocio, porque no sabemos lo que vale un alma, que no trabajamos hasta la extenuación como Cristo hizo y nos dio ejemplo, no sudamos ni nos esforzamos  todo lo que debiéramos  o nos dedicamos al apostolado, pero olvidando  lo fundamental y  primero del envío divino, que son las eternidades de los hombres, el sentido y orientación transcendente de toda acción apostólica, quedándonos a veces en ritos y ceremonias pasajeras que no llevan a lo esencial: Dios y la salvación eterna, no meramente terrena y humana. Un sacerdote no puede perder jamás el sentido de eternidad y debe dirigirse siempre hacia los bienes últimos y escatológicos, mediante la virtud de la esperanza, que es el cénit y la meta de la fe y el amor, porque la esperanza nos dice si son verdaderas y sinceras la fe y el amor que decimos tener a Dios, ya que una fe y un amor que no desean y buscan el encuentro con Dios, aunque sea pasando por la misma muerte, poca fe y poco amor y deseo de Dios son, si me da miedo o no quiero encontrarme con el Dios creído por la fe y  amado por la virtud de la caridad. La virtud de la esperanza sobrenatural criba y me dice la verdad de la fe y del amor.

Para esto, esencialmente para esto, vino Cristo, y si multiplicó panes y solucionó problemas humanos, lo hizo, pero no fue esto para lo que vino y se encarnó ni es lo primero de su misión por parte del Padre. A los sacerdotes nos tienen que doler más las eternidades de los hombres, creados por Dios para Dios, y vivimos más ocupados y preocupados por otros asuntos pastorales que son transitorios; qué pena que duela tan poco y apenas salga en nuestras conversaciones la salvación última,  la eternidad de nuestros  hermanos, porque precisamente olvidamos su precio, que es toda la sangre de Cristo, por no vivirlo, como Él, en nuestra propia carne: un alma vale infinito, vale toda la sangre de Cristo, vale tanto como Dios, porque tuvo que venir a buscarte Dios a la tierra y se hizo pequeño y niño y hasta un trozo de pan para encontrarnos y salvarnos.  ¿De qué le sirve a un hombre ganar  el mundo entero, si pierde su vida? “O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Mt 16 26-7).

Cuando un sacerdote sabe lo que vale un alma para Dios, siente pavor y sudor de sangre, no se despista jamás de lo esencial, del verdadero apostolado, son profetas dispuestos a hablar claro a los poderes políticos y religiosos y están dispuestos a ser corredentores con Cristo, jugándose la vida a esta baza de Dios, aunque sin nimbos de gloria ni de cargos ni poder, ni reflejos de perfección ni santidad, muriendo como Cristo, a veces incomprendido por los suyos.

Pero a estos sacerdotes, como a Cristo, como al Padre, le duelen las almas de los hombres, es lo único que les duele y que buscan y que cultivan, sin perderse en  otras cosas, las añadiduras del mundo y de sus complacencias puramente humanas, porque las sienten en sus entrañas, sobre todo, cuando comprenden que han de pasar por incomprensiones de los mismos hermanos, para llevarlas hasta lo único que importa y por lo cual vino Cristo y para lo cual nos ordenó ir por el mundo y ser su prolongación sacramental: la salvación eterna, sin quedarnos en los medios y en otros pasos, que ciertamente hay que dar, como apoyos humanos, como ley de encarnación, pero que no son la finalidad última y permanente del envío y de la misión del verdadero apostolado de Cristo. “Vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna”(Jn 6,26). Todo hay que orientarlo hacia Dios, hacia la vida eterna con Dios, para la cual hemos sido creados.

Y esto no son invenciones nuestras. Ha sido Dios Trino y Uno, quien lo ha pensado; ha sido el Hijo, quien lo ha ejecutado; ha sido el Espíritu Santo, quien lo ha movido todo por amor, así consta en la Sagrada Escritura, que es Historia de Salvación: ha sido Dios quien ha puesto el precio del hombre y quien lo ha pagado. Y todo por tí y por mí y por todos los hombres. Y esta es la tarea esencial de la Iglesia, de la evangelización, la esencia irrenunciable del mensaje cristiano, lo que hay que predicar siempre y en toda ocasión, frente al materialismo reinante, que destruye la identidad cristiana, para que no se olvide, para que no perdamos el sentido y la razón esencial de la Iglesia, del evangelio, de los sacramentos, que  son principalmente  para conservar y alimentar ya desde ahora la vida nueva,  para ser eternidades de Dios, encarnadas en el mundo, que esperan su manifestación gloriosa.«Oh Dios misericordioso y eterno... concédenos pasar a través de los bienes pasajeros de este mundo sin perder los eternos y definitivos del cielo”, rezamos en la liturgia.

Por eso, hay que estar muy atentos y en continua revisión del fín último de todo: Allevar las almas a Dios@, como decían los antiguos, para no quedarse o pararse en otras tareas intermedias, que si hay que hacerlas, porque otros no las hagan, las haremos, pero no constituyen la razón de nuestra misión sacerdotal, como prolongación sacramental de Cristo y su apostolado.

La Iglesiaes y tiene también  dimensión caritativa, enseñar al que no sabe, dar de comer a los hambrientos, desde el amor del Padre que nos ama como hijos y quiere que nos ocupemos de todo y de todos, pero con cierto orden y preferencias en cuanto a la intención, causa final, aunque lo inmediato tengan que ser otros servicios.... como Cristo, que curó y dio de comer, pero fue enviado por el Padre para predicar la buena noticia, esta fue la razón de su envío y misión. Y así el sacerdote, si hay que curar y dar de comer, se hace orientándolo todo a la predicación y vivencia del evangelio, por lo tanto no es su misión primera y menos exclusiva:“ Id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado.... les acompañarán estos signos.... impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos Ellos se fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban” (Mc16,15-20).

Los sacerdotes tenemos que atender a las necesidades inmediatas materiales de los hermanos, pero no es nuestra misión primera y menos exclusiva,  ni lo son los derechos humanos ni la reforma de las estructuras... sino predicar el evangelio, el mandato nuevo y la salvación a todos los hombres, santificarlos y desde aquí, cambiar las estructuras y defender los derechos humanos, y hacer hospitales y dar de comer a los hambrientos, si es necesario y  otros no lo hacen. Nosotros debiéramos formar a nuestros cristianos seglares para que lo hagan. Pero insisto que lo fundamental es «La gloria de Dios es que el hombre viva. Y la vida de los hombres es la visión de Dios» (San Ireneo).  Gloria y alabanza sean dadas por  ello a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu  Santo,  que nos han llamado a esta intimidad con ellos y a vivir su misma vida.

Dios me ama, me ama, me ama...  y qué me importan  entonces todos los demás amores, riquezas, tesoros..., qué importa incluso que yo no sea importante para nadie, si lo soy para Dios; qué importa la misma muerte, si no existe. Voy por todo esto a amarle y a dedicarme más a Él, a entregarme totalmente a Él, máxime cuando quedándome en nada de nada, me encuentro con el TODO de todo, que es Él.

Me gustaría terminar con unas palabras de San Juan de la Cruz, extasiado ante el misterio del amor divino: «Y cómo esto sea no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice San Juan diciendo: Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste, es a saber que tengan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: no ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en Mí. Que todos ellos sean una misma cosa de la manera que Tu, Padre, estás en Mí, y yo en  ti; así ellos en nosotros sean una misma cosa. Y yo la claridad que me has dado he dado a ellos, para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y Tu en mí  porque sean perfectos en uno; porque conozca el mundo que Tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo...» (Can B 39,5).

« ¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis?. Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables, y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (Can B, 39.7).

Concluyo con S. Juan: “Dios es amor”. Todavía más simple, con palabras de Jesús:“el Padre os ama”. Repetidlas muchas veces. Creed y confiad plenamente en ellas. El Padre me ama. Dios  me ama y nadie podrá quitarme esta verdad de mi vida.

«Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio: ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio» (C B 28) Y comenta así esta canción San Juan de la Cruz: «Adviertan , pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que  de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de este tiempo en estarse con Dios en oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ellas; porque de otra manera todo es martillar y hace poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño. Porque Dios os libre que se comience a perder la sal (Mt 5,13), que, aunque más parezca hace algo por fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios» (C b 28, 3).

Perdámonos ahora unos momentos en el amor de Dios. Aquí, en ese trozo de pan, por fuera pan, por dentro Cristo,  está encerrado todo este misterio del amor de Dios Uno y Trino. Que Él nos lo explique. El sagrario es Jesucristo vivo y resucitado, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a los hombres. Está aquí la Revelación del Amor del Padre, el Enviado, vivo y resucitado, confidente y amigo. Para Ti, Señor, mi abrazo y mi beso más fuerte; y desde aquí, a todos los hombres, mis hermanos, sobre todo a los más necesitados de tu salvación.

LAUDES: LA ORACIÓN DE SANTA BRÍGIDA

MISA:

HOMILÍA: LA EUCARISTÍA COMO MISA

Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y San Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”,   hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros para siempre en el pan consagrado de todos los sagrarios de la tierra.

Sinceramente es tanto lo que debo a esta presencia eucarística del Señor, a Jesús, confidente y amigo, en esta presencia tan maravillosa, que se ofrece, pero no se impone, tratándose de todo un Dios, que, cuando lo pienso un poco, le amo con todo mi cariño, y quiero compartir con vosotros este gozo desde la humildad, desde el reconocimiento de quien se siente agradecido, pero a la vez deudor, necesitado de su fuerza y amor.

Santa Teresa estuvo siempre muy unida a Jesucristo Eucaristía. En relación con la presencia de Jesús en el sagrario, exclama: «¡Oh eterno Padre, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras... no permitas, Señor, que sea tan mal tratado  en este sacramento. El se quedó entre nosotros de un modo tan admirable!»

Ella se extasiaba ante Cristo Eucaristía. Y lo mismo todos los santos, que en medio de las ocupaciones de la vida, tenían su mirada en el sagrario, siempre pensaban y estaban unidos a Jesús Eucaristía. Y la madre Teresa de Calcuta, tan amante de los pobres, que parece que no tiene tiempo para otra cosa, lo primero que hace y nos dice que  hagamos, para ver y socorrer a los pobres, es pasar ratos largos con Jesucristo Eucaristía. En la congregación de religiosas, fundada por ella para atender a los pobres, todas han de pasar todos los días largo rato ante el Santísimo; debe ser porque hoy Jesucristo en el sagrario es para ella el más pobre de los pobres, y desde luego, porque para ella, para poder verlo en los pobres, primero hay que verlo donde está con toda plenitud, en la Eucaristía. Y así en todos los santos. Ni uno solo que no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de este pan, de esta presencia, de este tesoro escondido, ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, sin grandes sentimientos, para luego, avanzando poco a poco, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta llegar al encuentro total del Cristo viviente y glorioso, compañero de viaje en el sacramento.

                   LA EUCARISTÍA COMO MISA.

         Podemos considerar la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia permanente de Jesucristo en la Hostia santa. De todos los modos de considerar la Eucaristía, el más importante es la Eucaristía como sacrificio, como misa, como pascua, como sacrificio de la Nueva Alianza, especialmente la Eucaristía del domingo, porque es el fundamento de toda nuestra vida de fe  y la que construye  la Iglesia de Cristo.

         Voy a citar unas palabras del Vaticano II donde se nos habla de esto: «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden las pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo entre los muertos (1Pe 1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles...» (SC 106).

Por este texto y otros,  que podíamos citar, podemos afirmar que, sin Eucaristía dominical, no hay cristianismo, no hay Iglesia de Cristo, no hay parroquia. Porque Cristo es el fundamento de nuestra fe y salvación,  mediante el sacrificio redentor, que se hace presente en  la Eucaristía; por eso, toda Eucaristía, especialmente la dominical, es Cristo haciendo presente entre nosotros su pasión, muerte y resurrección, que nos salvó y nos sigue salvando, toda su vida, todo su misterio redentor. Sin domingo, Cristo no ha resucitado y, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe y no tenemos salvación, dice San Pablo.

 Sin Eucaristía del domingo, no hay verdadera fe cristiana, no hay Iglesia de Cristo. No vale decir «yo soy cristiano pero no practicante». O vas a Eucaristía los domingos o eso que tú llamas cristianismo es pura invención de los hombres, pura incoherencia, religión inventada a la medida de nuestra comodidad y falta de fe; no es eso lo que Cristo quiso para sus seguidores e hizo y celebró con sus Apóstoles y ellos continuaron luego haciendo y celebrando. La Eucaristía del domingo es el centro de toda la vida parroquial.

Sobre la puerta del Cenáculo de San Pedro, hace ya más de treinta años, puse este letrero: Ninguna comunidad cristiana se construye, si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía». Este texto del Concilio nos dice que la Eucaristía es la que construye la parroquia, es el centro de toda su vida y apostolado, el corazón de la parroquia. La Iglesia, por una tradición que viene desde los Apóstoles, pero que empezó con el Señor resucitado, que se apareció y celebró la Eucaristía con los Apóstoles en el mismo día que resucitó, continuó celebrando cada ocho días el misterio de la salvación  presencializándolo por la Eucaristía. Luego, los Apóstoles, después de la Ascensión, continuaron haciendo lo mismo. 

Por eso, el domingo se convirtió en  la fiesta principal de los creyentes. Aunque algunos puedan pensar, sobre todo, porque es cada ocho días, que el domingo es menos importante que otras fiestas del Señor, por ejemplo, la Navidad, la Ascensión, el Viernes o Jueves Santo, la verdad es que si Cristo no hubiera resucitado, esas fiestas no existirían. Y eso es precisamente lo que celebramos cada domingo: la muerte y resurrección de Cristo, que se convierten en nuestra Salvación.

En este día del Señor resucitado, en el domingo, Jesús nos invita a la Eucaristía, a la santa misa, que es nuestra también, a ofrecernos con Él a la Santísima Trinidad, que concibió y realizó este proyecto tan maravilloso de su Encarnación, muerte y resurrección para llevarnos a su misma vida trinitaria. En el ofertorio nos ofrecemos y somos ofrecidos con el pan y el vino; por las palabras de la consagración, nosotros también quedamos consagrados como el pan y el vino ofrecidos, y ya no somos nosotros, ya no nos pertenecemos, y al no pertenecernos y estar consagrados con Cristo para la gloria del Padre y la salvación de los hombres, porque voluntariamente hemos querido correr la suerte de Cristo, cuando salimos de la Iglesia, tenemos que vivir como Cristo para glorificar a la Santísima Trinidad, cumplir su voluntad  y salvar a los hermanos, haciendo las obras de Cristo: “Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”;El que me come vivirá por mí”; ”Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn15,9). 

En la consagración, obrada por la fuerza del Espíritu Santo, también nosotros nos convertimos por Él, con Él y en Él, en “alabanza de su gloria”, en alabanza y buena fama para Dios, como Cristo fue alabanza de gloria para la Santísima Trinidad y nosotros hemos de esforzarnos también con Él por serlo, como buenos hijos que deben ser la gloria de sus padres y no la deshonra. En la Comunión nos hace partícipes de sus mismos sentimientos y actitudes y para esto le envió el Padre al mundo, para que vivamos por El: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1Jn 4,8). Esta es la razón de su venida al mundo; el Padre quiere hacernos a todos hijos en el Hijo y que vivir así amados por Él en el Amado. Y eso es vivir y celebrar y participar en la Eucaristía, la santa Eucaristía, el sacrificio de Cristo. Es un misterio de amor y de adoración y de alabanza y de salvación, de intercesión y súplica con Cristo a la Santísima Trinidad. Y esto es el Cristianismo, la religión cristiana: intentar vivir como Cristo para gloria de Dios y salvación de los hombres.

 La Eucaristía dominical  parroquial renueva todos los domingos este pacto, esta alianza, este compromiso con Dios por Cristo, porque es Cristo resucitado y glorioso, quien, en aparición pascual, se presenta entre nosotros y nos construye como Iglesia suya y nos consagra juntamente con el pan y el vino para hacernos partícipes de sus sentimientos y actitudes de ofrenda al Padre y salvación de los hermanos y hacernos ya ciudadanos de la nueva Jerusalén, que está salvada y participa de los bienes futuros anticipándolos, encontrándonos así por la Eucaristía con el Cristo glorioso, llegados al último día y proclamando con su venida eucarística la llegada de los bienes escatológicos, es decir, definitivos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, VEN, SEÑOR , JESÚS».

Queridos amigos, ningún domingo sin  Eucaristía. Este es mi ruego, mi consejo y exhortación por la importancia que tiene en nuestra vida espiritual. Es que mis amigos no van, es que he dejado de ir hace ya mucho tiempo, no importa, tú vuelve y la Eucaristía te salvará, el Señor te lo premiará con vitalidad de fe y vida cristiana. Los que abandonan la Eucaristía del domingo, pronto no saben de qué va Cristo, la salvación, el cristianismo, la Iglesia... El domingo es el día más importante del cristianismo y el corazón del domingo es la Eucaristía, la Eucaristía, sobre todo, si participas comulgando. Más de una vez hago referencia a unos versos que reflejan un poco esta espiritualidad.

 

Frente a tu altar, Señor, emocionado

veo hacia el cielo el cáliz levantar.

Frente a tu altar, Señor, anonadado

he visto el pan y el vino consagrar.

Frente a tu altar, Señor, humildemente

ha bajado hasta mi tu eternidad.

Frente a tu altar, Señor, he comprendido

el milagro constante de tu amor.

¡Querer Tu que mi barro esté contigo

haciendo templo a quien te ha ofendido!

¡Llorando estoy frente a tu altar, Señor!

10,30: ORACIÓN DE LA MAÑANA

Jesús, antes de marcharse, instituyó como misterio total de su vida y misión la Eucaristía, acción de gracias al Padre por todos los beneficios que nos iba a conseguir por su vida, rematada con la pasión, muerte y resurrección. 

1.2. LA EUCARISTÍA COMO MEMORIAL:

 Toda la liturgia, especialmente la Eucarística, no es un mero recuerdo de la Última Cena, sino que es memorial, que hace presente en sacramento--misterio toda la vida de Cristo, a Cristo entero y completo, especialmente su pasión, muerte y resurrección, “de una vez para siempre”, como nos dice San Pablo en la carta a los Hebreos,   superando los límites de espacio y tiempo, porque el hecho ya está eternizado, es siempre el mismo, en presente eterno y total y permanente en la presencia del cordero degollado ante el trono del Padre.

         Es como si en cada misa, Cristo, El Señor, especialmente en la consagración del pan y del vino, cortara con unas tijeras divinas, no solo el hecho evocado sino toda su vida hecha ofrenda agradable y satisfactoria al Padre. Es que cada vez que un sacerdote pronuncia las palabras de la consagración, mejor dicho, hace de ministro sacerdotal porque el único sacerdote es Cristo haciendo presente toda su vida que fue ofrenda al Padre por la salvación de los hombre desde su Encarnación hasta Ascensión al Cielo, haciéndola así contemporánea a los testigos presentes, los adoradores o fieles,  es Cristo quien por el ministerio sacerdotal de los presbíteros consagra y presencializa toda su vida, palabra, pasión y muerte y resurrección, dando así la oportunidad a los hombres de todos los tiempos de ser testigos y beneficiarios del su misterio salvador, de su persona, de su amor, de su intimidad, de rozarlo y tocarlo...

 Así que muchas veces le digo a nuestro Cristo cuando consagra su pan de vida: Cristo bendito, este pan tiene aroma de Pascua, olor y sabor del pan de tus manos en el Jueves santo, ya eternizado y hecho memorial, siento tus manos temblorosas, tu emoción y sentimientos que estás haciendo presentes, que me estrechan para decirme: tus pecados están perdonados, y los de mi pueblo y estrechamos la mano y la siento, haciendo un pacto eterno de perdón y alianza eterna de amistad como Moisés en el Monte Sinaí, como en los tratos de nuestra gente, de nuestros padres en tiempos pasados.

Siento vivo, como si se acabara de dármelo, su abrazo, el reclinar de Juan sobre su pecho, amigo adorado, con aroma y perfume de Pascua. Oigo a Cristo que nos dice al consagrar: os amo, doy mi vida por vosotros... y vuelvo a escuchar la despedida y oración sacerdotal completa de la Última Cena.

Queridos amigos,  la irreversibilidad de las cosas temporales queda superada por el poder de Dios, que es en sí eternidad encarnada en el tiempo. La misa no es mero recuerdo, es memorial que hace presente todo el misterio. Aquel que es para siempre la Palabra, la biblioteca inagotable del Padre y de la Iglesia, su archivo inviolable  condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: "acordaos de mí," de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas...

Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. No hay liturgia verdadera, irrupción de Dios en el tiempo para tocar, salvar y transformar al hombre. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel:"Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: "Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy." Lo comí y fue en mi boca dulce como miel" (Ez.3, 1-3).

Los que tienen esta experiencia, los que no sólo creen sino que viven y sienten lo que creen y celebran en este misterio, los testigos, los sarmientos totalmente unidos a la vid, que debemos ser todos, los místicos, san Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios el mejor camino es la oración, y la oración es amor más que razón y teología, porque ésta no puede abarcarle, pero por  el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con él y me fundo en una sola realidad en llamas con el. Esto es la liturgia, o tenía que ser, no correr de acá para allá, pura exterioridad sin entrar en el corazón de los signos y encontrarse con Cristo resucitado y glorioso que ha irrumpido en el tiempo para estar con nosotros, para celebrar con nosotros sus misterios, para salvarnos y ser nuestro camino, verdad   y vida de amigo.

Todo esto los místicos lo experimentan por el amor, pero todos hemos sido llamados a la mística, a la santidad, a la unión vital de los sarmientos con Cristo vid de vida, a sentir este amor, todos estamos llamados a la experiencia de la Eucaristía, a vivir lo que celebramos, eso es ser sanctus, unión total del sarmiento con la vid hasta sentir cómo la savia corre a través de nosotros a los racimos de nuestras parroquias. Para eso se quedó Cristo en el pan: “Vosotros sois mis amigos”, a vosotros no os llamo siervos, porque un siervo no sabe lo que hace su Señor, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha dado mi Padre, os lo he dado a conocer”.

         A Cristo, como a los sacramentos o el evangelio, no se les  comprenden hasta que no se viven. Este será siempre el trabajo de la Iglesia y de cada creyente, que se convierte en problema para todo seguidor y discípulo de Cristo, sea cura, fraile o monja o bautizado, al necesitar permanentemente la conversión, la transformación de su vida en Cristo, en el Cristo que contemplamos y adoramos y comulgamos, y esto supone siempre cruz, sufrimiento de una vida que quiere ser suya, humillaciones soportadas en amor, segundos puestos, envidias perdonadas y reaccionar siempre ante las críticas o incomprensiones perdonando, amando por Cristo que va morando y viviendo cada día más su misma vida en nosotros.

         A mí me gustaría que se hablase más de estas realidades esenciales de nuestra fe en Cristo en nuestras reuniones, charlas, predicaciones, formación permanente. Aunque resulte duro y antipático escucharlas porque resulta mucho más vivirlas. Y al vivir más estos sentimientos de Cristo en mí, voy teniendo cada día más vivencia y experiencia de su persona y amor como realidad y no solo como idea o teología. Y me convierto en explorador de la tierra prometida, y voy subiendo con esfuerzo por el monte Tabor hasta verle transfigurado y poder decir con total verdad y convencimiento y vivencia: qué bien se está aquí adorando, contemplando a mi Cristo, Verbo de Dios y Hermosura del Padre y Amigo y Redentor de los hombres.

1.3. El mejor camino para encontrar a Cristo Eucaristía es la oración, hablar con Él: «Que no es otra cosa oración... tratando muchas veces a solas...»

Hasta aquí hay que llegar desde la fe heredada para hacerla personal; ya no creo por lo que otros me han dicho y enseñado, aunque sean mis padres, los catequistas, lo teólogos, sino por lo que yo he visto y palpado; hasta aquí hay que llegar desde un conocimiento puramente teórico, como el de todos, que no es vivo y directo y personal; por eso los primeros pasos de la oración, la oración meditativa, reflexiva, coger el evangelio y meditarlo, es costoso, me distraigo hasta que empieza escuchar directamente al Señor en oración afectiva, donde sin pensar mucho directamente hablo con Él, mejor, El empieza a decirme lo que tengo que corregir para ser seguidor suyo y ya hay encuentro personal, trato de amistad con el que me ama, para luego avanzando en la oración afectiva, durante años y según la generosidad de las almas, llego a la contemplativa, que muchos no llegamos, en la que ya no necesito libros para amarle y hablarle, es más, me aburren. Ya los abandono para toda mi vida como medio para encontrarme con Él. Vamos este es el camino que he visto en algunos feligreses míos. Me gustaría que fueran más.

         Por eso, si Cristo me aburre, si no he llegado a la oración afectiva, al diálogo y encuentro personal de hablarle de tú a tu, en lugar de Oh Señor, Oh Dios, si no he pasado de la oración heredada, de lo que me han dicho de Él a la oración personal, a lo que yo voy descubriendo y amando...si el sagrario no me dice nada o poco, cómo voy a entusiasmar a mi gente con Él, cómo voy a enseñar el camino del encuentro, cómo voy a enseñar a descubrirlo y adorarlo, si a mi personalmente  me aburre y no me ven pasar ratos junto a Él, cómo puedo conducirlos hasta Él, cómo decir que ahí está Dios, el Señor y Creador y Salvador del mundo, el principio y fin de todo cuanto existe y paso junto a Él como si el Sagrario estuviera vacío,  y después de la misa, o antes, hablo y me porto en la Iglesia como si Él no estuviera allí.

         El Cristo del Evangelio, que vino en nuestra búsqueda, está tan deseoso de nuestra amistad y a veces tan abandonado en algunos sagrarios, tan deseoso de encuentro de amistad, que se entrega por nada: por un simple gesto, por una mirada de amor. Y así empieza una amistad que no terminará ya  nunca, es eterna. Cómo me gustaría que se hablase más de este camino, de la oración propiamente eucarística, mira que los últimos papas y documentos hablan con entusiasmo hasta la saciedad de este dirigir las almas a Dios por la oración-conversión eucarística.

         Muchas acciones, y más acciones y dinámicas en nuestros apostolados, pero no todas las acciones son apostolado si no las hacemos con el Espíritu de Cristo. Muchas acciones a veces, pero pocas llegan hasta Cristo, hasta su persona, se quedan en zonas intermedias. Hablamos mucho de verdades y poco de personas divinas, término de todo apostolado. Sin embargo, en la adoración eucarística están juntos el camino y el término de toda nuestra actividad apostólica: adoración y Eucaristía; llevar las almas a Dios era la definición antes del sacerdocio y apostolado sacerdotal.

         Y orar es hablar con Cristo. Por eso, S. Teresa, S. Juan de la Cruz, madre Teresa de Calcuta, cualquiera que hace oración sabe que todo el negocio está no en pensar mucho sino en amar mucho. La oración es cuestión de amar, de querer amar más a Dios. Este camino hasta la experiencia de lo que creemos o celebramos  es la mística. Conocer y amar a Cristo, no por contemplación de ideas o teologías sino por vivencia, por sentirme realmente habitado por Él: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a Él y viviremos en Él”.  Y entonces se van acabando las dudas, y las noches, hasta desear sufrir por Cristo como Pablo: “Estoy crucificado, vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mí”; esta es la única razón de la adoración, de la comunión y de la misa;  esta será siempre la razón de ser de la Iglesia, de los sacramentos, de nuestro ser y existir como bautizados o sacerdotes, sobre todo como adoradores eucarísticos, llegar a ser testigo de lo que creemos, de lo que celebramos, lo he repetido muchas veces. Nos lo están repitiendo continuamente los Papas y la mayor parte de los documentos de la Iglesia: qué cantidad de ellos insistiendo continuamente en la Adoración Eucarística.

         Cómo puedo yo, Gonzalo, aunque sea sacerdote,  cómo yo adorador o adoradora nocturna, cómo voy entusiasmar a mi gente con Cristo Eucaristía si a mí personalmente me aburre y no me ven junto a El todos los días. La gente dirá: Si eso fuera verdad, se comería el Sagrario. Tengo que tener cuidado en no convertirme en un profesional de la Eucaristía, que la predico o trato como si fuera una cosa o un sistema filosófico de verdades, puramente teórico, pero no Cristo en persona, a quien hablo, trato y me tiene enamorado y seducido porque lo siento y lo vivo. 

 

1.4. Orar, amar y convertirse dicen lo mismo y se conjugan igual.

Para eso, sólo conozco un camino, un único camino, y estoy tan convencido de ello, que algunas veces le digo al Señor, quítame la gracia, humíllame, quítame hasta la fe, pero jamás me quites la oración-conversión, el encuentro diario contigo en el amor, porque aunque esté en el éxtasis, si dejo la oración-conversión, terminaré en el llano de la mediocridad y caeré en el cumplo y miento, en lo puramente profesional y me faltará el entusiasmo y el convencimiento de mi Cristo vivo y resucitado.

         Pero aunque esté en pecado o con fe muerta, si hago oración-conversión, dejaré el pecado, la mediocridad y por la oración, sobre todo eucarística, llegaré a sentirlo vivo y presente en mi corazón. Realmente  todo se debo a la oración, a mi encuentro diario con Cristo Eucaristía, en gracia o en pecado, en noches de fe o en resplandores de Tabor.

Y este camino de la oración, como he dicho, tiene tres nombres, que se conjugan igual, y da lo mismo el orden en que se pongan: amar, orar y convertirse; quiero amar, quiero orar y convertirme; me canso de orar, me he cansado de amar y convertirme; quiero convertirme, quiero amar y estar con el Señor. Y así es cómo ve voy vaciando de mí y llenando de Él, de su vida y sentimientos y amor a los demás y siento así su gozo y perfume y aliento y abrazo y perdón hasta decirle  estáte, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte y cuando decidas irte, llévame, Señor, contigo, porque el pensar que te irás me causa un terrible miedo... y si lo siento muy vivo... puedo hasta decirle: que muero porque no muero. No lo considero nada extraordinario. Esto es para todos, todos hemos sido llamados a esta unión de amistad, a la santidad, a la unión vital y total con Cristo. Pero vamos a ver, hermanos, ¿Cristo está vivo no está, está en el pan consagrado o no está...? En mi parroquia tengo almas contemplativas y místicas, que han llegado a estas vivencias. Pero siempre por la conversión de su vida en la de Cristo.  

Amar, orar y convertirse es el único camino. Preguntárselo a los santos de todos los tiempos. Y nos hay excepciones. Luego se dedicarían a los pobres o a los ricos, a la vida activa o contemplativa, serán obispos o simples bautizado, pero el camino único para todos será la oración-conversión, la oración-vida: que no es otra cosa... ¡Cuánto me gustaría que se hablase más de todo esto! “El que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo... no podéis servir a dos señores... convertíos y creed el evangelio”. La conversión es imprescindible para entrar en el reino de Dios, en la amistad con la Trinidad. La no conversión, el cansarnos de poner la cruz en nuestros sentidos, mente, corazón, porque cuesta, el terminar abandonando la conversión permanente que debe durar toda la vida porque tenemos el pecado original metido en nosotros es la causa de la falta de santidad en nuestras vidas, y lógicamente, de la falta de experiencia de lo que creemos y celebramos, porque nuestro yo le impide a Cristo entrar dentro de nosotros. Por eso nos estancamos en la vida de unión con Dios y abandonamos la oración verdadera, que lleva a vivir en Cristo; y así la oración tanto personal como litúrgica no es encuentro con Cristo sino con nosotros mismos, puro subjetivismo, donde nos encontramos solos y por eso no nos dice nada y nos aburrimos.

1.5. POR ESO, LA EUCARISTÍA ES LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO.

Precisamente este es el título del primer libro que escribí sobre la Eucaristía. En la introducción decía: Todos  sabemos, por clásica, la definición de Santa Teresa sobre oración: «No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5). Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo.

Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo Eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

La Eucaristíano es una tesis teológica, es una persona, una persona viva, es Cristo en persona, es el Verbo, la Hermosura del Padre, Palabra de su Amor que el Padre canta y pronuncia al Hijo en canción eterna de amor cuyo eco llega a la tierra en carne humana por el mismo Espíritu de un Padre que me quiere hijo en el Hijo, que soñó conmigo desde toda la eternidad, me creó para una eternidad de amor y felicidad con Él y me dio la vida en el sí de mis padres, y este Hijo viéndole al Padre entristecido porque este primer proyecto de amor se había roto por el hombre, le dice: “Padre, aquí estoy para hacer tu voluntad...”, y viene en mi búsqueda y se hace primero hombre y luego un poco de pan para salvarme y quererme cerca, ser mi amigo, para perpetuar su Palabra, Salvación y Alianza y pacto eterno de amistad con los hombres, pero siempre y únicamente en su Espíritu de Amor, en ese mismo amor con que el Padre le ama al Hijo y el Hijo, aceptando su Espíritu de Amor le hace Padre, en el mismo Amor, no hay otro y en ese amor con que Dios me ama por su Hijo tengo que entrar yo, y para eso tengo que sacrificar, ser sacerdote y víctima y ofrenda de mi amor a mí mismo, a mi yo, para poderle amar con el amor con que El me ama  que es amor de Espíritu Santo, Amor de Pentecostés que les hizo a los Apóstoles abrir los cerrojos y las puerta cerradas por miedo a los judíos, aunque le habían visto resucitado y en apariciones a Cristo, pero hasta que no llega este mismo Cristo hecho fuego de Espíritu Santo, hecho llama de amor viva, estando en oración con María la madre de Jesús, no sienten esa vivencia que ya no pueden callar, aunque quieran, aunque los maten y los llevará hasta la muerte por Cristo, como a los Apóstoles, porque es ya el amor infinito de Cristo en ellos dando la vida por los hermanos.

Pienso que la causa principal de no aumentar el número de Adoradores y de rutina y cansancio posibles está ciertamente hoy en la falta de fe eucarística del pueblo cristiano, pero también en la falta de entusiasmo y experiencia en nosotros, al no valorar ni comprender ni vivir ni ser testigos de todo este misterio de salvación y redención y amistad que hay en el Cristo vivo, vivo de nuestras eucaristías, hecho sacramento de perdón y amistad permanentemente ofrecida desde nuestros sagrarios, que merece toda nuestra admiración como se lo manifestaban las multitudes en Palestina, atraídas por su Verdad y Dulzura y Belleza, Hermosura del Hijo Único de Dios, que vino en nuestra búsqueda por puro amor, porque Él es Dios y no podemos darle nada que Él no tenga, excepto nuestro amor. 

         La humanidad de Cristo encarnado y prepascual era personalmente el sacramento de su presencia y la salvación en el tiempo; ahora, el sacramento de la presencia del Cristo Pascual, y resucitado y sentado a la derecha del Padre es el pan y vino eucarísticos, es la Eucaristía. Y la Iglesia, por mandato de Cristo, cumple hoy el cometido de visibilizar a Cristo Pascual y eterno, a Cristo entero y completo, todo su misterio de amor y salvación, por la potencia de Amor del Espíritu Santo, en la celebración de la Eucaristía, en las palabras y gestos litúrgicos.

 El pan consagrado es la visibilización del mismo que dijo “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos, habiendo amado a los suyos los amó hasta el fin...del tiempo”. En cada sagrario está Cristo diciéndome: te amo, te busco, doy mi vida por ti. Esta fe la ha vivido la Iglesia especialmente durante siglos en la adoración de este misterio, objeto primordial del culto y de la espiritualidad de la Adoración Nocturna.

         Esta adoración ante el Santísimo Sacramento es el modo supremo y cumbre de toda oración personal y comunitaria fuera de la Eucaristía:«¡Oh eterno Padre, exclama S. Teresa, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras! ¡Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos! ¿Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa? ¿No ha de haber quien hable por este amantísimo cordero? Si tu Hijo no dejó nada de hacer para darnos a nosotros, pobres pecadores, un don tan grande como el de la Eucaristía, no permitas, oh Señor, que sea tan mal tratado. Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable...»

         Y aquí el alma de Teresa se extasía... Ya sabéis que la mayor parte de sus revelaciones o visiones: «me dijo el Señor, ví al Señor...» las tuvo Teresa después de haber comulgado o en ratos de oración ante Cristo Eucaristía. Por esto, cuando Teresa define la oración, parece que lo hace mirando al Señor Sacramentado: «Que no es otra cosa, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama».

         Por eso, todo orante, sacerdote o seglar, ha de tener mucho cuidado con su  comportamiento y con todo lo relacionado con la Eucaristía, que es siempre el Señor vivo, vivo y resucitado, porque se trata, no de un cuadro o una imagen suya, sino de Él mismo en persona, y si a Cristo en persona en el sagrario no lo respetamos y lo hacemos respetar, aunque muchos no lo comprendan y a nosotros nos cuesten incomprensiones y disgustos, si no lo honramos y veneramos con nuestro silencio y comportamiento, incluso externo, poco podemos valorar todo lo demás referente a Él, todo lo que Él nos ha dado, su evangelio, su gracia, sus sacramentos, porque la Eucaristía es Cristo presente en persona, todo entero y completo, todo el evangelio entero y completo, toda la salvación entera y completa. 

         Observando a veces nuestro comportamiento con Jesús Eucaristía, pienso que muchos cristianos no aumentarán su fe en ella ni les invitará a creer o a mirarle con más amor o entablar amistad con Él, porque nosotros, los adoradores o simples cristianos, no podemos  <pasar> del sagrario, como algo propio de beatos,  y muchas veces pasamos ante el sagrario, como si fuera un trasto más de la Iglesia, hablamos antes o después de la Eucaristía como si el Señor ya no estuviera allí presente, con lo que cual nos cargamos todo lo que hemos celebrado o predicado.

         Sin embargo, todos sabemos que el cristianismo es fundamentalmente una persona, es Cristo. Por eso, nuestro comportamiento interior y exterior con Cristo Eucaristía es el termómetro de nuestra vida espiritual. Es muy difícil, porque sería una contradicción,  que Cristo en persona no nos interese ni seamos delicados personalmente con Él en su presencia real y verdadera en la Eucaristía y luego digamos que le amamos y buscamos en el evangelio, en el apostolado, en los hermanos, cuando teniéndolo tan cerca, le hacemos poco caso.

         Cuidar el altar, el sagrario, mantener los manteles limpios, los corporales bien planchados ¡cuánta fe personal, cuánto amor y apostolado y eficacia y salvación de los hermanos y amistad personal con Cristo  encierran! Y ¡cuánta ternura, vivencia y amistad verdadera hay en los silencios  guardados dentro del templo, en la visita diaria oracional ante el Sagrario, porque uno sabe que está Él, y lo respetamos, amamos y adoramos, aunque otros estén hablando,  después de la celebración eucarística, como si Él ya no estuviera presente!

         El Vaticano II insiste repetidas veces sobre esta verdad fundamental de nuestra fe católica: «La casa de oración en que se celebra y se guarda la santísima Eucaristía y ...en que se adora, para auxilio y consuelo de los fieles, la presencia del Hijo de Dios, salvador nuestro... debe ser nítida, dispuesta para la oración y las sagradas solemnidades» (PO.5).

         En los últimos siglos, la adoración eucarística ha constituido una de las formas de oración más queridas y practicadas por los cristianos en la Iglesia Católica. Iniciativas como la promoción de la Visita al Santísimo, la Adoración Nocturna, la Adoración Perpetua, las Cuarenta Horas... etc. se han multiplicado y han constituido una especie de constelación de prácticas devocionales, que tienen su centro en la celebración del Jueves Santo y del Corpus Christi.

TERCERA PARTE

LA ESPIRITUALIDAD DELA PRESENCIA EUCARÍSTICA: VIVENCIAS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA.

 

La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva. Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la Eucaristía hay que vivirlos como prolongación de la santa Eucaristía y  de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado.

 

3. 1. Por la Adoración Eucarística aprendemos y asimilamos los sentimientos de Cristo ofrecidos en la misa

 

         Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna que debe transformarnos a nosotros en una adoración perpetua al Padre, como Cristo, adorándole, en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida y consumar el sacrificio perfectos de toda nuestra vida. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva.

         Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la Eucaristía, participar en la Eucaristía, adorar la Eucaristía.      Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: “El Señor está ahí y nos llama”, ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí.

         Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo –“los limpios de corazón verán a Dios”- y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total de vida, para que la Eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra ser y existir, no en puro conocimiento o teología o liturgia ritual sin sentir la irrupción de Dios en el tiempo, en los ritos, en el pan consagrado, en nuestras vidas.

         No olvidemos que la Eucaristía se comprende hasta que no se vive, y se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la adoración del único y verdadero Dios, destronando nuestros ídolos, el yo personal, imitando a un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, en obediencia y adoración, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad,  le costó y no lo comprendía.

         Desde su presencia eucarística, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...”  y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre  si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”  Y éste ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una Eucaristía por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras,  humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

         Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda.

         La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia, en una catequesis y vivencia permanente del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él.

         La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos y sacramentales de la Eucaristía celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él. Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, “apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la Eucaristía, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle toda la pascua realizada por nosotros y para nosotros.

         Por esta causa, una vez celebrada la Eucaristía, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para poner mojones de este camino de diálogo personal, de oración, de contemplación, de adoración y encuentro personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa; es una especie de mistagogia o iniciación a ser adorador de Jesucristo Eucaristía

3. 2 La presencia eucarística de Cristo nos enseña a recordar y vivir su vida,   haciéndola presente: “y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mi”.

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).

3.3. Un primer sentimiento: Yo también quiero obedecer al Padre hasta la muerte.

 

         Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo Eucaristía, también yo quiero obedecer al Padre, como Tú, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que el Padre disponga de mi vida, según su voluntad.

         Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También  yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego  a Ti; Señor, ayúdame, lo  espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, me cuesta poner de rodillas mi vida ante ti, y mira que lo pretendo, pero vuelvo a adorarme, yo quiero adorarte sólo a ti, porque tú eres Dios, yo soy pura criatura, pero yo no puedo si Tú no me enseñas y me das fuerzas... por eso he vuelto esta noche para estar contigo y que me ayudes. Y aquí, en la presencia del Señor, uno analiza su vida, sus fallos, sus aciertos, cómo va la vivencia de la Eucaristía, como misa, comunión, presencia, qué ratos pasa junto al Sagrario...Y pide y llora y reza y le cuenta sus penas y alegrías y las de los suyos y de su parroquia y la catequesis...etc.

3. 4. Un segundo sentimiento: Señor, quiero hacerme ofrenda contigo al Padre                                                                                                      

Lo expresa así el Vaticano II: «Los fieles...participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella» (la LG.5).

         La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda, de la misa. El diálogo podía escoger esta vereda: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir sólo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de  gloria de la Santísima Trinidad, in laudem gloriae Ejus.

         Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré  consagrado, ya no me pertenezco, ya soy una cosa contigo, seré sacerdote y víctima de mi ofrenda, y cuando salga a la calle, como ya no me pertenezco sino que he quedado consagrado contigo,  quiero vivir sólo contigo para los intereses del Padre, con tu mismo amor, tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la Eucaristía: San Pablo: “… es Cristo quien vive en mí...”

         Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tienes ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado, ocupar el segundo puesto, soportar la envidia, las críticas injustas... “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo pero no soy yo...”.

         Tu humanidad ya no es temporal; pero conservas totalmente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío, pero ya sabes que soy débil,  necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu Eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

         Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mí. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mí... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegraos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Porque el Señor escucha a sus pobres” (Sal 69).

3. 5. Otro  sentimiento: “Acordaos de mi”: Señor, quiero acordarme...

Otro sentimiento que no puede faltar al adorarlo en su presencia eucarística está motivado por las palabras de Cristo: “Cuando hagáis esto, acordaos de mí...” Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística, me quiero acordar de toda tu vida, de tu Encarnación hasta  tu Ascensión, de toda tu Palabra, de todo el evangelio, pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos... cuánto me amas, cuánto nos deseas, nos regalas...“Éste es mi cuerpo, Ésta mi sangre derramada por vosotros...”

         Con qué fervor quiero celebrar la Eucaristía, comulgar con tus sentimientos, imitarlos y vivirlos ahora por la oración ante tu presencia; Señor, por qué me amas tanto, por qué te rebajas tanto, por qué me buscas tanto, porqué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Ti, Cristo, yo valgo mucho para el Padre: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo...”, ellos me valoran más que todos los hombres, valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí... te amo, te amo, te amo... Tu amor me basta.

         Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado,  yo, tan rutinario, tan limitado, siempre  tan egoísta, soy pura criatura, y Tú eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tú el Todo y  yo la nada. Si es mi  amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, qué honor para una simple criatura que el Dios infinito busque su amor. Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero.

3. 6.  En el “acordaos de mí”..., entra el amor de Cristo a los hermanos

Debe entrar también el amor a los hermanos, -no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-, porque así lo dijo, lo quiso lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

         Sí, Cristo, quiero acordarme  ahora de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

         “Acordaos de mí…”: Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de Tí y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así, arrodillándome, lavando los pies de mis hermanos, dándome en comida de amor como Tú, pisando luego tus mismas huellas hasta la muerte en cruz...

         Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Tí y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Tí pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida. Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de lo otros, pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor.

         Cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y Tú... siempre olvidar y perdonar,  olvidar y amar, yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede  haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como Tú, amando, perdonando, olvidando...“Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso  estoy aquí,  comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

         “Acordaos de mí...”El Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la santa Eucaristía, es el que realiza la presencia sacramental de Cristo en el pan consagrado, como una continuación de la Encarnación del Verbo en el seno de María. Toda la vida de la Iglesia,todos los sacramentos se realizan por la potencia del Espíritu Santo. 

         Y ese mismo Espíritu, Memoria de la Iglesia, cuando estamos en la presencia del Pan que ha consagrado y sabe que el Padre soñó para morada y amistad con los hombres, como tienda de su presencia, de la santa y una Trinidad, ese mismo Espíritu que es la Vida y Amor de mi Dios Trino y Uno, cuando decidieron en consejo trinitario esta presencia tan total y real de la Eucaristía, es el mismo que nos lo recuerda ahora y abre nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestro corazón, para que comprendamos las Escrituras y comprendamos a un Dios Padre, que nos soñó y nos creó para una eternidad de gozo con Él, a un Hijo que vino en nuestra búsqueda y nos salvó y no abrió las puertas del cielo, al Espíritu de amor que les une y nos une con Él en su mismo Fuego y Potencia de Amor Personal con que lo ideó y lo llevó y sigue llevando a efecto en un hombre divino, Jesús de Nazaret: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

         ¡Jesús, qué grande eres, qué tesoros encierras dentro de la Hostia santa, cómo te quiero! Ahora comprendo un poco por qué dijiste, después de realizar el misterio eucarístico: “Acordaos de mí...”, me acuerdo, me acuerdo de ti, te adoro y te amo aquí presente.¡Cristo bendito! no sé cómo puede uno correr en la celebración de la Eucaristía o aburrirse en la Adoración Eucarística cuando hay tanto que recordar y pensar y vivir y amar y quemarse y adorar y descubrir y vivir tantas y tantas cosas, tantos y tantos misterios y misterios... galerías y galerías de minas y cavernas de la infinita esencia de Dios, como dice San Juan de la Cruz: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

3. 7.  Yo también, como Juan, quiero reclinar mi cabeza sobre tu corazón eucarístico…

Quiero aprenderlo todo en la Eucaristía, de la Eucaristía  reclinando mi cabeza en el corazón del  Amado, de mi Cristo,  sintiendo los latidos de su corazón, escuchando directamente de Él palabras de amor, las mismas de entonces y de ahora, que sigue hablándome en cada Eucaristía. En definitiva, ¿no es la Eucaristía también oración y plegaria eucarística? ¿No es la plegaria eucarística  lo más importante de la Eucaristía, la que realiza el misterio?

         Para comprender un poco todo lo que encierra el “acordaos de mí” necesitamos una eternidad, y sólo para empezar a comprenderlo, porque el amor de Dios no tiene fín. Por eso, y lo tengo bien estudiado, en la oración sanjuanista, cuanto más elevada es, menos se habla y más se ama, y al final, sólo se ama y se siente uno amado por el mismo Dios infinito y trinitario.

         Por eso el alma enamorada dirá: “Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que solo en amar es mi ejercicio...” Se acabaron los signos y los trabajos de ritos y las apariencias del pan porque hemos llegado al corazón de la liturgia que es Cristo, que viene a nosotros, hemos llegado al corazón mismo de lo celebrado y significado, todo lo demás fueron medios para el encuentro de salvación; ¡qué infinita, qué hermosa, qué rica, qué profunda es la liturgia católica, siempre que trascendamos el rito, siempre que se rasgue el velo del templo, el  velo de los signos! ¡cuántas cavernas, descubrimientos y sorpresas infinitas y continuas nos reserva!

         Para mí liturgia y  vida y  oración todo es lo mismo en el fondo, la liturgia es oración y vida, y la vida y la oración es liturgia.  Parece que las ceremonias son normas, ritos, gestos externos de la Eucaristía, pero la verdad es que todo va preñado de presencia, amor y vida de Cristo y de Trinidad. Hasta aquí quiere mi madre la Iglesia que llegue cuando celebro la Eucaristía; por la liturgia sagrada Dios irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre y llenarlo de su amor y salvación.

         Yo quisiera ayudarme de las mediaciones y amar la liturgia, como Teresa de Jesús, porque en el corazón del rito me encuentro con el cordero degollado delante del trono de Dios, pero no quedar atrapado por los signos y las mediaciones o convertirlas en fin y andar de acá para allá con más movimientos. Yo sólo las hago para encontrarme al Amado, su vida y salvación, la gloria de mi Dios, sin quedarme en ellas, sino caminos para llegar a la Trinidad que irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre. Y cuando por el rito llego al corazón de la liturgia: «Entréme donde no supe y quedéme no sabiendo, toda sciencia trascendiendo.

Yo no supe dónde entraba, pero, cuando allí me vi, sin saber dónde me estaba, grandes cosas entendí; no diré lo que sentí, que me quedé no sabiendo, toda sciencia trascendiendo».

         En cada Eucaristía, en cada comunión, en cada sagrario Cristo sigue diciéndonos:“Acordaos de mí...,” de las ilusiones que el Padre puso en mí, soy su Hijo amado, el predilecto, no sabéis lo que me ama y las cosas y palabras que me dice con amor, en canción de Amor Personal y Eterno, me lo ha dicho todo y totalmente lo que es y me ama con una Palabra llena de Amor Personal al darme su paternidad y aceptar yo con el mismo Amor Personal ser su Hijo y el Padre te quiere hijo en mí, en el Hijo con esa misma potencia infinita de amor de Espíritu Santo me comunica y engendra; con qué pasión de Padre te la entrega y con qué pasión de amor de Hijo tú la recibes en Mí, no sabéis todo lo  que me dice en canciones y éxtasis de amores eternos, lo que esto significa para mí y y para ti que yo quiero comunicároslo y compartirlo como amigo con vosotros; acordaos del Fuego de mi Dios, que ha depositado en mi corazón para vosotros, su mismo Fuego y Gozo y Espíritu. La Eucaristía es el cielo en la tierra, la morada de la Trinidad para los que han llegado a estas alturas, a esta unión de oración mística, unitiva, contemplativa, transformativa.

 “Acordaos de mí”, de mi emoción, de mi ternura personal por vosotros, de mi amor vivo, vivo y real y verdadero que ahora siento por vosotros en este pan, por fuera pan, por dentro mi persona amándoos hasta el extremo, en espera silenciosa, humilde, pero quemante por vosotros, deseándoos a todos para el abrazo de amistad, para el beso personal para el que fuisteis creados y el Padre me ha dado para vosotros, tantas y tantas cosas que uno va aprendiendo luego en la Eucaristía y ante el sagrario, porque si el Espíritu Santo es la memoria del Padre y de la Iglesia, el sagrario es la memoria de Jesucristo entero y completo, desde el seno del Padre hasta Pentecostés.

         “Acordaos de mí”, digo yo que si esta memoria del Espíritu Santo, este recuerdo, no será la causa de que todos los santos de todos los tiempos y tantas y tantas personas, verdaderamente celebrantes de ahora mismo, hayan celebrado  y sigan haciéndolo despacio, recogidos, contemplando, como si ya estuvieran en la eternidad, “recordando” por el Espíritu de Cristo lo que hay dentro del pan y de la Eucaristía y de la Eucaristía y de las acciones litúrgicas tan preñadas como están de recuerdos y realidades  presentes y tan hermosas del Señor, viviendo más de lo que hay dentro que de su exterioridad, cosa que nunca debe preocupar a algunos más que el contenido, que es, en definitiva, el fín y la razón de ser de las mismas.

         “Acordaos de mí”; recordando a Jesucristo, lo que dijo, lo que hace presente, lo que Él deseó ardientemente, lo que soñó de amistad con nosotros y ahora ya gozoso y consumado y resucitado, puede realizarlo con cada uno de los participantes... el abrazo y el pacto de alianza nueva y eterna de amistad que firma en cada Eucaristía, aunque le haya ofendido y olvidado hasta lo indecible, lo que te sientes amado, querido, perdonado por Él en cada Eucaristía, en cada comunión, digo yo... pregunto si esto no necesita otro ritmo o deba tenerse más en cuenta.... como canta San Juan de la Cruz:      

«Qué bien se yo la fuente que mana y corre,

aunque es de noche. (A oscuras de los sentidos, sólo por la fe)

Aquesta eterna fonte está escondida,

en este vivo pan por darnos vida,

aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas

Y de esta agua se hartan, aunque oscuras,

Porque es de noche.

Aquesta viva fuente que deseo,

En este pan de vida yo la veo,

Aunque es de noche»

         Quiero terminar esta reflexión invitándoos a todos a dirigir una mirada llena de amor y agradecimiento a Cristo esperando nuestra presencia y amistad en todos los sagrarios de la tierra y por el cual nos vienen todas las gracias de la salvación:

         Jesucristo, Eucaristía perfecta de obediencia, adoración y alabanza al Padre y sacerdote único del Altísimo: Tú lo has dado todo por nosotros con amor extremo hasta dar la vida y quedarte siempre en el sagrario; también nosotros queremos darlo todo por Ti y ser siempre tuyos, porque para nosotros Tú lo eres todo, queremos que lo seas todo.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CREEMOS EN TI.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CONFIAMOS EN TI

¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS!

4, 30 ORACIÓN DE LA TARDE

DOS RESÚMENES DEL ITINERARIO DE LA VIDA DE ORACIÓN; ESTE PRIMERO, TOMADO DEL ÚLTIMO LIBRO LA IGLESIA NECESITA SANTOS. EL SEGUNDO, MÁS LARGO, ES EL DE LA EUCARISTÍA....

15. BREVE ITINERARIO DE LA ORACIÓN PERSONAL

         Repito y lo hago por tratarse del camino más importante de la vida cristiana y espiritual, principio y motor de la santidad de la Iglesia y de los cristianos. Para orar,  puede servirte  la lectura espiritual de buenos libros, sobre todo,  hecha en la presencia eucarística del Señor; la vida de algún santo que hable de su propia experiencia de Dios, y desde luego, insustituible, el Evangelio, qué es lo que te dice a ti y ahora personalmente Cristo Eucaristía en ese momento; al principio, tal vez escuchado, meditado y orado por otros, luego ya directamente por ti; puedes también escribir lo que se te ocurra ante Jesucristo, recitar los salmos que te gusten y  meditarlos, repetir los versículos que más te gusten, responsorios preciosos de las Horas..... Pero la ciencia y la experiencia en este tema, de lo que uno ha visto y leído en santos como Juan de Ávila, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús,  Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús, Isabel de la Trinidad, Carlos de Foucauld...he llegado a la conclusión de que no se trata de descubrir un camino misterioso que pocos han descubierto y tengo que buscarlo hasta dar con él.

El camino de la oración ya está descubierto y es elemental en su estructura,  aunque cada uno tiene que recorrerlo personalmente: no olvidar jamás que orar es amar y amar es orar, que en la vida cristiana estos dos verbos se conjugan  igual. Estoy convencido, por teoría y experiencia, de que el que quiere orar, ese ya está orando. Nunca mejor dicho que querer es poder, porque este querer es ya la mejor gracia de Dios.

La dificultad en orar está principalmente en que uno no está convencido de su importancia y puede considerarla una más de las diversas formas de la piedad  cristiana; además, como cuesta al principio coger este camino de amar a Dios sobre todas las cosas, lo cual supone renuncia y conversión, uno cree poder sustituirla con otras prácticas piadosas. Lo primero, pues, que hemos de tener presente, como hemos dicho ya tantas veces, será pedir la fe y el amor que nos unen a Dios, y no pueden ser fabricados por nosotros.

 La oración nunca será un camino difícil sino costoso, como cualquier camino que lleva a la cima de la montaña, sobre todo, en los comienzos. El camino es facilísimo: querer amar a Dios sobre todas las cosas. “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a El darás culto” (Mt 4, 10). Por lo tanto, abajo todos los ídolos, el primero, nuestro yo. Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios con estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22,37).

Pero esto cuesta muchísimo, sobre todo al principio, porque entonces no se tienen los ojos limpios para ver a Dios, no se sienten estos deseos con fuerza, no se tiene la fe y el amor y una esperanza de Dios suficientes para ir en su busca, empezando por renunciar al cariño y la ternura que nos tenemos. Este preferirnos a Dios ha hecho que nuestra fe sea seca, teórica, puramente heredada y ha de ser precisamente por esos ratos de oración eucarística, cuando empieza a hacerse personal, a  creer no por lo que otros me han dicho sino por lo que yo voy descubriendo y eso ya no habrá quien te lo quite.

Es costosa la oración, sobre todo al comienzo, hasta coger el camino de la conversión, porque la persona, sin ser consciente, achaca la sequedad de la misma a las circunstancias de la oración o sus métodos, siendo así que en realidad la aridez y el cansancio vienen de que hay que empezar a ser más humildes, a perdonar de verdad, a convertirnos a Dios, para amarle más que a nosotros mismos y esto, si no hay gracias de Dios especiales, que se lo hagan ver y descubrir y para eso es la oración, imposibilita la oración de ahora y de siempre y de todos los siglos.

Por eso, al hablar de oración a principiantes, es más sencillo y pedagógico y conveniente hablarles desde el principio, de  que se trata de un camino de conversión a Dios, camino exigente,  y que por y para eso necesitamos hablar continuamente con Él, para pedirle luz y fuerzas.

La dificultad en la oración, en el encuentro con el Señor, en descubrir su presencia y figura y amor y amistad  está en que no queremos convertirnos, y esta dificultad conviene que sea descubierta, sobre todo al principio, por el mismo principiante o por personas experimentadas, para descubrir la razón de la sequedad y las distracciones y no ponerla solo en los métodos y técnicas de la oración.

Algunos cristianos, por desgracia,  no saben de qué va la oración personal, qué lleva consigo y otros hablamos con frecuencia de ello, pero no hemos emprendido de verdad el camino o lo hemos abandonado y estamos ya instalados en nuestros defectos y pecados, aunque sean veniales, pero que nos instalan también en la lejanía de Dios e impiden la santidad y la oración y el encuentro pleno y permanente con el Señor y nos convierten en mediocres espirituales y consecuentemente nos llevan a  la  mediocridad pastoral y apostólica. ¿Cómo entusiasmar a los hermanos con un Cristo que nos aburre personalmente?

         Sin conversión no hay oración y sin oración no hay vivencia y experiencia de Dios, ni amor verdadero a los hermanos, ni entrega, ni liturgia vivida, ni gozo del Señor ni santidad ni nada verdaderamente importante en la vida cristiana ni verdadero apostolado que lleve a los hombres al amor y conocimiento vital de Dios, sino acciones, programaciones, organigramas que llevan a dimensiones poco trascendentes y perpendiculares y elevadas de fe y amor cristianos, donde muchas veces es hacer por hacer, para sentirse útil, en apostolado puramente horizontal, pero donde la gloria del Padre ni es descubierta, ni buscada ni siquiera mencionada, porque no se vive ni se siente, y  Jesucristo no es verdaderamente buscado y amado como salvador y sentido total de nuestras vidas; son acciones de un «sacerdocio  puramente técnico y profesional», acciones de Iglesia sin el corazón de la Iglesia, que es el amor a Cristo; acciones de Cristo sin el espíritu de Cristo, porque “el sarmiento no está unido a la vid”...

La oración, desde el primer día, es amor a Dios: «Que no es otra cosa oración mental, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».  Por eso, desde el primer instante y kilómetro ¡abajo los ídolos! especialmente el yo que tenemos entronizado en el altar de nuestro corazón.

Y este cambio, que ha de durar toda la vida, es duro y cruel y despiadado contra uno mismo, sobre todo al principio, en que estamos incapacitados para amar así, por no sentir el amor de Dios más vivamente, precisamente por esos mismos defectos, y cuesta derramar las primeras gotas de sangre,  porque nos tenemos un cariño loco y apasionado.

         Y cuando, pasado algún tiempo, años tal vez, los que Dios quiera, y ya plenamente iniciados y comprometidos,  lleguen las noches de fe, las terribles purificaciones de nuestra fe, esperanza y caridad, porque Tú, Señor, para prepararnos plenamente a tu amor sobre todas las cosas,  lo exiges todo: personas, criterios propios, afectos, dinero, seguridad, cargos, honores...,  cuando el entendimiento quiere ver y tener certezas propias, porque es mucho lo que le exiges y le cuesta creer en tu palabra, obedecerte y aguantar tanta exigencia,  y  quiere probarlo todo y razonar todo antes de entregarte todo:  resulta que tu persona, tu presencia, tu evangelio, tus palabras y exigencias, hasta entonces tan claras y que no teníamos inconveniente en admitir y meditar y predicar, porque eran puramente teóricas, pero nos molestaban poco o casi nada, porque no nos las aplicábamos, ahora, al querer Tú, Dios mío, querer unirme más a Ti, disponernos a una unión más perfecta y plena contigo... cuando exiges todo, porque quieres llenarlo todo  con tu amor, y el alma, para eso,  debe vaciarse de todo, porque Tú quieres que te ame con todo mi corazón y con toda mi alma y con todo mi ser...entonces nada valen los conocimientos adquiridos, ni la teología, ni la fe heredada, ni la experiencia anterior, que quedan obnubiladas, y mucho menos  echar mano de exégesis o psicologías...entonces, en ese momento largo y trágico, que parece no acabará nunca, porque es mucho paradójicamente lo que el alma te desea y te ama en esa noche, sin ser consciente de ello, la última palabra, el último apoyo es creer sin apoyos y lanzarse a tus brazos sin saber que existen, porque no se ven ni sienten, porque Tú solo quieres que me fíe y me apoye en tí, hasta el olvido y negación de todo lo mío, de todo apoyo humano y posible, racional y científico, afectivo y familiar, y quedar el horizonte limpio de todo y de todos, solo Tú, sólo Tú, sin arrimos de criatura alguna.

En estas etapas, que son sucesivas y variadas en intensidad y tiempo, según el Espíritu Santo crea oportuno purificar y según sus planes de unión,  ni la misma liturgia ni  los evangelios  dan luz ni consuelo, porque Dios lo exige todo y viene la «duda metódica» puesta por Dios en el alma para conducirnos a esa meta: ¿Será verdad Cristo? ¿Cómo puedo quedarme sin fe, sin ver ni sentir nada? ¿Para qué seguir? ¿No debe ser todo razonable, prudente, sin extremismos de ninguna clase? ¿Habrá sido todo pura  imaginación? ¿Por qué no aceptar otros consejos y caminos? ¿Cómo entregar la propia vida, la misma vida en amor total y para siempre, las propias seguridades sin ninguna seguridad de que Él está en la otra orilla...? ¿Será verdad todo lo que creo, será verdad que Cristo vive, que es Dios, cómo dejar estas cosas de la vida  que tengo y toco y me sostienen vital y afectivamente por una persona que no veo ni toco ni siento, y menos en un trozo de pan, cómo puede existir una persona que ya no veo en la oración, en el evangelio, en la relación personal que antes tenía y creía...? ¿Será verdad? ¿Dónde apoyarme para ello? ¿Quién me lo puede asegurar? Con lo feliz que era hasta ahora, con el gozo que sentía en mis misas y comuniones anteriores, con deseos de seguirle hasta la muerte, con ratos de horas y horas de oración y hasta noches enteras en unión y felicidad plena... qué me pasa... qué está pasando dentro de mi...

En estas etapas, que empiezan por meses y luego pueden durar años y años, según el proyecto de Dios y la generosidad del hombre, el alma va madurando en la fe, esperanza y caridad, virtudes teologales que nos unen directamente con Dios, y sin ella ser consciente, se va llenando de la misma luz y fuerza de Dios; su fe, va recibiendo de Dios más luz, luz vivísima y sin imperfecciones de apoyos de criaturas, y va  entrando en este camino, donde el Espíritu Santo es la única luz, guía, camino y director espiritual.

          La causa de todo esto es una influencia y presencia especial de Dios en el alma, llamada por San Juan de la Cruz contemplación infusa, que a la vez que  ilumina, purifica al alma con su luz intensísima, y la fortalece en aparente debilidad y poco a poco ya no soy yo el que lleva la batuta de la conversión, porque  me corregía lo que me daba la gana y muchos campos ni los tocaba y en otros me quedaba muy superficial... ahora es el Espíritu Santo, porque me ama infinito, el que me purifica como debe ser y yo debo confiar en El sobre el dolor y las dudas y la soledad y las sospechas que provocan tanta purificación y conversión.

Y cuando el alma haya sido purificada por esta llama de amor viva de la contemplación, que, a la vez que calienta de amor, la quema todo su amor propio, de todos sus apegos y tendencias al yo personal,  pasando ya totalmente a Dios: “vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mi... para mi la vida es Cristo...”, envuelta en esta profunda oscuridad y noche de fe y amor, pero más cierta y segura y feliz que todos los razonamientos y amores humanos del yo,  la criatura, transcendida y «extasiada» y unida o salida de sí misma en Dios,   llegará  al abrazo y a la unión total transformada en el Amado y diciendo y alabando la noche de fe y amor y purificación y purgación y mortificación : «Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada».

En relación con esta evolución y purificación de la fe, quiero poner una página de un autor muy querido por mí desde mis estudios en Roma; el trabajo es reciente y el autor es  Jean Galot:

    «Al principio, la Madre tenía que educar al Hijo para su función de Mesías introduciéndolo en la Antigua Alianza; pero no fue ella, sino el propio conocimiento que el Hijo tenía en el Espíritu Santo acerca de la misión del Padre, lo que le había indicado quién era él y lo que tenía que hacer. Y así se invierte la relación: en lo sucesivo el hijo educará a la Madre para la grandeza de su propia misión, hasta que esté madura para permanecer de pie junto a la cruz y, finalmente, para recibir orando dentro de la Iglesia al Espíritu Santo destinado a todos. 

         Esta educación está desde un principio bajo el signo de la espada vaticinada por Simeón, que ha de atravesar el alma de la Madre. Es un proceso sin miramientos. Todas las escenas que se nos han transmitido son de un rechazo más o menos brusco. No es que Jesús no fuera obediente durante treinta años, cosa que se asegura explícitamente (Lc 2,51). Pero, de forma soberana y desconsiderada, hace saltar por los aires las relaciones puramente corporales a las que tan estrechamente seguía ligada la fe en la Antigua Alianza: en lo sucesivo, ya se trata sólo de la fe en él, la Palabra de Dios humanada.

         María tiene esta fe; esto resulta especialmente claro en la escena de Caná, en la que dice sin desconcertarse: “Haced lo que él os diga”; ella, la que cree perfectamente, debe aguantar, sin embargo, como objeto de demostración para el Hijo y su separación respecto a la “carne y sangre” (desde el sí de ella se puede dar forma a todo) y ser preparada precisamente así para la fe abierta y consumada.

         Como hemos visto, brusca resulta ya la respuesta del adolescente, que contrapone su Padre al supuesto padre terreno; ahora sólo cuenta el primero, lo entiendan o no sus padres terrenos. “No lo comprendieron” (Lc 2,50).

         Inexplicablemente áspera es la respuesta de Jesús a la delicada insinuación suplicante de su madre en Caná: “¿Qué tengo yo contigo, mujer?”. Tampoco esto lo debió de entender ella. “Todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2,4), presumiblemente la hora de la cruz, cuando la Madre recibirá el derecho pleno a la intercesión.

         Su fe inquebrantable: “Haced lo que él os diga” obtiene, no obstante, una anticipación simbólica de la eucaristía de Jesús, lo mismo que la multiplicación de los panes la prefigura. Casi intolerablemente dura nos parece la escena donde Jesús, que está enseñando en la casa a los que lo rodean, no recibe a su madre, que se encuentra a la puerta y quiere verlo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3,34s.).

         ¡Cuánto se alude aquí sobre todo a ella, aunque no sea mencionada! Pero ¿quién lo entiende? ¿Lo entendió ella misma? Hay que acompañar espiritualmente a María en su regreso a casa y hacerse cargo de su estado de ánimo: la espada hurga en su alma; se siente, por decirlo así, despojada de lo más propiamente suyo, vaciada del sentido de su vida; su fe, que al comienzo recibió tantas confirmaciones sensibles, se ve empujada a una noche oscura. El hijo, que no le hace llegar noticia alguna sobre su actividad,  ha como escapado de ella; no obstante, ella no puede simplemente dejarlo estar, debe acompañarlo con la angustia de su fe nocturna.

         Y una vez más es colocada como alguien anónimo en la categoría general de los creyentes: cuando aquella mujer del pueblo declara dichosos los pechos que amamantaron a Jesús. Esta fémina da ya comienzo a la prometida alabanza por parte de todas las generaciones, pero Jesús desvía la bienaventuranza: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” (Lc 11,28).

         El sentido de esta continua ejercitación en la fe desnuda, y en el estar de pie junto a la cruz, a menudo no se comprende suficientemente; uno se queda asombrado y confuso ante la forma en que Jesús trata a su madre, a la que se dirige en Caná y en la cruz llamándola sólo “mujer”.

         Él mismo es el primero que maneja la espada que ha de atravesarla. Pero ¿cómo, si no, habría llegado a madurar María para estar de pie junto a la cruz, donde queda patente, no sólo el fracaso terreno de su Hijo, sino también su abandono por parte del Dios que lo envió? También a esto tiene que seguir diciendo sí, en definitiva, porque ella asintió a priori al destino completo de su hijo. Y, como para colmar la copa de amargura, el Hijo moribundo abandona además explícitamente a su madre, sustrayéndose a ella y encomendándole en su lugar otro hijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26).

         En ello se suele ver ante todo la preocupación de Jesús por el ulterior paradero de su madre (con lo cual queda patente al mismo tiempo que María evidentemente no tenía ningún otro hijo carnal, pues, de haberlo tenido, habría sido innecesario e improcedente entregarla al discípulo amado); pero no se debe pasar por alto además este otro tema: lo mismo que el Hijo está abandonado por el Padre, así él abandona a su madre, para que ambos estén unidos en un abandono común. Sólo así queda ella preparada interiormente para asumir la maternidad eclesial respecto a todos los nuevos hermanos y hermanas de Jesús».

 

¡Ven, Espíritu Santo,

te necesitamos, te necesita

esta Iglesia nuestra!

 

2. 9.  Breve itinerario de oración eucarística

         Repito y lo hago por tratarse del CAMINO más importante de la vida cristiana y espiritual, principio y motor de la santidad de la Iglesia y de los cristianos. Para orar,  puede servirte  la lectura espiritual de buenos libros, sobre todo,  hecha en la presencia eucarística del Señor; la vida de algún santo que hable de su propia experiencia de Dios, y desde luego, insustituible, el Evangelio, que es lo que te dice a tí y ahora personalmente Cristo Eucaristía en ese momento; al principio, tal vez escuchado, meditado y orado por otros, luego ya directamente por ti; puedes también escribir lo que se te ocurra ante Jesucristo, recitar los salmos que te gusten y  meditarlos, repetir los versículos que más te gusten, responsorios preciosos de las Horas..... Pero la ciencia y la experiencia en este tema, de lo que uno ha visto y leído en santos como Juan de Ávila, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús,  Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús, Isabel de la Trinidad, Carlos de Foucaudl...he llegado a la conclusión de que no se trata de descubrir un camino misterioso que pocos han descubierto y tengo que buscarlo hasta dar con él.

El camino de la oración ya está descubierto y es elemental en su estructura,  aunque cada uno tiene que recorrerlo personalmente: no olvidar jamás que orar es amar y amar es orar, que en la vida cristiana estos dos verbos se conjugan  igual. Estoy convencido, por teoría y experiencia, de que el que quiere orar, ese ya está orando. Nunca mejor dicho que querer es poder, porque este querer es ya la mejor gracia de Dios. La dificultad en orar está principalmente en que uno no está convencido de su importancia y puede considerarla una más de las diversas formas de la piedad  cristiana; además, como cuesta al principio coger este camino de amar a Dios sobre todas las cosas, lo cual supone renuncia y conversión, uno cree poder sustituirla con otras prácticas piadosas. Lo primero, pues, que hemos de tener presente, como hemos dicho ya tantas veces, será pedir la fe y el amor que nos unen a Dios, y no pueden ser fabricados por nosotros.

 La oración nunca será un camino difícil sino costoso, como cualquier camino que lleva a la cima de la montaña, sobre todo, en los comienzos. El camino es facilísimo: querer amar a Dios sobre todas las cosas. “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, solo a El darás culto” (Mt 4, 10). Por lo tanto, abajo todos los ídolos, el primero, nuestro yo. Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios con estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22,37). Pero esto cuesta muchísimo, sobre todo al principio, porque entonces no se tienen los ojos limpios para ver a Dios, no se sienten estos deseos con fuerza, no se tiene la fe y el amor y una esperanza de Dios suficientes para ir en su busca, empezando por renunciar al cariño y la ternura que nos tenemos. Este preferirnos a Dios ha hecho que nuestra fe sea seca, teórica, puramente heredada y ha de ser precisamente por esos ratos de oración eucarística, cuando empieza a hacerse personal, a  creer no por lo que otros me han dicho sino por lo que yo voy descubriendo y eso ya no habrá quien te lo quite.

Es costosa la oración, sobre todo al comienzo, hasta coger el camino de la conversión, porque la persona, sin ser consciente, achaca la sequedad de la misma a las circunstancias de la oración o sus métodos, siendo así que en realidad la aridez y el cansancio vienen de que hay que empezar a ser más humildes, a perdonar de verdad, a convertirnos a Dios, para amarle más que a nosotros mismos y esto, si no hay gracias de Dios especiales, que se lo hagan ver y descubrir y para eso es la oración, imposibilita la oración de ahora y de siempre y de todos los siglos. Por eso, al hablar de oración a principiantes, es más sencillo y pedagógico y conveniente hablarles desde el principio, de  que se trata de un camino de conversión a Dios, camino exigente,  y que por y para eso necesitamos hablar continuamente con El, para pedirle luz y fuerzas.

La dificultad en la oración, en el encuentro con el Señor, en descubrir su presencia y figura y amor y amistad  está en que no queremos convertirnos, y esta dificultad conviene que sea descubierta, sobre todo, al principio, por el mismo principiante o por personas experimentadas, para descubrir la razón de la sequedad y las distracciones y no ponerla solo en los métodos y técnicas de la oración. Algunos cristianos, por desgracia,  no saben de qué va la oración personal, qué lleva consigo y otros hablamos con frecuencia de ello, pero no hemos emprendido de verdad el camino o lo hemos abandonado y estamos ya instalados en nuestros defectos y pecados, aunque sean veniales, pero que nos instalan también en la lejanía de Dios e impiden la santidad y la oración y el encuentro pleno y permanente con el Señor y nos convierten en mediocres espirituales y consecuentemente nos llevan a  la  mediocridad pastoral y apostólica. ¿Cómo entusiasmar a los hermanos con un Cristo que nos aburre personalmente?

         Sin conversión no hay oración y sin oración no hay vivencia y experiencia de Dios, ni amor verdadero a los hermanos, ni entrega, ni liturgia vivida, ni gozo del Señor ni santidad ni nada verdaderamente importante en la vida cristiana ni verdadero apostolado que lleve a los hombres al amor y conocimiento vital de Dios, sino acciones, programaciones, organigramas que llevan a dimensiones poco trascendentes y perpendiculares y elevadas de fe y amor cristianos, donde muchas veces es hacer por hacer, para sentirse útil, en apostolado puramente horizontal, pero donde la gloria del Padre ni es descubierta, ni buscada ni siquiera mencionada , porque no se vive ni se siente, y  Jesucristo no es verdaderamente buscado y amado como salvador y sentido total de nuestras vidas; son acciones de un «sacerdocio  puramente técnico y profesional», acciones de Iglesia sin el corazón de la Iglesia, que es el amor a Cristo; acciones de Cristo sin el espíritu de Cristo, porque “el sarmiento no está unido a la vid”...

La oración, desde el primer día, es amor a Dios:  «Que no es otra cosa oración mental, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».  Por eso, desde el primer instante y kilómetro (abajo los ídolos! especialmente el yo que tenemos entronizado en el altar de nuestro corazón. Y este cambio, que ha de durar toda la vida, es duro y cruel y despiadado contra uno mismo, sobre todo al principio, en que estamos incapacitados para amar así, por no sentir el amor de Dios más vivamente, precisamente por esos mismos defectos, y cuesta derramar las primeras gotas de sangre,  porque nos tenemos un cariño loco y apasionado.

         Y cuando, pasado algún tiempo, años tal vez, los que Dios quiera, y ya plenamente iniciados y comprometidos,  lleguen las noches de fe, las terribles purificaciones de nuestra fe, esperanza y caridad, porque Tú, Señor, para prepararnos plenamente a tu amor sobre todas las cosas,  lo exiges todo: personas, criterios propios, afectos, dinero, seguridad, cargos, honores...,  cuando el entendimiento quiere ver y tener certezas propias, porque es mucho lo que le exiges y le cuesta creer en tu palabra, obedecerte y aguantar tanta exigencia,  y  quiere probarlo todo y razonar todo antes de entregarte todo:  resulta que tu persona, tu presencia, tu evangelio, tus palabras y exigencias, hasta entonces tan claras y que no teníamos inconveniente en admitir y meditar y predicar, porque eran puramente teóricas, pero nos molestaban poco o casi nada, porque no nos las aplicábamos, ahora, al querer Tu, Dios mío, querer unirme más a Ti, disponernos a una unión más perfecta y plena contigo... cuando exiges todo, porque quieres llenarlo todo  con tu amor, y el alma, para eso,  debe vaciarse de todo, porque Tú quieres que te ame con todo mi corazón y con toda mi alma y con todo mi ser...entonces nada valen los conocimientos adquiridos, ni la teología, ni la fe heredada, ni la experiencia anterior, que quedan obnubiladas, y mucho menos  echar mano de exégesis o psicologías...entonces, en ese momento largo y trágico, que parece no acabará nunca, porque es mucho paradójicamente lo que el alma te desea y te ama en esa noche, sin ser consciente de ello, la última palabra, el último apoyo es creer sin apoyos y lanzarse a tus brazos sin saber que existen, porque no se ven ni sienten, porque Tu solo quieres que me fíe y me apoye en tí, hasta el olvido y negación de todo lo mío, de todo apoyo humano y posible, racional y científico, afectivo y familiar, y quedar el horizonte limpio de todo y de todos, solo Tú, sólo Tú, sin arrimos de criatura alguna.

En estas etapas, que son sucesivas y variadas en intensidad y tiempo, según el Espíritu Santo crea oportuno purificar y según sus planes de unión,  ni la misma liturgia ni  los evangelios  dan luz ni consuelo, porque Dios lo exige todo y viene la «duda metódica» puesta por Dios en el alma para conducirnos a esa meta: ¿Será verdad Cristo? ¿Cómo puedo quedarme sin fe, sin ver ni sentir nada? ¿para qué seguir? ¿No debe ser todo razonable, prudente, sin extremismos de ninguna clase? ¿Habrá sido todo pura  imaginación? ¿Por qué no aceptar otros consejos y caminos? ¿Cómo entregar la propia vida, la misma vida en amor total y para siempre, las propias seguridades sin ninguna seguridad de que El está en la otra orilla...? ¿Será verdad todo lo que creo, será verdad que Cristo vive, que es Dios, cómo dejar estas cosas de la vida  que tengo y toco y me sostienen vital y afectivamente por una persona que no veo ni toco ni siento, y menos en un trozo de pan, cómo puede existir una persona que ya no veo en la oración, en el evangelio, en la relación personal que antes tenía y creía...? ¿Será verdad? ¿Dónde apoyarme para ello? ¿Quién me lo puede asegurar? Con lo feliz que era hasta ahora, con el gozo que sentía en mis misas y comuniones anteriores, con deseos de seguirle hasta la muerte, con ratos de horas y horas de oración y hasta noches enteras en unión y felicidad plena... qué me pasa... qué está pasando dentro de mi...

En estas etapas, que pueden durar meses y años, el alma va madurando en la fe, esperanza y caridad, virtudes teologales que nos unen directamente con Dios, y sin ella ser consciente, se va llenando de la misma luz y fuerza de Dios; su fe, va recibiendo de Dios más luz, luz vivísima y sin imperfecciones de apoyos de criaturas, y va  entrando en este camino, donde el Espíritu Santo es la única luz, guía, camino y director espiritual.

          La causa de todo esto es una influencia y presencia especial de Dios en el alma, llamada por San Juan de la Cruz contemplación infusa, que a la vez que  ilumina, purifica al alma con su luz intensísima, y la fortalece en aparente debilidad y poco a poco ya no soy yo el que lleva la batuta de la conversión, porque  me corregía lo que me daba la gana y muchos campos ni los tocaba y en otros me quedaba muy superficial... ahora es el Espíritu Santo, porque me ama infinito, el que me purifica como debe ser y yo debo confiar en El sobre el dolor y las dudas y la soledad y las sospechas que provocan tanta purificación y conversión.

Es que Dios es Dios y no sabe amar de otra forma que entregándose y dándose todo entero; así es que me tengo que vaciar todo entero de mis criterios, afectos y demás totalmente, para que El pueda llenarme. Luego, cuando haya pasado la prueba, podré decir con San Pablo: “Pero lo que tenía por ganancia, lo considero ahora por Cristo como pérdida, y aún todo lo tengo por pérdida comparado con el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo he sacrificado y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en Él... por la justicia...   que se funda en la fe y nos viene de la fe en Cristo”.

San Juan de la Cruz, el maestro de las noches purificatorias,  nos dirá que la contemplación,  la oración vivencial, la experiencia de Dios «es una influencia de Dios en el alma que la purga de sus ignorancias e imperfecciones habituales, naturales y espirituales, que llaman los contemplativos contemplación infusa o mística teología, en que de secreto enseña Dios al alma y la instruye en perfección de amor, sin ella hacer nada ni entender como es ésta contemplación infusa» (N II 5,1).

Tan en secreto lo hace Dios, que el alma no se entera de qué va esto y qué le está pasando, es más, lo único que piensa y le hace sufrir infinito, es que vive y está convencida de  que ha perdido la fe, a Dios, a Cristo, la misma salvación, y que ya no tiene sentido su vida, no digamos si está en un seminario o en un noviciado, piensa que se ha equivocado, que tiene que salirse... ¡Qué sufrimientos de purgatorio, de verdadero infierno, qué soledad!  ¡Dios mío ¿ pero cómo permites sufrir tanto? Ahora, Cristo, barrunto un poco lo tuyo de Getsemaní.

Y es que los cristianos no nos damos cuenta de que Dios es verdad, es la Verdad y exige de verdad para que siempre vivamos de verdad en El y por El y vivamos de El, que es la única Verdad y nunca dudemos de su Verdad, presencia y amor. La fe y el amor a El van en relación directa con lo que estoy dispuesto a renunciar por El, a vaciarme por El.  Por eso, conviene no olvidar que creer en Dios, para no engañarse y engañarnos, es estar dispuestos a renunciar a todo y a todos y hasta a nosotros mismos, por El. La fe se mide por la capacidad que tengo de renunciar a cosas por El. Renuncio a mucho por El, creo mucho en El y le amo mucho; renuncio a poco, creo poco en El y le amo poco. Renuncio a todo por El,  creo totalmente en El, le amo sobre todas las cosas; no renuncio a nada, no creo nada ni le amo nada, aunque predique y diga todos los días misa. Pregúntate ahora mismo: ¿A qué cosas estoy renunciando ahora mismo por Cristo?  Pues eso es lo que le amo, esa es la medida de mi amor.

Por eso, en cuanto el evangelio, Jesucristo, la Eucaristía nos empiezan a exigir para vivirlos, entonces mi yo tratará de buscar apoyos y razones y excusas para rechazar y retardar durante toda su vida esa entrega, y hay muchos que no llegan a hacerla, la harán en el purgatorio, pero  como Dios es como es, y soy yo el que tiene que cambiar, y Dios quiere que el único fundamento de la vida de los cristianos sea El, por ser quien es y porque además no puede amar de otra forma sino en sí y por sí mismo y esto es lo que me quiere comunicar y no puede haber otro, porque todo lo que no es El, no es total, ni eterno ni esencial ni puede llenar.....entonces resulta que todo se oscurece como luz para la inteligencia y como apoyo afectivo para la voluntad y como anhelo para la esperanza y es la noche, la noche del alma y del cuerpo y del sentido y de las potencias: entendimiento,  memoria y voluntad.

         «Por tres causas podemos decir que se llama Noche este tránsito que hace el alma a la unión con Dios. La primera, por parte del término de donde el alma sale, porque ha de ir careciendo el apetito del gusto de todas las cosas del mundo que poseía, en negación de ellas; la cual negación y carencia es como noche para todos los sentidos del hombre.

La segunda, por parte del medio o camino por donde ha de ir el alma a esta unión, lo cual es la fe, que es también oscura para el entendimiento, como noche. La tercera, por parte del término a donde va, que es Dios, el cual ni más ni menos es noche oscura para el alma en esta vida» (S I 2,1).

Es  buscar razones y no ver nada, porque Dios  quiere que el alma no tenga otro fundamento que no sea El, y es llegar a lo esencial de la vida, del ser y existir...y entonces todo ha de ser purificado y dispuesto para una relación muy íntima con la Santísima Trinidad; si es malo, destruirlo, y si es bueno, purificarlo y  disponerlo, como el madero por el fuego:  antes de arder y convertirse en llama,  el madero, dice S. Juan de la Cruz, debe ser oscurecido primero por el mismo fuego, luego calentarse y, finalmente, arder y convertirse en llama de amor viva, pura ascua sin diferencia posible ya del fuego: Dios y alma para siempre unidos por el Amor Personal de la Stma. Trinidad, el Espíritu Santo, Beso y Abrazo eterno entre el Padre y el Hijo.

Es la noche de nuestra fe, esperanza y amor: virtudes y operaciones sobrenaturales, que, al no sentirse en el corazón, no nos ayudan aparentemente nada, es como si ya no existieran para nosotros;  además, tenemos que dejar las criaturas, que entonces resultan más necesarias, por la ausencia aparente de Dios, a quien sentíamos y nos habíamos entregado, pero ahora no lo vemos, no lo sentimos, no existe;  por otra parte y al mismo tiempo y con el mismo sentimiento, aunque nos diesen todos los placeres de las criaturas y del mundo, tampoco los querríamos, los escupiríamos, porque estamos hechos ya al sabor de Dios, al gusto y plenitud del Todo, aunque sea oscuro... total, que es un lío para la pobre alma, que lo único que tiene que hacer es aguantar, confiar y no hacer nada, y digo yo que también el demonio mete la pata y a veces se complican más las cosas.

Esta situación ya durísima, se hace imposible, cuando además de la oscuridad de la fe, el amor y la esperanza, viene la noche de la vida y nos visita el dolor moral, familiar o físico, la persecución injusta y envidiosa, la calumnia, los desprecios sin fundamento alguno..., cuando no se comprenden noticias y acontecimientos del mundo, de tu misma Iglesia...de los mismos elegidos... cuando uno creía que lo tenia todo claro, y viene la muerte de  nuestros afectos carnales que quieren  preferirse e imponerse a tu amor, de nuestras  pretensiones de tierra convertidas en nuestra esperanza y objeto de deseo por encima de Ti, que debes ser nuestra única esperanza,  cuando llegue la hora de morir a mi yo que  tanto se ama y se busca continuamente por encima de tu amor y que debe morir, si quiero de verdad llegar a ti,  échanos una mano, Señor, que te veamos salir del Sagrario para ayudarnos y sostenernos, porque somos débiles y pobres, necesitados siempre de tu ayuda ( no me dejes, Madre mía! Señor, que  la lucha es dura y larga la noche, es Getsemaní, Tú lo sabes bien, Señor, es morir sin testigos ni comprensión, como Tú, sin que nadie sepa que estás muriendo, sin compañía sensible de Dios y de los hombres, sin testigos de tu esfuerzo, sino por el contrario, la incomprensión,  la mentira, la envidia,  la persecución injustificada y sin motivos... que entonces, Señor, veamos que sales del Sagrario y nos acompañas por el camino de nuestro calvario hasta la muerte del yo para resucitar  contigo a una fe     luminosa, encendida,  a la vida nueva de amistad y experiencia gozosa de tu presencia y amor y de la Trinidad que nos habita.

Es el Espíritu Santo el que iluminará purificando, unas veces más, otras menos, durante años, apretando según sus planes que nosotros ni entendemos ni comprendemos en particular, solo después de pasado y en general, porque en cada uno es distinto, pero que para todos se convierte en purificación,  más o menos dolorosa en tiempo e intensidad, según los proyectos de Dios y la generosidad de las almas.

Por aquí hay que pasar, para identificarnos, para transformarnos en Cristo, muerto y resucitado:“Todos nosotros, a cara descubierta, reflejamos como espejos la gloria del Señor y nos vamos transformando en la misma imagen de gloria, movidos por el Espíritu Santo” (2Cor 3,18). Es la gran paradoja de esta etapa de la vida espiritual: porque es precisamente el exceso de presencia y luz divina la que provoca en el alma el sentimiento de ceguedad y ausencia aparente de Dios: por deslumbramiento, por exceso de luz directa de Dios, sin medición de libros, reflexiones personales, meditación... es luz directa del rayo del Sol Dios. S. Juan de la Cruz es el maestro:  «Y que esta oscura contemplación también le sea al alma penosa a los principios está claro; porque como esta divina contemplación infusa tiene muchas excelencias en extremo buenas y el alma, que las recibe, por no estar purgada, tiene muchas miserias, también en extremos malas, de ahí es que no pudiendo dos contrarios caber en el sujeto del alma, de necesidad hayan de penar los unos contra los otros, para razón de la purgación que de las imperfecciones del alma por esta contemplación se hace» (N II 5, 41).

Que nadie se asuste, el Dios que nos mete en la noche de la purificación, del dolor, de la muerte al yo y a nuestros  ídolos adorados de  vanidad, soberbia, amor propio, estimación.... es un Dios todo amor, que no nos abandona sino todo lo contrario, viéndose tan lleno de amor y felicidad nos quiere llenar totalmente de El. Jamás nos abandona, no quiere el dolor por el dolor, sino el suficiente y necesario que lleva consigo el vaciarnos y poder habitarnos totalmente. Lo asegura San Pablo: “Muy a gusto, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo” (2Cor. 8,1).

Quizás algún lector, al llegar a este punto, coja un poco de miedo o piense que exagero. Prefiero esto segundo, porque como Dios le meta por aquí, ya no  podrá echarse para atrás, como les ha pasado a todos los santos, desde S. Pablo y S. Juan hasta la madre Teresa de Calcuta, de la cual acaban de publicar un libro sobre estas etapas de su vida, que prácticamente han durado toda su existencia; todavía no lo he leído. Porque el alma, aunque se lo explicaran todo y claro, no comprendería nada en esos momentos,  en los que no hay luz ni consuelo alguno, y parece que Dios no tiene piedad de la criatura, como en Getsemaní, con su Hijo...Pero por aquí hay que pasar para poner solo en Dios nuestro apoyo y nuestro ser y existir. El alma, a pesar de todo, tendrá fuerzas para decir con Cristo: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya...”.

Uno no comprende muchas cosas dolorosas del evangelio, de la vida de Cristo, de la vida de los santos, de muchos hombres y mujeres, que he conocido y  que no serán canonizados, pero que son para mí verdaderos santos... en concreto, no entiendo por qué Jesús tuvo que sufrir tanto, por qué tanto dolor en el mundo, en los elegidos de Dios...por qué nos amó tanto, qué necesidad tiene de nuestro amor, qué le podemos dar los hombres que El no tenga... tendremos que esperar al cielo para que Dios nos explique todo esto. Fue y es y será todo por amor. Un amor que le hizo pasar a su propio Hijo por la pasión y la muerte para llevarle a la resurrección y la vida, y que a nosotros nos injerta desde el bautismo en la muerte de Cristo para llevarnos a la unión total y transformante con Él.

Es la luz de la resurrección la que desde el principio está empujándonos  a la muerte y en esos momentos de nada ver y sentir es cuando está logrando su fin, destruir para vivir en la nueva luz del Resucitado, de participación en los bienes escatológicos ya en la carne mortal y finita que no aguanta los bienes infinitos y últimos que se están haciendo ya presentes: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven, Señor Jesús...». En esos momentos es cuando más resurrección está entrando en el alma, es esa luz viva de Verbo eterno, de la Luz y Esplendor de la gloria del Padre- Cristo Glorioso y Celeste la que provoca esa oscuridad y esa muerte, porque el gozo único y el cielo único es la carne de Cristo purificada en el fuego de la pasión salvadora y asumida por el Verbo, hecha ya Verbo y Palabra Salvadora de Dios y sentada con los purificados a la derecha del Padre.

Es el purgatorio anticipado, como dice San  Juan de la Cruz. Precisamente quiero terminar este tema con la introducción a la SUBIDA: «Trata de cómo podrá el alma disponerse para llegar en breve a la divina unión. Da avisos y doctrina, así a los principiantes como a los aprovechados, muy provechosa para que sepan desembarazarse de todo lo temporal y no embarazarse con lo espiritual y quedar en la suma desnudez  y libertad de espíritu, cual se requiere para la divina unión». 

Cuando una persona lee a S. Juan de la Cruz, si  no tiene alguien que le aconseje, empieza lógicamente por el principio, tal y como vienen en sus Obras Completas: la Subida, la Noche...  y esto asusta y cuesta mucho esfuerzo, porque asustan  tanta negación, tanta cruz, tanto vacío,  ponen la carne de gallina, se encoge uno ante tanta negación, aunque siempre hay algo que atrae. Cuando se llega al Cántico y a la Llama de amor viva.... uno se entusiasma, se enfervoriza, aunque no entiende muchas cosas  de lo que pasa en esas alturas. Pero la verdad es que la lectura de esas páginas, encendidas de fuego y luz, entusiasman, gustan y enamoran,  contagian fuego y entusiasmo por Dios, por Cristo, por la Santísima Trinidad.  ¿Hacemos una prueba? Pues sí, vamos a mirar ahora un poco al final de este camino de purificación y conversión para llenarnos de esperanza, de deseos de quemarnos del mismo fuego de Dios, de convertirnos en llama de amor viva y trinitaria.

Hablemos de los frutos de la unión con Dios por la oración-conversión. Habla aquí el Doctor Místico de la transformación total, substancial en Dios:

«De donde como Dios se le está dando con libre y graciosa voluntad, así también ella, teniendo la voluntad más libre y generosa cuanto más unida en Dios, está dando a Dios al mismo Dios en Dios , y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios. Porque allí ve el alma que verdaderamente Dios es suyo y que ella le posee con posesión hereditaria, con propiedad de derecho, como hijo de Dios adoptivo, por la gracia que Dios le hizo de dársele a sí mismo y que, como cosa suya, lo puede dar y comunicar a quien ella quisiera de voluntad, y así ella dále a su querido, que es el mismo Dios que se le dio a ella, en lo cual paga ella a Dios todo lo que le debe, por cuanto de voluntad le da otro tanto como de El recibe».

«Y porque en esta dádiva que hace el alma a Dios le da al Espíritu Santo como cosa suya con entrega voluntaria, para que en El se ame como El merece, tiene el alma inestimable deleite y fruición; porque ve que da ella a Dios cosa suya propia que cuadra a Dios según su infinito ser».

«Que aunque es verdad que el alma no puede de nuevo dar al mismo Dios a Si mismo, pues El en Sí siempre se es El mismo; pero el alma de suyo perfecta y  verdaderamente lo hace, dando todo lo que El le había dado para pagar el amor, que es dar tanto como le dan. Y Dios se paga con aquella dádiva del alma, que con menos no se pagaría, y la toma Dios con agradecimiento, como cosa que de suyo le da el alma , y en esa misma dádiva ama el alma también como de  nuevo. Y así entre Dios y el alma, está actualmente formado un amor recíproco en conformidad de la unión y entrega matrimonial, en que los bienes de entrambos, que son la divina esencia, poseyéndolos cada uno libremente por razón de la entrega voluntaria del uno al otro, los poseen entrambos juntos diciendo el uno al otro lo que el Hijo de Dios dijo al Padre por San Juan, es a saber: “Et mea omnia tua sunt, et tua mea sunt, et clarificatus sum in eis”(Jn 17,10); esto es: “Todos mis bienes son tuyos y tus bienes míos y clarificado estoy en ellos”.

ALo cual en la otra vida es sin intermisión en la fruición perfecta; pero en este estado de unión, acaece cuando Dios ejercita en el alma este acto de la transformación».

«Esta es la gran satisfacción y contento del alma, ver que da a Dios más que ella en sí es y vale, con aquella misma luz divina y calor divino que se lo da: lo cual en la otra vida es por medio de la lumbre de gloria, y en ésta por medio de la fe ilustradísima. De esta manera las profundas cavernas del sentido, con extraños primores, calor y luz dan junto a su querido; junto dice, porque junta es la comunicación del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en el alma, que son luz y fuego de amor en ella» (LL. B. 78-80)

2. 10. “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 25)

Esto mismo que acabo de decir, pero con otras palabras, es lo que podemos encontrar en este pasaje evangélico:

“Por aquel tiempo, tomó Jesús la palabra y dijo: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha dado mi Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 11, 25-30).

Jesús,  movido de ternura y compasión hacia sus discípulos y hacia los que quieran seguirle, en todos los tiempos, nos invita a venir a él, a dialogar y encontrarse con su persona y su palabra, que nos llenan de paz y sentido, de seguridad, de certezas definitivas:“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados...”  Nos lo dice hoy y ahora mismo  este mismo Cristo, que  está cerca de nosotros aquí, en el Sagrario y desde ahí nos repite estas mismas palabras de Palestina. Está tratando de consolar y de ayudar a los discípulos, que se han quedado un poco perplejos por la exigencias del reino, del seguimiento...y sin embargo, nada más decir estas palabras de consuelo, no les dice, os quito esto o aquello o no es tanto como os suponéis... sino que añade, reafirmándose: “Cargad con mi yugo....” y ¿cuál es ese yugo?              “ aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.

           Esto es lo que vengo diciendo repetidas veces en este libro: sin conversión no hay amistad ni discipulado ni seguimiento del Señor. Y por ese camino nos tienen que venir todas las gracias sobrenaturales, todos los conocimientos y amores a Dios y a su Hijo.“Nadie conoce al Padre sino el Hijo...” La fe no son verdades ni ritos ni ceremonias, la fe fundamentalmente es creer y aceptar a una persona y esa persona es Jesucristo. El cristianismo es fundamentalmente una persona, Jesucristo, y éste, crucificado. Somos seguidores de un crucificado

“En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte. Jesús se volvió y dijo a Pedro: Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios. Entonces dijo a los discípulos: El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierde por mi, la encontrará” (Mt 16,21-25).

Quisiera resaltar que el pobre Pedro, que quiso decirle al Señor, que no se preocupase, que eso no pasaría, recibió una de las palabras más duras del evangelio(Satanás! Y es que para Cristo, como para todos los santos, la voluntad del Padre está por encima de todo y  nadie le apartará de este camino, que les lleva a la unión suprema con Él,  aunque sea un camino lleno de sufrimientos y de cruz y dolor. A veces, este convencimiento, les hace decir a los santos ciertas frases, que suenan a puro dolorismo, de buscar el dolor por el dolor. ¡jamás las interpretéis así! No quieren el dolor por el dolor sino que están tan convencidos de que han de abrazarse con el crucificado para identificarse con Él, que identifican unión con Cristo y sufrimiento, cristianismo y dolor.

         Creer en una persona, en Jesucristo, quiere decir, aceptar su persona, su amistad, porque nos fiamos de ella y tendemos a hacernos una cosa con ella por el amor, aunque nos cueste sacrificios. Lo que se cree, en el fondo, no son verdades, ideas ni siquiera tan elevadas como el cielo, la gracia, la vida eterna, el pecado....sino que se  cree y  se fía uno de esta persona y esto es la mejor forma de amarla y honrarla.  Si fuera lo primero saber verdades, la religión sería cuestión de inteligencia y los sabios serían los preferidos en el reino. Pero bien claramente dice Jesús que no es así, que es cuestión de fiarse, de amar y confiar en su persona y, por tanto, el cristianismo es cuestión de amor, porque es cuestión de amistad. Arreglados van los que quieran encontrarse con Cristo única o principalmente por el entendimiento o las ideas o la misma teología. Jesucristo, la eucaristía, el misterio cristiano es cuestión de amor, la teología va detrás de la fe y debe ser siempre sierva respetuosa, humilde, arrodillada, sobre todo, cuando no comprenda.

Pregunten a los santos, que son los que verdaderamente han conocido a Cristo y  su evangelio y en Él encontraron el tesoro de su vida, por el cual lo dejaron todo; pregunten modernamente a Santa Teresa del Niño Jesús, beata Isabel de la Trinidad, a Teresa de Calcuta y tantos santos «ignorantes»de la teología especulativa, que viven aún  en este mundo. Todo lo aprendieron por la oración y  la amistad con Cristo Eucaristía. Entonces es cuando entran los deseos de estudiar y leer teología, mucha teología, como Teresa de Jesús.

 Por eso, Jesús anima a todos a que le busquen así, porque es la mejor y más completa forma de encontrarle: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”. Y para que no quede ningún resquicio, por donde pueda escaparse el sentido que Él quiere dar a estas palabras suyas ni vengan luego los sabios con interpretaciones manipuladas,  añade:“Todo me lo ha dado mi Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Da gracias al Padre por manifestarse a los sencillos, porque el mensaje y la palabra de Cristo sobre el reino, sobre el amor del Padre y su plan de salvación, la fraternidad que Dios quiere entre todos los hombres, la verdadera justicia, la paz de la humanidad no se comprende totalmente por vía de inteligencia e ideas humanas sino por revelación de amor, que Dios concede a la gente sencilla y se niega a los sabios autosuficientes.

Los que están más vacíos de sí mismos, “los pobres en el espíritu”, los que no se fían de sí mismos son los que se abren a Dios, a su revelación en Cristo y a los mismos hermanos con mayor facilidad. Porque la fe-confianza en Dios es la que nos da acceso a este conocimiento superior de Dios, en el que sólo nos puede introducir el Hijo, que es su Palabra pronunciada con Amor-Espíritu Santo para nosotros. La verdadera teología siempre se estudiará de rodillas, es decir, dando  preferencia a la fe y al amor, pisando sus huellas, siempre será  arrodillada.

         La fe cristiana es una clase especial de conocimiento porque es Asabiduría amorosa@ según S. Juan de la Cruz. Hay una base objetiva de contenido intelectual, pero que no se comprende si no se vive, si no se ama, si el Espíritu Santo no nos lleva hasta la verdad completa. Mucho sabían los discípulos sobre Cristo, incluso lo vieron resucitado, pero hasta que no vino el Espíritu Santo, no llegaron a la verdad completa, porque entonces fue cuando no solo conocieron sino que vivieron en su corazón al Señor y dieron la vida por Él. Por el Cristo simplemente conocido por la teología o una fe teórica, pocos están dispuestos a dar la vida. Buena será la teología, pero siempre llena de amor.

Fijaos qué cambio en S. Tomás de Aquino al final de su vida. Quería quemar todo lo que había escrito. Es que la teología completa, la verdad completa, como afirma el Señor, en el evangelio, pasa por el amor, por el Espíritu Santo. Preguntádselo a los mismos Apóstoles: han visto al Señor resucitado, le han tocado y siguen con miedo; desaparece el Señor, no le ven con los ojos de la carne, pero sí con los ojos del amor, porque viene el Señor a su corazón hecho fuego de Espíritu Santo y abren los cerrojos y las puertas y predican abiertamente y dan la vida por Él. San Juan de la Cruz habla de «sabiduría amorosa», «noticia amorosa», «llama de amor viva», y «aunque a V. R. le falte el ejercicio de Teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no la falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben mas juntamente se gustan » (Prólogo C, 4).

Acabo de leer un libro de F. X. Durrwel, que termina así: «He dicho que el misterio pascual desborda por todos lados y es imposible en pocas líneas hacer una síntesis. Sin embargo, existe una palabra capaz por sí sola de enlazar toda la gavilla:  «Lo que las inmensidades no pueden encerrar, se deja contener en lo que hay de más pequeño. Tal es exactamente el sello de los divino». San Juan nos ha proporcionado la palabra a la medida de lo inconmensurable: “Dios es amor” (Jn 4,16). El infinito no es sino Amor... Tanto para el conocimiento como para la santidad de vida “el amor es el vínculo de la perfección” (Col 3,14): he ahí el nombre de la síntesis.

Se sabe así que hay un conocimiento mucho más elevado que la ciencia teológica: “Quiero mostraros un camino mejor”, dice San Pablo (1Cor 12,31), el del amor; que conoce por comunión. La teología es sólo una aproximación; únicamente el Espíritu de amor Aintroduce en la verdad total@ (Jn 16,13). Jesús es la morada de Dios entre los hombres: el misterio encarnado. Para conocer, es necesario vivir en esa morada. Jesús es la morada y es, al mismo tiempo, la puerta de entrada: “Yo soy la puerta” (Jn 10, 9). El Espíritu Santo es la llave. En la hora de la Pascua de Jesús, se ha dado vuelta a la llave de amor, y se ha abierto, ancha, la puerta; es invita a conocer amando»[13].

Creer, en definitiva, es aceptar por amor la persona de Jesucristo, reconocer al Dios de Jesucristo, optar por su evangelio, seguirle, aceptando su estilo de vida y de compromisos porque le creemos  vivo, vivo y resucitado. Y por eso Jesús se ofrece y presenta en este evangelio como el único camino, que nos puede llevar al Padre, porque es el Hijo: “Todo me lo ha dado mi Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera reveler”.

 Y si a pesar de esta reflexión evangélica, que acabo de hacer, alguno siguiera un poco asustado con todo lo dicho anteriormente sobre la conversión total y renuncia al yo que el Señor exige, quisiera con esta reflexión, que pongo a continuación,  demostrar que este es el plan de Dios al crearnos y que para esto hemos sido redimidos. Quiero animar a todos a entregarse confiadamente a Dios, que nos ama infinitamente y por eso nos purifica de todo lo que no es Él, para llenarnos plenamente de su amor. De esta forma quiero ayudar un poco a comprender el amor primero, infinito e inabarcable de Dios, que es último y eterno y definitivo. Para que nadie se eche para atrás y  superemos la muerte del yo, martirizados por el fuego abrasador del amor infinito de Dios, que quiere llevarnos a su mismo fuego de amor trinitario, pero que antes debe quemar todas nuestras impurezas, limitaciones e imperfecciones, frutos del pecado original, que nos inclina al amor propio, por encima del amor absoluto y primero a Dios.

COMPLEMENTO DE ESTOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

LA ORACIÓN MÍSTICA: SAN JUAN DE LA CRUZ

 

1.  MI ÚLTIMA LECCIÓN DE TEOLOGÍA ESPIRITUAL

         Con santa Teresa hemos hablado de la oración mental, de la oración personal en su etapa meditativa, discursiva, etapas iniciáticas y primeras. Con san Juan de la Cruz quiero hablar ahora de la oración contemplativa, unitiva, que es la oración propiamente de unión y transformación en Cristo. Son las etapas místicas, esto es, quiero hablar de la experiencia de Dios en San Juan de la Cruz, porque para mí, como profesor de Teología Espiritual, es la verdadera experiencia de Dios posible en este mundo por la gracia y las virtudes teologales.

         Hablar de experiencia de Dios en San Juan de la Cruz es hablar de la contemplación infusa, «medio adecuado» para llegar a ella según el Doctor Místico,  y hacia la cual  mira y se dirige el Santo desde la primera página de sus escritos; y hablar de la contemplación en San Juan de la Cruz es hablar de la oración personal, de la que el santo es maestro insuperable con Santa Teresa de Jesús, sobre todo, en las etapas más elevadas de la  unión y transformación en Dios, por la experiencia de la Santísima Trinidad en lo más profundo del alma. 

Quiero añadir en este aspecto que hablar de oración en San Juan de la Cruz es hablar de «contemplación infusa»,  «teología mística», «oración contemplativa», «noticia amorosa», «ciencia infusa», «luz divina e influencia de Dios en el alma» «oración unitiva o transformativa», «noche del sentido o del espíritu»,  denominaciones diversas de la misma realidad, que es la contemplación infusa o pasiva, por la que Dios se comunica al orante y el alma llega a la «unión perfecta con Dios»...

Para san Juan de la Cruz estos conceptos y realidades están tan unidos y entrelazados que no pueden separarse, a no ser que queramos tratar de cada uno específicamente. De todos ellos hablaremos, aunque brevemente. Y digo brevemente, con toda verdad y humildad, como lo pueden confirmar mis alumnos del último curso, Antonio María, Ismael y Félix, que profundizaron en esta materia y me ayudaron a rematar algunos puntos, y sobre todo, porque la contemplación y noche pasiva de espíritu en San Juan de la Cruz fueron los temas elegidos por mí para mis estudios universitarios en Teología.

Me alegra muchísimo terminar hoy mi última lección de Teología Espiritual con el mismo tema con que lo inicié en la Universidad  de Roma. Gloria y alabanza sean dadas a la Santísima Trinidad, que, por medio de mi Seminario, realidad tan querida y orada por mí, y en su representación, por los que rigen su marcha, Sr. Obispo, Superiores y Sr. Director del Instituto Teológico, han hecho posible mi despedida como profesor con esta última lección, con el tema de la transformación en Dios, por medio de la oración contemplativa, dictándola en el lugar más amado, mi seminario; ante las personas más valoradas y queridas por mí, los seminaristas y los sacerdotes de Cristo; y ante una representación de hermanos de la parroquia, especialmente de San Pedro, a los que con dedicación total he entregado mi vida hecha oración o mi oración hecha vida, en el nombre de mi Dios y Señor, Jesucristo, por el que fui llamado al sacerdocio, a la amistad total que siento vivamente en ratos de oración y de liturgia sagrada, y a quien con todo amor  reconozco que por la oración, el Señor me ha seducido y conquistado, y quiero serlo todo para Él como Él primero fue y es todo para nosotros; Dios, oración, sacerdotes, seminario, parroquia, he aquí las realidades más queridas por mí, siempre en y desde ese orden de amor, de verdad y de gozo.

Termino esta introducción añadiendo que, al tratar hoy estos temas como profesor de Teología Espiritual, quisiera hacerlo lleno del fuego de mi maestro san Juan de la Cruz, que a la vez que escribe profunda y encendidamente de estos temas de la oración y de la unión con Dios, como ningún otro lo ha hecho, al menos para mí, lo hace también lleno de deseos de contagiar su pasión por Dios en la oración contemplativa, único y esencial medio para la unión de amor, animando a todos, no sólo a sus hermanos y hermanas Carmelitas, a recorrer este camino que nos lleva a la unión y amor total de Dios, para la cual todos fuimos soñados en consejo Trinitario y creados por el amor de Dios Padre en el Hijo por la potencia de amor del Espíritu Santo,  que hace exclamar al santo: «¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (CB 39, 7).

Por eso, ésta introducción a la oración contemplativa en san Juan de la Cruz es una lección de Teología Espiritual, de Mística Teología, que diría el Santo, diferenciándola de la Teología escolástica; y quiere ser al mismo tiempo también una invitación a todos, a pedir a Dios y desear recorrer esta vía de la oración, que nos hace llegar al término de la fe y de la vida cristiana, a la meta y final de la oración, que es la experiencia cristiana del Dios vivo, fundamento, camino y meta de la vida y del apostolado cristiano que es llevar las almas hasta el encuentro con Dios vivo, sin quedarse en las acciones o en zonas intermedias sin tensión hasta el fin de la gracia y de las virtudes sobrenaturales. 

La experiencia de Dios se realiza por la oración contemplativa, donde llegamos a sentir su vida, su amor, su respiración dentro de nosotros, que es sabor dulce de amor en los labios y néctar en la garganta del beso de Amor en el Espíritu Santo, para el que fuimos soñados, contemplados y amados en la mente divina; y en consejo trinitario fuimos amados y preferidos y creados, tú has sido amado, yo he sido preferido, y Dios pronunció mi nombre, tu nombre, mi vida es más que esta vida, tú has sido creado para ser eternidad de felicidad en Dios, y a esta contemplación divina del diálogo eterno de belleza, hermosura, felicidad y amor entre los Tres, es a este eterno amanecer de la luz y esplendor trinitario, a donde Dios quiere llevarnos, y el alma se introduce por la oración contemplativa. 

2. BREVE DESCRIPCIÓN DE LAS ETAPAS DE ORACIÓN EN  SAN JUAN DE LA CRUZ

San Juan de la Cruz, contemplativo por gracia y por voluntad propia —llamada y respuesta—, centra la vida teologal, la conecta únicamente, como maestro, a la oración-contemplación. Por supuesto, no con sentido exclusivo.

Contemplación como comunión de amor interpersonal, definiendo la vida, y no una actividad, por relevante que sea, del creyente; como concentración amorosa, envolvente, «recogimiento vivo» en el Dios que, antes, más y mejor se ha centrado gratuitamente en el hombre. La oración entra así en la vida del cristiano de la mano de las virtudes teologales, como algo central y enraizado en el ser cristiano. Y será la expresión vibrante, en anchura y profundidad, de la vida del seguidor de Jesús, para vivir la vida de Cristo, con sus mismos sentimientos y actitudes. La oración será siempre expresión, «medida», termómetro de la vida teologal del cristiano y, por tanto, de santidad, de unión afectiva y efectiva con Cristo, de su expresión en apostolado verdadero. O, lo que es lo mismo, de la relación personal total con Dios.

Por eso, únicamente lo que viene dado de Dios, y al modo de Dios, sólo lo que es pura gracia, «sobrenatural», puede definitivamente, en verdad, conectar al creyente con Dios. Así, la oración, por vivencia teologal, está abierta intrínsecamente a la contemplación, en la que el protagonismo de Dios, y según Dios, se irá imponiendo. Contemplación que, por vivencia teologal, será expresión y signo calificadísimo de la relación interpersonal, definición existencial de la comunión del hombre con Dios, y no tanto, y desde luego no antes, de una forma oracional concreta, porque ya la oración no depende del sujeto, sino de Dios que le ilumina según su proyecto de amor. Sobre esta base y estructura teologal se asienta la palabra sanjuanista sobre la oración-contemplación. Y sobre ella están escritas las páginas que siguen.

Para ello, me parece oportuno empezar con una visión panorámica de la vida espiritual según san Juan de la Cruz, que acepta las etapas y terminología clásica, pero dándole algunos matices personales, sobre todo, en la contemplación.

         El análisis de las obras del Santo revela claramente las etapas principales que jalonan el itinerario espiritual. En el ARGUMENTO del Cántico Espiritual B dice el Santo, antes de comentar la primera estrofa:

«1. El orden que llevan estas canciones es desde que un alma comienza a servir a Dios hasta que llega a el último estado de perfección, que es matrimonio espiritual; y así en ellas se tocan los tres estados o vías de ejercicio espiritual por las cuales pasa el alma hasta llegar al dicho estadio, que son purgativa, iluminativa y unitiva, y se declaran acerca de cada una algunas propiedades y efectos de ella».

         El segundo número del mismo «Argumento» precisa la correspondencia de esta nomenclatura con la terminología de principiantes, aprovechados y perfectos:

«El principio de ellas trata de los principiantes, que es la vía purgativa. Las de más adelante tratan de los aprovechados… y ésta es la vía iluminativa (de la contemplación)».

Después de éstas, las que siguen tratan de la vía unitiva, que es la de los perfectos, (contemplación unitiva) donde se hace el matrimonio espiritual. «La cual vía unitiva y de perfectos se sigue a la Iluminativa, que es de los aprovechados» (CB, Argumento, 2).

Del texto se deduce la clara equivalencia de estados y vías y grados de oración[14]:

Mirando a los estados de los orantes nos encontramos:

     Estados:

  • Principiantes.
  • Aprovechados.
  • Perfectos.

Mirando el camino o las vías:

     Vías:

  • Purgativa.
  • Iluminativa.
  • Unitiva.

Mirando los grados de oración:

      Oración:

      Meditación.

      Contemplación inicial.      

      Contemplación perfecta o unitiva.

Y mirando a las noches tendríamos:

Activa del sentido.

Noche pasiva del sentido,

Intermedio de calma con noche activa del espíritu y comienzo de pasiva del espíritu.

Final de noche pasiva del espíritu. 

Y la correlación de los estados y vías sería la siguiente

ESTADOS  VÍAS  NOCHES  ORACIÓN

Principiantes: purgativa--activa del sentido--meditación

Aprovechados: iluminativa--pasiva del sentido--activa del espíritu--contemplación inicial

Perfectos: unitiva--pasiva del espíritu—contemplación--unitiva-transformativa

3. BREVE EXPLICACIÓN DE LOS ESTADOS Y VÍAS

         Vamos a desarrollar brevemente la concepción sanjuanista de los estados y vías. En cualquier diccionario de san Juan de la Cruz puedes encontrarlo más ampliamente desarrollado, pero aquí lo hacemos con brevedad y claridad suficientes.

A)  LOS ESTADOS[15].

1.-  Principiantes.

Este estado es tal vez el más pormenorizado en las obras del Santo. A más de la parte que le corresponde en la repartición temática, lo toma frecuentemente como punto de referencia para indicar las diferencias que median entre éstos y los aprovechados y perfectos. Sin embargo no precisa claramente a partir de qué momento un alma comienza a ser principiante. Se ha advertido justamente que el concepto sanjuanista de principiante difiere algún tanto del de los tratadistas, debido a las condiciones peculiares que él exige. Todo su sistema manifiesta claramente que principiante es el que se sitúa en el primer estadio de vida espiritual escrito en sus obras. Bajo este aspecto, el estado de principiante empieza  en esa fase que en teología espiritual se ha llamado segunda conversión, en virtud de la resolución eficaz del sujeto de servir de lleno y de verdad al Señor.

El principiante ha superado la situación de instalamiento  y ha comenzado una seria conversión porque quiere amar a Dios sobre todas las cosas. Su alimento es la meditación; se afana por avanzar en la virtud; aparece inmerso en el sabor del primer fervor espiritual al mismo tiempo que se manifiesta lleno de imperfecciones. El análisis pormenorizado, aunque no exhaustivo (IN 7, 5), de las «propiedades de los principiantes» ocupa los siete primeros capítulos de la Noche:

«1. Acerca también de los otros [dos] vicios, que son envidia y acidia espiritual, no dejan estos principiantes de tener hartas imperfecciones. Porque acerca de la envidia muchos déstos suelen tener movimientos de pesarle[s] del bien espiritual de los otros, dándoles alguna pena sensible que les lleven ventaja en este camino, y no querrían verlos alabar; porque se entristecen de las virtudes ajenas, y a veces no lo pueden sufrir sin decir ellos lo contrario, deshaciendo aquellas alabanzas como pueden, y les crece (como dicen) el ojo no hacerse con ellos otro tanto, porque querrían ellos ser preferidos en todo. Todo lo cual es muy contrario a la caridad, la cual, como dice san Pablo, se goza de la verdad (I Cor 13,6), y, si alguna envidia [tiene, es envidia] santa, pesándole de no tener las virtudes del otro, con gozo de que el otro las tenga, y holgándose de que todos le lleven la ventaja por que sirvan a Dios, ya que él está tan falto en ello.

2. También acerca de la acidia espiritual suelen tener tedio en las cosas que son más espirituales y huyen dellas, como son aquellas que contradicen al gusto sensible… y si una vez no hallaron en la oración la satisfacción que pedía su gusto (porque conviene que se le quite Dios para probarlos), no querrían volver a ella, o a veces la dejan o van de mala gana.

Y así, por esta acidia posponen camino de perfección, que es el de la negación de su voluntad y gusto por Dios, al gusto y sabor [de su voluntad], a la cual en esta manera andan ellos por satisfacer más que a la de Dios.

déstos querrían que quisiese Dios lo que ellos quieren, y se entristecen de querer lo que quiere Dios, con repugnancia de acomodar su voluntad a la de Dios; de donde les nace que muchas veces en lo que ellos no hallan su voluntad y gusto piensen que no es voluntad de Dios, y que, por el contrario cuando ellos la satisfacen crean que Dios se satisface, midiendo Dios consigo, y no a sí mismos con Dios; siendo muy al contrario lo que El mismo enseñó en el Evangelio, diciendo que el que perdiese su voluntad por El  ése la ganaría y el que la quisiese ganar ése la perdería (Mt.16,25).

5. Estas imperfecciones baste aquí haber referido de las muchas en que viven los deste primer estado de principiantes, para que se vea cuánta sea la necesidad que tienen de que Dios los ponga en estado de aprovechados; que se hace entrándolos en la noche oscura que ahora decimos, donde, destetándolos Dios de los pechos destos gustos y sabores en puras sequedades y tinieblas inferiores (digo interiores), les quita todas estas impertinencias y niñerías y hace ganar las virtudes por medios muy diferentes. Porque, por más que el principiante en mortificar en sí ejercite todas estas sus acciones y pasiones, nunca del todo ni con mucho puede hasta que Dios [lo hace en él, habiéndose él] pasivamente, por medio de la purgación de la dicha noche».

Vemos, pues, cómo el mismo trato con Dios del principiante es egoísta, vive pendiente del yo, le da culto de la mañana a la noche, incluso en las cosas de Dios, en la oración, donde la oración no escapa de esta condición y obra por el sentido del gusto rehuyendo toda mortificación de los sentidos y de los propios criterios, y es bueno para Dios lo que a él le gusta y Dios no quiere lo que le disgusta. La meditación es la nota fundante de este estado y es obra del sentido natural del hombre, que llama san Juan de la Cruz a discurso del sujeto.

2.-  Aprovechados.

El paso del estado de principiantes al de aprovechados es el tránsito de la vida del sentido a la del espíritu (IN 10, 1, 2), de la oración meditativa, a través de formas, imágenes, y noticias particulares, a la idea general y simple de la contemplación del misterio de Dios, de la visión total de Cristo, sin meditar en una parte del evangelio. El cambio no es brusco; se efectúa paulatinamente y el Santo nos ha dejado detalladas descripciones del comienzo de la contemplación:

 «1. En esta noche oscura comienzan a entrar las almas cuando Dios las va sacando del estado de principiantes, que es de los que meditan en el camino espiritual, y las comienza a poner en el de los aprovechantes, que es ya el de los contemplativos, para que, pasando por aquí, lleguen al estado de los perfectos, que es el de la divina unión del alma con Dios (1N 1, 1)».

 Y continúa el santo:

«1. En el tiempo, pues, de las sequedades de esta Noche sensitiva --en la cual hace Dios el trueque que habemos dicho arriba sacando el alma de la vida del sentido a la del espíritu, que es de la meditación a contemplación, donde ya no hay poder obrar ni discurrir en las cosas de Dios el alma con sus potencias, como queda dicho--, padecen los espirituales grandes penas, no tanto por las sequedades que padecen como por el recelo que tienen de que van perdidos en el camino, pensando que se les [ha] acabado el bien espiritual y que los ha dejado Dios, pues no hallan arrimo ninguno [ni gusto con cosa buena].

2. Estos en este tiempo, si no hay quien los entienda, vuelven atrás, dejando el camino [o] aflojando, o a lo menos se estorban de ir adelante, por las muchas diligencias que ponen de ir por el [primer] camino de meditación y discurso, fatigando y trabajando demasiadamente el natural, imaginando que queda por su negligencia o pecados. Lo cual les es excusado, porque los lleva ya Dios por otro camino, que es de contemplación, diferentísimo del primero, porque el uno es de meditación y discurso, y el otro no cae en imaginación ni discurso».

Al final de la primera fase del estado de aprovechados, antes de entrar en la noche pasiva del espíritu, hay un periodo de calma y presenta el santo una nueva visión del estado del alma en su progreso moral y espiritual, obrados por la influencia especial de Dios en ella por la contemplación:

«1. De donde, en sosegándose por continua mortificación las cuatro pasiones del alma, que son gozo, dolor, esperanza y temor, y en durmiéndose en la sensualidad por ordinarias sequedades los apetitos naturales…, salió el alma a comenzar el camino y vía del espíritu, que es de los aprovechantes y aprovechados, que por otro nombre llaman vía iluminativa o de contemplación infusa, con que Dios de suyo anda apacentando [y] reficionando al alma, sin discurso ni ayuda activa de la misma alma.

2. Tal es (como habemos dicho) la noche y purgación del sentido en el alma; la cual, en los que después han de entrar en la otra más grave del espíritu para pasar a la divina unión de amor (porque no todos, sino los menos, pasan ordinariamente) suele ir acompañada con graves trabajos y tentaciones sensitivas que duran mucho tiempo, aunque en unos más que en otros».

         3.- Perfectos.

En Llama de amor viva describe así el Doctor Místico este estado de perfección:

 «Esta llama de amor es el espíritu de su Esposo, que es el Espíritu Santo, al cual siente ya el alma en sí, no sólo como fuego que la tiene consumada y transformada en suave amor, sino como fuego que, demás de eso, arde en ella y echa llama, como dije; y aquella llama, cada vez que llamea, baña al alma en gloria y la refresca en temple de vida divina. Y ésta es la operación del Espíritu Santo en el alma transformada en amor, que los actos que hace interiores es llamear, que son inflamaciones de amor, en que, unida la voluntad del alma ama subidísimamente, hecha un amor con aquella llama. Y así estos actos de amor del alma son preciosísimos, y merece más en uno y vale más que cuanto había hecho en toda su vida sin esta transformación, por más que ello fuese. Y la diferencia que hay entre el hábito y el acto hay entre la transformación en amor y la llama de amor, que es la que hay entre el madero inflamado y la llama dél; que la llama es efecto del fuego que allí está» (Ll 1, 3).

En conclusión, el estado de principiantes, caracterizado por la actividad sensible de la meditación y por el esfuerzo activo del alma, dura hasta el momento en que aparece la contemplación infusa o la noche pasiva del sentido. La contemplación  inicia el estado de aprovechados, en que el alma deja de actuar y obrar y discurrir activamente con sus potencias, porque es Dios quien actúa y obra directamente en ellas por la «noticia amorosa» general que la convierte en patógena, pasiva, sufriente de la acción de Dios en sus potencias, donde Dios purifica el sentido y el entendimiento, memoria y voluntad natural, para pasar luego de un breve descanso, a la noche pasiva del espíritu, donde directamente, «por esta influencia de Dios en el alma» que los espirituales llaman contemplación,  Dios purifica, mediante el fuego de la contemplación, que a la vez que ilumina, quema todas las imperfecciones del alma, pero hasta sus raíces, en la misma sustancia del sujeto, en su misma esencia; en esta noche pasiva del espíritu el alma se purifica de todo y del todo, para pasar, terminada la noche, al gozo y experiencia del Dios vivo, de la Santísima Trinidad. La noche pasiva del espíritu finaliza en la unión perfecta o matrimonio espiritual. Y a partir de este instante el alma vive en el estado perfecto o de transformación.

B) LAS VÍAS[16]

Después de lo afirmado sobre los estados, ya se entiende mejor la fácil  correlación que éstos guardan con las clásicas vías purgativa, iluminativa y unitiva.  Las afirmaciones del Santo son decisivas, como hemos indicado antes, en el Argumento del Cántico. Conviene notar que tal denominación refleja, en línea de máxima, el aspecto más característico de cada estado o vía, que puede llevar consigo algunos elementos comunes, porque como es vida, no se puede cortar como con un cuchillo, no se puede decir hasta aquí llega la vía purgativa o el principiante y luego la iluminativa o los aprovechados es cosa totalmente distinta; no es así, porque se trata de vida y vida espiritual, que es como agua que corre, y las notas finales de un estado continúan hasta los inicios del otro.

En este sentido, pues, la contemplación no viene de golpe, sino poco a poco, el alma, pues sigue meditando, hasta que llega un momento, en que la contemplación es más intensa y le impide totalmente discurrir; y en otros sentidos tan purgativa y más es la etapa de los aprovechados que la de los principiantes, y más iluminativa es la de los perfectos que la de los aprovechados, en razón de la noche pasiva, según sea del sentido o del espíritu. Pero los tratadistas de la vida espiritual han consagrado el uso, y el Místico Doctor se atiene a tales expresiones, porque en lo sustancial, cada vía o estado tiene unas notas esenciales y propias.

1.- Purgativa

La vía purgativa corresponde al estado de principiantes e incluye todos sus aspectos, como lo hemos visto descrito antes por el mismo santo. A esta primera vía pertenecen la noche activa, es decir, la lucha de mortificación del sentido; es su nota característica, dado que es la única noche que se realiza en ella. Noche, como ya he repetido, en san Juan de la Cruz es sinónimo de purificar, limpiar, negarse a sí mismo, convertirse  a Dios, mortificar los sentido y el espíritu. Es el comienzo de esta purgación con la ayuda de la oración meditativa. Y es noche activa porque la realiza el sujeto con la ayuda de Dios. No es pasiva, donde es Dios el agente principal, con la ayuda del sujeto, que la acepta y la sufre; es patógeno, sufriente de la acción de Dios.

2.-  Iluminativa

La vía iluminativa equivale al estado de aprovechados. El Cántico la llama también vía contemplativa (CB 22, 3), ya que se entra en ella por medio de la contemplación, que es luz de llama ardiente, que a la vez que ilumina, purifica las raíces del yo, causa del culto idolátrico que nos damos a nosotros mismos, de la mañana a la noche, de nuestro preferirnos a Dios, esto es, del pecado original, raíz y origen de todos nuestros pecados. No hay página del Santo donde no aparezca, bajo una forma u otra, contemplación como luz y purgación o purificación o alguno de sus derivados. De ahí que el Santo adecúe vía iluminativa al estado de aprovechados (CB Arg., 2).

3.- Vía unitiva

Es la última  y corresponde al estado de  perfectos. La vía unitiva está cimentada en la contemplación unitiva o transformativa. Hemos pasado de la contemplación inicial de los aprovechados y la noche pasiva del espíritu ha purificado y preparado totalmente al alma para la unión con Dios. Como he dicho varias veces las vías corren paralelas a los estados. Los perfectos llegan al cénit posible en esta vida de la contemplación o experiencia de Dios, es el mayor grado de  intimidad, de beso y abrazo de Dios que se puede conseguir en esta vida, al menos para San Juan de la Cruz.

C)  LAS NOCHES

         Repito nuevamente que noche  o noche oscura es la metáfora que emplea san Juan de la Cruz para hablarnos de negación, privación o purificación, mortificación o purgación de los sentidos o del espíritu; activa o pasiva, según lleve la iniciativa el sujeto o directamente Dios por la contemplación.

De la noche activa del sentido o mortificación de los sentidos trata san Juan de la Cruz en el libro primero de la Subida al Monte Carmelo; en el libro segundo trata de la noche activa del espíritu, en concreto de la purificación del entendimiento; y en el libro tercero continúa la noche activa del espíritu con la purificación de la memoria y de la voluntad.  No aconsejaría nunca empezar la lectura de san Juan de la Cruz por estos libros de la Subida, porque son un poco duros; aconsejaría empezar por el Cántico Espiritual o Llama de amor viva, que aunque uno no los entiende perfectamente, le encienden el corazón y el deseo de Dios y de oración y de querer llegar a esas alturas.

La Noche Oscura la describe en dos libros; en el primero trata de noche pasiva del sentido; el sujeto se ha mortificado todo lo que Dios le ha pedido y él ha podido meditando; entonces viene Dios a ayudarle, haciéndole subir más arriba en su conocimiento y amor; esto lleva consigo una mayor y más profunda mortificación de los sentidos y es Dios el que lo hace directamente por la contemplación que le infunde, que al ser fuego, es luz que le hace ver las raíces del yo, y a la vez le quema estos hábitos malos y simultáneamente es fuego que da fuerza de amor para soportar toda esta purificación.

En este estado sufre mucho el alma,  porque por una parte tiene la experiencia más profunda del misterio de Dios, que  antes no  ha tenido y la desea y siente impaciencias de unión, y por otra, no tiene fuerzas ni sabe cómo alcanzarla. Por eso exclama: «¡Oh llama de amor viva, que hieres de mi alma en el más profundo centro!, pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro».

Esto sucede con mayor intensidad en la noche pasiva del espíritu, de la cual trata el Doctor Místico en el libro segundo de la Noche, donde Dios llega con su fuego de contemplación purificante hasta las raíces del espíritu, la muerte mística del yo, hasta la misma sustancia del alma, que al quedar preparada y limpia de imperfecciones egoístas, se siente ya totalmente habitada por el mismo Dios, por la gloria y la luz y la experiencia de la Santísima Trinidad, mediante el esplendor de la contemplación luminosa y unitiva: «¡Oh noche que guiaste! ¡oh noche amable más que la alborada!; ¡oh noche que juntaste, amado con amada, amada en el amado transformada!».

En resumen, según la letra de este texto, tenemos los períodos siguientes en relación con la oración:

— meditación, principiantes, vía purgativa,

— principios de contemplación, aprovechados, vía iluminativa,

— contemplación unitiva, perfectos, vía unitiva: desposorio  y matrimonio espiritual.

4. LA MEDITACIÓN EN SAN JUAN DE LA CRUZ

Alguno que leyera superficialmente a san Juan de la Cruz podría escandalizarse de lo que afirma de la meditación, de la oración por discurso meditativo, porque habla de ella como de oración imperfecta y que el orante no debe conformarse con ella y es causa de males para el alma, porque el sujeto piensa que ha llegado a la perfección del amor a Dios y a los hermanos, que en esta vida se puede llegar.

Por eso el Santo se alarga mucho en la descripción de los defectos de los principiantes, que son los que van por la meditación o discurso natural, como él dice. Y la razón está en que él quiere conducirnos a todos a la unión perfecta con Dios que sólo se consigue por la contemplación infusa. Porque para el Santo la oración es la que marca la vida, está profundamente adherida a la vida del creyente, es la vida del cristiano; la oración marca la vida, y la vida marca la oración, oración y vida están siempre unidas en san Juan de la Cruz. Y en los grandes orantes de todos los tiempos.

Para él, la oración, como la vida, es una historia, un proceso con etapas bien definidas, según el mayor o menor protagonismo de cada uno de los agentes, el hombre o Dios, o según el modo natural o sobrenatural, respectivamente, que adopta el caminante. Y en este proceso, la meditación ocupa el estado más elemental y primero, es el comienzo de una historia de amor con Dios que debe terminar en la unión y transformación total con Él por la contemplación.

El santo explica todo esto, como hemos dicho, sirviéndose de dos categorías de oración, sancionadas por la tradición: la meditación y la contemplación. Entre una y otra, «en el paso del sentido al espíritu», pone la primera crisis espiritual que llama «noche pasiva del sentido» (1N); y al final de la contemplación, que se inicia en esa crisis y se consolida y afirma después, sitúa la crisis más radical, en la misma substancia del sujeto, en su espíritu, que llama «noche pasiva del espíritu» (2N), disposición inmediata para el matrimonio espiritual, o la «suma contemplación», el «sumo recogimiento» o contemplación fruitiva.

         La primera forma de orar, la meditación, cubre un corto período, o debe cubrir un breve periodo, según el Doctor Místico y él la pone como camino de los principiantes. La segunda, la contemplación, que es el motivo de todos sus escritos,  se alarga en sucesivos tiempos de purificación y de sosiego, hasta la plenitud de comunión.

San Juan de la Cruz, por este motivo, habla poco de la meditación y nunca de propósito, sistemáticamente, o para indicar el camino o las dificultades de la misma. Pero dice lo sustancial y con precisión. Y lo hace porque es clara su intención de no escribir de lo que «hay mucho escrito» y hay «abundante doctrina» como él dice repetidas veces en sus escritos. Y si ve necesario o conveniente hacerlo, lo hace con brevedad, más por mostrar el desarrollo, la prehistoria de las etapas de la vida espiritual.

Dice en el Cántico espiritual: «Por tanto seré bien breve; aunque no podrá ser menos de alargarme en algunas partes donde lo pidiere la materia y donde se ofreciere ocasión de tratar y declarar algunos puntos y efectos de oración, que, por tocarse en las Canciones muchos, no podrá ser menos de tratar algunos; pero, dejando los más comunes, notaré brevemente los más extraordinarios que pasan por los que han pasado con el favor de Dios de principiantes. Y esto por dos cosas: la una, porque para los principiantes hay muchas cosas escritas; la otra, porque en ello hablo con V. R. por su mandado, a la cual nuestro Señor ha hecho merced de haberla sacado de esos principios y llevádola más adentro en el seno de su amor divino; y así espero que, aunque se escriben aquí algunos puntos de Teología escolástica acerca de el trato interior de el alma con su Dios, no será en vano haber hablado algo a lo puro de el espíritu en tal manera, pues aunque a V. R. le falte el ejercicio de Teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no la falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben mas juntamente se gustan» (CB 1, 3).

Él quiere tratar de la unión perfecta con Dios, que es lo único que le importa y le enciende y quiere encender en todos los que le escuchen y lean. Podía aducir infinidad de textos; voy a escoger éste del libro primero de la Subida: «Para escribir esto me ha movido no la posibilidad que veo en mí para cosa tan ardua, sino la confianza que en el Señor tengo de que ayudará a decir algo, por la mucha necesidad que tienen muchas almas, las cuales comenzando el camino de la virtud, y queriéndolas nuestro Señor poner en esta noche oscura para que por ella pasen a la divina unión, ellas no pasan adelante; a veces por no querer entrar o dejarse entrar en ella, a veces por no se entender y faltarles guías idóneas y despiertas que las guíen hasta la cumbre. Y así, es lástima ver muchas almas a quien Dios da talento y favor para pasar adelante, que, si ellas quisiesen animarse, llegarían a este alto estado, y quédanse en un bajo modo de trato con Dios, por no querer, o no saber, o no las encaminar y enseñar a desasirse de aquellos principios (1S 1, 3)».

         1. Qué es meditar

El santo, en clave oracional, identifica a los principiantes con los que meditan. La meditación es la primera forma de tratar con Dios en la oración. Forma pasajera y transitoria, como lo es el estado espiritual que caracteriza. «El estado de principiantes, que es de los que meditan en el camino espiritual» (1N 1, 1). Y en Llama: «el estado y ejercicio de principiantes es de meditar y hacer actos y ejercicios discursivos» (3, 32).

En la primera y más detallada descripción que el Santo hace de la meditación la presenta vinculada a los «dos sentidos corporales interiores, que se llaman imaginativa y fantasía», o «potencias»: «A estas dos potencias pertenece la meditación, que es acto discursivo por medio de imágenes, formas y figuras, fabricadas e imaginadas por los dichos sentidos».

Cuando se produce la crisis de esta forma de oración «ya no puede discurrir en el sentido de la imaginación» (1N 9, 8). Contraponiéndola a la contemplación aparece el mismo enfoque: hay «otro (manjar) más delicado y más interior y menos sensible», la contemplación, «que no consiste en trabajar con la imaginación», que es la meditación (2S 12,6); ( 3S 2,1).

Por lo tanto es obra del hombre, la iniciativa es del orante, siempre con la ayuda de Dios. Pero cuando se trata de contemplación, de oración contemplativa, la iniciativa es de Dios y el hombre debe dejarse guiar, purificar, amar por Dios, como él se ama y quiere amarnos. Esto aparece claro al presentar la contemplación como «sabiduría de Dios secreta o escondida, en la cual, sin ruido de palabras y sin ayuda de algún sentido corporal ni espiritual..., a oscuras de todo lo sensible y natural, enseña Dios» (CB 39,12).

2. Finalidad de la meditación

Y, sin embargo, la meditación, en su transitoriedad y corta capacidad de «hacer hombres espirituales», tiene su importancia. Y positivos son sus logros. Las formulaciones sanjuanistas son escuetas y coincidentes, breves, sin ulterior desarrollo. No le interesa. Otea otros horizontes, otros caminos, en los que todo eso se da con más abundancia y mayor seguridad, y tiene prisa de conducir al orante hasta ellos y por ellos.

Por la meditación se saca «alguna noticia y ardor de Dios» (2S 14, 2). Nos adentra en el desenvolvimiento de la verdad, nos entrega alguna parcela del misterio de Dios y desvela nuestra vocación a la comunión con Él. Así insistirá el santo en que la meditación discursiva es necesaria al principiante«para ir enamorando y cebando el alma por el sentido» (2S, 12, 5).

         Por la meditación, pues, se va centrando la vida en Dios, recogiendo el espíritu, interiorizando el trato, interesando a la persona por Dios y los valores espirituales, mortificando sus pasiones y defectos, el hombre viejo, curando la dispersión psicológico-afectiva, anímica, dando a la persona arraigo y contenido, peso de verdad y de amor.

Pero lo que el santo busca, la pasión sanjuanista de «sólo Dios», eso no es alcanzable por la meditación; hay que trascender todo cuanto el hombre puede llegar a alcanzar de él: conceptos, experiencias, sabor amoroso en la voluntad, para acostumbrarse al modo divino que le viene por la contemplación.

         Las limitaciones o imperfecciones que el Santo ve en la meditación vienen de que ésta no tiene profundidad de luz y amor y fuerza para quitar la voluntad posesiva con que la persona se sitúa frente al yo, al gusto egoísta del yo, y que, en síntesis, podemos reducir a estos rasgos:

1.- Que piensen que siempre ha de ser así (2S 12,5.6; 17,6; Ll 2,14), eternizando los medios de por sí transitorios, cuando deben responder a la evolución de la persona, secundando la acción de Dios.

2.- Que se queden los orantes meditativos en los objetos sensibles y en el gusto y sabor que provocan en un momento concreto de la vida espiritual. Es la inversión total: el medio que se convierte en fin. Y en lugar de seguir caminando hasta la cima del monte Carmelo, del monte Tabor de la oración hasta llegar a la experiencia o contemplación de Cristo, “Esplendor de la gloria del Padre”, por la purificación y purgación de los defectos, se queda en el llano de la comodidad, sin la experiencia de Cristo transfigurado.

3.- Que se conduzcan por ellos y los busquen como si en el gusto y el sabor sensibles estuviese la verdad de la oración. De los que quieren «andar al sabor sensitivo», habla el santo, como de eternos nómadas, sin arraigo, inconstantes en la realización de la amistad con Dios. «Este apetito les causa muchas variedades..., se les acaba la vida en mudanzas...». (3S 41,2).

4.- Que juzguen su vida cristiana, y particularmente la oración, por su vibración psicológica. «Piensan que el gustar ellos y el estar satisfechos es servir a Dios y satisfacerle» (1N 6,3); «piensan que todo el negocio de ella (la oración) está en hallar gusto y devoción sensible...; y cuando no han hallado el tal gusto, se desconsuelan mucho pensando que no han hecho nada». Es la negación frontal de la oración que, como relación interpersonal, es búsqueda de Dios por encima de todo o sobre todas las cosas. Por eso San Juan de la Cruz dirá que la meditación es un «bajo modo de amor», «bajo ejercicio del sentido y discurso con que tan tasadamente y con tantos inconvenientes andan buscando a Dios» (1N 8,3).

5. LA CONTEMPLACIÓN EN SAN JUAN DE LA CRUZ 

EL PASO DE LA MEDITACIÓN A LA CONTEMPLACIÓN

Es un momento particularmente importante, crítico, decisivo, que requiere cuidadosa atención porque está en juego, en buena medida, su suerte futura. Por eso, san Juan de la Cruz ha vuelto sobre ese momento, con detenimiento, en tres de sus grandes obras: Subida, Noche y Llama. Maestro para tiempos de crisis, el Doctor Místico nos entrega aquí su «palabra sustancial y sólida», palabra de hombre experimentado y de teólogo y pensador clarividente.

Ni qué decir tiene que la crisis, directamente presentada en el campo de la oración, alcanza a toda la persona en su condición de creyente. Es una crisis teologal que afecta al ser del creyente.

1. La crisis[17]

A la descripción directa, aunque sucinta, de la purificación pasiva del sentido, antepone el santo la exposición «de algunas propiedades de los principiantes», con una intención bien precisa, claramente pedagógica: «para que entendiendo la flaqueza del estado que llevan, se animen y deseen que les ponga Dios en esta noche, donde se fortalece y confirma el alma de virtudes, y pasa a los inestimables deleites del amor de Dios» (1N 1,1).

Dice el Santo: «Es, pues, de saber que el alma, después que determinadamente se convierte a servir a Dios, ordinariamente la va Dios criando en espíritu y regalando al modo que la amorosa madre hace al niño tierno, el cual al calor de sus pechos le calienta, y con leche sabrosa y manjar blando y dulce lo cría y en sus brazos le trae y regala. Pero, a la medida que va creciendo, le va la madre quitando el regalo y, escondiendo el tierno amor, pónele amargo acíbar en el dulce pecho y, abajándole de los brazos, le hace andar por su pie, para que perdiendo las propiedades de niño, se dé a cosas más grandes y sustanciales».

«En esta noche oscura comienzan a entrar las almas cuando Dios las va sacando del estado de principiantes, que son los que meditan en el camino espiritual, y las comienza a poner en el de los aprovechantes, que es ya el de los contemplativos» (1N 1, 1). Final del estado de principiantes.

2. La contemplación

En la segunda jornada del camino de oración, la contemplación viene presentada como «vía del espíritu» que caracteriza a los «aprovechados». «En este estado de contemplación, que es cuando sale del discurso y entra en el estado de aprovechados» (1N 9,7); esta contemplación inicial, «principio de oscura y seca contemplación», la llama el santo «infusa o pasiva».

Voy a seguir de cerca la exposición sanjuanista distinguiendo los dos tiempos que él señala: contemplación inicial y contemplación perfecta. Uno y otro, en la experiencia, presentan dos momentos bien diferenciados, con intensidad muy distinta: oscura y seca, luminosa y fruitiva. La contemplación es camino, vida en ejercicio, con un principio, un término y un proceso entre los dos extremos. La definen unos rasgos que avanzarán en progresión afirmativa, hasta la unión, habiendo pasado por los dos «momentos» o pruebas presentados por San Juan de la Cruz como «noche pasiva del sentido y del espíritu».

Una definición más amplia de contemplación nos ofrece al final de Cántico: «La contemplación es oscura, que, por eso, la llaman por otro nombre mística teología, que quiere decir sabiduría de Dios secreta o escondida, en la cual, sin ruido de palabras y sin ayuda de algún sentido corporal ni espiritual..., enseña Dios ocultísimamente al alma sin ella saber cómo» (C 39, 12). «Contemplación no es otra cosa que infusión secreta, pacífica y amorosa de Dios que... inflama al alma en espíritu de amor». Se destacan, pues, tres puntos: es pasiva o Dios la infunde; obrando en el espíritu directamente, y «enseñando» y «enamorando» al mismo tiempo.

La contemplación es pasiva, no es producto del orante. Dios es el agente y obrero de la contemplación. «Sólo Dios es agente» (Ll 3, 44); «Dios es el obrero» (ib., 67); «El es el artífice sobrenatural» (ib., 47).

La contemplación, añade el Santo, es «noticia y amor junto, esto es, noticia amorosa» (Ll 3, 33). Actuadas las potencias, entendimiento y voluntad, juntas o por separado, al menos a nivel de experiencia, con más o menos intensidad, pero siempre comunicando Dios «luz y amor justamente, que es noticia sobrenatural amorosa» (ib., 49), de contemplación.

No hay ociosidad o suspensión de la actividad de las potencias; todo lo contrario, suma actividad; lo que ocurre es que, al ser realizada y provocada por Dios en el alma, su actitud debe ser pasiva para aceptarle en plenitud y permitir que Dios la llene de su luz, que es dolorosa para el alma, porque la tiene que disponer al modo divino, y esto supone los sufrimientos y purgaciones de la noche pasiva del espíritu, donde Dios llega hasta la raíz con esta luz divina de contemplación, que a la vez que ilumina, como el fuego, quema todos los defectos, toda la humedad y suciedad del madero hasta convertirlo todo y entero en llama de amor viva, fundida en un sola realidad en llamas con el fuego de Dios, el Espíritu Santo. Y eso es la noche pasiva del espíritu y la contemplación unitiva o  transformativa.

3. Las tres señales del paso de la meditación a la contemplación

Precisamente una de las enseñanzas esenciales del santo se refiere al paso de la meditación a la contemplación. Se trata de un texto clásico, muchas veces citado, que ahora queremos reproducir íntegramente: Subida II, 13.

«Y porque esta doctrina no quede confusa, convendrá en este capítulo dar a entender a qué tiempo y sazón convendrá que el espiritual deje la obra del discursivo meditar por las dichas imaginaciones, y formas, y figuras, por que no se dejen antes o después que lo pide el espíritu. Porque, así como conviene dejarlas a su tiempo para ir a Dios, por que no impidan, así también es necesario no dejar la dicha meditación imaginaria antes de tiempo para no volver atrás».

Y he aquí las famosas tres señales del paso a la contemplación:

«La primera es ver en sí que ya no puede meditar ni discurrir con la imaginación, ni gustar de ello como antes solía; antes halla ya sequedad en lo que antes solía fijar el sentido y sacar jugo. Pero en tanto que sacare jugo y pudiere discurrir en la meditación, no la ha de dejar, sino fuere cuando su alma se pusiere en la paz y quietud que se dice en la tercera señal».

«La segunda es cuando ve no le da ninguna gana de poner la imaginación ni el sentido en otras cosas particulares, exteriores ni interiores. No digo que no vaya y venga (que ésta aun en mucho recogimiento suele andar suelta), sino que no guste el alma de ponerla de propósito en otras cosas».

«La tercera y más cierta es si el alma gusta de estarse a solas con atención amorosa a Dios, sin particular consideración, en paz interior, y quietud, y descanso, y sin actos y ejercicios de las potencias, memoria, entendimiento y voluntad -a lo menos discursivos, que es ir de uno en otro-; sino sólo con la atención y noticia general amorosa que decimos, sin particular inteligencia y sin entender sobre qué».

Para evitar equívocos, el santo propone también este discernimiento esencial:

«Estas tres señales ha de ver en sí juntas, por lo menos, el espiritual para atreverse seguramente a dejar el estado de meditación y del sentido y entrar en el de contemplación y del espíritu… Y no basta tener la primera sola sin la segunda, porque podría ser que no poder ya imaginar y meditar en las cosas de Dios como antes, fuese por su distracción y poca diligencia; para lo cual ha de ver también en sí la segunda, que es no tener gana ni apetito de pensar en otras cosas extrañas. Porque, cuando procede de distracción o tibieza el no poder fijar la imaginación y sentido en las cosas de Dios, luego tiene apetito y gana de ponerla en otras cosas diferentes y motivo de irse de allí.

Ni tampoco basta ver en sí la primera y segunda señal, si no viere también juntamente la tercera. Porque, aunque se vea que no puede discurrir ni pensar en las cosas de Dios, y que tampoco le da gana pensar en las que son diferentes, podría proceder de melancolía o de algún otro jugo de humor puesto en el cerebro o en el corazón, que suelen causar en el sentido cierto empapamiento y suspensión que le hacen no pensar en nada, ni querer ni tener gana de pensarlo, sino de estarse en aquel embelesamiento sabroso. ¡Contra lo cual ha de tener la tercera, que es noticia y atención amorosa en paz, etc., como habemos dicho».

Sobre el tema de la contemplación como noticia general y amorosa, es decir, con la aplicación del intelecto y de la voluntad en el amor, el santo habla muchas veces en sus obras (cf. Subida II, 14,2; 15,5). Obviamente se equivocan quienes presentan a Juan de la Cruz como un místico del vacío si se recuerdan al mismo tiempo algunas de sus enseñanzas en el carácter progresivo con que las hemos descrito y se tiene en cuenta que la contemplación a la que guía nuestro maestro apunta siempre hacia el ejercicio de la fe que contempla y de la voluntad que ama, “noticia y amor divino junto; esto es,  noticia amorosa” (Llama 3,32), o bien: “noticia confusa, amorosa, pacífica y sosegada, en que está el alma bebiendo sabiduría y amor y sabor” (Subida II, 14,2). Se trata, por tanto, de una actitud teologal que no tiene nada que ver con el vacío mental o con los acercamientos a estados psicológicos o paramísticos de otras religiones.

Las tres señales que marcan el paso de la meditación a la contemplación inicial son:

A.- LA MEDITACIÓN IMPOSIBLE

Fácil de comprender que sea la primera señal que salta a la conciencia del orante. E igualmente fácil de comprender que le produzca malestar y desasosiego. San Juan de la Cruz empieza marcando los tiempos con precisión: ve que «ya no puede meditar... ni gustar de ello como antes» (2S 13,2) y esto porque «en cierta manera se le ha dado al alma todo el bien espiritual que había de hallar en las cosas de Dios por vía de la meditación y discurso» (2S 14,1).

Y en segundo lugar, en íntima conexión temporal y vivencial, Dios comienza a comunicarse por otro medio: el del acto sencillo de la contemplación. «Por lo cual, en poniéndose en oración, ya, como quien tiene allegada el agua, bebe sin trabajo en suavidad, sin ser necesario sacarla por los arcaduces de las pesadas consideraciones y formas y figuras» (2S 14,2).

B.- ENAJENACIÓN AFECTIVA DE TODO

Ya lo hemos explicado anteriormente. La purificación en el campo afectivo a que viene sometido el hombre se extiende a todos los objetos y campos de la afectividad humana, no sólo a los de culto y al ejercicio de la meditación, sino también a su propio yo y todas las cosas criadas… «Porque, como pone Dios al alma en esta oscura noche a fin de purgarle y enjugarle el apetito sensitivo, en ninguna cosa la deja engolosinar ni hallar sabor» (1N 9,2).

C.- SOLICITUD DE DIOS Y ADVERTENCIA GENERAL AMOROSA

La carencia de gusto y sabor en los comienzos de este cambio purificador —por las causas que he recordado— viene «compensado» por el fortalecimiento del espíritu en la búsqueda de Dios, dicho de otro modo, la verdad de esta purificación se revela en el deseo y cuidado, solicitud y gana de servir a Dios que pone en quien la padece, y esto sin soporte del gusto sensible.

D.- «SENCILLA CONTEMPLACIÓN»

Así introduce el santo la «sencilla contemplación»: «Ordinariamente, junto con esta sequedad y vacío que hace al sentido (la purgación contemplativa) da al alma inclinación y ganas de estarse a solas y en quietud, sin poder pensar cosa particular ni tener ganas de pensarla» (1N 9,6). «Contemplación infusa con que Dios de suyo anda apacentando y reficionando al alma, sin discurso ni ayuda activa de la misma alma» (1N 14,1).

6. ILUMINATIVA Y AMOROSA CONTEMPLACIÓN

Así, después de culminar positivamente la primera crisis, por la que se entra en el estado de aprovechados, nos abre a otra secuencia de la vida espiritual de estas mismas personas: «con gran facilidad halla luego en su espíritu muy serena y amorosa contemplación» (2N 1,1).

Tiempo de bonanza que sigue a la purificación del sentido, en el que «cobra fortaleza en Dios por el dulce y sabroso trato que con él después tuvo» (2N 3,2). Gracias que tienen una finalidad: estimular y avivar el deseo de Dios y probar y purificar a quienes las reciben: «visitas», «con gran fuerza de amor» (C 13,2), «para regalarlas y animarlas» (C 1,15); «heridas» «para avivar la noticia y aumentar el apetito» (C 1,19), que «la hacen salir de sí y entrar en Dios» (ib.); «toques» —«escondidos toques de amor»— que prenden el fuego y la llama de amor que «la hace salir fuera de sí y renovar toda y pasar a una nueva manera de ser» (C 1,17).

La finalidad de estas comunicaciones y la experiencia que de ellas tiene el alma es disponer para comunicaciones ulteriores. Ahí mismo lo anuncia el maestro: esas gracias «hacen tal efecto en el alma, que la hace codiciar y desfallecer en deseo de aquello que siente encubierto allí» (ib., 4); y así, con estas gracias, las va «más disponiendo para las mercedes que les quiere hacer después» (ib., 1). Y añade: «que son como presagios y mensajeros de la noche venidera del espíritu».

Y hablando ya del «final» del proceso advertirá: «por razón de ser un solo supuesto», una realidad, un «yo» (2N 1,1; 3,1), cuya raíz sustentadora es el espíritu: «todas las imperfecciones y desórdenes de la parte sensitiva tienen su fuerza y raíz en el espíritu, donde se sujetan los hábitos buenos y malos» (2N 3,1). Por eso, en la purificación pasiva del espíritu «cumplidamente se han de purgar estas dos partes del alma» (ib.), «se purgan entrambas partes juntas» (ib., 3,2). De ahí de la necesidad de ulterior purificación para poder recibir más abundante comunicación de Dios, y más «espiritual».

7. NOCHE PASIVA DEL ESPÍRITU

Vendría ahora la descripción de la noche pasiva del espíritu, la más terrible y dolorosa purificación que prepara al alma para la unión y transformación total y plena posible en esta vida con Dios[18]. De ella no hablaré, porque no tengo tiempo, y porque es la misma contemplación anterior de la noche del sentido, pero que ahora  ilumina para purificar hasta las raíces, hasta la sustancia del yo, como ya he explicado; por eso todo, tanto el sufrimiento como el gozo es lo más profundo que se pueda experimentar en esta vida. Si alguno quiere entrar en ella, aquí, en estos folios, está perfectamente descrita. Es mi tesis doctoral en Teología: LA NOCHE PASIVA DE LA FE EN SAN JUAN DE LA CRUZ, EVOLUCIÓN Y PROCESO.

8. CONTEMPLACIÓN UNITIVA

Para terminar, me interesa iniciar la lectura de los frutos de la vida contemplativa y unitiva. Sólo quiero asomarme por la ventana de San Juan de la Cruz a esa íntima unión con Dios donde el alma se siente habitada e inundada de la gloria del Dios Trino y Uno, hasta el punto de poder decir: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado»; o «ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio».

Yo quiero terminar mi última lección de Teología Espiritual con los fuegos y esplendores de Llama de Amor viva de san Juan de la Cruz, que de tal manera tengan eco en vuestros corazones, que nos animemos todos  a desear estas alturas de unión con Dios, y que sea así, en mi amado seminario, en compañía de los que más quiero, añadiendo en espíritu a mi familia, que resuene su palabra, llena de luz y de esplendores divinos, en estos muros ¡qué vivencias más fuertes y vivas, casi recién estrenadas, guardo!

Yo voy a iniciar un poco esta lectura del Cántico espiritual y Llama de Amor viva, pero os invito a continuarla luego en vuestros ratos de oración y lectura espiritual. Sería el mejor fruto de esta lección que tan atentamente habéis escuchado, sobre todo, en estos tiempos de ateísmo y secularismo, en que tanto la necesitamos, como exponía Karl Ranher, uno de los mejores teólogos del siglo XX: «La nota primera y más importante que ha de caracterizar a la espiritualidad del futuro es la relación personal e inmediata con Dios... porque vivimos en una época que habla del Dios lejano y silencioso, que aun en obras teológicas escritas por cristianos se habla de la «muerte de Dios». Solamente para aclarar el sentido de lo que se va diciendo y aún a conciencia del descrédito de la palabra “mística” --que bien entendida no implica contraposición alguna con la fe en el Espíritu Santo, sino que se identifica con ella-- cabría decir que el cristiano del futuro o será un «místico» es decir, una persona que ha “experimentado algo” o no será cristiano»[19].

Tengo escrito en uno de mis libros: «Cuando una persona lee a  san Juan de la Cruz, si no tiene alguien que le aconseje, empieza lógicamente por el principio, tal y como vienen en sus Obras Completas: la Subida al Monte Carmelo, la Noche... y esto asusta y cuesta mucho esfuerzo, porque asustan tanta negación, tanta cruz, tanto vacío, ponen la carne de gallina, se encoge uno ante tanta negación, aunque siempre hay algo que atrae. Cuando se llega al Cántico y a la Llama de Amor viva... uno se entusiasma, se enfervoriza, aunque no entiende muchas cosas de lo que pasa en esas alturas. Pero la verdad es que la lectura de esas páginas, encendidas de fuego y luz, gustan y enamoran, contagian fuego y entusiasmo por Dios, por Cristo, por la Santísima Trinidad. ¿Hacemos una prueba? Pues sí, vamos a mirar ahora un poco al final de este camino de purificación y conversión para llenarnos de esperanza, de deseos de quemarnos del mismo fuego de Dios, de convertirnos en llama de amor viva y trinitaria. Hablemos de los frutos de la unión con Dios por la oración—conversión.

Habla aquí el Doctor Místico de la transformación total, substancial en Dios:

«De donde como Dios se le está dando con libre y graciosa voluntad, así también ella, teniendo la voluntad más libre y generosa cuanto más unida en Dios, está dando a Dios al mismo Dios en Dios, y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios. Porque allí ve el alma que verdaderamente Dios es suyo y que ella le posee con posesión hereditaria, con propiedad de derecho, como hijo de Dios adoptivo, por la gracia que Dios le hizo de dársele a sí mismo y que, como cosa suya, lo puede dar y comunicar a quien ella quisiera de voluntad, y así ella dale a su querido, que es el mismo Dios que se le dio a ella, en lo cual paga ella a Dios todo lo que le debe, por cuanto de voluntad le da otro tanto como de Él recibe».

«Y porque en esta dádiva que hace el alma a Dios le da al Espíritu Santo como cosa suya con entrega voluntaria, para que en Él se ame como Él merece, tiene el alma inestimable deleite y fruición; porque ve que da ella a Dios cosa suya propia que cuadra a Dios según su infinito ser».

«Que aunque es verdad que el alma no puede de nuevo dar al mismo Dios a Sí mismo, pues Él en Sí siempre se es El mismo; pero el alma de suyo perfecta y verdaderamente lo hace, dando todo lo que El le había dado para pagar el amor, que es dar tanto como le dan. Y Dios se paga con aquella dádiva del alma, que con menos no se pagaría, y la toma Dios con agradecimiento, como cosa que de suyo le da el alma, y en esa misma dádiva ama el alma también como de nuevo. Y así entre Dios y el alma, está actualmente formado un amor recíproco en conformidad de la unión y entrega matrimonial, en que los bienes de entrambos, que son la divina esencia, poseyéndolos cada uno libremente por razón de la entrega voluntaria del uno al otro, los poseen entrambos juntos diciendo el uno al otro lo que el Hijo de Dios dijo al Padre por San Juan, es a saber: “Et mea omnia tua sunt, et tua mea sunt, et clarificatus sum in eis” (Jn 17,10); esto es: “Todos mis bienes son tuyos y tus bienes míos y glorificado estoy en ellos “.

«Lo cual en la otra vida es sin intermisión en la fruición perfecta; pero en este estado de unión, acaece cuando Dios ejercita en el alma este acto de la transformación».

«Esta es la gran satisfacción y contento del alma, ver que da a Dios más que ella en sí es y vale, con aquella misma luz divina y calor divino que se lo da: lo cual en la otra vida es por medio de la lumbre de gloria, y en ésta por medio de la fe ilustradísima. De esta manera las profundas cavernas del sentido, con extraños primores, calor y luz dan junto a su querido; junto dice, porque junta es la comunicación del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en el alma, que son luz y fuego de amor en ella» (LL B. 78-80).

«Una de las causas que más mueven al alma a desear entrar en esta espesura de sabiduría de Dios y conocer muy adentro en sus juicios... es por poder de allí venir a unir su entendimiento y conocer en los altos misterios de la Encarnación del Verbo, como a más alta y sabrosa sabiduría para ella; a cuya noticia clara no se viene sino habiendo primero entrado en la espesura que habemos dicho de sabiduría y experiencia de trabajos... los cuales, por ser tan altos y tan profundos, bien propiamente se llaman subidas cavernas: subidas, por la alteza de misterios; cavernas, por la hondura y profundidad de la sabiduría de ellos. Porque así como las cavernas son profundas y de muchos senos, así cada misterio de los que hay en Cristo es profundísimo en sabiduría, y tiene muchos senos de juicios suyos ocultos de predestinación y presciencia en los hijos de los hombres (CA 36, 1-2).

Estando, pues, el alma ganada de esta manera, todo lo que obra es ganancia, porque toda la fuerza de sus potencias está convertida en trato espiritual con el Amado de muy sabroso amor interior, en el cual las comunicaciones interiores que pasan entre Dios y el alma son de tan delicado y subido deleite, que no hay lengua mortal que lo pueda decir ni entendimiento humano que lo pueda entender. Porque, así como la desposada en el día de su desposorio no entiende en otra cosa sino en lo que es fiesta y deleite de amor y en sacar todas sus joyas y gracias a luz para con ellas agradar y deleitar al esposo, y el esposo ni más ni menos todas sus riquezas y excelencias le muestra para hacerle a ella fiesta y solaz, así aquí en este espiritual desposorio, donde el alma siente de veras lo que la Esposa dice en los Cantares (6, 2), es a saber Yo para mi Amado, y mi Amado para mí, las virtudes y gracias de la Esposa alma y las magnificencias y gracias del Esposo Hijo de Dios salen a la luz, y se ponen en plato para que se celebren las bodas de este desposorio, comunicándose los bienes y deleites del uno en el otro con vino de sabroso amor en el Espíritu Santo (CB 30, 1). Esta es la propiedad de esta unión del alma con Dios en matrimonio espiritual: hacer Dios en ella y comunicársele por sí solo, no ya por medio de ángeles ni por medio de la habilidad natural. Porque los sentidos exteriores e interiores y todas las criaturas y aun la misma alma, muy poco hacen al caso para ser parte para recibir estas grandes mercedes sobrenaturales que Dios hace en este estado; no caen en habilidad y obra natural y diligencia del alma; él a solas lo hace en ella.

Y la causa es porque la halla a solas... y así no la quiere dar otra compañía, aprovechándola y fiándola de otro que sí solo. Y también es cosa conveniente, que, pues el alma ya lo ha dejado todo y pasado por todos los medios, subiéndose sobre todo a Dios, que el mismo Dios sea la guía y el medio para sí mismo. Y, habiéndose el alma ya subido en soledad de todo sobre todo, ya todo no le aprovecha ni sirve para más subir otra cosa que el mismo Verbo Esposo; el cual, por estar tan enamorado de ella, a solas es el que la quiere hacer las dichas mercedes..» (CB 35, 6).

9. IGUALDAD DE AMOR

«La propiedad del amor es igualar al que ama con la cosa amada. De donde, porque el alma aquí tiene perfecto amor, por eso se llama Esposa del Hijo de Dios, lo cual significa igualdad con él, en la cual igualdad de amistad todas las cosas de los dos son comunes a entrambos, como el mismo Esposo lo dijo a sus discípulos (Jn 15, 15), diciendo: Ya os he dicho mis amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he manifestado (CB 28,1).

El fin por que el alma deseaba entrar en aquellas cavernas de Cristo era por llegar consumadamente, a lo menos en cuanto sufre este estado de vida, a lo que siempre había pretendido, que es el entero y perfecto amor que en esta tal comunicación se comunica, porque el fin de todo es el amor... Esta pretensión es la igualdad de amor que siempre el alma natural y sobrenaturalmente desea, porque el amante no puede estar satisfecho si no siente que ama cuanto es amado. Y como ve el alma la verdad de la inmensidad del amor con que Dios la ama, no quiere ella amarle menos altamente y perfectamente, y para esto desea la actual transformación, porque no puede el alma venir a esta igualdad y entereza de amor si no es en transformación total de su voluntad con la de Dios, en que de tal manera se unen las voluntades, que se hace de dos una y, así, hay igualdad de amor. Porque la voluntad del alma, convertida en voluntad de Dios, toda es ya voluntad de Dios, y no está perdida la voluntad del alma, sino hecha voluntad de Dios; y así, el alma ama a Dios con voluntad de Dios, que también es voluntad suya; y así, le amará tanto como es amada de Dios, pues le ama con voluntad del mismo Dios, en el mismo amor con que él a ella la ama, que es el Espíritu Santo, que es dado al alma, según lo dice el Apóstol (Rm 5, 5), diciendo: Gratia Dei diffusa est in cordibus nostris per Spiritum Sanctum qui datus est nobis, que quiere decir: La gracia de Dios está infusa en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado. Y así ama en el Espíritu Santo a Dios junto con el Espíritu Santo, no como con instrumento, sino juntamente con él, por razón de la transformación... supliendo lo que falta en ella por haberse transformado en amor ella con él.

Y porque en esta transformación muestra Dios al alma, comunicándosele, un total amor generoso y puro con que amorosísimamente se comunica él todo a ella, transformándola en sí (en lo cual la da su mismo amor, como decíamos, con que ella le ame), es propiamente mostrarla a amar, que es como ponerla el instrumento en las manos, y decille él cómo lo ha de hacer, e irlo haciendo con ella; y así aquí ama el alma a Dios cuanto de él es amada. Y no quiero decir que amará a Dios cuanto él se ama, que esto no puede ser, sino cuanto de él es amada; porque así como ha de conocer a Dios como de él es conocida, como dice san Pablo (1 Cor 13, 12), así entonces le amará también como es amada de él, pues un amor es el de entrambos.

De donde no sólo queda el alma enseñada a amar, mas aún hecha maestro de amar, con el mismo maestro unida, y, por el consiguiente, satisfecha; porque hasta venir a este amor no lo está; lo cual es amar a Dios cumplidamente con el mismo amor que él se ama. Pero esto no se puede perfectamente en esta vida, aunque en estado de perfección, que es del matrimonio espiritual, de que vamos hablando, en alguna manera se puede.

Y de esta manera de amor perfecto se sigue luego en el alma íntima y sustancial jubilación a Dios; porque parece, y así es, que toda la sustancia del alma bañada en gloria engrandece a Dios, y siente, a manera de fruición, íntima suavidad que la hace reverter en alabar, reverenciar, estimar y engrandecer a Dios con gozo grande, todo envuelto en amor. Y esto no acaece así sin haber Dios dado al alma en el dicho estado de transformación gran pureza, tal cual fue la del estado de la inocencia o limpieza bautismal» (CA 37, 1-4; CB 24, 5).

10. LA OBRA DE LA TRINIDAD

«Las tres personas de la Santísima Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, son los que hacen en ella esta divina obra (Ll 2, 1). Porque no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las tres personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado.

La comunicación del Espíritu Santo..., a manera de aspirar, con aquella su aspiración divina muy subidamente levanta el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella la aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo...

Y esta tal aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí, le es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite, que no hay decirlo por lengua mortal, ni el entendimiento humano en cuanto tal puede alcanzar algo de ello; porque aun lo que en esta transformación temporal pasa cerca de esta comunicación en el alma no se puede hablar, porque el alma, unida y transformada en Dios, aspira en Dios a Dios la misma aspiración divina que Dios, estando ella en él transformada, aspira en sí mismo a ella.

Y en la transformación que el alma tiene en esta vida, pasa esta misma aspiración de Dios al alma y del alma a Dios con mucha frecuencia, con subidísimo deleite de amor en el alma, aunque no en revelado y manifiesto grado, como en la otra vida. Porque esto es lo que entiendo quiso decir san Pablo (Gal 4, 6), cuando dijo: Por cuanto sois hijos de Dios, envió Dios en vuestros corazones el espíritu de su Hijo, clamando al Padre. Lo cual en los beatíficos de la otra vida y en los perfectos de ésta es en las dichas maneras.

Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado; porque dado que Dios le haga merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, ¿qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad, pero por modo comunicado y participado, obrándolo Dios en la misma alma? Porque esto es estar transformada en las tres Personas en potencia y sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios, y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza (Gn 1, 26).

Y cómo esto sea, no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice san Juan (1, 12); y así lo pidió al Padre por el mismo san Juan (17, 24), diciendo: Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste; es a saber: que hagan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más (17, 20-23):

No ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en mí; que todos ellos sean una misma cosa de la manera que tú, Padre, estás en mi y yo en ti, así ellos en nosotros sean una misma cosa. Y yo la claridad que me has dado, he dado a ellos para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y tú en mí; porque sean perfectos en uno, porque conozca el mundo que tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo, sino, como habemos dicho, por unidad y transformación de amor. Como tampoco se entiende aquí quiere decir el Hijo al Padre que sean los santos una cosa esencial y naturalmente, como lo son el Padre y el Hijo, sino que lo sean por unión de amor, como el Padre y el Hijo están en unidad de Amor.

De donde las almas esos mismos bienes poseen por participación que él por naturaleza; por lo cual verdaderamente son dioses por participación, iguales y compañeros suyos de Dios. De donde san Pedro (2 Pe 1, 2-4) dijo: Gracia y paz sea cumplida y perfecta en vosotros en el conocimiento de Dios y de Jesucristo Nuestro Señor, de la manera que nos son dadas todas las cosas de su divina virtud para la vida y la piedad, por el conocimiento de aquel que nos llamó con su propia gloria y virtud, por el cual muy grandes y preciosas promesas nos dio, para que por estas cosas seamos hechos compañeros de la divina naturaleza. Hasta aquí son palabras de san Pedro, en las cuales da claramente a entender que el alma participará al mismo Dios, que será obrando en él acompañadamente con él la obra de la Santísima Trinidad, de la manera que habemos dicho, por causa de la unión sustancial entre el alma y Dios. Lo cual, aunque se cumple perfectamente en la otra vida, todavía en ésta (cuando se llega al estado perfecto, como decimos ha llegado aquí el alma) se alcanza gran rastro y sabor de ella, al modo que vamos diciendo, aunque, como habemos dicho, no se puede decir» (CB 39, 3-6).

«Y si a las obras mías no esperas, ¿qué esperas, clementísimo Señor mío?; ¿por qué tardas? Porque si, en fin, ha de ser gracia y misericordia la que en tu Hijo te pido, toma mi cornadillo, pues le quieres, y dame este bien, pues que tú también lo quieres.

¿Quién se podrá librar de los modos y términos bajos si no le levantas tú a ti en pureza de amor, Dios mío?

¿Cómo se levantará a ti el hombre, engendrado y criado en bajezas, si no le levantas tú, Señor, con la mano que le hiciste?

No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero. Por eso me holgaré que no te tardarás si yo espero.

¿Con qué dilaciones esperas, pues desde luego puedes amar a Dios en tu corazón?

Míos son los cielos y mía la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en meajas que se caen de la mesa de tu Padre.

Sal fuera y gloríate en tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón» (Dichos 1, 26-27).

11. EL PADRE PRONUNCIÓ EN SILENCIO SU ÚNICA PALABRA, LLENA DE AMOR, Y EN SILENCIO DE AMOR (ORACIÓN) DEBE SER  ESCUCHADA

El título suena a san Juan de la Cruz, sólo que lo he parafraseado. Cuando uno siente que Dios existe y es Verdad, que Cristo existe y es Verdad, que su Amor-Espíritu Santo existe y es verdad y esto se siente y se experimenta como Él lo siente y a veces lo vemos expresado en el evangelio de San Juan: “Como el Padre me ama a mí, así os he amado yo; permaneced en mi amor; os he dicho estas cosas, para que mi alegría esté dentro de vosotros y vuestra alegría sea completa… yo os llamo amigos porque os he dado a conocer todas las cosas que he oído a mi Padre… Yo en ellos y tú en mí, y así el mundo reconozca que tú me has enviado y que los amas a ellos como me amas a mí”; fijaos bien, nos ama el Padre con el mismo amor de Espíritu Santo que ama al Hijo, y nos lo da por participación, por gracia, por las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, porque nosotros no podemos ni sabemos fabricar estas luces de contemplación de amor, de experiencias y sentimientos y amores infinitos y nos sentimos amados por el Padre en el Hijo, porque por la oración-conversión nos identificamos con Él hasta el punto de que el Padre no ve diferencias en el Hijo y los hijos, porque estamos llenos de la misma luz del Verbo...

Cuando la simple criatura se ve y se siente amada y preferida singular y eternamente por Dios, más amada por Él que por uno mismo, --me ama más que yo me amo y me pueda amar y me ha querido crear para amarme así y para que lo ame igualmente-- y esto es verdad y lo siento y no es pura teoría, es carne de mi carne y me amará así ahora y siempre, --qué confianza, qué seguridad, qué gozo, Dios mío, penetra todo mi ser y lo domina y lo eleva y lo consume...-- recibiendo en mi alma el beso de su mismo Amor eterno e infinito, que es su Espíritu Santo, recibido por su gracia, pronunciando mi propio nombre en su Palabra llena de Amor de su mismo Espíritu, Palabra pronunciada luego en carne humana…

Dice san Juan de la Cruz: el Padre, desde toda la eternidad, no ha tenido tiempo más que para pronunciar una sola Palabra y en ella nos lo dijo todo, y la pronunció en silencio, es decir, en oración, en diálogo de amor sin ruido ni gesto, contemplándose en su infinito Ser por sí mismo en Verdad y Vida infinita, y así debe ser escuchada, en el silencio de la oración, en la misma Palabra del Padre pronunciada llena de amor para nosotros.

Cuando Dios personalmente pronuncia para ti esta misma Palabra llena de luz y hermosura y verdad y belleza en la oración personal, de tú a tú,  en un TÚ, persona divina, «inmenso Padre», trascendentemente cercano, «divinamente» comunicativo, y en un yo que, porque naciendo de este TÚ y avanzando en creciente dinamismo hacia Él, se percibe, padece y goza, como una «pretensión» infinita incolmable de Dios, el diálogo se ha hecho Trinidad, la amistad se ha hecho beso trinitario, la intimidad se ha hecho, fundido en esencia divina, en el Ser Infinito del Dios Trino y Uno.

«Si el hombre busca a Dios, más le busca su Amado a él», repite San Juan de la Cruz. Entre personas anda el juego: Dios y el hombre, en mutua gravitación amorosa, llenan todo el escenario de la experiencia de Dios sanjuanista y dan peso y sustancia a su palabra de maestro de la fe. Urgencia de encuentro, de plenitud en la donación divina, en la acogida-donación humana. Y esto lo define el Doctor Místico como vida teologal: de Dios a nosotros —Dios en fe—, y de nosotros a Dios, «sin otra luz y guía, que la que en el corazón ardía»: la oración contemplativa.

El Doctor Místico, contemplativo por gracia y por voluntad, --llamada y respuesta--, centra la vida teologal y la conecta, como maestro, solamente a la oración-contemplación. Así, la oración, por vivencia teologal, está abierta intrínsecamente a la contemplación, en la que el protagonismo siempre es de Dios, y no de las criaturas, que ni saben ni entienden ni abarcan o comprenden estas realidades del Amor divino, y Dios las irá preparando e ilustrando según su capacidad y su aceptación.

Lejos de cualquier contemplación «platónica», teórica, que uno puede fabricarse, y vivir luego al margen de lo contemplado, porque consiste en contemplar verdad pero no desde la vida… la que san Juan de la Cruz enseña, es comunión de vida, inmersión del creyente en el mundo de Dios, mundo de relación gratuita, y en el mundo de la Iglesia, de la liturgia y del apostolado, pero visión distinta, porque se hace desde la misma visión de Dios, es decir, viviendo y experimentando lo que Dios siente y piensa y vive de su mismo Ser y Existir Divino con su mismo Amor de  Espíritu Santo[20].

No es liturgia, apostolado, evangelio, amor a Dios y al prójimo, como yo lo puedo fabricar con la gracia de Dios por la oración, y que es bueno, y mucho menos, si uno lo programa o lo hace sin oración y conversión diaria y permanente a Cristo, porque son liturgia, apostolado nuestro, puramente humano, sin el Espíritu de Cristo.  

La oración contemplativa en san Juan de la Cruz  no es contemplación separada de la vida, ni puramente intelectual ni fabricada por manos humanas; la contemplación pasiva de san Juan de la Cruz es obra de Dios en el alma y está hecha de la misma vida de Dios metida en la misma vida y ser del orante, en la misma sustancia del alma, como el Santo gusta repetir, sentida y vivida y experimentada, y desde esa experiencia y vida, comprendida, gozada y sumergida en la misma esencia divina por su gracia participada en plenitud por la contemplación purificadora que Dios mismo obra en el alma.

Por eso, para él, la oración es el fundamento de toda la vida cristiana, es la misma vida cristiana; todo está cimentado y se alimenta y tiende como meta y cumbre a la unión con Dios; y no hay oposición entre liturgia «centro y culmen de toda la vida cristiana», como nos dice el Vaticano II,  y oración personal, sino mutua ayuda y complemento; porque la liturgia, que esencialmente es «opus Trinitatis»; es la provocación de Dios al creyente con sus dichos y hechos de amor, presencializados en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, que hace presente “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo…” desde la creación del hombre por amor, hasta la «recreación» por Cristo para compartir la misma eternidad luminosa de Dios en diálogo eterno de amor, en oración de contemplación que no acabará nunca.

La liturgia, la acción de Dios y la provocación de amor del Padre al hombre por el Hijo en el Espíritu Santo siempre exigirá y necesitará la aceptación en oración del celebrante y participantes que acojan esos hechos y palabras y gestos de entrega, adoración, obediencia y victimación al Padre, con amor extremo, hasta dar la vida por amor a los hombres, y los devuelvan al Dios Trino y Uno en respuesta de amor personal y comunitaria por el pontífice, el sacerdote, puente de unión entre las dos orillas; la orilla divina, que nos trae a Dios con sus gestos y dichos de amor salvadores, y luego retorna hasta el trono de Dios, desde la orilla humana, como respuesta del hombre –la liturgia, no olvidar, siempre es respuesta--, nuestra respuesta hecha adoración, víctima, acción de gracias, petición, amor extremo como el suyo hasta dar la vida en obediencia al Padre y amor a los hermanos. En la liturgia la iniciativa siempre es de Dios, pero no es completa, no es lo que Dios quiere y busca,  si no hay respuesta de fe y amor del hombre. Y eso es por la oración; por eso, la liturgia más importante es la Plegaria Eucarística.  

La oración contemplativa se nos muestra unida sustancialmente a la liturgia, a la vida, al apostolado, formando unidad en el creyente. Y en esta materia, san Juan de la Cruz nos dirá que su palabra quiere ser  «sustancial y sólida». Por eso, qué cariño, qué certeza, qué seguridad, qué necesidad tengo de esta oración, de este camino, de este encuentro, de esta unión, de este abrazo, de esta amistad, de esta comunicación, de este estar con Él y en Él, de este tratar de amar a Dios sobre todas las cosas que es la oración, y «que no es otra cosa sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama», como la define santa Teresa de Jesús desde su experiencia de oración.

La oración contemplativa personal, comunitaria o litúrgica, siempre nos hace entrar en la tierra prometida por Dios como a los exploradores enviados por Moisés, para volver cargados de frutos que Dios nos ha preparado y el contemplativo, el que ha visto y sentido todo esto, el que ha llegado por la oración contemplativa a la tierra prometida, en la liturgia o en la oración personal, pero de verdad, no sólo por teología, o de oídas o teóricamente, sino por la experiencia del Dios vivo, vuelve siempre de esa oración cargado de gozo y de deseos de volver pero con los hermanos. Esto es apostolado. He ahí  la esencia del cristianismo, la clave del apostolado y de la liturgia cristiana, sobre todo, de la liturgia eucarística.

Necesitamos almas de oración contemplativa que hayan entrado dentro del misterio de la Palabra llena de Amor de Espíritu Santo, del mismo amor divino que el Padre pronuncia para nosotros en la liturgia o en la oración de contemplación, que no nos quedemos en las palabras o ritos sagrados que envuelven la Palabra de Salvación del Padre, que eso es la liturgia, no el rito en sí; necesitamos la contemplación de los dichos y hechos salvadores de Dios en la liturgia, contemplativos que penetren por la oración en el contenido lleno de presencia y vida de Dios, que quiere darse y entregarse a nosotros, y después de haberlos visto y vivido, los comuniquen a los hermanos; he aquí la clave del apostolado sacerdotal o del sacerdote apostólico, del fin y meta de todo apostolado, de la liturgia, de la oración sanjuanista, hasta el punto de que todos los cristianos puedan decir del misterio de Dios como los paisanos de la samaritana: “Ya no creemos por lo que tú nos has  dicho; nosotros mismos lo hemos oído y estamos convencidos de que éste es de verdad el salvador del mundo” (Jn 4, 42). Ya antes Jesús había profetizado en este mismo diálogo con la Samaritana: “Pero llega la hora, y en ella estamos, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y Verdad. Porque así son los adoradores que el Padre quiere. Dios es Espíritu y sus adoradores han de adorarlo en Espíritu y Verdad” (v. 23). Quisiera que cada uno de los creyentes, pudiera decir a Dios, al Cristo vivo, vivo y resucitado de la Eucaristía, como Job: “Hasta ahora hablaba de ti de oídas, ahora te han visto mis propios ojos” (Job 42, 5).  En san Juan, cuando salen espíritu y verdad, siempre los pongo en mayúscula, porque para mí se refieren al Verbo de Dios, que es la Verdad, y al Espíritu Santo, que es el Espíritu del Dios Amor, como nos dirá san Juan en otro texto hermosísimo: “Dios es Amor…, en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó y envió a su hijo como propiciación de nuestros pecados”(1 Jn 4. 10).

En todo lo relacionado con Dios, una cosa es creer, otra celebrar y otra, vivir; vivir la fe, la esperanza y el amor, la experiencia de Dios vivo, esa es la “verdad completa”,  de la que nos habla el Señor en el evangelio de Juan. Y para llegar a la “verdad completa” nosotros, como los Apóstoles, tenemos que tener el Espíritu de Cristo,  tenemos que recibir el Espíritu Santo. Y para recibirlo hay que estar “en oración con María, la madre de Jesús”. Pero en una oración que nos lleve a la “verdad completa”, porque no vale cualquier oración. Los Apóstoles habían orado muchas veces, incluso con el Señor, pero esa oración no les llevó a la “verdad completa”. Para llegar a ella, que es la experiencia de Cristo vivo pero en nuestro espíritu, en mi misma carne y sangre, dice san Juan de la Cruz, y es el mejor maestro de oración, hay que llegar a etapas un poco más elevadas de oración, hay que llegar a la oración contemplativa. Y cuando se tiene esta vivencia de Dios, es cuando se llega a «la verdad completa».

Los Apóstoles han escuchado al Señor durante tres años, han visto sus milagros y han escuchado sus palabras salvadoras, llenas de amor, pero no han llegado a la “verdad completa”, porque todo se ha quedado en la mente y muy poco ha llegado al corazón; los Apóstoles le han visto resucitado con sus propios ojos de carne, han celebrado la Eucaristía con Él, le han tocado y palpado material y externamente con sus propias manos, y siguen con miedo, con las puertas cerradas por miedo a los judíos; viene el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, es decir, que es Cristo mismo, el mismo Cristo, pero no hecho palabras ni milagros ni siquiera pan consagrado, sino el mismo Cristo hecho fuego, llama de amor viva que les invade por dentro y les quema y lo sienten y experimentan en su espíritu, y ya no pueden contenerse y lo comprenden todo, como los dos discípulos de Emaús, pero no con conocimiento discursivo o experiencia externa, sino con vivencia interna llena de fuego: “Ardía nuestro corazón”, como así he titulado a mis tres ciclos de homilias, y entonces es cuando llegan a la “verdad completa” que Jesús les había prometido, y abrieron las puertas y se acabaron los miedos y sin programar mucho lo que tenían que decir o hacer, pero llenos del Espíritu de Cristo, pero en mayúscula, el Espíritu Santo, Pedro empezó a predicar y todos entendieron y se convirtieron tres mil de toda lengua, raza y nación, como el Señor los había prometido: “Porque os he dicho estas cosas os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy, no viene a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré… Él os llevará la verdad completa”.

Y cuando digo oración de unión con Dios, de oración contemplativa,  san Juan de  la Cruz está hablando siempre y nunca lo separemos, de oración de transformación, de conversión, de purificación, noche del sentido y del espíritu, que limpian los sentidos y el espíritu en sus mismas raíces, entre sufrimientos y dolores, que las almas no podrían soportar sin una ayuda especial de Dios.

Para el santo, en relación con Dios, orar, amar y convertirse se conjugan igual. Si dejo de amar, dejo de orar y convertirme. Y si dejo de convertirme, dejo de orar y amar. Y esto es necesario no olvidarlo jamás en la  vida cristiana. Por eso la vida mística, la experiencia de Dios, la oración permanente exige conversión permanente, que dura toda la vida. Si el alma deja de convertirse, que es lo mismo que dejar de amar, deja también de orar, porque para vivir la vida a su modo se basta a sí mismo; sólo necesitamos la oración cuando queremos vivir como Cristo, como cristianos, al modo de Cristo, entonces necesito de Él, de encontrarme con Él todos los días por la oración permanente que me lleva a la conversión-unión permanente. Ésta es la causa de tanto aburrimiento en la oración, de no pasar ratos ante el Señor, en la misma participación en la Eucaristía, porque se termina dejándolas, por no sentir su necesidad, estando tan necesitados. Y ésta es la causa de que no se avance en la vida espiritual. El principal impedimento. Nada de técnicas ni posturas, en la oración, como en el amor a Dios, no se avanza si no hay conversión.

Para san Juan de la Cruz, y para mi pequeña y pobre experiencia sacerdotal y apostólica, la falta de conversión permanente es la dificultad esencial para orar y para amar plenamente a Dios.  Por eso, se abandona la oración meditativa y desaparece el deseo de Dios, de santidad, de querer convertirse y hacer a los hermanos partícipes de este amor y experiencia.

Cualquiera que haya leído a san Juan de la Cruz habrá quedado muy impresionado y hasta un poco asustado de las descripciones tan abundantes y plásticas que hace de la tiniebla, oscuridad, sufrimientos y demás pruebas de esta noche del alma.      

A lo largo de toda la Noche, el Doctor Místico no cesa de hablarnos de tinieblas, desnudez, abandonos, sentimientos de la propia nada y miseria, sentimiento de estar alejado de Dios, imposibilidad absoluta para orar y meditar, sequedades y negaciones y oscuridades interiores..., y, por otra parte, pérdida de amigos, críticas, calumnias y murmuraciones, incomprensiones, humillaciones y padecimientos exteriores de todo tipo, con enfermedades y sufrimientos físicos y psíquicos,  hasta parecer que va a morir[21].

La intensidad de estos dolores es tan grande que el Santo no duda en compararlos repetidas veces a los del Purgatorio: «En esto humilla Dios mucho al alma para ensalzarla mucho después y si Él no ordenase que estos sentimientos, cuando se avivan en el alma, se adormeciesen presto, moriría muy en breves días; mas son interpolados los ratos en que se sienten su íntima viveza. La cual algunas veces se siente tan al vivo, que le parece al alma que ve abierto el infierno y la perdición. Porque estos son los que de veras “descienden al infierno viviendo” (Sal 54, 16), pues aquí se purgan de manera que allí. Y por eso, el alma, que por aquí pasa o no entra en aquel lugar, o se detiene allí muy poco, porque aprovecha más aquí una hora que muchas allí» (2N, 6,5).

No paso a describir esta parte de los sufrimientos porque aquí trato más bien de la experiencia gozosa de Dios. En alguna parte he tratado este tema abundantemente, dando  explicación espiritual y psicológica de los mismos, para hacerlos más comprensibles y para que no nos asustemos ante todo tipo de purificaciones y humillaciones y sufrimientos, porque de todo se sirve el Señor para demostrarnos que sólo debemos buscarle a Él, no sus dones, que nos hacen egoístas. Es la renuncia total a todo por conseguir el todo, pero no teóricamente, sino de verdad.

         Me sorprende en este aspecto san Juan de la Cruz, que dice muchas veces en sus escritos, sobre todo en la Subida al Monte Carmelo, que nos va a hablar de oración y luego escribe los tres libros de la Subida como los dos de la Noche y se los pasa hablando  de las purificaciones, purgaciones, de mortificaciones del yo, de sus criterios, de sus afectos desordenados, de las potencias del alma, memoria, entendimiento y voluntad, de las nadas… para llegar al todo.  

Por todo lo cual, para nosotros, no tiene ninguna duda, de que San Juan de la Cruz como santo, como doctor y como místico, puede ser propuesto como modelo y debe ser escuchado como maestro en este aspecto esencial de la condición humana que es la experiencia de Dios[22]. Por eso san Juan de la Cruz sigue actual como lo son los doctores de la Iglesia, es decir, aquellos teólogos cuya doctrina es reconocida por la Iglesia como capaz de iluminar a las sucesivas generaciones de cristianos, que quieran caminar a la unión y al amor total y transformante en Dios. A una generación como la nuestra, culturalmente secularizada, pero ávida de lo sagrado, con deseos de experiencia y contacto con Dios, san Juan de la Cruz puede ser un testigo indiscutible de la profundidad del hombre y necesidad de Dios. Ahora leamos al Papa Juan Pablo II.


[1] Cfr F. X. DURRWELL, La Eucaristía, Sacramento Pascual, Sígueme, Salamanca  1892, pag.13).

[2]VITTORIO MESSORI, Por qué creo, Madrid 2009, pag 360

[3]K. RAHNER, ESCRITOS DE TEOLOGÍA, La experiencia del Dios incomprensible, Madrid 1996, pag 24

[4]K. RAHNER, ESCRITOS DE TEOLOGÍA, o.c. pag 18

[5]JEAN MAALOUF, Escritos esenciales,  Madre Teresa de Calcuta., Sal Terrae  2002, p. 91.

[6] Liturgia de las Horas, III, pgs. 1391-93, De las oraciones atribuidas a Santa Brígida.

[7]EMILIANO JIMÉNEZ, El Espíritu Santo, dador de vida, Bilbao 1993, págs 15-17.

[8]  VATICANO II, L G, n. 59.

[9]EMILIANO JIMÉNEZ, ibi, pág. 215.

[10]SAN JUAN DE LA CRUZ, Obras Completas, BAC 1991, C.E., can. 6ª y 10ª.

[11]Ibi. pág. 723

[12]R. CANTALAMESSA, El canto del Espíritu, Madrid 1999, pag 412-3.

[13]F.X. DURRWEL, Cristo, Nuestra Pascua,  Editorial Ciudad Nueva, MADRID  2003, pag 176.

[14]Cfr. LAUREANO ZABALZA, El desposorio Espiritual según San Juan de la Cruz, Burgos 1964.

[15]MAXIMILIANO HERRÁIZ,  La oración Palabra de un Maestro, pags 65-90

[16]Cfr. FEDERICO RUIZ,  Caminos del Espíritu, Madrid 1978, págs 474-493.

[17]MAXIMILIANO HERRAIZ, Ibidem, pág 75

[18]L. BORRIELLO-GIOVANNA DELLA CROCE, Conoscere Dio é la vocazione dell´huomo, Torino 1991, págs83-99.

[19]K. RAHNER, Espiritualidad antigua y actual,  Escritos de Teología VII, Madrid 1967, p. 25.

[20]Cfr MAXIMILIANO HERRAIZ, La oración Palabra de un Maestro, San Juan de la Cruz, Madrid 1991, pags 57-137

[21]Cfr. ANTXON AMUNARRIZ, Dios en la noche, lectura de la noche oscura de San Juan de la Cruz, Roma 1991.

[22]Cfr J. MARTÍN VELASCO, La experiencia cristiana de Dios. Madrid 1995, págs 149-150.

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