Jueves, 05 Mayo 2022 11:00

Sagrario Madre Trinidad

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Carta n° 22 Rocca di Papa, 8-9-2008

Amadísimos hijos en el costado abierto de Cristo: Después de haberos manifestado en la carta anterior lo que Dios me hizo vivir el 18 de octubre de 1962, especialmente ante el Gran Momento de la Consagración, te pido, cualquiera que seas dentro de la Iglesia, y más si has tenido la predilección de ser de La Obra de la Iglesia, que respondas con tu don al Don divino, ejerciendo tu sacerdocio como Dios espera de ti, según tu específica vocación.


Y te ruego y te insisto que busques grandes ratos de oración para ser glorificador del Infinito, y antorcha que brilla en este mundo de corrupción que nos invade; siendo pararrayos que, con los brazos en cruz, aplaques la ira divina, que está muy colmada; y, por amor a la gloria de su Nombre, Dios necesita reparación.
Al día siguiente, 19 de octubre de 1962, dicté un escrito, especialmente para los sacerdotes: ((SACERDOTE DE CRISTO, RESPONDE AL AMOR»; después, otro para todos: ((ENTRE EL VESTÍBULO Y EL ALTAR», de los cuales os voy a transcribir a continuación, hijos amadísimos, grandes fragmentos en esta carta: ((SACERDOTE DE CRISTO, RESPONDE AL AMOR» ((Siento necesidad de volver a hablar de ese Gran Momento de la Consagración, en el cual toda la Majestad infinita en su poderío eterno se derrama tan abundantemente, por la palabra del sacerdote, sobre el altar, que es el mismo Verbo Encarnado el que, haciéndose Pan, mora entre nosotros.

¡El Gran Momento de la Consagración...!, realización plena de aquel otro, que en el Antiguo Testamento se efectuó cuando la gloria de Yahvé descansó en el templo de Jerusalén... En el Antiguo Testamento, figura del Nuevo, y como representación del gran Sacrificio de la Misa, se ofrecían víctimas sin mancha, para que, subiendo hasta el acatamiento de la Majestad soberana, fueran aceptas a Dios, y así la bendición de Yahvé cayera sobre su Pueblo, perdonando los pecados de los israelitas.

De vez en cuando el sacerdote entraba en el Sancta Sanctórum, donde sólo él podía introducirse para celebrar aquel sacrificio de alabanza, reparación, petición e impetración, que hacía acepto al Pueblo ante la Majestad soberana de Yahvé.

Dios recibía aquel sacrificio por ser representación de este otro, en el cual la Víctima ofrecida ante el acatamiento de la Majestad infinita es esa misma Majestad, que, para nuestra salvación, se hizo carne tomando figura de esclavo, y que, en este Sacramento del Altar, se nos da a comer y a beber en el gran misterio de la Eucaristía mediante las palabras sacrosantas de la Consagración, en las cuales el sacerdote repite aquellas mismas palabras que Jesús pronunció en la noche de la Cena para convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre.

¡El Gran Momento de la Consagración...!, donde el Sancta Sanctórum de la Eterna Trinidad, en aquel secreto indecible de señorío infinito y de virginidad eterna, se abre ante las palabras de un hombre, para dejar paso a la segunda Persona de la Santísima Trinidad, que, ante el llamamiento del sacerdote de Cristo, se hace Pan.

¡Oh misterio terrible de la Consagración...!, en el cual todo el Cielo, en expectación, adora atónito y reverente al Verbo de la Vida, que, saliendo presuroso del seno del Padre, salta al altar para hacerse Pan y Vino...

¡Está la Majestad Infinita en su esplendor eterno esperando que el sacerdote, reproducción viva del Eterno y Único Sacerdote, abra su boca en llamamiento del Verbo de la Vida, para abrir el Sancta Sanctórum de su eterna Trinidad y darnos a la segunda Persona, que “siempre mora en el Seno del Padre” (cfr. Jn 1, 18b), en comida y en bebida...! ¡Oh sacerdote de Cristo...! ¿Cuándo hubo padre tan padre que pudiera darnos como tú, para nuestro sustento, en comida y en bebida la misma Vida Encarnada...? ¿Cómo pudiste soñar, criatura creada por el Infinito, ser ungida con predilección eterna por el mismo Infinito para hacerte pueblo escogido y porción predilecta del rebaño del Buen Pastor...? ¿De dónde a ti tener el mismo poder que sólo Dios posee de perdonar los pecados...? ¿Cuál será tu dignidad de sacerdote, cuando tú eres el mismo Jesús en el momento de la absolución, de tal forma que tú mismo, con la autoridad divina, perdonas todas mis debilidades...?
¡Ay sacerdote de Cristo, dador de lo Sagrado..!, en ti fueron depositados “todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2, 3b) de Dios para salvación del hombre.

Sacerdote de Cristo, yo te venero porque en todos los momentos de tu vida en los cuales ejerces tu sacerdocio es tal tu dignidad, que el Cielo está abierto a tu mandato para cumplir tu voluntad, dando, por medio de ti, la vida eterna a todas las almas.

¡Ay si yo no tuviera el Sacramento de la Penitencia, y no pudiera ser absuelta de mis pecados...! En él toda mi alma, bañada con la gracia de la remisión, se encuentra felicísima y dichosísima, porque experimenta que la Sangre divina del Cordero ha sido derramada sobre sus pecados, siendo absuelta ante la palabra del sacerdote, que en nombre de Dios la perdona.

¿Y todavía, sacerdote de Cristo, andas buscando a veces tesoros humanos. .? ¿Y todavía tú, que eres el depositario del tesoro divino, y que tienes en tus manos toda la riqueza infinita, te arrastras bajo el polvo de tu miseria, buscando esta riqueza de muerte que nuestras almas pecadoras hambrean por no saber de Dios...? ¡Tú que eres, con Pedro, el depositario de las llaves del Reino de los Cielos, y que tienes en tus manos ese tesoro precioso y esa margarita escondida de la gracia, que por ti se nos da a todas las almas...!
Sacerdote de Cristo, vive tu sacerdocio. En el Bautismo me abres las puertas del Reino de los Cielos, quitándome la mancha del pecado original, con lo cual mi alma queda hecha hija de Dios y heredera de su gloria.
¿Puede haber imperio como el tuyo, ante el cual los demonios se someten...? ¿No ves que todo el Cielo espera tu palabra para derramar- se abundantemente sobre la tierra? Tan abundantemente, que hasta el mismo Dios infinito, haciéndose Pan por tu medio, vive oculto en la Eucaristía mientras duren los siglos, para que tú le des a todos sus hijos para su sustento... Sacerdote de Cristo, yo te venero, y te pido implorantemente que vivas tu sacerdocio; que sea toda tu alma una respuesta de amor al gran don de tu consagración; ¡que no juegues con tu Hostia, que profanas al Verbo de la Vida!; que seas pequeño, y que, ante tu dignidad, te retornes al Amor Infinito en entrega total e incondicional para que obre en ti, por ti y a través tuya según su voluntad, sobre ti y sobre las almas; que encuentre Él, al mirarte, el descanso para el cual te hizo sacerdote, ungiéndote por encima de todos los hombres.

Si eres sacerdote, vive tu sacerdocio siendo Cristo y descanso para Él, buscando solamente ese “tesoro escondido” que Dios por tu medio quiere comunicar a todas las almas.
Eres el padre de la humanidad, que espera de ti el alimento de vida para su salvación y tu retorno incondicional al Amor, y que, como maestro y guía, le enseñes el camino de la vida eterna y de la correspondencia al Amor...

Sacerdote de Cristo, lo que tú seas serán tus hijos: esa porción que del rebaño del Buen Pastor te fue encomendada. Retórnate en don al Bien Amado; entrégate sin reservas a la acción santificadora del Espíritu Santo, déjate hacer por las manos del Sacerdote Eterno, siendo todo tú para Él un beso de descanso y de amor en retorno de tu sacerdocio. iDile que sí...! Y cuando tú, por las palabras de la Consagración, entres allí, en ese secreto escondido de la Trinidad augusta, sé todo tú don de amor al Amor, que espera tu palabra para darte a su Verbo; recibe al Verbo de la Vida en tus manos, y entrégate a Él en su seno para que, en la comunicación del Espíritu Santo, seas uno con Él; y todas las almas, atraídas al olor de tus perfumes, corriendo tras de ti, nos introduzcamos en la cámara nupcial, amparadas y protegidas por la hermosura de tu rostro, que es ante Yahvé “más suave que el vino” (Ct 1, 2b) por tu sacerdocio.

“Llévanos tras de ti” (Ct 1, 4a), sacerdote de Cristo. Llévanos tras de ti e introdúcenos en el festín divino, para que el Amor Eterno, al vernos introducidos por ti en su seno, levante sobre nuestras almas bandera de amor.

Llévanos tras de ti, introdúcenos en la cámara nupcial, porque son los amores de Dios “más suaves que el vino”, y mi alma enamorada necesita descansar en el pecho del Amado, que es como “racimito de mirra”(Ct 1, 13a) y oloroso para mí...

Anda, sacerdote de Cristo, dame a Dios; dame ese Pan sagrado de vida eterna que tú has transubstanciado; dámelo, para que, embriagada en el mosto divino, yo desfallezca de amor, y pueda también llevar tras de mí legiones de almas que, mediante tu palabra, se llenen de vida divina y puedan participar eternamente de la felicidad del Infinito...

Anda, retórnate al Amor, date en respuesta a su don. No seas tacaño, dile que sí. Sé para Él el descanso que de tu sacerdocio Él esperaba. Y así, siendo para Él todo tú retorno de amor, le hagas a Dios un cielo en tu alma donde Él descanse y, a través de ti, se dé a todas las almas.

Anda, sacerdote de Cristo, responde al Amor con tu don a su don sobre ti al hacerte sacerdote...
Anda, ¡responde al Amor!)). Y ahora, hijos amadísimos, vamos a ensanchar nuestras almas, ante los horizontes inmensos que Dios abre para todos sus hijos por medio de la oración, para llenarnos de vida, dar gloria a Dios, responderle, repararle, amarle.., e irradiar esa misma vida divina a todos los hombres:
«ENTRE EL VESTÍBULO Y EL ALTAR» ((Sacerdote de Cristo, vive tu sacerdocio; estate “entre el vestíbulo y el altar” (Ji 2, 17), siendo mediador entre el Cielo y la tierra; llena tu misión de ser padre de todas las almas, sabiendo que el Señor te llamó ante todo “para estar con Él” (Mc 3, 14).
“Entre el vestíbulo y el altar” oren los sacerdotes, no sea que, habiendo sido escogidos para dar gloria a Dios y vida a los hombres, por su pobre vida de oración sean infecundos, no llenen su vocación, y vengan a convertirse en piedra de escándalo de esas mismas almas que les están encomendadas.
Sacerdote de Cristo, vive tu sacerdocio; implora ante el Infinito gracias de vida abundante para todas aquellas almas que el Señor ha querido concederte.
¿Has calado en la hondura profunda de tu sacerdocio, sabiendo que la eficacia del mismo está en la intimidad y unión que tú tengas con aquel Sumo y Eterno Sacerdote que, escogiéndote para continuar su misión, te pide morar en el Seno del Padre, y desde allí, mediante esa intimidad con lo divino, dar vida abundante para que los hombres vivan de su Padre Dios...? Tu sacerdocio te ha sido concedido especialmente para estar “entre el vestíbulo y el altar”, siendo glorificador del Amor Infinito, e irradiar este mismo Amor a todos los hombres.

“Entre el vestíbulo y el altar” vivan los sacerdotes del Señor. Sea su día una misa ininterrumpida que, ante la mirada divina, los haga vivir en esa postura que han de tener al pie del altar; sean glorificadores de Dios, adórenle en representación de todos sus hermanos, y, metiéndose en la intimidad del Sumo y Eterno Sacerdote, cojan el tesoro infinito de vida eterna que las almas les piden por su sacerdocio.

Sacerdote, sé mediador e intercesor, especialmente, “entre el vestíbulo y el altar”; el que recibas en ti el amor divino para comunicarlo a tus hermanos, y el que, como buen padre, te entregues por esos mismos hermanos, recibiendo en ti la expiación que por sus culpas necesitan ante el Señor, para que, a fuerza de llorar tú y victimarte por ellos, puedas llegar a presentar sus almas “como una casta virgen” (2 Cor 11, 2b), para desposarlas con Cristo.

Si tú, ungido y predestinado por el Amor Infinito para ejercer tu sacerdocio estando “entre el vestíbulo y el altar”, entre Dios y los hombres, no oras, ¿quién lo hará...?
Si no has aprendido todavía el secreto de la familiaridad con el Sumo y Eterno Sacerdote, ¿qué esperas...?
Si tú no amas al Amor Infinito como Él necesita, ¿qué haces...?, ¿en qué ocupas tu

vida sacerdotal...?

¿No sabes que has sido ungido, especialmente, para estar “entre el vestíbulo y el altar” recibiendo y dando amor...?

¿Dónde irá el Señor para encontrar amor, consuelo, comprensión, descanso e intimidad de amigo y de hermano. . . ?».


JUEVES SANTO

La soledad te envolvía, eres el Amor, que vives la tristeza te anegaba, abrasándote en tus llamas, y mi alma no sabía y de tanto amor morías, ni mi espíritu calaba sin encontrar quien te amara por qué de pena morías, como Tú te merecías si en Ti la Gloria llevabas, ni como Tú desearas. Pero un lamento salido ¡Oh, cuánto sufrí aquel día del hondón de tus entrañas que a mi alma te quejabas! me manifestó el secreto ¡Si yo, al menos, fuera amor que yo tanto deseaba: que a tu amor me retornara...!
3-4-1969 «iAy sacerdote de Cristo, que quizá no has calado aún tu sacerdocio, que estás inconsciente ante la realidad divina que en tu alma se obra, y que vives sin saber, y, aún peor, sin preocuparte de cómo has de vivir tu sacerdocio...!
“Entre el vestíbulo y el altar lloren los sacerdotes del Señor”, sabiendo que Cristo es el Mediador infinito, cuya postura principal fue siempre ejercer su sacerdocio y estar en actitud de víctima.

Oren en unión con Cristo, e identificados con Él, vivan su sacerdocio, y como Aarón, puestos con el incensario ante la presencia del Infinito, sostengan la justicia divina, y hagan subir hacia Dios inciensos de oración caldeada en el amor que, aplacando su ira, salve al pueblo del castigo que por sus pecados merece.
Tú que dices que tienes sed de almas, que necesitas dar gloria a Dios, ¿has calado en la eficacia de la vida de oración...? ¿No sabes que “el Señor lleva al alma a la soledad para hablarle a su corazón” (cfr. Os 2, 16b)...? El Infinito Amor te escogió con predilección eterna para que fueras el confidente de su corazón y supieras los profundos y recónditos secretos del alma de Cristo, donde se encierra la plenitud de la Divinidad.
Sacerdote de Cristo, ¿has calado profundamente en el alma del Sumo y Eterno Sacerdote...?
¿Has profundizado ese secreto íntimo del desconocimiento de Dios, que victimaba el alma santísima del Verbo de la Vida, y has escuchado alguna vez en el secreto de la oración el cántico infinito del Hijo del Padre, que, en canción sangrienta de amor y dolor, te expresó a ti la tragedia dolorosa de su alma. . . ?».
SUFRÍA EN SILENCIO...

Jesús sufría en silencio, Y, cuando yo entraba en Él, y en silencio se quejaba, en silencio me quedaba,
y en silencio me pedía penetrando la tragedia que yo entrara en su silencio que en su silencio se daba... y en su silencio le amara. ¡Oh, cuánto dice el silencio, cuando en silencio nos habla... 3-4-1969
«“Entre el vestíbulo y el altar” vivan los ungidos del Señor... Si las vírgenes del Señor, ejerciendo su sacerdocio místico, deben llegar a todas las almas de todos los tiempos, comunicándoles con su irradiación vida divina a todas ellas, ¿qué has de hacer tú. ..? ¿Tampoco tú sabes orar...?
Tu principal misión es ésa... Si no oras, ¿cómo entrarás en intimidad con el Verbo divino y recibirás la misión que quiso comunicarte cuando se encarnó, para que, a través tuya, las almas tuvieran vida...?
Entra dentro de ti, sé sincero y procura ser fiel... En secreto, responde al Amor, que te pide que tú, al menos, le conozcas, que sepas de su intimidad, que recibas su secreto. Si el Señor pudiera decir de ti: “Padre justo, ¡y el mundo no te ha conocido!” (Jn 17, 25a), pero éste sí te conoció, por eso le he manifestado mi nombre y se lo manifestaré aún más...

Siento necesidad de pedir a todas las almas consagradas que vivan su sacerdocio, llenándose de vida divina; para que, haciéndose en ellas una fuente de aguas vivificantes, comuniquen vida eterna a todos los hombres.

El Señor quiere que todas sus almas consagradas sean fuente de aguas vivas en las que pueda beber todo el que tenga sed de Dios. Han de poder decir con Jesús: “El que tenga sed, que venga a mí y beba, y el que tenga hambre, que venga a mí y coma” (Jn 7, 37b; cfr. 6, 35), porque “entre el vestíbulo y el altar”, llenándome de vida divina, se ha hecho en mí una “fuente que salta hasta la vida eterna” (Jn 4, 14b).

Sacerdote de Cristo, ¿qué te pedirá a ti el Señor...? A ti; no pienses en los demás; a ti...
Has de saber que, si no vives tu sacerdocio, eres como el mayordomo del Evangelio, que, escondiendo su talento, fue infecundo...

Vive tu sacerdocio, aprende a orar si aún no has calado el secreto de la oración.
En cada momento Dios se es en tu alma la Infinita Palabra, y esa misma Palabra divina quiere comunicarte su secreto de amor. Pero si tú, por tu poco espíritu de oración, no sabes escucharle, ¿cómo podrás después comunicarle a los demás..

Sacerdote, ora..., ora..., jora para que vivas tu sacerdocio!, para que tengas experiencia de que Dios te oye, para que seas omnipotente ante el Infinito, para que te llenes de su vida y entres en el misterio profundo del alma de Cristo, en el océano virginal del alma de María y en la riqueza infinita de tu Iglesia Santa; y así des vida en abundancia como Jesús de ti lo desea, y todo el que se te acerque quede vivificado.

¿Cómo has de orar tú, miembro de La Obra de la Iglesia...? ¿De qué calibre ha de ser tu oración ante la majestad del Infinito...? ¿Qué gracias has de arrancar del pecho del Altísimo...? ¿Cómo has de profundizarte en el alma del Sumo y Eterno Sacerdote,..? ¡Qué hondo es el misterio de tu vocación...! ¿Tú tampoco has calado en este gran secreto...? Pero a ti al menos, hijo querido, puedo hablarte con toda confianza, y decirte: ¡No defraudes al Amor Infinito...! Ejerce tu sacerdocio, ama por los que no aman, ora por los que no oran, ofrécete por los que no se ofrecen, llénate de vida divina por los que, por no orar, están vacíos.., Sea tu sacerdocio tan íntimamente vivido, que no haya deseo ni petición de gracia que de ti salga que no sea inmediatamente escuchada por el Sumo y Eterno Sacerdote.
Vive sólo y exclusivamente para Dios, aparta de ti todo lo que no sea Él, entrégate a vivir tu Misa.
lOra, ora, ora! en postura sacerdotal, que Dios necesita de tu oración e intimidad para, por tu medio, hacer vivir a todas las almas su sacerdocio dentro del seno de la Iglesia...

Mira, hijo querido, no puede expresar la lengua lo que el alma siente... Hoy siento miedo de decirte la hondura de tu vocación, porque soy pequeña, y temo a los grandotes... ¡Soy muy cobarde, y me dan miedo...! Yo sólo me entiendo con los pequeños.

Al menos tú, hijo mío, recibe hoy la confidencia de mi alma. Mira, lo que tú seas, serán aquellos que te están encomendados; lo que tú vivas, vivirán ellos; porque Dios te ha hecho padre de almas, miembro vivificante de los miembros vivificantes de nuestra Iglesia Santa...

Tú al menos no te confundas: ora día y noche “entre el vestíbulo y el altar”, ejerce tu sacerdocio, recibe la palabra divina que el Sumo y Eterno Sacerdote dice a tu alma para que, con Él, llenes tu misión.
Pesa sobre ti una gran responsabilidad. No des a las almas ideas aprendidas en el estudio frío de la teología. Ya sabes que “el que se apoye en el pecho de Cristo será predicador de lo divino”(Evagrio del Ponto); apoya tu cabeza en el pecho del Verbo Encamado, dile que te enseñe a vivir tu sacerdocio, que te dé su íntimo secreto sacerdotal, que te profundice en un hondo espíritu de oración, dándote corazón de padre para que comuniques vida; pero, ante todo, insiste para que te descubra su secreto, y así seas tú el consuelo del Unigénito del Padre».

MIS RATOS DE SAGRARIO

Son mis ratos de Sagrario los presuntos del Eterno, mis alegrías de gloria,
mis apetencias de Cielo... Son mis ratos de Sagrario donde, en penares de duelo, lloro con mi Dios penante, recojo sus desconsuelos, apercibo sus martirios, y me consumo en sus fuegos...

Son mis ratos de Sagrario donde mi espíritu abierto recibe la omnipotencia de los Poderes Inmensos; donde me siento fecunda, donde abarco el Universo, donde llego a todas partes, para llenar la misión de mi espíritu sediento dándole almas a Dios

por mi misión como Eco de la Santa Madre Iglesia, sumergida en su misterio.
En mis ratos de Sagrario, penetrada del Inmenso, ejerzo mi sacerdocio
con el Sacerdote Eterno, e irradio por todo el mundo las canciones de mi Verbo siendo madre universal en el compendio del tiempo. Son mis ratos de Sagrario añoranzas en tormento por no encontrar al que ansío tras la luz de su misterio...

Son mis ratos de Sagrario, en claridades de Cielo, o en oscuridades tristes, los que llenan las cavernas torturantes de mi pecho. Son mis ratos de Sagrario, envuelta por el silencio y penetrada en la hondura del coeterno misterio, los que me hacen gritar en mis nostalgias de Cielo y en mi añorante añorar: ¡Gloria de Dios! ¡Sólo eso! 9-5-1972

((A la palabra “oración” se le ha dado una sequedad parecida a la frase “vivir de fe”. Por eso, lo que hoy quiero comunicaros al pediros que viváis vuestro sacerdocio oficial o místico “entre el vestíbulo y el altar” no es precisamente que vayáis al Sagrario con un libro de meditación, sino que os pongáis sobre el pecho de Cristo a beber vuestro sacerdocio, y, ahondándoos en ese divino costado, leáis en el Libro abierto, que el Verbo quiere deletrearos.

Recuerda, hijo querido, aquel Libro de los siete sellos que sólo el Cordero pudo abrir. Apóyate en el costado divino del Maestro, y serás teólogo e Iglesia viva, aprendiendo la ciencia divina del Amor. Pero has de saber que sólo el Cordero podrá descubrirte, por la herida de su costado, en el Libro abierto que Él es, los secretos divinos que encierra.

Por eso, no busques, si puedes, un libro para entenderte con Dios. Al Amor le estorban las criaturas para comunicársete. La criatura libro es un medio del que tú has de valerte para recoger tu alma. Pero en el momento que sientas en ti o apercibas ese deseo de silencio, esa suavidad que te pide descansar en el pecho divino, ese calor de lo eterno que te invita a estarte amando al Amado, eso que te deja en una desgana de todo lo que no sea estarte con Dios sin decir nada, saboreando una verdad o recogido ante una idea, pero sin pensar, sin reflexionar; descansa tranquilo, que tu oración es buena.

El alma sabe que está con Dios porque siente en sí algo inefable que, por secreto, misterioso y oculto, no puede darle forma, ese “no sé qué”, que, por no poderse decir, yo no sabré explicarte, pero que el alma de oración bien lo sabe.

Estate mirando al Sagrario con amor; dile un sí silencioso y prolongado; mírale, que Él te mira; ámale, que te ama; espérale, que te espera... Todo esto, y muchas más cosas que yo aquí no te diré, es oración, y gran oración.

Cuida, porque muchas veces el enemigo engaña al alma cuando Dios le va metiendo en su paz silenciosa, haciéndole ver que eso es pérdida de tiempo, y apartándola así de esta intimidad que, mediante la oración de silencio, el mismo Dios quiere comunicarle. “Llevaré al alma a la soledad, y allí hablaré a su corazón”.
Vete a la soledad del Sagrario, no a leer ni a estarte dando vueltas en una meditación que, a veces, más que unirte con Dios te fatiga, sino a escuchar; ¡que en esa soledad el Verbo divino está hablando a tu alma..]
Vete solo, si puedes, sin criaturas, a leer en el Libro abierto de la Eterna Sabiduría y a escuchar el concierto infinito que, en silencio, en paz, en amor y en intimidad, el Verbo quiere cantarte.
No olvides que “la voz de tu Amado” (Ct 2, 8a) “es como miríadas y miríadas de citaristas” (cfr. Ap 5, 11) que quieren entonar su concierto a tu alma sacerdotal...

Tú que sientes necesidad de ser feliz, de amar y ser amado, de armonías, de conciertos, de hermosuras, de bondad y sabiduría, acércate al concierto eterno del engendrar divino, y apercibirás, sin criaturas de acá, aquella generación eterna, que, en el fuego del Espíritu Santo, es Canción de amor infinito, que, en infinitudes de músicas, de conciertos y de armonías de ser, en Sabiduría cantora y en Expresión substancial, El que Es quiere comunicar a tu alma-Iglesia, ante el contacto eterno de su Beso amoroso.
Hijo de mi alma-Iglesia, pregonero del Amor Infinito, mensajero de la Paz, cantor del infinito Amor, ungido para descubrir las riquezas del ser de Dios..., escucha, apercibe en silencio, que Jesús, el Verbo divino, quiere hablarte hoy; en este “hoy”, que es cada momento de tu vida, porque necesita comunicarte su divina Palabra, para que tú puedas, viviendo tu vocación, llenarte de su vida y ser predicador de lo divino.
Aprende la Palabra de la Sabiduría eterna para que sepas lo que has de decir, y di a los hombres lo que, en la intimidad con el Amor, aprendiste.

Por eso, porque Dios te pide vivir tu sacerdocio, oficial o místico, en una plenitud inconcebible, hoy te digo: Vive tu vocación, ora en postración ante el altar, llora con gemidos que sean inenarrables... Ora; pero no olvides de dar a la palabra oración la intimidad, el calor y la vida que ésta tiene.
Cuando yo te digo que ores, te pido que ames, que te estés con el Amor, que le consueles, que le regales, que le escuches, que le preguntes su secreto, y que lo aprendas, para que no tengas más remedio que comunicarlo.

Jesús encuentra pocas almas en quien poder descansar, y por eso está fatigado el Amor... Tú que le conoces, ¿cómo podrás ya guardar su secreto...? Comunícale a los hombres.
El Espíritu Santo está haciendo evolucionar a las almas en su vida de oración. Él quiere ser nuestro Libro abierto donde todos vayamos a leer; ese Libro divino que sólo el Cordero de Dios nos puede abrir.
Seamos conscientes de nuestra filiación divina, profundicemos en nuestro cristianismo, vivamos nuestro ser de Iglesia, y entonces, ante las realidades que se obran en el seno de la Trinidad, en el alma de Cristo, de María, en el seno de nuestra Iglesia Santa y en nuestra propia alma, sabremos de oración.
Alma-Iglesia, cualquiera que seas, y aún más si eres sacerdote, hoy te pido que me soportes unos momentos, porque la necesidad que siento de que te llenes de vida es tal, que vivo en una muerte continua; porque, a pesar de tanto como llevo escrito, siento en mí tal llenura para comunicártela, que sé que no podré decirte nunca todo lo que en mi alma he recibido del Sumo y Eterno Sacerdote para que te lo comunique.

Perdóname si te insisto: Sé que la fecundidad de tu vida depende del grado de intimidad que tengas con el Señor; porque he aprendido, apoyada en el pecho de Cristo, que la sabiduría amorosa no está en los libros. Por eso me siento llamada a decirte incansablemente que hagas oración.
Mi alma desearía volar hasta los últimos confines de la tierra, y caer desplomada de tanto clamar a todos ¡que hagan oración, para que vivan felices dando gloria a Dios y siendo fecundos.
Pero oración de estar amando al Señor, de estar recibiendo la Palabra viva que el Verbo vino a comunicarnos, de estar consolando al Amor Eterno, que te da su amor y te pide tu respuesta...
Aprende a orar, y no olvides que la eficacia de tu vida está “entre el vestíbulo y el altar” orando ante el Infinito, en contacto ininterrumpido con el Sumo y Eterno Sacerdote; siendo así irradiación de la vida divina para todos los hombres.

“Entre el vestíbulo y el altar lloren los sacerdotes y vírgenes del Señor”, y todo aquel que se sienta Iglesia, porque, después de veinte siglos, podría decir Jesús como en los últimos días de su vida: “Padre justo, ¡y el mundo no te ha conocido”; “ni te conocen a Ti, ni me conocen a mí!” (cfr. Jn 8, 19b), porque gran parte de los míos no saben ejercer su sacerdocio, orando para alcanzar la vida divina para todas las almas...
Cristiano, cualquiera que seas, ivive tu Sacerdocio!, para que pueda decir Jesús: “Padre santo, Yo te he conocido, y éstos han conocido que Yo salí de Ti. Yo les di a conocer tu Nombre, y se lo daré a conocer aún más.,.” (cfr. Jn 17, 25b. 8b. 26a).

¡Orad...! ¡Orad, para que seáis fieles, deis vida a las almas, y “no caigáis en tentación” (Mc 14, 38a)!».
LAS PUERTAS DEL CIELO

Busco a Dios del modo extraño que se nos da en el destierro: en alegrías de gloria, o en soledades de invierno... ¡Pero no importa al que ama con nostalgias del Eterno esperar día tras día,
cuando sabe que un sagrario es la puerta de los Cielos! Por eso busco en mi vida, en mis noches y en mis duelos, en mis torturas de muerte, en mi martirio incruento, en mi espera prolongada
y en la noche del invierno, cuando me cubre la helada, cuando me ataca el infierno, ¡tras las puertas del sagrario las lumbreras de los Cielos...! ¡Qué me importa que no sienta ante mi sagrario abierto, si la antorcha de la fe, como luciente lucero, me dice que ese Pan es la gloria del Eterno...?!

Por eso, busca, hijo mío, con incansables desvelos, con agonías de muerte
y aun con torturas en duelos, largos ratos de Sagrario, aunque tan solo apercibas, en tu penar lastimero dentro de la oscuridad, la tragedia del Dios muerto... ¡Busca ratos de Sagrario, sin buscar más que al Eterno, sin esperar más que a Él; sabiendo, por la esperanza, que, al fin, se abrirán los cielos...!
¡No te canses, hijo mío, que el amor no conoce el desaliento! Por eso, ora incansable ante tu sagrario abierto, donde el Señor se ha quedado en un pequeño Sustento, para que tú le buscaras
con esperanzas en fuego; y en el hondón de tu alma, donde Dios mora de asiento.

lOra incansable, hijo mío, jOra incansable, hijo mío, que mi corazón, herido para que gustes el Cielo! por las voces del Eterno, Y ora incansable, hijo mío, hoy te lo pide amoroso dándole a Jesús consuelo. con mis clamores en celo...! 9-5-1972 Antes de terminar esta carta con cuanto te acabo de decir, hijo queridísimo, miembro vivo y vivificante de La Obra de la Iglesia, te sigo pidiendo, incluso implorando, que busques las aguas del cristalino arroyo, para que en la oración apercibas de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y Yo os aliviaré» (Mt 11, 28), y aplacará vuestra sed, y os llenará de la vida eterna, que se nos da a raudales por las manos del sacerdote en el Nuevo Testamento.

Te pido que seas alma de oración, que busca incansablemente grandes ratos para estar junto a Jesús Sacramentado, y viviendo interiormente todo el día en intimidad con las divinas Personas, que, por la gracia, viven su vida en ti, para que tú vivas tu vida en Dios y con Dios.
¿Qué más podría decirte después de cuanto te acabo de manifestar para que seas feliz, des gloria a Dios y vida a las almas, llenando tu vocación de predilección eterna que Dios te ha dado en el seno de la Santa Madre Iglesia para que le manifiestes, tan sólo por ser Iglesia Católica, Apostólica y bajo la Sede de Pedro?


Esperando en este día le des ese consuelo a mi alma, se despide tu Madre

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