RETIRO DE PENTECOSTÉS A SACERDOTES (2004: Plasencia y Miajadas y Bejar)

(VSTetV)  RETIRO DE PENTECOSTÉS A SACERDOTES

(2004: Plasencia y Miajadas  y Bejar)

         Queridos hermanos sacerdotes: Me alegró mucho que Valerio me invitara a dar este retiro de Pentecostés, porque el Espíritu Santo es el que nos ha consagrado sacerdotes para siempre para la gloria de Dios Uno y Trino y la salvación de nuestros hermanos, los hombres. En nuestro tiempo éramos consagrados sacerdotes en la Vigilia de Pentecostés y esto no lo olvidamos, porque cantábamos también  nuestra primera misa. Por otra parte, ahora, estamos en el tiempo de la Iglesia, en la economía salvadora del Santo Espíritu de Dios, y los sacramentos, acciones salvadoras de Cristo, mediante su Espíritu, no son posibles sin la epíclesis, sin la invocación y la presencia del Divino Espíritu. El Espíritu Santo es la respiración, la misma vida y alma de nuestro Dios Trinidad, y de nuestro único Sacerdote y sacerdocio, su mismo Espíritu, por el que Él quiere renovarnos, especialmente ahora, en Pentecostés, que se hace presente el primero y único y eterno ya Pentecostés, presencializado ahora mediante la liturgia, los sacramentos, especialmente la Eucaristía, y que hacemos personal, mediante la oración y la apertura de nuestro corazón. Por eso, la oportunidad, la necesidad de este retiro. Por el respeto y amor que os tengo he procurado todos estos días prepararme mediante el estudio y la oración, y reunido con María, la madre de Jesús y madre nuestra,  he invocado con ella para vosotros y para mí, pero de verdad, al Espíritu Divino, fuego de mi Dios, alma de nuestra alma, vida de nuestra vida, Amor de nuestra alma y nuestra vida, sellada para siempre por la epíclesis de la ordenación sacerdotal como humanidad supletoria de Cristo Sacerdote, prologación de su ser y existir sacerdotal en su mismo Espíritu.

         Los sacerdotes de mi tiempo y quizás en general, aunque sea paradójico, teológicamente estamos un poco heridos en Pneumatología. Y es paradójico, porque por designio de la Santísima Trinidad, nada más nacer, recibimos el bautismo del agua y del Espíritu y , por voluntad de Cristo toda nuestra vida cristiana se desarrolla en la economía del Espíritu Santo. Por curiosidad he mirado el texto de Lercher que estudiamos los mi generación, y nosotros tenemos sólo dos tesis del Espíritu Santo, 14 páginas, que más bien son de Trinidad, como se titulaba el mismo tratado: De Deo Uno et Trino, Creante y Elevante. S.Sanctus a Padre Filioque procedit y la segunda: por viam voluntatis. La verdad que el problema del filioque, del concilio de Constantinopla, 381,sigue dominando en el subsconsciente de la teología, incluso de autores modernos y consiguientemente en  la vida de la misma Iglesia y de los cristianos, quitando algunos movimientos concretos o carismáticos, porque, aunque los libros de texto le dediquen más páginas actualmente, nos sé si porque el Espíritu Santo no tiene rostro, no sé si porque ya lo dijo el Señor : “ le conoceréis porque permanece en vosotros”…lo cierto es que invocamos poco al Espíritu, maestro de vida espiritual, y no solo el pueblo creyente, sino incluso los mismos sacerdotes y apóstoles. Al Espíritu Santo hay que conocerlo por vía de amor más que de inteligencia, pues claro, si no está o no se ama intensamente no se conoce de verdad con el corazón, si no nos esforzamos por vivir en el Espíritu, no baja de ser concepto teológico a ser vida y aliento espiritual, a sentirlo y experimentarlo dentro de nosotros; por eso, quitando tiempos específicos, seguimos hablando y predicando y viviendo más del Padre y del Hijo, es decir, de teología bipolar, en general.

         Un autor actual de la Gregoriana, por tanto más autorizado que yo, en la introducción de su texto del 2001 dice que la Pneumatología sigue considerándose prácticamente como un apéndice de la Teología. Y claro, esto influye en nuestra vida y consiguientemente en la vida de los que instruimos y formamos, porque formamos según nos forman . Todavía sigo recordando algunas pláticas de D. Eutimio sobre Trinidad, Espíritu Santo… y que a veces no era tanto lo que decía, sino el modo, el viento y fuego del corazón, con que respiraba.   (sobre estos temas no me han hablado mucho en mi vida pocas veces en situaciones posteriores). A este respecto y por no alargarme  en este aspecto quisiera citar a  Durwwell que tiene dos libros muy actuales sobre estos temas: Pascua y Espíritu  Santo: Eucaristía, Sacramento Pascual y últimamente Cristo, nuestra Pascua. De este tengo aquí copiadas cuatro páginas muy interesantes…, con esto de los ordenadores….cuesta poco trabajo, cito tan solo diez líneas…

         ( Añadir algo de Durwwell, si es oportuno)

         Queridos hermanos, el domingo celebraremos Pentecostés, ¿qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal que tuvieron los Apóstoles con María? Primero pedir con insistencia el Espíritu Santo al Padre, en nombre del Señor Resucitado, como Él nos lo mandó, y luego, esperar que el Padre responda, esperar siempre en oración, en diálogo, en espera activa, no de brazos cruzados, porque la esperanza, la oración verdaderamente cristiana es siempre acción por la contemplación, es suscitar diálogo con el Señor, deseos de El, pensamientos y fuerzas para seguir trabajando… la oración si es oración y nos puro ejercicio mental es siempre gracia eficaz de Dios y la necesitamos siempre… para nosotros, para nuestra parroquia, apostolado y  necesidades de todo tipo...la oración y la liturgia verdaderas  siempre son dinámicas, siempre es estar con El para enviarnos a ... Se preguntaba S. Buenaventura: ¿sobre quién viene el Espíritu Santo?, y contestaba con su acostumbrada concisión: “Viene donde es amado, donde es invitado, donde es esperado” (repetirlo, comentándolo)

         ¿Qué significa decir ¡Ven! a alguien que ya hemos recibido en el Bautismo, Confirmación, orden sacerdotal…decir “ven” a quien tenemos presente dentro de nosotros…? Santo Tomás de Aquino nos da una explicación teológica de las nuevas “venidas” del Espíritu Santo en nosotros. Observa, ante todo, que el Espíritu Santo “viene no porque se desplace de lugar, sino porque por gracia empieza a estar de un modo nuevo en aquellos a quienes convierte en templos suyos”. Textualmente: “Hay una misión invisible del Espíritu cada vez que se produce un avance en la virtud o un aumento de gracia…. Cuando uno, impulsado por un amor ardiente se expone al martirio o renuncia a sus bienes, o emprende cualquier otra cosa ardua y comprometida.” (I,q43,a6)

Y Kart Rhaner añade: “No podemos negar que el hombre puede hacer en esta vida ciertas experiencias de gracia, que le dan una sensación de liberación, le abren horizontes del todo nuevos, se graban profundamente en él y le transforman, moldeando, incluso durante mucho tiempo, su actitud cristiana más íntima. Nada impide llamar a esta experiencias bautismo del Espíritu”

         Pentecostés es el primer bautismo del Espíritu del Señor Jesucristo Resucitado y sentado a la derecha del Padre, con el mismo poder y amor que El. Jesús al anunciarlo antes de la Ascensión, dijo: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días” Toda su obra mesiánica consiste en derramar el Espíritu sobre la tierra. Así lo dijo en la sinagoga de Cafarnaún.¿Qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal? Primero, pedir con insistencia, como he dicho, el Espíritu Santo al Padre por el Hijo resucitado y glorioso, sentado a su derecha como El nos encomendó. Y luego esperarlo reunidos con María y la Iglesia en oración personal y comunitaria, en la acción y oración litúrgica. Esperarlo y pedirlo, porque la iniciativa siempre es de Dios “ y el viento nadie sabe de donde viene ni a donde va…...”

         Si queremos recibirlo, si queremos sentir su presencia, sus dones, su aliento, su acción santificadora, tenemos que ser unánimes y perseverantes, como fueron los apóstoles con Maria en el Cenáculo, venciendo rutinas, cansancios, desesperanzas, experiencias vacías del pasado, de ahora mismo… El Espíritu nos ama, es Dios en infinita ternura al hombre, amor gratuito, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? me ama porque me ama, porque me quiere, porque le ha dado la gana, gratuitamente, es más, aunque todavía no lo comprendo, me ama porque le hace ser feliz, algo que nunca comprenderemos hasta que no lleguemos al cielo, Dios es abba, Papá del alma….También tenemos que estar preparados para que algo cambie en nuestra vida. En positivo, ser hijos en el Hijo amado, en su misma vida que Él nos da, con su mismo Espíritu, qué maravilla, a qué intimidad estamos llamados… Y luego en negativo, porque somos carne, tienen que luchar espíritu y carne dentro de nosotros, esta es parte importante de la pneumatología paulina, hay quitar todo lo que nos impida ser hijos en el Hijo, en  el Amado, lo que nos impida tener su mismo Espíritu, sentimientos, actitudes de amor y de vida.

         Hay que estar dispuestos a vaciarse para que El nos llene, nos amamos mucho a nosotros mismos, nos tenemos un cariño muy grande y nos damos un culto idolátrico, de la  mañana a la noche, a veces estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni Dios en nuestro corazón. Digo ni Dios, porque suena más fuerte, como a blasfemia….la verdad es que ha habido temporadas en mi vida en que me he amado así y por eso me he tenido odio.. a veces odio a mi yo hombre carnal que se pone delante de Dios, del hombre según el Espíritu de Dios….me duele por no haber amado a Dios con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi ser... Me he odiado por haberme pasado años y años buscándome a mi mismo como lo primero y a veces único y lo digo públicamente …..cómo odio ese tiempo, esas conquistas, esos honores….ese tiempo perdido para mi Dios… siempre pensando y viviendo para mí mismo, como punto permanente de referencia, tantas acciones, tantas cosas, incluso piadosas… que no llegaban hasta Dios…, precisamente porque me faltaba su Espíritu; no se pueden hacer las acciones de Cristo sin el Espíritu de Cristo.

          Y aún en lo que hace referencia a Dios, en el apostolado, tengo que mirar más intensamente a Dios, tengo que trabajar en perspectiva de eternidad, somos sembradores y cultivadores de eternidades, tengo que estar más pendiente de lo eterno que de lo temporal de los sacramentos, del apostolado, que lleve verdaderamente las almas a Dios, no bautizar por bautizar, casar por casar…más allá de lo creado, de lo que se ve…, soy responsable de las eternidades de mis feligreses, si creo en la eternidad, tengo que vivir más preocupado por ella que por lo que aparece.. Hasta allí, hasta la eternidad, hasta la salvación eterna y no puramente temporal tiene que apuntar toda mi persona, todo mi apostolado, también todos mis bautizos, primeras comuniones, bodas, la liturgia, la palabra, tantas ceremonias y ritos que terminan en sí mismos…que no puedo hacer mirando más a los hombres que a Dios, dónde está  la verdad , el profeta, el bautismo de fuego, “ con un bautismo tengo que ser bautizado”…decía Cristo y lo hacía en referencia a su muerte obedeciendo al Padre y a los hombres, con amor extremo, hasta dar la vida. Así tengo que hacerlo yo.

         Hermanos, somos simples criaturas, solo Dios es Dios. Qué grande vivir en la Santísima Trinidad que me habita… quiero que me habite y quiero vaciarme para eso hasta las raíces más profundas de mi ser para llenarlo todo de divinidad, de amor, de diálogo, de verdad y de vida, pero de verdad, no de sólo palabra … “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro ayudarme a olvidarme enteramente de mí… para establecer en vos tranquilo y sereno como si mi alma ya estuviera en la eternidad… que nada pueda turbar ni paz ni hacerme salir de vos oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la inmensidad de tu esencia… de tu Espíritu …”

         Lo que el Espíritu toca, el Espíritu cambia, decían los padres griegos. El que clama al Espíritu: Ven, visita, llena… le da la llave de su casa para que el Espíritu entre, cambie, ordene, lleve la dirección de su vida. No podemos con la voz de la Iglesia decir: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles….. y luego en voz baja añadir: pero no me pidas que cambie mucho, porque es una contradicción, la eterna contradicción o lucha de lo que somos: carne y espíritu, naturaleza y gracia, hombre viejo y hombre nuevo….Si viene el Espíritu Santo ordena nuestro amor, la gracia mete en mí ese amor del mismo Dios Trinitario, yo no puedo amar sino como Dios se ama y ama a los hombres y Dios se ama como primero y absoluto por ser quien es, por sí mismo y yo solo puedo amar así si el me lo comunica y mora en mí,  entonces Dios será lo primero y lo absoluto. Por eso,  esto ni lo entiendo ni puedo ni se de qué va si El no me lo da por su Espíritu, y para esto tengo que estar dispuesto a vaciarme  de mí mismo, de mi amor propio de los criterios, sentimientos y comportamientos motivados por mi yo en contra del Espíritu de mi Dios. Dios es Dios, nosotros somos simples criaturas y nos sabemos ni podemos, aunque seamos sacerdotes y esto es lo primero que nos enseña el Espíritu de Dios si le dejamos que permanezca en nosotros… Guiados por el Espíritu de Cristo hay que seguir sus mociones y pisar sus mismas huellas, adorando al Padre en obediencia total guiados por su Espíritu, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida, hasta la muerte del propio yo, del amor propio, del amor que me tengo a mi mismo… y esto cuesta, cuesta sangre y es para toda la vida…. Los sacramentos son eficaces, la gracia, la eucaristía, Cristo… pero tengo que estar dispuesto a ser bautizado con el fuego del amor de Dios, que me comunican…

         El Espíritu Santo viene a mí por la gracia de los sacramentos, por la oración personal para meterme  en la misma  vida de Dios y esto supone conversión permanente del amor permanente a mí mismo, de preferirme a mí mismo para amar a Dios. Soberbia, avaricia, lujuria envidia.. en el fondo qué es….preferirme a mí mismo más que a Dios…  buscar honores, poder, qué es….. Lo primero y Absoluto de mi vida es Dios y eso supone conversión permanente. El Espíritu de Dios viene en mi ayuda, me ilumina en mi interior para que vea claro las raíces de mi yo, me da fuerzas para decirle que sí, luego Dios empieza su obra, por la oración personal y la Eucaristía la voy realizando, cooperando con el amor de Dios que mora en mí, a quién cada día voy conociendo mejor por el amor que obra en mí y me dice cosas y sentimientos que yo antes no tenía ni sabía fabricar y así voy entrando en el santuario de mi Dios y así le voy amando y conociendo de verdad….

         Y como veo que cada día El lo hace mejor y yo no sé ni puedo ni se de qué va hasta que  encuentro hecho a pesar de mis despistes y  caídas…aquí nadie está confirmado en gracia… precisamente por eso, porque caigo, necesito de El siempre para levantarme, para seguir avanzando, amando, porque quiero amar con todo mi corazón, con todas mis fuerzas y con todo mi ser …. Necesito de El, de su gracia, de su luz, de la oración diaria y seria, de los sacramentos vividos con su mismo Espíritu, sentimientos, actitudes…. Pero si no quiero que El sea de verdad lo primero, si mis labios profesan y predican amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser…. pero luego no estoy en esta línea, no me esfuerzo, no lucho todos los días, entonces en el fondo no tengo necesidad de  El, ni de oración, ni de gracia, ni de sacramentos ni de Cristo ni de Dios..  porque para vivir como vivo me basto a mí mismo. Este es el problema del mundo. No siente necesidad de Dios, para vivir como vive, como un animalito…

         Yo necesito verdaderamente de Él, nosotros necesitamos verdaderamente de El, por eso estamos aquí, necesito del Espíritu, de la fuerza, del Amor personal del Padre y del Hijo. Soy un poco duro en describir este camino, es que me retrato a mí mismo y me lo sé muy bien, es que me da rabia y pena de tanto pecado original bautizado con agua en mí, pero no destruido por la potencia y el fuego de amor del Espíritu Santo, ante esta maravilla de vida a la que Dios me llama y para que me ha pensado y creado y dado el beso de amor de la vida.

                  Queridos hermanos: siempre el amor de Dios, el Espíritu de Dios: necesitamos el amor de Dios para contagiar de amor a los nuestros, necesitamos su Espíritu para sean bautizados en Espíritu Santo, necesitamos que el Espíritu de Cristo venga a nosotros para predicar la verdad completa de que Él nos habla tantas veces, necesitamos el Espíritu de Cristo para vivir la vida de Cristo y hacerla vivir y así nuestros apostolados serán verdaderamente apostolado, porque nuestra humanidad será humanidad prestada para que Él pueda seguir amando, predicando, salvando. Recuerdo ahora esta oración de un obispo oriental, que leí por vez primera en una carta, quizás la primera del general actual de los Jesuitas, el holandés Kolvenvach       

         Queridos hermanos: La Biblia empieza diciéndonos que el Espíritu de Dios, ruah en hebreo, pneuma-atos, en griego, se cernía sobre la aguas. Los científicos modernos van a dar la razón a la Biblia y la van a convertir de un libro religioso en científico. Porque parece ser que la vida viene del agua. La ruah Yahve, como soplo o respiración de vida de Dios, indica lo más vital y secreto que hay en Dios, su vida más íntima;  y si lo referimos al hombre ruah significa su aliento, su principio de vida, su alma. En este sentido escribe San Pablo que nadie conoce lo íntimo del hombre a no ser el mismo espíritu del hombre que está en él, y nadie conoce las cosas de Dios salvo el Espíritu de Dios.(cf Icor 2,11) De ahí la necesidad de recibir el Espíritu para conocer a Dios.

         Hermanos, qué pasa si por cualquier circunstancia estamos demasiado tiempo sin respirar? Pues que morimos; y no hay que morir, hay que aspirar y respirar a Dios, hay que vivir del Espíritu de Dios, de la vida de Dios…. Respira hondo, decimos cuando alguno se marea o se desmaya; pues esto mismo es lo que os digo esta mañana y me digo: respira, respira hondo, hermano,  en el Espíritu Santo mediante la oración, la eucaristía, el apostolado. La oración, sobre todo,  que es como el jugo gástrico que debe asimilarlo todo en Espíritu Santo, en vida de amor a Dios y desde Dios, a los hermanos; si no respiramos, si no oramos, morimos, aunque digamos misa…Y podemos celebrar misa, y morir espiritualmente porque no la aspiramos,  no vivimos la Eucaristía en Espíritu y verdad, comemos pero no comulgamos con Cristo, porque no comemos espiritualmente su carne y su sangre, es decir, no nos identificamos con su Espíritu, no comemos sus mismos sentimientos y actitudes.  

         Y Dios también si no espira y aspira  su Espíritu,  se muere. Dios no puede existir sin espirar su Espíritu, y el Espíritu de Dios es Amor. Como hemos dicho: Dios es amor su esencia es amar, si dejara de amar dejaría de existir, No tiene más remedio que amar, que amarnos y lo digo para que nos llenemos de esperanza, aunque seamos pecadores, Dios no tiene más remedio que amarnos… porque esa es su esencia, esa es su vida. Para el Oriente, la Pneumatolología, el Espíritu Santo es fundamentalmente luz; Para Occidente, desde s. Agustín, el Espíritu Santo es amor, para S. Juan de la Cruz es “Llama de amor viva…., que tiernamente hieres de mi alma en mi más profundo centro….. pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro…” Es Llama de amor viva, y como toda lumbre, como todo fuego, a la vez que calienta, alumbra,dice S. Juan de la Cruz.

TERMINA ESTA MEDITACIÓN CON DESCRIPCIÓN DE ESPÍRITU SANTO EN TRINIDAD QUE TENGO EN EL LIBRO “LA EUCARISTÍA… PAG. 125

MI ORACION AL ESPÍRITU SANTO

 AÑADO LO DE ABAJO Y TERMINO CON S. JUAN DE LA CRUZ

Y ahora ya, después de esta introducción, ¿empezamos a hablar del Espíritu de Dios en Dios mismo, en su mismo ser y existir? ¿Nos sumergimos un poco por una contemplación infusa que diría S. Juan de la Cruz en la esencia de nuestro bueno y amadísimo y adorado Dios Uno y Trino…? Explicar contemplacion: oración discursiva, yo atrapo a Dio a mi medida, afectiva, salgo a la búsqueda de Dios, diálgo, te quiero, contemplación: soy teópata, Dios me invade y yo contemplo, miro dentro de mí al Espíritu del Padre y del Hijo: “Si alguno me ama, mi padre le amará y vendremos a El y haremos morada en Él”.  Fijaos bien: si alguno me ama, no si me estudia solo, o conoce, aunque tenga un doctorado en teología…Si alguno me ama se sentirá lleno de mi Espíritu infinito en su ser y existir, que es una persona divina, tan esencial que sin ella no pueden vivir y existir el Padre y el Hijo, porque es su vida-amor-felicidad que funde a los tres en la Unidad, en la que entra el alma por ese mismo Espíritu, que se comunica al hombre por la gracia, y así puede participar y comunicarse con el Padre y el Hijo por el Amor participado, que es la misma vida y alma de Dios Uno y Trino. Y todo esto y lo anterior y lo posterior que se pueda decir, dentro y fuera de la Trinidad: “Porque Dios es Amor “.
A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada, solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque El existe en su mismo Serse de su infinito acto de Ser eterno, fuera del antes y después, fuera del tiempo. Por eso, en esto del ser como del amor, la iniciativa siempre es de Dios. El hombre, cualquier criatura, cuando mira hacia Dios, se encuentra con una mirada que le ha estado mirando con amor desde siempre, desde toda la eternidad. Todo amor en el hombre, es reflejo. No existía nada, solo Dios.

El Padre, al contemplarse en sí y por sí, sacia infinitamente su capacidad infinita de ser y existir y en esto se es felicidad sin límites. Su serse, su esencia amor es lo que su existir refleja lleno de luz y abrasado de amor. Y la contempla en tal infinitud y fecundidad y perfección que engendra una imagen igual, esencialmente igual a sí mismo que es y podemos llamarle Hijo y en tal infinitud de ser feliz surge un amor que contiene en si, recibido del Padre y del Hijo, todo el ser divino: el Espíritu Santo. Y este ser infinito y eterno no es otra cosa que un Acto de ser infinitamente fecundo en Tres Personas. Y este Ser eterno, por su mismo amor, quiere comunicarse, quiere hacer a otros partícipes por gracia, de su misma dicha, comunicándoles su misma vida y gozo, quiere ser conocido en la grande e infinita y total belleza y gloria y luz y vida
en que se es en acto eterno de felicidad y amor, para que nosotros seamos felices con su misma felicidad, amándole, alabándole, agradeciéndose como el Hijo al Padre y el Padre al Hijo en su mismo Espíritu-Amor-Felicidad. El quiere ser nuestra única felicidad y amor, dándose y recibiéndose en totalidad de ser y amor, por la gracia comunicada por el Espíritu en los sacramentos y en la oración- conversión transfiguración-unión transformante. Dice S. Juan de la Cruz: “Porque no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado”. “Y esta tal aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí les es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite, que no hay que decirlo por lengua mortal.,.; porque el alma unida y transformada en Dios aspira en Dios a Dios las misma aspiración divina que Dios, estando ella en El transformada, aspira en si mismo a ella...” “Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta, que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado. Porque dado que Dios la haga la merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, ¿ qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad? Pero por modo comunicado y participado, obrándolo como Dios en la misma alma; porque es estar transformada en las Tres Divinas Personas en potencia, sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios; y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza” (Can B 39, 4).

Dios quiere darse esencialmente, como El es en su esencia, darse y recibirse en otros seres, que lógicamente han de recibirlo por participación de este ser esencial suyo, para que ellos también puedan entrar dentro de este círculo trinitario. Y por eso crea al hombre “a su imagen y semejanza “, palabras estas de la Sagrada Escritura, que tiene una profundidad infinitamente mayor que la que ordinariamente se le atribuyen.
El hombre ha sido soñado por el amor de Dios, es un proyecto amado de Dios: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. El nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante El por el amor. El nos ha destinado en la persona de Cristo por pura iniciativa suya a ser sus hilos para que gloria de su gracia que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo redunde en alabanza suya... El tesoro de su gracia , sabiduría y prudencia ha sido un derroche de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante, recapitulando en Cristo todas las cosas de! cielo y de la tierra.” (Ef 1,3.10).

TRAS HABER DICHO DOS PALABRAS SOBRE EL ESPÍRITU SANTO COMO AMOR Y VIDA DENTRO DE LA TRINIDAD, VAMOS A VER  COMO EL ESPÍRITU SIGUE SIENDO VIDA DEL VERBO ENCARNADO, ESTO ES, EL ESPÍRITU SANTO COMO VIDA O EN LA VIDA DE CRISTO. PARA LUEGO TERMINAR CON EL ESPÍRITU SANTO COMO VIDA EN CADA CREYENTE  AL TENER QUE VIVIR LA MISMA VIDA DE CRISTO. EL QUE ME AMA, EL QUE ME COMA VIVIRÁ POR MÍ, DIJO EL SEÑOR.

EL ESPÍRITU SANTO ES LA VIDA DE CRISTO DESDE SU ENCARNACIÓN HASTA SU RESURRECCIÓN ASCENSIÓS A LOS CIELOS.

LA PROMESA Y EL DESEO DE JESÚS DE QUE RECIBAN EL ESPÍRITU SANTO PODÍAN IR ANTES DE EVENTO DE PENTECOSTES O VICEVERSA. A EFECTO DE LA VERDAD COMPLETA

PENTECOSTÉS:

El. CANTO DEL ESPÍRITU

AMOR

por la unidad de los cristianos, donde se trabaja y se sufre por ella.
Al principio, Dios concedió el Espíritu a los paganos en casa de Cornelio, con las mismas manifestaciones con las que lo había concedido a los apóstoles en Pentecostés, para inducir a Pedro, y detrás de él a la Iglesia, a acoger también a los gentiles en la comunión de la única Iglesia. Hoy concede el Espíritu Santo a los creyentes de las distintas Iglesias de la misma manera, y a veces bajo idénticas formas, para un mismo objetivo: inducirnos a acogernos los unos a los otros en la caridad del Espíritu y encaminarnos hacia la unidad plena, como hicieron judíos y gentiles cuando se reunieron en la misma Iglesia. ¡El Espíritu, que pudo reunir en un solo cuerpo a judíos y gentiles, esclavos y libres, bien puede reunir hoy en un solo cuerpo a católicos y protestantes, latinos y ortodoxos! Esto es lo que tenemos que pedirle al Espíritu cuando, en el Veni creator, lo invocamos como caridad y amor.

(VSTetV)                                SEGUNDA MEDITACIÓN

¡Todos quedaron llenos del Espíritu Santo!

Terminábamos la meditación anterior sumergidos en nuestro Dios Trino y Uno conducidos por el Espíritu Santo, alma y vida de nuestro Dios, desde donde fue enviado por el Padre y el Hijo en el día de Pentecostés; vamos a fundamentar el hecho de Pentecostés, reflexionando sobre el Espíritu Santo en la vida y actividad de Cristo para terminar con el Espíritu Santo, como alma de la Iglesia y vida de todo creyente y espíritu de todo apostolado: sin el Espíritu de Cristo no pueden realizarse las acciones de Cristo.

1.- El Espíritu Santo en la vida de Cristo: ver Eucarísticas, pag. 422

Esto  mismo lo podemos decir brevemente de otra forma :

En la Anunciación: La persona y la vida de Jesús presuponen la acción del Espíritu Santo: el ángel a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc1,26-38). En Mateo el ángel dice a José: “no temas tomar a María por esposa, porque lo que ha engendrado viene del Espíritu Santo”.

En la visita de María a Isabel, recuerdo siempre en este hecho a Sor Isabel de la Trinidad, porque como ella era tan devota de la SS. Trinidad, se sentía habitada por los Tres….era muy devota de la Virgen en su visitación a santa Isabel….. vemos que el niño Juan salta de gozo en el seno de su madre Isabel “llena de Espíritu Santo”. La voz dulce y llena de suavidad de la Virgen y su visita es para Isabel la venida, el medio por el que le viene comunicado el Espíritu Divino, que le llena totalmente a ella y proclama a María bendita entre todas la mujeres: El mismo Espíritu Santo que ha llenado a María del Verbo de Dios, es el que llena a Isabel  de palabras de alabanza e inspiración a María.

Ana es para Lucas la profetisa y todos sabemos que la pneumatología lucana es profecía, presencia del Espíritu en la voz del profeta y en la predicación de la Palabra, todo profeta está bajo la acción del Espíritu de Dios, y Simeón fue al templo “movido por el Espíritu Santo”.

En el Bautismo de Jesúses más  clara la alusión al Espíritu  en la paloma y por la voz del Padre que le proclama el Amado en su mismo Amor Personal, Espíritu Santo.

Jesús es conducido al desierto por el Espíritupara ser tentado por el demonio que no logra alejarle del mesianismo servidor del Siervo de Yahvé al mesianismo político de poder y dominio,  como El había anunciado en la sinagoga de Carfanaún: “El Espíritu Santo está sobre mí.. él me enviado para evangelizar a los pobres, dar la buena noticia….

Jesús, “lleno de Espíritu Santo” da gracias al Padre por todos los dichos y hechos salvadores que hace con la fuerza del  Espíritu Santo, especialmente con los pequeños. Por eso,  todo pecado será perdonado a los hombres, menos la blasfemia contra el Espíritu Santo, es decir, cerrarse a su venida y acción en nosotros.

Y en el discurso de la Última Cenaespecifica cuál será el don principal de su Pascua, que nos enviará desde el Padre: “ Yo rogaré al Padre que os dará al Paráclito que permanecerá con vosotros, el Espíritu de la Verdad”. Lo llama por vez primera Paráclito, que significa defensor, abogado, defensor.. “El que me ama a mi será amado por mi Padre y yo le amaré y me manifestaré a él…. Os he dicho estás cosas mientras permanezco entre vosotros; pero el Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que os he dicho” (Jn 14, 15-30).

         Para Juan el morir de Cristo no es sólo exhalar su último suspiro, sino entregar su Espíritu al Padre, porque tiene que morir; por eso el Padre le resucita entregándole ese mismo Espíritu, Espíritu del Padre y del Hijo que resucita a Jesús, para la vida nueva y la resurrección de los hombres. Por eso en el hecho de la cruz nos encontramos con la revelación más profunda de la Santísima Trinidad y la sangre y el agua de su costado son la eucaristía y el bautismo de esta nueva vida.

         La partida de Jesús es tema característico del cuarto evangelio: “Pero os digo la  verdad: os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré… muchas cosas me quedan aun por deciros, pero no podéis llevarlas ahora, pero cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hasta la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará de lo que oyere y os comunicará de lo que vaya recibiendo. El me glorificará porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer”. (Jn 16,7-16).

         Qué texto más impresionante. Reconozco mi debilidad por Juan y por Pablo. Está clarísimo, desde su resurrección Cristo está ya plenamente en el Padre, no sólo el Verbo, sino el Jesús ya verbalizado totalmente a la derecha del Padre, cordero degollado en el mismo trono de Dios, y desde allí nos envía su Espíritu desde el Padre, Espíritu de resurrección y de vida nueva. Este es el tema preferentemente tratado por Pablo que nos habla siempre “del Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos”… No se pueden separar Pascua y Pentecostés, porque el envío del Espíritu Santo es la plenitud cristológica, es la pascua completa, la verdad completa con el envío del Espíritu Santo, fruto esencial y total de la Resurrección.  Para esta meditación me voy a quedar con estos textos de Juan y ni  toco el Pentecostés lucano que es principalmente espíritu de unidad de la diversidad de Bábel por el espíritu de profecía, de la palabra, ni el de Pablo que es caridad y carismas: “si por tanto vivimos del Espíritu Santo, caminemos  según el Espíritu” no según la carne, carne y espíritu, naturaleza y gracia.

         Retomo el texto anterior de Juan: “Porque os he dicho estas cosas os ponéis tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu, pero si me voy os lo enviaré… El os llevará a la verdad completa”…. Vamos a ver, Señor, con todo respeto: es que Tú no puedes enseñar la verdad completa, es que no sabes, es que no quieres, es que Tú no nos lo has enseñado todo…, pues Tú mismo nos dijiste en otra ocasión:  “Todo lo que me ha dicho mi Padre os lo he dado a conocer….” para qué necesitamos el Espíritu para el conocimiento de la Verdad, que eres tú mismo, quién mejor que Tú, que eres la Palabra pronunciada por el Padre desde toda la eternidad,  por qué es necesario Pentecostés, la venida del Espíritu sobre los Apóstoles, María, la Iglesia naciente….Los apóstoles te tienen a Ti resucitado, te tocan y te ven, qué más pueden pedir y tener…Y Tu erre que erre que tenemos que pedir el Espíritu Santo, que El nos lo enseñará todo, pues qué más queda que aprender; que El nos llevará hasta la verdad completa….pues es que tú no puedes… no nos has comunicado todo lo que el Padre te ha dicho, no eres Tú la Palabra en la que el Padre nos ha dicho todo?  “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios… Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros…”. A ver, qué más se puede hacer….

         Queridos hermanos, en Pentecostés Cristo vino no hecho Palabra encarnada sino fuego de Espíritu Santo metido en el corazón de los creyentes, vino hecho llama, hecho experiencia de amor, vino a sus corazones ese mismo Cristo, “me iré y volveré y se alegrará vuestro corazón” pero hecho fuego, no palabra o signo externo, hecho llama de amor viva y apostólica, hecho experiencia del Dios vivo y verdadero, hecho amor sin límites ni barreras de palabra y de cuerpo humano, ni milagros ni nada exterior sino todo interiorizado, espiritualizado, hecho Amor, experiencia de amor que ellos ni nosotros podemos fabricar con conceptos recibidos desde fuera aún por el mismo Cristo y que solo su Espíritu quemante en lenguas de fuego, sin barreras de límites creados, puede por participación meter en el alma, en el hondón más íntimo de cada uno.

         En Pentecostés todos nos convertimos en patógenos, en sufrientes del fuego y amor de Dios, en pasivos de Verbo de Dios en Espíritu ardiente, en puros receptores de ese mismo amor infinito de Dios, que es su Espíritu Santo, en el que El es, subsiste y vive, por el Espíritu nos sumergimos en  ese volcán del amor infinito de Dios en continuas explosiones de amor personal a cada uno de nosotros en su mismo amor Personal de Padre al Hijo y del Hijo al Padre, algo imposible de saber y conocer si no se siente, si no se experimenta,  si no se vive por Amor, por el mismo amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, donde uno los sorprende en el amanecer eterno del Ser y del Amor Divino, y uno..queda extasiado, salido de sí porque se sumerge y se pierde en Dios; allí es donde se entiende el amor infinito y verdadero de un Dios infinito por su criatura,allí es donde se comprenden todos los dichos y hechos salvadores de Cristo, allí es donde se sabe qué es la eternidad de cada uno de nosotros y de nuestros feligreses, allí se ve por qué el Padre no hizo caso a su Hijo, al amado, cuando en Getsemání le pedía no pasar por la muerte, pero no escuchó al Hijo amado, porque ese Padre suyo, que le ama eternamente, es también nuestro Padre, ante el cual el Espíritu del Hijo amado en nosotros nos hace decir en nuestro corazón: abba, papá del alma. El Hijo amado que le vió triste al Padre porque el hombre no podía participar de su amor esencial y personal para el que fue creado, fue el que se ofreció por nosotros ante la SS Trinidad: “Padre no quiere ofrendas…”-- Carta a los Hebreos-- y el Padre está tan entusiasmado por los hijos que van a volver  a sus brazos, a su amor esencial, que olvida al mismo Hijo Amado junto a la cruz; Cristo se quedó solo, abandonado, sin sentir la divinidad porque el precio era infinito ya que la conquista, la redención era infinita: entrar en la misma intimidad de Dios, en su corazón de Padre, quemado de amor a los hijos en el Hijo. Qué misterio, qué plenitud y belleza de amor al hombre. DIOS EXISTE, DIOS EXISTE, ES VERDAD, DIOS NOS AMA, ES VERDAD. CRISTO EXISTE Y NOS AMA LOCAMENTE Y ESTÁ AQUÍ BIEN CERCA DE NOSOTROS Y ES EL MISMO VERBO DEL PADRE….

LOS APÓSTOLES:

         Habían escuchado a Cristo y su evangelio, han visto sus milagros, han comprobado su amor y ternura por ellos, le han visto vivo y resucitado, han recibido el mandato de salir a predicar…pero aún permanecían inactivos, con las puertas cerradas y los cerrojos echados por miedo a los judíos; no se le vienen palabras a la boca ni se atreven a predicar que Cristo ha resucitado y vive….Y qué pasó, por qué Cristo les dijo que se prepararan para recibir el Espíritu Santo, que El rogaba por esto, que nosotros también tenemos que desearle y pedirle que venga a nosotros….pues que hasta que no vuelve ese mismo Cristo, pero hecho fuego, hecho Espíritu, hecho llama ardiente de experiencia de Dios, de sentirse amados… no abren la puerta y predican desde el balcón del Cenáculo, y todos entienden siendo de diversas lenguas y culturas y empieza el verdadero conocimiento y conversión a Cristo y el verdadero apostolado, vamos, el completo, la verdad completa del cristianismo.

         Hasta que no llega Pentecostés, hasta que no llega el Espíritu y el fuego de Dios, todo se queda en los ojos, o en la inteligencia o en los ritos…es el Espiritu, el don de Sabiduría, el recta sápere, gustar y sentir y vivir… lo que nos da el conocimiento completo de Dios, la teología completa, la liturgia completa, el apostolado completo.  Es necesario que la teología, la moral, la liturgia baje al corazón por el espíritu de amor para quemar los pecados internos, perder los miedos y complejos, abrir la puertas y predicar no lo que se sabe sino lo que se vive. Y el camino es la oración, la oración y la oración, desde niño hasta que me muera, porque es diálogo permanente de amor. Pero nada de tratados de oración, de sacerdocio, de eucaristía teóricos.. sino espirituales, según el Espíritu, que no es solamente vida interior, sino vida según el Espíritu.

         Oración ciertamente en etapas ya un poco elevadas donde ya no entra el discurso, la meditación sino la contemplación. Lectio, Meditatio, Oratio, Contemplatio….. primero oración discursiva, con lectura de evangelio o de lo que sea, pero siempre con conversión; luego, un poco limpio, si avanzo en la conversión, avanzo en la oración y empiezo a sentir a Dios, a ver a mi Dios y como le veo un poco más cercano, me sale el diálogo, ya no es el Señor lejano de otros tiempos que dijo, hizo, sino tú, Jesús que estás en mí, que estas en el sagrario, te digo Jesús, te pido Jesús que…y es diálogo afectivo no meramente discursivo, y de aquí si sigo purificándome, y es mucho lo que hay que purificar, aquí no hay trampa ni cartón, a Cristo no le puedo engañar…Gonzalo esa soberbia, ese egoísmo, ese amor propio… y me convierto o dejo la oración como trato directo y de tù a tú con el Señor, si si si seguiré predicando, diciendo misa…. Pero es muy distinto…. Y de esta oración purificatoria y afectiva pasaré, como dice S. Juan de la Cruz, a la contemplativa, a la verdadera experiencia de Dios. Y para esto amar, orar y convertirse se conjugan igual, y el orden no altera el producto pero siempre juntos y para toda la vida. Sin conversión permanente no hay oración permanente y sin oración permanente no hay encuentro vivo espiritual con el Espíritu con Dios.  Y esta es toda la experiencia de la Iglesia, toda su Tradición desde los Apóstoles hasta hoy, desde S. Juan, Pablo, Juan de Avila, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Ignacio, hasta el último santo canonizado o no canonizado que existe y existirá. En mi libro LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO hago precisamente un verdadero tratado de oración viva, de vida cristiana, de apostolado, de ahí el título, pero vivo, no teórico. Me gustaría que lo leyerais. Os lo voy a regalar. Es segunda edición pero corregida y aumentada.

         Cristo les ha enseñado todo a los Apóstoles, pero una verdad no se comprende hasta que no se vive, el evangelio no se comprende hasta que no se vive, la Eucaristía no se comprende hasta que no vive, Cristo no se comprende hasta que no se vive, la teología no se comprende hasta que no se vive, es más, lo que no se vive del misterio cristiano llega a olvidarse y así podemos olvidar muchas cosas importantes de teología, de liturgia, de nuestra relación con Dios, si no las vivimos.

         Queridos hermanos,  la pobreza de la Iglesia es pobreza de vida mística, así titulo un artículo de mi  libro, es pobreza de vida espiritual, de Espíritu Santo, pobreza de santidad verdadera, de vida mística, de vivencia y  experiencia de Dios. La Iglesia de todos los tiempos necesita de esta Unción para quedar curada, de este fuego para perder los miedos, de este fuego para amar a Dios total y plenamente. Sabemos mucha liturgia, mucha teología y todo es bueno pero no es completo hasta que no se vive, porque  para esto nos ha llamado Dios a la existencia : Si existo es que Dios me ama, me ha preferido, y me ha llamado a compartir con El su mismo amor Personal, Esencial, su mismo fuego, Espíritu,  S. Hilario: gloria Dei, homo vivens, et vita hominis, visio Dei. 

         Vamos a invocarle al Espíritu Santo, nos lo dice y nos lo pide el mismo Cristo, vemos que lo necesitamos para nosotros y para nuestros feligreses, lo necesita la Iglesia…. Le conoceréis porque permanece en vosotros, esta es la forma perfecta de conocer a Dios, por el amor, ni siquiera solo por la fe. La NMI va toda en este sentido, va cargada de la necesidad y deseo de la verdadera experiencia de Dios: Meta: la Unión perfecta con Dios, es decir, la Santidad, el camino, la oración, la oración, la oración….hagan escuelas oración las parroquias, oren antes todos los apóstoles, el programa ya está hecho, es el de siempre: Cristo, a quien hay que amar y hacer que le amen, eso es el apostolado y el camino, la oración. El apostolado sin oración personal y comunitaria está vacío. Y la acciones de Cristo sin el Espíritu de Cristo están vacías de contenido cristiano, por eso no todas nuestras acciones, aunque sean sacerdotales, son apostolado….  

         Los Hechos de los Apóstoles nos narran el episodio de Pablo en Éfeso, cuando se encuentra con unos discípulos a los que pregunta: “¿recibisteis el E. Santo al aceptar la fe? Fijáos bien en la pregunta, tenían fe…no se trata de salvarse o no, ni de que todo sea inútil en mi vida cristiana, sacerdotal o apostolado, se trata de plenitud, de verdad completa, de tender hacia el fin  querido por Dios, que nos ha llamado a la fe para un amor total, en su mismo Espíritu… La respuesta de aquellos discípulos ya la sabemos: “Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo” No podemos negar que puede ser hoy también la respuesta de muchos cristianos, y por eso, para Pablo, todos necesitamos el bautismo del Espíritu Santo.        

         En Pentecostés es el Espíritu Santo el que hizo saltar las puertas de aquel Cenáculo y convertir en  valientes predicadores del nombre de Jesús a los que antes se escondían atemorizados; es el Espíritu el que hace que se entiendan en todas las lenguas los hombres de diversas culturas; es el Espíritu  el que va  espiritualizar  el conocimiento de Cristo en las primeras comunidades cristianas; es el que va a llenar el corazón de los Apóstoles y de Esteban para dar la vida como primeros testigos por viven en su corazón; es el Espíritu Santo el que es invocado y lo sigue siendo por los Apóstoles para constituir los obispos y presbíteros, es el Espíritu el que vive en nosotros para que podamos decir: abba, Padre, “Nadie puede decir: Jesús es el Señor sino por el influjo del Espíritu Santo”(1Cor 12,3).

         Para creer en Cristo, primero tiene que atraernos y actuar en nosotros el Espíritu Santo. El es quien nos precede, acompaña y completa nuestra fe y santidad, unión con Dios. Dice San Irineo: mientras que el hombre natural está compuesto por alma y cuerpo, el hombre espiritual está compuesto por alma, cuerpo y Espíritu Santo. El Cristiano es un hombre a quien el espíritu le ha hecho entrar en la esfera de lo divino. El repentino cambio de los apóstoles no se explica sino por un brusco estallar en ellos del fuego del amor divino. Cosas como las que ellos hicieron en esa circunstancia, tan sólo las hace el amor. Los apóstoles —y, más tarde, los mártires— estaban, en efecto, «borrachos», como admiten tranquilamente los Padres, pero «borrachos de la caridad que les llegaba del dedo de Dios, que es el Espíritu.

         “Es el momento más hermoso en la vida de una criatura: sentirse amada personalmente por Dios, sentirse como transportada en el seno de la Trinidad y hallarse en medio del vértice de amor que corre entre el Padre y el Hijo, involucrada en él,  partícipe de su «apasionado amor» por el mundo. Y todo esto en un instante, sin necesidad de palabras ni de reflexión alguna. «Maravillosa condescendencia del creador hacia la criatura, gracia insigne, benevolencia inconcebible, motivo de confianza en el creador para la criatura, dulce cercanía, delicia de una buena conciencia: el hombre llega a encontrarse, de algún modo, cogido en el abrazo y el beso del Padre y del Hijo, que es el Espíritu Santo; unido a Dios con el mismo amor que une entre sí al Padre y al Hijo, santificado en aquel que es la santidad misma de ambos. Gozar de un bien tan grande, tener la suave experiencia de él, dentro de lo que cabe en esta miserable y falsa existencia: esto es conocer la verdadera vida»

         Y un (otro) autor moderno dice: Pero, ¿por qué esta insistencia en el sentir? ¿Es realmente necesario experimentar el amor de Dios? ¿No es suficiente, y hasta más meritorio tenerlo por fe? Cuando se trata del amor de Dios —decía el autor que acabamos de citar—, el sentimiento es también gracia; en efecto, no es la naturaleza la que puede infundirnos un deseo semejante. Aunque no dependa de nosotros conservar esta sensación de manera estable, es bueno buscarla y desearla. «Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene» (cfr. 1 Jn 4,16): no sólo creído, sino también conocido, y sabemos que, según la Biblia, «conocer» significa también experimentar.

         Si en esto consiste, concretamente, Pentecostés —en una experiencia viva y transformadora del amor de Dios—, ¿por qué entonces esta experiencia sigue siendo ignorada por la mayoría de los creyentes? ¿Cómo hacerla posible? La oración, la oración, así ha sido siempre en la Iglesia, en los santos, en los que han sido bautizados por el fuego del Espíritu Santo. El amor de Dios crea el éxtasis, la salida de uno mismo hasta Dios. A Dios no podemos abarcarle con nuestros conceptos, porque le reducimos a nuestra medida, es mejor identificarnos con El por el amor, convertirnos en llama de amor viva con El hasta el punto que ya no hay distinción entre el madero y la llama porque todo se ha convertido en fuego, en luz, en amor divino, como dice S. Juan de la Cruz.

¡Gracias, Espíritu Santo!

         Y para terminar, vamos a hacerlo con al anteúltima estrofa del “Veni Creator”: “Per te sciamus da Patrem, noscamus atque Filium, Teque Utriusque Spiritum, credamus omni tempore”. Por ti, Espíritu de Amor, creyendo siempre en Ti lleguemos a conocer al Padre y al Hijo. Este credamus tiene más de fiarse, de creer a,  que creer en. De todas formas esta fe en el Espíritu Santo nos lleva siempre hasta el que es el Amor del Padre y del Hijo, al que es unión, beso de los Tres en Uno. «Haz que creamos en ti, que eres el Espíritu de amor del Padre y del Hijo». El objeto no es una doctrina en la que hay que creer sino una persona en la que hay que confiar y vivir hasta la intimidad de Dios. Esto es lo que hoy tiene que ser y significar para nosotros decir: «¡Creo en el Espíritu Santo!». No sólo creer en la existencia de una tercera Persona en la Trinidad, sino también creer en su presencia en medio de nosotros, en nuestro mismo corazón. Creer en la victoria final del amor. Creer que el Espíritu Santo está conduciendo a la Iglesia hacia la verdad completa. Creer en la unidad completa de todo el género humano, aunque se nos antoje muy lejana y tal vez sólo escatológica, porque es él quien guía la historia y preside el «regreso de todas las cosas a Dios».

 Creer en el Espíritu Santo significa, pues, creer en la Pascua de Cristo, en el sentido de la historia, de la vida, en el cumplimiento de las esperanzas humanas, en la total redención de nuestro cuerpo y  todo el cosmos, porque es El es quien lo sostiene y lo hace gemir, como entre los dolores de un parto. Creer en el Espíritu Santo significa adorarlo, amarlo, bendecirlo, alabarlo y darle gracias, como queremos hacer ahora, para cerrar este retiro en  que hemos emprendido la aventura de una «inmersión total»en El, de buscar en El por mandato y deseo de Cristo la verdad completa de nuestra fe, cristianismo, sacramentos y existencia, y apostolado por un nuevo bautismo de amor.

Gracias, Espíritu Creador, porque transformas continuamente nuestro caos en cosmos; porque has visitado nuestras mentes y has llenado de gracia nuestros corazones.

Gracias porque eres para nosotros el consolador, el don supremo del Padre, el agua viva, el fuego, el amor y la unción espiritual.

Gracias por los infinitos dones y carismas que, como dedo poderoso de Dios, has distribuido entre los hombres; tú, promesa cumplida del Padre y siempre por cumplir.

Gracias por las palabras de fuego que jamás has dejado de poner en la boca de los profetas, los pastores, los misioneros y los orantes.

Gracias por la luz de Cristo que has hecho brillar en nuestras mentes, por su amor que has infundido en nuestros corazones, y la curación que has realizado en nuestro cuerpo enfermo. Gracias por haber estado a nuestro lado en la lucha, por habernos ayudado a vencer al enemigo, o a volver a levantarnos tras la derrota.

Gracias por haber sido nuestro guía en las difíciles decisiones la vida y habernos preservado de la seducción del mal.

Gracias, finalmente, por habernos revelado el rostro del Padre y enseñado a gritar:¡Abba!
Gracias porque nos impulsas a proclamar: «Jesús es Señor!».

Gracias por haberte manifestado a la Iglesia de los Padres y a la de nuestros días como el vínculo de unidad entre el Padre y el Hijo,  amor, soplo vital y fragancia de unción divina que el Padre transmite al Hijo, engendrándolo antes de la aurora.
Simplemente porque existes, porque eres el Amor de Dios ahora
y para toda la eternidad, porque nos amas….  Espíritu Santo,  ¡te damos gracias, Señor y Dador de vida!!

(Cantalamessa)

Leggere spiritualmente il Nuovo Testamento significa leggerlo alla luce dello Spirito Santo donato a Pentecoste alla Chiesa per condurla a tutta quanta la veritá, cioé alla piena comprensione e attuazione del Vangelo. Gesó ha spiegato egli stesso, in anticipo, u rapporto tra la sua Parola e lo Spirito che egli avrebbe inviato (anche se non dobbiamo pensare che lo abbia fatto necessariamente nei termini precisi che usa, a questo riguardo, II vangelo di Giovanni). Lo Spirito — si legge in Giovanni — «insegnerá e fará ricordare» tutto ció che Gesó ha detto (cf. Gv 14, 25 s.), cioé lo fará comprendere a fondo, in tutte le sue implicazioni. Egli «non parlerá da se stesso», cioé non dirá cose nuove rispetto a quelle dette da Gesü, ma — come dice egli stesso — prenderá del mio e ve lo rivelerá (Gv 16, 13-15). Gesó non ha detto apertamente tutto; c’erano cose di cui i

discepoli non erano ancora in grado di «portare u peso»; lo Spirito Santo incaricato di condurre i discepoli alla pienezza della veritá non ancora raggiunta. Non si tratta peró di cose del tutto nuove, di parole medite, ma di significati ulteriori piü profondi, nascosti nelle parole di Gesü che il Paraclito porterá alla luce. Dire che lo Spirito conduce la Chiesa alla scoperta di tutta quanta la veritá (cf. Gv 16, 13) significa dire che la conduce alla scoperta di tutta la verit’a nascosta nelle parole e nelle azioni di Gesü. Non esiste, infatti, un’«altra» veritá, all’infuori della Veritá che é Gesü! Noi vivia’tno nel pleno svolgimento di questa impresa dello Spirito; molto pió numerose sono le cose di cui anche noi non siamo ancora capaci di portare it peso, rispetto a quelle che abbiamo compreso. Possiamo dunque dire che la lettura spirituale, in senso pieno e comprensivo, é quella in cui lo Spirito Santo insegna a leggere l’Antico Testamento in riferimento a Gesó e a leggerc l’Antico e il Nuovo Testamento insieme, in riferimento alla Chiesa.

In ció dato vedere come la lettura spirituale integra e oltrepassa la lettura scientifica. La lettura scientifica conosce una sola direzione, che é quella della storia; spiega infatti ció che viene dopo, alla luce di ció che viene prima; spiega il Nuovo Testamento alla luce dell’Antico che lo precede, e spiega la Chiesa alla luce del Nuovo Testamento. Buona parte dello sforzo critico intorno alla Scrittura consiste nell’illustrare le dottrine del Vangelo alla luce delle tradizioni veterotestamentarie, dell’esegesi rabbinica ecc.; consiste, insomma, nella ricerca delle fonti (Su questo principio sono basati il Kittel e tanti altri sussidi biblici). La lettura spirituale riconosce in pieno la validitá di questa direzione di ricerca, ma ad essa ne aggiunge un’altra inversa che sol- tanto lo Spirito, non la storia, soltanto la fede, non la scienza, rende possibile. Essa consiste nello spiegare ció che viene prima alla luce di ció che viene dopo, la profezia alla luce della realuzzazione, l’Antico Testamento alla luce del Nuovo e il Nuovo Testamento alla luce della Tradizione della Chiesa. Nel profeta Isaia si legge questa dichiarazione di Dio: Jo avevo annunziato da tempo le cose passate, erano uscite dalla mia bocca, le avevofatte udire. D’im «LALEHER

provviso jo ho agito e sono accadute (Is 48, 3). Solo dopo che Dio «ha agito» e ha realizzato u suo piano, si capisce pienamente ji senso di ció che lo ha preparato e prefigurato. Solo dopo che l’intero mosaico stato montato sulla parete, si capisce pienamente ji senso di ogni singolo tassello, che visto isolatamente forse non diceva nulla.

Questo — dicevo — non vale solo per u passaggio dall’Antico al Nuovo Testamento, ma anche per ji passaggio dal Nuovo Testam to alia Chiesa, perché solo alla luce di ció che lo Spirito viene realizzando nella Chiesa si scoprono, a poco a poco, le infinite virtua1it e impiicazioni della parola e del mistero di Cristo. La tradizione come una grande cassa di risonanza della Scrittura. Cosa sarebbe un violino in cui ci fossero soltanto le corde che vibrano, ma non ci fosse quelia prodigiosa cavit, in legno scelto, stagionato e levigato, in cui ji suono, per cosi dire, prende corpo? Che cosa sarebbe ji Cantico dei cantici letto semplicemente come giace nei codici biblici, senza quella risonanza che ha avuto nella liturgia e nella spiritualit della Chiesa, applicato ora alla Chiesa stessa, ora a Maria, ora ah ‘anima innamorata di Dio?

Se ogni albero, come dice Gesú, si riconosce dai suoi frutti, anche la Parola di Djo non si puó conoscere appieno, prima di ayer visto i frutti che ha prodotto. Studiare la Scrittura alla luce della Tradizione un po’ come conoscere l’albero dai suoi frutti. Per questo Origene diceva che «ji senso spirituale quello che lo Spirito d alTa Chiesa» (In Lev. hom. y, 5; PG 12, 454). Esso si identifica con la iettura ecciesiale o addirittura con la Tradizione stessa, se intendiamo per Tradizione non solo le dichiarazioni solenni del magistero (che riguardano, del resto, pochissimi testi biblici), ma anche l’esperienza di dottrina e di santit in cui la Parola di Dio si come nuovamente incarnata e «spiegata» nei corso dei secoli, per opera delio Spirito Santo. La rieducazione all’intelligenza spirituale delia Scrittura non significa affatto un deprezzamento dello studio critico perché resta sempre vero che in una realtá teandrica non si puó attingere u divino se non passando sempre di nuovo attraverso l’umano. Quello che occorre non dunque una lettura spirituale che prenda ji posto dell’attuale esegesi scientifica, con un ritomo meccanico ali’esegesi dei Padri; piuttosto una nuova lettura spirituale corrispondente all’enorme progresso registrato dalio studio della «iettera». Una lettura, insomma, che abbia l’afflato e la fede dei Padri e, nello stesso tempo, la consistenza e la seriet dell’attuale scienza biblica. Abbiamo bisogno che vi siano neila Chiesa scienziati e spirituali, in ascolto gli uni degii altri, che stimino e valorizzino gli uni l’apporto degli aitri. Abbiamo bisogno di «santi dottori», o, almeno, in mancanza di essi, di «santi» e di «dottori». 5. Lo Spirito che soffia dai quattro venti Davanti alTa distesa di ossa ande, ji profeta Ezechiele udi la domanda: Potranno queste ossa rivivere? (Ez 37, 3). La stessa domanda ci poniamo noi oggi: potr i’esegesi, inaridita dal lungo eccesso di fíloiogismo, ritrovare lo siancio e la vita che ebbe in altri momenti della storia del popolo di Dio? II P. de Lubac, dopo ayer studiato la lunga storia dell’esegesi cristiana, conclude piuttosto mestamente, dicendo che mancano a noi modemi le condizioni per poter risuscitare una lettura spirituale come quella dei Padri; ci manca quella fede piena di siancio, quel senso della pienezza e de1l’unit che avevano essi, per cui voler imitare oggi la loro audacia sarebbe un esporsi quasi alla profanazione, mancandoci lo spirito da cui procedevano quelie cose (Exégése médiévale, II, 2, Parigi 1964, p. 79). Tuttavia, egli non chiude del tutto la porta alla speranza e dice che «se si vuole ritrovare qualcosa di quel che fu nei primi secoli della Chiesa l’interpretazione spirituale delle Scritture, bisogna niprodurre anzitutto un movimento spirituale» (Storia e Spirito, Roma 1971, p. 587).
A distanza di un trentennio, e con II concilio Vaticano II di mezzo, a me sembra di riscontrare, in queste ultime parole, una profezia. Quel «movimento spirituale» e quello «siancio» hanno cominciato a riprodursi, ma non perché degli uomini l’avessero programmato o previsto (come sarebbe stato possibile fario?), ma

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EL CANTO DEL ESPÍRITU

ENCIENDE TU LUZ EN LA MENTE

Para hablar de Dios, hasta la solemne afirmación de Juan: «Dios es luz» (1 Jn 1,5). Una vez llegados a la Certeza de que el Espíritu Santo es Dios, en igualdad de condiciones con el Padre y el Hijo, los Padres le aplicaron coherentemente —como hicieran antes con el Hijo— todo aquello que pertenece por naturaleza a Dios, y en particular este atributo de la luz. Toda la demostración de la divinidad del Espíritu se basa en el razonamiento de que al Espíritu Santo le corresponden los mismos títulos y prerrogativas que, en la Escritura, están reservados a Dios. Es en contextos de este tipo donde el título de «luz» es discutido y defendido en los primeros tratados sobre el Espíritu Santo’.
Aunque la Escritura no atribuya en particular al Espíritu el símbolo natural de la luz, sin embargo le atribuye a menudo la realidad espiritual a la que el símbolo se refiere: la de ser principio de conocimiento, fuente de verdad. Es aquello en lo que más insiste Juan cuando llama al Paráclito «Espíritu de la verdad», que «conduce a la verdad completa» Qn 16,13), que enseña, sugiere y recuerda todo lo que Cristo dijo a sus discípulos.

También Pablo habla de la función reveladora y cognoscitiva realizada por el Espíritu Santo. A propósito de las cosas que «el ojo no vio, ni el oído oyó, ni al hombre se le ocurrió pensar», añade, casi con aire triunfante: «Eso es lo que nos ha revelado Dios por medio de su Espíritu. El Espíritu, en efecto, lo escudriña todo, incluso las proftindidades de Dios. Pues ¿quién conoce lo íntimo del hombre a no ser el mismo espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, sólo el Espíritu de Dios conoce las cosas de Dios. En cuanto a nosotros, no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos lo que Dios gratuitamente nos ha dado. Y de esto es de lo que hablamos, no con palabras aprendidas de la sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, adaptando lo que es espiritual a quienes poseen el Espíritu de Dios» (1 Cor 2,10-13).
Éste es, por tanto, el fundamento bíblico del título de «luz». Como siempre, junto al dato bíblico está la experiencia de la Iglesia, el otro gran factor que enriquece el conocimiento del
1 Cfr. SAN AMBRosiO; El Espíritu Santo, 1, 16, 140-151.

Espíritu Santo. La Iglesia ha experimentado la «fuerza iluminadora» del Paráclito, lo mismo que ha experimentado su «fuerza santificadora». San Atanasio define precisamente así al Espíritu Santo: «Fuerza de santificación y de iluminación» 2 San Basilio desarrolla este tema con unas imágenes sugestivas: «El Espíritu Santo, fuerza de santificación y luz inteligible, otorga por sí mismo a cada criatura racional una especie de claridad, a fin de que descubra la verdad... Así como el rayo de luz, cuya gracia está presente en quien disfruta de él como si fuera el único y que, sin embargo, alumbra la tierra y el mar y se funde con el aire, del mismo modo el Espíritu está presente en todo aquel que es capaz de recibirlo, como si fuera el único. y permanece intacto emitiendo gracia suficiente para todos... Iluminando a aquellos que se han purificado de toda mancha, los hace ser espirituales, mediante la comunión con él. Y como los cuerpos limpios y transparentes se tornan brillantes cuando un rayo luminoso los alcanza, y difunden esplendor ellos mismos, así las almas que llevan el Espíritu dentro de sí, iluminadas por él, se vuelven espirituales y difunden la gracia sobre los demás»’.
La luz es la imagen que más se repite en el tratado sobre el Espíritu Santo de este Padre, que ejerció un influjo determinante en todo el desarrollo posterior de la «neumatología» oriental. Si la luz del Espíritu se apaga en nuestra alma, a causa del pecado, todo vuelve a caer en la oscuridad:
«Si de noche apartas de ti la luz, los ojos se quedan ciegos, las facultades inertes, los valores indistintos; se pisotea el oro confundiéndolo con hierro. Así, en el orden espiritual, es imposible, sin el Espíritu, llevar hasta el final una vida conforme a la ley» ‘.

La misma sensación de experiencia vivida se transparenta en las palabras de Cirilo de Jerusalén, quien define al Espíritu Santo como «el gran doctor de la Iglesia»: 2 SAN ATAN4sIo: Cartas a Serapio, 1, 20 (PG 26, 580 A).


SAN BASILIO EL GRANDE: Sobre el Espíritu Santo, IX, 22-2 3 (PG 32, 108 ss).
Ibíd.: XVI, 38 (PG 32, 137 C).

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EL CANTO DEL ESPÍRITU

ENCIENDE TU LUZ EN LA MENTE

«Refulgentes rayos de luz y de inteligencia preceden su venida. El viene con entrañas de auténtico defensor. Viene, en efecto, a salvar, a cuidar, a enseñar, a amonestar, a robustecer, a consolar, a iluminar la mente. Y estos efectos los produce, en primer lugar, en el alma que lo recibe, y posteriormente, por medio de ella, también en los demás. Y así como una persona que antes se hallaba en tinieblas, después de haber visto de repente el sol se queda con el ojo del cuerpo iluminado y ve claramente aquello que antes no veía, del mismo modo quien ha sido hecho digno de recibir al Espíritu Santo permanece con el alma iluminada y ve de forma sobrehumana todo aquello que antes no veía»>.

Entre los orientales el tema de la luz tiene, en la teología del Espíritu Santo, un papel comparable al que tiene entre los latinos el tema del amor. Si en un principio el símbolo de la luz se utilizó para afirmar la naturaleza divina del Espíritu Santo, muy pronto se trató de usarlo también para comprender algo de su hipóstasis, es decir, de la persona. Así como, a propósito del título del agua, se habían distinguido tres cosas: el manantial, el río y el arroyo, del mismo modo, a propósito de la luz, se distinguen el sol, su resplandor y su rayo 6 El manantial y el sol es el Padre, el río y el fulgor es el Hijo, el arroyo y el rayo es el Espíritu Santo. San Gregorio de Nisa sigue utilizando este simbolismo trinitario, pero tratando de liberarlo del peligro que suponía admitir una inferioridad del Hijo con respecto al Padre, y del Espíritu con respecto al uno y al otro. Tras comparar al Padre con el sol y al Hijo con el rayo que emana de él «como otro sol», extiende la imagen al Espíritu Santo, diciendo:
«Y hay otra luz similar que, del mismo modo, no está separada por ningún intervalo de tiempo de la luz engendrada, sino que se difunde gracias a la misma, a la vez que la causa de su hipóstasis procede de la luz primera. Esta misma luz, como aquella de la que hemos hablado antes, brilla e ilumina, y realiza todas las demás cosas que están en la luz»

S CiRiLo DE JERUsALÉN: Catequesis, XVI, 16. 6 Cfr. TERTULIANO: Contra Praxeas, VIII, 6; )OUI, 6 (CC 2, pp. 1168. 1190). S Giuoioo DE NIsA: Contra Eunornio, 1 (PG 45, 416); cfr. también SAN GREGoRIo NACJANCENO: Discursos, U, 31-32 (PG 36, 169).

El Espíritu Santo es luz, al igual que el Padre y el Hijo, a pesar de que se difunde a través del Hijo (la luz engendrada), y tiene su origen último en el Padre (la luz primera). La luz sirve así para afirmar, al mismo tiempo, la unidad y distinción de Dios.

La luz, junto con los fenómenos que suelen acompañarla (la transfiguración de la persona y su completa inmersión interior y exterior en la claridad), es el elemento más Constante entre los orientales, también en la mística del Espíritu Santo. El ejemplo más hermoso se puede observar en la vida de san Serafín de Sarov. El está instruyendo a un discípulo sobre la venida del Espíritu Santo. Es invierno, los dos están al aire libre, ocupados en partir leña, mientras a su alrededor cae la nieve. De pronto, el santo le dice al discípulo que le mire a los ojos. ¿Y qué es lo que éste ve? Nada menos que una luz fulgurante que se difunde a su alrededor a varios metros de distancia, alumbrando la nieve que cubría el prado y que seguía cayendo. El pequeño monje Serafín parece un hombre que está hablando mientras su rostro es como si estuviera bajo el sol de mediodía8 Esto es lo que ha producido la venida del Paráclito sobre ellos.

En la tradición ortodoxa, la nube luminosa que envuelve a los discípulos en el Tabor no era otra cosa que el Espíritu Santo. También la famosa «luz tabórica», que tanta importancia tiene en la espiritualidad y la iconografía oriental, está íntimamente ligada al Espíritu Santo . Un texto del Oficio ortodoxo dice que, el día de Pentecostés, «gracias al Espíritu Santo, el mundo entero recibió un bautismo de luz» 10 También entre los latinos hallamos espléndidas alusiones al Espíritu Santo como «luz». San Hilario llama al Paráclito, con una expresión muy parecida a nuestro himno, «luz de las mentes y resplandor de las almas»; escribe, además: «Hasta que el alma no haya alcanzado, mediante la fe, el don del Espíritu Santo, tiene la posibilidad de conocer a Dios, pero le falta la luz para entenderlo» 14 Una plegaria anterior a la composición del Veni creator, y que sigue vigente en la liturgia, dice: «Coloquio con Motovilov’, en GORAÍNOFF, 1.: Serafín de Sarov, Turín, 1981, p. 178.
> GREGORIO PM.tsMAS: Homilía 1 sobre la Transfiguración (PG 151, 433 B-C).
10 Sinaxario de Pentecostés, en Pentecostaire, Diaconie apostolique, Parma,
1994, p. 407.
11 S, Hii.itio: La Trinidad, Ii, 1, 35 (CC 62, p. 71).

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«Que el Paráclito, que procede de ti, Señor, ilumine nuestras mentes y nos conduzca, tal y como prometió tu Hijo, a la verdad completa» 12 La misma antigua plegaria de Pentecostés, que a menudo se utiliza cuando se quiere invocar al Espíritu antes de cualquier acción, dice:
«Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, haznos dóciles a sus inspiraciones, para gustar siempre el bien (recta sapere) y gozar de su consuelo» 13
La Secueneia de Pentecostés, que a menudo recuerda los temas de nuestro himno, invoca al Espíritu Santo como «luz que penetra las almas»; pide que mande «su luz» desde el cielo y, como «divina luz», «entre hasta el fondo del alma».

Sin embargo, el tema del Espíritu Santo como «luz» no ha desempeñado entre los latinos la misma función que ha tenido en Oriente. Eso se debe a que, después de san Agustín, en Occidente el titulo de «luz» y la correspondiente función de doctrina, inteligencia y conocimiento, han sido más bien reservados al Verbo divino, mientras que la categoría principal con la que se intenta arrojar luz sobre el Espíritu es la del amor. La sabiduría es atribuida al Hijo, como el poder al Padre y la bondad al Espíritu Santo, por cuanto procede como amor 14, La misma mística de la luz, a pesar de que está muy desarrollada en el mundo latino, sigue estando ligada casi exclusivamente al Verbo o a la esencia divina, como, por ejemplo, en los místicos renanos.

3. ¿Qué clase de luz enciende el Espíritu, y qué es lo que ilumina? La reflexión cristiana ha llegado a distinguir varios tipos de luz y de iluminación. Hay una luz natural, una luz de fe, una luz

12 Sacramentarium Gellonense (siglo VIII) (CC 159, p. 139, n. 1044): «Mentes nostras, quesumus Domine, Paraclitus qui a te procedit inluminet, et inducat in omnem, sicut tuus promisit Filius, veritatem».
Antigua plegaria de la misa de Pentecostés: «Deus qui corda fidelium Sancti Spiritus inlustratione docuisti, da nobis in eodem Spiritu recta sapere et de cius semper consolatione gaudere».
11 Cfr. SANTO TollÁs DE AQUINO: De veritate, q. 7, a. 3.

de gracia y, en la vida eterna, una luz de gloria. La luz natural es la razón humana. La luz de lafe es la que nos permite conocer las cosas que están por encima de la razón; es como tener un ojo nuevo que nos abre el mundo de lo invisible y de Dios. La luz de la gracia —afín a la anterior, aunque tal vez más amplia en su objetivo— es una luz infusa, de carácter sobrenatural, a la que el hombre no puede acceder si no «por una gratuita ayuda divina que lo mueve interiormente» 15 El alma, iluminada por la gracia, es como el aire aclarado por los rayos del sol. Finalmente, a la luz de la fe y de la gracia, en la vida eterna sucederá la luz de la gloria, mediante la cual veremos a Dios «cara a cara» y seremos «transformados de gloria en gloria» .

¿A cuál de estos diferentes tipos de luz pertenece «la luz» que el Espíritu Santo «enciende» en nuestra mente? No se identifica simplemente con el don de la fe, mediante el cual creemos en las verdades reveladas, sino que nos da una capacidad nueva de penetrar más a fondo en los misterios, de verlos en sus relaciones mutuas y en relación con nuestra vida espiritual, de intuir su coherencia básica. Nos permite, en fin, captar «el esplendor de la verdad» y gustar de su íntima dulzura. Es luz de fe y de gracia al mismo tiempo. Todo lo que la teología de los dones ha destacado, hablando del don de la inteligencia y de la sabiduría, encuentra su sitio aquí.

El Espíritu Santo se derrama sobre nosotros «para que conozcamos lo que Dios gratuitamente nos ha dado» (cfr. 1 Cor 2,12). Pero conocer aquí significa más que un simple saber; quiere decir admirar con gratitud, ver con claridad, gustar, poseer. El Espíritu nos comunica la alegría que procede de la certeza. Vivimos en una cultura donde a la verdad se antepone, como supremo ideal humano, la veracidad; a la certeza, la simple sinceridad. Se considera incluso presuntuoso que los creyentes piensen que poseen certezas objetivas. También en esta fase, el Espíritu Santo nos enseña la actitud adecuada, que es la de ser humildes en la seguridad, y seguros en la humildad. Lutero escribió:
«El Espíritu Santo no es un escéptico; no escribe en nuestros corazones dudas u opiniones, sino Íd.: Summa theologica, 1-II, q. 79, a. 3; q. 109, a. 6.
16 Id.: De veritate, q. 8, a. 3, ad 10.

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verdades más ciertas y se» guras que la vida misma y que cualquier dato sacado de la experiencia»
Y, sin embargo, otro teólogo de su escuela añade: «No hay amigo más Íntimo de la sana razón humana que el Espíritu Santo» 18 Pero, ¿qué es lo que ilumina concretamente el Espíritu Santo? Pablo dice que él nos hace conocer «las profundidades de Dios», «las cosas de Dios», «lo que Dios gratuitamente nos ha dado» (cfr. 1 Cor 2,10-12). Las profundidades de Dios, a la luz del Nuevo Testamento, son, en primer lugar, las personas mismas de la Trinidad, la vida íntima de Dios que se desarrolla entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. Dirá la última estrofa de nuestro himno: «Por medio de él, conocemos al Padre y sabemos quién es el Hijo».

No obstante, el objetivo, por así decirlo, privilegiado de la revelación del Paráclito es —lo veremos comentando precisamente la última estrofa— la persona y la obra de Jesús. El Espíritu Santo enciende en la mente la luz de Cristo, hace presente a aquel que dijo: «Yo soy la luz del mundo» Un 8,12).
«Es para conocer a Cristo que hemos recibido el pensamiento, es para correr hacia él que hemos recibido el deseo y es para llevarlo en nosotros que tenemos el memorial»
El Espíritu Santo ilumina también nuestro destino. En la Carta a los Efesios se pide a Dios Padre que ilumine los ojos de nuestra mente con un espíritu de revelación, para comprender «cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados, cuál la inmensa gloria que él ha otorgado en herencia a su pueblo» (cfr. Ef 1,17-18).

Pero la experiencia más frecuente del Espíritu que «enciende» su luz en la mente, la hacemos leyendo las Escrituras. El continúa, en la Iglesia, la acción del Resucitado que, después de la Pascua, «les abrió la inteligencia para que comprendieran las Escrituras» (cfr. Lc 24,45).

< LUTERO: El siervo albedrío (WA, 18, p. 605).
18 B<TH, K.: Dogmática eclesial, IV/4, Zürich, 1967, p. 31.
19 CAuA5IU4s, N.: Vida en Cristo, VI, 10 (PC 150, 680).

«La ley pertenece a la esfera del “espíritu” (Rom 7,14); pero lo que la ley pretende significar espiritualmente, no es manifiesto a todos, sino tan sólo a quienes ha sido concedida la gracia del Espíritu Santo» °. Toda la riquísima tradición sobre la «lectura espiritual» de la palabra de Dios se basa en este convencimiento. La Escritura, dice la Dei Verbum, «tiene que ser leída e interpretada con la ayuda del propio Espíritu mediante el cual ha sido escrita» 21 Leer la Biblia sin el Espíritu Santo es como abrir un libro en la oscuridad de la noche. En ocasiones ocurre que hemos leído, y puede que incluso comentado, muchas veces un determinado pasaje de la Escritura, sin sentir ninguna emoción particular. Y he aquí que un buen día lo leemos en un clima de fe y de oración, y ese pasaje de repente nos ilumina, nos habla, arroja luz sobre una situación que estamos viviendo, nos aelara la voluntad de Dios. Más aún, cuando pasa un tiempo, cada vez que volvemos a leerlo recibimos de él la misma fuerza y luz. ¿A qué se debe este cambio, si no es a una iluminación del Espíritu Santo? Las palabras de la Escritura, bajo la acción del Espíritu, se transforman en una especie de palabras fluorescentes, que emiten luz.

Una de las experiencias más comunes y más fuertes que acompañan la llegada del Espíritu a un alma, es precisamente ésta. La Escritura cobra vida: cada frase parece escrita personalmente para ti, hasta el punto de que a veces te deja sin aliento, como si Dios estuviera allí en persona para hablarte con una autoridad y una dulzura inmensas. ¡Las palabras de los Salmos de repente parecen tan nuevas, tan frescas! Abren en el alma unos horizontes que se pierden, suscitan en ella profundas resonancias. En esos casos, se eonstata cuán verdadera es la afirmación de que la palabra de Dios es «viva y eficaz» (cfr. Heb 4,12).

Se trata de una experiencia que todos hacen, incluso los más sencillos; muchas veces hay personas que no han hecho ningún estudio especial de la Biblia, y que consiguen penetrar en el corazón de un pasaje, más que muchos eruditos que han estado analizándolo durante años con todos los instrumentos filológicos a su disposición. Es el Espíritu quien, una vez más, revela los secretos de Dios a los «sencillos» (cfr. Mt 11,25).

28 ORÍGENEs: Los principios, Pref. 8 (SCh 252, p. 86).
21 Dei Verbum, n. 12.

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EL CANTO I)EL ESPÍRITU

ENCIENDE TU LUZ EN lA MENTE

El. CANTO DEL ESPÍRITU

FORTALECE LO QUE ESTÁ ENFERMO

a sí mismo a amar a Dios y al prójimo, fue Lutero. Además de habernos dejado su traducción del Veni creator (a la que posteriormente Bach le puso música) 24, escribió otros dos himnos al Espíritu Santo, que constituyen parte del culto protestante. En uno de ellos (del que ofrezco mi versión métrica), él retoma la antigua antífona de Pentecostés: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor» 25 y la desarrolla en una coral, de la que dijo un día que «había sido compuesta, palabras y música, por el propio Espíritu Santo». Inspirándose precisamente en la presente estrofa del Veni creator, reúne en ella los dos temas del Espíritu, «luz» y «amor». Vamos a rezarlo nosotros también, en unión con nuestros hermanos luteranos:
Ven, Espíritu Santo, Dios, Señor,
y llena con tu benévola gracia
el alma y la mente de tus fieles.
En ellos de tu amor enciende el fuego.
Con el esplendor de la eterna luz,
tú congregaste en una sola fe
un pueblo desde todas las naciones:
nosotros te ensalzamos, Santo Espíritu.
Tú eres santa luz, puerto seguro:
explica a los creyentes la Palabra.
Danos de Dios recto conocimiento
y gozo pleno al llamarle Padre.
Presérvanos, Santo, de los errores,
para que Cristo sea nuestro maestro,
creyendo en él con ortodoxa fe,
confiando en él con todo el corazón
26

24 Cfr. BACH, J. 5.: Komm, Gott Scbdpfer, heiliger Geísi (BWV 631).
Cfr. Corpus antiphonalium officii cd. R. J. Hesbert, III, Roma, 1963. p. 528, n. 5327: «Vcni, Sancte Spiritus, reple tuorum corda fidelium, ct tui amons in eis igncm acccnde».
26 I.IrTER0: Komm, Heiliger Geist, Herre Gott (WA 35, p. 165 Ss; 448-449).

 
FORTALECE CON TU ETERNO PODER LO QUE ESTÁ ENFERMO EN NUESTRO CUERPO
El Espíritu Santo prepara la redención de nuestro cuerpo

1. Hermano cuerpo y hermana alma Volviendo a hablar a sus catecúmenos, una semana después, del Espíritu Santo, Cirilo de Jerusalén, refiriéndose a la catequesis anterior, decía:
«Para no cansar a los oyentes, en aquella circunstancia tuvimos que reprimir nuestro entusiasmo, ya que del Espíritu Santo nunca se hablaría bastante»

Antaño solíamos utilizar esta máxima para la Virgen; de Maria nunquam satis, se decía: de María nunca se habla bastante. Este mismo principio debemos afirmarlo también, y con más razón, respecto al Espíritu Santo. Procuraré imitar a este antiguo Padre, frenando yo también mi entusiasmo, para no alargar demasiado cada una de estas pequeñas catequesis modernas sobre el Espíritu Santo.
Tras habernos presentado al Espíritu en relación con la mente y el corazón del hombre, la presente estrofa del Veni creator nos lo presenta también en su relación con el cuerpo humano. ¡«El hermano cuerpo», como lo llamaba san Francisco de Asís, no está excluido del gran banquete del Espíritu! Es más, participa en él con pleno derecho. El cuerpo no es para la Biblia un apéndice despreciable del ser humano; forma parte integrante del mismo. El hombre no tiene un cuerpo, es un cuerpo. El cuerpo ha sido creado directamente por Dios, hecho y plasmado con sus propias «manos», ha sido asumido por el Verbo en la encarnación y sanSAN CIRILO DE JERUSALÉN: (Jatequesis, XVII, 1.

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HAZ QUE CREAMOS ETERNAMENTE EN Ti

fin de evitar que la fe vuelva a contraer enfermedades que ya han sido afrontadas y superadas. Al mismo tiempo, esto servirá tan bién para poner en guardia contra el riesgo que puede haber e- las nuevas aperturas al dogma trinitario que acabarnos de me cionar.

La tesis de la reciprocidad entre el Hijo y el Espíritu Santo, de la simultaneidad de su origen, muestra claramente que el HL no puede existir sin el Espíritu, así como no puede existir Espíritu Santo sin el Hijo. El uno es inseparable del otro. En 1 antigüedad, esta inseparabilidad era menoscabada por la tesis Orígenes, según la cual el ámbito de acción del Logos, represe tado por las criaturas racionales, se extiende más allá del ámN de acción del Espíritu Santo, que es dado por las criaturas sai tificadas , y el Hijo, como Logos, opera allí donde aún no opei el Espíritu de santificación, por ejemplo en los filósofos pagano La Tradición, como sabemos, ha descartado esta idea.
Hoy cometeríamos un error igual y contrario si atribuyéramc al Espíritu Santo un campo de acción más amplio que el del H” Jesucristo. Y este peligro existe. La peor consecuencia de un sible abandono del Fílioque y de la renovada certeza de la r autonomía del Espíritu, sería la de llegar a la conclusión de entonces, puede haber un ámbito (como, por ejemplo, el de otras religiones) en el que esté operando el Espíritu de Dios, i que esto suponga ninguna relación de dependencia del mistej. pascual de Cristo, o ninguna orientación, ni siquiera implíci

hacia la Iglesia.

Una tesis semejante mina en la raíz una de las certezas bL cas y teológicas más claras: la de la unicidad del plan divino salvación. Se repetiría, para el Espíritu Santo, la crisis produd por Marción y los gnósticos, que separaban la economía del 1, de la del Creador, y habría que volver a empezar desde el pdi cipio la secular lucha de Ireneo y otros Padres, para restaf la verdad de que «uno solo es el cuerpo y uno solo el Esç como también es una la esperanza» (cfr. Ef 4,4).
Es curioso que a veces se utilice, en este contexto, la ima del Hijo y del Espíritu como «las dos manos de Dios», pa r mar justo lo contrario de lo que tanto importaba a Ireneo, I

decir, la unicidad de acción de Dios en el mundo, la «coherencia» fundamental de la obra divina Corno si también en Dios se verificara el dicho: «Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha» (cfr. Mt 6,3).

Un desarrollo en este sentido acabaría por partir en dos no sólo la unidad del plan de salvación, sino el mismo Espíritu Santo. Tendríamos dos acciones independientes del Espíritu, y por tanto dos Espíritus Santos: uno, llamado genéricamente «Espíritu de Dios», que actuaría sobre toda la creación, y otro llamado «Espíritu de Cristo», que sería activo en la Iglesia, en los sacramentos, etc. La Escritura llama al mismo Espíritu, a veces con uno, otras con el otro de estos nombres, por tanto hay que hablar más bien de dos modos diferentes de actuar y de ser acogido del mismo Espíritu de Dios y de Cristo, dentro y fuera de la Iglesia, en el orden natural y en el de la gracia.
El antiguo y venerable himno Veni creator puede llevar a cabo magníficamente, al final del milenio que lo vio nacer, esta tarea de desplegar ante nuestra mirada la magnificencia y la unidad profunda de todo el plan de la salvación, desde la creación hasta el regreso final de todas las criaturas a Dios. En ella, el Paráclito es visto, al mismo tiempo, como Espíritu de la creación (creator Spiritus) y como Espíritu de la redención y de la gracia (imple superna gratia), que. bajo formas evidentemente distintas, opera tanto en el mundo como en la Iglesia.

Y para terminar, volvamos ahora a los dos versos de nuestro himno de los que hemos partido para esta larga reflexión: «Te utriusque Spiritum credamus omni tempore». ¿Qué sonido nos traen estas palabras, escuchadas en la inmensa caja de resonancia que es la Tradición en ellos recogida y por ellos transmitida?
Ellas no significan: «Haz que creamos que tú eres el Espíritu del Padre y del Hijo», sino más bien: «Haz que creamos en ti, que eres el Espíritu del Padre y del Hijo». El objeto no es una doctrina (la procedencia, por parte del Espíritu Santo, del Padre

Cfr. SAN IRENIO: Contra las herejías. IV, 20, 1; cfr. también IV, 6, 7.

La relación entre la palabra de Dios y la iluminación del Espíritu fue uno de los puntos en el que más insistieron los reformadores protestantes. Tal vez haya sido radicalizado, hasta el punto de excluir toda mediación de la Iglesia, a favor de la doctrina del libre examen. Cualquier cristiano, gracias al «testimonio interior» del Espíritu, está en condiciones de comprender la Escritura sin ninguna guía externa. Escribe Calvino: «El Espíritu de Dios está tan unido a la verdad, tal y como él la ha expresado en la Escritura, que manifiesta plenamente su fuerza cuando la Palabra es recibida con la veneración que se merece... La Palabra nos es definitivamente garantizada sólo si es aprobada por el testimonio del Espíritu. El Señor ha juntado y acoplado con vínculo mutuo la certeza de su Espíritu y la de su Palabra, a fin de que nuestro entendimiento reciba esta palabra con obediencia, encontrando en ella la Luz del Espíritu, donde se refleja la del rostro de Dios» 22
Actualmente, una discusión más serena nos está llevando a reconocer que no puede haber oposición entre el testimonio interno, personal y el externo, apostólico, de la Iglesia, cuando proceden verdaderamente del Espíritu, y que ninguno de los dos, por sí solo, es suficiente. Pero hay que admitir que entonces esa fuerte llamada de atención de la Reforma era necesaria, y que en muchos aspectos ha sido beneficiosa para toda la Iglesia.

4. Purificarnos para ser iluminados

Ha llegado el momento de pasar, una vez más, de los principios a la vida, y constatar que, también con el presente verso, el Veni creator nos interpela y nos impulsa a la acción.
Después de decirnos que nosotros hemos recibido el Espíritu de Dios para conocer lo que Dios gratuitamente nos ha dado, 22 C1%jvINo: Instituciones de la religión cristiana, 1, 9, 3.

Pablo añade en seguida que el Espíritu Santo encuentra un obstáculo decisivo en este camino:
«El hombre mundano no capta las cosas del Espíritu de Dios. Carecen de sentido para él y no puede entenderlas, porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser discernidas» (1 Cor 2,14).
El hombre mundano (literalmente, animal) es el que se deja guiar por sus instintos, pensamientos y deseos. Si no quitamos este obstáculo y no superamos la fase de la «animalidad», no nos vamos a enterar de nada. Para nosotros esos mundos que el Espíritu revela a la mente quedarán cerrados para siempre. Dios tendrá que seguir repitiendo con tristeza: «Mis planes no son como vuestros planes...» (Is 55,8). ¿Qué hacer, pues, para superar este obstáculo? Los Padres han resumido la respuesta en una palabra: ¡purificarse!

«Purificados de la suciedad en la que estábamos envueltos a causa del pecado, y recuperada la belleza natural, como después de devolver a una imagen su antigua forma mediante la purificación, por fin podemos acercarnos al Paráclito... El hombre carnal, que no tiene su mente ejercitada en la contemplación, sino que la entierra como en un pantano con los pensamientos de la carne, no puede levantar los ojos a la luz espiritual de la verdad. Por eso el mundo —es decir, la vida esclava de las pasiones carnales— no recibe la gracia del Espíritu más que lo que un ojo enfermo pueda recibir la luz de un rayo de sol» 23

Ésta es una idea constante en los Padres griegos cada vez que hablan de la iluminación del Espíritu. Cuando hablan de pureza, se refieren, en primer lugar, a la pureza de las pasiones de la carne. En esto son intérpretes del mejor pensamiento griego, que siempre había considerado el vínculo del alma con un cuerpo corruptible, propenso a la materia, como el mayor obstáculo para la contemplación de la verdad. El intelecto es por sí mismo afin a Dios y tiende naturalmente a la verdad; en cambio, es el cuerpo el que mantiene la mente atada a la tierra; por tanto, lo primero
23 SAI’J BAsIuo EL GIAr’4DE: Sobre el Espíritu Santo, IX, 23; XXII, 53 (PG 32,
109, 168).

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que hay que hacer es superar «los deseos de la carne», purificarse de los mismos. Entonces la mente podrá acoger la luz divina: «Si la inteligencia humana, una vez abandonada su vida turbia y manchada, es purificada por la fuerza del soplo del Espíritu, se vuelve luminosa y se une a la pureza verdadera y sublime, resplandeciendo como por transparencia y convirtiéndose ella misma en luz»
Hay una relación muy estrecha entre pureza y conocimiento de Dios; se ha llegado incluso a afirmar: «A cada hombre se le da el conocimiento en función de su pureza» 25 ¿Tenemos que ver en todo esto tan sólo el producto de un pensamiento dualista, ajeno al cristianismo? No. Es verdad que la oposición entre la carne y el espíritu, que con tanta frecuencia se repite en el Nuevo Testamento, no se puede reducir a la oposición griega entre el espíritu y la materia, pero sería grave olvidar que incluye también a ésta. El término «carne» no se refiere sólo a la esfera sexual, pero lo cierto es que ésta tiene un puesto importante en él. Antes que en los Padres, en la Biblia encontramos esta consideración: »El cuerpo corruptible es un peso para el alma, y esta tienda
terrena oprime al espíritu que reflexiona» (Sap 9,15).

El grito de Pablo sobre el «cuerpo de muerte» es sin duda más que una simple denuncia de la herida infligida a la sexualidad humana, pero también incluye esto. Nuestro cuerpo, que ha sido creado bueno por Dios, como todo lo demás, una vez que ha perdido el equilibrio interno a causa del pecado, se ha convertido en un «cuerpo de carne» (Col 2,11), «cuerpo marcado por el pecado» (Rom 6,6). Pero el culpable no es el «hermano cuerpo». Vale para él, de un modo especial, lo que se dice de la creación entera: no es por propio deseo que se ve sometido a la caducidad, sino por deseo de la mente y, más todavía, de la voluntad, la cual, apartándose de la voluntad de Dios, lo ha soS GREGoRIo NISSENO: La virginidad, XI, 4 (SCh 119. p. 390).

25 AFTA DE CESAREA: El Apocalipsis, 39 (PG 106, 684 (2); cfr. también ORI GENES Contra cWso, V, 42 (SCh 147, p. 126); Ibíd. VII, 30 (SCh 150, p. 82).

metido a ella (cfr. Rom 8,19-20). Ahora bien, la mente y la voluntad del hombre se ven obligadas a sufrir el chantaje del esclavo, al que ellas mismas han enseñado a rehelarse. La experiencia demuestra que el desorden en la esfera de la carne y de la sexualidad ofusca irremediablemente la razón, oscurece la mente y la hace refractaria a Dios que es espíritu.

¿Cuál es, entonces, la consecuencia práctica de todo esto? Si queremos tener parte en esas maravillosas iluminaciones del Espfritu de las que hemos hablado antes (sobre Dios, sobre Cristo, sobre las Escrituras, sobre nuestro destino), tenernos que tomar muy en serio la lucha por la pureza. «Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). Casi siempre que habla de pureza, el Apóstol la relaciona con el Espíritu Santo. El que se entrega a la fornicación —dice— peca contra su propio cuerpo, por eso peca contra el Espíritu Santo, del que el cuerpo es templo 26 La pureza es uno de los secretos para conseguir el Espíritu Santo.
Pero sabemos lo delicada y difícil que es la lucha por la pureza. ¿Qué hacer para no sucumbir y rendirse? Junto con los muchos medios negativos (no hacer, no mirar, no tocar), la Escritura y los Padres nos han señalado un poderoso medio positivo, que con frecuencia ignoramos: enamorarnos de la verdadera belleza, elegir el «cuerpo» al que debemos unirnos. Es éste el medio que el Espíritu Santo nos impulsa a utilizar en nuestra situación actual, en la que ya no es posible confiar en los medios negativos. La «carne» ahora tiene sus escaparates en todas partes, nos acosa dentro y fuera de casa. Ya no bastan las pequeñas defensas, hacen falta medios poderosos, «drásticos». Yo encuentro uno de estos medios drásticos en las palabras del Apóstol: «Sabéis de sobra que quien se une a una prostituta se hace un solo cuerpo con ella... En cambio, el que se une al Señor se
hace un solo espíritu con él» (1 Cor 6, 16-17).

Hay una fuerza secreta en esta última frase. Siempre que la repetimos en nuestro interior en los momentos de dificultad, experimentamos su eficacia. Dios ha dispuesto, debido a nuestra
26 Cfr. 1 Cor 6,18-19; 1 Tes 4,8.

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propensión hacia la materia y los cuerpos, un remedio digno de su sabiduría: el cuerpo resucitado del Señor. Este es el lugar donde ha sido definitivamente superada la tensión entre carne y espíritu, donde el cuerpo ha alcanzado ya esa liberación de la esclavitud de la corrupción, que toda la creación anhela. Es como una áncora de salvación lanzada al otro lado del campo de batalla. Y, sin embargo, es un verdadero cuerpo, aunque «espiritual»; a él podemos unirnos mentalmente con la fe, y realmente en la eucaristía, El nos comunica su misma pureza. Los judíos, cuando en el desierto eran mordidos por ls serpientes, se curaban mirando la serpiente de bronce; nosotros nos curamos de las mordeduras de la sensualidad contemplando aquel que, precisamente por esto, fue levantado para nosotros en la cruz (cfr. Jn 3,14-15).

Para eso no es necesario despreciar la belleza de los cuerpos o menospreciar la sexualidad humana; se trata más bien de ir «de la belleza a la Belleza». Decía uno de los antiguos Padres:
«Sepa el hombre que su corazón ha llegado a la pureza, cuando ve cualquier belleza y nada le parece impuro» 2’,

Una medida práctica que podríamos tomar, después de haber meditado, a lo largo de este capítulo, en la acción del Espíritu Santo sobre la mente humana, es la de consagrar nuestra mente al Paráclito. Consagrar significa entregar, ceder, reservar. Decidir que no queremos utilizar, a partir de ahora, nuestra mente si no es para el conocimiento de la verdad y para la gloria de Dios. A pesar de todo, ella sigue siendo lo mejor y más noble que tenemos, el reflejo más cercano de la inteligencia divina, lo que a Dios más le importa en este mundo. Deberíamos repetir esta consagración cada mañana.
Uno de los antiguos Padres decía que nuestra mente es corno un molino: el primer grano que le echamos por la mañana, es el que seguirá moliendo durante todo el día. Hay que darse prisa en echarle, por la mañana temprano, el buen trigo de Dios —buenos pensamientos, palabras de Dios—, de lo contrario el demonio le echará su cizaña 28 2’ SAi’ JuAN CUMAc0: La escala del Paraíso, VII, 18 (PG 88, 825 A).

28 Cfr. JUAN CASSIANO: Conferencias, 1, 18 (CSEL 13, p. 27).

Y terminarnos invocando al Espíritu con las palabras de un himno que es algo posterior al Veni creator y que parece un comentario a nuestro verso (la versión métrica es nuestra):

a fin de que podarnos ver al Padre que sólo a los limpios de corazón se les concede contemplar, testigo la gran sabiduría de Jesucristo 29

NoTicR BALBULUS: Para el día de Pentecostés (PL 131, 1012 Ss).

Espíritu que a todo hombre iluminas, de nuestra mente, oh Santo, tú disia la horrenda noche, pues eres amante de todo pensamiento bueno y recto. Úngenos, oh Piadoso, con tu espíritu. Tú que siempre las culpas purificas, limpia el ojo interior del ser humano que está oscurecido por el mal;

INFUNDE AMOR EN EL CORAZÓN
xv
INFUNDE AMOR EN EL CORAZÓN
El Espíritu Santo nos ayuda a dejar de amarnos a
nosotros mismos para amar a Dios
1. Luz y amor
Cuanto más meditamos en esta cuarta estrofa del Veni creabr, más descubrimos su extraordinaria profundidad, escondida bajo una sencillez extrema. Por una parte, nos presenta una visión global del hombre en las tres esferas de mente, corazón y cuerpo —es decir, inteligencia, voluntad y corporeidad—; por otra, nos ofrece una poderosa síntesis sobre la acción del Espíritu Santo en nuestra alma, presentándolo, juntamente, como el principio del conocimiento y del amor.
Con eso, el autor del himno ha captado un aspecto central de la revelación y de la tradición sobre el Espíritu que, como vemos, está presente en los mejores autores espirituales de la Edad Media. Para Guillermo de S. Thierry, el Espíritu Santo es aquel que «ilumina el intelecto y suscita el afecto» Otro autor escribe:
«La virtud consiste toda en la verdad de la caridad y en la caridad de la verdad. Como verdad, ilumina para conocer; como caridad, inflama para amar. En efecto, así como sin la caridad la ciencia hincha, del mismo modo, sin el conocimiento la caridad se desvía. En el ardor y fulgor del fuego es dado a los discípulos el Espíritu desde el cielo, a fin de que, como fulgor, les guíe hasta la verdad completa y, como ardor, les haga arder en la caridad total» 2
El Espíritu Santo —dice otro autor— actúa «en la mente, dándole la inteligencia; en el corazón, dándole el amor; la inteligenGLLLuiiv>i o DE S. Tuiaary: El enigma de taje, 100 (PL 180, 440 C).
ISAAc DE lA ESTRELLA: Discursos de Pentecostés, 1, 14 (SCh 339, p. 72).
273

EL CANTO DEL ESPÍRITU

INFUNDE AMOR EN EL CORAZÓN

cia, contra la ignorancia; el amor, contra la concupiscencia; la inteligencia ilumina al hombre ciego, el amor sostiene al hombre enfermo»

Esta visión es bíblica. En la Escritura encontramos dos grandes afirmaciones sobre Dios: «Dios es luz» (1 jn 1,5) y «Dios es amor» (1 jn 4,8.16). Pero se trata de una intuición que está presente, de una manera menos espiritual, también fuera del ámbito de la Biblia. Algunos han distinguido en la Grecia clásica dos tipos distintos de religiosidad: una hecha de orden y medida, llamada «apolínea» (de Apolo, dios del sol), y otra hecha de impulso, exceso, pasión, llamada «dionisíaca» (de Dionisos, dios de las bacantes); una que prefiere el lado racional de Dios, otra que prefiere el irracional o superracional.

He mencionado ya la sinfonía de Mahier, basada en el texto del Veni creator, en la cual él relaciona los dos versos de nuestro himno —«enciende tu luz en la mente, infunde amor en el corazón»— con los dos grandes motivos inspiradores del Fausto de Goethe: el deseo de conocimiento y la salvación a través del amor. A una primera parte basada en el Veni creator, sigue, en la misma sinfonía (con un acercamiento significativo, aunque discutible), una segunda parte basada en la última escena de la obra maestra de Goethe, como para señalar, en ésta, una especie de cumplimiento y de respuesta al grito lanzado en el Veni creator.

Estas dos características del Espíritu Santo no están presentes del mismo modo y en la misma medida en todos los autores y en todos los ambientes. Se ha observado, en el ámbito mismo del Nuevo Testamento, que, por parte de Juan, se pone más el acento en el «Espíritu de verdad», y, por parte de Pablo, en el «Espíritu de caridad» .

Estas visiones distintas se mantienen también en la Tradición. En efecto, es evidente —y vamos a verlo precisamente a lo largo de este capítulo— que la «neunlatología» ortodoxa ha dado más importancia al Espíritu como «luz», mientras que la latina se la ha dado al Espíritu como «amor». Esta diferencia es clarísima, desde luego, en las dos obras que más han influido en el desarrollo de las respectivas teologías del Espíritu Santo. En el tratado


GUALTIERO DE SAN VÍCTOR: Discursos, III, 1 (CM 30, p. 27).
Cfr. COTHENET, E.: Saint-Esprit. DBSup., fasc. 60. 1986, 377.

Sobre el Espíritu Santo de san Basilio, el tema del Espíritu como «amor» no desempeña ningún papel, en cambio, tiene un papel fundamental el tema del Espíritu como «luz»; en el tratado Sobre la Trinidad, de san Agustín, el tema del Espíritu como «luz» no desarrolla ninguna función, mientras que tiene una determinante el del Espíritu como «amor». Tampoco hay que tomar este dato en un sentido radical. Hemos visto que el tema del Espíritu como «luz» es frecuente también entre los latinos, sobre todo en el plano de la liturgia y la espiritualidad (la estrofa del Veni creator que estamos comentando es la mejor prueba de ello); se trata más bien de una cuestión de preferencias. La misma distinción se encuentra, por lo demás, en cada una de las dos tradiciones. En el ámbito latino, a la corriente tomista —caracterizada por la búsqueda de la verdad y la primacía asignada al «don del intelecto», y que sitúa la bienaventuranza final del hombre en ver a Dios— se opone la corriente franciscana y, más en general, la agustiniana), caracterizada por la primacía del amor y, con ello, del «don de la sabiduría», y que sitúa la bienaventuranza final del hombre en amar a Dios y gozar de él. De la primera procede la mística de la luz (como, por ejemplo, en los místicos renanos); de la segunda, la mística del fuego y de la «locura» de la cruz, de los franciscanos. San Buenaventura caracteriza a las dos escuelas, diciendo que «los unos se preocupan principalmente por la especulación y, en segundo lugar, por la unción; los otros, principalmente por la unción y, en segundo lugar, por la especulación» . Dante atribuye las dos actitudes diferentes a los respectivos fundadores, san Francisco de Asís y santo Domingo de Guzmán, diciendo que, de los dos, «el uno fue seráfico en su ardor; y el otro, su sapiencia derramando, de querúbica luz un esplendor»

Por una parte, ardor; por otra, esplendor; por un lado, el simbolismo bíblico de los serafines; por otro, el de los querubines. Antaño se intentó muchas veces contraponer estas dos visiones,

SAN BUENAVENTURA: Hexameron, XXII, 21 (Quaracchi. y, p. 440).
6 DTE ALIGHIERI: Paraíso, XI, 37-39.

EL CANTO DEI. ESPÍRITU

INFUNI)E AMoR EN EL CORAZÓN

 luchando por definir cuál era la más correcta. ¡Qué bonito es, a la luz de lo que el Veni creator

nos está mostrando del Espíritu Santo, descubrir que se trata de dos manifestaciones complementarias e inseparables del mismo Espíritu! Como dos ojos que, mirando el mismo objeto desde un ángulo diferente, permiten captar mejor su profundidad. Pero la riqueza y originalidad de estas dos maneras de acercarse a la realidad del Espíritu Santo se nos mostrarán claramente sólo después de que hayamos comentado el actual verso del Veni creator: «Infunde amor en el corazón», que es lo que ahora nos disponemos a hacer.

2. El amor, ley nueva del cristiano

El verso del Veni creator: «Infunde amor en el corazón» se inspira claramente en la afirmación de Pablo: «M darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones» (Rorn 5,5).
Este versículo está estrechamente relacionado, en la tradición latina, con el tema del Espíritu Santo como ley nueva del cristiano. Para descubrir el por qué de esto, hay que remontarse una vez más al

evento de Pentecostés. Hay un acercamiento intencionado entre el relato de la venida del Espíritu Santo y la teofanía del Sinaí. Eso se explica con el hecho de que, en la época en que Lucas escribía los Hechos de los Apóstoles, la fiesta judía de Pentecostés conmemoraba, precisamente, el don de la ley otorgada en el Sinaí y la alianza. Ya no era tanto una fiesta ligada al ciclo de la naturaleza (la ofrenda de las primicias de la cosecha), corno una fiesta relacionada con la historia de la salvación. Bastaría esto para demostrar que el Espíritu Santo no está considerado por Lucas únicamente como «fuerza de la profecía o auxilio con vistas a la misión», sino que ya tiene una clara dimensión soteriológica, aunque, sin duda, menos evidente que en Pablo y en Juan. No sirve sólo para llevar la salvación hasta los confines de la tierra, sino que es él mismo la salvación, el principio que hace viva y operante la Nueva Alianza. Este acercamiento entre el Sinaí y Pentecostés tiene raíces

muy remotas en la Biblia. Cuando, en el libro del profeta Jeremías, Dios dice: «Pondré mi ley en su interior, la escribiré en su corazón» (Ir 31,33), está claro que lo que pretende es declarar ya la novedad de la ley de la Nueva Alianza con respecto a la del Sinaí, que, por el contrario, estaba «escrita en tablas de piedra» (Ex 31,18). Ezequiel dio un paso más, identificando la nueva ley con el mismo Espíritu de Dios: «Infundiré mi espíritu en vosotros» (Ez 36,27). Pablo completa y aclara la comparación. El define a la comunidad de la Nueva Alianza como «una carta de Cristo... escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, es decir, en el corazón» (2 Cor 3,3) y habla de la «ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús», o sea, de la ley que es el Espíritu (cfr. Rom 8,2).

San Agustín saca las conclusiones de todas estas premisas sobre la relación entre Sinaí y Pentecostés. Observa, en primer lugar, una coincidencia: cincuenta días después de la inmolación de la antigua Pascua y la salida de Egipto (la cifra se deduce de los cálculos de la propia Biblia), los judíos recibieron en el Sinaí la ley escrita por el dedo de Dios, sobre tablas de piedra y, basándose en esta ley, establecieron una alianza con Dios, y cincuenta días después de la celebración de la nueva Pascua y la inmolación de Cristo, viene el Espíritu Santo. ¿Qué ha querido decirnos con eso la palabra de Dios? Pues está bien claro: que el Espíritu Santo es la nueva ley, escrita verdaderamente por ci dedo de friego de Dios, pero esta vez no sobre tablas de piedra, sino en las tablas de carne que son los corazones de los hombres, purificados por la sangre de Cristo; que el Espíritu Santo es el principio que da vida a la Nueva Alianza

Entendernos ahora la afirmación de san Ireneo: «El Espíritu Santo bajó sobre los discípulos en Pentecostés con el poder de introducir a todas las personas en la vida y abrirles el Nuevo Testamento»El Espíritu Santo «abre» el Nuevo Testamento, en el sentido

Cfr. SAN AGUSTÍN: Discursos, 272 B, 2 ss (PLS 2, 523 Ss); Id., El Espíritu y la letra, 16, 28 ss.
8 SAN IRENF.O: Contra las herejías, III, 17, 2.

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INFUNI)E AMOR EN EL CORAZÓN

de que hace viva y operante la «nueva y eterna alianza» realizada en la Pascua de Cristo.
Esta profunda interpretación del acontecimiento de Pentecostés, se convierte en patrimonio común de la Iglesia y penetra en la liturgia, que después la mantendrá viva, incluso cuando desaparezca de la reflexión teológica. La liturgia latina nos hace leer, entre las lecturas de la vigilia de Pentecostés, el capítulo 19 del Exodo que narra, precisamente, la teofanía del Sinaí. En algunas Secuencias medievales, el tema «Sinaí- Pentecostés» ocupa un puesto principal, como en ésta de Adán de San Víctor:
«Fue una ley dura y oscura / la que precedió en figura / a la luz del Evangelio.
Que el intelecto espiritual / rompa el plano de la letra, / y se muestre en pleno día.
Nos revela este proyecto / quién tendrá la primacía: / si es el don o el precepto.
Hubo clamor de trompeta, / una densa nube había, / con relámpagos y truenos
que inspiraban el temor, / pero la unción del Señor / sólo fomenta el amor»
También las liturgias orientales, bizantina y siria, señalan la relación entre la teofanía del Sinaí y Pentecostés, subrayando, sin embargo, los elementos afines que hay entre los dos acontecimientos, más que los contrastantes: «A la montaña corresponde la sala alta del cenáculo; a las llamas, las lenguas de fuego; al trueno y a la nube, el viento impetuoso» ‘. Pentecostés es el día en que «la ley viene de Sión» 11
El autor del Veni creator tiene presente esta riquísima tradición sobre el tema «Sinaí-Pentecostés», en la forma que ha tomado en Occidente con san Agustín. Al comentar el título de «dedo de Dios», escribe: «La ley fue escrita con el dedo de Dios cincuenta días después de la inmolación del cordero, y cincuenta días después de la pasión de Cristo vino el Espíritu Santo» 12

AIÁN DE SAN VÍCTOR: Pentecostés, AHMA 54, 1915, p. 243.
1> Cfr. Pentecostaire, obra cit., p. 422 (lunes de Pentecostés).
Cfr. Ihíd., p. 404 (Maitines de Pentecostés); para la liturgia siria, cfr. Sinsi’, E.-P.: L’expérience de l’Eprit, París, 1971, p. 55.
12 RÁBANO MAURO: El universo, 1, 3 (PL 111, 25).

Lo que todo esto nos dice a propósito del amor que el Espíritu derrama en nuestro corazón, nos lo explica el propio Agustín: «iQué es la ley de Dios escrita por él mismo en nuestros corazones, si no la propia presencia del Espíritu Santo, que es el dedo de Dios y que con su presencia derrama en nuestros corazones la caridad (Rom 5,5), que es el cumplimiento de la ley y su culminación?»”
La ley nueva, que es el Espíritu Santo, actúa, por tanto, a través de la caridad. Esta no es sólo el resumen de toda la ley y los profetas; es mucho más: es su realización, su cumplimiento. Sólo el que ama pone en práctica verdaderamente la ley, porque es el único que puede hacerlo. Ezequiel atribuía al don del corazón nuevo y del Espíritu la capacidad de observar todas las leyes de Dios (Cfr. Ez 36,27).

La caridad es a su vez una «ley», un principio directivo que nos impulsa a luchar contra la carne, a hacer, o a no hacer, determinadas cosas; pero ya no actúa por obligación, con la amenaza de las sanciones, como ocurría en la ley antigua y como ocurre con toda ley externa y escrita, sino por atracción. El temor servil es sustituido por el amor filial como resorte de la actuación del cristiano.
«Si uno observa el precepto de la ley por miedo al castigo y no por amor a la justicia, su manera de actuar no es libre, sino servil, y esto no es observar el precepto... Cuando, por el contrario, es la fe la que actúa a través del amor, entonces ésta empieza a suscitar el placer de la ley de Dios en el

interior del hombre»

En lo más hondo del corazón humano se produce un cambio radical. Si antes el hombre miraba a Dios con la mirada sospechosa y hostil con la que el esclavo mira a su amo, ahora le mira como a su aliado, su amigo, su Padre, y de sus labios sale el grito de agradecimiento: «iAbba, Padre!» (cfr.

Rom 8,15). Es todo el 13 SAN AGUSTÍN, El Espíritu y la letra, 21, 36; cfr. 17,29.
14 Ibid.: 14, 26.

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INFUNDE AMOR EN EL CORAZÓN

comportamiento del cristiano lo que ha cambiado; llega a ser verdaderamente «divinizado», puesto que está movido por el Espíritu Santo: «Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios» (Rom 8,14). La vida cristiana está hecha para ser vivida así, en el Espíritu Santo, regulada por el principio de la espontaneidad y la libertad. Es un vivir de «enamorados».
3. El Espíritu Santo nos libera del amor propio

Hemos visto que considerar al Espíritu Santo como «luz» nos hace tener una visión coherente de la vida cristiana. Tenemos que empezar por purificarnos de las pasiones (sobre todo de las pasiones impuras, que son las que con más fuerza nos atan a la materia y a la carne), porque oscurecen la mente y le impiden recibir la iluminación del Paráclito. Una vez purificado el ojo interior, no solamente podremos contemplar a Dios, sino que llegaremos a ser también transparentes a su luz, como cuerpos luminosos que hacen reverberar el rayo de sol que reciben. La ascesis se vuelve fecunda, el trabajo hecho sobre uno mismo redunda en beneficio de los demás.
Veremos ahora que también considerar al Espíritu Santo como «amor» nos ayuda a tener una visión muy profunda de la vida cristiana y un proyecto concreto de transformación interior; a tener, en definitiva, una espiritualidad. El mismo Espíritu Santo que, como luz, nos hace pasar de la ignorancia a la verdad, como amor nos hace pasar del egoísmo a la caridad.
¿En qué consiste, o dónde empieza, según san Agustín, el pecado del hombre? No tanto en abandonar a Dios para volverse hacia las criaturas, como, más exactamente, en abandonar a Dios para volverse hacia uno mismo. El pecado ha consistido en la famosa curvitas original, por la cual el hombre, que era «recto» —es decir, vuelto hacia lo alto, hacia Dios—, se volvió «corvo», o sea, vuelto hacia abajo, hacia sí mismo, replegado, «per-verso». Hay aquí una sintonía profunda con el pensamiento de san Pablo. Para el Apóstol, las pasiones de la carne (que en el contexto describe con gran realismo) no son la causa por la cual «se ha oscurecido la mente de los hombres», sino más bien su efecto. Los hombres han dado la espalda a Dios, no lo han glorificado ni le han dado gracias, y se han puesto ellos en el lugar de Dios,

pretendiendo de forma idólatra, decidir sobre él, y no viceversa. Por eso Dios los ha entregado a su impureza (cfr. Rom 1,18 ss).

A veces, se ha pretendido explicar la tendencia pesimista de la moral de san Agustín, atribuyéndola a su personal experiencia negativa con respecto a la carne. Pero aquí se demuestra más bien lo contrario. El fue más allá de este aspecto: captó el pecado en su raíz última que, por encima de la esfera sexual, está en una corrupción del amor, es decir, en la voluntad. Le da la razón san Francisco de Asís quien, con la intuición de los santos, sin razonamientos, decía: «Come del árbol de la ciencia del bien y del mal el que se apropia para sí su voluntad» 15 En La ciudad de Dios, san Agustín hace de esta intuición el principio de interpretación de toda la historia humana: «Dos amores han fundado dos ciudades: el amor a uno mismo hasta el desprecio de Dios ha fundado la ciudad terrena; el amor a Dios hasta el desprecio de uno mismo ha generado la ciudad celeste El amor a uno mismo puede ser bueno y sano, pero no es de esto de lo que estamos hablando. El amor a uno mismo se vuelve malo cuando pasa de ser social a ser privado, es decir, cuando se transforma de amor de comunión en amor egoísta, que se ama a sí mismo excluyendo a los demás: «Dos amores, de los cuales uno es social y el otro privado, han fundado y diferenciado en el género humano dos ciudades, la de los justos y la de los inicuos» ‘. Pero san Agustín no se detiene aquí. En otra obra, no menos importante, El Espíritu y la letra, explica cómo se produce el paso del uno al otro amor. ¡Es el Espíritu Santo el que nos hace pasar del amor a nosotros mismos al amor a Dios y al prójimo, el que nos libera del egoísmo! El Espíritu Santo es aquel que lleva a cabo la transformación o «rectificación» esencial en el SAN FId’4cIsco DF Asís: Avisos, 2 (Escritos, p. 78); este mismo concepto está desarrollado con gran profundidad en un escrito del siglo xiv Teología alemana (Theoiogia Deutsch), XVI. 16 SAN AGUSTÍN: La ciudad de Dios, XIV, 28 (CC 48, p. 451).
Id.: El Génesis al pie de la letra, XI, 15, 20 (CSEL 28, 1, p. 348).

El. CANTO DEL ESPÍRITU

INFUNDE AMOR FN FI. CORAZÓN

hombre redimido. El modo en que esto se produce, lo hemos explicado, en parte, cuando hablamos del Espíritu Santo como «ley nueva» del cristiano. Al infundir en el corazón el amor —es decir, una nueva capacidad de amar a Dios y a los hermanos—, lo libera de la prisión del egoísmo; no impone sólo el deber de hacer la voluntad de Dios, sino que inculca también el placer de cumplirla, por lo que el hombre empieza a realizar gustosamente las cosas que Dios le manda, ya que él mismo se siente amado por Dios. Aquí se sitúa el paso decisivo desde la esclavitud del pecado hacia la libertad de la gracia.

Para llevar a cabo todo esto no basta el libre albedrío del hombre; no es suficiente el esfuerzo ascético de purificarse de las pasiones, ni el conocimiento de la verdad, saber lo que hay que hacer. Es necesario cambiar la misma voluntad, dar un vuelco a la orientación fundamental del corazón humano, y esto sólo lo hace el Espíritu Santo, suscitando en el alma el amor a Dios, y con eso el deseo de obedecerle en todo 18

Situándose en una perspectiva ascética, uno de los Padres de Oriente escribió estas palabras:
«Hasta que el hombre exterior no muera a los asuntos del mundo..., hasta que el hombre interior no muera a los inoportunos recuerdos de cosas malas; hasta que el impulso natural no sea humillado y el cuerpo medio muerto por las fatigas, de forma que ya no se agite en el corazón la dulzura del pecado, el Espíritu de Dios no puede infundir en el hombre su dulzura» 19
Situándose en la perspectiva de la gracia, san Agustín ha llegado a descubrir la otra parte de la verdad, la más importante: «Tras habernos justificado con su don, el Espíritu de Dios nos quita el gusto del pecado, y en eso consiste la libertad; lo mismo que antes, sin él, hallábamos placer en pecar, y en eso consistía nuestra esclavitud»

2(
Cfr. Íd.: El Espíritu y la letra, 3, 5; cfr. LUTERO: Lecciones sobre la carta
a los Romanos,
8, 3 (\VA 56, p. 356).
ISAAC DE NÍNIVE: Discursos ascéticos, IV.
20 S4N AGUSTÍN: El Espíritu y la letra, 16, 28.

Hasta que el hombre no haya hecho morir dentro de sí la dulzura del pecado —decía el asceta—, el Espíritu Santo no puede infundir en él la dulzura de Dios; hasta que el Espíritu Santo no haya infundido en el hombre el placer de amar a Dios —precisa el teólogo—, el hombre no puede hacer morir dentro de sí el placer de arnarse a sí mismo. La gracia precede el esfuerzo y lo acompaña.
La profundización en la doctrina de la gracia hizo que la «neumatología» tuviera un avance decisivo, avance que no podernos ignorar sin privarnos de un dato fundamental para la comprenSión del Espíritu Santo y de su forma de actuar en las almas. Antaño, la comparación entre la «neumatología» griega y la latina, siempre estuvo detenida en el problema de la procedencia del Espíritu Santo: si era sólo del Padre, o del Padre y del Hijo. Esto ha impedido, a veces, captar y valorar plenamente las diferencias y las recíprocas integraciones que existen en otros sectores. Hemos pasado más tiempo especulando sobre el modo en que el Espíritu Santo procede en Dios —cosa que para nosotros es inaccesible y sobre la cual la Escritura no dice prácticamente nada— que tratando de saber cómo nos hace renacer en Dios, cosa que para nosotros es vital y sobre la que la Escritura insiste mucho.

Lo que tenemos que hacer es no volver a caer en la tentación de contraponer las dos visiones entre Sí: la que insiste en la purfficación de las pasiones, para llegar a la contemplación de Dios, y la que insiste en renunciar a amarnos a nosotros mismos, para amar a Dios y al prójimo. Hemos visto que tanto la una como la Otra tienen sólidos fundamentos bíblicos y que hay una segura circularidad entre ambas cosas: si la elección equivocada de uno mismo desencadena las pasiones de la carne, también es verdad que secundar las pasiones de la carne potencia en nosotros el egoísmo y la insensibilidad hacia Dios y el prójimo. Ninguna de las dos tradiciones puede prescindir de la otra. Luz y amor indican dos acciones igualmente importantes con las que el Espíritu crea al hombre nuevo, como dos «sanaciones de raíz». Además, las dos raíces del mal que hay en el hombre —ignorancia y egoísmo- se comunican entre sí, de modo que, atacando a una, se ataca a la otra.

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4. Para que ya no vivamos para nosotros mismos ¿Cuál es la parte que nos corresponde en todo este proceso que lleva del amor a uno mismo al amor a Dios? Consiste en secundar al Espíritu, colaborar con la gracia mediante nuestra libertad. Debemos erradicamos de nosotros mismos y radicarnos en Dios. Hay muchos árboles que tienen la llamada raíz madre, que se hunde perpendicularmente en el terreno, por debajo del tronco. Hasta que no se libera el terreno por todo alrededor y no se mete el hacha en esa raíz, aunque se corten todas las demás raíces laterales, el árbol no se mueve, nadie puede abatir lo También el árbol de nuestra vida tiene una «raíz madre»: es el amor a nosotros mismos. Hasta que algo más fuerte que eso no viene a «suplantarlo», no se pasa del hombre viejo al hombre nuevo, de la vida según la carne a la vida según el espíritu. Esto es, como hemos visto, lo que hace el Espíritu Santo en nosotros; con nuestro esfuerzo, no podemos sustituir la acción sanadora del Espíritu, pero podemos secundarla.

Pablo describe este proceso como un dejar de vivir «para uno mismo» y empezar a vivir «para el Señor».
«Cristo ha muerto por todos, para que los que viven, no vivan ya para ellos, sino para el que ha muerto y resucitado por ellos» (2 Cor 5,15).
«Ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo, si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor» (Rom 14,7-8).
Se trata de una especie de revolución copernicana: ya no es la tierra —es decir, el «yo»— la que está en el centro, mientras que el sol —o sea, Dios—, gira a su alrededor, como si fuera su satélite, su siervo, sino todo lo contrario. ¡El Espíritu Santo nos es dado para que no vivamos ya para nosotros mismos, sino para el Señor! Esta es la obra del Paráclito que corona todas las demás. En una de las nuevas plegarias eucarísticas, en el momento de la epíclésis, decimos:
«Y para que no vivamos ya para nosotros mismos, sino para él,
que por nosotros murió y resucitó, envió, Padre, al Espíritu

Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas
las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo» 21
A fin de secundar esta acción del Espíritu en nosotros, es necesario, en primer lugar, saber distinguir y reconocer los deseos o impulsos que proceden del amor propio —la «carne»— de los que vienen del amor de Dios —el «Espíritu»—:
«La naturaleza sólo se preocupa de sus propias comodidades... La gracia, en cambio, tiene en cuenta... lo que conviene a muchos...
La naturaleza ama el ocio y la quietud del cuerpo.
La gracia, en cambio, acepta gustosamente el esfuerzo. La naturaleza quisiera tener cosas especiales y bonitas.
La gracia, en cambio, disfruta con las cosas sencillas y humildes. La naturaleza se queja en seguida de lo que le falta o le molesta.
La gracia, en cambio, aguanta la pobreza con entereza.
La naturaleza lo tuerce todo para su propio provecho, lucha y pelea a su favor.
La gracia dirige todas las cosas a Dios» 22
Si decidimos dejar de vivir para nosotros mismos —es decir,
para nuestra gloria, nuestro provecho, nuestra afirmación perso nal— la gracia del Espíritu viene a nuestro encuentro de mil
maneras. Nos ayuda a reconocer las oportunidades de vencer el
amor propio, en cuanto se presenta alguna; nos impulsa o anima
a hacerlo, de una manera indefinible; nos llena de alegría cuando
lo hemos hecho, de tristeza y decepción cuando nos hemos ne gad a hacerlo, o hemos buscado mil disculpas para no hacerlo.
Nos ayuda también a no reaccionar y disculparnos en seguida
• cuando recibimos un reproche, una crítica o una palabra dura,
que es el medio más eficaz para vencer el amor propio. Querer, en efecto, vencer el amor propio nosotros solos, sin ninguna intervención desde fuera, sería como pretender quitarnos solos un tumor. El Espíritu Santo nos impulsa también a invertir el orden en la lista de nuestros amigos: a considerar como verdaderos amigos y bienhechores, que tienen que ser particularmente queridos

21 Misal Romano, Plegaria eucarística IV.
22 Imitación de Cristo, III, 54.

para nosotros, a quienes solemos relegar al punto más remoto de nuestro universo personal.
Nuestra colaboración puede expresarse también mediante la plegaria, diciendo, por ejemplo, al Espíritu Santo, con las palabras de la Secuencia de Pentecostés: «Doma el espíritu indómito», o, con otra plegaria de la liturgia: «Somete nuestras voluntades rebeldes a tu santa voluntad» 23 Es así como actúa la gracia, con estos métodos sencillos, no a través de extraños mecanismos automáticos, o circunstancias extraordinarias.

 Una «neumatología» para la era de los ordenadores Quisiera concluir la reflexión sobre el Espíritu como «amor» con una observación que nos permita ver la extraordinaria actualidad de este tema. Nuestra civilización, dominada por la técnica, necesita un corazón para que el hombre pueda sobrevivir en ella, sin deshumanizarse del todo. No solamente hay personas religiosas, sino también agnósticas y no creyentes, que están convencidas de que debemos conceder más espacio a las «razones del corazón», si queremos evitar que la humanidad vuelva a hundirse en una era glacial.

En éste, a diferencia de muchos otros campos, la técnica nos sirve de muy poca ayuda. Se está trabajando desde hace tiempo en un tipo de ordenador que «piensa», y muchos están convencidos de que se va a conseguir. Pero (afortunadamente!) hasta ahora nadie se ha planteado la posibilidad de un ordenador que «ama», que se emociona, que viene al encuentro del ser humano en el plano afectivo, ayudándole a amar, así como le ayuda a calcular las distancias entre las estrellas y el movimiento de los átomos, y a guardar los datos en la memoria... El hombre está proyectando relojes atómicos, cuyo margen de error sería de un segundo cada dos millones de años; conoce con precisión cuántos cientos de miles de años le harían falta para llegar a un determinado punto del universo, viajando a la velocidad de la luz, y olvida que a él le toca vivir sólo unas cuantas décadas. ¡La técnica supera la vida!

23 Misal Romano, Plegaria sobre las ofrendas, sábado de la IV semana de Cuaresma.

INFUNDE AMOR EN El. CORAZÓN

A la potenciación de la inteligencia y de las posibilidades cognoscitivas del hombre, no va unida la potenciación de su capacidad de amar. Es más, parece ser que esta última no cuenta para nada, y eso que sabemos de sobra que la felicidad o infelicidad en este mundo no depende tanto de conocer o no conocer, sino de amar o no amar, de ser amado o no ser amado. No es dificil comprender por qué estamos tan ansiosos de aumentar nuestros conocimientos y tan poco de aumentar nuestra capacidad de amar: porque el conocimiento se traduce automáticamente en poder, y el amor... en servicio.
Una de las modernas idolatrías es la del «CI», el «coeficiente de inteligencia». Se han puesto a punto numerosos métodos de medición del mismo, a pesar de que afortunadamente, hasta ahora, todos ellos están considerados, en buena parte, poco fiables. En la selección de embriones humanos, se considera casi únicamente este aspecto en los candidatos a donantes de semen. ¿Quién se preocupa de tener en cuenta también el «coeficiente de corazón»? Y, sin embargo, sigue siendo verdad lo que decía san Pablo: «El saber envanece; sólo el amor es de veras provechoso» (1 Cor 8,2). La cultura laica ya no está dispuesta a admitir esta verdad en su aspecto religioso —en san Pablo—, pero sí la acepta en su versión literaria. ¿Qué otra cosa quiere decir, en efecto, la tesis final del Fausto de Goethe de que sólo el amor redime y salva, mientras que la ciencia y la sed de conocimiento, por sí sola, puede condenar?

¿Quién, pues, podrá salvar nuestra civilización de esta ruina? San Agustín nos ha explicado antes que no basta el libre albedrío y tampoco el simple conocimiento del problema y de lo que se debe hacer, Necesitamos una ayuda «desde fuera»; una ayuda, por decirlo en lenguaje moderno, «extraterrestre», y esta ayuda es el Espíritu Santo que «infunde su amor en el corazón». Lo que necesitamos es abrirnos de nuevo y volver a recurrir al Espíritu, sentir nostalgia de Espíritu Santo. Sólo él podrá dar a la humanidad —ahora que ha aprendido a explorar, arriba, los espacios del cosmos, y abajo, las partículas subatómicas— ese suplemento de alma y corazón que le impedirá secarse a causa de sus mismos conocimientos, y la ayudará a utilizarlos, en cambio, para humanizar el planeta y mejorar la vida de todos. El que hizo revivir, en la cristiandad occidental, el gran tema agustinjn del Espíritu Santo que conduce al hombre de amarse

EL CANTO DEL ESPÍRITU

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