TEOLOGIA Y SANTIDAD
Juan Esquerda Bifet
Introducción: El estudio y la docencia de la teología como camino de santidad
1. Camino de santidad según las diversas funciones de la teología
2. Camino de santidad según las actitudes teológicas ante la Palabra de Dios
3. Camino de santidad como asimilación teológica del misterio de Cristo
Líneas conclusivas: El deseo y compromiso de santidad, como garantía de la autenticidad de la teología
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Introducción: El estudio y la docencia de la teología como camino de santidad
El hecho de dedicarse al estudio o a la docencia «teológica», equivale a emprender un camino de «santidad». «Estudiar» a Dios, «leer» su Palabra, significa querer «conocer» a Dios amándolo. «El conocimiento de la verdad cristiana recuerda íntimamente y exige interiormente el amor a Aquel a quien ha dado su asentimiento»[1].
Relacionar teología y santidad, equivale a entrar en un camino de esperanza y de gozo, capaz de superar todas las angustias, los riesgos y los retos, que suelen surgir en la búsqueda sincera de la verdad plena, la cual sólo existe en Dios revelado por Cristo.
Sin el deseo y compromiso de santidad, como exigencia del bautismo para configurarse con Cristo, no se aceptarían las exigencias de la teología sobre el misterio de Dios Amor ni la moral de las bienaventuranzas, ni las implicaciones evangélicas de la vocación cristiana laical, religiosa y sacerdotal.
Solo Dios es «Santo», trascendente, que pide a sus creyentes «ser santos», amar como él, vivir anclados en su trascendencia (cfr. Lv 11,44; 1 Pe 1,16). Dios Amor nos ha revelado el misterio de su intimidad, por medio de su Hijo, para que lo conozcamos vivencialmente y «para que vivamos por él» (1 Jn 4,9)[2].
Juan Pablo II, haciéndose eco de las proposiciones del Sínodo Episcopal sobre la Iglesia en Europa, dejó constancia de su «gratitud» y aprecio por «la vocación de los teólogos», así como por «su trabajo»[3].
El desarrollo de la reflexión teológica sobre el misterio de Dios Amor, revelado por Cristo, es un compromiso de responder a una llamada, que se traduce en relación personal (contemplación), imitación (seguimiento evangélico) y transformación en Cristo (santidad como perfección de la caridad). El estudio teológico necesita la actitud previa del amor a Cristo, a quien se ha dado el asentimiento de fe y por quien se ha asumido una opción fundamental, que da sentido a la existencia cristiana.
La Instrucción pastoral Teología y Secularización recuerda que «la teología nace de la fe y está llamada a interpretarla manteniendo su vinculo irrenunciable con la comunidad eclesial» (n.69). Esta «llamada» a la comunión eclesial es llamada a la santidad, como configuración con Cristo. Entonces se capta mejor que «la Iglesia necesita de la teología, como la teología necesita de su vinculo eclesial» (ibídem).
Una teología, elaborada seriamente, produce en el teólogo y en quienes siguen su docencia, «la alegría cristiana» de «acoger plenamente a Jesucristo en la comunión de la Iglesia» (ibídem, n.68). Entonces es una teología que lleva a la celebración, a la contemplación, a la vivencia y a la misión[4].
La Instrucción alude brevemente a la santidad, relacionada con el trabajo teológico (cfr. n. 9, 54, 59, 60). Desarrolla algo más el tema cuando, citando el concilio, recuerda que la santidad consiste en «la perfección de la caridad» (LG 40) y afirma que «es la vocación última de toda persona humana» (n.54)[5].
El estudio y la docencia teológica se encuadran, pues, en el contexto de la llamada a la santidad, que es propia de todo bautizado, según la síntesis final del sermón de la montaña (cfr. Mt 5,48). Así se llega a la caridad, como «plenitud de la ley» (Rom 13,10) y como «vínculo de perfección» (Col 3,14). Toda la vida cristiana consiste en «caminar en el amor» (Ef 5,1).
Si la teología es un «discipulado» que «nace de la fe», entonces se convierte en una función de «hacer discípulos» de Jesús en plenitud (cfr. Mt 28,19), para poder recibir «la vida nueva en el Espíritu» y «seguir la vida de Cristo». Por esto, de todo teólogo y de todo creyente se debería decir: «El discípulo de Cristo, unido al Salvador y movido por el Espíritu Santo, es capaz de alcanzar la caridad, la santidad» (Instrucción, n.54).
La Instrucicón recuerda también la misión de la Iglesia, la cual «no deja de proclamar que en Cristo el hombre ha recuperado la santidad primera» (n.60). La gracia, ofrecida por Cristo, «hace plenamente libre la libertad humana, orientando al hombre hacia la Bienaventuranza». Es «todo el hombre», la totalidad de su ser, que está llamado a «desarrollar una vida moral auténtica» (ibídem, cita GS 23).
La teología es un camino y un servicio de santidad. Es la «ciencia» sobre Cristo crucificado y resucitado (cfr. 1 Cor 2,2; 2 Cor 5,16), que comporta el compromiso de «vivir» en él como respuesta a su amor (Gal 2,19-20) y de «formar a Cristo» en los demás (Gal 4,19). El misterio de esta vida de amor de Cristo y a Cristo, «supera toda ciencia» (Ef 3,19), pero el Señor ha querido necesitar de nuestra reflexión teológica como ayuda necesaria para la Iglesia peregrina[6].
1. Camino de santidad según las diversas funciones de la teología
A Dios se le encuentra, en un proceso de humildad confiada y audaz («fides quaerens intellectum»), en la medida en que se le busque tal como es, sin querer imponerle nuestros preconceptos. El estudio y la docencia teológica son un proceso continuo de «conversión», como apertura a los nuevos planes salvíficos de Dios en Cristo.
Sin una actitud permanente (aunque siempre imperfecta) de fidelidad al Espíritu Santo, sería imposible encontrar el Verbo escondido en los textos escriturísticos, inspirados por el mismo Espíritu.
Las diversas funciones de la teología (científico-sistemática, celebrativa, kerigmnática, vivencial) se armonizan entre sí, cuando el corazón se compromete en un proceso de unificación por el amor. Los avances en cada una de estas funciones teológicas se consiguen con un equilibrio armónico, que deriva hacia una evolución armónica. Un corazón dividido, que antepusiera algo al amor de Cristo, tendría el riesgo de generar dicotomía y disenso.
La «comprensión» de Dios, como tarea específica de la teología, se desarrolla entre la posibilidad de conseguirla por parte del hombre, y la imposibilidad de llegar, en esta tierra, a una comprensión perfecta. «Si comprendes, entonces eso no es Dios»[7].
1ª) En el camino de la función científico-sistemática
El proceso de la reflexión teológica a nivel científico-sistemático, es parecido al de la inserción de la fe en las diversas culturas. La fe del creyente necesita expresarse en términos y contenidos de reflexión humana y, a veces, científica.
La fe cristiana sale al encuentro del profundo deseo del hombre para conocer y amar a Dios: «En lo más profundo del corazón del hombre está el deseo y la nostalgia de Dios {...} El hombre busca un absoluto que sea capaz de dar respuesta y sentido a toda su búsqueda» (FR 24, 27)[8].
La propia reflexión, así como cualquier dato de una cultura, se usa con la libertad de quien busca la verdad plena. Son elementos que necesitan valorarse y también purificarse, para poder llegar a «la razón ilustrada por la fe» o también a «la inteligencia de la fe». El proceso es, pues, de valoración, purificación e inicio de entrada en una verdad plena, que sólo se encuentra en Dios revelado por Jesús.
La terminología teológica es siempre imperfecta, aunque necesita y puede tener un nivel de validez relativa en el caminar de la Iglesia peregrina, hasta llegar a la visión de Dios[9].
Este camino científico-sistemático necesita la humildad de reconocer tanto la validez del esfuerzo de reflexión, como las limitaciones del fruto conseguido. Quien busca a Dios atraído por su amor (que equivale al deseo de santidad), no tiene inconveniente en reconocer las limitaciones de la reflexión teológica. Al mismo tiempo, tiene la audacia de proponer con insistencia y claridad sus reflexiones, para abrir nuevos caminos a la comprensión del misterio divino. Los dones de Dios (también los de la reflexión teológica) no son Dios[10].
2ª) En el camino de la función celebrativa
La función celebrativa de la teología indica la pista del misterio divino, manifestado en Cristo y celebrado como misterio pascual. Toda celebración litúrgica es anuncio, actualización y comunicación del misterio de Cristo muerto y resucitado.
Cualquier contenido de la teología, además de ser un esfuerzo intelectual sistemático, tiene que invitar a la celebración del mismo misterio que se estudia. Las realidades teológicas y salvíficas que se reflexionan, acontecen de hecho en la celebración litúrgica. Por esto el estudio de la teología prepara cristianos liturgos, además de profetas y santos.
El conocimiento amoroso del misterio divino se abre fácilmente a esta función celebrativa, que, por su naturaleza, es comunitaria, como expresión de la comunión eclesial.
La carencia de deseo de santidad tiene el riesgo de hacer subjetivista y teórico el estudio de la teología. Entonces se entraría en un proceso de reflexión sobre teorías y aproximaciones, ajenos a los acontecimientos salvíficos que son esenciales en el mensaje doctrinal del evangelio. La doctrina teológica es inherente al hecho salvífico de Cristo, Verbo encarnado, redentor, resucitado, presente en las celebraciones litúrgicas. Debe ser también un encuentro con Cristo vivo.
El estudio y la docencia de la teología son camino que ayuda a la comunidad a ser «pan partido» como Cristo Eucaristía. De ahí que la teología esté orientada hacia la celebración litúrgica, como «cumbre a la cual tiende toda la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza» (SC 10). La liturgia es «la fuente primaria y necesaria» de la vida cristiana y de la «actuación pastoral» (SC 14).
Con esta dimensión celebrativa, los contenidos de la teología se actualizan durante el año litúrgico y, de modo especial, en las celebraciones litúrgicas. Se reflexiona sobre «alguien» presente en la Iglesia y en el mundo. «Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica» (SC 7). «Está presente en el sacrificio de la Misa {...} en los Sacramentos {...} en su palabra {...} Está presente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, él mismo que prometió: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18,20)» (SC 7)[11].
3ª) En el camino de la función kerigmática
La función kerigmática de la teología abre la puerta al anuncio del misterio de Cristo. Toda reflexión teológica debe capacitar al teólogo para el anuncio. Sin el deseo de santidad, que incluye el deseo de misión (amar y hacer amar al Amor), las reflexiones teológicas no ayudarían en la tarea kerigmática de la predicación[12].
Se reflexiona sobre «alguien» (Cristo, en su doctrina y en sus hechos salvíficos), sobre quien se ha tomado una opción fundamental en el camino del amor y de la misión.
El resumen de las constituciones conciliares del Vaticano II hace patente una dinámica que debería notarse en toda exposición teológica: El misterio de Cristo, presente en la Iglesia (LG) y en el mundo (GS), se concreta en él mismo como Palabra del Padre (DV), qua ha hecho de su vida una oblación pascual (SC). Esta síntesis de las constituciones del concilio Vaticano II, es una fuerte invitación al anuncio del misterio de Cristo a todos los pueblos (AG).
Para anunciar a Cristo tal como es, es necesario dar testimonio del misterio que se predica. «La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad {...} La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión {...} La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión “ad gentes” exige misioneros santos» (RMi 90)[13].
4ª) En el camino de la función vivencial
La opción fundamental por Cristo, que es la clave de la decisión de amarle de todo, consiste en aceptarle vivencialmente tal como es: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Así es la respuesta comprometida a la pregunta previa de Jesús: «¿Quién decís que soy yo?» (Mt 16,15). De ahí nace el «gozo» de aceptar a Cristo, la «verdad», tal como es, sin concesiones al consenso: «¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).
Si la santidad consiste en «la perfección de la caridad», y la teología es un camino para conocer a Dios amándole, entonces por el hecho de seguir este camino se acierta a ver la relación entre el amor y la aceptación de la realidad de Cristo: «Tú sabes que te amo» (Jn 21,15). No habría teología, si ésta no fuera la expresión de una fe como «conocimiento de Cristo vivido personalmente» (VS 88)[14].
La teología es exigente. No sería posible sin una fuerte relación personal con Cristo (aspecto contemplativo), sin una disponibilidad para dejarse configurar o transformar en él y sin una vida de pobreza a imitación de la suya. Es difícil, si no imposible, acertar en la reflexión teológica (la cual no es una simple reflexión filosófica), sin contemplación y sin pobreza evangélica.
La fe se «incultura» auténticamente en la mente del teólogo y del apóstol, cuando se inserta o incultura en el propio corazón. Algunos fallos que existen en el desarrollo del tratado de gracia (cuando este tratado se explica) y la falta de apertura a la misión universalista «ad gentes» (cuando se explica la misionología), son debidos a actitudes de falta de generosidad en el camino del amor.
Una prueba de la necesidad de santidad, como exigencia de la función vivencial de la teología, se puede constatar en el hecho de cómo se presenta la moral cristiana, que no puede derivar principalmente del decálogo ni de la ética natural, sino de las bienaventuranzas: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). Por esto, sin el deseo de santidad, es imposible comprender y vivir las exigencias de la moral matrimonial, social, vocacional[15].
2. Camino de santidad según las actitudes teológicas ante la Palabra de Dios
El camino teológico es camino de auscultar constantemente la invitación del Padre: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo» (Mt 17,5). No existe propiamente una labor teológica a tiempo parcial, analógicamente a como no existe una oración cristiana propiamente dicha sin la actitud permanente (aunque sea sólo implícita) de relación personal con Dios.
La actitud teológica ante la Palabra Dios es un camino de apertura a la acción santificadora del mismo Dios. No se podría entrar en este proceso de fidelidad a la Palabra, pronunciada en el eterno «silencio» de Dios, sin una actitud de «silencio» interior, que es proceso de apertura al amor.
La teología reflexiona científicamente sobre la Palabra revelada (don e iniciativa de Dios) para dejarse sorprender por ella, tal como es creída, predicada, enseñada y celebrada en la Iglesia, y tal como la han asimilado los santos por un proceso de contemplación y de perfección.
Si la Palabra de Dios no entrara hasta el fondo del corazón para unificarlo por el amor, las reflexiones «teológicas» se reducirían a un mosaico hecho añicos y arrastrado por la tempestad o por la moda del momento.
1ª) Teología de la sorpresa, del misterio, del más allá
El misterio de Dios Amor revelado por Cristo es siempre mucho más allá de todas nuestras reflexiones, sin quitar a estas reflexiones su validez y necesidad durante el tiempo de Iglesia peregrina. Para hacer teología, se necesita «el impulso de la sorpresa» (FR 105)[16].
Los términos contingentes de la teología, por el hecho de ser un esfuerzo humano, son válidos cuando no ofuscan la trascendencia del misterio divino. Esta referencia es parte integrante del camino de la teología y de la santidad[17].
El corazón del teólogo se abre para recibir a Dios tal como es. La iniciativa de la búsqueda es del mismo Dios, quien suscita la búsqueda teológica en el corazón, como «teología» sobre la «fe», para intentar comprenderla sin tergiversarla.
Al estudiar la Palabra, es decir, los contenidos de la revelación, se la recibe como «revelada», comunicada donada por Dios. Pero la Palabra resuena también con términos y reflexiones humanas en personas que son «testigos» peculiares de la fe profesada y vivida por la Iglesia.
Sólo se puede entrar en los contenidos de la Palabra, con un corazón que sabe respetarla, sin manipularla, mientras, al mismo tiempo, la reflexiona con la audacia filial de saberse invitado a iniciar la experiencia sapiencial que prepara el encuentro definitivo con Dios Amor.
A Dios se le ama alegrándose de su misterio insondable, que ya comienza a ser comunicado, pero todavía no en plenitud. Precisamente por este «más allá» de los frutos de la propia reflexión, el teólogo se deja sorprender y cuestionar por el misterio, para prepararse a recibir y encontrar nuevas luces de Dios.
El método filosófico y teológico que usaba el Bto. Ramón Llull, al dialogar con los creyentes de otras religiones (especialmente con los musulmanes), consistía en partir del respeto que ellos tenían del misterio de Dios, para invitarles a alegrarse de saber (si lo aceptaban) que Dios (uno y trino, Verbo Encarnado) era más allá de sus creencias. Hoy esta actitud humilde ante el misterio es difícil encontrarla en algunas reflexiones teológicas (cristianas y de otras religiones). Al afirmar la fuerza de la razón, Llull no deja de subrayar la necesidad de la fe para «que creamos lo que no podemos entender... y entendamos que Dios es cosa mayor de lo que nosotros podemos entender»[18].
2ª) Teología de la apertura desde la propia realidad limitada.
También para el teólogo vale la llamada a una actitud de búsqueda humilde y confiada. «El hombre se encuentra en un camino de búsqueda, humanamente interminable: búsqueda de verdad y búsqueda de una persona de quien fiarse. La fe cristiana le ayuda ofreciéndole la posibilidad concreta de ver realizado el objetivo de esta búsqueda... Así, en Jesucristo, que es la Verdad, la fe reconoce la llamada última dirigida a la humanidad para que pueda llevar a cabo lo que experimenta como deseo y nostalgia» (FR 33).
La reflexión teológica sobre el misterio de Dios se distingue de otro tipo de reflexión, porque, por tratarse de Dios Amor revelado por Cristo, el teólogo tiene que adecuar sus criterios, su escala de valores y sus actitudes. «Conocer» a Dios, es un proceso de fe, esperanza y amor. Dios no es una idea, sino alguien. No podría darse verdadera teología sin la apertura del propio ser con todos sus componentes (pensar, sentir, amar, obrar).
Por el hecho de querer expresar el misterio de Dios con términos humanos, éstos deben reconocerse como contingentes, limitados y siempre insuficientes para abarcar todo el misterio de Dios. La validez de estos términos, por los que se expresa la reflexión humana sobre Dios, no puede hacer olvidar su provisionalidad a modo de hipótesis de trabajo y de andamios que ya no servirán en la visión de Dios[19].
No puede haber una reflexión teológica “autónoma”, en el sentido de elaborar teorías, hipótesis o suposiciones al margen de la revelación. Sería un “feudalismo” intelectual abusivo. La vitalidad siempre nueva de la teología supone esta actitud humilde ante la verdad revelada. «La teología se apoya, como en cimiento perdurable, en la Sagrada Escritura unida a la Tradición; así se mantiene firme y recobra su juventud, penetrando a la luz de la fe la verdad escondida en el misterio de Cristo» (DV 24).
La humildad, a modo de infancia espiritual, es cualidad que acompaña en todo el camino de la verdadera sabiduría: «Cuantos teólogos hay sin gracia del Espíritu Santo, nada son {...} El Espíritu Santo es ayo de niños{...} ¡Y qué bien enseñado será el niño que de tal ayo saliere enseñado!»[20].
3ª) Teología de la esperanza como confianza filial y “tensión”
El camino teológico, además de ser camino de fe hacia el conocimiento del misterio de Dios y camino de caridad hacia la unión con Dios, es también camino de esperanza, que equivale a una actitud de confianza filial, de audacia y de tensión hacia una plenitud.
Se trabaja en un ambiente «familiar», no como «extraños», sino como «familiares de Dios» (Ef 2,19). Por esto se tiene la audacia de buscar y de proponer, que es señal de humildad y de verdad. Precisamente la humildad de saber que las reflexiones son limitadas (y que siempre pueden y deben mejorarse), ayuda a la libertad de los hijos de Dios, basada en la verdad de la caridad (cfr. Ef 4,15).
La búsqueda teológica expresa la sed del corazón humano, suscitada por el mismo Dios. Incluso, a la luz de la revelación cristiana, esta sed del hombre es suscitada por la «sed» de Dios, quien tiene siempre la iniciativa en el camino del amor: «nos ha amado primero» (1 Jn 4,19). Es él quien busca al hombre, antes de que éste le busque a él. La «sed» de la reflexión teológica auténtica se traduce en un encuentro a modo de etapa de un camino, que invita a seguir buscando para poder encontrar cada vez más.
Esta confianza y tensión de la esperanza «no defrauda», si se vive en sintonía con «el amor de Dios, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5).
La búsqueda esperanzada de la teología se apoya en una relación que podríamos llamar esponsal y contemplativa: es Dios (en Cristo) quien primero sale al encuentro, para ofrecer y pedir una relación, la de compartir la misma vida con él. El «gozo» de la esperanza (cfr. Rom 12,12) da sentido a la fatiga de la búsqueda. El corazón busca hasta encontrar a Dios plenamente. Mientras tanto, el camino queda iluminado por la Palabra, fortalecido por la Eucaristía, vivificado por la caridad, «hasta que el Señor venga» (1 Cor 11,26)[21].
4ª) Teología de la experiencia cristiana de Dios
Para entrar en los contenidos de la Palabra de Dios, se necesita una actitud contemplativa, según la afirmación de Orígenes: «Ninguno puede percibir el significado (del evangelio), si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido de Jesús a María como madre»[22].
El anuncio evangélico está ligado intrínsecamente a la contemplación (cfr. 1 Jn 1,1ss). Si la teología debe ser un servicio kerigmático, en vistas a la catequesis y predicación, reclama, por ello mismo, una actitud de reflexión previa que respete el misterio del mensaje revelado. Esta actitud es «contemplativa», de «intuir» más allá de lo que se está encontrando. De hecho, la fuerza de la misión evangelizadora arranca de la capacidad contemplativa. Sin esta actitud contemplativa, el teólogo, como todo apóstol, no podría “anunciar a Cristo de modo creíble” (RMi 91)[23].
El servicio teológico prepara a la comunidad eclesial, desde el silencio contemplativo, para ser un estímulo en el encuentro de todas las religiones y culturas con Cristo. La Instrucción sobre Teología y Secularización constata que «la aceptación por la fe del Misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sitúa al cristiano en una forma de oración sin par en las otras religiones» (n.20). Es la teología cristiana la que puede constatar que «Dios vivo y verdadero no puede ser conocido más que cuando Él mismo toma la iniciativa de revelarse» (ibídem, n.21). Por esto, «las comunidades cristianas están llamadas a ser escuelas de oración, en las que se oriente de manera adecuada el hambre de espiritualidad» (ibídem).
Los santos que eran grandes teólogos indicaron la actitud contemplativa (en los momentos de oración y en las dificultades de la vida), como una exigencia del estudio teológico. «El estudiar será alzando el corazón al Señor»[24].
La peculiaridad de la contemplación cristiana, como experiencia de Dios Amor, corresponde a la peculiaridad de la reflexión cristiana sobre el mismo Dios revelado por Cristo. El «Padre nuestro», las bienaventuranzas y el mandamiento del amor, son la quintaesencia del cristianismo, como actitudes infundidas por el mismo Dios Amor, uno y trino. La reflexión teológica sobre la Trinidad, la encarnación y la redención, se realiza con esta misma actitud filial, guiada por el Espíritu Santo.
En la revelación cristiana, Dios se muestra como «Palabra que suena en el silencio»[25]. La fatiga del trabajo teológico forma parte de este «silencio», respetando el misterio infinito de Dios, admirándolo y recibiéndolo para integrarlo en la propia donación incondicional.
El camino de la teología es camino de santidad, porque es camino para prepararse al «silencio» sonoro de la visión de Dios y del encuentro definitivo con él. La validez de las expresiones teológicas se constata por el respeto a este misterio que sólo se abrirá plenamente en el más allá.
Sólo la contemplación cristiana puede responder a los grandes desafíos de la experiencia de Dios en otras religiones. Los retos sobre el dolor y la muerte, que parecen «silencio» y «ausencia» de Dios, sólo tienen respuesta en Cristo, como «Verbo» encarnado (Palabra entre nosotros) y como «Emmanuel» (Dios con nosotros). Los grandes y meritorios esfuerzos de otras religiones (que intuyen un más allá trascendente a toda reflexión) necesitan ver en el cristianismo la Palabra pronunciada en el silencio de la adoración, admiración y donación. La teología del siglo XXI tiene planteado en esta realidad el mayor desafío de su historia[26].
La teología, con esta dimensión contemplativa, busca encontrando («buscad y hallaréis»), para seguir buscando de modo insistente, «llamando» a la puerta del corazón de Dios, que quiere comunicar el misterio de Cristo a toda la humanidad («llamad y se os abrirá»). El camino de la teología se dirige a la trascendencia de un más allá, insospechado por toda ciencia humana y por todas las otras religiones: «Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es» (1 Jn 3,2).
La fe «ha estimulado ciertamente la razón a permanecer abierta a la novedad radical que comporta la revelación de Dios» (FR 101). La reflexión sobre la Palabra de Dios, reclama actitud de «silencio contemplativo», porque esta Palabra, el Verbo, se ha pronunciado eternamente en el «silencio» de Dios Amor, y sólo se comunica cuando hay la actitud humilde y confiada del silencio contemplativo. Efectivamente, «una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída por el alma»[27].
3. Camino de santidad como asimilación teológica del misterio de Cristo
Si la teología cristiana no ayudara a experimentar un encuentro con Cristo vivo (resucitado, presente en los hermanos y bajo signos eclesiales), perdería su nota característica, que es la de reflexionar sobre Dios Amor revelado por Cristo. Si Cristo es la Palabra definitiva de Dios, ello hace ver (sin destruir) la validez de la reflexión humana, que intenta entrar en los secretos de las ciencias, de la filosofía y de la teología.
Se puede constatar, en los años postconciliares del Vaticano II, un cierto desconcierto por parte de quienes reciben cursos de actualización. No me refiero propiamente a errores dogmáticos de loa expositores ), sino más bien a una exposición teórica, expresada a veces con terminología ambigua, que plantea dudas sin dar la posibilidad de resolverlas, desalentando con frecuencia a los agentes de pastoral[28].
Me parece que estas exposiciones, a veces poco alentadores de la vocación y del ministerio apostólico, son debidas a la falta de dimensión cristológica de los estudios teológicos, como había pedido el concilio. Cualquier exposición teológica debe ser un aliciente para anunciar, celebrar, vivir y comunicar el Misterio de Cristo[29].
El enfoque de los estudios teológicos no ha llegado todavía a aplicar las directrices claras del concilio sobre la orientación hacia el Misterio de Cristo: «En la revisión de los estudios eclesiásticos hay que atender, sobre todo, a coordinar adecuadamente las disciplinas filosóficas y teológicas, y que juntas tiendan a descubrir más y más en las mentes de los alumnos el Misterio de Cristo, que afecta a toda la historia del género humano, influye constantemente en la Iglesia y actúa, sobre todo, mediante el ministerio sacerdotal» (OT 14; cfr. PDV 53)[30].
Algunos escritos actuales están algo lejos de este enfoque alentador. La reflexión paulina sobre el Misterio de Cristo, por el contrario, deja siempre la impronta de un estímulo hacia la santidad y el apostolado: «El amor de Cristo nos apremia al pensar que... murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2Cor 5,14-15). A Pablo lo que le hacía afrontar con pasión las circunstancias adversas de la vida, era el ideal de «formar a Cristo» en todo ser humano (Gal 4,19).
Cualquier aspecto de la reflexión teológica gira en torno a Dios Amor revelado por Cristo. Es, pues, el misterio de Cristo el que da sentido a toda la labor teológica cristiana. «En el origen de nuestro ser como creyentes hay un encuentro, único en su género, en el que se manifiesta un misterio oculto en los siglos (cfr. 1 Cor 2,7; Rom 16, 25-26), pero ahora revelado. Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cfr. Ef 1, 9): por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina» (FR 7)[31].
Los diversos tratados de teología (y de modo analógico todo tratado científico y filosófico) pueden encuadrarse en alguna de estas etapas del estudio sobre el Misterio de Cristo:
1ª) El Misterio de Cristo escondido (preexistente) en el misterio de Dios. Estudio sobre la trascendencia de Dios y sobre el origen de los seres (Dios creador). Estudio sobre el misterio de Dios revelado por Cristo (Dios uno y trino, Trinidad).
2ª) El Misterio de Cristo preparado en la creación y en la historia humana. Estudio sobre los seres creados, el progreso humano, la historia de la humanidad, con una perspectiva que guía y prepara para el Misterio de Cristo. Las culturas y las religiones están en esta perspectiva querida por Dios. A la creación se la ama de verdad, cuando se la valora a la luz de la realidad cristológica del proyecto global y definitivo de Dios Amor. Por esto, «todo lo que ha hecho Dios es muy bueno» (Gen 1,31) y todo está llamado a tener a «Cristo como cabeza» (Ef 1,10). «Todo ha sido creado por él y para él... y todo tiene en él su consistencia» (Col 1,16-17)[32].
3ª) El Misterio de Cristo esperado y deseado en la historia del pueblo de la primera Alianza. Estudio sobre las Escrituras del Antiguo Testamento, que contienen la revelación propiamente dicha. El Verbo está «escondido» en estos escritos y sólo puede ser descubierto plenamente con la ayuda de la gracia y de la fe cristiana.
4ª) El Misterio de Cristo presente, como Verbo Encarnado, en la comunidad eclesial. A la luz de los escritos del Nuevo Testamento y de la Tradición, estudio sobre la encarnación y redención, sobre la Iglesia y sus signos salvíficos y servicios, de camino hacia el encuentro definitivo. Cristo está presente «en medio» de sus hermanos (cfr. Mt 18,20), que forman su familia-comunidad como «misterio» (Cristo presente), comunión (Cristo en medio de los hermanos) y misión (Cristo anunciado y comunicado a toda la humanidad).
5ª) El Misterio de Cristo «glorificado» en la plenitud del más allá. Estudio sobre la escatología cristiana, a partir de la revelación sobre el Misterio de Cristo. Significado de la esperanza, como confianza y tensión constructiva y comprometida hacia el más allá.
Se trata de entrar en sintonía con Dios Amor, que ha enviado a su Hijo como protagonista de nuestra historia, «para que vivamos por él» (1 Jn 4,9). La dinámica de este camino (también en los estudios teológicos) es de tensión confiada y constructiva, «hasta que vuelva» (1 Cor 4,5; 11,26). Esta dinámica contagia entusiasmo, para trabajar en el campo apostólico, especialmente en momentos, como los actuales, cuando no siempre se puede constatar el fruto inmediato de los esfuerzos realizados. El himno “ven, Señor Jesús” (Ap 22,20) infundía aliento a los mártires de la Iglesia primitiva.
El esfuerzo de la razón, en todo el proceso de reflexión científica, filosófica, teológica, tiene esta orientación cristológica: «Lo que la razón humana busca “sin conocerlo” (Hch 17, 23), puede ser encontrado sólo por medio de Cristo: lo que en Él se revela, en efecto, es la “plena verdad” (cfr. Jn 1, 14-16) de todo ser que en Él y por Él ha sido creado y después encuentra en Él su plenitud (cfr. Col 1, 17)» (FR 34).
El aprecio por la reflexión teológica se basa en que «la razón puede alcanzar el bien sumo y la verdad suprema en la persona del Verbo encarnado» (FR 41). Pero el esfuerzo de la teología cristiana necesita inspirarse en la armonía de la revelación y de la fe, según los contenidos de la Escritura, porque «desconocer la Escritura es desconocer a Cristo»[33].
El camino de la teología es de sintonía con la totalidad del Misterio de Cristo, revelado por Dios, presente en la Iglesia y en el mundo. La apertura incondicional al misterio de Dios, tal como es, está en armonía con la entrega de totalidad. «Jesús pide que le sigan y le imiten en el camino del amor, un amor que se da totalmente a los hermanos por amor de Dios... que se inserta en el movimiento de su donación total» (VS 20).
Sin el deseo de conocer vivencialmente a Cristo, para configurarse con él, no sería posible hacer teología cristiana. La reflexión teológica es tan humilde como audaz, cuando afronta el Misterio de Cristo revelado por Dios Amor, para ser asimilado y vivido. Una reflexión teológica auténtica contagia deseos de santidad y de misión, con la alegría de pertenecer a la comunión eclesial. Entonces la teología vive la audacia y libertad de abrir nuevos horizontes para la ciencia y para la vivencia de la fe.
Líneas conclusivas
La teología es camino de santidad, porque es reflexión sobre Dios, el único Santo, trascendente, que se quiere comunicar tal como es a nuestro corazón contingente, empezando ya desde ahora, pero todavía no en la plenitud que sólo será posible en el más allá.
El deseo y compromiso de santidad es garantía de la autenticidad de la teología. Se trata de conocer amando, es decir, de tomarse en serio el amor de Cristo y el amor a Cristo. La reflexión es auténtica cuando es inteligente y amante. «Busco entender para creer, pero creo para entender» (San Anselmo). «No basta conocer a Dios. Para poderlo encontrar, es necesario amarlo. El conocimiento debe hacerse amor»[34].
La reflexión teológica sobre el Misterio de Cristo lleva a valorar los signos «pobres» donde Cristo espera a todo creyente, es decir, en la propia realidad y en la realidad de los hermanos, abierta a los nuevos planes de Dios Amor en Cristo.
Probablemente una de las señales de falta de autenticidad en la teología, es la abundancia de palabras y rodeos, sin contenidos doctrinales y sin claridad. Quien busca a Dios para conocerle y amarle, y también para hacerle conocer y amar, se hace inteligible en sus explicaciones.
La reflexión teológica se realiza en el camino de la Iglesia, la cual está constituida por un conjunto de signos «pobres» (personas vocacionadas, servicios, carismas...), portadores del misterio de Cristo. La «fuerza» de la teología estriba en su «debilidad» de aceptar, al mismo tiempo, la pobreza y la validez relativa de sus expresiones. A la Iglesia la han renovado sólo los santos, muchos de ellos grandes teólogos, amándola y caminando con ella como en una familia que busca vivir en plena sintonía con Cristo.
Una sociedad «icónica» como la nuestra, necesita teólogos que vivan y enseñen el camino de configurarse con Cristo, indicando, con el propio testimonio, que esta configuración es posible. La renovación eclesial, también en el campo de la teología, producirá un resurgir de vocaciones. La falta de vocaciones de seguimiento evangélico cuestionaría la autenticidad de la teología[35].
La «teología vivida de los santos» (NMi 27), algunos de los cuales han sido grandes teólogos, es un punto de referencia para garantizar la teología sistemática. Es la «teología narrativa» de los «testigos» de cada época histórica. Es teología «sapiencial», que pueden entender (si se traduce a lenguaje sencillo) todos los que desean vivir la fe. Esta teología es siempre de comunión eclesial[36].
La teología es un proceso de apertura a la totalidad del amor, manifestado en Cristo perfecto Dios, perfecto hombre y único Salvador. Con esta actitud de apertura al amor, se acepta la realidad de la comunión «misteriosa» y misionera de la Iglesia. Esta teología es siempre de comunión eclesial: «La teología que escriben santos y que es sólida y en la que concuerdan unos con otros, se debe preferir a la que estas condiciones no tiene»[37].
Las exigencias del amor (a nivel dogmático y moral) no se entienden ni se aceptan, sin el deseo de un amor de totalidad. Sólo el amor de totalidad tiende a la verdad completa sin manipulaciones.
La «fatiga» de la investigación teológica es consecuencia de haber emprendido, con la alegría de la esperanza, «una vida escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3). Este trabajo sólo tiene una verdadera compensación, la de no buscar y «no saber nada más que a Cristo crucificado» (1 Cor 2,2). El único ascenso o promoción en el camino teológico es el de poder participar en el misterio pascual de cruz y resurrección. Con este «gozo pascual» (PO 11) se pueden superar todas las incomprensiones y malentendidos.
La reflexión teológica, debido a las diferentes maneras de ser, así como a las culturas y dones recibidos (naturales y sobrenaturales), ha dado origen a una gran diversidad de opiniones y de escuelas, siempre complementarias cuando se trata de valores auténticos. La actitud de humildad y amor, de quien busca la verdad en Cristo, se armoniza con el respeto de las diferencias y con la posibilidad de purificación de las propias expresiones, sin darles un valor absoluto. Sin la actitud humilde y generosa de seguir a Cristo, dejándolo todo por él, no sería posible la actitud científica de buscar la verdad para encontrarla y compartirla en la caridad. La humildad y caridad, componentes esenciales de la santidad, se expresan en el respeto a las opiniones diferentes de los demás, así como también en la libertad y audacia de aportar una crítica constructiva.
El resurgir de la teología se basa en una investigación seria (bíblica, patrística, litúrgica, magisterial), que sea incentivo de vivencia, celebración y anuncio. Este resurgir comunica un gran aliento a los grupos apostólicos y comunidades eclesiales, para su relación personal con Cristo, el seguimiento evangélico, la comunión fraterna y la disponibilidad misionera sin fronteras.
La tarea del teólogo en la dinámica pneumatológica de la Iglesia, consiste en tener la libertad audaz de exponer hipótesis de trabajo, respetando la fe y la interpretación auténtica de la Iglesia. A veces se llega a tener el gozo de encontrar la garantía del Espíritu Santo, cuando se constata (no siempre ni en el propio presente) la aceptación de las propias reflexiones, como expresiones válidas, por parte del magisterio y de la fe de los fieles.
Pero no siempre se puede pretender la aceptación de la propia opinión, y menos aún de las propias expresiones terminológicas. Basta con haber servido de aliciente, y a veces de moderada «provocación», esperando humildemente que la parte o «migajas» de la verdad presentada, se esclarezca y se purifique de eventuales escorias. Así actúa también el Espíritu Santo, como puede constatarse en toda la historia de la Iglesia.
Los grandes investigadores, dedicados especialmente a campos muy concretos de la Escritura, patrística, liturgia, historia, magisterio, quedan casi siempre en la penumbra, mientras, al mismo tiempo, se les ha «utilizados» y, a veces, también silenciado. Hay que reconocer con objetividad y humildad, que los grandes teólogos de cada época son deudores y dependientes de investigadores especializados que les han precedido. Cada uno tiene su propio mérito y cada uno aprende a «darse» sin esperar otro premio «teológico» que el encuentro definitivo con Dios Amor.
La teología vivida construye la comunión eclesial. La sintonía con Dios «Santo», que es Amor, lleva necesariamente a ser la Iglesia de «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32), para compartir todos los bienes con los hermanos. Entonces se está pendiente de los más pobres y necesitados, para compartir con ellos todo lo que se tiene[38].
Si las reflexiones teológicas no se pudieran traducir a términos inteligibles para los sencillos y los niños, no serían teología cristiana propiamente dicha. Los escritos teológicos valen no tanto por lo que dicen, sino por el «misterio» que dejan entrever.
El «amanecer» eclesial, que se vislumbra en muchas partes, a pesar de las apariencias contrarias, está condicionado al proceso de santidad: «Nunca como hoy la Iglesia ha tenido la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y la palabra, a todos los hombres y a todos los pueblos. Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo» (RMi 92).
También y especialmente los que nos dedicamos a la teología, necesitamos una actitud parecida a la de la Iglesia primitiva: «Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo con “María, la madre de Jesús” (Hch 1, 14), para implorar el Espíritu y obtener fuerza y valor para cumplir el mandato misionero. También nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu» (RMi 92).
María, «mesa intelectual de la fe» (según expresión del Pseudo Epifanio) y «trono de la Sabiduría, es puerto seguro para los que hacen de su vida la búsqueda de la sabiduría» (FR 108). Con ella y como ella, la labor teológica de nuestro presente sabrá ofrecer en abundancia los dones del Espíritu Santo a «un mundo sediento» (DCe 42)[39].
[1] Juan Pablo II, Discurso 24.10.1997, a la asamblea plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Los grandes teólogos, como San Agustín y Santo Tomás, enfocaban su reflexión a la luz del amor: «Amemus Deum de Deo» (San Agustín, Sermón 34). Cfr. Santo Tomás, Sth. I-II q.62 a.3.
[2] La búsqueda de Dios, en el estudio teológico y en el camino de santidad, es siempre dolorosa y gozosa. Es el «sufrir a Dios» («pati divina»): Santo Tomás, De Verit. q.26 a.3.
[3]Juan Pablo II, Exhort. Apost. Ecclesia in Europa 52. Por esto hay que invitar a la comunidad cristiana a agradecer y sostener el servicio de los teólogos, en gran parte desconocidos.
[4] La armonía entre estas diversas facetas o funciones de la teología, nace de un corazón unificado por la mirada contemplativa, «simplex intuitus veritatis» (Sth. II-II q.180 a.3 a.1.
[5]Cita el Catecismo de la Iglesia Católica n.1692 y el texto paulino de Ef 1,3-4 (elegidos en Cristo para ser santos).
[6]Ver algunos datos sobre el estudio de la teología con sus derivaciones espirituales y pastorales, en: (Congregación para la Educación Católica) La formación teológica de los futuros sacerdotes (1976); Idem, Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo (1990).
[7]San Agustín, Sermón 117, 3, 5 («si comprehendis, non est Deus»). Todo cuando podamos adquirir por la reflexión sobre Dios, queda siempre sobrepasado por la realidad del mismo Dios (cfr. ibídem, 10,15).
[8]Encíclica Fides et Ratio de Juan Pablo II. Citamos con la sigla FR.
[9] Cfr. San Agustín, Sermón 117, 10, 15.
[10]Ésta es la actitud de la mística cristiana: «No quieras enviarme - de hoy más ya mensajero - que no saben decirme lo que quiero» (San Juan De La Cruz, Cántico, 6). Al mismo tiempo se manifiesta un sumo aprecio de los dones recibidos.
[11] La enseñanza teológica se coloca en esa dinámica de santificación, relacionada con la celebración de los sacramentos, los cuales, «no sólo suponen la fe, sino que también la fortalecen, la alimentan y la expresan con palabras y acciones» (SC 59).
Efectivamente, «significan y cada uno a su manera realiza la santificación del hombre» (SC 7). Por esto se llaman «sacramentos de la fe».
[12] La estrecha relación entre teología y santidad puede también expresarse con la afirmación «contemplata aliis tradere» (Sth. II-II q.188 a.6). La misión consiste en «transmitir a los demás la propia experiencia de Jesús» (enc. Redemptoris Missio 24; citamos con la sigla RMi).
[13] La renovación eclesial sería imposible sin la renovación de la teología, como estimulante de santidad. Lo que en el concilio se afirma de los presbíteros, puede aplicarse a todo docente y discípulo en el campo teológico: “Para conseguir sus propósitos pastorales de renovación interna de la Iglesia, de difusión del Evangelio por todo el mundo y de diálogo con el mundo actual, (el concilio) exhorta vehementemente a todos los sacerdotes a que, usando los medios oportunos recomendados por la Iglesia, se esfuercen siempre hacia una mayor santidad, con la que de día en día se conviertan en ministros más aptos para el servicio de todo el Pueblo de Dios” (PO 12). Orientados por una buena teología, «los presbíteros conseguirán propiamente la santidad ejerciendo su triple función sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo} (PO 13).
[14]Añade la enc. Veritatis Splendor: «La fe es una decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cfr. Jn 14,6)» (VS 88).
[15]La eclesiología se resiente del mismo defecto, cuando olvida la realidad bíblica de una Iglesia llamada a ser «esposa» fiel a Cristo y fecunda por la acción del Espíritu Santo. El tema mariológico sufre la misma involución e inversión de marcha, cuando la figura de María no se presenta como personificación de la Iglesia llamada a ser esposa (fiel, santa) y fecunda (madre, misionera).
[16] La definición que da Santo Tomás de Aquino sobre la fe, indica, al mismo tiempo, el valor de la razón y la necesidad de la gracia: «Creer es un acto del entendimiento, que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia» (Sth., II-II q.2 a.9). Este «acto del entendimiento» forma parte de la reflexión teológica.
[17]Mientras estamos en esta tierra, "no ver es la verdadera visión, porque aquel a quien busca trasciende todo conocimiento" (San GREGORIO De Nisa, Vida de Moisés, contemp. XV n.163).
[18]Ramón LLull, Blanquerna, lib.II, cap.38,3-4. Llull se mueve en esta línea de la trascendencia del misterio, aunque los conceptos humanos sean válidos (cfr. Llibre de Contemplació, cap.283 y cap.366). Estudio el tema en: «La clave evangelizadora del beato Ramón Llull»: Anthologica Annua 7 (2000) 297-362 (Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica, 2000).
[19]«Entonces llegarás a la fuente con cuya agua has sido rociado; entonces verás al descubierto la luz cuyos rayos, por caminos oblicuos y sinuosos, fueron enviados a las tinieblas de tu corazón, y para ver y soportar la cual eres entretanto purificado» (San Agustín, Sobre el evangelio de Juan, trat. 35, 8-9).
[20]Juan de Ávila, Sermón 32, 723ss.
[21] De ahí la importancia de la escatología, que ayude a dinamizar todos los tratados teológicos hacia el encuentro definitivo con Cristo. La Exh. Apost. Ecclesia in Europa (2003) tiene como idea clave: «Jesucristo, fuente de esperanza». Cuando en los estudios teológicos falta el estímulo de la contemplación, de la perfección y de la misión, la teología pierde todo su dinamismo vital y esencial de “exitus” – “reditus” (desde Dios y hacia Dios, con toda la creación y toda la humanidad).
[22]Orígenes, Comm. In Ioan. 1, 6: PG 14,31; citado por RMa nota 47 del n.24. En esta afirmación se relaciona la actitud contemplativa del discípulo con la Madre de Jesús. Recibirla como Madre (cfr. Jn 19,26-27) equivale a dejarla entrar en todo el proceso de la vida interior: contemplación y perfección (cfr. Lc 2,19.51).
[23]«El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías» (RMi 42; cfr. EN 41).El tema de la relación entre contemplación y misión es un tema frecuente en la encíclica Deus Caritas est: DCe 7, 36.
[24]Juan de Ávila, Carta 5, 117s. «Y tome un crucifijo delante y Aquél entienda en todo porque Él es todo y todos predican a éste. Ore, medite y estudie. No sé más» (Carta 2, 285s). Recuerda también que «la Escritura sagrada {...} la da nuestro Señor a trueque de persecución» (ibídem, 266s).
[25]San Ignacio de Antioquía, Carta a los Magnesios VIII, 2).
[26]El corazón humano, durante la vida terrena, nunca está totalmente cerrado a la verdad infinita de Dios. «Deseo expresar firmemente la convicción de que el hombre es capaz de llegar a una visión unitaria y orgánica del saber. Este es uno de los cometidos que el pensamiento cristiano deberá afrontar a lo largo del próximo milenio de la era cristiana» (FR 85). En realidad, Cristo es la «única respuesta a los problemas del hombre» (FR 104; cfr. GS 22). Esto equivale a «presentar a nuestros contemporáneos la doctrina de la Iglesia acerca de Dios, del hombre y del mundo, de forma más adaptada al hombre contemporáneo y a la vez más gustosamente aceptable por parte de ellos» (GS 62).
[27]San Juan de la Cruz, Avisos, Puntos de amor, n.21. «Juan de la Cruz, consecuente con sus afirmaciones acerca de Cristo, nos dice que Dios, “ha quedado como mudo y no tiene más que hablar” (Subida II, 22, 4); el silencio de Dios tiene su más elocuente palabra de amor en Cristo crucificado» (Juan Pablo II, Carta Apostólica Maestro en la Fe n.16).
[28]Los cursos de actualización tienen como objetivo presentar el enfoque cristológico y pneumatologico-salvífico de la teología como fuente de caridad pastoral: «El Espíritu Santo infunde la caridad pastoral, inicia y acompaña al sacerdote a conocer cada vez más profundamente el misterio de Cristo, insondable en su riqueza (cfr. Ef 3,14ss)» (Exhor. Apost. Pastores dabo vobis 70; citamos con la sigla PDV).
[29]La Instrucción Teología y Secularización, afirma: «Para llevar una vida auténticamente cristiana y ser en verdad un discípulo de Jesucristo, no basta con confesarle como Hijo de Dios ante los hombres en la comunión de la Iglesia; este anuncio implica un especial seguimiento de Cristo... Frente al peligro constante en la condición humana de hacer vana la cruz de Cristo (1 Cor 1, 17), la gracia de Dios que nos lleva a su seguimiento nos devuelve a la verdad de lo que somos y de lo que estamos llamados a ser» (n.52).
[30] La renovación de los estudios teológicos sólo puede venir de un enfoque más cristológico vivencial (litúrgico, contemplativo, misionero): «Renuévense igualmente las disciplinas teológicas por un contacto más vivo con el Misterio de Cristo y la historia de la salvación» (OT 16). De ahí derivará el afianzarse en la vocación de vida apostólica: «Acostúmbrense a unirse a El, como amigos, en íntimo consorcio de vida. Vivan su misterio pascual de forma que sepan unificar en el mismo al pueblo que se les ha de confiar» (OT 8). Es importante observar la evolución del estilo de formación recibida en los Seminarios durante la historia. Resumo el tema en: «Itinerario formativo de las vocaciones sacerdotales. Modelos teológico-históricos»: Seminarium 46 (2006), n.1-2, 291-316.
[31] En los numerosos estudios sobre la encíclica Fides et Ratio no se ha remarcado la relación entre fe y razón en vistas al “encuentro” con Cristo, a pesar de que el tema es frecuente en la encíclica y en todo el magisterio de Juan Pablo II.
[32]«Todas las cosas que provienen de Dios, tienden a una armonía entre sí y con Dios» (Santo Tomás, Sth. I q.47 a.3). «Por la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor» (Sab 13,5).
[33]San Jerónimo, Comentario a Isaías, pról.: PL 24,17.
[34]Benedicto XVI, Discurso 3.11.2006, en la Pont. Univ. Gregoriana.
[35] La teología, presentada con el testimonio evangélico, llega al corazón: «El hombre contemporáneo llegará así a reconocer que será tanto más hombre cuanto, entregándose al Evangelio, más se abra Cristo» (FR 102).
[36] La Carta Apostólica Novo Millennio ineunte (NMi), de Juan Pablo II (2001), armoniza la «teología vivida de los santos» con la teología sistemática. «La teología sapiencial de Santa Teresa del Niño Jesús muestra el camino real de toda reflexión teológica e investigación doctrinal: el amor, del que “dependen la ley y los profetas”, es amor que tiende a la verdad y, de este modo, se conserva como auténtico ágape con Dios y con el hombre» (Juan Pablo II, Discurso 24.10.1997, en la asamblea plenaria de la Congregación para la doctrina de la fe).
[37]Juan de Ávila, Memorial segundo al concilio de Trento, n.66.
[38] Sólo una teología de «comunión» podrá aplicar rectamente (sin menoscabo de los «servicios» y de los «servidores») la realidad de que los bienes de la Iglesia son propiedad de los pobres. Cfr. San Gregorio Magno, Homilías, lib.II, hom.20 (Lc 16,19-31). Ver: Obras de San Gregorio Magno (BAC, Madrid 1958) p.769-789.
[39] Las dos últimas palabras de la encíclica Deus Caristas est (“mundo sediento”) son muy significativas, a modo de llamada a la esperanza (sin recalcar tanto las tintas negativas). La teología actual tiene un puesto privilegiado en esta empresa eclesial. Cualquier situación sociológica es recuperable a la luz del Misterio de Cristo, «nuestra esperanza» (1 Tim 1,1).