Lunes, 11 Abril 2022 11:33

LA CLAVE DE LA SANTIDAD EN EL CURA DE ARS: HUMILDAD, CONFIANZA AUDAZ, ENTREGA GENEROSA Y MISIÓN

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LA CLAVE DELA SANTIDAD EN EL CURA DE ARS: HUMILDAD, CONFIANZA AUDAZ, ENTREGA GENEROSA Y  MISIÓN

 

Presentación: El trasfondo de una vida sacerdotal oblativa y gozosa

 

1. La humildad, caminar en la verdad

 

2. Confianza filial y audaz

 

3. Amor apasionado para una misión apasionada

 

Conclusión: Leer el evangelio en la vida de los santos para hacer de la propia vida la visibilidad del evangelio

 

* * *

 

Presentación: El trasfondo de una vida sacerdotal oblativa y gozosa

 

Hay un itinerario que es común a todos los santos: tender con humildad, confianza y entrega generosa a “la perfección de la caridad” (LG 40). Cada santo tiene su fisonomía peculiar, pero siempre se encuadra en la vocación de todo cristiano a reaccionar amando según las bienaventuranzas y el mando nuevo del amor. Esta llama universal a la santidad se realiza en las circunstancias concretas y en el estado de vida de cada uno, sin rebajas.

 

Un “santo” es un creyente consciente del propio barro, que se ha dejado sorprender por el amor. El vaso de arcilla puede ser una gran obra de arte si se ha dejado hacer en las manos del alfarero. Si el Hijo de Dios se ha encarnado en nuestras circunstancias, es que esta donación inaudita de amor hace posible la respuesta de totalidad.

 

La santidad cristiana no es, pues, cuestión de hazañas ni de fenómenos

extraordinarios, sino que consiste en “vivir en Cristo”  (Gal 2,20; Col 3,3), partipando de su misma vida divina (cfr. Jn 6,57; 1Jn 4,9). Esta “vida nueva” en Cristo (Rom 6,4) se concreta en pensar, valorar y actuar como él.

 

Si se trata del sacerdote ministro, la peculiaridad consiste en la “caridad pastoral” (PO 13), es decir, el modo de amar del Buen Pastor, que da la vida dándose él (pobreza), según el proyecto del Padre (obediencia) y compartiendo esponsalmente la vida de todo ser humano como parte de su propia existencia (castidad virginal o evangélica).

 

El año sacerdotal dedicado al Santo Cura de Ars, con ocasión del 150 aniversario de su muerte (1859-2009), intenta “contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo” (Benedicto XVI, Carta 16 junio 2009).

 

Esta “renovación interior” equivale a la sintonía comprometida con la vida del Buen Pastor. El evangelio necesita ser presentado por testigos que se esfuerzan sinceramente por vivirlo. Es necesario presentar la “visibilidad” del amor de Cristo para que crean en él. “Aunque no se puede olvidar que la eficacia sustancial del ministerio no depende de la santidad del ministro, tampoco se puede dejar de lado la extraordinaria fecundidad que se deriva de la confluencia de la santidad objetiva del ministerio con la subjetiva del ministro” (Benedicto XVI, Carta 16 junio 2009; cfr. PO 13).

 

San Juan María Vianney, para ser expresión del Buen Pastor, siguió un itinerario de santidad y misión, marcado por la humildad, la confianza y la entrega. Intentamos explicar la importancia y la actualidad de este tema.

NOTA: En cada uno de estos aspectos del itinerario de santidad, haremos referencia a la doctrina y vivencias del Santo Cura de Ars, recordando, al mismo tiempo y con brevedad, la doctrina de San Pablo, de San Juan de Ávila y del Siervo de Dios D. José Mª García Lahigueera. Citamos también sucintamnente algunos documentos eclesiales conciliares y postconciliares.

 

En mundo marcado por el desaliento y que, al mismo tiempo, pide signos y testigos, es necesario presentar la esperanza vivida como “gozo pascual” (PO 11). Ello supone insertarse en un dinamismo un tanto olvidado, que parta de la propia realidad asumida por Cristo, para saberse amado y decidirse a amarle y hacerle amar.

 

Para ser signo personal y sacramental del Buen Pastor,  como “expresión” de su misma persona (Jn 17,10), no hay otro camino posible que el del encuentro vivencial con él, que pide y hace posible imitar sus actitudes de “corazón manso y humilde” (Mt 11,29), como “sí” oblativo al Padre en el “gozo” del Espíritu Santo (cfr. Mt 11,26; Lc 10,21). La humildad es caminar en la verdad, y la mansedumbre es afrontar las dificultades con la confianza de que siempre se puede hacer los mejor; así la vida se transforma en amor de donación, apoyados en la providencia amorosa del Padre que hace salir “su sol” para todos y en todas las circunstancias.

 

Por este itinerario de humildad, confianza y entrega, a imitación de Cristo Buen Pastor, el sacerdote se convierte en “el «signo» y el «memorial» vivo de su presencia permanente y de su acción entre nosotros y para nosotros” (PDV 12), a modo de “prolongación visible y signo sacramental de Cristo” (PDV 16).

 

 

 1. La humildad, caminar en la  verdad

 

La humildad cristiana tiene como punto de referencia a Jesús, que “se humilló a sí mismo” (Fil 2,8) y que mostró siempre un “corazón manso y humilde” (Mt 11,29). Su filiación divina no le impedía reconocer que todo cuanto tenía, especialmente su doctrina, era del Padre (Jn 7,16). En Jesús, Dios es humildad.

 

Esta actitud humilde de Jesús se refleja en quienes lo siguen, afrontando la realidad con gratitud y equilibrio. Los dones recibidos son de Dios, a quien hay que tributar la gloria, y consiguientemente son para servir y compartir. De ahí nace la verdadera autoestima, que no olvida la propia limitación y debilidad. La realidad se afronta con esta visión de fe. María, en el “Magníficat”, reconoce su propia nada y, al mismo tiempo, las grandes cosas que Dios misericordioso ha hecho en ella.

 

Por esto, la humildad es la verdad o también “andar en verdad” (Santa Teresa, Moradas VI), puesto que toda virtud es in itinerario que no acaba nunca en esta tierra, hasta llegar a la verdad que es el mismo Dios. Jesús, manso y humilde, es también el camino hacia esta verdad que es bondad y vida (cfr. Jn 14,6). Dios quiere un "pueblo humilde y pobre" (Sof 3,12); si la Iglesia no tuviera esta característica, dejaría de ser transparencia de Jesús.

 

Para escuchar de verdad la Palabra de Dios, se necesita una actitud de humildad. Entonces la Palabra, que es la “buena semilla” (Mt 13,24), se recibe en “tierra buena” (Mc 4,8). Para poder predicar la Palabra, hay que recibirla primero en un corazón humilde, que se deje sorprender por ella.

 

La Palabrade Dios Amor resuena en nuestra pobreza radical. “El amor apasionado de Dios por su pueblo, por el hombre, es a la vez un amor que perdona” (Deus Caritas est 10). La experiencia de misericordia se convierte en testimonio y anuncio de misericordia. Muchos problemas de dálogo pastoral, ecuménico e interreligioso, quedarían resueltos más fácilmente con esta actitud de verdad humilde y de comprensión. Con esta "humildad" se construye la comunidad, basada en "la unidad que es fruto del Espíritu" (Ef 4,2).

 

Para todo apóstol y especialmente para el sacerdote, es necesaria la humildad “ministerial”. El camino del éxito en la evangelización pasa por la "humildad" y pobreza bíblica, como actitud de abandono confiado y comprometido en las manos de Dios (cfr. 1Pe 5,6-7). La actitud apostólica es siempre de servicio ("ministerial"), a modo de "instrumento vivo de Cristo" (PO 12).

 

“Entre las virtudes principalmente requeridas en el ministerio de los presbíteros hay que contar aquella disposición de alma por la que están siempre preparados a buscar no su volun­tad, sino la voluntad de quien los envió. Porque la obra divina, para cuya realización separó el Espíritu Santo, trasciende todas las fuerzas humanas y la sabiduría de los hombres, pues "Dios eligió la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes" (1Cor 1,27). Conociendo, pues, su propia debilidad, el verdadero ministro de Cristo trabaja con humildad, buscando lo que es grato a Dios, y como encadenado por el Espíritu es llevado en todo por la voluntad de quien desea que todos los hombres se salven” (PO 15).

 

El apóstolno es un patrón, que pueda hacer y deshacer los contenidos y los signos eclesiales, sino un imitador de Cristo servidor de todos. Su servicio es de "entrega total, humilde y generosa, a la Iglesia" (PDV 21).

 

Estamos llamados a ser servidores humildes de una Iglesia que sólo siendo humilde y pobre será “sacramento universal de salvación” (LG 48; AG 1).

 

Santo Cura de Ars:

 

“La humildad es para las virtudes como la cadena para el rosario: quitad la cadena y todas las cuentas caerán; quitad la humildad y todas las virtudes desaparecerán”.

 

“La humildad es como una balanza: más baja de un lado, más sube del otro”. “Los santos se conocían mejor que los otros, por eso eran humildes”.

 

“Dios me escogió para ser el instrumento de las gracias que hace a los pecadores porque soy el más ignorante y el más miserables de todos los sacerdotes. Si hubiera habido en la diócesis un sacerdote más ignorante y más ignorante que yo, Dios lo habría escogido a él”.

NOTA: Ver las fuentes de las afirmaciones del Santo Cura de Ars, en los diversos apartados de: B. NODET, Juan-María B. Vianney, Cura de Ars. Su pensamiento y su corazón(Barcelona, Hormiga de Oro, 1994). Sobre la humildad, ver especialmente pp.205-208

 

 

 

San Pablo:

 

“Doy gracias a aquel que me revistió de fortaleza, a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio,  a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un  insolente. Pero encontré misericordia… Y la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la caridad en Cristo Jesús… Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo” (1Tim 1,12-15).

 

“El que crea estar en pie, mire no caiga” (1Cor 10,12). “Con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo” (2Cor 12,9). “Somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios” (1Cor 3,9). “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo, el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2,5-8).

 

“Nuestra capacidad viene de Dios” (2Cor 3,5). “La gracia de Dios conmigo” (1Cor 15,10). “Yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios” (1Cor 15,9; cfr. 1Tim 1,15).

 

San Juan de Ávila:

 

"No sólo la humildad alcanza y conserva la gracia, mas es señal que da la entender que está allí la gracia... Quien a Dios tiene, en la humildad se conoce... No creáis haber santidad sin humildad, ni aunque seáis subido al tercer cielo" (Ser 66). "Y si te acordares que está Cristo en un pesebre, ¿habrás vergüenza de ensalzarte en este mundo? Que este Niño que está en este mundo, verdad es de Dios Padre... Cuando nace, en pesebre; cuando muere, en cruz" (Ser 4, 45).

 

"Está Dios humillado y puesto en palo, ¿y quieres tú estar ensalzado?" (Ser 3). "¡Oh humildad! ¡Oh pobreza, cuán amada sois de este Señor, pues os santifica, tomándoos en su misma persona, para después llamar bienaventurados a los humildes y pobres de espíritu!" (Ser 75, sermón sobre San José). "Si alguna cosa buena tengo, vos me la distes; y si a otros la diérades, mejor os sirviera con ella que yo" (Ser 18).

 

"Mira cuánto vale la humildad que, puestos en una balanza muchos pecados, y en otro buenas obras con soberbia, pesa más la humildad con pecados. ¡Cuánto más si pusieras buenas obras con humildad!" (Ser 21). "A quien Él levanta a grandes cosas, primero le abate en sí mismo, dándole conocimiento de sus propias flaqueas; para que, aunque vuelen sobre los cielos, queden asidos a su propia bajeza, sin poder atribuir a sí mismos otra cosa sino su indignidad" (AF cap. 52).

 

"Y si quiere hallar un gran libro para leer cuán bueno es Él, mire cuán malo es vuestra merced, y crea que Dios le ama, y verá un retablo de hermosura de amor pintado en vileza de sus propias maldades… huyendo con mucho cuidado de ser preciado de aquel que a su Señor despreció; y teniendo por grande señal de ser amado de Cristo, el ser despreciado del mundo, con Él y por Él" (Carta 93). "Mire, pues, qué de bienes vienen con la ceniza de la humildad, y no esté sin ella, porque no esté sin Dios" (Carta 85 -1-).

 

"Y aunque habrá enseñado a esos sus siervos cuán grande es la virtud de la humildad, para que Dios repose en el alma, no me impute a mal que por mi indigna boca se lo encomiende y reencomiende. ¡Oh Señor, y cuántos que bien caminaban han sido desencaminados por faltarles esta virtud!" (Carta 53). Las tentaciones y engaños del demonio se vencen con la humildad: "Huirá el demonio con la piedra de la humildad, que es golpe que le quiebra la cabeza como a Goliat" (AF 51, 5265ss).

 

La humildad va acompañada de la obediencia, "porque la humildad que no es obediente, no es humildad. Y no se engañe nadie con color de virtudes" (Ser 33, 402ss). "Humíllese mucho a Dios y a los hombres, que no hay otra arte para escapar de los lazos del demonio... sino ser chiquito" (Carta 105). “Porque la humildad... pone tal peso en la moneda espiritual, que suficientemente la distingue de la falsa y liviana moneda" (AF cap. 52).

 

D. José Mª García Lahiguera:

 

"Mi santidad será, debe ser y espero que lo sea grande, muy grande en su sencillez, en su pequeñez. Será como la violeta humilde. Algo así como un tipo nuevo de santo original. ¡Grande en la nada!... En esta santidad, en adquirirla en silencio, cooperando con la gracia del Señor, pasaré los pocos años que me queden de vida" (Diario, 24 julio 1972).

 

"El programa es sencillo... Para conmigo mismo: humildad y olvido absoluto de mí mismo" (Diario, 24 julio 1972). "Y, por descontado, nada de saber, inquirir, averiguar, etc. en qué grado de oración se encuentra mi alma... En esto y en todo, humildad, sencillez, nada" (Diario, 25 julio 1975).

 

“Como Él, no hemos venido a ser servidos, sino a servir. Servicio, y lo repito con todo el ardor de mi alma, incondicional, desinteresado, total, permanente y hasta el fin. Que si Él se humilló… (Fil 2,8), nosotros debemos humillarnos hasta hacernos todo para todos (1Cor 9,22)” (Homilía en la fiesta de Cristo Sacerdote, 1971).

 

 

2. Confianza filial y audaz

 

Aceptar la propia realidad con equilibrio, supone encontrar a Cristo que la asume como amigo y esposo. La humildad verdadera se concreta en confianza filial y audaz. Todo es posible para que no se apoya en sí mismo. Al no tener nada que perder, el humilde es sincero y audaz.

 

La confianza cristiana y sacerdotal se apoya en el amor de Cristo resucitado presente, que le dice, como a Pablo: “No temas… yo estoy contigo” (Hech 18,9-10).  El punto de apoyo de la esperanza es el amor: Saberse amado y capacitado para amar. “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16).

 

En la vida sacerdotal los signos eclesiales de la presencia de Cristo, como son especialmente la Eucaristía, la Palabra y la comunidad eclesial, son fuente esperanza: “Piensen los presbíteros que nunca están solos en su trabajo, sino sostenidos por la virtud todopoderosa de Dios; y creyendo en Cristo, que los llamó a participar de su sacerdocio, entréguense con toda confianza a su ministerio, sabedores de que Dios­ es poderoso para aumentar en ellos la caridad” (PO 22),

 

La esperanza es confianza en la presencia de Cristo resucitado y está personifica en Él, “nuestra esperanza” (1Tim 1,1). Pero es también tensión de Iglesia peregrina que, en el itinerario hacia el encuentro definitivo con Cristo y en medio de las pruebas históricas,  sigue a “la mujer vestida de sol” (Apoc 12,1) y se siente identificada con ella. Las pruebas históricas producen, a veces, serias heridas y cicatrices profundas, pero la “esposa” de Cristo sabe “blanquear su túnica en la sangre del Cordero” (Apoc 7,14) para hacerse transparencia del Señor y de su misericordia.

 

El sentido de la vida humana se desvela en el misterio de Cristo (cfr. GS 22). El hombre puede realizarse amando, haciendo de su vida una donación, porque “la caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza” (Caritas in Veritate 2).

 

Se trata de un itinerario de libertad, como verdad de la donación, que se realiza en una lucha continua, a modo de búsqueda, que da sentido al existir: “La conciencia del amor indestructible de Dios es la que nos sostiene en el duro y apasionante compromiso por la justicia, por el desarrollo de los pueblos, entre éxitos y fracasos, y en la tarea constante de dar un recto ordenamiento a las realidades humanas. El amor de Dios nos invita a salir de lo que es limitado y no definitivo, nos da valor para trabajar y seguir en busca del bien de todos, aun cuando no se realice inmediatamente, aun cuando lo que consigamos nosotros, las autoridades políticas y los agentes económicos, sea siempre menos de lo que anhelamos. Dios nos da la fuerza para luchar y sufrir por amor al bien común, porque Él es nuestro Todo, nuestra esperanza más grande” (CVe 8).

 

La Iglesiacamina por la historia entre luces y sombras, acompañada por una presencia de Jesús que parece ausencia y silencio (cfr. Mt 28,20). Compartir la vida con Cristo, significa caminar con él para que en cada corazón humano y en cada pueblo resuene el “Padre nuestro” (como actitud filial comunicada por Jesús), las bienaventuranzas y el mando del amor (como actitud de donación infundida por el Señor). Entonces no queda lugar para el desánimo ni  para la agresivdad.

 

Cuando se anuncia la Palabra y se celebra la liturgia, es siempre anuncio y presencialización del misterio pascual de Cristo vencedor de la muerte y del pecado. Cuando se ejerce el ministerio sacramental de la reconciliación, se vive y se siembra la confianza no sólo del perdón, sino de la posibilidad y exigencia de caminar por el camino de la perfección de la caridad. No sería posible recuperar el “gozo pascual” (PO 11) en la vida del sacerdote, si no hubiera disponiblidad ministerial. El éxito apostólico pasa por la cruz, cuya eficacia se muestra en el anuncio, la celebración y la comunicación del Misterio de Cristo. El desánimo indica un vacío ministerial, que suele originarse en la falta de tiempo para el encuentro personal con Cristo.

 

La ineficacia de la acción ministerial puede provenir del hecho de no presentar en la propia vida la actitud evangélica de Cristo. Los sacramentos son eficaces cuando se celebran debidamente, pero para que su gracia cambie los corazones, se necesita el testimonio del apóstol y una recepción de fe.

 

Santo Cura de Ars:

 

“La esperanza es la que nos hace felices en la tierra”. “Cuando estudiaba, estaba abrumado de pena, ya no sabía qué hacer… Oí claramente la voz que me decía: ¿Qué te ha faltado hasta hoy?”. “Esta noche no dormía, lloraba mi pobre vida, de repente oí una voz que me decía: “in te Domine, speravi , non confundar in aeternum”.

 

“La misericordia divina es poderosa como un torrente desbordado que arrastra los corazones a su paso". Dios está "pronto a perdonar más aún que lo estaría una madre para sacar del fuego a un hijo suyo”.

 

“No es el pecador el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver a Él”. “Este buen Salvador está tan lleno de amor que nos busca por todas partes”. Ponía en boca de Jesús: “Encargaré a mis ministros que anuncien a los pecadores que estoy siempre dispuesto a recibirlos, que mi misericordia es infinita”

 

(María, signo de esperanza) “Jesucristo, cuando nos dio todo lo que nos podía dar, quiso hacernos herederos de lo  más precioso que tenía, es decir de su Santa Madre”. "El Corazón de la Santísima Virgen María es la fuente de la que Cristo tomó la sangre con que nos redimió... En el corazón de esta Madre no hay más que amor y misericordia. Su único deseo es vernos felices. Sólo hemos de volvernos hacia ella para ser atendidos... El hijo que más lágrimas ha costado a su madre, es el más querido de su corazón... El corazón de María es tan tierno para nosotros, que los de todas las madres reunidas no son más que un pedazo de hielo al lado suyo”.

NOTA: Ver las fuentes de las afirmaciones del Santo Cura de Ars, en los diversos apartados de: B. NODET, Juan-María B. Vianney, Cura de Ars. Su pensamiento y su corazón, o.c. Sobre la esperanza, ver especialmente pp. 70-71.

 

San Pablo:

 

“Todo puedo en aquel que me conforta” (Fil 4,13). "Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria, al cual nosotros anunciamos, amonestando e instruyendo a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo" (Col 1,27-28).

 

“Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia” (Rom 8,24-25). “La esperanza no defrauda” (Rom 5,5).

 

“No me avergüenzo, porque yo sé bien en quien tengo puesta mi confianza” (2Tim 1,12; cfr. 1Tim 1,1). “Sobreabundo de gozo en todas mis tribulaciones” (2Cor 7,4). “Con la alegría de la esperanza”, podemos caminar “constantes en la tribulación;” (Rom 12,12).

 

San Juan de Ávila:

 

"Si se vieren caídos, lloren, mas no desconfíen" (AF cap. 23). "Y cuando en alguna culpa cayéredes, que no os desmayéis con desconfianza, mas que procuréis el remedio y esperéis el perdón" (AF cap. 24). "Y en esta esperanza, y no en la nuestra, hemos de emprender la empresa del servicio de Dios" (AF cap. 27).

 

"Si, pasando el río, se te desvanece la cabeza mirando las aguas, levanta los ojos en alto y mira los merecimientos del Crucificado, que te esforzarán a pasar seguro... Echa tus cuidados en Dios y asegúrate con su Providencia en medio de tus tribulaciones; y, si crees de veras que el Padre te dio a su Hijo, confía también que te dará lo demás, pues todo es menos" (Amor, n.13).

 

"Debe procurar el alegría y confianza grande en los merecimientos de Jesucristo"(Carta 236). Y este es "el modo como Él quiere que traten con Él los suyos" " (Carta 93).

 

D. José Mª García Lahiguera:

 

“¿Qué hace el alma?... «Le miro y me mira» = «Le amo y me ama». «Estamos los dos en silencio»" (Diario, 28 agosto 1973). "Cualquiera que lea estas páginas creerá que mi alma está en séptimas moradas. Nada de nada. Pero ¡adelante!" (Diario, 1 junio 1979).

 

 

3. Amor apasionado para una misión apasionada

 

A partir de una actitud humilde y confiada, se entiende mejor la exigencia del amor. Entonces la entrega no tiene rebajas. El amor es exigente, urge y es posible.

 

Sólo a partir de este amor se entiende la misión cristiana, que es sólo de amar y hacer amar al Amor. Y sólo en esta perspectiva, se puede abarcar al ser humano en toda su integridad. El corazón humano tiene sed de Dios, que es Amor.

 

Si la santidad se preseta sólo como exigencia o como una palabra abstracta, no cautiva a nadie. Para el cristiano, la verdad de la caridad es posible cuando uno se hace relación íntima con el Señor. “En Cristo, la caridad en la verdad se convierte en el Rostro de su Persona, en una vocación a amar a nuestros hermanos en la verdad de su proyecto. En efecto, Él mismo es la Verdad (cfr. Jn 14,6)” (Caritas in Veritate 1).

 

Los santos son las personas más auténticas, porque se han realizado amando. Y el amor urge y hace posible la respuesta: “El amor de Cristo nos urge” (2Cor 5,14). Es el amor verdadero que no antepone nada al proyecto de Dios Amor. “siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo” (Ef 4,15). Cuando intencionada y voluntariamente se hacen rebajas al amor, ya no se entiende nada de la santidad y de la misión cristiana.

 

Hay que ir más allá del propio proyecto y de las propias preferencias. El amor de Dios es siempre sorprendente. La actitud cristiana más auténtica es la de dejarse sorprender por el Amor: “Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cfr. Jn 8,22)” (Caritas in Veritate 1).

 

Es siempre un amor que, por provenir de Dios y tender hacia él, se concreta en amor comprometido hacia el hermano sin excepción. “Los Santos —pensemos por ejemplo en la beata Teresa de Calcuta— han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero” (Deus Caritas est 18).

 

El sacerdote ministro se inspira siempre en la oblación de Cristo presente en la Eucarisitía. Sería imposible el “gozo pascual” (PO 11) de amar y anunciar a Cristo, sin la vivencia eucarística. “En la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascual y pan vivo, que por su Carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismo, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con El. Por lo cual la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización” (PO 5).

 

Las motivaciones en el camino de la santidad cristiana no son los deseos de una perfección abstracta, ni tampoco los deseos de perfeccionarse. Lo que urge es saberse amado por el Sepor y llamado a responder a su amor. Y las motivaciones del apóstol, como en Jesús, no son principalmente sociológicas (las cuales tienen su valor), sino una prolongación de la “compasión” de Jesús (cfr. Mc 8,2) y de la “búsqueda” de “todos” los redimidos (cfr. Mc 10,45; Mt 11,28; Lc 15,4).

 

No existe la misión cristiana, si no es como prolongación y participación de la misma misión de Cristo. “Una vez resucitado, llevando en su carne las señales de la pasión, Él infunde el Espíritu (cfr. Jn 20,22), haciendo a los suyos partícipes de su propia misión (cfr. Jn 20,21)” (Sacramentum Caritatis 12).

 

La declaración de amor por parte de Jesús y el encargo de la misión, se relacionan íntimamente. La referencia al Padre, que ama y que envía, es muy significativa: “Como el Padre me amó, yo también os he amado” (Jn 15,9); “como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20,21); “como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo” (Jn 17,18; “los has amado como a mí” (Jn 17,23). Amor y misión, en Cristo y en nosotros, son las dos caras de la misma medalla.

 

A Pedro, para apacentar las ovejas por las que Cristo dio su sangre (cfr. Hech 20,28), se le pide tres veces su donación incondicional: “¿Me amas más, tú?... apacienta mis ovejas… sígueme” (Jn 21,15ss). Nada ni nadie puede suplirnos en la respuesta al amor.

 

Uno de los momentos clave de la vida del apóstol es cuando puede anunciar a Cristo a partir de un encuentro con él. “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él... En efecto, no podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos... Verdaderamente, nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a los demás... No podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres. Así pues, el impulso misionero es parte constitutiva de la forma eucarística de la vida cristiana” (Exh. Apost. Sacramentum Caritatis 84).

 

Parece como si, desde un mundo “globalizado”, hambriento de amor, surgiera una llamada apremiante: "Ven a ayudarnos" (Hech 16,9). Los nuevos areópagos de hoy están todos impregnados de los deseos insaciables del corazón humano, que ha sido creado a imagen de Dios Amor. Por esto, urge la misión a partir del amor (cfr. 2Cor  5,14-15).

 

Entonces el verdadero apostolado se concreta principalmente en la pastoral de la santidad, no es abstracto, sino en construir creyentes que vivan y transparenten las bienaventuranzas y el mandato del amor. La orientación “dirección” espiritual es parte esencial e imprescindible del apostolado del sacerdote ministro. Llama a la santidad (construir la vida amando) y guía en la santidad (reaccionar amando como Jesús).

 

Sólo una “caridad pastoral” bien entendida, como trasunto de la caridad del Buen Pastor, puede reflejar y hacer presente la fuente de la misión que es Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

Santo Cura de Ars:

 

“Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina”. “Mi secreto es simple: dar todo y no conservar nada”.

 

"Dios mío, concediendo la conversión de mi parroquia; acepto el sufrir lo que queráis durante todo el tiempo de mi vida”.

 

“¡Qué hermoso y qué gande es, conocer, amar y servir a Dios! No tenemos otra cosa que hacer en este mundo. Todo lo demás es tiempo perdido.

 

“Los hay que lloran por no amar a Dios suficientemente; bien, éstos le aman”. “No todos podemos dar grandes limosnas a los pobres, hacernos Dios de todo corazón”.

NOTA: Ver las fuentes de las afirmaciones del Santo Cura de Ars, en los diversos apartados de: B. NODET, Juan-María B. Vianney, Cura de Ars. Su pensamiento y su corazón, o.c. Sobre la caridad, ver especialmente pp.71-74.

 

San Pablo:

 

"Me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20). “El amor de Cristo excede todo conocimiento” (Ef 3,19).

 

”A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo, y esclarecer cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas” (Ef 3,8-9).

 

“El amor de Cristo nos apremia al pensar que... murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2Cor 5,14-15).

 

“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?...  Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó” (Rom 8,35.37).

 

“Urge que él reine (1Cor 15,25).  “Os celo con el celo de Dios” (2Cor 11,2). “Como una madre” (1Tes 2,7; cfr. Gal 4,19). Como un “padre” (1Cor 4,15). “Amándoos, daros nuestra vida” (1Tes 1,8).

 

“Apóstol por vocación… segregado para el evangelio” (Rom 1,1);  “la preocupación por todas las iglesias” (2Cor 11,28); el precio de “la sangre del Hijo” (Hech 20,28); “encadenado en el Espíritu” (Hech 20,22).

 

“Por el evangelio yo estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor; pero la Palabra de Dios no está encadenada” (2Tim 2,9).

"Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré totalmente por vuestras almas" (2Cor 12,15). “¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Gal 4,19; cfr. Jn 16,21-22).

 

San Juan de Ávila:

 

"No sólo nos convida a amarle, mas El nos infunde el amor"(Sermón 4).

"Pon los ojos en todo este mundo, que para ti se hizo todo por sólo amor, y todo él y todas cuantas cosas hay en él significan amor, y predican amor, y te mandan amor" (Tratado del Amor de Dios, 2).

 

"Demos, pues, nuestro todo, que es chico todo, por el gran todo, que es Dios" (Carta 64). "Aquel ama a Dios verdaderamente que no guarda nada de sí mismo para sí" (Sermón 5 -2-).

 

"Si de veras nos quemase las entrañas el celo de la casa de Dios... ver las esposas de Cristo enajenadas de El y atadas con nudo de amor tan falso" (Carta 208). "Quien bien quisiere pesar el alma, pésela con este peso, de que Dios humanado murió por ellas" (Sermón 81).

 

El sacerdote debe "tener verdadero amor a nuestro Señor Jesucristo, el cual le cause un tan ferviente celo, que le coma el corazón". Es amor de "verdadero padre y verdadera madre" (Tratado sobre el sacerdocio, n. 39).

 

D. José Mª García Lahiguera:

 

"Mi santidad consiste en ser como El por el amor" (Diario, 26 mayo 1976). "Quintaesencia de mi espiritualidad, Amor. Amar al Amor. Quae placita sunt ei facio semper. Amar a mi Dios hasta morir de Dios. Amar, sufrir y orar «pro eis, pro Ecclesia et pro Congregartione Sororum Oblatarum Christi Sacerdotis»" (Diario, 1 enero 1979).

 

"Mi santidad: Como Jesús. Mi santidad sacerdotal: Como Cristo Sacerdote. Mi santidad sacerdotal particular: Como Cristo Sacerdote-Víctima" (Diario, 22 mayo 1980).

 

 

Conclusión: Leer el evangelio en la vida de los santos para hacer de la propia vida la visibilidad del evangelio

 

El sentido de la Palabra de Dios se encuentra en la vida de los santos, porque la han vivido con autenticidad.

 

Quienes han dicho que “sí” a la Palabra de Dios, como María y los santos, se han dejado sorprender y moldear por la acción del Espíritu Santo en la propia vida y en la misión.

 

El “sí” de María, en el primer momento de la consagración sacerdotal de Jesús en su seno, es parte integrante de nuestra misma respuesta de humildad, confianza y entrega. Es el “sí” que ha transformado y sigue transformando la historia, porque es la única respuesta válida a la Palabra de Dios y a su proyecto de amor sobre toda la humanidad.

 

La humildad, la confianza audaz y la entrega de los santos nace de su experiencia de la misericordia divina. Han sabido releer la propia biografía desde los latidos del Corazón de Cristo, que busca a la oveja perdida, como algo que pertenece a su amor esponsal y como expresión de la ternura materna de Dios. Así han experimentado la “compasión” de Cristo y son portadores de esa misma compasión para todos los hermanos sin excepción.

 

Los santos son humildes, confiados y generosos, porque han aprendido la lógica de la entrega: “Puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cfr. 1Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un « mandamiento », sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro” (Deus Caritas est 1) La respuesta generosa al amor la hace posible el mismo Dios que nos ama. Le podemos amar con su mismo amor.

NOTA: "Está dando a Dios al mismo Dios en Dios, y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios... que es dar tanto como le dan..., dando al Amado la misma luz y calor de amor que recibe... ama por el Espíritu Santo, como el Padre y el Hijo se aman" (San Juan de la Cruz,LlamaB, canc. 3ª, comentario a versos 5-6.

 

La vocación, la contemplación, la perfección, la comunión fraterna y la misión, se viven con autenticidad cuando María está presente de modo activo y materno, como en Caná, en el Calvario y en el Cenáculo de Pentecostés. Cristo Sacerdote sigue comunicando su consagración y misión sacerdotal desde el seno de Maria.

 

El Santo Cura de Ars decía a su Obispo: "Si queréis convertir vuestra diócesis, habéis de hacer santos a todos vuestros párrocos". "Lo que nos impide a los sacerdotes ser santos es la falta de reflexión; no se entra en sí; no se sabe lo que se hace; necesitamos la reflexión la oración, la unión con Dios”.

NOTA: Como hemos indicado, para las fuentes de las afirmaciones del Santo Cura de Ars,ver los diversos apartados de: B. NODET, Juan-María B. Vianney, Cura de Ars. Su pensamiento y su corazón(Barcelona, Hormiga de Oro, 1994). Algunas de estas afirmaciones está citadas en la carta de Benedicto XVI dirigida a los sacerdotes, con ocasión del Año Sacerdotal (16 junio 2009).

 

Los santos de todas las écpocas interpelan nuestro modo de juzgar las épocas pasadas, con cierto tono de superioridad y de tensiones, que trasponemos anocrónicamente a otros tiempos. Pero en cada época ha habido santos que se han santificado y sentido fucundos apostólicamente, por haber vivido sus circunstancias en la verdad de la caridad, como itinerario de humildad y realismo, confianza filial y audaz, entrega incondicional al amor. Sólo ellos, con su “gozo pascual”, superieron superar su momento histórico y, de este modo, pudieron legarnos una auténtica herencia de gracia, transparencia y fruto del Evangelio.

 

 

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