Lunes, 11 Abril 2022 11:29

MARTIRIO Significado del martirio

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                                  MARTIRIO

 

                          Significado del martirio

 

      Los mártires son testimonio de Dios Amor, de Cristo muerto y resucitado, de la fuerza del Espíritu, de la presencia de Cristo en la comunidad eclesial, de la verdad definitiva en la sociedad de hoy... Así es el itinerario misionero y martirial de la Iglesia de todos los tiempos, en su dimensión teológica, cristológica, pneumatológica, eclesiológica, atropológico-escatológica y espiritual.

 

      El Señor calificó a sus discípulos de "testigos" ("mártires"), indicando que su vida estaba orientada a dar "testimonio" de él y de su mensaje evangélico: "Vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo" (Jn 15,27); "seréis mis testigos... hasta el extremo de la tierra" (Hech 1,8; cfr. Mt 10,17-20).

 

      Este "testimonio" evangélico de los seguidores de Cristo ha sido calificado con la palabra griega "martiría" ("testimonio"). Juan, en el Apocalipsis, se presenta como "testigo" ("mártir") (Apoc 1,2.9), y narra, entre otras pruebas eclesiales, el "martirio" de los que son fieles a Cristo hasta dar su vida por él (cfr. Apoc 6,9; 7,9-14).

 

      Así lo reconocieron los Apóstoles desde el día Pentecostés: "Nosotros somos testigos" (Hech 2,32). "Yo soy también testigo de los padecimientos de Cristo y partícipe ya de la gloria que está por revelarse" (1Pe 5,1).

 

      "Martirio" significa testimonio cualificado, especialmente hasta derramar la sangre. "El martirio es un acto de fortaleza" (San Tomás). El "mártir" es "testigo" del misterio pascual de Cristo, por medio de una vida que deja traslucir la oblación del Señor. El "martirio" es, pues, la actitud de dar la vida, en unión con el sacrificio de Cristo, para testimoniar la fe. No sería posible esta actitud oblativa y martirial sin la fuerza del Espíritu Santo (cfr. Mt 10,20). El "mártir" entrega su vida perdonando a los perseguidores (cfr. Hech 7,60).

 

      "El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza" (CEC 2473).

 

      Martirio significa testimonio de la propia fe, proclamando la esperanza en Cristo resucitado y haciendo de la vida el supremo acto de caridad. Se da la vida como Cristo, guiados por el amor del Espíritu, para proclamar la Providencia misteriosa y amorosa del Padre. Puede ser en una "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3), como en Nazaret. Puede ser en los momentos de dolor y abandono, como en el Calvario (cfr. Lc 23,45). Siempre es prolongar en el tiempo la misma vida de Jesús.

 

      En el mártir, como testigo de Cristo, se prolonga el misterio pascual, dando sentido a la historia humana. El inicio del tercer milenio también está marcado por la cruz y la resurrección. "La Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires" (TMA 37).

 

      El martirio cristiano puede ser cruento e incruento. Derramar la sangre amando, en un momento de violencia, es imposible sin la gracia de Dios. Gastar la vida afrontando las dificultades cotidianas con amor, presupone, de hecho, la misma gracia. Si el don del martirio propiamente dicho queda restringido en cuanto al número, "convie­ne que todos vivan preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia" (LG 42).

 

      La fuerza del martirio cristiano deriva del amor de Cristo, que, al dar la vida por amor, sostiene la marcha martirial de su Iglesia: "Así como Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su caridad ofre­ciendo su vida por nosotros, nadie tiene un amor más grande que el que ofrece la vida por El y por sus hermanos (cfr. 1 Jn., 3,16; Jn., 15,13)... El martirio, por consiguiente, con el que el discípulo llega a hacerse semejante al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, asemejándose a El en el derramamiento de su sangre, es considerado por la Iglesia como un supremo don y la mayor prueba de la caridad" (LG 42).

 

                      Dimensión misionera del martirio

 

      Siempre se ha considerado el martirio como indispensable para el primer anuncio evangélico y, de modo especial, para la implantación de la Iglesia. "El martirio cristiano ha acompañado siempre y sigue acompañando todavía la vida de la Iglesia" (VS 90). Habrá que distinguir entre el martirio de sangre y el de una vida sacrificada ocultamente. Pero siempre quedará en pie su valor de "signo" radical que acompaña necesariamente al mensaje predicado: "Dar el supremo testimonio de amor, especialmente ante los perseguidores" (LG 42). La oblación martirial puede considerarse como "muerte vicaria", en cuanto que, en Cristo, asume la muerte de todas las personas (también no cristianas) que han dado la vida por la verdad y el bien.

 

      El momento del martirio es el resumen de una vida que quiere transparentar el mensaje evangélico del Señor, "con caridad sincera, y si es necesario, hasta con la propia sangre" (AG 24). En él "resplandece la intangibilidad de la dignidad personal del hombre" (VS 92), es "un signo preclaro de la santidad de la Iglesia" y se convierte en "anuncio solemne y compromiso misionero" (VS 93).

 

      Esta es la constante misionera desde los inicios del cristianismo: "Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús" (Hech 4,33). Por esto, el martirio ha llegado a ser "patrimonio común" de todos los cristianos (cfr. UR 4; UUS 1 y 84) e incluso de muchas personas de buena voluntad (cfr. VS 92).

 

      El itinerario histórico de la Iglesia de Jesús estará siempre adornado de flores rojas de martirio, que pueden ser de sangre derramada o de vida donada por amor. El rostro del Buen Pastor se deja transparentar a través de vidas gastadas en amarle y hacerle amar.

 

      El martirio participa de la eficacia del misterio pascual de Cristo (cfr. Jn 12,24.31). Se vive y se muere por él y con él (cfr. Rom 14,8). La oblación de Cristo, presente en la Eucaristía, hace posible la vida martirial, que se convierte en "trigo de Dios... trigo de Cristo" (S. Ignacio de Antioquía). La eucaristía construye a la Iglesia como comunidad martirial y virginal. El hecho constante del martirio pone en evidencia que "la misión... tiene su punto de llegada a los pies de la cruz" (RMi 88).

 

                       Iglesia misionera y martirial

 

      El despertar misionero de la Iglesia necesita "testigos" de una fuerte experiencia de Cristo resucitado. El Señor prolonga en su Iglesia su misma realidad  oblativa. Vivir y morir por Cristo (cfr. Rom 14,8) equivale a la actitud permanente de transformar la vida en donación. Entonces aparece que la vida cristiana es asociación a Cristo, para "completarlo" en su gesto de morir amando y perdonando (cfr. Col 1,24).

 

      La Iglesia se encuentra siempre "en estado de persecución - ya sea en los tiempos antiguos, ya sea en la actualidad -, porque los testigos de la verdad divina son entonces una verificación viva de la acción del Espíritu de la verdad, presente en el corazón y en la conciencia de los fieles, y a menudo sellan con su martirio la glorificación suprema de la dignidad humana" (DeV 60; cfr. Mc 13,9).

 

      Los mártires "son anunciadores y testigos por excelencia" (RMi 45). A fin de poder ser "la gran señal", como María, "la mujer vestida de sol" (Apoc 12,1), los miembros de la Iglesia "han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero" (Apoc 7,14).

 

      Los albores del tercer milenio del cristianismo se inician también con la memoria de los mártires: "La Iglesia ha encontrado siempre, en sus mártires, una semilla de vida. «La sangre de los mártires es semilla de cristianos». Esta célebre «ley» enunciada por Tertuliano, se ha demostrado siempre verdadera ante la prueba de la historia... La memoria jubilar nos ha abierto un panorama sorprendente, mostrándonos nuestro tiempo particularmente rico en testigos que, de una manera u otra, han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, a menudo hasta dar su propia sangre como prueba suprema. En ellos la palabra de Dios, sembrada en terreno fértil, ha fructificado el céntuplo (cfr. Mt 13,8.23). Con su ejemplo nos han señalado y casi «allanado» el camino del futuro. A nosotros nos toca, con la gracia de Dios, seguir sus huellas" (Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, n.41).

 

      Todo creyente queda invitado a "seguir las huellas de  Cristo" (1Pe 2,21) para "participar en sus sufrimientos" (1Pe 4,13). La comunidad eclesial es transparencia de Cristo, en la medida en que sus componentes vivan esta realidad martirial, que es el estado normal de la Iglesia peregrina y misionera.

 

      Toda página de la historia de la Iglesia se escribe con vidas donadas y con sangre de mártires. La escoria de las imperfecciones se purifica amando más a la Iglesia, dispuestos a pasar por el fuego del crisol de la persecución y de la calumnia: "Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la revelación de Jesucristo" (1Pe 2,6-7).

 

      La comunión eclesial, también y especialmente en el campo ecuménico, se construye con la actitud de donación. "El ecumenismo de los santos, de los mártires, es tal vez el más convincente. La «communio sanctorum» habla con una voz más fuerte que los elementos de división" (TMA 37).

 

      La Iglesia tiene siempre presente "la memoria de los mártires". Al recordar esta realidad de donación martirial, los creyentes ahondan en "el deseo de seguir su ejemplo, con la gracia de Dios, si así lo exigieran las circunstancias" (Bula IM 13).

 

                    En el signo de la esperanza cristiana

 

      El martirio es la máxima expresión del amor y de la misión, como testimonio gozoso de la esperanza cristiana. Los 40 millones de mártires durante 20 siglos de Iglesia, son una siembra fecunda que ciertamente dará fruto a su tiempo. Los mártires son siempre "semilla de nuevos cristianos, semilla de reconciliación y de esperanza" (Juan Pablo II, 21.3.99).

 

      Quien da testimonio de Cristo, a riesgo de ser vituperado, proclama que "todo es gracia", según la expresión de Santa Teresa de Lisieux, porque no sucede nada "sin el consentimiento del Padre" (Mt 10,29). Quien se dedica a anunciar esta utopía cristiana, sabe muy bien que la persecución puede provenir de parte de quienes están convencidos de "dar culto a Dios" (Jn 16,2).

 

      Es un riesgo permanente creer y anunciar que Cristo es el Hijo de Dios (el Verbo) hecho hombre, el único Salvador. Los seguidores y entusiastas del progreso, de las culturas y de las religiones, pueden llegar a pensar que esta fe les desbarata sus seguridades legítimas. Pasar de este prejuicio a la persecución y al martirio, será, para ellos, una consecuencia lógica. Pero en realidad, la Encarnación es la clave para valorar todos los dones de Dios (insertados en culturas y religiones) como preparación para el encuentro final con Cristo.

 

      Anunciar el misterio pascual de Cristo incluye el riesgo de un rechazo como el que sufrió Pablo en Atenas (cfr. Hech 17,32). No resulta cómodo ni produce ventajas temporales el proclamar que la única salvación se encuentra en Cristo crucificado y resucitado: "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hech 4,12).

 

      Precisamente por el hecho de vivir y sufrir amando, el testigo ("mártir") de Cristo anuncia la verdadera redención (liberación) e inserta en la historia el tono de la esperanza (cfr. Rom 12,12). El martirio es el supremo  acto de caridad (cfr. Jn 15,13), capaz de vencer el odio y de iluminar el camino histórico hasta un encuentro final de toda la humanidad con Cristo. La vida y la muerte del mártir cristiano proclama que Jesús es verdadero Dios, verdadero hombre y único Salvador, que salva al hombre por medio del mismo hombre, sin destruir los valores del camino religioso que ya ha recorrido bajo la guía de la providencia divina.

 

      Hay una originalidad en el martirio cristiano, infinitamente más allá de dar la vida por un ideal honesto y verdadero. Efectivamente, se proclama y se prolonga en el tiempo la actitud oblativa de Jesús en la cruz, donándose confiadamente en manos del Padre por amor a toda la humanidad. Los hombres todos, de cualquier cultura y religión, se pueden salvar, porque Cristo "ha muerto por todos" (2Cor 5,14).

 

      El cristianismo es religión de esperanza gozosa y audaz. Apoyados en esta esperanza, que se desea compartir con todos, los mártires "son los que han anunciado el Evangelio dando su vida por amor. El mártir, sobre todo en nuestros días, es signo de ese amor más grande que compendia cualquier otro valor" (Bula IM 13)

 

      La "muerte vicaria" de Cristo (en nombre de toda la humanidad doliente), hace que el martirio de sus discípulos confiera valor de martirio a cuantos viven y mueren por un ideal honesto. Por esto, la canonización de los mártires cristianos no es una injusticia para nadie, sino que es un honor y un bien de toda la humanidad. "Es la realidad de la comunión de los santos, el misterio de la « realidad vicaria », de la oración como camino de unión con Cristo y con sus santos. Él nos toma consigo para tejer juntos la blanca túnica de la nueva humanidad, la túnica de tela resplandeciente de la Esposa de Cristo" (Bula IM 10).

 

      El martirio, cuando llega, es la suma de una serie interminable de "sís", dichos a Dios en el servicio y anonimato de todos los días, sin protagonismos y sin constataciones inmediatas sobre el fruto espiritual y apostólico.

 

      Sólo Cristo resucitado presente puede transformar las tribulaciones en una esperanza gozosa. La sangre de los mártires es también semilla de audacia misionera, que no se amedrenta ante ningún obstáculo. "Cristo es verdaderamente nuestra paz (cfr. Ef 2,14)... el amor de Cristo nos apremia (cfr. 2Cor 5,14), dando sentido y alegría a nuestra vida" (RMi 11).

 

                                                         Juan Esquerda Bifet

 

Bibliografía: AA.VV., La Iglesia martirial interpela nuestra animación misionera (Burgos, XLI Semana de Misionología, 1989); J.L. IRIZAR ARTIACH, Mártires, testigos que comprometen. De 1950 al 2000 (Madrid, EDIBESA, 2000); J. ESQUERDA BIFET, Martirio: Itinerario de la Iglesia misionera (México, OMPE, 2002); J.A. IZCO, Significado del testimonio-martirio en la misión de la Iglesia, en: La Iglesia martirial..., o.c., 39-73; P. MOLINARI, S. SPINSANTI, Mártir, en: Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Ediciones Paulinas, 1991) 1175-1189; T. NIETO, Raíces bíblicas de la misión y del martirio, "Misiones Extranjeras" n.127 (1992) 5-15; A. RICCARDI, Il secolo del martirio. L'olocausto cristiano (Milano, Mondadori 2000); E. VIGANO, La misión como testimonio y martirio según San Juan, en: La Iglesia martirial..., o.c., 17-37; U. VON BALTHASAR, Sólo el amor es digno de fe (Salamanca, Sígueme, 1988).

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