Lunes, 11 Abril 2022 11:28

LÍNEAS BÁSICAS DE LA MATERNIDAD DE MARÍA RESPECTO A LOS SACERDOTES MINISTROS

Escrito por
Valora este artículo
(0 votos)

LÍNEAS BÁSICAS DE LA MATERNIDAD DE MARÍA RESPECTO A LOS SACERDOTES MINISTROS

 

(Mons. Juan Esquerda Bifet)

 

Presentación: La presencia activa y materna de María en la vida y en los ministerios sacerdotales

1: En el itinerario formativo

2: En la vida sacerdotal

3: En el ejercicio de los misterios

Conclusión: Nuestro lugar en el Corazón materno de María

 

* * *

 

Presentación: La presencia activa y materna de María en la vida y en los ministerios sacerdotales

 

En todos los temas cristianos hay que tener en cuenta que nos encontramos ante realidades de gracia, las cuales continúan aconteciendo. La presencia activa y materna de María en la Iglesia es una de estas realidades de gracia y tiene una dimensión sacerdotal, en bien de toda la Iglesia y especialmente en bien de los sacerdotes ministros.

 

Las palabras de Jesús dirigidas a María, continúan repercutiendo en su Corazón maternal: “He aquí a tu hijo” (Jn 19,26). Su maternidad es una realidad salvífica permanente: “Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia” (LG 62).

 

También las palabras de Jesús al discípulo amado, continúan siendo actuales: “He aquí a tu Madre” (Jn 19,27). Un buen “discípulo”  las sigue escuchando y poniéndolas en práctica. Por esto, a María “la Iglesiacatólica, enseñada por el Espíritu Santo, la honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima” (LG 53).

 

El encargo recibido por Juan, en nombre de todos los creyentes, se concretó en una relación familiar: “La recibió en su casa” (Jn 19,27). Esta recepción equivale a recibirla en “comunión de vida” por parte de todo fiel, y especialmente por parte de todo ministro ordenado: “La palabra del Crucificado al discípulo —a Juan y, por medio de él, a todos los discípulos de Jesús: « Ahí tienes a tu madre » (Jn 19, 27)— se hace de nuevo verdadera en cada generación” (enc. Deus Caritas Est, n. 42).[1]

 

María estaba habituada a “meditar” las palabras de Jesús en su Corazón (cfr. Lc 2,19.51). Por esto, el encargo recibido en el Calvario, como un nuevo aspecto de su maternidad, lo relacionaba con otras palabras del mismo Jesús. Efectivamente, todo lo que decía y hacía Jesús estaba relacionado con “las cosas (o la casa) del Padre” (Lc 2,49), con su “hora” (Jn 2,4), con su actitud oblativa “en manos” del Padre (Lc 23,46). María había escuchado cómo Jesús calificó  a la comunidad de sus seguidores: “Mi madre, y mis hermanos” (Mt 12,48; cfr. Lc 8,21). Y en la última cena, las referencias de Jesús a sus discípulos también eran otras tantas llamadas al Corazón de la Madre: “Ellos son mi expresión… les amas como a mí… yo estoy en ellos” (Jn 17,10.23.26). Nadie mejor que ella podía captar los sentimientos profundos de Cristo, en cuyo Corazón abierto podía “contemplar” todo su amor para con cada uno de los redimidos (cfr. Jn 19,27). Recibir a los discípulos y hermanos de Jesús, significaba para ella recibir al mismo Jesús: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe” (Mt 10,40).

 

La herencia de Jesús al dejarnos a su Madre como nuestra, continúa siendo una realidad salvífica, siempre actual: “Jesucristo – decía el Cura de Ars - tras habernos dado cuanto nos podía dar, quiere aún dejarnos en herencia lo más precioso que él tenía: su Santa Madre”.[2]

 

Es una realidad que muestra a María como la madre siempre “ocupada” en relación con la Iglesia, en la cual se actualiza “el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen” (LG 60).

 

Todo esto tiene lugar, aunque de modo diferenciado, en cada una de las vocaciones. María es Madre, modelo, intercesora, ayuda, maestra, guía, discípula… Así lo podemos aplicar a todo el proceso formativo sacerdotal, como también a la realidad de su vida y del ejercicio de los ministerios.

 

La "memoria" de María equivale a tomar conciencia de su presencia activa y materna en el campo de la evangelización, como modelo y ayuda en el seguimiento y discipulado evangélico de todos los creyentes y especialmente del sacerdocio ministerial.[3]

 

 

1: En el itinerario formativo

 

María acompaña el proceso formativo de todas las vocaciones. Ella está presente en todo el itinerario vocacional como figura y prototipo de toda la Iglesia. La vocación de los primeros Apóstoles es un punto de referencia para toda vocación y, de modo especial, para la vocación sacerdotal. En esta referencia apostólica encontramos un inicio, como fue después de Caná, cuando los discípulos creyeron en Jesús y le siguieron “con su madre” (cfr. Jn 2,11-12). Encontramos también un momento especial de perseverancia (junto a la cruz: Jn 19,25-27) y un tiempo peculiar de renovación bajo la acción del Espíritu Santo (Pentecostés: Hech 1,14; 2,4). Ella está de modo activo y materno en todo el proceso de formación vocacional, que es siempre de relación personal y comunitaria con Cristo, a modo de encuentro y amistad, seguimiento e imitación, fraternidad y misión.

 

Para afrontar estos tres momentos de la vocación sacerdotal, se necesita una formación inicial y permanente, de suerte que la vocación sea una vivencia permanente y comprometida, a modo de “vida según el Espíritu” (cfr. Gal 5,25) y con vistas a ejercer los ministerios. Se quiere vivir lo que uno es y hace, como proceso de consagración y misión.

 

Puesto que en el sacerdocio ministerial (de los ministros ordenados) se trata de una especial participación en la consagración y misión de Cristo Sacerdote, presente en la Iglesia, hay que tener en cuenta estos datos esenciales: María es Madre de Cristo Sacerdote, Madre de la Iglesia Pueblo sacerdotal y Madre especial de los sacerdotes ministros. La maternidad peculiar de María respecto a los sacerdotes ministros, se integra armónicamente con su cuidado materno respecto a todos los redimidos.

 

El itinerario formativo del sacerdote ministro (tanto en el período inicial como en la formación continuada), incluye necesariamente la formación sobre el propio carisma específico sacerdotal, que tiene dimensión mariana por su misma naturaleza.[4]

 

María es "Madre del sumo y eterno Sacerdote" (PO 18). La unción sacerdotal de Cristo (Verbo Encarnado), de la que participa toda la Iglesia, tuvo lugar en le seno de María, por obra del Espíritu Santo. Desde entonces, María, “guiada por el Espíritu Santo, se entregó total­mente al misterio de la redención de los hombres” (PO 18). De este modo, quedó relacionada íntimamente con el ser (la consagración) de Cristo, con su obrar (la misión) y con su vivencia y estilo de vida. En el momento del sacrificio de la cruz, “se asoció con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58).

 

El “sí” sacerdotal de Cristo tuvo lugar en el seno de María: “Vengo para hacer tu voluntad” (Heb 10,7; Sal 40.9). El “sí” de María (Lc 1,38) quedó unido al de Jesús. Ella llevó en su seno a Jesús Sacerdote: Dios, hombre, Salvador. Su actitud habitual de meditar la Palabra (cfr. Lc 2,10.51) deja entender que recibió al Verbo antes en su corazón que en su seno.[5]

 

El “Magníficat” es el fruto de su “sí” contemplativo, unido al sacrificio de Cristo Sacerdote, que ya desde su concepción e infancia era “oblación” al Padre, en el Corazón y por manos de María (cfr. Heb 10,7ss, en relación con Lc 2,22, cuando tuvo lugar la presentación de niño en el templo).

 

María es Madre de la Iglesia Pueblo sacerdotal, puesto que "pertenece indisolublemente al misterio de Cristo y al misterio de la Iglesia" (RMa 27), al que también sirve el sacerdote en los ministerios proféticos, litúrgicos y de dirección y caridad. La Iglesia es “Pueblo sacerdotal” (LG 10). María es Madre de la Iglesia por haber engendrado a Cristo, Cabeza de la mima. Es “Madre de la Iglesia” por ser “Madre de los pastores y de los fieles”.[6]

 

Los contenidos del título “Madre de la Iglesia”, ya están en el concilio. Efectivamente, María es “verdadera Madre de. Redentor...  verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza, por lo que también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad” (LG 53).

 

La misión de la Santísima Virgen María se inserta, pues, “en el misterio del Verbo Encarnado y del Cuerpo Místico” (LG 54). María es, a la vez, miembro y Madre del Pueblo sacerdotal, Tipo o figura de la Iglesia (cfr. LG 53, 62-65). Es “Madre en la Iglesia y a través de la Iglesia" (RMa 24). "Con su nueva maternidad en el Espíritu, acoge a todos y a cada uno por medio de la Iglesia" (RMa 37).

 

María es Madre especial del sacerdote ministro (y de todos los ministros ordenados), en todo el proceso de vocación, seguimiento y misión, puesto que "Cristo, moribundo en la cruz, la entregó como Madre al discípulo" (OT 8).[7]

 

El sacerdote ministro participa de la consagración sacerdotal de Cristo (que tuvo lugar en el seno de María), prolonga la misma misión de Cristo (quien asoció y sigue asociando a María), está llamado a vivir en sintonía con él (como María, guiada por el Espíritu Santo, se asoció a la obra redentora de Cristo). De este modo, María está presente y activa maternalmente en todas las etapas del itinerario de la vida apostólica.

 

La participación peculiar por parte de los sacerdotes ministros en el sacerdocio de Cristo, es una “consagración” especial, que deriva hacia la “misión”, como prolongación de la misma misión de Cristo, para obrar “en su nombre” o “en persona de Cristo”. Esta participación en la consagración y misión de Cristo exige y, al mismo tiempo, hace posible una sintonía y docilidad generosa. "De esta docilidad hallarán siempre un maravilloso ejemplo en la Bienaventurada Virgen María, que, guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres" (PO 18).

 

Todos los aspectos y etapas de la formación sacerdotal hacen referencia a María, como “Madre y educadora de nuestro sacerdocio”(PDV 82). Efectivamente, “cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna. Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia” (ibídem).

 

De ahí la relación esencial del sacerdote ministro con María “la Madre de Jesús” (Jn 2,1; 19,25-27). Por esto, "la espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa, sin no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado... Todo presbítero sabe que María, por ser Madre, es la formadora eminente de su sacerdocio, ya que ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal" (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 68).

 

Decía Benedicto XVI a los seminaristas en Colonia durante la XX Jornada Mundial de la Juventud (19 agosto 2005), comentando el encuentro de los Magos con Jesús en Belén (cfr. Mt 2,11) y describiendo el itinerario formativo sacerdotal: “Es precisamente la Madre quien le muestra a Jesús, su Hijo, quien se lo presenta; en cierto modo se lo hace ver, tocar, tomar en sus brazos. María le enseña a contemplarlo con los ojos del corazón y a vivir de él. En todos los momentos de la vida en el seminario se puede experimentar esta amorosa presencia de la Virgen, que introduce a cada uno al encuentro con Cristo en el silencio de la meditación, en la oración y en la fraternidad. María ayuda a encontrar al Señor sobre todo en la celebración eucarística, cuando en la Palabra y en el Pan consagrado se hace nuestro alimento espiritual cotidiano”.

 

 

2: En la vida sacerdotal

 

La espiritualidad mariana es una dimensión intrínseca a la espiritualidad eclesial. De modo particular lo es de la espiritualidad sacerdotal. Los Apóstoles y discípulos formaban parte de la familia de Jesús: “Mi Madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21; cfr. 2,19.51). El hecho del Cenáculo es paradigmático, como punto de referencia durante toda la historia eclesial, donde los Apóstoles y discípulos reunidos, “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús” (Hech 1,14).

 

Los “sentimientos” de Cristo respecto a su Madre tienen que reflejarse en quienes participan de la misma consagración del Señor y prolongan su misma misión, mientras presentan el mismo estilo de vida como testimonio evangélico. Cristo fue “ungido” sacerdote en el seno de María, por obra del Espíritu Santo, y quiso nacer de ella, asociándola a su obra redentora. La espiritualidad sacerdotal mariana es una actitud de reverencia y amor filial hacia quien es "Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y refugio de su ministerio" (PO 18). El ser (consagración), el obrar (misión) y la vivencia (espiritualidad) del sacerdote, incluyen una relación estrecha con María.

 

La comunión en el Presbiterio de la Iglesia particular supone “unión” y  sintonía vivencial con “María, la Madre de Jesús” (Hech 1,14). Por esto, la “fraternidad sacramental” del Presbiterio (PO 8), que es una “realidad sobrenatural” (PDV 74), como derivación del sacramento del Orden (cfr. LG 28), necesita esta sintonía de oración en comunión fraterna y en espera activa de las nuevas gracias del Espíritu Santo.María, también ahora, “precede el testimonio apostólico" (RMa 27).

 

Las figuras sacerdotales de la historia (como San Juan de Ávila, San Juan Eudes, San Luís María Grignion de Montfort, San Alfonso Mª de Ligorio, el Santo Cura de Ars, San Antonio Mª Claret, etc.), son puntos de referencia para recordar y vivir la relación de María con los sacerdotes ministros. Los santos sacerdotes han vivido esta relación con María a la luz de la Encarnación (consagración sacerdotal de Cristo en el seno de su Madre), del sacrificio redentor que culmina en la cruz (con María en actitud oblativa), de la Eucaristía (como pan de vida que se formó en el seno de María y que actualiza el misterio redentor) y de la Iglesia (como madre de las almas).

 

Por ser “Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes” (PDV 82), María ejerce también en ellos un “influjo salvífico” (LG 62), que es de presencia activa y de modelo de asociación a Cristo Sacerdote. Ella es “Madre y educadora de nuestro sacerdocio” (PDV 82). En este sentido, "los sacerdotes tienen particular título para que se les llame hijos de María" (Pío XII, Menti nostrae  n.124).

 

Esta espiritualidad se concreta en relación filial e imitación. Por ser “madre y educadora de nuestro sacerdocio... nosotros los sacerdotes estamos llamados a crecer en una sólida y tierna devoción a la Virgen María, testimoniándola con la imitación de sus virtudes y con la oración frecuente” (PDV 82).

 

Las palabras de Jesús en la cruz (“he aquí a tu Madre”) siguen aconteciendo en quienes quieren vivir en sintonía con “los sentimientos” oblativos de Cristo (Fil 2,5). La invitación a asumirla como Madre, incluye dejarse orientar por ella como modelo de maternidad apostólica, en todo el itinerario de formación, en la vida y en el ministerio sacerdotal: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). María es modelo y ayuda de fidelidad a la Palabra y al Espíritu Santo.

 

En los documentos magisteriales sobre el sacerdocio ministerial, es frecuente la invitación a vivir la relación interpersonal con María. Ella “es Madre del eterno Sacerdote y, por eso mismo, Madre de todos los sacerdotes... de una manera especial siente predilección por los sacerdotes, que son viva imagen de su Jesús" (Menti nostrae, n.124). Por ser “Madre de los sacerdotes”, "en cierto modo, somos los primeros en tener derecho a ver en ella a nuestra Madre" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo 1979). Por esto, "conviene que se profundice constantemente nuestro vínculo espiritual con la Madre de Dios" (Carta del Jueves Santo 1988).[8]

 

 

3: En el ejercicio de los ministerios

 

Los sacerdotes ministros prolongan la misma misión de Cristo, proclamando su palabra, celebrando su misterio pascual y actualizando su acción salvífica y pastoral. La fidelidad a la consagración y a la misión, participada de Cristo, en todos los momentos de la vida y ministerio del sacerdote, constituye la esencia de su espiritualidad. Con la ayuda y el ejemplo de María, Madre de Cristo Sacerdote y de la Iglesia como Pueblo sacerdotal, viven estos ministerios con las mismas actitudes y “los mismos sentimientos de Cristo” (Fil 2,5).

 

Los ministerios sacerdotales son una especial concretización de la maternidad de la Iglesia (cfr. PO 6) y, consecuentemente, tienen que ejercerse con el “amor maternal” de María, figura de la Iglesia madre (cfr. LG 65; Gal 4,19, en relación con Gal 4,4-7 y 4,26). El sacerdote, como Pablo, toma a María como figura e imagen materna, "la mujer" (Gal 4,4), para describir su difícil y, a veces, doloroso ministerio de "formar a Cristo" en los demás (Gal 4,19).

 

Comentando este texto paulino de la carta a los Gálatas, Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris Mater  lo aplica al apóstol para resaltar su vivencia mariana: “En estas palabras de san Pablo está contenido un indicio interesante de la conciencia materna de la Iglesia primitiva, unida al servicio apostólico entre los hombres. Esta conciencia permitía y permite constantemente a la Iglesia ver el misterio de su vida y de su misión a ejemplo de la misma Madre del Hijo, que es el « primogénito entre muchos hermanos » (Rom 8, 29)” (RMa 43).

 

Recibir a María en la propia casa, tiene, pues, para el sacerdote, un sentido ministerial: "Quecada uno de nosotros permita a María que ocupe un lugar en la casa del propio sacerdocio sacramental, como Madre y Mediadora de aquel gran misterio (cfr. Ef 5,32), que todos deseamos servir con nuestra vida" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 1988).

 

La espiritualidad sacerdotal es de “caridad pastoral”, a modo de “unidad de vida”, en  sintonía de actitudes con Cristo Buen Pastor (cfr. PO 13). Esta espiritualidad específica de los sacerdotes se realiza "ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13). En el ejercicio de los ministerios, los sacerdotes están llamados a vivir la espiritualidad mariana de todo bautizado, en relación con la presencia activa y materna de María. Ella es modelo, intercesora, guía, maestra y discípula. La caridad pastoral, quintaesencia de la espiritualidad sacerdotal, matiza todos los aspectos de la devoción y culto mariano: conocerla, amarla, imitarla, celebrarla e invocarla.

 

Esta caridad pastoral tiene el matiz de “amor materno” a imitación de María. "La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (LG 65).

 

Los santos sacerdotes han subrayado también el paralelismo entre María y el sacerdocio ministerial, especialmente en relación con la Eucaristía. “Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hechos semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre... Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración" (San Juan de Ávila, Plática 1ª).[9]

 

Por ser la Eucaristía “fuente y cima de toda la evangelización” (PO 5), todos los ministerios se relacionan armónicamente entre sí: se anuncia a Cristo, se le hace presente (especialmente en la Eucaristía) y se le comunica para que sea centro de la vida personal y comunitaria. María concibió aquel cuerpo ofrecido en sacrificio que ahora se actualiza sacramentalmente por manos del sacerdote y, también por medio de él, se anuncia y comunica. El anuncio del evangelio presupone la actitud de contemplación de la Palabra, como María que la meditaba en su corazón (cfr. Lc 2,19.51). Con ella, se vive mejor el equilibrio y la armonía de los ministerios.

 

María está presente en la Iglesia, que es misterio de comunión misionera, a cuyo servicio está el sacerdote. Los ministerios sacerdotales tienden a construir la comunidad eclesial como comunidad de oración y fraternidad (a la luz de la Palabra y en relación con la Eucaristía), para llegar a ser “un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32) y de este modo anunciar el evangelio “con audacia” (Hech 4,31). Para ello es imprescindible la actitud permanente y programática de vivir la comunión en sintonía “con María, la Madre de Jesús” (Hech 1,14). “En ella encontramos la esencia de la Iglesia realizada del modo más perfecto” (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis 96).

 

El ministerio sacerdotal, especialmente en la celebración eucarística (que presupone el anuncio y lleva a la vivencia), tiene en cuenta el modelo mariano de recibir al Señor para comunicarlo a los demás. “Desde la Anunciación hasta la Cruz, María es aquélla que acoge la Palabra que se hizo carne en ella y que enmudece en el silencio de la muerte. Finalmente, ella es quien recibe en sus brazos el cuerpo entregado, ya exánime, de Aquél que de verdad ha amado a los suyos « hasta el extremo » (Jn 13,1)” (Sacramentum Caritatis 33).

 

El sacerdote ministro, como Juan, recibe el don de María para comunicarlo a los demás, cooperando como ella a hacerlo vida propia:  “La Bienaventurada Virgenavanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie (cfr. Jn 19,25), sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: Mujer, ahí tienes a tu hijo” (LG 58).

 

Para todo bautizado y especialmente para el sacerdote ministro “María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es el modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace de sí mismo en la Eucaristía” (Sacramentum Caritatis 33).

 

Por medio de la acción ministerial de la Iglesia, la maternidad de María “perdura sin cesar en la economía de la gracia” (LG 62). María “está unida también íntimamente a la Iglesia... porque en el misterio de la Iglesia que con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la prece­dió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre” (LG 63).

 

La espiritualidad mariana de la Iglesia es esencialmente ministerial y, al mismo tiempo, reclama la fidelidad carismática a las nuevas gracias del Espíritu Santo: “Por lo cual, también en su obra apostó­lica, con razón, la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles” (LG 65).

 

 

Conclusión: Nuestro lugar en el Corazón materno de María

 

La participación del sacerdote ministro en el ser, en el obrar y en las vivencias de Cristo, está, pues, íntimamente relacionada con María, Madre de Cristo Sacerdote y de la Iglesia Pueblo sacerdotal. Su vocación, consagración y misión se realizan en dimensión cristológica, mariana y eclesial. Cada momento ministerial tiene un paralelismo con María, especialmente en la celebración eucarística donde se actualiza el sacrificio redentor.

 

El sacerdote ministro sirve los signos ministeriales de la maternidad de la Iglesia, actualizando la maternidad de María. Cristo se prolonga en los signos y ministerios de la Iglesia asociando a María. María ve en los sacerdotes ministros un “Jesús viviente” (San Juan Eudes), como “instrumentos vivos” de Cristo Sacerdote (PO 12).

 

Juan Pablo II, en Pastores dabo vobis, indicaba unas pistas de renovación, vividas en un "Cenáculo" permanente, en el que, gracias a la presencia activa de María, "Madre de los sacerdotes" y "Reina de los Apóstoles", tendrá lugar "una extraordinaria efusión del Espíritu de Pentecostés... La Iglesia está dispuesta a responder a esta gracia" (PDV 82).

 

Cuando se meditan las palabras del Señor dirigidas a María (“he aquí a tu hijo”: Jn 19,26), es fácil encontrar la armonía de la revelación y de la fe, que tendría lugar en el Corazón de María, al meditar en estas palabras de la oración sacerdotal de Jesús: “Ellos son mi expresión” (Jn 17,10), “los amas como a mí” (Jn 17,23), porque “yo estoy en ellos” (Jn 17,26). María vivió y sigue viviendo en esta “onda” cristológica y sacerdotal.

 

Es emocionante y programática la despedida de Juan Pablo II, en la carta del Jueves Santo de 2005, unos días ante de su muerte: “¿Quién puede hacernos gustar la grandeza del misterio eucarístico mejor que María? Nadie cómo ella puede enseñarnos con qué fervor se han de celebrar los santos Misterios y cómo hemos estar en compañía de su Hijo escondido bajo las especies eucarísticas. Así pues, la imploro por todos vosotros, confiándole especialmente a los más ancianos, a los enfermos y a cuantos se encuentran en dificultad. En esta Pascua del Año de la Eucaristía me complace hacerme eco para todos vosotros de aquellas palabras dulces y confortantes de Jesús: «Ahí tienes a tu madre« (Jn 19, 27)” (Carta Jueves Santo, 2005, n.8).

 

Los sacerdotes ministros y los futuros sacerdotes son llamados a “amar y venerarcon amor filial a la Santísima Virgen María, que al morir Cristo Jesús en la cruz fue entregada como madre al discípulo” (OT 8). La espiritualidad sacerdotal mariana es, pues, “filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio” (PO 18).

 

El Santo Cura de Ars, confió sus feligreses al Corazón Inmaculado de María, poniendo sus nombres en un corazón de plata. La relación de los bautizados con la ternura materna de María la expresaba así: "El Corazón de la Santísima Virgen María es la fuente de la que Cristo tomó la sangre con que nos redimió... En el corazón de esta Madre no hay más que amor y misericordia. Su único deseo es vernos felices. Sólo hemos de volvernos hacia ella para ser atendidos... El hijo que más lágrimas ha costado a su madre, es el más querido de su corazón... El corazón de María es tan tierno para nosotros, que los de todas las madres reunidas no son más que un pedazo de hielo al lado suyo".[10]

 

Benedicto XVI confió al Corazón materno de María el cuidado de la vocación, de la vida y del ministerio sacerdotal: “¡He aquí el secreto de vuestra vocación y de vuestra misión! Está guardado en el corazón inmaculado de María, que vela con amor materno sobre cada uno de vosotros. Recurrid frecuentemente a ella con confianza” (Discurso a los seminaristas, Colonia, Jornada Mundial de la Juventud, 19 agosto 2005).

****

La alegría de ser sacerdote es una nota característica de su identidad, como anunciador, celebrador y comunicador del Misterio Pascual de Cristo. Por esto, “el gozo pascual” (PO 11) es parte integrante del testimonio del sacerdote y nota característica de su identidad, también y especialmente con vistas a suscitar vocaciones sacerdotales.

 

La identidad sacerdotal se concreta en el “gozo pascual” de vivir lo que uno es y hace: “El sacerdote, hombre de la Palabra divina y de las cosas sagradas, debe ser hoy más que nunca un hombre de alegría y de esperanza… «La felicidad que hay en el decir la misa se comprenderá sólo en el cielo», escribía el Cura de Ars. Os animo por tanto a reforzar vuestra fe y la de los fieles en el Sacramento que celebráis y que es la fuente de la verdadera alegría. El santo de Ars escribía: «El sacerdote debe sentir la misma alegría (de los apóstoles) al ver a Nuestro Señor, al que tiene entre las manos»”.[11]

 

 

ESTUDIOS:

 

F.M. ÁLVAREZ, La Madredel Sumo y Eterno Sacerdote (Barcelona, Herder, 1968); María y la Iglesia: espiritualidad mariana sacerdotal: Seminarios 33 (1987) 465-475.

 

A. BANDERA, La Virgen Maríay el sacerdocio de Cristo: Teología Espiritual 42 (1998) 35-60.

 

M. BORDONI, La dimensione mariana del sacerdozio ordinato: Sacrum Ministerium 10 (2004) 175-205.

 

G. CALVO, La espiritualidad mariana del sacerdote en Juan Pablo II: Compostellanum 33 (1988) 205-224.

 

G. D'AVACK, Il sacerdote e Maria (Milano, Ancora, 1968).

 

E. DE LA LAMA, La Madrede Jesús en el kerigma de Pablo. Para el estudio del perfil mariano de la espiritualidad sacerdotal: Scripta de Maria 3 (2006) 89-130.

 

A. De LUÍS FERRERAS, María, en: Diccionario del Sacerdocio, o.c., 415-421.

 

M. DUPERRAY, Regina Cleri: en: Maria, Études sur la Sainte Vierge (Paris, 1949-1971), III, 659-696.

 

J. ESQUERDA BIFET, María en la espiritualidad sacerdotal, en: Nuevo Diccionario de Mariología (Madrid, Paulinas 1988) 1799-1804; Maria nella spiritualità sacerdotale, in: nuevo Dizionario di mariología (Paoline, 1985) 1237-1242; Espiritualidad sacerdotal, Servidores del Buen Pastor (Valencia, EDICEP, 2008), cap.V (Iglesia, María); Teología de la espiritualidad sacerdotal(Madrid, BAC, 1991) cap. XI (Espiritualidad sacerdotal mariana); Espiritualidad mariana (Valencia, EDICEP, 2009) cap.VIII, 4 (María y la vocación sacerdotal); Spiritualità mariana della Chiesa, Esposizione sistematica (Roma, Centro di Cultura Mariana, 1994) cap.VII, 4.

 

J.M. FERRER GRENESCHE, La Virgen Maríaen la formación sacerdotal: Toletana 13 (2005) 11-29.

 

N. GARCÍA GARCÉS, María y la espiritualidad de los ministros ordenados, en: Espiritualidad sacerdotal, Congreso (Madrid, EDICE 1989) 263-282.

 

L.M. HERRÁN, Sacerdocio y maternidad espiritual de Maria: Teo­logía del Sacerdocio 7 (1975) 517‑542; María en la espiritualidad sacerdotal según la doctrina del Vaticano II: Annales Theologici 3 (1989) 347-370.

 

A. HUERGA, La devoción sacerdotal a la Santisima Virgen: Teo­logía Espiritual 13 (1969) 229‑253.

 

J.L. ILLANES, Espiritualidad y sacerdocio (Madrid, Rialp, 1999).

 

B. JIMÉNEZ DUQUE, Maria en la espiritualidad del sacerdote: Teo­logía Espiritual 19 (1975) 45‑59.

 

A. De LUIS, María, en: Diccionario del sacerdocio (Madrid, BAC, 2005) 415-421.

 

P. PHILIPPE, La Virgen Maríay el sacerdote (Bilbao, Desclée, 1955).

 

C. RODRÍGUEZ, María en la vida espiritual del sacerdote: Revista espiritual n.57 (1977) 50‑56.

 

R. SÁNCHEZ CHAMOSO, María y la vocación en la Iglesia: Seminarios 33 (1987) 221-246.

 

J. SARAIVA, Santità mariana del sacerdote, en: (Congregazione per il Clero) Sacerdoti, forgiatori di santi per il nuovo millennio sulle orme dell'apostolo Paolo. Atti del VI Convegno Internazionale dei sacerdoti (Malta, 18-23 ottobre 2004) 100-113.

 

E. SAURAS, Maria y el sacerdote: Estudios Marianos 13 (1953) 143‑172.

 

--------------------

 

Para facilitar al eventual traductor en italiano, transcribimos algunos textos magisteriales en italiano:

 

(En la presentación):

"La parola del Crocifisso al discepolo — a Giovanni e attraverso di lui a tutti i discepoli di Gesù: « Ecco tua madre » (Gv 19, 27) — diventa nel corso delle generazioni sempre nuovamente vera (enc. Deus Caritas est, n.42).

 

 

(Todavía en la presentación):

"Gesù Cristo dopo averci dato tutto quello che ci poteva dare, vuole ancora farci eredi di quanto egli ha di più prezioso, vale a dire della sua Santa Madre" (Nodet, 244; testo di riferimento nella Lettera del Papa Benedetto XVI, 16 giugno 2009, nota 61).

 

(En la conclusión):

"Il segreto della vostra vocazione e della vostra missione è conservato nel Cuore Immacolato di Maria, che veglia con amore materno su ognuno di voi" (Benedetto XVI, Discorso ai seminaristi: Colonia, Giornata Mondiale della Gioventù, 19 agosto 2005).

 



[1]Por su especial actualidad sacerdotal, transcribimos la nota 130 de la encíclica Redemptoris Mater, con la referencia a San Agustín: “Como es bien sabido, en el texto griego la expresión «eis ta ídia» supera el límite de una acogida de María por parte del discípulo, en el sentido del mero alojamiento material y de la hospitalidad en su casa; quiere indicar más bien una comunión de vida que se establece entre los dos en base a las palabras de Cristo agonizante. Cfr. San Agustín, In Ioan. Evang. tract. 119, 3: CCL 36, 659: « La tomó consigo, no en sus heredades, porque no poseía nada propio, sino entre sus obligaciones que atendía con premura ».

 

[2]Ver la fuente de este y de otros textos del Cura de Ars, en: Benedicto XVI, Carta para la convocación de un año sacerdotal con ocasión del 150 aniversario del Dies Natalis del Santo Cura de Ars (16 junio 2009). Ordinariamente se toman de: B. NODET, Juan-María B. Vianney, Cura de Ars. Su pensamiento y su corazón (Barcelona, Hormiga de Oro, 1994).

 

 

[3]Este tema de la presencia de María es muy explícito en los documentos de Juan Pablo II, especialmente a partir de Redemptoris Mater (ver nn.1, 38, 32-32, 38, 48), quien se remite a los documentos del concilio. Ver también la encíclica Ecclesia de Eucharistia, n.57: “María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas”. Decía Germán de Constantopla: "Puesto que sigues todavía paseándote corporalmente en medio de nosotros, lo mismo que si estuvieras aquí viva, los ojos de nuestros corazón se sienten atraídos para  mirarte todo el día... Tú visitas a todos y velas por todos... No has abandonado este mundo perecedero... sino que estás muy cercana de los que te invocan" (Oratio in Dormitionem SS. Deiparae: PG 98, 343, 346).

[4]Ver estudios citados en la bibliografía final. Sobre el itinerario formativo, resumo los contenidos en: Espiritualidad mariana(Valencia, EDICEP, 2009) cap.VIII, 4 (María y la vocación sacerdotal).

 

[5]Dice San Agustín: "También para María, de ningún valor le hubiera sido la misma maternidad divina, si no hubiera llevado a Cristo más felizmente en su corazón que en su carne" (Sobre la santa virginidad, 3).

 

[6]Pablo VI, Alocución, en Santa María la Mayor, 21 noviembre 1964).

 

[7]Ver bibliografía final, sobre la espiritualidad mariana del sacerdote ministro.

 

[8]Ver éstos y otros textos marianos en su contexto: PO 19; OT 8; can. 246, 276; PDV 36, 38, 45, 82. En la exhortación apostólica Pastores gregis: nn.3,13, 14-15, 36, 74.

 

[9]Resumo la espiritualidad mariana sacerdotal de San Juan de Ávila, en:La doctrina mariológica del Maestro San Juan de Avila: Marianum 62 (2001) 91-114.

 

[10]Sobre la fuente de estas afirmaciones del Santo Cura de Ars, ver la nota 2 y también: Juan XXIII, Sacerdotii nostri primordia (encíclica con ocasión del primer centenario de su muerte, 1959).

 

[11]Benedicto XVI, Video conferencia, Retiro en Ars, 28 septiembre 2009).

 

Visto 268 veces

Deja un comentario

Asegúrate de llenar la información requerida marcada con (*). No está permitido el Código HTML. Tu dirección de correo NO será publicada.