Lunes, 11 Abril 2022 11:16

I. JESUS EVANGELIZADOR

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I. JESUS EVANGELIZADOR
 
1. Jesús, el enviado
 
A) Conciencia misionera de Jesús y fidelidad a la misión del Padre
B) Misión preanunciada y preparada
C) Jesús, el enviado del Padre con la fuerza del Espíritu
 
2. La acción evangelizadora de Jesús
 
A) El anuncio de la Buena Nueva y del Reino
B) La cercanía a todo ser humano en su situación concreta
C) Una vida hecha donación
 
3. Jesús, Salvador y Redentor universal
 
A) Dios hecho nuestro hermano
B) Portador de una vida nueva
C) Para salvación y redención de todos
 
1. Jesús, el enviado
 
Jesús, el "apóstol" o enviado por el Padre (Jn 4,17), "pasó haciendo el bien" Act 10,30), "evangelizando a los pobres" (Lc 4,18). El Señor vivió esta misión y esta acción misionera como fidelidad a los planes de Dios Amor y, consiguientemente, como fidelidad y entrega salvífica a los hombres sus hermanos, en un camino histórico, que sigue siendo realidad.
 
Una reflexión teológica sobre la "misión" y la "evangelización" no puede partir principalmente de "conceptos" ni de experiencias personales, sino de un hecho, una realidad salvífica: Cristo evangelizador. Antes de pasar a la elaboración de unos conceptos sobre la teología de la evangelización, que tengan en cuenta la experiencia concreta personal y comunitaria, hay que constatar el hecho de la fe. 
 
Jesús es el enviado del Padre para una acción evangelizadora, en la que muestra su realidad de Salvador y Redentor universal. Así manifiesta "su gloria" de Hijo de Dios hecho nuestro hermano, y los que le seguimos nos reafirmamos en la fe, para vivirla y anunciarla (Jn 1,14; 2,11-12). Sin esta actitud relacional de adhesión personal comprometida con Cristo, toda reflexión teológica no pasaría de ser un juego de palabras. 
 
A) Conciencia misionera de Jesús y fidelidad a la misión del Padre
 
En Cristo, su ser, su obrar y su vivencia quedan enmarcadas en el ámbito de una "misión" o envío. El es "el Hijo enviado" por el Padre "para salvar al mundo" (Jn 3,17). 
 
Jesús se presenta como "enviado" con una dinámica salvífica. Su "venida" al mundo es para llevar el mundo a Dios: "salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y vuelvo al Padre" (Jn 16,28; cf. 13,3). Toda su vida queda orientada por esta dinámica pascual: "voy al Padre" (Jn 14,12.28; 16,5-10; 21,17).
 
Esta dinámica real y existencial de la misión de Jesús indica:
 
- una preexistencia como Hijo de Dios,
- una misión de inserción comprometida,
- una acción salvífica del Espíritu,
- un paso pascual hacia el Padre por medio de la muerte y resurrección,
- una nueva presencia que fundamenta y da sentido esperanzador a la misión de la Iglesia: "volveré a vosotros" (Jn 14,18); "estaré con vosotros" (Mt 28,20).
 
El evangelio de Juan presenta toda esta dinámica como envío o misión, con la particularidad de subrayar el amor del Padre que envía y da a su Hijo para la salvación del mundo. Este amor de Dios (o de "Dios Amor", dirá la prima carta de Juan) es el origen de la misión de Jesús. El hecho de que el Hijo de Dios haya venido a "narrar" cómo es Dios (Jn 1,18), es un don del amor de Dios a los hombres: "de tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga una vida eterna" (Jn 3,16). 
 
La fidelidad de Jesús a la misión del Padre es una nota dominante de las narraciones evangélicas. Hay un proyecto de salvación, trazado por el Padre, que Jesús debe y quiere seguir: "¿no sabíais que me había de ocupar en las cosas de mi Padre?" (Lc 2,49); "no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42). Para Jesús, ese proyecto del Padre es como su "comida" (Jn 4,34), su razón de ser. Su fidelidad al Padre es la garantía de autenticidad en la misión. 
 
La conciencia que tiene Jesús de ser enviado por el Padre es la misma que tiene de ser Hijo de Dios. Su fidelidad responsable y salvífica no sería posible sin esta conciencia, que se convierte en vivencia honda, como de "consorte" o Esposo de toda la humanidad, desde el día de la encarnación. 
 
B) Misión preanunciada y preparada
 
Desde el inicio de la historia, en cada corazón humano, en cada cultura y en cada pueblo, Dios ha sembrado un aliento de esperanza sobre una salvación definitiva. El Antiguo Testamento ofrece datos de esta esperanza universal, pero, sobre todo, resume una gracia nueva de Dios: la esperanza "mesiánica" que Dios había revelado al pueblo de Israel, como custodio de un patrimonio universal común y como "signo levantado en medio de las naciones" (Is 11,12; cf. SC 2). 
 
Si en otros pueblos y culturas se pueden encontrar "semillas del Verbo" y "preparación evangélica" , sólo en la revelación veterotestamentaria encontramos la esperanza concreta y personal sobre la venida del Mesías. 
 
Las promesas hechas por Dios a los primeros padres (Gen cap. 1-12) son un patrimonio de toda la familia humana. Precisamente la promesa sobre el "Salvador" victorioso sobre el mal, en el fragmento que acostumbramos a llamar "protoevangelio", indica una salvación que atañe a todos los descendientes de Adán y Eva (Gen 3,15). Las promesas hechas a Abrahán y a su descendencia son una bendición para "todas las familias de la tierra" (Gen 12,2-3).
 
Desde Moisés en adelante, aparece frecuentemente la "misión" o envío para salvar o liberar al pueblo (Ex 3,15). Jueces y profetas serán los continuadores de esta misión. 
 
Estas promesas mesiánicas se basan en una "Alianza" ("berit") o pacto de amor, que Dios establece con Abrahán (Gen 15,18) y en el Sinaí ((Ex 19-24). Las promesas de esta alianza se concretarán en David (2Sam 7,11; cf. Sal 89). Este pacto es sellado con sangre (sacrificios), según costumbres beduinas, como indicando la fusión de dos pueblos (Dios e Israel). Los profetas subrayan más el aspecto amoroso o el "amor" esponsal y misericordioso ("hesed") (Is 63,7; Os 2,21; Jer 16,5). Jeremías habla de una futura nueva Alianza (Jer 31,31-34), abriendo los horizontes a toda la humanidad. 
 
En esta misión salvífica, anunciada y realizada por los profetas y que sostuvo la esperanza de Israel, no falta la perspectiva universal hacia "todos los pueblos" (Is 52,10), como continuación de las primeras promesas de Dios: "volveos a mí y seréis salvados, confines todos de la tierra, porque yo soy Dios y no existe ningún otro" (Is 45,22). 
 
Se anuncia un "Salvador", que será el "ungido" del Señor, el Mesías o Cristo . Todas las esperanzas mesiánicas tienden a "la plenitud de los tiempos", cuando Dios "ha enviado a su Hijo nacido de la mujer" (Gal 4,4; cf. Gen 3,15). En el Mesías "esperado" se cumplen las promesas (Lc 2,25-26.38). En él, "han visto todos los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios" (Is 52,10). "En su nombre pondrán las naciones su esperanza" (Mt 12,21; cf. Is 42,1-4).
 
En cada pueblo, cultura y religión hay un "camino" jalonado de "huellas" que preparan el encuentro con "Cristo". Las etapas del pueblo de Israel (éxodo, desierto, marcha hacia Jerusalén) son una pauta peculiar, como "tipo" de un "camino" para llegar a Cristo, que, como Hijo de Dios hecho hombre, es "el camino", hacia "la verdad y la vida" definitiva y plena (cf. Jn 14,6). 
 
C) Jesús, el enviado del Padre con la fuerza del Espíritu
 
Jesús vivió de modo permanente y totalizante la misión recibida del Padre. Toda su vida fue "epifanía" y "expresión" personal de Dios: "quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9; cf. 12,45-46). No es, pues, un mero fundador de religión, que comparte con otros una fuerte experiencia de Dios, sino "el Hijo unigénito" enviado personalmente por el Padre (Jn 1,18; 6,46), para mostrarnos, en su propia vida, cómo es "Dios Amor" (1Jn 4,7ss).
 
El mismo Dios, en el que creen todos los pueblos y todas las religiones, se muestra, en Cristo, tal como es. Ningún ser humano y, por tanto, ningún fundador de religión, ha visto a Dios. Sólo Jesús, "el unigénito... nos lo ha dado a conocer", por el hecho de venir de Dios como Hijo enviado (cf. Mt 11,27; Jn 1,18). 
 
La misión de Jesús es la de revelar al Padre que le ha enviado: "ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17,3). Por esto, Jesús invita, por una parte, a descubrir el amor de Dios manifestado en todas las criaturas (Mt 6,26ss); pero, por otra parte, él mismo se presenta como "enviado" y como la máxima manifestación de este "amor" divino (Jn 3,16-17). Dios "nos ha hablado por su Hijo" (Heb 1,2); "Dios ha enviado a su propio Hijo con una naturaleza semejante a la del pecado" (Rom 8,3; cf. Gal 4,4). "La luz del rostro de Dios resplandece con toda su belleza en el rostro de Jesucristo, 'imagen de Dios invisible' (Col 1,15), 'resplandor de su gloria' (Heb 1,3), 'lleno de gracia y de verdad' (Jn 1,14)" (VS 2).
 
La misión que Jesús recibió del Padre se realizó con la fuerza o bajo la acción del Espíritu Santo. Jesús es el "ungido" o consagrado por el Espíritu (Lc 4,18; Is 61,1). El Padre lo ha enviado al mundo así, como "sellado" o marcado para una misión de amor (Jn 6,27; 10,36). La fe consistirá, pues, en recibir "al que Dios ha enviado" (Jn 6,29).
 
Por esta misión del Padre con la fuerza del Espíritu, Jesús es el "ungido" ("Mesías"), "que había de venir" (Mt 11,3; cf. Mal 3,1) . Así lo reconocen sus primeros discípulos (Jn 1,41; Mt 16,16). 
 
En la acción misionera, Jesús se mueve siempre guiado por el Espíritu, como ungido por él. Puesto que la misión tiene origen en el amor del Padre y en sus planes salvíficos, Jesús es "conducido por el Espíritu hacia el desierto"; así refuerza la misión con oración y sacrificio y la aquilata en la prueba (Lc 4,1; cf. Mt 4,1). Es el mismo Espíritu quien le lleva a la predicación (Lc 4,14) y a la "evangelización de los pobres" (Lc 4,18). Y si Jesús "pasó haciendo el bien", es porque se movía por el amor del Padre y del Espíritu: "lo ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder" (Act 10,38).
 
La vida de Jesús era esencialmente misión a partir de su unción o consagración. Cristo, el "ungido" ("Mesías"), había recibido la unción de profeta, sacerdote y rey. La unción era para el anuncio de la Buena Nueva (Lc 4,18), para inmolarse "por el Espíritu" de amor (Heb 9m14) y para extender su Reino de justicia y de paz a todos los pueblos (Lc 1,33). 
 
Precisamente por ser "el enviado" del Padre con la fuerza del Espíritu, "Jesús mismo, Evangelio de Dios, ha sido el primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena" (EN 7). 
 
2. La acción evangelizadora de Jesús
 
En su acción evangelizadora, Jesús sigue continuamente los designios del Padre sobre la salvación de la humanidad. Se puede sintetizar esta acción en tres grandes líneas: el anuncio del mensaje, la cercanía a la situación humana concreta, la donación sacrificial de sí mismo.
 
Estas grandes líneas se pueden desglosar en diversos "aspectos esenciales": el anuncio del Reino y de la salvación, la llamada  a "un cambio total interior" y a "una conversión radical", la confirmación del mensaje por medio de "signos" salvíficos, la construcción de una comunidad de creyentes. 
 
A) El anuncio de la Buena Nueva y del Reino
 
La "Buen Nueva" y el "Reino" son, en la predicación de Jesús, dos conceptos complementarios, que se refieren a una realidad muy rica de contenido: la persona de Jesús, su mensaje de paz, sus signos de salvación definitiva... La misión de Jesús no tiene fronteras porque su mensaje es mensaje de paz universal: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor" (Lc 2,14). Jesús lo resumió así: "también a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado" (Lc 4,43).
 
La predicación de Jesús se puede resumir en el sermón de la montaña. Las "bienaventuranzas" son el anuncio de la ley nueva del amor, que corresponde a la Nueva Alianza. Tomando como punto de referencia el amor de Dios, "que hace salir su sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45), la conducta de los creyentes en Cristo ya sólo se puede basar en el amor: "amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen" (Mt 5,44). De este modo se participa en la filiación divina de Jesús: "para que seáis hijos de vuestro Padre" (Mt 5,45). El "mandamiento nuevo" resumirá el mismo mensaje, tomando a Jesús como modelo y maestro: "amaros como yo os he amado" (Jn 13,34). 
 
Los contenidos doctrinales que Jesús confió a los apóstoles (Mt 10,5-42) son los mismos del sermón de la montaña. El mensaje de Jesús gira en torno a los que sufren, los pobres, la misericordia, la paz, la sed, las lágrimas, la persecución... 
 
Cuando Jesús anuncia que "ha se ha cumplido el tiempo", se refiere a que "el Reino de Dios está cerca". Entonces el anuncio se hace llamada a un cambio radical ("conversión"), para "creer en el evangelio" o Buena Nueva (Mc 1,15-16). 
 
El "evangelio" de Jesús "es poder de Dios para la salvación de todo creyente" (Rom 1,16). Por esto, "Cristo, en cuanto evangelizador, anuncia ante todo un Reino, el Reino de Dios; tan importante que, en relación a él, todo se convierte en lo demás, que es dado por añadidura. Solamente el Reino es, pues, absoluto y todo el resto es relativo" (EN 8). Jesús habla de este Buena Nueva del Reino, presentando:
 
- condiciones para pertenecer a él y dificultades consecuentes (Mt 5,3-16),
- "pautas" y "carta magna" (Mt 5-7),
- mensajeros del Reino (Mt 10,7ss),
- contenidos del Reino y pertenecientes al Reino (Mt 13 y 18),
- preparación para el Reino definitivo (Mt 24-25). 
 
El Reino, que Jesús predica, está ya aguardando en la puerta del corazón de cada hombre, está en la comunidad eclesial fundada por Jesús (como inicio del Reino) (LG 5) y un día será plenitud para todos los que se hayan abierto al amor. Es, pues, Reino "carismático" (o de "gracia"), institucional (Iglesia visible) y escatológico (de encuentro definitivo en el más allá). Los tres niveles del Reino indican la persona de Jesús, presente en el corazón, en la comunidad y esperando en el encuentro final. 
 
B) La cercanía a todo ser humano en su situación concreta
 
Por su encarnación, el Hijo de Dios, el Verbo, se ha hecho protagonista, esposo ("consorte"), hermano de toda la humanidad. "Se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22). El hecho de "habitar entre nosotros" (Jn 1,14) significa que estableció su "tienda de caminante" en medio nuestro, para compartir esponsalmente toda la historia humana. 
 
En las páginas evangélicas, Jesús se muestra siempre cercano a toda persona humana en su situación concreta de búsqueda, pobreza, enfermedad, sufrimiento, soledad, marginación, pecado... Y también en las circunstancias de gozo y de fiesta. Nada le es indiferente. Vive insertado en la historia, en la cultura, en las costumbres, en los gozos y esperanzas. "Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón", en el de Cristo y, por tanto, en los que le siguen (GS 1). 
 
Las parábolas del evangelio indican que Cristo vivió lo que enseñaba: "hizo y enseñó" (Act 1,1). En su vida de Nazaret durante los años de la vida pública, buscó, en la vida cotidiana de su tiempo, las expresiones y comparaciones que podían servir para presentar su mensaje. Cada circunstancia del quehacer humano se le convertía en sintonía y solidaridad: el trabajo, la convivencia, la naturaleza, los acontecimientos... El, que era el Verbo o Palabra personal de Dios, se expresaba con nuestro lenguaje y con nuestras preocupaciones, hecho en todo "semejante" a nosotros, "menos en el pecado" ((Heb 4,15). 
 
Enseñanzas doctrinales, parábolas, figuras literarias y milagros, todo era una expresión de su epifanía y cercanía, como Verbo hecho hombre y como Emmanuel o Dios con nosotros. Los milagros eran signos salvíficos portadores de un mensaje asequible y cercano, y, al mismo tiempo, trascendente, como dejando entrever "su gloria" de Hijo de Dios (Jn 1,14; 2,11), para mostrar una bondad y amor que no se impone, para "salvar" una circunstancia de vida humana (pecado, enfermedad, sufrimiento...) transformándola en un signo de la vida escatológica del más allá. Con los milagros, siempre realizados en bien de los demás, Jesús buscaba suscitar la fe como adhesión personal e incondicional: "para que crean que tú me has enviado" (Jn 11,42; cf. 2,11; 20,31). 
 
Los signos salvíficos ("sacramentos"), que Jesús ha dejado a su Iglesia, son signos portadores de su presencia y de su misma acción salvífica, inmanente y trascendente. Nos dejó los signos de su misma persona (los "Apóstoles"), de su palabra, de su sacrificio redentor (Eucaristía), del nuevo nacimiento (bautismo), de la unción del Espíritu (confirmación), del perdón (reconciliación), del servicio de dirigir la comunidad (jerarquía)... Todos estos signos son una actualización de la cercanía de Cristo, "luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1,9). 
 
Jesús, Buen Pastor, para poder hacer de la vida una donación en bien de sus ovejas, primero las conoce amando y luego las llama por su nombre, las guía, las defiende, porque "son suyas", tanto las que ya están en el redil, como "las otras" que un día formarán "el único rebaño del único pastor" (Jn 10,1-18). 
 
C) Una vida hecha donación
 
La vida entera de Jesús es donación sacrificial. La misión, de la que Jesús era consciente y portador, no era sólo de anuncio y de cercanía, sino también de "sangre", es decir, de vida donada como sacrificio de la "Nueva Alianza" (Lc 22,19-22), ofrecido "por todos" (Mt 26,28). Jesús sabía que "tenía que padecer para entrar en su gloria" (Lc 24,26); "había de morir... para congregar a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52). 
 
Esta oblación de Jesús, desde el día de la Encarnación (Heb 10,5-7) hasta la cruz (Jn 19,30), era el precio de su "inserción" en el mundo para cumplir la misión salvífica encargada por el Padre. La misión o "mandato del Padre" incluía el "dar la vida" como Buen Pastor (Jn 10,11-18).
 
La misión de Jesús es totalizante, como de quien está "consagrado" y pertenece totalmente a la obra evangelizadora. Está consagrado como profeta que anuncia un mensaje, como rey que establece un nuevo reino y como sacerdote y víctima que se ofrece a sí mismo en sacrificio para salvar a su pueblo. La "obra encomendada" por el Padre incluye esta "inmolación" por "los suyos" (Jn 17,4-10). 
 
Jesús, como Buen Pastor, consigue la salvación de su Iglesia (comunidad "convocada") con el precio de "su sangre" (Act 20,28). Es el "Supremo Pastor" que traza la pauta sacrificial para la misión de todo evangelizador (1Pe 5,2-4). "Jesucristo en la cruz lleva a perfección su caridad pastoral con un total despojo exterior e interior" (PDV 30).
 
Jesucristo es el "Mesías" (el "ungido") que fue anunciado con la imagen del "pastor" (Ez 34,11-31; Sal 21-22). La búsqueda incansable de todas las ovejas descarriadas (Lc 15,4-7) nace de su "compasión" (Mt 9,36; 14,14) y se traduce en una actitud constante de llamada, orientación, defensa, comunicación de vida y donación de la propia existencia (Jn 10,2ss). 
 
Esta donación de Cristo es de amor esponsal: "amó a la Iglesia y se entregó por ella"... (Ef 5,25ss). Es el "Esposo" (Mt 9,15) o "consorte", que corre la suerte de la humanidad hasta morir por todos para salvarlos a todos. 
 
La caridad del Buen Pastor (caridad "pastoral") es la expresión de la máxima disponibilidad para la misión. Este amor o celo apostólico llega hasta darse a sí mismo, sin pertenecerse y como consorte (esposo). Por esto la caridad del Buen Pastor se expresa en la pobreza (Mt 8,20), la obediencia (Jn 4,34) y la virginidad (Mt 9,15; 19,29). El Buen Pastor, amando así, "da su vida en redención por todos" (Mc 10,45). 
 
3. Jesús, Salvador y Redentor universal
 
En toda la historia humana se encuentran experiencias religiosas de "salvación" y de liberación del pecado y del mal. Dios se ha manifestado y ha guiado a la humanidad "de muchas maneras" (Heb 1,1). Pero "en estos últimos días nos ha hablado por medio del Hijo" (Heb 1,2). El es la revelación divina y la salvación plena y definitiva.
 
En "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), hemos sido llamados a participar en "la plenitud" de Cristo, el Hijo unigénito de Dios. Sólo él puede llevar a toda la humanidad a la salvación plena de hijos de Dios, y a la liberación definitiva del pecado y de la muerte, comunicándonos una "vida nueva" (Rom 6,4) para un "nuevo nacimiento" (Jn 3,3). "En esta Palabra definitiva de su revelación, Dios se ha dado a conocer del modo más completo, ha dicho a la humanidad quién es. Esta autorevelación definitiva de Dios es el motivo fundamental por el que la Iglesia es misionera por naturaleza" (RMi 5).
 
A) Dios hecho nuestro hermano
 
El misterio de la Encarnación del Verbo, el Hijo de Dios hecho hombre, será siempre insondable. Pero ya se puede vislumbrar en la vida del mismo Jesús. Efectivamente, en sus gestos y en sus palabras, y todo su modo de vivir, entrevemos su "gloria", su realidad de Hijo de Dios hecho nuestro hermano: "hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).
 
En la existencia humana y salvífica  de Jesús (su "pro-existencia"), descubrimos su realidad divina (su "pre-existencia"). La máxima cercanía e inserción de Jesús es debida a su realidad de Hijo de Dios hecho donación a la humanidad entera (Jn 3,16). No sería posible la salvación y redención universal sin esta realidad de Jesús, "perfecto Dios y perfecto hombre", que quiere "salvar al hombre por medio del hombre". 
 
En todas las culturas y pueblos, también en su experiencia religiosa, se pueden encontrar "semillas del Verbo"; pero sólo en Jesús encontramos el Verbo en sí mismo, hecho hombre por nosotros. "Es el Espíritu Santo que esparce 'las semillas de la Palabra' presentes en los ritos y culturas, y las prepara para su madurez en Cristo" (RMi 28). 
 
Si al apóstol "Cristo le espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88), ello es debido al misterio de la Encarnación, que nos revela la unión de Cristo "con todo hombre" (GS 22), como consorte o solidario de una misma suerte. Esta unión de Cristo con cada ser humano explica el objetivo de su misión: "salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10). Cada creyente es responsable de esta misión: "lo que hicisteis a uno de mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).
 
Este sentido familiar de la misión de Jesús aparece continuamente en su vida pública. Los que le siguen fielmente son su "madre y hermanos" (Lc 8,21; Mc 3,34-35). Estos mismos son sus "amigos" (Lc 2,4; Jn 15,14-15) y asociados a su amor esponsal (Mt 9,15). A estos sus "hermanos" les hace conocer, por medio de Magdalena, su realidad de resucitado (Jn 20,17). Jesús es "el primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,29).
 
Todo ser humano, en su propia realidad de caminante "fatigado", encuentra a Cristo, protagonista y hermano, que asume esponsalmente su vida y la de todos: "venid a mí todos los que estáis fatigados por el peso de vuestra carga y yo os aliviaré" (Mt 11,28). Toda realidad y miseria humana encuentra eco en su corazón, como quien "ha cargado con nuestras enfermedades" (Mt 8,17). "El amor de Jesús es muy profundo: él, que 'conocía lo que hay en el hombre' (Jn 2,15), amaba a todos ofreciéndoles la redención, y sufría cuando ésta era rechazada" (RMi 89). 
 
El misterio del hombre sólo puede comprenderse a partir de Cristo: "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS 22).
 
B) Portador de una vida nueva
 
La acción evangelizadora de Jesús tiene como objetivo el de comunicar una vida nueva: "vine para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10). Es una "vida eterna", imperecedera, como participación de la vida divina, que se recibe por el hecho de conocer amando a Dios y a su Hijo Jesucristo (Jn 17,2-3). Dios ha enviado a su Hijo para que, comunicándonos su Espíritu, lleguemos a tener "la adopción de hijos" (Gal 4,4-7; Ef 1,5).
 
Esta vida nueva la compara Jesús a un "nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu Santo" (Jn 3,5). De hecho, es participación de la misma vida y filiación de jesús, "como el sarmiento unido a la vid" (Jn 15, 4-5). Por la fe y la eucaristía, se participa de su misma vida (Jn 6,57). 
 
La "voluntad del Padre", al enviar a su Hijo, es que todo el que crea en el él, tenga la vida eterna" (Jn 6,40). Cristo es el Verbo encarnado, "en quien estaba la vida como luz de los hombres" (Jn 1,4). Quienes reciben a Cristo, luz y vida, "reciben el poder de venir a ser hijos de Dios", porque "nacen de Dios" (Jn 1,12-13).
 
Jesús comparó esta vida nueva al "agua viva", que es como "fuente que salta hasta la vida eterna" (Jn 4,10-14) y "ríos de agua viva" (Jn 7,38), que sacian plenamente la sed humana de verdad y de bien. Es la vida nueva del Espíritu Santo, como expresión del amor personal entre el Padre y el Hijo, que se comunica a los que creen en Cristo (Jn 7,38-39).
 
Jesús se compara a una vid, de cuya vida participan los sarmientos (Jn 15,5). San Pablo usa frecuentemente la figura del "cuerpo", cuya "cabeza" es Cristo: "a él, Dios le puso por cabeza de todas las cosas en la Iglesia, que es su cuerpo" (Ef 1,22-23); "él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia" (Col 1,18). La vida nueva es, pues, vida en Cristo y en el Espíritu enviado por él. Por Cristo, "todo el cuerpo, alimentado y trabado por las junturas y ligamentos, crece en aumento divino" (Col 2,19). 
 
Es el mismo Jesús quien se presenta como "pan de vida... por la vida del mundo" (Jn 6,51). Por su vida donada (sangre derramada) en la cruz, ya podrá comunicar el "agua" de esta vida nueva en el Espíritu (Jn 19,34-35, en relación con Jn 7,37-39). 
 
La misión de Jesús, como Verbo encarnado enviado por el Padre con la fuerza del Espíritu Santo, tiene como objetivo "hacer a los hombres partícipes de la naturaleza divina" (AG 3). Esta nuestra riqueza es fruto del anonadamiento y de la pobreza de Jesús: "siendo rico se hizo pobre por amor vuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza" (2Cor 8,9). "La urgencia de la actividad  misionera brota de la radical novedad  de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos. Esta nueva vida es un don de Dios, y al hombre se le pide que lo acoja y desarrolle, si quiere realizarse según su vocación integral, en conformidad con Cristo" (RMi 7). "La novedad de vida en él es la 'Buena Nueva' para el hombre de todo tiempo; a ella han sido llamados y destinados todos los hombres" (RMi 11).
 
A partir de la vivencia de esta vida nueva, es posible entender las exigencias de la moral cristiana . "El hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el Primogénito entre muchos hermanos, recibe 'las primicias del Espíritu' (Rom 8,23), las cuales le capacitan para cumplir la ley nueva del amor" (GS 22). 
 
C) Para salvación y redención de todos
 
El nombre de "Jesús" indica su misma misión de "Salvador", que ha venido para "salvar a su pueblo de sus pecados" (Mt 2,21). Por ser el Hijo de Dios hecho hombre, que había de "dar su vida en redención de todos" (Mc 10,45), "la salvación no puede venir más que de Jesucristo" (RMi 5).
 
No es sólo salvación de un mal concreto (el dolor, la ignorancia, la injusticia, la duda...), sino una salvación integral y universal, que abarca todo el ser humano y la humanidad entera. "Abrirse al amor de Dios es la verdadera liberación" (RMi 11). El ser humano queda salvado si se abre a los planes de Dios Amor sobre toda la humanidad.
 
Es una salvación realizada por la muerte y resurrección de Jesús. Es "redención", "adquisición" con el precio de "su sangre" (Act 20,28), que libera principalmente del pecado por ser éste la raíz de todos los males: "con sus heridas (su sangre) habéis sido curados" (1Pe 2,24). 
 
Jesús es "el Salvador del mundo" (Jn 4,42; 1Jn 4,14). La salvación es el objetivo de su misión: "Dios envió a su Hijo para salvar al mundo por medio de él" (Jn 3,17). Jesús, también ahora, se hace encontradizo con cada ser humano, para solidarizarse con él en el camino y búsqueda de la verdad y del bien. 
 
En el camino histórico de la humanidad hubo un fracaso inicial: el pecado original. Desde entonces, muchas veces el error y el mal se disfrazan de verdad y de bien. El pecado, la enfermedad, la opresión de los hermanos y la muerte, forman parte del tejido humano personal y comunitario. El pecado de Adán ha contagiado a toda la humanidad. Pero "la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos" (Rom 5,15).
 
La salvación que ofrece Jesús es integral y para todos, asumiendo él la responsabilidad de rehacer el tejido del corazón humano y de la sociedad, desde las raíces. Es, pues, una salvación redentora, que libera de todo mal, del pecado que es su raíz, y de la muerte. Su encarnación, su vida, su muerte y resurrección son el "misterio pascual", que "pasa" y hace pasar a la vida nueva de Dios Amor. "Jesús, Señor nuestro, fue entregado por nuestros pecados y fue resucitado para nuestra justificación" (Rom 4,25).
 
Precisamente porque Jesucristo es el Salvador y Redentor universal, "sólo en él se fundamenta la misión" (RMi 4). El es "la Palabra definitiva de la revelación" (RMi 5) y "el centro del plan divino de salvación" (RMi 6). "El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre perfec¬to, salvara a todos y recapitulara todas las cosas. El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergen¬cia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones" (GS 45).
 
La Iglesia es portadora de este mensaje. La "redención" o liberación total del hombre, sólo se obtiene por el sacrificio redentor de Cristo, "por su sangre" (Ef 1,7; cf. Col 1,20). Por esto, "todas las cosas tienen en él su fundamento" (Col 1,17).
 
En Cristo, "se ha manifestado la gracia salvífica de Dios para todos los hombres", puesto que "Cristo Jesús, Salvador nuestro, se entregó por nosotros para redimirnos de toda iniquidad" (Tit 2,11-14). Ya "no hay salvación en otro, sino en Jesús" (Act 4,12). Jesús es "la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1,9), "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6), "nuestra redención" (1Cor 1,30). 
 
La Iglesia, para cumplir esta misión salvífica, se inspira en la misma misión de Jesús. El es "el Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, hecho El mismo carne y habitando en la tierra, entró como hombre perfecto en la historia del mundo, asumiéndola y recapitu¬lándola en sí mismo. El es quien nos revela que Dios es amor (1Jn 4,8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, es el mandamiento nuevo del amor... Constituido Señor por su resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra, obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre" (GS 38). 
 
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Ver otros estudios en los capítulos posteriores. Bibliografía sobre otros temas particulares del presente capítulo: esperanza (nota 9), gracia (nota 40), redención (nota 45), etc.
 
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