Lunes, 11 Abril 2022 11:16

VI. LA IGLESIA EN ESTADO DE MISION. DIMENSION ECLESIOLOGICA DE LA MISION

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VI. LA IGLESIA EN ESTADO DE MISION. DIMENSION ECLESIOLOGICA DE LA MISION

 

1. Naturaleza misionera de la Iglesia

 

A) Iglesia, fundada para evangelizar

B) Iglesia, misterio y comunión para la misión

C) Iglesia "escatológica", peregrina hacia el encuentro final

 

2. Iglesia, "sacramento universal de salvación"

 

A) Universalismo y ámbitos de la misión eclesial

B) La salvación de Cristo por medio de la Iglesia "sacramento universal de salvación"

C) Una eclesiología en clave misionera

 

3. Responsables y agentes de la misión de la Iglesia

 

A) Los sucesores de los Apóstoles y las Iglesias particulares

B) Sacerdotes, religiosos y laicos

C) Instituciones misioneras y coordinación de los esfuerzos misioneros

 

1. Naturaleza misionera de la Iglesia

 

      Ser y sentirse Iglesia, equivale a asumir la finalidad para que ha sido fundada: evangelizar a todos los pueblos. Evangelizar no es, pues, una cuestión privada o facultativa, sino "un acto profundamente eclesial" (EN 60). "La presentación del mensaje evangélico no constituye para la Iglesia algo de orden facultativo; está de por medio el deber que le incumbe, por mandato del Señor, con vistas a que los hombres crean y se salven" (EN 5).

 

      A la Iglesia se le ha confiado la "misión de Dios", es decir, la misión que proviene del Padre, por el Hijo, en el Espíritu (cf. AG 2-5). La "misión de la Iglesia" constituye su misma razón de ser. "La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre" (AG 2). "Existe, por tanto, un nexo íntimo entre Cristo, la Iglesia y la evangelización" (EN 16).

 

      Todo creyente pasa a formar parte de "una comunidad que es, a la vez, evangelizadora" (EN 13). La Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús, es enviada por él para evangelizar, sigue evangelizándose a sí misma y envía continuamente evangelizadores (cf. EN 15). La naturaleza misionera de la Iglesia se basa en su "sacramentalidad" (Iglesia misterio), en su catolicidad (Iglesia comunión) y en su apostolicidad (Iglesia misión).[1]

 

      A) Iglesia, fundada para evangelizar

 

      La Iglesia, por voluntad de Cristo, está constituida por personas llamadas a ejercer uno servicios y que han recibido gracias especiales para ello. Está, pues, formada por vocaciones, ministerios y carismas. Todos estos signos eclesiales son transparencia e instrumento de Cristo, cada uno según su propia naturaleza. "La Iglesia existe para evangelizar" (EN 14) y, por tanto, "no es fin para sí misma" (RMi 19).

 

      La misión de evangelizar define a la Iglesia, deriva de "su naturaleza" (AG 2), la construye y hace que se realice continuamente. La fidelidad al mandato misionero de Jesús constituye su fidelidad esponsal. Como "esposa" de Cristo, comparte su misma misión. Su fidelidad a la misión equivale a sintonía con el amor de Cristo. El amor urge a la misión (GS 45).[2]

 

      El mandato misionero de Cristo (que hemos estudiado en el capítulo IV) se concreta en "el deber de la Iglesia de propagar la fe y la salvación de Cristo" (AG 5); pero es, al mismo tiempo, una urgencia que proviene de "la vida que a sus miembros infunde Cristo" (ibídem; cf. RMi 11; EN 5).

 

      Los títulos bíblicos aplicados a la Iglesia indican su naturaleza misionera: cuerpo, pueblo, reino, sacramento o misterio, esposa, madre... En toda comunidad eclesial, estos títulos señalan un dinamismo espiritual y apostólico de crecimiento hacia dentro y hacia fuera.[3]

 

      La Iglesia es "cuerpo de Cristo" (Col 1,24), es decir, su expresión y "complemento" (Ef 1,23). Recibiendo la vida de su "cabeza", que es el mismo Cristo (Ef 1,22; 5,23; Col 1,18), este cuerpo crece hasta que abarque a toda la humanidad redimida (Ef 4,15). El nacimiento y el crecimiento del cuerpo místico de Cristo tiene lugar principalmente a partir de su cuerpo eucarístico.[4]

 

      La Iglesia es el "pueblo de propiedad" de Dios (1Pe 2,9), que tiene su origen en el pacto esponsal o "alianza" sellada ahora con la "sangre" de Cristo Redentor (Act 20,28), derramado "por todos" (Mt 26,28). Este pueblo es "signo levantado ante las naciones" (Is 11,12; SC 2), para hacer de todas ellas un solo pueblo de Dios.[5]

 

      El título "reino", aplicado a la Iglesia, tiene que matizarse en el sentido de pertenecer a Cristo, de ser anunciadora del reino y su inicio en esta tierra. "La Iglesia es el reino de Cristo" (LG 3), como "el germen y el principio del reino" (LG 5). Este reino ha sido inaugurado por el mismo Cristo, en cuanto que es él mismo viviendo en el corazón del hombre y presente en la Iglesia; este reino será definitivo en el más allá (cf. Mc 1,5; Mt 25,34).[6]

 

      La Iglesia es "misterio" o "sacramento", es decir, signo transparente y portador (instrumento) de Cristo. Propiamente es Cristo el "misterio" (1Tim 3,16), manifestado y comunicado ahora "por medio de la Iglesia" (Ef 3,9-10). En este "misterio", conocemos los planes salvíficos de Dios en Cristo, que deben ser anunciados y comunicados a todos los pueblos como coherederos de las promesas (Ef 3,1-10).[7]

 

      La Iglesia es esposa de Cristo (Ef 5,25-32; 2Cor 11,2), que comparte su misma misión como consorte y complemento suyo (Ef 1,23). El celo apostólico, como el de Pablo, se basa en esta realidad esponsal: hacer que la comunidad sea fiel a Cristo Esposo (2Cor 11,1-2). La comunidad humana, redimida por Cristo, le pertenece a él como esposa (Rom 2,4; 1Cor 6,19). Por la redención de Cristo, todos los hombres están llamados a ser "consortes de la naturaleza divina" (2Pe 1,4). la Iglesia esposa tiene como modelo ("Tipo") a María (LG 63-64), "la mujer vestida de sol" como transparencia de Cristo (Apoc 12,1).[8]

 

      La Iglesia es madre (Gal 4,26), como esposa fecunda y virgen fiel (2Cor 11,2). Así como Jesús nació de María ("la mujer") por obra del Espíritu Santo (Gal 4,4-7), de modo semejante nace ahora de la acción apostólica de la Iglesia, en el sentido de "formar a Cristo" en los evangelizados (Gal 4,19). La naturaleza misionera de la Iglesia es de maternidad. "La comunidad eclesial ejerce por la caridad, por la oración, por el ejemplo y por las obras de penitencia una verda­dera maternidad respecto a las almas que debe llevar a Cristo. porque ella es un instrumento eficaz que indica o allana el camino hacia Cristo y su Iglesia a los que, todavía no creen, que anima también a los fieles, los alimenta y fortalece para la lucha espiritual" (PO 6).[9]

 

      La acción evangelizadora es de maternidad eclesial y encuentra en María el modelo de fidelidad a la acción del Espíritu Santo. La Iglesia postpascual (de todos los tiempos y en cada época) se inspira siempre en la persona y el mensaje de Jesús, para poder responder a las nuevas venidas del Espíritu Santo, que hace a los apóstoles testigos del Señor. Es siempre la Iglesia del Cenáculo, con María: "Por lo cual, también en su obra apostó­lica, con razón, la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles. La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres" (LG 65).[10]

 

      B) Iglesia, misterio y comunión para la misión

 

      La Iglesia es un conjunto de signos de la presencia eficaz de Cristo resucitado. En este sentido es "misterio" o "sacramento" (signo transparente y portador), "comunión" de hermanos que refleja la comunión trinitaria, para realizar la "misión" de anunciar y comunicar el mensaje de Cristo a todos los pueblos. "Jesucristo, luz de los pueblos, ilumina el rostro de su Iglesia, la cual es enviada por él para anunciar el evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15). Así la Iglesia, pueblo de Dios en medio de las naciones, mientras mira atentamente a los nuevos desafíos de la historia y a los esfuerzos que los hombres realizan en la búsqueda del sentido de la vida, ofrece a todos la respuesta que brota de la verdad de Jesucristo y de su Evangelio" (VS 2).[11]

 

      La Iglesia es "misterio" o "sacramento", como portadora del misterio de Cristo (Ef 3,9-10; 1Tim 3,16). Toda ella es un conjunto armónico de signos de la presencia activa de Cristo: Palabra, sacramentos (especialmente la eucaristía), hermanos, servicios de caridad... "Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa... Está presente con su virtud en los sacramentos... Está presente en su Palabra" (SC 7).[12]

 

      La "sacramentalidad" de toda la Iglesia (como sacramento "primordial") se manifiesta principalmente en los siete sacramentos. Pero toda la Iglesia  es "como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1). Por esto, "manifiesta y, al mismo tiempo, realiza el misterio del amor de Dios al hombre" (GS 45).[13]

 

      Jesús resucitado, presente en la Iglesia, continúa enviando su Espíritu (Jn 20,23; Mc 16,20), para hacerla su "expresión" (Jn 17,10), su "complemento" (Ef 1,23), la prolongación y continuación de su misma misión. El "misterio divino de salvación", realizado por Cristo, "nos es revelado y se continúa en la Iglesia" (LG 52). La Iglesia es, pues, misionera por su realidad de "misterio" o "sacramento".[14]

 

      La Iglesia es "comunión" de hermanos, con diversidad de carismas y en la vivencia de la unidad que refleja la comunión trinitaria: "así la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4).[15]

 

      Esta comunión se realiza en cada Iglesia particular, en torno al Obispo como sucesor de los Apóstoles. Y en esta comunión debe resonar y concretarse la comunión de la Iglesia universal presidida por el Papa como sucesor de Pedro. En cada Iglesia particular "se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica" (CD 11). De esta comunión local y universal, profundamente vivida y amada, brota la eficacia evangelizadora: "Padre, que sean uno, como tú estás en mí y yo en ti... para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21-23).[16]

 

      La comunión es el fundamento de la catolicidad de la Iglesia, y debe abarcar a toda la humanidad. "Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios, que prefigura y promueve la paz y a ella pertene­cen de varios modos y se ordenan, tanto los fieles católicos como los otros cristianos, e incluso todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia de Dios" (LG 13).[17]

 

      La Iglesia es "instrumento de unidad de todo el género humano" LG 1). La catolicidad indica la armonía de las Iglesias particulares con la Iglesia universal. Tiene, pues, el sentido misionero de esfuerzo por construir una comunión que enraíce en toda comunidad humana convertida en Iglesia del Señor. La Iglesia "es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano" (CEC 831).[18]

 

      La apostolicidad de la Iglesia indica la fidelidad a la sucesión de los Apóstoles, representada por el Papa (sucesor de Pedro) y por los Obispos (sucesores del Colegio Apostólico). Pero esta fidelidad no consiste sólo en custodiar la herencia recibida (1Tim 6,20) y en continuar el servicio apostólico de dirección, sino también en cumplir el mandato misionero dado por Cristo a sus Apóstoles y a toda la Iglesia. Por consiguiente, es fidelidad a las nuevas gracias del Espíritu Santo que urge a realizar la misión. "Por medio de los Apóstoles, la Iglesia recibió una misión universal, que no conoce confines y concierne a la salvación en toda su integridad, de conformidad con la plenitud de vida que Cristo vino a traer (cf. Jn 10,10); ha sido enviado para manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos" (RMi 31).[19]

 

      C) Iglesia "escatológica", peregrina hacia el encuentro final

 

      La misión eclesial tiene dimensión escatológica. La Iglesia vive siempre pendiente de la venida definitiva del Señor: "Jesús... vendrá" (Act 1,11); "ven, Señor Jesús" (Apoc 22,20).[20]

 

      No se trata de precisar el tiempo (cercano o lejano), sino de una tensión fecunda y activamente comprometida entre la primera venida del Señor y su venida definitiva. Por esto, "antes de que venga el Señor, es necesario predicar el evangelio a todas las gentes" (AG 9; cf. Mt 24,14); Mc 13,10). La misión tiene sentido escatológico porque consiste en dar testimonio de las dos venidas del Señor, señalando la venida del tiempo presente bajo signos eclesiales.[21]

 

      La acción misionera de la Iglesia tiende a "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10), de suerte que todos los valores auténticos de la humanidad lleguen a la "plenitud" en Cristo (Col 1,13-19; AG 9). El Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, crece continuamente hasta llegar a esa plenitud, que será herencia de todos los pueblos (cf. Ef 1,22-23; 4,13).[22]

 

      Cuando la Iglesia celebra el misterio pascual en la eucaristía, entonces anuncia que el Señor vendrá: "pues siempre que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que él vuelva" (1Cor 11,26). La Iglesia tiende hacia una "herencia incorruptible... reservada en los cielos para vosotros, a quienes el poder de Dios guarda mediante la fe, para una salvación que ha de manifestarse en el momento final" (1Pe 1,4-5).

 

      La Iglesia, pues, "prepara los caminos a la venida del Señor" (AG 1). La evangelización, por su misma naturaleza, tiene este dimensión escatológica. "Así la actividad misionera tiende a la plenitud escatológica: pues por ella se dilata el Pueblo de Dios, hasta la medida y el tiempo que el Padre ha fijado en virtud de su poder... se aumenta el Cuerpo místico hasta la medida de la plenitud de Cristo" (AG 9).

 

      Este crecimiento hasta la plenitud en Cristo (Ef 4,13) tiene sentido cultual, como de "templo espiritual donde Dios es adorado en espíritu y en verdad" (AG 9). Es toda la humanidad la llamada a ser "pueblo adquirido en posesión" (1Pe 2,9). De este modo, la acción evangelizadora tiende a que "la ofrenda de los pueblos, consagrada por el Espíritu Santo, sea agradable a Dios" (Rom 15,16).

 

      La misión tiende esencialmente a la construcción de "un nuevo cielo y una nueva tierra" (Apoc 21,1), donde "los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre" (Mt 13,43). Así, pues, "gracias a esta actividad misionera, Dios es glorificado" (AG 7).[23]

 

      En la evangelización, se obra siempre a partir de la presencia actual de Cristo en la Iglesia, que un día será una venida definitiva: "cuando Cristo, vuestra vida, aparezca, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él" (Col 3,4). Somos "coherederos" de su misma gloria de resucitado (cf. Rom 8,17). "El Dios de toda gracia os ha llamado a su eterna gloria en Cristo" (1Pe 5,10).

 

      Desear y "amar la venida" del Señor (2Tim 4,7-18), consiste en trabajar en este mundo para cambiarlo según el plan salvífico de Dios. El corazón de la Iglesia aspira a llegar a la casa definitiva; pero está insertado en el mundo para cambiarlo desde dentro abriéndolo a la libertad y a la verdad del amor. "La espera de una tierra nueva no debe amorti­guar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del mundo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios" (GS 39).[24]

 

      La esperanza cristiana es, a la vez, confianza en la acción salvífica de Dios y tensión hacia una plenitud en Cristo, que sólo será posible en el más allá. La tensión misionera ayuda a cambiar el mundo. "La Iglesia ora y trabaja para que la totalidad del mundo se integre en el pueblo de Dios" (LG 17).[25]

 

      El camino de la Iglesia peregrina es, pues, eminentemente misionero. La afirmación conciliar sobre la "Iglesia sacramento universal de salvación", se encuadra precisamente en el capítulo séptimo de la Lumen Gentium (sobre la índole escatológica de la Iglesia peregrina). La Iglesia, insertada en el mundo, aprende y vive el sentido de esta inserción, tendiendo hacia el encuentro definitivo de toda la humanidad con Cristo resucitado, cuando "Dios será todo en todas las cosas" (1Cor 15,28).[26]

 

      Los elementos básicos de la dimensión escatológica de la misión eclesial, se podrían resumir en los siguientes:

 

      - relación armónica con las otras dimensiones: trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesiológica, soteriológica, antropológica...

      - espera activa de la venida definitiva de Cristo ya presente,

      - transformación de la humanidad en "comunión" y Pueblo, como reflejo de la comunión trinitaria,

      - tensión hacia la "plenitud" en Cristo,

      - "recapitulación de todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10),

      - anuncio del evangelio a todos los pueblos,

      - orientación de todas las cosas hacia la gloria de Dios, como bien supremo del hombre,

      - tensión de esperanza: confianza y empeño comprometido en la misión universal.[27]

 

2. Iglesia, "sacramento universal de salvación"

 

      La "sacramentalidad" de la Iglesia, que hemos estudiado en este mismo capítulo (VI, 1, B), consiste en ser instrumento de salvación en Cristo para todos los hombres. Cristo es el "sacramento" original o fundamental. La Iglesia es el "sacramento" primordial o general, como prolongación de Cristo en el mundo.Esta sacramentalidad (como conjunto de signos eficaces) se concreta principalmente en los siete sacramentos. Esta realidad salvífica de la Iglesia, como fruto de la redención de Cristo Salvador, constituye su ser de "sacramento universal de salvación".[28]

 

      La salvación de Cristo llega a toda la humanidad, puesto que él murió por todos. La Iglesia es el instrumento querido por Cristo para esta salvación universal. A toda la humanidad llega la intercesión de la Iglesia, como conjunto de mediaciones; pero todo ser humano está llamado a conocer y formar parte de la comunidad (la "ecclesía") querida por Jesús, para poder participar de los medios salvíficos concretos establecidos por el Señor.

 

      Cristo es "la luz de las gentes" (Lc 2,32; Is 42,6; LG 1) y "Salvador del mundo" (Jn 4,42), por medio de la Iglesia "sacramento", es decir, transparencia e instrumento de su luz y salvación. La Iglesia postpascual recibe continuamente nuevas gracias del Espíritu Santo para dar testimonio de Cristo Salvador (Act 4,10-12).[29]

 

      A) Universalismo y ámbitos de la misión eclesial

 

      La misión de la Iglesia, por ser participación y continuación de la misma misión de Cristo, tiene la característica esencial del universalismo. "La misión, pues, de la Iglesia se realiza mediante la actividad por la cual, obediente al mandato de Cristo y movida por la caridad del Espíritu Santo, se hace plena y actualmente pre­sente a todos los hombres y pueblos para conducirlos a la fe, la libertad y a la paz de Cristo por el ejemplo de la vida y de la predicación, por los sacramentos y demás medios de la gracia, de forma que se les descubra el camino libre y seguro para la plena participación del misterio de Cristo" (AG 5).[30]

 

      Este universalismo de la misión eclesial, "a todos los pueblos" (AG 5), se expresa con la frase latina "ad gentes" (o "ad omnes gentes"), sin precisar el significado sociológico. La acción misionera de la Iglesia tiende, pues, a "que la totalidad del mundo se integre en el Pueblo de dios, Cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se rinda al Creador universal y Padre, honor y gloria" (LG 17).

 

      La Iglesia, en sus documentos, presta atención también al universalismo ya esbozado en el Antiguo Testamento; pero, de modo especial, toma conciencia del universalismo de la misión que Cristo Salvador le ha confiado.[31]

 

      El tono inmediato del universalismo es más bien territorial (las naciones o los pueblos, en su concretización espacial). Se trataría de un universalismo geográfico o territorial. Pero esas realidades humanas son cambiantes y no pueden reducirse a unas fronteras materiales establecidas convencionalmente por los hombres. El universalismo de la misión "ad gentes" adquiere actualmente, al menos otros dos posibilidades: universalismo de línea sociológica y universalismo de línea cultural.

 

      La Iglesia ha sido instituida para anunciar a Cristo allí donde todavía no ha sido anunciado: en los lugares geográficos y pueblos diversos, en las situaciones sociológicas (migración, grandes ciudades, juventud, pobreza, injusticia...) y en los sectores culturales (medios de comunicación, educación, investigación, preocupaciones del hombre de hoy etc.).[32]

 

      El ámbito territorial es imprescindible para la misión "ad gentes". Pero, "para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicios, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación" (EN 19). Hay que llegar, pues, a los puntos neurálgicos de la sociedad humana en todos los campos sociales y culturales.

 

      La primera evangelización o primer anuncio constituye la esencia de la evangelización "ad gentes" (cf. capítulo VII, n. 1). La Iglesia está llamada a anunciar el evangelio allí donde todavía no se ha anunciado suficientemente. Esta es la misión en su expresión más privilegiada. Pero este anuncio, que es también comunicación, debe hacerse de modo permanente, con signos eclesiales establecidos (vocaciones, ministerios...). De este modo se "implanta la Iglesia".[33]

 

      A nivel jurídico será fácil delimitar el campo misionero "ad gentes": se tratará de aquellos territorios que dependen de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Pero, en la realidad concreta, muchos territorios no dependientes del Dicasterio misionero están actualmente en situación de primera evangelización. Por esto la "acción misionera" estrictamente dicha debe llegar también "a las Iglesias fundadas hace ya tiempo, que se encuentran en cierto estado de retroceso o debilidad" (AG 19).[34]

 

      La misión "ad gentes", según la encíclica Redemptoris Missio, va más allá del ámbito territorial y, por lo tanto, más allá de la jurisdicción actual del Dicasterio misionero. Será cuestión de delimitar esos nuevos campos no territoriales, que no constituyen pueblos y naciones: algunas megalópolis plurireligiosas y pluriculturales, grandes masas de migración, puntos neurálgicos de la sociedad, centros o sectores culturales, etc.

 

      A la Iglesia, por exigencia de la primera evangelización, le interesa llegar al fondo del corazón humano, a toda situación sociológica y cultural, a todo pueblo y nación. Con sus signos salvíficos, debe llegar de modo permanente a todos los "ámbitos" de la misión "ad gentes".

 

      Esta misma acción misionera debe incidir en toda comunidad cristiana (por medio de la pastoral ordinaria y por la nueva evangelización) para convertirla en comunidad misionera "ad gentes". Este es el objetivo principal de la "cooperación" o "animación" misionera.[35]

 

      B) La salvación de Cristo por medio de la Iglesia "sacramento universal de salvación"

 

      La salvación querida por Dios, según sus planes redentores, "no puede venir más que de Jesucristo" (RMi 5). Por su encarnación y redención, "Jesucristo es el centro del plan divino de salvación" (RMi 6).[36]

 

      La salvación de Jesús es para todos, puesto él "murió por todos" (1Tes 5,9). Si tomamos como punto de partida la voluntad salvífica y universal de Dios, y el misterio pascual de Cristo, podemos afirmar que esta salvación llega a toda la humanidad. Pero Cristo ha fundado la Iglesia como instrumento o "sacramento universal de salvación" (AG 1, 5; LG 48). "Es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación. Ambas favorecen la comprensión del único misterio salvífico, de manera que se pueda experimentar la misericordia de Dios y nuestra responsabilidad" (RMi 9).[37]

 

      Por el hecho de ser Jesús el único Salvador (cf. Act 4,10-12), no existe valor salvífico intrínseco en ninguna otra persona o institución humana, salvo en las "semillas del Verbo" y "preparación evangélica" que en ellas se encuentra (cf. LG 16). Dios ha sembrado en cada pueblo, cultura y religión, esas semillas que hacen referencia a Jesús, único Salvador (cf. RMi 28). Todo ser humano puede llegar a esa salvación en Cristo, si, ayudado por la gracia, es fiel a su conciencia bien formada. "El designio de salvación abarca también a los que reconocen al Creador" (LG 16).[38]

 

      No se trata de una salvación cualquiera, a modo de perfección humana en esta tierra o en el más allá, sino de la salvación sobrenatural, integral e inmerecida, querida por Dios por medio de la encarnación y redención de su Hijo.[39]

 

      La salvación de Cristo llega a toda la humanidad por medio de la Iglesia. Es, pues, una salvación para todos, gracias al misterio pascual de Cristo. Pero el Señor ha establecido su Iglesia como conjunto de medios "ministeriales" de salvación. Por esto, la Iglesia es el "sacramento universal de salvación". De Cristo, sacramento original o fundamental, procede la salvación para todos. Y, por voluntad suya, a todos debe llegar por medio de la Iglesia, sacramento primordial o general. Si la Iglesia es fiel por el anuncio, la celebración y la vivencia del misterio pascual, la salvación, querida por Dios en Cristo, llega a toda la humanidad. Las oraciones, los sacrificios, la caridad y la fidelidad de los creyentes en Cristo, hacen que la salvación llegue a todos los hombres.

 

      Todos los hombres son llamados a entrar en la Iglesia y a participar directamente en los medios (ordinarios) de salvación queridos por Cristo (cf. LG 13). Precisamente "de ahí proviene el deber de la Iglesia de propagar la fe y la salvación en Cristo" (AG 5; cf. LG 17). En este sentido de dice que "fuera de la Iglesia no hay salvación".[40]

 

      La salvación en Cristo llega a toda la humanidad por medio de la Iglesia, como "su colaboradora en la obra de la salvación universal" (RMi 9). A todos se ofrecen los medios ordinarios de salvación para llegar a la plenitud en Cristo: Palabra, bautismo, sacramentos... Si no llegaran a ellos estos medios ordinarios, Dios hará que llegue la salvación por medios extraordinarios, siempre en relación con Cristo y su Iglesia: "los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio" (EN 80).[41]

 

      La responsabilidad de la Iglesia debe realizarse por la misión directa y explícita, puesto que para ello ha sido instituida por el Señor. "Las muchedumbres tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de Cristo, dentro del cual creemos que toda la humanidad puede encontrar, con insospe­chada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad... Por eso la Iglesia mantiene vivo su empuje misionero e incluso desea intensificarlo en un momento histórico como el nuestro" (EN 53; cf. RMi 8). De ahí la necesidad de establecer en todo comunidad humana los signos permanentes y eficaces de la presencia salvífica de Cristo. A esta acción misionera se la llama implantación de la Iglesia.[42]

 

      El hecho de que cualquier ser humano ya pueda recibir las gracias salvíficas de Cristo, se convierte en una urgencia mayor de misión eclesial. Efectivamente, la salvación no consiste sólo en evitar la condenación, sino especialmente en poder llegar a la plenitud de la perfección en Cristo. Los que todavía no han oído el mensaje evangélico tienen el "derecho" de recibirlo de parte de los que ya lo han recibido (cf. EN 80).

 

      El misterio pascual de Cristo es salvación para toda la humanidad. "Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece­ a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual" (GS 22). Precisamente por ello, la humanidad entera espera de los creyentes un anuncio explícito del misterio pascual, y necesita ver el testimonio de una comunidad eclesial que muestre, en su vida de caridad, la eficacia de los signos de la presencia activa de Cristo resucitado.

 

      Esta salvación plena en Cristo es el fin último de la predicación de la Iglesia. Y es también el centro de la predicación de Jesús y de los Apóstoles (Jn 3,16-17; Act 2,12-26; 4,12). Es la salvación escatológica (final) que comienza a ser realidad en la transformación del presente según las bienaventuranza y el mandato del amor. "La Iglesia es 'sacramento universal de salvación', que manifiesta y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios al hombre" (GS 45).[43]

 

      C) Una eclesiología en clave misionera

 

      Los temas eclesiológicos se desarrollan ordinariamente a partir de un principio básico, según la preferencia de los estudiosos: Iglesia comunión, pueblo, sacramento, misión, Cuerpo Místico... También suele desarrollarse teniendo en cuenta sus notas características: unidad, santidad, catolicidad, apostolicidad. Ordinariamente se parte de una síntesis bíblica y patrística, para pasar luego a una reflexión sistemática sobre la naturaleza, la estructura, las propiedades y la misión. No faltan eclesiologías que se basan fundamentalmente en los contenidos doctrinales de la Lumen Gentium.[44]

 

      Aunque es frecuente el tema "misión" en las eclesiologías actuales, e incluso llega a ser la orientación global de algunos estudios sistemáticos, no obstante la misión "ad gentes" acostumbra a ser deficitaria, si no ausente por completo. El término "misión" se ha generalizado, dejando de lado frecuentemente el mandato misionero universalista del Señor. "La misión ad gentes" es "una actividad primaria de la Iglesia, esencial y nunca concluida" (RMi 31).[45]

 

      El Catecismo de la Iglesia Católica resume los temas eclesiológicos al explicar el artículo 9 del "Credo" ("creo en la santa Iglesia católica"). Después de presentar una síntesis de los títulos bíblicos sobra la Iglesia (nn. 751-757), pasa a describir su fundación (por Cristo) dentro de los designios de Dios uno y trino (dimensión trinitaria, cristológica y pneumatológica) (nn. 758-769). A partir de esta realidad bíblica, se presenta como "misterio" o "sacramento" universal de salvación (nn. 770-780). A continuación, describe a la Iglesia Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo (nn. 781-810). Se da mucha amplitud a la explicación de las notas eclesiales de unidad, santidad catolicidad, apostolicidad (nn. 811-870). Se pasa luego a la estructura o componentes de la Iglesia: jerarquía, laicos, vida consagrada (nn. 871-945). Se explica el tema de la "comunión de los santos" (nn. 946-965) y se termina presentando a María como Madre de la Iglesia (nn. 964-975). La misión eclesial (universal) se explica en relación con la "sacramentalidad" (nn. 770-780), "catolicidad" (nn. 830-856) y la "apostolicidad" (nn. 857-870).[46]

 

      El enfoque inicial de una eclesiología es decisivo en el momento de presentar cada uno de los temas. Nosotros hemos visto los títulos bíblicos de la Iglesia (en el apartado 1 de este mismo capítulo), para profundizar en la misión eclesial. El título de "sacramento" y especialmente como "sacramento universal de salvación" (en el aparto 2 del presente estudio), puede orientar mejor los estudios hacia la misión "ad gentes". Pero, de hecho, cada uno de los títulos bíblicos (pueblo, reino, cuerpo, esposa, madre...) y cada una de las notas o propiedades de la Iglesia (unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad) ofrecen una base sólida para la misión.

 

      Es siempre "la Iglesia de la Trinidad" (n. 2 del capítulo III), fundada por Jesús para evangelizar (n. 2 del capítulo IV), con la fuerza del Espíritu Santo (n. 2 del capítulo V), como instrumento de salvación universal (n. 2 del capítulo VI). La misión "ad gentes" aparecerá con más claridad si se saben armonizar las diversas dimensiones de la eclesiología: trinitaria, cristológica, pneumatológica y soteriológica.[47]

 

      Una eclesiología en clave misionera tendrá, pues, en cuenta la realidad de Iglesia misterio, comunión y misión, haciendo derivar la misión precisamente de su ser: signo portador de Cristo en comunión de hermanos. El dinamismo misionero de la Iglesia se verá mejor si se presenta la armonía entre las diversas dimensiones y si no se contraponen las notas o propiedades de la Iglesia que se relacionan más con la misión (sacramentalidad, catolicidad y apostolicidad).

 

      Es básico, en todo tratado teológico, abrir los horizontes del estudio hacia la contemplación (adoración del misterio) y la evangelización. En la eclesiología, esta apertura contemplativa y misionera necesita una presentación de los temas eclesiológicos dentro de un fuerte sentido y amor de Iglesia. Para que el estudio sea una invitación al compromiso de santidad y de misión, cada uno de los temas eclesiológicos se deben presentar en la línea de fidelidad generosa hacia Cristo presente bajo los signos de Iglesia, a la que él "amó hasta dar la vida por ella" (Ef 5,25).[48]

 

      El tratado de mariología acostumbra a relacionarse con el de Cristología y el de eclesiología, siguiendo las indicaciones de la Lumen Gentium cap. VIII (María en el misterio de Cristo y de la Iglesia). En su relación con la eclesiología, los temas mariológicos asumen una dimensión misionera muy clara: María es figura (Tipo) de la Iglesia Madre. La maternidad de la Iglesia está estrechamente unida a su "sacramentalidad" (como signo portador). El tema mariano despierta en la Iglesia (y, por  tanto, en la eclesiología) una fuerte dimensión misionera (AG 4; LG 59, 64-65; EN 82; RMi 92).[49]

 

3. Responsables y agentes de la misión de la Iglesia

 

      Si la misión pertenece a la naturaleza de la Iglesia, todo miembro de la misma es responsable y agente de esa misión, con los matices peculiares de cada ministerio, vocación o carisma. "La Iglesia es misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios" (AG 35).[50]

 

      Tomar conciencia de ser Iglesia misionera equivale a ser Pueblo "mesiánico", partícipe de la "unción" y misión de "Cristo" sacerdote, profeta y rey: "Los fieles cristianos, por estar incorpora­dos a Cristo mediante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profé­tica y real de Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo" (LG 31; cf. LG 10). La "naturaleza misionera" de la Iglesia está, pues, en la entraña de toda vocación, ministerio y carisma; tomar conciencia de esta realidad es una nota de autenticidad en el seguimiento de la propia vocación y en la fidelidad al los ministerios y a los carismas.

 

      Toda la Iglesia participa de la "apostolicidad" (RMi 31 y 61)[51]. No se trata sólo de la fidelidad a la herencia sobrenatural recibida de Cristo por medio de los Apóstoles y de sus sucesores, sino también de la fidelidad al Espíritu Santo, que sigue actuando en la Iglesia con nuevas luces y gracias para cumplir el mandato misionero de Cristo.[52]

 

      La Iglesia es sujeto portador de la misión, puesto que prolonga la misma misión de Cristo y cumple su "mandato" como "sacramento universal de salvación". Es mandato y misión que "alcanza al corazón mismo de la Iglesia" (RMi 62). Toda vocación, ministerio y carisma participa de esta "sacramentalidad" eclesial y de esta exigencia de la caridad. La misión "ad gentes" "nunca está concluida" (RMi 31).[53]

 

      A) Los sucesores de los Apóstoles y las Iglesias particulares

 

      Los Apóstoles fueron los primeros que recibieron este encargo, puesto que "los Doce son los primeros agentes de la misión universal, constituyen un 'sujeto colegial' de la misión, al haber sido escogidos por Jesús para estar con él y ser enviados 'a las ovejas perdidas de la casa de Israel' (Mt 10,6)" (RMi 61). Pero toda la comunidad cristiana asume la responsabilidad misionera y debe participar en la misma misión.

 

      La Iglesia es "apostólica" porque es fiel a los Apóstoles y sus sucesores, asumiendo con ellos y bajo su dirección la responsabilidad de la evangelización. "En la expansión misionera de los orígenes, junto a los Apóstoles encontramos a otros agentes menos conocidos que no deben olvidarse: son personas, grupos, comunidades.... La Iglesia primitiva vive la misión como tarea comunitaria, aun reconociendo en su seno a 'enviados especiales' o 'misioneros consagrados a los gentiles', como lo son Pablo y Bernabé" (RMi 61).

 

      La misión que recibieron los Apóstoles es la misma de Jesús y tiene sus mismas características (cf. Mt 10,5-42; Mc 6,7-13; Lc 9,1-6; 10,1-12). La misión de los Apóstoles pasa a toda la Iglesia y es su punto de referencia. "Por medio de los Apóstoles la Iglesia recibió una misión universal, que no conoce confines y concierne a la salvación en toda su integridad, de conformidad con la plenitud de vida que Cristo vino a traer (cf. Jn 10,10); ha sido enviado para manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos" (RMi 31).

 

      La encíclica Redemptoris Missio dedica el capítulo VI a los "responsables y agentes de la pastoral misionera", señalando primeramente a los Apóstoles y a toda la comunidad eclesial, para poder luego concretar la responsabilidad de cada uno. Es importante observar que el punto de partida de esta responsabilidad confiada a la Iglesia son los doce Apóstoles como cabezas de la comunidad eclesial.

 

      La misión confiada por Cristo a su Iglesia encuentra, pues, el puesto adecuado: es toda la comunidad la responsable de la misión, siempre bajo la guía de los Pastores, los cuales son los primeros responsables de la misión y de la acción misionera. El Primado de Pedro aparece en su dimensión eclesial más viva y profunda, como cabeza de un Colegio Episcopal, el cual será auténtico si se hace misionero: "Así como el Señor resucitado confirió al Colegio apostólico encabezado por Pedro el mandato de la misión universal, así esta responsabilidad incumbe al Colegio episcopal encabezado por el Sucesor de Pedro" (RMi 63; cf AG 38; EN 67-68).[54]

 

      La responsabilidad misionera de la Colegialidad Episcopal y de cada obispo no puede reducirse a proporcionar una ayuda o a "dejar" partir algunas vocaciones, sino que debe orientar todo el modo de concebir y de actuar de la Colegialidad y de cada obispo[55]. El decreto conciliar Ad Gentes indica tanto el mandato de Cristo como la realidad de la consagración sacramental: "Todos los Obispos, como miembros del cuerpo episcopal, sucesor del Colegio de los Apóstoles, están consagrados no sólo para una diócesis, sino para la salvación de todo el mundo" (AG 38). Es también la enseñanza de la Lumen Gentium: "El cuidado de anunciar el Evangelio en todo el mundo perte­nece al cuerpo de los pastores, ya que a todos ellos en común dio Cristo el mandato imponiéndoles un oficio común" (LG 23; cf. LG 18). [56]

 

      Esta realidad misionera debe aparecer claramente en todas las aplicaciones y concretizaciones de la "Colegialidad", como en el caso de las Conferencias Episcopales: "La misma responsabilidad se refleja, en diversa medida, en las Conferencias Episcopales y en sus organismos a nivel continental, que por ello tiene que ofrecer su propia contribución a la causa misionera" (RMi 63).[57]

 

      Los estudios sobre la Iglesia particular arrancan, como es lógico, de la naturaleza misionera de la Iglesia universal concretada en circunstancias de cultura, lugar y tiempo. Los documentos magisteriales, conciliares y postconciliares, subrayan la responsabilidad misionera de la Iglesia particular.[58]

 

      Una de las principales novedades de la encíclica Redemptoris Missio consiste en haber recuperado la prioridad de la responsabilidad misionera para las Iglesias particulares, con su Obispo y su Presbiterio (RMi 61-64, 67-68), siempre en colaboración y bajo la dirección del sucesor de Pedro. El punto de partida de la misión es Cristo mismo. Es la misión recibida del Padre, bajo la acción del Espíritu Santo, que Cristo comunica a su Iglesia. Ahora bien, en esa misión, los doce Apóstoles y sus sucesores son los primeros responsables: "los Doce son los primeros agentes de la misión universal" (RMi 61).

 

      Aquella realidad apostólica continúa en los sucesores de los Apóstoles y en cada Iglesia particular: "Lo que se hizo al principio del cristianismo para la misión universal, también sigue siendo válido y urgente hoy. La Iglesia es misionera por su propia naturaleza, ya que el mandato de Cristo no es algo contingente y externo, sino que alcanza al corazón mismo de la Iglesia. Por esto, toda la Iglesia y cada Iglesia es enviada a las gentes" (RMi 62). Por eso, "en ese vínculo esencial de comunión entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares se desarrolla la auténtica y plena condición misionera" (ibídem).

 

      Cada obispo, como cabeza de su Iglesia particular y como miembro del Colegio Episcopal, es responsable de la misión universal: "Mis hermanos son directamente responsables conmigo de la evangelización del mundo, ya sea como miembros del Colegio Episcopal, ya sea como pastores de las Iglesias particulares" (RMi 63; citando LG 23 y AG 38). Esta responsabilidad misionera universal será no sólo el termómetro, sino también el estímulo para la misión particular o local.[59]

 

      La consecuencia que deriva de estos principios es muy concreta: "toda la diócesis se haga misionera" (AG 38); "toda Iglesia particular debe abrirse generosamente a las necesidades de los demás" (RMi 64). La encíclica Redemptoris Missio alude al ejemplo de América Latina, y cita el texto de la IIIª Conferencia Episcopal Latinoamericana reunida en Puebla (1979).[60]

 

      Esta línea "apostólica" hará descubrir mejor que toda la Iglesia es misionera. La comunión de la Colegialidad Apostólica se concretiza en la comunión de la Colegialidad Episcopal y, por tanto, en la comunión de todas las Iglesias particulares. La misión proviene de la comunión (cf. RMi 62).

 

      Esta realidad misionera llega hasta la responsabilidad que deben asumir las Iglesias jóvenes; es más, serán estas Iglesias las que, con su fervor característico, estimularán a las otras Iglesias de antigua fundación. Esta es una novedad de la encíclica Redemptoris Missio: "Me dirijo, por tanto, a los bautizados de las comunidades jóvenes y de las Iglesias jóvenes. Hoy sois vosotros la esperanza de nuestra Iglesia, que tiene dos mil años: siendo jóvenes en la fe, debéis ser como los primeros cristianos e irradiar entusiasmo y valentía, con generosa entrega a Dios y al prójimo; en una palabra, debéis tomar el camino de la santidad... Y seréis también fermento de espíritu misionero para las Iglesias más antiguas" (RMi 91).[61]

 

      Por el hecho de que cada obispo es pastor de una Iglesia particular, la responsabilidad misionera queda asumida también por toda la comunidad eclesial local (RMi 63; AG 30). La naturaleza misionera de la Iglesia se concretiza en cada Iglesia particular, presidida por el obispo en colaboración con su Presbiterio.

 

      La naturaleza misionera de una comunidad y de una Iglesia particular deriva del hecho de ser una concretización de la Iglesia universal, la cual es misionera por su misma razón de ser. "La Iglesia universal se encarna de hecho en las Iglesias particulares" (EN 62). Para que una comunidad cristiana sea verdadera Iglesia (y no una abstracción o una secta), es necesario que se refleje en ella la imagen de la Iglesia universal. La realidad de la Iglesia universal, esencialmente misionera, debe darse analógicamente en la Iglesia particular. "La diócesis es una porción del Pueblo de Dios que se confía a un Obispo para que la apaciente con la cooperación del presbite­rio, de forma que unida a su pastor y reunida por él en el Espí­ritu Santo por el Evangelio y la Eucaristía, constituye una Iglesia particular, en la que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica" (CD 11; can. 369).

 

      Es sobre todo en la Iglesia particular o diócesis donde tiene lugar:

 

      - la concretización,

      - la presencialización,

      - la "encarnación"

      - la imagen de la Iglesia universal.

 

      El mandato misionero de Cristo llega a todas las personas, vocaciones, estados de vida, instituciones y servicios de la comunidad eclesial. Cada uno participa "in solidum" (aunque de modo diverso) en esta responsabilidad misionera. "Como la Iglesia particular debe representar lo mejor que pueda a la Iglesia universal, conozca muy bien que ha sido enviada también a aquellos que no creen en Cristo y que viven en el mismo territorio, para servirles de orientación hacia Cristo con el testimonio de la vida de cada uno de los fieles y de toda la comunidad" (AG 20; can. 781; RMi 64).[62]

 

      La diócesis y la comunidad eclesial se hará misionera por medio de la actuación del carisma episcopal: "Suscitando, promoviendo y dirigiendo el Obispo la obra misional en su diócesis, con la que forma una sola cosa, hace presente y como visible el espíritu y el celo misional del Pueblo de Dios, de suerte que toda la diócesis se hace misionera" (AG 38).

 

      La pobreza de medios y de vocaciones no es obstáculo para que la diócesis se haga misionera "ad gentes"; es más, será éste el medio más evangélico ("dando de nuestra pobreza") y, por tanto, el más eficaz para llegar a una suficiencia de medios y de vocaciones.

 

      La ayuda mutua entre las Iglesias no es suficiente para cumplir el deber misionero, puesto que se trata principalmente de una colaboración misionera "ad gentes", es decir, en el sentido de su "específica índole misionera" (RMi 64). La Iglesia particular se hace misionera, como consecuencia de su misma naturaleza, sólo cuando se compromete verdaderamente en este proceso de anunciar el evangelio donde todavía no ha sido suficientemente anunciado y donde la Iglesia todavía no ha sido suficientemente "implantada".

 

      B) Sacerdotes, vida consagrada y laicos

 

      a) Los sacerdotes:

 

      Los estudios sobre el episcopado y sobre la Iglesia particular ponen de manifiesto los fundamentos de la misionariedad del Presbiterio y de los presbíteros como "necesarios colaboradores y consejeros en el ministerio" (PO 7).

 

      La afirmación conciliar de Lumen Gentium pudo parecer en un primer momento (año 1964) sorprendente: "Ellos (los presbíteros), bajo la autoridad del obispo... hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal... Preocupados siempre por el bien de los hijos de Dios, procuren cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia" (LG 28). La dimensión misionera particular y universal es patente.

 

      Esta doctrina conciliar no queda aislada, sino que está en armonía con textos similares de Lumen Gentium (n.23), Christus Dominus (nn. 5-6, 22-23), Presbyterorum Ordinis (n.10), Optatam totius (n.20), Ad Gentes (nn.38-39), etc. La exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (n.68) y la encíclica Redemptoris Missio (nn.63-64, 67), además de las notas directivas Postquam Apostoli y la exhortación postsinodal Pastores dabo vobis, no sólo han ratificado la enseñanza conciliar, sino que han dado pasos más concretos en orden a la exigencia misionera que deriva de los principios establecidos. "Los sacerdotes deben tener un corazón y mentalidad misionera", por el hecho de que "la vocación sacerdotal es también misionera" (RMi 67).[63]

 

      Los documentos conciliares del Vaticano II ofrecen los elementos básicos de la misionariedad sacerdotal. Llama la atención la insistencia y claridad de Presbyterorum Ordinis, a partir del don recibido en la ordenación, como participación en el mismo sacerdocio y misión de Cristo: "El don espiritual  que recibieron los presbíteros en la ordenación no los dispone sólo para una misión limitada y res­tringida, sino para una misión amplísima y universal de salva­ción 'hasta los extremos de la tierra' (Act 1,8), porque cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles. Porque el sacerdo­cio de Cristo, de cuya plenitud participan verdaderamente los presbíteros, se dirige por necesidad a todos los pueblos y a todos los tiempos... Recuerden, pues, los presbíteros que deben llevar en el corazón la solicitud de todas las iglesias" (PO 10).[64]

 

      La construcción de la propia comunidad, como tarea del presbítero, apunta a "formar una genuina comunidad cristiana". Pues bien, "para cultivar debidamente el espíritu de comunidad, ese espíritu ha de abarcar no sólo la Iglesia local, sino también la Iglesia universal" (PO 6). Las "empresas apostólicas" que ha de emprender el presbítero, principalmente por colaborar en la responsabilidad universal del obispo, "es menester que traspasen los límites de una parroquia o diócesis" (PO 7). Por esto deben tener "por encomendados a todos aquellos que no reconocen a Cristo como Salvador suyo" (PO 9) y manifestar en todo momento "un espíritu verdaderamente misionero" (PO 22), para manifestar "la solicitud de toda la Iglesia" (PO 11).

 

      Esta disponibilidad misionera, según el concilio, además de ser una exigencia del mismo sacerdocio (PO 10), lo es también por ser los presbíteros "cooperadores del Orden episcopal" (LG 28; PO 2). La tarea misionera local y universal, que incumbe claramente al obispo, es, también propia de los presbíteros como sus "necesarios colaboradores" (PO 7). Cuando el concilio insiste en esta responsabilidad misionera del obispo, hace alusión continua a la cooperación que deben prestar los presbíteros (LG 23, 28; CD 5-6, 22-23). No se trata, pues, de un simple permiso que se otorga a un presbítero que pide ir a misiones, sino de cumplir con una obligación que atañe principalmente al obispo, como "responsable de la Iglesia" (CD 6), participando "de la solicitud por la Iglesia universal" (CD 5). Por esto la labor apostólica en una Iglesia particular, especialmente en el momento de distribuir los presbíteros, deberá "tener presentes las necesidades de la Iglesia universal" (CD 23).

 

      La "implantación de la Iglesia", que es tarea de todos, es principalmente responsabilidad del obispo con su Presbiterio. "Los obispos, juntamente con su Presbiterio, imbuidos más y más del sentido de Cristo y de la Iglesia, sientan y vivan con la Iglesia universal" (AG 19). Esta responsabilidad llegará hasta "enviar a algunos de sus mejores sacerdotes que se ofrezcan para la obra misionera... donde desarrollen, al menos temporalmente, el ministerio misional con espíritu de servicio" (AG 38).[65]

 

      Para llegar a hacer efectivas estas directrices, se requiere una formación adecuada, que debe comenzar, al menos, desde el Seminario. Por esto, el concilio, al describir la formación pastoral de los candidatos al sacerdocio, dice: "Llénense de un espíritu tan católico que se acostum­bren a traspasar los límites de la propia diócesis o nación o rito y ayudar a las necesidades de toda la Iglesia, preparados para predicar el Evangelio en todas partes" (OT 20).[66]

 

      La exhortación apostólica postsinodal Evangelii nuntiandi (1975) no ofrece novedad especial respecto a nuestro tema. Pero, al referirse a los sacerdotes, pone de relieve su unión con el obispo en cada uno de los ministerios (cf. EN 68).[67]

 

      Las directrices de Postquam Apostoli (1980) repiten los contenidos del Vaticano II, para pasar a un terreno práctico de distribución del clero, teniendo en cuanto la realidad de Iglesias hermanas más necesitadas. El documento precisa el objetivo de las ayudas (para que cada Iglesia particular pueda valerse por sí misma), indica el sentido pastoral de la distribución (puesto que no se trata de mera distribución numérica), recuerda que debe ser fruto de la vitalidad espiritual y pastoral de la Iglesia particular y del Presbiterio y presenta unas líneas para planificar la ayuda a partir de una pastoral de conjunto bien organizada.[68]

 

      Los presbíteros son tales en cuanto colaboradores de los Obispos, asumiendo su responsabilidad misionera local y universal. La encíclica Redemptoris Missio, después de alentar a los misioneros en general y a los Institutos Misioneros (nn.65-66), centra la atención en los sacerdotes, especialmente diocesanos: "Colaboradores del obispo, los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, están llamados a compartir la solicitud por la misión (cita PO 10)... Todos lo sacerdotes deben tener corazón y mentalidad misioneros, estar abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo... no dejarán además de estar concretamente disponibles al Espíritu Santo y al Obispo para ser enviados a predicar el Evangelio más allá de los confines del propio país" (RMi 67).[69]

 

      La referencia que Redemptoris Missio (n. 68) hace a Fidei donum indica una modalidad de ayuda que no puede reducirse a una prestación temporal, sino que debe encontrar un compromiso más estable por parte de la Iglesia particular y del Obispo con su Presbiterio. El Papa, en Redemptoris Missio, reafirmando las directrices de Fidei donum, invita a encontrar nuevas modalidades (RMi 68).[70]

 

      La exhortación postsinodal Pastores dabo vobis sobre la misionariedad del sacerdote, subraya la "colaboración responsable y necesaria con el ministerio del obispo, en su solicitud por la Iglesia universal" (PDV 17) e indica que la "pertenencia y dedicación a la Iglesia particular" (por la incardinación) "no puede reducirse a estrechos límites", sino que "los prepara a la misión universal" (PDV 32). Queda, pues, bien claro "el carácter misionero de todo sacerdote" (PDV 16).[71]

 

      Llama la atención en PDV el modo de describir la dimensión misionera del sacerdote a partir de la "sucesión apostólica" (como misión y como seguimiento evangélico) y de la pertenencia a la Iglesia particular, especialmente por la incardinación (cf. PDV 31-38). Esta disponibilidad universal deriva, pues, del hecho de pertenecer a la Iglesia particular y al Presbiterio y colaborar en la responsabilidad misionera del Obispo, siempre en la línea de universalismo (cf. PDV 31-32, 65, 74).[72]

 

      El sacerdote ministro está llamado a la misión local y universal por:

 

      - participar en el mismo sacerdocio de Cristo,

      - prolongar la misma misión de Cristo,

      - colaborar estrechamente con el obispo, como partícipe de la sucesión apostólica y por ser miembro del Presbiterio,

      - pertenecer a la Iglesia particular como diocesano (incardinado) o como religioso,

      - ser llamado al seguimiento evangélico de los doce Apóstoles y sucesores.

 

      b) La vida consagrada:

 

      La vida consagrada, por la práctica permanente de los consejos evangélicos, tiene consecuencias misioneras que derivan de la misma consagración: "dilatar el Reino por todo el mundo" (LG 44). Esta responsabilidad misionera arranca de la misma naturaleza de la vida consagrada, que es:

 

      - consagración como oblación total,

      - seguimiento radical de Cristo,

      - pertenencia y de servicio especial a la Iglesia por medio de signos y vínculos especiales,

      - expresión de la maternidad de la Iglesia,

      - servicio de comunión universal (cf. LG 41).

 

      No deben olvidarse otros aspectos de la vida consagrada, que tienen gran repercusión en la disponibilidad y capacidad misionera: actitud permanente de conversión como apertura de amor esponsal, carisma fundacional, servicio especial de profetismo como expresión fuerte del seguimiento evangélico, pertenencia especial a la sacramentalidad de la Iglesia (por los signos de votos o compromisos)... En resumen, es un "estado (de vida) constituido por la profesión de los consejos evangélicos... que pertenece de manera indiscutible a la vida y santidad de la Iglesia" (LG 44).

 

      De esta realidad de gracia deriva un sentido profundo de gratuidad, gozo pascual, sencillez evangélica, audacia, misericordia, compasión..., que dan un colorido particular al seguimiento evangélico, a la fraternidad (familia) y a la disponibilidad misionera.

 

      Ad Gentes y Evangelii nuntiandi presentan una buena síntesis de la dimensión misionera de la vida consagrada. "Los Institutos religiosos de vida contemplativa y activa tuvieron hasta ahora, y siguen teniendo, la mayor parte en la evangelización del mundo" (AG 40). "Los religiosos, también ellos, tienen en su vida consagrada en medio privilegiado de evangelización eficaz. A través de su ser más íntimo, se sitúan dentro del dinamismo de la Iglesia, sedien­ta de los Absoluto de Dios, llamada a la santidad. Es de esta santi­dad de la que ellos dan testimonio. Ellos encarnan la Iglesia deseosa de entregarse al radicalismo de las bienaventuranzas. Ellos son por su vida signo de total disponibilidad para con Dios, la Iglesia, los hermanos. Por esto, asumen una importancia especial en el marco del testimonio que es primordial en la evangelización. Este testimonio silencioso de pobreza y de desprendimiento, de pureza y de transparencia, de abandono en la obediencia puede ser a la vez que una interpelación al mundo y a la Iglesia misma, una predicación elocuente, capaz de tocar incluso a los no cristianos de buena voluntad, sensibles a ciertos valores" (EN 69).

 

      Los Institutos de "vida consagrada" tienen una responsabilidad peculiar respecto a la misión universal "ad gentes". La historia de la evangelización "ad gentes" presenta testimonios fehacientes de esta responsabilidad. Son tres los datos principales que estimulan a la misión: la gracia del bautismo llevada hasta la expresión de la vida consagrada, la gracia de la consagración por medio de la práctica permanente de los consejos evangélicos, el carisma específico del propio Instituto. La encíclica Redemptoris Missio repite la doctrina conciliar y del nuevo Código: "Dado que por su misma consagración se dedican al servicio de la Iglesia... están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misional, según el modo propio de su Instituto" (RMi 69; can. 783).[73]

 

      La misión proviene de la misma consagración, como participación en la consagración y misión de Jesús (Lc 4,18; cf. can. 758). Sería impensable la "sequela Christi" sin la responsabilidad de dar testimonio del evangelio más allá de los propios límites de geografía, raza, cultura, y también más allá de las fronteras de la propia Iglesia local. "La Iglesia debe dar a conocer los grandes valores evangélicos de que es portadora; y nadie los atestigua más eficazmente que quienes hacen profesión de vida consagrada en la castidad, pobreza y obediencia, con una donación total a Dios y con plena disponibilidad a servir al hombre y a la sociedad, siguiendo el ejemplo de Cristo" (RMi 69).

 

      La encíclica Redemptoris Missio distingue entre Institutos de vida contemplativa e Institutos de vida activa, indicando la peculiaridad misionera de cada uno. Respecto a la vida contemplativa indica la necesidad de su presencia, como "preclaro testimonio entre los no cristianos de la majestad y de la caridad de Dios, así como de unión en Cristo" (RMi 69). La vida activa se presenta en el contexto de "inmensos espacios para la caridad, el anuncio evangélico, la educación cristiana, la cultura y la solidaridad con los pobres, los discriminados, los marginados y oprimidos" (RMi 69).

 

      La "secreta fecundidad apostólica" de la vida contemplativa (PC 7) queda así explicada en Ad Gentes: "Los Institutos de vida contemplativa tienen una importancia singular en la conversión de las almas por sus oraciones, obras de penitencia y tribulaciones, porque es Dios quien, por medio de la oración, envía obreros a su mies, abre las almas de los nos cristianos, para escuchar el Evangelio y fecunda la palabra de salvación en sus corazones" (AG 40).

 

      Entre los valores apostólicos de la vida consagrada, sobresale el tema de la "virginidad por el Reino", que "se traduce en múltiples frutos de maternidad según el espíritu. Precisamente la misión ad gentes les ofrece un campo vastísimo para entregarse por amor de un modo total e indiviso" (RMi 70). La encíclica misionera subraya la importancia de este testimonio de parte "de la mujer virgen, consagrada a la caridad hacia Dios y el prójimo, especialmente el más pobre" (ibídem). Juan Pablo II augura, a partir de este testimonio, fruto abundante en la pastoral de las vocaciones: "Es de desear que muchas jóvenes mujeres cristianas sientan el atractivo de entregarse a Cristo con generosidad, encontrando en su consagración la fuerza y la alegría para dar testimonio de él entre los pueblos que aún no lo conocen" (RMi 70).[74]

 

      La vida consagrada presenta "una linea escatológica" o de anuncio y de encuentro final de toda la creación y de toda la humanidad con Cristo resucitado. Precisamente por esto, la vida consagrada forma parte especialmente de la Iglesia esposa y peregrina (cfr LG 48). De este modo, "preanuncia la resurrección futura y la gloria del Reino celestial... y pone a la vista de todos, de una manera peculiar, la elevación del Reino de Dios sobre todo lo terreno y sus grandes exigencias" (LG 44).

 

      De esta línea de trascendencia y de escatología proviene la capacidad de inserción o "encarnación" en la vida terrena, para transformarla a la luz de las bienaventuranzas. La fuerza evangelizadora de la vida consagrada proviene de su relación con Cristo esposo resucitado presente. Ofreciendo su vida en holocausto, como el Buen Pastor, la persona consagrada se transforma en anuncio, presencia, transparencia y comunicación de la vida cristiana, que es vida de resurrección en Cristo.

 

      La armonía entre la dimensión escatológica y la de inserción (o "encarnación") está en relación directa con la "total consagración" por medio de signos eclesiales que indican pertenencia a la Iglesia como misterio, comunión y misión.

 

      La base fundamental del ser, del actuar y de la espiritualidad sacerdotal, es común a sacerdotes diocesanos y religiosos. La configuración con Cristo Sacerdote, Cabeza y Pastor, exige para todos el mismo seguimiento radical (Vida Apostólica de los Doce), la misma disponibilidad misionera (local y universal) y la misma vida de "comunión" con los demás presbíteros del Presbiterio de la Iglesia particular, cuya cabeza es el Obispo. Las exigencias de "Vida Apostólica", al estilo de los Doce, son las mismas. La caridad pastoral es la quinta esencia de la espiritualidad sacerdotal, sea del sacerdote diocesano que del religioso.

 

      Ahora bien, todas estas realidades de gracia quedan matizadas por otras gracias, que podrían resumirse, para el sacerdote "diocesano", en la "incardinación", como pertenencia especial a la Iglesia particular y al Presbiterio, y como dependencia espiritual y ministerial respecto al Obispo; todo ello "como valor espiritual del presbítero" (PDV 31). En cuanto al sacerdote "religioso" (o de instituciones análogas), estas realidades de gracia quedan matizas por el "carisma fundacional", que se concreta en compromisos especiales de seguimiento evangélico y en modos peculiares de vida comunitaria y de misión.[75]

 

      c) Los laicos:

 

      La peculiaridad de la colaboración laical en el primer anuncio (misión "ad gentes") proviene de las características de la misma vocación: ser fermento evangélico, en las estructuras humanas, desde dentro, en la comunión y responsabilidad de Iglesia. La encíclica Redemptoris Missio indica esta "aportación específica", a nivel profético, sacerdotal y real, puesto que "dada su propia índole secular, tienen la vocación específica de 'buscar el Reino de Dios tratando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios'"(RMi 71; cf. LG 31)).

 

      De hecho, el estado laical es una participación peculiar de la acción evangelizadora de la Iglesia, tanto en el campo del anuncio (profetismo) como en el de la celebración litúrgica (culto, sacerdocio), en la extensión del Reino y en los servicios sociales de caridad (realeza). La responsabilidad evangelizadora es siempre de anuncio, celebración y comunicación del misterio pascual de Cristo.

 

      Los documentos magisteriales sobre la misión "ad gentes", especialmente después del concilio Vaticano II,  han subrayado la importancia del laicado en el ámbito del primer anuncio del evangelio[76]. No sólo en cuanto cristianos (bautizados), sino también y especialmente como miembros del laicado, los fieles "laicos" tiene un cometido específico: "Los laicos cooperan a la obra de evangelización de la Iglesia y participan de su misión salvífica a la vez como testigos y como instrumentos vivos" (AG 41). La historia ha confirmado su importancia: "La participación de los laicos en la expansión de la fe aparece claramente, desde los primeros tiempos del cristianismo, por obra de los fieles y familias, y también de toda la comunidad" (RMi 71; cf. can 225,1).

 

      El laicado es imprescindible para la evangelización "ad gentes", para la "plantatio Ecclesiae": "La Iglesia no está verdaderamente fundada, ni vive plenamen­te, ni es signo perfecto de Cristo entre las gentes, mientras no exista y trabaje con la Jerarquía un laicado propiamente dicho" (AG 21). Por esto, la participación del laicado en la misión "ad gentes" será "en las jóvenes Iglesias como elemento esencial e irrenunciable de la plantatio Ecclesiae" (RMi 72).[77]

 

      Los campos de presencia y de acción, también en el ámbito de la primera evangelización, se pueden localizar tanto dentro de la Iglesia ("servicios, funciones, ministerios y formas de animación de la vida cristiana"), como en la sociedad (familia, servicios de caridad, juventud, política, economía, trabajo civil, cultura, educación, medios de comunicación social...). Se trata siempre d impregnar de "espíritu evangélico" las realidades humanas (cf. RMi 72; EN 70).

 

      Esta peculiaridad del apostolado y de la identidad de los laicos comporta, por su misma naturaleza, la inserción de los valores evangélicos en toda la sociedad: justicia, paz, libertad, caridad...). "En el cumplimiento de este deber universal corresponde a los laicos el lugar más destacado" (LG 36). La razón principal es el mandato misionero de Cristo. Pero también hay que tener en cuenta que, sin la perspectiva universalista, no sería posible esta labor laical de "encarnación" de los valores cristianos en las realidades humanas. En efecto, la paz, la justicia y la libertad no tiene fronteras; estableciendo fronteras y reducciones, estos valores son inalcanzables.

 

      Para llegar a todos estos campos de acción misionera, los laicos pueden aprovechar los "movimientos eclesiales, dotados de dinamismo misionero", los cuales "representan un verdadero don de Dios para la nueva evangelización y para la actividad misionera propiamente dicha" (RMi 72). Hay que favorecer no solamente los "movimientos" actuales, sino también las "agrupaciones del laicado", "respetando su índole y finalidades", de modo que "todos se entreguen a la misión ad gentes y a la colaboración con las Iglesias locales" (RMi 72).[78]

 

      Los catequistas pueden ser laicos, sacerdotes, religiosos. Pero cuando se habla de "catequistas misioneros", se quiere indicar a los catequistas laicos: "Digna de alabanza es también esa legión tan benemérita de la obra de las misiones entre los gentiles, es decir, los catequis­tas, hombres y mujeres, que llenos de espíritu apostólico, prestan con grandes sacrificios una ayuda singular y enteramente necesaria para la propagación de la fe y de la Iglesia" (AG 17).

 

      La encíclica Redemptoris Missio hace mención especial de estos catequistas en el contexto del laicado: "Entre los laicos que se hacen evangelizadores se encuentran en primera línea los catequistas" (RMi 73). Todo catequista ayudará a las comunidades a renovarse y a hacerse misioneras en el contexto de la "nueva evangelización". No obstante, "el título de 'catequista' se aplica por excelencia a los catequistas de tierras de misión... Sin ellos no se habrían edificado Iglesias hoy día florecientes" (RMi 73; cf. CT 66).

 

      Los catequistas, para poder convertirse en "fuerza básica de las comunidades cristianas", necesitan "una preparación doctrinal y pedagógica más cuidada, la constante renovación espiritual y apostólica.... necesidad de procurar una condición de vida decorosa y la seguridad social... favorecer la creación y el potenciamiento de las escuelas para catequistas" y "los títulos oficialmente reconocidos por las Conferencias Episcopales" (RMi 73).[79]

 

      La encíclica Redemptoris Missio señala "otros agentes" laicos (ministros) al servicio de la Iglesia misionera: "animadores de oración, del canto y de la liturgia; responsables de comunidades eclesiales de base y de grupos bíblicos; encargados de las obras caritativas; administradores de los bienes de la Iglesia; dirigentes de los diversos grupos y asociaciones apostólicas, profesores de religión en las escuelas. Todos los fieles laicos deben dedicar a la Iglesia parte de su tiempo, viviendo con coherencia la propia fe" (RMi 74).[80]

 

      C) Instituciones misioneras y coordinación de los esfuerzos misioneros

 

      El concilio, en el decreto "Ad Gentes", había subrayado la importancia de la "vocación especial" misionera y de los Institutos misioneros (AG 23). La encíclica Redemptoris Missio privilegia, come es lógico, "el puesto de fundamental importancia" que ocupan los misioneros y las Instituciones misioneras y quiere disipar toda posible duda sobre la especificidad de esta vocación: "Que los misioneros y misioneras, que han consagrado toda la vida para dar testimonio del Resucitado entre las gentes, no se dejen atemorizar por dudas, incomprensiones, rechazos, persecuciones. Aviven la gracia de su carisma específico y emprendan de nuevo con valentía su camino, prefiriendo -con espíritu de fe, obediencia y comunión con los propios Pastores- los lugares más humildes y difíciles" (RMi 66).

 

      En el contexto de la vocación misionera especial y de la formación de los misioneros, la encíclica Redemptoris Missio señala la importancia de los "Institutos" misioneros, como medio privilegiado para la perseverancia de los misioneros "ad vitam", "no sólo para la actividad misionera ad gentes, como es su tradición, sino también para la animación misionera tanto en las Iglesias de antigua cristiandad, como en las más jóvenes" (RMi 66; cf. AG 27). La encíclica invita a los Institutos a suscitar las vocaciones misioneras también en las Iglesias jóvenes.

 

      El decreto conciliar Ad Gentes había recordado la necesidad de los Institutos misioneros (AG 27), mientras, al mismo tiempo, había precisado el significado de "Instituciones" misioneras: "Bajo el nombre de 'Institutos' se comprenden las Ordenes, las Congregaciones, los Institutos y Asociaciones que trabajan en las misiones" (AG 23, nota 2). No cabe olvidar a las grandes Ordenes misioneras que han llevado el peso principal de la misión durante siglos (benedictinos, franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas...). Los Institutos que dependían (en el pasado) de la "Propaganda Fide" han aportado una colaboración extraordinaria.

 

      Después de la Constitución Pastor Bonus y el nuevo Código, hoy dependen del Dicasterio misionero los "Institutos" o "Sociedades" de "vida apostólica". La restricción respecto a esta dependencia no puede prejuzgar (ni ahora ni el pasado) el hecho de ser o no una Institución misionera.

 

      A la luz de Redemptoris Missio, las Instituciones misioneras estrictamente dichas (y, por tanto, también las vocaciones específicas) pueden encontrar un campo "ad gentes" más amplio que en tiempo pasados: ámbito geográfico, sociológico, cultural (RMi 37-38). También hay que considerar que algunas Conferencias Episcopales han establecido Instituciones (o Institutos) específicamente misioneras, tanto para laicos como para sacerdotes. No obstante, queda en pie, como "paradigma del compromiso misionero de la Iglesia" (RMi 66), el hecho de gracia de muchas Instituciones e Institutos que nacieron o posteriormente se orientaron exclusivamente y directamente para realizar la misión "ad gentes". La invitación del decreto Ad Gentes a todos los Institutos de vida consagrada ha sido decisivo (AG 40).[81]

 

      La misión se realiza siempre a partir de la comunión eclesial. La variedad de responsables y agentes de la evangelización encuentra su fuerza vital en la unidad querida por Cristo, como reflejo de la unidad y comunión de la Trinidad (cf Jn 17,21; LG 4). "Los responsables y los agentes de la pastoral misionera deben sentirse unidos en la comunión que caracteriza al Cuerpo Místico... En esta comunión está el fundamento de la fecundidad de la misión" (RMi 75). Signo visible e instrumento de esta comunión, a nivel universal, es el Dicasterio misionero, como servicio del carisma del sucesor de Pedro que "preside la caridad".[82]

 

      En el campo misionero "ad gentes", la coordinación y la alta dirección corresponde a la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (llamada anteriormente de "Propaganda Fide"): "Es necesario que haya un solo dicasterio competente, a saber, 'De propaganda Fide', para todas las misiones y para toda la actividad misional" (AG 29). "Para impulsar la misión ad gentes es necesario un centro de promoción, dirección y coordinación como es la Congregación para la Evangelización de los Pueblos" (RMi 75).

 

      El Dicasterio Misionero tiene el cometido de "dirigir y coordinar en todo el mundo la misma obra de la evangelización de los pueblos y la cooperación misionera"  (Pastor bonus 85; AG 29). La encíclica Redemptoris Missio resume los cometidos del Dicasterio: "es de su competencia el que forme y distribuya a los misioneros según las necesidades más urgentes de las regiones..., haga la planificación, dicte normas, directrices y principios para la adecuada evangelización y dé impulsos... La misma Congregación, que cuenta con una larga y gloriosa experiencia está llamada a desempeñar un papel de primera importancia a nivel de reflexión, de programas operativos, de los cuales tiene necesidad la Iglesia para orientarse más decididamente hacia la misión en sus diversas formas" (RMi 75; cf. AG 29; Pastor Bonus 86). [83]

 

      Las Conferencias Episcopales con sus organismos y los Superiores Mayores de las Ordenes, Congregaciones e Institutos, tiene su propio campo de acción, siempre en colaboración con el Dicasterio Misionero. Las Conferencias Episcopales coordinan la actividad misionera a nivel nacional o regional, especialmente respecto a "los asuntos más graves y los problemas más urgentes, pero sin descuidar las diferencias locales, así como el problema de la inculturación" (RMi 76; cf. AG 31 e 38). Los responsables de los organismos misioneros, y de modo especial las Conferencias de Superiores mayores, coordinan "esfuerzos e iniciativas... en contacto con las Conferencias Episcopales, según las indicaciones y normas establecidas" (RMi 76; cf. AG 32-33).[84]

 

                           ORIENTACION BIBLIOGRAFICA

 

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Nota: Ver otras fichas bilbiográficas en el presente capítulo: Cuerpo Místico (nota 4), Pueblo de Dios (nota 5), Reino (nota 6), Iglesia sacramento (nota 7), Iglesia madre (nota 9), liturgia (nota 12), Iglesia comunión (nota 15), gloria de Dios (nota 23), escatología (nota 27), misión en el Antiguo Testamento (nota 31), salvación (nota 39), eclesiología (nota 44), María (nota 49), deber misionero de los Obispos (nota 56), Iglesia particular misionera (notas 58-59), sacerdocio misionero (nota 63), formación sacerdotal misioneral (nota 66), distribución de los apóstoles (nota 68), comentarios a RMi (nota 69), comentarios a PDV (nota 71), vida consagrada (religiosa) y misión (nota 73), laicado y misión (nota 77), movimientos eclesiales actuales (nota 78).



    [1]La trilogía misterio-comunión-misión, aplicada a la Iglesia, resume la eclesiología conciliar y postconciliar, según el Sínodo Episcopal de 1985: Ecclesia sub Verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi, Relatio finalis (Lib. Edit. Vaticana, 1985).

    [2]La naturaleza misionera de la Iglesia no puede reducirse a la "misión" de la pastoral ordinaria y local, sino que necesariamente debe orientarse al universalismo. J. BLAW, The missionary nature of the Church (Grand Rapids, 1974); J. CAPMANY, La Iglesia, sujeto de misión, en: La Misionología hoy (Madrid, OMP, 1987) 253-300; T. CIRINI, Missione ed ecclesiologia, en: La missione del Redentore (Leumann-Torino, LDC, 1992) 31-42; G. COLZANI, La missionarietà della Chiesa (Bologna, Dehoniane, 1975); Y.M. CONGAR, Principes doctrinaux, en: L'activité missionnaire de l'Eglise (Paris, Cerf, 1967) 185-221; S. DIANICH, Iglesia y misión (Salamanca, Sígueme, 1988); J.LOZANO BARRAGAN, La Iglesia es por naturaleza misionera, en: América ha llegado tu hora de ser evangelizadora (Bogotá, COMLA 3, 1988) 41-73; E. NUNNENMACHER, La naturaleza misionera de la Iglesia, en: Misión para el tercer milenio (Roma, PUM, 1992) cap. IV; H. TEISSIER, La mission de l'Eglise (Paris, 1985); A. TREVISIOL, La vocazione missionaria della Chiesa, en: Chiesa e missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1990) 13-35; L.L. WOSTYN, Iglesia y nisión hoy. Ensayo de eclesiología(Estella, Verbo Divino, 1992).

    [3]Ver estos títulos comentados en Lumen Gentium 6-7 y 9. Ver comentarios a la constitución conciliar, especialmente en los capítulos I-II. AA.VV., Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia (Madrid, BAC, 1966) cap.I-II (J. Salaverri: el misterio de la Iglesia; J. Collantes: el reino de Dios, las varias figuras de la Iglesia; E. Sauras: la figura de Cuerpo Místico; E. Sauras: el pueblo de Dios); G. PHILIPS, L'Eglise et son mystère (Paris, Desclée, 1967) cap. I-II.

    [4]La eclesiología actual ha resaltado poco la relación entre la realidad eclesial de "Cuerpo Místico" y su naturaleza misionera, probablemente por la importancia concedida a los otros títulos eclesiales. Ver enncíclica de Pío XII (29 de junio de 1943): Mystici Corporis Christi: AAS 35 (1943) 193-248. Estudios: O. DOMINGUEZ, El dogma del Cuerpo Místico y la espiritualidad misionera: Misiones Extranjeras n.12 (1953) 99-117; CH. JOURNET, Teología de la Iglesia (Bilbao, Desclée, 1960) cap. VIII (el cuerpo de la Iglesia); E. SAURAS, El misterio de la Iglesia y la figura del Cuerpo Místico, en: Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia, Madrid, BAC, 1967, 176-225; R. SPIAZZI, A cincuenta años de la encíclica "Mystici Corporis Christi" de Pío XII: Omnis Terra n.235 (1993) 423-438.

    [5]El contenido del título "pueblo" indica, pues, propiedad esponsal de Dios, que debe abarcar a toda la humanidad. La igualdad en la dignidad de cada miembro ("democracia") se basa en este plan salvífico universal; las diferencias son para servir y no indican dignidad fundamental diversa. L. BOUYER, L'Eglise de Dieu (Paris, Cerf, 1970) 2ª parte, cap. II; G. PHILIPS, L'Eglise et son mystère (Paris, Cerf, 1967) cap. II; J. RATZINGER, El nuevo Pueblo de Dios (Barcelona, Herder, 1972); E. SAURAS, El pueblo de Dios, introducción, en: Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia Madrid, BAC, 1966) cap. II.

    [6]Ver el capítulo VII, 1, A, de nuestro estudio (el anuncio del reino). La encíclica Redemptoris Missio, en el capítulo II, acentúa la identificación del "reino" con el mismo Jesús: "El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible" (RMi 18). AA.VV., Your Kingdom Come (Melbourne, 1980); A. ANTON, La Iglesia de Cristo, el Israel de la vieja y de la nueva Alianza (Madrid, BAC, 1977) cap. VII, n. 3 (el evangelio del reino); J. COLLANTES, El reino de Dios, en: Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia, Madrid, BAC, 1967, 166-176; C.I. GONZALEZ, El es nuestra salvación, Cristología y Soteriología (Bogotá, CELAM, 1987) tema V (convertíos, porque el Reino de Dios está cerca); M.A. MEDINA, La misión de la Iglesia peregrinante hacia el Reino de Dios: Studium 24 (1984) 7-42; E. NUNNENMACHER, Il Regno di Dio e la missione della Chiesa (RMi 12-20), en: Cristo, Chiesa, Missione (Urbaniana University Press, 1992) 67-87.

    [7]Ver el tema de la Iglesia como "sacramento universal de salvación", en el n. 2 de este mismo capítulo. J. ALFARO, Cristo, sacramento de Dios Padre; la Iglesia, sacramento de Cristo glorificado: Gregorianum 48 (1967) 5-27; Y.M. CONGAR, Un peuple messianique, l'Église sacrement du salut (Paris, Cerf, 1975); J.

ESQUERDA BIFET, La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia: Estudios Marianos 26 (1965) 231-274; A. NAVARRO, La Iglesia como sacramento primordial: Estudios Eclesiásticos 41 (1966) 139-159; O. SEMMELROTH, La Iglesia como sacramento original (San Sebastián, Dinor, 1965; P. SMULDERS, La Chiesa sacramento di salvezza, en: La Chiesa del Vaticano II (Firenze, Vallecchi, 1965) 363-386.

    [8]Es poco frecuente el tema de "Iglesia esposa" en los estudios eclesiológicos actuales, a pesar de ser una idea central de la revelación (la "Alianza"), de la liturgia y de los Santos Padres. Ver el tema en el Catecismo de la Iglesia católica nn.757, 772-773, 796, 1089, 1616. L. BOUYER, L'Eglise de Dieu (Paris, Cerf, 1970) cap. XI. Los grandes santos orientaban su espiritualidad y su acción apostólica con esta perspectiva eclesial. Ver: AA.VV., Mysterium Ecclesiae et conscientia sanctorum (Roma, Teresianum, 1967).

    [9]El tema de la Iglesia "madre" se repite con frecuencia en los textos conciliares: LG 6, 14, 64-65; GS 44; SC 85, 112. Sin usar la expresión, es el contenido de AG 4-5. La maternidad de la Iglesia es por medio de signos eficaces por los que ejerce su misión: profetismo, culto, realeza (o pastoreo, caridad). La misión de la Iglesia es ejecicio de su maternidad: H. DE LUBAC, La maternidad de la Iglesia, en: Las Iglesias particulares en la Iglesia universal (Salamanca, Sígueme, 1974) II; E. DELAHAYE, Ecclesia Mater chez les Pères des trois premiers siècles (Paris, Cerf, 1964); J. ESQUERDA BIFET, Maternidad de la Iglesia y misión: Euntes Docete 30 (1977) 5-29.

    [10]La maternidad de la Iglesia se relaciona con su "sacramentalidad"; siempre es una cooperación materna con la acción del Espíritu, a ejemplo de María: J. ESQUERDA BIFET, La maternidad de Maria y la sacramentalidad de la Iglesia: Estudios Marianos 26 (1965) 231‑274.

    [11]El Sínodo Episcopal de 1985 resumió esta trilogía, que posteriormente ha sido seguida en otros documentos eclesiales (Catechesi tradendae, Pastores dabo vobis, etc.). Ver un estudio sobre esta trilogía en: R. BLAZQUEZ, La Iglesia del concilio Vaticano II (Salamanca, Síguieme, 1988) cap. 1-3. El "misterio" de la Iglesia se explica por el hecho de que "Jesucristo está siempre presente en la Iglesia y en ella vive resucitado": Ecclesia sub Verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi, Relatio finalis (Lib. Edit. Vaticana, 1985) II, A, n.3. Al reafirmar la naturaleza misionera de la Iglesia, dice: "El misterio de la vida divina, de la que es partícipe la Iglesia, debe ser proclamado a todos los pueblos" (ibídem, II, B, n.2).

    [12]Ver los comentarios a Sacrosantum Concilium, especialmente los referentes al capítulo primero (principios generales): AA.VV., Comentarios a la constitución sobre la sagrada liturgia (Madrid, BAC, 1965); I. TUBALDO, La Costituzione sulla liturgia e la missiologia: Euntes Docete 19 (1966) 158-278.

    [13]Ver los estudios citados en la nota 7, sobre la Iglesia "sacramento". La palabra latina "sacramento" es traducción del vocablo griego "mysterion"; así se usa desde el siglo III (Tertuliano). Ver: E. RUFFINI, E. LODI, Mysterion e sacramentum (Bologna, Dehoniane, 1987).

    [14]El Catecismo de la Iglesia Católica dedica a esta tema especialmente los nn. 770-780 (el misterio de la Iglesia), acentuando la dimensión salvífica (nn. 774-776). La naturaleza misionera de la Iglesia, en los contenidos del Catecismo, está relacionada con su sacramentalidad (nn. 770-780), con su catolicidad (nn. 830-856) y con su apostolicidad (nn. 857-870).

    [15]La afirmación conciliar es de San Cipriano (De orat. dom. 23: PL 4,553). Ver el tema de la Iglesia "comunión" también en el capítulo III, n.3, B. AA.VV., La Chiesa sacramento di comunione (Roma, Teresianum, 1979); C. BONIVENTO, Sacramento di unità (Bologna, 1976); J. ESQUERDA BIFET, Compartir con los hermanos, la comunión de los santos (Barcelona, Balmes, 1992); CL. GARCIA EXTREMEÑO, La actividad misionera de una Iglesia sacramento y desde una Iglesia comunión: Estudios de Misionología 2 (1977) 217-252; C. SCANZILLO, La Chiesa sacramento di comunione (Napoli, Dehoniane, 1987).

    [16]La "pluriformidad" y "variedad" de dones y carismas de cada comunidad eclesial, tienden a la unidad de "una sola Iglesia católica compuesta de diversas Iglesias particulares" (Ecclesia sub Verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi, o.c., II, C, n.2). Por esto, "en las Iglesias particulares y a partir de ellas se constituye la Iglesia Católica una y única" (LG 23). Ver también el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe (28 mayo 1992): Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión (Lib. Edit. Vaticana, 1992). Este documento afirma: "la edificación y salvaguardia de esta unidad, a la que la diversidad confiere el carácter de comunión, es también tarea de todos en la Iglesia, porque todos están llamados a construirla y respetarla cada día, sobre todo mediante aquella caridad que es el vínculo de perfección (cf. Col 3,14)" (ibídem, IV, 15).

    [17]Todos los fieles cooperan a esa unidad universal de "catolicidad", en la medida en que ellos mismos vivan la unidad de caridad. En esa unidad eclesial, "todos están unidos por el amor de Dios y, entre sí, por el amor mutuo" (SANTO TOMAS, Expositio in Symbolum Apostolorum, a.9).

    [18]El Catecismo de la Iglesia Católica explica la misión también a partir de la catolicidad (CEC 830-856). El término "católico" (cath'olon), lo usó ya San Ignacio de Antioquía (Ad Smirn., 8: PG 5,714). Propiamente tiene el significado de "convergencia" de las Iglesias particulares con la Iglesia universal. A. ANTON, Iglesia universal, Iglesias particulares: Estudios Eclesiásticos 47 (1972) 409-435; H. DE LUBAC, Las Iglesias particulares en la Iglesia universal (Salamanca, Sígueme, 1974). Ver la dimensión misionera de la Iglesia particular, en el n. 3, A, de este mismo capítulo.

    [19]La "sucesión apostólica" es término derivado de "diadojé", usado por San Ireneo (Adv. Haer. III, 2, 2-3,4). Ver también San Clemente Romano, (Carta primera a los Corintios 42 y 44). El Catecismo de la Iglesia Católica también hace derivar la misión eclesial de la apostolicidad (nn. 857-870). "Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es 'enviada' al mundo entero" (CEC 863).

    [20]María, como figura de la Iglesia esposa (cf. Apoc 12,1), es el "icono escatológico de la Iglesia" (CEC 972), que peregrina hacia el encuentro final con Cristo.

    [21]Los textos evangélicos indican una urgencia: "esta buena noticia del reino se anunciará en el mundo entero, como testimonio para todos los pueblos. Entonces vendrá el fin" (Mt 24,24; cf. Mc 13,10). "Escatología" (palabra derivada de "esjatón") significa lo último del tiempo o del espacio. El decreto conciliar Ad Gentes indica que "el Pueblo de Dios" tiene la tarea de "extender por todo el mundo el reino de Cristo Señor, que preside los siglos, y preparar los caminos de su venida" (AG 1).

    [22]Este es el significado de "consagrar (orientar) el mundo" a Cristo y, por él, a Dios. Ello equivale a "ordenar los asuntos temporales según Dios" a modo de "santificación del mundo" (AA 31; cf. GS 40-45).

    [23]Ver el tema de la "gloria de Dios" en el capítulo III n.3 de nuestro estudio. La misión tiene su origen en Dios Trinidad y enfoca todo su dinamismo hacia la misma Trinidad. Dios quiere hacer entrar a toda la humanidad en la visión y encuentro definitivo. H.U. VON BALTHASAR, La gloire et la croix (Aubier, 1965); M.J. LE GUILLOU, Dieu de la gloire, Dieu de la croix, en: Evangelizzazione e Ateismo (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1981) 165-181.

    [24]Los apóstoles son "cooperadores del Reino" (Col 4,11). Su trabajo se realiza en armonía con su dinamismo hacia la plenitud: "el Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección" (GS 39). Ver el tema del anuncio del Reino, en el capítulo VII, n. 1 de nuestro estudio.

    [25]Sobre la esperanza, ver los estudios del capítulo V, nota 13. S. GALILEA, Espiritualidad de la evangelización, según las bienaventuranzas (Bogotá, CLAR, 1980).

    [26]Al final de cada capítulo de la primera parte de Gaudium et Spes, se indica siempre esta línea escatológica de la historia de la Iglesia y del mundo (GS 22, 32, 38-39, 45). Ver también la línea escatológica de la misión eclesial en: LG 7-9, 13, 21-26, 48-51, 68; DV 7-8; SC 2, 8; AG 1-2, 9.

    [27]Las teología escatológica actual indica, si bien con cierta timidez, este deber misionero de la Iglesia, como parte integrante de la tensión escatológica. M. BORDONI, N. CIOLA, Gesù nostra speranza, saggio di escatologia (Bologna, EDB, 1987); J. ESQUERDA BIFET, Misión y comunión eclesial, sentido escatológico y misionero del día del Señor y de la Pascua: Omnis Terra (1977) 343-351; J.M. LERGA, Escatología y misión e San Pablo: Misiones Extranjeras 14 (1975) 317-341; J.L. RUIZ DE LA PEÑA, La otra dimensión, Escatología cristiana (Madrid, EAPSA, 1975); CH. SCHÖNBORN, L'Eglise du ciel et de la terre. Notes sur "Lumen Gentium" chap. VII: Omnis Terra n.228 (1987) 66-80; C. WIEDENMANN, Mission und Schathologie (Paderborn 1965).

    [28]Además de los estudios sobre la "sacramentalidad" de la Iglesia (nota 7 de este mismo capítulo), ver los estudios que citaremos en el apartdo B, sobre la Iglesia como "sacramento universal de salvación". Se pueden consultar los comentarios a los documentos conciliares, especialmente: AG 1, 5 (en el contexto de Iglesia misionera); LG 48 (en el contexto de Iglesia peregrina o escatológica); GS 45 (en el contexto de la inserción de la Iglesia en el mundo hacia el encuentro final con Cristo resucitado, "el fin de la historia").

    [29]Como hemos indicado en los apartados anteriores, el Catecismo de la Iglesia Católica, además de presentar la misión a partir de la catolicidad y de la apostolicidad, también la presenta a la luz de la su "sacramentalidad" (cf. CEC 774-776). La encíclica Veritatis Splendor también parte de esta perspectiva: "Para que los hombres puedan realizar este encuentro con Cristo, Dios ha querido su Iglesia. En efecto, ella desea servir solamente para este fin: que todo hombre pueda encontrar a Cristo, de modo que Cristo pueda recorrer con cada uno el camino de la vida" (VS 7; cita RH 13).

    [30]Hemos estudiado el universalismo de la misión de Cristo en el capítulo IV, n. 1. Ver: N. SILANES, Principios teológicos de la misión de la Iglesia, en: La misionología hoy (Madrid, OMP, 1987) 194-220.

    [31]Sobre el universalismo del Antiguo Testamento, ver el capítulo I n. 1, B, de nuestro estudio. Los tratadistas suelen tener en cuenta especialmente estas citas: Gen 3,15; 12,2-3; 15,18; Ex 3,15; 1Reg 8,41; Is 2,2; 42,1-4; 45,22; 49,6; 52,10; 60,1; Jer 3,15ss; 31,31-34; Miq 4,1ss; Sof 2,11; 3,9ss; Zac 2,14ss; Sal 22; 66; 72; 92; 96; 102; 116. Ver: C. STUHLMUELLER, Los fundamentos de la misión en el Antiguo Testamento, en: Biblia y Misión (Estella, Edit. Verbo Divino, 1985) cap. I; F. ASENSIO, Horizonte misional a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento (Madrid, C.S.I.C., 1974). Ver las citas del Nuevo Testamento en los capítulos I, n. 3, C y IV n. 1. Ver: C. STUHLMUELLER, o.c., II.

    [32]La encíclica Redemptoris Missio presenta estos "tres ámbitos de la misión ad gentes" propiamente dicha (RMi 37-38). Ver el capítulo II, n. 3, B, de nuestro estudio. Este tema es una novedad para los tratadistas de la misionología, que ven difícil armonizar dichos "ámbitos" con el concepto predominantemente territorial de la ciencia misionológica. L. CUARTERO, Los inmensos horizontes de la misión ad gentes, en: Haced discípulos a todas las gentes (Valencia, EDICEP 1991) 183-192; M. ZAGO, Gli ambiti della missione ad gentes, en: Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1992) 167-185.

    [33]Ver el capítulo VII, n.1, B. En cualquier "ámbito" de la misión "ad gentes", se trata del primer anuncio y de implantar la Iglesia. Hay que evitar, pues, la confusión de la misión "ad gentes" con la misión que va hacia la pastoral ordinaria de una comunidad ya cristiana.

    [34]El decreto conciliar Ad Gentes repite este tema con cierta insistencia: "Además, los grupos en que vive la Iglesia cambian completa­mente con frecuencia por varias causas, de forma que pueden originarse condiciones enteramente nuevas. Entonces la Iglesia tiene que ponderar si estas condiciones exigen de nuevo su activi­dad misional" (AG 6).

    [35]El tema de la "cooperación" (según la terminología de las encíclicas y también de los documentos conciliares y postconciliares) equivale a lo que, en algunos servicios misioneros, se llama "animación" (como suscitando vida misionera en la comunidad eclesial para que colabore "compartiendo" todo). Ver el capítulo IX de nuestro estudio. La encíclica Redemptoris Missio distingue tres "situaciones" de la misión: pastoral ordinaria, nueva evangelización, misión "ad gentes" (RMi 33). Las tres situaciones se entrecruzan; la nueva evangelización consistiría principalmente en hacer misionera sin fronteras a toda comunidad cristiana (tanto la comunidad joven como la de antigua cristiandad).

    [36]Ver el tema de Jesús Salvador universal, en el capítulo I, n. 3 de nuestro estudio. "La luz del rostro de Dios resplandece con toda belleza en el rostro de Jesucristo... Por esto, la respuesta decisiva a cada interrogante del hombre, en particular a sus interrogantes religiosos y morales, la da Jesucristo: 'realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... (cf. GS 22)...  Jesucristo, luz de los pueblos, ilumina el rostro de su Iglesia, la cual es enviada por él para anunciar el evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15). Así la Iglesia, pueblo de Dios en medio de las naciones, mientras mira atentamente a los nuevos desafíos de la historia y a los esfuerzos que los hombres realizan en la búsqueda del sentido de la vida, ofrece a todos la respuesta que brota de la verdad de Jesucristo y de su Evangelio" (VS 2).

    [37]La "sacramentalidad" de la Iglesia indica su universalidad de misión salvífica: "De esta sacramentalidad se sigue que la Iglesia no es una realidad replegada sobre sí misma, sino permanentemente abierta a la dinámica misionera y ecuménica, pues ha sido enviada al mundo para anunciar y testimoniar, actualizar y extender el misterio de comunión que la constituye: a reunir a todos y a todo en Cristo; a ser para todos 'sacramento universal de salvación'" (Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión, 28 mayo 1992, Lib. Edit. Vaticana, 1992, I, 4).

    [38]Ver algunas citas bíblicas que se refieren a Jesús Salvador universal: Jn 4,42 ("Salvador del mundo"); Lc 19,10 (ha venido a buscar lo perdido); Act 4, 10-12 (la salvación no existe "en ningún otro"); 1Tim 2,3-6 (Salvador de todos los hombres); 1Tes 5,9 ("murió por todos"); Tit 2,11-13 ("para todos los hombres"); Ef 1,7 (salvados por su sangre); Col 1,22 (reconciliados)...

    [39]Sobre la salvación en relación a las religiones no cristianas, ver el capítulo VIII de nuestro estudio. Ver algunos estudios de conjunto: AA.VV., Salvation: Studia Missionalia 29 (1980); AA.VV., La salvezza oggi. Congresso Intern. Missiologia(Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1989; AA.VV., Ist Christus der einzige Weg zum Heil? (Nettetal, Steyler Verlag, 1991). Ver también: P. DAMBORIENA, La salvación en las religiones no cristianas (Madrid, BAC, 1973).

    [40]La afirmación es de San Cipriano y se refería propiamente a los que habían abandonado la comunión eclesial (cismáticos o herejes): SAN CIPRIANO, Epist. ad Iubaianum 73, c. 21: PL 3,1123.

    [41]La exhortación apostólica Evangeli nuntiandi añade esta pregunta: "Pero ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza -lo que San Pablo llamaba avergonzarse del Evangelio-, o por ideas falsas omitimos anunciarlo?" (EN 80).

    [42]La palabra "implantación" o "plantación" indica la inserción del evangelio en todo pueblo y cultura; no tiene, pues, el sentido de transplante de culturas humanas. Ver el tema en el capítulo VII, n. 1, B, de nuestro estudio.

    [43]Además de los estudios sobre la Iglesia "sacramento" (citados en la nota 7), ver: C. BONIVENTO, La Chiesa sacramento di salvezza per tutte le nazioni: Euntes Docete 28 (1975) 1-50; 316-354; P. CHIOCCHETTA, La storia della Chiesa come storia del "Sacramento universale di salvezza", en: Evangelizzazione e culture (Pont. Univ. Urbaniana, 1976) II, 7-58; CL. GARCIA EXTREMEÑO, La actividad misionera de una Iglesia sacramento y desde una Iglesia comunión: Estudios de Misionología 2 (1977) 217-252; O. SEMMELROTH, La Iglesia como sacramento original (San Sebastián, Dinor, 1965); J. VODOPIVEC, La Chiesa mistero di salvezza universale (Roma, Pont. Università Urbaniana, 1994).

    [44]Anteriormente hemos citado algunas síntesis eclesiológicas que subrayan la Iglesia como misión (ver notas 2, 4 y 5). Ver algunas eclesiologías actuales: G. ALBERIGO, L'Ecclesiologia del Vaticano II, dinamismi e prospettive (Bologna, EDB, 1981); A. ANTON, La Iglesia de Cristo (Madrid, BAC, 1977); L. BOUYER, L'Église de Dieu (Paris, Cerf, 1970); Y.M. CONGAR, Un peuple messianique, l'Église sacrement du salut (Paris, Cerf, 1975; S. DIANICH, Iglesia y misión (Salamanca, Sígueme, 1988); L.A. GALLO, Una Chiesa al servizio degli uomini, contribuiti per una ecclesiologia nella linea conciliare (Torino, LDC, 1982); CH. JOURNET, L'Église du Verb Incarné (Paris, Desclée, 1969); Idem, Teología de la Iglesia (Bilbao, Desclée, 1960); B. MONDIN, La Chiesa primizia del regno (Bologna, EDB, 1986); G. PHIIPS, L'Eglise et son mystère (Paris, Desclée, 1967); L.L. WOSTYN, Iglesia y nisión hoy. Ensayo de eclesiología(Estella, Verbo Divino, 1992).

    [45]Aludiendo al uso tal vez abusivo de la palabra misión, añade: "Por tanto, hay que evitar que esta responsabilidad más específicamente misionera, que Jesús ha confiado y diariamente vulve a confiar a su Iglesia, se vuelva una flaca realidad dentro de la misión global del Pueblo de Dios y, consiguientemente, descuidada y olvidada... La misión ad intra es signo creíble y estímulo para la misión ad extra y viceversa" (RMi 34).

    [46]Ver también otros temas peculiares de interés misionológico: Iglesia madre (n. 757), inicio del Reino (n. 764), escatológica (n. 769), "sacramento universal de salvación" (n. 774-776), "esposa" (n. 796). El tema de la "misión" queda encuadrado también a partir de la Iglesia "misterio" y "comunión" (nn. 813ss). La "misión" también se presenta en relación con la Iglesia "Pueblo de Dios" (nn. 781.786).

    [47]Estas dimensiones llevarán a una recta acción evangelizadora (capítulo VII) en todos sus aspectos: proféticos, litúrgicos, hodegéticos, antropológicos, culturales, espirituales...

    [48]Ver el tema en el capítulo X (sobre la espiritualidad misionera). "Quien tiene espíritu misionero, siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia como Cristo... Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del misionero, su preocupación cotidiana... Para todo misionero y toda comunidad, la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia" (RMi 89). Es importante hacer notar el sentido y amor de Iglesia que tenía los evangelizadores santos: AA.VV., Mysterium Ecclesiae et conscientia sanctorum (Roma, Teresianum, 1967.

    [49]Estudio el tema en: La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia: Estudios Marianos 26 (1965) 231-274; Maternidad de la Iglesia y misión: Euntes Docete 30 (1977) 5-29. Sobre la maternidad de la Iglesia, ver: K. DELAHAYE, Ecclesia Mater chez les Pères des trois premiers siècles (Paris, Cerf, 1964). Ver el tema mariológico encuadrado dentro de la eclesiología:  C. SCANZILLO, La Chiesa sacramento di comunione (Napoli, EDB, 1987) cap. VIII (María figura de la Iglesia). Ver el tema mariano en relación con la misión de la Iglesia en el capítulo XII de nuestro estudio.

    [50]La disponibilidad para asumir esta responsabilidad dependerá de la "renovación interior" de personas e instituciones: "el Santo Concilio invita a todos a una profunda renovación interior a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, acepten su cometido en la obra misional" (AG 35; cf. can. 211 y 785)). En este sentido se comprende mejor la indicación de Redemptoris Missio: "La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión... La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos... Es necesario suscitar un nuevo 'anhelo de santidad' entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana" (RMi 90).

    [51]El tema de la apostolicidad de la Iglesia, en relación con la misión, lo hemos visto en este mismo capítulo: n. 1, B.

    [52]El decreto conciliar Ad Gentes, después de reafirmar la responsabilidad misionera de cada cristiano (AG 35) y sin olvidar la especificidad de la vocación misionera estrictamente dicha (AG 23), señala el deber misionero de todo el Pueblo de Dios (AG 36), de las comunidades eclesiales (AG 37), de los Obispos con su respectica diócesis (AG 38), de los sacerdotes diocesanos (AG 39), de los Institutos de perfección (AG 40) y de los seglares (AG 43). En cuanto deber de evangelización general, Evangelii nuntiandi indica prácticamente estos mismos responsables (EN VI), señalando también los deberes de la familia, los jóvenes y los ministerios diversificados (EN 71-73). En Redemptoris Missio, señalando estos mismos responsables y agentes (RMi VI), hace hincapié en la responsabilidad de la Iglesia particular (RMi 63-64), los Institutos misioneros (RMi 65-66), los sacerdotes diocesanos (RMi 67-68), la vida consagrada (RMi 69-70), los laicos (RMi 71-72), los catequistas (RMi 73-74), la Congregación para la evangelización de os pueblos (RMi 75) y las Conferencias Episcopales (RMi 76).

    [53]Esta responsabilidad misionera de todo cristiano era muy sentida desde los tiempos patrísticos. "Nos esforzamos, según nuestras posibilidades, por invitar a todos los hombres para que condividan las creencias cristianas" (ORIGENES: Contra Celsum 8,52: PL 11, 1593). "Los cristianos se esfuerzan seriamente por hacer conocer su doctrina en toda la tierra" (ibídem, 3,9: PL 11, 932). "Anuncia tú también a Cristo. ¿Qué fiel dejará de hablar de Cristo? Atraed a todos los que podáis" (SAN AGUSTIN, Enarr. in Ps. 96,10: PL 37,1243). J. CAPMANY, Responsables y agentes de la pastoral misionera, en: Haced discípulos a todas las gentes (Valencia, EDICEP, 1991 225-247; J. ESQUERDA BIFET, I responsabili e gli agenti della pastorale missionaria, en: Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1992) 343-364.

    [54]No solamente los documentos magisteriales del Papa, sino también sus viajes apostólicos son estrictiamente misioneros "ad gentes" como exigencia del carisma petrino. Así lo afirma explíticamente Juan Pablo II: "Consciente de esta responsabilidad, en los encuentros con los Obispos siento el deber de compartirla, con miras tanto a la nueva evangelización como a la misión universal. Me he puesto en marcha por los caminos del mundo 'para anunciar el Evangelio, para confirmar a los hermanos en la fe, para consolar a la Iglesia, para encontrar al hombre. Son viajes de fe... So otras tantas ocasiones de catequesis itinerante, de anuncio evangélico para la prolongación, en toras las latitudes" (RMi 63). Cf. Discurso a los Cardenales y a los colaboradores de la Curia Romana, 28 junio 1980: Insegnamenti III/1 (1980) 1887.

    [55]Cf. CD 6; EN 68; can 782. Redemptoris Missio llama a tomar conciencia de esta responsabilidad: "Mis hermanos son directamente responsables conmigo de la evangelización del mundo, ya sea como miembros del Colegio Episcopal, ya sea como pastores de las Iglesias particulares" (RMi 63).

    [56]M. BONET, Solicitud pastoral de los obispos en su dimensión universal, en: La función pastoral de los obispos, Salamanca 1967; H.M. LEGRAND, Nature de l'Eglise particulière et rôle de l'Evêque dans l'Eglise, en: La Charge pastorale des Evêques (Paris 1969); W. ONCLIN, Les Evêques et l'Eglise universelle, en: La Charge pastorale des Evêques (Paris, Unam Sanctam, 1979) 87-101; J. SARAIVA, Il dovere missionario dei Pastori, en: Chiesa e missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1990) 141-157.

    [57]La realidad de las Conferencias Episcopales dimana tanto de la comunión-misión eclesial como de la consagración episcopal y, por tanto, debe orientarse hacia la misión. Las normas del Derecho deberán precisar mejor el modo práctico de obrar, pero no podrán olvidar las exigencias que derivan de la misión y de la consagración. Cf can. 447ss; LG 26-27; AG 38.

    [58]Cf. AG 19-22, 29, 38; EN 62; RMi 61-64, 85. Ver algunos estudios en colaboración: Chiesa locale e cooperazione tra le Chiese (Bologna, EMI, 1973); Chiesa locale e inculturazione nella missione (Roma, Urbanian University Press, 1987); Promoción misionera de las Iglesias locales (Burgos, 1976); L'Episcopat et l'Eglise universelle (Paris, Unam Sanctam, 1962). Otros estudios: A. ANTON, Iglesia universal, Iglesias particulares: Estudios Eclesiásticos 47 (1972) 409-435; W. BERTRAMS, De Episcopis quoad universam Ecclesiam: Periodica 55 (1966) 153-169; H. DE LUBAC, Les Eglises particulières dans l'Eglise universelle (Paris, Aubier-Montange, 1971); J. ESQUERDA BIFET, Sacerdocio ministerial en la Iglesia particular: Salmanticesnsis 14 (1967) 309-340; X. SEUMOIS, Les Eglises particulières, en: L'activité missionnaire de l'Eglise (Paris, 1967) 281-299; P. TENA, Eglise, en: Dict. Sipiritualité, fasc. 25, col. 370-384; J.M.R. TILLARD, Eglise d'Eglises, écclésiologie de communion (Paris, Cerf, 1987); I. TING PONG LEE, Dioecesum incepta pro missionibus: Comentarium pro Religiosis 59 (1978) 125-137; 238-247: 345-347; 60 (1979) 36-45; J.R. VILLAR, Teología de la Iglesia particular (Pamplona, Univ. de Navarra 1989). Ver otros estudios en las notas siguientes.

    [59]  Además de los estudios citados en la nota anterior, ver: M. DA MEMBRO, Inserimento dell'attività missionaria della Chiesa universale nelle Chiese particolari: Euntes Docete 24 (1971) 291-328; J. ESQUERDA BIFET, Dimensión misionera de la Iglesia local (Madrid, Com. Episcopal Misiones, 1975); J. GUERRA, Las Iglesias locales como signo de la Iglesia universal en su proyección misionera: Misiones Extranjeras 54 (1967) 181-194; H.M.  LEGRAND, Nature de l'Eglise particulière et rôle de l'Evêque dans l'Eglise, en: La Charge pastorale des Evêques (Paris, 1969); J.  LOSADA, A responsabilidade missionaria das Igrejas locais: Igreja e Missâo 34 (1982) 241-262; S.J. UKPONG, The local Church and missionary consciousness, en: Portare Cristo all'uomo (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1985) II, 559-578; J. VODOPIVEC, La Chiesa locale e la missione, in: Chiesa e missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1990) 97-139.

    [60]La encíclica (RMi 64) cita a Puebla: "Finalmente, ha llegado para América Latina la hora... de proyectarse más allá de sus propias fronteras, ad gentes. Es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros. Pero Debemos dar desde nuestra pobreza" (Puebla 368). El documento de "Santo Domingo" (IVª Conferencia) acentúa todavía más este compromiso misionero de las Iglesias particulares (nn.124-125). Las conclusiones de la Asamblea de Santo Domingo han reafirmado esta perspectiva "ad gentes"; el documento insiste en esta responsabilidad por parte de cada Iglesia particular: cap. I (la nueva evangelización), n. 125. Ver: J. ESQUERDA BIFET, El despertar misionero "Ad Gentes" en América Latina: Euntes Docete 45 (1992) 159-190.

    [61]La encíclica Redemptoris Missio había hecho esta invitación (n. 62) remitiéndose al decreto Ad Gentes: "Las mismas Iglesias más jóvenes, precisamente 'para que ese celo misionero florezca en los miembros de su patria', deben participar 'cuanto antes y de hecho en la misión universal de la Iglesia, enviando también ellas misioneros a predicar por todas las partes del mundo el Evangelio, aunque sufran escasez de clero'. Muchas ya actúan así, y yo las aliento a continuar" (RMi 62; cf AG 20). El concilio había dado esta orientación como signo de madurez en el crecimiento de las Iglesias jóvenes (cf. AG 6).

    [62]Además de los estudios de las notas 58 y 59, ver: H. DE LUBAC, Las Iglesias particulares en la Iglesia universal (Salamanca, Sígueme, 1974). La primera parte de esta publcación estudia la naturaleza de la Iglesia particular, la Colegialidad Episcopal, las  Conferencias episcopales y el servicio de Pedro. La segunda parte se centra en "la maternidad de la Iglesia", con aplicación concreta a cada uno de sus miembros y a toda la comunidad eclesial.

    [63]A. BANDERA, Presbiterado, colegialidad e Iglesia universal: Ciencia Tomista 11 (1984) 463-486; G. CAPELLAN, Dimensión misionera, en: Espiritualidad sacerdotal (Madrid, EDICE, 1989) 419-428; J. DELICADO, Dimensión misionera del sacerdocio (Burgos, 38 Semana Misional, 1976) 109-126; J. ESQUERDA BIFET, Sacerdotes al servicio de la Iglesia particular y universal, en: Signos del Buen Pastor, Espiritualidad y misión sacerdotal (Bogotá, CELAM, 1991); R. MACIAS, Vocación sacerdotal, vocación misionera: Ominis Terra 13 (1981) 471-478; J. SARAIVA, Il dovere missionario dei Pastori, en: Chiesa e Missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1990) 141-157; A. SARMIENTO, El Corazón de Cristo y el carácter misionero del sacerdocio ministerial: Teología del Sacerdocio 18 (1984) 203-246; I. TRUJILLO, En torno a la identidad misionera del clero diocesano: Misiones Extranjeras 88-89 (1985) 311-322; R. ZECCHIN, I sacerdoti fidei donum, una maturazione storica ed ecclesiale della misionarietà della chiesa (Roma, Pont. Opere Missionarie, 1990); T. UBEDA, Cómo ser sacerdote hoy? Dimensión misionera de la espiritualidad sacerdotal: Misiones Extranjeras 87 (1984) 359-363. Ver más bibliografía en: Teología de la espiritualidad sacerdotal (Madrid, BAC, 1991) cap. VII (Ministros del Evangelio). Sobre el sacerdocio ministerial en general, ver la nota 29 del capítulo XI.

    [64]El texto conciliar cita el mandato misionero según Act 1,8, y alude al envío misionero durante la vida pública según Lc 10,1, acentuando la comunión "de dos en dos". El Catecismo de la Iglesia Católica cita este mismo texto conciliar juntamente con OT 20: CEC 1565.

    [65]Puede considerarse un resumen sobre este tema, la conclusión a que llega el decreto "Ad Gentes": "Los presbíteros representan la persona de Cristo y son cooperadores del orden episcopal, en su triple función sagrada que se ordena a las misiones por su propia naturaleza. Estén profunda­mente convencidos que su vida fue consagrada también al servicio de las misiones... Por consiguiente, organizarán el cuidado pastoral de forma que sea útil a la dilatación de Evangelio entre los no cristianos" (AG 39; cf. can 256, 2). Cada uno de los ministerios tiene esta derivación misionera universal.

    [66]AA.VV., Séminaires et esprit missionnaire: Bulletin de Saint Sulpice 17 (1991); AA.VV., De aspectu missionali in sacerdotali formatione: Seminarium (1973), n.4; R. DEVILLE, La formation des seminaristes à l'esprit missionnaire: Seminarium 30 (1990) 177-187; J.M. GOIBURU, La formación misionera en los seminarios y la Unión Misional: Seminarium (1973) 1104-1129; F. PAVANELLO, L'orientamento missionario nella formazione sacerdotale: Seminarium (1970) 781-797; J. SARAIVA MARTINS, La formazione missionaria dei sacerdoti alla luce del Sinodo 1990 e della "Patores dabo vobis", en: Missione per il terzo millennio (Roma, PUM, 1992) 263-282.

    [67]Curiosamente en las notas no se citan LG 28 ni PO 10, aunque sí otros números de LG, PO y AG. Ver: Esortazione Apostolica "Evangelii Nuntiandi", Commento sotto l'aspetto teologico, ascetico e pastorale, S. Congregazione per l'Evangelizzazione dei Popoli ; L'Annuncio del Vangelo oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1977).

    [68]Notae directivae de mutua Ecclesiarum particularium cooperatione promovenda ac praesertim de aptiore cleri distributione, "Postquam Apostoli" (25.3.80): AAS 72 (1980) 343-364 (EV 7, 232-281). Estudios sobre el documento y sobre el tema: AA.VV, Chiesa locale e cooperazione tra le Chiese (Bologna, EMI, 1973); AA.VV., Il mondo è la mia parrocchia, The world is my parish (Roma, 1971); M. ANDRES, La distribución de los presbíteros y las vocaciones sacerdotales: Teología delsacerdocio 7 (1975) 297-337; J. ESQUERDA BIFET, La distribución del clero (Burgos, 1972); Idem, Cooperación entre Iglesias particulares y distribución de efectivos apostólicos (comentario a "Postquam Apostoli"): Euntes Docete 34 (1981) 427-454; V. MALLON, Distribución del clero en elmundo. Comentario acerca de "Postquam Apostoli": Omnis terra n.111 (1982) 29-36; n.112 (1982) 59-66; A. DE SILVA, Intercomunhâo das Igrejas locais e distribuçâo dos agentes de evangelizaçâo: Igreja e Missâo 34 (1982) 263-295; R. ZECCHIN, I sacerdoti fidei donum, una maturazione storica ed ecclesiale della misionarietà della Chiesa (Roma, Pont. Opere Missionarie, 1990). Ver también CIC, can. 832-835; Catecismo de la Iglesia Católica, 1560, 1575.

    [69]Ver algunos comentarios (en colaboración) a la encíclica RMi:  Haced discípulos a todas las gentes, Comentario y texto de la encíclica "Redemptoris Missio" (Valencia, EDICEP, 1991) Cristo, Chiesa, Missione, commento all'enciclica "Redemptoris Missio" (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1992); Redemptoris Missio, Riflessioni (Roma, Pontificia Università Urbaniana, 1991); La missione del Redentore  (Leumann, Torino, LDC, 1992).

    [70]En la encíclica Fidei donum (1957), Pío XII invitaba propiamente a marchar a Africa, por la emergencia del momento, debido al proceso de idependencia de los Estados. A partir de esta invitación, el título "sacerdotes Fidei donum" se ha aplicado a todos los sacerdotes diocesanosque prestan un servicio en las Iglesias jóvenes o muy necesitadas. Este servicio temporal no debe ser una ocasión para olvidar la disponibilidad permanente que debe tener todo sacerdote diocesano para hacr misionera a su diócesis y a su Presbiterio. En este contexto de disponiblidad misionera para toda la vida, se puede hablar de vocación sacerdotal misionera "específica". Esto comporta el establecimiento de instituciones y servicios para hacer posible este compromiso permanent. A nivel de Conferencias Episcopales ya existen algunas instituciones: COPAL (Bélgica), CEPAL (Francia), CEIAL e CEIAS (Italia), OCSHA (España), CECAL (Canadá), NCCB-LAB (Estados Unidos). Cf. R. ZECCHIN, I sacerdoti fidei donum, una maturazione storica ed ecclesiale della misionarietà della chiesa (Roma, Pont. Opere Missionarie, 1990).

    [71]Se remite a "Instrumentum laboris" n. 16 y a la "Propositio" n. 7 del Sínodo de los Obispos de 1990. Documentos de este Sínodo, con índices de materias: G. CAPRILE, Il Sinodo dei Vescovi 1990 (Ediz. La Civiltà Cattolica, 1991). Ver otros números de Pastores dabo vobis  sobre la misionariedad del sacerdote: nn. 2, 4, 14, 16-18, 23, 31-32, 59, 72, 74-75, 82. Comentarios al documento postsinodal: Pastores dabo vobis, Esort. Apost. Post-Sinodale di Giovanni Paolo II (25 marzo 1992). Testo originale...  (presentazione, introduzioni, commentoe sussidi (Casale Montferrato, PIEMME, 1992); Os daré pastores según mi corazón (Valencia, EDICEP, 1992); Vi darò pastori secondo il mio cuore, Esortazione Apostolica "Pastores dabo vobis"..., Testo e commenti (Lib. Edit. Vaticana, 1992); Commentarium in Adh. Apost. "Pastores dabo vobis": Seminarium 32 (1992, n. 4; 33 (1993) n. 3; Pastores dabo vobis. Etudes et commentaires: Bulletin de Saint Sulpice 19 (1993); Studi sull'Esortazione Apostolica "Pastores dabo vobis" di Giovanni Paolo II: Salesianum 55 (1993) n. 1-2; M. CAPRIOLI, Esortazione Apostolica Postsinodale "Pastores dabo vobis": Teresianum 43 (1992) 323-357.

    [72]El documento postsinodal da mucha importancia a la relación del sacerdocio ministerial (de los presbíteros) con la sucesión apostólica: nn. 4-5, 15-16, 22, 24, 42, 46, 60. El Catecismo de la Iglesia Católica (n.1554), al indicar la unidad entre los obispos y los presbíteros, cita a San Ignacio de Antioquía: "Que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, como también al obispo, que es imagen del Padre, y a los presbíteros, como al senado de Dios y como a la asamblea de los apóstoles; sin ellos no se puede hablar de Iglesia" (Ad Trall. 3,1). El Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros (Congregación para el Clero, 1994), resume la doctrina de los documentos conciliares y postconciliares sobre la dimensión misionera del sacerdote, al hablar de la identidad y en el contexto de la dimensióne eclesiológica: universalidad del sacerdocio (n.14), índole misionera del sacerdocio (n.15).

    [73]AA.VV., Evangelizzazione e vita religiosa (Milano, Ancora, 1974); AA.VV., L'azione apostolica dei religiosi (Milano, Ancora, 1980); E. ANCILLI, Il servizio ecclesiale e missionario della vita  religiosa, en: L'annuncio del Vangelo oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1977) 429-462; DAO DINH DUC, Dimensione missionaria della vita cristiana e religiosa, en: Chiesa e missione (Pont. Univ. Urbaniana, 1990) 159-176; G. GRECO, I religiosi e le missioni nel Concilio Vaticano II: Euntes Docete 19 (1966) 226-245; B. SECONDIN, Seguimiento y profecía, herencia y povernir de la vida consagrada (Madrid, Paulinas, 1986).

    [74]La encíclica cita Mulieris dignitatem (15 agosto 1988). El n. 70 de la encíclica misionera privilegia la misión de la mujer consagrada a la evangelización.

    [75]La peculiaridad de la "Vida Apostólica" para el sacerdote diocesano se desprende del hecho de la "incardinación", como relación especial con el carisma episcopal, pertenencia específica respecto a la Iglesia particular y corresponsabilidad estricta de familia respecto a los demás miembros del Presbiterio. De ahí derivarán consecuencias respecto a las modalidades de: seguimiento evangélico, vida comunitaria, disponibilidad misionera. La armonía con otras formas de "Vida Apostólica" sacerdotal es una exigencia de esa misma espiritualidad específica.

    [76]Ver los documentos del Vaticano II, especialmente Lumen Gentium (cap. IV), Ad Gentes (n. 41) y Apostolicam actuositatem (n. 10). Ver también: EN 70; RMi 71-72; CFL 7-8, 64. Estudiamos la vocación laical en el capítulo XI, 1, C (juntamente con la vocación sacerdotal y de vida consagrada).

    [77]Cf. LG 31; GS 38; AA 2, 6, 13; EN 70-73; CFL, passim; can. 225. J. CHIFFLET, Il laico al servizio delle missioni (Torino, 1962); Y.M. CONGAR, Sacerdoce et laïcat, devant leur tâches d'évangélisation et de civilisation (Paris, Cerf, 1965); P. DIAZ PEÑALVER, Dimensión misionera del laicado (Burgos, 1976) 75-89; J. ESQUERDA BIFET, Dimensión misionera de la vocación laical: Seminarium 23 (1983) 206-214; R. ESPINOSA, Promoción misionera de los laicos (Quebec, Univ. Laval, 1974); J. GARCIA MARTIN, Los laicos en las misiones: Monitor Ecclesiasticus 108 (1983) 95-123; P. GIGLIONI, Ministerialità missionaria laicale, en: Chiesa e missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1990) 227-268; F. OCARIZ, La partecipazione dei laici alla missione della Chiesa: Annales Theologici 1 (1987) 7-26; M. PUCCINELLI, Testimonianza missionaria dei laici, en: Spiritualità della missione (Roma, Teresianum, 1986) 165-177; J. SARAIVA, Ruolo missionario e formazione apostolica dei laici: Euntes Docete 40 (1987) 643-663; A. SEUMOIS, Laicato e missioni, en: Le missioni nel Decreto "Ad Gentes" del Concilio Vaticano II (Roma, Ediz. Urbaniana, 1966) 246-257. Sobre la vocación laical, ver el capítulo XI, n. 1 C, nota 23.

    [78]La encíclica Redemptoris Missio distingue diversas posibilidades de organizaciones laicales: "asociaciones del laicado misionero, organismos cristianos y hermandades de diverso tipo" (RMi 72). AA.VV., Movimenti ecclesiali contemporanei (Roma, LAS, 1980). P. CODA, I movimenti ecclesiali. Una lettura ecclesiologica: Lateranum 57 (1991) 109-144.

    [79]Cf. AG 17; can. 785. Ver los documentos de la Plenaria de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (1970), en: Bibliografia missionaria 34 (1970) 197-212. Tanmbién en: Memoria Rerum (Propaganda Fide) III/2 (1976) 821-831. AA.VV., Commento alla Catechesi Tradendae di Giovanni Paolo II, Andate e insegnate (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1980); AA.VV., Catechisti per una Chiesa missionaria (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1982). El catequista no es sólo un técnico, sino que, sobre todo, es un testigo porque debe "comunicar, a través de su enseñanza y su comportamiento, la doctrina y la vida de Jesús" (CT 6). "Solamente en íntima comunión con El, los catequistas encontrarán luz y fuerza para una renovación auténtica y desable de la catequesis" (CT 9).

    [80]Evangelii nuntiandihabía subrayado, en el contexto del laicado, la importancia de los "ministerios" también para la evangelización "ad gentes" (EN 75).

    [81]  Faltan estudios más detallados sobre este tema. Cf. AA.VV., Missione ad gentes, Chiesa locale, Istituti missionari (Bologna, EMI, 1985). "Estos Institutos han soportado, desde hace muchos siglos, el peso del día y del calor, entregados enteramente o sólo en parte a la obra misionera... Los Institutos continúan siendo necesarios" (AG 27).

    [82]SAN IGNACIO DE ANTIOQUIA, Ad Romanos: PG 5, 685. La encíclica Redemptoris Missio indica claramente esta eclesiología de comunión: "En una eclesiología de comunión, en la que la Iglesia es toda ella misionera, pero al mismo tiempo se ven siempre como indispensalbes las vocaciones e Instituciones específicas para la labor ad gentes, sigue siendo muy importante el papel de guía y coordinación del Dicasterio misional para afrontar conjuntamente las grandes cuestiones de interés común, salvo las competencias propias de cada autoridad y estructura" (RMi 75).

    [83]La Const. Apost. Pastor Bonus, art. 86-88, puntualiza también "los estudios de investigación teológica, la espiritualidad y la pastoral misionera" (art. 86), "la espiritualidad misionera" (art. 87), las "vocaciones misioneras" (art. 88). Para la historia de la Congregación, ver: J. METZLER, Sacrae Congregationis di Propaganda Fide Memoria Rerum (Roma, Herder, 1971-1976) 5 vol. 1622-1972.

    [84]Ver Ecclesiae sanctae, II, 43: AAS 58 (1966) 782. La encíclica Redemptoris Missio indica: "encuentros y formas de colaboración entre las diferentes instituciones misioneras, ya sea para la formación y estudio, ya sea para la acción apostólica que hay que desarrollar" (RMi 76). Ver: Ecclesiae sanctae, III, 22: AAS 58 (1986) 787. Las normas fundamentales de acción misionera corresponden a los Pastores; pero hay que dejar margen a la responsabilidad, iniciativa y generosidad de las instituciones y personas, siguiendo el principio de subsidiariedad. Sobre la responsabilidad misionera del Episcopado, ver los estudios de la nota 56.

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