Lunes, 11 Abril 2022 10:34

V. EVANGELIZAR CON LA FUERZA DEL ESPIRITU. DIMENSION PNEUMATOLOGICA DE LA MISION

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V. EVANGELIZAR CON LA FUERZA DEL ESPIRITU. DIMENSION PNEUMATOLOGICA DE LA MISION

 

1. El Espíritu Santo en la misión de Jesús

 

A) La misión del Espíritu Santo: del Antiguo al Nuevo Testamento

B) La misión de Jesús, misión en el Espíritu Santo

C) Desde la Encarnación, hacia el desierto, los pobres y el misterio pascual

 

2. El Espíritu Santo en la misión de la Iglesia

 

A) La misión eclesial recibida de Jesús, misión del Espíritu Santo

B) La misión eclesial realizada en el Espíritu Santo

C) La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo hacia el desierto, los pobres y la Pascua

 

3. El Espíritu Santo en la misión del apóstol

 

A) El apóstol, partícipe de la unción y misión del Espíritu Santo

B) El discernimiento del Espíritu en la vida y acción apostólica

C) La fidelidad al Espíritu en la vida y acción apostólica

 

1. El Espíritu Santo en la misión de Jesús

 

      Evangelizar no es una acción simplemente humana. Por ser prolongación de la misma misión de Cristo, está acompañada de la presencia del mismo Cristo (Mt 28,20) y de la acción santificadora del Espíritu Santo.[1]

 

      La dimensión pneumatológica de la misión ha sido un tanto olvidada en los estudios misionológicos. Los documentos conciliares y postconciliares del Vaticano II han ayudado a resaltar esta dimensión. La importancia y actualidad del tema se hacen evidentes si constatamos que "vivimos en la Iglesia un momento privilegiado del Espíritu" (EN 75).[2]

 

      La primera creación (cf. Gen 1,2) y la nueva creación (cf. Jn 3,5) caminan bajo el soplo del Espíritu de amor. La misión que Cristo comunicó a la Iglesia, de parte del Padre, se realiza bajo la acción del Espíritu Santo (Jn 15,26-27; 20,21-23). El Espíritu Santo sigue siendo "el agente principal de la evangelización" y "actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por él" (EN 75). "El es en verdad el protagonista de toda misión eclesial" (RMi 21 cf. DEV 42).

 

      A) La misión del Espíritu Santo: del Antiguo al Nuevo Testamento

 

      En el Antiguo Testamento, la creación y la historia del salvación se describen como obra del Espíritu, que conduce al pueblo hacia la tierra prometida y hacia la venida del Mesías (Gen 1,2; 8,1; Ex 10,13ss; 14,21ss).

 

      Los "enviados" por Dios, según el Antiguo Testamento, recibían el Espíritu para poder hablar en su nombre y con su fuerza. El "Espíritu" recibido por los enviados queda descrito principalmente con tres nombres: la fuerza (ruah) (Gen 1,2), la misión (salah) (Jer 1,7; Ecli 48,12), la palabra (dabar) (Ez 3,10). En realidad, es la fuerza del Espíritu la que capacita para cumplir la misión de anunciar la palabra. De modo especial, los profetas eran, según San Cirilo, "portadores del Espíritu".[3]

 

      Los profetas reciben la misión para ejecutarla con la fuerza del Espíritu, el cual les hace hablar, juzgar, salvar (Jer 1,7; Ez 3,10; Deut 34,9; Eccli 48,12). Ellos son como la prolongación de quien les envía. Por esto son testigos de una presencia salvífica de Dios que abarca el universo entero (cf. Is 59,19ss).

 

      En los momentos de dificultades históricas, Dios podía enviar al Espíritu, capaz de resucitar a los muertos (Ez 37). Los salmos cantan y festejan esta maravillosa acción del Espíritu en toda la historia de salvación (Sal 104; 20-30; 33,6).[4]

 

      Jesús, en el Nuevo Testamento, se presenta como ungido y enviado por el Espíritu (Lc 4,18). En la lectura del capítulo 61 de Isaías, Jesús, en Nazaret, armoniza los tres aspectos de la misión "espiritual" del profeta: ha sido enviado con la fuerza (y unción) del Espíritu, para anunciar la buena nueva a los pobres.[5]

 

      Esta misma misión es la que Cristo comunica a los Apóstoles (Jn 20,21-23). Efectivamente, ellos son enviados con la fuerza del Espíritu para anunciar el evangelio (Lc 24,48-49; Act 1,8). Esta "fuerza" del Espíritu les urgirá a anunciar la palabra de Dios de modo irresistible (cf. Act 3,29; 4,8-13.31).

 

      El Espíritu, que Jesús comunica a los Apóstoles, les dará a entender una presencia especial de Dios en ellos (Jn 14,17.23), mientras, al mismo tiempo, les enseñará el significado de todo el mensaje de Jesús (Jn 14,26), conduciéndolos a la plenitud de la verdad (Jn 16,13) y transformándoles en testigos cualificados suyos (Jn 15,26-27).

 

      Jesús llama al Espíritu Santo "paráclito", es decir, consolador, defensor (abogado), mediador (intercesor). Es como la expresión del amor entre el Padre y el Hijo, participada por los creyentes en Cristo y, de modo especial, por los Apóstoles.[6]

 

      El Espíritu Santo es, como enviado por el Padre y el Hijo (Jn 15,26), "soplo" salvífico (Jn 3,8; 20,22), "fuego" que purifica (Lc 3,16), principio de un "nuevo nacimiento" o de una "vida nueva" (Jn 3,5; 7,37-39), "unción" o consagración para la "misión" (Lc 4,18; Jn 20,22).[7]

 

      B) La misión de Jesús, misión en el Espíritu Santo

 

      Jesús era consciente de cumplir una misión salvífica encargada por el Padre (Lc 2,49; Jn 3,17) y también lo era de que esta misma misión se realizaba con la fuerza del Espíritu Santo (Lc 4,18). Por esto dice de sí mismo: "aquel a quien Dios ha enviado... a quien Dios le ha comunicado plenamente su Espíritu" (Jn 3,34).

 

      El ser, el actuar y las vivencias de Jesús son de quien ha sido "ungido" por el Espíritu Santo para realizar la misión de sacerdote, profeta y rey (cf. Lc 4,18; Jn 3,34; Heb 5; Is 61). Desde la encarnación (Mt 1,18-20) y el bautismo (Mt 3,16), Jesús aparece como lleno del Espíritu para comunicarlo a todos por medio de un nuevo "bautismo en el Espíritu Santo" (Mt 3,11).

 

      Jesús cumple su misión "lleno de gozo en el Espíritu Santo" (Lc 10,21), porque sabe que, por medio de su "glorificación" (por su muerte y resurrección), podrá comunicar, a todos los que crean en él, "ríos de agua viva" (Jn 7,37-39; cf. Jn 19,34-37).

 

      El evangelio de Lucas describe la vida de Jesús como un itinerario hacia Jerusalén para celebrar la Pascua. Es el Espíritu Santo quien nueve a Jesús para cumplir unas etapas: encarnación, Belén (pobreza), Nazaret (vida oculta), desierto (oración y sacrificio), evangelización de los pobres (caridad), gozo anticipado de la Pascua (esperanza)... Los Apóstoles serán enviados con esta misma fuerza del Espíritu (Lc 24,49).[8]

 

      Según el evangelio de Juan, la vida y la misión de Jesús se relacionan íntimamente con el Espíritu Santo, que es el "agua viva" (Jn 4,10), ofrecida a todos los "sedientos" (Jn 7,37), para comunicar un "nuevo nacimiento" (Jn 3,5). Es, pues, el Espíritu que se comunicará a los creyentes gracias a la muerte y resurrección de Jesús (Jn 7,39; 20,22-23).

 

      Los "signos", en el evangelio de Juan, son una epifanía de la realidad de Jesús, de "su gloria de unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14). El último signo, que resume todos los demás, consiste en el costado abierto, del que brota "sangre y agua" (Jn 19,34ss). Jesús, dando la vida en sacrificio (su "sangre"), ya puede comunicar el agua viva del Espíritu (Jn 20,22-23). Para participar de esta "plenitud" espiritual de Cristo (Jn 1,16), hay que "mirar" y escuchar con fe (Jn 19,37; 20,29).[9]

 

      El punto de referencia de la misión de la Iglesia es siempre la misión de Jesús: "Cristo fue concebido cuando el Espíritu Santo vino sobre la Virgen María, y fue impulsado a la obra de su ministerio cuando el mismo Espíritu Santo descendió sobre él mientras oraba" (AG 4; cf. Lc 3,21-22). La fuerza de la misión de Jesús no es otra que la fuerza del Espíritu, que obra a través de la humanidad "pobre" de Jesús. Los "signos" pueden llegar a ser extraordinarios, como en el caso de los milagros; pero la acción del Espíritu Santo se realiza preferentemente por medio de los signos "pobres" de Belén, Nazaret y Calvario. La fe del "discípulo amado" se apoyó en las palabras de Jesús, para poderle descubrir glorificado, observando los signos humildes de un sepulcro vacío (Jn 20,8; cf. 19,37; 1Jn 1,1ss).

 

      La misión de Jesús, bajo la acción del Espíritu Santo, tiende principalmente a comunicar "el Espíritu de vida o fuente de agua que salta hasta la vida eterna" (AG 4; cf. Jn 4,14; 7,38-39). Esta vida consiste en la participación de la misma vida divina, de suerte que "los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu" (AG 4; cf. Ef 2,18). La vida nueva que ofrece Jesús, abarca todo el ser humano en toda su interioridad y en todas sus situaciones sociológicas y culturales. Jesús, llevado por la acción del Espíritu Santo, predicaba, perdonaba, curaba, liberaba, guiaba, ayudaba en todos los aspectos de la vida, orientando al ser humano hacia el amor.[10]

 

      C) Desde la Encarnación, hacia el desierto, los pobres y el misterio pascual

 

      Desde el primer momento de su existir humano, Jesús, el Hijo unigénito de Dios, vive y actúa movido por el Espíritu de Dios Amor. El hecho de haber sido concebido "por obra del Espíritu Santo" (Mt 1,20; cf. Lc 1,35), indica una realidad totalmente nueva. No solamente "el Verbo se ha hecho carne" (Jn 1,14), sino que, por ello mismo, asume la historia humana como parte de su misma historia: "estableció su tienda de caminante entre nosotros" (ibídem). Por esto, se puede decir, que "se ha unido, en cierto modo, con cada hombre" (GS 22). Desde este momento, su vivencia más honda es la de ofrecerse al Padre por la redención de todos (cf. Heb 10,5-7).

 

      La vida de Jesús es un camino de Pascua profundamente anhelada (Lc 9,51; 22,15). Esta tensión pascual está orientada por el Espíritu Santo, que le había llevado al desierto (lo mismo que a la vida ordinaria de Nazaret), a la predicación y a la evangelización de los pobres, compartiendo con todos su "gozo en el Espíritu Santo" (Lc 10,21; cf. Lc 4,1-18).

 

      La vida pública de Jesús inicia después de su bautismo, cuando "el Espíritu Santo bajó sobre él in forma corporal, como una paloma" (Lc 3,22). La eficacia salvífica depende de una lógica evangélica en armonía con la acción del Espíritu: "lleno del Espíritu Santo, Jesús regresó del Jordán. El Espíritu le condujo al desierto" (Lc 4,1). Ese "desierto" da a entender unas reglas nuevas para la eficacia de la acción evangelizadora: oración, sacrifico, prueba o tentación... El Espíritu descorre el velo del misterio de Belén, Nazaret, Getsemaní, Calvario, sepulcro... Jesús, guiado por el Espíritu, no se dejará llevar por criterios y valores del poseer, dominar, disfrutar y vencer a cualquier precio. Su acción evangelizadora seguirá la lógica del Espíritu de amor.[11]

 

      La misma "fuerza" del Espíritu condujo a Jesús a "evangelizar a los pobres" (Mt 11,5). Su predicación llegaba a todos los rincones y aldeas (cf. Lc 4,14; Mt 9,35). Al llegar a Nazaret, explicó el significado de su cercanía a todo ser humano: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena nueva a los pobres" (Lc 4,18; cf. Is 61,1ss).

 

      La misión de Jesús ocupa todo su ser, todo su obrar y todas sus vivencias. Si "pasó haciendo el bien" (Act 10,38), es porque estaba "ungido" y "enviado" por el Espíritu, hasta "tomar nuestras flaquezas y cargar con nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf. Is 53,4). Esta misión totalizante, de cercanía a los más pobres, era signo claro de su unción "mesiánica": "los pobres son evangelizados" (Lc 7,22; Mt 11,5; cf. Is 35,5ss).[12]

 

      La acción del Espíritu en la vida de Jesús lleva a la celebración de la Pascua. La vida donada de Jesús, su "sangre", ha sido ofrecida a Dios en el amor del Espíritu: "la sangre de Cristo, por el Espíritu Santo, se ofreció a Dios como víctima sin tacha" (Heb 9,14). Jesús, el Salvador concebido por obra del Espíritu Santo, "salvará al pueblo de sus pecados" (Mt 1,20-21).

 

      Esta tensión pascual y pneumatológica de la vida de Jesús, a pesar del sufrimiento, se expresa en el gozo de la esperanza: "en aquel momento, Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo: Yo te alabo, Padre"... (Lc 10,21). Es el gozo de un amor esponsal, que asume los acontecimientos adversos como "copa" (de bodas) "preparada por el Padre" (Jn 18,11; cf. Lc 22,20).

 

      El amor de Cristo a su "esposa" (que es toda la humanidad "convocada" para hacerse "Iglesia"), transforma el sufrimiento en donación (Ef 5,25-27). Y de esta donación, nace el gozo del Espíritu, "que nadie puede arrebatar" (Jn 16,22). "Evangelizar", en este contexto pascual de esperanza, significa anunciar esta "noticia gozosa" de que la vida humana ya tiene sentido, gracias a Cristo Redentor. Es el anuncio de las "bienaventuranzas". El primer anuncio de este acontecimiento, como anuncio mesiánico, se expresó así: "alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1,28; cf. Sof 3,14ss).[13]

 

2. El Espíritu Santo en la misión de la Iglesia

 

      La misión que Cristo realizó y que sigue realizando por medio de la Iglesia, es siempre misión en el Espíritu Santo (cf. Jn 20,21-23). La acción del Espíritu en la misión de la Iglesia hace a ésta más cristocéntrica y más trinitaria, y, consecuentemente, más solidaria de la humanidad.

 

      Cuando Jesús comunicó la misión a su Iglesia, le prometió una asistencia permanente del Espíritu, como presencia iluminadora, santificadora y evangelizadora (Jn 14,17.26; 15,26-27; 16,13-15). Esta presencia activa, que se manifestó principalmente desde Pentecostés y que es fruto de la redención (Act 2,4ss), continúa en la Iglesia, e incluso se puede decir que "completa" la misión iniciada por Cristo (cf. Jn 14,26; Mt 10,20; Lc 24,48-49; Act 1,8).

 

      Por ser misión de Espíritu y realizada bajo su guía, la misión de la Iglesia tiene como "alma" al mismo Espíritu Santo: "El Espíritu Santo unifica en la comunión y en el servicio y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos, a toda la Iglesia a través de los tiempos, vivificando las institu­ciones eclesiásticas como alma de ellas e infundiendo en los corazones de los fieles el mismo impulso de misión del que había sido llevado el mismo Cristo. Alguna vez también se anticipa visiblemente a la acción apostólica, lo mismo que la acompaña y dirige incesantemente de varios modos" (AG 4; cf. LG 7).

 

      A) La misión eclesial recibida de Jesús, misión del Espíritu Santo

 

      La misión que realiza la Iglesia es participación y continuación de la misma misión que Jesús recibió del Padre y que realizó en el Espíritu Santo. Jesús comunicó a la Iglesia su misma misión y, por esto, prometió la presencia activa y vivificante del Espíritu (cf. Jn 14-16 y 20,21-23; Act 1,5-8). El Espíritu Santo se comunica a la Iglesia para que ésta puede cumplir eficazmente la misión: "El mismo Señor Jesús, antes de entregar libremente su vida por el mundo, ordenó de tal suerte el ministerio apostólico y prometió el Espíritu Santo que había de enviar, que ambos quedaron asociados en la realización de la obra de la salud en todas partes y para siempre" (AG 4).

 

      La misión de Jesús comenzó bajo la guía de Espíritu. Así comenzó también la misión de la Iglesia, por ser prolongación de la misión de Jesús. "Fue en Pentecostés cuando empezaron los hechos de los Apóstoles, como había sido concebido Cristo al venir al Espíritu Santo sobre la Virgen María, y Cristo había sido impulsado a la obra de su ministerio, bajando el mismo Espíritu Santo sobre El mientras oraba" (AG 4; cf. LG 59).[14]

 

      Esta misión del Espíritu transforma a la Iglesia y a los evangelizadores, a manera de "bautismo", en cuanto que moldea a cada apóstol, haciéndole "testigo" cualificado y portador (revestido) de la "fuerza" del Espíritu (Act 1,5-8; Lc 24,49). El Espíritu Santo irá mostrando a la Iglesia que la misión recibida de Cristo es para "bautizar" a todas las gentes en la misma vida de Dios Amor (Mt 28,19-20; cf. Act 2,17ss; Joel 3,1-5).

 

      Toda la misión de la Iglesia es misión del Espíritu, como lo es del Padre y del Hijo. Pero el momento privilegiado de la misión eclesial es el anuncio del evangelio a todas las gentes (misión "ad gentes"). Por esto, "el Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial; su obra resplandece de modo eminente en la misión ad gentes, como se ve en la Iglesia primitiva" (RMi 21).[15]

 

      La misión eclesial es la misión del Espíritu, porque es la misión que deriva del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. Este origen y apoyo trinitario es, pues, también cristológico y pneumatológico. La acción del Espíritu Santo, como expresión y prolongación del amor entre el Padre y el Hijo, no sólo se inserta en la misión eclesial a modo de "alma" (cf. AG 4), sino que también llega, por vías desconocidas por nosotros, al corazón de las personas evangelizadas (Act 2,38; 5,32). "El Espíritu Santo actúa por medio de los Apóstoles, pero al mismo tiempo actúa también en los oyentes: mediante su acción, la Buena Nueva toma cuerpo en las conciencias y en los corazones humanos y se difunde en la historia. En todo está el Espíritu Santo que da la vida" (RMi 21; cf. DEV 64).[16]

 

      El mandato misionero de Jesús se encuentra en todos los evangelistas y en los Hechos (Mt 28,19-20; Mc 16,15-18; Lc 24,46-49; Jn 20,21-23; Act 1,3-8). "Este envío es envío en el Espíritu, como aparece claramente en el texto de San Juan: Cristo envía a los suyos al mundo, al igual que el Padre la ha enviado a él y por esto les da e Espíritu. A su vez, Lucas relaciona estrictamente el testimonio que los Apóstoles deberán dar de Cristo con la acción del Espíritu, que les hará capaces de llevar a cabo el mandato recibido" (RMi 22).

 

      Esta misión del Espíritu y bajo su acción, se armoniza con la acción del Espíritu Santo en la humanidad. "Este Espíritu es el mismo que se ha hecho presente en la encarnación, en la vida, muerte y resurrección de Jesús y que actúa en la Iglesia" (RMi 29). Por esto, "todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones, tiene un papel de preparación evangélica" (ibídem). Es el mismo Espíritu quien actúa armónicamente en la Iglesia y en toda la humanidad: "la acción universal del Espíritu no hay que separarla tampoco de la peculiar acción que despliega en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia" (ibídem).[17]

 

      B) La misión eclesial realizada en el Espíritu Santo

 

      La acción misionera de la Iglesia discurre apoyándose en la fuerza del Espíritu Santo, que "la acompaña y dirige de diversas maneras" como "alma" de la misión (cf. AG 4). Por parte de la Iglesia, se trata de una cooperación instrumental, consciente, fiel y responsable, porque "el Espíritu Santo la impulsa a poner todos los medios para que se cumpla efectivamente el plan de Dios, que puso a Cristo como principio de salvación para todo el mundo" (LG 17; cf. DEV 2).

 

      El Espíritu Santo ha sido comunicado por Jesús a la Iglesia para cumplir la misión de anuncio del evangelio a todos los pueblos. Esta misión es, pues, posible gracias al mismo Espíritu: "para el desempeño de esta misión, Cristo Señor prometió a sus Apóstoles el Espíritu Santo, a quien envió de hecho el día de Pentecostés desde el cielo para que, confortados con su virtud, fuesen sus testigos hasta los confines de la tierra ante las gentes, pueblos y reyes (cf. Act, 1,8; 2,1ss.; 9,15)" (LG 24).

 

      La asociación del Espíritu Santo a la acción apostólica de la Iglesia (Lc 24,49; Act 1,8) se hace patente en la Iglesia primitiva, como vemos en los Hechos de los Apóstoles. Su venida en el día de Pentecostés (Act 2) da inicio al camino misionero de la Iglesia. Pedro, en nombre de la comunidad eclesial y de los demás Apóstoles, proclama la muerte y resurrección de Jesús como fuente de vida nueva en el ESpíritu (Act 3). Los Apóstoles y la comunidad eclesial darán testimonio de Cristo, apoyados en la fuerza del Espíritu Santo (Act 4,31-33; 5,32). El Espíritu suscita misioneros en la comunidad (Act 13,2-3) y, en medio de las tribulaciones y del martirio, la Iglesia seguirá adelante, siempre "llena de la consolación del Espíritu Santo" (Act 9,31).[18]

 

      Hay tres momentos de la comunidad eclesial primitiva, que marcan una pauta para el futuro. Son tres venidas peculiares del ESpíritu:

 

      - en la comunidad del Cenáculo (120 discípulos) el día de Pentecostés (Act 2),

      - en la comunidad cristiana ampliada con los recién bautizados (Act 4,31),

      - en la comunidad de gentiles que iban a recibir el bautismo (Act 10,44).

 

      La misión eclesial, actuada en el Espíritu Santo,  no tiene fronteras geográficas, raciales, culturales, sociales. "Los Hechos recogen seis síntesis de los 'discursos misioneros' dirigidos a los judíos en los comienzos de la Iglesia (cf. Act 2,22-39; 3,12-26; 4,9-12; 5,29-32; 10,34-43; 13,16,41). Estos discursos-modelo, pronunciados por Pedro y por Pablo, anuncian a Jesús e invitan a la 'conversión', es decir, a acoger a Jesús por la fe y a dejarse transformar en el él por el Espíritu" (RMi 24).

 

      El momento de Pentecostés es fundamental para la misión de la Iglesia: "el Espíritu Santo... descendió sobre los discípulos en el día de Pentecostés, para permanecer con ellos eternamente (cf. Jn 14,16), la Iglesia se manifestó públicamente delante de la multi­tud, empezó la difusión del Evangelio entre las gentes por la predicación, y por fin quedó prefigurada la unión de los pueblos en la catolicidad de la fe por la Iglesia de la Nueva Alianza, que en todas las lenguas se expresa, las entiende y abraza en la caridad y supera de esta forma la dispersión de Babel" (AG 4). El don de lenguas significa el fin de la confusión de Babel y, al mismo tiempo, preanuncia la conversión de todos los pueblos para formar un solo pueblo de Dios.[19]

 

      En el momento de los nuevos bautizados, "el Espíritu mueve al grupo de creyentes a hacer comunidad, a ser Iglesia... En efecto, uno de los objetivos centrales de la misión es reunir al pueblo para la escucha del Evangelio, en la comunión fraterna, en la oración y la Eucaristía" (RMi 26).

 

      Posteriormente, "la Iglesia abre sus puertas y se convierte en la casa donde todos pueden entrar y sentirse a gusto, conservando la propia cultura y las propias tradiciones, siempre que no estén en contraste con el Evangelio" (RMi 24). La conversión de los gentiles manifiesta la igualdad fundamental de todos los hombres en Cristo.

 

      Aunque es en la Iglesia donde se manifiesta principalmente el Espíritu Santo, la comunidad eclesial debe estar atenta para hacer madurar las "semillas del Verbo" que el Espíritu ha sembrado en la humanidad entera (cf. AG 3, 11, 15; LG 16-17). Hay que reconocer que "la presencia y la actividad del Espíritu no afectan únicamente a los individuos, sino también a la sociedad, a la historia, a los pueblos, a las culturas y a las religiones" (RMi 28). Y si "es el Espíritu quien esparce las semillas de la Palabra presentes en los ritos y culturas", es también él quien "los prepara para su madurez en Cristo" (ibídem).

 

      En la medida en que la comunidad eclesial viva en sintonía y obre en armonía con la acción del Espíritu Santo, en esta misma medida sabrá discernir y ayudar a madurar las huellas del Espíritu en el corazón humano, en las culturas y en los pueblos. "Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesia particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu" (RMi 30; cf. Apoc 2,7ss).

 

      C) La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo hacia el desierto, los pobres y la Pascua

 

      El "impulso" que el Espíritu Santo comunica a la Iglesia, le hace vivir su realidad de "misterio", de comunión y de misión, invitándola a compartir el mismo camino de Cristo: hacia el desierto (Lc 4,1), los pobres (Lc 4,18) y el gozo de la Pascua (Lc 10,21). La presencia activa de Cristo en la Iglesia (Mt 28,20) hace posible este itinerario pascual.

 

      La lógica evangélica traza estas constantes del caminar misionero de la Iglesia, que es "misterio", es decir, signo transparente y portador de la presencia, la gracia y el mensaje de Cristo (cf. Ef 3,8-11). Los hitos de este caminar no siguen la lógica de los poderes (y tentaciones) de este mundo (Lc 4,3-13), sino la del Espíritu Santo, que, conduciendo al "desierto", capacita para la cercanía a los pobres y para la donación gozosa de la Pascua (Lc 4,1.18-30). El escándalo de Nazaret y de la cruz deja entrever una eficacia apostólica nueva, que combina "muerte" y "glorificación" (Jn 12,24.32).

 

      La Iglesia, siguiendo la invitación del Espíritu (Apoc 2,7ss), se adelanta a la historia humana sin privilegios, como el "cordero degollado" (Apoc 5,6). Lo que fue para Cristo "desierto", "tentaciones" y "Pascua", es también para la Iglesia prueba, persecución y dificultad, porque ha de correr la misma suerte de su Señor y Esposo (Apoc 14,4). De este modo, blanquea su túnica "en la sangre del Cordero" (Apoc 7,14), para convertirse en transparencia de Cristo, "la gran señal", como "mujer vestida de sol" (Apoc 12,1). En esta tensión hacia "el cielo nuevo y la tierra nueva" (Apoc 21,1), es siempre el Espíritu Santo quien mantiene el ritmo eclesial hasta el encuentro definitivo de toda la humanidad con Cristo resucitado. "El Espíritu y la esposa dicen: ven... ven, Señor Jesús" (Apoc 22,17,20).[20]

 

      La cercanía a los "pobres", que es tan características de la acción evangelizadora de Jesús (Lc 4,18), viene a ser la nota constante de la evangelización de la Iglesia, sin excluir a ningún ser humano y a ningún pueblo, de los medios de salvación instituidos por el Señor. El Espíritu Santo, desde el día de Pentecostés y en cada nueva venida, impulsa a la comunidad eclesial a compartir los bienes para que no haya ningún necesitado (Act 4,31.34).[21]

 

      Las muchedumbres que, después de Pentecostés, iban bautizándose, eran de toda clase social (Act 2,41). Los pobres no quedaban marginados (Act 6,1-7). La venida del Espíritu era para todos, sin distinción. Por los escritos de San Pablo, notamos una preferencia especial por los necesitados (Rom 15,26ss; 1Cor 16,1ss). La conversión a la fe no era privilegio de nadie, sino un don conferido frecuentemente a las clases marginadas (1Cor 1,26-27).[22]

 

      Este caminar eclesial hacia el desierto, hacia la evangelización de los pobres y hacia la Pascua, tiene la característica del gozo o "consolación en el Espíritu" (Act 9,31). Sólo el Espíritu puede suscitar este gozo de transformar el sufrimiento en camino pascual (Jn 16,22; 2Cor 7,4). La Iglesia se presenta entonces como portadora de esperanza para el mundo entero.[23]

 

      La Iglesia aprende este camino misionero de Pascua, en el Cenáculo, "con María la Madre de Jesús" (Act 1,14), preparando de este modo las nuevas venidas del Espíritu Santo. La fidelidad de María a la misión del Espíritu, presenta las mismas características del camino que debe seguir la Iglesia a imitación de Cristo. La Iglesia se siente identificada con ella en el "desierto" de la contemplación y de la prueba (Lc 2,19.35.51), en la cercanía a los "pobres" (Lc 2,16) y en el "gozo" de la salvación mesiánica (Lc 1,47).[24]

 

      La referencia a Pentecostés es una actitud permanente de la Iglesia, especialmente en los momentos privilegiados de evangelización. Desde el concilio Vaticano II, la Iglesia se ha sentido invitada frecuentemente a preparar una "evangelización renovada" por el Espíritu (Pablo VI, EN 82) o a una "Nueva Evangelización" (Juan Pablo II, RMi 2-3). Para recibir las nuevas gracias del Espíritu, que confiere la "audacia" de evangelizar, cada comunidad eclesial se hace "cenáculo", es decir, escuela que dispone a escuchar la palabra, orar, celebrar la eucaristía y compartir los bienes (cf. Act 2,42-47; 4,31-33).[25]

 

3. El Espíritu Santo en la misión del apóstol

 

      Todo apóstol se mueve inspirándose en la misión de Jesús, "guiado por el Espíritu" (Lc 4,1), y en armonía y comunión con la misión de la Iglesia, "impulsada" también por el Espíritu (cf. LG 17; AG 4).

 

      La fidelidad del apóstol a esta misión del ESpíritu es, al mismo tiempo, fidelidad a la herencia recibida de los Apóstoles, así como fidelidad a las nuevas gracias comunicadas por el Espíritu en cada época y en cada situación sociológica y eclesial. No hay fidelidad "apostólica", sin fidelidad a la actualidad y sin fidelidad a la herencia recibida de los Apóstoles.

 

      Uno de los puntos básicos del actuar apostólico es "la plena docilidad al Espíritu", hasta "dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo" (RMi 87). Es el Espíritu quien transforma a los apóstoles "en testigos valientes de Cristo y preclaros anunciadores de su palabra: será el Espíritu quien los conducirá por los caminos arduos y nuevos de la misión, siguiendo sus decisiones" (RMi 87).[26]

 

      A) El apóstol, partícipe de la unción y misión del Espíritu Santo

 

      Los Apóstoles participan de la misma unción y misión de Cristo, recibiendo de "su plenitud" (Jn 1,16). El Espíritu Santo, prometido por Jesús, los "reviste" y "bautiza" (Lc 24, 49; Act 1,5-8), para que sean la expresión o "gloria" del Señor (Jn 17,10.22-23). Así podrán ser "testigos" de Jesús resucitado (Jn 15,27; Act 1,8.22). Por participar de la misma misión de Cristo (Jn 17,18; 20,21), será el Espíritu Santo quien obrará y hablará por medio de ellos (Mt 10,20). "Los Apóstoles de las Iglesias son la gloria de Cristo" (2Cor 8,23).

 

      El "sello" o la "prenda del Espíritu", que recibe todo cristiano (Ef 1,14; 4,30), es para configurarlo con Cristo y para ser su testigo. Por esto, la vocación a la santidad y a la misión es una exigencia que deriva de la recepción del Espíritu Santo (por los sacramentos del bautismo, confirmación, orden, así como por vocaciones y gracias particulares). Los primeros cristianos, reunidos con los Apóstoles, recibían el Espíritu Santo para "anunciar la palabra de Dios con audacia" (Act 4,31). A veces era el mismo Espíritu quien inspiraba a la comunidad, para que seleccionara los apóstoles que habían de dedicarse a una misión especial (Act 13,2-3).[27]

 

      El "ministerio apostólico" de los Doce es el ministerio culminante en cuanto al grado de participación en la unción y misión de Cristo, no necesariamente en cuanto al grado de santidad. Toda otra participación encuentra en ese ministerio apostólico el principio de unidad y el punto de referencia para una recta actuación en comunión eclesial. "El Espíritu Santo unifica en la comunión y en el ministerio, y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos a toda la Iglesia" (AG 4).

 

      El mismo Espíritu queda asociado intrínsecamente a toda "acción apostólica" y "sin cesar la acompaña y dirige de diversas maneras" (AG 4).  Esta unión del Espíritu Santo con la acción apostólica tiene lugar de modo especial en el ministerio apostólico: "Jesús, antes de entregar libremente su vida por el mundo, ordenó de tal suerte el ministerio apostólico y prometió el Espíritu Santo que había de enviar, que ambos quedaron asociados en la realización de la obra de la salud en todas partes y para siempre" (ibídem).[28]

 

      San Pablo, durante su labor evangelizadora, se sentía acompañado por "la fuerza del Espíritu Santo" (Rom 15,19). Es la misma fuerza que resucitó a Jesús y que hace al apóstol testigo del resucitado. Por esto, su vida quedaba orientada por sus luces y mociones, hasta sentirse "prisionero del Espíritu" (Act 20,22). Llevado por esta fuerza amorosa, podrá urgir a los pastores a cumplir la misión recibida del Espíritu, para "cuidar de la grey" como confiada por él (Act 20,28). Y a los fieles les recordará que la "diversidad de gracias" provienen de "un mismo Espíritu" (1Cor 12,4).

 

      Cuando se trata de servir a toda la comunidad eclesial, el apóstol ha de tener en cuenta el crecimiento armónico de las gracias (vocaciones, ministerios, carismas) recibidas en esta comunidad. Toda la variedad de dones del Espíritu se ha concedido "para la edificación del Cuerpo de Cristo", hasta que llegue a la "plenitud" en él (Ef 4,12-13). El apóstol es garante y custodio de esta historia de gracia; sus preferencias personales o de grupo deben respetar la herencia común de toda la comunidad.[29]

 

      B) El discernimiento del Espíritu en la vida y acción apostólica

 

      La vida y la acción del apóstol se desenvuelven siguiendo las mociones del Espíritu (Act 16,6; 20,22-23). La lógica del Espíritu no siempre sigue las reglas normales del actuar humano. Por esto se necesita el "discernimiento de espíritus" (1Cor 12,10) para saber "si son de Dios" (1Jn 4,1).[30]

 

      La Palabra de Dios, siempre viva, comunica nuevas luces para solventar las situaciones nuevas que se presentan en el caminar apostólico. El Espíritu Santo "explica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio... El es quien hace discernir los signos de los tiempos - signos de Dios - que la evangelización descubre y valoriza en el interior de la historia" (EN 75).[31]

 

      Es fácil confundir las luces y mociones del Espíritu Santo con las preferencias personalistas o particularistas (de grupo). El discernimiento de "espíritus" es un don de la gracia, que se ha de pedir y preparar (cf. RMi 27). El espíritu malo se muestra en la soberbia, la falta de caridad, el odio, la confusión, la desesperación, el ansia de poseer, dominar y disfrutar... El espíritu natural, aparte de los desórdenes y debilidades, se muestra en la valoración excesiva del éxito, la eficacia, el fruto inmediato, el sentirse realizado, la lógica humana... El Espíritu Santo no se puede conjugar con el espíritu malo; pero en cuanto al espíritu natural (datos psicológicos, sociológicos, etc.), lo salva y sana, orientándolo hacia el amor de donación y hacia la eficacia de la cruz.

 

      Las "reglas" del Espíritu Santo van más allá de los cálculos y de la lógica humana. El hace caminar al apóstol por el mismo camino pascual de Jesús: el "desierto" de la oración y del sacrificio, el servicio humilde y caritativo a los "pobres", la actitud de "gozo" o de esperanza sobre toda humana esperanza (cf. Lc 4,1-18; 10,21; Rom 4,18). Frecuentemente, los grandes resultados en el campo de la evangelización se han realizado después de grandes fracasos, cruces y martirios. No se trata de buscar directamente estas situaciones, sino de asumir responsablemente la historia prefiriendo las actitudes de "dar más que de recibir" (Act 20,35), de vida de "Nazaret" o "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3).[32]

 

      Un punto muy apreciado de los santos evangelizadores, en este camino del discernimiento, es la "paz" o e "gozo" del corazón, que sólo Cristo puede comunicar como un don del Espíritu Santo (Jn 14,27; 15,11; 16,22.24; 17,13). Es el "gozo" característico del "evangelizador", como anunciador de la buena o "gozosa" noticia, sin el cual no habría verdadera evangelización. "Ojalá que el mundo actual -que busca a veces con angustia, a veces con esperanza- pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo" (EN 80).

 

      El gozo y la paz, que son don del Espíritu Santo, comienzan a "sentirse" en el corazón y en el grupo evangelizador, cuando se vislumbra, por la fe "oscura", que todavía es posible hacer lo mejor: darse como Cristo en Belén y en la Cruz. En un momento de prueba ("Getsemaní") se puede entrever la "copa" de bodas "preparada por el Padre" (Jn 18,11; cf. Lc 22,20); en una vida ordinaria y oculta de "Nazaret", se puede descubrir la actitud fundamental evangélica de las bienaventuranzas: "la entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24). El mensaje evangélico de las bienaventuranzas se anuncia principalmente por evangelizadores cuya vida sea un trasunto del gozo pascual de Cristo (Lc 10,21; 24,36).[33]

 

      C) La fidelidad al Espíritu en la vida y acción apostólica

 

      La actitud de docilidad o fidelidad al Espíritu Santo es una nota esencial de la vida y acción apostólica. El estilo de vida ("espiritualidad") del apóstol se puede resumir en una "plena docilidad al Espíritu", puesto que "ella compromete a dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo" (RMi 87). Sólo con esta actitud de fidelidad, se puede ejercer la misión con "la valentía la luz del Espíritu" (ibídem).[34]

 

      La fidelidad al Espíritu se expresa en una actitud que corresponde a su presencia, su luz y su acción santificadora y evangelizadora (cf. Jn 14-16). Es, pues, fidelidad de relación personal como respuesta a su presencia (Jn 14,17), como apertura a su luz (Jn 14,26; 16,13) y como sintonía con su acción transformadora (Jn 15,26-27; 16,14).

 

      Por esta fidelidad, el apóstol se hace auténtico evangelizador. "Los Apóstoles, con la venida del Espíritu Santo, se sintieron idóneos para realizar la misión que se les había confiado" (DEV 25). La "audacia" de evangelizar (Act 4,31) procede de una acción del Espíritu recibida con plena docilidad.

 

      Los temores o desánimos y la agresividad ante las dificultades, indican una ausencia de sintonía con la acción del Espíritu. "Nosotros los cristianos estamos llamados a la valentía apostólica, basada en la confianza en el Espíritu" (RMi 30). Verdaderamente, "el Espíritu da (a los Apóstoles) la capacidad de testimoniar a Jesús con toda libertad" (RMi 24).[35]

 

      La presencia, la luz y la fuerza de quien es "protagonista de toda la misión eclesial" (RMi 21), reclaman una actitud de relación abierta y generosa. No es sólo una actitud de docilidad a una doctrina, sino especialmente una actitud relacional respecto "al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo" (cf. Ef 2,18). De hecho, es una dinámica "espiritual" que compromete toda la existencia del apóstol. El Espíritu "marca" toda la vida para colaborar fielmente con los planes salvíficos de Dios en Cristo su Hijo (Ef 1,3-14):

 

      - el tiempo se distribuye según la escala de valores o prioridades del evangelio,

      - los criterios se ajustan a la línea de las bienaventuranzas, para pensar como Cristo,

      - las decisiones y compromisos se toman de acuerdo al mandato del amor.

 

      Inspirarse en esta acción del Espíritu es la verdadera "libertad" (Rom 8,2; Gal 5,1ss). Es una "plenitud" de vida (Act 4,2), que hace al apóstol "prisionero" suyo (Act 20,22), para "recordar" el mensaje de Cristo (Jn 14,26), dejarse "guiar" por él (Jn 16,3) y transformarse en "testigo" creíble  (Jn 15,26-27).

 

      La fidelidad al mensaje de Cristo, bajo la acción del Espíritu, equivale a una actitud de profundizar la doctrina del Señor, para encontrar nuevas luces que respondan a situaciones nuevas. En esta evolución armónica y homogénea, gracias a la disponibilidad y nuevo fervor del apóstol, se encuentran nuevos métodos misioneros y nuevas expresiones de la misma doctrina.[36]

 

                           ORIENTACION BIBLIOGRAFICA

 

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Nota: Ver otras fichas bibliográficas del presente capítulo: la gracia (nota 10), evangelizar a los pobres (nota 12), esperanza y bienaventuranzas (nota 13), sentido del Apocalipsis (nota 20), conversión (nota 22), el Espíritu Santo en María (nota 24), el Espíritu Santo y el sacerdote (nota 28), movimientos eclesiales (nota 29), discernimiento (notas 30-32), signos de los tiempos (nota 31), gozo y evangelización (nota 33), Nueva Evangelización (nota 36).



    [1]En el capítulo I (n. 1, C), hemos sintetizado la misión de Cristo, realizada siempre con la fuerza del Espíritu. Esta misión del Señor tiene dimensión trinitaria (capítulo III, n.1). Todas las dimensiones de la misión se postulan mutuamente. Es en Jesús que se nos revela el misterio trinitario y, concretamente, la acción santificadora y evangelizadora del Espíritu Santo. AA.VV., El Espíritu Santo, luz y fuerza de Cristo en la misión de la Iglesia (Burgos, Semanas Misionales, 1980) XXXII Semana Española de Misionología.

    [2]Los textos conciliares y postconciliares más significativos sobre la misión en relación con Espíritu Santo, son los siguientes: LG 4 y 59; AG 4; GS 45; EN 75; DEV 42 (y todo el documento); RMi cap. III y n.87. Sobre el Espíritu Santo en la doctrina del Vaticano II: G. CHANTRAIN, L'enseignement du Vatican II concernent l'Esprit Saint, en: Credo in spiritum Sanctum (Lib. Edit. Vaticana, 1983), 993-110; H. MÜHLEN, L'Esprit dans l'Eglise (Paris, Cerf, 1969) t. II, cap. IV; N. SILANES, El Espíritu Santo y la Iglesia en el concilio Vaticano II, en: Credo in Spiritum Sanctum, o.c., 1011-1024. El Congreso Internacional de Pneumatologia (22-26 de marzo de 1982) estudió algunos temas de interés misionológico: AA.VV, Credo in Spiritum Sanctum, Atti del Congresso Internazionale di Pneumatologia (Lib. Edit. Vaticana, 1983). Algunos comentarios a Redemptoris Missio han indicado pistas pneumatológicas: T. FEDERICI, Lo Spirito Santo protagonista della missione (RM 21-30), en: Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Urbaniana University Press, 1992) 107-151; J. LOPEZ GAY, El Espíritu Santo protagonista de la misión, en: Haced discípulos a todas las gentes (Valencia, EDICEP, 1991) 163-181; A.M. TRIACCA, Lo Spirito Santo protagonista della missione, en: La missione del Redentore (Leumann, Torino, LDC, 1992) 43-64.

    [3]SAN CIRILO, In Joann. Evang. 5, cap. 2: PG 73,752). J. LOPEZ GAY, El Espíritu Santo y la misión (Bérriz, 1967).

    [4]La misión bajo la acción del Espíritu, en el Antiguo Testamento, es preparación de la misión universal de Cristo. Los conceptos bíblicos básicos son los mismos. F. LAMBIASI, Lo Spirito Santo: mistero e presenza (Bologna, EDB 1987) cap. I, I (el Espíritu Santo en el A.T.); D. MINGUEZ, Espíritu Santo y misión en el Antiguo Testamento, en: El Espíritu, luz y fuerza de Cristo en la misión de la Iglesia, o.c., 27-38; E. SCHWEIZER, El Espíritu Santo (Salamanca, Sígueme, 1984) II-III (Antiguo Testamento). Ver otros tratados de pneumatología en las notas siguientes.

    [5]La misión de Jesús es, pues, simultáneamente unción del Espíritu. F.X. DURWELL, El Espíritu Santo en la Iglesia (Salamanca, Sígueme, 1986) n.3; D. MUÑOZ LEON, Cristo, ungido por el Espíritu, Misionero del Padre, en: El Espíritu, luz y fuerza en la misión de la Iglesia, o.c., 65-80; E. SCHWEIZER, El Espíritu Santo, o.c., IV (en el Nuevo Testamento); D. TRAKATELLIS, The Holy Spirit and Mission: basic aspects in the New Testament, en: Credo in Spiritum Sanctum (Lib. Edit. Vat., 1983) 829-837.

    [6]L. BOUYER, Le Consolateur (Paris, Cerf, 1980).

    [7]Para todo este capítulo, además de los estudios ya citados en notas anteriores, ver otros tratados de pneumatología: D. BERTETTO, Lo Spirito Santo e santificatore (Roma, Pro Sanctitate, 1977); Y.M. CONGAR, Je crois en l'Esprit Saint (Paris, Cerf, 1979); J. GALOT, Porteurs du soufle de l'Esprit (Paris. 1967); R. LAVATORI, Lo Spirito Santo dono del Padre e del Figlio (Bologna, Dehoniane, 1987).

    [8]El evangelio de Lucas destaca la acción del Espíritu Santo en la misión de Jesús: D. BERTETTO, Lo Spirito Santo e santificatore (Roma, Pro Sanctitate, 1977) II,1 (Nuevo Testamento, sinópticos); L. BOUYER, Le Consolateur (Paris, Cerf, 1980) 1ª parte, 4 y 6. Ver comentarios al evangelio de San Lucas: J. ERNST, Il vangelo secondo Luca (Brescia, Morcelliana, 1990); J.A. FITZMYER, Luca teologo, aspetti del suo insegnamento (Brescia, Queriniana, 1989).

    [9]La doctrina sobre el Espíritu Santo ocupa un puesto importante en la acción evangelizadora de Cristo. D. BERTETTO, Lo Spirito Santo e santificatore (Roma, Pro Sanctitate, 1977) II, 4; L. BOUYER, Le Consolateur (Paris, Cerf, 1980) 1ª parte, 4 y 6. Ver los comentarios al evangelio de san Juan (capítulo I, nota 15 de nuestro estudio).

    [10]El objetivo de la misión incluye necesariamente la comunicación de la vida divina a cada ser humano y a toda humanidad (cf. AG 4); pero los tratados sobre la gracia no han hecho resaltar esta dimensión misionera. CH. BAUMGARTNER, La gracia de Cristo (Barcelona, Herder, 1969); J. ESQUERDA BIFET, Dame de beber (Barcelona, Balmes, 1991); M. FLICK, Z. ALSZEGHY, El evangelio de la gracia, Antropología teológica (Salamanca, Sígueme, 1971); P. GALTIER, La gracia santificante (Barcelona, Herder, 1964); L.F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia (Madrid, BAC, 1993); J.H. NICOLAS, Les profondeurs de la grâce (Paris, Beauchesne, 1969); H. RONDET, La gracia de Cristo (Barcelona, Estela, 1966); A. ROYO MARIN, Somos hijos de Dios, Misterio divino de la gracia (Madrid, BAC, 1977); M.J. SCHEEBEN, Las maravillas de la gracia (Bilbao, Desclée, 1963).

    [11]Ver comentarios al evangelio según San Lucas y según San Juan, en la nota 8 y 9 respectivamente. D. MUÑOZ LEON, Cristo, ungido por el Espíritu, Misionero del Padre, en: El Espíritu, luz y fuerza en la misión de la Iglesia, o.c., 65-80; E. SCHWEIZER, El Espíritu Santo, o.c., IV (en el Nuevo Testamento).

    [12]A la luz de la misión de Jesús, aparece la evangelización de los pobres como parte esencial de la misión de la Iglesia. "Fiel al espíritu de las bienaventuranzas, la Iglesia está llamada a compartir con los pobres y los oprimidos de todo tipo. Por esto exhorto a todos los discípulos de Crito y a las comunidades cristianas, desde las familias a las diócesis, desde las parroquias a los Instituos religiosos, a hacer un sincera revisión de la propria vida en el sentido de solidaridad con los pobres" (RMi 60). AA.VV., Evangelizzare pauperibus, Atti della XXIV settimana biblica (Brescia, Paideia, 1978); Y.M. CONGAR, Pour une Eglise servant et pauvre (Paris, Cerf, 1963); A. GELIN, Les pauvres de Yahvé (Paris, Cerf, 1962); P. GAUTHIER, Los pobres, Jesús y la Iglesia (Barcelona, Estela, 1964); J.M. IRABURU, Pobreza y pastoral (Estella, Verbo Divino, 1968); H. RZEPKOWSKI, Theologie der Armut als ein Ansatz zur Missionstheologie, en: Portare Cristo all'uomo (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1985) II, 743-745.

    [13]El tema de la esperanza cristiana forma parte del anuncio misionero: C. COUTURIER, Espérance du missionnaire: Spiritus 40 (1970) (monográfico); J. GALOT, Le mystère de l'espérance (Paris, Lethielleux, 1973). Las "bienaventuranzas" con la proclamación de esta actitud gozosa de salvación para toda la humanidad: J.R. FLECHA, Las bienaventuranzas (Salamanca, 1989); S. GALILEA, Espiritualidad de la evangelización, según las bienaventuranzas (Bogotá, CLAR, 1980); F.M. LOPEZ MELUS, Las Bienaventuranzas, ley fundamental de la vida cristiana (Zaragoza 1982); U. PLATZKE, El sermón de la montaña (Madrid, Fax, 1965).

    [14]Los textos conciliares relacionan la venida del Espíritu Santo en la anunciación y en Pentecostés (AG 4; LG 59). Así lo hace también la encíclica Redemptoris Missio (RMi 92). AA.VV., El Espíritu Santo, luz y fuerza de Cristo en la misión de la Iglesia (Burgos, Semanas Misionales, 1980); J. ESQUERDA BIFET, L'azione dello Spirito Santo nella maternità e missionarietà della Chiesa, en: Credo in Spiritum Sanctum..., o.c., 1293-1306; J. GIBLET, Les promesses de l'Esprit et la mission des Apôtres dans les Evangiles: Irenikon 30 (1957) 5-43; J. GOITIA, Bajo la fuerza del Espíritu (Bilbao, Mensajero, 1974); A. GRANADOS, Acción del Espíritu Santo en el desarrollo de la comunidad cristiana: Misiones Extranjeras 11 (1964) 29-35; CH. JOURNET, La mission visible de l'Esprit Saint: Revue Thomiste 65 (1965) 357-397; G. KAITHOLIL, The Holy spirit and the mission of the Church: Living Word 82 (1976) 20-32; J. LECUYER, Mystère de la Pentecôte et apostolicité de la mission de l'Eglise, en: Etudes sur le sacrement de l'Ordre (Paris, 1957) 167-214; J. LOPEZ GAY, La función del Espíritu Santo en el kerigma biblico: Misiones Extranjeras 14 (1967) 425-439;  I. DE LA POTTERIE, L'Esprit Saint et l'Eglise dans le Nouveau testament, en: Credo in Spiritum Sanctum, o.c., 791-808; C. SPICQ, Le Saint Esprit, vie te force de l'Eglise primitive: Lumière et Vie 10 (1953) 9-28. Ver otros estudios (sobre el dinamismo del Espíritu en la misión) en las notas siguientes.

    [15]Ver comentarios a la dimensión prneumatológica de Redemptoris Missio: T. FEDERICI, Lo Spirito Santo protagonista della missione (RM 21-30), en: Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Urbaniana University Press, 1992) 107-151; J. LOPEZ GAY, El Espíritu Santo protagonista de la misión, en: Haced discípulos a todas las gentes (Valencia, EDICEP, 1991) 163-181; A.M. TRIACCA, Lo Spirito Santo protagonista della missione, en: La missione del Redentore (Leumann, Torino, LDC) 1992, 43-64.

    [16]La doctrina pneumatológica de Redemptoris Missio encuentra algunos precendentes en el decreto conciliar Ad gentes y en la encíclica Dominum et Vivificantem. J.M. DE MIGUEL, El Espíritu Santo en la encíclica Dominum et vivificantem: Estudios Trinitarios 22 (1988) 145-165.

    [17]DAO DINH DUC, La missione della Chiesa è essenzialmente missione nello Spirito: Omnis terra 18 (1986) 80-88; B. KLOPPENBURG, El Espíritu Santo promotor de la evangelización misionera, en: Credo in Spiritum Sanctum, o.c., 1253-1264; J. LOPEZ GAY, La actividad misionera, exigencia de la vida que Cristo infunde en su Cuerpo por el Espíritu Santo: Estudios de Misionología 2 (Burgos 1977) 157-184; J. SARAIVA, Dimensione pneumatologica dell'evangelizzazione: Euntes Docete 32 (1979) 3-32; A. SEUMOIS, Esprit-Saint et dynamisme missionnaire: Euntes Docete 32 (1979) 341-364.

    [18]Además de los estudios bíblicos y teológicos citados en notas anteriores, ver: J. DANIELOU, La mission du Saint Esprit, en: Le Mystère du salut des nations (Paris, 1956); F.X. DURWELL, El Espíritu Santo en la Iglesia (Salamanca, Sígueme, 1986) n.4 (el Espíritu de Cristo en la Iglesia); P. DE MONDREGANES, Función misionera del Espíritu Santo: Euntes Docete 8 (1955) 326-344; A. RETIF, Mission de l'Eglise e mission de l'Esprit (Paris, 1958); Idem, Témoignages et prédication missionnaire dans les Actes des Apôtres: Nouvelle Revue Théologique 83 (1951) 152-165; Idem, Le sens missionnaire de la Pentecôte: La Vie Spirituelle 94 (1952) 460-471; C. SPICQ, Le Saint Esprit, vie te force de l'Eglise primitive: Lumière et Vie 10 (1953) 9-28.

    [19]Es muy frecuente en los Santos Padres la comparación (de contraste) entre Pentecostés y Babel. Ver: ORIGENES, In Genesim c.1: PG 12,112. Ver otras citas en la nota 21 de AG 4.

    [20]El camino eclesial descrito en el Apocalipsis, es camino de santificación y de evangelización. La Iglesia no puede llegar a las bodas definitivas sin haber evangelizado a todos los pueblos. L. CERFAUX, J. CAMBIER, El Apocalipsis de San Juan leído a los cristianos (Madrid, FAX, 1972); J. COMBLIN, Cristo en el Apocalipsis (Barcelona, Herder, 1969); J. ESQUERDA BIFET, Bienvenido, Señor (Salamanca, Sígueme, 1983); M. GARCIA CORDERO, El libro de los siete sellos (Salamanca, 1962); D. MOLLAT, Une lecture pour aoujourd'hui: l'Apocalypse (Oaris, Cerf, 1980).

    [21]Ver el tema de la pobreza y la misión en la nota 12. P. GAUTHIER, Los pobres, Jesús y la Iglesia (Barcelona, Estela, 1964).

    [22]Los estudios históricos sobre los primeros siglos cristianos, constatan que la mayoría de los bautizados provenían de clases pobres. Sería un contrasentido cerrar la puerta al bautismo de esos sectores (castas bajas, pueblos y razas marginadas, etc.), con la escusa de no dar la sensación de ser cristianos "depauperados"... G. BARDY, La conversione al cristianesimo nei primi secoli (Milano, 1973).

    [23]Ver los estudios de la nota 13, sobre la esperanza y la misión. "La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la 'Buena Nueva' ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza" (RMi 91).

    [24]Ver el tema mariano en el capítulo XII (María en el camino misionero de la Iglesia). AA.VV., Maria e lo Spirito Santo (Roma‑Bologna, Marianum-Deho­niane, 1984); I. DE LA INMACULADA, La unción de María por el Espíritu Santo: Ephemerides Mariologicae 34 (1984) 11-40; J. DE SAINTE-MARIE, Le rôle de Marie dans le don de l'Esprit du Christ à l'Eglise, en: Credo in Spiritum Sanctum (Lib. Edit. Vat., 1983) 973-991; J. ESQUERDA BIFET, L'azione dello Spirito Santo nella maternità e missionarietà della Chiesa, en: Credo in Spiritum Sanctum, o.c., 1293‑130; Idem, Espiritualidad mariana como fidelidad a la misión del Espíritu Santo: Estudios Marianos 41 (1977) 45-58; E. LLAMAS, El Espíritu Santo y María, unidos en la obra salvífica, en: AA.VV., El Espíritu Santo (Burgos, Semanas Misionales, 1980) 155-197; J.A. RIESTRO, El Espíritu Santo y María en el misterio de la Anunciación: Scripta Theologica 25/1 (1993) 221-235.

    [25]La invitación a toda la Iglesia, para que se disponga a recibir estas gracias del Espíritu, es una constante conciliar y postconciliar: AG 4 (LG 59); EN 82; RH 22; DEV 66; RMi 92. Analizo esta invitación, desde Juan XXIII, al convocar el concilio Vaticano II, en: L'azione dello Spirito Santo nella maternità e missionarietà della Chiesa, en: Credo in Spiritum Sanctum (Lib. Edit. Vaticana, 1983) 1293‑1306.

    [26]Ver el tema de la espiritualidad misionera, especialmente expresada en fidelidad al Espíritu Santo, en el capítulo X. También en los apartados siguientes (discernimiento y fidelidad). E.F. FARREL, Surprised by the Spirit (New Jersey, Dimension Books, 1973); J. LOPEZ GAY, La actividad misionera, exigencia de la vida que Cristo infunde en su Cuerpo por el Espíritu Santo: Estudios de Misionología, 2 (Burgos 1977) 157-184; Y. RAGUIN, Le soufle de l'Esprit et la mission: Spiritus 20 (1979) 147-156; E. TESTA, L'intervento dello Spirito Santo e della Chiesa nella missione, en: La missione e la catechesi nella Bibbia (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1981) cap. XI.

    [27]Ver los estudios citados en notas anteriores, sobre la acción del Espíritu Santo en la Iglesia primitiva. J. GOITIA, Bajo la fuerza del Espíritu (Bilbao, Mensajero,1974); Y. RAGUIN, L'Esprit sur le monde (Desclée, 1975); J. VODOPIVEC, Lo Spirito Santo nella personalità e nell'attività del missionario: Euntes Docete 33 (1980) 3-26.

    [28]Por esto, sería un contrasentido oponer la acción del Espíritu que aparece en los carismas y la profecía, a la presencia y acción del mismo Espíritu que se encuentra en los ministerios jerárquicos (cf. LG 7-8). Respecto a la acción del Espíritu Santo en el sacerdocio ministerial, ver: M. CARPRIOLI, Lo Spirito Santo e il sacerdote. In margine al dibattito conciliares sul Decreto "Presbyterorum Ordinis": Teresianum 41 (1990) 589-616; CL. DILLENSCHNEIDER, El Espíritu Santo y el sacerdote (Salamanca, Sígueme, 1965); H.A. LOPERA, El poder del Espíritu Santo en el sacerdote (Bogotá, 1975); G. VODOPIVEC, Lo Spirito Santo e il ministero ordinato: Euntes Docete 36 (1983) 329-306. En el campo patrístico es frecuente encontrar la relación entre el Espíritu Santo y el sacerdocio: AA.VV., La pneumatología en los Padres de la Iglesia: "Teología de Sacerdocio" 17 (1983).

    [29]Todo apóstol y, de modo especial, el que preside la comunidad (el sacerdote ministro) o el que la sirve como signo fuerte de la caridad de Cristo (la persona "consagrada"), pertenece a toda la comunidad, para poder "llevar a todos a la unidad de la caridad"; por esto, "a ellos toca armonizar de tal manera las diversas mentalidades, que nadie se sienta extraño en la comunidad de los fieles" (PO 9). Las preferencias prácticas (o personales) por un movimiento, no deben romper este equilibrio de la caridad universal. Ver: AA.VV., Movimenti ecclesiali contemporanei (Roma, LAS, 1980); P. CODA, I movimenti ecclesiali. Una lettura ecclesiologica: Lateranum 57 (1991) 109-144. En cuanto a la formación de los pastores para esta eventualidad, ver Pastores dabo vobis 68.

    [30]G. THERRIEN, Le discernement dans les écrits pauliniens (Paris, Gabalda, 1973).

    [31]M.D. CHENU, Les signes des temps: Nouvelle Revue Théologique 87 (1965) 29-39; J. ESQUERDA BIFET, Magisterio y signos de los tiempos: Burgense 10 (1969) 239-271; R. FISICHELLA, Los signos de los tiempos en el contexto contemporáneo: Medellín n. 65 (1991) 55-71; L. GONZALEZ CARVAJAL, Los signos de los tiempos, reflexión teológica en la Iglesia, en: La Iglesia en el mundo de hoy (Madrid, Taurus; 1970) II, 25-278; J.F. JOSSUA, Discerner les signes des temps: La Vie Spirituelle (1966) 547-569; M. PELLEGRINO, Segni dei tempi e risposta dei cristiani (Roma, Gregoriana, 1967); M. RUIZ, Los signos de los tiempos: Manresa 40 (1968) 5-18; R. SCHNACKENBURG, Interpretare i segni del tempo (Brescia, Morcelliana, 1985).

    [32]En la acción apostólica se notan frecuentemente actitudes que, por falta de lógica evangélica, difícilmente podrán atribuirse al buen Espíritu: buscar los sitios más cómodos y de éxitos fáciles; preferir los campos misionales donde hay más vocaciones (olvidando los más necesitados donde se necesita el propio carisma); trabajar preferentemente en los sectores más ricos; ir a buscar las "vocaciones" en otras instituciones que ya tiene su camino trazado, etc. J. ESQUERDA BIFET, Agua viva, Discernimiento y fidelidad al Espíritu Santo (Barcelona, Balmes, 1985); R. HOSTIE, Il discernimento delle vocazioni (Torino, Borla, 1964).

    [33]La "evangelización" consiste en anunciar ("angello") el gozo ("eu") de que Cristo, muerto y resucitado, ha redimido a la humanidad. El gozo es parte esencial del anuncio evangélico. N. BEAUPERE, Saint Paul et la joie (Paris, Cerf, 1973); J. GALOT, L'evangile et la joie (Louvain, Sintal, 1984).

    [34]La fidelidad al Espíritu Santo es un tema fundamental de la espiritualidad misionera, que estudiaremos en el capítulo X. Estudio también el tema en: El apóstol, testigo y cooperador de la acción del Espíritu Santo en el mundo, en: La santificación cristiana en nuestro tiempo (Madrid, Edit. Espiritualidad, 1976) 230-239; Espiritualidad mariana como fidelidad a la misión del Espíritu Santo: Estudios Marianos 41 (1977) 45-58.

    [35]Ver n. 3, A, de este mismo capítulo. J. LOPEZ GAY, El Espíritu Santo protagonista de la misión, en: Haced discípulos a todas las gentes (Valencia, EDICEP, 1991) 163-181.

    [36]Ver el tema de la "Nueva Evangelización" en el capítulo II, n. 3 (nota 52). La fidelidad al Espíritu Santo ayudará a encontrar estos caminos nuevos de mayor autenticidad personal y mayor acierto en la metodología apostólica y en la exposición de la doctrina. J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial y espiritualidad misionera para una nueva evangelización: Seminarium 31 (1991) n.1, 135-147; B. KLOPPENBURG, El Espíritu Santo promotor de la evangelización misionera, en: Credo in Spiritum Sanctum, Atti del Congresso Internazionale di Pneumatologia (Lib. Edit. Vaticana, 1983) 1253-1264.

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