Lunes, 11 Abril 2022 10:30

RENOVACION ECLESIAL Y ESPIRITUALIDAD MISIONERA PARA UNA NUEVA EVANGELIZACION

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          RENOVACION ECLESIAL Y ESPIRITUALIDAD MISIONERA

                  PARA UNA NUEVA EVANGELIZACION

                                              J. Esquerda Bifet

1. Exigencias de una "Nueva evangelización"

     La frase "una nueva evangelización" es una invitación que ha hecho Juan Pablo II y que ha repetido con frecuencia desde el año 1983, primero en Puerto Príncipe (Haití) y luego en Santo Domingo. Se trata de una "evangelización nueva: nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión".

     El objetivo quedó marcado desde el principio: suscitar "una intensa movilización espiritual... para cambiar los corazones mediante una evangelización renovada que sea fuente de vitalidad cristiana y de esperanza..., que despliegue con más vigor el potencial de santidad, en un gran impulso misionero, una vasta actividad catequética, una manifestación fecunda de colegialidad y comunión, un combate evangélico de dignificación del hombre" (Santo Domingo, 11 y 12 de octubre de 1984).

     El tema de la Conferencia Episcopal Latinoamericana de 1992 lo incluye en un contexto más amplio: "Nueva evangelización, promoción humana, cultura cristiana". La carta del Santo Padre a los religiosos del Brasil hace relación a la vida consagrada: "Queréis poner al servicio de la nueva evangelización las inmensas energías personales, comunitarias, institucionales y carismáticas de la vida consagrada, con los ojos puestos en las necesidades urgentes" (11 de julio de 1989).

     El Papa ha repetido la invitación a toda la Iglesia y, concretamente, a todas las vocaciones: "En los umbrales del tercer milenio, toda la Iglesia, Pastores y fieles, ha de sentir con más fuerza su responsabilidad de obedecer al mandato de Cristo: 'Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación' (Mc 16,15), renovando su empuje misionero. Una grande, comprometedora y magnífica empresa ha sido confiada a la Iglesia, la de una nueva evangelización, de la que el mundo actual tiene una gran necesidad" (Christfideles Laici 64).

     La Iglesia debe, pues, prepararse para responder a una nueva evangelización: nueva en su ardor (por la disponibilidad misionera de los evangelizadores), nueva en sus métodos (por un mejor aprovechamiento de los nuevos medios de apostolado), nueva en las expresiones (por la adaptación de la doctrina y de la práctica cristiana sin diminuir sus principios y exigencias evangélicas).

     Esta realidad se convierte en un desafío para toda la Iglesia, para cada comunidad eclesial y para cada creyente: nos encontramos ante nuevas situaciones para anunciar el evangelio, tenemos nuevas gracias de Dios para responder a ellas..., "sólo" faltan los nuevos apóstoles"...

     Según la encíclica Redemptoris Missio (RMi), la llamada a una "nueva evangelización"  tiene como objetivo la renovación de la comunidad eclesial para que ésta se haga misionera "ad gentes". Esta renovación eclesial será una realidad cuando se viva la fe cristiana con todas sus consecuencias. "¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal" (RMi 2). "La misión ad intra es signo creíble y estímulo para la misión ad extra y viceversa" (RMi 34).

     La "nueva evangelización" equivale a "reevangelización" de las comunidades para recuperar "el sentido vivo de la fe" (RMi 33). Esto significa una mayor vivencia de los valores evangélicos, según las líneas de la espiritualidad misionera trazadas por la encíclica Redemptoris Missio. Entonces la comunidad eclesial sabrá responder al momento histórico de gracia. "Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica. Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos" (RMi 3).

     La formación para la vida consagrada queda profundamente implicada en esta renovación eclesial y en la espiritualidad misionera, en vistas a la nueva evangelización. "La virginidad por el Reino se traduce en múltiples frutos de maternidad según el espíritu" (RMi 70).

 

2. Renovación eclesial para una nueva evangelización

     La "nueva época misionera" (RMi 92) abre nuevos horizontes al anuncio del evangelio. "Nuestro tiempo es dramático y, al mismo tiempo, fascinador" (RMi 38). Probablemente nos encontramos ante el mayor desafío histórico que ha tenido la Iglesia, en el sentido de reclamar una renovación eclesial que haga de personas y de comunidades un signo creíble de las bienaventuranzas. Se necesitan "nuevos santos para evangelizar al hombre de hoy" (Juan Pablo II, Discurso 11.10.85) .

     Impresionan, en la nueva encíclica misionera, las frecuentes llamadas del Papa a la renovación eclesial, precisamente para afrontar la nueva evangelización con todas sus derivaciones misioneras. "Hoy la Iglesia debe afrontar otros desafíos, proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva evangelización de pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo. Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesia particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu" (RMi 30).

     La pauta de esta renovación eclesial se encuentra en las bienaventuranzas. "La Iglesia quiere extraer toda la verdad contenida en las bienaventuranzas de Cristo y sobre todo  la verdad contenida en esta primera: 'Bienaventurados los pobres de espíritu'... Fiel al espíritu de las bienaventuranzas, la Iglesia está llamada a compartir con los pobres y los oprimidos de todo tipo. Por esto exhorto a todos los discípulos de Cristo y a las comunidades cristianas, desde las familias a las diócesis, desde las parroquias a los Institutos religiosos, a hacer un sincera revisión de la propia vida en el sentido de solidaridad con los pobres" (RMi 60). "Ha llegado el momento de hacerse realmente hermanos de los pobres en la común conversión hacia el desarrollo integral, abierto al Absoluto" (RMi 59).

 

     La misión de la Iglesia consiste en llamar a la "conversión", es decir, "a la adhesión plena y sincera a Cristo y a su Evangelio, mediante la fe. La conversión es un don de Dios" (RMi 46). Ahora bien, está llamada no sería eficaz sin el testimonio evangélico presentado por la comunidad eclesial. "El hombre contemporáneo cree más en los testigos que en los maestros... el testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de misión" (RMi 42). La Iglesia necesita ser y presentarse como Evangelio viviente, en un proceso de renovación continua. "Cada convertido es un don hecho a la Iglesia y comporta una grave responsabilidad para ella... porque, especialmente si es adulto, lleva consigo como una energía nueva, el entusiasmo de la fe, el deseo de encontrar en la Iglesia el Evangelio vivido. Sería una desilusión para él, si después de ingresar en la comunidad eclesial encontrase en la misma una vida que carece de fervor y sin signos de renovación. No podemos predicar la conversión, si no nos convertimos nosotros mismos cada día" (RMi 47).

     Los problemas internos de la comunidad eclesial pueden superarse fácilmente cuando se abre a una renovación misionera. "Sólo haciéndose misionera la comunidad cristiana podrá superar las divisiones y tensiones internas y recobrar su unidad y su vigor de fe" (RMi 49).

     Esta llamada a la renovación eclesial se encuentra en todos los períodos históricos. En el concilio Vaticano II, la invitación se repite con términos muy expresivos. Para que "la claridad de Cristo resplandezca sobre la faz de la Iglesia" (LG 1), es necesario que la misma Iglesia se renueve continuamente: "La Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG 8). Se trata siempre de renovación en el Espíritu Santo, quien, "con la fuerza del evangelio rejuvenece a la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo" (LG 4).

     Esta renovación es eminentemente evangélica, en cuanto que se debe inspirar en las bienaventuranzas (como hemos indicado más arriba), es decir, en la caridad cristiana y el mandato del amor. Es renovación por medio de una vida santa. Así lo resumía Juan Pablo II en la exhortación apostólica Christifideles laici: El concilio Vaticano II ha pronunciado palabras altamente luminosas sobre la vocación universal a la santidad. Se puede decir que precisamente esta llamada ha sido la consigna fundamental confiada a todos los hijos e hijas de la Iglesia, por un concilio convocado para la renovación evangélica de la vida cristiana... Es urgente, hoy más que nunca, que todos los cristianos vuelvan a emprender el camino de la renovación evangélica" (CFL 16).

     Sólo con esta actitud de renovación evangélica, será realidad la fidelidad a la misión. "La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión... La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad" (RMi 90).

     La renovación interior tiene repercusiones en la vida práctica y, de modo especial, en la disponibilidad misionera de toda la Iglesia: "Como la Iglesia es toda ella misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios, el concilio invita a todos a una profunda renovación interior, a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, acepten su participación en la obra misionera entre los gentiles" (AG 35).

     Esta invitación es un examen de conciencia sobre puntos muy concretos, que ya fueron indicados por Pablo VI en Evangelio nuntiandi (1975): "¿Qué es de la Iglesia, diez años después del concilio? ¿Está anclada en el corazón del mundo y es suficientemente libre e independiente para interpretar al mundo? ¿Da testimonio de la propia solidaridad hacia los hombres y al mismo tiempo del Dios Absoluto? ¿Ha ganado en ardor contemplativo y de adoración, y pone más celo en la actividad misionera, caritativa, liberadora? ¿Es suficiente su empeño en el esfuerzo de buscar el restablecimiento de la plena unidad entre los cristianos, lo cual hace más eficaz el testimonio común, con el fin de que el mundo crea?" (EN 76).

 

3. Espiritualidad misionera para una nueva evangelización

     Una nueva evangelización requiere, como hemos visto, una renovación eclesial, de suerte que en creyentes y comunidades aparezca más claramente el rostro de Cristo, a modo de "evangelio vivido" (RMi 47). Ahora bien, esta renovación se hará realidad por un proceso de "espiritualidad misionera", como fidelidad a las nuevas gracias del Espíritu Santo. La espiritualidad que describe Redemptoris Missio para los misioneros es analógicamente la misma que deben tener todos los agentes de la nueva evangelización, puesto que se trata de renovar la comunidad eclesial para hacerla misionera ad gentes.

     La expresión "espiritualidad misionera" se encuentra ya en el concilio Vaticano II, al hablar de los cometidos de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos: "Este Dicasterio promueva la vocación y la espiritualidad misionera, el celo y la oración por las misiones, y difunda noticias auténticas y convenientes sobre las misiones" (AG 29). El contenido de esta expresión se encuentra en los números 23-25 de Ad Gentes, y se desarrolla explicando la vocación misionera, la formación espiritual y las virtudes concretas de los misioneros, que "han de renovar su espíritu constantemente", para vivir una "vida realmente evangélica" (AG 24), de suerte que "la vida de Jesús obre en aquellos a los que es enviado" (AG 25).

     Pablo VI, en Evangelii nuntiandi, presentó "el espíritu de la evangelización", explicándolo como "actitudes interiores" del apóstol (EN 74), fidelidad al Espíritu Santo como "agente principal de la evangelización" (EN 75), "autenticidad" y testimonio (EN 76), unidad (EN 77), servicio de la verdad (EN 78), caridad apostólica (EN 79-80). Esta espiritualidad se adquiere viviendo en Cenáculo con María para afrontar una "renovada evangelización" (EN 81-82).

     La primera afirmación del capítulo VIII de la encíclica Redemptoris Missio es precisamente sobre la existencia de la espiritualidad misionera como "espiritualidad específica": "La actividad misionera exige una espiritualidad específica, que concierne particularmente a quienes Dios ha llamado a ser misioneros" (RMi 87).

     La fidelidad al Espíritu Santo (dimensión pneumatológica) es la actitud básica de la espiritualidad misionera ("espiritualidad" = vida según el Espíritu). "Esta espiritualidad se expresa, ante todo, viviendo con plena docilidad al Espíritu; ella compromete a dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejante a Cristo" (RMi 87). A partir de esta docilidad, se presentan "los dones de fortaleza y discernimiento", como "rasgos esenciales de la espiritualidad misionera" (ibídem).

     La fidelidad al Espíritu Santo es el punto de partida para entender la misión en su significado pneumatológico (cap. III). Sin la docilidad al Espíritu no se acertará en el contenido evangélico de la misión o no habrá la fortaleza para actuarlo: "También la misión sigue siendo difícil y compleja, como en el pasado, y exige igualmente la valentía y la luz del Espíritu" (RMi 87). En la nueva situación de la Iglesia y de la sociedad, "conviene escrutar las vías misteriosas del Espíritu y dejarse guiar por él hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13)" (ibídem).

     La dimensión cristológica de la espiritualidad misionera se presenta como relación personal con él, imitación, seguimiento: "Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misión, si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar" (RMi 88). Como en otros pasajes de la encíclica, se pone como modelo de esta actitud cristológica a san Pablo, quien nos deja entrever "sus actitudes" (ibídem, citando a Fil 2,5-8; 1Cor 9,22-23).

     De esta relación personal con Cristo nace la recta comprensión de la misión y la disponibilidad para la misma. La dimensión cristológica de la misión (cap. I-II) se comprende y vive a partir de una espiritualidad eminentemente cristológica. Hay que resaltar un aspecto fundamental de esta espiritualidad cristológica: la experiencia de la presencia de Cristo en la vida del apóstol. "Precisamente porque es 'enviado', el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. 'No tengas miedo... porque yo estoy contigo' (Act 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88).

     La dimensión eclesiológica de la espiritualidad misionera se expresa en amor a la Iglesia como la ama Cristo. Esta será la garantía de la misión: "Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia, como Cristo" (RMi 89). Es el sentido o "espíritu de la Iglesia", que le hace descubrir y vivir "su apertura y atención a todos los pueblos y a todos los hombres" (ibídem).

     Esta dimensión eclesiológica de la espiritualidad es el punto de partida para comprender la dimensión eclesiológica de la misión (cap. I-II). "Lo mismo que Cristo, él debe amar a la Iglesia... (Ef 5,25). Este amor, hasta dar la vida, es para el misionero un punto de referencia. Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del misionero; su preocupación cotidiana -como dice san Pablo- es la 'solicitud por todas las Iglesia' (2Cor 11,28). Para todo misionero y toda comunidad, la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia" (RMi 89; cf. PO 14).

     La dimensión pastoral de la espiritualidad se describe en la línea de la "caridad apostólica": "La espiritualidad misionera se caracteriza, además, por la caridad apostólica" (n.89). Es la caridad pastoral de "Cristo, el Buen Pastor, que conoce sus ovejas, las busca y ofrece su vida por ellas (cf. Jn 10)" (ibídem).

     Se trata, pues, de un "celo por las almas, que se inspira en la caridad misma de Cristo, y que está hecha de atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la gente" (RMi 89). Por esto, "el misionero es el hombre de la caridad" (ibídem).

     La dimensión antropológica de la espiritualidad está en estrecha relación con Cristo "que conocía lo que hay en el hombre (Jn 2,25), amaba a todos ofreciéndoles la redención, y sufría cuando ésta era rechazada" (RMi 89). Esta dimensión está en la línea de toda la encíclica: "La actividad misionera tiene como único fin servir al hombre, revelándole el amor de Dios que se ha manifestado en Jesucristo" (RMi 2). De este modo, "el misionero es el 'hermano universal', lleva consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención... particularmente a los más pequeños y pobres" (RMi 89).

     Esta dimensión antropológica es eminentemente liberadora (RMi 38-39). "En cuanto tal, supera las fronteras y las divisiones de raza, casta e ideología: es signo del amor de Dios en el mundo, que es amor sin exclusión ni preferencia" (n.89).

     La encíclica coloca un tema básico de espiritualidad (la contemplación) al hablar de las nuevas situaciones actuales (dimensión sociológica), a modo de "nuevos areópagos" que interpelan a la Iglesia (culturas, medios de comunicación, desarrollo, liberación de los pueblos, derechos fundamentales, ecología, etc.), se señala "la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración... se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización" (RMi 38). A esta fenómeno, que "no carece de ambigüedad", la Iglesia sólo puede responder ofreciendo "el patrimonio espiritual" evangélico recibido de Cristo, "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). Esta "es la vía cristiana para el encuentro con Dios para la oración, la ascesis, el descubriendo del sentido de la vida. También es un areópago que hay que evangelizar" (RMi 38).

     A esta problemática sobre la búsqueda actual de Dios, sólo se puede responder con una actitud verdaderamente contemplativa. El Papa lo afirma también como fruto de su misma experiencia misionera: "El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular, las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, sino es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: 'Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos' (1Jn 1,1-3). "El misionero ha de ser un contemplativo en la acción" (ibídem).

     La espiritualidad misionera se puede resumir como vida de santidad en relación a la misión: "La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión... La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos" (RMi 90).

     La dimensión mariana de la espiritualidad misionera hace redescubrir y vivir la naturaleza misionera y materna de la Iglesia (Gal 4,4, 4,19; 4,26). "María es el ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (RMi 92; cf. LG 65).

 

Conclusión: Implicaciones para la formación a la vida consagrada

     La vida consagrada necesita una formación adecuada para poder responder a las necesidades de una "nueva evangelización". "En la inagotable y multiforme riqueza del Espíritu se sitúan las vocaciones de los Institutos de vida consagrada, cuyos miembros, 'dado que por su misma consagración se dedican al servicio de la Iglesia... están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misional, según el modelo propio de su Instituto'... La Iglesia debe dar a conocer los grandes valores evangélicos de que es portadora; y nadie los atestigua más eficazmente que quienes hacen profesión de vida consagrada en la castidad, pobreza y obediencia, con una donación total a Dios y con plena disponibilidad a servir al hombre y a la sociedad, siguiendo el ejemplo de Cristo" (RMi 69).

     La renovación eclesial y la espiritualidad misionera, en vistas a una nueva evangelización, comportan importantes consecuencias para la formación a la vida consagrada tanto inicial como permanente, y en todos los niveles: espiritual, humano, intelectual y pastoral.

     Una nueva evangelización reclama "nuevo fervor" por parte de los apóstoles. Si se da este nuevo fervor o generosidad, habrá también apóstoles más disponibles para la misión.

     Toda renovación eclesial auténtica, bajo la acción del Espíritu Santo, se realiza en el paradigma del Cenáculo: "Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo 'con María la Madre de Jesús' (Act 1,14), para implorar el Espíritu Santo y obtener fuerza y ardor para cumplir el mandato misionero. También nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu" (RMi 92; cf. AG 4; LG 59; EN 82; RH 22; RMa 24).

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