Lunes, 11 Abril 2022 10:24

ITINERARIO FORMATIVO DE LAS VOCACIONES SACERDOTALES. MODELOS TEOLOGICO-HISTORICOS

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ITINERARIO FORMATIVO DE LAS VOCACIONES SACERDOTALES. MODELOS TEOLOGICO-HISTORICOS

 

                                                         Juan Esquerda Bifet

 

Presentación: Las grandes líneas del itinerario formativo en su diversas etapas históricas

 

      La formación de las vocaciones sacerdotales ha recorrido ya un itinerario de casi dos milenios. El punto obligado de referencia ha sido y seguirá siendo siempre Jesucristo Sacerdote y Buen Pastor y el grupo apostólico formado por el mismo Jesús; pero las modalidades concretas varían según las épocas y culturas.

 

      Se puede constatar una evolución homogénea, que es siempre de apertura a las nuevas situaciones socio-culturales y eclesiales, para responder a las nuevas gracias del Espíritu Santo y poder formar a los nuevos apóstoles.

 

      En el breve espacio de que disponemos, intentaremos redactar una síntesis de este itinerario histórico, haciendo resaltar las líneas básicas de cada época (en sus modelos teológico-históricos), para llegar a la actualidad formativa de finales del siglo XX e inicio del siglo XXI (o del tercer milenio), intentando vislumbrar las perspectivas de futuro, siempre en una línea armónica de fidelidad y apertura.

 

      En cualquier época, se profundiza en la figura de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, para trazar las líneas formativas del estilo de vida sacerdotal. Siempre encontramos figuras sacerdotales, documentos, instituciones y, en cierta medida, también planes formativos para el seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles.

 

      Al hacer este recorrido sintético, se toma conciencia de estar insertados en un dinamismo del Espíritu Santo, que guía a su Iglesia en toda realidad histórica. Efectivamente, en cada época se pueden constatar gracias especiales o carismas del Espíritu santo y también una respuesta de reflexión, de vivencia y de programación, en un contexto de luces y sombras, de éxitos y de limitaciones propias de la Iglesia peregrina.

 

      Del pasado, sólo van quedando aquellos aspectos positivos de valor permanente, que corresponden a una explicitación de los datos revelados sobre el estilo de vida del Buen Pastor y de sus Apóstoles. Dos mil años de historia son ya una herencia de gracia, que ayuda a encontrar el nuevo estilo de vida apostólica y evangélica que corresponde a la actualidad y al próximo futuro.

 

      Las líneas evangélicas del seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles, de fraternidad sacerdotal en el Presbiterio y de disponibilidad misionera universal, son las únicas que ofrecen garantía para responder a las nuevas exigencias del Espíritu Santo y a las nuevas necesidades de la Iglesia y de la sociedad humana en el inicio del tercer milenio.[1]

 

1. Formación sacerdotal en la época patrística

 

      Durante la época patrística, la formación sacerdotal tenía lugar en el seno de las comunidades cristianas, con el influjo en las diversas escuelas teológicas y catequéticas (Jerusalén, Antioquía, Alejandría, Cesarea de Palestina, Roma, etc). Los futuros sacerdotes se formaban dentro de las comunidades cristianas, en estrecha relación con los obispos respectivos y con su Presbiterio.

 

      El itinerario formativo se encuadraba en el contexto de la "Vida Apostólica", es decir, según el estilo de los Apóstoles y de sus sucesores. La santidad a que se aspiraba tenía como objetivo a Cristo Sacerdote Buen Pastor. Era, pues, santidad que miraba a la gloria de Dios y al ministerio pastoral: servicio de la Palabra, celebración de los misterios, dirección de la comunidad, servicios de caridad. El "clérigo" estaba llamado a tener por herencia al Señor.

 

      De hecho, durante los primeros siglos, la residencia del obispo era la de los presbíteros y de los que se preparaban para el ministerio. Según los "Canones Apostolorum", el obispo tenía de cuidar de su clero[2]. En Roma, Antioquía, Alejandría, Cesarea de Palestina y norte de Africa, existían escuelas para la formación catequística y teológica.[3]

 

      En estas escuelas, el representante del obispo (diácono del obispo o "arcediano") cuidaba de la formación de los futuros ministros. Después de la paz de Constantino (a. 313), estas escuelas episcopales fueron insuficientes, y, a veces, muchos clérigos se formaron en escuelas no eclesiásticas. Los concilios tuvieron que dar normas para evitar que entraran en el ministerio hombres sin formación adecuada. Se llegó a prescribir la vida común en dependencia del obispo.[4]

 

      La diversidad formativa aparecía en diversos matices complementarios. En el Oriente se presentaba la "consagración" a Cristo y, por él, al Padre, bajo la moción del Espíritu Santo. En la escuela antioquena se subrayaba la distinción entre lo divino y lo humano, indicando la naturaleza instrumental del sacerdocio ministerial. En la escuela alejandrina se acentuaba la acción divina.

 

      En Occidente, la "consagración" hacía referencia al sacramento recibido, como participación en la unción y misión de Cristo. La santidad debía actuarse según las normas litúrgicas, disciplinares y morales. En Oriente, el sacerdote se presentaba como mediador de una acción divina. Las normas de los concilios sobre la vida de los clérigos reflejaban esta distinción de matices. Siempre se presenta la figura del sacerdote como quien obra en persona de Cristo.[5]

 

      La formación se recibía en relación con las figuras sacerdotales de la época, especialmente con el propio obispo. Además de los documentos bíblicos, litúrgicos y conciliares (sobre la vida de los clérigos), servían de pauta las cartas de San Ignacio de Antioquía, los libros sobre el sacerdocio de San Juan Crisóstomo, los escritos y ejemplos de San Ambrosio, las pautas o "Regla" de vida clerical de San Agustín, la Regla pastoral de San Gregorio Magno, etc.[6]

 

      Las Cartas de San Ignacio de Antioquía (hacia el año 105) ofrecen pautas de santidad ministerial y de vida de fraternidad en el Presbiterio y con el propio obispo. Los presbíteros se presentan en relación con los Apóstoles. La formación tendía a vivir la unidad eclesial, como un canto que el mismo Cristo dirige al Padre. Ver, por ejemplo, Ad Efesios, 4,1-2.

 

      Más incidencia tuvieron en el campo de la formación sacerdotal los seis libros sobre el sacerdocio, de San Juan Crisóstomo, escritos hacia el año 386. Su influjo fue decisivo en los decretos conciliares (sobre la vida de los clérigos) y en las reglas de formación sacerdotal. Los libros sobre el sacerdocio, de San Juan Crisóstomo describen la santidad en relación con Cristo y con el ministerio ejercido en su nombre, en vistas a servir a la comunidad eclesial. El sacerdote ha tenido que formarse en las virtudes características del Buen Pastor, es decir, en la caridad concretada en la pobreza, castidad, celo apostólico, prudencia, mansedumbre, espíritu de oración, etc. Ver, por ejemplo, lib. 3,7 y 16.[7]

 

      La formación para el sacerdocio, según San Ambrosio se concreta en cumplir las normas sobre la vida moral, litúrgica y ministerial. Por el hecho de tener por herencia al señor, el clérigo está llamado a la pobreza evangélica, a la castidad y a la caridad para con los pobres (en quienes se esconde Cristo). La santidad sacerdotal es una exigencia de la predicación y de la celebración eucarística. Así llegará a una vida honesta, adornada de todas las virtudes. Ver, por ejemplo, De officiis ministrorum, lib. I, cap. 11.[8]

 

      Las normas eclesiales para la formación de los futuros sacerdotes se inspiraron también en la doctrina y ejemplos de San Agustín, especialmente en su modo de practicar la "Vida Apostólica", conviviendo con sus presbíteros. En el Occidente cristiano, durante siglos, la formación sacerdotal tomó como pauta el ejemplo de San Agustín. Muchos Presbiterios se inspiraron en la "Regla" o proyecto de vida eclesial del santo obispo de Hipona. "Todos los buenos pastores se encuentran en uno, son uno. Ellos apacientan, pero es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no anuncian su propia palabra, sino que se alegran por la palabra del esposo" (sermón 46). El Presbiterio de Hipona era lugar de convivencia de los sacerdotes y de los que se preparaban para el sacerdocio.[9]

 

      También la Regla Pastoral del Papa San Gregorio Magno influyó durante siglos, a modo de directorio sobre la formación y la práctica apostólica. Las virtudes del sacerdote dicen relación con su ministerio, especialmente por la predicación y la eucaristía. La formación tiene que versar sobre la pobreza, la oración intercesora y contemplativa, la caridad y el celo apostólico. "Cuando el pastor pone sus sentidos en los cuidados terrenos, el polvo levantado por el viento de la tentación ciega los ojos de las ovejas (Regla Pastoral, cap. VI).[10]

 

      Los concilios visigóticos de los siglos VI-VII emanaron normas concretas sobre la selección y formación de los futuros sacerdotes, aplicando las directrices de la época apostólica.[11]

 

      Un claro precedente del decreto tridentino sobre los Seminarios, son los concilios II y IV de Toledo (años 527 y 633). Sobre todo, el cap. 24 del concilio IV de Toledo fue una fuente inspiradora de Trento. En los concilios toledanos se acentúa la necesidad de una formación espiritual e intelectual desde la adolescencia, así como la dirección y responsabilidad por parte del obispo. Ambos concilios particulares indican la necesidad de la formación sacerdotal desde la infancia o adolescencia. El concilio II de Toledo recalca "bajo la inspección del obispo... a juicio del obispo" (Ench. Cler. 59).

 

2. Formación sacerdotal en la Edad Media

 

      Hay que recordar que la formación sacerdotal tuvo un gran declive al final del primer milenio y principio del segundo. Hubo un fuerte proceso de secularización en Presbiterios y monasterios. Pero todavía se mantuvo en muchos sectores la formación de la época patrística sobre la "Vida Apostólica", gracias a las normas conciliares y a la urgencia de santos obispos y sacerdotes. El concilio romano de 1059 todavía pudo establecer normas sobre la vida común y la pobreza de los clérigos.

 

      En toda la Edad Media se encuentran numerosos casos de escuelas de formación clerical, aunque no a escala universal de todas las diócesis, ni siempre en el sentido de una formación espiritual y pastoral.

 

      En algunos Presbiterios se siguió instando en la formación sacerdotal de línea evangélica, especialmente donde los clérigos (como "canónigos", es decir, cumplidores de los "cánones") vivían según el modelo o la "regla" de San Agustín. Es entonces (siglos XII-XIII) cuando nacen las nuevas Ordenes religiosas (trinitarios, agustinos, franciscanos, dominicos, mercedarios, premostratenses, carmelitas, etc.). El ideal de la "Vida Apostólica" era el mismo, pero las Ordenes religiosas querían concretarlo por medio de la "profesión" (votos) y por estatutos particulares, en una línea más claustral, aunque también relacionada con la acción apostólica y caritativa.

 

      A pesar de los declives del medioevo, de hecho se dieron los primeros pasos para la organización de la formación sacerdotal. El Decreto de Graciano (1140) ofrece abundantes datos sobre esta formación, en vistas a poner en práctica la "Vida Apostólica" por medio de las virtudes requeridas en el ejercicio del ministerio.[12]

 

      Los concilios tercero y cuarto de Letrán (1179 y 1215) urgieron de nuevo al cumplimiento de las normas sobre la formación, estableciendo una pauta que se seguirá en siglos posteriores: "Es mejor, sobre todo tratándose de sacerdotes, que haya pocos y buenos, que muchos ministros y malos, porque si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en el hoyo".[13]

 

      Estos concilios lateranenses repitieron y concretaron esas normas de formación. Un punto concreto (ya señalado en los concilios toledanos) es el del maestro o "anciano" (formador) que debía cuidar de la formación de los futuros sacerdotes. El concilio IV de Letrán  deja en manos del obispo la responsabilidad de formar a sus sacerdotes para la cura de almas: "Siendo el arte de las artes el régimen de las almas, mandamos severamente que los obispos, o por sí mismos o por otros varones competentes, instruyan diligentemente a los candidatos al sacerdocio en los misterios divinos y en los sacramentos de la Iglesia, de forma que puedan administrarlos debidamente" (ibídem).

 

      En Santo Tomás de Aquino encontramos un resumen de estas exigencias formativas: "Dios nunca permitirá que a su Iglesia falten ministros idóneos y suficientes para las necesidades del pueblo cristiano, si se eligen dignos y se rechazan a los indignos" (Suppl. q. 36, a. 4, ad 1). Según el Papa Honorio II, la formación sacerdotal serviría, pues, para una acertada selección, puesto que se trataba de "educar para la santidad"[14].

 

      Hasta el concilio IV de Letrán (1215), se fueron dando normas de formación sacerdotal por parte de obispos, concilios particulares y universales. A pesar de los altibajos de la historia, las escuelas eclesiásticas se fueron perfeccionando, especialmente respecto a la formación intelectual. Existían escuelas parroquiales, monacales y episcopales (éstas últimas, a veces, en conexión con la catedral).[15]

 

      Los datos patrísticos y la herencia agustiniana sobre la formación, se sumaron a la reflexión teológica sobre el sacerdocio ministerial, especialmente en Santo Tomás. Cristo es la fuente de todo sacerdocio (II, q. 22, a. 4). El carácter sacerdotal configura con Cristo (III, q. 63). El sacerdote ministro prolonga la acción de Cristo como activo instrumento suyo (III, q. 63, a. 3) y sirve al Cuerpo eucarístico y místico de Cristo.

 

      San Buenaventura acentúa la semejanza con Cristo servidor (Sent. IV, d. 24, a. 34). San Alberto Magno subraya la transformación en Cristo (In IV Sent., d. 6 c, a. 3). Santo Tomás pone de relieve la participación en el sacerdocio de Cristo (III, q. 27, a. 5 ad 2; q. 63, a. 1-6). Por esto, se requiere una formación para la santidad de quien está llamado a ser "mediador" (III, q. 22, a. 1) y, por tanto, "deiforme" (deiformissimus) por la caridad (Suppl. q. 36, a. 1). La ordenación sacerdotal preexige, pues, la santidad (III, q. 27, a. 4) y sólo puede conferirse a paredes bien consistentes por la santidad (II-II, q.189, a.1, ad 3).

 

      Las diversas escuelas teológicas y espirituales del medioevo dejaron su impronta en la formación sacerdotal: escuelas benedictina, dominicana, franciscana, agustiniana... La escuela de San Víctor (siglo XII) se basaba más en las exigencias del sacramento del Orden, indicando al sacerdote como mediador de reconciliación, cooperador del obispo, llamado a ser santo como exigencia de la celebración de los misterios. Es bueno recordar el testamento de San Francisco: "Me dio el Señor y da tanta fe en los sacerdotes... porque no veo ninguna cosa corporalmente en este mundo que aquel altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y sangre, que ellos reciben y sólo ellos administran a otros".

 

3. Formación sacerdotal en tiempos nuevos

 

      Dos siglos antes del concilio tridentino hubo un cierto resurgir espiritual, que se ha llamado "devotio moderna" (siglos XIV-XV). Algunos de sus contenidos se reflejan en el libro "Imitación de Cristo". La "devoción moderna" señaló algunas lineas renovadoras espirituales. El libro de la "Imitación de Cristo" invita al sacerdote a adquirir "todas las virtudes", a fin de poder "dar a los otros ejemplo de buena vida" y "edificar la Iglesia" (lib., cap. 5).

 

      Esta corriente tuvo incidencia en la formación sacerdotal, con algunas tímidas experiencias de vida comunitaria, así como de metodización de la vida de oración, la dirección espiritual, la predicación y catequesis, la vida espiritual de línea afectiva, etc. El tono de esta renovación apunta a la celebración eucarística, la predicación de la palabra, la vida evangélica y la caridad.

 

      Inmediatamente antes del concilio de Trento y también posteriormente (siglo XVI y siguientes), surgieron agrupaciones de clérigos, en vistas a adquirir la santidad y dedicarse a los ministerios. Esta época en torno a Trento fue fecunda en escritos sobre la santidad sacerdotal y también en santos sacerdotes y religiosos.[16]

 

      La formación intelectual (especialmente teológica) había llegado a un buen nivel para aquellos que frecuentaban las universidades o centros análogos. Pero los clérigos allí presentes eran minoría y no siempre recibían en sus colegios o residencias la formación espiritual, moral y pastoral adecuada.[17]

 

      Hubo casos ejemplares en los que se urgía la formación sacerdotal propiamente dicha, como Jan Gerson, canciller de la universidad de París, que pedía la "ilustración del corazón" traducida en "realidad de obras", e instaba a la confesión frecuente. Los Colegios universitarios no siempre respondían a esas aspiraciones manifestadas por muchos sacerdotes. La mayoría del clero, incluso el formada en universidades y estudios generales, no pasaba de ser aspirante a dignidades y beneficios para subsistir económicamente. Las instancias de los Papas (como Benedicto XII) quedaban casi siempre en el vacío. Las Ordenes religiosas adolecían del mismo mal.[18]

 

      Los Colegios-Seminarios clericales propiamente dichos, existentes inmediatamente antes de Trento, que impartían una formación sacerdotal semejante a la que exigiría el concilio, fueron principalmente los siguientes: el Colegio Capránica de Roma (1456), el Colegio sacerdotal de Dillingen (1549), el Colegio Romano Germánico fundado por San Ignacio (1552), el Colegio establecido por el concilio de Londres y por el Cardenal Reginaldo Pole (1556) y algunos Colegios sacerdotales de San Juan de Avila en España (Baeza, Córdoba, Ecija, etc.).[19]

 

      El concilio tridentino, dentro de sus limitaciones, daría un paso más: instar a que ellos se hiciera realidad en todas las diócesis por medio de los Seminarios y la presencia activa y responsable del obispo. El concilio resumió la doctrina sobre el sacerdocio (tomada especialmente de Santo Tomás) e indicó unas pautas de pastoral sacerdotal para obispos y presbíteros (ses.23). En este contexto de reforma sacerdotal, se coloca el decreto conciliar sobre la erección de los Seminarios (ses.23, can.18 de reforma). La formación sacerdotal, querida por el concilio, se basaba en "educar religiosamente e instruir en la disciplina eclesiástica", alejando cualquier rastro de ambición, y ayudando a que "muestren deseos de servir a Dios y a su Iglesia" (ibídem).

 

      El Seminario debería relacionarse con la catedral (reformada pastoralmente) y estar bajo la dirección del propio obispo,  en vistas a formar a los candidatos según los criterios de la "Vida Apostólica" (o estilo de vida de los Apóstoles).

 

      El decreto sobre los Seminarios (can. 18 de reforma, ses. 23) presenta una línea pastoral en armonía con los contenidos de toda la sesión 23. En esa sesión se describe la cura pastoral como conocimiento de la realidad (las ovejas), en vistas a una dedicación generosa al servicio de la palabra, de los sacramentos y de la caridad, especialmente hacia los más pobres. El testimonio de vida es imprescindible. Esta cura pastoral es el objetivo de la formación que habrá de darse en los Seminarios.

 

      En los dieciocho cánones de reforma, de la ses. 23, se exige la recta intención, el ejemplo de vida, la formación doctrinal, la castidad perfecta. En resumen, los candidatos al sacerdocio deben ser idóneos "para enseñar la verdad que todos deben saber para salvarse, y para administrar los sacramentos, dando pruebas de auténtica piedad, castidad y buen ejemplo" (can. 14).

 

      Se exige la erección del Seminario en cada diócesis, aunque no se obliga a los clérigos a formarse en ellos. Esta última circunstancia creará dificultades hasta el inicio del siglo XX. La formación impartida en el Seminario debe ser intelectual y moral, cuidando de la selección y procurando presentarlo como camino de pobreza evangélica para un clero que ya no debe ser una clase económica superior.[20]

 

      La formación sacerdotal delineada por el concilio tridentino se fue aplicando paulatinamente. A mi entender, no se aprovecharon todos los contenidos conciliares ni tampoco todas las aportaciones de escritos y experiencias de la época. Las nuevas agrupaciones de clérigos (jesuitas, eudistas, sulpicianos, lazaristas, teatinos, barnabitas, somascos, oratorianos, escolapios, redentoristas, pasionistas, etc.), aprovecharon mejor las oportunidades de renovación eclesial. También las órdenes religiosas se renovaron.

 

      En cuanto a los Seminarios "diocesanos" (o "tridentinos"), se logró la aplicación de las directivas de Trento allí donde hubo santos obispos y sacerdotes (siglos XVI-XVII): San Carlos Borromeo y San Gregorio Barbarigo en Italia; San Juan de Avila y San Juan de Ribera en España; Santo Toribio de Mogrovejo en Perú (Lima)...

 

      La figura, así como los escritos y la obra de San Juan de Avila (1499-1569), sin ser la única, ha sido reconocida como figura clave y programática. Al ejemplo de su vida y a la institución de colegios sacerdotales, añadió un cúmulo de doctrina (especialmente en los "Memoriales"), que ciertamente tuvo su influencia en Trento por medio de su Prelado, el arzobispo de Granada, Don Pedro Guerrero.[21]

 

      En 1564 (un año después del concilio) se creó la Congregación del Concilio, que tendría el cometido de vigilar sobre la aplicación de los decretos conciliares, especialmente en todo lo referente a la reforma de las diócesis y de la vida clerical. Los obispos tendrían que dar cuenta periódicamente de esta aplicación.

 

      Casi un siglos después de Trento, sostuvieron con entusiasmo la formación sacerdotal en los Seminarios: San Juan Eudes, San Vicente de Paúl, San Francisco de Sales, Pedro Bérulle, Adrian Bourdoise,  Juan Santiago Olier en Francia, con otros autores de la escuela francesa. En Alemania y Europa Central, Bartolomé Holzhauser. La "escuela francesa" abrió nuevos cauces a la formación sacerdotal en los Seminarios, especialmente en lo referente al seguimiento espiritual e integral de los candidatos.[22]

 

      Durante la segunda mitad del siglo XVI y hasta muy entrado el siglo XVII, la aplicación del decreto conciliar fue urgida por Sínodos particulares, santos obispos y sacerdotes, autores espirituales y también por instituciones sacerdotales.

 

      Hay que señalar la aportación de San Alfonso María de Ligorio (ya obispo de Santa Agata dei Goti, en 1762), que tuvo gran influencia en los Seminarios de Italia. El Regolamento per i Seminari y las Reflessioni utili ai Vescovi, que escribió el santo, detallan muchos aspectos de la formación, especialmente en cuanto a las cualidades y la acción concreta de los formadores. Es más, el santo dice a los obispos (en su Teología Moral) que no basta con urgir lo que había decidido Trento, sino que habían de exigir más para la ordenación sagrada.[23]

 

      Durante los siglos XVIII-XIX, la formación sacerdotal sufrió las embestidas de las corrientes ideológicas y de las guerras de la época entre naciones europeas. La formación sacerdotal durante estos siglos siguió inspirándose en todo el pasado eclesial para poner en práctica las directrices de Trento.

 

      Los Papas, por su parte, urgían continuamente a su aplicación. De hecho, los Papas (ya desde San Pío V) aprobaron reglamentos internos de los Colegios romanos (inglés, germánico, griego, Urbano, etc.), en los que destaca el proceso formativo. Tuvo influencia importante la creación de la Congregación "pro Universitate Studii Romani" (1588), especialmente respeto a los estudios. Benedicto XIII creó en 1725 una institución parecida, que sería el preámbulo de la futura Congregación de Seminarios.[24]

 

      Hay que destacar la actuación de algunos Pontífices. Clemente VIII publicó lo que se podría llamar el primer documento sobre la formación sacerdotal a nivel universal: la Carta Apostólica "Ea semper fuit" (23 de junio de 1592), que describe las cualidades que debe tener y en que debe formarse el candidato al sacerdocio.

 

      Al repetir las decisiones de Trento, los Pontífices concretaron más algunos aspectos referentes a la selección y formación de los candidatos. Pero cada vez más estas orientaciones se dirigen a todos los obispos y Seminarios de la Iglesia. Benedicto XIV, en la encíclica "Ubi primum" (3 de diciembre de 1740) subraya la relación del obispo con sus seminaristas, instando no sólo a la visita frecuente, sino también a la convivencia con ellos.

 

      Los fenómenos sociológicos e históricos del siglo XVIII produjeron un descenso e incluso algunas desviaciones en este proceso de erección de los Seminarios. La Ilustración, la Enciclopedia y el absolutismo del Estado (regalismo, cesaropapismo) llegaron a hacer de los clérigos unos meros ciudadanos cualificados, para un servicio prácticamente civil con matices religiosos. A veces, se prohibió ir a los Colegios de Roma e incluso se intentó independizar los Seminarios del propio obispo.[25]

 

      A pesar de las vicisitudes históricas, hubo grandes santos sacerdotes (obispos y presbíteros), con San Juan Mª Vianney Cura de Ars (1786-1859), San Antonio Mª Claret (1807-1870), San Vicente Palotti (1785-1850), San José Cafasso (1811-1860), San Enrique de Ossó (1840-1896), el Bto. Manuel Domingo Sol (1836-1909), Bto. Antonio Chevrier (1826-1879), San Pío X (José Sarto: 1835-1914), etc.[26]

 

      En la segunda mitad del siglo XIX, especialmente con Pío IX y León XIII, comienza un resurgir que preanuncia los avances del siglo XX. Algunos "postulata" para el concilio Vaticano I son también un índice de la preocupación de los obispos por los Seminarios, especialmente al pedir una formación especializada para los mismos formadores.

 

4. Formación sacerdotal en la época inmediatamente anterior al concilio Vaticano II

 

      Desde el final del siglo XIX, la formación sacerdotal quedó reforzada por los estudios teológicos sobre el sacerdocio, especialmente por parte de M.J. Scheeben (1835-1888), el cardenal de Malinas D. Mercier (1851-1936), y otros estudiosos y escritores sobre el tema sacerdotal.[27]

 

      Las directrices sobre la formación sacerdotal del siglo XX, antes del concilio Vaticano II, han quedado descritas y explicadas e los documentos eclesiales: en el primer Código de Derecho Canónico (1917) y en las exhortaciones sobre el sacerdocio.

 

      Se puede decir que, a partir de San Pío X, de la institución de la Congregación de Seminarios (1915) y del Código de Derecho Canónico (1917), se realiza de verdad la decisión de Trento sobre los Seminarios a escala y universal y con un programa formativo adecuado e integral. Los Seminarios "conciliares" del siglo XX son propiamente los "diocesanos" descritos por el Código de Derecho Canónico.

 

      San Pío X influyó decisivamente por medio de programas para los Seminarios regionales de Italia, que prácticamente serían los descritos en el Código. A raíz de la creación de la Congregación de Seminarios y Universidades de Estudio (1915), por Benedicto XV, comienza la aplicación sistemática de los programas de formación a escala universal[28]. Los reglamentos particulares de cada Seminario concretarán a nivel local las normas universales. Se programa sobre los formadores y los candidatos, concretando en los diversos niveles de formación, aunque no tanto sobre la formación pastoral.

 

      Los documentos magisteriales preconciliares sobre el sacerdocio y la formación sacerdotal comienzan a principios del siglo XX, aunque ya León XIII había dirigido dos breves encíclicas sobre nuestro tema, una a los obispos franceses (1899) y otra a los obispos italianos (1902). Se trata de estos documentos: exhortación apostólica Haerent Animo de San Pío X (1908), encíclica Ad Catholici Sacerdotii de Pío XI (1935), exhortación Apostólica Menti Nostrae de Pío XII (1950), encíclica Sacerdotii nostri Primordia de Juan XXIII (1959), carta apostólica Summi Dei Verbum de Pablo VI (1963, en el inicio de la segunda etapa conciliar).

 

      En estos documentos aparecen las grandes líneas de la formación sacerdotal, que recogen la herencia histórica anterior y la plasman en disposiciones adecuadas a la época. En ellos se preparan o se desarrollan los contenidos del primer Código de Derecho Canónico sobre la formación sacerdotal en los Seminarios: formación espiritual (de tipo más personal y también litúrgico), formación intelectual (más sistemática y escolástica), formación disciplinar (con normas precisas). Se acentúa poco la formación pastoral, pero no se olvida la derivación ministerial.

 

      Haerent Animo(Pío X) insta en una formación para la santidad sacerdotal (fundamentación, medios, configuración con Cristo, en vistas al servicio ministerial). Ad Catholici Sacerdotii (Pío XI) es una síntesis bíblica y teológica sobre el sacerdocio y de sus ministerios, para clarificar la vocación sacerdotal (selección y formación con la actuación premurosa del obispo); hay que formar a quien será "alter Christus", como ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios (predicación, celebración eucarística y sacramentos, oración y pastoreo), imitador de las virtudes del Buen Pastor.

 

      Menti Nostrae(Pío XII) propone una renovación de la formación sacerdotal por línea más litúrgica y contemplativa, de inserción en la problemática sociológica; la disciplina tiene que ser más familiar y la formación continuará después de la ordenación. Sacerdotii nostri Primordia (Juan XXIII) presenta el modelo espiritual y apostólico del Santo Cura de Ars; la formación se centrará en las virtudes evangélicas que derivan de la caridad pastoral (obediencia, castidad, pobreza), en vistas a poder ejercer dignamente los ministerios y perseverar en la vocación. Summi Dei Verbum (Pablo VI) presenta una síntesis de la vocación sacerdotal, para su recto discernimiento y formación.

 

      La formación sacerdotal, antes del concilio Vaticano II, ofrece un cuadro muy positivo y estructurado lógicamente. Se trata de una formación para la santidad y para el ministerio sacerdotal, en una línea algo estricta y que también queda abierta a renovación. Era la época que incluye las dos guerras mundiales, cuando hubo, en general, un florecer de vocaciones sacerdotales en el contexto de una sociedad todavía relativamente estática y que iba a cambiar profundamente. Se vislumbraba la necesidad de una formación más equilibrada y a nivel más pastoral.[29]

 

5. Situación del itinerario formativo a partir del concilio Vaticano II

 

      A mediados del siglo XX, se sentía la necesidad de una formación sacerdotal más adecuada a la situación histórica y cultural. Una sociedad cambiante reclamaba pastores más preparados para afrontar el momento histórico. Los documentos del concilio Vaticano II (1963-1965) intentan responder a esta necesidad y urgencia. En cuanto a la formación sacerdotal, se trata principalmente de los decretos Optatam totius (sobre la formación de los futuros sacerdotes) y Presbyterorum Ordinis (sobre la vida y el ministerio de los presbíteros).

 

      La formación sacerdotal descrita en estos documentos se encuadra dentro del "espíritu de renovación promovido" por el mismo concilio (cfr. OT, conclusión). Se tiende a formar sacerdotes para una Iglesia "sacramento", es decir, signo transparente y portador de Cristo (cfr. Lumen Gentium), que es también Iglesia anunciadora de la Palabra (cfr. Dei Verbum), que celebra el misterio pascual (cfr. Sacrosantum Concilium) y que se inserta en el mundo para transformarlo desde dentro a la luz del evangelio (cfr. Gaudium et Spes). Es la perspectiva de las cuatro Constituciones conciliares.

 

      La formación vocacional empieza en la familia, bajo la guía y responsabilidad de los padres (LG 11). Conviene no olvidar que "el deber de fomentar vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana" (OT 2). En el Seminario, como "corazón de la diócesis" (OT 5), se cultiva la vocación por un proceso de selección y formación, desde los primeros gérmenes (OT 3), haciendo madurar la personalidad humana, cristiana y sacerdotal de los candidatos (OT 2). La formación debe ser integral, en sus diferentes niveles: humano, espiritual, intelectual, pastoral, como corresponde a quienes están llamados a ser "auténticos pastores de almas, a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor" (OT 4).

 

      La formación en el Seminario tiende hacia el futuro ejercicio del ministerio sacerdotal: "Es necesario que toda la vida del Seminario, impregnada de amor a la piedad y al silencio y de interés por ayudarse unos a otros, se organice de tal manera que sea ya una cierta iniciación para la futura vida del sacerdote" (OT 11).

 

      Para poder "cultivar los gérmenes de vocación", se necesita "una formación religiosa peculiar", en vistas a "seguir a Cristo Redentor con generosidad de alma y pureza de corazón" (OT 3). Con la colaboración de todos (formadores y formandos), se podrá llegar a la "idoneidad espiritual, moral e intelectual" (OT 6). El obispo asume la primera responsabilidad formativa como "verdadero padre en Cristo" (OT 5).

 

      Puesto que la formación sacerdotal tiende a crear "auténticos pastores de almas" (OT 4), hay que acentuar al armonía entre los diversos niveles formativos: humano, espiritual, intelectual, pastoral. Todo tiende a configurar al formando con Cristo.

 

      El proceso formativo del Seminario tiene en cuenta los contenidos de la doctrina conciliar sobre el sacerdote ministro, llamado a participar en la consagración sacerdotal de Cristo Sacerdote y Buen Pastor (PO 1-3), para prolongar su misión, es decir, su palabra, sus signos salvíficos y su acción pastoral directa (PO 4-6), en comunión con el propio Obispo y su Presbiterio (PO 7-8), para servir a la comunidad eclesial (PO 9), con actitud misionera sin fronteras (PO 10-11) y en la línea de la caridad pastoral (PO 12-14), que se concreta en las virtudes del Buen Pastor (obediencia, castidad, pobreza) (PO 15-17). Para ello, hay que usar los medios adecuados de vida espiritual, pastoral, cultural y económica (PO 18-22).

 

      Las líneas formativas del concilio son eminentemente pastorales, para llegar a ser "máximo testimonio del amor" (PO 11), con el "gozo pascual" (ibídem) de ser "instrumentos vivos" de Cristo Sacerdote (PO 12), en el ejercicio de la "caridad pastoral", que es "ascesis propia del pastor de almas" (PO 13, para dedicarse incansablemente a los ministerios, siempre en "unidad de vida", que armonice vida interior con acción apostólica (PO 14). Los futuros sacerdotes se forman para vivir la vida fraterna en el Presbiterio (CIC, can,245(, como "fraternidad sacramental" o signo eficaz de santificación y evangelización (PO 8; LG 28).

 

      Las líneas de esta formación sacerdotal de Vaticano II se concretan en una identidad de participación en la consagración  y misión de Cristo, como dedicación plena al servicio pastoral en la Iglesia particular y universal, en la fraternidad sacerdotal del Presbiterio, con la fisonomía y de la caridad pastoral y virtudes concretas del Buen Pastor.

 

      Hay que recordar que estas pautas formativas del concilio Vaticano II sufrieron un "impasse" durante la crisis sacerdotal de los años 1967 y siguientes, cuando se cuestionó y se puso e duda la identidad sacerdotal. Pablo VI respondió a esta crisis con el "Mensaje a los sacerdotes" (1968), presentando un abanico de dimensiones sobre el sacerdocio, que se postulan mutuamente: dimensión sagrada, apostólica, espiritual, eclesial. El Sínodo Episcopal de 1971 (convocado por Pablo VI) resumió de nuevo la doctrina conciliar: el sacerdote podrá responder a las situaciones histórica concretas, si profundiza su identidad de participar y prolongar el sacerdocio de Cristo.

 

      Juan Pablo II(1978-2005) continuó en estas mismas perspectivas, resumiéndolas y actualizándolas en sus numerosos discursos a seminaristas y sacerdotes, así como por medio de las cartas del Jueves Santo, indicando la armonía entre la contemplación (como encuentro con Cristo) y la misión.

 

      El nuevo Código de Derecho Canónico (de 1983) traduce a normas concretas casi todas estas directrices del concilio y del posconcilio. Ya desde el Seminario se educará en todos los aspectos de la formación sacerdotal: litúrgica, espiritual, intelectual, pastoral, disciplinar (cfr. cann. 232-264). La Congregación para la Educación Católica ha ido emanando numerosos documentos para precisar más la formación en todos sus aspectos.[30]

 

      La Ratio Fundamentalis Institutionisa Sacerdotalis (19 marzo 1985) es un compendio de todos los datos conciliares y postconciliares (hasta 1985) sobre la formación sacerdotal. "El Seminario se ordena a cultivar más clara y cabalmente la vocación de los candidatos, a formarlos como verdaderos pastores de almas a imitación de Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, y a prepararlos para el ministerio de la enseñanza, de la santificación y del gobierno del Pueblo de Dios" (nn.20ss).

 

      El Sínodo Episcopal de 1990 se dedicó a la formación sacerdotal inicial y permanente. Los resultados se recogieron en la exhortación apostólica Pastores dabo vobis de Juan Pablo II (1992). Para formar sacerdotes que sean signos personal y sacramental del Buen Pastor, la vida formativa en el Seminario queda delineada como "el ambiente normal de una vida comunitaria" y "una comunidad educativa en camino", que ofrece "la posibilidad de revivir la experiencia formativa que el Señor dedicó a los Doce" (PDV 60).

 

      El tono novedoso de Pastores dabo vobis aparece en el hecho de insistir en que se trata de "una continuación de la íntima comunidad apostólica" en torno a Jesús (PDV 60). Se forma a los futuros sacerdotes para que sean ministros de la predicación, de la celebración de los misterios y de los servicios de caridad. No es, pues, sólo un lugar de estudio y convivencia, sino una posibilidad de vivir "de un modo interior y profundo comunidad profundamente eclesial, una comunidad que vive la experiencia del grupo de los Doce unidos a Jesús" (ibídem).

 

      La especial formación humana, espiritual, intelectual y pastoral, debe hacerse con "contenidos y características peculiares", según un programa formativo que "debe estar al servicio - sin titubeos ni vaguedades - de la finalidad específica, la única que justifica el Seminario, a saber, la formación de los futuros pastores de la Iglesia" (PDV 61).[31]

 

      Las líneas formativa trazadas por Juan Pablo II, según se desprende de los documentos emanados (citados más arriba) se pueden concretar en las siguiente: formar en el gozo de ser sacerdotes, como signo del Buen Pastor y según el estilo de vida de los Apóstoles (seguimiento evangélico), buscando un equilibrio sano entre el encuentro personal con Cristo y la misión (saberse amado por él, quererle amar y hacerle amar). Es una formación par servir, viviendo en comunión fraterna (Obispo, Presbiterio, comunidad eclesial) y en disponibilidad misionera local y universal. "Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad" (PDV 82).[32]

 

6. Líneas conclusivas: Perspectivas de futuro en el itinerario formativo de la vocación sacerdotal

 

      Los diferentes modelos histórico-teológicos de la formación sacerdotal, se encuadra en una proceso armónico bajo la acción del Espíritu Santo, para responder a situaciones históricas nuevas. La formación sacerdotal en la época patrística es espontánea, en relación con la propia comunidad eclesial y con el propio Obispo, según el modelo de la "Vida Apostólica". La formación sacerdotal en la Edad Media se resiente de un proceso de "secularización" ambiental, pero también se fortalece con los estudios teológicos sobre el sacerdocio y con algunas normas disciplinares.

 

      La formación sacerdotal en tiempos nuevos tiene las características de apoyarse en figuras y escritos de santos y autores espirituales. El concilio tridentino esbozó esta formación ya en auténticos Seminarios, que, bajo la guía del propio Obispo, debían recuperar el tono de la vida evangélica de los Apóstoles. Esta línea conciliar de Trento no siempre se puso en práctica.

 

      La formación sacerdotal en la época inmediatamente anterior al concilio Vaticano II se caracteriza por unas directrices concretas que resumen la tradición eclesial, con matices según se trate del primer Código de Derecho Canónico o de cada una de las encíclicas y exhortaciones magisteriales de los Papas. Se acentúa la aplicación de las normas, pero se deja entrever una evolución hacia una inserción más pastoral que no disminuya la formación intelectual y espiritual, ofreciendo trazos de una disciplina más familiar.

 

      Los principios y las directrices prácticas de formación sacerdotal, a partir del concilio Vaticano II y del postconcilio, son claros y esperanzadores, en un equilibrio de dimensiones (humana, intelectual, espiritual, pastoral, comunitaria). Recogen los datos principales de la tradición eclesial, los amplían y los aplican a las situaciones del momento histórico. Pero los contenidos formativos están todavía en proceso evolutivo de aplicación. Parece que el tiempo recorrido ha sido insuficiente para su asimilación y puesta en práctica. Muchas directrices han quedado todavía sin aplicar, tal vez debido a la crisis vocacional de los años 1967 y siguientes.

 

      Mientras tanto, las situaciones sociológicas y eclesiales son nuevas y reclaman la profundización de los principios y la aplicación más adecuada de las directrices prácticas. Nuestra sociedad, como sociedad "icónica", pide signos y tiende a relativizar los valores permanentes.

 

      En el campo formativo vocacional, se pide autenticidad, transparencia, generosidad, solidaridad, pero simultáneamente los formandos dejan entrever la indecisión en el momento de tomar decisiones para toda la vida, y también manifiestan una cierta inmadurez o retraso de la afectividad.

 

      Todo ello reclama un mejor conocimiento y valoración de las líneas formativas del Vaticano II y del postconcilio, y una más adecuada aplicación de esas mismas líneas, teniendo en cuenta las correcciones necesarias debidas a los cambios posteriores. Algunos temas formativos, claramente delineados por los documentos eclesiales actuales, parecen ser todavía una asignatura pendiente.

 

      Ha sido insuficientela aplicación formativa sobre la espiritualidad específica del sacerdote (especialmente del diocesano), en relación con la Iglesia particular y el Presbiterio (como lo pide explícitamente el canon 245 para los futuros sacerdotes). Se necesita presentar esta espiritualidad de modo claro, fundamentado y entusiasmante. Desde el Seminario se ha de constatar el gozo de ser sacerdote y la realidad familiar del Presbiterio diocesano (según el proyecto de vida pedido por Juan Pablo II en PDV 79). La figura del Obispo debe aparece más insertada en la vida del Seminario, para trazar las líneas básicas de la Vida Apostólica, es decir, al estilo de los Apóstoles (cfr. Pastores Gregis 48).

 

      Las líneas formativas, trazadas por el Vaticano II y su postconcilio, postulan una formación de tipo relacional (de encuentro vivencial con Cristo), evangélico (de compartir la misma vida del Buen Pastor), de comunión fraterna y de disponibilidad misionera.

 

      Todo ellos debe redimensionar los diversos niveles de la formación humana, espiritual, intelectual, apostólica y comunitaria, a la luz del misterio de Cristo profundamente estudiado, contemplado, celebrado y vivido, para poderlo anunciar al mundo de hoy.

 

      El equipo de formadores o comunidad formativa (como colaboradores del Obispo), además de su dedicación y calificación pedagógica, espiritual y pastoral, necesita especialmente ofrecer con claridad y con su presencia permanente, un testimonio contemplativo, evangélico, fraterno, misionero y encarnado en la Iglesia particular o local, con apertura a la Iglesia universal.

 

      En una sociedad multicultural y multireligiosa (donde todas las culturas y religiones se encuentran con el cristianismo), la formación vocacional necesita ser inculturada, en el sentido de capacitar para apreciar los datos positivos, purificar los negativos y orientar hacia la plenitud en Cristo. En el caso de las relación con otros religiones, se necesita presentar la experiencia peculiar de Dios, que deriva del encuentro personal y comunitario con Cristo resucitado.

 

      Las situaciones nuevas se han de afrontar  con una actitud de esperanza cristiana, que se apoya en las nuevas gracias de Dios y que fructifica en nuevos apóstoles. Las líneas básicas de la formación sacerdotal son las de experiencia íntima de encuentro con Cristo, transparencia de las virtudes del Buen Pastor, fraternidad sacerdotal y disponibilidad misionera.

 

      La herencia formativa sacerdotal de Juan Pablo II, concretada especialmente en Pastores dabo vobis y en las cartas del Jueves Santo, deberían ser materia de profundización para aplicar las directrices del concilio Vaticano II. Podría servir como línea orientadora la última carta (2005), especialmente en este punto: "Una existencia orientada a Cristo... Sobre todo en el contexto de la nueva evangelización, la gente tiene derecho a dirigirse a los sacerdotes con la esperanza de «ver» en ellos a Cristo (cfr. Jn 12,21)... No faltarán ciertamente vocaciones si se eleva el tono de nuestra vida sacerdotal, si fuéramos más santos, más alegres, más apasionados en el ejercicio de nuestro ministerio. Un sacerdote «conquistado» por Cristo (cfr. Fil 3,12) «conquista» más fácilmente a otros para que se decidan a compartir la misma aventura" (Carta del Jueves Santo, 2005, n.7).

 

      El camino formativo vocacional, según Benedicto XVI, es un itinerario de "enamoramiento": "El seminarista vive la belleza de la llamada en el momento que podríamos definir de «enamoramiento». Su corazón, henchido de asombro, le hace decir en la oración:  Señor, ¿por qué precisamente a mí? Pero el amor no tiene un "porqué", es un don gratuito al que se responde con la entrega de sí mismo. El seminario es un tiempo destinado a la formación y al discernimiento... El seminario es un tiempo de preparación para la misión... El secreto de la santidad es la amistad con Cristo y la adhesión fiel a su voluntad. "Cristo es todo para nosotros", decía san Ambrosio; y san Benito exhortaba a no anteponer nada al amor de Cristo. Que Cristo sea todo para vosotros" (Benedicto XVI, Colonia, encuentro con los seminaristas, 19 agosto 2005).

 

      La dimensión mariana de la formación vocacional es garantía de autenticidad. "Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad, que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna. Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia" (PDV 82; cfr. OT 8, PO 18 y PDV 37). "¡Este es el secreto de vuestra vocación y de vuestra misión! Este secreto se conserva en el Corazón Inmaculado de María, que vigila con amor materno sobre cada uno de vosotros. Acudid a María frecuentemente y con confianza" (Benedicto XVI, Colonia, 19 agosto 2005).

 

 

TESTI MAGISTERIALI IN ITALIANO (per facilitare il lavoro del traduttore-traduttrice):

 

"Il seminarista vive la bellezza della chiamata nel momento che potremmo definire di "innamoramento". Il suo animo è colmo di stupore, che gli fa dire nella preghiera: Signore, perché proprio a me? Ma l'amore non ha "perché", è dono gratuito, a cui si risponde con il dono di sé... Il seminario è tempo di preparazione alla missione... Il segreto della santità è l'amicizia con Cristo e l'adesione fedele alla sua volontà. «Cristo è tutto per noi», diceva Sant'Ambrogio; e San Benedetto esortava a nulla anteporre all'amore di Cristo. Cristo sia tutto per voi" (Benedicto XVI, Colonia, incontro con i seminaristi, 19 agosto 2005).

 

"Ecco il segreto della vostra vocazione e della vostra missione! Esso è conservato nel cuore immacolato di Maria, che veglia con amore materno su ognuno di voi. A Maria ricorrete sovente e con fiducia" (Benedicto XVI, ibídem)

 



    [1]Aprovecho algunos datos históricos y doctrinales de mis publicaciones: Teología de la Espiritualidad Sacerdotal (Madrid, BAC, 1992) cap.13 (síntesis histórica); Signos del Buen Pastor, Espiritualidad y misión sacerdotal (Bogotá, CELAM, 2002), cap.X (síntesis y evolución histórica) (trad. italiana: Spiritualità sacerdotale per una Chiesa missionaria, Urbaniana University Press, 1998, cap.X); Misión al estilo de los Apóstoles. Itinerario para la formación inicial y permanente (Madrid, BAC, 2004).

    [2]Si el obispo no cumplía con esta norma, podía ser depuesto: Canones Apostolorum, can. 57; HARDOUIN, Acta Conc., I, 23.

    [3]G. BARDY, Les écoles romaines au II siècle: Revue Histoire Eccl. 28 (1932) 501-532.

    [4]Ver: San León Magno, Epist. Cum de ordinationibus: Ench. Cler. 28ss.

    [5]Cfr. J. COLSON, Ministre de Jesús Christ ou le sacerdoce de l'évangile, étude sur la condition sacerdotale des ministres chrétiens dans l'Eglise primitive (París, Beauchesne, 1966).

    [6]Ver síntesis del contenido de esos documentos en su marco histórico: J. ESQUERDA BIFET, Presbytérat, Dict. Sp., fasc. 80‑81 (1985) col.2081‑2099. Sobre el itinerario de la formación sacerdotal: L. SALA BALUST, F. MARTIN HERNANDEZ, La formación sacerdotal en la historia (Barcelona, Flors 1966) cap. I-II.

    [7]Cfr. E. BOULARAND, Le sacerdoce, mysstère de crainte et d'amour chez Saint Jean Chrysostome: Bull. Litt. Eccl. 72 (1971) 3-36; F. MARINELLI, La carta del prete. Guida alla lettura del «Dialogo sul sacerdocio» di san Giovanni Crisóstomo (Roma, Rogate, 1986).

    [8]Cfr. J. HERNANDO, La ordenación y sus «munera» en San Ambrosio: Teología del Sacerdocio 9 (1977) 345-387; J. LECUYER, Le sacerdoce chrétien selon Saint Ambroise: Rev. Univ. Ottawa 22 (1962) 104-126. Muy parecido a San Ambrosio es San Isidro de Sevilla (570-636) con su libro De ecclesiasticis officiis.

    [9]J. ESQUERDA BIFET, Historia..., o.c., pp. 83-84, 95-98; L. SALA BALUST, F. MARTIN HERNANDEZ, o.c., pp. 12-14.F. PELLEGRINO, Le prêtre serviteur selon Saint Augustin (Paris, 1968); F. VAN DER MEER, San Agustín pastor de almas (Barcelona, Herder, 1965).

    [10]J. ZABALETA, El ministerio y la vida sacerdotal de San Gregorio Magno: Claretianum 13 (1973) 81-186.

    [11]Cfr. L. SALA BALUST, F. MARTIN HERNANDEZ, o.c., cap.II.

    [12]Decreto de Graciano, c. 3, dist. 23, 3. Ver también dist. 25-50.

    [13]Concilio cuarto de Letrán, 1215; Ench. Cler. 87; Conc. Oecum. Decreta, p. 224.

    [14]Honorio III, Ep. Super Speculum Domini, 1219 (Ench. Cler. 88). Cfr. Signos del Buen Pastor, o.c., cap.X, n.2 (nota 8); L. SALA BALUST, F. MARTÍN, La formación sacerdotal en la Iglesia, o.c., cap.III.

    [15]L. SALA BALUST, F. MARTIN HERMANDEZ, o.c., pp. 19-26.

    [16]Ver datos abundantes en: Historia de la espiritualidad sacerdotal (Burgos, Facultad de Teología, 1985), cap. V. Sobre la figura ideal del pastor según los escritos de la época; J. I. TELLECHEA, El obispo ideal en el siglo de la reforma (Roma, Instituto Español de Estudios Eclesiásticos, 1963); BARTOLOMÉ CARRANZA, Speculum pastorum, Salamanca, 1992 (edic. de J.T. Tellechea).

    [17]L. SALA BALUST, F. MARTIN HERNANDEZ, o.c., pp. 45-73.

    [18]Hubo grandes esfuerzos como los realizados por Juan Gerson (ya citado) y Juan Standuck en el Colegio de Monteagudo de París (año 1483 y ss.). Se apuntaba decididamente a la santidad sin dejar el nivel teológico e incluso a partir de él.

    [19]L. SALA BALUST, F. MARTIN HERNANDEZ, o.c., pp. 59-73 (cap.III); Idem, Los seminarios españoles, historia y pedagogía (Salamanca, Sígueme, 1964) pp. 130-131. Ver resumen de datos históricos sobre los precedentes de Trento, en la Carta Apostólica Summi Dei Verbum (Pablo VI), cap. I.

    [20]Me parece que éste puede ser el significado de la afirmación: "Quiere también el Concilio que se elijan con preferencia los hijos de los pobres, aunque no excluye los de los ricos, siempre que se mantengan a sus propias expensas y muestren deseo de servir a Dios y a los Iglesia" (canon 18 de reforma, ses. 23).

    [21]J. ESQUERDA BIFET, Escuela sacerdotal española del siglo XVI: Juan de Avila , o.c., pp. 26-29. El santo patrono del Clero español proponía diversas posibilidades de colegios o seminarios sacerdotales: "para curas y confesores", para maestros y predicadores, para especializados en Sagrada Escritura... Ver también: Introducción a la doctrinai de San Juan de Avila (Madrid, BAC, 2000) cap.2,

    [22]Cfr. P. BROUTIN, La réforme pastorale en France au XVII siècle (Paris, Tournai, 1956); R. DEVILLE, L'École française de spiritualité (Paris, Declée, 1987); J. O. BARRES, Jean-Jacques Olier's priestly spirituality: mental prayer and virtues as the foundation for the direction of souls (Romae, Pont. Univ. Sanctae Crucis, 1999); Y. KRUMENACKER, L'école française de spiritualité (Paris, Cerf, 1998).

    [23]Theologia Moralis, lib. 6, tract. 15, n. 792. Ver los dos tratados citados, en: Opere, III (Torino 1887).

    [24]Const. Apostólica Credite Nobis (9 de mayo de 1725).

    [25]L. SALA BALUST, F. MARTIN HERNANDEZ, o.c., pp. 127-151.

    [26]Ver una amplia lista de santos de los siglos XVIII-XX, en: Signos del Buen Pastor, cap.X, notas 21 y 23.

    [27]Signos del Buen Pastor, o.c., cap.X, notas 22,24-27bis.

    [28]Motu proprio Seminaria Clericorum (4 de noviembre de 1915).

    [29]Ver algunos documentos preconciliares y postconciliares en: J. ESQUERDA, El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico (Madrid, BAC, 1985); A. SUQUIA, De formatione clericorum documenta quaedam recentiora (Vitoriae, 1958-1961). Documentos de diversas épocas: Enchiridium Clericorum (Sacra Congregatio pro Institutione Católica, Typ. Pol. Vaticanis, 1975). Documentos posconciliares, en: La formación sacerdotal (Bogotá, CELAM, 1982); (Conferencia Episcopal Española), La formación sacerdotal. Enchiridion (Madrid, Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, 1999).

    [30]Cfr. Enchiridium Clericorum (Sacra Congregatio pro Institutione Católica, Typ. Pol. Vaticanis, 1975); (Congregación para la Educación Católica) Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis (19 marzo 1985). Pero son muchos los documentos de la Congregación sobre temas particulares: enseñanza de la filosofía, educación en el celibato, enseñanza del Derecho Canónico, Seminarios Menores, formación litúrgica, formación espiritual, movilidad humana, Iglesias Orientales, sobre la Virgen María, Doctrina social de la Igblsia, Santos Padres, preparación de los formadores, problemas sobre la familia y matrimonio, curso propedéutico, diáconos permanentes, etc.

    [31]Comentaria in Adh. Apost. «Pastores dabo vobis»: Seminarium 32 (1992) n. 4; 33 (1993) n. 3; Pastores dabo vobis. Etudes el commentaires: Bulletin de Saint Sulpice 19 (1993); Os daré pastores según mi corazón (Valencia, EDICEP, 1992); Vi darò pastori secondo il mio cuore, Esortazione Apostólica «Pastores dabo vobis», Testo e commenti (Lib. Edit. Vaticana, 1992).

    [32]J. SARAIVA MARTINS, La formazione sacerdotale oggi nell'insegnamento do Giovanni Paolo II (Lib. Edit. Vaticana, 1997. Puede considerarse como autobiografía sacerdotal: JUAN PABLO II, Don y misterio. En el quincuagésimo aniversario de mi sacerdocio (Madrid, BAC, 1996).

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