Lunes, 11 Abril 2022 10:23

ESPIRITU SANTO El Espíritu Santo en la misión de Cristo y de su Iglesia

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                             ESPIRITU SANTO

 

        El Espíritu Santo en la misión de Cristo y de su Iglesia

 

      El Espíritu Santo, como Espíritu de Dios Amor, impulsa la primera creación (cfr. Gen 1,2) y la nueva creación (cfr. Jn 3,5). Jesús se presentó en Nazaret como ungido y enviado por el Espíritu (Lc 4,18). El Mesías anunciado por Isaías realizará una misión "espiritual": enviado con la fuerza (y unción) del Espíritu, anunciará la buena nueva a los pobres (Is 61).

 

      La misión que Cristo comunicó a la Iglesia, de parte del Padre, se realiza también bajo la acción del Espíritu Santo (cfr. Jn 15,26-27; 20,21-23). Por esto, el Espíritu Santo sigue siendo "el agente principal de la evangelización" y "actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por él" (EN 75).

 

      Jesús realizó la misión "lleno de gozo en el Espíritu Santo" (Lc 10,21). Era gozo que preanunciaba su "glorificación" y triunfo de resucitado, para poder comunicar a todos los que creyeran en él, "ríos de agua viva" (Jn 7,37-39), que brotarían de su costado abierto en la cruz (cfr. Jn 19,34-37; 20.21-23). Los Apóstoles participan y prolongan la misma misión de Jesús, como enviados con la fuerza del Espíritu para anunciar el evangelio (cfr. Lc 24,48-49; Hech 1,8; 3,29; 4,8-13.31).

 

      La promesa que Cristo hizo a su Iglesia sobre la venida del Espíritu, se refiere a una presencia iluminadora, santificadora y evangelizadora (cfr. Jn 14,17.26; 15,26-27; 16,13-15; Hech 1,8). Es la fuerza y presencia activa, que se manifestó principalmente desde Pentecostés y que es fruto de la redención (Hech 2,4ss)

 

      La misión eclesial es, pues, misión del Espíritu, en el sentido de que procede del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. La acción del Espíritu Santo, como expresión y prolongación del amor entre el Padre y el Hijo, no sólo se inserta en la misión eclesial a modo de "alma" (cfr. AG 4), sino que también llega, por vías desconocidas por nosotros, al corazón de las personas evangelizadas (cfr. Hech 2,38; 5,32). "El Espíritu Santo actúa por medio de los Apóstoles, pero al mismo tiempo actúa también en los oyentes: mediante su acción, la Buena Nueva toma cuerpo en las conciencias y en los corazones humanos y se difunde en la historia. En todo está el Espíritu Santo que da la vida" (RMi 21; cfr. DeV 64).

 

      Al Espíritu Santo se le llama "alma" de la Iglesia porque "unifica en la comunión y en el servicio y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos, a toda la Iglesia a través de los tiempos, vivificando las institu­ciones eclesiásticas como alma de ellas e infundiendo en los corazones de los fieles el mismo impulso de misión del que había sido llevado el mismo Cristo. Alguna vez también se anticipa visiblemente a la acción apostólica, lo mismo que la acompaña y dirige incesantemente de varios modos" (AG 4; cfr. LG 7).

 

      El Espíritu Santo se comunica a la Iglesia para que ésta pueda cumplir eficazmente la misión: "El mismo Señor Jesús, antes de entregar libremente su vida por el mundo, ordenó de tal suerte el ministerio apostólico y prometió el Espíritu Santo que había de enviar, que ambos quedaron asociados en la realización de la obra de la salud en todas partes y para siempre" (AG 4). La obra misionera de la Iglesia comienza en Pentecostés, bajo la acción del mismo Espíritu que había venido al seno de María el día de la Encarnación del Verbo (cfr. ibídem y LG 4).

 

      Si toda la vida de la Iglesia es impulsada por la acción del Espíritu Santo, ello tiene lugar de modo especial en la misión "ad gentes": "El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial; su obra resplandece de modo eminente en la misión ad gentes, como se ve en la Iglesia primitiva" (RMi 21).

 

      La asociación del Espíritu Santo a la acción apostólica de la Iglesia se hace patente en la Iglesia primitiva, como vemos en los Hechos de los Apóstoles. Su venida en el día de Pentecostés (cfr. Hech 2) da inicio al camino misionero de la Iglesia. Pedro, en nombre de la comunidad eclesial y de los demás Apóstoles, proclama la muerte y resurrección de Jesús como fuente de vida nueva en el Espíritu (cfr. Hech 3). Los Apóstoles y la comunidad eclesial darán testimonio de Cristo, apoyados en la fuerza del Espíritu Santo (cfr. Hech 4,31-33; 5,32). El Espíritu suscita misioneros en la comunidad (cfr. 13,2-3), que, a pesar de las tribulaciones, camina "llena de la consolación del Espíritu Santo" (Hech 9,31).

 

      Hay tres momentos de la comunidad eclesial primitiva, que indican la acción del Espíritu sobre la misión: en la comunidad del Cenáculo (120 discípulos) el día de Pentecostés (cfr. Hech 2); en la comunidad cristiana ampliada con los recién bautizados (cfr. Hech 4,31); en la comunidad de gentiles que iban a recibir el bautismo (cfr. Hech 10,44).

 

      El momento de Pentecostés es fundamental para la misión de la Iglesia: "El Espíritu Santo... descendió sobre los discípulos en el día de Pentecostés, para permanecer con ellos eternamente" (AG 4). El don de lenguas significa el fin de la confusión de Babel y, al mismo tiempo, preanuncia la conversión de todos los pueblos para formar un solo pueblo de Dios.

 

                El Espíritu Santo en la vida del apóstol

 

      Los Apóstoles pudieron dar testimonio de Jesús resucitado, gracias a la fuerza del Espíritu Santo (cfr. Jn 15,27; Hech 1,8.22). Por participar de la misma misión de Cristo, será el Espíritu Santo quien obrará y hablará por medio de ellos (Mt 10,20). Los primeros cristianos, reunidos con los Apóstoles, recibían el Espíritu Santo para "anunciar la palabra de Dios con audacia" (Hech 4,31).

 

      La diversidad de dones y ministerios se armoniza en comunión con los Apóstoles y sus sucesores. "El Espíritu Santo unifica en la comunión y en el ministerio, y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos a toda la Iglesia" (AG 4). La "diversidad de gracias" proviene de "un mismo Espíritu" (1Cor 12,4).

 

      San Pablo, durante su labor evangelizadora, se sentía acompañado por "la fuerza del Espíritu Santo" (Rom 15,19). Es la misma fuerza que resucitó a Jesús y que hace al apóstol testigo del resucitado. Por esto, su vida quedaba orientada por sus luces y mociones, hasta sentirse "prisionero del Espíritu" (Hech 20,22). Llevado por esta fuerza amorosa, podrá urgir a los pastores a cumplir la misión recibida del Espíritu, para "cuidar de la grey" como confiada por él (Hech 20,28).

 

      La vida del apóstol se inspira en la misión de Jesús, "guiado por el Espíritu" (Lc 4,1), y se realiza en comunión con la misión de la Iglesia, "impulsada" también por el Espíritu. Por esto el apóstol se mueve en "plena docilidad al Espíritu", hasta "dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo" (RMi 87). De hecho, es el Espíritu quien transforma a los apóstoles "en testigos valientes de Cristo y preclaros anunciadores de su palabra: será el Espíritu quien los conducirá por los caminos arduos y nuevos de la misión, siguiendo sus decisiones" (RMi 87).

 

           Discernimiento del Espíritu y fidelidad a su acción

 

      La vida y el ministerio del apóstol siguen las luces y mociones del Espíritu, cuya lógica no siempre corresponde a los criterios humanos. Por esto se necesita el "discernimiento de espíritus" (1Cor 12,10) para saber si las inspiraciones provienen de él (cfr. 1Jn 4,1). Es el Espíritu "quien hace discernir los signos de los tiempos - signos de Dios - que la evangelización descubre y valoriza en el interior de la historia" (EN 75).

 

      Las luces y mociones del Espíritu no corresponden a las preferencias personalistas o particularistas. El espíritu malo se muestra en la soberbia, la falta de caridad, el odio, la confusión, la desesperación, el ansia de poseer, dominar y disfrutar... El espíritu natural se muestra en la valoración excesiva del éxito, de la eficacia, del fruto inmediato, del sentirse realizado, de la lógica humana.

 

      El Espíritu Santo se mueve por los caminos de la fe, la oración, sacrificio, humildad, esperanza, caridad... Hace caminar al apóstol por el mismo camino pascual de Jesús: el "desierto" de la oración y del sacrificio, el servicio humilde y caritativo a los "pobres", la actitud de "gozo" o de esperanza sobre toda humana esperanza (cfr. Lc 4,1-18; 10,21; Rom 4,18). Su acción lleva frecuentemente a una vida de "Nazaret" que es "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3), donde se aprende que "hay más alegría en dar que en recibir" (Hech 20,35).

 

      Una señal clara de la acción del Espíritu es la "paz" o e "gozo" del corazón, que sólo Cristo puede comunicar como un don del Espíritu Santo (cfr. Jn 14,27; 15,11; 16,22.24; 17,13). Es el "gozo" característico del "evangelizador", como anunciador de la buena o "gozosa" noticia, sin el cual no habría verdadera evangelización. La vida del evangelizador "irradia la alegría de Cristo" (EN 80). El mensaje evangélico de las bienaventuranzas se anuncia principalmente por evangelizadores cuya vida sea un trasunto del gozo pascual de Cristo (Lc 10,21; 24,36).

 

      La actitud de docilidad o fidelidad al Espíritu Santo es una nota esencial de la vida y acción apostólica. Consiste en "dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo" (RMi 87). Sólo con esta actitud de fidelidad, se puede ejercer la misión con "la valentía la luz del Espíritu" (ibídem).

 

      Es fidelidad que se traduce en relación personal como respuesta a su presencia con el Padre y el Hijo (cfr. Jn 14,17ss), apertura a su luz (cfr. Jn 14,26; 16,13) y sintonía con su acción transformadora (cfr. Jn 15,26-27; 16,14). Entonces "el Espíritu comunica (a los Apóstoles) la capacidad de testimoniar a Jesús con toda libertad" (RMi 24).

 

      No es sólo una actitud de docilidad a una doctrina, sino especialmente una actitud relacional respecto "al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo" (cfr. Ef 2,18). De hecho, es una dinámica "espiritual" que compromete toda la existencia del apóstol. El Espíritu "marca" toda la vida para colaborar fielmente con los planes salvíficos de Dios en Cristo su Hijo (cfr. Ef 1,3-14). La libertad del apóstol consiste en ser "prisionero del Espíritu" (Hech 20,22). La fidelidad al mensaje de Cristo, bajo la acción del Espíritu, equivale a una actitud de profundizar la doctrina del Señor, para encontrar nuevas luces que respondan a situaciones nuevas.

 

                                                    Juan Esquerda Bifet

 

Bibliografía: AA.VV., El Espíritu Santo, luz y fuerza de Cristo en la misión de la Iglesia (Burgos, Semanas Misionales, 1980); F.X. DURWELL, El Espíritu Santo en la Iglesia (Salamanca, Sígueme, 1986); J. ESQUERDA BIFET, Agua viva (Barcelona, Balmes, 1985); J. GALOT, Porteurs du soufle de l'Esprit (Paris 1967); A. GUERRA, Espíritu Santo, en: Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Paulinas, 1991) 644-659; J. LOPEZ GAY, El Espíritu Santo protagonista de la misión, en: Haced discípulos a todas las gentes (Valencia, EDICEP, 1991) 163-181; A. ROYO MARIN, El gran desconocido (Madrid, BAC, 1973).

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