ESQUEMAS DE ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL
(JUAN ESQUERDA BIFET)
Indice
Presentación
1. Espiritualidad e identidad sacerdotal para una nueva
evangelización 1.-Tiempo de gracia en un mundo que cambia -
2.-Una Iglesia solidaria de los gozos y esperanzas - 3.-Hacia
una nueva evangelización - 4.-Ser sacerdote hoy. Identidad
sacerdotal - 5.-Espiritualidad cristiana y espiritualidad
sacerdotal Meditación bíblica y revisión de vida
2. Cristo Sacerdote y Buen Pastor prolongado en su Iglesia
1.-El Buen Pastor - 2.-Cristo Mediador, Sacerdote y Víctima -
3.-Jesús prolongado en su Iglesia, Pueblo sacerdotal - 4.-El
sacerdocio común de todo creyente Meditación bíblica y
revisión de vida
3. El ministerio apostólico al servicio del pueblo de Dios
1.-Elección, seguimiento y misión de los Apóstoles - 2.-Los
servidores del Pueblo sacerdotal: Sacerdotes ministros -
3.-Líneas de fuerza del seguimiento evangélico de los
Apóstoles - 4.-Fidelidad a la misión de Espíritu Santo
Meditación bíblica y revisión de vida
4. Sacerdotes para evangelizar 1.-Llamados para evangelizar -
2.-Prolongar la palabra de Cristo - 3.-Prolongar el sacrificio
pascual de Cristo - 4.-Prolongar la acción salvífica y pastoral
de Cristo - 5.-Prolongar la oración de Cristo - 6.-La cercanía al
hombre concreto Meditación bíblica y revisión de vida
5. Ser signo transparente del Buen Pastor 1.-Signo del Buen
Pastor: relación, seguimiento y transparencia - 2.-La caridad
pastoral - 3.-La fisonomía y virtudes concretas del Buen Pastor
- 4.-Santidad y líneas de espiritualidad sacerdotal Meditación
bíblica y revisión de vida
6. Sacerdotes al servicio de la Iglesia particular y universal
1.-En la Iglesia fundada y amada por Jesús - 2.-El sacerdote
ministro de la Iglesia particular o local - 3.-Al servicio de la
Iglesia universal misionera - 4.-Sentido y amor de Iglesia
Meditación bíblica y revisión de vida
7. Espiritualidad sacerdotal en el presbiterio diocesano
1.-Obispo, presbíteros y diáconos para la comunidad eclesial -
2.-En la comunidad sacerdotal del Presbiterio -
3.-Espiritualidad del clero diocesano - 4.-La construcción de la
vida apostólica Meditación bíblica y revisión de vida
8. Vocación y formación sacerdotal 1.-Cristo sigue llamando -
2.-Señales de vocación sacerdotal - 3.-Formación sacerdotal
inicial - 4.-Formación sacerdotal permanente - 5.-Medios
comunes y peculiares de la espiritualidad sacerdotal
Meditación bíblica y revisión de vida
9. Espiritualidad mariana del sacerdote ministro 1.-La Madre
de Cristo Sacerdote - 2.-La Madre de la Iglesia Pueblo
sacerdotal - 3.-La Madre del sacerdote ministro - 4.-En la vida
espiritual y ministerio del sacerdote Meditación bíblica y
revisión de vida
10. La figura del sacerdote según el concilio Vaticano II
1.-Espiritualidad sacerdotal, concilio y postconcilio - 2.-El
contenido de los documentos conciliares - 3.-Una espiritualidad
sacerdotal en línea evangelizadora - 4.-Caminos por hacer
Orientación Bibliográfica
Presentación
Hay mucho escrito sobre el sacerdocio. Pero, sobre todo, hay
mucho vivido por los santos sacerdotes del pasado y del
presente.
Estas páginas quieren ser una síntesis sencilla, bíblica y
conciliar, del ser, de la misión y, especialmente, de la
espiritualidad sacerdotal.
Muchas veces necesitamos tener a mano unas pocas ideas y
motivaciones, las principales, sobre nuestro estilo de vida, a
imitación de Cristo Buen Pastor. Serán útiles para una reflexión,
un momento de retiro y oración, una conferencia, un momento
de diálogo o de revisión de vida entre amigos sacerdotes. Pero
siempre deben ser para cuestionarnos sobre nuestro seguimiento
evangélico de Cristo, que se convierte en relación personal con
él, en disponibilidad misionera y en fraternidad sacerdotal.
Ojalá que estas breves páginas supieran a poco. En realidad, son
sólo una invitación a entrar en los textos bíblicos y magisteriales
sobre el sacerdocio, así como a leer otras publicaciones más
amplias y profundas, que el lector encontrará citadas en la
orientación bibliográfica, al final.
Una buena formación sacerdotal, inicial y permanente, supone
repensar continuamente en nuestra realidad sacerdotal, que
pasa siempre del encuentro personal con Cristo, a la misión:
«llamó a los que quiso... para estar con él y para enviarlos a
predicar» (Mc 3,13-14). De un momento de Cenáculo, «con
María, la Madre de Jesús» (Act 1,14), salen siempre sacerdotes
«llenos de Espíritu Santo» (Act 2,42), dispuestos a evangelizar
«con audacia» (Act 4,31).
I. Espiritualidad e identidad sacerdotal para una nueva evangelización
1.-Tiempo de gracia en un mundo que cambia
El misterio de la Encarnación del Hijo de Dios indica que Cristo vive
nuestras circunstancias históricas: «habitó entre nosotros» (Jn 1,14).
El hombre de hoy siente la necesidad de vivencia, experiencia y
transcendencia. Es, pues, un hombre que pregunta sobre:
-El sentido de la vida, la dignidad de la persona (trabajo, cultura,
convivencia), de la historia humana...
-El sentido del dolor, de las injusticias, de la pobreza, del mal, de la
muerte...
-El sentido del progreso y de los adelantos, comunicación de bienes
con toda la humanidad...
-El sentido de la transcendencia y del más allá como base del
misterio del hombre...
-El sentido del pensamiento humano que ha fraguado innumerables
ideologías (muchas de ellas válidas, pero todas variables y pasajeras)
sobre el misterio del hombre...
-El sentido de las normas morales (ética) para la conducta
personal, familiar, social, política, económica, internacional...
Este hombre que quiere ver, pesar, medir, experimentar, no deja de
pedir espiritualidad. El espíritu del cristianismo sólo puede ser
presentado por apóstoles auténticos que lo hayan experimentado en
sus propias vidas como encuentro con Cristo. La sociedad moderna
necesita ver signos claros del Evangelio.
2.-Una Iglesia solidaria de los gozos y esperanzas
La espiritualidad cristiana y sacerdotal es eminentemente eclesial. La
Iglesia (ecclesia) es la comunidad humana convocada por la
Palabra o anuncio del evangelio para celebrar el misterio pascual de
Cristo y transformar el mundo según el mandato del amor.
La Iglesia se llama misterio o sacramento porque es signo
transparente y portador de la presencia de Cristo resucitado (Ef
3,9-10; 5,32). Se llama también comunión (koinonía) porque está
constituida por hermanos que se aman en Cristo. Su objetivo es la
misión, en cuanto ha sido fundada para ser enviada a evangelizar o
anunciar la buena nueva a todos los pueblos.
La Iglesia está insertada en el mundo como:
-Cuerpo o expresión visible de Cristo resucitado (Col 1,24; Ef
1,23),
-Sacramento (misterio) o signo portador y eficaz de Cristo
resucitado presente (Ef 3,9-10),
-Esposa o consorte, fiel y comprometida en la misma suerte de
Cristo (Ef 5,25-27; 2Cor 11,2),
-Madre como instrumento de vida en Cristo y vida en el Espíritu (Gál
4,4.19.26),
-Pueblo como propiedad cariñosa de Dios y signo de lo que deben
ser todos los pueblos (1Pe 2,9; Apoc 1,5-6),
-Inicio del Reino de Dios anunciado por Cristo, que ya habita en los
corazones (dimensión carismática), que está presente en la Iglesia
(dimensión institucional), y que un día será encuentro final o plenitud
en el más allá (dimensión escatológica) (Lc 10,9; 11,2; 17,21; +LG
5).
Esta Iglesia, fundada y amada por Cristo, es, por su misma
naturaleza, solidaria de los gozos, de las angustias y de las
esperanzas de toda la humanidad (GS 1), como «llamada a dar un
alma a la sociedad moderna» (Juan Pablo II, Disc. 11-10-85).
La naturaleza misionera de la Iglesia (+AG 2,6,9) enraíza en su
mismo ser de «sacramento universal de salvación» (LG 48; AG 1).
Cada cristiano según su propia vocación forma parte responsable de
esta Iglesia que es, según los cuatro documentos (constituciones)
principales del concilio, Lumen Gentium (LG), Dei Verbum (DV),
Sacrosanctum concilium (SC), Gaudium et Spes (GS):
-Signo transparente y portador de Cristo: Iglesia sacramento o
misterio (LG 1), Iglesia comunión o pueblo de hermanos y cuerpo
de Cristo (LG 2), Iglesia misión y peregrina en la historia como inicio
del Reino definitivo, sacramento universal de salvación (LG 7).
-Portadora del mensaje evangélico para el hombre concreto y para
todos los pueblos: Iglesia de la Palabra (DV).
-Centrada en la muerte y resurrección de Cristo: Iglesia que hace
presente en la historia humana el misterio pascual (SC).
-Insertada en las realidades humanas: Iglesia en el mundo y en la
historia (GS).
3.-Hacia una nueva evangelización
Todo apóstol y especialmente el sacerdote ministro debe afianzar sus
«actitudes interiores» (EN 74) para colaborar en una «evangelización
renovada» (EN 82), en una nueva etapa de la historia humana. A
veces habrá que reevangelizar sectores humanos cuyo cristianismo
corre el riesgo de diluirse. Frecuentemente se tratará de emprender
«una nueva evangelización»:
-Nueva en su ardor, por la disponibilidad misionera de los
evangelizadores,
-en sus métodos, por un mejor aprovechamiento de los nuevos
medios de apostolado,
-en sus expresiones, por la adaptación de la doctrina y de la
práctica cristiana sin disminuir sus principios y exigencias
evangélicas.
En una nueva evangelización, el problema más urgente es el de la
renovación de los agentes de pastoral, y especialmente de los
sacerdotes ministros. Las «actitudes interiores del apóstol» (EN 74),
es decir, «su espiritualidad, con garantía de la autenticidad de la
evangelización. Se resumen todas ellas en la fidelidad que crea
comunión» (Puebla 384).
4.-Ser sacerdote hoy. Identidad sacerdotal
La identidad sacerdotal está en la línea de sentirse amado y
capacitado para amar. Esta identidad se reencuentra cuando se
quiere vivir el sacerdocio en todas sus perspectivas o dimensiones:
-Consagración o dimensión sagrada: el sacerdote en su ser, en su
obrar y en su vivencia, pertenece totalmente a Cristo y participa en su
unción y misión.
-Misión o dimensión apostólica: el sacerdote ejerce una misión
recibida de Cristo para servir incondicionalemente a los hermanos.
-Comunión o dimensión eclesial: el sacerdote ha sido enviado a
servir a la comunidad eclesial contruyéndola según el amor.
-Espiritualidad o dimensión ascetíco-mística: el sacerdote está
llamado a vivir en sintonía con los amores de Cristo y a ser signo
personal suyo como Buen Pastor.
El sacerdote está llamado, hoy más que nunca, a ser:
-Signo del Buen pastor en la Iglesia y en el mundo, participando de
su ser sacerdotal (PO 1-3).
-Prolongación del actuar del Buen Pastor, obrando en su nombre en
el anuncio del evangelio, en la celebración de los signos salvíficos
(especialmente la Eucaristía) y en los servicios de caridad (PO 4-6).
-Transparencia de las actitudes y virtudes del Buen Pastor, presente
en la Iglesia comunión y misión (PO 7-22).
5.-Espiritualidad cristiana y espiritualidad sacerdotal
La espiritualidad cristiana es una vida según el
Espíritu. «Caminamos según el Espíritu» (Rom 8,4); «vivís
según el Espíritu» (Rom 8,9). Propiamente es el camino o
proceso de santidad que consiste en el amor o caridad:
«caminar en el amor» (Ef 5,2).
Cada cristiano se santifica en su propio estado de vida y
circunstancia por un proceso de sintonía con Cristo, en el
Espíritu Santo, según los designios o voluntad del Padre
(+Ef 2,18). Este proceso es de cambio o conversión (en
criterios, escala de valores y actitudes) para bautizarse
(esponjarse) en Cristo (pensar, sentir, amar como él). Es,
pues:
-Participación y configuración (Gál 3,27: Rom 6,3ss),
-Unión, intimidad, relación (Jn 6,56-57; 15,9ss),
-Semejanza, imitación (Mt 11,29),
-Servicio, cumplimiento de la voluntad de Dios (Mc 3,35;
10,44-45; Jn 14,16),
-Caridad, vida nueva (Jn 13,34-35; Rom 6,4; 13,10).
Los matices de esta espiritualidad cristiana, común a todos,
son muy variados. De suerte que se puede hablar de
espiritualidades y escuelas diferentes.
La espiritualidad sacerdotal es sintonía con las actitudes y
vivencias de Cristo Sacerdote, Buen Pastor. Por el
sacramento del orden, se participa del ser sacerdotal de
Cristo. Esta participación ontológica capacita para prolongar
la acción sacerdotal del Buen Pastor. La sintonía con la
caridad pastoral de Cristo es una consecuencia de la
participación de su ser y en su función. La gracia recibida
en el sacramento del orden hace posible cumplir con esta
exigencia.
Se trata, pues, de una santidad o espiritualidad «según la
imagen del sumo y eterno Sacerdote», para ser «un
testimonio vivo de Dios» (LG 41). El sacerdote es un
«Jesús viviente» (San Juan Eudes), es decir, «instrumento
vivo de Cristo Sacerdote» (PO 12), puesto que:
-Se hace signo viviente de Cristo en el ejercicio del
ministerio (PO 12-13),
-Se hace signo transparente de Cristo viviendo en sintonía
o unidad de vida con él (PO 14),
-Se hace signo del Buen Pastor imitando su caridad
pastoral y todas las demás virtudes que derivan de ella (PO
15-17), sin olvidar los medios comunes a toda la
espiritualidad cristiana y a los medios específicos de la
espiritualidad sacerdotal (PO 18).
Viviendo la espiritualidad sacerdotal, el sacerdote ministro
se hace signo creíble del Buen Pastor en un mundo que
pide autenticidad (n.1), en una Iglesia sacramento o
transparencia e instrumento de Cristo (n.2) y en una nueva
etapa de evangelización (n.3), que necesitan sacerdotes
fieles a las nuevas gracias del Espíritu Santo (n.4). La
identidad sacerdotal enraíza en esta espiritualidad
cristológica, pneumatológica, eclesial y antropológica.
“Ciertamente «hay una fisonomía esencial del sacerdote que no cambia: en efecto, el sacerdote de mañana, no menos que el de hoy, deberá asemejarse a Cristo. Cuando vivía en la tierra, Jesús reflejó en sí mismo el rostro definitivo del presbítero, realizando un sacerdocio ministerial del que los apóstoles fueron los primeros investidos y que está destinado a durar, a continuarse incesantemente en todos los períodos de la historia. El presbítero del tercer milenio será, en este sentido, el continuador de los presbíteros que, en los milenios precedentes, han animado la vida de la Iglesia. También en el dos mil la vocación sacerdotal continuará siendo la llamada a vivir el único y permanente sacerdocio de Cristo»” (PDV 3).
Guía pastoral
-Reflexión bíblica:
-Ser coherente con el estreno de la vocación sacerdotal, como encuentro para la
misión: Mc 3,13-14; Jn 1,35-51; Mt 4,18-22.
-Sintonía con la fidelidad de Cristo y los Apóstoles al Espíritu Santo: Lc
4,1.14.18; 10,21; Act 20,22.
-Vivir los signos de los tiempos siguiendo a Cristo hacia el misterio pascual: Mt
16,2-4; Jn 13,1; Lc 22,15; +GS 4.11.44.
-Estudio personal
y revisión de vida en grupo:
-Describir y motivar algunas líneas de espiritualidad cristiana y sacerdotal en un
mundo que cambia: servicio, comunión, autenticidad, misión... (GS 1-10; EN 76;
Puebla 356-359; 378-383).
-Armonía entre las dimensiones de la vida sacerdotal para una mayor fidelidad a
Cristo, a la Iglesia y al hombre (Puebla 484; Medellín XI y XIII).
-Necesidad actual de espiritualidad profunda para una nueva evangelización en
el ardor, métodos y expresiones.
-Relación entre el ser, el obrar y la vivencia sacerdotal.
II. Cristo, Sacerdote y Buen Pastor, prolongado en su Igleisa
1.-El Buen Pastor
Las diversas analogías empleadas por Jesús para indicar su propia
realidad (esposo, hermano, amigo...) se pueden resumir en la de
Buen Pastor. Su ser, su obrar y su vivencia corresponden a esta
realidad profunda:
-Es el Buen Pastor: «Yo soy el Buen Pastor» (Jn 10,11). El yo soy,
tan repetido en en evangelio de Juan, indica su ser más profundo de
Hijo de Dios hecho hombre, «ungido y enviado» por el Padre (Jn
10,36) y por el Espíritu Santo (Lc 4,18).
-Obra como Buen Pastor: llama, guía, conduce a buenos pastos,
defiende (Jn 10,3ss), es decir, anuncia la Buena Nueva, se acerca a
cada ser humano para caminar con él y para salvarlo integralmente.
-Vive hondamente el estilo de vida de Buen Pastor, que conoce
amando y que «da la vida por las ovejas» (Jn 10,11ss), como
donación sacrificial según la misión y mandato recibido del Padre (Jn
10,27-18.36).
Las actitudes internas de Cristo Buen Pastor arrancan de su ser y
se expresan en su obrar comprometido. Su interioridad (espíritu o
espiritualidad) es su camino o vida de donación total:
-amor al Padre en el Espíritu Santo,
-amor a los hermanos,
-dándose a sí mismo en sacrificio.
Cristo es el camino y se hace protagonista del camino humano con su
caridad de Buen Pastor:
-no se pertenece porque su vida se realiza en plena libertad según
los planes salvíficos del Padre (obediencia),
-se da a sí mismo, sin apoyarse en ninguna seguridad humana,
aunque usando de los dones de Dios para servir (pobreza),
-ama responsablemente, como consorte de la vida de cada
persona, haciendo que todo ser humano se realice sintiéndose amado
y capacitado para amar en plenitud (virginidad).
2. Cristo Mediador, Sacerdote y Víctima
Cuando decimos que Cristo es Sacerdote y Víctima queremos
indicar que es responsable de los intereses del Padre y protagonista
de la historia humana, hasta hacer de su propia vida una donación
total.
El ser y la existencia de Cristo pertenecen totalmente a los designios
salvíficos de Dios sobre el hombre. Es el «ungido y enviado» (Lc
4,18; Jn 10,36) para la redención o rescate de todos los hombres
(Mc 10,45; Mt 20,28).
El sacrificio sacerdotal de Cristo consiste en una caridad pastoral
permanente, que se traduce en una obediencia al Padre, desde el
momento de la encarnación (Heb 10,5-7) hasta la muerte en la cruz
y la glorificación (Fil 2,5-11). Su humillación (kenosis) de la
encarnación y de la muerte se convierte en glorificación suya y de
toda la humanidad en él.
El sacrificio de Cristo se realiza desde la encarnación y tiene su punto
culminante en el misterio pascual de su muerte y resurrección. Así
lleva a plenitud el sacerdocio y el sacrificio de todas las religiones
naturales y particularmente del Antiguo Testamento. Cristo es
Sacerdote, templo, altar y víctima como:
-Sacrificio de Pascua (Ex 12,1-30)
-Sacrificio de Alianza (Ex 24,4-8)
-Sacrificio de propiciación o de perdón y expiación (Lev 16,1-6).
Cristo se manifiesta así:
-con su ser sacerdotal de ungido y enviado, como Hijo de Dios
hecho hombre (Heb 5,1-5),
-con su actuar o función sacerdotal, como responsable de los
intereses de Dios y de los hombres, hasta dar la vida en sacrificio por
ellos (Heb 9,11-15),
-con su estilo o vivencia sacerdotal de caridad pastoral, que,
conjuntamente con su ser y actuar, le hace sacerdote perfecto, santo,
eficaz y eterno (Heb 7,1-28).
“La autoridad de Jesucristo Cabeza coincide pues con su servicio, con su don, con su entrega total, humilde y amorosa a la Iglesia. Y esto en obediencia perfecta al Padre: él es el único y verdadero Siervo doliente del Señor, Sacerdote y Víctima a la vez” (PDV 21).
3. Jesús prolongado en su Iglesia, Pueblo sacerdotal
La Iglesia es una comunidad o Pueblo sacerdotal, como templo de
Dios, donde se hace presente y se ofrece el sacrificio de Cristo
piedra angular y fundamento (1Cor 1,10-16; 2Cor 6,16-18; Ef
2,14,22; +LG cap.II). En la comunidad eclesial Cristo prolonga su
presencia (Mt 28,20), su palabra (Mc 16,15), su sacrificio redentor
(Lc 22,19-20; Cor 11,23-26) y su acción salvífica y pastoral (Mt
28,19; Jn 20,23). La Iglesia, como signo transparente y portador de
Jesús y como Pueblo sacerdotal:
-anuncia el misterio pascual de su muerte y resurrección,
-lo celebra haciéndolo presente,
-lo transmite y comunica a todos los hombres (Act 2,32-37;
2,42-47; 4,32-34).
En la Iglesia existe una triple consagración sacerdotal, que hace
participar del sacerdocio de Cristo en grado y modo diverso:
-El sacramento del bautismo, que incorpora a Cristo Sacerdote
para poder actuar en el culto cristiano participando en su ser, obrar y
vivencia sacerdotal.
-El sacramento de la confirmación, que hace de la vida un
testimonio audaz (martirio), especialmente en los momentos de
dificultad (fortaleza), de perfección y de apostolado.
-El sacramento del orden, que da la capacidad de obrar en
nombre y en persona de Cristo Cabeza, formando parte del
sacerdocio ministerial (jerárquico) o ministerio apostólico de los
Apóstoles.
4.- El sacerdocio común de todo creyente
El sacerdocio común de los fieles o de todo creyente es el que
corresponde básicamente a toda vocación y estado de vida, por
haber recibido el bautismo (y confirmación). Cada creyente, según
su propia vocación, realizará básicamente este sacerdocio en relación
a la eucaristía y al mandato del amor, pero con matices diferentes:
-de presidencia en la comunidad (sacerdocio ministerial),
-de signo fuerte o estimulante de la caridad (vida consagrada),
-de inserción en el mundo (laicado).
La diferencia entre las diversas participaciones en el sacerdocio de
Cristo indica mutua relación de servicio y de caridad, sin diferencia
de privilegios y ventajas humanas.
Podemos distinguir en esta particiáción del sacerdocio de Cristo tres
aspectos: el ser, el obrar y el estilo de vida.
Del ser deriva el obrar y la exigencia de una vida santa.
Aunque todos son miembros del Pueblo de Dios (laicos),
dedicados al servicio de Dios (consagrados) y partícipes del único
sacerdocio en Cristo (sacerdotes), acostumbramos a calificar con
estos títulos a los cristianos que tienen una vocación peculiar de:
-Laicado: «A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de
obtener el Reino de Dios» (LG 31). Son, pues, fermento de espíritu
evangélico en las estructuras humanas, desde dentro, en comunión
con la Iglesia para ejercer una misión propia (+LG 36; AA 2-4; GS
43).
-Vida consagrada: Es signo fuerte de las bienaventuranzas y del
mandato del amor, a modo de «señal y estímulo de la caridad» (LG
42), por medio de la práctica permanente de los consejos
evangélicos (+LG 43-44; PC 1). Las personas llamadas a esta
vocación «son un medio privilegiado de evangelización» porque
«encarnan la Iglesia deseosa de entregarse al radicalismo de las
bienaventuranzas» (EN 69).
-Sacerdocio ministerial: Es signo personal de Cristo Sacerdote y
Buen Pastor, a modo de «instrumento vivo» (PO 12), para obrar «en
su nombre» (PO 2) y servir en la comunidad eclesial, como principio
de unidad de todas sus vocaciones, ministerios y carismas (PO 6.9).
Guía pastoral
-Reflexión bíblica
-Sintonía con los amores del Buen Pastor: al Padre (Lc 20,21; Jn 17,4), a los
hombres (Mt 8,17; Lc 23,46).
-La realidad sacerdotal de Cristo Mediador: ungido o consagrado (Jn 10,36),
enviado para evangelizar a los pobres (Lc 4,18; 7,22), ofrecido en sacrificio (Lc
22,19-20; Mc 10,45), presente en la Iglesia (Mt 28,20).
-El sacrificio total de la caridad pastoral: cordero pascual (Jn 1,29), para
establecer una nueva alianza o pacto de amor (Mt 26,28) y salvar al pueblo de
sus pecados (M 20,28).
-Estudio personal
y revisión de vida en grupo
-Cristo Sacerdote, «único Mediador» (1Tim 2,5) por su ser de Hijo de Dios
hecho hombre, por su obrar o función sacerdotal (anuncio, cercanía, sacrificio
de inmolación), por su estilo de vida (PO 2; SC 5; Puebla 188-197).
-Cristo Mediador, centro de la creación y de la historia (GS 22,32,39,45).
-El sacerdocio de Cristo prolongado en la Iglesia, Pueblo sacerdotal (SC
6-7,10; LG 9; Puebla 220-281), especialmente en el anuncio de la palabra (SC
33,35,52), en la celebración del sacrificio redentor (SC 47ss), en la acción
salvífica y pastoral (SC 2,7), en la cercanía solidaria a los hombres (GS 1,40ss).
-Relación armónica entre las diversas participaciones del sacerdocio de Cristo
(LG 10-11; PO 2) y las diversas vocaciones (LG 31,42; PC 1; PO 2; GS 43).
-Servicio de unidad por parte del sacerdocio ministro (PO 9). «El sacerdocio,
en virtud de su participación sacramental con Cristo, Cabeza de la Iglesia, es,
por la Palabra y la Eucaristía, servicio de la Unidad de la Comunidad» (Puebla
661).
III. El ministerio apostólico al servicio del Pueblo de Dios
1.-Elección, seguimiento y misión de los Apóstoles
La elección de los Apóstoles y de sus sucesores e inmediatos
colaboradores fue y sigue siendo iniciativa de Cristo «eligió a los que
quiso» (Mc 3,13; +Jn 15,16). El seguimiento apostólico equivale a
compartir la vida con Cristo (Mc 3,14; +Jn 15,27), a modo de
amistad profunda (Jn 15,9-15).
Jesús les quiso dar el nombre de apóstoles, enviados, para indicar su
identidad misionera (Lc 6,13). Dar testimonio de Cristo, suponía
haber estado conviviendo con él (Jn 1,35-46; 1Jn 1,1ss; Jn
15,26-27). Esta misión se resume en una triple perspectiva: enseñar,
bautizar (santificar) y guiar (Mt 28,19-20; Mc 16,15-20; Lc
24,45-49).
Según los textos que acabamos de citar, Jesús comunicó a los suyos
esta realidad pastoral y sacerdotal de modo estable, a través de
diversas etapas:
-elección,
-envío (antes y después de la resurrección),
-institución de la eucaristía (última cena),
-institución del sacramento del perdón (resurrección),
-comunicación del Espíritu Santo (Pentecostés).
Los Apóstoles, por encargo de Cristo, comunicaron esta realidad
sacerdotal por medio de la imposición de las manos (sacramento del
Orden) (+PO 2; LG 28).
La misión sacerdotal, como participación en la función pastoral de
Cristo, resultaría incompleta si se separara de la vocación y del
seguimiento; entonces se correría el riesgo de profesionalismo
privilegiado sin exigencias evangélicas.
2.-Los servidores del Pueblo sacerdotal: sacerdotes
ministros
Los Apóstoles recibieron esta realidad sacerdotal directamente del
mismo Jesús, de su humanidad vivificante como sacramento fontal.
Ahora los sacerdotes ministros (sacerdocio ministerial), por medio
del sacramento del Orden, reciben esta realidad sacerdotal, que les
hace participar en el ser, en el obrar y en la vivencia de Cristo
Sacerdote y Buen Pastor. Por el sacramento del Orden se confiere la
consagración sacerdotal (carácter y gracia) a los llamados por la
Iglesia (por medio del obispo), para ejercer los ministerios
apostólicos en el grado de obispo, presbítero o diácono.
Esta realidad sacerdotal, participada de Cristo, tiene tres aspectos
principales:
-elección divina o vocación del Señor, manifestada por medio de la
Iglesia,
-consagración o participación en el ser y en el obrar de Cristo, por
medio del sacramento del Orden,
-misión o envío por parte de Cristo y mediante la Iglesia.
El carácter sacramental del Orden es una señal o cualidad indeleble
(inamisible), que configura al sacerdote ordenado con Cristo
Sacerdote para poder obrar en su nombre. Es una participación en el
poder y misión sacerdotal y pastoral del Señor, que destina al
servicio de Cristo presente en la eucaristía, en su Iglesia y en el
mundo (Santo Tomás, III q.63,a. 16).
La gracia especial recibida en el sacramento del Orden (distinta del
carácter) ayuda a ejercer santamente la función y misión sacerdotal.
Es un «vigor especial» (Santo Tomás) que comunica:
-un matiz de caridad pastoral a todas las virtudes sacerdotales,
-sintonía vivencial con los actos sacerdotales que se ejercen,
-unión con Cristo en cuanto Sacerdote y Víctima,
-ser instrumento consciente y voluntario (responsable) de Cristo en
todos los momentos de la vida y del ministerio,
-santidad para ser «dispensador de los misterios de Dios» (1Cor
4,1).
3.-Líneas de fuerza del seguimiento evangélico de los
Apóstoles
El seguimiento evangélico de los Apóstoles se ha venido llamando
vida apostólica o modo de vivir de los Apóstoles (apostolica
vivendi forma).
La vida apostólica es encuentro con Cristo, relación personal con
él, opción fundamental por él, seguimiento e imitación, en vistas a la
misión de prolongarla en el tiempo y en el espacio. Los textos
básicos donde aparecen las líneas de fuerza de este seguimiento
apostólico son los siguientes:
-La llamada para un seguimiento incondicional: Mt 4,18-22; Mc
3,13-19.
-El envío con las características de la vida misionera de Cristo: Mt
10,1-42 (4,23-25); Lc 9,1-6; 10,1-12; Mc 6,7-13.
-La figura del Buen Pastor: Jn 10,1-21 (Lc 15,1-7).
-La última cena (eucaristía) y la oración sacerdotal: Jn 13-17 (Lc
22,1-39).
-La vida desprendida del Señor: Mt 8,21 (pobreza); Jn 10,18
(obediencia del Buen Pastor); Mt 19,12 (castidad por el Reino).
-El modo servicial de dirigir la comunidad: 1Pe 5,1-5.
-El resumen de la vida apostólica de Pablo: Act 20,17-38.
El seguimiento en relación a la misión apostólica tiene estas
características:
-Caridad como la del Buen Pastor: donación, virtudes pastorales,
servicio, cercanía...
-Misión totalizante y universal: bajo la acción del Espiritu Santo,
para evangelizar a los pobres y a todos los pueblos.
-Fraternidad apostólica al servicio de la comunidad eclesial: unidad
apostólica especialmente en el Presbiterio, para construir la comunión
de la Iglesia local.
4.-Fidelidad a la misión del Espíritu Santo
Por medio del sacramento del Orden, el sacerdote ministro ha
recibido un nuevo sello o nueva gracia permanente del mismo
Espíritu (1Tim 4,14; 2Tim 1,6-7), que le hace partícipe de la unción
y misión de Cristo Sacerdote y Buen Pastor (Lc 4,18; Jn 10,36). La
vida y el ministerio sacerdotal será un continuo reavivar este don del
Espíritu con una actitud de discernimiento y de fidelidad. La vida
espiritual es una «vida según el Espíritu» (Rom 8,4-9).
Jesús prometió el Espíritu Santo para todo creyente (Jn 7,37-39). En
la promesa hecha a los Apóstoles, durante la última cena y el día de
la ascensión, el Señor habla de:
-presencia: Jn 14,15-17; 16,7,
-iluminación: Jn 16,13,
-acción santificadora: Jn 16,14; Act 1,5,
-acción evangelizadora: Jn 15,26-27; Act 1,8.
La fidelidad al Espíritu Santo se concreta para el sacerdote ministro y
para todo apóstol en:
-custodiar el depósito de la fe: 2Tim 1,14,
-confianza audaz en su acción santificadora y evangelizadora: Rom
15,13-19,
-reavivar constantemente la gracia recibida en la ordenación: 2Tim
1,6,
-vivir en relación con su presencia y en sintonía con su acción, como
Pablo prisionero del Espíritu: Act 20,22.
El sacerdote ministro concretamente:
-edifica la Iglesia como templo del Espíritu, puesto que ha sido
ungido por él para esta finalidad (PO 1),
-está atento a sus luces y mociones para evangelizar a los pobres,
discernir y suscitar carismas y vocaciones, colaborar en la
evangelización universal (PO 6,9,10),
-es dócil a su acción pra santificarse en el ejercicio del ministerio (PO
12-13),
-se deja conducir por él para imitar y seguir al Buen Pastor en su vida
de pobreza y caridad pastoral (PO 17).
Las reglas del discernimiento personal y comunitario se aprenden
en sintonía con el actuar de Cristo bajo la acción del Espíritu:
-hacia el desierto: oración, sacrificio, silencio contemplativo... (Lc
4,1),
-para evangelizar a los pobres: caridad, servicio, humildad, vida
ordinaria de Nazaret... (Lc 4,14-19),
-viviendo el gozo pascual de Cristo resucitado: esperanza,
transformar el sufrimiento en amor... (Lc 20,21; Jn 16,7.22).
La fidelidad y el discernimiento del Espíritu, en la vida y en el
ministerio del sacerdote, tendrá lugar de modo especial en la
respuesta a la propia vocación, en el proceso de la vida espiritual
y de la oración, en la acción apostólica y en la convivencia
comunitaria. Los signos de la voluntad de Dios, manifestados en los
acontecimientos, se descubren «con la ayuda del Espíritu Santo y se
valoran a la luz de la palabra divina» (GS 44).
“Los presbíteros son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor… ejercen, hasta el don total de sí mismos, el cuidado amoroso del rebaño, al que congregan en la unidad y conducen al Padre por medio de Cristo en el Espíritu. En una palabra, los presbíteros existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y en su nombre" (PDV 15).
Guía pastoral
-Reflexión bíblica:
-Elección como iniciativa de Cristo y declaración del amor: Mc 3,13; Mt
4,18-22; 9,9; Jn 1,43; 15,16.
-Seguimiento de Cristo para compartir su vida: Mc 3,14; 10,38; Jn 15,9-15; Mt
19,27.
-Misión de anuncio y testimonio: Mt 10,5-42; Mc 6,7-13; Lc 9,1-6; 10,1-10.
-Anuncio, celebración y comunicación del misterio pascual: Lc 22,19-20; 1Cor
11,23-26.
-Servidores del Pueblo sacerdotal: 1Pe 2,4-10; 5,1-5; Apoc 1,5-6; 5,9-10.
-Seguir a Cristo como los Apóstoles (vida apostólica): Mt 4,19-22; 19,27; Mt
8,21; 19,12; Jn 10,18.
-La fidelidad a la presencia, luz y acción del Espíritu Santo: Jn 14,15-17;
15,26-27; 16,7.13; Act 1,5-8; 20,22; Rm 15,13-19; 2Tim 1,6.
-Estudio personal
y revisión de vida en grupo
-El servicio armónico y responsable del anuncio, celebración y comunicación
del misterio pascual (PO 4-6; SC 7,10,47).
-El carácter sacerdotal del sacramento del Orden como signo permanente del
amor de Cristo a su Iglesia (1Tim 4,14; 2Tim 1,6; PO 2).
-Obrar en nombre de Cristo Cabeza y Buen Pastor (PO 2,6,12; LG 28).
-Las líneas de la vida apostólica: caridad de Buen Pastor (PO 15-17),
disponibilidad misionera (PO 10), fraternidad (PO 7-9).
-Discernimiento y fidelidad al Espíritu Santo en la vida y en el ministerio
sacerdotal (Lc 4,1-19; 10,21; PO 1,6,9,10,12,13, 17; Puebla 198-219).
-Servidor de la comunidad eclesial: «Los ministerios ordenados, antes que
para las personas que los reciben, son una gracia para la Iglesia entera» (Juan
Pablo II, Christifideles Laici 22).
IV. Sacerdotes para evangelizar
1.-Llamados para evangelizar
La vocación apostólica es encuentro con Cristo para prolongar su
misión (Mc 3,14; Jn 20,21). Como Jesús, el sacerdote ministro es
ungido y enviado por el Espíritu Santo «para evangelizar a los
pobres» (Lc 4,18). Ha sido llamado para:
-anunciar la alegre noticia (evangelizar) de la salvación en Cristo
(Mt 11,5; Lc 7,22; Ef 3,8: 1Cor 9,16),
-hacer llegar como primer anuncio (kerigma) el mensaje de Cristo
a los que todavía no lo han oído (Act 8,5; 9,20; Mc 16,5; Rom
10,14; 1Cor 1,23; 2Cor 1,19; 4,5; Gal 2,2),
-dar testimonio (martirio) del hecho salvífico de la muerte y
resurrección de Cristo (Act 1,8; 2,32; Jn 15,26-27; Lc 24,47-48).
Se prolonga la palabra de Cristo (anuncio, testimonio), su llamada a
la conversión y bautismo (como cambio profundo de actitudes), su
sacrificio redentor, su acción salvífica y pastoral, su cercanía a
los hombres para una salvación integral.
Se pueden distinguir los elementos principales de la evangelización:
-Naturaleza: prolongar la misión de Cristo (EN 6,16).
-Objetivo: transformación de la humanidad según los planes
salvíficos de Dios en Cristo (EN 17,24).
-Contenido: la persona y el mensaje de Jesús que edifica la
comunidad eclesial y transforma el mundo (EN 25-39).
-Medios: Anuncio, presencialización y comunicación del misterio de
Cristo, ministerios y servicios concretos, instrumentos de inserción y
cercanía (EN 40-8).
-Destinatarios: Toda la humanidad, el hombre concreto (EN
49-58).
-Agentes: Todo cristiano según su propia vocación, toda la
comunidad eclesial (EN 59-73).
-Estilo o espíritu: «actitudes interiores» del apóstol (EN 74-80).
El sacerdote ministro, como servidor cualificado de la acción
evangelizadora de la Iglesia, se mueve en una múltiple perspectiva:
-trinitaria: misión del Padre, por el Hijo y en el Espíritu Santo,
-cristológica: mandato de Cristo (obrar en su nombre),
-pneumatológica: bajo la acción del Espíritu Santo (unción y
misión),
-eclesiológica: en la comunión y misión de la Iglesia,
-antropológica y sociológica: de cercanía al hombre en su realidad
concreta e histórica,
-escatológica: un camino de esperanza (confianza y tensión) hacia el
Reino definitivo y la restauración final en Cristo.
Ello comporta la armonía de línea pastoral y de vida espiritual:
escucha, contemplación, profetismo, cercanía, diálogo,
trascendencia, vivencia, testimonio, (autenticidad)... La
espiritualidad sacerdotal queda, pues, marcada por la misión de
evangelizar.
“El ministerio de los presbíteros es, ante todo, comunión y colaboración responsable y necesaria con el ministerio del Obispo, en su solicitud por la Iglesia universal y por cada una de las Iglesias particulares, al servicio de las cuales constituyen con el Obispo un único presbiterio” (PDV 17).
2.-Prolongar la palabra de Cristo
La misión de Jesús y de los apóstoles se realiza principalmente por
medio del anuncio (Lc 4,15-19.43; Mt 28,19). El anuncio lleva a la
celebración y a la vivencia. La dimensión kerigmática (anuncio) se hace
dimensión pascual, litúrgica y contemplativa. Entonces recupera su
dimensión misionera de anuncio a todos los pueblos y a todos los
hombres.
El servicio profético del sacerdote ministerial se realiza como
participación, cooperación y dependencia del magisterio del
Episcopado y del Papa.
Se trata de un deber primordial de los sacerdotes, puesto que el pueblo
de Dios congrega por la palabra de Dios vivo (PO 4). Este servicio
sacerdotal profético tiene diversos aspectos y dimensiones:
-Se anuncia el hecho salvífico de la muerte y resurrección de Cristo,
llamando a la conversión y dando el testimonio con la propia vida
(dimensión kerigmática, salvífica, pascual, martirial).
-Se invita a celebrar la palabra en la liturgia especialmente bautismal y
eucarística (dimensión litúrgica y sacramental).
-Se presenta la palabra como un signo portador de gracia en el
Espíritu Santo, que llama a la contemplación y santificación
(dimensión contemplativa y pneumatológica).
-Se parte de la palabra para indicar las líneas en el camino de la
Iglesia y en su construcción de la comunidad (dimensión hodegética,
comunitaria, escatológica).
-La palabra construye la comunidad en el amor y en la misión local y
universal (dimensión de comunión misionera).
La predicación de la palabra presenta armónicamente el mensaje
cristiano como acontecimiento salvífico (credo), que se actualiza bajo
signos instituidos por Cristo (sacramentos, liturgia) y que llama a la
contemplación y al compromiso personal y social (madamientos,
oración). «El Pueblo de Dios se congrega principalmente por la palabra
de Dios vivo, que con toda razón es buscada en la boca de los
sacerdotes. En efecto, como quiera que nadie puede salvarse si antes
no creyere, tienen por deber primero el de anunciar a todos el
evangelio de Dios» (PO 4).
La ascética del predicador del evangelio supone una actitud de
respeto a la palabra de Dios, tal como es, toda entera y con su
dimensión salvífica universal. Se acepta la palabra como mensaje
comunicado por Cristo a su Iglesia, Es, pues, palabra:
-Revelada, siempre viva y actual, cuya iniciativa está en Dios (Jn 1,14;
3,16; 14,9; Mt 17,5; Lc 1,38).
-Predicada en la comunidad eclesial como continuación de la
predicación apostólica (Jn 10,4; Lc 10,16; Mt 16,18; Act 4,32-33).
-Celebrada en la liturgia y en relación a los sacramentos, como
proclamación del misterio pascual (Jn 2,11; 6,35ss; Mc 4,1-20; Act
2,42).
-Vivida por los santos como proceso de configuración en Cristo (Jn
14,6.21; Col 3,3).
-Contemplada en el corazón para hacer de la vida una donación a
Dios y a los hermanos (Lc 2,19.51; Jn 13, 23-25; Mc 3,33ss).
-Releída en los acontecimientos para interpretarlos a la luz de la Pascua
(Mt 16,31; 5,45-48).
-Creadora de testigos para una evangelización sin fronteras (Mt
28,29; Mc 16,15; Act 2,17.32; Jn 1,23).
3.-Prolongar el sacrificio pascual de Cristo
Para todo creyente y para toda la comunidad eclesial, la eucaristía es
«la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana» (LG 11; +can.897).
Para el sacerdote ministro, es «la principal y central razón de su ser»,
ya que «el sacerdote ejerce su misión principal y se manifiesta en su
plenitud celebrando la eucaristía» (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo
1980). «Somos, en cierto sentido, por ella y para ella; somos, de modo
particular, responsables de ella» (ibidem).
El sacerdote ministro, después de anunciar la palabra de Dios, hace
presente a Cristo inmolado (Sacerdote y Víctima) bajo signos
eucarísticos. Pero en la eucaristía se hace presente el Señor inmolado
en sacrificio para comunicarse a todos. La eucaristía es, pues:
-Presencia permanente de Cristo bajo las especies sacramentales de
pan y de vino (mientras éstas no se corrompan), como declaración de
amor (Alianza) y como presencia que reclama relación personal (Mt
26,26-28; +PO 18).
-Sacrificio de la nueva Alianza, como donación incondicional y
actualización o prolongación en el tiempo del único sacrificio de Cristo
(Lc 22,19-22; +SC 47).
-Comunión o participación en la vida de Cristo como pan de vida,
sacramento (signo eficaz de vida nueva en el Espíritu) y banquete
pascual (Jn 6,35.38; Mc 14,22-24; 1Cor 10,16ss; 10,13).
-Encuentro inicial que anticipa o preludia el encuentro definitivo
(escatología) en el más allá (1Cor 11,26).
-Misión o encargo de toda la comunidad eclesial y ministerio
específico del sacerdote ordenado, para que sea realidad sacramental
y vivencial en toda comunidad humana (Mt 26,28; Lc 22,19; 1Cor
11,24).
El sacerdote por el servicio eucarístico, estrechamente relacionado con
los demás servicios proféticos, cultuales y hodegéticos (o de dirección):
-es signo de Cristo Sacerdote obrando en su nombre,
-hace presente a Cristo en estado de víctima,
-continúa la voluntad inmolativa de Cristo pronunciando sus palabras,
-hace que la eucaristía sea el sacrificio de toda la Iglesia,
-colabora para construir la comunidad eclesial como comunión y
cuerpo místico de Cristo.
La espiritualidad sacerdotal en su dimensión eucarística subraya
unos puntos básicos:
-Espiritualidad de relación personal con Cristo presente: «estar con
él» (Mc 3,13); «diálogo cotidiano» (PO 18).
-Espiritualidad de inmolación, al estilo de la caridad del Buen Pastor
(Jn 10.15).
-Espiritualidad de comunión y cercanía o sintonía con los hermanos,
compartiendo con ellos el propio existir (Mt 15,32).
-Espiritualidad de esperanza que supone confianza en Cristo y tensión
hacia la restauración de todas las cosas en él (Ef 1,10; 2Tim 4,6).
-Espiritualidad de servicio incondicional y misión sin fronteras (Mt
28,19-20).
4.-Prolongar la acción salvífica y pastoral de Cristo
Cristo ha querido necesitar de sus ministros para prolongar su acción
salvífica y pastoral, que tiene lugar principalmente en la celebración de
los sacramentos.
Se llaman sacramentos de la fe porque en ellos la eficacia de la
palabra llega a su punto culminante (como forma del sacramento),
suscitando la fe y produciendo en los creyentes los frutos de salvación.
Esto tiene lugar principalmente en el sacramento y sacrificio de la
eucaristía.
En los sacramentos se hace presente la acción salvífica de Cristo. Por
esto son:
-memorial de un hecho pasado,
-presencialización o actualización de la acción del Señor,
-anuncio de una plenitud en Cristo resucitado,
-celebración del misterio pascual,
-comunicación de la salvación de Cristo.
La acción salvífica y pastoral de Cristo no se agota en la celebración
eucarística, sino que pasa necesariamente a los servicios de caridad,
de organización y de dirección. Esta es la acción pastoral directa, como
diaconía para construir la comunidad en el amor (coinonía).
Esta acción salvífica y pastoral (no estrictamente sacramental) tiene sus
características, que se desprenden del hecho de prolongar a Cristo
Cabeza y Buen Pastor:
-Discernir y alentar todos los demás carismas y vocaciones en la
armonía de la comunión eclesial.
-Discernir los signos de los tiempos para descubrir la voluntad salvífica
de Dios en el caminar histórico de la comunidad.
-Acercarse preferentemente a los más pobres y débiles, alejados y
marginados (+apartado n.6).
-Ser principio de unidad en la diversidad de carismas y vocaciones.
-Hacer realidad, ya en esta tierra, el inicio del Reino definitivo.
El trabajo apostólico por extender el Reino de Dios necesita abarcar
todas sus dimensiones: carismática (camino de perfección),
institucional (de Iglesia visible fundada por Cristo) y escatológica (de
plenitud en el más allá).
5.-Prolongar la oración de Cristo
Prolongar la palabra, el sacrificio y la acción salvífica y pastoral de
Cristo, comporta también prolongar su actitud relacional o dialogal
con el Padre en el amor del Espíritu Santo.
La oración es también ministerio para el sacerdote. Es el ministerio de
prolongar la oración sacerdotal de Cristo, de modo parecido a como
se prolonga su palabra, sacrificio y acción salvífica.
El sacerdote prolonga la oración sacerdotal de Cristo, principalmente
en la celebración de la eucaristía, de los sacramentos y de la liturgia de
las horas. La oración del sacerdote, como actitud personal y como
ministerio, puede analizarse en diversas perspectivas:
-Sintonía con los sentimientos de Cristo Buen Pastor ante el Padre, en
el amor del Espíritu Santo y para la salvación de los hombres.
-Prolongación de la oración sacerdotal de Cristo en medio de la
comunidad eclesial y en nombre de la Iglesia, especialmente durante la
celebración litúrgica (eucaristía, liturgia de las horas, sacramentos...).
-Actitud relacional con Cristo y como Cristo durante el ejercicio de
los diversos ministerios (proféticos, cultuales, hodegéticos y de
servicios de caridad).
-Guiar personas y comunidades en todo el proceso de la oración.
-Vivencia personal y comunitaria de los textos y momentos litúrgicos,
dando preferencia a la lectura meditativa de la palabra de Dios.
-Discernir los signos de los tiempos a través de los acontecimientos
iluminados por la palabra de Dios.
-Actitud contemplativa de apertura ante la palabra, cuestionamiento
de la propia vida y unión con Cristo, que lleve al cumplimiento de la
exigencia de la caridad pastoral.
-Poner los medios concretos y encontrar tiempo especial de oración
según los criterios de la Iglesia para la vida sacerdotal: lección divina,
oración mental, retiro espiritual, «diálogo cotidiano con Cristo en la
visita eucarística», examen de conciencia, dirección espiritual, etc. (PO
18).
Hay que dar suma importancia al ministerio de prolongar la oración
sacerdotal de Cristo, reconociendo su eficacia apostólica (+SC 86).
Guiar a personas y comunidades por el camino de la oración equivale a
orientarles en la actitud filial de autenticidad y de caridad, que se
expresa en la oración que nos enseñó el Señor. La oración comienza
con una actitud de pobreza ante Dios nuestro Padre, hasta saberse
amado por Dios tal como uno es y capacitado para amarle y hacerle
amar. Es, pues, un proceso de receptividad y de apertura, a partir de la
iniciativa de Dios que habla y ama, reconociendo la propia pobreza y
aprendiendo a «estar con quien sabemos que nos ama» (Santa Teresa).
Es proceso de:
-Apertura (lectura): escuchando la palabra de Dios tal como es y toda
entera.
-Cuestionamiento (meditación): dejando actuar la palabra de Dios
hasta lo más hondo del corazón.
-Pobreza (petición): sintiendo necesidad de la palabra de Dios en la
propia circunstancia de limitación, pecado, debilidad, vida ordinaria
(Nazaret), sufrimiento...
-Unión (contemplación): entrando con confianza de hijos en la
intimidad divina, gracias a la amistad con Cristo, y manifestando esta
unión con Dios en la donación comprometida a sus deginios salvíficos
en servicio de los hermanos.
6.-La cercanía al hombre concreto
El sacerdote ministro, por participar de la unción y misión de Cristo,
participa por ello mismo de su solidaridad con el hombre y de su
cercanía al hombre en su situación concreta.
El amor preferencial por el hombre que busca y sufre es parte esencial
del actuar apostólico del sacerdote. Si es cierto que los presbíteros se
deben a todos, de modo particular, sin embargo, se les encomiendan
los pobres y los más débiles, con quienes el Señor mismo se muestra
unido y cuya evangelización se da como signo de la obra mesiánica.
Todo evangelizador, pero especialmente el sacerdote ministro, debe
anunciar la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre.
La cercanía al hombre en su situación concreta comporta asumir
responsablemente la suerte de los más pobres, de los nuevos pobres,
de la juventud, la familia, los desplazados por la migración, los
enfermos, los ancianos y marginados.
La cercanía pastoral puede ser en una situación difícil y conflictiva, de
urgencia actual y trascendencia histórica, de liberación, inculturación,
inmanencia, diálogo, compromiso, etc., que se convierten en un
análisis objetivo de la realidad, iluminándola y transformándola a la
luz del evangelio. Hay que «poner el mundo moderno en contacto con
las energías vivificantes del evangelio» (Juan XXIII, Humanae salutis).
Las características y líneas espirituales de esta inserción o cercanía son
las siguientes:
-Asumir la situación humana en su objetividad e integridad.
-Señalar directrices claras en los valores y derechos fundamentales
del hombre.
-Respetar las diversas opciones y opiniones técnicas sin exclusivismos
ni exclusiones.
-Buscar la luz definitiva y plena en el mensaje evangélico.
-Armonizar la cercanía e inmanencia con la trascendencia y valores
del más allá.
-Denunciar el error y el mal (pecado) respetando las personas,
venciendo el mal con el bien (+Rom 8,21).
-Ejercitar las virtudes del diálogo evangelizador: escucha, aprecio,
purificación, llevar a la plenitud de Cristo.
-Para acercarse a los pobres, hay que tener un corazón pobre (por la
contemplación de la palabra) y vivir vida pobre.
El sacerdote debe hacerse disponible para guiar a cada persona y a
cada comunidad eclesial por un proceso de perfección, que equivale a
ir pensando como Cristo (fe), valorando las cosas como él (esperanza)
y amando como él (caridad). Por esto la dirección espiritual (aparte de
ser un medio para la propia perfección) es un aspecto del ministerio
sacerdotal. La liberación integral de la persona y de la comunidad es
un proceso de conversión (cambio profundo de mentalidad) y de
bautismo (configuración con Cristo), hasta llegar, con los dones del
Espíritu Santo, a la actitud permanente de reaccionar amando
(bienaventuranzas).
Una pastoral liberadora y misionera tiene estas características de
cercanía y trascendencia (+Jn 1,14; 13,1).
Guía pastoral
-Reflexión bíblica
-El testimonio evangelizador de los Apóstoles: Act 2,32 (Pedro); 2Cor 5,14
(Pablo); 1Jn 1,1ss (Juan).
-Del encuentro con Cristo, a la misión: Mc 3,14; Lc 6,13; Jn 20,21.
-El anuncio, la presencialización y la comunicación del misterio pascual de
Cristo: 1Cor 11,23-24.
-Aprender a ser pan comido a partir de la eucaristía: Jn 6,35ss.48ss.
-La actitud oracional del Buen Pastor: Lc 6,12; Mt 11,25-26; Lc 22,42; Rom 8,34;
Herb 7,25.
-Ungidos y enviados como Cristo para evangelizar a los pobres: Lc 4,18; Mt
11,5.
-Estudio personal y revisión de vida en grupo
-Cómo relacionar armónicamente los ministerios proféticos, cultuales y de
dirección o servicio (PO 4-6).
-Armonía entre la vida espiritual y la acción apostólica: el ministerio como fuente
de santificación (PO 12-14).
-Contenidos de la predicación y especialmente de la homilía (PO 4; SC 35,52; EN
43).
-Delinear la ascética o espiritualidad del predicador del evangelio (LG 41; PO
4,13).
-La eucaristía como presencia, sacrificio, comunión y misión (PO 5; SC 47).
-Dimensión eucarística de la espiritualidad sacerdotal (PO 5,18).
-Los sacramentos en la pedagogía de la fe y del compromiso cristiano (SC 59; PO
5).
-El ministerio de prolongar la oración con Cristo y de guiar a personas y
comunidades en la oración (SC 83 86,90; Puebla 693-694).
-La opción preferencial por los pobres (Puebla 670,1128-1165).
V. Ser signo transparente del Buen Pastor
1.-Signo del Buen Pastor
El testimonio de caridad pastoral, que es parte integrante de la
evangelización, supone relación personal con Cristo, seguimiento e
imitación de sus actitudes de Buen Pastor.
Cristo eligió a los Apóstoles para prolongar en ellos de modo
peculiar su realidad sacerdotal: «He sido glorificado en ellos» (Jn
17,10), su olor (2Cor 2,15), su testigo (Jn 15,27; Act 1,8).
Bajo esta idea y realidad de signo y en relación a la sacramentalidad
de la Iglesia, se podría resumir el decreto conciliar Presbyterorum
Ordinis diciendo que el sacerdote ministro es:
-Signo de Cristo Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor, en cuanto que
participa de su misma consagración y misión para actuar en su
nombre (PO 1-3).
-Signo de su palabra, sacrificio, acción salvífica y pastoreo, en
equilibrio de funciones (PO 4-6).
-Signo de comunión eclesial con el obispo (PO 7), con los otros
sacerdotes (PO 8), con todo el Pueblo de Dios (PO 9).
-Signo de caridad universal y «máximo testimonio del amor» (PO
10-11).
-Signo viviente de sintonía con los sentimientos y actitudes del Buen
Pastor, como su «instrumento vivo» (PO 12-14).
-Signo de sus virtudes (obediencia, castidad, pobreza) como
concretización de la caridad pastoral (PO 15-17).
-Signo potenciado constantemente por los medios comunes y
peculiares de santificación y de acción pastoral (PO 18-21).
Esta realidad de signo es ontológica (como participación en el ser
de Cristo), relacional y vivencial (como trato personal, seguimiento
e imitación). Ser «instrumento vivo de Cristo» (PO 12) indica una
eficacia y una transparencia, de modo parecido a cómo toda la
Iglesia es sacramento, es decir, signo transparente y portador de
Crito.
2.-La caridad pastoral
“El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo… El contenido esencial de la caridad pastoral es la donación de sí, la total donación de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y a su imagen… Esta misma caridad pastoral constituye el principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples y diversas actividades del sacerdote” (PDV 23).
La caridad del Buen Pastor (+cap. 2,2) es el punto de referencia de
toda la espiritualidad sacerdotal (+LG 41). Es caridad que mira a los
intereses o gloria de Dios (línea vertical o ascendente) y a los
problemas de los hombres (línea horizontal). El equilibrio de estas
dos líneas se encuentra en la misión y en la actitud de dar la vida
(línea misionera). Para el sacerdote ministro esta caridad es un don
de Dios (línea descendente). Son líneas que abarcan tanto la vida
como el ministerio sacerdotal:
-Línea esponsal de compartir la vida con Cristo.
-Línea pascual: pasar con Cristo a la hora del Padre o a sus
designios de salvación a través del ofrecimiento de sí mismo.
-Línea totalizante de generosidad evangélica: seguimiento radical.
-Línea de misión universal: disponibilidad misionera.
-Línea de audacia y perseverancia, de cruz y martirio, «aunque
amando más, sea menos amado» (2Cor 12,15).
Ejercer los ministerios «en el Espíritu de Cristo» (PO 13) equivale a
vivirlos en sintonía con la caridad del Buen Pastor:
-En el ministerio de la Palabra: predicar el mensaje tal como es,
todo entero, a todos los hombres, al hombre en su situación
concreta, sin buscarse a sí mismo.
-En la celebración eucarística: vivir la realidad de ser signo de
Cristo en cuanto a Sacerdote y Víctima por la redención de todos.
-En el ministerio de los signos sacramentales: celebrarlos en sintonía
con la presencia activa y salvífica de Cristo, que se hace encontradizo
con los creyentes en él.
-En toda la acción apostólica: haciendo realidad en la propia vida la
sed y el celo pastoral de Cristo.
3.-La fisonomía y virtudes concretas del Buen Pastor
La vida de los Apóstoles se concreta en el seguimiento evangélico de
Cristo para ser fieles a su misión. Es vida de caridad pastoral como
signo transparente de la vida del Buen Pastor. Cristo hizo de la vida
una donación total según los designios salvíficos del Padre en el amor
del Espíritu Santo: dándose a sí mismo (pobreza), sin pertenecerse
(obediencia), como esposo o consorte de la vida de cada persona
humana (virginidad o castidad).
La vida apostólica o vida evangélica de los Apóstoles sigue siendo
una urgencia para todos sus sucesores (los obispos) e inmediatos
colaboradores (los presbíteros). Sus elementos esenciales son:
-Generosidad evangélica para el seguimiento del Buen Pastor e
imitación de sus virtudes (obediencia, castidad, pobreza),
-disponibilidad misionera como prolongación de la misión de Cristo
(+cap.6),
-fraternidad sacerdotal para ayudarse en la generosidad evangélica
y en la disponibilidad misionera (+cap.7).
Las virtudes concretas delinean la fisonomía del Buen Pastor y
enraízan en la caridad pastoral. Se trata de ordenar las tendencias
más hondas del corazón humano según el amor (ordo amoris:
I-II,62,a.2):
-Ordenar la tendencia a desarrollar la propia libertad y voluntad:
siguiendo los designios salvíficos de Dios Amor sobre la humanidad
(obediencia).
-Ordenar la tendencia a la amistad, intimidad y fecundidad:
compartiendo esponsalmente con Cristo la historia humana (castidad
o virginidad).
-Ordenar la tendencia a apoyarse en las criaturas: apreciándolas
como dones de Dios, para tender al mismo Dios y compartir los
bienes de los hermanos (pobreza).
La obediencia que deriva de la caridad pastoral es parte integrante
de la acción ministerial. Los designios salvíficos de Dios Amor se
manifiestan a través de los signos pobres del hermano, de los
acontecimientos y de las luces e inspiraciones del Espíritu Santo.
Entre estos signos hay que destacar, como «principio de unidad» (LG
23), el servicio de presidencia por parte de la Jerarquía y, en
concreto, del obispo (+Ef 2,19-20).
La obediencia evangélica se concreta en la audacia de una santa
libertad de diálogo sincero que es garantía de docilidad incondicional
(PO 15).
La castidad o virginidad (llamada también celibato) es «signo y
estímulo de la caridad pastoral y fuente de fecundidad espiritual en el
mundo» (PO 16; +LG 42). La castidad virginal tiene, pues, estas
dimensiones:
-Dimensión cristológica: amistad profunda con Cristo, a partir de
una declaración de amor y de una entrega esponsal a su obra
salvífica.
-Dimensión eclesial: ser signo del amor esponsal entre Cristo y su
Iglesia, sirviendo y amando a la Iglesia como Cristo la amó y sirvió.
-Dimensión antropológica: de perfección cristiana de la
personalidad por un proceso de donación que es relación profunda
con Cristo y fecundidad apostólica.
-Dimensión escatológica: como signo y anticipo de un encuentro
final con Cristo, «al servicio de la nueva humanidad que Cristo,
vencedor de la muerte, suscita por su Espíritu en el mundo» (PO 16).
El sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo Esposo de la Iglesia… Por tanto, está llamado a revivir en su vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia esposa. Su vida debe estar iluminada y orientada también por este rasgo esponsal, que le pide ser testigo del amor de Cristo como Esposo y, por eso, ser capaz de amar a la gente con un corazón nuevo, grande y puro” (PDV 22).
La pobreza evangélica de la vida apostólica (o vida de los doce
Apóstoles) es una expresión necesaria de la caridad pastoral: darse
como Cristo. El Señor amó así: «El Hijo del hombre no tiene donde
reclinar la cabeza» (Mt 8,20). La pobreza ministerial, a la luz de la
caridad pastoral, encuentra unas pautas de aplicación en la doctrina
y disposiciones de la Iglesia durante la historia, como herencia
recibida de la tradición apostólica (apostolica vivendi forma):
-Vivir del propio trabajo pastoral.
-Disponer de los bienes que provienen de este trabajo, con una
moderación de vida, limosna, compartir con los hermanos del
Presbiterio y con la comunidad eclesial.
-Devolver a la comunidad y a los pobres lo que no se necesita para
una vida verdaderamente sacerdotal (+Mt 10,8-11; PO 17; can.
282,387).
4.-Santidad y líneas de espiritualidad sacerdotal
Del ser y de la función sacerdotal deriva una exigencia y una
posibilidad de santidad, que se concreta en la caridad pastoral.
Esta santidad es, pues, vivencia de lo que el sacerdote es y hace. Es
siempre fidelidad a la acción del Espíritu Santo (cap.3, n.4). Las
líneas o rasgos de la fisonomía espiritual y pastoral del sacerdote se
encuentran en los textos bíblicos sobre la vida apostólica y se pueden
concretar según las directrices conciliares del Vaticano II:
-Actitud de servicio (PO 1,4-6).
-Consagración para la misión (PO 2-3).
-Comunión de Iglesia (PO 7-9).
-Esperanza y gozo pascual (PO 10).
-Transparencia e instrumento vivo de Cristo Sacerdote y Buen
Pastor (PO 12).
-Santidad en el ejercicio del ministerio y «ascética propia del pastor
de almas» (PO 13-14).
-Caridad pastoral concretizada en obediencia, castidad y pobreza
(PO 15-17).
-Uso de los medios comunes y específicos de santificación y
apostolado (PO 18-22).
La santidad sacerdotal, como se ha dicho continuamente, enraíza en
la espiritualidad cristiana. Las virtudes humano-cristianas pasan a
ser sacerdotales cuando se expresan en la caridad pastoral:
-La capacidad de tener y emitir un criterio o una convicción y modo
de pensar, se ilumina con la fe.
-La capacidad de valorar las cosas se potencia y equilibra con la
esperanza para sentir y apreciar los valores según la escala de
valores del Buen Pastor.
-La capacidad de tomar decisiones se enriquece con la caridad
para amar y actuar como Cristo Sacerdote.
VI. Sacerdotes al servicio de la Iglesia particular y universal
1.-En la Iglesia fundada y amada por Jesús
La espiritualidad específica del sacerdote minitro arranca de la
caridad pastoral y se concreta en el servicio a la Iglesia particular o
local (diócesis) y a la Iglesia universal.
La Iglesia es una comunidad de creyentes en Cristo convocada
(ecclesía) por su palabra y su presencia salvífica.
Cristo mismo ha escogido los signos de su presencia activa de
resucitado a través del tiempo y del espacio (Mc 16,15; Mt 28,29; Jn
20,21-23). Estos signos son personas (vocaciones) y servicios
(ministerios).
Un signo fuerte de unidad, como quien «preside la caridad universal»
(San Ignacio de Antioquía) es Pedro y sus sucesores (Mt 16,18). En
las diversas Iglesias particulares este principio de unidad lo constituyen
los Apóstoles y sus sucesores los obispos (ayudados por sus
presbíteros), siempre apoyados en Cristo «la piedra angular» (Ef 2,20)
representada por Pedro.
El sacerdote ministro es servidor de esta Iglesia, a la que sirve sin
servirse de ella. «Mirad por vosotros y por todo el rebaño sobre el cual
el Espíritu Santo os ha constituido vigilantes para apacentar la Iglesia de
Dios, que él adquirió con su sangre» (Act 20,28).
El sacerdote, como signo personal de Cristo, es servidor y parte
integrante de esta sacramentalidad: prolonga a la Iglesia y en el mundo
la palabra, el sacrificio y el pastoreo o realeza de Cristo.
Esta realidad eclesial se expresa a través de diversos títulos bíblicos
(+LG 6-7); los principales son los siguientes:
-Cuerpo (místico) de Cristo: como expresión suya (1Cor 12,26-27),
que crece de modo permanente y armónico (Col 2,19; Ef 5,23;
4,4-6.15), teniendo al mismo Cristo por Cabeza (Ef 1,22; 5,23-24;
Col 1,18).
-Pueblo de Dios: como propiedad esponsal, pueblo adquirido (1Pe
2,9) y comprado con la sangre de Cristo (Act 20,28), signo levantado
ante las naciones (Is 11,12; +SC 2; LG II).
-Reino de Cristo y de Dios: como inicio del Reino definitivo, que será
realidad plena en el más allá (Mc 4,26; Mt 12,18; Jn 18,36). «La
Iglesia es el Reino de Cristo» (LG 3), «ya constituye en la tierra el
germen y principio de este Reino» (LG 5), a modo de fermento (Mt
13,33), que está ya dentro del mundo (Mc 1,15), hasta que «Dios sea
todo en todas las cosas» (1Cor 15,27-28).
-Sacramento o misterio: como signo transparente y portador de los
planes salvíficos de Dios (Ef 1,3-9; 1Tim 3,16). La Iglesia, anunciando
y comunicando el misterio de Cristo (Ef 3,9-10; 5,32), se realiza como
«sacramento universal de salvación» (LG 48; AG 1; +LG 2,9,15,39).
-Esposa de Cristo: como consorte suya (Ef 5,25-32), fiel (2Cor 11,2),
que le pertenece totalmente (Rom 7,2-4; 1Cor 6,19). El deposorio de
Cristo con la Iglesia se basa en la alianza nueva (Lc 22,19-20), que la
hace solidaria del amor de Cristo a toda la humanidad.
-Madre: como instrumento de vida nueva en Cristo (Gal 4,19.26). El
servicio sacerdotal está relacionado con la maternidad de la Iglesia (PO
6; LG 6,14; 64-65; SC 85,122; GS 44). De esta maternidad, María es
Tipo o figura (Apoc 12,1; Jn 19,25-27; LG 63-65).
El sacerdote ministro, sirve, pues a esta Iglesia fundada y amada por
Jesús, como prolongación o complemento suyo: misterio (signo de su
presencia), comunión (imagen de Dios Amor), misión (portadora de
Crito para todos los pueblos). Así la Iglesia se hace constructora de la
comunión universal.
2.-El sacerdote ministro en la Iglesia particular o local
“Como toda vida espiritual auténticamente cristiana, también la del sacerdote posee una esencial e irrenunciable dimensión eclesial… En esta perspectiva es necesario considerar como valor espiritual del presbítero su pertenencia y su dedicación a la Iglesia particular…
En este sentido la «incardinación» no se agota en un vínculo puramente jurídico, sino que comporta también una serie de actitudes y de opciones espirituales y pastorales, que contribuyen a dar una fisonomía específica a la figura vocacional del presbítero” (PDV 31).
El servicio eclesial del sacerdote ministro se concreta necesariamente
en una comunidad o Iglesia (particular, local, diócesis), presidida por un
obispo o sucesor de los Apóstoles.
La Iglesia se concretiza o acontece allí donde se predica la palabra y se
celebra la eucaristía en relación con el obispo como garante de la
tradición apostólica. Es el obispo, en comunión con el Papa y con los
demás obispos, quien garantiza el entroque con esta tradición
(+cap.7,1).
Toda realidad de Iglesia y especialmente la Iglesia particular o local
(diócesis) es familia y empresa, pero prevalece el tono familiar (+CD
28) precisamente para garantizar la eficacia evangélica de la empresa
apostólica.
La diócesis o Iglesia particular dice relación estrecha de comunión con
toda la Iglesia, porque:
-es imagen y expresión, presencia y actuación (concretización) de la
Iglesia universal,
-enraíza en la sucesión apostólica por medio del propio obispo en
comunión con el sucesor de Pedro y la colegialidad episcopal, no
como algo venido de fuera, sino como parte integrante de la vida de la
misma Iglesia particular,
-es signo transparente y portador de la salvación en Cristo para toda
la comunidad humana,
-es portadora de carismas especiales del Espíritu Santo para el bien
de la Iglesia universal y de toda la humanidad (+LG 13,23,26; CD 11;
AG 6,19,22; OE 2).
Todos los sacerdotes ministros están al servicio de estas Iglesias
particulares, sin perder el universalismo, para garantizar, custodiar y
aumentar un tesoro de gracias que es para el bien de la Iglesia
universal. Ser sacerdote diocesano comporta una sensibilidad eclesial
responsable respecto a una herencia apostólica recibida, que aumenta
continuamente para el bien de toda la Iglesia (+LG 13 y 23).
Precisamente por este servicio más estable, que garantice una respuesta
armónica y satisfactoria de la comunidad, la Iglesia establece la
incardinación en la diócesis para aquellos presbíteros que deberán
colaborar más estrechamente y de modo más estable con el obispo,
incluso en plan de dependencia respecto a la espiritualidad específica.
La incardinación es un hecho de gracia y, por tanto, una fuente de
armonía y de compromiso ministerial para que el sacerdote se realice
en el aquí y ahora de la Iglesia particular presidida por un sucesor de
los Apóstoles. Será, pues, un punto de referencia para encontrar la
espiritualidad específica del sacerdote diocesano secular dentro de su
Presbiterio, teniendo en cuenta también la diocesaneidad de los
sacerdotes religiosos (PO 8,10; LG 28; CD 28).
3.-Al servicio de la Iglesia universal misionera
La naturaleza del sacerdocio ministerial es estrictamente misionera. «El
don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los
prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y
amplísima de salvación hasta lo último de la tierra (Act 1,8)» (PO 10).
Los sucesores de los Apóstoles y sus inmediatos colaboradores en la
Iglesia local,continúan el encargo misionero universalista confiado por
Cristo. «Todos los obispos en comunión jerárquica participan de la
solicitud por la Iglesia universal» (CD 5). Ser cooperador del obispo
supone compartir con él su responsabilidad misionera (CD 6; +LG 23).
Esta disponibilidad misionera sacerdotal debe llegar a ser realidad
constatable en la programación apostólica de la diócesis y del
Presbiterio:
-por la naturaleza misionera de la Iglesia particular,
-por la participación en el mismo sacerdocio y en la misma misión de
Cristo,
-por la estrecha colaboración con el carisma episcopal y con su
responsabilidad misionera universal.
La responsabilidad misionera efectiva será una señal y un fruto
espontáneo de la vitalidad espiritual y apostólica del Presbiterio y de la
Iglesia local.
Esta dimensión misionera del sacerdocio se concretará en hacer
misionera a toda la comunidad (vocaciones, ministerios, carismas), en
una perspectiva de Iglesia sin fronteras. Al mismo tiempo, una recta
distribución de los efectivos y medios apostólicos será expresión de
la vitalidad y madurez de la Iglesia local y hará posible una
colaboración digna de Iglesias hermanas, no dando sólo lo que sobra,
sino compartiendo el mismo caminar misionero universal (+CD 22-23;
AG 39).
La caridad pastoral (+cap.5) tiene, pues, esta derivación misionera sin
fronteras. La disponibilidad misma no es una añadidura opcional, sino
una parte integrante de la vocación y de la vida sacerdotal. No sería
posible la puesta en práctica de esta derivación misionera del
sacerdote, si no se viviera la generosidad evangélica del seguimiento de
Cristo Buen Pastor (+cap.5).
4.-Sentido y amor de Iglesia
La sintonía del sacerdote con Cristo se convierte espontáneamente en
amor a la Iglesia: «amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo en sacrificio
por ella» (Ef 5,25).
De este amor y fidelidad deriva el sentido de comunión con la Iglesia
(PO 15), expresada en comunión con el propio obispo (PO 7), con los
demás presbíteros (PO 7-8) y con toda la comunidad eclesial (PO 9).
La espiritualidad sacerdotal, precisamente por enraizar en la caridad del
Buen Pastor, es espiritualidad de Iglesia. «El Orden es una gracia para
los demás... y se les ha dado para la edificación de la Iglesia» (Santo
Tomas, Contra Gentes,IV,74). Ya desde el inicio de la formación
sacerdotal, los candidatos deben formarse «en el misterio de la Iglesia»
(OT 9). «La fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la
Iglesia» (PO 14).
La espiritualidad sacerdotal dice relación estrecha a la maternidad de la
Iglesia. Esta se concretiza principalmente a través de los ministerios
ejercidos por el sacerdote (PO 6). Una de las señales de fidelidad a la
vocación sacerdotal es el sentido y amor de Iglesia (+OT 9; PO 15).
El sentido y amor de Iglesia se convierte en celo apostólico de llevar a
cada persona y a toda la comunidad eclesial por el camino de
perfección que es desposorio con Cristo (2Cor 11,2). Sufrir por la
Iglesia forma parte del amor a Cristo que se prolonga en ella. Sentido
y amor de Iglesia es, pues:
-Mirarla con los ojos de la fe y con los sentimientos de Cristo.
-Apreciarla en sus personas y signos eclesiales, carisma, vocaciones y
ministerios.
-Amarla incondicionalmente, con espíritu de donación, por ser
prolongación de Cristo bajo signos pobres.
El sentido y amor de Iglesia ayuda a leer la vida de Cristo y su mensaje
prolongado ahora en la misma Iglesia por medio de la Escritura,
Tradición, magisterio, liturgia, comunidad, santos, personas fieles y que
sufren con amor,...
Guía pastoral
-Reflexión bíblica
-Amar a la Iglesia como Cristo la amó: Ef 5,25-27; Act 20,18; Mt 16,18.
-Conocer y servir a la Iglesia como Pablo: 1Tim 3,15; Col 1,24; 2Cor 11,28; Ef
1,23; Gál 4,19.
-La vivencia de ser Iglesia complemento o prolongación de Cristo (Ef 1,23): su
Cuerpo (1Cor 12,26-27; Col 1,18; 2,19; Ef 1,22; 5,23), Pueblo de Dios (1Pe 2,9),
Reino (Mc 1,15; 4,26; Mt 12,18), sacramento o misterio (Ef 3,9-10), esposa (2Cor
11,2; Ef 5,25ss), madre (Gal 4,26), que tiene a María como Madre y Tipo (Jn
19,25-27; Apoc 12,1).
-Estudio personal
y revisión de vida en grupo
-Actitud de fe y de amor hacia la Iglesia fundada y amada por Jesús (LG I; PO 15;
SC 5; OT 9; Puebla 222-231).
-Servir a la Iglesia sin servirse de ella (AG 16; PO 14).
-Ser y sentirse Iglesia misterio, comunión y misión (LG 1-17).
-La Iglesia insertada en el mundo (GS 40-44).
-Cómo vivir la pertenencia a la Iglesia particular (diócesis) concretización de la
Iglesia universal y heredera de carismas especiales para el bien de toda la Iglesia
(CD 11,28; LG 13,23,26; UR 15).
-Vivir la incardinación (o servicio permanente) como hecho de gracia y como
responsabilidad misionera (PO 10; LG 28; CD 28).
-Al servicio de la Iglesia universal misionera (AG 19-20,38-39; PO 10; LG 28; CD
6; Puebla 224,368).
VII. Espiritualidad sacerdotal en el presbiterio
1.-Obispo, presbíteros y diáconos al servicio de la
comunidad eclesial
Los sacerdotes de la Iglesia particular forman una colegialidad
ministerial que tiene como punto de convergencia al obispo y al Papa
con el colegio episcopal.
El servicio ministerial en la Iglesia particular es ejercido por:
-el obispo, como padre y cabeza de su Presbiterio y de la Iglesia
diocesana,
-los presbíteros, como necesarios colaboradores y consejeros de los
obispos,
-los diáconos, como servidores cualificados en el campo de la palabra,
de la eucaristía y de la caridad.
2.-En la comunidad sacerdotal del Presbiterio
La unidad comunitaria del Presbiterio es una exigencia de los carismas
(carácter y gracia sacramentales) recibidos en la ordenación sacerdotal.
Al mismo tiempo es una concretización de la sacramentalidad de la
Iglesia. Es, pues, una «fraternidad sacramental» (PO 8), como signo
eficaz eclesial y sacramental.
La unidad vital del Presbiterio se demuestra en la responsabilidad
mutua de todos los componentes del mismo respecto a la vida
espiritual, pastoral, cultural, económica y personal (LG 28).
La «renovación interna de la Iglesia en sus propósitos pastorales y en la
difusión del evangelio en todo el mundo» (PO 12), dependerá, en gran
parte, de la renovación espiritual y pastoral de los Presbiterios
diocesanos. Esta renovación depende de la puesta en práctica de una
ayuda mutua según las indicaciones del Presbyterorum Ordini 8:
-oración mutua, como de quienes trabajan y viven en la misma familia,
-relación interpersonal y colaboración por encima del estado de vida
(religioso o secular) y de la diversidad de ministerios,
-ayuda mutua en todos los campos (espiritual, pastoral, cultural,
material), especialmente en los momentos de necesidad y dificultad,
-experiencias de vida comunitaria y de asociación o de grupo.
“Dentro de la comunión eclesial, el sacerdote está llamado de modo particular, mediante su formación permanente, a crecer en y con el propio presbiterio unido al Obispo. El presbiterio en su verdad plena es un mysterium: es una realidad sobrenatural, porque tiene su raíz en el sacramento del Orden. Es su fuente, su origen; es el «lugar» de su nacimiento y de su crecimiento… Este origen sacramental se refleja y se prolonga en el ejercicio del ministerio presbiteral: del mysterium al ministerium… La fisonomía del presbiterio es, por tanto, la de una verdadera familia, cuyos vínculos no provienen de carne y sangre, sino de la gracia del Orden” (PDV 74).
3.-Espiritualidad del clero diocesano
La espiritualidad específica del clero diocesano es la misma
espiritualidad sacerdotal matizada de gracias o carismas
especiales. Ser signo ministerial del Buen Pastor en una Iglesia
particular o diócesis, se concreta en la caridad pastoral matizada
por:
-la pertenencia a la Iglesia diocesana por medio de la
incardinación o compromiso de servicio (que incluye
corresponsabilidad en la misión universal),
-el hecho de formar parte del Presbiterio de modo estable,
-la dependencia del carisma episcopal en cuanto a la pastoral y
en cuanto a la espiritualidad,
-ser principio de unidad (en unión con el obispo) respecto a los
carismas, vocaciones y ministerios existentes en la comunidad
eclesial,
-ayudar a la comunidad a encontrar sus raíces apostólicas e
históricas en relación con el obispo que la preside como sucesor
de los Apóstoles (+LG 28; CD 28; PO 7-8).
Todo sacerdote que sirve de modo más o menos permanente en
una diócesis, tiene de alguna manera estos matices de
espiritualidad sacerdotal.
4.-La construcción de la vida apostólica en el
Presbiterio
“Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas” (PDV 79).
Si la vida apostólica significa el seguimiento de Cristo al estilo de los
Apóstoles, es el obispo de cada Iglesia particular, como sucesor de los
Apóstoles, con su Presbiterio, quien tiene que presentar ante la Iglesia
esta forma de vida evangélica (apostolica vivendi forma).
El Presbiterio debe estructurarse de modo que pueda ofrecer a todos
sus componentes (obispo, presbíteros y al menos los diáconos
llamados al celibato), posibilidades y medios de vivir el seguimiento
evangélico y la vida comunitaria para una mayor disponibilidad
misionera.
Hay que partir de la realidad en que trabaja y vive el clero diocesano.
La vida comunitaria y de equipo del sacerdote es siempre posible si
se trata de:
-encuentro periódico,
-para compartir la vida y el ministerio,
-y para ayudarse mutuamente en todos los aspectos: vida espiritual,
pastoral, cultural, económica, personal...
Las posibilidades de este encuentro comunitario se basan en la misma
realidad del sacerdote diocesano:
-posibilidad geográfica: por arciprestazgos (decanatos), vicarías,
parroquias, sectores, etc.,
-posibilidad funcional: por ejercicio ministerial común (enseñanza,
movimientos apostólicos, capellanías, etc.),
-posibilidad de afinidad: por amistad, edad, ordenación, pertenencia a
una institución, etc.
La vida interna del grupo al que se pertenece (geográfico, funcional, de
afinidad, etc.) debe concretarse en el campo de la espiritualidad,
como se concreta en la pastoral, cultura, economía y de problemas
personales. Se trata, pues, de ayudarse en las exigencias de la
vocación sacerdotal, y de modo particular en:
-la vida de oración como encuentro con Cristo y como ministerio,
-el seguimiento evangélico de Cristo aplicado a las virtudes del Buen
pastor,
-la disponibilidad misionera para cualquier cargo de la Iglesia
particular y cualquier necesidad de la Iglesia universal.
Guía pastoral
-Reflexión bíblica
-Llamados y enviados, como grupo apostólico, para seguir y anunciar a Cristo:
Mc 3,13-14; Lc 10,1.
-La unidad sacerdotal querida y pedida por Jesús, como signo eficaz de
santificación y evangelización: Jn 17,21-23.
-La gracia sacerdotal en relación al Presbiterio: 1Tim 4,14.
-Enraizarse en el fundamento de los Apóstoles por medio de los obispos: Ef 2,20.
-La vida apostólica en el Presbiterio: fraternidad (Lc 10,1; Act 1,14) para el
seguimiento evangélico (Mt 4,19; 19,27) y la disponibilidad misionera (Act 1,1-8;
Mt 28,19-20).
-Revisión de vida como examen de caridad pastoral: Jn 21,15ss.
-Estudio personal
y revisión de vida en grupo
-Obispos, presbíteros y diáconos, un signo colectivo del Buen Pastor (LG 28-29).
-La vida espiritual del sacerdote en relación al carisma episcopal (CD 15-16; PO
7).
-Los pasos hacia la fraternidad sacramental del Presbiterio (PO 8; LG 28; CD 28;
Puebla 603,690).
-Posibilidad y experiencias de vida en grupo (PO 7,8,10,17; CD 30; OT 17; Puebla
705; Medellín XI,25).
-Valorar los elementos esenciales de la espiritualidad específica del clero
diocesano: caridad pastoral en relación al obispo, al Presbiterio y a la Iglesia
particular (PO 13; LG 28; CD 28,30; PO 7-9).
-Revisión de vida sobre los ministerios (PO 4-6) y las virtudes del Buen Pastor
(PO 15-17).
VIII. Vocación y formación sacerdotal
El Señor continúa llamado a participar en su ser, en su misión y en su
vida sacerdotal por medio de la Iglesia. La vocación sigue siendo un
don suyo (Mc 3,13) y una iniciativa suya: «Yo os he elegido» (Jn
15,16; +Jn 6,56).
La vocación sacerdotal llega a ser realidad efectiva y definitiva cuando
se recibe el sacramento del Orden.
La llamada de la Iglesia, durante el periodo de formación y, de modo
especial, en el momento de la ordenación (por medio del obispo), es un
factor constitutivo de la vocación sacerdotal y garantiza su existencia.
Puesto que Cristo llama a participar de modo especial en su ser y
misión sacerdotal para el servicio de la Iglesia y de la humanida entera,
la vocación sacerdotal es entrega incondicional para:
-ser signo transparente de la caridad del Buen Pastor,
-prolongarle en la acción evangelizadora,
-servir a la Iglesia particular y universal,
-formar parte de un Presbiterio cuya cabeza visible es un sucesor de los
Apóstoles.
Cristo llama a la vida sacerdotal invitando al llamado a una serie de
experiencias que marcarán profundamente toda su vida posterior:
-encuentro con Cristo, que se hace relación y amistad profunda (Jn
1,38-39; 15,14-15; Mc 10,38-39),
-seguimiento de Cristo para compartir la vida con él (Mt 4,19ss;
19,27),
-desprendimiento para ser signo de cómo ama él (Mc 10,21),
-pertenencia a la fraternidad del grupo apostólico (Lc 10,1; Jn
17,21-23),
-actitud de servicio a la comunidad eclesial (Mc 10,44-45; Jn
13,14-15).
2.-Señales de vocación sacerdotal
Las señales de vocación al sacerdocio se manifiestan de modo
objetivo-externo en la vida ordinaria (PO 11).
El discernimiento debe concretarse principalmente en analizar:
-la recta intención o motivaciones,
-la libertad de decisión,
-la idoneidad o cualidades.
La idoneidad vocacional consiste en un conjunto de cualidades que
corresponden a la vocación sacerdotal y al ejercicio del ministerio.
Estas cualidades son intelectuales (capacidad necesaria y relativa),
culturales (formación suficiente), humanas (salud física y psíquica),
morales (virtudes humanas, cristianas y sacerdotales).
En toda vocación sacerdotal, hay que ver si el posible vocacionado
se orienta hacia la oración de amistad con Cristo y de mediación
(intercesión), el sentido y amor a la Iglesia, el seguimiento radical
(evangélico) del Buen Pastor (pobreza, obediencia, castidad), espíritu
comunitario, disponibilidad.
Cuando se trata de un posible candidato al sacerdocio diocesano
(secular), hay que discernir (además de lo que hemos indicado para
todo sacerdote), si las cualidades se orientan hacia:
-la santificación en relación al ministerio y a la pastoral de conjunto,
-la vida comunitaria en el Presbiterio,
-el sentido de pertenencia permanente a la Iglesia particular,
-la dependencia afectiva y efectiva (también en la espiritualidad)
respecto al carisma episcopal.
3.-Formación sacerdotal inicial
La pastoral de las vocaciones sacerdotales tiene principalmente dos
etapas: una preliminar en la misma comunidad eclesial, y otra ya en el
Seminario o casa de formación.
La formación vocacional empieza en la familia, donde los padres
deben tener «cuidado de la vocación sagrada» (LG 11).
La pastoral vocacional se encuadra dentro de la pastoral de conjunto,
especialmente en relación a la pastoral juvenil, familiar y educativa.
Ya en el Seminario, los candidatos deben recibir una formación integral
de «verdaderos pastores de almas» (OT 4).
El enfoque pastoral de la formación para el sacerdocio abarca, pues,
todos los aspectos de la vida del Seminario:
-Espiritual: amistad con Cristo, a partir de la escucha y meditación de
la palabra y de la eucaristía, celebraciones litúrgicas, práctica de
virtudes cristianas, humanas y sacerdotales.
-Disciplinar o de convivencia: como vida de fraternidad y de familia;
«mediante la vida en común en el Seminario y los vínculos de amistad y
compenetración con los demás, deben prepararse para una unión
fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el
servicio de la Iglesia» (can.245, par.2).
-Intelectual y cultural: centrada en el conocimiento y la vivencia del
misterio de Cristo, que capacita para una recta inculturación en las
nuevas situaciones de la sociedad.
-Experiencias pastorales: según las posibilidades y etapas de
formación, y según el nivel profético, litúrgico y de servicios de
organización y caridad.
La personalidad humana, cristiana y sacerdotal es un desarrollo
armónico y progresivo de criterios, escala de valores y actitudes, de
suerte que el candidato aprenda a vivir en sintonía con el modo de
pensar, sentir y amar de Cristo Sacerdote y Buen Pastor.
4.-Formación sacerdotal permanente
La formación permanente del sacerdote corresponde a los diversos
períodos de la vida posterior a la ordenación sacerdotal. Hay que
abarcar armónicamente todos los aspectos de la formación
permanente, según las indicaciones conciliares y postconciliares:
-espiritualidad: doctrinal, práctica, asistencia personal, grupos de vida
espiritual,
-pastoral: metodología, grupos apostólicos por zonas o por funciones
pastorales,
-cultural: en todos los campos del saber eclesiástico y de interés para
el ministerio,
-económico: asistencia material, previsión social,
-personal: atención a las personas (relaciones personales), descanso,
celebraciones, dificultades, etc.
Será poco eficaz la formación permanente si no va acompañada de una
verdadera pastoral sacerdotal. El sacerdote necesita encontrarse en
espíritu de familia (no propiamente de empresa), dentro del
Presbiterio. Las ideas y métodos que puedan ofrecérsele recobran toda
su fuerza cuando llega a la persona en su misma circunstancia. Esto
reclama relaciones personales de confianza, de aliento, de convivencia
e incluso de compartir la vida con su propio obispo y con los demás
hermanos del Presbiterio.
5.-Medios comunes y peculiares de la espiritualidad
sacerdotal
No puede darse un proceso serio de vida espiritual sin poner los
medios concretos adecuados.
No sería exacto subrayar unos medios de espiritualidad en
contraposición a la acción ministerial. Los mismos ministerios son ya
medios privilegiados de santificación, a condición de que se ejerzan «en
el Espíritu de Cristo» (PO 13).
El concilio Vaticano II (PO 18; OT 8-12) señala algunos medios de
santificación que son comunes de toda vocación cristiana:
-lección divina, oración mental (meditación de la palabra),
-celebración eucarística, espíritu de sacrificio,
-«cotidiano diálogo con Cristo en la visita y culto especial de la
santísima Eucaristía»,
-frecuente celebración del sacramento de la reconciliación,
-examen diario de conciencia,
-retiro y Ejercicios espirituales,
-dirección espiritual,
-devoción filial a María Madre de Cristo Sacerdote.
Estos medios comunes se convierten en medios particulares para el
sacerdote cuando se relacionan más directamente con los ministerios.
Estos medios de espiritualidad recobran una fuerza especial cuando se
ponen en práctica en plan comunitario, especialmente en los encuentros
para intercambio de experiencias y ayuda mutua: retiros, oración
compartida, consejo espiritual, etc. Al mismo tiempo, estos medios
deben favorecer la comunión con el propio obispo y con los hermanos
sacerdotes y diáconos, como camino para construir la «fraternidad
sacramental» en el Presbiterio (PO 18).
Guía pastoral
-Reflexión bíblica
-Vocación, don y declaración de amor: Mc 3,13; 10,21; Jn 15,9-16; Ef 1,4.
-Vocación, fruto de la oración: Mt 9,38.
-La vocación como encuentro con Cristo: Jn 1,38-39; 15,14-15; Mc 10,38-39.
-La vocación como seguimiento: Mt 4,19ss; 19,27; Mc 10,21.
-La vocación para la misión: Mc 3,14; Jn 20,21.
-Vocación de fraternidad y de servicio en la comunidad eclesial: Lc 10,1; Jn
17,21-23; Mc 10,44-45; Jn 13,14-15.
-Estudio personal y revisión de vida en grupo
-Signos y discernimiento de la vocación: recta intención, libertad, idoneidad (PO
11; OT 2,6).
-Colaboradores en el fomento y formación: familia, comunidad eclesial,
educadores, el mismo llamado (OT 2).
-Medios concretos de espiritualidad: armonía con los ministerios (OT 19-21;
can.245-256; PO 18; can.276,1186; Puebla 693-694).
-Seminario, tarea de todos (OT 3-7; Puebla 869-880).
-Línea pastoral del Seminario (OT 4,19); Puebla 969ss; Medellín XIII, 4-6.
-Formación permanente, naturaleza y práctica (PO 7 y 19; OT 22; CD 16; SC 18;
can.244,248,252,279; Puebla 719-720).
-Organización y práctica de retiros y Ejercicios espirituales, experiencias,
dificultades y posibilidades (can.246; 276).
-Experiencias, dificultades y posibilidades de la dirección espiritual
(can.239,246).
IX. Espiritualidad mariana del sacerdote ministero
1.-La Madre de Cristo Sacerdote
Cuando el sacerdote ministro reflexiona y vive el tema mariano,
redescubre más profundamente el misterio de Cristo Sacerdote q
se prolonga en la Iglesia, del que el sacerdote participa de modo
especial.
María engendró, gestó y dió a luz a Jesucristo en toda su realidad de
Hijo de Dios, Cabeza de su Cuerpo Místico, Redentor, Sacerdote.
María es, pues, Madre de Dios, Madre de la Iglesia, asociada a Cristo
Redentor, Madre de Cristo Sacerdote. La maternidad en María dice
relación a Cristo en toda su realidad. Toda la vida de María es de
asociación a Cristo Sacerdote, Mediador, Redentor.
Esta unión de María a Cristo Sacerdote se expresa en diversos puntos
fundamentales:
-aceptación de los planes salvíficos del Padre en sintonia con el sí de
Cristo Sacerdote al Padre (+Heb 10,5-7; Lc 1,38),
-perseverancia en este sí durante toda la vida hasta el sacrificio de la
cruz,
-asociación a Cristo Sacerdote y Víctima, Mediador y Redentor,
-intercesión como mediación materna participada de la única
mediación de Cristo Sacerdote.
2.-La Madre de la Iglesia, Pueblo sacerdotal
La Iglesia es el pueblo sacerdotal (1Pe 2,5-9) porque en ella se
prolonga Cristo Sacerdote y porque toda ella participa de la realidad
sacerdotal del Señor (+cap.2,n.3). María es Tipo o personificación de
la Iglesia.
Si María es Madre y Tipo de la Iglesia, Pueblo Sacerdotal, lo es
también por su asociación maternal a Cristo Sacerdote. La realidad
sacerdotal de Cristo, que asocia a María, continúa en la Iglesia.
La Iglesia ejerce su función sacerdotal anunciando a Cristo (línea
profética), celebrando su sacrificio redentor y salvífico (línea cultual y
litúrgica), comunicándolo a los hombres (línea hodegética o de
dirección y servicio de caridad).
La función sacerdotal de la Iglesia tiene, pues, dimensión mariana:
-anunciar a Cristo nacido de María,
-presencializar a Cristo que asocia a María,
-comunicar la salvación de Cristo que quiso y sigue queriendo la
colaboración de María.
La Iglesia se hace más virgen y madre cuando en la «misión apostólica»
imita el «amor materno» de María (LG 65). Por esto:
-La Iglesia, al contemplar a María, entra más a fondo en el misterio
de la encarnación;
-anunciando y venerando a María, atrae a los creyentes a su Hijo;
-«en su labor apostólica, se fija con razón en aquella que engendró a
Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que
también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los
fieles» (LG 65).
3.-La Madre del sacerdote ministro
María ve en cada sacerdote un «Jesús viviente» (San Juan Eudes). La
realidad sacerdotal de la Iglesia, que es también realidad materna, se
actualiza principalmente por medio del ministerio de los sacerdotes. Es
maternidad ministerial, que encuentra en María su figura o Tipo.
María sigue asociada al sacrificio de Cristo que se hace presente en la
eucaristía por ministerio de los sacerdotes.
La relación de María con el sacerdote ministro se basa, pues, en una
realidad querida por Cristo:
-es Madre especial del sacerdote (realidad y amor),
-es modelo de su relación con Cristo y de su actuar apostólico,
-actúa como asociada a Cristo Sacerdote y Madre de la Iglesia.
Los santos sacerdotes de la historia (como San Juan de Avila, San Juan
Eudes, San Antonio Mª Claret...) han acentuado también el
paralelismo entre María y el sacerdote:
-por la vocación o elección especial,
-por la consagración a los planes salvíficos de Dios en Cristo,
-por la unión con Cristo Sacerdote y Víctima (en la cruz y en la
eucaristía),
-por la fidelidad a la acción y misión del Espíritu Santo,
-por el hecho de comunicar Cristo al mundo (instrumento de gracia).
4.-En la vida espiritual y en el ministerio sacerdotal
La espiritualidad sacerdotal es una vivencia del ministerio en el
Espíritu de Cristo (PO 13).
La gracia y el carácter sacramental del Orden urgen a vivir esta
realidad sacerdotal, que es eminentemente mariana, puesto que
María es parte integrante del misterio de Cristo anunciado,
presencializado (celebrado), comunicado y vivido por el sacerdote.
En la santificación propia y en la acción ministerial, la sintonía del
sacerdote con Cristo se expresará también con esta dimensión
mariana de:
-conocerla en el misterio de Cristo Sacerdote y de la Iglesia Pueblo
sacerdotal,
-amarla con actitud relacional imitada de Cristo, y con el gozo de ver a
María el mejor fruto de la redención,
-imitarla especialmente respecto a su asociación esponsal con Cristo,
a su contemplación de la palabra y a su fidelidad generosa a la
acción del Espíritu Santo,
-celebrarla en el contexto del misterio pascual de Cristo,
especialmente en la eucaristía, sacramentos, liturgia de las horas y año
litúrgico,
-invocarla pidiendo su intercesión para el camino de configuración con
Cristo Buen Pastor y para el proceso de evangelización.
La actitud espiritual del ministro debe ser, pues, de amor materno, del
que María es modelo para «todos aquellos que, en la misión de la
Iglesia cooperan a la regeneración de los hombres» (LG 65). Vivir los
ministerios «en el Espíritu de Cristo» (PO 13) incluye la imitación de la
actitud materna de María,asociada a Cristo Sacerdote y Redentor.
Según las enseñanzas del magisterio, la devoción mariana del sacerdote
se basa en:
-la relación del sacerdote con Cristo Sacerdote, que quiso nacer de
María y la quiso asociar a su obra redentora,
-la relación del sacerdote con la Iglesia Pueblo Sacerdotal, de la que
María es Madre y Tipo,
-la relación de María respecto a Cristo Sacerdote, a la Iglesia y al
sacerdote ministro, como objeto especial de su maternidad.
Guía pastoral
-Reflexión bíblica
-María la mujer asociada a Cristo Sacerdote y Redentor: Lc 2,35; Jn 2,4; 19,25ss.
-La oración sacerdotal de Cristo en el seno de María: Heb 10,4-7.
-María en el camino del Pueblo sacerdotal: Apoc 12,1.
-María Madre del sacerdote ministro: Jn 19,25-27 (+OT 8; PO 18).
-Actitud mariana de fidelidad, generosidad, contemplación y asociación a Cristo
Sacerdote: Lc 1,26-56; 2,19.51; Jn 19,25ss.
-Caridad pastoral y amor materno del apóstol a ejemplo de María: Gal 4,4-19; Jn
16,21ss.
-Estudio personal
y revisión de vida en grupo
¿Cómo vivir estos puntos básicos?:
-María Madre de Cristo Sacerdote (PO 18; OT 8).
-La asociación de María a la obra redentora de Cristo (LG 58).
-Figura de la Iglesia Pueblo sacerdotal (LG 63; SC 103).
-María modelo y ayuda de la Iglesia en la obra apostólica (LG 64-65; Puebla 268).
-Actitud y devoción mariana del sacerdote (PO 18; OT 8; can.246, par.3; can.276,
par.2,5º).
-Renovación sacerdotal en Cenáculo con María (AG 4; LG 59; PO 12).
-El ministerio sacerdotal en la realidad mariana de America Latina (Puebla
282-303).
X. La espiritualidad del sacerdote en el Vaticano II
1.-Espiritualidad sacerdotal, concilio y postconcilio
A más de veinticinco años de distancia, el concilio Vaticano II sigue
siendo, también para el tema de la espiritualidad sacerdotal, un
hecho de gracia. Este hecho invita a mayor fidelidad y profundización,
para construir la figura del sacerdote entre dos milenios y ante un
cambio cultural histórico, que urge a una nueva evangelización.
Un hecho de gracia tiene siempre unas coordenadas de espacio y de
tiempo. Hay que tener en cuenta una historia previa y una acción
posterior del Espíritu Santo. La figura del Buen Pastor, descrita por
los evangelios, vivida por los Apóstoles, explicada por los Santos
Padres, ha sido siempre el punto de referencia de la espiritualidad
sacerdotal. Los santos sacerdotes de la historia nos lo siguen
recordando. El magisterio y la doctrina teológica inmediatamente
antes del concilio Vaticano II, son exponentes, cada uno a su modo, de
esta misma gracia siempre renovada. El Vaticano II es un punto de
llegada y un punto de partida en la marcha de la Iglesia peregrina.
Durante estos años de postconcilio, la Iglesia ha seguido recibiendo
nuevas luces y gracias, para responder a problemas nuevos,
profundizando en las gracias anteriores. Los años del post-concilio
serán también para el futuro un hecho de gracia, en una evolución
armónica abierta al futuro. La llamada crisis sacerdotal de los años
sesenta, ha hecho profundizar en el tema y ha ayudado a tomar
conciencia de la necesidad de una espiritualidad sacerdotal que
supere dicotomías artificiales.
El Mensaje a los sacerdotes de Pablo VI (1968), así como su
encíclica Sacerdotalis coelibatus (1967), ofrece un abanico armónico
de dimensiones del tema sacerdotal: sagrada, apostólica, vivencial,
eclesial. El Sinodo Episcopal de 1971 ahonda en la espiritualidad
sacerdotal, para responder a la búsqueda de identidad del sacerdote,
de suerte que su vida sea un signo coherente del Buen Pastor en un
mundo que cambia.
El magisterio de Juan Pablo II, con sus cartas del Jueves Santo y
numerosos discursos sacerdotales (viajes, audiencias, ordenaciones,
visitas ad limina, etc.), presenta una espiritualidad sacerdotal que se
expresa en el gozo de ser sacerdote, en el seguimiento generoso de
Cristo Buen Pastor, en la fraternidad sacerdotal y en la disponibilidad
misionera local y universal.
El nuevo Código, si bien no presenta un apartado sobre la vida
sacerdotal en el Presbiterio, recoge prácticamente toda la doctrina
conciliar, para plasmarla en normas concretas.
La Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos de 1990 y la consecuente Exhortación Apostólica “Pastores dabo vobis” han constituido quizás el punto más alto de la reflexión de la Iglesia, después del Concilio Vaticano II, en torno al tema del sacerdocio. En 1994, la Congregación para el Clero publicó el Directorio para el Ministerio y Vida de los presbíteros, que también se ha convertido en un documento de referencia sobre la identidad, espiritualidad y formación sacerdotal.
A este directorio han seguido otros documentos del mismo dicasterio que han ido aportando nuevas luces y actualizando la reflexión sobre diversos aspectos: El presbítero ante el tercer milenio (1999); El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial (2002), La Eucaristía y el sacerdote (2003), entre otros.
El año sacerdotal (2009-2010), convocado por el Papa Benedicto XVI, está siendo no sólo ocasión de gracias y bendiciones de Dios para los sacerdotes y todo el pueblo de Dios, sino que también ofrece la oportunidad de continuar el camino de estudio y profundización sobre el misterio del sacerdocio del que Cristo ha querido hacer partícipes a los ministros elegidos.
Queda mucho por hacer. Pero, mientras tanto, la doctrina conciliar del
Vaticano II sigue siendo un punto de referencia obligada y un hecho de
gracia.
2.-El contenido de los documentos conciliares sobre la
espiritualidad sacerdotal
La espiritualidad o santidad sacerdotal queda descrita dentro del
contexto de la santidad cristiana (LG V,n.39-42). Todo miembro de
la Iglesia, Pueblo de Dios, forma parte de su sacramentalidad, como
transparencia e instrumento de Cristo (contexto de LG I-II).
Cada cristiano vive su espiritualidad según la propia vocación. Siempre
se trata de la caridad, a imitación de Cristo. En cuanto a los pastores y
más concretamente a los presbíteros, la espiritualidad queda
relacionada con los ministerios ejercidos con espíritu de servicio y en
la línea de la caridad pastoral. Esta caridad se practica «por el diario
desempeño de su oficio» (LG 41), como hicieron los santos sacerdotes
del pasado. Efectivamente, por medio de la vida y ministerio
sacerdotal, se llega a «una más alta santidad, alimentando y fomentando
su acción en la abundancia de la contemplación» (LG 41).
Se puede decir que el decreto Presbyterorum Ordinis describe la
espiritualidad sacerdotal en el capítulo III, titulado «la vida de los
presbíteros». En él se distinguen tres apartados. El primer apartado se
titula «vocación de los presbíteros a la perfección» (PO 12-14),
presentando unas líneas de fuerza que podrían concretarse en estas
afirmaciones literales: «instrumentos vivos de Cristo Sacerdote» (PO
12), «consagrados y enviados» (ibidem), «dóciles al Espíritu de Cristo»
(ibidem), «santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus
ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13), «movidos por la caridad
del Buen Pastor» (ibidem), «ascesis propia del pastor de almas»
(ibidem), «unidad de vida» (ibidem), «en el mismo ejercicio de la
caridad pastoral hallarán el vínculo de la perfección sacerdotal»
(ibidem), «hallarán la unidad de su propia vida en la unidad misma de la
misión de la Iglesia» (PO 14), etc.
El segundo apartado (cuyo título es: «peculiares exigencias espirituales
en la vida del presbítero») trata de las virtudes concretas del Buen
Pastor: humildad, obediencia, castidad y pobreza (PO 15-17). El
tercer apartado («recursos para la vida de los presbíteros») presenta
los medios de vida sacerdotal, empezando por la vida espiritual (PO
18-21).
En realidad, todo el decreto ofrece, ya desde el principio, una
espiritualidad sacerdotal en relación a Cristo Sacerdote y Buen
Pastor. El sacerdote ministro participa de modo especial en el ser
(consagración) y la misión de Cristo (cap.I), prolongando su acción
profética, cultual y real (cap.II). La función sacerdotal se ejerce en la
comunión y misión de la Iglesia.
En los primeros capítulos de Presbyterorum Ordinis, que subrayan el
ser y el obrar del sacerdote, podemos encontrar unas líneas de
espiritualidad en relación a la caridad del Buen Pastor y, por tanto, a
los ministerios ejercidos «en su nombre» y «en su Espíritu»: línea de
servicio (PO 1), armonía entre la «consagración y misión» (PO 2),
«consagrarse totalmente a la obra» apostólica (PO 3), virtudes
humano-cristianas (ibidem), espiritualidad y santidad en el ministerio de
la palabra (PO 4), de la eucaristía y de los sacramentos (PO 5), y en
el «servicio a la comunidad eclesial» (PO 6). Esta espiritualidad
sacerdotal debe concretarse en una línea de comunión con el obispo
(PO 7), con los demás presbíteros en la «fraternidad sacramental» del
Presbiterio (PO 8) y con los laicos (PO 9). Es también una
espiritualidad que se expresa en la «dimensión misionera» universal (PO
10-11).
Podemos resumir ya los contenidos de Presbyterorum Ordinis
respecto a la espiritualidad sacerdotal:
-Actitud de servicio (PO 1,4-6).
-Consagración para la misión (PO 2-3).
-Comunión de Iglesia (PO 7-9).
-Esperanza y gozo pascual (PO 10).
-Transparencia e instrumento vivo de Cristo Sacerdote y Buen Pastor
(PO 12).
-Santidad en el ejercicio del ministerio y «ascética propia del pastor de
almas» (PO 13-14).
-Caridad pastoral concretizada en obediencia, castidad y pobreza
(PO 15-17).
-Uso de los medios comunes y específicos de santificación y
apostolado (PO 18-22).
El servicio sacerdotal es para construir la comunidad en el amor. Es
«servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey» (PO 1), obrando en su
nombre como Cabeza de la comunidad (PO 2). No se buscan
privilegios y ventajas humanas, sino el ser signo de la donación
sacrificial o humillación (kenosis) de Cristo (Fil 2,7). «Conocer a las
ovejas ... es involucrar al propio ser, amar como quien vino no a ser
servido sino a servir» (Puebla 684; +Mt 20,25-28).
La consagración sacerdotal es participación de la consagración de
Cristo (PO 2), como pertenencia total a la misión recibida del Padre
(Lc 4,18; Jn 20,21). La misión se hace totalizante por la consagración:
«son segregados para consagrarse totalmente a la obra para la que el
Señor los llama» (PO 3).
El sentido de comunión eclesial es parte esencial de la espiritualidad
del sacerdote. «El ministerio sacerdotal, por el hecho de ser ministerio
de la Iglesia misma, sólo puede cumplirse en comunión jerárquica con
todo el Cuerpo» (PO 15). En el terreno práctico se traduce en unión
afectiva y efectiva con el propio obispo (PO 7), con los demás
sacerdotes del Presbiterio (PO 8) y con la comunidad eclesial a la cual
sirve (PO 9).
La disponibilidad para la misión universal es una exigencia del don
recibido en la ordenación, como participación en la misión universal de
Cristo (PO 10). Es «la solicitud por todas las Iglesias», al estilo de
Pablo (2Cor 11,28). Esta perspectiva universalista sanea la vida y el
ministerio sacerdotal, liberándolos de una problemática estéril y
enfermiza.
El tono de esperanza y de «gozo pascual» (PO 11) da a entender una
sana antropología de sentirse amado por Cristo y capacitado para
amarle y hacerle amar, hasta la caridad pastoral como «máximo
testimonio del amor» (PO 11). La alegría de pertenecer esponsalmente
a Cristo, es una nota característica de la evangelización como anuncio
de la buena (o gozosa) nueva de la resurrección de Cristo. Este tono
de gozo pascual es fuente de vocaciones sacerdotales.
Ser transparencia e «instrumento vivo de Cristo Sacerdote» (PO
12) corresponde a la razón de ser signo claro y portador de Cristo. La
relación personal con él se hace configuración, imitación y amistad
profunda, que transforma al apóstol en testigo: «nosotros somos
testigos» (Act 2,32).
La espiritualidad y santidad sacerdotal se realiza «ejerciendo los
ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13). Esa es la ascesis peculiar
de quien desempeña un oficio pastoral: «ascesis propia del pastor de
almas» (ibidem). Salvada la distinción entre momentos de oración,
acción, estudio, convivencia, descanso, etc., hay que mantener la
unidad de vida sin dicotomías (PO 14). A Cristo se le encuentra en los
diversos signos de Iglesia y del hermano.
La caridad pastoral se concreta en las virtudes y gestos de vida del
Buen Pastor: obediencia, castidad, pobreza (PO 15-17). Quien es
signo portador de la palabra, de la acción sacrificial y del pastoreo de
Cristo, lo es también de su modo de amar hasta dar la vida.
Los medios comunes y específicos de vida y ministerio sacerdotal
(PO 18-21) son necesarios para sintonizar con los «sentimientos de
Cristo» (Fil 2,5) y ser fiel a los carismas del Espíritu. «Por tanto, para
conseguir sus fines pastorales de renovación interna de la Iglesia, de
difusión del evangelio por el mundo entero, así como de diálogo con el
mundo actual, este sacrosanto concilio exhorta vehementemente a
todos los sacerdotes a que, empleando los medios recomendados por
la Iglesia, se esfuercen por alcanzar una santidad cada vez mayor, para
convertirse, día a día, en más aptos instrumentos para el servicio de
todo el Pueblo de Dios» (PO 12).
Estas líneas de espiritualidad se mueven según diversas dimensiones y
perspectivas: trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesial, litúrgica,
sociológica (de cercanía a la realidad), antropológica...
La santidad sacerdotal enraíza en la espiritualidad cristiana. Las
virtudes humano-cristianas pasan a ser sacerdotales cuando se
expresan en la caridad pastoral. De esta raíz humana, cristiana y
sacerdotal, brotan aplicaciones concretas señaladas por el concilio para
la formación y vida sacerdotal: «No podrían ser ministros de Cristo si
no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta de la terrena, ni
podrían tampoco servir a los hombres si permanecieran ajenos a lograr
este fin las virtudes que con razón se estiman en el trato humano, como
son la bondad de corazón, la sinceridad, la fortaleza de alma y la
constancia, el continuo afán de justicia, la urbanidad y otras» (PO 3;
+OT 11 y 19).
La caridad pastoral se concreta en un servicio como el de Cristo: «pasó
haciendo el bien» (Act 10,30). El sacerdote se hace transparencia de
Cristo: «sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo» (1Cor 4,16).
Los temas de Presbyterorum Ordinis deben ampliarse con los
contenidos de otros documentos conciliares. El decreto Christus
Dominus aporta la referencia al carisma episcopal así como la vivencia
del Presbiterio como familia (C 28-32). El decreto Optatam totius
presenta la espiritualidad en el contexto de una formación que debe ser
eminentemente pastoral, litúrgica y cultural (OT 4ss).
Las Constituciones conciliares (LG, DV, SC, GS), en relación a
Presbyterorum Ordinis, ofrecen unas dimensiones muy
enriquecedoras. Para responder a una nueva época de gracia, la
Iglesia descrita por el concilio Vaticano II está empeñada en una
profunda renovación espiritual, que la haga más signo transparente y
portador del evangelio. Por esta renovación, «la claridad de Cristo
resplandece sobre la faz de la Iglesia» (LG 1). Cada cristiano, según su
propia vocación, forma parte responsable de esta Iglesia que es,
segúnlos cuatro documentos (constituciones) principales del concilio,
Lumen Gentium (LG), Dei Verbum (DV), Sacrosantum Concilium
(SC), Gaudium et Spes (GS):
-Signo transparente y portador de Cristo: Iglesia, sacramento o
misterio (LG I), Iglesia comunión o pueblo de hermanos y cuerpo de
Cristo (LG II), Iglesia misión y peregrina en la historia como inicio del
Reino definitivo, sacramento universal de salvación (LG VII).
-Portadora del mensaje evangélico para el hombre concreto y para
todos los pueblos: Iglesia de la Palabra (DV).
-Centrada en la muerte y resurrección de Cristo: Iglesia que hace
presente en la historia humana el misterio pascual (SC).
-Insertada en las realidades humanas: Iglesia en el mundo y en la
historia (GS).
Hacer realidad esta Iglesia descrita por el concilio Vaticano II es «el
fundamento y el comienzo de una gigantesca obra de evangelización»
(Juan Pablo II, Disc. 11-10-85).
3.-Una espiritualidad sacerdotal en línea
evangelizadora
El contexto conciliar sobre la espiritualidad del sacerdote es una
llamada a la renovación evangélica para afrontar nuevas situaciones
de evangelización. Nótese la dimensión misionera de esta llamada a la
santidad sacerdotal en el decreto Presbyterorum Ordinis: «Para
conseguir sus fines pastorales de renovación interna de la Iglesia, de
difusión del evangelio por el mundo entero, así como de diálogo con el
mundo actual, este santo concilio exhorta vehementemente a todos los
sacerdotes a que, empleando los medios recomendados por la Iglesia,
se esfuercen por alcanzar una santidad cada vez mayor, para
convertirse, día a día, en más aptos instrumentos en servicio de todo el
Pueblo de Dios» (PO 12).
Esta llamada es parecida a la que se hace a todo el Pueblo de Dios en
el decreto Ad Gentes: «Como la Iglesia es toda ella misionera y la obra
de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios, el
concilio invita a todos a una profunda renovación interior, a fin de que,
teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del
evangelio, acepten se participación en la obra misionera entre los
gentiles» (AG 35; +LG 1 y 8; SC 1).
La espiritualidad sacerdotal, puesta en práctica en el ejercicio del
ministerio (PO 12-14), tiene las características de disponibilidad
misionera, generosa y vivencial, respecto a los ministerios proféticos,
litúrgicos y hodegéticos (PO 4-6). Es una actitud relacional con
Cristo (PO 14,18), que envía a prolongar su acción evangelizadora sin
fronteras, puesto que se participa de su misma misión: «El don espiritual
que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una
misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de
salvación hasta lo último de la tierra, pues cualquier ministerio
sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión
confiada por Cristo a los Apóstoles. Porque el sacerdocio de Cristo,
del que los presbíteros han sido hechos realmente partícipes, se dirige
necesariamente a todos los pueblos y a todos los tiempos, y no está
reducido por límite alguno de sangre, nación o edad... Recuerden,
pues, los presbíteros que deben llevar atravesada en su corazón la
solicitud por todas las Iglesias» (PO 10; +AG 38-39).
Al hablar de los Sacerdotes como próvidos cooperadores del Orden
episcopal en el Presbiterio, la Lumen Gentium recuerda esta línea
evangelizadora como fundamental: «ellos, bajo la autoridad del obispo,
santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos encomendada,
hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan eficaz ayuda
en la edificación de todo el Cuerpo de Cristo. Preocupados siempre
por el bien de los hijos de Dios, procuren cooperar en el trabajo
pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia» (LG 28; +LG
23; CD 6,22-23).
El sacerdote cuida de cada uno de los fieles encomendados. Pero esta
acción pastoral «se extiende también propiamente a formar una genuina
comunidad cristiana. Ahora bien, para cultivar debidamente el espíritu
de comunidad, ese espíritu ha de abarcar no sólo la Iglesia local, sino
también la Iglesia universal» (PO 6).
Esta espiritualidad de línea misionera va unida a la espiritualidad de
seguimiento evangélico. Las virtudes del buen pastor, como son la
humildad, la obediencia, la castidad y la pobreza (PO 15-17), vienen a
ser un «signo y estímulo de la caridad pastoral» (PO 16). Hay que
redimensionar estas virtudes en su valor evangelizador, puesto que son
«virtudes que mayormente se requieren para el ministerio de los
presbíteros» (PO 15).
La relación entre el seguimiento evangélico de los Apóstoles y su
acción evangelizadora es un dato bíblico claro: «los llamó para estar
con él y para enviarlos a predicar» (Mc 3,13-14). Una de las causas de
la dicotomía entre la espiritualidad y la acción apostólica del sacerdote
puede haber sido la presentación de su estilo de vida casi
exclusivamente como agente de unos carismas proféticos, cultuales y
hodegéticos, olvidando la conexión con el testimonio de seguimiento
evangélico como parte integrante de la misma evangelización.
El Presbyterorum Ordinis, como hemos visto, ha relacionado las
virtudes del Buen Pastor (que son la base del seguimiento evangélico) y
especialmente la caridad pastoral del sacerdote, con el ejercicio del
ministerio.
Ejercer los ministerios «en el Espíritu de Cristo» (PO 13) equivale a
vivirlos en sintonía con la caridad del Buen Pastor:
-En el ministerio de la Palabra: predicar el mensaje tal como es, todo
entero, a todos los hombres, al hombre en su situación concreta, sin
buscarse a sí mismo.
-En la celebración eucarística: vivir la realidad de ser signo de Cristo
en cuanto Sacerdote y Víctima por la redención de todos.
-En el ministerio de los signos sacramentales: celebrarlos en sintonía
con la presencia activa y salvífica de Cristo, que se hace encontradizo
con los creyentes en él.
-En toda la acción apostólica: haciendo realidad en la propia vida la
sed y el celo pastoral de Cristo.
La santidad o perfección cristiana consiste en la caridad (+LG V). La
santidad o perfección sacerdotal consiste en la caridad pastoral. Los
sacerdotes, «desempeñando el oficio de Buen Pastor, en el mismo
ejercicio de la caridad pastoral hallarán el vínculo de la perfección
sacerdotal, que reduzca a unidad su vida y acción» (PO 14). Su
espiritualidad o ascesis es la que corresponde al «pastor de almas»
(PO 13).
La caridad del Buen Pastor es el punto de referencia de toda la
espiritualidad sacerdotal (+LG 41). Es caridad que mira a los intereses
o gloria de Dios (línea vertical o ascendente) y a los problemas de los
hombres (línea horizontal). El equilibrio de estas dos líneas se encuentra
en la misión y en la actitud de dar la vida (línea misionera). Para el
sacerdote ministro, esta caridad es un don de Dios (línea descendente).
Por esto se hace unidad de vida personal y ministerial a la luz de la
misión recibida. «Esa unidad de vida no puede lograrla ni la mera
ordenación exterior de las obras del ministerio, ni, por mucho que
contribuya a fomentarla, la sola práctica de los ejercicios de piedad.
Pueden, sin embargo, construirla los presbíteros si en el cumplimiento
de su ministerio siguieran el ejemplo de Cristo, cuya comida era hacer
la voluntad de aquel que lo envió para que llevara a cabo su obra» (PO
14).
La disponibilidad misionera y el seguimiento evangélico son, pues,
dos elementos básicos de la espiritualidad sacerdotal, como expresión
de la caridad pastoral. Pero hay todavía un tercer factor
indispensable: la fraternidad sacerdotal, especialmente en el
Presbiterio (PO 8; LG 28; CD 28). En toda la historia de la Iglesia, los
períodos de renovación sacerdotal y evangelizadora se han
caracterizado por la puesta en práctica de estos tres elementos, que se
han llamado vida apostólica, es decir, vida ministerial a imitación de
los Apóstoles. Pues bien, la disponibilidad misionera y el seguimiento
evangélico no serían posibles sin la puesta en práctica de la fraternidad
sacerdotal.
El concilio ha sido muy explícito en este tema, aportando una novedad
respecto a la profundización doctrinal e incluso respecto a las
expresiones verbales. En efecto, la Lumen Gentium presenta esta
fraternidad, no sólo como un medio para vivir la santidad sacerdotal y
la disponibilidad misionera, sino también como exigencia de los
carismas sacerdotales: «En virtud de la común ordenación sagrada y
de la común misión, todos los presbíteros se unen entre sí en íntima
fraternidad, que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda
mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en
las reuniones, en la comunión de vida, de trabajo y de caridad» (LG
28).
De todos es conocida la expresión del Presbyterorum Ordinis sobre
la vida fraterna en el Presbiterio, a la que se califica de «fraternidad
sacramental» (PO 8). A la luz de la Lumen Gentium n.28, la palabra
sacramental indica relación con el sacramento del Orden. Pero en el
contexto global de la misma constitución conciliar, no deja de indicarse
el aspecto de sacramentalidad de la Iglesia (LG 1). La fraternidad
sacerdotal, en efecto, es un signo eficaz de santificación y de
evangelización, de acuerdo con la oración sacerdotal del Señor según
San Juan (Jn 17,23) y según las expresiones usadas ya por el
magisterio postconciliar.
Después de estas reflexiones, podríamos ya apuntar a la eclesiología
que subyace en la espiritualidad sacerdotal descrita por el concilio
Vaticano II. Se trata de una línea profundamente eclesial (+OT 9;
AG 16), que deriva de Cristo Sacerdote y Buen Pastor prolongado en
su Iglesia misterio, comunión y misión.
La Iglesia es misterio en cuanto signo transparente y portador de
Cristo resucitado. El sacerdote forma parte de la Iglesia misterio como
signo del Buen Pastor (PO 1-3), para prolongar su palabra, su acción
salvífica y pastoral (PO 4-6). La Iglesia es comunión de hermanos,
miembros del mismo Pueblo y del mismo Cuerpo de Cristo. El
sacerdote forma parte de la Iglesia comunión como miembro de un
Presbiterio, cuya cabeza es el obispo, al servicio de la comunidad
eclesial (PO 7-9.15; +CD 28; LG 28). La Iglesia es, por su misma
naturaleza, misionera, como fundada por Cristo para evangelizar. El
sacerdote está al servicio de la Iglesia misión, porque participa de la
misma misión de Cristo (PO 10) para obrar en su nombre y persona
(PO 2,6,12).
Una espiritualidad sacerdotal, tal como queda descrita en el concilio, de
línea evangelizadora y, por tanto, de «renovación evangélica», será la
mejor preparación para afrontar una «nueva evangelización». Así se
podrá dar el «testimonio máximo del amor» (PO 11).
4.-Caminos por hacer
Se han dado pasos muy importantes y decisivos en el estudio y
programación de la espiritualidad del sacerdote. El Congreso de 1989
y el Symposium de 1986 son una buena muestra. Los estudios han
tenido también lugar en otras Iglesias locales y han sido objeto de
numerosas publicaciones.
En estas publicaciones y encuentros se han hecho notar algunas
características de la espiritualidad sacerdotal: actitud de servicio sin
privilegios ni ventajas humanas (PO 1,13; LG 24), relación y diferencia
respecto a la espiritualidad del laicado y del sacerdocio común de los
fieles (PO 6,9), atención especial a la eucaristía como «fuente y
culmen de toda la evangelización» (PO 5), docilidad a la acción del
Espíritu Santo (PO 2,6-7,9-15,17-18,22), actitud mariana del
sacerdote (PO 18), armonía entre la «dimensión sagrada y misionera»
(PO 12-14), corresponsabilidad en la comunión eclesial (PO 7 9),
sentido pastoral de las virtudes sacerdotales (PO 15-17),
espiritualidad específica del sacerdote diocesano en relación al
Presbiterio (PO 8; LG 28; CD 28-30), medios comunes y
particulares de santificación en relación a los ministerios (PO 18),
naturaleza y señales de la vocación (OT 2), formación permanente y
pastoral sobre la persona del sacerdote (PO 19; OT 22), etc.
En casi todos los estudios postcon-ciliares se subraya la conexión de
todos estos temas con su principio fontal: Cristo Sacerdote que se
prolonga en la Iglesia. Una lectura atenta del decreto Prebyterorum
Ordinis pone de relieve la persona de Cristo, de cuyo sacerdocio
participa especialmente el sacerdote ministro para prolongarle en la
Iglesia y en el mundo, en sintonía de amistad y de seguimiento. Los
sacerdotes ministros son «instrumentos vivos de Cristo Sacerdote» (PO
12) para servir fielmente a la Iglesia (PO 14).
Queda mucho camino por hacer hasta construir (no sólo delinear y
programar) la figura sacerdotal de nuestra época. En abril de 1989 se
ha celebrado una sesión Plenaria de la Congregación para la
Evangelización de los Pueblos, en vistas a elaborar una guía (o
directorio) sacerdotal para los Presbiterios de las Iglesias jóvenes. El
Papa ha alentado públicamente esta inicitativa señalando tres puntos:
prioridad de la vida espiritual basada en Cristo Sacerdote, sentido de
pertenencia a la Iglesia, misión en el mundo (Discurso del 14 de abril
de 1989).
A mi entender, hay todavía muchos puntos de espiritualidad sacerdotal
que necesitan un estudio más detallado y, al mismo tiempo, una
aplicación sin demoras y sin reticencias. Los voy a enumerar
sucintamente, aún con el riesgo de ser incompleto e impreciso. Son más
bien algunos aspectos que quedan claramente esbozados en los textos
conciliares y que pueden ser índice de una recta aplicación de todo el
tema sacerdotal. En realidad no son temas totalmente distintos de los ya
indicados anteriormente, sino aspectos y dimensiones que se traducen
en actitudes sacerdotales concretas.
1ª) Actitud relacional con Cristo
Se puede decir que todos los textos conciliares sobre el sacerdote
tienen un matiz relacional. La presencia de Cristo resucitado en la
Iglesia (SC 7) encuentra en el ministerio sacerdotal un signo especial de
anuncio, celebración y comunicación. Por esto el sacerdote es
«servidor de Cristo Maestro, Sacerdote y Rey» (PO 1).
La santidad sacerdotal se realiza precisamente en el ejercicio del
ministerio porque se trata de «comunión con Cristo» (PO 13). «Cristo
obra por sus ministros y, por tanto, él permanece siempre principio y
fuente de la unidad de vida en ellos» (PO 14). El sacerdote debe
«fomentar la unión con Cristo en todas las circunstancias de la vida»
(PO 18), sin olvidar el «coloquio cotidiano con Cristo Señor en la visita
y el culto personal de la santísima eucaristía» (PO 18).
Por el hecho de vivir unidos a Cristo que envía y espera en el campo de
misión, los sacerdotes «no están nunca solos» (PO 22). De ahí nace el
gozo pascual de una vocación que es encuentro, amistad y misión, y
que, por ellos mismo, se hace fuente de vocaciones sacerdotales (PO
11). La presencia de Cristo en la vida sacerdotal está relacionada con
la misión (Mt 28,20). La espiritualidad del sacerdote recobra en Cristo
su dimensión trinitaria, pneumatológica, eclesial y antropológica.
2ª) Actitud contemplativa y evangelizadora respecto a la palabra
de Dios
El ministerio de la palabra reclama una actitud contemplativa, que se
convierte en compromiso de evangelización. El mismo número 13 de
Presbyterorum Ordinis, que habla de la santidad en relación a los
ministerios, indica esta línea contemplativa inherente al ministerio
profético. «Buscando cómo puedan enseñar más adecuadamente a los
otros lo que ellos han contemplado, gustarán más profundamente las
irrastreables riquezas de Cristo (Ef 3,8) y la multiforme sabiduría de
Dios. Teniendo ante los ojos que es el Señor quien abre los corazones
y que la grandeza no viene de ellos mismos, sino de la virtud de Dios,
en el acto mismo de enseñar la palabra de Dios se unirán más
íntimamente con Cristo maestro y se dejarán conducir por su Espíritu»
(PO 13).
Es interesante notar que cuando el concilio habla de la predicación de
la palabra, recuerde, al mismo tiempo, la actitud contemplativa. Así
lo hace al presentar la santidad sacerdotal: «Mientras oran y ofrecen el
sacrificio, como es su deber, por los propios fieles y por todo el Pueblo
de Dios, sean conscientes de lo que hacen e imiten o lo que traen entre
manos; las preocupaciones apostólicas, los peligros y contratiempos,
no sólo no les sean un obstáculo, antes bien asciendan por ellos a una
más alta santidad, alimentando y fomentando su acción en la
abundancia de la contemplación para consuelo de toda la Iglesia de
Dios» (LG 41).
3ª) Compromiso de construir el Presbiterio de la Iglesia particular
según la vida apostólica
No se trata sólo de presentar la espiritualidad específica del sacerdote
en el Presbiterio y en la Iglesia particular (diócesis), sino de
comprometerse a construir en el propio Presbiterio diocesano los
cauces necesarios para una verdadera vida apostólica, como hemos
indicado anteriormente: seguimiento evangélico, disponibilidad
misionera, fraternidad.
Hay que aventurarse a hacer realidad esta «fraternidad sacramental»
(PO 8) o «familiar» (CD 28), comprometiéndose a una ayuda mutua
afectiva y efectiva en el campo pastoral, espiritual, cultural, económico
y personal. Es necesaria una cierta vida comunitaria o de encuentro
periódico, para compartir las vivencias sacerdotales: arciprestazgos,
equipos de zona o funcionales y de amistad, asociaciones, etc.
El carisma episcopal, como espíritu de cercanía y convivencia, es
imprescindible (CD 28; PO 7). El Consejo Prebisterial tiene su parte
que aportar en este compromiso de hacer realidad la vida apostólica
en el Presbiterio. Hay que dejar siempre un espacio operativo para la
iniciativa personal y de grupo.
4ª) Servicio ministerial en la línea de la maternidad de la Iglesia
El sentido y amor de Iglesia, expresado en servi
ante de la espiritualidad sacerdotal (PO 14,15; OT 9). «La fidelidad a
Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia. Así, pues, la
caridad pastoral pide que, para no correr en vano, trabajen siempre los
presbíteros en vínculos de comunión con los obispos y con los otros
hermanos en el sacerdocio. Obrando de esta manera, los presbíteros
hallarán la unidad de su propia vida en la unidad misma de la misión de
la Iglesia» (PO 14).
La misión sacerdotal existe y se realiza en la comunión. El concilio
recuerda que el sacerdote es ministro de Cristo y de la Iglesia, puesto
que obra «en persona de Cristo Cabeza» (PO 2) y «en nombre de
todo el pueblo de Dios» (LG 10; +PO 2). Su ministerio es «para la
edificación de la Iglesia» (Santo Tomás, Contra Gentes,IV,74).
Uno de los puntos que me parecen más prometedores es el de la
maternidad eclesial, a la que sirve el sacerdote: «la comunidad eclesial
ejerce, por la caridad, la oración, el ejemplo y las obras de penitencia,
una verdadera maternidad para conducir las almas a Cristo» (PO 6).
En este punto cabe encontrar también una posibilidad de profundizar la
relación del sacerdote con María, según la línea trazada por la carta
del Jueves Santo de 1988. Su espíritu de comunión eclesial dependerá
de la vivencia de esta dimensión mariana. «Que la verdad sobre la
maternidad de la Iglesia, a ejemplo de la Madre de Dios, se haga más
cercana a nuestra personalidad sacerdotal, que expresa precisamente
su madurez apostólica y su fecundidad espiritual» (Juan Pablo II,
Jueves Santo de 1988).
5ª) Ser principio de unidad y servicio cualificado para garantizar
la herencia apostólica
Otra nota característica de la espiritualidad sacerdotal es la de ser
principio de unidad en la comunidad, en colaboración de dependencia
con el propio obispo (PO 6,9; LG 23). Las vocaciones y carismas
diferentes, que existen en la comunidad eclesial, encuentran en el
sacerdote un principio de armonía, puesto que ha de «llevar a todos a
la unidad de caridad» (PO 9).
Esto tendrá aplicación especial en el servicio de suscitar vocaciones
laicales, insertándolas en la Iglesia particular. En el fenómeno actual de
multiplicación de movimientos espirituales y apostólicos, el sacerdote
hace un servicio de armonía, puesto que él pertenece propiamente a
toda la comunidad. Personalmente podrá vivir más en una línea
grupal, pero, en cuanto sacerdote, debe «armonizar las diversas
mentalidades y defender el bien común por encima de preferencias»
(PO 9). El mismo ministerio sacerdotal es un servicio para suscitar y
cuidar todas las vocaciones, incluso las de perfección (PO 5-6).
La espiritualidad del sacerdote dice relación a la construcción de la
unidad. Este espíritu de comunión le ayudará a ser, con el obispo, el
garante y el servidor cualificado de una tradición o herencia
apostólica que se encuentra en cada Iglesia particular. Su servicio de
unidad tiene, pues, una dimensión histórica y geográfica: esta
comunidad de aquí y de ahora, en relación con toda la comunidad
eclesial universal y con toda la historia de la Iglesia.
Por esta línea cabría encontrar una característica de la espiritualidad del
sacerdote diocesano, en el hecho de gracia de estar incardinado a
una Iglesia particular. El sacerdote, por el carácter (que es signo
permanente), por la castidad (que es signo de desposorio) y por la
incardinación (que es signo de pertenencia a la Iglesia), es un servidor
cualificado de la comunidad eclesial esposa de Cristo.
6ª) Insertarse en la situación sociológica e histórica a la luz de la
Encarnación
La espiritualidad del sacerdote es de inserción en las situaciones
humanas e históricas. No es la misma que la de los laicos (LG 31; GS
38.43; +Christifideles laici). La inserción del sacerdote se debe al
hecho de participar de modo especial en la consagración y misión de
Cristo, el Verbo Encarnado. A la luz de la encarnación, deberá
acercarse al hombre concreto para anunciarle y comunicarle el misterio
de Cristo, puesto que ejerce un ministerio «en favor de los hombres»
(Heb 5,1) para «responder convenientemente a las cuestiones agitadas
por los hombres de esta época» (PO 19).
El decreto conciliar sobre la vida y el ministerio sacerdotal pone en
relieve esta cercanía del sacerdote a la situación concreta del existir
humano (PO 1,3-4,6,9,12,14-19). La convivencia con los hombres
(PO 3) le urge a buscar, en la palabra de Dios, la luz para interpretar
los acontecimientos y descubrir en ellos los «signos de los tiempos»
(PO 4,6,9,17,18). Esta cercanía encuentra un lugar de preferencia
cuando se trata de «los pobres y los más débiles» (PO 6). La
capacidad de inserción corresponde a la capacidad de seguimiento
evangélico (Christifideles laici 16-17).
Esta lista de puntos o aspectos por profundizar, podría alargarse.
Como hemos indicado anteriormente, los textos conciliares sobre la
espiritualidad del sacerdote reciben una nueva luz si se estudian en
relación a las constituciones del mismo concilio.
La espiritualidad sacerdotal es siempre parte de la Iglesia como signo o
sacramento de Cristo (Lumen Gentium). Es una espiritualidad que se
realiza en el anuncio, la celebración y la comunicación del misterio
pascual (Sacrosantum Concilium). Por ello mismo, deberá
profundizarse más en relación con los designios de salvación
manifestados por Dios en su Palabra (Dei Verbum) e insertarse con
sentido de solidaridad en las situaciones sociales e históricas
(Gaudium et Spes).
Siempre es una espiritualidad de inmanencia (o cercanía) y de
trascendencia, de consagración y misión, de un presente histórico en
una Iglesia peregrina (escatológica), que camina hacia un encuentro
definitivo de toda la humanidad con Cristo resucitado. Ante una nueva
etapa de evangelización, se necesitan apóstoles «expertos en
humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy,
participen de sus gozos y esperanzas... y, al mismo tiempo, sean
contemplativos enamorados de Dios» (Juan Pablo II, Disc. 11 oct.
1985).
Orientación bibliográfica
A. ANTWEILER, El sacerdote de hoy y del futuro, Santander, Sal Terrae, 1969
(estilo sacerdotal).
Aspetti della teologia del sacerdozio dopo il concilio, Roma, Città Nuova, 1974
(temas postconcilires, en colaboración).
F. ARIZMENDI, ¿Vale la pena ser hoy sacerdote?, México 1988 (síntesis de
ideas y motivaciones).
A. BANDERA, El sacerdocio de la Iglesia, Villaba, Ope, 1968 (resumen
actualizado).
L. BOUYER, El sentido de la vida sacerdotal, Barcelona, Herder, 1962 (ideas
espirituales).
J. CAPMANY, Espiritualidad del sacerdote diocesano, Barcelona, Herder, 1962
(teología).
M. CAPRIOLI, Sacerdozio e santità, Roma, Teresianum, 1983 (algunos temas
teológicos de espiritualidad sacerdotal postoconciliar).
CELAM, DEVYM, Espiritualidad presbiteral hoy, Bogotá 1975; Espiritualidad
del Clero Diocesano, Bogotá, OSLAM, 1986 (resumen doctrinal y directrices para
América Latina).
J. COLSON, Sacerdote y pueblo sacerdotal, Bilbao, Mensajero, 1970 (resumen
bíblico).
J. COPPENS, etc., Sacerdocio y celibato, Madrid, BAC 1971 (diversos temas
doctrinas e históricos, con una segunda parte dedicada al celibato).
J. DELICADO, El sacerdote diocesano a la luz del Vaticano II, Madrid, ZYX,
1965 (resumen conciliar).
J. DELORME, X.LÉON DUFOUR, El ministerio y los ministerios según el Nuevo
Testamento, Madrid, Cristiandad, 1975 (estudios bíblicos).
CL. DILLENSCHNEIDER, Teología y espiritualidad del sacerdocio, Salamanca,
Sígueme, 1965 (resumen de espiritualidad).
G. DORADO, El sacerdote hoy y aquí, Madrid, PS, 1972 (temas de actualidad).
El ministerio sacerdotal (Conf.Episcopal Alemana), Salamanca, Sígueme, 1970
(síntesis teológica).
El ministerio del presbítero en la comunidad eclesial, Bogotá 1978 (varios
estudios).
V. ENRIQUE TARANCÓN, El sacerdote a la luz del concilio Vaticano II,
Salamanca, Sígueme, 1966 (reflexiones a modo de conferencias).
Espiritualidad sacerdotal, Congreso, Madrid, EDICE 1989.
Espiritualidad del Clero Diocesano, Bogotá, OSLAM, 1985 (resumen doctrinal
y directrices para América Latoma).
Espiritualidad presbiterial hoy, Bogotá, DEVYM, 1975 (diversos temas).
Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987
(conferencias de un Symposim nacional sobre el tema).
J. ESQUERDA, Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, 1989
(síntesis teológica e histórica); Te hemos seguido, Madrid, BAC, 1988 (síntesis
para retiros y reflexiones); Signos del Buen Pastor, Bogotá, CELAM 1989
(manual de formación sacerdotal).
A. FAVALE, Spiritualità del ministerio presbiterale, Roma, LAS, 1985 (resumen
teológico; trad. castellana: El ministerio sacerdotal, Soc. Ed. Atenas, Madrid
1989).
A. FERNÁNDEZ, Sacerdocio común y sacerdocio ministerial, Burgos, Facultad
de Teología, 1979 (estudio teológico).
J.A. FLORES, Vivamos nuestro sacerdocio, La Vega, Sto.Domingo, 1982.
J. GALOT, Prêtre au nom du christ, Chambray, CLD 1985; Teología del
sacerdozio, Florencia 1981 (resumen teológico).
J. GARCíA VELASCO, El sacerdocio en el plan de salvación, Salamanca,
Sígueme, 1974 (reflexiones sobre diversos temas).
J. GOICOECHEAUNDÍA, Espiritualidad sacerdotal, Vitoria, Unión Apostólica,
1976 (síntesis breve y densa).
P. GRELOT, El ministerio de la Nueva Alianza, Barcelona, Herder, 1969
(resumen bíblico).
L.E. HENRÍQUEZ, El ministerio sacerdotal, Caracas 1985 (resumen doctrinal).
I sacerdoti nello spirito del Vaticano II, Turin, LDC, 1968 (resumen conciliar).
I preti per gli uomini d’oggi, Roma, AVE, 1975 (verdadera enciclopedia de temas
sacerdotales actuales).
J.Mª IRABURU, Fundamentos teológicos de la figura del sacerdote, Burgos,
Facultad de Teología, 1972 (tesis doctoral).
B. JIMÉNEZ, Testigos del misterio, reflexiones acerca del ministerio sacerdotal,
Avila, TAU, 1986 (síntesis doctrinal).
J.M. LARRABE, Sacerdocio actual y pueblo de Dios, Madrid, Studium, 1974
(resumen actual).
S. LASZLO, Priesterliche Siritualität, Freiburg, Herder, 1977 (resumen
doctrinal).
J. LATREILLE, La joie du prêtre, Paris, Edit. Ouvrières, 1968 (respuesta positiva
a las dudas).
J. LÉCUYER, El sacerdocio en el misterio de Cristo, Salamanca, Sígueme, 1960
(estudio teológico e histórico amplio).
Los presbíteros a los diez años del Presbyterorum Ordinis, Burgos, Facultad de
Teología, 1975 (comentario amplio al decreto conciliar).
J.S. LUCAS, La vida sacerdotal y religiosa, antropología y existencia, Madrid,
Soc. Educ. Atenas, 1986 (dimensión antropológica critiana).
D. LUQUERO, Homo Dei, el sacerdote hoy, Madrid, Studium, 1968 (reflexión
doctrinal).
A. MANARANCHE, Al servicio de los hombres, Salamanca, Sígueme, 1969
(síntesis para responder a la problemática actual).
E. MARCUS, Les prêtres, Paris, Desclée, 1984 (síntesis doctrinal).
J. MARTÍNEZ, Reflexiones sobrela perfección sacerdotal, Santander, Sal
Terrae, 1961 (manual de espiritualidad inmediatamente antes del concilio).
J.J. MARTÍNEZ CEPEDA, La educación integral de los presbíteros, México
1982 (para una formación permanente).
M. NICOLAU, Ministros de Cristo, sacerdocio y sacramento del Orden, Madrid,
BAC, 1971 (teología sacramentaria).
G.M.P. OKOYE, The glories of the piesthood, Enugu 1972 (síntesis de
espiritualidad).
E.PIRONIO, Espiritualidad sacerdotal, en Escritos pastorales, Madrid, BAC,
1973, 143-166 (reflexiones doctrinales en el contexto actual).
A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, Madrid, Palabra, 1970
(documentos magisteriales).
K. RHANER, Siervos de Cristo, Barcelona, Herder, 1970 (meditaciones de retiro).
J. ROGE, Simple sacerdote, Madrid, FAX, 1967 (reflexiones doctrinales).
C. ROMANIUK, Le sacerdoce dans le Nuoveau Testament, Paris, Mappus, 1966
(resumen bíblico).
Sacerdotes para evangelizar, Madrid, EDICE, 1987.
M. SALAÜNE, E. MARCUS, Nosotros los sacerdotes, Barcelona, Península,
1967 (estilo y problemática sacerdotal).
O. SANTAGADA, Presbíteros para América Latina, Bogotá, OSLAM, 1986.
O. SEMMELROTH, El ministerio espiritual, Madrid, FAX, 1967 (reflexiones
doctrinales).
J. SOLÉ, Apóstoles de Cristo, Barcelona, Claret 1989.
R. SPIAZZI, Los fundamentos teológicos del ministerio pastoral, Madrid,
Studium, 1962 (teología pastoral).
F. SUÁREZ, El sacerdote y su ministerio, Madrid, Rialp, 1969 (consideraciones
espirituales).
G. THILS, Naturaleza y espiritualidad del clero diocesano, Salamanca,
Sígueme, 1961 (estudio teológico).
A. TRAPÉ, Il sacaerdote, uomo di Dio e servo della Chiesa, Milano, Ancora,
1968 (reflexiones de actualidad).
H. VOLK, Presitertum heute, Communio Verlag 1972 (resumen de actualidad).
H. VORGRIMMLER, Das Preistertum, Freiburg, Herder, 1970 (reflexiones
doctrinales).
D.W. WUERL, The priesthood, the catholic concept today, Roma, Agelicum,
1974 (tesis doctoral basada en el Sínodo sobre el sacerdocio, 1971).