Lunes, 11 Abril 2022 09:41

HUELLAS DEL VERBO ENCARNADO EN LAS DIVERSAS EXPERIENCIAS DE DIOS A propósito del Jubileo del año 2000

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        HUELLAS DEL VERBO ENCARNADO EN LAS DIVERSAS EXPERIENCIAS DE DIOS

                     A propósito del Jubileo del año 2000

 

                                                           Juan Esquerda Bifet

 

 

Presentación

 

      Son ya muchos los estudios sobre el valor positivo de las religiones en general o de algunas religiones en particular, que han llevado paulatinamente a una actitud de diálogo respetuoso y constructivo.[1]

 

      En el campo de las ciencias misionológicas, hoy se admite sin discusión la realidad de "semillas del Verbo" existentes en culturas, religiones y pueblos. La afirmación patrística, que ya se encuentra en San Justino, ha tenido amplio eco y aplicación conciliar y postconciliar, tanto en los documentos magisteriales, como en congresos y publicaciones científicas.[2]

 

      Toda esta temática ha sido enfocada ordinariamente hacia un estudio comparativo sobre los conceptos religiosos: nociones sobre Dios, su acción en el mundo y en la historia, la salvación, la vida moral, los caminos de interioridad y de oración, etc.[3]

 

      El camino realizado es bueno; pero, precisamente por ser "camino", se convierte en un "quehacer" permanente. El encuentro entre religiones se centra hoy en un punto básico, que resulta un desafío no fácil de afrontar: ¿cuál es la experiencia peculiar o específica de Dios en una religión concreta? Sobre este punto también se ha publicado abundante bibliografía, en una búsqueda siempre abierta a nuevas soluciones.[4]

 

      En esta línea de estudio comparativo sobre la experiencia peculiar o específica de Dios en cada una de las religiones, a mi parecer, no se ha entrado suficientemente y de modo positivo en el campo mismo de la oración contemplativa, más allá de los conceptos teológicos, aunque sí hay muchos estudios comparativos sobre los conceptos de mística cristiana y "no" cristiana.[5]

 

      Mi reflexión intenta dar un paso más, animado por algunas afirmaciones del magisterio conciliar y postconciliar, puesto que se trata de "riquezas que Dios, generoso, ha distribuido a las gentes... que deben examinarse con la luz evangélica" (AG 11). Esas religiones "llevan, en sí mismas, el eco de milenios a la búsqueda de Dios" (EN 53). Son, pues, tradiciones contemplativas, que dejan entrever las semillas y las huellas del Verbo encarnado, y que indican "la presencia y la actividad del Espíritu" (RMi 28).[6]

 

      La celebración del bimilenario de la Encarnación es una invitación a responder a este desafío, ante el que la comunidad eclesial y los mismos evangelizadores tendrán que renovar convicciones, actitudes, decisiones y actuaciones. La llamada del Papa en Tertio Millennio Adveniente no puede ser más urgente: "En el 2000 deberá resonar con fuerza renovada la proclamación de la verdad: «Ecce natus est nobis Salvator mundi»" (TMA 38). No siempre, en los últimos años, Cristo ha estado verdaderamente presente en muchos proyectos calificados como "evangelización".[7]

 

      El Jubileo del año 2000no puede reducirse a una gran celebración, sino que reclama una fe que, por ser tal, debe anunciarse a los demás: "Urge recuperar y presentar una vez más el verdadero rostro de la fe cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se han de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida" (VS 88)

 

      Mi estudioquiere, pues, dar unas pautas para discernir las huellas de Verbo Encarnado en las experiencias de Dios que se encuentran en las diversas religiones, puesto que "el Verbo Encarnado es el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" (TMA 6).

 

      No se trata directamente de un estudio comparativo sobre las experiencias místicas, sino de detectar positivamente esas huellas que dejan entrever, como "semillas" y "preparación evangélica", la realidad de la encarnación del Verbo, es decir, Jesús el Hijo de Dios hecho hombre. Un paso todavía más importante, sería el de constatar textos y hechos de cada una de las religiones, especialmente en su aspecto positivo y a la luz de la vida y mensaje del mismo Jesús.

 

      Llevar esas "huellas" a la plenitud en Cristo, no significa, como veremos, una imposición, ni menos un sincretismo o un relativismo atrofiante, sino sencillamente anunciar y ofrecer las huellas más explícitas del misterio de Cristo, que no están ligadas a ninguna cultura y a ningún pueblo. No es, pues, propiamente un discernimiento a partir de unos conceptos teológicos surgidos en una cultura donde se ha insertado el cristianismo, sino, dentro de lo posible, una confrontación sencilla con los mismos datos de la revelación.

 

      Hay que dejarse cuestionar por las semillas de Verbo que existen ya en religiones y culturas, y que trascienden nuestros conceptos de una cultura cristianizada. Sin infravalorarlas, hay que relativizar las expresiones culturales de toda religión, también de la nuestra. Sólo entonces se puede entrar en "sintonía" con las diversas huellas del mismo Verbo Encarnado y de la acción de su Espíritu, algunas de las cuales, es decir, las que se encuentran en el cristianismo, como sabemos por la fe, son más explícitas y sirven de punto de referencia y de garantía.

 

      La comunidad eclesial universal está entrando en una situación histórica nueva. La realidad del mundo actual delinea la existencia de una sociedad pluricultural y plurireligiosa, con la que hay que convivir positivamente a partir de una fe vivida con mayor autenticidad. La cuestión principal consiste en preparar esa comunidad evangelizadora en cada Iglesia particular, que sea capaz de conocer y apreciar las realidades de otras religiones, en vistas a "dar testimonio del resucitado entre las gentes" (EN 66).

 

 

1. Semillas y huellas del Verbo y de su Espíritu, en "eclosión" y encuentro mutuo

 

      Es una hipótesis teológicamente válida suponer que todas las realidades humanas culturales, históricas y religiosas, caminan hacia el encuentro explícito con Cristo. Ese "caminar" no es desde un vacío o desde una negación (aunque siempre hay errores y pecados), sino desde una realidad positiva a modo de "preparación evangélica"[8] y de huellas y "semillas del Verbo".[9]

 

      Esta presencia activa del Verbo desde el principio de la creación y, de modo especial, desde la revelación primitiva (en los primeros padres y en Noé), se encuentra siempre allí donde haya descendientes de los primeros seres humanos que experimentaron el encuentro con Dios. No puede excluirse a priori la posibilidad de "mensajeros" y "profetas" posteriores que, después de haber recibido una fuerte experiencia de Dios (que es siempre don suyo), han querido invitar a los demás hermanos a orientar su vida más profundamente hacia el Creador.

 

      Los Padres han hablado de cuatro Alianzas o de una misma alianza en cuatro momentos (con Adán, Noé, Abrahán, Moisés), antes de la nueva y definitiva Alianza por medio de su Hijo Jesucristo. La humanidad entera (con todas sus culturas y religiones) está relacionada con los dos primeros momentos[10]. Al momento salvífico de Abrahán hace referencia también el Islam, además de Israel. La realidad es que "el Verbo siempre ha asistido al género humano" y, de este modo, "revela a todos al Padre, a los que quiere y cuando quiere".[11]

 

      La presencia "activa" del Señor incluye la comunicación del Espíritu Santo. Naturalmente, que esta acción salvífica se acrecienta cualitativamente desde la revelación divina hecha a Abrahán y a Moisés, como preparación inmediata de la encarnación del Verbo. De hecho, se puede afirmar que "la presencia y la actividad del Espíritu no afectan únicamente a los individuos, sino también a la sociedad, a la historia, a los pueblos, a las culturas y a las religiones. En efecto, el Espíritu se halla en el origen de los nobles ideales y de las iniciativas de bien de la humanidad en camino... Cristo resucitado obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre... Es también el Espíritu quien esparce «las semillas de la Palabra» presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo" (RMi 28).[12]

 

      La acción del Verbo, ya antes de su encarnación y siempre en relación a ella, existe en toda la creación y en toda la historia. Si, como hemos visto, Justino se refiere especialmente a los estoicos, e Ireneo a todos los pueblos, Clemente de Alejandría hace la aplicación (además del judaísmo) a las "filosofías" (o expresiones sapienciales y religiosas) existentes en el hinduismo, budismo y en algunos filósofos y poetas griegos, como una especie de preparación "hasta que el Señor quiera llamarlos".[13]

 

      Así se puede entender la afirmación de San Agustín sobre esta preparación evangélica: "la realidad misma de lo que llamamos religión cristiana existía ya en los antiguos, y no estaba ausente al inicio de la raza humana, hasta la venida de Cristo en la carne"[14]. En todo corazón humano de buena voluntad, "obra la gracia de modo invisible" (GS 22).

 

      Dios ha hablado de muchas maneras a nuestros antepasados, desde el inicio de la humanidad, también por medio de "profetas" y "santos" (Abel, Henoc, Melquisedec, Job...), que no siempre formaban parte del pueblo de Dios y que son citados también en el Nuevo Testamento (cfr. Mt 23,35; Heb 11; también las "genealogías"). Estos "padres" y "profetas" no pueden reducirse a Moisés y a los profetas posteriores a la ley mosaica, y así debe entenderse el texto de la carta a los Hebreos: "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos" (Heb 1,1-2).

 

      Jesucristo, como Verbo encarnado, es "la Palabra definitiva" de Dios a la humanidad, preparada con su presencia y su mensaje. A la luz de la encarnación del Verbo, la historia y la creación aparecen más armónicas y positivas, como "cosmos" y no como caos. La realidad de pecado y de errores no puede ofuscar la preparación y los pasos positivos de esta revelación definitiva de Dios. En Cristo, "el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia" (TMA 5).

 

      La diferencia del cristianismo respecto a las otras religiones no puede consistir en hacer resaltar aspectos negativos y limitados, sino en anunciar una diferencia enriquecedora que manifiesta que "el Verbo Encarnado es el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" (TMA 6). Entonces nace la convicción de que "todo retorna de este modo a su principio; Jesucristo es la recapitulación de todo (cfr. Ef 1,10)" (ibíbem). No se trata de separar el Verbo de Jesucristo, sino de distinguir momentos y modos de la epifanía de Dios Amor por medio del mismo Verbo encarnado que es Jesucristo.

 

      Las expresiones neotestamentarias sobre el Verbo dejan entrever su presencia activa en toda la creación y en toda la historia, más allá del pueblo elegido y de los tiempos posteriores a la ley mosaica: "Todo se hizo por él y sin él no se hizo nada de cuanto existe; en él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... El Verbo era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él, y el mundo no le conoció" (Jn 1,3-4.9-10). Desde el momento de la Encarnación, el Verbo hecho hombre asume la historia humana de todas las épocas como propia: "Y el Verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros" (Jn 1,14)

 

      Es toda la creación y toda la historia humana, desde su inicio, la que está centrada en Cristo. Como "Hijo de su amor" y como "imagen de Dios invisible", "en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, ... todo fue creado por él y para él" (Col 1,13-16). De este modo, "la luz del rostro de Dios resplandece con toda belleza en el rostro de Jesucristo, «imagen de Dios invisible» (Col 1,15), «resplandor de su gloria» (Heb 1,3), «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14), «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Por esto, la respuesta decisiva a cada interrogante del hombre, en particular a sus interrogantes religiosos y morales, la da Jesucristo" (VS 2).

 

      La actitud práctica de Jesús respecto a personas "creyentes" que no pertenecían al pueblo de Israel, es positiva, hasta el punto de alabar su fe como en el caso del Centurión y de la mujer cananea (cfr. Mt 8,10; 15,27). El anuncio de que "vendrán de oriente y de occidente" indica, en el contexto, un camino que ya se ha comenzado anteriormente (cfr. Mt 8,11). Por esto se puede afirmar que "en el dar testimonio del bien moral absoluto, los cristianos no están solos. Encuentran una confirmación en el sentido moral de los pueblos y en las grandes tradiciones religiosas y sapienciales de Occidente y de Oriente, que ponen de relieve la acción interior y misteriosa del Espíritu de Dios" (VS 94).

 

      El tema de las "semillas del Verbo" en las culturas y religiones aparece con frecuencia en los estudios teológicos y misionológicos. La novedad actual consiste en que esas semillas se presentan hoy en un encuentro más explícito con el mismo Verbo encarnado presente en el cristianismo. La sintonía entre unas huellas tal vez muy limitadas y otras huellas más explícitas (de plenitud), debe llegar a un encuentro real de "fe". El camino por recorrer no depende sólo de las otras religiones, sino principalmente de los mismos creyentes en Cristo que tal vez no presentamos suficientemente las huellas explícitas del resucitado. El momento actual, de encuentro pluricultural y plurireligioso, es inédito y tal vez único, como oportunidad irrepetible de encuentro explícito con el Verbo encarnado.

 

      Se podría hablar de una "eclosión" de esas huellas y semillas del Verbo, en el sentido de haber llegado a un momento de cierta madurez, para poder encontrarse con la presencia del mismo Verbo encarnado, Jesucristo resucitado. El problema no consiste sólo en la apertura inmediata de esas semillas la "plenitud" en Cristo, sino en la necesidad de encontrar en quienes ya creemos en el Verbo encarnado, los signos de su presencia de resucitado.

 

      El hombre de toda cultura y religión se pregunta sobre los mismos problemas fundamentales: el sentido de la vida humana, del dolor, del más allá... Las expresiones culturas podrán variar según los casos. El misterio del hombre es siempre el mismo en todas las circunstancias. La fe cristiana afirma que "la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro" (GS 10). Es centro "teológico" de la historia y no necesariamente cronológico. Sólo Cristo, el Verbo encarnado, "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS 22). Pero para poder llegar a esta fe, el mismo Dios ha sembrado "semillas" y huellas, a modo de preparación evangélica. Esas huellas no se pueden anular ni infravalorar. ¿Cómo presentar a Cristo, al mismo tiempo, como desde dentro del corazón y como un don que supera infinitamente toda previsión humana sin destruir lo ya sembrado por Dios?

 

2. El tiempo como "biografía" del Verbo encarnado

 

      En todas las culturas y religiones, el concepto "tiempo" es un elemento básico y con frecuencia determinante. No se trata tanto de la definición y explicación filosófica (difícil de elaborar), sino de la "convicción" o vivencia de la misma realidad "histórica". El hombre, en todas las culturas y religiones, se siente inmerso en la historia, como en una dinámica con o sin explicación teórica.

 

      En las religiones tradicionales o primitivas (que tal vez no han elaborado una teoría teológica sobre sí mismas y que se ciñen a una cultura concreta), el ser humano está inmerso en la vida de la naturaleza, donde Dios se manifiesta de múltiples maneras. El hombre queda, pues, inmerso en esa realidad que es, a la vez, terrestre y de más allá (trascendente). Ordinariamente el concepto de tiempo es "circular", como el ciclo de las estaciones, empezando de nuevo continuamente, si precisar ni el origen y el fin. El hombre pertenece siempre a su tierra y a su pueblo, aún después de su muerte.

 

      Las religiones ideológicamente sistematizadas (que, a veces, se llaman "grandes" religiones) han elaborado los conceptos religiosos y, concretamente, el concepto de tiempo, ofreciendo una explicación sobre el inicio y el fin. Ordinariamente la explicación de tiempo es en forma "circular": el ser humano ha sido introducido en el tiempo (o en la materia) para salir o escaparse de él (religiones y filosofías griegas, latinas y otras). En el hinduísmo y budismo, podría llamarse tiempo "espiral", a modo de reencarnaciones o "avatares" continuos hasta alcanzar la plena purificación o liberación; el camino hacia Dios se realiza en el corazón.

 

      En las religiones que se relacionan con la revelación hecha por Dios a Abrahán (hebraísmo, islamismo, cristianismo), el tiempo es historia de salvación. Dios creador, que ha hecho bien todas las cosas, guía al hombre en un camino histórico de salvación hacia un Salvador futuro, para pasar a la vida eterna. Es, pues, un tiempo "lineal". El tiempo dejará paso a la eternidad en el encuentro con Dios.[15]

 

      Subrayar las diferencias sobre el concepto filosófico del tiempo, llevaría a estudios comparativos interesantes, no siempre adecuados para buscar la unidad y los puntos de contacto. Lo importante es constatar que el hombre, en toda cultura y religión, es consciente de realizar un camino histórico, donde Dios ocupa un protagonismo especial. Si se ha buscado una explicación teórica a esa búsqueda del sentido del tiempo (con conceptos filosóficos que pueden parecer e incluso ser opuestos), habrá que tener el cuenta el factor fundamental y común: la búsqueda de Dios alimentada por el mismo Dios, a veces a través de sus mensajeros y profetas (cfr. apartado 1).

 

      La particularidad del "concepto" de tiempo en el cristianismo no deriva de una especulación filosófica o teológica, sino que es primariamente la vivencia de una realidad de gracia: en ese tiempo, que es un camino de búsqueda de Dios (idea común a todas las religiones), Dios se ha hecho encontradizo (idea común a las religiones que dicen relación con la Biblia) por medio de su Hijo hecho hombre y, por tanto, que comparte el mismo caminar histórico: desde Dios Amor, hacia Dios Amor. No se destruye nada de todo lo que Dios mismo ya ha sembrado en todas las otras religiones, sino que se lleva a una "plenitud" o "perfección" inesperada (cfr. Mt 5,17).

 

      El hecho de celebrar el jubileo del año 2000 indica esta misma vivencia del tiempo (no exactamente el concepto del tiempo). Por la encarnación del Verbo, cuyas semillas estaban ya sembradas en los corazones, las culturas y las religiones, "el tiempo llega a ser una dimensión de Dios" (TMA 10). La historia del hombre aparece ya como historia del mismo Dios hecho hombre, es decir, "biografía" de Jesús, el Hijo de Dios, el Verbo encarnado. El examen de amor, que tendrá lugar al final de la historia, tiene esta misma perspectiva: "lo que hicisteis con cada uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).

 

      Si otras religiones no han podido superar en sus explicaciones el concepto circular del tiempo (prescindiendo de lo que en realidad vivan en el corazón y en los momentos de oración), es porque no han sido conscientes de la nueva y definitiva irrupción de Dios en el tiempo. Todo religión es una "experiencia" de Dios en el tiempo. La novedad cristiana (que no es mérito de los cristianos, sino don de Dios para toda la humanidad) consiste en el Verbo encarnado, que "habita en medio de nosotros" (Jn 1,14), como "cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" (TMA 6). Esta irrupción de Dios en la historia es totalmente nueva e inesperada, "misterio de gracia". De este modo, por medio de Cristo, en quien todo queda "recapitulado" (Ef 1,10), "todo retorna a su principio", a Dios Amor por medio de su Hijo Jesucristo (cfr. TMA 6).

 

      A partir de esta realidad de tiempo y de historia de salvación, aparece que no es principalmente el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien busca primero al hombre, porque "nos ha amado primero" (1Jn 4,10). No es que no se necesite la búsqueda y el esfuerzo del hombre, sino que Dios ha sembrado en el corazón del hombre una búsqueda que trasciende el conocer, el querer y el poder del mismo hombre. Esa iniciativa de Dios asegura la posibilidad de la decisión libre del hombre como donación. La libertad se realiza en la verdad de la donación, a imitación del mismo amor de Cristo que ha enseñado el mandato del amor y las bienaventuranzas. "La libertad se fundamenta, pues, en la verdad del hombre y tiende a la comunión... Jesús manifiesta, además, con su misma vida y no sólo con las palabras, que la libertad se realiza en el amor, es decir, en el don de uno mismo" (VS 86-87).

 

      Este modo de irrumpir Dios en la historia afianza la dignidad humana, puesto que es una donación que capacita para responder con una donación similar. La "Palabra" de Dios al hombre (o el "sí" de Dios al hombre), por medio del Verbo encarnado, hace posible el "sí" del hombre a Dios, pronunciando desde su corazón esa misma Palabra, que es Jesús viviente en el corazón de los creyentes. "Si Dios va en busca del hombre, creado a su imagen y semejanza, lo hace porque lo ama eternamente en el Verbo y en Cristo lo quiere elevar a la dignidad de hijo adoptivo" (TMA 7). Esta realidad comenzó el día de la encarnación del Verbo en el seno de María, quien, por ello mismo, ya pudo decir un "sí" ("fiat") a Dios como eco de la misma Palabra de Dios concebida en sus entrañas virginales.

 

      La "plenitud de los tiempos" (Gal 4,4) puede significar, pues, que, el tiempo ha encontrado su verdadero significado. "Dios, con la Encarnación, se ha introducido en la historia del hombre. La eternidad ha entrado en el tiempo... Entrar en la «plenitud de los tiempos» significa, por lo tanto, alcanzar el término del tiempo y salir de sus confines, para encontrar su cumplimiento en la eternidad de Dios" (TMA 9). El tiempo tiene ya la "dimensión de Dios", gracias a Jesucristo, "Señor del tiempo, su principio y su cumplimiento" (TMA 10). Las esperanzas mesiánicas del Antiguo Testamento se orientan directamente hacia Jesucristo, como preparación inmediata. Las esperanzas de salvación que se encuentran en todas las religiones, tienen esa misma dirección, gracias a la revelación primitiva (en Adán y Noé) y a la providencia divina que orienta toda la historia según sus proyectos de amor sobre el hombre.

 

      Esta realidad "cristiana" del tiempo no destruye la realidad "cósmica" del mismo tiempo, sino que trasciende toda explicación y conceptualización sobre el tiempo. La realidad anterior a la encarnación, vivida por todas las culturas y religiones, era una realidad que incluía las semillas del Verbo. Las explicaciones técnicas (aunque sean imperfectas e incluso erróneas) no pueden destruir las vivencias hondas del corazón humano y, menos todavía, lo que Dios ha sembrado en él. La misma "teología" cristiana de la historia deberá exponerse con la humildad de saber que ninguna explicación conceptual abarca plenamente el misterio de la gracia divina. Todo concepto de historia, en cualquier religión, debe abrirse a la realidad revelada de un Dios que se introduce en la historia, no como conquista o producto del hombre, sino como donación gratuita.[16]

 

      La historia humana y el "cosmos" en que se realiza, por medio del Verbo encarnado recibe una orientación definitiva, nunca conocida y vivida perfectamente. "Gracias al Verbo, el mundo de las criaturas se presenta como «cosmos», es decir, como universo ordenado" (TMA 3).

 

      El hombre es siempre para sí mismo un "misterio". Pero precisamente la búsqueda de la explicación de este misterio le hace trascender su propio ser hacia la búsqueda de Dios. En esa búsqueda hay siempre un "más allá", al que no se llega nunca perfectamente. Pero desde el momento en que Dios ha irrumpido en la historia humana, formando parte de ella como hombre, la búsqueda de Dios queda iluminada por un "más allá" que ya comienza a ser realidad en el presente.

 

      Dios ha dicho "sí" a la realidad humana, insertándose plenamente en ella y orientándola, sin destruirla ni humillarla, hacia una plenitud que ya comienza a ser realidad. "Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (GS 22). Cristo ha asumido la historia humana como propia, desde Adán hasta el final de los tiempos, incluyendo consecuentemente culturas, pueblos y religiones. "Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, de Cristo, el Señor" (ibídem). Así, pues, "Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación" (ibídem).

 

      El "hoy" que celebra la fe cristianaes siempre esta realidad de la Encarnación, hecha "memoria" y presencialización en todo momento de la historia. El año 2000 es un momento especial, prescindiendo de la exactitud cronológica. Como será un momento especial el "hoy" del paso al "cielo nuevo y tierra nueva" (Apoc 21,1), es decir, el "hoy" del "descanso" definitivo (cfr. Heb 4,7-11). Pero en el "hoy" de la propia situación histórica se celebra el "hoy" de la Encarnación y el "hoy" de la plenitud del encuentro final con Cristo. Y ese "hoy" del camino histórico es un encuentro pluricultural, pluriétnico y plurireligioso de toda la humanidad, al que sólo puede dar respuesta Cristo, el Verbo encarnado.[17]

 

 

3. ¿Una Iglesia preparada en personas y comunidades?

 

      Nunca como hoy, la sociedad humana se ha encontrado en una encrucijada semejante de contactos religiosos globales a nivel universal. El desafío planteado al cristianismo es el de presentar epifánicamente la fe cristiana, por medio de la proclamación y de la transparencia del evangelio en la propia vida, a partir de una experiencia peculiar de Dios. Al cristianismo no se le aceptará por "conceptos", sino por la persona de Jesús resucitado que se deja entrever por quienes anuncian y viven su mensaje de las "bienaventuranzas" y del mandato del amor.[18]

 

      Es verdad que las "semillas del Verbo", que ya se encuentran en las culturas y religiones, necesitan abrirse explícitamente a la realidad plena del Verbo encarnado. El proceso de apertura (o "conversión" a los nuevos planes salvíficos de Dios Amor) es una gracia que reclama la colaboración de las personas llamadas. Pero también es verdad que esas personas, ya redimidas por Cristo, necesitan ver los "signos" del encuentro con Cristo. El mensaje evangélico, para ser aceptado, necesita "signos". El signo principal es una vida personal y comunitaria que transparente la presencia de Cristo resucitado. La "predicación" eclesial va acompañada de la "presencia" de Cristo y del testimonio de los "signos" (Mc 16,20).

 

      Todo ser humano llamado a abrirse a los nuevos planes de Dios en Cristo, necesita "encontrar en la Iglesia el Evangelio vivido. Sería una desilusión para él, si después de ingresar en la comunidad eclesial encontrase en la misma una vida que carece de fervor y sin signos de renovación" (RMi 47).

 

      La fuerza evangelizadora de la Iglesia consiste en su capacidad de presentar las "bienaventuranzas" y el mandato del amor (cfr. RMi 59). Es la fuerza de la caridad, que es don de Dios (cfr. 1Jn 4,7). Todos los signos eclesiales (vocaciones, sacramentos, ministerios...) son signos portadores de la presencia eficaz de Jesús. Son, pues, signos eficaces del mismo Jesús y de su mensaje evangélico. "El hombre contemporáneo cree más en los testigos que en los maestros... el testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de misión" (RMi 42).

 

      Habría que preguntarse si el hecho de que algunos no cristianos hayan admitido el valor de las bienaventuranzas (como es el caso de Ghandi), infravalorando a veces o excluyendo la existencia y la filiación divina de Cristo, no será debido a no haber visto el sermón de la montaña hecho vida en las personas bautizadas.

 

      El camino histórico-salvifico que ya han realizado las diversas religiones, gracias a la acción del Espíritu Santo, les lleva hacia Cristo, el Verbo encarnado, muerto y resucitado. Ese camino no pasa necesariamente por una convicción apologética y conceptual, aunque pueda necesitar de ella. La misma acción salvífica de Dios, que las guía hacia Jesús resucitado, es la que también guía a la Iglesia para hacerse de verdad "sacramento", es decir, signo transparente y portador del mismo Cristo (LG 1; AG 1). Para que "la claridad de Cristo resplandezca sobre la faz de la Iglesia" (LG 1), es necesario que la misma Iglesia se renueve continuamente.[19]

 

      La renovación eclesial se realiza en la línea del evangelio. El concilio Vaticano II fue "convocado para la renovación evangélica de la vida cristiana... Es urgente, hoy más que nunca, que todos los cristianos vuelvan a emprender el camino de la renovación evangélica" (CFL 16). La Iglesia manifiesta así la "disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu" (RMi 30), "una particular sensibilidad a todo lo que le diga el Espíritu" (TMA 23), a fin de que el Espíritu "la renueve incesantemente".[20]

 

      Para ser "signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1), la Iglesia avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG 8). "Toda renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad hacia su vocación... La Iglesia, peregrina en este mundo, es llamada por Cristo a esta perenne reforma, de la que ella, en cuanto institución terrena y humana, necesita permanentemente" (UR 6).

 

      La "renovación" de la Iglesia es un tema constante, tanto a nivel de documentos, como a nivel práctico en toda la historia de la misma Iglesia. Esa renovación debe corresponder a la época y situación concreta, siguiendo la acción de las nuevas gracias y luces del Espíritu.[21]

 

      Pablo VI, en "Evangelii nuntiandi" presentaba unos puntos de examen de conciencia sobre la misionariedad de la Iglesia. Citamos literalmente el texto, en forma de preguntas:

 

      - "¿Qué es de la Iglesia, diez años después del concilio?

      -  ¿Está anclada en el corazón del mundo y es suficientemente libre e independiente para interpretar al mundo?

      - ¿Da testimonio de la propia solidaridad hacia los hombres y al mismo tiempo del Dios Absoluto?

      - ¿Ha ganado en ardor contemplativo y de adoración, y pone más celo en la actividad misionera, caritativa, liberadora?

      - ¿Es suficiente su empeño en el esfuerzo de buscar el restablecimiento de la plena unidad entre los cristianos, lo cual hace más eficaz el testimonio común, con el fin de que el mundo crea?" (EN 76).

 

      Es verdad que la comunidad eclesial, asistida por la presencia de Cristo resucitado y la acción del Espíritu Santo, es siempre portadora del mensaje evangélico. "Jesucristo, luz de los pueblos, ilumina el rostro de su Iglesia, la cual en enviada por él para anunciar el evangelio a toda criatura (cfr. Mc 16,15). Así la Iglesia, pueblo de Dios en medio de las naciones, mientras mira atentamente a los nuevos desafíos de la historia y a los esfuerzos que los hombres realizan en la búsqueda del sentido de la vida, ofrece a todos la respuesta que brota de la verdad de Jesucristo y de su Evangelio" (VS 2).

 

      Que este mensaje evangélico sea promulgado de verdad a nivel de la conciencia humana en todo hombre de buena voluntad, en toda cultura y en toda religión, depende, en gran parte, de la fidelidad de la misma Iglesia, es decir, de los que ya creemos en Cristo:

 

      - "¿Qué eficacia tiene en nuestros días la energía escondida de la Buena Nueva, capaz de sacudir profundamente la conciencia del hombre?

      - ¿Hasta dónde y cómo esta fuerza evangélica puede transformar verdaderamente al hombre de hoy?

      - ¿Con qué medios hay que proclamar el Evangelio par que su poder sea eficaz?" (EN 4).

 

      La renovación eclesial tiene repercusión misionera inmediata, porque se realiza bajo la acción del Espíritu Santo enviado por Jesús a los apóstoles de todas las épocas, reunidos en Cenáculo: "Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo «con María la Madre de Jesús» (Act 1,14), para implorar el Espíritu Santo y obtener fuerza y ardor para cumplir el mandato misionero. También nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu" (RMi 92; cfr. AG 4; LG 59; EN 82; RH 22; RMa 24).

 

      Cristo se deja entrever en la vida de los cristianos, cuya fe se expresa por una relación y adhesión personal a Cristo. "La fe es un decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cfr. Jn 14,6). Implica un acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como él vivió (cfr. Gal 2,20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos" (VS 88).

 

      Las etapas históricas del caminar eclesial durante veinte siglos no han sido siempre transparentes de evangelio. Aunque la acción y el resultado global han sido positivos, debido principalmente a santos y mártires, non han faltado momentos oscuros en los que la acción evangelizadora se ha querido realizar "con métodos de intolerancia e incluso de violencia" (TMA 35). La misma indiferencia religiosa de algunos sectores de la sociedad actual, puede haberse originado "por no haber manifestado el genuino rostro de Dios" (TMA 36; cfr. GS 19). Las directrices del concilio Vaticano II y del magisterio postconciliar, urgiendo a una fidelidad mayor a la nueva acción del Espíritu, no siempre encuentran acogida filial y generosa (cfr. TMA 36).

 

      Tal vez el mayor desafío que ha tenido el cristianismo en veinte siglos es el actual, en el que no se le ataca directamente, sino que se le pide la especificidad cristiana del encuentro con Dios. Tanto las religiones como la sociedad actual preguntan al cristiano sobre la experiencia de Dios cuando parece que calla y se ausenta: "el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismo conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible" (EN 76).

 

      La experiencia cristiana de Dios, sea cual fuere su explicación conceptual, debe ser una manifestación de la Palabra definitiva de Dios en su inserción histórica: el Verbo encarnado, Cristo muerto y resucitado. Quienes ya tienen las "semillas del Verbo" necesitan ver en los signos de una vida de fe, cómo es la manifestación definitiva de Dios por medio de Jesucristo en "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4).

 

      Para los creyentes, la experiencia del encuentro con Cristo resucitado se convierte en misión, porque el Espíritu Santo les infunde "una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24). La misión es esencialmente transparencia del encuentro explícito con Cristo: "el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. «No tengas miedo... porque yo estoy contigo» (Act 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88).

 

 

4. Hacia el encuentro "fraterno" en las "huellas" del mismo Verbo encarnado

 

      La "preparación evangélica" y las "semillas del Verbo", que se encuentran en otras culturas y religiones, conservan todo su valor de preparación y de semilla, hasta que el evangelio sea promulgado a nivel de conciencia y convicción personal. Es necesario el "encuentro" humilde entre quienes tienen las semillas del Verbo y quienes ya han encontrado explícitamente al mismo y único Verbo encarnado. La verdadera experiencia de Dios deja la huella de la humildad ante el "misterio": Dios es siempre sorprendente.[22]

 

      La Palabra de Dios, desde el principio de la creación, se ha ido insertando en los diversos ámbitos culturales de los pueblos. El camino ha sido largo y, consecuentemente, muy diferenciado en las expresiones culturales. Es un proceso de "inculturación" del que ha tenido la iniciativa el mismo Dios presente en la historia. Las culturas se manifiestan en la relación de las personas y de las comunidades respecto al "cosmos", a los demás componentes de la humanidad y a Dios. Por esto, la "religión", como relación con Dios, se encuentra en la raíz de toda cultura. Hablamos de "religión", cuando el conjunto de expresiones culturales de relación con Dios, forman una manifestación especial y organizada (convicciones, doctrinas, ritos, oraciones, costumbres, ética...).[23]

 

      A pesar de tanta diversidad de culturas y religiones, hay que constatar una unidad fundamental y universal en los elementos esenciales, por encima de los valores diferenciados. El misterio del hombre es siempre el mismo, porque es reflejo y búsqueda del misterio del único Dios, creador, providente, salvador.

 

      Este encuentro entre culturas religiosas puede calificarse de "diálogo", "proclamación", "testimonio", etc., según los diversos momentos de la misma acción evangelizadora. El haber elaborado una filosofía o una teología sobre Dios, no significa necesariamente que en ella se refleje perfectamente la experiencia de Dios presente en todos los corazones, culturas y religiones. Hay que tener la suficiente humildad para pensar que el hecho de creer explícitamente en Cristo no significa necesariamente que se le tiene más presente en el corazón. El corazón humano es un misterio, que sólo puede descifrarse a la luz del misterio de Cristo único Salvador, Mediador, Redentor.

 

      La fe, como encuentro con Cristo y don gratuito de Dios, no será el resultado de un diálogo, por necesario que éste sea. La fe busca expresarse con términos culturales ("fides quaerens intellectum"). Pero la realidad de gracia que hay en ella trasciende los elementos culturales (sin destruirlos). El diálogo interreligioso, al tener en cuenta esta trascendencia, comienza a hacer posible la sintonía con todas las "semillas del Verbo".[24]

 

      Dios ha sembrado en todos los corazones y en todos los pueblos, el deseo de encontrarle. Es una iniciativa suya, un don o "gracia", que se orienta, por la gracia posterior de la fe, hacia el encuentro explícito con Jesucristo, el Verbo encarnado. "El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios" (CEC 27). Se trata de la "búsqueda de Dios", de que habla San Pablo en el areópago de Atenas (Act 17,27). Es Dios mismo quien ha sembrado esos deseos imborrables. "Lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto; Dios se lo manifestó" (Rom 1,19).

 

      El encuentro del cristianismo con las otras religiones no puede reducirse (ni ser principalmente) encuentro entre los "entendidos", sino que, sin soslayar esa reflexión actual y de siglos anteriores (dentro y fuera del cristianismo), hay que ir principalmente a las manifestaciones más sencillas y populares de la fe de cada religión. Dios siempre es más allá, es decir, trasciende toda realidad y expresión contingente del hombre.[25]

 

      El diálogo interreligioso fructífero sólo es posible entre personas que tienen experiencia de Dios en su corazón y en su vida. No se trata de una conquista y menos de una actitud de superioridad, sino de la auténtica "contemplación", que es esencialmente la experiencia de la propia pobreza y limitación ante los ojos de Dios. Las personas "contemplativas" son aquellas que han experimentado la bondad de Dios en la propia limitación y pobreza. El diálogo entre esas personas, de cualquier religión, es siempre posible y fructuoso. El diálogo es entonces a nivel de experiencia religiosa auténtica, no a nivel de confrontación de conceptos técnicos; para el cristiano, el problema consistirá en expresar la especificidad de su experiencia de encuentro con Cristo (cfr. RMi 24).[26]

 

      El mismo Cristo manifestó su conciencia y su realidad de ser Hijo de Dios, por medio de expresiones humanas y culturales, que son siempre limitadas. El anuncio evangélico y la vivencia de la fe se ha manifestado también por parte de la Iglesia por medio de conceptos y de lenguaje de diversas culturas. Otras expresiones del encuentro con Dios, en otras religiones, ciertamente no pueden equipararse a la revelación hecha por Jesús, puesto que él es y se presenta como Hijo de Dios hecho hombre; pero nada impide que esas mismas expresiones y experiencias puedan ayudar a los cristianos a profundizar mejor el mensaje del Señor.

 

      Cristo ya está presenteen todos, más allá de las expresiones culturales y conceptos filosóficos. Estas expresiones pueden ser válidas e incluso necesarias, pero Cristo nunca será captado a modo de conquista intelectual, intuición o reflexión original, sino que hay que recibirlo tal como es, como un don sorprendente que reclama "apertura" y aceptación vivencial (conversión y fe). El creyente en Cristo, sin marginar su propia psicología y cultura, tendrá que expresar, sin reticencias, su fe e Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, único Salvador universal, muerto y resucitado. Pero ello sólo será posible a partir de un encuentro vivencial con Cristo.

 

      La inserción de una gracia de Dios en una cultura tendrá manifestaciones peculiares según el ambiente cultural. Es la misma gracia de Dios, comunicada a todos los hombres, la primera que realiza un proceso de "inculturación" o "contextualización". Habrá que distinguir entre la realidad que existe en el corazón y las expresiones culturales. Cuando éstas son más técnicas (filosóficas o teológicas), corren el riesgo de ocultar la realidad misteriosa que Dios ha sembrado en el corazón y en los pueblos. A pesar de las posibles ambigüedades, "los hombres han expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.)" (CEC 28). La diversidad de huellas de la misma búsqueda de Dios, lleva hacia la comunión o encuentro fraterno y universal en Cristo.

 

      La búsqueda de Dios se ha expresado de diversas maneras, que corresponden a otras tantas vivencias personales y comunitarias. Las expresiones se refieren al encuentro con Dios por medio de los acontecimientos, las reflexiones, las celebraciones cultuales, los esfuerzos hacia la interioridad del corazón, el progreso humano en todas sus facetas, etc. Esas expresiones psicológicas y culturales no deben obnubilar la verdad de la misma experiencia profunda que anida en lo más hondo de la persona humana, más allá de toda expresión cultural. En toda verdadera experiencia de Dios, hay una convicción de que Dios continúa siendo "misterio" sorprendente. Quien ha llegado a esa experiencia (dentro y fuera del cristianismo) acepta más fácilmente los nuevos planes de salvación en Cristo o, en el caso cristiano, las exigencias de la fe y de la moral cristiana. A nivel cristiano hay que reconocer que es prácticamente imposible aceptar esas exigencias, sin un "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88).[27]

 

      El encuentro entre culturas religiosas tendrá lugar principalmente en el campo de la oración como experiencia de encuentro con Dios. El encuentro entre diversas experiencias de Dios no debe llevar a un relativismo de la propia fe ni a un sincretismo fácil. La escucha mutua es desde la autenticidad de la propia fe, donde Dios ha sembrado sus "semillas". Desde ahí es posible abrirse a nuevos dones de Dios, puesto que todo don de Dios, anteriormente recibido, deja entrever la posibilidad de dones posteriores. Es, pues, una actitud de verdadera "conversión" o apertura a los nuevos planes de Dios.

 

      Se trata de un diálogo de "vida", comprometida de verdad en la relación con Dios y con los hermanos. En una lógica de experiencia religiosa general, ese compartir es entre experiencias parecidas e iguales en dignidad. Cuando se trata de la fe cristiana, nos encontramos con la novedad del mismo Verbo o Palabra de Dios (preparado en toda religión), ya encarnado en Jesucristo. Entonces no se trata propiamente de un encuentro de superioridad de parte de los creyentes en Cristo, sino de comunicación a todos de lo que estaba ya preparado en el corazón de todos. La cuestión no consistirá tanto en presentar unos conceptos, sino en expresar en la propia vida (por el diálogo y el testimonio) que las "bienaventuranzas" y el mandato del amor (es decir, la caridad) se identifican con la persona de Jesucristo, que se hace encontradizo con todo ser humano.

 

      La historia de la humanidad es una historia de búsqueda de Dios, quien deja sus huellas en toda experiencia religiosa auténtica. Quienes pueden interpretar mejor esas huellas serán los creyentes de cada religión que hayan comprometido la propia existencia en la búsqueda de Dios. Es decir, habrá que ahondar en las expresiones de "oración" o de relación con Dios, para encontrar en ellas las "semillas del Verbo" o, en el caso del cristianismo, al mismo Verbo ya encarnado y comunicado a toda la humanidad.[28]

 

      En toda experiencia auténtica de Dios (y en todas las religiones), Dios se da a entender dejando la impresión de "silencio" y "ausencia", porque siempre es más allá de toda experiencia humana. Entonces el hombre que busca a Dios puede manifestar esta impresión de diversas maneras: camino de purificación, camino de liberación, queja, duda, sentido de angustia o de agnosticismo e incluso tendencia hacia la negación de Dios o de su concepto. La experiencia cristiana de Dios no escapa a esa impresión, pero, por gracia o don de Dios, descubre que el "silencio" y la "ausencia" expresan al "Verbo" encarnado. Jesús mismo quiso experimentar nuestras mismas impresiones de "abandono". La fe cristiana se hace entonces una experiencia de la cercanía de Cristo "camino", a modo de "consorte" o esposo. El "corazón arde" por una cercanía que parecía ausencia (Lc 24,32). Entonces el cristiano no se siente superior, sino interpelado o misionado para comunicar a los otros hermanos que lo que ellos ya comienzan a sentir en el corazón: la huella imborrable de Cristo presente en la vida de todo ser humano. Es "la proclamación de la verdad: «Ecce natus est nobis Salvator mundi»" (TMA 38), como único Mediador y Redentor.

 

      Habrá que llegar principalmente a las personas impresionadas por alguna experiencia de Dios, especialmente en esas experiencias que parecen negativas: el "silencio" y la "ausencia" de Dios. Esas personas, tocadas por el dolor (de la vida o de la contemplación) necesitan ser ayudadas a dar el salto a la nueva experiencia de Dios en Jesús, el Verbo (Palabra) de Dios Amor, presente de modo nuevo entre nosotros.

 

      Al cristiano le toca preparar el salto a la fe, que es un don de Dios, sin retrasos ni aceleraciones imprudentes. No se trata de imponer, sino de preparar el despertar de esas huellas del Verbo que ya se encuentran en todas las religiones.

 

      La situación sociológica actual deja entrever el futuro de una comunidad humana intercultural e interreligiosa. La convivencia real y constructiva sólo será posible por medio del conocimiento e incluso sintonía mutua entre todos los creyentes. La armonía sólo será posible por el aprecio efectivo de los valores propios y de los demás. Todas las religiones tienen cierta dependencia de la revelación primitiva (en Adán y Noé), además de expresarse a partir de personas que han tenido una especial experiencia o mensaje del único Dios de toda la humanidad. Esas "semillas del Verbo" caminan hacia el mismo Verbo encarnado. Las religiones que dicen relación a Abrahán (hebraísmo, islamismo, cristianismo) están orientadas más explícitamente hacia Cristo, el Mesías.[29]

 

      El desafío que queda en pie para los cristianos, es el de presentar en sus propias vidas la experiencia de haber encontrado a Cristo, el Verbo encarnado, resucitado y presente en la historia humana. El encuentro positivo entre las diversas religiones dependerá de la propia experiencia de Dios. Habrá que conocer y apreciar las expresiones "contemplativas" de las diferentes religiones, para descubrir en ellas al mismo Verbo encarnado, Jesucristo el único Salvador, muerto y resucitado. "Cuanto de verdad y de gracia se encuentra ya entre las naciones, como por una quasi secreta presencia de Dios,... lo restituye a su autor, Cristo" (AG 9).[30]

 

      La oración cristiana es la misma de Jesús, que no ha venido para destruir, sino para llevar a plenitud (cfr. Mt 5,17). El encuentro e intercambio de experiencias de oración, podrá ser, como es lógico, también a nivel de conceptos y de metodología (método, yoga, zen tienen el mismo significado). Ese intercambio enriquecerá a nivel cultural y psicológico, que es también un camino hacia Dios. Pero el verdadero encuentro será en las "huellas" que Dios ha dejado en el corazón, más allá de toda expresión cultural, ritual, literaria, metodológica, etc.. Es, pues, un encuentro entre diversas "huellas" del mismo Dios.

 

      Quien ha experimentado esas "huellas" de Dios (que los cristianos llamamos "semillas del Verbo"), está capacitado para admirar otras profundidades de las mismas huellas o, si se quiere, otras huellas parecidas, que son siempre sorprendentes. Aceptar otras huellas y otras profundidades de las mismas, no será una pérdida de los dones recibidos, sino una ampliación. De ese enriquecimiento mutuo no están eximidos los cristianos, como hemos indicado más arriba, puesto que otras "huellas" del Verbo ayudarán a profundizar las huellas del mismo Verbo ya encarnado (en Jesucristo).

 

      La novedad cristiana no será propiamente a nivel de cultura (conceptos, metodologías), sino a nivel del anuncio del Verbo encarnado. En esa conciencia y realidad de ser Hijo de Dios hecho hombre, Jesús trasciende otras experiencias, asumiéndolas como una preparación querida por Dios. Jesús ora en todo hombre de buena voluntad. El se hace oración; no es fruto de una conquista. La oración cristiana consiste en dejar orar a Jesús en nosotros, con la fuerza de su Espíritu, que nos hace decir verdaderamente "Padre" a Dios, con el mismo amor y actitud filial de Cristo, de cuya vida se participa por la fe[31]. Es una oración que participa en la conciencia filial de Jesús. El "ora en nosotros como cabeza nuestra" (San Agustín).

 

      Gracias a la fe en Cristo, aparece que "la oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre" (CEC 2560). Esta sed o búsqueda, que Dios ha sembrado en todas las religiones, queda asumida por el mismo Cristo, insertado en la historia humana como consorte (cfr. Jn 4,7ss). Ya podemos, por la fe, participar en la conciencia y en la realidad filial de Cristo. La experiencia cristiana de Dios está en sintonía con otras experiencias (todas ellas comunicadas por el mismo Dios); pero es experiencia asumida  y vivida en la realidad filial de Jesús, como rostro humano de Dios. La oración cristiana, íntimamente unida a la humanidad de Cristo, sería siempre un escándalo (como lo fue el mismo Jesús); pero es el único camino que puede salvar todas las otras experiencias auténticas de Dios, llevándolas al encuentro con Dios Amor.

 

      La oración ya puede ser, en Cristo, actitud filial de asumir la realidad propia (cultural, sociológica, histórica, psicológica, humana en general) para hacerla pasar a la comunión familiar con Dios. Ello sólo es posible como un don de Dios Amor en Cristo, sea por la fe explícita (cuando ya se ha recibido la promulgación del evangelio), sea por la gracia comunicada por Dios a todos los hombres, en vistas a la redención realizada por Cristo.

 

      El cristiano debería ser el más capacitado par descubrir las huellas del Verbo en toda experiencia religiosa de encuentro con Dios. Su fe (que es más allá de las expresiones técnicas) le ayudará a descubrir que la experiencia de Dios en los corazones puede ser verdadera, aunque las formulaciones sean, a veces, erróneas o, al menos, imperfectas. La misma experiencia cristiana de Dios Amor (como actitud filial participado de Cristo) es todavía imperfecta en cuanto que no se ha llegado todavía a la visión y encuentro definitivo con Dios. Al cristiano no le basta tener conciencia de su fe, sino que es necesario que pase a la transformación en Cristo, especialmente por la relación personal con él y por el seguimiento evangélico.

 

      El Espíritu Santo, que nos hace partícipes de la oración de Jesús, trasciende toda oración, incluso la del cristiano (cfr. Rom 8,26-27). Por esto, el cristiano está llamado a una vida de humildad profunda, puesto que lo que ha recibido es don gratuito, que también debe llegar a todos los hermanos. Será, pues, el cristiano el primero en demostrar "el respeto por la acción del Espíritu en el hombre"[32], puesto que "toda oración auténtica está suscitada por el Espíritu Santo, que está misteriosamente presente en el corazón de todo hombre".[33]

 

      Ponerse en contacto con las huellas de Dios, como "semillas del Verbo", existentes en todas las culturas y religiones, será garantía de haber sintonizado con la misma oración filial de Jesús, porque "allí donde el espíritu humano se abre a la oración a este Dios desconocido (en cuanto Dios Amor comunicado manifestado por Cristo), se escuchará un eco del mismo Espíritu, que, conociendo los límites y la fragilidad de le persona humana, ora en nosotros y por nosotros".[34]

 

      Este encuentro no es principalmente entre "religiones", sino entre personas que buscan a Dios. Son esas mismas religiones las que "llevan en sí mismas el eco de milenios de búsqueda de Dios", que es siempre personal (EN 53). Será, pues, un encuentro entre personas que han sido "tocadas" por Dios, quien deja en todos los corazones el deseo y la búsqueda, a modo de "anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" (TMA 6).

 

      Esta realidad esperanzadora puede ser, en el inicio del tercer milenio, "el desafío más radical" de la historia de la Iglesia, que está llamada a "proponer una síntesis creativa entre evangelio y vida" y "a dar un alma a la sociedad moderna".[35]

 

      El Jubileo del año 2000tiene que ser, pues, un paso más en el "cumplimiento" de ese anhelo universal, por medio del encuentro explícito con Cristo. Dios dirige a la humanidad hacia ese encuentro; al cristiano le toca una parte principal: expresar en la propia vida, como experiencia de Dios Amor, que el Verbo ya se ha encarnado en Jesucristo.[36]



    [1]Cito sólo algunos estudios de conjunto o más generales: AA.VV. (H. Waldenfels), Nuovo Dizionario delle Religioni, Cinisello Balsamo, San Paolo 1993; AA.VV. (P. POUPARD), Grande diccionario de las Religiones, Barcelona, Herder, 1987; AA.VV., Historia de la Espiritualidad, Barcelona, Flors 1969, IV (espiritualidades no cristianas); AA.VV., El mundo de las Religiones, Estella, Verbo Divino 1985; AA.VV., Dizionario comparato delle religioni monosteistiche: Ebraismo, Cristianismo, Islam, Casale Monferrato 1991; AA.VV., L'Annonce de Jésus Christ et la rencontre avec les religions "Spiritus" 33 (Paris 1992) 1-144; AA.VV., Asian religious traditions and christianity, Manila, Santo Tomás 1983. Ver también: J. DUPUIS, Jesucristo al encuentro de las religiones, Madrid, Paulinas 1991; A.M. HENRY, Les relations de l'Eglise avec les religions non chrétiennes, Paris, Cerf 1966; G.MAGNANI, Filosofia della Religione, Roma, Pont. Univ. Gregoriana 1993. Ver más bibliografía en las notas siguientes y en Teología de la evangelización, Madrid, BAC 1995, cap. VIII.

    [2]Ver el tema "semillas del Verbo" en el apartado n. 1.

    [3]Resumo doctrina y bibliografía actual sobre este tema, en: Teología de la evangelización, Madrid, BAC 1995, cap. VIII (evangelización de culturas y religiones): Cristianismo, evangelización y culturas (n. 1), evangelización y religiones no cristianas (n. 2), diálgo interreligioso y ecuménico (n. 3).

    [4]Sobre experiencias religiosas en las religiones no cristianas: V. HERNANDEZ CATALA, La expresión de lo divino en las religiones no cristianas, Madrid, BAC 1972. Sobre la experiencia cristiana: J. MOUROUX, L'expérience chrétienne. Introduction à une théologie, Paris, Aubier-Montagne 1952; H. SMITH, La experiencia de Dios, Santander, Sal Terrae 1975. Ver otros estudios en la nota siguiente.

    [5]J. ESQUERDA BIFET, Valor evangelizador y desafíos actuales de la "experiencia" religiosa "Euntes Docete" 43 (1990) 37-56; Idem, La experiencia cristiana de Dios, más allá de las culturas, de las religiones y de las técnicas contemplativas, en: Portare Cristo al mondo, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985, I, 351-368; L. GARDET, Experiencias místicas en tierras no cristianas, Madrid, Studium 1970; L. GARDET, O. LACOMBE, L'expérience du Soi. Étude de mystique comparée, Paris, Desclée B. 1981; I. GOBRY, L'Expérience mystique,Paris, Fayard 1964; G. MAGNANI, Filosofia della religione, o.c., cap. VI (experiencia religiosa y cristiana); J. MOLTMANN, Gotteserfahrungen: Hoffnung, Angst, Mystik, München, Kaiser Verlag 1979; J.Mª VELASCO, El fenómeno místico en las religiones y en el cristianismo, Madrid, San Pablo, 1995.

    [6]Con el presente estudio, continúo reflexiones anteriores: Experiencias de Dios, Barcelona, Balmes 1976; Contemplación cristiana y experiencias místicas no cristianas, en: Evangelizzazione e culture, Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1976, I, 407-420; Dimensión soteriológica de la contemplación cristiana y no cristiana, "Burgense" 30/1 (1989) 87-104. Ver también los estudios citados en la nota anterior.

    [7]Tertio Millennio Adveniente, Carta Apostólica de Juan Pablo II, como preparación del Jubileo del año 2000 (10 de noviembre 1994). Citamos el documento con la sigla TMA.

    [8]La expresión corresponde al título del escrito de EUSEBIO DE CESAREA, Preparatio evangelica I,1: PG 21,28 a-b. El concilio Vaticano II usa repetidamente esa expresión. "La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero que hay en ellos, como una preparación al Evangelio y como un don de Aquel que ilumina a todos los hombres para que puedan tener finalmente la vida" (LG 16; cfr. VS 3). Se puede, pues, hablar de una "pedagogía hacia el verdadero Dios o preparación para el evangelio" (AG 3).

    [9]SAN JUSTINO, Apología II, 8: PG 6, 457-458. Se refiere a la actitud martirial de algunos estoicos, que enseñaban una doctrina moral recta y que eran conscuentes hasta dar la vida. Ver otros pasajes: Apologia I, 6,3; 10,1-3; 13,2-3; I, 46,1-4, etc. La expresión se usa frecuentemente en el magisterio: AG 3,11; EN 53,80; RMi 29; VS 94.

    [10]SAN IRENEO, Adv. Haer. 3,11,8; 4,6,5-7; 20,6-7.

    [11]Ibídem, 3,18,1: PG 7,932; 4,6-7: PG 7,990. Todo, pues, camina hacia el Verbo (cfr. ibídem, 3,34,1).

    [12]En este sentido se puede decir que los pueblos "poseen la salvación escrita sin papel ni tinta por el Espíritu Santo en sus corazones" (Adv. Haer.3,4,2).

    [13]CLEMENTE DE ALEJANDRIA, Stromata 1,5 (alude también a los brahmanes y a los discípulos de Buda). A veces se refiere a una "pedagogía" hacia Cristo (6,8). Siempre se trata de una "pedagogía" o preparación hacia el mismo Verbo que se encarna en Jesús (sin separar el Verbo de Jesús). Ver otros pasajes de Stromata 1,7-8; 6,67-72; 7,73-76; 8,77-81, 9,82, etc.

    [14]SAN AGUSTIN, Retractationes, 1,13,3.

    [15]Algunos autores distinguen entre religiones proféticas (que interpretan los acontecimientos por medio de la palabra de Dios) y religiones místicas (que buscan a Dios en el fondo del corazón). Las primeras serían más explicativas, mientras que las segundas se inclinarían por Dios inaccesible. Ver bibliografía citada en la nota 1. En realidad, Dios está siempre en el corazón de todo hombre y, desde allí, le invita a caminar en la historia hacia Cristo. Hay que distinguir siempre entre las explicaciones de los "teológos" de la religión y las expresiones de los "creyentes" (que, a veces, son también expositores eruditos). El mismo San Juan de la Cruz, siendo también un místico, explica teológicamente las experiencias místicas que él constató en personas que no sabían explicarse.

    [16]O. CULLMANN, Le salut dans l'histoire, Neuchâtel, Delachaux et Nestlé 1966; J. DANIÉLOU, El misterio de la historia, San Sebastián, Dinor 1957; M. FLICK, Z. ALSZEGHY, Teologia della storia, "Gregorianum" 25 (1954) 256-298; J. MOUROUX, Le mystère du temps, Paris, Aubier 1962; W. PANNENBERG, La revelación como historia, Salamanca, Sígueme 1977; G. THILS, La théologie de l'histoire, Note bibliographique, "Ephem. Théol Lov." 26 (1950) 87-95; H. URS VON BALTHASAR, Théologie de l'histoire, Paris, Fayard 1970.

    [17]La evangelización actual tienen en cuenta diversas situaciones: la inserción de sectores de pobreza e injusticia (progreso, desarrollo); inserción en las culturas (inculturación); diálogo interreligioso. Las tres situaciones se relacionan y necesitan encontrar la luz en el Verbo encarnado.

    [18]  Una señal de vivir las "bienaventuranzas" es la actitud relacional con Cristo que dejan entrever los evangelizadores, es decir, su deseo sincero de transformar la propia vida en entrega total a Cristo (deseo de santidad). Por esto, "la santidad de vida permite a cada cristiano ser fecundo en la misión de la Iglesia" (RMi 77). "La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos... Es necesario suscitar un nuevo «anhelo de santidad» entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana" (RMi 90).

 

 

    [19]Habría que pregentuar si nuestra teología cristiana, aún cuando se expresa de modo correcto y "ortodoxo", invita de verdad a la contemplación de la Palabra, al seguimiento evangélico y a la misión. El índice de esa dinámica evangélica dentro de la Iglesia, será el mismo índice de su fuerza evangelizadora "ad extra". "La misión ad intra es signo creíble y estímulo para la misión ad extra y viceversa" (RMi 34).

    [20]J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial y espiritualidad misionera para una nueva evangelización, "Seminarium" 31 (1991) n.1, 135-147; Idem, Il rinnovamento ecclesiale per una pastorale missionaria, en: Chiesa locale e inculturazione nella missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1987, 47-75; M. ZOVKIC, Conversio et renovatio Ecclesiae tamquam conditio et sequela evangelizationis, "Bogoslacka Smotra" 45 (1975) 221-234.

    [21]Esta es la enseñanza frecuente de los concilios. Ver el concilio Lateranense V, sess. 12 (Mansi 32, 988, B-C).

    [22]La fe cristiana parte de la unicidad de Cristo, el Verbo encarnado, y de su universalidad como Salvador de todos los hombres. A. AMATO, Missione cristiana e centralità di Cristo Gesù, in: La missione del Redentore, Leumann, Torino, LDC 1992) 13-29; J. GALOT, Cristo unico Salvatore e salvezza universale, en: Cristo, Chiesa, Missione, Roma, Urbaniana Uiversity Press 1992; 51-66. Ver: J.P. BRENNAN, Christian Mission in a Pluralistic World, St. Paul Publications 1990; J. DUPUIS, Jesucristo al encuentro de las religiones, Madrid, Edic. Paulinas 1989, cap. 9, p.265: "La unicidad y la universalidad de Jesucristo en el orden de las religiones es la cuestión clave y decisiva de toda la teología de las religiones". Se trata de un "cristocentrismo" que asume todas las "semillas del Verbo" y toda la "preparación evangélica" (cristocentrismo inclusivo y abierto).

    [23]AA.VV., La fe interpelada, jornadas de estudio y diálogo entre profesores universitarios, Salamanca 1993; A. AMATO, Inculturazione, contestualizzazione, teologia in contesto, "Salesianum" 45 (1983) 79-111; (Comisión Teológica Internacional), Fede e inculturazione, "La Civiltà Cattolica" 140 (1989) 158-177 (ver parte I); H. CARRIER, Evangelio y culturas, Madrid, EDICE 1988; J. DUPUIS, Méthode théologique et thélogies locales: adaptation, inculturation, contextualistion, "Seminarium" 32 (1992) 61-74O; O. GONZALEZ DE CARDEDAL, La gloria del hombre. Reto entre una cultura de la fe y una cultura de la increencia, Madrid, BAC 1985; A. ROEST CROLLIUS, Inculturation and the meaning of culture, "Gregorianum" 61 (1980) 253-274; J.M. ROVIRA BELLOSO, Fe i cultura al nostre temps, Barcelona, Fac. Teologia de Cataluyna 1987; B. SECONDIN, Mensaje evangélico y culturas, Madrid, Paulinas 1986. Ver otros estudios en Teología de la Evangelizacion, Madrid, BAC 1995, cap. VIII, n. 1 (Cristianismo, evangelización y culturas: Evangelio y culturas, evangelización e inculturación, el proceso de inculturación).

    [24]El diálogo interreligioso, especialmente por el intercambio de experiencias de Dios, el anuncio o proclamación del evangelio y el testimonio, son diversos momentos del mismo proceso de evangelización. Ver síntesis doctrinal y bibliografía actual en el cap. VIII, n. 3 de Teología de la evangelización, Madrid, BAC 1994. Ver también J. DUPUIS, o.c., cap. 10 (el diálogo interreigioso en la misión evangelizadora de la Iglesia), pp. 289ss. Ver el documento del Pontificio Consejo para el Diálogo y de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (año 1991): Dialogo y anuncio (año 1991); texto latino en: Instructio de Evangelio nuntiando et de dialogo inter Religiones: AAS 84, 1992, 414-446. Comentario a este documento: M. ZAGO,"Diálogo y anuncio": Un documento aclaratorio de gran importancia, "Omnis Terra" n. 217 (1992) 22-28. Ver también: AA.VV., Mission et dialogue interreligieux, Lyon, Fac. Théol. 1990.

    [25]La mejor base intelectual y cultural es la del "sentido común", que también se encuentra en muchos pensadores, pero principalmente en el pueblo sencillo. A veces son los mismos teólogos (como es el caso de algunos santos) quienes, en sus expresiones personales, son más cercanos a la experiencia religiosa "popular". No se trata de infravalorar la reflexión filosófica ni teológica, sino de relativizar el valor de las conquistas de la especulación religiosa (dentro y fuera del cristianismo). Es muy difícil que los técnicos se acepten mutuamente en su terminología y en sus conceptos, a pesar de que, frecuentemente, quieren expresar una experiencia religiosa parecida.

    [26]Será muy difícil que los no cristianos capten el misterio cristiano a partir de la diferenciación entre escuelas teológicas (históricas y actuales, que son opiniones legítimas). Más bien habrá que presentarles la sencillez evangélica, que a veces también se encuentra en escritos de los mismos autores de escuelas teológicas, especialmente si son santos. Es problema parecido para los cristiasno: será imposible captar, por ejemplo, el hinduismo, a partir de las numerosas escuelas históricas y actuales; habrá que ir a los libros y tradiciones originales y a las expresiones en algunos autores que están por encima de toda escuela.

    [27]La moral cristiana queda resumida en el capítulo II de VS; pero será imposible la aceptación de su contenidos (la "libertad" como verdad de la donación), sin una vivencia profunda de la sequela evangélica (cap. I) y del misterio de la cruz (cap. III). Es interesante notar que el "Catecismo de la Iglesia Católica" (CEC) tiene, en cada capítulo, una primera parte que es fundamental; será muy difícil aceptar las consecuencias de la fe, de los sacramentos, de los mandamientos y del "Padre nuestro", si no se vive respectivamente el sentido de la fe como adhesión personal a Cristo, la realidad de la liturgia como inserción en el misterio pascual, el seguimiento evangélico de las bienaventuranzas y la actitud filial de la oración cristiana. Los no cristianos encuentran un gran obstáculo en los que ya somos cristianos, cuando observan (especialmente en expositores de cierta autoridad científica) reticencias para aceptar (incluso teóricamente) las exigencias evangélicas del dogma y de la moral cristiana.

    [28]Ver estudios sobre el tema de la contemplación y experiencia de Dios (en las diversas religiones), en las notas 4-6 del presente trabajo.

    [29]Sobre las religiones en general, ver el apartado 2 (nota 15). El islam ha recuperado, especialmente para los pueblos árabes, la fe monoteista de Abraham; está, por tanto, también orientado hacia Cristo. Parece que Mahoma conoció sólo a cristianos "heterodoxos", cuya fe no era auténtica y que, por tanto, no reflejaban el evangelio.

    [30]No hay que olvidar que el aprecio de los valores existentes en las diversas religiones incluye también la purificación de los mismos y la llamada a pasar a la plenitud en Cristo (cfr. AG 9).

    [31]Cfr. Gal 4,7; Rom 8,16-17. "En la oración, el Espíritu Santo nos une a la persona del Hijo Unico, en su humanidad glorificada. Por medio de ella y en ella, nuestra oración filial comulga en la Iglesia con la Madre de Jesús" (CEC 2673).

    [32]JUAN PABLO II, Alocución a los exponentes de las religiones no cristianas, Madrás, 5 febrero 1986. Ver en: Insegnamenti IX,1 (1986) 319-324.

    [33]JUAN PABLO II, Discurso a la Curia Romana, 22 diciembre 1986 (explicación sobre la reunión interreligiosa de Asís). Ver en: Insegnamenti IX,2 (1986) 1897-1898.

    [34]JUAN PABLO II, Mensaje a los pueblos de Asia por Radio Veritas (Manila), 21 febrero 1981. Ver en Viaje apostólico a Extremo Oriente, Madrid, BAC 1981, 141; Insegnamenti IV,1 (1981) 452-460.

    [35]JUAN PABLO II, Discurso a los participantes en el IV Simposio del Consejo de las Conferencias Europeas, 11 de octubre de 1985; texto en: "Insegnamenti" VIII/2 (1985) 910ss.

    [36]Redemptoris Missioha indicado unas pistas para el encuentro de las religiones con Cristo: "El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular, las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero ha de ser un contemplativo en la acción. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: «Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos» (1Jn 1,1-3)" (RMi 91).

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