Lunes, 11 Abril 2022 09:21

EL MARTIRIO CRISTIANO

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     VI. EL MARTIRIO CRISTIANO

 

     1. Gastarse por Cristo para ser su "testigo"

     2. Fecundidad martirial: fuerza en la flaqueza

     3. Morir amando y perdonando

 

1. Gastarse por Cristo para ser su "testigo"

     Repetidas veces el Señor calificó a sus discípulos de "testigos" ("mártires"), indicando que su vida estaba orientada a dar "testimonio"  ("martirio") de él y de su mensaje evangélico: "Vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo" (Jn 15,27); "seréis mis testigos... hasta el extremo de la tierra" (Act 1,8). El día de Pentecostés, después de haber recibido la fuerza del Espíritu Santo, San Pedro anunció: "Nosotros somos testigos" (Act 2,32).

     El testigo de Cristo se hace transparencia suya a través de las dificultades y de la cruz. Jesús no ocultó a sus discípulos la realidad dolorosa del seguimiento evangélico y de la misión apostólica: "os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros" (Mt 10,17-20).

     Si Cristo, el Maestro, fue llevado a la cruz, sus discípulos no encontrarán mejor acogida: "el siervo no es mayor que su Señor; si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros" (Jn 15,20). La vida marcada por la cruz parece un fracaso, pero, en realidad, es el único camino del éxito definitivo. "En el mundo habéis de tener tribulación, pero confiad: yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

     Este "testimonio" evangélico de los seguidores de Cristo ha sido calificado con palabra griega "martirio" ("testimonio"). Juan, en el Apocalipsis, se presenta como "testigo" ("mártir") (Apoc 1,2.9), y narra entre otras pruebas eclesiales, el "martirio" de los que son fieles a Cristo hasta dar su vida por él (Apoc 6,9; 7,9-14). De modo particular, Juan hace alusión al martirio de Pedro y Pablo en Roma: los "dos testigos" (Apoc 11,1-13). Su sangre ya se ha mezclado con la sangre del Cordero y, por ello, forma con él un mismo sacrificio (cfr. Apoc 6,9; Heb 9,14).

     Esta condición "martirial" de la Iglesia forma parte de su identidad, como consorte o esposa de Cristo. Para llegar a las bodas del encuentro definitivo (Apoc 19,7), la Iglesia ha "blanqueado su túnica en la sangre del Cordero" (Apoc 7,14). María, la Madre de Jesús, "vestida de sol", es "la gran señal", figura de la Iglesia que se reviste plenamente de Cristo Esposo (Apoc 12,1). Por esto, la Iglesia corre la misma suerte de María, asociada a Cristo junto a la cruz.

     El camino histórico de la Iglesia será siempre de cruz y de martirio, para poder llegar a la fecundidad materna (gozosa y dolorosa) de la misión (Jn 16,20-22). La Iglesia se encuentra siempre "en estado de persecución - ya sea en los tiempos antiguos, ya sea en la actualidad-, porque los testigos de la verdad divina son entonces una verificación viva de la acción del Espíritu de la verdad, presente en el corazón y en la conciencia de los fieles, y a menudo sellan con su martirio la glorificación suprema de la dignidad humana" (DEV 60; cfr. Mc 13,9).

     Las páginas de la historia de la Iglesia están llenas de mártires. Las Actas de los Mártires de los primeros tiempos muestras la característica principal y esencial del martirio cristiano: morir amando y perdonando.

     El primer mártir cristiano, el diácono San Esteban, no hizo más que dar "testimonio" de Jesús, primero con su anuncio audaz y luego ofreciendo su vida. No bastaría con la defensa de una verdad cristiana. Lo original del martirio cristiano es la prolongación de la actitud oblativa de Jesús en la cruz: donación sacrificial en manos del Padre y perdón de los hermanos. Tal vez no hubiera sucedido la conversión de Saulo (que guardaba la ropa de los agresores), si Esteban no hubiera muerto perdonando, con actitud de fe, esperanza y caridad.

     El martirio cristiano puede ser cruento e incruento. Derramar la sangre amando en un momento de violencia, es imposible sin la gracia de Dios. Gastar la vida afrontando las dificultades cotidianas con amor, presupone, de hecho, la misma gracia. Ha habido siempre muchos cristianos que han corrido el riesgo de perder la vida. Lo importante es la actitud martirial permanente de darse del todo y de gastar la vida por amor a Cristo crucificado. Las formas de martirio, especialmente del incruento, pueden variar indefinidamente. Una sociedad consumista no quiere mártires; le basta con marginar, denigrar, intimidar e inutilizar a los que deciden ser fieles a la verdad y al amor.

     Un cristiano auténtico y coherente no quiere ser esclavo de ningún poder humano: imperios, ideologías, grupos de presión, bienestar desenfrenado, dominio económico... "Nada absolutamente antepongan a Cristo" (San Benito). Esta actitud cristiana será siempre una realidad molesta y, al mismo tiempo, necesaria. En cualquier circunstancia de opresión, el testigo la fe, gracias a la acción del Espíritu Santo, está dispuesto a dar la vida amando y perdonando. Todo cristiano sabe muy bien que el martirio, de cualquier género que sea, es un don de Dios. No existen los superhombres. El martirio no se improvisa. A cada uno le basta saber que, en esos momentos de prueba, es Cristo quien se hace presente y es el Espíritu Santo quien comunica las palabras que hay que decir (Mt 10,20).

     La fuerza del martirio estriba en el amor de Cristo, que dio su vida por sus amigos. Su actitud oblativa sostiene la marcha martirial de la Iglesia. "Así como Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su caridad ofre­ciendo su vida por nosotros, nadie tiene un mayor amor que el que ofrece la vida por El y por sus hermanos (cf. 1 Jn., 3,16; Jn., 15,13). Pues bien, ya desde los primeros tiempos algunos cristia­nos se vieron llamados, y continuamente se encontrarán otros llamados a dar este máximo testimonio de amor delante de todos, principalmen­te delante de los perseguidores. El martirio, por consiguiente, con el que el discípulo llega a hacerse semejante al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, asemejándose a El en el derramamiento de su sangre, es considerado por la Iglesia como un supremo don y la prueba mayor de la caridad. Y si ese don se da a pocos, convie­ne que todos vivan preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia" (LG 42).

     El espíritu de la misión en la vida de los grandes misioneros como Francisco de Asís, Domingo de Guzmán, Francisco Javier, Teresa de Lisieux, Carlos de Foucauld y tantos otros, es actitud permanente de donación martirial. La historia de la evangelización está sembrada de mártires. Sin ellos, difícilmente se hubiera implantado la Iglesia. "La prueba suprema es el don de la vida, hasta aceptar la muerte para testimoniar la fe en Jesucristo. Como siempre en la historia cristiana, los 'mártires', es decir, los testigos, son numerosos e indispensables para el camino del Evangelio. También en nuestra época hay muchos: obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, así como laicos; a veces héroes desconocidos que dan la vida como testimonio de la fe. Ellos son los anunciadores y los testigos por excelencia" (RMi 45).

     El "martirio" es más necesario cuando se trata del primer anuncio entre los que todavía no han oído hablar del evangelio: "El que anuncia el Evangelio entre los gentiles dé a conocer con confianza el misterio de Cristo, cuyo legado es, de suerte que se atreva a hablar de El como conviene, no avergonzándose del escándalo de la cruz. Siguiendo las huellas de su Maestro, manso y humilde de corazón, manifieste que su yugo es suave y su carga ligera. Dé testimonio de su Señor con su vida enteramente evangé­lica, con mucha paciencia, con longanimidad, con suavidad, con caridad sincera, y si es necesario, hasta con la propia sangre" (AG 24).

     Hay muchos mártires sin "pedestal" ni "galería". Los mártires cristianos no pertenecen a ninguna opción ideológica ni partidista. "Es admirable y alentador comprobar el espíritu de sacrificio y abnegación con que muchos pastores ejercen su ministerio en servicio del Evangelio, sea en la predicación, sea en la celebración de los sacramentos o en la defensa de la dignidad humana, afrontando la soledad, el aislamiento, la incomprensión y, a veces, la persecución y la muerte" (Puebla 668).

     Juan Pablo II, en sus viajes apostólicos, siempre ha querido detenerse a orar en la tumba de tantos apóstoles y misioneros mártires, un tanto olvidados cuando ha pasado la novedad de la noticia. Junto a la tumba del obispo Oscar Romero quiso dejar constancia de que el martirio cristiano incluye siempre el perdón y es una llamada a la reconciliación.

     Los amigos de Cristo saben bien ese trato doloroso que el Señor reserva a los suyos. A Juan Bautista le cupo en suerte ser el precursor, preparando el camino al Mesías y sellando su testimonio con su sangre. A Lázaro, amigo de Cristo, el Señor le resucitó para volver a reemprender el camino de la vida mortal. Pero la predilección por Juan Bautista consiste en hacerle testigo de Cristo por una muerte profética y sacrificial.

     Dar la vida es la prueba suprema del amor (Jn 15,13). Cristo la dio por nosotros. El creyente está dispuesto a darla por él y por los hermanos. Muchas veces habrá que optar heroicamente por el amor de donación desprendiéndose de sí mismo y de las propias ventajas. Esta actitud permanente transforma la vida en signo de la donación sacrificial de Cristo. La victoria del amor sobre la vida y sobre la muerte, es actitud martirial, que Cristo (presente en los que le aman) hace posible en cada circunstancia de lugar y tiempo.

     El "difundir la luz de la vida con toda confianza y fortaleza apostólica", puede reclamar a veces el precio de "derramar la propia sangre" (Dignitatis humanae 14). El apóstol ha hipotecado la vida para gastarla en el anuncio del evangelio. El modo cruento o incruento de este testimonio o "martirio" se deja a la iniciativa de Cristo, para vivir a la sorpresa de Dios. Una misionera que partía ilusionada de nuevo para la misión, cayó enferma gravemente; antes de morir, dijo a los que le acompañaban: "Jesús es siempre sorprendente".

 

2. Fecundidad martirial: fuerza en la flaqueza

     El martirio cristiano de todas las épocas deja también al descubierto la fragilidad humana de la Iglesia. El poder humano parece vencer, pero, cuando no nace del amor, es caduco. La fuerza de los seguidores de Cristo está en el amor. La gracia divina transforma la debilidad humana en poder sobrehumano. Pablo, "en medio de las persecuciones", dice así: "La fuerza se pone de manifiesto en la debiidad; muy gustosamente, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo... pues cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte" (2Cor 12,9-10).

     La fuerza del martirio nace también de saber que Cristo está contento por la confianza que ponemos en él cuando parece que todo falla: "todo lo puedo en aquel que me conforta" (Fil 4,13). El apóstol se ha ido acostumbrando a vivir de las alegrías y de los amores de Cristo. Esta vivencia es la fuente de la fortaleza martirial.

     Toda la vida cristiana y especialmente el camino de la contemplación, de la perfección y de la misión, está marcada con la cruz. Se sigue a Cristo en sintonía con sus amores y vivencias, que le llevaron al "anonadamiento" de una muerte redentora asumida por obediencia al Padre (cfr. Fil 2,5-7). "La misión recorre este mismo camino y tiene su punto de llegada a los pies de la cruz" (RMi 88). Es entonces cuando se expresa "el máximo testimonio del amor" (PO 11).

     El "martirio" tiene valor apologético (Act 1,8) y es "semilla de cristianos" (Tertuliano). Por el hecho de nacer del amor de Cristo, que "murió por todos" (2Cor 5,14), el martirio supera la muerte, trasciende esta vida terra y vence la opresión sin destruir la persona del opresor. El perseguido (como Saulo) queda vencido por el amor e invitado a recibir la liberación cristiana, que le desliga del odio y del pecado.

     San Ignacio de Antioquía afrontó el martirio deseando ser pan de Cristo, partícipe de su inmolación. Los dientes de las fieras serían el molino para triturar el trigo y convertirlo en pan de vida: "Trigo soy de Dios, y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de ser presentado como limpio trigo de Cristo" (Carta a los Romanos). La eucaristía construye a la Iglesia como comunidad martirial y virginal.

     La imagen del granito de trigo, que aparentemente muere en el surco para poder producir la espiga (cfr. Jn 12,24), expresa la realidad misma de Jesús, que muere en la cruz y resucita. Pero es también una imagen que refleja la realidad de cuantos, por seguirle, entregan su vida en holocausto: "el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor" (Jn 12,25-26). El premio que promete Jesús es, pues, el de compartir su misma suerte y su mismo amor. La pequeñez del granito de trigo oculta una fuerza grandiosa, que sólo puede liberarse hundiéndose en la tierra. Muchas situaciones humanas y eclesiales sólo tienen solución a partir de una actitud de perderlo todo por Cristo. Pero esto no será nunca una moda ni tendrá lógica humana. Es la lógica de la cruz.

     El oro tiene que purificar su escoria pasando por el fuego del crisol: "vuestra fe, probada, más preciosa que el oro, que se corrompe aunque acrisolado por el fuego, aparezca digna de alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo" (1Pe 1,7). Es esta fe purificada la que convierte a los cristianos en piedras vivas del mismo templo que es Cristo (quien es también la piedra angular), como parte integrante de su mismo holocausto. "Acercaos a él (nos recuerda San Pedro), piedra viva rechazada por los hombres, pero escogida y preciosa para Dios. Así también vosotros, como piedras vivas, os erigís en casa espiritual y constituís un sacerdocio consagrado para ofrecer, por medio de Jesucristo, sacrificios espirituales agradables a Dios" (1Pe 2,5).

     La fuerza y la fecundidad del sufrimiento y de la cruz se manifiestan principalmente en esa actitud martirial de arriesgarlo todo por amor. La propia debilidad, como la de Cristo en Getsemaní, convertida en instrumento dócil de la voluntad salvífica del Padre, confiere la serenidad del corazón. El miedo incontrolable y la huida nacen del odio, de la agresividad y del desprecio. Cuando se ama a los que persiguen, a imitación de Jesús y con su ayuda, entonces se recibe la misma fuerza de Dios Amor, que "hace salir su sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45). Esa fuerza de la verdad, vivida y anunciada por amor, constituye la fuerza irresistible de las bienaventuranzas. "La doctrina de la cruz... es poder de Dios" (1Cor 1,18).

     Tal vez nuestras comunidades cristianas no están preparadas para recibir a las personas que, de algún modo, ya han sido tocadas por Cristo. Falta la actitud martirial de las bienaventuranzas. "Cada convertido es un don hecho a la Iglesia y comporta una grave responsabilidad para ella... porque, especialmente si es adulto, lleva consigo como una energía nueva, el entusiasmo de la fe, el deseo de encontrar en la Iglesia el Evangelio vivido. Sería una desilusión para él, si después de ingresar en la comunidad eclesial encontrase en la misma una vida que carece de fervor y sin signos de renovación. No podemos predicar la conversión, si no nos convertimos nosotros mismos cada día" (RMi 47).

     La humildad cristiana, si es auténtica, tiene la fuerza irresistible de la verdad. Ante el tribunal de Pilato, Cristo atado y humillado reconoce la autoridad del juez y, sin despreciarle ni humillarle, le habla con la audacia de quien ha venido "para dar testimonio de la verdad" (Jn 18,37). La verdad, para hacerse transparente y eficaz, necesita la humildad audaz, magnánima y caritativa del testigo. "De todo evangelizador se espera que posea el culto a la verdad, puesto que la verdad que él profundiza y comunica no es otra que la verdad revelada y, por tanto, más que ninguna otra, forma parte de la verdad primera que es el mismo Dios. El predicador del Evangelio será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmi­tir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar. No rechaza nunca la verdad. No obscurece la verdad revelada por pereza de buscarla por comodidad, por miedo. No deja de estudiarla. La sirve generosamente sin avasal­larla" (EN 78).

     San Pedro Chanel estuvo cuatro años evangelizando a los indígenas de la isla de Futuna (Oceanía).  Su acción apostólica se desenvolvía en medio de una hostilidad inimaginable. Durante esos años no pudo bautizar a nadie. Cuando ya tenía un pequeño grupo de catecúmenos, fue martirizado. Su sangre consiguió lo que no había conseguido su debilidad desarmada: toda la isla se convirtió después de su martirio. Dios no olvida a sus mártires.

     Desde los tiempos apostólicos, la virginidad cristiana se ha relacionado con el martirio. Los mártires han corrido la suerte de Cristo, el Cordero inmolado. Son la expresión de la Iglesia "virgen", esposa fiel a Cristo el Esposo crucificado. Por esto, en el cielo, "cantan un cántico nuevo... y siguen al Cordero  adondequiera que va" (Apoc 14,3-4). "La virginidad por el Reino se traduce en múltiples frutos de maternidad según el espíritu. Precisamente la misión ad gentes les ofrece un campo vastísimo para entregarse por amor de un modo total e indiviso" (RMi 70).

     Los servicios humildes de Iglesia, especialmente por parte de personas consagradas o que se han decidido por el seguimiento evangélico y la "vida apostólica", tienen el valor de martirio incruento: parroquias, hospitales, escuelas, servicios comunitarios, familia... Son campos de caridad y de misión, que no se pueden contabilizar porque carecen de baremos y de poderes humanos. Hay muchas vidas anónimas que, como Teresa de Lisieux o Juan Bautista María Vianney, van dejando, por donde pasan, retazos de vidas consagradas al desposorio con Cristo. "Es para alabar a Dios mucho los millares de almas que convertirán los mártires" (Santa Teresa de Jesús).

     En los campos de misión "ad gentes", en los conventos de clausura, en la investigación y docencia de la verdad, en innumerables campos apostólicos, hay muchos apóstoles que participan del "gozo pascual" de Cristo muerto y resucitado. Parecen, a veces, marginados por la misma comunidad eclesial. Pero son ellos los que escriben, en el corazón de Dios, las mejores páginas de la historia martirial y misionera de la Iglesia. Son también ellos los que, sin intentarlo directamente, renuevan la Iglesia amándola incondicionalmente, para que, en su faz resplandezca el misterio pascual de Cristo. Son las personas más felices, porque se sienten amadas y acompañadas por Cristo, y capacitadas para amarle y hacerle amar, del todo y sin fronteras.

 

3. Morir amando y perdonando

     El sermón de la montaña resume la actitud martirial cristiana, la de Cristo y la de sus fieles seguidores. Ante cualquier dificultad e incluso ante las persecuciones, la actitud de Jesús es clara y comprometida: "amar..., hacer el bien..., bendecir..., orar" (Lc 6,27-28; Mt 5,44). Sólo a través de esta actitud, el cristiano deja transparentar su filiación divina participada de Cristo: "para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,45).

     En una vida entregada al evangelio, lo que destaca más es la actitud de perdón, según  la enseñanza y el ejemplo de Jesús (Lc 23,34; Mt 6,14-15). Las bienaventuranzas, el "Padre nuestro" y el mandato del amor se resumen en una decisión de vivir y morir amando y perdonando. El mal sólo se vence amando: "No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien" (Rom 12,21).

     La historia de los mártires cristianos será siempre impresionante. Se podrá discutir sobre el motivo que tuvieron los perseguidores para tronchar tantas vidas en flor. Se podrá preguntar incluso por qué el cristianismo suscita, en cada época, tanta persecución y tanto heroísmo, tanto odio y tanto amor. Pero lo que queda siempre claro es la actitud inexplicable de perdón, de esperanza y de amor. Sin esta actitud, no habría martirio cristiano.

     Jesucristo es siempre el prototipo del martirio, como donación total en aras de la obediencia al Padre (Fil 2,5-8), para convertirse en "rescate" por la salvación de todos (Mt 20,28; Mc 10,45). Su muerte es sacrificial (Heb 9,22), como suprema prueba del amor (Jn 15,13) hacia los que quieren quitarle la vida. Por esta actitud de perdón y de amor, se demuestra que propiamente nadie le quita la vida, sino que es él quien la da gratuitamente (Jn 10,11-18).

     El martirio cristiano es posible porque Cristo vive en los suyos. Vivir de su "misma vida" (Jn 6,57; 15,5) comporta vivir y morir amando como él. La vida cristiana, especialmente en los momentos de sufrimiento y de muerte, se convierte en asociación esponsal con Cristo: "ya sea que vivamos, ya sea que muramos, pertenecemos al Señor" (Rom 14,8). Así se comparte con él la misma "copa" de bodas (Jn 18,11).

     La propia cruz, asumida por amor, "completa" la cruz de Cristo, prolongándole en el tiempo (Col 1,24). Por esto el mártir cristiano no sólo muere amando y perdonando, , sino que vislumbra, con su fe y su esperanza, que su donación será fecunda para el bien de la humanidad: "la esperanza no quedará confundida" (Rom 5,5).

     En el martirio cristiano participamos todos. Los mártires dan su vida por amor, gracias a la fuerza recibida de Cristo y de todo su Cuerpo Místico. Por la comunión de los santos, todos ayudamos a los demás hermanos en todas las etapas de su peregrinación. Por esta misma comunión, todos participamos en el fruto de la vida y de la muerte de los demás. Un mártir es fruto de una comunidad cristiana que vive en el amor; y de este modo el mártir se convierte en instrumento y estímulo de amor para toda la comunidad cristiana y para toda la comunidad humana.

     La muerte martirial de Cristo asumió la vida y la muerte de cada ser humano que no se cierre al amor. Por esto se llama muerte "vicaria". Es el sacrificio del "Siervo del Señor" (Is 52-53), que ofrece su vida como rescate o liberación de todos (Mt 20,28).

     El martirio cristiano participa de esta muerte "vicaria" de Cristo. Gracias al mártir cristiano, muchas personas de buena voluntad, que han dado la vida por un ideal, participan también en la gracia del martirio cristiano. La muerte martirial de San Maximiliano Kolbe en el campo de exterminio, ciertamente asumiría en Cristo el sufrimiento y la muerte de otros compañeros cristianos o no cristianos. Por esto, cuando se canoniza un mártir cristiano no sólo no se infiere ninguna humillación a otras personas honradas que también dieron su vida, sino que se pone en evidencia que la muerte "vicaria" de Cristo continúa siendo una realidad a través de los mártires cristianos. Es el "cántico nuevo" que, por seguir esponsalmente a Cristo, sólo ellos pueden cantar (Apoc 14,3) para el bien de toda la humanidad redimida. Su oblación sacrificial de caridad ("agapé") es también una transformación de la muerte de los demás.

     En el "martirio" aparece la necesidad prioritaria del testimonio cristiano para la evangelización del mundo actual. "El hombre contemporáneo cree más en los testigos que en los maestros... el testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de misión" (RMi 42; cfr. nn.43-45). "Este testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva" (EN 21). "Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación. Sin andar con rodeos, podemos decir que en cierta medida nos hacemos responsables del Evangelio que proclamamos" (EN 76).

     La "nueva evangelización" consiste en la renovación de la comunidad cristiana para responder a los desafíos actuales de una evangelización sin fronteras: "Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica. Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos" (RMi 3; cfr. nn. 33,38).

     Toda renovación cristiana es como el eco y transparencia del sermón de la montaña y supone una disponibilidad para arriesgarlo todo por Cristo. No hay cristianismo sin cruz, ni hay renovación eclesial sin martirio.

     Cuando la comunidad cristiana no tiene esta actitud martirial de las bienaventuranzas, no está preparada para recibir en su seno la "mies abundante" (Mt 9,37) y las "otras ovejas" que son también del Buen Pastor (Jn 10,16). Un cambio fuerte en la sociedad y en una época determinada (como es el paso a un nuevo milenio), reclaman un signo más claro de los valores evangélicos. Al faltar este signo, se buscan sucedáneos y quimeras de falsos milenarismos.

     En algunas regiones, llevar públicamente el signo de la cruz comporta un riesgo permanente de violencias por parte de grupos fundamentalistas. Confunden la cruz con un signo partidista de una "religión". Pero en esas mismas regiones, se puede observar que la gente sencilla ve en este signo cristiano la "memoria" de alguien que dio la vida por toda la humanidad; algunos se acercan para pedir que se les hable de Jesús..., casi como cuando dijeron a los apóstoles: "queremos ver a Jesús" (Jn 12,21). La actitud martirial de los misioneros es actitud de sencillez, que sabe convivir, insertarse, inculturarse, compartir con todos, porque se vive de la alegría de ser "testigos" de Cristo crucificado y resucitado.

 

                             * * *

                         RECAPITULACION

 

- El martirio es una concretización de la vida cristiana habitual, que tiene lugar en un momento peculiar: cuando el testimonio evangélico se puede cobrar la propia sangre. Lo importante es la actitud permanente de ofrecerse para prolongar los brazos de Cristo crucificado. En el corazón se oye la voz de Cristo: "por mi causa" (Mt 10,17); "no tengas miedo... porque yo estoy contigo" (Act 18,9-10). La actitud relacional con Cristo ("oración") se traduce en afrontar el sufrimiento amando como él: "orar y sufrir; en todas las circunstancias, caridad" (Luís Guanella).

 

- La Iglesia, como Esposa de Cristo, está siempre en "estado de martirio", como consecuencia de la promesa del Señor. Ello no es más que compartir la misma suerte del Esposo. La historia eclesial confirma esta profecía y ofrece la mejor explicación del hecho martirial cristiano. "Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). "Es menester más ánimo para llevar camino de perfección, que para ser de presto mártires" (Santa Teresa de Jesús).

 

 

- Ser mártir por Cristo significa dar la vida por él para atestiguar la fe, en una actitud permanente de amor y de perdón. Esto sólo es posible con la gracia del Espíritu Santo, que Cristo comunica a los que se abren a él. El martirio es un don de Dios. Es optar por amor entre los intereses salvíficos de Dios Amor y la propia vida. "El Espíritu de vuestro Padre es quien hablará por vosotros" (Mt 10,20).

 

- La fuerza del cristianismo aparece siempre a través de la cruz. En el martirio se intenta reducir a silencio y a pavesas el testimonio cristiano. Saber "perder" es el mejor modo de ganar sin destruir a nadie. "Cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte" (2Cor 12,10). "La doctrina de la cruz es poder de Dios" (1Cor 1,18).

 

- Ha sido una opinión permanente de la Iglesia, la de que toda acción evangelizadora estable (como la de fundar una comunidad eclesial) necesita la sangre de los mártires (Vietnam, Corea, Japón, América Latina...). No se trata de buscar directamente el martirio, sino que basta con afrontar la vida de santificación y de apostolado asumiendo todas las posibles consecuencias. Así se explica el ansia de martirio de los grandes misioneros. De Santo Domingo decía que "desaba ser fragelado, despedazado a trozos y morir por la fe de Cristo" (Proceso de canonización).

 

- La eucaristía es el punto de referencia del mártir cristiano: su vida "anonadada" se convierte en pan eucarístico, "pan partido" para todos (Bto. Antonio Chevrier), pan de vida eterna. Como "el granito de trigo"... (Jn 12,24).

 

- El "fracaso" humano durante las persecuciones es garantía de que las cosas cambiarán radicalmente, orientándose hacia la caridad. En las grandes mieses que hoy se cosechan, hay muchas semillas que se sembraron anteriormente para morir silenciosamente en el surco.

 

- El desposorio con Cristo, especialmente por la virginidad, pobreza y obediencia evangélica, es la actitud martirial más fecunda en la Iglesia. "Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor" (Jn 12,26). "Siguen al Cordero adondequiera que va" (Apoc 14,4).

 

- A la luz de Cristo, que murió amando y perdonando, el martirio cristiano es tal, sólo cuando se afronta con actitud de amor y de perdón. Cristo es el punto de referencia. Cuando no hay la señal del perdón y de la reconciliación, no existe la presencia y el mensaje de Jesús. "Amad... para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,44-45).

 

- Todos los sufrimientos de la humanidad quedan asumidos por Cristo crucificado y por sus "mártires", para transformarlos en oblación ofrecida a Dios Amor para la liberación integral de toda la humanidad. La muerte "vicaria" de Cristo manifiesta el misterio de la comunión de los santos. No se pierde ningún sufrimiento que haya sido acompañado por el amor, porque todo forma parte del martirio de Cristo y de sus seguidores. "El Hijo del hombre ha venido... para servir y dar su vida en rescate por todos" (Mt 20,28). "Completo lo que falta a los sufrimientos de Cristo, por el bien de su Cuerpo que es la Iglesia" (Col 1,24).

 

- María, "Reina de los mártires", enseña y ayuda a la Iglesia a vivir de un "fiat" permanente, expresado en el gozo del "magnificat", para compartir esponsalmente (como "mujer de pie junto a la cruz") el momento culminante de Cristo Esposo, muerto y resucitado. La Iglesia, "con María y como María" (RMi 92), se hace transparencia de Cristo, como "mujer vestida de sol" (Apoc 12,1), por esta actitud martirial de compartir la misma vida y muerte de Cristo.

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