2º LIBRO EL SACERDOTE Y EL SAGRARIO DE SU PARROQUIA / II MEDITACIONES EUCARÍSTICAS

II

MEDITACIONES DEL SACERDOTE

ANTE EL SAGRARIO DE SU PARROQUIA

PARROQUIA DE SAN PEDRO.-PLASENCIA.1966-2018

ALGUNOS DE LOS LIBROS ESCRITOS POR EL AUTOR DESDE EL SAGRARIO DE SUS PARROQUIAS DE ROBLEDILLO DE LA VERA (1963) Y DE SAN PEDRO DE PLASENCIA(1966-2018)

Estas quieren ser MEDITACIONES EUCARÍSTICAS Y SACERDOTALES, aunque valederas para todo cristiano creyente, iniciadas ante EL SAGRARIO de mi Seminario de Plasencia, el mejor Formador, Amigo y Confidente de todos sus elegidos, donde empecé mi amistad personal con Él, rematadas y completadas luego en mis cincuenta y tres años de párroco ante el Sagrario de mi Parroquia de San Pedro, de Plasencia.

El Sagrario de todas Iglesias de la tierra es Presencia permanente de Jesucristo, Sacerdote único del Altísimo y Eucaristía Perfecta de obediencia y adoración al Padre,testigo de gozos, perdones, ayudas y abrazos de amor diarios de todos los creyentes, pan y alimento de amistad permanente para todos los hombres, ofrecida y vivida en misas y comuniones fervorosas y eucarísticas y perpetuadas, con amor extremo, hasta el final de los tiempos, en ratos de oración y visita en todos los Sagrarios de la tierra. Por eso estas meditaciones valen para todos los creyentes, porque en el Sagrario está siempre el mismo Cristo del cielo y de Palestina,Dios Salvador y Amigo de todos los hombres, está esperándonos para abrazarnos y ayudarnos a todos los hombres.

 

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ESTAS MEDITACIONES VALEN PARA RELIGIOSOS/AS MIRANDO Y ORANDO ANTE EL SAGRARIO DE SU CONVENTO

30ª MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

MI ORACIÓN DEL JUEVES SANTO ANTE JESUCRISTO EN LA SANTA CUSTODIA DEL MONUMENTO

I

« JESÚS, TE AMO»

Jesús, te amo, ahora como siempre, como en mis años primeros, como en mi primera comunión, donde tan cerca te sentí como sacerdote y amigo, invitándome a seguirte, desde el corazón sacerdotal de mi madre Graciana, que estaba en el banco, a mi lado, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, 29 de junio 1946; me siento feliz contigo, sin los fulgores de aquella juventud primera, pero con la entrega incondicional de una vida cargada de caricias y misterios, de ciencia teologal en mis últimos años de seminario, pero sobre todo, de sabor, de <sapientia>, de sabiduría teologal de aquellos <scholium> de los textos de Lercher y meditaciones de D. Eutimio, que aún conservo, y de vivencias eucarísticas anteel Sagrario de mi seminario, acompañado por aquellos superiores santos y amigos verdaderos del seminario, escuela de perfección y santidad sacerdotal, qué buen curso, qué hombres de oración y Eucaristía, sellada finalmente por la gracia y el carácter del sacramento sacerdotal.

Te amo, Jesús, con todo mi corazón y con todas mis fuerzas; sabes que has llegado a ser ya el centro de toda mi vida, de todo mi ser y existir sacerdotal, la respiración de mi corazón, operado y rejuvenecido, caminando hacia los 78 años y 54 de ministerio sacerdotal, enamorado y felicísimo.

Te amo, Jesús, porque eres el Todo que busco y la única razón de mi ser y existir. Ya no sé vivir sin Ti, sin sentir los latidos de tu corazón sacerdotal, como Juan en la Última Cena, sobre todo, cuando haces presente tu vida, muerte y resurrección por medio de mi humanidad prestada, o en ratos de sagrario, apoyado en tu pecho; ya no sé vivir sin la vibración de tu Amor, Amor de Espíritu Santo, Beso y Abrazo de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el que me siento besado y abrazado, centrado sólo y siempre por este Amor tuyo en la búsqueda de la gloria de mi Dios Trinidad, "in laudem gloriae ejus"-lema de la estampa de mi ordenación sacerdotal y la salvación de mis hermanos, los hombres, a los que tanto amo y quiero con tu mismo amor, el que me das en ratos de Sagrario y Eucaristía, que a veces tanto siento, sobre todo, por los que Tú me has dado, y por los que viven alejados de Ti.

Deseo y te pido entregarme a tu Iglesia santa con Amor sacerdotal y apostólico de Pentecostés, en nostalgia infinita de encuentro pleno y total, porque ya vivir mi vida es querer vivir tu misma vida "del Cordero degollado ante el trono de Dios... que quita los pecados del mundo" intercediendo siempre ante el Padre por la salvación del mundo, de mis hermanos, todos los hombres.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador de los hombres, la verdad es que es un privilegio haberte "conocido" en " Eucaristía­Última Cena y en ratos de oración-Sagrario, estando y viviendo junto a Ti; tenerte tan cerca en el Sagrario-Cielo, tener mi tienda junto a la tuya, ser tu vecino y poder encontrarte siempre que quiera y te necesite.

Jesucristo Eucaristía y Sacerdote único del Altísimo, yo necesito tu cercanía penetrante, tu sonrisa insinuante, tu mirada amorosa, que me muestra los caminos, a veces duros y sufrientes,  <en soledad y llanto>, de mi marcha hasta el encuentro definitivo contigo, cumpliendo tu voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida, para vivir eternamente en la gloria del Padre.

Jesús, amigo del alma, Tú eres el centro de mi vivir, Tú eres la alegría de mi corazón enamorado, la plenitud del amor de mi pecho, de mi abrazo siempre anhelante de reposar abrazado a Ti mediante la contemplación de tu alma sacerdotal ¡qué nostalgia de mi Dios todo el día, qué hambre de Ti, de tu rostro penetrado de infinitos resplandores, otras veces crucificado y coronado de las espinas por nuestras faltas de amor y correspondencia, por las ausencias de amor del amigo, que no tiene ratos de amistad y oración personal y diálogo afectivo contigo, sino meramente ritual y oficialista, lo obligado, a veces en vida distante, paralela, seca, árida y sin cariño¡ Jesucristo Eucaristía, quiero verte para tener la luz del camino, de la verdad y de la vida. Quiero adorarte para cumplir la voluntad del Padre, como Tú, hasta dar la vida; quiero comulgarte para que vivas en mí tu misma vida, tu mismo amor, tu misma entrega de amor total al Padre por amor a los hombres.

Tú sabes, Jesús de mi Sagrario, cómo y cuánto te necesito, y cómo y cuánto te busco, y cómo y cuánto te echo de menos, y cómo y cuánto te llamo ¡Y cómo y cuánto te reclamo en las noches de terrible soledad y desolación, cuando no te encuentro, cuando te llamo y me siento solo y abandonado, sin Tí...en noches de Getsemaní!

Por eso, quiero amarte en amores de entrega, de renuncias, de deseos y sufrimientos, y en lágrimas también de amor por los que no te aman, no te buscan, por los que se han alejado del Padre, Origen y Proyecto de Amor, y al alejarse del Dios-Amor, se han alejado de la felicidad y del sentido de la vida que tú nos diste y se han quedado tristes: familias tristes, matrimonios tristes, hijos tristes, feligreses tristes, ya no hay vecinos y amigos ... como en mis primeros años sacerdotales.

Tú eres mi todo, y en Ti y por Ti todas las cosas, para mí, tienen su fuerza, su sentido y su razón de ser. Buscar en Ti y en todos cuantos me encomendaste el hacer tu voluntad, que es la gloria del Padre y la salvación de los hombres; esta es la única exigencia de mi corazón sacerdotal, enamorado y consagrado, en entrega total e incondicional de amor, desde mi juventud sacerdotal a los 23 años, hasta el momento presente, 77, con 54 años de sacerdocio, todo en historia de amor, con pecados y fallos, pero siempre superados por tu amor, levantándome siempre con tu ayuda y esforzándome por hacer todo lo que Tú me pedías y me pides, cayendo, levantándome, siempre levantándome con tu gracia y por tu amor.

Mi existir, mi vivir, mi callar, mi sufrir, mi luchar, mi esperar y aun mi morir, es sólo amor sacerdotal al Jesús que viene lleno de amor y salvación en la consagración de mis misas, presencia permanente de tu eterna y única misa, única eucaristía, de mi entrega sacrificial y victimal permanente y renovada en Ti y por Ti y contigo, único sacerdote y víctima agradable al Padre.

Y porque te amo y quiero amarte, estoy dispuesto con tu ayuda a seguirte siempre y a esperarte en ratos de cielo en el Sagrario o en soledades y sufrimientos de Getsemaní, si así me lo pidieras  en las  noches oscuras de fe y amor en mi alma para una mayor purificación de mis defectos y pecados y por la salvación del mundo y especialmente de todos los que me has confiado, mayores y pequeños, en mi parroquia.

Yo quiero ser totalmente tuyo y permanecer unido a Ti, único Sacerdote de Altísimo, en la tierra y en el cielo, implorando contigo la misericordia divina para este mundo nuestro que se ha alejado tanto del Padre, para mi amada Diócesis de Plasencia, su obispo, sus sacerdotes, especialmente los más abandonados o desconsolados, y por mi amadísima parroquia de san Pedro y Cristo de las Batallas. Desde el seminario comprendí claramente lo que me pedías:que mi vida sólo tenía sentido prestándote mi humanidad para que Tú siguieras cumpliendo el mandato del Padre, encarnándote en la humanidad de otros hombres, los sacerdotes, para salvar a todos tus hermanos, los hombres, y llenarnos con la plenitud de tu vida trinitaria.

Me gusta y quiero terminar la vocación de mi peregrinar sacerdotal, agotado por una vida cargada de trabajos y entregada a la salvación del mundo para la gloria de la Santísima Trinidad, entre días claros y noches obscuras de fe, esperanza y amor, junto a Ti, vividos en etapas prolongadas de Tabor, de resplandores de Gloria, y también de noches y días desoladores de Getsemaní, y también, como la tuya, en momentos y años juveniles, a veces sufrientes y cargados de envidias, incomprensiones y desprecios.

       Por eso, desde lo más profundo de mi ser, en lo más hondo de mi alma, a veces en largas noches de obscuridades de sentido y espíritu, a veces en nostalgias irresistibles de encuentro definitivo contigo, <que muero porque no muero...>, solo ansío y necesito para ser feliz estar contigo, donde Tú quieras, como Tú quieras, pero siempre contigo; Jesús Eucaristía, siempre contigo; vivir junto a Ti, teniendo mi tienda junto a la tuya, siendo tu vecino.

Te amo, Jesús Eucaristía, siempre ofreciendo tu vida y tu muerte y resurrección al Padre en oración y oblación perenne, en Eucaristía perfecta de petición y acción de gracias por tus hermanos, los hombres. Me gusta escucharte, recibirte, entrar dentro de tu pecho dolorido, como Juan, y saber que estás herido de amor! de tanto amarme.

He visto que nos buscas a todos, jadeante, por todos los caminos de la vida, especialmente a tus sacerdotes icómo nos amas! y que nos quieres confidentes, descansando en tu alma siempre amante, y penetrando agudamente en nosotros en  <música callada>, sin sonidos externos, diciéndonos infinitas cosas sin palabras, con solo tu presencia eucarística, en silencio penetrante, con solo mirarte.

Y así explicas a las almas, en ratos de sagrario, tus divinos secretos. Y así has conseguido en tu parroquia de san Pedro descubrir tu rostro y hermosura, tu Tesoro eucarístico a muchas almas, que han corrido a vender todas sus posesiones de defectos y pecados para comprarte a Ti solo, divino Tesoro: «quedéme y olvídeme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo, y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado ... >,  <qué bien se yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta eterna fonte está escondida, en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche... Aquí se está llamando a las criaturas, y de este pan se hartan aunque a oscuras, porque es de noche >.

Almas verdaderamente santas, que no serán canonizadas, pero que Tú las tienes rendidas a tus plantas. Es uno de mis mayores gozos sacerdotales, haber conducido hasta Ti almas místicas, que se sienten y están enamoradas de Tí. Han aprendido y aceptado venderlo todo para comprarte a Ti en amor total, purificarse de todo, vaciarse de todo, para llenarse solo de Ti, del Todo, que eres Tú, nuestro Dios y Señor, uniéndose a ti y sacrificando o viviendo tu misa, tu sacrificio, en ofertorio y consagración verdadera, convertidas en tu Cuerpo como el pan y el vino consagrados, y todo, a veces, en fe oscura de Calvario, en largas noches de sufrimientos, humillaciones, obscuridades, en la nada de afecto y reconocimiento, olvidado y abandonado por los suyos como Tú en la cruz, sintiendo solo la compañía del respirar doloroso y angustiado de nuestra Madre, María, siempre junto a sus hijos, sin abandonarlos nunca, en pasión prolongada y muerte total del yo, en entrega total a los hermanos, sin reconocimiento y amor, sin testigos, entre incomprensiones, olvidos, envidias... lanzándose al abismo del vacío de todo lo humano, de puestos y colocaciones, en inmolación total, para llegar a la resurrección contigo en Eucaristías de muerte y resurrección unidos a Tí, a la vida nueva de amor verdadero, purificado y total a Dios, y por Dios a los hermanos en Ti y por Ti y como Tú. Y luego ya, para largos tiempos, pasadas las noches del dolor y purificación necesarias pero siempre dolorosas, en las que muchos se echan para atrás, en el esplendor y gozo del Tabor, en tu Luz de gracia y Tabor, que se prolongan sin fin, toda la vida, pasadas las pruebas necesarias de purificación y transformación en tu ser y exisitir.

He tenido el gozo de conocer almas verdaderamente santas que no serán canonizadas en la tierra, pero que ya lo están por la Santísima Trinidad en el templo de su Gloria.

Y todo esto conseguido principalmente por el camino de la oración contemplativa, silenciosa, de eucaristías con la cabeza reclinada en tu pecho. Todo se lo deben a la oración, a la oración personal o encuentro personal contigo, especialmente en la Eucaristía, en la misa y en ratos de Sagrario. Porque sin esta mirada o diálogo personal contigo, Sacerdote Único, todo creyente, incluso yo, sacerdote, ya lo expliqué largamente en uno de mis libros, sin diálogo personal contigo mientras celebro o participo en la misa, soy un profesional de lo sagrado; la misa es puro rito, sin encontrarte a Ti, ni sentir tu amor extremo sacerdotal y victimal; sin diálogo contigo, sin oración personal, sin deseos de victimarse contigo y sacrificar la carne de pecado contigo, no hay encuentro personal con Cristo ni en la misa, ni en el Sagrario ni en la liturgia ni en los hermanos ni en apostolado ni en nada...

Yo, Señor, soy un torpe e inculto, porque no te encuentro en el apostolado si no te llevo conmigo, si antes no te he encontrado en la oración, sobre todo ante el Sagrario. Es que no sé darte a los demás si primero no te he encontrado. Y eres Tú, encontrado en amor, el que me empujas, me llevas con tu amor a los demás. Porque eso lo digo claro y alto para que todos me entiendan; el Sagrario no es un trasto más de la Iglesia, aunque se le pongan muchas flores y adornos; el Sagrario es una persona, eres Tú, Cristo en persona, esperándonos en diálogo de amor y amistad ¡Todo se lo debo al Sagrario en oración personal y conversión permanentes!

Tú, Cristo del Sagrario, Jesús del alma, quiero que seas el único Dios de mi vida, iAbajo todos los ídolos! mi yo a quien tanto quiero y doy culto todos los días idolátricamente ¡qué cariño y amores me tengo! hasta tres horas después de mi muerte no estaré convencido de que haya muerto mi yo, qué cariño nos tenemos, qué cuidados y ternura nos damos, cómo nos buscamos de la mañana a la noche, en todo, hasta en la cosas sagradas, y muchos, aunque sean cardenales, obispos, sacerdotes y estén consagrados a Ti, no se dan cuenta, o si se dan cuenta, qué poco luchamos para matar el yo y que sea Cristo el que habite en nosotros y a quien prestemos nuestra humanidad, corazón, sentidos; matar este yo, ni sé ni puedo, solo el fuego de Amor del Espíritu Santo puede descubrirlo y quemarlo... solo el Espíritu Santo, la llama encendida del Amor divino puede quemarlo todo y quemarme de amor a Ti: <¡oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en su más profundo centro ... rompe la tela de este dulce encuentro>.

Quiero que Tú seas el único Dios y Señor de mi vida, dulce Dueño mío, que me inundas, me habitas y me posees totalmente ya, vaciándome de todo lo mío: "Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él"; matado mi yo por las purificaciones del alma llevadas a cabo por tu Amor al Padre y a nosotros, Espíritu Santo, en luz y fulgores que, a la vez que iluminan, queman y limpian y purifican, cual volcán en llamaradas eternas de resplandores de misterios y de saberes y sabores infinitos que no pueden expresarse en palabras, sólo en sueños de amor: < quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado ... > iGemidos de eternidad, de amores encendidos,  < Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura... Oh llama de amor viva... rompe la tela de este dulce encuentro...>, encuentro eterno de cielo empezado ya en la tierra, que <barrunto> y escucho sin palabras, en silencio de oración, en «música callada... »

Y estando en tu presencia eucarística, <estáte, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte>, ¡cuánto he aprendido en nada de tiempo y de estudio ni de teología, y sin libros ni reuniones "pastorales", cuánto he comprendido y penetrado, más que en todos mis estudios y títulos universitarios! ¡Cuánta belleza y hermosura de esencia de Amor de mi Dios Trino y Uno he descubierto y gozado en el pan Eucarístico, en Jesucristo Eucaristía en ratos de Sagrario en silencio de todo!

Qué claro y gozoso he visto que Tú, Padre, Abba-Papá bueno de cielo y tierra, Principio de todo, qué claro he visto y gozado que Tú has soñado conmigo: si existo, es que me has amado y soñado desde toda la eternidad y con un beso de amor de Padre me has dado la existencia en al amor de mis padres. "Abba", Papá bueno del cielo y tierra, te doy gracias porque me creaste. Me has revelado, he comprendido que si existo, es que me has preferido a millones y millones de seres que no existirán y me has señalado con tu dedo, creador de vida y felicidad eterna. Yo soy más guapo para ti y tienes deseos de abrazarme eternamente como hijo en el Hijo, con tu mismo Amor de Espíritu Santo.

Si existo, soy un cheque firmado y avalado por la sangre del Hijo muerto y resucitado por la potencia de Amor del Santo Espíritü; y he sido elegido por-creación y redencion para-vivir eternamente en la misma felicidad de Dios Trino y Uno. Y me besarás eternamente en el mismo beso infinito de amor a tu Hijo, sacerdote único del Altísimo, con el cual me identificaste y consagraste por Amor de Espíritu Santo. Soy eternamente sacerdote en tu Hijo Jesucristo, Único y eterno Sacerdote.

Padre bueno de cielo y tierra, te pido que venga a nosotros tu reino de Santidad, Verdad y Amor; que se haga tu voluntad de salvación universal de todos los hombres; que cumplamos tu deseo revelado en tu Palabra hecha carne: "sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto"; danos muchos y santos predicadores de tu reino que prolonguen la misión que confiaste a tu Hijo Encarnado, Sacerdote Único del Altísimo y Eucaristía perfecta.

Jesucristo Eucaristía, muchas veces no correspondido en amor y amistad por nosotros, incluso sacerdotes; Tú eres amor apasionado y extremo, en presencia humilde y callada de Sagrario, pidiendo el amor de tus criaturas. Si de esta forma tan extrema y humillante nos pides amor, Cristo amado, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te pregunto: ¿Por qué nos buscas así, humillándote tanto? ¿Es que no puedes ser feliz sin el amor de tus criaturas? ¿Es que necesitas mi amor? Me estás demostrando claramente que sí... y Tú eres Dios y no quieres ser feliz sin tus criaturas y por eso te has rebajado y humillado tanto, hasta dar la vida, hasta clavarte en la cruz, hasta quedarte hasta el final de los tiempos en todos los sagrarios de la tierra sabiendo que muchos no te buscarían ni te agradecerían tu amor eucarístico hasta el extremo de tu amor y de los tiempos ... y todo y tanto por mi, por nosotros ...

Dios infinito, no te comprendo. No comprendo que no quieras ser feliz sin mí, un cielo eterno sin mí, sin tus criaturas creadas para un amor y amistad y abrazo de felicidad eterna en abrazo trinitario del Padre, por el Hijo con amor de Espíritu Santo y que por eso hayas venido, muerto, resucitado y quedarte ahí en el Sagrario hasta el final de los tiempos... No lo entiendo. No entiendo que siendo Dios y teniéndolo todo, necesites de tus criaturas para cumplir tus deseos de felicidad eterna y por ellas hayas venido en su busca y hayas sufrido y muerto por todos los hombres para que tengamos felicidad eterna contigo.

¡Cristo Eucaristía, eres presencia de Dios permanente incompresible e incomprendida por tu exceso de amor, por tu amor extremo hasta dar la vida por mí, por todos, siendo Dios y haciéndote hombre para poder sufrir y morir... iCristo bendito, que no te comprendo! ¿O es que nos amas como si fuéramos seres divinos, porque nos has soñado el Padre para ser divinos en Ti y por Ti, verdaderos hijos del mismo Padre con su mismo amor de Espíritu Santo? Pues así es: el Padre nos ha soñado como hijos eternos y divinizados en el Hijo que vino a decírnoslo y realizarlo mediante su Encarnación, Muerte y Resurreción-Transformación en eternidades de Luz Divina, siempre con Amor de los Tres, Amor de Espíritu Santo.

Señor Jesucristo, Sacerdote y Único Salvador de los hombres, que todos los hombres se salven y lleguen por tu vida de gracia a la gloria y alabanza eterna de la Trinidad, participación en la tierra de la vida divina, a la plenitud divina para la que nos has soñado; yo, como sacerdote, a este proyecto quiero dedicar mi vida y todo mi ser y existir; yo solo creo, espero y amo y adoro a mi Dios Trino y Uno: "Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí, para establecerme en Vos, tranquilo y sereno como si mi lama ya estuviese en la Eternidad". Y a veces la deseo tanto, tanto, que quiero olvidarme de mi y todo lo creado "para establecerme en Vos, tranquilo y sereno, como si mi alma ya estuviese en la eternidad”; Cristo Jesús, yo como san Pablo, pero de verdad, Tú lo sabes y me oyes decirlo muchas veces: añoro, deseo el encuentro total y eterno contigo, tu abrazo de Dios y hombre sacerdote y amigo, te lo dije cuando me operaron de corazón, que perdiste una ocasión estupenda.

Señor, haz que almenosnosotros, tus sacerdotes, que tenemos que predicar, convencer y llevar hasta Ti a nuestros hermanos, los hombres, haz que reparemos con nuestra presencia de amor y de oración diaria y prolongada los olvidos de aquellos que no te miran, que no creen en ti y no te han conocido en la tierra, que no pasan ratos de amor junto a ti, incluso religiosos y sacerdotes que predican de ti sin haber hablado contigo en el Sagrario, sólo con el conocimiento frío de la ciencia teológica. Todos los días, en nuestra parroquia, ante la Custodia Santa, antes de Laudes, rezamos por la santidad de los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, seminaristas, por nuestro seminario y sus vocaciones, todos los días. Es importantísimo

Jesucristo, Eucaristía divina, Templo, Sagrario, Morada y Misterio de mi Dios Trino y Uno Tú me amas... yo te amo...! Quisiera en ratos de amor apagar los gemidos de tu corazón herido y tu alma lacerada. Me hiciste confidente de tus misterios de amor, especialmente para tus escogidos, tus sacerdotes, contándome cuanto encierras en peticiones de gracias y cariño para los tuyos! Ya lo he proclamado en todos mis libros y predicaciones.Y he tenido que sufrir por ello ¡Cuánto supe en un instante junto a Ti! ¡Supe también allí, cuánto amas y deseas la compañía y la amistad personal de tus sacerdotesy seminaristas y almas consagradas. Me diste en la parroquia el consuelo de almas enamoradas, de feligresas limpias y entregadas por tus sacerdotes, por tu seminario, por las vocaciones.

Sacerdote, seminarista de Cristo, novicia, alma Consagrada, cualquiera que seas, llena tu vocación y tu vida de amor a Cristo Sacerdote y Eucaristía perfecta de sacrificio, alabanza y adoración al Padre. Escucha sus palabras, sus anhelos, sus locuras de amor al mundo y a los hombres en ratos de Sagrario; principalmente en ratos de oración-conversión-amor a Dios sobre todas las cosas; y trata de darle a los demás por los medios que Él mismo te descubra. Querer amar a Dios es buscarle en la oración que te lleva a la conversión de toda tu vida al amor del Padre por Jesús Eucaristía. Estas tres palabras significan lo mismo y siempre están unidas,si son verdaderas: amor a Dios, oración y conversión.

Sacerdotes  de Cristo, bautizados y consagrados a Cristo, queridos hermanos todos, amados y soñados por el Padre Dios para una eternidad de gozo en Él, llena tu vocación y tu vida del vivir de Dios, de su gracia y de su amor y dedica tu vida a darlo a los hombres que son eternidades, eternidades creadas por nuestro Dios Trinidad para fundirlas para siempre, para siempre, para siempre, eternamente, en el Abrazo de Amor de nuestro Dios Trino y Uno, entre fulgores y resplandores eternos del Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, Espíritu Santo, Beso de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, con María, presencia maternal de Dios Padre en la tierra para con su Hijo, Único Sacerdote y Salvador de los hombres, y para con sus hijos sacerdotes, otros Cristos, consagrados con el mismo Amor de Espíritu Santo en el día de su Ordenación, como encarnaciones o prolongaciones y humanidades prestadas al Hijo del Eterno Padre, para que el Único Sacerdote continúe  y prolongue en ellos el misterio de salvación soñado por el Padre y confiado al Hijo encarnado sacerdote en el seno de María, madre sacerdotal.

Señor Jesús yo contigo “Sacerdos in aeternum”, semper vivens in Trinitate, cum Maria, in vitam aeternam! Eternamente. iSeñor Jesucristo, Único Sacerdote del Altísimo,danos muchos y santos sacerdotes semejantes a Tí! iHermanos y hermanas todas: "Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies!". iMaría, hermosa nazarena, Virgen bella, Madre sacerdotal, danos muchos y santos sacerdotes como tu Hijo, Eterno y Único sacerdote del Altísimo.

31ª MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

NECESIDAD DE UNA FE VIVA Y PURIFICADA EN EL SACERDOTE PARA EL ENCUENTRO  PERSONAL CON CRISTO EUCARÍSTÍA    

       Queridos hermanos sacerdotes: Me gustaría describiros un poco el camino ordinario que hay que seguir para conocer y amar a Jesucristo Eucaristía y que todos, mejor o peor, practicamos: es la oración eucarística o sencillamente la oración en general, de la que santa Teresa nos dice que es «...tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».  Al «tratar muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama», poco a poco nos vamos adentrando y encontrando con Él en la Eucaristía que es donde está más presente  «el que nos ama»,y esto es en concreto la oración eucarística, hablar, encontrarnos,  tratar de amistad con Jesucristo Eucaristía.

Éste es el mejor camino que yo conozco y he seguido para descubrirlo vivo, vivo y resucitado, y no como un tesoro escondido, sino como un tesoro mostrado, manifestado y predicado abiertamente, permanentemente ofrecido y  ofreciéndose como evangelio vivo, como amistad, como pan y alimento de vida cristiana y como confidente y amigo para todos los hombres,  en todos los Sagrarios de la tierra.

El Sagrario es el nuevo templo de la nueva alianza para encontrarnos y alabar a Dios en la tierra, hasta que lleguemos al templo celeste y contemplarlo glorioso. No es que haya dos Cristos, siempre es el mismo, ayer, hoy y siempre, pero manifestado de forma diferente. “Destruid este templo y yo lo reedificaré en tres días. Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,19).

Cristo Eucaristía es el nuevo sacrificio, la nueva pascua, la nueva alianza, el nuevo culto, el nuevo templo, la nueva tienda de la presencia de Dios y del encuentro, en la que deben reunirse los peregrinos del desierto de la vida, hasta llegar a la tierra prometida, hasta la celebración de la pascua celeste.

Por eso,«la Iglesia, apelando a su derecho de esposa», se considera propietaria y depositaria de este tesoro, por el cual merece la pena venderlo todo para adquirirlo, y  lo guarda con esmero y cuidado extremo y le enciende permanentemente la llama de la fe y del amor más ardiente, y se arrodilla y lo adora y se lo come de amor. “No es el marido dueño de su cuerpo sino la esposa” (1Cor 7, 4). El Sagrario es Jesucristo resucitado en salvación y amistad permanente ofrecida al mundo entero. Quiero decir con esto, que no se trata de un privilegio, de un descubrimiento, que algunos cristianos encuentran por suerte o casualidad, sino que es el encuentro natural de todo creyente, que se tome en serio la fe cristiana, y quiere recorrer de verdad las etapas de este camino, porque Él se ha quedado para eso en los Sagrarios, para ser camino, verdad y vida para todos los hombres.

La presencia de Cristo en la Eucaristía sólo comienza a vivirse y comprenderse a partir de la fe, es decir, desde una actitud de sintonía con las palabras del Señor, que Él  expresó  bien claro: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo...”; “el que me coma, vivirá por mí...”; “...el agua, que yo le daré, se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna” ; “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

Y la puerta para entrar en este camino y en esta vida y verdad que nos conducen hasta Dios, es Cristo, por medio de la oración personal hecha liturgia y vida o la oración litúrgica y la vida, hecha oración personal, que para mí todo está unido, pero siempre oración, al menos «a mi parecer». Y  para encontrar en la tierra a Cristo vivo, vivo y resucitado, el Sagrario es «la fonte que mana y corre, aunque es de noche», es decir, sólo por la fe, dando un sí a sus palabras, por encima de toda explicación humana, es como podemos  acercarnos a esta fuente del Amor y de la Vida y de la Salvación, que mana del  Espíritu de Cristo, que es Espíritu Santo: Fuego, Amor, Alma y Vida de mi Dios  Trino y Uno:  Padre,  Hijo y  Espíritu Santo. Ahí está la fuente divina y hasta ahí nos lleva esta agua divina: “que salta hasta la vida eterna”: «Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche»

El primer paso para tocar a Jesucristo, escondido en este pan por darnos vida, llamando a las criaturas, manando hasta la vida eterna, es la fe, llena de amor y de esperanza, virtudes sobrenaturales, que nos unen directamente con Dios. Y la fe es fe, es un don de Dios, no la fabricamos nosotros, no se aprende en los libros ni en la teología, hay que pedirla, pedirla intensamente y muchas veces, durante años, en la sequedad y aparente falta de respuesta, en  noche de luz humana y en la oscuridad de nuestros saberes, con esfuerzo  y conversión permanente. El Señor espera de nosotros un respeto emocionado, que se oriente por el camino del amor y de la fe y adoración más que por el camino de la investigación y curiosidad. La presencia de amor y de totalidad por parte de Cristo reclama presencia de donación por parte del creyente, desde lo más hondo de su corazón.

       La fe es el conocimiento que Dios tiene de sí mismo y de su vida y amor y de su proyecto de salvación, que se convierten en misterios para el hombre, cuando Él, por ese mismo amor que nos tiene, desea comunicárnoslos. Dios y su vida son misterios para nosotros, porque nos desbordan y no podemos abarcarlos, hay que aceptarlos sólo por la confianza puesta en su palabra y en su persona, en  seguridad de amor, a oscuras del entendimiento que no puede comprender. Para subir tan alto, tan alto, hasta el corazón del  Verbo de Dios, hecho pan de eucaristía, hay que subir  «toda ciencia trascendiendo». Podíamos aplicarle los versos de  san Juan de la Cruz: «Tras un amoroso lance, y no de esperanza falto, volé tan alto tan alto, que le di a la caza alcance».

Nuestra fe eucarística es un sí, un amén, una respuesta  a la palabra de Cristo, predicada por los Apóstoles, celebrada en la liturgia de la Iglesia, meditada por los creyentes, vivida y experimentada por los santos y anunciada a todos los hombres.

La fe y la oración, fruto de la fe, siempre será un misterio, nunca podemos abarcarla perfectamente, sino que será ella la que nos abarca a nosotros y nos domina y nos desborda, porque la oración es encuentro con el Dios vivo e infinito. Será siempre transcendiendo lo creado, en una unión con Dios sentida pero no poseída, pero deseando, siempre deseando más del Amado, en densa oscuridad de fe, llena de amor y de esperanza del encuentro pleno.

Y así, envuelta en esta profunda oscuridad de la fe, más cierta y segura que todos los razonamientos humanos,  la criatura, siempre transcendida y «extasiada», salida de sí misma,  llegará  al abrazo y a la unión total con el Amado: «Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada».

Sólo por la fe tocamos y nos unimos  a Dios y a sus misterios: “El evangelio es la salvación de Dios para todo el que cree. Porque en él se revela la justicia salvadora de Dios para los que creen, en virtud de su fe, como dice la Escritura: El justo vivirá por su fe” (Rm 1,16-17). A Jesucristo se llega mejor por el evangelio y cogido de la mano de los verdaderos creyentes: los santos, nuestros padres, nuestros sacerdotes... y todos los amigos de Jesús, que  han vivido el evangelio y  han recorrido este camino de oración, del encuentro eucarístico, y nos indican perfectamente cómo se llega hasta Él, cuáles son las dificultades, cómo se superan.

       Este camino hay que recorrerlo siempre con la certeza confiada de la fe de la Iglesia, de nuestros padres y catequistas. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). María, modelo y madre de la fe, llegó a conocer a su Hijo y a vivir todos sus misterios más y mejor por la fe, “meditándolos en su corazón”, que por lo que veía con los ojos de la carne. 

       Y esa fe la llevó a descubrir todo el misterio de su Hijo y permaneció fiel hasta la cima del calvario, creyendo, contra toda apariencia humana, que era el Redentor del mundo e Hijo de Dios el que moría solo y abandonado de todos, sin reflejos de gloria ni de cielo, en la cruz. San Agustín llega a decir que María fue más dichosa y más madre de Jesús por la fe, esto es, por haber creído y haberse hecho esclava de su Palabra, que por haberle concebido corporalmente.

Por la fe nosotros sabemos que Jesucristo está en el sacramento, en la Eucaristía, realizando lo que hizo y dijo. Podemos luego tratar de explicarlo según la razón y para eso es la teología, pero hasta ahora no  podemos explicarlo plenamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es el conocimiento que Dios tiene de las cosas, aunque yo, que tengo esa fe, que participo de ese conocimiento, no lo vea, como he dicho antes, porque no puedo ver con la luz y profundidad de Dios. Solo el conocimiento místico se funde en la realidad amada y la conoce. Los místicos son los exploradores que  Moisés mandó a la tierra prometida, y que, al regresar cargados de vivencias y frutos, nos hablan de las  maravillas de la tierra prometida a todos, para animarnos a seguir caminando hasta contemplarla y poseerla.

Por eso, el teólogo no puede habitar en dos mundos separados, cada uno de los cuales exija certezas contrarias, en donde la afirmación de la fe no pueda ser aceptada por la razón. La teología es la luz de la fe que intenta, con la ayuda de la Palabra y el Espíritu, conquistar el mundo de la razón con palabras humanas, para que el teólogo o creyente se haga creyente por entero.

La teología es un apostolado hacia dentro, que trata de evangelizar a la razón, llevándola a acoger el misterio ya presente en la Iglesia y en su corazón de creyente: "Deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo" (2 Cor 10,4s). Dios, que resucita a Cristo con el poder y la gloria del Espíritu Santo, es el Señor de la teología católica. El señorío de Cristo no violenta a la inteligencia que razona, forzándola a acoger unas verdades ininteligibles. No la humilla sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola, humilde, capaz de Dios, como María, que acoge la Palabra de Dios sin comprenderla. Luego, al vivir desde la fe los misterios de Cristo, lo comprende todo desde el amor extremo de Dios al hombre.

Toda la Noche del espíritu, para san Juan de la Cruz, está originada por este deseo de Dios, de comunicarse con su criatura; el alma queda cegada por el rayo del sol de la luz divina, que para ella se convierte en oscuridad y en ceguedad por excesiva luz y sufre por su limitación en ver y comprender cómo Dios ve su propio Ser y Verdad;  a este conocimiento profundo de Dios se llega mejor amando que razonando, por vía de amor más que por vía de inteligencia, convirtiéndose el alma en «llama de amor viva».

La teología es esclava de la fe y servidora de los fieles; no tiene que «dominar sobre la fe sino contribuir al gozo de los creyentes» (cfr 2 Cor 1,24). Ante los propios misterios la teología ha de ser modesta y llena de discreción. Sería un sacrilegio y una ingratitud empeñarse en desgarrar el velo bajo el que se revela el Señor, cuando es ya tan grande la condescendencia de aquel que se da a conocer de este modo. Para seguir siendo discreta y sumisa, la teología tendrá que imitar el respeto emocionado de los apóstoles ante la aparición del Resucitado en las orillas del lago: "Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿quién eres tú?”. Por lo tanto, no buscará evidencias racionales para eludir la obligación de creer sino que humildemente dirá. “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”.

 La Eucaristía puede estudiarse desde fuera, partiendo de los elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento memorial. Aquel que es para siempre la Palabra, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable,  condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta la fe y el amor que hagan comunión de sentimientos con el que dijo: “acordaos de mí”, de mi emoción por todos vosotros, de mi  entrega y mi amor hasta el extremo...”[1] (Cfr F. X. DURRWELL, La Eucaristía, Sacramento Pascual, Sígueme, Salamanca  1992, pag.13.)

San Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios es mejor el amor que la razón, porque  por  el amor me uno al objeto amado y me fundo con él en una sola realidad en llamas. Son los místicos, los que experimentan los misterios de Dios y de la fe, que nosotros creemos desde la Teología o celebramos en la liturgia. Para san Juan de la Cruz, la teología, el conocimiento de Dios, debe ser «noticia amorosa, sabiduría de amor, llama de amor viva, que hiere de mi alma en el más profundo centro...», no conocimiento frío, teórico, sin vida. El que quiere conocer a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillada.

Sin esta comunión personal de amor y sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: "Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: <Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy>. Lo comí y fue en mi boca dulce como miel" (Ez 3, 1-3).

32ª MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

ORAR EN VERDAD ES TRATAR DE AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS CUMPLIENDO SU VOLUNTAD

Querido hermanos: Y ahora, una vez que hemos tocado a Jesús con la virtud teologal de la fe y de la caridad, que nos hemos percatado de su presencia en la Eucaristía, que le hemos saludado y le hemos abrazado espiritualmente con todo cariño y amor, ahora ¿qué es lo que hemos de hacer en su presencia? Pues dialogar, dialogar y dialogar con Él, para irle conociendo y amando más, para ir aprendiendo de Él, a ser humildes y sencillos, a que Dios sea lo absoluto de nuestra vida, lo único y lo primero, a adorarle y obedecerle como Él hasta el sacrificio de su vida, a entregarnos por los hermanos. Esto, con otro nombre, se llama oración, oración eucarística, dialogar y escuchar al Cristo de nuestros Sagrarios.

       Te recuerdo. El Señor se le ha aparecido a Saulo en el camino de Damasco. Ha sido un encuentro extraordinario tal vez en el modo, pero  la finalidad es un encuentro de amistad entre Cristo y Pablo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues. Señor ¿qué quieres que haga? Levántate y vete a Damasco; allí se te dirá lo que tienes que hacer”. La oración siempre es un verdadero diálogo con Jesús. Un diálogo que provoca una amistad y la conversión personal a lo que Jesús nos dice en esos ratos de orar y meditar lo que Dios quiere de nosotros y nos pide que hagamos cuando salgamos de ese encuentro de  amor.

Hay muchos maestros de oración; los libros sobre oración eran innumerables  hasta hace unos años, pero hoy día han bajado muchísimo –librerías religiosas se han cerrado--, debido a los Whasssad, móviles, ordenadores…etc; para nosotros, el mejor libro será siempre el libro del Sagrario, de la Eucaristía, y el mejor maestro: Jesucristo Eucaristía; es una enciclopedia, toda una biblioteca teológica sobre el misterio de Dios y del hombre y de la salvación, basta mirarlo y no digo nada si lo abres.... ¡si lo abríéramos con más frecuencia, si le leyéramos y le escuchásemos un poco todos los días, si le visitásemoa y hablásemoa con Él todos los días un poco, si creyéramos de verdad en Jesucristo en el Sagrario! ¡Si lo que afirmamos con la inteligencia y la teología y rezan muchas veces nuestros labios, lo aceptase el corazón y lo tomase como norma de vida y de  comportamiento oracional y de amor..! Porque hay que leerlo y releerlo durante horas, porque al principio no se ve nada, no se entiende mucho, pero en cuanto empiezas a entender y vivir lo que te dice y manifiesta desde tu oración eucarística y comienzas a la vez a obedecerle y convertirte, entonces se acabaron todos los libros y todos los maestros.“Pero vosotros no os hagáis llamar maestro, porque uno solo es vuestro Maestro... y no os hagáis llamar doctores, porque uno solo es vuestro doctor, el Cristo” (Mt 23, 8-10).

En el comienzo de este encuentro, de este diálogo, basta con mirar al Señor, hacer un acto, aunque sea rutinario, de fe, de amor, una jaculatoria aprendida. Así algún tiempo. Rezar algunas oraciones. Enseguida irás añadiendo algo tuyo, frases hechas en tus ratos de meditación o lectura espiritual, cosas que se te ocurren, es decir, que Él te dice pero que tú no eres consciente de ello, sobre todo, en acontecimientos de dolor o alegría en tu vida.

       Puedes ayudarte de libros y decirle lo que otros han orado, escrito o pensado sobre Él,  y así algún tiempo, el que tú quieras y el que Él aguante,  pero vamos, por lo que he visto en amigos y amigas suyas en  mi  parroquia, grupos, seminario,  en todo diálogo,  lo sabéis perfectamente, no aguantamos a un amigo que tuviera que leer en  un libro lo que desea dialogar contigo o recitar frases dichas por otros, no es lo ordinario, sobre todo, en cosas de amor, aunque al principio, sea esto lo más conveniente y práctico.

       Lo que quiero decirte es que nadie piense que esto será así  toda la vida o que esta es la oración más perfecta. Un amigo, un novio, cuando tiene que declararse a su novia, no utiliza las rimas de Bécquer, aunque sean más hermosas que las palabras que él pueda inventarse. Igual pasa con Dios. Le gusta que simplemente estemos en su presencia; le agrada que balbuceemos al principio palabras y frases entrecortadas, como el niño pequeño que empieza a balbucear las primeras palabras a sus padres. Yo creo que esto le gusta más y a nosotros nos hace más bien, porque así nos vamos introduciendo en ese «trato de amistad», que debe ser la oración personal. Aunque repito, que para motivar la conversación y el diálogo con Jesucristo, cuando no se te ocurre nada, lo mejor es tomar y decir lo que otros han dicho, meditarlo, reflexionarlo, orarlo, para ir aprendiendo como niño pequeño, sobre todo, si son palabras dichas por Dios, por Cristo en el evangelio, pero sabiendo que todo eso hay que interiorizarlo, hacerlo nuestro por la meditación-oración-diálogo.

        Para aprender a dialogar con Dios hay un solo camino: dialogar y dialogar con Él y pasar ratos de amistad con Él, aunque son muchos los modos de hacer este camino, según la propia psicología y manera de ser. No se trata, como a veces aparece en algún libro sobre oración, de encontrar una técnica o método, secreto, milagroso, hasta ahora no descubierto y que si tú lo encuentras,  llegarás ya a la unión con Dios, mientras que otros se perderán o pasarán  muchos años o toda su vida en el aprendizaje de esta técnica tan misteriosa.

Y, desde luego, no hay necesidad absoluta de respiraciones especiales, yogas o canto de lo que sea...etc. Vamos, por lo menos hasta ahora, desde san Juan y san Pablo hasta  los últimos canonizados por la Iglesia,  yo no he visto la necesidad de algunas técnicas;  no digo que sea un estorbo, es más, pueden  ayudar como medios hacia un fin: el diálogo persona-afectivo con Cristo Eucaristía.

Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar, el evangelio no relata técnicas y otros medios, simplemente les dijo: “Cuando tengáis que orar, decid: Padre nuestro...”, es diálogo oracional. Y estamos hablando del mejor maestro de oración.

En el camino de Damasco, ha habido un resplandor de luz inesperada, bien interior, bien exterior, que ha tirado a Pablo del caballo y, tras el fogonazo, el diálogo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno...”. Después, Pablo se retira al desierto de Arabia y allí aprende todo sobre Cristo y el Evangelio, sin otro maestro, como él luego nos dirá en sus cartas, que el Espíritu Santo, Espíritu de Luz y Sabiduría y Amor de Cristo;  y así tenemos que hacer todos nosotros, si queremos conocer y amar a Cristo, como Pablo; es más, luego se presenta a contrastar su doctrina con la de los Apóstoles e insiste y se goza de no haber tenido otro maestro que Jesucristo, su Cristo, convertido ya en Señor y amigo para siempre por la oración personal que empezó en el desierto,  donde llegó a conocerle mejor que algunos de los discipulos que estuvieron con Él y le escucharon en Palestina.

        En esta línea quiero aportar un testimonio tan autorizado como es el de la Madre Teresa de Calcuta: «Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: Cuando oréis, decid: Padre Nuestro... No les enseñó ningún método ni técnica particular, sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí»[1].

       Me gustaría que esto estuviera presente en todas las escuelas y pedagogías de oración, para que desde los principios, todo se orientase hacia el fin, sin quedarnos en las técnicas, en los caminos y en los medios como si fueran el fin y la oración misma. Esto no quiere decir que no tengamos en cuenta las dificultades para la oración en todos nosotros. Unas son de tipo ambiental: ruido, prisas, activismo; otras de tipo cultural: secularismo, materialismo, búsqueda del placer en todo, preocupación del tener, vivir al margen de Dios...También las hay de carácter individual: incapacidad para concentrarse un poco, todo es imagen, miedo a la soledad que nos provoca aburrimiento. Pero insisto, por eso, que lo primero es poner el fin donde hay que ponerlo, en Dios y querer amarle y desde ahí empezar el camino sin poner el fin en los medios y dificultades y cómo vencerlas. Desde el principio, Dios y conversión; conversión de vida y  para siempre, porque este es el mayor obstáculo para avanzar en la oración y en la vida de unión con  Cristo.

El Papa JUAN PABLO II, en la Exhortación  Apostólica Novo millennio ineunte, ha insistido en la conveniencia de escuelas de oración en las parroquias y en la conveniencia de algún aprendizaje para hacer oración. Desde el comienzo de mi vida partoral, hace sesenta años, lo he tenido muy presente. En mi parroquia hay varios grupos de oración formados por cristianos y cristianas que veo con frecuencia en la iglesia en misas o visitas al Santísimo; no les preparo ni les digo nada especial, sólo que vayan a los grupos, que vean y escuchen a los miembros de los grupos y oren con ellos como se les ocurra. Al cabo de dos o tres meses en silencio, empiezan poco a poco a manifestar el fruto de su oración personal y grupal, y empiezan a orar y dialogar como los veteranos, más en línea de diálogo con Dios públicamente manifestado que de reflexión sobre verdades.

       Si tenemos talleres de oración, muchas de estas personas entran en ellos y aprenden diversos caminos y metodologías, y otras  no entran. Estoy verdaderamente agradecido a las escuelas de oración, todas me vienen bien y a ninguna personalmente les debo nada. La mayoría de los orantes de mi tiempo somos autodidactas. Cuando llegué al Seminario Menor, allá por el 1948, la primera mañana, después de levantarnos a las 7, fuimos a la capilla para rezar unas oraciones comunes y «oír» la santa misa, pero antes hubo media hora de silencio para hacer la «meditación». Al terminar la misa, todos los nuevos preguntamos a los veteranos qué era eso y qué había que hacer durante ese tiempo. Esa fue mi escuela de oración. Sin embargo, las creo necesarias y pienso que pueden hacer mucho bien en las parroquias y seminarios.

En mis grupos de oración hay personas que han hecho talleres y otras no y todas forman los grupos de oración y después de un comienzo, no veo diferencias; la única diferencia es la perseverancia y esa va unida absolutamente a la conversión permanente. Repito la necesidad de la oración y de las escuelas de oración  y que verdaderamente hacen mucho bien a la comunidad y son muy necesarias y convenientes. Pero insisto que, desde los inicios, la oración hay que orientarla hacia la vida y conversión, como fundamento y finalidad esencial de la misma, porque si la oración no nos va haciendo cambiar de vida y vivir más y mejor en Cristo y su evangelio, todos los métodos y técnicas terminan por anquilosarse, vaciarse de encuentro con Dios  y morir.

       En mi larga experiencia de cincuenta años en grupos de vida y oración, me ha tocado pasar por muchas modas pasajeras; por eso hay que centrarlo bien desde el principio. La oración es un camino de seguimiento del Señor, no es cantar muy bien, abrazarnos mucho, hacer muchos gestos, y si no hay compromiso de vida, todo es pasar un rato de pura teoría, que llega luego a contradicciones muy serias entre los componentes del grupo y, a veces, a la misma destrucción.

No piensen  que porque hagan un curso de oración ya está todo garantizado, y desde luego, las principales dificultades para hacer oración no se solucionarán con técnicas de ningún tipo, sino solo con el querer amar a Dios sobre todas las cosas y con la consiguiente conversión, absolutamente necesaria,  que esto lleva consigo.

Cuando este deseo desaparece, la persona no encuentra el camino de la oración, se cansa y lo deja todo. Por eso, insisto, hacer oración, o el deseo de oración se fundamenta en el deseo de querer amar a Dios sobre todas las cosas mediante la conversión de toda su vida en el que dijo: “quien quiera ser discípulo mío, níeguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” y para eso, “venid vosotros a su sitio aparte…”, aunque la persona no sea consciente de ello, aunque sea sacerdote, religioso, seminarista… hasta Obispo, como no tenga estos ratos de oración todos los días, sobre todo, ante Jesús Eucaristía en el Sagrario, poco llegará a conocer y amar a Cristo vivo, no meramente concepto, aunque sea doctor en Teología. Por eso, insisto, qué gracia más singular para una diócesis, para un seminario, tener un obispo, unos rectores que sean hombres de oracion auténtica y verdadera, cómo se notará en su vida, testimonio y predicación, hablando no desde el conocimiento frio y seco a veces de la teologia sino desde el conocimiento vivo y encendido de la experiencia personal.

33ª  MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

 PARA LLEGAR A LA UNIÓN CON DIOS HAY TRES VERBOS QUE DEBEN ESTAR UNIDOS: ORAR, AMAR Y CONVERTIRSE 

       Y el orden no altera el producto. Porque  para querer amar con autenticidad a Dios, como a cualquer persona, lo primero será el estar con él y hablar y comunicarse, y esto te pide, exige y necesita el pasar ratos con Él,  hablar y escucharle en ratos de diálogo y conversacion, esto es, de oración con Dios, en un principio mediante la ayuda de la lectura y meditación de libros, especialmente del evangelio, escuchando lo que Él te dice y te pide y exige, y lógicamente una vez que le has escuchado en la oracion-meditación-contemplación, que dura años y años, esa misma oración o meditación te va exigiendo cumplir y hacer lo que Dios de ha dicho y tú has meditdo; por eso te repito que orar, amar y convertirse o hacer lo que Dios te dice en la oración se conjugan igual, como luego te explicaré más ampliamente.

Y si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, automáticamente el orar a Dios te pide y exige convertirte a lo que Dios te dice en la oración y meditación, orar se convierte en  querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente.  Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano prescindo de otras religiones y es la causa principal de que se ore-medite tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas. Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos o lo deje porque le cuesta, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.

“Dios es amor”,dice san Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho san Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando san Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Así que está «condenado» a amarse y amarnos siempre así, aunque seamos pecadores y desagradecidos, no lo puede remediar.

       Y como estamos hechos a su imagen y semejanza, nosotros estamos hechos por amor y para amar, pero el pecado nos ha tarado y  ha puesto el centro de este amor en nosotros mismos y no en Dios; así que tenemos que participar de su amor por la gracia para poder amarnos y amarle así, como Él se ama. Porque por su misma naturaleza, de la que nosotros participamos por la gracia, así es cómo Dios se ama y nos ama y  no puede amar de otra forma, ya que dejaría de ser Dios, dejaría de ser y existir.

Y este amor es a la vez su felicidad y la nuestra, a la que Él gratuitamente, en razón de su amarse tan infinitamente a sí mismo, nos invita, porque estamos hechos a su imagen y semejanza por creación y, sobre todo, por recreación en el Hijo Amado, Imagen perfecta de sí mismo, que nos hace partícipes de su misma vida, de su mismo ser y existir, por el don de la gracia sobrenatural por ser participación gratuita de su mismo ser y naturaleza y amor a sí mismo.“Lo que era desde el principio... porque la vida se ha manifestado..., os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó, a fin de que viváis también en comunión con nosotros. Y esta comunión nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1Jn 1, 4).

Este es el gran tesoro que llevamos con nosotros mismos, la lotería que nos ha tocado a todos los hombres por el hecho de existir. Si existimos, hemos sido llamados por Él para ser sus hijos adoptivos, y Dios es nuestro Padre y nos pertenece y es nuestra herencia y tengo derecho a exigírsela: Dios, Tú me has pensado y creado, Tú eres mi Creador y Padre, Tú me perteneces.... Esto es algo inconcebible para nosotros, porque hemos sido convocados de la nada por puro amor infinito de Dios, que no necesita de nada ni de nadie para existir y ser feliz y crea al hombre por pura gratuidad, para hacerle partícipe de su misma vida, amor, felicidad, eternidad...“Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos... Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3,1-3).

       Esta es la gran suerte de esta especie animal, tal vez más imperfecta que otras en sus genomas o evolución, pero  que, cuando Dios quiso, la amó       y la creó en su inteligencia infinita y con un beso de amor le dio la suerte y el privilegio de fundirse eternamente en su misma vida, amor y felicidad por participación. Y esta es la gran evolución sobrenatural, que a todos nos interesa. La otra, la natural del «homo erectus», «habilis», «sapiens», «neanderthalensis», «cromaionensis, «australopithecus», que apareció hace cuatro millones de años, aunque ahora con el recién descubierto homínido del Chad, parece que los expertos opinan que apareció hace seis millones de años... --que  estudien los científicos, a los que les importa poco echar millones y millones de años entre una etapa y otra--. Los estudiosos de estas cosas todavía no están seguros de cómo Dios la ha dirigido, aunque algunos, al irla descubriendo, parece como si la fueran creando, y al no querer aceptar, por principio, al Dios Creador,  muchos de estos sabios dirán que todo, con millones y millones de combinaciones, se hizo por casualidad. Y en definitiva, millones más, millones menos, todo es nada comparado con lo que nos espera y ya ha comenzado: la  eternidad en Dios.

La casualidad necesita elementos previos, sólo Dios es origen sin origen, tanto en lo natural como en lo sobrenatural.  Ellos que descubran el modo y admiren al Creador Primero, pero que no llamen casualidad a Dios, creador de los elementos y su evolución por naturalez. Millones y millones de combinaciones... y todo, por casualidad... ¡Qué trabajo les cuesta llamar a las cosas por su nombre y aceptar al Dios grande y providente, que por ser todo amor generoso e infinito para con el hombre, nos desborda en el principio, en el medio y al fin de la Historia de Salvación! ¿Para qué la ciencia, los programas, los laboratorios, si todo es por casualidad o existen sin lógica ni  principio ni leyes fijas?

       A mí sólo me interesa saber que he sido elegido para vivir eternamente con Dios y que ha enviado a su mismo Hijo para decírmelo y que este Hijo me merece toda confianza por su vida, doctrina, milagros, muerte y resurrección.

Por otra parte, esta es la gran locura del hombre, su gran tragedia, si la pierde, la mayor pérdida que puede sufrir, si no la descubre por la revelación del mismo Dios; y esta es, a la vez y por lo mismo, la gran responsabilidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes, si se despistan por otros caminos que no llevan a descubrirla, predicarla, comunicarla por la Palabra hecha carne y por los sacramentos, si nos quedamos  en organigramas, acciones y programaciones y pastorales siempre horizontales sin la dirección de trascendencia y eternidad, sacramentos que se quedan y se celebran en el signo pero que no llegan a lo significado, que no llevan hasta Dios ni llegan hasta la eternidad sino sólo atienden al tiempo que pasa.

Muchas de nuestras reuniones y programas  y celebraciones no son apostolado, porque se quedan en mirar y celebrar  más el rostro transitorio de lo que hacemos o celebramos y no el alma, el espíritu, la parte eterna, trascendente y definitiva de lo que contienen: del evangelio como palabra salvadora y mensaje del Señor o de la liturgia como acción sagrada y salvadora de Cristo por los sacramentos... vamos más a lo transitorio que a lo trascendente, hasta donde todo debe dirigirse, buscando  la gloria de Dios y la salvación eterna del hombre.“En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque me voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros. Pues, para donde yo voy, ya sabéis el camino” (Jn 11, 24).

Porque da la sensación de que a veces se ha perdido la orientación trascendente de la Iglesia y de su acción apostólica, que pasa también por la encarnación y lo humano ciertamente pero para dirigirlo y finalizarlo todo hacia lo divino, hacia Dios.  Da la sensación de que lo humano, la encarnación, ciertamente necesaria, pero nunca fin  principal de la evangelización,  es lo que más  preocupa en nuestras reuniones pastorales y hasta en la misma administración de los sacramentos, donde trabajamos y nos fatigamos en añadir ritos y ceremonias, incluso a la misma Eucaristía, como si no fuera completísima en sí misma, y lo esencial hablamos y nos preocupa menos poco y estoy hablando de los años de la política actual en España, de sacerdotes obreros, sindicalistas, políticos…

Y esto produce gran pobreza pastoral, cuando vemos, incluso a nuestra Iglesia y a sus ministros, más preocupados por los medios de apostolado que por el fín, más preocupados y ocupados en agradar a los hombres en la celebración de los mismos sacramentos que de buscar la verdadera eficacia sobrenatural y trascendente de los mismos así como de toda  evangelización y apostolado. En conseguir esta finalidad eterna está la gloria de Dios. «La gloria de Dios es que el hombre viva... y la vida del hombre es la visión de Dios» (San Ireneo)

¡Señor, que este niño que bautizo, que estos niños que se preparan o te reciben por vez primera, que estos adultos que celebran estos sacramentos, lleguen al puerto de tu amor eterno, que estos sacramentos, que esta celebración que estamos haciendo les ayude a su salvación eterna y definitiva, a conocerte y amarte como único fin de su vida, más que les resulte simplemente amena y divertida!... ¡Señor, que te reciban bien, que se salven eternamente, que ninguno se pierda, que tú eres Dios y lo único que importa, por encima de tantas ceremonias que a veces pueden despistar de lo esencial!

Queridos amigos, este es el misterio de la Iglesia, su única razón de existir, su único y esencial sentido, este es el misterio de Cristo, el Hijo Amado del Padre, que fue enviado para hacernos partícipes de la misma felicidad del Dios trino y uno; esto es lo único que vale, que existe, lo demás es como si no existiera. ¿Qué tiene que ver el mundo entero, todos los cargos, éxitos, carreras, dineros, todo lo bueno del mundo comparado con lo que nos espera y que ya podemos empezar a gustar en Jesucristo Eucaristía? Él es nuestra felicidad eterna, nuestra eternidad,  nuestra suerte de existir, nuestro cielo en la tierra,  Él es el pan de la vida eterna, “El que coma de este pan vivirá eternamente”.

A la luz de esto hay que leer todo el capítulo sexto de San Juan  sobre el pan de vida eterna, el pan de Dios, el pan de la eternidad: “Les contestó Jesús y les dijo: vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece sino el que permanece hasta la vida eterna” (Jn 6, 26). Toda la pastoral, todos los sacramentos, especialmente la Eucaristía, deben conducirnos hasta Cristo, “pan del cielo, pan de vida eterna”, hasta el encuentro con Él; de otra forma, el apostolado y los mismos sacramentos no cumplirán su fin: hacer uno en Cristo-Verbo amado eternamente por el Padre en fuego de Espíritu Santo.

Estamos destinados, ya en la tierra, comiendo este pan de eternidad,  a  sumergirnos en este amor, porque Dios no puede amar de otra manera.Y esto es lo que nos ha encargado, y esto es el apostolado, el mismo encargo que el Hijo ha recibido del Padre. “Como el Padre me ha enviado así os envío yo” (Jn 20, 21).“Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: que yo no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga la vida eterna y yo le resucitaré en el último día” (Jn 6, 38-40).  “El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo, y vivo yo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí” (Jn 6,51).

Nos lo dice el Señor, nos lo dice san Juan, os lo digo yo y perdonad mi atrevimiento, pero es que estoy totalmente convencido  por teología y experiencia, de que Dios nos ama gratuitamente, por puro amor, y nos ha creado para vivir con Él eternamente felices en su infinito  abrazo y beso y amor Trinitario. Pablo lo describe así: “Enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida… Ninguno de los príncipes de este siglo le han conocido; pues, si la hubieren conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino como está escrito: ni el  ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu”  (1Cor 2, 7-10).

 Es que Dios es así, su corazón trinitario, por ser tri-unidad, unidad de los Tres,  es así... amar y ser amado; no  puede ser y existir de otra manera. El hombre es un «capricho de Dios» y sólo Él puede descubrirnos lo que ha soñado para el hombre. Cuando se descubre, eso es la experiencia de Dios, el éxtasis, la mística, el sueño de amor de los místicos, la transformación en Dios, sentirse amados por el mismo Dios Trinidad en unidad esencial y relacional con ellos por participación de su mismo amor esencial y eterno.

Y en esto consiste la felicidad eterna, la misma de Dios en Tres Personas que se aman infinitamente y que es verdad y que existe y que uno puede empezar a gustar en este mundo y se acabaron entonces las crisis de esperanza y afectividad y soledad y de todo, bueno, hasta que Dios quiera, porque esto parece que no se acaba del todo nunca, aunque de forma muy distinta; y eso es la vivencia del misterio de Dios, de la Trinidad, la experiencia de la Eucaristía, la mística cristiana, la mística de San Juan: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”; la de Pablo: “deseo morir para estar con Cristo..., para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir; la de san Juan de la Cruz, santa Teresa, santa Catalina de Siena, san Juan de Ávila, san Ignacio de Loyola, beata Isabel de la Stma. Trinidad, santa Teresa del Niño Jesús, Charles de Foucaud....la de todos los santos. He citado estos porque son algunos de los que he leído y más me gustan.

Por la vida de gracia en plenitud de participación de la vida divina trinitaria posible en este mundo, experimentada por la oración un poco elevada, que ha pasado ya de la meditación por los menos a la oración contemplativa-transformativa, que es conocimiento por amor de esta vida de Dios Trinidad o Eucaristía, el alma vive el misterio trinitario o eucarístico por experiencia de amor, no solo por conocimiento.fe o conocimiento de inteligencia:  «llegar a la consumación de amor de Dios..., que es venir a amar a Dios con la pureza y perfección que ella es amada de él, para pagarse en esto a la vez» (Can B 38, 2); es el “quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado; cesó todo y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado”;  o el “vivo sin vivir en mí y de tal manera espero, que muero porque no muero” .

Estoy seguro de que a estas alturas algún lector estará diciéndose dentro de sí: todo esto está bien, pero qué tiene que ver todo lo del amor y felicidad de Dios con el tema de la oración que estamos tratando. Y le respondo: Pues muy  sencillo. Como la oración tiene esta finalidad, la de hacernos amigos de Dios, la de llevarnos a este amor de Dios que es nuestra felicidad, el camino para conseguirlo es vaciarnos de todo lo que no es Dios en nuestro corazón, para llenarnos de Él, precisamente por una oración un poco más elevada: «Porque no sería una verdadera y total transformación si no se transformarse el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado... con aquella su aspiración divina muy subidamente levante el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella le aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo» (Can B 39, 6).

Oh Dios te amo, te amo, te amo, qué grande, qué infinito, qué inconcebible eres, no podemos comprenderte, sólo desde el amor podemos unirnos a Ti y sentirte un poco y conocerte y saber que existes para amarte y amarnos, que existimos para hacernos felices con tu misma felicidad,  pero no por ideas o conocimientos sino por contagio, por toque personal, por quemaduras de tu amor; qué lejos se queda la inteligencia, la teología de tus misterios, tantas cosas que están bien y son verdad, pero se quedan tan lejos...; en cambio, qué bien se vive a veces el misterio de Cristo por la liturgia en llamas de aamor y experiencia sentida con Cristo, sobre todo, en la misa.

       La oración es diálogo de amistad con Jesucristo, en el cual, el Señor, una vez que le saludamos, empieza a decirnos que nos ama, precisamente, con su misma presencia silenciosa y humilde y permanente en el Sagrario. Nos habla sin palabras, sólo con mirarle, con su presencia silenciosa, sin nimbos de gloria ni luces celestiales o adornos especiales, como están a veces algunas imágenes de los santos, más veneradas y llenas de velitas que el mismo Sagrario, mejor dicho, que Cristo en el Sagrario.

Da pena ver la humildad de la presencia de Jesucristo en los Sagrarios sin flores, sin presencias de amor, sin una mirada y una oración de los presentes en el templo; presencia silenciosa del que es la Palabra del Padre, toda llena de hermosura y poder, por la cual ha sido hecho todo y todo finaliza en Él; presencia humilde del que ahora“no tiene figura humana”, como en su pasión y muerte por todos nosotros, ahora ya sólo es una cosa, un trozo de pan, se ha hecho pan de Eucaristía para saciar el hambre de eternidad de los hombres;  presencia humilde de un Dios que lo puede todo y no necesita nada del hombre y, sin embargo, está ahí, en el Sagrario,  necesitado de todos y sin quejarse de nada, ni de olvidos ni de desprecios, sin exigir nada, sin imponerse en nada, solo ofreciéndose a todos por si tú lo quieres mirar y así se siente pagado el Hijo predilecto del mismo Padre Dios;  presencia humilde del Hijo de Dios encarnado ahora en un trozo de pan, sin ser reconocido y venerado por muchos cristianos, sin importancia para algunos, que no tienen inconveniente en sustituirla por otras presencias,  y preferirlas y todo porque no han gustado la Presencia por excelencia, la de Jesucristo en la Eucaristía.

Ahí está el Señor en presencia humilde, sin humillar a los que no le aman ni le miran; no escuchando ni obedeciendo tampoco a los nuevos «Santiagos», que piden fuego del cielo para exterminar a todos los que no creen en Él ni le quieren recibir en su corazón; ahí está Él, ofreciéndose a todos pero sin imponerse, ofreciéndose a todos los que libremente quieran su amistad; presencia olvidada no solo en las parroquias sino hasta en los mismos seminarios o casas de formación o noviciados, que han olvidado con frecuencia, dónde está «la fuente que mana y corre, aunque es de noche»,  que han olvidado donde está la puerta de salvación y la vida, que debe llevar la savia a todos los sarmientos  de la Iglesia, especialmente a los canales más importantes de la misma, para comunicar su fuerza a todo creyente.

       Jesucristo, en el Sagrario, es el corazón de la Iglesia y de la parroquia y de la gracia y salvación, es  ayuda y  amistad ofrecida permanentemente a todos los hombres;  para eso se quedó en el pan consagrado y ahí está cumpliendo su palabra. Él nos ama de verdad. Así debemos amarle también nosotros.

De su presencia, especialmente los que le representamos y hacemos presente en la tierrra, debemos aprender humildad, silencio, generosidad, entrega sin cansarnos, dando luz y amor a este mundo. La presencia de Cristo, la contemplación de Cristo en el Sagrario siempre nos está hablando de esto, nos está comunicando todo esto, nos está invitando continuamente a encontrarnos con Él, a imitarle, a reducir a lo esencial nuestra vida y apostolado; nos está saliendo al encuentro todos los días, nos está invitando a orar, a hablar con Él, a imitarle; por eso, todos nosotros, todos los días, debemos visitarlo en el Sagrario y atarnos para siempre a la sombra de la tienda de su Presencia sacramental entre los hombres.

34ª MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

 

1.- VIVIR LA EUCARISTÍA COMO SACERDOTE PARA PODER COMUNICARLA

Por favor, perdonen mi atrevimiento; pero si el pueblo cristiano, sobre todo, los curas, los párrocos creyésemos de verdad, con autenticidad, con fe no solo teórica y especulativa y teológica para hablar de ella sino con fe viva y completa y vivida en Cristo Jesús Eucaristía, Dios y Hombre verdadero, presente en todos los Sagrarios de la tierra, pregunto ¿no pasaríamos más ratos de oracion y diálogo de amor con Él en su presencia eucaristica? ¿Cómo es posible pensar y creer que allí está Dios, el Dios Único y Verdadero, y luego pasar de largo ante Él, o hablar y se comportarse en las iglesias, ante los Sagrarios, como si estuvieran vacíos o fueran un trasto más de la iglesia o el Sagrado Pan Eucarístico no fuera presencia personal de Cristo Jesús y no estuviera habitado y lleno de su Presencia de amor y entrega por todos nosotros? ¿Y si soy simple cristiano, padre de familia, o soy obispo o sacerdote o párroco y no me ven junto al Sagrario ¿podré predicar o hacer que otros crean y le amen?

Y si esto no se vive, ¿cómo podremos comunicarlo y hacerlo vivir en nuestras parroquias, diócesis,  qué entusiasmo y seguimiento podremos hacer por Él, si yo, personalmente, no paso ratos con Él, si a mi me aburre su presencia, su persona en el Sagrario? ¿cómo podré entusiasmar a la gente, a mis hijos, a mis feligreses, con Él, y no digamos seguirle e imitarle y comulgar con sus sentimientos de obediencia total al Padre y de entrega y amor a los hombres, mis hermanos, hasta la muerte?

Y si yo vivo así, entonces en qué consiste mi sacerdocio, cómo hacer iglesia y seguidores verdaderos de Cristo, auténticos cristianos, si a mí, sacerdote, no me ven nunca junto a Él ¿cómo decir o predicar que allí está Dios, el mismo Cristo del cielo y de Palestina, encarnado ahora en un trozo de pan esperándonos a todos por amor, para ayudar  y salvarnos, y al párroco no le ven nunca o pocas veces junto al Sagrario orando por él y por su parroquia, siendo así que como dice el Vaticano II “La Eucaristía es centro y cumbre de toda la vida de la Iglesia… o ninguna comunidad se construye si no tiene como raiz y quicio la Eucaristía” o “sin ratos de Sagrario no hay vida cristiana” y la Eucaristía es misa, comunión y presencia en el Sagrario?

Querido sacerdote amigo, como te indico ya en  el título de este  libro que tienes en tus manos, quiero hablarte en él de la importancia esencial de la oración eucarística en todo cristiano y apóstol de Cristo, especialmente en el sacerdote, en su comportamiento con Cristo Eucaristía en la misa y en la sagrada comunión y especialmente en este libro, en el Sagrario, donde nos espera todos los días con los brazos abiertos para abrazarnos y ayudarnos a seguirle y vivir su misma vida de amor al Padre y a nuestros hermanos, los hombres, a ejemplo suyo, como Él lo hace por nosotros en la santa misa, dando su vida por todos, redimiéndonos para que la tengamos eterna con Él en el cielo, o de cómo viene a nosotros con los brazos y el corazón abiertos en la sagrada comunión para abrazarnos y ayudarnos a  vivir su misma vida en nosotros, que eso debe ser la comunión eucaristica verdadera y completa. 

Pensando y viviendo todo esto, me vinieron a la mente diversos títulos posibles que me gustaría poner a este libro y que te los pongo a continuación  ¿Cuál te gusta más, cuál escogerías tú?

2.- NECESIDAD DE ORACIÓN EUCARÍSTICA EN LA VIDA SACERDOTAL PARA PODER COMUNICARLA

Cristo en el sagrario tiene que ser la vida del sacerdote y el sagrario, volcan de fuego sacerdotal y apostolic. La oración eucarística auténtica, desde el primer kilómetro o desde el primer día que queramos hacerla de verdad, no son solo ritos y palabras y ceremonias, sino que tiene que ser oración-conversión en el Cristo que ofrecemos, comulgamos o visitamos; de este modo, el Señor, por medio del diálogo y de la oración con Él, nos irá llevando poco a poco a ser y vivir como Él;  a ser como el Cristo que visitamos en el Sagrario o comulgamos en la misa, porque la oración auténtica lleva consigo meditar en Cristo y su evangelio para cambiar nuestros criterios y formas de vivir por los criterios y modos de vivir de ese Cristo que nos habla desde el Sagrario o comulgamos en la comunión, si es que la comunión eucarística no es solo comer sino esforzarse por tener y comulgar con sus mismos sentimientos y su misma vida, ofrecida al Padre por todos nosotros y con nosotros, los hombres, en la santa misa.

Consiguientemente, la oración eucarística auténtica ante el Sagrario, como misa o comunión, nos tiene que  llevar a la conversión permanente al Cristo que contemplamos y visitamos y ofrecemos y comulgamos y nos habla y nos espera todos los días con amor extremo en el Sagrario hasta dar la vida en la santa misa y que continúa con estas disposiciones de amor y entrega a todos los hombres en la comunión eucaristica que comemos y en todos los Sagrarios de la  tierra que visitamos y ante el que oramos.

Por eso, Cristo, al encontrarnos con Él por la oración-meditación-contemplación verdadera, automáticamente nos habla y nos invita a vivir ese mismo amor y perdón a todos los hermanos… “amaos unos a otros como yo os he amado… dar la vida por las ovejas...”, y esto nos pide y exige conversión permanente a Él, a su amor  y vida de entrega total y sin egoismos al Padre y a los hermanos, como lo hace Él en la Eucaristía.

Si le visitamos en el Sagrario, todos los días nos habla y nos anima a seguir su ejemplo y vida santificadora, nos invita a seguirle a Él y su evangelio, a llevar su misma vida y salvación en todos nosotros y para nuestros hermanos los hombres y a construir así su Iglesia auténtica viviendo de verdad su misma vida por la oración y los sacramentos como no ha dicho y explicado el Concilio Vaticano II ( PO. 5b).

Porque ¿creemos o no creemos? ¿O creemos y no correspondemos y amamos la presencia de Cristo, Dios y amigo de los hombres, sacerdote y víctima en la santa misa que continua haciendo presente toda su vida y salvación en todos los Sagrarios de la tierra? Eso es amor… ¿O creemos sólo teológica y fríamente pero sin amor y sin trato de amistad personal con Él y sin deseos de imitarle?

Porque ahí, en cada Sagrario de la tierra está el mismo Cristo de Palestina, triunfante ya y glorioso en el cielo, el que nos amó y ama en el Sagrario hasta el extremo del tiempo y en la Eucaristía-misa hasta el extremo de sus fuerzas hasta darlo todo luego nos está esperando en el Sagrario todos los días con los brazos abiertos para hablarnos y llevarnos a la amistad con Él que empieza ya en esta vida y continuará eternamente en el cielo, porque su presencia en el Sagrario es ya cielo anticipado para los que le aman, le adoran y pasan ratos de oración y diálogo de amor con Él todos los días.

Únicamente para eso se quedó en el pan consagrado, para ser nuestro amigo y salvador… y nosotros… ¿cómo correspondemos a tanto amor? ¿Le visitamos y pasamos ratos de amor y diálogo con Él, o pasamos muchas veces junto a Él sin mirarlo ni saludarlo? ¿De verdad que creemos y amamos a Jesucristo Eucaristía, Hijo de Dios y amigo de los hombres que dan su vida y amistad por nosotros en el Sagrario como en la santa eucaristía, el mismo que está en el cielo, y en deseos de comunión continua con todos los hombres, sus hermanos?

¿Pero creemos esta locura de Amor infinito por los hombres? ¿Qué tiempo le dedicamos al día al “trato de amistad con Él”?  Porque   como nos dice S. Teresa de Jesús “no es otra cosa oración y amistad sino trato de amistad con él estando muchas veces tratando a solas con el que sabemos que nos ama”; parece como si la santa hiciera esta definición de oración mirando al Sagrario ¿Cuánto tiempo,  querido hermano sacerdote, conversas tú con Él todos los días? ¿Cuántas veces hablas de Él a tus feligreses y amigos? ¿Y tú viviendo así, puedes entusiasmar a la gente con Él y lograr que le amen y le sigan y le visiten en el Sagrario?

En algunas parroquias Cristo está encerrado todo el día, nadie le visita, ni el cura…; otras, en cambio, todo el día o casi todo el día están abiertas, y el cura la abre a las siete de la mañana y se queda con Él ya hablando, rezando por su parroquía, por los niños, jóvenes, mayores, enfermos, necesitados, divorcios, separaciónes, muertes… y algunos oficinistas y trabajadores madrugadores empiezan a entrar a visitarlo, y luego a las ocho, queda expuesto el Señor en la santa Custodia, todos los dias, y así hasta la hora de misa de la mañana, a las 12,30, porque en esa parroquia se celebran tres misas todos los días y siete, los domingos y fiestas. Y la parroquia tiene dos mil quinientos feligreses…Me alegró mucho lo que un niño de catequesis me dijo una vez -- te advierto y te comunico que en mi parroquia todos los niños de catequesis, cuando vienen el día que les toca, todos pasan antes por el Sagrario y rezan y saludan y hablan y cantan a Cristo Eucaristía, bueno, como te decía, un niño primerizo mirando al Sagrario, me dijo un día: ¿Qué se guarda ahí en esa caja de metal? Pues ahí está, le dije, Jesús, el Señor, el mejor amigo de los niños, al que te tienes que acercar y rezar todos los días que vengas a la catequesis y todos los domingos en misa: “sin misa de domingo, no hay primera comunión”, así que si quieres recibir a Jesús en tu primera communion y en todas las demás, tienes que venir a misa todos los domingos y comulgarlo. Y claro, para que se pueda cumplir todo esto, tercera afirmación o frase que hago repetir a los niños: “si tenemos padres cristianos, no necesitamos ni curas…”, porque estoy convencido  de que los padres son –deben ser-- los mejores educadores de la fe de sus hijos.

Yo he observado en mis muchos años de sacerdote, que, en algunos templos, la presencia real de Cristo Eucaristía pasa desapercibida para los fieles.  Sin embargo, su presencia es parte fundamental de nuestras iglesias. Llegar a un templo sin Sagrario es desolador.  Que haya quien se arrodilla ante el Sagrario es indicativo de que sabe quién está allí.  Que se mime el Sagrario con una decoración apropiada en la parroquia indica lo que se quiere y se adora y se cuida allí.

       En la Eucaristía, como misa y comunión y Sagrario, presencia permanente de Cristo amigo, lo encontré todo; encontré a Cristo Sacerdote y Víctima, que quiero que sea mi todo, porque allí encontré realizado y realizándose en memorial continuo y  permanente, --que no es mero recuerdo, sino presencia “de una vez para siempre”, -- al Padre que me amó y me dio la vida en el sí de mis padres, revelándome, revelándonos su proyecto de Amor en el Hijo, Canción eterna de Amor en la que nos dice todo lo que ha soñado eternamente y nos ama a cada uno de nosotros: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo...”, en el Amor eterno de su mismo Beso Personal y Trinitario de Espíritu Santo. 

       Allí, en esta Canción de Amor cantada eternamente por el Padre en su Hijo-Verbo-Palabra, y luego hecha pentagrama y «música callada» en el seno de la Madre Sacerdotal, Virgen bella y hermosa María, siempre por la misma potencia de Amor del Espíritu Santo, por Él y con ella, quiero decir lo que escribo en este libro, guiado y llevado del Espíritu de Amor divino y de la mano de la Madre Sacerdotal, Hermosa Nazarena, Virgen Bella, Reina y Señora de mi vida y Patrona de nuestro Seminario de Plasencia, Seminario de la Inmaculada Concepción, donde aprendimos y fuimos consagrados sacerdotes en el mismo ser y existir sacerdotal del Sacerdote Cristo, Único Sacerdote, Jesucristo, formado y nacido en su seno maternal y virginal, “in laudem gloriae ejus- para alabanza de su gloria”,  gloria y alabanza de nuestro Dios Tri-Unidad, Trino y Uno, y todo y siempre, por la potencia de Amor del Espíritu Santo, Abrazo y Beso de mi Dios.

       “¡Oh Espíritu Santo!¡Dios Amor, Beso y Abrazo de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro! En Ti y por Ti fui consagrado sacerdote de Cristo, como Tú lo hiciste en el seno de María ¡Cuánto te debo!.

Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante, y conviérteme, por una nueva encarnación sacramental, en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve y prolongue en mí todo su misterio de salvación; quisiera hacer presente a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres como Adorador del Padre, como Slvador de los hombres, como Redentor del mundo.

Inúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

¡Oh Espíritu Santo, Alma y Vida de mi Dios! Ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame; fúndeme en Amor Trinitario, para que sea amor creador de vida en el Padre, amor salvador de vida por el Hijo, amor santificador de vida con el Espíritu Santo, para alabanza de gloria de la Trinidad y bien de mis hermanos, los hombres».

       Esta es mi oración personal al Espíritu Santo que rezo todos los días, junto con mi oración personal y primera a la Stma. Trinidad;  luego  sigue otra a Dios Padre, “Abba, Papá bueno de cielo y tierra”, siguiendo con otra oración a Jesucristo Eucaristía y finalmente, la última oración, todos los días, a Madía, madre de Cristo sacerdote y madre nuestra, hermosa Nazarena, Virgen bella, Madre  sacerdotal, madre de alma.

3.- EL SAGRARIO EN LA VIDA DEL SACERDOTE

       Querido sacerdote lector, te lo digo abiertamente y desde el principio de este libro, aunque ello me lleve a ser incomprendido, incluso perseguido por algunos: la vida del sacerdote, esto es, su persona, su sacerdocio, su oración, su apostolado, en fín, su identificacion con Cristo Sacerdote y Único Salvador del mundo depende de su relación o amistad con Cristo Eucaristía, con Cristo en el Sagrario, por medio de la oración en progreso continuo de etapas de vocal, meditación, contemplación y transformación con el Cristo que se inmola por todos nosotros en la santa misa para ayudarnos a ofrecernos con Él y como Él al Padre que viene a nosotros con esa misma disposición en la sagrada comunión para alimentarnos de sus mismos sentimientos de amor y entrega al Padre y a todos los hombres y luego ya, terminada la santa misa y recibido en la comunión, permanece luego para siempre, con esas mismas disposiciones, en todos los Sagrarios de la tierra para comunicanos esos mismos sentimientos por medio de la oración eucaristica.

Y este es el Cristo del Sagrario de tu Parroquia y de todos los Sagrarios… y desde ahí, por medio de la oración eucarística diaria y progresiva ante su presencia, nos va diciendo y corrigiendo  para identificarnos con Él y con sus sentimientos de entrega a Dios y a los hombres, nuestros hermanos, nos va enseñando en ratos de diálogo y oración con Él lo que tenemos que hacer y corregir en nostros o en los demás y desde ahí, desde el Sagrario, irá poco a poco aumentando nuestra fe y amistad con Él, la de tu parroquia, la de tus feligreses porque desde la abundancia del corazón brotará tu palabra y por lo contrario también, porque sin experiencia de lo que hablamos, no podremos dar fe y amor de Cristo y así tú cumplirás perfectamente n tu misión de párroco y de pastor y guía de tus feligreses hasta el Pastor y Salvador único de las ovejas y eternidades que Él te ha confiado y para lo cual fuiste ordenado sacerdote, prolongación de su persona y misión, no para otras cosas que a veces hacemos, y así el Señor en el Sagrario será poco a poco visitado y amado en el Sagrario por tus feligreses niños y mayores y por toda la parroquía y dirán que párroco más santo y eucarístico tenemos; pero si no lo haces, si el Sagrario no es amado y visitado especialmente por el párroco, por el sacerdote, que es su representante en la tierra, entonces se convertirá poco a poco en un trasto más de la iglesia, como está en muchas parroquias, porque la gente y el mismo sacerdote se porta y hablará en la iglesia como si Él no estuviera en el Sagrario, como si la iglesia no estuviera habitada por el Señor. Y así lo vivirá él en principio y luego su parroquia y toda la Iglesia de Cristo. Cosa que está pasando en estos tiempos de alejamiento de Dios y parroquia y que es muy corriente y ordinario hoy día en la Iglesia de Cristo. Asi está ahora la Iglesia en Europa y en otras partes del mundo.

Confieso públicamente que todo se lo debo a la oración,  mejor dicho, a Cristo encontrado y orado en el Sagrario. Muchas veces digo a mis feligreses para convencerles de la importancia de la oración ante el Sagrario: A mí, que me quiten la teología y todo lo que sé y las virtudes todas, que me quiten cargos y honores, que me quiten el fervor, la piedad religiosa y todo lo que quieran, pero que no me quiten la oración, el encuentro diario e intenso con mi Cristo en el Sagrario, – ya sé que la oración puede hacerse en muchas partes, pero tiniéndolo ahí tan cerca, tan amoroso y entregado y esperándome  al mismo Cristo del cielo y del evangelio, con los brazos abiertos ahí en el Sagrario y esperándome--, no quiero fallarle en su presencia eucarística, porque el amor que recibo, cultivo y me provoca y comunica la relación personal con Él ante el Sagrario es tan intensa, fuerte y luminosa, que me llena de luz, fuerza y gozo de cielo en la tierra y todo, al contemplarlo.

¡Dios hecho pan por el hombre, qué locura de Amor divino y humano! Y este amor y esta locura de amor en el pan consagrado lo hace con la fuerza y amor de su mismo Espíritu Santo todos los días y es tan vivo y encendido a veces, y es fuego y experiencia de mi Dios vivo y ahí y esperándome...es tan vivo y encendido y me recrea y enamora y extasía con tal fuerza y fuego de amor… que poco a poco me hace recuperar  todo lo perdido con mis faltas y pecados y me hace subir hasta el abrazo de amistad con Él.

Porque aunque sea sacerdote y esté en las alturas, si dejo de visitarlo en el Sagrario, si dejo la oración personal eucarística, el encuentro diario con Él en el Sagrario, aunque sea doctor en Teología, bajaré hasta la mediocridad de vida y amistad con Él, hasta el oficialismo sacerdotal y, a veces, a trabajar inútilmente, porque sin el Espíritu de Amor de Cristo no puedo hacer las acciones de Cristo.

¿Qué pasaría en la Iglesia y en el mundo entero, queridos hermanos sacerdotes y obispos, si los sacerdotes se animasen y nos obligásemos a tener todos los días una hora, media hora de oración ante el Sagrario? ¿Qué pasaría en la Iglesia, si todos los sacerdotes tuvieran una promesa, un compromiso, de orar todos los días ante el Sagrario, como una tercera promesa añadida a las de obediencia y celibato?

¿Qué pasaría si en todos los seminarios del mundo tuviéramos superiores que habiendo llegado a la experiencia de Dios por la oración, enseñasen este camino a los que educan y forman, convirtiendo así el seminario y noviciados en escuelas de amor apasionado por Cristo vivo, vivo, y no mero conocimiento  teológico o celebración litúrgica  vacía de amor y desde ahí el seminario se convirtiese en escuela de santidad eucarística, de fraternidad, de teología vivida y apostolado encendido desde la experiencia de amor? Si eso es así, si Cristo existe y está ahí  ¿por qué no se hace? ¿por qué no le visitamos? ¿Por qué no lo hacemos personalmente los sacerdotes? ¿Cómo es nuestra fe y amor y experiencia de Cristo Eucaristía, de Cristo en el Sagrario?

Queridos obispos y sacerdotes y formadores, con todo respeto, pero mirando al Sagrario y teniendo presente la teología que sabemos, pero a veces no vivimos y practicamos, aunque digamos misa, pregunto: ¿cuál es nuestra experiencia del Cristo vivo, vivo en el Sagrario o en la misa, no del conocimiento frío y puramente teológico del mismo? Y si no lo tenemos ¿cómo poder comunicarlo?

Señor, ¡te lo vengo pidiendo tantos años! ¡Concédenos a toda la Iglesia, especialmente a todos los sacerdotes, a todos los seminarios y casas de formación, esa gracia, ese voto de una hora, media hora de oración ante tu Sagrario todos los días que algunos de mis feligreses han hecho ya por tu Iglesia santa, pero especialmente por mi santidad de párroco y de todos los párrocos y sacerdotes y seminaristas ¡Ven, Señor Jesús, te necesitamos!

Sin oración, sin unión con Cristo yo no puedo ser y existir sacerdotalmente en Cristo, que debe ser  el Todo para mí; y con toda humildad, --que eso es «andar en verdad» para santa Teresa--, unido a Cristo por la oración eucaristica, podré decir con san Pablo: “para mí la vida es Cristo... vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí... y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.

35ª MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

 LA IGLESIA NECESITA SACERDOTES MONTAÑEROS DEL SAGRARIO  POR  LA ORACIÓN EUCARÍSTICA PARA PODER  VIVIRLA

Necesitamos sacerdotes montañeros de la oración eucarística, que hayan subido al monte Tabor del Sagrario hasta ver a Cristo transfigurado para poder luego comunicarlo, como han hecho y hacen muchos sacerdotes  “ex abundantia cordis” y porque nadie puede dar lo que no tiene.

       Y para todo esto, para tener sacerdotes así, que puedan luego conducir al pueblo cristiano hasta la viviencia de Cristo Eucaristía, necesitamos formadores del seminario, superiores de Congregaciones Religiosas, no digamos obispos, que sean hombres o mujeres maestros de oración-conversión, de oración eucaristica en plenitud de vida con Cristo ante el Sagrario, que sean  testigos de lo que somos y oramos y predicamos y que luego, al salir del encuentro con Cristo, tenemos que vivir, predicar y celebrar, y podamos así luego enseñar y conducir a los seminaristas o novicios/as o simplemente al pueblo cristiano por ese camino eucarístico; necesitamos esos exploradores de la tierra prometida, de la experiencia eucarística de Dios, que Moisés mandó por delante, y que volvieron cargados de frutos de alimentos salvadores, aquí, santificadores, quiero decir de verdadera experiencia de Dios, de Cristo Eucaristía, no mera teología teórica o psicología, y así pudieron mostrárselos a los que todavía no han llegado a este amor a Jesús Eucaristía, no lo habían sentido y disfrutado,  a los fruto de esa tierra prometida de la amistad con Cristo Jesús en la Eucaristía,  tanto como misa, comunión o presencia.

       Porque allí por voluntad de Moisés, aquí por voluntad de Dios, los sacerdotes son los encargados de conducir al pueblo de Dios hasta el final del proyecto divino que es la eternidad feliz en amistad con Él,   --la  tierra prometida--, y que empieza aquí abajo, con el santo bautismo, administrado por los sacerdotes, y se completa con la Eucaristía: “yo soy el pan de la vida… el que coma de esta pan vivirá eternamente… ”, que hace presente el misterio completo y total de Cristo y es siembra la eternidad de Dios y del cielo en nosotros.

       Ésta es la tierra prometida a la humanidad por Dios. Y ésta es la razón y el sentido de la existencia del hombre. Si existo es porque Dios me ama y me ha elegido y me ha preferido a millones y millones de seres posibles que no existirán y me ha elegido para ser eternamente feliz con Él en la eternidad por medio de su Hijo nuestro Señor Jesucristo, pan de la vida eterna, encarnado primero en carne en el primer copón de la historia, María, hermosa y joven nazarena, madre de Dios y de los hombres, y luego encarnado en un trozo de pan para alimentar la vida eterna de todos sus hermanos, los hombres.

       Lo que ocurre es que si esto no se vive, si no hay experiencia, de esta amistad y relación que Cristo quiere con todos los hombres por medio de ratos de oración verdadera y purificatoria, el Sagrario no es Cristo vivo en amistad ofrecida a todos los hombres, no es el cielo en la tierra como lo es para las almas eucarísticas, no es el pan de la vida eterna que empieza aquí abajo que Él quiso ser y por eso instituyó su presencia en este sacramento, es como si el Sagrario estuviera vacío o fuera presencia de Cristo pero en imagen no viva de madera o barro, pero no el mismo Cristo de Palestina y ahora del cielo.

       Y todo esto es muy importante y grave porque los cristianos, pero sobre todo los sacerdotes, hemos sido constituidos por el bautismo y especialmente por el Orden Sacerdotal en puentes mediadores de salvación eterna  de nuestros hermanos, los hombres. ¡Qué responsabilidad más tremenda ser responsables de eternidades! ¿Creemos o no creemos? Pues viendo a Cristo encarnarse y correr sudoroso los caminos de Palestina y sufrir y morir lleno de sangre y dolores así por los hombres…para salvarnos, habría que pasar más ratos con Él para que nos lo explicara y nos convenciera del misterio de la salvación eterna y de la necesidad de pan y amor eucarístico para conseguir esa vida eterna, para que en ratos de Sagrario nos convenciéramos de que somos eternos y valemos toda su sangre porque nuestra vida es más que esta vida. De aquí la importancia de nuestrosacerdocio.

       El sacerdocio católico es ser prolongación de Cristo y su misión de salvación eterna, es esencialmente ser cultivadores de almas, de eternidades; ser sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades que tienen cuerpo ciertamente, mientras caminamos por este mundo, como peregrinos por la fe y la esperanza de la eternidad de amor y caridad con Dios Trinidad en el cielo: “Mis palabras son espíritu y vida”,“Yo soy el pan de vida eterna...Yo soy la resurrección y la vida... el que cree en mí tiene la vida eterna”.

       Si tengo que cuidar de los cuerpos necesitados y enfermos de mis feligreses, si tengo que dar de comer al hambriento o vestir al desnudo, si estoy en lugares donde hay que hacer hospitales y escuelas y no tengo en mi parroquia cristianos que los hagan... lo haré yo directamente a través de mis laicos y diaconisas, que lo hacen mejor mejor que yo, porque hay que salvar al hombre integral, cuerpo y alma, pero bien claro que no es esto para lo que he sido enviado, para lo que el Espíritu de Cristo Sacerdote y Salvador me ha llamado y ungido y consagrado principalmente; no es eso para lo que Cristo vino a buscarnos de parte del Padre, aunque también Él tuvo que curar enfermos y dar de comer  en situaciones determinadas... pero no vino Cristo para ser enfermero, multiplicador de panes y peces o juez de herencias terrenales; Él vino esencialmente para sembrar y salvar nuestras vidas que son eternidades con Dios Trinidad, vino en nuestra búsqueda para revelarnos el misterio del Padre, para alimentar nuestras almas de vida de Dios por medio de la vida de gracia, del alimento que sacia hasta la vida eterna.     

Y hay que tener esto muy presente porque el hombre de todos los tiempos, por el pecado original, se buscará primero a sí mismo, incluso cuando va buscando o trabajando por Dios. Los sacerdotes que tengan algunos años pueden comprobar este hecho de la vida de la Iglesia en España. Durante los veinte años primeros de mi sacerdocio, y me ordené en los 60, las iglesias estaban llenas. Pero cuando vino la política y se llevaron todo el poder y los cargos y los sueldos y demás, quiero decir, las colocaciones, la Iglesia en España, que en esos años tenía poder temporal y colocaba y enchufaba en organismos poderosos a mucha gente, --yo coloqué a infinidad de personas,-- está sufriendo ahora el vacío que todos constatamos.

¿Por qué? Entre otras causas, venían muchos a la parroquia, a la iglesia porque iban buscando dinero y colocarse y la iglesia podía conseguirlo, pero muchas veces no buscaban en la iglesia a Cristo, ni su Evangelio salvador de almas, sino a la Iglesia salvadora de puestos de trabajo y enchufes en Cajas de Ahorros, oficinas, y en cristianos empresarios... etc.

Y ¿qué ha pasado desde que la Iglesia ha perdido este poder temporal? Pues que nuestras iglesia se van quedando vacías desde los años 80, al perder este poder temporal ha perdido también a muchos que sólo buscaban esto en lugar de Cristo y su salvación. Creo que esto no lo habéis vivido muchos cristianos de ahora, sobre todo, de cincuenta años para abajo, pero los que tenemos 70,80...

       Por eso los sacerdotes ahora tenemos que tener mucho cuidado, incluso con los que vienen a pedirnos bautismos, bodas... porque se ha perdido la fe y muchos no buscan a Cristo, no buscan la gracia del bautismo, casarse en el Señor, pedir la primera comunión para los hijos ha bajado del cien por cien de aquellos tiempos al 50 por ciento y menos de los tiempos actuales... son verdaderas bodas laicas o matrimonios o bautizos civiles en la misma iglesia, porque realmente muchos ni creen ni buscan a Cristo, ni les interesa  la vida de gracia, ni se preocupan de la vida eterna, sino la fiesta familiar y el traje y los regalos y el álbum de fotos de la boda y demás.

       Aquella misma multitud que comió y querían proclamar a Cristo, Rey, en la multiplicación de los panes, muchos de ellos fue la misma multitud que, decepcionada en sus esperanzas puramente terrenas, gritó condenándole y prefirieron a Barrabás y le clavaron en la cruz. Hoy pasa esto mismo en muchos paises del mundo cristiano.

       Nosotros mismos buscamos muchas veces lo inmediato, lo que se ve, lo temporal, que es bueno, pero no es la razón esencial del mensaje evangélico y del sacerdocio. Y en la formación de los seminaristas y novicios hay que tener muy en cuenta todo esto, porque el mundo nos arrastra,  el mundo tira mucho y estamos en el mundo “pero no sois del mundo”,y hoy pueden mucho los móviles y correos.

       Y es que no acabamos de aprender y mira que el Señor nos dio ejemplo y lo dejó clarísimo en la multiplicación de los panes: “Habiéndole hallado al otro lado del mar, le dijeron: Rabbí, ¿cuándo has venido aquí? Les contestó Jesús y dijo: En verdad, en verdad os digo: Vosotros me buscáis no porque habéis visto los milagros, sino porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que el Hijo del hombre os da, porque Dios Padre le ha sellado con su sello. Dijéronle, pues: ¿Qué haremos para hacer obras de Dios?  Respondió Jesús y les dijo: La obra de Dios es que creáis en aquel que Él ha enviado.

       Ellos le dijeron: Pues tú, ¿qué señales haces para que veamos y creamos? ¿Qué haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Les dio a comer pan del cielo. Díjoles, pues, Jesús: En verdad, en verdad os digo: Moisés no os dio pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que bajó del cielo y da la vida al mundo. Dijéronle, pues, ellos: Señor, danos siempre ese pan.  Les contestó Jesús: Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, ya no tendrá más hambre, y el que cree en mí, jamás tendrá sed. Pero yo os digo que vosotros me habéis visto y no me creéis; todo lo que el Padre me da viene a mí, y al que viene a mí yo no le echaré fuera,  porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y ésta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda nada de lo que me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”( Jn 6, 25-42).

       Por lo tanto, lo esencial de mi ser y existir sacerdotal en Cristo, porque tengo que ser prolongación suya, para lo que he sido ordenado sacerdote, es para conseguir y hacer de puente y mediador en el paso de lo finito y del tiempo a lo infinito y eterno de Dios, a la salvación eterna de los hombres. Soy puente, pontífice mediador por el que pasa Dios con su salvación a los hombres y los hombres pasan a Dios para conseguir sus dones y gracias de salvación. Soy puente-pontífice  identificado con el Único Puente, Mediador y Sacerdote del Altísimo, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, por la Unción y Consagración del Espíritu Santo en el Sacramento del Orden,  para pasar y hacer pasar hasta Dios todas las acciones y oraciones y méritos y peticiones y sufrimientos de los hombres para que los santifique y llene de vida divina y eterna ya en el tiempo, especialmente por la liturgia sagrada.

 Desde esta orientación hay que hablar y dirigir y orientar a los seminaristas: “Id por el mundo entero, predicad el Evangelio...los que crean serán bautizados... eligieron a siete diáconos... nosotros tenemos que dedicarnos a la oración y predicación”.Todos los sacerdotes tenemos que ser conscientes de que somos caminos y puentes (pontífices) de salvación eterna, no meramente temporal; que sin puentes no hay salvación; sin sacerdotes, no hay camino ni puentes de salvación eterna; sin sacerdote, sin Eucaristía no hay Iglesia salvadora porque  ni los hombres pueden pasar a Dios, ni Dios puede pasar sus gracias a los hombres, porque así lo ha establecido el proyecto del Padre en el Hijo Único Salvador del mundo por la potencia de amor del Espíritu Santo.

Por eso jamás una Iglesia, o salvación o pastoral, sin Cristo. Todo creyente, especialmente bautizado, unidos a Cristo por el sacramento y por la oración, tenemos que ser puentes de salvación por el sacerdocio bautismal o del Orden sagrado para todos nuestros hermanos  los hombres, tenemos que ser conscientes de que somos sacerdotes, más o menos puentes y mediadores, en la medida que, por la santidad personal, conseguida y alimentada especialmente por la oración personal eucarística –misa, comunión y Sagrario--, estemos unidos a Dios y a los hombres por la misma caridad o Espíritu Santo o Espíritu de Cristo Sacerdote y Apóstol y Salvador, retirado en noches enteras y largos ratos a la oración, y así podremos ser sacerdotes o puentes más o menos anchos y espaciosos.

       Y esto hay que vivirlo ya primero en el seminario, en los noviciados, y luego ya podremos hacerlo en nuestras parroquias, conventos y demás, sobre todo en el templo parroquial, en horas de silencio y oración. Porque si no lo conseguimos allí, con el ambiente y silencio y oración favorables, luego las ocupaciones y ambiente lo harán más difícil: “Experientia teste”.

       De ahí la necesidad de permanecer unidos por la oración eucarística en el ser y existir de Cristo Sacerdote desde la Unción de su Espíritu recibida en el día de nuestra Ordenación, porque sin el Espíritu de Cristo no podemos hacer las acciones de Cristo; por eso no todas nuestras acciones son apostolado, sino las que hacemos con el Espíritu de Cristo Sacerdote; y por eso, cada uno da en la medida de

su unión con Cristo, de su santidad, de lo que somos y tenemos de dimensiones pontificales-sacerdotales, verdaderos puentes de salvación.

       Nadie da lo que no tiene. Lo que ocurre es que aquí, aunque no seamos santos, siempre damos algo, porque Cristo Sacerdote siempre actúa, aunque no todo lo que debiera, porque está hipotecado a nosotros por la humanidad que le hemos prestado; o mejor, nosotros le prestamos nuestra humanidad, pero si no está unida y adaptada a su vida y sentimientos, si no le dejamos actuar a través de nuestra humanidad prestada, como lo hizo con la suya que la destrozó y ahora ya no le vale y sólo tiene la nuestra, pues ya no puede hacer lo que quiere y desea; y como Él quiere y desea seguir salvando a este mundo: “me quedaré con vosotros hasta el fin del mundo...”, pues la necesita, nos necesita a los sacerdotes.

Porque Él es quien consagra, bautiza, perdona los pecados, predica...pero si yo no le presto mi humanidad, no lo podrá hacer, y lo hará en la medida que yo le deje actuar, es decir, en la medida de mi santidad y unión con Él, no olvidando nunca y teniendo presente el “opus operantis” y el “opus operatum”.

       Y de esto se trata en el sacerdocio; no de dar todo o nada. No tratamos de que o soy santo y entonces lo consigo todo; o no lo soy, y entonces, no consigo nada; no; aunque no sea sacerdote santo, siempre doy algo, al menos «ex opere operato», pero no en plenitud; y de lo nuestro, poco o casi nada.

       Por eso, aquí estamos tratando de prepararnos y adaptarnos para dar más y en plenitud, en razón de nuestra unión con Cristo, en razón de que Cristo pueda actuar más y mejor con nosotros y por nosotros, o nosotros actuar con Cristo, en unión total de vida, oración, sentimientos y salvación. Para lo cual tiene que haber, por nuestra parte, verdadera santidad de unión-puente entre Dios y los hombres, verdadera humanidad prestada a Cristo, no meramente funcional y oficialista, sino identificada con el ser y actuar y sentimientos de Cristo Sacerdote Único.

Y para esto, lo repetiré mil veces y todas las que sean necesarias, lo estáis viendo en  este libro, para eso, la santidad y la eficacia y la unión con Cristo, especialmente por la vida y la oración o la oración hecha vida, como ya dijo el Señor: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, y no hay otro camino ni vida sacerdotal y apostólica.

Y así empezó el Señor su vida apostólica, su misión salvadora, con los cuarenta días de oración y silencio en el desierto y luego, en noches enteras, durante su vida apostólica: ¿o no fue así? ¿O esto solo es para estudiarlo en el seminario o predicarlo al principio de nuestro sacerdocio?

       Y la verdad, --me cuesta y me duele decirlo--, aquí no todo vale. Necesitamos sacerdotes, párrocos, superiores y obispos como guías de la experiencia de  Dios; pastores que, desde su propio camino de amistad vivencial y personal con Cristo Eucaristía, sepan vivir, elegir y dirigir a los seminaristas, sacerdotes y almas hacia esta misma experiencia, no al mero conocimiento o teología u organigrama pastorales de los misterios de la fe y de vida cristiana y sacerdotal. Y cómo se nota esto en algunas diócesis y seminarios.

       Y estos seminaristas y novicios, así como superiores y obispos del mañana, que elegirán sus formadores en noviciados y seminarios, son los que ahora se están formando en nuestros seminarios y noviciados. Y para que ellos puedan elegir superiores aptos en esta materia, primero hay que formarse y experimentar y vivir en esta dimensión sobrenatural para no convertirme nunca en un profesional del sacerdocio de Cristo. Es que si un obispo, un párroco, un superior de religiosos/as no tiene experiencia de esto… y por lo que ve y oye...cómo va a dar y enseñar el verdadero camino de encuentro con Cristo, la vivencia de la fe y amor pleno y total a Cristo, cómo va entusiasmar con Cristo, hablará pero no entusiasmará a jóvenes y mayores.

       Por eso pedimos al Señor superiores en nuestros seminarios y noviciados y párrocos y obispos de nuestras diócesis, que, desde su propia experiencia eucarístico-sacerdotal de Cristo, sepan dirigir por este camino a sus fieles, a sus ovejas, a sus seminaristas y sacerdotes. Estamos pidiendo sencillamente sacerdotes santos, verdaderamente unidos a Dios, identificados en el ser y existir de Cristo Sacerdote; no pedimos cosas extraordinarias. La llamada a la santidad es universal. Lo ha dicho el Vaticano II. Pero sobre todo la Iglesia la necesita en sus sacerdotes y obispos, que tienen que ser canales y sembradores de la fe plena y amor total a Cristo.

       Y es una gracia que hay que pedir todos los días, sin cansarnos. Necesitamos seminaristas, novicios, almas consagradas, buenos feligreses, que llamados por su nombre por el Señor, se retiren todos los dias a la soledad de la oración un poco elevada por su sincera conversión permanente y purificación interior, que debe durar toda la vida, y lleguen a vivir plenamente en Cristo Eucaristía y pidan todos los días esta gracia para la iglesia de Cristo. Hermanos y hermanas a los que Cristo llame y les diga: “Venid vosotros a un lugar aparte... Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar... yo soy el pan de la vida, el que me coma vivirá por mí”.Necesitamos, en estos tiempos difíciles para la santidad y la misma vida cristiana, esta experiencia de Dios, de Cristo en la santa Eucaristía como misa, comunión y presencia sacramental, para poder conducir al pueblo cristiano hasta la tierra prometida, que es la amistad personal y el encuentro gozoso con Cristo en la Eucarstía, en el Sagrario.

Y para esto, el camino elegido por el mismo Cristo son los obispos, sacerdotes, superiores/as que habiendo llegado a Cristo Eucaristía en el Sagrario, por la oración-conversión de su vida en Cristo, en lo que contemplan y meditan por la oración, puedan conducir a otros, a sus seminaristas, sacerdotes o feligreses, hasta este encuentro de fe viva y sentida en Cristo.

Es que si la oración-conversión existe y es verdaderaque nos lleva al encuentro vivo con Cristo por la conversión de nuestra vida en Cristo, conversión que se va elevando y profundizando por la oración y el diálogo diario con Cristo Eucaristía y que dura toda la vida, pudiendo llegar luego a etapas místicas contemplativas de sentir y experimentar a Cristo en cielo anticipado.

36ª MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

 LOS SACERDOTES NECESITAMOS EXPERIENCIA DE LO QUE CREEMOS, PREDICAMOS Y CELEBRAMOS PARA TRANSMITIRLO

Y eso solo se consigue por la oración diaria y permanente conversión. Todos los sacerdotes tenemos fe en Cristo Eucaristía, pero sin oración diaria y viva, nos puede faltar experiencia de lo que creemos y celebramos. Y para llegar a esa experiencia de Cristo Jesús, el camino único es la oración, la oración eucarística, mejor ante el Sagrario o Custodia. Es que para eso se quedó el Señor con nosotros.

Se quedó tan cerca de nosotros “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”para que le visitemos, le hablemos, le celebremos y comulguemos con su mismos sentimentos de amor al Padre y entrega y salvación de nuestros hermanos los hombres. Si no lo hacemos así, por la misericordia del Señor ciertamente nos podemos salvar y salvar a otros, pero no con la fuerza y plenitud que Dios quiere.

Querido hermano, por la oración eucarística diaria, un poquito elevada y purificada de pecados e imperfecciones, subiendo durante algun tiempo, algunos años, bueno, toda la vida, por esta montaña de purificación-conversión-elevación de nuestra mente y corazón hasta Dios, como lo describe perfectamente S. Juan de la Cruz en la Subida del Monte Carmelo y en las Noches o Santa Teresa en las Moradas y muchos otros santos que lo han recorrido y experimentado, subiendo por la oración-purificación de faltas y pecados, aunque sean leves, llegamos a la experiencia de Jesús en el Sagrario o en la Comunión o en la santa misa, monte Tabor, y desde allí, desde el Sagrario, en oración un poco elevada y purificada,  llegamos a la morada de la Trinidad, a escuchar al Padre que nos dice desde el Sagrario: “Este es mi hijo, el amado, escuchadle”.

Pero repito que, para esta experiencia de fe por la oración, no hay que quedarse en el llano de la comodidad de nuestros pequeños defectos o en la rutina y falta de conversión permanente de nuestros pecados leves y veniales, sino que hay que subir durante años y años por la oración-conversión permanente para llegar a la unión plena con Dios, a la experiencia de lo que creemos y celebramos, a Dios Trinidad.

Porque en esa altura de la montaña de la oración contemplativa más o menos completada en etapas diversas de oración-conversión,  nos está esperando el Amor del Padre enviándonos siempre al Hijo para transfigurarse ante nosotros por la oración un poco elevada y contemplativa y unitiva; allí está el Hijo encarnado en la Hermosa Nazarena, Virgen Bella, Madre Sacerdotal –el Sagrario tiene perfume y aroma de María, es su carne, su sangre--, que viene en nuestra búsqueda con el mismo Amor de Espíritu Santo en el que ha sido enviado por el Padre:-- “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”-- para llevarnos por la oración eucarística y la fe viva  un poquito elevada, oración contemplativa, no digamos ya unitiva y transformativa en la tierra, llevarnos hasta el cielo en la tierra, a  sumergirnos en la misma esencia divina de Felicidad y Hermosura y Esplendores de Luz divina.

       Allí, en el Sagrario, está la potencia de Amor del Espíritu Santo, que ha convertido el pan en el Cuerpo y Sangre de Cristo Resucitado “para que tengamos vida eterna... y vivamos por Él... el que me coma, vivirá por mí”,  hasta poder decir con san Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

 La vida eterna con Dios empieza aquí abajo en ratos de oración ante el Sagrario y no digamos de misas y comuniones plenas en el Amor de Espíritu Santo, Espíritu de Amor del Padre y del Hijo, que encarna al Señor Jesucristo con su Amor en el seno de María  y luego, en la santa misa, lo convierte en el pan consagrado, pan trinitario de Amor divino.

       Y esa misma potencia de Amor del  Espíritu Santo, que ha convertido un poco de pan en el Cuerpo de Cristo, es el  mismo Amor, que convierte a unos hombres en Cristo, en humanidades supletorias de Cristo, por el sacramento del Orden Sagrado. Por eso, el  sacerdote es siempre el mismo Cristo sacerdote bajo el barro de otros hombres. Y siempre, siempre por Amor,  por la potencia de Amo del Espíritu Santo, Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre; y el Sagrario es la Palabra-Canción de Amor en la que el Padre  nos canta y nos habla en el mismo diálogo Personal Trinitario.

       Y como el Hijo le hace Padre, aceptando ser Hijo, nosotros también, hechos hijos en el Hijo, tenemos por el mismo Espíritu Santo que aceptarle y hacerle Padre con Amor de Espíritu Santo que nos comunica el Hijo por la potencia de su Amor-Personal Divino. Nosotros con nuestro amor no podríamos y  tenemos que  aceptar ser totalmente hijos y amarle en el Hijo-hijos por el Espíritu Santo para hacerle verdadero Padre y no sólo de nombre sino realmente como el Hijo lo consiguió con su muerte y resurrección, para que así el Padre pueda gozarse en nosotros y decirnos a cada uno de nosotros en el Hijo-Revelación-Palabra-Canción de Amor: “Este es mi hijo amado en el que tengo todas mis complacencias”.

Y por todo esto, para que el Padre pudiera decirnos todo esto y porque nos ama así a todos los hombres, le dejó abandonado en Getsemaní, aunque el hijo-Hijo le invocaba, porque estaba tan entusiasmado con lo que el hijo-Hijo iba conseguir con su muerte y resurrección, (fíjate lo que nos ama el Padre a todos los hombres),  estaba tan pediente y entusiasmado el Padre con lo que iba a conseguir para los nuevos hijos por medio de la pasión y muerte y resurreccion del hijo-Hijo, que lo dejó abandonado, porque sabía, sin embargo, tanto el Padre como el hijo-Hijo, que para esto había venido y estaba sufriendo lo que sufría, lo aceptó y le dijo: “Padre, si es posible que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”, y esta era la voluntad del Padre y por la que Él había venido, predicado, muerto y resucitado, lo hizo todo por amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, para hacernos a todos hijos en el Hijo con su Encarnación, Muerte y Resurrección. Gracias, Cristo del Sagrario.

       ¡Qué tiene que ver todo lo presente, todo lo creado con lo que Dios nos ha soñado y creado en su amor Trinitario, con todo esto material y limitado y pasajero que existe aquí abajo! ¿No es la gracia de Dios, participación de su misma vida divina que nos hace partícipes de su mismo Ser infinito de vida y felicidad eterna? ¿Por qué no se habla más de ella, de esta vida divina en nosotros  y de su desarrollo y plenitud y se encauza en esta dirección principal toda la existencia humana-cristiana, sobre todo, la vida sacerdotal, que debe ser con Cristo sembradora de eternidades por los sacramentos, sobre todo por la Eucaristía...?

¿Pues no es esto para lo que existen todos los sacramentos y se nos dan desde el comienzo de nuestra vida hasta el final de la existencia para lograrla? ¿Por qué no hablamos más de lo eterno que ha comenzado ya en nosotros,  y que irrumpe, sobre todo, por la Liturgia, pero vivida en unión de fe y amor con Dios, porque es la irrupción de Dios en el tiempo y en el hombre peregrino, para que podamos ya en este mundo vivir y experimentar «la tierra prometida», del cielo con la Stma. Trinidad hecha presente por el hijo-Hijo del Padre en todos los Sagrarios de la tierra?

¿Por qué se ha perdido, o se habla poco o nada de la vida eterna, del sentido trascendental de la vida cristiana, esencial para comprender y poder vivir todo su misterio, el misterio y la cruz y la pasión y la resurrección de Cristo, incluso en funerales, donde muchos nos dedicamos a hacer apología del difunto, como si no fuera Cristo Resucitado el que ha merecido y celebra ya la resurrección del difunto vivo para siempre?

¿Por qué nos quedamos en la vida y en la formación de los fieles y en nuestras predicaciones en verdades, que son ciertas, pero verdades medias, quiero decir, intermedias, sin llegar a las Personas Divinas, sin hablar y llegar nunca o casi nunca en nuestras catequesis y formación de feligreses y grupos y organigramas y dinámicas hasta el final o término de la Verdad Revelada, que son las personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que nos son solo verdades, medios y dinámicas que nunca o pocas veces llevan a nuestros niños, jóvenes o adultos hasta el Dios, porque nos quedamo en verdades teológicas sin llegar a la Verdad personal, a la persona divina y su relación y amistad directa de las personas divinas con nosotros, los hombres. Jesucristo Eucaristía es Dios personal y Vida Eterna en Dios Trinidad, es “Verdad Completa” quedándonos muchas veces a mitad de camino en lo «más asequible o comprensible» como se escribe en algún documento, sin llegar al final de todo, a las Persona Divinas amadas en amistad personal, por la oración eucarística principalmente, a la razón de nuestra existencia humana según Dios revelado por Cristo?

37ª MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

 ¿POR QUÉ QUISO CRISTO PERMANECER JUNTO A NOSOTROS EN EL SAGRARIO?

 

       QUERIDOS HERMANOS: Cristo quiso quedarse voluntariamente en todos los Sagrarios de la tierra, --nadie le obligaba, solo su amor loco y apasionado por nosotros,-- para ser nuestro amigo y compañero de viaje hasta la eternidad. Y esto, sabiendo incluso que muchos no creerían en Él ni le visitarían ni se lo agradecerían.

       Tenemos que tener siempre presente la recomendación del Señor Resucitado a los Apóstoles: “Porque os he dicho estas cosas os habéis puesto tristes,  pero os digo la verdad: os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no viene a vosotros el Espíritu Santo, pero si os lo envío, Él os llevará hasta la verdad completa”.

       Vamos a ver, Cristo, cómo  dices esto ¿es que Tú no puedes o no sabes llevar a tus Apóstoles a la “verdad completa”? ¿Pues no has venido y te has encarnado precisamente para esto? De hecho los discipulos han tenido fe primero en Ti, y luego te han seguido, y aunque te dejaron en el momento de la cruz,  luego te han visto resucitado y se han alegrado y te han tocado y visto y comido  y celebrado contigo la Eucaristía ¿Qué les faltaba? ¿Por qué dices que tienes que irte visiblemente en tu humanidad para que pueda venir el Espíritu Santo que les lleve  a la “verdad completa”? ¿Qué les falta para llegar a la “verdad completa”? ¿Pues no estáis unidos en Unidad Trinidad de Amor Padre, Hijo y Espíritu Santo?

       Les falta conocerte a Ti y el proyecto del Padre y tu Salvación “en Espíritu y Verdad”. Necesitan que venga el Espíritu Santo, tu Espíritu, que eres Tú mismo pero en Espíritu de Amor, esto es, no hecho sólo Verdad encarnada y oída, incluso realizada en milagros, sino hecha llama de Amor viva  en el corazón, te necesitan a Ti, tu Espíritu de Amor, que no se quede en sentidos exteriores o interiores, sino que sea experiencia y fuego de Amor Divino, de Espíritu Santo Trinitario que les queme el corazón y no lo puedan aguantar y les haga perder todos los miedos y abrir todos los cerrojos y puertas del Cenáculo y de su corazón  y predicarta a Ti no solo como Jesús que ha predicado y hecho milagro sino que eres el mismo Hijo de Dios  encarnado y todo esto aún sabiendo que serán perseguidos y podrán morir. Pues hasta entonces te habían seguido, pero te han abandonado cuando te prendieron y condenaron y moriste en la cruz, incluso cuando les perdonaste y te apareciste a ellos, pero a pesar de todo, permanecieron con miedo y las puertas cerradas.

       ¿Qué les faltaba, según Tú se lo manifestabas “os conviene que yo me vaya…? Les faltaba llegar a la “verdad completa”. Y la “verdad completa” es la experiencia del amor de Dios por el Espíritu Santo invocado y recibido en oración (externamente las llamas de fuego sobre sus cabezas que internamente incendió su alma y corazón en fuego de Amor divino), el Espíritu de Amor de Dios, el Espíritu Santo es el que nos lleva a todos los bautizado a tener experiencia de lo que creemos, de la fe y del amor de Dios, sobre todo en la Eucaristía. Al venir el Espíritu Santo se llenaron y sintieron la “verdad completa… estando reunidos en oración en el cenáculo con María, la madre de Jesús”.

       Les faltaba conocer todo el misterio de Cristo, que habían visto y oído pero desde dentro, desde el Amor de Espíritu Santo; no era suficiente haberle visto, haberle escuchado externamente, haber visto milagros, incluso haberle visto resucitado  como en las mismas apariciones y sus palabras, no basta esto, era necesario y Él se lo dice abiertamente, que le conocieran por el fuego invisible de Amor de Espíritu Santo en sus corazones, como así fue, y que pudieron recibirlo pero en oración, en oración con María, la madre y Virgen que estaba con ellos y ya tenía la experiencia del misterio de Dios por el Espíritu Santo de Amor que la inundó y llenó de Cristo, su hijo, en la Encarnación y la hizo madre: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti... te cubrirá con su sombra... proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi salvador...”. ¡Virgen guapa, madre sacerdotal, madre de amor, ayúdanos a conocer y amar a tu hijo-Hijo como ayudaste a los Apóstoles en Pentecostés!

       Cristo nos invita a todos los creyentes, especialmente a sus

represenantes y humanidades prestadas, los sacerdotes, no sólo a meditar, sino a subir por el camino de la oración-conversión transformativa hasta la experiencia de lo que creemos y celebramos. Él no ha venido a buscarnos y ha muerto y nos ha amado hasta el extremo y ha instituido la Eucaristía –acordaos de mí...-- para que nosotros nos quedemos  a distancia, en meditación puramente reflexiva, en ideas; Él se ha quedado con nosotros tan cerca en cada Sagrario de la tierra (“me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos” ) para una relación más íntima de amor, para una relación y amistad personal, no solo para que pensemos en Él, sino para una oración afectiva- contemplativa-unitiva de «quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado», como Juan en el Cenáculo reclinado sobre el corazón de Jesús, y todos los santos y santas que han existido y seguirán existiendo en el mundo y siempre por la oración-conversión.

       Hay que subir al Tabor, y para eso, hay que dárselo todo para que Él lo transforme en oración transformativa de todas nuestras imperfecciones y limitaciones, de amares finitos, los transforme y convierte en divinos y trinitarios.

Y eso sólo es posible en este mundo por la oración, primero meditativa, pero hay que convertirse más a Dios y vivir más en Cristo, mortificando todo lo nuestro, primero, pecados graves si alguno hubiera, luego los veniales, imperfecciones,  hasta que por la oración más perfecta de amor purificatorio, pasemos y lleguemos a la oración contemplativa-unitiva-transformativa y empiece a actuar directamente el Espíritu Santo en etapas de oración pasivas por nuestra parte, porque nosotros no actuamos ni llevamos la iniciativa en estos estados, todo lo hace el Espíritu Santo, el Amor de Dios, ya que nosotros no sabemos ni podemos ni entendemos de estas alturas,  porque ahí estamos tocando y experimentando la misma Divinidad, y hay que aguantar, y sufrir purificaciones y la muerte del yo, la muerte total del yo, por medio de purificaciones, humillaciones, segundos y terceros puestos, incomprensiones y críticas injustas de los que te rodean para matar así ese amor que nos tenemos y que le impide a Cristo llenarnos por Amor de Espíritu Santo.

       Esto se dice y se escribe muy fácilmente, pero vivirlo… ya es otra cosa; cuesta mucho tiempo y dolor, porque nosotros no entendemos todo lo que hay que quitar y purificar para que Dios pueda habitar en nosotros con plenitud, de tal manera que vaciados de todo lo nuestro, podamos ser habitados por la Santísima Tinidad y sentir su amor, abrazo y presencia, experimentar, pero de verdad, que nos ama, que Dios existe y nos ama y que quiere vivir en nuestra casa, en nuestra vida, en nuestra alma y quiere ser nuestro Padre eternamente -- preguntádselo a los místicos--, ellos lo saben no por teología sino porque lo han experimentado y luego lo  han escrito, yo no he llegado a estas alturas pero sí lo he barruntado a veces un poco... y el cielo ha comenzado ya en la tierra.

Y para esto, para sembrarlo y cultivarlo estamos nosotros, los sacerdotes, pero claro, está todo tan horizontal y materializado y temporal hoy en el mundo, que se puede perder el sentido esencialmente trascendente de la vida cristiana, y lógicamente, del sacerdocio. Porque este mundo se ha quedado ciego de lo divino, y no ve ni entiende ni busca más que lo presente material, nada divino, y en lo presente, lo corporal  más que lo espiritual, el cuerpo más que el espíritu.

       Y por eso, para vivir en el mundo sin ser del mundo, para vivir en “Espíritu y Verdad”, para tener experiencia de Dios, necesitamos experimentar y vivir en la Verdad del Verbo de Dios hecho carne por su Espíritu Santo, necesitamos el Espíritu de Cristo. Y el camino es la oración, la oración verdadera, sobre todo, eucarística: misa, comunión y presencia, pero vividos en diálogo de amor con Cristo.

       Y esto es lo que repetiré siempre: para llegar a esta experiencia de Dios el único camino es la oración en sus diversas etapas

purificatorias y  transformativas; y para esto debe estar preparado el sacerdote, que debe identificarse totalmente con Cristo por la oración-conversión, y para esto, para llevar las almas al Cristo de Sagrario, el  cielo ya en la tierra, yo, sacerdote tengo que haber recorrido este camino, tener experiencia de esto, porque esto es lo que tengo que sembrar y cultivar con mi apostolado en un mundo «intranscendente», a no ser que yo mismo me haga y trabaje por lo “intranscendente”.

       Y yo, fiel cristiano, seminarista y sacerdote, religioso y consagrado, todo esto, sólo y únicamente lo puedo conseguir por la oración afectiva-contemplativa en el Espíritu Santo, único director de las almas en estas alturas.  

Y por eso los Apóstoles, que estaban viendo y oyendo al mismo Cristo en persona, no como nosotros en el pan consagrado,  no entendían lo que Cristo quería decirles hasta que no lo sintieron y vivieron en Pentecostés: “os conviene que yo me vaya… porque si no, no viene a vosotros el Espíritu Santo… Él os llevará a la verdad completa”, hasta que Jesús no se hizo fuego y llama de Amor significado sobre sus cabezas, hasta que no vino hecho llama de Amor viva de Espíritu Santo; hasta entonces, a pesar de haber estado con Él y hablado todos los días y oído y visto sus milagros, hasta su misma resurrección… hasta que no vino hecho fuego de Espíritu Santo no llegaron a la “verdad completa”.

       Por eso ¡VEN, ESPÍRITU SANTO, TE NECESITAMOS, TE NECESITA ESTE MUNDO!  Él es el único que puede darnos por su Amor la experiencia de Dios que necesitamos, que necesita la Iglesia y el mundo, sobre todo, sus apóstoles, sus sacerdotes y todos los bautizados, toda la Iglesia.

       El Espíritu Santo, el Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, nunca debe ser Tercera Persona de la Trinidad, porque está al principio, “Dios es Amor”; está también en el medio: Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre; y está al final, porque es el fin de todo el proyecto de Salvación Trinitario, lo ha dicho Jesús: porque todo es para sentirnos amados y amar nosotros a Dios en su mismo Amor porque no podemos amarle como Dios, si Él no nos ama primero y  nos envía su Espíritu de Amor para que podamos amarle con el mismo Amor en Dios TRI-UNIDAD con que Dios se ama y nos une a nosotros en el Amor Tri-unitario: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él... como el Padre me ha enviado, así os envío yo... vosotros en mí y yo en vosotros como yo estoy en el Padre y el Padre en mí ... el que me come habita en mí y yo en él...”.

       Repito y menciono mucho al Espíritu Santo en mis libros y meditaciones, porque estoy convencido de su necesidad e importancia y  amor en la Iglesia, porque le tengo muchísimo cariño y me ha ayudado mucho en mi vida, aún cuando no lo conocía, pero Él me amaba: es el  Amor del “Abba”, de mi Padre Dios, mejor traducido: «Papá» Dios; y de su Hijo, hasta el punto de sentirme totalmente hijo en el Hijo.

       El Sagrario es la Canción de Amor que el Padre nos está cantando permanentemente en amistad siempre ofrecida  en su mismo Verbo, en su misma Palabra infinita y Personal de Amor, en la que nos lo dice todo lo que ha soñado sobre nosotros y lo que espera de nosotros y para nosotros desde toda la eternidad en canción de Amor por su mismo Espíritu Personal de Amor.

       Y nos la canta, nos la revela, nos la dice toda entera a cada uno de nosotros: “Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho" en su misma Palabra-Canción de Amor-Hijo en el que, desde cualquier Sagrario de la tierra, “se complace eternamente”, y por el que, por amor incomprensible e infinito, quiere comunicarse con cada uno de nosotros.    Por eso, todo sacerdote se define desde el primer día de estar en su parroquia por su comportamiento con Cristo vivo y esperándole en el Sagrario; ahí se lo juega todo y demuestra todo lo que vive y tiene en su corazón, por sus ratos, sobre todo de oración eucarística junto a Cristo Sacerdote Eucaristía: «... que no es otra cosa oración... sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Preguntádselo no sólo a santa Teresa, sino a todos los santos: « ¡Oh eterno Padre, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras...¡ no permitas, Señor, que sea tan mal tratado  en este sacramento,  Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable ...¡»

        Es que si no te paras y le miras y te arrodillas y le adoras y pasas ratos con Él... queridos obispos y hermanos sacerdotes, si no vas a su presencia de amistad en el Sagrario, si Cristo en el Sagrario te aburre ¿cómo podrás en tu apostolado y predicación entusiasmar a la gente con Él? Para esto hemos sido llamados y elegidos sacerdotes,  para que una vez que hemos experimentado los misterios de su amor podamos comunicarlos con fuerza y entusiasmo, con convencimiento, no solo con el frío conocimiento de teología estudiada pero no vivida.

Por eso, ya desde el seminario, hay que ponerse en camino, hay que orar y avanzar por la conversión de nuestra vida en Cristo por la oración diaria y la eucaristía, sobre todo, por la oración diaria, transformadora permanente de nuestras vidas y así los seminaristas saldremos preparados y experimentados y seremos ungidos y consagrados para cumplir el proyecto o voluntad del Padre en el Hijo, Sacerdote Único del Altísimo, con el cual nos identificamos por el Fuego del su mismo Espíritu Santo, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre:  esta es nuestra identidad sacerdotal trinitaria y cristológica; y esto es imposible sin oración diaria y permanente y transformadors que nos lleve a la santidad plena y total en Cristo Sacerdote.

38ª MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

PARA CONOCER Y ENSEÑAR EL CAMINO EUCARISTICO PRIMERO HAY QUE RECORRERLO Y VIVIRLO

Queridos hermanos, aunque seamos sacerdotes y hayamos estudiado teología, para enseñar este camino  eucarístico, seas cura, obispo o cardenal, hay que recorrerlo primero, porque es camino de practicantes, no de teóricos. Y este camino es el de la  oración-conversión-experiencia de Dios. Y esto, repito, aunque seas cura, obispo o cardenal y ocupes puestos importantes en la Iglesia de Dios. Preguntádselo a cualquier santo, quiero decir, a todos los santos. Y como hemos hablado de atender a los necesitados, preguntádselo a Madre Teresa de Calcuta, preguntarle de donde sacaba ella y su Congregación la fuerza para atender a los pobres: «He dicho a los obispos (cfr. pp. 40-41) que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí» (JEAN MAALOUF, Escritos esenciales,  Madre Teresa de Calcuta, Sal Terrae  2002).

Me gustaría que esta advertencia de la Madre Teresa de Calcuta la tuvieran muy presentes todos los obispos del mundo, tanto en su vida personal como cuando han de elegir superiores y formadores de sus seminarios y que esto estuviera presente en todas las escuelas y noviciados y pedagogías y cursos de formación sacerdotal o apostólica.

       En nombre vuestro, se lo he preguntado a santa Teresa de Jesús, a san Juan de la Cruz, que son maestros en esta materia... y más recientemente a la Beata, ya santa, sor Isabel de la Trinidad, Charles de Foucauld, Juan Pablo II, Benedicto XVI, Trinidad de la Santa Madre Iglesia... etc., porque son infinidad, y todos me han dicho lo mismo, porque la oración personal es el camino esencial y todos lo han recorrido y experimentado.

Todos los santos de la Iglesia afirman que  este camino es la oración, la oración, sobre todo, la oración eucarística; pero no una oración primera e iniciática u oración en primeros pasos y grados, que está muy bien, pero que nos permite vivir todavía con defectos e imperfecciones importantes, como puede ser la llamada meditación u «oración mental».

Para la experiencia de Dios y sus misterios, hay que subir un poquito más arriba, hay que purificarse y dejarse purificar más por la «lejía fuerte» del amor de Dios, por lo menos hasta la oración afectiva; y si el Señor quiere y nosotros colaboramos, hasta que Él nos lleve por su Espiritu hasta la oración contemplativa,  porque es Dios quien la infunde en nosotros, nosotros no la podemos fabricarla. 

       Para llegar a esta oración hay que purificarse un poco más; convertirnos más a la voluntad de Dios y cumplir más perfectamente sus mandamientos, vaciarnos de nosotros mismos con más intensidad para que nos habite Dios en plenitud: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”; hay que esforzarse por no quedarse en el llano de la mediocridad, como se quedaron el  resto de los Apóstoles menos los tres que subieron con Cristo por la  montaña a la oración donde le vieron al mismo Cristo pero transfigurado; tuvieron que subir ascendiendo con esfuerzo por la pendiente de la conversión hasta verlo luminoso y resplandeciente, como está en todos los Sagrarios de la tierra esperándonos en  ratos de oración y conversión permanente hasta llegar a la sima de la transfiguración para sentir y experimentarlo vivo y glorioso como Dios y como hombre hermano ¡Dios existe y es verdad! pero para experimentarlo y vivirlo como Pedro, Santiago y Juan no basta el conocimiento de la llanura, de la teología teórica no experimentada por la oracion, de los ritos externos y vacío de la presencia de Cristo, hay que entrar dentro de ellos y verle al Señor que realiza los sacramentos por nosotros con amor, que se ofrece y se inmola y resucita con amor y entrega en cada misa y que nos espera siempre con los brazos abiertos de amor en todos los sagrarios de la tierra.

       La culpa de que no lleguemos a estas experiencias y la oración se haga rutinaria y nos canse y a veces nos aburra y la dejemos, es la falta de conversión permanente, porque no queremos vaciarnos de nosotros mismos y de nuestras idolatrías; y entonces no cabe Dios en nosotros, aunque siempre está deseándolo y para eso nos soñó en su Seno Trinitario desde toda la eternidad y roto este primer proyecto de amor nos envió a su Hijo para que nos salvara, nos comunicará su misma vida, la gracia, que cultivada y desarrollada por la oración y la Eucaristía y los mandamientos, nos llevara al cielo en la tierra, principalmente por la Eucaristía misa y comunión de amor y permanencia de amistad permanente en el Sagrario.  Es que, aunque seamos curas y obispos y lo que sea, si estamos llenos de nosotros mismos, no cabe Dios, su vida, su gracia, su gozo, su experiencia.

       Ahí, en el Sagrario,  está Cristo Eucaristía, el Verbo de Dios, Jesucristo, en Eucaristía y ofrenda permanente, en obediencia total, adorando al Padre, con amor extremo a Dios y a los hombres, hasta dar la vida. Es una presencia dinámica y permanente del sacrificio, de la misa ofrecida, no meramente estática. Fíjate, hermano sacerdote, la cantidad de belleza y misterios de vida que nos está enseñando el Señor con sola su presencia, sin decir palabra, en «música callada», que diría san Juan de la Cruz, nos está mostrando toda su vida de amor a los hombres, su amor extremo hasta dar la vida y permanecer con los brazos de salvación abiertos para todos los hombres.

       El Sagrario, el pasar ratos largos junto al Sagrario, «estando (o hablando) con el que nos ama», no es una presencia piadosa, una devoción particular más, para almas piadositas y devotas, poco «comprometidas» y apostólicas, poco comprometidas con el mundo y la parroquia, poco apostólicas, solo piadosas; no; es una presencia dinámica de Cristo entre nosotros, única y totalmente centrada en el corazón apostólico de la Iglesia, dinámica y activa, absolutamente necesaria y esencial para todo sacerdote apóstol, para todos los que quieran vivir y emplear su vida al estilo de Cristo, buen pastor; para todos los sacerdotes verdaderos y no puramente profesionales, adoradores de Dios Trino y Uno “ en Espíritu y Verdad”, en Espíritu Santo de Amor  y Verdad revelada por Hijo, en obediencia total al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida, por la salvación de nuestros hermanos, los hombres.

Así lo está cumpliendo allí el mismo Cristo en presencia «memorial», el Único Sacerdote  del Altísimo, con el cual tiene que identificarse en su ser y existir todo sacerdote, con amor extremo, hasta el final de los tiempos, si es que quiere ser sacerdote de Cristo, y no de sí mismo; si es que, aunque no lo viva, sabe por lo menos de qué va el sacerdocio católico.

Para saber esto, basta estudiar un poco de teología. El vivirlo, ya es otra cosa; por lo menos a mi me cuesta a veces. Y es lo de siempre: hay verdades, realidades que no se comprenden hasta que no se viven, aunque tenga uno un doctorado en teología. Y si no se viven, terminan por olvidarse en su sentido propio y espíritu, o las vivimos según la carne. La eucaristía es la fuente del sacerdocio y del amor  y apostolado auténtico, no meramente oficial.

       Toda la vida de un párroco se define desde el primer día de estar en la parroquia, por su comportamiento con el Sagrario, con Cristo Eucaristía en la misa y en la comunión verdadera con Él. ¡Es el Señor! El Sagrario no es un trasto más de la Iglesia o un recuerdo o una imagen en la misa. Es él en persona; si no lo valoras y lo amas, si pasas de largo junto a él o te aburre, no sé cómo podrás luego hablar de Él y entusiarmar a la gente con Él, a los hombres y niños y jóvenes de tu parroquia.

       Mirando al Sagrario se demuestra la profundidad de tu fe; si uno mira y cree que es Dios quien mora en él, Cristo mismo en persona, “por quien todas las cosas han sido hechas”, y único Salvador del mundo, si uno lo cree de verdad y lo vive un poco, no sé cómo no ir a visitarlo y amarlo y orar y adorarlo. Es que mirando al Sagrario se demuestra el concepto que cada sacerdote tiene de apostolado; y el concepto que tiene de apostolado es el concepto que tenga de Iglesia; y el concepto de Iglesia, es el concepto o la vivencia que tenga de Cristo, y el concepto de Cristo no es lo que estudió en teología sino el que cada uno de nosotros tengamos de él por la oración personal, lo que vea y experimente en sus ratos de oración eucarística y Plegaria Eucarística, digo en misa y de comunión, comunión de amor y de fe, no simplemente comerlo. Y esto es así porque: «…la Eucaristía es centro y culmen de toda la vida de la iglesia... fuente de toda vida apostólica y meta de todo apostolado» (Vaticano II).

       Sin pasar ratos ante el Sagrario, querido hermano sacerdote, no sé cómo podremos entusiasmar a la gente con Él, y convencer a la gente de que Él siempre está esperándonos con los brazos abiertos. El mejor apostolado y predicación es el ejemplo de la propia vida. Por eso, el sacerdote no puede faltar a esta cita diaria de fe y amor con Jesucristo Eucaristía.

       Es que para eso Él se quedó precisamente en el pan eucarístico: “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. No le defraudes. Una simple mirada y Él se entrega por nada ¡Está tan deseoso de nuestra amistad, de nuestra salvación, de la salvación de todos nuestros feligreses ¡ No olvidemos que para eso se encarnó; para venir en nuestra búsqueda, para abrirnos las puertas de la eternidad, de la amistad con la Trinidad que empieza aquí abajo: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”. Te ama tanto; ama tanto al Padre y su proyecto de amor a los hombres;  te necesita tanto a ti, querido hermano sacerdote, para seguir predicando y salvando a este mundo que se ha alejado de él por estos políticos ateos que no les interesa que Cristo viva por la fe en el pueblo para poder vivir ellos sin que su evangelio pueda echarles sus pecados y robos y sexo y … como viven, que por eso se ha quedado tan cerca de nosotros en el Sagrario para ayudarnos en todo.

Nuestra vida es más que esta vida; hemos sido creados para una eternidad de felicidad con Dios. Y a Él le duelen tanto los hombres y su salvación eterna, que por eso se quedó tan cerca de nosotros en el Sagrario; es el deseo y el amor del Padre: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan la vida eterna”. Y allí sigue Él entregando su vida por todos nosotros.

Si creemos en la eternidad, en lo definitivo, en lo que vale un alma, una persona y nos preocupa más que todo lo que sea del tiempo, de esta vida, entonces tenemos que ser almas de Sagrario. Porque somos en Él y por El sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades, las de nuestros feligreses que Él nos ha confiado y que el Padre soñó y los espera,  y las del mundo entero a quien tenemos que salvar por la oración y súplica ante el Sagrario.

       Sin esta experiencia eucarística  no puede haber experiencia de un Dios cercano, ni auténtico  sacerdocio de Cristo en nosotros y por nosotros, ni verdadero apostolado de almas, ni amor de Cristo a los hombres, porque es Él el que nos lo tiene que dar; ni lógicamente, puede haber en nosotros verdadero y sincero amor a Jesucristo vivo, vivo y resucitado en persona, sino mero recuerdo o idea teológica o palabra que predicar.

       Todos los cristianos, por el santo bautismo, hemos sido llamados por Cristo a la santidad, a la unión plena y transformativa con Dios: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” y Dios nos habita, nos convertimos en templos del Dios Vivo. “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”, y Cristo se convierte en el pan de la vida eterna que empezó ya en el bautismo: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y lo cumple con su presencia en el Sagrario.

En Cristo Eucaristía es donde está Dios Padre esperándonos para mostrarnos su rostro lleno de Fuego de su mismo Espíritu Santo, para revelarnos y cantarnos su Canción de Amor Personal a cada uno de nosotros personalmente en su Palabra o Verbo o Revelación del Hijo, en el que nos lo expresa todo y nos está cantando desde toda la eternidad su sinfonía de Amor Personal, escrita en pentagramas de matices y notas personales de vida, belleza y armonía trinitaria, que se escuchan en  «música callada» de oración silenciosa de «quietud», sin palabras, especialmente en oración eucarística, donde nos está diciendo y expresando todo el amor de un Dios infinito que lo tiene todo, esperando una simple mirada de fe por parte nuestra para entregarse totalmente a nosotros.

Está tan deseoso, porque a veces está tan olvidado hasta de los suyos, de los que le predican y dicen que le han entregado toda su vida...  que lo tienen como si fuera un trasto más de la Iglesia. Él, que buscando sus criatura, lo dejó todo y vino a nuestro encuentro. Qué bien lo expresó S. Juan de la Cruz en el Cántico Espíritual:

Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,

ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.

       Muchas veces, en mi oración junto al Sagrario, oigo al Señor que me dice: Pero ¡cómo me tienen tan olvidado algunos sacerdotes! ¡Si estoy aquí para decirles lo que les amo y porque quiero ayudarles en su tarea!  Estoy aquí para amarlos y animarlos y no vienen a verme y pasan de largo y luego deben predicar mi Eucaristía como misa y presencia, tienen que  hablar de mí y llevo años y años… (y aquí puedes poner los que quieras, 10, 20, 30, 40, 50... años) y no se han parado un momento para decirme ante el Sagrario: Te quiero, Cristo. Gracias por todo, confío en Tí.

       Cuando les veo venir hacia la iglesia, después de tanta soledad humana, porque cerráis en exceso mi presencia en las iglesias, y vienen para celebrar la misa conmigo, me alegro y nada más abrir la puerta de la iglesia, abro mis brazos para abrazar a mi sacerdote, a mi representante y qué decepción, algunos pasan de largo y ni me saludan y yo me quedo con los brazos abiertos sin poder abrazarlos.

       Y celebran la misa y ni una palabra personal de amor ni de comunión con mis sentimientos, y fíjate que, al celebrarla y hacerla presente, digo a través de vosotros: “Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí”, pero muchos no se acuerdan de mí, ni de mis emociones y entrega, de mi amor hasta dar la vida por vosotros, de mi ilusión por abriros las puertas de la eternidad.

       Es más, Gonzalo, algunos entran  y salen sin saludarme y se portan y hablan ante el Sagrario como si yo no estuviera allí, se portan y hablan como si estuvieran en la calle, como si en el Sagrario no estuviera yo vivo y real, esperándoles en amistad permanentemente ofrecida a todos.

       Menos mal que en algunas parroquias encuentro compañía, amor, ternura, entrega... qué gozo tengo de haberme quedado con mis hermanos los hombres para llevarlos al encuentro con el Padre. ¡ Que sois eternos, que viviréis siempre! Y como soy el mismo en todos los Sagrarios de la tierra, la soledad de algunos queda suplida y millones de veces superada por las compañías de otros.

       Y mira que  con poco me conformo. Porque yo no necesito de nada. Yo soy Dios. Pero me da pena no llenaros de mi gozo. Para eso me quedé en el Sagrario. Y por nada, con una simple mirada de fe o de amor, no digamos con algún rato de oración, me entrego del todo.   Díselo a mis sacerdotes. Díles que les sigo esperando, que los amo con amor total, con amor eterno de Espíritu Santo que les amo con el mismo Amor participado que el Padre ama al Hijo y el Hijo al Padre, Amor, Beso y Abrazo de Espíritu Santo. 

       Querido hermano sacerdote, Cristo Eucaristía es centro y cumbre de toda la vida de la Iglesia (Vaticano II). Todos los santos fueron eucarísticos, fueron hombres de oración eucarística. Ni uno solo que no pasara largos ratos con Cristo en el Sagrario. Preguntádselo a los que viven esta experiencia, a los que con san Juan de la Cruz, adoraron a Cristo y reclinaron todos los días su rotro en Cristo  Eucaristía: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme, dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado».      

Yo quiero escribir este libro para hablar  claro del sacerdocio y de su relación esencial con Cristo Eucaristía por la oración personal permanente que se mantiene viva y nos lleva a la experiencia permanente de lo que somos, celebramos y predicamos, de nuestro ser y existir en Cristo Único Sacerdote del Altísimo.

Y sé que esto puede molestar a alguno. Pero quiero hablar claro y con amor, aunque nos duela; quiero decirlo todo con humildad, que es decirlo, con toda verdad de mente y corazón. Y lo escribo, sabiendo que me reportará disgustos, pero lo hago por si pudiera ayudar un poco en este sentido, en esta amistad con el «Amor de los amores». Porque en mi vida cristiana y sacerdotal todo se lo debo a la oración, quiero decir, a Cristo conocido y amado en la oración eucarística, mirando al Sagrario.

       Me gustaría que todos mis hermanos los sacerdotes pudiéramos  llegar al Tabor pues para esto hemos sido llamados, ungidos y consagrados por su mismo Espíritu, Espíritu Santo de Amor, para «contemplar» “al Hijo amado en el que me complazco”, para poder decir con san Pablo y san Juan y tantos y tantas creyentes y vivientes: “Para mí la vida es Cristo...vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí...”.

39ª MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

 

NECESIDAD ABSOLUTA  DE LA ORACIÓN EUCARÍSTICA EN LA VIDA SACERDOTAL: RATOS DE SAGRARIO

       Lo acabo de decir. Todo en mi vida cristiana y sacerdotal se lo debo a la oración eucarística, a la oración ante Cristo Eucaristía en la santa misa o en la comunión, sobre todo en su prologacaión ante el Sagrario, ante la presencia permanente de Cristo esperándome en el Sagrario con los brazos abiertos para hablarme de su amor extremo a todos los hombres hecho presente en la santa misa hasta el fin de los tiempos para llevarnos al encuento eterno y definitivo del cielo o si queréis, para que los liturgos y los teólogos queden tranquilos, todo se lo debo a Cristo Eucaristía como misa, comunión y presencia en el Sagrario pero uniéndome con mi oración personal a la litúrgica, porque si es solo la litúrgica, poco me santifica porque entonces todos los curas y celebrantes teníamos que ser ya santos. 

Repito alto y claro, precisamente porque soy limitado y pecador y muchas cosas más, yo todo se lo debo a Cristo Eucaristía encontrado y amado y seguido por el camino de la oración personal en la oración litúrgica, en la santa misa que es Oración Litúrgica, que realiza el misterio. Por eso, aunque diga misa y comulgue todos los días si no hay diálogo y encuentro personal con Él en la oración litúrgica, hay poca santificación, siempre habrá por el “opere operato”, pero será más abundante si el celebrante y el comulgante se une a Cristo en la oración litúrgica por medio de la personal, “opus operantis”; por eso si esta falla, no hay plenitud de ofrenda y santificación con y en Cristo; es más, es que si bastara la oración litúrgica, todos los sacerdotes y comulgantes teníamos que ser ya santos.

Por eso, no basta celebrar misa o comulgar, hay que entrar en diálogo personal con el Cristo que celebra o viene a mí por la comunión, y hay que continar luego la santa misa y la comunión con los sentimientos y la vida y la muerte y resurrección de Cristo en la oración personal ante el Sagrario,  porque repito, aunque comulgue y diga misa como no me encuentre con Cristo en la misa y comunión y le hable y me arrepienta y me renueve … no habrá unión y santificación plena.

A mí la santa misa y la comunión con Cristo me llevan y las continúo y prologo espiritualmente en la oración ante Jesús en el Sagrario.  Y lo mismo digo de mi presencia en la iglesia, ante el Sagrario; de nada o poco me vale a mí Cristo presente y esperándome en todos los Sagrarios de la tierra, como toda la salvación y la gracia y amor de Dios, si no me encuentro con Él y su amor y salvación a través de mi saludo consciente y mi diálogo u oración personal con Él, a los ratos de amistad «estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama», como diría santa Teresa.

       Te lo explico y por partes; todo se lo debo a la oración personal, al trato y encuentro de amistad, a la oración de unión personal; ya sé que la Eucaristía, como misa, es «centro y culmen de toda la vida de la Iglesia... meta a la que debe caminar toda la vida de la Iglesia y fuente de donde brota toda su vitalidad», pero de poco me serviría a mí todo este misterio, si no entro dentro de él y de los ritos y acciones litúrgicas para encontrarme con Dios Trino y Uno, que viene a mí para salvarme y unirme a su vida y felicidad; y esto, como me lo dice el mismo Concilio Vaticano II, tiene que ser por una participación «plena, consciente y activa...exterior e interior... fructífera....», en la Eucaristía, esto es, tiene que ser y es por la oración personal con la cual entro dentro del corazón del misterio que celebro. No bastan los ritos solos sin mi espíritu y oración personal.

Todos sabemos que la liturgia sagrada hace presente el misterio de Cristo «ex opere operato»; por eso, aunque el sacerdote celebre distraído y los fieles no tuviesen atención o  devoción alguna Cristo no fallaría en su ofrenda, que sería eficaz para el Padre y la Iglesia, conservando todo su valor teológico y fundamental para Cristo y el Padre, que llevaria consigo la aplicación de los méritos de Cristo por medio de la ofrenda del altar, independiente de la santidad del sacerdote o de los oferentes.

       Ahora bien, si no hay encuentro personal con Dios que irrumpe en el tiempo y en el espacio,  el misterio sube al cielo y se celebra y queda sobre el altar «ex opere operato», pero no entra en mi corazón, porque eso tiene que ser «ex opere operantis», por las disposiciones personales y  esto sólo puede ser por mi fe y amor personal que entra en el corazón del rito, por mi relación de amor y de unión personal, que se abre y acoge el misterio que celebro con Cristo que lo hace presente, esto es, por la oración litúrgica-Cristo, y la oración personal del sacerdote que debe y tiene que unirse a Cristo para hacerlo presente.

       Estoy tan convencido de esto, por mi vida y experiencia personal, pastoral y de Iglesia, que  a veces le digo al Señor: quítame la teología, los afectos, los conocimientos de Ti, hasta la misma fe, pero no me quites la oración personal, mi trato de amistad contigo durante la liturgia de la santa misa, porque si soy perseverante en ella, aunque haya bajado hasta el olvido y el abismo del pecado, volveré a subir hasta la cumbre de la santidad, recordando, hablando, escuchando al Sacerdote Cristo que hago presente y respondo con amor personal.

       Por el contrario, aunque esté en la cumbre del monte Tabor en la santa eucaristía, si dejo y abandono la oración personal durante la santa misa, si no estoy unido y le digo cosas y me ofrezco con Cristo, a esto le llamo oración personal-liturgica, no sé hasta donde pueda bajar o perder el fervor y relación personal con Cristo o incluso una fe viva, quedándome así solo en la rutina de los ritos.

La historia así lo demuestra en negativo y en positivo, por aquí les vinieron todas las gracias a los santos que ha habido y habrá; y dejar la oración personal, la unión con Cristo en la litúrgica, es el comienzo de la rutina, de celebrar y no santificar, de muchos  cristianos y sacerdotes. Ni un solo santo que no fuera hombre de misas y comuniones así; luego los habrá más o menos activos, caritativos, teólogos y predicadores de una línea u otra, según los carismas, pero todos son hombres de oración, de unión con Cristo por la oración continua diaria: “Venid, vosotros, a un sitio aparte…”.

       Y esta oración personal siempre la he hecho junto al Sagrario, porque empecé así desde monaguillo, continué en el Seminario, y en mi primer destino pastoral en un pueblo de la Vera, como coadjutor primero, y luego como párroco en Robledillo de la Vera, todas las mañanas, bien temprano, mi oración personal y litúrgica, Breviario, la hice junto al Sagrario. Y luego en la Parroquia de San Pedro de Plasencia y más tarde, en mi Cristo de las Batallas durante 50 años, y ahora en mi casa de jubilado, 6,30 levantarme, 7 mañana ya en la capilla hasta las 9,15, más o menos y luego, algún rato más durante el día, es que me gusta Cristo, me lo paso bien con Él. Pero nunca en la habitación o en la naturaleza, o mirando al cielo; lo respeto todo, pero teniendo tan cerca al Señor en amistad permanentemente ofrecida en cada Sagrario de la tierra, me sale espontáneo el diálogo con Él, como ejercicio de fe y amor personal, y sólo con mirarle.

       Y la verdad es que me dice tantas cosas desde esa presencia «silenciosa», «música callada», en armonía llena de amor, en Canción de Amor cantada eternamente por el Padre con Amor de Espíritu Santo a todos los hombres, para que todos los hombres la oigamos en concierto de Amor extremo del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el cual nos introducen a todos los hombres que quieran oír esta Canción llena de la armonía de Amor del mismo Espíritu del Padre al Hijo y del Hijo al Padre.Teniéndolo tan cerca.... pudiendo escuchar esta sinfonía de amor Uno y Trinitario,  la verdad es que no comprendo hacer la oración, tener un diálogo de amor con nuestro Dios Trinidad en otro lugar, o no pasar largos ratos todos los días con Él. Si Cristo, el Hijo de Dios  está en el Sagrario, es que Dios Padre te ama y está con Él, es que el Hijo nos ama hasta el extremo de la vida y del tiempo, es que el Espíritu Santo no ama realizando este misterio por el pan consagrado.

       Ahí está Jesucristo, Dios y hombre verdadero, el Verbo de Dios, la Palabra llena de Amor de Espíritu Santo pronunciada, revelada por el Padre a todos los hombres; ahí está “en música callada”, con brazos abiertos y tendidos de amor...buscándonos a todos…; me parece un desprecio no abrirle los míos, no quedarme escuchando su Canción de amor personal que me canta a mí personalmente, porque soñó conmigo desde toda la eternidad,

Desde toda la eternidad vino en mi búsqueda, para encontrarse conmigo y abrirme las puertas del cielo ya en la tierra, por medio de su amistad personal que me permite tener con Él; es el mismo Cristo glorioso que está en el cielo, porque las puertas del Sagrario son las puertas del cielo transparentes mediante la visión contemplativa, llena de amor, a la que llego por la oración.

 En este Sagrario y en estos momentos Cristo,Verbo del Padre ha venido en mi búsqueda para hablarme de amor y vida por su humanidad convertida ahora en el Pan Consagrado por su Amor al Padre de Espíritu Santo y  su presencia en el Sagrario  es el encuentro de amor con los hombres y soñado de cielo anticipado y preparado por el Espíritu Santo, Espíritu de Amor de Pentecostés que viene a mi alma y me transforma y transfigura en “Llama de amor viva” (S.Juan de la Cruz) como a los Apóstoles y precisamente porque “ estaban reunidos en oración con María”, la Virgen bella que tanto nos ayuda  a todos en este camino.

       Las puertas del Sagrario son las puertas del cielo, de la eternidad ya en la tierrra, porque  el cielo es Dios, y Dios trino y uno está en el Sagrario por el Padre que me está diciendo con su Palabra    revelada y hecha carne de Amor en la Virgen nazarena por obra del Espíritu Santo, el primer Sagrario de Cristo en la tierra, que es el seno de María, Madre Sacerdotal desde la Encarnación, y luego, hecho un poco de pan en la Noche Santa de la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio católico, siempre con amor loco, incomprensible y apasionado para todos sus hermanos, los hombres.

       Admito con verdad y confieso con humildad que no llegué enseguida y en pocos años a escuchar esta Canción de Amor de Dios en el Sagrario; desde el principio tuve que orar y purificar mucho, que no es llegar y pegar, pero para eso está la fe, la fe verdadera que se tiene que ir fortaleciendo y purificando de egoismos y comodidades sin buscar apoyos sentimentales de ningún tipo al comienzo, sino sólo fe, música callada, que para escucharla  hay que afinar mucho el oído, limpiar bien los ojos mediante una conversión sincera y permanente que dura toda la vida y que ha de empezar desde ese momento primero en que nos paramos ante el Sagrario y empezamos a mirarle, a querer encontrarle, a orar: ¿Pero ahí está Dios? ¿ahí, en el Sagrario,  está Cristo resucitado? ¿no es mejor buscarlo en el evangelio donde escucho más claramente sus palabras y sus gestos? ¿pero si aquí no veo nada? Sí pero ahí está vivo, vivo y resucitado como el prometió y realizó, el mismo Cristo del Evangelio, el Cristo de la Magdalena, del ladrón arrepentido, del centurión, de la samaritana, de la mujer con flujos de sangre que con sólo tocarle quedó curada.

       Ahí está, y yo con toda la Iglesia doy fe de su presencia, y la amo y la busco y me ha seducido y ya no puedo vivir sin ella; pero ya te digo que la principal dificultad para verlo y sentirlo son los defectos y pecados del alma, pero primero y desde luego, el primer obstáculo o impedimento es esencialmente no tener todos los días un rato de conversación y oración con Él, con Cristo vivo en el Sagrario, para conocerle y amarle cada día más e ir superando todos mis defectos y pecados.

Los pecados son una muralla para verlo. Por eso desde el primer momento, si quieres tener experiencia de su amor, hay que empezar a convertirse de verdad y esta es la mayor y más universal y principal dificultad que encuentro en mi vida y en la vida de la iglesia. Para tener experiencia de Dios, de la vida divina, de la Eucaristía, de la santa misa y comunión, de la unión con Dios, según S. Juan de la Cruz son necesarias las purificaciones de la mente y el corazón, pasar por noches activas y pasivas del sentido y del espíritu para llegar a verle y contemplarle en su corazón y en Sagrario por una fe purificada y limpia que llegará a decirle: “Quedéme y olvideme, el rostor recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

Y para este encuentro eucaristico con Cristo Eucaristía en la santa misa, en la comunión o en la visita u oración ante el Sagrario: conversión, conversión, conversión, seas cardenal, obispo, sacerdote, religioso/a, simple bautizado y toda la vida porque solo “Los limpios de corazón verán a Dios”. Y todos tenemos el corazón un poco sucio y los ojos, opacos, ciegos, con nuestras faltas y pecados, aunque sean leves, con nuestro yo personal cuando empezamos este camino que es fundamentalmente camino de amor y de conversión. Amo y creo en la medida que me convierto a Cristo y en Cristo. Lee a S. Juan de la Cruz…a todos los santos, que son los que han recorrido este camino, aunque San Juan de la Cruz emplea más el término purificación, purificación de los sentidos, del entendimientos, de la volunad...etc.

       La oración personal es esencialmente cuestión de conversión, de purificación. Si me voy purificando, me voy convirtiendo más en Cristo, en lo que medito o comulgo en el pan eucarístico, hasta dar la vida por Dios y los hermanos, hago oración más profunda cada día porque al vaciarme de mí mismo, va entrando Dios en mi alma.

Porque si no me convierto, aunque comulgue, no  me voy transformando en lo que comulgo, no eucaristizo mi vida, porque no dejo que Cristo viva en mí con plenitud. Es una verdad teológica. Estoy tan lleno de mi mismo que no cabe el amor, los criterios, las actitudes, los sentimientos y la vida de Cristo, auque le coma eucarísticamente, aunque diga misa, pero no hay comunión verdadera de vida y sentimientos, no le dejo que Él viva en mí: “El que me coma, vivirá por mí”, o con S. Pablo:“ya no soy yo, es Cristo quien habita en mí”.

Y después de largas purificaciones de fe y amor, las noches activas y pasivas de san Juan de la Cruz, Madre Teresa de Calcuta, Charles de Faucould y todos los santos, especialmente todos los místicos, después de estas purificaciones absolutamente necesarias para que viva en mí y pueda sentirle, haré mi primera comunión verdaderamente eucarística, esto es, comulgaré con los sentimientos de Cristo, dejaré a Cristo que viva en mí su misma vida de amor al Padre y a los hermanos, haré mi comunión auténtica eucarística.

       Y esto y todo en la vida espiritual se hace por el amor personal, por la amistad personal, por el encuentro y diálogo personal, esto es, por la oración personal. Lo digo con fuerza, porque es mi historia, mi vida, mi propia vida cristiana y sacerdotal, y ésa me la sé muy bien, porque para vivirla ha sido necesario muchas veces derramar sangre al tener que matar ese yo que tengo tan metido, al que doy culto, si me descuido, incluso cuando estoy dando culto a Dios. Está tan pegado a mi mismo ser y vivir, que hay que pasar por una verdadera muerte  mística, para matarlo.             

Las puertas del Sagrario son para muchas almas las puertas del cielo y de la eternidad ya en la tierra, las puertas de la esperanza de la contemplación de Dios abiertas; el Sagrario para la parroquia y para todos los creyentes es «la fuente que mana y corre, aunque es de noche», es decir, por la fe obscura primero para el entendimiento y no lo vemos con los ojos de la carne, porque la Eucaristía supera la razón y los sentidos, sino por la fe en la palabra de Cristo, que todo lo ve y nos lo comunica; y luego, con la oración ante Jesús Eucaristía, el Sagrario se convierte en maná y comida de amor de amistad, ofrecido mañana y tarde a todos los hombres en la tienda de la presencia de Dios entre los hombres, el Sagrario.

Siempre está el Señor, bien despierto, esperándonos e intercediendo y continuando la Eucaristía por nosotros ante el altar del Padre en el cielo y de la tierra. Por eso no me gusta que el Sagrario esté muy separado del altar, como ahora desde el Vaticano II. Porque el Sagrario es para la parroquia su corazón, desde donde Cristo extiende y comunica su sangre redentora y salvadora de la vida divina a todos los feligreses y al mundo entero. Lo dice Cristo en el evangelio, la Iglesia, los santos, la experiencia de los siglos y los místicos.

Así lo expresa en esta cancion trinitaria y eucarística San Juan de la Cruz, aunque ordinariamente sólo citamos la parte última de su poesía, que es la eucarística, la presencia eucarística. Por eso, antes de llegar a esta parte última eucarística, voy a citar la primera, la trinitaria y recordando que para el santo místico «de noche» significa, por la fe, sin ver por los sentidos o el entendimiento:

«Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,

aunque es de noche.

 Aquella eterna fonte está ascondida,

qué bien sé yo dó tiene su manida,

aunque es de noche.

Su origen no lo sé, pues no le tiene,

mas sé que todo origen della viene,

aunque es de noche.

Sé que no puede ser cosa tan bella

y que cielos y tierra beben della,

aunque es de noche.

Bien sé que tres en sola una agua viva

residen, y una de otra se deriva,

aunque es de noche.

Aquesta fonte está escondida,

en esta pan por darnos vida,

aunque es de noche.           

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de este agua se hartan aunque a oscuras,

porque es de noche.

Aquesta eterna fonte que deseo,

en este pan de vida yo la veo,

aunque es de noche.

 Para san Juan de la Cruz, como para todos los que quieran adentrarse en el misterio de Dios, tiene que ser por la fe, a oscuras de todo conocimiento puramente humano, que es limitado para entender y captar al Dios infinito. Por eso hay que ir hacia Dios «toda ciencia trascendiendo», para meterse en el Ser y el Amor del Ser y del Amor Infinito que todo lo supera.

Primero, por la fe seca; luego, purificada en sentido y espíritu, llegamos a la contemplación de Dios Trino y Uno. Para las almas que llegan a estas alturas, sólo hay una realidad superior a estos ratos de oración silenciosa y contemplativa ante el Sagrario: la Eternidad en el Dios Trinitario del cielo, la visión cara a cara de la Santísima Trinidad en su esencia infinita, en el éxtasis trinitario y eterno, hasta donde le sea posible a la pura criatura siempre con la ayuda de Amor del Espíritu Santo.

Para eso hay que purificarse mucho, en el silencio, sin testigos ni excusas ni explicaciones, sin testigos humanos, “en sequedad y llanto”, renunciando a nuestras soberbia, envidia, ira, lujuria, sólo deseando al Señor y cumplir su voluntad. Hay que dejar que el Señor desde el Sagrario nos vaya diciendo y quitando nuestros pecados e imperfecciones, sin echarnos para atrás. “Los limpios de corazón verán a Dios.” Sentirse amado es la felicidad humana. Sentirse amado por Dios es la felicidad suprema del cielo, que desborda la capacidad natural del hombre finito en la tierra, pero que empieza en esta oración más elevada.

Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y san Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo...” hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros en el pan consagrado de todos los Sagrarios de la tierra.

Las almas de Eucaristía, las almas de Sagrario, las almas despiertas de fe y amor a Cristo son felices, aún en medio de pruebas y sufrimientos en la tierra, porque su corazón ya no es suyo, ya no es propiedad humana, se lo ha robado Dios y ya no saben vivir sin Él: «¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no lo sanaste? Y, pues me lo has robado, ¿por qué así lo dejaste y no tomas el robo que robaste? » (C.9). ¡Señor, pues me has robado el corazón, el amor y la vida, pues llévame ya contigo! Sé un ladrón honrado, que se lleva lo robado.

       “¡Oh almas criadas para esas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!”

40ª MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

EL CRISTO DE TU SAGRARIO ES EL MEJOR MAESTRO DE ORACIÓN

       El cristiano, sobre todo, si es sacerdote, debe ser, como el mismo Cristo, hombre de oración. Esta es su verdadera identidad. Lo ha dicho muy claro el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, que luego comentaré.

       Por otra parte, basta abrir el evangelio para ver y convencerse de que Jesús es un hombre de oración: comienza su vida pública con cuarenta días en el desierto; se levanta muy de madrugada cuando todavía no ha salido el sol, para orar en descampado; pasa la noche en oración antes de elegir a los Doce; ora después del milagro de los panes y los peces, retirándose solo, al monte; ora antes de enseñar a sus discípulos a orar; ora antes de la Transfiguración; ora antes de realizar cualquier milagro; ora en la Última Cena para confiar al Padre su futuro y el de su Iglesia; en Getsemaní se entrega por completo a la voluntad del Padre orando y en la cruz, muriendo, sigue orando y hace sus últimas invocaciones al Padre, llenas de angustia y de  confianza.

Por todo lo cual, para ayudarnos en este camino de oración-conversión, ningún maestro mejor, ninguna ayuda mejor que Jesús Eucaristía. Por la oración, que nos hace encontrarnos con Él y con su palabra y evangelio, vamos cambiando nuestra vida, nuestra mente y nuestro espíritu por el suyo:“Pues el hombre natural no comprende las realidades que vienen del Espíritu de Dios; son necedad para él y no puede comprenderlas porque deben juzgarse espiritualmente. Por el contrario, el hombre espiritual lo comprende, sin que él pueda ser comprendido por nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor de manera que pueda instruirle? (Is 40,3). Sin embargo, nosotros poseemos la mente de Cristo” (1Cor 2,16-18).

Es aquí, en la oración de conversión en Cristo donde tenemos que irnos configurando con Él, donde nos jugamos toda nuestra vida espiritual, sacerdotal, cristiana, el apostolado... “sin mí no podéis hacer nada”, todo nuestro ser y existir sacerdotal, desde el Papa hasta el último creyente, todos los bautizados en Cristo; por eso,  o descubres al Señor en la Eucaristía  y empiezas a amarle, es decir, a convertirte a Él, o rezas pero no quieres convertirte a Él y pronto empezarás a dejar la oración porque te resulta  dura y aburrida y monótona, al estar delante de Él sin querer corregirte de los defectos que te dice y descubre en la oración que tienes con Él; además, no tendría sentido contemplarle, escucharle, para hacer luego lo contrario de lo que Él te enseña desde la oración y su misma presencia eucarística; igualmente la santa misa no tendrá eficacia y sentido personal si no queremos ofrecernos con Él en adoración a la voluntad del Padre, que es nuestra santificación y  menos sentido tendrá la comunión, donde Cristo viene para vivir su vida en nosotros y seguir amando y salvando así actualmente a sus hermanos los hombres, por medio de nuestra humanidad prestada, que son los sacerdotes y nosotros no queremos prestársela, es decir, comemos incluso su Cuerpo eucarístico pero no queremos comulgar con ese Cristo que viene a nosotros para amar y perdonar a todos, que es humilde y manso de corazón...

Queridos hermanos, no podemos hacer las obras de Cristo sin el amor y el espíritu de Cristo. Si no nos convertimos, si no estamos unidos a Cristo como el sarmiento a la vid, la savia irá por un sarmiento lleno de obstáculos, por una vena sanguínea tan obstruida por nuestros  defectos y pecados, que apenas puede llevar sangre y salvación de Cristo al cuerpo de tu parroquia, de tu familia, de tu grupo, de tu  apostolado.

Sin unión  con Cristo, poco a poco tu cuerpo  apenas recibirá la vida de Cristo e irá debilitándose en perfección y santidad evangélica.  No podemos hacer las obras de Cristo sin el espíritu de Cristo. Y para llenarnos de su Espíritu, Espíritu Santo, antes hay que vaciarse de nuestro espíritu de pecado.No hay otra posibilidad ni nunca ha existido ni existirá, santidad y unión con Dios sin vaciarnos de nosotros mismos, de nuestras envidas y pecados. En esto están de acuerdo todos los santos, que tuvieron que recorrer este camino de amistad con Cristo y de santidad: las noches y purificaciones de los sentidos y dela fe, esperanza y caridad de S. Juan de la cruz.

Ahora bien a nadie le gusta que le señalen con el dedo y le descubran sus pecados: pue bien, esta es la mayor dificultad para hacer la oracón, especialmente la oración eucarística ante el Señor, que nos quiere llenar totalmente de su amor y para eso nos dice los pecados y faltas que tenemos que corregir pero  nosotros preferimos seguir llenos de nuestros defectos, de nuestro amor propio, del total e inmenso amor que nos tenemos; por eso, muchas veces, dejamos la oración verdadera, auténtica y la sustituimos con pensamientos y distracciones ajenos al amor de Cristo y los hermanos.

La mayoría de los cristianos y consagrados abandonamos la oración-meditación-conversión-transformación de nuestras vidas en la de Cristo por no querer corregirnos. Y así nos va. Y así está  la Iglesia en determinadas épocas de la historia. Y así el apostolado y nuestras acciones, que llamamos apostolado, pero que son puras acciones nuestras, porque no están hechas unidas a Cristo, con el espíritu de Cristo:“Si el sarmiento no está unido a la vid, no puede dar fruto”.

El primer apostolado es cumplir la voluntad del Padre, como Cristo:“Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra” (Jn 4,34), o con S. Pablo:    “Porque la  voluntad de Dios es vuestra santificación” (1Tes 4,3). El apostolado primero y más esencial de todos los bautizados es ser santos, es estar y vivir unidos a Dios, cumpliendo sus mandamientos y viviendo el evangelio de Cristo y para ese apostolado, la oración es lo primero y esencial.

Y por esta razón, la oración ha de ser siempre el corazón y el alma de todo apostolado. Hay muchos apostolados sin Cristo, sin amor de Eucaristía, aunque se guarden las formas, pero sin conversión, porque como somos naturalmente pecadores, no podemos llegar al amor personal de Cristo y sin amor personal a Cristo, puede haber acciones, muy bien programadas, muy llamativas, pero no son apostolado, porque no se hacen con Cristo, mirando y llevando las almas a Cristo. Así es como definíamos antes al apostolado: llevar las almas a Dios. Ahora, la verdad es que no sé adónde las llevamos muchas veces, incluso en los mismos sacramentos, por la forma de celebrarlos y administrarlos.

Desde el momento en que renunciamos a la conversión permanente, nos hemos cargado la parte principal de nuestro bautismo y sacerdocio como sacramento de Cristo, prolongación de Cristo, humanidad supletoria de Cristo, no podremos llegar a una amistad sincera y  vivencial con Él y lógicamente se perderá la eficacia principal de nuestro apostolado,  porque Cristo lo dijo muy claro y muy serio en el evangelio: “Yo soy la vid verdadera y mi padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto... como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15 1-5).

Si no se llega a esta unión con el único Sacerdote y Apóstol y Salvador que existe, tendrás que sustituirlo por otros sacerdocios, apostolados y salvaciones... sencillamente porque no has querido que Dios te limpie del amor idolátrico que te tienes a ti mismo, de amarte a ti mismo más que a Cristo y su vida y su evangelio y así, aunque llegues a obispo, altos cargos y demás... estarás tan lleno de ti mismo que en tu corazón no cabe Dios, Cristo, al menos en la plenitud que Él quiere y para la que te ha llamado.

Pero, eso sí, esto no es impedimento para que te digan que eres buena persona, tolerante, muy comprensivo..., pero de hablar y  actuar claro y encendido y eficazmente en Cristo, nada de nada; y  no soy yo, es Cristo quien lo ha dicho: trabajarás más mirando tu gloria que la de Dios, sencillamente porque tratar de pescar sin Cristo es trabajo inútil y las redes no se llenan de peces, de eficacia apostólica. Y así es llanamente la  vida de muchos cristianos, sacerdotes, religiosos, que, al no estar unidos a Él con toda la intensidad y unión que el Señor quiere, lógicamente no podrán producir los frutos para los que fuimos elegidos por Él.

 ¿De dónde les ha venido a todos los santos, así como a tantos apóstoles,  obispos, sacerdotes, hombres y mujeres cristianas, religiosos/as, padres y madres de familia, misioneros y catequistas, que han existido y existirán, su eficacia apostólica y su entusiasmo por Cristo? De la experiencia de Dios por la oración, de constatar que Cristo existe y es verdad y vive y nos ama y sentirlo y palparlo por la oración-conversión permanente, no meramente estudiarlo, aprenderlo  o predicarlo como una verdad.

¿Por qué los Apóstoles permanecieron en el Cenáculo, llenos de miedo, con las puertas cerradas, antes de ver a Cristo resucitado? ¿Por qué incluso, cuando Cristo se les apareció y les mostró sus manos y sus pies traspasados por los clavos, permanecieron todavía encerrados y con miedo? ¿Es que no habían constatado que había resucitado, que estaba en el Padre, que tenía poder para resucitar y resucitarnos? ¿Por qué el día de Pentecostés abrieron las puertas y predicaron abiertamente y se alegraron de poder sufrir por Cristo? Porque ese día, sin verlo físicamente, lo sintieron dentro de su alma, lo vivieron con fuego en su corazón, y eso vale más que todo lo que vieron sus ojos de carne en los tres años de Palestina e incluso en las mismas apariciones de resucitado.

En el día de Pentecostés vino Cristo todo hecho fuego y llama viva de Espíritu Santo a sus corazones, no con experiencia puramente externa de apariciones corporales, sino con presencia y fuerza de Espíritu Santo quemante del corazón, sin mediaciones exteriores o de carne, sino hecho «llama de amor viva», y esto les quemó y abrasó las entrañas del corazón y del alma, y esto ya no se puede vivir y sufrir sin comunicarlo, aunque le persigan y le maten a uno.  “María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”.

Pablo no conoció al Jesús histórico, no le vio, no habló con Él, en su etapa terrena. Y ¿qué pasó? Pues que para mí y para muchos  le amó más que otros Apóstoles que lo vieron físicamente. Él lo vio en vivencia y  experiencia mística, espiritual, sintiéndolo dentro, vivo y resucitado sin mediaciones de carne, sino de espíritu a espíritu. De ahí le vino todo su conocimiento y sabiduría de Cristo, todo su amor a Cristo, toda su vida en Cristo hasta decir: “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”;”Para mí la vida es Cristo”. Este Cristo, fuego de vivencia y Pentecostés personal lo derribó  y le hizo cambiar de dirección, convertirse del camino que llevaba, transformarse por dentro con  amor de Espíritu Santo. Nos lo dice Él mismo: “Yo sé de un cristiano, que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo? Dios lo sabe…  y oyó palabras arcanas que un hombre no es capaz de repetir…”  (2Cor 12,2-4).

Esta experiencia mística, esta contemplación infusa, vale más que cien apariciones externas del Señor. Tengo amigos, con tal certeza y seguridad y fuego de Cristo, que si se apareciese fuera de la Iglesia, permanecerían ante el Sagrario o en la misa o en el trabajo,  porque esta manifestación, que reciben todos los días del Señor por la oración, no aumentaría ni una milésima su fe y amor vivenciales, más vivas que todas las manifestaciones externas.

Por eso, la mayor pobreza de la Iglesia será siempre la pobreza  de gracia mística, de vida y amor de Espíritu Santo. Y lo peor de todo es que hoy está tan generalizada esta  pobreza, tanto arriba como abajo, que resulta difícil encontrar personas que  hablen encendidamente de la persona de Cristo, de su presencia y misterio en la Eucaristía como misa, comunión o presencia en el Sagrario y los escritos místicos y exigentes ordinariamente no son éxitos editoriales ni de revistas.

Repito: la mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza mística, de vivencia de Dios y de lo que creemos y tenemos que predicar, pobreza de santidad, de oración, de transformación en Cristo:“Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”, “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”,  pero no conocimientos puramente teológico sino conocimiento vivencial del alma, de espíritu a espíritu, o si quieres, comunicado por el Espíritu Santo, fuego, alma y vida de Dios Trino y Uno.

El Sagrario es Jesucristo en amistad y salvación permanente ofrecidas al mundo, a los hombres. Por medio de su presencia eucarística, con solo mirarlo en el Sagrario, el Señor prolonga esta tarea de evangelización,  de amistad, dando así su vida por nosotros en entrega sacrificial, invitándonos, por medio de la oración y del diálogo eucarístico,  a participar de su pasión de amor por el  Padre y por los hombres.

Y nos lo dice de muchas maneras, nos lo dice desde su presencia humilde y silenciosa en el Sagrario y paciente con nuestros silencios y olvidos o también a gritos, desde su entrega total en la celebración eucarística, desde el evangelio proclamado en la misa, desde la palabra profética de nuestros sacerdotes, desde la comunión para que vivamos su misma vida: “El que me come vivirá por mí”, desde su presencia testimonial en todos los Sagrarios de la tierra.

Precisamente, para poder llenarnos de sus gracias y de su amor, necesita vaciarnos del nuestro, que es limitado en todo y egoísta, para llenarnos de Él mismo, Verbo, Palabra, Gracia   y Hermosura del Padre, hasta la  amistad transformante de vivir su misma vida. 

Nuestro amor es «ego» y empieza y termina en nosotros, aunque muchas veces, por estar totalmente identificados con él,  ni nos enteramos del cariño que nos tenemos y por el que actuamos casi siempre, aún en las cosas de Dios y del apostolado, que nos sirven muchas veces de pantalla para nuestras vanidades y orgullos.

Sólo Dios puede darnos el amor con que Él se ama y nos ama, un amor que empieza, nos arrastra y finaliza  en Dios Uno y Trino, ese amor que es  la vida de Dios, del que participamos por la gracia; ese amor de Dios, que viene y sale de Dios,pasa  necesariamente por el amor verdadero a los hermanos y vuelve a Dios con los hermanos; y si no nos lleva a los hermanos, entonces es que no viene de Dios, no es verdadero amor venido del Padre Dios que nos ama y nos envio a su Hijo-hijo que se hizo pan y alimento de amor y santidad y salvación por nosotros: “El Padre y yo somos uno... el que me ama, vivirá por mí...” “Carísimos, todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por El... (1 Jn  4,7-10).

Todos y cada uno de nosotros, desde que somos engendrados en el seno de nuestra madre, nos queremos infinito a nosotros mismos, más que a nuestra madre, más que a Dios, y por esta inclinación original, si es necesario que la madre muera, para que el niño viva, si es necesario que la gloria de Dios quede pisoteada para que yo viva según mis antojos, para que yo consiga mi placer, mi voluntad, mi comodidad, pues que los demás mueran y que Dios se quede en segundo lugar, porque yo me quiero sobre todas las cosas y personas y sobre el mismo Dios.

Y esto es así, aunque uno seas cardenal, obispo, religioso, consagrado o bautizado, por el mero hecho de ser pura criatura,  porque somos así por el pecado original, desde nuestro nacimiento. Y si no nos convertimos, permanecemos así toda la vida. Y esto es más grave cuanto más alto es el lugar que ocupas en los cargos, incluso de la Iglesia. Los que están a nuestro alrededor por querer subir para arriba y escalar nos llenan ordinariamente de tantas alabanzas, sin crítica alguna, que llegamos a creernos perfectos,  que todo lo hacemos bien y que no necesitamos de conversión permanente, como todo verdadero apóstol, que para serlo con verdad y con eficacia, primero y siempre, aunque sea sacerdote u obispo,  debe seguir siendo discípulo de   Cristo, hasta la perfección y la santidad, hasta la unión total con Él. Tenemos que ser apóstoles y discípulos permanentes, toda la vida. 

Por otra parte, si alguno trata de expresarnos defectos o deficiencias apostólicas que observa, aunque sea con toda la delicadeza y prudencia del mundo, qué difícil escucharle y valorarlo y tenerlo junto a nosotros y darle confianza;  así que para escalar puestos, en las parroquias, en las diócesis y en la misma Iglesia, a cualquier nivel que sea, ya sabemos todos lo que tenemos que hacer: dar la razón, que todo está muy bien y silenciar  fallos.

Hay demasiados profetas palaciegos en la misma Iglesia de Cristo, dentro y fuera del templo, más preocupados por agradar a los hombres y escalar y buscar la propia gloria que la de Dios, que la verdadera verdad y eficacia del Evangelio. 

Jeremías se quejó de esto ante Dios, que lo elegía para estas misiones tan exigentes; el temor a sufrir, a ser censurado, rechazado, no escalar puestos, perder popularidad, ser tachado de intransigente, no justificará nunca nuestro silencio o falsa prudencia.“La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: no me acordaré de él, no hablaré más en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía” (Jr 20,7-9).

El profeta de Dios corregirá, aunque le cueste la vida. Así lo hizo Jesús, aunque sabía que esto le llevaría a la muerte. No se puede hablar tan claro a los poderosos, sean políticos, económicos o religiosos. Él lo sabía y los profetizó, les habló en nombre de Dios. Y ya sabemos lo que le pasó por hablarles así. Hoy y siempre seguirá pasando y repitiéndose su historia en otros hermanos.

Lo natural es rehuir de ser perseguidos y ocupar últimos  puestos. Así que por estos y otros motivos, porque la santidad es siempre costosa en sí misma por la muerte del yo que exige y porque además resulta  difícil hablar y ser testigos del evangelio en todos los tiempos,  los profetas del Dios vivo y verdadero, en ciertas épocas de la historia, quizás cuando son más necesarios, son cada vez menos o no los colocamos  en alto y en los púlpitos elevados para que se les oiga. Y eso que todos hemos sido enviados desde el santo bautismo  a predicar y ser testigos de la Verdad.

Esta es la causa principal de que escaseen los profetas verdaderos del Dios Vivo y de que el reino de Dios se confunda con otros reinos; han enmudecido y son pocos los profetas verdaderos, porque falta vivencia auténtica y experiencia del Dios  vivo.  Hay otras profecías y otros profetismos más aplaudidos por la masa y por el mundo. Todo se hace, en principio, por el evangelio, por Cristo, pero es muy diferente.

Los últimos Papas: Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI nos han dado ejemplo a todos, hablaron  claro y de aquellas cosas que nos gustan y que no nos gustan, de verdades que nos cuestan, habla de esas  páginas exigentes del Evangelio, que hoy y siempre serán absolutamente necesarias para entrar en el reino de Dios, en el reino de la amistad con Cristo, pero que se predican poco, y sin oírlas y vivirlas no podemos ser discípulos del Señor: “Quien quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga...quien quiera ganar su vida, la perderá...”.

Por eso escasean los profetas a ejemplo de Cristo, del Bautista, de los verdaderos y evangélicos sacerdotes que nos hablen en nombre de Dios y nos digan con claridad no a muchas de nuestras actitudes y criterios; y escasean, primero, porque hay que estar muy limpios, y segundo, porque hay que estar dispuestos a sufrir por el reinado de Dios y quedar en segundos puestos. Y esto se nota y de esto se resiente luego la Iglesia.  Única medicina: la experiencia de Jesucristo vivo mediante la oración y la conversión permanente, que da fuerzas y ánimo para estas empresas y  sufrir con Él hasta dar la vida.

La queja de Jeremías ante Yahvé, tiene su   respuesta en las palabras que Dios dirigió a Ezequiel; es durísima y nos debe hacer temblar a todos los bautizados, pero especialmente a los que hemos sido elegidos para esta misión profética:“A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabras de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al  malvado: malvado, eres reo de muerte, y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado, para que cambie de conducta; el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuentas de su sangre” (Ez 33,7-8).

Desde nuestro propio nacimiento estamos tan llenos de  «amor propio», que nos preferimos al mismo Dios; tan llenos de nosotros mismos, de nuestra propia estima y deseos de gloria, que la ponemos como condición para todo, incluso para predicar el evangelio. Por eso, este cambio, esta conversión solo  puede hacerla Dios, porque nosotros estamos totalmente infectados del yo egoísta  y  hasta en las cosas buenas que hacemos, el egoísmo, la vanidad, la soberbia nos acompañan como la sombra al cuerpo.

Esta tarea de vaciarnos de nosotros mismos, de este querernos más que a Dios, de amarnos con todo el corazón y con toda el alma y con todas las fuerzas, esto supone la muerte del yo, la conversión total de nuestro ser, existir, amar y programar  de  nuestras vidas:“Amarás al Señor tu Dios... con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser... y a Él solo servirás...”.

Y esta misma conversión, en negativo, la exige el Señor, cuando nos dice: “Si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz - la cruz que hemos de llevar hasta el Calvario personal para crucificar nuestro yo, nuestras inclinaciones al amor propio, nuestras seguridades-  y me siga”, pisando sus mismas huellas de dolor, en totalidad de entrega a la voluntad del Padre, como Cristo(Lc16, 24).

       Pero la conversión no es el fin, sino el medio, es el camino que hemos de recorrer todos los que queramos seguir a Cristo y realizar estas exigencias evangélicas. El fin siempre será Dios amado sobre todas las cosas. «La paz de la oración consiste en sentirse lleno de Dios, plenificado por Dios en el propio ser y, al mismo tiempo, completamente vacío de sí mismo, a fin de que Él sea Todo en todas las cosas. Todo en mi nada. En la oración, todos somos como María Virgen: sin vacío interior (sin la pobreza radical) no hay oración, pero tampoco la hay sin la Acción del Espíritu Santo. Porque orar es tomar conciencia de mi nada ante Quien lo es todo. Porque orar es disponerme a que Él me llene, me fecunde, me penetre, hasta que sea una sola cosa con Él. Como María Virgen: alumbradora de Dios en su propia carne, pues para Dios nada hay imposible. Vacío es pobreza. Pero pobreza asumida y ofrecida en la alegría.

Nadie más alegre ante los hombres que el que se siente pobre ante  Dios. Cuanto menos sea yo desde mí  mismo, desde mi voluntad de poder, tanto más seré  yo mismo de Él y para los demás. Donde no hay pobreza no hay oración, porque el humano (hombre o mujer) que quiere hacerse a sí mismo, no deja lugar dentro de sí, de su existencia, de su psiquismo a la acción creadora y recreadora del Espíritu»[2].

Pablo es un libro abierto sobre esta conversión interior de actitudes y sentimientos que hay que hacer hasta configurarse con Cristo. En un primer momento dice: ¿Quién me liberará de este cuerpo de pecado...? He rogado a Dios que me quite esta mordedura de Satanás.... te basta mi gracia..,”  Es consciente de su pecado y quiere librarse de él. En un segundo momento percibe que para esto debe crucificarse con Cristo, pues sólo así puede vivir en Cristo: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi...”.

 Finalmente experimenta que sólo así se llega a la unión total de sentimientos y vida y apostolado con su Señor: “libenter gaudebo in infirmitatibus meis...”  Ya no se queja de las pruebas y renuncias sino que “me alegro con grande gozo en mis debilidades para que habite plenamente en mí la fuerza de Cristo”; “No quiero saber más que de mi Cristo y este crucificado”.  “En lo que a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo  en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo”.

Y está tan seguro del amor de Cristo, que, aún en medio de las mayores purificaciones y sufrimientos, exclama en voz alta, para que todos le oigamos y no nos acobardemos ni nos echemos para atrás en las pruebas que nos vendrán necesariamente en este camino de identificación con Cristo: “ ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Mas en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni lo presente ni lo futuro... ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,35-39). Pablo también fue profeta verdadero. Por eso fue perseguido fuera y dentro de la misma Iglesia.

El miedo a corregir defectos de las ovejas, el no querer complicaciones o predicar a Cristo entero y completo en su evangelio de renuncias y exigencias hace daño a la Iglesia y a las mismas ovejas, que vivimos con frecuencia en la mediocridad evangélica sin llegar a la unión y amistad total con Cristo; no nos hacer ser testigos verdaderos de Cristo sino profetas oficiales y palaciegos para evitar disgustos y persecuciones por Cristo y su evangelio, nos hace ser  cobardes en defender la gloria de Dios porque supone persecución o incomprensiones dentro y fuera de la misma Iglesia, de los mismos sacerdotes y hace que los mismos  sacramentos se reciban sin las condiciones debidas y no sirvan muchas veces ni para la gloria de Dios ni para la santificación de los que los reciben: bautizos, bodas, primeras comuniones...

Muchos bautizados y pocos convertidos, mucha fiesta y pocas comuniones verdaderas con Cristo, muchas bodas y pocos matrimonios para siempre en Cristo...y así va la Iglesia de Dios en algunas partes de España.

Pablo no se ahorró sufrimientos porque Cristo era su apoyo y su fuerza y su recompensa. Y para todo esto, la experiencia viva de Cristo por la oración es absolutamente necesaria en nosotros sacerdotes como luz y como fuerza. De otra forma no hay valentía ni constancia para sufrir por Cristo,  el Señor perseguido, muerto y crucificado entonces y ahora, entre otros motivos, por predicar la verdad completa del evangelio a los poderosos de los tiempos.

41ª MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

LA ORACIÓN ANTE EL SAGRARIO, EL MEJOR CAMINO DE SANTIDAD Y APOSTOLADO SACERDOTAL

        ¿Qué pasaría si nos hicieran un examen práctico y teórico sobre este camino a todos los sacerdotes que, por misión pastoral, hemos de  dirigir a nuestras ovejas hasta este encuentro con Cristo vivo y resucitado en la santa misa y comunión y en nuestros Sagrarios? ¿Aprobaríamos?

       La pregunta va dirigida a nuestra vivencia sacerdotal de oración eucarística; y la respuesta indicará claramente la calidad de nuestra vida apostólica, de nuestro apostolado de dar a conocer y amar a Cristo, cimentado en su mismo ser y existir, ya que “sin mí no podéis hacer nada”. Y por lo de siempre. Es que lo que no se vive, no se conoce ni se ama personalmente y no se puede comunicar. Y siendo Cristo al que tengo que anunciar y tratar de que sea conocido y amado, si yo personalmente no lo vivo, no lo siento, no lo conozco...Nadie da lo que no tiene.

       Pienso que muchos sacerdotes, por lo que veo y oigo y por lo poco que hablamos de estos temas, quiero decir, de oración eucarística, tanto a nivel personal como en reuniones pastorales, incluso en predicaciones, sospecho que podría haber más de un suspenso en este tema. Y esto es grave. Así que no nos quejemos luego de la falta de frutos en nuestras vidas sacerdotales o parroquias o diócesis. Y mira que he asistido a cientos y cientos de reunions, programaciones, pastorales, retiros, revisiones...etc.

       Pero hay más. No me voy a referir ahora sólo a la vivencia de Sagrario u oración eucarística o conversión permanente en nosotros, hombres pecadores y necesitados de la ayuda permanente de la oración eucarística, sobre todo, un servidor, pecador en activo siempre necesitado del encuentro salvador de mi Cristo y amigo y Señor.

Ahora me atrevería a proponer un examen teórico sobre la oración llamada «mental», sobre lo que dice sobre la oración personal cualquier manual de Teología Espiritual; que nos preguntemos cada uno sobre lo que ha leído, estudiado o sabe o puede decir sobre inicio y modos y  progresos en la oración-meditación-contemplación, sobre grados y vivencias principales de cada etapa de la oración, qué es oración meditativa, contemplativa, unitiva, transformativa, sobre purificaciones o noches del sentido o del espíritu que Dios va realizando en las almas para preparar al sujeto para el amor y la unción perfecta y total con Él, todo lo que hay que recorrer hasta el encuentro vivencial con Cristo, hasta la experiencia de Dios.

Esto es importantísimo porque ignorar el camino o vivencia de la oración personal, de mi encuentro diario con Cristo por el camino de la oración vocal-meditación-contemplación es ignorar a Cristo vivo y presente en el evangelio y desde ahí en mi mente, vida y corazón; así comprenderíamos a San Jerónimo cuando nos dice que «ignorar las Escrituras, es ignorar a Cristo».

Para este examen personal sobre la oración lo primero sería entrar dentro de nosotros  mismos y preguntarnos: ¿Verdaderamente yo hago oración todos los días? ¿Me levanto pensando en este encuentro de fe teológica y un poco seca al principio para que avanzando por la meditacion-reflexión llega a un encuentro pasivo más gozoso con Cristo?  ¿Qué camino llevo recorrido, cuáles son mis experiencias principales desde que empecé en mi seminario, noviciado o parroquia, desde mi infancia hasta ahora? Porque después de veinte, treinta, cuarenta años de oración... tengo que tener vivencias y sentimientos de este encuentro con Cristo...  ¿Cómo es mi oración, mi encuentro diario con mi Dios, mi experiencia de amistad personal con Cristo?, ¿Lo busco, lo trabajo, lo he conseguido? ¿Estoy estancado? ¿La he perdido? ¿No avanzo?  Porque de esto dependerá luego, como hemos dicho, poder ser guías para otros en este camino, de este encuentro personal y oracional  con Cristo Eucarístía.

 En alguna ocasión y dado el clima de confianza en que estamos, lo he probado con mis alumnos del último curso de Estudios Eclesiásticos, próximos ya a la confesión y dirección de almas, después de tratar estos temas de la oración y vida espiritual, a un nivel puramente teórico, les he dicho: Descríbanme las etapas principales de oración y de vida cristiana y qué prácticas principales de devociones,  conversión,  sacramentos, se dan en  cada una. Una persona quiere comenzar la vida espiritual, otra sigue pero hace tiempo que no sabe qué le pasa, pero cree que no avanza, ¿qué le aconsejarías? Otra desea ardientemente al Señor, pero por otra parte siente sequedad, desierto, ¿me podríais decir qué es lo que le puede  pasar, dónde se encuentra en su vida espiritual,  podríais hacer un plan de vida para cada uno? ¿Qué es la oración afectiva, la contemplación y experiencia mística? 

Si te encuentras un alma en estado de conversión, qué oración, qué prácticas, qué caminos le indicarías... si dice que no es capaz de orar y antes lo hacía, si te dice que se le caen de las manos los libros para orar, hasta el mismo evangelio, pero que quiere orar,  que tiene deseos ardientes de hacerlo pero que no le sale, tú qué le aconsejarías ¿está muy abajo o muy arriba en el camino de la oración...? Y si te dice que antes sentía al Señor y ahora se cansa y se aburre, incluso tiene crisis de fe, y lleva así meses y hasta años, que quiere dejar la oración  por otras prácticas  de acción piadosa.., porque tiene la sensación de que está perdiendo el tiempo, vosotros, ¿qué  consejos le daríais...?

 San Juan de la Cruz habla de los despistados y del daño que hacían algunos directores de almas en su tiempo y por eso se animó a escribir sus libros: «... por no querer, o no saber o no las encaminar y enseñar a desasirse de aquellos principios... por no haber acomodádose ellas a Dios, dejándose poner libremente en el puro y cierto camino de la unión...»; «...porque algunos confesores y padres espirituales, por no tener luz y experiencia de estos caminos antes suelen impedir y dañar a semejantes almas que ayudarlas al camino» (Prólogo, 3 y 4).  Yo pienso que hoy muchas almas no hacen oración, no recorren este camino o no llegan a la contemplación por falta de directores que las sepan dirigir. Comulgo en esto con el Doctor Místico.

Estoy totalmente convencido y muchas veces se lo digo al Señor en la oración y me gustaría decírselo a los obispos, (hemos tenido unos papas fenomenales en esta materia, cada uno con sus notas personales, lo cual indica que eran hombres de oración diaria y profunda, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI), para que lo tuvieran como norma de vida pastoral en todas las diócesis, tener un vicario de vida y pastoral eucaristica para potencias la fe y el amor y el culto eucarístico en las diócesis para bien de la iglesia y de las diócesis, para belleza y esplendor del cristianismo, para fuerza apostólica y bien de los sacerdotes y del pueblo de Dios y de la humanidad y del muindo entero.

Sin oración, yo no soy ni existo sacerdotalmente en Cristo, que es el Todo para mí; y con toda humildad, --que eso es «andar en verdad» para santa Teresa--, unido a Cristo por la oración, puedo decir con san Pablo: “para mí la vida es Cristo... vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí... y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”. .

Por cierto, y es sintomático, y se me olvidaba advertir,  que, san Juan de la Cruz, que quiere hablarnos de este camino de la oración,  tanto en la Subida como en la Noche, sin embargo, en estas dos obras se pasa todo el tiempo hablando  principalmente de purificaciones y purgaciones, esto es de conversión, de vacíos y de las nadas en los sentidos del cuerpo y en las potencias y  facultades del alma, del entendimiento, memoria y voluntad, que ha de realizarse en el alma para que Dios pueda unirse a ella; para san Juan de la Cruz, a mayor unión, mayor purificación-limpieza-vacío del yo --noches de sentidos y de espíritu, activas y pasivas--, para poder llenarse sólo  de Dios.

Está tan convencido san Juan de la Cruz por propia experiencia y por lo que ha visto en otros hermanos y hermanas religiosas durante su vida, tan convencido de que para poder tener oración profunda y contemplativa de Dios y unitiva con Él, lo fundamental es la “noche”, esto es, la conversión, las purificaciones, “las noches del sentido y del espíritu”, tan convencido de tener todo esto en cuenta, que es lo primero que describe y repite en sus libros: la necesidad y los modos de la misma, activa y pasiva, y ahí se pasa todo el libro de modo que de los frutos de la misma apenas habla, porque esta es la mejor forma de prepararse o hacer oración en los comienzos, al medio y también al final de este proceso. Para san Juan de la Cruz, por tanto, la oración y el avance en la misma exige la conversión total y permanente del alma hacia Dios, que, al principio, es el alma quien la tiene que hacer –purificación y noches activas--, pero luego ya solo la puede hcer el Espíritu Santo, porque el alma no sabe ni llega a las raices de su yo – purificaciones y noches pasivas del espíritu-.

Es pena grande y daño inmenso para la Iglesia, incalculable perjuicio también para el apostolado, que en muchos seminarios, noviciados, casas de formación, parroquias... no se hable con la insistencia y el entusiasmo debidos de esta realidad, que no se vean serios ejemplos, que no tengamos montañeros de este camino, maestros de oración experimentados,  que puedan dirigir y enseñar y animar a otros; cuántos movimientos apostólicos, catequesis de jóvenes o adultos, grupos de adultos, matrimonios, que se vienen abajo, se deshacen o permanecen toda la vida aburridos y anquilosados por no tener  espacios de oración, por no haber descubierto su importancia, y aunque a veces tengan espacios que llaman así, no tienen que ver nada con la oración verdadera y todo esto por carecer de guías de la montaña de la oración, de la perfección y de la santidad.

 En principio, todo sacerdote, religioso/a, todo cristiano o apóstol o catequista responsable de Iglesia  tenía que ser maestro de oración, por su misma vocación y misión; tenía que ser hombre de oración para tener amistad con Jesús y poder dirigir a los demás hasta este encuentro. Sin embargo, todos sabemos también que esto muchas veces no es así. Y si no practicamos ni vivimos la oración personal,  tú me dirás cómo podremos dirigir a los demás, qué podremos saber y enseñar sobre ella, qué entusiasmo y testimonio y convencimiento podremos infundir en nuestras parroquias, seminarios, noviciados o casas de formación.

Así que ni lo intentamos. Últimamente Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte,  ha vuelto a repetir e insistir en la necesidad de la oración y de escuelas de formación en esta materia tanto en parroquias como centros de formación. Esta Carta Apostólica la pondría como tema obligado de estudio en todos los seminarios, noviciados y casas de formación de la Iglesia.

Este es el encargo principal que hemos recibido los  sacerdotes. Todas las parroquias tenían que ser escuelas de  oración, porque la misión esencial para la que hemos sido enviados es para dar a conocer y amar a Jesucristo y la oración es el camino y la puerta. Por eso, todos los grupos tenían que saber orar para amar verdaderamente  a Jesucristo; así lo hago o trato de hacerlo en mi parroquia en los grupos de catequesis, cáritas, pastoral sanitaria, liturgia, empezamos leyendo el evangelio del día y meditando y no digamos en los grupos propiamente de oracíon reunidos úicamente para esto, ocho grupos de oración.

Sin oración, nos quedamos sin identidad cristiana y sin espíritu en el apostolado y en la Iglesia. Todo queda reducido muchas veces a su aspecto exterior y visible, olvidando lo interior y el alma de todo apostolado, el orar“en espíritu y en verdad”, reducidos muchas veces  los grupos a tareas puramente humanitarias, como si fuéramos una ONG, activistas de una ideología, pero faltos de vivencia de Dios, de Espíritu Santo, de evangelio, de conocimiento vivencial de lo que hacemos o predicamos.

Por este motivo, muchos llamados a ser guías del pueblo de Dios, en su marcha hasta la tierra prometida, nos hacen perder dirección, fuerzas y tiempo y metas verdaderas, hacen que que nos qudemos para siempre en el llano y no son capaces de conducirnos hasta la cima del Tabor, para ver a Cristo transfigurado y bajar luego al llano para trabajar y predicarlo como la mejor noticia, convencidos e inflamados de que Cristo existe y es verdad, de que todo el evangelio y el encuentro existe y es verdad.

Por no escuchar a Cristo en la oración cuando nos sigue invitando, como hizo en Palestina: “Venid vosotros a un sitio aparte”, “llamó a los que quiso para estar con Él y enviarlos a predicar”, “tomando a Pedro, Santiago y Juan subió a un monte a orar” (Lc 9, 28), los sacerdote vamos muchas veces al trabajo apostólico vacíos de El, desprovistos de su fuego y entusiasmo, para contagiar a los que nos escuchan y poder hacer seguidores suyos. “Marta andaba afanada en los muchos cuidados del servicio y acercándose, dijo: Señor ¿no te preocupa que mi hermana me deje a mí sola en el servicio? Díle, pues, que me ayude. Respondió el Señor y le dijo: Marta, Marta, tú te inquietas y te turbas por muchas cosas; pero pocas son necesarias o más bien una sola. María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada” (Jn 12, 40. 42).

Todo cristiano, todo catequista, apóstol, toda madre cristiana, pero, sobre todo, todo sacerdote debe ser hombre de oración: «A ejemplo de Cristo que estaba continuamente en oración y guiados por el Espíritu Santo, en el cual clamamos “Abba, Padre”, los presbíteros deben entregarse  a la contemplación del Verbo de Dios y aprovecharla cada día como una oración favorable para reflexionar sobre los acontecimientos de la vida a la luz del Evangelio, de manera que, convertidos en oyentes y atentos al  Verbo, logren ser ministros veraces de la Palabra. Sean asiduos en la oración personal, en la recitación de la Liturgia de las Horas, en la recepción frecuente del sacramento de la penitencia y, sobre todo, en la devoción al misterio eucarístico» (Sínodo de los obispos: el sacerdocio ministerial, 1971).

Qué carencias más importantes se siguen luego en la vida personal y apostólica de los responsables de la evangelización, de los bautizados y ordenados en Cristo, si no saben  infundir con fe viva el conocimiento y seguimiento de Cristo, de hacerle presente, creíble y admirado, por no estar ellos personal y  suficientemente  formados en este camino, por lo menos hasta ciertas etapas. Por eso, al no estar  formados y curtidos en este sendero, al no sentir el atractivo de Cristo, tampoco pueden luego guiar a los demás, aunque sea  su cometido y ministerio principal. Qué madres tan cristianas y santas en ni niñez y juventud y hasta mis primeros años de sacerdocio con visitas diarias  al Santísimo, rezo del rosario… así surgieron tantas vocaciones.

Primero es el estar con Él; luego, si hay que bajar al llano para trabajar, bajaremos hasta que llegue el Tabor definitivo, pero qué diferencia, habiéndolo aprendido así y confirmado con los mismos superiores,  en el mismo seminario o noviciado;  qué difícil aprenderlo luego, por las ocupaciones pastorales, por las prisas y faltas de silencio, a no ser que haya gracia especial del Señor, puesto que el tiempo oportuno fueron el desierto y silencio de estos centros de formación espiritual, teológica, pastoral, humana...

Es verdad, sin embargo, que el apostolado y la vida sacerdotal no va a ser totalmente inútil por carecer de esta formación, pero perderá muchísima eficacia y no dará la gloria a Dios que Él se merece en y por la Eucaristía y no hará todo  el bien a los hermanos  necesitan, ya que estamos tratando de eternidades. Del discurso que el Papa Juan Pablo II dirigió al Capítulo general de los Servitas, reunidos en la primavera del 2002, entresaco algunos párrafos: «Sentir la exigencia de buscar el reino de Dios ya es un don, que debe ser acogido con espíritu agradecido. En realidad, es siempre Dios el que nos sale al encuentro primero, ya que ha sido el primero en amarnos y llamarnos al sacerdocio (cfr. 1Jn 4,10). Es consolador buscar a Dios, pero al mismo tiempo exigente; supone hacer renuncias y tomar opciones radicales.

¿Cómo repercute esto entre vosotros, en el contexto histórico actual? Supone ciertamente acentuar la dimensión contemplativa, intensificar la oración personal, revalorizar el silencio del corazón, sin llegar nunca a contraponer la contemplación a la acción, la oración en la celda a las celebraciones litúrgicas, la necesaria «fuga» del mundo a la presencia junto al que sufre....La experiencia demuestra que sólo desde la contemplación intensa puede nacer una fervorosa y eficaz acción apostólica.... Vuestra oración comunitaria sea tal que la oración personal prepare y prolongue la celebración litúrgica»[3].

Lo primero es:  “el Señor  llamó a los que quiso para  estar con El y enviarlos a predicar..,” y “  María ha escogido la mejor parte” Y por lo que yo he visto en los santos y en  todos los que han seguido a Cristo a través de los siglos, canonizados o no, este es el único camino: ni un solo santo,  que no haya sido de oración y eucarístico, que no haya hecho largos ratos de oración ante el Señor Eucaristía, pero ni uno solo;  luego habrán sido ricos o pobres, activos o contemplativos, de derechas o de izquierdas, de la enseñanza o de la caridad, laicos o curas, profetas, misioneros o padres de familia,  lo que sea, pero ninguno que no fuera hombre de oración. Nuestras madres y nuestros padres no tuvieron más Biblia ni más grupos de formación que el Sagrario. Qué cristianos tuvimos hasta los años ochenta en España.  En la oración diaria, santo rosario en casa, visita al Santísimo o misa todos los días.Allí lo aprendieron todo y así nos lo enseñaron; me estoy refiriendo a lod años 1930-1980.

Por eso es muy importante que nos ocupemos de «estas cosas», porque como queda dicho,  lo  que no se vive termina olvidándose  personalmente, incluso tratándose de verdades teológicas. La oración eucarística es la fuente que mana y corre siempre llena de estas verdades y vivencias, aunque sea muchas veces a oscuras y sin sentir nada, como camino de purificación para la unión total con Cristo.

El  Concilio Vaticano II habla repetidas veces sobre la importancia capital de la Eucaristía en la vida de la Iglesia y en nuestra vida personal: «...los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía y hacia ella se ordenan. Pues en la sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo... Por lo cual la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización...  (Los sacerdotes) les enseñan, igualmente, a participar en la celebración de la sagrada liturgia, de forma que exciten también en ellos una oración sincera; los llevan como de la mano a un espíritu de oración cada vez más perfecto, que han de actualizar durante toda la vida en conformidad con las gracias y necesidades de cada uno....La casa de oración en que se celebra y se guarda la sagrada Eucaristía y se reúnen los fieles, y en la que se adora para auxilio y solaz de los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el ara sacrificial, debe estar limpia y dispuesta para la oración» (PO 5).

Pues bien, teniendo presente todo esto y lo que llevamos dicho en este capítulo, ya me diréis qué interés puedo yo tener por Jesucristo y su causa, si Cristo personalmente me aburre; cómo  entusiasmar a las gentes con Él si yo personalmente  no siento entusiasmo por Él, y para esto, la oración es totalmente necesaria, porque es la fuente que mana y corre y el camino para que los cristianos  conozcan y amen al Señor. Y para eso, nosotros debemos darle ejemplo y buscarlo todos los días en la oración y si es ante el Sagrario, tiene una fuerza mayor.

Podremos hacer las acciones de Cristo, predicar las palabras de Cristo, pero no podremos transmitir su espíritu, si no lo tenemos. Somos sarmientos, canales del Amor y Salvación de Dios, del Espíritu Santo de Dios. Para eso necesitamos el espíritu, el alma, el corazón, la adoración que Cristo sentía por su Padre para poder ser su prolongación. Para ser verdaderamente presencia sacramental de Cristo, de su persona y apostolado, necesitamos sus mismos sentimientos y actitudes. Y no le demos vueltas, a Cristo, a su evangelio sólo se les comprende, cuando se viven; y si no, fijaos qué diferencia existe, qué distinta manera de hablar y actuar,  cuando tienes que hablar o defender un tema que vives o te muerde el alma, la vida y la estima tuya o de los tuyos o por el contrario, cuando se trata de un asunto de otros, de un tema que te han contado o has leído, pero que, en definitiva, no lo  necesitas para vivir o realizarte. 

La mayor tentación del mundo materialista actual y de siempre, en lo que se unen y se esfuerzan todos los poderosos del «mundo», es demostrar que Dios ya no es necesario, que se puede vivir y ser felices sin Él. Y, por otra parte, tenemos todo lo contrario, que constituye una prueba de fe y un argumento en favor nuestro, y  es que hoy día hemos llenado con el consumismo nuestras vidas y nuestros hogares de todo y ahora resulta que nos falta todo, porque nos falta Dios, que es el TODO de todo y de todos. El mundo está triste, los matrimonios rotos y matándose, madres matando a hijos y padres matando esposas e hijos…y tienen más sexo y placeres que nunca los matrimonios y ya ves.. se separan, se matan, matan a sus hijos que no lo hacen ni los animales y todo porque a este mundo le falta Dios, le falta su amor…

El materialismo y el consumismo reinante destruyen nuestra identidad cristiana, nos destruye como Iglesia e hijos de Dios. Ahora equipamos a nuestros hijos y juventud de todo: inglés, judo, trabajo, dinero, piso, sexo, masters de todo,  y  ahora resulta que les falta todo, que se sienten vacíos, porque les falta Dios. Cómo convencer a nuestra gente de que Dios es el todo, el único que puede  llenarlo todo de sentido y de amor y de vida y de felicidad verdaderas... cómo ayudar a los hombres de ahora  a salir de ese vacío existencial y proponerles como medio y remedio que se acerquen a Dios, al Dios amigo y cercano que es Cristo Eucaristía, si  nosotros mismos no lo hacemos ni lo hemos experimentado, si nunca nos ven orar en la Iglesia o delante del Sagrario, y esto ya va siendo norma y comportamiento ordinario en nuestra vida sacerdotal o cristiana o de militantes, catequistas. Necesitamos sacerdotes, catequistas, madres y padres de oración, que llenen el alma de Dios, del amor de Dios y desde su corazón y vida de gracia y fe viva en Dios puedan llenar a feligreses e hijos.

Queridos hermanos, por qué no empezar desde hoy mismo, desde ahora mismo; parémonos ante el Sagrario, mirémosle a Cristo con afecto, hagamos bien la genuflexión ante Él,  si podemos, que no es un trasto más del templo o capilla, que es la el Señor, que es nuestro Salvador, el centro y corazón de la parroquia, de tu familia, de tu grupo, de tu comunidad, de tu vida cristiana... ¿Lo es, o no lo es? ¿O lo es sólo teóricamente? ¿Cómo predicar esto, comuncarlo si no lo vives? Ayúdales a los tuyos con tu vida, con tu ejemplo, con tu comportamiento.... “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente”.

Hay que ser canales de Cristo y para eso hay que estar unidos a El y ser luz de Cristo y para eso hay que estar  iluminados por Él: “Vosotros sois la luz del mundo... alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestra buenas obras y den gloria al Padre que está en el cielo”. Y así ha sido también en muchos apóstoles y sacerdotes santos. Dice san Juan de la Cruz: «Las cosas y perfecciones divinas no se conocen ni se entienden como ellas son cuando se las va buscando y ejercitando, sino cuando las tienen halladas y ejercitadas»  (N II 17,7).      

42ª MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

 LA PEOR POBREZA DE LA IGLESIA Y DE UNA PARROQUIA ES LA POBREZA EUCARÍSTICA EN MISAS, COMUNIONES Y SAGRARIOS ABANDONADOS 

La peor pobreza de la Iglesia es la pobreza eucarística, pobreza de oración ante  los Sagrarios de las parroquias y del mundo; pobreza de misas, comuniones y visitas a Cristo Eucaristía, sobre todo, por parte de párrocos, de sacerdotes y bautizados, de jóvenes y niños, feligreses, no como en mi juventud (años 1940-1980) donde todas las tardes, al salir de paseo, niños, jóvenes, novios, madres hacían la visita al Santísimo, como nuestros padres lo habían hecho y seguían haciendo.

Porque si Cristo está en el Sagrario y tú, querido párroco, dices que Él es Dios y el Único Salvador del mundo y de  tus feligreses pero tú no le visitas ni hablas ni te ven tus feligreses con Él todos los días, ¿cómo puedes decir que le amas y que le necesitas en tu vida personal y apostólica, qué fe y amor es el tuyo? ¿Porque si Cristo es Dios y único Salvador del mundo y tú no le necesitas ni  le visitas todos los días para pedirle ayuda y consejo y contarle tus penas y dificultades apostólicas,  qué fe y certeza y amor a Cristo Eucaristía puedes comunicar a los tuyos?  Yo lo veo así. Faltan almas eucarísticas hoy  en la Iglesia, arriba y abajo, almas profundas, almas de oración eucarística tanto en los seminarios, en los sacerdotes, en las parroquias, en los obispos, en la Iglesia.

Cómo se nota cuando un sacerdote, un Obispo o un Papa es hombre de oración. Por eso digo que la mayor pobreza de la Iglesia será siempre  (como ya he repetido) la pobreza de oración eucarística, de la pobreza mística, de experiencia de Dios por la oración que nos lleva a la santidad de vida, sobre todo, de oración no meramente vocal sino un poco elevada, meditativa-contemplativa-eucarística, porque no entiendo que uno quiera buscar y encontrarse con Cristo y no lo encuentre donde está más plena y realmente en la tierra, que es en la eucaristía como misa, comunión y Sagrario:

 «Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta fonte está escondida, en este pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas y de este agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche». Es por fe, caminando desde la fe por la oración diaria y ante el Sagrario como un llega a la union y experiencia de amor de Cristo y la iniciativa siempre parte de Dios que viene en mi busca y para eso se quedó tan cerca, pero yo tengo queue buscarlo, ir y encontrarlo donde Él quiso quedarse en la tierra para ser amigo de todos los hombres..

Por eso, si los formadores de comunidades parroquiales, de noviciados y seminarios no tienen una profunda experiencia de oración y vida espiritual, insisto una vez más, será muy difícil que puedan guiarlas hasta la unión afectiva y existencial con Cristo. Es sumamente necesario y beneficioso para la Iglesia, que los obispos se preocupen de estas cosas durante el tiempo propicio, que es el tiempo de formación de los seminarios, para no estar luego toda la vida sufriendo sus consecuencias negativas tanto para el apostolado como para la misma vida diocesana, por una deficiente formación espiritual.

Los seminarios son la piedra angular, la base, el corazón de vida de todas las diócesis y si el corazón está fuerte, todo el organismo también lo estará; y, si por el contrario, está débil o muerto, también lo estarán las diócesis y las parroquias y los grupos y las catequesis y todos los bautizados, que deben ser evangelizados por estos sacerdotes.

Por eso, qué interés, qué cuidado, qué ocupación y preocupación tienen los buenos obispos, que hay muchos y bien despiertos y centrados en sus seminarios, por la pastoral vocacional, por el trato familiar con los seminaristas, por la selección y cuidado de los formadores.

Este es el apostolado más importante del Obispo y de toda la diócesis; qué bendición del cielo tan especial son estos obispos, que, en su esquema de diócesis, lo primero es el seminario, los sacerdotes, la formación espiritual de los pastores. Aquí se lo juega todo la Iglesia, la Diócesis, porque es la fuente de toda evangelización. Para todo obispo, su seminario y los sacerdotes deben ser la ocupación y preocupación y la oración más intensa; tiene que ser algo que le salga del alma, por su vivencia y convencimiento, no por guardar apariencias y comportamientos convencionales; tiene que salir de dentro, de las entrañas de su amor loco por Cristo; ahí es donde se ve su amor auténtico a Cristo y a su Iglesia.

Cómo se nota cuando esto sale del alma, cuando se vive y apasiona; o cuando es un trabajo más de la diócesis, un compromiso más que debe hacer, pero no ha llegado a esta identificación de seminario y sacerdotes con Cristo. Pidamos que Dios mande a su Iglesia Obispos que vivan su seminario. Es la presencia de Cristo que más hay que cuidar después de la del Sagrario: que esté limpia, hermosa, bien cuidada. Pero tiene que salir del alma, de la unión apasionada por Cristo.

De otra forma la Iglesia, los consagrados, los apóstoles, cuanto más arriba estemos en la Iglesia, más necesitados estamos de santidad, de esta oración continua ante el Sacerdote y Víctima de la santificación, nuestro Señor Jesucristo. ¡Qué diferencias a veces entre diócesis y diócesis, aún tocándose, entre seminarios y seminarios! ¡Qué envidia santa y no sólo por el número sino por la orientación, la espiritualidad, por todo esto que dice el Papa en su Carta Apostólica NMI, qué carta más bella y profunda sobre la espiritualidad del sacerdote, su formación! ¡Qué alegría ver realizados los propios sueños en los seminarios!

¿No hemos sido creados para vivir la unión eterna con Dios en la eternidad, en el cielo por la participación en su misma vida de amor y felicidad? ¿No es triste que por no aspirar o no tender o no haber llegado a esta meta, nos quedemos muchas veces, a veces toda la vida, en zonas intermedias de apostolado, formación y vida cristianas, sin al menos dirigir la mirada y tender hacia la unión y la vida de plena glorificación y felicidad en Dios que empieza aquí abajo por la gracia y la vivencia de la amistad con Éll?

¿La deseamos? ¿Está presente en nuestras vidas y apostolado? Para mí que estas realidades divinas sólo se desean si se viven. El misterio de Dios no se comprende hasta que no se vive. Y el camino para esta unión es la oración, la oración y la oración litúrgica eucarística y personal en conversión permanente a lo que celebramos y comulgamos y oramos, que nos va vaciando de nosotros mismos para llenarnos sólo de Dios en nuestro ser, cuerpo y espíritu, sentidos y alma, especialmente en la liturgia, en la Eucaristía, hasta llegar a estos grados un poco más elevados de unión y amor divinos.

Y al hablar de la relación que existe entre experiencia de Dios y apostolado, siempre diré que la mayor pobreza apostólica de la Iglesia será siempre la pobreza de vida mística; quiero decir, que ahora y siempre ésta será la mayor necesidad y la mayor urgencia de la vida personal y apostólica de los bautizados, sobre todo,  ordenados; tener predicadores que hayan experimentado la Palabra que predican, que se hayan hecho palabra viva en la Palabra meditada y orada; celebrantes de la Eucaristía que sean testigos de lo que celebran y se esfuercen por tener los mismos sentimientos de Cristo víctima, sacerdote y altar, que se han hecho eucaristías perfectas en Cristo, fundidos en una sola realidad en llamas en el mismo fuego quemante y gozoso de su Espíritu, el Espíritu Santo, consagrante y transformante del pan y del vivo y del celebrante en Cristo para que esa unión en llamas con Él pueda quemar a los hermanos a los que son enviados con esta misión de amor en el Padre, en el Hijo por la potencia de amor del Espíritu Santo. 

Si no se llega, tendemos o se camina por esta senda de santidad, de la unión total con el Señor por la oración personal, eucarística o celebrative, santa misa, todo trabajo apostólico tenderá a ser más profesional que apostólico; sin esta union de amor por la oración, sí, sí, habrá misas y eucaristía, acciones y más acciones, pero muchas de ellas no serán transformantes, apostólicas porque faltará el Espíritu de Cristo: habrá bautizados, pero no convertidos; casados en la Iglesia, marco bonito para fotos, pero no en Cristo, en el amor y promesa de amar como Cristo, con amor total, único y exclusivo; habrá Confirmados pero no en la fe, porque algunos expresamente afirman no tenerla y allí no puede entrar el Espíritu Santo, por muchos cantos y adornos que hayamos hecho, eso no es liturgia divina, falta lo principal, la fe y el amor a Cristo. Y para hacer las acciones de Cristo, para esto, su consejo: “Vosotros venid a un sitio aparte… el Señor llamó a los que quiso para estar con Él y enviarlos a predicar”; el “estar con Él” es condición indispensable para hacer las cosas en el nombre y espíritu de Cristo.

43ª MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

LA LICENCIATURA EN ORACIÓN EUCARÍSTICA SE CONSIGUE POR LA ORACIÓN-CONVERSIÓN

Lo he repetido muchas veces y lo repetiré siempre, en este libro y en todos, la oración eucarística solo empieza y se realiza y avanza por la conversión de mi vida en Cristo Eucaristía, en irme identificando con Él por la vida eucarística: misa, comunión y presencia, haciendo que Él cada día viva más en mí su misma vida,  amando y viviendo y perdonando como Él lo hizo y lo hace y lo renueva todos los días por la santa misa: santidad de vida. Si no me voy convirtiendo y haciéndome eucaristía como él – dar la vida por Dios y los hermanos--, no llegaré a identificarme con Él, a hacerme pan de Eucaristía.

Porque se trata de un elemento esencial: la conversión de mi vida; la oración auténtica  me lleva siempre a amar a Cristo por la conversión de mi vida, de mi carácter, de mis ideales en los suyos: quiero amar, quiero orar y quiero convertirme a lo que Cristo me dice en la oración; me canso de orar, me canso automáticamente de amar, me he cansado de convertirme, si me he cansado de orar, es que me he cansado de amar a Cristo y convertirme y seguirle en mi via.

La oración, antes que consideración y meditación y todo lo demás, es querer amar, por eso voy a la oración. Si no voy uno sea consciente al principio es que no quiero amar y convertirme a Cristo. Y si se medita es para sacar agus de amor del pozo y de la fuente, que puede ser el evangelio, un libro, tu corazón, “aunque sea de noche”, esto es, no sintiendo y no viendo gozo y luz al princiio.

Dice San Juan de Ávila: «Y sabed que este negocio es más de corazón que de cabeza, pues el amar es el fin del pensar. Y si Dios os hace esta merced de meditación sosegada, será más durable lo que en ella sintiereis y más larga y sin pesadumbre»[4]. «Aunque el entendimiento obre poco o nada, la voluntad obra con gran viveza y ama fortiter»[5].

Y para todo esto, Jesucristo en la Sagrario es el mejor maestro, el mejor libro, toda una biblioteca, todo el evangelio presente, toda la teología hecha vida. Por eso nos dice el Doctor Místico: «todo ejercicio de la parte espiritual y de la parte sensitiva, ahora sea en hacer, ahora en padecer, de cualquiera manera que sea, siempre le causa más amor y regalo de Dios como habemos dicho; y hasta el mismo ejercicio de oración y trato con Dios, que antes solía tener en consideraciones, ya todo es ejercicio de amor» (Can B 28, 9).

Bien es verdad que el santo aquí se refiere  a un grado más elevado de oración que la meditación,  pero hacia aquí apunta la oración por sí misma, desde el principio, aunque uno no sea consciente de ello, pero conviene que lo sepa el mismo orante y los directores de grupos de oración, que a veces creen que si no se habla o leen reflexiones o se dicen cosas bonitas, no se ha orado; es más, quieren medir la altura de oración según las frases bonitas que se digan; o que si no se aprenden o se realizan técnicas de relajación o métodos de reflexión, no hay oración.

Por eso nos dirá san Juan de la Cruz que la oración no se mide por las revelaciones, ni locuciones ni éxtasis sino por los frutos de  humildad en las personas que la tienen, y este era su criterio para distinguir a los verdaderos y falsos orantes. Y ya sabemos la definición teresiana de oración: «que no es otra cosa oración sino tratar  de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».  Tres notas de la amistad aparecen en esta definición tan breve de santa Teresa para recorrer este camino:

       A) Yo aconsejaría empezar saludando al Señor,  o como se dice ordinariamente, poniéndonos en su presencia: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En el nombre del Padre que me soñó para una eternidad de gozo con Él, me ha dado la existencia, me da la vida ahora, esta mañana. Del Hijo que me amó hasta entregar su vida por mí y sigue dándose en cada eucaristía, en cada Sagrario como amigo. En nombre del Espíritu Santo que me santifica, me trae el amor y la gracia y la ayuda de mi Dios ahora, en este momento: Señor, ábreme los labios y el corazón y la inteligencia y todo mi ser, para que te alabe y bendiga y reciba la fuerza de mi Dios y toda mi vida sea Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

       En el nombre del Padre que me da la vida: si existo es que el Padre me ama; en el nombre del Hijo que vino y dio su vida por mí y se quedó para siempre en la Eucaristía para llevarnos a la intimidad de los Tres; del Espíritu Santo, que es la misma Vida y Amor Personal de los Tres con deseo de comunicarse a los hombres. Por eso, proclamarás con total confianza y gozo al empezar este encuentro, aunque todavía muy a oscuras y sin vivencia sentida de amor: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,  quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable y una alabanza de gloria “in laudem gloriae ejus- lema de (Sor) hoy ya santa Isabel de la Santísima Trinidad.

       B) Luego orar dos o  tres oraciones fijas, para no dudar nunca en los comienzos, siempre igual, pero que te inspiran ideas y sentimientos diferentes, los que el Señor te inspire; la primera oración fija puede ser a la Stma. Trinidad:  la invocación a la Santísima Trinidad de Sor Isabel de la Trinidad: «Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí...» u otra más breve, dejándote llevar por sus sentimientos y expresiones; una segunda oración fija puede ser una invocación al Espíritu Santo para que nos ayude en la oración y nos lleve de la mano: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles...», lo vas diciendo despacio, meditando sus peticiones, porque no se trata de aprenderlo sino de orarlos. Prueba esta oración al Espíritu Santo meditándola:

«Oh Espíritu Santo, Fuego de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro.

Quémame, ábrasame por dentro con tu Fuego transformante y conviérteme  por una nueva encarnación sacramental en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve en mí y prolongue  todo su misterio de salvación: quisiera hacer presente a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres,  como Adorador del Padre, como Salvador de los hombres, como Redentor del mundo.

Inúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Oh Espíritu Divino, Amor, Alma y Vida de mi Dios, ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame, fúndeme en amor trinitario, para que sea amor Creador de vida en el Padre,  amor Salvador de vida por el Hijo y amor Santificador de vida con el Espíritu Santo,  para alabanza de gloria de la Trinidad y salvación de los hombres, mis hermanos. Amén»

La tercera oración fija va dirigida a Jesucristo Eucaristía: con la letra de algún canto eucarístico u oración que te guste, o con  el «Adoro te devote, latens Deitas», «Jesu, dulcis memoria, dans vera cordis gaudia, sed super me et omnia, ejus dulcis praesentia», traducidos al español, porque son  preciosos: «Oh Jesús, mi dulce recuerdo, que das los verdaderos gozos del corazón, tu presencia es más dulce que la miel y todas las cosas. No se puede cantar nada más suave, ni oír nada más alegre, ni  pensar nada más dulce que Jesús, Hijo de Dios. Jesús, Tú eres la esperanza para los arrepentidos,  generoso para los que te suplican,  bueno para todos los que te buscan y qué decir para los que te encuentran. La lengua no sabe decir ni la letra puede escribir lo que es amar a Jesús, sólo puede saberlo el que lo experimente. Sé Tú, Jesús, nuestro gozo, nuestro último premio; haz que nuestra gloria esté siempre en Ti por todos los siglos».

También puedes rezar: «Sagrado banquete en que  Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura...», siempre despacio y meditando e interiorizando sus conceptos, contándole tu vida de ayer y lo que piensas hacer hoy, suplicando, pidiendo perdón y ayuda.

¡Eucaristía  Divina, Tú lo has dado todo por mí, también yo quiero darlo todo por Ti, porque para mí Tu lo eres todo, yo quiero que lo seas todo. Jesucristo, yo creo en Tí. Jesucristo, yo confío en Tí. Jesucristo, Tú eres el Hijo de Dios. Qué gozo haberte conocido, ser tu sacerdote y amigo. O también: « ¡Eucaristía divina, cuánto te deseo, cómo te  busco, con qué hambre de Tí camino por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día! Jesucristo Eucaristía, quiero verte para tener la Luz del Camino, la Verdad y la Vida; Jesucristo Eucaristía, quiero comulgarte para tener tu misma Vida, tu mismo Amor, tus mismos sentimientos; y en tu Entrega Eucarística, quiero hacerme contigo una ofrenda agradable al Padre, cumpliendo tu voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero entrar así en el Misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de Amor del Espíritu Santo».

        C) Te repito que, aunque lleve años y años haciendo oración, el tener un esquema propio y fijo de oración facilita mucho el comienzo de la misma... luego tú lo vas rellenando de tus propias ideas, sentimientos, peticiones, sanas distracciones, pero sabes siempre dónde volver y retomar el diálogo con el Señor, para no dudar continuamente en los comienzos o al medio o al final, para saber cómo hay que comenzar siempre, porque al principio, el simple estar en su presencia, el simple mirar o contemplar es difícil por muchos motivos y se necesitan ayudas para estar ocupados y no distraerse.

Puedes valerte de jaculatorias, versículos breves de las Horas, oraciones litúrgicas o hechas por otros que a ti te gusten o te digan algo. Finalmente y siempre, como cuarta invocación, oración o encuentro fijo en tu oración diaria, la invocación a la Virgen, nuestra madre y modelo en la fe y seguimiento del hijo-Hijo cumpliendo su voluntad con dolor y sin comprenderlo. Lo puedes hacer con la oración y antífonas preciosas según los tiempos litúrgicos, sobre todo en latín, que puedes traducir, o cantos o súplicas populares: «Oh Señora mía, oh madre mía, yo me ofrezco enteramente a tí, y en prueba...», o con alguna invocación personal: « ¡Hermosa nazarena! ¡Virgen guapa, Madre del alma, cuánto me quieres, cuánto te quiero! Gracias por haberme dado a tu hijo, gracias por haberme llevado hasta Él; y gracias también por querer ser mi madre, mi madre y mi modelo; gracias», confiando totalmente en ella como madre y poniéndola como intercesora y modelo, suplicándole, contándole tus sufrimientos, tus alegrías, tus dudas.

       D). Repito que es conveniente tener y empezar siempre con un esquema oracional elemental, como camino de diálogo y encuentro con Dios, que debes recorrer y orar  todos los días, al cual y en cada una de las partes, puedes y debes ir añadiendo todos los pensamientos y deseos que te  inspire el Señor, parándote en ellos, sin prisas, y si se termina el tiempo de oración y no has cumplido todo el esquema, no pasa nada. Pero es necesario y es una ayuda para toda tu vida tener un esquema oracional para no estar indeciso o perderte en tu oración diaria. Porque ir a la oración todos los días a pecho descubierto, o como dicen algunos,  permanecer en quietud y simple mirada, si es mirada de amor, S. Juan de la Cruz, eso supone mucho camino andado, mucha oración  y mucha purificación de sentido realizada. Y a mi parecer esto no es ordinario en los comienzos y tampoco es fácil. Si lo tienes ya, es un don de Dios, porque ya supone estar bastante poseído por el amor de Cristo.

       E). Importantísimo, esencial: a continuación  de todo esto que hemos dicho, tiene que hacerse  revisión de vida ante el Señor, fija y todos los días y para toda la vida, de tres o cuatro materias esenciales de tu vida cristiana y de cumplimiento de los mandamientos de Dios y los consejos evangélicos: soberbia, caridad fraterna, control de la ira, castidad... y todo esto, para tu mejor y perfecta unión, santidad o encuentro con Cristo, para amar a Dios sobre todas las cosas, especialmente sobre el amor que nos tenemos a nosotros mismos, porque nos preferimos a Dios a cada paso. Y siempre que diga revisión de vida, estoy diciendo también petición de gracia, de luz, de fuerza para hacerla y vivirla, descubrir los peligros y las causas  principales de las caídas, el comportamiento con las personas, porque donde hay pecado, aunque sea venial, no puede estar en plenitud el amor de Dios y el conocimiento de su amor: “En esto sabemos que conocemos a Cristo: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: yo lo conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él debe vivir como vivió Él” (1Jn 2, 3-6).

Todos los días y a todas horas y en toda oración, hay que revisarse de la soberbia, pecado original, causa y principio de todos los pecados, que es este amor que me tengo a mí mismo, me quiero más que a Dios y a todos los hombres, revisar sus manifestaciones diversas en amor propio, vanidad, ira...etc; después de la soberbia, la caridad, el amor fraterno en sus diversas manifestaciones: negativa: no criticar, ni de palabra ni de obra, no despreciar a nadie, tratar de  hacer el bien a todos, de palabra y con obras, reaccionar perdonando ante las ofensas en santidad consumada...etc.

No olvidar jamás que el amor a Dios pasa por el amor a los hermanos, porque así lo ha querido Él:“Y nosotros tenemos de Él este precepto: que quien ama a Dios ame también a su hermano” (1Jn 4, 2). Por favor, no olvides esto y todos los días examínate dos o tres veces de este capítulo. En esto Cristo es muy sensible y exigente. Lo tenemos mandado por el Padre y por Él mismo: “Amarás al Señor... y al prójimo como a tí mismo”, “este es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado”. Olvidar estos mandamientos del Señor es matar la oración incipiente, no avanzar o dejarla para siempre en pura rutina no santificadora.

San Juan, el apóstol místico, por penetrar y conocer a Dios por el amor, por el conocimiento de amor, nos lo dice muy claro: “Carísimos, amémonos unos a otros porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor... A Dios nunca le vio nadie; si nosotros nos amamos mutuamente, Dios permanece en nosotros y su amor es en nosotros perfecto” (1Jn 4, 7-8; 12).

Repito una vez más y todas las que sean necesarias: para vivir la caridad hay que matar el amor propio, el amor desordenado a uno mismo. Y esto es una cruz que hay que tomar al coger el camino de la oración, que es  camino de amor a Dios y a los hermanos. Luego hay que revisar ese defecto más personal, que todos tenemos y que, por estar tan identificados con él, no es fácil descubrirlo, porque siempre hay excusas fáciles, -es que soy así- pero hacemos daño con él a los hermanos. Es fácil descubrirlo, cuando personas que te quieren, coincidan en decirte y en insistir en alguno concreto, por allí va la cosa.

Esta oración-revisión-conversión tiene que durar ya  toda la vida, porque santidad es igual a conversión permanente. Si uno quiere «amar y servir», hacer de la propia vida una ofrenda agradable a Dios y esto es el cristianismo, si uno quiere mantener  activo ese amor y no pasivo y de puro nombre, hay que orar todos los días para convertirse del amor a uno mismo y a las criaturas al amor de Dios. O amamos a Dios o a nosotros mismos, a las criaturas. Si quiero orar es porque quiero amar a Dios sobre todas las cosas. Si vivo en pecado, ni el amor ni el conocimiento verdadero de Dios puede estar en mí, como lo dice muy claro San Juan: “Y todo el que tiene en Él esta  esperanza, se purifica, como puro es Él. El que comete pecado traspasa la ley, porque el pecado es trasgresión de la ley. ... Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 3, 3-6).

Cuando uno no quiere convertirse o amar a Dios, o se cansa de hacerlo, entonces ya no necesita ni de la oración ni de la eucaristía ni de la gracia ni de Cristo ni de Dios. El amor a Dios negativamente consiste en no ofenderle, no pecar: “Pues éste es el amor de Dios, que guardemos sus preceptos. Sus preceptos no son pecado” (1Jn 5, 3).           

Para mí que esta es la causa principal por lo que se deja este camino de la oración y de la santidad. Por eso, muchos no hacen oración o les aburre o les cansa y terminan dejándola.

La oración hay que concebirla como un deber, como trabajo, absolutamente necesario para llegar a amar a Dios, que hay que hacer, te guste o no te guste, haga calor o frío, estés inspirado o aburrido, como tienes que trabajar en tu profesión o comer o estudiar, porque si no lo haces, te mueres o te suspenden. No valen las excusas de ningún tipo para no hacerla. Si no lo haces,  por la causa que sea, te mueres espiritualmente, serás un mediocre. Por eso te ayudará  tener un esquema fijo, una hora fija para hacer tu oración diaria, si es posible, siempre a la misma hora, porque, si la dejas para cuando tengas tiempo, no lo tendrás. Es la táctica del demonio sirviéndose de nuestra ignorancia y comodidad.

       F) Después de esta revisión, un capítulo que no puede faltar todos los días es la oración de intercesión, las peticiones, acordarse de las necesidades de los hermanos, de los problemas de la Iglesia, la santidad, la falta de vocaciones, tu parroquia, tu familia, amigos... Todo esto hay que hacerlo despacio, y pensando y meditando todo lo que se te ocurra, hablándole al Señor de tus problemas, de tu vida, pidiendo luz y gracia sobre lo que tienes que hacer, sin desanimarte jamás, y si un día estás inspirado, te paras y te quedas con cualquier oración o revisión todo el tiempo que quieras; eso es oración, eso es trato de amistad con el Señor, por lo menos, una forma, aunque te parezca que no haces nada o que estás perdiendo el tiempo.

       Ya hemos terminado las oraciones introductorias, la revisión de vida, el pedir luz, fuerzas, gracias del Señor para nosotros y los demás, y  ahora, ¿qué?  Pues ahora lo que más te ayude a encontrarte con Cristo, a dialogar más con El Y para esto, como te decía antes, EL EVANGELIO, las palabras y hechos salvadores de Jesús es el mejor camino; también los buenos libros, los salmos...,  libertad absoluta, no se le pueden imponer caminos al amor, a los que quieren amar, a los que aman. Haz lo que te pida el corazón. “María guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19).

Amando, metiéndolo todo en su corazón fue como nuestra Madre fue comprendiendo lo que acontecía en torno a Jesús y a ella y que racionalmente la desbordaba. Pero amando uno se identifica con el objeto amado. No olvides lo que te he repetido y repetiré más veces en este libro: la oración es querer amar a Dios, no digo amar sino querer amar, que eso es ya amor,  porque, al principio, el alma está muy flaca y no tiene fuerzas ni sabe amar a Dios, solo sabe amarse a sí misma, y si sólo intentamos tocarlo con el entendimiento, no llegamos de verdad hasta Él: «Y porque la pasión receptiva del entendimiento sólo puede recibir la inteligencia desnuda y pasivamente, y esto no puede sin estar purgado, antes que lo esté, siente el alma menos veces el toque de la inteligencia que el de la pasión de amor » (N  II,13,3). Aunque San Juan de la Cruz se refiere a una oración elevada, vale para los grados inferiores también. Por eso, siempre hay que caminar hacia el amor, es lo más importante, lo definitivo.

«De donde es de notar que, en tanto que el alma no llega a este estado de unión de amor, le conviene ejercitar el amor así en la vida activa como en la contemplativa, porque es más precioso delante de él y de el alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas otras obras juntas» (C B 28,2).  ¡Ojo! Que no lo digo yo,  lo dice san Juan de la Cruz, para mí el que más sabe o uno de los que más saben de estas cosas de oración y del amor a Dios y a los hermanos y  vida cristiana y  evolución de la gracia.

       G) La oración conviene hacerla siempre a la misma hora, hora fija de la mañana o tarde, cuando te venga mejor, pero hora fija, como te he dicho, porque si lo dejas para cuando tengas tiempo, nunca lo tendrás;  hay que hacerla todos los días,  haga frío o calor, esté uno seco o fervoroso, esté en pecado o en gracia, tengas tiempo o no, porque para Dios siempre hay que tenerlo, porque Él siempre lo ha tenido y lo tiene para nosotros. Él debe ser  lo primero y lo absoluto de nuestra vida y esto lo hacemos realidad todos los días dedicándole este tiempo de oración, que es amarle sobre todas las cosas.

Y esto que te he dicho, hay que hacerlo siempre, aunque uno llegue a la suprema unión con Dios, hasta el éxtasis, porque nunca hay que fiarse del propio yo, que se busca siempre a sí mismo, se tiene un cariño inmenso, por lo cual hay que tener mucho cuidado y vigilarlo todos los días. La hora y el tiempo de oración, que sean fijos y determinados: un cuarto de hora, luego veinte minutos, luego veinticinco, media hora... pero sin volver atrás, aunque te cueste o te aburras, todo es amor, todo es  cuestión de querer amar y si quieres amar, ya estás amando, ya estás haciendo oración, aunque tengas distracciones, aburrimiento; ya pasarán, porque Dios te ama más.

Si eres fiel a este rato de diálogo y oración con el Señor, pronto llegarás a cierto nivel o estar con Él, donde todo te será más fácil, en que te sentirás bien. Y si sigues avanzando, luego incluso no necesitarás de libros ni de ayudas para encontrarte con Él, ya no necesitarás leer el evangelio o libro alguno, porque el diálogo te saldrá espontáneo y largo y afectuoso y ya no se acaba nunca, se ha pasado de la oración discursiva a la afectiva y luego ésta pasará, mejor, el Espíritu de Dios te llevará hasta la oración  contemplativa.

En esta oración, el Verbo de Dios llenará de luz y salvación y ternura tu corazón y tu alma y todas tus facultades, porque ha empezado a comunicarse personalmente por su presencia y vivencia más íntimas y no eres tú el que tienes que pensarlo o descubrirlo sino que Él ya se te da y ofrece sin necesitar la ayuda de tus raciocinios o afectos para andar este camino. Y empiezan las ansias de verle, amarle, poseerle más y más: «Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor ya no se cura, sino con la presencia y la figura» (C.11).

Desde esta vivencia, cada día más profunda, irás descubriendo que tú eres Sagrario, que tú estás habitado, que  los Tres te aman y viven su misma vida trinitaria dentro de ti y te hacen partícipe por gracia de su misma vida de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que es Volcán de Espíritu Santo eternamente echando fuego y renovándose en un ser eterno de ser en sí y por sí mismo beso y abrazo entre los Tres, sin mengua ni  cansancio alguno, porque tú has empezado a ser, mejor dicho, siempre lo has sido, pero ahora Dios quiere que seas consciente de su Presencia en tu alma, Sagrario de Dios, templo de la misma Trinidad, dándote experiencia de Sí mismo y  metiéndote en el círculo del amor trinitario, en cuanto es posible en esta vida.

Y en este momento, por su presencia de amor, tú eres el templo nuevo de la nueva alianza, la nueva casa de oración habitada por la Santísima. Trinidad, porque el Verbo, por el pan de eucaristía, te habita, y la Presencia Eucarística te ha llevado a la Comunión Trinitaria por una comunión eucarística continuada y permanente de amor en los Tres y por los Tres;  tú ya eres Trinidad por participación, en cuanto es posible y esto te desborda, te extasía, te saca de ti mismo, de tus moldes y capacidades de entender y amar y gozar y esto me parece que se llama éxtasis… Y entonces ya... «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado» (C. 8). 

Porque a estas alturas, la contemplación de  Dios te impide meditar, porque es mucho lo que Él quiere decirte y tú tienes que escuchar del Verbo de Dios, aprender de la Palabra eterna llena de Amor, con la que el Padre se dice eternamente a Sí Mismo en canción y silabeo gustoso y eterno de Amor de Espíritu Santo en el Hijo que ahora la canta para tí; ahora que ya estás  preparado, después de largos años de purificación y adecuación de las facultades sensitivas, intelectivas y volitivas, que te han dispuesto para la intimidad divina, sin imperfecciones o impurezas o limitaciones, ahora la oración es presencia permanente de diálogo y presencia de Dios. «Bien sé que tres en sola una agua viva- residen, y una de otra se deriva,- aunque es de noche. Aquesta eterna fonte está escondida- en este vivo pan por darnos vida,- aunque es de noche» (La fonte 10 y 11).

Él te hablará sin palabras  y tú le responderás sin mover los labios: simplemente te sentirás amado y habitado, sentirás que es Verbo y Verdad del Padre, hecha Fuego de Amor de Espiritu Santo en tu corazón, en fe endendida y luminosa, en «noticia amorosa», sentirás que Dios Padre te ama  en su Hijo Palabra de Amor de Espíritu Santo, y tú, al sentirte amado por los Tres, Dios Trino y Uno amado en Trinidad de Personas, repito, no solo creerlo, sino sentirlo, vivirlo, experimentarlo, pero  de verdad, no por pura  imaginación o ilusión,  ya no tengo que decirte nada, porque lo demás ya no existe.

 ¿Qué tiene que ver todo lo creado y presente con lo que nos espera y que ya ha empezado a hacerse presente en tí? Ante este descubrimiento, lleno de luz y de gozo y de plenitud divina, lo presente ya no existe y ha empezado la eternidad,  te habrás descubierto también en Dios eternamente pronunciado en su Palabra y escrito en su corazón por el fuego de su mismo Espíritu de Amor Personal.

       «Entréme donde no supe- y quedéme no sabiendo, - toda ciencia trascendiendo.  Yo no supe donde entraba,- pero, cuando allí me vi,- sin saber dónde me estaba,- grandes cosas entendí;- no diré lo que sentí,- que me quedé no sabiendo,- toda ciencia trascendiendo. Y si lo queréis oír, - consiste esta summa sciencia- en un subido sentir- de la divinal Esencia;- es obra de su clemencia- hacer quedar no entendiendo,- toda ciencia trascendiendo» (Entréme donde no supe).

Anímate a hacer tu oración todos los días, si es posible ante el Sagrario, no es por nada, es que allí Él lleva dos mil años esperándote el que te ama, Jesucristo, tu hermano, confidente y amigo. Y aunque está en más sitios, aquí está más singularmente presente, esperándote. Además, al hacerlo ante el Sagrario, estás demostrando que crees no sólo esa parte del evangelio que estás meditando sino todo el evangelio que tienes presente en Cristo Eucaristía, demuestras simplemente con tu presencia que tienes presente y crees todo el misterio de Dios,  todo lo que Cristo ha dicho y ha hecho, porque está presente Él mismo, todo entero, todo su evangelio, todos sus misterios, en Jesucristo Eucaristía. «Oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro» (Ll.1).

Qué bien reflejan estos versos de san Juan de la Cruz el deseo de muchas almas, -- yo las tengo en mi parroquia--, almas que desean el encuentro transformante con Cristo. Al contemplar esta unión que Dios tiene preparada para todos, exclama: « ¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡ Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tan gran luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos! (C 39, 7).

¿Podría extenderse esta queja del santo Doctor hasta nosotros, cristianos injertados en Cristo, sacerdotes, religiosos y obispos de la Iglesia de Dios? ¿Tendría sentido esta queja del doctor místico entre los que han sido elegidos para conducir al pueblo santo de Dios? ¿Deben ser  hombres de oración  los guías y montañeros de la escalada de la santidad y de la vida cristiana? ¿Vivimos en oración y conversión permanente los obispos, sacerdotes, religiosos, bautizados y creyentes?

Estas preguntas, por favor, no son una acusación, son unos interrogantes para que tendamos siempre hacia las cumbres maravillosas para las cuales Dios nos ha creado.      

44ª MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

 EL DOCTORADO EN ORACIÓN EUCARÍSTICA ES  “SER Y VIVIR  EN CRISTO EUCARISTÍA” EN MISA, COMUNIÓN Y PRESENCIA EUCARÍSTICA

La Eucaristía puede ser considerada y vivida como misa, comunión y presencia sacramental de Cristo en el Sagrario. En esta  reflexión queremos descubrir y vivir la espiritualidad de la Eucaristía, del amor y sentimientos de Cristo en la Eucaristía como presencia, comunión y sacrificio; como misa es la presencialización del misterio salvador realizado por el Hijo Jesucristo en obediencia al Padre con su amor de Espíritu Santo, con sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales de obediencia y adoración  al Padre y salvación de los hombres, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Luego reflexionaremos sobre la Eucaristía como comunión, es decir, la Eucaristía pan eucarístico de Cristo que comemos con fe y amor para alimentarnos de su misma vida y sentimientos, como alimento  y ayuda permanente del Señor, que nos fortalece y comunica y nos ayuda a vivir en comunión de amor, de vida y misión con Él: “el que  me come vivirá por mí”.

       Finalmente consideraremos la Eucaristía como como presencia de amistad y ayuda de Cristo en el Sagrario, amistad ofrecida y presencia  permanentes de Cristo que nos reúne“para estar con él y enviarnos a predicar”; “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

 

«HACE FALTA, PUES, QUE LA EDUCACIÓN EN LA ORACIÓN SE CONVIERTA DE ALGUNA MANERA EN UN PUNTO DETERMINANTE DE TODA LA PROGRAMACIÓN PASTORAL»   (N M I 34). La educación en la oración eucaristica nos dice el Papa debe ser determinante, sobre todo, en sacerdotes y consagrados. Y hoy que se habla tanto de compromiso solidario y del voluntariado con los más pobres, una persona que ha trabajado hasta la muerte con los más pobres, que son los moribundos y  los niños abandonados en las calles, nos habla de la necesidad absoluta de la oración para ver a Cristo en esos rostros y poder trabajar cristianamente con ellos.

Lo dice muy claro la Madre Teresa de Calcuta: «No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración. Tenemos que ser conscientes de que somos uno con Cristo, como Él era consciente de que era uno con el Padre. Nuestra actividad es verdaderamente apostólica sólo en la medida en que le permitimos que actúe en nosotros a través de nosotros con su poder, con su deseo, con su amor»[6]

“He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Y Jesús es Verdad, es la Verdad y no puede engañarnos y lo está cumpliendo a tope en la Eucaristía. Pero para seguir actuando y salvando en el mundo necesita de nosotros, sacerdotes, de nuestras humanidades prestadas.

La dificultad estriba más en nosotros que en el amor y los deseos de Jesús. Porque a Él le sobran entrega y ganas de seguir amando y salvando a los hombres, pero a nosotros no nos entra en la cabeza, que el Verbo de Dios, el amado eterna e infinitamente por el Padre e igualmente amante infinitamente en el mismo Espíritu Santo,“ tenga sus delicias en estar con los hijos de los hombres”, que somos como somos, finitos, limitados y que fallamos a cada paso.

En cada misa Cristo nos dice: te quiero, os quiero y doy la vida por ti y por todos los hombres, y mi mayor alegría es que creas en mí y me sigas, que me metas en tu corazón, para que vivamos unidos una misma vida, la mía que te regalo, para que se la entregues a los hermanos, a todos los hombres; toma este pan y  cómeme, soy yo,  este es mi cuerpo que se entrega por tí... al comer mi carne debes vivir en mí, comes mis actitudes y sentimientos y así por mí y debes entregarte a los hombres y así te harás igual a mí y serás hijo en el Hijo y el Padre ya no distinguirá entre los dos, y, estando unidos, verá en tí al Amado, en quien ha puesto  sus complacencias.

Y entonces, Cristo, a través de nuestra humanidad supletoria, que se la prestamos, seguirá salvando a los hombres, renovando todo su misterio de Salvación y  Redención  del mundo, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor extremo, hasta dar la vida, pero en nosotros y por nosotros. Esta presencia de Cristo enviado y apóstol es en nosotros sacerdotes una  realidad  ontológica, por el sacramento del Orden: «por la imposición de las manos y de la oración consagratoria del Obispo, se transforma en imagen real, viva y transparente de Cristo Sacerdote: una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor» (PDV. 15).

Toda la vida de Cristo, toda su salvación y evangelio y misión se  presencializan en cada misa  y  por la comunión nos comunica todos sus misterios de vida y misión y salvación, y así nos convertimos en humanidades supletorias de la suya, que ya no puede actuar, porque quedó destrozada y ahora, resucitada, ya no es histórica y temporal como la nuestra: “El que me come vivirá por mí”.” Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo...”.  Hasta el extremo de su fuerza, de su amor, de su sangre. Hasta el dintel de lo infinito, de lo divinamente intransferible nos ha amado Cristo Jesús. Así debemos amarle. Quien adora, come o celebra bien la eucaristía termina haciéndose eucaristía perfecta.

Y ahora uno se pregunta lo de siempre: Pero qué le puedo yo dar a Cristo que Él no tenga. No entendemos su amor de entrega total al Padre por nosotros desde el seno de la Trinidad: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios...Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Cristo se queda en el Sagrario para buscar continuadores de su tarea y misión salvadora.

Por eso la eucaristía, como encarnación continuada de Cristo y aceptada por el Padre, también es obra de los Tres; es obra del Padre, que le sigue enviando para la salvación de los hombres; del Hijo que obedece y sigue aceptando y salvando a los hombres por la celebración de la Eucaristía desde la entrega total en la Última Cena; del Espíritu Santo, que formó su cuerpo sacerdotal y victimal en el seno de María y ahora, invocado en la epíclesis de la misa,  lo hace presente en el pan.          

En la eucaristía se nos hace presente el proyecto salvador del amor trinitario del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo; en el Hijo, «encarnado»  en el pan, con fuerza y amor de Espíritu Santo, se nos hacen presentes las Tres Divinas Personas y también toda la historia de Salvación y todo su amor eterno y salvador para con nosotros. Todo esto, el entender este exceso de amor, esta entrega tan insospechada, extrema y gratuita de los Tres en el Hijo, nos cuesta mucho a los hombres, que somos limitados y  finitos en amar, que  somos calculadores en nuestras entregas, que, en definitiva, ante este amor infinito, no somos nada, ni entendemos nada,  si no fuera por la fe, que oscuramente nos da noticias de este amor.

Y digo oscuramente, no porque la fe, la luz de Dios, la comunicación no sea clara y manifiesta, sino porque nuestras pupilas humanas tienen miopía y cataratas de limitaciones humanas para ver y comprender la luz divina y por su misma naturaleza egoista nuestro entendimiento y nuestro corazón no están capacitados y preparados y adecuados para tanta luz y tanto amor y tanta entrega gratuita.

Es el exceso de luz divina de amor y generosidad, que excede como rayo a las pupilas humanas de la  razón humana y limitada, lo que impide ver a nuestros ojos, que no están acostumbrados a estas verdades y resplandores y amores sobrenaturales, y, por eso, hay que purificar, limpiar criterios y afectos, puramente humanos, adecuar las facultades naturales, que diría san  Juan de la Cruz, a las realidades divinas y sobrenaturales. Por eso, para comprender esta realidad en llamas, que es  la Eucaristía, tanto como misa, como comunión y presencia, el Señor tiene que limpiar todo lo sucio que tenemos dentro, toda la humedad del leño viejo y de pecado que somos, tanta limitación de todo lo humano frente a lo divino, del amor sobre todo humano y finito frente al amor infinito de Dios infinito, tanta ignorancia de lo divino, de lo que Dios tiene para sí y para nosotros.

Como dice San Juan de la Cruz, Dios tiene que obrar, que iluminarnos e instruirnos primero obscureciéndonos por exceso de luz y fuego de amor, porque somos finitos y limitados en todo, en conocer y amar frente a lo divino, y luego, aclarando y encendiendo poco a poco con esa misma luz y fuego de luz divina que nos excede tanto amor y exceso, aclarando poco a poco tanto amor adecuándose a estas nuevas visiones y vivencias; para eso hay que acercar el leño al fuego de la oración; nosotros tenemos que acercarnos al fuego de Cristo, mediante la oración eucarística, para que nos vaya contagiando su fuego y su amor al Padre y sus ansias apostólicas de hacernos hijos de su mismo Padre.

Por esta causa, la Eucaristía es también amor extremo del Padre “que tanto amó al mundo que entregó a su propio Hijo...”; luego, el fuego de la oración, que es unión con Dios, lo empieza a calentar y a poner a la misma temperatura que el fuego, para poder quemarlo y  transformarlo, pero para eso y antes de convertirse en llama de amor viva, el fuego pone negro el madero antes de prenderlo: son las noches y las purificaciones.

Lo explica muy bien San Juan de la Cruz: «Lo primero, podemos entender cómo la misma luz y sabiduría amorosa que se ha de unir y transformar en el alma es la misma que al principio la purga y dispone; así como el mismo fuego que transforma en sí al madero, incorporándose en él, es el que primero le estuvo disponiendo para el mismo efecto» (N II 3).

Porque uno va viendo la diferencia entre el Amor de Dios, Amor de Espíritu Santo con que Dios se ama en Trinidad y nos ama a nosotros los hombres hasta hacernos vivir su misma vida de amor y felicidad y la diferencia con el amor humano si no se purifica, y si uno se purifica y llega a la unión con Él por la oración, entonces tampoco lo aguanta y resiste y cae en el éxtasis, en la contemplación, en el quedeme y olvideme de S. Juan de la Cruz.

Aunque san Juan de la Cruz se refiere a la oración en general, pero contemplativa, vale para todo encuentro con Cristo, especialmente eucarístico: «De donde, para mayor claridad de lo dicho y de lo que se ha de decir, conviene aquí notar que esta purgativa y amorosa noticia o luz divina que aquí decimos, de la misma manera se ha en el alma purgándole y disponiéndola para unirla consigo perfectamente, que se ha el fuego en el madero para transformarle en sí; porque el fuego material, en aplicándose al madero, lo primero que hace es comenzarle a secar, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua que en sí tiene; luego le   va poniendo negro, oscuro y feo y aun de mal olor y  yéndole secando poco a poco, le va sacando luz y echando afuera todos los accidentes feos y oscuros que tiene contrarios al fuego, y finalmente, comenzándole a ponerle hermoso con el mismo fuego; en el cual término, ya de parte del madero ninguna pasión hay ni acción propia, salva la gravedad y cantidad más espesa que la del fuego, porque las propiedades de fuego y acciones tiene en sí; porque está seco, y seco está; caliente, y caliente está; claro y esclarece; está ligero mucho más que antes, obrando el fuego en él esta propiedades y efectos»  (II N 13, 3-6).

Por esto mismo la escuela de la oración eucarística se convierte en la escuela más eficaz de apostolado, purificando y quitando los pecados del apóstol, que impiden la unión de los sarmientos a la vid para dar fruto.

Y, cuando el fuego prende al madero, al apóstol, entonces se hace una misma llama de amor viva con Él, es ascua viva y encendida en su fuego de  Amor de Espíritu Santo: Dios y el hombre en una sola realidad en llamas, el que envía y el enviado, la misión y la persona, el mensaje y el mensajero: « ¡Oh llama de amor viva, / qué tiernamente hieres/ de mi alma en el más profundo centro/ pues ya no eres esquiva/ rompe la tela de este dulce encuentro!» Son todos los verdaderos santos apóstoles, sacerdotes, religiosos, padres de familia, que han existido y seguirán existiendo.

Juan Pablo II en su Carta Apostólica NMI. ha insistido repetidas veces en la oración como fundamento y prioridad de la acción pastoral: «Trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los   resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestros servicios a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que sin Cristo “no podemos hacer nada” (cf. Juan 15, 5). La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con Él, la primacía de la vida interior y de la santidad».[7]

Lo dice muy bien el Responsorio breve de II Vísperas del Oficio de Pastores: « V. Éste es el que ama a sus hermanos * El que ora mucho por su pueblo. R. El que entregó su vida por sus hermanos.* El que ora mucho por su pueblo».

 Para saber y comprender la Eucaristía, hay que estar en llamas, como Cristo Jesús, al instituirla; aquella noche del Jueves Santo, el Señor no lo podía disimular,  le temblaba el pan en las manos, qué deseos, qué emoción..., y por eso mismo,  qué vergüenza siento yo de mi rutina y ligereza al celebrarla, al comulgar y comer ese pan ardiente, en visitarlo en el Sagrario siempre con los brazos abiertos al amor y a la amistad. Si uno logra esta unión de amor con el Señor, entonces uno no tiene que envidiar a los apóstoles ni a los contemporáneos del Cristo de Palestina, porque de hecho, ni siquiera con la  resurrección, los apóstoles llegaron a quemarse de amor a Cristo sino sólo cuando ese  Cristo,  se hizo Espíritu Santo, se hizo llama, se hizo fuego transformante por dentro, se hizo Pentecostés.

Ya se lo había dicho antes y repetidamente Jesús:  “Os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo... Pero si yo me voy, os lo enviaré.. Él os llevará hasta la verdad completa”.

Que la eucaristía, fuego divino de Cristo, nos queme y nos transforme en llama de amor viva y apostólica a todos los bautizados, especialmente a los sacerdotes.  

45ª MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

 LA VIVENCIA DE CRISTO EUCARISTÍA ES LLAMA ARDIENTE DE CARIDAD APOSTÓLICA

Ya lo dijo bien claro el Señor a los Apóstoles que, a pesar de haber estado con Cristo y haberle visto y escuchado, no han llegado a comprender todo su amor a los hombres, y eso que saben que ha muerto por nosotros, para salvarnos a todos.

Hasta que no vino el Espíritu de Amor Trinitario los Apóstoles no sintieron ese fuego y amor infinito en sus corazones que les quitó todos los miedos y temores y abrieron las puerta de la sala donde se habían encerrado con la Virgen Bella que fue la que más les dijo y enseñó en aquellos ratos de oración, hasta que vino sobre ellos el Espíritu de Amor del Padre y de su hijo-Hijo que les había dicho: “os conviene que yo me vaya…para que venga el Espíritu Santo…Pero si yo me voy, os lo enviaré.. Él os llevará hasta la verdad completa”, hasta que no vino el Espíritu Santo, no llegaron a la verdad comple de Cristo, de su persona y mensaje y salvación.

La verdad completa de Cristo y su evangelio y sus sacramentos y su vida es sentirla, vivirla, experimentarla, no solo escucharla, sentir su persona, su amor, su presencia, sentir la Trinidad en nosotros.  Que la eucaristía, fuego divino de Cristo, nos queme y nos transforme en llama de amor trinitario, en llama viva y apostólica para todos los bautizados, llamados a la santidad, especialmente a los sacerdotes.  

La verdad completa es la que baja de la mente al corazón y se hace vivencia. Y así fue en Pentecostés. Entonces se acabó el miedo de  los apóstoles y se abrieron los cerrojos y las puertas y predicaron convencidos de Cristo porque el Espíritu Santo les llevó a la“verdad completa”, a sentirla hecha experiencia, llama de amor en su corazón.

Entonces, sin estar viendo a Cristo o escuchando su palabra, conocieron el evangelio y amaron a Cristo más profunda y vitalmente que en todos los milagros y en la misma  predicación  de Cristo; ahora ya estaban dispuestos a morir por Él, estaban convencidos, sentían su presencia y su fuerza porque Cristo les habló con su fuego de amor y los quemó y los abrasó con el fuego de Pentecostés.

No olvidemos nunca que estas realidades sobrenaturales no se comprenden hasta que no se viven. A palo seco o conocimiento puramente teórico, incluso teológico o bíblico, es como si uno creyera, como si fuera verdad, pero no es verdad completa y amada hasta que no se viven.

Pablo no vio ni conoció visiblemente a Jesús histórico, pero lo sintió muy dentro por la  experiencia mística, que da más certeza, amor y vivencia que cien apariciones externas del Señor. Y llegó a un amor y entrega, que otros apóstoles no llegaron, aunque le habían visto y escuchado y tocado físicamente.

Cuando Dios baja así y toca las almas, vienen las ansias apostólicas, los deseos de conquistar el mundo para la Salvación, ganas hasta de morir por Cristo y su evangelio, como les pasó a los Apóstoles,  lo cual contrasta con tanto miedo a veces de predicar el evangelio completo, sin mutilaciones, más pendiente el profeta palaciego de agradar a los hombres que a Dios, más pendiente de no sufrir por el evangelio que de predicar la verdad completa, sobre todo a los poderosos, a los que muchas veces nos dirigimos con profetismos oficiales, que no les echa en cara su pecado ni sus errores. Cuántas mutilaciones de la verdad y del mensaje evangélico en los diálogos y en la predicación a gente poderosa en la esfera religiosa, económica o política.

También hoy tenemos profetas verdaderos, obispos, sacerdotes y seglares, que hablan claro de Dios y del evangelio, profetas que nos entusiasman, que viven pendientes y celosos de la gloria de Dios y salvación de los hermanos por la fuerza de la oración y del  sacrificio y comunión eucarísticas, verdaderos pastores de almas, siempre obedientes a la voluntad del Padre, con amor extremo, hasta dar la vida, sin que se les trabe la lengua.

El profeta verdadero de Dios sabe que siempre que predique las exigencias evangélicas, que condenan a los poderosos y molestan a la masa poco exigente, sufrirá la incomprensión y hasta la muerte de su fama, estima y carrera, porque resulta  «poco prudente» para los instalados de arriba y de abajo. Pero tiene que hacerlo porque no puede traicionar al mensaje ni al que le envía; el amor a Dios y a los hermanos ha de estar sobre todas las cosas: “Si a mí me han perseguido, a vosotros también...”, “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.

 Y así terminó el Profeta a quien tenemos que imitar. Y  así se salvó y nos salvó. Y así hay que salvar las almas. Así las han salvado siempre los santos, los que pisaron las mismas huellas de Profeta y Sacerdote y Víctima de la misión confiada por el Padre.  Hablando así, siendo profeta verdadero, es posible que no se llegue al poder y a los puestos elevados, porque esto no agrada ni a la misma Iglesia so pretexto de prudencia- prudencia de la carne-, pero Dios es su paga en gozo, juntamente con los salvados por su profetismo verdadero.

       Si los profetas callan, los lobos actuales: muchos políticos sin sentido del hombre y de trascendencia, el materialismo de  los medios de comunicación de correos y wassade, de tantos cantamañanas de la tele y de los tertulianos bufones de las radios irán destruyendo la identidad cristiana, la fe en Dios y en su Hijo, único Salvador del mundo. Al mundo no le salvan los políticos ni los técnicos ni los pseudocientíficos, sólo hay un Salvador, es Jesucristo. Él es el único Salvador del mundo.

       Si los profetas callan, los fieles se quedarán  sin defensa, sin ayuda y orientación,  abandonados en las fauces de estos lobos devoradores de toda bondad y  verdad  cristianas sobre el hombre, la familia, la vida; si los profetas callan, entonces los címbalos sonantes de los medios, huecos y vacíos,  se convertirán en los maestros y sacerdotes de la vida, de la moral y de la familia y no recibirán  la respuesta respetuosa y debida desde la fe y la moral cristianas.

Hay que estar más pendientes y hablar más claro a las multinacionales de la pornografía y del consumismo, a los materialistas del ateísmo práctico, de una vida sin Dios, que son los que quieren gobernar hoy y regular toda la vida de los hombres  con leyes de vida, de educación y de ética  contrarios al evangelio, que fabrican niños, jóvenes y adultos que les puedan votar según sus ideologías y les puedan comprar sus productos inmorales y consumistas fabricados por los poderosos del dinero y,  en definitiva, manipulan todo para que todos  piensen, vivan y se diviertan y se casen y practiquen el aborto y la eutanasia como ellos quieren.

Aquel niño de hace veinte, cuarenta o cincuenta años es el hombre de hoy, el cristiano del divorcio y del adulterio y del aborto, del amor   libre, de las parejas de homosexuales o de hecho, de niños por encargo de laboratorio, el de los bautizos y primeras comuniones y bodas actuales sin fe en Jesucristo.

Hubo muchos silencios y cobardías por parte de la Iglesia, en orientación ética y moral humana, que no era meterse en política, sino orientar sobre las consecuencias previstas de unos votos, que iban a emplearse contra la Iglesia, contra Cristo y su evangelio, contra la moral y la vida. Y así muchos católicos votaron a personas que emplearon esos votos en blasfemar contra Cristo, en perseguir su religión, su evangelio, su salvación, en negar o impedir la enseñanza religiosa.

Ahora ya sabemos a dónde llevaron esos votos y opciones políticas de una mayoría católica. No se puede decir sí y  no a Cristo a la vez, no se puede estar con Cristo y contra Cristo, no podemos ayudar a los que nuevamente lo han crucificado y se mofan de Él, a los que han pisoteado los principios morales reguladores de la familia, del concepto del hombre y de la vida, esenciales para la fe y la vivencia del cristianismo. Todos tenemos que hablar más claro, los seglares, los sacerdotes y  los obispos,  sin tantos documentos puramente oficiales, a veces  tan impersonales, ambiguos e insulsos que no se entienden y aburren, mientras los lobos van destrozando el rebaño de Cristo,  y las ovejas no han tenido a veces quien las defendiera clara y abiertamente. Pero no duele Dios, no duele Cristo, no duelen las eternidades de los hermanos, no duele el proyecto del Padre, la entrega del Hijo, el Amor-gloria de nuestro Dios.

Sin embargo a muchos les duele más  no salir zarandeado en la televisión o en la prensa,  me duele más  mi puesto en la diócesis o parroquia, mi fama que quedaría destrozada por los lobos de turno, que dominan la tele, los medios, la prensa, los pueblos. Qué testimonios tan maravillosos de obispos y sacerdotes tuvimos también en aquellos comienzos de la democracia Pero fueron pocos, muy pocos. Estos sí que hablaron claro y se les entendía perfectamente lo que decían y querían expresar. Pero tristemente la mayoría fueron «prudentes» y esto ha hecho mucho daño y sigue haciendo en la vida religiosa, familiar, simplemente humana en España.

     Repito: No nos salva la técnica, ni los medios de comunicación,  ni tanto cantamañanas de la tele, ni el consumismo, ni los políticos, dueños hoy absolutos de la verdad sobre el hombre, la vida, la familia, que tanto daño han hecho con sus leyes y siguen haciendo, sólo hay un Salvador, es Jesucristo. Y esto hay que creerlo muy de verdad, mejor, hay que vivirlo para predicarlo. Nos hacen falta almas de oración profunda y unión verdadera con el Señor.

Y nada de extremismos de ningún tipo ni de gestos llamativos, simplemente hay que predicar el evangelio, a Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre. Y por favor, no llamar prudencia a la cobardía de la carne. Y hacerlo siempre con entrañas de misericordia, de perdón, de acogida, la misma que Dios emplea con nosotros, en toda la historia de la Salvación, personal y comunitaria.

Para eso, hoy y siempre hay que estar dispuestos a dar la vida, hay que estar muy convencidos para predicarlo, hay que llegar a ciertos niveles de intimidad y vivencia de oración y vida espiritual,  como lo estuvieron desde Abrahán y Moisés hasta los últimos perseguidos, torturados y mártires. Todos ellos han vivido y profesado los sentimientos de san Pablo, que llegó a vivir y decir convencido: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”, Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”.

San Juan de la Cruz, recogiendo sus propias vivencias y la de otros muchos, que se confiaron a él,  lo expresó repetidas veces. Para él vale la pena morir al propio yo, lleno de cobardías e imperfecciones y que busca su comodidad y el no sufrir, aunque  lo exijan Cristo y su evangelio, vale la pena pasar por la noche de la purificación y del dolor de todo lo que no es Dios en nosotros, como lo expresa el santo en la misma nota que pone en su libro de la Noche: «(Nota: «Noche oscura: Canciones de el alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual. Del mesmo autor)» (IN 5). 

El apóstol identificado con JESÚS-CRISTO-VERBO-SALVADOR atrae toda la ternura del Padre, que lo pronuncia y lo llama hijo en el Hijo, y lo recrea y se embelesa contemplándolo en su esencia-imagen, que es su Verbo- Palabra de canción eterna  silabeada y cantada con amor esencial y personal de Espíritu Santo, y lo pronuncia y lo envía eternamente presente en su Verbo eterno y  ha entrado así en el seno íntimo del Ser por sí mismo del infinito ser y amor trinitario participado.

Y por la humanidad  prestada e identificada totalmente con el Verbo-Cristo-Jesús es también “o Kyrios”  Señor, sentado a la derecha del Padre, dispuesto con entrañas de ternura y misericordia a juzgar a los que fue enviado... ¿Quién condenará entonces? ¿Será el Padre que nos envió al que más quería? ¿Será el Hijo que murió por amor extremo? ¿Será el Cristo resucitado, eucaristía perfecta hasta la locura, hasta los extremos de la entrega total?  ¡Oh la gloria del apóstol en el Apóstol por su eucaristía divina, Verbo Eternamente enviado y pronunciado y encarnado con amor de Espíritu Santo en un trozo de pan! «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús».

     Cristo, la Iglesia que Él instituyó y quiere,  no necesita tanto de programadores pastorales ni de organigramas ni de técnicas, sino de personas que tengan su espíritu y vida, que le amen y se hayan encontrado con Él, como Pablo, Juan, todos los Apóstoles verdaderos que a través de los siglos existieron y seguirán existiendo. Así  lo exigió  y lo predicó en su vida y  evangelio:“sin mí no podéis hacer nada... yo soy la vid, vosotros los sarmientos...el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid”.

Necesitamos testigos queue habiendo experimentado en sí mismo la liberación de sus pecados y el gozo de su encuentro por la oración, puedan luego decirnos que Cristo existe y es verdad, que el evangelio es verdad, que la vida eterna es verdad, porque la han creído y experimentado por fe viva...y así, luego, puedan comunicarlo  por contagio, con una vida silenciosa, callada y sin grandes manifestaciones llamativas. Vidas sencillas de tantos sacerdotes olvidados, dando su vida por Cristo, en los pueblos de nuestra diócesis y de toda la Iglesia. Porque todo lo que es amor a Cristo y a su Iglesia, se comunica principalmente por contagio, por contagio del párroco a sus felibreses, del Obispo a sus sacerdotes, como el fuego, con palabras y hechos contagiados de amor quemante. Y hay que contagiar mucho y quemar más de Cristo a este mundo y no quedarnos principalmente en estructuras, medios y reformas puramente externas, que si luego no van llenas de amor a Dios, no son capaces de cambiar el corazón de los hombres.

Quiero ahora citar a un autor moderno: «En el campo eclesial hay actualmente un exceso de palabras, como lo hay de actividades que no son siempre el fruto madurado al calor de la contemplación, el desbordar de una experiencia mística. ¿Podrá una Iglesia así ofrecer el marco adecuado para que los hombres de hoy puedan tener la experiencia de Dios? Me temo que no. Y me duele tener que hacer esta constatación, porque el mundo de hoy está enfermo de ruidos y necesita urgentemente una cura de silencio, de sosiego, de retorno a los umbrales del ser. ¿Y quién mejor que la Esposa del Verbo Encarnado para enseñar a la humanidad actual los caminos de la recuperación del yo profundo?

Cualquiera que conozca, siquiera mínimamente, la orientación actual de la Iglesia, podrá  convenir conmigo en que sobra  tecnicismo pastoral, discurso homilético y catequético y falta el fuego de la palabra (lenguas de fuego de Pentecostés) que irradia y abrasa por donde se mueve. Palabra que sólo puede ser la de una experiencia compartida. Palabra que se amasa y cuece en el largo silencio de la contemplación.

El silencio es garantía de eficacia evangelizadora. El siglo venidero pedirá cuentas a unas iglesias que no acertaron a dar la primacía pastoral al cultivo del silencio interior, preámbulo y requisito de todo encuentro vivo con el Señor. Antes y más que los imperativos de un dogma, una moral, un culto, una disciplina, una acción social, debe hoy la iglesia educar en la vida interior, en el camino orante en el seguimiento del carisma contemplativo de Jesús de Nazaret... como la auténtica obediencia (estar a la escucha) de la fe, para llegar así a ser instrumento válido del reino.

Nunca han faltado en la Iglesia, - ni faltan hoy las voces que, proféticamente (es decir, en nombre del Dios vivo) invitan a todos los creyentes a perderse en la aventura del silencio del corazón. Si, según la expresión de D. Bonhoeffer, «la palabra no llega al que alborota, sino al que calla», tenemos que ayudar con todos los medios a nuestro alcance al hombre de hoy (que alborota demasiado) a que aprenda a callar, a escuchar en profundidad, a fin de que pueda ser alcanzado por la Palabra, que quiere engendrar en él vida divina... Juan de Yepes introduciría en sus Dichos de Luz y Amor, 98: «Una palabra pronunció el Padre y fue su Hijo; esa Palabra habla siempre en el eterno silencio y en silencio tiene  que ser escuchada por el alma»[8]

En este punto,  añado unas notas de san Juan de Ávila, escritas con motivo de los Concilios de su tiempo, notas muy interesantes y siempre actuales para la Iglesia Universal y Particular, en las que todo el afán o el principal es a veces reuniones y más reuniones, asambleas, sínodos para  programaciones de apostolado y poco  sobre la espiritualidad de esa misma evangelización, o muy poco  en la reforma y santidad de vida de los seminarios y evangelizadores, que nunca se logrará por decretos, como san Juan de Ávila  afirma en este  memorial primero al Concilio de Trento (1551).

«El camino usado de muchos para reformación de costumbres caídas suele ser hacer buenas leyes y mandar que se guarden so graves penas, lo cual hecho tienen por bien proveído el negocio. Mas  como no hay fundamento de virtud en los súbditos para cumplir estas buenas leyes, y por esto les son cargosas, han por fuerza de buscar malicias para contraminarlas, y disimuladamente huir de ellas o advertidamente quebrantarlas. Y como el castigar sea cosa molesta al que castiga y al castigado, tiene el negocio mal fin, y suele parar en lo que ahora está: que es mucha maldad con muchas y muy buenas leyes». «Saquemos, pues, por estas experiencias en iglesias particulares lo que de estos mandamientos puede resultar en toda la Iglesia, pues que por una gota de agua se conoce el sabor de toda el agua de la mar. Y entenderemos, por lo que vemos, que aprovecha poco mandar bien si no hay virtud para ejecutar lo mandado y que todas las buenas leyes no aprovecharán más que decir el maestro a los niños: sed buenos, y dejarlos. Y esto torno a afirmar que todas las buenas leyes posibles a hacerse no serán bastantes para el remedio del hombre, pues que la de Dios no lo fue. ¡Gracias a Aquel que vino a trabajar para dar fuerza y ayuda para que la Ley se guardase…el cual es el hombre hecho amador de la Ley y le es cosa suave cumplirla!

Si quiere, pues, el sacro Concilio que se cumplan sus buenas leyes y las pasadas, tome trabajo, aunque sea grande, para hacer que los eclesiásticos sean tales, que more en ellos la gracia de la virtud de Jesucristo, lo cual alcanzado, fácilmente cumplirán lo mandado, y aún harán más por amor que la Ley manda por fuerza. Mas aquí… los mayores, o no tienen ciencia para guiar esta danza, o caridad para sufrir cosa tan prolija y molesta a sus personas y haciendas..... provéase el Papa y los demás en criar a los clérigos, como a hijos, con aquel cuidado que pide una dignidad tan alta como han de recibir, y entonces tendrán mucha gloria en tener hijos sabios y mucho gozo y descanso en tener buenos hijos, y gozarse ha toda la Iglesia con buenos ministros».alabras, que deben llevarnos a todos los presentes a una participación más profunda, “en espíritu y verdad”, con identificación total con los sentimientos del amor extreme y  entrega de Cristo al Padre.”

46ª MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

LA ORACION PERSONAL EUCARÍSTICA

1. TODO SE LO DEBO A LA ORACIÓN EUCARÍSTICA, AL ENCUENTRO DE AMISTAD CON CRISTO EN EL SAGRARIO (quitando algunas frases vale para curas ante el Sagrario en algún retiro)

       HERMANOS SACERDOTES: En mi pueblo natal de Jaraiz de la Vera, después de la Primera Comunión, visitaba al Señor todos los días en el Sagrario. En la piedad de entonces, la Visita al Señor primaba sobre la misa por la mañana a las 8 y sobre la comunión. Era una gozada ver a jóvenes, madres con hijos, novios... hacer la visita por la tarde. Y por aquello de los Primeros Viernes, empecé a ir a misa, mejor, a ser monaguillo y comulgar, no sólo los primeros viernes, sino todos los días. Así que cuando en el Seminario me enteré de que la oración se podía hacer ante la naturaleza, los campos, danzando o haciendo cosas, me cogió descolocado; más, cuando en el Seminario Mayor aprendí y me enseñaron otras formas y lugares para hacerla, no lo entendía, porque yo siempre la oración la hice mirando y hablando con Jesús en el Sagrario. Y prefería hacerla en la iglesia, nunca la hice en mi habitación, no sabía hacerla. Pues bien, aquí voy a dar unas pinceladas. Con mayor amplitud trato este tema de la oración eucarística en mi libro: LA ORACIÓN EUCARÍSTICA EN LA VIDA SACERDOTAL, Edibesa, Madrid 2009. 

       No todo fue bien y perfecto desde el primer día; muchos años en infancia y juventud, aún en el Seminario Mayor, era llegar y pegar, pura rutina; todo, hasta que mi Director Espiritual me dijo que tenía que pasar un rato largo ¡15 minutos! algo interminable a veces, sobre todo, porque era en el recreo, después de comer, y había que jugar y hablar con los compañeros.

       Él lo que quería es que me quedase a solas con Él; es que en comunidad, con tanto canto y guitarra, no había tiempo para hablar personalmente con Él... que fuera a la Capilla cuando no había gente o poca, que no tuviera nada  oficial y comunitario, sino a solas, totalmente personal. Y así empecé mi verdadera amistad y oración y encuentro personal con Jesucristo Eucaristía, esto es, mi oración personal eucarística.

       Por eso, este encuentro eucarístico, la oración personal, este cara a cara personal y directa con Cristo es fundamental para nuestra vida espiritual. La Eucaristía como presencia tiene unos matices que nos descubren la realidad de nuestra relación con Cristo. Porque en la Eucaristía tenernos la asamblea, los cantos, las lecturas, respondemos y nos damos la paz, pero, con tanto movimiento, a veces salimos de la iglesia sin haber escuchado a Cristo, sin haberle saludado personalmente.

       Sin embargo, en visita o en  la oración personal, ante el sagrario, no hay intermediarios ni distracciones; se trata de un diálogo a pecho descubierto, un tú a tú con Jesús que me habla, me enfervoriza y, tal vez, si lo cree necesario, me echa en cara mi mediocridad, mi falta de entrega y me dice: No estoy de acuerdo con esto, tienes mucha soberbia, ojo con esos pensamientos y afectos... Y, claro, allí, solos ante Él, no hay escapatoria de cantos o respuestas; cada uno es el que tiene que dar la respuesta personal, no la litúrgica y oficial. Por eso, si no estoy dispuesto a cambiar, si no aguanto este trato directo con Cristo y dejo la visita diaria, dejo de buscar su amistad y dejo la oración por no querer convertirme a lo que me dice. Y por otra parte ¿cómo buscarle en otras lugares, apostolados y presencias cuando allí esti más plena y realmente presente?

Si aguanto el cara a cara, cayendo y levantándome todos los días - aunque tarde años -, encontraré en su presencia eucarística luz, fuerza, ánimo, compañía, consuelo y gozo, que nada ni nadie podrán quitarme; y quemará de amor verdadero y seguimiento de Cristo allí donde trabaje y me encuentre; lo contagiaré todo de amor y sentimiento hacia El, llegaré a la unión afectiva y efectiva, oracional y apostólica, con El.

       Esto se llama santidad, y para esto está la Eucaristía, porque la oración es el alma de todo apostolado, como se titulaba un libro de mi juventud. Y a esto nos invita el Señor desde su presencia eucarística, y para esto se ha quedado tan cerca de nosotros. Porque claro, no había escapatoria: estábamos solos Jesús y yo, no había que rezar oraciones comunitarias, no había que hacer las cosas con los demás, y tenía que dar respuesta personal a lo que me decía o inspiraba o exigía.

       Y ahora pienso: si Cristo en el Sagrario me aburre, Si a mí, como sacerdote no me ven nunca o pocas veces junto al Sagrario, no me ven hablar con Cristo en el Sagrario, si mis niños y mis jóvenes y feligreses no me ven  orar y amar a Cristo en el Sagrario, más breve y claro: si Cristo en el Sagrario me aburre y nunca estoy con Él, cómo voy a entusiasmar a mi gente con Él y decir que allí está Dios esperándome para ser mi amigo y salvador y vida y alimento y...?

       ¿Cómo puedo hablar con verdad teológica y espiritual de Cristo Eucaristía, de la Eucaristía, «centro y culmen de toda la vida de la Iglesia» si en cuanto dejo lo externo y oficial, no me ven junto a Él en encuentro de amistad?  ¿cómo decir que está allí y me llena y es el Dios de mi vida, el Cristo vivo y resucitado, todo amor y ternura y entrega, el único que puede llenar nuestra vida y darle sentido y llenarla de felicidad, si luego, pocas veces me paro para saludarle y mirarle con amor, si nunca me han visto rezarle y hacer oración mirando al Sagrario, si es llegar rápido y justo a la santa misa y salir más rápido, y hablo y me porto en su presencia como si Él no estuviera, y hablo como si estuviera en la calle, si no me han visto por la mañana o por la tarde ir a estar a solas con Él, a «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama, cómo decir que está allí y es Dios y nos busca para hacernos felices y llenarnos de sus dones y felicidad y luego no me ven junto a Él?

       Si creyera de verdad, si fuera coherente con mi fe y y con lo que predico o debo predicar sobre el amor a Cristo Eucaristía... si hubiera llegado a la experiencia del que vive en el Sagrario, Canción de Amor y Salvación del Padre, el Cristo de Palestina, de los niños y enfermos y necesitados, de María Magdalena, de Juan y de multitudes que le seguían olvidándose de comer, yo también me olvidaría de tantas cosas que me impiden verlo y sentirlo.

       El Sagrario es morada de tanta grandeza y misterio y belleza y hermosura del Verbo del Padre que le hace presente en su proyecto de Amor y Salvación realizado en el Hijo por la potencia de Amor del Espíritu Santo; el Sagrario es el océano de todas las gracias; el Sagrario es morada y tienda del Dios Trino y Uno en la tierra; ¿ cómo es posible que no hable más del Sagrario, y lo adore y lo reverencie y me pare ante él y me lo coma de besos y amor con mi corazón y mis labios? En mi parroquia, todos los niños, después de la misa del domingo, pasan a acariciarle con la mano y a besarle con los labios. Y no digamos algunas personas mayores. Por algo será.

       ¿No niego con mi comportamiento y obrar lo que afirmo o celebro en la Eucaristía? Si fuera verdad Cristo, presente en el Sagrario, Dios, el Amigo y Salvador de los hombres... ¿cómo es que no le visito todos los días, prescindiendo de lo oficial y obligatorio, en razón de la misa, cómo es que  «no trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama? Cuando Santa Teresa hace esta definición de la «oracion mental», personal, parece que la hace mirando al Sagrario, porque allí está el que nos ama. Es que no hay sitio mejor, sitio y lugar donde esté más entregado, esperando nuestra visita; para eso se quedó con amor extremo hasta el final de sus fuerzas y poder y de los tiempos.

       Cómo no visitarlo y hablar y pedirle y amarle y darle gracias y contarle todas mis penas y alegrías teniéndolo tan amigo, tan entregado, esperando mi «trato de amistad»?  Señor, por qué te quedaste en el Sagrario, sabiendo de nuestros olvidos y desprecios? ¿Qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?

       Y Cristo responde: El Padre soñó contigo y te creó  para una vida que no acaba; destrozado este proyecto, y viendo Yo al Padre entristecido, por su amor a los hombres, sus hijos, le dije: “Padre, aquí esto yo para hacer tu voluntad”. Y vine en tu búsqueda para salvarte y abrirte las puertas de la eternidad. Y estoy aquí porque te amo, y quiero salvarte, hacerte feliz eternamente. Yo lo tengo todo, menos tu salvación, tu amor, si tú no me lo das. Tómalo, Señor, y para siempre.

Altar de mi querida parroquia de San Miguel, de Jaraíz de la Vera, donde ayudé como monaguillo y celebré mi primera misa solemne; y Sagrario, donde sentí la llamada de Cristo y se alimentó mi vocación sacerdotal.

RETIRO EUCARÍSTICO-SACERDOTAL

IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN EUCARÍSTICA ANTE EL SAGRARIO PARA LA VIDA Y EL MINISTERIO SACERDOTAL

(Parte del Retiro Espiritual que di a sacerdotes de España en la Dirección Nacional de la Adoración Nocturna en Madrid y Sacerdotes en Trujilo, Navalmoral… etc. y tengo completo en un folleto.) 

PRIMERA MEDITACIÓN

“Adoro te devote, latens Deitas...” Te adoro devotamente, oculta Divinidad... Queridos hermanos y amigos sacerdotes del arciprestazgo, nuestra primera mirada sea para el Señor, presente en medio de nosotros, bajo el signo sencillo, pero viviente del pan consagrado. Jesús, Sacerdote y Pastor supremo, te adoramos devotamente en este pan consagrado. Toda nuestra vida y nuestro corazón ante Ti se inclinan y arrodillan, porque quien te contempla con fe, se extasía y desfallece de amor.

Como estoy ante muy buenos latinistas, -en nuestro tiempo se estudiaba y se sabía mucho latín,- tengo que advertir que la traducción del himno es libre, pero así expreso mejor nuestros sentimientos de admiración sacerdotal ante este misterio de amor de Jesús hacia los hombres, sus hermanos. Nos amó hasta el extremo del tiempo y del espacio, hasta el extremo del amor y de sus fuerzas: “Yo estaré siempre con vosotros hasta el final de los tiempos”. Ordinariamente comentamos esta promesa del Señor en la vertiente que mira hacia Él, es decir, su amor extremo y deseo de permanecer junto a nosotros. Pero me gustaría también que fuera nuestra respuesta en relación con Él: Señor, nosotros estaremos siempre contigo en respuesta de amor ante tu presencia sacramentada en la Eucaristía.

Si el Señor se queda, es de amigos corresponder a su presencia eucarística, porque el sagrario para nosotros no es un objeto más de la iglesia ni su imagen, es Cristo en persona, vivo y resucitado, con toda su vida y hechos salvadores para nuestras parroquias y para nuestra vida y apostolado.

Por eso me atrevo a deciros, que todos los creyentes, pero especialmente nosotros, los sacerdotes, que además servimos de ejemplo para nuestros feligreses, tenemos que vigilar mucho nuestro comportamiento con el sagrario, es decir, con Jesucristo vivo y en persona, con su presencia eucarística, pues nos jugamos toda nuestra vida personal y apostólica en relación con Él, porque Jesucristo Eucaristía no es una parte del evangelio, de la salvación, de la liturgia o de la teología, es todo el evangelio, toda la salvación, Cristo entero y completo, Dios y hombre verdadero, es la vid, de la cual todos nosotros somos sarmientos.

Repito que hay que tener mucho cuidado con nuestro comportamiento con la Eucaristía. Pongamos un ejemplo: si después de la Eucaristía, hablo y me comporto en la iglesia, como si Él no estuviera allí, como si estuviera en un salón, entonces me cargo todo lo que he celebrado y predicado, porque este comportamiento lo destroza y pisotea y no soy coherente con la verdad celebrada y predicada, que es Cristo, que permanece vivo, vivo y resucitado para ayudarnos en todo. Estas cosas que se refieren al Señor, sobre todo, a la Eucaristía, hay que decirlas con mucha humildad, porque hay que decirlas también con mucha verdad y esto no es siempre agradable. En estos momentos estamos en su presencia y no podemos engañarle ni engañarnos, no puedo ni debo, porque os quiero y deseo deciros verdades a veces un poco desagradables, lo cual es doloroso, máxime siendo uno también pecador, necesitado de perdón y comprensión.

Queridos hermanos, es tanto lo que me gusta estar en oración con vosotros y tantísimo lo que debo a esta presencia de Jesús sacramentado, confidente y amigo, que me lanzo sin reparar mucho cómo pueda hacerlo ni a dónde llegar. Todo quiere ir con amor, con verdad, con humildad, actitudes propias del que se siente agradecido pero a la vez, deudor, ahora y más tarde y siempre a su presencia eucarística. Deudor es traducción de limitado en cualidades y amor, finito en perfecciones, pecador en activo. Pero esto no me impide hablar de Él y de su presencia eucarística aunque sea deficitario ante ella.

Dice el Vaticano II, en el Decreto sobre el Ministerio y Vida de los Presbíteros: “Pero los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía y hacia ella se ordenan. Pues en la sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo, que, por su carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da la vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con Él. Por lo cual, la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización...La casa de oración en que se celebra y se guarda la sagrada Eucaristía y se reúnen los fieles, y en la que se adora para auxilio y solaz de los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el ara sacrificial, debe estar limpia y dispuesta para la oración y para las funciones sagradas. En ella son invitados los pastores y los fieles a responder con gratitud a la dádiva de quien...” (PO 5).

Ante esta doctrina teológica y litúrgica, tan clara del Concilio, nosotros debemos preguntarnos cómo la estamos viviendo, si verdaderamente Cristo Eucaristía es el centro de nuestra vida personal y apostólica, hacia dónde está orientado nuestro apostolado, a dónde apuntamos y queremos llegar. Porque hasta dónde llegaron los mejores Apóstoles y ministros y cristianos que ha tenido la Iglesia, cómo vivieron, trabajaron y recibieron fuerzas para el camino, sí lo sabemos por sus vidas, su apostolado y sus escritos. Ni un sólo apóstol fervoroso, ni un sólo santo que no fuera eucarístico. Ni uno sólo que no haya sentido necesidad de Eucaristía, de oración eucarística, que no la haya vivido y amado, ni uno solo. Aquí lo aprendieron todo. Y de aquí sacaron la luz y la fuerza necesarias para desarrollar luego su actividad o el carisma propio de cada uno, muy diversos unos de otros, pero todos bebieron en la fuente de la Eucaristía, que mana y corre siempre abundantemente, “aunque es de noche”, aunque tiene que ser por la fe. Todos pusieron allí su tienda, el centro de sus miradas, pasando todos los días largos ratos con Él, primero en fe seca, como he dicho, a palo seco, sin sentir gran cosa, luego poco a poco pasaron de acompañar al Señor a sentirse acompañados, ayudados, fortalecidos, una veces rezando, otras leyendo, otras meditando con libros o sin libros, en oración discursiva, mental, avanzando siempre en amistad personal, otras, más avanzados, dialogando, “tratando a solas”, trato de amistad, oración afectiva, luego con una mirada simple de fe, con ojos contemplativos, silencio, quietud, simple mirada, recogimientos de potencias, una etapa importante, se acabó la necesidad del libro para meditar y empieza el tú a tú, simple mirada de amor y de fe, “noticia amorosa” de Dios, “ciencia infusa”, “contemplación de amor”.

Señor, ahora empiezo a creer de verdad en Ti, a sentir tu presencia y ayuda, ahora sí que sé que eres verdad y vives de verdad y estás aquí de verdad para mí, no solo como objeto de fe sino también de mi amor y felicidad. Hasta ahora he vivido de fe heredada, estudiada, examinada y aprobada, que era cosa buena y estaba bien, pero no me llenaba, porque muchas veces era puro contenido teórico; ahora, Señor, te siento viviente, por eso me sale espontáneo el diálogo contigo, ya no digo Dios, el Señor, es decir, no te trato de Ud, sino de tú a tú, de amigo a amigo, mi fe es mía, es personal y viva y afectiva, lo que yo veo y contemplo, no puramente heredada, me sale el diálogo y la relación directa contigo. Te quiero, Señor, y te quiero tanto que deseo voluntariamente atarme a la sombra de tu santuario, para permanecer siempre junto a ti, mi mejor amigo.

Ahora empiezo a comprender este misterio, todo el evangelio, pasajes y hechos que había entendido de una forma determinada hasta ahora, ya los comprendo totalmente de una forma diferente, porque tu Espíritu me lleva hasta “la verdad completa”; ahora todo el evangelio me parece distinto, es que he empezado a vivirlo y gustarlo de otra forma. Ahora, Señor, es que te escucho perfectamente lo que me dices desde tu presencia eucarística sobre tu persona, tu manera de ser y amar, sobre tu vida, sobre el evangelio, ahora lo comprendo todo y me entusiasma porque lo veo realizado en la Eucaristía y esto me da fuerzas y me mete fuego en el alma para vivirlo y predicarlo. Realmente tu persona, tus misterios, tu evangelio no se comprenden hasta que no se viven.

Santa Teresa, refiriéndose a la etapa de su vida en que no se entregó totalmente a Dios, elogia sus ratos de oración, donde al estar delante de Dios, sentía cómo Dios la corregía: “...porque, puesto que siempre estamos delante de Dios, paréceme a mí es de otra manera los que tratan de oración, porque están viendo que los mira; que los demás podrá ser estén algunos días que aun no se acuerden que los ve Dios. Verdad es que, en estos años, hubo muchos meses -y creo que alguna vez año- que me guardaba de ofender al Señor y me daba mucho a la oración, y hacía algunas y hasta diligencias para no le venir a ofender”27.

 La presencia de Dios en la oración, máxime si es tan cercana, como la presencia eucarística, no se aguanta, si uno no está dispuesto a convertirse. Señor, qué alegría sentirte como amigo, para eso instituiste este sacramento, no quiero dejarte jamás, y unas veces me enciendo en tu amor y te prometo no apartarme jamás de la sombra de tu santuario; otras veces, me corriges y empiezas a decirme mis defectos: quita esa soberbia, ese buscarte que tienes tan dentro, y salgo decidido a ponerlo en práctica con tu ayuda; otras veces me siento de repente lleno de tus sentimientos y actitudes y quiero amar a todos, perdonarlo todo y así van pasando los días y cada vez más juntos:“Tú en mí y yo en ti, que seamos uno, como el Padre está en mí y yo en el Padre”.

Otras veces, por el contrario, todo se viene abajo y soy yo el que digo: Señor, ayúdame, he vuelto a caer otra vez en el pecado, de cualquier clase que sea, y cómo se siente el perdón y la misericordia del Señor, cómo le vemos a Cristo salir del sagrario y acercarse y arrodillarse y lavar nuestros pies, nuestros pecados y oigo su voz: “Vete en paz, yo no te condeno”, y qué alegría siente uno, porque siente verdaderamente el abrazo y el beso de Cristo: “El padre lo besó y abrazó y dijo...”, sentir todo esto y saber que del pecado de ahora y de siempre no queda ni rastro en mi alma y menos en el corazón y la memoria de Dios. Y entonces es cuando por amar y sentir el amor de Cristo, uno empieza a tratar de no pecar y corregirse más por no querer disgustarle y no romper el amor y la unión con Él que por otros motivos.

¡Cuánta soberbia a veces en nuestras tristezas por los pecados, en nuestros arrepentimientos llenos de depresión por no reconocernos débiles y pecadores, por lo que somos y de donde no podemos salir con nuestras propias fuerzas sino con la ayuda de Dios! ¡Cuánto dolor o amargura soberbia! Nos parecemos al fariseo, deseamos apoyarnos en nosotros, en una vida limpia para acercarnos a Dios mirándole como de igual a igual, sin tener necesidad siempre de su gracia y ayuda, como si no le debiéramos nada y no fuéramos simples criaturas. Nuestro deseo debe ser ofrecer a Dios una vida limpia, pero si caemos, Él siempre nos sigue amando y perdonando, siempre nos lava de nuestros pecados. Que sólo Dios es Dios, y todos los demás estamos necesitados de su gracia y de su perdón, de la conversión permanente, en la que los pecados prácticamente no nos alejan de Dios porque no los queremos cometer, no queremos pecar, pero “el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. ¿Hasta qué punto puede pecar uno que no quiere pecar?

Siendo humildes y verdaderos hijos, ni el mismo pecado puede separarnos de Dios, si nosotros no queremos pecar, nada ni nadie nos puede separar del amor de Cristo, si vivimos en conversión sincera y permanente, si no queremos pecar e instalarnos en el pecado, en la lejanía de Dios: “Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿la aflicción? la angustia?¿la persecución?,¿el hambre?¿la desnudez? ¿el peligro?¿la espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado” (Rm 8, 35.37). Por el contrario, cuando uno no vive en esta dinámica de conversión permanente, se le olvidan hasta los medios sobrenaturales, que debe emplear y aconsejar para salir de su mediocridad espiritual. Y si un sacerdote no sabe dirigirse a sí mismo, no sé cómo podrá hacerlo con los demás. Y esto lo comprueba la experiencia.

SEGUNDA MEDITACIÓN

Queridos hermanos: Hay que decirlo claro, aunque duela: no hago oración, me aburre Cristo, rehuyo el trato personal con Él, no puedo trabajar con entusiasmo por Él, no puedo predicarlo con entusiasmo. Lo peor es si esto se da en los que tienen misión de formar o dirigir a otros hermanos. Las consecuencias son funestas para la diócesis, sobre todo, si se mantiene durante años y años, porque, al no vivir esta experiencia de amistad con Cristo, este deseo de santidad, no vivir este camino de la oración, no lo pueden inculcar ni pueden entusiasmar con Él y a sufrir en silencio, viendo instituciones esenciales para una diócesis que no marchan bien por ignorancia de las cosas espirituales de parte de los responsables; sólo te queda el rezar para que Dios haga un milagro y supla tantas deficiencias, porque si hablas o te interesas por ello, estás “faltando a la caridad...”

No puedo producir frutos de santidad, si no permanezco unido a Cristo. Lo ha dicho bien claro Él: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto... Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis y se os dará. En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seréis discípulos míos” (Jn 15,1-8).

Hace mucho tiempo que no me predican este evangelio. En mi seminario sí me lo predicaron muchas veces y a todos los de mi generación. El apostolado, en definitiva, consiste en que Cristo sea conocido y amado y seguido como único Salvador del mundo y de los hombres. Cómo hacerlo si yo personalmente no me siento salvado, no me siento unido y entusiasmado con Cristo, si fallo en mi oración personal con Él.

Meditemos aquí, hermanos, en la presencia del Señor, en la sinceridad de nuestro apostolado. Seamos coherentes. Mi oración personal, sobre todo, eucarística, es el sacramento de mi unión con el Señor y por eso mismo se convierte a la vez en un termómetro que mide mi unión, mi santidad, mi eficacia apostólica, mi entusiasmo por Él: “Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”. Primero es “estar con Él”, lógico, luego: “enviarlos a predicar”. Antes de salir a predicar, el apóstol debe compartir la comunión de ideales y sentimientos y orientaciones con el Señor que le envía. Y todos los Apóstoles que ha habido y habrá espontáneamente vendrán a la Eucaristía para recibir orientación, fuerza, consuelo, apoyo, rectificación, nuevo envío.

El sacerdote tiene la dimensión profética y debe ser profeta de Cristo, porque ha sido llamado a hablar en lugar de Cristo. Pero además está llamado a ser su testigo y para eso debe saber y haber visto y experimentado lo que dice. Uno no puede ser testigo de Cristo, si no lo ha visto y sentido en su corazón y en su vida. Juan Bautista fue profeta,“la voz que clama en el desierto, preparar el camino del Señor” (Jn 1,24), pero también testigo en el mismo vientre de su madre, donde sintió la presencia del Mesías: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo para dar testimonio de la luz, para que por Él todos vinieran a la fe” (Jn 1,6-8).

El presbítero, tanto en su dimensión profética como sacerdotal, tiene que sustituir a Cristo, es un sustituto de Cristo en la proclamación de la Palabra y en la celebración de sus misterios, y esto le exige y le obliga, al hacerlo “in persona Christi”, vibrar y vivir la vida y los mismos sentimientos de Cristo. El profeta no tiene mensaje propio sino que debe estar siempre a la escucha del que le envía para transmitir su mensaje. Y para todo esto, para ser testigos de la Palabra y del amor y de la Salvación de Cristo, no basta saber unas cuantas ideas y convertirse en un teórico de la vida y del evangelio de Cristo. El haber convivido con Él íntimamente durante largo tiempo, con trato diario, personal y confidente, es condición indispensable para conocerle y predicarlo. Y esta convivencia íntima con el amigo no puede interrumpirse nunca a no ser que se rompa la amistad.

Como dije antes, estar con el amigo y amarlo y seguirlo se conjugan igual y con que una de estas condiciones no se dé, me da igual cuál sea, el nudo se rompe: si no oro, no amo-convierto-vivo como Él; si me canso de orar, me canso de amar- convertirme a Él-vivir como Él; por otra parte, si cambio el lugar de estos verbos, todo sigue igual: por ejemplo, si no amo, si no me convierto, no oro, y si me canso de amar y convertirme, me canso de orar y ya se acabó la vida espiritual, al menos, la fervorosa. Y en afirmativo, todo también es verdad: si oro, amo y me convierto; si amo, también oro y me convierto y si vivo en una dinámica de conversión permanente, es porque oro y amo.

Por eso, y no hay que escandalizarse, es natural que a veces no estemos de acuerdo en programaciones pastorales de conjunto, en la forma de administrar los sacramentos, cuando estas no llevan hasta donde deben ir. Cada uno tiene el apostolado conforme al concepto de Iglesia-parroquia que tiene, y cada uno tiene el concepto de Iglesia-parroquia-apostolado conforme al conocimiento y vivencia que tiene de Cristo, porque la Eclesiología es Cristología en acción, la Iglesia es el Cuerpo de Cristo en el tiempo, y cada uno, en definitiva, tiene el concepto de Cristo y de Cristología y de Eclesiología que vive, no el que aprendió en Teología, porque lo que aprendió en la Teología, si no se vive, termina olvidándose, como lo demuestra la vida y la experiencia de la Iglesia: realmente creemos lo que vivimos y vivimos lo que creemos.

Se puede tener un doctorado en Cristología y vivir sin Cristo. Este conocimiento de Cristo por amor se consigue principalmente en ratos de oración eucarística. De aquí la necesidad, tantas veces repetida por el Señor, por el Magisterio de la Iglesia, por los verdaderos apóstoles de todos los tiempos de que los obispos y sacerdotes y los responsables del pastoreo de la Iglesia sean hombres de oración, aspiren a la santidad, cuyo camino principal es la oración».

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Queridos hermanos: Al transcribir esta meditación en el verano del 2001, me encontré con un texto de la Clausura del Congreso Eucarístico Nacional de Santiago, que paso gustoso a copiar: “Aprender esta donación libérrima de uno mismo es imposible sin la contemplación del misterio eucarístico, que se prolonga, una vez celebrada la Eucaristía, en la adoración y en otras formas de piedad eucarística, que han sostenido y sostienen la vida cristiana de tantos seguidores de Jesús. La oración ante la Eucaristía, reservada o expuesta solemnemente, es el acto de fe más sencillo y auténtico en la presencia del Señor resucitado en medio de nosotros. Es la confesión humilde de que el Verbo se ha hecho carne, y pan, para saciar a su pueblo con la certeza de su compañía. Es la fe hecha adoración y silencio.

Una comunidad cristiana que perdiera la piedad eucarística, expresada de modo eminente en la adoración, se alejaría progresivamente de las fuentes de su propio vivir. La presencia real, substancial de Cristo en las especies consagradas es memoria viva y actual de su misterio pascual, señal de la cercanía de su amor “crucificado” y “glorioso”, de su Corazón abierto a las necesidades del hombre pobre y pecador, certeza de su compañía hasta el final de los tiempos y promesa ya cumplida de que la posesión del Reino de los cielos se inicia aquí, cuando nos sentamos a la mesa del banquete eucarístico.

Iniciar a los niños, jóvenes y adultos en el aprecio de la presencia real de Cristo en nuestros tabernáculos, en la “visita al Santísimo”, no es un elemento secundario de la fe y vida cristiana, del que se puede prescindir sin riesgo para la integridad de las mismas; es una exigencia elemental que brota del aprecio a la plena verdad de la fe que constituye el sacramento: ¡Dios está aquí, venid, adorémosle! Es el test que determina si una comunidad cristiana reconoce que la resurrección de Cristo, cúlmen de la Pascua nueva y eterna, tiene, en la Eucaristía, la concreción sacramental inmediata, como aparece en el relato de Emaús.

Recuperar la piedad eucarística no es sólo una exigencia de la fe en la presencia real de Cristo, sacerdote y víctima, en el pan consagrado, alimento de inmortalidad; es también, exigencia de una evangelización que quiera ser fecunda según el estilo de vida evangélico. ¿No sería obligado preguntarse en esta ocasión solemnísima, si la esterilidad de muchos planteamientos pastorales y la desproporción entre muchos esfuerzos, sin duda generosos, y los escasos resultados que obtenemos, no se debe en gran parte a la escasa dosis de contemplación y de adoración ante el Señor en la Eucaristía?

Es ahí donde el discípulo bebe el celo del maestro por la salvación de los hombres; donde declina sus juicios para aceptar la sabiduría de la cruz; donde desconfía de sí para someterse a la enseñanza de quien es la Verdad; donde somete al querer del Señor lo que conviene o no hacer en su Iglesia; donde examina sus fracasos; recompone sus fuerzas y aprende a morir para que otros vivan.

Adorar al Señor es asegurar nuestra condición de siervos y reconocer que ni“el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que hace crecer” (1Cor 3,7). Adorar a Cristo es garantizar a la Iglesia y a los hombres que el apostolado es, antes de obra humana, iniciativa de Dios que, al enviar a su Hijo al mundo, nos dio al Apóstol y Sacerdote de nuestra fe.”

TERCERA MEDITACIÓN

Queridos hermanos sacerdotes, qué claro y evangélico es este texto del Congreso Eucarístico que acabo de transcribir. Por todo esto qué necesario es que el apóstol vuelva con frecuencia a estar con Jesús para comprobar la autenticidad y la continuidad de la entrega primera. Fuera de ese trato personal e íntimo con el Señor no tienen valor ninguno ni las genialidades apostólicas ni la perfección técnica de los programas pastorales. Si la Eucaristía es el centro y culmen de toda la vida apostólica de la Iglesia, ¿cómo prescindir prácticamente de ella en mi vida personal? ¿cómo podrá estar centrado mi apostolado, cómo entusiasmar a mi gente, a mi parroquia con la Eucaristía, con Jesucristo, con su mensaje, cómo hacer que la valoren y la amen, si yo personalmente no la valoro en mi vida? ¿De qué vale que la Eucaristía sea teológica y vitalmente centro y cúlmen de toda la vida de la Iglesia, si al no serlo para mí, impido que lo sea para mi gente? Entonces ¿qué les estoy dando, enseñando a mis feligreses? Si creyéramos de verdad lo que creemos, si mi fe estuviera en vela y despierta, me encontraría con Él y cenaríamos juntos la cena de la amistad eucarística y encontraría el sentido pleno a mi vida sacerdotal y apostólica.

Durante siglos, muchos cristianos no tuvieron otra escuela de teología o de formación o de agentes pastorales, como ahora decimos, no tuvieron otro camino para conocer a Cristo y su evangelio, otro fundamento de su apostolado, otra revelación que el sagrario de su pueblo. Allí lo aprendieron y lo siguen aprendiendo todo sobre Cristo, sobre el evangelio, sobre la vida cristiana y apostólica, allí aprendieron humildad, servicio, perdón, entusiasmo por Cristo, hasta el punto de contagiarnos a nosotros, porque la fe y el amor a Cristo se comunican por contagio, por testimonio y vivencia, porque cuando es pura enseñanza teórica, no llega a la vida, al corazón; allí lo aprendieron directamente todo y únicamente de Cristo, en sus ratos de silencio y oración ante el sagrario. Y luego escucharemos a San Ignacio en los Ejercicios Espirituales: “Que no el mucho saber harta y satisface al ánima sino el sentir y gustar de las cosas internamente...” Sentir a Cristo, gustar a Cristo cuesta mucho, hay que dejar afectos, hay que purificar, hay que pasar noches y purificaciones del sentido y del espíritu, que nos vacían de nosotros mismos, de nuestros criterios y sentidos para llenarnos de Cristo.

Queridos amigos, por todo esto y por muchas más cosas, la Eucaristía es la mejor escuela de oración, santidad y apostolado, es la mejor escuela de formación permanente de los sacerdotes y de todos los cristianos. Junto al sagrario se van aprendiendo muchas cosas del Padre, de su amor a los hombres, de su entrega al mundo por el envío de su Hijo, de las razones últimas de la encarnación de Cristo, de su sacerdocio y el nuestro, del apostolado, de la conversión, de la paciencia de Dios, de la misericordia de Dios ante el olvido de los hombres...

Y cuando se vive en esta actitud de adoración permanente eucarística, aunque haya fallos, porque somos limitados y finitos, no pasa nada, absolutamente nada, si tú has descubierto el amor del Padre entregando al Hijo por ti, desde cualquier sagrario, porque ese Dios y ese Hijo son verdaderamente Padre comprensivo y amigo del alma que te quieren de verdad, porque Él sabe bien este oficio y te pone sobre sus hombros y se atreve a cantar una canción de amor mientras te lleva al redil de su corazón o, como Padre del hijo pródigo, no te deja echar el rollo que todos nos preparamos para excusarnos de nuestros pecados y debilidades, porque solo le interesas Tú.

Una de las cosas por las que más he necesitado de la Eucaristía es por la misericordia de Cristo, la he necesitado tanto, tanto... y la sigo necesitando, soy pecador en activo, no jubilado. Allí he vuelto a sentir su abrazo, a escuchar su palabra: “te perdono…preparad la cena, los zapatos nuevos, el vestido nuevo... sígueme... vete en paz, te envío como yo he sido enviado, no tengáis miedo, yo he vencido al mundo... estaré con vosotros hasta el final...” Él siempre me ha perdonado, siempre me ha abrazado, nunca me ha negado su misericordia. Eso sí, siempre hay que levantarse, conversión permanente, reemprender la marcha; si esto falla, no hay nada, si uno deja de convertirse le sobra todo, la Eucaristía, la oración, la gracia, los sacramentos, le sobra hasta Dios, porque para vivir como vivimos muchas veces, nos bastamos a nosotros mismos.

Queridos hermanos, cuánta teología, cuánta liturgia, cuán- to apostolado y eficacia apostólica hay en un sacerdote de rodillas o sentado junto al sagrario media hora o veinte minutos todos los días. Está diciendo que Cristo ha resucitado y está con nosotros; si ha resucitado, todo lo que dijo e hizo es verdad, es verdad todo lo que sabe de Cristo y de la Iglesia, todo lo que estudió, es verdad toda su vida, todo su sacerdocio y su apostolado. Junto a Cristo Eucaristía, todo su ser y actuar sacerdotal adquiere luz, fuerza, verdad y autenticidad; está diciendo que cree todo el evangelio, las partes que cuestan y las que no cuestan, que cree en la Eucaristía y lo que permanece después de la Eucaristía, lo que hacen sus manos sacerdotales, que cree, venera y adora a Cristo y todo su misterio, todo lo que ha hecho y ha dicho Cristo. ¡Qué maravilla ser sacerdote! No os sorprendáis de que almas santas, de fe muy viva, hayan sentido y vivido y expresado su emoción respecto al sacerdocio, besando incluso sus pisadas, como testimonio de su amor y devoción.

Empezó el mismo Jesús exagerando su grandeza, en la misma noche de la institución, postrándose humildemente de rodillas ante los Apóstoles y los futuros sacerdotes, para lavarles los pies y el corazón y todo su ser para poder recibir este sacramento: “les dijo: ya no os llamaré siervos, os llamo amigos, porque un siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha dicho mi Padre os lo he dado a conocer...” (Jn 15,14). Y eso se lo sigue diciendo el Señor a todos y cada uno de los sacerdotes, a los que elige y consagra por la fuerza de su Espíritu, que es Espíritu Santo, para que sean presencia y prolongación sacramental de su Persona, de su Palabra, de su Salvación y de su Misión.

Es grande ser sacerdote por la proximidad a Dios, por la identificación con la persona y el misterio de Cristo, por la continuidad de su tarea, por la eficacia de su poder: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”; por la grandeza de su misericordia: “Yo te absuelvo de tus pecados”, “yo te perdono”;por la abundancia de gracias que reparte: “yo te bautizo” “El cuerpo de Cristo”. El sacerdote es sembrador de eternidades, cultivador de bienes eternos, recolector de las vidas eternas de los hijos de Dios, a los que introduce ya en la tierra en la amistad con el Dios Trino y Uno.

¡Qué grande es ser sacerdote! ¡Qué grande y eficaz es el sacerdote junto al Sagrario! ¡Qué apostolado más pleno y total! ¡Cómo sube de precio y de calidad su ser y existir junto al Señor! ¡Cómo se transparentan y se clarifican y se verifican las vidas, las teorías, las actitudes y sentimientos sacerdotales para con Cristo y la Iglesia y los hermanos! Realmente Cristo Eucaristía y nuestra vida de amistad con Él habla, dice muy claro de nuestra fe y amor a Él y a su Iglesia La vida eucarística, lo afirma el Vaticano II, es centro y quicio, es decir, centra y descentra, dice si están centradas o descentradas nuestras vidas cristiana, si estamos centrados o desquiciados sacerdotalmente.

Por eso, os invito, hermanos, a volver junto al sagrario. Hay que recuperar la catequesis del sagrario, de la presencia real y permanente de Cristo, hecho pan de vida permanente para los hombres. Y con el sagrario hay que recuperar la oración reposada y el silencio, la alabanza y la acción de gracias, la petición y la súplica inmediata ante el Señor, la conversación diaria con el Amigo. Y entonces, a más horas de sagrario, tendríamos más vitalidad de nuestra fe y de nuestro amor y de nuestros feligreses.

Es necesario revisar nuestra relación con la Eucaristía para potenciar y recobrar nuestra vida sacerdotal. Y qué pasaría, hermanos, si todo nuestro arciprestazgo, si nuestra diócesis, si todas las diócesis del mundo se comprometiera a pasar un rato ante el Sagrario todos los días? ¿Qué efectos personales, comunitarios y apostólicos produciría? ¿Qué movimientos sacerdotales, qué vitalidad, qué renovación se originaría? Y si estamos todos convencidos de la verdad y de la importancia de la Eucaristía para nosotros y para nuestro apostolado, ¿por qué no lo hacemos?

Dice Juan Pablo II: “Los sacerdotes no podrán realizarse plenamente, si la Eucaristía no es para ellos el centro de su vida. Devoción eucarística descuidada y sin amor, sacerdocio flojo, más aún, en peligro”. Si uno se pasa ratos junto al sagrario todos los días, primero va almacenando ese calor, y un día, tanto calor almacenado, se prende y se hace fuego y vivencia de Cristo. Lo dice mejor Santa Teresa: “Es como llegarnos al fuego, que aunque le haya muy grande, si estáis desviados y escondéis la mano, mal os podéis calentar, aunque todavía da más calor que no estar a donde no hay fuego. Mas otra cosa es querernos llegar a Él, que si el alma está dispuesta - digo con deseo de perder el frío- y si está allá un rato, queda para muchas horas en calor28”.

El que contempla Eucaristía, se hace Eucaristía, pascua, sacrificio redentor, pasa a su parroquia de mediocre a fervorosa, se hace ofrenda y queda consagrado a la voluntad del Padre que le hará pasar por la pasión y muerte para llevarle a la resurrección, a la vida nueva. Y con él, va su parroquia. Es la pascua nueva y eterna, la nueva alianza en la sangre de Cristo.

El que contempla Eucaristía se hace Eucaristía, comunión, amor fraterno, corrección fraterna, lavatorio de los pies, servicio gratuito, generosidad, porque comulga a Cristo, no solamente lo come, y al comerlo, siente que todos somos el mismo cuerpo de Cristo, porque comemos el mismo pan.

El que contempla la Eucaristía descubre que es presencia y amistad y salvación de Cristo permanentemente ofrecidas al hombre, sin imponerse, ayudándonos siempre con humildad, en silencio ante los desprecios, lleno de generosidad y fidelidad, enseñándonos continuamente amor gratuito y desinteresado, total, sin encontrar a veces, muchas veces, agradecimiento y reconocimiento por parte de algunos.

El que contempla la Eucaristía se hace Eucaristía perfecta, cada día más, y encuentra la puerta de la eternidad y del cielo, porque el cielo es Dios y Dios está en Jesucristo dentro del pan consagrado. En la Eucaristía se hacen presentes los bienes escatológicos: Cristo vivo, vivo y resucitado y celeste, “cordero degollado ante el trono de Dios”, “sentado a su derecha” “que intercede por todos ante el Padre” “llega el último día” “el día del Señor”: “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús” “et futurae gloriae pignus datur” y la escatología y los bienes últimos ya han empezado por Jesucristo Eucaristía.

Por la Eucaristía, «Cristo ha resucitado y vive con nosotros», como puse después del Concilio en un letrero de hierro forjado en el Cenáculo de San Pedro,. Y luego en la misma puerta del Cenáculo: “Ninguna comunidad cristiana se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la santísima Eucaristía”.

Esta presencia del Señor se siente a veces tan cercana, que notas su mano sobre ti, como si la sacara del sagrario para decirte palabras de amor y de misericordia y de ternura... y uno cae emocionado de rodillas: Oye, sacerdote mío, un poco de calma, tienes tiempo para todos y para tus cosas, pero no para mí, yo me he quedado aquí para ser tu amigo, para ayudarte en tu vida y apostolado, sin mí no puedes hacer nada; mira, estoy aquí, porque yo no me olvido de ti, te lo estoy diciendo con mi presencia, pero te lo diría mejor aún, si tuvieras un poco de tiempo para escucharme; ten un poco de tiempo para mí, créeme, lo necesito porque te amo como tu no comprendes; me gustaría dialogar contigo para decirte tantas cosas...

Y como la Eucaristía no es solo palabra de Cristo, sino evangelio puesto en acción y vivo y viviente y visualizado ante la mirada de todos los creyentes, lleno de humildad y entrega y amor, uno, al contemplarla, se ve egoísta, envidioso, soberbio. Porque allí vemos a Cristo perdonando en silencio, lavando todavía los pies sucios de sus discípulos, dando la vida por todos, enseñándonos y viviendo amor total y gratuito, en humildad y perdón permanente de olvidos y desprecios. Se queda buscando sólo nuestro bien, sólo con su presencia nos está diciendo os amo, os amo... Quien se pare y hable con Él terminará aprendiendo y viviendo y practicando todas estas virtudes suyas. La experiencia de los santos y de los menos santos, de todos sus amigos, lo demuestra.

Hay que volver al sagrario, hay que potenciar y dirigir esta marcha de toda la parroquia, con el sacerdote al frente, hacia la mayor y más abundante fuente de vida y gracia cristiana que existe: “Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta eterna fonte está escondida, en este pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas, y de este agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche. Aquesta eterna fonte que deseo, en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche” (San Juan de la Cruz).

             LA SAMARITANA

             Cuando iba al pozo por agua,

             a la vera del brocal,

             hallé a mi dicha sentada.

             - ¡Ay, samaritana mía,

             si tú me dieras del agua,

             que bebiste aquel día!

             - Toma el cántaro y ve al pozo,

             no me pidas a mí el agua,

             que a la vera del brocal,

             la Dicha sigue sentada.  (José María Pemán).

“Sacaréis agua con gozo de la fuente de la salvación...”dijo el profeta. Que así sea para todos nosotros y para todos los creyentes. Que todos vayamos al sagrario, fuente de la Salvación. La fuente es Cristo; el camino, hasta la fuente, es la oración, y la luz que nos debe guiar es la fe, el amor y la esperanza, virtudes que nos unen directamente con Dios. ¡ES EL SEÑOR!

EUCARISTÍA DIVINA, presente en el pan consagrado ¡Cómo te deseo! ¡Cómo te busco! ¡Con qué hambre de tí camino por la vida! Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y no son míos, porque yo no los sé fabricar ni todo esto que siento.¡Qué nostalgia de mi Dios todo el día! ¡Necesito verte para tener la luz del “Camino, la Verdad y la Vida”. Necesito comerte, para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor, para no morir de deseos de vida y de cielo, que eres Tú. Y en tu entrega eucarística quiero hacerme contigo una ofrenda agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero comerte para ser asimilado por Ti, y entrar así, totalmente identificado con el Amado, en la misma Vida y Amor y Felicidad divina de mis Tres, por la potencia de su mismo Amor Personal, que es Espíritu Santo. AMÉN.

47ª PARA RATOS SACERDOTALES ANTE EL SAGRARIO

Oh Dios te amo, te amo, te amo, qué grande, qué infinito, qué inconcebible eres, no podemos comprenderte, sólo desde el amor podemos unirnos a Ti y tocarte un poco y conocerte y saber que existes para amarte y amarnos, que existimos para hacernos felices con tu misma felicidad,  pero no por ideas o conocimientos sino por contagio, por toque personal, por quemaduras de tu amor; qué lejos se queda la inteligencia, la teología de tus misterios, tantas cosas que están bien y son verdad, pero se quedan tan lejos...

       La oración es diálogo de amistad con Jesucristo, en el cual, el Señor, una vez que le saludamos, empieza a decirnos que nos ama, precisamente, con su misma presencia silenciosa y humilde y permanente en el Sagrario. Nos habla sin palabras, sólo con mirarle, con su presencia silenciosa, sin nimbos de gloria ni luces celestiales o adornos especiales, como están a veces algunas imágenes de los santos, más veneradas y llenas de velitas que el mismo Sagrario, mejor dicho, que Cristo en el Sagrario.

Da pena ver la humildad de la presencia de Jesucristo en los Sagrarios sin flores, sin presencias de amor, sin una mirada y una oración; presencia silenciosa del que es la Palabra, toda llena de hermosura y poder del Padre, por la cual ha sido hecho todo y todo finaliza en Él; presencia humilde del que “no tiene figura humana”, ahora ya sólo es una cosa, un poco de pan, para saciar el hambre de eternidad de los hombres;  presencia humilde del que lo puede todo y no necesita nada del hombre y, sin embargo, está ahí necesitado de todos y sin quejarse de nada, ni de olvidos ni desprecios, sin exigir nada, sin imponerse, por si tú lo quieres mirar y así se siente pagado el Hijo predilecto del mismo Dios;  presencia humilde, sin ser reconocida y venerada por muchos cristianos, sin importancia para algunos, que no tienen inconveniente en sustituirla por otras presencias,  y preferirlas y todo porque no han gustado la Presencia por excelencia, la de Jesucristo en la Eucaristía. Ahí está el Señor en presencia humilde, sin humillar a los que no le aman ni le miran, no escuchando ni obedeciendo tampoco a los nuevos «Santiagos», que piden fuego del cielo para exterminar a todos los que no creen en Él ni le quieren recibir en su corazón; ahí está Él, ofreciéndose a todos pero sin imponerse, ofreciéndose a todos los que libremente quieran su amistad; presencia olvidada hasta en los mismos seminarios o casas de formación o noviciados, que han olvidado con frecuencia, dónde está «la fuente que mana y corre, aunque es de noche»,  que han olvidado donde está la puerta de salvación y la vida, que debe llevar la savia a todos los sarmientos  de la Iglesia, especialmente a los canales más importantes de la misma, para comunicar su fuerza a todo creyente.

       Jesucristo en el Sagrario es el corazón de la Iglesia y de la gracia y salvación, es  ayuda y  amistad permanentemente ofrecidas a todos los hombres;  para eso se quedó en el pan consagrado y ahí está cumpliendo su palabra. Él nos ama de verdad. Así debemos amarle también nosotros. De su presencia debemos aprender humildad, silencio, generosidad, entrega sin cansarnos, dando luz y amor a este mundo. La presencia de Cristo, la contemplación de Cristo en el Sagrario siempre nos está hablando de esto, nos está comunicando todo esto, nos está invitando continuamente a encontrarnos con Él, a reducir a lo esencial nuestra vida y apostolado, nos está saliendo al encuentro, nos está invitando a orar, a hablar con Él, a imitarle; por eso, todos debemos ser visitadores del Sagrario y atarnos para siempre a la sombra de la tienda de la Presencia de Dios entre los hombres.

Este es el Cristo que adoramos en el Sagrario. Estos son algunos de los hechos de salvación continuamente ofrecidos al Padre para nuestra salvación. Este es el ejemplo que nos da y que debemos imitar. Ahora bien, como nos ama tanto y nuestros defectos impiden esta amistad que Él quiere comunicarnos desde su presencia eucarística, después del saludo y el acto de fe casi rutinario, al cabo de algún tiempo empieza a decirnos: oye, qué contento estoy con tu fe y tu amor, con que vengas a visitarme y a contarme y a tratar de amistad,  pero no estoy conforme con tu soberbia, tienes que esforzarte más en la caridad, cuidado con el genio, la afectividad, tienes que seguir avanzando, tenemos que vernos todos los días y yo quiero seguir ayudándote.

Cualquiera que se quede junto al Sagrario todos los días un cuarto de hora, empezará a escuchar estas cosas, porque para eso, para hablarnos y para ayudarnos en este camino se ha quedado en la tierra, en el pan consagrado; después de dar la vida por nosotros en cada misa, se ha quedado el Señor en el Sagrario, para que hagamos de nuestra vida una ofrenda agradable al Padre, como hizo Él de toda su vida, en obediencia y adoración hasta el extremo. Y todo esto nos lo quiere enseñar y comunicar. Y nosotros, si queremos ser sus amigos, tenemos que empezar a escucharlo, dialogarlo y vivirlo en nuestra propia vida. Por eso es tan importante su presencia eucarística, en la que continua ofreciéndonos  todo su amor, toda su vida, toda su salvación a todos los hombres, especialmente para los que le adoran en este misterio.

48ª MEDITACIÓN

  LA ENCARNACIÓN Y LA EUCARISTÍA EXPRESAN EL AMOR EXTREMO DE CRISTO A LOS HOMBRES

¿Como pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre" (Sal.116). Estas palabras de un salmo pascual de acción de gracias brotan de lo más hondo de nuestro corazón ante el misterio que hoy celebramos: el misterio del Cuerpo y de la sangre de Cristo Eucaristía.

«Reunidos en comunión con toda la Iglesia», con el papa, los obispos, la Iglesia entera vamos a levantar el cáliz eucarístico invocando el nombre de Dios, alabándole, dándole gracias y ofreciendo la víctima santa para pedir al Padre una nueva efusión de su Espíritu transformante para todos nosotros.

Junto al cuerpo y la sangre de Cristo, Hijo de Dios entregado por amor y presente en todos los sagrarios de la tierra, piadosamente custodiado por la fe y el amor de todos los creyentes, hemos de meditar una vez mas en las maravillas de este misterio, para reencontrarnos así con el mismo Cristo de ayer, de hoy y de siempre y llenarnos de sus actitudes  de entrega y amor hasta el fin, que nos lleven también a nosotros a dar la vida por los hermanos en una vida y muerte como la suya.

Queremos compartir, con todos los hermanos y hermanas en la fe, nuestra convicción profunda de que el Señor está siempre con nosotros y, en consecuencia, que la Eucaristía, que Él entregó a la Iglesia como memorial permanente de su sacrificio pascual, es «centro, fuente y culmen» de la vida de la comunidad cristiana, porque nos hace presente la persona y los hechos salvadores de Dios encarnado.

ENCARNACIÓN Y EUCARISTÍA.- La Encarnación y la Eucaristía no son dos misterios separados sino que se iluminan mutuamente y alcanzan el uno al lado del otro un mayor significado, al hacernos la Eucaristía «compartir hoy la vida divina de aquel que se ha dignado compartir con el hombre (Encarnación) la condición humana» (Prefacio de Navidad).

Está claro que en la comunión eucarística el Hijo de Dios no se encarna en cada uno de los fieles que le comulgan, como lo hizo en el seno de María, sino que nos comunica su misma vida divina, como Él mismo prometió en la sinagoga de Carfanaún (cf. Jn.6,48). De esta forma, la Eucaristía culmina y perfecciona la incorporación a Cristo realizada en el Bautismo y la Confirmación, y en Cristo y por Cristo, formamos un solo cuerpo con Él y con los hermanos, los que comemos el mismo pan (Cfr.1cor. 10,16-17).

Esta unión estrechísima entre Encarnación y Eucaristía, entre el Cristo de ayer y de hoy, entre el Cristo hecho presente por la Encarnación y la Eucaristía, es posible y real porque lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede surgir ahora de la memoria de la Iglesia. Es el Espíritu Santo y solamente Él, quien no solo es «memoria viva de la iglesia», porque con su luz y sus dones nos facilita la inteligencia espiritual de estos misterios y de todo lo contenido en la Palabra de Dios, sino que su acción, invocada en la epíclesis del sacramento, nos hace presente (memorial) las maravillas narradas en la anamnesis (memoria) de todos los sacramentos y actualiza y hace presente en el rito sacramental los acontecimientos salvíficos que son celebrados, especialmente el misterio pascual de Jesucristo, centro y culmen de toda acción litúrgica. La Eucaristía como la Encarnación es la gran obra del Espíritu Santo por la Iglesia.                                                                                      

PRESENCIA PERMANENTE.-  Y esta presencia de Cristo en la celebración de la santa Eucaristía no termina con ella, sino que existe una continuidad temporal de su morada en medio de nosotros como Él lo había prometido repetidas veces durante su vida. En el sagrario es el eterno Emmanuel, el Dios con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo (Mt.28, 20); es la presencia real por antonomasia, no meramente simbólica sino verdadera y sustancial.

Por esta maravilla de la Eucaristía, Aquel, cuya delicia es “estar con los hijos de los hombres” (cfr.Pr.8,31), lleva dos mil años poniendo de manifiesto, de modo especial en este misterio,  que“la plenitud de los tiempos” (Cfr.Gal 4,4) no es un acontecimiento pasado sino una realidad, en cierto modo presente, mediante los signos sacramentales que lo perpetúan. Esta presencia permanente de Jesucristo hacía exclamar a santa Teresa de Jesús: “héle aquí compañero nuestro en el santísimo sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros” (Vida, 22,26). Siempre podemos visitarle, siempre podemos unirnos a Él en su ofrecimiento al Padre desde su presencia eucarística, siempre podemos estar comulgando con sus sentimientos y actitudes.

«Precisamente por eso, es conveniente cultivar en el ánimo este deseo constante del Sacramento eucarístico. De aquí ha nacido la práctica de la <comunión espiritual>, felizmente difundida desde hace siglos en la Iglesia y recomendada por Santos maestros de vida espiritual. Santa Teresa de Jesús escribió: «Cuando… no comulgáredes y oyéredes misa, podéis comulgar espiritualmte, que es de grandísimo provecho…, que es mucho lo que se imprime el amor ansí deste Señor» (Camino de perfección 35,1) (Ecclesia de Eucharistia 34b).

PAN DE VIDA. Pero la Eucaristía también, según el deseo del mismo Cristo, quiere ser el alimento de los que peregrinan en este mundo. “Yo soy el pan de vida, quien come de este pan, vivirá eternamente, si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tenéis vida en vosotros; el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna…” (Jn.6,54-55).

El discurso eucarístico de Jesús, en el capítulo sexto de San Juan, hace exclamar a la Iglesia: «Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura». La Eucaristía es el pan de vida, en cualquier necesidad de bienes básicos de vida o de gracia, de salud o de consuelo, de justicia y libertad, de muerte o de vida, de misericordia o de perdón; la Eucaristía debe ser el alimento sustancial para el niño que se inicia en la vida cristiana o para el joven o adulto que sienten la debilidad de la carne, de la soberbia de la vida o para los matrimonios que sienten crujir la ruina de su amor para siempre, o de todo cristiano en la lucha diaria contra el pecado, especialmente como viático para los que están a punto de pasar de este mundo a la casa del Padre. La Eucaristía es el mejor alimento para la eternidad, para llegar hasta el final del viaje (viático) con fuerza, fe, amor y esperanza.

La comunión sacramental produce tal grado de unión personal de los fieles con Jesucristo que cada uno puede hacer suya la expresión de San Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20). La comunión sacramental con Cristo nos hace participes de sus actitudes de entrega, de amor y misericordia, de sus ansias de glorificación del Padre y salvación de los hombres. En la Eucaristía todos somos invitados por el Padre a formar la única iglesia, como misterio de comunión con Él y con sus hijos: "La sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que lo anuncien  en los puestos que dominan la ciudad: venid a comer  mi pan y a beber el vino que he mezclado" (Pr. 9,2-3.5).

No podemos, por tanto, rechazar la invitación y negarnos a entrar como el hijo mayor de la parábola (cf. Lc15, 28.30). Entremos, pues, con gozo a esta casa de Dios y sentémonos a la mesa, que nos tiene preparada para celebrar el banquete de bodas de su Hijo con la humanidad, por medio de la Eucaristía, que es una Encarnación continuada y comamos el pan de la vida preparado por Él con tanto amor y deseos.

       La comunión sacramental nos abre las puertas de la Trinidad, del cielo trinitario, de la bienaventuranza celeste, por el Verbo encarnado y hecho pan de Eucaristía: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!».

«La tensión escatológica suscitada por la Eucaristía expresa y consolida la comunión con la Iglesia celestial. No es casualidad que en las anáforas orientales y en las plegarias eucarísticas latinas se recuerde siempre con veneración a la gloriosa siempre Virgen Maria, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, a los ángeles, a los santos apóstoles, a los gloriosos mártires y a todos los santos.

 Es un aspecto  de la Eucaristía que merece ser resaltado: mientras nosotros celebramos el sacrificio del Cordero, nos unimos a la liturgia celestial, asociándonos con la multitud inmensa que grita: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero» (Ap 7, 10). La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino (Ecclesia de Eucharistia 19).

¡Eucaristía divina, cómo te deseo, cómo te amo, con qué hambre de tí camino por la vida, qué ganas de comerte y ser comido por ti, para transformarme totalmente en Cristo!   

 Porque... hay infinitas razones que solo el corazón entiende ...y «porqués» que nos obligan a Adorar el Pan Eucarístico, y que podían escribirse en este artículo, pero, parafraseando el final del evangelio de San Juan, ni en todo el mundo ni en todos los libros cabrían todo el amor y pasión y verdades y motivos de la Presencia de Amor del Hijo del Padre lleno de su Espíritu en la Eucaristía... estos motivos y «porqués» se han escrito para que tengáis vida de amor y felicidad de los Tres en vosotros, y para que creyendo, pero sobre todo, adorando y viviendo, tengáis el cielo en la tierra, porque el Cielo es Dios, es la visión en gozo y visión intuitiva de la Trinidad, y el Sagrario es visión por la fe en el Hijo hecho pan, obedeciendo y cumpliendo la voluntad del Padre hasta dar la vida, hasta el final del tiempo y de sus fuerzas humanas: “ nadie ama más que el que da la vida por los amigos...me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos...”, y la Eucaristía es el amor sacrificado hasta el extremo del Padre y del Hijo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”..., por la potencia del Amor del Espíritu Santo, que por Amor de Pascua transforma el pan en Cristo resucitado y glorioso por su Espíritu de Amor que le hace eternamente y siempre Hijo del Padre y que sea también nuestro Padre en el Hijo-hijo siempre, en el tiempo como en la eternidad, con el mismo Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, porque nosotros no podemos ni sabemos amar así, no somos Dios, pero participamos de la Trinidad por la Visión-Palabra-Hijo y por el hijo-Hijo Amor- Abrazo y Beso de Dios-Trinidad.

49ª MEDITACIÓN

EL MUNDO NECESITA ALMAS EUCARÍSTICAS

El mundo necesita almas sacerdotales y creyentes que vivan y contagien el amor de Cristo Eucaristía. Jesucristo,  pan eucarístico, es  el único que puede salvar al mundo: ¡Cristo, te necesitamos! este mundo necesita almas eucarísticas, que nos amen como Tú nos amaste, sacerdotes santos y eucaristicos que te prediquen y te imiten en tu amor y entrega total a Dios y a los hombres.

BUENAS NOCHES, SEÑOR: Mañana será Corpus Christi, la fiesta de tu cuerpo, sangre, alma y divinidad, hechos pan de Eucaristía. Queremos celebrarlo con la mayor emoción y devoción posibles. Por eso, nos tienes esta tarde junto a Ti, con todo amor y cariño. Como amigos en torno al amigo en su cumpleaños o fiesta, así nosotros en torno a Ti, en racimo apretado; no queremos que estés solo esta noche, porque mañana es tu fiesta y los amigos nos gozamos de acompañar a los amigos en los acontecimientos importantes de la vida. No quisiéramos que estuvieras nunca solo, pero menos hoy y mañana ni ningún día, por eso queremos instituir hoy grupos de amigos que estén junto a Tí  los jueves. Los amigos se buscan y desean estar juntos, y nosotros queremos que Tú seas nuestro mejor amigo, el amigo del alma, el único Dios y Señor que queremos tener y adorar sobre todos y sobre todas las cosas.

       Jesús Eucaristía, hace tiempo que quería decirte algo. Quizás sería mejor a solas, sin tanta gente como está aquí esta noche. Pero todos estos, los que están aquí esta noche, son amigos y podemos hablar con confianza. ¿Recuerdas, Jesús? Fue hace veinte siglos, también en jueves, aproximadamente sobre estas horas, al atardecer, Tú estuviste loco, sí, perdona que te lo diga, tú estuviste loco, porque Tú lo sabías, Tú lo sabes todo, Tú sabías que serían muy pocos los hombres que   creerían en Tí, Tu sabías que incluso los creyentes no valoraríamos tu presencia ofrecida en amistad en el Sagrario, Tú sabías que para muchos el Sagrario sería un trasto más de la iglesia, al que se le ponen velas y colocan flores algunos días de fiesta, Tú lo sabías todo y, sin embargo, te quedaste. Gracias, Señor, ¡Qué amor más grande nos tienes! ¡Tú si que eres bueno! ¡Tú sí que amas de verdad!

       Y es que nosotros no sabemos de Dios, lo que son locuras divinas de amor, no sabemos la locura de Amor Divino, hecho primero carne, y, luego, un poco de pan  para ser comido por los hambrientos de amor divino de todos los tiempos.

       Por otra parte cuánto me alegra ve cuántos amigos tienes, Señor, y qué amor más apasionado también te han manifestado a través de los siglos! Sin embargo, ahora muchos todavía de nuestros hermanos cristianos no  saben lo que es estar enamorados de Tí, del Dios Infinito. Ellos no saben que Tú emborrachas las almas y las atas para siempre a la sombra de tu Sagrario, de tu santuario. Y nosotros, esta noche, queremos públicamente proclamar nuestro amor hacia Tí. Porque nosotros, mil veces nacidos, mil veces tuyos, Señor, en el sacramento de tu amor, como centinelas permanentes de tu presencia eucarística, puerta de encuentro y amistad contigo en la tierra. Ayúdanos a descubrir este tesoro escondido, a venerarlo, honrarlo, reconocerlo como se merece. Dános tu amor, tu fortaleza, tu humildad, tu sinceridad, tu entrega, tu pasión por el hombre, todo eso que encierras en este trozo de pan consagrado.

       Por eso, conscientes de nuestra indigencia, de nuestra falta de fe y de amor para contigo; pero conscientes también de que te tenemos aquí, tan cerca, como las turbas que te apretujaban en las calles y los campos de Palestina, acudimos a Ti, para exponerte nuestras necesidades.

       Queridos amigos, en virtud de las palabras de la consagración del pan y del vino, pronunciadas por Cristo a través del sacerdote, se hace presente todo el misterio de Cristo, todo su evangelio, toda su vida, todo el proyecto salvador del Padre que le llevó por la pasión y la muerte a la resurrección para Él y para todos.

En la Eucaristía está Cristo ya definitivo y glorioso como está en el cielo. Esta presencia de Cristo es permanente y por eso, terminada la misa, continúa en el Sagrario. De aquí nuestra admiración y nuestro amor al Sagrario. Como es un misterio tan grande Jesús, antes de instituirlo, lo prometió y habló de él varias veces, sobre todo después de la multiplicación del los panes y los peces, como lo podemos ver en el capítulo sexto del evangelio de San Juan.

Después de su resurrección Jesús siguió celebrando este misterio con sus Apóstoles y luego ellos y los primeros cristianos siguieron venerando y celebrando la Eucaristía cada ocho días en el domingo, día de su resurrección. Y desde entonces la iglesia no ha cesado de celebrar este misterio en el domingo, llamado así por ser el día en que Cristo resucitó.

       La Eucaristía es la fuente, la cima y el centro de todos los sacramentos y de toda la vida de la Iglesia. Todo gira en torno a ella. El Señor tampoco ha dejado de obrar milagros en el pan o el vino consagrados, para confirmar nuestra fe. Desde la fe y el evangelio creído y celebrado, decimos:

       1.- La Eucaristía es Cristo amigo que está cumpliendo su promesa: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Aunque a mí me gustan también en este mismo sentido y dirección las otras palabra del Señor:“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos, vosotros sois mis amigos...” Y está aquí en la Eucaristía, en el Sagrario,  porque es nuestro amigo y está dando la vida por nosotros y pidiendo al Padre por nosotros y salvándonos en silencio y sin el reconocimiento de muchos, por los cuales se quedó. Y nosotros, ¿qué hacemos por Él? ¿Cómo amamos y frecuentamos estos tres aspectos de la Eucaristía? ¿Por qué un amor tan grande en Jesús, sabiendo que iba a recibir, por parte nuestra, tan poco reconocimiento y amor en  unos Sagrarios, muchas veces llenos de polvo y olvido, en unas iglesias vacías y abandonadas, en las que se habla mucho y se adora y ora poco, como si el Señor no estuviera presente, como si estuvieran deshabitadas?

       2.- Un alma, que no ha llorado delante del Sagrario, no sabe lo que es felicidad plena de Dios en este mundo. Tampoco conoce a Cristo y a su evangelio, no sabe lo que es religión cristiana ni unión con Dios. Para que fuera nuestro sacrificio bastaba que estuviera presente en la consagración; para que fuera pan de vida, bastaba que estuviera en el momento de la comunión. ¿Por qué quiso quedarse de forma permanente en los Sagrarios  sabiendo que  iba a sufrir olvidos y abandonos? ¿Qué le podemos dar nosotros que Él no tenga? ¿Qué quiere, qué busca de nosotros? ¿Por qué se humilla y se rebaja tanto?

Sólo hay una respuesta: busca nuestra amistad, nuestra felicidad, nuestra salvación eterna. Es que para Él nosotros valemos mucho. Fuimos creados y estamos llamados a ser eternidad en Dios. Y este es el encargo que ha recibido del Padre.  Y esto es lo que busca Cristo en la Eucaristía y en el Sagrario y signo visible de lo que nos quiere su Padre. Y, para lograrlo, se hizo hombre y ha venido en nuestra busca. Estos versos de San Juan de la Cruz valen para explicarnos lo que Él hizo y lo que tenemos que hacer nosotros por Él:“Buscando mis amores, iré por esos sotos y riberas, ni cogeré las flores, ni temeré las fieras y pasaré los fuertes y fronteras”. (C. B 3)

       La Eucaristía es el amor loco, apasionado, infinito, incomprensible del Hijo de Dios, hecho pan de presencia y  comunión eucarística para el hombre y por el hombre. Para conseguirlo, atravesó las fronteras de las finitudes del tiempo y del espacio, no tuvo miedo a las fieras ni a los enemigos del camino, a los olvidos y desprecios de los mismos, por los que se encarnaba y se hacía pan de Eucaristía, ni cogió las flores del

triunfo y de la resurrección para marcharse con ellas al cielo, sino que quiso quedarse y compartirlas con todos los hombres. Por todos y para todos ha muerto y ha resucitado y permanece en el Sagrario.

       Perdóname, Jesús, no creía que me amases tanto. Yo también quiero amarte a Ti, sólo a Ti por encima de todo y te lo digo con el canto que entonaremos luego en la comunión:  “Véante mi ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos, múerame yo luego. Vea quien quisiere  rosas y jazmines, que, si yo te viere, veré mil jardines; flor de serafines, Jesús nazareno, véante mis ojos, múerame yo luego. No quiero contento, mi Jesús ausente, que todo es tormento a quien esto siente, solo me sustente, tu amor y deseo, véante mis ojos, muérame yo luego.                  

       3.- Como la presencia eucarística es presencia de Cristo ofrecida permanentemente en amistad, nuestra respuesta tiene que ser amistad personal con Él, trato íntimo y permanente con Él, ¿Cómo es nuestra respuesta? ¿Cómo son nuestras misas, nuestras comuniones, nuestra oración eucarística? ¿Cuántas veces participamos, comulgamos, le visitamos? Ahí está el Hijo en el que el Padre se complace desde toda la eternidad ¡ Lo creo! Ahí el Cristo de la adúltera que nos mira y nos perdona con ese amor misericordioso y salvador que ningún otro tiene ¡lo siento! Ahí el amigo de Lázaro, Marta y María. Ahí está, acércate, no tengas miedo, es el mismo, no te va a reñir, porque lo tengas olvidado ni tiene el carácter agriado por nuestros abandonos. Él está ahí. Es el amigo que siempre está en casa, para socorrernos y ayudarnos. Me gustaría que no tuviéramos que esperar hasta el cielo para encontrarnos con Él. Encontrarnos ya en la tierra por la fe y amor contemplativo y transformativo.

       ¡Oh Jesús! Nosotros creemos y nada ven nuestros ojos ni reflejan nuestras pupilas, sólo creemos por la certeza y confianza que nos dan tus palabras: “Esto es mi Cuerpo, esta es mi sangre”, porque sabemos que esto es lo que más te agrada, más que creer por milagros, porque entonces no  creemos en Ti sino en nuestros sentidos y razón. Señor, ayúdanos porque Tú sabes que somos débiles. Te digo como el padre de aquel enfermo: “Señor, yo creo; pero aumenta mi fe”.

 

       4.- Almas eucarísticas necesita el mundo, almas que tengan fe y amor permanentes, amor sacrificado, purificado y dispuesto a darlo todo, la vida, la soberbia, la avaricia, la carne... por Cristo y al darlo por Él salven al mundo, a los hermanos.  Todos podemos hablar y predicar de la Eucaristía, incluso podemos hacer tesis doctorales, todos podemos ser teólogos, pero para ser  testigos del Viviente, del Amor Eucarístico de Cristo, se necesita amor martirial, dar la vida por el amado, sin nimbos de gloria ni reflejos de perfección, en el silencio de cada día, de tu parroquia o situación alejada de honores, como lo hace Cristo en el Sagrario, sin testigos que te alaben o te envanezcan. Sólo el que ama así, puede entrar en el Sagrario y descubrir lo que encierra. Sólo ése puede decirnos quién vive allí. Sólo ése.

Y os lo digo bien claro, queridos feligreses, sin ojos limpios y purificados, sin deseos de conversión permanente no hay amor eucarístico permanente, encuentro y comunión permanente con Cristo, no podemos salvar a este mundo: “solo los ojos limpios verán a Dios”, a Cristo Eucaristía, al Viviente, al Primogénito, a la Belleza y Hermosura del Padre. Y aquí radica el gran peligro de la devoción eucarística, tanto para vosotros como para mí, sacerdote, que si no la vivimos, terminamos por no creerla.

       Señor, te necesitamos, no te vayas. Te necesitamos para nuestra existencia tan opaca y falta de sentido sin Tí; si Tú  no estás, entonces, ¿Quién explica mi existencia? ¿Por qué vivo y para qué vivo? Te necesitamos para nuestros jóvenes, matrimonios, familias y hogares tan llenos de todo y ahora vemos que nos falta todo, porque nos faltas Tú, que eres el Todo de todo. Te necesitamos para nuestro corazón tan vacío, que ha confundido amor con egoísmo, sexo, consumismo, te necesitamos para nuestros niños, jóvenes, matrimonios, enfermos a los que no sabemos consolar y ayudar, si no hacemos referencia a tu amor entregado, curativo, lleno de sentido y certezas eternas; Te necesitamos, Señor Eucaristía.

Y almas eucarísticas son las que precisamente necesita este mundo, esta parroquia, tu Iglesia. Nosotros queremos ser y buscarte amigos, porque hemos oído el grito que dirigiste desde tu Eucaristía a Sor Benigna de la Consolata: “Benigna mía, sé apóstol de mi amor. Grita fuerte, que todo el mundo te oiga. Que yo tengo hambre y sed, que muero de ansías de ser amado y comido de mis criaturas. Estoy por ellas en el sacramento del Amor y ellas me hacen tan poco caso. Benigna mía, búscame almas que deseen, que quieran ser mis amigas”.   

50ª MEDITACIÓN

 

EN EL SAGRARIO ESTÁ EL MISMO CRISTO DE PALESTINA Y DEL CIELO

Es siempre el mismo y eternizado Cristo, salido del Padre, encarnado en el seno de la dulce Nazarena, de la madre fiel y creyente, María; el mismo que curó y predicó y murió y está sentado a la derecha del Padre, que está cumpliendo su promesa de estar con nosotros hasta el final de los tiempos.

       Nosotros, a veinte siglos de distancia, estamos ahora presentes y somos contemporáneos del mismo Cristo y podemos hablarle y tocarle como las turbas entusiasmadas de entonces, como la hemorroísa, para que nos cure; como la Magdalena, para que nos perdone; como el padre de aquel lunático, para que nos aumente la fe; como Zaqueo, para hospedarle en nuestra casa y sentir su amistad; como los niños y niñas de su tiempo, a los que tanto quería y abrazaba, como símbolos de la sencillez de espíritu, que debemos imitar sus seguidores, y recordando tal vez su propia infancia, tan llena de amor y ternura de José y  María.

Aquí está el mismo Cristo, no ha cambiado, a pesar de tanto desprecio y olvido por parte de los hombres. Es que son muchos los olvidos y abandonos que recibe de los hombres, es poca la reverencia y estima hacia su persona sacramentada de los mismos creyentes, incluso de los sacerdotes, como si el Sagrario fuera un trasto más de la iglesia,  sin una mirada de amor y cariño, de agradecimiento. Y así años y años como ni no tuvieran fe en lo que celebran. Menos mal que es solo a veces. Menos mal que ya no puede sufrir porque lo sufrió todo antes. Menos mal que hoy sigue teniendo también como siempre amigos que lo miran, almas verdaderamente eucarísticas, sencillas o cultas, pobres o ricos, sacerdotes o laicos, siempre fieles cristianos, que lo adoran y se atan para siempre a la sombra de su Sagrario.

       Siento sinceramente estos desprecios al Señor en el Sagrario, porque Él está vivo, vivo y no ha perdido el amor ni la capacidad ni los deseos de transfigurarse ante nosotros, como lo hizo en el Tabor ante Pedro, Santiago y Juan, y convertirse así en cielo anticipado para los que le contemplan con fe y amor. 

       Cristo en el Sagrario se entrega por nada. Basta  un poquito de fe, de fijarse y pararse ante Él, porque está tan deseoso de trabar amistad con cualquiera, que se vende por nada, por una simple mirada de amor, por un poco de comprensión y afecto.

       Mi primer saludo, cada mañana, cuando vaya a una iglesia o a la oración, debe ser mirarle fijamente en el Sagrario y decirle: Jesús Eucaristía, yo creo en Tí; Jesucristo Eucaristía, yo confío en Ti; Jesucristo Eucaristía, Tú eres el Hijo de Dios; Oh Señor, nosotros creemos en Ti, te adoramos en el pan consagrado y nos alegramos de tenerte tan cerca de nosotros. Auméntanos la fe, el amor y la esperanza, que son los únicos caminos para llegar hasta Ti y unirnos por amor directamente contigo:“Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo”.

       Y cuando lleguen las noches de fe, las terribles purificaciones de nuestra fe, esperanza y caridad, cuando el entendimiento quiere ver y razonar por su cuenta porque en el fondo no se fía de tu palabra, y quiere probarlo todo y razonar todo: tu persona, tu presencia, tu evangelio, tus palabras y exigencias, incluso echar mano de exégesis y de teologías, la última palabra, el último apoyo es tu presencia eucarística, creer sin apoyos y lanzarse en pura fe, lanzarse a tus brazos sin sentirlos, porque no se ven ni se tocan ni sentimos tu aliento y cercanía.

Tú siempre está ahí  esperándonos y nos das tu mano, porque quieres ayudarnos, porque para eso te quedaste en el Sagrario; pero en estos momentos no la sentimos, porque en esas purificaciones Tú quieres que me fíe totalmente de tu palabra, que me fíe solo de Ti: ¿Cómo Dios en un trozo de pan? ¿Y ahí el Dios creador de cielo y tierra? ¿Es razonable esto? Y Tú lo único que buscas es que me fíe solo de Ti, hasta el olvido y negación de todo lo mío y adquirido en teologías y exégesis, de todo apoyo humano y posible, de todo lo que yo vea y sienta, sin arrimos ni apoyo ni seguridades de nada ni de nadie.

       Hasta los evangelios, en esas noches de fe, no dan luz ni consuelo ni certeza ni seguridad sensible; ¿Quién me asegura que sean verdad? ¿Dónde está la inspiración? ¿Son puros escritos humanos? ¿No tienen incluso equivocaciones humanas? ¿Cristo en un trozo de  pan? Es la noche de la fe y no sentimos tu presencia eucarística, como si no hubiera nada, solamente pan, y el Sagrario, más que la morada del amigo, parece su tumba y sepulcro. Estas crisis son inevitables y no son al principio sino cuando el Señor quiere limpiar más nuestro corazón, cuando quiere de verdad entregarse y nosotros debemos prepararnos a su amistad. Y entonces uno que ya vivía y quería vivir para Ti, se encuentra de golpe aparentemente sin fe, esto es lo que le parece al alma. Y pierde el sentido de su vida critiana y se encuentra perdido, como si hubiera perdido el tiempo viviendo la fe, como si te hubiera perdido a Ti, como si Tú no existieras. No te digo nada si esto te ocurre en un seminario o en un noviciado: ¿qué hago yo aquí?

       Por si esto no fuera suficiente, y aquí está otra causa de la tiniebla, esta noche, estos interrogantes se plantean porque ha llegado el momento de la verdad, la hora del éxodo, de la conversión, de dejar la tierra, las posesiones, la parentela, los consumismos, los propios criterios, los afectos desordenados, los pecados, y esto cuesta sangre, porque ahora el Señor lo exige todo y lo exige de verdad, para ser sus amigos. “Si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24).

Hasta ahora todo había sido más o menos meditado, teórico, renuncias que debían hacerse, incluso predicadas a otros; pero ahora Cristo me exige la vida, y claro, como me amo tanto y esto me cuesta de verdad, antes de entregarme de verdad, exijo garantías: ¿Será verdad todo esto? ¿Jesucristo es Dios? ¿Dónde está Cristo ahora? ¿Llenará de verdad su evangelio y su persona?  Y todo esto es sencillamente porque el Señor ha tomado parte en el asunto, quiere purificarme; pero de verdad. No como yo lo estaba haciendo hasta ahora, a temporadas y muy suavemente, sin echar sangre. Y ahora hay que derramarla como Cristo, para gloria del Padre y salvación de los hermanos.

Y entonces es cuando los dogmas teológicos se plantean de verdad, no para enseñar a otros, discurtirlos, no; sino para vivirlos, para derramar mi sangre o no, para dar la vida o no por ellos, porque los creo ¿Estoy dispuesto a renunciar a la vida presente para ganar la futura? ¿Pero existe la futura? ¿Existe Dios? Porque mientras todo esto era en teoría, para enseñar, sacar títulos o predicar, no pasaba nada, pero en cuanto toca mi vida, igual que si toca mi dinero, entonces la cosa va en serio. Es mi vida, mi existencia. Y por aquí hace caminar el Señor a los que verdaderamente quieren unirse a Él, quieren ser santos, quieren vivir en plenitud el evangelio, y el camino siempre es la oración, podía decir que era la Eucaristía, pero no, es la oración o si quieres la oración eucarística. Y así es cómo se pasa también y a la vez de una fe heredada o puramente teórica o apoyada en razonamientos nuestros o humanos a una fe personal y viva y experimentada.

        Esta situación ya durísima, se hace imposible, cuando además de la oscuridad de la fe, el amor y la esperanza- las noches del espíritu de san Juan de la Cruz,- Dios permite que venga también la noche de la vida y nos visita el dolor moral, familiar o físico, la persecución injusta y envidiosa, la calumnia por envidia, los últimos puestos, los desprecios sin fundamento alguno.

Y uno se pregunta: ¿dónde estás, Señor? ¿Cómo es posible que Tú quieras o permitas esto? ¿Por qué todo esto, Señor...? Sal fiador de mí. Pero Tú no respondes ni das señales de estar vivo, aunque estás ahí trabajando y purificándonos, totalmente entregado a tu tarea de podar todo lo que impida la amistad y el gozo pleno contigo como es el amarme y buscarme a mí mismo más que a Ti, el amarte a Ti sobre todas las cosas, porque nos has amado y nos amas hasta el extremo de tus fuerzas, del amor y de la amistad; pero nosotros no comprendemos ni sabemos que tengamos que purificarnos tanto, de vaciarnos totalmente de nosotros mismos para llenarnos solo de Ti, porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe Dios, ni por qué ni cómo ni cuánto tiempo, porque no nos conocemos. 

       Y es precisamente entonces, cuando los sentidos y las criaturas se sienten más y vuelven a darnos la lata los afectos, la carne, las pasiones personales, porque ahora les ha tocado el hacha en su raíz; pero de verdad. Y por eso echan sangre, porque antes los teníamos, pero no nos habíamos metido en serio con ellos. Ahora lo hace el Señor directamente y sin contemplaciones, lo quiere el Padre para hacernos totalmente hijos en el Hijo y dárnoslo todo con Él; pero antes de llegar a la resurrección y a la vida nueva de amistad con Él, hay que morir, pero de verdad, nada de romanticismo y literatura. Es el Getsemaní personal, tan verdad, tan verdad y tan duro, que muchos se despitan, les parece imposible que Dios quiera esto,  y se echan para atrás, y por no encontrar a veces personas con esta experiencia, se alejan del camino que Dios les marcaba y  serán buenas personas; pero no llegarán hasta estas altura que Dios les había preparado. Llegarán  a estar en el cielo, después del Purgatorio, como todos, pero no en la tierra, por haberlo rechazado.

       Señor, échanos una mano, que nosotros no somos tan fuertes como Tú en Getsemaní, que te veamos salir del Sagrario para ayudarnos y sostenernos, porque somos débiles y pobres, necesitados siempre de tu ayuda. ¡No nos dejes, Madre mía! Señor, que la lucha es dura y larga la noche, es morir sin comprensión ni testigos de tu muerte, como tú, Señor, sin que nadie sepa que estás muriendo. Tú lo sabes bien, sin compañía sensible de Dios ni de los hombres, sin testigos del dolor y el esfuerzo; sino por el contrario, la mentira, la envidia, la persecución injustificada y sin motivos. Señor, que entonces te  veamos salir del Sagrario, para acompañarnos en nuestro calvario hasta la muerte del yo, para resucitar en contigo a una fe purificada, limpia de pecados y empecemos ya  la vida nueva de amistad y experiencia gozosa y resucitada contigo.

       Queridos amigos, es mucho lo que el Señor tiene que limpiar y purificar en nosotros, si queremos llegar a la amistad total con Él, a la unión e identificación de amor con Él. Lo único que nos pide es que nos dejemos limpiar por Él para poder tener sus mismos sentimientos y actitudes y gozo y verdad y vida. Y lo haremos, con su ayuda; aunque nos cueste, porque “los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá” (Rom 8,18). En estas noches y purificaciones hay que “esperar contra toda esperanza”. Y es que hay que destruir en nosotros la ley del pecado que todos sentimos:“Así experimento esta ley: Cuando quiero hacer el bien, el mal es el que me atrae. Porque me complazco ante Dios según el hombre interior, pero experimento en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que lleva a la muerte? Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor” (Rom 7,23-25).

       Por todo esto, la necesidad de las noches del alma y de las purificaciones del entendimiento, de sus criterios puramente humanos; de la voluntad con sus afectos radicalmente desordenados, porque se pone a sí misma como centro en lugar de Dios; de la memoria, que solo sueña con el consumismo, con vivir y darse gusto al margen de la voluntad de Dios e incluso contra su voluntad. Es necesaria la noche y la cruz y crucificarse con Cristo para resucitar con Cristo a su vida nueva, para celebrar la pascua del Señor, la nueva alianza en su sangre y en la nuestra, el paso definitivo desde mi yo hasta Cristo: “no soy yo es Cristo quien vive en mí”, para vivir la vida nueva de amar a Dios sobre todas las cosas, de entrega a los hermanos sobre nosotros mismos, de no buscar el placer, el dinero, la soberbia, los honores y primeros puestos como razón de la propia existencia.

       Queridos hermanos, hay que purificarse mucho, Dios dirá, para llegar a la unión plena con Él, a la transformación total de nuestro ser y existir en Cristo, para que no sea yo sino Cristo el que viva en mí, para ser santos, para sentir a Cristo, para experimentarle vivo, vivo y resucitado: “Os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios. Este es vuestro culto razonable. Que no os conforméis a este siglo sino que os transforméis por la renovación de la mente, para que sepáis discernir la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta” (Rom 12,1-2).

       Cristo, por la Eucaristía, nos llama a identificarnos con Él, a tener su misma vida y hacernos con Él una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, en adoración perfecta hasta dar la vida, con amor extremo. Esto es cristianismo, vivir por Cristo, con Él y en Él, hacerse uno con Él, vivir su misma vida, con sus mismos afectos y actitudes, y esto exige cambios y conversión radical de nuestro ser y vivir. “Los que viven según la carne, no pueden agradar a Dios... Quien no posee el Espíritu de Cristo, no le pertenece” (Rom 8,8-10). “Para llegar a tenerlo todo, no quieras tener nada, para llegar a poseer todo, no quieras poseer nada”. Las nadas de San Juan de la Cruz no son teorías pasadas de moda. Es la actualidad de toda alma que quiera llegar a la unión perfecta y total con Cristo: «Por tanto, es suma ignorancia del alma pensar podrá pasar a este alto estado de unión con Dios si primero no vacía el apetito de todas las cosas naturales y sobrenaturales que le puedan impedir, según mas adelante declararemos» (1S 5,2). «En este camino siempre se ha de caminar para llegar, lo cual es ir siempre quitando quereres, no sustentándolos; y si  no se acaban todos de quitar, no se acaba de llegar» (1S 11,6).

       He leído muchas veces la primera carta de San Juan  y  me impresiona las repetidas y clarísimas veces que insiste en esto: donde hay pecado, no está ni puede estar ni vivir Dios. Por eso, la necesidad de quitar hasta las mismas raíces del pecado, para que nos llene la luz de Dios, que es vida de amor: “Todo el que permanece en Él, no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 3,6). Y en su evangelio Cristo nos asegura: “Yo soy la Luz” “Porque todo el que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz, por que sus obras no sean reprendidas. Pero el que obra la verdad viene a lu luz para que sus obras sean manifestadas, pues están hechas según Dios” (Jn 3 20-21).

       Ya dije anteriormente, que toda la devoción eucarística o la vida cristiana o la amistad con Cristo nos la jugamos a esta baza: la de la conversión permanente. Con otras palabras, las «noches» de San Juan de la Cruz. En cuanto yo empiezo a orar ante el Sagrario y quiero iniciar mi amistad con Jesucristo, a los pocos meses el Señor empieza a decirme lo que impide mi amistad con Él: el pecado. Tengo que mortificarlo, darle muerte en mí, se llame soberbia, envidia, genio, consumismo, castidad;  si no quiero luchar o me canso, se acabó la oración, la amistad con Cristo, la vivencia eucarística, la santidad, la verdadera eficacia de mi sacerdocio o vida cristiana. Sí, sí, si llegaré a sacerdote, tal vez más alto, pero es muy distinto todo. Cuanto más alto esté en la Iglesia, mayor será mi responsabilidad. Es muy distinto todo: su vida, su palabra, su convencimiento, su misma eficacia apostólica cuando una persona ha llegado a esta unión. Y es muy triste no ver esto en las alturas  de la Iglesia ni con la debida frecuencia. No son estos los cánones de selección. En el fondo, no nos fiamos de las Palabras de Cristo. Sin embargo, el Señor lo dice muy claro:“Yo soy la vid verdadera... mi padre el viñador; a todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto... permaneced en mí y yo en vosotros…sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,1-4).

       Es el Espíritu Santo el que iluminará purificando, unas veces más, otras menos, durante años, apretando según sus planes, que nosotros ni entendemos ni comprendemos perfectamente, sobre todo cuando nos está pasando, sólo después de pasado y en general, porque en cada uno es distinto, según los proyectos de Dios y la generosidad de las almas. Pero lo que está claro en los evangelio es que para conocer, para llegar a un conocimiento más pleno de Dios hay que ir limpiando el alma de todo pecado: “En esto sabemos que conocemos a Cristo: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: “Yo lo conozco” y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado a él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él debe vivir como vivió él (1Jn 2,3-6).

51ª MEDITACIÓN

JESUCRISTO EUCARISTÍA,  EL MEJOR MAESTRO DE ORACIÓN

Para ayudarnos en este camino de oración, ningún maestro mejor, ninguna ayuda mejor que Jesús Eucaristía. Por la oración, que nos hace encontrarnos con Él y con su palabra y evangelio, vamos cambiando nuestra mente y nuestro espíritu por el suyo:“Pues el hombre natural no comprende las realidades que vienen del Espíritu de Dios; son necedad para él y no puede comprenderlas porque deben juzgarse espiritualmente. Por el contrario, el hombre espiritual lo comprende, sin que él pueda ser comprendido por nadie. Porque “¿quién conoció la mente del Señor de manera que pueda instruirle?” (Is 40,3). Sin embargo, nosotros poseemos la mente de Cristo” (1Cor 2,16-18).

       Queridos hermanos, no podemos hacer las obras de Cristo sin el espíritu de Cristo. Y para eso, tenemos que unirnos a Él, como los sarmientos a la vid. Si no estamos unidos a Cristo como el sarmiento a la vid, la savia irá por un sarmiento lleno de obstáculos, por una vena sanguínea tan obstruida por nuestros  defectos y pecados, que apenas puede llevar sangre y salvación de Cristo al cuerpo de tu parroquia, de tu familia, de tu grupo, de tu  apostolado. Sin unión vital y fuerte con Cristo, poco a poco tu cuerpo apenas recibirá la vida de Cristo e irá debilitándose tu perfección y santidad evangélica.  No podemos hacer las obras de Cristo sin el amor y el fuego de Cristo. Y para llenarnos de su Espíritu, primero tenermos que vaciarnos de todo lo nuestro.

       El primer apostolado es cumplir la voluntad del Padre, como Cristo:“Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra” (Jn 4,34), o con S. Pablo: “Porque la  voluntad de Dios es vuestra santificación” (1Tes 4,3). El apostolado primero y más esencial de todos los cristianos es ser santos, es estar y vivir unidos a Dios, y para ese apostolado, la oración es lo primero y esencial. Lo ha dicho muy claro el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica NMI Por esta razón, la oración ha de ser siempre el corazón y el alma de todo apostolado. Así es como definíamos antes al apostolado: llevar las almas a Dios.

       Desde el momento en que renunciamos a la oración permanente, lógicamente se perderá la eficacia principal de nuestro apostolado,  porque Cristo lo dijo muy claro y muy serio en el evangelio: “Yo soy la vid verdadera y mi padre es el viñador. Todo sarmiento que en mi no lleve fruto, lo cortará; y todo el que de fruto, lo podará, para que de mas fruto... como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mi. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mi no podéis hacer nada” (Jn 15 1-5).

       Y así es sencillamente la  vida de muchos cristianos, sacerdotes, religiosos, que al no estar unidos a Él con toda la intensidad y unión que el Señor quiere, lógicamente no podrán producir los frutos para los que fuimos elegidos por Él. ¿De dónde les ha venido a todos los santos, así como a tantos apóstoles,  obispos, sacerdotes, hombres y mujeres cristianas, religiosos/as, padres y madres de familia, misioneros y catequistas, que han existido y existirán, su eficacia apostólica y su entusiasmo por Cristo? De la oración, de la experiencia de Dios, de constatar que Cristo existe y es verdad y vive y sentirlo y palparlo, no meramente estudiarlo, aprenderlo  o creerlo, como verdad. Esta fe vale para salvarnos, pero no para contagiar pasión por Cristo.

        ¿Por qué los Apóstoles permanecieron en el Cenáculo, llenos de miedo, con las puertas cerradas, antes de verle a Cristo resucitado? ¿Por qué incluso cuando Cristo se les apareció y les mostró sus manos y sus pies traspasados por los clavos, permanecieron todavía encerrados y con miedo? ¿Es que no habían constatado que había resucitado, que estaba en el Padre, que tenía poder para resucitar y resucitarnos? ¿Por qué el día de Pentecostés abrieron las puertas y predicaron abiertamente y se alegraron de poder sufrir por Cristo? Porque ese día lo sintieron dentro, lo vivieron, y eso vale más que todo lo que vieron sus ojos en los tres años de Palestina e incluso en la mismas apariciones de resucitado.

       En el día de Pentecostés vino Cristo todo hecho fuego y llama de Espíritu Santo a sus corazones, no por experiencia puramente externa de aparición corporal sino con presencia y fuerza de Espíritu quemante, sin mediaciones exteriores o de carne y hecho «llama de amor viva» y esto les quemó y abrasó las entrañas, el cuerpo y el alma, porque esto no se puede sufrir sin comunicarlo. Y entonces sí que quitaron los cerrojos y abrieron las puertas y predicaron abiertamente y perdieron el miedo a morir y todos, aunque eran de diversas lenguas, entendieron la lengua universal del amor.

       “María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. Ahí es donde nuestra hermosa nazaretana, nuestra Virgen guapa aprendió a conocer a su hijo Jesucristo y todo su misterio, y lo guardaba y lo amaba y lo llenaba con su amor, pero a oscuras, por la fe, y así lo fue conociendo, «concibiendo antes en su corazón que en su cuerpo», hasta quedarse sola con Él en el Calvario.

        Pablo no conoció al Jesús histórico, no le vio, no habló con Él en su etapa terrena. Y ¿qué pasó? Pues que para mí y para mucha gente le amó más que otros apóstoles que lo vieron físicamente. Él lo vio en vivencia y experiencia mística, espiritual, sintiéndolo dentro, vivo y resucitado sin mediaciones de carne; sino de Espíritu a espíritu. De ahí le vino toda su sabiduría de Cristo, todo su amor a Cristo, toda su vida en Cristo hasta poder decir: “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”, “Para mí la vida es Cristo”. Este Cristo, fuego de vivencia y Pentecostés personal lo derribó del caballo y le hizo cambiar de dirección, convertirse del camino que llevaba, transformarse por dentro con  amor de Espíritu Santo. Nos los dice él mismo: “Yo sé de un cristiano, que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo? Dios lo sabe. Lo cierto es que ese hombre fue arrebatado al paraíso y oyó palabras arcanas que un hombre no es capaz de repetir, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo?, Dios los sabe” (2Cor 12,2-4).

       Esta experiencia mística, esta contemplación infusa, vale más que cien apariciones externas del Señor. Tengo amigos, con tal certeza y seguridad y fuego de Cristo, que si se apareciese fuera de la Iglesia, permanecerían ante el Sagrario o en la misa o en el trabajo, porque esta manifestación, que reciben todos los días del Señor por la oración, no aumentaría ni una milésima su fe y amor vivenciales, más quemantes y convincentes que todas las manifestaciones externas. La mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza de vida mística, de experiencia y vivencia de Eucaristía. Y lo peor es que hoy está tan generalizada esta pobreza, tanto arriba como abajo, que resulta difícil encontrar personas que hablen encendidamente de la persona de Cristo, de su presencia y misterio y los escritos místicos y exigentes escasean porque no son éxitos editoriales ni de revistas.

       Repito: la mayor pobreza de la iglesia, la más grave y destructora de vida cristiana es y será siempre la pobreza de vida mística, de vivencia de Dios, de deseos de santidad, de oración que poco a poco no vaya transformando en Cristo:“Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo...,” pero conocimiento vivencial, de Espíritu Santo a espíritu humano, o si quieres, comunicado e injertado en el alma por el Espíritu Santo, fuego, alma y vida de nuestro Dios Trino y Uno.

       El Sagrario es Jesucristo en amistad y salvación ofrecidas permanentemente al mundo, a todos los hombres. Por medio de la oración en su presencia eucarística el Señor prolonga esta tarea de evangelización, de amistad, dando así su vida por nosotros en entrega sacrificial,  invitándonos, por medio de la oración y el diálogo eucarístico,  a participar de su pasión de amor por el  Padre y por los hombres. Y nos lo dice de muchas maneras:  desde su presencia humilde y silenciosa en el Sagrario, paciente de nuestros silencios y olvidos, o también a gritos desde su entrega total en la celebración eucarística, desde el evangelio proclamado en la misa, desde la palabra profética de nuestros sacerdotes, desde la comunión para que vivamos su misma vida –“El que me come vivirá por mí”,- desde su presencia testimonial en todos los Sagrarios de la tierra.

       Precisamente, para poder llenarnos de sus gracias y de su amor, necesita vaciarnos del nuestro, siempre imperfecto y egoísta, para llenarnos del suyo entregado hasta dar la vida por todos, incluso los enemigos,  hasta la amistad transformante de vivir su misma vida. 

       Nuestro amor es <ego> y sólo Dios puede darnos el amor con que Él se ama y nos ama, un amor que empieza, nos arrastra y finaliza  en Dios Uno y Trino; ese amor que es  la vida de Dios, del que participamos por la gracia; ese amor de Dios que pasa  necesariamente por el amor verdadero a los hermanos y si no nos lleva, entonces no es verdadero amor venido de la vida de Dios: “El Padre y yo somos uno...”; “el que me ama, vivirá por mí...”; “ Carísimos, todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por Él...” (1Jn 4,7-10).

       Todos y cada uno de nosotros, desde que somos engendrados en el seno de nuestra madre, nos queremos infinitamente, sin límites, a nosotros mismos, más que a nuestra madre, más que a Dios, y por esta inclinación original, si es necesario que la madre muera, para que el niño viva, si es necesario que la gloria de Dios quede pisoteada para que yo viva según mis antojos, para que yo consiga mi placer, mi voluntad, mi comodidad,  pues que los demás mueran y que Dios se quede en segundo lugar, porque yo me quiero sobre todas las cosas y personas y sobre el mismo Dios. Y esto es así, aunque uno sea sacerdote, obispo, religioso, consagrado o bautizado, por el mero hecho de ser pura criatura, porque somos así, por el pecado original, desde nuestro nacimiento. Y si no nos convertimos, permanecemos así toda la vida. Y esto es más grave cuanto más alto es el lugar que ocupa uno en la construcción del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.

       Hay demasiados profetas palaciegos en la misma Iglesia de Cristo. Faltan padres, madres, profesionales cristianos y profetas, sacerdotes como Cristo que busquen primero la gloria de Dios y la santificación verdadera de los hermanos. Jeremías se quejó de esto ante el Dios que lo elegía para estas misiones tan exigentes. El temor a sufrir, a ser censurado, rechazado, a no escalar puestos, a perder popularidad, hace que los profetas no hablen y silencien el mensaje de Dios porque “La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: no me acordaré de él, no hablaré más en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía” (Jr 20,7-9).    

El profeta de Dios corregirá, aunque le cueste la vida. Así lo hizo Jesús, aunque sabía que esto le llevaría a la muerte (cfr. Jn 2,13-17). Por eso este cambio, esta conversión sólo  puede hacerla Dios porque nosotros estamos totalmente infectados del yo egoísta y hasta en las cosas buenas que hacemos, el egoísmo, la vanidad, la soberbia nos acompañan como la sombra al cuerpo.

       «La paz de la oración consiste en sentirse lleno de Dios, plenificado por Dios en el propio ser y, al mismo tiempo, completamente vacío de sí mismo, a fin de que Él sea todo en todas las cosas. Todo en mi nada. En la oración debemos imitar a la Madre, que se vació de su voluntad -pobreza radical-    propia para llenarse del Verbo de Dios por la potencia del Espíritu Santo. Sin vacío interior de criterios y voluntad propia,  no hay oración; pero ese vacío y esa plenitud sólo la puede hacer la acción del Espíritu Santo. Porque orar es tomar conciencia de mi nada ante quien lo es todo. Porque orar es disponerme a que Él me llene, me fecunde, me penetre, hasta que sea una sola cosa con Él. Como María Virgen: alumbradora de Dios en su propia carne, pues para Dios nada hay imposible. Vacío es pobreza. Pero pobreza asumida y ofrecida en la alegría. Nadie más alegre ante los hombres que el que se siente pobre ante  Dios. Cuanto menos sea yo desde mí  mismo, desde mi voluntad de poder, tanto más seré  yo mismo de Él y para los demás. Donde no hay pobreza no hay oración, porque el humano (hombre o mujer) que quiere hacerse a sí mismo, no deja lugar dentro de sí, de su existencia, de su psiquismo a la acción creadora y recreadora del Espíritu».

(ANTONIO LÓPEZ BAEZA: Un Dios locamente enamorado de tí, Sal Terrae, Santander 2002, pag. 93-4)

        Pablo es un libro abierto sobre su conversión interior de actitudes y sentimientos hasta configurarse con Cristo: en un primer momento dice:“¿Quién me liberará de este cuerpo de pecado...? He rogado a Dios que me quite esta mordedura de Satanás... te basta mi gracia…”  Es consciente de su pecado y quiere librarse de él. En un segundo momento percibe que para esto debe mortificar y crucificarse con Cristo. Sólo así puede vivir en Cristo: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi...” Finalmente experimenta que solo así se llega a la unión total de sentimientos y vida y apostolado con su Señor: “Libenter gaudebo in infirmitatibus meis...”  Ya no se queja de las pruebas y renuncias sino que “me alegro con grande gozo en mis debilidades para que habite plenamente en mí la fuerza de Cristo”. “No quiero saber más que de mi Cristo y este crucificado”; “En lo que a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo  en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo”. Y está tan seguro del amor de Cristo, que, aun en medio de las mayores purificaciones y sufrimientos, exclama en voz alta, para que todos le oigamos y no nos acobardemos ni nos echemos para atrás en las pruebas que nos vendrán necesariamente en este camino de identificación con Cristo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Más en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni muerte, ni la vida, ni lo presente ni lo futuro... ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8,35-39).

52ª MEDITACIÓN

BREVE ITINERARIO DE LA  ORACIÓN EUCARÍSTICA

El camino de la oración ya está descubierto y es elemental en su estructura, aunque cada uno tiene que recorrerlo personalmente. No olvidar jamás que orar es amar y amar es orar y convertirse y en la vida cristiana estos tres verbos se conjugan  igual y están siemmpre unidos y como uno falle están fallando los otros dos en algo. Estoy convencido, por teoría y experiencia, de que el que quiere orar ya está amado y si ama de verdad a Cristo tiene que cumplir sus mandamientos, tiene que vivir como El y para eso hay que convertirse.

       La dificultad en orar está principalmente en que uno no está convencido de su importancia y puede considerar la oración una más de las diversas formas de la piedad  cristiana; además, como cuesta al principio coger este camino de amar a Dios sobre todas las cosas, lo cual supone renuncia y conversión, uno cree poder sustituirla con otras prácticas piadosas. Lo primero, pues, que hemos de tener presente, como hemos dicho ya tantas veces, será pedir la fe y el amor que nos unen a Dios, y no pueden ser fabricados por nosotros.

       La oración nunca será un camino difícil sino costoso, como cualquier camino que lleva a la cima de la montaña, sobre todo, en los comienzos. El camino es facilísimo: querer amar a Dios sobre todas las cosas. “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, solo a Él darás culto” (Mt. 4,10). Por lo tanto, abajo todos los ídolos, el primero, nuestro yo. Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios con estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22,37). Pero esto cuesta muchísimo, sobre todo al principio, porque entonces no se tienen los ojos limpios para ver a Dios, no se sienten estos deseos con fuerza, no se tiene la fe y el amor y una esperanza de Dios suficientes para ir en su busca, empezando por renunciar al cariño y la ternura que nos tenemos. Este preferirnos a Dios ha hecho que nuestra  fe sea seca, teórica, puramente heredada, y ha de ser precisamente por esos ratos de oración eucarística cuando empiece a hacerse personal, a creer no por lo que otros me han dicho sino por lo que yo voy descubriendo; y eso ya no habrá quien te lo quite.

       Es costosa la oración, sobre todo al comienzo, hasta coger el camino de la conversión, porque la persona, sin ser consciente, achaca a las circunstancias de la oración o sus métodos, la sequedad de la misma, siendo así que en realidad la aridez y el cansancio vienen de que hay que empezar a ser más humildes, a perdonar de verdad, a convertirnos a Dios, para amarle más que a nosotros mismos y esto, si no hay gracias de Dios especiales, que se lo hagan ver y descubrir y para eso es la oración, imposibilita la oración de ahora y de siempre. 

       Por eso, al hablar de oración a principiantes, es más sencillo y pedagógico hablarles desde el principio de  que se trata de un camino de conversión a Dios que es un camino exigente, y que por y para eso necesitamos hablar continuamente con Él, para pedirle luz y fuerzas. La dificultad en la oración, en el encuentro con el Señor, en descubrir su presencia y amor y amistad  está en que no queremos convertirnos, porque nos cuesta renuncias y sufrimientos, como el perdonar siempre; y esta dificultad conviene que sea descubierta, sobre todo, al principio, por el mismo orante o por las personas que lo dirigen, para descubrir la razón de su sequedad y  distracciones y no ponerla sólo en los métodos y técnicas de la oración. Algunos cristianos, por desgracia, no saben de qué va la oración personal, qué lleva consigo y otros hablamos con frecuencia de ello, pero no hemos emprendido de verdad el camino o lo hemos abandonado y estamos ya instalados en nuestros defectos y pecados, aunque sean veniales, pero que nos instalan también en la lejanía de Dios e impiden la verdadera oración, que no lleva a la verdadera santidad y al  encuentro pleno y permanente con el Señor a la unión cada vez más plena con Él. Y esto supone conversión permanente… permanente, permanente. 

       Sin conversión no hay oración y sin oración no hay vivencia y experiencia permanente de Dios ni amor verdadero a los hermanos ni entrega ni liturgia vivida ni gozo del Señor ni santidad ni nada verdaderamente importante en la vida cristiana ni apostolado que lleve a los hombres al amor y conocimiento vital de Dios sino acciones, programaciones, organigramas que llevan a dimensiones poco trascendentes y perpendiculares y poco elevadas de fe y amor cristianos, donde muchas veces es hacer por hacer, para sentirse útil, pero en apostolado puramente horizontal y donde la gloria del Padre no buscada ni es descubierta ni siquiera mencionada, porque no se vive ni se siente y Jesucristo no es verdaderamente buscado y amado como salvador y sentido total de nuestras vidas. Son acciones de un “sacerdocio  puramente técnico y profesional”, acciones de Iglesia sin el corazón de la Iglesia, que es el amor a Cristo; acciones de Cristo sin el espíritu de Cristo, porque el sarmiento no está unido a la vid.

       La oración, desde el primer día, es amor a Dios: «Que no es otra cosa oración mental, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Por eso, desde el primer metro o kilómetro ¡abajo los ídolos! especialmente el yo que tenemos entronizado en el altar de nuestro corazón.

       Y cuando, pasado algún tiempo, años tal vez, los que Dios quiera, y ya plenamente iniciados y comprometidos,  lleguen las noches de fe, las terribles purificaciones de nuestra fe, esperanza y caridad, porque Tú, Señor, para prepararnos plenamente a tu amor sobre todas las cosas, lo exiges todo, danos la gracia de tener personas que no ayuden y nos orienten. En estas etapas, que son sucesivas y variadas en intensidad y tiempo, según el Espíritu Santo crea oportuno purificar y según sus planes de unión,  ni la misma liturgia ni  los evangelios  dan luz ni consuelo, porque Dios lo exige todo y viene la duda <metódica> puesta por Dios en el alma para conducirnos a esa meta: ¿Será verdad Cristo? ¿Cómo puedo quedarme sin fe, sin ver ni sentir nada, por qué seguir...? ¿No debe ser todo razonable, prudente, sin extremismos de ninguna clase? ¿Habrá sido todo pura  imaginación, por qué no aceptar otros consejos y caminos? ¿Cómo entregar la propia vida, la misma vida en amor total y para siempre, las propias seguridades sin ninguna seguridad de que Él está en la otra orilla...? ¿Será verdad todo lo que creo, será verdad que Cristo vive, que es Dios, cómo dejar estas cosas de la vida  que tengo y toco y me sostienen vital y afectivamente por una persona que no veo ni toco ni siento, y menos en un trozo de pan, cómo puede existir una persona que ya no veo en la oración, en el evangelio, en la relación personal que antes tenía y creía...? ¿Será verdad? ¿Dónde apoyarme para ello? ¿Quién me lo puede asegurar? Con lo feliz que era hasta ahora, con el gozo que sentía en mis misas y comuniones anteriores, con deseos de seguirle hasta la muerte, con ratos de horas y horas de oración y hasta noches enteras en unión y felicidad plena ¿qué me pasa? ¿Qué está pasando dentro de mí?

       En estas etapas, que pueden durar meses y años,  el alma va madurando en la fe, esperanza y caridad, virtudes teologales que nos unen directamente con Dios, y sin ella ser consciente, se va llenando de la misma luz y fuerza de Dios; su fe, va recibiendo de Dios más luz, luz vivísima y sin imperfecciones de apoyos de criaturas,  y va  entrando en este camino en que el Espíritu Santo es la única luz, guía, camino y director espiritual.

       La causa de todo esto es una influencia y presencia especial de Dios en el alma (llamada por San Juan de la Cruz contemplación infusa) que, a la vez que ilumina y purifica al alma con su luz intensísima, la fortalece en aparente debilidad y poco a poco ya no soy yo el que lleva la batuta de la conversión, porque me corregía lo que me daba la gana y muchos campos ni los tocaba y en otros me quedaba muy superficial. Ahora es el Espíritu Santo, porque me ama infinitamente, el que me purifica como debe ser y yo debo confiar en Él sobre el dolor y las dudas y la soledad y las sospechas que provocan tanta purificación y conversión.

       Es que Dios es Dios y no sabe amar de otra forma que entregándose y dándose todo entero. Así es que me tengo que vaciar todo entero de mis criterios, afectos y demás totalmente, para que Él pueda llenarme. Luego, cuando haya pasado la prueba, podré decir con San Pablo: “Pero lo que tenía por ganancia, lo considero ahora por Cristo como pérdida, y aún todo lo tengo por pérdida comparado con el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo he sacrificado y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en Él... por la justicia...  que se funda en la fe y nos vienen de la fe en Cristo”.

       San Juan de la Cruz, el maestro de las noches purificatorias, nos dirá que la contemplación, la oración vivencial, la experiencia de Dios «es una influencia de Dios en el alma que la purga de sus ignorancias e imperfecciones habituales, naturales y espirituales, que llaman los contemplativos contemplación infusa o mística teología, en que de secreto enseña Dios al alma y la instruye en perfección de amor, sin ella hacer nada ni entender cómo es ésta contemplación infusa» (N II 5,1).

       Tan en secreto lo hace Dios que el alma no se entera de qué va esto y qué le está pasando; es más, lo único que piensa y le hace sufrir infinitamente, es que vive y está convencida de  que ha perdido a Dios, a Cristo, la fe, la misma salvación y que ya no tiene sentido su vida. No digamos si está en un seminario o en un noviciado ¡piensa que se ha equivocado, que tiene que salirse...! ¡Qué sufrimientos de infierno y soledad! ¡Dios mío! pero ¿cómo haces sufrir tanto? Ahora, Cristo, barrunto un poco lo tuyo de Getsemaní.

       Y es que los cristianos no nos damos cuenta de que Dios es verdad, es la Verdad y exige de verdad para que siempre vivamos de verdad en Él y por Él y vivamos de Él, que es la única Verdad y nunca dudemos de su Verdad, presencia y amor. La fe se mide por la capacidad que tengo de renunciar a cosas por Él. Renuncio a mucho por Él, creo mucho en Él y le amo mucho. Renuncio a poco por Él, creo poco en Él y le amo poco. Renuncio a todo por Él,  creo totalmente en Él, le amo sobre todas las cosas; no soy capaz de renunciar a nada por Él, no creo nada ni le amo nada; aunque predique y diga todos los días misa. Sería bueno que nos preguntásemos a estas alturas: ¿a qué cosas estoy renunciando por Él? Pues… eso es lo que le amo.

       San Juan de la Cruz llama a estas renuncias o purgaciones la noche del alma y del cuerpo y del sentido y de las potencias: entendimiento, memoria y voluntad.

       «Por tres causas podemos decir que se llama Noche este tránsito que hace el alma a la unión con Dios. La primera, por parte del término de donde el alma sale, porque ha de ir careciendo el apetito del gusto de todas las cosas del mundo que poseía, en negación de ellas; la cual negación y carencia es como noche para todos los sentidos del hombre.

       La segunda, por parte del medio o camino por donde ha de ir el alma a esta unión, lo cual es la fe, que es también oscura para el entendimiento, como noche. La tercera, por parte del término a donde va, que es Dios, el cual ni más ni menos es noche oscura para el alma en esta vida» (S I 2,1).

       Cuando una persona lee por vez primera a San Juan de la Cruz, si  no tiene alguien que le aconseje, empieza lógicamente por el principio, tal y como vienen en sus Obras Completas: la Subida, la Noche...Y esto asusta y cuesta mucho esfuerzo, porque asustan  tanta negación, tanta cruz, tanto vacío… ponen la carne de gallina; se encoge uno ante tanta negación; aunque siempre hay algo que atrae. Cuando se llega al Cántico y a la Llama de amor viva, uno se entusiasma, se enfervoriza, aunque no entiende muchas cosas  de lo que pasa en esas alturas. Pero la verdad que la lectura de esas páginas, encendidas de fuego y luz, gustan y enamoran, contagian fuego y entusiasmo por Dios, por Cristo, por la Santísima Trinidad. ¿Hacemos una prueba? Pues sí. Vamos a mirar ahora un poco al final de este camino de purificación y conversión para llenarnos de esperanza, de deseos de quemarnos del mismo fuego de Dios, de convertirnos en llama de amor viva y trinitaria. Hablemos de los frutos de la unión con Dios por la oración-conversión.

       Habla aquí el Doctor Místico de la transformación total, substancial en Dios: «De donde como Dios se le está dando con libre y graciosa voluntad, así también ella, teniendo la voluntad más libre y generosa cuanto más unida en Dios, está dando a Dios al mismo Dios en Dios, y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios. Porque allí ve el alma que verdaderamente Dios es suyo y que ella le posee con posesión hereditaria, con propiedad de derecho, como hijo de Dios adoptivo, por la gracia que Dios le hizo de dársele a sí mismo y que, como cosa suya, lo puede dar y comunicar a quien ella quisiera de voluntad, y así ella dále a su querido, que es el mismo Dios que se le dio a ella, en lo cual paga ella a Dios todo lo que le debe, por cuanto de voluntad le da otro tanto como de Él recibe».

       «Y porque en esta dádiva que hace el alma a Dios le da al Espíritu Santo como cosa suya con entrega voluntaria, para que en Él se ame como Él merece, tiene el alma inestimable deleite y fruición; porque ve que da ella a Dios cosa suya propia que cuadra a Dios según su infinito ser».

       «Que aunque es verdad que el alma no puede de nuevo dar al mismo Dios a Sí mismo, pues El en Sí siempre se es Él mismo; pero el alma de suyo perfecta y verdaderamente lo hace, dando todo lo que Él le había dado para pagar el amor, que es dar tanto como le dan. Y Dios se paga con aquella dádiva del alma, que con menos no se pagaría, y la toma Dios con agradecimiento, como cosa que de suyo le da el alma, y en esa misma dádiva ama el alma también como de  nuevo. Y así entre Dios y el alma, está actualmente formado un amor recíproco en conformidad de la unión y entrega matrimonial, en que los bienes de entrambos, que son la divina esencia, poseyéndolos cada uno libremente por razón de la entrega voluntaria del uno al otro, los poseen entrambos juntos diciendo el uno al otro lo que el Hijo de Dios dijo al Padre por San Juan, es a saber: “Et mea omnia tua sunt, et tua mea sunt, et clarificatus sum in eis” (Jn 17,10); “Lo cual en la otra vida es sin intermisión en la fruición perfecta; pero en este estado de unión, acaece cuando Dios ejercita en el alma este acto de la transformación».

53ª MEDIACIÓN

EN EL SAGRARIO ESTÁ  CRISTO AMÁNDONOS HASTA EL EXTREMO

       QUERIDOS AMIGOS: La Eucaristía, como todos sabemos, tiene tres aspectos principales, que son Eucaristía como Sacrificio, como Comunión y como Presencia eucarística. En esta festividad del Corpus Christi, que estamos celebrando, la liturgia de la Iglesia quiere que veneremos, adoremos y celebremos especialmente su Presencia Eucarística.

       Ya en la Iglesia primitiva había la costumbre de llevarse a Cristo a las casas, en el pan que sobraba de las celebraciones eucarísticas, primeramente porque no había todavía templos, y segundo, para poder comulgar durante la semana, sobre todo en tiempos de persecución o tratándose de monjes anacoretas. Por Orígenes, autor del siglo II, nos consta que era tal el respeto hacia el sacramento que llevaban a sus casas, que creían pecar si algún fragmento caía por negligencia. Y Novaciano reprueba a los que «saliendo de la celebración dominical y llevando consigo, como se acostumbraba, la Eucaristía, llevan el cuerpo santo del Señor de aquí para allá sin valorarlo». Y todo esto era fruto de la fe, de la convicción profunda que tenía la Iglesia primitiva de que en el pan eucarístico permanecía el Señor. La Iglesia siempre ha defendido y venerado la presencia de Cristo en el pan consagrado.

       Cuando entramos en una iglesia, encontramos una luz encendida junto al sagrario: esto nos recuerda que allí está presente Cristo en persona, el que vino del Padre, el que murió en la cruz por nosotros, el que vive en el cielo. Por esto, los cristianos serios y verdaderos no pueden olvidar esta presencia y se lo agradecen y corresponden con su visita y oración eucarística. Sin piedad eucarística no hay vida cristiana fervorosa, coherente y apostólica.

       Por eso, cuánto deben a esta presencia los santos y las santas de todos los tiempos, nuestros padres y madres cristianas que no tuvieron otra Biblia que el sagrario, y aquí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos, para amarse como buenos esposos para toda la vida, para sacrificarse por sus hijos y ser buenos vecinos, para amar y perdonar a todos, aquí se formaron los sacerdotes apostólicos, encendidos del fuego del amor a Dios y a los hombres, trabajando en obras de caridad y de apostolado o dedicando toda su vida a orar por los hermanos en un claustro, según los designios de Dios.

       Yo pienso, tengo la impresión a veces de que la diferencia entre una vida cristiana y otra, entre unos matrimonios y otros, entre una parroquia y otra, hasta entre un sacerdote y otro, está en esto, en su relación con Jesucristo Eucaristía, en la vivencia de este misterio. Si la Eucaristía, como dice el Concilio Vaticano II, es el centro y culmen de la vida cristiana y de la evangelización, necesariamente tiene que haber diferencia entre los que la veneran y la viven como centro y fuente de su vida y los que la tienen como una práctica más, rutinaria y sin vida; unos han encontrado al Señor, dialogan, revisan, programan y se alimentan de sus sentimientos y sus actitudes comiendo a Cristo en el pan consagrado y en la oración y trato diario, recibiendo allí fuerza, vitalidad y alegría; otros no se han encontrado todavía con Él y, por tanto, no tienen ese diálogo y esa fuerza y ese aliento, que se reciben solo de Cristo Eucaristía.

       Y la razón es clara: el cristianismo esencialmente no son ritos ni palabras ni cosas, es una persona, es Jesucristo; si me encuentro con Él, puedo ser cristiano, puedo comprenderlo viviendo su misma vida, cumplir su evangelio, tratar de que otros lo conozcan y le amen y así hacerlos buenos y honrados; si no quiero visitarlo, encontrarme con Él, no puedo comprenderle ni entender su vida, porque Cristo, su evangelio, su amor y a su salvación, no se comprenden hasta que no se viven, hasta que no se experimentan.

       Por eso es absolutamente imprescindible el encuentro eucarístico con Él para llegar a la verdad completa de la Eucaristía, y sólo se puede llegar por su amor, por ese mismo amor que Jesús tuvo al instituirla, que es su Espíritu Santo: “Muchas cosas me quedan por deciros ahora, pero no podéis cargar con ellas por ahora, cuando venga el Espíritu Santo, os llevará hasta la verdad completa”.

       Por eso, los que hemos estudiado teología tenemos que tener mucho cuidado de pensar que ya hemos llegado a la verdad completa de la Eucaristía pues allí no se llega por ideas o inteligencia porque entonces sería sólo patrimonio de los teólogos sino por el Espíritu Santo, por el mismo amor divino que lo programó y lo realizó y lo realiza cada día por la epíclesis, por la invocación al Espíritu-Amor Personal de la Trinidad que nos ama.

        Dios sólo se manifiesta y se abre a los puros y sencillos de corazón: “Gracias te doy, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. De ahí la necesidad para todos, seglares y sacerdotes, de orar mucho ante la Eucaristía como misa o Sagrario para poder vivirla, para conocerla y amarla y vivirla en plenitud y para sentir su salvación y para salvar a los otros.

       Pablo VI confirma esta realidad: «Durante el día, los fieles no omitan el hacer la Visita al Santísimo Sacramento, que debe estar reservado en un sitio dignísimo, con el máximo honor en las Iglesias, conforme a la leyes litúrgicas, puesto que la visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo, nuestro Señor allí presente... no hay cosa más suave que esta, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad» (Encíclica Mysterium fidei).

       Visitemos al Señor Eucaristía todos los días, pasemos un rato contándole nuestras alegrías y nuestras penas, comunicándonos con Él, y veremos cómo poco a poco vamos encontrando al amigo, al confidente, al salvador, a Dios. Contemplar a Cristo, llegar a escuchar su voz, descubrirle en el pan que lo vela a la vez que nos lo revela, se va aprendiendo poco a poco y hay que recorrer previamente un largo camino de conversión por amor, de purificación y vacío, especialmente aquellos que quieran luego dirigir o tengan que dirigir a otros en este camino de encuentro con Jesucristo Eucaristía. Digo yo que mal lo harán si ellos no lo han recorrido y digo también si no será éste uno de lo mayores males de la Iglesia actual, sin guías expertos en oración eucarística, con indicaciones puramente teórica que no liberan de nuestros pecados y miserias de cuerpo y alma.          

        En este camino, según los expertos y mapas de ruta de los santos que lo han recorrido, lo primero, más o menos, son visitas breves, rutinarias, rezando oraciones... pero sin posibilidad de diálogo porque no se ha descubierto realmente el misterio, la presencia, solo hay fe, fe teórica y heredada, todavía no personal y así no hay todavía encuentro y no sale el diálogo... Luego vienen pequeños movimientos del corazón, como frases evangélicas que resuenan en tu corazón dichas por Cristo desde el sagrario, o leyéndolas y meditándolas en su presencia y, al oírlas en tu interior, empiezas a levantar la vista, mirar y dialogar y darte cuenta de que el sagrario está habitado, es El y así Cristo ha empezado a hacerse presente en nuestra vida, pero de forma directa y personal y así empieza un camino de sorpresas, sufrimientos porque hay que purificar mucho y esto duele: “Con un bautismo tengo que ser bautizado... y cuánto sufro hasta que se complete”.

       Iniciado este diálogo, automáticamente empezamos a escuchar a Cristo que en el silencio nos dice con lo que está y no está de acuerdo de nuestra vida: “el que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” y aquí está el momento decisivo y trascendental de mi vida y de mi oración: si empiezo a convertirme a lo que él me inspira, avanzo en oración y amistad; si me canso o no quiero, he terminado mi camino de oración y santidad.

54ª MEDITACIÓN

INSTITUCIÓN DE LAS VIGILIAS EUCARÍSTICAS  EN LA PARROQUIA DE SAN PEDRO: 1967.

VIGILIAS EUCARISTICAS, que luego pasaron a los jueves eucarísticos, con exposición una hora antes de la misa  y rezo de Vísperas de Cristo sacerdote, todos los jueves del año. Y nuestra parroquia, todos los días se abre a las 7 de la mañana;  a las 8 Exposición del Santísimo en la santa Custodia y a las 9, Laudes y a las 12,20, hora intermedia, reserva y bendición del Señor y a las 12,30: la santa misa. Y por la tade, Eucaristia en san Pedro y otra, en el Cristo de las Batallas con Exposición.

QUERIDOS HERMANOS:“Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo... Tomad y bebed todos de él, porque éste el cáliz de mi sangre...” Con estas palabras, continuamente repetidas en la Eucaristía, Jesús nos entrega su persona y su salvación y su evangelio en cada Eucaristía. Si la costumbre o el tiempo hubieran amortiguado en los creyentes la vitalidad y el asombro de la fe en el Misterio Eucarístico, la liturgia de este día nos invita a reavivarla desde la más íntimo de nuestro ser, a contemplarla con la mirada más profunda y amorosa de nuestro corazón, para penetrar en este misterio inefable, que se produjo ante la mirada atónita de los discípulos y que hoy se renueva sin cesar, ante nosotros, en nuestros altares con la misma verdad y realidad de entonces.

Realidad que fue  un tremendo contraste entre la entrega total de amor por parte de Cristo y la traición de Judas y el abandono también de los discípulos. Es la historia que se repite hasta nuestros días y que hace exclamar a Santa Teresa: «¡Oh eterno Padre! ¿Cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan enemigas como las nuestras? ¿Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos? ¿No ha de haber quien hable por este amantísimo Cordero? Si tu Hijo divino no dejó nada de hacer para darnos a nosotros, pobres pecadores, un don tan grande como el de la Eucaristía, no permitas ¡oh Señor! que sea tan maltratado. Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable...»  (Camino 35,3).

Pues bien, hermanos, queremos y pedimos a Cristo, que este Jueves Santo sea el comienzo renovado de una mejor forma de tratar a Jesucristo Eucaristía en los tres aspectos principales de sacrificio, comunión y presencia, para que nos llenemos de todos sus dones y gracias eucarísticas, para que Él sea siempre el centro de nuestra vida personal y parroquial, la fuente de agua permanente de nuestro apostolado, y para que también pongamos fin a la cantidad de abandonos y desprecios que Jesús recibe en este sacramento.

Los cristianos fervorosos tampoco pueden olvidar que sin sacerdocio no hay Eucaristía. Jesús los instituyó juntos y unidos en este día del Jueves Santo. Por eso es necesario que el pueblo cristiano se interese y rece por esta realidad esencial para la Iglesia: el sacerdocio católico: que rece por el aumento y santidad de los ministros de la Eucaristía y demás sacramentos de Cristo, por el que es profeta de su Palabra y sacerdote de su sacrificio eucarístico, culmen y fuente de toda gracia, de la cual nace toda su caridad y vida cristiana.

Hay que rezar más por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes y los seminaristas, por los seminarios, para que no falten vocaciones y sean escuelas de oración, santidad y apostolado de hombres que estén unidos a Cristo como los sarmientos a la vid. Por todo esto, teniendo presentes Eucaristía, Santidad y Sacerdocio, hace tiempo que estoy  pensando en establecer una obra apostólica que favorezca el cultivo de estos tres aspectos. Y lo instituimos hoy, después de llevar dos años con vosotros, en este Jueves Santo de 1968.

Es algo muy fácil y sencillo; es un pequeño proyecto eucarístico  que llevo en mi corazón y que, teniendo en cuenta la espiritualidad propia del Jueves Santo, para mayor veneración de la Eucaristía en todos sus aspectos y santificación de nuestra parroquia y contando con vuestra colaboración, quisiera instaurar con otro nombre: se trata de  las antiguas vigilias parroquiales, que empezamos a celebrar ya en 1966, nada más llegar a la parroquia, a las diez de la noche,  y que ahora ya instituimos de una manera oficial y fija para todo el curso parroquial, pero a las cinco de la tarde.

También queremos instituir la Visita Permanente Eucarística para dar respuesta al amor total de Cristo en la Eucaristía y para beber continuamente de esta fuente de gracia que mana y corre, aunque no se ve con los ojos de la carne sino solo desde la fe.      

 (Nota: Era sencillamente un horario fijo de media hora de visita ante el Santísimo durante las horas de la mañana, por parte de los que se prestaron. Con la llegada de los drogadictos y robos hubo que cerrar el templo de San Pedro, que antes permanecía abierto todo el día, como todos nuestros templos católicos. Fue una lástima. La parroquia ha potenciado la Adoración Nocturna tanto masculina como femenina y en aquellos tiempos tuvimos un turno muy numeroso de  jóvenes adoradores).

Por esta razón institucional quiero en este Jueves Santo referirme especialmente a la Presencia Eucarística. Es difícil para nosotros situarnos en ese clima de intimidad y de amor en el que Jesús realizó este don de su presencia permanente como amigo, como salvador, como maestro, como alimento, todo nos lo entregó el Señor con la Eucaristía. Esta debe ser la espiritualidad de la Vigilia Eucarística de los jueves de cada semana y de la Visita Permanente: aprender directamente, desde su presencia en el sagrario, el evangelio,  su vida de donación y servicio, silencio, humildad, perdón de nuestros olvidos y abandonos, su amor total hasta dar la vida, comulgar con sus actitudes de adoración al Padre y salvación de los hombres. Si Jesucristo nos los da todo y nos lo enseña todo en la Eucaristía y permanece en el sagrario como amigo y confidente, para enseñárnoslo todo, es justo que también nosotros en la Eucaristía y por la Eucaristía tratemos de entregarle todo lo que somos y tenemos, nuestro amor y nuestro tiempo, nuestra vida y nuestra disponibilidad y aprendamos todo esto desde la Eucaristía, que es la mejor escuela de oración, santidad y apostolado. Este es el sentido y fin de estos apostolados eucarísticos.

Queremos retornar y volver continuamente al sagrario como morada de Jesucristo amigo y confidente, queremos que niños, jóvenes, mujeres y hombres se encuentren todos los días con el Amigo Salvador y ofrecido en amistad, queremos escucharle y seguirle como las gentes de Palestina, queremos contarle nuestras alegrías y  nuestras penas, queremos hablarle con toda confianza, visitarle con la plena seguridad de que siempre está en casa, de que siempre nos está esperando, de que siempre nos escucha. Jamás habrá un amigo más atento, mejor dispuesto hacia todo lo nuestro, hacia todo lo que le contemos y pidamos.

Porque nosotros sabemos por la fe y por experiencia oracional, que el Cristo del sagrario se identifica con el Cristo de la Historia y de la Eternidad. No hay dos Cristos, sino uno solo, siempre el mismo, en diversas situaciones. Nosotros, en la Hostia Santa, en cada sagrario de la tierra, poseemos al Cristo de todos los misterios de la Redención: al Cristo sediento de la Samaritana, perdonador de la Magdalena, al Cristo de los brazos abiertos del hijo pródigo, al buen pastor de las ovejas, al Cristo del Tabor, al sufriente y redentor de Getsemaní, al Cristo vivo y resucitado, sentado a la derecha del Padre. Está aquí con nosotros, en cada ciudad, en cada parroquia, en cada sagrario.

Y esta presencia debe transformar, orientar y llenar de sentido toda nuestra vida. No podemos adorarlo, decirle te quiero, y luego rechazar su evangelio en nuestra vida, no defender su causa, no propagar su reino, avergonzarnos de ser sus seguidores. Nosotros le amamos y creemos en Él. Y por eso vamos a esforzarnos, para que toda nuestra vida y nuestra parroquia gire en torno a Él, tenga como centro la Eucaristía.      Nosotros, creyentes en Cristo, Sacramentado por amor extremo, queremos reunirnos largamente, sin prisas, en horas de la tarde en torno al Señor, 56ªal Maestro, al Amigo, al Hijo de Dios, el Redentor de los hombres y del mundo, como el grupo de sus discípulos para escucharle, para sentirle cerca, para amarle, para poner en El nuestra esperanza.  

 Nosotros confesamos que todo lo hemos recibido de Cristo y que queremos que Cristo lo sea todo para nosotros: si tenemos pecados, Él nos limpia; si estamos cansados, Él es nuestro descanso; si necesitados de fuerzas, Él nos alimenta; si estamos heridos,Él es el médico que nos cura; si te encuentras perdido, Él es el camino, el guía y la luz; si tienes algo muerto en tu corazón, Él es la vida... Siempre que uno va a la Eucaristía, sale lleno de fuerza, de ilusiones, de empezar de nuevo, de deseos de perdonar, trabajar…

Señor, Tú dijiste que donde estuviera nuestro tesoro, allí estaría nuestro corazón. Pues bien, nosotros queremos que Tú seas nuestro tesoro y que, por tanto, nuestro corazón y nuestro gozo estén totalmente en Tí. Pero Tú sabes que esto no basta. Necesitamos  tu gracia y la fe necesita de la presencia de tu amor, porque nos cansa a veces este camino largo y de desierto, estamos muy apegados a nuestro yo que no quiere morir para que vivamos en Ti, esto yo que se prefiere siempre a Ti. Por eso, me da pena el abandono de amistad en que te tenemos los creyentes, a pesar que Tú quisiste quedarte con nosotros precisamente para ayudarnos en la travesía de la fe y de la vida.

Queridos feligreses, por todos estos motivos, queremos convocar a toda la parroquia, para que todos los jueves del año no reunamos de 5,30 a 7,30 para celebrar la Eucaristía y continuar luego, prolongando el diálogo y la acción de gracias en una  oración larga con un marcado sentido eucarístico y sacerdotal, es decir, para orar por los sacerdotes, los seminaristas y el seminario, para pedir el aumento de las vocaciones, para agradecer el sacerdocio católico, su presencia y su entrega continuada en ellos, para rezar por los jóvenes que se sienten llamados, para que no se nieguen a tu invitación, por las familias, para que cultiven vocaciones en su seno, hablen bien de los ministros de tu Iglesia y contagien su entusiasmo a sus hijos...

Muchos cristianos tienen la costumbre, a lo largo del día, de detenerse en la iglesia para hacer una visita a Jesús sacramentado. Son momentos de intimidad con el Señor, en los que el creyente se ejercita brevemente en la oración personal, pide, da gracias, dialoga de sus asuntos con el Señor. Lo hace, porque nosotros sabemos que Él está siempre ahí, atentísimo a lo que queramos decirle: una jaculatoria, un acto de fe o de amor, una petición de perdón o de ayuda, o simplemente estar allí con Él, sin decirle nada, porque sabemos que Él está allí, que nos ve... Después, cuando dejamos el templo, como Él es nuestro amigo Salvador, salimos de allí reconfortados, animados, ha crecido en nosotros la paz y la luz que necesitábamos y tenemos deseos de ser más humildes, más prudentes, más castos, ser mejores, empezar de nuevo.

La oración eucarística ante el Santísimo nos ayuda a encontrar al Señor y luego, una vez que nos hemos encontrado,  Jesucristo Eucaristía se convierte en el mejor maestro de oración, santidad y apostolado; poco a poco Él nos va convirtiendo en llama de amor vida, de caridad, de entrega y generosidad.

«Es como llegarnos al fuego, dice Santa Teresa, que aunque le haya muy grande, si estáis desviadas y escondéis la mano, mal os podéis calentar, aunque todavía da más calor que no estar a donde no hay fuego. Mas otra cosa es querernos llegar a él, que si el alma está dispuesta -digo que esté con deseo de perder el frío- y se está allá un rato, queda para muchas horas en calor» (Camino, 35, 1).

La práctica de la visita y oración eucarísticas es algo que tenemos que fomentar por todos los medios a nuestro alcance, firmemente convencidos de que el Señor «en aqueste pan está escondido, para darnos vida, aunque es de noche”, es decir, es po fe, no se ve con los sentidos» (San Juan de la Cruz).

El que practique la oración eucarística encontrará en estos encuentros paz y serenidad; Cristo sabrá dar paciencia y fortaleza en la lucha, luz y entusiasmo en la fe, vigor para vencer las tentaciones, profundidad en la convicciones cristianas, fervor en el amor y servicio al Señor: “Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco”, nos dice a todos el Señor. Es una invitación que no podemos rechazar, es Jesús quien nos lo pide. Quienes la acepten, comprobarán sus beneficios. Nosotros creemos que la Vigilia Eucarística (ahora Jueves Eucarístico) y la Visita Permanente producirán abundantes frutos en nuestra parroquia. Así sea.  

55ª MEDITACIÓN

 EL PAN EUCARÍSTICO ES CRISTO VIVO Y RESUCITADO: “PAN DE VIDA ETERNA”

       QUERIDOS HERMANOS: Con gozo y emoción estamos celebrando la festividad del Corpus Christi, del Cuerpo y Sangre del Señor. La primera fiesta del Corpus se celebró en la diócesis de Lieja, en el año 1246, por petición reiterada de Juliana de Cornillon. Algunos años más tarde, en el 1264, el Papa Urbano IV hizo de esta fiesta del Cuerpo de Cristo una festividad de precepto para toda la Iglesia Universal, manifestando así la importancia que tiene para la vida cristiana y para la Iglesia la veneración y adoración del Cuerpo Eucarístico de nuestro Señor Jesucristo.

       Jesucristo, el Hijo de Dios y el Salvador del mundo, quiso quedarse con nosotros hasta el final de los tiempos en el pan consagrado, como lo había prometido después de la multiplicación de los panes y de los peces y realizó esta promesa en la noche del Jueves Santo.

       En la Eucaristía y en todos los sagrarios de la tierra está presente el mismo Cristo venido del seno del Padre, nacido de María Virgen, muerto y resucitado por nosotros. No está como en Palestina, con presencia temporal y mortal sino que está ya glorioso y resucitado, como está desde la resurrección, triunfante y celeste, sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros desde el sagrario y en el cielo.

El mismo Cristo que contemplan los bienaventurados en el cielo es el que nosotros adoramos y contemplamos por la fe en el pan consagrado. Permanece así entre los hombres cumpliendo su promesa:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

En este día del Cuerpo y de la Sangre del Señor nos fijamos y veneramos especialmente la Eucaristía como presencia de Cristo en el pan consagrado, como sacramento permanente en el sagrario. «No veas --exhorta San Cirilo de Jerusalén-- en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa» (Catequesis mistagogicas, IV, 6:SCh 126, 138).

«Adoro te devote, latens Deitas, seguiremos cantando con el Doctor Angélico. Ante este misterio de amor, la razón humana experimenta toda su limitación. Se comprende cómo, a lo largo de los siglos, esta verdad haya obligado a la teología a hacer arduos esfuerzos para entenderla. Son esfuerzo loables, tanto más útiles y penetrantes cuanto mejor consiguen conjugar el ejercicio crítico del pensamiento con la fe viva de la Iglesia, percibida especialmente en el carisma de la verdad del Magisterio y en la comprensión interna de los misterios, a la que llegan todos sobre todo los santos» (Ecclesia de Eucharistia 15c)

Esta Presencia de Jesús Sacramentado junto a nosotros, en nuestras iglesias, junto a nuestras casas y nuestras vidas, debe convertirse en el centro espiritual de toda la comunidad cristiana, de toda la parroquia y de todo cristiano. Cuando estamos junto al Sagrario estamos con la misma intimidad que si estuviéramos en el cielo en su presencia.  

       Me parecen muy oportunas en este sentido la doctrina y enseñanzas del Directorio:

La adoración eucarística

       «La adoración del Santísimo Sacramento es una expresión particularmente extendida del culto a la Eucaristía, al cual la Iglesia exhorta a los Pastores y fieles. Su forma primigenia se puede remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la celebración de la misa en la cena del Señor y a la reserva de las Sagradas Especies. Esta resulta muy significativa del vínculo que existe entre la celebración del memorial del sacrificio del Señor y su presencia permanente en las Especies consagradas.

       La reserva de las Especies Sagradas, motivada sobre todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en cualquier momento, para administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en los fieles la loable costumbre de recogerse en oración ante el sagrario, para adorar a Cristo presente en el Sacramento.

       La piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la santa Eucaristía, les atrae para participar de una manera más profunda en el misterio pascual y a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo.       

Al detenerse junto a Cristo Señor, disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salvación del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio un aumento de fe, de esperanza y de caridad. De esta manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que es conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que nos ha dado el Padre”.

       La adoración del Santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras:

   -la simple visita alSantísimo Sacramento reservado en el Sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa.

   -adoración ante el Santísimo Sacramento expuesto según las normas litúrgicas en la Custodia o en la Píxide, de forma prolongada o breve;

   -la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.

       En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del año litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progresivamente que durante la adoración del Santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los santos. Sin embargo, dado el estrecho vínculo que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría ayudar a dar a la oración una profunda orientación cristológica, meditando en él los misterios de la Encarnación y de la Redención». (Directorio, nn. 164-165).

       Queridos hermanos: Iniciado este diálogo con el Señor en el sagrario, pronto empezamos a escuchar a Cristo que, en el silencio del templo,  nos señala con el dedo y nos dice con lo que está y no está de acuerdo de nuestra vida:  “el que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” y aquí está el momento decisivo y trascendental: si empiezo a convertirme, si comprendo que amar a Dios es hacer lo que Él quiere: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, si escucho a Cristo que me dice y me pide: “mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado” y empiezo a alimentarme de la humildad, paciencia, generosidad, amor evangélico, del que Él me da ejemplo y practica en el sagrario, si empiezo a comprender que mi vida tiene que ser una conversión permanente a su misma vida, para hacer de mi existencia una ofrenda agradable al Padre como la suya-

Necesitamos  a cada paso de Cristo, de oírle y escucharle, de recibir orientaciones y fuerza, ayudas, (porque yo estaré siempre pobre  y necesitado de su gracia, de sus sentimientos y actitudes), si comprendo y me comprometo en  mi conversión, entonces llegaré a cimas insospechadas, al Tabor en la tierra.

 Podrá haber caídas pero ya no serán graves, luego serán más leves y luego quedarán para siempre las imperfecciones propias de la materia heredada con un genoma determinado, que más que imperfecciones son estilos diferentes de vivir. Siempre seremos criaturas, simples criaturas elevadas sólo por la misericordia y el poder y el amor de Dios infinito.

Y el camino siempre será personal, trato íntimo entre Cristo y el alma, guiada por su Espíritu. Queridos hermanos, termino esta homilía repitiendo esta idea: me gustaría que todos los feligreses, desde el párroco hasta el niño de primera comunión, cada uno tuviera su tienda junto al sagrario para desde allí escuchar, contemplar, aprender, imitar, y adorar tanto amor, tanta amistad, tanto cielo anticipado pero visto y aprendido directamente del  mismo Cristo. Me gustaría introducir a todos, pero especialmente a los niños y a los jóvenes, sin excluir a nadie, en el sagrario, en este trato diario, íntimo, amoroso, gratificante con Jesucristo Eucaristía. A Él sean dados todo honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén

56ª MEDITACIÓN

 CRISTO EN EL SAGRARIO ES  EL MEJOR AMIGO Y CONFIDENTE DE LOS HOMBRES,

QUERIDOS HERMANOS: Quiero empezar esta mañana del Corpus con esa estrofa del <Pange lengua> que cantamos hoy y muchas veces en latín en nuestras Exposiciones del Santísimo, y que quiero traducirla para vosotros: “Pange lingua gloriosi corporis  mysterium...”: «Que la lengua humana cante este misterio: la preciosa sangre y el precioso cuerpo».

Vamos a cantar, hermanos, a este Cuerpo glorioso que nos amó y se entregó por nosotros, que nació de la Virgen María, que trabajó y se cansó como nosotros, que padeció muy joven la muerte por nosotros y que resucitó y permanece vivo y glorioso en el cielo y aquí en el pan consagrado, en el silencio de los sagrarios de nuestras iglesias; y a esta sangre que se derramó por amor al Padre y a nosotros, para hacer la Nueva y Eterna Alianza de Dios con los hombres en su sangre, el pacto de salvación que ya no se romperá nunca por parte de Dios.

Vamos a cantar y dar gracias al Cuerpo de Cristo, del Hijo Amado del Padre, que ha sido vehículo y causa de nuestra redención. Vamos a adorarlo: “Tantum, ergo, sacramentum, veneremur cernui...” «Adoremos postrados tan grande sacramento» que es el tesoro más grande y precioso que tiene la Iglesia y ella lo guarda en todos sus templos, porque la Iglesia es la esposa, y dice San Pablo, que “esposa es la dueña del cuerpo del esposo”, que es Jesucristo, eternamente presente y haciendo presente su amor y salvación, su entrega y su deseo de estar con los hijos de los hombres, de anticipar el cielo en la tierra para los que lo deseen, porque el cielo es Dios y Dios vivo y resucitado está en el pan consagrado.

Fijaos bien, hermanos, en ese signo tan sencillo, en ese trozo de pan ha querido quedarse verdaderamente con todo su cuerpo, sangre, alma y divinidad el Hijo de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Verbo y la Palabra eternamente pronunciada por el Padre en amor de Espíritu Santo para los hombres, en un silabeo amoroso y canto eterno y eternizado de gozo y entrega total en el Hijo... Por eso dice la Biblia: “Realmente ninguna nación ha tenido a Dios tan cercano como nosotros...”.

El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: “El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó”: “Es duro este lenguaje, ¿quién podrá escucharlo?” La Eucaristía y la cruz siempre serán piedras de tropiezo para los discípulos de todos los tiempos. Sacrificio de la cruz y Eucaristía son el mismo misterio y no cesan de ser ocasión de división;¿también vosotros queréis marcharos? Estas palabras de Jesús resuenan a través de todos los tiempos para provocar en nosotros la respuesta de los Apóstoles:“a quién vamos a ir, solo tú tienes palabras de vida eterna”.

Nosotros, como los Apóstoles, le decimos hoy: Señor, nos fiamos de Ti y confiamos en Ti, queremos acoger en la fe y en el amor este don de Ti mismo en la Eucaristía, especialmente en este día del Corpus Christi. En primer lugar, como sacramento de la cruz, como sacrificio permanente de tu amor, perpetuado a través de los signos y palabras de la Última Cena. Expone el Vaticano II: «Nuestro Salvador en la Última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección...».

Jesús dio la vida por nosotros cruentamente el Viernes Santo, pero anticipó con su poder y amor esa realidad salvadora, en la Eucaristía del Jueves Santo, mediante el sacrificio eucarístico, consagrando el pan y el vino, convirtiéndolos en su cuerpo y sangre y que ahora renovamos sobre nuestros altares para hacer presente todos los bienes de la Redención. Ante este misterio, nuestros sentimientos tienen que ser ofrecernos con Él al Padre en el ofertorio de la Eucaristía, para quedar consagrados con el pan y el vino en la Eucaristía por la invocación al Espíritu Santo en la epíclesis, y después, al salir de la iglesia, como hemos sido consagrados y ya no nos pertenecemos, vivir esa consagración a Dios cumpliendo su voluntad en adoración y amor extremo y total hasta dar la vida por los hermanos.

Este debe ser con Él nuestro sacrificio agradable a Dios. Esta es en síntesis la espiritualidad de la Eucaristía, lo que la Eucaristía exige y nos da al ser celebrada y comulgada; esto es participar de la Eucaristía “en espíritu y verdad”, no abrir simplemente la boca y comer pero sin comulgar con los sentimientos de Cristo. Y  así es cómo el que comulga o el que contempla o celebra la Eucaristía se va haciendo Eucaristía perfecta y consumada; así es cómo la Eucaristía se convierte para nosotros, según el Vaticano II,  «en fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia», «ella es la cumbre y, al mismo tiempo, la fuente de donde arranca toda su fuerza…»; «es todo el bien espiritual de la Iglesia, Cristo mismo, en persona». La Eucaristía es la presencia viva de Cristo, el Corazón de Cristo en el corazón de la Iglesia Universal, en el corazón de sus templos católicos  y en el corazón de todos los creyentes.

Una vez hecho presente el sacrificio de Cristo en el altar, la Iglesia lo hace suyo para ofrecerlo y ofrecerse a sí misma con Cristo al Padre, para ganar para sí y para el mundo entero las gracias de las Salvación que encierra este misterio. Por eso, sin Eucaristía, no hay ni puede haber cristianismo ni seguidores ni discípulos de Jesús, ni santidad, ni vida  ni nada verdaderamente cristiano.

Un segundo aspecto de la Eucaristía, absolutamente importante y querido por  Cristo y consiguientemente necesario para la Iglesia, es la comunión. En la intención de Cristo, al instituir  la Eucaristía como alimento y en una cena, esto era directamente pretendido por el signo y por su intención: reunir a todos los suyos en torno a la mesa para que coman el pan de vida eterna, el pan de la vida nueva de gracia, el pan del cielo.

La comunión eucarística nos introduce en la participación de los bienes últimos y escatológicos: «La aclamación que el pueblo pronuncia después de la consagración se concluye oportunamente manifestando la proyección escatológica que distingue la celebración eucarística (cf 1 Cor 11,26): «…hasta que vuelvas». La Eucaristía es tensión hacia la meta, pregustar el gozo pleno prometido por Cristo (cf Jn 15,11); es, en cierto sentido, anticipación del cielo y «prenda de la gloria futura». En la Eucaristía, todo expresa la confiada espera: «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo». Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía posee ya en la tierra como primicia la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad.

En efecto, en la Eucaristía recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final del mundo: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn 6,54). Esta  garantía de la resurrección futura proviene de que la carne del Hijo del hombre, entregada como comida, es su cuerpo en el estado glorioso del resucitado. Por eso san Ignacio de Antioquia definía con acierto el Pan eucarístico «fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte» (Carta a los Efesios, 20: PG 5, 661).

Junto a las palabras de Cristo sobre la necesidad de comulgar para vivir su vida: “en verdad, en verdad os digo si no coméis la carne del Hijo de Hombre no tendréis vida en vosotros”, tenemos que poner la advertencia de Pablo: “Así, pues, quien come el pan y bebe el cáliz indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que come y bebe sin discernimiento, come y bebe su propia condenación. Por esto hay entre vosotros muchos flacos y débiles y muchos dormidos”.

Qué valentía la de Pablo, qué claridad... Hay flacos y débiles entre los que comulgan porque realmente no comulgan con la vida de Cristo sino que comen tan solo su cuerpo sin querer asimilar su vida, su evangelio, sus actitudes. Tendríamos que revisar nuestras Eucaristías, nuestras comuniones a la luz de estas palabras de Pablo y examinarnos para no comer indignamente el Cuerpo de Cristo. No basta comer el cuerpo de Cristo, hay que comulgar más y mejor con su amor, con sus sentimientos y actitudes.      

Y ya para terminar, quiero citar unas palabras de Juan Pablo II, refiriéndose a la Eucaristía como presencia: «La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento de amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración». 

Queridos hermanos: Jesús es la Salvación y el Camino, todos los días debemos revisar nuestra vida a la luz de la suya, todos los días debemos pasar a dialogar, consultar, orar y pedir ayuda, fortaleza, perdón de nuestros pecados. No concibo creer en Jesucristo y no visitarle con amor. Amor a Cristo y visita al Señor es lo mismo. En otra ocasión dirá el Papa Juan Pablo II: Poca vida eucarística equivale a poca vida cristiana, poca vida apostólica y sacerdotal, es más, vida en peligro. Lógicamente, vida eucarística abundante será vida rica en todo. Así sea.

57ª MEDITACIÓN

 EL “CORPUS CHRISTI” NOS INVITA A AMAR A TODOS LOS HOMBRES COMO CRISTO NOS AMÓ

       QUERIDOS HERMANOS: Corpus Christi es el día de la Eucaristía. Vive tu fe y amor a Jesucristo Eucaristía: confiesa tus pecados, comulga y acompaña en este día al Señor por las calles de tu pueblo, de tu ciudad. Jesucristo en el sagrario se ha convertido en estos tiempos en el más necesitado de amor y de compañía. La Iglesia debiera defender mejor sus derechos: es su Día, fue instituido expresamente para esto, para venerar y honrar la Presencia del Señor en la Eucaristía. Instrúyase mejor al pueblo y respétese la liturgia por parte de los que rigen la Iglesia. Para algunos tiene más atractivo, más <gancho> lo humano que lo eucarístico. El Corpus es la fiesta de la Presencia Eucarística. Para esto lo instituyó nuestra Madre la Iglesia. Y conviene mantenerlo así, precisamente en momentos de sequía de fe y de amor eucarístico. No pase lo que con tantas fiestas religiosas e nuestros pueblos, que lo humano y social, necesariamente unido a lo religioso, terminó por apoderarse de lo sagrado. Es que alguna homilías, incluso de obispos, no mencionan a Cristo Eucaristía e incluso alguna he leído donde se dice que al que hay que llevar en andas ese día es los pobres.

       Queridos hermanos: Este día está dedicado al pobre más solo y abandonado  de la tierra, al trabajador más trabajador de los derechos humanos y al defensor máximo de la vida y dignidad humana hasta el punto de dar la suya por conseguir todos los valores humanos, cristianos y eternos del hombre. Este día la liturgia de la Iglesia universal quiere dedicarlo entero y completo a venerar y honrar a Jesucristo Eucaristía para que reciba el reconocimiento merecido de los suyos y no se encuentre olvidado e ignorado por la mayoría de los cristianos. ¡Qué pocos cristianos  reclaman y defienden los derechos de Jesucristo Eucaristía a ser venerado y amado, al menos una vez al año, en este sacramento del amor extremo! ¡Qué pocos defienden a este obrero divino de la Salvación! El día del Corpus Christi es el día de Cáritas, de la caridad de los creyentes para con Él en este misterio. ¡qué poco le defiende su  Iglesia! Cualquierobrero está mejor protegido por su sindicato.

 La Iglesia debe defender con más entusiasmo sus derechos de ser amado y reconocido. Este día debe ser todo para Él: Tú vive este día como católico coherente, participa en la Eucaristía, comulga y manifiesta tu amor y tu fe en Cristo Eucaristía, llevándolo en procesión de amor y de fe por la calles de tu pueblo.       

Este grito mío, en este día, quiere ser una protesta educada contra tantos carteles del Corpus hechos sin sentido cristiano, queno se enteran de qué va la fiesta litúrgica, cosa natural hoy día porque muchos publicistas no tienen fe cristiana y lo que más les impresiona y comprenden son los mensajes sobre los pobres, porque de Cristo Eucaristía saben y practican poco, tal vez algunos ni crean en Él. Hasta revistas de la Iglesia no traen ni un mínimo motivo eucarístico al anunciar este día.

 Por favor, no se trata de olvidar a los hermanos pobres o de no hacer la colecta, sino que este  día es especialmente del Señor y para el Señor y si de verdad nos encontramos con El, el amor verdadero a Jesucristo Eucaristía pasa inevitablemente por el amor a los pobres, a los que Él ama tanto que se identifica con ellos, y nos obliga a todos los cristianos a verle  en ellos, de tal manera que lo que hagamos con cualquiera de ellos, se lo hacemos a Él mismo personalmente. Pregúntenselo a todos los santos, a Madre Teresa de Calcuta, a todos los que hayan sentido a Cristo Eucaristía.

 El centro de la fiesta del Corpus Christi, para lo que fue instituida y celebra la liturgia de la Iglesia es adorar la presencia de Cristo en la Eucaristía.  Es la hora de recordar y agradecer a Jesucristo Eucaristía todo su amor por nosotros, toda su vida entregada, toda su emoción temblorosa con el pan en las manos: “Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros... Tomad y comed, este es mi cuerpo que se entrega por vosotros... tomad y bebed, esta es mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna, derramada por todos... acordaos de mí”.  Cristo Eucaristía, en este día queremos acordarnos todos de Ti y revivir tus mismas emociones y sentimientos.Y quiero advertir una cosa,  en este día siempre hablo de Jesucristo Eucaristía lo mejor que puedo, especialmente de su presencia en el sagrario, presencia de amistad siempre ofrecida sin imponerse, de su amor loco y apasionado y permanente hasta el final de los tiempos, superando todos los olvidos y desprecios, amor gratuito… ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga?  Pues bien, la colecta es siempre la más generosa de mi parroquia.

 Si los posters del Corpus, hechos por Cáritas ignoran el motivo y la razón principal de la fiesta, pronto los cristianos olvidarán o cambiarán el sentido litúrgico de la fiesta por el de la <campaña>. Empezando así se ha perdido ya el sentido religioso de muchas fiestas cristianas, que hoy sólo tienen una celebración social y profana. Sencillamente porque algunos anuncios del Corpus o del Jueves Santo no tienen en cuenta el sentido litúrgico y religioso y teológico que celebramos ¡Así nos va! Por eso, los inspiradores y los  artistas de turno deben ser instruidos.

El día del Corpus no es el día de la caridad ni de cáritas ni es cáritas la que debe apropiarsede la fiesta litúrgica. Y a los publicistas, aunque no sean tan piadosos como Zurbarán, por lo menos que los informen de qué va la fiesta. Y lo mismo digo de los documentos que vienen a veces de Madrid para esos días. La Eucaristía es en sí misma, bien entendida, vivida y celebrada como sacrificio y comunión y presencia -Cristología y Eclesiología y Soteriología- el hecho y la voz más denunciadora de todas nuestras faltas de amor y caridad para con el hombre, especialmente los pobres, por expreso deseo de Jesús, fuente de toda la caridad cristiana, que debe amar, como Cristo amó y nos mandó hasta dar la vida.

Pero para llegar a tan grande amor a los pobres, primero hay que ver y hablar y celebrar directamente a Jesús en la Eucaristía como misa, comunión y presencia. Que se lo pregunten a Madre Teresa de Calcuta. Hoy, día del Corpus Christi, es el Día de la Eucaristía, misterio tan grande, que, cuando se comprende un poco, uno no tiene motivaciones ni tiempo para otras cosas. Todo lo llena y lo exige y lo merece la Presencia de Dios entre nosotros; lo expresa perfectamente el canto: «Dios está aquí, venid… adoremos a Cristo Redentor”

RETIRO ESPIRITUAL SOBRE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

INTRODUCCIÓN

Muy queridos hermanos sacerdotes, adoradores y adoradoras nocturnas, amigas y amigos todos, en Jesucristo Eucaristía: Recibí hace días una llamada telefónica desde Navalmoral, reconocí enseguida a David que me decía: vamos a tener una reunión de los consiliarios de Adoración Nocturna, nos gustaría que nos hablaras de la Eucaristía, y podía ser, ya que estamos finalizando el año paulino: San Pablo y la Eucaristía, está aquí Galayo, ahora se pone, y Galayo se puso y me dijo lo mismo, pero añadió que al tratarse de Adoradores Nocturnos era mejor que tratase sólo el tema de la Adoración Eucarística, porque no había tiempo para tanto; así que de San Pablo hablaré tres minutos, porque me interesa sólo decir una cosa que hemos de aprender de él y de la que he oído poco o casi nada en este año paulino que termina: que Pablo, todo Pablo, todo lo que fue e hizo, su vida y apostolado y gozo permanente en medio de luchas y noches, se lo debe a su unión total con Cristo por la oración, oración mística transformativa que le dio la experiencia de lo que hacía y decía y le hizo exclamar: “ para mí la vida es Cristo...Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí... no quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...”. Me gustaría que lo leyerais   en las primeras páginas de mi libro sobre San Pablo, segunda edición.

Pues bien, aquí estoy, con sumo gozo. Porque para mí, como para todos vosotros,  es gozo grande  hablar, meditar, animarnos y renovarnos en nuestra fe y amor eucarísticos, especialmente en esas horas nocturnas o diurnas de adoración, alabanza y amistad con Jesucristo Eucaristía.

El hecho de estar con el Señor Sacramentado, de buscarle y hablarle durante tantas noches y años y años, sólo ya con vuestra constancia, vosotros, adoradores y adoradoras nocturnas, le estáis diciendo: Jesucristo, Eucaristía divina, cuánto te deseamos, cómo te buscamos, con qué hambre de ti caminamos por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día y noche: Jesucristo Eucaristía, nosotros queremos verte, para tener la luz del camino, la verdad y la vida; nosotros queremos comulgarte para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor; queremos que todos te conozcan y te amen,  y en tu entrega eucarística, queremos hacernos contigo sacerdote y víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Queremos entrar así en el misterio de nuestro Dios Trino y Uno por la potencia de amor del Espíritu Santo.

Trataremos, en primer lugar, de explicar un poco qué es la Adoración Eucarística, qué verdades o contenidos teológicos encierra: Teología de la Adoración Eucarística; luego en la segunda parte, veremos cómo propagarla: Pastoral de la Adoración Eucarística; para terminar, en la tercera parte, explicando cómo practicarla y vivirla,  que es la mejor forma de propagarla y el mejor apostolado para llegar las almas a Cristo: Espiritualidad de la Adoración Eucarística.

Pero antes de nada, antes de pasar a la primera parte, dos palabras del Catecismo de la Iglesia Católica sobre lo que es adoración:

2096 La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto” (Lc 4, 8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6, 13).

2097 Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la “nada de la criatura”, que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magníficat, confesando con gratitud que El ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf Lc 1, 46-49). La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo.

PRIMERA PARTE

TEOLOGÍA BÍBLICA DE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

Para tratar de la Adoración Eucarística, primero hay que tratar de la Eucaristía, como misa, que le hace presente «porque ninguna comunidad se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía... porque la Santísima Eucaristía es centro y culmen de toda la vida de la Iglesia...»Vaticano II. Nosotros adoramos al Pan consagrado y adoramos y pasamos ratos de amistad con el Cristo vivo, vivo y resucitado de nuestros Sagrarios porque previamente Él ha celebrado la Pascua con nosotros por mediación del ministro sacerdotal que hace presente a Cristo presencializando todo su misterio de Salvación; y una vez terminada la celebración de la Eucaristía, el sacerdote lleva al Sagrario a este Cristo en este estado de Sacerdote y Víctima de oblación por nosotros para que puedan comulgarlo y participar de sus sentimientos nuestros enfermos y para que todos los creyente podamos hablar y estar con El, siempre que queramos y lo necesitemos; se queda en el sagrario con nosotros hasta el final de los tiempos y de sus fuerzas y de su amor, dándolo todo en amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres.

Por eso, en esta reflexión eucarística no vamos a empezar adorándolo primero y luego celebrando la Eucaristía, como hacíamos en la Adoración Nocturna de nuestros primeros años de Seminario,  sino que para comprender todo el misterio de la  Adoración Eucarística, para saber quien es el Cristo que adoramos, por qué se quedó en el pan consagrado y qué vida, sentimientos y amores conserva en esa presencia de amor, vamos a hablar en primer lugar muy brevemente de la Eucaristía como misa, como Pascua, como Alianza, para comprender y adorar con más plenitud a Cristo Eucaristía como presencia permanente de este amor extremo, de esta Pascua celebrada permanentemente y de su pacto de Alianza nueva y eterna realizada y realizándose en el pan entregado y en la sangre derramada por nosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados.

1.1. PASCUA JUDIA. Para comprender el misterio eucarístico y todo lo que encierra de Pascua y Alianza, como de maná y agua viva brotando de la roca en la travesía del desierto,  tenemos que empezar mirando el Antiguo Testamento.  Sobre esto hablaba largamente yo en un artículo publicado el año 2000 sobre la Eucaristía del Instituto Teológico del Seminario. Ahora solo quiero telegráficamente hacer unas afirmaciones breves, imprescindibles para comprender un poco este misterio, sin detenerme en explicarlo, porque todos vosotros lo sabéis, igual que yo, y lo único que pretendo es recordar con vosotros que:

-- Si queremos explicar la Eucaristía con la Biblia, hemos de comenzar por la comprensión de la pascua hebrea en la cual encuentra su raíz, contexto y profecía. Ya lo dijo Galbiati (L'Eucaristia nella Biblia,Milano 1969) afirmando que uno de los motivos de las dificultades y superficial entendimiento de este misterio radica en el desconocimiento del AT. Y esto lo decimos conscientes al mismo tiempo de que la Eucaristía sobrepasa de modo radical e insospechado las perspectivas mismas del Antiguo Testamento, ya que muchas de sus profecías y figuras no encuentran plenitud de sentido sino en ella misma.

-- Recordemos, pues el A.T. Vayamos al Éxodo: La pascua hebrea, como acontecimiento histórico, comprende la noche de la cena del cordero y la salida de la esclavitud de Egipto, el paso por el Mar Rojo, la Alianza en la falda del Monte Sinaí, el banquete sacrificial, la sangre derramada del sacrificio...la travesía del desierto, el agua viva brotando de la roca, el maná...

-- Desde el N.T descubrimos el sentido del sacrificio del cordero, que es Cristo; cordero  sin defectos... con cuya sangre ungían las puertas para liberarse del ángel exterminador; en esa sangre hemos sido nosotros redimidos en la Pascua cristiana; luego viene la travesía del mar Rojo y del desierto, travesía por Cristo de la esclavitud del pecado a la tierra prometida de la amistad con Dios, la nueva Alianza y pacto de amor, el desierto de la fe, el agua y el maná para atravesar ese desierto: “Yo soy el agua viva, vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron, yo soy el pan de vida...”. El éxodo es el evangelio del AT., la buena noticia de un Dios que ha salvado a su pueblo y lo seguirá salvando en el futuro. Fijaos si hay aquí materia para meditar, para contemplar, para adorar, para predicar...

-- La Pascua hebrea, como acontecimiento histórico, era celebraba como memorial, todos los años, por los judíos como signo de identidad y pertenencia al pueblo de Dios y así era explicado por el anciano ante la pregunta del más pequeño de los comensales y así lo hizo el Señor, el Jueves Santo, como memorial de la Nueva Alianza y la Nueva Pascua.

-- Esta intervención salvífica de Dios, que, como sabemos constituye el primer credo de Israel (Dt 26,5-9), va ligada en el relato a la celebración de un sacrificio-banquete: "Este será un memorial entre vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé de generación en generación". Este ritual está descrito dos veces en el libro del Éxodo: en Ex 12,1-14 como orden dada por Dios a Moisés y en 12,21-27 como orden transmitida por Moisés.

-- Los Padres de la Iglesia se preguntaban qué sangre tan preciosa veía el Padre Dios en los dinteles de las puertas de los judíos para mandar a su ángel no castigarlos. Y respondían: Veía la sangre de Cristo, veía la Eucaristía (Melitón de Sardes, Homilía de Pascua, siglo II).

1.2. LA EUCARISTÍA COMO MEMORIAL: Toda la liturgia, especialmente la Eucarística, no es un mero recuerdo de la Última Cena, sino que es memorial, que hace presente en sacramento--misterio toda la vida de Cristo, a Cristo entero y completo, especialmente su pasión, muerte y resurrección, “de una vez para siempre”, como nos dice San Pablo en la carta a los Hebreos,   superando los límites de espacio y tiempo, porque el hecho ya está eternizado, es siempre el mismo, en presente eterno y total y permanente en la presencia del cordero degollado ante el trono del Padre.

       Es como si en cada misa, Cristo, El Señor, especialmente en la consagración del pan y del vino, cortara con unas tijeras divinas, no solo el hecho evocado sino toda su vida hecha ofrenda agradable y satisfactoria al Padre. Es que cada vez que un sacerdote pronuncia las palabras de la consagración, mejor dicho, hace de ministro sacerdotal porque el único sacerdote es Cristo haciendo presente toda su vida que fue ofrenda al Padre por la salvación de los hombre desde su Encarnación hasta Ascensión al Cielo, haciéndola así contemporánea a los testigos presentes, los adoradores o fieles,  es Cristo quien por el ministerio sacerdotal de los presbíteros consagra y presencializa toda su vida, palabra, pasión y muerte y resurrección, dando así la oportunidad a los hombres de todos los tiempos de ser testigos y beneficiarios del su misterio salvador, de su persona, de su amor, de su intimidad, de rozarlo y tocarlo...

 Así que muchas veces le digo a nuestro Cristo cuando consagra su pan de vida: Cristo bendito, este pan tiene aroma de Pascua, olor y sabor del pan de tus manos en el Jueves santo, ya eternizado y hecho memorial, siento tus manos temblorosas, tu emoción y sentimientos que estás haciendo presentes, que me estrechan para decirme: tus pecados están perdonados, y los de mi pueblo y estrechamos la mano y la siento, haciendo un pacto eterno de perdón y alianza eterna de amistad como Moisés en el Monte Sinaí, como en los tratos de nuestra gente, de nuestros padres en tiempos pasados.

Siento vivo, como si se acabara de dármelo, su abrazo, el reclinar de Juan sobre su pecho, amigo adorado, con aroma y perfume de Pascua. Oigo a Cristo que nos dice al consagrar: os amo, doy mi vida por vosotros... y vuelvo a escuchar la despedida y oración sacerdotal completa de la Última Cena.

Queridos amigos,  la irreversibilidad de las cosas temporales queda superada por el poder de Dios, que es en sí eternidad encarnada en el tiempo. La misa no es mero recuerdo, es memorial que hace presente todo el misterio. Aquel que es para siempre la Palabra, la biblioteca inagotable del Padre y de la Iglesia, su archivo inviolable  condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: "acordaos de mí," de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas...

Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. No hay liturgia verdadera, irrupción de Dios en el tiempo para tocar, salvar y transformar al hombre. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel:"Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: "Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy." Lo comí y fue en mi boca dulce como miel" (Ez.3, 1-3).

Los que tienen esta experiencia, los que no sólo creen sino que viven y sienten lo que creen y celebran en este misterio, los testigos, los sarmientos totalmente unidos a la vid, que debemos ser todos, los místicos, san Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios el mejor camino es la oración, y la oración es amor más que razón y teología, porque ésta no puede abarcarle, pero por  el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con él y me fundo en una sola realidad en llamas con el. Esto es la liturgia, o tenía que ser, no correr de acá para allá, pura exterioridad sin entrar en el corazón de los signos y encontrarse con Cristo resucitado y glorioso que ha irrumpido en el tiempo para estar con nosotros, para celebrar con nosotros sus misterios, para salvarnos y ser nuestro camino, verdad   y vida de amigo.

Todo esto los místicos lo experimentan por el amor, pero todos hemos sido llamados a la mística, a la santidad, a la unión vital de los sarmientos con Cristo vid de vida, a sentir este amor, todos estamos llamados a la experiencia de la Eucaristía, a vivir lo que celebramos, eso es ser sanctus, unión total del sarmiento con la vid hasta sentir cómo la savia corre a través de nosotros a los racimos de nuestras parroquias. Para eso se quedó Cristo en el pan: “Vosotros sois mis amigos”, a vosotros no os llamo siervos, porque un siervo no sabe lo que hace su Señor, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha dado mi Padre, os lo he dado a conocer”.

       A Cristo, como a los sacramentos o el evangelio, no se les  comprenden hasta que no se viven. Este será siempre el trabajo de la Iglesia y de cada creyente, que se convierte en problema para todo seguidor y discípulo de Cristo, sea cura, fraile o monja o bautizado, al necesitar permanentemente la conversión, la transformación de su vida en Cristo, en el Cristo que contemplamos y adoramos y comulgamos, y esto supone siempre cruz, sufrimiento de una vida que quiere ser suya, humillaciones soportadas en amor, segundos puestos, envidias perdonadas y reaccionar siempre ante las críticas o incomprensiones perdonando, amando por Cristo que va morando y viviendo cada día más su misma vida en nosotros.

       A mí me gustaría que se hablase más de estas realidades esenciales de nuestra fe en Cristo en nuestras reuniones, charlas, predicaciones, formación permanente. Aunque resulte duro y antipático escucharlas porque resulta mucho más vivirlas. Y al vivir más estos sentimientos de Cristo en mí, voy teniendo cada día más vivencia y experiencia de su persona y amor como realidad y no solo como idea o teología. Y me convierto en explorador de la tierra prometida, y voy subiendo con esfuerzo por el monte Tabor hasta verle transfigurado y poder decir con total verdad y convencimiento y vivencia: qué bien se está aquí adorando, contemplando a mi Cristo, Verbo de Dios y Hermosura del Padre y Amigo y Redentor de los hombres.  

1.3. El mejor camino para encontrar a Cristo Eucaristía es la oración, hablar con Él: «Que no es otra cosa oración... tratando muchas veces a solas...» Hasta aquí hay que llegar desde la fe heredada para hacerla personal; ya no creo por lo que otros me han dicho y enseñado, aunque sean mis padres, los catequistas, lo teólogos, sino por lo que yo he visto y palpado; hasta aquí hay que llegar desde un conocimiento puramente teórico, como el de todos, que no es vivo y directo y personal; por eso los primeros pasos de la oración, la oración meditativa, reflexiva, coger el evangelio y meditarlo, es costoso, me distraigo hasta que empieza escuchar directamente al Señor en oración afectiva, donde sin pensar mucho directamente hablo con Él, mejor, El empieza a decirme lo que tengo que corregir para ser seguidor suyo y ya hay encuentro personal, trato de amistad con el que me ama, para luego avanzando en la oración afectiva, durante años y según la generosidad de las almas, llego a la contemplativa, que muchos no llegamos, en la que ya no necesito libros para amarle y hablarle, es más, me aburren. Ya los abandono para toda mi vida como medio para encontrarme con Él. Vamos este es el camino que he visto en algunos feligreses míos. Me gustaría que fueran más.

       Por eso, si Cristo me aburre, si no he llegado a la oración afectiva, al diálogo y encuentro personal de hablarle de tú a tu, en lugar de Oh Señor, Oh Dios, si no he pasado de la oración heredada, de lo que me han dicho de Él a la oración personal, a lo que yo voy descubriendo y amando...si el sagrario no me dice nada o poco, cómo voy a entusiasmar a mi gente con Él, cómo voy a enseñar el camino del encuentro, cómo voy a enseñar a descubrirlo y adorarlo, si a mi personalmente  me aburre y no me ven pasar ratos junto a Él, cómo puedo conducirlos hasta Él, cómo decir que ahí está Dios, el Señor y Creador y Salvador del mundo, el principio y fin de todo cuanto existe y paso junto a Él como si el Sagrario estuviera vacío,  y después de la misa, o antes, hablo y me porto en la Iglesia como si Él no estuviera allí.

       El Cristo del Evangelio, que vino en nuestra búsqueda, está tan deseoso de nuestra amistad y a veces tan abandonado en algunos sagrarios, tan deseoso de encuentro de amistad, que se entrega por nada: por un simple gesto, por una mirada de amor. Y así empieza una amistad que no terminará ya  nunca, es eterna. Cómo me gustaría que se hablase más de este camino, de la oración propiamente eucarística, mira que los últimos papas y documentos hablan con entusiasmo hasta la saciedad de este dirigir las almas a Dios por la oración-conversión eucarística.

       Muchas acciones, y más acciones y dinámicas en nuestros apostolados, pero no todas las acciones son apostolado si no las hacemos con el Espíritu de Cristo. Muchas acciones a veces, pero pocas llegan hasta Cristo, hasta su persona, se quedan en zonas intermedias. Hablamos mucho de verdades y poco de personas divinas, término de todo apostolado. Sin embargo, en la adoración eucarística están juntos el camino y el término de toda nuestra actividad apostólica: adoración y Eucaristía; llevar las almas a Dios era la definición antes del sacerdocio y apostolado sacerdotal.

       Y orar es hablar con Cristo. Por eso, S. Teresa, S. Juan de la Cruz, madre Teresa de Calcuta, cualquiera que hace oración sabe que todo el negocio está no en pensar mucho sino en amar mucho. La oración es cuestión de amar, de querer amar más a Dios. Este camino hasta la experiencia de lo que creemos o celebramos  es la mística. Conocer y amar a Cristo, no por contemplación de ideas o teologías sino por vivencia, por sentirme realmente habitado por Él: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a Él y viviremos en Él”.  Y entonces se van acabando las dudas, y las noches, hasta desear sufrir por Cristo como Pablo: “Estoy crucificado, vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mí”; esta es la única razón de la adoración, de la comunión y de la misa;  esta será siempre la razón de ser de la Iglesia, de los sacramentos, de nuestro ser y existir como bautizados o sacerdotes, sobre todo como adoradores eucarísticos, llegar a ser testigo de lo que creemos, de lo que celebramos, lo he repetido muchas veces. Nos lo están repitiendo continuamente los Papas y la mayor parte de los documentos de la Iglesia: qué cantidad de ellos insistiendo continuamente en la Adoración Eucarística.

       Cómo puedo yo, Gonzalo, aunque sea sacerdote,  cómo yo adorador o adoradora nocturna, cómo voy entusiasmar a mi gente con Cristo Eucaristía si a mí personalmente me aburre y no me ven junto a El todos los días. La gente dirá: Si eso fuera verdad, se comería el Sagrario. Tengo que tener cuidado en no convertirme en un profesional de la Eucaristía, que la predico o trato como si fuera una cosa o un sistema filosófico de verdades, puramente teórico, pero no Cristo en persona, a quien hablo, trato y me tiene enamorado y seducido porque lo siento y lo vivo. 

1.4. Orar, amar y convertirse dicen lo mismo y se conjugan igual.

Para eso, sólo conozco un camino, un único camino, y estoy tan convencido de ello, que algunas veces le digo al Señor, quítame la gracia, humíllame, quítame hasta la fe, pero jamás me quites la oración-conversión, el encuentro diario contigo en el amor, porque aunque esté en el éxtasis, si dejo la oración-conversión, terminaré en el llano de la mediocridad y caeré en el cumplo y miento, en lo puramente profesional y me faltará el entusiasmo y el convencimiento de mi Cristo vivo y resucitado.

       Pero aunque esté en pecado o con fe muerta, si hago oración-conversión, dejaré el pecado, la mediocridad y por la oración, sobre todo eucarística, llegaré a sentirlo vivo y presente en mi corazón. Realmente  todo se debo a la oración, a mi encuentro diario con Cristo Eucaristía, en gracia o en pecado, en noches de fe o en resplandores de Tabor.

Y este camino de la oración, como he dicho, tiene tres nombres, que se conjugan igual, y da lo mismo el orden en que se pongan: amar, orar y convertirse; quiero amar, quiero orar y convertirme; me canso de orar, me he cansado de amar y convertirme; quiero convertirme, quiero amar y estar con el Señor. Y así es cómo ve voy vaciando de mí y llenando de Él, de su vida y sentimientos y amor a los demás y siento así su gozo y perfume y aliento y abrazo y perdón hasta decirle  estáte, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte y cuando decidas irte, llévame, Señor, contigo, porque el pensar que te irás me causa un terrible miedo... y si lo siento muy vivo... puedo hasta decirle: que muero porque no muero. No lo considero nada extraordinario. Esto es para todos, todos hemos sido llamados a esta unión de amistad, a la santidad, a la unión vital y total con Cristo. Pero vamos a ver, hermanos, ¿Cristo está vivo no está, está en el pan consagrado o no está...? En mi parroquia tengo almas contemplativas y místicas, que han llegado a estas vivencias. Pero siempre por la conversión de su vida en la de Cristo.  

Amar, orar y convertirse es el único camino. Preguntárselo a los santos de todos los tiempos. Y nos hay excepciones. Luego se dedicarían a los pobres o a los ricos, a la vida activa o contemplativa, serán obispos o simples bautizado, pero el camino único para todos será la oración-conversión, la oración-vida: que no es otra cosa... ¡Cuánto me gustaría que se hablase más de todo esto! “El que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo... no podéis servir a dos señores... convertíos y creed el evangelio”. La conversión es imprescindible para entrar en el reino de Dios, en la amistad con la Trinidad. La no conversión, el cansarnos de poner la cruz en nuestros sentidos, mente, corazón, porque cuesta, el terminar abandonando la conversión permanente que debe durar toda la vida porque tenemos el pecado original metido en nosotros es la causa de la falta de santidad en nuestras vidas, y lógicamente, de la falta de experiencia de lo que creemos y celebramos, porque nuestro yo le impide a Cristo entrar dentro de nosotros. Por eso nos estancamos en la vida de unión con Dios y abandonamos la oración verdadera, que lleva a vivir en Cristo; y así la oración tanto personal como litúrgica no es encuentro con Cristo sino con nosotros mismos, puro subjetivismo, donde nos encontramos solos y por eso no nos dice nada y nos aburrimos.

1.5. POR ESO, LA EUCARISTÍA ES LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO. Precisamente este es el título del primer libro que escribí sobre la Eucaristía. En la introducción decía: Todos  sabemos, por clásica, la definición de Santa Teresa sobre oración: «No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5). Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo.

Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo Eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

La Eucaristía no es una tesis teológica, es una persona, una persona viva, es Cristo en persona, es el Verbo, la Hermosura del Padre, Palabra de su Amor que el Padre canta y pronuncia al Hijo en canción eterna de amor cuyo eco llega a la tierra en carne humana por el mismo Espíritu de un Padre que me quiere hijo en el Hijo, que soñó conmigo desde toda la eternidad, me creó para una eternidad de amor y felicidad con Él y me dio la vida en el sí de mis padres, y este Hijo viéndole al Padre entristecido porque este primer proyecto de amor se había roto por el hombre, le dice: “Padre, aquí estoy para hacer tu voluntad...”, y viene en mi búsqueda y se hace primero hombre y luego un poco de pan para salvarme y quererme cerca, ser mi amigo, para perpetuar su Palabra, Salvación y Alianza y pacto eterno de amistad con los hombres, pero siempre y únicamente en su Espíritu de Amor, en ese mismo amor con que el Padre le ama al Hijo y el Hijo, aceptando su Espíritu de Amor le hace Padre, en el mismo Amor, no hay otro y en ese amor con que Dios me ama por su Hijo tengo que entrar yo, y para eso tengo que sacrificar, ser sacerdote y víctima y ofrenda de mi amor a mí mismo, a mi yo, para poderle amar con el amor con que El me ama  que es amor de Espíritu Santo, Amor de Pentecostés que les hizo a los Apóstoles abrir los cerrojos y las puerta cerradas por miedo a los judíos, aunque le habían visto resucitado y en apariciones a Cristo, pero hasta que no llega este mismo Cristo hecho fuego de Espíritu Santo, hecho llama de amor viva, estando en oración con María la madre de Jesús, no sienten esa vivencia que ya no pueden callar, aunque quieran, aunque los maten y los llevará hasta la muerte por Cristo, como a los Apóstoles, porque es ya el amor infinito de Cristo en ellos dando la vida por los hermanos.

Pienso que la causa principal de no aumentar el número de Adoradores y de rutina y cansancio posibles está ciertamente hoy en la falta de fe eucarística del pueblo cristiano, pero también en la falta de entusiasmo y experiencia en nosotros, al no valorar ni comprender ni vivir ni ser testigos de todo este misterio de salvación y redención y amistad que hay en el Cristo vivo, vivo de nuestras eucaristías, hecho sacramento de perdón y amistad permanentemente ofrecida desde nuestros sagrarios, que merece toda nuestra admiración como se lo manifestaban las multitudes en Palestina, atraídas por su Verdad y Dulzura y Belleza, Hermosura del Hijo Único de Dios, que vino en nuestra búsqueda por puro amor, porque Él es Dios y no podemos darle nada que Él no tenga, excepto nuestro amor. 

SEGUNDA  PARTE

PASTORAL DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA

La Iglesia Católica siempre ha tenido, como fundamento de su fe y vida cristiana, la certeza de la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo bajo los signos sacramentales del pan y del vino eucarísticos y siempre ha inculcado su devoción. La mejor forma de predicar e inculcar la oración o adoración eucarística es vivirla. Se comunica por contagio, por ver a los adoradores junto a la Custodia santa. Si Cristo quiso encarnarse fue para que su humanidad fuera signo sensible y eficaz de su salvación y amor a sus hermanos los hombres en la tierra; al tener que subir a los cielos quiso que el signo de su presencia permanente entre nosotros fuera el el Pan Eucarístico: “Yo soy el pan de vida”. Ahí tenemos que encontrarnos con Él y con su gracia y con su vida y amor.

2.1. La Pastoral de la  Adoración Eucarística.

       La humanidad de Cristo encarnado y prepascual era personalmente el sacramento de su presencia y la salvación en el tiempo; ahora, el sacramento de la presencia del Cristo Pascual, y resucitado y sentado a la derecha del Padre es el pan y vino eucarísticos, es la Eucaristía. Y la Iglesia, por mandato de Cristo, cumple hoy el cometido de visibilizar a Cristo Pascual y eterno, a Cristo entero y completo, todo su misterio de amor y salvación, por la potencia de Amor del Espíritu Santo, en la celebración de la Eucaristía, en las palabras y gestos litúrgicos.

 El pan consagrado es la visibilización del mismo que dijo “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos, habiendo amado a los suyos los amó hasta el fin...del tiempo”. En cada sagrario está Cristo diciéndome: te amo, te busco, doy mi vida por ti. Esta fe la ha vivido la Iglesia especialmente durante siglos en la adoración de este misterio, objeto primordial del culto y de la espiritualidad de la Adoración Nocturna.

       Esta adoración ante el Santísimo Sacramento es el modo supremo y cumbre de toda oración personal y comunitaria fuera de la Eucaristía:«¡Oh eterno Padre, exclama S. Teresa, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras! ¡Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos! ¿Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa? ¿No ha de haber quien hable por este amantísimo cordero? Si tu Hijo no dejó nada de hacer para darnos a nosotros, pobres pecadores, un don tan grande como el de la Eucaristía, no permitas, oh Señor, que sea tan mal tratado. Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable...»

       Y aquí el alma de Teresa se extasía... Ya sabéis que la mayor parte de sus revelaciones o visiones: «me dijo el Señor, ví al Señor...» las tuvo Teresa después de haber comulgado o en ratos de oración ante Cristo Eucaristía. Por esto, cuando Teresa define la oración, parece que lo hace mirando al Señor Sacramentado: «Que no es otra cosa, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama».

       Por eso, todo orante, sacerdote o seglar, ha de tener mucho cuidado con su  comportamiento y con todo lo relacionado con la Eucaristía, que es siempre el Señor vivo, vivo y resucitado, porque se trata, no de un cuadro o una imagen suya, sino de Él mismo en persona, y si a Cristo en persona en el sagrario no lo respetamos y lo hacemos respetar, aunque muchos no lo comprendan y a nosotros nos cuesten incomprensiones y disgustos, si no lo honramos y veneramos con nuestro silencio y comportamiento, incluso externo, poco podemos valorar todo lo demás referente a Él, todo lo que Él nos ha dado, su evangelio, su gracia, sus sacramentos, porque la Eucaristía es Cristo presente en persona, todo entero y completo, todo el evangelio entero y completo, toda la salvación entera y completa. 

       Observando a veces nuestro comportamiento con Jesús Eucaristía, pienso que muchos cristianos no aumentarán su fe en ella ni les invitará a creer o a mirarle con más amor o entablar amistad con Él, porque nosotros, los adoradores o simples cristianos, no podemos  <pasar> del sagrario, como algo propio de beatos,  y muchas veces pasamos ante el sagrario, como si fuera un trasto más de la Iglesia, hablamos antes o después de la Eucaristía como si el Señor ya no estuviera allí presente, con lo que cual nos cargamos todo lo que hemos celebrado o predicado.

       Sin embargo, todos sabemos que el cristianismo es fundamentalmente una persona, es Cristo. Por eso, nuestro comportamiento interior y exterior con Cristo Eucaristía es el termómetro de nuestra vida espiritual. Es muy difícil, porque sería una contradicción,  que Cristo en persona no nos interese ni seamos delicados personalmente con Él en su presencia real y verdadera en la Eucaristía y luego digamos que le amamos y buscamos en el evangelio, en el apostolado, en los hermanos, cuando teniéndolo tan cerca, le hacemos poco caso.

       Cuidar el altar, el sagrario, mantener los manteles limpios, los corporales bien planchados ¡cuánta fe personal, cuánto amor y apostolado y eficacia y salvación de los hermanos y amistad personal con Cristo  encierran! Y ¡cuánta ternura, vivencia y amistad verdadera hay en los silencios  guardados dentro del templo, en la visita diaria oracional ante el Sagrario, porque uno sabe que está Él, y lo respetamos, amamos y adoramos, aunque otros estén hablando,  después de la celebración eucarística, como si Él ya no estuviera presente!

       El Vaticano II insiste repetidas veces sobre esta verdad fundamental de nuestra fe católica: «La casa de oración en que se celebra y se guarda la santísima Eucaristía y ...en que se adora, para auxilio y consuelo de los fieles, la presencia del Hijo de Dios, salvador nuestro... debe ser nítida, dispuesta para la oración y las sagradas solemnidades» (PO.5).

       En los últimos siglos, la adoración eucarística ha constituido una de las formas de oración más queridas y practicadas por los cristianos en la Iglesia Católica. Iniciativas como la promoción de la Visita al Santísimo, la Adoración Nocturna, la Adoración Perpetua, las Cuarenta Horas... etc. se han multiplicado y han constituido una especie de constelación de prácticas devocionales, que tienen su centro en la celebración del Jueves Santo y del Corpus Christi.

2.2. La Eucaristía, apostolado y ofrenda de oración e intercesión.

No tengo tiempo para indicar todos los posibles caminos de dialogo, de oración, de santidad que nacen de la Eucaristía porque son innumerables: adoración, alabanza, glorificación del Padre, acción de gracias, pero no puede faltar el sentimiento de intercesión que Jesús continúa con su presencia eucarística. Es la intersección continua y permanente que hace sentado a la derecha del Padre y que está sacramentalizada en el pan eucarístico y ofrecido en la misa.

       Jesús se ofreció por todos y por todas nuestras necesidades y problemas y yo tengo que aprender a interceder por los hermanos en mi vida, debo pedir y ofrecer el sacrificio de Cristo y el de mi vida por todos, vivos y difuntos, por la Iglesia santa, por el Papa, los Obispos y por todas las actividades necesarias para la fe y el amor cristianos... por las necesidades de los hermanos: hambre, justicia, explotación...

       Ya he repetido que la Eucaristía es inagotable en su riqueza, porque es sencillamente Cristo entero y completo, viviendo y ofreciéndose por todos; por eso mismo, es la mejor ocasión que tenemos nosotros para pedir e interceder por todos y para todos, vivos y difuntos ante el Padre, que ha aceptado la entrega del Hijo Amado en el sacrificio eucarístico.

       El adorador no se encierra en su individualismo intimista, sino que, identificándose con Cristo, se abre a toda la Iglesia y al mundo entero: adora y da gracias como Él, intercede y repara como Él. La adoración nocturna es más que la simple devoción eucarística o simple visita u oración hecha ante el sagrario. Es un apostolado que os ha sido confiado para que oréis por toda la iglesia y por todos los hombres, con Cristo y por Cristo, ofreciendo adoración y súplicas y acciones de gracias, reparando y suplicando por todos los hermanos, uniéndoos y prolongando las actitudes de Cristo en la Eucaristía y en el sagrario.

       Un adorador eucarístico, por tanto, tiene que tener muy presentes su parroquia, los niños de primera comunión, todos los jóvenes, los matrimonios, las familias, los que sufren, los pobres de todo tipo, los deprimidos, las misiones, los enfermos, la escuela, la televisión y la prensa que tanto daño están haciendo en el pueblo cristiano, todos los medios de comunicación. Sobre todo, debemos pedir por la santidad de la Iglesia, cimentada en la santidad de los obispos, de los sacerdotes y de los seminaristas, por el seminario y sus vocaciones, por los jóvenes de nuestras comunidades, para que sean generosos en seguir la voz de Cristo en el ministerio presbiteral.

       Mientras un adorador está orando, los frutos de su oración tienen que extenderse al mundo entero. Y así a la vez que evita todo individualismo y egoísmo, evita también toda dicotomía entre oración y vida, porque  vivirá la oración con las actitudes de Cristo, con las finalidades de su pasión y muerte, de su Encarnación: glorificación del Padre y salvación de los hombres. Y así, adoración e intercesión y vida se complementan.

2. 3. Hay unos textos de S. Juan de Ávila, que, aunque referidos directamente a la oración de intercesión que tienen que hacer los sacerdotes por sus ovejas, las motivaciones, que expresan, valen para todos los cristianos, bautizados u ordenados, activos o contemplativos, puesto que todos debemos orar por los hermanos, máxime los adoradores nocturnos: «...¡Válgame Dios, y qué gran negocio es oración santa y consagrar y ofrecer el cuerpo de Jesucristo! Juntas las pone la santa Iglesia, porque, para hacerse bien hechas y ser de grande valor, juntas han de andar. Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres; y para que la oración no sea seca, ofrece el don que amansa la ira de Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor, del cual se entiende “munus absconditus extinguit iras”. Y porque esta obligación que el sacerdote tiene de orar, y no como quiera, sino con mucha suavidad y olor bueno que deleite a Dios, como el incienso corporal a los hombres, está tan olvidada, immo no conocida, como si no fuese, convendrá hablar de ella un poco largo, para que así, con la lumbre de la verdad sacada de la palabra de Dios y dichos de sus santos, reciba nuestra ceguedad alguna lumbre para conocer nuestra obligación y nos provoquemos a pedir al Señor fuerzas para cumplirla» (Cfr ESQUERDA BIFET, San Juan de Ávila. pgs. 143-44 del libro, Escritos Sacerdotales, de BAC minor, Madrid 1969).

«Tal fue la oración de Moisés, cuando alcanzó perdón para el pueblo, y la de otros muchos; y tal conviene que sea la del sacerdote, pues es oficial de este oficio, y  constituido de Dios en él» (pag. 145).

«...mediante su oración, alcanzan que la misma predicación y buenos ejercicios se hagan con fruto, y también les alcanzan bienes y evitan males por el medio de la sola oración... la cual no es tibia sino con gemidos tan entrañables, causados del Espíritu Santo tan imposibles de ser entendidos de quien no tiene experiencia de ellos, que aun los que los tienen no lo saben contar; por eso se dice que pide Él, pues tan poderosamente nos hace pedir» (Pag.147).

«Y si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración, y que sea con instancia y compasión, llorando con los que lloran, ¡con cuánta más razón debe hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna para los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para los culpados, vida para los muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles y, en fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien que el Señor en la cruz les ganó!» (Pag. 149).

 

 

 

TERCERA PARTE

LA ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA: VIVENCIAS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA.

La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva. Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la Eucaristía hay que vivirlos como prolongación de la santa Eucaristía y  de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado.

3. 1. Por la Adoración Eucarística aprendemos y asimilamos los sentimientos de Cristo ofrecidos en la misa

       Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna que debe transformarnos a nosotros en una adoración perpetua al Padre, como Cristo, adorándole, en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida y consumar el sacrificio perfectos de toda nuestra vida. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva.

       Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la Eucaristía, participar en la Eucaristía, adorar la Eucaristía.

       Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: “El Señor está ahí y nos llama”, ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí.

       Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo –“los limpios de corazón verán a Dios”- y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total de vida, para que la Eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra ser y existir, no en puro conocimiento o teología o liturgia ritual sin sentir la irrupción de Dios en el tiempo, en los ritos, en el pan consagrado, en nuestras vidas.

       No olvidemos que la Eucaristía se comprende hasta que no se vive, y se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la adoración del único y verdadero Dios, destronando nuestros ídolos, el yo personal, imitando a un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, en obediencia y adoración, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad,  le costó y no lo comprendía.

       Desde su presencia eucarística, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...”  y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre  si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”

        Y éste ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una Eucaristía por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

       Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda.

       La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia, en una catequesis y vivencia permanente del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él.

       La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos y sacramentales de la Eucaristía celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él. Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, “apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la Eucaristía, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle toda la pascua realizada por nosotros y para nosotros.

       Por esta causa, una vez celebrada la Eucaristía, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para poner mojones de este camino de diálogo personal, de oración, de contemplación, de adoración y encuentro personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa; es una especie de mistagogia o iniciación a ser adorador de Jesucristo Eucaristía

3. 2 La presencia eucarística de Cristo nos enseña a recordar y vivir su vida,   haciéndola presente: “y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mi”.

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).

3.3. Un primer sentimiento: Yo también quiero obedecer al Padre hasta la muerte.

       Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo Eucaristía, también yo quiero obedecer al Padre, como Tú, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que el Padre disponga de mi vida, según su voluntad.

       Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También  yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego  a Ti; Señor, ayúdame, lo  espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, me cuesta poner de rodillas mi vida ante ti, y mira que lo pretendo, pero vuelvo a adorarme, yo quiero adorarte sólo a ti, porque tú eres Dios, yo soy pura criatura, pero yo no puedo si Tú no me enseñas y me das fuerzas... por eso he vuelto esta noche para estar contigo y que me ayudes. Y aquí, en la presencia del Señor, uno analiza su vida, sus fallos, sus aciertos, cómo va la vivencia de la Eucaristía, como misa, comunión, presencia, qué ratos pasa junto al Sagrario...Y pide y llora y reza y le cuenta sus penas y alegrías y las de los suyos y de su parroquia y la catequesis...etc.

3. 4. Un segundo sentimiento: Señor, quiero hacerme ofrenda contigo al Padre                                                                                                                 

Lo expresa así el Vaticano II: «Los fieles...participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella» (la LG.5).

       La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda, de la misa. El diálogo podía escoger esta vereda: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir sólo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de  gloria de la Santísima Trinidad, in laudem gloriae Ejus.

       Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré  consagrado, ya no me pertenezco, ya soy una cosa contigo, seré sacerdote y víctima de mi ofrenda, y cuando salga a la calle, como ya no me

pertenezco sino que he quedado consagrado contigo,  quiero vivir sólo contigo para los intereses del Padre, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la Eucaristía: San Pablo: “ es Cristo quien vive en mí...”

       Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tienes ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado, ocupar el segundo puesto, soportar la envidia, las críticas injustas... “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo pero no soy yo...”.

       Tu humanidad ya no es temporal; pero conservas totalmente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío, pero ya sabes que soy débil,  necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu Eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

       Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mí. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mí... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegraos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Porque el Señor escucha a sus pobres” (Sal 69).

3. 5. Otro  sentimiento: “Acordaos de mi”: Señor, quiero acordarme...

Otro sentimiento que no puede faltar al adorarlo en su presencia eucarística está motivado por las palabras de Cristo: “Cuando hagáis esto, acordaos de mí...” Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística, me quiero acordar de toda tu vida, de tu Encarnación hasta  tu Ascensión, de toda tu Palabra, de todo el evangelio, pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos... cuánto me amas, cuánto nos deseas, nos regalas...“Éste es mi cuerpo, Ésta mi sangre derramada por vosotros...”

       Con qué fervor quiero celebrar la Eucaristía, comulgar con tus sentimientos, imitarlos y vivirlos ahora por la oración ante tu presencia; Señor, por qué me amas tanto, por qué te rebajas tanto, por qué me buscas tanto, porqué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Ti, Cristo, yo valgo mucho para el Padre: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo...”, ellos me valoran más que todos los hombres, valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí... te amo, te amo, te amo... Tu amor me basta.

       Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado,  yo, tan rutinario, tan limitado, siempre  tan egoísta, soy pura criatura, y Tú eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tú el Todo y  yo la nada. Si es mi  amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, qué honor para una simple criatura que el Dios infinito busque su amor. Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero.

3. 6.  En el “acordaos de mí”..., entra el amor de Cristo a los hermanos

Debe entrar también el amor a los hermanos, -no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

       Sí, Cristo, quiero acordarme  ahora de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

       “Acordaos de mí…”: Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de Tí y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así, arrodillándome, lavando los pies de mis hermanos, dándome en comida de amor como Tú, pisando luego tus mismas huellas hasta la muerte en cruz...

       Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Tí y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Tí pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida.

       Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de lo otros, pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor.

       Cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y Tú... siempre olvidar y perdonar,  olvidar y amar, yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede  haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como Tú, amando, perdonando, olvidando...“Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso  estoy aquí,  comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

       “Acordaos de mí...”El Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la santa Eucaristía, es el que realiza la presencia sacramental de Cristo en el pan consagrado, como una continuación de la Encarnación del Verbo en el seno de María. Toda la vida de la Iglesia, todos los sacramentos se realizan por la potencia del Espíritu Santo. 

       Y ese mismo Espíritu, Memoria de la Iglesia, cuando estamos en la presencia del Pan que ha consagrado y sabe que el Padre soñó para morada y amistad con los hombres, como tienda de su presencia, de la santa y una Trinidad, ese mismo Espíritu que es la Vida y Amor de mi Dios Trino y Uno, cuando decidieron en consejo trinitario esta presencia tan total y real de la Eucaristía, es el mismo que nos lo recuerda ahora y abre nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestro corazón, para que comprendamos las Escrituras y comprendamos a un Dios Padre, que nos soñó y nos creó para una eternidad de gozo con Él, a un Hijo que vino en nuestra búsqueda y nos salvó y no abrió las puertas del cielo, al Espíritu de amor que les une y nos une con Él en su mismo Fuego y Potencia de Amor Personal con que lo ideó y lo llevó y sigue llevando a efecto en un hombre divino, Jesús de Nazaret: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

       ¡Jesús, qué grande eres, qué tesoros encierras dentro de la Hostia santa, cómo te quiero! Ahora comprendo un poco por qué dijiste, después de realizar el misterio eucarístico: “Acordaos de mí...”, me acuerdo, me acuerdo de ti, te adoro y te amo aquí presente.

       ¡Cristo bendito! no sé cómo puede uno correr en la celebración de la Eucaristía o aburrirse en la Adoración Eucarística cuando hay tanto que recordar y pensar y vivir y amar y quemarse y adorar y descubrir y vivir tantas y tantas cosas, tantos y tantos misterios y misterios... galerías y galerías de minas y cavernas de la infinita esencia de Dios, como dice San Juan de la Cruz: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

3. 7.  Yo también, como Juan, quiero reclinar mi cabeza sobre tu corazón eucarístico…

Quiero aprenderlo todo en la Eucaristía, de la Eucaristía  reclinando mi cabeza en el corazón del  Amado, de mi Cristo,  sintiendo los latidos de su corazón, escuchando directamente de Él palabras de amor, las mismas de entonces y de ahora, que sigue hablándome en cada Eucaristía. En definitiva, ¿no es la Eucaristía también oración y plegaria eucarística? ¿No es la plegaria eucarística  lo más importante de la Eucaristía, la que realiza el misterio?

       Para comprender un poco todo lo que encierra el “acordaos de mí” necesitamos una eternidad, y sólo para empezar a comprenderlo, porque el amor de Dios no tiene fín. Por eso, y lo tengo bien estudiado, en la oración sanjuanista, cuanto más elevada es, menos se habla y más se ama, y al final, sólo se ama y se siente uno amado por el mismo Dios infinito y trinitario.

       Por eso el alma enamorada dirá: “Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que solo en amar es mi ejercicio...” Se acabaron los signos y los trabajos de ritos y las apariencias del pan porque hemos llegado al corazón de la liturgia que es Cristo, que viene a nosotros, hemos llegado al corazón mismo de lo celebrado y significado, todo lo demás fueron medios para el encuentro de salvación; ¡qué infinita, qué hermosa, qué rica, qué profunda es la liturgia católica, siempre que trascendamos el rito, siempre que se rasgue el velo del templo, el  velo de los signos! ¡cuántas cavernas, descubrimientos y sorpresas infinitas y continuas nos reserva!

       Para mí liturgia y  vida y  oración todo es lo mismo en el fondo, la liturgia es oración y vida, y la vida y la oración es liturgia.  Parece que las ceremonias son normas, ritos, gestos externos de la Eucaristía, pero la verdad es que todo va preñado de presencia, amor y vida de Cristo y de Trinidad. Hasta aquí quiere mi madre la Iglesia que llegue cuando celebro la Eucaristía; por la liturgia sagrada Dios irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre y llenarlo de su amor y salvación.

       Yo quisiera ayudarme de las mediaciones y amar la liturgia, como Teresa de Jesús, porque en el corazón del rito me encuentro con el cordero degollado delante del trono de Dios, pero no quedar atrapado por los signos y las mediaciones o convertirlas en fin y andar de acá para allá con más movimientos. Yo sólo las hago para encontrarme al Amado, su vida y salvación, la gloria de mi Dios, sin quedarme en ellas, sino caminos para llegar a la Trinidad que irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre. Y cuando por el rito llego al corazón de la liturgia: «Entréme donde no supe y quedéme no sabiendo, toda sciencia trascendiendo.

Yo no supe dónde entraba, pero, cuando allí me vi, sin saber dónde me estaba, grandes cosas entendí; no diré lo que sentí, que me quedé no sabiendo, toda sciencia trascendiendo».

       En cada Eucaristía, en cada comunión, en cada sagrario Cristo sigue diciéndonos:“Acordaos de mí...,” de las ilusiones que el Padre puso en mí, soy su Hijo amado, el predilecto, no sabéis lo que me ama y las cosas y palabras que me dice con amor, en canción de Amor Personal y Eterno, me lo ha dicho todo y totalmente lo que es y me ama con una Palabra llena de Amor Personal al darme su paternidad y aceptar yo con el mismo Amor Personal ser su Hijo y el Padre te quiere hijo en mí, en el Hijo con esa misma potencia infinita de amor de Espíritu Santo me comunica y engendra; con qué pasión de Padre te la entrega y con qué pasión de amor de Hijo tú la recibes en Mí, no sabéis todo lo  que me dice en canciones y éxtasis de amores eternos, lo que esto significa para mí y y para ti que yo quiero comunicároslo y compartirlo como amigo con vosotros; acordaos del Fuego de mi Dios, que ha depositado en mi corazón para vosotros, su mismo Fuego y Gozo y Espíritu. La Eucaristía es el cielo en la tierra, la morada de la Trinidad para los que han llegado a estas alturas, a esta unión de oración mística, unitiva, contemplativa, transformativa.

        “Acordaos de mí”, de mi emoción, de mi ternura personal por vosotros, de mi amor vivo, vivo y real y verdadero que ahora siento por vosotros en este pan, por fuera pan, por dentro mi persona amándoos hasta el extremo, en espera silenciosa, humilde, pero quemante por vosotros, deseándoos a todos para el abrazo de amistad, para el beso personal para el que fuisteis creados y el Padre me ha dado para vosotros, tantas y tantas cosas que uno va aprendiendo luego en la Eucaristía y ante el sagrario, porque si el Espíritu Santo es la memoria del Padre y de la Iglesia, el sagrario es la memoria de Jesucristo entero y completo, desde el seno del Padre hasta Pentecostés.

       “Acordaos de mí”, digo yo que si esta memoria del Espíritu Santo, este recuerdo, no será la causa de que todos los santos de todos los tiempos y tantas y tantas personas, verdaderamente celebrantes de ahora mismo, hayan celebrado  y sigan haciéndolo despacio, recogidos, contemplando, como si ya estuvieran en la eternidad, “recordando” por el Espíritu de Cristo lo que hay dentro del pan y de la Eucaristía y de la Eucaristía y de las acciones litúrgicas tan preñadas como están de recuerdos y realidades  presentes y tan hermosas del Señor, viviendo más de lo que hay dentro que de su exterioridad, cosa que nunca debe preocupar a algunos más que el contenido, que es, en definitiva, el fín y la razón de ser de las mismas.

       “Acordaos de mí”; recordando a Jesucristo, lo que dijo, lo que hace presente, lo que Él deseó ardientemente, lo que soñó de amistad con nosotros y ahora ya gozoso y consumado y resucitado, puede realizarlo con cada uno de los participantes... el abrazo y el pacto de alianza nueva y eterna de amistad que firma en cada Eucaristía, aunque le haya ofendido y olvidado hasta lo indecible, lo que te sientes amado, querido, perdonado por Él en cada Eucaristía, en cada comunión, digo yo... pregunto si esto no necesita otro ritmo o deba tenerse más en cuenta.... como canta San Juan de la Cruz:

       «Qué bien se yo la fuente que mana y corre,

aunque es de noche. (A oscuras de los sentidos, sólo por la fe)

Aquesta eterna fonte está escondida,

en este vivo pan por darnos vida,

aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas

Y de esta agua se hartan, aunque oscuras,

Porque es de noche.

Aquesta viva fuente que deseo,

En este pan de vida yo la veo,

Aunque es de noche»

       Quiero terminar esta reflexión invitándoos a todos a dirigir una mirada llena de amor y agradecimiento a Cristo esperando nuestra presencia y amistad en todos los sagrarios de la tierra y por el cual nos vienen todas las gracias de la salvación:

       Jesucristo, Eucaristía perfecta de obediencia, adoración y alabanza al Padre y sacerdote único del Altísimo: Tú lo has dado todo por nosotros con amor extremo hasta dar la vida y quedarte siempre en el sagrario; también nosotros queremos darlo todo por Ti y ser siempre tuyos, porque para nosotros Tú lo eres todo, queremos que lo seas todo.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CREEMOS EN TI.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CONFIAMOS EN TI

¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS!  

ÍNDICE

MEDITACIONES EUCARÍSTICOS SACERDOTALES

30ª MEDITACIÓN MI ORACIÓN DEL JUEVES SANTO ANTE JESUCRISTO EN EL MONUMENTO……………………3

31ª MEDITACIÓN NECESIDAD DE UNA FE VIVA Y PURIFICADA EN EL SACERDOTE …………………………….….13

32ª MEDITACIÓN ORAR EN VERDAD …………………………………………………………………………………………………..………18

33ª MEDITACIÓN PARA LLEGAR A LA UNIÓN CON DIOS HAY TRES VERBOS QUE DEBEN ESTARUNIDOS22

34ª MEDITACIÓN EUCARÍSTICO-SACERDOTAL…………………………………………………………………………………………..32

35ªVIVIR LA EUCARISTÍA SACERDOTALMENTE PARA PODER COMUNICARLA……………………………………..40

36ª MEDITACIÓN  LOS SACERDOTES NECESITAMOS EXPERIENCIA DE LO QUE CREEMOS…………………….48

37ª  ¿POR QUÉ QUISO CRISTO PERMANECER JUNTO A NOSOTROS EN EL SAGRARIO?........................52

38ª PARA ENSEÑAR EL CAMINO EUCARISTICO PRIMERO HAY QUE RECORRERLO Y VIVIRLO ……….……….57

39ª NECESIDAD ABSOLUTA  DE LA ORACIÓN EUCARÍSTICA EN LA VIDA SACERDOTAL………………….……..64

40ª EL CRISTO DE TU SAGRARIO ES EL MEJOR MAESTRO DE ORACIÓN…………………………………….…………. 73

41ª LA ORACIÓN ANTE EL SAGRARIO, EL MEJOR CAMINO DE SANTIDAD……………………………………………….84

42ª  LA PEOR POBREZA DE LA IGLESIA Y DE UNA PARROQUIA ES LA POBREZA EUCARÍSTICA…………….93

43ª LA LICENCIATURA EN ORACIÓN EUCARÍSTICA SE CONSIGUE POR LA ORACIÓN-CONVERSIÓN …..94

44ª  EL DOCTORADO EN ORACIÓN EUCARÍSTICA ES  “SER Y VIVIR  EN CRISTO EUCARISTÍA”…….……109

45ª  LA VIVENCIA DE CRISTO EUCARISTÍA ES LLAMA ARDIENTE DE CARIDAD APOSTÓLICA…………..…115

46ª LA ORACION PERSONAL EUCARÍSTICA 1. TODO SE LO DEBO A LA ORACIÓN EUCARÍSTICA…….…123

RETIRO: IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN EUCARÍSTICA PARA LA VIDA SACERDOTAL………………….……..127

47ª PARA RATOS SACERDOTALES ANTE EL SAGRARIO……………………………………………………………………..….142

48ª  LA ENCARNACIÓN Y LA EUCARISTÍA, AMOR EXTREMO DE CRISTO A LOS HOMBRES ….…………...144

49ª MEDITACIÓN EL MUNDO NECESITA ALMAS EUCARÍSTICAS……………………………………………….………….148

50ª EN EL SAGRARIO ESTÁ EL MISMO CRISTO DE PALESTINA Y DEL CIELO…………………………….…………153

51ª MEDITACIÓN JESUCRISTO EUCARISTÍA,  EL MEJOR MAESTRO DE ORACIÓN……………………….………160

52ª MEDITACIÓN BREVE ITINERARIO DE LA  ORACIÓN EUCARÍSTICA ………………………………………..……..166

53ª MEDIACIÓN EN EL SAGRARIO ESTÁ  CRISTO AMÁNDONOS HASTA EL EXTREMO…………………….…..172

54ª INSTITUCIÓN DE LAS VIGILIAS EUCARÍSTICAS  EN LA PARROQUIA DE S. PEDRO(1967)…….…....175 

55ª  EL PAN EUCARÍSTICO ES CRISTO VIVO Y RESUCITADO: “PAN DE VIDA ETERNA” …………….………. 180

56ª  CRISTO EN EL SAGRARIO ES  EL MEJOR AMIGO Y CONFIDENTE DE LOS HOMBRES……….…………..184

57ª  EL “CORPUS CHRISTI” NOS INVITA A AMAR A TODOS LOS HOMBRES COMO CRISTO…………….…..188

RETIRO ESPIRITUAL SOBRE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA………………………………………………………………….191

D. Gonzalo Aparicio Sánchez es párroco de San Pedro en Plasencia, profesor de Teología Espíritual en el Instituto Teológico del Seminario y Canónigo Penitenciario de la S.I. Catedral.  Hizo sus estudios en Plasencia y en Roma: Doctor en Teología, Licenciado en Teología Moral y Pastoral, Diplomado en Teología Espiritual. Su pasión desde siempre es la pastoral parroquial, donde cultiva grupos de hombres, mujeres, matrimonios y hasta niños de primera comunión, con el convencimiento de que la comunidad cristiana y humana debe ser fermentada por pequeños grupos semanales de Formación y Vida Cristiana, que se componen de tres partes principales: Escucha compartida y meditada de las Lecturas del domingo, revisión de vida personal para la  conversión permanente: oración diaria, caridad fraterna y conversión de vida, terminando con la parte doctrinal y teológica del libro pertinente meditado por cada uno de los miembros del grupo durante la semana . D. Gonzalo, como fruto principal de su vida de oración y de sus estudios así como de sus clases de Teología Espiritual en el Seminario y en sus grupos de oración de la parroquia ha publicado varios libros, preferentemente sobre la Oración y la Espiritualidad Eucarística y Sacerdotal.


[1]JEAN MAALOUF, Escritos esenciales,  Madre Teresa de Calcuta., Sal Terrae , Santander  2002, p. 91.

[2] ANTONIO LÓPEZ BAEZA: Un Dios locamente enamorado de tí, Sal Terrae, Santander  2002, págs. 93-94).

[3]Discurso de Juan Pablo II  dirigido al Capítulo General de los Servitas, reunidos en la primavera del 2002.

[4]Audi, Filia, 75

[5]Plática 30.

[6]JEAN  MAALOUF, Escritos Esenciales. Madre Teresa de Calcuta. Sal Terrae, Santander  2002, p. 79

[7]NMI 38.

[8]ANTONIO LÓPEZ BAEZA: Un Dios locamente enamorado de ti: Sal Terrae, Santander  2002.  págs 101-102.

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