Lunes, 11 Abril 2022 09:56

EL CORAZON SACERDOTAL DE CRISTO EN LA VISION DE LA CRUZ DEL APOSTOLADO

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                      EL CORAZON SACERDOTAL DE CRISTO

                   EN LA VISION DE LA CRUZ DEL APOSTOLADO

 

                                                         Juan Esquerda Bifet

 

(Sumario)

 

Introducción

 

1. El misterio sacerdotal de Cristo desde sus "sentimientos"

 

2. Los amores más profundos del Corazón Sacerdotal de Cristo. Dimensión trinitaria

 

3. Los "sacerdotes" en el Corazón Sacerdotal de Cristo

 

4. Identidad sacerdotal: Sentirse realizado en el Corazón Sacerdotal de Cristo

 

5. En el "hoy" del Corazón Sacerdotal de Cristo, hacia las nuevas singladuras de la espiritualidad sacerdotal

 

A modo de conclusión

 

                                   * * *

 

Introducción

 

      La invitación evangélica, de "mirar al que traspasaron" (Jn 19,37; cfr. Zac 12,10), es el momento culminante de una línea que cruza todo el evangelio de Juan. Se trata de "ver la gloria" de Jesús (Jn 1,14; 2,11) o, como dirá Juan en su primera carta, "ver" en toda su realidad al "Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss).

 

      En su costado abierto (como término análogo de su corazón), el discípulo amado (que había reclinado su cabeza sobre su pecho: Jn 13,23-25) quiere resumir el símbolo de su amor sacrificial, al que hay que mirar con fe (Jn 19,34-37), para descubrir allí la fuente del "agua viva" (Jn 7,37-39). "Sangre" indica una vida donada en sacrificio; "agua" es el símbolo de la vida nueva en el Espíritu (cfr. Jn 3,5; 7,39). Jesús resucitado, al aparecer a sus discípulos, comunicó el Espíritu Santo mostrando sus manos y su costado abierto (cfr. Jn 20,20-22.27). "Del costado de Cristo, muerto en cruz, nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC 5).

 

      Mi reflexión sobre el Corazón Sacerdotal de Cristo quiere ser una "lectura" del acontecimiento salvífico del costado abierto del Señor, a partir de su amor sacerdotal oblativo manifestado en la última cena: "Yo me inmolo por ellos" (Jn 17,19).

 

      Se ha escrito mucho sobre el Corazón de Cristo y también sobre este mismo Corazón en su dimensión sacerdotal. Iré recogiendo en las notas los mejores estudios actuales sobre el tema, aprovechando sus aportaciones teológicas.[1]

 

      Mi estudio se basa principalmente en una lectura detallada del libro de Concepción Cabrera de Armida, A mis sacerdotes. De ahí el título completo de mi aportación: "El Corazón Sacerdotal de Cristo, en la visión de la Cruz del Apostolado".[2]

 

      Puedo ya anticipar, como resumen de mi estudio, que este Corazón inmolado corresponde a la realidad de Cristo, el "Sacerdote misericordioso y fiel" de la carta a los Hebreos (cfr. Heb 2,17). Es el "Corazón manso y humilde", según las mismas palabras del Señor (Mt 11,29). Precisamente por ello, es Corazón Sacerdotal que puede exigir a "los suyos" (Jn 13,1) una donación de totalidad.

 

      Por el hecho de manifestarse con una donación amorosa de "dar la vida" (Jn 15,13), puede exigir a sus "amigos" un amor total de retorno: "Permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Su inmolación es una mirada amorosa y suplicante al Padre: "Santifícalos en la verdad" (Jn 17,17).

 

      Como es sabido, el libro A mis sacerdotes recoge las inspiraciones, a modo de "confidencias" o comunicaciones, del Corazón de Jesús a Concepción Cabrera de Armida, desde el 23 de septiembre de 1927 hasta el 28 de enero de 1931. Las principales "confidencias" sobre el sacerdocio las recibió Conchita a partir de los Ejercicios Espirituales (Morelia), dirigidos por Mons. Luis M. Martínez y que tuvieron como tema: "El interior del Corazón de Jesús". El arzobispo de México le había indicado también el objetivo concreto de estos Ejercicios: "Entrega total a la divina voluntad, dispuesta a todo".[3]

 

      Las "confidencias" del Corazón Sacerdotal de Cristo han de interpretarse a la luz de su amor, que examina continuamente a "los suyos" sobre la entrega sacerdotal. Tienen, pues, un valor permanente. Pero su interpretación concreta está condicionada por los defectos y virtudes de los apóstoles de una época (1927-1931) y de una geografía concreta (México), aunque con perspectiva de universalismo eclesial, más allá del tiempo y del espacio circunstanciales. La naturaleza humana es básicamente la misma, con sus luces y sombras, en todas las culturas, latitudes y épocas históricas. El objetivo amoroso de la Encarnación del Verbo es siempre universalista: "Pedí a mi Padre bajar a la tierra para unificar el amor de las creaturas con el Suyo" (C.C. 60,55).

 

      El sacerdocio de Cristo y el sacerdocio ministerial, participado por el sacramento del Orden, aparecen en las "confidencias" no por medio de una sistematización de conceptos, sino desde los amores del Corazón Sacerdotal de Cristo. Precisamente por esta perspectiva del "Corazón", siempre en relación con la Cruz, el sacerdocio de Cristo y el nuestro se inserta, en el amor de Cristo a las almas, es decir, a la Iglesia esposa y a la humanidad entera.

 

      En este sentido, las "confidencias" van dirigidas, en realidad a todo creyente sensible respecto a los amores de Cristo Sacerdote, aunque la publicación pueda haber sido reservada a los sacerdote ministros. El sacerdocio es un don del amor del Corazón Sacerdotal de Cristo a toda su Iglesia. Las "almas sacerdotales" lo comprenderán mejor.

 

      En mi reflexión y estudio, me voy a ceñir a las exigencias sacerdotales que derivan de estas "confidencias", pero derivando a un "hoy" sacerdotal. Me refiero a la novedad evangélica que brota permanentemente del Corazón Sacerdotal de Cristo, como actualización de su oración sacerdotal y de su oblación en la Cruz.[4]

 

 

1. El misterio sacerdotal de Cristo desde sus "sentimientos"

 

      En el evangelio, Jesús habla de su Corazón para resumir sus actitudes internas manifestadas en su actuación externa: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). Los sentimientos de Cristo se van expresando de diversas maneras: compasión (Mt 15,32), admiración (Mt 8,10), gozo y agradecimiento (Lc 10,21), queja por incredulidad (Mt 15,8-9), tristeza (Mt 26,37-39), amistad (Jn 15,13-16), invitación a creer (Jn 20, 27-29).

 

      En las "confidencias", el misterio sacerdotal de Cristo aparece en todos sus elementos esenciales: es Dios y hombre, el Verbo Encarnado y, por ello mismo, Salvador, Redentor, Mediador. Su ser, de Dios hecho hombre, se expresa en su obrar, especialmente por su victimación. Es Sacerdote y Víctima.

 

      Estas realidades sacerdotales van aflorando desde las vivencias del Corazón de Cristo. Parece como si se recordaran momentos evangélicos en los que Cristo muestra su "compasión" (Mt 15,32) y también su "gozo" (Lc 10,21). Quien lee las "confidencias", reconoce sus propios defectos (al menos en su raíz) y se siente invitado a entrar en el Corazón de Cristo o a meter su mano en él como Santo Tomás (cfr. Jn 20,27).

 

      La realidad del Corazón Sacerdotal de Cristo se expresa como victimación perfecta, en cuanto que es el Corazón de Dios hecho hombre. Cristo tiene "Corazón de hombre", pero con un amor "divinizado por el Verbo eternamente". De esta realidad, Jesús tiene conciencia "desde el primer instante de la Encarnación", precisamente para poder asumir el "papel de víctima".[5]

 

      Es Corazón divino: "Ha llegado el tiempo de hacer brillar la Divinidad de mi Corazón". Pero es el Corazón del "Verbo hecho carne". Por esto se invita a un "conocimiento interno" de este Corazón:

 

      "Ha llegado el tiempo de hacer brillar la Divinidad de mi Corazón; de hacer amar más y más al Verbo hecho carne... Ha llegado el tiempo de desarrollar en toda su plenitud el conocimiento interno de mi Corazón... No es conocido en todas su fibras mi Corazón... Mis sacerdotes transformados en Mí, conocerán en toda su extensión, las intimidades dolorosas y tiernas de mi Corazón divino para darlas a gustar a las almas" (A mis sacerdotes, cap. LXX).

 

      Por tratarse del Corazón del Verbo encarnado, es un "volcán de fuego divino", que encierra "abismos de ternura" (ibídem, LXI). Es el "Corazón de Dios-hombre", que entrega sus "amores", es decir, "las almas" a los sacerdotes para que cuiden de ellas (ibídem, LXXX).

 

      Por ser Corazón humano, puede sentir "penas íntimas, delicadas e internas" (ibídem, XIV). En él "caben todas las ingratitudes", pero también "todos los afectos para agradecerlos" (ibídem, LXXIII).

 

      Ese Corazón Sacerdotal, divino y humano, sorprende por su "misericordia infinita" (ibídem, CIX). A ese Corazón, abierto en la Cruz, hay que mirar para dejarse cautivar por él:

 

      "¿Qué, no dejé romper mi Corazón sólo para manifestar mi amor y para que cupieran ahí los hombres y se salvaran con mi ternura?" (A mis sacerdotes, cap. CX).[6]

 

      Así es el Corazón de Cristo Sacerdote, lleno de amor divino y humano, expresado en ternura que exige totalidad:

 

      "Es preciso enseñar más intensamente, a amar mi Corazón en todas sus propiedades; su amor humano, pero derivado del amor divino; a enseñar a las almas lo más íntimo de mi Corazón de amor, sus dolores... divinizados y salvadores. En mi Corazón, sólo su forma y sus latidos es lo que tiene de hombre, aunque divinizado; pero sus dolores redentores son divinos; su vergüenza ante el Padre celestial al querer cubrir la humanidad culpable es divina" (A mis sacerdotes, cap. LXX).

 

      "En mi Corazón, cupo el amor divino con el amor humano, el amor de un Dios con todo el purísimo amor del hombre!" (ibídem, cap. CXII). "Yo en el sacerdote soy el que me inmolo" (ibídem, LXXI).

 

      María es siempre el trasfondo materno de este Corazón Sacerdotal: "Desde aquel instante (Encarnación), la Madre Virgen no ha cesado de ofrecerme a Él (al Padre) como Víctima venida del cielo para salvar el mundo...Me alimentó para ser Víctima y consumó la inmolación de su alma al entregarme para ser crucificado... Siempre María me ofreció al Padre, siempre desempeñó cierto papel sacerdotal, al inmolar su Corazón inocente y puro en mi unión" (A mis sacerdotes, cap. XCVI).

 

 

2. Los amores más profundos del Corazón sacerdotal de Cristo. Dimensión trinitaria

 

      El cruce de "miradas" entre el Padre y el Hijo deriva hacia la expresión personal en el Espíritu Santo, cerrando el círculo de la Trinidad en la máxima unidad de Dios Amor.

 

      De esta vida trinitaria deriva el amor a la humanidad entera y al hombre concreto en toda su integridad ("las almas"). Ese amor se concreta especialmente en la Iglesia entera como esposa y partícipe del sacerdocio de Cristo. Y de modo todavía más particular, ese amor se manifiesta hacia quienes, como sacerdotes ministros, son, en el tiempo, la prolongación personal de Cristo Sacerdote. Todo proviene de la unidad amorosa de la Trinidad y todo camina hacia la participación en ella por el proceso de santidad.

 

      De este cruce de miradas se desprende el sentido sacrificial de "dar la vida" (cfr. Mc 10,45; Jn 10,15; 15,13; 17,19) como clave para entender el Corazón abierto en la Cruz.[7]

 

      En las "confidencias", el lector se siente sumergido en la oración sacerdotal de Cristo durante la última cena. Es oración dirigida al Padre, en el amor o "gloria" del Espíritu Santo, para el bien de "los suyos". Parece como si el gozo más profundo de Cristo se resumiera en esta expresión: "Los has amado como me has amado a mí" (Jn 17,23).

 

      En la oración sacerdotal, Jesucristo habla de su amor al Padre en el Espíritu Santo, de su amor a la Iglesia y a todas las almas, de su amor de predilección a sus sacerdotes, para llevar a toda la humanidad a la participación del misterio trinitario: "Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21).

 

      Los amores del Corazón Sacerdotal de Cristo, por expresarse en el cruce de miradas entre el Padre y el Hijo (con la consecuente expresión "personal" del Espíritu Santo) y por asumir responsablemente la suerte de la humanidad entera, se convierten en un martirio victimal: "Éstos son dos martirios de mi ternura, mi Padre y el hombre" (A mis sacerdotes, cap. II).

 

      Este amor del Corazón Sacerdotal de Cristo, que busca glorificar al Padre y salvar las almas, es fuente de su dolor: "Mis anhelos de sufrir que no se han agotado, por la fiebre que aún consume mi Corazón de amor de glorificar al Padre y de darle almas.... El amor y el dolor que no pueden separarse, porque ambos forman la sustancia de mi Corazón" (ibídem, LXII).

 

      La inmolación sacerdotal de Cristo en la Cruz consiste principalmente en este amor de su Corazón, que alcanza los frutos de la redención: "Le muestro (al Padre) en favor de los sacerdotes y de mi Iglesia, mi Corazón herido, le hago sentir lo que Yo siento en favor de mis ministros culpables... Le presento al Sacerdote eterno, del cual participa mi Iglesia santa. Esta fibra lo conmueve, lo desarma" (ibídem, CXIII).

 

      Esta realidad íntima del Corazón Sacerdotal de Cristo se hace vivencia en el mismo sacerdote:

 

      "Yo soy el sacerdote quien mira a mi Padre" (A mis sacerdotes, cap. II).

 

      "Siempre he llevado en mi Corazón esa fibra santa y fecunda de mi Padre, mis sacerdotes... y en esa mirada eterna (del Padre), que yo vi y sentí, germinaron los sacerdotes en el Sacerdote eterno... ese nacer y vivir injertados en Mí, por el germen divino y santo de su vocación" (ibídem, LXXVII).

 

      "Sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo" (ibídem, CVI).

 

      "Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (ibídem, LIV).

 

 

3. Los sacerdotes en el Corazón sacerdotal de Cristo

 

      El título de las "confidencias" (A mis sacerdotes) recuerda la expresión evangélica "los suyos", que señala el inicio de la pasión (cfr. Jn 13,1), así como otras palabras de la oración sacerdotal: "Los que tú me has dado... el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Jn 17,6.26). En su ser y vivencia, el sacerdote es signo personal o "gloria" de Cristo (Jn 17,10).

 

      Es el mismo amor de Cristo el que se expresa así: "Mis sacerdotes"... Se puede auscultar en esta afirmación el eco de otras expresiones evangélicas llenas de cariño y ternura: "Mis hermanos" (Jn 20,17), "mi Iglesia" (Mt 16,18), "mi viña" (Mt 20,4), "mi Madre" (Lc 8,21)...

 

      El sacerdote ministro aparece en su ser (ungido por el Espíritu Santo), en su obrar (para prolongar la misma misión de Cristo) y en su vivencia, traducida en imitación, unión, transformación y relación amistosa con Cristo. Los sacerdotes son "otros Yo mismo", "otra Eucaristía ambulante" , "Eucaristía viviente" (A mis sacerdotes, cap. CXII). De su transformación en Cristo y de su vida de unidad (con el propio Obispo y con los demás sacerdotes) dependerá el cumplimiento de los grandes planes de Dios Amor sobre toda la humanidad ("las almas").[8]

 

      Del Corazón Sacerdotal de Cristo van emanando expresiones de cariño en torno a la afirmación "son otros Yo":

 

      "Mi Corazón completará su reinado a medida que tenga sacerdotes como él" (ibídem, cap. XXXIII). "Los sacerdotes son fibras de mi Corazón, su esencia, sus mismos latidos" (ibídem). "Engendrados por el Padre, nacieron en mi Corazón por amor, es decir, por el Espíritu Santo" (ibídem, cap. XXXIV). "Para espiritualizar al mundo, necesito almas interiores de sacerdotes, poseídas del Divino Espíritu... corazones como mi Corazón, sacerdotes como el sumo y eterno Sacerdote... que se transformen en Mí" (ibídem, cap. LXXI). "¡Quiero volverlos a mis brazos y estrecharlos contra mi Corazón y comunicarles fuego, vida!" (ibídem, cap. LXXIX). "Si los sacerdotes son otros Yo, tienen que llevar en sí mismos los mismos sentimientos que Yo" (ibídem, cap. LXXXIII.

 

      Los sentimientos del Corazón Sacerdotal de Cristo crucificado piden a quienes "nacieron en mi Corazón por amor" (A mis sacerdotes, cap. XXXIV), que sean "corazones con mi Corazón" (ibídem, cap. LXXI). El ser sacerdotal convierte a los ordenados en "fibra santa" de su Corazón. Del ser se pasa al obrar y a la vivencia, que tiene siempre dimensión mariana y eclesial:

 

      A) El ser y el obrar del sacerdote:

 

      "Engendrado por el Padre y nacido por el Espíritu Santo en mi Corazón; porque los sacerdotes son fibras de mi Corazón, su esencia, sus mismos latidos" (A mis sacerdotes, cap. XXXIII).

 

      "Creé a mis sacerdotes, y engendrados por el Padre, nacieron en mi Corazón por amor, es decir, por el Espíritu Santo... y cuando el Verbo se hizo hombre, en su Corazón nació la Iglesia" (ibídem, cap. XXXIV).

 

      "¿Nos figuramos esos otros Yo en el mundo... que atraen y abrasan en el amor a las almas y las hacen arder por medio de mi Corazón, de la Cruz, del Espíritu Santo, para gloria de mi Padre?... otros Yo, convertidos en Mí" ibídem, cap. LII).

 

      "En el sacerdote me veo a Mí mismo... veo a mi Iglesia amada y a miles de almas... Y éste es un tormento para mi Corazón  filial capaz de darme la muerte... Por la Ordenación sacerdotal, adquieren un sello divino... En la ordenación se les da la fecundidad... Yo me formo en el corazón del sacerdote por el Espíritu Santo con la fecundación del Padre, y por esto vivo en ellos y ellos debieran vivir en Mí" (ibídem, cap. CXVI).

 

      "Él (el sacerdote) es Jesús, queda en su alma la estela de la encarnación... al ofrecer la hostia al Padre, transformado en Jesús, también es hostia, también es víctima (ibídem, cap. LIV).

 

      B ) La vivencia del sacerdote:

 

      "Hay que pedir para que los sacerdotes sean víctimas con la Víctima divina" (A mis sacerdotes, cap. III).

 

      "Me representan y que Yo vine al mundo a servir y no a ser servido... y lastiman mi Corazón" (ibídem, cap. XIV).

 

      "Mis sacerdotes, es decir, el grupo escogido de mi Iglesia que debe tener la fisonomía y el corazón mismo de su Rey crucificado por amor"... (ibídem, cap. XXXII).

 

      "Según los deseos de mi Padre y los ardientes anhelos de mi Corazón... necesitan ser otros Yo" (ibídem, cap. XLII).

 

      "Para espiritualizar al mundo, necesito almas interiores de sacerdotes, poseídas del Divino Espíritu... corazones como mi Corazón, sacerdotes como el sumo y eterno Sacerdote... que se transformen en Mí... el Sacerdote soy Yo... Yo en el sacerdote soy el que me inmolo... en favor del mundo" (ibídem, cap. LXXI).

 

      "Si los sacerdotes son otros Yo, tienen que llevar en sí mismos los mismos sentimientos que Yo" (ibídem, LXXXIII).

 

      "Deben mis sacerdotes asemejarse a mi Corazón en su manera íntima de sentir, sobre todo, respecto a mi Padre celestial, una sola cosa Conmigo y con el Espíritu Santo" (ibídem, cap. XC).

 

      "Confianza les pide mi Corazón todo indulgente y bondad... son mi imagen en la tierra, y trato de que sean otros Yo mismo, de transformarse en Mí... ¿Comprenden los anhelos de mi Corazón... que anhela la santificación de mis sacerdotes?" (ibídem, cap. XCIV).

 

      "Así quiero a todos mis sacerdotes Hostias, en el copón de mi Corazón" (ibídem, cap. CII).

 

      C) Con María y como Ella:

 

      "Formar a Jesús en el corazón de los sacerdotes... éste es el papel de María" (A mis sacerdotes, cap. XCVII).

 

      "Así María ensanche más su Corazón y su ternura de Madre en cuanto ve más perfecta mi imagen en el sacerdote" (ibídem, cap. XLVIII).

 

      "Ella cuida la semilla santa que el Espíritu Santo pone en el corazón del sacerdote... formando los rasgos de Jesús... encarnación mística... puede hacer... el reflejo de esa misma Encarnación místicamente... A los Apóstoles y a mi naciente Iglesia, María les reveló los secretos de mi Corazón" (ibídem, cap. XCVIII).

 

      En resumen, el lugar que los sacerdotes ocupan en el Corazón Sacerdotal de Cristo es de identificación, imitación, sintonía y transformación. Las afirmaciones del Señor son muy expresivas: "Son mi mismo Corazón" (ibídem, cap. CXIII), "otros Yo mismo" (ibídem, cap. CXII). Por esto:

 

      "Es un martirio para mi Corazón de amor el ver cortado un sarmiento a su Vid que soy Yo" (A mis sacerdotes, cap. CXLV).

 

      "El Sacerdocio, que es como otra Eucaristía ambulante... mis sacerdotes... no sólo deben ser copones que me contengan, sino otros Yo mismo, mi mismo Cuerpo, mi misma Sangre, en su transformación en Mí" (ibídem, cap. CXII).

 

      "Los sacerdotes... son mi mismo Cuerpo, mi misma Sangre, mi mismo Corazón, son mis esperanzas en la Iglesia" (ibídem, cap. CXIII).

 

      "El Verbo se hizo carne, como para formar en la tierra esa legión santa de los sacerdotes, ideal del Padre, engendrados en su mente; fruto del Espíritu Santo en su fruto Jesús, Yo, primer Sacerdote, formados y crecidos y envueltos en mi Corazón de Hombre Dios" (ibídem, cap. CXX).

 

 

4. Identidad sacerdotal: Sentirse realizado en el Corazón sacerdotal de Cristo

 

      Ser consciente y feliz con lo que uno es y hace, constituye su identidad. Al leer las "confidencias", el sacerdote se siente amado por el Corazón Sacerdotal de Cristo, profundamente relacionado con él, interpelado para mejorar y fecundo, especialmente a través de las cruces de la vida y del ministerio sacerdotal.

 

      Estas "confidencias" sólo pueden captarse desde los amores de Cristo, "de corazón a corazón" (A mis sacerdotes, cap. XCIII; cfr. Jn 13,23). Las expresiones de ternura de parte del Corazón de Cristo Sacerdote llegan a un lirismo de antología. Sólo a partir de esa ternura misericordiosa se pueden comprender las correcciones concretas, los exámenes y las descripciones detalladas de defectos y pecados en el ejercicio del ministerio y en la vida sacerdotal, de quienes son calificados como "mis sacerdotes", "los míos, los que debieran ser otros Yo y que no lo son" (ibídem, cap. XXII).

 

      Ese amor de Cristo es oblativo, de Sacerdote y Víctima: "por ellos yo me inmolo" (Jn 17,19). Habla, pues, el Corazón de Cristo, manifestando una vez más su amor "hasta el extremo" (Jn 13,1), en donación plena y permanente, presente en la Eucaristía por ministerio de sus sacerdotes. Y, por esto, también manifiesta su dolor, porque "los suyos" no siempre le aman con un amor de retorno. Es, pues, una declaración de amor que pide a gritos una respuesta generosa: "Como mi Padre me amó, así os he amado yo; permaneced en mi amor" (Jn 15,9).

 

      No queda faceta ministerial que no tenga su examen de amor de predilección, que denuncia los defectos sin paliativos y que anima a las personas sin humillarlas, como saben hacer los enamorados. Se denuncia con franqueza todo lo que lastima la finura, la delicadeza y la ternura del Corazón de Cristo Sacerdote (A mis sacerdotes, cap. XXXI). Por esto, todo el libro es "una lección de amor" (ibídem, cap. X), impartida por un Corazón "conmovido" (ibídem, cap. CVII). No existe el tono de tragedia, sino sólo el de esperanza. Jesús, también ahora, sigue hablando con el Corazón en la mano.

 

      Estos textos son como "llamas" o "gritos" del Corazón de Cristo, que no puede admitir componendas en "los suyos". La palabra "quiero" se repite con insistencia. "Tengo sed de amor sacerdotal... sed de corazones sacerdotales todos míos" (A mis sacerdotes, cap. LXXII); "necesito sacerdotes con el fuego del Espíritu Santo" (ibídem, cap. LI), "una legión de sacerdotes santos, transformados en Mí mismo, que cubran la faz de la tierra que la evangelicen con palabras y obras" (ibídem, cap. CVII).

 

      En las "confidencias" aparecen los contenidos bíblicos del corazón humano. Sólo Dios conoce el corazón (1Sam 16,7; Sal 44,22). Y es el mismo Dios quien lo escruta, prueba, purifica y renueva (Sal 7,10; 51,12; Ez 36,26), para escribir en él su ley (Jer 31,33) y exigir un amor de totalidad (Deut 4,29). El corazón está sano cuando sabe escuchar la Palabra de Dios (Os 2,16; cfr. Lc 2,19.51).

 

      Dios quiere trasformar el corazón de piedra en "un corazón nuevo" (Ez 18,36; 36,26), para que todos se vuelvan a él "con todo el corazón" (Jl 2,12). En este corazón unificado por el amor, "habita Cristo por la fe" Ef 3,17) y el Espíritu Santo comunicado por el Padre (Rom 5,5). Entonces la comunidad eclesial puede llegar a ser "un solo corazón y una sola alma" (Act 4,32; cfr. Ez 11,19).

 

      El sacerdote que lee estas "confidencias" del Corazón Sacerdotal de Cristo, se siente, pues: A) amado, B) relacionado y acompañado, C) interpelado, D) fecundo espiritual y apostólicamente.[9]

 

      A) Saberse profundamente amado por Cristo:

 

      "Mi primer amor, después de mi Padre, es María; y después mis sacerdotes, mi Iglesia, y en ella las almas" (A mis sacerdotes, cap. VIII).

 

      "Mi Iglesia es de amor, porque Yo soy amor...¡Es terrible para la ternura de mi Corazón perder un alma de sacerdote para siempre!... ¡Quiero encontrar un corazón donde desahogar la amargura infinita del mío!" (ibídem, cap. LXVIII).

 

      "Éste es mi Corazón, vibrante de ternura y de dolor por mis sacerdotes" (cap. 117). "Los llevo desde la eternidad en los abismos ternísimos de mi Corazón... Nacidos en mi Corazón" (ibídem, cap. CXX). "Éste  es mi Corazón, vibrante de ternura y de dolor por mis sacerdotes" (ibídem, cap. CXVII)."Pedazos de mi Corazón" (ibídem, cap. CXIX).

 

      "Y en ese costado abierto por la lanza tuvieron su cuna los sacerdotes de la Iglesia... Mi vida fue su anuncio; el Calvario, su cuna con María... Y así se engendraron mis sacerdotes y nacidos en mi Corazón, ¿cómo no amarlos con pasión divina? ¿Cómo no los ha de ver el Padre con la ternura misma que me ve a Mí?... si nacieron de mi Corazón" (ibídem, cap. XXXIV).

 

      "Nacieron a impulsos de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la cruz" (ibídem, cap. XXXV).

 

      "Es preciso amar a los sacerdotes como los amo Yo... con mi Corazón todo caridad y ternura, como quien dio la Sangre y la vida... A los sacerdotes indignos los amo más... ¿No quieren acompañarme, no quieren consolarme? Mi mayor consuelo es darme sacerdotes santos, transformados en Mí... Siempre mi Corazón se inclina a la misericordia, al perdón... Son míos por doble donación de mi Padre y del Espíritu Santo, que me ungieron con el Sacerdocio eterno, y todos dependen de Mí y todos son uno en Mí, su Cabeza, su Corazón..." (ibídem, cap. CXVI).

 

      "Éste es mi Corazón para el sacerdote; su principio amoroso en el seno del Padre, un mar doloroso desde el seno de María" (ibídem, cap. CXX).

 

      B) Sentirse relacionado con Cristo y acompañado por él:

 

      "La falta de amor es lo que más contrista mi Corazón" (A mis sacerdotes, cap. X). "Quiero su perfección y santificación" (ibídem, cap. XXXI).

 

      "Muchos medios les he dado para activar esa transformación que vengo persiguiendo, ya con mis quejas... y muchas veces con amor que pide, con amor que perdona, con amor que suplica, con amor que ofrece, con amor que no mide" (ibídem, cap. LXXVI).

 

      "El remedio para un sacerdote, tentado en su vocación, es orar, descubrirse a su Obispo, y buscar refugio en mi Corazón y en María" (ibídem, cap. XXII).

 

      "¡Quiero volverlos a mis brazos y estrecharlos contra mi Corazón y comunicarles fuego, vida! Todo esto quiero en estas confidencias secretas y de mi Corazón todo ternura y caridad... en donde esté un solo sacerdote, estaré Yo obrando, atrayendo, purificando y santificando" (ibídem, cap LXXIX).

 

      "En estas confidencias íntimas, de corazón a Corazón, les voy a confiar un secreto que dejé traslucir: la debilidad, le llamaremos así, del Corazón de un Dios Salvador, de Jesús Redentor... Es el amor que me vence... que me hace abajarme y olvidar... besar, y estrechar contra mi Corazón ardiente a las almas pecadoras, a las almas ingratas" (ibídem, cap. CXIII).

 

      "Nada hay tan íntimo en mi Corazón como los sacerdotes... ¡Si ellos son como las entrañas de mi alma, si los llevo desde la eternidad en los abismos ternísimos de mi Corazón!... Nacidos en mi Corazón" (ibídem, cap. CXX).

 

      "María fue siempre el espejo donde se reflejaba mi Corazón con todas sus torturas... mis sacerdotes, porque desde la Encarnación los he llevado en sus vocaciones sacerdotales, ahí dentro, muy dentro y he alimentado y comprado esas vocaciones con los dolores íntimos de mi Corazón... que eso me costó la Iglesia el precio sin precio de los íntimos y crueles martirios de mi Corazón" (ibídem, cap CXXXIX).

 

      C) Sentirse interpelado para entregarse del todo:

 

      "Es un bien que les hago a mis sacerdotes, al señalarles lo que me hiere... lo que lastima la finura y delicadeza y ternura de mi Corazón. Quiero conmoverlos; quiero su perfección y santificación" (A mis sacerdotes, cap. XXXI).

 

      "Por eso me duelen en lo más íntimo sus desconfianzas, sus alejamientos... si los amo con la ternura de todas las madres!" (ibídem, cap. XCIV).

 

      "Que sientan lo que Yo siento, que quieran lo que o quiero, que amen como Yo amo... Que las almas pidan sin cesar... porque Yo sea glorificado en mis sacerdotes transformados en Mí... esas almas predilectas de mi Corazón" (ibídem, cap. CVI).

 

      "Y Yo debiera ser su vida misma... son los sacerdotes para Mí, mis manos, mis obreros, mi mismo Corazón... En el sacerdote me veo a Mí mismo... veo a mi Iglesia amada y a miles de almas... Y éste es un tormento para mi Corazón  filial capaz de darme la muerte"(ibídem, cap. CXVI).

 

      "Las almas me costaron el precio de mi Sangre... y las almas de más sacerdotes se compran con la Sangre de mi Corazón, es decir, con sus espinas y dolores íntimos que son el precio sin precio de mis sacerdotes amados" (ibídem, cap. CXX).

 

      "Me duelen esos miembros de mi Cuerpo sacerdotal, esas como sangrías a mi Iglesia amada... Porque para Mí mis sacerdotes son como la médula, la sustancia de mi Corazón" (ibídem, cap. CXXI).

 

      D) Ser fecundo espiritual y apostólicamente:

 

      "Y cuánto ama mi Corazón a las almas de mis sacerdotes y cómo ansío reflejar en ellas mis misterios!" (A mis sacerdotes, cap. LIV).

 

      "Los dolores y sufrimientos de un sacerdote transformado en Mí son penas y sufrimientos redentores... Este es un punto muy serio y muy capital; ésta es una fibra dolorosa de mi Corazón que hoy descubro, el desperdicio de los sufrimientos sacerdotales" (ibídem, cap. LXXVV).

 

      "Hemos llegado al punto culminante... asemejarse al Hijo es asemejarse al Padre... es reflejar al Padre, identificarse con el Padre, es ¡ser padre!... Cuántos sacerdotes han pasado por alto estas delicadezas de mi Corazón" (ibídem, cap. LXXXVIII).

 

      "En la ordenación se les da la fecundidad" (ibídem, cap. CXVI).

 

5. En el "hoy" del Corazón Sacerdotal de Cristo, hacia las nuevas singladuras de la espiritualidad sacerdotal

 

      La Iglesia ha ido viviendo y experimentado, en el decurso de dos milenios, que "el amor de Cristo excede todo conocimiento" (Ef 3,19). Los Padres presentaban ese amor con el símbolo de su corazón. Desde la Edad Media, se fue generalizando la devoción al Corazón herido de Jesús, como término de un camino espiritual: por sus pies (purificación) y sus manos (iluminación), para entrar en su Corazón (unión). Desde las revelaciones privadas a Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), se hizo más popular esta devoción.

 

      El magisterio pontificio (e.g. enc. Haurietis Aquas, de Pío XII, 1956) ha ido presentado a la comunidad eclesial algunos aspectos de esta devoción: naturaleza, objetivos, medios. Se ha hecho hincapié en el amor de Cristo simbolizado por su Corazón (en lenguaje bíblico), se ha descrito su amor (en armonía y unidad: divino, humano, espiritual y sensible), se ha invitado a la respuesta de amor, confianza, reparación. El Corazón de Cristo es "la síntesis de todo el misterio de nuestra redención", porque "a nuestro divino Redentor le clavó en la cruz la fuerza de su amor" (Pío XII, Haurietis Aquas).

 

      En el campo apostólico, se ha instado a vivir el amor de Cristo al estilo de San Pablo: "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (1Cor 5,14-15). Ordinariamente se ha unido ese anhelo apostólico al tema de la "sed" de Cristo (cfr. Jn 19,28).

 

      Hoy la Iglesia, al señalar las líneas básicas de la espiritualidad sacerdotal, acentúa el aspecto relacional con Cristo y de sintonía con los sentimientos de su Corazón. La "ascesis propia del pastor de almas" (PO 13) y la caridad pastoral encuentran su fuente en los amores del Corazón Sacerdotal de Cristo.[10]

 

      Si, como hemos dicho más arriba, Cristo sigue hablando con el Corazón en la mano, es para invitar a entrar en él. Esta invitación de las "confidencias" nos conduce a comprender mejor la afirmación de la exhortación Pastores dabo vobis: "La espiritualidad del Corazón del Señor supone llevar una vida que corresponda al amor y al afecto de Cristo Sacerdote y buen Pastor: a su amor al Padre en el Espíritu Santo, a su amor a los hombres hasta inmolarse entregando su vida" (PDV n. 49). "El corazón de Dios se ha revelado plenamente a nosotros en el Corazón de Cristo Buen Pastor. Y el Corazón de Cristo sigue hoy teniendo compasión de las muchedumbres y dándoles el pan de la verdad, del amor y de la vida, y desea palpitar en otros corazones, los de los sacerdotes" (PDV n. 82).

 

      A mis sacerdotesva presentando estas mismas realidades de gracia, con la terminología de su época y con una fuerte dimensión trinitaria, cristológica, pneumatológica y eclesiológica: los amores del Corazón de Cristo Sacerdote afloran en cada página de las "confidencias":

 

      "Estas Confidencias han tenido por objeto unir a todos los sacerdotes en la unidad de la Trinidad, pero transformados en Mí" (ibídem, cap. LXIV). "Para esto he tocado el corazón del sacerdote en todas sus fibras principales en estas confidencias amorosas... y abierto ante sus ojos horizontes de perfección" (ibídem, cap LXV). "Estas confidencias... si han sido y son un desahogo de mi Corazón amargado, llevan siempre el fin de llegar al fondo de las almas sacerdotales" (ibídem, cap. XCV). "Y Yo prometo que estas Confidencias del Corazón de un Dios hombre conmoverán y darán copioso fruto a mi Iglesia y una grande gloria a la Trinidad" (ibídem, cap. LX).

 

      Si se leen estas "confidencias" con sencillez, sin prisas y con el corazón abierto a la gracia, nadie se siente cohibido, sino más bien invitado a avanzar con alas desplegadas por el camino de la santidad, y a profundizar muchos temas básicos de espiritualidad cristiana y sacerdotal: la vida trinitaria en sí misma y participada, la Encarnación del Verbo en su aspecto sacerdotal desde el seno de María, la acción renovadora del Espíritu Santo, la espiritualidad de la Cruz, el Corazón de Cristo Sacerdote en sus vivencias más hondas, la cercanía materna de la Santísima Virgen, el misterio pascual presente en la Eucaristía (sacrificio, presencia y comunión), la Iglesia esposa y madre, el sacerdocio ministerial y el sacerdocio de los fieles en su relación mutua, el celo misionero sin fronteras, etc.[11]

 

      Cada uno se siente invitado a encontrar, a la luz de la fe, un sitio privilegiado y reservado en el Corazón de Cristo, como una "fibra" del mismo o como parte de su misma biografía. "El Hijo de Dios, con su Encarnación, se ha unido en cierto modo con todo ser humano" (Gaudium et Spes n.22). Desde la Encarnación, "el tiempo llega a ser una dimensión de Dios" (Tertio Millennio Adveniente 10). En esta perspectiva podrán entenderse las "confidencias" cuando hablan de la "Encarnación mística" o participada y vivida por el camino de la perfección.

 

      Las nuevas singladuras de la espiritualidad sacerdotal pasan por el Corazón Sacerdotal de Cristo. A la luz de este Corazón, en la visión de la Cruz del Apostolado (según Concepción Cabrera de Armida), la espiritualidad sacerdotal se hace eminentemente: A) Eucarística, B) mariana, C eclesial, D) misionera, E) de comunión fraterna, F) de entrega sincera a la santidad.

 

      A) Centralidad de la Eucaristía en la espiritualidad sacerdotal:

 

      "Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante... perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra... eucaristías vivientes... No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así" (A mis sacerdotes, cap. CXII).

 

      "Los sacerdotes me deben pues vocación, María, Sangre, plegarias, vida, Esposa, transformación, y ese más que representarme en la tierra, el que sean otros Yo mismo en las Misas... ser otros Yo en todo instante y ocasión, que es lo que vengo buscando" (ibídem, cap. LXXXVIII).

 

      B) Dimensión mariana de la espiritualidad sacerdotal:

 

      "Mi primer amor, después de mi Padre, es María; y después mis sacerdotes, mi Iglesia, y en ella las almas" (A mis sacerdotes, cap. VIII).

 

      "María quiere sacerdotes vírgenes... Tienen los sacerdotes un sitio especial en el Corazón de María y los latidos más amorosos y maternales de ella, después de consagrarlos a Mí, son para los sacerdotes. Ellos son la parte predilecta y consentida de su alma en el mundo" (ibídem, cap. XLVII).

 

      "Me alimentó para ser Víctima y consumó la inmolación de su alma al entregarme para ser crucificado... Siempre María me ofreció al Padre, siempre desempeñó cierto papel sacerdotal, al inmolar su Corazón inocente y puro en mi unión... su íntima presencia con él (con el sacerdote) en el altar... en su Corazón, eco fidelísimo del Mío y elemento necesario para el fundamento de mi Iglesia a la vez que para el sostén espiritual de mis Apóstoles y primeros discípulos" (ibídem, cap. XCVI).

 

      "Si María es Esposa del Espíritu Santo, también es para engendrar de El, las vocaciones sacerdotales que sirven en la Iglesia... mi Madre que toda era para Mí... cuyo Corazón palpitaba al unísono del Mío... Pero fue preciso para mi tierno Corazón el crucificarla" (ibídem, cap. XCVII) [12]

 

 

      C) Dimensión eclesial de la espiritualidad sacerdotal:

 

      "Quiero sacerdotes celestiales, tales como los necesita mi Iglesia y ha concebido mi Corazón" (A mis sacerdotes, cap. XV).

 

      "Se falta a la fidelidad a la Iglesia... los sacerdotes que tales monstruosidades cometen con mi Iglesia no saben lo que hacen, no han penetrado en mi Corazón" (ibídem, cap. LXXXIV).

 

      "Desde la eternidad estaba destinada para mis sacerdotes esa Esposa, la Iglesia, brotada de mi Corazón en la Cruz" (ibídem, cap. LXXXVIII).

 

      D) Dimensión misionera de la espiritualidad sacerdotal:

 

      "Mi Iglesia es Madre, y sus sacerdotes deben tener para con los pobres entrañas maternales... ¡cuántas veces se estremece mi Corazón de pena ante las injusticias con que humillan mis sacerdotes a esas amadas almas!... Yo quiero llamar la atención sobre este punto que lastima la caridad de mi Corazón... quiero que los míos me imiten y tengan un mismo corazón con todas las almas y vean en ellas sólo a Mí, porque reflejan la Trinidad cuya imagen llevan" (ibídem, cap. XXVII).

 

      "La Iglesia que es madre... y en su corazón, como en el Mío, caben todas las almas... Mi Corazón es infinitamente bueno; sabe olvidar, perdonar y ¡amar!... si todos mis sacerdotes... se transformaran en Mí, me amaran a Mí y en Mí a las almas, sólo en Mí, serían felices" (ibídem, cap. LXXXI).

 

      E) Espiritualidad de comunión fraterna:

 

      "Una petición amorosísima de mi Corazón: el hacerlos UNO con el UNO... Quiero... unificándolos con todo lo que soy y tengo mío para consumarlos desde la tierra en la unidad de la Trinidad" (ibídem, cap. LXXI).

 

      "Quiero que todos los sacerdotes vengan a Mí... que realicen ese grito secular de mi Corazón, la consumación de todos en uno, en mi Padre y en el Espíritu Santo, en la unidad perfecta de la Trinidad!" (ibídem, cap. LXXXII).

 

      "Allí (en los Seminarios) tengo Yo mis ojos y también mi Corazón" (ibídem, cap. XXVIII).

 

      "Ése debe ser el oficio de los Obispos, ofrecerse en Mí al Padre en favor de los sacerdotes... No basta que se lamenten, sino que se inmolen" (ibídem, cap. CXVI).

 

      "Que tengan un solo corazón, el mío" (ibídem, cap. LVII).

 

      "Yo aseguro que si los sacerdotes todos a una, en la unidad de la Trinidad, emprenden este gran impulso santificador y divino... será éste un consuelo para la Santa Sede y un grande obsequio para mi Corazón... El Corazón de María, nido purísimo del Espíritu Santo, nos conducirá a El" (ibídem, cap. LXXX).

 

      F) Entrega incondicional a la santidad:

 

      "Quiero obsequiar a mi Padre, delicia de mi Corazón, con sacerdotes modelos" (A mis sacerdotes, cap. XXXV).

 

      "¿Cómo no ha de sentir mi Corazón vivos anhelos de caridad infinita hacia mis sacerdotes para tomarlos puros, santos y transformados en Mí, para ofrecerlos así a mi Padre?" (ibídem, cap. LXXII).

 

      "El Concilio futuro tendrá y dará frutos de vida eterna (esto es del año 1928)... ¡Cómo mi Corazón palpita y ansía esta época de transformación en Mí y de triunfo para mi Iglesia!... como si fueran Conmigo... un mismo corazón... han lastimado años y más años la delicadeza y ternura de mi Corazón de amor. Hasta lo más hondo, hasta lo más íntimo, quiero hacer la luz en el corazón de mis sacerdotes" (ibídem, cap. LXXXV).

 

A modo de conclusión

 

      El Corazón Sacerdotal de Cristo, descrito en las "confidencias" del Señor a la Sierva de Dios Concepción Cabrera de Armida, es siempre de "misericordia y amor". Es "el Corazón más amante y más doloroso... fuente de todo bien y de toda luz, gracia y misericordia" (Ap. C. 43 a). A su luz, todo dolor se transforma en donación. "Feliz el que se interne en el Corazón de la Cruz, rompiendo su corteza, porque ése penetra en el Corazón de un Dios-hombre" (C.C. 6,139).

 

      La caridad del Corazón Sacerdotal del Buen Pastor, del "Verbo hecho carne, sacrificado por amor" (C.C. 33, 272), se prolonga en sus sacerdotes. Entonces el "dolor sufrido por amor, fecunda" (C.C. 55, 178). El dolor, convertido en donación, es "la Cruz divinizada por el Hijo" y convertida en "escalón para subir al amor de caridad" (C.C. 6, 123).

 

      La espiritualidad sacerdotal es sintonía con el Corazón Sacerdotal de Cristo, quien se entrega a sí mismo, haciendo que el sacerdote ministro entre en la dinámica de su mirada al Padre en el amor del Espíritu Santo. Cuando el sacerdote se identifica con esta mirada de Cristo, "de corazón a Corazón" (A mis sacerdotes, cap. CXIII), se hace fecundo en la salvación de las almas.

 

      Quien aprende a "apoyar la cabeza sobre el pecho de Jesús" (Jn 13,23), sabe también identificarse con la mirada de Jesús al Padre (cfr. Jn 17,1). Entonces se prolonga la oración sacerdotal de Cristo en quien está llamado a ser su "gloria" o expresión en el tiempo (cfr. Jn 17,10).

 

      Estas "confidencias" tienden a transformar dos corazones (el de Cristo y el del sacerdote) en un solo: "Que tengan un solo corazón, el mío" (A mis sacerdotes, cap. LVII) "Yo soy el sacerdote quien mira a mi Padre" (ibídem, cap. II). "Los sacerdotes son fibras de mis Corazón, su esencia, sus mismos latidos" (ibídem, cap. XXXIII). "Necesito corazones como mi Corazón" (ibídem, cap. LXXI). Así quiere el Señor a sus sacerdotes: "Formados y crecidos y envueltos en mi Corazón de Hombre Dios" (ibídem, cap. CXX).[13]



    [1]Tengo en cuenta especialmente dos volúmenes en colaboración: AA.VV., El ministerio y el corazón de Cristo, "Teología del Sacerdocio" 16 (1983); AA.VV., El corazón sacerdotal de Jesucristo, "Teología del Sacerdocio" 18 (1984).

    [2]A mis sacerdotes, Edición privada, estrictamente reservada a los sacerdotes, México, Edit. "La Cruz" (usamos la sexta edición, de 1992). Ver también los volúmenes 49-56 de la "Cuenta de conciencia".

    [3]Cfr. J.M. PADILLA, Concepción Cabrera de Armida (México 1986) vol. III, pp. 403-405. Gran parte de estas confidencias sobre el sacerdocio se publicaron (en edición privada) en Morelia (1928-1931), con el permiso del arzobispo de Michoacán, Mons. Leopoldo Ruiz. De hecho, esta publicación (con el título de "A mis sacerdotes") viene a ser un amplio resumen sistemático de la "Cuenta de conciencia" de Conchita durante esos mismos años.

    [4]Las encíclicas sacerdotales anteriores al concilio Vaticano II, los decretos sacerdotales del mismo concilio (especialmente "Presbyterorum Ordinis" y "Optatam totius") y las exhortación postsinodal "Pastores dabo vobis" de Juan Pablo II, han abierto nuevas singladuras a la espiritualidad sacerdotal, en el sentido de urgir a una vida "evangélica", al estilo de los doce Apóstoles ("apostolica vivendi forma"). El "Directorio para el ministerio y la vida de los sacerdotes" detalla algo más. ¿Cómo afrontar estas exigencias a partir del Corazón Sacerdotal de Cristo muerto en Cruz?

    [5]Vida5,361-373; C.C. 23,246-259; cfr. C.C. 51,30.

    [6]Ver síntesis bíblica y teológica en: M.A. BARRIOLA, C. POZO, L.M. MENDIZABAL, Corazón de Cristo, Escritura, Teología, Magisterio, Bogotá 1989; I. DE LA POTTERIE, Il mistero del Cuore trafitto, Bologna, EDB 1988.

    [7]La interioridad o sentimientos sacerdotales del Corazón de Cristo: M. GONZALEZ MARTIN, El Corazón de Cristo, Pastor, "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 299-317; A. VANHOYE, Le coeur sacerdotal du Christ dans les écrits du Nouveau Testament, "Teología del Sacerdocio" 18 (1984) 47-67.

    [8]Estas expresiones corresponden también a los estudios actuales: J.A. ABAD IBAÑEZ, El Corazón de Cristo y el ministerio del perdón "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 117-152; G. FERRARO, Il cuore di Cristo e il ministero liturgico del sacerdozio ministeriale "Teología del Sacerdocio" 18 (1984) 69-123; J.A. GOENAGA, El Corazón de Cristo y el ministerio eucarístico ministerial, ibídem, 125-175; J.L. GUTIERREZ GARCIA, El sacerdocio y la familia a la luz del Corazón de Cristo "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 233-247; N. LOPEZ MARTINEZ, El Corazón de Cristo y el ministerio de la reconcilicación "Teología del Sacerdocio" 18 (1984) 177-201; A. SARMIENTO, El Corazón de Cristo y el carácter misionero del sacerdocio ministerial, ibídem, 203-246; J.A. SAYES, El Corazón de Cristo y el sacrificio eucarístico "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 69-97.

    [9]Cfr. L.M. MENDIZABAL, El ministerio del Corazón de Cristo, centro de la vida y del ministerio sacerdotal, en: AA.VV., El ministerio y el corazón de Cristo, "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 177-200.

    [10]AA.VV., Il cuore di Cristo e la formazione sacerdotale oggi (Roma, Centro Volontari Sofferenza, 1990). Ver afirmaciones parecidas en en la exhortación postsinodal Vita Consecrata nn. 18, 23, 40, 65-66, 109.

    [11]Son temas que también aparecen en algunos estudios sobre el Corazón de Cristo: A. BANDERA, Papel de María en la formación del Corazón sacerdotal de Cristo "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 201-231; J. ESQUERDA, Corazón abierto (Barcelona, Balmes, 1984); J. GALOT, Il Cuore di Cristo (Roma 1986); B. RAMAZZOTTI, Spiritualità del Cuore di Gesù (Verona 1995); A. VIVO, El sacerdote, formador de la comunidad según el Corazón de Cristo "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 153-176.

    [12]El "Corazón" de María indica toda su interioridad en relación con Cristo su Hijo. En su Corazón encontraron acogida las palabras del Señor: las palabras del ángel (Lc 1,29), el mensaje de Belén (Lc 2,19), la profecía de Simeón (Lc 2,33), las palabras de Jesús niño (Lc 2,51)... Todo lo "contemplaba en su corazón" (Lc 2,19.51). La actitud de "contemplar" tiene el sentido de "confrontar" lo que está oyendo o viendo, con otros datos de la Palabra de Dios, para comprender mejor su significado salvífico. Es la actitud sapiencial de los pobres de Yavé. De esta contemplación en el corazón, derivaban todas las actitudes, palabras y acciones de María. Así se asoció a Cristo Redentor (cfr. LG 65) como modelo de vida sacerdotal (cfr. PO 18).

    [13]La espiritualidad sacerdotal "específica" en el Presbiterio diocesano (y, analógicamente, la espiritualidad sacerdotal de cualquier sacerdote religioso) puede ser reforzada y motivada por las líneas de espiritualidad que derivan del Corazón Sacerdote de Cristo, según las "confidencias" contenidas en el libro A mis sacerdotes (o en la Cuenta de Conciencia). Estas líneas peculiares de las "confidencias" puede ser un medio determinante para vivir lo que es principal y específico del sacerdote diocesano: ser signo del Buen Pastor, en la "fraternidad sacramental" y "familia sacerdotal" del Presbiterio (cfr. PO 8; PDV 74), al servicio de la Iglesia particular y universal, en dependencia espiritual y pastoral del carisma episcopal que preside la diócesis en comunión con el Sucesor de Pedro. Respetando estas realidades sacerdotales de gracia, el plan de vida de un grupo o fraternidad sacerdotal, que se inspire en la doctrina de Concepción Cabrera de Armida, se encuadrará fácilmente en el "plan de vida" general del propio Presbiterio (cfr. PDV 79), siempre para vivir mejor la espiritualidad específica del sacerdote diocesano.

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