ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS

ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS (168)

Atilano Rodríguez Martínez

Obispo de Ciudad Rodrigo

«SER Y MISIÓN DE LA IGLESIA,

MISTERIO DE COMUNIÓN»

Exhortación pastoral ante el nuevo curso 2007-2008

Atilano Rodríguez Martínez

Obispo de Ciudad Rodrigo

«SER Y MISIÓN DE LA IGLESIA,

MISTERIO DE COMUNIÓN»

(Exhortación pastoral ante el nuevo curso 2007-2008)

Ciudad Rodrigo, 2007

Imprime: LLETRA, S.L.

Avda. Conde de Foxá, nº 89

Tel.: 923 48 12 68

37500 Ciudad Rodrigo

SEPARATA DEL BOLETIN OFICIAL DE LA DIOCESIS DE CIUDAD RODRIGO

Septiembre - Octubre 2007

Impreso en España

Depósito Legal: S - 857 - 1990

SUMARIO

INTRODUCCIÓN. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

PARTE I

CONTEMPLEMOS LA REALIDAD

a) Existe un gran confusionismo en la concepción de la Iglesia . . . . . 9

b) El confusionismo genera desafección hacia la Iglesia . . . . . . . . . . 11

c) La desafección lleva a la huida silenciosa de la Iglesia . . . . . . . . . 13

PARTE II

ESCUCHEMOS LA PALABRA DE DIOS

a) La elección de los doce . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

b) Caraterísticas de las primeras comunidades cristianas . . . . . . . . . 19

c) Elección de sus sucesores por parte de los apóstoles . . . . . . . . . . . 22

d) Jesús ora al Padre para que todos vivan la comunión . . . . . . . . . . 24

e) La Eucaristía edifica la comunión eclesial. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26

ACOJAMOS LAS ENSEÑANZAS DE LA IGLESIA

a) La Iglesia, misterio de comunión (Concilio Vaticano II) . . . . . . . . 31

b) Enviados al mundo para ser artífices de comunión

(Enseñanzas de Juan Pablo II y Benedicto XVI) . . . . . . . . . . . . . . 34

c) La comunión trinitaria, modelo, fuente y meta de

la comunión eclesial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36

d) Hagamos de la Iglesia casa y escuela de comunión. . . . . . . . . . . . 39

e) Para vivir la comunión es necesaria una espiritualidad

de comunión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42

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PARTE III

COMPORTAMIENTOS QUE IMPIDEN LA COMUNIÓN

a) Nuestros pecados rompen la comunión eclesial. . . . . . . . . . . . . . . 45

b) Las concepciones sociológicas de la Iglesia . . . . . . . . . . . . . . . . . 47

c) El activismo incontrolado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49

d) Los grupos cerrados dificultan la comunión . . . . . . . . . . . . . . . . . 51

e) El miedo a vivir la corresposabilidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54

PARTE IV

OBJETIVO PASTORAL Y POSIBLES ACCIONES PARA LA PROGRAMACIÓN

PASTORAL

Profundicemos en el conocimiento y en el amor a la Iglesia como misterio de comunión

par impulsar su misión evangelizadora desde la corresponsabilidad

1) Contemplación del misterio Trinitario para aprender

a vivir la comunión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57

2) Atentos a la acción del Espíritu para colaborar con Él . . . . . . . . 59

3) Impulsar la espiritualidad de comunión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60

4) Preparación de la Eucaristía dominical . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61

5) Vivencia de la comunión más alla de la parroquia. . . . . . . . . . . . 62

6) No podemos evangelizar si estamos divididos. . . . . . . . . . . . . . . 63

7) La comunión no es uniformidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64

8) La comunión debe llevarnos a la incorporación de

los pobres a la comunidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65

9) Necesitamos promover el asociacionismo laical . . . . . . . . . . . . . 66

10) La perfecta comunión de la Iglesia no se consigue

en este mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67

CONCLUSIÓN

MARÍA, MODELO Y MADRE DE LA IGLESIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69

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Queridos diocesanos:

Todos somos conscientes de la novedad del momento que vivimos y de la dificultad que experimentamos para encontrar medios y caminos para evangelizar. Con el fin de dar respuesta a estas dificultades, el año pasado centrábamos nuestra mirada en el Proyecto Diocesano de las Unidades Pastorales en el que ha ido desembocando el trabajo pastoral de nuestra diócesis de años anteriores. Os recuerdo con gratitud que juntos hemos estado dispuestos durante estos años a trabajar confiando siempre en Dios (2003-2004), sintiéndonos llamados a evangelizar en un mundo nuevo (2004-2005), alegres en la esperanza(2005-2006), volviendo a las fuentes de la vida cristiana para contemplar a Jesucristo (2006-2007) y siempre animados por la virtud teologal de la esperanza.

Es cierto que la realidad del momento nos ha situado desde hace unos años ante una sociedad que se ha hundido en un mar de palabras e imágenes efímeras y vacías, en medio del ruido ensordecedor de la civilización moderna, con miles de propuestas, pero con gran ausencia de Dios. Los hombres y mujeres experimentan una gran insatisfacción y una creciente soledad que fácilmente les puede llevar por caminos distintos a los de la Iglesia y a los de la auténtica fe.

Por todo ello, y para llenar de contenido espiritual y pastoral el proyecto Diocesano de las Unidades Pastorales, como un medio y camino para la evangelización, en la carta pastoral escrita el pasado año, con ocasión de la programación pastoral del curso en los distintos arciprestazgos de la diócesis, os invitaba a “Volver a las fuentes de la vida cristiana”.

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Como seguidores de Jesús necesitamos volver constantemente a Él nuestros ojos, nuestro corazón y nuestra mente, porque es la piedra angular sobre la que reposa el edificio eclesial y sobre la que se sustenta toda nuestra vida cristiana. Si queremos fundamentar sólidamente nuestra identidad como creyentes y si deseamos construir el edificio de las “Unidades Pastorales” durante los próximos años en nuestra diócesis, debemos hacerlo sobre bases sólidas para no trabajar en balde y para no quedarnos en una organización fría y sin contenido. Precisamente por esto, con la programación pastoral en los distintos arciprestazgos de la diócesis, pretendíamos ayudar a todos los miembros de nuestras comunidades a volver la mirada y el corazón a Jesucristo, como evangelio de Dios.

Ahora bien, la misión nos exigía y nos sigue exigiendo profundizar en el Misterio Trinitario, porque la contemplación de Jesucristo es imposible si olvidamos o pasamos por alto su íntima relación de amor y de vida con el Padre y con el Espíritu Santo. Jesucristo vino al mundo como el enviado del Padre, para mostrarnos su rostro y para cumplir en todo momento su voluntad, guiado siempre por la acción del Espíritu Santo. Partiendo de esta verdad evangélica, podemos afirmar que es totalmente imposible conocer a Cristo y entender su vida sin adentrarnos en las profundidades del misterio Trinitario, que es misterio de vida, de amor y de unidad.

No podemos olvidar que para un verdadero creyente todo en la vida nace de este misterio y todo se orienta hacia la consumación de la existencia en él. Desde la comunión con la Trinidad, incoada en el sacramento del bautismo y desarrollada en los demás- 6 -sacramentos, todos los cristianos hemos sido constituidos hijos de Dios y somos invitados a caminar por el mundo en comunión con los hermanos, dejando que la Palabra divina ilumine y oriente nuestros pensamientos y acciones. De este modo, con el testimonio de la palabra y de las obras, podremos anunciar a todos las maravillas de Dios.

En la oración pausada y en la formación cristiana integral encontraremos los medios necesarios para fortalecer la fe, la esperanza y la caridad y para alcanzar el conocimiento interior y experiencial, personal y comunitario, del Dios vivo.

Pero, durante el tiempo de peregrinación por esta tierra, no debemos perder de vista que la vocación cristiana, nuestra filiación divina, la Iglesia, la evangelización, la comunión fraterna, el amor y la salvación son dones de Dios Padre, que se ofrecen a todos los hombres por medio de Jesucristo a impulsos del Espíritu Santo, sin mérito alguno por nuestra parte.

Por lo tanto, sólo volviendo a Cristo y permaneciendo en Él, podremos acoger estos dones, valorarlos y ofrecerlos a los hermanos. Sin olvidar nunca estos aspectos fundamentales y básicos de nuestra vida cristiana, en los cuales nos hemos detenido de un modo especial el curso pasado, durante los próximos meses meditaremos en el SER Y MISIÓN DE LA IGLESIA, MISTERIO DE COMUNIÓN.

Para hacer esta meditación será preciso que volvamos nuestros ojos al Evangelio, en donde Jesús mismo nos presenta el origen de la Iglesia. Sin sus enseñanzas y su testimonio vital resultará imposible entender el ser y la misión de la Iglesia fundada porÉl.

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Teniendo en cuenta las abundantes y atinadas reflexiones de los miembros del Consejo Pastoral Diocesano, del Colegio de Arciprestes y del Consejo del Presbiterio, en esta carta pastoral voy a fijarme fundamentalmente en la realidad de la Iglesia, concebida como misterio de comunión para la misión o como misterio de comunión misionera.

Los estudios eclesiológicos posteriores al Concilio y las intervenciones del Magisterio de la Iglesia señalan que esta es la expresión que mejor define y resume el contenido de los distintos documentos conciliares.

 

PARTE I

CONTEMPLEMOS LA REALIDAD

 

La Iglesiafundada por Jesucristo ha recibido el encargo de anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra, compartiendo los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de todos los hombres, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren. Millones de cristianos en el mundo entero se levantan cada día con el deseo de seguir las huellas del Maestro y de ayudar a sus semejantes a descubrirle como el camino, la verdad y la vida. Sin embargo, observamos que en algunos países, como el nuestro, la misión de la Iglesia no es comprendida ni aceptada por parte de bastantes creyentes y no creyentes. La consideran como una institución pasada de moda, arcaica, trasnochada e incapaz de conectar con la vida y con las necesidades del hombre de hoy. Estas apreciaciones tienen que ayudarnos a pensar qué es lo que hacemos mal para corregirlo, para progresar en la conversión y para acrecentar la fidelidad al Señor. Pero, por otra parte, las dificultades y las incomprensiones no deben desanimarnos, ni mucho menos angustiarnos, pues sabemos que la Iglesia, al igual que le ocurrió a su Señor, debe asumir la cruz, la incomprensión y la persecución en el cumplimiento de su misión.

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Concretamente, tendríamos que preguntarnos qué le sucede a la Iglesia en España y cuál es la concepción que se tiene de la misma en estos momentos.

 

a) Existe un gran confusionismo en la concepción de la Iglesia. Conligeras variantes, los evangelios sinópticos nos presentan aquella escena íntima, en la que Jesús se encuentra a solas con sus discípulos y, en un clima de confianza y de amistad, les hace la pregunta sobre la identidad de su persona: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?”. La respuesta de los discípulos, recogiendo el sentir popular, es vaga, imprecisa y confusa:“Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas”.

Al escuchar esta respuesta tan equivocada sobre su identidad, el Señor les formula directamente a los discípulos la misma pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Pedro responde, en nombre de sus compañeros:“Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. (Mt. 16, 13-16).Como el mismo Jesús reconocerá, la respuesta de Pedro es acertada, pero resulta imposible formularla con tanta claridad y precisión sin que exista previamente una revelación por parte del Padre celestial. Los que han respondido a la llamada del Maestro y quieren seguirle, deben tener clara su identidad y para ello han de abrir la mente y el corazón a la acción de la gracia y a la revelación de Dios. Los discípulos no pueden permanecer en la confusión o en el desconcierto generalizado de la masa. Ellos deberán anunciara Jesucristo y tendrán que ser sus testigos hasta losconfines de la tierra.

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El discípulo necesita tener clara la identidad del Maestro. El discípulo no puede instalarse en la confusión

Pero, para que su testimonio sea verdadero y auténtico, han de conocer perfectamente la identidad del Maestro, es decir, deberán reconocerle  y acogerle como verdadero Dios y verdadero hombre en íntima comunión con la voluntad del Padre.

Si hoy formulásemos a los católicos españoles la misma pregunta que el Señor hizo a los doce, seguramente nos encontraríamos con muchas sorpresas. Sin duda, habría un grupo importante de cristianos que confesaría con gozo y claridad la verdadera identidad de Jesucristo como el enviado del Padre, el Mesías y Señor. Pero, como en tiempos de Jesús, también en nuestros días bastantes bautizados darían respuestas incompletas, superficiales y confusas sobre su ser y misión. Este mismo confusionismo lo percibiríamos en muchos bautizados, si hiciésemos la pregunta sobre el ser de la Iglesia, sobre su identidad, origen y misión.

Desgraciadamente la carencia de una verdadera experiencia de Dios y el desconocimiento de los principales contenidos doctrinales de la fe católica es alarmante en muchos bautizados. Esto queda patente en los estudios sociológicos y en los comunicados o declaraciones de algunos grupos que, al menos, de palabra confiesan su condición de cristianos.

La misión de Jesucristo no puede entenderse sin la Iglesia y ésta no tendría sentido sin su vinculación y referencia constante a Jesucristo. Sin embargo el cristiano de hoy disocia fácilmente ambas realidades. Con frecuencia, apenas ve lo que la Iglesia le aporta para vivir de Aquel que es su maestro de vida.

¿Cómo podremos decir que somos cristianos, seguidores de Jesucristo y miembros de la Iglesia, si no conocemos a fondo quién es Jesús y qué es la Iglesia?

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Pero no existe verdadera experiencia de Dios.Contenidos doctrinales de la fe católica, son ignorados por muchos bautizados.

 

b) El confusionismo genera desafección hacia la Iglesia

A pesar de este desconocimiento, observamos que en los últimos años son muchas las personas, creyentes y no creyentes, que se creen en el deber de opinar sobre la Iglesia y su misión. Todos se atreven a recordarnos a los restantes miembros de la comunidad cristiana lo que la Iglesia debe ser y hacer para no perder el tren de la historia, para adaptarse a las necesidades del momento presente y para ser bien vista por la sociedad actual.

En muchas ocasiones, bastantes personas ofrecen su visión de la Iglesia o de lo que ésta debe hacer sin tomar en consideración las enseñanzas evangélicas y sin respetar la Tradición viva de la Iglesia. Los criterios subjetivos y los gustos personales suelen ser su único punto de apoyo a la hora de enjuiciar la misión de la Iglesia. En ciertos casos, estas opiniones y comentarios se quedan en los aspectos externos, responden a fijaciones del pasado y obedecen a una concepción ideológica de la Iglesia, según la cual ésta estaría formada por buenos y malos, progresistas y retrógrados, avanzados y tradicionalistas.

En otros casos se percibe una concepción de la Iglesia puramente sociológica, equiparándola a cualquier otro grupo u organización social, sin tener en cuenta para nada su verdadera identidad y sin preguntarse por la misión confiada por el Señor a la misma.

Los contenidos de estos comentarios e informaciones llegan a través de los medios de comunicación a muchos católicos buenos, pero de fe débil y con poca formación religiosa. Ellos acogen estas informaciones y las noticias sobre la vida y la actividad de la Iglesia sin una actitud crítica y, en bastantes ocasiones, las reciben como si realmente reflejasen su verdadera identidad. Esta aceptación indiscriminada de lo que dicen otras personas sobre el ser de la Iglesia, poco a poco va calando en las conciencias y genera un gran confusionismo y un desprecio progresivo e infundado hacia la institución eclesial.

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Criterios subjetivos frente a enseñanzas evangélicas y  Tradición viva de la Iglesia. La opinión que muchos bautizados tienen de la Iglesia, viene desde fuera, sesgada, hostil y desmoralizadora

En la mayor parte de los casos estas informaciones sesgadas e incompletas sobre la identidad de la Iglesia no tienen en cuenta su origen, pasan por alto su quehacer, olvidan su servicio generoso a la sociedad y minusvaloran la misión confiada por el Señor a la misma.

El mensaje que la Iglesia aporta al mundo es un mensaje de salvación sobre todo para los pobres, para los que sufren, para los que nada tienen o nada son. Nada ni nadie puede empañar este mensaje. Ciertamente la Iglesia hace cosas mal, puesto que quienes nos consideramos miembros de la misma somos pecadores y experimentamos las limitaciones propias de la condición humana. Esto ya lo sabía el Señor cuando llamó a los doce al seguimiento y esto lo sabe también cuando hoy nos llama a nosotros, que estamos tan alejados de la experiencia y del conocimiento directo e íntimo que ellos tenían de su persona.

La Iglesiano es ni mucho menos una especie de enclave “santo” dentro de un mundo profano e impío, sino que es la obra dispuesta por Dios para comunicara todos los pueblos la salvación. Ser cristiano es una gracia de Dios. Por eso, gracias a Él, en la Iglesia española y en la Iglesia universal, a pesar de las limitaciones y pecados de sus miembros, el Espíritu Santo continúa suscitando hombres y mujeres que caminan por las sendas de la verdad y de la santidad. Desde la adhesión incondicional a Jesucristo y desde un profundo amor a sus semejantes trabajan hasta el final, con la esperanza puesta en lo que no se ve y gastan la vida en silencio en los entornos del Reino de Dios. Son incontables los testimonios de fe y caridad, que cada día podemos comprobar y constatar, pero estos testimonios –no sé muy bien por qué razón- se acallan por parte de los medios de comunicación y nunca salen a la luz. No faltan verdaderos testimonios de fe y de caridad vividos en la esperanza

 

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Importancia de conocer, comprender y asumir nuestros orígenes y nuestras raíces

 

c) La desafección lleva a la huída silenciosa de la Iglesia

 

Pero en nuestros días, además, se produce una huida silenciosa de la Iglesia por parte de algunos que consideran que vive anclada en el pasado. Muchos esperan que la Iglesia, pasando por alto las enseñanzas evangélicas y las exigencias morales que se derivan del mensaje de Jesús, justifique actitudes y comportamientos personales o sociales que chocan frontalmente con el Evangelio y con el derecho natural. Aunque sea de forma inconsciente, se está pidiendo una religión a la carta y se espera una Iglesia que responda a los gustos de cada creyente o a los deseos de ciertos grupos sociales, aunque estos gustos o deseos sean contrarios a las enseñanzas evangélicas.

Ante este abandono de la Iglesia por parte de algunos y ante las mofas de otros, que, sin embargo, siguen recibiendo de ella el pan de la vida, los que la amamos de verdad debemos unirnos cada día más a ella para cumplir mejor su misión. Hemos de vivir nuestro cristianismo en profundidad, sabiendo dónde están nuestras raíces, comprendiendo que no puede existir seguimiento de Jesucristo como no sea dentro de la Iglesia y en comunión con ella. No podemos caer en la indiferencia o en la crítica

amarga contra la Iglesia, como hacen algunos. Ella es nuestra madre, la que nos ha engendrado a la vida cristiana, la que nos ofrece constantemente al Autor de la vida, la esperanza del mundo. El encargo que tenemos de evangelizar, incluso estando equipados

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Se espera una

Iglesia que

responda a los

deseos de determinados

grupos

sociales

No hay

seguimiento de

Jesús, ni envío a

evangelizar si no

es en comunión

con su Iglesia.

con “toda la armadura de Dios” (Ef 6,11), conducirá siempre a una situación de acontecimiento difícil y dramático “como ovejas en medio de lobos”. Los Hechos de los Apóstoles, la vida de San Pablo y de muchos santos son testimonio de que la misión de la Iglesia siempre será victoriosa, pero solo en la persecución, el fracaso y el martirio: “Mirad, yo he vencido al mundo”. Pero esta victoria pasa por la cruz (Jn 16,33).

Siempre faltará algo esencial a quien, pretendiendo profundizar en el seguimiento de Jesucristo y en el servicio del Reino se niega a contemplar con ojos de fe y de esperanza el misterio de la Iglesia. La meditación de este misterio podrá comunicar a nuestra acción y a nuestra oración no solo equilibrio y autenticidad, sino también fuerza: la Iglesia todavía “fea” en muchos aspectos, no por ello deja de ser la “esposa”.

Y lo es por elección de su Creador. Lo es siempre, a pesar de sus faltas. Es bueno oír estas verdades, si queremos conservar pacíficamente la fe en la Iglesia real que peregrina por este mundo, no en la de nuestros sueños o desencantos. Esto nos ayudará a caminar con esperanza y nos permitirá mirar a la Iglesia como la fuente de la que el Espíritu hará brotar una vida espiritual auténtica, sólida y realista.

Sabemos que estamos lejos del ideal, pues el ser profundo de la Iglesia permanece oculto. Por eso es fundamental la paciencia en la esperanza, sin extrañarnos de las lentitudes. En particular, como miembros de la Iglesia, todos tenemos necesidad de conversión pues, si reflexionamos sobre el misterio de la Iglesia, siempre podremos sacar provecho de las luchas e incomprensiones, más para purificarnos que para defendernos.

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Los bautizados

hemos de mirar

con ojos de fe y

esperanza el

Misterio de la

Iglesia

Como consecuencia de los comportamientos y actitudes de fuerzas poderosas ajenas a la Iglesia y de las afirmaciones de algunos de sus miembros, que lo han recibido todo de ella y que ahora la desprecian, ¿no estaremos cayendo bastantes cristianos en una desafección hacía la madre que nos ha dado y nos sigue dando la vida de Dios? Las actitudes negativas con relación a la Iglesia por parte de algunos hermanos nuestros, en vez de llevarnos a la desesperanza, deben ayudarnos a revisar nuestra concepción de la misma. En el credo apostólico, después de confesar la fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y en su obra de salvación, confesamos nuestra fe en la Iglesia, “una, santa, católica y apostólica”.

Pero tendríamos que preguntarnos: ¿Aceptamos con fe la salvación que Dios nos ofrece por medio dela Iglesia? ¿Actuamos y no comportamos de acuerdo con esta confesión de fe que sale de nuestros labios?

El gran individualismo, que afecta a muchos ciudadanosespañoles, está afectando también a bastantes creyentes que pretenden tener hilo directo con Dios, sin pasar por la Iglesia. ¿Habremos olvidado que el Señor ha fundado su Iglesia como canal por el que nos llega a todos la luz y la fuerza del Evangelio? ¿No estaremos dando más importancia y prestando más credibilidad a lo que nos dicen otros de la Iglesia que a lo que nos enseña el Evangelio, el Catecismo de la Iglesia Católica y el magisterio del Papa y de los obispos en comunión con él?

Tal vez estas preguntas podrían servirnos a todos para hacer un examen de conciencia y para preguntarnos por el grado de nuestra adhesión y amor a la única Iglesia de Jesucristo. Ya decía H. de Lubac, en los años posteriores a la celebración del ConcilioVaticano II, que no todos sus hijos comprenden a la Iglesia. Unos se espantan

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Tantas actitudes

negativas respecto

a la Iglesia y

nuestra propia

confesión de fe

expresada en el

Credo, deben

ponernos en

disposición de

revisar nuestra FE

en la Iglesia y

nuestro grado de

adhesión a la única

Iglesia de Cristo, a

pesar de todo.

 

de ella otros se escandalizan y otros, que viven poco de su Espíritu, quieren introducir

en ella sus criterios innovadores y subversivos.

 

PARTE II

ESCUCHEMOS LA PALABRA DE DIOS

 

El primer paso indispensable para todos es acercarnos a contemplar la Palabra de Dios. Debe ser nuestro alimento de cada día, para mirar desde ella cualquier realidad. La Palabra de Dios debe presidir todos los momentos de fe personales o comunitarios, los momentos significativos de nuestra vida, y especialmente nuestra oración. La cercanía a la Sagrada Escritura nos llevará a contemplar con ojos de fe las realidades que Dios mismo nos ha revelado. Ahora bien, esta contemplación es siempre un don de Dios.

Por eso, a nosotros nos toca buscarlo, quererlo, estar preparados para recibirlo. No tengamos miedo ni pongamos resistencias. El Espíritu Santo nos revelará los planes de Dios y nos guiará hasta la plenitud de la verdad. Por eso, aunque sea brevemente, os invito a hacerun recorrido por la Sagrada Escritura. En ella el Señor nos habla a todos y continúa diciéndonos cómo es la Iglesia por Él fundada y a la que nosotros pertenecemos por puro don de su infinita misericordia.

Debemos volver una y otra vez a la Palabra de Dios, a las fuentes de la vida cristiana, no sólo para descubrir nuestra vocación y recordar lo que el Señor quiere y espera de nosotros, sino para profundizar en el ser y en la misión de la Iglesia.

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La Palabrade Dios

nos comunica

quién y cómo es la

Iglesia de

Jesucristo

a) La elección de los doce

 

La relación de Dios con el pueblo de Israel es una historia de alianza. En el desarrollo de esta historia, Dios toma siempre la iniciativa y su lenguaje con los miembros del pueblo elegido es en todo momento un lenguaje de amor. Jesús actuará a lo largo de su vida con estos mismos comportamientos. Él toma la iniciativa a la hora de elegir a los suyos y él siempre ama primero.

Al igual que la historia de Israel, la historia de la Iglesia es un entramado de luces y sombras, de pecados y virtudes, de errores y aciertos, de escándalos y de obras maravillosas. Pero lo extraordinario de todo esto es la fidelidad de Dios, que permanece inmutable.

El pueblo será dispersado o se alejará de los mandatos de Dios, pero Él no abandonará nunca a quien ha elegido.

Nos ahorraríamos muchos malentendidos y muchos esfuerzos inútiles si fuéramos capaces de considerar así a la Iglesia: no somos nosotros quienes la hacemos. Es el Espíritu el que no cesa de formarla en nosotros. Es el amor de Dios el que nos reúne en comunidad de hermanos. En Cristo Jesús, Dios ha entrado en el mundo para reunir a los hijos dispersos, invitándoles a formar parte de su pueblo.

El Concilio Vaticano II señala que “el Padre celestial decidió convocar a cuantos creen en Cristo en laSanta Iglesia” (LG. 2). Por eso, desde el comienzo de su vida pública, Jesús invitará incesantemente a la conversión de los pecados para poder participar del Reino de Dios y para dar testimonio de la llegada del mismo. En referencia a las doce tribus de Israel, Jesucristo llama a los doce y les invita a estar con Él.

Con esta elección quiere indicar que ha llegado el tiempo definitivo y que es necesario dar pasos para la reconstrucción del pueblo de las doce tribus, medianteuna Alianza nueva y definitiva.

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En la dispersión

Jesús llama a los

Doce a “estar con

Él” como primer

paso para la comunión

 

Como consecuencia de la misión de Jesús, el pueblo de las doce tribus se convertirá en un pueblo universal, en su Iglesia. De este modo quedará patente que no puede existir oposición ni separación entre Jesús y su Iglesia. Los cristianos sabemos que la alianza de Dios sigue intacta, a pesar de nuestros pecados, y descubrimos también que no podremos encontrar a Jesús sin la Iglesia, pues Él la fundó para comunicarse por medio de ella a la humanidad entera.

Si nos fijamos en los apóstoles elegidos por el Señor, comprobamos que para cumplir adecuadamente el encargo que Él va a confiarles, deben conocer de cerca al Maestro. Tendrán que confesar públicamente su identidad y esto sólo se aprende desde el trato cercano, desde la comunión profunda y desde la convivencia íntima con su Maestro. Los apóstoles serán enviados al mundo por Jesús, como Él fue enviado por el Padre. Ahora bien, para realizar fielmente el encargo recibido deben ser “expertos” en Jesús.

Contemplando la actuación del Maestro y acogiendo con docilidad sus enseñanzas, los apóstoles aprenderán a amar al Padre sobre todas las cosas y estarán siempre dispuestos a dar la vida por sus semejantes.

Con el paso del tiempo comprobarán que, para ser verdaderos discípulos y auténticos testigos de Jesucristo, no sirve un amor cualquiera, sino que es necesario amar hasta el extremo, hasta la muerte y muerte de cruz, como el Maestro les ha amado. Los apóstoles comprobarán también que el grupo de los elegidos debe actuar siempre con el espíritu de las Bienaventuranzas, con actitud de servicio y de amor incondicional a todos. Con estos sentimientos y actitudes se comportó Jesús, el Siervo perfecto, que al final de su vida, para indicar el sentido del don que hacía de sí mismo en su pasión, se puso a los pies de sus discípulosy se los lavó.

 

- 18 -

El envío a la

misión requiere

ser “expertos” en

el Señor

 

Al escuchar las enseñanzas de Jesús y al descubrir sus comportamientos, el verdadero discípulo debe estar siempre dispuesto a dar la propia vida por amor y debe actuar siempre con sentimientos de perdón y de misericordia, incluso a los enemigos. El amor del discípulo no puede reducirse únicamente al círculo de los amigos o al grupo de los que piensan como él. Ese amor no tiene mérito alguno pues también los paganos y los no creyentes son capaces de amar a quienes les aman. El verdadero amor cristiano, descubierto en la comunión y en la relación frecuente con Cristo, nos abre siempre a la contemplación del amor del Padre y es derramado en nuestros corazones por la acción del Espíritu Santo. Sólo, si nos dejamos conducir por el Espíritu Santo, podremos amar a los hermanos como el Señor nos ama a cada uno de nosotros.

 

b) Características de las primeras comunidades cristianas

Con la muerte del Maestro, los apóstoles experimentan una profunda tristeza y parecen perder la confianza en la realización de sus proyectos. Por ello, después de resucitar de entre los muertos, el Señor busca a sus discípulos y se les aparece para renovar su fe debilitada, para hacerles ver que está vivo, para devolverles la alegría y la paz y para reconstruir la comunión entre ellos. De este modo, ellos podrán entender y aceptar que todo lo que habían dicho las Escrituras santas sobre su persona ha llegado a cumplimiento. El desánimo y la desesperanza de los apóstoles, como consecuencia de la muerte del Maestro, se transforman en gozo y alegría desbordantes, al experimentar nuevamente la presencia del Resucitado en medio de ellos.

 

- 19 -

La presencia del Resucitado

transforma el

desánimo y la

desesperanza en

gozo y alegría.

 

Después de estos encuentros con Jesucristo, los apóstoles vuelven a Jerusalén desde el monte de los Olivos. Pero hacen este viaje, no por cuenta propia, sino cumpliendo las indicaciones del Maestro. “Y cuando llegaron, subieron a la estancia superior, donde vivían, Pedro, Juan, Santiago y Andrés; Felipey Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo,Simón el Zelotes y Judas de Santiago. Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu encompañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús y de sus hermanos” (Act. 1, 13-14).

Esta primera descripción de la comunidad cristiana nos presenta a los apóstoles en oración, esperando la venida del Espíritu, pues debía cumplirse la promesa del Padre, según la cual todos serían bautizados con el Espíritu Santo.

La oración en común, que es la principal característica de esta comunidad, provoca y realiza la comunión entre los miembros de la comunidad. Con esta referencia, se nos quiere indicar a todos los creyentes que la oración en la Iglesia hace posible la profundización y consolidación de la comunión entre sus miembros, ayudando de este modo a superar las diferencias que pudieran existir entre ellos.

Según la narración del Libro de los Hechos de los Apóstoles, también observamos que, desde los primeros momentos, un grupo de mujeres participan con los apóstoles en la oración y en la actividad evangelizadora, sintiéndose todos arropados por la presencia de la Santísima Virgen. María acompaña maternalmente el nacimiento de la Iglesia, orando con ellos y por ellos, y esperando confiadamente el cumplimiento de laspromesas del Padre. Podríamos decir que esta comunidad, anterior al acontecimiento de Pentecostés, ya posee los elementos esenciales de la comunión, que se consolidará posteriormente con la venida del Espíritu.

 

 

- 20 -

Perseveran en la

oración,

con un mismo

espíritu

María acompaña

el nacimiento de la

Iglesia

Una vez recibido el Espíritu Santo el día de Pentecostés, el grupo de los creyentes crecía constantemente como consecuencia de la incorporación de aquellos que se convertían al Señor y abrazaban la fe a partir de la predicación de los apóstoles y de los signosque el Espíritu realizaba por medio de ellos.

Todos “acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (Act. 2, 42). Esto hacía posible el que todos tuviesen un solo corazón y una sola alma, es decir, permanecían íntimamente unidos a Cristo.

Esta comunión con Cristo y entre sí de los miembros de la primera comunidad cristiana es tan profunda y tan intensa que les impulsa a salir de sí mismos para dar testimonio público del Señor resucitado con obras y palabras y les mueve a compartir los bienes materiales con todos los hermanos, especialmente con los necesitados. Los primeros cristianos no podían guardar para sí mismos lo que ellos habían visto, oído y recibido. Sentían la urgencia de comunicarlo a todos para que pudiesen participar de la dicha y felicidad que ellos experimentaban.

La experiencia de la comunión con Cristo en sus padecimientos y en su resurrección transforma interiormente el corazón de los creyentes y genera una vida nueva en los reunidos. Esto les lleva a participar como piedras vivas en la construcción de la comunidad cristiana, en la edificación de aquel sólido edificio espiritual que se iba construyendo sobre Cristo, la Piedra angular. De esta comunión surge la conciencia

de pertenencia a la Iglesia y la llamada a la santidad, obradas en el corazón de los cristianos por la accióndel Espíritu Santo.

 

- 21 -

La experiencia de

comunión con

Cristo y entre sí:

transforma el

corazón, crea

conciencia de

pertenencia,

posibilita la

predicación eficaz,

los signos del

Espíritu, el

testimonio público

y el compartir.

 

c) Elección de sus sucesores por parte de los apóstoles

A partir de este momento, la Iglesia comienza sumisión. Los apóstoles nombran a sus sucesores para que, de este modo, sea posible dar continuidad a la misión recibida del Señor a través de los siglos. La comunidad cristiana, organizada y estructurada bajo la guía de los pastores e impulsada por la acción del Espíritu Santo, seguirá extendiéndose por el mundoc omo misterio de comunión, reflejo de la comunión

Trinitaria. El apóstol Pablo ya manifestará este origen trinitario de la comunión, cuando saluda a los cristianos de Corinto con el saludo que la Iglesia mantiene através de los siglos al comienzo de la Santa Misa: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor del Padre y lacomunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”

(II Cor. 13, 13). Esta comunión crea la Iglesia y    hace de ella una muchedumbre reunida por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

La evangelización nace de la comunión con Dios, por medio de Jesucristo, bajo la guía del Espíritu. Exige siempre una actitud de sincera conversión por parte de todos los miembros de la comunidad creyente y se orienta a la consecución de la más perfecta comunión con Dios y con los hermanos por parte de todos los que acogen la Buena Noticia. No se puede disociar o separar la comunión con Dios de la comunión con los hermanos. El Papa Benedicto XVI, refiriéndose aeste tema, decía recientemente que todo el que rompe la comunión con Dios, destruye el fundamento y la raíz de la comunión entre los hermanos, y donde no se vive la comunión fraterna, tampoco puede ser verdadera y auténtica la comunión con Dios.

 

- 22 -

La misión de Jesús

requiere

continuidad en la

unidad

de la comunidad

La Iglesiacuenta

con la acción del

Espíritu, pero en la

libertad de los

creyentes, está

expuesta a la

división y a la

pérdida de la fe y

de la unidad

Desde los primeros momentos de la vida de la Iglesia, también podemos constatar que existe una relación íntima entre ésta y el Espíritu Santo. El Espíritu edifica la Iglesia, la conduce a la verdad plena e infunde el amor de Dios en el corazón de cada creyente.

Pero, juntamente con esta constatación, también descubrimos que el Espíritu no anula nunca la personalidad de los creyentes, no limita su libertad y, por tanto, no impide que puedan pecar, alejándose de Dios y de los hermanos. Como consecuencia de ello, la comunidad está siempre expuesta a la división y al distanciamiento entre sus miembros. Siempre existe el peligro de perder la fe y de romper por egoísmos y envidias la unidad pedida por Cristo al Padre. Pero, además de la acción constante y eficaz del Espíritu, la Iglesia para mantener la unidad necesita también del ministerio pastoral que, con prudente discernimiento, guarde y custodie la verdad recibida de Jesucristo. El libro de los Hechos de los Apóstoles señala que los primeros cristianos se reunían para la oración en común, para la fracción del pan y para escuchar la enseñanza de los apóstoles. Por lo tanto, la Iglesia, por voluntad expresa del Señor, además de recibir el don de la Eucaristía y los demás sacramentos, recibe también la sucesión apostólica que tiene la

misión de garantizar y velar para que la verdad entregada por Cristo a la Iglesia y el mandamiento del

amor permanezcan siempre vivos en ella. En este sentido, las primeras comunidades cristianas tenían muy claro que la fe, suscitada en el corazón de los creyentes por la predicación apostólica, se alimenta de la oración y de la fracción del pan y se expresa en el ejercicio de la caridad y en el servicio generoso a los hermanos.

- 23 -

Todos llamados a

acoger y promover

el don de la

comunión

La comunidad

cristiana necesita

el ministerio pastoral:

recibe la

sucesión apostólica,

que garantiza

la verdad recibida

de Cristo y la unidad

pedida por   

Cristo al Padre.

Ciertamente, todos los bautizados estamos llamados a acoger el don de la comunión, como un regalo del Señor, y debemos promoverlo con todos los medios anuestro alcance. Pero, de un modo especial, esta misión de custodiar el depósito de la fe y de velar por la comunión eclesial compete a los sucesores de los apóstoles, aunque esto les cueste críticas, incomprensiones y la entrega de la propia vida, si fuere necesario.

Los apóstoles, además de la experiencia de su encuentro personal y vital con Cristo durante los años de su vida pública y después de su resurrección, transmitieron también a sus sucesores el envío al mundo recibido del Maestro. Este envío implica hacer discípulos de todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que el Señor les había enseñado. Para llevar a cabo esta misión contarán siempre con la garantía de la presencia del Señor hasta el fin de los tiempos y con la asistencia del Espíritu Santo (Mt. 28, 18-20).

 

d) Jesús ora al Padre para que todos vivan la comunión

 

El evangelista San Juan nos ayuda a entender la importancia que el Señor da a la vivencia de la comunión entre todos los miembros de la Iglesia. Para que nunca se rompa esta comunión con Él y con el Padre por parte de los doce y por parte de quienes creerán en Él a través de los siglos, como consecuencia de la predicación apostólica, Jesús ora confiada e intensamente al Padre antes de la última cena. Esta oración es comola última voluntad o el testamento de Jesús: “No te ruego solo por estos, sino también por aquellos que,

por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que elmundo crea que tú me has enviado...Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno y el mundoconozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos, como me has amado a mí” (Jn. 17, 20-21. 23).

- 24 -

 

 

Teniendo en cuenta el contenido de la oración de Jesús al Padre, podemos vislumbrar la importancia que el Señor da a la vivencia de la comunión por parte de sus seguidores. Todos estamos llamados a permanecer en el amor de Dios para ser uno con Él y para acrecentar la íntima comunión de vida con el Padre.

De esta experiencia de amor y de unidad entre los hijos de un mismo Padre, dependerá el fruto de la misión evangelizadora y salvífica de la Iglesia y asimismo dependerá el que otros hermanos puedan acoger a Jesús como el enviado del Padre. Los últimos Papas nos han invitado insistentemente a emprender una nueva evangelización, pero no debemos engañarnos a nosotros mismos ni dejar que otros nos engañen con criterios humanos o con medias verdades. Si no acogemos el amor de Dios en nuestros corazones, sino somos testigos de ese amor en las relaciones con los hermanos y si vivimos divididos o enfrentados, no será posible la evangelización y el anuncio de Jesucristo. Las divisiones y los enfrentamientos son el mejor síntoma de que Dios no habita en nosotros y, consecuentemente, resulta imposible anunciarlo y dar testimonio de Él a los demás, porque lo que decimos con nuestros labios lo negamos con los hechos.

Pero Jesús, a quien debemos mirar y contemplar constantemente, no solo se presenta como modelo de amor y de comunión con el Padre y con los hermanos. Él mismo es la fuente de donde mana constantemente el amor y la unidad. En la parábola de la vid y los sarmientos, el Señor deja muy claro que, si el sarmiento deja de percibir la vida de la vid, se seca y no sirve para nada. Los cristianos recibimos vida y fecundidad de Cristo, el verdadero tronco de la vid. Por eso, aunque seamos muy dinámicos y activos, nada podremos hacer, si no permanecemos en Él (Jn. 15, 1-5).

 

- 25 -

Divisiones y

enfrentamientos,

síntoma

de que Dios no

habita en nosotros:

imposible

evangelizar

Jesús, fuente y

modelo de amor y

comunión.

De la íntima unión

con Él brota la

comunión entre

nosotros

De esta

íntima unión con Cristo nace y brota constantemente la comunión entre todos nosotros, pues somos sarmientos de la única vid. El Papa Juan Pablo II nos recordaba este origen trinitario de la comunión fraterna, al comentar la parábola de la vid y los sarmientos:

“El Señor Jesús nos indica que esta comunión fraterna es el reflejo maravilloso y la misteriosa participaciónen la vida íntima de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. (Ch L. n18). Por esto Jesús pedirá al Padre que todos seamos uno en Él y con el Padre para que el mundo crea que Él es su enviado.

 

 

e) La Eucaristía, fuente de la comunión eclesial

Pero la oración de Jesús por la unidad de los cristianos no es cuestión del pasado. Resucitado de entre los muertos, el Señor continúa intercediendo constantementeante el Padre para que todos seamos uno como

Él es uno con el Padre. En la celebración eucarística,se hace especialmente concreta, real y actual, la presencia viva del Resucitado en medio de su Iglesia. Enla Palabra proclamada y bajo las especies del pan y

del vino, santificadas por la acción del Espíritu Santo,el mismo Cristo que recorrió los caminos de Galilea,

curando las enfermedades y dolencias de sus hermanos,se hace real y verdaderamente presente en la

mesa de la Palabra y de la Eucaristía. El mismo quemurió y resucitó por la salvación del mundo continúa

entregando su cuerpo y su sangre para que esa salvaciónse haga actual y nos alcance a cada uno de nosotros.

El mismo que congregó a los apóstoles y discípulosen torno a sí, continúa hoy invitándonos a todos a

- 26 -

Cristo se hace

presente en la

Palabra y en la

Eucaristía.

formar un solo cuerpo con Él. Precisamente, por esto,en la segunda plegaria eucarística invocamos al

Espíritu Santo para “que congregue en la unidad acuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo”.

La Eucaristíaes el tesoro de la Iglesia. En la mismano es el ser humano el que tiene la iniciativa aportando

sus ofrendas, como en el Antiguo Testamento. EsDios mismo el que la tiene e invita al hombre a una

comida de alianza nueva y eterna. Él es el que quieremanifestar al hombre su amor, con un signo indiscutible.

Por eso el cristiano no puede concebir una vidaespiritual fuera de la celebración eucarística. En ella

aprende a vivir la comunión, a comprenderse a símismo y  vivir la vida en plenitud.

Para impulsar, cultivar y acrecentar la comuniónentre todos los miembros del pueblo de Dios es básico

y prioritario que sigamos cuidando con esmero la preparacióny celebración eucarística, especialmente la

celebración del domingo, día del Señor y de la Iglesia.No debemos olvidar nunca que la Eucaristía es la

fuente y la cima de la vida cristiana, es la fuente y lemeta de la comunión: “La Eucaristía es Cristo que se

nos entrega edificándonos continuamente como sucuerpo” (Sacramentum caritatis, 14). Por tanto, quien

no participa de la Eucaristía no puede beber del aguade la vida eterna que mana constantemente del corazón

de Cristo y tampoco puede llegar a la perfectaunión con Dios, a la santidad de vida y a la plenituddel amor, que el Señor derrama en nuestros corazonespor medio del Espíritu Santo.

El apóstol Pablo, consciente de la importancia de laEucaristía para el desarrollo y fortalecimiento de la

comunión, desautoriza en determinados momentos loscomportamientos y actitudes de los cristianos de

Corinto con relación a la celebración eucarística. Ellos

- 27 -

Congrega en la

unidad viva.

Manifiesta al

hombre su amor

real y presente.

El cristiano no

puede vivir su

cristianismo sin la

celebración de la

Eucaristía, fuente

y meta de

comunión.

La Eucaristíaes

fuente de la unidad

fe-vida.

sabían por las enseñanzas recibidas del apóstol que laparticipación en la Eucaristía les identificaba con

Cristo y les permitía entrar en comunión de vida yamor con el Resucitado, haciéndoles partícipes de su

salvación. Sin embargo vivían la Eucaristía como unpuro ritualismo y no cuidaban las exigencias de la

misma. Como consecuencia de ello, comulgaban elCuerpo de Cristo y, al mismo tiempo, con sus comportamientostributaban culto a los ídolos. Participabande la mesa eucarística y humillaban después a los hermanos,creando grupos o facciones en el seno de lacomunidad y olvidándose de las necesidades de los

pobres.Ante estos comportamientos, Pablo les recordaráque la Eucaristía ciertamente les abre a la participación

de la vida en el mundo venidero pero, mientrasestán en este mundo, les obliga a tener comportamientos

responsables y consecuentes con lo que han celebradotanto en las relaciones con el Padre, con los hermanos,

con la comunidad y con el mundo porque, alalimentarse de un mismo pan, forman un solo cuerpo

con el Señor. Dirá Pablo: “El cáliz de bendición quebendecimos, ¿no es comunión con la sangre de

Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión conel cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros,

aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo,porque comemos todos del mismo pan” (I Cor. 10, 16-

18).

El Concilio Vaticano II señala que “no se construyeninguna comunidad si esta no tiene su raíz y centro en

la celebración de la sagrada Eucaristía” (PO. 6). Elolvido o el abandono por parte de muchos cristianos

de la celebración eucarística del domingo como consecuenciadel indiferentismo religioso, del individualismo,

de la comodidad o de la nueva organización deldomingo desde el punto de vista laboral, están dificul-

- 28 -

tando grandemente la construcción de la comunidadparroquial. Para evangelizar son necesarias comunidades

vivas, en las que todos los miembros asumanconscientemente su misión. Pero esto no será posible,

si los cristianos tienen miedo a confesar su identidadeclesial o dejan de alimentarse del Cuerpo y de la

Sangre del Señor.

El Papa Juan Pablo II decía: “La Eucaristía dominical,congregando semanalmente a los cristianos

como familia de Dios en torno a la mesa de laPalabra y del Pan de la vida, es también el antídoto

más natural contra la dispersión. Es el lugar privilegiadodonde la comunión es anunciada y cultivada

constantemente” (NMI. 36). El cristiano que no participaen la celebración de la Eucaristía, tendrá muchas

dificultades para entender lo que es la Iglesia y paradescubrir su condición de miembro vivo, activo y

consciente de la misma. En la celebración de laEucaristía, la comunión es anunciada y celebrada

mediante la presencia de los fieles en torno a laPalabra y a la mesa del Señor. El mejor anuncio para

los no creyentes y para el mundo de que somos comunidad

reunida por Jesús es la participación en laEucaristía.

Pero, además, la cordial acogida de la Palabra deDios proclamada y la comunión del Cuerpo de Cristo

entregado bajo las especies sacramentales nos exigena cuantos participamos en la celebración eucarística

salir hasta los últimos rincones del mundo para anunciary construir la comunión fraterna entre los hermanos,

cumpliendo así el encargo del Señor. No debemosolvidar nunca que la celebración eucarística cultiva y

alimenta la comunión porque el encuentro con laPalabra y la recepción del pan partido y entregado al

mismo tiempo que nos abren a la comunión con elPadre, por medio de Jesucristo sacramentado, bajo la

- 29 -

La Eucaristía

dominical es

antídoto contra la

dispersión de la

comunidad y es

fuente y sentido de

la misión

La celebración de

la Eucaristía

impulsa al creyente

a salir de sí

mismo, a descubrir

que el Cristo que

salva es el Cristo

de todos y quiere

formar un Cuerpo.

acción del Espíritu Santo, nos estimulan y empujan afomentar y construir la comunión fraterna con todos

los miembros del pueblo de Dios. Cuando celebramospodemos pretender comulgar solo con Jesús. Él, en

virtud del sacramento del bautismo nos ha incorporadoa todos a su cuerpo glorioso para que formemos

parte de él como miembros vivos. Por lo tanto, todo elque comulga el cuerpo de Cristo, debe estar dispuesto

a comulgar también con sus hermanos. Ellos sontodos miembros del único cuerpo de Cristo.

En la comunión sacramental se rompe la línea deseparación entre el Señor y nosotros. El nos ofrece su

cuerpo glorioso y resucitado para que, dejándoleentrar en nosotros, vivamos y actuemos con sus mismos

sentimientos, actitudes y comportamientos. Elnos entrega su cuerpo resucitado y glorioso para que

podamos superar nuestro subjetivismo y nuestraslimitaciones, al descubrir que Él nos acoge a todos.

Como dice Benedicto XVI, “la comunión edifica laIglesia, abriendo los muros de la subjetividad y agrupándonos

en una profunda comunión existencial”.

 

ACOJAMOS LAS ENSEÑANZAS DE LA IGLESIA

El Concilio Vaticano II y los últimos Papas hanvuelto constantemente sus ojos a la Palabra de Dios

para redescubrir la identidad de la Iglesia y paraimpulsar su misión en la sociedad actual. Os animo a

repensar algunas enseñanzas del Concilio VaticanoII y del magisterio pontificio sobre la naturaleza, la

identidad y la misión de la Iglesia de Jesucristo. Deeste modo redescubriremos aspectos fundamentales dela misma, que debemos acoger desde la fe, y que, confrecuencia, pasan inadvertidos o son silenciados por

muchas informaciones religiosas.

- 30 -

a) La Iglesia, misterio de comunión

La celebración de Concilio Vaticano II, don delEspíritu a la Iglesia y al mundo, ha sido una extraordinaria

experiencia de comunión y de corresponsabilidadeclesial. En el desarrollo de las distintas sesiones

del mismo, los padres conciliares, entre otras cosas,reflexionaron y meditaron sobre el ser y la misión de

la Iglesia, teniendo en cuenta su origen en Cristo. Estareflexión era necesaria para que la Iglesia pudiera llevar

a cabo con decisión y confianza la misión encomendadapor el Señor en un mundo, que ya experimentaba

en aquellos momentos profundas transformacionessociales, culturales, económicas y religiosas.

Inspirados y guiados por el Espíritu Santo, los padresconciliares volvieron sus ojos y su corazón al

Evangelio, a los últimos descubrimientos de la exégesisy a las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, con

el fin de profundizar en los orígenes y buscar nuevoscaminos para el anuncio del evangelio desde la fidelidad

a Jesucristo. En todo momento, los obispos reunidosen el Concilio tuvieron muy claro que era imposible

pensar y lograr una reforma de la Iglesia o unapurificación de las deformaciones experimentadas en

su seno con el paso del tiempo, si éstas no se conformabano estaban de acuerdo con el querer de Cristo.

Para comprender a la Iglesia es necesario referirlatotalmente a Cristo, puesto que Él es el verdadero

arquitecto y constructor de la misma. La Iglesia no seconstruye o edifica desde criterios humanos, sino

desde los criterios de Dios, puesto que ya estaba en sumente desde toda la eternidad. Algunos Padres de la

Iglesia, para mostrar la total dependencia de ésta de lapersona de Jesucristo, se sirvieron en sus escritos de la

imagen del sol y de la luna. Según esta imagen, Cristo,el sol de justicia, que se ha definido a sí mismo como

la luz del mundo, es el único que puede iluminar la- 31 -

Cristo: origen de

la iglesia

existencia y el quehacer de la Iglesia. Esta recibe de Éltodo su esplendor, al igual que la luna lo recibe del

sol. Como la luna brilla en la noche, también la Iglesiabrilla en medio de la oscuridad de este mundo, iluminando

las tinieblas de nuestra ignorancia, para enseñarnosasí el camino que conduce a la salvación.

Al meditar los textos de la Sagrada Escritura y alestudiar los escritos de los Padres de la Iglesia, lospadres conciliares constatan en primer lugar que laIglesia es un misterio porque, aunque tiene una estructura

visible, con su organización y con su actuación enla historia, detrás de esta estructura organizativa y

visible siempre está el designio eterno del Padre, lapresencia viva del Resucitado y la actuación constante

del Espíritu Santo. La Iglesia es un don del cielo y, portanto, los estudios teológicos y la reflexión humana

nunca lograrán discernir y desentrañar completamentela profundidad y la hondura de su misterio. Serán

los místicos y los santos los que nos ayudarán,mediante la contemplación y la experiencia mística, a

mirar a la Iglesia con los ojos de Dios. El Papa PabloVI, refiriéndose a esta realidad misteriosa de la

Iglesia, decía al inicio de la segunda sesión delConcilio: “La Iglesia es una realidad impregnada de

la presencia de Dios y, por consiguiente, de tal naturalezaque admite siempre nuevas y cada vez más profundasexploraciones sobre sí misma”.

Intentando penetrar y profundizar en la realidad dela Iglesia, los obispos participantes en el Concilio no

se ciñen en sus deliberaciones a una definición concretade la misma. En los documentos conciliares,

especialmente en la Constitución Dogmática “LumenGentium”, se proponen distintas metáforas o imágenes

tomadas de la Palabra de Dios o de la Tradición vivade la Iglesia y, por tanto, inspiradas por el Espíritu

Santo, para referirse a distintos aspectos de la Iglesia.

- 32 -

La Iglesiaes un

Misterio, aunque

su estructura y

actuación es

visible en medio

del mundo

Ante la realidad

del Misterio, el

Concilio ha

necesitado

múltiples

imágenes y

metáforas para

referirse a la

Iglesia

De este modo el Concilio nos hablará de la Iglesiacomo pueblo de Dios, templo del Espíritu, cuerpo de

Cristo, sacramento, asamblea santa, nueva Jerusalén,ciudad construida de piedras vivas, madre que nos da

la vida, arca que nos salva de la muerte y viña delSeñor, en la que los sarmientos necesitan permanecer

unidos a la vid para vivir y para dar fruto.Al observar este conjunto de imágenes para definir

y mostrar el ser de la Iglesia, tendríamos que preguntarnos:¿Por qué el Concilio utiliza tantos nombres o

imágenes? Para responder a esta pregunta, deberíamostener muy presente en primer lugar la riqueza y variedadde dones y de carismas, con los que Dios ha enriquecido

a su Iglesia, mediante la acción constante delEspíritu Santo. Como consecuencia de ello, resulta

fácil deducir que este conjunto de expresiones o imágenes,referidas a la Iglesia, no se pueden reducir las

unas a las otras. Todas son necesarias y complementarias,

porque nos ofrecen distintos matices del misterio

eclesial.

Por lo tanto, si queremos profundizar en un aspectoo imagen de los anteriormente señalados para definir a

la Iglesia, podemos hacerlo, pero sin olvidar los otros,puesto que si no los tenemos en cuenta, podríamos

quedarnos con visiones parciales de la Iglesia y tendríamosdificultades para llegar a una idea suficientemente

comprensiva de su ser, así como de la actitudque Dios quiere y espera de cada uno de nosotros con

relación a ella. La historia, maestra de la vida, nosenseña que la utilización excluyente de algunas imágenes

o metáforas sobre el ser de la Iglesia, ha llevadoen ciertos casos a radicalismos innecesarios. En unos

casos, han permitido defender posiciones excesivamenteespiritualistas sobre el ser de la Iglesia; en otros

casos, han conducido a mantener concepciones excesivamentesociológicas o seculares de la misma.

- 33 -

Profundizar en

alguna de las

imágenes no debe

llevarnos a la

tentación de

prescindir de otras.

En todas estas imágenes, utilizadas para definir elmisterio de la Iglesia, existe siempre la referencia a un

grupo de personas, a una comunidad de hermanos, aun pueblo que, por su especial relación o vinculación

con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, constituyenel pueblo de la nueva alianza. Este pueblo es convocado

por el Señor para manifestar en todo momento y atodos los seres humanos el amor y la unidad existentes

entre las tres personas de la Santísima Trinidad. ElConcilio Vaticano II ha expresado con claridad meridiana

esta identidad eclesial, cuando señala que “laIglesia es en Cristo como un sacramento, es decir,

signo e instrumento de la íntima unión del hombrecon Dios y de la unidad de todo el género humano”

(LG. 1).

b) Enviados al mundo para ser artífices de

comunión

El Papa Juan Pablo II participó activamente en losdebates conciliares y, también, en la segunda

Asamblea del Sínodo de los Obispos, celebrada enRoma el año 1985. Una de las proposiciones de este

Sínodo confirma que la “eclesiología” de comunión esla idea central y fundamental de los documentos del

Concilio Vaticano II. Desde esta concepción de laIglesia como misterio de comunión, el Papa Juan

Pablo II nos legó importantes documentos en los queprecisa y desarrolla las enseñanzas conciliares. Con

insistencia y convicción nos invitó a todos loscristianos a vivir la comunión eclesial, a superar las

divisiones y a profundizar en las enseñanzas delConcilio Vaticano II.

Como sucesor de Pedro, Juan Pablo II viajó portodo el mundo abriendo caminos para promover la

comunión y suplicó constantemente la unidad entre- 34 -

El misterio de la

Iglesia siempre se

refiere a un pueblo

vinculado de

forma especial a

Dios.

Eclesiología de

comunión: idea

central de los

documentos

conciliares

todas las Iglesias que confiesan a Jesucristo comoSeñor y Salvador de los hombres. Para ampliar el

campo de la comunión y para pedir la colaboración enfavor de la paz y la defensa de los derechos humanos,

dialogó y oró fraternalmente con representantes deotras confesiones religiones. Podríamos decir que

Juan Pablo II fue un buscador, un trabajador y un promotorincansable de la comunión y testigo de la

misma hasta el último aliento de su vida entre nosotros.

Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI hanpresentado la comunión como el fruto y la manifestación

más perfecta del amor del Padre, manifestado enla persona de Jesús, y derramado en el corazón de

cada ser humano por medio del Espíritu Santo, parahacer de todos un solo corazón y una sola alma.

Ambos pontífices, en contra de la opinión de muchaspersonas que reducen la pertenencia a la Iglesia únicamentea los obispos, sacerdotes y religiosos, nos handicho en sus catequesis y en sus escritos que todos

somos Iglesia y, consecuentemente, todos formamosla familia de los hijos de Dios. Los cristianos no sólo

estamos en la Iglesia, sino que somos miembros vivosde la misma. Al tener un mismo origen en la comunión

trinitaria, somos enviados hasta los confines de latierra para colaborar en la edificación de la comunión

en la Iglesia y en el mundo, hasta que lleguemos a laplena comunión con la Trinidad en la vida eterna.

Las enseñanzas de los últimos papas deben ayudarnos

a no separar la realidad espiritual de la Iglesiade su realidad visible, a verla en sí misma, en su naturaleza,

y en su relación y misión en el mundo, a comprenderlamuy atenta a las esperanzas y necesidades

de los hombres para proponerles y presentarles aJesucristo, la única fuente de esperanza. En estos últimos

años, los sucesores de Pedro están mostrándonos- 35 -

Partiendo de una

concepción

trinitaria de la vida

cristiana y de la

Iglesia: todos

somos Iglesia,

enviados a edificar

la comunión,

siendo fieles a la

imagen trinitaria

de Dios para poder

ser fieles al

hombre,

presentando a

Jesucristo

a todos los bautizados que la Iglesia debe ser fiel aDios para ser fiel al hombre, debe estar en el mundo,

pero sin acomodarse a los criterios del mundo.Partiendo de una comprensión trinitaria de la vida

cristiana y de la Iglesia, los papas nos invitan a contemplarlaviniendo de la Trinidad. A imagen de la

Trinidad está organizada y estructurada. Impulsada yanimada por la Trinidad, peregrina y avanza hacia el

encuentro pleno y definitivo con las Tres personasdivinas.

c) La comunión trinitaria, modelo, fuente y meta

de la comunión eclesial

El Papa Juan Pablo II, teniendo en cuenta el origende la Iglesia en la comunión trinitaria, dejó escrito que

“la comunión de los cristianos con Jesús tiene comomodelo, fuente y meta la misma comunión del Hijo

con el Padre en el don del Espíritu Santo: los cristianosse unen al Padre al unirse al Hijo en el vínculo

amoroso del Espíritu... Esta comunión es el mismomisterio de la Iglesia como lo recuerda el Concilio

Vaticano II en la célebre expresión de San Cipriano:La Iglesia universal se presenta como un pueblo congregadoen la unidad del Padre, del Hijo y delEspíritu Santo” (Ch. l. n. 18).

El Dios cristiano se ha revelado y se ha donado a lahumanidad como trinidad de personas: Padre, Hijo y

Espíritu Santo. La comunión de amor y de vida existenteentre las tres personas divinas, les lleva a ser un

solo Dios. De hecho Dios Padre se ha manifestadocomo amor infinito a cada ser humano, ofreciendo a

su Hijo por la salvación del mundo, mediante el vínculoamoroso del Espíritu Santo. La Santísima

Trinidad es el modelo consumado de la comunión.La Iglesia y cada cristiano debemos mirarnos en este

- 36 -

Misterio de tres,

que se convierte en

el misterio del

hombre:

comunica-ción en

el amor, en la que

siendo cada uno él

mismo, encuentra

en el otro el

mismo amor que

les hace existir

juntos.

modelo, sabiendo que somos diferentes, pero complementarios.Sólo la diferencia entre unos y otros, suficientementevalorada y asumida, puede conducirnos ala comunión.

Ahora bien, la Trinidad no es sólo modelo de lacomunión sino fuente de la misma, porque la

Trinidad habita en nuestros corazones: “Al darnosel Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en

nuestros corazones” (Rom. 5, 5). El hecho de que laTrinidad fuese sólo modelo de la comunión, podría

llevarnos a pensar que es algo externo a nosotros, quesuscita nuestra admiración, pero que no es imitable.

Al habitar en nosotros, la Trinidad se convierte enfuente de comunión, es decir, en la fuente de donde

mana el amor y la unidad con las que nosotros hemosde vivir la relación de comunión con Dios y las relaciones

de amor entre nosotros. Esta presencia del Diostrinitario en nosotros y dentro de nosotros nos permite

recibir comunión y ofrecer comunión, superando elegoísmo y la envidia que con tanta frecuencia aparecen

en las relaciones humanas. Así concebida, lacomunión es ante todo vertical, es decir, nace de Dios

para llegar al hombre y abre el corazón del hombrepara acogerla y responder nuevamente a Dios. Ante

esta maravilla del amor de Dios hacia nosotros, deberíabrotar constantemente de nuestro corazón y de

nuestros labios la acción de gracias, porque ha queridoquedarse y permanecer con nosotros y en nosotros,

donándonos su amor, para que gocemos de su santidady para que permanezcamos siempre en el amor recibido.

Finalmente, la Trinidad es la meta de la comunión.Esto quiere decir que la vida cristiana tiene sentido en

la medida en que permanece bien fundamentada en elamor y la unidad de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Por lo tanto, la comunión recibida como don debemos- 37 -

La Palabrase hace

interior a nosotros

y produce frutos

de acción y de

amor.

La comunión

vivida como don

recibido nos abre

al amor de Cristo

que se convierte

en amor a los

otros.

construirla y ofrecerla a los demás en la convivenciadiaria y en todos los ámbitos de la actividad pastoral.

Pero, no podemos quedarnos en la simple comuniónhorizontal, ofreciendo amor a los hermanos y pensando

que nuestra existencia terminará en este mundo. Esmás, resulta difícil vivir la comunión en este mundo,

si no tenemos clara la meta de la vocación a la quehemos sido llamados, después de nuestro paso por

esta tierra. Si vivimos la comunión con Dios y la construimosen las relaciones con los hermanos, estamos

llamados a participar de forma definitiva y plena delamor y de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu

Santo por toda la eternidad.

De acuerdo con lo dicho, las relaciones entre lasdistintas vocaciones y ministerios suscitados por el

Espíritu en el seno de la Iglesia, así como las mismasestructuras organizativas de esta, deben ser como “un

sacramento, o sea signo e instrumento de la unióníntima de Dios” (LG. 1). Nacidos, habitados y enviados

por Dios comunión, estamos hechos para sersigno de comunión y para construirla cada día en las

relaciones interpersonales. En este sentido la comuniónvertical está completada siempre por la comunión

horizontal. Podemos afirmar que el misterio Trinitariono es algo lejano o alejado de nosotros, sino el fundamentode nuestro vivir y actuar como cristianos pues,cuando creamos comunión, somos para la Iglesia y

para el mundo presencia y sacramento de la SantísimaTrinidad. En este sentido, la comunión es siempre algo

dinámico, que hay que lograr y hacer entre todosdesde la acogida de Dios. Quien conoce a Dios, quien

ha descubierto y experimentado que Dios es amor ycomunión de personas, debe vivir siempre en la comunión

y para la comunión.

- 38 -

En la diversidad de

dones y tareas

estamos llamados

a trabajar por la

unidad y la

comunión de todos

en el Cristo vivo,

que es la Iglesia

d) Hagamos de la Iglesia casa y escuela de comunión

A la conclusión del Gran Jubileo del Año 2000, elPapa Juan Pablo II proponía a todos los cristianos el

gran reto de hacer de la Iglesia “la casa y la escuela dela comunión”. Las razones profundas para asumir este

reto había que buscarlas en la fidelidad a la voluntadde Dios y en la necesidad de ofrecer respuestas evangélicasadecuadas a las necesidades y esperanzas de lasociedad y de los hombres de nuestro tiempo. La

Iglesia tiene que ser casa de comunión porque, comosu Señor, debe abrir sus puertas a todos los hombres.

Si en el corazón de la Iglesia habita el Espíritu Santo,vínculo de comunión, ella tiene que ser en medio del

mundo un espacio para la comunión. Del mismomodo que Cristo escuchó y acogió a cuantos acudieron

a Él, entregando su vida por la salvación de todos,la Iglesia no puede excluir a nadie de su seno por

cuestiones de raza, cultura o condición social.

Pero, al mismo tiempo que es casa de comunión, laIglesia debe ser también escuela de comunión porque

en ella se enseña a todos a vivir de la comunión conDios y a proyectar esta comunión en los distintos

ámbitos de la vida. Por supuesto, es muy importantetener en cuenta el método para enseñar la comunión,

pues podemos caer en el error de ofrecer e impartirlecciones teóricas sobre cómo vivir la comunión. La

mejor forma de enseñar a los demás hermanos lo quees la comunión debe ser la vivencia y experiencia de

la misma en el seno de cada comunidad cristiana.Cuando falta el testimonio que confirma las palabras,

podemos quedarnos en el vacío de las palabras.La Iglesia y el mundo de hoy necesitan experimentar

esta vivencia real de la comunión frente al crecienteindividualismo, disgregación y egoísmo. Cuando

- 39 -

Buscar espacios de

comunión para ser

fieles a lo que

quiere Dios y para

responder

evangelizando

Escuela de

comunión:

vivencia concreta

en cada

comunidad, frente

al individualis-mo

y la dispersión

contemplamos la realidad de un mundo tan fracturadopor el afán de poder y por la defensa de intereses egoístasy mezquinos, en el que tantos sufren las consecuenciasde la violencia, de la guerra y de la marginación

social, la Iglesia debe ser espacio de acogida ytestimonio de perfecta comunión para mostrar con

hechos concretos que es posible otro mundo, otraforma de entender la existencia y otra manera de ordenar

la convivencia entre los seres humanos.

Por ello es importantísimo que cuidemos la comuniónentre todos los miembros de la Iglesia. Es verdadque las vocaciones suscitadas por el Espíritu en suseno son distintas, pero no debemos olvidar que, antes

de la vocación específica de cada uno, todos somoshermanos en Cristo y estamos llamados a colaborar en

la construcción de su único Cuerpo. En ocasionesdamos la sensación -que en algún caso se convierte en

realidad- de vivir y actuar cada uno a nuestro aire, depensar únicamente en lo nuestro, olvidando que todos

somos miembros del único Pueblo de Dios, que tenemosuna misma fe y hemos recibido un mismo bautismo,

para anunciar el mismo Evangelio hasta los confinesde la tierra. En ocasiones, algunos se escudan en

los carismas o dones particulares para justificar suactuación eclesial al margen de los demás o de espaldas

a los restantes miembros de la comunidad cristiana.Para vencer esta tentación, conviene que escuchemos

una vez más las enseñanzas del Papa Juan PabloII: “Los caminos por los que cada uno de nosotros y

cada una de nuestras Iglesias caminan son muchos,pero no hay distancias entre quienes están unidos por

la misma comunión” (NMI. 58).

En esta vivencia de la comunión eclesial, debemostener siempre muy presente que, aunque todos los

bautizados gozamos de la misma dignidad ante Dios,sin embargo cada uno debe ser fiel a la vocación reci-

- 40 -

Anteponer la

comunión ante

cualquier tentación

de justificar

actuaciones

individualis-tas y

separadas

bida del Señor y, por tanto, esta vocación debe serreconocida y aceptada por los demás miembros de la

Iglesia. No podemos ni debemos confundir las vocaciones,porque entonces perderíamos nuestra identidad.

Los pastores no podemos usurpar la vocación delos laicos ni estos la de los religiosos o sacerdotes.

Tenemos vocaciones y misiones distintas en el seno dela Iglesia que debemos ejercer responsablemente ante

Dios y ante la comunidad. En este sentido, el Papa essiempre vínculo de comunión para la Iglesia universal,

y los obispos, como sucesores de los apóstoles, somosvínculo de comunión en el seno de nuestras Iglesias

particulares. A unos nos toca servir al Pueblo de Dios,imitando al Buen Pastor, buscando siempre el bien

espiritual y humano de todos sus miembros, desde unaescucha atenta y eficaz de los distintos carismas. A

otros, a los laicos, de acuerdo con su vocación secular,les corresponde de un modo especial la colaboración

con el Señor para la construcción del Reino de Diosen el mundo, actuando corresponsablemente con los

pastores y con los restantes miembros de la Iglesia, yacogiendo con docilidad sus enseñanzas. Unos y otros

debemos actuar desde la comunión y para la comunión,manteniéndonos unidos en lo que es esencial y

llegando a decisiones ponderadas y compartidas,incluso en lo opinable. El difícil equilibrio entre obediencia

y corresponsabilidad debe mantenerse pormedio de “una escucha recíproca y eficaz entre pastores

y fieles” (NMI. 45).

Este mismo clima de comunión y de corresponsabilidaddebe existir también entre las asociaciones y

movimientos eclesiales en sus relaciones con la parroquia.Los nuevos y antiguos movimientos o asociaciones

eclesiales han sido suscitados por el Espíritu en elseno del Pueblo de Dios. Por tanto, deben ser valorados

y acogidos en las diócesis y en las parroquias- 41 -

Reconocer

siempre, desde la

comunión y para

la comunión la

diversidad de

vocaciones,

carismas y tareas

individuales para

hacer posible la

fidelidad a Dios en

las vocaciones

particulares.

como un don de Dios y como un bien para la Iglesia ypara el mundo. No podemos actuar unos contra otros.

Como señalé anteriormente, todos somos complementariosy nos enriquecemos mutuamente de las aportacionesde los demás. En este sentido, Juan Pablo IIafirmaba que “las diversas realidades de asociación,

que tanto en sus modalidades más tradicionales comoen las más nuevas de los movimientos eclesiales,

siguen dando a la Iglesia una viveza que es don delEspíritu, constituyen una auténtica primavera del

Espíritu” (NMI 46).

Para que sea posible la participación activa de todoslos miembros del Pueblo de Dios en la misión evangelizadora,para que cada uno viva conscientemente suvocación y misión en la Iglesia y en el mundo, hemosde impulsar entre todos los organismos y los mediosde comunión, como pueden ser los consejos pastoralesparroquiales, arciprestales y diocesanos. Son mediosmuy útiles para la escucha fraterna, para la vivencia dela comunión, para el ejercicio de la corresponsabilidady para buscar juntos los caminos y los medios másadecuados para el anuncio de la Buena Noticia en estemomento de la historia. Para seguir avanzando en estadirección, debemos vivir conscientemente y con ilusiónla propia vocación y debemos ver este trabajo

pastoral conjuntado y coordinado entre todos losmiembros del pueblo de Dios, no como una carga o

una imposición, sino como una responsabilidad confiadapor el Señor.

e) Para vivir la comunión es necesaria una espiritualidad

de comunión

Estos aspectos o caminos para la práctica de lacomunión y para la manifestación de la misma, pueden

ser eficaces y útiles, si existe una verdadera espiri-- 42 -

Comunión y

corresponsabilidad

entre

movimientos y

asociaciones

Necesidad y

relevancia de los

espacios de

comunión

tualidad de la comunión, es decir, si permitimos y acogemosla actuación del Espíritu en nosotros, si recibimos

sus dones y nos dejamos conducir por Él en nuestrasactuaciones, en vez de hacerlo desde nosotros

mismos y desde nuestros criterios. En el caso de queno sigamos los caminos del Espíritu, “los instrumentos

externos de la comunión se convertirían en mediossin alma, en máscaras de comunión, más que en sus

modos de expresión y crecimiento” (NMI 43).

¿Cuáles serían los aspectos que deberíamos cuidar

especialmente en esta espiritualidad de comunión?

El Papa Juan Pablo II señala cuatro, que melimito a copiar literalmente:“La espiritualidad de comunión significa ante todouna mirada del corazón, sobre todo hacia el misteriode la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz hade ser reconocida también en el rostro de los hermanosque están a nuestro lado”.

“Espiritualidad de la comunión significa, además,

capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad        profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como uno

que me pertenece, para saber compartir con él susalegrías y sufrimientos, para intuir sus deseos y atender

a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera yprofunda amistad”.“Espiritualidad de la comunión es también lacapacidad de ver lo que hay de positivo en el otro,para acogerlo y valorarlo como un regalo de Dios: un

don para mí, además de ser un don para el hermanoque lo ha recibido directamente”.

“En fin, espiritualidad de comunión es saber darespacio al hermano, llevando mutuamente la carga

de los demás (Cf. Gal. 6, 2) y rechazando las tentacionesegoístas que continuamente nos acechan y

- 43 -

engendran competitividad, ganas de hacer carrera,desconfianza y envidia” (NMI. 43).

La contemplación de estos aspectos de la espiritualidadde comunión nos recuerda a todos que, antes de

hacer cosas y antes de programar actividades pastorales,la evangelización exige de todos nosotros una profundizaciónen la vivencia de las virtudes teologalesde la fe, la esperanza y la caridad. Evangelizar y vivir

la comunión exigen ante todo mirar desde el corazónel misterio Trinitario, en el cual vivimos, nos movemos

y existimos, para luego contemplar a Dios encada ser humano para tratarlo como hermano y para

entregarle nuestra vida por amor.

Esto quiere decir que las comunidades parroquiales,para ser auténticas casas y escuelas de comunión,

deben ser antes casas y escuelas de oración. En lacarta pastoral del año pasado, ya hacía referencia a la

urgente necesidad de fomentar y favorecer los espaciosde oración en nuestras comunidades parroquiales,

ayudando y enseñando a orar a quienes no saben o hanolvidado la práctica de la oración. Hemos de tener

muy presente que sólo cuando un cristiano tiene capacidadcontemplativa puede adentrarse en el misterio

Trinitario. Y solamente desde la escucha sincera de laPalabra y desde la acogida cordial del amor de Dios,

se puede ver al hermano como lugar privilegiado de supresencia y como alguien que me pertenece. Pensando

en el futuro de la Iglesia y en el cumplimiento de sumisión evangelizadora, todos debemos asumir este

reto.

- 44 -

Los frutos de la

espiritualidad de

comunión se

siembran y se

llenan de sentido,

en la oración y en

la escucha sincera

de la Palabra

PARTE III

COMPORTAMIENTOS QUE IMPIDEN LA COMUNIÓ

Sin duda podríamos enumerar muchas actitudes ycomportamientos que hacen inviable la comunión con

Dios y la comunión eclesial. Por su importancia, mefijaré solamente en cinco aspectos, que pueden ser

especialmente llamativos en estos momentos y queexigen una revisión por parte de todos para superar el

individualismo pastoral, las falsas concepciones de laIglesia y las tensiones internas que nos incapacitan

para mostrar el verdadero rostro de Cristo a los demás.

a) Nuestros pecados rompen la comunión eclesialEl Concilio Vaticano II señala que, mientras Cristo,

santo, inocente e inmaculado no conoció el pecado, laIglesia, sin embargo, “encierra en su propio seno a

pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitadade purificación, avanza continuamente por la sendade la penitencia y de la renovación” (LG. 8). LaIglesia es santa, porque, surgiendo incesantemente de

la Cenadel Señor y de su costado traspasado en lacruz, recibe en todo momento la vida y la santidad de

Dios, mediante la actuación del Espíritu santificador.Como consecuencia de esta presencia permanente del

Espíritu en su seno, la misma Iglesia se convierte tambiénen santificadora, porque en ella están depositados

todos los medios para la santificación y salvación delos hombres. De hecho toda la actuación de la Iglesia

está orientada a conseguir “la santificación de loshombres en Cristo y la glorificación de Dios” (SC.

10).

Pero, al mismo tiempo, la Iglesia es pecadora porqueen ella aparecen las debilidades y miserias de

- 45 -

La Iglesiaes santa

y santificadora

todos sus miembros, de cada uno de nosotros. El pecadoprovoca la ruptura de la comunión con Dios y también

la división y el enfrentamiento entre los hermanos.Todos, sin excepción, debemos reconocernos

pecadores, puesto que quien diga que no ha pecado seengaña a sí mismo. De hecho, así lo hacemos, cuando

confesamos públicamente que hemos pecado muchocontra Dios y los hermanos, al comenzar la celebración

de la Eucaristía. Como consecuencia de la fragilidadde la condición humana y debido a nuestras

incongruencias en el seguimiento de Jesucristo, descubrimosque a lo largo de nuestra existencia la cizaña

del pecado se encuentra mezclada con la buena semilladel Evangelio y esto, desgraciadamente, sucederá

así hasta el fin de los tiempos. La Iglesia congregapues a pecadores, que han sido alcanzados ya por la

gracia y la salvación lograda por Jesucristo, pero queaún están en vías de santificación.

El P. Raniero Cantalamessa, predicador del Papa,compara en alguno de sus escritos la realidad de la

Iglesia con el cuerpo humano. Y dice que un peligrogrande para el organismo de una persona son los coágulos,

grumos sólidos, líquidos o gaseosos que, enocasiones, se forman en las venas y en las arterias de

algunos individuos. Estos coágulos, como nosdemuestra la experiencia, si no se eliminan con rapidez,

pueden impedir la circulación de la sangre y puedenproducir daños graves en el organismo de las personas,

llegando incluso a la parálisis. En la Iglesia,cuerpo de Cristo, los coágulos son los obstáculos que

ponemos cada uno de nosotros a la comunión. Estoscoágulos son el orgullo, el deseo de imponer los propios

criterios a los demás, la envidia, la afirmación delpropio yo, la incapacidad para dudar de nosotros mismos,

la negación del perdón a los hermanos, las enemistadescrónicas. Si no eliminamos estos coágulos de

- 46 -

La Iglesia

congrega

pecadores.

El pecado separa y

distancia a los

hombres, les

impide

reconocerse,

provoca división

Necesidad de la

gracia divina y del

sacramento de la

Penitencia

nuestra vida con la ayuda de la gracia divina y con lacelebración del sacramento del perdón, será muy difícil

construir la comunión.

El apóstol Pablo escribía en su día a los cristianosde Éfeso, denunciando un conjunto de pecados cometidos

por sus miembros, que debían desterrar de sucorazón y de su conducta porque, si no lo hacían, estaban

negando su fe en Jesucristo y estaban haciendoimposible la convivencia fraterna y la comunión entre

ellos. Dice Pablo: “Desterrad de vosotros la amargura,la ira, los enfados, insultos y toda la maldad. Sed

buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otroscomo Dios os perdonó a vosotros en Cristo” (Ef. 4,

31-32).

Para detectar estos obstáculos, que todos ponemos ala comunión en muchos momentos de la vida, deberíamos

hacernos un chequeo con cierta frecuencia, esdecir, un examen de conciencia que nos ayude a prevenirlos

y a desterrarlos de nosotros. Hemos de ponertodos los medios a nuestro alcance para superar los

posibles enfrentamientos y divisiones, que son un verdaderoobstáculo para que la Iglesia aparezca ante el

mundo como misterio de comunión.

b) Las concepciones sociológicas de la Iglesia

Las dificultades del hombre de hoy para abrirse a latrascendencia y las visiones puramente sociológicas

de la Iglesia, que se perciben en algunos medios decomunicación y en los planteamientos de bastantes

bautizados, conducen a una visión de la Iglesia segúnlas necesidades de cada uno, como si esta fuese una

organización social más. Como consecuencia de ello,estas personas, en ocasiones con buena voluntad, piensany manifiestan que es necesario emprender unareforma en profundidad de la Iglesia, puesto que los

- 47 -

La fe que la

Iglesia nos invita a

poner en Jesús nos

enseña el camino

de la unidad.

Desde un examen

de conciencia

sincero: superar

divisiones desde el

corazón

Sin apertura

a la trascendencia

la Iglesiase vive

solo desde una

mirada

“sociológica”

que deberían hacerlo no se atreven, tienen miedo o lesfalta capacidad.Los que desean emprender estas reformas eclesialesconciben la Iglesia más como una organización democráticaque como una comunión de hermanos. Noentienden que la Iglesia proceda de Dios, sino que laven y la miran como procedente de las decisiones decada uno o de los planteamientos de un pequeñogrupo. Según este modo de entender la Iglesia, lasdecisiones en la misma se tomarían por acuerdos, unavez hechas las oportunas deliberaciones. En una

Iglesia así concebida, las enseñanzas evangélicas, losdogmas y las verdades de fe podrían cambiarse de

acuerdo con los criterios de los grupos mayoritarios ysegún las urgencias del momento. Es más, en algunas

ocasiones servirían unos determinados criterios defuncionamiento, pero estos no serían estables y permanentesporque, con el paso de los años, apareceríanotros grupos que podrían imponer criterios distintos.

Es decir, todo lo que hacen o deciden unas personas,puede ser anulado por otras. De este modo la Iglesia

quedaría reducida a lo que es factible, al resultado delas propias acciones u opiniones. De alguna forma, la

fe en Dios quedaría reducida a lo que nosotros pensamos,queremos y decidimos.

Con esta concepción de la Iglesia se pierde la visióndel misterio y se olvida que lo más grandioso que ella

puede ofrecer a la humanidad, no son los puntos devista de cada uno o los criterios de cada grupo humano,

sino al Dios de Jesucristo. La verdadera dimensiónde la Iglesia y su grandeza, la oferta de salvación y

liberación que puede hacer a la humanidad, no dependennunca de nosotros ni de nuestras opiniones sino

de su origen en Dios y de la constante actuación delEspíritu en ella. La fuerza liberadora de la Iglesia no

está en lo que hacemos nosotros sino en lo que realiza- 48 -

La fe en Dios

queda reducida a

lo que nosotros

pensamos,

queremos y

decidimos.

La pérdida de la

visión del Misterio

y del Origen de la

Iglesia en Cristo

nos hace buscar la

liberación en

nuestras propias

fuerzas y criterios.

Sin el Espíritu.

el Señor, mediante el soplo permanente del Espíritu,que nos precede, viene a nosotros y nos acompaña

constantemente para saciar nuestras aspiraciones másprofundas y nuestros deseos de eternidad.

Ciertamente, la Iglesia tendrá siempre necesidad derenovación y de conversión, especialmente en sus

estructuras organizativas. Esta renovación será siemprenecesaria, conveniente y oportuna. Pero no nos

engañemos. La verdadera renovación de la Iglesia nodependerá en ningún momento histórico de la cerrazón

en nuestros criterios personales, que son pasajerosy transitorios, sino de la apertura a la luz que viene de

lo alto, del Padre de las luces. Él es el único que puedeofrecer respuesta permanente a nuestras inquietudes y

el que puede regalarnos la verdadera y auténtica libertad,la libertad de los hijos de Dios.

c) El activismo incontrolado

La sociedad actual está marcada por el activismo,por las prisas, por el deseo de llegar a todo, como si

todo dependiese de nosotros mismos y de nuestrosesfuerzos. El afán de poseer y de tener para dar respuesta

a las múltiples necesidades que cada personase crea, hacen muy difícil la reflexión y, con frecuencia,

incapacitan al ser humano para actuar desde planteamientosespirituales. Esto está generando en la

sociedad actual la aparición de personas que ponen elcompromiso personal por encima de todo y que, consecuentemente,limitan el horizonte de su mirada a loque se puede realizar o experimentar y a lo que es

fruto de sus realizaciones concretas. Estas personasestán incapacitadas para pensar en algo más grande

que ellas mismas, puesto que esto podría suponer unlímite a su actividad. Al activista le resulta muy difícil

- 49 -

Antes que la

renovación externa

de la Iglesia es

necesaria la

conversión de las

personas.

El exceso de

actividad y el

pragmatismo

impiden la

apertura y la

confianza más allá

de nuestras fuerzas

abrirse al infinito, a lo eterno, a la verdadera meta dela existencia humana.

En medio de esta realidad marcada por el activismoy el pragmatismo, los cristianos sabemos por experiencia

que la fe en Jesucristo nos permite superar lasbarreras limitadas de nuestra existencia y de nuestro

mundo para abrir la mente y las aspiraciones del corazónhumano a Dios. La Iglesia, al ofrecernos la Buena

Noticia, nos ayuda a superar las barreras de nuestrosaber y poder para verlo todo desde el saber y el poder

de Dios, contemplando el mundo y la existenciahumana desde la sabiduría divina. Cuando confesamos

nuestra fe en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica,estamos manifestando la capacidad que ella tiene

para ofrecernos al único Dios y para brindarnos lasantidad y la salvación que nunca podremos alcanzar

con nuestros esfuerzos y descubrimientos.

Con frecuencia existe la convicción en la sociedadactual y en muchos bautizados de que una persona es

más cristiana y más santa porque se mueve mucho,realiza muchas actividades o está presente en todos los

grupos pastorales de la parroquia. Sin embargo, estopuede no ser verdad. Cada uno debemos asumir nuestra

vocación y vivirla en la misión que el Señor nosconfía en la Iglesia y en el mundo, pero no debemos

olvidar nunca la fuente de nuestro quehacer y la metade nuestros compromisos. Por ello tenemos que preguntarnossiempre qué lugar ocupa la meditación de laPalabra, la participación en los sacramentos y lavivencia del mandamiento del amor en nuestra vida.Como dice el apóstol Pablo, podemos hacer muchas

cosas, incluso milagros, pero si nos falta el amor, todolo anterior no sirve de nada. El Santo Padre decía,

antes de su elección como sucesor de Pedro, que “loque necesitamos no es una Iglesia más humana, sino

- 50 -

El cristiano sabe

que la fe en

Jesucristo es la

que permite

superar barreras y

abrirse a la acción

de Dios

No olvidemos la

fuente y la meta de

nuestro

compromiso

una Iglesia más divina; solo entonces será verdaderamentehumana”.

La verdadera renovación de la Iglesia y la construcciónde la misma como comunidad de hermanos

vendrá, sobre todo, del reconocimiento de nuestrospecadosy de la acogida cordial del perdón de Dios.

La Iglesiaes una comunidad de convertidos y, por lotanto, nace de la acogida de la gracia y del perdón que

el Señor nos ofrece. La autosuficiencia y la excesivaconfianza en nosotros mismos nos incapacitan para

reconocer nuestras limitaciones y pecados y nos impidenrecibir el perdón que Dios brinda a todos en el

sacramento de la penitencia. Por aquí debe comenzarel camino de cualquier renovación personal y, por

tanto, también el camino de la renovación de la comunidadeclesial. Si no hay renovación personal, difícilmente

puede darse la renovación y la transformacióneclesial.

d) Los grupos cerrados dificultan la comunión

El apóstol Pablo acusa a los cristianos de Corintode vivir y actuar según criterios carnales y humanos,

olvidando lo que él les había enseñado y pasando poralto la actuación del Espíritu en la Iglesia. En medio

de la comunidad de Corinto habían surgido grupos opartidos, que no favorecían el desarrollo de la fraternidad

sino que rompían la comunión entre los hermanos.Unos se confesaban seguidores de Pablo, otros,

por el contrario, seguidores de Apolo. Estas actuacionesprovocaban envidias y discordias entre ellos y,

consecuentemente, rompían la fraternidad que siempredebe reinar entre los hijos de un mismo Padre. Al

declararse seguidores de Pablo o de Apolo, los corintiosdefendían los intereses de esos grupos o buscaban

una apoyatura para dar respuesta a sus inclinaciones.

- 51 -

La autosuficiencia

y la excesiva

confianza nos

incapacitan para

reconocer

limitaciones y

pecados

Existe el riesgo de

confundir la

Iglesia con la pertenencia

a un grupo determinado

dentro de

la misma

Como consecuencia de ello, confundían la Iglesia conun club o con un grupo de amigos, en el que existían y

se defendían determinados intereses personales o grupales.

Los corintios, con su comportamiento, olvidanque la Iglesia es, ante todo, la Iglesia de Jesucristo,

fundada por Él y guiada por la fuerza impetuosa delEspíritu. La pertenencia a la misma exige ponerse en

las manos de Jesucristo, sintiéndose miembros de sucuerpo, de su Iglesia.

Esta concepción de la Iglesia, descrita por Pablo, noes cuestión del pasado. Puede darse en nuestros días.

Hoy también existe el peligro de dividir la Iglesia, alpretender formar grupos que respondan a los intereses

y deseos de sus miembros. En vez de abrirnos todos ala Palabra de Dios y de sentirnos miembros vivos de la

única Iglesia de Jesucristo, corremos el riesgo de formarnosnuestra propia idea del cristianismo y de la

Iglesia, defendiendo los intereses de un determinadogrupo eclesial. En estos casos la fe se convierte en la

simple decisión personal a favor de algo que me resultaagradable o por lo que deseo comprometerme, en

vez de ser una llamada a la conversión a Jesucristo, asus sentimientos y actitudes.

Cuando perdemos de vista la constante referenciade la Iglesia a Jesucristo y nos dejamos llevar por

nuestros criterios sobre ella, somos siempre nosotroslos que obramos y los que decidimos lo que debe ser y

hacer la Iglesia. Además todos los intentos de renovaciónde la misma, si olvidamos lo que Cristo quiere de

ella, serán siempre el fruto de nuestros criterios o delos criterios del grupo, al que pertenecemos. Esto lleva

inexorablemente a confundir la Iglesia con un club ocon una asociación más en el seno de la sociedad y a

entender la fe como un programa de partido.

- 52 -

Grupos que

responden en su

identidad y en sus

acciones a los

intereses y

criterios de sus

miembros

Solo con criterios

humanos propios,

se pierde de vista

lo que Cristo

quiere de su

Iglesia.

Si realmente creemos que Cristo resucitado ha fundadola Iglesia, si estamos convencidos de que Él vive

y actúa en ella y en el mundo por la acción permanentedel Espíritu Santo, en todo momento tendríamos

que seguirle y obedecerle a Él, aunque esto lleve consigoponer los propios criterios en un segundo plano.

Como nos recuerda el Papa Benedicto XVI, seguir aCristo no significa apoyarme en mis ideas o defender

un conjunto de criterios, aunque sean religiosos, sinoseguir a una persona y poner nuestra vida en sus

manos para que Él nos transforme en criaturas nuevas,creadas según justicia y santidad verdaderas.

Ciertamente hay muchas cosas en la Iglesia quedebemos hacer nosotros en plena fidelidad al encargo

del Señor y en comunión con el Papa, los obispos ylos demás hermanos, pero hay otras, que son fundamentales,y que nos vienen dadas. La fe, la graciadivina, el perdón de los pecados, la capacidad de amar

son dones de Dios a su Iglesia y no dependen de nosotros.

Por eso, si queremos ser miembros de la únicaIglesia de Jesucristo, debemos acogerlos y recibirlos

con profunda gratitud.En cualquier caso, debemos vencer la tentación deconstruir nuestra Iglesia, siguiendo las indicaciones demaestros particulares o de falsos profetas. ComoPablo les recordaba a los cristianos de Corinto, el queplanta y el que riega no son nada. Uno y otro son simplescolaboradores de Dios y miembros de la única

Iglesia común, fundada por Jesucristo, que tendrá su consumación al fin de los tiempos. El importante es

Dios, que nos llamó a todos a la fe, aunque haya sidopor mediación de otros hermanos. Él es el único que

puede hacer crecer la semilla depositada en el surco.

- 53 -

La comunión con

el Papa, con los

obispos, con los

demás creyentes

no tiene nada de

servil ni de

arbitraria.

Es la afirmación

de unirse a Cristo

en la comunidad y

en la unidad.

No caer en la

tentación de

construir nuestra

propia iglesia.

e) Las actividades pastorales de mantenimiento

El Concilio Vaticano II y otros documentos posterioresde los Papas y de los Obispos señalan que la

misión evangelizadora de la Iglesia es un derecho y undeber de todos los bautizados. Como consecuencia de

la inserción en Cristo, que se produce en el sacramentodel bautismo por la acción del Espíritu Santo, tenemos

acceso al Padre y, consecuentemente, somosconstituidos hijos suyos y hermanos de todos los creyentes,

iguales en dignidad y con idéntica misión. Porlo tanto, antes de las vocaciones específicas al laicado,

al sacerdocio o a la vida consagrada, todos nos identificamosen nuestra filiación divina, en la vivencia de

la caridad cristiana y en la misión de ser testigos deJesucristo hasta los confines de la tierra.

En este sentido, el Concilio Vaticano II ya invitabaa los pastores de la Iglesia a reconocer la dignidad y la

responsabilidad de los cristianos laicos, dejándoleslibertad y campo para actuar y animándoles a tomar

iniciativas. Para ello se consideraba necesario favorecerel diálogo fraterno, animar los proyectos pastorales

presentados por los laicos y escuchar sus peticiones(LG. 37). Durante estos cuarenta años, desde la

clausura del Concilio, se ha avanzado mucho en elestablecimiento de estas relaciones de colaboración

corresponsable entre sacerdotes, religiosos y laicos.

Sobre todo, en las actividades pastorales impulsadasen el seno de las parroquias y arciprestazgos se ha llegadoa una importante participación de los laicos,como consecuencia de la toma de conciencia de su

papel en la edificación de la Iglesia. Resulta muchomás difícil, sobre todo en estos tiempos, el que los laicos

cristianos se hagan presentes en la evangelizaciónde las realidades temporales.

- 54 -

Misión de

evangelizar:

derecho y deber de

todo bautizado.

Dignidad de los

laicos: comunión y

corresponsabilidad

entre

sacerdotes,

religiosos y laicos.

En nuestra diócesis se dan relaciones de estimamutua y de colaboración fraterna entre laicos y sacerdotes.

Los procesos de formación llevados a cabo enlos arciprestazgos y las reflexiones de años pasados

sobre la comunión eclesial y sobre la corresponsabilidaden la misión evangelizadora han producido frutos

importantes. Debemos dar gracias a Dios porque existengrupos de laicos bien formados y dispuestos a

colaborar con el Señor en la evangelización delmundo. No obstante, es necesario seguir avanzando en

el reconocimiento y en la estima de la vocación laical,ayudando a todos los bautizados, mediante una adecuada

formación integral, a asumir aquellas responsabilidadesque les corresponden por vocación y misión.

En algunos casos, los laicos tienen miedo a comprometerseporque consideran que les falta la adecuada

formación para desempeñar un papel más activo en elseno de la comunidad. En otros casos los sacerdotes

tienen dificultades para impulsar el protagonismo delos cristianos laicos, porque durante muchos años el

sacerdote era el único protagonista de la evangelizacióny, porque además, se le formaba para ello.

En estos momentos no debemos caer en la tentaciónestéril de culparnos unos a otros. Esto no ayuda a la

vivencia de la fraternidad ni al desarrollo de la comunión.Todos debemos ponernos ante el Señor, escuchar

su voz y responder confiadamente a la misma. Lanueva evangelización, como consecuencia de la secularizaciónprogresiva de la sociedad y de la indiferenciareligiosa, exige el protagonismo evangelizador de

todos los miembros del pueblo de Dios y demandavivir con fidelidad la vocación recibida. Las distintas

vocaciones y carismas, suscitados por el Espíritu en elseno de la comunidad, deben ser acogidos, impulsados

y acompañados para que surjan comunidades vivas,corresponsables y misioneras.

- 55 -

Realidad

esperanzadora en

nuestra diócesis:

frutos de

comunión eclesial

y de

corresponsabilidad

evangelizadora.

Ante las

dificultades, orar

al Señor y

responder con

confianza

Los encuentros arciprestales celebrados duranteestos últimos años nos han ayudado a conocernos

mejor, a orar juntos al Señor y a constatar que es posibleel trabajo pastoral desde la mutua colaboración. La

constitución progresiva de los consejos pastoralesparroquiales, arciprestales y diocesano es el mejor testimonio

del interés por trabajar unidos, en comuniónfraterna, para que otros se encuentren con el Señor ydescubran la alegría y el gozo de ser testigos y seguidoressuyos.

PARTE IV

OBJETIVO PASTORAL Y POSIBLES ACCIONES

PARA LA PROGAMACIÓN PASTORAL

A lo largo de la exposición he intentado, no sé sicon mucho acierto, compartir con todos vosotros mi

reflexión sobre el origen y la identidad de la Iglesiaconcebida como misterio de comunión misionera.

Espero que lo dicho pueda ayudarnos a descubrir quela Iglesia no se puede entender desde sí misma ni

desde concepciones y parámetros sociales, sinodesde Cristo y en Él. Y esto, no sólo porque ha sido

fundada por Jesucristo, sino porque su misión es lamisma que la de su Señor. Por medio de la Iglesia,

Dios sigue comunicando y ofreciendo a la humanidadla verdad y la gracia. Dios, por medio de la Iglesia,

hace llegar su misericordia de generación en generacióny continúa realizando en nuestros días obras

grandes en favor de todos los hombres.

El trabajo pastoral, realizado por miles de sacerdotes,religiosos y laicos a través de los siglos en el

mundo y en nuestra diócesis, nos permite hoy dar graciasa Dios por el don de la fe y nos brinda la posibilidad

de celebrar y acoger su acción santificadora y sal-

- 56 -

Progresar en los

espacios de

comunión creados

estos años

vadora. En estos momentos somos nosotros los llamadosy enviados al mundo para dar testimonio de fe, de

esperanza y amor a las generaciones más jóvenes. ElSeñor nos invita a colaborar en la construcción de su

Iglesia desde la más íntima comunión con Él y con loshermanos. De este modo, mediante la incesante acción

del Espíritu, la Iglesia seguirá siendo canal de vidadivina, de salvación y de esperanza para todos los

seres humanos. Por ello, os animo a todos los diocesanosa meditar y profundizar durante el próximo curso

pastoral en el siguiente objetivo pastoral:

Profundicemos en el conocimiento y en el amor

a la Iglesia como misterio de comunión para

impulsar su misión evangelizadora desde la

corresponsabilidad.

Ahora bien, para la realización o el cumplimientode este objetivo, como hemos hecho otros años, es

necesario que nos propongamos algunas accionesconcretas que nos permitan descubrir, acoger, vivir,

celebrar, pedir, construir y comunicar el misteriodel amor de Dios, del cual nace y fluye el misterio

de la Iglesia como comunión misionera.

A continuación os propongo unas cuantas accionesque nos pueden ayudar a encontrar caminos para la

vivencia de la comunión y para la realización de lamisma. Aunque no podamos recogerlas todas en nuestra

programación pastoral, me parece importante quelas tengamos presentes para que no pensemos nunca

que ya hemos llegado a la meta.

1) Contemplación del misterio Trinitario para

aprender a vivir la comunión

La comunión, como he señalado anteriormente,nace de la incorporación a la vida divina en virtud del

- 57 -

sacramento del bautismo, crece constantemente alimentadapor la participación en la Eucaristía y se

recupera, en el caso de que se pierda como consecuenciadel pecado, por el sacramento de la penitencia. Por

lo tanto, para hacer un examen sobre el grado devivencia de la comunión debemos preguntarnos si

realmente vivimos con Cristo, por Él y en Él o, por elcontrario, vivimos cerrados sobre nosotros mismos y

dominados por los criterios culturales del momento.

Sin duda, al responder a esta pregunta, descubriremosque hemos de buscar y encontrar espacios en

nuestra vida para avanzar en la contemplación delmisterio Trinitario, que habita en nosotros y en el

corazón de los hermanos. Aquí esta la fuente de lacomunión. No podremos experimentar el misterio de

la Iglesiacomo comunión ni vivir la comunión con loshermanos, si no tenemos estos espacios de oración y

contemplación en nuestra vida. Además, como lacomunión es siempre un don de Dios, debemos pedirla

confiadamente al Señor y acogerla en la recepciónfrecuente de los sacramentos, especialmente en la

Penitencia y Eucaristía.

Cada año programamos cursillos para la preparaciónde los sacramentos, porque estamos convencidos

de que cada día es necesaria una adecuada formaciónde quienes participan en los mismos, debido a las

carencias religiosas de muchos bautizados. En la programaciónde estos cursillos y en la misma celebración

de los sacramentos no debiera faltar nunca lapresentación de los mismos como encuentros personales

con la Palabra, con la vida, con el perdón y el amordel Dios Trino.

- 58 -

Preguntarnos si

vivimos en Cristo,

por Él y en Él

Buscar y encontrar

espacios de

oración y

contemplación del

Misterio Trinitario

Preparación de los

sacramentos como

encuentros

personales con

Dios

2) Atentos a la acción del Espíritu para colaborar

con Él

La diócesis y la parroquia deben realizar su misiónen un lugar concreto, pero no pertenecen a ese lugar.

Simplemente están en él. Esto quiere decir que todosdebemos estar muy atentos a los sufrimientos y esperanzasde los hombres, conociendo y asumiendo lascaracterísticas del lugar, pero sin dejarnos arrastrar ni

atrapar por ellas. Los miembros de una parroquiadeben conocer bien la realidad de la misma para evangelizarla

y purificarla de todo egoísmo y de aquellasactitudes y comportamientos que se oponen a los valores

del Evangelio.

Como consecuencia de lo dicho, la parroquia deberecordar frecuentemente a sus miembros que todos

somos peregrinos. Estamos en este mundo de paso, encamino, y no tenemos aquí morada definitiva. Nuestra

verdadera patria es el cielo. Somos ciudadanos delcielo. La profundización en la fe por parte de todos los

miembros de la comunidad cristiana y la contemplacióndel testimonio de los santos, que nos iluminas

con su testimonio y nos acompañan con su intercesión,permitirá salir del círculo cerrado de lo terreno y

material para abrir el corazón a lo trascendente y a laesperanza de lo que no se ve.

La vocación y misión de la parroquia es la de ser enel mundo lugar de comunión de los creyentes, es

decir, el ámbito donde la comunión se convierte enexperiencia y tarea diaria, fundiendo en la unidad

todas las diferencias humanas que en ella se dan (Ch.l. 27). Esta unidad no se puede presuponer, sino que

exige un esfuerzo permanente de colaboración con elEspíritu. Sólo Él puede transformar las divisiones y

las tensiones humanas provocadas por el pecado ysólo, mediante el soplo del Espíritu, será posible supe-

- 59 -

La diócesis y las

parroquias deben

conocer su propia

realidad para

evangelizarla.

La misión

evangelizadora de

la parroquia

también requiere

salir de lo sensible

y abrirse a la

esperanza.

Y con esfuerzo

permanente por

ser lugar de

comunión como

experiencia diaria

para todos.

rar las tendencias disgregadoras que puedan surgir enel seno de la comunidad. La catequesis y los tiempos

dedicados a la formación cristiana deben ayudar a loscristianos a recordar que no estamos en el mundo para

siempre sino que estamos llamados a heredar conCristo la vida eterna. Aquí debe estar fundamentada

nuestra esperanza.

3) Impulsar la espiritualidad de comunión

Los primeros cristianos se reunían para la oraciónen común, para la fracción del pan y para gozar de la

comunión fraterna. A partir de estos encuentros eranreconocidos y admirados por su testimonio de amor y

por la ayuda generosa a los necesitados. Sabían que lacomunión, como don de Dios, debían pedirla para

poder vivirla en cada momento de la existencia.La experiencia nos demuestra que, además de nuestros

pecados que en cualquier momento pueden romperla comunión con Dios y con los hermanos, hoy

existen grupos y personas especialmente interesadosen dividir a los miembros de la Iglesia. Los calificativos

de progresistas y conservadores –que no se sabemuy bien lo que quieren decir- aplicados a determinadas

personas o instituciones eclesiales tienen una finalidady unos objetivos bien definidos: provocar la división

entre obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Losprogresistas serían los buenos, los conservadores

serían los malos, los anclados en el pasado, los que nodeben ser tenidos en cuenta. Siempre es más fácil vencery confundir sembrando la división en el seno de lacomunidad cristiana.

Teniendo esto en cuenta, antes de programar iniciativaspastorales, debemos programar e impulsar una

espiritualidad de comunión en el seno de nuestrascomunidades. Esto nos exige programar espacios de

- 60 -

Pedir el don de la

comunión: oración

en común

Atentos a los

intereses ajenos en

dividir a los

miembros de la

Iglesia

oración y de escucha de la Palabra, que nos ayuden atodos a profundizar y adentrarnos en el misterio de

Dios y en el misterio de la Iglesia, así como en la acogidaa cada hermano como alguien que nos pertenece.

Desde la contemplación del amor de Dios, el Espíritunos ayudará a prodigar los gestos de amor con todos,

pero especialmente con los alejados de la Iglesia. Deeste modo podremos pasar de una comunión afectiva a

una comunión efectiva, concreta y real.

4) Preparación de la Eucaristía dominical

El Papa Juan Pablo II decía que la parroquia es unacomunidad eucarística. Esto significa que es una

comunidad idónea para celebrar la Eucaristía, porqueen ella encuentra la raíz profunda para su edificación y

el vínculo sacramental de su existir en plena comunióncon toda la Iglesia.

Cada día constatamos con más claridad la necesidadde impulsar la actividad evangelizadora de todos

los miembros del pueblo de Dios, pero ésta debe alimentarseconstantemente de la celebración litúrgica y

de los sacramentos, que son el fundamento y el culmende toda la actividad evangelizadora y misionera.

Puede haber parroquias con actividades pastoralesbien programadas, pero si sus miembros no participan

asiduamente en la Eucaristía y en las celebracioneslitúrgicas no podrán crecer en la comunión eclesial ni

la corresponsabilidad pastoral. Todas estas actividadesprogramadas pueden quedar en simple organización

pero sin Espíritu.

Por lo tanto, debemos poner todos los medios anuestro alcance para preparar y celebrar con esmero y

con paz la celebración de la Eucaristía dominical. Estano puede ser el simple cumplimiento de un mandato

sino el centro de la vida de la comunidad y el medio- 61 -

Antes de nada,

profundizar,

robustecer, llenar

de sentido la

comunión en el

interior de las

comunidades

La verdadera

actividad

evangelizadora y

misionera de

nuestras

comunidades ha

de tener su origen

en la celebración

de la Eucaristía y

de los demás

sacramentos.

para expresar la comunión con la Palabra de Dios, conJesucristo sacramentado y con los hermanos. En definitiva,el medio para vivir la identidad cristiana y eclesial.

Debido al desconocimiento por parte de muchosbautizados de los signos y símbolos utilizados en la

Eucaristía y en los demás sacramentos, podríamosorganizar en las parroquias alguna catequesis que

ayude a descubrir el sentido y la razón de ser de losmismos.

5) Vivencia de la comunión más allá de la

parroquia

Pero no basta vivir la comunión en el seno de laparroquia. Esta, como última localización de la

Iglesia, tiene una vocación universal. Por eso, lacomunión vivida entre los miembros de la comunidad

parroquial debe estar siempre abierta a la Iglesia universala través de la Iglesia particular, de la que recibe

su razón de ser, su eclesialidad.

Los planes pastorales y las programaciones debenayudarnos a crecer en esta apertura. En el futuro debemos

seguir incrementando la colaboración con lasparroquias vecinas a través de las programaciones

arciprestales. El arciprestazgo debe seguir siendo elámbito de una pastoral de conjunto, que ayude a la

constitución de las unidades pastorales. Ningunaparroquia y, mucho menos nuestras pequeñas parroquias,

pueden ser autosuficientes.

Pero, además, debemos cuidar la participación enlas actividades y en los encuentros diocesanos. No son

muchos y pueden ser una gran ayuda para expresarnuestra pertenencia a la Iglesia diocesana y para estimular

la participación de los laicos en la evangelización.

- 62 -

Buscar los medios

y las personas para

preparar y celebrar

con esmero y paz

la Eucaristía

dominical

La comunión

vivida en la

parroquia es

fundamental pero

no es suficiente.

Apertura y

participación

arcipreste y,

diocesana. Mirada

a la Iglesia

universal.

Colaboración

evangelizadora

entre movimientos

y parroquias

Al mismo tiempo, tendríamos que fomentar muchomás la colaboración entre movimientos apostólicos y

parroquias, como medio para concretar la comunión ypara hacer más eficaz la misión evangelizadora. Las

parroquias y movimientos no pueden vivir de espaldas.Si esto fuese así, fallaría la comunión y la misión.

6) No podemos evangelizar si estamos divididos

Por el sacramento del bautismo no sólo hemos sidoincorporados a Jesucristo y a la Iglesia, sino que

hemos sido llamados por Dios para realizar unamisión. Esta misión, que es la evangelización, nos une

a todos: presbíteros, religiosos y cristianos laicos. Porvoluntad del Padre todos hemos sido llamados a la

comunión para la misión.

La participación de todos los bautizados en la       comunión y en la misión forma parte de la esencia de

la Iglesia. Todaslas vocaciones son importantes ynecesarias para el ser y para la evangelización en la

Iglesia. El Concilio ya decía que “la Iglesia no estáverdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es

signo perfecto de Cristo entre los hombres, mientrasno exista y trabaje con la jerarquía un laicado propiamente

dicho. Porque el Evangelio no puede quedarprofundamente grabado en las mentes, la vida y el

trabajo de un pueblo sin la presencia activa de loslaicos. Por eso, ya desde la fundación de la Iglesia, se

ha de atender sobre todo a la construcción de un laicadocristiano maduro” (AG 21).

La preocupación por fomentar la comunión eclesialdebe llevarnos a los sacerdotes a impulsar, animar y

acompañar la vocación laical. Y a los laicos a tomarcada día más clara conciencia de la propia vocación,

que no es una concesión delegada del obispo o de los- 63 -

Comunión para la

misión.

La misión nos une.

Importancia de un

laicado cristiano

maduro

Vocación laical:

impulsar, animar y

acompañar

sacerdotes, sino una exigencia de la incorporación aCristo y a su Iglesia.

Necesitamos seguir favoreciendo espacios para eldiálogo y para la escucha mutua en los distintos consejos

pastorales y grupos parroquiales para asumirtodos con gozo la responsabilidad misionera y evangelizadora

desde la vivencia de la propia identidad.

Manteniendo la unidad en lo esencial, hemos de propiciarla escucha recíproca, intentando confluir hacia

opciones ponderadas en lo opinable. No podemos salira evangelizar divididos porque entonces el Evangelio

no será creíble. Por lo tanto, creo que es llegado elmomento de constituir los consejos económicos parroquiales

y los consejos pastorales parroquiales y arciprestalesallí donde no están constituidos para que los

laicos asuman responsabilidades y ofrezcan sus criteriosy propuestas para la acción pastoral y evangelizadora.

7) La comunión no es uniformidad

Algunas personas se equivocan cuando conciben lacomunión como uniformidad. Si esto se produjese

sería un gran empobrecimiento para la Iglesia y seríatambién la negación de que el Espíritu Santo sopla

donde quiere y como quiere en el mundo y en el corazónde cada ser humano. Todos somos hijos de Dios,

profesamos la misma fe, participamos de los mismossacramentos y vivimos de la vida trinitaria, pero cada

uno debe vivir todo esto desde la propia vocación y deacuerdo con los talentos o los dones recibidos del

Señor.

Además, como nos recuerda el apóstol Pablo, loscristianos somos miembros del cuerpo de Cristo, aunque

tengamos funciones distintas. Este nos exige permanecerunidos a Cristo, cabeza del cuerpo, dejando

- 64 -

Esfuerzo por crear

consejos

pastorales y

económicos allí

donde no los haya

En la diversidad de

vocaciones y

carismas, la

comunión eclesial

no se consigue

imponiendo ideas

y criterios propios.

que la gracia divina vivifique nuestra existencia. Porlo tanto, aunque la mano nunca pueda realizar las funciones

del pie o de otro miembro del cuerpo, esto nosignifica que, buscando ser distintos, unos miembros

actúen en contra de los otros. Sería la destrucción y lamuerte del cuerpo, impidiendo al mismo tiempo valorar

y acoger lo positivo que hay en el otro.

La comunión eclesial nunca se podrá conseguir,imponiendo a los demás las propias ideas y criterios o

defendiendo criterios corporativos, sino acogiendotodos los criterios de Cristo. La comunión hemos de

buscarla mediante el diálogo y la fraternidad entretodas las vocaciones eclesiales. Solo el amor verdadero

y la estima cordial de las distintas vocaciones eclesialesayudan a superar las diferencias. “La unidad en

la Iglesiano es uniformidad, sino integración orgánicade las legítimas diversidades” (NMI. 46).

8) La comunión debe llevarnos a la incorporación

de los pobres a la comunidad

Como bien sabemos, en nuestros días existenmuchas pobrezas, materiales y espirituales. La mayor

pobreza de todas es la de aquellos que no conocen aDios o viven como si Él no existiese. Pero, además de

esta pobreza radical, existen otras pobrezas, comopueden ser la soledad de los ancianos, el abandono de

los niños, la explotación de los emigrantes o el sufrimientode los enfermos. A todos ellos debería llegarles

el amor de Dios por medio del amor, acogida ycercanía de los miembros de la comunidad cristiana.

Esto nos exige poner todos los medios a nuestro alcancepara eliminar las causas que provocan estas pobrezas,

ayudando de este modo a cada hermano a ser protagonistade su propia historia.

- 65 -

Diálogo,

fraternidad, estima

y reconocimiento

de lo diverso

Tomar

conciencia de

todas las pobrezas

que existen.

Poner medios para

eliminar las

causas.

Ahora bien, no basta acercarse a los pobres paramostrarles el amor de Jesucristo, es preciso invitarles,

cuando sea posible, a que entren a formar parte de lacomunidad cristiana, como miembros vivos de la

misma. De este modo experimentarán el gozo de serevangelizados para convertirse en evangelizadores. El

Papa Juan Pablo II decía que “los pobres en la comunidadcristiana deben sentirse como en su casa”

(NMI 50).

Una preocupación de la acción pastoral debe ser lade ayudar a los miembros de nuestras comunidades a

vivir la comunión de bienes con los necesitados y participaractivamente en la eliminación de las causas que

generan la pobreza. En este sentido tenemos queseguir animando a todos los cristianos a asumir su responsabilidaden el ejercicio de la caridad, pues elmandamiento del amor obliga a todos los bautizados.

La nueva imaginación de la caridad debe buscar nosolo la eficacia de las ayudas prestadas a los demás,

sino la cercanía a cada hermano para que pueda experimentarla solidaridad y el amor.

9) Necesitamos promover el asociacionismo

laical

Todos somos testigos del fuerte individualismo queafecta a amplios sectores de nuestra sociedad. Este

individualismo nos afecta también a muchos cristianos.Aunque el ser humano es un ser social y se realiza

como persona en la medida en que se abre a losdemás y establece relaciones con ellos, sin embargo

percibimos que la disminución de la generosidad estáprovocando un creciente enfriamiento y una permanente

desconfianza hacia todas las formas asociadas.Ante esta realidad, tenemos que dedicar tiempo al

impulso del asociacionismo laical. Los laicos no sólo- 66 -

Invitar al pobre y

al alejado a

incorporarse a la

comunidad

cristiana.

Profundizar en la

comunión de

bienes y en el

ejercicio de la

caridad, deber de

todo bautizado.

El individualismo

dentro de la Iglesia

provoca falta de

generosidad y

gran desconfianza.

tienen derecho a asociarse sino que deben hacerlocomo expresión de la comunión y de la unidad de la

Iglesia. Ciertamente, cada uno debe dar testimoniopersonal de su fe en Jesucristo, pero también ha de

hacerlo asociándose con otros. En tiempos de secularizacióny de indiferencia religiosa, la formas asociadas

de apostolado seglar y la participación en asociacionesciviles o eclesiales implicadas en la defensa de la dignidadde la persona y de los derechos humanos, puedenser una ayuda valiosa para que muchos cristianos

vivan más coherentemente las exigencias evangélicasy se comprometan de forma consciente en una acción

misionera y apostólica.

Por lo tanto, debemos apoyar las asociaciones ymovimientos apostólicos diocesanos. En el caso de

que sea imposible el asociacionismo, hemos de esforzarnospor la creación de grupos de laicos en nuestras

parroquias para que estas lleguen a ser comunidadesvivas y bien cohesionadas. Si dedicamos tiempo a la

formación integral de estos grupos de bautizados y lesofrecemos espacios de participación, será posible la

aparición de parroquias o unidades pastorales, vivasen la fe y comprometidas en la evangelización.

10) La perfecta comunión de la Iglesia no se

consigue en este mundo

La Iglesiaes un pueblo peregrino hacia la patriacelestial. Ella no es aún el Reino de Dios en plenitud

sino la forma inicial de ese Reino. Hacia la plenitudde ese Reino crece y avanza en este mundo, santificada

por la gracia divina y experimentando el pecado desus miembros. La comunión en la Iglesia, que nace de

la Trinidad, debe ayudar a todos los cristianos a peregrinarpor este mundo buscando la perfecta y plena

comunión con Dios y con los hermanos.

- 67 -

Formas asociadas

de apostolado

seglar.

Crear grupos de

formación integral.

Espacios de

participación.

El recuerdo de esta patria, aún no lograda, le enseñaa la Iglesia que debe ser humilde porque ella solo es el

instrumento, el medio pobre del Espíritu para conducira la humanidad hacia la tierra prometida, cuando llegue

el tiempo de la instauración de todas las cosas enCristo. Esta conciencia de peregrinación le impulsa

también a no dejarse atrapar por los poderes de estemundo, a mantener el vigor de la esperanza y a colaborar,

mediante el anuncio del Evangelio, hacia laconsecución de una convivencia regida por la verdad,la justicia y el amor. El recuerdo de la patria y la esperanzaen el cumplimiento de las promesas del Señor

llena a la Iglesia de gozo a pesar de las contradiccionesy de las pruebas experimentadas durante el tiempo

de su peregrinación.

En virtud de la gracia del Señor, común a la Iglesiaperegrina y a la Iglesia celestial, se produce entre

ambas una perfecta comunión. El Señor y su graciaunen a la Iglesia peregrina con la Iglesia triunfante y

con aquellos hijos que, habiendo dado el paso a laeternidad, aún necesitan purificación para ser integrados

totalmente en la Iglesia celestial. Desde la concienciade esta comunión, los cristianos peregrinos,

invocamos en la liturgia, además de la intercesión delSeñor, la intercesión de la Bienaventurada Virgen

María, de San José, de los santos apóstoles, de losmártires y de todos los santos. La profunda devoción a

los santos tan presente en la piedad del pueblo cristianoresponde, pues, a la realidad de la Iglesia como

misterio de comunión. Y de esta experiencia de comunióneclesial nace también la oración por los difuntos

por parte de la Iglesia peregrina para que sean purificadosde sus faltas y alcancen la gloria celestial. Por

tanto, hemos de seguir prestando especial atención alas manifestaciones de religiosidad popular y a la oración

litúrgica por los difuntos.

- 68 -

CONCLUSIÓN

MARÍA, MODELO Y MADRE DE LA IGLESIA

María es la respuesta perfecta a la llamada de Dios.Ella, en la profundidad de su fe acoge la Palabra y se

convierte en madre de todo el Cuerpo, Jesús y nosotros.

El Papa Juan Pablo II dijo en su visita a Canadáen el año 1985: “La fe de la Iglesia es, ante todo, la fe

de María, de la que Pedro es el garante”.La Iglesia, cuando vive su Misterio, no puede prescindir

de María sino que debe reconocerse plenamenteen ella. La Santísima Virgen aparece situada en la

cima de la historia de Israel y en el comienzo de lavida de la Iglesia para mostrar a los que la miramos

los caminos de la vida verdadera.Los evangelios señalan que la Santísima Virgen

colaboró incondicionalmente con el Padre en el hacersehombre el Hijo de Dios, mediante la acción del

Espíritu. La Iglesia nos invita a contemplar este misteriode la Anunciación. En el mismo, Dios y María se

encuentran por la mediación del ángel. Dios puederealizar en Ella su designio porque tiene ante sí una

criatura que responde al amor con amor y que reconoceque Dios lo es todo y que todo viene de Él. María

cree en la Palabra y en Ella se realiza lo imposible. LaIglesia comienza en María, mediante la fe en la

Palabra y por la acción del Espíritu. En Ella laTrinidad se hace presente a la humanidad y esta la

recibe en María. Dios, en la Trinidad de sus personas,se revela a María para convertirse en vida del hombre:

el Padre da, el Hijo se da y el Espíritu realiza el don.Cada una de las tres Personas divinas está actuando en

la persona de María.

La Iglesia, que se ve reflejada en este misterio,sigue viéndose en los distintos momentos de la vida

- 69 -

de María. María prosigue su camino con total docilidada la Palabra de Dios. Recorre caminos inesperados,

caminos de silencio, de pobreza, de olvido de sí.Vuelve a decir “sí” en cada instante y cada nuevo “sí”

abre su corazón a nuevas experiencias. Ella, con lacolaboración de San José, acompaña y cuida de Jesús

durante los años de su niñez y juventud. En los últimosinstantes de la vida, cuando Jesús se entrega hasta

la muerte de cruz para reunir en uno a los hijos deDios dispersos, María le acompaña y comparte sus

sufrimientos. En medio del profundo dolor, recibirá elencargo por parte de Jesús de cuidar del discípulo

amado y, en la persona del discípulo, de toda laIglesia.

Desde aquel instante, María comienza a cumplir lamisión confiada. Así la contemplamos acompañando a

los apóstoles el día de Pentecostés y consolidando conla oración y la cercanía la comunión de la primera

comunidad cristiana. Por eso, podemos decir que

María es modelo y figura de la Iglesia por su santidad,fidelidad y perfecta obediencia a la voluntad de

Dios. Pero, al mismo tiempo, como Madre de laIglesia y de todos los creyentes, intercede por cada

uno de nosotros ante su Hijo y ante el Padre. Mientrasperegrinamos por este mundo, intentando vencer el

pecado y permitiendo que Dios nos transforme interiormentemediante su Espíritu, levantamos los ojos a

María que resplandece como modelo de virtudes paratoda la comunidad de los elegidos.

La Iglesia, que se dedica a través de los siglos areunir en Jesús a los hijos de Dios dispersos, se reconoce

plenamente en María, que aparece ahora, a losojos de la fe, apoyada en Aquel a quien se entregó, en

Aquel que reina por los siglos de los siglos. Contra laIglesia puede desencadenarse la persecución y pueden

crecer los obstáculos para el desarrollo de su misión.

- 70 -

Pero por la fe de María, de la que Pedro es testigo, ypor la fuerza del Espíritu, que la sostiene, “las puertas

del infierno no prevalecerán contra ella”.Como nos recuerda el Concilio, ofrezcamos todos“súplicas apremiantes a la Madre de Dios y Madre delos hombres para que ella, que ayudó con sus oracionesa la Iglesia naciente, también ahora, ensalzada enel cielo por encima de todos los ángeles y bienaventurados,

interceda en la comunión de todos los santosante su Hijo hasta que todas las familias de los pueblos,

tanto los que se honran con el título de cristianoscomo los que todavía desconocen a su Salvador, llegue

a reunirse felizmente, en paz y concordia, en unsolo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e

indivisible Trinidad” (LG. 69).

Con mi bendición, os saludo a todos de corazón15 de agosto de 2007

+ Atilano Rodríguez

Obispo de C. Rodrigo

- 71 -

Atilano Rodríguez Martínez

Obispo de Ciudad Rodrigo

«SER Y MISIÓN DE LA IGLESIA,

MISTERIO DE COMUNIÓN»

Exhortación pastoral ante el nuevo curso 2007-2008

Lunes, 11 Abril 2022 11:51

VOCACION: A LA SORPRESA DE DIOS...

Escrito por

VOCACION: A LA SORPRESA DE DIOS...

Don, iniciativa y sorpresa

     La llamada de Dios al sacerdocio, como toda llamada, es un don suyo, que se hace sentir al tiempo de Dios, cuando, donde y cómo él quiere. Es siempre una llamada que se fraguó en el corazón de Dios desde toda la eternidad, como "amor eterno" (Jer 31,3) y como elección en Cristo desde "antes de la creación del mundo" (Ef 1,4).

     Toda llamada divina llega de modo sorprendente, como el "sígueme" que Jesús pronunció invitando a Mateo el publicano (Mt 9,9) o al joven rico  (Mc 10,21). El primer momento produce incluso un cierto temor, ante lo inesperado, como en el caso de la Santísima Virgen (Lc 1,29).

 

Las primeras señales

     Esta llamada comenzó a ser realidad concreta "desde el seno de la madre" (Is 49,1; Gal 1,15), pero es una "gracia" que se irá manifestado en el momento oportuno, en la infancia, en la juventud o en edad adulta. Para Pablo, el perseguidor, fue en el camino de Damasco, y a esa gracia respondió "sin hacer esperar" (Gal 1,16).

     El "tiempo" de la vocación es un tiempo de gracia, un "tiempo oportuno" (2Cor 6,1). Si los efectos de esta llamada comienzan a manifestarse desde el seno de la madre, podrá dejarse sentir ya desde la infancia. Pero precisamente porque la vocación es un don gratuito de Dios, el tiempo de una clara manifestación puede darse en cualquier momento de la vida. De aquí que se hable también de vocación sacerdotal de personas adultas. Los Apóstoles fueron llamados así y, por esto, Jesús les hizo comprender que la llamada era una declaración de amor e iniciativa suya: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros" (Jn 15,16).

 

Las indicaciones de "Pastores dabo vobis"

     Según "Pastores dabo vobis", el "misterio de la vocación" sacerdotal se manifiesta en un dinamismo de "buscar a Jesús, seguirlo y permanecer con El" (PDV 34). En la vocación tiene lugar "un inefable diálogo entre Dios y el hombre", que consiste en el encuentro entre "el don gratuito de Dios y la libertad responsable del hombre" (PDV 36).

     Es toda la Iglesia la que se siente responsable de que esta vocación sacerdotal se realice a su debido tiempo. Por esto "en su misión educativa, la Iglesia procura con especial atención suscitar en los niños, adolescentes y jóvenes, el deseo y la voluntad de un seguimiento integral y atrayente de Jesucristo" (PDV 40).

     La "opción fundamental" por Cristo, en el camino del sacerdocio, para ser su signo personal o su transparencia, supone una cierta madurez, que se traduce en actitud relacional de encuentro, seguimiento y misión. Si la vocación sacerdotal es una declaración de amor (Mc 3,13; Jn 15,9), la respuesta debe darse en esta misma línea de amor y entrega incondicional: "permaneced en mi amor" (Jn 15,9).

     El sentido esponsal de la vocación sacerdotal, acentuado repetidamente en "Pastores dabo vobis" (nn. 22-23), podrá ser captado y vivido principalmente por jóvenes capaces de comprender el enamoramiento para toda la vida. Quien se enamora así de Cristo, comprende que la llamada sacerdotal, "al estilo de los Apóstoles" (PDV 42,60), incluye la actitud que manifestó San Pedro en nombre de todos: "nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido" (Mt 19,27). Es a partir de este enamoramiento, que se llamará caridad pastoral, cuando se podrán comprender y vivir las exigencias sacerdotales de contemplación, perfección y misión.

 

El ejemplo y el acompañamiento de María

     María será siempre el modelo y la guía en este camino vocacional. Ella influyó en la santificación de Juan Bautista, cuando el Precursor estaba todavía en el seno de Isabel (Lc 1,41-44). El ejemplo de fe de María influyó en la fe y en el seguimiento de los Apóstoles (Jn 2,11-12). Y María estaba también activamente presente en el Cenáculo cuando los Apóstoles con otros discípulos se preparaban para recibir el Espíritu Santo (Act 1,14).

     En todo momento del despertar vocacional y de la formación inicial y permanente, María está presente de modo activo y materno. "En íntima unión con Cristo, María, la Virgen Madre ha sido la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como Ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios" (PDV 36). "Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia" (PDV 82).

                                             Juan Esquerda Bifet

Lunes, 11 Abril 2022 11:50

CONCLUSION: "Creo en la vida eterna"

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CONCLUSION: "Creo en la vida eterna"

     A Dios no se le conquista. Es él mismo quien se da gratuitamente. Comienza a "ver" a Dios quien abre su corazón al amor. Quien se cierra en sí mismo o mancha su dignidad humana embruteciéndola con la posesión abusiva de los dones que son de toda la humanidad, no acierta a ver a Dios, ni en la creación ni en los hermanos ni en su corazón. Para empezar a "ver al Invisible" (Heb 11,27), hay que vivir de una convicción de fe que lleve a compromisos concretos: "creo en la vida eterna",

     Somos muchos los que decimos que "creemos" en Dios. Pero no en todos los creyentes aparecen los signos claros de esta fe. Creer en Dios supone vivir en un dinamismo de encuentro familiar con él, "nuestro Padre". Quien vive así, no se contenta con los velos de la fe ni con los dones pasajeros de esta vida, sino que aspira a una visión y encuentro, personal y universal, pleno y definitivo. El "Credo", que recitamos todos los cristianos y que profesa la realidad profunda de Dios Amor y de Jesucristo Salvador, termina con esta expresión a modo de síntesis sapiencial: "creo en la vida eterna".

     La vida cristiana es auténtica cuando se convierte en un "sí", un "amén", de todo lo afirmado en el "Credo". Este "sí" es personal, porque nadie nos puede suplir en el momento de decirlo y de vivirlo. Pero es también comunitario, porque refleja un corazón unificado por el amor a Dios y a toda la humanidad.

     Caminamos hacia una "vida eterna" (Mt 19,29), una vida que ya no será efímera, sino definitiva. Nuestros nombres se van inscribiendo en "el libro de la vida" (Apoc 20.15), en la medida en que vivimos el presente según la verdad y el amor, que no tienen fronteras. La vida eterna no es escapar del tiempo, sino salvar el tiempo trascendiéndolo, es decir, amándolo de verdad.

     La vida presente es siempre un don irrepetible de Dios Amor, que nos ensaya para pasar a vivir de su misma vida. Mientras tengamos un momento de vida presente, vale la pena vivirla. Por esto la vida es siempre sagrada y estamos llamados a respetarla y amarla, en nosotros y en los demás. Sólo Dios es dueño de la vida. Y sólo él puede transformar nuestra vida en vida eterna de encuentro, visión y donación plena. Si compartimos los dones de Dios con todos los hermanos, este amor romperá las fronteras del tiempo para convertirlo en eternidad. La fe se nos hará visión, en la medida en que la sepamos vivir y compartir sin fronteras.

     San Benito resume la espiritualidad y perfección en este lema: "desear fervientemente la vida eterna" (Regla). Así sus monasterios se convirtieron en centros de piedad, trabajo, cultura, vida familiar y progreso. En aquellos tiempos, en torno a los monasterios, como en torno a las catedrales, surgieron pueblos y ciudades que cifraban su felicidad en el compartir con los demás hermanos peregrinos hacia la vida eterna. Cuando disminuyó esta dinámica de fe, esperanza y caridad, las ciudades y pueblos se convirtieron en centros de poder, competencias, luchas y divisiones. Sólo los santos, por su deseo de vida eterna, han sabido construir la ciudad temporal, respetando la autonomía de las cuestiones técnicas y marcando fuertemente la línea del mandato del amor.

     Cuando decimos "fe", los cristianos queremos decir adhesión personal a Cristo y compromiso para poner en práctica su mensaje. La "inserción" de Cristo en el mundo tiene sentido de "fermento" (Mt 13,33), que transforma lo temporal en vida eterna. La trascendencia de la fe, que apunta al más allá, nos sitúa en una inserción que transforma la humanidad entera y la creación hasta "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10).

     Cuando afirmamos en el corazón y en la comunidad litúrgica, "creo en la vida eterna", trazamos un hito nuevo en la ruta de nuestro caminar de peregrinos. "Creemos lo que no vemos, para merecer, por la fe, llegar a ver lo que creemos" (San Agustín).

     Todo "discípulo amado" de Cristo puede descubrir en cualquier situación histórica, también en un sepulcro vacío o en el trabajo de todos los días, las huellas de Cristo resucitado: "vio y creyó" (Jn 20,8); "es el Señor" (Jn 21,7). Son estos discípulos de Cristo los que se convierten en testigos del Invisible. La fe vivida en el servicio de todos los días, se contagia a los hermanos, ayudándoles a vivir la fe en la presencia de Cristo escondido en el seno de María y en los signos pobres de la Iglesia: "Bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirá lo que se te ha dicho de parte del Señor" (Lc 1,45). Entonces "la claridad de Cristo resplandece sobre la faz de la Iglesia" (LG 1).

     Elaborar y compartir el "pan nuestro de cada día" (Mt 6,11), a ejemplo de Jesús en Emaús, es el camino para ver a Dios. "Así por fin, se cumple verdaderamente el designio del Creador, al hacer al hombre a su imagen y semejanza, cuando todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimes la gloria de Dios, puedan decir: 'Padre nuestro'" (AG 7).

     En este camino hacia la visión de Dios, hay que convertir la vida en "pan partido". Dando a Dios esta "gloria", llegaremos a ver y participar de su "gloria", como María, "la mujer vestida de sol" (Apoc 12,1). "María, Madre de Misericordia, cuida de todos para que no se haga inútil la cruz de Cristo, para que el hombre no pierda el camino del bien, no pierda la conciencia del pecado y crezca en la esperanza en Dios, 'rico en misericordia' (Ef 2,4), para que haga libremente las buenas obras que él le asignó y, de esta manera, toda su vida sua 'un himno a su gloria' (Ef 1,12)" (VS 120).

 

 

 

     VI.UN ENSAYO PARA VER AL INVISIBLE: AMAR MAS A LA CREACION Y A LOS HERMANOS

     1. Cada hermano es una historia de amor

     2. El gozo de vivir: ¡bienaventurados!

     3. Sembrar y construir la paz definitiva

     Meditación bíblica.

 

1. Cada hermano es una historia de amor

     El camino y la escuela para "ver" a Dios es el amor incondicional a todos y a cada uno de los hermanos. Ya en esta tierra, encuentra filialmente a Dios sólo quien le descubre en los demás. "Dios" no es una simple palabra ni una simple idea, sino el Amor hecho relación de donación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Se comienza a "conocer" a Dios y a aceptarlo, cuando la vida se hace relación de donación. Quien se cierra en sí mismo, niega a Dios, prescinde de él o hace de él un mero adorno. "El que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve" (1Jn 4,20).

     Dios es "alguien" que sale a nuestro encuentro para relacionarse con nosotros a través de las criaturas, los acontecimientos y las personas. Aunque "a Dios no le ha visto nadie" (Jn 1,18), es él quien se deja entrever viviendo en nosotros y en medio de nosotros. "Si amamos a Dios, él permanece con nosotros" (1Jn 4,12).

     No ha habido nadie en la historia que no haya experimentado la evidencia del pasar de las cosas y de las personas. El problema que todos se plantean, con soluciones diversas e incluso opuestas, es el del sentido de ese "pasar" que llamamos "contingencia". Ningún ser del cosmos tiene origen en sí mismo. Si todo pasa, ¿habrá una vida permanente?. La respuesta cristiana es el amor. Quien ama, pasa de la contingencia a la trascendencia, porque comienza ya a entrar en la vida eterna de Dios. "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos!" (1Jn 3,14).

     Nuestros deseos más hondos no llegan nunca, en esta tierra, a la plena satisfacción. Todo va esfumándose en el tiempo. Y mientras poseemos algo bello y bueno, no deja de asaltarnos el temor de que todo se nos puede arrebatar. Pero podemos constatar otra experiencia profunda: cuando hacemos de nuestra vida una donación, a veces desde nuestra pobreza, entonces brota en nuestro interior una convicción de que aquel gozo de la donación se abre al infinito. En este momento comienza a vibrar en nosotros la imagen divina que el mismo Dios ha impreso en nuestro corazón. Nuestra historia definitiva se va construyendo en el amor.

     Este paso hacia el amor, donde encontraremos a Dios, no sería posible sin la convicción de que él nos ama y nos llama capacitándonos para dar el salto al infinito. "Es él quien nos ha amado primero" (1Jn 4,12), porque, desde la eternidad, "nos ha elegido en Cristo". haciéndonos participar en su misma "filiación", gracia a la donación sacrificial de Cristo ("por su sangre") y a la "prenda del Espíritu" de amor, que, como "señal" imborrable, ha impreso en nuestro interior (Ef 1,3-14).

     Cada ser humano es hermano nuestro; su historia es una historia de amor que comenzó eternamente en el corazón de Dios. Por esto, cada hermano está llamado a realizarse amando y a pasar a la misma vida eterna de Dios.

     Cada uno es, para los demás, un signo y estímulo del amor: anuncia que Dios ama a cada ser humano de modo irrepetible, y que cada uno puede y debe realizarse amando. La alegría del corazón y de la convivencia humana nacen de este anuncio expresado en respeto, servicio, escucha y colaboración, solidaridad (Rom 13,8).

     La presencia amorosa de Dios en la historia es un juicio permanente sobre nuestro amor. Si amamos, le descubrimos presente en todo y en todos. Nos juzga el Amor. Un día este juicio será definitivo, personal y comunitariamente. "A la tarde te examinarán en el amor" (San Juan de la Cruz, Avisos).

     Frecuentemente los que se dicen "ateos" o "agnósticos", es que vislumbran que, de aceptar la realidad de Dios, habrían de cambiar radicalmente su vida de relaciones personales. Por esto critican a los que creen en Dios cuando éstos no son consecuentes con su fe. El "Dios" de adorno, que no compromete a amar, no existe. Creer en Dios equivale a relacionarse responsablemente con Dios y con los hermanos.

     A las comunidades eclesiales primitivas, San Juan les escribe, desde la isla de Patmos, que se han enfriado en "el primer amor" (Apoc 2,4). Este es el riesgo de toda época histórica. Por esto Dios permite persecuciones y sufrimientos, para purificar a su Iglesia "esposa" de Cristo. Cada comunidad y cada creyente, como consortes de Cristo, deben aprender a correr esponsalmente su misma suerte, reaccionando con amor, y "lavar su túnica en la sangre del Cordero" (Apoc 7,14). No se podría llegar al encuentro definitivo con Cristo (a las "bodas"), si la esposa no estuviera todo ella "vestida de sol" como María (Apoc 12,1). La purificación, "como el oro en el crisol" (Apoc 3,18), si no termina en esta tierra, debe continuar en el "purgatorio" del más allá. A la "victoria" final se llega con un "nombre nuevo", que es obra del "Espíritu" de amor (Apoc 2,17).

     "Ver" a Dios será ver a "alguien" y, consiguientemente, convivir y participar en el intercambio vital de Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta visión se ensaya conviviendo y compartiendo la vida con los hermanos. "Amamos al prójimo como compartícipe nuestro en la bienaventuranza" (Santo Tomás). El reverso del amor es el "infierno", es decir, la decisión libre de apartarse definitivamente del primer Amor.

     Nuestra perfección en el más allá se está labrando ya en esta tierra. Si aprendemos a ver a Cristo en el rostro de cada hermano, llegaremos a ver a todos los hermanos en el rostro de Cristo resucitado. Para permanecer eternamente en Dios Amor, hay que vivir amando ya desde nuestro presente. "Dios es Amor; el que permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él" (1Jn 4,16).

 

2. El gozo de vivir: "¡bienaventurados!"

     La bienaventuranza definitiva de la otra vida comienza a anticiparse en la vida presente, cuando el corazón experimenta la paz y la alegría de la donación a Dios y a los hermanos. En el sermón de la montaña, Jesús describe las situaciones más dolorosas de la humanidad, para proclamar "bienaventurados" a los que, en esas circunstancias, saben reaccionar amando (Mt 5,1-12.44-42).

     Es verdad que vivimos todavía de la fe, la cual sólo luego será visión y encuentro. Esta fe es siempre "oscura", aunque produce certeza. Jesús llama "gozosos" a los que viven de la fe: "bienaventurados los que sin ver, creen" (Jn 20,29). La fe es posesión anticipada de lo que se tendrá después, "garantía de lo que se espera, anticipación de las cosas que no se ven" (Heb 11,1).

     Las pruebas y sufrimientos nos hacen tomar conciencia de que los bienes pasajeros son un ensayo, para descubrir a quien se nos comienza a dar él mismo en ellos. Para poder llegar al encuentro definitivo con Dios y a los bienes eternos, vale la pena cualquier sufrimiento. "Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros" (Rom 8,18). Las quejas o "gemidos" de nuestra situación, manifiestan que aspiramos a algo duradero.

     Jesús ofrece "ver" y "entrar en el Reino de Dios" (Jn 3,3-5). "El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libera elaboración, sino que es, ante todo, una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible" (RMi 18). Para llegar al Reino definitivo, donde nos espera Jesucristo, hay que "renacer de nuevo" (Jn 3,3-5). Al Señor se le encuentra en el corazón (reino "carismático") y en la comunidad eclesial de hermanos (reino "institucional" de comunión). Sólo por este camino, de un nuevo nacimiento y apertura al amor, se llegará a encontrarle en el más allá (reino "escatológico").

     Todo es gracia. Pero Dios quiere una recepción libre y responsable de sus dones pasajeros para poder llegar al don definitivo de la visión y encuentro. Dios es tan misericordioso, que corona sus propios dones haciendo, con nuestra colaboración, que esos dones divinos se conviertan, al mismo tiempo, en nuestros méritos. "El Señor os retribuirá con su herencia" (Col 3,24).

     La paz y el gozo del corazón nacen cuando usamos rectamente de los dones creados. La vida es hermosa porque deja entrever que Dios es bueno. Si no llegamos a tener este gozo de la vida sencilla y ordinaria, no le descubriremos cuando parece que se nos esconde. Si él permite que sus dones pasen o desaparezcan, es porque se nos quiere dar él mismo. En la vida e historia humana hay suficientes huellas de Dios Amor, para sentirse amado por él y capacitado para amarle y hacerle amar.

     Cuando uno ha experimentado esta presencia y cercanía de Dios, queda misionado para comunicarlo a todos los hermanos: "ve y haz tú lo mismo" (Lc 10,37). Esta actitud es fruto del Espíritu Santo enviado por Jesús a sus apóstoles, "infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24).

     La alegría mayor de una apóstol de Cristo consiste en ayudar a los demás a sentirse amados por Cristo para decidirse a amarle y hacerle amar. El mayor servicio que se puede hacer a un hermano es el de que encuentre y viva su propia identidad: "caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros" (Ef 5,2).

     Mientras "nuestro exterior va decayendo, lo interior se renueva cada día" (2Cor 4,16). Aceptar con gozo este desmoronamiento, sólo es posible con la presencia y amor de Cristo, que experimentó nuestro mismo itinerario de contingencias y limitaciones, salvo en el pecado. "Pasar" con alegría "de este mundo al Padre" (Jn 13,1), es obra de la gracia o vida en Cristo. Nuestra naturaleza, sin la gracia, no llega a esta actitud de apertura al amor. Cuando el corazón se orienta hacia esta limpieza de toda mira egoísta, Dios se deja entrever: "los limpios de corazón verán a Dios" (Mt 5,8). A Dios se le ve y se le conoce más con el corazón que con la cabeza (cfr Jn 14,21). Ver con el corazón significa conocer a Dios amándole.

     La tierra se va convirtiendo en cielo cuando se ama de verdad de Dios, a los hermanos y a la creación entera. Cuando amamos "más" a la tierra, con esta perspectiva salvífica, caminamos hacia la visión de Dios. Desde el principio de la creación, Dios ha confiado al hombre todo el cosmos, porque "vio que todo era bueno" (Gen 1,3). Por el amor, la humanidad y el cosmos pasan a ser "el cielo nuevo y la tierra nueva" (Apoc 21,1). "El amor nunca pasa" (1Cor 13,8).

     Si "la bienaventuranza es el único bien del hombre", según Santo Tomás, es señal de que ya comienza en esta tierra, cuando experimentamos el gozo de recibir dones pasajeros de Dios como monedas para cambiarlos en dones imperecederos. Este trueque de todos los días produce el gozo de la esperanza, porque se confía en Dios y se tiende hacia él. "La esperanza no deja confundido" (Rom 5,5).

     El "descanso" hacia el que caminamos es fruto de una fatiga o trabajo, transformado en el gozo de la donación. Todo trabajo pasajero, convertido en amor, nos comunica el gozo de la cercanía de Cristo que viene: "alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que todo el mundo conozca vuestra bondad. El Señor está cerca" (Fil 4,4). Sólo el encuentro definitivo será descanso verdadero: "dice el Espíritu: descansen de sus fatigas" (Apoc 14,13).

     Por Cristo, centro de la creación y de la historia, hemos descubierto que todo don de Dios es un "sí" de Dios al hombre. Amando esos dones de Dios (en los hermanos y en el cosmos), hacemos de nuestra vida un "sí" como respuesta al "sí" de Dios. "Cuantas promesas hay de Dios, son en él un sí; y por él decimos amén (sí) para gloria de Dios" (2Cor 1,20).

 

3. Sembrar y construir la paz definitiva

     La paz nace en el corazón que encuentra a Dios que es la suma verdad y sumo bien. Este encuentro es un camino hacia el infinito, que se rotura mientras uno avanza paso a paso, entre luces y sombras. El camino queda abierto para otros. Quien va encontrando al Dios de la paz, se hace sembrador y constructor de la paz: "dichosos los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,9).

     Todo momento presente queda salvado por Cristo y se va transformado en vida de un más allá, a condición de que haya sido un momento de donación. Favorecer el progreso, la justicia y la paz, a la luz de las bienaventuranzas y del mandato del amor, equivale a caminar hacia la verdad y la vida definitiva. El "camino" es siempre Cristo, y es él también la meta definitiva (cfr Jn 14,6).

     La "paz", que Cristo comunica en la resurrección (Jn 20,20), es la misma que anuncia el apóstol de Cristo (Mt 10.7). El anuncio auténtico se hace acontecimiento: la paz se construye en los corazones y en la comunidad, cuando hay un "hijo de la paz" (Lc 10,6).

     El cielo se construye en la tierra. Cristo resucitado, presente entre nosotros, nos hace sus colaboradores para "restaurar" o recapitular todas las cosas en él (Ef 1,10). Dios quiere necesitar de nuestras manos para una nueva creación. Así "Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra, donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano" (GS 39; cfr 2Cor 5,2; 2Pe 3,13).

     La palabra divina con que fue creado el cosmos, es ahora, para la nueva creación, el Verbo hecho nuestro hermano, "como lámpara que reluce en lugar oscuro, hasta que luzca el día y el lucero se levante en nuestros corazones" (2Pe 1,19). Llegará un día en que triunfará definitivamente la verdad y el amor, hasta hacer partícipe a toda la humanidad del cuerpo glorificado de Cristo. "Estoy seguro de que Dios, que ha comenzado en vosotros una obra tan buena, la llevará a término para el día en que Cristo Jesús se manifieste" (Fil 1,6).

     Al caminar en el amor, sembramos y construimos la paz, anticipando, como en esbozo, la vida nueva del más allá. Por esto, "la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra... El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección" (GS 39).

     La paz en la comunidad humana se construye sólo desde un corazón unificado y una familia unida, donde se refleje la comunión trinitaria de Dios Amor. La paz la construyen los "hombres nuevos, creadores de una nueva humanidad" (GS 30).

     La misión de la Iglesia consiste en ser signo portador de la presencia de Cristo (Iglesia misterio), que unifica los corazones según el mandato del amor. Entonces la Iglesia aparece como comunión que construye la comunión humana. "Esta comunión, específicamente cristiana, celosamente custodiada, extendida y enriquecida con la ayuda del Señor, es el alma de la vocación de la Iglesia a ser sacramento" (SRS 40).

     La paz anunciada en Belén y comunicada por Cristo al resucitar, es ahora anunciada por la Iglesia que llama a adherirse personalmente a Cristo (conversión), para vivir en él y de él (bautismo). Es la paz mesiánica que Dios ya sembró (al menos en forma de deseo) en el corazón de todos los pueblos, y de la que el antiguo Israel era garante: "he aquí sobre los montes los pies del mensajero  que anuncia la paz" (Nah 2,1).

     El tapiz maravilloso que estamos tejiendo, sólo mostrará su belleza en el más allá. De momento, todo nos parece hilachas, como el desmoronamiento de nuestro cuerpo y el resquebrajamiento de nuestras obras. Pero así "completamos" a Cristo, en su vida, muerte y resurrección (Col 1,24; Ef 1,23). Nuestra vida y nuestra muerte, si se realizan amando, son biografía del "Cristo total". Pasamos y hacemos pasar a toda la humanidad y a toda la creación hacia la glorificación en Cristo, en la medida en que nuestra vida se convierta en donación.

     La donación perfecta a Dios y a los hermanos, sólo será posible en el cielo. En esta tierra realizamos un ensayo que ya es realidad cada vez más perfecta. Nuestra acción en la historia será también efectiva, incluso más efectiva, desde el más allá, cuando nuestro amor no tendrá altibajos ni defectos. El deseo de Santa Teresa de Lisieux, de seguir influyendo sobre este mundo, es algo que pertenece a todo glorificado en Cristo: "quiero pasar el cielo haciendo el bien en la tierra".

     Las "piedras vivas" del templo definitivo (1Pe 2,5) se comienzan a labrar en esta tierra por obra del Espíritu de amor. Para "tener un premio en el cielo" (Mt 19,21), hay que echar por la borda todo lo que no suene a amor, convivencia fraterna y solidaridad.

     La paz de Cristo es la de "un hombre nuevo" (Ef 2,15), que camina "a la verdad por la caridad" (Ef 4,15). En todo período histórico ha habido seres humanos que han marcado un hito en este camino hacia la ciudad definitiva. Casi siempre han sido vidas anónimas, sin pedestal ni galería. Todo lo que nace del amor viene de Dios y se dirige al encuentro definitivo con él. Todo va a desaparecer, menos lo que se haya hecho con amor.

     La Iglesia de Jesús, por su nota característica de "peregrina" ("escatológica"), es sólo un conjunto de signos transparentes y portadores de Jesús. Por esto no se entretiene en los poderes y ventajas pasajeras de este mundo, sino que, "mientras dure este tiempo de la Iglesia, tiene a su cargo la tarea de evangelizar" (EN 16), puesto que es "misionera por su misma naturaleza" (AG 2). La Iglesia peregrina se encuentra "entre la primera venida del Señor y la segunda"; ella sabe muy bien que "antes de que venga el Señor, es necesario predicar el Evangelio a todas las gentes" (AG 9). En el encuentro con el Señor no podemos presentarnos solos ni con las manos vacías.

     Haciéndose cada día más "comunión", la Iglesia es signo de la presencia de Cristo, como "misterio" o "sacramento universal de salvación" (AG 1). Esta realidad constituye su "misión", puesto que entonces se inserta en medio de todos los pueblos, donde Dios ya ha sembrado las "semillas del Verbo" y la "preparación evangélica". Entonces la Iglesia obra como fermento evangélico en medio de las culturas y situaciones humanas, "purificando, elevando y consumando" (AG 9). "De esta manera, la actividad misionera de la Iglesia tiende a la plenitud escatológica" (ibídem), donde se realizará el encuentro definitivo con Cristo.

     Cualquier comunidad eclesial, por pequeña que sea, y cualquier creyente, son una realidad de "comunión" que no tiene fronteras. Cuando el corazón y la comunidad viven de Dios Amor, entonces son el eco de toda la geografía y de toda la historia. Dios quiere llevar a la armonía del amor o "reconciliar todas las cosas en Cristo, pacificando con la sangre de su cruz las cosas de la tierra como las cosas del cielo" (Col 1,20). Así es el evangelio que Cristo ha confiado a sus apóstoles: "el evangelio que ha sido predicado a toda criatura, y cuyo ministro he sido constituido yo, Pablo" (Col 1,23).

 

                       MEDITACION BIBLICA

- En cada hermano se realiza una historia irrepetible de amor en la que todos colaboramos:

     "El que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve" (1Jn 4,20).

     "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos!" (1Jn 3,14).

     "Si amamos a Dios, él permanece con nosotros" (1Jn 4,12).

     "Dios es Amor; el que permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él" (1Jn 4,16).

     "La esperanza no engaña porque Dios, dándonos el Espíritu Santo, ha derramado su amor en nuestros corazones" (Rom 5,5).

 

- La vida es hermosa y gozosa cuando nace del amor, se ilumina con la fe y se apoya en la esperanza:

     "Bienaventurados los que sin ver, creen" (Jn 20,29).

     "La fe es garantía de lo que se espera, anticipación de las cosas que no se ven" (Heb 11,1).

     "Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros" (Rom 8,18).

     "El Señor os retribuirá con su herencia" (Col 3,24).

     "Nuestro exterior va decayendo, lo interior se renueva cada día" (2Cor 4,16).

     "Dios vio que todo era bueno" (Gen 1,3).

     "El amor nunca pasa" (1Cor 13,8).

     "La esperanza no deja confundido" (Rom 5,5).

     "Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que todo el mundo conozca vuestra bondad. El Señor está cerca" (Fil 4,4).

     "Dice el Espíritu: descansen de sus fatigas" (Apoc 14,13).

     "Cuantas promesas hay de Dios, son en él un sí; y por él decimos amén (sí) para gloria de Dios" (2Cor 1,20).

 

- La misión de construir la paz en una nueva humanidad, recapitulando todas las cosas en Cristo:

     "He aquí sobre los montes los pies del mensajero  que anuncia la paz" (Nah 2,1).

     "Tendrás un tesoro en los cielos; ven y sígueme" (Mt 19,21).

     "El evangelio ha sido predicado a toda criatura, cuyo ministro he sido constituido yo, Pablo" (Col 1,23).

     "Ve y haz tú lo mismo" (Lc 10,37).

     "Caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros" (Ef 5,2).

     "Estoy seguro de que Dios, que ha comenzado en vosotros una obra tan buena, la llevará a término para el día en que Cristo Jesús se manifieste" (Fil 1,6).

     "La Palabra... es como lámpara que reluce en lugar oscuro, hasta que luzca el día y el lucero se levante en nuestros corazones" (2Pe 1,19).

     "Reconciliar todas las cosas en Cristo, pacificando con la sangre de su cruz las cosas de la tierra como las cosas del cielo" (Col 1,20).

Lunes, 11 Abril 2022 11:49

V. VEREMOS A DIOS TAL COMO ES

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     V. VEREMOS A DIOS TAL COMO ES

    

     1. Encuentro definitivo

     2. Visión de Dios

     3. Donación total

     Meditación bíblica.

 

1. Encuentro definitivo

     Apenas de habla del cielo o se habla incorrectamente. Dicen que, mal o bien, antes se hablaba más. La imagen del cielo como de un televisor panorámico no sirve de nada. Tampoco sirve la comparación de un museo, de una exposición universal o de un banquete opíparo. Las caricaturas, en este caso, no tienen valor. Nuestro gusto queda estragado por el abuso de los bienes terrenos que, de suyo, deberían ser un pregusto del más allá.

     Por más que imaginemos o inventemos comparaciones para describir el cielo, quedará siempre en pie la afirmación del evangelio de Juan: "a Dios no le ha visto nadie" (Jn 1,18). Pablo dejó constancia de que se trata de "lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni al hombre se le ocurrió pensar" (1Cor 2,9), y de "palabras inefables que el hombre no puede expresar" (2Cor 12,4).

     Sólo a partir de una actitud humilde y auténtica de no saber, no ver, no poder, Dios comienza a manifestarse a sí mismo. Porque no somos nosotros los que conquistamos la visión de Dios, sino que es él quien se nos muestra y comunica: "los limpios de corazón verán a Dios" (Mt 5,8); "los pobres son evangelizados" (Lc 7,22).

     Detrás o "más allá" de cada flor que se marchita está el amor de nuestro Padre que no se desvanece nunca (cfr Mt 6,25-34). Lo que llamamos "cielo" será un encuentro personal, comunitario y pleno con Dios, nuestro "Padre que está en los cielos" (Mt 6,11). Dios está presente y amándonos dentro de cualquier don suyo, desde "su sol" que él nos comunica con amor (Mt 5,45), desde su universo, su tierra, su aire, sus seres vivientes, sus hijos que son nuestros hermanos, como "hijos de un mismo Padre" (ibídem). Todas las cosas, todos los acontecimientos y todos los seres humanos reflejan "su misericordia": "el Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades" (Sal 99,5).

     Si todo ha salido de Dios, en él se encuentra toda la belleza, bondad, felicidad, verdad, saber, poder... Todo, pero de otro modo más profundo y en grado infinito. Dios ha creado al hombre para un encuentro de plenitud. Precisamente por ser la creatura a la que Dios ama por sí misma (GS 24), el hombre puede comenzar a encontrar a Dios en su propio corazón y en ese "más allá" que dejan entender las cosas. "Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino" (GS 14).

     No podemos imaginar cómo será el encuentro pleno con Dios y cómo podremos verle tal como es. Sería un contrasentido y un absurdo que ya supiéramos hablar claramente de lo que todavía no podemos ver (1Cor 2,9).

     Lo más importante de nuestra vida es la actitud relacional con Dios y con los hermanos, que debemos ir adquiriendo. Porque es esa capacidad de relación, que Dios ha sembrado en nosotros, la que nos lleva a la trascendencia, al "cielo". "El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo  y definitivo de dicha" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.1024).

     Hay un fenómeno constante en la historia humana que será siempre un "misterio": las diversas formas de esclavitud y de abuso de los hermanos. Porque este fenómeno, disfrazado con caretas intercambiables, se produce continuamente: dominar, utilizar, marginar, eliminar, intimidar, clasificar para despreciar... El hombre se construye como tal, sólo cuando adopta una actitud relacional de donación, a imagen de Dios Amor. Allí está la semilla del "cielo" como encuentro y visión de quien nos ha amado desde la eternidad. "Por su muerte y resurrección, Jesucristo nos ha abierto el cielo... El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incoporados a él" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.1026).

     Estamos embotados para hablar del cielo, porque no nos abrimos al amor. Por haber sido creados a imagen de Dios, que es Amor, "el hombre no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega de sí mismo a los demás" (GS 24).

     Este encuentro se puede frustrar para siempre. Cristo mismo, que ama a cada uno hasta dar la vida por él y por todos, ha hablado de este posible fracaso como de "fuego inextinguible" (Mc 9,48) y de "tormento eterno" por la "separación" de Dios (Lc 16,26; Mt 25,41-46).

     El ser humano, si no se abre al amor, se destruye a sí mismo, encerrándose en la soledad y frustración. Estos sentimientos (tan frecuentes hoy y traducidos en huida, divorcio, droga, suicidio...), son el subproducto de una sociedad que se cierra al "más allá", construyéndose paulatinamente un absurdo: la pérdida del encuentro con Dios Amor, por no descubrirle y amarle en los hermanos más pobres.

     ¿Cómo podremos hablar del "cielo" a un corazón embotado por la posesión abusiva de bienes que, de suyo, deberían dejar transparentar un amor infinito y misericordioso para toda la humanidad? O construimos la historia amando para poder pasar a la trascendencia y encuentro definitivo con Dios, o caemos en el absurdo de la separación definitiva de él.

     Sólo Cristo nos puede desvelar este misterio, porque "en la misma revelación del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS 22). La parábola del rico epulón y del pobre Lázaro, así como la narración del juicio final (donde nos examinarán de amor), brotaron del mismo corazón de Cristo que había narrado con alegría la conversión y el regreso del hijo pródigo a la casa del Padre. Todo lo hizo el mismo primer Amor.

     Los textos bíblicos nos hablan de visión y donación plena de Dios (1Jn 3,2). Pero esta realidad, tan esperanzadora como inexplicable, incluye un encuentro definitivo que será relación personal profunda y que y se ensaya y comienza ya en esta tierra. La relación personal con Dios es una actitud de sintonía y diálogo, a partir de un encuentro de fe, que tiende a la visión  encuentro. Se busca la unión verdadera, sin imágenes, directa, que sabemos que es posible gracias al mensaje de Jesús (Mt 25,34ss).

     Quien está enamorado de Cristo desea encontrarle en el reino de su Padre, que él quiere compartir con los suyos. Es Cristo mismo quien nos invita a estar con él definitivamente (Jn 14,3). Si el modo de pasar a este encuentro es la "muerte", no obstante prevalece el objetivo deseado: "deseo morir para estar con Cristo" (Fil 1,23). Por esto, "caminamos en la fe, no en la visión; pero confiamos y quisiéramos más partir del cuerpo y morar junto al Señor" (2Cor 5,8).

     Lo que llamamos "cielo", para el cristiano no suena a fantasía ni a alienación, sino a una realidad futura que sólo se construye cambiando el presente en donación. Entonces ya se puede hablar de algo definitivo, a manera de "hogar" (2Cor 5,1), "herencia" (1Pe 1,4), "ciudad futura" (Heb 13,14). El espacio y el tiempo ya no contarán, porque "después de esta vida, Dios mismo será nuestro hogar" (San Agustín). "Vivir en el cielo es 'estar con Cristo' (cf Jn 14,3)... Los elegidos viven en él, aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cfr Apoc 2,17)" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.1025).

     Esta dinámica del encuentro definitivo con Dios, deja bien a las claras que la felicidad del ser humano no puede consistir en la posesión y el uso de las cosas, por buenas y preciosas que sean, sino en la relación de amado y amante con Dios, es decir, en saberse amado infinitamente y poder amar con el mismo amor. "La bienaventuranza consiste en gozar de Ti, para Ti y por Ti, ésta es la felicidad y no otra"... "Allí descansaremos y veremos, veremos y nos amaremos, amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin fin" (San Agustín).

     Al ser humano, especialmente hoy, le preocupa el ser y vivir según su propia identidad. Pero esta realidad profunda y coherente radica en el ser y, sólo a partir del ser, pasa necesariamente a un obrar de donación de sí mismo. Esta identidad, vivida plenamente, sólo será posible en el encuentro definitivo con Dios. Para el cristiano, "entrar en el descanso" (Heb 4,10) equivale a haberse gastado por amar como Cristo (2Cor 12,15)) y por hacerle amar.

     La invitación e iniciativa para este encuentro vienen del Señor: "estoy a la puerta y llamo; si alguno me abre, cenaré con él y él conmigo" (Apoc 3,20). Es siempre Cristo quien invita a un "seguimiento" especial, que se convierte en "canto nuevo" (Apoc 14,3-4). En el "más allá", es decir, en el "cielo", es Cristo quien nos espera para compartir plenamente con nosotros su misma glorificación en cuerpo y espíritu, como "alguien sentado en el trono" (Apoc 4,2).

     Puesto que "somos hijos", por participación en la misma filiación de Cristo, somos "herederos de Dios". Por esto seremos "glorificados con él". Para llegar a esta meta, hay que "compartir los padecimientos" y el amor de Cristo ya en esta tierra (Rom 8,15-17). Esta actitud filial es la "fe digna de alabanza, gloria y honor en la venida de Jesucristo" (1Pe 1,7).

     Este encuentro definitivo, hacia el que caminamos, será inagotable en la visión y donación de Dios que es infinito, como amor siempre nuevo y lleno de vitalidad. La Palabra personal de Dios, el Verbo encarnado, que Dios ha comenzado a pronunciar para nosotros, está penetrando en nuestro ser, purificándolo, iluminándolo y transformándolo en el suyo. Este proceso de contemplación, perfección y misión, desembocará en el encuentro vivencial de la visión y unión plena y definitiva.

 

2. Visión de Dios

     Lo más característico del cielo, tal como se describe en los textos bíblicos, es la visión de Dios. Pero es la visión del ser amado, que incluye profunda relación personal y donación mutua y total. Es la visión de Dios Amor. "Le veremos tal como es" (1Jn 3,2); "le veremos cara a cara... como Dios mismo me conoce" (1Cor 13,12).

     Cuando decimos "ver", no queremos decir que se trata de una visión curiosa o estática, como quien contempla un panorama. Es el ver de un conocimiento profundo, relacional, como en familia, que, por tanto, incluye el amar, darse y ser feliz con el intercambio total de las personas amadas. Es entrar de verdad en la "unidad" amorosa y en la "gloria" o realidad profunda de Dios Amor. Es "ver" amando y poseyendo la "gloria" del mismo Cristo como Hijo de Dios (cfr Jn 17,24).

     Ya en esta tierra se comenzó a "ver su gloria" en la humanidad de Jesús (Jn 1,14). Pero este inicio de fe va pasando a ser plenitud de visión y relación en la "vida eterna". "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo" (Jn 17,3). Este "lugar" de visión y encuentro es el que nos ha preparado Jesús (Jn 14,2-3), para conocer amando a Dios, participando de su mismo conocimiento y amor sin estorbos ni esperas.

     El hombre ha sido creado para la "gloria" de Dios, para ser "alabanza (expresión) de su gloria" (Ef 1,6). La misma vida humana se va haciendo transparencia de Dios Amor, para llegar un día a la visión y transformación verdadera. "La gloria de Dios es el hombre viviente; la vida del hombre es la visión de Dios" (San Ireneo).

     En nuestra vida mortal puede haber un destello o anticipo de esta visión. Pero aún entonces no hay palabras ni conceptos capaces de expresar esta experiencia. Es la gracia que describe San Pablo: "fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede repetir" (2Cor 12,4).

     Esta visión relacional que nos espera, es la consecuencia y herencia del hecho de participar en la filiación divina de Jesús. "Ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es" (1Jn 3,2).

     A Dios le vemos o le podemos ver cada día en sus creaturas y, de modo especial, en los hermanos y en nuestro corazón. Pero este conocer y ver es "como en espejo" (1Cor 13,12). En cambio, "luego le veremos cara a cara" (ibídem), como comunicándonos el conocimiento y amor del mismo Dios.

     San Agustín, en las Confesiones, hablando con Dios, cuenta su conversación con su madre Santa Mónica en el puerto de Ostia: "nos preguntábamos ante la verdad presente, que eres Tú, cómo sería la vida eterna de los santos, aquella que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar. Y abríamos la boca de nuestro corazón, ávidos de las corrientes de tu fuente, la fuente de la vida que hay en Ti".

     Es todo nuestro ser el que verá y amará a Dios. Nuestra misma naturaleza, de cuerpo y espíritu, sin dejar de ser ella, será transformada y capacitada para la visión de Dios: "desde mi carne yo veré a Dios; yo le veré, veranle mis ojos, y no otros" (Job 19,26-27).

     Esta visión amorosa y transformante, visión beatífica, será posible gracias a la luz divina que el Señor nos comunicará elevando nuestra capacidad. Es en la misma luz de Dios que le veremos a él tal como es: "en tu luz veremos la luz" (Sal 35,10). Es luz que nos vendrá de Jesús, porque en el cielo "su lámpara es el Cordero" (Apoc 21,23) y "la gloria de Dios reverbera en la faz de Cristo" (2Cor 4,6).

     Los bienaventurados verán el rostro de Dios directamente, sin espejos ni mensajeros: "verán su rostro" (Apoc 22.4). El "rostro" significa el mismo ser de Dios, no su reflejo o "espalda" (Ex 33,23). Conoceremos a Dios con el mismo conocimiento con que él nos conoce: "entonces comprenderé como yo mismo soy conocido por Dios" (1Cor 13,12).

     Querer comprender ya ahora lo que sólo comprenderemos después, es como un círculo vicioso. La fe y la esperanza nos ayudan a fiarnos de las palabras y promesas de Dios. Ahora hablamos de lo que "ni ojo vio, ni oído oyó" en esta tierra (1Cor 2,9). Pero entonces, en el más allá, se nos comunicará el "Espíritu Santo", el cual nos hará capaces de "penetrar en lo más profundo de Dios" (1Cor 2,10).

     "A causa de su trascendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando el mismo abre su misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia 'visión beatífica'" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.1028).

     La predicación de la Iglesia y la reflexión teológica han calificado la visión de Dios en el cielo como visión "clara" (sin sombras), intuitiva (como de mirada profunda de amor), inmediata (sin intermediarios ni "especies"). Será el mismo ser de Dios, su luz divina, que nos iluminará. Los santos agradecían a Dios el cielo futuro ya desde esta tierra: "a tanto llegó tu bondad, que quieres que nuestra gloria no consista principalmente en cosa criada..., sino en ver aquella cara llena de gracias, en ver aquella hermosura infinita que, cuando enhorabuena estemos allá, quitará el velo delante de si para que lo veamos presente, no por alguna especie criada, sino por sí mismo" (San Juan de Avila).

     Dios mismo, ya en esta tierra, por medio de Jesús su Hijo, nos ha comenzado a mostrar su ser y su vida: el Padre se expresa a sí mismo eternamente en el Verbo (su Palabra personal, su Hijo) (cfr Jn 1,1-18); el amor mutuo entre el Padre y el Hijo se expresa en el Espíritu Santo (cfr Jn 15,26). La "generación" del Verbo (por parte del Padre) y la "espiración" del Espíritu (por parte del Padre y del Hijo), constituyen la misma vida de Dios Amor. Dios no es una idea abstracta ni una cosa como un primer motor. Su vida es la máxima unidad y felicidad, por ser sólo donación, relación personal mutua, mirada amorosa e infinita... Este misterio, que ahora sólo "balbuceamos" como niños (1Cor 13,11), un día será visión y comunicación plena. Nos cuesta entender esto y entusiasmarnos por ello, porque todavía no vivimos sólo de amor.

     Al comunicársenos Dios por la creación, revelación y redención, nos ha herido de amor. No nos puede dejar en esta situación de ansiedad por ver su rostro o su realidad plena. Si uno vive con coherencia lo que Dios nos ha dicho en Cristo su Hijo, no puede menos de aspirar a la visión y encuentro definitivo: "descubre tu presencia, y máteme tu vista y hermosura; mira que la dolencia de amor, que no se cura, sino con la presencia y la figura" (San Juan de la Cruz).

     Nuestro egoísmo camuflado nos hace pensar principalmente en cómo podremos ser felices al dejar la vida y los bienes de esta tierra. No sabemos compartir con los hermanos los dones creados y los dones de la fe. Entonces hasta nos imaginamos el cielo como si fuera la tierra simplemente mejorada, y sólo para nosotros. Pero la felicidad nace sólo del amor. Dios es Amor y Verdad. En él está toda la belleza, bondad, verdad, fuerza, bienestar...; pero de otro modo y en grado sumo. Nuestra felicidad consistirá en gozarnos de que él sea así; entonces él nos comunicará toda su felicidad infinita. Los santos lo han expresado de un modo tan sencillo, que hasta lo puede comprender un niño, si es todavía niño: "me bastará para ser feliz, ver a Dios feliz" (Santa Teresa de Lisieux). Pero para gustar esto, hay que abrirse más a todos los hermanos de todos los pueblos; porque todos han sido creados y redimidos para esta felicidad. Sin "pregustar" este cielo, será difícil que contagiemos de evangelio a los que todavía no conocen a Cristo.

     Caminamos hacia esta visión clara de Dios. No entendemos porque todavía no hemos llegado a esta donación plena. Pero ya vislumbramos la visión porque él se nos ha comenzado a "revelar" por resquicios y, de modo especial, por medio de su Hijo, que es "su esplendor" personal (Heb 1,3) e "imagen invisible" (Col 1,15).

     Si, por hipótesis, en este momento llegara el encuentro directo con Dios Amor, tal vez nos sentiríamos avergonzados, porque no le amamos perfectamente con todo el corazón. Para llegar a ver a Dios, no basta con "comprender", hay que "purificarse" (en esta vida o en la otra) para amarle con el mismo amor con que él nos ama. Cuando nuestro corazón ame con éste amor, entonces veremos a Dios tal como es. "Dios es Amor... él nos ha amado primero... hemos conocido el amor y hemos creído en él; el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,7-16).

 

3. Donación total

     El "cielo", por ser encuentro definitivo con Dios Amor, no es sólo relación y visión, sino también donación total y mutua, por parte de Dios y por parte nuestra. Nuestro ser, sin perder su identidad, pasará a transformarse plenamente por la inserción en la misma vida de Dios. Relación, visión y donación (o posesión mutua) no podrán ya separarse. "La promesa de ver a Dios supera toda felicidad. En la Escritura, ver es poseer. El que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir" (San Gregorio de Nisa).

     La plenitud del ser humano y su felicidad perfecta consistirá en la participación plena y para siempre de la vida trinitaria de Dios Amor. Será la "vida eterna" anunciada y comunicada por Jesús, en su expresión definitiva: "Dios nos ha dado la vida eterna... en su Hijo" (1Jn 5,13; cfr Jn 6,47; 17,3).

     Ya desde ahora "hemos recibido el Espíritu que procede de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido" (1Cor 2,12). Es ese mismo Espíritu de amor el que nos garantiza que podremos entrar en las "profundidades" o intimidad de Dios (1Cor 2,10; 1Jn 4,13).

     Dios se nos dará del todo sólo en el más allá, en cuanto que nos hará semejantes a él, como partícipes de su misma vida. Ello será una consecuencia de nuestra participación en la filiación divina de Cristo. "Ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es" (1Jn 3,2). Así será nuestra "herencia" de hijos de Dios (Rom 8,17).

     Nuestra participación en la vida trinitaria de Dios Amor es pura donación suya. En el encuentro definitivo, viviremos y contemplaremos cómo el Padre engendra eternamente al Hijo en el amor del Espíritu Santo. Nosotros seremos partícipes de esa misma vida divina, en cuanto que el Padre nos engendra en el Hijo, como "hijos en el Hijo" (cfr Ef 1,5), y, con el Hijo, nos comunica la misma vida del Espíritu. Experimentaremos en nosotros la misma mirada amorosa de Dios: "tú eres mi Hijo amado, en quien me complazco" (Lc 3,22; Heb 1,5). Será el fruto final de nuestro bautismo, como "inserción" en el misterio de Cristo (Roma 6,5) y como "complemento" suyo (Ef 1,23). Por esto los bautizados están llamados a ser santos y apóstoles, para comenzar a vivir esta realidad y anunciarla y comunicarla a todos los pueblos.

     La donación que Dios nos hará de sí mismo, como encuentro, visión y participación plena en su misma vida, será para nosotros una nueva vida, que ya comenzó en el bautismo y que será plenitud en el más allá: "por Cristo, podemos acercarnos al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,19). Por medio de Jesús, nuestra vida quedará definitivamente orientada en el Espíritu Santo, al Padre. Participaremos en la donación de cada persona divina a los demás y entraremos en esa máxima unidad vital y comunión de Dios Amor, como quien entra en su propio hogar y familia (cfr Jn 17,21-24).

     El Espíritu Santo, que Dios, ya en esta tierra, "ha derramado en nuestros corazones" (Rom 5,5), nos hará capaces de ver a Dios y de participar en su mirada amorosa y transformante. El proceso comenzado llegará a su perfección. "A cara descubierta, reflejamos como en espejo la gloria del Señor, y nos transformamos en la misma imagen, de gloria en gloria, movidos por el Espíritu del Señor" (2Cor 3,18).

     Es todo nuestro ser, en la unidad integral de cuerpo y espíritu, el que participará de esta plena donación de Dios. Ya desde ahora somos "ciudadanos de los santos" (Ef 2,19), pero sólo después viviremos en la nueva ciudad, la Jerusalén celeste, cuando "Jesucristo transformará nuestro pobre cuerpo en un cuerpo glorioso semejante al suyo" (Fil 3,21). Jesús resucitado, que está a la derecha del Padre, es causa y modelo de nuestra plenitud y perfección final.

     Podremos participar, como componentes del mismo hogar y familia, en el diálogo de amor entre el Padre y el Hijo, y sondear con el Espíritu "las profundidades de Dios" (1Cor 2,10). Nuestro ritmo de vida será el mismo de Dios, puesto que, para los bienaventurados, "Dios mismo es la vida" (San Agustín).

     Nuestra vida definitiva será ya eternidad imperecedera. No será algo estático, sino "la posesión simultánea y perfecta de una vida que no acaba" (Boecio). Sólo conviviendo con Dios, es posible esa "vida eterna", como complemento de la promesa de Cristo, que es "la resurrección y la vida" (Jn 11,25).

     La actitud egoísta, que manifestamos frecuentemente, se hace evidente también en el modo de concebir el cielo, como si la felicidad fuera algo individualista. Por esto no acertamos en nuestras explicaciones sobre el más allá, e incluso aburrimos a los que nos escuchan. Pero si en Dios Amor todo es donación, nuestro cielo de visión beatífica será en comunión de hermanos, como miembros de una misma Iglesia que es esencialmente comunitaria, sin dejar de ser cada persona irrepetible. "No es satisfactoria la posesión de un bien, si se disfruta de él a solas" (San Buenaventura). Por esto, "la gloria es el gozo de la comunidad fraterna" (San Beda).

     El cielo, por ser donación total de Dios y entre Dios y los bienaventurados, no tiene que ver nada con lo estático y el aburrimiento. Allí, o mejor, entonces, podremos amar y ser amados plenamente en Dios. "Amar al Amor crea un círculo vital, de suerte que el amor ya no puede apagarse" (San Bernardo).

     Entonces "Dios será todo en todos" (1Cor 15,28). Sólo cuando los corazones se abran al amor, llegarán al encuentro, a la visión y a la donación plena de Dios Amor. Mientras tanto, el Espíritu Santo siembra en todos los corazones y en todas las culturas y los pueblos, esa "semilla" evangélica del Verbo que está llamada a "madurar en Cristo" (RMi 28; cfr LG 17; AG 3, 15).

     La tarea más hermosa del ser humano en esta vida, es la de realizarse según estos proyectos maravillosos que no tienen fronteras ni en la entrega ni en la misión. Los santos, que han vivido más cerca de este ideal, han gastado la vida para que todos los hermanos se abran al Amor. "Que todos te conozcan y te amen" (Inés Teresa Arias). Este deseo y compromiso misionero en el presente, es la mejor escuela para ensayar la visión y la donación de Dios en el más allá.

 

                       MEDITACION BIBLICA

-    Preparamos el encuentro definitivo, personal y comunitario con Dios

     "Deseo morir para estar con Cristo" (Fil 1,23).

     "Caminamos en la fe, no en la visión; pero confiamos y quisiéramos más partir del cuerpo y morar junto al Señor" (2Cor 5,8).

     "Estoy a la puerta y llamo; si alguno me abre, cenaré con él y él conmigo" (Apoc 3,20).

     "Fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede repetir" (2Cor 12,4).

 

- Caminamos hacia la visión de Dios tal como es

     "Le veremos cara a cara... Entonces conoceré como Dios mismo me conoce" (1Cor 13,12).

     "Ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es" (1Jn 3,2).

     "Desde mi carne yo veré a Dios; yo le veré, veranle mis ojos, y no otros" (Job 19,26-27).

     "La gloria de Dios reverbera en la faz de Cristo" (2Cor 4,6).

     "Verán su rostro" (Apoc 22.4).

 

- El encuentro y visión será donación mutua y total

     "Dios es Amor... él nos ha amado primero... hemos conocido el amor y hemos creído en él; el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,7-16).

     "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo" (Jn 17,3).

     "Dios nos ha dado la vida eterna... en su Hijo" (1Jn 5,13; cfr Jn 6,47; 17,3).

     "Y si somos hijos, también somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que, si ahora padecemos con él, seremos también glorificados con él" (Rom 8,17).

     "Jesucristo transformará nuestro pobre cuerpo en un cuerpo glorioso semejante al suyo" (Fil 3,21).

     "Por Cristo, podemos acercarnos al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,19).

     "A cara descubierta, reflejamos como en espejo la gloria del Señor, y nos transformamos en la misma imagen, de gloria en gloria, movidos por el Espíritu del Señor" (2Cor 3,18).

     "Dios será todo en todos" (1Cor 15,28).

Lunes, 11 Abril 2022 11:49

IV. HACIA UNA TIERRA Y UNA HUMANIDAD NUEVA

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     IV. HACIA UNA TIERRA Y UNA HUMANIDAD  NUEVA

 

     1. La verdad en el amor

     2. La historia solidaria de cada hermano y de cada pueblo

     3. La utopía cristiana de la esperanza

     Meditación bíblica.

 

     1. La verdad en el amor

     El cosmos, con toda su vitalidad estremecedora, empezó en un latido del corazón de Dios, es decir, con su palabra amorosa. Así fueron hechos cielo y tierra. "Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos" (Sal 32,6).

     Aquello fue sólo un inicio de algo maravilloso que Dios quiere completar con nuestras manos puestas en las suyas. Los horizontes se abren al infinito cuando el hombre se hace libre para amar.

     Lo que procede de Dios nace de su amor y sólo se puede perfeccionar con un programa de donación generosa. Personas y cosas expresan su verdad más honda cuando trasparentan la realidad de Dios, suma verdad y sumo bien. Dios nos ha hecho libres, "a su imagen" (Gen 1,26-27), para que nos realicemos amando.

     La verdad de nuestro ser, de nuestra historia y de todo el universo, se construye en el amor. La verdad "nos hace libres" (Jn 8,32) cuando "caminamos en el amor" (Ef 5,2). "El hombre recibe de Dios su dignidad esencial y, con ella, la capacidad de trascender todo ordenamiento de la sociedad hacia la verdad y el bien" (CA 38). "Según la fe cristiana y la doctrina de la Iglesia, solamente la libertad que se somete a la verdad conduce a la persona humana a su verdadero bien. El bien de la persona consiste en estar en la verdad y en realizar la verdad" (VS 84).

     Comenzamos a ver a Dios en los hermanos, en los acontecimientos y en las cosas, cuando nuestro corazón se abre a la verdad del amor. Todo habla de Dios, verdad y bien, cuando se vive en sintonía de autenticidad y donación. La vida es hermosa cuando se convierte en ensayo de la visión y del encuentro definitivo con Dios, que es inicio de las semillas de verdad y de amor que él mismo ha sembrado en nuestro existir. Entonces "Dios será todo en todos" (1Cor 15,28). Mientras tanto, el hombre tiene la tarea de "construir la verdad por medio de la caridad" (Ef 4,15).

     No ha existido ni existirá nunca un hermano que no busque la verdad y el bien. Pero la debilidad, la oscuridad y, a veces, el desorden y la maldad del corazón, llegan a confundir la verdad con el error, y el bien con el mal. Cuando un corazón se cierra al amor, se obnubila la verdad. Entonces uno busca lo que cree ser su bien, atropella a los hermanos y se embota a sí mismo. Sólo Jesús, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6), "conoce lo que hay en el hombre" (Jn 2,25) y puede redimir al hombre abriéndole nuevamente a la luz y al amor. Es él quien "siembra la buena semilla", para que "los justos resplandezcan como el sol en el Reino de su Padre" (Mt 13,37-43).

     Quien ha encontrado a Cristo siente el deseo ardiente de "estar" con él de modo definitivo (Fil 1,23). Mientras tanto, la vida se hace tarea de construir ese mundo nuevo que Cristo nos "prepara" con nuestra colaboración (cfr. Jn 14,2-3). Para llegar a "ver la gloria" de Cristo (Jn 17,24), hay que construir el corazón y la convivencia humana según la verdad y el amor de la "comunión" de Dios.

     En Dios se encuentra la máxima unidad, porque cada persona, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es una relación pura y una donación plena, una mirada eterna y amorosa hacia la otra. La verdad de cada persona divina se resuelve en el amor de donación plena. De esa unidad nació el ser humano y a esta unidad debe volver. La vida en el tiempo es un proceso de construcción de esa unidad amorosa que expresa la verdad de Dios Amor: "que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean uno en nosotros... Yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno como nosotros somos uno" (Jn 17,21.23).

     Llegar a ser "expresión" (gloria) de Dios Amor (Ef 1,4), es un proceso de relación, unión, imitación y transformación en Cristo, como "hijos en el Hijo" (Ef 1,5). El rostro del primer hombre tuvo los rasgos muy claros de la fisonomía de Dios. Hay que volver a este rostro original que, ahora en Cristo, en más resplandeciente, como "esplendor de la gloria" del Padre (Heb 1,3). En la medida en que cada uno se transforme en expresión de Cristo, que es "la verdad y la vida", en esa misma medida le encuentra como consorte, hermano y "camino", en la propia existencia y en la de los demás.

     En cada ser humano hay huellas imborrables de Dios y rasgos inconfundibles de Cristo crucificado y resucitado. Esas huellas y esos rasgos se hacen transparencia del Señor, si encuentran sintonía de verdad y de amor en los hermanos. Frecuentemente somos sólo cuerpos opacos, quistes cerrados, que se entrecruzan como en diálogo de sordos, o como sonámbulos que caminan a tientas porque no quieren despertar. Cuando uno decide "perderse" en el amor, se abre espontáneamente a un mundo maravilloso de hermanos y de seres que buscan "luz y vida" (Jn 1,4).

     Para que muchos hermanos encuentren a Cristo y para que nosotros tengamos esta misma suerte, es necesario echar por la borda toda la "basura" (Fil 3,8). La regla evangélica de "perder la vida" (Mt 10,39) se convierte en la mejor ganancia. No basta con dejar por Cristo todas las cosas; es imprescindible dejarse a sí mismo. El amor brota como "fuente" y "Espíritu" de vida, cuando se reconoce la "verdad" del propio ser y de la creación entera: "adorar al Padre en espíritu y en verdad" (Jn 4,23).

     Las cosas y los rostros se resisten a dejar entrever la realidad divina grabada en su ser más hondo, cuando encuentran en nosotros esas falsas autodefensas, conveniencias y preferencias egoístas. Para que todo quede orientado o "recapitulado en Cristo" (Ef 1,10), es necesario un proceso de actitud filial, que construya la familia humana como familia de hermanos. Sólo así se llegará con éxito a la "regeneración" de los hijos de Dios (Mt 19,28). Mientras tanto, caminamos "a tientas".

     En el "nuevo cielo" y "nueva tierra" (Apoc 21,1; Is 65,17), "reinará la justicia" (2Pe 3,13). Será un don de Dios, como fruto de la redención de Cristo. Pero los dones divinos requieren aceptación libre y amor de retorno. Dios no destruirá nada de lo que ha creado, sino que lo transformará; pero todo lo demás que no ha nacido del amor y de la verdad, se esfumará como una pesadilla "al despuntar la nueva jornada" (2Pe 1,19).

     La novedad evangélica es la verdad eterna de Dios Amor, manifestada, comunicada y prolongada en el tiempo. "Hago nuevas todas las cosas" (Apoc 21,5). La "venida de nuestro Señor Jesucristo", verdad y vida, ya acontece todos los días, salvando nuestro ser de lo pasajero y fugaz, para hacerlo pasar a una realidad "incorruptible" en el amor. "Que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, se conserve irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1Tes 5,23). Un día esta venida será definitiva y decisiva.

     Pensar que el tiempo final está lejano o que será sólo para otros, es tan equivocado como temer un cataclismo apocalíptico a la vuelta de la esquina o a la llegada de un nuevo milenio. Cristo ya viene todos los días, para transformar en vida eterna nuestro presente vivido en la verdad y en el amor. "Vengo pronto" (Apoc 3,11); "estoy a la puerta y llamo; si alguno me abre, cenaré con él y él conmigo" (Apoc 3,20); "estoy a punto de llegar" (Apoc 22,12).

     Por el anuncio y la vivencia de la verdad y del amor en comunión con Cristo, preparamos el encuentro final de toda la humanidad con él. Ese "juicio final", que será examen de amor, estimula a todo creyente y a todo apóstol a "preparar los caminos del Señor" (Lc 1,76), para recibir, ya desde ahora, a quien es "luz para iluminar a las naciones" (Lc 2,32).

 

2. La historia solidaria de cada hermano y de cada pueblo

     El camino hacia el "más allá", hacia el "cielo nuevo y tierra nueva", es una ruta solidaria de hermanos y de pueblos. La plenitud a que aspiramos es obra de todos. Sólo llegará a buen término lo que nazca del amor de comunión entre hijos del mismo Padre.

     La plenitud de la persona humana, el progreso auténtico de los pueblos y la perfección del cosmos, se van construyendo como respuesta personal y comunitaria a la iniciativa de Dios Creador. No es una evolución natural, sino una consumación del amor divino en nosotros, manifestado y comunicado por Cristo, "el primero entre muchos hermanos" (Rom 8,29).

     Este cambio profundo hacia el que caminamos es obra conjunta de Dios y del hombre, a modo de segunda creación, fruto de la redención de Cristo. "El universo será restaurado" (Santo Tomás), no aniquilado. El avance hacia esta restauración final está jalonado de innumerables gestos de amor y de solidaridad, casi siempre desconocidos por la publicidad. Lo demás es hojarasca de un "mundo" caduco, que "pasa" (1Cor 7,31). "La figura pasa, pero no la naturaleza" (San Agustín) ni lo que se construya compartiendo el caminar de los hermanos.

     Dios está presente en nuestra historia. Un día esta presencia será visión y donación. Ahora caminamos hacia esa definitiva "morada de Dios entre los hombres" (Apoc 21,3), cuando él hará de la familia humana su hogar o casa solariega para siempre.

     Los bienes que se poseen y usan en una caminata, son bienes pasajeros. A veces se pierden o los roban antes de llegar a la meta. Caminamos con la convicción de que "nos espera una fortuna mayor y más permanente" (Heb 10,34). Este caminar nos recuerda que "somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesús" (Fil 3,20). Por esto, "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro" (Heb 13,14).

     Los bienes pasajeros pasan a ser prenda de vida eterna cuando se comparten solidariamente. Así como en los dones de Dios lo más importante es que él se da a sí mismo, de modo semejante lo esencial de los bienes terrenos es que se "negocian" para producir convivencia de hermanos. El que da más es el que da "desde su pobreza" (Lc 21,4). Lo que no se convierte en donación queda "apolillado" y "corroído" (Mt 6,19).

     La cerrazón individualista se convierte frecuentemente en egoísmo colectivo del propio grupo. El mismo orín, que corroe los corazones, corroe también los pueblos en ansias de poseer y dominar (Mc 10,42). Toda violencia, tanto de tipo individual como colectivo, engendra nuevas violencias de la misma intensidad. La "paz" nunca es duradera cuando se basa en el bienestar de unos pocos. Apreciar sólo lo que es útil y agradable para nosotros, es la fuente de todas las discordias. El mensaje evangélico de "paz a los hombres de buena voluntad", se basa en la apertura del corazón y de la comunidad a la "gloria" o planes salvíficos de Dios (cfr. Lc 2,14). Lo que no refleja el amor o comunión trinitaria, produce violencia y va a desaparecer como caduco.

     El espacio y el tiempo, sin apertura al más allá, atrofian la vida del hombre, convirtiéndole en un tirano de la creación y en un mercader de esclavos. Las esclavitudes que se producen durante la historia no desaparecen, sino que cambian de disfraz. "Si no existe una verdad trascendente, con cuya obediencia el hombre conquista su plena identidad, tampoco existe ningún principio que garantice relaciones justas entre los hombres" (CA 44).

     Aprender a leer la presencia de Dios en la vida y en la historia, es la fuente de la convivencia humana en la solidaridad y en el respeto a la creación. Cuando el corazón se cierra a Dios, origina la cerrazón a los demás. "En vez de desempeñar el papel de colaborador en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y, con ello, provoca la rebelión de la naturaleza, más bien tiranizada que gobernada" (CA 37).

     Cuando se pierde el sentido de admiración y de escucha, es que el hombre se ha cerrado a la presencia amorosa de Dios. Entonces nace la duda sobre el sentido de la vida, y cada uno intenta sobrevivir prescindiendo de los hermanos o atropellándolos como si fueran una cosa útil. "Esto demuestra, sobre todo, mezquindad o estrechez de miras del hombre, animado por el deseo de poseer las cosas en vez de relacionarlas con la verdad, y falto de aquella actitud desinteresada, gratuita, estética, que nace del asombro por el ser y por la belleza, que permite leer en las cosas visibles el mensaje de Dios invisible que la ha creado" (CA 37).

     En teoría, el hecho de desprenderse de las cosas y de sí mismo produce pobreza y desmantelamiento. En realidad, el ser humano se realiza dando y dándose, precisamente por la impronta e imagen de Dios Amor que está impresa en el fondo de su ser. "Esta semejanza demuestra que el hombre, única creatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24). Los instintos llevan a la cerrazón consumista, a modo de suicidio y de atrofia. "Es mediante la propia donación libre como el hombre se realiza auténticamente a sí mismo, y esta donación es posible gracias a la esencial capacidad de trascendencia de la persona humana" (CA 41).

     En la creación hay todavía muchos "misterios" que escapan a la investigación humana. El ser humano será siempre un misterio insondable, precisamente por su capacidad de trascenderse. Cuando los hombres y los pueblos se cierran en su egoísmo, entonces se origina el absurdo. "Misterio" significa un amor escondido que se va descubriendo. "Absurdo" equivale a caos y destrucción. El hombre, "en cuanto persona, puede darse a otra persona o a otras personas y, por último, a Dios, que es el autor de su ser y el único que puede acoger plenamente su donación. Se aliena el hombre que rechaza trascenderse a sí mismo, y vivir la experiencia de la autodonación y de la formación de una auténtica comunidad humana, orientada a su destino último que es Dios" (CA 41).

     Cada persona y la humanidad entera, o se realizan en la "comunión" de solidaridad, o se destruyen y alienan, creando focos de violencia solapada, que van explotando cuando la resistencia llega a su límite. A la larga, el corazón humano no aguanta ni la masificación de las personas, ni el individualismo personalista que margina a los demás. Esos ateísmos son tan mortíferos como caducos. Hay que dar paso a la utopía de la comunión. "Se percibe, a la luz de la fe, un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra 'comunión'" (SRS 40).

     El "misterio" de la comunión es don de Dios. Precisamente por ello, se realiza en la historia con la colaboración libre del hombre. La unidad amorosa de Dios se refleja en el corazón humano por el mandamiento nuevo del amor (cfr. Jn 13,34-35; 17,21-23).

 

3. La utopía cristiana de la esperanza

     La superficie de las cosas y de la historia no siempre deja entrever la profundidad del misterio del hombre. Las cosas y acontecimientos que parecen más lógicos, no siempre son los más auténticos. Doblegarse ante la eficacia, el éxito y la demostración "lógica", puede llegar a ser una idolatría y una alienación. La "utopía" es una actitud positiva que permite ver más allá de los parámetros que nosotros nos hemos fabricado. Es verdad que puede haber una utopía falsa, a modo de espejismo en el desierto. Pero lo importante es acertar en el camino que cruza toda la historia humana. El hombre y la sociedad que viven sin utopía, se hunden.

     La "utopía" o ideal que propone el evangelio es la actitud de esperanza. Siempre se puede hacer lo mejor: amar. Todo es hermoso cuando se afronta la realidad como semilla de otro Reino, "donde reinará la justicia" y el amor (cfr 2Pe 3,13). Ahí no hay lugar para desesperación, la agresividad o violencia y la huida. La realidad con la que nos topamos diariamente es una programación que se lleva a efecto amando. Este es el programa del sermón de la montaña: "amad..., haced el bien... como vuestro Padre" (Mt 5,44-48).

     Alguien dijo que las bienaventuranzas seguirían siendo maravillosas aunque Cristo no hubiera existido... Pero esa afirmación es una utopía falaz. Las bienaventuranzas son la misma vida de Jesús, que "pasó haciendo el bien" (Mt 10,38). El evangelio vale porque son gestos de la vida de Jesús de Nazaret, el HIjo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, "el Salvador del mundo" (Jn 4,42; 1Jn 4, 14). Cuando Cristo está ausente, las mejores utopías se convierten en atropello de seres humanos.

     Algunos tienden, aparentemente, a sumar para perfeccionar. Están de moda los "sincretismos", que son más engañosos que las sectas fanáticas. Se dice que sumando todos los mejores programas de progreso y todos los "credos" religiosos, se podría construir el mejor sistema social y la mejor religión, como algo común a todos. Pero lo que no nace del amor no suma, sino que destruye los auténticos valores y absolutiza el error, relativizando la verdad. Jesús "no ha venido a destruir, sino a completar" o perfeccionar (Mt 5,17). La suma auténtica de programas, culturas y religiones será el desarrollo armónico de todas las "semillas del Verbo", hasta llegar a la "madurez en Cristo" (RMi 28).

     El cristianismo no propone una opción técnica, sino que valora y dinamiza todas las opciones que llevan a la "libertad del Espíritu" (2Cor 3,17), basada en la verdad y el amor. Las realidades terrenas (científicas, culturales, políticas, económicas, sociales...) conservan su autonomía, siempre que no cierren la puerta a la trascendencia de Dios Amor y del misterio de la vida y dignidad humana.

     La esperanza es actitud de confianza y tensión o dinamismo hacia un objetivo de plenitud en Cristo. Por una parte, es una seguridad de conseguir la meta: "esperamos lo que no vemos" (Rom 8,25). Por otra parte, es una tensión vital y comprometida hacia el encuentro: "ven, Señor Jesús" (Apoc 22,20). Mientras tanto, hacemos de la vida una "eucaristía", transformando la humanidad en Cuerpo Místico del Señor y construyendo una "nueva tierra". Así anunciamos el mensaje evangélico y, de modo especial, "anunciamos la muerte del Señor, hasta que vuelva" (1Cor 11,26).

     Nuestra seguridad no es ilusoria, porque nos apoyamos en la fuerza de Cristo resucitado presente. El "salir al encuentro" del Señor que viene (Mt 25,6) significa preparar las personas y las cosas orientándolas hacia el amor y la verdad. La misión tiene esta dinámica "escatológica" de encuentro final con Cristo y de plenitud por parte de toda la humanidad.

     Todo la Iglesia está llamada hacerse transparencia esperanzadora de la vida de Cristo, como "mujer vestida de sol" (Apoc 12,1). La comunidad eclesial, en esta transformación esperanzadora, mira a María como a su figura acabada, que "precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios, como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor" (LG 68; cfr 2Pe 3,10).

     El futuro definitivo de este mundo no será fruto de una evolución ni un simple perfeccionamiento, sino un cambio radical por la fuerza de la resurrección de Cristo, que salvará la naturaleza de las cosas y a todos los hombres que se hayan abierto al amor, haciendo pasar todo a una participación plena en su glorificación de Hijo de Dios hecho nuestro hermano: "Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros por su poder" (1Cor 6,14).

     Aquí no caben las teorías cósmicas (por válidas que sean a nivel temporal) ni menos aún las utopías materialistas de un paraíso en la tierra. Todos los humanos y todos los pueblos caminamos hacia una realidad última, que será una bienaventurada plenitud de la humanidad y del cosmos.

     Esta nuestra fe y esperanza no nacen de reflexiones (las cuales siempre ayudan), sino del mensaje proclamado por Jesús: "venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo" (Mt 25,34). El camino hacia esta plenitud ya está trazado: ver y amar a Cristo en los hermanos, hacer que todo hermano se entere de que Dios le ama en Cristo. "Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).

     La "utopía" de la esperanza cristiana promete lo mejor: "no habrá muerte, llanto, dolor" (Apoc 21,4). Desaparecerá el pecado y, por tanto, sus consecuencias de dolor y muerte. Apoyados en la resurrección de Cristo, nosotros "esperamos la redención de nuestro cuerpo" (Rom 8,23). No es que se desprecie la vida terrena y el quehacer en el tiempo, sino que se aspira y se trabaja para construir la ciudad del más allá desde las circunstancias presentes. "No deseamos ser despojados, sino revestidos para que nuestra mortalidad sea absorbida por la vida" (2Cor 5,4); "se siembra en corrupción y se resucita en incorrupción" (1Cor 15,42).

     Este dinamismo o tensión histórica de la esperanza cristiana no aminora en nada el quehacer y compromiso temporal, sino que lo orienta todo hacia una vida e historia nueva de visión y de encuentro definitivo con Cristo. Esta aspiración no nace de una reflexión o teoría, sino del Espíritu Santo que "Dios ha infundido en nuestros corazones" (Rom 5,5). Por esto, la comunidad eclesial, simbolizada por una esposa, aspira continuamente a las bodas eternas: "el Espíritu y la esposa dicen: ven..., ven Señor Jesús" (Apoc 17-20).

     El desmoronamiento de las cosas pasajeras va dando paso a la realidad definitiva: "vuestro exterior va decayendo; lo interior se renueva cada día" (2Cor 4,16). La "ciudad permanente" se construye amasando nuestra contingencia en la comunión, "hasta que venga el Señor" (Cant 5,7; 1Cor 11,26). Nosotros, en un cosmos renovado, seremos los mismos, pero con una existencia totalmente nueva, "como los ángeles del cielo" (Mt 22,30).

     Todo es don de Dios, todo es gracia y fruto de su misericordia. Pero, precisamente por ello, el Dios de la Alianza (o de un pacto de amor con un "sí" de ambas partes) quiere nuestra cooperación libre y responsable: "conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna" (Jud 21).

     Apuntando a este encuentro definitivo, "en la manifestación de Jesucristo" (1Pe 1,7), el cristiano se caracteriza por sembrar y construir la paz en la esperanza: "que la esperanza os mantenga alegres" (Rom 12,12). Nuestra alegría se basa en Cristo resucitado: "cuando Cristo, vuestra vida, aparezca, entonces también vosotros apareceréis con él" (Col 3,3). A esta realidad grandiosa está llamada toda la humanidad. Los que ya somos "creyentes", quedamos comprometidos a anunciar y presentar en nuestras vidas esta vocación a la que están llamados todos los pueblos.

 

                       MEDITACION BIBLICA

- Una vida amasada de verdad y amor:

     "Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos" (Sal 32,6).

     "La verdad os hará libres" (Jn 8,32).

     "Sed imitadores de Dios como hijos suyos muy amados, y caminad en el amor, a imitación de Cristo que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios" (Ef 5,1-22).

     "Construir la verdad por medio de la caridad" (Ef 4,15).

     "Conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna" (Jud 21).

    

- Una humanidad construida en la comunión y solidaridad

     "Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean uno en nosotros... Yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno como nosotros somos uno" (Jn 17,21.23).

     "Amad..., haced el bien... como vuestro Padre" (Mt 5,44-48).

     "Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).

     "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Como yo os he amado, así también amaos mutuamente. En esto conocerán que sois mis discípulos" (Jn 13,34-35).

- La esperanza cristiana hacia un nuevo cielo y una nueva tierra

     "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva" (Apoc 21,1).

     "Los justos resplandezcan como el sol en el Reino de su Padre" (Mt 13,43).

     "Recapitular en Cristo todas las cosas" (Ef 1,10).

     "Nosotros esperamos, según la promesa de Dios, unos cielos nuevos y una tierra nueva, donde reina la justicia" (2Pe 3,13).

     "Tenemos la palabra de los profetas, que es firmísima, a la que hacéis bien en mirar como a una lámpara que alumbra en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero matutino se alce en vuestros corazones" (2Pe 2,19).

     "Hago nuevas todas las cosas" (Apoc 21,5).

     "Que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, se conserve irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1Tes 5,23).

     "Vengo pronto" (Apoc 3,11); "estoy a la puerta y llamo; si alguno me abre, cenaré con él y él conmigo" (Apoc 3,20); "estoy a punto de llegar" (Apoc 22,12).

     "Esperamos lo que no vemos" (Rom 8,25).

     "Somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesús" (Fil 3,20).

     "No tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro" (Heb 13,14).

     "Nos espera una fortuna mayor y más permanente" (Heb 10,34).

     "Dios será todo en todos" (1Cor 15,28).

     "Anunciamos la muerte del Señor, hasta que vuelva" (1Cor 11,26).

     "Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo" (Mt 25,34).

     "No habrá muerte, llanto, dolor" (Apoc 21,4).

     "Esperamos la redención de nuestro cuerpo" (Rom 8,23).

     "No deseamos ser despojados, sino revestidos para que nuestra mortalidad sea absorbida por la vida" (2Cor 5,4).

     "Se siembra en corrupción y se resucita en incorrupción" (1Cor 15,42).

     "Vuestro exterior va decayendo; lo interior se renueva cada día" (2Cor 4,16).

     "El Espíritu y la esposa dicen: ven..., ven Señor Jesús" (Apoc 17-20).

     "Que la esperanza os mantenga alegres" (Rom 12,12).

     "Cuando Cristo, vuestra vida, aparezca, entonces también vosotros apareceréis con él" (Col 3,3).

Lunes, 11 Abril 2022 11:48

III LOS TESTIGOS DEL ENCUENTRO

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     III LOS TESTIGOS DEL ENCUENTRO

 

     1. Los hombres que más supieron de amor

     2. Autenticidad de los testigos del encuentro

     3. Un camino viable para todos

     Meditación bíblica.

 

1. Los hombres que más supieron de amor

     En toda la historia ha habido personas muy sensibles a la presencia y a la palabra de Dios. Son los "santos". Su vida, amasada de barro como la de cualquier mortal, fue modelada por una actitud relacional con Dios y con los hermanos. No es que necesariamente tuvieran visiones o revelaciones, sino que sencillamente fueron consecuentes, a partir de un primer encuentro con Cristo: "hemos encontrado a Jesús de Nazaret" (Jn 1,45).

     La vida de cada día es una búsqueda de Dios, donde se actualiza la experiencia de un primer encuentro. Ni el mismo Jesús dio explicaciones teóricas sobre la naturaleza de esta experiencia, sino que invitó a entrar en contacto con su presencia y cercanía: "venid y veréis" (Jn 1,39). Es esta "experiencia de Jesús" (RMi 24), a la que somos llamados todos, la que dinamiza todo el proceso de santidad y de misión, es decir, la actitud de gastar la vida por amarle y hacerle amar.

     Los santos encontraron a Dios porque se abrieron al amor. Su vida fue una búsqueda de Dios y de su Hijo amado, Jesús, sin admitir sucedáneos inútiles. Esa búsqueda es ya señal de haberle encontrado, porque sólo los enamorados buscan así.

     Cuando la esposa de los Cantares dice "busqué y no lo hallé" (Cant 3,2), nos recuerda que los dones de Dios nos dejan entrever a Dios, pero ellos no son Dios: "no quieras enviarme, de hoy más ya mensajeros, que no saben decirme lo que quiero" (San Juan de la Cruz). Trascendiendo las cosas y trascendiéndose a sí mismo, se encuentra a Dios cercano: "hallé al amado de mi alma" (Cant 3,4).

     La búsqueda de Dios es auténtica cuando le buscamos sólo a él. Los signos de su presencia y, sobre todo, Jesús escondido en ellos, son un examen de amor: "¿qué buscáis?" (Jn 1,38). Los dones y mensajeros nos cuestionan sobre la autenticidad de nuestra búsqueda. Cuando Jesús se quiere dar a entender, nos toca el corazón, llamándonos por nuestro verdadero nombre y preguntándonos si de verdad le buscamos a él: "¿por qué lloras? "¿a quién buscas?" (Jn 20,15).

     Los santos no son ídolos ni artículos de museo, sino testigos, modelos e intercesores, como hermanos que hicieron nuestro mismo camino y que ahora nos siguen acompañando en la "comunión de los santos". En ellos encontramos la visibilidad de Jesús y un evangelio viviente. No estorban para el encuentro personal con Jesús, sino que son a manera de cristal que, si está totalmente limpio, deja pasar toda la luz. Si ellos encontraron a Dios y a Jesús su Hijo en su caminar histórico, también podemos encontrarle nosotros.

     San Pedro, el día de Pentecostés, anunció a Jesús resucitado diciendo: "nosotros somos testigos" (Act 2,32). Más tarde, trazaría un  camino para ver a Jesús con los ojos de la fe: "que vuestra fe aparezca digna de alabanza en la revelación de Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien ahora creéis sin verle, y os regocijáis con un gozo inefable y glorioso, logrando la meta de vuestra fe, la salvación de las almas" (1Pe 1,7-9).

     Siguiendo estas pautas, los santos han vivido en la oscuridad de la fe y, desde esta perspectiva, han encontrado a Cristo resucitado. "Bienaventurados los que sin ver creen" (Jn 20,29), dijo Jesús apareciendo a Santo Tomás y a los demás apóstoles. Es la actitud de María, que creyó apoyada en las palabras del ángel. Como Santa Isabel, los santos se han inspirado en esta fe mariana: "Bienaventurada tú que has creído" (Lc 1,45).

     Quien se abre a la verdad y al amor, es atraído por Dios que es la Verdad y el Amor. El deseo y la búsqueda de Dios es irresistible, porque nace del mismo Dios que lo ha sembrado en nuestro corazón: "no me escondas tu rostro" (Sal 142,7). Este deseo de ver a Dios es ya un preludio de la visión y del encuentro definitivo.

     Cuando se deja entrar "la palabra de Dios" en el corazón, es como una "espada de dos filos" (Heb 4,12), que, por una parte, corta las amarras que impiden la libertad, y, por otra, rasga el velo o la nube que nos separa de Dios. Esta palabra comunica "luz" a los que creen, pero se convierte en "escándalo" para los que se cierran a la fe (Lc 2,32-35). Los santos, a ejemplo de María, han sabido compartir la vida de Cristo y, por ello mismo, se han encontrado con él en los momentos más inesperados y de la manera más sencilla que podemos imaginar. A nosotros nos pasaría lo mismo si viviéramos como ellos...

     Las cosas, los acontecimientos y, sobre todo, las personas, dejan entrever a Dios Amor, que se desvive por todos y por cada uno. Pero se necesita un corazón abierto al amor para entender de amor. Quien sólo "utiliza" a los hermanos y a las cosas para su propio interés, embota su corazón y no acierta a ver a quien ha creado todo por amor y se da él mismo por amor. "En cada una de las criaturas vemos a Dios, su sello, su amor, su ternura" (María Inés Teresa Arias).

     Hay una nueva vida que Dios ha sembrado en nuestro ser más hondo. Es la vida de la "gracia", como participación en la misma vida de Dios Amor. Es esa vida, como injerto de la caridad divina, la que nos hace ver más allá de la superficie de las cosas. Es como la voz de la sangre, la "semilla incorruptible" (1Pe 1,23), que nos hace "consortes de la naturaleza divina" (2Pe 1,4).

     Cuando la vida se resuelve en amor, la presencia de Dios se hace más palpable, como inicio de un encuentro definitivo: "rompe la tela de este dulce encuentro" (San Juan de la Cruz). Se adivina entonces que ese encuentro sólo será definitivo después de esta vida mortal: "descubre tu presencia, y máteme tu vida y hermosura. Mira que la presencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura" (San Juan de la Cruz).

     Ese deseo de ver a Dios nace de una realidad profunda que es ya inicio de la visión. Es como un "canto nuevo" que sólo saben cantar los que "siguen al Cordero" (Apoc 14,3-4), es decir, los que viven del encuentro con Cristo por la fe, la esperanza y el amor. Esa buena nueva de Jesús es un don suyo como patrimonio de toda la humanidad. Inmensas multitudes no saben este mensaje porque no ven su transparencia en la vida de quienes decimos que ya creemos.

     Algunos santos han expresado esta realidad por medio de poesía inigualable. Escribía Santa Teresa de Avila: "vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que muero porque no muero". Pero los santos sabían muy bien que "de los niños es el reino de los cielos" (Mt 5,3). Ellos vivieron con un corazón de niño que se abre siempre al infinito. El día de su muerte fue propiamente el día de su verdadero nacimiento. Estos santos son los que amaron de verdad la existencia terrena y más se desvivieron por todos los demás hermanos.

 

2. Autenticidad de los testigos del encuentro

     Los santos nos acomplejan porque son personas auténticas. A veces nos formamos sobre ellos una idea inexacta. De hecho eran personas tan sensibles a la presencia de Dios, que vivían del deseo de verle y de encontrarle. Pero eran así porque reconocían su propia realidad quebradiza ante la infinita misericordia de Dios: "tenemos este tesoro en vasos de barro" (2Cor 4,7). Entonces sabían advertir las huellas de Jesús hasta en el rostro de un pobre, de un enfermo, de un marginado. Para ellos, cualquier persona es "el hermano por quien Cristo ha muerto" (Roma 14,15). Toda persona es una historia de amor.

     Si los santos fueran sólo ejemplo de cosas extraordinarias, ya no serían ellos, sino el fruto de nuestra imaginación. Ellos son ejemplo de que nuestro barro puede ser modelado cariñosamente y maravillosamente por el divino alfarero: "como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano" (Jer 18,6). Dios se deja entrever sólo de los que se reconocen pequeños y pobres: "Dios ha mirado la nada (el "humus", la tierra) de su esclava" (Lc 1,48).

     Pedro, que sería el "testigo" cualificado de Cristo resucitado (Act 2,32) y el que recibiría el encargo de "reconfirmar a los hermanos" (Lc 22,32), aprendió la presencia amorosa de Cristo dejándose mirar por él en un momento de pecado y de fracaso (Lc 22,61-62). Así experimentó en sí mismo que cada persona es una oveja predilecta del "príncipe de los pastores" (1Pe 5,4).

     Pablo, que vivió siempre en sintonía con Cristo (Gal 2,20) y que experimentó repetidas veces su presencia y su palabra (Act 18,18,9-10; 2Tim 4,17), se consideró siempre lleno de "debilidades" (2Cor 12,5) y amado del Señor. Para él, todo ser humano ha sido amado eternamente por Dios en Cristo, hasta llegar a ser "hijo en el Hijo" (cfr. Ef 1,5).

     A Jesús le oyeron y vieron muchos. Todos contemplaron sus signos. No todos creyeron en él, porque muchos "amaron más la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (Jn 12,37-43). Cuando Jesús, por intercesión de María, "manifestó su gloria" de Hijo de Dios que comparte con nosotros los gozos y las tristezas, entonces "sus discípulos creyeron en él" (Jn 2,11). A esos seguidores suyos, que descubrieron su presencia amorosa, Jesús les llamó "mis pequeñuelos" (Mt 10,42).

     Es interesante (y hasta nos parece curioso) observar la predilección de los santos por los "pequeños": niños, pobres, enfermos, marginados, personas que buscan la verdad, familia, jóvenes... No iban sólo para proporcionar una ayuda de beneficencia, sino que sabían, por propia experiencia, que esos "pobres" eran las personas más preparadas para encontrar a Dios y llegar a las alturas de la santidad y de la contemplación. Las mejores explicaciones sobre la experiencia de Dios, las escribieron los santos pensando en personas del pueblo sencillo.

     Cada vez es más frecuente ver y oir, en los medios de comunicación social, a personas que, por el hecho de tener un "pedestal", ya se creen con el derecho de hablar de todo y con un tono dogmático. Quien lee los místicos cristianos observa todo lo contrario. Ellos se consideran siempre aprendices. De hecho, sus mejores aplicaciones son frecuentemente una reflexión sapiencial suya sobre experiencias de personas pequeñas y pobres a las que ellos aconsejaron. Una persona de poca "altura" intelectual creía que no sabía orar y pasaba todo el tiempo de la oración pensando o diciendo: "estoy contenta porque Dios es bueno, hermoso, santo"... San Juan de la Cruz lo expresó con lírica inimitable: "gocémonos, Amado, y vámonos a ver en tu hermosura, al monte y al collado, do mana el agua pura; entremos más adentro en la espesura".

     La experiencia de la benignidad, de la misericordia y de la ternura paterna de Dios, se obtiene o, mejor, se recibe, reconociendo la propia realidad limitada y pobre. Ese fue el "camino" de los santos. Cristo espera, "sentado y cansado del camino", junto a nuestro pozo de Sicar (Jn 4,6). "El se acuerda de qué (barro) hemos sido hechos, se acuerda de que no somos más que polvo" (Sal 102,14).

     Los santos, por ser humildes, es decir, auténticos, no buscaban a Dios en "cisternas agrietadas", sino en "los manantiales de agua viva" (Jer 2,13). El secreto está en descubrir que los dones que Dios ha puesto en el cosmos y en nuestro corazón, son sólo un mensaje de que es él en persona quien se nos quiera mostrar y comunicar. A Dios se le encuentra en la propia realidad y pobreza. Ese es el único "camino" de la contemplación, es decir, de ver y descubrir a Cristo, la Palabra personal de Dios Amor cerca y dentro de nuestro corazón.

     Los santos lo expresaron así:

 

     "Con el corazón herido vi tu resplandor... Que me conozca a mí para que te conozca a ti" (San Agustín).

 

     "Señor, yo soy una pobre tierra sin agua; dad a este pobre corazón esta gracia" (Santa Juana F. Fremiot de Chantal).

 

     "Mi alma está enferma de hambre de tu amor; que tu amor la sacie... La oración es una queja de la ausencia de Dios... Estás dentro de mí, en torno a mí, y yo no te siento" (San Anselmo).

 

     "Yo no busco ni deseo otra cosa que a ti solo, Señor, atráeme a ti... Abre a un huérfano que te invoca. Méteme en el abismo de tu divinidad; hazme un solo espíritu contigo" (San Alberto Magno).

 

     "No me moveré en absoluto de mi nada, si no soy movido por Dios... Espero luz después de la tinieblas" (San Pablo de la Cruz).

 

     "Nosotros somos pobres de todo; pero si oramos, ya no somos pobres" (San Alfonso María de Ligorio).

 

     "¿Quieres y buscas a Dios? ¿con qué te podrás excusar si no lo tuvieres? No te excusará tu pobreza, que de balde se da" (San Juan Bautista de la Concepción).

 

     "La oración es un ratito que tenemos para conversar con el Esposo, para recrearnos con él... ¿Cuándo me uniré a mi Amado y daré un abrazo a mi Santísima Madre la Virgen María?" (Bta. Paula Montal).

 

3. Un camino asequible a todos

     La vida cristiana consiste en "caminar en el amor" (Ef 5,2). La "ley" que Dios Amor ha dictado y grabado en el corazón es como la ruta que nos lleva a la visión y encuentro con él: "amarás al Señor tu Dios con todo el corazón" (Deut 6,5; Mt 22,37). Esta pauta de la "perfección de la caridad" es una llamada "para todos" (LG 39-40). Jesús proclamó la llamada universal a la santidad con términos nuevos: "sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48).

     Los niños aprenden a caminar porque son consecuentes con su ser de niños. El camino del amor hacia la visión de Dios sólo exige una actitud filial de reconocerse débil, amado y, consecuentemente, capacitado y decidido a abrirse totalmente al amor. San Juan de la Cruz describe los momentos más elevados de la vida espiritual y contemplativa con la comparación de la oveja perdida y reencontrada: "el Buen Pastor se goza con la oveja en sus hombros, que había perdido y buscado por muchos rodeos" (Cántico). Ese encuentro de Dios en lo más hondo del corazón tiene lugar cuando "el alma... con todas sus fuerzas entienda, ame y goce a Dios" (LLama).

     Se necesita sólo un corazón sano para "leer en las cosas visibles el mensaje de Dios invisible que las ha creado" (CA 37). Entonces se adquiere un "conocimiento interno", es decir, profundo de las cosas y de los acontecimientos. Dios ha creado todo por amor, lo conserva todo con amor y está presente amándonos. Diría San Ignacio de Loyola que en todas estas cosas y dones nacidos de su amor, "el mismo Señor desea dárseme" (Contemplación para alcanzar amor).

     Los ojos están sanos para ver a Dios cuando el corazón se hace libre de toda inclinación torcida y egoísta: "los limpios de corazón verán a Dios" (Mt 5,8). Quien se abre al amor, descubre a Dios Amor dándose. En el agua, en la brisa, en la luz, en la vida..., se contempla a Dios, se le descubre escondido, cuando uno tiene la audacia de decir: "dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta" (San Ignacio, ibídem).

     Lo que dicen los santos sobre la presencia de Dios en nuestras vidas, es algo sencillo y profundo a la vez, al alcance de los niños y de los pobres, como todo el evangelio. Si no fuera así, no sería el mensaje de Jesús o estaría mal expuesto. Pero hay que distinguir el meollo de este mensaje, de la exposición literaria hecha por un escritor humano. La lírica y la teología de San Juan de la Cruz no la puede repetir cualquiera. Tampoco son para todos algunas gracias extraordinarias que, de suyo, no constituyen la santidad y la contemplación. Cuando estos santos escriben, tiene en la mente, como interlocutores o lectores, a la gente del pueblo, con tal que abran el corazón a Dios. De ahí que pongan como modelo del encuentro con Dios a la ovejita perdida y reencontrada, la samaritana, Saulo, la Magdalena, etc. Basta con reconocer la propia sed de Dios, expresándola cada uno a su modo, y querer "amar con todo el corazón".

     Hay tres aspectos que se destacan en el mensaje que los santos, testigos del encuentro, nos quieren comunicar: hay que limpiar el corazón, orientarlo decididamente hacia el amor y procurar ver a Dios en todo. En nuestra vida hay siempre defectos y debilidades, pero hay que tomar una decisión, renovada todos los días, de volver al "primer amor" (Apoc 2,4).

     Podemos resumir brevemente la doctrina de San Juan de la Cruz de este modo: buscar con sinceridad ("buscando mis amores"), afrontando la realidad según los planes de Dios ("iré por esos montes y riberas"), dejando de lado todo lo que no suene a amor ("ni cogeré las flores"), si espantarse ante las debilidades y problemas ("ni temeré las fieras y pasaré los fuertes y fronteras"). No puede haber sucedáneos en esta búsqueda ("el ganado perdí que antes seguía"). Para llega al Todo, que es Dios, hay que estar dispuesto a "salir" de la propia instalación y a perder todo lo que no sirva para realizarnos según el amor: "diréis que me he perdido, que andando enamorada, me hice perdidiza, y fui ganada".

     Esta libertad del corazón es una tarea que se va realizando continuamente. Pero no sería posible sin un fuerte enamoramiento de Cristo. Estamos invitados a entrar en sus amores, para quedar captados por él: "en la interior bodega, de mi Amado bebí, y, cuando salía, por toda aquesta vega, ya cosa no sabía, y el ganado perdí que antes seguía" (San Juan de la Cruz). La vida es hermosa porque ya quiere vivirse como donación a Dios y a los hermanos. El hecho de vaciarse de sí (o del falso yo) para llenarse de Dios Amor, hace posible el realizarse a sí mismo de verdad: "ya sólo en amar es mi ejercicio" (idem). El salmista nos invita a orar así: "tu amor es mejor que la vida" (Sal 62,4).

     No es la lírica ni la explicación teológica ni las gracias extraordinarias lo que hace llegar a la experiencia de Dios Amor, sino esta orientación de todo el ser hacia él. Entonces el sol y la luna, el agua y la tierra, y todas las cosas, dejan entrever a quien lo ha creado y lo conserva por amor, y está presente para comunicarse él mismo: "mi Amado, las montañas"... Los "ojos" o mirada de Dios Amor ya se reflejan en el propio corazón y en todo el cosmos. Precisamente porque se experimenta la cercanía de Dios, se siente más fuertemente su ausencia y el "todavía no" de una visión plena. Sólo los enamorados pueden hablar así: "salí tras ti clamando, y eras ido".

     Parece como si del encuentro definitivo sólo nos separara un tenue "velo", a modo de "nube luminosa" que, en el Tabor, muestra a Cristo Hijo de Dios mientras lo esconde (Mt 17,5). Se desea ardientemente la visión: "descubre tu presencia"..., "rompe la tela de este dulce encuentro"...

     Uno desearía sentir los pasos de Jesús, ver sus huellas, oír su voz... Pero ya se ha aprendido a descubrirle más presente y más cercano cuando se le "siente" lejos y en silencio. El mejor regalo de Cristo, siempre presente y cercano, es la convicción de que, si no le vemos, es porque identifica su caminar con el nuestro: "mi alma se aprieta contra ti, tu diestra mi sostiene" (Sal 62,9).

                       MEDITACION BIBLICA

- Aprender de los santos a encontrar a Dios

     "Hemos encontrado a Jesús de Nazaret" (Jn 1,45).

     "Busqué y no lo hallé... Hallé al amado de mi alma" (Cant 3,2-4).

     "Nosotros somos testigos" (Act 2,32).

     "Los limpios de corazón verán a Dios" (Mt 5,8).

     "Mi alma se aprieta contra ti, tu diestra mi sostiene" (Sal 62,9).

 

- A Dios se le encuentra en la propia realidad y pobreza

     "¿Por qué lloras? "¿a quién buscas?" (Jn 20,15).

     "Tenemos este tesoro en vasos de barro" (2Cor 4,7).

     "Como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano" (Jer 18,6).

     "Dios ha mirado la nada (el "humus", la tierra) de su esclava" (Lc 1,48).

     "Gustosamente presumiré de mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo" (2Cor 12,9).

     "El se acuerda de qué (barro) hemos sido hechos, se acuerda de que no somos más que polvo" (Sal 102,14).

 

- La experiencia de los santos es imitable

     "Venid y veréis" (Jn 1,39).

     "Que vuestra fe aparezca digna de alabanza en la revelación de Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien ahora creéis sin verle, y os regocijáis con un gozo inefable y glorioso, logrando la meta de vuestra fe, la salvación de las almas" (1Pe 1,7-9).

     "Bienaventurada tú que has creído" (Lc 1,45).

     "Bienaventurados los que sin ver creen" (Jn 20,29).

     "De los niños es el reino de los cielos" (Mt 5,3).

     "Jesús manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él" (Jn 2,11).

     "Caminar en el amor, como Cristo nos amó" (Ef 5,2).

     "Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón" (Deut 6,5; Mt 22,37).

     "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48).

Lunes, 11 Abril 2022 11:48

II. ¿NO ME CONOCEIS?

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     II. ¿NO ME CONOCEIS?

 

     1. Sólo Jesús ha visto a Dios

     2. Dios cercano y visible en Jesús

     3. Compañero de viaje hacia la visión y encuentro definitivo

     Meditación bíblica.

 

     1. Sólo Jesús ha visto a Dios

     No hay ningún ser humano que haya visto verdaderamente a Dios en esta tierra. Ha habido siempre hombres auténticos, sabios, santos, fundadores de religión, pensadores, poetas, genios, hombres sencillos y comprometidos en la búsqueda de la verdad y en la práctica del bien... Ninguno ha dicho que ha visto a Dios cara a cara.

     Es verdad que ha habido y siguen habiendo muchas personas que dicen tener una fuerte experiencia de Dios, de tipo relacional, artístico, "místico"... Muchas religiones han tenido origen en una fuerte experiencia religiosa de un fundador. La providencia de Dios ha ido dejando huellas de su presencia amorosa, que tiende hacia un futuro de plenitud en la visión y en el encuentro. Pero "a Dios no lo ha visto nadie" (Jn 1,18).

     Nadie tiene derecho a considerar como exclusiva su propia experiencia de Dios, porque él se manifiesta a cada uno que abre su corazón al amor. Habrá siempre mucha escoria en el corazón, en las comunidades y en las instituciones civiles y religiosas. Pero "el Espíritu (de Dios Amor) se halla en el origen de los nobles ideales y de las iniciativas de bien de la humanidad... Es también el Espíritu quien esparce 'las semillas de la Palabra' presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo" (Rmi 28).

     Jesús no ha dado origen a una religión sólo a partir de una fuerte "experiencia" religiosa. El es el Hijo de Dios hecho hombre, que "no ha venido a destruir, sino a completar" purificando (Mt 5,17). Se ha hecho hermano de todos y de cada uno sin excepción y sin preferencias de razas y culturas. La originalidad de su vida y de su mensaje radica en su realidad de Hijo de Dios: "a Dios no lo ha visto nadie; el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer" (Jn 1,18). "Yo hablo de lo que he visto en mi Padre" (Jo 8,38).

     Si Jesús nos ha legado un mensaje concreto (resumido en nuestro "credo"), un estilo de vida (mandamientos) y unos signos salvíficos de su presencia (sacramentos), es para invitarnos a una experiencia de encuentro con Dios (oración y caridad), que se convertirá en visión plena y encuentro definitivo en el más allá.

      Jesús "convoca" a todo ser humano y a todos los pueblos, con todo su bagaje cultural y religioso (valorado y purificado), para "pasar" a esa "visión" actual de Dios, que se llama "fe": "creed en el evangelio" (Mc 1,15). Los que ya han respondido a la "convocación" forman su "Iglesia" (=comunidad convocada), que él llama cariñosamente "mi Iglesia" (Mt 16,18). A "los suyos" (Jn 13,1), Jesús les confía ese tesoro de la fe, que debe ser patrimonio de toda la humanidad.

     La fe en Jesús equivale a una vida de sintonía con él, a un cambio o apertura ("conversión"), a modo de "adhesión plena y sincera a Cristo y a su Evangelio" (RMi 46). Es, pues, dejarse amar y perdonar por él, para dejarse contagiar de su "visión" de Dios.

     Sólo Jesús ha visto verdaderamente a Dios, por ser su Hijo que, como Dios, ha entrado en el seno del Padre, expresándole su amor en el Espíritu Santo. Desde el día de la encarnación en el seno de María, el Hijo de Dios es hombre verdadero, nuestro Salvador, que ha venido para que nosotros, "conociendo" a Dios Amor, tengamos una vida nueva: "ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17,3).

     Cuando Jesús nos dice que "miremos" las flores y "observemos" los pájaros (Mt 6,26), nos hace una invitación a "ver" a Dios de modo nuevo. Porque Dios es nuestro Padre y Jesús nos hace partícipes de su misma filiación: "bien lo sabe vuestro Padre celestial" (Mt 6,32); "¡cuánto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a quien se las pida!" (Mt 7,11).

     Hay que aprender a leer en la vida una presencia amorosa de Dios. Pero sólo es posible conviviendo con Jesús. El Hijo de Dios no quiso ningún privilegio en provecho suyo. La novedad está en decir, con él: "sí, Padre, porque así te agrada" (Lc 10,21). La historia no se construye ni con la rabia ni con la huida ni con la indiferencia, sino que sólo se construye amando. Y eso sólo es posible cuando se vislumbra una presencia de Dios que nos ama y nos capacita para amar.

     En el sermón de la montaña, dice Jesús: "los limpios de corazón verán a Dios" (Mt 5,8). El "corazón" significa todo ese mundo interior que es expresión de todo cuanto sentimos, pensamos, amamos, queremos... Ahí debe construirse la unidad más profunda del ser humano, como el "ojo" interior, que puede transformar todo nuestro ser en "luz" o en "tinieblas" (Mt 6,22-23). La claridad o limpieza de nuestra "mirada" se traduce en apertura a todo lo bueno para hacerse uno mismo donación, a "imagen de Dios" (Gen 1,26-17). Cuando el "corazón" vive en ese tono, todas las cosas, acontecimientos y personas se hacen transparencia de Dios.

     No es posible "ver" a Dios sin vivir en sintonía con los amores y vivencias de Cristo: "tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús" (Fil 2,5). El, en cuanto Verbo o Hijo de Dios, es una mirada amorosa al Padre; en cuanto hombre, tiene nuestros mismos sentimientos, pero abiertos siempre a la presencia y al amor del Padre. Vivió siempre "ocupado en las cosas del Padre" (Lc 2,49). Y esta ocupación era su plan de vida permanente (Mt 3,15), su "comida" o vivencia profunda (Jn 4,34), su "misión" o identidad (Jn 5,30), su "obra" que había de llevar a cabo (Jn 17,4). Por esto no estuvo "nunca solo" (Jn 8,29) y siempre habló de lo que estaba "viendo en el Padre" (Jn 8,38).

     Como hombre verdadero, Jesús experimentó la oscuridad de un aparente "silencio" y "ausencia" de Dios (Lc 22,42aa; Mt 27,46). Jesús sabía que el Padre "no le deja solo" (Jn 8,29). Por esto en los momentos de oscuridad y sufrimiento, manifiesta una experiencia más profunda de Dios: "en tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46). La vida mortal de Jesús es una "pascua", un "paso" hacia el Padre. El día de la encarnación había orado así: "vengo para hacer tu voluntad" (Heb 10,7). Después de su muerte, al aparecer resucitado, dice a los suyos: "voy a mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20,17).

     Así, en nombre nuestro, como "primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,29), "Jesús, el Hijo de Dios, ha penetrado los cielos" (Heb 4,14), siendo "el mismo ayer, hoy y siempre" (Heb 13,8). "Nadie sube al cielo, sino el que bajó del cielo, el hijo del hombre que está en el cielo" (Jn 3,13).

     La palabra "cielo" no es, pues, una palabra de adorno, sino una realidad: nuestra misma vida que, por ser vida de Jesucristo, comienza a ser "vida eterna". Con Cristo y en unión con todos los hermanos, ensayamos la visión definitiva de Dios, que un día será nuestra plenitud.

 

2. Dios cercano y visible en Jesús

     Toda la historia humana es una búsqueda de la verdad y del bien. Y en esa búsqueda, gozosa y penosa a la vez, ningún corazón humano ha dejado de preguntarse sobre Dios. El hombre ha ido elaborando ideas y expresiones de ese "alguien", sin el cual la existencia humana se hace un misterio inexplicable. En toda religión hay el riesgo de construirse un "dios" a la medida del propio interés y según las preferencias del momento.

     El rechazo de Dios, que aparece con relativa frecuencia en nuestra época, refleja ordinariamente la resistencia innata del corazón a toda caricatura sobre Dios. "Hay quienes imaginan un Dios por ellos rechazado, que nada tiene que ver con el Dios del evangelio" (GS 19). Muchas veces son los mismos creyentes quienes "han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios" (ibídem).

     Dios se nos ha hecho cercano y visible en nuestra historia concreta por medio de Jesús, su Hijo, el "Emmanuel" o Dios con nosotros. Nos quejamos de que Dios parezca ausente y callado ante los acontecimientos humanos. Pero es él quien tiene toda la razón al quejarse de que no le hayamos descubierto presente entre nosotros: "¿tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me habéis conocido?" (Jn 14,9).

     Sólo Jesús ha podido decir con autenticidad y verdad: "quien me ve a mi, ve al Padre" (Jn 14,9). Los que buscaban "ver a Jesús" (Jn 12,21) tenían necesidad de sentir a Dios cercano. Jesús es la epifanía personal de Dios: "yo y el Padre somos una misma cosa" (Jn 10,30).

     El modo de amar de Jesús es original, porque presenta las características del amor divino. Si nace pobre en Belén y muere desnudo en la cruz, es para decirnos que se nos da él mismo en persona. Si se acerca y recibe a todos y a cada uno sin distinción, es porque transparenta el amor de Dios, que "hace salir su sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45).

     El fenómeno de recibir o de rechazar a Jesús, es como una tensión histórica humanamente inexplicable: "vino a los suyos y los suyos no le recibieron; pero a cuantos le recibieron, dioles le poder de llegar a ser hijos de Dios" (Jn 1,11-12).

     La humanidad de Jesús es un signo o expresión de todo lo que es él. Es Dios, hombre y Salvador: "el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). "Ver" la realidad de Jesús, en toda su "gloria" de Dios hecho hombre, sólo es posible cuando nos abrimos al amor: "hemos visto su gloria; la gloria propia del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14). Cuando el corazón se cierra en sí mismo egoísticamente, buscando el propio interés, entonces no es posible ver a Dios presente en nuestra vida: "no creyeron en él... porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (Jn 12,37.44).

     En toda la creación y en todo el decurso de la historia, se encuentran signos de la presencia, cercanía y amor de Dios. De modo semejante, desde la encarnación, en todo corazón humano hay huellas de la presencia de Jesús, el Hijo de Dios hecho nuestro hermano y protagonista: "todo ha sido creado por él y para él. El es antes que todo y todo subsiste en él" (Col 1,16-17).

     Es un hecho que se puede constatar continuamente: no hay un solo corazón humano que permanezca insensible ante la bienaventuradas y el mandato del amor. Y es más evidente este hecho cuando se presenta, con autenticidad y coherencia, la vida de Jesús que "pasó haciendo el bien" (Act 10,38). El atractivo de Jesús es irresistible, cuando su vida aparece a través de la vida de sus testigos. Entonces no deja de "arder el corazón" (Lc 24,32).

     La huella de Jesús, que se encuentra en todo corazón humano y en toda cultura, necesita, para despertar en la conciencia de cada persona, encontrar la sintonía de creyentes que vivan enamorados de Cristo y que sean su transparencia. Hace ya veinte siglos que resonaron en el mundo las palabras de Jesús: "yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). "No hay salvación fuera de él" (Act 4,12). El problema de fondo es que Cristo ha querido necesitar de nuestro testimonio para que le encuentren a él como "Dios con nosotros".

     Los seguidores de Cristo están llamados a "transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que les anima" (RMi 24). "No hay que dejarse atemorizar por dudas, incomprensiones, rechazos, persecuciones" (Rmi 66). No se puede anunciar a Cristo por medio de evangelizadores tristes y desalentados. La sociedad humana necesita siempre ver en a los creyentes y apóstoles "la alegría de Cristo" (EN 80), como huella clara de su presencia salvífica.

     En toda época histórica y, de modo especial, en la nuestra, el ser humano busca garantías de "salvación". Hay miles de propuestas por parte de grupos fanáticos y de sectas ilusas, que, a pesar de ser trampa y cartón, han acertado en el blanco: "sentirse" salvados. La trampa está en el "sentirse" sujetivista al margen del amor de donación y, por tanto, al margen de Cristo "el Salvador del mundo" (Jn 4,42; 1Jn 4,14). Una "religiosidad sin Dios" (PDV 6) es un ateísmo camuflado, una religiosidad salvaje.

     Es fácil encontrar a Cristo y, en él, a Dios Amor, cuando uno sabe dar un "vaso de agua" al hermano sediento (Mt 10,42), respetar y admirar la inocencia de un niño (Mt 18,10), alentar a un enfermo (Mt 25,36), levantar a un marginado mal herido (Lc 10,33-34), compartir el pan con los demás (Mt 25,35), comprender los defectos del hermano (Mt 7,2ss). Entonces, a través nuestro, "Cristo se convierte en signo legible de Dios que es amor" (SD 3).

     Cristo deja sus huellas en la vida de cada persona. Para una mujer divorciada, las huellas de Jesús eran las de un forastero "cansado del camino", que pedía de beber (Jn 4,6). Para un enfermo que sufría parálisis hacía ya 38 años, fue una pregunta dirigida al corazón: "¿quieres curar?" (Jn 5,6-7). Para un ciego recién curado por Jesús, fue un examen sobre la fe: "¿crees en el Hijo de Dios?" (Jn 9,35). Para Saulo, el fariseo perseguidor de los cristianos, fue descubrir que Cristo vivía en cada hermano: "Saulo, ¿por qué me persigues?" (Act 9,4)...

     Jesús está acostumbrado a que le cierren las puertas (Lc 2,7) y a que le esquiven su mirada de amor (Mc 10,21) o a que interpreten mal sus deseos de salvarnos (Jn 4,9). Esos malentendidos son algo "mejor" que la adulación y la indiferencia. Nadie es capaz de reaccionar ante Cristo y ante su evangelio con "tranquilidad" estoica. Algunos aparentan quedarse tranquilos diciendo que son "agnósticos". Pero ya se encarga Jesús de dejarnos en el corazón una cierta inquietud, que sólo puede satisfacerse con un encuentro verdadero: "dame de esta agua" (Jn 4,15).

     En toda cultura y religión hay huellas de Dios Amor, como preparación para un encuentro con él, que se manifiesta en Cristo su Hijo. Siempre se puede adivinar huellas de Dios que conducen a una "madurez en Cristo" (RMi 28). Para avivar esas huellas, se necesitan creyentes y apóstoles que, por su vida profundamente relacionada con Cristo y con los hermanos, manifiesten "su experiencia de Jesús" (RMi 24).

     Dios se hace visible en nuestra historia personal y comunitaria. En el atropello y muerte de un inocente o de cualquier hermano, allí está él haciéndonos ver el rostro de su Hijo: "a mi me lo hicisteis" (Mt 25,40). Y cuando somos nosotros los hundidos o marginados y en plena tempestad, allí también está él: "soy yo" (Jn 6,20).

     Para que otros hermanos descubran a Cristo presente en su existencia cotidiana, como "pasando" y respetando su libertad, se necesita el testimonio de quienes, sin merecerlo, ya han encontrado al Señor: "este es el Cordero de Dios" (Jn 1,36); "hemos encontrado a Jesús de Nazaret... Ven y verás" (Jn 1,45-46).

 

3. Compañero de viaje hacia la visión y encuentro definitivo

     La cercanía de Jesús, en cada ser humano sin excepción, es una consecuencia de su realidad de Dios hecho nuestro hermano (Jn 1,14). Nuestro caminar hacia el más allá, se nos hace desposorio con Cristo. El comparte nuestro caminar, haciéndose nuestro "camino" y consorte. Y nos hace sentir su misma experiencia filial: nuestro Padre Dios nos mira con el mismo amor con que mira a Jesús (Jn 17,26). Así nos lo dice él mismo: "el Padre os ama" (Jn 16,27).

     Repetidamente Jesús explicó el sentido de la vida humana por medio de parábolas de bodas (Mt 22,1-14; 25,1-13). El mismo es el "esposo" (Mt 9,15), es decir, quien comparte nuestro existir corriendo nuestra misma suerte ("consorte") y haciéndonos complemento o prolongación de su misma vida.

     Jesús vivió la experiencia de Dios, su Padre, compartiéndola con nosotros: "yo les he dado la gloria que tú me diste" (Jn 17,22; cfr. 17, 5). Toda su vida es un "paso" (pascua) hacia el Padre (Jn 13,1), llevándonos de la mano a todos y cada uno: "salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28); "subo a mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20,17).

     El Señor habló de este caminar y de esta suerte común, como quien prepara un hogar futuro que ya comienza a ser realidad: "voy a prepararos lugar... De nuevo vendré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros" (Jn 14,2-3). Esta preparación de un hogar común se hace con el seguimiento evangélico de Cristo, compartiendo su misma suerte: "si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor" (Jn 12,26).

     Ahora Jesús vive glorificado junto al Padre; pero su deseo más hondo es el de compartir esta gloria y visión de Dios con nosotros, como él mismo lo pidió en la última cena: "Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo, estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria que tú me has dado" (Jn 17,24).

     Nuestra realidad histórica de peregrinos que no pueden esquivar la muerte, se nos convierte en una nueva experiencia de Dios en Cristo su Hijo. En efecto, Cristo comparte con nosotros nuestras limitaciones y hasta nuestra muerte, para hacernos partícipes de su misma vida inmortal: "si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él" (Rom 6,8); "sea que vivamos, sea que muramos, somos del Señor" (Rom 14,8).

     Se dice de algunas personas santas que llegaron a experimentar sensiblemente la compañía y la palabra de Jesús. Esta experiencia, de suyo, no es señal de santidad, sino que es un signo de lo que hace Jesús con todos, aunque de modo diverso. Tal vez estas personas, debido a su debilidad, necesitaban estas gracias extraordinarias, o quizá también eran gracias concedidas para que pudieran reconfirmar a otros en la fe y vivencia evangélica. Pablo, refugiado en Corinto después de la predicación dolorosa de Atenas, oyó que Jesús le decía: "no tengas miedo... porque yo estoy contigo" (Act 18, 9-10). Juan Pablo II, en la encíclica misionera (RMi 80), aplica este texto a todo apóstol: "precisamente porque es 'enviado', el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. 'No tengas miedo... porque yo estoy contigo' (Act 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre".

     Nuestra fe en el cielo, donde veremos a Dios "cara a cara" (1Cor 13,12), se basa en el amor esponsal de Cristo resucitado. "Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que duermen (o han muerto)" (1Cor 15,20). Su muerte y su resurrección son parte de nuestra herencia.

     El Padre nos ama como consortes y prolongación de Cristo. Por esto, "por el gran amor con que nos amó... nos dio vida por Cristo... y nos resucitó y nos sentó en los cielos con Cristo Jesús" (Ef 2,4-6).

     Es verdad que para experimentar esta cercanía de Cristo y vivir gozosamente la esperanza en la visión de Dios, hay que ser consecuentes con la fe cristiana. Pero Jesús ofreció este don a un criminal arrepentido, que nosotros hemos calificado de "buen ladrón": "hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23,43). Jesús ha dado "su vida en rescate por todos" (Mt 20,28), puesto que "tenía que morir para congregar a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52).

     En este caminar personal y comunitario hacia la visión de Dios, encontramos, ya en esta vida, destellos de su presencia, palabra y amor. Cristo comparte con nosotros las luces y sombras de este caminar. Para él, nosotros somos parte de su misma biografía: "mi Iglesia" (Mt 16,18), "mis ovejas" (Jn 10,14), "mis hermanos" (Jn 20,17).

     Jesús nos incorpora a su misma vida, para formar una sola familia que siga sus mismos derroteros: "quienquiera que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,50). Esta familia de seguidores del Señor encuentra en María su modelo y madre, en una "comunión de vida", que se convierte en actualización y "memoria" del caminar histórico de Jesús.

     La Iglesia es la comunidad de creyentes convocada por Cristo resucitado, quien está presente en medio de ella. No es que la comunidad eclesial necesite privilegios históricos, sino que, en los mismos avatares del caminar de toda la familia humana, experimenta por la fe la cercanía del Señor resucitado. Experimentar a Cristo cercano es fruto de la solidaridad con los demás hermanos de todos los pueblos. "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia" (GS 1).

     El caminar humano está sembrado también de sorpresas desagradables, que frecuentemente parecen ocultar el rostro amoroso de Dios. En estas circunstancias de cruz y de sepulcro vacío, Jesús deja sus huellas pobres, a modo de "lienzos" y de "sudario", para probar nuestra fe, confianza y amor (cfr. Jn 20,6-7). "Ver" a Jesús donde parece que no está, sólo es posible cuando el amor supera la agresividad y el desánimo (cfr Jn 20,8).

     El desierto tiene sus rutas conocidas sólo de los expertos. Se necesita un guía seguro para llegar al oasis de aguas refrescantes y sanas. Haciéndose nuestro hermano, como "cordero" llevado al matadero, Cristo es, al mismo tiempo, guía y pastor. El ha experimentado la amargura de las "lagrimas" (Heb 5,7), puesto que fue "tentado en todo a semejanza nuestra" (Heb 4,15). De este modo, el Hijo de Dios hecho nuestro hermano "vino a ser para todos causa de salvación eterna" (Heb 5,9).

     Sería una alienación mirar hacia el futuro para olvidar el presente. Pero la vida presente tampoco tendría sentido, si no estuviera abierta al más allá. Nuestros ojos, llenos de polvo, recobran la claridad de su mirada cuando levantamos la cabeza, sin dejar de caminar con los pies en el suelo. El corazón siente la cercanía de Dios en el presente, cuando recuerda que hay una vida definitiva. Cristo nos ayuda a levantar la mirada y a recobrar la esperanza. "El Cordero será su pastor y los conducirá a las fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos" (Apoc 7,17).

     La presencia de Jesús en nuestro caminar se descubre por sus huellas eclesiales: su palabra es todavía viviente, su eucaristía es él mismo como pan comido y sacrificio, sus sacramentos son signos eficaces de su acción salvífica, su comunidad eclesial es una fraternidad con Jesús en medio (Mt 18,20)... Su promesa de permanecer con nosotros se ha hecho realidad, que hay que descubrir diariamente, de corazón a corazón: "estaré con vosotros" (Mt 28,20).

 

                       MEDITACION BIBLICA

- Sólo Jesús, nuestro hermano, ha visto a Dios

     "A Dios no lo ha visto nadie; el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer" (Jn 1,18).

     "Yo hablo de lo que he visto en mi Padre" (Jo 8,38).

     "Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28).

     "Jesús, el Hijo de Dios, ha penetrado los cielos" (Heb 4,14).

     "El mismo ayer, hoy y siempre" (Heb 13,8).

     "Nadie sube al cielo, sino el que bajó del cielo, el hijo del hombre que está en el cielo" (Jn 3,13).

 

- Jesús se nos hace epifanía personal de Dios

     "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me habéis conocido? Quien me ve a mi, ve al Padre" (Jn 14,9).

     "Yo y el Padre somos una misma cosa" (Jn 10,30).

     "El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros; y hemos visto su gloria; la gloria propia del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).

     "Soy yo" (Jn 6,20).

     "Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17,3).

     "Sí, Padre, porque así te agrada" (Lc 10,21).

     "En tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46).

     "Vengo para hacer tu voluntad" (Heb 10,7).

     "Todo ha sido creado por él y para él. El es antes que todo y todo subsiste en él" (Col 1,16-17).

 

- Jesús presente en nuestro caminar hacia visión de Dios

     "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6).

     "Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo, estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria que tú me has dado" (Jn 17,24).

     "Yo les he dado la gloria que tú me diste" (Jn 17,22; cfr. 17, 5).

     "Subo a mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20,17).

     "Primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,29).

     "Vino a los suyos y los suyos no le recibieron; pero a cuantos le recibieron, dioles le poder de llegar a ser hijos de Dios" (Jn 1,11-12).

     "Voy a prepararos lugar... De nuevo vendré y os tomaré conmigo, par que donde yo estoy, estéis también vosotros" (Jn 14,2-3).

     "Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor" (Jn 12,26).

     "Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo, estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria que tú me has dado" (Jn 17,24).

     "Si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él" (Rom 6,8).

     "Sea que vivamos, sea que muramos, somos del Señor" (Rom 14,8).

     "No tengas miedo... porque yo estoy contigo" (Act 18, 9-10).

     "Vino a ser para todos causa de salvación eterna" (Heb 5,9).

     "El Cordero será su pastor y los conducirá a las fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos" (Apoc 7,17).

     "Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que duermen (o han muerto)" (1Cor 15,20).

     "Por el gran amor con que nos amó... nos dio vida por Cristo... y nos resucitó y nos sentó en los cielos con Cristo Jesús" (Ef 2,4-6).

     "Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23,43).

     "Estaré con vosotros" (Mt 28,20).

 

- La fe en Jesús tiene sus exigencias

     "No creyeron en él... porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (Jn 12,37.44).

     "No hay salvación fuera de él" (Act 4,12).

     "El Salvador del mundo" (Jn 4,42; 1Jn 4,14).

     "¿Quieres curar?" (Jn 5,6-7).

     "¿Crees en el Hijo de Dios?" (Jn 9,35).

     "Saulo, ¿por qué me persigues?" (Act 9,4)...

     "Hemos encontrado a Jesús de Nazaret... Ven y verás" (Jn 1,45-46).

     "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29).

     "El hijo del hombre ha venido a dar su vida en rescate por todos" (Mt 20,28).

     "Jesús tenía que morir para congregar a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52).

Lunes, 11 Abril 2022 11:48

I. UN CORAZON INQUIETO

Escrito por

 

 

     I. UN CORAZON INQUIETO

     1. Dios escapa a nuestros conceptos y programaciones

     2. La búsqueda incansable del corazón humano

     3. Dios se manifiesta y comunica gratuitamente

     Meditación bíblica

 

1. Dios escapa a nuestros conceptos y programaciones

     El hombre tiene frecuentemente la manía de dominar y poseer. Y si se le ocurre la idea de "Dios", quiere entonces hacerse un Dios a su medida. Pero Dios es infinitamente bueno y no se deja apresar de esas miras achatadas, sino que es él quien se deja ver y encontrar. No existe corazón humano donde no resuene la voz de Dios: "estoy contigo" (Sal 123,18).

     Y no es que las ideas y conceptos sean malos. En ellos de refleja "algo" de Dios. Pero él es "alguien". Si fabricamos ideas nacidas del amor y del deseo de verle y encontrarle, entonces hay algo más que ideas: hay latidos del corazón. En Jesús, Dios nos dice: "si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21).

     Algunos han intentado practicar una especie de "religión", en la que prevalecerían los ritos, las fórmulas y los métodos sin la presencia amorosa de Dios "alguien". Si no se busca la presencia de Dios, todo es pegar golpes al aire. No hay "andamio" ni torre de Babel capaz de llegar a Dios. Pero si es el amor el que busca la relación y el encuentro, entonces cualquier detalle sirve para descorrer el velo que oculta la presencia maravillosa de Dios. Los ritos, fórmulas y métodos son buenos como medios para abrirse a una relación con Dios.

     Cuando uno quiere dominar y conquistar a Dios, no se encuentra más que con el eco ridículo de su propia voz. A Dios se le encuentra abriendo el corazón al hermano más pobre, a las flores más olvidadas, al agua que corre, a la luz pasajera...

     Si nos empeñamos en programar la visita de Dios a nuestro aire y en cómo él "debería" hacerse presente según nuestros cálculos y horarios, entonces no experimentaremos mas que ausencia, silencio y lejanía de Dios. Nos quejamos de él, olvidando que somos nosotros los que le cerramos la puerta. Si él es el Amor, se dejará sentir donde haya una puerta abierta al amor. Y amar es darse, es decir, todo lo contrario de encerrarse en sí mismo.

     Dios es siempre sorpresa. Si le comprendiéramos", no sería El. "Dios es escondido" (Is 45,15). "Nuestro saber de él es siempre inmaduro" (1Cor 13,9).

     Respetando el misterio del hombre, descubriremos el misterio de Dios cercano. Cuando se destruye el misterio del hombre reduciéndolo a una cosa útil, Dios no se deja sentir. Entonces no se ve a Dios ni en el hombre ni en la creación.

     Los ruidos y las prisas agrandan y desorbitan los problemas. Quienes son fieles a Dios en los momentos de dificultad, le descubren hasta en "la brisa" vespertina (1Reg 19,12). Una planta pisoteada por un viandante y una hojita seca recién caída del árbol, son una historia de amor entre Dios y el hombre. En los ojos inocentes de un niño y en las manos temblorosas de una anciano, hay huellas imborrables de la presencia de Dios. Al Señor le gusta hablar en el "silencio".

     Dios se acerca y se deja entrever en los acontecimientos, pero sólo a los que tienen capacidad de escuchar, admirar y agradecer. Cuando experimentamos el silencio y la ausencia de Dios y nos quejamos de ello, es que necesitamos dejarnos "lavar los ojos" por Cristo (Jn 9,7).

     En nuestros programas, cuando nos resulta útil, reservamos un espacio para Dios. Pero Dios se deja ver sólo de los sedientos de la verdad y del amor: "soy yo, el que habla contigo" (Jn 4,26; "ya lo has visto" (Jn 9,37).

     Cuando se niega a Dios o se duda de él, se le insulta y se le desafía, él con ternura de Padre (Lc 15,20; Os 11,1-4) comprende que en nuestro pataleo infantil no dejamos de buscarle.

     Dios sigue soplando con amor para derrumbar todos nuestros castillos de naipes. Nuestras seguridades y parapetos son ídolos falsos porque no suenan a amor. Todas las cosas son buenas porque Dios es bueno. Pero Dios ha creado todo para que construyamos una familia de hermanos. Cuando nos apropiamos de una flor para hacerla exclusivamente nuestra, entonces esa flor ya no comunica el aroma de un "mundo amado" por Dios (Jn 3,16). Cuando el corazón humano se encierra en sí mismo, ya no encuentra al hermano ni a Dios.

     Cuando experimentamos lo quebradizo de nuestro ser y los bandazos de la historia, nos da la impresión de que todo se tambalea, también la "idea" de Dios. La protesta y la rabia no sirven para nada. ¿Por qué no aceptar y amar el hecho de que se derrumba nuestra programación y nuestro andamio? Es nuestra "idea" de Dios la que se resquebraja; pero Dios, que nos ama tal como somos, sigue siendo el mismo: el "Otro", el que es "fiel" a la existencia humana por ser fiel al Amor (Ex 3,14).

     La persona humana empieza a ser tal cuando tiene la audacia de "trascenderse" haciéndose relación y donación a los otros: "a ti levanto mis ojos, a ti que habitas en los cielos" (Sal 122,1). Esos "cielos", donde Dios habita, son el "más allá" de esa superficie algo rugosa de nuestra historia que palpamos todos los días.

     En los momentos de oscuridad, Dios está más cerca que nunca, "más íntimamente presente que yo mismo" (San Agustín). Las explicaciones teóricas son insuficientes. Nos basta con mirar de hito en hito el rostro de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Entonces sentiremos su "mirada de amor" (Mc 10,21). En esos momentos es cuando especialmente "nos guía la fe", pero todavía "no la visión" (2Cor 5,7).

     El misterio del hombre comienza a descifrarse cuando su propio ser se abre al amor. "Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino" (GS 14).

     Cuando reconocemos con autenticidad nuestra limitación, sin patalear y sin desanimarse, entonces descubrimos lo más maravilloso de nuestro ser: se abre al infinito, se hace infinitamente receptivo. Entonces Dios se manifiesta descubriendo y comunicando la profundidad de su verdad y de su amor. La prueba de haber encontrado a Dios es la actitud de escucha y de admiración por todo lo bueno que hay en cada cosa y en cada hermano. "Que yo me conozca a mí, para que te conozca a Ti" (San Agustín).

     Sólo los que buscan de verdad, encuentran las maravillas de la creación. La búsqueda sencilla y filial de Dios es señal de haberle encontrado. Todas las cosas nos hablan de él. Desde él se ven todas las cosas en su perspectiva más auténtica. La visión plena de Dios sólo será posible cuando nuestro cántaro, con el que vamos cotidianamente a la fuente, quedará "roto" por la fuerza de los "torrentes de agua viva" (Jn 7,38).

     La palabra "Dios", si no llega a ser relación y servicio a los hermanos, no pasa de ser un adorno deleznable y una idea pasajera, vulnerable por las corrientes del pensamiento y del quehacer humano. Pero cuando Dios es "alguien", entonces "ningún torrente puede extinguir el amor" (Cant 8,7).

 

2. La búsqueda incansable del corazón humano

     Se dice que hay muchas cosas inexplicables, muchos "misterios". Pero lo que existe y es realidad no es en sí mismo un misterio. Es simplemente una invitación a llevar a efecto el deseo de saber y de vivir. El problema consiste en si acertamos o no en esa búsqueda, que un día debe ser encuentro.

     El misterio más profundo con que se topa todo corazón humano sin excepción, es la búsqueda sobre Dios como realidad viviente. No se trata sólo de ideas, que también cuestionan el corazón humano, sino de "alguien" que, habiéndonos creado por amor, nos sigue conduciendo delicadamente hacia él: "nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que te encuentre" (San Agustín).

     No hay pueblo ni cultura que no deje traslucir este "misterio"; pero, como hemos indicado, el verdadero "misterio" consiste en la invitación a continuar en la búsqueda. La tierra reseca ansía el agua para poder hacerse fecunda. Dios nos ha hecho así, a su medida: "mi carne languidece por ti, como tierra reseca sin agua" (Sal 62,2). "El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios, y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.27).

     El tema de "ver" a Dios es ya clásico y constante en la historia de la humanidad. Se ha intentado dar una explicación a este deseo universal. El tema no es teórico, sino existencial. Se comienza a descifrar el misterio cuando uno acepta el reto de Dios, que ha sembrado en nuestro corazón el deseo de verle y de encontrarle definitivamente. Sin esta aceptación vivencial,es inútil buscar soluciones. "Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo iré a ver el rostro de mi Dios?" (Sal 41,3).

     Jesús hizo brotar en el corazón de la samaritana, que era una mujer divorciada, el deseo de un "agua viva" que es como "rumor de vida eterna" (Jn 4,14). Los deseos de verdad y de bien, que son la quinta esencia de todo corazón humano, sólo se pueden saciar si se orientan hacia la donación, hacia el compartir con los hermanos, hacia Dios Amor. En el camino del martirio, que tendría lugar en Roma, San Ignacio de Antioquía lo expresaba así mi amor está crucificado y no queda ya en mí fuego que busque alimentarse de materia; sí, en cambio, un agua viva que murmura dentro de mí y desde lo íntimo me está diciendo: ven al Padre".

     El corazón humano experimenta unas ansias insaciables y humanamente inexplicables. Los desastres de una humanidad continuamente destruida por guerras, enfermedades, abusos, odios y egoísmos absurdos, deben terminar. Dice San Pablo que nosotros "gemimos dentro de nuestro corazón" (Rom 8,23), como sintonizando con un cosmos resquebrajado que gime oprimido por el pecado del mismo hombre: "la creación entera hasta ahora gime y tiene dolores de parto" (Rom 8,22). Pero ese gemido es auténtico cuando nace de un corazón filial, "que suspira por llegar a la adopción de hijos" (Rom 8,23). Cuando se pierde el espíritu de sintonía con cada hermano que pasa a nuestro lado, el corazón se atrofia. Su "deseo" de Dios sigue martillando, pero ya transformado en una quimera o en una duda enfermiza.

     No es que los que decimos que creemos en Dios estamos necesariamente en mejores condiciones que los hermanos que dicen que prescinden de Dios. El corazón tiene sus trampas. Con la etiqueta de la "gloria de Dios" se han manifestado siempre intereses personalistas que han arruinado personas, instituciones eclesiales y pueblos enteros. El "misterio de la iniquidad" (2Tes 2,7) está en todo corazón humano sin excepción. Pero siempre queda, más hondo todavía, el "misterio de la piedad" (1Tim 3,16). Dios nos sigue amando tal como somos, para hacernos tal como él es. Una persona sencilla oraba así: "Señor, acéptame tal como soy, pero haz de mí lo que tú crees que debo ser".

     Creían los antiguos que quien viera a Dios dejaría de existir: "nadie puede verlo y quedar con vida" (Ex 33,20). En toda afirmación humana hay siempre una partecita de verdad. Veremos a Dios y lo experimentaremos muy cercano, en la medida en que "muramos" a todo lo que no sea amor, para pasar a una nueva vida. Pero, al mismo tiempo, esta nuestra vida del presente no es definitiva y, por eso, la visión plena de Dios sólo será realidad cuando nuestra vida quedará transformada en vida eterna. Así se entiende la afirmación de San Pablo: "no deseamos ser despojados del cuerpo, sino revestidos (de inmortalidad)" (2Cor 5,4).

     Ya podemos decir a Dios, sin complejos de miedo o de conquista: "muéstrame tu rostro" (Ex 33,18); "muéstranos al Padre y nos basta" (Jn 14,8). Los niños no tienen miedo cuando se sienten en un ambiente familiar. Somos los adultos quienes les hemos contagiado nuestros miedos tontos. Cuando el corazón va recuperando su primera fisonomía, todo le parece hermoso. Entonces sabe descifrar la verdadera realidad, donde nos espera Dios, dejando de lado las caretas y fantasmas que nos hemos construido.

     El corazón se atrofia cuando piensa que ya lo tiene todo. Entonces está a un paso de la desesperación, cuando las "aguas torrenciales" arrasa su "casa sin fundamento" (Mt 7,26). La salud del corazón humano se manifiesta en la búsqueda permanente del Infinito. Esa búsqueda se alimenta de encuentros hermosos e inolvidables de huellas de Dios, que desaparecieron luego, como diciéndonos silenciosamente que hay un más allá. "Ahora nosotros te seguimos de todo corazón y buscamos tu rostro" (Dan 3,41).

     La "luz" para ver a Dios, ya en esta vida, nos la regala él mismo: "en tu luz veremos la luz" (Sal 35, 10). De hecho, ya tenemos destellos de esta luz "desde el seno de la madre" (Is 49,1). Dios nos ha creado con capacidad de "dominar la tierra" (Gen 1,28) y el universo entero. Ya se entiende que es el "dominio" de continuar la obra de Dios en bien de toda la humanidad y de todo el cosmos. Es esa verdadera "conquista" donde se va descubriendo a Dios, con un velo cada vez más tenue que nos separa de él. Y es entonces cuando el deseo de encontrarle definitivamente se hace más intenso: "rompe la tela de este dulce encuentro" (San Juan de la Cruz). Esta es la "contemplación" cristiana de "ver" a Dios cuando y donde parece que no está o cuando parece que se nos aleja. Este evangelio o "buena nueva" es para "los niños" y "pequeños", cuyo corazón ha echado por la borda los lastres del egoísmo (Mt 11,25).

     El "rostro" de Dios lo intuimos cuando los gozos nos recuerdan el agradecimiento y cuando las penas nos remiten a un "más allá". A veces nos da la impresión de ver "su espalda" (Ex 33,23) más que sus ojos amorosos. Pero él no nos quiere engañar; su "toque" nos produce dolor porque en nosotros todavía hay algo que no suena a él o porque sus dones todavía no son él. "La cruz es un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre" (SD 8). Con esta luz de la fe, que sólo puede comunicar Cristo, podemos descubrir que "en el mundo en que vivimos está presente el amor" (SD 3).

 

3. Dios se manifiesta y comunica gratuitamente

     El modo de amar de Dios es diferente del nuestro. Nosotros apreciamos a las personas por su cercanía: cualidades, simpatía, utilidad, afinidad... Así "sabemos" quién es quién. Pero Dios es totalmente "otro". El ama porque es bueno; no porque nosotros somos buenos, sino para hacernos buenos como él. Y ama dándose a sí mismo, más que dándonos sus cosas y sus dones. Ama gratuitamente y sin medida, antes de que nosotros existiéramos, antes de que nosotros le conozcamos y amemos. "Nos ha elegido en Cristo antes de la creación del mundo" (Ef 1,4). "El nos ha amado primero" (1Jn 4,10).

     Esta gratuidad del amor de Dios nos desconcierta. Primero se nos hace presente en sus cosas o dones, para decirnos que nos ama. Pero luego esos mismos dones aparecen como quebradizos y pasajeros. Y así nos va educando para hacernos comprender que su amor va más allá de sus dones. Su amor es inquebrantable y para siempre: "te he amado con un amor eterno" (Jer 31,3).

     El camino de esta vida es siempre original e inédito. No hay dos pasos iguales ni dos trechos del camino que se identifiquen. Cada época y cada momento son irrepetibles, porque cada persona es amada y se construye de modo peculiar. Pero hay siempre "algo" que es común con aplicaciones diversas: el mirar amoroso y providente de Dios. Cada uno abre un camino inédito, que ayudará a otros hermanos a dar su paso irrepetible. "Caminarán, Señor, a la luz de tu rostro" (Sal 88,16).

     No nos acostumbramos nunca a esas sorpresas de Dios, que son siempre muestras de su amor gratuito. En el Antiguo Testamento, Dios dejaba entender su presencia con el signo de la "nube" (Ex 24,28). Aparentemente, desde entonces no ha cambiado nada. Porque Dios sigue siendo "el otro", el escondido. Pero cuando leemos el evangelio y entablamos relación personal con Cristo, esa nube, sin dejar de serlo, es "nube luminosa" (Mt 17,5). Ahora, después de la encarnación del Hijo de Dios, en cada momento de nuestra vida y a través de su palabra y de los acontecimientos, Dios nos dice: "este es mi Hijo muy amado; escuchadle" (Mt 17,5).

     El modo con que Dios se nos hace presente y cercano, lo escoge él, según la medida de su amor infinito, no según nuestros baremos. A nosotros nos parece que le vamos a encontrar cuando nos autojustificamos o cuando estamos con las botas puestas. Pero quien nos creó de la "nada", conoce nuestro "barro" más que nosotros mismos. En esos momentos de autosuficiencia estamos más embotados que nunca. El espera que reconozcamos nuestra realidad tal como es, sin complejos de escrúpulo ni de perfeccionismo. A él le encontraremos en el "templo" de la vida, cuando nos decidamos a aceptarnos "en espíritu y en verdad" (Jn 4,23). Es que a él le gusta la autenticidad de que sepamos reconocernos tal como somos ante su mirada de amor.

     Por medio de la creación y de la historia, y, sobre todo, por medio de su Hijo Jesucristo, Dios nos ha revelado su amor para hacernos partícipes de él. Dios se nos ha comenzado a manifestar y comunicar. Un día, en el más allá, esos destellos de su presencia y amor serán visión y comunicación plena. Todo es don gratuito de su amor. El ensayo nos resulta doloroso, porque a nosotros nos cuesta amar como él.

     Todos los dones que vienen de Dios dejan entrever una fuente que nunca se agota. El es el "manantial de gua viva" (Apoc 22,1). La gratuidad de esa agua se fundamenta en el amor divino: "vosotros los sedientos, venid a las aguas, aun los que no tenéis dinero" (Is 55,1). Dios sólo nos pide que reconozcamos nuestra sed, que sintamos necesidad de él y de los hermanos, reconociendo nuestra realidad limitada que se abre al infinito.

     Esa gratuidad del amor divino sólo aparecerá plenamente en el encuentro definitivo con él. El "agua" de su misma vida, que él nos ofrece, se nos convierte en "fuente que salta hasta la vida eterna" (Jn 4,14). No podemos comprender ahora ese modo de amor que es característico de Dios. Para poderle ver, Dios nos pide que creamos en su amor. Le comenzamos a "ver" cuando compartimos sus bienes con los hermanos: "lo que hiciereis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis" (Mt 25,40).

     Hay que ensayar en esta tierra el encuentro "inagotable" con Dios. Cuando perdemos la capacidad de admirar las maravillas de la creación y de los retazos de vida de cada hermano, entonces embotamos nuestros ojos para ver a Dios. Si aceptamos amorosamente el misterio de cada ser humano, es que hemos comenzado a ver a Dios. Cuando Dios se nos hará visión plena, no dejará de ser un misterio inagotable y siempre nuevo, sin monotonía ni aburrimiento. Dios es siempre sorprendente.

     Si hacemos de los hermanos una cosa útil y manipulable, nos cerramos al amor y a la visión de Dios. Hablar del "cielo" resulta ridículo sólo cuando ya se ha excluido a algún hermano del cielo del amor.

     El amor gratuito a los hermanos, a ejemplo de Cristo y según se mandamiento nuevo, se expresa en una donación que no se condiciona a la simpatía ni a la utilidad. El camino para "ver" a Dios en todos los momentos de nuestra vida, es ese amor de gratuidad del que Cristo nos ha dejado ejemplo: "amaros como yo os he amado" (Jn 13,34); "si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21).

     La luz, el aire, el gua, la tierra, el sol..., nos dan una "seguridad" original. Nuestro ser necesita ver, respirar, beber, comer, caminar... Y todo esto es posible porque todas las cosas son buenas, como procedente del corazón de Dios: "y vio Dios ser muy bueno cuanto había creado" (Gen 1,31). El macrocosmos y el microcosmos, lo mismo que una hojita o un pétalo de flor, son maravillas que invitan a abrirse al infinito. Cuando el hombre pisotea esos dones o se cree el amo y señor absoluto de todo, las cosas ocultan su mensaje. Porque lo más importante de todo es que Dios no sólo nos da sus dones, sino que se da a sí mismo en cada uno de las criaturas. Pero ese amor de gratuidad sólo se comienza a entender haciendo del propio ser una donación a todos y en todo.

     Respirar pausadamente el aire puro, hacer que el propio ser deje de endurecerse por la crispación de músculos y nervios, invitar a la mente a que sintonice con ideas de verdad y de bien, todo esto es bueno (a modo de "vía", "método", "yoga"...), a condición de que se convierta en apertura a "alguien" que nos ha concebido eternamente en su corazón. Si faltara nuestra actitud relacional con él, no hay método ni yoga capaz de hacer disfrutar a nuestro corazón la paz de su identidad. El corazón humano es así: o se abre al amor de gratuidad o se atrofia en la drogadicción de sucedáneos engañosos.

     Educarse para el amor de gratuidad es un "riesgo": se puede perder todo lo que no suene a amor. Pero vale la pena saber desprenderse a tiempo de harapos y chapucerías, que nosotros llamamos "tejidos" y "colirios" (Apoc 3,18). El evangelio de Jesús se ha ido propagando siempre por un testimonio de amor "manso y humilde" (Mt 11,29), que se da gratuitamente: "no quebrará la caña cascada ni apagará la mecha humeante, hasta hacer triunfar el derecho" (Mt 12,20; Is 42,3-4).

     El Espíritu de Dios Amor es así. Precisamente por este amor gratuito de Dios, todo ser humano es siempre recuperable. Todos los pueblos de la tierra están esperando ver ese signo verdadero de Dios hecho hombre: "en su nombre pondrán las naciones su esperanza" (Mt 12,21). No hay quien resista a esa fuerza humilde del amor, cuando se manifiesta de verdad. Es la transparencia de las bienaventuranzas la que constituye la misión más eficaz. Por esto "la misión se halla todavía en los comienzos" (RMi 1).

     Se dice que los pueblos desaparecen cuando pierden su "memoria" histórica y cultural. Nuestra "memoria" cristiana consiste en recibir y "rumiar en el corazón" los gestos y palabras de Jesús de Nazaret, que "pasó haciendo el bien" (Act 10,38). Esa es la "memoria" mariana de la Iglesia (Lc 2,19.51), que sabe "gozarse en Dios Salvador" (Lc 1,47), "admirarse" de sus designios (Lc 2,33) y , consiguientemente, "verle" en el rostro de todo hermano necesitado (Jn 2,3).

 

                       MEDITACION BIBLICA

- Dios "escondido":

     "Dios es escondido" (Is 45,15).

     "Nuestro saber de él es siempre inmaduro" (1Cor 13,9).

     "A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en los cielos" (Sal 122,1).

 

- El deseo universal de ver y encontrar a Dios

     "En su nombre pondrán las naciones su esperanza" (Mt 12,21).

     "No deseamos ser despojados del cuerpo, sino revestidos (de inmortalidad)" (2Cor 5,4).

     "Ningún torrente puede extinguir el amor" (Cant 8,7).

     "Mi carne languidece por ti, como tierra reseca sin agua" (Sal 62,2).

     "Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo iré a ver el rostro de mi Dios?" (Sal 41,3).

     "Gemimos dentro de nuestro corazón que suspira por llegar a la adopción de hijos" (Rom 8,23).

     "La creación entera hasta ahora gime y tiene dolores de parto" (Rom 8,22).

     "Muéstrame tu rostro" (Ex 33,18).

     "Ahora nosotros te seguimos de todo corazón y buscamos tu rostro" (Dan 3,41).

     "Caminarán, Señor, a la luz de tu rostro" (Sal 88,16).

 

- Dios se deja ver y encontrar

     "Y vio Dios ser muy bueno cuanto había creado" (Gen 1,31).

     "Nos ha elegido en Cristo antes de la creación del mundo" (Ef 1,4).

     "Te he amado con un amor eterno" (Jer 31,3).

     "Estoy contigo" (Sal 123,18).

     "Soy yo, el que habla contigo" (Jn 4,26).

     "El nos ha amado primero" (1Jn 4,10).

     "No quebrará la caña cascada ni apagará la mecha humeante, hasta hacer triunfar el derecho" (Mt 12,20; Is 42,3-4).

     "Vosotros los sedientos, venid a las aguas, aun los que no tenéis dinero" (Is 55,1).

     "El agua que yo le daré se convertirá en su interior en un manantial que salta hasta la vida eterna" (Jn 4,14).

 

- Condición para "ver" y encontrar a Dios: amar a los hermanos

     "Amaros como yo os he amado" (Jn 13,34).

     "Si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21).

     "Lo que hiciereis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis" (Mt 25,40).

     "Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mt 11,29).

III. DIOS AMOR, FUENTE DE LA MISION. DIMENSION TRINITARIA DE LA MISION DE CRISTO Y DE LA IGLESIA

 

1. La misión de Jesús, misión trinitaria

 

A) El misterio de Dios Amor, uno y trino, revelado por Jesús

B) La misión eterna del Hijo en la misión temporal de Jesús

C) El amor del Padre como fuente de la misión

 

2. La misión de la Iglesia, fundada en la Trinidad

 

A) La Iglesia de la Trinidad, misterio de comunión

B) El "kerigma", primer anuncio de Dios Amor

C) Por Cristo Salvador, hacia la Trinidad

 

3. El fin último de la misión: glorificación de la Trinidad

 

A) Construir la "comunión" en el corazón del hombre

B) Construir la "comunión" en la comunidad eclesial

C) Construir la "comunión" en la comunidad humana de todos los pueblos

 

1. La misión de Jesús, misión trinitaria

 

      Sólo por Jesús y en él, sabemos que Dios es Amor, uno y trino, la máxima unidad vital. Dios, en cada "persona" divina, es pura relación de donación. En Dios todo suena a donación mutua. El Padre se expresa a sí mismo en el Hijo, y ambos se expresan amando en el Espíritu Santo. En ese amor tiene origen la creación del hombre, como "única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma" (GS 24).

 

      En ese amor divino tiene origen la misión del Hijo, para hacerse hombre (encarnación) y para redimir a toda la humanidad (redención). La misión es cristocéntrica porque es teocéntrica y trinitaria.

 

      La Trinidad de Dios Amor es el origen de la misión y del mandato misionero, que Cristo confió a su Iglesia. Por esto, "la índole misionera de la Iglesia" está "basada dinámicamente en la misma misión trinitaria" (RMi 1). La misión viene de Dios Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo; se realiza según los planes salvíficos de Dios y se completa continuamente en una dinámica eclesial y cósmica hacia Dios. La misión es toda la Trinidad en acción, para introducir al hombre, creado y restaurado a su imagen, en su misterio trinitario de amor.

 

      A) El misterio de Dios Amor, uno y trino, revelado por Jesús

 

      En toda la vida y mensaje de Jesús encontramos una epifanía personal del misterio de Dios Amor. En cada gesto, momento y palabra suya, el Padre en el amor del Espíritu, nos dice: "este es mi Hijo amado, escuchadlo" (Mt 17,5; 3,17). Al enviarnos a su Hijo, Dios nos ha dado la mayor prueba de su amor (Jn 3,16). En esta misión de su Hijo, por la fuerza del Espíritu, Dios se ha mostrado como "Dios Amor" (1Jn 4,8ss).[1]

 

      El mismo Jesús se nos hace "el camino" para llegar a esta "verdad y vida" (Jn 14,6), que es él mismo, con el Padre y el Espíritu Santo: "quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9ss; cf. 12,45-46). Sólo Jesús, como Hijo unigénito del Padre, conoce y ha visto a Dios (Jn 1,18); por esto, "sólo el Hijo lo puede revelar" (Mt 11,27).[2]

 

      El primer momento en que se revela el misterio trinitario a la humanidad, es el momento de la encarnación, cuando el ángel anunció a María que Jesús, el "Hijo del Altísimo", sería concebido "por obra del Espíritu Santo", porque era enviado para "salvar" a los hombres (Lc 1,26-38; cf. Mt 1,18-21).[3]

 

      Jesús comunicó el Espíritu Santo a los suyos, como enviado por Padre y el Hijo, puesto que procede de ambos por amor, para que los apóstoles pudieran "dar testimonio" de quién es Jesús (Jn 15,26-27; 16,13-14). La unidad de Jesús, con el Padre y en el Espíritu (Jn 16,14-15), se convierte en el origen y el objetivo de la misión: la participación de cada ser humano en la vida trinitaria de Dios amor. Ello equivale a entrar a formar parte de la "unidad" vital de Dios: "que sea uno, como tú, Padre en mí y yo en ti" (Jn 17,21). Esta es la misión que recibió Jesús y que transmitió a los suyos: "como tú me enviaste al mundo, así yo les envío al mundo" (Jn 17,18).[4]

 

      Nosotros conocemos, por medio de Jesús, que la fuente de la misión es la Trinidad de Dios Amor. La misión es cristocéntrica porque es trinitaria: Jesús es el Hijo enviado por el Padre con la fuerza del Espíritu. El gozo de Jesús, al realizar su misión y al hacernos a nosotros partícipes de ella, es "gozo en el Espíritu Santo", porque así se cumplen los designios del Padre (cf. Lc 10,21-24).

 

      Esa misma misión trinitaria, de la que Cristo es portador en cuanto Hijo enviado por el Padre, es la que comunica a sus apóstoles (Jn 20,21), para que puedan transformar ("bautizar") a toda la humanidad, insertándola en la vida de Dios Amor, uno y trino, "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19).

 

      A la luz de Dios Amor, revelado por Jesús, descubrimos la unidad vital (la naturaleza), en tres personas distintas, que, por la donación total mutua, son la máxima unidad. La creación y la redención del ser humano (y del universo) tienen origen en Dios Padre, que "nos ha elegido" eternamente en su Hijo único, para ser "hijos de adopción" (hijos en el Hijo), por la gracia y "prenda del Espíritu" (Ef 1,3-14). La creación es obra de la Trinidad.[5]

 

      Cuando Cristo dijo "el Padre os ama" (Jn 16,27), nos indicó que el Padre nos ama como le ama a el (Jn 17,23.26). Por esto, "en el gozo del Espíritu Santo", ya podemos decir, con él, "sí, Padre" (Lc 10,21), "Padre nuestro" (Mt 6,9; cf. Rom 8,14-27). La humanidad será salvada definitivamente en Cristo, cuando adoptará esta actitud filial para con Dios y fraterna hacia todos los demás hermanos. "Así, finalmente, se cumple de verdad el designio del Creador, al hacer al hombre a su imagen y semejanza, cuando todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimes la gloria de Dios, puedan decir: 'Padre nuestro'" (AG 7).[6]

 

      B) La misión eterna del Hijo en la misión temporal de Jesús

 

      Jesús, como Verbo encarnado, es "el Hijo unigénito que está en el seno del Padre" (Jn 1,18). Por el hecho de ser engendrado eternamente por el Padre, procede de él y es igual a él ("consubstancial"). Es "la imagen de Dios invisible" (Col 1,15), "el esplendor de su gloria, la irradiación de su substancia" (Heb 1,3). Esta "procesión" puede llamarse "misión" eterna del Hijo de Dios, y fundamenta la misión temporal. El Hijo es "el enviado al mundo" por el Padre (Jn 17,36; cf. 3,16-17), bajo la acción o "unción" del Espíritu Santo (Lc 4,18).

 

      La misión que Cristo recibió del Padre y que llevó a la práctica, "guiado por el Espíritu" (Lc 4,1.14), da sentido a toda su vida. Procede del Padre y vuelve al Padre (Jn 16,28). Esta dinámica misionera del ser, del obrar y de la vivencia de Cristo, constituye su "pascua", es decir, su paso "hacia el Padre" (Jn 13,1), arrastrando a toda la humanidad con él, hasta "recapitular todo en él" (Ef 1,10), porque "todo se apoya en él" (Col 1,17).

 

      Lo que Cristo recibió del Padre en el amor del Espíritu, es lo que comunica a toda la humanidad, para que todos sean "comunión" o reflejo de la vida trinitaria de Dios Amor: "yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno como nosotros somos uno" (Jn 17,22).[7]

 

      Por el ejercicio de la misión, Jesús muestra que él es "la Palabra definitiva de la revelación... la autorevelación definitiva de Dios" (RMi 5). Y aunque en toda la creación y en toda la historia, en las culturas y en los pueblos, hay "semillas del Verbo", no cabe separación entre el Verbo y Jesucristo (cf. RMi 6). Las semillas del Verbo, por ser tales, conducen a la plenitud en Cristo, el Verbo encarnado.[8]

 

      Jesús "inauguró en la tierra el reino de los cielos", precisamente como "cumplimiento de la voluntad del Padre" (LG 3). La epifanía trinitaria que tuvo lugar en el bautismo y en la transfiguración de Jesús, mostró su realidad permanente de "Hijo de Dios", concebido por obra del Espíritu Santo (Lc 1,35).

 

      Misteriosamente y sólo a la luz de la fe, esta epifanía tendrá su máxima expresión en la cruz: entregando su vida en manos del Padre, Jesús, el Hijo, ya podrá comunicar el agua o vida nueva del Espíritu (Jn 19,30-37). La fuerza de la misión llega a su cenit por la "exaltación" de Jesús en la cruz (Jn 3,14-15; 12,32; Fil 2,9). Así Jesús, como "heredero de todas las cosas" (Heb 1,2), podrá orientar a toda la humanidad en la dinámica trinitaria del amor (1Cor 9,6; Ef 2,18).[9]

 

      La vida de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, es, pues, "misión" que totaliza o "consagra" todo su ser por el Espíritu enviado por el Padre (Lc 4,18). Su vida misionera es esencialmente trinitaria (Lc 10,21). La "evangelización de los pobres" conlleva esta impronta trinitaria que va transformando la creación en nueva creación, en "un nuevo cielo y una nueva tierra" (Apoc 21,1), "donde habita la justicia" y el amor (2Pe 3,13).

 

      La Trinidad es el fundamento o raíz del mandato misionero comunicado por Cristo a su Iglesia. La economía de la salvación realizada por el Señor (economía salvífica) tiene como fuente la economía o vida íntima de la Trinidad (economía inmanente). Pero nosotros conocemos el misterio de la Trinidad y su economía, sólo a partir del misterio de Cristo y de su economía de salvación.[10]

 

      Las "procesiones" trinitarias ad intra son eternas (el Hijo procede del Padre; el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo o por el Hijo) (cf. AG 2). Estas procesiones son el fundamento de las "misiones" ad extra (el Hijo es enviado por el Padre, y el Espíritu Santo es enviado por el Padre y el Hijo).[11]

 

      Así, pues, las procesiones justifican las misiones y éstas dependen de aquellas. La prioridad fontal se encuentra en las procesiones; la prioridad cognoscitiva, por parte nuestra, pertenece a las misiones. Dios Padre es la fuente primera (o el amor fontal) de la misión ad extra. El Hijo realiza el misterio pascual. El Espíritu Santo es enviado e infundido en la Iglesia para santificarla como fruto de la redención del Hijo y de los planes salvíficos del Padre.[12]

 

      A partir del misterio trinitario, se puede, pues, hablar de:

 

      - causa última de la misión: "el amor fontal o caridad de Dios Padre" (AG 2; cf. Jn 3,16);

      - misión constitutiva, fundacional y original: el Padre envía al Hijo; el Padre y el Hijo envían al Espíritu Santo;

      - misión realizada por Cristo de modo visible (encarnación, redención, misterio pascual) con los signos visibles de la misión invisible (gracia) del Espíritu Santo;

      - misión consecuente, continuada y participada en la Iglesia, que es fruto y efecto de la misión constitutiva y de la misión realizada por Cristo.[13]

 

      El prototipo de la misión es la encarnación: el Hijo de Dios, enviado por el Padre y hecho hombre para salvar a la humanidad. Así se continúa en el tiempo (por pura gracia) la generación eterna del Hijo. La misión del Hijo procede del Padre y se realiza bajo la acción del Espíritu Santo. El objetivo de esta misión es también trinitario: la inhabitación de la Trinidad en el "alma" y la construcción de la comunión en la comunidad humana por medio de la Iglesia (cf. DM 7; AG 4). La vida intra-trinitaria se comunica por la misión del Hijo y del Espíritu Santo.[14]

 

      C) El amor del Padre como fuente de la misión

 

      La misión de Jesús deriva, como de su fuente, del amor del Padre: "el Padre me amó" (Jn 15,9), "el Padre me envió" (Jn 20,21). Este amor del Padre a Cristo enviado, se prolonga en los hombres evangelizados por Cristo: "les has amado como a mí" (Jn 17,23). La misión encomendada a los apóstoles tiene estas mismas características: "así os envío yo" (Jn 20,21). Es, pues, el amor del Padre a su Hijo y al mundo, el que ha dado origen a la misión (Jn 3,16-17; 1Jn 4,8-9). Jesús es el enviado para manifestarnos y comunicarnos este amor.[15]

 

      El amor eterno del Padre al Hijo, y de éste al Padre, se expresa "espirado" en el Espíritu Santo, quien, en este sentido, procede del Padre y del Hijo (o del Padre por el Hijo). Este amor divino ha dado origen a la creación, a la encarnación del Verbo y a la redención. La humanidad entera, en todo su proceso histórico y salvífico, es fruto de este amor.

 

      La misión o envío del Hijo y del Espíritu Santo, corresponde al designio del Padre: "Este designio dimana del 'amor fontal' o de la caridad de Dios Padre, que, siendo Principio sin principio, engendra al Hijo, y a través del Hijo procede el Espíritu Santo, por su excesiva y misericordiosa benignidad, creándonos libremente y llamándonos además sin interés alguno a participar con El en la vida y en la gloria, difundió con liberalidad la bondad divina y no cesa de difundirla, de forma que el que es Creador del universo, se haga por fin 'todo en todas las cosas' (1 Cor 15,28), procurando a un tiempo su gloria y nuestra felicidad" (AG 2).[16]

 

      Este "amor de Dios" es "gracia de Nuestro Señor Jesucristo" y "comunicación del Espíritu Santo" (2Cor 13,13). La causa última (fuente) de la misión es el amor del Padre (cf. AG 2). El Hijo enviado procede del Padre por generación eterna. El Espíritu Santo enviado por el Padre y el Hijo procede del Padre y del Hijo por "espiración" eterna de su amor mutuo. La misión del Hijo (por la encarnación, como obra de toda la Trinidad) y la misión del Espíritu Santo (por los signos y efectos de gracia), deriva del Padre como de su fuente original. Las "procesiones" trinitarias, en este contexto de amor mutuo, justifican la misión ad extra; pero ésta no es una necesidad, sino pura gracia para toda la humanidad.[17]

 

      Es toda la Trinidad, como máxima unidad de naturaleza divina y con su distinción de personas iguales entre sí, la que actúa "ad extra", tanto para la obra de la creación como para la encarnación y redención.[18]

 

      La misión del Hijo y del Espíritu, por parte del Padre, es la fuente constitutiva y original de la misión de la Iglesia, que prolonga esta misma misión por mandato de Cristo y por comunicación del Espíritu Santo. La fuente de la misión es, pues, la realidad profunda de Dios Amor, es decir, su economía salvífica trinitaria (economía "ad intra" o inmanente). El Padre es la fuente o causa última del amor y de la misión (economía salvífica "ad extra").[19]

 

      En esta dimensión trinitaria se enmarca todo el plan de salvación, que tiene origen en el Padre en cuanto engendra al Hijo y, con el Hijo, espira el Espíritu Santo, para hacer partícipe de esta realidad divina a todo el género humano: "El Padre Eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, dispensándoles siempre su auxilio, en atención a Cristo Redentor, 'que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura' (Col 1,15). A todos los elegidos desde toda la eternidad el Padre 'los conoció de antemano y los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que este sea el primogénito entre muchos herma­nos' (Rom 8,19)" (LG 2).[20]

 

      En el magisterio postconciliar, el tema trinitario ha sido presentado para ser vivido por la Iglesia y anunciado a todos los pueblos. La "renovación interior", a que llama el concilio, tiene como objetivo el tomar conciencia de "la responsabilidad en la difusión del evangelio" para una más eficiente "colaboración en la obra misionera entre los gentiles" (AG 35).[21]

 

      La encíclica Dives in misericordia presenta a Dios Padre misericordioso manifestado en la persona de Jesús su Hijo. "Dios, que es amor, no puede revelarse de otro modo, si no es como misericordioso" (DM 13). Esta misericordia divina debe ser proclamada por medio de la misión de la Iglesia. "La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia... y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador" (ibídem).[22]

 

2. La misión de la Iglesia, fundada en la Trinidad

 

      La misión que la Iglesia ha recibido de Cristo es la misma que él recibió del Padre y que realizó guiado por el Espíritu Santo (Jn 17,18; 20,21-23; Lc 4,1.18). Por esto la "índole misionera" de la Iglesia está "basada dinámicamente en la misma misión trinitaria" (RMi 1). "Evangelizar es, ante todo... dar testimonio de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo" (EN 26).

 

      El misterio o realidad salvífica de la Iglesia sólo puede captarse en el contexto del misterio trinitario. La Iglesia, por ser expresión e instrumento de Cristo presente en ella, es reflejo de las misiones trinitarias internas y externas, y se fundamenta en ellas.

 

      El universalismo de la misión eclesial, "a todos los pueblos", arranca del hecho de que la humanidad entera está llamada a configurarse ("bautizarse") según el modelo trinitario de Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo (cf. Mt 28,19). Los apóstoles podrán "dar testimonio" de Cristo, si reciben "el Espíritu que procede del Padre" y "da testimonio" del Señor (Jn 15,26-27).

 

      A) La Iglesia de la Trinidad, misterio de comunión

 

      Cuando Jesús habló de su Iglesia ("mi Iglesia"), indicó su fundamento visible ("tú eres Pedro"); pero también afirmó su origen fontal en el amor del Padre, quien revela a los hombres su verdadera naturaleza, a modo de edificio que se construye armónicamente (Mt 16,17-18; cf. Ef 2,10; 1Pe 2,5).

 

      La realidad eclesial "dimana del amor fontal o caridad de Dios Padre" (AG 2), de la gracia de Cristo Redentor y de la acción santificadora y unificadora del Espíritu Santo (cf. 2Cor 13,13). La Iglesia es, pues, fruto de los designios salvíficos del Padre, de la donación (o del costado abierto) de Cristo y del envío del Espíritu Santo en Pentecostés. Es, pues, el "icono" de la Trinidad, "la Iglesia de la Trinidad".[23]

 

      La naturaleza misionera de la Iglesia se fundamenta en su relación con el misterio Trinitario de Dios Amor, que debe llegar a todos los corazones y a todos los pueblos. "La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre" (AG 2).

 

      La Iglesia es misterio de comunión por tener su origen en Dios Amor, por Cristo, en el Espíritu Santo. Es "enviada por Dios a las gentes, para ser sacramento universal de salvación" (AG 1), es decir, "instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género humano" (LG 1).

 

      Esta comunión activa y eficaz de la Iglesia es reflejo de la comunión trinitaria, que es fuente de toda comunión. Por esto, la Iglesia es "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4). "El concepto de comunión está en el corazón del autoconocimiento de la Iglesia, en cuanto misterio de la unión personal de cada hombre con la Trinidad divina y con los otros hombres, iniciada por la fe, y orientada a la plenitud escatológica en la Iglesia celeste, aun siendo ya una realidad incoada en la Iglesia sobre la tierra".[24]

 

      Las imágenes bíblicas aplicadas a la Iglesia, indican "comunión", siempre con cierta referencia al misterio trinitario: cuerpo, casa, templo, pueblo, esposa, etc. (cf. LG 6-7). Los creyentes, reunidos en comunidad "convocada" (ecclesia), son "conciudadanos de los santos, familiares de Dios, edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y de los profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús... en quien vosotros también sois edificados para morada de Dios en el Espíritu" (Ef 2,19-21). La comunión trinitaria es, pues, el origen y el fundamento de la comunión eclesial.[25]

 

      Al presentar los temas misioneros y, de modo especial, la reflexión teológica sobre la misión de la Iglesia ("misionología"), hay que enmarcarlos "en el designio trinitario de la salvación" (RMi 32). Entonces se da "un nuevo respiro a la misma actividad misionera, concebida no ya como una tarea al margen de la Iglesia, sino insertada en el centro de su vida, como compromiso básico de todo el Pueblo de Dios" (ibídem).[26]

 

      La Iglesia toma su impulso de la vida trinitaria, transmitida por Cristo, para convertirse en instrumento de comunión en el corazón humano, en la familia y en la sociedad entera, anunciando que "por Cristo, tenemos el poder de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18). La dinámica misionera de la Iglesia es de comunión: en el Espíritu, por Cristo, al Padre. "La Iglesia... reflejo luminoso y vivo del misterio de la Santísima Trinidad... lleva en sí el misterio del Padre que, sin ser llamado ni enviado por nadie (cf. Rom 11, 33‑35), llama a todos para santificar su nombre y cumplir su voluntad; ella custodia dentro de sí el misterio del Hijo, llamado por el Padre y enviado para anunciar a todos el Reino de Dios, y que llama a todos a su seguimiento; y es depositaria del misterio del Espíritu Santo, que consagra para la misión a los que el Padre llama mediante su Hijo Jesucristo" (PDV 35).

 

      B) El "kerigma", primer anuncio de Dios Amor

 

      El primer anuncio del evangelio ("kerigma") es siempre trinitario: se anuncia a Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, que comunica, de parte del Padre, la vida nueva en el Espíritu. La fuerza de la misión no estriba en conceptos, fáciles o difíciles, sino en la realidad de Dios Amor, que supera todo concepto y se encuentra ya en el fondo de cada corazón humano.[27]

 

      Cuando San Pedro, el día de Pentecostés, anunció a Cristo muerto y resucitado, este primer anuncio contenía el misterio trinitario, que se comunica a todo corazón si se abre al amor: "a este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos... Arrepentíos y bautizados en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el Espíritu Santo" (Act 2,32-38).

 

      San Pablo basa el primer anuncio también en el mismo contenido: Cristo, por su resurrección, manifiesta que es Hijo de Dios hecho nuestro hermano por la fuerza del Espíritu. Este es "el evangelio que Dios había prometido por medio de sus profetas en las Escrituras santas. Este evangelio se refiere a su Hijo, nacido de la estirpe de David en cuanto hombre, y constituido por su resurrección de entre los muertos, Hijo poderoso de Dios según el Espíritu santificador: Jesucristo, Señor nuestro, por quien he recibido la gracia de ser apóstol, a fin de llevar la fe a todas las naciones" (Rom 1,1-5).[28]

 

      Jesús había enviado a los apóstoles "a todas las gentes", para "enseñar" o anunciar el mensaje de su encarnación y redención, de suerte que toda la humanidad quedara invitada y urgida a participar del misterio trinitario de Dios Amor, "bautizándose" en él (Mt 28,19). Jesús comunicó el Espíritu Santo ("la promesa del Padre") a los apóstoles, para que tuvieran el valor de anunciar en su nombre este misterio de amor a toda la humanidad (cf. Lc 24,47-49).

 

      Los conceptos humanos, siendo válidos en sí mismos, son insuficientes para expresar el misterio de Dios Amor. Todos los pueblos, en sus diversas culturas y conceptos, esperan con deseos profundos ("gemidos") sembrados por Dios en su corazón (cf. Rom 8,22ss), el anuncio de Cristo como Hijo enviado por el Padre para comunicar la nueva vida en el Espíritu. Por esto, "evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de una manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo. Testimoniar que ha amado al mundo en su Hijo; que en su Verbo Encarnado ha dado a todas las cosas el ser, y ha llamado a los hombres a la vida eterna" (EN 26).[29]

 

      El apóstol queda urgido a hacer este "primer anuncio" a todos los pueblos, dando testimonio de Cristo enviado por el Padre con la fuerza de Espíritu, porque "toda persona tiene el derecho a escuchar la Buena Nueva de Dios que se revela y se da en Cristo, para realizar en plenitud la propia vocación" (RMi 46).

 

      Las culturas religiosas tienen una experiencia de Dios y trazan un camino de salvación dentro de los límites de una reflexión humana, siempre en el marco de una providencia divina sobrenatural. El anuncio del misterio de Cristo, en este contexto histórico-cultural, da un salto al infinito, que sólo se puede captar con el don de la fe: Dios Amor nos ha enviado a su Hijo para comunicarnos la vida nueva en el Espíritu. La salvación trazada por los designios de Dios no equivale a la "salvación" de un mal concreto (como el dolor, el error, etc.), sino que hace entrar en la intimidad divina por Cristo y en el Espíritu Santo. Es, pues, la salvación integral del hombre en toda su totalidad y según los designios eternos del mismo Dios. Se anuncia, pues, una salvación plena en Cristo:

 

      - el Hijo de Dios, perfecto Dios (Gal 4,4; Rom 9,5),

      - perfecto hombre, hermano nuestro (1Tim 2,5; Fil 2,7; Jn 1,14),

      - Salvador definitivo, pleno y universal (Tit 3,4).

 

      La novedad de la misión cristiana estriba en este anuncio de la encarnación del Verbo y de su misterio pascual de muerte y resurrección, como epifanía del misterio trinitario. Por Cristo, perfecto Dios y perfecto hombre, Dios ha querido salvar al hombre por medio del hombre, comunicándole la vida nueva en el Espíritu. El misterio del hombre, creado a imagen de Dios (Gen 1,26-27), ha sido restaurado, por Cristo y en el Espíritu. El hombre ya puede participar de la vida trinitaria (Ef 2,18; Jn 14,17.23).[30]

 

      C) Por Cristo Salvador, hacia la Trinidad

 

      La Iglesia de la Trinidad anuncia a Cristo como "camino" hacia el misterio divino que ha sido revelado y comunicado a la humanidad. Sólo por Cristo Salvador conocemos a Dios en cuanto Padre que ha enviado a su Hijo para salvarnos: "nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Lc 10,22). Jesús, "Salvador del mundo" (Jn 4,42), nos hace conocer al Padre como "Dios Amor", que "nos hace participar de su Espíritu" (1Jn 4,8.13-14).[31]

 

      Por el hecho de recibir esta vida nueva de salvación en Cristo, ya podemos "conocer y creer en el amor" de un Dios que se ha manifestado como Amor por habernos enviado a su Hijo con la fuerza del Espíritu (cf. 1Jn 4,13-16). Conocemos el misterio de la Trinidad (que es la economía trascendente respecto a nosotros e inmanente en Dios), gracias a la economía salvífica realizada en esta tierra por Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre.

 

      Jesús nos salva haciéndonos partícipes de su misma filiación divina. Por comunicarnos su Espíritu, ya podemos ser de verdad hijos de Dios (por la gracia de "adopción", no por exigencia de nuestra naturaleza). El misterio trinitario se manifiesta en la vida de Jesús (cf. n. 1 de este capítulo); gracias a la redención, se nos ha comunicado a nosotros. "El Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios", como "coherederos de Cristo"; por esto, ya podemos decir a Dios "Padre" (Abba), con la misma voz y amor de Cristo, puesto que estamos unidos a él (cf. Rom 8,14-17).[32]

 

      A Dios Amor, uno y trino (la Trinidad), lo hemos conocido amándonos y salvándonos en Cristo su Hijo. El Antiguo Testamento tiene algunas huellas que dejan entrever esta realidad divina trinitaria (Dios crea y dirige la historia con su Palabra y la fuerza de su Espíritu); pero estas huellas sólo se pueden interpretar adecuadamente a la luz del Nuevo Testamento, por el misterio de la encarnación del Verbo y por la venida del Espíritu Santo.[33]

 

      La Iglesia, comunidad convocada por Jesús, entra en el misterio de la Trinidad sólo por medio del mismo Jesús, quien nos ha dado a conocer "todo" lo que él, como Hijo eterno de Dios, ha visto y vivido en el Padre (Jn 1,18; 6,46; 15,15). El Espíritu Santo, enviado por Jesús, "guía hacia la verdad completa" del misterio de Dios (Jn 14,13-15).

 

      Conocer a Cristo, como le conocen sus ovejas (Jn 10,14), es conocer amando su misterio, que es manifestación del misterio de Dios Amor, uno y trino. Conocer a Cristo equivale a conocer la Trinidad. Por medio de la encarnación del Hijo de Dios, "se ha manifestado la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres" (Tit 3,4ss).

 

      Por Cristo, ya sabemos que Dios no es sólo una idea, ni sólo un primer motor, una experiencia o un "absoluto". La salvación de Cristo manifiesta que Dios es "alguien", personal, vivo. Toda su vida es infinita y plena, sin circunstancias pasajeras y sin abstracciones. Como Padre, se expresa a sí mismo perfectamente en el Hijo; como Padre e Hijo, se expresan el amor en el Espíritu Santo. El ser humano, creado a imagen de Dios, como ser que piensa y ama, ya puede entrar, por gracia, en la participación de la vida trinitaria. Por Cristo y en el Espíritu, somos "consortes de la divina naturaleza" (2Pe 1,4).[34]

 

      Por Cristo y en la vida nueva del Espíritu, la humanidad ya puede acercarse al Padre (cf. Ef 2,18). Con la "prenda del Espíritu", ya puede "decir por Cristo amén a Dios" (2Cor 1,20-22). Cuando lleguemos a ver a Dios, será el Espíritu Santo quien nos transformará plenamente en Cristo como hijos de Dios, para llevar a plenitud los planes salvíficos y universales del Padre (2Cor 3,18; cf. Ef 1,5-6). "El amor no sólo crea el bien, sino que hace participar en la misma vida de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En efecto, el que ama desea darse a sí mismo" (DM 7).

 

      Toda la humanidad está llamada a entrar en esta salvación plena y definitiva. "La urgencia de la actividad misionera brota de la radical novedad de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos" (RMi 7).[35]

 

3. El fin último de la misión: glorificación de la Trinidad

 

      El ideal que el cristianismo propone a toda la humanidad, es el de llevar a efecto el plan salvífico del Padre, por Cristo Redentor, en la vida nueva del Espíritu Santo (cf. Ef 1,3-14). La "gloria" de Dios consiste en que todo ser humano, en la integridad de su ser, participe de esta vida divina. Cuando se llegue a este objetivo, entonces se habrá conseguido "la alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1,6), es decir, la salvación integral y universal de la humanidad, según los designios de Dios.

 

      Jesús, desarrollando la misión encomendada, glorificó al Padre: "Te he glorificado sobre la tierra, he cumplido la obra que me encomendaste realizar" (Jn 17,4). La gloria de Dios se realiza cuando el hombre entra en el conocimiento vivencial de Dios Amor revelado por Jesucristo: "Esta es la vida eterna, que te conozcan a tí, único Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo" (Jn 17,3; cf. 1Pe 4,11).

 

      La misión de la Iglesia es la misma de Jesús. Por medio de la actividad misionera de la Iglesia, "Dios es glorificado plenamente, desde el momento en que los hombres reciben plena y conscientemente la obra salvadora de Dios, que cumplió en Jesucristo" (AG 7). Por esta misión eclesial, que es prolongación de la de Jesús, "Dios procura, a la vez, su gloria y nuestra felicidad" (AG 2).[36]

 

      La gloria de Dios se consigue construyendo el corazón humano, la comunidad eclesial y toda la comunidad humana, según el modelo de la comunión trinitaria. "Esta gloria consiste en que los hombres reciben conscien­te, libremente y con gratitud la obra divina realizada en Cristo y la manifiestan en toda su vida" (PO 2).[37]

 

      A) Construir la "comunión" en el corazón del hombre

 

      La gloria de Dios se fragua en el fondo de cada corazón humano, cuando éste se construye como reflejo de la comunión trinitaria. Por esto, cada persona humana, como ser irrepetible, es el objetivo inmediato de la misión de Cristo y de su Iglesia. La cercanía de Cristo a cada persona concreta (cf. GS 22), continúa en la misión de sus apóstoles, para escuchar, sanar, perdonar (cf. Mt 10,5-8).

 

      En cada corazón humano debe reconstruirse el rostro primitivo de su ser como imagen de Dios Amor, uno y trino. Cuando el corazón se unifica, abriéndose al amor, según el modelo de las bienaventuranzas, entonces se reproduce en él el modelo de comunión que existe en Dios: "amad..., sed perfectos como vuestro Padre del cielo" (Mt 5,44-48).

 

      La paz, que es "comunión" en la sociedad humana, radica fundamentalmente en la comunión y unidad de cada corazón. "La paz es... un perpetuo quehacer. Dada la fragilidad de la voluntad humana, herida por el pecado, el cuidado por la paz reclama de cada uno constante dominio de sí mismo... La paz sobre la tierra, nacida del amor al prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede de Dios Padre... En la medida en que el hombre es pecador, amenaza y amenazará el peligro de guerra hasta el retorno de Cristo; pero en la medida en que los hombres, unidos por la caridad, triunfen del pecado, pueden también reportar la victoria sobre la violencia" (GS 78).[38]

 

      La comunión del corazón sólo es posible a partir de la presencia de Cristo, quien, a su vez, es garante de la inhabitación de la Trinidad en él. Cuando "la caridad de Dios se difunde en los corazones por el Espíritu Santo" (Rom 8,26), entonces Dios Amor, uno y trino, establece ahí su "hogar" o casa solariega (cf. Jn 14,15-23).

 

      El objetivo inmediato de la misión de la Iglesia es, pues, conseguir que reine el amor en el corazón de cada ser humano, por la inhabitación de la Trinidad en él. Entonces el corazón se hace "gloria" de Dios por la comunicación del Espíritu en él (cf. Jn 16,14). "La suprema y completa autorrevelación de Dios, que se ha realizado en Cristo, atestiguada por la predicación de los Apóstoles, sigue manifestándose en la Iglesia mediante la misión del Paráclito invisible, el Espíritu de la verdad" (DM 7). La inhabitación de la Trinidad hace participar de esta vida que es fuente de la misión de Cristo y de la Iglesia.[39]

 

      La unidad divina y trinitaria se hace realidad en la unidad del corazón unificado por el amor. La vida intratrinitaria se comunica por medio de la misión del Espíritu Santo, como fruto de la misión de Cristo. Cuando el corazón creyente vive esta realidad de gracia, experimenta la urgencia de la misión: "el Espíritu Santo unifica en la comunión... infunde en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo" (AG 4). Cuando la vida intratrinitaria se comunica al hombre por la misión del Hijo y del Espíritu Santo, existe entonces la comunión en el corazón, como base de la comunión de toda la sociedad humana.

 

      Dios creó al hombre para relacionarse con él y para que el mismo hombre se realizara en relación de comunión fraterna (Gen 2-3). Esta relación divina se podría concretar en la presencia de inmensidad; pero, por la revelación, sabemos que se concreta en una relación de donación: "su alguno me ama, mi Padre le amará, vendremos a él y haremos en él nuestra morada" (Jn 14,23); "el que vive en amor, permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,16).

 

       Esta nueva presencia de Dios es de comunicación de su misma vida divina por la caridad. La presencia de Dios en medio de su pueblo, por la "shekiná" o tienda de Yavé (Ex 33,7-11), gracias a la presencia del Hijo de Dios por la encarnación (Jn 1,14), se ha convertido en presencia de donación, a imagen de la donación mutua entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Rom 5,5; Gal 4,6-7).[40]

 

      Juntamente con esta realidad de participación en la vida divina trinitaria, el hombre es hijo de Dios por la gracia de la adopción. El Padre nos hace "hijos en el Hijo" (Ef 1,5), por medio de la redención de Cristo y la comunicación del Espíritu Santo (1Jn 3,1-24; Rom 8, 14-17)[41]

 

      La Iglesia, continuando la misión de Cristo, construye en cada corazón humano esta realidad de "familiares de Dios" (Ef 2,19), "hijos en el Hijo" (Ef 1,5), "templos del Espíritu Santo" (1Cor 6,19). La unidad o comunión del corazón debe reflejar la comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (cf. Jn 17,21). Precisamente esta comunión es el objetivo de la misión confiada por el Padre a Cristo y, por él, a la Iglesia (cf. Jn 17,18-21).[42]

 

      El anuncio y la construcción del Reino de Cristo comienza precisamente por la llamada a la conversión, a la fe, y al bautismo. Es toda la persona humana la que queda invitada a abrirse a los planes de Dios Amor, puesto que se trata de "conversión de mentalidades y de corazones" (RH 16). El Reino anunciado comienza a establecerse en el corazón (Reino "carismático"), para pasar luego a construir la comunidad (Reino "institucional") y, finalmente, llegar a ser plenitud de resurrección final en Cristo (Reino "escatológico").[43]

 

      Por el bautismo, el creyente en Cristo entra a participar en la vida trinitaria como "consorte de la naturaleza divina" (2Pe 1,4). La gracia recibida configura con Cristo y, por él y en el Espíritu, transforma la persona del creyente en hijo de Dios por participación. La misión de la Iglesia apunta, pues, a crear este nuevo cosmos a partir de un "nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu" (Jn 3,5).[44]

 

      La misión descrita por Pablo tiene como objetivo "formar a Cristo" en cada ser humano (Gal 4,19), para que desde cada corazón brote la palabra "Padre", pronunciada por quien es hijo de Dios gracias al Espíritu Santo comunicado por Cristo (Gal 4,4-7). Por la "prenda del Espíritu", comunicada por Cristo Redentor, ya podemos decir "sí" a Dios (2Cor 1,20-22).

 

      La vida humana y todo el universo se hace reflejo de Dios Amor, a partir de este sí como "alabanza de su gloria" (Ef 1,6). Es el "sí" de Jesús, que comenzó en la encarnación (cf. Heb 10,5-7) y que quiso el "sí" de María como figura de la Iglesia (Lc 1,38). "Injertados" en Cristo por el bautismo, los creyentes ya pueden "vivir para Dios en Cristo Señor nuestro" (Rom 6,5-11). La vida se hace donación a los hermanos cuando es donación a Dios.[45]

 

      B) Construir la "comunión" en la comunidad eclesial

 

      La Iglesia de la Trinidad es ella misma misterio de comunión y de misión, como hemos visto más arriba (III, 2, A). Lo es porque está llamada a construir la comunión en cada corazón humano y en toda la comunidad humana (cf. n. 3, A y C). Por esto, ella misma se debe construir continuamente como reflejo de la comunión trinitaria. Esta construcción es un proceso de crecimiento en la comunión. La Iglesia es "germen de unidad" para todo el género humano, en la medida en que ella misma sea "comunión de vida" (LG 9).

 

      La Iglesia es "signo" de comunión en cuanto ella misma transparenta y comunica la comunión. Por esto, es "sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1).[46]

 

      La comunidad eclesial se construye con la predicación de la Palabra como continuación de la predicación apostólica, con la celebración eucarística como sacramento de unidad y con la solidaridad de compartir los bienes como signo de fraternidad (cf. Act 2,42-47). "En efecto, toda comunidad, para ser cristiana, debe formarse y vivir en Cristo, en la escucha de la palabra de Dios, en la oración centrada en la eucaristía, en la comunión expresada en la unión de corazones y espíritus, así como en el compartir según las necesidades de los miembros (Act 2,42-47). Cada comunidad debe vivir unida a la Iglesia particular y universal" (RMi 51).

 

      Entonces, a imitación de la comunidad eclesial primitiva, se forma "un solo corazón y una sola alma" (Act 4,32). La fuerza del Espíritu se manifiesta en la evangelización, a partir de esta comunión eclesial (cf. Act 4,31.33-34).[47]

 

      Cada comunidad cristiana, por la comunión o vida fraterna, debe ser "un solo cuerpo" por la "unidad del Espíritu" que la anima según diversos carismas (Ef 4,3-6). Todo carisma (gracia), así como toda vocación, forma de vida y ministerio, se dan "según la medida de la donación de Cristo" (Ef 4,7), "para edificar el cuerpo de Cristo" (Ef 4,12). Cada creyente y toda la comunidad crece por el amor: "abrazados a la verdad, en todo crezcamos en la caridad, llegándonos a aquel que es nuestra cabeza, Cristo" (Ef 4,15).[48]

 

      La comunidad crece por la fuerza del Espíritu Santo que está en ella (cf. Ef 2,21-22), que ha sido enviado por Jesús resucitado, también presente en medio de los hermanos "reunidos en su nombre" (Mt 18,20). Es una comunión de "santos", de "familiares de Dios", a modo de edificio espiritual, cuyos "fundamentos son los Apóstoles" y cuya "piedra angular es Jesucristo" (Ef 2,19-20). "Primogénito entre muchos hermanos, constituye, con el don de su Espíritu, una nueva comunidad fraterna entre todos los que con fe y caridad le reciben después de su muerte y resurrección, esto es, en su Cuerpo, que es la Iglesia, en la que todos, miembros los unos de los otros, deben ayudarse mutuamente según la variedad de dones que se les hayan conferido" (GS 32).

 

      La Palabra, convocando a la comunidad eclesial para celebrar el cuerpo eucarístico de Cristo, la transforma en Cuerpo Místico del Señor. El "amén" por el que la comunidad se une a Cristo, la unifica a ella misma como familia de hermanos. El "Padre nuestro" edifica la paz fraterna en este "sí": "por él (por Cristo) decimos amén, para gloria de Dios" (2Cor 1,20; cf. Heb 13,15).[49]

 

      El Espíritu Santo, por ser prenda de comunión entre el Padre y el Hijo, lo es también entre los miembros de la comunidad eclesial (cf. Ef 1,13-14). "Es Dios quien a nosotros y a vosotros nos confirma en Cristo, nos ha ungido, nos ha sellado y ha depositado las arras del Espíritu en nuestros corazones" (2Cor 1,21-22).

 

      El programa de este camino de comunión está ya trazado en el misterio trinitario, que se nos convierte para nosotros en economía de salvación universal. La comunidad queda renovada por la comunión de Dios Amor y, por tanto, capacitada para construir la comunión en todos los corazones y en toda la humanidad. Este es el saludo trinitario y misionero del inicio de la celebración eucarística: "la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, la caridad de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2Cor 13,13).

 

      C) Construir la "comunión" en la comunidad humana de todos los pueblos

 

      La comunidad eclesial, por su misma naturaleza de "pueblo mesiánico", es "germen de unidad para todo el género humano" (LG 9). Efectivamente, "Cristo, que lo instituyó para ser comunión de vida, de caridad y de verdad, se sirve también de él, como de instrumento de la redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5,13-16)" (ibídem).

 

      En Cristo y por la Iglesia, el mundo llegará a "la unidad completa" (LG 1), como reflejo de la comunión trinitaria de Dios Amor. Por ser "misterio de comunión", la Iglesia está "abierta a la dinámica misionera y ecuménica".[50]

 

      En el grado en que la Iglesia sea comunión, se constituye en constructora de la comunión universal. "Se percibe, a la luz de la fe, un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra 'comunión'" (SRS 40). Por esto, la Iglesia es "sacramento inseparable de unidad" para todos los hombres.[51]

 

      El objetivo de la encarnación del Hijo de Dios es de "establecer la paz o comunión con él y una fraterna sociedad entre los hombres" (AG 3). La Iglesia, por ser signo portador de Cristo (misterio), tiene su misma misión : construir la humanidad en comunión de hermanos, "partícipes de la naturaleza divina" (AG 3). "Plugo a Dios llamar a los hombres a la participa­ción de su vida no sólo individualmente, sin mutua conexión mutua entre ellos, sino constituirlos en pueblo, en el que sus hijos que estaban dispersos se congreguen en unidad (cf. Jn 11,52)" (AG 2).

 

      Por el hecho de ser y vivir la comunión trinitaria en el corazón y en la comunidad, la Iglesia se hace instrumento de comunión sin fronteras. "Fin último de la misión es hacer partícipes de la comunión que existe entre el Padre y el Hijo: los discípulos deben vivir la unidad entre sí, permaneciendo en el Padre y en el Hijo, para que el mundo conozca y crea (cf. Jn 17,21-23)" (RMi 23).

 

      El ser de comunión eclesial (en personas y comunidades) vale más que el hacer. "Se es misionero ante todo por lo que se es, en cuanto Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace" (RMi n. 23).

 

      La antropología y sociología cristiana (es decir, a la luz del evangelio) valoran el ser humano y las realidades humanas según la capacidad de donación: "el hombre... no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24). Sólo a partir de esta donación personal, es posible construir la sociedad en comunión de hermanos y de pueblos. "El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor" (GS 26).

 

      No será posible lograr los derechos fundamentales de los hombres y de los pueblos, si no se parte del origen del hombre y del mundo: la comunión de Dios Amor. "Ello es imposible si los individuos y los grupos sociales no cultivan en sí mismo y difunden en la sociedad las virtudes morales y sociales, de forma que se conviertan verdaderamente en hombres nuevos y en creadores de una nueva humanidad con el auxilio necesario de la divina gracia" (GS 30).

 

      La misión que Cristo encomendó a su Iglesia tiende, pues, a construir la humanidad en comunión de hermanos. Cristo "ordenó a los Apóstoles predicar a todas las gentes la nueva evangélica, para que la humanidad se hiciera familia de Dios, en la que la plenitud de la ley sea el amor" (GS 32). La historia humana es un camino de comunión o solidaridad creciente. "Esta solidaridad debe aumentarse siempre hasta aquel día en que llegue su consumación y en que los hombres, salvados por la gracia, como familia amada de Dios y de Cristo hermano, darán a Dios gloria perfecta" (GS 32).

 

      Así, pues, "la promoción humana de la unidad concuerda con la misión íntima de la Iglesia", como sacramento o signo eficaz de esta unidad (GS 42). La comunión eclesial, vivida íntegramente, es la base de la comunión de toda la humanidad. "La unión de la familia humana cobra sumo vigor y se completa con la unidad, fundada en Cristo, de la familia consti­­tuida por los hijos de Dios" (GS 42). Construyendo esta comunión universal, la Iglesia contribuye a la "edificación de un mundo más humano" (GS 57).[52]

 

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S. VERGES, Dios es amor. El amor de Dios revelado en Cristo según Juan (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1982).

 

S. VERGES, J.J. DALMAU, Dios revelado por Cristo (Madrid, BAC, 1969).

 

Nota: Ver fichas bibliográficas en este capítulo: cruz (nota 9), "kerigma" (nota 28), salvación (notas 31), gracia y filiación adoptiva (notas 32, 41 y 45), religiones no cristianas (nota 33), Iglesia comunión (notas 46-48), Cuerpo Místico (nota 49), promoción humana y evangelización (nota 52).



    [1]La teología del evangelio de San Juan y de sus cartas, se mueve en esta dirección de "manifestación" del amor de Dios por medio de Jesús (Jn 3,16-17; 1Jn 3-4). A. FEUILLET, Le mystère de l'amour divin dans la théologie johanninque (Paris, Gabalda, 1972); S. VERGES, Dios es amor. El amor de Dios revelado en Cristo según Juan (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1982). Ver otros estudios sobre San Juan, en la nota 15 del capítulo I y en la orientación bibliográfica final. La Trinidad de Dios hay que presentarla a las religiones fuertemente monosteístas, como la máxima unidad de un Dios que es plenamente vida y amor. La unidad no es abstracción, a modo de una idea o un primer motor, sino la fuente viva en sí misma, aún antes de crear el hombre y el cosmos. Por esto la creación y la redención, por medio de Jesús, se convierten en misión para el hombre creado y redimido, para anunciar y comunicar a otros la misma vida de Dios uno y trino.

    [2]El testimonio religioso de Jesús no es el de un "místico" ni el de un fundador de religión que ha tenido una fuerte experiencia de Dios. El testimonio peculiar de Jesús consiste en comunicar lo que él ha visto en el Padre desde la eternidad: "A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, que es Dios, y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer" (Jn 1,18); "solamente aquel que ha venido de Dios, ha visto al Padre" (Jn 6,46).

    [3]"La autorrevelación de Dios, que es imprescrutable unidad en la Trinidad, queda contenida en las líneas fundamentales de la anunciación en Nazaret" (MD 3). María es "la Madre de Dios Hijo, y por eso, hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo" (LG 53). AA.VV., María y la Santísima Trinidad (Salamanca, Estudios Trinitarios, 1986); J.H. NICOLAS, Synthèse dogmatique. De la Trinité à la Trinité (Paris, Beauchesne, 1986).

    [4]V.M. CAPDEVILA, Trinidad y misión en el evangelio y en las cartas de San Juan: Estudios Trinitarios 15 (1981) 83-153.

    [5]"Todo es uno en ellos, donde no existe oposición de relación... A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está toto en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Concilio de Florencia: DS 1330-1331).

    [6]Ver el tema de la misión en relación con la Trinidad, en los apartados siguientes. AA.VV., El misterio trinitario a la luz del Vaticano II (Salamanca, 1970); J. AUER, Dios uno y trino (Barcelona, Herder 1982); N. CIOLA, Immagine di Dio-Trinità e società moderna: Lateranum 58 (1992) 157-180; C. DUQUOC, Dios diferente (Salamanca, Sígueme, 1982); J. ESQUERDA BIFET, Construir la historia amando. Trinidad y existencia humana (Barcelona, Balmes, 1989); B. FORTE, Trinidad como historia (Salamanca, Sígueme, 1988); W. KASPER, El Dios de Jesucristo (Salamanca, Sígueme, 1986); J. MOLTMANN, Trinidad y reino de Dios (Salamanca, Sígueme, 1987); J.J. O'DONNELL, Il mistero della Trinità (Roma, Pont. Univ. Gregoriana, 1989); G. PHILIPS, Inhabitación trinitaria y gracia (Salamanca, Sígueme, 1980); L. SCHEFFCZYK, Dios uno y trino (Madrid, FAX, 1973); S. VERGES, J.J. DALMAU, Dios revelado por Cristo (Madrid, BAC, 1969).

    [7]Esta unidad de "comunión" constituye la naturaleza de la Iglesia, como reflejo de la unidad de la vida trinitaria: "Toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4). Lumen Gentium4 cita a San Cipriano, De oratione domenica 23: PL 4, 553. Ver el tema de la "comunión" eclesial en el apartado n. 3 del presente capítulo.

    [8]Ver este tema en el capítulo I, n. 3, A, del presente estudio.

    [9]AA.VV., La sapienza della croce oggi (Torino, LDC, 1976); AA.VV., Sabiduría de la cruz (Madrid, Narcea, 1980); H.U. VON BALTHASAR, La gloire et la croix (Aubier, 1965); J. ESQUERDA BIFET, Fuerza de la debilidad. Espiritualidad de la cruz (Madrid, BAC 1993).

    [10]La expresión "economía" singifica "designio" (divino), "dispensación", "administración" (Lc 16,2; Col 1,25; Ef 3,2). Se acostumbra a usar más frecuentemente como "economía sacramental", en el sentido de "comunicación (o dispensación) de los frutos del misterio pascual de Cristo en la celebración de la liturgia sacramental de la Iglesia" (CEC 1076).

    [11]Hay, pues, dos "procesiones" (que también pueden llamarse "misiones") ad intra, que fundamentan la dos misiones ad extra. El Hijo y el Espíritu proceden de la misma fuente (el Padre), pero de diverso modo: el Hijo procede por generación; el Espíritu procede por "espiración" (cf. SANTO TOMAS, I, q.43, a.2). La misión ad extra es visible en cuanto al Hijo (por la encarnación y redención), quien es el autor de la santificación. La misión ad extra es invisible en cuanto al Espíritu Santo, pero con signos externos de santificación (cf. I, q.43, a.7). Los efectos de gracia también pueden ser diversos (iluminacion, afectos) según se atribuyan al Hijo o al Espíritu (cf. I, q.43, a.5). Ver: L. SCHEFFCZYK, Las misiones trinitarias como fuentes de la vida cristiana: Scripta Theologica 24 (1992) 923-940.

    [12]Hay que distinguir entre "procesiones" y "relaciones". Las procesiones fundamentan las relaciones. En las relaciones se distinguen tres elementos: el sujeto del que proceden (terminus a quo), el objeto (terminus ad quem) y el fundamento (que consiste en la procesión). El Padre es relación al Hijo por generación activa. El Hijo es relación al Padre por ser engendrado (generación pasiva). El Padre y el Hijo son relación al Espíritu por "espiración" activa. El Espíritu Santo es relación al Padre y al Hijo por "espiración" pasiva. Ver algunos tratados actuales sobre la Trinidad, en la nota 6.

    [13]La procesión eterna del Hijo y del Espíritu (respectivamente por generación y espiración) es el fundamento de la misión temporal, como nuevo modo de la presencia de Dios en el mundo. La misión temporal del Hijo y del Espíritu son una extensión (aunque no necesaria) de su procesión eterna. La misión temporal es una gracia y no una necesidad.

    [14]  La dimension trinitaria de la misión ha sido estudiada con perspectivas cada vez más teológicas, pastorales y espirituales. Propiamente la Iglesia descubre esta dimensión trinitaria por medio de la misión de Cristo. Ver: Y. CONGAR, Principes doctrinaux, en: L'action missionnaire de l'Eglise, Décret "Ad Gentes" (Paris, Cerf, 1967) 185-221; J.S. CONNOR, Towards a trinitarian theology of mission: Missiology 2 (1981) 155-168; A. GILLET, Trinité et mission: Euntes Digest 25 (Kessel-Lo 1992) 6-17; M.G. MASCIARELLI, La Chiesa è missione, prospettiva trinitaria (Casale Monferrato, PIEMME, 1988; A. PEÑAMARIA, Trinidad y misión. Presupuestos teológicos de misionología: Estudios Trinitarios 15 (1981) 363-378; A. RETIF, Trinité et missions: Eglise Vivante 6 (1954) 179-189; L. SCHEFFCZYK, Trinidad y misión en la Iglesia católica, en: Trinidad y misión (Salamanca 1981) 257-268; N. SILLANES, La Iglesia de la Trinidad (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1981).

    [15]El amor de Dios es "amor eterno" (Jer 31,3), "desde el seno materno" (Is 49,1), manifestado con "lazos de amor" (Os 11,1-4). Es amor lleno de "ternura" y "rico en misericordia" (Ef 2,4; cf. 1Pe 1,3). Pablo experimentó este amor en Cristo y lo expresó de diversas maneras: "me amó" (Gal 2,20), "nos amó" (Ef 5,2); "amó a la Iglesia" (Ef 5,25). El mensaje cristiano a todos los pueblos es así: "Jesucristo es enviado por el Padre como revelación de la misericordia de Dios (cf. Jn 3,16-18)" (VS 118). Ver relación entre la misericordia divina y la misión en el capítulo IV, 1, A. Estudios en esta misma línea: AA.VV., Dives in Misericordia, Commento all'enciclica di Giovanni Paolo II (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1981).

    [16]En los textos conciliares del Vaticano II sobre la Trinidad (especialmente LG 2-4; AG 2-4), la dimensión trinitaria de la misión no se presenta a partir de conceptos teológicos (que son también válidos), sino a partir de contenidos bíblicos. Por esto, el acento recae en la urgencia de la misión como respuesta al amor de Dios manifetado por Cristo y en el Espíritu. La dinámica es la del texto de Efesios 2,18: en el Espíritu, por Cristo, al Padre, como respuesta a la misión que viene del Padre, por el Hijo, en el Espíritu. "Consumada, pues, la obra, que el Padre confió el Hijo en la tierra (cf. Jn 17,4), fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que santificara a la Iglesia, y de esta forma los que creen en Cristo pudieran acercarse al Padre en un mismo Espíritu (cf. Ef 2,18)" (LG 4; cf. AG 4).

    [17]SANTO TOMAS, I q.43 a.2 (generación del Hijo y espiración del Espíritu Santo); I q.43 a.5 (efectos diversos de gracia por ser distintas las personas enviadas); I q.43 a.7 (misión visible del Hijo e invisible del Espíritu con signos visibles).

    [18]Ver el apartado 1, A, de este mismo capítulo. La palabra "relación" constituye, en Dios, cada persona: la persona del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es "relación" de generación activa (el Padre), de generación pasiva o de ser engendrado (el Hijo), de espiración pasiva (el Espíritu Santo). A veces se ha subrayado la relación como "mirada" personal, que sería donación total de una persona a la otra, según sea por generación o espiración. "Miraos siempre, Padre e Hijo, miraos siempre sin cesar, porque así se obre mi salud". Cita de: SAN JUAN DE AVILA, Trado del amor de Dios, en: Juan de Avila, escritos sacerdotales (Madrid, BAC, 1969) 135.

    [19]Ver la nota 6 sobre la teología trinitaria en general, y la nota 14 sobre la relación entre Trinidad y misión. La Trinidad en los textos conciliares: AA.VV., El misterio trinitario a la luz del Vaticano II (Salamanca, 1970).

    [20]Estudia este tema en sus fuentes bíblicas, patrísticas, liturgicas y místicas, aprovechando la reflexión teológica actual: R. MORETTI, In comunione con la Trinità (Marietti, 1979).

    [21]Después de la exponer la dimensión trinitaria de la Iglesia, Lumen Gentium urge a esta renovación. "El Espíritu Santo la renueva incensantemente" (LG 4); ella "es al mismo tiempo santa y necesitada de purificación... está fortalecida con la virtud del Señor resucitado, para... revelar al mundo fielmente su misterio" (LG 8).

    [22]La encíclica Dives in Misericordia es del 30 de noviembre de 1980; AAS 72 (1980). Algunos estudios han hecho resaltar su dimensión misionera. AA.VV., Dives in misericordia, commento all'enciclica di Giovanni Paolo II (Roma, Univ. Urbaniana, 1981). Si se tiene en cuenta las encíclicas Redemptor hominis (1979) y Dominum et vivificantem, sobre el Espíritu Santo (1986), se puede hablar de una "trilogía" magisterial en línea trinitaria.

    [23]La expresión "Iglesia de la Trinidad" tiene su origen en las Iglesias de oriente. Cf. G. DRAGAS, Ortodox Ecclesiology in outline: The Greek Ortodox Theological Review 26 (1981) 186ss; N. SILLANES, La Iglesia de la Trinidad (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1981). Ver otros estudios sobre la Iglesia misionera en relación con la Trinidad, en la nota 26.

    [24]Documento de la Congregación para la doctrina de la Fe (de 28 mayo de 1992): Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión (Lib. Edit. Vaticana, 1992) 3. Ver también el documento final de Sínodo Episcopal de 1985, sobre la Iglesia misterio, comunión y misión: Ecclesia sub Verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi, Relatio finalis (Lib. Edit. Vaticana, 1985). En el n. 3 de este mismo capítulo estudiamos el tema de la Iglesia como constructora de comunión. Lumen Gentium 4 cita a San Cipriano, De orat. dom. 23: PL 4,553.

    [25]Estudios sobre la Iglesia, misterio de comunión: AA.VV., La Chiesa sacramento di comunione (Roma, Teresianum, 1979; J. ESQUERDA BIFET, Compartir con los hermanos, la comunión de los santos (Barcelona, Balmes, 1992; CL. GARCIA EXTREMEÑO, La actividad misionera de una Iglesia sacramento y desde una Iglesia comunión: Estudios de Misionología 2 (1977) 217-252.

    [26]AA.VV., El misterio trinitario a la luz del Vaticano II (Salamanca, 1970); J.M. ALONSO, Ecclesia de Trinitate, en: Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia (Madrid, BAC, 1966) 138-165; S. DIANICH, Iglesia y misión (Salamanca, Sígueme, 1988) n.7 (La misión "de Trinitate"); M.G. MASCIARELLI, La Chiesa è missione, prospettiva trinitaria (Casale Monferrato, PIEMME, 1988); L. SCHEFFCZYK, Trinidad y misión en la Iglesia católica, en: Trinidad y misión (Salamanca, 1981) 257-268; Idem, Las misiones trinitarias como fuentes de la vida cristiana: Scripta Theologica 24 (1992) 923-940; N. SILLANES, La Iglesia de la Trinidad (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1981); Idem, Principios teológicos de la misión de la Iglesia, en: La misionología hoy (Estella, Edt. Verbo Divino, 1987) 194-220.

    [27]La palabra "kerigma", en el Nuevo Testamento, indica más bien "proclamación" por medio de la "predicación": Rom 16,25.

    [28]Los elementos principales del "kerigma" son: la filiación divina de Jesús (manifestada por la fuerza del Espiritu), su realidad humana (manifestada especialmente en su nacimiento y muerte), su redención por la muerte y resurrección para nuestra salvación. J. DANIELOU, Le Kérygme selon le christianisme primitif, en: L'annonce de l'évangile aujourd'hui (Paris, Cerf 1962) 78-83; C.H. DODD, La predicación apostólica y sus desarrollos (Madrid, Fax, 1974). Estos elementos aparecen muy claramente en los textos bíblicos marianos: María Virgen (Cristo es Dios), María madre (Cristo es hombre), María asociada a la salvación (Cristo es el Salvador): J. ESQUERDA BIFET, María en el "kerigma" o primera evangelización misionera: Marianum 42 (1980) 470-488. Ver el capítulo XII, n.1.

    [29]"Las tinieblas del error o del pecado no pueden eliminar totalmente en el hombre la luz de Dios Creador. Por esto, siempre permanece en lo más profundo de su corazón la nostalgia de la verdad absoluta y la sed de alcanzar la plenitud de su conocimiento" (VS 1).

    [30]"El esplendor de la verdad brilla en todas las obras del Creador y, de modo particular, en el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gen 1,26), pues la verdad ilumina la inteligencia y modela la libertad del hombre, que de esta manera es ayudado a amar al Señor" (VS inicio). Pero para llegar a la verdad plena necesita de Cristo: "El hombre... debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en El con todo su ser, debe 'apropiarse' y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo" (VS 8).

    [31]Hemos estudiado el tema de Cristo Salvador en el capítulo I, n.3. Ver el tema de la salvación (dimensión soteriológica de la misión) en el capítulo VI de nuestro estudio (n.2 B). AA.VV.,La salvezza oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1989); A. AMATO, Missione cristiana e centralità di Cristo Gesù, en: La missione del Redentore (Leumann-Torino, LDC, 1992) 13-29.

    [32]Esta filiación divina adoptiva, cuando se vive con autenticidad, se convierte en urgencia de anuncio para otros hermanos: "la misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11). V.Mª CAPDEVILA I MONTANER, Liberación y divinización del hombre (Salamanca, Sec. Trinitario, 1984) I; J. ESQUERDA BIFET, Dame de beber (Barcelona, Balmes, 1991); M. FLICK, Z. ALSZEGHY, El evangelio de la gracia, Antropología teológica (Salamanca, Sígueme, 1971); L.F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia (Madrid, BAC, 1993); G. PHILIPS, Inhabitación trinitaria y gracia (Salamanca, Sec. Trinitario, 1967); A. ROYO MARIN, Somos hijos de Dios, Misterio divino de la gracia (Madrid, BAC, 1977); A. TURRADO, Somos hijos de Dios (Madrid, BAC, 1977).

    [33]Ver el n. 1 de este capítulo (el misterio de Dios Anor, uno y trino, revelado por Jesús). Hemos citado algunos estudios teológicos actuales sobre la Trinidad, en la nota 6 de este capítulo. Algunas expresiones (y vivencias) culturales de los diversos pueblos podrían servir como analogías, lo mismo que sirvieron (una vez purificados) los conceptos de la filosofía grecorromana (sobre persona, naturaleza, etc.). Pero sería inadecuado usar ideas y conceptos inexactos, como la "trimurti" del hinduismo: Brahma, Vishnú, Shiva, a modo de tres funciones divinas (respectivamente: creación, conservación destrucción). M. DELAHOUTRE, Triade, trimurti, Trinità, en: Grande Dizionario delle Religioni (Assisi, Citadella Edit. 1988) 2167-2169; J. DUPUIS, Jesucristo al encuentro de las religiones (Madrid, Paulinas, 1991). Ver el tema de las religiones en el capítulo VIII.

    [34]El objetivo principal de la misión de la Iglesia es hacer realidad este "reflejo" de la comunión trinitaria en los corazones y en la comunidad humana. Cuando el corazón humano vive esta realidad, la vida se hace donación a los hermanos sin excepción. "Esta nueva vida es un don de Dios, y al hombre se le pide que lo acoja y desarrolle, si quiere realizarse según su vocación integral, en conformidad con Cristo" (RMi 7). Ver el tema en el n. 3 de este capítulo. G. PHILIPS, Inhabitación trinitaria y gracia (Salamanca, Sec. Trinitario, 1967).

    [35]Respecto a la salvación, añade Redemptoris Missio: "La salvación en Cristo, atestiguada y anunciada por la Iglesia, es autocomunicación de Dios" (RMi 7).

    [36]"La gloria de Dios es el hombre viviente y la vida del hombre es la visión de Dios" (SAN IRENEO, Adv. Haer., lib. IV 20,7,184).

    [37]Los textos bíblicos y magisteriales indican un dinamismo hacia la gloria definitiva de Dios en el más allá, por Cristo y en el Espíritu. Cf. Col 3,4; Rom 8,17; 1Pe 5,10; LG 2; AG 2 y 7; PO 2. H.U. VON BALTHASAR, La gloire et la croix (Aubier, 1965); M.J. LE GUILLOU, Dieu de la gloire, Dieu de la croix, en: Evangelizzazione e Ateismo (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1981) 165-181; A. PEÑAMARIA, El designio salvador del Padre, presupuestos teológicos de espiritualidad misionera: Estudios Trinitarios 17 (1983) 407-425.

    [38]Es frecuente el tema del "corazón dividido", como causa de los males de la sociedad. "En realidad de verdad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio funda­mental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar" (GS 10; cf. 13).

    [39]R. MORETTI, In comunione con la Trinità (Marietti, 1979);

G. PHILIPS, Inhabitación trinitaria y gracia (Salamanca, Sígueme, 1980).

    [40]Por esto, la formación del apóstol debe orientarse en esta línea trinitaria: "aprender a vivir en trato asiduo y familiar con el Padre, por su Hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo" (OT 8). Los grandes contemplativos han encontrado en esta fuente la fuerza para el camino de santidad y de misión: "En este templo de Dios, sólo él y el alma se gozan con grandísimo silencio" (SANTA TERESA, Moradas, 7ª, cap. 3,11). "La Santísima Trinidad... de cuya compañía venía al alma un poder que señoreaba toda la tierra" (ídem, Relaciones 24). "Y así, ama el alma a Dios con voluntad y fuerza del mismo Dios, unida con la misma fuerza de amor con que es amada de Dios; la cual fuerza es el Espíritu Santo, en el cual está el alma allí transformada" (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico Espiritual 38,3.

    [41]Ver el tema de la filiación divina adoptiva, como participación en la filiación divina de Jesús, en este mismo capítulo III, 1,A y 2,B. Ver: V.Mª. CAPDEVILA I MONTANER, Liberación y divinización del hombre (Salamanca, Sec. Trinitario, 1984); A. ROYO MARIN, Somos hijos de Dios, Misterio divino de la gracia (Madrid, BAC, 1977); M.J. SCHEEBEN, Las maravillas de la gracia (Bilbao, Desclée, 1963); A. TURRADO, Somos hijos de Dios (Madrid, BAC, 1977).

    [42]Los predicadores y místicos de la Edad Nueva, como Jan van Ruysbroek (1293-1381), buscaban, por medio de sus escritos y sermones, unificar el corazón de los creyentes a imagen de la Trinidad, según la oración de Cristo en la última cena y el primer capítulo de la carta a los Efesios. Ver: RUYSBROEK, Elevaciones, lib. 6º (la plegaria de Jesús). En estos escritos se inspiró también Isabel de la Trinidad, buscando la gloria de Dios ("la alabanza de gloria", según Ef 1,6) por medio de esta unificación del corazón a imagen de la Trinidad presente en el alma. Ver especialmente "el cielo en la tierra" y los últimos Ejercicios Espirituales (de 1906): Sor Isabel de la Trinidad, obras completas (Burgos, Monte Carmelo, 1979) 129-193.

    [43]Ver el capítulo VII, n. 1 de nuestro estudio. C.I. GONZALEZ, El es nuestra salvación, Cristología y Soteriología (Bogotá, CELAM, 1987) tema V: "Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca").

    [44]Sobre la llamada al bautismo, como acción misionera específica de la Iglesia, en el capítulo VII n.1 de nuestro estudio.

    [45]Además de los estudios sobre la gracia citados en las notas 32, 24, 41, ver: CH. BAUMGARTNER, La gracia de Cristo (Barcelona, Herder, 1969); H. DE LUBAC, Le mystère du surnaturel (Paris, 1965); P. GALTIER, La gracia santificante (Barcelona, Herder, 1964); J.H. NICOLAS, Les profondeurs de la grâce (Paris, Beauchesne, 1969); G. PHILIPS, L'union personelle avec le Dieu vivant (Gembloux, Duculot, 1974); H. RONDET, La gracia de Cristo (Barcelona, Estela, 1966); E. SCHILLEBEECKX, Cristo y los cristianos, gracia y liberación (Madrid, Cristiandad, 1982).

    [46]Además de los estudios citados en la nota 25 (sobre la Iglesia comunión), ver: C. BONIVENTO, Sacramento di unità (Bologna, 1976); J. ESQUERDA BIFET, La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia: Estudios Marianos 26 (1965) 231-274; CL. GARCIA EXTREMEÑO, La actividad misionera de una Iglesia sacramento y desde una Iglesia comunión: Estudios de Misionología 2 (1977) 217-252; C. SCANZILLO, La Chiesa sacramento di comunione (Roma, Ist. Scienze Religiose, 1987). Sobre la Iglesia "sacramento universal de salvación", ver el capítulo VI, n.2 de nuestro estudio.

    [47]La "koinonía" (comunión, comunidad) equivale a la unidad del "cuerpo" místico de Cristo como fruto de la participación en la eucaristía (1Cor 10,16-17), y se manifiesta en el compartir los bienes (Heb 13,16), también al estilo de la primera comunidad cristiana (Act 4,32). AA.VV., Comunión: nuevo rostro de la misión (Burgos, 1981); J. CAPMANY, Misión en la comunión (Madrid, PPC, 1984); Y. CONGAR, Diversité et communion (Paris, Cerf, 1982); M.J. LE GUILLOU, Mission et unité, les exigences de la communion (Paris, 1964).

    [48]La diversidad de vocaciones y carismas, es en vistas a ejercer diversos servicios o "ministerios". "La Iglesia es una por la unidad de la caridad, porque todos están unidos por el amor de Dios y entre sí por el amor mutuo" (SANTO TOMAS, Exposit. in Symbol. Apost.a.9). Ver: Y. CONGAR, Ministeri e comunione ecclesiale (Bologna, Dehoniane, 1973).

    [49]Ver el tema de la Iglesia como Cuerpo Místico en la encíclica de Pío XII (29 de junio de 1943): Mystici Corporis Christi: AAS 35 (1943) 193-248. Dimensión misionera: O. DOMINGUEZ, El dogma del Cuerpo Místico y la espiritualidad misionera: Misiones Extranjeras n.12 (1953) 99-117.

    [50]Carta a los obispos de la Iglesia católica..., o.c. n.4.

    [51]SAN CIPRIANO, Epist. ad Magnum 6: PL 3,1142. Ver el tema de la Iglesia como "sacramento universal de salvación" en el capítulo VI, 2 B de nuestro estudio. C. BONIVENTO, La Chiesa sacramento di salvezza per tutte le nazioni: Euntes Docete 28 (1975) 1-50; 316-354; Y.M. CONGAR, Un peuple messianique, l'Église sacrement du salut (Paris, Cerf, 1975).

    [52]Ver el tema de la promoción humana en relación con la misión, en el capítulo VII, 2 C. Ver: J. ALFARO, Hacia una teología del progreso humano (Barcelona, Herder, 1969); A. NICOLAS, Teología del progresso (Salamanca, Sígueme, 1972); J. SARAIVA MARTINS, Evangelizare pauperibus, evangelizzazione e promozione umana, en: Cristo, Chiesa, Missione (Urbaniana Univ. Press, 1992) 327-342.

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