ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS

ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS (168)

  DIMENSION MISIONERA DE LA CONTEMPLACION EN SAN JUAN DE LA CRUZ

                                              J. Esquerda Bifet

                                     Pont. Universidad Urbaniana

 

1.   Presentación: Problemática misionera actual y experiencia de Dios

 

     Al cristianismo se le pregunta hoy sobre su experiencia peculiar de Dios. La pregunta proviene de sectores muy diferenciados: la sociedad de bienestar y de eficacia, los ambientes de marginación y pobreza, las religiones no cristianas, la misma comunidad eclesial.

     Las perspectivas y motivaciones son muy diversas, pero el tema de Dios sigue cuestionando el corazón humano, especialmente cuando parece que Dios calla y está ausente: "El mundo exige a las evangelizadores que le hablen de un Dios a quienes ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible" (EN 76).[1]

     A esta realidad actual se la podría calificar de "nuevo Areópago" (Act 17,19-34), en el que el cristianismo no puede menos de anunciar a Cristo muerto y resucitado. El rechazo de un primer momento se convierten luego en aceptación generosa. El evangelio, con todas sus exigencias doctrinales y morales, se anuncia a partir de un encuentro personal con Cristo.

     No se va a aceptar una doctrina evangélica que no aparezca en relación estrecha con Cristo resucitado presente. A la Iglesia se la cuestiona sobre su experiencia contemplativa como capacidad de inserción en el mundo: "¿Qué es de la Iglesia,... después del Concilio?... ¿Ha ganado en ardor contemplativo y de adoración, y pone más celo en la actividad misionera, caritativa, liberadora?" (EN 76).[2]

     La actualidad de San Juan de la Cruz se manifiesta precisamente en este campo: "Juan de la Cruz es un enamorado de Dios. Trataba familiarmente con El y hablaba constantemente de El. El lo llevaba en el corazón y en los labios, porque constituía su verdadero tesoro, su mundo más real. Antes de proclamar y cantar el misterio de Dios, es su testigo; por eso habla de El con pasión y con dotes de persuasión no comunes... Hablaba de las cosas de Dios y de los misterios de nuestra fe, como si los viera con los ojos corporales".[3]

     Los seguidores de religiones no cristianas pueden llegar a tener una experiencia verdadera de Dios; pero se encuentran ante la misma problemática de "silencio" y "ausencia". Su cuestionamiento sobre la experiencia cristiana de Dios en esos momentos de oscuridad se convierte en un reto insoslayable. Ellos leen a veces el evangelio y conocen a nuestros místicos; pero necesitan ver testigos actuales que puedan decir: "Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos" (1Jn 1,1-3).[4]

     Mientras dentro y fuera de la Iglesia revaloriza la espiritualidad y la contemplación, no deja de ser desconcertante ver surgir una problemática "misionera" que parece restar importancia al mandato misionero de Cristo. En efecto, está en juego el concepto de evangelización, identificándolo, a veces, con una acción social reductiva, simplemente filantrópica, o relativizándolo como si Cristo no fuera el único camino de salvación. Cuando existe una verdadera experiencia de Dios, por parte del misionero o del misionólogo, no ocurren estas reducciones, puesto que entonces se vive la misión en sintonía vivencial con la palabra de Dios: "La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros... He aquí por qué la misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11).[5]

     Desde "fuera" del cristianismo se nos pregunta insistentemente sobre nuestra experiencia peculiar de encuentro con este Dios Amor que se ha hecho hombre y que ha proclamado el mensaje de las bienaventuranzas. Desde "dentro" del cristianismo y precisamente en el sector de los evangelizadores (o de los tratadistas sobre la evangelización) surgen opiniones que parecen relativizar la naturaleza misionera de la Iglesia.[6]

     Si los evangelizadores de hoy recuperaran su actitud contemplativa, la problemática intraeclesial se despejaría fácilmente, mientras su testimonio y su acción apostólica recuperaría toda su eficacia ante un mundo que espera ansioso el testimonio de encuentro vivencial con Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, único Salvador.

     ¿Cuál es la luz que puede aportar a esta problemática misionera actual la contemplación cristiana y, de modo particular, la doctrina de San Juan de la Cruz?  Obrar con criterios de fe, sin concesiones al oportunismo, supone un corazón muy purificado y contemplativo, porque "esta tan perfecta osadía y determinación en las obras, pocos espirituales la alcanzan"[7]. La misión, como todo dato de vida cristiana, es cuestión de amor: "No se afrenta delante del mundo el que ama, de las obras que hace por Dios, no las esconde con vergüenza, aunque todo el mundo se las haya de condenar".[8]

     La experiencia cristiana de Dios tiene sentido esponsal. en todo camino religioso hay una huella de la presencia de Dios. En el evangelio se nos dice que es Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, quien se nos ha hecho nuestro camino (Jn 14,6) y nuestro "consorte" o protagonista en un mismo caminar (cfr. 1,14).

     La fe del evangelizador debe llegar a ser experiencia contemplativa de "comunicación de personas y unión"[9], como si Dios le dijera: "Yo soy tuyo y para ti, y gusto de ser tal como soy por ser tuyo y para darme a ti"[10]. De esta experiencia de amor nace el celo apostólico a imitación de Cristo: "El buen Pastor se goza con la oveja sobre sus hombros, que había perdido y buscado por muchos rodeos".[11]

     La doctrina y el testimonio de San Juan de la Cruz sobre la contemplación puede ayudar al evangelizador a reestrenar la autenticidad de la misión, como anuncio y testimonio de un encuentro vivencial con Cristo, el Verbo Encarnado y Redentor. "El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado... Cristo, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre la sublimidad de su vocación... El Hijo de Dios con su Encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22). Así se comprende como todos los hombres están llamados a ser "una guirnalda para la cabeza del Esposo Cristo".[12]

 

2. La respuesta de la contemplación cristiana

 

     La oración es siempre una actitud relacional con Dios. Los modos o medios para orar ("métodos") son una ayuda para superar las limitaciones inherentes a nuestra naturaleza humana. El camino de la oración, precisamente por ser relacional, parte de la propia realidad y se apoya en la bondad de Dios. Por esto es una camino de autenticidad y de confianza o unión. Se tiende siempre a encontrar y "ver" definitivamente a Dios.

     El deseo de "ver a Dios" es innato en el corazón del hombre. La "queja" sobre el "silencio" y la "ausencia" de Dios es una expresión de este mismo deseo. La oración, como actitud relacional, es, pues, un dinamismo del corazón, que quiere "ver" o "contemplar" ("theorein") a Dios.[13]

     En todas las religiones o culturas religiosas existe un "camino" de contemplación, con modalidades muy diferentes que dependen de la psicología y de la base cultural de cada pueblo. Durante el decurso de la historia han existido muchas personas que, a partir de su experiencia religiosa, han dado origen a un movimiento o a una "religión".

     El cristianismo no corresponde propiamente a ninguna de esas culturas religiosas, ni es fruto de la experiencia contemplativa de un fundador; pero ha apreciado y respetado siempre cualquier valor contemplativo auténtico. Cristo es el Hijo de Dios que se ha hecho hombre; sólo él ha visto a Dios y "nos lo ha narrado" (Jn 1,18). Sólo él es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). "Ver a Jesús" con los ojos de la fe (Jn 12,21) equivale a "ver" a Dios en cuanto es posible en esta tierra (cfr. Jn 12,45-46).[14]

     Lo peculiar de la contemplación cristiana no estriba en "métodos" (medios, caminos, "yogas"), sino en la realidad de la Encarnación del Verbo, a la luz de la cual descubrimos que "Dios es Amor" (1Jn 4,8). Efectivamente, Dios hecho hombre "camino con nosotros" (Jn 1,14), se ha hecho nuestro protagonista, nuestro compañero de viaje, "cargando" sobre sí nuestra realidad limitada y pecadora (Mt 8,17; Is 53,4).[15]

     La actitud relacional del "Padre nuestro" es actitud filial: es el mismo Cristo, el Hijo de Dios, quien ora, vive y ama en nosotros (Gal 2,20), haciéndose nuestro "camino" para llegar al Padre bajo la acción del Espíritu de amor (cfr. Gal 4,4-7; Rom 8,15-23). Somos "hijos en el Hijo" con todas las consecuencias (cfr. Ef 1,5).

     En nuestra realidad limitada ("autenticidad") encontramos a Cristo hermano y esposo; por esto ya podemos dirigirnos confiadamente a Dios, sin miedos ni angustias (confianza y unión). El camino, que es irrepetible e inalienable (porque nadie nos puede suplir), dura tanto como nuestra vida mortal; "ya" vislumbramos destellos de una visión de Dios, "ya" hemos comenzado la recta final que nos lleva a "ver" a Dios; pero "todavía no" hemos llegado a la visión y al encuentro definitivo. En Cristo, el Verbo Encarnado (Palabra personal de Dios) y el Emmanuel (Dios con nosotros), el "silencio" de Dios se nos hace "palabra", mientras la "ausencia" de Dios senos hace presencia de donación.[16]

     Sólo con la experiencia de esta contemplación cristiana se puede responder a las preguntas actuales, que provienen tanto de las religiones no cristianas como de una sociedad secularizada: ante una realidad de Dios que "calla" y está "ausente" (en las situaciones de dolor y de injusticia y en el camino de la contemplación), ¿cómo es la experiencia de Dios por parte del cristiano? (cfr. EN 76; RMi 38).

     Sólo a partir de una fe vivencial se podrán aclarar las teorías de cada época sobre la misión y la acción evangelizadora de la Iglesia. Hoy se nos pide nuestra experiencia y vivencia (testimonio y autenticidad) sobre las bienaventuranzas y el mandato del amor. Sería imposible ofrecer este testimonio, si no procediera de la actitud filial del Padre nuestro, que es una actitud eminentemente contemplativa.[17]

     La "contemplación" cristiana tiende, pues, a "ver" a Dios Amor en todo y en todos. A partir de la humanidad de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, se "vislumbra" en toda la creación las "huellas" del Amado, los "mensajeros" y el mismo "semblante" de este Dios enamorado y esposo. Pero Dios sigue siendo "más allá" de sus signos y de sus dones, "escondido" en lo más hondo del corazón humano o "centro del alma". Estamos ya en plena terminología sanjuanista.[18]

     Esta capacidad contemplativa de "ver" a Dios más allá de la superficie de las personas, de los acontecimientos y de las cosas, es todo un proceso de vaciar el propia corazón de todo lo que no suene a amor de donación. "En esto conocerá el que de veras a Dios ama, si con ninguna cosa menos que él se contenta"[19]. Se tiende a hacer de la vida una donación total, vaciándose de todo egoísmo, para dejarse llenar de Dios amor. Solamente por este camino el hombre se hace donación a los hermanos, especialmente a los más pobres.[20]

     En este "silencio" de donación, en el que se intenta acallar todo brote de egoísmo, el corazón humano puede captar mejor las resonancias infinitas del misterio de Cristo: "Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída por el alma"[21]. Entonces se entra en sintonía con el pensar, sentir y querer de Cristo (fe, esperanza, caridad), para hacer de la propia vida (en Cristo y con él) una donación al Padre y a los hermanos.

     La experiencia cristiana de Dios es, pues, un encuentro con Cristo, el Hijo de Dios, escondido en la propia limitación y pobreza. Sólo quien ha encontrado las huellas de Cristo en su propio corazón será capaz de ayudar a los hermanos a descubrir esas mismas huellas en la propia vida.

     "Más allá" de todo valor cultural y religioso, e incluso más allá de toda auténtica experiencia religiosa de Dios y de toda elaboración teológica, está Cristo esperando un encuentro de fe explícita, que se convierta en donación total. La "conversión" y el "bautismo" no son más que ese proceso de apertura y donación,, que, a partir de un primer momento de fe y de celebración sacramental, se hace cada vez más hondo por la contemplación de la Palabra, el encuentro eucarístico y la donación (caridad) a los hermanos.[22]

     En esta experiencia cristiana de Dios, el concepto de misión se mantiene en la línea evangélica de ineludible mandato misionero, puesto que se tata de "las almas santas engendradas por Cristo en la Iglesia"[23]. Al mismo tiempo, esta experiencia cristiana contemplativa salva "trascendiendo" la verdadera búsqueda de Dios y las experiencias contemplativas de otras comunidades religiosas y culturales.[24]

 

3. Valor apostólico y eficacia eclesial de la contemplación

 

     Ordinariamente no se duda del valor de la vida contemplativa. Pero algunas veces se infravalora la importancia de la contemplación para la persona del evangelizador. En el fondo hay una cuestión de escala de valores y de prioridades y urgencias en cuanto al tiempo. La doctrina conciliar del Vaticano II ha trazado unas pistas de valoración: "Lleno de fe viva y de esperanza firme, sea el misionero hombre de oración" (AG 25). "Los Institutos de vida contemplativa tienen importancia máxima en la conversión de las almas con sus oraciones, obras de penitencia y tribulaciones, porque es Dios quien, por la oración, envía obreros a su mies, abre las almas de los cristianos para escuchar el Evangelio y fecunda la palabra de salvación en sus corazones" (AG 40).[25]

     Se olvida con frecuencia que San Juan de la Cruz fue un gran contemplativo en medio de muchas actividades y viajes. El tiempo se encuentra para lo que uno ama. Sus escritos describen el camino de la oración contemplativa, a partir de su propia experiencia y, sobre todo, a la luz de la palabra de Dios. En general, hace pocas alusiones a la vida práctica de apostolado o de acción eclesial; pero su doctrina es muy orientadora para todo evangelizador que esté inmerso en una fuerte actividad.[26]

     La acción apostólica lleva la impronta imborrable del Espíritu, por ser acción eminentemente suya. Por esto Cristo Esposo "envía su Espíritu primero a los Apóstoles, que es su aposentador, para que le prepare la posada del alma Esposa".[27]

     Toda acción apostólica, precisamente por ser eclesial, necesita la fuerza de la oración, "porque las obras buenas no se pueden hacer sino en virtud de Dios"[28]. Cuando se actúa sin esta fuerza, es que no se entiende "la vena y raíz oculta de donde nace el agua y se hace todo fruto"[29]. El verdadero compromiso apostólico supone mucha "osadía y determinación en las obras", lo cual es fruto de una profunda vida interior.[30]

     En este contexto de valoración de la acción externa, cuando se realiza "en el Espíritu de Cristo" (PO 13), se puede comprender la crítica que hace San Juan de la Cruz de quienes infravalorar la oración con la excusa de una urgencia en la acción. La eficacia de una acción apostólica depende de Cristo, que envía su Espíritu en la medida en que el apóstol viva en sintonía de vida con él: "Es más precioso delante de Dios y del alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas obras juntas... grande agravio se le hacía a ella y a la Iglesia si... la quisiesen ocupar en cosas exteriores o activas, aunque fuesen de mucho caudal... porque de otra manera todo es martillar y hacer poco más que nada y a veces nada, y aun a veces daño".[31]

     El tono de esperanza es necesario para la predicación y acción apostólica. Es el tono de "gozo pascual" (PO 13), que sabe afrontar la realidad, y especialmente el sufrimiento, con el espíritu de Cristo crucificado: sufrir haciendo de la vida una donación. Sólo así se llega a la "fiesta del Espíritu Santo"[32], que tiene lugar en el corazón ("centro del alma") y que lo orienta todo hacia el amor. Es la actitud de esperanza que descubre en el misterio de la cruz el mismo misterio de la Pascua. El apóstol es un instrumento de esta acción del Espíritu, que quiere hacer de cada creyente una esposa de Cristo: "Está el alma absorta en vida divina... anda interior y exteriormente como de fiesta".[33]

     Mezclar la misión con una salvación al margen de Cristo equivaldría a "vaciar la cruz de Cristo" (1Cor 1,17). Este equívoco se encuentra en dos tendencias actuales: presentar a Cristo como uno de tantos caminos de salvación; buscar una "experiencia" extraordinaria de Dios a partir de un esfuerzo psicológico de concentración interior o de ambientación colectiva (a modo de conquista).[34]

     La doctrina de San Juan de la Cruz está centrada en el misterio de la Encarnación, como manifestación definitiva de Dios en esta tierra. Hay que purificar el corazón para entrar en esa "bodega" del amor divino, de suerte que, con Pablo, ya no se sepa nada más que a Cristo crucificado (1Cor 2,2). "En la interior bodega - de mi Amado bebí, y cuando salía - por toda aquesta vega, - ya cosa no sabía, - y el ganado perdí que antes seguía".[35]

     Cuando la misión se explica o se realiza sin tener en cuenta la evangelización propiamente dicha, Cristo viene a ser el gran ausente. Se buscan entonces soluciones "misioneras" y "espirituales" al margen de la revelación. Si Dios "nos da todo en Cristo" (Rom 8,32), sería una gran error buscar soluciones al margen de esta donación. Las "semillas de Verbo" y la "preparación evangélica" llevan necesariamente al encuentro con Cristo.[36]

     La doctrina de San Juan de la Cruz, como respuesta a la problemática de la época (los "iluminados"), sigue siendo actual por su rico contenido neotestamentario: "Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene otra más que hablar (cita a Heb 1,1-2)... lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en él todo, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (cita Mt 17,5: 'Este es mi Hijo amado, escuchadle')... Oídle a él, porque yo no tengo más fe que revelar, ni más cosas que manifestar. Que, si antes hablaba, era prometiendo a Cristo... Y así, haría mucho agravio a mi amado Hijo, porque no sólo en aquello le faltaría en la fe, más le obligaría otra vez a encarnar y pasar por la vida y muerte primera".[37]

 

4.   Evangelizadores expertos en humanidad y contemplativos enamorados de Dios

 

     Nuestra sociedad necesita evangelizadores con un "nuevo ardor" para emprender, con "nuevos métodos" y "nuevas expresiones", una "evangelización"[38]. "Renovar y reavivar la fe constituye la base imprescindible para afrontar cualquiera de las grandes tareas que se presentan hoy con mayor urgencia a la Iglesia: experimentar la presencia de Dios en Cristo, en el centro mismo de la vida y de la historia, redescubrir la condición humana y la filiación divina del hombre, su vocación a la comunión con Dios, razón suprema de su dignidad, llevar a cabo una nueva evangelización a partir de la reevangelización de los creyentes, abriéndose cada vez más a las enseñanzas y a la luz de Cristo".[39]

     Hay que evangelizar "en términos totalmente nuevos", hasta "proponer una nueva síntesis cristiana entre evangelio y vida", y "poner el mundo moderno en contacto con las energías vivificantes del evangelio". La Iglesia, ante estos retos, está "llamada a dar un alma a la sociedad moderna". Por esto, los evangelizadores deben ser "expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas... y, al mismo tiempo, sean contemplativos enamorados de Dios".[40]

     Estos evangelizadores renovados" deben ser, pues, contemplativos que, por el hecho de entrar en el corazón de Dios, saben comprender y comprometerse en las situaciones humanas concretas. En expresión de San Juan de la Cruz, sería persona de "puro amor", que hacen gran bien a la Iglesia y a la sociedad por el hecho de "estarse con Dios en oración". Entonces sus obras apostólicas tienen la eficacia del evangelio, porque se hacen "en virtud de Dios".[41]

     La vida espiritual del evangelizador es un conjunto de "actitudes interiores" (EN 74), que se asumen en estrecha unión con Cristo, como de quien comparte esponsalmente su misma vida: "En los enamorados la herida de uno es de entrambos, y un mismo sentimiento tienen los dos".[42]

     La "unidad de vida" (PO 14), que armoniza la vida interior y la acción apostólica, es fruto de la intimidad con Cristo y se convierte en imitación de su fidelidad a la voluntad del Padre. Es "unidad de vida pacientemente buscada, pero jamás suficientemente lograda", que nace de la "voluntad de  seguir a Cristo más de cerca, vivificada y estimulada por un amor personal a Cristo; este amor es principio de unidad interior de toda vida consagrada".[43]

     Esta "unidad de vida", en San Juan de la Cruz, es participación en la vida o comunión trinitaria de Dios Amor. La persona contemplativa va realizando, bajo la acción del Espíritu Santo, un proceso de unidad en el corazón. Entonces "ama por el Espíritu Santo, como el Padre y el Hijo se aman"[44], puesto que Dios ha querido "unirla consigo"[45], para comunicarle "el mismo amor que al Hijo por unidad y transformación de amor".[46]

     El evangelizador debe ser un testigo del misterio de Dios Amor revelado por Cristo, para construir la comunidad eclesial en comunión de hermanos que sean disponibles para la misión[47]. La Iglesia entonces se hace verdaderamente expresión de la comunión divina para construir la comunión de toda la humanidad.[48]

     La unidad de la Iglesia, como expresión de la unidad divina, constituye su identidad y es la fuerza de la misión (cfr. EN 77). El objetivo del evangelizador es el de construir esta unidad como reflejo de la vida trinitaria: "Así toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".[49]

     Esta unidad eclesial ("comunión"), reflejo de la vida trinitaria, comienza en el corazón de cada creyente y del mismo evangelizador, y es el fundamento de la misión: "Como tú me enviaste a mí, así yo los envié al mundo... Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti... y conozca el mundo que tú me enviaste y amaste a éstos como me amaste a mí" (Jn 17,18-23). El mandato misionero tiene esta misma base trinitaria, que unifica en Cristo a toda la humanidad (Mt 28,19).

     Por medio de la oración contemplativa, el creyente (y todo evangelizador) entra vivencialmente en esta vida de unión con Dios Amor, uno y trino. La presencia divina de "inhabitación" es relación íntima y comunicación: "Secretísimamente mora el Amado con tanto más íntimo e interior y estrecho abrazo, cuanto ella (el alma) esté más pura y sola de otra cosa que Dios"[50]. San Juan de la Cruz comenta a Juan 14,23 acerca de la presencia trinitaria como comunicación de las tres divinas personas: "Lo cual es ilustrándole el entendimiento divinamente en la sabiduría del Hijo, y deleitándole la voluntad en el Espíritu Santo, y absorbiéndola el Padre celestial poderosa y fuertemente en el abrazo abismal de su dulzura".[51]

     De esta experiencia de Dios (en la fe oscura) nacerá el celo abrasador de querer que "las almas", "todas ellas juntas", sean "una guirnalda para la cabeza del Esposo Cristo"[52]. La dignidad del ser humano estriba en el ser elegido en Cristo para participar en la condición de Hijo de Dios.[53]

 

5. El valor de "las almas", a la luz del misterio de la Encarnación

 

     Acostumbramos a usar la expresión "almas" para indicar el ser humano en toda su integridad y unidad. Es expresión tradicional en la Iglesia, muy usada por los santos como San Juan de la Cruz. Decir "alma" o "almas" evoca actitudes relacionales, inspiradas por el Espíritu, que orientan profundamente hacia Dios amor, el cual nos ha dado a su Hijo como hermano, consorte, mediador, protagonista, esposo. Las personas humanas ("las almas") están llamadas a abrirse a Dios creador y redentor, para entablar relaciones íntimas que serán de "vida eterna". Nos referimos, pues, al ser humano en todo su "misterio", que "sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado" (GS 22).

     La expresión "almas" ha pasado de modo especial al campo de la evangelización y de la espiritualidad (SC 33). Así se dice que, por la eucaristía, "el alma se llena de gracia" (cfr. SC 49). Se habla frecuentemente del "bien de las almas" (CD 31) y se afirma que el sacerdote debe tener una espiritualidad o "ascesis propia del pastoral de almas" (PO 13).

     El celo de las almas se inspira en el amor del Buen Pastor. Esta imagen le sirve a San Juan de la Cruz para describir precisamente la unión más perfecta con Cristo, que se puede tener en esta vida: el "matrimonio espiritual". En efecto, la parábola del pastor que busca a la oveja perdida termina con el encuentro de unión esponsal. El sentido esponsal lo apoya el santo en esta parábola, complementándola con la dracma perdida (que vendría a ser las arras de la boda): "Tanto era el deseo que el Esposo tenía de acabar de libertar y rescatar esta su Esposa de las manos de la sensualidad y del demonio, que... de la manera que el buen Pastor se goza con la oveja sobre sus hombros, que había perdido y buscado por muchos rodeos (Lc 15,5), y como la mujer se alegra con la dracma en las manos,... así este amoroso Pastor y Esposo del alma es admirable cosa de ver el placer que tiene y gozo de ver al alma ya así ganada y perfeccionada, puesta en sus hombros y asida con sus manos en esta deseado junta de unión".[54]

     La caridad pastoral es nota característica de la espiritualidad misionera, como trasunto de la caridad del Buen Pastor. El celo apostólico presupone la propia experiencia de este encuentro con Cristo: "Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia, como Cristo" (RMi 89). Se trata, pues, de un "celo por las almas, que se inspira en la caridad misma de Cristo, y que está hecha de atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la gente" (RMi 89). Por esto, "el misionero es el hombre de la caridad" (ibídem). Cristo "que conocía lo que hay en el hombre (Jn 2,25), amaba a todos ofreciéndoles la redención, y sufría cuando ésta era rechazada" (RMi 89). De este modo, "el misionero es el 'hermano universal', lleva consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención... particularmente a los más pequeños y pobres" (RMi 89).

     Se trata de llamar y guiar a las "almas" a un encuentro de "desposorio" con Cristo, que se inició en el bautismo y que es fruto de la Encarnación y de la Cruz. "Cada alma" ha sido llamada a este desposorio. San Juan de la Cruz distingue entre esta verdad de fe y la realidad de la propia vivencia. Esta última no siempre se da, puesto que frecuentemente falta el compromiso de perfección como puesta en práctica del desposorio realizado por Cristo. Después de recordar que "debajo del árbol de la Cruz... el Hijo de Dios redimió y, por consiguiente, desposó consigo la naturaleza humana y consiguientemente a cada alma, dándola él gracia y prenda para ello en la Cruz", hace esta observación: "Este desposorio que se hizo en la Cruz no es del que ahora vamos hablando. Porque aquél es desposorio que se hizo de una vez, dando Dios al alma la primera gracia, lo cual se hace en el bautismo con cada alma. Más éste es por vía de perfección, que no se hace sino muy poco a poco por sus términos, que, aunque es todo uno, la diferencia es que el uno se hace al paso del alma, y así va poco a poco; y el otro, al paso de Dios y así hácese de una vez".[55]

     La acción pastoral es una guía en este camino de configuración con Cristo, para llegar a hacer que cada creyente sea "el alma enamorada del Verbo Hijo de Dios, su Esposo"[56]. Ser guía en el camino de la perfección (caridad) y en el camino de la oración, supone tener experiencia propia, como maestro "sabio, discreto y experimentado". Sabida es la crítica que San Juan de la Cruz hace de los directores espirituales que no saben guiar hacia la cumbre de la santidad. Se queja el Santo de esos "maestros espirituales" que usan "modos rateros" o que no saben más que "martillar y macear con las potencias como herrero", en lugar de orientar por el camino de un silencio contemplativo[57]. De estos guías se podría afirmar que " es muy poco conocido Cristo de los que se tienen por sus amigos".[58]

     Cuando se explica a los creyentes la Palabra de Dios, hay que ayudarles a contemplarla, diría San Juan de la Cruz, por un camino de "advertencia amorosa a Dios... simple y sencilla, como quien abre los ojos con advertencia de amor... que se quede libre para lo que entonces la quiere el Señor... Dios es el que habla entonces secretamente al alma solitaria, callando ella".[59]

     El valor de las "almas" aparece, pues, en el amor que Dios muestra al hombre por medio de la Encarnación del Verbo. "Amar Dios al alma es meterla en cierta manera en sí mismo, igualándola consigo, y así ama al alma en sí consigo con el mismo amor que él se ama"[60]. El alma está "hecha Dios por participación de Dios".[61]

     Los escritos de San Juan de la Cruz reflejan admirablemente la peculiaridad de la contemplación cristiana. Por esto, "su experiencia y su palabra poseen una virtualidad oculta que alcanza a todo creyente que desde otras confesiones vibre por la sede de Dios vivo; e incluso arrastra a todo hombre que busca en profundidad la purificación del ser y el sentido de la existencia".[62]

     El evangelizador deberá anunciar este misterio de gracia y de amor a la luz de la Encarnación del Verbo y de la redención. Pero deberá también ayudar a responder a este amor con una actitud de donación total. Por la gracia recibida y a la luz de una fe vivida generosamente, el seguidor de Cristo se sentirá amado y capacitado para amar tal como uno es amado. Hay que guiar, pues, por este camino de perfección y contemplación, en el que el alma "está dando a Dios al mismo Dios en Dios, y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios... que es dar tanto como le dan... dando al Amado la misma luz y calor de amor que reciben".[63]

     El celo apostólico de los santos nace de haber experimentado, primero en sí mismos, ese amor irrepetible y gratuito de Dios por cada ser humano, "como única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo" (GS 24). Por esto "el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene" (GS 35). "Se es misionero ante todo por lo que se es, en cuanto Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace" (RMi 23).

     Ante este misterio de gracia, no siempre correspondida por el hombre, el celo apostólico de San Juan de la Cruz se expresa con esta llamada insistente a responder a Dios Amor: "¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos, y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y gloria, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!".[64]

     A todo evangelizador de hoy y de siempre, por ser "el hombre de la caridad" (RMi 89), el mensaje sanjuanista sobre la contemplación podría resumirse en un examen sobre la caridad pastoral: "A la tarde te examinarán en el amor".[65]

     La dimensión misionera de la contemplación en San Juan de la Cruz aparece en una perspectiva universalista y cósmica, a partir del misterio trinitario de Dios Amor manifestado por Cristo el Verbo Encarnado. El misterio del hombre sólo se descifra en Cristo, encontrado como consorte (Esposo) de nuestro caminar histórico de humanidad y de Iglesia peregrina.[66]



    [1]Esta pregunta surge particularmente en los momentos de sufrimiento. "Sólo Jesucristo, Palabra definitiva del Padre, puede revelar a los hombres el misterio del dolor e iluminar con los destellos de su cruz gloriosa las más tenebrosas noches del cristiano" (JUAN PABLO II, Carta Apostólica "Maestro en la Fe", 14 de diciembre de 1990, n.16).

    [2]La relación entre contemplación y misión ha sido estudiada recientemente con una perspectiva armónica: AA.VV., Contemplazione e missione, "Fede e Civiltà" 75 (1978) 3-34; E. ANCILLI, Fecondità missionaria della preghiera contemplativa, in: Spiritualità della missione, Roma, Teresianum 1986, 181-196; L. BORRIELLO, Una forte esperienza di Dio quale base di ogni promozione umana ed evangelizzazione, in: Portare Cristo all'uomo, III, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985, 441-460; DINH DUC DAO, Preghiera e missione, in: Missiologia oggi, Roma, Pont. Univ. urbaniana 1985, 233-251; J. ESQUERDA BIFET, Contemplación cristiana y experiencias místicas no cristianas, en: Evangelizzazione e culture, o.c., I, 407-420; La experiencia cristiana de Dios, "más allá" de las culturas, de las religiones y de las técnicas contemplativos, en: Portare Cristo all'uomo, I, 351-368; Valor evangelizador y desafíos actuales de la experiencia religiosa, "Euntes Docete" 43 (1990) 37-56.

 

    [3]JUAN PABLO II, Carta Apostólica "Maestro en la Fe", n. 14. He estudiado a Santa Teresa también relacionando contemplación y misión: Dimensión misionera de la oración en Santa Teresa de Avila, en: Teresa de Avila..., 35 Semana Española de Misionología, Burgos 1982, 129-147.

 

    [4]Ver una respuesta a este cuestionamiento, como adaptación de la mística cristiana a personas que buscan sinceramente a Dios, en: Experiencias de Dios, Barcelona, Balmes 1976, introducción. "El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular, las de Asia, me ha corroborado (dice Juan Pablo II) que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, sino es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero ha de ser un contemplativo en la acción. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: 'Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos' (1Jn 1,1-3)" (RMi 91).

    [5]"La salvación que interesa a vosotros es la obtenida y ofrecida por Cristo. La salvación de toda la persona, salvación que sea completa y universal, única y absoluta, plena y que comprende todo. El apóstol cristiano no es sencillamente un asistente social, ni la fe cristiana es una simple ideología o un nuevo programa humanístico. La Iglesia, siempre y en todas partes, debe comprometerse a llevar a los pueblos a comprender su eterna vocación en Cristo, una llamada de comunión personal con Dios viviente... Aun cuando la Iglesia reconoce gustosamente cuanto hay de verdadero y de santo en las tradiciones religiosas del budismo, del induismo y del islam - reflejos de aquella verdad que ilumina a todos los hombres - ello no disminuye su deber y su determinación de proclamar sin vacilaciones a Jesucristo que es 'el camino, la verdad y la vida' (Jn 14,6; Cfr Nostra Aetate 2)" (Carta de Juan Pablo II a los Obispo de Asia, 23 de junio de 1990: Oss. Rom. esp. 19 de agosto de 1990). Sobre la relación entre evangelización y progreso, liberación, etc., ver: EN, cap. III; RMi 58-60, 83.

    [6]La encíclica "Redemptoris Missio", en los tres primeros capítulos, responde a estas cuestiones: Cristo único Salvador, el Reino en la persona y mensaje de Jesús, el Espíritu Santo. Ver: Discurso de Juan Pablo II en su visita a la Pontificia Universidad Urbaniana, 11 de abril de 1991: "Ossservatore Romano" edic. español, 19 de abril de 1991, pp. 8-9. Discurso del Card. J. Tomko en el consistorio extraordinario (4-7 de abril de 1991): El desafío de las sectas y el anuncio de Cristo, único Salvador: "Oss. Rom." edic. en español, 12 de abril de 1991, p. 11.

    [7]Cántico B, canc. 29, n. 8. La compara a "la fortaleza y osadía del león" (Cántico B, canc. 24, n. 4). Esta actitud es de profunda humildad y de confianza incondicional: "atribuyéndose (el alma) a sí su miseria y al Amado todos los bienes que posee, viendo que por ellos ya merece lo que no merecía, toma ánimo y osadía" (Cántico B, canc. 33, n. 2).

    [8]Ibídem, n.7. "Tenía costumbre de decir que por donde fuésemos, hiciésemos bien  todos, para que pareciésemos hijos de Dios" (Procesos, 172, BMC).

    [9]Llama B, canc. 3ª, n.24.

    [10]Ibídem, n.6.

    [11]CánticoB, canc. 22, n.1. Completa la comparación con la referencia a la dracma perdida: ... "y como la mujer se alegra con la dracma en las manos, que para hallarla había encendido la candela y trastornado toda la casa, llamando a los amigos y vecinos, se regracia con ellos, diciendo: 'Alegraos conmigo'" (ibídem; cfr. Lc 15,5.9)

    [12]Cántico B, canc. 30, n.7. "La fe es el medio único, próximo y proporcionado para la comunión con Dios" (JUAN PABLO II, Carta Apostólica "Maestro en la Fe", n.2). El Papa ha subrayado el valor antropológico de San Juan de la Cruz: "Juan de la Cruz, cantor de la hermosura divina, testigo de un Dios que engrandece al hombre al hacerlo partícipe de su misma vida, os precede y os estimula con su ejemplo. Su figura es patrimonio de toda la humanidad, especialmente en el campo de la espiritualidad y de la cultura. Seguid el camino, 'a zaga de su huella...', para que se revitalice y encarne ese patrionio de fe y de saberes que es herencia y compromiso de las gentes de Castilla y León" (JUAN PABLO II, Discurso a la Junta de Castilla y León, 16 de noviembre de 1990).

    [13]Ver el significado de la contemplación cristiana en relación a la metodología de la meditación, en: CONGREGACION PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, Lib. Edit. Vaticana, 15 e octubre de 1989. "La oración cristiana... se configura, propiamente hablando, como un diálogo personal, íntimo y profundo, entre el hombre y Dios. La oración cristiana expresa, pues, la comunión de las criaturas redimidas con la vida íntima de las Personas trinitarias... En la Iglesia, la búsqueda legítima de nuevos métodos de meditación deberá siempre tener presente que el encuentro de dos libertades, la infinita de dios con la finita del hombre, es esencial para una oración auténticamente cristiana" (ibídem, n. 3).

    [14]"Nuestro tiempo es dramático y, al mismo tiempo, fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de ir detrás de la prosperidad material y de sumergirse cada vez más en el materialismo consumístico, por otro, manifiestan la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración... se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización. Este fenómeno así llamado del 'retorno religioso' no carece de ambigüedad, pero también encierra una invitación. La Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la humanidad: em Cristo, que se proclama 'el Camino, la Verdad y la Vida' (Jn 14,6). Es la vía cristiana para el encuentro con Dios para la oración, la ascesis, el descubriendo del sentido de la vida. También es un areópago que hay que evangelizar" (RMi 38).

 

    [15]Los místicos cristianos dejan entrever claramente que la experiencia cristiana de Dios sólo puede tener lugar a la luz de la Encarnación. Ver: Y. RAGUIN, St. Teresa of Avila and Oriental Mysticism, en: AA.VV., Asian religious traditions and christianity, Manila, Univ. of Santo Tomás 1983. En San Juan de la Cruz, lo original no estriba en la estructura lingüística, psicológica, filosófica e incluso teológica (que puede ser dependiente de una época o de una herencia cultural), sino en el camino para llenarse de Dios y hacerse un don para Dios y para los hermanos ("andando enamorada"): vaciándose de todo egoísmo ("diréis que me he perdido") para responder a Dios Amor. Por esto, "los místicos, como nuestro Santo, son los grandes testigos de la verdad de Dios y los maestros a través de los cuales el Evangelio de Cristo y la Iglesia católica encuentran, a veces, acogida entre los seguidores de otras religiones" (JUAN PABLO II, Carta Apostólica "Maestro de la Fe", n.17).

    [16]Es necesario distinguir entre lo que es común de la vida contemplativa cristiana y no cristiana, y aquello que es específicamente cristiano. Ver: AA.VV., La mistica, fenomenologia e riflessione teologica, Roma, Città Nuova 1984; La preghiera, bibbia, teologia, esperienze storiche, Roma, Città Nuova 1988. Prayer-Prière, "Studia Missionalia" 24 (1975). Resumo ideas y bibliografía en: Experiencia "religiosa" y experiencia cristiana de Dios, "Athéisme et Dialogue" (Pont. Consilium pro Dialogo cum non credentibus) 23/4 (1988) 370-387. Ver otros trabajos en la nota 2.

    [17]  "El hombre contemporáneo cree más en los testigos que en los maestros... el testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de misión" (RMi 42).

    [18]La expresión "fondo del alma" o "centro del alma" es frecuente en todos los místicos cristianos. "El centro del alma es Dios, el cual cuando ella hubiere llegado según toda la capacidad de su ser y según la fuerza de su operación e inclinación, habrá llegado al último y más profundo centro suyo en Dios, que será cuando con todas sus fuerzas entienda, ame y goce a Dios" (Llama B, canc. 1, n. 12). Es la vivencia auténtica del mandamiento sobre el amor: "amarás con todo el corazón, con toda el alma, con toda tu mente" (Deut 6,5; Mt 22,37).

    [19]Cántico B, canc. 27, n.8.

    [20]"La Iglesia quiere extraer toda la verdad contenida en las bienaventuranzas de Cristo y sobre todo  la verdad contenida en esta primera: 'Bienaventurados los pobres de espíritu'... Fiel al espíritu de las bienaventuranzas, la Iglesia está llamada a compartir con los pobres y los oprimidos de todo tipo. Por esto exhorto a todos los discípulos de Cristo y a las comunidades cristianas, desde las familias a las diócesis, desde las parroquias a los Instituos religiosos, a hacer un sincera revisión de la propria vida en el sentido de solidaridad con los pobres" (RMi 60). "La Iglesia misionera está comprometida también en estos frentes (ayuda a los pobres), pero su cometido primario es otro: los pobres tienen hambre de Dios, y no sólo de pan y libertad; la actividad misionera ante todo ha de testimoniar y anunciar la salvación en Cristo, fundando las Iglesia locales que son luego instrumento de liberación en todos los sentidos" (RMi 83). La cercanía a los pobres requiere un corazón contemplativo que les sepa ofrecer el mensaje evangélico: "No se puede ir a los pobres sin un corazón de pobre, que sepa escuchar y recibir la Palabra de Dios tal como es" (JUAN PABLO II, Discurso en Medellín, 5 de julio de 1986).

    [21]Avisos, Puntos de amor, n.21. "Juan de la Cruz, consecuente con sus afirmaciones acerca de Cristo, nos dice que Dios, 'ha quedado como mudo y no tiene más que hablar' (Subida II, 22, 4); el silencio de Dios tiene su más elocuente palabra de amor en Cristo crucificado" (JUAN PABLO II, Carta Apostólica "Maestro en la Fe", n.16).

    [22]"El anuncio de la Palabra de Dios tiende a la conversión cristiana, es decir, a la adhesión plena y sincera a Cristo y a su Evangelio, mediante la fe. La conversión es un don de Dios" (RMi 46).

 

    [23]Cántico B, canc. 30, n.7. Estas almas son 2l adorno esponsal ("las guirnaldas") de la Iglesia esposa.

    [24]"La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros... He aquí por qué la misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11).

"La venida del Espíritu Santo los convierte (a los Apóstoles) en testigos o profetas (Act 1,8; 2, 17-18), infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24).

 

    [25]En relación a los sacerdotes se dice: "Sean conscientes de lo que hacen e imiten lo que traen entre manos; las preocupaciones apostólicas, los peligros y contratiempos, no sólo no les sean un obstáculo, antes bien asciendan por ellos a una más alta santidad, alimentando y fomentando su acción en la abundancia de la contemplación" (LG 41). Sólo así podrán "enseñar más adecuadamente a los otros lo que ellos han contemplado" (PO 13). Respecto a los evangelizadores en general, dice Juan Pablo II: "El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero ha de ser un contemplativo en la acción" (RMi 91).

 

    [26]Se calcula que San Juan de la Cruz andó unos 27.000 kilómetros. "La cárcel de Toledo, las soledades de El Calvario y La Peñuela en Andalucía, su apostolado en los monasterios, su tarea de superior van curtiendo su personalidad, que se refleja en la lírica de su poesía y en los comentarios de sus escritos, en la vida conventual sencilla y en un apostolado itinerante. Alcalá de Henares, Baeza, Granada, Segovia y Ubeda son nombres que evocan una plenitud de vida interior, de ministerios sacerdotal y de magisterio espiritual" (JUAN PABLO II, Carta Apostólica, "Maestro en la Fe", n.5).

    [27]Cántico B, canc. 17, n.8. Las virtudes, comunicadas por el Espíritu, "están dando al Hijo de Dios sabor y suavidad en el alma, para que por este medio se aposente más en el amor de ella" (ibídem, n. 10).

    [28]Cántico B, anotación a la canc. 29.

    [29]Ibídem.

    [30]Ibídem, n.8. "El Dóctor Místico, superando esos escollos, ayuda con su ejemplo y doctrina a robustecer la fe cristiana con las cualidades fundamentales de la fe adulta,... personal,... eclesial,... una fe orante y adorante, madurada en la experiencia de comunión con Dios; una fe solidaria y comprometida, manifestada en coherencia moral de vida y en dimensión de servicio" (JUAN PABLO II, Carta Apostólica "Maestra en la Fe", n.7).

    [31]Cántico B, anotación a la canc. 29.

    [32]Llama B, canc. 1ª, n.9.

    [33]Llama B, canc. 2ª, n.36.

    [34]Ver la nota 17. "Sólo en la fe se comprende y se fundamenta la misión... La salvación no puede venir más que de Jesucristo" (RMi 4-5).

    [35]Cántico B, canc. 26.

    [36]Cristo es la "Palabra definitiva de su revelación", la "autorevelación definitiva de Dios" (RMi 5).

    [37]Subida, lib. 2, cap. 22, nn. 3-5.

    [38]La frase "una nueva evangelización" es una invitación que ha hecho Juan Pablo II y que ha repetido con frecuencia desde el año 1983, primero en Puerto Príncipe (Haití) (9 de marzo de 1983) y luego en Santo Domingo (11 y 12 de ocubre de 1984). Se trata de una "evangelización nueva: nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión"; cfr Insegnamenti VI/1 (1983) 698. Ver: J.A. BARREDA, Una nueva evangelización para un hombre nuevo, "Studium" 28 (1988) 2-34; CELAM, Nueva evangelización génesis y líneas de un proyecto misionero, Bogotá 1990; (Conferencia Episcopal Argentina), Documento de trabajo: Líneas para una evangelización nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión, San Miguel, Oficio del libro 1989; J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial para una nueva evangelización, "Medellín" 16 (1990) 220-237; P. GIGLIONI, Perché una "nuova" evangelizzazione, "Euntes Docete" 43 (1990) 5-36; G. MELGUIZO, En qué consiste la "novedad" querida por el Santo Padre para la evangelización de América Latina, "Medellín" 15 (1989) 3-14; A. SALVATIERRA, Características eclesiales de la nueva evangelización, "Surge" 47 (1989) 422-445; F. TAMAYO, La nueva evangelización, ¿palabra de moda o proyecto histórico?, "Cathedra" (Colombia) (1987) 114-141.

 

    [39]JUAN PABLO II, Carta Apostólica "Maestro en la Fe", n.3.

    [40]JUAN PABLO II, Discurso al Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, 11.10.85. Cfr. RMi 91.

    [41]Cántico B, anotación a la canc. 29.

    [42]Cántico B, canc. 30, n.9. Entonces la vida del apóstol refleja el gozo pascual, también en los momentos de dificultad, dando testimonio de la esperanza cristiana: "El misionero es el hombre de las Bienaventuranzas... Viviendo las Bienaventuranzas el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido" (RMi 91).

 

    [43]Documento de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, Potissimum Institutionis (2 de febrero de 1990), sobre la formación, cap. I, nn.17-18.

    [44]Llama B, can. 3ª, n.82.

    [45]Cántico B, canc. 39, n. 3.

    [46]ibídem, n. 5. "Porque el alma, como ya verdadera hija de Dios, en todo es movida por el espíritu de Dios, com enseña San Pablo, diciendo que los que son movidos por el espíritu de Dios son hijos del mismo Dios (Rom 8, 14). De manera que, según lo que está dicho, el entendimiento de esta alma es entendimiento de Dios; y la voluntad suya es voluntad de Dios; y su memoria, memoria de Dios; y su deleite, deleite de Dios... hecha Dios por participación de Dios" (Llama B, canc. 2ª, n. 34).

    [47]Ver la trilogía eclesial "misterio", "comunón" y "misión", explicada en el documento final del Sínodo Extraordinario de 1985: Ecclesia sub Verbo Dei Mysteria Christi celebrans pro salute mundi, Relatio finalis... (E Civitate Vaticana 1985). El tema es de mucho contenido espiritual y misionero: AA.VV., La Chiesa sacramento di comunione, Roma, Teresianum 1979; G. PHILIPS, L'Église et son mystère, Paris, Desclée 1967; AA.VV., Mysterium Ecclesiae et conscientia sanctorum, Roma, Teresianum 1967.

    [48]La encíclica "Sollicitudo rei Socialis" fundamenta toda la acción social de la Iglesia en la "comunión" trinitaria vivida por los creyentes y las comunidades cristianas: "Se percibe, a la luz de la fe, un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual deb inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres Personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra 'comunión'. Esta comunión, específicamente cristiana, celosamente custodiada, extendida y enriquecida con la ayuda del Señor, es el alma de la vocación de la Iglesia a ser 'sacramento', en el sentido ya indicado" (SRS 41).

    [49]La unidad de la Iglesia ("comunión"), como reflejo de la "comunión" trinitaria, es un signo eficaz de evangelización. Ver: C. BONIVENTO, Sacramento di unità, Bologna, EMI 1976; Idem, Dinamismo missionario della "communio" nel Vaticano II, "Euntes Docete" 29 (1976) 453-471; J. CAPMANY, Misión en la comunión, Madrid, PPC 1984; CL. GARCIA EXTREMEÑO, La actividad misionera de una Iglesia sacramento y desde una Iglesia comunión, "Estudios de Misionología" 2 (1977) 217-252; R. GARZIA, Comunione e missione, Bologna, EMI 1974; J.M.R. TILLARD, Eglise d'Eglises, écclésiologie de communion, Paris, Cerf 1987.

    [50]Llama B, canc. 4ª, n. 14.

    [51]Llama B, canc. 1ª, n. 15.

    [52]Cántico B, canc. 30, n. 7.

    [53]"La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros... He aquí por qué la misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11). "La actividad misionera tiene como único fin servir al hombre, revelándole el amor de Dios que se ha manifestado en Jesucristo" (ibídem 2). Ver la dimensión trinitaria de la misión en esta misma encíclica: RMi 1, 23, 32, 44, 47, 92.

    [54]Cántico B, anotación a la canc. 22, n. 1.

    [55]Cántico B, canc. 23, nn. 3 y 6. Dice JUAN PABLO II: "Como maestro en el camino de la fe, su figura y escritos iluminan a cuantos buscan la experiencia de Dios por medio de la contemplación y del abnegado servicio a los hermanos" (Carta Apostólica "Maestro en la Fe", n. 4).

    [56]Cántico B, canc. 1, n. 2.

    [57]Llama B, canc. 3ª, nn. 30-68.

    [58]Subida, lib. 2, cap. 7, n. 12.

    [59]Llama B, canc. 3ª, comentario al v. 3.

    [60]Cántico B, canc. 32, n. 6.

    [61]Llama B, canc. 2ª, n. 34.

    [62]F. RUIZ, Místico y Maestro, San Juan de la Cruz, Madrid, BAC 1986.

    [63]Llama B, canc. 3ª, comentario a versos 5-6.

    [64]Cántico B, canc. 39, n. 7.

    [65]Avisos, Dichos de luz y amor, n. 60.

    [66]"En la época en que vivió Juan de la Cruz, España era un foco irradiante de fe católica y de proyección misionera. Estimulado y, a la vez, ayudado por aquel ambiente, el Santo de Fontiveros supo elaborar una síntesis armónica de fe y cultura, experiencia y doctrina, construída con los más sólidos valores de la tradición teológica y espiritual de su patria y con la belleza de su lenguaje y poesía" (JUAN PABLO II, Carta Apostólica "Maestro en la Fe", n. 18). Cfr. S.T. PRASKIEWICZ, L'ideale missionario di San Giovanni della Croce, "Omnis Terra" n.29 (1991) 268-274.

(Más completo)

 

LA FIGURA HISTÓRICA DE SAN JUAN DE ÁVILA, DOCTOR DE LA IGLESIA, Y SU INCIDENCIA EN LOS RETOS ACTUALES DE LA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL

 

(Sumario)

Presentación

 

1. Juan de Ávila, una figura sacerdotal en un momento crucial de la historia como punto de referencia

 

2. Juan de Ávila, Doctor de la iglesia universal,  invita a afrontar los retos de la actualidad sacerdotal siguiendo las directrices conciliares y postconciliares

 

3. El valor permanente y actual de Juan de Ávila para la espiritualidad sacerdotal en el contexto de una historia de gracia y una herencia recibida

 

Líneas conclusivas

 

 

PRESENTACIÓN

 

El momento histórico en que vivió el Maestro Ávila tiene características parecidas a las de nuestro momento actual. El uso de la imprenta y una cierta intercomunicación geográfica global de aquella época, era ya un presagio de la intercomunicación y de la globalización de nuestros días. El resurgir del espíritu crítico-humanista y de las vivencias espirituales, que originaba una fuerte tensión entre naturaleza y gracia, presagiaba y preparaba la tensión posterior y actual entre razón y fe, con una cierta tendencia (entonces y ahora) hacia la secularización, pero también hacia el espiritualismo y el relativismo. Aquel momento, como el nuestro, era un momento especial de gracia y de esperanza. Eran “tiempos recios”, como diría Santa Teresa, tiempos de grandes retos.

 

Los años en que vivió el Maestro Ávila eran también "conciliares" y "postconciliares", en torno al concilio de Trento (1545-1563). Los numerosos santos y escritores de la época reclamaban una fuerte renovación eclesial. El concilio tridentino trazó unas pistas que no siempre se siguieron o que no se aplicaron adecuadamente. En especial era urgente la renovación de la vida y del ministerio sacerdotal, que suponía una previa renovación ya desde la selección de los candidatos y una formación inicial más auténtica en los Seminarios.  La vida "clerical" (sacerdotal) dejaba mucho que desear, también por el descuido en la formación que ahora llamamos "permanente" y por la falta de un proyecto de vida sacerdotal en los Presbiterios de las Iglesias particulares.

 

En nuestro estudio, intentamos no caer en la trampa de un anacronismo histórico, pero tampoco podemos olvidar la interrelación entre diversas épocas históricas, que incluye las figuras protagonistas y los documentos programáticos respectivos. Una figura sacerdotal del pasado tiene siempre una actualidad que conviene "releer" y redescubrir. Las realidades eclesiales de nuestra época necesitan aprovechar mejor la historia de gracia y la herencia apostólica que nos viene del pasado. Se trata de la armonía de la “comunión” eclesial que es también armonía histórica. Sin esta armonía no sería posible la renovación.

 

La "espiritualidad sacerdotal" de nuestros tiempos postconciliares y del inicio de un tercer milenio del cristianismo, necesita ser redimensionada desde una perspectiva histórica. Las notas técnicas (a pie de página) de los documentos actuales, conciliares y postconciliares, sobre el sacerdocio, aportan abundancia de referencias bíblicas y también patrísticas y literarias del pasado.  La renovación sacerdotal reclamada por los documentos actuales aporta una gran riqueza bíblica, litúrgica, patrística, magisterial y teológica. Sin esta riqueza histórica, no hubiera sido posible la redacción de los documentos. La figura histórica de San Juan de Ávila debe encuadrarse en esta dimensión referencial histórica.

 

Adentrándonos en la figura de nuestro Maestro y Doctor, nos encontramos con datos abundantes sobre lo que hoy llamamos "identidad" sacerdotal, que enraíza en la consagración para la misión y encomunión eclesial.

 

Los retos actuales sobre la vida, el ministerio y la espiritualidad sacerdotal, son comunes con otros sectores de la vida eclesial. Desde hace unos pocos años, esos retos se han venido llamando "areópagos" modernos, recordando el acontecimiento paulino de la predicación de Cristo resucitado en el areópago de Atenas (cfr. Hech 17,22ss; cfr. Redemptoris Missio 37).  La figura de nuestro Maestro puede aportar mucha luz a esta realidad desafiante de hoy.

 

NOTA: Ver un elenco de los nuevos areópagos según "Instrumentum Laboris" de la Plenaria CEP (2009): San Paolo e i nuovi areopaghi (2009);  también los "Lineamenta" del Sínodo para la Nueva Evangelización (2012): La nuova evangelizzazione per la trasmissione della fede cristiana (Segreteria per il Sinodo dei Vescovi)

 

En nuestro estudio no queremos propiamente centrarnos en la problemática general de nuestra época en relación con la época del Santo Maestro, sino que intentamos afrontar algunos temas sacerdotales, quizá pendientes de aplicación, teniendo en cuenta el contexto histórico de la época del Maestro y de la nuestra.

 

Releyendo especialmente Presbyterorum Ordinis y Pastores dabo vobis, podemos apreciar una falta de aplicación, casi como "asignaturas pendientes", en temas tan concretos como la santidad sacerdotal en relación con la caridad pastoral, la vida sacerdotal en el Presbiterio, la "unidad de vida" en relación con la comunión eclesial y con la fraternidad sacerdotal en la Iglesia particular, la espiritualidad específica del sacerdote diocesano, etc.

 

Se ha escrito mucho sobre la renovación de la vida sacerdotal según san Juan de Ávila. Hay investigaciones científicas y Tesis de gran calibre.  El modesto intento del presente trabajo tiene en cuenta estos estudios como ayuda a la recta aplicación de las directrices del concilio y del postconcilio.

 

NOTA: Ver estudios sobre el sacerdocio en San Juan de Ávila en notas posteriores. Los estudios realizados sobre el Maestro son muy abundantes. Los principales se han recogido en la"Positio" para el Doctorado: Concessionis tituli Doctoris Ecclesiae Univesalis… (Roma 2010), pp.613-692 (Fuentes y bibliografía). Ver estudios sobre cada tema, especialmente sobre el “sacerdocio”, “espiritualidad sacerdotal”, ver: Diccionario de San Juan de Ávila (Burgos, Monte Carmelo, 1999).

 

La figura histórica de San Juan de Ávila, sin sacarla de su contexto, puede iluminar los desafíos de nuestra época. Nos ceñimos al campo del ministerio, de la vida y de la espiritualidad sacerdotal. Nos puede servir de pauta metodológica el modo como el Papa Benedicto XVI ha ido insinuando los temas, también mientras presentaba figuras históricas, haciendo resaltar  lo positivo y todo aquello que tiene valor permanente.

 

NOTA: Sería interesante enfocar la figura del Maestro Ávila, como se ha hecho con la figura del Santo Cura de Ars durante el año sacerdotal (2009-2010). Cabe recordar que el Santo Cura tenía la Obras de San Juan de Ávila en su biblioteca (conservada hasta hoy). Ver también (en nota casi final) las diversas figuras sacerdotales que el Papa ha ido presentando en las catequesis del miércoles.

 

 

1. JUAN DE ÁVILA, UNA FIGURA SACERDOTAL EN UN MOMENTO CRUCIAL DE LA HISTORIA COMO PUNTO DE REFERENCIA

 

La situación sacerdotal del siglo XVI no era muy alentadora. Aunque existían desde siglos anteriores algunos Colegios "clericales" junto a las Universidades, no había Seminarios propiamente dichos. El Cardenal Pole había establecido uno en Londres y San Ignacio había iniciado en Roma el Colegio Romano y el Germánico.

 

NOTA: El decreto conciliar de  sobre los Seminarios, en el que influyó San Juan de Ávila, parece inspirarse también en algunas experiencias anteriores a Trento, como la del Colegio Capránica de Roma (1456), el Colegio sacerdotal de Dillingen (1549), el Colegio Romano (1551) y Germánico de Roma (1553) (estos dos últimos fundados por San Ignacio), la decisión del concilio nacional de Londres (1555-1556) (presentada en  por el Cardenal Pole)), los Colegios sacerdotales de San Juan de Ávila en España. Hay que recordar que, en España, existía ya una tradición anterior sobre Colegios clericales: Lérida (1371, Colegio de la Asunta), Sigüenza (1476), Toledo (1485), Granada (1492), Sevilla (1505), Alcalá (1508)...

 

El concilio tridentino afronta esta realidad emanando el famoso decreto sobre la erección de Seminarios Diocesanos. Resalta la importancia de formar a los futuros sacerdotes bajo la dirección del obispo: "Establece el santo Concilio que todas las catedrales, metropolitanas e Iglesias mayores, tengan obligación de mantener y educar religiosamente, e instruir en la disciplina eclesiástica, según las posibilidades y extensión de las diócesis, cierto número de jóvenes de la misma ciudad y diócesis, o, a no haberlos en ésta, de la misma provincia, en una colegio situado cerca de las mismas Iglesia, o en otro lugar oportuno, a elección del obispo... Cuide el obispo que asistan todos los días al sacrificio de la Misa, que confiesen a los menos una vez al mes, que reciban, a juicio del confesor, el Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, y que sirvan en la catedral y en otras Iglesias del pueblo los días festivos. El obispo... arreglará, según el Espíritu Santo le iluminare, todo lo dicho, y todo cuanto sea oportuno y necesario, velando en sus frecuentes visitas de que siempre se guarde".

 

NOTA: Ses.23, can.18 de reforma: Concilium Tridentinum, IX, 628-630: “De Seminariis clericorum", 15 de julio de 1563. Cfr. J. ESQUERDA BIFET, La institución de los Seminarios y la formación del clero, en: , Trento, i tempi del Concilio, Società, religione e cultura agli inizi dell'Europa moderna, , 1995, 261-270.

 

Hay que reconocer que el contexto espiritual del siglo XVI no era siempre negativo, puesto que fueron muchos los escritos que explicaban la vida espiritual cristiana e invitaban a ponerla en práctica. Era época de grandes santos y de grandes autores espirituales. Esta riqueza espiritual de la Iglesia no quedó plenamente reflejada en los textos del concilio tridentino, pero sí influyó en los padres conciliares y en los años posteriores al concilio.

 

La mentalidad de la época podía favorecer de hecho un resurgir intelectual, espiritual y apostólico, como puede constatarse por figuras y escritos; pero también podía dar pie a una "protesta" o una crítica exacerbada, a unas experiencias pseudomísticas y, consecuentemente, a alguna intervención (no siempre acertada)  del tribual de la Inquisición.

 

NOTA: Ver datos bibliográficos concretos sobre la época, en notas posteriores. Describo en ambiente histórico en: Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila(Madrid, BAC, 2000) cap.I. Ver "ambiente histórico" en Diccionario de San Juan de Ávila, o.c.

 

Para nuestro estudio nos interesa constatar cómo queda reflejada esta realidad histórica (especialmente sacerdotal) a partir de los escritos y de la vida de San Juan de Ávila. El arco histórico y biográfico de San Juan de Ávila, en que nos movemos, oscila desde 1513-1517 (cuando realiza sus estudios jurídicos en la Universidad de Salamanca) y 1520-1528 (cuando estudia Artes y Teología en la Universidad de Alcalá), hasta 1569 (fecha de su muerte).

 

NOTA: Datos básicos de cronología en las Obras completas,  en la Positio para el Doctorado y en el Diccionario de San Juan de Ávila, obras ya citadas.

Nace en 1499 ó 1600. Estudios jurídicos en Salamanca (1513-1517), vida retirada en Montilla (1517-1520), estudios humanistas (filosóficos) y teológicos en Alcalá (1520-1526), ordenación sacerdotal y disponibilidad para ir al Nuevo Mundo (1526), predicación y misiones populares en Andalucía  (1527-1530), procesado por la Inquisición (1531-1533, escribe el “Audi Filia”), se incardina en Córdoba (1534) y continúa su predicación en Andalucía, Badajoz y La Mancha. Influye en el cambio de vida de Juan Cidad (San Juan de Dios). Organiza Colegios y Seminarios. Colabora en la fundación del Colegio de Baeza que se convertirá en Universidad (1539). Crea otros Colegios y organiza, con sus discípulos, misiones populares. Establece su residencia más habitual en Montilla (1545). Debido a su enfermedad, no puede acompañar a Don Pedro Guerrero (arzobispo de Granada) en su viaje a ; escribe su primer Memorial para el concilio de Trento, por encargo del mismo arzobispo (1551). Sigue en su trabajo de instituir Colegios y organizar misiones populares. Se retira definitivamente a Montilla, donde redacta cartas, sigue organizando y dirigiendo a sus numerosos discípulos; atiende al Noviciado de los Padres Jesuitas (San Ignacio intenta que ingrese en la Compañía). Se edita sin su permiso el “Audi Filia” en Alcalá (1556) y el libro queda incluido en el “Catálogo” de libros escritos por la Inquisición (1559). Escribe el segundo “Memorial” para  (1561). Redacta las "Advertencias para el concilio Provincial de Toledo" y algunas "Anotaciones" a los decretos de Trento . Se aprueba el texto revisado del "Audi Filia” (1565). Cartas a Santa Teresa aprobando su “Vida” (1568). Muere santamente en Montilla  (10 mayo 1569).

 

Los estudios realizados en Salamanca (1513-1517) dejaron en el Maestro una valoración positiva respecto al campo jurídico. Durante estos años tuvo una iluminación del Señor que originó un cambio de vida, retirándose a casa de sus padres en Almodóvar.

 

NOTA: L. DE GRANADA, Vida, cap.1, introducción. B. JIMÉNEZ DUQUE, El Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1988) cap.II.

 

No podemos sacar de contexto la afirmación de "negras leyes", según transmiten sus biógrafos, que se refiere al hecho de interrumpir sus estudios jurídicos en Salamanca. De hecho, las Advertencias al concilio de Toledo reflejan una preparación jurídica importante, probablemente reforzada por estudios posteriores y con la ayuda de su discípulo el Lic. P. Francisco Gómez.

 

NOTA: En todos sus escritos se nota un gran aprecio por las normas jurídicas, especialmente las emanadas de los concilios universales y particulares. En su epistolario recuerda "mis cuatro años que estudié de leyes" (Carta 197, 39; Montilla, 3 de julio de 1561). Las Advertencias al Concilio de Toledo (1565-1566) ofrecen normas jurídicas prácticas y técnicas para la recta aplicación de las decisiones conciliares de . Es interesante notar su intuición sobre el Derecho Internacional, cuando propone en el Memorial al concilio de Trento un tribunal superior de arbitraje para evitar las guerras: "Ningún rey, ni señor, ni señoría que no reconoce superior no pueda mover guerra con otro sin que primero se examine por letrados de universidades, que el concilio señale, la justicia de las causas. Y si el que no tuviere justicia no quisiere satisfacer al que la tiene, se provea de remedios oportunos contra él; y tales, que él quede con el castigo bien escarmentado y otros queden avisados" (Trento I, n.63). Cfr.  L. CASTÁN, Un proyecto español de Tribunal Internacional de Arbitraje obligatorio en el siglo XVI, formulado por el Mtro Ávila (Tarragona, Biblioteca Antonio Agustín, 1957). Sobre su doctrina jurídica: M. BRUNSÓ, El Beato Juan de Ávila, reformador y hombre de leyes y de cánones (Madrid, Comillas, 1954) (Tesis Doctoral)

 

Sobre la importancia de sus estudios en Alcalá (1520-1526), hay que recordar el fruto positivo de esta Universidad en figuras como Santo Tomás de Villanueva, San Juan de Ribera, el Venerable Fernando de Contreras, el Maestro Domingo de Soto, etc. Fundada en 1599  (a petición de Fr. Franciso Jiménez de Cisneros, arzobispo de Toledo), la universidad de Alcalá se inauguró en 1508 y, con su base bíblica y renacentista, favoreció la corriente humanista de la época, con cierta preferencia hacia Erasmo.  Los contenidos docentes versaban sobre Artes, Letras, Medicina, Filosofía, Teología y Cánones. Se proponía como uno de los objetivos formar buenos clérigos.

 

NOTA: Allí había estudiado Santo Tomás de Villanueva, agustino (1508-1516) y el franciscano Francisco de Osuna. Las líneas teológicas tendían al tomismo, escotismo y nominalismo. Se estudiaban con mucha atención  los textos bíblicos aprovechando la reciente edición de la Políglota Complutense (1502-1517), con la ayuda del hebreo, griego y latín. Hay que recordar que Alcalá, de algún modo favoreció algunas corrientes espirituales de la época, como la oración metódica, el recogimiento afectivo y el  iluminismo de los alumbrados, etc.

 

Los cinco años que dedicó Juan de Ávila a los estudios de filosofía y teología dejaron huella imborrable en su actuación pastoral posterior, sobre todo por su modo de usar los textos bíblicos en relación con la doctrina patrística, los documentos conciliares y la doctrina de los santos y de los buenos teólogos. Estos estudios los completará posteriormente en Sevilla y Granada.

 

Fray Luís de Granada. dominico, deja constancia del aprecio que Domingo de Soto mostró hacia el estudiante Juan de Ávila: "delicadeza de su ingenio, acompañada con mucha virtud" (Vida, cap. I, introductorio). Durante este mismo período de estudios complutenses, mantuvo una buena amistad con el futuro arzobispo de Granada, D. Pedro Guerrero, quien sería el portador de sus "Memoriales" para el concilio tridentino. En el colegio de San Ildefonso, Juan de Ávila convivió con el clérigo sevillano Fernando de Contreras, quien sería se consejero y amigo durante los primeros años de sacerdocio.

 

NOTA: M. ANDRÉS, Historia de la mística de la edad de oro en España y América (Madrid, BAC, 1994) XI,4 (San Juan de Ávila y su escuela); Idem, La teología española en el siglo XVI (Madrid, BAC, 1976-1977); V. BELTRÁN DE HEREDIA, La teología en la universidad de Alcalá: Revista Española de Teología 5 (1945) 407-410, 501-506; B. JIMÉNEZ DUQUE, El Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1988) III, II, 3; L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) cap. II.

 

Una vez terminados los estudios, Juan de Ávila, ordenado sacerdote en 1926, vendió sus cuantiosos bienes (la herencia recibida de sus padres)  para distribuirlos entre los pobres, y se alistó para ir de misionero  a las Indias, con Fr. Julián Garcés, dominico, recién nombrado obispo de Yucatán (quien inmediatamente se establecería en Tlaxcala, Puebla). Los estudios de Alcalá le habían ayudado a adoptar estas actitudes evangélicas.

 

NOTA: Por sus escritos posteriores podemos deducir su punto de vista sobre la evangelización del Nuevo Mundo (las Indias). Constata que se daban ejemplos de santidad, como en la Iglesia primitiva, "en nuestros tiempos... entre nosotros; y en las Indias Orientales y Occidentales, con más abundancia" (Audi Filia, cap.32). Pudo haber influido en él la partida de los primeros misioneros.  En el segundo Memorial para el concilio de Trento, constata la necesidad de reforma también en el Nuevo Mundo: “No contamos cosas inciertas. Cosa es notoria haber dicho los indios occidentales, viendo la mala vida de los cristianos: «Si cristianos van al cielo, no queremos ir allá, por no estar con tan mala gente»; y convino decir algunos religiosos que iban a predicar a los indios, porque no los aborreciesen y huyesen de ellos: «Oídnos, que nosotros no somos cristianos, sino hombres que venimos a buscar vuestro bien»..." (Trento II, n.14). Pero también constata los aspectos positivos: "Haber habido en nuestros tiempos promulgación muy nueva y notable de nuestra santa fe en las Indias orientales y occidentales, tierras incógnitas en otros tiempos" (Trento II, n.37). No deja de señalar los defectos que resaltan cuando algunos conquistadores regresaban de las Indias "con muchos dineros" (Sermón 12). Algunos de sus discípulos que se hicieron jesuitas, fueron misioneros en las Indias: Alonso de Barzana (oriundo de Montilla y misionero en Perú), Gaspar Pereira, que fue su criado en Montilla hasta su muerte y que marchó luego a Perú como hermano jesuita. La influencia de los escritos del Maestro se constata en los concilios de Lima  (1582-1583) y de México (1585). Cfr. R. GARCÍA VILLOSLADA, Juan de la Plaza y el Beato Juan de Ávila: Maestro Ávila 1 (1946) 429-442; L. MARTÍNEZ FERRER, Directorio para confesores y penitentes. La pastoral de la Penitencia en el tercer Concilio Mexicano (1585) (Pamplona, Eunate, 1996) 148-156; (S.C. pro Causis Sanctorum), Positio super canonizatione aequipolenti (Romae 1970)  n.4, 434-436 (concilio de México).

 

Su proyecto misionero quedó cambiado quizá por decisión del arzobispo de Sevilla (que no quería desprenderse de este clérigo ejemplar) o debido a su condición de descendiente de judíos conversos (tenía “raza”), a quienes no se permitía pasar al Nuevo Mundo. El hecho es que Julián Garcés partió para las Indias en 1527 sin aquel neosacerdote.

 

NOTA: El biógrafo Fr. Luís de Granada, afirma que el arzobispo de Sevilla, aconsejado por Fernando de Contreras, le mandó predicar un sermón el día de Santa Magdalena, en la iglesia del Salvador (cfr, Vida, parte 3ª, cap.4).

 

La convivencia fraterna con Fernando de Contreras en Sevilla (desde 1526, quizá hasta 1531) fue determinante para el estilo de vida evangélico de nuestro Maestro. Vivían según el modelo evangélico de los Apóstoles, con una vida de profunda oración, de pobreza radical y de entrega al servicio de los pobres y enfermos, ejerciendo el ministerio de la catequesis. Esta realidad deja entrever que había sacerdotes santos en aquella época (a pesar de las circunstancias históricas), formados algunos de ellos en la universidad de Alcalá (Santo Tomás de Villanueva, San Juan de Ribera... ).

 

Era relativamente frecuente acusar a alguien a la Inquisición, a veces por motivos interesados. El  hecho de que Juan de Ávila fuera denunciado a la Inquisición deja entender la vida desarreglada de algunos clérigos y de algunas personalidades públicas que le habían acusado falsamente; el Maestro Ávila, con sus enseñanzas y testimonio evangélico, resultaba incómodo para la conducta desarreglada de algunas personas importantes.

 

En su vida y debido a su libertad de espíritu, era relativamente fácil encontrar algún motivo para acusarlo. De hecho, según testimonio de su discípulo P. Alonso de Molina, "hallándose al presente con muchos cartapacios que había escrito de su mano en las Universidades de Alcalá y Salamanca, y otros estudios suyos de mucho trabajo... los quemó luego sin dilación" (Declaración del H. Sebastián de Escabias S.I., en el Proceso de Beatificación, Jaén).

El Maestro Ávila fue procesado por la Inquisición de Sevilla entre los años 1531 y 1533. El proceso informativo, consecuente de una denuncia, fue en 1531; fue encarcelado en 1532 y absuelto el 5 de julio de 1533. Eran los primeros años de su ministerio sacerdotal. El Maestro Ávila era conocido como "converso" (cristiano nuevo, descendiente de judíos). Pero las acusaciones que se le imputaron eran muy graves y provenían de un pequeño grupo de clérigos y seglares de Écija y de Alcalá de Guadaira. Segú ellos, calificaba de mártires a los quemados por herejes, anunciaba que los ricos no podrían entrar en el cielo (donde sólo podían entrar los pobres), su enseñanzas sobre la Eucaristía no eran claras, fomentaba la autonomía de las mujeres al defender que podían dar limosna sin permiso de sus esposos, decía que era mejor dar limosna que fundar capellanías, aconsejaba a una beata de Écija que tenía arrobamientos, obligaba a confesarse con él, decía que la oración mental era mejor que la vocal, etc. En realidad, quienes le acusaron estaban interesados en llevar más o menos ocultamente, una vida desarreglada. El Maestro les dejaba evidencia cuando convertía a alguna de sus víctimas. Consta que el Maestro no quiso tachar a cinco testigos, para no difamar a personas conocidas. Pero cincuenta y cinco testigos depusieron en favor suyo.

 

NOTA: Cfr. L. DE GRANADA, Vida, parte 2ª, cap.6.

 

Esta experiencia de sufrimiento aquilató su entrega sacerdotal con espíritu evangélico. Durante el proceso elaboró las líneas principales del "Audi Filia", así como la introducción y traducción de la "Imitación de Cristo". Allí "aprendió en pocos días más que en todos los años de su estudio" (según Fr. Luís de Granada). Como diría después a sus discípulos, "la Escritura sagrada le digo que la da nuestro Señor a trueque de persecución" (Carta 2). "¿Quién es aquel que te ama, y no te ama crucificado? En la cruz me buscaste y me hallaste... pues en la cruz te quiero buscar y en ella te hallo, y hallándote me curas y me libras de mí, que soy el que contradice tu amor" (Carta 58).

 

NOTA: Es importante notar que su experiencia de persecución, por el hecho de querer vivir el evangelio, también la compartieron después algunos de sus amigos: Luís de Granada, Francisco de Borja, Bartolomé de Carranza... Entre los papeles de este último, que la Inquisición consideraba luteranos, se encontraban algunas notas del "Audi Filia", el "Tratado del amor de Dios" y la carta 20 del Maestro Ávila. Cfr.  C.M. ABAD, El proceso de la Inquisición contra el Bto. Juan de Ávila. Estudio crítico a la luz de documentos desconocidos: Miscelánea Comillas 6 (1946) 95-167; M. ANDRÉS MARTÍN, Historia de la mística de la edad de oro en España y América (Madrid, BAC, 1994) cap. XI, 7; BARTOLOMÉ CARRANZA, Speculum pastorum, Salamanca 1992 (nueva edición, por J.I. Tellechea); F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) (corresponde al volumen 1º de las obras completas), cap. III; L. SALA BALUST, Una censura de Melchor Cano y de Fr. Domingo de Cuevas sobre algunos escritos del P. Maestro Ávila: Salmanticensis 2 (1955) 577-585; J.I. TELLECHEA, El obispo ideal en el siglo de la reforma (Roma, Instituto Español de Estudios Eclesiásticos, 1963.

 

NOTA: Su relación con amigos y discípulos, especialmente sacerdotes y religiosos aporta datos muy positivos sobre las comunidades religiosas. Durante toda su vida estuvo muy bien relacionado especialmente con jesuitas, carmelitas, dominicos, franciscanos, además de los hermanos de San Juan de Dios. Durante su estancia en Sevilla aprendió a profundizar más la doctrina tomista, gracias a su buena relación con los Padres Dominicos del colegio de Santo Tomás. Es frecuente encontrar afirmaciones tomistas en los sermones avilistas, así como referencias explícitas a Santo Domingo al hablar de Cristo crucificado (Plática 4ª; Audi Filia, cap. 23). Los Padres dominicos de Córdoba le tenían en gran aprecio; el P. Alonso Carrillo, afirma de él que "era único en el mundo en la ciencia y en las virtudes" (L. MUÑOZ, Vida, lib. 1º, cap. 9). El biógrafo Muños aporta otros datos interesantes como la afirmación de un Padre dominico que había escuchado un sermón del Maestro: "Vengo de escuchar a San Pablo interpretar a San Pablo" (ibídem). Un gran amigo y admirador suyo fue el dominico Ven. Bartolomé de los Mártires (1514-1590), arzobispo de Braga (Portugal), que había asistido al concilio de ; el prólogo de su libro Stimulus Pastorum (1565), redactado por Fr. Luís de Granada, refleja los escritos avilistas sobre la reforma sacerdotal y eclesial.

 

Cuando el Maestro invita a la renovación eclesial, se remite al ejemplo de los santos, por tratarse de imitadores de Cristo crucificado. No sería posible esta renovación sin auténtico amor a la Iglesia. "Los que predican reformación de Iglesia, por predicación e imitación de Cristo crucificado lo han de hacer y pretender" (Plática 4ª).

 

Los numerosos santos relacionados personalmente con el Maestro, reflejan intentos serios de verdadera renovación sacerdotal y religiosa, mientras, al mismo tiempo, constatan una realidad de intercomunicación (más espontánea que la actual) entre sacerdotes "seculares" y "religiosos" o "regulares".

 

NOTA: Del epistolario y de las biografías se desprende la buena relación del Maestro con algunos santos contemporáneos, a veces con cierta influencia en ellos: Ignacio de Loyola, Francisco de Borja,  Juan Bautista de la Concepción, Juan de Dios, Juan de la Cruz, Juan de Ribera, Teresa de Ávila, Tomás de Villanueva... Hay que recordar algunos santos o beatos posteriores que le citan o que consta que recibieron alguna influencia: Toribio de Mogrovejo (documentos sinodales), Francisco de Sales, Vicente de Paúl, Alfonso María de Ligorio, Antonio María Claret, José Allamano, M. Maravillas de Jesús... Cfr.(S.C. pro Causis Sanctorum), Positio super canonizatione aequipolenti (Romae 1970)  n.4, 379-436 (la influencia). Completar con la "Positio" para el Doctorado: Concessionis tituli Doctoris Ecclesiae Univesalis… (Roma 2010), Informatio, cap.9: Influencia histórica y permanente de San Juan de Ávila; J. ESQUERDA BIFET, Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila (Madrid, BAC, 2000), cap.II (Radio de acción, escritos e influencia histórica); R. GARCÍA Y GARCÍA DE CASTRO, El Maestro Juan de Ávila, santo y forjador de santos: Maestro Ávila 1 (1946) 223-238; I. ROMERO, Los santos, amigos y discípulos del Bto. Maestro Ávila (Madrid, Semana Nacional Avilista, 1952) 107-135. Influencia en Santa Maravillas de Jesús: A.J. GONZÁLEZ CHAVES, Santa Maravillas, naturalidad en los sobrenatural (Madrid, Edibesa, 2009) pp.584-589 (San Juan de Ávila).

 

Sin olvidar, pues, ese contexto que tiene una gran valor positivo, pasamos ahora a espigar los datos sobre las situaciones sacerdotales de la época, que se desprenden de los escritos avilistas, especialmente de sus pláticas a sacerdotes, de su predicación al pueblo, de las cartas a sacerdotes y candidatos al sacerdocio, de los Memoriales para el concilio de  y de las Advertencia para el concilio de Toledo.

 

NOTA: Obras completas del Santo Maestro Juan de Ávila(Madrid, BAC, 1970-1971) 6 volúmes. (Nueva edición)Obras completas … (Madrid, BAC, 2000-2001).

 

La renovación eclesial y sacerdotal que desea el Maestro Ávila refleja una gran capacidad de observación y de realismo, dentro del contexto de un amor profundo a la Iglesia y de respeto a sus instituciones. Señala defectos y propone soluciones en armonía con la historia eclesial (autores, santos, magisterio, concilios). Alude al ejemplo de los santos reformadores del pasado. Algunos de sus escritos tienden explícitamente a esa renovación, por parte de quien se siente colaborador leal de las decisiones conciliares y a quien podemos calificar de “memoria” profética de otras reformas anteriores. Sus principios de reforma están inspirados en los criterios evangélicos: "Juan de Ávila ha sido, en cuestión de reforma, como en otros campos espirituales, un precursor... Pero no ha sido un crítico contestador" (Pablo VI, Homilía durante la canonización, 31 mayo de 1970).

 

Señala con audacia   y respeto las llagas que hay que curar: "¡Oh Iglesia cristiana, cuán caro te cuesta la falta de aquellos tales enseñadores, pues por esta causa está tu faz tan desfigurada y tan diferente de cuando estabas hermosa en el principio de tu nacimiento!" (Sermón 55). En este contexto de reforma, la figura del obispo reformado pastoralmente es esencial: "Cómo se ejercita el catecismo de los rudos; qué cuidado tiene de las viudas, pobres y personas miserables, de las cuales es padre" (Trento II, n.42). "Por el descuido de las cabezas está la viña tan estragada" (Sermón 8; cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n.35).

 

NOTA: Una carta al obispo de Córdoba, Don Cristóbal de Rojas (quien había de presidir el concilio de Toledo), está toda ella dedicada a la renovación eclesial: "No plega a Cristo que haya en vuestra señoría cosa, por amada que sea, que le impida hacer pensar y hablar lo que sintiere ser agradable al Señor y provechosa a su Iglesia" (Carta 182). Cfr. A. DE LA FUENTE GONZÁLEZ, El Bto. Mtro. Juan de Ávila, alma de la verdadera reforma de la Iglesia española: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 231-250; J. DEL RÍO MARTÍN, Santidad y pecado en la Iglesia. Hacia una Eclesiología de San Juan de Ávila (Córdoba 1986); Idem, Ecclesia sancta: hacia la reforma de la reforma según San Juan de Ávila, en: AA.VV., Ecclesia tertii millenni advenientis, Casale Montferrato, PIEMME 1997 (omaggio al P. Antón... nel suo 70º compleanno), 459-476; J. ESQUERDA BIFET, El Maestro Avila y la renovación sacerdotal, en: AA.VV., El Maestro Ávila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 691-709; J.I. TELLECHEA IDÍGORAS, San Juan de Ávila y la reforma de la Iglesia, en: El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional, o.c., pp. 47-75.

 

Son diversas las situaciones sacerdotales que se mencionan en sus escritos. Se señala especialmente la falta de selección vocacional y de formación inicial y permanente. La vida clerical no era siempre santa. Faltaban medios de formación permanente a nivel intelectual, pastoral y espiritual.

 

Su propuesta de renovación se basaba en la imitación de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, especialmente en el ministerio de la predicación, la celebración eucarística y litúrgica en general, el servicio a la comunidad eclesial y en los campos de caridad y de educación.

 

NOTA: Resumo estos contenidos en: El Maestro Ávila y la renovación sacerdotal al inicio del tercer milenio, o.c., pp.691-709.

 

Para conseguir esta reforma, se necesitaba una buena diagnosis de la realidad sacerdotal en aquel momento histórico. Donde aparecen con más evidencia las lacras de la vida clerical es cuando el Maestro trata de los Seminarios, especialmente en los Memoriales al concilio de  y en las Advertencias para el concilio de Toledo.

 

NOTA: Citamos los Memoriales para el concilio de Trento: Trento I, Trento II; las Advertencias para el concilio de Toledo: Toledo I, Toledo II.

 

Da por supuesta una realidad bastante deficiente en la selección de las vocaciones y en la formación sacerdotal, como se constata en la vida clerical de entonces. La reforma de la Iglesia en general dependerá de si se reforma el clero en primer lugar: "Primero conviene que reformen a los más conjuntos, que es el clero todo, y luego a los demás" (Toledo I, n.33). Se trata de formar a quienes están llamados a ser "médicos de las almas" (Trento I, n.9).

 

NOTA: "Y éste es el punto principal del negocio y que toca en lo interior de él; sin lo cual todo trabajo que se tome cerca de la reformación será de muy poco provecho, porque será, o cerca de cosas exteriores, o, no habiendo virtud para cumplir las interiores, no dura la dicha reformación por no tener fundamento" (Trento I, n.5). "Ya consta que lo que este santo concilio pretende es el bien y la reformación de la Iglesia. Y para este fin, también consta que el remedio es la reformación de los ministros de ella... Pues sea ésta la conclusión: que se dé orden y manera para educarlos que sean tales; y que es menester tomar el negocio de más atrás, y tener por cosa muy cierta que, si quiere la Iglesia tener buenos ministros, que conviene hacerlos; y, si quiere tener gozo de buenos médicos de las almas, ha de tener a su cargo de criar tales y tomar el trabajo de ello; y, si no, no alcanzará lo que desea" (Trento I, n.9).

 

A los defectos de los clérigos los engloba con la expresión "males de la clerecía", debido a la falta de selección vocacional y de formación inicial: "Una gente que desde muchachos se crió sin obediencia, sin clausura, sin devoción y con ruines compañías" (Tratado sobre el sacerdocio, n.33). Son males que "hacen dentera a la madre Iglesia" (ibídem).

 

El Maestro es realista, aunque algo duro en sus expresiones, como urgiendo a una reforma inmediata. Algunos entraban en la clerecía por conveniencias personales: "que solamente la toman para tener seguridad si algún delito hicieren" (Trento I, n.31; se refiere a la inmunidad judicial civil por parte de los clérigos). Por esto, propone una selección adecuada: "Que los prelados tengan noticia de las personas virtuosas que en su obispado hay, así chicos como grandes, en los cuales se conozca que mora la gracia del Señor y que es gente de vida inclinada a cosas de la Iglesia, que sabe pelear las guerras por la castidad y alcanzar en ellas victoria, y que sepan por experiencia qué es oración o tenga disposición para la aprender y tener siendo enseñados" (Trento II, n.91).

 

NOTA: "Los que hubieren de ser elegidos para estos colegios sean de los mejores que hubiere en todo el pueblo, haciendo inquisición de ello muy de raíz el obispo y los que el concilio le señalare por acompañados. Y de esta manera vendrán llamados y no injeridos, y entrarán por la puerta de obediencia y llamamiento de Dios" (Trento I, n.17). "Y para hallar éstos es menester que los obispos tengan en cada pueblo personas de fiar que los inquiran y procuren, informándose de los maestros de las escuelas y de los lectores de gramática... Y, si acaso los obispos del sínodo dijeren que no se halla de esta gente; dígales que es grande engaño pensar que nuestro Señor falte en dar tales personas en su Iglesia, que puedan ser ministros verdaderos suyos. Porque el mismo Dios, que pide que sean sus ministros tales y derramó su sangre por tenerlos, ha puesto su Espíritu divino en muchos para poder serlo; y el parecer que no los hay es porque no los buscan los prelados, ministros del Señor, cuyo es este cuidado" (Toledo I, n.39).

 

Por esto, lo principal y más urgente que debería tratarse para la aplicación del concilio de Trento, era precisamente la organización de los Seminarios: "Lo principal que deseo se trate es el buen orden del Seminario, eligiendo a gente de virtud y poniéndoles rectores espirituales o que tengan algo de ello; porque juntándose buen fundamento y doctrina, no faltará nada" (Carta 244, a Don Pedro Guerrero, 26 de julio de 1565).

 

Constata la falta de "ciencia" en los "ministros" (cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n. 42), "cuya ignorancia es mucho de llorar" (Toledo I, n.44). No se contenta con lamentaciones, sino que propone soluciones concretas, en particular una formación intelectual adecuada, basada en la Escritura, Padres, doctrina eclesial: "Que tengan los dichos libros y estudien en ellos, pues, sin esto, todo es perdido" (Toledo II, n. 71).

 

NOTA: Ver los libros recomendados en: la Plática 3ª y en las cartas nn. 1, 4, 146, 225.

 

De sus afirmaciones se desprende que muchos candidatos recibían la ordenación sacerdotal sin tener la suficiente preparación. Por esto, pedía al concilio de Toledo: "Que jamás ordenen de sacerdote a quien no estuviere suficientemente instruido para ser buen cura" (Toledo I, n.46).

 

Durante un sermón de cuaresma, dirigiéndose a los sacerdotes, insta a la formación previa de los ordenandos, que no se limite a sólo los campos administrativos. La exámenes para la ordenación tienen que incluir la conducta espiritual y moral de los candidatos: "¿En qué los examinará Dios? En la caridad para con todos y en la oración, si saben bien orar y importunar a Dios por los prójimos y amansarlo y hacer amistades entre Dios y los hombres, y sentir males ajenos y llorarlos" (Sermón 10).

 

El interés principal lo pone en la selección y formación "espiritual": "Todos éstos han de procurarse sea gente de la cual se entiende que vive Dios en ellos, amigos de virtud, aficionados a las cosas de la Iglesia, probados en la castidad" (Toledo I, n.39).

 

Hay que recordar la gran labor del Maestro Ávila en la creación de Colegios y Convictos para clérigos. El objetivo ha quedado testificado por su biógrafo L. Muñoz: "Fue su intento no sólo que se criasen hombres de letras, sino también de virtud; pues las escuelas eran sólo para formar eclesiásticos, curas de almas y clérigos ejemplares. Así hizo que las Constituciones mirasen a este fin, y que los mozos comenzasen a industriarse en costumbres eclesiásticas, pues se criaban para ministros de Dios, para enseñar su palabra y predicar al pueblo el camino de la virtud, y que habían de tener desde sus tiernos años embebido en sus entrañas el espíritu evangélico, porque mal puede uno ser maestro en el arte que nunca fue discípulo".

 

NOTA: L. MUÑOZ, Vida, lib.1º, cap.20. Se ha constatado que instituyó tres Colegios Mayores universitarios (Baeza, Jerez, Córdoba) y tres convictos para clérigos (Granada, Córdoba y Évora). El Colegio universitario de Baeza es de 1538. Ver: J. ESQUERDA BIFET, Criterios de selección y formación clerical en el Bto. Maestro Juan de Ávila: Seminarios 7 (1961) 25-45.

 

Al señalar los defectos de la época, no deja de apuntar a soluciones concretas y factibles. La solución principal es que los Prelados asuman personalmente la propia responsabilidad en este campo: "Y pues prelados con clérigos son como padres con hijos y no señores con esclavos, prevéase el Papa los demás en criar a los clérigos como a hijos, con aquel cuidado que pide una dignidad tan alta como han de recibir; y entonces tendrán mucha gloria en tener hijos sabios y mucho gozo y descanso en tener hijos buenos, y gozarse ha toda la Iglesia con buenos ministros" (Trento I, n.5). En realidad, la responsabilidad de instituir y organizar Seminarios es principalmente tarea propia de los obispos, puesto que "son obligados a dar a sus ovejas pastores que las sepan apacentar" (Trento II, n.71).

 

NOTA: "El prelado es obligado a, si tales oficiales no hay, hacerlos él, dándoles aparejo para estudio, y ayudar para ello a los que no tienen; y con doctrina y buenos ejemplos hacerlos tales que sean modelos, a cuya forma se edifiquen las ánimas; porque para esto el prelado es prelado y para esto principalmente le es dada la renta; porque el fin de él ha de ser la edificación de las ánimas, y no hay mejor medio para esto que hacer gente tal que sea para ello" (Sermón 81). Para la ordenación presbiteral propone la edad mínima de treinta años, "porque no tengamos la liviandad de mozos que ahora tenemos por presbíteros, sin serlo en edad, ni seso, ni santidad. Y contra esto no se dispense" (Trento I, n.36). Respecto a las cualidades requeridas para la ordenación, según las disposiciones del concilio de Trento, no basta con la ciencia, sino que "pídese también bondad y todo lo demás requisito para un tal ministerio" (Toledo II, n.41; cfr. concilio de Trento, Ses.23, cap.14).

 

Era, pues, urgente la creación de Seminarios, para poder "tomar el agua de lejos" o "desde el principio"(Trento II, n.43). Por esto, insta a la creación de Seminarios en cada una de las diócesis, siguiendo las directrices de Trento: "Esto que dice el concilio parece que se debe practicar de la manera siguiente: que en cada obispado se haga un colegio, o más según la cualidad de los pueblos principales que en él hubiere, en los cuales sean educados, primero que ordenados, los que hubieren de ser sacerdotes" (Trento I, n.12).

 

NOTA: En las Advertencias para el concilio de Toledo, el Maestro alude al concilio IV de Toledo, can.24; Mansi, 10,626. La misma alusión se encuentra en el Memorial primero para el concilio de Trento, n.12.

 

Como en todas las épocas de la Iglesia, las necesidades económicas podían aparecer como urgencia prioritaria, olvidando lo más importante. El Maestro propone una solución a base de una buena escala de valores: "Y no hay en esto mucho tiempo que gastar, porque de préstamos y fábricas ricas y de enajenar algunos beneficios podría proveerse esto con muy gran facilidad. Y cuando de ahí no, con quitar tres o cuatro raciones y otras tantas canonjías de la iglesia catedral, sobraría paño. Y sería bien hecho; pues, en comparación de confesar, y predicar, y regir ánimas, pequeño negocio es cantar en el coro; mayormente que, aunque éstos se quitasen, no por eso habría menos voces, pues no todos los canónigos y racioneros cantan" (Trento I, n.19).

 

La formación intelectual, con vistas a los ministerios pastorales, podría impartirse según diversas modalidades: "Dos necesidades de personas de éstas tiene la Iglesia; una de curas y confesores, y otra de predicadores; y entrambas se han de remediar de estos colegios" (Trento I, n.13).

 

La formación tiene que ser básicamente espiritual y pastoral, pero se presupone la formación intelectual. "Lo que principalmente se pretende es hacer buenos sacerdotes que puedan ser curas suficientes para confesar y doctrinar el pueblo" (Toledo I,, n.40). "En la educación de los que han de estar en el seminario es lo principal de este negocio... de manera que salgan maestros verdaderos de las almas, redimidas por la sangre del Señor" (ibídem, n.43). "Para reformar enteramente el clero todo conviene que se hagan de nuevo tales sacerdotes, que antes sea necesario tenerles de la rienda a su virtud y celo que no darles de la espuela para que caminen con leyes... El medio, pues, para hacerlos tales cuales se desea es poner en debida ejecución el seminario" (Toledo I, n.17).

 

NOTA: En los números sucesivos de las Advertencias va detallando: economía, edad para admisión, selección según conducta moral, pastoral vocacional por la diócesis, estudios, cualidades de los profesores y formadores, etc. (ibídem, nn. 17-43). El documento fue preparado por el Maestro Ávila con la ayuda de su discípulo Lic. P. Francisco Gómez. Insiste en la reforma pastoral y espiritual de los obispos, de los sacerdotes y de los seglares: residencia de los obispos, acción pastoral, campos de caridad, institución de Seminarios y formación de los sacerdotes, colaboración de los seglares en los diversos campos (cofradías, educación, catequesis, caridad).

El concilio provincial de Toledo se celebró en la catedral durante los años 1565-1566 (tuvo tres sesiones). Lo presidió D. Cristóbal Rojas de Sandoval, obispo de Córdoba (el arzobispo de Toledo, Bartolomé de Carranza, estaba en prisión inquisitorial). El discurso de apertura, pronunciado por el obispo de Córdoba, fue redactado por el Maestro ("De la veneración que se debe a los concilios"). Las segundas "Advertencias" son propiamente la parte final con anotaciones jurídicas para aplicar las decisiones tridentinas, pero también contiene una llamada urgente a tomar cuidado de los pobres y de la gente del campo.

 

Precisamente los datos avilistas que tenemos sobre la celebración del concilio de Toledo, reflejan una preocupación del Maestro como síntoma de la una realidad histórica: la reforma no se afrontaba con seriedad. Por esto, en una carta al obispo de Córdoba, Don Cristóbal de Rojas, presidente del mismo concilio, lamentándose de las prisas de los padres conciliares, dice: "Ahora he oído decir que ese santo concilio se acaba presto, y he temido no sea causa de ello el poco gusto que se toma de entender en los negocios de Dios y el mucho de ir a descansar a sus casas: porque, estando las cosas tan fuera de sus quicios como por nuestros pecados están y habiendo tan mucho tiempo que en remedio de ellas no se ha entendido, no sé cómo en tiempo tan breve se pueden hacer muchas cosas y dificultosas" (Carta 215).

 

En realidad, el concilió de Toledo adoptó soluciones concretas, pero algunas no fueron bien recibidas en las diversas diócesis que dependían de la arquidiócesis. No obstante, las decisiones de Toledo influyeron en otros concilios provinciales de España y del Nuevo Mundo (Lima y México). Las cartas del Maestro a D. Pedro Guerrero (nn.243-244) indican que las “Advertencias” para concilio de Toledo servirían para el concilio provincial de Granada.

 

NOTA: (S.C. pro Causis Sanctorum), Positio super canonizatione aequipolenti (Romae 1970) 424-436.

 

Estas preocupaciones formativas dejan entrever las lacras o carencias de la época. De esta realidad negativa habían brotado reacciones al margen del evangelio y de la comunión eclesial. Una buena formación de los pastores habría podido evitar, en gran parte, la llamada "reforma protestante", así como las exageraciones "iluministas" en el campo de la espiritualidad dentro del catolicismo.

 

Más allá de las soluciones que propone el Maestro Ávila, queda clara su misma figura y su docencia, como un testigo del Evangelio y un verdadero Maestro de doctrina sacerdotal. Vivió evangélicamente, al estilo de los Apóstoles y fomentó la formación de los diversos componentes de la comunidad eclesial, especialmente los sacerdotes. Vivía en fraternidad sacerdotal, organizó grupos apostólicos especialmente para las misiones populares y la predicación sistemática al pueblo. Alentaba a la comunión con el propio Obispo y en el propio Presbiterio o comunidad religiosa según los casos.

 

NOTA: Sobre su figura sacerdotal, ver: Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila, o.c., cap.I (Las coordenadas de una figura histórica sacerdotal).  Biografía actualizada y documentada, en Obras Completas, o.c., vol.I (Estudio biográfico). Algunos estudios históricos de años pasados siguen siendo punto de referencia para nuevas investigaciones: R. GARCÍA VILLOSLADA, La figura del Bto. Ávila: Manresa 17 (1945) 389-403; 18 (1946) 87-97; L. MARCOS, El Bto. Juan de Ávila, Maestro de santidad sacerdotal (Vitoria 1948); J. MÉNDEZ, El Beato Maestro Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 273-279. Hago un resumen de estas aportaciones en: Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila (Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica, 1969) 12-19 (la figura sacerdotal). Datos actualizados en: Juan de Ávila, una figura que trasciende su época: Seminarios 57 (2011) 13-31 . Otros estudios actuales: AA.VV., Entre todos, Juan de Ávila. Elogio al Santo Maestro en el entorno de su proclamación como Doctor de la Iglesia Universal(Madrid, BAC, 2011).

 

Sus enseñanzas sacerdotales han quedado resumidas en su breve Tratado sobre el sacerdocio y en las pláticas dirigidas a sacerdotes, además de los contenidos personalizados de cartas dirigidas a sus discípulos. A la luz de su figura y de su enseñanza. se pueden releer lo retos de la actualidad y las directrices eclesiales conciliares y postconciliares, como vamos a ver a continuación.

 

 

2. JUAN DE AVILA, DOCTOR DE LA IGLESIA UNIVERSAL,  INVITA A AFRONTAR LOS RETOS DE LA ACTUALIDAD SACERDOTAL SIGUIENDO LAS DIRECTRICES CONCILIARES Y POSTCONCILIARES

 

Mi reflexión intenta detectar algunos retrasos en la aplicación de la doctrina conciliar y postconciliar actual sobre el ministerio y la vida sacerdotal. Tal vez se trate sólo de cierta lentitud histórica normal, puesto que las reformas requieren tiempo. Toda reforma auténtica necesita santos y pastores abnegados. La referencia al Maestro Ávila puede ayudar a acelerar esta renovación, a hacerla más auténtica y a llenar los eventuales vacíos.

 

Los documentos conciliares y postconciliares se han ido poniendo en práctica de manera adecuada, pero los nuevos retos de la evangelización y, consiguientemente, del ministerio y de la vida sacerdotal, han puesto en evidencia ciertos vacíos o quizá sólo cierta lentitud en el proceso de renovación. Los Sínodos respectivos (sobre sacerdotes y sobre Obispos), con sus Exhortaciones postsinodales y los Directorios, indican esta realidad.

 

NOTA: No está de más recordar los documentos conciliares de contenido sacerdotal explícito, especialmente: Lumen Gentium, cap.III; Presbyterorum Ordinis; Christus Dominus, Optatam totius. Este material ha sido reelaborado y aprovechado por los documentos postsinodales, especialmente: Pastores dabo vobis (Juan Pablo II, 1992), Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (Congregación del Clero, 1994), Pastores Gregis (Juan Pablo II, 2003), Directorio para el ministerio pastoral de los Obispos (Congregación para los Obispos, 2004). Naturalmente que a esos documentos hay que añadir las cartas del Jueves Santo, homilías, discursos en visitas" ad limina" o en viajes apostólicos, etc. He intentado recoger todo este material, citando los estudios ya realizados por numerosos autores, en: Espiritualidad sacerdotal. Servidores del Buen Pastor(Valencia, EDICEP, 2008).

 

Enumero primeramente los temas concretos sobre el ministerio y vida sacerdotal que, a mi entender, necesitan cierta aceleración: la santidad específica del sacerdote ministro (también en su faceta diocesana) en relación con la “caridad pastoral”; la unidad de vida en relación con la comunión eclesial; la fraternidad sacerdotal (sacramental) en el Presbiterio y con el propio Obispo; el proyecto de vida como elemento básico de la formación permanente.

 

Sobre el tema de la santidad cristiana se ha hablado mucho en estos tiempos postconciliares; se ha hecho resaltar la urgencia, la necesidad y la posibilidad. El capítulo quinto de la Lumen Gentium tiene la ventaja de centrar la realidad eclesial en este tema: la Iglesia "sacramento" (transparencia e instrumento de Cristo) (cap.I), como pueblo de Dios (cap.II) y en todos sus componentes (cap.III, IV, VI), está llamada a la santidad como "perfección de la caridad" (LG V). Esta realidad de gracia urge por tratarse de la Iglesia peregrina "sacramento universal de salvación" (LG VII). La Madre de Jesús es modelo y ayuda materna (LG VIII). Los documentos conciliares sacerdotales (citados más arriba) tienen que encuadrarse en esta perspectiva de la Lumen Gentium. Los mismos textos conciliares y postconciliares presentan la santidad específica del sacerdote, indicando su urgencia y su posibilidad. El acento recae en la caridad pastoral, como vivencia de lo que uno es (consagración) y de lo que uno realiza (misión). El hecho de participar en la misma consagración sacerdotal de Cristo y de estar llamados a prolongar su misma misión, requiere una sintonía e imitación que es también configuración.

 

NOTA: Resumo contenidos y bibliografía en: Santità cristocentrica del sacerdote, en: (Congregazione per il Clero) Sacerdoti, forgiatori di santi per il nuovo millennio sulle orme dell'apostolo Paolo. Atti del VI Convegno Internazionale dei sacerdoti, Malta, 18-23 ottobre 2004, 45-69.

 

Como hemos indicado en el primer apartado del presente estudio, San Juan de Ávila presenta el tema de la santidad de la Iglesia, también centrado en la caridad y como urgencia de renovación en aquellos tiempos difíciles.

 

El tema de la "caridad pastoral" del sacerdote tiene que afrontarse a la luz de la santidad como "perfección de la caridad" (cfr. LG V) y concretarse en el seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles (cfr. PO 12-18 y PDV, cap.III). No puede identificarse exclusivamente con la acción pastoral, sino que reclama la vivencia y compromiso. Se trata del seguimiento evangélico radical según el modelo o estilo de vida de oso Apóstoles.

 

En San Juan de Ávila, la "caridad pastoral" se presenta como celo apostólico o celo de almas, especialmente por parte de los sacerdotes (pastores). En el Tratado sobre el sacerdocio (n.37), inspirándose en San Juan Crisóstomo y en San Gregorio Magno, califica el encargo de dirección de almas, como "arte de las artes". El pastor debe saber "llorar a sus hijos muertos" como la viuda de Naim (cfr. Audi Filia, cap.11; Tratado sobre el sacerdocio, n. 11). Porque "si hubiese en la Iglesia corazones de madre en los sacerdotes que amargamente llorasen de ver muerto a sus espirituales hijos, el Señor, que es misericordioso, les diría lo que a la viuda de Naim: No quieras llorar. Y les daría resucitadas las ánimas de los pecadores" (Plática 2ª).

 

La referencia a Cristo Buen Pastor que da la vida, es continua: "En cruz murió el Señor por las ánimas; hacienda, honra, fama y a su propia Madre dejó por cumplir con ellas" (Sermón 81). "Porque el fin de su encarnación, y de su vida, y de sus trabajos y muerte, es el bien de las ánimas" (Sermón 36). "Quien bien quisiere pesar el ánima, pésela con este peso, de que Dios humanado murió por ellas" (Sermón 81). "Ha de arder en el corazón del eclesiástico un fuego de amor de Dios y celo de almas", a imitación del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas (Plática 7ª). Es amor que nace de la intimidad con Cristo; por esto el apóstol está invitado a "tener verdadero amor a nuestro Señor Jesucristo, el cual le cause un tan ferviente celo, que le coma el corazón". Es amor de "verdadero padre y verdadera madre" (Tratado sobre el sacerdocio, n. 39).

 

La exigencia de santidad y renovación de los pastores es debida de modo especial al ministerio de cuidar de las "almas" (Sermón 9), "por las cuales derramó Jesucristo su sangre" (Trento II, n. 40). "Si de veras nos quemase las entrañas el celo de la casa de Dios... ¡Cómo tendrá paciencia en ver las esposas de Cristo enajenadas de Él y atadas con nudo de amor tan falso!" (Carta 208). Pide a los sacerdotes "corazones de madre": "Si corazón hubiese de madres, ¡oh!, con qué dolor saldríamos dando voces" (Sermón 24). María, auténtica "Pastora, no jornalera", mira a las almas como fruto de la sangre de Cristo y, por tanto, como "herencia de sus entrañas" (Sermón 70).

 

La labor pastoral reclama renovación y dedicación, puesto que "a quien se le encomiendan las ánimas, le es encomendado el Cuerpo místico de Jesucristo para que lo cure y fortalezca, y lo hermosee con tantas virtudes que sea digno de ser llamado cuerpo de tal cabeza, como es Jesucristo" (Tratado sobre el sacerdocio, n. 37). "El jornalero, que principalmente trabaja por el dinero, en viendo el lobo, salta por las tapias" (Plática 7ª).

 

NOTA: Las cartas a sus discípulos predicadores son una continua llamada a renovarse para este servicio pastoral. Ver, por ejemplo las cartas 1, 2, 4, 136, etc. La tarea pastoral tiene como objetivo "engendrar hijos" según los planes salvíficos de Dios: "Esposa buscamos, no nos alcemos con ella, ánimas, en las cuales sea Cristo aposentado y nosotros olvidados" (Carta 1).

 

Como hemos indicado en el primer apartado, el examen de los candidatos antes de ordenarse tiene que ser sobre la caridad: "Cuando los quieren ordenar, examínanlos si saben cantar y leer, si tienen buen patrimonio; pues ya, si saben unas pocas de cánones y tienen buen patrimonio, ¡sus!, ordenar. ¿En qué examinará Dios? En la caridad para con todos y en la oración" (Sermón 10). Tienen que ser, pues, pastores llenos de caridad, "que velen su ganado, que puedan decir como el Señor: No me las arrebatará nadie" (Sermón 15; cfr. Jn 10,30).

 

El Maestro califica la caridad pastoral como dolores de parto, porque sin desprendimiento y pobreza, no habría fecundidad apostólica: "Quien no mortificare sus intereses, honra, regalo, afecto de parientes, y no tomare la mortificación de la cruz, aunque tenga buenos deseos concebidos en su corazón, bien podrán llegar los hijos al parto, mas no habrá fuerza para los parir" (Sermón 81).

 

La vida sacerdotal tiene que ser según el modelo evangélico de los Apóstoles. El Maestro pide que los sacerdotes sean "retrato de la escuela y colegio apostólico y no de señores mundanos" (Toledo I, n.4). La pauta de la vida de los Apóstoles, urgida ya desde la formación inicial, ayudará a una mejor selección y formación sacerdotal: "Los mejores son aquellos que, dejadas todas las cosas, contentos con letras y virtud, buscan esta dignidad para servir a Cristo imitando a Él y a sus Apóstoles" (Toledo II, n.10).

 

NOTA: Califica de "recia palabra" (Plática 16) la llamada evangélica del "sígueme". Los obispos son los más llamados a vivir esta vida evangélica, como sucesores de los Apóstoles, que por esto la Iglesia "se llama Ecclesia apostólica" (Plática 9ª). Una vida según los criterios del mundo "no es imitar a Cristo, ni a Pedro, ni a los Apóstoles, cuyos ellos son sucesores" (Toledo I, n.8). Quienes suceden a los Apóstoles están llamados a ser un trasunto suyo, "un dibujo de los Apóstoles, a quien suceden; tal, que por la vida obispal todos saquen por rastro cuáles fueron los antiguos Apóstoles, y no tales que no haya cosa que más los haga desconocer que mirar a sus sucesores" (Toledo I, n.10). Los presbíteros participan en esta realidad "apostólica": "¡Oh dichosas ovejas que en tiempo de tal Pastor fueron vivas, y dichosas lo serán la que cayeren en manos del prelado que imitare este celo! Él así lo dejó ordenado: que el Papa quedó en su lugar, y los prelados suceden a los Apóstoles, y los curas a los setenta y dos discípulos, como San Jerónimo dice; y éstos son de la intrínseca razón de la Iglesia" (Sermón 81). Así era el ejemplo de San Pablo: "Decir, pues, el Apóstol que no vivía para sí, es decir, que no buscaba sus intereses ni su gloria, sino los intereses, la gloria y la honra de Dios: que conforme a la voluntad de Dios era gobernada su vida" (Gálatas, n.25; comenta Gal 2,19). El Maestro aplica este tema a la castidad (celibato) y pobreza (cfr. Diccionario de San Juan de Ávila, o.c., voces respectivas)

 

Ha sido muy aceptada y comentada la expresión conciliar "unidad de vida": "Esta unidad de vida no la pueden conseguir ni el orden meramente externo de la obra del ministerio ni la sola práctica de los ejercicios de piedad, aunque la  ayudan mucho. La pueden organizar, en cambio, los presbíteros imitando en el cumplimiento de su ministerio el ejemplo de Cristo Señor, cuyo alimento­ era cumplir la voluntad de Aquel que lo envió a completar su obra" (PO 14). Es, pues unidad de vida que armoniza la vida espiritual y la acción ministerial.

 

NOTA: D. RUZINDANA, L'unité et l'harmonie de la vie spirituelle des prêtres dans la perspective du Concile Vatican II; "Presbyterorum Ordinis" n. 14 (Roma, Pont. Univ. Gregoriana; 1990) (Tesis)

 

En el Maestro Ávila, se puede apreciar un equilibrio de ministerios que, en cuanto vivencia, emana del equilibrio del corazón y de la sintonía con la comunión eclesial. La predicación se armoniza con los ministerios sacramentales, especialmente la Eucaristía, y todo se dirige a construir la comunidad eclesial según la caridad y comunión.

 

La "unidad de vida", delineada por el decreto conciliar Presbyterorum Ordinis, es la armonía entre la tensión contemplativa y la tensión apostólica. Esta armonía aparece en la doctrina avilista: "Los sacerdotes somos diputados para la honra y contentamiento de Dios y guarda de sus leyes en nos y en los otros" (Plática 1ª). Los sacerdotes son "abogados por el pueblo de Dios, ofreciendo al unigénito Hijo delante del alto tribunal del Padre... maestros y edificadores de ánimas" (Trento I, n.12).

 

La "unidad de vida" del sacerdote se demuestra en el amor y comunión de Iglesia. En la época del Maestro Ávila, las rupturas y también la falta de entrega se debían a no apreciar la comunión eclesial. La unidad del corazón y de la comunidad se concreta en el amor a la Iglesia: "Salgámonos nosotros de nosotros mismos y vámonos al campo de nuestra viña, que es la Iglesia, que cada uno de esta Iglesia miembro suyo es" (Sermón 8), porque todos formamos "una Iglesia y una unión en Jesucristo" (Sermón 27), "una es la escogida de Dios, una su Esposa" (Sermón 45).

 

NOTA: Dios ha permitido "que haya habido gente... que se haya levantado contra su madre la Iglesia" (Trento II, n.19). "Y es justa permisión que, pues han dejado la santidad, por la cual fueron amados, y reverenciados, y obedecidos como padres y pastores verdaderos, les haya permitido el Señor venir a dar en majestad y vanidad de mundana pompa por ser tenidos como lobos y tiranos" (Toledo I, n.2). La Iglesia garantiza el sentido de la Escritura: "No tenemos los católicos ni los herejes a una escritura por infalible sino porque la Iglesia la aprobó por tal" (ibídem). La Iglesia es "morada de Cristo" (Trento II. n.2 49), de la que no hay que apartarse so pena de perderse.  "Contra la autoridad de la Iglesia a nadie se tiene de dar crédito" (Gálatas n. 7). En los escritos avilistas se describe a la Iglesia "comunión" con los términos de "comunión de los santos", "compañía", etc.. "Porque hay una compañía, la cual llamamos Iglesia, en la cual todos los bienes son comunes" (Juan II, lec. 2ª). En ese mismo comentario, haciendo referencia a Ef 4,16 (crecimiento del cuerpo por la caridad), afirma: "Dice caritate porque mediante ésta, crece este cuerpo místico o compañía"; se trata, pues de la comunión de los santos: "¡Cuántas veces habéis rezado el Credo, y llegando a aquel paso et sanctorum communionem, por ventura no lo habéis entendido! ¿Qué comunión es ésa? Compañía. Y ¿qué compañía? Como la del cuerpo, que el mal de un miembro es de todos" (ibídem).

 

La santidad sacerdotal se presenta como amor a la Iglesia. Se necesitan "en la Iglesia corazones de madre en los sacerdotes" (Plática 2ª), que son "los ojos de la Iglesia" (ibídem) y sus "enseñadores" (Sermón 55) y "guardas de la viña" (Sermón 8). La falta de santidad sacerdotal equivaldría a presentar la "faz desfigurada" de la Iglesia" (Sermón 55).

 

NOTA: J. DEL RÍO MARTÍN,El Espíritu Santo y la Iglesia en los escritos de San Juan de Ávila: Isidorianum 7, n.13 (1998) 51-85; Idem, Ecclesia sancta: hacia la reforma de la Iglesia según San Juan de Ávila: Ecclesia Tertii Millenii Adveniente (Casale Monferrato, PIEMME 1997) 459-476; Idem, La Iglesia, misterio de amor de Dios a los hombres, según San Juan de Avila, en: El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional,  o.c., pp. 581-597; Idem, Iglesia, esposa de Cristo en San Juan de Avila: Toletana n.10 (2004) 67-77; F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Dimensión eclesial del sacerdote: Semana Avilista (Madrid 1969) 69-91; M. MARTÍN DE NICOLÁS, Imágenes de la Iglesia en San Juan de Ávila: Miscelánea Comillas 45 (1987) 27-68; A. PLÁCIDO GUTIÉRREZ, La actuación de María en la Iglesia de Cristo, según San Juan de Ávila (Pamplona, Univ. de Navarra, 1984) (Tesis Doctoral); J.I. TELLECHEA IDIGORAS, San Juan de Ávila y la reforma de la Iglesia, en: El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional, o.c., pp. 47-75.

 

Uno de los temas sacerdotales más característicos del concilio y postconcilio es la "fraternidad sacramental" en el Presbiterio de la Iglesia particular y en relación con el propio obispo. Son significativas ls expresiones de los documentos actuales, sobre el Presbiterio como "fraternidad sacramental" (PO 8) o"íntima fraternidad" exigida por sacramento el Orden (LG 28), como signo eficaz de santificación y evangelización. Por esto, el Presbiterio es "mysterium" y "realidad sobrenatural" (PDV 74), que matiza la espiritualidad de sus componenentes, en el sentido de pertenecer a una "familia sacerdotal" (ChD 28; PDV 74).

 

NOTA: Esta fraternidad en el Presbiterio  equivale a "una sola familia cuyo padre es el Obispo" (ChD 28), puesto que "los presbíteros constituyen con sus obispos un solo Presbiterio" (LG 28). Por esto, el Presbiterio es "lugar privilegiado", donde todo sacerdote (especialmente el diocesano o "secular", por estar "incardinado"), puede "encontrar los medios específicos de santificación y evangelización" (Directorio 27). El obispo es el fundamento visible de la unidad en la Iglesia particular y en su Presbiterio (LG 23; cfr. PO 7-8), y es él principalmente quien debe "fomentar la santidad de sus clérigos, de los religiosos y de los laicos, de acuerdo con la peculiar vocación de cada uno" (ChD 15). Ver también Pastores Gregis n.13.

 

No pretendemos encontrar en el Maestro Ávila nuestra terminología actual, pero sí podemos observar una constante eclesial que él percibe, vive y transmite, es decir, la  necesaria y fructífera unión de los presbíteros entre sí y con su obispo (su doctrina y su testimonio). En él se armoniza esta realidad con el aprecio a instituciones eclesiales religiosas de la época. Algunos de sus discípulos eran religiosos. Es conocido el aprecio que San Ignacio tenía del Maestro.

 

Precisamente en la primera plática, dirigida a los clérigos de Córdoba, con pocas palabras, llenas de colorido, describe el Presbiterio en sus líneas esenciales de fraternidad, fuente de santidad y de misión: "Y, si cabeza y miembros nos juntamos a una en Dios, seremos tan poderosos, que venceremos al demonio en nosotros y libraremos al pueblo de sus pecados, porque... hizo Dios tan poderoso al estado eclesiástico, que, si es el que debe, influye en el pueblo toda virtud, como el cielo influye en la tierra" (Plática 1ª).

 

NOTA: Consta por la carta n.239, que el texto de esta plática fue enviada, adjunto a la carta, a su discípulo P. Francisco Gómez para el Sínodo de 1563 (convocado por Don Cristóbal de Rojas).

 

En el apartado primero hemos aludido a la responsabilidad del Obispo respecto a formar a sus presbíteros: "Adviértase que para haber personas cuales conviene, así de obispos como de los que les han de ayudar, se ha de tomar el agua de lejos, y se han de criar desde principio con tal educación, que se pueda esperar que habrá otros eclesiásticos que los que en tiempos pasados ha habido" (Trento II, n.43). La formación impartida a los presbíteros hará de ellos un "retrato de la escuela y colegio apostólico, y no de señores mundanos" (Toledo I, n.4).

 

Este cuidado de los Obispos respecto a la vida y ministerio  de los sacerdotes (al que insta Christus Dominus n.28), en el Maestro Ávila se describe como una preocupación para que los sacerdotes sean "sabios y santos, los más sabios y santos del pueblo... A los prelados manda San Pedro que hagan estas cosas con la clerecía, y a la clerecía manda que sea humilde y obediente a su prelado" (Plática 1ª; cfr. 1Pe 5,1-4). El motivo principal consiste en que los obispos "son obligados a dar a sus ovejas pastores que las sepan apacentar" (Trento II, n.71).

 

Las relación del Obispo con sus sacerdotes la describe el Maestro con términos familiares: "Y pues prelados con clérigos son como padres con hijos y no señores con esclavos, prevéase el Papa y los demás en criar a los clérigos como a hijos, con aquel cuidado que pide una dignidad tan alta como han de recibir; y entonces tendrán mucha gloria en tener hijos sabios y mucho gozo y descanso en tener hijos buenos, y gozarse ha toda la Iglesia con buenos ministros" (Trento I, n.6)

 

NOTA:  Es curiosa la referencia que hace a quienes podríamos llamar miembros del Presbiterio de San Pedro Roma:  "De San Pedro leemos que, por entender él en el oficio de ánimas, tomó para coadjutor a Cleto y a Lino, para que ellos entendiesen en los negocios menores del oficio de la prelacía, y él en el oficio apostólico, que es la edificación de las ánimas" (Sermón 81; cita a San Gregorio Magno, Morales, lib.22, cap.22, 53).

 

Aquí encajaría el tema de la espiritualidad específica del sacerdote en cuanto diocesano o secular. No se trata de reivindicaciones y menos de tensiones y polémicas, sino de vivir con autenticidad lo que uno es y hace, como sacerdote signo personal y sacramental de Cristo, "incardinado" en una Iglesia particular (o en un institución eclesial). Son realidades de gracia que reclaman vivencia ("vida según el Espíritu", espiritualidad): pertenecer de modo estable a una Iglesia particular (o a un institución eclesial), pertenecer a la familiar del Presbiterio, depender también espiritualmente del propio  Obispo.

 

La realidad a la que aspira San Juan de Ávila, anclado en toda la tradición de la Iglesia, es que se tome conciencia de ello por parte de quienes pertenecen (por estar incardinados) a una Iglesia particular, los cuales, respecto al ministerio,"son de la intrínseca razón de la Iglesia" (Sermón 81), puesto que "guardas son de la viña los pontífices, los predicadores, los sacerdotes" (Sermón 8).

 

NOTA:  Con una terminología distinta de la de nuestros días, la frase que acabamos de citar, queda encuadrada en esta afirmación más amplia: "Oh dichosas ovejas que en tiempo de tal Pastor fueron vivas, y dichosas lo serán la que cayeren en manos de prelado que imitare este celo! Él así lo dejó ordenado: que el Papa quedó en su lugar, y los prelados suceden a los Apóstoles, y los curas a los setenta y dos discípulos, como San Jerónimo dice; y éstos son de la intrínseca razón de la Iglesia; y los religiosos son añadidos para ayudar a los prelados y curas" (Sermón 81).

 

En el Maestro Ávila no encontramos nuestra terminología actual, pero sí la realidad de un grupo o tal vez una "escuela sacerdotal", que vive las características que hemos indicado. Sin dar una importancia excesiva a la  de la expresión "escuela" (que será una terminología posterior como se  haría con la escuela sacerdotal francesa después de la muerte de sus protagonistas), lo que sí consta es de la existencia de un grupo numeroso y compacto de discípulos que seguían las pautas y el testimonio el Maestro Ávila. Esta "realidad" de gracia dejó huella en la historia del ministerio y de la vida sacerdotal, especialmente en España y en Hispanoamérica.

 

NOTA: J. BOSOM ARIAS, La Congregación "San Pedro Apóstol" de presbíteros seculares naturales de Madrid y el Maestro P. Juan de Avila: en: El Maestro Ávila. Actas del Congreso Internacional, o.c., pp. 915-923; J. ESQUERDA BIFET, Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila (Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica, 1969);  Idem (con datos actualizados), Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila, o.c., cap.II; B. JIMÉNEZ DUQUE, El Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1988) cap.VII (la escuela sacerdotal); Idem, La escuela sacerdotal de Avila y San Juan de Avila, en: El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional, o.c, pp. 893-913: P. POURRAT, El sacerdocio, doctrina de la escuela francesa (Vitoria 1950); L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERÁNDEZ, Obras completas, o.c., I, cap. V; L. SALA BALUST, En torno al Mtro. Ávila y su escuela sacerdotal: Surge 8 (1950) 195-199; Idem, La escuela sacerdotal del Beato Maestro Padre Ávila: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 183-197.

 

El proyecto de vida, pedido por Juan Pablo II (PDV 79), es quizá el punto que menos se ha puesto en práctica, al menos si se refiere a la redacción escrita de un proyecto que se va revisando periódicamente en el mismo Presbiterio: "El Obispo es el responsable de la formación permanente, destinada a hacer que todos sus presbíteros sean generosamente fieles al don y al ministerio recibido, como el Pueblo de Dios los quiere y tiene el «derecho» de tenerlos. Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas. El Obispo vivirá su responsabilidad no sólo asegurando a su presbiterio lugares y momentos de formación permanente, sino haciéndose personalmente presente y participando en ellos convencido y de modo cordial" (PDV 79). Se trataría, según mi parecer, de una redacción sencilla y práctica, que indicara: ideario (síntesis doctrinal), objetivos (humano, espiritual, intelectual, pastoral) y medios o también etapas.Se trata de "sostener, de una manera real y eficaz, el ministerio y vida espiritual de los sacerdotes" (PDV 3).

 

NOTA: Resumo el tema en: Ideario, objetivos y medios para un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio: Sacrum Ministerium 1(1995) 175-186. Una de las mejores propuestas que he encontrado: Proposta di vita spirituale per i presbiteri diocesani(Bologna, EDB, 2003).

 

En el Maestro Ávila encontramos normas de vida para él o para sus discípulos. A sus dirigidos, especialmente a sus discípulos sacerdotes, les propone a veces un plan concreto: tiempos de oración, estudio, trabajo o ministerio, descanso...

 

NOTA: En el epistolario aparecen algunos planes de vida espiritual. Por ejemplo, las cartas n.5 (al Maestro García Arias, sobre el estudio), n.8 (horario de vida espiritual para un sacerdote), n.148 (vida comunitaria para un grupo de canónigos), n.225 (un plan de estudio para un discípulo), n.236 (plan de vida espiritual para un discípulo). Incluso propone algunas pautas en sus cartas a algunos obispos: Don Pedro Guerrero (nn. 177-181, 243-244, 248), Don Cristóbal de Rojas (nn. 215 y 182).

 

Hablando a los sacerdotes, invita a seguir las directivas de sus propios obispos: "Con deseo de nuestra enmienda (Dios) nos envía prelado que, por la misericordia de Dios, tiene celo de nos ayudar a ser lo que debemos. No trae ganas de enriquecerse, no de señorearse en la clerecía, como dice San Pedro, mas de apacentarnos en buena doctrina y ejemplo y ayudarnos en todo lo que pudiere, ansí para el mantenimiento corporal, que es lo menos, como para que seamos sabios y santos, los más sabios y santos del pueblo... A los prelados manda San Pedro que hagan estas cosas con la clerecía, y a la clerecía manda que sea humilde y obediente a su prelado" (Plática 1ª).

 

Seguramente que el tema postconciliar al que se han dedicado más esfuerzos, ha sido el de la formación permanente (integral). Abarca, como se sabe, los niveles: humano, espiritual, intelectual, pastoral, siempre en la vida personal y comunitaria.

 

NOTA: Tengo la impresión (casi diría convicción, por experiencia) que las carencias más importantes no se han dado tanto en la formación inicial (Seminarios: selección, formación), cuanto precisamente en la formación permanente en sentido integral y no sólo de actualización. Es decir, ha faltado organizar la vida sacerdotal (obispos con sus presbíteros) a modo de familia en la que se convive para encontrar todas las ayudas en la vida espiritual, pastoral, intelectual y material. Cfr. (Comisión Episcopal del Clero, España) Documentos. La formación sacerdotal permanente (Madrid, EDICE, 2004).

 

En algunos sermones, San Juan de Ávila recuerda la obligación de los Obispos respecto a la formación de sus sacerdotes: "El prelado es obligado a, si tales oficiales no hay, hacerlos él, dándoles aparejo para estudio, y ayudar para ello a los que no tienen; y con doctrina y buenos ejemplos hacerlos tales que sean modelos, a cuya forma se edifiquen las ánimas; porque para esto el prelado es prelado y para esto principalmente le es dada la renta; porque el fin de él ha de ser la edificación de las ánimas, y no hay mejor medio para esto que hacer gente tal que sea para ello" (Sermón 81).

 

NOTA: La formación impartida en el seminario deberá continuar después de la ordenación, proporcionando a los clérigos medios adecuados (cfr.  Trento II, n.63). Ver también: Toledo I, n.44-45. Un cuidado muy especial deberá prestarse a los formadores (cfr. ibídem, 40-41). Sugiere enviar candidatos a las universidades para especializarse (cfr. ibídem, n.40). Propone la creación de residencias sacerdotales (cfr. Toledo II, n.80; Carta 233).

 

La formación permanentes (posterior a la ordenación) presupone haber adquirido el hábito de estudio durante la formación inicial. Constata la falta de "ciencia" en los "ministros" (cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n. 42), "cuya ignorancia es mucho de llorar" (Toledo I, n.44).

 

Aconseja proporcionar los libros necesarios, especialmente sobre la Sagrada Escritura, los Santos Padres, los documentos conciliares y la doctria moral: "Que tengan los dichos libros y estudien en ellos, pues, sin esto, todo es perdido" (Trento II, n. 71; cfr. Toledo I, nn.44-46).

 

NOTA: Ver una lista de libros que recomienda a sus discípulos en la plática 3ª y en algunas las cartas nn. 1, 4, 146, 225. Propone elaborar un catecismo más completo que el general ("en latín"), dirigido especialmente a la formación continuada de los ya sacerdotes: "Debíase mandar que éste (catecismo) le tuviesen todos los curas y los predicadores y con efecto leyesen en él" (Trento II, n.63).

 

El Maestro es consciente que la responsabilidad de esta formación permanente recae especialmente sobre los obispos, llamados a "hacer pláticas a sus clérigos" (Carta 244) . En esta misma carta (dirigida a Don Pedro Guerrero, arzobispo de Granada) propone: "Que se dé orden cómo en los pueblos haya lección para los clérigos, así para saber lo que conviene saber para sí y para otros, como para estar bien ocupados".

 

 

3. EL VALOR PERMANENTE Y ACTUAL DE JUAN DE AVILA PARA LA RENOVAVACIÓN SACERDOTAL EN EL CONTEXTO DE UNA HISTORIA DE GRACIA Y UNA HERENCIA RECIBIDA

 

Es importante observar el abigarrado grupo de discípulos del Maestro  Ávila. Se podría calificar de grupo "interdisciplinar", en el sentido de variedad de carismas y de instituciones a que pertenecían o pertenecerían después de la muerte del Maestro. De hecho, Juan de Ávila era apreciado por obispos, instituciones religiosas y figuras de gran relieve. Todas estas personas e instituciones le consideraban como alguien que pertenecía a la propia familia. Este aprecio del Maestro por parte de todas las instituciones eclesiales continuó posteriormente en escritores espirituales de diversas escuelas o tendencias.

 

NOTA: En los apartados anteriores hemos resumido los santos relacionados con San Juan de Ávila, sus discípulos, el significado de su "escuela sacerdotal" y la influencia en su época y posteriormente. Es lógico el aprecio por parte de los carmelitas (el Maestro aprobó la autobiografía de Santa Teresa), los jesuitas (debido al gran aprecio de San Ignacio y a los discípulos avilistas que pasaron a la Compañía), los dominicos (Fray Luís de Granda es discípulo suyo y el primer biógrafo), los Hermanos de San Juan de Dios (convertido y dirigido espiritualmente por el Maestro), etc.

 

Tal vez ésta sería una de las características que podrían hoy ayudar a rehacer el tejido de la comunión intraeclesial con la colaboración de todos los "carismas". Especialmente tratándose de sacerdotes y de instituciones apostólicas, el Maestro Ávila es también hoy apreciado por grupos muy diferenciados, precisamente por encontrar en él un punto de apoyo para la armonía de vivir la misma espiritualidad cristiana y sacerdotal específica según diversas modalidades.

 

La actualidad del  Maestro Ávila se fundamenta en el uso adecuado que él hace de los contenidos bíblicos (especialmente los Evangelios, San Pablo y San Juan), así como en el modo de valorar el Magisterio de su época o de épocas anteriores. Su gran aprecio por los santos del pasado y por los autores de su época o de épocas anteriores (a veces con cierto sentido crítico como en el caso de Erasmo), le confirió la capacidad de afrontar las situaciones nuevas de su propia época en el contexto de una evolución armónica y audazmente renovadora. Fue renovador porque supo aprovechar una herencia de gracia que provenía del pasado.

 

NOTA: Esta valoración de una figura del pasado en su contexto histórico y en relación con la actualidad, es la metodología que ha seguido Benedicto XVI, al presentar algunas figuras "sacerdotales" en las audiencias del miércoles: San Pablo, San Ignacio de Antioquía, San Juan Crisóstomo, San Máximo de Turín, San Ambrosio, San Eusebio de Vercelli, San Agustín, San Jerónimo, San Paulino de Nola, San León Magno, San Gregorio Magno, San Isidoro, San Benito, San Columbano, San Bernardo, San Anselmo, San Bonifacio, Santo Domingo, Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, San Albero Magno, San Antonio de Padua, San Beda el Venerable, San Juan Leonardi, San Juan de la Cruz, San Francisco de Sales, San Roberto Belarmino, San Juan Eudes (y San Vicente de Paúl), San Alfonso María de Ligorio, San Lorenzo de Brindis, San Pedro Canisio, San Juan María Vianney, San José Cafasso, San Maximiliano Kolbe, etc.

 

Con ocasión de su canonización (31 mayo 1970), Pablo VI presentó al Maestro como "tipo polivalente de todo sacerdote de nuestro días", que, por su santidad de vida y por su disponibilidad ministerial, ayuda a superar las dudas nacidas de la "crisis de identidad". Pablo VI recordó que había sido proclamado por Pío XII Patrono del Clero español (1946) y  resaltó "la firmeza en la verdadera fe, el auténtico amor a la Iglesia, la santidad de su Clero, la fidelidad al Concilio, la imitación de Cristo, tal como debe ser en los nuevos tiempos" (Homilía durante la canonización).

 

En la misma homilía de canonización, el Papa recordó la influencia del Memorial en el concilio tridentino y lo presentó como un auténtico reformador: "Y cuando se dirige al Papa y a los Pastores de la Iglesia ¡qué sinceridad evangélica y devoción filial, qué fidelidad a la tradición y confianza en la constitución intrínseca y original de la Iglesia y qué importancia primordial reservaba a la verdadera fe para curar los males y prever la renovación de la Iglesia misma!... Pero no ha sido un crítico contestador, como hoy se dice. Ha sido un espíritu clarividente y ardiente, que a la denuncia de los males, a la sugerencia de remedios canónicos, ha añadido una escuela de intensa espiritualidad" (Homilía durante la canonización).

 

NOTA: Durante el rezo del Ángelus, el mismo día de la canonización, el Papa invitó a conocerlo e imitarlo: "Es un Santo español del 1500, gran predicador, gran escritor, gran promotor de la reforma de la Iglesia, en el período del concilio de , y gran maestro de vida espiritual". En el discurso durante la audiencia a los peregrinos, al día siguiente, invitó a imitar su figura "profética", especialmente por "una santidad de vida nada común, un celo apostólico sin límites, una fidelidad sin engaños a la Iglesia" (1 junio 1970).

 

En los documentos actuales del Magisterio (encíclicas preconciliares, documentos conciliares y postconciliares) y en la teología moderna, encontramos una doctrina abundante sobre el sacerdocio . Respecto al sacerdote ministro se concreta en la participación ontológica peculiar respecto a la consagración sacerdotal de Cristo, en la participación y prolongación de su misma misión y en la imitación y sintonía de virtudes y actitudes.

 

NOTA: En los apartados anteriores, hemos citado los documentos conciliares y postconciliares, así como alguna bibliografía sobre el tema sacerdotal.

 

Respecto a las enseñanzas sobre el sacerdocio, encontramos en la doctrina de San Juan de Ávila todos los puntos fundamentales: Cristo Sacerdote, el Pueblo sacerdotal, el sacerdocio ministerial, los ministerios, la santidad y espiritualidad específica. En él no encontramos la misma terminología ni tampoco la evolución y avances posteriores, pero podemos disponer de contenidos válidos basados en la Escritura, los Santos Padres, el Magisterio y la tradición en general. Intentemos resumir los puntos fundamentales de la doctrina del Maestro Ávila sobre el sacerdocio.

 

NOTA: Hay que reconocer que ya existían algunas publicaciones importantes sobre el sacerdocio: Pedro De Soto, Tractatus de institutione sacerdotum (Dillingen 1558); J. Clichtove, De vita et moribus sacerdotum (Colonia 1519); J. Díaz de Luco, Instrucción de prelados (Alcalá 1530); Idem, Aviso de curas (Alcalá 1543). El tratado de Antonio de Molina, Instrucción de sacerdotes, es posterior (Burgos 1612), pero recoge con profusión los textos y la doctrina avilista. También se puede constatar la influencia del Maestro en Luís de la Puente, De la perfeccón del cristiano en todos sus estados (Pamplona 1616), tomo 3º. Puede ver cierta sintonía con la doctrina avilista en: Bartolomé Carranza, Speculum pastorum (hacia 1552); Fr. Bartolomé de los Mártires, Stimulus Pastorum (1564) (prologado por Fr. Luís de Granada y con gran trasfondo avilista).

 

San Juan de Ávila describe aJesucristo Sacerdote y víctima como "principal sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio" (Tratado del sacerdocio, n.10), representado en la celebración eucarística por el sacerdote ministro. Sus sacerdocio consiste en su misma mediación: "El Padre Eterno puso un Medianero entre nosotros y Él para que por su medio alcanzásemos misericordia" (Carta 222). "Jesucristo se puso en medio de Dios Padre y de mí, y Él recibió los golpes en sí mismo y en Él me perdonó el Padre lo que yo había de pecar" (Sermón 3). "Sepan todos que otro medianero principal no hay si Él no" (Sermón 34).      

 

Y en las víctimas del Antiguo Testamento " estaba Cristo como encerrado" (Gálatas n.31; cita Heb 10,5-7). Su victimación consiste en ofrecerse "a la redención del linaje humano" (ibídem). Es "ungido" (Mesías) para ser sacerdote y víctima: "Cristo fue sacerdote y sacrificio; Él fue el que ofreció y lo que ofreció fue, como dice San Pablo, que ansí como Abel ofreció a Dios corderos de su manada, y pareció bien a Dios aquel sacrifico, ansí Cristo se ofreció a sí, cordero sin mancilla, y agradó a su Padre" (Juan I, lec.16ª). "Sacerdote es, porque en cuanto hombre está delante del Padre rogando por nosotros... Ungido viene, no con aceite, sino con sangre; y si ungido, no viene bravo ni recio, sino blando y manso" (Sermón 3).

 

La comparación con los sacerdotes del Antiguo Testamento, que traían escritos los nombres de las tribus de Israel, le sirve al Maestro para recordar que Cristo "los tiene escritos en su corazón" (Audi Filia,  cap.78). "Este Señor, por institución y juramento irrevocable de su Padre eterno, es Sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec, sacerdote más digno que el de Aarón" (Sermón35; cfr. Sal 109,4). Como "Pontífice Sumo", ha penetrado los cielos con el sacrificio de su propia sangre (cfr. Sermón 67).

 

El Maestro entra en los sentimientos sacerdotales de Cristo, muerto en cruz, como Esposo que da la vida por su esposa: "¿Qué te parecería un día de la cruz por desposarte con la Iglesia, y hacerla hermosa, que no la quedase mancilla ni ruga?" (Tratado del Amor, n.8; cfr. Ef 5,25-27).

 

El sacerdocio de Cristo es eminentemente "pastoral", del Buen Pastor que da la vida, ya representado en el sacrificio de Abel, quien "es figura de nuestro justo y soberano pastor, el cual dice de sí: Yo soy el Buen Pastor. Y también es sacerdote; y, por consiguiente, como dice San Pablo, ha de ofrecer dones y sacrificios a Dios... No tenía este gran sacerdote qué ofrecer por los pecados del mundo, sino a sí mismo... somos lavados de nuestros pecados, mirados de Dios, y agradables a Él, como sacrificio ofrecido por ese sumo Sacerdote y Pastor" (Audi Filia, cap.87; cfr. Jn 10,10 y Heb 5,1).

 

El sacerdocio común de los fieles constituye la realidad de la Iglesia como Pueblo sacerdotal. El tema va apareciendo espontáneamente en los escritos avilistas, con la particularidad de acentuar el sentido de unión y transformación en Cristo, como partícipes de su filiación: "Nos hizo hijos siendo Él Hijo, y sacerdotes siendo Él Sacerdote" (Carta 1). A esta realidad de gracia se la puede llamar "sacerdocio": "A los cristianos hízolos sacerdotes en el espíritu... así todo cristiano tiene poder para en el altar de su corazón sacrificar a Dios" (Juan I, 16ª).

 

No se trata tanto de una participación en ceremonias y responsabilidades, cuanto de una oblación unida a la de Cristo: "Y ofreciéndote a ti de esta manera, haces al Señor más señalados servicios en esto que si mil mundos le dieses" (Sermón 43). "Pareceos que es poquito bien éste que Cristo nuestro Redentor os hizo, que tengáis derecho para ofrecer a Dios vuestro corazón y que le parezca a Dios bien?" (Juan I, lec.16ª). Es, pues, un "sacerdocio espiritual": "Una manera hay de sacerdocio espiritual, y éste conviene a chicos y grandes, casados, hombres y mujeres. Dándosele gracias al Cordero, le dicen: Fecisti nos Deo regnum et sacerdotes. Gran merced hacernos reyes, libres y francos, Lo cual declara San Pedro: Vos estis genus electum, regale, etc., pueblo escogido, linaje real" (Sermón 73; comenta 1Pe 2,9 y Ap 5,10).

 

Es sacerdocio "real", de participación en el Reino de Dios: "Que no en balde se dice en la Escritura el reino de los fieles reino sacerdotal, sino porque no sólo ha de ser regido por humana razón, para alcanzar su fin y ser llamado humano, mas también con la ley divina, para ser llamado santo y cristiano, pasando de lo humano a lo divino, como cuando a uno bautizan y le ponen nombre nuevo" (Carta 11).

 

Hay un elemento fundamental que el Maestro subraya: el camino de santidad como camino de oblación sacrificial. Se trata de compartir, como Iglesia esposa, el sacrificio de Cristo Esposo (cfr. Audi Filia, cap.30-42; Tratado del Amor, n.8; Sermón 6).

 

NOTA: Resumiendo, el sacerdocio común de los fieles es participación en el sacerdocio de Cristo por medio del bautismo, para ofrecerse a sí mismos unidos al sacrificio de Cristo, especialmente en el sacrificio eucarístico.

 

El sacerdocio ministerial es participación y representación especial de Crito Sacerdote y Buen Pastor.  Se participa en el mismo amor esponsal y pastoral de Cristo: "En cruz murió el Señor por las ánimas; hacienda, honra, fama y a su propia Madre dejó por cumplir con ellas" (Sermón 81). Así, pues, pregunta al sacerdote ministro: "¡cómo tendrá paciencia en ver las esposas de Cristo enajenadas de El y atadas con nudo de amor tan falso como el que el Señor aborrece!" (Carta 208).

 

La transformación ontológica, por la consagración, pide la representación también como imitación y prolongación: "Ha de ser la representación tan verdadera, que el sacerdote se transforme en Cristo" (Tratado sobre el sacerdocio, n.26). "Quiso Jesucristo dar parte a los sacerdotes para que exteriormente pudiesen ofrecer sacrificios" (Juan I, 16ª). "Allí (en los sacramentos de la Eucaristía y de la penitencia) representamos y prolongamos su sagrada persona, y decimos las palabras en persona de Él" (Plática 1ª). "Dios obedece a la voz del hombre en las palabras de la consagración" (ibídem, 63s). "Nos veremos todos enteros consagrados al Señor con el trato o tocamiento del mismo Señor" (ibídem, 89s).

 

Por el hecho de representar a Cristo, se exige y se hace posible la santidad sacerdotal: "En el oficio sacerdotal representamos la persona de Jesucristo nuestro Señor" (Plática 2ª). "En la Misa nos ponemos en le altar en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo Redentor" (Carta 157). Por esto, "relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios" (Plática 1ª).

 

En este contexto entra la armonía de todos los ministerios (proféticos, litúrgicos, diaconales), también en la prolongación de la oración sacerdotal de Cristo: "Somos los ojos de la Iglesia, cuyo oficio es llorar los males todos que vienen al cuerpo" (Plática 2ª). "¡Cuán mal te sabemos agradecer el poder que has dado a los sacerdotes y cómo los has hecho despenseros de tus merecimientos!" (Sermón 58).

 

Cualquier ministerio debe ejercerse como "personas públicas", a modo de "embajadores" del Señor (Plática 13ª), siempre como "padre de todos" (Plática 2ª). Los ministerios valen por sí mismos, más allá de la santidad del ministro, porque Dios "no mira a los merecimientos de aquel sacerdote en particular, sino mira a los merecimientos de la Iglesia universal, en cuyo lugar ofrece el sacerdote aquello" (ibídem, 10ss). "Suya es la obra; ministros suyos somos nosotros, y quiere especialmente nuestra fe y caridad y paciencia, con que no veamos luego el provecho que deseamos" (Carta 136). Los sacerdotes ministros, son "enseñadores" (Sermón 55) y "guardas de la viña" (Sermón 8).

 

Esta realidad de participación, prolongación, representación, urge a la imitación de Cristo Buen Pastor: "¡Oh eclesiásticos, si os miraseis en el fuego de vuestro pastor principal, Cristo, en aquellos que os precedieron, apóstoles y discípulos, obispos mártires y pontífices santos!" (Plática 7ª). Los sacerdotes han sido llamados "para pastores y criadores del ganado, que los apacienten en los pastos de ciencia y doctrina... y aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo Cristo, y dijo que este tal es el Buen Pastor" (Toledo I, n.6; cfr. Sermón 81).

 

Los que con nuestra terminología actual calificaríamos de "signo" de Cristo ante la Iglesia, el Maestro Ávila lo describe con esta base patrística: "El sacerdote, como Orígenes dice, es la faz de la Iglesia; y como en la faz resplandece la hermosura de todo el cuerpo, así la clerecía ha de ser la principal hermosura de toda la Iglesia" (Tratado sobre el sacerdocio n.11; cfr. Orígenes, In Lev. homil. 5,3.4).

 

Para el Maestro Ávila, como para el concilio Vaticano II (cfr. PO 5), la Eucaristía es ministerio: "El sacerdote representa en la misa a Jesucristo nuestro Señor" (Tratado del sacerdocio, n.10). De ahí arranca el sentido de representar a Cristo, quien dejó "en manos de ellos su poder, su honra, su riqueza y su misma persona" (Plática 1ª; cfr. Tratado sobre el sacerdocio n.25). En el ministerio eucarístico se muestra del amor de Cristo a los sacerdotes: "Con inefable amor dio a los sacerdotes ordenados... que, diciendo las palabras que el Señor dijo sobre el pan y vino, hagan cada vez que quisieren lo mismo que el Señor hizo el Jueves Santo" (Sermón 35).

 

La celebración eucarística recuerda la Encarnación y el misterio de María Virgen: "Y así hay semejanza entre la santa encarnación y este sacro misterio; que allí se abaja Dios a ser hombre, y aquí Dios humanado se baja a estar entre nosotros los hombres; allí en el vientre virginal, aquí debajo de la hostia; allí en los brazos de la Virgen, aquí en las manos del sacerdote" (Sermón 55; cfr. Plática 1ª, citada más abajo).

 

La oración del sacerdote es ministerio, puesto que prolonga la oración de Cristo Sacerdote, participando en su misma mediación: "Y aquél ha de tener por oficio orar, que tiene por oficio el sacrificar, pues es medianero entre Dios y los hombres, para pedirle misericordia" (Plática 2ª). "No pienso que la confianza de Moisés y Elías es bastante para tal oración, porque, como a hombre que le es encomendado todo el mundo universo y que es padre de todos, así se allega orando a Dios que se apacigüen las guerras dondequiera que las haya... que se ponga remedio a todos los males que hay, privados y públicos" (Plática 2ª). El sacerdote está llamado a tener "tan gran fuerza en la oración, que aproveche a todo el mundo" (ibídem, 153s). "Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres" (Plática 3ª). Su vida de oración garantizará los consejos que ha de dar: "El sacerdote que no ora... darme ha por consejo de Dios consejo suyo" (Sermón 5 -2-). "¡Oh sacerdotes!... habíamos de andar siempre importunando a Nuestro Señor con oraciones" (Sermón 13).

 

Es también oración personal, a modo de "un trato muy familiar con Dios, un admitirlos Dios a su conversación como amigos suyos" (Plática 3ª). Pero es actitud interna para vivir la realidad de mediación: "Esto, padres, es ser sacerdote, que amansen a Dios cuando estuviere, ¡ay!, enojado con su pueblo; que tengan experiencia que Dios oye sus oraciones y les da lo que piden, y tengan tanta familiaridad con él" (Plática 1ª).

 

NOTA: Fr. Luís de Granada afirma que el Maestro Ávila se preparaba devotamente para celebrar el oficio (Vida, parte 3ª, cap.4).

 

Como ya hemos visto anteriormente, la figura de María entra espontáneamente en el ministerio y vida sacerdotal, como modelo y como madre: "Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hechos semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trujo a Dios a su vientre... Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración" (Plática 1ª). Ella es "Pastora, no jornalera", que mira a los redimidos como "herencia de sus entrañas" (Sermón 70).

 

NOTA: Ver estudios sobre el sacerdocio en San Juan de Ávila, en notas anteriores. Ver también las voces respectivas del Diccionario de San Juan de Ávila, o.c. Cito otros estudios en: Juan de Ávila, Escritos sacerdotales (Madrid, BAC, 2000); F.J. DIAZ LORITE, San Juan de Avila y Pastores dabo vobis, en: El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional) o,c., pp. 765-788; J.J. PÉREZ GALLEGO, Cristo y el sacerdocio en San Juan de Ávila (Roma, Pont. Univ. Gregoriana, 2006: Tesis Doctoral).

 

Las cuestiones que hemos resumido en el apartado anterior (n.2) son otros tantos puntos prácticos de aplicación: Santidad y espiritualidad específica del sacerdote, especialmente a partir de la caridad pastoral como sintonía con la caridad del Buen Pastor; unidad de vida en relación con el equilibrio de ministerios y la comunión eclesial; construcción de la fraternidad sacramental en el Presbiterio de la Iglesia particular ; proyecto de vida en un contexto adecuado de formación permanente. La aplicación práctica (sin rupturas) a la espiritualidad específica del sacerdote diocesano tiene que ser sin alergias respecto a los contenidos del seguimiento evangélico radical al estilo de los Apóstoles.

 

Así se explica por qué el Maestro Ávila dedicó gran parte de sus energías a la aplicación del concilio de Trento, colaborando en los diversos Sínodos o concilios provinciales.


NOTA: Hemos indicado ya su colaboración en Sínodo de Toledo y otros Sínodos provinciales. Las investigaciones universitarias sobre la doctrina y la figura de San Juan de Ávila, son una señal evidente de su actualidad. Me remito sólo a algunas Tesis más recientes: J.A. DE PABLOS, "Amoris Officium" como participación de la caridad de Cristo Cabeza y Pastor de la Iglesia, en San Juan de Ávila (Roma, Teresianum, 2009); B. GUERRERO GARCÍA, El sacerdote como médico de las almas en San Juan de Ávila (Roma, Teresianum, 2011); J. PÉREZ GALLEGO, Cristo y el sacerdocio en San Juan de Ávila (Roma, Pont. Univ. Gregoriana, 2006).

 

 

LÍNEAS CONCLUSIVAS

 

Nunca se podrá responder a las gracias nuevas, que el Espíritu Santo comunica en cada época, sin tener en cuenta las gracias que el mismo Espíritu Santo ha concedido en épocas anteriores. Se vive y se transmite una historia de gracia a modo de herencia apostólica vivida en comunión eclesial histórica, dentro de una evolución armónica enriquecedora y renovadora. Sin esta armonía de comunión eclesial histórica, no sería posible una auténtica renovación general y concretamente sacerdotal.

 

En los escritos y en la figura de San Juan de Ávila, podemos constatar que su modo de afrontar y valorar las situaciones sacerdotales (y eclesiales en general) sigue siendo válido. Se necesita aprender a traducir la doctrina avilista a nuestra época,  analógicamente como se hace para el proceso de "inculturación".  En el proceso actual de la "nueva evangelización", tiene mucho que aportar.

 

Resulta provechoso hacer una "relectura" de su figura y de sus escritos, para captar y aplicar mejor las orientaciones magisteriales de hoy, distinguiendo siempre la diferente terminología y el modo de presentar los temas.

 

El Maestro Ávila aportó una sana doctrina sacerdotal con vistas a una renovación auténtica en sus tiempos conciliares y postconciliares, porque se apoyó en la tradición eclesial sobre el seguimiento evangélico de los Apóstoles y de sus sucesores. Su modo de colaborar en la aplicación del concilio de Trento, especialmente en temas sacerdotales, es un referente actual.

 

La doctrina avilista, unida indisolublemente a sus gestos y testimonio de vida, sigue siendo hoy una llamada profética. En su época siguió incidiendo, aunque no siempre se aplicó; en nuestra época sigue siendo una "memoria" que alienta a una renovación auténtica y posible.

 

Su actitud humilde de corregir el texto del "Audi filia" (publicado sin su permiso), a la luz de la doctrina conciliar, se convierte en una llamada a la humildad ministerial. En un caso crítico como el de esa corrección, San Juan de Ávila prefirió el bien de los fieles y la armonía con las enseñanzas conciliares, a sus propias opiniones o a su modo propio de exponer las cuestiones. El bien de las almas estaba por encima de sus propios intereses y de su propia fama.

 

NOTA: Ver introducción al Audi Filia, sobre la edición de 1556 (Avisos y reglas cristianas), en: Obras completas, vol. I, 377ss. Teóricamente podría ser mejor al texto de la primera edición e incluso se puede constatar que es plenamente ortodoxo. Pero Juan de Ávila se inclinó por el bien de las almas y por el respeto a las normas eclesiales. El texto primitivo sigue siendo válido, pero la actitud humilde de un buen pastor es un ejemplo para nuestro actuar sacerdotal.

 

El "nuevo fervor de los apóstoles” es indispensable para la "Nueva Evangelización". La renovación sacerdotal suscitada por los santos de cada época (como es el caso del Maestro Ávila) se ha basado siempre en el seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles. Quizá hoy, en un cambio de época, sería necesario  proponer la "itinerancia" apostólica de San Juan de Ávila, en el sentido de disponibilidad para los cargos, de fraternidad en el Presbiterio a modo de familia sacerdotal y de misión sin condicionamientos y sin fronteras. Un corazón unificado unifica la propia comunidad a la que se pertenece y prepara el camino para construir la Iglesia y toda la humanidad como reflejo de la Trinidad de Dios Amor.

 

NOTA: Juan Pablo II presentó la "Nueva Evangelización" (Puerto Príncipe, 9 marzo1983) como una invitación a suscitar "nuevos métodos, nuevas expresiones y nuevo fervor de los apóstoles". Benedicto XVI, en la Carta Apostólica Ubicumque et semper (21 septiembre 2010) propuso buscar a los alejados, formar a los creyentes, actualizar y renovar esta formación. "De hecho, no podemos olvidar que la primera tarea será siempre ser dóciles a la obra gratuita del Espíritu del Resucitado, que acompaña a cuantos son portadores del Evangelio y abre el corazón de quienes escuchan. Para proclamar de modo fecundo la Palabra del Evangelio se requiere ante todo hacer una experiencia profunda de Dios".

 

                 EL MAESTRO AVILA Y LA RENOVACION SACERDOTAL

                        AL INICIO DEL TERCER MILENIO

 

                                                         Juan Esquerda Bifet

 

Sumario:

 

Presentación: Santidad y renovación sacerdotal en el inicio del tercer milenio

 

1. La doctrina avilista sobre la renovación del sacerdote como signo del Buen Pastor

 

2. La doctrina avilista sobre la renovación sacerdotal, en la línea de la caridad pastoral y de las virtudes del Buen Pastor según la Vida Apostólica

 

3. La doctrina avilista sobre la renovación sacerdotal en el Presbiterio de la Iglesia particular y para la Iglesia universal

 

Líneas conclusivas

 

                                   * * *

 

 

Presentación: Santidad y renovación sacerdotal en el inicio del tercer milenio

 

      Una lectura atenta de los textos conciliares y postconciliares del Vaticano II, pone de relieve unas líneas renovadoras sobre la vida y ministerio sacerdotal, todavía no puestas en práctica suficientemente.

 

      Mientras tanto, el despertar espiritual en la Iglesia y los cambios actuales o los nuevos areópagos (geográficos, sociológicos, culturales), urgen a construir una figura sacerdotal que sea más transparencia del Buen Pastor. Se trata de una figura más vivencial, más relacional con Cristo y más solidaria con los hermanos.[1]

 

      La renovación sacerdotal de cada época histórica sólo será posible en la medida en que haya santos sacerdotales al estilo de San Juan de Avila o del Cura de Ars. Efectivamente, el concilio Vaticano II, en el decreto "Presbyterorum Ordinis", sienta este principio: "Este Sagrado Concilio, para conseguir sus propósitos pastorales de renovación interna de la Iglesia, ­de difusión del Evangelio por todo el mundo y de diálogo con el mundo actual, exhorta vehementemente a todos los sacerdotes a que, usando los medios oportunos recomendados por la Iglesia, se esfuerzen siempre hacia una mayor santidad, con la que de día en día se conviertan en ministros más aptos para el servicio de todo el Pueblo de Dios" (PO 12).

 

      Exponer cuáles son las líneas renovadoras trazadas por el concilio y por el postconcilio, correspondería a un estudio especializado sobre el tema. Y lo mismo cabe decir de la descripción de la situación actual como exigencia de renovación eclesial y, concretamente, sacerdotal.[2]

 

      Intentaré ser muy concreto, para poder llegar al objetivo preciso. Resumo primeramente, en esta presentación, las líneas renovadoras sobre el sacerdocio en el inicio del tercer milenio, con expresiones que siguen llamando la atención de quien lea sin prejuicios los documentos magisteriales.

 

      El sacerdote (obispo o presbítero y, en cierto modo, el diácono) está llamado a una renovación según el modelo del Buen Pastor o según la "Vida Apostólica" (vida evangélica de los Apóstoles) (cfr. PO 1-3; PDV 20-22), por el hecho de formar parte de la "sucesión apostólica" (cfr. PDV 4-5, 15-16, 22, 24, 42, 46, 60). La santidad sacerdotal dice relación estrecha con los ministerios (como causa, como exigencia y como peculiaridad de la santidad) (cfr. PO 13; PDV 24-26).

 

      El amor y comunión eclesial se demuestran en la disponibilidad misionera universal (cfr. PO 10; PDV 16-17, 31-32); pero se concretan también en la comunión con el Papa y con el propio obispo, así como en la construcción del Presbiterio de la Iglesia particular como "fraternidad sacramental" y "familia sacerdotal" (cfr. PO 8; PDV 74-81).

 

      Esta santidad o espiritualidad sacerdotal se delinea por parte de quienes son "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote" (PO 12), en "unidad de vida" y "ascesis propia del pastor de almas" (PO 13-14). Es la caridad pastoral (cfr. PDV 21-24), que se concreta en las virtudes del Buen Pastor (obediencia, castidad, pobreza) como "signo y estímulo de la caridad" (PO 15-17). Por esto la vida y ministerio sacerdotal se renuevan según el "seguimiento" o "radicalismo evangélico", al estilo del Buen Pastor y de la vida de los Apóstoles (cfr. PDV 10, 27-30).

 

      Para conseguir este objetivo, son necesarios los medios de vida espiritual y pastoral (también a nivel humano e intelectual, personal y comunitario), como han enseñado siempre los santos sacerdotes (cfr. PO 18). La formación inicial en los Seminarios debe ofrecer una síntesis entusiasmante y clara de la espiritualidad sacerdotal específica (del sacerdote diocesano en particular). La formación permanente, en todos sus niveles, debe llegar a trazar un "proyecto" de vida en el Presbiterio (PDV 79).

 

      Estas líneas renovadoras del concilio y del postconcilio están muy lejos de ser una realidad práctica en los Presbiterios. De ahí la pregunta que podemos hacernos: ¿Cómo la figura de San Juan de Avila puede ayudar a responder con prontitud y generosidad a lo que el Espíritu Santo pide hoy en la vida sacerdotal?

 

      En el decurso del estudio intentaré ahondar en la doctrina avilista sobre la santidad o espiritualidad sacerdotal, para descubrir en ella no necesariamente una anticipación de la renovación actual, sino unas pistas siempre válidas en cualquier momento de la Iglesia, también en la actualidad.[3]

 

 

1. La doctrina avilista sobre la renovación del sacerdote como signo del Buen Pastor

 

      De todos es conocido el interés del Maestro Avila por renovar la formación sacerdotal, así como la vida y ministerio de los presbíteros. Los "Memoriales al concilio de Trento" (1551 y 1561) y las "Advertencias al concilio de Toledo" (1565-1566), así como las pláticas a sacerdotes y numerosas cartas, son una llamada continua a la renovación sacerdotal, con propuestas y soluciones concretas y audaces.[4]

 

      El entusiasmo y la tenacidad en esta empresa nacen de unas convicciones hondas y de ideas-fuerza, a modo de mística sacerdotal. Pero la dinámica de la renovación no deriva solamente de los conceptos en sí mismos, sino del amor apasionado por Cristo, que ayuda elaborar (dentro de la época) una reflexión estimulante.[5]

 

      Toda la doctrina avilista y especialmente la referente al Misterio de Cristo, arranca del misterio de la Encarnación, cuando Cristo fue "ungido" como Sacerdote (Juan I, lec. 16ª, 4724s). "Ungido viene, no con aceite, sino con sangre; y si ungido, no viene bravo, sino blando y manso" (Ser 1,162ss). Es ungido como Sacerdote y Víctima: "Cristo fue sacerdote y sacrificio; Él fue el que ofreció y lo que ofreció fue" (Juan I, lec.16ª, 4733ss).

 

      Por esto Cristo es Mediador, Sacerdote y Víctima, Buen Pastor. "El Padre Eterno puso un Medianero entre nosotros y El para que por su medio alcanzásemos misericordia" (Carta 222, 262ss). Cristo es el "principal sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio" (Tratado sobre el sacerdocio, n.10, 342s)[6].

 

      Pero el Maestro prefiere entrar en los sentimientos o interioridad de Cristo, es decir, en su Corazón. Su amor a la Iglesia esposa y a toda la humanidad redimida es amor sacrificial: "¿Qué te parecería un día de la cruz por desposarte con la Iglesia, y hacerla hermosa, que no la quedase mancilla ni ruga?" (Amor, n.8, 352ss; cfr. Ef 5,25-27).

 

      Esta interioridad o amor de Cristo Sacerdote se concreta en su mirada de amor, al Padre y a nosotros: "¡Miraos, siempre, Padre e Hijo, miraos siempre, sin cesar, porque ansí se obre mi salud!" (Amor n.12,492ss). A la luz de este amor sacrificial explica el significado del Buen Pastor: "No tenía este gran sacerdote qué ofrecer por los pecados del mundo, sino a sí mismo... somos lavados de nuestros pecados, mirados de Dios, y agradables a Él, como sacrificio ofrecido por ese sumo Sacerdote y Pastor" (AF cap.87, 9202ss).[7]

 

      En los escritos avilistas y, especialmente en la predicación, aparece con frecuencia la figura del Buen Pastor, para llamar a la reforma de vida y a la santidad: "Encorporados en Él, somos lavados de nuestros pecados, mirados de Dios y agradables a Él, como sacrificio ofrecido por este sumo sacerdote y pastor" (AF 87, 9202ss; cita 1Pe 3,18). Esta realidad se concreta en exigencia de perfección, puesto que, por los méritos de "nuestro justo y soberano pastor" y por su "sangre", hemos sido "ataviados con la hermosura de su gracia y justicia" (ibídem).

 

      Por esto la predicación avilista está siempre matizada de confianza en la misericordia divina: "¡Buen Pastor tenemos, que nos escogió para guardarnos y de tanto tiempo!" (Ser 15,59s, 76ss). "Alegraos, que, si alguna vez cayésedes, Buen Pastor tenéis que volverá y sacará del barranco" (ibídem, 446ss). No desfallece quien medita en su pasión: "Mirando que mi pastor, sólo por sacar mi ánima de entre las espinas, porque no me espinase, quiso Él entrar en ellas y espinarse" (ibídem, 520ss). Encontramos al Buen Pastor en la Eucaristía: "Dios humanado... Jesucristo, Médico y Pastor amoroso, está entre nosotros" (Ser 54, 355-415).[8]

 

      La renovación sacerdotal arranca del hecho de que los sacerdotes ministros han sido elegidos "para pastores y criadores del ganado, que los apacienten en los pastos de ciencia y doctrina... y aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo Cristo, y dijo que este tal es el Buen Pastor" (Advertencias I, n.6; cfr. Ser 81, 88ss). Dirigiéndose a los sacerdotes, dice con insistencia: "¡Oh eclesiásticos, si os mirásedes en el fuego de vuestro pastor principal, Cristo, en aquellos que os precedieron, apóstoles y discípulos, obispos mártires y pontífices santos!" (Plática 7, 92ss).[9]

 

      Al hacer la aplicación al sacerdote ministro, el Maestro Avila insta a la santidad y renovación por el hecho de representar a Cristo. Subraya principalmente el hecho de poder actuar "en persona de Cristo" (Carta 157,264). Es lo que hoy calificamos como "signo" o "transparencia" del Buen Pastor.[10]

 

      Esta representación de Cristo reclama una coherencia de vida. Puesto que "el sacerdote representa en la Misa a Jesucristo nuestro Señor" (Tratado sobre el sacerdocio, n.10, 342s), "ha de ser la representación tan verdadera, que el sacerdote se transforme en Cristo" (ibídem, n.26, 1025s).[11]

 

      La representación exige, pues, imitación. Si los sacerdotes "representamos y prolongamos su sagrada persona, y decimos las palabras en persona de Él" (Plática 1ª, 64ss), de ello se sigue que "nos veremos todos enteros consagrados al Señor con el trato o tocamiento del mesmo Señor" (ibídem, 89s).[12]

 

      Calificar a los sacerdotes como "ojos de la Iglesia" (Plática 2ª, 449), "enseñadores" (Ser 55, 784) y "guardas de la viña" (Ser 8, 600s), equivale a una llamada apremiante a la santidad. De ahí necesidad de una formación previa desde el Seminario, como lo pide el Maestro al concilio de Trento: "Porque no tengamos la liviandad de mozos que ahora tenemos por presbíteros, sin serlo en edad, ni seso, ni santidad. Y contra esto no se dispense" (Memorial I, n.36, 1005ss). Al concilio de Toledo pide la aplicación de las normas tridentinas: "Pídese también bondad y todo lo demás requisito para un tal ministerio" (Advertencias II, n.41, 622s; cfr. Ses.23, cap.14 de Trento).[13]

 

      Al abogar por la renovación sacerdotal, el Maestro apunta a la selección y formación, pero también a la buena elección de los obispos: "Elíjanse hombres de prudencia natural, de letras sólidas, de buena vida y ejemplo; déseles instrucción: qué materias han de predicar y con qué modo" (Memorial II, n.43, 1869ss, 1883ss). [14]

 

      Si se quisiera ahondar más en este tema, habría que analizar cómo el Maestro practica y describe cada uno de los ministerios: predicación, sacramentos, servicios de caridad. Al mismo tiempo, se podría constatar un gran equilibrio entre la oración o contemplación y la vida ministerial.[15]

 

      La renovación de la vida y del ministerio sacerdotal, a la luz del Buen Pastor, llevaría a los mismos rasgos característicos de la figura de San Juan de Avila: vida contemplativa y eucarística, fidelidad a la Palabra y a la acción del Espíritu Santo, equilibrio de ministerios (profetismo, liturgia, pastoreo), seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles, disponibilidad misionera, catequesis en todos los sectores de la comunidad, preferencia pastoral por la juventud y por los pobres, comunión eclesial y dimensión profundamente mariana...[16]

 

 

2. La doctrina avilista sobre la renovación sacerdotal, en la línea de la caridad pastoral y de las virtudes del Buen Pastor según la Vida Apostólica

 

      El punto de referencia al Buen Pastor (en la doctrina avilista y en las enseñanzas del Vaticano II) incluye la línea básica de la "Vida Apostólica" ("apostolica vivendi forma") y, consecuentemente, la práctica de las virtudes del Buen Pastor, como seguimiento evangélico radical. La doctrina del concilio y del postconcilio es muy clara.

 

      La renovación sacerdotal (personal y comunitaria) no será posible mientras estas orientaciones no lleguen a ser convicción profunda, como base de la espiritualidad sacerdotal específica (también y particularmente del sacerdote diocesano). La figura y la doctrina de San Juan de Avila pueden ser un mordiente y una ayuda eficaz para conseguir este objetivo primordial.

 

      La "Vida Apostólica" incluye siempre tres aspectos principales: seguimiento evangélico radical, vida comunitaria y disponibilidad misionera (cfr. Mt 19,27ss; Lc 10,1ss; Jn 20,21-23).[17]

 

      Así aparece en la doctrina avilista, cuando describe a los sacerdotes como "retrato de la escuela y colegio apostólico y no de señores mundanos" (Advertencias I, n.4. 162s). Por esto, tanto la selección como la formación de los candidatos al sacerdocio debe orientarse hacia esta finalidad: "Los mejores son aquellos que, dejadas todas las cosas, contentos con letras y virtud, buscan esta dignidad para servir a Cristo imitando a Él y a sus Apóstoles" (Advertencias II, n.10, 140ss).

 

      No se trata de una afirmación de adorno, sino de una realidad de gracia, que hace de los sacerdotes "un dibujo de los Apóstoles, a quien suceden; tal, que por la vida obispal todos saquen por rastro cuáles fueron los antiguos Apóstoles, y no tales que no haya cosa que más los haga desconocer que mirar a sus sucesores" (Advertencias I, n.10, 316ss). Otra orientación "no es imitar a Cristo, ni a Pedro, ni a los Apóstoles, cuyos ellos son sucesores" (Advertencias I, n.8, 259ss).[18]

 

      La "caridad pastoral" (PO 14) no consiste sólo en dirigir la comunidad y ejercer en ella los ministerios, sino que incluye todos los niveles de la vida sacerdotal y, por tanto, la actitud del Buen Pastor, que "da la vida por las ovejas" (Jn 10,11). Es la nota característica de la espiritualidad sacerdotal, a condición de que se la presente en el contexto evangélico: concretada en pobreza, obediencia, castidad (las virtudes características del Buen Pastor). Es la "ascética propia del pastor de almas" (PO 13).

 

      Como en los otros temas teológicos, el Maestro Avila no habla con nuestra terminología, sino con expresiones patrísticas. Por esto describe la actitud del pastor como "ferviente celo", amor de "verdadero padre y verdadera madre" (Tratado sobe el sacerdocio, n.39, 1450ss). "Ha de arder en el corazón del eclesiástico un fuego de amor de Dios y celo de almas" (Plática 7ª, 62ss), a imitiación de Cristo que "amó a la Iglesia hasta entregarse en sacrificio por ella" (Ef 5,25). El servicio ministerial incluye la actitud de dar la vida, puesto que los sacerdotes ministros han sido elegidos "para pastores y criadores del ganado, que los apacienten en los pastos de ciencia y doctrina... y aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo Cristo, y dijo que este tal es el Buen Pastor" (Advertencias I, n.6; cfr. Ser 81, 88ss).[19]

 

      No sería posible esta caridad pastoral sin el espíritu y la práctica de la oración. El Maestro propone renovar el modo de examinar para Ordenes: "Cuando los quieren ordenar, examínanlos si saben cantar y leer, si tienen buen patrimonio; pues ya, si saben unas pocas de cánones y tienen buen patrimonio, ¡sus!, ordenar. ¿En qué examinará Dios? En la caridad para con todos y en la oración" (Ser 10, 132ss).[20]

 

      Es verdad que, en los escritos avilistas, la renovación sacerdotal se concreta más en la vida de pobreza, pero ello es debido a que esta virtud evangélica es la clave para vivir las demás virtudes del Buen Pastor, la fraternidad sacerdotal y la disponibilidad misionera. El Maestro era un ejemplo. Su gran fecundidad apostólica era debida a su vida evangélica: "Fue obrero sin estipendio... y habiendo servido tanto a la Iglesia, no recibió de ella un real".[21]

 

      No se sigue un ideal de perfección abstracta, sino el compartir la misma vida de Cristo[22]. Así lo afirma el Maestro, comentando Mt 8,20: "No tuvo renta, casa ni posesión. Santa Marta lo acogía como a pobre, y otros le ayudaban con sus haciendas, siendo Él Señor de todas las cosas del mundo, tanto que nace en casa ajena, que el día de su muerte en sábana y sepultura de otro le enterraron y celebraron sus exequias" (Ser 16, 61; cfr. Ser 2, 240ss; Ser 3, 206ss).

 

      La fecundidad apostólica está en relación directa con la pobreza evangélica, tal como la vivió el Señor: "En cruz murió el Señor por las ánimas; hacienda, honra, fama y a su propia Madre dejó por cumplir con ellas; y así quien no mortificare sus intereses, honra, regalo, afecto de parientes, y no tomare la mortificación de la cruz, aunque tenga buenos deseos concebidos en su corazón, bien podrán llegar los hijos al parto, mas no habrá fuerza para los parir" (Ser 81,100ss).[23]

 

      Si no hay renovación sacerdotal por una vida de pobreza,los sacerdotes no sabrán ser "padres de los pobres" (Advertencias II, n.99, 1290ss; cfr. Plática 8ª, 55ss). Al instar a esta vida de pobreza sacerdotal, el Maestro se remite a los primeros tiempos de la Iglesia, fecundos en el campo de la evangelización: "Bienaventurados eran aquellos tiempos, cuando no había en la Iglesia cosa temporal que buscar, mas adversidades y angustias que sufrir; y aquel solo entraba en ella que por amor del Crucificado se ofrecía a padecer estos males presentes con cierta esperanza de reinar con Él en el cielo" (Memorial I, n.7, 187ss).

 

      En las "Advertencias" para el concilio de Toledo, en la Pláticas 6ª y 8ª y en la carta n. 177, el Maestro invita a poner en práctica la renovación eclesial y clerical querida por Trento (cfr. Advertencias I, nn. 1-2, 8, 13; Advertencias II, n.10). Efectivamente, los bienes de la Iglesia (las "rentas"), que distribuyen los clérigos, son para su honesta sustentación y para el bien de los pobres: "Los obispos y beneficiados todos no pueden gastar de las mismas rentas todas, más de lo necesario para poder vivir moderadamente; y que lo demás deben dar a pobres" (Advertencias I, n.25, 795ss). "En esto se fundan las rentas eclesiásticas: en mantener al obrero, y no a enriquecerlo... si el Evangelio les da que se mantengan, todo lo que a esto sobra se ha de restituir en obras pías" (Plática 8ª, 13ss).

 

      La vida de pobreza se concreta, según el PO 17 y también según el Maestro Avila (que cita los concilios antiguos), "en lo que toca a sus personas y casas" (Advertencias I, n.1). El Maestro invita a que "cualquiera halle en ella olor de cielo muy mayor que en las casas de las más estrechas religiones. Que, pues el estado es más perfecto que de religiosos, justo es que lo sea la vida y todo lo demás" (Advertencias I, n.5, 177ss). De otro modo se estaría en oposición con la figura de Cristo clavado en cruz (ibídem, n.5) y Buen Pastor (ibídem, n.6). El Maestro no deja de detallar: muebles, comida, criados, rentas... (cfr. Advertencias I, nn.7-13).[24]

 

      En cuanto a la obediencia y castidad, encontramos más bien motivaciones, que al ser recordadas por quien las vive, recuerdan la frescura del evangelio: imitación de Cristo, inmolación, amistad profunda con Cristo, desposorio, fecundidad apostólica...

 

      Estas virtudes hacen al sacerdote disponible para ejercer los ministerios con la actitud del Buen Pastor. La predicación es "oficio principal" (Advertencias I, n.17, 477ss)[25]. Pero para ejercer este ministerio se requiere un adecuada formación teológica, pastoral y espiritual (cfr. Advertencias I, n.34). Se ha de predicar "doctrina de palabra de Dios y de los santos, dicha con calor de Espíritu Santo" (Memorial II, n.12, 499ss).[26]

 

      Sin esta preparación, la predicación sería superficial: "¿Pensáis que no hay más sino leer en los libros y venir a vomitar aquí lo que habéis leído?" (Ser 49, 173ss). El Maestro desea una renovación profunda en aquel ambiente histórico que dejaba mucho que desear: "Restan los predicadores de la palabra de Dios, el cual oficio está muy olvidado del estado eclesiástico, y no sin gran daño de la cristiandad. Porque como éste sea el medio para engendrar y criar hijos espirituales, faltando éste, ¿qué bien puede haber sino el que vemos, que, en las tierras do falta la palabra de Dios, apenas hay rastro de cristiandad?" (Memorial I, n.14, 345ss).[27]

 

      Para predicar con fruto se necesita el testimonio del predicador: "Gran dignidad es traer oficio en que se ejercitó el mesmo Dios, ser vicario de tal Predicador, al que es razón de imitar en la vida como en la palabra" (Carta 4, 18ss). "El predicador, el confesor, delante ha de ir. No ha de hablar palabra buena que primero no la haya él obrado" (Ser 5 -2-, 276ss). Los predicadores "son luz del mundo, que están puestos sobre candelero; que son ciudades asentadas sobre monte" (Gálatas, n.3, 144ss; cfr. Is 62,2).

 

      El Maestro usaba la expresión de subir al púlpito "templado", es decir, con la actitud de predicar "con una muy viva hambre y deseo de ganar con aquel sermón alguna ánima para Cristo"[28]. La oración debe preceder a la predicación: "El día antes del sermón ocuparlo en gustar lo que ha de decir, y no predicar sin estudio ni sin este día de recogimiento particular" (Carta 7, 234ss).

 

      La renovación personal del predicador se concreta en no buscar su propio interés ni tampoco agradar a los demás: "El verdadero predicador, de tal manera tiene de tratar su palabra de Dios y sus negocios, que principalmente pretenda la gloria de Dios. Porque si anda a contentar los hombres, no acabará; sino que a cada paso trocará el Evangelio y le dará contrarios sentidos o enseñará doctrina contraria a la voluntad de Dios: hará que diga Dios lo que no quiso decir" (Gálatas, n.8, 388ss; cfr. n.45).

 

      De esta predicación se seguirá una verdadera renovación de la Iglesia: "Los que predican reformación de Iglesia, por predicación e imitación de Cristo crucificado lo han de hacer y pretender" (Plática 4ª, 26ss; pone el ejemplo de Santo Domingo y San Francisco). El fervor de la Iglesia, en cada época histórica, necesita esta predicación renovada: "¡Oh Iglesia cristiana, cuán caro te cuesta la falta de aquellos tales enseñadores, pues por esta causa está tu faz tan desfigurada y tan diferente de cuando estabas hermosa en el principio de tu nacimiento!... ¿Sabéis cuál fue la causa de vida eclesial? Haber predicadores, encendidos con fuego de amor celestial, que encendían los corazones de los oyentes al fervoroso amor de Jesucristo nuestro Señor" (Ser 55, 783ss, 811ss).[29]

 

      La predicación lleva necesariamente a la celebración de los misterios de Cristo, especialmente en la Eucaristía. La renovación sacerdotal encuentra en la Eucaristía su fuente y su fuerza. Poder pronunciar las palabras de la consagración, presupone una vida de santidad. El Señor pone "en manos" de sus sacerdotes, "su poder, su honra y su misma persona" (Plática 1ª, 13s; cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n.25, 1007ss).

 

      El paralelismo entre la Encarnación y la Eucaristía, coloca al sacerdote en disposición de imitar las actitudes de la Santísima Virgen: "Y así hay semejanza entre la santa encarnación y este sacro misterio; que allí se abaja Dios a ser hombre, y aquí Dios humanado se baja a estar entre nosotros los hombres; allí en el vientre virginal, aquí debajo de la hostia; allí en los brazos de la Virgen, aquí en las manos del sacerdote" (Ser 55, 235ss)[30]. Por celebrar la oblación de Cristo, el sacerdote está llamado a imitar sus sentimientos sacerdotales: "En este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote para conformarse en los deseos y oración con Él" (Tratado sobre el sacerdocio, n.10, 348ss).

 

 

3. La doctrina avilista sobre la renovación sacerdotal en el Presbiterio de la Iglesia particular y para la Iglesia universal

 

      Entre las cuestiones que impresionan más sobre la renovación sacerdotal en el postconcilio del Vaticano II y al inicio del tercer milenio, especialmente para el clero diocesano, sobresalen los temas del Presbiterio como "fraternidad sacramental" (PO 8) o "realidad sobrenatural" y "mysterium" (PDV 74), así como la pertenencia a la Iglesia particular como hecho santificador y evangelizador, es decir, como "elemento cualificador para vivir su espiritualidad cristiana" (PDV 31; cfr. PDV 32, 68, 74). Esta pertenencia a la Iglesia particular se traduce en disponibilidad misionera universal (PO 10).[31]

 

      Si a ello se añade la propuesta que hace el Papa Juan Pablo II sobre un "proyecto" de vida en el Presbiterio bajo la guía el propio obispo (cfr. PDV 79), da la sensación de que la renovación sacerdotal está sólo comenzando[32]. La figura de San Juan de Avila puede servir de estimulante para hacer realidad estas voces del Espíritu Santo hoy.

 

      No podemos encontrar en el Maestro Avila nuestra propia terminología, pero sí podemos ver en él los mismos contenidos: un sacerdote que vive y enseña estas realidades de gracia al estilo de los Apóstoles y, por tanto, como seguimiento evangélico radical, en comunión eclesial, para la misión.

 

      En la doctrina del Maestro Avila se constata una actitud permanente de estrecha relación con el propio obispo, con quien, en el Presbiterio, se forma una sola familia: "Y pues prelados con clérigos son como padres con hijos y no señores con esclavos, prevéase el Papa los demás en criar a los clérigos como a hijos, con aquel cuidado que pide una dignidad tan alta como han de recibir; y entonces tendrán mucha gloria en tener hijos sabios y mucho gozo y descanso en tener hijos buenos, y gozarse ha toda la Iglesia con buenos ministros... Y éste es el punto principal del negocio y que toca en lo interior de él" (Memorial I, n.5, 122ss).[33]

 

      Esta relación familiar, de trato personal, facilita la actuación del mismo obispo y la aceptación fiel y generosa por parte de los sacerdotes: "Con deseo de nuestra enmienda (Dios) nos envía prelado que, por la misericordia de Dios, tiene celo de nos ayudar a ser lo que debemos. No trae ganas de enriquecerse, no de señorearse en la clerecía, como dice San Pedro, mas de apacentarnos en buena doctrina y ejemplo y ayudarnos en todo lo que pudiere, ansí para el mantenimiento corporal, que es lo menos, como para que seamos sabios y santos, los más sabios y santos del pueblo... A los prelados manda San Pedro que hagan estas cosas con la clerecía, y a la clerecía manda que sea humilde y obediente a su prelado" (Plática 1ª, 264ss).

 

      Al obispo, ayudado por sus sacerdotes, compete formar a sus futuros colaboradores en el Presbiterio de la Iglesia particular, puesto que a ellos toca "dar a sus ovejas pastores que las sepan apacentar" (Memorial II, n.71, 2915s). "El prelado es obligado a, si tales oficiales no hay, hacerlos él, dándoles aparejo para estudio, y ayudar para ello a los que no tienen; y con doctrina y buenos ejemplos hacerlos tales que sean modelos, a cuya forma se edifiquen las ánimas; porque para esto el prelado es prelado y para esto principalmente le es dada la renta; porque el fin de él ha de ser la edificación de las ánimas, y no hay mejor medio para esto que hacer gente tal que sea para ello" (Ser 81, 122ss).[34]

 

      Cuando el concilio afirma que el Presbiterio es una "fraternidad sacramental" (PO 8), deja entender que esta fraternidad es exigencia del sacramento del Orden y, al mismo tiempo, es un signo eficaz de evangelización. El Maestro Avila decía: "Y, si cabeza y miembros nos juntamos a una en Dios, seremos tan poderosos, que venceremos al demonio en nosotros y libraremos al pueblo de sus pecados, porque... hizo Dios tan poderoso al estado eclesiástico, que, si es el que debe, influye en el pueblo toda virtud, como el cielo influye en la tierra" (Plática 1ª, 274ss).[35]

 

      Si las expresiones son distintas de las nuestras, la realidad de gracia es la misma. La doctrina avilista describe el Presbiterio, compuesto por quienes (obispo y presbíteros) "son de la intrínseca razón de la Iglesia" (Ser 81, 94s), puesto que son "retrato de la escuela y colegio apostólico" (Advertencias I, n.4, 162s).

 

      Para renovar la vida y ministerio sacerdotal en el Presbiterio de la Iglesia particular, los documentos actuales señalan diversas áreas o niveles: humano, espiritual, intelectual, pastoral. El Maestro Ávila ofrece material para cada nivel, especialmente en cuanto a la vida espiritual, intelectual (estudio) y pastoral.[36]

 

      En tiempo del Maestro Avila, el Presbiterio quedaba simbolizado por los clérigos que ejercían los ministerios en la catedral, en estrecha relación con el obispo. La reforma de la catedral, querida por el concilio tridentino, sería un eslabón necesario para que el Seminario adjunto pudiera formar buenos pastores. Por esto, el Maestro insta a que se aplique el concilio tridentino: "Y primero conviene que reformen a los más conjuntos, que es el clero todo, y luego a los demás; y de estos más conjuntos, primero a los que están más inmediatos, que son todos los señores de las catedrales, de los cuales habla el c. 4 de la ses. 22 y el c. 12 de la ses. 24" (Advertencias I, n.33).[37]

 

      El proyecto de vida, que se pide hoy para el Presbiterio, puede encontrar, en la doctrina avilista, unas pistas sobre la vida fraterna, el estudio, los diversos ministerios y la espiritualidad (cfr. Advertencias I, n.33).[38]

 

      De todos es conocida la labor del Maestro en el campo educativo. Cuando se trata de los sacerdotes, aconseja una formación especializada  y universitaria, en vistas a predicar "lección de Sagrada Escritura" (Memorial II, nn.67-68). Así se podrán seleccionar mejor los ministros que hayan de ejercer los diversos cargos.[39]

 

      La comunidad eclesial (Iglesia particular) será la primera favorecida por esta reforma sacerdotal: "¡Oh dichosas ovejas que en tiempo de tal Pastor fueron vivas, y dichosas lo serán la que cayeren en manos de prelado que imitare este celo!" (Ser 81, 88ss).

 

      Una de las señales más claras de renovación sacerdotal (a nivel espiritual y pastoral) es la apertura a la Iglesia universal. Aunque el Maestro no usa nuestras expresiones actuales (misión "ad gentes", primera evangelización, etc.), su doctrina pastoral y su acción evangelizadora sin fronteras. El mismo y sus discípulos, especialmente sacerdotes, se movían en esta perspectiva universalista: "En viniendo Jesucristo, poniéndose en el madero, luego se levantó señal que llamaba y traía a sí, no solamente un pueblo, sino todos los pueblos" (Gálatas, n.4, 224ss).[40]

 

      La misión recibida por los Apóstoles tiene estas características de universalidad: "Mandó a sus siervos, que fueron los apóstoles, ir unos a Oriente, otros a Occidente" (Ser 24, 270s). Así lo cumplieron los Apóstoles y sucesores: "No paró la salud del Padre, que es Cristo, en el pueblo de los judíos, mas salió, cuando fue predicado por los apóstoles en el mundo, y ahora lo es, acrecentándose cada día la predicación del nombre de Cristo a tierras más lejos para que así sea luz, no sólo de los judíos que creyeron en Él, a los cuales predicó en propia persona, mas también a los gentiles que estaban en ceguedad de idolatría tan lejos de Dios" (AF cap. 111, 11453ss).

 

      El paulinismo de San Juan de Avila le lleva a esta disponibilidad universalista, que arranca de la naturaleza misma de la Iglesia. En efecto, la Iglesia ha sido "congregada de diversidad de gentes en una fe y en un baptismo" (Ser 68, 116s). Es "la Iglesia universal" (Ser 20, 94s), redimida por Cristo, "el Deseado de todas las gentes" (Carta 42, 106s; Ser 2, 545; cfr. Ag 2,8). Según la doctrina paulina, Dios "quiere que todos se salven y vengan a conocimiento de esta verdad" (1Tim 2,4); la consecuencia a que llega el Maestro Avila, comentando este texto, es la siguiente: "Pues sin ella (sin la Iglesia) no pueden agradar a Dios ni salvarse, no la deja de dar a nadie, si por él no queda" (AF cap. 43, 4358ss; cfr. 1Tim 2,4).

 

      La renovación sacerdotal deriva, pues, hacia esta dimensión misionera universal: "¡Quién pudiese tener mil millones de lenguas para pregonar por todas partes quién es Jesucristo!" (Carta 207, 15ss). La oración del sacerdote es para "que aproveche a todo el mundo" (Plática 2ª, 153s), como "si todo el mundo estuviese encima de él" (ibídem, 460; cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n.7, 232ss).

 

      Los discípulos de San Juan de Avila siguieron sus pisadas, imitando con él la Vida Apostólica de disponibilidad misionera: "Vivían sus discípulos apostólicamente... sacerdotes ejemplares, que... predicasen por el mundo, dilatasen la verdad evangélica, manifestasen los tesoros que tenemos en Cristo crucificado".[41]

 

 

Líneas conclusivas

 

      La renovación sacerdotal actual que puede derivar de la figura de San Juan de Avila tiene las características de una estrecha relación personal con Cristo Buen Pastor. Es renovación que se concreta en la caridad pastoral, no como concepto teórico ni tampoco sólo como acción externa, sino como actitud de compartir la misma vida, misión y virtudes del Buen Pastor, según el modelo de la Vida Apostólica. Si es auténtica esta renovación, se reflejará en la construcción del Presbiterio de la Iglesia particular, tal como queda descrito en la doctrina conciliar y postconciliar, con la derivación consecuente hacia la Iglesia universal.

 

      No hay que olvidar que la doctrina avilista es invitación a vivir la interioridad o Corazón de Cristo, cuyo misterio se anuncia, celebra y comunica a la comunidad. El Maestro tiene en cuenta la situación concreta del sacerdote en aquel ambiente histórico, con sus aspectos positivos y negativos. Precisamente por esto, no deja de proponer medios prácticos de vida y ministerio sacerdotal

 

      Para una renovación sacerdotal al inicio del tercer milenio, la síntesis doctrinal avilista ofrece una "mística" entusiasmante, que puede presentarse según las diversas dimensiones: teológico-trinitaria (gloria de Dios), cristológico-eucarística, eclesiológico-esponsal, mariana, evangélica o de seguimiento radical, antropológica y sociológica.

 

      Como hemos indicado en el presente estudio, la figura sacerdotal de Cristo descuella como Buen Pastor que se quiere prolongar en el sacerdote ministro. De ahí derivan las virtudes o espiritualidad específica de sacerdote, en relación con los diversos ministerios, en la familia sacerdotal del Presbiterio con el propio obispo, al servicio de la Iglesia particular y universal. La consecuencia a que llega es muy concreta: "El estado sacerdotal, que se tome con los fines para que lo instituyó el Sumo Sacerdote Cristo".[42]

 

      El sacerdote ministro está profundamente relacionado con Cristo. Por ser "pregonero de Cristo" (Carta 165, 91) y dispensador de los misterios de Dios (cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n.11), el sacerdote es "un hombre que profesa ser ministro de Cristo crucificado" (Memorial II, n.91, 3520s). El trato íntimo es de "amistad" y de "estrecha familiaridad" con Cristo, "como persona que tiene con el Señor particular amistad y particular trato" (Tratado del sacerdocio, n.9, 304).

 

      La exigencia de santidad se convierte en posibilidad, en cuanto que el sacerdote vive en sintonía con sus intereses salvíficos universales: "Es mucha razón que quien le imita en el oficio, lo imite en los gemidos... En este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote para conformarse con los deseos y oración de él" (Tratado del sacerdocio, n.10, 344ss). La celebración eucarística será la fuente de una entrega generosa, puesto que "¿cómo puede un sacerdote ofender a Dios teniendo a Dios en sus manos?" (Ser 64, 135s). El sacerdote está en el altar "en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo Redentor" (Carta 157, 264s).

 

      La dimensión eclesial está intrínsecamente unida a la dimensión cristológica: "El sacerdote, como Orígenes dice, es la faz de la Iglesia; y como en la faz resplandece la hermosura de todo el cuerpo, así la clerecía ha de ser la principal hermosura de toda la Iglesia" (Tratado sobre el sacerdocio n.11, 396ss; cfr. Orígenes, In Lev. homil. 5,3.4).

 

      La dimensión mariana es una consecuencia de la dimensión cristológica, eucarística y eclesial. Se subraya el paralelismo y también la relación materna y filial respectivamente. La acción sacerdotal es semejante a la de María por "el ser sacramental que el sacerdote da a Dios humanado", no sólo una vez, sino frecuentemente (Tratado del sacerdocio, n.2, 70ss). Por ello, los sacerdotes ministros son "semejantes a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trujo a Dios a su vientre" (Plática 1ª, 111ss; cfr. Carta 157, 260ss).[43]

 

      La vivencia de estas dimensiones lleva a la "caridad para con todos" (Ser 10,132ss), puesto que los sacerdotes ministros han sido llamados "para pastores" y para "dar la vida, como hizo Cristo" (Advertencias I, n.6, 198ss).

 

      Los discípulos y lectores de San Juan de Avila no se sienten condicionados por su doctrina, sino más bien estimulados a vivir el estilo evangélico del Buen Pastor. Un resumen de las líneas básicas del estilo avilista podría ser el que nos da su biógrafo L. Muñoz: "Vivían sus discípulos apostólicamente... Tuvo si duda intento... de fundar una religión de sacerdotes ejemplares, que, coadjutores de los obispos, acudiesen a cultivar las almas, enseñar a los niños la doctrina, criar santamente la juventud, ayudar a los fieles en el camino de la salvación, gobernar los más perfectos en la vida espiritual; finalmente, que predicasen por el mundo, dilatasen la verdad evangélica, manifestasen los tesoros que tenemos en Cristo crucificado".[44]

 

      Las Iglesias particulares y sus Presbiterios podrían encontrar en la figura sacerdotal de San Juan de Avila una invitación eficaz para una entrega evangélica sin rebajas y para una misión apostólica sin fronteras, en armonía con todas las vocaciones y ministerios, y en comunión con el sucesor de Pedro que preside la caridad universal y que lleva para todos el "cántaro" del agua viva (cfr. Ser 33, 249ss; Lc 22,10): "¿Quién habrá que no siga al vicario de Cristo viendo que él sigue a Cristo?" (Memorial II, n.41, 1772ss). Por esto, podemos reconocer, todavía hoy, en la figura y escritos del Maestro, con palabras de Pablo VI, "una escuela de intensa espiritualidad".[45]

 

      El Mensaje de Juan Pablo II con ocasión del V centenario del Maestro Avila (10 de mayo de 2000) es una invitación a continuar profundizando en su incidencia sacerdotal: "El ejemplo de su vida, su santidad, es la mejor lección que sigue impartiendo a los sacerdotes de hoy, llamados también a dar nuevo vigor a la evangelización... Ante los retos de la nueva evangelización, su figura es aliento y luz también para los saceredotes de hoy que, al ser administradores de los misterios de Dios, están en el corazón mismo de la Iglesia, donde se construye sobre base firme y se reune en la caridad".[46]

 

                 EL MAESTRO AVILA Y LA RENOVACION SACERDOTAL

                        AL INICIO DEL TERCER MILENIO

 

                                                         Juan Esquerda Bifet

 

 

Presentación: Santidad y renovación sacerdotal en el inicio del tercer milenio

 

      Una lectura atenta de los textos conciliares y postconciliares del Vaticano II, pone de relieve unas líneas renovadoras sobre la vida y ministerio sacerdotal, todavía no puestas en práctica suficientemente.

 

      La renovación sacerdotal de cada época histórica sólo será posible en la medida en que haya santos sacerdotales al estilo de San Juan de Avila o del Cura de Ars.

 

1. La doctrina avilista sobre la renovación del sacerdote como signo del Buen Pastor

 

      En los escritos avilistas y, especialmente en la predicación, aparece con frecuencia la figura del Buen Pastor, para llamar a la reforma de vida y a la santidad.

 

      La renovación sacerdotal arranca del hecho de que los sacerdotes ministros han sido elegidos "para pastores y criadores del ganado, que los apacienten en los pastos de ciencia y doctrina... y aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo Cristo, y dijo que este tal es el Buen Pastor" (Advertencias I, n.6; cfr. Ser 81, 88ss).

 

      Al hacer la aplicación al sacerdote ministro, el Maestro Avila insta a la santidad y renovación por el hecho de representar a Cristo.

 

      La renovación de la vida y del ministerio sacerdotal, a la luz del Buen Pastor, llevaría a los mismos rasgos característicos de la figura de San Juan de Avila: vida contemplativa y eucarística, fidelidad a la Palabra y a la acción del Espíritu Santo, equilibrio de ministerios (profetismo, liturgia, pastoreo), seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles, disponibilidad misionera, catequesis en todos los sectores de la comunidad, preferencia pastoral por la juventud y por los pobres, comunión eclesial y dimensión profundamente mariana...

 

2. La doctrina avilista sobre la renovación sacerdotal, en la línea de la caridad pastoral y de las virtudes del Buen Pastor según la Vida Apostólica

 

      El punto de referencia al Buen Pastor (en la doctrina avilista y en las enseñanzas del Vaticano II) incluye la línea básica de la "Vida Apostólica" ("apostolica vivendi forma") y, consecuentemente, la práctica de las virtudes del Buen Pastor, como seguimiento evangélico radical. La doctrina del concilio y del postconcilio es muy clara.

 

      La "Vida Apostólica" incluye siempre tres aspectos principales: seguimiento evangélico radical, vida comunitaria y disponibilidad misionera (cfr. Mt 19,27ss; Lc 10,1ss; Jn 20,21-23).

 

      Así aparece en la doctrina avilista, cuando describe a los sacerdotes como "retrato de la escuela y colegio apostólico y no de señores mundanos" (Advertencias I, n.4. 162s).

 

      No sería posible esta caridad pastoral sin el espíritu y la práctica de la oración.

 

      En los escritos avilistas, la renovación sacerdotal se concreta más en la vida de pobreza; pero ello es debido a que esta virtud evangélica es la clave para vivir las demás virtudes del Buen Pastor, la fraternidad sacerdotal y la disponibilidad misionera.

 

      En cuanto a la obediencia y castidad, encontramos más bien motivaciones, que al ser recordadas por quien las vive, recuerdan la frescura del evangelio: imitación de Cristo, inmolación, amistad profunda con Cristo, desposorio, fecundidad apostólica...

 

      Estas virtudes hacen al sacerdote disponible para ejercer los ministerios con la actitud del Buen Pastor. La predicación es "oficio principal" (Advertencias I, n.17, 477ss).

 

      El paralelismo entre la Encarnación y la Eucaristía, coloca al sacerdote en disposición de imitar las actitudes de la Santísima Virgen.

 

3. La doctrina avilista sobre la renovación sacerdotal en el Presbiterio de la Iglesia particular y para la Iglesia universal

 

      Entre las cuestiones que impresionan más sobre la renovación sacerdotal en el postconcilio del Vaticano II y al inicio del tercer milenio, especialmente para el clero diocesano, sobresalen los temas del Presbiterio como "fraternidad sacramental" (PO 8) o "realidad sobrenatural" y "mysterium" (PDV 74), así como la pertenencia a la Iglesia particular como hecho santificador y evangelizador, es decir, como "elemento cualificador para vivir su espiritualidad cristiana" (PDV 31; cfr. PDV 32, 68, 74). Esta pertenencia a la Iglesia particular se traduce en disponibilidad misionera universal (PO 10).

 

      En la doctrina del Maestro Avila se constata una actitud permanente de estrecha relación con el propio obispo, con quien, en el Presbiterio, se forma una sola familia, "pues prelados con clérigos son como padres con hijos" (Memorial I, n.5, 122ss).

 

      Esta relación familiar, de trato personal, facilita la actuación del mismo obispo y la aceptación fiel y generosa por parte de los sacerdotes.

 

      Cuando el concilio afirma que el Presbiterio es una "fraternidad sacramental" (PO 8), deja entender que esta fraternidad es exigencia del sacramento del Orden y, al mismo tiempo, es un signo eficaz de evangelización. El Maestro Avila decía: "Y, si cabeza y miembros nos juntamos a una en Dios, seremos tan poderosos, que venceremos al demonio en nosotros y libraremos al pueblo de sus pecados, porque... hizo Dios tan poderoso al estado eclesiástico, que, si es el que debe, influye en el pueblo toda virtud, como el cielo influye en la tierra" (Plática 1ª, 274ss).

 

      El proyecto de vida, que se pide hoy para el Presbiterio, puede encontrar, en la doctrina avilista, unas pistas sobre la vida fraterna, el estudio, los diversos ministerios y la espiritualidad (cfr. Advertencias I, n.33).

 

      Una de las señales más claras de renovación sacerdotal (a nivel espiritual y pastoral) es la apertura a la Iglesia universal.

 

Líneas conclusivas

 

      La renovación sacerdotal actual que puede derivar de la figura de San Juan de Avila tiene las características de una estrecha relación personal con Cristo Buen Pastor. Es renovación que se concreta en la caridad pastoral, no como concepto teórico ni tampoco sólo como acción externa, sino como actitud de compartir la misma vida, misión y virtudes del Buen Pastor, según el modelo de la Vida Apostólica. Si es auténtica esta renovación, se reflejará en la construcción del Presbiterio de la Iglesia particular, tal como queda descrito en la doctrina conciliar y postconciliar, con la derivación consecuente hacia la Iglesia universal.

 

      Para una renovación sacerdotal al inicio del tercer milenio, la síntesis doctrinal avilista ofrece una "mística" entusiasmante, que puede presentarse según las diversas dimensiones: teológico-trinitaria (gloria de Dios), cristológico-eucarística, eclesiológico-esponsal, mariana, evangélica o de seguimiento radical, antropológica y sociológica.

 

      Las Iglesias particulares y sus Presbiterios podrían encontrar en la figura sacerdotal de San Juan de Avila una invitación eficaz para una entrega evangélica sin rebajas y para una misión apostólica sin fronteras. Por esto, podemos reconocer, todavía hoy, en la figura y escritos del Maestro, con palabras de Pablo VI, "una escuela de intensa espiritualidad" (Homilía durante la canonización, 31 de mayo de 1970).

 



    [1]Es la figura descrita en "Pastores dabo vobis" cap. I, nn.6-7 (esperanzas y obstáculos). Ver: AA.VV., El presbítero en la Iglesia de hoy (Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1994).

    [2]AA.VV., Espiritualidad sacerdotal, Congreso (Madrid, EDICE, 1989); AA.VV., Espiritualidad del Presbiterio (Madrid, EDICE, 1987).

    [3]Algunos estudios han afrontado el estilo renovador del Maestro Avila: A. DE LA FUENTE GONZÁLEZ, El Bto. Mtro. Juan de Ávila, alma de la verdadera reforma de la Iglesia española: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 231-250; J. DEL RÍO MARTÍN, Santidad y pecado en la Iglesia. Hacia una Eclesiología de San Juan de Ávila (Córdoba 1986); Idem, Ecclesia sancta: hacia la reforma de la reforma según San Juan de Ávila, en: AA.VV., Ecclesia tertii millenni advenientis, Casale Montferrato, PIEMME 1997 (omaggio al P. Antón... nel suo 70º compleanno), 459-476.

    [4]Estos documentos sacerdotales han sido publicados aparte de las obras completas: Juan de Ávila, Escritos sacerdotales (Madrid, BAC, reed. 2000).

    [5]Algunos estudios sobre la doctrina sacerdotal en el Maestro: T. CARDENAL FERNÁNDEZ, El ministerio sacerdotal, exigencia de perfección: Semana Avilista (Madrid 1969) 199-220; J. ESQUERDA BIFET, Jesucristo Sacerdote y el sacerdote ministro en la vida y doctrina del Mtro. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 45-68; Id., Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila: Anthologica Annua 17 (1969); Id., Razón de ser del sacerdocio ministerial. Estudio histórico doctrinal sobre Juan de Ávila en relación a la problemática actual: Teología del Sacerdocio 2 (1970) 121-163; J.J. GALLEGO, Sacerdocio y oficio sacerdotal en San Juan de Ávila (Córdoba 1998); B. JIMÉNEZ DUQUE, San Juan de Ávila y la crisis sacerdotal: Teología Espiritual 14 (1970) 397-414; L. MARCOS, El Bto. Juan de Ávila, Maestro de santidad sacerdotal (Vitoria 1948); A. MUÑOZ ALONSO, Carisma y ministerio sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 31-44. Ver otros estudios en notas posteriores; I. ROMERO, Fuego de cruzado. Estampas de sacerdocio del Maestro Juan de ÁVila: Semblanzas sacerdotales (Vitoria 1947). Ver otros estudios en notas posteriores.

    [6]Es la doctrina de Santo Tomás: III, q.22, a.4.

    [7]Al glosar los contenidos de Juan 10 (el buen pastor) y de Lucas 15 (la oveja perdida), hace referencia al tema veterotestamentario de Dios Pastor y del futuro pastor, el Mesías, anunciado por los profetas (cfr. Ser 79,80ss: Isaías; 185ss: Ezequiel).

    [8]El tema se completa con la referencia a María, "nuestra Pastora" (Ser 15,23), que es modelo del cuidado materno que ha de tener todo pastor: "Pastora, no jornalera que buscase su propio interés" (Ser 70,737ss).

    [9]La triste realidad de la separación de los protestantes o reformadores pudo ser debida, según el Maestro, a la falta de renovación en los pastores. "Y es una justa permisión que, pues han dejado la santidad, por la cual fueron amados, y reverenciados, y obedecidos como padres y pastores verdaderos, les haya permitido el Señor venir a dar en majestad y vanidad de mundana pompa por ser tenidos como lobos y tiranos" (Advertencias I, n.2, 75ss).

    [10]"Los apóstoles y sus sucesores, revestidos de una autoridad que reciben de Cristo, Cabeza y Pastor, han sido puestos ‑con su ministerio‑ al frente de la Iglesia, como prolongación visible y signo sacramental de Cristo" (PDV 16). Algunas expresiones avilistas: "En el oficio sacerdotal representamos la persona de Jesucristo nuestro Señor" (Plática 2ª, 223s). "En la Misa nos ponemos en le altar en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo Redentor" (Carta 157, 264ss). Por hacer al Señor presente, "relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios" (Plática 1ª, 123).

    [11]Los estudios sobre la doctrina sacerdotal avilista acentúan la dimensión de santidad y de ministerialidad. Además de los estudios citados anteriormente, ver: J. DELICADO BAEZA, Dispensador de los misterios de Dios: Semana Avilista (Madrid 1969) 149-167; M. LARRÁYOZ, La vocación al sacerdocio según la doctrina del Bto. Juan de Ávila: Maestro Ávila 1 (1946) 239-254; 2 (1948) 11-26. Ver otros estudios en notas posteriores.

    [12]Para renovar las catedrales, los Seminarios y la comunidad en general, hay que empezar por la renovación de los sacerdotes ministros (cfr. Advertencias I, nn.33-52). En cuanto a la renovación de los obispos, la predicación será su principal ministerio (ibídem, n.17); la visita pastoral por parte del obispo, practicada con la periodicidad conveniente, ha de ir acompañada por la predicación, sacramentos, caridad hacia los necesitados y reforma de vida; habrá que celebrar también los sínodos diocesanos e interdiocesanos (ibídem, nn.19-23).

    [13]La doctrina avilista en relación con la problemática sacerdotal de su época: R. GARCÍA VILLOSLADA, Problemas sacerdotales en los días del Bto. Ávila (Madrid, Semana Avilista, 1969) 11-29; B. JIMÉNEZ DUQUE, San Juan de Ávila y la crisis sacerdotal: Teología Espiritual 14 (1970) 397-414; J. MARTÍN ABAD, Imagen normativa del sacerdote en el siglo XVI (1500-1563) (Valencia 1975) (Tesis Doctoral); F. SÁNCHEZ BELLA, La reforma del clero en San Juan de Ávila (Madrid, Rialp, 1981).

    [14]Habrá que seleccionar a los candidatos de este modo, teniendo en cuenta su desposorio con la Iglesia: "Cómo se ejercita el catecismo de los rudos; qué cuidado tiene de las viudas, pobres y personas miserables, de las cuales es padre el obispo... Tenga cuenta que de aquí adelante no será elegido a dignidad obispal persona que no sea suficiente para ser capitán del ejército de Dios, meneando la espada de su palabra contra los errores y contra los vicios, y que pueda engendrar hijos espirituales a Dios, pues es esposo de su Iglesia, y en señal de ello trae anillos en sus manos" (Memorial II, n.42, 1823ss).

    [15]Estudio el tema en: Introducción a la doctrina de San Juan de Avila (Madrid, BAC, 2000), cap. VI, n. 2: Los ministerios sacerdotales.

    [16]Introducción a la doctrina..., o.c., cap. I, 2 (líneas básicas de su figura).

    [17]Ver estos tres aspectos en "Presbyterorum ordinis": nn.15-17 (seguimiento), n.8 (vida comunitaria), n.10 (disponibilidad misionera). En la exhortación apostólica postsinodal "Pastores dabo vobis" se presentan estos aspectos como participación en la sucesión apostólica (PDV 60), que trae como consecuencia la práctica radical (no necesariamente la profesión o los votos) de los consejos evangélicos (PDV 4-5, 15-16, 22, 29, 49, 60 (cfr. Dir 57-67). En la exhortación sobre la vida consagrada ("Vita consecrata") se indica que ese género de vida es imitación de la "apostolica vivendi forma" (cfr. VC 45, 93-94).

    [18]Con algo de añoranza respecto a la primitiva Iglesia, afirma: "¡Oh dichosas ovejas que en tiempo de tal Pastor fueron vivas, y dichosas lo serán la que cayeren en manos del prelado que imitare este celo!" (Ser 81, 88ss).

    [19]Las expresiones avilistas son muy llamativas, sin componendas: "Si de veras nos quemase las entrañas el celo de la casa de Dios... ver las esposas de Cristo enajenadas de El y atadas con ñudo de amor tan falso" (Carta 208,11ss). "El jornalero, que principalmente trabaja por el dinero, en viendo el lobo, salta por las tapias" (Plática 7ª, 72ss). De ahí se sigue la entrega constante por el servicio ministerial: "Que velen su ganado, que puedan decir como el Señor: No me las arrebatará nadie" (Ser 15, 539ss; cfr. Jn 10,30). Ver: A. De La FUENTE, El sacerdote y mis hermanos: el Bto. Ávila, modelo de caridad sacerdotal: Maestro Ávila 1 (1946) 413-426.

    [20]Parece referirse al amor materno del apóstol Pablo (cfr. Gal 4,19), cuando dice: "Que si hubiese en la Iglesia corazones de madre en los sacerdotes que amargamente llorasen de ver muerto a sus espirituales hijos, el Señor, que es misericordioso, les diría lo que a la viuda de Naím: No quieras llorar. Y les daría resucitadas las ánimas de los pecadores" (Plática 2ª, 375ss). Todo apóstol ha de ser "verdadero padre y verdadera madre" (Tratado sobre el sacerdocio, n.39, 1449ss).

    [21]L. Muñoz, Vida, Lib.3º, cap.4.

    [22]La pobreza sacerdotal es exigida por el hecho de representar a Cristo: "Cierto es que nació en pobreza y aspereza, y de la misma manera vivió, y con crecimiento de esto murió. Y habiendo Él traído la embajada del Padre con este tan humilde aparato, no se agradará que su embajador, pues es de rey celestial, vaya con aparato de mundo" (Carta 182, 100ss). Podríamos, pues, afirmar que la comunidad eclesial tiene derecho de ver en el sacerdote cómo era la caridad (pobreza, obediencia, castidad...) del Buen Pastor.

    [23]Sin la actitud de pobreza, "no podrán vacar bien al oficio de ánimas, que pide a todo el hombre, y plega a Dios que baste" (Ser 81, 184ss).

    [24]El decreto "Presbyterorum Ordinis" (Vaticano II) dice: "Guiados, pues, por el Espíritu del Señor, que ungió al Salvador y lo envió a evangelizar a los pobres, los presbíteros, y lo mismo los Obispos, mucho más que los restantes discípulos de Cristo, eviten todo cuanto pueda alejar de alguna forma a los pobres, desterrando de sus cosas toda clase de vanidad. Dispongan su morada de manera que a nadie esté cerrada, y que nadie, incluso el más pobre, recele frecuentarla" (PO 17).

    [25]El Maestro se remite a Trento (ses. V, cap.2 y sess. XXIV, cap.4).

    [26]Sobre la predicación avilista, ver: R.M. HORNEDO, El estilo coloquial del Beato Ávila: Razón y Fe n.868 (1970) 513-524; A. HUERGA, El ministerio de la palabra en el B. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 93-147; L. MORALES OLIVER, El Beato Maestro Juan de Ávila y el estilo de la predicación cristiana: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 19-27; J.A. MUNITIZ, La oratoria del Bto. Ávila y los clásicos: Humanidades n.21 (1928); L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) 274-289 (El Maestro Ávila, predicador).

    [27]Para corregir estos eventuales defectos, existentes incluso en los obispos, el Maestro aconseja que éstos tengan "un hombre docto en teología... con quien comuniquen lo que han de predicar; principalmente que basta en los obispos, para el pueblo, una doctrina llana, que ésta es la que aprovecha más, y en su boca de ellos serán piedras preciosas... Éste es su oficio precipuo y éste quiere el concilio hagan por sí mismos" (Advertencias I, 488ss).

    [28]Así lo testifica Fr. Luís de Granada: Vida, parte 1ª, cap.2.

    [29]Son muchas las afirmaciones del Maestro sobre la renovación del ministerio de la predicación: "Dichoso oficio por el cual Dios es engrandecido en los corazones humanos y estimado por digno de ser temido, y reverenciado, y amado... (los predicadores) son comparados al mismo sol, porque con el calor y fuego de la Palabra de Dios producen en las ánimas fruto provechoso a quien lo hace, y sazonado y sabroso al Señor" (Tratado sobre el sacerdocio, n.45, 1579ss).

    [30]Es conocido el fragmento mariano en que reclama santidad sacerdotal: "Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hechos semejantes a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trujo a Dios a su vientre... Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración" (Plática 1ª, 111ss; cfr. Carta 157, 260ss).

    [31]Otras expresiones: "familia sacerdotal" (ChD 28; PDV 74), "un hecho evangelizador" (Puebla 663), el cauce normal o "el lugar privilegiado" para "encontrar los medios específicos de santificación y evangelización" (Directorio 27). El concilio presenta esta "íntima fraternidad" como exigencia "de la común ordenación sagrada y de la comunión misión" (LG 28).

    [32]"Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas" (PDV 79).

    [33]La Iglesia particular y el Presbiterio necesitan la actuación del carisma episcopal (LG 23; cfr. PO 7-8). En efecto, el obispo está llamado a "fomentar la santidad de sus clérigos, de los religiosos y de los laicos, de acuerdo con la peculiar vocación de cada uno" (ChD 15; cfr. PO 7; ChD 15-16; PDV 74, 79; SC 42). Sobre él "recae principalmente la grave responsabilidad de la santidad de sus sacerdotes" (PO 7). Ver el Directorio "Ecclesiae Imago" sobre el ministerio pastoral de los obispos (n. 111). Cfr. J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad sacerdotal en relación con el carisma episcopal: Burgense 40/1 (1999) 61-79. (recoge y analiza datos conciliares y postconciliares).

    [34]"Adviértase que para haber personas cuales conviene, así de obispos como de los que les han de ayudar, se ha de tomar el agua de lejos, y se han de criar desde principio con tal educación, que se pueda esperar que habrá otros eclesiásticos que los que en tiempos pasados ha habido" (Memorial II, n.43, 1883ss).

    [35]Sobre el significado y alcance de este signo eficaz ("sacramental"), ver PO 8, comentado por Puebla 663: "Un hecho evangelizador" (Puebla 663).

    [36]El Maestro Avila ofrece abundantes elementos para los diversos niveles de formación, especialmente en las cartas 5, 8, 148, 225, 236, etc.

    [37]  El Maestro pide que "en las catedrales haya tanta frecuencia de sermones como en las parroquias" (Advertencias I, n.18, 549s). Se queja de que en las catedrales "suelen faltar sermones en principalísimas festividades, y así se quedan sin declarar al pueblo aquellos altísimos misterios que en ellas se celebran" (Advertencias I, n.18). Por esto, los canónigos deben ser "muy amigos de la sagrada lección y de la oración" (Carta 148, 140ss).

    [38]En la carta n.148, dirigida a unos canónigos (parece ser del cabildo de Córdoba), indica la oración, el estudio, las obras de caridad, porque entonces "crecerá en ellos el bien comenzado" (Carta 148, 140ss). La fraternidad conseguida es "misericordia grande de Dios", puesto que "los quiere dar Dios perdón y tomarlos por hijos" (ibídem, 5ss).

    [39]No le gusta el sistema de acceder a los cabildos por oposición. "Estos medios no parecen convenientes para el predicador cristiano" (Memorial II, n.70, 2839ss). "Sería mejor que el tal cabildo se enviase a informar a las universidades y a otras partes donde las tales personas han predicado, y llámese aquel de cuya vida, letras y predicación mejor información se hallase" (ibídem, 2854ss).

    [40]Es conocido el hecho de haberse ofrecido, recién ordenado sacerdote, para la evangelización en el Nuevo Mundo (Tlaxcala). Algunos de sus discípulos marcharon a al Nuevo Mundo, al África y a la India. Todos se mostraban abiertos a la evangelización sin fronteras (cfr. L. Muñoz, Vida, lib.2º, cap.1).

    [41]L. Muñoz, Vida, lib. 2º, cap.1.

    [42]L. MUÑOZ, Vida, lib.3º, cap.20.

    [43]J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad sacerdotal mariana en Juan de Ávila: Estudios Marianos 35 (1970) 85-114.

    [44]Vida, lib.2, cap.1. Añade el mismo biógrafo: "Fue muy celoso, con deseos y afectos ardentísimos, de que se conociese la perfección que pide el estado sacerdotal, que se tomase con los fines para que le instituyó el Sumo Sacerdote Cristo; procuró con grandes ansias y trabajó mucho para que todos fuesen perfectos sacerdotes. Hacíales muy de ordinario pláticas" (ibídem, lib.3, cap.20).

    [45]Pablo VI, Homilía durante la canonización, 31 de mayo de 1970: Insegnamenti VIII/1970, 566.

    [46]JUAN PABLO II, Mensaje con ocasión del V centenario del nacimiento de San Juan de Avia, 10 de mayo de 1000: Oss. Rom. esp. n. 22, 2 de junio de 2000, p.9.

            EL AÑO LITURGICO EN LOS SERMONES DE SAN JUAN DE ÁVILA

 

 

                                                       Joan Esquerda i Bifet

 

 

Presentación

 

      La vida de San Juan de Ávila discurre entre los años 1499 (nació en Almodóvar, Ciudad Real) y 1569 (murió en Montilla, Córdoba). Hizo sus estudios principalmente en las universidades de Salamanca y de Alcalá. Su ministerio, principalmente dedicado a la predicación, comienza en Sevilla, el mismo año de su ordenación sacerdotal (1526). Su predicación abarcaba las poblaciones vecinas, con una interrupción entre los años 1531-1533, cuando fue procesado por la Inquisición. Desde 1535, su predicación y sus misiones populares tienen lugar desde Córdoba como punto de irradiación hacia todo el sur de la península ibérica. Sus correrías apostólicas terminarán en Montilla, diez años antes de su muerte, ya muy enfermo, pero todavía dedicado a la predicación y al apostolado epistolar.

 

      Aunque son abundantes los estudios realizados sobre su predicación, son todavía muy escasos los dedicados a su concepción litúrgica[1]. El presente trabajo quiere llenar, modestamente, una laguna, especialmente respecto a al año litúrgico, tal como aparece en el textos de los sermones del Maestro Ávila.

 

      La actualidad del Maestro Ávila no es debida sólo a la celebración del quinto centenario de su nacimiento y a la petición oficial sobre declararle Doctor de la Iglesia, sino que se trata de una figura que ha tenido gran repercusión en autores posteriores, hasta nuestros días. Su predicación tuvo lugar en unos momentos de cambios históricos e ideológicos (la primera mitad del siglo XVI): aperturas geográficas y científicas, renacimiento, humanismo cristiano, reforma, concilio Tridentino, tiempos de postconcilio...

 

      El Maestro Ávila, en su predicación, estrechamente relacionada con el año litúrgico, nos resume los datos fundamentales del cristianismo en línea vivencial (llamada a la santidad y contemplación) y también en línea celebrativa (vivencia litúrgica).

 

      Su predicación es eminentemente litúrgica (siguiendo especialmente los tiempos fuertes), pudiéndosele calificar de profeta, liturgo y pastor. En su sepulcro se resume su vida con dos palabras ("messor eram", fui segador), que reflejan su ministerio profético de predicador, catequista y educador. De esa predicación se seguía la dirección espiritual de numerosas personas pertenecientes a todos los estamentos de la sociedad. Anunciaba el mensaje evangélico en vistas a ayudar a celebrarlo en la liturgia y a vivirlo por un camino de perfección. Intentaba una reforma eclesial que se basara en la reforma de personas y comunidades centradas en el misterio de Cristo, celebrado en la liturgia.[2]

 

1. El concepto y la vivencia de la liturgia en San Juan de Ávila

 

      Se nota en todos los textos avilistas un gran aprecio de los contenidos litúrgicos. Los tiempos fuertes de las celebraciones litúrgicas se armonizan con las fiestas de los santos e incluso con la piedad popular.

 

      No existía, en el siglo XVI, la sistematización y renovación litúrgica del postconcilio del Vaticano II. No obstante, el hecho de adentrarse en la celebración litúrgica, tal como aparece especialmente en los sermones y en el epistolario de San Juan de Ávila, produce la sensación de encontrarse con un pionero de una renovación posterior.

 

      Los momentos principales de la celebración litúrgica, tal como se comentan en los textos avilistas, son una invitación a la vida cristiana moral, espiritual y apostólica. Las explicaciones que ofrece el Maestro derivan de la misma celebración litúrgica. El aprecio de esta celebración es debido a que la "ordenó la Iglesia, movida por el Espíritu Santo" (Ser 3, 618s).

 

      La celebración litúrgica es principalmente sacramental, en el sentido de encuadrarse en un conjunto de signos portadores (eficaces) del mismo misterio que se celebra: "lo que muestran de fuera obran de dentro" (Ser 57, 357ss). Es la base para entender la liturgia como conjunto de signos celebrativos y comunicativos del misterio pascual de Cristo.

 

      El sentido "sacramental" de la liturgia, sobre todo en la celebración de los mismos sacramentos, indica las "señales de amor" (Ser 40, 16s), que nos incorporan a Cristo muerto y resucitado, "Cabeza" de su Cuerpo Místico (ibídem, 56ss). Cuando los fieles celebran y participan de esta realidad misteriosa y salvífica, su vida se transforma en la de Cristo: "Este Señor ensalza tanto a los suyos, juntándolos consigo mismo... que el bien que hacen ellos lo hace Él en ellos" (ibídem, 393ss).

 

      Todo deriva de la muerte redentora de Cristo que celebramos en la liturgia: "Muriendo allí en el monte Calvario, ordenando allí los sacramentos" (Juan I, lec. 20ª, 6124ss). De este modo, celebramos "la redemption del Señor, cuya virtud está y obra en los sacramentos" (AF cap. 18, 1812s; cfr. Ser 43, 220ss).

 

      La vida cristiana, guiada por el Espíritu Santo, se hace oblación como la de Jesús en el sacrificio redentor, presente ahora en el misterio eucarístico. La comunicación del Espíritu Santo, que se celebra más en Pentecostés, es fruto de todos los misterios de Cristo celebrados anteriormente: "Quien de esta semana (de Pentecostés) tiene parte, tiene parte en todas las otras fiestas del año" (Ser 28, 145s).

 

      Las celebraciones litúrgicas hacen posible que se actualicen (sin repetirse) los misterios del Señor: "Habéis de saber, hermano, que, aunque las fiestas de Dios se pasaron cuanto a la historia, pero no se pasaron cuanto a la virtud... Siempre dura la virtud de la pasión hasta que el mundo se acabe" (Ser 27, 9ss). Recordamos los misterios haciendo "memoria" efectiva y afectiva.

 

      El caminar cristino ya tiene sentido pascual, gracias a las celebraciones litúrgicas que hacen presente al Señor resucitado: "Ya Él ha tomado la posesión por todos; allá nos está esperando... Él pagó nuestras deudas... Grandes prendas de amor nos ha dado" (Ser 82,414ss). Los actos de culto (oración y sacrificio) son el reconocimiento de la supremacía de Dios. Se reconoce a Dios como fuente de todo, en el plano de la creación y de la redención obrada por Cristo. "Adorad, pues, a este Señor con reverencia profunda como a principio de vuestro ser" (AF cap. 64, 6526ss).

 

      Este culto litúrgico tiene lugar especialmente en la celebración eucarística, donde, por medio de Cristo, mostramos "reverencia y amor como verdaderos hijos de Dios, que tenemos mucho acatamiento a nuestro Padre" (Ser 41, 896ss). En toda celebración litúrgica ha de haber la actitud contemplativa, que significa el "silencio" admirativo de los misterio de Dios. Sin este silencio, no habría buena celebración cristiana. "Este silencio es honra muy propia de Dios, porque es confesión que se le deben tales alabanzas, que son inefables a toda criatura" (AF cap. 31, 3277ss). Los verdaderos adoradores reconocen al Dios tres veces "Santo" (cfr. Is 6,3) y "confiesan con el silencio que es el Señor mayor de lo que pueden entender ni decir" (ibídem, 3284ss).

 

      La celebración litúrgica se manifiesta en todo su esplendor cuando se trata del sacrificio de Cristo, presente en la Eucaristía. Efectivamente, la Eucaristía es "representación de Jesucristo crucificado" (Ser 47, 153s). "En la primera venida padeció y fue sepultado; y aquí se llama ser sacrificado en la misa, porque es representación de su sagrada pasión" (Ser 55, 241ss). Se llama "memoria" porque en ella se actualiza lo que Cristo hizo el Jueves Santo (Memorial II, n.79), "para que la Iglesia tenga sacrifico precioso que ofrecer al Eterno Padre" (ibídem, n.81, 3153s). Es "memoria" a modo de "retablo en que puso (Dios) todas sus maravillas, en que está debujado su encarnación, su nacimiento y su pasión, y todas las obras pasadas que ha hecho dignas de memoria" (Ser 41, 236ss).[3]

 

      En la Eucaristía se hacen presentes los misterios del Señor: "Encerró Dios en ese Sacramento santísimo todas sus maravillas pasadas... Pues aquí en el Sacramento hallaréis todo eso que ha ya tantos años que pasó; pues ésa es la virtud que tiene este santísimo Sacramento, como la que tenía el maná que cayó del cielo" (Ser 41, 215ss).

 

      La celebración litúrgica no puede reducirse a solos signos externos, sino que debe comprometer toda la persona. "Y ofreciéndote a ti de esta manera, haces al Señor más señalados servicios en este que si mil mundos le dieses" (Ser 43, 677ss). Entonces el sacrificio de Cristo se prolonga en el creyente, quien "él mismo se ofrece a Dios en recompensa de que el mismo Dios se da a él" (ibídem, 693ss).

 

      La participación en el misterio redentor, presente en la Eucaristía, es la clave para valorar al Maestro Ávila como apóstol de la comunión frecuente e incluso diaria: "Comer de este Pan celestial o cada día o poco menos de cada día" (Ser 55, 815s), porque "así lo aconsejaron los santos" (Ser 58, 456s). Alude a las enseñanzas de San Agustín y San Jerónimo, quienes preguntados sobre "si es bueno comulgar cada día, responden que pluguiese a Dios que cada día hubiese aparejo para ello" (Plática 12, 19ss).[4]

 

      Toda la vida cristiana es un acto de culto, como oblación que se une a la oblación sacerdotal de Cristo. "A los cristianos hízolos sacerdotes en el espíritu... así todo cristiano tiene poder para en el altar de su corazón sacrificar a Dios" (Juan I; 16ª, 4756ss). Comentado el texto de San Pedro sobre el pueblo sacerdotal (cfr. 1Pe 2,9), presenta la vida cristiana como una oblación unida a la del Señor (cfr. Ser 73, 4ss; Carta 11, 249ss). Esta oblación es más valiosa que otras obras externas, porque es oblación de sí mismo: "Y ofreciéndote a ti de esta manera, haces al Señor más señalados servicios en esto que si mil mundos le dieses" (Ser 43, 680ss).

 

2. La predicación durante el año litúrgico

 

      Una de las características de la figura del Maestro Ávila es la de predicador evangélico. Sus discípulos y dirigidos se alimentaban de sus sermones, que tenían lugar especialmente con ocasión de las grandes fiestas litúrgicas[5]. Los biógrafos llaman al Maestro Ávila "predicador apostólico" o también predicador evangélico. Su estilo es eminentemente paulino (en cuanto a los contenidos y en cuanto al celo apostólico). Predicaba en templos, conventos, plazas y calles, según el género más adecuado del momento: homilías, conferencias o pláticas, catequesis.[6]

 

      La predicación siembre gira en torno al Misterio de Cristo, celebrado durante el año litúrgico, dando más espacio a las celebraciones del Corpus Christi (Eucaristía) y de Pentecostés (Espíritu Santo). Se adaptaba al pueblo sencillo, sin dejar de usar fórmulas teológicas tradicionales, explicándolas con sus contenidos bíblicos, patrísticos y magisteriales.

 

      Se puede seguir, al filo de sus sermones, todos los tiempos fuertes de la liturgia: adviento, Navidad, Epifanía, cuaresma, Pascua (pasión y resurrección), Pentecostés, Ascensión, Corpus Christi. Paralelamente, sigue también las fiestas marianas y de algunos santos. Van apareciendo los temas clásicos del mensaje cristiano (fe, sacramentos, moral, oración), a la luz de la Encarnación (en torno a la Navidad) y de la redención (en torno a la Pascua). Los temas más sistemáticamente explicados son los de la Eucaristía, el Espíritu Santo y la Santísima Virgen. Pero sus lecciones bíblicas, sobre la carta a los Gálatas y sobre la primera carta de San Juan, ofrecen los principales contenidos evangélicos. El hecho de partir de la palabra de Dios y de los textos litúrgicos de la fiesta que se celebra, prestan al texto un gran equilibrio entre la acción de la gracia (misericordia divina) y la cooperación y dignidad humana.[7]

 

      La fundamentación es eminentemente bíblica, con reflexiones teológicas en el momento oportuno, con una dicción literaria excelente, máxima claridad en la exposición, adaptación al auditorio. El texto se dirige al hombre concreto, en su situación histórica, cultural y sociológica. El Maestro muestra gran respeto y aprecio hacia los oyentes, mientras, al mismo tiempo, les llama a la conversión o cambio radical de vida, para poder participar en el Misterio de Cristo. Invita a recibir el perdón y a entregarse generosamente al camino de la perfección. "La palabra dicha en el púlpito, que no revuelve al malo los humores, no se dice como palabra de Dios ni se recibe como palabra de Dios" (Ser 28, 409ss).[8]

 

      En el siglo XVI, tiempo de "renacimiento", supo aplicar los contenidos de la fe a las situaciones de la época. Afloran las situaciones históricas y sociológicas, con realismo y confianza, denunciando y alentando. Era como "una red barredera, porque iba dando avisos a todo género de personas"[9]. Según afirma él mismo, "el verdadero predicador, de tal manera tiene de tratar su palabra de Dios y sus negocios, que principalmente pretenda la gloria de Dios. Porque si anda a contentar los hombres, no acabará; sino que a cada paso trocará el Evangelio y le dará contrarios sentidos o enseñará doctrina contraria a la voluntad de Dios: hará que diga Dios lo que no quiso decir" (Gálatas, n.8, 388ss; cfr. n.45).

 

      Puesto que la palabra que se anuncia, "palabra de Cristo es" (Ser 28, 376; cfr. Ser 80, 56ss), se necesita la preparación adecuada del predicador. Sus disposiciones personales se resumen en la santidad de vida, puesto que "anuncia" un mensaje divino como los "ángeles". Por esto, predicar "es oficio de ángeles" (Plática 4ª, 17): "El sacerdote, el predicador, ángel, quia angelus signifcat nuntius, y el predicador es mensajero de Dios y háblaos de Dios por su boca. Somos mensajeros de Dios, aposentadores de la persona real" (Ser 2, 35ss; cfr. Mal 2,7; ver también: Ser 4, 53ss; Ser 5 -2-, 255ss).[10]

 

      La llamada a la conversión y renovación (personal y social) es exigida y se hace posible por el amor de Dios, manifestado por medio de su Hijo Jesucristo. Por esto, puede detallar y denunciar los abusos, invitando a recibir el perdón y a decidirse a un camino de santidad. La predicación es siempre una referencia explícita a Jesucristo, como si el evangelio aconteciera de nuevo.

 

      El mensaje evangélico tiene el tono de derivar del amor de Cristo presente, que sigue pasando, hablando, llamando. Esta actualización del mensaje y de la misma presencia del Señor, tiene lugar especialmente al celebrar los misterios en las diversas fiestas del año litúrgico. El predicador ofrece la Palabra de Dios, glosada en el momento actual, hecho realidad especialmente por medio de los sacramentos y celebraciones eclesiales. Por esto llama a la santidad o perfección como exigencia del bautismo y de la Eucaristía. El mejor regalo que Dios puede hacer a una comunidad eclesial es la de un buen predicador: "Que un predicador acierte a ver, quiero decir a conocer lo que cumple, merced grande es que hace al pueblo" (Ser 18, 11ss). "Los que predican reformación de Iglesia, por predicación e imitación de Cristo crucificado lo han de hacer y pretender" (Plática 4ª, 26ss; pone el ejemplo de Santo Domingo y San Francisco).

 

      La forma dialogal de los sermones favorecía la participación activa, por parte de los oyentes, en las celebraciones que tenían lugar. Aunque el sermón llegara a durar, alguna veces, de dos a tres horas, ello no impedía la gran afluencia de público y la aceptación general[11]. Al Maestro le importaba especialmente exponer con claridad el mensaje evangélico: "Que un predicador acierte a ver, quiero decir a conocer lo que cumple, merced grande es que hace al pueblo" (Ser 18, 11ss). De este modo, subía al púlpito "templado", es decir, "con una muy viva hambre y deseo de ganar con aquel sermón alguna ánima para Cristo".[12]

 

3. La dinámica del año litúrgico como exigencia de santidad y vida cristiana

 

      En las diversas fiestas del año litúrgico, el bautizado queda invitado a santificarse, dando culto a Dios. Toda fiesta litúrgica tiene sentido de celebración del culto, de práctica de la caridad, de descanso y de vida familiar: "Debía el cristiano de emplear los días de fiesta en que Dios fuese alabado, en descuidarse de sus negocios y de sus intereses y acordarse de los negocios y de los intereses de Dios, en que aquellos días fueses todos de Dios para gloria suya y para el alabanza suya... a usar de obras de misericordia y a tener particular cuenta con los beneficios de Dios" (Gálatas, n.37, 2138ss).

 

      Todo bautizado es llamado a vivir el misterio pascual celebrado en los sacramentos y en todo el año litúrgico: "Yo me acordaré de ti, Señor... que fuiste bautizado en el Jordán para dar fuerza a mi bautismo, mediante el cual fui engendrado en el Espíritu Santo y admitido a la compañía de la Iglesia santa, católica, y tenido por hijo tuyo" (Ser 49, 373ss).

 

      Los sermones sobre el adviento, se glosan los textos litúrgicos para preparar la Navidad. La venida de Señor se prepara con deseos ardientes que conduzcan a un cambio de vida. "Este tiempo de Adviento tiempo santo es, instituido para aparejarse el hombre, para aposentar a Dios" (Ser 3, 53ss). Es el tiempo de "aparejar posada a nuestro Señor y de saberlo tratar" (Carta 87, 1ss).

 

      Se recuerdan las tres venidas del Señor, armónicamente entrelazadas: la venida como Mesías, la venida como juez al final de los tiempos y la venida en la actualidad. La venida celebrativa de la actualidad litúrgica muestra a "Cristo tan manso, tan sin majestad, estimado el postrero de los hombres" (Ser 1 -1-, 224ss). Recordando las tres venidas, el creyente se estimula a recibir a Cristo presente en el prójimo necesitado (ibídem., 523ss).

 

      El adviento es tiempo propicio para instar a la santificación personal y a la renovación de las comunidades. Es la renovación que pedían los profetas y, especialmente, San Juan Bautista (cfr. Ser 2,1ss). El adviento ofrece una oportunidad de examen de conciencia sobre la propia vida: "Mirad vuestra conciencia; pagá lo que debéis; perdoná las injurias; salí de vuestros pecados y no me quede nadie que no se confiese y comulgue para recebir al Niño que ha de nacer, que representa la Iglesia que nace" (Ser 1 -1-, 759ss).[13]

 

      La preparación inmediata a la Navidad la resume en la actitud de ofrecer "posada" al Señor por medio de la práctica de la caridad: "No diga nadie: «No quiero este huésped»; que con solo venir paga bien la posada" (Ser 2, 266ss). Es el mismo Dios que pide posada: "¿Qué cosa es ver a Dios a la puerta de una ánima, llamando y rogando que le dé posada para bien de ella?" (Carta 87, 9ss). Adviento es tiempo de "deseos" de renovación (cfr. Carta 43). El Señor es el "Deseado" de todas las gentes (cfr. Ag 2,8); por esto, hay que "abrirle el seno de muestro deseo" (Carta 42, 106ss).

 

      La celebración de la Navidad se centra en el misterio de la Encarnación de Hijo de Dios. Al describir el misterio de Dios hecho hombre, el Maestro Ávila hace hincapié en las manifestaciones de pobreza, como cercanía a la humanidad doliente. Es, según los textos avilistas, la "Pascua" de Navidad (cfr. Ser 2, 64ss). Celebramos "el Niño nacido por muestro bien... Mientras este Niño más padece, más nos roba el corazón para le amar... ¿Quién constriñó a Dios a hacerse hombre? No otro sino el amor" (Carta 61, 1ss).

 

      Se invita al creyente a "aparejar" el corazón "para el Niño que ha de nacer, sin tener cosa propia, en las ánimas que lo quieren recebir. Extranjero viene y en mucha pobreza" (Carta 115, 2ss). "¿No ve vuestra señoría cuán proprio viene a nacer para conformare con los pequeños?" (Carta 134, 5ss). En el contexto navideño, todo invita a confianza, perdón y renovación: "Es hoy día de las misericordias de Dios y que rebosa de alegría y de confianza para los pecadores" (Ser 4, 255ss; cfr. ibídem, 505ss). La Navidad sigue aconteciendo: "Esta fiesta, hermano, de nacer Dios y hacerse chiquito por amor de los hombres, por vos se hace; alma, vos sois la dama, por vos se hacen estas justas, porque el hombre se remedie y se salve" (Ser 5 -2-, 50ss).

 

      El misterio de Dios humanado se inserta en nuestras circunstancias humanas: "Bajarse Dios a hacerse hombre, y después de humanado, nacer en un establo y estar llorando, puesto en un pesebre"... (Ser 2, 91ss). Por la fe se descubre a Dios hecho hombre, escondido en los detalles pobres de Belén (cfr. Ser 5-2-, 295ss; Ser 36, 1865ss). Es, pues, tiempo para afianzarse en la bondad divina, pasando del conocimiento propia a la confianza y a la entrega: "Establo soy, supla vuestra misericordia lo que en mí falta, provea lo que yo no tengo" (Ser 2, 622ss).

 

      El camino de la perfección cristiana se plasma en las circunstancias del nacimiento de Cristo en Belén (cfr. Ser 3, 46ss). Navidad es una llamada a las virtudes de la fe, la humildad, la confianza, el amor, el recogimiento, la pobreza... "¿Cómo contempláis la blandura de Dios, si sois áspero y duro para vuestros prójimo? ¿Cómo contempláis a Jesucristo nacido en Betlem, en un portal tan pobre, etc., si no tenéis paciencia para sufrir vuestra pobreza y las necesidades que se os ofrecen, y si deseáis en vuestro corazón ser rico?" (ibídem, 104ss). "Ea, pues, que a buscarnos viene este Niño, duélanos de nuestros pecados... pasemos hambre con él... obedezcamos a su voz" (ibídem, 735ss; cfr. Ser 5 -1-, 276ss).[14]

 

      La "manifestación" de Cristo a todos los pueblos se celebra en la Epifanía. Con la figura de los Magos se quiere expresar la búsqueda de Dios que se encuentra en todo corazón humano: "El mayor de los negocios del hombre es buscar a Dios,y de tal manera, que lo halle" (Ser 5 -1-, 1s). Buscar se salir de sí, como hizo Abraham: "El hombre que sale de su propia voluntad y de sus deleites y placeres, ese tal sale de su tierra y hallará a Dios" (Ser 5 -1-, 167ss; cfr. Gen 12).

 

      La Epifanía completa la Navidad, haciendo ver las títulos de Cristo recién nacido: Rey, admirable, consejero, fuerte, padre del mundo futuro, príncipe de la paz... (cfr. Ser 5 -1-, 54ss; comenta Is 9,6). Los detalles que se desprenden de los textos bíblicos y litúrgicos, indican los contenidos de la fe y de toda la vida cristiana. La "estrella de la fe" guía a los Magos y a nosotros al encuentro con Cristo: "Qué perdido anda el que busca a Cristo sin la estrella de la fe. En lo pobre y más olvidado del mundo está Cristo" (Ser 5 -1-, 248ss; comenta 1Cor 1,27). Cuando la estrella se oculta, como ocurrió en el camino de los Magos, hay que vivir más de la fe (cfr. Ser 5 -2-, 284ss). En encuentro con Cristo se traduce en "dones", es decir, en el sacrificio de sí mismo. "¿Habemos de parecer delante de él sin dones? No hay ninguno que no tenga que ofrecer, pues a sí mesmo se puede todo quemar en holocausto... El amor en las obras es el meollo, el tétano" (ibídem, 277ss).[15]

 

      En el camino hacia Cristo, la estrella simboliza a María: "¡Benditos hombres que con tal Estrella encontráis, mejor que la que os ha guiado hasta aquí! Aquella grande y chica, grande en los ojos de Dios y chica en los suyos" (Ser 5 -2-, 338ss). A Cristo se le encuentra con María: "Tómalo la Virgen en sus manos y múestraselo. En viendo los Reyes al Niño, alumbróles los corazones, y dales a entender que aquél era el Mesías. Derríbanse en el suelo" (ibídem, 349).

 

      La Navidad y Epifanía recuerdan a la Iglesia la actitud de María, de recibir y transmitir a Cristo (cfr. Ser 3, 46ss). Se imita a María en la actitud de silencio y en el compartir la pobreza del Señor: pañales, pesebre, portal.  María invita a visitar al Señor: "Prostraros delante del Niño y de la Virgen bendita, y besarle los pies y ofrecerle alguna cosa: rezarle algún rosario o pensar alguna cosa devota" (Ser 4, 303ss). La Virgen "nos lo dio niño, puesto en un pesebre, manso y humilde, para que ninguno que quisiera ser remediado, tema de llegarse a Él" (Ser 68, 230ss).

 

      La Iglesia, al celebrar la Navidad, imita las actitudes y vivencias de María: "Paraos a pensar cuán cuidadosa y alegre andaba la Virgen en estos ocho días (antes de Navidad), qué cuidados traía en su corazón, no como los vuestros... Por eso vuestro oficio ha de ser estos ocho días en disponeros. Jesucristo ha de nacer en mi alma, ¿qué aparejo haré, cómo lo aderezaré, para desque venga la halle bien aparejada?" (Ser 2, 61ss; cfr. Ser 4, 592ss). La fe de María era mayor que la de Abraham y de la de los Magos: "Primero que todos ellos lo adoró la Virgen, para dar a entender que si Abraham se dice padre de creyentes, más razón hay para que la Virgen se llame madre de fe. ¡Oh qué honrada está con este Niño, viendo a los reyes darle oro, encienso y mirra!" (Ser 5 -2-, 26ss).

 

      El tiempo litúrgico de cuaresma se, para la comunidad eclesial, camino de Pascua. Es camino de oración, penitencia, celebración sacramental y caridad (limosna). "La penitencia obra es de Dios y no del hombre" (Ser 7, 25s)[16]. El miércoles de ceniza es el inicio del tiempo cuaresmal, caracterizado por la penitencia, con el acento en el perdón de los pecados y la confianza en la misericordia divina: "¿Por qué me ponen ceniza? Porque no puedes hacer penitencia si eres fantástico, elevado y altivoso... Y porque te abajes, aunque seas rey, o emperador, o papa, y te conozcas por pobre y miserable necesitado de las limosnas de Dios, memento homo" (Ser 7, 193ss).

 

      Al explicar los textos litúrgicos de los diversos domingos de cuaresma, el Maestro Ávila va describiendo el camino espiritual a la luz del bautismo y de la Pascua: luchar contra las tentaciones (Ser 9), vencer a Dios con la oración (Ser 10), pedir el agua viva como la samaritana (Ser 11), vivir el sentido del evangelio sobre la multiplicación de los panes (Eucaristía, Palabra, limosna) (Ser 12), la luz de la fe (Ser 13), la nueva vida a la luz del llanto de Jesús y de la resurrección de Lázaro (Ser 14), el Buen Pastor que da la vida (Ser 15), etc. El camino de la cuaresma queda iluminado por la vida de Cristo, como camino hacia la cruz.

 

      El camino cuaresmal tiene significado cristológico. Tomando el símbolo de la ceniza, afirma: "Acuérdate, hombre, que eres ceniza, dice Dios; acuérdate del pecado que te consumió y fuego que te tornó ceniza; acuérdate que, para remediar esos males, hizo Dios por ti lo que hizo; para remediar esto vino Dios, y Él mismo fue abrasado de amor y, hecho cenizado (sic), fue trabajado, sudó, cansó, fue perseguido y afrentado, crucificado por ti... Crucifican a Cristo, y después la ceniza que da aprovecha para que con agua viva la esparzamos" (Ser 7, 339ss; cfr. Num 19,1-22: las cenizas de la vaca roja).

 

      "Acordarse" de Cristo, equivale a una actitud de penitencia  por unirse a sus padecimientos en la pasión. "Acuérdate de él con la penitencia, y tendrás parte en lo que Él padeció y ganó; porque no por otro canal ha de venir a ti el fruto de su pasión, sino mediante el acordarte de ella y el hacer penitencia" (Ser 42, 41ss). La penitencia cuaresmal no es el objetivo final, sino el medio para participar en el misterio redentor de Cristo: "Por eso la santa Iglesia nos da esta Cuaresma de término para deshacer con penitencia los malos tratos que entre año hemos hecho... para que así, quitados los pecados de en medio, vengamos a tomar parte de las penas que nuestro Señor pasó" (Carta 13, 65ss).

 

      Se llama a la conversión para participar de la misma vida de Cristo, "pues no puede haber perdón de pecados sin que se dé la gracia" (AF cap. 44, 4495s). Por esto, "el primer paso que el ánima ha de dar allegándose a Dios, ha he ser la penitencia de sus pecados" (AF cap. 71, 7360s).

 

      El año litúrgico camina hacia la Pascua, para celebrar la resurrección del Señor y los frutos de la misma en nosotros. Felicitar la Pascua tiene este sentido cristológico: "El Cordero que murió por sus ovejas y resucitó para bien de ellas, os de muy buenas Pascuas y os haga muy conforme a su santa voluntad, pues para esto os llama a su servicio" (Carta 126, 1ss).

 

      En los sermones avilistas sobre la Pascua, se describen las diversas apariciones del Señor, buscando su significado también para nosotros. Subraya la aparición en el camino de Emaús a dos discípulos (cfr. Ser 16) y la del Cenáculo a todos los Apóstoles (cfr. Ser 17). Cristo, en la aparición como peregrino, quiere indicar su cercanía con signos de pobreza como durante su vida pública (cfr. Ser 16, 46ss); en la aparición a los Apóstoles, quiere indicar el significado salvífico de sus llagas (ahora gloriosas) (cfr. ibídem, 90ss) y la glorificación de su mismo cuerpo (cfr. ibídem, 202ss). No deja de aludir a las otras apariciones narradas por los evangelios (cfr. 16, 213ss y Ser 17). "En el sepulcro entró muerto y salió vivo, sin que los lazos de la muerte lo pudiesen tener" (Ser 43, 99s).

 

      La liturgia pascual celebra el misterio de Cristo resucitado, invitando a creer y a adoptar una actitud de esperanza y una decisión de santidad. Se invita a repetir la profesión de fe de Santo Tomás: "Viendo la humanidad, creeré la divinidad" (Ser 17, 23). Jesús "resucitó por nuestra justificación" (Rom 4,25; cfr. Ser 55, 1047s).

 

      Las celebraciones pascuales tienen lugar especialmente en el momento eucarístico, donde cada creyente puede recibir los frutos de la redención: "Este Señor que has recebido venció a la muerte para ti y para Él; y pues te has arrimado a Él, Él te sacará a nado de este mar donde quieres entrar" (Ser 43, 108ss). De la resurrección de Cristo se seguirá la nuestra al final de los tiempos (cfr. Ser 43, 108ss), cuando "darnos ha cuerpo semejante al suyo, semejante a su claridad, semejante al suyo glorificado" (Ser 26, 603s). Efectivamente, gracias a su resurrección, también nosotros resucitaremos con él: "Nos ha el Señor de resucitar para vivir una vida que nunca más muerta" (AF cap. 22, 2169s).

 

      La venida del Espíritu Santo es fruto de la muerte y resurrección de Cristo (cfr. Ser 32, 451ss). Los seis sermones dedicados a Pentecostés presentan, pues, el fruto salvífico de la muerte, resurrección y ascensión del Señor. Es la "Pascua" del Señor, quien comunica a los suyos los frutos de la redención[17]. No nos aprovecharía la redención realizada por el Señor, si no recibiéramos el Espíritu Santo: "Este día (Pentecostés) es tan grande, de tanta dignidad, que quien en él no tiene parte, no la tiene en ningún otro día de Jesucristo; ya que la muerte de Jesucristo ganó perdón de pecados; pero sin la gracia que hoy se da, no te aprovecha nada... Si la recibes, Jesucristo quedará muy bien pagado de todo cuanto pasó en este mundo" (Ser 32, 451ss).

 

      No es una fiesta sólo para recordar, sino que vuelve a acontecer la efusión del Espíritu en la Iglesia: "¡Qué lindo día y casamiento tan hermoso! Hoy salva Dios al mundo por el Espíritu Santo. Pues ¿por qué se dice Jesucristo Salvador? Ansí es, que lo es, que por sus ruegos vino el Espíritu Santo a los hombres" (Ser 31, 242ss).

 

      Pero estas celebraciones pascuales y pentecostales son una exigencia de santidad: "Hoy baja la luz a los hombres, hoy baja la misma persona del Dios, el Espíritu Santo, y entra en los corazones de los hombres... Hoy salva Dios al mundo por el Espíritu Santo" (Ser 31, 242ss). El Espíritu viene según la preparación y según los deseos que se tengan sobre su venida: "Y pues ves, hermano, que por los merecimientos de Jesucristo se da el Espíritu Santo, no ceses de pedirlo, no dejes de desearlo con gran deseo, sintiendo de Él que vendrá a tu ánima... apareja tu posada... y todos estemos con verdadera confianza, que por su misericordia vendrá en fuego de amor, fortalecerá nuestros corazones y darnos ha sus dones" (Ser 27, 509ss).

 

      El Maestro une a la fiesta de Pentecostés la memoria del Cenáculo: "Mira a la benditísima Virgen y a los Apóstoles recogidos en el cenáculo" (Ser 27, 333ss; cfr. Act 1,14). Al celebrar este misterio, nos acordamos de que María sigue presente en la Iglesia e intercediendo por nosotros: "Por grande misterio tengo quedar la Madre de Dios entre los Apóstoles, así después de la pasión como después de la ascensión... abogada tienes en la Virgen María... Ten por averiguado que si vas a la Madre de Dios, que si te encomiendas a ella, vendrás con consuelo y alivio de toda cuanta pena tuvieres" (Ser 32, 492ss).

 

      Otras fiestas del año litúrgicovan apareciendo en los escritos avilistas, especialmente en los sermones dedicados al Corpus Christi, a la Asunción de María (y otras fiestas marianas) y a algunos santos.

 

      Casi todos los veintisiete sermones avilistas dedicados a la eucaristía, fueron predicados durante las fiestas del Corpus Christi. Los "regocijos de fuera", que hacían "rebosar... las anchuras de las calles y plazas", tienen como objetivo principal proclamar "nuestra fe que este es nuestro Señor, Rey, Redemptor, Esperanza y Medianero; Criador nuestro, por ser Dios; camino para pasar a gozar de El, por ser hombre" (Ser 35, 279ss). El Maestro aprovechaba esos días para la catequesis y para invitar a una participación más activa y consciente en la celebración eucarística y a la puesta en práctica del mandato del amor (cfr. Ser 36, 284ss). Participar en la fiesta equivalía a participar en la misma vida de Cristo. Sugirió al concilio de Trento, que hubiera "cada día sermón" durante todo el "octavario", para poder exponer más ampliamente la doctrina eucarística (Memorial II, n. 80).[18]

 

      La fiesta mariana más explicada en los sermones avilistas es la Asunción. Le dedica cuatro sermones (Ser nn. 69, 70-72), en los puede encontrarse toda la doctrina mariana y especialmente el significado del misterio de la Asunción. Su glorificación en cuerpo y alma es fruto de la redención del Señor y de haber estado asociada íntimamente a él. En otros sermones se explican las fiestas marianas de la natividad (Ser 60-62), la presentación en el templo (Ser 63), la purificación de Nuestra Señora (Ser 64), la Anunciación (Ser 65), la visitación (Ser 66), la soledad o Dolorosa (Ser 67), la Virgen de las Nieves (Ser 68). A veces se hace referencia especial al nombre de María (Ser 65 -2-, 292ss).[19]

 

      También la predicación del Maestro Ávila tenía lugar en las fiestas de los santos, ofreciendo una síntesis del santo, a la luz de la misma celebración litúrgica, especialmente a partir de los textos bíblicos. Hay sermones en las siguientes fiestas: San Nicolás (Ser 73), Santos Fabián y Sebastián (Ser 74), San José (Ser 75), Santa María Magdalena (Ser 76), San Mateo (Ser 77), San Francisco de Asís (Ser 78), Todos los Santos (Ser 79), Santa Catalina (Ser 80) y Santos Evangelistas (Ser 81). El sermón dedicado a San José (19 de marzo) es uno de los más largos. Comenta 1,18 (María, Madre de Jesús, desposada con José); la fiesta redunda en alabanza del Señor y de su madre: "Así todo lo que se dijere en alabanza del santo Josef resulta en honra de Jesucristo nuestro Señor, que lo honró con nombre de padre, y de la Virgen Santa María, de la cual fue verdadero y castísimo esposo" (Ser 75, 26ss).[20]

 

A modo de conclusión

 

      Los sermones avilistas, tenidos durante el año litúrgico, son una fuerte invitación a la santidad y la misión como exigencia de la caridad que dimana del misterio pascual. La referencia a los misterios del Señor (desde la encarnación hasta la ascensión) es continua. Se pueden ir viviendo los momentos fuertes del año litúrgico a través de los sermones y del epistolario del Maestro Ávila: Adviento, Navidad, Epifanía, cuaresma, Pascua, Pentecostés, Corpus, fiestas marianas y de los santos. El domingo "es diputado al pensamiento de la resurrección y la gloria que en el cielo poseen los que allá están" (AF cap. 72, 7463ss).



    [1]Sobre la liturgica: M. BRUNSÓ, El espíritu litúrgico del P. Mtro. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 169-197. Sobre la predicación: R.M. HORNEDO, El estilo coloquial del Beato Ávila: Razón y Fe n.868 (1970) 513-524; A. HUERGA, El ministerio de la palabra en el B. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 93-147; L. MORALES OLIVER, El Beato Maestro Juan de Ávila y el estilo de la predicación cristiana: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 19-27; J.A. MUNITIZ, La oratoria del Bto. Ávila y los clásicos: Humanidades n.21 (1928); L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) 274-289 (El Maestro Ávila, predicador). Para otros temas avilistas, con bibliografía para los temas principales, ver: Diccionario de San Juan de Ávila (Burgos, Monte Carmelo, 1999).

    [2]Citamos los textos avilistas según: L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Obras completas del Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970-1971). Citamos los sermones con la sigla Ser (indicando el número del sermón y las líneas). Otras citas son fáciles de discernir: AF ("Audi Filia"), Juan (comentario a la primera carta de San Juan), Gálatas (comentario a la carta a los Gálatas), Memorial (Memoriales al concilio de Trento), Vida (la biografía de Fr. Luís de Granada o de Luís Muñoz, según los casos), etc.

    [3]Cuando celebramos esta "memoria", el Señor hace presente su sacrificio redentor (cfr. Ser 38, 5s). Allí se hace presente "lo que Cristo padeció por vosotros. De manera que es el Sacramento un retablo de toda la vida pasada de Jesucristo" (ibídem, 681ss). El cuerpo y la sangre de Cristo, presentes en la Eucaristía, son, pues, "memoria de aquella sagrada pasión" (Ser 51, 498). En la Misa se sigue "representando y significando muy en particular la muerte del Señor" (Ser 57, 121ss; cfr. Cartas 6 y 8).

    [4]L. AGUIRRE, El Bto. Juan de Ávila, paladín de la Eucaristía: Verdad y Vida 2 (1944) 422-436; M. BRUNSÓ, El Padre Ávila y la Eucaristía: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 29-56; J.M. CARDA, Los efectos de la Eucaristía en los escritos del Bto. Ávila: Rev. Española de Teología 18 (1958) 261-281; A. HUERGA, El Beato Ávila y el Maestro Valtanás: dos criterios distintos en la cuestión disputada de la comunión frecuente: La Ciencia Tomista 84 (1957) 425-457.

    [5]De su predicación, se siguió un grande mejora de vida en San Juan de Dios y San Francisco de Borja. Muchos de sus discípulos, como Fr. Luís de Granada, se formaron escuchando con sencillez y generosidad los sermones avilistas. Cfr. L. GRANADA, Vida, parte 3ª, cap. IV (De la predicación de este siervo de Dios y el fruto que con ella hizo); L. MUÑOZ, Vida, lib. 1º (Vida y predicación). Cfr. A. HUERGA, El ministerio de la palabra en el B. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 93-147; L. MORALES OLIVER, El Beato Maestro Juan de Ávila y el estilo de la predicación cristiana: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 19-27.

    [6]L. Muñoz nos ha dejado unas pinceladas que describen su predicación: "No predicaba sermón sin que por muchas horas la oración le precediese" y que, como resultado de sus sermones, "iban todos las cabezas bajas, callando, compungidos". "Sus palabras, aunque fuesen de reprensión, iban envueltas en amor, caridad y celo del aprovechamiento de las almas, y así le oían con notable afecto" (Vida, lib.1º, cap.7-11 y 22). Aconsejaba a sus discípulos: "Amar mucho a nuestro Señor". Había que subir al púlpito "templado", es decir, "con una muy viva hambre y deseo de ganar con aquel sermón alguna ánima para Cristo" (L. GRANADA, Vida, parte 1ª, cap.2).

    [7]Se suelen dividir los sermones del Maestro Ávila en dos grandes apartados: ciclo temporal y ciclo santoral. El número total es de 82. El ciclo temporal (59 sermones) abarca todo el año litúrgico, resaltando al adviento, Navidad, Epifanía, cuaresma, Pascua (pasión y resurrección), Pentecostés (Espíritu Santo), Ascensión, Corpus Christi (Eucaristía). El ciclo santoral puede distribuirse en sermones en las fiestas de Nuestra Señora (14 sermones) y sermones de santos (10 sermones). Se nos han conservado sus sermones gracias a sus discípulos que los transcribían durante la predicación y luego guardaban celosamente. A veces, el Maestro había redactado un esquema amplio o también corregía el texto transcrito por los discípulos. De ahí la doble o triple redacción con ciertas variantes, tal vez por adaptación a diferentes lugares. Cfr. B. JIMÉNEZ DUQUE, El Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1988) cap. XII (catequista, predicador, escritor).

    [8]Cfr. J.A. MUNITIZ, La oratoria del Bto. Ávila y los clásicos: Humanidades (1928) n.21.

    [9]L. GRANADA, Vida, parte 3ª, cap. 5.

    [10]Así aconseja a sus discípulos predicadores: "El día antes del sermón ocuparlo en gustar lo que ha de decir, y no predicar sin estudio ni sin este día de recogimiento particular" (Carta 7, 234ss). Por medio de la oración y el estudio, los predicadores "han de tener que dar y que les quede; han de tener para sí y para los otros" (Ser 80, 109s).

    [11]Cfr. R.M. HORNEDO, El estilo coloquial del Beato Ávila: Razón y Fe n.868 (1970) 513-524.

    [12]L. GRANADA, Vida, parte 1ª, cap. 2. "Como persona de letras y ingenio que era... llevaba el sermón bien enhilado" (ibídem, parte 3ª, cap. 5).

    [13]Va instando a una preparación adecuada: "Aquel que se encerró en el vientre de la Virgen... quiere venir a cada uno de los que estáis aquí... Aparejadle, hermanos, vuestras ánimas, que quiere Dios venir a ellas" (Ser 2, 128ss).

    [14]Al hablar de la Navidad, el Maestro no puede olvidar la Eucaristía, y viceversa (cfr. Ser 41, 368ss, 568ss). En la fiesta del Corpus, invita a imitar a "los pastores, que fueron apriesa y vieron al Hijo de Dios, y trujéronlo metido espiritualmente en sus entrañas" (Ser 55, 323ss). Es también una invitación a imitar la actitud de fe de los Reyes Magos (cfr. Ser 50, 254ss).

    [15]Esos mismos contenidos aparecen en el epistolario de tiempo de epifanía (cfr. Carta 43, 12ss).

    [16]Se trata especialmente del orden moral: "Esto es ayuno: poco hablar, poco deleitar, dieta de la mala vida que has tenido todo el año, cura de las enfermedades en que caíste todo el año... Ha de ayunar hombre en todo lo malo, los ojos, pensamientos, la voluntad" (Ser 7, 249ss; sobre el miércoles de ceniza).

    [17]Cfr. P. JOBIT, Bienheureux Jean d'Avila, sermons sur le Saint Esprit, (Namur, Les écrits des Saints, 1960).

    [18]El Maestro explicaba al pueblo los datos de la institución de la fiesta, por parte de Urbano IV (Const. "Transiturus" de 1264), como fruto de una inspiración del Espíritu Santo, para "hacer maravillas" en las personas y en la sociedad, de acuerdo con "la alteza de este milagro" eucarístico (cfr. Ser 35, 210ss).

    [19]J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad sacerdotal mariana en Juan de Ávila: Estudios Marianos 35 (1970) 85-114; Idem, La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro Juan de Ávila: Anthologica Annua, 24-25 (1977-1978) 499-550A. MOLINA PRIETO, Los tres sermones asuncionistas de San Juan de Ávila, en: Virgo Liber Verbi (Roma, Marianum, 1991) 281-309; D. FERNÁNDEZ, Culto y devoción popular a María en la obra de San Juan de Ávila: Ephemerides Mariologicae 31 (1981) 79-99.

    [20]Dios quiso que "San Josef, hombre bajo según el mundo y oficial carpintero, fuese levantado a tanta honra de ser verdadero esposo de la Madre de Dios y de ser llamado padre y tomado por ayo de aquel que tiene al Eterno Padre por padre y que es criador de cielos y tierra" (Ser 75, 80ss). Se santificó en el trabajo (cfr. Advertencias necesarias para los Reyes, n. 16). En San José aparece la humildad del Verbo encarnado (cfr. Ser 65 -2-, 274s; comenta la anunciación: Lc 1,27).

       INFLUENCIA HISTORICA PERMANENTE DEL "MAESTRO" SAN JUAN DE AVILA

 

 

                                                         Juan Esquerda Bifet

                  Catedrático emérito de la Pontificia Universidad Urbaniana

 

 

 

Sumario:

 

 

Presentación

 

 

1. LAS GRANDES FIGURAS RELACIONADAS CON EL MAESTRO ÁVILA EN SU ÉPOCA

 

      San Juan de Dios, San Francisco de Borja, San Ignacio de Loyola, San Juan Bautista de la Concepción, San Juan de la Cruz, San Juan de Ribera, Santa Teresa de Ávila, Santo Tomás de Villanueva, Fray Luís de Granada, Don Pedro Guerrero, Diego Pérez de Valdivia.

 

      Familias religiosas: Hermanos Hospitalarios, Dominicos, Jesuitas, Carmelitas Franciscanos, Trinitarios.

 

 

2. INFLUENCIA EN SANTOS Y AUTORES ESPIRITUALES POSTERIORES HASTA HOY

 

      Antonio de Molina, Diego de Estella (franciscano), Bérulle (escuela francesa); escritores jesuitas: Baltasar Álvarez, Martín Gutiérrez, Antonio de Cordeses, Luís de la Palma, Luís de la Puente, Alonso Rodríguez, Pedro Rivadeneira.

 

      Santo Toribio de Mogrovejo, Autores de la Escuela Francesa, San Francisco de Sales, San Vicente de Paul, San Alfonso María de Ligorio, Santo Cura de Ars, San Antonio María Claret, Bto. José Allamano, Bto. Manuel Domingo y Sol...

 

 

3. LÍNEAS CONCLUSIVAS DEL ESTUDIO

 

 

 

Presentación:

 

      Para ser declarado Doctor de la Iglesia se necesita, además de un preclaro ejemplo de santidad, una doctrina eminente y un influjo consistente en toda la Iglesia. En pocas figuras de la historia eclesial se encuentra una exposición tan completa de toda la doctrina cristiana como en San Juan de Ávila. No hay ningún tema cristiano fundamental en el que el Maestro no pueda decir algo muy claro, profundo y frecuentemente original. Esta doctrina influyó en muchas figuras y escritos contemporáneos y posteriores.

 

      El influjo del Maestro en toda la historia posterior se ha realizado también por medio de grandes autores que conocían su doctrina y que le citan con profusión. Estos autores siguen siendo de suma actualidad. La doctrina avilista sigue llegando, todavía hoy, a todos los estamentos del pueblo de Dios.

 

 

1. LAS GRANDES FIGURAS RELACIONADAS CON EL MAESTRO ÁVILA EN SU ÉPOCA

 

A) Algunas figuras históricas

 

 

      Los grandes santos y autores espirituales de la época del Maestro Ávila se hicieron portadores de su doctrina en sus propias instituciones, con repercusión en épocas posteriores.

 

      Hay que reconocer que la mística y la vida espiritual española de los siglos XVI y XVII no sería descifrable sin la clave avilista, especialmente a partir del "Audi filia" y de su aprobación respecto a la doctrina de Santa Teresa.

 

      Algunas figuras relacionadas con el Maestro pertenecen a sus primeros tiempos de estudiante o de recién ordenado (el Maestro Domingo de Soto, Fr. Julián Garcés, Fernando de Contreras). Otras están relacionadas con él por vía de consejo espiritual o pastoral (San Juan de Dios, San Francisco de Borja, San Juan de Ribera). Otras son además grandes maestros de vida espiritual (Luís de Granada, San Pedro de Alcántara, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa, San Juan de la Cruz...). Y hay autores espirituales que son más bien de referencia (el franciscano Francisco de Osuna y el trinitario San Juan Bautista de la Concepción). Otras figuras hicieron posible su influencia en el concilio de Trento y en el sínodo de Toledo (Pedro Guerrero, Cristóbal de Rojas). Habrá que añadir la relación con las Ordenes religiosas (jesuitas, dominicos, carmelitas...), así como algunas figuras espirituales de sus discípulos (Diego Pérez de Valdivia).[1]

 

      Resumimos sólo algunas figuras más preclaras (Fr. Luís de Granada, San Juan de Dios, San Juan de Ribera, Don Pedro Guerrero, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Avila, Diego Pérez de Valdivia). Para más datos sobre estas y otras figuras, nos remitimos a: Introducción a la doctrina de San Juan de Avila (Madrid, BAC, 2000, cap. I, 1,c; II, 1,b-c).

 

      El dominico Fr. Luís de Granada fue uno de mejores amigos y discípulos del Maestro Ávila. Sería su primer biógrafo y el gran propagador de su doctrina y escritos[2]. Encontró al Maestro Ávila en Córdoba (1535), e inició desde entonces una etapa nueva de su vida, siguiendo sus consejos espirituales. El biógrafo L. Muñoz dejará constancia de que Fr. Luís iba a escuchar los sermones del Maestro Ávila, sentado humildemente en la escalerilla del púlpito (Vida, Lib. 2, cap. 8). En la "Guía de pecadores" (Lisboa 1556), Fr. Luís publicó una parte del "Audi Filia" (todavía no editado por el Maestro). Era asiduo lector de las cartas del Maestro: "Ahora mi ordinario libro, que me leen de noche cuando ceno, son las epístolas del P. Ávila"[3]. Diecinueve años después de la muerte del Maestro, escribió su primera biografía, cuando Fr. Luís estaba próximo al final de su vida terrena[4]. San Juan de Ribera, su amigo, tenía a Fra. Luís de Granada como santo, y dejó establecido que, en el colegio del Patriarca, se celebrara fiesta cuando fuera canonizado su amigo Fr. Luís. Santa Teresa se reconocía deudora espiritualmente de sus escritos.[5]

 

      San Juan de Dios(Juan Cidad) cambió de vida al escuchar un sermón de San Juan de Ávila, pronunciado en Granada, en la ermita de los mártires, el día de San Sebastián (20 de enero de 1537)[6]. El Maestro Ávila y el arzobispo Pedro Guerrero le ayudaron a fundar un hospital en Granada. El mismo Maestro Ávila, que sería su director espiritual, pidió limosna para esta finalidad caritativa. San Juan de Dios fundó los Hermanos Hospitalarios. Murió en Granada el año 1550. Las cartas avilistas (nn. 45-46 y 141) testifican la dirección espiritual por parte del Maestro y retratan a Juan de Dios como santo de la caridad. Cuando éste iba a visitar al Maestro en Montilla, se quedaba en la cruz de la entrada a la villa para hacer llegar el recado: "Díganle al gran Maestro, a mi gran padre, que aquí está aquel gran pecador, Juan de Dios, que si le da licencia le irá a ver".[7]

 

      La relación del Maestro Ávila con San Juan de Ribera aparece en el epistolario, cuando éste era obispo de Badajoz[8]. La influencia en él del Maestro Ávila fue muy grande, ya desde sus tiempos de estudiante y profesor en Salamanca (1544-1561), donde había oído hablar del Maestro con entusiasmo a su amigo Antonio Fernández de Córdoba, hijo de los marqueses de Priego. Aunque no se conservan las cartas de esas fechas, parece hubo un carteo de dirección espiritual. Le consultó sobre aceptar o no el obispado de Badajoz. Una vez situado en la diócesis, el Maestro le envío algunos discípulos para misionar por los pueblos[9]. Ya arzobispo de Valencia, conservaba los sermones manuscritos del Maestro, con anotaciones propias al margen. Tuvo muy estrecha amistad con dos grandes discípulos del Maestro Ávila: Fr. Luís de Granada (quien le dedicó la biografía avilista) y Diego Pérez de Valdivia (que dedicó al santo arzobispo el libro "Aviso de gente recogida"). Siendo obispo de Badajoz, San Juan de Ribera puedo haber influido, por medio de los escritos avilistas, en el Sínodo de Santiago de Compostela; posteriormente sería en los sínodos de Valencia.[10]

 

      El Maestro Ávila, ya residente en Montilla y enfermo, colaboró con su amigo Don Pedro Guerrero, arzobispo de Granada, escribiéndole varias cartas de contenido pastoral (la primera es de 1547) y enviándole los "Memoriales" para el concilio de Trento (1551 y 1561). El arzobispo hubiera querido llevárselo al concilio[11]. Juan de Ávila siguió colaborando posteriormente para la aplicación de las normas conciliares. Las "Advertencias" que el Maestro Ávila redactó para el sínodo de Toledo, sirvieron también para el concilio provincial de Granada; el arzobispo las había pedido al santo Maestro y éste se las remitió (cfr. Cartas 243-244, año 1565)[12].

 

      La estrecha relación que tenía el Maestro Ávila con la Compañía de Jesús, se concretó también en un gran aprecio por parte de San Ignacio de Loyola[13]. Cuando el santo fundador ya se había establecido en Roma, el Maestro Ávila estaba en plena actividad de misiones populares e institución de centros educacionales, y había entablado buenas relaciones con Francisco de Borja, entonces Marqués de Lombay y Duque de Gandía (futuro sucesor de San Ignacio), con ocasión de las honras fúnebres por la emperatriz Isabel (Granada, 1939). Un número considerable de discípulos del Maestro Ávila (unos treinta) pasaron a la Compañía[14]. Durante su retiro en Montilla, el Maestro dirigía pláticas a los Padres y novicios jesuitas. El epistolario entre Ignacio de Loyola y San Juan de Ávila refleja una gran veneración mutua[15].

 

      San Ignacio deseaba que el Maestro entrara en la Compañía: "Quisiera el santo Maestro Ávila venirse con nosotros, que le trujéramos en hombros, como el Arca del Testamento, por ser el archivo de la Sagrada Escritura, que si ésta se perdiere, él solo la restituiría a la Iglesia"[16]. San Juan de Ávila presentó sus excusas al P. Nadal[17]. Después de la muerte del santo fundador, el Maestro Ávila conservó siempre un gran aprecio hacia él y hacia su obra; escribía a su sucesor el P. Diego Laínez: "Tenemos los ojos puestos en esta santa Compañía, como señal y prenda de la benevolencia que Dios nos tiene... Y, si no me engaño, el intento del fundador de ella, que está en gloria, fue tener gente imitadora de apóstoles y que no excediese en mucho el número de ellos" (Carta 191, 10ss, 40ss).[18]

 

      No le tocó en suerte al Maestro Ávila tratar personalmente, de visu, a Santa Teresa de Jesús. Pero hubo un encuentro epistolar de suma importancia para la mística española[19]. La consulta al Maestro sobre sus experiencias, así como la respuesta, son de 1568, un año antes de la muerte del Maestro. El deseo de consulta es anterior[20], pero fue en el año 1568 cuando la santa tuvo la oportunidad de hacer llegar su manuscrito al Maestro por medio de Doña Luísa de la Cerda[21]. Las dos cartas del Maestro (2 de abril y 12 de septiembre de 1568), escritas en Montilla, alaban el modo de obrar de la santa peregrina (sus viajes fundacionales) y le dan orientación certera sobre sus experiencias místicas, prometiendo enviarle unas notas más amplias posteriormente[22]. En la carta segunda (12 de septiembre), después de excusarse humildemente por no sentirse "suficiente para juzgar las cosas de él (del libro de la vida)", ofrece una síntesis magistral sobre ese caso tan singular; la carta avilista ha sido calificada como de llave de oro de la mística española del siglo XVI[23]. Al Maestro le convenció la línea de amor y de humildad de los escritos de la santa.

 

      A la muerte del Maestro (un año después de la consulta), exclamó la santa: "Lo que me da pena es que pierde la Iglesia de Dios una gran columna y muchas almas un grande amparo, que tenían en él, que la mía, aun con estar tan lejos, le tenía por esta causa obligación"[24]. Ella guardó siempre un gran recuerdo de él, conoció y apreció a algunos de sus discípulos (menciona a Diego Pérez en carta de 18 de febrero de 1577) y leyó algunos textos avilistas ("serían de gran provecho los sermones", dice en carta del 24 de mayo de 1581, al P. Gracián). Muchos puntos doctrinales tienen un gran parecido, como sucede con otros místicos de la época.[25]

 

      No podemos olvidar una figura que es, al mismo tiempo, discípulo predilecto de San Juan de Ávila. Se trata de Diego Pérez de Valdivia, escritor de temas espirituales[26]. Dice L. Muñoz que "parecido en todo a su gran Maestro, a quien procuró imitar, y lo consiguió felizmente"[27]. Convivió algunos años con el Maestro, quien le corrigió de su "modo riguroso y no llano de predicar" (Carta 250, 2). Siguiendo el consejo de su Maestro, renunció al cargo de predicador de Felipe II y a todos sus cargos, para vivir evangélicamente y para "ir a tierra de infieles a predicar el evangelio, con vehemente deseo de ser mártir" (L. Muñoz, Vida, lib. 2º, cap. 12).). Con esta determinación se dirigió a Valencia, donde se relacionó con San Juan de Ribera y San Luís Beltrán. La imposibilidad de embarcar le llevó a Barcelona[28]. Siendo catedrático en la universidad y predicador, vivió pobremente y en comunidad con otros clérigos, favoreció la reforma carmelitana (escribiendo al P. Gracián). Sus escritos son los de un grande maestro de espiritualidad, abriendo caminos de contemplación y perfección, estimulando a la lectura y estudio de la Escritura, fomentado la espiritualidad mariana.[29]

 

 

B) Influencia en Órdenes religiosas

 

 

      Las figuras que acabamos de recordar, en relación con el Maestro Ávila, pertenecen a diversas escuelas y familias sacerdotales o religiosas: dominicos (Domingo de Soto, Julián Garcés, Luís de Granada), franciscanos (Francisco de Osuna, Pedro de Alcántara), carmelitas (Teresa de Jesús, Juan de la Cruz), jesuitas (Ignacio de Loyola, Francisco de Borja), trinitarios (Bautista de la Concepción), hospitalarios (Juan de Dios), diocesanos o seculares (Fernando de Contreras, Juan de Ribera, Pedro Guerrero, Diego Pérez de Valdivia). El cuadro podría ampliarse con el nombre de muchos de sus discípulos o también con otras personas de las familias religiosas o sacerdotales mencionadas, algunas de las cuales aparecen en el epistolario avilista.

 

      La influencia del Maestro Ávila fue debida a haber formado multiplicadores o propagadores de sus enseñanzas. Fueron éstos, principalmente, sus discípulos, que podrían, en cierto modo clasificarse como "escuela" no estructurada. Su relación con numerosas Órdenes religiosas (especialmente jesuitas, dominicos y carmelitas), así como su amistad con los santos de la época, fue también un elemento multiplicador a nivel intereclesial e internacional. Los numerosos discípulos que se hicieron jesuitas (unos treinta) actuaron en España, Italia, Portugal, América, India. Desde la universidad de Baeza, tuvieron gran influencia, como formadores, Bernardino de Carleval y Diego Pérez.

 

      La relación del Maestro Ávila con las Órdenes religiosas se plasmó en una cierta influencia y, al mismo tiempo, resultó un medio providencial para transmitir su herencia a nivel interdiocesano e internacional. Además de los dominicos (con Fray Luís de Granada)[30]y de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios (ambos citados anteriormente), hay que recordar principalmente a los jesuitas y carmelitas.

 

      La Compañía de Jesús se lleva la palma, si se trata, al menos, del número de jesuitas que procedían de los discípulos avilistas (unos treinta) y, sobre todo, de las grandes alabanzas tributadas por San Ignacio de Loyola. El aprecio que sentían por el Maestro, tanto San Ignacio como San Francisco de Borja, se tradujo en una valoración y divulgación de sus escritos y de su fama de santidad. Los jesuitas que habían conocido al Maestro hicieron otro tanto: Nadal, Laínez, Araoz, Estrada, Plaza, Francisco de Toledo, etc. Algunos le habían escuchado las pláticas habidas en Montilla. Y, sobre todo, fueron los discípulos que entraron en la Compañía, quienes divulgaron la figura del Maestro: Cristóbal de Mendoza (el primer discípulo que entró en la Compañía, admitido por San Ignacio en Roma, 1546), Diego de Guzmán (hijo del conde de Bailén), Antonio de Córdoba (hijo de la marquesa de Priego), Gaspar Loarte (converso y gran catequista y predicador), Francisco Gómez (teólogo y canonista, que le ayudó en la redacción de las "Advertencias para el concilio de Toledo"), Diego de Santa Cruz (que, enviado por el Maestro a Portugal, entró en la Compañía), Alonso de Barzana (misionero y catequista en Perú), Gaspar Pereira (que le asistió en su muerte y marchó como hermano jesuita al Perú), etc.

 

      Los escritos catequísticos del Maestro fueron divulgados principalmente por los jesuitas (Roma, Mesina, Florencia...). El P. Juan de la Plaza llevaría a México una buena herencia avilista, especialmente por los sermones o pláticas que le había entregado el Maestro cuando el Padre Plaza estaba en Montilla y en Córdoba, predicando al clero.[31]

 

      La relación con la Orden carmelitana renovada, como hemos resumidos más arriba, fue de suma importancia para la mística española y para garantizar la autenticidad de las gracias recibidas por Santa Teresa de Jesús. Algunos discípulos del Maestro se hicieron carmelitas de la descalcez, especialmente en Baeza y La Peñuela. El aprecio de Santa Teresa por el Maestro Ávila influyó en la divulgación de su vida y escritos. El biógrafo Luís Muñoz deja constancia de este aprecio: "La gloriosa Santa Teresa de Jesús derramó por esta muerte copiosas lágrimas... y habiendo sabido de ella la causa de su llanto, le dijeron que por qué se afligía tanto por un hombre que se iba a gozar de Dios. A esto respondió la santa: «Lo que me da pena es que pierde la Iglesia de Dios una gran columna y muchas almas un grande amparo, que tenían en él, que la mía, aun con estar tan lejos, le tenía por esta causa obligación»" (Vida, lib. 3º, cap. 24).[32]

 

 

C)Influencia en el concilio de Trento y en algunos sínodos postconciliares

 

 

      Las personas providenciales que hicieron posible la influencia del Maestro Ávila en Trento fueron Don Pedro Guerrero (arzobispo de Granada, que llevaba los "Memoriales"), Don Cristóbal de Rojas (obispo de Córdoba) y Fr. Bartolomé de los Mártires (arzobispo de Braga). Se hicieron famosos entre los padres conciliares los "papeles" de Don Pedro Guerrero. La influencia se puede constatar en los siguientes temas: figura y residencia de los obispos, catequesis, matrimonios clandestinos y, especialmente, la formación sacerdotal en los Seminarios.[33]

 

      En la sesión 23ª, durante la tercera etapa, se encuentra el can. 18 de reforma (15 de julio de 1563) que se refiere a la institución de los Seminarios. La doctrina de la ses. 23ª se refiere a la cura pastoral, a base del conocimiento de las ovejas y la dedicación de los pastores a los ministerios de la palabra, los sacramentos y la caridad, siempre con el testimonio de vida. El texto conciliar tiene muchas expresiones parecidas a la doctrina avilista. El decreto sobre los Seminarios refleja toda esta doctrina conciliar y avilista, especialmente cuando se trata de la formación teológica, pastoral y espiritual que se impartirá en ellos.[34]

 

      A la influencia del Maestro Ávila en Trento, hizo alusión Pablo VI, durante la homilía de la canonización (31 de mayo de 1970): "No pudo participar personalmente en él (en el concilio) a causa de su precaria salud; pero es suyo un Memorial, bien conocido, titulado Reformación del Estado Eclesiástico (1551) (seguido de un apéndice: Lo que se debe avisar a los Obispos), que el Arzobispo de Granada, Pedro Guerrero, hará suyo en el Concilio de Trento, con aplauso general". El Papa llega a esta conclusión: "El Concilio de Trento ha adoptado decisiones que él había preconizado mucho tiempo antes".[35]

 

      La influencia en el concilio de Toledo y en otros concilios

provinciales, fue especialmente por medio de las "Advertencias al concilio de Toledo". Este concilio provincial se celebró en los años 1565-1566, con el objetivo de aplicar los decretos tridentinos. Se trataron las cuestiones propuestas por el Maestro Ávila en las "Advertencias", preparadas con la colaboración del discípulo Lic. P. Francisco Gómez. Son especialmente cuestiones de reforma pastoral y espiritual de los obispos, sacerdotes y seglares. Hay una segunda redacción de las "Advertencias", con anotaciones jurídicas muy oportunas para la aplicación de los decretos conciliares de Trento. También el discurso de apertura es de mano del Maestro Ávila ("De la veneración que se debe a los concilios").[36]

 

      Por las cartas avilistas a Don Pedro Guerrero (nn. 243-244) conocemos que el texto de las "Advertencias" sirvió también para el concilio provincial de Granada. El mismo texto podía haber servido para otros concilios españoles y americanos, como lo demuestra la "Positio" para la canonización (ofreciendo textos paralelos)[37].

 

      Pudo haber también una influencia en el concilio provincial de Santiago de Compostela (1565-1566), por medio de San Juan de Ribera allí presente, obispo por entonces de Badajoz[38]. El tercer concilio de Lima (1582-1583), presidido por Santo Toribio de Mogrovejo, tomó algunas orientaciones de las actas de los concilios de Toledo y de Granada. Santo Toribio de Mogrovejo había sido presidente de la Cancillería de Granada y se había llevado a Lima los escritos de reforma del Maestro Ávila. La influencia en el tercer concilio de México (1585) se puede constatar por el hecho de citar abundantes textos de los concilios de Toledo, Granada y Lima. El P. Plaza S.I., discípulo del Maestro Ávila, era consultor teólogo del concilio, visitador y provincial en México desde 1580. La influencia se nota especialmente en los decretos sobre la catequesis y sobre la vida clerical.[39]

 

 

2. INFLUENCIA EN SANTOS Y AUTORES ESPIRITUALES POSTERIORES HASTA HOY

 

 

      La influencia del Maestro Ávila (fallecido en 1569) fue y sigue siendo de largo alcance. En los apartados anteriores hemos visto la influencia de sus escritos durante la vida del santo y en los años inmediatamente posteriores, como en los sínodos de Lima (1582-1583) y México (1585). Sus biógrafos recogen datos de esta influencia, especialmente L. Muñoz (1635), quien aprovecha los datos de los procesos informativos para la beatificación (terminados en 1628). Esta influencia se puede constatar especialmente en numerosos santos posteriores, así como en autores espirituales y escuelas de espiritualidad. Los estudios científicos realizados en el siglo XX y que prosiguen en el tercer milenio, son un índice de esta influencia magistral.

 

      Además de los santos contemporáneos de San Juan de Ávila, que hemos recordado anteriormente (Juan de Dios, Francisco de Borja, Ignacio de Loyola, Juan Bautista de la Concepción, Juan de la Cruz, Juan de Ribera, Teresa de Ávila, Tomás de Villanueva...), son muchos y muy significativos los santos posteriores de quienes consta que quedaron impresionados o influenciados por la vida y la doctrina del Maestro: Santo Toribio de Mogrovejo, San Francisco de Sales, San Vicente de Paul, San Alfonso María de Ligorio, Santo Cura de Ars, San Antonio María Claret, Bto. José Allamano, Bto. Manuel Domingo y Sol, SD José María Lahiguera...

 

      También son muchos y de gran categoría otros autores espirituales que le citan con cierta amplitud. Además de Fr. Luís de Granada (que hemos resumido más arriba), se pueden recordar: Antonio de Molina, Diego de Estella (franciscano), Bérulle (escuela francesa) y los jesuitas Baltasar Álvarez, Martín Gutiérrez, Antonio de Cordeses, Luís de la Palma, Luís de la Puente, Alonso Rodríguez, Pedro Rivadeneira.[40]

 

      Una cierta influencia en Santo Toribio de Mogrovejo (1538-1606) puede deducirse por el hecho de que las actas de los concilios de Toledo y Granada sirvieron de pauta en el tercer concilio de Lima (1582-1583), presidido por el santo arzobispo, quien había sido presidente de la Cancillería de Granada (antes de 1579) y se había llevado a Lima los escritos de reforma del Maestro Ávila.[41]

 

      "El P. Baltasar Álvarez acude con frecuencia a inspirarse en las obras de Ávila; los PP. Martín Gutiérrez y Antonio Cordeses -en Pláticas sobre oración y en Itinerario de la perfección cristiana respectivamente- siguen de cerca el Audi filia. De mayor cuantía es la influencia que ejercieron los escritos avilinos en el Padre Luís de la Palma. Basta fijarnos en su Historia de la Sagrada Pasión. En los capítulos 8, 14, 21, 22, 23, 33, 37, 51, se pueden encontrar transcritos, casi al pie de la letra, numerosos pasajes de los escritos del Maestro, especialmente del Tratado del amor de Dios, del Audi Filia y de los sermones del Stmo. Sacramento y de la Virgen... Aparentemente es más difícil encontrar comprobaciones de este tipo en el P. Luís de la Puente... A pesar de todo, no faltan pasajes en que se descubre claramente la presencia de Juan de Ávila. Acaso el más decisivo en este aspecto es la meditación 45 de la IV parte de sus Meditaciones".[42]

 

      El P. Alonso Rodríguez (de enorme influencia en su tiempo) cita al Maestro Ávila más de treinta veces en Ejercicio de perfección y virtudes cristianas. El P. Pedro Rivadeneira, en su Tratado de la tribulación, deja constancia de tomar todo el capítulo 22 del los contenidos del Tratado del amor de Dios (de San Juan de Ávila).

 

      Pudo haber alguna influencia en Fr. Luís de León y Lope de Vega[43]. La influencia en el franciscano Diego de Estella (1524-1578) la detectó ya el P. Juan de Villarás, discípulo, heredero y editor de los escritos del Maestro Ávila. Así se hizo constar posteriormente en el proceso de Madrid (declaración del Lic. Juan Vargas), refiriéndose a las "Meditaciones del amor de Dios" (de Fr. Diego de Estella).[44]

 

      Por medio del cartujo de Burgos Antonio de Molina (1560-1619), muy leído en círculos extranjeros y que cita abundantemente la doctrina del Maestro Ávila, éste ha podido también influir en grandes figuras de la espiritualidad. En su tratado "Instrucción de sacerdotes"[45], el cartujo de Burgos tiene como objetivo la formación de los sacerdotes a partir de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y de los santos y Doctores de la Iglesia, para describir la dignidad sacerdotal, la santidad y virtudes específicas, la celebración eucarística, el oficio divino, el sacramento de la penitencia, etc.

 

      El libro tuvo muchas ediciones y fue traducido a varios idiomas, llegando a ser libro de cabecera de muchos sacerdotes. Cita con frecuencia al Maestro Ávila, especialmente en los contenidos de las pláticas sacerdotales, y también transcribe literalmente su doctrina sin citarlo. Al hablar de la oración, cita explícitamente al Maestro y dice de él: "Santo y venerable varón... hombre de grande perfección, y altísimo espíritu, y rara sabiduría... santo y apostólico varón, el cual con el altísimo espíritu que tuvo, y la gran luz con que el Espíritu Santo le alumbró, echó bien de ver cuán importante y necesaria es a los sacerdotes ser muy dados al espíritu de la oración" (Tratado 2, cap. 7).[46]

 

      Reconociendo la originalidad de la escuela francesa, especialmente por su dimensión cristológica (sobre la Encarnación) y por sus raíces patrísticas, no puede negarse la influencia indirecta que tuvo en ella el Maestro Ávila (como la tuvo Santa Teresa por medio del Carmelo teresiano). La escuela francesa conoció y usó el tratado de Antonio de Molina, así como apreció los escritos y la figura de San Juan de Ávila. P. Pourrat admite una cierta relación de dependencia con la doctrina avilista, al transmitir el testimonio de Bourgoing sobre Bérulle: "Dios ya había echado sus semillas (de renovación del clero) en diversas personas y lugares; me acuerdo haber oído decir a nuestro muy honorable Padre (P. Bérulle) que ello había sido un diseño (dessein) del P. Juan de Ávila, predicador apostólico; añadiendo, al mismo tiempo, que si hubiera vivido (Ávila) en nuestros días, hubiera ido a ponerse a sus pies, y lo hubiera tomado como maestro y director de esta obra, pues le tenía en singular veneración".[47]

 

      La influencia en la escuela francesa y, a través de ella, en otros autores de la posteridad, puede constarse también en algunas de sus eminentes figuras de este misma escuela, que resumimos a continuación: San Francisco de Sales y San Vicente de Paul.

 

      En el "Tratado del amor de Dios", San Francisco de Sales (1567-1622), doctor de la Iglesia, habla del Maestro Ávila como de "docto santo predicador de Andalucía" y lo propone como modelo de "mansedumbre e igualdad incomparable" (lib. IX, cap. 6); en la "Introducción a la vida devota", cita pasajes del "Audi Filia" (parte 1ª, cap. 4 y parte 2ª, cap. 17), remitiéndose a su autoridad espiritual. "Como dice el piadoso Ávila, por más que te fatigues no hallarás medio más seguro de hacer la voluntad de Dios, que esta obediencia... Dice el Maestro Ávila (respecto al director espiritual) que se ha de escoger uno entre mil; y yo digo que entre diez mil"[48]. La reflexiones de San Francisco de Sales sobre el amor de Dios están inspiradas por las "Meditaciones" de Fr. Diego de Estella (que hemos citado más arriba), el cual cita abundantemente al Maestro Ávila.

 

      Los escritos de San Vicente de Paúl (1581-1660) reflejan la doctrina sacerdotal de Antonio de Molina (también en las ideas tomadas de San Juan de Ávila). San Vicente prescribía, en el "Reglamento de los Ejercicios para los Ordenandos", la lectura diaria del tratado de Antonio de Molina en el refectorio.[49]

 

      La influencia en el Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney (1786-1859) consta por el hecho de que en su biblioteca personal se conservan las obras del Maestro (traducción francesa).[50]

 

      Pasando a otras áreas de influencia, cabe recordar a San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), doctor de la Iglesia, quien cita frecuentemente al Maestro Ávila en diversos escritos espirituales: "Glorias de María" (cita un sermón avilista mariano y el "Audi Filia"), "Visitas al Santísimo Sacramento" (dos veces), "Selva de materias predicables" (16 veces), "Cartas a un religioso amigo", "Sermones abreviados" y, sobre todo, "Práctica del amor a Jesucristo". En este último libro cita páginas enteras del "Tratado del amor de Dios", de las cartas, de los sermones y del "Audi Filia".[51]

 

      Entre otras figuras más cercanas a nuestra época, que citan y recomiendan a San Juan de Ávila, destaca San Antonio María Claret (1807-1870). Ya no se trata sólo de una exposición doctrinal que hace referencia a otro autor, sino que, en este caso, se refiere a su propia experiencia, como de quien ha quedado impresionado por la vida del Maestro en cuanto predicador y modelo de celo apostólico. Reconoce que ningún autor, entre los muchos que había leído, le han impresionado y convencido tanto: "Su estilo es el que más se me ha adaptado y el que he conocido que más felices resultados daba. ¡Gloria sea a Dios nuestro Señor, que me ha hecho conocer los escritos y obras de ese gran Maestro de predicadores y padre de buenos y celosísimos sacerdotes!"[52]. Los biógrafos del P. Claret afirman que el santo fundador conservaba anotadas las obras del Maestro Ávila (edición de 1759, en nueve tomos), y que en su cuaderno anotó también las cartas que más le habían ayudado.

 

      En el campo misionero hay que destacar la figura de un sacerdote diocesano de Turín, el Bto. José Allamano (1851-1926), fundador de los misioneros y misioneras de la Consolata. A sus misioneros les proponía con frecuencia a Juan de Ávila como modelo de apóstol y de santo. Lo cita junto a otros grandes autores, como autoridad indiscutible y lo presenta especialmente en relación con la Eucaristía, con la búsqueda de la voluntad de Dios y con la dirección espiritual.[53]

 

      El Bto. Manuel Domingo y Sol (1836-1909), gran promotor de la formación sacerdotal, dejó una fuerte huella avilista en la institución fundada por él (Sacerdotes Operarios Diocesanos) y en numerosas generaciones sacerdotales que se formaron en el Pontificio Colegio Español de Roma y en otros Seminarios de España y América Latina. Han sido especialmente sus discípulos quienes, en los últimos años, publicaron la edición crítica de las obras del Maestro Avila y colaboraron eficazmente en su proceso de canonización.[54]

 

      El Siervo de Dios José María Lahiguera (1903-1989), arzobispo de Valencia y fundador de las HH. Oblatas de Cristo Sacerdote, ha tenido y sigue teniendo una gran influencia en muchos ambientes sacerdotales, a nivel internacional. En su Diario Espiritual, constata repetidas veces que, al inicio de su vida sacerdotal hizo discernimiento sobre si escogía una vida de cartujo o de misionero apostólico al estilo de San Juan de Avila. Escogió la segunda opción, guiado por la obediencia, aunque, al final de su vida, ya dimisionario, recuerda de nuevo esta opción y la completa indicando que sus últimos años estaban dedicados a la contemplación, siempre para la santificación de los sacerdotes. Por donde pasó ejerciendo su ministerio (director espiritual en el Seminario de Madrid, Obispo auxiliar de Madrid, obispo de Huelva, arzobispo de Valencia), dejó huella imborrable de santidad y de vocaciones sacerdotales.[55]

 

      En esta larga lista de santos y autores espirituales de época posterior a la del Maestro Ávila, que se suman a sus contemporáneos, encontramos santos fundadores, grandes tratadistas, doctores de la Iglesia, clásicos de espiritualidad. La lista podría ampliarse. El biógrafo L. Muñoz ofrece unas pistas: los autores de las diversas Órdenes religiosas, que se relacionaron más con el santo Maestro, a través de los cuales ha ido llegando a todas las latitudes su testimonio y su doctrina (jesuitas, dominicos, carmelitas, franciscanos, jerónimos, hermanos de San Juan de Dios...).[56]

 

      La declaración de Juan de Ávila como Patrono del Clero secular español, fue hecha por Pío XII, el 2 de julio de 1946 (Breve "Dilectus filius"). La petición había sido presentada por el Cardenal Parrado, arzobispo de Granada, en nombre del episcopado español. Este hecho, cuando Juan de Ávila todavía no había sido canonizado, tuvo gran repercusión en el conocimiento de su figura y de sus escritos, especialmente por parte de los Seminarios y clero español y latinoamericano.[57]

 

      Los años que discurren entre el cincuentenario de la beatificación (1944), la declaración de patronazgo (1946) y la canonización (1970), fueron un hecho de gracia. La preparación inmediata de la canonización fue todavía de gran fervor sacerdotal, que estimuló a estudiar y poner en práctica los documentos del concilio Vaticano II (finalizado en 1965). El espíritu del Maestro Ávila fue la mejor disposición para captar los contenidos de los documentos magisteriales preconciliares, conciliares y postconciliares sobre el sacerdocio.[58]

 

      La canonización de Juan de Ávila tuvo lugar durante el pontificado de Pablo VI, el 31 de mayo de 1970. Se llama canonización "equipolente", porque, por dispensa papal, se realizó sin exigir un nuevo milagro (había habido de más en la beatificación). Se habían presentado anteriormente algunos milagros, pero no se sometieron al estudio definitivo.[59]

 

      Pablo VI, en los discursos con ocasión de la canonización, delinea la figura de Juan de Ávila, especialmente como modelo de la santidad y ministerio del sacerdote. El Papa quiso presentar un modelo sacerdotal en tiempos de postconcilio. Efectivamente, se trata de una figura o "tipo polivalente de todo sacerdote de nuestro días", que, por su santidad de vida y por su disponibilidad ministerial, ayuda a superar las dudas nacidas de la "crisis de identidad". El Papa propone especialmente: "la firmeza en la verdadera fe, el auténtico amor a la Iglesia, la santidad de su Clero, la fidelidad al Concilio, la imitación de Cristo, tal como debe ser en los nuevos tiempos"[60]. En el discurso durante la audiencia del 1 de junio de 1970 (después de la canonización), el Papa resumía la figura "profética" del Maestro con esta pincelada: "Una santidad de vida nada común, un celo apostólico sin límites, una fidelidad sin engaños a la Iglesia".[61]

 

      La influencia posterior a la canonización puede constatarse en la celebración de su fiesta anual (como día sacerdotal en diversas diócesis y Seminarios) y en las peregrinaciones, así como en las publicaciones a diferentes niveles: obras completas reeditadas, tesis doctorales, estudios monográficos, artículos, textos selectos, cursos especializados, etc.[62]

 

      En su primera carta del Jueves Santo (1979), Juan Pablo II invitaba a los sacerdotes de todo el mundo a tomar como modelo a figuras sacerdotales de la historia, entre las que nombra a San Juan de Ávila. La carta se dirige a todos los sacerdotes de la Iglesia y se puede calificar de programática para las que seguirían en otros Jueves Santos. En esta primera carta de Jueves Santo, los detalles con que el Papa actualiza una figura sacerdotal como la de San Juan de Ávila, entre otros santos sacerdotes: "Esforzaos en ser los maestros de la pastoral. Ha habido ya muchos en la historia de la Iglesia. ¿Es necesario citarlos? Nos siguen hablando a cada uno de nosotros, por ejemplo, San Vicente de Paúl, San Juan de Ávila, el Santo Cura de Ars, San Juan Bosco, el Beato Maximiliano Kolbe y tantos otros. Cada uno de ellos era distinto de los otros, era él mismo, era hijo de su época y estaba al día con respecto a su tiempo. Pero «el estar al día» era una respuesta original al Evangelio, una respuesta necesaria para aquellos tiempos, era la respuesta de la santidad y del celo".[63]

 

      En su visitas a España, Juan Pablo II ha hecho referencia explícita a San Juan de Ávila. En Sevilla (5 de noviembre de 1982), durante la beatificación de Sr. Ángela de la Cruz, enumera los santos de sur de la Península, entre los que nombra a San Juan de Ávila, e invita a imitarlos: "Conozco el origen apostólico del cristianismo de la Bética, fecundado por vuestros Santos: Isidoro y Leandro, Fernando y Juan de Ribera, Juan de Dios y el beato Juan Grande, Juan de Ávila y Diego José de Cádiz, Francisco Solano, Rafaela María, el venerable Miguel de Mañara y otras figuras insignes. El recuerdo cariñoso de tanta riqueza histórica y espiritual es mi mejor saludo a vuestro pueblo".[64]

 

      En Valencia (8 de noviembre de 1982), durante la ordenación sacerdotal (presbiterandos de toda España), después de recordar a San Vicente Ferrer, a Santo Tomás de Villanueva y a San Juan de Ribera, añade: "A ellos habría que añadir numerosos santos sacerdotes, entre ellos San Juan de Ávila, Patrono del clero español. Todos ellos nos acompañan con su intercesión".[65]

 

      A los seminaristas de toda España, el mismo día 8 de noviembre de 1982, el Papa dejó en Valencia un mensaje escrito, en el que recuerda a Santa Teresa, a San Juan de Ribera y a San Juan de Ávila, en el marco de la formación sacerdotal: "Son muchos los santos, hijos de esta bendita tierra, que han sentido en el corazón la llamada a colaborar en la formación integral de los sacerdotes, o futuros sacerdotes, según el modelo del Buen Pastor y de los Apóstoles. Santa Teresa de Jesús quiso dar a la renovación del Carmelo esta dimensión también aportando la oración y el sacrificio, especialmente para la santificación de los sacerdotes. San Juan de Ribera dedicó sus mejores esfuerzos a la formación y renovación sacerdotal. San Juan de Ávila, gran promotor de Seminarios en su tiempo y Patrono del clero secular español, afirmaba: «Si la Iglesia quiere buenos ministros, ha de promover que haya educación» (Memorial al concilio de Trento I, n.10)... Se trata de un camino que requiere tiempo y una larga maduración".[66]

 

      El Congreso Internacional, celebrado con ocasión del quinto centenario su nacimiento (Madrid, 2000), ha sido una nueva muestra de su influjo permanente en la Iglesia.[67]

 

      Juan Pablo II(del que ya hemos citado anteriormente otros documentos) envió un mensaje a este Congreso, de las que recogemos las siguientes afirmaciones: "El ejemplo de su vida, su santidad, es la mejor lección que sigue impartiendo a los sacerdotes de hoy, llamados también a dar nuevo vigor a la evangelización... Ante los retos de la nueva evangelización, su figura es aliento y luz también para los sacerdotes de hoy que, al ser administradores de los misterios de Dios, están en el corazón mismo de la Iglesia, donde se construye sobre base firme y se reune en la caridad".[68]

 

      También en relación con la celebración del quinto centenario del nacimento del Maestro Avila, Juan Pablo II tuvo un discurso programático, del que entresacamos algunas frases: "Dais así también un especial realce a la celebración del V centenario del nacimiento de san Juan de Ávila, patrono del clero secular

español, a la vez que os unís a las iniciativas del Episcopado en vuestro país para promover, en este Año del gran jubileo, una significativa renovación de los sacerdotes... En esta tarea os será de ayuda el ejemplo, siempre actual, de san Juan de Ávila. Él resumía su programa en un simple consejo: "Ore, medite, estudie" (Carta, 2, 285, a fray Alfonso de Vergara). En efecto, la meditación y una intensa vida espiritual hacen posible transmitir con convicción el misterio de Cristo, que llena la existencia del sacerdote y del que tanto necesita una generación frecuentemente aquejada de vacío vital y de sinsentido. El estudio, a su vez, favorece una recta comprensión de la doctrina y, por tanto, la capacidad de enseñarla correctamente en cada situación concreta. Este es el programa seguido fielmente por él mismo, al dar testimonio de una vida santa y dejar abundantes escritos con una doctrina sólida y una predicación elocuente. Ambas siguen siendo actuales y es motivo de satisfacción que se hayan hecho más accesibles a todos con una reciente reedición. Os invito a imitar el ejemplo de vuestro santo patrono, su constante afán de llevar a Cristo a los hombres, su preocupación por el bien de sus hermanos sacerdotes, su especial sensibilidad ante las nuevas situaciones y su inquebrantable fidelidad a la Iglesia".[69]

 

3. LÍNEAS CONCLUSIVAS DEL ESTUDIO:

 

      Verdaderamente nos encontramos con un caso tal muy especial en la historia de la Iglesia. "Juan de Ávila es un genio del cristianismo y de la cultura humana en general"[70]. Su doctrina es eminente y completa. Su influjo fue y sigue siendo privilegiado. No se trata tanto de saber si hoy, en todos los niveles del pueblo de Dios, se conoce y aprecia directamente al Maestro, sino que más bien se puede constatar que sus contenidos han pasado (por citas explícitas) a los grandes maestros espirituales de la historia posterior, y que siguen influyendo en la actualidad. Quien lee nuestros clásicos de espiritualidad, bebe, sin saberlo, en los escritos del Maestro Ávila. Pocos Doctores de la Iglesia han tenido tanta influencia como él.

 

      En el campo universitario actual (como en la Pontificia Universidad Gregoriana) es muy frecuente la elaboración de tesis y de estudios de investigación sobre el tema avilista. Su doctrina eminente y con influjo permanente y universal, se podría resumir en las siguientes líneas:

 

      Hay temas de suma actualidad que encuentran abundante filón en sus escritos, naturalmente con la perspectiva del siglo XVI y de quien es un eslabón más en una historia de gracia y de reflexión teológica: la gloria de Dios y la belleza de la creación (contemplación), la salvación en Cristo (único Salvador), la experiencia de Cristo (por ejemplo, a la luz de la doctrina paulina), lugar armónico que ocupa María en cada tema cristiano, Iglesia esposa y madre, la vida espiritual a la luz de los Cantares (desposorio) y del Apocalipsis (Iglesia peregrina-escatológica), la predicación aplicada a situaciones socioculturales, etc.

 

      Hay otros temas de mayor amplitud, como los referentes a la antropología teológica y cristológica, que siguen ofreciendo abundante material: misterio de Dios Amor, revelado por Cristo, que ilumina el misterio del hombre. La pneumatología, en relación con la vida "espiritual", ofrece también matices interesantes de tipo dogmático, carismático, vivencial y contemplativo.

 

      La cristología avilista, con fuerte base bíblica (paulina), patrística y teológica, se presta a la "inserción" de la Palabra en las circunstancias humanas sociológicas y culturales. Es cristología existencial y funcional (salvífico-histórica), relacional (contemplativa) y pastoral (de anuncio y celebración). La nota característica es la llamada al encuentro con Cristo y al seguimiento evangélico.

 

      La eclesiología avilista, salvando todas las notas esenciales (de unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad) es una invitación a vivir el desposorio con Cristo y la fecundidad maternal y misionera, con fuerte tendencia hacia el encuentro definitivo (Iglesia peregrina o escatológica). Es una eclesiología que se apoya en el misterio de Cristo, se construye en la comunión y se realiza en la vivencia espiritual y en el apostolado (misión).

 

      Los valores permanentes y estimulantes de la moral y espiritualidad cristiana aparecen en la perspectiva de las bienaventuranzas y del seguimiento evangélico (que es desposorio de la Iglesia con Cristo), invitando a todo bautizado a la santidad como perfección de la caridad. La contemplación es un camino de actitud filial; se encuentra a Dios Amor en la propia pobreza, gracias a la revelación del misterio de Cristo; es camino iluminado por la Palabra de Dios, que invita a la unión transformante. La belleza integral del hombre es expresión de la gloria de Dios. La llamada a la santidad sacerdotal presenta notas peculiares, a partir de la caridad del Buen Pastor, con trazos muy parecidos a los documentos conciliares y postconciliares del Vaticano II.

 

      La reflexión avilista, basada en la Escritura, Tradición, Magisterio y herencia teológica, es una observación atenta de la realidad humana y sociológica, para buscar una armonía entre la recepción sincera, afectiva y prevalente de la Palabra (contemplación), y la valoración de los elementos nuevos que nacen de la misma reflexión y del análisis de la realidad concreta. Su doctrina es eminentemente teológica, pastoral y espiritual.

 

      Queda, pues, demostrada la actualidad permanente del Maestro Ávila. La renovación eclesial del postconcilio del Vaticano II y de los inicios del tercer milenio del cristianismo, necesita la voz de este "Maestro", que bien pudiera calificarse de Doctor de la confianza en el amor de Dios y de la santidad cristiana y sacerdotal.

 

      El título de "Maestro" (equivalente a "Doctor"), que se le ha reconocido permanentemente en la Iglesia, podría trazar las pistas del "Doctorado": santidad excelente, doctrina eximia y completa, influjo universal (directa e indirectamente, en acto y en potencia). Los santos y autores que le citan han influido y siguen influyendo en la Iglesia universal. Son muchos los actuales Doctores de la Iglesia, cuya doctrina (siendo excelente) no ha llegado al grado de influjo universal de San Juan de Ávila.[71]

 

      La figura del Maestro Juan de Avila tiene una importancia especial para el repuntar actual de vocaciones y de la renovación espiritual y misionera en toda la Iglesia.

 

 

 

NOTA: La influencia internacional del Maestro Avila, se puede constatar analizando la bibliografía actual sobre temas avilistas, distribuida por materias, publicada al final de: Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila, Madrid, BAC, 2000) pp.532-559.



    [1]Sobre su influencia en general: (S.C. pro Causis Sanctorum), Positio super canonizatione aequipolenti (Romae 1970)  n.4, 379-436; M. BATALLON, Jean d'Avila retrouvé: Bulletin Hispanique 57 (1955) 5-44; R. GARCÍA Y GARCÍA DE CASTRO, El Maestro Juan de Ávila, santo y forjador de santos: Maestro Ávila 1 (1946) 223-238. En las notas sucesivas si citan los estudios sobre la influencia en autores concretos.

    [2]Probablemente es el escritor español más leído en el mundo (en veinte idiomas, seis mil ediciones). Cita ampliamente al Maestro Ávila y también refleja su doctrina.

    [3]Carta a Sr. Ana de la Cruz, condesa de Feria, publicada por B. Velado Graña. Del libro de Juan de Ávila afirmaba: "El Audi Filia también podré yo decir que lo tengo en la cabeza por haberlo leído muchas veces; y, cuando lo leo, paréceme que veo vivo al Padre en aquellas letras muertas, mayormente acordándome cuántas veces platicó conmigo muchas de éstas" (ibídem).

    [4]Vida del Padre Maestro Juan de Ávila... (Madrid, Pedro Madrigal, 1588), dedicada al arzobispo de Valencia, San Juan de Ribera, amigo suyo y del Maestro Ávila. No deja de anotar que muchos datos son fruto de su propia experiencia de haber convivido con el Maestro: "Ayudarme he también de lo que yo supiere, por haber tratado muy familiarmente este padre, donde nos aconteció usar algún tiempo de una misma casa y mesa; y así pude más de cerca notar sus virtudes y el estilo y manera de su vida".

    [5]Carta 89; Fundaciones 28,41; Constituciones 89,1. Cfr. A. HUERGA, Luís de Granada en Escalaceli. Nuevos datos para el conocimiento histórico y espiritual de su vida: Hispania 9 (1949) 434-479; 10 (1950) 293-335; Id., San Juan de Ávila y Fray Luís de Granada. Notas de diálogo con B. Jereczek: Teología Espiritual 17 (1972) 239-269; Idem, Fray Luís de Granada. Una vida al servicio de la Iglesia (Madrid, BAC, 1988); B. JERECZEK, Louis de Grenade disciple de Jean d'Avila (Fontenay-le-Compte, Ed. Lussaud, 1971); B. VELADO GRAÑA, Dos cartas inéditas del V.P. Fr. Luís de Granada: Revista de Espiritualidad 7 (1948) 350-355. Ver también: (S.C. pro Causis Sanctorum), Positio super canonizatione aequipolenti (Romae 1970) 387-390.

    [6]Cfr. L. MUÑOZ, Vida, lib. 1º, cap. 13-15.

    [7]L. MUÑOZ, Vida, lib. 1º, cap. 15. Cfr. L. CASTÁN, Dos almas gemelas (Bto. Ávila y San Juan de Dios) y su deuda pendiente: Labor Hospitalaria 12 (1959) 198-206; M. MARTINS, San Joâo de Deus e o seu estilo: Brotéria 50 (1950) 257-265; J. SÁNCHEZ MARTÍNEZ, «Kénosis-Diakonía» en el itinerario espiritual de San Juan de Dios (Madrid 1995) 262-266.

    [8]Fue obispo de Badajoz (desde 1562, celebrando el sínodo de 1565) y arzobispo de Valencia y "patriarca" de Antioquía (desde 1568). Allí murió el año 1611. Ha sido llamado "San Carlos Borromeo español".

    [9]Cfr. Carta 178, 17ss.

    [10]Cfr. A. LLIN CHAFER, San Juan de Avila y los arzobispos Santo Tomás de Villanueva y San Juan de Ribera: en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000(Madrid, EDICE, 2002), pp. 373-396; R. ROBRES, San Juan de Ribera, Patriarca de Antioquía, Arzobispo de Valencia (Barcelona, Flors, 1960).

    [11]En la homilía de canonización de Juan de Ávila (31 de mayo de 1970), Pablo VI hizo referencia al "Memorial" sobre la "Reformación del Estado Eclesiástico"... "que el arzobispo de Granada, Pedro Guerrero, hizo suyo en el Concilio de Trento, con aplauso general" (Insegnamenti VIII/1970, 566).Don Pedro Guerrero, recién nombrado arzobispo de Granada, en 1546, pidió ayuda al Maestro Ávila, quien le respondió desde Montilla el 2 de abril de 1547, excusándose de no poder ir debido a sus múltiples trabajos pastorales y a su resquebrajada salud. Llevó a Trento los "Memoriales" avilistas, asistiendo a la segunda y tercera convocatoria, siendo el obispo más significativo (cfr. L. MUÑOZ, Vida, lib.3º, cap.11). Se conservan ocho cartas de San Juan de Ávila dirigidas al arzobispo de Granada (nn. 177-181, 243-244, 248).

    [12]Las "Advertencias para el Concilio de Toledo" (1565-1566) las redactó el Maestro para el obispo de Córdoba, Don Cristóbal de Rojas y Sandoval (1562-1571), que había participado en el concilio de Trento y que tenía que presidir el concilio provincial toledano en lugar de Bartolomé de Carranza (que estaba procesado por la Inquisición) (cfr. Cartas nn. 182 y 25). Cfr. R. GARCÍA VILLOSLADA, Pedro Guerrero representante de la reforma española: Atti del Convegno Storico Internazionale 1 (roma 1963) 115-155; J. LÓPEZ MARTÍN, La imagen del obispo en el pensamiento teológico-pastoral de don Pedro Guerrero en Trento (Roma, Iglesia Nacional Española, 1971); Id., D. Pedro Guerrero como Obispo del tiempo de la contrarreforma: Archivo Teológico Granadino 31 (1968) 193-231; A. MARÍN OCETE, El Arzobispo D. Pedro Guerrero y la política conciliar española en el siglo XVI (Madrid, Consejo Sup. Investigaciones Científicas, 1970); Idem, El concilio provincial de Granada en 1565: Archivo Teológico Granadino 25 (1962) 23-95. Ver el Catálogo de su biblioteca en: Archivo Teológico Granadino 31 (1968) 233-333.

    [13]San Ignacio de Loyola (1491-1556) no se encontró personalmente con el Maestro Ávila.

    [14]Dice L. Muñoz: "Otros muchos fueron los que en aquel tiempo de la escuela del padre Maestro Ávila pasaron a la de san Ignacio, donde vivieron con notable ejemplo de humildad y modestia y de desprecio de las cosas de la tierra, procurándose parecerse a su santo maestro" (Vida, lib.2º, cap.11).

    [15]En carta de 24 de enero de 1549, San Ignacio le da cuenta de las dificultades encontradas en Salamanca y los pasos que había dado en Roma para solucionarlas. En el preámbulo, agradece los excelentes servicios del Maestro por la Compañía: "El continuo favor y con tanto intensa caridad que vuestra reverencia ha dado a esta su mínima Compañía..., dando intensas gracias a Dios nuestro Señor y a vuestra reverencia, en su santísimo nombre, por todo cuanto... se ha empleado; y así en el tal reconocimiento, con toda la devoción a mí posible, a vuestra reverencia me ofrezco como uno de sus allegados o hijos espirituales" (la carta de San Ignacio se encuentra en el apéndice a la Carta 190 de Juan de Ávila). El Maestro responde con carta de 13 de abril de 1549, desde Córdoba, manifestando su "afición cerca de la santa Compañía" (Carta 190, 9ss). Le alienta en las persecuciones y, al mismo tiempo, le ruega que envíe los mejores, porque "la (tierra) más dura para recibir esto es esta España", añadiendo que "no hay falta en los que acá hay, sino que para tanta mies son pocos" (ibídem, 45ss).

    [16]Proceso de Beatificación, fol. 1.016,b; L. Muñoz, Vida, l.3, cap. 26; cfr. R. GARCÍA VILLOSLADA, La figura del Beato Ávila: Manresa 18 (1945) 258. En unas notas de Polanco, ha quedado transcrita una carta de San Ignacio al P. Francisco Villanueva (septiembre de 1550), con esta recomendación: "Una letra, mostrable a Ávila, donde diga que en tanta uniformidad de voluntades y modo de proceder del Mtro. Ávila y nosotros, que no me parece que quede sino que o nosotros nos unamos con él o él con nosotros, para que las cosas del divino servicio mejor se perpetúen... porque traería tras sí muchas cosas el Ávila" (MHSI, Monum. Ignat. s 1ª, III, 16).

    [17]En carta del 15 de marzo de 1554, escribía el P. Nadal a San Ignacio esta confidencia del Maestro Ávila sobre la Compañía y su fundador: "Yo he sido como un niño que trabaja muy de veras subir una piedra por una cuesta voltando, y nunca puede, y viene un hombre y fácilmente sube la piedra; así ha sido el P. Ignacio". Algo parecido escribe el P. Torres, también en carta a San Ignacio (21 de mayo de 1554): "Dice... que todo es conforme a lo que su espíritu sentía y siente, y que se goza de haber sido paranimfo como San Juan y que guadio gaudet propter sponsam".

    [18]C.M. ABAD, La espiritualidad de San Ignacio de Loyola y la del Beato Juan de Ávila: Manresa 28 (1955) 455-478; J.M. De BUCK, Le Bienheureux Jean de Avila et les Jésuites espagnols: Nouv. Rev. Théol 54 (1926) 596-666, 674-683; A. GARCÍA TORRES, Tres experiencias en la Iglesia: de Juan de Ávila, de Ignacio de Loyola y el camino neocatecumenal (Baracaldo, Edit. Grafite, 1999); L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) (corresponde al volumen 1º de las obras completas), cap. V. Sobre San Franciso de Borja: F.R. MOLERO, Dos santos, Ávila y Borja, en Granada: Manresa 42 (1970) 253-278.

    [19]Santa Teresa de Jesús se aconsejó de diversas personas como el P. Baltasar Álvarez (su confesor en 1556), San Francisco de Borja (en 1557), San Pedro de Alcántara (hacia 1559-1560), etc. La primera redacción del "Libro de la Vida" ("mi alma" decía ella) es del año 1562 (el texto sería requisado por la Inquisición en 1575). Este texto es la base de la consulta hecha a San Juan de Ávila en 1568 (ver las cartas avilistas nn. 158 y 185).

    [20]Francisco de Salcedo y el Maestro Gaspar Daza le habían dicho que sus fenómenos eran del demonio. Ella siguió consultando a diversas personalidades (Baltasar Álvarez, San Francisco Borja, San Pedro de Alcántara). En junio de 1562, escribió, desde Toledo, a su confesor Fr. García de Toledo, manifestándole su deseo de enviar el libro de su vida al Maestro Ávila: "Yo deseo harto se dé orden en cómo lo vea, pues con ese intento lo comencé a escribir; porque como a él le parezca voy por buen camino, quedaré muy consolada, ya que no me queda más para hacer lo que es en mí". Le animó a cursar la consulta Don Francisco de Soto Salazar (futuro obispo de Salamanca), miembro del tribunal de la Inquisición en Salamanca, muy conocido de su familia, que conocía y apreciaba al Maestro: "Díjole también, como la vió tan fatigada, que escribiese al Maestro Ávila, que era vivo, una larga relación con todo, que era hombre que entendía mucho de oración, y que con lo que le escribiese se sosegase" (Relaciones, 4ª, 6).

    [21]Ver cartas de Santa Teresa a Doña Luísa, en el mes de mayo de ese año. Antes de recibir la respuesta (27 de mayo): "No querría que se muriese primero, que sería harto desmán. Suplico a vuestra señoría, pues está tan cerca, se lo envíe con mensajero propio, sellado". Después de recibir la respuesta del Maestro (2 de noviembre): "Lo del libro trae vuestra señoría tan bien negociado que no puede ser mejor, y así olvido cuantas rabias me ha hecho" (se refiere a los retrasos inexplicables de Doña Luísa para hacer llegar el libro al Maestro). Pero también añade: "El Maestro Ávila me escribe largo y le contenta todo; sólo dice que es menester declarar más unas cosas y mudar los vocablos de otras, que esto es fácil".

    [22]De esta tecera carta (que promete) no consta si la escribió. La segunda carta es la que comunica su parecer, ya bastante concreto, sobre su experiencia mística.

    [23]Los puntos concretos, que trata la carta segunda, se refieren a temas de contemplación, respecto a los fenómenos extraordinarios. "Paréceme, según el libro consta, que vuestra merced ha resistido a estas cosas, y aún más de lo justo. Paréceme que le han aprovechado a su ánima; especialmente le han hecho conocer su miseria propia y faltas y enmendarse de ellas. Han durado mucho, y siempre con provecho espiritual. Incítanle a amor de Dios, y a propio desprecio, y a hacer penitencia. No veo por qué condenarlas. Inclíname más a tenerlas por buenas con condición que siempre haya cautela de no fiarse del todo, especialmente en cosa no acostumbrada... Vuestra merced siga su camino, mas siempre con recelo de los ladrones, y preguntando por el camino derecho; y dé gracias a nuestro Señor, que le ha dado su amor y el propio conocimiento, y amor de penitencia y de cruz" (Carta 158, 93ss, 121ss).

    [24]L. MUÑOZ, Vida, lib. 3º, cap. 24. El mismo Muñoz resume la consulta epistolar de Santa Teresa: lib. 1º, cap. 27.

    [25]J. BILINKOFF, La Ávila de Santa Teresa: Reforma religiosa en la ciudad del siglo XVI (New York, Ithaca, 1989) pp. 80-87 (influjo del Maestro); EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS, Obras completas de Santa Teresa de Jesús (Madrid, BAC, 1951) pp. 590-592; J. ESQUERDA BIFET, La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro Juan de Ávila: Anthologica Annua, 24-25 (1977-1978) 499-550 (notas comparativas con textos teresianos y sanjuanistas); REDENTO DE LA EUCARISTÍA, Presencia del Beato Juan de Ávila y sus discípulos en la Reforma Teresiana: El Monte Carmelo 69 (1961) 3-46; L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) pp. 332-325.

    [26]El Maestro Ávila lo envió a estudiar a Salamanca (hacia el año 1548). Enseñó Sagrada Escritura en la universidad de Baeza (1549-1577). Aconsejado por su Maestro, aceptó la canongía de arcediano en Jaén (1569-1574), a la que renunció posteriormente. Pasó luego a Barcelona, donde fue catedrático de Escritura en la universidad y se dedicó a la predicación y a la dirección espiritual (de 1578 a 1589). Murió el 28 de febrero de 1589 y fue sepultado en el cementerio de sus amigos los padres capuchinos. Después de su muerte, su fama de santidad duró muchos años, debido al influjo de sus escritos espirituales y a una biografía escrita por los padres capuchinos. Cfr. L. MUÑOZ, Vida, lib. 2º, cap. 12-14.

    [27]Vida, lib 2º, cap. 12. "Fue el Eliseo de nuestro gran Elías, heredó su espíritu doblado... alcanzó un magisterio y una doctrina tan sólida, que se puede seguir seguramente, y creer a quien la santidad, las letras, la edad, la experiencia, el haberse criado al lado del padre Maestro Ávila, y una gran luz de Dios, le hicieron prudentísimo" (ibídem, cap. 14).

    [28]Fue muy apreciado por el pueblo, sobre todo por su predicación y dirección espiritual. El obispo de Barcelona logró de Felipe II que se quedara en la ciudad condal. Por encargo de los "concellers", explicó Escritura en la universidad (1578-1589). Colaboró en la erección del Hospital de la Misericordia (1581) y apaciguó la revuelta contra el virrey (1588). "Toda la estima que la ciudad de Barcelona hizo del Doctor Diego Pérez de Valdivia la mereció muy bien por su doctrina, por sus virtudes y ejemplo, por las buenas obras que de él continuamente recibía" (L. MUÑOZ, Vida, lib. 2º, cap. 13). Le llamaban "el santo" y "el apostólico" en diversas comarcas de Cataluña.

    [29]Sus principales escritos, impresos en Barcelona, son: "Camino y puerta para la oración mental" (1580); "Aviso de gente recogida" (1595) (dedicado a San Juan de Ribera, contra el falso "recogimiento" de los alumbrados; tuvo tres ediciones); "Explicación... del libro de los Cantares de Salomón" (1600); "Tratado de la singular y purísima Concepción de la Madre de Dios" (1600). Cfr. J. ESQUERDA BIFET, Diego Pérez de Valdivia, maestro de espiritualidad en el siglo XVI, discípulo de San Juan de Ávila (Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica, 1972); Idem, El tratado de la Inmaculada de Diego Pérez de Valdivia (discípulo del Bto. Ávila) (Madrid, Pont. Univ. Comillas, 1964); Idem, Un mariólogo catedrático de la Universidad de Barcelona en el siglo XVI: Diego Pérez de Valdivia: Estudios Marianos 32 (1969) 279-303; L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) cap. 8, n.3; J.M. SÁNCHEZ GÓMEZ, Un discípulo del P. Mtro. Ávia en la Inquisición de Córdoba: el doctor Diego Pérez de Valdivia, catedrático de Baeza: Hispania 9 (1949) 104-134.

    [30]Sobre Bartolomé de los Mártires, donde se indica la relación con San Juan de Avila: R. De ALMEIDA, L'évêque de la Reforme Tridentine. Sa mission pastoral d'après le Vénerable Barthélemy des martyres (Porto 1965); L. CASTÁN, El origen del capítulo «Tametsi» del Concilio de Trento contra los matrimonios clandestinos: Revista Española de Derecho Canónico 14 (1959) 613-666; L. DE GRANADA, Vida de Fr. Bartolomé de los Mártires..., en: Historia general de Santo Domingo y de su Orden de predicadores (Valladolid, Juan López, 1615).

    [31]Ver abundancia de datos en: Obras completas I, biografía, cap. V. Cfr. C.M. ABAD, La espiritualidad de San Ignacio de Loyola y la del Beato Juan de Ávila: Manresa 28 (1955) 455-478; Idem, El Maestro Ávila y la Compañía de Jesús: Semana Avilista 1 (1952) 151-182; Idem, Pláticas del P. Juan de la Plaza: Manresa 16 (1944) 47; J.M. De BUCK, Le Bienheureux Jean de Avila et les Jésuites espagnols: Nouv. Rev. Théol 54 (1926) 596-666, 674-683; B. COPADO, La Compañía de Jesús een Montilla (Málaga, Ar. Gráf. Alcalá, 1944); R. GARCÍA VILLOSLADA, Juan de la Plaza y el Beato Juan de Ávila: Maestro Ávila 1 (1946) 429-442; Idem, El P. Juan de la Plaza y el Bto. Juan de Ávila. Los avisos para la oración: Maestro Ávila 1 (1946s) 429-442; L. MARTÍNEZ FERRER, Directorio para confesores y penitentes. La pastoral de la Penitencia en el tercer Concilio Mexicano (1585) (Pamplona, Eunsa, 1996) 148-156 (influjo en México por medio del P. Plaza); L. MUÑOZ, Vida, lib. 2º, cap. 9; lib. 3º cap. 26-27; M. RUIZ JURADO, San Juan de Ávila y la Compañía de Jesús: Archivo Histórico S.I., 40 (Roma 1971) 153-170.; J. SANTÍVAÑEZ S.I., Historia de la Provincia de Andalucía de la Compañía de Jesús (Manuscrito, Granada, Biblioteca Universitaria), p. 1ª, 1.1, cap.19. Ver: Monumenta Historica Societatis Iesu (Matriti, 1894ss; Romae, 1933ss). Algunos jesuitas se remiten a la autoridad del Maestro Ávila en cuestiones de moral (discutidas en la universidad de Salamanca, en el siglo XVI). Cfr. Informe de Miguel Pérez (Archivo Histórico Nacional, Madrid, papeles de jesuitas, leg 144, n.2); citado por M. BAJEN, Informe de Miguel Pérez (1550-1605)...: Dynamis 15 (1995) 445-457.

    [32]La santa conoció a algunos discípulos del Maestro, entre ellos a Diego Pérez de Valdivia (a quien menciona en carta del 18 de febrero de 1577), al P. Martín Gutiérrez, jesuita (cfr. Fundaciones, cap. 18), al Francisco Hernández (que se haría carmelita, con el nombre de Francisco de Jesús Indigno y sería misionero en el Congo) y al P. Juan Díaz (que le dejó algunos sermones avilistas) (cfr. Carta del 24 de mayo de 1581, al P. Gracián). Cfr. HILARIO DE SAN JOSÉ, Espiritualidad avilina y espiritualidad carmelitana: Monte Carmelo 72 (1964) 337-364; I. ROMERO, Los santos, amigos y discípulos del Bto. Maestro Ávila Madrid, Semana Nacional Avilista, 1952) 107-135; REDENTO DE LA EUCARISTÍA, Presencia del Beato Juan de Ávila y sus discípulos en la Reforma Teresiana: El Monte Carmelo 69 (1961) 3-46.

    [33]Sobre Pedro Guerrero y Bartolomé de los Märtires, ver notas anteriores. Respecto a Cristóbal de Rojas, recordamos que aunque San Juan de Ávila fue llamado a Córdoba, ya en 1535, por el obispo Fr. Álvarez de Toledo, posteriormente también entabló muy buenas relaciones con el nuevo obispo, Don Cristóbal de Rojas y Sandoval (1562-1571), que había participado en el concilio de Trento. A él le dirigirá posteriormente las "Advertencias para el Concilio de Toledo" (1565-1566), por tener que presidir dicho concilio provincial en lugar de Bartolomé de Carranza. Dos cartas del Maestro, en 1565, dirigidas al obispo, hacen referencia a este evento (Cartas 182 y 215). En 1565 (7 de junio), el obispo D. Cristóbal concedió la aprobación del texto del "Audi Filia".

    [34]Ses. 23, can. 18 de reforma: Concilium Tridentinum, IX, 628-630. Cfr. C. ABAD, Escritos del Bto. Juan de Ávila en torno al Concilio de Trento: Maestro Ávila 1 (1946) 269-295; 2 (1948) 27-56; L. CASTÁN, El origen del capítulo «Tametsi» del Concilio de Trento contra los matrimonios clandestinos: Rev. Española de Derecho Canónico 14 (1959) 613-666; J. ESQUERDA BIFET, Criterios de selección y formación clerical en el Bto. Maestro Juan de Ávila: Seminarios 7 (1961) 25-45; A. De La FUENTE, El Beato Maestro Ávila y los seminarios tridentinos: Maestro Ávila 1 (1946) 153-171; H. JEDIN, Juan de Avila als Kirchenreformer: Zeitschrift für Aszese und Mystik 11 (1936) 124-138; L. SALA, Los tratados de reforma del P. Maestro Ávila: La Ciencia Tomista 73 (1947) 185-233; J.I. TELLECHEA, El obispo ideal en el siglo de la reforma, Instituto Español de estudios eclesiásticos, Roma 1963; A. TORRES, El Bto. Juan de Ávila, reformador: Manresa 17 (1945) 1193-201; VALENTÍN DE S. JOSÉ, El Bto. Juan de Ávila y el Concilio de Trento. El apóstol forjador de apóstoles: Rev. de Espiritualidad 5 (1946) 222-237; Idem, El Bto. Juan de Ávila y el concilio de Trento. El Apóstol forjador de apóstoles: Rev. de Espiritualidad 5 (1943) 12-15. Ver también: (S.C. pro Causis Sanctorum), Positio super canonizatione aequipolenti (Romae 1970) 414-423 (la voz de Ávila en Trento).

    [35]Insegnamenti VIII/1970, 566. Ver más datos en: (S.C. pro Causis Sanctorum), Positio super canonizatione aequipolenti (Romae 1970) 414-423 (la voz de Ávila en Trento).

    [36]R. SÁNCHEZ DE LAMADRID, Las «Advertencias al concilio de Toledo 1565-1566» del Bto. Juan de Ávila (Granada, Facultad Teológica, 1941); Idem, Un manuscrito inédito del Beato Juan de Ávila (Advertencias al concilio de Toledo): Archivo Teológico Granadino 4 (1941) 137-241. Ver también:Juan de Ávila, escritos sacerdotales (Madrid, BAC, 1969)I; Obras completas, VI, 229ss.

    [37](S.C. pro Causis Sanctorum), Positio super canonizatione aequipolenti (Romae 1970) 424-436. Ofrece datos de esta influencia: A. MARÍN OCETE, El concilio provincial de Granada en 1565: Archivo Teológico Granadino 25 (1962) 23-95.

    [38]Alguna influencia pudo haber en el concilio de Valencia (1565), presidido por el arzobispo Don Martín de Ayala, que había estado en Trento y conocía los escritos del Maestro. Pueden analizarse los contenidos y ambiente de los sínodos de Valencia, en: J.L. CASTÁN, La reforma del clero en los sínodos valencianos del siglo XVI (1548-1607): Anales Valentinos 25 (1998) 146-170.

    [39]Ver textos paralelos en: Positio super canonizatione aequipolenti (Romae 1970)  n.4, 434-436 (concilio de México). L. MARTÍNEZ FERRER, Directorio para confesores y penitentes. La pastoral de la Penitencia en el tercer Concilio Mexicano (1585) (Pamplona, Eunsa, 1996) 148-156 (influjo avilista en México por medio del P. Plaza).

    [40](S.C. pro Causis Sanctorum) Positio super canonizatione aequipolenti, n.4, 379-436 (la influencia). Hay que recordar que algunos de los escritos espirituales del s.XVI (que dependen de San Juan de Avila), especialmente autores jesuitas, influyeron en la primera cristiandad del Japón, que, en siglos posteriores, daría tantos mártires a la Iglesia.

    [41]Ibídem, n.4, 432-434 (influencia en el tercer concilio de Lima).

    [42]Ibídem, p. 384.

    [43]El agustino Fr. Luís de León editó las obras de Santa Teresa. Reproduce un fragmento de la carta dirigida por  el Maestro Ávila y encomia su figura. Ver Obras completas castellanas (de Fr. Luís de León) (Madrid, BAC, 1944) 1693. Cfr. Positio super canonizatione aequipolenti..., o.c, n.4, 387. Sobre Lope de Vega, ibidem, pp. 390-392.

    [44]Sobre el tema del amor de Dios: "Ese punto y mucho de esas meditaciones (del P. Diego de Estella) es del Padre Maestro Ávila, que lo tomó de unos sermones que predicó del Santísimo Sacramento" (testimonio del P. Villarás, aportado en la declaración del Lic. Juan Vargas: cfr. Positio, o.c., p.383). En estas meditaciones se toma frecuentemente la doctrina avilista, especialmente en la meditación 29 (que refleja los capítulos 78-79 del Audi Filia) y en la 65, que toma los contenidos del capítulo 80.

    [45]ANTONIO DE MOLINA, Instrucción de sacerdotes, sacada de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y Santos Doctores de la Iglesia (Burgos 1612).

    [46]Pueden verse otros textos de Molina, que son transcripción del Maestro Ávila, en: Positio super canonizatione aequipolenti, o.c., pp.385-387.

    [47]Le sacerdoce..., Paris, Bloud et Gay, 1933; cfr. afirmación de Bourgoing en el prólogo a las Oeuvres complètes de Bérulle, vol. I. Paris, 1855, p.VIII. Ver datos en: J. ESQUERDA BIFET,  Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila (Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica, 1969).

    [48]Introducción a la vida devota, part. I, cap. 4. Ver otros datos en: Positio, o.c., 397-398.

    [49]Biografía y escritos(Madrid, BAC, 1955) p. 415. La Positio, o.c., pp. 399-400, constata la influencia de la doctrina avilista, por medio de Antonio de Molina, en la terminología sobre el clero secular ("Orden de San Pedro"). El Maestro Ávila habla propiamente de "nuestro Padre San Pedro" (Plática 1ª).

    [50]Así lo afirma la revista "Annales d'Ars", n.42 (jan.-fev. 1963), reproduciendo una carta del Maestro Avila (subrayando ideas parecidas a las del Santo Cura).

    [51]Ver: Obras ascéticas de San Alfonso María de Ligorio (Madrid, BAC, 1952), índice onomástico del vol. I. Cfr. Positio, o.c., pp. 398-399.

    [52]Cfr. SAN ANTONIO Mª CLARET, Escritos autobiográficos (Madrid, BAC, 1981) n. 303. Cfr. J. BERMEJO, San Juan de Avila y San Antonio María Claret, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 865-892.

    [53]Cfr. I. TUBALDO, Giuseppe Allamano. Il suo tempo, la sua vita, la sua opera (Torino, Ediz. Miss.Consolata, 1982-1986).

    [54]L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) (corresponde al volumen 1º de las obras completas).

    [55]Ver su Diario Espiritual (manuscrito, se prepara su publicación). Aunque la referencia es frecuente, transcribimos sólo la siguiente: "Mi Sacerdocio podía definirse: Sacerdote de los Sacerdotes... creí que esta vocación la cumplía trabajando en este campo, modo Juan de Avila, pero insistiendo en mi vida espiritual, oración, etc., el pedir por la santificación de los Sacerdotes y aspirantes al Sacerdocio" (29 mayo 1979). La santidad sacerdotal era su "obsesión": cfr. J.M. GARCÍA LAHIGUERA, La santidad sacerdotal a través del Beato P. Juan de Ávila (Madrid, 1952).

    [56]Cfr. L. MUÑOZ, Vida, lib. 2º, cap. 26-27. El biógrafo se detiene en el año 1635, pero transmite unos datos que seguirán influyendo en siglos posteriores. Muñoz alude, entre otros, a Fr. Diego de Yepes (fraile jerónimo, obispo de Tarazona, confesor de Felipe II), Fr. Juan de Santa María (historiador de la Orden franciscana de la descalcez), Fr. Agustín Salucio (Maestro de la Orden de Santo Domingo), Fr. Antonio Daza (historiador de la Orden de San Francisco), P. Pedro de Rivadeneira (jesuita, biógrafo de San Francisco de Borja), Fr. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios (de la Orden carmelitana, en relación con Santa Teresa), Fr. Tomás de Jesús (también escritor carmelita), Francisco de Castro (biógrafo de San Juan de Dios) y otros más, religiosos y seculares. En el capítulo 27 aduce algunas autoridades de mucha valía histórica, también de las diversas Órdenes.

    [57]Breve Dilectus filius (2 de julio de 1946): Boletín Ogficial del Arzobispado de Granada 100 (1946) 375-377. Pablo VI recordará más tarde este título en la homilía durante la Misa de canonización (30 de mayo de 1970), matizándolo con estas palabras: "Alabanzas al Espiscopado español que, no satisfecho de la proclamación de Protector especial del Clero diocesano español, que nuestro predecesor de venerada memoria, Pío XII, hizo ya a favor del Beato Juan de Ávila, ha solicitado a esta Sede Apostólica su canonización" (Insegnamenti VIII/1970, 562).

    [58]Algunos Padres conciliares del Vaticano II, de reconocida línea avilista (como Don Casimiro Morcillo y Don Laureano Castán), influyeron en la redacción de textos sacerdotales como LG 28, ChD 28, PO 8 (sobre la familia sacerdotal y fraternidad sacramental del Presbiterio).

    [59](S.C. pro Causis Sanctorum), Positio super canonizatione aequipolenti (Romae 1970).

    [60]Homilía durante la canonización, 31 de mayo de 1970: Insegnamenti VIII/1970, 562-567.

    [61]Ibídem, 571 (cfr. pp. 568-571).

    [62]A nivel internacional, puede verse el resumen del "Dictionnaire de Spiritualité": Jean d'Avila, DSp, VIII, 1ª parte, 270-283.

    [63]Carta del Jueves Santo de 1979, n. 6.

    [64]Insegnamenti V/3 (1982) 1145-1151.

    [65]Ibídem, 1216-1224.

    [66]Ibídem, 1225-1234.

    [67]Las aportaciones hechas por profesores de diversas Universidades y de áreas geográficas diversas, han sido publicadas en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002).

    [68]Juan Pablo II, Mensaje con ocasión del V centenario del nacimiento de San Juan de Avila, 10 de mayo de 1000: Oss. Rom. esp. n. 22, 2 de junio de 2000, p.9.

    [69]Discurso 1 diciembre 2000: L'Osserv. Rom. esp. 8 dic. p.7.

    [70]B. JIMÉNEZ, El Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1988) p. 220.

    [71]Ver el conjunto de su doctrina, en todas sus facetas, también en relación con los estudios teológicos actuales, en: Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila, Madrid, BAC, 2000) pp.569. Todos los temas ecriturísticos y teológicos básicos tienen abuntante bibliografía actual.

JUAN DE ÁVILA, UNA FIGURA QUE TRASCIENDE SU ÉPOCA

 

Juan Esquerda Bifet

 

Presentación

1: El amor de Cristo y a Cristo, clave de su vida

2: Testigo de la misericordia divina en una época  grandiosa y convulsionada

3: Armonía de la revelación y de la fe en una síntesis sapiencial y fecunda

A modo de conclusión

 

* * *

 

 

Presentación

 

Remitirse a una figura de la historia eclesial, significa actualizar la realidad de gracia que hay en ella, como una herencia preciosa de familia que se quiere revivir. La “memoria” cristiana es siempre una actualización y no un simple recuerdo. Pero esta actualización supone, al mismo tiempo, discernir, armonizar y redimensionar lo recibido con las nuevas gracias que hoy comunica el mismo Espíritu Santo a su Iglesia.

 

La época del Maestro San Juan de Ávila está amasada, como la nuestra, de luces y sombras. Es época de grandes “descubrimientos” geográficos y de nuevas aperturas en el campo intelectual y científico. Si se puede hablar de un “cambio de época”, sería propiamente la del siglo XVI, donde ya se iniciaba una “globalización” incluso en el sentido geográfico y de intercambios culturales.[1]

 

Pero aquélla era también una época convulsionada por extremismos. Por una parte, la tendencia a confiar todo a la “gracia”; por otra parte, la tendencia a privilegiar el esfuerzo humano. La primera tendencia pedía mayor “libertad evangélica”, mientras que la segunda intentaba valorar los medios y expresiones de la naturaleza. En este contexto, la Iglesia quería discernir y garantizar, en todas las tendencias, la precisión y  la autenticidad.

 

En la sociedad de entonces, el acento en los descubrimientos de tipo más humano e incluso intelectual, se amalgamaba con tendencias “espirituales” o “fenomenológicas” no siempre auténticas. Se puede constatar también un cierto laxismo que daba lugar, como reacción, a un rigorismo difícil de precisar.

 

Es verdad que había también grandes y auténticos “carismas” (recibidos por personas verdaderamente libres), expresados en santidad y en renovación eclesial, mientras, al mismo tiempo, se acentuaba la evangelización “ad intra” y “ad extra”. Pero tengo la impresión de que, si se hubiera seguido la línea equilibrada de San Juan de Ávila y la de otros santos de la época, no se hubiera producido posteriormente (dentro del catolicismo) el fenómeno jansenista, preñado de rigorismo, de miedos, de dudas y de desesperación, con secuelas que han durado siglos.

 

Lo que es auténtico en una época y en una cultura, ya es patrimonio común y tiene valor en otras épocas, salvando las perspectivas y los enriquecimientos posteriores. La armonía del corazón, de la vida y de la doctrina de San Juan de Ávila, son un eco y casi una síntesis de toda la historia de la Iglesia y, al mismo tiempo, son ya una herencia común decantada, que se transmite y acrecienta armónicamente.

 

Desde la perspectiva del inicio del tercer milenio, a mí me impresiona en Juan de Ávila su actitud relacional con Cristo (al estilo de Pablo), su vivencia y testimonio de la misericordia divina por medio de Cristo, y su armonía sapiencial y fecunda con apertura universalista cultural y espiritual. Es lo que quiero afrontar sucintamente en el presente estudio.[2]

 

 

1.- El amor de Cristo y a Cristo, clave de su vida

 

A Juan de Ávila no se le puede entender sin vivir, como él, en sintonía con los "sentimientos" de Cristo (cfr. Fil 2,5). Se pueden hacer muchos estudios técnicamente válidos sobre su figura, sobre su doctrina y sobre su ambiente histórico y cultural, pero para comprenderle hay que entrar en su vivencia de relación íntima de Cristo.

 

Este tema es de todos sabido, porque pertenece a la entraña del cristianismo, pero tal vez nuestra mentalidad actual, que está fuertemente condicionada por reflexiones de los siglos anteriores, tiende a apreciar menos los aspectos relacionales que eran tan sentidos por los santos, por autores espirituales y también por algunos teólogos de todas las épocas. Al respecto, es muy aleccionador este principio renovador sentado por Benedicto XVI en su primera encíclica Deus Caritas est: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCe 1).[3]

 

Sobre San Juan de Ávila, el tema del amor  de Cristo y a Cristo (con otros temas relacionados) ha sido ya estudiado con cierta amplitud. Nos limitamos a recordarlo sucintamente, haciendo referencia a algunos estudios sobre el particular. En sus escritos son continuas las referencias a Cristo amado profundamente, especialmente en intimidad con él.[4]

 

El Tratado sobre el Amor de Dios y el tema del Corazón de Jesús, evidencian esta intimidad profunda de Juan de Ávila con Cristo, que es la clave de toda su vida y actuación sacerdotal, como síntesis de su doctrina sobre el amor de Dios, la interioridad de Cristo (Esposo, crucificado, presente e inmolado en la Eucaristía), la cruz como expresión de este amor, la redención  y la justificación por obra del amor de Cristo, la Iglesia amada por él, los “pobres” o las “almas” compradas  y salvadas con su amor.

 

Especialmente en el Tratado sobre el Amor de Dios, tan apreciado por los especialistas en teología espiritual y tan citado por autores posteriores al Maestro, éste se muestra evidentemente como quien quiere compartir la misma suerte de Cristo, sus mismos amores. Ahí está la clave de su actitud relacional con Cristo, que matiza todos los otros temas:

 

"¡Oh cruz, hazme lugar, y véame yo recibido mi cuerpo por ti y deja el de mi Señor. ¡Ensánchate, corona, para que pueda yo poner mi cabeza! ¡Dejad, clavos, esas manos inocentes y atravesad mi corazón y llagadlo de compasión y de amor!" (n.11).

 

El tema está íntimamente relacionado con el Corazón de Cristo y con la "locura" de la Cruz, al estilo de san Pablo: "¿Qué le falta a esa cruz para ser una espiritual ballesta, pues así hiere los corazones?... Esta santa cruz es el madero, y ese cuerpo extendido y brazos tan estirados, la cuerda. Y la abertura de ese costado es la nuez donde se pone la saeta de amor, por que de allí salga a herir el corazón... Cuando yo, mi buen Jesús, veo cómo de tu costado sale el hierro de la lanza, esa lanza es una saeta de amor que traspasa, y de tal manera hiere mi corazón, que no deja en él nada que no penetre… Vine aquí para curarme, ¡y me has herido! Vine para que me enseñases a vivir, ¡y me haces loco! ¡Oh sapientísima locura: no me vea yo jamás sin ti… La cabeza tienes inclinada, para oírnos y darnos besos de paz... los brazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recibirnos en tus entrañas, los pies clavados, para esperarnos y para nunca te poder apartar de nosotros. Si se mira con atención, la cruz, los clavos, las heridas, y toda su figura es una invitación a amarle. Pero,  sobre todo, es el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi corazón" (ibídem).

 

Esta intimidad con Cristo es el camino más adecuado para entrar en la intimidad trinitaria de Dios Amor. La mirada mutua de amor entre el Padre y el Hijo, se expresa personalmente en el Espíritu Santo que se nos comunica como salvación redentora: "¡Miraos siempre, Padre e Hijo, miraos siempre sin cesar, porque así se obre mi salud!" (ibídem, n.12). "Este río tan hermoso es la gracia del Espíritu Santo, el cual procede del Padre y del Hijo, como de un principio; éste riega la gran ciudad, que es la Iglesia" (Sermón 45).

 

Esta misma dinámica relacional se evidencia también en el tema "Corazón" de Cristo: "Andad acá al Corazón de Señor" (Audi Filia, cap.78). Porque Cristo "tendió sus brazos para ser crucificado, en señal que tenía su Corazón abierto con amor" (ibídem; cfr. Carta 20/1). El Maestro invita a entrar en la intimidad con Cristo, quien "tiene el Corazón del Padre" (Sermón 34). Por esto nos guarda "a todos metidos en sus entrañas de caridad y amor" (Sermón 32).

 

Vivir en sintonía con los sentimientos de Cristo, es una gracia que hay que pedir: "Dadme, Señor, vuestro Corazón, y luego amaré lo que vos amáis, aborreceré lo que vos aborrecéis" (Sermón 28). Explicar la figura de Cristo sin estar enamorado de él, sería una contradicción: "El que no tiene Corazón de Cristo, este tal no es de Cristo" (ibídem).[5]

 

El misterio de la Encarnación, que ha quedado fundamentalmente  expuesto en el Tratado sobre el Amor de Dios, aflora en los escritos avilistas haciendo hincapié en la humanidad de Cristo. Por esto Cristo es alguien profundamente amado, cercano, que se quiere comunicar a todos. Este acento ayuda a valorar y vivir mejor (en sentido relacional y vivencial profundo) los demás temas, especialmente la Eucaristía y la Palabra de Dios.

 

El Maestro conoce y explica bien la base dogmática, al presentar una "humanidad levantada a ser supositada en Dios, y a ser personada en Él" (Sermón 46), "humanidad sublimada en alteza de persona de Dios" (Sermón 53). Pero el acento recae en la cercanía a nuestra realidad para salvarla: "Si el Señor no se quitara la vestidura de su grandeza, disimulándola, por lavar se quedaran los hombres, llenos de sus miserias y suciedades" (Sermón 74).

 

Este tema es muy apreciado en la mística española del siglo XVI y también por parte de algunos místicos anteriores, como San Bernardo, citado profusamente por el Maestro. Juan de Ávila lo explica con la imagen del "romero" o peregrino: "El Verbo, igual con el Padre, quiso hacer romería e pasar por el mundo peregrino. Toma ropa de paño grueso, el sayal de nuestra humanidad" (Sermón 18). La unión maravillosa entre "oro de divinidad y plata de humanidad", ha hecho posible que "saliese un ámbar, Cristo, que atrajese a sí las pajas, quiero decir, los pecadores, vanos como pajas, y los hiciese justos" (Sermón 22).

 

Este tema de la humanidad de Cristo no obnubila en nada su divinidad, sino que la hace más cercana. Es el Verbo Encarnado y Redentor. Así podemos "ver a Dios abajado y humanado... pues este modo de remediarnos por su humildad y bajeza está mejor a gloria de Dios y al bien de los hombres... su humanidad y humildad fueron testimonio de su bondad" (Audi Filia, cap. 41). Éste es el modo de actuar de Dios Amor: "Así el camino usado de comunicar Dios su divinidad con las ánimas es por medio de su sacra humanidad" (ibídem, cap. 68).

 

La vida espiritual cristiana no pasaría de ser una experiencia fenomenológica personalista o una abstracción, si no se inspirara en la fuente primera que es Dios Amor: "De esta misma fuente sale la manera que se ha de tener en amar la santa Humanidad de Cristo nuestro Redentor, porque, como nuestro amor ha de ser holgarnos de la gloria que tiene Dios, de aquí ha de nascer holgarnos que aquella ánima santísima de Cristo esté rellena de gloria como está, alabando y engrandeciendo a la Divinidad" (Carta 222).

 

El camino de la oración cristiana no es principalmente de explicaciones teóricas y tampoco de simples metodologías (por válidas y útiles que puedan ser), sino una actitud sencilla de sintonía con alguien presente que nos lleva en su corazón. La oración es una actitud relacional, a modo de movimiento del corazón: "Cuando nosotros oramos, Él (Cristo) ora en nosotros" (Audi Filia, cap. 84; cfr. San Agustín, Enarr. in Ps., 85,1). Es "una sosegada atención para aprender de su maestro" (Audi Filia, cap. 75), una "secreta y amigable habla con Él" (ibídem,  cap.6).[6]

 

Estos principios que acabamos de resumir, no son sólo para personas privilegiadas, sino que Juan de Ávila los explicaba, más sencillamente, también en sus sermones: "Graciosa y muy agradable oración haréis si, dondequiera que os hallareis, alzareis vuestros corazones a Dios y lo tuviereis presente en vuestra memoria. ¿Quién os estorbará que no podáis hacer esto?... Comunicaos con Él, recogeos un poco a solas con Él en vuestro rinconcillo, si queréis sanar de vuestros males" (Sermón 10).

 

Es una actitud parecida a la explicada por Santa Teresa de Ávila ("estando…  con quien sabemos que nos ama") y aconsejada sencillamente por el Santo Cura de Ars ("alegres con su presencia"). Dice el Maestro Ávila: "Quédase allí solo, descansando. Por esto quien quisiere negociar con Él, vaya, que allí lo hallará solo, y el negocio que Él más quiere es que vais a regocijaros con Él; id, que allí lo hallaréis solo" (Sermón 11). Es como la "sencilla mirada del corazón" (Santa Teresa de Lisieux) o como dice el Maestro: "Perseveremos en mirar a Dios" (Sermón 129).

 

Su docenciaera vivencial y testimoniada. Cuando exponía los temas evangélicos, especialmente durante la homilía, toda la explicación giraba en torno a la persona de Jesús que ahora está presente y habla al corazón. Es que el evangelio sigue acontecimiento en la vida de cada persona y en toda la sociedad.

 

La Palabra de Dios es anunciada para escucharla en el corazón y vivirla, ahora concretada en el mismo Jesús: "Aunque a toda la Escritura de Dios hayáis de inclinar vuestra oreja con igual crédito de fe, porque toda ella es palabra de una misma suma Verdad, mas debéis tener particular respecto de os aprovechar de las benditas palabras que en la tierra habló el verdadero Dios hecho carne" (Audi Filia, cap. 45; comenta Mt 17,5: "Este es mi muy amado Hijo"). La lectura del evangelio es como si lo que Cristo dijo e hizo, aconteciera de nuevo, especialmente en relación con la Eucaristía: "Aquí lo hallarás haciendo otro tanto" (Sermón 41).

 

De ahí el significado e importancia de la predicación. Los predicadores son "espuertas de la semilla y palabra de Dios". Y añade: "No tengáis en poco la semilla si la espuerta es vil" (Sermón 28). De esta predicación surge la verdadera renovación de la Iglesia: "Los que predican reformación de Iglesia, por predicación e imitación de Cristo crucificado lo han de hacer y pretender" (Plática 4ª; pone el ejemplo de Santo Domingo y San Francisco). Por esto puede afirmar: "¿Sabéis cuál fue la causa de vida eclesial? Haber predicadores, encendidos con fuego de amor celestial, que encendían los corazones de los oyentes al fervoroso amor de Jesucristo nuestro Señor" (Sermón 55).[7]

 

El Año litúrgico es un itinerario de encuentro con Cristo, que hace presente o actualiza sus momentos salvíficos. Los sermones avilistas tenían lugar en los principales momentos de la vida litúrgica (Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua, Pentecostés, Corpus Christi, fiestas marianas, etc.). El Maestro invitada a vivir en sintonía con el Misterio de Cristo: "Habéis de saber, hermano, que, aunque las fiestas de Dios se pasaron cuanto a la historia, pero no se pasaron cuanto a la virtud... Siempre dura la virtud de la pasión hasta que el mundo se acabe" (Sermón 27).[8]

 

La presencia de Cristo, nacido de María, hay que detectarla en "las almas", es decir, en todos los redimidos, especialmente en los más pobres. La perspectiva relacional (de intimidad con Cristo) lleva necesariamente al encuentro con Cristo en los inmensos campos de caridad. Sólo a la luz de su amor apasionado por Cristo se explica la dedicación continua a las diversas necesidades espirituales, educativas, materiales.

 

El celo de almas (con derivaciones hacia todos los campos de caridad) es un contagio o trasunto de los amores de Cristo: "En cruz murió el Señor por las ánimas; hacienda, honra, fama y a su propia Madre dejó por cumplir con ellas" (Sermón 81). "Porque el fin de su encarnación, y de su vida, y de sus trabajos y muerte, es el bien de las ánimas" (Sermón 36). Por esto, el Señor "meterse ha por lanzas por amor de las ánimas" (Sermón 76). "Si de veras nos quemase las entrañas el celo de la casa de Dios... ¡Cómo tendrá paciencia en ver las esposas de Cristo enajenadas de Él y atadas con nudo de amor tan falso!" (Carta 208).

 

El universalismo de la misión realizada por San Juan de Ávila tiene dimensión geográfica, pero también cultural y sociológica: "¡Quién pudiese tener mil millones de lenguas para pregonar por todas partes quién es Jesucristo!" (Carta 207). Los más pobres (pecadores, enfermos, pobres materiales) conmovían su corazón, como trasunto del Corazón de Cristo. Por esto se lamenta de que "tenga Cristo tan pocos servidores en negocio de pobres" (Carta 204).

 

Este campo preferencial de los "pobres" lo recalca en tiempo de Navidad, cuando Cristo nace pobre para hacerse encontradizo: "Y mire que lo trate y cure bien, que es Hijo de alto Rey; Hijo es de Virgen y en virginales corazones reposa de buena gana... Y porque tiene muchos parientes pobres, y quien a Él quiere, también ha de querer a ellos, tienda vuestra merced la mano para les dar, porque son hermanos del Criador" (Carta 67).

 

Su amor a María y a la Iglesia están en esta perspectiva de Cristo que llega a nosotros por medio de signos cercanos a nuestra realidad. María "dio al Verbo de Dios el ser hombre, engendrándole de su purísima sangre, siendo hecha verdadera y natural Madre de Él" (Tratado sobre el sacerdocio, n.2). "Conocer" a María equivale a conocer a Cristo como Redentor, "conocer nuestro Redentor y nuestro remedio" (Sermón 6)

 

La Madre de Jesús invita a vivir la Eucaristía: "Venid y comed del pan que yo concebí en mis entrañas, y del pan que yo parí" (Sermón 12). Allí está "la guirnalda de la humanidad que le dio su santísima Madre" (Sermón 36). Es el "pan de la Virgen" (Sermón 39). "Ella es la que nos lo guisó, y por ser ella la guisandera se le pega más sabor al manjar" (Sermón 41). "Ella fue... la que nos amasó este pan" (Sermón 46).[9]

 

El Misterio de Cristo se actualiza en el misterio de la Iglesia profundamente amada de Cristo. Este misterio se capta como "desposorio... del Verbo hecho hombre con su Iglesia, que somos nosotros... en el día de Viernes Santo casó por palabras de presente con esta su Iglesia... porque entonces le fue sacada de su costado, estando Él durmiendo el sueño de muerte" (Audi Filia, cap. 69).

 

El camino de la santidad cristiana es una respuesta al amor de Cristo Esposo a su Iglesia esposa, llamada a vivir el mismo estilo de vida de Cristo:"La Iglesia cristiana tanto más lo conoce por su verdadero Esposo y Ungido, cuanto más pobreza y desprecio y trabajos trae" (Carta 127). Comentado el texto paulino sobre el amor de Cristo a su Iglesia para santificarla (cfr. Ef 5,25-26), dice: "Pues, si la santifica, lava y limpia, y aun con su propia sangre, que es la que da virtud a los sacramentos, para limpiar las ánimas por la gracia que da, ¿cómo puede quedar injusta o sucia la que con tan eficacísima cosa es limpiada y lavada?" (Audi Filia, cap. 88).

 

El amor apasionado del Maestro Ávila por Cristo, es un trasunto del amor del apóstol Pablo: "Muerto estaba el Apóstol para la gloria y honra del mundo... Muerto estaba el Apóstol al mundo para sentir sus afrentas, persecuciones y adversidades... Vivo estaba para sentir las afrentas de Jesucristo y las ofensas que contra él se hacían... Vivo estaba el Apóstol para Dios, pues con tanto cuidado entiende en las cosas que tocan a su servicio" (Comentario a Gálatas, n. 27).[10]

 

Así el Maestro Ávila podía vivir y anunciar a Cristo desde la realidad humana, personal y sociocultural, donde está presente Cristo esperando al creyente y al apóstol. Ahí enraíza el tema de la misericordia que veremos en el apartado siguiente.

 

 

2.- Testigo de la misericordia divina en una época grandiosa y convulsionada

 

En la enseñanza y vivencia de San Juan de Ávila, la experiencia de intimidad con Cristo se apoya en la bondad y misericordia de Dios humanado. Sin esta perspectiva de misericordia, no se entendería el misterio de Cristo presente en la Iglesia. Cristo es la misericordia personificada. La Iglesia es expresión transparente y eficaz ("sacramento") de esta misma misericordia.

 

Para entender mejor el acento del Maestro Ávila en la misericordia, hay que tener en cuenta el ambiente histórico y eclesial de la época. La tensión surgía por acentuar unilateralmente o la gracia o el esfuerzo humano. Ello produjo una ruptura en la Iglesia, separándose de ella los llamados "reformadores" o "evangélicos" ("protestantes"). Dentro mismo de la Iglesia católica, la tensión continuó, también en las discusiones teológicas. Posteriormente (desde el siglo XVII) el jansenismo, de tendencia más rigorista, llegará a influir en grandes sectores de la Iglesia hasta bien entrado el siglo XIX.

 

En San Juan de Ávila (y en otros santos de la época) encontramos un gran equilibrio y armonía entre gracia y cooperación humana. No es un equilibrio que nace de discusiones o exposiciones teóricas, sino de un corazón unificado que ha experimentado en sí mismo (en la propia realidad limitada) la misericordia de Dios.

 

La corriente dominante de la época podría calificarse de humanismo renacentista, pero muy polifacético por el hecho de incluir aspectos de diversas corrientes o tendencias: biblistas, nominalistas, reformistas, críticas (erasmismo), espiritualistas (alumbradismo), quietistas, etc.[11]

 

En medio de estas tensiones, afloraba una corriente renovadora, humanista y espiritual a la vez. En esta parte más positiva se colocan, junto al Maestro Ávila, los santos y grandes autores espirituales españoles de la época: Tomás de Villanueva, Juan de Ribera, Ignacio de Loyola, Juan de Dios, Pedro de Alcántara, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Francisco de Borja, Luís de Granada… Son ellos quienes supieron afrontar constructivamente los problemas prácticos o pastorales que surgían, derivados a veces del pensamiento humanista, filosófico y teológico. La renovación de las Órdenes religiosas y la creación de los Seminarios programados por Trento, surgieron en este ambiente. No hay que olvidar la institución de numerosos centros culturales en España, entre lo que cabe destacar unas 30 universidades hacia el final del siglo XVI.

 

Como es sabido, a San Juan de Ávila le tocó en suerte colaborar en la creación de algunos Seminarios, Colegios y Universidades, dentro de este ambiente histórico y cultural, antes y después de Trento (al que él aportó su propia experiencia transcrita en los célebres "Memoriales"). Al Maestro Ávila le preocupaba el bien integral de toda persona, como miembro de la sociedad. Organizó misiones populares, catequesis, centros educativos y caritativos. Instó a todos a compartir los bienes con los pobres.  Propuso al concilio de Trento la creación de una especie de tribunal internacional para evitar las guerras y las injusticias entre los pueblos (cfr. Memorial para el concilio de Trento I, n.63).

 

En este contexto, su enseñanza, especialmente por medio de la predicación y las numerosas cartas, es una llamada continua a la perfección, a la conversión y al perdón. Detecta las llagas y ofrece el ungüento de la misericordia divina. Insta a un cambio profundo de personas y estructuras. Las lacras de aquella época ("tiempos tan faltos de temor de Dios y de amor de virtud") tienen que reconocerse ante la oferta del perdón de Dios. La gracia, que es vida y acción del Espíritu Santo, hace posible que el ser humano recupere su verdadera libertad. El Maestro predica la misericordia y forma apóstoles de la misericordia.[12]

 

El contenido de sus sermones (que reflejan su propia actuación pastoral y la de sus discípulos) gira continuamente en torno al amor de Dios, que es exigente y que hace posible el perdón y la recuperación. Dios es "padre amoroso y perdonador" (Audi Filia, cap.41) y su amor es tierno como de madre (cfr. ibídem, cap.80; Sermón 77). En Cristo, el Verbo Encarnado, Dios tiene "ternura de corazón... entrañas de misericordia", porque "Dios es Amor" (Sermón 76).

 

En las cartas de dirección espiritual y en los sermones, ayuda a vivir un equilibrio entre el reconocimiento del propio pecado y la confianza en la misericordia divina: "Lo que escarbáis en vuestra miseria, escarbadlo en su misericordia" (Carta 139). "Vete con Él, que más puede su misericordia y los trabajos que Él pasó por ti para agradar a Dios Padre, que tus culpas para desagradarlo" (Sermón 19). "No hay momento en que la misericordia y largueza del Señor no esté lloviendo en ti nuevas mercedes" (Sermón 42).

 

Este perdón tan generoso de Dios, pide y hace posible la propia penitencia, también celebrando el sacramento del perdón: "Porque el que es parte y juez nos perdona y nos absuelve, mediante nuestra penitencia, y sus ministros y sacramentos" (Audi Filia, cap.18). Dios obra "según su costumbre. Y de aquí viene que, en lugar de airado juez, nos sea Dios piadoso Padre" (ibídem,  cap.20). "Toma Dios por honra de su nombre el perdonar, y perdonar mucho" (ibídem, cap.21; comenta el salmo 50).

 

En momentos de duda y angustia sobre la propia realidad pecadora, hay que pensar en la misericordia divina, porque, por grandes que sean nuestros pecados, "clama más alto sin comparación la sangre de Cristo, pidiendo perdón a las orejas de la misericordia divina" (Audi Filia, cap.85). La pasión que sufrió el Señor hace que "mirándolo el Padre tan afligido y sin culpa, mirase a los culpados con ojos de misericordia" (ibídem,  cap.87). Por la Encarnación del Verbo, conocemos que "este que viene es amigo de misericordia" (Sermón 2). Los que se condenan es "porque no confían de la misericordia de Dios" (Sermón 19).

 

Es conmovedor el modo cómo San Juan de Ávila invita a acudir a la misericordia divina, como acabamos de ver, con expresiones que seguramente leyó el Santo Cura de Ars.[13]

 

Es también una nota peculiar de la doctrina avilista, el tema de la "mirada" de Dios Amor: nos mira (también cuando somos pecadores y queremos arrepentirnos)  por medio del rostro de su Hijo crucificado: "Esta faz es mirada del eterno Padre" (Carta 59), quien nos mira "por los agujeros de sus llagas" (Carta 139). Dios nos mira perdonándonos: "Así que el principio y primero mirar de los ojos de Dios no es contra el hombre que Él crió, mas contra el pecado que nosotros hicimos" (Audi Filia, cap.86). Dios "mira en la faz de su Cristo" (Audi Filia,  cap.87). "Porque, así como el mirar de Dios a nosotros nos causa todos los bienes, así el mirar Dios a su Cristo, trae a nos la vista de Dios... El ser amado Cristo, es razón de ser recibidos en gracia nosotros" (ibídem).

 

La mirada de Dios es, pues, de amor misericordioso, expresado en la mirada a su Hijo y a nosotros en él: "Porque después que Cristo murió por nosotros, ya nos mira Dios con otros ojos, míranos con el amor que a su Hijo bendito" (Sermón 32). Dios nos mira con "amorosos ojos" porque estamos "incorporados" en su Hijo Jesucristo (Sermón 34). "Es levantado el hombre a ser miembro vivo de Jesucristo nuestro Señor y a ser llamado por nombre de Él; y por ser cosa de Cristo, es mirado del Padre con amorosos ojos y tiene cuidado como de cosa tan conjunta a su Hijo" (ibídem). Ya podemos decir al Padre: "Míranos por Él, pues nos redimiste por Él" (Sermón 55). La mirada amorosa de Dios nos invita a mirarlo con confianza filial: "Mirad, pues, a Cristo, porque os mire Cristo a vos" (Audi Filia, cap.112).[14]

 

La misericordia divina la experimentamos de modo especial en el amor materno de María hacia todos los redimidos. Ella es "Madre de misericordia"  o "enfermera del hospital de la misericordia de Dios" (Semón 60). Por esto, el Maestro invita a acudir a ella con confianza filial:  "Os será muy verdadera Madre en todas vuestras necesidades" (Audi Filia, cap.59).

 

Esta experiencia de la misericordia divina unifica el corazón y siembra la paz y la armonía en la sociedad y en la Iglesia. La actuación pastoral del Maestro Ávila en sus sermones y en las cartas de dirección espiritual, era, al mismo tiempo, exigente y comprensiva: "Sus palabras, aunque fuesen de reprensión, iban envueltas en amor, caridad y celo del aprovechamiento de las almas, y así le oían con notable afecto" .[15]

 

Las cartas a sus discípulos, que eran también confesores o directores espirituales, tienen este mismo tono. Hay que presentar ideales de perfección, alentando con actitud paterna y amigable. De este modo, la persona dirigida se siente escuchada y motivada. El director o confesor es "guía y padre" (Reglas de espíritu, II, n.9). A su dirigido el P. Luís de Granada, le da unas líneas de actuación hacia sus propios dirigidos: "El espíritu de padre para con sus hijos", con un "cuidadoso y fuerte amor que El (Dios) pone en un hijo suyo con otros hombres… aunque sea quitándose el padre el bocado de la boca, y aun dejar de estar entre los coros celestiales para descender a dar sopitas al niño". Por esto,  "es menester estar siempre templado, porque no halle el niño alguna respuesta menos amorosa…  a quien quisiere ser padre, conviénele un corazón tierno... para haber compasión de los hijos" (Carta 1).

 

 

3.- Armonía de la revelación y de la fe en una síntesis sapiencial y fecunda

 

Leyendo los escritos de San Juan de Ávila, el lector queda sumergido armónicamente en toda la historia de la Iglesia, en el sentido de encontrar los contenidos de la revelación (Escritura y Tradición), vividos, celebrados, enseñados y estudiados en la comunidad eclesial. Es una armonía maravillosa entre todos los aspectos, respetando la peculiaridad de cada uno. Se puede analizar la doctrina avilista en sus contenidos escriturísticos, patrísticos, magisteriales, litúrgicos, siempre insertados en una realidad cultural y sociológica. Se aprecia fácilmente la armonía entre fe y razón, gracia y naturaleza (humanismo), exigencia y posibilidad, urgencia y comprensión.

 

Quien entra en sintonía con esta armonía polifacética, se contagia del amor a la Iglesia, también con el deseo humilde y audaz de colaborar en su renovación. Es una armonía que no aprisiona, sino que abre a un futuro siempre prometedor. Por esto, la figura de San Juan de Ávila ha tenido y sigue teniendo un influjo universalista, que respeta carismas o gracias diferentes. Ahí está el secreto de haber sido tan apreciado por todos los santos y todas las Órdenes religiosas de su tiempo. Su enseñanza llega a todas las vocaciones específicas o estados de vida, sin oponerlas ni superponerlas: laicado, vida consagrada, sacerdocio ministerial.

 

A partir de esta armonía, se puede deducir su influjo permanente, capaz de insertarse en toda época y en cada cultura, sin condicionar a nadie. El Santo Maestro ayuda a entrar en una herencia evangélica común, que se va enriqueciendo con nuevas aportaciones en el sentido de una comprensión mejor y de una vivencia más adecuada.

 

Su misma figura sacerdotal está plasmada en la armonía o equilibrio de los ministerios: proféticos, litúrgicos (sacramentales), caritativos (diaconales), etc. Es la vivencia de su identidad, como participación en la misma consagración y misión de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, prolongado en su Iglesia. Su vida y su docencia sacerdotal siguen iluminando, también hoy, la identidad sagrada y misionera del itinerario formativo hacia el sacerdocio.

 

El fruto de su corazón unificado puede ser la repercusión en algunos santos de su época, que, a su vez, fueron transmisores de su doctrina y de sus ejemplos: Santo Tomás de Villanueva, Santa Teresa de Ávila, San Ignacio de Loyola, San Francisco de Borja, San Juan de Ribera, San Juan de Dios, etc.[16]

 

Juan de Ávila es un pastor. Su predicación, sus conferencias y sus escritos están en la línea del anuncio y, al mismo tiempo, de la catequización. Su teología no es, pues, sistemática o académica. Pero es fácil entresacar todos sus contenidos teológicos e inlcuso encuadrarlos a modo de tratados: sobre Dios, Jesucristo, Espíritu Santo, María, Iglesia, sacramentos (especialmente la Eucaristía), moral, perfección cristiana, etc.

 

Su enseñanza tiene una gran armonía, puesto que todo gira en torno al Misterio de Cristo: en relación con el Padre y el Espíritu Santo, presente y resucitado  en la Iglesia y en el mundo, viviente en el corazón humano, etc. Es teología basada en la revelación (Escritura y Tradición), tal como la han expuesto los Santos Padres, el Magisterio de la Iglesia, los santos y los grandes teólogos.[17]

 

Su modo de apreciar la teología aparece en su significado kerigmático (de anuncio) y de vivencia. Para él, no sería teología verdadera la que no se concretara en vida según el Espíritu Santo, que es vida de oración, humildad y caridad. Aludiendo al hecho de Pentecostés, afirma: "¿Qué son ni qué saben los letrados ni filósofos del mundo sin éstas (mercedes)? Cuantos teólogos hay sin gracia del Espíritu Santo, nada son... El Espíritu Santo es ayo de niños... ¡Y qué bien enseñado será el niño que de tal ayo saliere enseñado!" (Sermón 32).

 

Basado en su experiencia sobre la realidad del momento, puede pedir al concilio de Trento que se enseñe una teología vivencial y sólida: "La teología que escriben santos y que es sólida y en la que concuerdan unos con otros, se debe preferir a la que estas condiciones no tiene" (Memorial para Trento II, n.66).

 

No basta, pues, una teología teórica, sino basada en la Escritura tal como se enseña, vive y celebra en la Iglesia, "pues la ciencia que hace llorar y purificar los afectos para quien la lee y la doctrina con que se ha de apacentar las ánimas provechosamente, en la Sagrada Escritura, y en concilios, y en la lección de los santos está" (Memorial para Trento II, n.69).[18]

 

El. modo de afrontar y exponer los contenidos de la revelación es en armonía con los contenidos de la fe, tal como se predica y vive en la Iglesia. Esta armonía motiva para predicar la renovación de la Iglesia partiendo de los mismos documentos y realidades eclesiales. La reforma que propone no rompe los signos eclesiales queridos por el Señor, sino que los hace más transparentes y eficaces. Su espíritu renovador (de quien se siente más necesitado de renovación que los demás) se basa en esta interpretación de la doctrina recibida: "A sola la Iglesia Católica es dado este privilegio, que interprete y entienda la divina Escritura, por morar en ella el mismo Espíritu Santo que en la Escritura habló. Y donde la Iglesia no determina, hemos de seguir la concorde y unánime interpretación de los santos, si no queremos errar" (Audi Filia 46).

 

Esta referencia a la Tradición (como armonía de la revelación y de la fe), es fuente de seguridad y dinamismo: "Hallaréis en la Santa Madre Iglesia de tradiciones que no están escritas en los Evangelistas, como es la forma de consagrar. Por eso nos dijo nuestro Señor: «Allá os doy mi Espíritu Santo»; y donde se infunde este Espíritu Santo y la práctica que procede del Espíritu Santo, habla Dios y es tradición de Dios" (Comentario a Juan I, lec.24ª). Esta armonía eclesial hace libre de todo condicionamiento a escuelas particulares: "Por esto el Señor, que nos dio su palabra, nos dio varones santos en quien Él moró, para que nos declarasen la Escritura con el mismo espíritu que fue escrita; para lo cual ni es bastante el ingenio sutil, ni juicio asentado, ni las muchas disciplinas, ni el continuo estudio, sino la verdadera lumbre del Señor, la cual, cierto, estamos más ciertos haber morado en los santos enseñadores pasados que en los no santos de ahora" (Carta 9, a un predicador).

 

Lo más difícil en esta armonía de vida y enseñanza, era la relación entre la acción de la gracia y la libertad humana, que es un problema permanente en todo el decurso de la historia eclesial: relación entre divinidad y humanidad de Jesús, entre gracia y libertad, entre fe y razón, entre evangelización y cultura o también progreso.

 

La confianza en la misericordia divina campea en todos los escritos, también como punto de partida para discernir o corregir la propia debilidad y pecado. La fe viva es un don de Dios, que posibilita una respuesta libre y responsable del hombre: "Vida tiene de tener nuestra fe, caridad y amor de Dios y del prójimo, que ésta es su vida, y éstas son las señales de que no es muerta" (Comentario a Gálatas, n.52; cfr. Gal 5,6). La vida de gracia no es sólo perdón de los pecados, sino también participación en la vida divina: "Y si bien se mira la divina Escritura, hallarse ha que, cuando se da el perdón del pecado, se da con él novedad de vida y corazón limpio, de nuevo criado... se le da la gracia y la limpieza del corazón, y virtudes, y Espíritu del Señor, con que pueda guardar la ley, y, por vía de hijo y de buenas obras, gozar de Dios para siempre" (Audi Filia, cap. 88).

 

Cristo Esposo comunica a la Iglesia su esposa (y a cada creyente que se abre a la gracia) esta participación en la vida divina: "Por la fe con caridad, dice que mora Cristo en nosotros. La fe es la que le aposenta, la que le da el señorío, la que con él nos liga; y ella misma es las arras, los dones y los collares que da Cristo a la esposa con quien se casa" (Comentario a Gálatas, n.52; cfr. Gal 5,6; Ef 3,16-17). Ello comporta celebrar los signos que Cristo ha dado a su Iglesia: "Por la penitencia y medios que la Iglesia católica enseña" (Audi Filia, cap. 29).

 

El Maestro Ávila, matizando las expresiones, subraya la dignidad y responsabilidad del ser humano: "Mas no entendáis, por esto, que el libre albedrío del hombre no obre cosa alguna en las obras buenas, porque esto sería grande ignorancia y error; mas dícese que Dios obra el querer y el acabar, porque él es el principal obrador en el ánima del justificado, y el que mueve y suavemente hace que el libre albedrío obre y sea su ayudador" (Audi Filia,  cap. 66; cita a San Agustín, Confesiones, lib. 10, cap. 34, n. 52; comenta Fil 2,13 y 1Cor 3,9).

 

En realidad, es Cristo quien nos hace partícipes de sus méritos (cfr. Audi Filia, cap.84), comunicándonos su misma justicia, puesto que él es "nuestra justicia" (1Cor 1,30): "Y así Cristo ser nuestra justicia, quiere decir que es causa de nuestra justicia formal, distinta de la suya, y en cuanto Dios es causa eficiente de nuestra justicia, y en cuanto hombre es causa meritoria... lo que el hombre tiene, no lo tiene de sí, sino de Dios... la (justicia) de Cristo se imputa a nosotros... son bienes que Cristo nos ganó para que formalmente los tuviésemos y gozásemos de ellos" (Plática 4ª, 213ss). Consecuentemente se recibe la vida divina o "unción" del Espíritu Santo: "No se contentó con lavarnos, con quitarnos las manchas de nuestras culpas y la fealdad de nuestros pecados, sino que, después de habernos lavado, nos ungió" (Comentario a Gálatas n.33; cita 2Cor 1,21-22).

 

La actitud del verdadero creyente en Cristo Redentor, es de confianza (al constatar la misericordia divina en la propia miseria) y de donación generosa: "Mirad, pues, a Cristo, porque os mire Cristo a vos... no penséis que habéis vos merecido la hermosura que él os ha dado. De gracia, que no de deuda, se vistió nuestra fealdad; y de gracia, y sin deuda, nos vistió de esta hermosura" (Audi Filia, cap. 112).

 

El misterio del hombre se esclarece sólo en el misterio de Cristo (cfr. GS 22), Verbo Encarnado y Redentor. Esto es mucho más de lo que hoy se suele llamar "autoestima", la cual se garantiza sólo a la luz de Cristo: "Tanto doy cuanto pido; pido a Dios, también doy a Dios. Dios vale tanto como Dios. Jesucristo, Dios y hombre, mío es; sus merecimientos, míos son también: bien tengo con que pagar lo que demando. Sábete estimar, hombre, pues Jesucristo es tuyo" (Sermón 18).

 

En este contexto se valora la relación entre fe y razón, en su mutuo enriquecimiento: "Porque, aunque algunas cosas de Dios se pueden por razón alcanzar, las cuales llama San Pablo lo manifiesto de Dios; mas los misterios que la fe cree, no puede la razón alcanzar cómo sean. Y por eso se dice que cree la fe lo que no ve, y adora con firmeza lo que a la razón es escondido" (Audi Filia, cap.31 cfr. Rom 1,19s). Sin infravalorar la razón, se invita a dar el salto a la fe (que es don especial de Dios): "Dice la razón de los Reyes que está el niño en casas altas y ricas; dice la estrella que no, sino en aquellas pajas, en aquel pesebre" (Sermón 5/2). Y así se da gloria a Dios: "del cual, mientras cosas más altas creemos y que sobrepujan a nuestra razón, más le honramos y más nos le sometemos" (Carta 150. 93ss). El Maestro lo aplica a la fe en el misterio eucarístico: "¿Qué locura es ésa? ¿No querer creer lo que no alcanza la razón?" (Sermón 46). La razón humana se enriquece ante la posibilidad o la realidad de la revelación: "Tiene esto la inmensidad de Dios y la grandeza de sus obras, que mientras más un hombre conoce de El y de ellas, tanto más le parece que es poco lo que ha conocido y mucho el camino que le queda de andar" (Sermón 53).

 

La libertad humana queda salvaguardada y reforzada por la gracia. La libertad es la verdad de la donación:"¿Quieres, pues, hermano, rescatarte ... y hacerte libre? Ama al Señor Dios tuyo. Entra, hermano, en tan dichoso cautiverio, renuncia a esos señores que poseen, o por mejor decir, crueles tiranos... Ama, pues, al Señor Dios tuyo y serás libre de cualquier sujeción" (Sermón 23).

 

Aunque el ser humano es "flaca ceniza delante de un gran viento" (Carta 2), queda reforzado por la gracia: "Mira lo que crees, que el Hijo de Dios y el Espíritu Santo vinieron a la tierra para tu remedio... Perdióse el conocimiento del hombre, y vino el Hijo; perdióse la bondad del hombre, y vino el Espíritu Santo" (Sermón 32). Entonces el hombre puede amarse a sí mismo, para darse a Dios y a los hermanos: "Miraos a vos, no como hechura vuestra, sino como a una dádiva, de la cual Dios hizo merced a vos" (Audi Filia,  cap. 64).[19]

 

 

A modo de conclusión

 

Al Maestro Ávila se le entiende mejor si se le "traduce" a nuestra época, como se hace con otros santos y doctores de la Iglesia. Ésta es una de las peculiaridades de las catequesis del Papa  Benedicto XVI, al explicar las figuras históricas en su hondura y simultáneamente en su valor actual. La clave es resumir los datos objetivos sobre la figura, siempre a la luz de un encuentro íntimo con Cristo, que personifica la misericordia del Padre, que comunica la vida nueva en el Espíritu y que es armonía en el corazón, traducida en entrega humilde, confiada y generosa.[20]

 

La “sabiduría” cristiana, vivida por los santos, es siempre actual. La sabiduría vivencial del Maestro Ávila (como santo, predicador, educador, etc.) aparece en sus enseñanza doctrinales. Adentrándose en él, se capta la armonía de toda la historia de la Iglesia peregrina, con sus limitaciones y su santidad, como "misterio" de comunión misionera.

 

El amor apasionado por Cristo, el acento en la misericordia divina y el equilibrio entre el amor de Dios y la respuesta libre del hombre, disparan hacia el proceso de santidad, como configuración con Cristo, correspondencia a su amor y participación en la vida divina. El creyente se siente motivado fuertemente y potenciado para emprender un itinerario que será de realismo cristiano (humildad), de confianza filial y de entrega generosa. El Maestro no se limita a llamar a la santidad, sino que (también con su experiencia y testimonio) señala un itinerario posible y entusiasmante.

 

A modo de "conclusión", intento resumir en pocas palabras los tres aspectos expuestos en el presente estudio (amor de Cristo y a Cristo, experiencia de la misericordia divina, armonía sapiencial), que se traducen en un itinerario de santidad exigente y posible. Es el itinerario de una pastoral de santidad comprometida en el amor a la Iglesia y a toda la humanidad redimida por Cristo, que resume  la identidad apostólica de San Juan de Ávila.

 

La santidad es "perfección de la caridad" (LG 40), como exigencia y consecuencia del bautismo.Los cristianos estamos llamados a ser "perfectos guardadores de la Ley, que tenemos, cuyo principal mandamiento es el de la caridad" (Audi Filia, cap.34). Es fidelidad al proyecto de Dios Amor: "La santidad verdadera no consiste en estas cosas (sentimientos), sino en el cumplimiento de la voluntad del Señor" (ibídem, cap.55). El grado de santidad se mide por la humildad y la cariad: "Aquel es más santo... que, con profundo desprecio de sí, tiene mayor caridad, en la cual consiste la perfección de la vida cristiana y el cumplimiento de toda la ley" (ibídem, cap.76).  Juan de Ávila predica esta santidad cristiana, sin rebajas, para todos los estados de vida o vocaciones (laical, vida consagrada, sacerdocio ministerial): "Ya os puso Dios en ese estado, en ése os salvaréis; tened cuidado de hacer en él todo lo que debéis, que ahí os dará Él su gracia con que vais al cielo" (Sermón 29).

 

El objetivo grandioso de la santidad cristiana es la participación en la vida divina. Al infundirnos su gracia, Dios  hace "a los hombres deiformes" (Sermón 45). Es la misma vida de caridad, como transformación en Cristo: "La vida de perfección en dos cosas consiste: ... en desnudarnos de nosotros mismos, que llama San Pablo despojarnos del hombre viejo y vestirnos del nuevo y de Jesucristo" (Dialogus, n.21).[21]

 

El Maestro explicaba con minuciosidad los medios de santidad, pero aclaraba  que la santidad no consiste en ellos, sino en la cariad: "Rezas mucho, pero no amas a Dios, no amas al prójimo, tienes el corazón seco, duro, no partido con misericordia; no lloras con los que lloran; y si esto te falta, bien puedes quebrarte la cabeza rezando y enflaquecerte ayunando; que no puso Dios en eso la santidad, principalmente, sino en el amor" (Sermón 76).

 

Los medios que San Juan de Ávila propone para el camino de santidad, son los tradicionales (oración, sacrificio, Eucaristía, sacramentos...). Él propone, a nivel más concreto, la comunión frecuente, la devoción mariana, la lectura espiritual, el examen de conciencia y conocimiento de sí mismo, la meditación, la dirección espiritual, la mortificación... Lo importante es no perder las motivaciones y el objetivo cristológico: "El vestirnos del hombre nuevo es la última disposición para vestirnos de Cristo y recibir su Espíritu Santo" (Dialogus, n.21).

 

La doctrina mariana de San Juan de Ávila es una gran ayuda en este camino de santidad como configuración con Cristo. Ella es "Madre de gracia" (Sermón 61), con un cuidado materno permanente: "Miró al provecho de la Iglesia que entonces había y también a los que después habíamos de nacer en ella hasta que el mundo se acabe" (Sermón 70; cfr. sermón 69). "Tiene la cumbre de la santidad y es dada por ejemplo a nosotros" (Sermón 71). A todos y cada uno nos llama: "Los racimos de mi corazón, los pedazos de mis entrañas" (Sermón 67). Ella es "verdadera Madre del pueblo cristiano" (Sermón 69). María "os será muy verdadera Madre en todas vuestras necesidades" (Audio Filia, cap.59).

 

Adentrándose en la vida y doctrina de San Juan de Ávila, uno queda abierto al futuro. Por el hecho de valorar la herencia de gracia de un pasado, nos abrimos generosamente a las nuevas gracias en un proceso de nueva evangelización: nos encontramos antes nuevas situaciones en las que Dios nos da nuevas gracias. Será relativamente fácil encontrar nuevas expresiones y nuevos métodos, si existe el nuevo fervor de los apóstoles.[22]

 

Asimilar la doctrina de San Juan de Ávila puede ser una escuela o un "ensayo" para captar y vivir la realidad eclesial y sociológica de nuestra época y en todas las culturas. Su síntesis sapiencial y armónica abre el horizonte más allá de las fronteras de un escuela o de un carisma particular, porque nos insertan en las coordenadas de una Iglesia peregrina hacia el encuentro de toda la humanidad con Cristo resucitado.

 



[1]Es interesante esta observación del Papa Benedicto XVI: "La Spagna è stata, da sempre, un Paese «originario» della fede; pensiamo che la rinascita del cattolicesimo nell’epoca moderna avviene soprattutto grazie alla Spagna; figure come sant’Ignazio di Loyola, santa Teresa d’Avila e san Giovanni d’Avila, sono figure che hanno realmente rinnovato il cattolicesimo, hanno formato la fisionomia del cattolicesimo moderno" (Entrevista a los periodistas durante el viaje hacia España, 6 noviembre 2010: Ossevatore Romano, 8-9 novembre 2010, p.8).

 

 

[2]La bibliografía avalista es hoy sumamente extensa (ver las Obras Completas  y estudios avalistas en la BAC). Sería muy útil poder disponer de la voluminosa “Positio” presentada para pedir su Doctorado: Urbis et Orbis Concessionis Tituli Doctoris Ecclesiae Universalis SANCTO IOANNI DE ÁVILA sacerdoti Dioecesano “Magíster” Nuncupatus (1499-1569). El lector puede encontrar en ella prácticamente todo lo que se refiere al Santo Maestro, especialmente: Cronología y datos biográficos (cap.1); Documentos Pontificios, de Cardenales y de Obispos (cap.2); Predicador, fundador de Colegios y renovador (cap.3); Escritor (cap.4); Fuentes de su doctrina: Escritura, Tradición, Magisterio, Teología (cap.5); Maestro (síntesis de su teología) (cap.6); Maestro de espiritualidad cristiana (cap.7) y sacerdotal (cap.8); Influencia histórica y permanente (cap.9); Actualidad para la Iglesia y el mundo de hoy (cap.10); Doctrina eminente (cap.11). Al final, se recoge toda la bibliografía hasta el momento, distribuida por ediciones, estudios biográficos, monografías, bibliografía reciente desde el año 2000 al 2008). Es muy útil la iconografía por su valor artístico y cultural. Termina con las “preces” suplicando el Doctorado.

 

[3]Cita de nuevo la frase en la exhortación Verbum Domini, n.11. Es un principio repetido continuamente por el Papa en sus intervenciones doctrinales, que tal vez no se tiene suficientemente en cuenta. Ver, por ejemplo, una afirmación de su homilía durante el inicio de su Pontificado (año 2005), citada en la exhortación sobre la Eucaristía (año 2007): “En la homilía durante la Celebración eucarística con la que he iniciado solemnemente mi ministerio en la Cátedra de Pedro, decía: « Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él»… Verdaderamente, nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a los demás” (Exh. Apost. Sacramentum Caritatis, n.84). Sin esta orientación básica (cristológica y relacional) no se entendería el magisterio de Benedicto XVI, como tampoco se valoraría adecuadamente a San Juan de Ávila.

 

[4]Cfr. F.J. DÍAZ LORITE, Experiencia del amor de Dios y plenitud del hombre en San Juan de Ávila (Madrid, Artes Gráficas Campillo Nevado, 2007); A. SEGOVIA, El amor de Dios en las cartas del P. Ávila: Maestro Ávila 1 (1946) 147-282.

 

[5]Un estudio quesigue siendo actual: J.A. De ALDAMA, El Bto. Juan de Ávila, precursor de Santa Margarita María de Alacoque en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús: Maestro Ávila 1 (1946) 255-268. Ver también: M. BRUNSÓ, El Beato Juan de Ávila y la encíclica «Haurietis aquas»: Resurrexit 21 (1961) 309-311; J. ESQUERDA BIFET, El Bto. Juan de Ávila, jalón imprescindible en la historia de la devoción al Corazón de Jesús: Surge 20 (1962) 227-233.

 

[6]Cfr. F. BORRAZ GIRONA, De theologia orationis iuxta doctrinam Sancti Johannis de Avila (Roma, Unv. Santo Tomás, 1975; Burgos 1976) (Tesis Doctoral); E.Mª DÍAZ RAMÍREZ, Vino nuevo. Orar con San Juan de Ávila (Barcelona, Casals, 1984); J. ESQUERDA BIFET, La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro Juan de Ávila: Anthologica Annua, 24-25 (1977-1978) 499-550; J.L. MORENO MARTÍNEZ, San Juan de Avila, Maestro de oración (Burgos, Montecarmelo, 2002); J. SANCHIS, Doctrina del Bto. Juan de Ávila sobre la oración: Verdad y Vida 5 (1947) 5-64.

 

[7]Algunos estudios más recientes sobre la predicación en San Juan de Ávila: J.J. GALLEGO PALOMERO, El ministerio de la predicación y San Juan de Avila, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 799-849; S. LÓPEZ SANTIDRIÁN, Juan de Ávila predicador de Cristo (Madrid, Edicep, 2000). Ver contenidos de la predicación y bibliografía: L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) 274-289 (El Maestro Ávila, predicador). Ver esa dimensión relacional y vivencial de la Palabra de Dios en la exhortación Verbum Domini, nn.51-59.

 

[8]Cfr. J. ESQUERDA BIFET, El año litúrgico en los sermones de san Juan de Avila, en: AA.VV., Fovenda sacra liturgia. Miscelánea en honor del Dr. Pere Tarrés (Barcelona, Centre de Pastoral Litúrgica, 2000) 427-442. Ver este mismo tono vivencial de "encuentro con Cristo" en la exhortación Verbum Domini, nn.52, 72-74, 77.

 

[9]Sobre su doctrina mariana: J. ESQUERDA BIFET, La doctrina mariológica del Maestro san Juan de Avila: Marianum 62 (2001) 91-114; D. FERNÁNDEZ, Culto y devoción popular a María en la obra de San Juan de Ávila: Ephemerides Mariologicae 31 (1981) 79-99; A.P. GONZÁLEZ GUTIÉRREZ, La actuación de María en la Iglesia de Cristo según San Juan de Ávila: Scripta de Maria 9 (Pamplona 1987) 109-147; A. MOLINA, Presencia de María en el epistolario del Santo Maestro Juan de Ávila: Estudios Marianos 36 (1972), 281-304.

 

[10]Un resumen sobre el paulinismo del Maestro: B. JIMÉNEZ DUQUE, El Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1988), cap. XIV. Estudio de referencia: R. GARCÍA VILLOSLADA, El paulinismo de Juan de Ávila: Gregorianum 51 (1970) 615-647.

 

[11]Cfr. F. MARQUEZ VILLANUEVA, Vida y escritos de San Juan de Avila a la luz de sus tiempos, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp.77-98. Resumen  espiritual y cultural de la época: M. ANDRÉS MARTÍN, Historia de la mística de la edad de oro en España y América (Madrid, BAC, 1994).

 

[12]Pablo VI, en el discurso durante la audiencia después de la canonización, resume el ambiente de la época: "La figura de San Juan de Ávila surge ahora casi podríamos decir con una finalidad profética, para marcaros una pauta. Él supo captar los problemas de vuestra Patria, que en aquel entonces abría su seno al Mundo Nuevo recientemente descubierto; supo asimilar con espíritu de Iglesia las nuevas corrientes humanistas; supo reaccionar con visión certera ante los problemas del sacerdote, sintiendo la necesidad de purificarse, de reformarse para reemprender con nuevas energías el camino" (PABLO VI, Discurso 1 de junio de 1970: Insegnamenti VIII/1970, 570).

 

[13]En la biblioteca del Santo Cura de Ars se conservan las obras del Maestro Ávila (traducción francesa). Así lo afirma la revista "Annales d'Ars", n.42 (jan.-fev. 1963), reproduciendo una carta del Maestro Ávila (con ideas parecidas a las del Santo Cura). Ver textos de Vianney sobre la misericordia divina, citados por Benedicto XVI en la Carta para la apertura del año sacerdotal (16 junio 2009): (Ponía en boca de Jesús) “Encargaré a mis ministros que anuncien a los pecadores que estoy siempre dispuesto a recibirlos, que mi misericordia es infinita”. “El buen Dios lo sabe todo. Antes incluso de que se lo confeséis, sabe ya que pecaréis nuevamente y sin embargo os perdona. ¡Qué grande es el amor de nuestro Dios que le lleva incluso a olvidar voluntariamente el futuro, con tal de perdonarnos!”. Las referencias bibliográficas están en las notas 24 y 25 de la Carta, donde cita a: Le curé d'Ars. Sa pensée - Son coeur. Présentés par l'Abbé Bernard Nodet, éd. Xavier Mappus, Foi Vivante, 1966, pp.130-131. Cfr. Edición española: B. NODET, Juan-María B. Vianney, Cura de Ars. Su pensamiento y su corazón(Barcelona, Hormiga de Oro, 1994). También hay ciertos parecidos en doctrina sobre la oración, como hemos visto en  apartado anterior.

 

[14]En la primera edición del Audi Filia se añadía: "Vos veréis a vos en Él y Él verá a Sí en vos" (Audi Filia, cap 112,).  En la edición definitiva, el Maestro la matizó por exigencia de los censores, y puso:  "De gracia, que no de deuda, se vistió nuestra fealdad, y de gracia, sin deuda, nos vistió de esta hermosura" (ibídem).

 

[15]L. MUÑOZ, Vida, lib.1º, cap.22.

 

[16]Como prueba de este influjo doctrinal, baste recordar que el "Audi Filia" tuvo tres ediciones en menos de tres años, y se tradujo posteriormente al italiano, francés, alemán e inglés. Los católicos perseguidos en Inglaterra, encontraban en este libro un gran aliento. El Cardenal Astorga, arzobispo de Toledo, decía que este libro "había convertido más almas que letras tiene". Fr. Luís de Granada, que publicó una parte del texto de 1556 en "Guía de pecadores", afirmaba: "Lo tengo en la cabeza por haberlo leído muchas veces". El biógrafo L. Muñoz resume la influencia de San Juan de Ávila en España y fuera, recogiendo testimonios explícitos (cfr. Vida, lib.3º, cap.26-27), aportando una frase atribuida a Santo Tomás de Villanueva (1488-1555), arzobispo de Valencia (1544-1555): "El santo fray Tomás de Villanueva, gloria de la religión de San Agustín..., decía y afirmaba, que desde los apóstoles acá, no sabía quién hubiese hecho más fruto que el venerable Maestro Juan de Ávila; este testimonio del santo fray Tomás publicaba un religioso descalzo, varón de santa vida" (cap. 26).

 

[17]Entre los Santos Padres más citados, destacan San Agustín, San Jerónimo, San Ambrosio, San Gregorio Magno y San Juan Crisóstomo. Entre los teólogos posteriores a la época patrística, destacan Santo Tomás, San Buenaventura y San Bernardo. "Parece que la Teología de Santo Tomás y de San Buenaventura es la más conveniente para ser enseñada en las escuelas, aunque en particular pueda cada uno leer otros buenos autores que hay" (Memorial paraTrento II, n.66).Conoce y cita los teólogos contemporáneos, ofreciendo pistas de discernimiento.

 

[18]Ver la exhortación Verbum Domini, n.31, Cfr. M. ANDRÉS, La teología española en el siglo XVI (Madrid, BAC, 1976-1977); J. ESQUERDA BIFET,Doctrina teológica del Bto. Maestro Ávila, en tiempo de postconcilio: Miscelánea Comillas 47-48 (1967) 95-128; Idem, Introducción a la doctrina de San Juan de Avila (Madrid, BAC, 2000) cap.3-6.

 

[19]Ver la exhortación Verbum Domini, n.36. Cfr. L.F. LADARIA, La doctrina de la justificación en San Juan de Avila, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 553-577.

 

[20]Tengo la impresión, después de ir leyendo todas estas catequesis (durante más de un quinquenio) y siempre en el contexto de sus grandes documentos, que no se ha captado esta clave con que el Papa invita a redescubrir esas figuras del "pasado", que son una herencia común de valor permanente. En el Mensaje con ocasión del 4º centenario de la canonización de San Carlos Borromeo, 1 noviembre 2010, después de describir su figura como quien procuraba santificarse para renovar a la Iglesia, Benedicto XVI invita a todos a la santidad: "L’esempio e la preghiera di san Carlo vi ottengano di essere fedeli a questa eredità, così che ogni battezzato sappia vivere nella società odierna quella profezia affascinante che è, in ogni epoca, la carità di Cristo vivente in noi". Y aclara cual era el "secreto" de San Carlos Borromeo y la fuerza de la misión: "Non si potrebbe comprendere, però, la carità di san Carlo Borromeo se non si conoscesse il suo rapporto di amore appassionato con il Signore Gesù... non c’è missione nella Chiesa che non sgorghi dal “rimanere” nell’amore del Signore Gesù". (Lettera Lumen Caritatis, 1 novembre 2010)

 

[21]En el tratadito llamado Meditación del beneficio que nos hizo el Señor en el sacramento de la Eucaristía, explica que la gracia divina hace "semejante el hombre a Dios en la pureza de vida, y después en la bienaventuranza de la gloria, que es hacer al hombre divino, deificada su ánima y haciéndola participante de las costumbres y naturaleza de Dios" (ibídem, 25ss). El hombre llega a ser "participante del mismo Dios" (ibídem, 65).

 

[22]La "Nueva Evangelización" tiene estas perspectivas que acabamos de resumir. La frase había sido plasmada en el documento de Puebla (1979), que habla de "situaciones" que "requieren una nueva evangelización" (n. 366). Juan Pablo II la glosó en Puerto Príncipe, Haití (9 de marzo de 1983, invitando a encontrar y suscitar nuevos métodos, nuevas expresiones y nuevo fervor de los apóstoles. El documento de Santo Domingo (1992) dedica a la Nueva Evangelización el cap. 1 de la segunda parte, indicando que se trata de un concepto "operativo y dinámico", que "exige la conversión pastoral de la Iglesia. Tal conversión debe ser coherente con el Concilio" (n. 30). En la encíclica Redemptoris Missio, Juan Pablo II las sitúa en en contexto de tres acciones misioneras: pastoral ordinaria, nueva evangelización y evangelización "ad gentes" (RMi 33). La nueva evangelización es una respuesta comprometidaa la "nueva primavera" de gracia (RMi 2) o "nueva época misionera" (RMi 92). El documento de Aparecida (2007) recuerda " el desafío de una nueva evangelización, a la que hemos sido reiteradamente convocados" (n.287). Benedicto XVI, en la Carta Apostólica Ubicumque et semper (21 septiembre 2010), instituye el Pontificio Consejo para promover la Nueva Evangelización, y afirma: "De hecho, no podemos olvidar que la primera tarea será siempre ser dóciles a la obra gratuita del Espíritu del Resucitado, que acompaña a cuantos son portadores del Evangelio y abre el corazón de quienes escuchan. Para proclamar de modo fecundo la Palabra del Evangelio se requiere ante todo hacer una experiencia profunda de Dios". En la exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini (2010), el Papa recuerda que "nuestro tiempo ha de ser cada día más el de una nueva escucha de la Palabra de Dios y de una nueva evangelización" (n.122).

JUAN DE ÁVILA, UN CORAZÓN UNIFICADO EN EL CORAZÓN DE CRISTO

 

Presentación

 

San Juan de Ávila se me hizo familiar desde que, leyendo sus escritos, me pareció encontrar en él un eco de los latidos del Corazón de Cristo. Yo era sólo adolescente, seminarista menor, a mediados del siglo veinte. Sus escritos me impresionaban por su hondura, pero al principio no llegaron a conquistarme. Me parecían algo oscuros, también porque su literatura era la de un clásico de cuatro siglos atrás.

 

El encuentro de “sintonía” tuvo lugar cuando, años más tarde, releyendo los textos que teníamos que compartir con los demás estudiantes teólogos, me di cuenta de que allí se podía encontrar a alguien que había entrado en la intimidad de Cristo, en su mismo Corazón, en el amor materno de María, como apóstol, servidor humilde y enamorado de la Iglesia al estilo de Pablo. No era, pues, principalmente Juan de Ávila en sí mismo quien me cautivó, sino “Aquel” de quien él vivía para comunicarlo a los demás.

 

En este encuentro influyó la síntesis sapiencial de su doctrina, que, según iba descubriendo, abarcaba todos los contenidos de la teología cristiana con sus fundamentos bíblicos, patrísticos, magisteriales, litúrgicos y “narrativos” (inspirados en la vida de los santos), aplicados a una realidad histórica y sociocultural. Me daba la sensación de haber encontrado una doctrina sapiencial cristiana que unificaba el corazón, la comunidad eclesial y la misma sociedad. Valía la pena continuar leyendo al Maestro Ávila, como testigo de un encuentro vivencial y comprometido con Cristo, que daba sentido pleno a la vocación cristiana y, en mi caso, a la vocación sacerdotal y misionera.

 

Por haber leído asiduamente la biografía y todas las obras escritas del Maestro Ávila (sermones, cartas, tratados, exposiciones bíblicas, etc.), me sentí más capacitado para entender cada una de sus expresiones doctrinales y de sus gestos apostólicos. Parece como si, en Juan de Ávila, todo se armonizara por centrarse en el Misterio de Cristo profundamente amado.

 

1: En el Corazón de Cristo y de María

 

En el Seminario nos formaron desde los textos evangélicos, asimilados y vividos en relación con la Eucaristía, la Santísima Virgen, la Iglesia y la sociedad ambiental. Aquella formación “relacional” era de intimidad con Cristo, de sintonía con su amor. Por esto, cualquier biografía o semblanza de santo que leíamos, la valorábamos según las vivencias evangélicas. Así prácticamente fuimos leyendo los principales clásicos de espiritualidad, sintiéndolos “familiares” precisamente por su relación íntima con Cristo, con María, con la Iglesia y con el mundo.

 

A Juan de Ávila lo sentí así, sin separarlo de toda la tradición eclesial, de la que él era un testigo cualificado. Su doctrina y su testimonio me parecían de línea “relacional”, “vivencial”, de entrega al amor de Dios manifestado en Cristo, nacido de María Virgen. Y, consecuentemente, amando a la Iglesia y a toda la humanidad como Cristo.

 

Algunas de sus afirmaciones impactan todavía hoy: “Cuando yo, mi buen Jesús, veo cómo de tu costado sale el hierro de la lanza, esa lanza es una saeta de amor que traspasa, y de tal manera hiere mi corazón, que no deja en él nada que no penetre" (Tratado del Amor de Dios, n.11). Porque Cristo, continúa diciendo el Maestro Ávila,  "tendió sus brazos para ser crucificado, en señal que tenía su Corazón abierto con amor" (Audi Filia, cap.78). “No tiene Jesucristo el amor y Corazón tasado... en su Corazón nos tiene y nunca se olvida de nosotros" (Sermón 9).

 

Tratándose de Cristo concreto (no abstracto), el tema mariano aparece con normalidad: es la Madre de Jesús y nuestra, que nos lleva en su seno como “pedazo de sus entrañas”. El tema “corazón”, aplicado al amor materno de María, es muy frecuente y siempre en dimensión cristológica y eclesial: “Como fue allí derramado el Espíritu Santo abundantemente en su corazón y entrañas, ámanos en gran manera, ámanos entrañablemente... como a hijos adoptivos nos tiene" (Sermón 32). "Mucha es la ternura de su Corazón maternal para con nosotros" (Sermón 68).

 

2: En el corazón de la Iglesia, con un corazón unificado para  ser sembrador del Evangelio

 

Leyendo al Maestro Ávila y sin perder de vista que se trata de un gran renovador guiado por el evangelio vivido radicalmente, el lector se contagia del amor respetuoso hacia la Iglesia de Jesús, a pesar de las limitaciones y lacras de la época. El secreto está en descubrir a la Iglesia como fruto y como expresión de la misericordia divina. Es siempre la Iglesia amada de Jesús (cfr. Ef 5,25).

 

En el "Tratado del amor de Dios", se describe el amor de Cristo Esposo a su Iglesia: "¿Qué te parecería un día de la cruz por desposarte con la Iglesia y hacerla tan hermosa, que no la quedase mancilla ni ruga?" (Tratado del Amor, n.8).

 

Este amor a la Iglesia lo contagiaba a todos los fieles, invitando a renovarse y a renovarla amándola como Cristo: "Salgámonos nosotros de nosotros mismos y vámonos al campo de nuestra viña, que es la Iglesia, que cada uno de esta Iglesia miembro suyo es" (Sermón 8). "¡Oh Iglesia cristiana, cuán cara te cuesta la falta de aquellos tales enseñadores, pues por esta causa está tu faz tan desfigurada y tan diferente de cuando estabas hermosa en el principio de tu nacimiento!" (Sermón 55).

 

Yo diría que es entusiasmante encontrar un autor (en este caso, un santo y “Maestro” o “Doctor”), que armonice datos positivos y diferentes puntos de vista sin relativizar y sin ocultar las limitaciones superables. La fe (por ser “gracia”) es un don de Dios, pero entra en un corazón y en una historia humana, en la complejidad y limitaciones de la cultura y del ambiente sociológico e histórico.

 

En el Maestro Ávila, no sólo se armoniza la fe y la razón, sino que todos los contenidos de la revelación se afrontan desde las diversas perspectivas: bíblica (especialmente evangélica y paulina), patrística, litúrgica, magisterial, vivencial, pastoral, teológica, encarnada en la realidad concreta… Uno se encuentra con el corazón de un apóstol que está unificado por una síntesis sapiencial enraizada en Cristo. Verdaderamente, salvando las distancias y peculiaridades, nos encontramos ante otro “San Pablo”, también en sentido sacerdotal de “olor de Cristo” y de “alter Christus”. Por esta armonía, es un Maestro de influjo universal.

 

A él, lo que más le interesaba era que todos conocieran y amaran a Cristo, entregándose a él con una vida de relación y amistad, y sin anteponer nada a su amor. Hay una continua referencia a la persona de Jesús, a su vida concreta, según las narraciones evangélicas. Es consciente de que el Señor sigue amando y llamando a una respuesta confiada y generosa.

 

Los textos avilistas sólo se comprenden desde los amores de Cristo. Hace una relectura de esos textos según el misterio que se celebra; es como si el evangelio aconteciera de nuevo, especialmente al celebrar la Eucaristía y las diversas fiestas del año litúrgico. Por esto se subraya armónicamente el valor de la Palabra de Dios y de los sacramentos, en vistas a afrontar todos los campos de la acción apostólica, profética, litúrgica y caritativa. Así el Maestro pudo llegar a los sectores más pobres y necesitados de la sociedad.

 

Esta armonía se la contagió la persona y la doctrina de San Pablo: “Una de las cosas que más admirable hicieron el Evangelio, fue la conversión del Apóstol" (Comentario a Gálatas, n.12). "Muerto estaba el Apóstol para la gloria y honra del mundo... Muerto estaba el Apóstol al mundo para sentir sus afrentas, persecuciones y adversidades... Vivo estaba para sentir las afrentas de Jesucristo y las ofensas que contra él se hacían... Vivo estaba el Apóstol para Dios, pues con tanto cuidado entiende en las cosas que tocan a su servicio" (ibídem, n. 27).

 

3. En el camino de la vocación, del ministerio y de la  vida sacerdotal

 

Aunque el Maestro Ávila tiene sólo un tratadito esquemático sobre el sacerdocio y algunas pláticas y cartas dirigidas a los sacerdotes, su doctrina sacerdotal se encuentran diseminada en todos sus escritos, como quien vive “su” sacerdocio insertado en Cristo Buen Pastor, en la Iglesia pueblo sacerdotal y al servicio de todos los redimidos. Su doctrina sacerdotal es una “teología narrativa”, expresada en su persona, en todos sus ministerios (proféticos, litúrgicos, diaconales) y en todos sus proyectos de reforma sacerdotal, a comenzar por los Seminarios.

 

La santidad sacerdotal se concreta en amor a la Iglesia. Se necesitan "en la Iglesia corazones de madre en los sacerdotes" (Plática 2ª), que son "los ojos de la Iglesia" (ibídem) y sus "enseñadores" (Sermón 55) y "guardas de la viña" (Sermón 8)

 

La verdadera reforma eclesial de la época la basaba en una vida de santidad, especialmente por parte de los sacerdotes: "¿Sabéis cuál fue la causa de vida eclesial? Haber predicadores, encendidos con fuego de amor celestial, que encendían los corazones de los oyentes al fervoroso amor de Jesucristo nuestro Señor" (Sermón 55),

 

Lo que hoy llamamos “identidad” sacerdotal se capta al constatar que "Dios obedece a la voz del hombre en las palabras de la consagración" (Plática 1ª). "En la Misa nos ponemos en le altar en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo Redentor" (Carta 157). "Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hechos semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trujo a Dios a su vientre... Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración" (Plática 1ª).

 

El instrumento es débil, pero es transmisor de un tesoro divino. Los predicadores son "espuertas de la semilla y palabra de Dios"; pero añade: "no tengáis en poco la semilla si la espuerta es vil" (Sermón 28). "En el oficio sacerdotal representamos la persona de Jesucristo nuestro Señor" (Plática 2ª). Es una vocación gozosa y fecunda como en Pablo (cfr. 1Cor 4,15; Gal 4,19): "Resta pedir oficio de padre para con sus hijos que hubiéremos de engendrar" (Carta 1).

 

La consecuencia que se sigue es la de una relación íntima con Cristo y la imitación de su mismo amor, porque "nos veremos todos enteros consagrados al Señor con el trato o tocamiento del mismo Señor" (´Plática 1ª). Se imita la caridad del Buen Pastor, según el estilo de vida de los Apóstoles: "¡Oh eclesiásticos, si os mirásedes en el fuego de vuestro pastor principal, Cristo, en aquellos que os precedieron, apóstoles y discípulos, obispos mártires y pontífices santos!" (Plática 7ª).

 

Los sacerdotes han sido llamados "para pastores y criadores del ganado, que los apacienten en los pastos de ciencia y doctrina... y aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo Cristo, y dijo que este tal es el Buen Pastor" (Advertencias para el Sínodo de Toledo I, n.6). Sólo así llegarán a suscitar la vocación a la santidad por parte de todos los fieles cristianos, en la vida laical y en la vida consagrada.

 

A modo de conclusión

 

Adentrarse en San Juan de Ávila, significó para mí, aprender a apreciar la armonía entre carismas y escuelas de espiritualidad de todas las épocas. Ya cualquier santo y carisma, y especialmente los autores clásicos,  me resultaban más familiares, como “de casa”. Todo me estimulaba al estudio de este tesoro inmenso de la historia eclesial, que es ya una herencia y patrimonio común y que aflora continuamente en los escritos del Maestro. Las diferencias son matices peculiares de un maravilloso mosaico de la historia cristiana.

 

San Juan de Ávila supo valorar y fomentar todas las experiencias espirituales de su época. Por esto, le apreciaron a él los grandes maestros contemporáneos y también posteriores hasta hoy. La peculiaridad “avilista” es la armonía entre vocaciones, carismas y ministerios, salvando su espicificidad dentro de la comunión eclesial. Del Maestro Ávila aprendí que ésta es una característica de la espiritualidad del sacerdote diocesano: desde el seguimiento evangélico radical (al estilo de los Apóstoles), apreciar y suscitar todos los carismas y vocaciones, ofreciendo el servicio sacerdotal de comunión en la Iglesia particular y universal. Entonces se valora en toda su riqueza la vocación de vida consagrada y laical, así como los nuevos carismas que el Espíritu Santo comunica a la Iglesia en cada época.

 

La clave de la acción evangelizadora de Juan de Ávila está en su experiencia contemplativa de Cristo, que le urge a construir la “comunión” en los corazones, en las familias, en la sociedad humana y especialmente en la Iglesia. No tiene fronteras en su acción misionera, porque tampoco tiene rebajas en la entrega. El “apóstol de Andalucía” estaba abierto a la evangelización universalista.

 

Sus grandes ideales son posibles, porque se apoyaba en Cristo “pan de vida” (Palabra y Eucaristía), profundamente amado, y porque se dejaba guiar por el amor materno de María, en un proceso de fidelidad gozosa y generosa al Espíritu Santo.

 

Juan Esquerda Bifet

Catedrático emérito de la Pontifica Universidad Urbaniana, Roma

 

     SAN JUAN DE AVILA, MAESTRO DE ESPIRITUALIDAD CRISTIANA Y SACERDOTAL

 

(Sumario)

                                     I

 

                    SU FISONOMÍA ESPIRITUAL Y APOSTÓLICA

 

      1. Algunos gestos espirituales más significativos de su vida

      2. Escritos. Contenidos espirituales

 

                                     II

 

                     MAESTRO DE ESPIRITUALIDAD CRISTIANA

 

      1. Espiritalidad y vida cristiana

 

      a) Espiritualidad, santidad, perfección

      b) Las virtudes cristianas

      c) La vida de oración

      d) Seguimiento e imitación de Cristo

      e) Ascética, sabiduría de la cruz, martirio

      f) Espiritualidad y misión

 

      2. El proceso de la vida espiritual

 

      a) El camino contemplativo y de experiencia de Dios

      b) El camino de la santidad o perfección cristiana

      c) Obstáculos en la vida espiritual

      d) Medios básicos de espiritualidad

 

      3. Vocaciones y estados de vida

 

      a) La vocación cristiana común y diferenciada

      b) Vocación al laicado

      c) Vocación a la vida consagrada

      d) Vocación al sacerdocio ministerial

 

                                    III

 

                    MAESTRO DE ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL

 

      1. El sacerdocio cristiano

 

      a) Cristo Sacerdote y Buen Pastor

      b) Iglesia, pueblo sacerdotal

      c) El sacerdocio ministerial

 

      2. Los ministerios sacerdotales

 

      a) La dedicación a los ministerios sacerdotales

      b) Ministerio de la Palabra

      c) Ministerios litúrgicos y sacramentales

      d) Servir a la comunidad eclesial

 

      3. Vida, espiritualidad y formación sacerdotal

 

      a) Vida al estilo de los Apóstoles

      b) Caridad pastoral y virtudes del Buen Pastor: pobreza, obediencia, castidad

      c) La oración sacerdotal, unidad de vida

      d) Obispo, Presbiterio, diócesis

      e) Formación sacerdotal. Proyecto de vida

      f) Líneas básicas de la espiritualidad y santidad sacerdotal en la escuela del Maestro Juan de Ávila

 

                                     IV

 

                             LINEAS CONCLUSIVAS

 

Trazos fundamentales de su espiritualidad cristiana y sacerdotal

 

                                     I

 

 

                    SU FISONOMÍA ESPIRITUAL Y APOSTÓLICA

 

 

        1. ALGUNOS GESTOS ESPIRITUALES MÁS SIGNIFICATIVOS DE SU VIDA

 

      La espiritualidad del Maestro Avila aparece con toda claridad en los principales gestos de su vida y en los contenidos de sus escritos. Son momentos fuertes de experiencia de Dios, de entrega a la voluntad divina y de servicio a los hermanos. Se nota una gran coherencia entre su vida y sus escritos.

 

      Su infancia discurre en Almodóvar del Campo (Ciudad Real, Campo de Calatrava), desde su nacimiento (fiesta de la Epifanía de 1499 ó de 1500), hasta el inicio de sus estudios en Salamanca (1513). Los biógrafos hacen resaltar su piedad eucarística y mariana, así como sus gestos de caridad para con los pobres y su espíritu de sacrificio. Los estudios jurídicos en Salamanca discurren entre 1513 y 1517. Pero dejó incompletos los estudios, tal vez por una iluminación especial sobre el sentido de la vida, y regresó de nuevo a su ciudad natal (1517-1520), aunque es posible que estuviera ausente un tiempo en una orden religiosa.[1]

 

      Fue a estudiar Artes y Teología en la universidad de Alcalá (1520-1526), aconsejado por un religioso franciscano. Fue ordenado sacerdote en 1526 y quiso celebrar la primera Misa en Almodóvar, para venerar la memoria de sus padres ya difuntos. Repartió todos sus bienes entre los pobres, que había convidado para la fiesta. Se trasladó a Sevilla con la intención de poder embarcar hacia las Indias con Fr. Julián Garcés, que partiría como primer obispo de Tlaxcala (México).

 

      En Sevilla inició sus primeros trabajos apostólicos (desde 1527 a 1533). Se destacaba por su vida de oración y su labor catequética y caritativa. Las fechas sevillanas incluyen también alguna correría apostólica en ciudades de alrededor (Écija) y los años en que fue procesado por la Inquisición (1531-1533).[2]

 

      Sus primicias apostólicas las realizó conviviendo con un compañero suyo de estudios en Alcalá, el P. Fernando Contreras. Con éste y otros sacerdotes se dedicó, con estilo de vida evangélica, a la predicación popular por las calles de Sevilla, a la caridad para con los necesitados y encarcelados. Un sermón predicado en la iglesia del Salvador, ante el arzobispo de Sevilla (Don Alonso Manrique), fue la ocasión que impidió su viaje misionero hacia las Indias. Los biógrafos señalan que las extraordinarias cualidades espirituales del predicador provocaron la decisión del arzobispo.

 

      Su modo de predicar (alrededor de Sevilla: Écija, Alcalá de Guadaira, Lebrija...) no agradaba a todos y fue acusado ante la Inquisición, donde estuvo procesado entre los años 1531-1533. Hubiera podido tachar a los testigos, que lo habían denunciado calumniosamente y tal vez por haber denunciado sus conductas desarregladas; pero el Maestro prefirió confiar en la Providencia. Aprovechó aquellos tiempos de reclusión para escribir el primer proyecto del "Audi Filia". Fue en la cárcel donde principalmente aprendió el misterio de Cristo, porque, como diría posteriormente, "la Escritura Sacra la da nuestro Señor a trueque de persecución" (carta 2).[3]

 

      Después del proceso inquisitorial, puede considerarse clérigo de Córdoba, a donde llega en 1535, llamado por el obispo Fr. Juan Álvarez de Toledo. Con base en Córdoba, reuniendo a sus discípulos en el Alcázar viejo, fue realizando las predicaciones y misiones populares por el sur de España (Andalucía, Extremadura, parte de la Manca y Sierra Morena).

 

      A Granada acudió en 1536 para predicar, llamado por el arzobispo Don Gaspar de Ávalos. Se le ofreció una canongía que no aceptó. Allí ayudó a Juan Cidad (San Juan de Dios) a cambiar de vida (1535). También encontró a San Francisco de Borja con ocasión de predicar durante los funerales de la emperatriz Isabel (1539). Sus mejores discípulos los consiguió también en Granada y por esas fechas: Bernardino de Carleval, rector del Colegio Real, y Diego Pérez de Valdivia. En Granada están fechadas las primeras cartas que conocemos (desde 1538).

 

      Por donde pasaba para ejercer su labor apostólica, siempre con la colaboración de sus discípulos, dejaba instituciones educativas, residencias clericales y universitarias (que estudiamos en los apartados siguientes). A Baeza acudió en 1539 para reconciliar bandos enfrentados en luchas sangrientas; allí ayudó a organizar la universidad poniendo como formadores a sus discípulos. Este tema merece también estudio aparte.

 

      Su retiro en Montilla (Córdoba) pudo tener inicio en 1554, ya enfermo, hasta su muerte ocurrida el 10 de mayo de 1569. Dejó huella imborrable en esta ciudad y, de modo especial, entre los clérigos, padres y novicios jesuitas y monasterios. Los "Memoriales" (1551 y 1561) para el concilio de Trento y las "Advertencias" (1565-1566) para el sínodo de Toledo, fueron también escritos en Montilla. Escribe a San Ignacio en 1549. El año 1568 escribe también a Santa Teresa aprobando su autobiografía.

 

      Su muerte ocurrió en Montilla, el 10 de mayo de 1569. La enfermedad había sido larga y dolorosa, como "vino generoso con que Dios obsequia a sus amigos" (según él mismo afirmaba). Su oración durante el sufrimiento se expresaba con estas palabras: "Señor, crezca el dolor y crezca el amor, que yo me deleito en el padecer por vos". Pedía la Eucaristía con estas palabras: "Denme a mi Señor, denme a mi Señor". Expiró con la mirada puesta en el crucifico después de recitar la oración mariana "Recordare, Virgo Mater" y los nombres de Jesús, María y José. Según su última voluntad, fue enterrado en la Iglesia de la Compañía de Montilla. El epitafio de su sepulcro resume su carisma: "Messor eram" (fui segador).[4]

 

 

                    2. ESCRITOS. CONTENIDOS ESPIRITUALES

 

      Los escritos avilistas ofrecen contenidos profundos (bíblica y teológicamente), siempre con un enfoque muy pedagógico en el uso de imágenes y ejemplos. Se siente al Maestro muy cercano, claro, invitando a la vivencia evangélica. Las expresiones culturales son las de la época, dejando entrever las circunstancias sociológicas y eclesiales. El tono es de suma confianza en el amor de Dios, pero llamando a la perfección de la caridad. El lenguaje es el de un clásico castellano, sobrio, amalgamado con la imaginación y el calor meridional.[5]

 

      El Audi Filia es el documento más característico del Maestro Ávila, puesto que resume toda su enseñanza y refleja su misma vida. En realidad, las cartas y algunas pláticas tienen los mismos contenidos (cfr. cartas 20, 85 y plática 3ª). El objetivo es el de orientar a las personas que pedían consejo en el camino de la vida espiritual. Aunque la redacción se hizo en diversos momentos, el núcleo primitivo y permanente  consiste en el comentario al salmo 44 (45) ("escucha, hija"), en relación con Cantares 3,11 ("salid y mirad").[6]

 

      El tratado tiene una fuerte dimensión cristológica y eclesial, puesto que se trata del camino del desposorio de la Iglesia con Cristo. Hacia el final del tratado (en su última redacción) pueden constatarse las líneas principales del mismo. A la luz de los versículos 11 y 12 del salmo 44 (45) ("Oye, mira, inclina tu oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y codiciará el rey tu belleza"), se describe un proceso de vida espiritual como conocimiento propio para seguir a Cristo Esposo y llegar a la unión transformante.

 

      Ha sido el mismo Maestro quien (en la redacción que sería publicada en 1574, después de su muerte) describe los contenidos del texto, esbozando las etapas clásicas de la vida espiritual: incipientes, proficientes, perfectos. Por esto, expone, en primer lugar, la realidad humana con sus limitaciones (engaños o tentaciones del mundo, carne y demonio), indicando los medios ascéticos para superarlas. Expone ampliamente los contenidos de la fe católica, que ilumina todo el camino espiritual y supera la tentación del sujetivismo (sentimentalismos). El conocimiento propio, adquirido en el proceso de la oración (especialmente por la meditación de la pasión), infunde confianza en la misericordia divina y alienta hacia el amor a Dios y al prójimo. La "salida" de sí mismo equivale al itinerario de dejar la propia voluntad (y el pecado) para revestirse de la hermosura espiritual, merecida por Cristo Redentor y comunicada a nosotros por los medios de vida espiritual (conocimiento propio, oración, penitencia).

 

      Es Cristo Esposo quien llama a escuchar su palabra, para salir de sí mismo, venciendo las tentaciones y entregándose a la perfección. Todo el proceso espiritual es, pues, una respuesta a la llamada de Dios Amor. La vida cristiana es camino de "justificación" y perfección. La humanidad vivificante de Cristo Esposo, que se ha entregado al Padre por amor a la Iglesia su esposa, es el hilo conductor.

 

      Se ha constatado la influencia del "Audi Filia" en santos y autores espirituales. Gran parte de la doctrina avilista pasó a formar parte del patrimonio espiritual cristiano de la humanidad, por medio de estas figuras de alto nivel: Fr. Luís de Granada, San Francisco de Sales, San Alfonso María de Ligorio, etc.[7]

 

      Los Memoriales al concilio de Trento fueron escritos a petición de Don Pedro Guerrero, quien, recién nombrado arzobispo de Granada, hubiera querido llevarse al Maestro para la segunda convocación del concilio (1551). Ambos Memoriales fueron escritos en Montilla, donde el Maestro Ávila estaba ya imposibilitado por la enfermedad, para ir al concilio.[8]

 

      El primer Memorial (1551) ("Reformación del estado esclesiástico") se centra en este objetivo señalado por el mismo título, ofreciendo una perspectiva eclesiológica que abarca todos los estamentos de la Iglesia. En el texto aflora la base teológico-bíblica del Maestro, así como su formación jurídica y su propia experiencia pastoral y de vida evangélica. Los temas principales que se tratan son: institución de los Seminarios, selección y educación de candidatos, atención a la formación continuada de los clérigos, línea teológica-pastoral-espiritual de esta formación inicial y permanente, instancia en los diversos ministerios (párrocos, predicadores, confesores), especialmente en la catequesis, sacramentos y servicios de caridad, los matrimonios clandestinos, santidad evangélica de los clérigos, cuestiones políticas internacionales (tribunal para impedir las guerras), etc.

 

      El segundo Memorial ("Causas y remedios de las herejías"), escrito diez años más tarde (1561), responde detalladamente a cuestiones nuevas que se habían suscitado en torno al concilio, y que habían agravado las situaciones anteriores. El tono es más incisivo, reclamando con urgencia la reforma eclesial que ya habían pedido los concilios anteriores. En este llamado a la conversión y renovación, ofrece un análisis objetivo y propone soluciones acertadas y factibles. Las causas de las herejías se encuentran precisamente en esa lentitud de reforma evangélica. El Maestro describe, desde su experiencia, la realidad concreta, es decir, los defectos de los diversos ambientes eclesiales; pero sus propuestas se basan en la confianza en "la misericordia de Dios" que es siempre "sin tasa". La renovación eclesial sólo se dará a partir de las exigencias evangélicas, aplicadas a Jerarquía y clero, reyes y autoridades civiles, vida consagrada y fieles en general. Este objetivo se conseguirá por medio de la predicación y la catequesis, así como la formación de la juventud y especialmente de los futuros sacerdotes. Al final detalla la reforma de los monasterios (vida religiosa o consagrada).

 

      Las Advertencias al concilio de Toledo (1565-1566) fueron escritas en vistas a aplicar las decisiones conciliares tridentinas en España, por medio de sínodos provinciales (Toledo, Granada, Santiago, Valencia). El documento está escrito para Don Cristóbal de Rojas y Sandoval, obispo de Córdoba (1562-1571), presidente del sínodo de Toledo, por ausencia de su arzobispo Bartolomé de Carranza (procesado por la Inquisición). Se presenta con una amplia base pastoral y jurídica, además de un conocimiento muy minucioso de los decretos conciliares y de las cuestiones eclesiales de la época. El Maestro redactó este documento, haciendo uso de sus propio conocimientos jurídicos y con la colaboración de su discípulo Lic. P. Francisco Gómez.[9]

 

      Se suelen dividir los Sermones del Maestro Ávila en dos grandes apartados: ciclo temporal y ciclo santoral. El número total es de 82. El ciclo temporal (59 sermones) abarca todo el año litúrgico, resaltando al adviento, Navidad, Epifanía, cuaresma, Pascua (pasión y resurrección), Pentecostés (Espíritu Santo), Ascensión, Corpus Christi (Eucaristía). El ciclo santoral puede distribuirse en sermones en las fiestas de Nuestra Señora (14 sermones) y sermones de santos (10 sermones).[10]

 

      Van apareciendo, en los sermones, todos los temas del mensaje cristiano: contenidos de la fe, moral cristiana (mandamientos, virtudes), sacramentos y liturgia en general, oración. Los temas se presentan en el contexto litúrgico y a partir de los textos de la misma liturgia. En todo se nota un gran equilibrio entre la acción de la gracia (la misericordia divina, la redención) y la cooperación y dignidad de la naturaleza humana. La fundamentación es eminentemente bíblica, con reflexiones teológicas en el momento oportuno, con una dicción literaria excelente, máxima claridad en la exposición, adaptación al auditorio.

 

      El Maestro muestra gran respeto y aprecio hacia los oyentes, mientras, al mismo tiempo, les llama a la conversión o cambio radical de vida, para poder participar en el Misterio de Cristo. Invita a recibir el perdón y a entregarse generosamente al camino de la perfección.

 

      La persona de Jesús es el punto constante de referencia. Por esto hace entrar al oyente en el texto evangélico, como si estuviera sucediendo en el momento presente. De este modo, Jesús sigue pasando, hablando y llamando. Se invita a entrar en la interioridad o sentimientos de Cristo (su Corazón). La palabra predicada lleva al encuentro con el Señor en los sacramentos y en la oración personal. Los temas cristológicos de la Encarnación y redención aparecen en esta perspectiva de llevar a los creyentes a la justificación por la fe y las obras, según los criterios de la Iglesia.

 

      El Maestro, en sus Pláticas, tenía predilección por los clérigos "porque en ellos veía a todo el mundo" (Proceso de canonización, Baeza, testimonio de Pedro de Lomas). Pero fueron también frecuentes las pláticas dirigidas a religiosas, como en los monasterios de Montilla, Zafra, Granada, Baeza y Córdoba. No se excluía la asistencia del pueblo, como puede constatarse por algunas expresiones en las que se invita a todos los creyentes a reflexionar sobre el tema de la vida consagrada. Se conservan 16 pláticas, de las que 14 están dedicadas a sacerdotes y 2 a religiosas monjas. En el bloque sacerdotal aparecen los temas principales referentes a la santidad y a la vida ministerial.[11]

 

      El rico Epistolario avilista se compone de unas 260 cartas, casi siempre de dirección espiritual. Entre los destinatarios se pueden encontrar todas las clases sociales. Muchos son discípulos suyos, entre los que destacan grandes predicadores como Fr. Luís de Granada. No son pocas las cartas que proponen un plan de vida, especialmente de espiritualidad, estudio y trabajo.[12]

 

      Desde gente sencilla, hasta obispos, gobernantes e intelectuales, todos los destinatarios reciben la misma atención por parte del Maestro, orientándolos por el camino de la perfección según el propio estado de vida: laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas, personas dirigentes y nobles, enfermos, personas atribuladas, jóvenes, matrimonios, grupos de amigos, alguna villa, etc. Destacan las cartas de dirección o consejo espiritual, dirigidas a sus discípulos o dirigidos: San Juan de Dios, Fr. Luís de Granada, Diego Pérez de Valdivia, Antonio de Córdoba, Doña Sancha Carrillo (a quien dedicó la primera redacción del "Audi Filia"), Doña Ana Ponce de León (condesa de Feria, que ingresó como monja en el monasterio de Santa Clara de Montilla), Inés de Oces (la gran convertida, carta 126)...

 

      Entre los santos a los que se dirige el Maestro Ávila, además de San Juan de Dios (su dirigido espiritual), destacan: San Ignacio de Loyola, San Francisco de Borja y Santa Teresa de Jesús. En la carta 178, dirigida a Don Pedro Guerrero, hace mención de la relación con San Juan de Ribera, entonces obispo de Badajoz.

 

      Los contenidos de las cartas del Maestro Ávila se refieren casi siempre a temas de consejo o dirección espiritual, con una perspectiva de renovación eclesial. Por medio de estas cartas, respondía a problemas concretos de la vida, en plena sintonía con el interlocutor, analizando objetiva y serenamente la realidad, para buscar luz en los textos bíblicos y, a veces, en las reflexiones teológicas, sin olvidar, cuando se presenta el caso, alguna comparación e incluso alguna nota de humor. En el epistolario aparece una gran maestría en los caminos del espíritu, por un proceso de discernimiento y de invitación a la perfección de la caridad, como meta posible si se usan los medios adecuados.

 

      Disponemos de dos amplios comentarios bíblicos: las lecciones sobre Gálatas (de antes de 1537), las lecciones sobre la primera carta de San Juan (de 1546). Aunque en estos comentarios ya aparece toda su doctrina escriturística, se puede decir que la base principal es eminentemente paulina[13]. Las lecciones empiezan citando el texto que se va a comentar y se pasa enseguida a su explicación textual, en relación con otros textos. La explicación fluye de modo armonioso y claro, intentando captar al auditorio con medios pedagógicos e intentando proponer unos contenidos catequéticos. Se tiende a aplicaciones prácticas de tipo espiritual y de compromisos sociales. Se invita siempre a la santidad cristiana con todas sus consecuencias personales y comunitarias.

 

      La "Doctrina cristiana" está distribuida en cuatro partes y contiene las oraciones del cristiano, las fórmulas del credo, de los mandamientos, los sacramentos, las obras de misericordia, las virtudes y dones, las bienaventuranzas, los novísimos, los pecados, los misterios del rosario. A cada una de las partes se añaden una preguntas para recapitular y memorizar lo contenidos.[14]

 

      El Tratado del amor de Dios parece ser originariamente un sermón que después retocaron sus discípulos. Se nota la mano de Fr. Luís de Granada, quien, el 21 de diciembre de 1586, escribía al P. Juan Díaz, heredero de los escritos avilistas:  "Holgaría de ver este tratado del amor de Dios con las Reglas". El Maestro había muerto en 1569.[15]

 

      La redacción literaria se coloca entre los mejores escritos de la literatura lírica española. Los contenidos (sobre la interioridad de Cristo y la contemplación del misterio de la Encarnación) sirven para poderle clasificar entre los mejores escritos de la teología mística española del siglo XVI. Se puede considerar una obra clásica de la literatura cristiana. Se constata el influjo de este escrito durante la vida del Maestro y en todo el siglo XVI (ya antes de ser publicado).

 

      Es una síntesis sapiencial del misterio de la Encarnación. Todos los temas se hilvanan a partir de la interioridad de Cristo o de su misterio: Amor de Dios, sentimientos de Cristo, predestinación en Cristo, desposorio con Cristo, humanidad y Corazón, locura de la cruz (pasión), redención, justificación, beneficio de Cristo, Cuerpo Místico (Cristo Cabeza), esperanza, Eucaristía...

 

      El Tratado sobre el sacerdocio es relativamente breve y esquemático. Corresponde a los contenidos (ampliados) de las pláticas 1ª y 2ª, dirigidas a los clérigos de Córdoba en 1563. Estas pláticas están redactadas teniendo a la vista los esquemas del Tratado.[16]

 

      Los Avisos o Reglas de espíritu, son orientaciones prácticas de vida cristiana, muy frecuentes en los escritos avilistas. Precisamente la primera edición del "Audi Filia" (1556, publicada sin autorización del autor) tenía este título: "Avisos y reglas christianas para los que desean servir a Dios". A veces son "Avisos" esporádicos, mientras que frecuentemente es todo un plan de vida espiritual. Sigue el mismo método de las sentencias de la "Imitación de Cristo" (que el Maestro tradujo e hizo preceder de un prólogo especial).[17]

 

      El libro de la Imitaciónde Cristo (atribuido a Tomás de Kempis), clásico en la espiritualidad cristiana, fue traducido y prologado por el Maestro Ávila. Este prólogo avilista es un resumen de su doctrina espiritual y ofrece la clave de su traducción. Probablemente es una labor realizada durante los años en que el Maestro estuvo procesado por la Inquisición (1531-1533). Se publicó en Sevilla (1536), mientras el Maestro ya radicaba en Córdoba; posteriormente fue publicado también en Baeza (1550). Los contenidos del prólogo a la "Imitación de Cristo", son parecidos a los de los "Avisos" y "Reglas", pero en este prólogo se insta más a la meditación de la Palabra de Dios, a la oración y a "recebir muchas veces el precioso cuerpo de nuestro Señor Jesucristo". Afirma que estas tres cosas son la clave de esta "pequeña obra... tan pobre en pompa de palabra y tan rica y harta en las sentencias".[18]

 

                                     II

 

                     MAESTRO DE ESPIRITUALIDAD CRISTIANA

 

                     1. ESPIRITUALIDAD Y VIDA CRISTIANA

 

      Los datos fundamentales de la espiritualidad cristiana afloran continuamente en las enseñanzas de San Juan de Ávila. Es un clásico de espiritualidad, conocido universalmente, especialmente a nivel teológico y académico. Es precisamente este campo de la espiritualidad el que le coloca al lado de los grandes santos, místicos y amigos suyos del siglo XVI.[19]

 

 

a) Espiritualidad, santidad, perfección

 

      En los escritos avilistas, se habla de este tema con una expresión tradicional: "vida espiritual" (cfr. AF cap. 74, 7618; también la Plática 3ª, 378). Se hace referencia constante al bautismo y a la redención, para llamar a la "perfección" de la caridad (cfr. Mt 5,48). Es participación en la vida trinitaria, por "espirituación del Espíritu Santo", enviado por el Padre en nombre del Hijo (cfr. Ser 30, 78ss, 309ss).

 

      La vida espiritual, por ser actitud de fidelidad respecto a la vida divina participada, tiene dimensión trinitaria. Por ser templos de la Trinidad, participamos en la misma vida de Dios. La vida espiritual se adentra en este misterio con confianza y generosidad: "Ensanche vuestra merced su pequeño corazón en aquella inmensidad de amor con que el Padre nos dio a su Hijo; y con él nos dio a sí mismo, y al Espíritu Santo y todas las cosas" (Carta 160, 14ss).[20]

 

      En la doctrina avilista, la vida espiritual cristiana parte de la fe en Dios Amor, se basa en la bondad y misericordia divina (y en los méritos de Cristo) y está toda ella movida por el amor a Dios y a los hermanos. La referencia continua a los santos y autores espirituales, deja entrever que la doctrina avilista sobre la vida espiritual forma parte de una herencia común de gracia. El Maestro se inspira frecuentemente en San Pablo y en San Juan; las expresiones son fuertemente agustinianas y tomistas.

 

      La vida según el Espíritu es marcadamente eclesial, en el sentido de expresar el desposorio de Cristo con su Iglesia (tema del "Audi Filia"). Se puede afirmar que el itinerario espiritual se desarrolla en línea trinitaria, cristológica (humanidad de Cristo), pneumatológica, eclesial, mariana, apostólica y de cercanía al hombre concreto.[21]

 

      Se tiende siempre hacia la unión plena con Dios, sabiendo que, en esta vida, nunca puede ser plena y definitiva. Es Dios Amor quien toma la iniciativa en todo el proceso y es, pues, elamor el que lo mueve todo, desde el ejercicio de las potencias hasta la unión mística, sin olvidar la purificación y la iluminación. "Háceseles Dios su pedagogo" (Plática 3ª, 292s). Pero, a la luz de este objetivo, se valoran con equilibrio todos los aspectos de la vida ascética (abnegación), que, por ello mismo, tiende a la intimidad profunda (mística) con Cristo.[22]

 

      La vida espiritual, precisamente por su marcada tendencia hacia la unión con Dios, se concreta en un gran aprecio de las cosas creadas, ordenándolas en la perspectiva del amor. La posesión o el uso es sólo en la perspectiva de encontrar en esos dones al mismo dador. Así es el desprendimiento cristiano: "Ya en ellas no se para tanto como en el amor de la verdad y del Dador de ellas; y ésta es vida espiritual. Hácese un con él por amor" (Plática 3ª, 314ss).

 

      Esta vida es obra del Espíritu: "Esta unión de que se dice, obra del Espíritu de los perfectos" (Plática 3ª, 327s; cfr. Heb 12,23). "Todo cuanto hacen nace del amor; y ansí no sola la voluntad está enamorada de Dios, pero todas las potencias exteriores e interiores obran por amor" (Carta 222, 631ss). El corazón se va unificando, como proceso de unión con Dios y con los hermanos. La unificación consiste en "gozarse del bien de quien quiere" (Plática 3ª, 341s).

 

      Es un paso doloroso, porque el corazón debe irse desprendiendo de los dones de Dios, para quedarse con el absoluto del mismo Dios. Por esto, la "vida espiritual es entendimiento ilustrado y voluntad inflamada para con Dios" (Plática 3ª, 378ss). El dolor es una amalgama misteriosa de luz y oscuridad. La "oscuridad y el sentimiento de la ausencia y disfavor de Dios", puede ser una señal de "cuán cercanos estamos a Él" (Carta 20, -1-, 84ss, 145), aunque el alma parezca "dejada como en unas oscuras tinieblas" (Carta 20 -2-, 15s). "¡Oh si viésemos cuán metidos nos tiene en su corazón y cuán cerca estamos de Dios cuando a nosotros nos parece que estamos alanzados!" (ibídem, 233ss).

 

      El Maestro Avila habla frecuentemente del "corazón", en el sentido de la interioridad humana (criterios, valores, actitudes). Es el hombre todo entero ("con todo el corazón") el que es interpelado por Dios Amor: "No quiere Dios sino el corazón... no se contenta Dios con todo si no le dais el corazón" (Plática 16ª, 304ss). Así, pues, "el principal cuidado del cristiano ha de ser del corazón. Guárdenos Dios de tener el corazón dañado y enfermo" (Ser 10, 49ss). El corazón humano se limpia "con el amor de Dios, con el amar a Dios de todo corazón sobre todas las cosas" (Ser 21, 318s).

 

      Por "corazón" se entiende principalmente "la voluntad" con todos los afectos, que "es la fuente de donde mana" el agua del amor (cfr. Ser 51, 383ss). "El corazón del hombre es como una fuente, que, si está clara, claros arroyos salen de ella, y  si sucia, sucios" (Carta 11, 339s). El corazón está allí donde está "su tesoro" (cfr. Ser 63, 214ss; Mt 6,21).

 

      Dios dirige su llamada y su palabra al corazón, que es un amasijo de miseria y de grandeza, porque "tiene mil cuidados" (Ser 22, 458s). La redención de Cristo se dirige especialmente al "corazón" humano, frecuentemente "maleado" (Ser 28, 405), "obstinado y endurecido", a modo de "piedra" porque "perdió la imagen de Dios" (Ser 26, 500s). Por esto, "si el Mesías ha de ser Mesías, sáneme esta llaga que tengo en mi corazón; que si no me quita este mal, no quiero bien ninguno" (Ser 2, 227ss). Recibir a Cristo como huésped, es fuente de gozo para el corazón humano (ibídem, 234s).[23]

 

      El camino del corazón es camino de sencillez, de actitud filial, como se expresa en el "Padre nuestro" y en la llamada a la perfección: "Amad... como vuestro Padre" (Mt 5,44.48). En la vida espiritual hay que adoptar la actitud filial de un niño que resume su vivencia en la expresión "mi padre". Efectivamente, "bastarnos debería esta palabra «mi Padre», si nosotros fuésemos niños y hijos... No haya «yo» en arrimo, no «yo» en amor, no «yo» en nada, sino «mi padre» en todo y en mí" (Carta 134, 37ss). Entonces "toma Dios a su cargo a los pequeños" (ibídem, 50s). La actitud filial se traduce en decisiones generosas: "Guárdese de hurtar a Dios su honra y de levantar ídolo contra Él, mas en verdadera niñez se dé a Él" (ibídem, 59ss).

 

      Esta actitud filial, que podríamos llamar infancia espiritual, es un don del Espíritu Santo en el proceso de contemplación y perfección, enraizado en la vida concreta, como actitud de confianza filial en la Providencia divina: "El Espíritu Santo es ayo de niños. ¡Y qué bien enseñado será el niño que de tal ayo saliere enseñado" (Ser 32. 733s)[24]. Presenta las enseñanzas de San Francisco, modelo de sencillez, para comentar el mensaje evangélico de Jesús: "Has revelado estas cosas a los pequeños" (Mt 11,25; cfr. Ser 78, inicio).[25]

 

      El tema corresponde a la doctrina evangélica (cfr. Mt 18,3) y paulina (cfr. 1Cor 14,20) sobre hacerse como niños. En el ambiente navideños, el Maestro insta a adoptar esta actitud sencilla, generosa y alegre, puesto que el Señor se ha hecho niño "para conformarse con los pequeños" (Carta 134, 6). Nuestra vocación cristiana consiste en "ser, como dice San Pablo, niños en la malicia y grandes en el sentir" (ibídem, 30ss; 1Cor 14,20).[26]

 

      Por ser la espiritualidad cristiana eminentemente cristológica y eclesiológica, tiene también dimensión mariana. La vida según el Espíritu Santo ("espiritualidad") es relación con María e imitación de sus actitudes de fidelidad a la Palabra de Dios y al Espíritu Santo. La configuración con Cristo, bajo la acción del Espíritu Santo, es un proceso de virtudes y dones (cfr. AF cap 84, 8772ss), que mira a María como modelo y como Madre (cfr. Ser 61-71). Así, pues, la espiritualidad mariana es cristocéntrica: "Aquel tiene a la Virgen que tiene a su Hijo o lo quiere tener; el que está en gracia le tiene" (Ser 66, 308ss).[27]

 

      En el proceso de la vida espiritual hay una presencia activa y materna de María, que ayuda a seguir a Cristo (cfr. Ser 66, 219ss). Ella se hace presente en el inicio de la vida espiritual y en todo el itinerario: "Entiende que anda por tu corazón el favor de la Virgen María, que te ha alcanzado la gracia preveniente" (Ser 60, 529ss). María sigue acompañando en todo el camino de santidad: "Hermano, pasa adelante... porque crezca en ti la gracia de Dios. Porque así como hallaste a la Virgen fuerte y piadosa para que salieses de la escuridad de la noche a la lumbre del alma, de la mesma manera la hallarás también para que crezcas en la buena vida que con su oración te alcanzó" (ibídem, 651ss).[28]

 

      La dimensión misionera o apostólica de la espiritualidad, como derivación de la dimensión eclesial y mariana, es evidente en los escritos avilistas. Invita al celo apostólico a partir de la contemplación y de una mayor entrega a la santidad.

 

      En la doctrina avilista, la santidad consiste en participar de la misma vida de Dios, el Santo, Dios Amor. "La santidad verdadera no consiste en estas cosas (sentimientos), sino en el cumplimiento de la voluntad del Señor" (AF cap. 55, 5666s). Efectivamente, "aquel es más santo... que, con profundo desprecio de sí, tiene mayor caridad, en la cual consiste la perfección de la vida cristiana y el cumplimiento de toda la ley" (ibídem, cap. 76, 7749ss).

 

      La vocación cristiana es vocación a la santidad y al apostolado. Tal es la exigencia que deriva de hecho de haber sido bautizado y de formar parte responsable del Cuerpo Místico en crecimiento constante, espiritual y apostólico. Por esto, los bautizados son "los llamados a la santa cristiandad que se llama reino de Dios" (Carta 86, 165s). La naturaleza de la vocación cristiana es, pues, de llamada a la santidad: "¿Qué es ser cristiano? Tener la condición de Jesucristo" (Ser 57, 439). Configurarse a Cristo suponía un proceso de conversión para pensar, sentir y amar como él. "El ser bautizado señal es de que te ha llamado Dios a la gracia. Cuando te tomó por hijo en el santo baptismo, allí se te dio señal de que nunca te faltaría Dios... ¿Pensáis que es poco ser cristiano?" (Ser 62, 343ss).

 

      También San Juan de Ávila afirmaba que en cualquier estado de vida se puede y se debe conseguir la santidad, sin necesidad de cambiar a otro estado: "Ya os puso Dios en ese estado, en ése os salvaréis; tened cuidado de hacer en él todo lo que debéis, que ahí os dará Él su gracia con que vais al cielo" (Ser 29, 215ss).

 

      En todos los escritos avilistas se puede encontrar una fuerte llamada a la santidad. En el tratadito llamado "Meditación del beneficio que nos hizo el Señor en el sacramento de la Eucaristía", se afirma que la gracia divina hace "semejante el hombre a Dios en la pureza de vida, y después en la bienaventuranza de la gloria, que es hacer al hombre divino, deificada su ánima y haciéndola participante de las costumbres y naturaleza de Dios" (ibídem, 25ss). La llamada a la santidad es, pues, debida a que el hombre tiene que ser "participante del mismo Dios" (ibídem, 65). Dios, por la gracia, hace "a los hombres deiformes" (Ser 45, 80).

 

      La expresión conciliar "perfección de la caridad" (LG 40) se encuentra casi literalmente en los escritos avilistas, cuando afirma que la perfección consiste en la caridad. Efectivamente, los cristianos estamos llamados a ser "perfectos guardadores de la Ley, que tenemos, cuyo principal mandamiento es el de la caridad" (AF cap. 34, 3528ss). El aspecto negativo de la renuncia queda enriquecido por el lado positivo de revestirse de Cristo: "La vida de perfección en dos cosas consiste: ... en desnudarnos de nosotros mismos, que llama San Pablo despojarnos del hombre viejo y vestirnos del nuevo y de Jesucristo" (Dialogus, n.21, 811ss).

 

      Los medios de santidad son necesarios, pero no constituyen la esencia de la santidad: "Rezas mucho, pero no amas a Dios, no amas al prójimo, tienes el corazón seco, duro, no partido con misericordia; no lloras con los que lloran; y si esto te falta, bien puedes quebrate la cabeza rezando y enflaquecerte ayunando; que no puso Dios en eso la santidad, principalmente, sino en el amor" (Ser 76, 232ss).

 

      Como predicador, el santo Maestro insta siempre a mayor generosidad en el campo de la perfección. Invita a "las personas de ánimos generosos" a enamorarse de "joya tan preciosa", deseando que "se ocupasen y sudasen en escardar su ánima de la yerba de las malas pasiones, la arasen y revolviesen con el arado de la cruz e imitación de ella, y se sembrase en ellas Jesucristo crucificado, no con cualquier fruto, sino colmado y perfecto" (Ser 54, 281ss).

 

      Hay que apuntar a la perfección de la caridad. Respetando las etapas del proceso de perfección (que veremos más adelante), hay que tender al "amor de perfectos" (Juan I, lec. 7ª, 1701ss), porque "la caridad perfecta es cuando Dios le ha hecho misericordia que no ame otra cosa sino a Dios" (ibídem, 1724ss). Entonces "hácese una con él por amor" (Plática 3ª, 317).

 

      El amor es el que rige todo el camino de perfección, como hemos indicado al presentar la virtud de la caridad. Se trata de reaccionar amando o de ordenar la vida según el amor (cfr. Sto. Tomás, I-II, q.62, a.2). Es la actitud de las bienaventuranzas. En la "Breve exposición de las bienaventuranzas" se dedica una frase muy breve a cada una de ellas. Se pueden resumir en la "defensa de la virtud y justicia, hasta sufrir martirio, si fuere necesario" (ibídem, 43ss).

 

      La primera bienaventuranza resume la actitud sincera de perfección: "Bienaventurados los pobres de espíritu, los que no hallan cosa buena en sí, no tiene en sí arrimo, no en su sabor, en su discreción, no en su razón; en todo se halla pobre, en todo tener necesidad de Dios; a Él van por consejo, de Él mendigan lo que han menester y sin Él no hallan remedio en otra parte"(Ser 13, 297ss). Es el resumen final del sermón de la montaña: "Amad... sed perfectos como vuestro Padre" (Mt 5, 44.48).

 

      Los santos son modelos y ayuda intercesora en el camino de la santidad. Se celebran sus fiestas y se acude a su intercesión, no sólo para alivio en las necesidades, sino especialmente para seguir su mismo camino. Ellos son propiamente los amigos de Dios porque cumplieron la voluntad de Dios.[29]

 

      Esta expresión, "los amigos de Dios", es relativamente frecuente en los escritos avilistas (Carta 49, 95ss). Aunque se trata de todos los santos en general, el tipo o modelo y punto de referencia es principalmente Abraham (cfr. Gálatas n.28, 1497ss). La amistad que tienen con Dios es obra de la gracia y puede ser imitada por todo creyente. A veces, se refiere a alguna misión especial (como en el caso de Abraham), dentro de la historia de salvación narrada por la Sagrada Escritura.

 

      La amistad con Dios, característica de los santos, consiste en la fidelidad a sus planes salvíficos, siguiendo los signos que Dios deja entrever en los acontecimientos históricos: "Siempre veremos esto en los amigos de Dios, que cualquiera corrección que de parte de Dios se les da, cualquiera reprehensión que se les haga, la admiten con grande voluntad y con muy alegre corazón, sin indignarse contra los ministros que Dios toma para aquel oficio" (Gálatas, n.19, 855ss).

 

      Los santos son testigos del amor de Dios por el camino de la perfección: "Los amigos de Dios van por camino contrario" al de los malos, mostrándose como "grandes amigos de la verdad y grandes aborrecedores de la mentira" (Gálatas n. 45, 2438ss). La amistad con Dios produce libertad y gozo del corazón: "En grande libertad viven, grande razón tienen para estar contentos" (Gálatas, n.51, 2799ss). El "camino angosto" que siguen se les convierte en "caminos seguros, dichosos, rectos, que llevan a buen paradero" (ibídem).

 

      Son "amigos" de lo planes divinos como "amigos de la gloria de Dios" (Carta 222,383ss), dispuestos a "sufrir trabajos" (Carta 63, 97), capaces de comer el "pan" de las tribulaciones (cfr. Carta 49, 95ss) con paciencia e incluso con alegría (cfr. Carta 28, 105ss); tienen un "corazón lleno de fe y de caridad" (Carta 63, 38ss). Ellos nos manifiestan a todos "un gran Amigo que es Dios", quien hace posible que también nosotros "tengamos otros muchos amigos, que son sus santos" (Carta 222, 662ss).

 

      La santidad o perfección cristiana se concreta en el seguimiento e imitación de Cristo, la relación y la transformación en él. La doctrina avilista acentúa la dimensión esponsal en la relación entre Cristo y la Iglesia, con las consecuentes aplicaciones a la vida de santidad. Esta perspectiva cristológica y eclesiológica de la espiritualidad y santidad cristiana deriva lógicamente hacia la espiritualidad mariana, como hemos visto en el apartado anterior.

 

 

b) Las virtudes cristianas

 

      La vida  y moral cristiana que aflora en los escritos avilistas es más bien moral de virtudes, aunque éstas se presentan siempre en la perspectiva del amor de Dios y a Dios, quien, precisamente porque nos ama, nos ha comunicado sus mandamientos. En los escritos del Maestro van apareciendo las virtudes teologales y cardinales, así como los dones y frutos del Espíritu Santo. Todas las virtudes están encuadradas en el proceso de unión, imitación y configuración con Cristo.

 

      Su convicción aparece de modo firme: sin la práctica de virtudes, no habría verdadero recogimiento ni verdadera contemplación. Los sentimientos o fervores sensibles pueden ayudar, pero no son constitutivos de la santidad. Las virtudes configuran con Cristo, hasta revestirse de él a modo de hombre nuevo: "Y es de notar que no sólo tú has de ser vestido del hombre nuevo y de Cristo, sino tus pensamientos, palabras y obras, y cada una de ellas vestida de todas las virtudes y de Cristo" (Dialogus, n. 22, 1024ss; cfr. Ef 4,24).

 

      El proceso de las virtudes es posible precisamente por influjo de la gracia: "Sabed que de la gracia que Dios pone en el ánima sale conocimiento de Dios... De aquí le procede al alma amor de Dios; procédele siete dones del Espíritu Santo, ocho bienaventuranzas; viénele de aquí siete virtudes, cuatro cardinales y tres teologales" (Juan I, lec. 3ª, 145ss). Del Espíritu Santo "recibimos virtudes y dones, para que podamos obrar conforme al alto ser de la gracia, que nos fue dada" (AF cap. 84, 8775ss).

 

      Las tres virtudes teologales están íntimamente relacionadas: "Creyendo firme con el entendimiento que todo el poder es de Dios, y confortados con el capacete de la esperanza, y ofrecidos a Dios con el amor, tomando de buena gana lo que El nos enviare, venga por donde viniere, haremos burla de nuestro enemigo, y adoraremos al Señor" (AF cap. 30, 3168; cfr. Ef 6,10-11). Las cuatro virtudes morales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza), así como todas las que de ellas derivan, enraizan en la caridad.

 

      Para recibir la Eucaristía se requiere tener las virtudes teologales: "Lleguemos, pues, con firmeza de fe, con buena esperanza, con fuego de amor a este fuego inefable que aquí está encerrado, que sin falta acrecentará lo bueno que Él mismo nos dio y quemará lo que hallare extraño" (Ser 51, 783ss; cfr. Carta 54, 79ss).).

 

      Las virtudes quedan reforzadas por los dones del Espíritu Santo: "Infúndele Dios estas virtudes que llaman los teólogos hábitos... Y ansí pone Dios cosas en las potencias, cosas con que mejor obren" (Ser 31, 289ss). Del Espíritu Santo "recibimos virtudes y dones, para que podamos obrar conforme al alto ser de la gracia, que nos fue dada" (AF cap. 84, 8775ss; cfr. cap. 93, 9832ss; Juan I, lec. 3ª, 147ss). La acción de los dones es más fuerte que la de las virtudes ordinarias: "Una cosa es obrar como hombre bueno, aunque favorecido de Dios; otra cosa que sea el Espíritu Santo el auctor y movedor, y que sea el hombre cuasi no más que instrumento... como si un gran pintor tomase la mano a uno que no sabe pintar... obra Dios acompañando, el hombre como órgano del Espíritu Santo" (Ser 31, 355ss). Su operación es regeneración. Pone "perfectísima conformidad en la voluntad del hombre con la voluntad de Dios" (AF cap. 30, 5167ss).

 

                             La virtud de la fe

 

      La virtud de la fe es una actitud de admitir "las verdades de la fe católica con suprema certidumbre" (AF cap. 30, 3079s). Esta actitud incluye también la confianza en la bondad divina, puesto que "uno, por conjeturas probables, cree que está perdonado de Dios y en su gracia" (ibídem, 3093ss). La relación entre la fe y las obras es un tema que corresponde al proceso de la justificación.[30]

 

      Esta actitud de fe tiene las cualidades de la "virginidad": "La fe sin error es parte de virginidad, y una esperanza firme que Dios te ha de salvar y que te ama" (Ser 6, 114ss). Es fe que se transforma en vida (cfr. Ser 46) y que guía a modo de "estrella" para buscar a "Dios escondido" (Carta 43, 21ss). Por esto, "la fe ensancha el corazón a creer que aquello que nos parece tan sobre nuestro juicio, aquello tan sobre nuestro merecimiento y medida, aquello es Dios y propio rastro y señal de El" (Carta 133, 45ss).

 

      La fe viva es la que justifica: "Ni circuncisión, ni obras, todo vale nada delante de Dios si no hay fe; y tampoco la fe vale delante de sus ojos si no tiene vida... Vida tiene de tener nuestra fe, caridad y amor de Dios y del prójimo, que ésta es su vida, y éstas son las señales de que no es muerta" (Gálatas, n.52, 2818ss; cfr. Gal 5,6). Sin obras de caridad, la fe sería muerta: "Cristo no sólo es verdad, mas bondad; pues negáis la bondad, contra Cristo sois" (Juan I, lec. 15ª, 4449s).

 

      Esta fe viva va acompañada de la esperanza y caridad. Comentando la doctrina paulina de Ef 3,16-17, afirma: "Por la fe con caridad, dice que mora Cristo en nosotros. La fe es la que le aposenta, la que le da el señorío, la que con él nos liga; y ella mesma es las arras, los dones y los collares que da Cristo a la esposa con quien se casa" (Gálatas, n.52, 2854ss; cfr. Gal 5,6).[31]

 

      La fe es un don de Dios, que pide la colaboración libre y generosa del creyente. La aceptación de los contenidos de la fe debe ser no sólo por parte del entendimiento, sino también de todo el corazón, con manifestaciones concretas y comprometidas en la vida. "Él pone este don en nosotros, y después de haberle puesto, él le fortalece, para que confiemos en él... Este don pone Dios en sus grandes amigos y en aquellos que saben aprovecharse de él como fue en Abraham" (Gálatas, n.28, 1485ss; cfr. Gal 3,7; Rom 4,18). "La Palabra de Dios no puede faltar, sino que es verdadera... Más vale creer que ver" (Ser 41, 307ss, 452s).[32]

 

      La fe es asentimiento de las verdades divinas por la autoridad del mismo Dios que las revela (cfr. AF cap. 31-32 y 38). "Cree la fe lo que no ve, y adora con firmeza lo que a la razón es escondido" (AF cap. 31, 3243ss). Las razones no son determinantes: "Esta fe no está arrimada a razones ni motivos... Mas la fe que Dios infunde está arrimada a la Verdad divinal y hace creer con mayor firmeza que si lo viese con sus propios ojos... porque ni puede el entendimiento alcanzar con su propia razón a tener claridad de las cosas de la fe, ni la fe es tener evidencia, porque no sería fe ni habría merecimiento" (AF cap. 43, 4232ss). Es "honra de Dios, del cual, mientras cosas más altas creemos y que sobrepujan a nuestra razón, más le honramos y más nos le sometemos" (Carta 150. 93ss).

 

      El Maestro explica el tema de la fe especialmente en relación con todo el itinerario de la vida espiritual. Efectivamente la fe es "el principio de la vida espiritual", como don de Dios y fruto también de nuestra escucha de la Palabra de Dios (AF cap. 1, 21s). Al empezar el "Audi filia", se invita a esta escucha de fe respecto a la Palabra de Dios: "Estas palabras, devota esposa de Jesucristo, dice... Dios a la Iglesia cristiana, amonestándole lo que debe hacer para que el gran Rey Jesucristo la ame, de lo cual a ella se le siguen todos los bienes" (AF cap. 1, 10ss; glosa las palabras del salmo 44 -45- 11-12).

 

      La vida espiritual está sembrada de dificultades que sólo se pueden superar con gran espíritu de fe: "Cuando un ánima, con el amor de Dios, que es vida de la fe, desprecia lo próspero y adverso del mundo, y cree y confía en Dios, al cual no ve, no hay por donde el demonio le entre" (AF cap. 29, 2810ss; comenta 1Pe 5,8-9 y Ef 6,16). Con esta fe, "no haríamos tanto caudal" de las cosas de este mundo (cfr. Ser 13, 385ss).[33]

 

                         La virtud de la esperanza

 

      Al leer cualquier escrito avilista, el lector se siente inmerso en un ambiente de confianza en el amor de Dios y en los méritos de Cristo Redentor. Dios nos perdona en Cristo y en él nos comunica la vida nueva. La tensión hacia el encuentro definitivo con Dios da aliento a nuestro caminar. La esperanza es confianza en Dios y tensión hacia él: "Sea Él en quien esperamos, y Él sea lo que esperamos, porque de nadie podemos alcanzar a Dios, si el no se da, ni es razón esperar de Dios cosas menos que el mesmo Dios" (Carta 44,400ss).

 

      Al haber experimentado la misericordia de Dios, manifestada por Jesucristo y comunicada con la gracia del Espíritu Santo, el creyente está anclado firmemente en la esperanza: "Y en esta esperanza, y no en la nuestra, hemos de osar emprender la empresa del servicio de Dios" (AF cap. 27, 2712ss). "Nuestra esperanza" estriba en "los merecimientos y muerte de Jesucristo" (Ser 43, 755ss).

 

      La humillación del Verbo encarnado y redentor fundamenta nuestra salvación: "Aquí está el Hijo de Dios, como semilla debajo de la tierra; vive debajo de esperanza: Spe enim salvi facti sumus" (AF cap. 18ª, 5553ss; cfr. Rom 8,24). Nuestra esperanza está anclada en Cristo, "como áncora firme y segura del ánima" (AF cap. 30, 3140s; cfr. Heb 6,19).

 

      La tensión escatológica de la esperanza no significa huir del presente, sino transformarlo. La Eucaristía relaciona estos momentos (el presente y el futuro), como "retablo de las cosas que están por venir... recogidas están allí todas las grandezas de Dios que esperamos, que aun no son venidas. Figura es el Sacramento de la gloria que esperamos" (Ser 41, 684ss). Esta esperanza da sentido a la lucha por afrontar la realidad y transformarla: "¡Bienaventurado el que esta esperanza tuviere en su seno, que todos los trabajos del mundo no bastarían para derribarlo!" (Ser 18, 292ss). Se ponen como modelo los patriarcas del Antiguo Testamento, según la carta a los Hebreos (ibídem, 308ss; cfr. Heb 10,34). La esperanza infunde seguridad: "Arrimaos a Dios, subíos al cielo, do no llegará tormenta de los trabajos, poné vuestra esperanza en Dios" (ibídem, 469ss).

 

      La esperanza es fuente de gozo. Glosando los textos de la Epifanía (segundo domingo), afirma: "Hoy se canta en la epístola spe gaudentes. Habéisos de gozar con la verdadera esperanza. Es tanto el gozo, el que esta esperanza tiene, que cualquiera prosperidad desprecia y cualquier trabajo pasa primero que ofender a Dios... No andes desmayado y triste, sino esforzado y alegre, esperando tan grandes bienes como están guardados. Es esto gran joya, siempre viva, en cualquier tiempo esperar en Dios: tu amor en Dios y lo que amares en amor de Dios" (Ser 6, 127ss).

 

      Con esta actitud de esperanza se van superando las pruebas. Si hay desprendimiento de las cosas de la tierra, "crece el amor y la esperanza de las cosas del cielo" (Ser 82, 65s). Pone el ejemplo del herrero que machaca el hierro para moldearlo (ibídem, 129ss). Así se aprende a "sufrir con alegría" (ibídem, 204; cfr. Rom 12,12). Con esta esperanza, el creyente queda estimulado al proceso de santificación (ibídem, 229; cfr. 1Jn 3,3). La "esperanza viva" es una joya, un regalo de Dios (ibídem, 375ss, 498ss; cfr. 1Pe 1,3).[34]

 

      La esperanza cristiana se apoya en la misericordia de Dios, quien no sólo perdona, sino que da los medios necesarios para salvarse. La "confianza cristiana... arrimada a los merecimientos de Cristo, hace vivir consolados y morir confortados" (Ser 43, 222ss). Los sacramentos, especialmente la Eucaristía, son signos especiales que fundamentan esta confianza (cfr. AF 18-19, 23-24, 27, 30, 76). "Ten, pues, hermano, confianza en estos merecimientos que Jesucristo tuvo" (Ser 27, 478s).

 

      En la vida espiritual, el "desmayo" es obra del espíritu del mal. "Es la desesperación y caimiento del corazón, tiro tan peligroso de nuestro enemigo que, cuando yo me acuerdo de los muchos daños que por ella han venido a conciencias de muchos, deseo hablar algo más en el remedio de aqueste mal" (AF cap. 23, 2195ss). A la luz de la Encarnación redentora, descubrimos el amor de Dios (cfr. AF cap. 19). Dios es siempre fiel: "Es imposible que Dios falte verdaderamente. Yo os pondré mi cabeza que me la cortéis, que no os faltará Dios " (Juan I, lec. 3ª, 128ss). "¡Qué prueba nos dio para tener confianza! Desconfiar los hombres de la misericordia de Dios, después de la muerte de Cristo, blasfemias son grandes" (Juan I, lec. 22ª, 6870ss).

 

      Cuando surgen las tribulaciones, es el momento de profundizar en la confianza en la Providencia divina (cfr. AF cap. 30). "Si, pasando el río, se te desvanece la cabeza mirando las aguas, levanta los ojos en alto y mira los merecimientos del Crucificado, que te esforzarán a pasar seguro... Echa tus cuidados en Dios y asegúrate con su Providencia en medio de tus tribulaciones; y, si crees de veras que el Padre te dio a su Hijo, confía también que te dará lo demás, pues todo es menos" (Amor, n.13, 533ss).[35]

 

      Para avanzar por el camino de la perfección se necesita adoptar esta actitud de confianza inquebrantable (cfr. Carta 222). Estamos en unas manos que fueron clavadas en la cruz por amor (cfr. Carta 20 -1-, 273ss). Por esto hay que "alzar los ojos arriba, considerando a Jesucristo nuestro Señor" (Carta 44, 93ss), mirando al "abundantísimo mar de su amor, que no tiene término" (Carta 90, 96s).[36]

 

      La esperanza no excluye el santo temor de Dios: "Así entre estas dos cosas camina: temor y esperanza. Y cuanto más crece el amor, crece también la esperanza y va creciendo aqueste temor" (AF cap. 29, 2929ss). El "temor santo" de Dios, se traduce en "buena confianza de su misericordia", que va acompañada de humildad y de conocimiento de sí mismo para no desviarse: "No os fiéis de santidad ninguna, si le falta el temor santo y casto que hace humillarse, mirando ser ajeno el bien que tiene, y hace estar colgado de las orejas de Dios, suplicándole con oración continua no le quite el bien que por su bondad le ha dado, el que sin injusticia le puede quitar" (Carta 174, 22ss).

 

      La vida espiritual se apoya en la confianza y en el temor de Dios, evitando tanto un temor exagerado como una confianza ilusa. Comenta el texto de Sal 117,6: "Las cuales y semejantes palabras no quitan del todo el temor que un cristiano, por su parte, debe tener, mas quitan el demasiado, con la confianza que en Dios debe tener. Y así entre dos cosas camina: temor y esperanza" (AF cap. 29, 2927ss).[37]

 

      El santo temor de Dios se expresa en humildad y confianza. como garantía para evitar nuevas caídas (cfr. AF cap. 57, 5930; Prov 28,14). Dios nos atrae hacia él por medio de estas dos motivaciones: el fervor de la caridad y el temor. "Así trae Dios dos espuelas: la derecha, si fueses caliente, servir a Dios con fervor... La otra espuela que tiene Dios es su izquierda, que es frío. Es el temor para los hombres fríos. ¡Ojalá tuviere tu anima espuela, agora fuese por amor o por temor!" (Juan I, lec. 7ª, 1811ss).

 

                          La virtud de la caridad

 

      La doctrina avilista rebosa de amor de Dios y amor a Dios y a los hermanos. Se basa especialmente en la doctrina joánica sobre Dios Amor (primera carta de San Juan) y en los textos de Pablo sobre la caridad y sobre nuestra elección en Cristo (cfr. Ef 1-3). La explicación teológica la toma de Santo Tomás y del Pseudo Dionisio. Al Maestro Ávila se le podría llamar el Doctor del amor, con la connotación de amor misericordioso. Anunciando este amor de Dios, se reclama respuesta de amor por una vida de caridad vertical y horizontal.

 

      El amor de Dios se muestra en la creación y en la redención. Dios Amor nos ha comunicado el Espíritu de amor para invitarnos a la donación de totalidad. El pequeño "Tratado del amor de Dios" es una síntesis de este amor que reclama amor. A partir de esta perspectiva del amor, se entiende la llamada urgente a la conversión y renovación personal y social.[38]

 

      La vida tiene sentido si se realiza amando. La vida espiritual es expresión de este amor. En los momentos relacionales de la oración, "este negocio más es de corazón que de cabeza, pues el amar es fin del pensar" (AF 75, 7658s). Y en el camino de perfección, la persona que busca a Dios "hácese una con él por amor" (Plática 3, 317). "Como Dios sea amor, de sólo amor se deja cazar"(Carta 67, 34ss). El amor lleva a la unión con Dios: "Amemos, y será nuestro Dios, porque sólo el amor lo posee" (Carta 74, 86ss).

 

      Los contenidos de la primera carta de San Juan son una invitación a responder al amor de Dios. Es amor que llega a la comunicación de lo que es el mismo Dios, a cierta "igualdad" y "amistad" (Juan I, lec. 8ª, 1955ss). Es "amor fecundo", puesto que "nunca Dios ama a nadie sin que le haga bien con su amor" (Juan I, lec. 3ª, 88ss). "Porque Dios es Dios, por eso nos ama libremente" (Carta 61, 47s). Es amor unitivo y transformante, puesto que "el mismo Dios se da a sí mismo a aquel que le ama" (Ser 23, 143s). La invitación a responder al amor es lógica: "¿Por qué no amamos a nuestro Señor, el cual creemos ser sumo bien, y habiéndonos Él amado primero, aun hasta morir por nosotros?" (AF cap. 48, 4896ss).

 

      Por parte nuestra, el amar a Dios consiste en hacer su voluntad y alegrarse de las perfecciones del mismo Dios: "Traer un querer perpetuo... con que siempre queráis que nuestro Señor Dios... sea en sí tan bueno, tan santo... Un querer, con que quisiéramos que el Señor fuese en sí quien es; porque caridad en este querer consiste... eso es fruto del Espíritu Santo" (Carta 26, 46ss; cita a Santo Tomás, II-II, q. 23, a. 1).

 

      El Maestro, comentando 1Jn 2,5 (en relación con la doctrina de Santo Tomás: II-II, q.184, a.1, ad 3), explica "tres maneras de amor" o de la caridad, que corresponden a los tres grados del camino de perfección: "Amor de principiantes, amor de aprovechantes y amor de perfectos" (Juan I, lec. 7ª, 1701ss). En esta perspectiva, habla de las excelencias de la caridad: "La caridad es como un fuego que enciende en un leño muy verde, comiénzale a encender el fuego, échase de sí mucho humo; esto es los principiantes... El aprovechante va poquito a poquito aprovechando... no es tan descuidado en el servicio de Dios. La caridad perfecta es cuando Dios le ha hecho misericordia que no ame otra cosa sino a Dios" (ibídem, 1724ss).

 

      La caridad hacia Dios no consiste, pues, en meros sentimientos, sino en decisiones y unión de voluntad, a modo de donación. "El verdadero amor está escondido allí en lo profundo de las virtudes" (Carta 184, 383ss). "Amémoste, pues, y conozcámoste por el conocimiento que del amor resulta" (Carta 64, 126s). La totalidad es la única regla del amor: "Demos, pues, nuestro todo, que es chico todo, por el gran todo, que es Dios" (Carta 64, 67ss). Por esto, el justo hace todo "por solo el amor de Dios" (AF cap. 50, 5180). "Aquel ama a Dios verdaderamente que no guarda nada de sí mismo para sí" (Ser 5 -2-, 419s). Las obras valen según el peso del amor: "No mira tanto Nuestro Señor al don cuanto a la voluntad y amor con que se da" (Ser 8, 127s).[39]

 

      El amor es unitivo: "Ninguno se junta con Él sino por el amor, y quien más ama, más junto está" (Ser 50, 28ss). Dios nos pide el amor de "amistad" (cfr. Ser 64, 165ss). La unidad consiste en que el amor "hace el corazón uno con Dios y trata a Dios como a Dios" (Ser 71, 268s). Es "fuego" que quema todo lo que no suene a amor: "El fuego de amor de ti, que en nosotros quieres que arda hasta encendernos, abrasarnos y quemarnos lo que somos, y transformarnos en ti, tú lo soplas... lo haces arder con la muerte que por nosotros pasaste" (AF cap. 69, 7015ss). Es "amor arraigado", no principalmente por esperar el cielo o temer el infierno (Juan I, lec. 7ª, 1685ss).

 

      La caridad no es amor de "concupiscencia" o de interés propio, sino de "amistad" (cfr. Ser 64 y Carta 222). Es el "primer amor" o el fondo del corazón, que Dios ha creado para sí: "Dame este primer amor, porque es mío... No lo quiero por fuerza ni por temor, sino dame tu amor, y dámelo por amor" (Ser 64, 176ss; cfr Ap 2,4). La pauta es el mismo Dios, que es Amor.

 

      La caridad nace de Dios, que es Amor. El Maestro Ávila, siguiendo la doctrina del Pseudo-Dionisio, expone las dos cualidades de la verdadera caridad: salir de sí y unirse a la persona amada. Dios "salió de sí" y se unió a nosotros por la Encarnación "y porque tomó flaquezas y muerte". Por el sacramento de la Eucaristía, "el que es vida y resurrección junta consigo por manera inefable a nosotros mortales y miserables" (Ser 50, 64ss).

 

      No es posible a la naturaleza humana conseguir, con sus propias fuerzas, esta caridad, que es vida divina. Pero Dios nos comunica su mismo amor por medio de Jesucristo su Hijo. Es la "caridad y amor de Dios y del prójimo, que ésta es su vida" (Gálatas n. 52, 2840ss; cfr. Gal 5,6), que se manifiesta en las obras: "La caridad, donde quiera que está, produce grandes y excelentes fructos. No se contenta con tener el amor ocultado, sino que da muestras de él con sus obras" (ibídem, 2902ss; comenta 1Cor 9,22).

 

      El amor a Dios se goza en que Dios sea tal como es: "Siempre queráis que nuestro Señor Dios, delante del cual habéis de andar, sea en sí tan bueno, tan santo, tan lleno de gloria como en sí mesmo; ansí con un gozo y complacencia en todo los bienes de Dios, holgándoos y regocijándose vuestra ánima en ver que vuestro Señor, verdadero amor, tiene todo aquello que merece" (Carta 26, 127ss).[40]

 

      Por esto, la caridad se demuestra en la unión efectiva y afectiva con la voluntad de Dios. Comentando la doctrina paulina sobre la caridad como "plenitud de la ley" (Rom 13,10), va exponiendo que se trata de la unión de voluntad con la voluntad divina, tomando como ejemplo los santos en el cielo, "transformados en un querer con el de Dios" (Carta 26, 47ss). El Maestro invita a sus dirigidos a llegar a la "perfecta caridad". La caridad es, pues, la sintonía de la propia voluntad con la de Dios: "Por eso os dije que trujésedes un querer, con que quisiésedes que el Señor fuese en sí quien es; porque la caridad en este querer consiste" (Carta 26, 208ss).

 

      La caridad consiste, pues, en armonía de la propia voluntad con la de Dios: "El amor de caridad, dicen los santos teólogos, que ha de nacer de la voluntad... la verdadera esencia del amor consiste en aquesto, y ansí entonces diremos que una ánima ama a Dios cuando quiere a Dios y su gloria" (Carta 222, 347ss; cfr. II-II, q.24, a.1). "Andar en perpetua caridad" consiste en caminar por "una vía de amistad" (ibídem, 534ss y 551ss). Entonces no es sólo la voluntad, sino también "todas las potencias exteriores e interiores obran por amor", "porque todo cuanto hacen nace del amor" (ibídem, 631ss).

 

      La vida espiritual se mueve, pues, por este camino de la caridad, como unión con la voluntad de Dios: "No quite sus ojos de Dios y de su santa voluntad, que es el norte al cual hemos de mirar en la noche y mar de aqueste mundo, para aportar al puerto de salud, que no tiene fin" (Carta 78, 13ss). Seguir la voluntad de Dios es señal de garantía en la vida espiritual: "Ésta es la verdadera señal de los hijos de Dios, que dejan su voluntad propia y hacen la de Él; y esto  no en las prosperidades (que aquello poco es), mas en las adversidades" (Carta 81, 118ss).[41]

 

      Este ideal sublime se hace asequible, si se parte de la propia realidad amada por Dios: "Confíe que es amada de Él, y tenga esperanza de ver con alegría la faz del Señor... Subjétese del todo a la voluntad del Señor, y tórnese un poco de lodo, y diga al Señor: ... haz de mí a toda su voluntad" (Carta 135, 19ss). Así se va llegando al olvido de sí, para donarse a Dios y a los hermanos: "Ofrecerse tal cual es a nuestro Señor y no querer ella nada para sí, sino que Él la ponga donde Él quisiere, y que allí estará contenta... Ofrézcase a la voluntad de Dios y no elija por donde ha de ser salva, que Él tiene cuidado de ella" (Carta 90, 363ss, 397ss). Se trata de que nuestra voluntad "esté aparejada a querer todo lo que Dios quiere que queramos, sin sacar alguna excepción" (Carta 52, 32ss). Por esto, "todo el saber del siervo de Dios es hacer la voluntad de Él y a ojos cerrados esperar en Él" (Carta 77, 35ss).

 

      El don de la sabiduría pertenece al campo de la caridad, a modo de conocimiento amoroso de Dios. La sabiduría cristiana se apoya en la revelación divina, en su misma palabra personal que es Cristo, el Verbo encarnado. Es siempre un don de Dios, que consiste en reconocer la propia realidad creada a la luz del misterio de Dios Amor: "Tiene esto la inmensidad de Dios y la grandeza de sus obras, que mientras más un hombre conoce de Él y de ellas, tanto más le parece que es poco lo que ha conocido y mucho el camino que le queda de andar" (Ser 53, 4ss). El encuentro auténtico de una parte de la verdad, hace al hombre sabio, en cuanto que sigue siempre buscando la verdad infinita.

 

      Este don de la sabiduría se comunica a los humildes: "No se comunica la sabiduría de Dios, sino a los pequeños y humildes. que con sencillez se llegan a Él, inclinando su oreja a Él y a su Iglesia, y reciben de su bondad muy grandes mercedes, con las cuales queda el ánima satisfecha, hermoseada con fe y con obras" (AF cap. 49, 5071ss). En realidad, la sabiduría, por estar enraizada en la caridad, abarca todo el itinerario de la vida cristiana: "Dice San Bernardo: «Ése es sabio, a quien le sabe cada cosa como ella es»; aquel es sabio que le amargan los pecados más que la hiel, quien pone la honra debajo de los pies, quien se huelga con los trabajos, quien ama a Dios más que a sí, quien ama al prójimo como a sí mismo. Este tal tiene lumbre y esta lumbre es sobrenatural" (Juan I, lec. 4ª, 557ss; cita a San Bernardo, Sermo 18, 1).[42]

 

                  La caridad fraterna: El mandato del amor

 

      Si la revelación cristiana se resume en Dios Amor manifestado por Cristo, la señal característica del cristiano es también el amor. Dice el Maestro Ávila que "el mandamiento de la caridad del prójimo (es) semejable al mandamiento de amar a Dios"; pero hay que reconocer que somos "muy flacos en la caridad" (Ser 36, 592ss). El mandato del amor es un reto al cristianismo: "Si los cristianos fuésemos perfectos guardadores de la Ley, que tenemos, cuyo principal mandamiento es el de la caridad, sería tanta la admiración que en el mundo causaríamos que... creerían que moraba Dios en nosotros" (AF cap. 34, 3528ss).

 

      Comentando la doctrina paulina sobre la caridad, concluye: "Si no tienes caridad con que ames a Dios y al prójimo, aunque te vendas en tierra de moros y des por Dios el precio que dieron por ti, no vale nada" (Ser 8, 415; cita 1Cor 13,1). La señal de vivir en esa caridad para con Dios es "el amor del prójimo, que desciende de este profundísimo amor" (Carta 26, 235s; cfr. Carta 222, 640ss).

 

      El tema de la caridad fraterna tiene en el Maestro Ávila textos de antología. Todo hermano, especialmente el más necesitado y el más pobre, es algo que pertenece al Señor: "Vuestros prójimos son cosa que a Jesucristo toca" (Carta 62, 37ss). Por esto, "prueba del perfecto amor de nuestro Señor es el perfecto amor del prójimo" (Carta 103, 30ss).

 

      La profunda doctrina avilista sobre el Cuerpo Místico no podía menos de afrontar el tema de la caridad fraterna en su perspectiva de comunión. Amar a los hermanos equivale a entrar en sintonía con los sentimientos de Cristo: "Porque, si Cristo en vos mora, sentiréis de las cosas como Él sintió y veréis con cuánta razón sois obligada a sufrir y amar a los prójimos; a los cuales Él amó y estimó como la cabeza ama a su cuerpo, y el esposo a la esposa, y como hermano a hermanos, y como amoroso padre a sus hijos" (AF cap. 95, 9930ss).

 

      La caridad fraterna es la nota de garantía de la vida cristiana en todos sus niveles. El Maestro alude frecuentemente al mandato del amor (cfr. Juan I, lec. 9ª, 18ª, 22-23ª) y, por tanto, al ejemplo del Señor, indicando que corresponde a la razón de ser de la Iglesia como Cuerpo Místico (cfr. Ser 10, 512ss). La explicación, basada en los principios evangélicos, se aplica a compromisos concretos de caridad (cfr. Ser 25, 425ss; Carta 110, 51ss). La contemplación cristiana tiene también esta nota de garantía: mirar a los demás redimidos por Cristo "con los ojos que Él los miró" (AF cap. 95, 9930). Entonces, cumpliendo su mandato, se ama a Cristo "por sí, y a ellos por Él y en Él" (9978s; comenta el texto del "mandato" según Jn 15,12).[43]

 

      Quien ama al hermano necesitado, no distingue entre buenos y malos: "Más gente cabe en este mandamiento del amor, que cabe en el cielo, porque en el cielo no caben más que buenos y en este mandamiento caben malos y buenos... Y los que están en pecado mortal son hijos bastardos, mas hermanos son. Y los infieles que lo pueden ser, viniéndose a la fe, manda Dios que entren en esta cuenta" (Juan I, lec. 21ª, 6474ss). La novedad del mandato del amor consiste en amar con el mismo amor de Cristo, "como lo cumplió nuestro Señor Jesucristo..., que fue desinteresadamente... Pues mandamiento de amor de esta manera, nuevo es, nunca notificado ni a gentiles ni a judíos" (Juan II, lec. 9ª, 1050ss).[44]

 

 

                              Virtudes morales

 

      Todas las virtudes encuentran su fuente y su raíz en la caridad. Las virtudes "morales" indican el actuar humano concreto en la perspectiva del amor. Respecto a la virtud de la prudencia, tratándose del recto y equilibrado modo de obrar de cada una de las demás virtudes, puede constatarse especialmente en el consejo o dirección espiritual, en el discernimiento del Espíritu y en modo de ejercer la autoridad por parte de los gobernantes.

 

      Las reglas de la prudencia se aplican a todos los campos del actuar humano. El Maestro presta más atención a la vida espiritual. En las cartas a los dirigidos les ofrece algunas orientaciones, invitándoles a la docilidad a las mismas, en vistas a no exagerar. Así, por ejemplo, en carta a su dirigido  San Juan de Dios, comenta Mt 24,45 (el siervo "fiel y prudente") y dice: "Para ser fiel es menester ser prudente... porque si no hay prudencia, cae el hombre en mil cosas que desagradan a Dios y es castigada su necedad con necio castigo" (Carta 46, 22ss).

 

      En el campo del gobierno (eclesiástico o civil) es donde la prudencia necesita una actuación mayor, puesto que se trata del bien de los súbditos, a los que se sirve como al Señor: "Notoria cosa es, para cumplir bien con este oficio, ser necesaria la lumbre de la prudencia, con la cual disponga bien los medios, con que alcance su fin, que es la paz y virtud de los ciudadanos" (Carta 11, 484ss). Norma de prudencia para el gobernante es buscar consejo de personas entendidas (cfr. ibídem, 927ss). Pero por tratarse de una virtud sobrenatural, es necesaria "la mayor lumbre celestial que de la contemplación de Dios resulta", la cual se encuentra o se debe encontrar especialmente en quienes rigen la Iglesia (ibídem, 942).

 

      Respecto a la justicia, además de referirse al campo de la "justificación", el Maestro también la explica como virtud moral o cardinal: la virtud que consiste en la actitud habitual de dar a cada uno (a Dios, al prójimo, a la comunidad humana) lo que es debido.

 

      Al exponer explícitamente el término de "justicia" en la primera carta de Juan (1Jn 2,28-29), el Maestro recuerda los tres tipos clásicos de justicia: "Tres maneras hay de justicia: una es conmutativa, otra es distributiva, otra es justicia universal" (Juan I, lec. 17ª, 5160s). La justicia conmutativa se refiere a los contratos: "Justicia conmutativa es la de los contractos de daca y toma, vender la cosa por lo que vale y comprarla por lo que merece" (ibídem, 5161ss). La justicia distributiva se refiere al buen ejercicio de los oficios públicos (ibídem, 5166ss). La justicia "universal", según el Maestro Ávila, se refiere a la santidad y virtudes (al "hombre justo"), que tiene su primer modelo en Dios justo (cfr. ibídem, 5171ss). Esta última es la que se explica en el texto de Juan, como fuente de toda justicia: "Dios hace justicia porque es justo; pues sabed que todo hombre que es justo ha nacido de Dios" (ibídem, 5203s; cfr. 1Jn 2,28-29).

 

      La aplicación de la justicia por parte de los gobernantes consiste en hacer cumplir las leyes, con tal que no se pierda de vista el objetivo para que han sido dictadas: para el bienestar del pueblo y para la recta distribución de los bienes entre todos los ciudadanos (cfr. Carta 11)[45]. La justicia debe llegar también a corregir los abusos cometidos por parte de quienes tienen algún cargo especial en la sociedad (cfr. Carta 11, 979ss; Carta 180, 5ss).[46]

 

      Un verdadero tratado de orden público es la descripción sobre el arte de gobernar, que se hace en la carta 11 (con 1330 líneas de contenido), dirigida "a un Señor de este Reino, siendo asistente en Sevilla". Después de dar una normas generales, hace la aplicación a los diversos campos de la vida social. Todo gobernante tiene que buscar no el propio interés, sino el "cuidado de la gobernación y provecho de otros" (Carta 11, 29s).

 

      La persona que ejerce un cargo público ha de "llevar las cargas de su súbditos" (Ser 35, 539s). Los mismos reyes y gobernantes deben humillarse dando buen ejemplo en la confesión y comunión (ibídem, y Ser 55, 430ss). En las celebraciones dentro de la Iglesia, "no es razón que el rey ni los grandes tengan aquel aparato de estrados como en otras partes suelen tener" (Ser 35, 765ss). Nadie puede abusar de su "poderío" como si no hubiera "quien juzgue a ellos" (ibídem, 794). Poniendo el ejemplo del rey David (cfr. 2 Reg 6,14ss), comenta: "Y aquel baila bien cuyo cuidado único es beneficiar a los suyos, y para el bien público tiene ofrecida su hacienda, su honra y su vida, al ejemplo del Señor, que vino a servir y a dar la vida en rescate de muchos" (ibídem, 828ss; Mt 20,20).

 

      El problema de la corrupción en los niveles de la actuación pública disminuiría si los gobernantes atendieran al verdadero fin de su actuación: "No se contenten con sólo mandar - que aquello sin amor se puede hacer -, mas desciendan de su majestad por subir en la bondad, y dejen el ocio y regalo y tomen el azadón en la mano, y caven, con sudor de su cara, la dura tierra de los corazones de sus súbditos, si quieren gozar del fructo y del nombre de gobernantes cristianos, imitadores de Jesucristo" (Carta 11, 314ss). Pero "hay pocos que entiendan esta carga, aneja al oficio público, de procurar de hacer buenos a los que les son encomendados... como buenos padres, para que sus hijos sean virtuosos" (ibídem, 321ss).

 

      No descuida el Maestro el respeto a la autoridad, puesto que se trata de un "lugarteniente de Dios" (Carta 12, 395). Pero, precisamente por ello, se atreve denunciar los abusos: "Aprendan los grandes a no extender sus grandezas, ni piensen que mientras más libremente hicieren lo que quieren, tanto más grandes son. No es poder usar mal del poder, mas usar de él según razón y derecho" (Ser 50, 523ss). Recuerda que "los lugares altos hacen muchas veces a los buenos malos; ninguna o pocas, de los malos buenos", porque quienes llegan a ellos están, a veces, "embriagados del falso vino del mandar, de las riquezas y placeres" (Ser 69, 49ss).[47]

 

      La virtud de la fortaleza no aparece explicada con amplitud, sino relacionada con la esperanza, con la paciencia, con el anuncio (el profetismo), con el martirio, con el sufrimiento y las pruebas, etc. La esperanza es confianza y también "tensión" hacia el encuentro definitivo, por encima de las dificultades. El anuncio de la verdad con fortaleza profética puede llevar a la persecución y al martirio. Las pruebas de esta vida son medios en los que se acrisola la virtud, especialmente la virtud de la esperanza y de la fortaleza. La fortaleza se demuestra también en el cumplimiento del propio deber y en la obligación del trabajo.

 

      La paciencia es la concretización de la virtud de la fortaleza en los momentos de dificultad (dolor, pruebas, sufrimiento, tribulaciones). La paciencia se adquiere meditando en Cristo crucificado. La paciencia se adquiere en las pruebas de esta vida, sufridas por amor: "Que así como una castidad es probada con cosas contrarias, una humildad con deshonras, una paciencia con trabajos, una caridad con hacer bien a quien nos hace mal, así es la fe y confianza probada con enviar Dios trabajos que parecen sacar de juicio, y esconderse Él" (Carta 22, 69ss).

 

      La paciencia es también imitación de Cristo, contemplando su pasión y esperando su venida final: "El Padre amó a su Hijo mucho, y le entregó en poder de muchos dolores. Ama el Hijo a vuestra merced mucho, y por esto envíale éstos: llévelos con paciencia, como el Hijo llevó los suyos, y será amada de Él, y sentirse ha en el trono de Él, como Él se sienta en el trono del Padre" (Carta 27, 148ss; cfr. Carta 115, 108ss).

 

      Dios mismo tiene suma paciencia con nosotros: "Ninguno hay que con tanta paciencia os sufra como el Señor benigno, que conoce muy bien vuestra flaqueza" (Carta 48, 84ss). Y las pruebas que nos envía son señales de su amor para probar nuestra paciencia: "Ansí que, señor, aunque la salud de vuestra merced se emplease bien, más se huelga Dios con la paciencia en la enfermedad, porque es cosa donde más se ejercita el amor, que con la paciencia de la salud" (Carta 168, 21ss).

 

      La virtud de la templanza (virtud que ordena y modera los deseos y tendencias) queda expuesta en relación con la castidad, la mortificación, la orientación de la concupiscencia, el recto uso de la bebida y comida, la moderación en el vestir y en el uso de los bienes de esta tierra, la modestia en el aprecio de sí mismo, etc.

 

      La virtud de la castidad orienta las inclinaciones afectivas según la caridad. Puede también referirse al dominio de la concupiscencia, o también al seguimiento radical de Cristo por medio de la virginidad y celibato. La castidad se traduce en dominio de sí mismo en el campo de la sexualidad y de las inclinaciones de la carne. Este vencimiento es necesario para que Cristo viva en el alma: "La preciosa joya de la castidad no se da a todos, mas a los que con muchos sudores de importunas oraciones y de santos trabajos la alcanzan de nuestro Señor" (AF cap. 5, 413ss). Este bien "por mucho que cueste, siempre se compra barato", puesto que hace posible "aposentar a Cristo en sí" (ibídem, 419ss). No es posible guardar "castidad entre regalos" (ibídem, 468).

 

      La castidad se presenta en armonía con las demás virtudes. Se han de poner los medios para adquirirla o conservarla, especialmente la templanza, la oración y la recepción de la Eucaristía (Ser 11, 543ss). Sin sacrificio no es posible ser casto: "¿Pensáis que holgando y durmiendo y teniendo el vientre lleno se gana la castidad? No, hermano, que en corporales limpios y de lienzo se aposenta Cristo" (ibídem, 583ss).

 

      Para guardar la castidad cristiana, además del espíritu de sacrificio y de la oración ferviente, se requiere "procurar alguna buena ocupación" (AF cap. 6, 519ss). La meditación de la pasión es un medio eficaz para superar las tentaciones. La soberbia suele terminar en pecados contra la castidad (cfr. AF 7-16). La devoción a María es una ayuda imprescindible: "Ella oye y recibe de muy buena gana, como verdadera amadora de lo que le pedimos" (AF cap. 14, 1305ss). Amar a María y acudir a ella es camino de castidad: "Si la carne te tienta, llama a María... veis aquí una Virgen que, mientras más un hombre se enamora de ella, será más casto" (Ser 63, 496ss).

 

      La moderación de las ambiciones y de la estima de sí mismo se llama humildad. Es la actitud de reconocer los dones recibidos y también la propia limitación humana. El realismo de la doctrina avilista se basa en el conocimiento de la naturaleza humana a la luz de la redención. Se reconoce la propia debilidad y, al mismo, los dones de Dios.

 

      La humildad cristiana no es apocamiento, sino actitud de confianza, generosidad, magnanimidad y audacia (cfr. AF, cap. 67). Sin actitud de humildad, no existe la santidad. "No sólo la humildad alcanza y conserva la gracia, mas es señal que da la entender que está allí la gracia... Quien a Dios tiene, en la humildad se conoce... No creáis haber santidad sin humildad, ni aunque seáis subido al tercer cielo" (Ser 66, 149s).

 

      La doctrina sobre la humildad cristiana no tiene origen en una reflexión humana, sino en los ejemplos y enseñanzas de Jesucristo (cfr. Ser 21, todo). Todos los momentos de la vida del Señor, desde la Encarnación hasta la cruz, son una llamada a la humildad: "Y si te acordares que está Cristo en un pesebre, ¿habrás vergüenza de ensalzarte en este mundo? Que este Niño que está en este mundo, verdad es de Dios Padre... Cuando nace, en pesebre; cuando muere, en cruz" (Ser 4, 451ss). "Está Dios humillado y puesto en palo, ¿y quieres tú estar ensalzado?" (Ser 3, 745s). "¡Oh humildad! ¡Oh pobreza, cuán amada sois de este Señor, pues os santifica, tomándoos en su misma persona, para después llamar bienaventurados a los humildes y pobres de espíritu!" (Ser 75, 1236ss, sermón sobre San José).

 

      Puesto que la humildad es la verdad (según enseñanza de Santa Teresa), será un acto de humildad reconocer y agradecer los dones de Dios: "Si alguna cosa buena tengo, vos me la distes; y si a otros la diérades, mejor os sirviera con ella que yo" (Ser 18, 624ss). La misma actitud de autenticidad se traduce en reconocer la propia miseria y pecado: "Mira cuánto vale la humildad que, puestos en una balanza muchos pecados, y en otro buenas obras con soberbia, pesa más la humildad con pecados. ¡Cuánto más si pusieras buenas obras con humildad!" (Ser 21, 392ss).

 

      El reconocimiento de los dones de Dios lleva al agradecimiento y a la alabanza del mismo Dios. La gratitud es un proceso que queda descrito en tres momentos: "Tres grados se suelen poner de la virtud del agradecimiento. El primero es conocer en el corazón el beneficio recebido; el segundo, alabarlo y contarlo con palabra; el tercero, satisfacerlo con la obra, según la posibilidad de quien lo recibió" (Carta 76, 1ss). Hay que agradecer especialmente el perdón de los pecados (cfr. AF cap. 12). Efectivamente, "el ánima... se debe ocupar en hacimiento de gracias por tan grande y no merecida merced, de no sólo haber Dios perdonado el infierno, mas haberle recebido por hijo y dádole su gracia y dones interiores, por merecimiento del verdadero Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor" (ibídem, 7410ss; cfr. Rom 4,25).

 

      El reconocimiento de la propia miseria no lleva al desánimo, sino a la confianza en la misericordia divina: "Y así, Señor, siempre tu gracia y tu misericordia anduvo delante de mí... Porque si tú, Señor, esto no hubieras hecho, todos los pecados del mundo hobiera yo hecho" (AF cap. 66, 6748ss; cfr. San Agustín, Sermón 99, cap. 6, etc.). Se puede decir que para conocer la bondad de Dios, hay que aprender a conocer la propia bajeza: "Y si quiere hallar un gran libro para leer cuán bueno es Él, mire cuán malo es vuestra merced, y crea que Dios le ama, y verá un retablo de hermosura de amor pintado en vileza de sus propias maldades" (Carta 93, 41ss).

 

      En el camino de la perfección y de la contemplación la humildad es garantía de acierto: "A quien Él levanta a grandes cosas, primero le abate en sí mismo, dándole conocimiento de sus propias flaqueas; para que, aunque vuelen sobre los cielos, queden asidos a su propia bajeza, sin poder atribuir a sí mismos otra cosa sino su indignidad" (AF cap. 52, 5401ss). Precisamente la contemplación es camino de humildad, "contentándose con aquella vista sencilla y humilde, acatando a los pies del Señor y esperando su limosna y misericordia" (Carta 1, 361ss).

 

      La humildad es un don de Dios; la cooperación a este don consiste en el conocimiento propio y la aceptación de las humillaciones. Mirando a Cristo en su vida humilde, "tendréis gana de ser despreciada, por ser conforme al Señor" (AF cap. 3, 185s). Ante las injurias, es mejor adoptar una actitud de propia humillación: "Iros a vuestro rincón y delante de Dios quejaros de vos diciendo: Señor, debiéndote yo tanto, que soy obligado a pasar por ti otro tanto como tú pasaste por mí, no sufro una palabrita, una nonada; quéjome, Señor, de mí y de mi poquedad" (Ser 2, 215ss). Por esto, el humilde huye de las honras del mundo, "huyendo con mucho cuidado de ser preciado de aquel que a su Señor despreció; y teniendo por grande señal de ser amado de Cristo, el ser despreciado del mundo, con Él y por Él" (Carta 93, 215ss). "Mire, pues, qué de bienes vienen con la ceniza de la humildad, y no esté sin ella, porque no esté sin Dios" (Carta 85 -1-, 19ss). Recordaba a sus dirigidos que "muy mal se guarda la humildad entre honras" (AF cap. 5, 467s).

 

      En las "Reglas de espíritu", el Maestro señala unos grados de humildad, a modo de invitación a conocerse, negar la propia voluntad, obedecer, adoptar signos externos de sencillez ("no hacer alguna singularidad notable en las cosas exteriores"), aceptar con paciencia y alegría las humillaciones, confesar las propias faltas, "anteponer a los otros a sí", "hablar cosas pocas y buenas", "pretender estado y hábito humilde", etc.

 

      El discernimiento de las mociones del buen Espíritu o del mal espíritu, tiene lugar por el camino de la humildad. Entre las señales del buen Espíritu, "la principal sea si os dejan más humillada que antes. Porque la humildad... pone tal peso en la moneda espiritual, que suficientemente la distingue de la falsa y liviana moneda" (AF cap. 52, 5345ss; cita a San Gregorio Magno, Moral, lib. 34, cap. 23). Los engaños del demonio se superan con la humildad: "Huirá el demonio con la piedra de la humildad, que es golpe que le quiebra la cabeza como a Goliat" (AF 51, 5265ss). La humildad va acompañada de la obediencia, "porque la humildad que no es obediente, no es humildad. Y no se engañe nadie con color de virtudes" (Ser 33, 402ss). "Humíllese mucho a Dios y a los hombres, que no hay otra arte para escapar de los lazos del demonio... sino ser chiquito" (Carta 105, 72ss).[48]

 

 

c) La vida de oración

 

      El Maestro explica la oración vocal (personal, comunitaria) e invita a vivir la oración y celebración litúrgica. Aconseja con frecuencia la meditación e invita a adentrarse en la unión contemplativa. Pero recalca especialmente las actitudes interiores que hay que adoptar en la oración.

 

      La oración avilista, profundamente contemplativa, sigue la dinámica de humildad (realismo), confianza (en el amor de Dios) y unión (con la voluntad de Dios). Los tres aspectos de la actitud oracional (humildad por nuestra condición de criaturas, confianza en la bondad de Dios) y unión, se reflejan en toda la doctrina avilista: "El hablar con Dios ha de ser con gozo y temor; con temor, teniéndose por indigno de hablar con tal alto Señor, y con grande alegría de contemplar tan grande honra como Dios tuvo por bien de hacer a los mortales en tener de nosotros tan especial cuidado, que continuamente podamos gozar de su divino coloquio".[49]

 

      La actitud relacional de la oración se concreta en una "muy estrecha y familiar comunicación" con el Señor (AF cap. 70, 7136). La oración es una actitud filial. En este sentido hay que entender su expresión: como "un niño o uno que oye órgano y gusta" (Plática 3ª, 167ss); "con un afecto sencillo, como niño ignorante" o con "una sosegada atención para aprender de su maestro" (AF cap. 75, 7656ss). Esta la actitud filial de autenticidad y confianza, se resume en la "humildad y simplicidad de niño" (AF cap. 75, 7728).

 

      El Maestro Ávila invita continuamente a una actitud relacional con Dios, expresada en alabanza, acción de gracias, confianza, petición, amor. Este contexto relacional resume los contenidos tradicionales de la oración: "Por oración entendemos aquí una secreta e interior habla con que el ánima se comunica con Dios, ahora sea pensando, ahora pidiendo, ahora haciendo gracias, ahora contemplando, y generalmente por todo aquello que en aquella secreta habla se pasa con Dios" (AF cap. 70, 7138ss). Esta oración es posible gracias al Espíritu Santo que se nos ha comunicado: "La oración que no es inspirada del Espíritu Santo, poco vale; la que no se hace según Él, la que no inspira y ordena Él, de muy poco fruto es, poco aprovecha" (Ser 30, 41ss; cfr. Rom 8,26).

 

      Parte siempre de la bondad de Dios y de la realidad humana (personal y comunitaria), para pasar a la confianza filial y a la unión con Dios. La oración cristiana consiste en dejar orar a Cristo en nosotros. Citando a San Agustín, afirma: "Cuando nosotros oramos, Él (Cristo) ora en nosotros" (AF cap. 84, 8868; cfr. San Agustín, Enarr. in Ps., 85,1). En este sentido se puede comprender mejor cómo la oración es actitud filial, a imitación de la oración de Cristo.[50]

 

      La actitud filial de la oración se refleja especialmente en el "Padre nuestro" (cfr. Plática 3ª y AF cap. 70 y 75). "Y Padre nuestro es, con el cual nos habíamos de holgar, conversando, aunque ningún provecho de ello viniera" (AF cap. 70, 7170ss). Nuestra actitud filial (de confianza y autenticidad) se funda en su amor paterno: "Verdaderamente te ama y procura tu bien. Padre tuyo es y buen padre; y a todos ayuda, y hace bien a los que en él esperan" (Ser 9, 309ss). La garantía de esta actitud filial es el amor a todos los hermanos: "Y no ha de pensar que teniendo tan buen Padre en el cielo, como tiene, que no ha menester a nadie, porque este Padre es amigo de caridad y humildad, y quiere aprovechar a unos por medio de otros" (Carta 90, 348ss).

 

      El tono de intimidad y de confianza lo comenta a partir de algunas escenas evangélicas. Comentando la escena de Jesús esperando a la Samaritana (Jn 4,2), invita a encontrar a Cristo en la soledad: "Quédase allí solo, descansando. Por esto quien quisiere negociar con Él, vaya, que allí lo hallará solo, y el negocio que Él más quiere es que vais a regocijaros con Él; id, que allí lo hallaréis solo" (Ser 11, 80ss).

 

      La necesidad de la oración la recordaba a toda clase de personas: "Si tuviésedes callos en las rodillas de rezar y orar, si importunásedes mucho a Nuestro Señor y esperásedes de Él que os dijese la verdad, otro gallo cantaría. ¿Quieres que te dé su luz y te enseñe? Ten oración, pide, que darte ha. Todos los engaños vienen de no orar" (Ser 13, 560ss). Explica la oración de modo asequible para todos. Es oración del corazón y que puede realizarse continuamente: "Oración de corazón, que mana de fe viva, alcanzará lo que pidiere" (Ser 10, 102s).  Comenta Lc 18,1 (sobre la oración continua): "Graciosa y muy agradable oración haréis si, dondequiera que os halláredes, alzardes vuestros corazones a Dios y lo tuvierdes presente en vuestra memoria. ¿Quién os estorbará que no podáis hacer esto?" (Sermón 10, 321ss). Invita a todos los fieles a practicar esta oración: "Comunicaos con Él, recogeos un poco a solas con Él en vuestro rinconcillo, si queréis sanar de vuestros males" (ibídem, 376ss).

 

      En las cartas a sus dirigidos, explica frecuentemente los modos de hacer esta oración continua y sencilla. Aconseja una lectura que lleve a contentarse con una "vista sencilla y humilde, acatando a los pies del Señor y esperando su limosna y misericordia" (Carta 1, 361ss). Se puede hacer oración a partir de los acontecimientos: "No esperaréis horas ni lugares ni obras para recogeros a amar a Dios; mas todos los acontecimientos serán despertadores de amor. Todas las cosas que antes os distraían, agora os recogerán" (Carta 56, 104ss). "Ningún rato haya en el cual vuestro corazón no ofrezca a Dios sacrificio de alabanzas y de amor  encendido" (Carta 66, 69s). En cualquier dificultad, "perseveremos en mirar a Dios" (Ser 129, 19s).

 

      Siendo la oración una actitud relacional que tiende a la unión con Dios, es normal que presente esta dimensión contemplativa de la oración, siempre en relación con el proceso de perfección: incipientes, proficientes y perfectos (cfr. toda la  Plática 3ª).

 

      El tiempo para orar se encuentra más fácilmente cuando la oración es actitud relacional, por parte de quien busca a la persona amada. Hay que encontrar tiempo para orar, "porque no tener algunos ratos de ella, sería yerro muy grande" (AF cap. 6, 549s). Hay que evitar los obstáculos para esta "secreta y amigable habla". Por esto, además de explicar la naturaleza de la oración y su necesidad, no deja de invitar a poner los medios concretos.

 

      Para conseguir estos objetivos de la oración, recomienda planes concretos, ambiente propicio, toma de conciencia sobre la presencia de Dios, petición, lectura, etc. (cfr. AF cap. 58-61). A sus discípulos recomienda orar por la mañana meditando la pasión, y por la tarde haciendo un examen para llegar al conocimiento propio. Todos esos medios son ayudas (caminos, métodos) para pensar, sentir, examinarse, dialogar... Pero la oración es siempre un don de Dios: "Y de ninguna manera presumáis en el acatamiento de Dios, de estribar en vuestras razones ni ahinco, mas en humillaros a Él con un afecto sencillo, como niño ignorante y discípulo humilde, que lleva una sosegada atención para aprender de su maestro, ayudándose él. Y sabed que este negocio más es de corazón que de cabeza, pues el amar es el fin del pensar" (AF cap. 75, 7654ss).

 

      La valoración de los medios es positiva, pero nunca pueden sobrevalorarse por encima de la actitud sencilla de oración. El Maestro habla por experiencia: "Y a muchos he visto llenos de reglas para la oración, y hablar de ella muchos secretos, y estar muy vacíos de la obra de ella" (AF cap. 75, 7724ss). No hay que dejar de lado los medios necesarios, pero sí hay que insistir en la confianza y en el amor. "Y no os digo esto para quitar las industrias razonables que de nuestra parte hemos de poner, especialmente cuando somos principiantes en ellos, mas para que se haga con tanta libertad que no nos impidan el estar colgados del Señor, esperando sus mercedes por la vía que Él las quisiere hacer. Y tened por cierto que en este negocio aquél aprovecha más que más se humilla, y más persevera, y más gime al Señor; y no quien sabe más reglas" (ibídem, 7729ss; cfr. Carta 222, 182ss).

 

      La oración avilista tiende, pues, a la actitud relacional de unión. Es oración fuertemente contemplativa en el sentido sencillo de un corazón que se quiere abrir del todo a Dios y a su Palabra, reconociendo la propia pobreza y donándose totalmente a él. Por esto, el camino de la oración contemplativa (que veremos después) es, al mismo tiempo, camino de perfección. En la terminología avilista, equivale, a veces, al camino de meditación.

 

      La meditación es un modo de hacer oración, muy recomendado por los santos y también por el Santo Maestro. Es también un medio peculiar de perfección. En el Maestro se expone como un camino de oración contemplativa, especialmente por tratarse de la meditación de la pasión (unión con los sentimientos de Cristo).[51]

 

      Esta meditación se desarrolla por medio de la lectura, reflexión, afectos y resoluciones, centrándose en la persona y doctrina de Jesús, como "escuchando a Dios en aquellas palabras que de fuera leéis, como si a él mismo oyérades predicar cuando en este mundo hablaba" (AF cap. 59, 6052ss). Es, pues una lectura "meditativa" (escuchar), que lleva al examen de actitudes y de vida, para pasar a la petición y a la unión con la voluntad de Dios. Es el proceso clásico de la "lectio divina".

 

      La meditación avilista se hace más con el corazón que con la cabeza. El Maestro la llama "meditación sosegada" y "sosegada atención": "Y de ninguna manera presumáis en el acatamiento de Dios, de estribar en vuestras razones ni ahinco, mas en humillaros a Él con un afecto sencillo, como niño ignorante y discípulo humilde, que lleva una sosegada atención para aprender de su maestro, ayudándose él. Y sabed que este negocio más es de corazón que de cabeza, pues el amar es el fin del pensar... Y, si Dios os hace esta merced de meditación sosegada, será mas durable lo que en ella sintiéredes, y más larga y sin pesadumbre" (AF cap. 75, 7654ss).[52]

 

 

d) Seguimiento e imitación de Cristo

 

      El camino de la perfección cristiana se concreta en la imitación y seguimiento de Cristo. El Maestro invita a este seguimiento, para imitar el estilo de vida de los Apóstoles (cfr. AF cap. 76, 7803ss; cfr. ibídem, cap. 88-89). El seguimiento de Cristo comporta imitarle (cfr. Gálatas, n.4).

 

      En la doctrina avilista, el seguimiento evangélico tiene sentido de desposorio con Cristo. "Sabéis a qué entrastes?... A tratar amores con vuestro esposo Jesucristo" (Plática 15ª, 86ss). Las grandes exigencias de la abnegación se encuadran en esta perspectiva de seguimiento: "Si con Jesucristo fuéredes, id sin vos" (Ser 15, 368). "Señor, que siempre os seguí yo por vos y en vos" (Ser 15, 188s). En sentido eclesial general y particularmente en el seguimiento radical, el alma que sigue al Señor es para "ser esposa de Cristo" (AF cap. 104, 10894s).

 

      La exposición del seguimiento de Cristo sirve para toda vocación cristiana. Sólo a partir de esta actitud cristiana fundamental, muchas personas descubren su llamada específica a la profesión de esta misma vida evangélica. El Maestro no se cansa de predicar para todos que hay que buscar a Dios por sí mismo: "¡Señor, tú solo mi bien y descanso; fálteme todo y no me faltes tú; piérdase todo y no tú! Aunque me quieras quitar todo cuanto me quieras dar, dándome a ti no se me da que me falte todo" (Ser 2, 581ss). Entonces se aprende a perderlo todo por él: "Comencemos vida nueva, pues el Niño la comienza... Vais por humildad, por pobreza. A la corte vais por mis negocios. Quiérome ir con vos" (Ser 4, 526ss; cfr. Ser 5 -1-, 180ss).[53]

 

      Además de los sermones, también las cartas contienen esa misma llamada frecuente al seguimiento, con la particularidad de aplicar la llamada a la persona concreta, según su estado de vida: "No estime a Dios en tan poco, que quiera dar poco por Él, pues Dios le estimó a él en tanto, que no quiso dar menos que a sí por él" (Carta 2, 149ss). "Su Amado es, y más Amador que Amado" (Carta 22, 99). "No tengáis en el corazón a criatura alguna aposentada, por darle corazón y posada desembarazada a Él... dejad todo lo que no es Él" (Carta 47, 32ss, 72s; cfr. Carta 127, 75ss). Hay que vivir en continuo agradecimiento por esta vocación de dejarlo todo por el amor (cfr. Carta 94, 13ss).

 

      El seguimiento, como actitud de compartir la misma vida, incluye la imitación de Cristo. El Maestro es un apasionado por Cristo, en sintonía con su interioridad. Por esto invita a una relación y unión profunda con él, para imitarlo y transformarse en él: "Cristo nos amó; imitadle en sus virtudes y en el desprecio del mundo... Cristo os es dado por ejemplo, para que, mirando a él, rijáis vuestra vida" (Memorial II, 515ss).

 

      Aludiendo a la doctrina paulina de "revestirse de Cristo" (Col 3,10), invita a la imitación del Señor, para poder participar en su divinidad: "Habemos de tener compañía con Cristo en sus costumbres... Hemos de parecer a la humanidad de Cristo en padecer trabajos y persecuciones" (Juan I, lec. 3ª, 218ss). No es algo inabarcable, sino factible. Cristo es modelo de amor misericordioso y de humildad: "Otro remedio no tenéis para acertar el camino sino mirar dónde este Niño pone los pies y caminar por allí. Mirad su humildad, su mansedumbre, su caridad, su obediencia... Y quien le ama, fácilmente cumple lo demás. Y no sólo nos convida a le amar, mas Él nos infunde el amor, si aparejados nos halla" (Ser 4, 647ss).

 

      La imitación de Cristo es una exigencia de la vocación cristiana: "¿Qué quiere decir cristiano? - Imitador de Jesucristo. - ¿Quién imita a Cristo? - El que blasfemare los pecados y amare los trabajos" (Ser 26, 488ss). Especialmente las personas que quieran vivir el desposorio con el Señor, "han de mirarse en Jesucristo, viéndose como en un espejo, no tengan alguna mancha en la cara... porque su Esposo no las deseche" (Ser 27, 152ss).[54]

 

      No es una imitación simplemente externa o rutinaria, sino que se convierte en unión con Cristo. En el Maestro Ávila, la unión e imitación incluye la incorporación a Cristo. Nos unimos a él como hermano, pero "aun hay otro grado de unión, por el cual llega el hombre a ser hecho... no sólo cristiano, mas aun Cristo" (Ser 53, 616ss). Dios ama al creyente porque "lo ve unido con Jesucristo e encorporado con Él... Misterio grande, unión inefable, honra sobre todo merecimiento, que el hombre y Cristo sean un Cristo" (ibídem, 669ss).

 

 

e) Ascética, sabiduría de la cruz, martirio

 

      San Juan de Ávila presenta el camino espiritual por una serie de etapas hasta llegar a la unión con Dios. Es el camino de la ascética que deriva hacia la intimidad con el Señor ("mística"). El habla más bien de "incipientes", que progresivamente pasarán a "proficientes" y "perfectos". En la etapa de los incipientes "hase de comenzar por los defectos propios y por la meditación de la pasión" (Plática 3ª, 144ss). Es, pues, un momento fuerte para conocerse a sí mismo y fundamentar la confianza en el amor de Dios; de ahí se seguirá una entrega mayor.

 

      En la doctrina avilista, tan profundamente arraigada en el amor de Dios, se invita continuamente al esfuerzo ascético o la puesta en práctica de las obras buenas. Es, pues, la actitud contraria a la de los "alumbrados" o "dejados", que entendían el "recogimiento" como actitud pasiva y sin esfuerzo. La verdadera actitud ascética comienza por reconocer la propia "miseria" y decidirse a cumplir los mandamientos (cfr. Plática 3ª, 212ss). Esta actitud ascética (de humildad y de práctica de la voluntad de Dios) es necesaria en todo el proceso de la vida espiritual. "Si quisiera correr por los hermosos caminos de Dios, no vaya muy cargado de tierra; que cuanto más dejare por Dios, tanto El más le dará de su gracia" (Carta 10, 115ss).

 

      La ascética es necesaria durante todo el proceso de la vida espiritual, sin dicotomías, aunque distinguiendo claramente las diversas etapas, que pueden ser de tono más ascético o místico. Hay una continuidad en todo el proceso de la vida espiritual, marcado por la atención al conocimiento de sí mismo y a la voluntad de Dios. Lo importante es llegar a la unión con Cristo, por un proceso de abnegación o negación de sí mismo.

 

      La "abnegación" es la actitud evangélica de "negarse a sí mismo" para "seguir" a Cristo tomando su "cruz" (cfr. Mt 16,24). En la doctrina avilista, el tono del amor suscita una mayor confianza y una mayor negación de todo cuanto no suene a amor a Dios y a los hermanos: "Se prueba el amor... en la propia abnegación" (Carta 103,19s; comenta Mt 16,24). El camino del desposorio con Cristo trae consigo la abnegación de todo cuanto no sirva para la unión con él.

 

      El ejemplo de Cristo que sufre en la pasión, es el punto de referencia de la abnegación cristiana, como actitud de respuesta al amor: "Si vienes tras mí, ven sin ti" (Ser 15, 294). Cuando uno se busca a sí mismo, se pierde a sí y no encuentra a Dios (cfr. Ser 19, 221s). Para entrar en sintonía con los criterios, escala de valores y actitudes de Cristo, hay que despojarse del propio "parecer" y de la propia "voluntad". "Enseñados en la escuela del Espíritu Santo", dice, "destetaos de vuestra voluntad, de vuestro propio parecer, salíos de vosotros mismos, salíos de vuestro natural" (Ser 30, 464ss).

 

      En sana lógica evangélica, el Maestro explica que no se trata de "vaciarse" de algo válido, sino de "desembarazarse" para "llenarse" de Dios (cfr. Ser 44, 75ss). Es vaciarse de sí para llenarse del amor y hacerse donación: amor a Dios y a los hermanos. En este proceso de donación, el hombre se siente plenamente realizado: "Hermano, si os dais vosotros a Dios, todo es vuestro; si no, no tenéis nada" (Ser 64, 335s).[55]

 

      Se apunta al gran "todo" que es Dios, dispuestos a dejar nuestro "todo" que es nada: "Si todo lo dejásemos, de veras hallaríamos al todo" (Plática 15ª, 239s); "demos, pues, nuestro todo, que es chico todo, por el gran todo, que es Dios" (Carta 64, 67ss). Este es "el mayor sacrificio que se puede hacer a Dios", puesto que es la ofrenda de sí mismo (Plática 16ª, 2s); es un "trueque" que vale la pena (ibídem, 321s).

 

      Es, pues, un proceso de "liberarse" de todo lo que "contradice" al amor de Cristo (cfr. Carta 58, 59s). En aras de este amor, vale la pena cualquier renuncia: "Echéis de vuestro corazón todo aquello que Dios no es" (Carta 62, 104ss); "no viváis en vos, que moriréis, arrojaos en El, transformaos en El" (Carta 82, 15ss); "tanto alcazaréis de El, cuanto perdiéredes de vos" (Carta 164, 75ss); "no os quedéis en vos, pasaos a El, perdeos en El" (Carta 226, 72ss).[56]

 

      Abnegarse es "desprenderse", en el sentido de un buen uso de las criaturas. Nada ni nadie puede ocupar el puesto del absoluto de Dios: "Diga a todas las cosas: Apartaos de mí, que no soy vuestro ni debo ser mío" (Carta 147, 66ss). Equivale a despojarse de todo para revestirse de Cristo, compartiendo su misma cruz: "Desnudo murió Jesucristo en la cruz, desnudos nos hemos de ofrecer nosotros a El. Nuestra vestidura sola ha de ser hacer su santa voluntad" (AF cap. 26, 2593ss).

 

      Compartir la misma vida de Cristo equivale a correr su misma suerte de cruz. Es el tema del "Audi Filia", como desposorio que se traduce en el desprendimiento de "salir" del propio "pueblo" (Salmo 44 -45-), "fuera de la puerta", como Cristo, para seguirle por el camino de la cruz (cfr. AF cap. 98, 10268ss; Heb 13,13-14). Quien se desposa con Cristo, "huye toda la gloria de la vida presente, para que alcance todo lo que se promete en el siglo que está por venir" (AF cap. 99, 10423ss; cita a San Jerónimo, Epist. 148, 21).[57]

 

      Es muy frecuente, en el Maestro Ávila, el tema del dolor o sufrimiento. Es la realidad cotidiana en todos los períodos históricos y en todas las latitudes. Lo importante es descubrir el misterio de la cruz. El sufrimiento no resulta estéril cuando se ha transformado en donación, en unión con Cristo crucificado.[58]

 

      El "Tratado sobre el amor de Dios" describe toda la interioridad de Cristo, desde la Encarnación hasta la cruz (sus "miradas" de amor). Quien sigue a Cristo, se deja conquistar por el misterio de su cruz: "¿Qué te parecería un día de la cruz por desposarte con la Iglesia, y hacerla hermosa, que no la quedase mancilla ni ruga?" (Amor, n. 8, 352ss; cfr. Ef 5,25-27). El creyente entra en la locura de la cruz: "¡Oh cruz! hazme lugar, y véame yo recibido mi cuerpo por ti y deja el de mi Señor. ¡Ensánchate, corona, para que pueda yo poner mi cabeza! ¡Dejad, clavos, esas manos inocentes y atravesad mi corazón y llagadlo de compasión y de amor!" (ibídem, 397ss).[59]

 

      No se mira directamente el dolor, sino el amor, que es siempre el único modo de descifrar el misterio del dolor: "No solamente la cruz, mas la mesma figura que en ella tienes, nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes inclinada, para oírnos y darnos besos de paz... los brazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recebirnos en tus entrañas, los pies clavados, para esperarnos y para nunca te poder apartar de nosotros. De manera que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi corazón" (Amor, n. 11, 454ss).

 

      El camino de la contemplación y de la perfección está marcado por la cruz, como signo de desposorio entre Cristo y su Iglesia. La esposa no tiene más honra que la del esposo crucificado (cfr. AF cap. 2, 92ss) y "lleno de deshonras" (ibídem, cap. 3, 161). Con "el báculo de la cruz" y sus cinco llagas (como las cinco piedras de David), Cristo ha vencido el pecado (cfr. AF cap. 22, 2135ss). Así es "el camino de la cruz... por el cual Cristo anduvo" (AF, cap. 26, 2632s). Por esto, "el verdadero y perfecto amor del Señor crucificado estima... el padecer por su Dios" (ibídem, cap. 2702ss). La Iglesia esposa aprende a seguir el mismo camino de Esposo: "Alce sus ojos a Jesucristo, puesto en la cruz, y cobrará esfuerzo" (AF cap. 68, 6871s).

 

      Cuando sobrevienen las tribulaciones y sufrimientos, el creyente (la Iglesia esposa) mira a Cristo crucificado, "enclavado en la cruz hasta que el mundo se acabara" (AF cap. 69, 7052s). "En este espejo" se mira la Iglesia esposa "muchas veces al día" (AF cap. 69, 7116ss). Todos los creyentes, según la doctrina paulina, son invitados a vivir "crucificados en el corazón con Él" (AF cap. 111, 11563s; cfr. comenta 2,19; cfr. Juan I, lec. 14ª, 4096ss). Toda "oveja legítima de Jesucristo", ha de estar "señalada con su señal" (Carta 213, 26ss).[60]

 

      Era un queja bastante frecuente del Maestro (en sermones y cartas) la de que son pocos los que siguen a Cristo por el camino de la cruz (cfr. Ser 13, 401ss), prefiriendo quedar "vivos a las pasiones" (ibídem, 586). No hay verdadero seguimiento de Cristo que no lleve a la cruz (cfr. Ser 15, 265ss). Caminar con él, "romero a la cruz" (Ser 16,92ss), trae consigo recibir "la miel del Espíritu Santo" (Ser 27, 488s). Para encenderse de amor por el Señor, bastaría tomar "una rajica de la cruz de Jesucristo" (Ser 38, 314s). Su figura puesta en cruz se convierte en "saetas" de amor que atraviesan nuestros corazones (Ser 39, 171ss).

 

      Tomar la cruz significa: "Que tengáis el corazón tan sellado con el de Cristo, que antes deseéis estar con Él con trabajos que sin él con mucho descanso" (Ser 78, 370ss). Si hemos sido amados en la cruz, estamos invitados a amar en la cruz: "Amado fue en cruz, ame en cruz; caro costó a Cristo y con gemidos le parió quien le ganó... Ofrézcale su vida y honra en las manos del crucificado" (Carta 2, 152ss). "Todo se dio en la cruz por nuestro amor; mucho se ha de dar por el que es mucho" (Carta 15, 29ss).

 

      Así es "la sabiduría de la cruz" (Carta 22, 83ss), por parte de quien ha decidido seguir caminando, con la esperanza de un encuentro definitivo: "Cristo crucificado... este Cristo quiero, aquí lo busco, y fuera de aquí no lo quiero" (Carta 23, 113ss). "¿Quién es aquel que te ama, y no te ama crucificado?" (Carta 58, 55ss). "En cruz conviene estar hasta que demos el espíritu al Padre; y vivos, no hemos de bajar de ella, por mucho que letrados y fariseos nos digan que descendamos" (Carta 97, 58ss). "La cruz le dan, confíe que le dan al que se puso en ella" (Carta 102, 26ss). El creyente en Cristo ha de poner su confianza en la cruz: "Levante la cabeza y considere delante de sí a Cristo crucificado, y no espirado, sino que le mira vivo y le espera con los brazos abiertos" (Carta 232, 176ss).

 

      Entre las tribulaciones de quienes se han decidido a seguir a Cristo por el camino de la cruz, cabe destacar el tema de la persecución y el martirio. Fue la suerte que tocó al Maestro Ávila y a algunos de sus discípulos, acosados por las calumnias y también por las enfermedades. La doctrina avilista deja siempre la impresión de confianza en el amor de Dios, de suerte que siempre se puede hacer lo mejor. Es la actitud de las bienaventuranzas.[61]

 

      Con relativa frecuencia hace alusión el Maestro a la realidad del martirio: por el derramamiento de sangre o por la caridad en la vida espiritual o en el sufrimiento. El martirio estricto es la "confesión de la fe"; el martirio espiritual es "confesión de amor" (Carta 76, 102ss). Dios providente muestra así la santidad de la Iglesia: "Quitadme la crueldad de los tiranos, y no hubiera la hermosura de los mártires que hay en la Iglesia" (Juan I, lec. 16ª, 4681ss). Los mártires cristianos "morían por no perder la fe o la virtud. De manera que ninguna cosa temporal amaban, ni cosa temporal temían, por recia que fuese" (AF cap. 33, 3397s). Era de verdad "gente... tan llena de sabiduría" porque "ha derramado la sangre por Cristo" (ibídem, 3411s).

 

      A partir del martirio de sangre, el Maestro estimula a sufrir amando en las tribulaciones y persecuciones. "Padecían de antes por no perder la fe; padecen agora por no apartarse de tu voluntad" (Carta 76, 103ss). "Como los mártires querían antes morir que negar la fe, así tú, padecer lo que padeces por no quebrar su santa voluntad. Y hacerte ha compañero en la gloria con ellos" (AF cap. 15, 1402ss).

 

      El itinerario de la vida espiritual se puede comparar a un martirio por causa de Cristo Esposo: "Nuestro Señor la haga mártir de su amor" (Carta 104, 36). Por esto el itinerario tiene significado martirial y esponsal. En este sentido de lucha espiritual "la vida del cristiano es un continuo martirio y una molesta guerra" (Carta 32, 14ss). Por tratarse de seguir a Cristo Esposo, la persona llamada a la santidad tiene que ser "mártir de amor y para que beba su cáliz con El" (Carta 116, 27ss). Es el martirio de la cruz: "Aparejémonos a ser mártires de la caridad, pues no lo somos de la fe; y poniendo nuestros ojos en Aquel que en la cruz subió tan denodado para sufrir, corramos esta carrera con alegría, en cuyo fin está Dios puesto por joya" (Carta 76, 109ss).

 

      En la vida espiritual el martirio no es sangriento, sino de caridad: "Ya se dio a Él, no conviene tornarse a tomar. En el punto que deseó su amor, se obligó a ser mártir de él" (Carta 102, 36ss). Los santos y mártires del pasado son un recuerdo estimulante: "Debéis pensar que estáis en un martirio por amor de Jesucristo, pues por servirlo sois martirizada" (Carta 19, 169ss). La paciencia puede tener sentido martirial: "Trabajemos nosotros de ser mártires en la paciencia, que aunque no es tan grande nuestro trabajo como el de ellos, es más largo" (Carta 23, 68ss). En cualquier clase de martirio, siempre se trata de "morir por Cristo" (AF cap. 111, 11556).[62]

 

      Los casos de caridad heroica son también equiparables al martirio. Así es cuando algunos, inspirados por la caridad cristiana, se someten a cautiverio "en tierra de moros", con el riesgo de perder la propia vida. "Mártir sería este tal por el cumplimiento de la palabra de Dios, y el que muere por sus prójimos, mártir es" (Juan I, lec. 22ª, 7168ss). El apóstol, especialmente en el cargo de pastor de la comunidad, debe estar dispuesto a denunciar la verdad y, por consiguiente, a "morir por la honra de Dios" (Ser 5 -2-, 267).

 

      La actitud martirial es un don de Dios, una gracia, que reclama, como toda gracia, la cooperación del creyente. "Los mártires no tendrían fuerzas para padecer los tormentos que padecían si no tuvieran los trabajos de Jesucristo delante" (Ser 47, 202ss; cita a San Bernardo, In Cant., ser. 61, 6-7). Sólo con la gracia es posible transformar los sufrimientos en donación: "No os espantéis de lo que sufrían los mártires... No os espantéis que el alma sufra tanto, conociendo que mora en ella Jesucristo, que la ama, que la está mirando cómo pelea" (Ser 62, 659ss). "Que eso de Dios es; que el morir por Dios, el querello, de Dios fue dado; y el podello pasar, efecto es de la predestinación" (Ser 79, 330ss).

 

 

f) Espiritualidad y misión

 

      Al entrar en sintonía con los deseos de Cristo Esposo, la persona espiritual o contemplativa se deja contagiar su celo de almas: "Si de veras nos quemase las entrañas el celo de la casa de Dios... ver las esposas de Cristo enajenadas de El y atadas con ñudo de amor tan falso" (Carta 208,11ss). Así se imita el celo del Buen Pastor (cfr. Plática 7ª, 62ss; cfr. Ef 5,25).[63]

 

      La caridad del apóstol se alimenta en la oración y está en relación con ella: "¿En qué examinará Dios? En la caridad para con todos y en la oración" (Ser 10, 132ss). Es la caridad que se traduce en "amor de Dios y prójimo" (Ser 81, 179ss). Esta caridad pastoral hace que los pastores "velen su ganado" y, que puedan decir como el Señor respecto a las almas: "No me las arrebatará nadie" (Ser 15, 539ss; cfr. Jn 10,30). De la oración nacen los "corazones de madre" para llorar a los "espirituales hijos" (Plática 2ª, 375ss). El celo apostólico es amor de "verdadero padre y verdadera madre", que nace de "tener verdadero amor a nuestro Señor Jesucristo" (Tratado sobre el sacerdocio, n. 39, 1449ss).

 

      La referencia a la santidad de la primitiva Iglesia, es para llamar a una renovación constate, en vistas a la evangelización, y también para señalar que ésta sigue dándose "en nuestros tiempos... entre nosotros; y en las Indias Orientales y Occidentales, con más abundancia" (AF 32, 3365ss). El Maestro subraya la necesidad de este testimonio de santidad en la acción evangelizadora entre los no cristianos, especialmente en las "Indias" (cfr. Memorial II, n.14, 631ss; Juan I, lec. 15ª, 4575ss). Si son muchos los que van a esas tierras con grandes riesgos, bien puede el Señor reclamar a todos una entrega total a sus planes de salvación: "Dame acá tu primer amor" (Ser 64, 176; cfr. Ap 2,4).

 

      Respecto al encuentro entre religiones (en su época), invita a recordar la responsabilidad cristiana de ofrecer el testimonio evangélico: "Es verdad que a esos moros que están en Granada no les lucimos como dice sant Pablo, porque somos nosotros tan malos, tan amigos de hacienda... dicen que lo aprendieron de nosotros" (Juan I, lec. 4ª, 494ss). Haciendo alusión al gran sacrificio que hacen los musulmanes en su peregrinación a La Meca, algunos de los cuales, según se decía, "se sacaban los ojos para no ver con ellos otra cosa alguna", afirma: "Sácatelos tú, no como aquéllos, según la letra, mas mortificándolos para que no vean cosa indecente, pues han visto a este Señor, fuente de bondad y limpieza" (Ser 36, 2073ss).

 

 

 

                     2. EL PROCESO DE LA VIDA ESPIRITUAL

 

      Encontramos a San Juan de Avila como Maestro y director de espíritus, como compañero de viaje, no sólo por los contenidos de los temas espirituales, sino especialmente por los aspectos prácticos en todos los campos y facetas de la vida espiritual.

 

 

a) El camino contemplativo, experiencia de Dios

 

      La oración, descrita por el Maestro Ávila, apunta hacia la contemplación, en un proceso que él mismo resume con la clasificación tradicional de incipientes, proficientes y perfectos (Plática 3ª). En el primer grado de oración sobresale el esfuerzo de las potencias. En el segundo grado hay una acción más profunda de Dios en las mismas potencias. El tercer grado es ya la unión. Todo el proceso tiende a la unión con Dios y, por tanto, a la contemplación.

 

      En este camino de contemplación se busca una "secreta y amigable habla con Él" (AF cap. 6, 577). Es un camino de silencio y de pobreza espiritual, a la luz de Dios Amor. En las explicaciones avilistas se puede constatar el sentido nupcial del camino contemplativo. La "contemplación" es la misma oración, especialmente por parte de quien está enamorado de Dios, en cuanto que quiere "ver" a Dios, a quien ama profundamente.

 

      El camino se puede llamar nupcial en el sentido de ser camino de desposorio con Cristo, de incorporación y transformación en él, a modo de conocimiento por amor. Pero se parte de la misma creación (como mensaje de Dios amor), de la propia realidad donde se refleja Dios, de la Palabra de Dios que entra en el corazón y, especialmente, del misterio de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre por amor. La contemplación es "un silencio de Dios", a modo de "unas bodas (entre Dios y el alma) que no se pueden decir", puesto que "no hay palabras y, si hay algunas, serían bajas y estorbarían el amor muy estrecho" (Plática 3ª, 182ss).

 

      Se describe como "la experiencia particular del amoroso trato de Dios con quien El quiere", más allá de lo que uno pueda entender (Carta 158, 80ss, a Santa Teresa). Es como "secreta y familiar comunicación" (AF cap. 70, 7136). La persona llamada a este encuentro expresa su experiencia "con un afecto sencillo, como niño ignorante" o con "una sosegada atención para aprender de su maestro" (AF cap. 75, 7656ss). "No conviene fatigar la cabeza con el recogimiento, porque este negocio es de pura gracia de Señor" (Carta 93, 64s).

 

      En buena doctrina avilista, como también en la doctrina teresiana y sanjuanista, se describe el camino de la contemplación como camino de perfección. Aunque el Maestro explica las tres etapas (que hemos citado más arriba), todo el proceso lo presenta como una escucha contemplativa de la Palabra de Dios. Es el tema del "Audi Filia": "Oye, mira, inclina tu oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre" (Salmo 44)... Pero para llegar a la unión transformante, que ya es la contemplación propiamente dicha, hay que profundizar continuamente en el conocimiento propio y en el seguimiento e imitación de Cristo.

 

      A veces se describe la contemplación en sí misma, en relación con una experiencia peculiar de Dios: "Los ejercitados en el ejercicio del perfecto amor... de un vuelo se ponen derechamente en contemplación y amor del bien sumo, que es Dios; y enamorados de El tan de verdad, que buscan la faz de El y, olvidados de su propio interés, quieren ser todos enteros para Dios más que para sí" (Ser 69, 438ss). Se tiende a la unión con el Amado: todo se resuelve en amar: amor dialogal, unión afectiva y efectiva de voluntad.

 

      El proceso, aunque se describe por grados o etapas, no tiene dicotomías y siempre necesita la gracia de Dios. Es "negocio de gracia", que Dios "lo da a quien le parece" (Plática 3ª, 135ss). Cuando se recibe este don, "aunque el entendimiento obra poco o nada, la voluntad obra con gran viveza, y ama fortiter"; entonces hay que "cerrar el entendimiento a todo y suspenderse con gran atención viva a Dios, que suspende, como quien escucha a uno que habla de alto, aunque siempre está como acechando el entendimiento. Y no haya reflexión en lo que está haciendo, sino como un niño o uno que oye órgano y gusta" (ibídem, 167ss).

 

      Hay que disponerse para este don "con ejercicios de aspiraciones y unión. No es menester que haya obras de entendimiento para esto" (Plática 3ª, 193s). Por grandes que sean las dificultades, "cuando Dios viene, todo se acierta a hacer" (ibídem, 192). El mismo Maestro admite que otros autores se explican de otro modo: comenzar "pensando, como quien pone leña y salta la centella... y el amor reposado" (ibídem, 205ss).

 

      El Maestro Ávila, más que explicar la naturaleza de la contemplación (aunque no deja de anotar los contenidos esenciales), prefiere guiar a los oyentes y dirigidos por el camino de la misma, a partir de la propia realidad y aceptando la acción amorosa de Dios que pide un cambio y una entrega de totalidad. Por esto, prefiere invitar a una actitud profunda de humildad: "Comenzar... por su miseria, vida de Cristo y beneficios... es primero necesario escuchar algunas veces a Dios... Ejemplo del que oye al que habla de lejos o del perro que espera el hueso que le quieren echar" (Plática 3ª, 212ss). Es, pues, el conocimiento de sí, bajo la mirada a amorosa de Dios, que lleva a "ejercitarse en mortificaciones y en obras de obediencia, humildad, cosas bajas" (ibídem, 236ss).

 

      La gracia de la contemplación la da Dios a quien se humilla ante el Señor. El motivo consiste en que "a quien Él levanta a grandes cosas, primero le abaje en sí mismo, dándole conocimiento de sus propias flaquezas; para que, aunque vuelen sobre los cielos, queden asidos a su propia bajeza, sin poder atribuir a sí mismos otra cosa sino su indignidad" (AF cap. 52, 5402ss). Con esta humildad, el contemplativo estará "contentándose con aquella vista sencilla y humilde, acatando a los pies del Señor y esperando su limosna y misericordia" (Carta 1, 361ss; cfr. Carta 8, 113). Sin la humildad, se caería en un engaño (cfr. Ser 48, 230ss). Los eventuales fenómenos extraordinarios, que pudieran producirse, no pertenecen propiamente a la contemplación.

 

      El camino contemplativo es camino de conocimiento propio, de confianza y de amor. "Este negocio es más de corazón que de cabeza, pues el amar es el fin del pensar" (AF cap. 75, 7658s). Este amor es unión con Dios, con su voluntad, en el sentido de tener un mismo querer con él (Carta 26, 46ss). Por esto aconseja a sus dirigidos: "Cuando delante se hallaren de Dios, trabajen más en escucharle que por hablarle y más por amarle que por entenderle" (Carta 54, 99s).

 

      Esta unión de voluntad se convierte en trato de amistad. El amor que Dios infunde "hace el corazón uno con Dios, y trata a Dios como a Dios, y tras Él -siendo verdadero- va todo lo demás" (Ser 71, 267ss). Entonces la oración contemplativa se traduce en una "secreta y amigable habla" (AF cap. 6, 577), "una vía de amistad, a la manera que inclina el corazón a holgarse de los bienes de un grande amigo que tiene" (Carta 222, 534ss). El resultado en la vida práctica es que "todo cuanto hacen nace del amor" (ibídem, 631s).

 

      Siendo camino de amor y amistad, no excluye un proceso de "silencio" (que también parece "ausencia"), puesto que Dios se va comunicando él mismo, más allá de sus dones y de nuestra manera de entender. Aceptar este silencio con actitud de adoración "es honra muy propia de Dios... confiesan con el silencio que es el Señor mayor de lo que pueden entender ni decir... porque este secreto de quién Él es... para sí solo es, pues Él solo se comprende" (AF cap. 31, 3277ss).

 

      Es interesante notar cómo, al comentar el texto de 1Jn 1,1ss ("os anunciamos lo que hemos contemplado"), lo hace con la explicación del Pseudo Dionisio sobre las tinieblas u oscuridad luminosa (donde entró Moisés para hablar con Dios). En esta oscuridad del entendimiento se aprende a amar a Dios en su mismo misterio. El mismo Maestro confiesa que no lo puede explicar: "Sabéis amar al que no sabéis entender. No lo puedo decir más claro, porque es cosa que se puede sentir y no decir... quédese vuestro entendimiento fuera, pues no puede entender, y entre la voluntad a amarle, pues le puede amar" (Juan II, lec. 1ª, 83ss; cfr. AF cap. 31; Ser 13, 71ss).

 

      En realidad, es un "silencio" lleno de "alguien". El creyente va callando a todo lo que no sea el mismo Dios, para no impedir "la secreta habla con el Señor, que pide silencio... debe el alma callar aun a sí misma" (Carta 155, 11s; cita a San Agustín: "in magno silentio cordis" (Enarrat. in Ps. 38, 20). En estos momentos, no hay que "escudriñar", sino "abrir la boca de vuestro corazón y tragar esta píldora de oscuridad y el sentimiento de la ausencia... de Dios, con obediencia al mismo Dios" (Carta 20 -1-, 83s).

 

      El profundo deseo de ver a Dios deja esta impresión de silencio y ausencia, sabiendo que se camina hacia una presencia y un encuentro indescriptible: "El vivir me da pasión, pues viviendo no te veo". Ello es como una muerte más dolorosa: "Estar ausente de ti, pues está mi gloria en verte" (Composiciones en verso, n.3). Saber "mirar" a Cristo, como Hijo enviado por el Padre y palabra personal suya, es el camino contemplativo que lleva a la visión de Dios en el más allá (cfr. Juan II, lec. 1ª, 93ss).[64]

 

      El Maestro describe la contemplación de María desde su Corazón o interioridad, especialmente a partir de la Ascensión del Señor. El camino contemplativo de María tiene la particularidad de quien es Inmaculada y Virgen. La oscuridad y dolor de la fe (ansiando el encuentro final con Cristo) indican un tendencia más profunda hacia la visión de Dios. Señala, como características de la contemplación mariana, la unión perfecta de amor, la pobreza bíblica radical y la tensión dolorosa y gozosa de presencia-ausencia de Dios.

 

      En su camino contemplativo, María estaba "enferma de amor" (Ser 69, 473; Cant 2,5) y este amor hería al mismo Dios: "¿Quién contará los misterios del amor que entre Dios y la Virgen pasaban, hiriendo Él a ella con la contemplación de su hermosura y de su bondad, y ella a El con amarlo y pensar en Él con grandísima fidelidad?" (Ser 70, 223ss). María "hería" a Dios "con esta intención y vista amorosa y con recoger sus pensamientos y contemplación en uno, trayéndolo siempre en el acatamiento de Dios, como dice David" (Ser 71, 212ss; cita al Pseudo Dionisio, De div. nomin., 4,14 y el Salmo 24,15). A imitación de María, el contemplativo "hace el corazón uno con Dios... y enseñórase Dios de todo ello, porque Él se enseñoreó del amor, que lo enseñorea todo" (ibídem, 267ss).[65]

 

      La expresión "recogimiento" equivale, en la doctrina avilista, a la contemplación en cuanto que es intimidad con Dios y reclama atención del corazón. "Recogidos" eran personas dedicadas al camino de la oración interior.

 

      En la doctrina avilista, la palabra "recogimiento" significa concentración o silencio del corazón y del ambiente, a modo de "continuo desierto por Cristo" (Plática 16ª, 282ss), para poder orar mejor (cfr. Ser 11, 22s). Es la actitud sanjuanista ("quedéme y olvidéme") y teresiana, de estar "muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama". El recogimiento, en la doctrina avilista, cuida mucho de la práctica de las virtudes y también del modo de orar: "Comunicaos con Él, recogeos un poco a solas con Él en vuestro rinconcillo, si queréis sanar de vuestros males" (Ser 10, 376ss).[66]

 

      Cuanto hemos dicho en los apartados anteriores sobre la oración y el camino contemplativo, se encuadra en el contexto del "recogimiento" avilista: "Íntimo recogimiento de la oración" (AF cap. 10, 904s) que se transforma en "un continuo desierto por Cristo" (Plática 16ª, 282ss). Es a modo de "pesebre" (Carta 46, 57). "Este negocio es de pura gracia de Dios" (Carta 93, 65). Pero la voluntad tiene que colaborar libremente con esta gracia: "Echada toda la gente de casa, hallaremos dentro al que en todas partes está... nuestra voluntad muy quieta, habiendo recogido todo su amor y puéstolo en Dios" (Carta 57, 15ss). Este "recogimiento del pensamiento y vivir dentro de sí", es "para el trato familiar con nuestro Señor" (Carta 109, 50ss).[67]

 

      En este contexto de oración contemplativa, el Maestro no deja de referirse a la experiencia de Dios. La oración, por ser actitud relacional con Dios, tiene esta característica vivencial. "Entonces sabrás por experiencia... Experimente yo, Señor, la fortaleza de vuestra presencia, que dais a los que bien os reciben" (Ser 55, 863). Es "la noticia experimental que del amor nace" (Carta 10, 29ss). Así es el trato personal con Dios, para conocerle y amarle: "Mientras más tratare a este Señor, más le conocerá, y mientras más le conociere, más le amará" (Carta 33, 44ss).

 

      Esta experiencia tiene lugar en el encuentro con Cristo: "Ven a Jesucristo... en El, y no en otro, está el consejo, el remedio y ayuda contra todos los males" (Ser 39, 394ss). "¿Nunca has probado a ir cuando lo has menester? Ve, pues, a El, hermano, y verás cuán blando lo hallarás para abrazarte, para consolarte y remediarte" (Ser 47, 190ss). "Jesucristo... te llama, te quiere bien y te busca" (Ser 39, 261s; Ser 49, 314ss).

 

      El mismo Maestro se siente impotente para explicar la experiencia de Dios: "Quiere Dios venir a vosotros, y si me preguntásedes qué es venir Dios en un ánima, no creo que os lo sabría decir... Probadlo y veréis lo que es. Basta deciros que el huésped que os quiere venir es Dios. Hermanos, Dios quiere venir a vosotros" (Ser 2, 156ss). "Diréisme: - Padre, ¿en qué sabemos si Cristo nos ha hallado? -Una sola señal os daré, en que lo podéis conocer. Mirad si andáis vos buscando a Jesucristo, y en eso veréis si os buscó y os halló. Haced lo que quisierdes; si El no os hiere el corazón, poco aprovecha... Luego, cuando vos anduvierdes herida a buscar a Jesucristo, entonces creed que El os ha buscado y os ha hallado a vos" (Ser 19, 408ss).[68]

 

      En la doctrina avilista, los fenómenos extraordinarios (o epifenómenos) no constituyen la esencia de la vida espiritual cristiana. Aún en el caso de que sean auténticos, no son señales de santidad (cfr. Carta 158, a Santa Teresa). Lo importante es caminar por la vía de la humildad, confianza y caridad. "Quien bien ama, siente sus pecados y maldades, y se aprovecha de los merecimientos de Cristo" (Carta 222, 679ss).

 

      En el siglo XVI, como en otras épocas de la historia eclesial (también en la nuestra), diversos grupos espirituales o personas particulares tenían fenómenos extraordinarios (visiones, locuciones o revelaciones privadas, éxtasis, levitaciones, glosolalia, etc). El Maestro Ávila alude a algunos de estos fenómenos al hablar de la contemplación, al tratar de los "alumbrados" y al escribir a Santa Teresa. Para discernir la autenticidad de los mismos, hay que tener en cuenta la armonía con la revelación, los frutos espirituales duraderos y el consejo de personas competentes.[69]

 

      Aunque estos fenómenos pueden ser efecto de la gracia, no son señal, por sí mismos, de santidad o de contemplación. Siempre deben mirarse con "cautela" y "recelo" e incluso "se deben temer": "Estas cosas no se dan por merecimientos, ni por ser uno más fuerte, antes algunas veces por ser más flaco; y como no hacen a uno más santo, no se dan siempre a los más santos" (Carta 158, 70ss, a Santa Teresa). Si dejan el fruto de humildad y conocimiento propio, y, al mismo tiempo, están de acuerdo con la doctrina de la Iglesia, "no hay para qué huir ya de ellas" (ibídem, 56ss; se remite a San Agustín: In Io. Ev. tract. 40, cap. 8).[70]

 

      Para discernir la autenticidad de esos fenómenos, el Maestro afirma que es "necesaria... lumbre del Espíritu Santo, que se llama discreción de espíritus" (AF cap. 51, 5319s). Pero hay que guardarse de "gente sin letras" o malos directores, que fomentan esas manifestaciones (cfr. AF cap. 74).  La señal de autenticidad es la humildad, que lleva siempre al conocimiento propio y a la consulta con personas competentes (cfr. AF cap. 50-54). Se inclina decididamente a "creer a las palabras de Dios sencillamente" (Ser 41, 416s).

 

 

b) El camino de la santidad o perfección cristiana

 

      A grandes trazos y recordando la doctrina tradicional sobre las diversas etapas de la vida espiritual (incipientes, proficientes, perfectos),  el "Audi Filia" comenta los versículos 11 y 12 del salmo 44 (45): "Oye, mira, inclina tu oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y codiciará el rey tu belleza".[71]

 

      En realidad, las preferencias del Maestro Ávila son en favor de un proceso de conocimiento propio (humildad), seguimiento de Cristo (con confianza y decisión) y unión transformante (perfección de la caridad). Son los mismos contenidos de las pláticas 3ª y 4ª y de la carta 222. Del conocimiento propio, se pasa a la confianza y a la entrega generosa. "Lo que vuestra merced ha de hacer para ser muy santa es lo primero, tenerse por muy mala y tener a Dios por muy bueno" (Carta 103, 6ss). De ahí nace la humildad, la confianza y la entrega: "Desconfiemos, pues, de nos, y confiemos en Dios, y comencemos en virtud del Omnipotente; y nuestro principio sea la humildad, figurado en la ceniza, y nuestro fien es el amor, figurado en la resurrección" (Carta 74, 164ss).

 

      En todo el proceso, no se notan dicotomías entre ascética y mística, pero sí una acción del Espíritu Santo cada vez más profunda. Hay que ir paso a paso: "Como dice el experimentado, y santo Bernardo, «el camino de la perfección no se ha de volar, sino pasear». Ni piense nadie que es todo uno, entenderla y tenerla" (AF cap. 26, 2594ss).

 

      Con el trasfondo paulino de despojarse del hombre viejo y revestirse de Jesucristo (cfr. Ef 4,22-24; Rom 13,14 ), describe la acción del Espíritu Santo por un proceso de virtudes y de dones. Esta acción del Espíritu de amor nos transforma en Cristo e "introduce su forma perfectamente en nuestras ánimas, que entonces se dicen estar llenas de Espíritu Santo. Y ésta es la mayor perfección que hay en esta vida, puesto que tiene grados, porque siempre crece hasta que salgamos de este mundo" (Dialogus, n.21, 863ss).

 

      Inspirándose en la imagen del fuego, describe así la acción del Espíritu en el proceso de perfección: "Pues así como el fuego no se contenta con echar del leño la humedad y frialdad, sino que le da su forma, así vos no os habéis de contentar con echar de vos el hombre viejo, sino vestiros de Cristo" (Dialogus, n.21, 867ss; cfr. Ef 4,22-24; Rom 13,14). Es, pues, un proceso de rica dimensión cristológica y pneumatológica: "Vestirnos del hombre nuevo es adquirir virtudes, gracia, caridad, dones del Espíritu Santo, buenos ejercicios, buenos pensamientos, buenas palabras, obras, oración, etc.... porque crucificar al hombre viejo es como la corrupción de la forma preexistente, y el vestirnos del hombre nuevo es la última disposición para vestirnos de Cristo y recebir su Espíritu Santo" (ibídem, 894ss).

 

      El proceso de transformación en Cristo, por obra del Espíritu Santo, compromete a toda la personalidad. Así, pues, para transformarse en Cristo, hay que mortificar "el entendimiento... no siguiendo nuestro consejo; la voluntad, obedeciendo; las pasiones... haciendo contra ellas; los sentidos, con encerramiento y silencio; las imaginaciones con la continua oración; la carne y la sensualidad, con la aspereza" (Dialogus, n.22, 922ss). Siempre se tiende a "la caridad, amando a Dios porque es bueno" y a "la humildad, pensando de Dios y conociendo vuestra vileza" (ibídem, 939ss).

 

      En el "Audi Filia", en la plática 3ª y en la carta 222 se resume todo el proceso: conocerse con humildad y realismo (cfr. Carta 222, 10ss), confianza en Cristo Redentor (ibídem, 125ss), entrega de amor (ibídem, 337ss). Pero todo el proceso es "una vía de amistad" (ibídem, 534ss, 585ss), puesto que se dirige hacia la perfección de la caridad: "hácese una con él por amor" (Plática 3ª, 317).[72]

 

      En el proceso espiritual es necesario mantener el deseo de perfección. El deseo de encontrarse con Dios es expresión de la actitud de humildad (conciencia de la propia necesidad), de confianza (convicción de posibilidad) y de generosidad (decisión de llegar a la meta). Es Dios mismo quien ha sembrado en el corazón humano el deseo insaciable de él: "Mas ¿qué es esto que nos puso Dios? Un deseo, una gana tan entrañable de subir, que nunca jamás nos contentamos hasta tener lo que queremos... Y ansí, aunque fueses señor de los ángeles y de los cielos, no estarías contento si no subieses a ver a Dios" (Ser 21, 38ss). Jesucristo es "el Deseado de todas las gentes, y no quiere venir sino donde es deseado" (Carta 42, 106ss).

 

      El Maestro intenta suscitar este deseo de perfección: "¡Qué lástima es ver que sea Dios poco amado y deseado!... ¡que no sea amada y deseada aquella suma Bondad!... Una de las mayores faltas que hay en nosotros es no tener deseo de Dios" (Ser 2, 548s; domingo tercero de adviento). Los defectos se corrigen más fácilmente cuando hay verdadero "deseo y propósito de mejorar" (Plática 2ª, 510s). En este sentido se puede decir, con San Bernardo, que "el deseo y cuidado de la perfección, por perfección se reputa" (ibídem, 312s; cfr. San Bernardo, Ep. 254,3).

 

      Quien desea es que ya ha encontrado, en parte, el objeto de sus deseos: "Mucho tiene andado del camino el que tiene buena gana de andar" (Carta 63, 8s). El Señor, para comunicarse, espera este deseo ardiente de él, casi como único precio de la donación: "Conténtase Jesucristo nuestro Redemptor, en lugar de precio para alcanzarle, que tengamos sed y deseo de El; no quiere más de nosotros; con sólo esto se contenta, que estemos sedientos y deseosos" (Ser 62, 6ss). "¿Y quién es aquel que puede sufrirse de no ir a ti y tomarte, pues por la sola hambre te das" (Carta 67, 47ss).

 

      Hay una pedagogía divina que hace pasar por este deseo gozoso y doloroso: "Suele Él probar a sus deseosos con dilación del deseo, para que, cuando les diere el deseo de su corazón, tanto mejor les sepa la merced" (Carta 112, 29ss). Esa pedagogía tiene la particularidad de purificar algún obstáculo en la vida espiritual: "¿Qué hará quien desea conocer a Dios y no tiene posibilidad, no tiene lumbre, no vista, como ciego?... Pongamos lodo en nuestros ojos, y conozcamos que somos ciegos y que no podemos ver, si no vamos a las aguas donde fue enviado y a donde Jesucristo moró, que fueron el corazón y entrañas de la Virgen María Nuestra Señora" (Ser 13, 13sss).

 

      El deseo verdadero es confiado y audaz. Quien está enamorado de Dios, desea verle y encontrarle: "¡Oh Señor, que me tenéis muerto de vuestro deseo! Tanto años ha que os ando buscando, y no os puedo hallar; dádmeos ya, Señor, por quien vos sois, a conocer. ¡Oh, Señor, que mucho os deseo y no puedo topar con vos!" (Ser 62, 46ss). Se puede afirmar que el deseo de Dios es eficaz: "Los deseos que tienes de Dios, aposentadores son de Dios, y señal es que si tienes deseo de Dios, que presto vendrá a ti. No te canses de desearlo, que, aunque te parezca que lo esperas y no viene y aunque te parezca que lo llamas y no te responde, persevera siempre en el deseo, y no te faltará. Hermano, ten confianza en El, que, aunque no viene cuando tú le llamas, El vendrá cuando sea que te cumple" (Ser 27, 191ss).

 

      En el proceso de perfección (que es vida según el "Espíritu"), es determinante la venida del Espíritu Santo, el cual viene a la medida de nuestros deseos: "No vendrá el Espíritu Santo a ti si no tienes hambre de Él, si no tienes deseo de Él" (Ser 27, 190s). Por esto, "conviene mucho para que el Espíritu Santo tenga por bien venir a nuestros corazones, ... tener deseos de recibirle y que sea nuestro convidado, un cuidado muy grande, un deseo muy firme y ansioso" (ibídem, 80ss).

 

 

c) Obstáculos en la vida espiritual

 

      Entre los obstáculos principales de la vida espiritual, además del pecado y de las tendencias desordenadas, el Maestro va señalando el amor propio, las tentaciones (del mundo, demonio, carne), los escrúpulos, la tibieza (con la tristeza), la dejadez o comodidad y el sentimentalismo.

 

      El amor propio está en la raíz de toda actuación humana, como consecuencia del pecado original. La tendencia buena hacia la verdad y el bien, ha quedado debilitada y desorientada, traduciéndose en una búsqueda del propio interés, sin tener en cuenta la caridad hacia Dios y hacia el prójimo. Se trata del "amor propio", que es la "raíz de todos los males" (Carta 52, 3ss) y  la "causa de que no falten vicios en las cosas espirituales" (Carta 184, 213ss). En las cartas de dirección espiritual, el Maestro ayudará a vencer este amor propio, primero con examen de las tendencias del corazón, y, luego, procurando orientar las tendencias hacia el verdadero amor a sí mismo (la verdadera autoestima) que es la entrega al camino de perfección.

 

      No basta con la introspección del examen de conciencia (que veremos luego entre los medios de perfección), sino que hay que adoptar una actitud de "negación" o "abnegación". Es el espíritu de "sacrificio" (también como medio de perfección). Este proceso de conocerse y corregirse ("negarse", según la expresión evangélica) está orientado por las exigencias del amor. Este esfuerzo más ascético queda dinamizado por la convicción de ser amados por Cristo. El verdadero amor a sí mismo consiste en la entrega generosa al camino de perfección. "Amaos para Dios, pues ya una vez os distes a El" (Carta 64, 5ss).

 

      Las tentaciones, provenientes del mundo, demonio y carne, se valen de la debilidad y de las tendencias desordenadas de la naturaleza humana. Las tentaciones se pueden concretar en malos ejemplos (mundo), sugestiones del espíritu del mal (demonio) y malas inclinaciones (carne). En realidad, las tentaciones del mundo y del demonio comienzan por la vanidad, "haciéndonos caer en la soberbia" (AF cap. 17, 1558). Esos engaños se vencen "con la fe" (cfr. Carta 150, 27ss; 1Pe 5.9).

 

      Las enseñanzas del Maestro Ávila son siempre muy objetivas, como conocedor de la realidad humana y, especialmente, como contemplativo asiduo de la Palabra de Dios y de la historia de gracia en la vida de los santos. Se pueden vencer fácilmente las tentaciones si se tiene fuerte confianza en Dios y se ponen los medios ascéticos practicados por los santos. Con estos medios, "no tendrán fuerza las tentaciones para vencer, porque en la oración de debilitan" (Ser 12, 617ss). El esfuerzo para vencer las tentaciones se traduce en la oración y puede transformarse en un martirio benéfico. "Llámale con humildad y con fiucia, que no dejará de socorrer a quien por su honra pelea, que, al fin, Él hará que salgas con ganancia de aquesta pelea, y te contará este trabajo en semejanza de martirio" (AF cap. 15, 1399ss).

 

      A veces, las tentaciones son pruebas que Dios permite en los designios de su Providencia, para el necesario proceso de purificación: "Con el trabajo de la tentación se purgan los pecados pasados y se anima el hombre más a servir a Dios, viendo que le ha más menester... Las tentaciones serán como golpes que te ayudarán a arraigar más en ti la limpieza... Y acuérdate que vale más buena guerra que mala paz" (AF cap. 15, 1372ss). Incluso hay tentaciones que pueden ser señal de madurez en el camino espiritual. "Y sucede de aquí que, estando nuestra ánima en flor de principios, comience a dar fruto de hombres perfectos; pues, mamando antes leche de devoción tierna, comemos ya pan con corteza, manteniéndonos con las piedras duras de las tentaciones" (ibídem, cap. 28, 2753ss).

 

      El modo de vencer las tentaciones es también indirecto, puesto que el "vencimiento" de la tentación "más viene por maña de tener paciencia en lo que nos viene, que por fuerza de querer hacer que no nos venga" (AF cap. 27, 2654ss). En el "Dialogus inter confessarium et paenitentem", se resume el modo de actuar ante las tentaciones: dar gracias a Dios por este beneficio suyo, orar con instancia y confianza, discernir de dónde vienen las tentaciones, sopesar lo que se pierde si se consienten, considerar la vileza del pecado, acordarse de la pasión del Señor, pensar en los novísimos, etc. Esta larga lista de consejos prácticos tiende a la intimidad con Cristo y a la configuración con él por obra del Espíritu Santo (Dialogus, nn. 27-28).

 

      Jesucristo, sin tener inclinaciones desordenadas, fue tentado en el desierto (cfr. Mt 4,1-11). Ello es una señal de que las tentaciones pueden venir en cualquier período de la vida espiritual, también cuando parece que la persona ha adquirido la perfección: "Y aun los siervos y muy siervos de Dios, a cabo de mucho tiempo ejercitados en su santo servicio, se hallan nuevos con este guerrero, y les arma cosa en las cuales no se saben dar a manos sin la ayuda particular de nuestro Señor" (Ser 9, 144ss).

 

      Los escrúpulos figuran también entre los obstáculos en el camino de la perfección. El sano equilibrio de la doctrina avilista ayuda a desterrar toda suerte de rigorismo y de laxismo, sin dejar espacio para los escrúpulos, que sería una manifestación de poca confianza, cuando no es fruto de la propia debilidad psicológica. Esta enfermedad psicológico-espiritual puede ser un gran obstáculo para la generosidad (con mucha pérdida de tiempo), pero, al mismo tiempo, puede superarse y desembocar en una gran entrega en el campo de la perfección.

 

      Como era de esperar, en las cartas de dirección espiritual es donde más se trata este tema, que angustia a muchas personas espirituales. El Maestro resume las pautas que ofrece la doctrina tradicional: "Los escrúpulos de las confesiones son tentaciones del demonio para atormentaros, y quitaros la dulcedumbre del corazón, y dejaros sin gusto en las cosas de Dios. Porque el corazón escrupuloso no está bueno para amar ni para confiar... Haced burla de ellos, y subjetaos a lo que os dicen vuestros confesores... Daos, hermana, prisa a amar, y quitárseos han los escrúpulos, que nacen del corazón temeroso, y el amor perfecto echa fuera el temor" (Carta 62, 75ss).[73]

 

      El modo paternal con que el Maestro trata a los escrupulosos no está reñido con su firmeza en ayudarles a salir de la dificultad. Por esto les invita a no perder "la dulcedumbre del corazón" y el "gusto de las cosas de Dios", necesario para servir al Señor (cfr. Carta 62, 76s). Estimula a confiar en Cristo Esposo y a caminar decididamente por el camino de la perfección: "Bien parece, hermana, que no sois para prueba ni habéis salido de la niñez, pues en dejándose de reír el celestial Esposo con vos, luego ponéis sospecha que está con vos enojado" (Carta 139, 1ss). Hay que recordar la bondad que Dios ya ha demostrado en el pasado: "Fiadle este crédito, que os ama, aunque agora no os lo muestre" (ibídem, 10s).

 

      Del propio conocimiento hay que pasar al amor de Dios, colocando las propias miserias ("llagas") en las llagas gloriosas de Cristo crucificado: "¿Quién de los hombres tendrá descanso ni paz, pues todos pecamos? Quiere el Señor que os arriméis a El y os gocéis en El, y que pongáis vuestras llagas en las suyas, para quedéis sana y consolada, por recias y sensibles que sean las vuestras" (Carta 139, 14ss). Un buen método para salir del escrúpulo consiste en ayudar a otros a salir de este mal. Después de ofrecer una buena lista de consejos a su discípulo Don Diego de Guzmán, dice: "Ya creo tendrá vuestra merced tantas receptas, que pueda dar a otros" (Carta 216, 35s).

 

      Un defecto por el extremo contrario de los escrúpulos es la tibieza, que no hay que confundir con la sequedad, sino que es la actitud habitual de falta de generosidad y de entrega, a modo de "enfermedad asaz peligrosa", y "mujer que gasta y no gana" (Carta 162, 1ss). Se suele detectar en la actitud de cometer pecados veniales deliberados y habituales sin intención de corregirse. El Maestro señala su causa en el "descuido en el corazón", como en el caso del descontento del pueblo en el desierto durante el éxodo: "Por cierto, no otra sino el descuido del corazón, que es madre de tibieza, y la tibieza del descontento, y el descontento de la disolución; y ésta de todos los males" (Carta 38, 87ss).

 

      Es la ruina de la vida espiritual para quienes se dejan llevar por ella, porque "ni conocen a sí ni conocen a Dios" (Carta 66, 39). "Y así nosotros ni tenemos hambre de Él ni hartura en las criaturas, mas estamos helados, ni acá ni allá, llenos de pereza y desmayados, y sin sabor en las cosas de Dios" (Carta 74, 40ss). El desastre espiritual de la tibieza se concreta en la tristeza estéril, porque "el mayor trabajo que hay en este mundo... es no trabajar en tu ánima, en tu viña; el hacer mal, ser tibio" (Ser 8, 508ss). Y advierte: "Habéis comenzado a servir a Dios; guardaos de la tibieza, no eche a perder la devoción que os dieron, que la quema y abrasa peor que cierzo" (ibídem, 696ss).

 

      Una carta dirigida "a un su amigo" está dedicada enteramente al tema de la tibieza. Hace un resumen de la misma y de sus consecuencias: "Una paja hace tanto peso al tibio, que lo derriba en el suelo, y le hace dejar lo comenzado, y aun arrepentirse de lo haber comenzado" (Carta 138, 13s). Hace al hombre "desleal al Señor" y "vivirá una vida tan miserable, que de pesada la haya de dejar" (ibídem, 33s). "Riéndose está el tibio por defuera y carcomiéndose de dentro... ¿Por qué no entendemos que Dios es joya de nuestros trabajos y que tal joya no se debe ganar bocezando y durmiendo y mano sobre mano?" (ibídem, 49ss). "No permitamos reinar sobre nos tibieza, que, como hiel, hace amargo el camino de Dios al hombre y a Dios el servicio del hombre" (ibídem, 79ss).

 

      Como buen predicador y pedagogo, el Maestro invita a huir de este mal, que es causa de muchos pecados y de la tristeza: "Eso es otro duelo, hijos. Guardaos de tibieza, por quien Dios es. ¡Oh carcoma! ¡Y cuántas ropas ha roído y comido y cuántos tiene perdidos!... La tibieza es madre de la tristeza, del temor; madre del desasosiego, del desconsuelo, y lo que comenzáredes, creedme que en eso acabaréis; el vicio os llevará; si con tibieza comenzáredes, con tibieza acabaréis" (Ser 62, 571ss, 614ss). A veces pone comparaciones llenas de colorido: "Es cierto que, cuando una olla está hirviendo, no llegan las moscas a ella; mas, después que se enfría, lléganse todas a ella" (Juan I, lec. 7ª, 1492s).

 

      Como en todos los otros temas, la solución de la tibieza consiste en experimentar el amor de Cristo. Refiriéndose al amor del niño Jesús en Belén, formula una pregunta y él mismo da la respuesta: "¿Por qué queréis, Niño, quitaros de los brazos de vuestra Madre y poneros en el pesebre? Para dar una gran bofetada a nuestra tibieza y flojura" (Ser 4, 423ss). Considerar el ejemplo de los santos, es también un buen remedio para la tibieza: "Si queréis sentir el mucho esfuerzo y poco temor que sienten los varones perfectos, alanzad de vos la tibieza, y tomad el negocio de la virtud a pechos, y leeréis en vuestro corazón el esfuerzo y seguridad que leéis en los libros" (AF cap. 29, 2932ss).

 

      El sentimentalismo era en el siglo XVI una verdadera plaga de la vida espiritual, especialmente a partir del alumbradismo. La doctrina avilista recomienda siempre obrar con espíritu de fe, practicar el sacrificio, seguir la voluntad de Dios, ahondar en la humildad. Su perspectiva fundamental es el amor. La verdadera consolación y devoción no se confunden con el sentimentalismo. La "salvación" no consiste en "devoción y sentimientos", sino "en la guarda de los mandamientos de Dios" (Carta 136, 49ss).

 

      Seguir a Cristo comporta negación, en vistas a ordenar la vida según el amor. Quien sigue a Cristo  "por consolaciones y gustos del ánima", es como si le siguiera "por dineros" (AF cap. 26, 2574s). Los sentimientos o "lágrimas" se pueden seguir sólo cuando no se fuerzan y hay moderación: "Y por esto habéis de tomar estos sentimientos, o lágrimas, de tal arte que no os vais mucho tras ellas, porque no perdáis por seguirlas aquel pensamiento o afección espiritual que las causó" (AF cap. 74, 7592ss).

 

      Son buenas las lágrimas cuando nacen del dolor de los pecados. Entonces, si son moderadas, pueden ser expresión de una actitud filial: "Y sintiéndolas, no las olvidéis, mas ponedlas delante los ojos y presentaos a Jesucristo, Salvador y Médico nuestro, y lloraos delante de Él, que sin falta él os acallará. No hay armas tan fuertes como lágrimas de niño para su padre, ni hay cosa que así nos haga victoriosos delante de Dios como llorarnos delante de Él y quejarnos de nosotros a Él, no para que haga justicia, mas misericordia" (Carta 63, 65ss).

 

      La devoción verdadera se fundamenta en el amor, que consiste en la unión de la propia voluntad con la voluntad de Dios: "Esta manera de amor no habéis de pensar que está colocada y asentada en la afección y ternura del corazón, porque de esta manera muchas personas se hallarían impotentes para amar... El amor de caridad, dicen los santos teólogos, que ha de nacer de la voluntad... la verdadera esencia del amor consiste en aquesto, y ansí entonces diremos que una ánima ama a Dios cuando quiere a Dios y su gloria" (Carta 222, 341ss; cfr. II-II, q.24, a.1).

 

      Hay que aprender a seguir al Señor por consolación y desolación. Todo puede venir de él, según sus planes de amor: "No le parezca a vuestra señoría fuera de ley de amor darle un tiempo gusto de la miel y en otro de hiel, porque, entre estas mudanzas en los efectos, uno es el corazón de su Amado, que por una vía y por otra procura el bien de ella" (Carta 130, 11ss). Cuando la consolación viene de Dios, hay que aceptarla como un don suyo, para servirle mejor: "Y advertid que nos os digo esto para que algún rústico entienda por ello que quiero decir que son malos los sentimientos de Dios y sus dulzores, los cuales da a los que no le ofenden y le sirven y se mortifican" (Carta 184, 572ss).

 

      Es normal, en el proceso de la vida espiritual, que se alternensequedad y fervor. Ni sequedad ni fervor son señales de perfección, sino el afrontar los sufrimientos cumpliendo la voluntad de Dios: "Hurtad el cuerpo a todo lo que os pide deleite, devoción y gusto y sabor, y no lo procuréis hasta que Dios os lo dé, y ejercitaros en un puro padecer a secas por Cristo en vuestra lección y oración, penitencias, confesiones, comuniones y obediencias" (Carta 184, 187ss). Lo importante es la práctica de las virtudes: "Y porque se queja vuestra merced que no tiene aquel fervor agora que al principio deste camino, me parece avisarle que, si esta falta de fervor es falta de ternura y devoción, ya criado en sustancia de virtudes, no tiene por qué tanto se queje" (Carta 234, 35ss).

 

      Con la búsqueda de sentimientos, se mezcla frecuentemente el "deseo de revelaciones". El Maestro invita a "guardar la ley de Dios por camino llano", puesto que, "por no estar desasidos los corazones de estos deseos, por eso permite el Señor grandes ilusiones" (Carta 247, 1ss).

 

 

d) Medios básicos de espiritualidad

 

      En los escritos avilistas van apareciendo todos los medios de vida espiritual señalados por la tradición eclesial: sacramentos (especialmente la Eucaristía), oración (meditación, presencia de Dios), devoción mariana, obras de caridad, sacrificio o mortificación, examen, plan de vida (retiros), lectura espiritual, dirección o consejo espiritual, silencio... No se trata de quedarse sólo en esos medios, sino de pasar al objetivo final: "Notad que el vestirnos de Cristo es el fin de desnudarnos de nosotros mesmos" (Dialogus, n.21, 842s). "El vestirnos del hombre nuevo es la última disposición para vestirnos de Cristo y recebir su Espíritu Santo" (Dialogus, 906s).

 

                         La meditación perseverante

 

      En el contexto de la oración y contemplación (que hemos resumido más arriba), el Maestro expone ampliamente y aconseja frecuentemente el modo de orar que se llama "meditación". Da mucha importancia a la meditación de la pasión. Al estilo de la "Devotio Moderna", destribuye los temas de la meditación según los días de la semana. Se realiza por un proceso de reflexión, afectos, resoluciones y petición. Pero, en la doctrina avilista, todo el proceso tiende a "recogimiento" (contemplación, unión con Dios), por medio del conocimiento propio y de la confianza en el amor de Dios.

 

      Ordinariamente aconseja meditar la pasión por la mañana y reservar el examen para el atardecer. Se inclina porque se haga diariamente, en un lugar apartado y durante un tiempo determinado. Aunque el ejercicio de meditación puede hacerlo cualquier cristiano, de modo especial se requiere por parte de los ministros y personas consagradas (cfr. AF cap. 58, 6018ss). Para hacer posible y asequible la meditación, da unos consejos prácticos sobre cómo pasar de la lectura a la reflexión, a mover los afectos, a unirse a la voluntad de Dios y también a saber callar con un silencio contemplativo.

 

      La oración como medio de perfección, además de concretarse en la meditación sistemática, se expresa también por medio del ejercicio de la presencia de Dios. Los momentos especiales de oración, sin dejarlos de lado, deben llevar a una actitud habitual de relación personal con Dios. Es el tema que el Maestro aconseja a sus dirigidos, invitándoles a vivir de esta presencia providencial y amorosa.

 

      Como hemos indicado más arriba, al aconsejar el ejercicio de la meditación, no deja de aludir a la conveniencia de encontrar lugares adecuados. Pero a Dios se le encuentra en todas partes y hay que vivir de esta presencia con una actitud relacional: "Mire mucho vuestra señoría no ensangoste a Dios, pues es inmenso; no piense que no le ha de buscar ni hallar sino en tal lugar o tal obra. En todo está si ella está con Él; y si en todo le busca, en todo lo hallará" (Carta 30, 170ss).

 

                    El ejercicio de la presencia de Dios

 

      Entre los muchos consejos, "avisos" o "reglas", que pueden encontrarse en los escritos avilistas, una de las listas tiene el título de "Diez documentos" y empieza con este consejo: "El primero será que trabaje siempre de acordarse que nuestro Señor Dios, trino en personas y uno en esencia, está en todo lugar, y en su corazón, y dondequiera que se hallare; y así trabaje de estar con mucha reverencia estando presente tan gran Señor; y, acordándose de Él, tenga en su voluntad un gozo y querer con que esté muy contento y alegre de que este Señor está tan lleno de gloria como nuestra fe nos dice" (Reglas de espíritu, n.3, Diez documentos; cita a Tob 4,6 y 3Reg 17,1). Como puede observarse, se invita a adoptar un actitud de respeto y confianza gozosa en la presencia de Dios.

 

      Este ejercicio de la presencia de Dios se concreta también en la llamada oración continua, siguiendo la enseñanza del Señor (cfr. Lc 18,1). El Maestro Ávila lo explica así: "Quiere decir que lo hagamos muchas veces y con cuidado... Graciosa y muy agradable oración haréis si, dondequiera que os halláredes, alzardes vuestros corazones a Dios y lo tuvierdes presente en vuestra memoria. ¿Quién os estorbará que no podáis hacer esto?" (Ser 10, 315ss).

 

                         Sacrificio y mortificación

 

      El esfuerzo por santificarse comporta la actitud y la práctica concreta del sacrificio o mortificación. El dolor del sacrificio tiene sentido a la luz de Cristo crucificado. Toda la vida cristiana se hace oblación con él, especialmente por medio del sacrificio eucarístico. Es una respuesta del creyente a la oblación del mismo Cristo: "Él mismo se ofrece a Dios en recompensa de que el mismo Dios se da a él" (Ser 43, 693ss). Por esto, la mejor preparación para participar en el sacrificio eucarístico es la entrega de sí mismo: "El aparejo que tú has de llevar no tanto consiste en las cosas fuera de ti como en ti mesmo... tu voluntad dada al Señor por amorosas obras de sus santos mandamientos y de su Iglesia... Y ofreciéndote a ti de esta manera, haces al Señor más señalados servicios en esto que si mil mundos le dieses" (Ser 43, 673ss).

 

      La purificación de las propias tendencias y la tensión hacia la entrega, comporta frecuentemente sacrificio doloroso (cfr. AF cap. 5, 430ss). El dolor que comporta el sacrificio de la vida espiritual, se redimensiona a la luz del amor de Cristo Esposo: "Porque tal esposo como Cristo no se da de balde a quien lo ha de llevar. Dice Él: «Algo le tengo que costar; quien me quisiera hame de dar la sangre». ¡Oh cuán pocos amigos tiene Cristo!... ¿Queréis alcanzar la joya? No miréis la costa, sino lo que ganaréis con la costa" (Plática 16ª, 404ss).

 

      En la práctica, el Maestro aconseja una "prudente templanza", cuando se ponen "particulares remedios", especialmente para ordenar las tendencias de la carne (cfr. AF cap. 5, 427ss). La vida espiritual o vida según el Espíritu, se concreta en ofrenda de la propia mortificación al Espíritu Santo: "Dale de comer al Espíritu Santo, y dale de comer tu corazón; que carne come; pero mira que es carne mortificada lo que come... Muerta ha de estar tu carne y manida, castigada y mortificada, domada con ayunos y disciplinas" (Ser 27, 302ss).[74]

 

                            Examen de conciencia

 

      El tema del examen de conciencia aparece en el contexto de una llamada a la conversión y a la perfección. Así sucede en los sermones: "La palabra dicha en el púlpito, que no revuelve al malo los humores, no se dice como palabra de Dios ni se recibe como palabra de Dios" (Ser 28, 409ss). Es una llamada que examina de amor, infundiendo la confianza en la misericordia divina. A veces habla de la conciencia, que es como "perrillo" que ladra (cfr. Ser 3, 353).

 

      Por el examen de conciencia, el creyente intenta conocerse a sí mismo para mejor responder a la voluntad de Dios: "Los pies con que nuestra alma se menea son el examen y la oración. Con los primeros se va al conocimiento propio; con el segundo, al amor de Dios" (Carta 232, 16ss). El examen es necesario también para hacer una buena confesión: "Si flojos habéis sido hasta aquí en barrer vuestra casa, tomad agora vuestra escoba, que es vuestra memoria. Acordaos de lo que habéis hecho en ofensa de Dios y de lo que habéis dejado de hacer en su servicio, íos al confesor y echad fuera todos vuestros pecados, barred y limpiad vuestra casa" (Ser 2, 475ss).

 

      El escrito llamado "Dialogus inter confessarium et paenitentem" es un examen no sólo sobre los pecados, sino también sobre la fe y las actitudes cristianas. Se ayuda al penitente no sólo para la acusación de los pecados, sino especialmente para un encuentro con Cristo. La explicación del Maestro, también en otros escritos, es de guiar hacia la autenticidad (conocimiento propio), la confianza (conocimiento de la bondad divina) y la generosidad: "El primer cuidado que tengáis sea cavar en la tierra de vuestra poquedad, hasta que, quitando de vuestra estimación todo lo movedizo que vos tenéis, lleguéis a la firme piedra que es Dios, sobre la cual, y no sobre arena, fundaréis vuestra casa" (AF cap. 58, 5949ss).

 

      Recomienda el examen diario de conciencia al terminar la jornada: "Entra en ti y ponte cada noche en cuenta con Dios" (Ser 1 -2-, 664s). Un buen examen de la noche consiste en reconocer "todas las culpas de aquel día... delante de Cristo crucificado" (Carta 232, 175ss). Pero ha de ser un examen sobre las disposiciones y actitudes acerca de la caridad: "No os entretengáis en saber cosas curiosas, volved vuestra vista a vos misma, y perseverad en examinaros... perseverando en sosiego, poco a poco veréis con la gracia de Dios lo que en vuestro corazón hay, aunque sea en los más secretos rincones" (AF cap. 58, 5969ss). En algunas cartas señala algunas materias concretas de examen (cfr. Carta 232).

 

      En el camino de la vida espiritual, el examen es una gran ayuda para conocerse, pedir perdón y enmendarse: "Porque por maravilla hallaréis cosa tan provechosa para enmiendo de la vida, como tomarse el hombre cuenta de cómo la gasta, y de los defectos que hace... Haced cuenta que os han encomendado una hija de un rey, para que tengáis cuidado continuo de mirar por sus costumbres y que, a la noche, le pedís cuenta... Entrad en capítulo con vos a la noche, juzgándoos muy particularmente, como haríades a otra tercera persona" (AF cap. 62, 6282ss).

 

      El Maestro Ávila habla por experiencia propia. Su examen de conciencia lo plastifica con la imagen del publicano (cfr. Lc 18,33), que se reconoce pecador ante Dios: "¡Señor, sed manso a mí, pecador! El hombre le había de decir a Nuestro Señor de corazón estas palabras. Yo hace más de quince años que primero que me acueste las digo. Dice San Agustín: Si nos juzgamos, Dios no nos juzgará... si tú te acusas, Él te excusa" (Ser 21, 373ss; cfr. San Agustín, Sermón 278, c.12). Por esto puede concluir: "Ni veo que hay rato mejor gastado que entender en reprenderse a sí mismo; ni cosa más provechosa para nuestra enmienda que examinar nuestros errores" (Carta 12, 40ss).

 

                                Plan de vida

 

      Un medio de vida espiritual, frecuentemente sugerido por el Maestro Ávila, es el plan de vida. A veces se trata de un plan para una persona en unas circunstancias concretas (a modo de dirección espiritual). Pero también ofrece unas líneas o "avisos" más generales en las "Reglas de espíritu". Esas líneas podían ser también pautas para una dirección espiritual posterior.

 

      El plan es a modo de programa de vida espiritual, en el que no faltan los momentos de meditación y lectura, así como el tiempo de apostolado y de descanso. A veces incluso parece un horario de retiro. Según la persona concreta o grupo especial al que se dirige, el plan acentúa más un aspecto u otro. Así ocurre en las cartas  n.5 (al Maestro García Arias, sobre el estudio), n.8 (horario de vida espiritual para un sacerdote), n.148 (vida comunitaria para un grupo de canónigos), n.225 (un plan de estudio para un discípulo), n.236 (plan de vida espiritual para un discípulo).[75]

 

                          La práctica del silencio

 

      Un medio de vida espiritual, muy apreciado por el Maestro Ávila, es el silencio. El tema está relacionado con la oración contemplativa o recogimiento, de que hemos hablado más arriba. A veces, el tema forma parte del plan de vida. Pero propiamente es el silencio interior, a modo de actitud de adoración y admiración: "Y este silencio es honra muy propia de Dios, porque es confesión que se le deben tales alabanzas, que son inefables a toda criatura" (AF cap. 31, 3277ss; cap. 75, 7644ss). En realidad "el recogimiento es un silencio en Dios" (Plática 3ª, 182).

 

                             Lectura espiritual

 

      Respecto a las lecturas espirituales, además del consejo insistente sobre la lectura de la Sagrada Escritura y la invitación al estudio, invita a leer libros de santos y autores espirituales que fomentan la vida espiritual. Da mucha importancia a lectura y estudio de autores recomendados o "libros de buenos autores" (Memorial II, n. 64, 2682). En el mismo Memorial al concilio de Trento, se remite a la práctica de los "santos pasados", los cuales recomendaban buenas lecturas de "doctrina llana, segura y provechosa" (ibídem, n.61, 2613ss). Los sacerdotes, además de los libros sobre dogma y moral, "tengan libros devotos en que leer... y Biblia, pues éstas son armas, que, como capitanes de los pueblos, han de tener" (Advertencias II, n.97).

 

      No deja de aconsejar prudencia, cuando se trata de autores que pueden producir alguna confusión. Así lo hace respecto el tercer abedecedario de Francisco de Osuna: "La tercera parte no la dejen leer comunmente, que les hará mal, que va por vía de quitar todo pensamiento, y esto no conviene a todos" (Carta 1, 340ss). Entre los Santos Padres, recomienda especialmente a "Jerónimo y Crisóstomo" (Carta 225, 19). Aunque el consejo se refiere también para el modo de estudiar teología, no siempre se distinguen los campos entre estudio y lectura espiritual, especialmente cuando aconseja leer San Agustín, San Ambrosio, San Bernardo y San Buenaventura.[76]

 

                            Dirección espiritual

 

      Un gran Maestro de vida espiritual, como es San Juan de Ávila, no podía menos de recomendar la Direcciónespiritual, que él mismo ejercía con asiduidad, a veces en relación con la confesión, casi siempre por medio de correspondencia epistolar. No usa propiamente la palabra "director" o "dirección espiritual", sino más bien "confesor", "guía", "maestro", "padre"... El tema viene de los primeros siglos de la Iglesia y se ha ido desarrollando posteriormente, a nivel expositivo y práctico.

 

      Los destinatarios de la dirección espiritual impartida por el Maestro Ávila reciben orientaciones sobre todos los temas y etapas de la vida espiritual, especialmente sobre la vocación, contemplación, perfección y deberes del propio estado de vida. El Maestro señala objetivos precisos, motiva el camino, indica las etapas, los peligros y los medios adecuados. Parte de los planes salvíficos de Dios (que reclama nuestra entrega de amor) y tiene en cuenta la realidad concreta y circunstancial de la persona guiada. Se trata de personas de toda condición social: laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas, así como también obispos y personas de gobierno.[77]

 

      Al hablar de las figuras que se encontraron con él (capítulo I), hemos aludido a su dirigido San Juan de Dios. Entre sus discípulos (cfr. el cap. II), hay que destacar a Diego Pérez de Valdivia, Luís de Granada, Antonio de Córdoba... A algunas de sus dirigidas les escribe orientaciones concretas o les dedica algún escrito. Por parte del Maestro, se puede observar (a partir de sus escritos) una actitud de gran respeto, sentido paterno, motivaciones hondas. En la perspectiva de grandes exigencias, deja siempre grande espacio a la confianza.

 

      En el "Audi Filia" se describe propiamente todo el proceso de la vida espiritual (inicialmente concretada en Doña Santa Carrillo). Los consejos oscilan entre una decidida renuncia a todo lo que pueda ser impedimento, y una invitación a la unión íntima con Dios (por medio de Cristo Esposo). Guía a personas que ciertamente desean la perfección, por un proceso de fidelidad a la acción del Espíritu Santo y de escucha contemplativa y comprometida de la Palabra de Dios.

 

      No deja de anotar las cualidades del "director" (que él llama "guía y padre"). Se trata de una "persona letrada y experimentada en las cosas de Dios" (AF cap. 55, 5638s). Debe ser un "confesor sabio y experimentado" (AF cap. 28, 2728). Entre las "Reglas de espíritu" (redacción 2ª), señala estas mismas directrices: "Conviene que para el regimiento de vuestra conciencia toméis por guía y padre alguna persona letrada, y experimentada, y ejercitada en las cosas de Dios, y no toméis quien no tenga uno sin otro" (II, n.9).

 

      La época en que se escriben estas orientaciones, estaba necesitada de un gran discernimiento. Había que compaginar ciencia y experiencia, además de la prudencia. Las letras solas ciertamente serían insuficientes. La experiencia que se basara sólo en cierta "devoción" subjetivista, conduciría también a engaños. La verdadera experiencia consiste "en el cumplimiento de la voluntad del Señor" (AF cap. 55, 5666ss). La falta de formación espiritual en algunos directores hacía mucho daño: "¡Oh, cuánto mal ha hecho a sí y a otros, gente sin letras. que ha tomado entre manos negocio de la vida espiritual, haciéndose jueces de ella, siguiendo solamente su ignorante parecer!"(AF cap. 74, 7616ss). Si no es hombre de oración, no podrá dirigir bien a los demás, porque "debe orar mucho al Señor la salud de su enfermo; y no cansarse porque le pregunte el tal penitente muchas veces una misma cosa... Encomiéndele la enmienda de la vida y que tome los remedios de los sacramentos" (AF cap. 28, 2734ss).

 

      Además de la ciencia, experiencia y prudencia, el Maestro indica el sentido de paternidad (sin paternalismos), como expresión de su celo apostólico y fruto de su propia experiencia de Dios (cfr. Carta 1). Esta carta. dirigida a Fr. Luís de Granada, es un tratadito práctico de dirección espiritual, principalmente en vistas a orientar al mismo director o confesor. Se describe el sentido de paternidad para guiar en la filiación divina adoptiva, al estilo de San Pablo (cfr. 1Cor 4,15) y según la doctrina de San Juan (cfr. 1Jn 3,1).

 

      Darse a los dirigidos, por parte del director, significa que no deje de cumplir con sus obligaciones y que "les enseñe a andar poco a poco y sin ayo, para que no estén siempre flojos y regalados, mas tengan algún nervio de virtud; y no se dé él tanto a otros, que pierda su recogimiento y pesebre de Dios" (Carta 1, 219ss). También conviene que "no se meta en remediar necesidades corporales... y sépanlo así sus hijos, que no han de llegarse a él ni esperen de él favor temporal alguno" (ibídem, 227ss).[78]

 

      Por parte del "dirigido" o de la persona que busca este consejo espiritual, ha de acudir a la oración para pedir la gracia necesaria en el discernimiento de la voluntad de Dios y las mociones del Espíritu Santo, siempre con una apertura total: "Y pues tanto os va en acertar con buena guía, debéis con mucha instancia pedir al Señor que os la encamine El de su mano, y, encaminada, fiadle con mucha seguridad vuestro corazón, y no escondáis cosa de él, buen ni mala" (AF cap. 55, 5672ss). Los importante es "darle a entender las raíces de la tentación, de manera que él (el consejero) quede satisfecho y entienda el negocio; y darle muy entero crédito en lo que dijere" (AF cap. 28, 2728ss).

 

      No se trata propiamente de "obediencia" al director, sino de docilidad y humildad, para no fiarse de sí mismo ni tampoco apoyarse o condicionarse de modo absoluto a nadie: "No confiéis en el saber ni fuerza del hombre, mas en Dios, que os hablará y esforzará por medio del hombre" (AF cap. 55, 5685ss). Así se evitan dos errores: el de la autosuficiencia personalista y el de la confianza exagerada en un hombre (ibídem). No hay que olvidar nunca que el verdadero director es el Espíritu Santo. "El siervo de Dios, el confesor y el predicador, no te han de ser estorbo para el Espíritu Santo; hate de ser una escalera para que tú subas a Dios" (Ser 27, 261ss).

 

      En el contexto de los medios de perfección, cabe destacar también una línea de gozo o consolación, que hemos visto, de algún modo, al hablar de la esperanza, así como de los sentimientos (consolación y desolación). Los amigos de Dios "en grande libertad viven, y grande razón tienen para estar contentos" (Gálatas, n.51, 2799s). En realidad, "un ánima no puede estar mucho tiempo sin buscar consolación, buena o mala" (AF cap. 9, 820s). El hecho de estar bautizado es una llamada a vivir con el gozo de la esperanza (cfr. Ser 62, 349ss).

 

 

                      3. VOCACIONES O ESTADOS DE VIDA

 

      San Juan de Ávila ha sido más estudiado como Maestro de vida espiritual en los estados de vida sacerdotal y consagrada. Pero leyendo con atención sus escritos espirituales, nos encontramos con un Maestro de la vida cristiana en todas sus vocaciones y estados de vida. Todo estado de vida y vocación cristiana (laical, vida consagrada, vida sacerdotal) encuentra abundante materia en la doctrina avilista.

 

a) La vocación cristiana común y diferenciada

 

      El tema de la llamada de Dios, la "vocación", lo explica el Maestro Ávila en relación con la predestinación, la fe, la santidad y el seguimiento evangélico. Lo aplica a todo bautizado, también a los "seglares", pero habla más directamente de los religiosos y sacerdotes. Cada uno es llamado por Dios con especial vocación: "No andéis todos por un camino; que ni todos han de ser casados, ni todos clérigos, ni todas monjas" (Ser 76, 399ss; en el monasterio de Santa Clara de Montilla). El discernimiento vocacional tiene como objetivo acertar con la voluntad de Dios: "Señores, lo que habéis de desear es que, donde fuéredes, os lleve Dios; que vuestra mudanza de estado sea conforme a su voluntad; y estad seguros, confiad en Él, que Él mira por vos" (ibídem, 460ss).

 

      A veces, comenta los textos evangélicos de la llamada, recordando el "sígueme" y la mirada de Cristo (cfr. Juan I, lec. 14ª, 4135ss). Comenta la vocación de San Mateo con estas palabras: "Sígueme. Levántase de su banco, dejado todo lo que tenía delante; deja los libros, deja las cuentas y deja los dineros. Vase tras Jesucristo" (Ser 77, 59ss). Esta palabra está preñada de amor, es un "recia palabra" (Plática 16ª, 67), que reclama un respuesta comprometida.

 

      Todos hemos sido llamados o elegidos en Cristo. Hay que agradecer la vocación respondiendo con generosidad: "San Pablo ruega a Dios que dé a entender a los de Éfeso el grande bien para que son llamados; e yo suplico lo mesmo para vos, para que, conociendo el gran valor de vuestra esperanza, seáis más agradecida a quien os llamó" (Carta 94, 19ss). Apreciar la llamada es fuente de gozo, puesto que se trata de recibir al mismo Dios: "¿Sabéis, hermana, para qué os llama Dios? ¿Sabéis cuál es el fin del camino que habéis comenzado? ¿Sabéis cuál es la joya de vuestra pelea y la corona de vuestra victoria? Dios mismo es" (ibídem, 26ss).

 

      Aunque la vocación es un don para toda la familia, no pocas veces los padres presentan cierta resistencia. Los padres cristianos deben responder con generosidad, aún en el caso de grandes sacrificios. Refiriéndose al caso de la condesa de Feria (Sr. Ana de la Cruz), que ingresó en el monasterio de Santa Clara de Montilla, afirma: "Y si los padres ven a sus hijos que quieren servir a Dios de alguna manera buena, que a ellos no es apacible, deben mirar lo que Dios quiere; y, aunque giman con amor de los hijos, vénzanse con el amor de Dios, y ofrezcan sus hijos a Dios, y serán semejantes a Abraham" (AF cap. 98, 10372ss).

 

      El modo de discernir la vocación se basa en los mismos criterios del discernimiento del Espíritu (del que se ha hablado en torno a las virtudes. La respuesta a las consultas es muy diversa, según las disposiciones de quienes han buscado el consejo. En las cartas 7 y 8 puede intuirse el discernimiento acerca de la recta intención, de la libre voluntad y de las cualidades.

 

      Toda vocación reclama una formación adecuada. El tipo de formación que el Maestro Ávila proponía era integral, basada en el conocimiento teórico y en la educación humana y cristiana. La formación vocacional debe darse desde la infancia, "por ser aquella edad el fundamento de toda la vida" (Carta 11, 1152ss). Toda formación debe apuntar a "buenas costumbres" (ibídem). Los dos pilares en que se apoya son la escuela y la familia (cfr. Ser 46, 592ss). Pero siempre habrá que dar el enfoque catequístico, ya desde la infancia y juventud, ofreciendo "alguna lección de doctrina sagrada y piadosa" (Memorial II, n.88, 3315ss; cfr. Advertencias I, n.48). Esta formación será específica para cada estamento: seglares (Advertencias I, n.47, 1630s, 1628s), religiosos (Carta 141, 45ss; Memorial II, n. 96, 3681ss) y sacerdotes (cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n. 42, 1504ss).

 

 

b) Vocación al laicado

 

      La acción ministerial y los escritos del Maestro Ávila se dirigen a todos los sectores del pueblo de Dios. Muchas veces se hace alusión a los seglares (laicos), especialmente a personas casadas, gobernantes, seglares jóvenes y adultos. La invitación general a la santidad se aplica al campo de la familia y de los servicios en la sociedad civil.

 

      La doctrina sistemática actual sobre el laicado no existía en el siglo XVI. En la doctrina avilista se hace resaltar, con la llamada a la santidad de todos los bautizados, la participación en el sacerdocio de Cristo. Las enseñanzas sobre el bautismo hacen explícita la llamada a la santidad.

 

      La preocupación formativa del Maestro llega claramente al sector laical. Así, por ejemplo, en las "Advertencias al concilio de Toledo" el Maestro Ávila pide una formación "reformada" de "los laicos", con el objetivo de "poderse reformar en sus costumbres" (Advertencias I, n.47, 1628s). Propone una especie de "seminario de ellos todos" (ibídem, 1630s), siguiendo las pautas del concilio tridentino (ses. 24, cap. 4).

 

      Para los laicos que trabajan en el sector educativo, pide que se le seleccione y que se les proporcione una educación más cuidadosa y "reformada" (Advertencias I, n.47, 1630s). Pide esta formación , instando a aplicar las normas del concilio tridentino (cap. 4 de la ses. 24). Sugiere se les proporcione publicaciones adecuadas (cfr. Advertencias I, nn. 48-52).

 

      En el sector de los gobernantes, urge a los responsables a que no sólo den leyes justas, sino principalmente su propio testimonio y la aplicación adecuada de esas mismas leyes. En las "Advertencias necesarias para los reyes" (escrito dirigido a Don Cristóbal de Rojas y demás Prelados del concilio de Toledo) y en la carta 11 (dirigida "a un Señor de este Reino"), se dan pautas para el gobernante cristiano. Es un caso típico de la inserción de los valores evangélicos en las estructuras humanas por parte de los laicos.

 

      En las enseñanzas avilistas, así como en la actuación del Maestro, se puede observar un gran respecto y aprecio de la dignidad de la mujer. Son muchas las mujeres dirigidas por él; las considera muy capaces de vivir el misterio de Cristo en toda su hondura. Había, entre sus dirigidas, mujeres casadas, solteras y viudas, de toda clase social, seglares y consagradas, grandes convertidas y almas verdaderamente santas. A algunas de ellas (como Sancha Carrillo y Ana Ponce de León) dedica escritos importantes.[79]

 

      Donde puede apreciarse mejor este aprecio y respeto por la mujer, es en las cartas dirigidas a Santa Teresa. Precisamente este respeto hace descubrir las grandes cualidades de la mística española del siglo XVI, mientras, al mismo tiempo, ofrece, con libertad, directrices de discernimiento en cuanto a los fenómenos extraordinarios.[80]

 

      Al describir la vida espiritual como desposorio con Cristo, es lógico que personifique al creyente con la "esposa". En esta perspectiva (Cristo Esposo, la Iglesia esposa) se encuadra el "Audi Filia", libro escrito, en su primera redacción, para dirigir espiritualmente a Doña Sancha Carrillo. La Santísima Virgen, es "la mujer" por excelencia, la figura de la Iglesia esposa: "Nuestra bendita mujer fue criada para que ayudase al segundo Adán, Cristo, a restaurar lo que el primer hombre y mujer echaron a perder" (Ser 68, 421ss).[81]

 

      La actuación concreta respecto a las mujeres, dentro de este aprecio a que hemos aludido, se encuadra también en las normas de prudencia. Las cartas dirigidas a mujeres son muy atentas, sin aires de superioridad, respetuosas, invitando siempre a la confianza y, al mismo tiempo, a la fidelidad y a la generosidad. Las recibía ordinariamente en la iglesia. A las mujeres casadas, las invita a cumplir con sus obligaciones del hogar (cfr. Carta 3, 173ss). Para indicar que cada miembro de la familia tiene que desempeñar un trabajo peculiar, igualmente digno, afirma: "El oficio de la mujer, el oficio de la señora de casa es guisar muy bien de comer a los que andan trabajando en la hacienda de sus maridos, para que, cuando vengan cansados, se refresquen y descansen y huelguen" (Ser 8, 12ss).

 

      No tiene empacho en criticar defectos evidentes de la época, como cuando se trata de denunciar el despilfarro y el excesivo lujo en los vestidos (Ser 12, 261ss; Ser 36, 263ss). Al mismo tiempo, se preocupa por buscar una solución para las mujeres públicas, víctimas y también cómplices de las pasiones de los varones (Carta 11, 1209ss). No hay que olvidar que, en el proceso de la Inquisición, se le acusó de defender la autonomía las mujeres en el hogar; su opinión consistía más bien en que las mujeres podían usar libremente su pratrimonio para limosnas.

 

 

c) Vocación a la vida consagrada

 

            La naturaleza y características de la vida consagrada

 

      Además de un gran aprecio por la vida consagrada, el Maestro ofrece un conjunto muy valioso de doctrina, siempre en las líneas básicas de seguimiento evangélico radical como desposorio con Cristo, vida fraterna, disponibilidad para la caridad (misión). Su aprecio por la vida consagrada se demuestra especialmente por la dirección espiritual de muchas personas que seguían este camino evangélico.[82]

 

      Se puede observar en todo el decurso de la vida del Maestro, su cercanía a algunas instituciones religiosas y, de modo especial, la relación espiritual con algunas personas concretas: San Juan de Dios, Fr. Luís de Granada, San Francisco de Borja, San Ignacio, Santa Teresa... No pocos discípulos ingresaron en instituciones de vida consagrada.

 

      Se encuentra, a veces, una amplia y detallada explicación de cada uno de los votos y, por tanto, de los consejos de pobreza, castidad y obediencia (Carta 224). Las exigencias evangélicas, acompañadas siempre de oración, sacrificio, humildad y vida comunitaria, se presentan en la perspectiva del desposorio con Cristo: "Por tanto, conviene, como esposa de Jesucristo, que claramente entienda; y, entendiendo, continuamente considere; y, considerando, ardientemente ame; y, amando, con toda diligencia obre con perseverancia aquello para lo cual pretende de entrar en religión" (Carta 224, 10ss).

 

      Los tres consejos (profesados por medio de los votos) expresan la entrega total del corazón: "conservar el corazón de las cosas terrenas y vanas" (Carta 224, 53s). Efectivamente, "son instituidos para limpiar y purificar el ánima del amor de sí mismo, conviene a saber: de la mala afición cerca de las cosas exteriores o interiores o carnales, procurando con toda diligencia despojarse de sí mismo y de todas las cosas de este mundo y vestirse de caridad e inflamarse en amor de Jesucristo, de tal manera que sea una misma cosa con Él" (ibídem, 332ss).

 

      El sentido de desposorio es, pues, el prisma para entender esta consagración: "Las madres monjas, las religiosas y doncellas... han de mirarse en Jesucristo, viéndose como en un espejo, no tengan alguna mancha en la cara... porque su Esposo no las deseche" (Ser 27, 152ss). La entrega total es por un amor esponsal (cfr. Ser 54, 234ss).[83]

 

      Es siempre la perspectiva del enamoramiento de Cristo, que pide la entrega de totalidad: "El mayor sacrificio que se puede hacer a Dios es ofrecerle cada uno a sí mismo; y aquél se ofrece a sí mismo que le ofrece su voluntad" (Plática 16ª, 2ss). María es modelo de esta vida de consagración a Cristo Esposo (ibídem (cfr. Carta 40). Los detalles de la vida claustral sólo pueden entenderse con esta perspectiva de entrega al Señor: "Las rejas con humildad, ¿qué son? Paraíso, y los moradores de ellas, ángeles. Rejas sin humildad, ¿qué son? Infierno, y los moradores, demonios" (ibídem, 359ss).

 

      El "sí" a Dios resume la donación total: "Decir a Dios de sí. Vaso sois, echad toda la hiel, y recebiréis miel... Podad de vos todo lo que Dios no es... Y quien tal Sí quiero ha de dar, menester ha pedir la gracia del Señor para ser bien casada" (Carta 40, 68ss, 188ss). El ofrecimiento es de totalidad: "Pueda darle su corazón todo como morada sosegada y apacible" (Carta 142, 5s); "ofrézcase en perpetuo don a Aquel cuyo es por muchos títulos" (ibídem, 22). No se olvida la dimensión escatológica, en cuanto que se tiende al encuentro final con Cristo Esposo en el más allá: "De todo corazón se pase al siglo por venir... el cual no tanto consiste en tiempo presente o futuro, cuanto en espíritu" (ibídem, 73ss).

 

      Es por amor a Cristo que se dejan todas las cosas. Quienes han sido llamados "han despreciado todo, y por agradar más a Dios eligieron vida de cruz en pobreza y trabajos, y en obediencia a Dios y a los hombres"(AF cap. 34, 3469ss). Es una respuesta a su "sígueme", que va acompañado de su mirada de amor (cfr. Juan I, lec. 14ª, 4135ss; Ser 77, 59ss). Sólo quien capta ese amor sabe comprender el significado de esa "recia palabra" (Plática 16ª, 67).

 

      Esta grandiosidad de la vida consagrada se concreta, en la vida práctica, con servicios humildes. En el sermón para la toma de velo de la Condesa de Feria (Ana Ponce de León), en el monasterio de Santa Clara de Montilla, invita a los presentes a descubrir el verdadero valor de la vida consagrada: "¿Sabéis a qué entra en el monasterio? A fregar, si se lo mandaren, si le pareciere a su prelada; a cocinar, si fuere menester; a abajarse, a ser esclava de las otras y a besar la tierra que las otras huellan" (Ser 76, 359ss).

 

      En el siglo XVI, la vida religiosa, especialmente femenina, no estaba tan orientada hacia la vida activa, salvo en el caso de los misioneros de todas las épocas (incluso monjes). En este sentido, el Maestro presenta a los religiosos como cooperadores en la acción pastoral: "Los religiosos son añadidos para ayudar a los perlados y curas" (Ser 81, 95s; cfr. Memorial I, n.41). Es lo que hoy llamaríamos cooperación en los planes pastorales de la diócesis.[84]

 

      La realidad de la vida clerical y religiosa del siglo XVI no era muy halagüeña, como puede observarse por los escritos avilistas (especialmente los Memoriales para el concilio de Trento). El Maestro señala algunos defectos que existían incluso en los monasterios: "Creen que dejan el siglo y no lo dejan, mas múdanse de un siglo a otro, engañados y embaucados de sí mismos" (Carta 224, 7ss). Por esto, "más es de llorar el religioso flojo que el pecador engolfado en vicios" (Carta 157, 11s).

 

      Como hizo sobre la vida clerical, proponiendo la selección de los candidatos y la formación en los Seminarios, de manera semejante propugnó la renovación de la vida religiosa por medio de una mejor selección (cfr. Carta 141, 45ss) y de una mejor formación doctrinal y espiritual (cfr. Memorial II, n.96). Las síntesis que ofrece en algunos sermones y cartas, así como en las pláticas, son un buen ideario sobre la identidad de la vida consagrada.

 

      Las normas de selección son, a veces, circunstanciales, como en el caso de los primeros seguidores de San Juan de Dios (su dirigido), a quien le dice: "Y los que viéredes que son chismosos, no los consintáis en vuestra compañía, que son para disfamar el Hospital... porque veces hay que, por no hacer enojo a uno, echáis a perder a muchos" (Carta 141, 45ss). Algunos monasterios de clausura dejaban mucho que desear en cuanto a la formación: "Muchos monasterios de monjas hay que se les pasa casi todo el año que no oyen sermón por no tener dineros que dar al predicador... Mírese mujeres muchas juntas, y descontentas, y sin doctrina qué harán; y póngase en ello remedio" (Memorial II, n. 96, 3681ss).

 

      Aunque el estado de vida consagrada (religiosa) es mejor, en cuanto que es un signo más fuerte de perfección, no obstante, lo mejor para cada uno es seguir la voluntad de Dios: "Aunque el estado de la religión sea mejor, no para todos es mejor. Mejor es ser religioso que casado; mas acaece que a uno, por su flaqueza, no le es mejor. Mas cuando el estado es en sí mejor, y para éste es mejor, misericordia es de Dios tomar este estado" (Ser 76, 401ss).[85]

 

      Los sermones del Maestro son, a veces, una maravillosa propaganda vocacional hacia la vida consagrada. Aunque llama a todos a la perfección de la caridad (como exigencia del bautismo), dice de los religiosos que son "el corazón" de la Iglesia: "Sabéis que son los religiosos en el cuerpo místico de la Iglesia? El Papa es la cabeza; los brazos, los caballeros; el corazón, los religiosos. Él es el primero que vive y el postrero que muere; él es la fuente del calor, él es el que está más guardado" (Ser 18, 428ss).

 

      Por esto, presenta a la vida consagrada como estímulo para que todos vivan las exigencias evangélicas: "En esto las personas religiosas nos llevan la ventaja; porque si están en el coro, si están en el refitorio, si en el retraimiento, en todas partes están en servicio de Dios... siempre alabando a Jesucristo" (Ser 27, 87ss). Seguir la vocación a la vida consagrada, es un don del Espíritu Santo. Todo se deja "por amor a Jesucristo... Más quiere agradarle a Él y servirlo que ser señor de toda la redondez de toda la tierra" (Ser 29, 476ss). El Espíritu Santo mueve a vivir "en cruz" con Cristo "obediente, pobre, desechado" (ibídem, 564ss).

 

             La práctica de cada uno de los consejos evangélicos

 

      Hemos visto en este mismo capítulo el seguimiento evangélico (y el desposorio con Cristo) como uno de los temas básicos de espiritualidad cristiana. Ahora resumiremos la práctica de cada uno de los consejos evangélicos (la castidad, la pobreza y la obediencia) en este contexto esponsal del seguimiento radical de Cristo por la vida consagrada.

 

      Al hablar de la virginidad (o castidad evangélica), el Maestro se refiere especialmente al desposorio con Cristo que tiene lugar en la vida religiosa (o consagrada) (cfr. Ser 77, 328s). El seguimiento evangélico de los Apóstoles ha sido imitado por las vírgenes y por otras formas de vida consagrada durante la historia posterior. Se trata de compartir la misma vida con Cristo Esposo. No es fruto de una lógica humana, sino un don de Dios. Esta "dádiva de nuestro Señor" sólo la comprenden "aquellos a los cuales es dado por Dios" (ibídem, cap. 14, 1279ss; Mt 19, 11). Es don del Espíritu Santo (cfr. AF cap. 16, 1432ss).

 

      Este camino de desposorio, que es la clave de la vida espiritual, queda descrito en el "Audi Filia", en el que se privilegia el tema de la virginidad por parte de quien es "casta esposa" de Cristo (AF cap. 7, 640). Cristo es el centro del corazón, "donde Cristo solo quiere morar" como Esposo único (AF cap. 8, 746ss). Ya nadie más puede ocupar ese mismo lugar: "Todo aquel lugar ha de ocupar en vuestro corazón Jesucristo, que si os casáredes había de ocupar el marido" (AF cap. 8, 700ss; San Agustín, Serm. 137, cap. 8, 9).[86]

 

      Como era de esperar, siguiendo la tradición espiritual, se presenta la virginidad como camino hacia el encuentro definitivo (escatológico) con Cristo Esposo en el más allá: "Obra habéis comenzado de gran corazón, pues queréis... tener por vía de virtud lo que los ángeles tienen por naturaleza; y pretender particular corona en el cielo y ser compañera de las vírgenes, que cantan el nuevo cantar, y acompañan al Cordero dondequiera que va. Mirad vuestro título, que de presente tenéis, que es ser esposa de Cristo, y el bien que esperáis en el cielo" (AF cap. 11, 1072ss; cfr. Ap 14,4).

 

      Esta línea escatológica se convierte, en esta tierra, en servicio a Jesucristo por la caridad. Quienes son llamados a la virginidad son "personas dadas al servicio de Jesucristo, que por darle vuestra virginidad sois tomados por sus esposas" (Ser 11, 502ss). Por esto, "las vírgenes son la porción más entera que hay en el cielo", como las "primicias" y "las más excelentes moradas que Dios tiene entre los hombres", quien "se huelga en los corazones enteros" (Ser 29, 512ss; cita a San Cipriano, De habitu virginum 3, 22-23).

 

      La virginidad supone grandes renuncias, no sólo en el campo de la sexualidad, sino en el de la afectividad. Pero la renuncia cristiana, también en este campo, es verdadera liberación para entrar en sintonía con el amor esponsal de Cristo, a quien nada ni nadie puede suplir: "Libertóos el Señor para que fuésedes toda suya, y vuestros ojos a Él solo mirasen, como la esposa casta a su solo esposo suele mirar" (AF cap. 56, 5794ss). De ahí deriva el significado cristiano de esta renuncia, "pues la virginidad se toma entre cristianos no por sí sola, mas porque ayude para con más libertad dar el corazón a Dios" (ibídem, cap. 58, 6014ss). Es causa de "mucha alegría" y "estado de fecundidad", a imitación de la Virgen María, quien siendo "Virgen de las vírgenes... dio fruto y no perdió la flor de su limpieza" (ibídem, cap. 105, 10966ss; cfr. Ser 63, 499ss).

 

      Esta alegría y libertad del corazón se convierte siempre en donación y servicio: "Esta dignidad y estado no se ha de escoger por no poder más; no ha de ser sino por Jesucristo, con solo deseo de le agradar y servir... por los amores de Jesucristo" (Ser 29, 527ss; cfr. Cant 1,5). Son numerosas las cartas avilistas dedicadas a "doncellas", en el claustro o también en la soledad de sus casas particulares. Lo importante es "tomar por esposo al Rey celestial" (Carta 33, 3), y consagrarle todo el corazón. Por esto, "aunque el matrimonio es bueno, la virginidad es mejor", porque se imita "a la bienaventurada María, Virgen, Madre y Esposa", Madre de las vírgenes (Carta 38, 191ss). La soledad está llena de Cristo Esposo, quien les da "su compañía en pago de la soledad que acá pasaron por Él" (ibídem, 206s; cfr. Ap 14,4).

 

      La totalidad de la entrega se expresa en el cuerpo y en el corazón. "El cuerpo de la virgen particularmente es de Cristo y tierra suya... Vaso sois, echad toda la hiel, y recebiréis miel... Podad de vos todo lo que Dios no es... sola vos y Cristo" (Ser 40, 96ss; cfr. Cant 2,10-12). La virginidad es como "martirio", porque es una lucha continua por amor (Carta 70, 159ss). En esa lucha hay que invocar al "virginal Esposo y a su limpísima Madre" (ibídem).

 

      La referencia a la Santísima Virgen es en la lógica evangélica, puesto que las personas vírgenes "tienen más semejanza con la Madre Virgen"; por esto, Cristo "se huelga mucho... de ser concebido, nacido y envuelto y tratado de cuerpo virgen, porque Él es virgen" (Carta 84, 9ss).  Cristo "quiere ser tratado de brazos y corazones limpios, y por eso se puso en los brazos de la Virgen, y Josef fue también virgen limpísimo, para dar a entender que quiere ser tratado de vírgenes" (Ser 4, 340ss).

 

      A partir del amor a Cristo Esposo, la persona consagrada quiere compartir su misma vida de pobreza. Se imita la misma vida de Cristo, que fue peregrino en este mundo. Comentado la pobreza de Cristo, según Mt 8,20, dice: "No tuvo renta, casa ni posesión. Santa Marta lo acogía como a pobre, y otros le ayudaban con sus haciendas, siendo Él Señor de todas las cosas del mundo, tanto que nace en casa ajena, que el día de su muerte en sábana y sepultura de otro le enterraron e celebraron sus exequias" (Ser 16, 61; cfr. Ser 2, 240ss).

 

      Muchos cristianos, considerando este ejemplo de Cristo, han sentido la llamada a vivir como él. Es la pobreza voluntaria: "¡Qué cosa tan pesada era la pobreza antes que Cristo viniese al mundo, qué aborrecida, qué menospreciada! Pero bajó el Rico del cielo y escogió madre pobre, y ayo pobre, y nace en portal pobre, toma por cuna un pesebre, fue envuelto en pobres mantillas, y después, cuando grande, amó tanto la pobreza, que no tenía dónde reclinar su cabeza" (Ser 3, 206ss).[87]

 

      Cuando habla para personas consagradas, les recuerda el ejemplo de San Francisco: "No ha habido quien tan amigo haya sido de la pobreza" (Ser 78, 12s). De hecho, al resumir los tres votos, empieza por el de la pobreza, porque es el más llamativo en la vida del Señor; tiene también sentido esponsal: "Este voto muchas personas le prometen, mas pocas le guardan y menos son las que llegan a la perfección de la pobreza... Conveniente es a la esposa de Jesucristo no se aficionar a tener hábito de rico paño ni a tener cosas curiosas de mucho precio, sino una simple cama y un oratorio simple y devoto, y que todo lo demás que tuviere dé de sí olor de pobreza" (Carta 224, 55ss).

 

      El tema de la obediencia puede referirse a la virtud general y cristiana de seguir los signos de la voluntad de Dios, manifestados expresamente por los mandamientos y también por quienes tienen la misión de regir la comunidad eclesiástica o civil: "Basta para el cristiano que estime en mucho al pastor, al príncipe, o al maestro, que los ministros de Dios por tal le señalen; que aquellos que tiene las veces de Dios les pongan en aquel estado... y hagan cuenta, en haberlos puesto sus ministros, que el mesmo Espíritu Santo los puso" (Gálatas n.2, 77ss; comenta Gal 1,1).

 

      El Maestro se refiere a la obediencia general en muchas ocasiones. Al tratarse de las personas consagradas, las invita a practicar esta obediencia con mayor asiduidad para no caer en engaños. La obediencia constituye uno de los consejos evangélicos (votos) y se concreta en cumplir las disposiciones de los superiores según las reglas de la institución. Se trata de no buscar la propia voluntad o "libertad" malentendida, sino en orientarse hacia el amor de Dios: "No os espantéis de que tanto os encomiende la obediencia... porque vuestra seguridad está en no querer libertad" (AF cap. 101, 10629ss).

 

      Como en las otras virtudes y consejos evangélicos, el punto de referencia es siempre el ejemplo del Señor: "Mandó César que cada uno fuese a su tierra a escribirse y a dar cierto tributo, y obedicióle Dios, ¿y no tendré yo vergüenza de no seros obediente? Antes que salga del vientre obedece, y no yo. Si es cosa recia resistir a tu voluntad, ahí está Dios en la obediencia, en lo bajo, en el establo. Ahí está el Niño" (Ser 5 -2-, 324ss).[88]

 

      Al hacer la aplicación a personas que se han desposado con Cristo, les recuerda que el camino de la obediencia ha sido siempre el de los santos y de las instituciones de perfección. "Y tened por cierto que aunque mucho busquéis, no hallaréis otro camino tan cierto ni tan seguro, para hallar la voluntad del Señor, como éste de la humilde obediencia, tan aconsejado por todos los santos, y tan obrado por muchos de ellos, según nos dan testimonio las vidas de los santos padres, entre los cuales se tenía por muy gran señal de llegar uno a la perfección en ser muy sujeto a su viejo" (AF cap. 55, 5689ss).

 

      Si en la vida consagrada hay más ocasiones de practicar la obediencia, ello equivale a disponer de más medios de liberación interior. Usando imágenes de la época, afirma: "Echad vuestros pies en el cepo de la clausura, y vuestro cuello debajo del yugo de la obediencia; haceos captivo por Cristo, y aherrojaos por su amor, y tened fuerte; que más anchura hallaréis que en todo el mundo... Obedeced, doncella, abajaos, servid, barred, haced todo cuanto pudiésedes... y más honrado será vuestro collar en el cielo. Perded aquí y ganaréis acullá" (Ser 29, 593ss, 617ss).

 

      No oculta la dificultad de la obediencia, especialmente en la vida consagrada; pero insiste en su importancia y necesidad: "¡Oh señoras, y qué cuerda de la vigüela hemos tocado! ¡Qué vena tan rica hemos descubierto para vosotras, la obediencia! A esta virtud, señoras, de la obediencia es la que habéis de traer muy arraigada en vuestros pechos y metida dentro de vuestros corazones. Obedeced a vuestra perlada y perlado como si el mismo Dios os lo mandase" (Plática 15ª, 290ss; en el monasterio de Santa Clara, Montilla). Pero la dimensión esponsal dará sentido a la renuncia: "Miraos vos en el espejo de vuestro Esposo... Obedecé aunque os cueste la sangre y la vida, que por obediencia la derramó y murió vuestro Esposo. Comed de su mismo plato" (ibídem, 300ss). En otra plática, a las monjas de la Cruz, de Zafra, afirma: "¿Qué será de la esposa de Cristo si obedeciendo Él, no fuese ella obediente?" (Plática 16ª, 494s).

 

      La dificultad de la obediencia deja entrever su valor y necesidad: "Señoras, gran bien tenéis en estar subjetas, en haberos Dios dado quien os mande, y a quien obedezcáis, y por cuyo parecer os rijáis antes que por el vuestro. Sabedlo agradecer" (Ser 78, 356ss; sobre San Francisco de Asís, "en un monasterio de monjas").

 

      La humildad está también en estrecha relación con los votos. Así lo recuerda el Maestro en la Carta 224 ("a una doncella"). La vida de Cristo y de su Madre estaba adornada de esta virtud:  "Procure de continuo traer a la memoria la profunda humildad de nuestro Salvador, el cual, siendo Dios, se sometió a la obediencia del hombre, conviene a saber, de la Virgen María, su Madre, y de San Josef, que ansí lo dice el Evangelio" (Carta 224, 310ss; cita y comenta 1Reg 15,22; Fil 2,8; Lc 2,51). La humildad y obediencia de la Virgen Santísima son también el punto de referencia (cfr. Ser 75, 887ss).

 

 

                            La vida comunitaria

 

      Toda la vida cristiana es "comunión" o fraternidad, como reflejo de Dios Amor. La realidad de ser Iglesia, Cuerpo Místico, se concreta en la vida fraterna. El Maestro Ávila se remite a la primera comunidad cristiana de Jerusalén, donde todos eran "un solo corazón y una sola alma" (Act 4,32; cfr. AF 33, 3355ss). Los primeros cristianos, al recibir el Espíritu Santo, mostraban "el grande amor que tenían en sus corazones y entrañas a Jesucristo, y a su santa pobreza" (Ser 29, 427ss; sermón de Pentecostés). Esta vida fraterna y comunitaria se concreta de modo especial en la comunidad religiosa.

 

      La enseñanza de Jesús sobre la unidad (cfr. Mt 18,20; Jn 17,21-23) indica la importancia de reflejar la unidad divina en nosotros: "En gran manera es Nuestro Señor amigo de la unidad; es su oficio ayuntar las cosas apartadas y divididas, y las juntas conservarlas en su unidad. Veremos en esto, si bien miramos, el mesmo ser de Dios, que es... unísima esencia, simplicísima" (Ser 6, 11ss).

 

      La unidad de la comunidad depende de la unidad del corazón: "Y todos generalmente guardad la unidad del corazón, que Cristo oró al Padre... No haya división -que es cosa del infierno- entre los llamados a la santa cristiandad que se llama reino de Dios; no traigan pleito los que son hijos de paz... no haya envidias entre los que so miembros de un cuerpo" (Carta 86, 162ss). Las rupturas de la comunidad se originan en las rupturas del corazón: "¡Oh locura grande la nuestra, que, pensando que nos amamos, nos aborrecemos, y buscando, a nuestro parecer, el bien, caemos en todos los males!" (Carta 148, 6ss, a unos canónigos que habían recuperado la vida fraterna).

 

      La aplicación a la comunidad de vida consagrada aparece también en los consejos dados a sus discípulos que se hicieron jesuitas: "No se turben con la diversidad de las condiciones que en las comunidades suele haber, mas piensen que hasta que uno es probado con prójimos, es muy poco lo que de Dios tiene. Y a esto principalmente enderecen sus fuerzas... a llevar injurias con alegría. Pongan sobre sí los ojos y no curen de hacerse maestros de otros" (Reglas de espíritu, n.4: Avisos para D. Diego de Guzmán y el Dr. Loarte para entrar en la Compañía).

 

      La vida comunitaria no se fundamenta en grandes cualidades humanas, sino en el servicio humilde que exprese la donación, porque "aunque sea fregar escudillas, es convertir almas" (ibídem, 33s). Son los servicios humildes hechos por amor al Señor y a los demás. "¿Sabéis a qué entra en el monasterio? A fregar, si se lo mandaren; a abajarse, a ser esclava de las otras y a besar la tierra que las otras huellan" (Ser 76, 364ss, con ocasión de la toma de velo de la condesa de Feria, en el monasterio de Santa Clara de Montilla).

 

      La vida fraterna de la Sagrada Familia en Nazaret es modelo para toda comunidad. Se describe especialmente la figura de San José, alabando a Dios por las cualidades de Jesús y de María, admirando "tanta humildad, tanta caridad y tanta virtud en aquella Señora que por esposa le había sido dada", adorando, al mismo tiempo, "al bendito Niño Jesús, siendo informado que estaba en el vientre de nuestra Señora" (Ser 75, 586ss).

 

 

d) Vocación al sacerdocio ministerial

 

      El tema del sacerdocio encuentra abundante materia en la doctrina avilista y en el testimonio del mismo Maestro. Lo desarrolamos ampliamente en el capítulo siguiente (cap.III).

 

      En los escritos avilistas aparecen los temas básicos: Cristo Sacerdote, Iglesia pueblo sacerdotal (sacerdocio de los fieles), sacerdocio ministerial, ministerios, espiritual, formación... El tema merece un estudio especial, que ofrecemos en el apartado siguiente. En el presente capítulo, nos ceñimos a unas nociones generales sobre la vocación sacerdotal.

 

      La vocación, como hemos visto en este mismo capítulo, es un don de Dios, expresado por medio del "sígueme", "recia palabra" (Plática 16ª, 67), que Jesús dirige a algunas personas y, de modo especial, a los Apóstoles. Así describe la vocación de San Mateo: "Sígueme. Levántase de su banco, dejado todo lo que tenía delante; deja los libros, deja las cuentas y deja los dineros. Vase tras Jesucristo" (Ser 77, 59ss).[89]

 

      El Maestro Ávila insta a una buena selección de los candidatos al sacerdocio: "Los que hubieren de ser elegidos para estos colegios sean de los mejores que hubiere en todo el pueblo, haciendo inquisición de ello muy de raíz el obispo y los que el concilio le señalare por acompañados. Y de esta manera vendrán llamados y no injeridos, y entrarán por la puerta de obediencia y llamamiento de Dios" (Memorial I, n.17, 458ss; cfr. Memorial II, n.91, 3407ss).

 

      Hay dos cartas (nn. 7 y 8), dirigidas respectivamente"a un mancebo que le pidió consejo si sería sacerdote" y "a un sacerdote", en las que se pueden encontrar criterios de discernimiento de la vocación. En el primer caso desaconseja seguir la vocación sacerdotal, por no haber intención recta ni buenas disposiciones. En la segunda carta (al sacerdote) le alienta a perseverar en la vocación para poder hacer mucho bien a las almas; si se ponen los medios necesarios (oración y estudio), se pueden superar las dudas y dificultades.

 

      La idoneidad, además de la recta intención y libre voluntad, consiste en tener las cualidades necesarias: "Han de procurarse sea gente de la cual se entiende que vive Dios en ellos, amigos de virtud, aficionados a las cosas de la Iglesia, probados en la castidad" (Advertencias I, n.39, 1405ss).

 

      La selección y formación comienza ya en lo que yo llamamos pastoral vocacional (en las familias, parroquias, escuelas...). El Maestro recomienda encargar este servicio a personas cualificadas: "Y para hallar éstos es menester que los obispos tengan en cada pueblo personas de fiar que los inquiran y procuren, informándose de los maestros de las escuelas y de los lectores de gramática" (Advertencias I, n. 39. 1412ss).

 

      Sobre la escasez de vocaciones, hace una observación muy al estilo evangélico: "Y, si acaso los obispos del sínodo dijeren que no se halla de esta gente; dígales que es grande engaño pensar que nuestro Señor falte en dar tales personas en su Iglesia, que puedan ser ministros verdaderos suyos. Porque el mismo Dios, que pide que sean sus ministros tales y derramó su sangre por tenerlos, ha puesto su Espíritu divino en muchos para poder serlo; y el parecer que no los hay es porque no los buscan los perlados, ministros del Señor, cuyo es este cuidado" (ibídem, 1417ss).

 

Nota: El tema sobre la vocación, vida y ministerio sacerdotal será ampliamente desarrollado en el capítulo siguiente (III).

 

 

 

                                    III

 

                    MAESTRO DE ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL

 

 

      1. EL SACERDOCIO CRISTIANO

 

      En este proceso histórico de sistematización de la doctrina sacerdotal, San Juan de Ávila (s. XVI) es un eslabón imprescindible. En sus escritos se pueden encontrar todos los contenidos fundamentales, con formulaciones, a veces, distintas de las nuestras, pero siempre basadas en la Escritura, tradición (Padres), magisterio, teólogos y santos. Su fuerte reflexión, tomista y agustiniana, parte de los contenidos evangélicos y paulinos.[90]

 

a) Cristo Sacerdote y Buen Pastor

 

      La doctrina avilista sobre Cristo Sacerdote es dinámica, a partir de su mediación redentora. Por ser Dios hecho hombre, su mediación es perfectamente salvífica. Es sacerdote y víctima porque su mediación se realiza ofreciéndose él mismo en sacrificio. "Catad que tenemos negociador en la corte" (Juan I, lec. 6ª, 1285s). Nuestra "causa" es la suya (cfr. Ser 53, 430ss). "Sepan todos que otro medianero principal no hay si El no" (Ser 34, 105). "El Padre Eterno puso un Medianero entre nosotros y El para que por su medio alcanzásemos misericordia" (Carta 222, 262ss).

 

      La unción sacerdotal de Jesucristo tiene lugar en la Encarnación. Por esto el Señor es el "Cristo" o "Mesías" ("ungido"): "Jesucristo es ungido propiamente, es nombre de nuestro Señor" (Juan I, lec. 16ª, 4724s). De este modo, Cristo es el "principal sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio" (Tratado sobre el sacerdocio, n.10, 342s)[91]. De su sacerdocio participa toda la Iglesia, cada bautizado según la gracia peculiar recibida.

 

      Su "unción" o consagración no es de dominio o de privilegios, sino de servicio e intercesión: "Sacerdote es, porque en cuanto hombre está delante del Padre rogando por nosotros... Ungido viene, no con aceite, sino con sangre; y si ungido, no viene bravo, sino blando y manso" (Ser 1,162ss).

 

      Cristo es Sacerdote y víctima porque, desde la Encarnación, se ofreció "a la redempción del linaje humano" (Gálatas n.31). Su mediación es sacrificial y redentora: "El Padre Eterno puso un Medianero entre nosotros y Él para que por su medio alcanzásemos misericordia" (Carta 222, 262ss). "Jesucristo se puso en medio de Dios Padre y de mí, y Él recibió los golpes en sí mismo y en Él me perdonó el Padre lo que yo había de pecar" (Ser 3, 682ss). "Sepan todos que otro medianero principal no hay si Él no" (Ser 34, 105).

 

      Con este ofrecimiento sacerdotal, Cristo lleva a cumplimiento las realidades sacrificiales del Antiguo Testamento, puesto que "en todas ellas estaba Cristo como encerrado" (Gálatas n.11, 1791s; cita Heb 10,5-7). Como redentor, es también "legislador" (ibídem, 1837s).

 

      Jesucristo Sacerdote sobresale sobre todas las figuras veterotestamentarias que le precedieron y prepararon: "Si de fuera lleva el gran sacerdote escritos los nombres de los doce hijos de Israel sobre sus hombros, y también en su pecho, muy mejor el nuestro los tiene encima sus hombros, padeciendo por los hombres, y los tiene escritos en su corazón" (AF cap.78, 8178ss). "Y no falta aquí la vara sacerdotal, pues este Señor, por institución y juramento irrevocable de su Padre eterno, es Sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec, sacerdote más digno que el de Aarón" (Ser 35, 155ss; cfr. Sal 109,4). Jesús, como "Pontífice Sumo", ha penetrado los cielos con el sacrificio de su propia sangre (cfr. Ser 67, 666ss)

 

      La realidad sacerdotal y sacrificial de Cristo se resume así: "Cristo fue sacerdote y sacrificio; Él fue el que ofreció y lo que ofreció fue, como dice San Pablo, que ansí como Abel ofreció a Dios corderos de su manada, y pareció bien a Dios aquel sacrifico, ansí Cristo se ofreció a sí, cordero sin mancilla, y agradó a su Padre" (Juan I, lec.16ª, 4733ss; se refiere a la carta a los Hebreos).[92]

 

      El Maestro va presentando la realidad sacerdotal de Cristo desde su interioridad o desde su Corazón. Los amores de Cristo Sacerdote por su esposa la Iglesia (Ser 6, todo) se manifiestan en su inmolación en la cruz y en el derramamiento de su sangre. "¿Qué te parecería un día de la cruz por desposarte con la Iglesia, y hacerla hermosa, que no la quedase mancilla ni ruga?" (Amor, n.8, 352ss; cfr. Ef 5,25-27).[93]

 

      La interioridad de Cristo Sacerdote se resume en las "miradas", que son un tema avilista muy peculiar: mirada al Padre para seguir sus designios, mirada a la humanidad necesitada (pecadora) y mirada a sí mismo para inmolarse. Su amor sacrificial hacia nosotros se origina en su mirada al Padre: "No nace este amor de mirar lo que hay en el hombre, sino de mirar a Dios y del deseo que tiene de cumplir su voluntad" (Amor n.11, 469ss). Nos mira, pues, "en el eterno Padre" (ibídem, n.4, 92ss). El Maestro se entusiasma ante esa mirada de amor entre el Padre y el Hijo: "¡Miraos, siempre, Padre e Hijo, miraos siempre, sin cesar, porque ansí se obre mi salud!" (Amor n.12,492ss).

 

      La figura del Buen Pastor resume también la realidad sacerdotal y sacrificial de Cristo, que lleva a su plenitud toda figura anterior, desde el justo Abel, quien "es figura de nuestro justo y soberano pastor, el cual dice de sí: Yo soy el Buen Pastor. Y también es sacerdote; y, por consiguiente, como dice San Pablo, ha de ofrecer dones y sacrificios a Dios... No tenía este gran sacerdote qué ofrecer por los pecados del mundo, sino a sí mismo... somos lavados de nuestros pecados, mirados de Dios, y agradables a Él, como sacrificio ofrecido por ese sumo Sacerdote y Pastor" (AF cap.87, 9202ss; relaciona Jn 10,10 con Heb 5,1).

 

      La caridad pastoral o celo apostólico se inspira en la figura del Buen Pastor. El Maestro Ávila glosa los contenidos de Juan 10 (el buen pastor) y de Lucas 15 (la oveja perdida). Pero tiene también en cuenta el transfondo veterotestamentario de Dios Pastor y del futuro pastor, el Mesías, anunciado por los profetas (cfr. Ser 79,80ss: Isaías; 185ss: Ezequiel).

 

      La predicación sobre Cristo Buen Pastor suscita profunda confianza: "Encorporados en Él, somos lavados de nuestros pecados, mirados de Dios y agradables a Él, como sacrificio ofrecido por este sumo sacerdote y pastor" (AF 87, 9202ss; cita 1Pe 3,18). El motivo principal consiste en que el Padre mira a "nuestro justo y soberano pastor", por cuya "sangre" hemos sido "ataviados con la hermosura de su gracia y justicia" (ibídem). Por esto "las ovejas" quedan invitadas a "velar y orar al verdadero pastor" (AF cap.29, 2805s).[94]

 

      En Cristo Buen Pastor se manifiesta la elección y el amor de Dios hacia nosotros. El sermón 15 explica ampliamente el tema, comentando el cap.10 de San Juan. La iniciativa de amarnos es suya: "Por su gracia nos eligió" (Ser 15,59s). Nuestra confianza se apoya en ese amor, que cuida premurosamente de cada una de las ovejas: "¡Buen Pastor tenemos, que nos escogió para guardarnos y de tanto tiempo!" (ibídem, 76ss). Su conocer es amar, hasta derramar su sangre (como cordero y pastor) y curar a "la ovejita coja y cansada" (ibídem, 155s). Nos invita a seguirle con confianza: "Alegraos, que, si alguna vez cayésedes, Buen Pastor tenéis que volverá y sacará del barranco" (ibídem, 446ss). No desfallece quien medita en su pasión: "Mirando que mi pastor, sólo por sacar mi ánima de entre las espinas, porque no me espinase, quiso Él entrar en ellas y espinarse" (ibídem, 520ss).

 

      El Maestro Ávila llama a la conversión, describiendo al Buen Pastor con la oveja ya reencontrada: "¿Habéis visto tan lindo cielo estrellado, como ver a Jesucristo venir con la ovejita en sus brazos?" (Ser 19, 333ss). El término sangre indica su donación total: "¿Qué pastor hubo que apacentase sus ovejas con la propia sangre de él?" (Ser 50, 307ss; cfr. Ser 79, 80ss).

 

      A veces, la descripción sobre el Buen Pastor se une al tema de la presencia eucarística: "Dios humanado... Jesucristo, Médico y Pastor amoroso, está entre nosotros" (Ser 54, 355-415). Su amor trasciende nuestros pecados y miserias: "Bien conoció el Eterno Padre la flaqueza de los hombres, y por eso el Pastor que nos envió les henchió primero de tan grandísimo amor para con sus ovejas, que por mucho que ellas tengan pesadumbres y faltas, Él tiene mucho más sin comparación para las sufrir y llevar encima de sus hombros" (ibídem, 681ss).

 

      El tema está relacionado con Cristo Redentor. La cercanía de Cristo a las necesidades hunanas constituye "lo más entrañable de su corazón" (Carta 20 -1-,180s). Es que "llevó a cuestas nuestros pecados, pagando por ellos, y tráenos en su seno, porque nos tiene tan guardados" (Ser 79, 82ss; cita Is 40,11).

 

      Quienes dirigen la Iglesia han sido elegidos "para pastores y criadores del ganado, que los apacienten en los pastos de ciencia y doctrina... y aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo Cristo, y dijo que este tal es el Buen Pastor" (Advertencias I, n.6; cfr. Ser 81, 88ss). Por esto, el Maestro invita a la renovación sacerdotal: "¡Oh eclesiásticos, si os mirásedes en el fuego de vuestro pastor principal, Cristo, en aquellos que os precedieron, apóstoles y discípulos, obispos mártires y pontífices santos!" (Plática 7, 92ss).

 

      El tema se complementa con la referencia a María, "nuestra Pastora" (Ser 15,23), que es modelo del cuidado materno que ha de tener todo pastor: "Pastora, no jornalera que buscase su propio interés" (Ser 70,737ss).[95]

 

 

b) Iglesia, pueblo sacerdotal

 

      La eclesiología del Maestro Ávila se expresa con los títulos bíblicos de "cuerpo", "esposa", "pueblo". La imagen paulina de "cuerpo" invita a construir la armonía, la comunión y el crecimiento espiritual. La expresión "esposa" presenta los contenidos de relación con Cristo Esposo, de seguimiento evangélico, de alianza esponsal y de entrega.[96]

 

      La Iglesia es "pueblo" sacerdotal (cfr. 1Pe 2,9-10; Ser 73,4ss). En realidad, el término indica propiedad esponsal ("esposa") y tiene connotación comunitaria (como el título "cuerpo"). El Maestro usa también el término "congregación": "Otro nombre tiene esta compañía general, que comprende todos éstos, que es Iglesia, el cual quiere decir congregación; porque toda esta congregación recibe gracia por Jesucristo" (Juan II, lec. 2ª, 239ss; cfr. Ef 4,15).

 

      En el ámbito sacerdotal, se trata del sacerdocio de los fieles, es decir, de todo el pueblo de Dios. El Señor "a los cristianos hízolos sacerdotes en el espíritu... así todo cristiano tiene poder para en el altar de su corazón sacrificar a Dios" (Juan I; 16ª, 4756ss). Por el bautismo, participamos de la realidad filial y sacerdotal de Cristo: "Nos hizo hijos siendo Él Hijo, y sacerdotes siendo Él Sacerdote" (Carta 1, 14ss).

 

      Ésta es una de las ideas más repetidas por el Maestro, hasta el punto que el camino de la contemplación y de la perfección (al que están llamados todos los bautizados) es un proceso de oblación sacrificial o de donación por amor. Esta participación sacerdotal es la más importante para todo cristiano: "Y ofreciéndote a ti de esta manera, haces al Señor más señalados servicios en esto que si mil mundos le dieses" (Ser 43, 680ss). Así es el sacrificio del corazón: "Pareceos que es poquito bien éste que Cristo nuestro Redemptor os hizo, que tengáis derecho para ofrecer a Dios vuestro corazón y que le parezca a Dios bien?" (Juan I, lec.16ª, 4762ss).

 

      El término "espiritual", aplicado al sacerdocio de los fieles, significa el cumplimiento del Antiguo Testamento en la plenitud de Cristo. Comentando los textos de Ap 5,10 y 1Pe 2,9, afirma: "Una manera hay de sacerdocio espiritual, y éste conviene a chicos y grandes, casados, hombres y mujeres. Dándosele gracias al Cordero, le dicen: Fecisti nos Deo regnum et sacerdotes. Gran merced hacernos reyes, libres y francos, Lo cual declara San Pedro: Vos estis genus electum, regale, etc., pueblo escogido, linaje real" (Ser 73, 4ss; cfr. 1Pe 2,9).

 

      La llamada a la santidad y el camino hacia la misma, es un proceso de oblación sacerdotal, en el que se ha comprometido todo cristiano. El reino de sacerdotes equivale a reino que se rige por la nueva ley del amor: "Que no en balde se dice en la Escriptura el reino de los fieles reino sacerdotal, sino porque no sólo ha de ser regido por humana razón, para alcanzar su fin y ser llamado humano, mas también con la ley divina, para ser llamado santo y cristiano, pasando de lo humano a lo divino, como cuando a uno baptizan y le ponen nombre nuevo" (Carta 11, 249ss).

 

      El significado del sacerdocio "espiritual" de los fieles es eminentemente esponsal: "Nos llamamos esposa suya toda la congregación de los fieles" (Ser 6,64s). De ahí la urgencia de fomentar entre los cristianos el deseo de santidad o de perfección. Todo creyente está llamado a compartir la oblación sacrificial de Cristo Esposo: "Él mismo se ofrece a Dios en recompensa de que el mismo Dios se da a él" (Ser 43, 69311). La oblación de Cristo reclama nuestra propia oblación (cfr. Ser 81, 100ss).

 

      El sacerdocio ministerial está ordenado a hacer posible la oblación sacerdotal de todo el pueblo de Dios. De ahí deriva el celo apostólico por "formar a Cristo" en los creyentes (cfr. Gal 4,19): "¡Cómo tendrá paciencia en ver las esposas de Cristo enajenadas de El y atadas con ñudo de amor tan falso como el que el Señor aborrece!" (Carta 208,11ss).

 

      Los elementos fundamentales del sacerdocio común de los fieles son, pues: participación en el sacerdocio de Cristo por medio del bautismo (unción), posibilidad de ofrecerse a sí mismos unidos al sacrificio de Cristo (actualizado en la Eucaristía), relación y diferenciación respecto al sacerdocio ministerial.

 

 

c) El sacerdocio ministerial

 

      Se participa en el sacerdocio de Cristo (en grado y en modo diverso), por medio del bautismo, de la confirmación y del Orden. La doctrina avilista sobre el sacerdocio ministerial es muy abundante, aunque se refiere preferentemente al actuar "en persona de Cristo" (Carta 157,264).[97]

 

      Los conceptos con los que se expresa la realidad sacerdotal giran en torno a la participación en la unción de Cristo, la representación de su persona, la prolongación de su acción apostólica y la imitación de su mismo estilo de vida. Es una transformación que hace posible su representación: "Ha de ser la representación tan verdadera, que el sacerdote se transforme en Cristo" (Tratado sobre el sacerdocio, n.26, 1025s). Por esto, "el sacerdote representa en la misa a Jesucristo nuestro Señor" (ibídem, n.10, 342s).[98]

 

      La representación y prolongación se convierten en imitación: "Quiso Jesucristo dar parte a los sacerdotes para que exteriormente pudiesen ofrecer sacrificios" (Juan I; 16ª, 4755ss). "Allí (en los sacramentos de la Eucaristía y de la penitencia) representamos y prolongamos su sagrada persona, y decimos las palabras en persona de Él" (Plática 1ª, 64ss). En este sentido se puede decir que "Dios obedece a la voz del hombre en las palabras de la consagración" (ibídem, 63s). La consecuencia que se sigue es la de la imitación, porque "nos veremos todos enteros consagrados al Señor con el trato o tocamiento del mesmo Señor" (ibídem, 89s).

 

      Las exposiciones del Maestro Ávila son descriptivas y llevas de colorido, para hacerse entender y para invitar a la perfección sacerdotal. Así ocurre principalmente en las pláticas y cartas a los sacerdotes. La celebración eucarística es el principal punto de referencia: "En el oficio sacerdotal representamos la persona de Jesucristo nuestro Señor" (Plática 2ª, 223s). "En la Misa nos ponemos en le altar en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo Redentor" (Carta 157, 264ss). Por hacer al Señor presente, "relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios" (Plática 1ª, 123).

 

      La doctrina sacerdotal, que supone la participación en la unción de Cristo, se orienta hacia el obrar apostólico como "personas públicas" o "embajadores" de Cristo (cfr. Plática 13ª, 7ss). El sacerdote es "padre de todos" (Plática 2ª, 135ss). Esta realidad eclesial del sacerdotes se concreta en que Dios "no mira a los merecimientos de aquel sacerdote en particular, sino mira a los merecimientos de la Iglesia universal, en cuyo lugar ofrece el sacerdote aquello" (ibídem, 10ss).

 

      El carisma sacerdotal es para el bien de toda la Iglesia, puesto que "somos los ojos de la Iglesia, cuyo oficio es llorar los males todos que vienen al cuerpo" (Plática 2ª, 449ss). Más concretamente, con respecto al ministerio de la reconciliación: "¡Cuán mal te sabemos agradecer el poder que has dado a los sacerdotes y cómo los has hecho despenseros de tus merecimientos!" (Ser 58, 157ss).

 

      Esta donación eclesial de ser "enseñadores" (Ser 55, 784) y "guardas de la viña" (Ser 8, 600s) explica el sentido ministerial del sacerdote ordenado: "Suya es la obra; ministros suyos somos nosotros, y quiere especialmente nuestra fe y caridad y paciencia, con que no veamos luego el provecho que deseamos" (Carta 136, 39ss).

 

      Apoyado en este doctrina, el Maestro pide a Trento una mejor selección y formación de los candidatos, "porque no tengamos la liviandad de mozos que ahora tenemos por presbíteros, sin serlo en edad, ni seso, ni santidad. Y contra esto no se dispense" (Memorial I, n.36, 1005ss). Y al concilio de Toledo pedirá la aplicación de las normas tridentinas: "Pídese también bondad y todo lo demás requisito para un tal ministerio" (Advertencias II, n.41, 622s; cfr. Ses.23, cap.14 de Trento).[99]

 

      La doctrina sacerdotal avilista se refiere a obispos y presbíteros. Pero es importante observar, por una parte, la insistencia en la renovación del episcopado, y, por otra parte, la estrecha relación entre obispos y presbíteros, que forman, con los diáconos, la unidad del Presbiterio (de que hablaremos más adelante en este mismo capítulo). La clave se encuentra en la sucesión apostólica, que reclama una vida según el estilo de los Apóstoles: "Como un apóstol moría, dejaba otro para que entendiese en lo que él. ¿Por qué pensáis que se llama Ecclesia apostolica? Porque viene desde allí, y así tenemos el catálogo de los Papas desde San Pedro, para que sepamos que viene la secuela desde él" (Plática 9ª, 60ss).

 

      Los obispos y presbíteros, con la ayuda de los diáconos, se entregan al bien de la Iglesia diocesana (llamada "particular" o "local"). La vida pastoral tiene sentido de servicio ("ministerio"), sin derecho a privilegios: "¡Oh dichosas ovejas que en tiempo de tal Pastor fueron vivas, y dichosas lo serán la que cayeren en manos de prelado que imitare este celo! Él así lo dejó ordenado: que el Papa quedó en su lugar, y los prelados suceden a los Apóstoles, y los curas a los setenta y dos discípulos, como San Hierónimo dice; y éstos son de la intrínseca razón de la Iglesia; y los religiosos son añadidos para ayudar a los prelados y curas" (Ser 81, 88ss).

 

      Teniendo en cuenta la situación en que se encontraba el clero de entonces (obispos y presbíteros), no es de extrañar la insistencia del Maestro en la renovación de los obispos (elección y cualidades), como principio de la renovación eclesial. No habría buenos sacerdotes (presbíteros) si no hubiera buenos obispos: "Elíjanse hombres de prudencia natural, de letras sólidas, de buena vida y ejemplo; déseles instrucción: qué materias han de predicar y con qué modo" (Memorial II, n.43, 1869ss, 1883ss).

 

      El desposorio con la Iglesia de parte de todo sacerdote ministro (obispo y presbítero) se realiza en el servicio de caridad concreta hacia los más necesitados. Por esto ha de mirar "cómo se ejercita el catecismo de los rudos; qué cuidado tiene de las viudas, pobres y personas miserables, de las cuales es padre el obispo... Tenga cuenta que de aquí adelante no será elegido a dignidad obispal persona que no sea suficiente para ser capitán del ejército de Dios, meneando la espada de su palabra contra los errores y contra los vicios, y que pueda engendrar hijos espirituales a Dios, pues es esposo de su Iglesia, y en señal de ello trae anillos en sus manos" (Memorial II, n.42, 1823ss).

 

      La doctrina actual del Vaticano II sobre la pobreza del obispo y del presbítero (cfr. PO 17) es una enseñanza permanente, ya recordada por el Maestro Ávila al remitirse a los concilios antiguos. Así, pues, "en lo que toca a sus personas y casas" (Advertencias I, n.1), o la morada del sacerdote, el Maestro invita a que "cualquiera halle en ella olor de cielo muy mayor que en las casas de las más estrechas religiones. Que, pues el estado es más perfecto que de religiosos, justo es que lo sea la vida y todo lo demás" (Advertencias I, n.5, 177ss). De otros modo se estaría en oposición con la figura de Cristo clavado en cruz (ibídem, n.5) y Buen Pastor (ibídem, n.6). El Maestro no deja de detallar: muebles, comida, criados, rentas... (Advertencias I, nn.7-13). Insiste también en aplicar las directrices de Trento sobre la residencia en la diócesis (ibídem, n.16).

 

      El rechazo del sacerdocio ministerial por parte de los reformadores, pudo ser debido a los abusos por parte de los pastores: "Y es una justa permisión que, pues han dejado la santidad, por la cual fueron amados, y reverenciados, y obedecidos como padres y pastores verdaderos, les haya permitido el Señor venir a dar en majestad y vanidad de mundana pompa por ser tenidos como lobos y tiranos" (Advertencias I, n.2, 75ss).

 

      El oficio episcopal, con la necesaria cooperación de los presbíteros, consiste en la oración, la enseñanza, el testimonio y la dirección de la comunidad, puesto que son "los pilotos de la navecilla de San Pedro... Ellos son la guía que enseñan los caminos" (Advertencias I, n.4, 124). En este sentido, "debían mirar que tienen el oficio de Moisés y que ellos son los que tienen que subir al monte y hablar con Dios; y que cual tienen el oficio había de ser su vida, llena de resplandor de rostro, y en sus manos las tablas de la Ley... habían de tener tan gran resplandor de doctrina y tan gran observancia de la Ley para el buen ejemplo, que bajasen tras sí aun a los muy malos" (ibídem, n.4, 149ss).

 

      El modelo a que se remite el Maestro es el de los Apóstoles, puesto que los sacerdotes ministros son "el retrato de la escuela y colegio apostólico, y no de señores mundanos" (Advertencias I, n.4, 162s).

 

      De la renovación de los obispos depende la renovación de sus sacerdotes y de toda Iglesia particular: catedrales, predicadores y confesores, Seminarios, seglares, juventud, colegios y educación cristiana en general (cfr. Advertencias I, nn.33-52). La predicación será su principal ministerio (ibídem, n.17). La visita pastoral, practicada con la periodicidad conveniente, ha de ir acompañada por la predicación, sacramentos, caridad hacia los necesitados y reforma de vida; habrá que celebrar también los sínodos diocesanos e interdiocesanos (ibídem, nn.19-23).

 

      La carta 177 (dirigida a Don Pedro Guerrero) es toda ella un plan de vida para el obispo, con repercusión en los sacerdotes y en toda la comunidad eclesial. De su vida de oración, dependerá la calidad de su predicación. La actuación ministerial debe ser sin favoritismos de parte, cuidando de la disciplina eclesial, del propio testimonio de pobreza, de la atención a los pobres y de la formación de predicadores.[100]

 

      La referencia al diaconado permanente de los primeros siglos (recuperado de nuevo a raíz del Vaticano II), sirve para recordar la misión evangelizadora de todo ministro del Señor, especialmente de los párrocos: "En el principio de la Iglesia era oficio del diácono catequizar a los que habían de ser cristianos, instruyéndolos en los artículos de la fe y purgándolos de las malas costumbres... Mas ahora, como cesó el oficio de los diáconos, está a cargo del cura enseñar a los parroquianos lo que les conviene obrar para que se salven" (Tratado sobre el sacerdocio, n.38, 1398ss).

 

      El diácono se cuidaba también del campo caritativo, colaborando con el obispo: "En la Iglesia primitiva, los diáconos eran como los ojos de los obispos, para mirar las necesidades y peligros de ofender a Dios, par que el obispo, siendo de ello avisado, pudiese remediarlo" (Advertencias I, n.25, 853ss; cita a San Clemente, Constit. Apost. lib.2, cap.3).

 

 

      2. LOS MINISTERIOS SACERDOTALES

 

      La acción ministerial, realizada y descrita por el Maestro Ávila, abarca los tres campos principales de la pastoral: predicación, sacramentos, servicios de caridad y dirección. Más que cada uno de los ministerios por separado, conviene ver el conjunto armónico y equilibrado, tal como aparece en el concilio Vaticano II (PO 4-6) y en el postconcilio (PDV 13-18), gracias a la referencia explícita al Buen Pastor (caridad pastoral).

 

      En el Maestro Ávila, la referencia a Cristo Buen Pastor (que hemos visto en el apartado anterior) es determinante, tanto para captar el enfoque de los ministerios (el presente apartado) como para enfocar mejor la espiritualidad (el apartado siguiente). La acción pastoral del sacerdote ministro se presenta como prolongación de la misma acción del Señor, por el hecho de obrar en su nombre.[101]

 

 

a) La dedicación a los ministerios sacerdotales

 

      Toda la pastoral sacerdotal gira n torno a dos coordenadas: línea vertical (hacia Dios y desde Dios), línea horizontal (hacia los hermanos y desde la propia entrega y testimonio). "Los sacerdotes somos diputados para la honra y contentamiento de Dios y guarda de sus leyes en nos y en los otros" (Plática 1ª, 235ss). Por ello mismo, los sacerdotes se distinguen por ser "abogados por el pueblo de Dios, ofreciendo al unigénito Hijo delante del alto tribunal del Padre... maestros y edificadores de ánimas" (Memorial I, n.12, 317ss).

 

      Por el hecho de ejercer "una misión en Jesucristo" (Ser 27,55s), los pastores son "ayudadores" o continuadores de esta misma misión del Señor. El celo apostólico, llamado también celo de almas, equivale a vivir en sintonía con los deseos salvíficos de Cristo: "¡Oh si tuviéramos atravesadas en el corazón estas joyas que trujeron atravesado el del Señor, hasta ponerlo y alancearlo en la cruz!" (Carta 208, 12ss).

 

      La misión pastoral del sacerdote es prolongación, en el tiempo, de la misma misión del Señor: "Y porque hobiese más voces que predicasen y más médicos que curasen las ánimas, aunque Él solo lo podía hacer, quiso tomar ayudadores para tener ocasión de les galardonar sus trabajos y de hacer bien a los otros por medio de aquestos ayudadores" (Ser 81, 73ss).

 

      La vida y ministerio sacerdotal se mueve en la línea de San Pablo: "Vivo estaba el Apóstol para Dios, pues con tanto cuidado entiende en las cosas que tocan a su servicio" (Gálatas, n.27, 1225ss). Comentando Gal 4,19 y 1Tes 2,7, describe la actitud paulina: "Debía de tener entendido el Apóstol que haberle hecho Dios pastor en su Iglesia no había sido hacerle señor, sino padre y madre de todos" (Gálatas n.42, 2262ss).

 

      La acción pastoral tiende con preferencia al "cuidado de curar las ovejas enfermas. atar las perniquebradas, esforzar las flacas, mantener y engordar las sanas" (Memorial II, n.8, 250ss). Para ello se necesita una preparación adecuada: "¿Cómo ejercitarán el oficio de médicos, pues nunca aprendieron el arte?" (ibídem, n.10, 341s).

 

      Los pastores, como los pilotos de navíos, no pueden quedar "dormidos" (cfr. Ser 73, 130ss). Los mismos pastores deben ayudar a los creyentes a despertarse, como el ángel que despertó al profeta Elías (cfr. 3Reg 19,4-6): "Fue oficio de sacerdotes, oficio de ángeles de Dios, convidar, rogar, importunar a los dormidos, a los desmayados, a los temerosos" (Ser 46, 577ss). Dios mismo es quien quiere pastorear por medio de pastores que sean fieles (cfr. Ser 54, 309ss; Ez 34,10-16).

 

      La acción pastoral exige "ferviente y eficaz oración, y también santidad... y más particular obligación tiene de dar ejemplo a sus parroquianos" (Tratado sobre el sacerdocio, n.36, 1342ss). El Maestro insta a la santificación personal en relación con el ministerio: "Rigiéndoos bien a vosotros, regís al pueblo" (Plática 1ª, 215s). La acción apostólica exige santidad en el ministro: "Allende de esta obligación que tiene de ser buen sacerdote y de guardar su propia conciencia, sucede el tener por oficio ayudar y enseñar las ánimas de los feligreses, cosa que requiere, como San Gregorio dice, no menor santidad que para ofrecer el santo sacrifico del altar" (Tratado sobre el sacerdocio, n.37, 1361ss; cfr. San Gregorio Magno, Regla pastoral, parte 1ª, cap.10).

 

      La relación entre vida interior y acción pastoral se resuelve en unidad de vida. Cuando nacen de la caridad e imitación de Cristo Buen Pastor, uno y otro aspecto de la vida sacerdotal se armonizan y postulan mutuamente: "Trabajo es mirar uno por sí solo, y más que doblado por sí y por otros; y pocos hay que sepan cumplir con estas dos partes, que no defrauden a alguna, según cada uno se aficiona más o menos" (Carta 136, 3ss). Se armonizan la oración y la acción "mezclando la una vida con la otra, y así vuestra merced lo haga, no descuidándose de lo uno por lo otro" (ibídem, 12ss).

 

      Frecuentemente daba este consejo a sus discípulos: "El ministro del Evangelio" se da a "las ocupaciones de las ánimas", de suerte que, al mismo tiempo, le permitan "seguir él su camino" y aprovechar "de virtud en virtud" (cfr. Carta 228, 81ss).[102]

 

 

b) Ministerio de la Palabra

 

      El ministerio de la predicación ocupa un puesto de preferencia en el apostolado sacerdotal. Por parte de los obispos, "predicar a sus ovejas" es "oficio principal" (Advertencias I, n.17, 477ss).[103]

 

      Para que el sacerdote esté a la altura de este ministerio profético, necesita profundizar en la formación teológica, pastoral y espiritual (cfr. Advertencias I, n.34). Se ha de predicar "doctrina de palabra de Dios y de los santos, dicha con calor de Espíritu Santo" (Memorial II, n.12, 499ss).[104]

 

      El Maestro deja constancia de las lagunas de la época respecto a esta materia. Refiriéndose a San Pablo, afirma: "Éste sí es buen predicador,que no los que son el día de hoy, que no hacen sino hablar. ¿Pensáis que no hay más sino leer en los libros y venir a vomitar aquí lo que habéis leído?" (Ser 49, 173ss). En el Memorial primero para el concilio de Trento, se queja con estas palabras: "Restan los predicadores de la palabra de Dios, el cual oficio está muy olvidado del estado eclesiástico, y no sin gran daño de la cristiandad. Porque como éste sea el medio para engendrar y criar hijos espirituales, faltando éste, ¿qué bien puede haber sino el que vemos, que, en las tierras do falta la palabra de Dios, apenas hay rastro de cristiandad?" (Memorial I, n.14, 345ss).[105]

 

      La predicación, por ser anuncio evangélico, incluye el testimonio del predicador (cfr. Memorial II, n.12, 497ss), a imitación de Cristo, quien "no solamente nos despierta con palabras, mas con obras" (Ser 80, 37s). "Gran dignidad es traer oficio en que se ejercitó el mesmo Dios, ser vicario de tal Predicador, al que es razón de imitar en la vida como en la palabra" (Carta 4, 18ss). Por esto, "el predicador, el confesor, delante ha de ir. No ha de hablar palabra buena que primero no la haya él obrado" (Ser 5 -2-, 276ss).

 

      Pero tampoco hay que olvidar la eficacia de la palabra divina, más allá de la persona de los predicadores. Después de recordar que éstos son "espuertas de la semilla de la palabra de Dios", añade: "no tengáis en poco la semilla si la espuerta es vil" (Ser 28,380).

 

      Los predicadores "son luz del mundo, que están puestos sobre candelero; que son ciudades asentadas sobre monte" (Gálatas, n.3, 144ss; cfr. Is 62,2). Pero esto será realidad si el predicador anuncia de verdad los contenidos de la palabra de Dios: "El verdadero predicador, de tal manera tiene de tratar su palabra de Dios y sus negocios, que principalmente pretenda la gloria de Dios. Porque si anda a contentar los hombres, no acabará; sino que a cada paso trocará el Evangelio y le dará contrarios sentidos o enseñará doctrina contraria a la voluntad de Dios: hará que diga Dios lo que no quiso decir" (Gálatas, n.8, 388ss; cfr. n.45).

 

      Esta predicación evangélica es la que consigue la auténtica renovación de la Iglesia: "Los que predican reformación de Iglesia, por predicación e imitación de Cristo crucificado lo han de hacer y pretender" (Plática 4ª, 26ss; pone el ejemplo de Santo Domingo y San Francisco). Cuando los predicadores "son tibios", se siguen consecuencias funestas para la Iglesia (cfr. Ser 55,728ss, 750ss).

 

      Subir al púlpito "templado", según su expresión, significa predicar "con una muy viva hambre y deseo de ganar con aquel sermón alguna ánima para Cristo"[106]. Y aunque recordaba a sus discípulos que "en la oración se aprendía la verdadera predicación y se alcanzaba más que con el estudio"[107], no dejaba de aconsejar oración y estudio a la vez: "El día antes del sermón ocuparlo en gustar lo que ha de decir, y no predicar sin estudio ni sin este día de recogimiento particular" (Carta 7, 234ss).

 

      A sus discípulos predicadores, como en el caso de Fr. Luís de Granada, les da pautas concretas de predicación, instándoles a buscar la gloria de Dios y no el propio éxito o el aprecio y afecto de los oyentes. La predicación es una especie de dirección espiritual, que reclama amor de padre: "Resta pedir oficio de padre para con sus hijos que hubiéremos de engendrar" (Carta 1, 67s).

 

      Las dificultades provenientes de la predicación, pueden superarse con relativa facilidad cuando prevalece la caridad pastoral: "Muchas veces, padre, acaece en este oficio ser honrados y ser despreciados; mas el siervo de Dios, tan sordo debe pasar a lo uno como a lo otro, aunque más se debe alegrar con el desprecio que con la honra" (Carta 4, 53ss).

 

      Además de las cartas a discípulos predicadores (como es el caso de las cartas 1 y 4), la doctrina avilista sobre el ministerio sacerdotal de la predicación queda expuesta en el Tratado sobre el sacerdocio: "Dichoso oficio por el cual Dios es engrandecido en los corazones humanos y estimado por digno de ser temido, y reverenciado, y amado... (los predicadores) son comparados al mismo sol, porque con el calor y fuego de la Palabra de Dios producen en las ánimas fruto provechoso a quien lo hace, y sazonado y sabroso al Señor" (Tratado sobre el sacerdocio, n.45, 1579ss).

 

      La predicación "es oficio de ángeles" (Plática 4ª, 17) y reclama santidad y disposiciones parecidas al del Precursor, San Juan Bautista. El mismo Maestro reconoce su propia indignidad, mientras, al mismo tiempo, anuncia el evangelio con confianza audaz y con el gozo de ser predicador de Cristo: "¡Pobre de mí y de otros como yo, que tenemos el oficio de San Juan y no tenemos su santidad... El sacerdote, el predicador, ángel, quia angelus signifcat nuntius, y el predicador es mensajero de Dios y háblaos de Dios por su boca. Somos mensajeros de Dios, aposentadores de la persona real... Que si el predicador se llorase primero por indigno del tal oficio... y os aparejásedes para oir bien la palabra de Dios; que, aunque las predica un hombre pecador y miserable como yo, palabras son de Dios, que no suyas, y en nombre de Dios os las dice" (Ser 2, 35ss; cfr. Mal 2,7; ver también: Ser 4, 53ss; Ser 5 -2-, 255ss).

 

 

c) Ministerios litúrgicos y sacramentales

 

      El anuncio del misterio de Cristo lleva a su celebración y a una vivencia personal y comunitaria consecuente. Los ministerios sacramentales específicos del sacerdote, que trata con más amplitud el Maestro Ávila, son los de la Eucaristía y de la penitencia (confesión, reconciliación).[108]

 

      La identidad del sacerdote ministro, en cuanto tal, se hace patente en la Eucaristía, puesto que "el sacerdote representa en la Misa a Jesucristo nuestro Señor" (Tratado sobre el sacerdocio, n.10, 342s). El Señor pone "en manos" de sus sacerdotes, "su poder, su honra y su misma persona" (Plática 1ª, 13s; cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n.25, 1007ss).

 

      Representar a Cristo y pronunciar las palabras de la consagración en su nombre, es una muestra de su amor: "Con inefable amor dio a los sacerdotes ordenados... que, diciendo las palabras que el Señor dijo sobre el pan y vino, hagan cada vez que quisieren lo mismo que el Señor hizo el Jueves Santo" (Ser 35, 217ss).

 

      La relación del sacerdote ministro con María, se fundamenta en el paralelismo con la Anunciación y Encarnación: "Y así hay semejanza entre la santa encarnación y este sacro misterio; que allí se abaja Dios a ser hombre, y aquí Dios humanado se baja a estar entre nosotros los hombres; allí en el vientre virginal, aquí debajo de la hostia; allí en los brazos de la Virgen, aquí en las manos del sacerdote" (Ser 55, 235ss).[109]

 

      Esta dimensión eucarística del sacerdocio ministerial es eminentemente cristológica: hacer de la propia vida una oblación unida a la oblación de Cristo (cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n.12). Efectivamente, "en este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote para conformarse en los deseos y oración con Él" (ibídem, n.10, 348ss).

 

      La vida sacerdotal se inspira en la vida de los santos. El Maestro Ávila no disimula su predilección por San Juan Bautista: "En tales espejos se mire el sacerdote que va a consagrar, y entre ellos no olvide aquel tan principal que es San Juan, que, de solamente de echar agua en la cabeza de Cristo, se tenía por indigno, y con profundo temblor y reverencia decía: Ego a Te debeo baptizari, et Tu venis ad me? Y, a esta cuenta, mayor santidad ha menester un sacerdote y mayor espanto y admiración le ha de tomar, pues trata al Señor con trato más familiar que San Juan Baptista" (Tratado sobre el sacerdocio, n.20, 818ss).

 

      Se acentúa la importancia de la Eucaristía como sacrificio (además de la presencia sacramental). En "el santo sacrificio de la Misa" se "significa" o hace presente "muy en particular la muerte del Señor" (Ser 37, 121ss).

 

      La obra redentora de Cristo, desde la Encarnación hasta la cruz, se hace presente en la Eucaristía. Ello reclama del sacerdote ministro una sintonía de sentimientos y actitudes: "Piense que esto es un traslado de aquella obra, cuando el Padre Eterno envió a su Hijo al vientre virginal para que salvase el mundo, y de la vida y muerte del Señor... Acuérdese de este misterio de la pasión y muerte del Señor y agradézcala... Luego ofrezca al Eterno Padre este sacrificio, que es su Hijo... acordándose de cómo se ofreció el Señor en la cruz por todo el mundo, y pídale una poquita de aquella encendida caridad para que el ministro sea conforme con el Señor" (Carta 8, 30ss).

 

      La celebración eucarística exige santidad de vida en el sacerdote. El Maestro hace resaltar la dimensión o paralelismo mariano (que ya hemos indicado más arriba): "¿Con qué agradecimiento serviremos a Dios esta merced? ¡Cuán grande ha de ser nuestra santidad y pureza para tratar a Jesucristo, que quiere ser tratado de brazos y corazones limpios, y por eso se puso en los brazos de la Virgen, y Josef fue también virgen limpísimo, para dar a entender que quiere ser tratado de vírgenes" (Ser 4, 338ss; cfr. Carta 6, 88ss).

 

      De ahí la instancia en prepararse para celebrar el sacrificio eucarístico y saber dar gracias después de su celebración. El Maestro aconseja pensar "en los trabajos de Cristo" y retirarse "un rato en un rincón", para vivir en sintonía con lo que allí se va a hacer presente (cfr. Ser 47, 347ss). Después de la celebración, hecha sin "prisas", hay que dar gracias y no salir inmediatamente "a sus negocios" (Tratado sobre el sacerdocio, n.30, 1158ss). Con "falta de aparejo" (Carta 6, 8), podría impedirse el fruto de la celebración eucarística.[110]

 

      Este dinamismo de la perfección, en relación con la práctica sacramental, encuentra un momento privilegiado en el ministerio de la reconciliación o del sacramento de la penitencia (confesión). La práctica de este sacramento, en la doctrina avilista, se presenta como un medio privilegiado de dirección espiritual. Se tiende a despojarse del pecado, para pasar a una vida nueva en Cristo: "Despojarse del hombre viejo y vestirnos del nuevo y de Jesucristo" (Dialogus, 814s; cfr. Rom 13,14; Ef 4,24).[111]

 

      De ahí se desprende la importancia que el Maestro da al sacramento de la reconciliación: "¡Cuán mal te sabemos agradecer el poder que has dado a los sacerdotes y cómo los has hecho despenseros de tus merecimientos!" (Ser 58, 157ss).

 

      La necesidad de buenos confesores aparece en estrecha relación con el ministerio de los predicadores. Se necesita preparación y disponibilidad. En las "Advertencias al concilio de Toledo", se pide que se organicen las misiones populares con confesores y predicadores, que "discurran por el obispado, predicando y confesando" (Advertencias I, n.34, 1163s). En efecto, "los confesores son como las redes, en cuyas mallas vienen a parar las almas movidas del Señor o por medio de los predicadores, o de otras inspiraciones del Señor, y ellos son en cuyas manos se ponen comunmente los negocios de todos" (ibídem, 1183ss).

 

      El término "confesor" equivale frecuentemente al de director espiritual. Por esto se aconseja "buscar un confesor sabio y experimentado, y darle a entender las raíces de la tentación... Y el tal confesor debe orar mucho al Señor por la salud de su enfermo" (AF cap.28, 2727ss). El camino de la santidad requiere la práctica frecuente de la reconciliación: "El mejor remedio contra los pecados veniales es la frecuente confesión de ellos" (Juan II, lec. 7ª, 898s).[112]

 

      De este modo, por medio del ministerio de la reconciliación, se puede ayudar al penitente a "esforzarlo en la virtud... y llorar con él... y decirle mucho de la misericordia de Dios, que lo ha esperado, y esto por bien e sin reñir, por amor" (Plática 5ª, 480ss). "El buen confesor ha de ser leído y letrado, y como el pescador prudente, que, cuando tiene un pescadillo chico, luego le saca con un tirón y le echa en la cestilla; cuando viene un barbo grande, dale soga... el pescador le saca poco a poco" (Plática 11ª, 87ss).[113]

 

 

d) Servir a la comunidad eclesial

 

      El anuncio evangélico y la celebración litúrgica (sacramental) tienen a construir la comunidad cristiana en la caridad. La tarea de los predicadores y confesores, que discurren por el obispado (cfr. Advertencias I, n.34, 1163ss), presupone la organización de las parroquias con sus respectivos curas residentes.

 

      El número y distribución de parroquias de be ser según la necesidad de las comunidades, teniendo también en cuenta la distancia geográfica: "No sólo se haga aumentar el número de los sacerdotes que sirven, mas se hagan nuevas parroquias... Y en esto se debe tener grande miramiento, porque la distancia grande de la iglesia parroquial suele ser causa de faltar los sacerdotes a los parroquianos" (Advertencias II, n.12, 197ss). También pueden establecerse algunas capillas dentro de la demarcación parroquial, con sacerdotes residentes (cfr. ibídem).

 

      La figura sacerdotal del "cura" (párroco) se hace resaltar por tener "más particular obligación de dar ejemplo a sus parroquianos" (Tratado sobre el sacerdocio, n.36, 1342ss). Se requiere "mucha diligencia... para hacer bien el oficio de cura" (ibídem, n.39, 1431s). A veces, el Maestro pone a los curas como modelo a imitar por parte de los canónigos de las catedrales: "Y miren que los curas, cuyo oficio es de muy mayor trabajo, no se quejan de tener sermones todas las fiestas, con tener muy menos rentas" (Advertencias I, n.18, 558ss).

 

      El cuidado que los sacerdotes deben tener de la comunidad cristiana, es debido al hecho de ser como "ciudad para que descansen los trabajados y cansados, y refugio de los atribulados; y puesta en alto para que no se pierdan los caminantes" (Juan I, lec. 4ª, 486ss). Por esto, "ha de arder en el corazón del eclesiástico y un fuego de amor de Dios y celo de almas" (Plática 7ª, 62ss).

 

      Esta acción "ministerial" de caridad y de dirección (que completa la del anuncio y de la celebración), tiene siempre la característica del servicio. Hay que imitar la actitud del Señor: "Porque para servir a los hombres se quitó Él lo que lícitamente pudiera tener" (Ser 33, 359ss; cfr. Mt 20,28). "Vino a servir para que aprendamos a servir, para que te abrases en amor cada vez que vieres a Jesucristo servir por ti, derramando su sangre por ti" (Ser 80, 321ss).

 

      Pero esta actitud ministerial debe mostrarse también en el modo de vivir y de vestir: "Para servir conviene quitar el ornato, porque muchas veces la pompa del mayor le estorba que no aproveche a sus súbditos. Olvidad la majestad y superioridad, y haceos humilde... si no queréis que huigan de vos las ovejas y que osen llegar a descubriros sus llagas" (Ser 33, 368ss).

 

      La dirección espiritual activa forma parte del ministerio sacerdotal (aunque no exclusivamente). Ello tiene lugar especialmente cuando se consulta al sacerdote sobre el camino de perfección. El sacerdote es entonces "guía y padre", pero ha de ser "confesor sabio y experimentado" (AF cap.28, 2728), "persona letrada y experimentada en las cosas de Dios" (ibídem, cap.55, 5638s).[114]

 

      La carta n.1 (dirigida a Fr. Luís de Granada) es un resumen de orientaciones prácticas para los directores espirituales, que pueden ser confesores o predicadores. Es una especie de paternidad espiritual, al estilo de San Pablo (cfr. 1Cor 4,15), que participa de la paternidad divina (cfr. 1Jn 3,1). Por esto, quien ejerce este ministerio "debe orar mucho al Señor la salud de su enfermo; y no cansarse porque le pregunte el tal penitente muchas veces una misma cosa... Encomiéndele la enmienda de la vida y que tome los remedios de los sacramentos" (AF cap.28, 2734ss).[115]

 

      Este ministerio de la dirección espiritual, a partir de la confesión (así como en relación con la predicación), se practica orientando a los creyentes por el camino de la perfección, proponiendo los medios que han usado los santos, según su propio estado de vida: frecuencia de sacramentos, lectura espiritual, meditación, examen, obras de caridad, etc.

 

      El Maestro Ávila, en su acción apostólica, practicó estos servicios de caridad y dirección según las diversas situaciones de sus dirigidos: infancia y juventud, estudiantes y formadores en colegios y universidades, pobres y enfermos, etc. Bajo su dirección espiritual se encuentra todo género de personas (seglares, religiosos, sacerdotes) y se aprovechan las diversas áreas de pastoral (catequesis, misiones populares, etc.).

 

 

      3. VIDA, ESPIRITUALIDAD Y FORMACIÓN SACERDOTAL

 

      En el campo de la espiritualidad sacerdotal, la teología y la espiritualidad han logrado una síntesis bastante satisfactoria. Es la espiritualidad que se concreta en la sintonía (relación, intimidad, imitación, configuración) con Cristo Buen Pastor.

 

      En el Maestro Ávila, el tema, aparentemente estudiado con amplitud, queda todavía abierto a nuevos estudios e investigaciones. Su punto de vista principal es la figura del Buen Pastor, imitado al estilo de los Apóstoles, con una línea marcadamente paulina. Su preocupación preferencial por la formación sacerdotal (Seminarios y estudios posteriores) deja entrever el nervio de la espiritualidad: la caridad pastoral, con sus exigencias de amistad profunda (desposorio con Cristo) y de imitación de las actitudes del Buen Pastor (obediencia, castidad, pobreza).[116]

 

a) Vida al estilo de los Apóstoles

 

      El estilo de vida de los Apóstoles, aplicado especialmente a la vida sacerdotal en el Presbiterio y, consecuentemente, a la vida consagrada (según las diversas modalidades históricas), se ha llamado "vida apostólica" o "apostolica vivendi forma". Se concreta en el segimiento evangélico radical (por la práctica permanente de los llamados consejos evangélicos), en la vida fraterna o comunitaria y en la disponibilidad misionera.

 

      La referencia a la "vida de los Apóstoles" es frecuente en la doctrina sacerdotal avilista. Los sacerdotes deben ser "retrato de la escuela y colegio apostólico y no de señores mundanos" (Advertencias I, n.4. 162s). La selección y formación de los candidatos debe guiarse por eta orientación: "Los mejores son aquellos que, dejadas todas las cosas, contentos con letras y virtud, buscan esta dignidad para servir a Cristo imitando a Él y a sus Apóstoles" (Advertencias II, n.10, 140ss).

 

      Por el hecho de ser sucesores de los Apóstoles, cada uno según su grado, los obispos y los presbíteros deben vivir su mismo estilo de vida, siendo "un dibujo de los Apóstoles, a quien suceden; tal, que por la vida obispal todos saquen por rastro cuáles fueron los antiguos Apóstoles, y no tales que no haya cosa que más los haga desconocer que mirar a sus sucesores" (Advertencias I, n.10, 316ss). Una vida mundana "no es imitar a Cristo, ni a Pedro, ni a los Apóstoles, cuyos ellos son sucesores" (Advertencias I, n.8, 259ss).

 

      En este testimonio de "vida apostólica" se inspira la comunidad cristiana en todos sus estamentos. En un sermón con ocasión de la fiesta de los evangelistas, afirma: "¡Oh dichosas ovejas que en tiempo de tal Pastor fueron vivas, y dichosas lo serán la que cayeren en manos del prelado que imitare este celo!" (Ser 81, 88ss).

 

      Es la vida que llevaba San Pablo, centrada en Cristo y sin anteponer nada a él: "Decir, pues, el Apóstol que no vivía para sí, es decir, que no buscaba sus intereses ni su gloria, sino los intereses, la gloria y la honra de Dios: que conforme a la voluntad de Dios era gobernada su vida" (Gálatas, n.25, 1168ss, comentando Gal 2,19).[117]

 

 

b) Caridad pastoral y virtudes del Buen Pastor: pobreza, obediencia, castidad

 

      El Maestro Ávila habla de "ferviente celo", como de "verdadero padre y verdadera madre" (Tratado sobe el sacerdocio, n.39, 1450ss). Los sacerdotes ministros han sido elegidos "para pastores y criadores del ganado, que los apacienten en los pastos de ciencia y doctrina... y aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo Cristo, y dijo que este tal es el Buen Pastor" (Advertencias I, n.6; cfr. Ser 81, 88ss).[118]

 

      El celo de almas es la concretización más visible de la caridad pastoral. Es consecuencia de una fuerte experiencia de oración y de desprendimiento evangélico: "Si de veras nos quemase las entrañas el celo de la casa de Dios... ver las esposas de Cristo enajenadas de El y atadas con ñudo de amor tan falso" (Carta 208,11ss). "El jornalero, que principalmente trabaja por el dinero, en viendo el lobo, salta por las tapias" (Plática 7ª, 72ss).

 

      Esta caridad se concreta en "amor de Dios y prójimo", puesto que tales han de ser los que van a predicar o ser curas" (Ser 81, 179ss). Por esto, "ha de arder en el corazón del eclesiástico un fuego de amor de Dios y celo de almas", a imitación del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas (Plática 7ª, 62ss) y que "amó a la Iglesia hasta entregarse en sacrificio por ella" (Ef 5,25).

 

      Dios examina a sus pastores sobre el amor y la oración: "Cuando los quieren ordenar, examínanlos si saben cantar y leer, si tienen buen patrimonio; pues ya, si saben unas pocas de cánones y tienen buen patrimonio, ¡sus!, ordenar. ¿En qué examinará Dios? En la caridad para con todos y en la oración" (Ser 10, 132ss). Es caridad que se aprende en relación estrecha o en intimidad con Cristo. Así serán pastores "que velen su ganado, que puedan decir como el Señor: No me las arrebatará nadie" (Ser 15, 539ss; cfr. Jn 10,30).

 

      La sintonía con los amores de Cristo por parte de los pastores de la Iglesia, se traduce en oración y acción apostólica: "Que si hubiese en la Iglesia corazones de madre en los sacerdotes que amargamente llorasen de ver muerto a sus espirituales hijos, el Señor, que es misericordioso, les diría lo que a la viuda de Naím: No quieras llorar. Y les daría resucitadas las ánimas de los pecadores" (Plática 2ª, 375ss). El apóstol debe "tener verdadero amor a nuestro Señor Jesucristo, el cual le cause un tan ferviente celo, que le coma el corazón" (Tratado sobre el sacerdocio, n.39, 1449ss). Por esto, todo apóstol ha de tener "verdadero padre y verdadera madre" (ibídem).

 

                              Vida de pobreza

 

      La pobreza evangélica caracteriza la vida de todo santo sacerdote; así fue la vida del Maestro ÁVila: "Fue obrero sin estipendio... y habiendo servido tanto a la Iglesia, no recibió de ella un real"[119]. Es la imitación de la misma vida del Señor. El Maestro concreta esta vida pobre a la luz de Mt 8,20: "No tuvo renta, casa ni posesión. Santa Marta lo acogía como a pobre, y otros le ayudaban con sus haciendas, siendo Él Señor de todas las cosas del mundo, tanto que nace en casa ajena, que el día de su muerte en sábana y sepultura de otro le enterraron y celebraron sus exequias" (Ser 16, 61; cfr. Ser 2, 240ss).

 

      Esta pobreza evangélica no entra en los baremos y criterios puramente humanos: "¡Qué cosa tan pesada era la pobreza antes que Cristo viniese al mundo, qué aborrecida, qué menospreciada! Pero bajó Rico del cielo y escogió madre pobre, y ayo pobre, y nace en portal pobre, toma por cuna un pesebre, fue envuelto en pobres mantillas, y después, cuando grande, amó tanto la pobreza, que no tenía dónde reclinar su cabeza" (Ser 3, 206ss).

 

      La eficacia apostólica dependerá especialmente del testimonio de pobreza por parte de los evangelizadores: "En cruz murió el Señor por las ánimas; hacienda, honra, fama y a su propia Madre dejó por cumplir con ellas; y así quien no mortificare sus intereses, honra, regalo, afecto de parientes, y no tomare la mortificación de la cruz, aunque tenga buenos deseos concebidos en su corazón, bien podrán llegar los hijos al parto, mas no habrá fuerza para los parir" (Ser 81,100ss).

 

      Quien representa a Cristo, debe presentar la misma vida de Cristo, como garantía de prolongar su misma misión: "Cierto es que nació en pobreza y aspereza, y de la misma manera vivió, y con crecimiento de esto murió. Y habiendo Él traído la embajada del Padre con este tan humilde aparato, no se agradará que su embajador, pues es de rey celestial, vaya con aparato de mundo" (Carta 182, 100ss).

 

      El testimonio de pobreza acompaña la vida de los sacerdotes por ser "padres de los pobres" (Advertencias II, n.99, 1290ss; cfr. Plática 8ª, 55ss). Sin la actitud de pobreza, tampoco habría disponibilidad apostólica, puesto que "no podrán vacar bien al oficio de ánimas, que pide a todo el hombre, y plega a Dios que baste" (Ser 81, 184ss).

 

      La renovación de la Iglesia no sería posible sin vida de pobreza evangélica, especialmente por parte de los pastores, quienes no han de ir "buscando prebendas, sino salud de almas" (Memorial I, n.15, 394ss). Las épocas más fecundas de la Iglesia han sido aquellas que estaban marcadas por las dificultades y la pobreza: "Bienaventurados eran aquellos tiempos, cuando no había en la Iglesia cosa temporal que buscar, mas adversidades y angustias que sufrir; y aquel solo entraba en ella que por amor del Crucificado se ofrecía a padecer estos males presentes con cierta esperanza de reinar con Él en el cielo" (Memorial I, n.7, 187ss).

 

      La dignidad sacerdotal se demuestra "en la humildad aun exterior, en vestidos y pompas" (Memorial II, n.91, 3530ss). La falta de pobreza en los clérigos (obispos y presbíteros) era un "escándalo común" en aquella época (cfr. Memorial I, n.20, 599).[120]

 

      El Maestro no rechaza las rentas (y prebendas) que son anejas a los cargos pastorales. No olvida procurar "un razonable mantenimiento" de los clérigos (Memorial I, n.22, 768s). Pero pide que se evitan "los patronazgos que algunas personas tienen de presentar a beneficios y capellanías" (ibídem, n.24, 811ss) y que se cambie el modo de hacer oposiciones a canongías (cfr. Memorial II, n.70, 2839ss).

 

      El uso de las rentas debe orientarse hacia el sustentamiento de una vida clerical modesta, de suerte que lo restante se de a los pobres: "Los obispos y beneficiados todos no pueden gastar de las mismas rentas todas, más de lo necesario para poder vivir moderadamente; y que lo demás deben dar a pobres" (Advertencias I, n.25, 795ss). "En esto se fundan las rentas eclesiásticas: en mantener al obrero, y no a enriquecerlo... si el Evangelio les da que se mantengan, todo lo que a esto sobra se ha de restituir en obras pías" (Plática 8ª, 13ss).[121]

 

 

                             Vida de obediencia

 

      El seguimiento y la imitación de Cristo por parte de todo cristiano y, de modo especial, por parte del sacerdote, incluye una vida de obediencia. La redención se realizó por medio de la obediencia de Cristo a los designios salvíficos del Padre: "Cristo, obediente fue a su Padre en vida y en muerte; y también obedeció a su santísima Madre, y al santo Josef, como cuenta San Lucas. Y no piense nadie de poder agradar sin obediencia al que tan amigo fue de ella, que, por no la perder, perdió la vida en la cruz" (AF cap.101, 10625ss; cfr. Lc 2,51).

 

      A sus discípulos y dirigidos les recomienda continuamente esta virtud, que consiste en orientar la propia voluntad según la verdadera libertad (no el libertinaje): "No os espantéis de que tanto os encomiende la obediencia... porque vuestra seguridad está en no querer libertad" (AF cap.101, 10629ss).

 

      La obediencia del sacerdote encuentra una motivación especial en el hecho de que el mismo Cristo obedezca a las palabras del sacerdote: "¿Qué sacerdote, si profundamente considerase esta admirable obediencia que Cristo le tiene, mayor a menor, Rey a vasallo, Dios a criatura, ternía corazón para no obedecer a nuestro Señor en sus santos mandamientos y para perder antes la vida, aun en cruz, que perder su obediencia?" (Plática 1ª, 46ss).

 

      Se concreta especialmente en la relación con el propio obispo: "Debe mirar que es eclesiástico, y ha de servir a su prelado en lo que le mandare, pues le prometió obediencia" (Memorial II, n.71, 2885ss). La relación del sacerdote con el obispo, aunque no puede ceñirse sólo a este aspecto más jerárquico, se ha de tener en gran aprecio, en vistas a la actuación pastoral, así como a la vida personal del mismo sacerdote y a su renovación y actualización permanente.

 

 

                        Vida de castidad evangélica

 

      Por el hecho de representar a Cristo Buen Pastor, el sacerdote ministro está llamado a ser su expresión personal. La castidad evangélica (llamada también virginidad y celibato) no es sólo la orientación de la sexualidad según el amor, sino que es principalmente imitación de la vida virginal del Señor. En la doctrina avilista, la virginidad evangélica tiene sentido esponsal.

 

      Esta virtud está incluida en el seguimiento evangélico, al estilo de la vida de los doce Apóstoles. Los candidatos al sacerdocio ministerial deberán ser seleccionados y formados en esta vida evangélica y apostólica, no como una imposición jurídica, sino como una exigencia de la misma llamada a formar parte de los Apóstoles: "Procuren traellos a la Iglesia y hacerlos ministros de Dios" (Memorial II, n.91, 3418ss). "Búsquese hombres que posean castidad y las otras virtudes; déseles aparejo y buenos ejercicios de virtudes y estudio" (ibídem, 3505ss).

 

      Dada la realidad eclesial de la época, por falta de Seminarios y de formación adecuada, así como de escasos medios de perseverancia, algunos aconsejaban la eliminación del celibato para los sacerdotes seculares. El Maestro escribe a Trento exponiendo lo que ha sido siempre doctrina común de la Iglesia: "Y como esto entendiesen los sumos pontífices pasados, alumbrados por el Espíritu del Señor... mandaron que el que hubiese de ser sacerdote fuese virgen" (Tratado sobre el sacerdocio, 632ss).[122]

 

      Un motivo determinante para reafirmarse en esta tradición apostólica, es la disponibilidad misionera por el desprendimiento de ocupaciones más seculares: "El remedio de esto no entiendo que es casarlos; porque, si ahora, sin serlo, no pueden ser atraídos a que tengan cuidado a las cosas pertenecientes al bien de la Iglesia y de su propio oficio, ¿qué harían si cargasen de los cuidados de mantener mujer e hijos, y casarlos, y dejarles herencia? Mal podrían militar a Dios y a negocios seculares" (Memorial, n.91, 3468ss).[123]

 

      Al hablar de la pobreza sacerdotal, el Maestro recuerda que sin esta virtud evangélica, no sería posible el celibato. El modo de evitar que entren en la vida clerical personas ambiciosas de ventajas económicas, será el de "quitarles el cebo que les hace venir" (Memorial II, n.91, 3515ss). En realidad, se quiere un "sacerdote evangélico", al estilo de la vida de Jesús y de los Apóstoles. Por esto, la castidad es su "virtud propia, muy propia y propísima" del sacerdote, puesto que "cuerpo y alma se nos pide limpia, para consagrar al Señor y recibirle con fruto... cuán justa y debida cosa es que se reciba y trate el purísimo cuerpo de Jesucristo por cuerpo de sacerdote limpio en todo y por todo" (Tratado sobre el sacerdocio, n.15, 592ss).

 

      El motivo principal de la virginidad sacerdotal, de acuerdo con la tradición eclesial, es el de la celebración eucarística, en cuanto que, en ella, se representa a Cristo Esposo ante la Iglesia esposa. Las expresiones del Maestro corresponden a la época, pero los contenidos son los mismos: "Algo más se debe pedir al que tiene por oficio siempre orar y está sublimado en más excelente estado que el lego; y en ninguna manera, salva Ecclesiae et maiorum determinatione, me podría persuadir ser cosa agradable a Dios que se huelgue de ser consagrado y tratado su virginal cuerpo por hombres que juntan su cuerpo con otro, ni que pueden tener espíritu levantado a las cosas celestes y gustar de ellas, como su oficio requiere" (Memorial II, n.91, 3477ss).[124]

 

      Un cambio en este campo, equivaldría a "hacer novedad en la Iglesia". Es más acertado superar las dificultades por medio de una adecuada selección y formación sacerdotal. "La mayor seguridad que se puede tener para no errar es seguir los caminos antiguos de la Iglesia católica". Por esto, "sería cosa más conveniente, aunque en ello se pasase trabajo, procurar que haya en la Iglesia legítimos y limpios ministros de Dios, cuales la santa Iglesia los ha pintado y mandado, antes que, por condescender a flaqueza de flacos, disminuir la limpieza del trato de los ministros celestiales y hacer una novedad en la Iglesia, de la cual se ha de seguir mayor incentivo de codicia, y de vida derramada, y de mayor negligencia y descuido" (Memorial II, n.91, 3494ss).

 

 

c) La oración sacerdotal, unidad de vida

 

      El significado y la importancia de la oración sacerdotal se encuadra en el contexto de la oración cristiana en general. Por el ejercicio de la oración y de la celebración sacrificial, se hace realidad la mediación sacerdotal: "Y aquél ha de tener por oficio orar, que tiene por oficio el sacrificar, pues es medianero entre Dios y los hombres, para pedirle misericordia" (Plática 2ª, 125ss). "Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres" (Plática 3ª, 207s).

 

      Su oración se traduce en gemidos del Espíritu Santo (cfr. Plática 2ª, 200ss; Rom 8,26-27). Es oración intercesora de irradiación universal, mucho más eficaz que la oración de Moisés y de Elías: "No pienso que la confianza de Moisés y Elías es bastante para tal oración, porque, como a hombre que le es encomendado todo el mundo universo y que es padre de todos, así se allega orando a Dios que se apacigüen las guerras dondequiera que las haya... que se ponga remedio a todos los males que hay, privados y públicos" (Plática 2ª, 134ss). El sacerdote está llamado a tener "tan gran fuerza en la oración, que aproveche a todo el mundo" (ibídem, 153s).

 

      Esta oración es necesaria en la Iglesia y, por ello, se necesitan "en la Iglesia corazones de madre en los sacerdotes que amargamente llorasen de ver muertos a sus espirituales hijos" (Plática 2ª, 375s); ellos son "los ojos de la Iglesia" (ibídem, 449s). "¡Oh sacerdotes!... habíamos de andar siempre importunando a Nuestro Señor con oraciones" (Ser 13, 604ss).

 

      Siempre puede el sacerdote encontrar tiempo suficiente para orar o "a lo menos tiene sus ratos diputados para ello" (Plática 2ª, 496s). Sin la oración, reflejará en su predicación y en sus consejos sólo su propio parecer: "El sacerdote que no ora... darme ha por consejos de Dios consejo suyo" (Ser 5 -2-, 423ss).

 

      Junto con esta característica intercesora de la oración (como parte integrante del ministerio sacerdotal), se puede detectar el aspecto de la intimidad y confianza, "un trato muy familiar con Dios, un admitirlos Dios a su conversación como amigos suyos" (Plática 3ª, 64s). "Esto, padres, es ser sacerdote, que amansen a Dios cuando estuviere, ¡ay!, enojado con su pueblo; que tengan experiencia que Dios oye sus oraciones y les da lo que piden, y tengan tanta familiaridad con él" (Plática 1ª, 194ss).

 

      Como puede observarse, la oración sacerdotal, además de ser medio para la propia santificación, es también y principalmente ministerio, como prolongación de la oración de Jesús. Es oración que compromete la propia existencia: "Pues tiene oficio de orar, tenga vida de orador" (AF 76, 7767s).

 

      La oración como ministerio se ejerce, de modo especial, en la celebración eucarística y en el oficio divino (liturgia de las horas).  Fr. Luís de Granada afirma que el Maestro Ávila se preparaba devotamente para celebrar el oficio (Vida, parte 3ª, cap.4). En este ministerio de la oración se realiza también la caridad pastoral. Caridad y oración intercesora son dos cualidades necesarias para que uno sea admitido a la ordenación sacerdotal: "¿En qué los examinará Dios? En la caridad para con todos y en la oración, si saben bien orar y importunar a Dios por los prójimos y amansarlo y hacer amistades entre Dios y los hombres, y sentir males ajenos y llorarlos" (Ser 10, 140ss).

 

 

d) Obispo, Presbiterio, diócesis

 

      La "realidad sobrenatural" del Presbiterio (PDV 74), como realidad de gracia, no se encuentra explicada en el Maestro Ávila con nuestra terminología actual; pero en los escritos avilistas aparece la realidad de la vida sacerdotal del Presbiterio, a modo de familia, que reclama una estrecha relación entre el obispo y sus sacerdotes, en vistas a servir a la misma Iglesia particular.

 

      La relación entre obispo y presbíteros del mismo Presbiterio se concreta en responsabilidad del obispo respecto a los diversos sectores de la vida sacerdotal, así como, por parte de los sacerdotes, en obediencia y colaboración efectiva y afectiva.

 

      La dinámica del Presbiterio, en la doctrina avilista, tiene la característica de una familia sacerdotal: "Y pues prelados con clérigos son como padres con hijos y no señores con esclavos, prevéase el Papa los demás en criar a los clérigos como a hijos, con aquel cuidado que pide una dignidad tan alta como han de recibir; y entonces tendrán mucha gloria en tener hijos sabios y mucho gozo y descanso en tener hijos buenos, y gozarse ha toda la Iglesia con buenos ministros... Y éste es el punto principal del negocio y que toca en lo interior de él" (Memorial I, n.5, 122ss).

 

      La relación familiar es mutua (de relación interpersonal). Es relación basada en realidades de gracia, que reclaman actitudes de atención y colaboración mutua: "Con deseo de nuestra enmienda (Dios) nos envía prelado que, por la misericordia de Dios, tiene celo de nos ayudar a ser lo que debemos. No trae ganas de enriquecerse, no de señorearse en la clerecía, como dice San Pedro, mas de apacentarnos en buena doctrina y ejemplo y ayudarnos en todo lo que pudiere, ansí para el mantenimiento corporal, que es lo menos, como para que seamos sabios y santos, los más sabios y santos del pueblo... A los prelados manda San Pedro que hagan estas cosas con la clerecía, y a la clerecía manda que sea humilde y obediente a su prelado" (Plática 1ª, 264ss).

 

      La construcción de este Presbiterio es competencia principal del obispo, especialmente cuando todavía no existen los presbíteros formados para constituir esta familia sacerdotal. El prelado es el principal responsable de la formación inicial y permanente de sus presbíteros: "El prelado es obligado a, si tales oficiales no hay, hacerlos él, dándoles aparejo para estudio, y ayudar para ello a los que no tienen; y con doctrina y buenos ejemplos hacerlos tales que sean modelos, a cuya forma se edifiquen las ánimas; porque para esto el prelado es prelado y para esto principalmente le es dada la renta; porque el fin de él ha de ser la edificación de las ánimas, y no hay mejor medio para esto que hacer gente tal que sea para ello" (Ser 81, 122ss).

 

      Los obispos "son obligados a dar a sus ovejas pastores que las sepan apacentar" (Memorial II, n.71, 2915s). Al mismo tiempo, el Maestro insta a conseguir obispos que estén dispuestos y sean capaces de formar a sus clérigos: "Adviértase que para haber personas cuales conviene, así de obispos como de los que les han de ayudar, se ha de tomar el agua de lejos, y se han de criar desde principio con tal educación, que se pueda esperar que habrá otros eclesiásticos que los que en tiempos pasados ha habido" (Memorial II, n.43, 1883ss).

 

      La unión entre obispo y presbíteros del mismo Presbiterio es como un signo eficaz de evangelización: "Y, si cabeza y miembros nos juntamos a una en Dios, seremos tan poderosos, que venceremos al demonio en nosotros y libraremos al pueblo de sus pecados, porque... hizo Dios tan poderoso al estado eclesiástico, que, si es el que debe, influye en el pueblo toda virtud, como el cielo influye en la tierra" (Plática 1ª, 274ss).

 

      La realidad del Presbiterio (obispo y presbíteros) se describe en la doctrina avilista como quienes "son de la intrínseca razón de la Iglesia" (Ser 81, 94s), puesto que son "retrato de la escuela y colegio apostólico" (Advertencias I, n.4, 162s).

 

      La renovación de la vida sacerdotal en el Presbiterio abarca diversas áreas o niveles: humano, espiritual, intelectual, pastoral. El Maestro Ávila ofrece material para cada nivel, especialmente en cuanto a la vida espiritual, intelectual (estudio) y pastoral.

 

      El interés que el Maestro manifiesta por la formación permanente de los sacerdotes (como veremos en el apartado siguiente), así como la importancia que da al reforma de las catedrales y de la vida canonical, son el marco en el hay que encuadrar los planes de vida sacerdotal en el Presbiterio.

 

      La reforma de la "catedral", que es la Iglesia "madre", donde tiene la "cátedra" el obispo (cabeza de la Iglesia particular y del Presbiterio), tendrá gran repercusión en la vida del Seminario y del mismo Presbiterio. En los escritos avilistas, la reforma de la catedral está estrechamente unida a la formación y a la vida sacerdotal.

 

      Los "canónigos" son los clérigos que dan testimonio de vivir según los "cánones" o directrices de la Iglesia sobre la "vida apostólica", colaborando en solemnizar el culto y en las derivaciones pastorales. La catedral, pues, con sus clérigos servidores, será el punto de referencia de la renovación del Presbiterio y de la pastoral de la Iglesia particular.

 

      La renovación de la Iglesia dependerá, en gran parte, de la catedral. El Maestro pide que se aplique el concilio tridentino: "Y primero conviene que reformen a los más conjuntos, que es el clero todo, y luego a los demás; y de estos más conjuntos, primero a los que están más inmediatos, que son todos los señores de las catedrales, de los cuales habla el c. 4 de la ses. 22 y el c. 12 de la ses. 24" (Advertencias I, n.33).

 

      En la catedral, los clérigos se dedican al culto y a la predicación: "El oficio de los (clérigos) de las catedrales es loar a Dios" (Advertencias I, n.18). Pero el Maestro pide que "en las catedrales haya tanta frecuencia de sermones como en las parroquias" (Advertencias I, n.18, 549s). Y expresa la queja de que, en las catedrales "suelen faltar sermones en principalísimas festividades, y así se quedan sin declarar al pueblo aquellos altísimos misterios que en ellas se celebran" (Advertencias I, n.18). Por esto, los canónigos deben ser "muy amigos de la sagrada lección y de la oración" (Carta 148, 140ss).

 

      La cuestión de las rentas, que tantos problemas ha suscitado en la historia de la Iglesia, no debería ser obstáculo para la vida y ministerio sacerdotal, puesto que los clérigos están disponibles para la predicación y "aun de balde no se habían de cansar" (Advertencias I, n.18).[125]

 

      El "modo de vivir" del sacerdote se expresa en la moderación respecto al uso de los bienes. Todo ello podría concretarse en un "plan de vida". La vida fraterna necesita una revisión continua y una derivación o potenciación hacia los diversos campos de caridad (cfr. Advertencias I, n.33).[126]

 

      No se olvida de aconsejar una formación especializada  y universitaria, en vistas a predicar "lección de Sagrada Escritura" (Memorial II, nn.67-68). Pide que desaparezca el sistema de acceder a los cabildos por medio de "sermones de oposición".[127]

 

      La renovación de las catedrales y de sus clérigos ("canónigos") repercutiría en la renovación del Seminario y de toda la diócesis. La sustentación económica del Seminario y de otras obras educativas, se puede conseguir por una mejor distribución de las rentas (cfr. Memorial I, n.19).[128]

 

 

e) Formación sacerdotal. Proyecto de vida

 

      La formación sacerdotal que propone el Maestro Ávila, se basa en su misma experiencia: sus estudios (antes y después de la ordenación), su biblioteca virtual (libros que conoce y cita), el trasfondo bíblico-patrístico-teológico de sus escritos, etc.

 

      Esta formación, que él posee y que recomienda a los demás, puede calificarse de integral. Hay una base antropológica que corresponde al ambiente y cambios de su época. Se apunta principalmente a las actitudes espirituales, sin ahorrar esfuerzos en el campo intelectual. Se tiende a formar pastores que asuman los diversos ministerios con la responsabilidad que corresponde a una época de cambios.

 

      La formación integral, como proceso de educación de las "buenas costumbres", debe comenzar desde la infancia, "por ser aquella edad el fundamento de toda la vida" (Carta 11, 1192ss). Es formación que ha de impartirse desde la familia y los colegios (cfr. Ser 46, 592ss), y que debe incluir los contenidos evangélicos (cfr. Memorial II, n.88; Advertencias I, n.48). El Maestro aplicó estas directrices a la formación sacerdotal.

 

      La necesidad de formación sacerdotal era patente en aquella época, en que muchos entraban en la clerecía no para tener por herencia al Señor, sino para conseguir privilegios y ventajas temporales. Refiriéndose a la tonsura, constata "que solamente la toman para tener seguridad si algún delito hicieren" (Memorial I, n.31, 921s; para gozar de inmunidad judicial). Frecuentemente no había selección de los candidatos y mucho menos una formación adecuada.

 

      La reforma de la Iglesia dependía estrechamente de la renovación del clero (cfr. Advertencias I, n.33, 1089s). Los "males de la Iglesia, que producían "dentera" en ella, provenían, en gran parte, de "una gente que desde muchachos se crió sin obediencia, sin clausura, sin devoción y con ruines compañías" (Tratado sobre el sacerdocio, n.33, 1268s).[129]

 

      La selección debe hacerse ya en el momento inicial o en lo que hoy llamaríamos pastoral vocacional: "Que los prelados tengan noticia de las personas virtuosas que en su obispado hay, así chicos como grandes, en los cuales se conozca que mora la gracia del Señor y que es gente de vida inclinada a cosas de la Iglesia, que sabe pelear las guerras por la castidad y alcanzar en ellas victoria, y que sepan por experiencia qué es oración o tenga disposición para la aprender y tener siendo enseñados" (Memorial II, n.91, 3410ss).

 

      El objetivo de la formación sacerdotal tiene en cuenta los diversos ministerios (profético, litúrgico y de dirección), que el Maestro resume con los términos de "predicadores", "confesores" y "curas" (cfr. Advertencias II, n.34). Para él, se trata, sobre todo, de "la honestidad que han de tener los clérigos" (Plática 6ª, 107ss; se refiere a la vida de pobreza evangélica).

 

      Toda la formación apunta a desempeñar dignamente los "oficios divinos" (Plática 7ª, 5ss). Por esto, "ha de arder en el corazón del eclesiástico y un fuego de amor de Dios y celo de almas" (Plática 7ª, 62ss).[130]

 

      La creación de los Seminarios correspondía a la necesidad de impartir eta formación antes de la ordenación sacerdotal. El Maestro daba también pláticas a los ya clérigos (Córdoba, Granada, Montilla...).[131]

 

      Apoyado en su propia experiencia, propone soluciones concretas en los Memoriales para el concilio de Trento, con posibilidad de especialización (curas, confesores, predicadores) (cfr. Memorial I, nn.13-15) e indicando los diversos sectores: intelectual, espiritual, pastoral (cfr. Memorial II, nn.66-71).[132]

 

      El tema de la vocación aparece enmarcado en la perspectiva de la predestinación, de la fe, del bautismo, del seguimiento evangélico y del camino de perfección. Todo cristiano está llamado a la santidad, cada uno según su propio estado de vida o vocación específica (laical, religiosa, sacerdotal).

 

      La vocación sacerdotal se presenta en el contexto de la vocación apostólica, como respuesta al "sígueme" de Jesús (cfr. Juan I, lec.14ª, 4135ss). Se trata de una "recia palabra", cargada de amor (Plática 16ª, 67). El Maestro describe la vocación del apóstol San Mateo: "Sígueme. Levántase de su banco, dejado todo lo que tenía delante; deja los libros, deja las cuentas y deja los dineros. Vase tras Jesucristo" (Ser 77, 59ss).[133]

 

      Se resume la doctrina paulina sobre la llamada, según la carta a los efesios: "San Pablo ruega a Dios que dé a entender a los de Éfeso el grande bien para que son llamados; e yo suplico lo mesmo para vos, para que, conociendo el gran valor de vuestra esperanza, seáis más agradecida a quien os llamó" (Carta 94, 19ss).[134]

 

      La vocación al seguimiento evangélico (en el sacerdocio ministerial y en la vida religiosa o consagrada) no puede estar condicionada a la decisión de los padres y demás familiares: "Y si los padres ven a sus hijos que quieren servir a Dios de alguna manera buena, que a ellos no es apacible, deben mirar lo que Dios quiere; y, aunque giman con amor de los hijos, vénzanse con el amor de Dios, y ofrezcan sus hijos a Dios, y serán semejantes a Abraham" (AF cap.98, 10372ss).

 

      La selección, iniciada ya en la familia y en la pastoral vocacional, se concretará en el momento de la admisión en los Seminarios o colegios: "Los que hubieren de ser elegidos para estos colegios sean de los mejores que hubiere en todo el pueblo, haciendo inquisición de ello muy de raíz el obispo y los que el concilio le señalare por acompañados. Y de esta manera vendrán llamados y no injeridos, y entrarán por la puerta de obediencia y llamamiento de Dios" (Memorial I, n.17, 458ss; cfr. Memorial II, n.91, 3407ss).[135]

 

      Lo que importa más son las cualidades morales, indispensables para la idoneidad sacerdotal: "Todos éstos han de procurarse sea gente de la cual se entiende que vive Dios en ellos, amigos de virtud, aficionados a las cosas de la Iglesia, probados en la castidad" (Advertencias I, n.39, 1405ss).

 

      Las vocaciones existen siempre, al menos en sus gérmenes, que hay que detectar y cultivar, como decimos hoy, por medio de una buena pastoral vocacional: "Y para hallar éstos es menester que los obispos tengan en cada pueblo personas de fiar que los inquiran y procuren, informándose de los maestros de las escuelas y de los lectores de gramática... Y, si acaso los obispos del sínodo dijeren que no se halla de esta gente; dígales que es grande engaño pensar que nuestro Señor falte en dar tales personas en su Iglesia, que puedan ser ministros verdaderos suyos. Porque el mismo Dios, que pide que sean sus ministros tales y derramó su sangre por tenerlos, ha puesto su Espíritu divino en muchos para poder serlo; y el parecer que no los hay es porque no los buscan los prelados, ministros del Señor, cuyo es este cuidado" (Advertencias I, n.39, 1412ss).

 

      Es importante asegurar "que jamás ordenen de sacerdote a quien no estuviere suficientemente instruido para ser buen cura" (Advertencias I, n.46, 1615ss). El examen decisivo ha de ser sobre la caridad pastoral y el espíritu de oración ministerial (cfr. Ser 10,140ss).

 

      Los primeros responsables de la formación sacerdotal son los obispos, los cuales deben "criar a los clérigos como a hijos, con aquel cuidado que pide una dignidad tan alta como han de recibir; y entonces tendrán mucha gloria en tener hijos sabios y mucho gozo y descanso en tener hijos buenos, y gozarse ha toda la Iglesia con buenos ministros" (Memorial I, n.5, 122ss).[136]

 

      La renovación de la Iglesia sería un objetivo inalcanzable sin la selección y formación de sus pastores. "Y éste es el punto principal del negocio y que toca en lo interior de él; sin lo cual todo trabajo que se tome cerca de la reformación será de muy poco provecho, porque será, o cerca de cosas exteriores, o, no habiendo virtud para cumplir las interiores, no dura la dicha reformación por no tener fundamento" (Memorial I, n.5, 139ss).[137]

 

      La conclusión a que se llega es la institución del Seminario en cada diócesis. Citando el concilio IV de Toledo, dice: "Esto que dice el concilio parece que se debe practicar de la manera siguiente: que en cada obispado se haga un colegio, o más según la cualidad de los pueblos principales que en él hubiere, en los cuales sean educados, primero que ordenados, los que hubieren de ser sacerdotes" (Memorial I, n.12, 303ss).[138]

 

      El Maestro propone una formación diversificada, según se trate de sacerdotes más fijos (curas y confesores) o de predicadores más ambulantes: "Dos necesidades de personas de éstas tiene la Iglesia; una de curas y confesores, y otra de predicadores; y entrambas se han de remediar de estos colegios" (Memorial I, n.13, 335ss).

 

      En resumen, el Maestro privilegia la selección de los candidatos, invitando a proporcionar una formación adecuada en la oración y pobreza, el estudio de la teología y de la moral, partiendo de las fuentes escriturísticas y conciliares. Propone también una formación teológica y pastoral diferenciada según la dedicación a diversos ministerios. "Los mejores son aquellos que, dejadas todas las cosas, contentos con letras y virtud, buscan esta dignidad para servir a Cristo imitando a Él y a sus Apóstoles" (Advertencias II, n.10, 140ss).

 

      La formación debe continuar durante toda la vida. Al Maestro le apenaba la falta de ciencia teológica y bíblica en los ministros (cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n.42), "cuya ignorancia es mucho de llorar" (Advertencias I, n.44, 1521). Habrá que continuar el estudio de la Escritura, de los Santos Padres, de la doctrina moral y espiritual. Para ello recomienda "que, cuando los ordenen, se sepa qué libros tienen de casos de conciencia y de doctrinal moral, de santos (Padres) y de Sagrada Escritura; y se tenga en cuenta con ellos en las visitaciones, que tengan los dichos libros y estudien en ellos, pues, sin esto, todo es perdido" (Memorial II, n.71, 2907ss).[139]***

 

      La economía de los Seminarios es viable si se distribuyen mejor las rentas del obispado y de los mismos clérigos y beneficiados (canónigos): "Y no hay en esto mucho tiempo que gastar, porque de préstamos y fábricas ricas y de anejar algunos beneficios podría proveerse esto con muy gran facilidad. Y cuando de ahí no, con quitar tres o cuatro raciones y otras tantas canonjías de la iglesia catedral, sobraría paño. Y sería bien hecho; pues, en comparación de confesar, y predicar, y regir ánimas, pequeño negocio es cantar en el coro; mayormente que, aunque éstos se quitasen, no por eso habría menos voces, pues no todos los canónigos y racioneros cantan" (Memorial I, n.19, 577ss).

 

      La influencia de las propuestas avilistas, acerca de los Seminarios, en el decreto tridentino, ha sido demostrada por algunos estudios de investigación[140]. El Maestro Ávila, al mismo tiempo, se esforzó por aplicar las decisiones conciliares. Así lo hizo especialmente por medio de las Advertencias al concilio de Toledo: "Para reformar enteramente el clero todo conviene que se hagan de nuevo tales sacerdotes, que antes sea necesario tenerles de la rienda a su virtud y celo que no darles de la espuela para que caminen con leyes... El medio, pues, para hacerlos tales cuales se desea es poner en debida ejecución el seminario" (Advertencias I, n.17, 1359ss).[141]

 

      El Maestro va señalando las diversas áreas de formación: espiritual (moral), intelectual, pastoral (cfr. Advertencias I, n.39, 1405ss). "Lo que principalmente se pretende es hacer buenos sacerdotes que puedan ser curas suficientes para confesar y doctrinar el pueblo" (ibídem, n.40, 1447ss). "En la educación de los que han de estar en el seminario es lo principal de este negocio... de manera que salgan maestros verdaderos de las almas, redimidas por la sangre del Señor" (ibídem, n.43, 1509ss).

 

      Una de las preocupaciones más urgentes será la de en conseguir buenos formadores (cfr. Advertencias I, nn.40-41) y una formación especializada, también a nivel universitario (cfr. ibídem, n.40, 1459ss). "Lo principal que deseo se trate es el buen orden del Seminario, eligiendo a gente de virtud y poniéndoles rectores espirituales o que tengan algo de ello; porque juntándose buen fundamento y doctrina, no faltará nada" (Carta 244, 14ss, a Don Pedro Guerrero).

 

      Para conocer los contenidos de la fe, el Maestro hace hincapié en la doctrina de los concilios. El cita y usa frecuentemente estos textos, que comunican el significado de la revelación. En el Memorial primero para el concilio de Trento, pide al concilio que los formadores, los educandos y los mismos pastores puedan disponer de los textos conciliares: "Por no tener los teólogos copia de todos los Concilios, ignoran muchas cosas necesarias. Convenía que mandase ponerlos en las Universidades e Iglesias Catedrales. Los Concilios que comunmente andan impresos son pequeña parte de los que hay" (Memorial I, n.67).

 

      Las reflexiones teológicas necesitan inspirarse en los santos teólogos que ha tenido la Iglesia. Escribe en el Memorial segundo al concilio de Trento: "Parece que la Teología de Santo Tomás y de San Buenaventura es la más conveniente para ser enseñada en las escuelas, aunque en particular pueda cada uno leer otros buenos autores que hay" (Memorial II, n.66, 2741ss).

 

      Respecto a la formación permanente o continuada (de que ha hablado más arriba), el mismo Maestro había dirigido pláticas a los clérigos de Córdoba, Granada y Montilla. En carta a Don Pedro Guerrero (arzobispo de Granada) recuerda "la obligación de los obispos así en predicar, como en hacer pláticas a sus clérigos" (Carta 244, 19ss). Sugiere "que se dé orden cómo en los pueblos haya lección para los clérigos, así para saber lo que conviene saber para sí y para otros, como para estar bien ocupados" (ibídem).

 

      Ayudaría mucho a la formación permanente si hubiera un texto catequético más completo para quienes imparten el catecismo: "Debíase mandar que éste (catecismo) le tuviesen todos los curas y los predicadores y con efecto leyesen en él" (Memorial II, n.63). Las residencias sacerdotales, organizadas en ambiente de caridad, oración y estudio, favorecen la formación continuada (cfr. Carta 233 y Advertencias II, n.80).

 

      La formación permanente quedaría truncada, si cada sacerdote no tuviera su propio plan o proyecto de vida. El Maestro ofrece a sus discípulos una serie de "avisos" o consejos sobre cada aspecto de la vida sacerdotal, a nivel personal y, a veces, comunitario: pastoral, intelectual, espiritual. No olvida los medios concretos para asegurar los tiempos de oración, estudio, trabajo o ministerio y descanso.[142]

 

      Puede ser también un plan de vida para un grupo (revisión de vida, cenáculo, etc.). Actualmente se tiende especialmente al proyecto de vida para todo el Presbiterio. El "proyecto" del Presbiterio, pedido por PDV 79, no llega a cuajar cuando falta el proyecto de vida personal o del propio grupo (geográfico, funcional, amistad, asociación, dirección espiritual, etc).

 

      Sobre la vida comunitaria o fraterna, baste recordar el modo de vivir de sus discípulos, según el modelo de la vida de los Apóstoles. Es siempre un encontrarse periódicamente, para compartir y ayudarse en todos los aspectos de la vida y ministerio sacerdotal.

 

 

f) Líneas básicas de la espiritual y santidad sacerdotal en la escuela del Maestro Juan de Ávila

 

      No se captaría bien la espiritualidad sacerdotal del Maestro Ávila, si no se encuadrara en la perspectiva del misterio de Cristo, vivido desde la propia interioridad y en sintonía con la interioridad (Corazón) del Señor. De este modo, el misterio de Cristo es conocido y vivido personalmente, estudiado y contemplado, celebrado durante el año litúrgico, anunciado, presente en toda persona que busca o sufre, escondido y manifestado en la Iglesia.

 

      La espiritualidad sacerdotal avilista enraíza en el proceso de la espiritualidad cristiana, como algo necesariamente previo y fundamental: conocerse en la propia identidad (dimensión atropológico-cristiano-vocacional); confiar sin dudas enfermizas en el amor de Dios (dimensión teológico-cristológica); entregarse al camino de perfección (dimensión espiritual-pneumatológica).

 

      Al dirigirse a los sacerdotes (como puede verse en el epistolario) el Maestro tiene en cuenta la realidad concreta de la persona (en su situación ambiental), señala el ideal evangélico del sacerdote, sin rebajas, y recuerda la necesidad de poner en práctica unos medios concretos que lo hacen posible.[143]

 

      Observando todo el campo de la espiritualidad sacerdotal (que analizamos a continuación), se puede constatar la presentación de una síntesis entusiasmante, que podríamos calificar de "mística" sacerdotal, encuadrada según diversas dimensiones: teológico-trinitaria (gloria de Dios), cristológico-eucarística, eclesiológico-esponsal, mariana, evangélica o de seguimiento radical (exigente, posible, entusiasmante), pastoral-intelectual (bíblica, patrística, magisterial, litúrgica, teológica, actual), antropológica y sociológica.

 

      Pasando ya a resumir los elementos básicos más concretos, hay que partir de Cristo Sacerdote, prolongado en la Iglesia, hecho presente especialmente por medio del sacerdocio ministerial. Por el hecho de participar en el ser sacerdotal por medio del sacramento del Orden, el sacerdote ministro puede prolongar la palabra, el sacrificio, la acción salvífica y pastoral de Cristo. La espiritualidad es la vivencia de la participación en el ser de Cristo y de la prolongación de su mismo obrar; se vive lo que uno es y hace. Se concreta en caridad pastoral y virtudes del Buen Pastor, al estilo de la vida de los Apóstoles, en el propio Presbiterio y al servicio de la Iglesia local (particular) y universal.

 

      De todos estos datos de espiritualidad sacerdotal (en armonía con la herencia común de toda la Iglesia), se pueden detectar algunos matices o peculiaridades, que podrían constituir lo que, a veces, se ha llamado escuela sacerdotal avilista. No obstante, los matices avilistas más sobresalientes no pueden infravalorar los factores más comunes que hemos ido resumiendo en todo este capítulo.

 

      La referencia a Cristo Sacerdote y Buen Pastor es muy marcada, al menos si se tiene en cuenta su exposición sobre el misterio de Cristo (Verbo encarnado, crucificado y resucitado, presente en la Eucaristía). Esta espiritualidad, eminentemente pastoral, se inspira en este punto de partida: "El estado sacerdotal, que se tome con los fines para que lo instituyó el Sumo Sacerdote Cristo" (Vida, lib.3º, cap.20). "¡Oh eclesiásticos, si os mirásedes en el fuego de vuestro pastor principal, Cristo, en aquellos que os precedieron, apóstoles y discípulos, obispos mártires y pontífices santos!" (Plática 7ª, 92ss).

 

      Esta línea misionera o pastoral enraíza en la consagración (como participación en el ser de Cristo). Los sacerdotes son "todos enteros consagrados al Señor con el trato y tocamiento del mesmo Señor" (Plática 1ª, 89s). Por hacer al Señor presente, "relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios" (ibídem, 123). Es espiritualidad de dimensión cristológica y eucarística.

 

      Esta referencia del sacerdote a Cristo tiene sentido de relación e intimidad, imitación y sintonía. Los ministerios de la Palabra y de los sacramentos dejan entrever esta relación vivencial. Por ser "pregonero de Cristo" (Carta 165, 91) y dispensador de los misterios de Dios (cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n.11), el sacerdote es "un hombre que profesa ser ministro de Cristo crucificado" (Memorial II, n.91, 3520s). Cristo "es la piedra de donde el predicador ha de sacar agua, como dice San Pablo" (Plática 4ª, 11; cfr. 1Cor 10,4).

 

      El trato íntimo es de "amistad" y de "estrecha familiaridad" con Cristo, "como persona que tiene con el Señor particular amistad y particular trato" (Tratado del sacerdocio, n.9, 304). Esta intimidad tiene lugar de modo especial en la celebración eucarística: "Si miramos cuán sobre todo es venir Dios al llamado de un sacerdote y estar en sus manos, dejarse tratar de él con más estrecha familiaridad que nadie pudiera pensar, ninguna santidad le parecerá que le sobra y le iguala, ni que llega con mucho a lo que merece el Señor de pureza infinita, comunicando con tan inefable comunicación" (ibídem, n.12, 493ss).

 

      De este modo, la relación íntima con Cristo se concreta en imitación y sintonía con sus sentimientos y amores: "Es mucha razón que quien le imita en el oficio, lo imite en los gemidos... En este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote para conformarse con los deseos y oración de él" (Tratado del sacerdocio, n.10, 344ss).

 

      La centralidad de la celebración eucarística es debida al hecho de representar a Cristo Sacerdote, principalmente durante la celebración de este misterio: "El sacerdote representa en la misa a Jesucristo nuestro Señor, principal sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio" (Tratado del sacerdocio, n.10, 342ss; cfr. Ser 56, 234ss). Consecuentemente se pregunta: "¿Cómo puede un sacerdote ofender a Dios teniendo a Dios en sus manos?" (Ser 64, 135s). El sacerdote está en el altar "en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo Redentor" (Carta 157, 264s).

 

      Ser representante de Cristo es un servicio de visibilidad y de signo eclesial. Es como si la Iglesia se sintiera también expresada de modo especial en el representante de Cristo, como transparencia e instrumento del mismo Cristo: "El sacerdote, como Orígenes dice, es la faz de la Iglesia; y como en la faz resplandece la hermosura de todo el cuerpo, así la clerecía ha de ser la principal hermosura de toda la Iglesia" (Tratado sobre el sacerdocio n.11, 396ss; cfr. Orígenes, In Lev. homil. 5,3.4).

      Esta dimensión eclesial de la espiritualidad sacerdotal la explica el Maestro con diversas comparaciones: "guardas de la viña", "cabezas", "corazones de madre", "ojos": "Guardas son de la viña los pontífices, los predicadores, los sacerdotes" (Ser 8, 600ss). "Por el descuido de las cabezas está la viña (de la Iglesia) tan estragada" (ibídem, 628s) y "la faz tan desfigurada" (ser 55, 784 ). Los sacerdotes son la expresión materna de la Iglesia: "Si hubiese en la Iglesia corazones de madre en los sacerdotes... les daría resucitados las ánimas de los pecadores" (Plática 2ª, 375ss). "Somos los ojos de la Iglesia" (ibídem, 449s).

 

      La dimensión mariana es una consecuencia de la dimensión cristológica, eucarística y eclesial. Se subraya el paralelismo y también la relación materna y filial respectivamente. "Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hechos semejantes a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trujo a Dios a su vientre... Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración" (Plática 1ª, 111ss; cfr. Carta 157, 260ss). La acción sacerdotal es semejante a la de María por "el ser sacramental que el sacerdote da a Dios humanado", no sólo una vez, sino frecuentemente (Tratado del sacerdocio, n.2, 70ss). Consecuentemente, María considera a los sacerdotes como parte de su mismo ser: "Los racimos de mi corazón, los pedazos de mis entrañas" (Ser 67, 743ss). La castidad o virginidad sacerdotal tiene esta perspectiva mariana (cfr. Tratado del sacerdocio, n.15).[144]

 

      La dimensión de seguimiento evangélico radical la hemos resumido anteriormente (en este mismo capítulo), al hablar de la caridad pastoral y, consecuentemente, de las virtudes del Buen Pastor. La descripción del "ministro de Cristo crucificado" (Memorial II, n.91, 3520s) se concreta en la exigencia de compartir e imitar su misma vida de renuncia y de entrega (cfr. Ser 81,96ss).

 

      La caridad pastoral, como "caridad para con todos" (Ser 10,132ss), es la fuente de las exigencias de vida evangélica al estilo de los Apóstoles, como hemos indicado más arriba (n.3, a-b). Los sacerdotes ministros han sido elegidos "para pastores criadores del ganado, que los apacienten en los pastos de ciencia y doctrina... llevándolos sobre sus hombros... aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo Cristo, y dijo que este tal es buen pastor" (Advertencias I, n.6, 198ss).

 

      Estas dimensiones básicas (cristológico-eucarística, eclesial-mariana y evangélico-pastoral) podrían ser la clave para delinear la escuela del Maestro Ávila en sus dos vertientes: espiritualidad cristiana en general y espiritualidad sacerdotal en particular.[145]

 

      No se puede deslindar completamente, en la doctrina avilista, la vertiente sacerdotal y la cristiana general. Los contenidos básicos de esta espiritualidad son los mismos. Son temas que se basan en su misma teología sobre la Encarnación, Cuerpo Místico (Iglesia), humanidad (y Corazón) de Cristo, Eucaristía, Espíritu Santo, justificación (y beneficio de Cristo), María, sacerdocio, etc. Los temas de espiritualidad cristiana tienen su punto de partida en Dios Amor, que se manifiesta a través de la Encarnación del Verbo y, de modo especial, en la interioridad o Corazón de Jesucristo (desde la Encarnación hasta la cruz).

 

      Esta espiritualidad cristiana y sacerdotal es de máxima confianza en los méritos de Cristo Sacerdote y Redentor. Apoyado en este confianza, el Maestro alienta a sus discípulos y oyentes a emprender el camino de la contemplación y perfección,

invitándolos a insertarse responsablemente, según su propia vocación específica, en la vida concreta (personal, familar-comunitaria, social). Tema constante de esta derivación contemplativa, evangélica y misionera, es la Eucaristía, la acción del Espíritu Santo y la figura programática de María (modelo y Madre de la Iglesia).

 

      Sus discípulos, como también sus lectores y oyentes, se sentían fuertemente atraídos, pero no condicionados por su doctrina y su testimonio. La doctrina del Maestro siembra confianza y serenidad, mientras, al mismo tiempo, deja grandes espacios para la propia iniciativa y responsabilidad. Es la libertad cristiana, tan ausente en los círculos iluministas de la época.

 

      Los biógrafos del Maestro hablan de "colegio de clérigos", "escuela", "discípulos", pero no aparece propiamente una estructura organizada sobre el grupo "avilista". Hay que recordar que el grupo de discípulos sacerdotes era muy diferenciado (seculares y de diversas órdenes religiosas), y no refleja siempre una relación entre ellos, salvo en el caso de algunas residencias o colegios y de algunas obras apostólicas (grupos para misiones populares).

 

      Sobresalen dos características de la escuela: vida espiritual y vida apostólica. "Vivían sus discípulos apostólicamente... Tuvo si duda intento... de fundar una religión de sacerdotes ejemplares, que, coadjutores de los obispos, acudiesen a cultivar las almas, enseñar a los niños la doctrina, criar santamente la juventud, ayudar a los fieles en el camino de la salvación, gobernar los más perfectos en la vida espiritual; finalmente, que predicasen por el mundo, dilatasen la verdad evangélica, manifestasen los tesoros que tenemos en Cristo crucificado" (Vida, lib.2, cap.1).

 

      El término "escuela", en nuestro caso, indica más bien una relación de consejo espiritual e imitación, pero también una cierta disposición para la vida en grupo: "Ha tenido (el Maestro Ávila) secuela de muchos que, siguiendo su consejo, se dan al servicio de Dios y reformación de vida, de cualquier estado, y especialmente ha tenido y tiene secuela de algunos, en los cuales ha atinado el buen Ávila el modo de vivir de la Compañía, sin obediencia tamen ni obligación".[146]

 

      A veces, los testimonios se refieren a residencias concretas, con cierta organización interna y con derivación apostólica: "Hízose también aquí (en Granada) un Colegio de clérigos recogidos para servicio del arzobispo... Y pudiera referir aquí las personas insignes que fueron tocadas de Nuestro Señor, que después fueron doctores en Teología y muy útiles a la Iglesia con su ejemplo y doctrina".[147]

 

      Pero el hecho de repetirse esos colegios y residencias, dio lugar a una sensación de lo que hoy llamaríamos movimiento, asociación o grupo. Así ocurre con la petición del cardenal infante, Don Enrique, arzobispo de Évora (Portugal): "Había volado en alas de la fama hasta Portugal el buen nombre de esta pequeña Congregación de sacerdotes operarios y sanctos. Y con deseo de aprovechar más sus ovejas, el cardenal... escribió a el Maestro Ávila le enviase algunos sacerdotes de su escuela".[148]

 

      Un buen resumen de la relación del Maestro Ávila con sus discípulos sacerdotes, lo encontramos en esta afirmación del biógrafo Muñoz: "Fue muy celoso, con deseos y afectos ardentísimos, de que se conociese la perfección que pide el estado sacerdotal, que se tomase con los fines para que le instituyó el Sumo Sacerdote Cristo; procuró con grandes ansias y trabajó mucho para que todos fuesen perfectos sacerdotes. Hacíales muy de ordinario pláticas" (Vida, lib.3, cap.20). El grupo de profesores de Baeza recibió atenciones y orientaciones especiales.

 

      Si la organización del "grupo" o "escuela" no aparece bien definida, sí queda clara la adhesión espiritual (no condicionante) y los contenidos doctrinales sobre la santidad sacerdotal (que ya hemos estudiado en este mismo capítulo).

 

      Si se quiere instar en el término "escuela", cabe recordar el influjo decisivo de la figura y doctrina avilista en sus discípulos (procedentes de diversas corrientes), en órdenes religiosas, en santos y autores espirituales hasta nuestros días.

 

      Esta herencia avilista a través de los siglos es debida a su autenticidad, muy distante de los movimientos erasmistas, reformistas e iluministas de su época. Es una herencia relacionada con los carismas de tantos santos del siglo XVI; pero sus contenidos parecen estar también muy de acuerdo con los del concilio Vaticano II y su postconcilio.

 

      La influencia avilista la constató, a distancia de setenta años de la muerte del Maestro, su biógrafo Muñoz,quien escribía en 1635: "No hay ciudad en España que no haya gozado de más varones santos y apostólicos (se refiere a los discípulos), que hayan enseñado más sólida doctrina; y, con haber más de ochenta años que predicó el padre Maestro Ávila y sus discípulos, permanecen hoy en día discípulos de sus discípulos, que conservan el espíritu de este gran Maestro" (Vida, lib.1, cap.20).

 

      El hecho de que la doctrina avilista siga siendo actual en épocas tan diferenciadas como las que discurren entre el siglo XVI y el inicio del tercer milenio, indica una novedad permanente. Santos y autores espirituales citaron y siguen citando con profusión esta doctrina preñada de una viva espiritualidad y capaz de suscitar continuos movimientos de renovación eclesial.[149]

 

      El caso histórico similar de la escuela francesa de espiritualidad del siglo XVII, puede servir como analogía. Sus autores y escritos siguen siendo de suma actualidad. La originalidad innegable de esta escuela, tan influyente hasta hoy, tiene un punto de arranque en el misterio de la Encarnación del Verbo, a la luz de los contenidos bíblicos y patrísticos, con datos entusiasmantes acerca del sacerdocio de Cristo y del sacerdocio ministerial, con gran capacidad de renovación espiritual y pastoral.

 

      Todo resurgir en la historia de la Iglesia tiene sus raíces tradicionales y sus avances novedosos. La escuela francesa, sin perder su originalidad, encuentra sus raíces inmediatas en San Carlos Borromeo (institución de Seminarios), en el cartujo de Burgos, Antonio de Molina (por su doctrina sacerdotal patrística y avilista) y también en San Juan de Ávila.

 

      Hay contenidos comunes en el Maestro Ávila (siglo XVI) y en los autores de la escuela francesa (siglo XVII). La sintonía de conceptos es debida principalmente a las fuentes comunes (bíblicas, patrísticas y de autores espirituales). Es importante notar la gran semejanza en el enfoque acerca de la Encarnación del Verbo, las "miradas" de Cristo Sacerdote (al Padre, al la humanidad entera, a sí mismo para inmolarse), las exigencias evangélicas de la espiritualidad sacerdotal, el paralelismo con la figura de María, la institución de Seminarios, la renovación del clero.

 

      En este contexto hay que valorar la afirmación de P. Pourrat, al transmitir un testimonio de Bourgoing, que hace referencia al aprecio de Bérulle sobre el Maestro Ávila: "Dios ya había echado sus semillas (de renovación del clero) en diversas personas y lugares; me acuerdo haber oído decir a nuestro muy honorable Padre (P. Bérulle) que ello había sido un diseño (dessein) del P. Juan de Ávila, predicador apostólico; añadiendo, al mismo tiempo, que si hubiera vivido (Ávila) en nuestros días, hubiera ido a ponerse a sus pies, y lo hubiera tomado como maestro y director de esta obra, pues le tenía en singular veneración".[150]

 

      Si durante los siglos XVI-XX, la influencia avilista fue más a nivel internacional (por medio de autores espirituales y de santos), a mediados del siglo XX se puede constatar un resurgir espiritual y sacerdotal preferentemente en los ambientes españoles y latinoamericanos. Las fechas son muy significativas: 1944 (cincuentenario de la beatificación), 1946 (Pío XII lo declara Patrono del Clero secular español), 1969 (celebración del cuarto centenario de su muerte), 1970 (Pablo VI lo canoniza y lo propone como protector de los sacerdotes y como modelo de renovación eclesial).[151]

 

      Es difícil valorar debidamente un resurgir sacerdotal que produjo abundantes frutos antes e inmediatamente después del concilio Vaticano II (especialmente entre 1944 y 1970), a pesar de la crisis sacerdotal (crisis posterior y generalizada también en otras naciones).

 

      La doctrina del Vaticano II (clausurado en 1965) comienza a aplicarse de modo coherente al final del segundo milenio y principio del tercero. Es un hecho parecido al postconcilio tridentino (aplicado lentamente según las diversas situaciones). En nuestro estudio hemos intentado constatar los contenidos doctrinales avilistas de valor permanente, señalando su potencialidad  de incidir en los temas actuales.

 

      Los estudios de investigación histórica sobre el Vaticano II encontrarían abundante materia sobre la incidencia de algunos obispos (de marcada línea avilista) en la redacción de los textos sacerdotales sobre la "familia sacerdotal" y la "fraternidad sacramental" del Presbiterio (cfr. LG 28; CD 28; PO 8)[152].

 

      El Congreso Internacional, celebrado con ocasión del quinto centenario su nacimiento (Madrid, 2000), ha sido una nueva muestra de su influjo permanente en la Iglesia.[153]

 

      La espiritualidad y santidad sacerdotal, descrita y testimoniada por el Maestro Ávila, sigue sentando escuela, sin necesidad de estructura y organización estricta. Es una realidad de gracia, que no se condiciona a ningún sector, puesto que pertenece a todos. Cada uno podrá inspirarse en algunos aspectos más que en otros. Puede ser también que algunos grupos delineen su camino de revisión de vida y de comunidad fraterna, a la luz de esa doctrina, respetando otras aplicaciones y posibilidades.

 

      De modo parecido a como ocurre con los carismas fundacionales de los santos, esas gracias son siempre insuficientemente aplicadas, porque pertenecen a una herencia común y permanente, capaz de producir continuos movimientos de renovación evangélica, en cualquier situación histórica, eclesial, sociológica y cultural.

 

      Así es la escuela espiritual y sacerdotal del Maestro Juan de Ávila, Patrono del Clero español, que bien merecería llamarse Maestro de la confianza en el amor de Dios, Maestro de la espiritualidad sacerdotal y de la santidad cristiana.

 

      Las Iglesias particulares y sus Presbiterios podrían encontrar en él una invitación hacia una entrega evangélica sin rebajas y una misión apostólica sin fronteras, en armonía con todas las vocaciones y ministerios, y en comunión con el sucesor de Pedro que preside la caridad universal y que lleva para todos el "cántaro" del agua viva (cfr. Ser 33, 249ss; Lc 22,10): "¿Quién habrá que no siga al vicario de Cristo viendo que él sigue a Cristo?" (Memorial II, n.41, 1772ss).

 

      Podemos reconocer, todavía hoy, en la figura y escritos del Maestro San Juan de Ávila, "una escuela de intensa espiritualidad" (Pablo VI)[154]. Juan Pablo II ha ratificado este mismo deseo e invitación: "El ejemplo de su vida, su santidad, es la mejor lección que sigue impartiendo a los sacerdotes de hoy, llamados también a dar nuevo vigor a la evangelización... Ante los retos de la nueva evangelización, su figura es aliento y luz también para los saceredotes de hoy que, al ser administradores de los misterios de Dios, están en el corazón mismo de la Iglesia, donde se construye sobre base firme y se reune en la caridad".[155]

 

                                     IV

 

LINEAS CONCLUSIVAS: TRAZOS FUNDAMENTALES DE SU ESPIRITUALIDAD CRISTIANA Y SACERDOTAL

 

      La espiritualidad cristiana y sacerdotal del Maestro Avila está relacionada estrechamente con su ministerio de profeta, liturgo y pastor. En su sepulcro se resume todo con dos palabras ("messor eram", fui segador), que reflejan su ministerio profético de predicador, catequista y educador. Esta acción ministerial es eminentemente contemplativa y, al mismo tiempo, deriva hacia la dirección o consejo espiritual, para guiar a los creyentes por el camino de perfección. Se le descubre siempre como Maestro en todo el decurso de la vida espiritual cristiana y sacerdotal.

 

      En realidad, el Maestro anunciaba el mensaje evangélico en vistas a ayudar a celebrarlo en la liturgia y a vivirlo por un camino de perfección. Por su parte, él vivía esta realidad ministerial como seguimiento evangélico (a imitación del Buen Pastor), al estilo de los Apóstoles y, de modo especial, según la figura de Pablo. Con esta vitalidad espiritual y apostólica, de línea contemplativa (recepción de la Palabra), eucarística y mariana, podrá llegar a los campos más concretos de la caridad pastoral: los pobres, los enfermos, los atribulados, la juventud, la familia... La reforma eclesial que propugna es, pues, desde la propia reforma y procurando la renovación de los diversos estamentos eclesiales.

 

      La dedicación generosa del Maestro Ávila a los ministerios tiene su punto de partida en el amor y seguimiento de Jesucristo: "Señor, que siempre os seguí yo por vos y en vos" (Ser 15, 188s). Su apostolado hubiera sido totalmente otro de no haber tenido el gesto de repartir todos sus bienes patrimoniales (una mina de plata) entre los pobres, con ocasión de su primera Misa. Los primeros años de su ministerio en Sevilla, viviendo evangélicamente con Fernando de Contreras, le marcaron para toda la vida. Su vida pobre y su cercanía a los pobres, durante sus correrías apostólicas, no era un aditamento, sino algo esencial como en la vida de Jesús. "Fue obrero sin estipendio... y habiendo servido tanto a la Iglesia, no recibió de ella un real" (L. Muñoz, Vida, Lib. 3º, cap. 4). Así vivió y así murió, dejando como símbolo la cruz de palo que presidía su habitación en Montilla.[156]

 

      Su disponibilidad misionera quedó también marcada por el ofrecimiento para evangelizar en el Nuevo Mundo, alistándose como misionero con el primer obispo de aquellas tierras (Fr. Julián Garcés). Su viaje frustrado se tradujo en una dedicación plena a los ministerios, según el estilo de vida de los Apóstoles, urgido por la caridad del Buen Pastor. A donde no llegó el "Apóstol de Andalucía", llegarían sus discípulos. Los campos de apostolado eran muchos: predicación y catequesis, sacramentos y vida litúrgica, obras de misericordia, educación, dirección y orientación espiritual, siempre hacia los horizontes universalistas de la Iglesia y hacia todas las situaciones sociológicas y culturales.

 

      Era un trasunto de la figura apostólica de Pablo, en su vida y en su predicación. Desde los comienzos de su predicación, el Maestro explicaba los escritos paulinos; en Écija, ya antes de 1531. Las lecciones sobre la carta paulina a los Gálatas fueron impartidas en Córdoba antes del año 1537. "Fue nuestro predicador muy devoto del apóstol San Pablo y procuró imitarlo mucho en la predicación y en la desnudez y en el gran amor que a los prójimos tuvo. Supo sus epístolas de coro... Y es de ver que todas las veces que se le ofrecía declarar alguna autoridad de este santo Apóstol lo hacía con grande espíritu y maravillosa doctrina, como consta de todo sus sermones y escritos".[157]

 

      A sus discípulos recomendaba este mismo paulinismo, que se aprende a fuerza de persecución: "Si vuestras mercedes estuvieran sentenciados a muerte con tres testigos contestes, como yo los tuve, entendieran muy bien a San Pablo". Un gran historiador ha llegado a afirmar: "Juan de Ávila es un retrato vivo del apóstol San Pablo. Yo no recuerdo que en la historia de la Iglesia hayan otro que se le asemeje tanto. En la vida y en el pensamiento".[158]

 

      Como predicador, el Maestro Ávila es un caso extraordinario en su época, tan falta de buenos predicadores. El epitafio de su sepulcro ("Messor eram") se refiere principalmente a este ministerio. Los biógrafos le llaman "predicador apostólico" o también predicador evangélico. Con estilo paulino (en cuanto a los contenidos y al fuego interior de los conceptos), su predicación abarcaba todos los ambientes del sur de España (templos, conventos, plazas y calles) y todos los géneros de predicación: homilías, conferencias o pláticas, catequesis. Es predicación que discurre glosando los tiempos y contenidos litúrgicos.[159]

 

      Según afirma el mismo biógrafo Fr. Luís, "como persona de letras y ingenio que era... llevaba el sermón bien enhilado" (Vida, parte 3ª, cap. 5). Se producían grandes conversiones o grandes cambios de vida, como en el caso de San Juan de Dios. Sus discípulos y dirigidos se alimentaban de sus sermones.[160]

 

      Una de sus características más sobresalientes fue la de catequista y educador. Como buen pedagogo, se basa en unos contenidos claros, ordenados y completos, presentados con amenidad, convicción y testimonio, reclamando una actitud de alegría por parte de los catequistas, ayudando a memorizar los contenidos por medio del diálogo, las expresiones poéticas y el canto. Era necesario que los niños entendieran el catecismo y supieran explicarlo: "Para que lo entiendan y sepan dar cuenta de cada cosa qué es y para qué" (Doctrina cristiana, final).[161]

 

      El Maestro Ávila era un director espiritual muy conocido y consultado en su época. Sus consejos son pautas muy acertadas y de aplicación concreta a cada persona, en el camino de la vocación, oración-contemplación, perfección, vida fraterna y apostolado. Los dirigidos y dirigidas eran gente de toda condición social, gente sencilla e intelectual, del estamento laical, religioso o sacerdotal, obispos y autoridades civiles. En el epistolario de dirección espiritual o en otras referencias, pueden encontrarse nombres de dirigidos como San Juan de Dios, Diego Pérez de Valdivia, Luís de Granada, Antonio de Córdoba, Sancha Carrillo, Ana Ponce de León (condesa de Feria), Inés de Oces, etc... A todos les va señalando los caminos de la vida espiritual, sin rebajar las exigencias, como quien ha escuchado con respeto, ha reflexionado y acompaña con afecto sincero; invita siempre al conocimiento propio, a la confianza en el amor de Dios y a la entrega generosa.[162]

 

      La figura del Maestro Ávila es la de un contemplativo, que

bebe continuamente en las fuentes de la Palabra de Dios con actitud oración humilde y confiada. Cumplía lo que él mismo recomendaba a sus discípulos: "Sed amigos de la Palabra de Dios, leyéndola, hablándola, obrándola" (Carta 86, 193s). Sus biógrafos dicen que "vivía de oración, en la que gastó la mayor parte de su vida" (L. Muñoz, Vida, lib. 3, cap. 14) y que, pesar de sus muchas ocupaciones, "no predicaba sermón sin que por muchas horas la oración le dirigiese" (ibídem, lib. 1, cap. 8).

 

      Su vida apostólica era eminentemente eucarística. Era un enamorado de la Eucaristía: celebrada, adorada, vivida, predicada. Su mismo sello personal (como puede verse en las cartas) tiene grabada una custodia con el Santísimo expuesto. Fue el gran apóstol de la comunión frecuente y diaria. Tradujo en redacción poética castellana el "Pange lingua" y el "Sacris Solemnis". Se conservan veintisiete sermones dedicados directamente a la Eucaristía. No dejaba de predicar en la fiesta y octaba del Corpus Christi, especialmente desde que, en 1542, se le apareció el Señor, caído bajo el peso de la cruz, cuando el Maestro iba a retirarse la Cartuja; entonces oyó estas palabras: "Así me ponen los hombres".[163]

 

      Su vida espiritual era profundamente mariana. Los sermones dedicados directamente a María (Ser 60-72) se han llamado, a veces, "libro de la Virgen". Todos los otros sermones acostumbran a estar precedidos por la invocación a María, pidiendo la gracia particular del momento litúrgico. En las biografías se indica con detalle esta su preferencia espiritual. Durante su estancia en Granada, ayudó con sus sermones a la construcción de una iglesia en honor de la Santísima Virgen, acarreando él mismo algunas piedras. Recogen también una de sus oraciones marianas preferidas, que recitó en el momento de expirar: "Recordare, Virgo Mater, cum steteris ante Deum, ut loquaris pro nobis bona, et avertas indignationem suam a nobis"[164]. Algunas de sus expresiones son índice de su misma espiritualidad mariana: "Más quisiera estar sin pellejo que sin devoción de María" (Ser 63, 544s); "cuando yo veo una imagen con su Niño en los brazos, pienso que he visto todas las cosas" (Ser 4, 553s).

 

      La caridad pastoral del Maestro se concretaba en todos los niveles ministeriales, pero se puede notar una permanente preferencia por los más pobres, enfermos y atribulados, niños y jóvenes, campesinos y trabajadores. Sus obras caritativas eran asistenciales y promocionales, especialmente proporcionando centros educativos y organizando cofradías, llamando a los ricos a compartir sus bienes con los necesitados y urgiendo a las autoridades a proporcionar trabajo y asistencia a los trabajadores. A partir de su propia experiencia, podía instar a llenar estos vacíos, como consta por los "Memoriales" para el concilio de Trento (cfr. Memorial I, n.43; Memorial II, n.55). Su acción catequética tenía en cuenta estos sectores marginados[165]. Las cartas dirigidas a los enfermos están llenas de unción y comprensión.[166]

 

      Todas estas líneas de su fisonomía (como profeta, liturgo y pastor) le llevaron, sin intentarlo directamente, a ser un gran reformador de la vida eclesial en todos sus niveles (catequesis, sacramentos, caridad) y estamentos (laicado, religiosos, sacerdotes y jerarquía en general). Sus escritos son una invitación continua a la reforma personal y comunitaria por una línea profundamente evangélica. Su invitación nace del amor a la Iglesia, aprendido en la meditación de la Palabra. Por esto le ilusiona pensar que es la misma Iglesia la que invita a la renovación[167]. Su mira principal esta la renovación de la vida sacerdotal (obispos y presbíteros) y de la vida consagrada. Pablo VI, en la homilía de la canonización, le calificó de "un precursor" de la "renovación eclesial".[168]

 

      El Maestro Ávila es un enamorado de Cristo Buen Pastor, contemplado en su Palabra, celebrado en la Eucaristía y sacramentos, anunciado por medio de la predicación y catequesis, vivido con sus exigencias evangélicas y comunicado para ser vivido según las bienaventuranzas y el mandato del amor. No es, pues, un tema el que le atrae, sino una persona, que es el Hijo de Dios hecho nuestro hermano. En Cristo Redentor, se nos ha revelado Dios como Dios Amor, para la salvación de todos y cada uno de los seres humanos.[169]

 

      En sus escritos y en su vida aparecen ampliamente todos los temas de la espiritualidad cristiana y sacerdotal. Sus ejemplos y enseñanzas son una guía para todos los creyentes (laicos, religiosos, sacerdotes). San Juan de Avila explicó y vivió estos temas (cap. I) y puede ser considerado con un Maestro eximio de espiritualidad cristiana y sacerdotal (cap. II-III). Su influjo en la posteridad, a nivel universal, aparece claro en santos y escritos espirituales hasta nuestros días (ver trabajo aparte: Influencia histórica permanente del Maestro San Juan de Avila).

 

      Pablo VI, en los discursos con ocasión de la canonización, delinea la figura de Juan de Ávila, especialmente como modelo de la santidad cristiana y sacerdotal. Indica su figura y sus escritos como "una escuela de intensa espiritualidad". El Papa propone especialmente: "la firmeza en la verdadera fe, el auténtico amor a la Iglesia, la santidad, la fidelidad al Concilio, la imitación de Cristo, tal como debe ser en los nuevos tiempos"[170]. Y resume la figura "profética" del Maestro con esta pincelada: "Una santidad de vida nada común, un celo apostólico sin límites, una fidelidad sin engaños a la Iglesia"[171].

 

      Juan Pablo IIinvita a seguir "el ejemplo de su vida, su santidad... ante los retos de la nueva evangelización"[172]. El Papa citó a San Juan de Avila en primera carta de Jueves Santo (1979), así como durante las visitas a España (Sevilla, 5 noviembre de 1982; Valencia, 8 de noviembre). En un discurso del 1 de diciembre de 2000, también en relación con el V centenario del nacimiento del Maestro, cita ampliamente sus enseñanzas e invita a seguir "el ejemplo, siempre actual, de san Juan de Ávila".[173]



    [1]Cfr. L. MUÑOZ, Vida, lib. 1º, cap. 3.

    [2]Cfr. L. MUÑOZ, Vida, lib. 1º, cap. 4-6.

    [3]Cfr. L. GRANADA, Vida, parte 2ª, cap. 6; L. MUÑOZ, Vida, lib. 1º, cap. 6.

    [4]Cfr. L. MUÑOZ, Vida, lib. 1º, cap. 22-26.

    [5]Ver: Obras completas del Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970-1971) 6 volúmenes; al inicio del volumen I se recogen, en elenco bibliográfico, todas las ediciones de los escritos en diversas lenguas, así como los estudios realizados.

    [6]Cfr. Obras completas, I, cap. VI e introducción al texto del "Audi Filia".

    [7]En la "Guía de pecadores" (Lisboa 1556), Fr. Luís publicó una parte del "Audi Filia" (todavía no editado por el Maestro). Era asiduo lector de las cartas del Maestro. De su aprecio por el "Audi Filia", dice: "El Audi Filia también podré yo decir que lo tengo en la cabeza por haberlo leído muchas veces; y, cuando lo leo, paréceme que veo vivo al Padre en aquellas letras muertas, mayormente acordándome cuántas veces platicó conmigo muchas de éstas" (Carta a Sr. Ana de la Cruz, condesa de Feria). Ver: B. VELADO GRAÑA, Dos cartas inéditas del V.P. Fr. Luís de Granada: Revista de Espiritualidad 7 (1948) 350-355.

    [8]Cfr. Obras completas, vol VI (introducción a los tratados de reforma).

    [9]Cfr. Obras completas, VI, introducción y pp. 229-349.

    [10]Cfr. Obras completas, III, 274-289 (El Maestro Ávila, predicador).

    [11]Cfr. Obras completas, III, 361ss (Pláticas espirituales, introducción y notas).

    [12]Cfr. Obras completas, V (introducción).

    [13]Ver: Obras completas, IV (comentarios bíblicos, introducción).

    [14]  Cfr. Obras completas, VI.

    [15]Ver Obras completas, VI (Tratados menores, introducción).

    [16]Cfr. Obras completas, III (introducción al Tratado sobre el sacerdocio).

    [17]Cfr. Escritos menores, en: Obras completas (Madrid, BAC, 1971) vol. VI, 482ss.

    [18]El texto del prólogo se encuentra en la Miscelánea breve de los escritos menores: Obras completas, vol. VI, 512-514.

    [19]La espiritualidad avilista ha sido estudiada con cierta amplitud, aunque quedan todavía muchos aspectos por profundizar. Estudios: C.M. ABAD, La espiritualidad del Bto. Ávila: Manresa 28 (1956) 455-478; M. ANDRÉS MARTÍN, San Juan de Ávila, Maestro de espiritualidad (Madrid, BAC, 1997); F. CARRILO RUBIO, Espiritualidad del Beato Maestro Juan de Ávila: Semana Avilista 1 (1952) 93-105; J. ESQUERDA BIFET, Juan de Ávila, Maestro de espiritualidad cristiana: Studia Missionalia 36 (1987) 83-107; Id., Jean d'Avila, en: Dictionnaire de Spiritualité Chrétienne, VIII, 1 partie, 270-283; Id., Giovanni d'Avila, en: Dizionario Enciclopedico di Spiritualità (Roma, Città Nuova, 1990) 1125-1128; A. GRANADO BELLIDO, San Juan de Ávila. Por qué quema el fuego (Madrid, Paulinas, 1991); I. MENÉNDEZ-REIGADA, El Beato Juan de Ávila, maestro de vida espiritual: Vida sobrentural 39 (1940-1941) 12-13, 102-109; 40, 27-36, 91-99; 41, 28-36; P. POURRAT, La spiritualité chrétienne (Paris 1944) t. 3, 159-163.

    [20]El tema de la Trinidad y la presencia divina por inhabitación: M. ANDRÉS MARTÍN, San Juan de Ávila, Maestro de espiritualidad (Madrid, BAC, 1997) cap. VI (espiritualidad trinitaria).

    [21]Estas son sus perspectivas fundamentales: J. ESQUERDA BIFET, Giovanni d'Avila, en: Dizionario Enciclopedico di Spiritualità (Roma, Città Nuova, 1990) 1125-1128.

    [22]Ver: M. ANDRÉS MARTÍN, San Juan de Ávila, Maestro de espiritualidad, o.c., cap. IV (experiencia de amor) y V (la unión).

    [23]La venida del Espíritu Santo sana el corazón: "Venga el Espíritu Santo y quite este corazón cruel, duro, etc., y denle otro sano" (Ser 31, 266; cfr. Ez 11,19).

    [24]Esta afirmación está hecha en un contexto de queja contra los malos teólogos.

    [25]"Verdaderamente te ama y procura tu bien. Padre tuyo es y buen padre; y a todos ayuda, y hace bien a los que en él esperan" (Ser 9, 309ss).

    [26]Así es la actitud de la oración contemplativa, que se expresa "con un afecto sencillo, como niño ignorante" o con "una sosegada atención para aprender de su maestro" (AF cap. 75, 7656ss). Es una actitud como de "un niño o uno que oye órgano y gusta" (Plática 3ª, 167ss).

    [27]El Maestro describe la actitud de los primeros cristianos respecto a María, quienes, "movidos por el Espíritu Santo", constataban "el grande amor con que recibía a los que iban a ella, su gran misericordia, que a ninguno desechaba" (Ser 70, 674ss). Honrarla a ella equivale a honrar a Cristo, "porque toda la honra que a su Madre hicieren, la recibe Él como hecha a sí mesmo" (ibídem, 1206ss).

    [28]Se han hecho mucho estudios sobre la doctrina mariana en e Maestro Avila. Respecto a la espiritualidad mariana, recojo conenidos y abuntante bibliografía: La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro Juan de Ávila: Anthologica Annua, 24-25 (1977-1978) 499-550; La doctrina mariológica del Maestro san Juan de Avila: Marianum 62 (2001) 91-114. Cfr. A. MOLINA, Presencia de María en el epistolario del Santo Maestro Juan de Ávila: Estudios Marianos 36 (1972), 281-304.

    [29]Acerca de los santos, el Maestro acentúa la imitación y la intercesión. Cfr. R. GARCÍA Y GARCÍA DE CASTRO, El Mtro. Juan de Ávila, santo y forjador de santos: Maestro Ávila 1 (1946) 223-238.

    [30]En la "Doctrina cristiana" (1554) se dedica una parte importante al "Credo". También se puede encontrar una síntesis de los contenidos de la fe en el "Dialogus inter confessarium et paenitentem" (n. 4ss). Cfr. M. NICOLAU, La virtud de la fe en las obras del Bto. Ávila: Manresa 17 (1945) 239-242.

    [31]Es evidente la referencia a la explicación distinta de Lutero (cfr. Ser 33, 217ss; comenta la doctrina de San Pablo: Gal 2,16).

    [32]Los llamados motivos de credibilidad quedan expuestos en el "Audi Filia". El hombre debe creer a Dios si revela (cap. 38), aunque revele misterios ininteligibles (cap. 32), por la autoridad de Dios que no se engaña ni nos engaña (cap. 42).

    [33]La fe es "perla preciosa, sin la cual cuanto uno más tiene, más pobre está", y es la "disposición para dársenos el Espíritu Santo" (Carta 150, 89ss).

    [34]A sus dirigidos los alienta con esta actitud de esperanza, que se traduce en confianza en el amor de Dios y entrega en sus manos: "El segundo punto que debe mucho notar para alcanzar el camino del cielo, ha de ser tener una viva esperanza en Cristo nuestro Redemptor, aprovechándose de sus merecimientos en todas sus necesidades. Esto se llama en la divina Escriptura con muchos nombres, porque unas veces lo llama fe, otras esperanza, otras sentir de Dios en bondad, otras le llama confianza" (Carta 222, 125ss).

    [35]Los sermones son una continua llamada a la confianza en el amor de Dios: "Arrójate en Dios, que no es Dios infiel, que, arrojándote en El, no te ha de hurtar el cuerpo y dejarte caer; si comienzas en el esfuerzo de Dios, en él podrás acabar" (Ser 18, 636ss).

    [36]Hay cartas dedicadas totalmente al tema de la confianza, basada siempre en la misericordia de Dios manifestada por medio de Jesucristo crucificado, su Hijo (cfr. Cartas 44, 48, 54, 90, etc.). Las situaciones humanas dejan entrever siempre un destello de la Providencia, que invita a la confianza. Se invita a tener certeza moral del perdón (Carta 160, 51ss), gracias a los "merecimientos de Cristo" (Carta 89, 20ss). Se insiste en ello: "Debe procurar el alegría y confianza grande en los merecimientos de Jesucristo"(Carta 236, 436ss). Y este es "el modo como Él quiere que traten con Él los suyos" (Carta 93, 60ss).

    [37]El amor debe prevalecer sobre el temor: "¡Si Dios abriese nuestros ojos para que creyésemos que Dios es verdaderamente bueno, y que nos ama, y el bien que nos tiene aparejado! Aunque para el que no tiene conocimiento de esto es bueno el temor; mas para quien conoce el amor que nos tiene, mucho bien le es pensar en ello, para ser bueno, a quien tanto le ama" (Ser 79, 219ss).

    [38]Sobre la caridad en San Juan de Ávila: E.M. DÍAZ RAMÍREZ, Ya han florecido las granadas (Almagro, Ciudad Real, 1993), antología de textos; J.B. GOMIS, El amor puro en el Bto. Juan de Ávila y en Molinos: Verdad y Vida 8 (1950) 351-370; A. SEGOVIA, El amor de Dios en las cartas del P. Ávila: Maestro Ávila 1 (1946) 147-282. Ver los comentarios al Tratado del amor de Dios.

    [39]El amor enraíza en la voluntad y nos hace semejantes a Dios (cfr. Juan I, lec. 21ª, 6640ss).

    [40]Este gozo es "fruto del Espíritu Santo" (Carta 26, 206ss). Es gozo que expresa "lo más subido de la caridad que en esta vida es cuando nos gozamos de la mesma gloria que tiene Dios" (Carta 222, 425ss).

    [41]En el siglo XVI, era frecuente la tendencia hacia los sentimientos sujetivistas. El Maestro amonesta a las monjas de la Cruz, en Zafra: "No penséis que seguir la voluntad de Dios que es solamente rezar un poco o tener alguna poca de devoción o hacer alguna buena obra, que no es sino sufrir afrentas, hacer bien a quien nos hace mal, rogarle por quien nos persigue, y todo hacer contrario a nuestra voluntad; esto es obedecer a Dios" (Plática 16ª, 268ss).

    [42]En un sermón dedicado a San Francisco de Asís, dice: "Ésta es buena sabiduría de aquellos con que Dios está, que se guían por el consejo y parecer de Dios; y poco es el saber de los que por su cabeza y parecer se quieren guiar" (Ser 78, 300ss).

    [43]Comenta 1Jn 2,7-8, en relación con los textos de la última cena, y alude a la tradición según la cual el apóstol San Juan "lo que más predicaba y escribía era caridad; que cuando era viejo, llevábanlo a la iglesia en una silla, y cuando paraban en el camino predicábales: «¿Qué pensáis, hijuelos? Amaos unos a otros». Y esto muchas veces" (Juan I, lec.9ª, 2229ss).

    [44]El Maestro aplica la doctrina del mandamiento nuevo a situaciones difíciles. Se remite a la oración sacerdotal del Señor por la unidad: "Todos generalmente guardad la unidad el corazón, que Cristo oró al Padre... Amaos todos en Cristo, y seréis todos ricos; porque siendo los corazones uno, también lo sea la hacienda" (Carta 86, 162ss, 201s; a la villa de Utrera). Respecto a la caridad pastoral, ver: A. De La FUENTE, El sacerdote y mis hermanos: el Bto. Ávila, modelo de caridad sacerdotal: Maestro Ávila 1 (1946) 413-426.

    [45]  Ver: M. BRUNSÓ, El Beato Juan de Ávila, reformador y hombre de leyes y de cánones (Madrid, Comillas, 1954) (Tesis Doctoral).

    [46]El Maestro tiene sus grandes reparos sobre la pena de muerte, describiendo los males peores que de ella se siguen: "De manera que del delicto (del crimen) y del remedio de él (de la pena de muerte) se siguió igual pérdida" (Carta 11, dirigida a una autoridad civil). Propone buscar otras soluciones alternativas, puesto que "este remedio tan necesario ha de ser el postrero de los otros remedios" (ibídem, 280s). El Maestro se preocupaba de la justicia internacional, especialmente respecto a las guerras tan frecuentes en aquella época. Por esto, en el Memorial primero para el concilio de Trento, propone la creación de un tribunal internacional (cfr. Memorial I, n.63). Cfr. L. CASTÁN, Un proyecto español de Tribunal Internacional de Arbitraje obligatorio en el siglo XVI, formulado por el Mtro Ávila (Tarragona, Biblioteca Antonio Agustín, 1957).

    [47]El mismo gobernante se santificará ejerciendo bien su cargo a servicio del bien común: "El lugar de perfección que tenéis es para aprovechar a todos y para que tengáis un acuerdo del bien común con olvido del vuestro" (Carta 86, 131ss). Cfr. A. MARTÍN ARTAJO, El gobernante católico, a la luz de los escritos del Beato Maestro Juan de Ávila: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 251-269; C. MARTÍN, El gobierno de la ciudad, según el Beato Juan de Ávila: Revista de Estudios de la Vida Local 12 (1953) 333-349.

    [48]La humildad es nota característica del Maestro Ávila. En plan de confianza, se califica de "jumento perezoso" y de "poca salud" (Carta 154,1ss). No aceptó dignidades, soportaba las injurias, se dedicaba con preferencia a explicar el catecismo a los pequeños (cfr. L. Muñoz, Vida, lib.3º, cap.4). En la hora de su muerte pidió que le dijeran lo que se suele decir a los grandes pecadores.

    [49]Palabras con que inicia el documento titulado "De la oración". Las capítulos 70 y 75 del "Audi Filia" (unidos a la plática 3ª) son un verdadero tratado sobre la oración.

    [50]Estudios avilistas: F. BORRAZ GIRONA, De theologia orationis iuxta doctrinam Sancti Johannis de Avila (Roma, Unv. Santo Tomás, 1975; Burgos 1976) (Tesis Doctoral); E.Mª DÍAZ RAMÍREZ, Vino nuevo. Orar con San Juan de Ávila (Barcelona, Casals, 1984); J. ESQUERDA BIFET, La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro Juan de Ávila: Anthologica Annua, 24-25 (1977-1978) 499-550; J.L. MORENO MARTÍNEZ, San Juan de Avila, Maestro de oración (Burgos, Montecarmelo, 2002); J. SANCHÍS, Doctrina del Bto. Juan de Ávila sobre la oración: Verdad y Vida 5 (1947) 5-64. Su apostolado se apoyaba en la oración: "Vivía de oración, en la que gastó la mayor parte de su vida" (L. MUÑOZ, Vida, lib. 3, cap. 14). A pesar de sus muchas ocupaciones, "no predicaba sermón sin que por muchas horas la oración le dirigiese" (ibídem, lib. 1, cap. 8). Por esto decía que "cuando había de predicar, su principal cuidado era ir al púlpito templado" (ibídem).

    [51]En el "Audi Filia" (cfr. cap. 58-59 y 75), ofrece una síntesis de cómo hacer la meditación.

    [52]La meditación avilista une "la lección y la oración" (AF cap.59, 6067).

    [53]Se presenta a los santos como modelos de este seguimiento, especialmente a San Antonio Abad (cfr. Ser 12, 700ss), a San Francisco de Asís (cfr. Ser 78), a Santa María Magdalena (cfr. Ser 76) y a San Mateo (cfr. Ser 77). Ellos son los que se han decidido a vender todas las cosas por el Señor (cfr. Mt 19,21; Ser 12, 700ss; Ser 13, 319ss). Han seguido "las pisadas del Señor" (Ser 15, 326). La Santísima Virgen excede a todos los santos en este seguimiento de totalidad (cfr. Ser 67, 161ss). Ver también, en este mismo capítulo, el tema del amor a Dios en sentido de totalidad (cfr. Ser 30, 484ss; Ser 54, 556ss; Ser 77, todo).

    [54]El Maestro Ávila hizo un "prólogo" a esta perla de la espiritualidad cristiana y la tradujo al castellano (1536). La imitación de Cristo, dice el Maestro en el prólogo, se hace posible meditando la palabra de Dios y recibiendo la Eucaristía. Entonces el lector se encuentra ante Jesucristo como ante un "espejo". Cfr. J. TARRÉ, La traducción española de la «Imitación de Cristo»: Analecta Sacra Tarraconensia 15 (1942) 101-127.

    [55]La alegría de los santos, como es el caso de San Francisco, enraíza en la actitud de abnegación para seguir a Cristo con libertad de corazón. San Franciso de Asís dejó de lado el "Adán viejo" para ser "reengendrado por Espíritu Santo" (Ser 78,141ss).

    [56]Cfr. A. BERENGUERAS, La abnegación en los escritos del Bto. Juan de Ávila (Madrid 1959).

    [57]Describe los "tres brazos" de la cruz: "tormentos, desprecio y pobreza" (Carta 128, 26ss). Por esto, "la cruz es la muerte del parecer y voluntad propia" (Carta 161, 45ss). L. LERMA SANZ, Theologia crucis apud S. Johannem de Avila (Roma, Gregoriana, 1972) (Tesis doctoral); O. LÓPEZ MELÚS, Doctrina crucis Beati Magistri Joannis de Avila (Roma, Gregoriana, 1956) (Tesis Doctoral, ms. 2180).

    [58]La vida del Maestro Ávila está tocada por la cruz, simbolizada en la cruz grande de palo que presidía su habitación en Montilla. Persecuciones, tribulaciones, renuncia a ventajas temporales, todo lo iba afrontando a la luz de la pasión, meditada continuamente. Era la fuente de su serenidad y alegría. La meditación que más recomendaba el Maestro era la pasión del Señor.

    [59]Entrar en sintonía con el amor de Cristo en la cruz, tiene sentido de desposorio: "¿Qué le falta a esa cruz para ser una espiritual ballesta, pues así hiere los corazones?... ¡Tirado ha la ballesta y herido me ha el corazón! Agora sepa todo el mundo que tengo yo el corazón herido... ¿Qué has hecho, Amor dulcísimo?... Vine aquí para curarme, ¡y me has herido! Vine para que me enseñases a vivir, ¡y me haces loco! ¡Oh sapientísima locura: no me vea yo jamás sin ti" (Amor, n. 11, 435ss).

    [60]Si el Esposo llegó a "morir por puro amor" (AF cap. 78, 8068), como algo que "excede a todo el amor de las madres" (AF cap. 80, 8084s), la esposa es invitada a compartir la misma suerte.

    [61]El Maestro recalca que los mártires supieron superar la prueba del martirio, ayudados por la gracia, dispuestos a no perder la filiación divina participada y esperando poder ver a Dios: "Un bien por el cual se iban los siervos de Dios por esos campos y moraban en las cuevas, padecían soles y fríos, hambre y desnudez, un bien por el cual derraman los mártires su sangre" (Ser 18, 373ss).

    [62]Al explicar el significado de las tribulaciones, alude frecuentemente al caso de los mártires: "¿Por qué hemos de irnos a sentar a aquella mesa de perseguidos, deshonrados, santos, tratados y muertos a cuchillo, no habiendo nosotros padecido nada? ¡Qué vergüenza sería parecer predicadores delicados delante aquellos que con tantas persecuciones y derramamiento de sangre lo fueron!" (Carta 2, 204ss).

    [63]Cfr. A. De La FUENTE, El sacerdote y mis hermanos: el Bto. Ávila, modelo de caridad sacerdotal: Maestro Ávila 1 (1946) 413-426; J.M. MADRUGA, El perfil misionero de San Juan de Avila, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 851-864.

    [64]Estudios sobre la contemplación en la doctrina avilista: M. ANDRÉS, Historia de la mística de la edad de oro en España y América (Madrid, BAC, 1994) XI,4 (San Juan de Ávila y su escuela); F. BORRAZ GIRONA, De theologia orationis iuxta doctrinam Sancti Johannis de Avila (Roma, Unv. Santo Tomás, 1975; Burgos 1976) (Tesis Doctoral); J. CHERPRENET, Juan de Ávila, Místico: Maestro Ávila 2 (1948) 99-118; J. ESQUERDA BIFET, La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro Juan de Ávila: Anthologica Annua, 24-25 (1977-1978) 499-550; J.B. GOMIS, Estilos del pensar místico, el Bto. Juan de Ávila: Rev. de Espiritualidad 10 (1951) 443-450; B. JIMÉNEZ DUQUE, Dimensión mística de la vida sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 255-271; J.L. MORENO MARTÍNEZ, San Juan de Avila, Maestro de oración (Burgos, Montecarmelo, 2002); E.A. PEERS, Studies in the Spanish mystics (London 1951) vol. 2, pp. 121-148; R. ROUSSELOT, Les mystiques espagnols (Paris 1869) cap. 3 (Jean d'Avila).

    [65]Cfr. J. ESQUERDA BIFET, La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro Juan de Ávila: Anthologica Annua, 24-25 (1977-1978) 499-550,

    [66]En la Plática 3ª distingue entre "dejamiento" y "recogimiento", invitando a este último como línea evangélica auténtica de dejar el pecado y de entregarse al amor de Dios (Plática 3ª, 162ss).

    [67]El Maestro, en el "Audi Filia" aconseja tener "corazón recogido" (AF cap. 56, 5759s).

    [68]E.M. DÍAZ RAMÍREZ, La madre está tras la sarga. La experiencia de Dios en San Juan de Ávila (Almagro, Ciudad Real, 1995). Ver también: M. ANDRÉS MARTÍN, San Juan de Ávila, Maestro de espiritualidad (Madrid, BAC, 1997) cap. III (la experiencia de Dios).

    [69]Cfr. J. ESQUERDA BIFET, La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro Juan de Ávila: Anthologica Annua, 24-25 (1977-1978) 499-550 (notas comparativas con textos teresianos y sanjuanistas); L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) pp. 332-325.

    [70]En el epistolario, el Maestro es algo severo para con las personas que buscaban directamente estos fenómenos, al estilo de los alumbrados: "No los procuréis hasta que Dios los dé, y ejercitaros en puro padecer a secas por Cristo", sobre todo teniendo en cuenta que muchos "andan tras la miel de las cosas divinas, y no tras la cruz que los ha de salvar" (Carta 184, 206ss).

    [71]M. ANDRÉS MARTÍN, San Juan de Ávila, Maestro de espiritualidad, o.c., cap. VIII (etapas de la vida espiritual), cap. IX (el itinerario de la vida espiritual).

    [72]Aunque se puede hablar de "amor de principiantes, amor de aprovechantes y amor de perfectos" (Juan I, lec.7ª, 1701ss), habrá que tener en cuenta que "la caridad perfecta es cuando Dios le ha hecho misericordia que no ame otra cosa sino a Dios" (ibídem, 1724ss). Los grados de la caridad quedan descritos en la lección 7ª del comentario a la primera carta de San Juan.

    [73]Sobre este mismo tema escribe a su discípulo Don Diego de Guzmán, que posteriormente entraría en la Compañía (Carta 216, 11ss).

    [74]La penitencia material es sólo un medio para llegar a la penitencia moral: "Ha de ayunar el hombre en todo lo malo, los ojos, pensamientos, la voluntad" (Ser 7, 249ss; sobre el miércoles de ceniza).

    [75]Ver también algunos fragmentos similares, con algunas orientaciones prácticas, en las cartas dirigidas a Don Pedro Guerrero (nn. 177-181, 243-244, 248) y a Don Cristóbal de Rojas (nn. 215 y 182).

    [76]Entre los libros espirituales, recomienda: "De mystica theologia" del Pseudo-Dionisio Areopagita; la vida de San Antonio Abad; las "Confesiones" de San Agustín; "Morales" (San Gregorio Magno); el comentario a los Cantares, de San Bernardo; las "Colaciones" de Casiano; la "Imitación de Cristo" (Kempis); los "Cartujanos" (L. de Sajonia); "Passio duorum" de F. Tenorio y L. de Escobar (Valladolid 1526); "Abecedarios" de F. de Osuna (especialmente el tercero, Toledo 1527); "Via Spiritus" de Bernabé de Palma (Sevilla 1532).

    [77]Ver algunos estudios sobre la dirección espiritual avilista: C.M. ABAD, La dirección espiritual en los escritos y en la vida del Bto. Juan de Ávila: Manresa 18 (1946) 43-74; J. ESQUERDA BIFET, Juan de Ávila, Maestro de espiritualidad cristiana: Studia Missionalia 36 (1987) 83-107; B. GUTIÉRREZ, El director espiritual según el Maestro Juan de Ávila (Roma, Gregoriana, 1956) (Tesis Doctoral, ms. 2270); B. JIMÉNEZ DUQUE, El Padre Ávila, Director Espiritual: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 57-71; J. OROZ RETA, San Juan de Ávila Padre de almas: Rev. Agustiniana 36 (1995) 89-115; V.M. SÁNCHEZ RUIZ, Una hija espiritual del Mtro Ávila, doña María de Mendoza, fundadora del colegio complutense de la Compañía de Jesús: Manresa 19 (1947) 354-363.

    [78]El buen director espiritual debe concretar los grandes principios en consejos prácticos ("receptas"), según la tradición de la Iglesia: frecuencia de sacramentos, lectura espiritual, meditación-contemplación, obras de caridad, estudio, etc.

    [79]Ver: L. MUÑOZ, Vida, lib. 1º, cap.18 y 23-27.

    [80]En otros casos, como en el de la falsa visionaria Magdalena de la Cruz (del convento de Santa Isabel de Córdoba), se mostró muy reacio (no quiso visitarla ni aprobar lo que algunas personalidades habían aprobado).

    [81]La relación de María con la Iglesia tiene sentido de figura y de maternidad: "Miró en esto el Señor al mayor provecho de su sacratísima Madre; miró al provecho de la Iglesia que entonces había y también a los que después habíamos de nacer en ella hasta que el mundo se acabe" (Ser 70, 483ss).

    [82]Algunos sermones son una síntesis de la vida consagrada (o religiosa) propiamente dicha, especialmente los que pronunció en monasterios de monjas. Muchas cartas de dirección espiritual, así como las pláticas dirigidas a los padres y novicios jesuitas de Montilla, presentan los mismo contenidos. Cfr. T. ECHEVARRÍA, Ideas y enseñanzas del Bto. Juan de Ávila acerca de la vida religiosa: Vida Religiosa 3 (1946) 153-158, 219-225, 354-360.

    [83]Se entra en la vida consagrada "a tratar amores con vuestro esposo Jesucristo" (Plática 15ª, 89s, a las monjas de Santa Clara de Montilla). La plática 16ª, dedicada a las monjas del monasterio de la Cruz en Zafra, explica los mismos contenidos.

    [84]Hay que recordar los alientos que el Maestro dio a Santa Teresa respecto a su acción externa por medio de los viajes: "Sea en buena hora la venida a estas tierras, pues confío de nuestro Señor que ha de ser para que Él reciba mayor servicio de esa peregrinación que del encerramiento en la celda; que, cierto, señora, la necesidad que en las ánimas hay es tanta, que hace a los que un poco de conocimiento tienen del valor de ellas, apartarse de los abrazos continuos del Señor por ganarle ánimas donde repose, pues tanto trabajó por ellas" (Carta 185, 3ss).

    [85]Pero no deja de alentar al aprecio de la vida consagrada, teniendo en cuenta el ejemplo del Señor, quien "fue tan amador de pobreza, que ya no hay cristiano, si es verdadero cristiano, que no tenga en más ser pobre que rico. Y ansí, después de su venida en tanta pobreza, muchos y muchas dejaron sus haciendas por hacerse pobres, teniendo en más ser pobre por Cristo que rico en le mundo" (Ser 3, 211ss).

    [86]La práctica (el voto) de la virginidad da sentido de amor esponsal a los otros votos (ver toda la carta 224).

    [87]El tema de la pobreza lo explica el Maestro especialmente para los sacerdotes. Es la pobreza del Buen Pastor, que es la clave de la eficacia apostólica (cfr. Ser 81,100ss; Carta 182, 100ss).

    [88]Cristo nos redimió por medio de su obediencia a la voluntad del Padre: "Cristo, obediente fue a su Padre en vida y en muerte; y también obedeció a su santísima Madre, y al santo Josef, como cuenta San Lucas. Y no piense nadie de poder agradar sin obediencia al que tan amigo fue de ella, que, por no la perder, perdió la vida en la cruz" (AF cap. 101, 10625ss; cfr. Lc 2,51).

    [89]M. LARRÁYOZ, La vocación al sacerdocio según la doctrina del Bto. Juan de Ávila: Maestro Ávila 1 (1946) 239-254; 2 (1948) 11-26; L. MARCOS, El Bto. Juan de Ávila, Maestro de santidad sacerdotal (Vitoria 1948). Ver otros estudios, según los temas más concretos, en el capítulo VI.

    [90]Ver el conjunto de documentos avilistas sacerdotales, en: Juan de Ávila, Escritos sacerdotales (Madrid, BAC, 1969). Algunos estudios ofrecen las bases de su teología sacerdotal (además de los que citamos en apartados siguientes sobre su pastoral y espiritualidad): F.J. DIAZ LORITE, San Juan de Avila y Pastores dabo vobis, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 765-788; J. ESQUERDA BIFET, Jesucristo Sacerdote y el sacerdote ministro en la vida y doctrina del Mtro. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 45-68; Id., Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila: Anthologica Annua 17 (1969); Id., Razón de ser del sacerdocio ministerial. Estudio histórico doctrinal sobre Juan de Ávila en relación a la problemática actual: Teología del Sacerdocio 2 (1970) 121-163; B. JIMÉNEZ DUQUE, San Juan de Ávila y la crisis sacerdotal: Teología Espiritual 14 (1970) 397-414; A. MUÑOZ ALONSO, Carisma y ministerio sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 31-44; F. SÁNCHEZ BELLA, La reforma del clero en San Juan de Ávila (Madrid, Rialp, 1981). Ver otros estudios en notas siguientes.

    [91]Es la doctrina de Santo Tomás: III, q.22, a.4.

    [92]F. CARRILLO, El Misterio de Cristo en el Beato Juan de Ávila (Málaga 1946); J. ESQUERDA BIFET, Jesucristo Sacerdote y el sacerdote ministro en la vida y doctrina del Mtro. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 45-68.

    [93]J.A. De ALDAMA, El Bto. Juan de Ávila, precursor de Santa Margarita María de Alacoque en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús: Maestro Ávila 1 (1946) 255-268; M. BRUNSO, El Beato Juan de Ávila y la encíclica «Haurietis aquas»: Resurrexit 21 (1961) 309-311; J. ESQUERDA BIFET, El Bto. Juan de Ávila, jalón imprescindible en la historia de la devoción al Corazón de Jesús: Surge 20 (1962) 227-233.

    [94]T. HERRERO, Pastoral Bíblica del Maestro Juan de Ávila (Granada 1961).

    [95]Son muchos los estudios sobre la mariología avilista. Recogo los contenidos y referencias bibliográficas, en: La doctrina mariológica del Maestro san Juan de Avila: Marianum 62 (2001) 91-114.

    [96]Indico sólo algunos estudios sobre su eclesiología: J. DEL RÍO MARTÍN, Santidad y pecado en la Iglesia. Hacia una Eclesiología de San Juan de Ávila (Córdoba 1986); Idem, La Iglesia, misterio de amor de Dios a los hombres, según San Juan de Avila, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 581-597; F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Dimensión eclesial del sacerdote: Semana Avilista (Madrid 1969) 69-91; M. MARTÍN DE NICOLÁS, Imágenes de la Iglesia en San Juan de Ávila: Miscelánea Comillas 45 (1987) 27-68; Idem, La eclesiología de San Juan de Ávila (Madrid, 1987); A. PLÁCIDO GUTIÉRREZ, La actuación de María en la Iglesia de Cristo, según San Juan de Ávila (Pamplona, Univ. de Navarra, 1984) (Tesis Doctoral); J.I. TELLECHEA IDIGORAS, San Juan de Avila y la reforma de la Iglesia, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional,o.c., pp. 47-75.

    [97]Trento trató el tema del sacerdocio ministerial en la ses.XXIII (5 de julio de 1563). La doctrina sacerdotal de la época es abundante, acentuando la exigencia de santidad. Entre otros autores, cabe resaltar: Bartolomé de los Mártires, Stimulus Pastorum (1564) (prologado por Fr. Luís de Granada y con gran trasfondo avilista). El tratado de Antonio de Molina, Instrucción de sacerdotes, es posterior (Burgos 1612), y recoge con profusión los textos y la doctrina avilista. La influencia de la doctrina avilista sacerdotal se puede constatar en el tomo 3º de Luís de la Puente, De la perfeccón del cristiano en todos sus estados (Pamplona 1616).

    [98]Algunos estudios avilistas sobre el sacerdocio ministerial: J. DELICADO BAEZA, Dispensador de los misterios de Dios: Semana Avilista (Madrid 1969) 149-167; J. ESQUERDA BIFET, Jesucristo Sacerdote y el sacerdote ministro en la vida y doctrina del Mtro. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 45-68; Id., Razón de ser del sacerdocio ministerial. Estudio histórico doctrinal sobre Juan de Ávila en relación a la problemática actual: Teología del Sacerdocio 2 (1970) 121-163; Id,Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila: Anthologica Annua 17 (1969);  J.J. GALLEGO, Sacerdocio y oficio sacerdotal en San Juan de Ávila (Córdoba 1998); A. MUÑOZ ALONSO, Carisma y ministerio sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 31-44; J.J. GALLEGO, Sacerdocio y oficio sacerdotal en San Juan de Ávila (Córdoba 1998); M. LARRÁYOZ, La vocación al sacerdocio según la doctrina del Bto. Juan de Ávila: Maestro Ávila 1 (1946) 239-254; 2 (1948) 11-26. Ver notas siguientes.

    [99]La doctrina avilista en relación con la problemática sacerdotal de su época: R. GARCÍA VILLOSLADA, Problemas sacerdotales en los días del Bto. Ávila (Madrid, Semana Avilista, 1969) 11-29; B. JIMÉNEZ DUQUE, San Juan de Ávila y la crisis sacerdotal: Teología Espiritual 14 (1970) 397-414; J. MARTÍN ABAD, Imagen normativa del sacerdote en el siglo XVI (1500-1563) (Valencia 1975) (Tesis Doctoral); F. SÁNCHEZ BELLA, La reforma del clero en San Juan de Ávila (Madrid, Rialp, 1981).

    [100]Además de esta carta 177, ver también las cartas 178-181, 243-244, 248. Esta acción pastoral del obispo reclama su residencia en la diócesis (Ser 81, 147). Como dato curioso y concreto, puede verse una carta (del año 1557), dirigida al P. Cañas S.I., sobre el obispo de Córdoba (Don Leopoldo de Austria), que estaba enfermo y totalmente impedido para residir en la diócesis: "Dejar este obispado sin su presencia toda su vida, no es lícito, pues su necesidad es extrema, y el peligro de vida que él alega tener aquí, no le excusa en caso de tal necesidad, pues es obligado a poner la vida por las ovejas; y aunque ad tempus las pudiese dejar, por toda su vida no" (Carta 196, 29ss).

    [101]Además de los estudios avilistas citados anteriormente, ver: A.P. AMANDIO, O "munus sanctificandi" dos sacerdotes, segundo a doutrina de sao Joao de Avila (Roma, PUG, 1995 (Tesis Doctoral); T. CARDENAL FERNÁNDEZ, El ministerio sacerdotal, exigencia de perfección: Semana Avilista (Madrid 1969) 199-220; J. DELICADO BAEZA, Dispensador de los misterios de Dios: Semana Avilista (Madrid 1969) 149-167; F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Dimensión eclesial del sacerdote: Semana Avilista (Madrid 1969) 69-91; A. MUÑOZ ALONSO, Carisma y ministerio sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 31-44.

    [102]Además de los estudios ya citados, ver: A. DUVAL, Quelques idées du bienheureux Jean d'Avila sur le ministère pastoral et la formation du clergé: Supl. Vie Spirituelle n.6 (août 1948) 121-153; T. HERRERO, Pastoral Bíblica del Maestro Juan de Ávila (Granada 1961).

    [103]El Maestro se remite a Trento (ses. V, cap.2 y sess. XXIV, cap.4).

    [104]Cfr. R.M. HORNEDO, El estilo coloquial del Beato Ávila: Razón y Fe n.868 (1970) 513-524; A. HUERGA, El ministerio de la palabra en el B. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 93-147; L. MORALES OLIVER, El Beato Maestro Juan de Ávila y el estilo de la predicación cristiana: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 19-27; J.A. MUNITIZ, La oratoria del Bto. Ávila y los clásicos: Humanidades n.21 (1928); L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) 274-289 (El Maestro Ávila, predicador).

    [105]Para corregir estos eventuales defectos, existentes incluso en los obispos, el Maestro aconseja que éstos tengan "un hombre docto en teología... con quien comuniquen lo que han de predicar; principalmente que basta en los obispos, para el pueblo, una doctrina llana, que ésta es la que aprovecha más, y en su boca de ellos serán piedras preciosas... Éste es su oficio precipuo y éste quiere el concilio hagan por sí mismos" (Advertencias I, 488ss).

    [106]Así lo testifica Fr. Luís de Granada: Vida, parte 1ª, cap.2.

    [107]Afirmación que se encuentra en el proceso de Montilla.

    [108]M. BRUNSÓ, El espíritu litúrgico del P. Mtro. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 169-197. Ver referencias; J. ESQUERDA BIFET, El año litúrgico en los sermones de san Juan de Avila, en: AA.VV., Fovenda sacra liturgia. Miscelánea en honor del Dr. Pere Tarrés (Barcelona, Centre de Pastoral Litúrgica, 2000) 427-442.

    [109]Ver otros pasajes en que aparecen ideas semejantes: Ser 36, 1960ss; Ser 37, 273; Ser 38, 410; Ser 50, 130ss; Ser 56, 234ss; Ser 64. 135ss. Ver la espiritualidad mariana sacerdotal, más adelante.

    [110]L. AGUIRRE, El Bto. Juan de Ávila, paladín de la Eucaristía: Verdad y Vida 2 (1944) 422-436; M. BRUNSÓ, El Padre Ávila y la Eucaristía: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 29-56; J.M. CARDA, Los efectos de la Eucaristía en los escritos del Bto. Ávila: Rev. Española de Teología 18 (1958) 261-281; A. HUERGA, El Beato Ávila y el Maestro Valtanás: dos criterios distintos en la cuestión disputada de la comunión frecuente: La Ciencia Tomista 84 (1957) 425-457; F. IRIARTE, Evolución y fuentes principales de la espiritualidad eucarística del Apóstol de Andalucía: Rev. de Espiritualidad 17 (1958) 33-55; T. PIZARRO, La eucaristía pan de vida eterna. Orientaciones de espiritualidad del Santo Maestro Juan de Ávila (Cáceres 1986).

    [111]El tratadito titulado "Dialogus inter confessarium et paenitentem" es una orientación sobre toda la moral y perfección cristiana.

    [112]Cfr. C.M. ABAD, La dirección espiritual en los escritos y en la vida del Bto. Juan de Ávila: Manresa 18 (1946) 43-74; B. GUTIÉRREZ, El director espiritual según el Maestro Juan de Ávila (Roma, Gregoriana, 1956) (Tesis Doctoral, ms. 2270); B. JIMÉNEZ DUQUE, El Padre Ávila, Director Espiritual: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 57-71; F. MARTIN HERNANDEZ, San Juan de Avila, guía espiritual a través de sus cartas, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 711-728; J. OROZ RETA, San Juan de Ávila Padre de almas: Rev. Agustiniana 36 (1995) 89-115; V.M. SÁNCHEZ RUIZ, Una hija espiritual del Mtro Ávila, doña María de Mendoza, fundadora del colegio complutense de la Compañía de Jesús: Manresa 19 (1947) 354-363.

    [113]J. JANINI, Los confesores especiales para niños, según el Bto. Juan de Ávila: Surge 5 (1947) 257-262.

    [114]Se queja de la poca preparación de los directores: "¡Oh, cuánto mal ha hecho a sí y a otros, gente sin letras, que ha tomado entre manos negocio de la vida espiritual, haciéndose jueces de ella, siguiendo solamente su ignorante parecer!" (AF cap.74, 7616ss). Ver estudios sobre la dirección espiritual según San Juan de Avila, en al apartado anterior.

    [115]La carta es un resumen magistral del tema. Primero hay que pedir a Dios "el espíritu de padre para con sus hijos que hubiéremos de engendrar" (Carta 1, 67s). La tarea de dirigir a otros es un "cuidadoso y fuerte amor que El (Dios) pone en un hijo suyo con otros hombres" (ibídem, 79s). Ha de ceñirse a la vida espiritual, sin favoritismo ni intromisiones (ibídem, 227ss). Ofrecerá las pautas seguidas en la tradición eclesial.

    [116]Sobre la espiritualidad sacerdotal en los escritos avilistas (además de los estudios citados anteriormente), ver: T. CARDENAL FERNÁNDEZ, El ministerio sacerdotal, exigencia de perfección: Semana Avilista (Madrid 1969) 199-220; J. ESQUERDA BIFET, Mensaje sacerdotal de Juan de Ávila: Surge 19 (1961) 53-58, 196-201, 397-402; 20 (1962) 53-58; 21 (1963) 53-59, 179-201; Id., Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila (Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica, 1969); A. De La FUENTE, El sacerdote y mis hermanos: el Bto. Ávila, modelo de caridad sacerdotal: Maestro Ávila 1 (1946) 413-426; J.M. GARCÍA LAHIGUERA, La santidad sacerdotal a través del Beato P. Juan de Ávila (Madrid, 1952); A. GARCÍA SUÁREZ, Ascética sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 221-254; A. GRANADO BELLIDO, La espiritualidad sacerdotal en los escritos de San Juan de Ávila (Sevilla 1983) (Miscelánea-Homenaje al card. J.Mª Bueno Montreal) 211-283; B. JIMÉNEZ DUQUE, Dimensión mística de la vida sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 255-271; M. LARRÁYOZ, La vocación al sacerdocio según la doctrina del Bto. Juan de Ávila: Maestro Ávila 1 (1946) 239-254; 2 (1948) 11-26; L. MARCOS FERNÁNDEZ-BOBADILLA, La santidad sacerdotal sgún la doctrina del beato Juan de Ávila (Roma, Gregoriana, 1937) (Tesis Doctoral); Idem, El Bto. Juan de Ávila, Maestro de santidad sacerdotal (Vitoria 1948); J. MARTÍN ABAD, Imagen normativa del sacerdote en el siglo XVI (1500-1563) (Valencia 1975) (Tesis Doctoral); A. MUÑOZ ALONSO, Carisma y ministerio sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 31-44; J. Del RÍO MARTÍN, Espiritualidad sacerdotal en los escritos de San Juan de Ávila, en: Espiritualidad del presbítero diocesano secular (Madrid 1987) 535-582; B. SANTOS, Sacerdote perfecto y ejemplar: Maestro Ávila 2 (1948) 5-10. En el contexto de la historia de la espiritualidad sacerdotal: Historia de la espiritualidad sacerdotal: Teología del Sacerdocio 19 (Burgos, Fac. Teológica 1985) pp. 137-144 (San Juan de Ávila).

    [117]La renovación de la vida sacerdotal, según San Juan de Avila, tiene como punto de referencia el estilo de vida de los Apóstoles. Cfr. J. ESQUERDA BIFET, El Maestro Avila y la renovación sacerdotal, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 691-709.

    [118]El tema de la caridad pastoral equivale, en términos avilistas, al celo apostólico del sacerdote; el tema queda englobado en la santidad sacerdotal. Ver estudios citados anteriormente, al inicio de este apartado. A. De La FUENTE, El sacerdote y mis hermanos: el Bto. Ávila, modelo de caridad sacerdotal: Maestro Ávila 1 (1946) 413-426; J.M. MADRUGA, El perfil misionero de San Juan de Avila, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 851-864.

    [119]L. Muñoz, Vida, Lib.3º, cap.4.

    [120]En las "Advertencias" para el sínodo de Toledo, el Maestro señala aplicaciones concretas a partir de las disposiciones de Trento (cfr. Advertencias I, nn. 1-2, 8, 13; Advertencias II, n.10). En las Pláticas 6ª y 8ª, así como en la carta n.177, insiste sobre el mismo tema de la pobreza de prelados y clérigos, también para poner en práctica las decisiones tridentinas.

    [121]Manifiesta su discrepancia respecto a la opinión contraria de Fr. Domingo de Soto. No tiene reparo en aconsejar el desprendimiento total de las rentas, en vistas a dedicarse a los campos de caridad; así lo hace con un joven que le pidió consejo para ser sacerdote, buscando al mismo tiempo unas rentas que le habían ofrecido: "Estáis muy bien donde estáis sin blanca de renta, mucho mejor que en Roma con cuanto tiene el que os convida con ella. Sabed conocer la dignidad de los enfermos a quien servís" (Carta 7, 73ss).

    [122]En un sermón de Navidad, afirma también: "¡Oh padres sacerdotes!... ¡Cuán grande ha de ser nuestra santidad y pureza para tratar a Jesucristo, que quiere ser tratado de brazos y corazones limpios, y por eso se puso en los brazos de la Virgen, y Josef fue también virgen limpísimo, para dar a entender que quiere ser tratado de vírgenes" (Ser 4, 332ss).

    [123]El "corazón indiviso", a que aludía San Pablo (cfr. 1Cor 7,32-34; PO 16), se traduce en disponibilidad misionera incondicional, puesto que se trata de "cumplir con tan altos oficios, que piden al hombre todo entero y no dividido" (Memorial II, n.91, 3504ss).

    [124]No hay que olvidar que el Maestro describe el matrimonio como camino de santidad (cfr. cap.III, n.3, g; cap.V, n.4). Las expresiones avilistas no son una infravaloración del matrimonio, sino una acentuación del sentido esponsal del celibato. Esta explicación se entiende mejor al relacionar el celibato sacerdotal con la virginidad de María; el Señor quiso ser concebido de la Virgen, por obra del Espíritu Santo, "para dar a entender que cuerpo tan cercano a la limpieza de espíritu, por cuerpo cuanto fuere posible semejable al espiritual ha de ser tratado y recibido" (Tratado sobre el sacerdocio, n.15, 627ss).

    [125]El Maestro alude a ciertas rentas cuantiosas, en aquella época, y concluye: "Razón es no se cansen, pues llevan buena renta" (Advertencias I, n.18). Pone como modelo a los párrocos, que "no se quejan de tener sermones todas las fiestas, con tener menos rentas" (ibídem).

    [126]En la carta n.148, dirigida a unos canónigos (parece ser del cabildo de Córdoba), les señala visitar a los enfermos y asistir a los moribundos. Si ponen los medios de oración y de estudio, además del culto eucarístico, "crecerá en ellos el bien comenzado" (Carta 148, 140ss). La fraternidad conseguida es "misericordia grande de Dios", puesto que "los quiere dar Dios perdón y tomarlos por hijos" (ibídem, 5ss).

    [127]"Estos medios no parecen convenientes para el predicador cristiano" (Memorial II, n.70, 2839ss). "Sería mejor que el tal cabildo se enviase a informar a las universidades y a otras partes donde las tales personas han predicado, y llámese aquel de cuya vida, letras y predicación mejor información se hallase" (ibídem, 2854ss).

    [128]El mismo Maestro cedió en 1540 el beneficio de Santaella (Córdoba) para obras educativas.

    [129]F. SÁNCHEZ BELLA, La reforma del clero en San Juan de Ávila (Madrid, Rialp, 1981). Algunos datos sobre situación del clero y necesidad de reforma: J.L. CASTÁN, La reforma del clero en los sínodos valencianos del siglo XVI (1548-1607): Anales Valentinos 25 (1998) 146-170.

    [130]El biógrafo Muñoz resume la finalidad de los colegios avilistas (especialmente eclesiásticos): "Fue su intento no sólo que se criasen hombres de letras, sino también de virtud; pues las escuelas eran sólo para formar eclesiásticos, curas de almas y clérigos ejemplares. Así hizo que las Constituciones mirasen a este fin, y que los mozos comenzasen a industriarse en costumbres eclesiásticas, pues se criaban para ministros de Dios, para enseñar su palabra y predicar al pueblo el camino de la virtud, y que habían de tener desde sus tiernos años embebido en sus entrañas el espíritu evangélico, porque mal puede uno ser maestro en el arte que nunca fue discípulo" (L. MUÑOZ, Vida, lib.1º, cap.20).

    [131]El Maestro instituyó tres Colegios Mayores universitarios (Baeza, Jerez, Córdoba) y tres convictos para clérigos (Granada, Córdoba y Évora). El P. Granada habla de convictos o colegios para "clérigos recogidos". El Colegio universitario de Baeza es de 1538; los clérigos formados en Baeza, según Luis Muñoz (biógrafo de Juan de Ávila), tenían fama de buena formación "en toda España".

    [132]A. DUVAL, Quelques idées du bienheureux Jean d'Avila sur le ministère pastoral et la formation du clergé: Supl. Vie Espirituelle n.6 (août 1948) 121-153; J. ESQUERDA BIFET, Criterios de selección y formación clerical en el Bto. Maestro Juan de Ávila: Seminarios 7 (1961) 25-45; A. De La FUENTE, El Beato Maestro Ávila y los seminarios tridentinos: Maestro Ávila 1 (1946) 153-171; T. HERRERO, El Beato Maestro Juan de Ávila y la formación bíblica del sacerdote católico: Archivo Teológico Granadino 18 (1955) 133-163; F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Los seminarios españoles. Historia y pedagogía (1563-1700) (Salamanca 1964).

    [133]  M. LARRÁYOZ, La vocación al sacerdocio según la doctrina del Bto. Juan de Ávila: Maestro Ávila 1 (1946) 239-254; 2 (1948) 11-26.

    [134]Al describir la vocación cristiana a la santidad, emergen elementos básicos y comunes: "¿Sabéis, hermana, para qué os llama Dios? ¿Sabéis cuál es el fin del camino que habéis comenzado? ¿Sabéis cuál es la joya de vuestra pelea y la corona de vuestra victoria? Dios mismo es" (Carta 94, 26ss).

    [135]El mismo Maestro muestra grande equilibrio en el proceso de discernimiento, como aparece en la correspondencia epistolar. En las cartas 7 y 8 puede observarse una respuesta muy distinta cuando le consultan sobre la vocación. En un caso, desaconseja seguir la vocación sacerdotal, por falta de intención recta. En el otro caso, alienta a seguir la vocación, en la que es posible perseverar si se ponen los medios adecuados.

    [136]"Son obligados a dar a sus ovejas pastores que las sepan apacentar" (Memorial II, n.71, 2915s). "Y adviértase que para haber personas cuales conviene, así de obispos como de los que les han de ayudar, se ha de tomar el agua de lejos, y se han de criar desde principio con tal educación, que se pueda esperar que habrá otros eclesiásticos que los que en tiempos pasados ha habido" (Memorial II, n.43, 1883ss; cfr. Ser 81, 122ss).

    [137]"Pues sea ésta la conclusión: que se dé orden y manera para educarlos que sean tales; y que es menester tomar el negocio de más atrás, y tener por cosa muy cierta que, si quiere la Iglesia tener buenos ministros, que conviene hacellos; y, si quiere tener gozo de buenos médicos de las almas, ha de tener a su cargo de criar tales y tomar el trabajo de ello; y, si no, no alcanzará lo que desea" (Memorial I, n.9, 212ss).

    [138]Cfr. Concilio IV de Toledo, can.24; Mansi, 10,626.

    [139]Además del estudio de la Escritura, recomienda la lectura de los Santos Padres y de otros autores cualificados, quienes son un don de Dios a la Iglesia "para que nos declarasen la Escriptura con el mismo espíritu que fue escripta" (Carta 9, 35ss). Son "altos ingenios ejercitados en la divina Escritura, llenos de luz celestial para la entender, como gente puesta por Dios para que enseñasen su Iglesia" (Memorial II, n.20, 838ss). Los más citados por él son: San Agustín (unas 242 veces) y San Ambrosio (unas 77 veces). Cuando se trata de lecturas y estudio, recomienda a sus discípulos especialmente a "Jerónimo y Crisóstomo" (Carta 225, 18). Cita a San Bernardo unas 91 veces (especialmente el comentario a los Cantares), a San Buenaventura unas 11 veces) y Santo Tomás de Aquino unas 74 veces). Por los escritos avilistas y referencias epistolares, se puede constatar la existencia de algunos libros patrísticos en la biblioteca del Maestro: "De mystica theologia" del Pseudo-Dionisio Areopagita, la vida de San Antonio Abad, las "Confesiones" de San Agustín, las "Morales" y otros escritos de San Gregorio Magno, las "Colaciones" de Casiano.El Maestro cita frecuentemente el concilio tridentino (unas dos cientas veces).Cfr. Obras completas, I, 213-214; J. ESQUERDA BIFET, Doctrina teológica del Bto. Maestro Ávila, en tiempo de postconcilio: Miscelánea Comillas 47-48 (1967) 101-104.

    [140]En el decreto conciliar influyeron también otras experiencias anteriores a Trento, además de los colegios y de las propuestas avilistas. Hay que recordar el Colegio Capránica de Roma (1456), el Colegio sacerdotal de Dillingen (1549), el Colegio Romano (1551) y Germánico de Roma (1553) (ambos fundados por San Ignacio), la decisión del concilio nacional de Londres (1555-1556) (presentada en Trento por el Cardenal Pole). En España, existía ya una tradición anterior: Lérida (1371, Colegio de la Asunta), Sigüenza (1476), Toledo (1485), Granada (1492), Sevilla (1505), Alcalá (1508)... Ver: L. CASTÁN, El origen del capítulo «Tametsi» del Concilio de Trento contra los matrimonios clandestinos: Rev. Española de Derecho Canónico 14 (1959) 613-666; A. De La FUENTE, El Beato Maestro Ávila y los seminarios tridentinos: Maestro Ávila 1 (1946) 153-171; H. JEDIN, Juan de Avila als Kirchenreformer: Zeitschrift für Aszese und Mystik 11 (1936) 124-138; J.I. TELLECHEA, El obispo ideal en el siglo de la reforma, Instituto Español de estudios eclesiásticos, Roma 1963; A. TORRES, El Bto. Juan de Ávila, reformador: Manresa 17 (1945) 1193-201; VALENTÍN DE S. JOSÉ, El Bto. Juan de Ávila y el Concilio de Trento: Rev. de Espiritualidad 5 (1946) 222-237; Idem, El Bto. Juan de Ávila y el concilio de Trento. El Apóstol forjador de apóstoles: Rev. de Espiritualidad 5 (1943) 12-15. Ver también: (S.C. pro Causis Sanctorum), Positio super canonizatione aequipolenti (Romae 1970) 414-423 (la voz de Ávila en Trento).

    [141]En los números sucesivos va detallando: economía, edad para la admisión, selección según conducta moral, pastoral vocacional por la diócesis, estudios, cualidades de los profesores y formadores, etc. (ibídem, nn. 17-43). Para la aplicación del concilio, cabe también recordar, además del Maestro Ávila, a San Pío V, San Carlos Borromeo (que fundó seis Seminarios en Italia), San Gregorio Barbarigo, San Juan de Ribera, Santo Toribio de Mogrovejo...

    [142]Algunas cartas significativas: n.5 (al Maestro García Arias, sobre el estudio), n.8 (horario de vida espiritual para un sacerdote), n.148 (vida comunitaria para un grupo de canónigos), n.225 (un plan de estudio para un discípulo), n.236 (plan de vida espiritual para un discípulo). También son prácticos algunos fragmentos de las cartas dirigidas a Don Pedro Guerrero (nn. 177-181, 243-244, 248) y a Don Cristóbal de Rojas (nn. 215 y 182).

    [143]Además de los estudios avilistas citados en la nota 39, ver: T. CARDENAL FERNÁNDEZ, El ministerio sacerdotal, exigencia de perfección: Semana Avilista (Madrid 1969) 199-220; J. ESQUERDA BIFET, Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila: Anthologica Annua 17 (1969); Id., Espiritualidad sacerdotal mariana en Juan de Ávila: Estudios Marianos 35 (1970) 85-114; A. GONZÁLEZ MENÉNDEZ-REIGADA, El Padre Ávila, sacerdote de cuerpo entero: Semana Avilista 2 (1969) 137-150; B. JIMÉNEZ DUQUE, San Juan de Ávila y la crisis sacerdotal: Teología Espiritual 14 (1970) 397-414; L. MARCOS, El Bto. Juan de Ávila, Maestro de santidad sacerdotal (Vitoria 1948); I. ROMERO, Fuego de cruzado. Estampas de sacerdocio del Maestro Juan de ÁVila: Semblanzas sacerdotales (Vitoria 1947).

    [144]J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad sacerdotal mariana en Juan de Ávila: Estudios Marianos 35 (1970) 85-114.

    [145]J. ESQUERDA BIFET, Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila (Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica, 1969); B. JIMÉNEZ DUQUE, El Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1988) cap.VII (la escuela sacerdotal); L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Obras completas I, cap. V; Idem, En torno al Mtro. Ávila y su escuela sacerdotal: Surge 8 (1950) 195-199; Idem, La escuela sacerdotal del Beato Maestro Padre Ávila: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 183-197.

    [146]Carta del P. Nadal a San Ignacio, 15 de marzo de 1554. "Otros muchos fueron los que en aquel tiempo, de la escuela del padre Maestro Ávila pasaron a la de San Ignacio, donde vivieron con notable ejemplo de humildad y modestia, y desprecio de las cosas de la tierra, procurando parecerse a su santo Maestro" (L. Muñoz, Vida, cap.11).

    [147]L. Granada, Vida, 3ª parte, cap.4, p.2.

    [148]J. De SANTIVÁÑEZ, Historia de la provincia de Andalucía de la Compañía de Jesús (Manuscrito, Granada, Biblioteca Universitaria) part 1ª, lib. 1, cap. 36.

    [149]Baste recordar algunos maestros espirituales y santos, que han leído y citado la doctrina del Maestro Ávila, haciendo referencia, a veces, a su vida santa: Antonio de Molina, cardenal Astorga (arzobispo de Toledo), Diego de Estella (franciscano), Fr. Luís de León, los jesuitas Baltasar Álvarez, Martín Gutiérrez, Antonio Cordeses, Luís de la Palma, Luís de la Puente, Alonso Rodríguez, Pedro Ribadeneira... Lo citan con cierta profusión San Francisco de Sales, San Alfonso María de Ligorio, Santo Cura de Ars, San Antonio María Claret, Bto. José Allamano, Bto. Manuel Domingo y Sol, etc.

    [150]Le sacerdoce(Paris, Bloud et Gay, 1933); cita la afirmación de Bourgoing, tomada del prólogo a las Oeuvres complètes de Bérulle, p.VIII.

    [151]Se puede constatar una gran renovación sacerdotal en España durante los años 1942 y siguientes. Fueron muy abundantes las publicaciones y los actos celebrados: biografías, semanas, estudios especializados, peregrinaciones al sepulcro, resurgir del espíritu misionero... En los Seminarios se organizaron "academias" avilistas que fueron un gran fermento de renovación, con derivaciones misioneras especialmente hacia América Latina. Fue la mejor disposición para captar posteriormente los contenidos de los documentos magisteriales preconciliares, conciliares y postconciliares sobre el sacerdocio. Ver algunos datos en: L MARCOS, El Beato Juan de Ávila, Patrono del clero secular español: Resurrexit 6 (1946) 435-436; G. MARTÍNEZ DE ANTOÑANA, El Bto. Juan de Ávila, Patrón del clero secular español: Ilustración del Clero 40 (1947) 97-103; B. SANTOS, A propósito del Patrono del Patronato del Beato Juan de Ávila sobre el Clero Secular español (Granada 1947).

    [152]Entre estos Padres conciliares, cabría investigar en los papeles personales de Don Casimiro Morcillo y Don Laureano Castán. Análogamente podría servir de referencia la actuación de Don Pedro Guerrero y Fr. Bartolomé de los Mártires, en el concilio de Trento, respecto a los Seminarios.

    [153]Publicado en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002).

    [154]Homilía durante la canonización(31 de mayo de 1970): Insegnamenti VIII/1970, 566.

    [155]Mensaje con ocasión del V centenario del nacimiento de San Juan de Avila(10 de mayo de 2000): Oss. Rom. esp. n. 22, 2 de junio de 2000, p.9.

    [156]El biógrafo Muñoz describe la pobreza del Maestro Ávila, manifestada también en sus modales externos: "Su vestido era humilde y pobre, pero muy limpio; una loba o sotana de paño bajo, o sarga muy gruesa, alta un codo del suelo; un manteo de lo mismo; todo tan despreciable y vil como pudiera el más mortificado religioso; el vestido interior, tan astroso y pobre, como el exterior de los mendigos; y esta moderación en el traje aconsejaba usasen los sacerdotes, y que fiasen en Dios, y diesen limosnas de sus bienes, aunque fuesen los principales. Esta humildad en el traje conservaron sus discípulos por muchos años" (Vida, lib. 3º, cap. 4).

    [157]L. GRANADA, Vida, p.3ª, c.5. El biógrafo L. Muñoz recoge el testimonio de un padre dominico, quien, a pesar de algunas prevenciones, acudió a escucharle y afirmó: "Vengo de escuchar a San Pablo interpretar a San Pablo" (Vida, lib. I, cap. 9). El dominico P. Alonso Carrillo, del convento de Santo Domingo en Córdoba, afirmaba: "Si al apóstol San Pablo y a su doctrina habían de entender los hombres y dar explicaciones de ella, uno era el dicho P. Maestro Juan de Ávila y otro estaba por nacer, porque era único en el mundo en ciencia y virtudes" (L. MUÑOZ, Vida, l.1, cap.9).

    [158]R. GARCÍA VILLOSLADA, La figura del Bto. Ávila: Manresa 17 (1945) 389-403; 18 (1946) 87-97. Cfr. Obras completas, IV (introducción a los comentarios bíblicos, I,3: San Pablo interpretando a San Pablo).

    [159]L. Muñoz nos ha dejado unas pinceladas que describen su predicación: "No predicaba sermón sin que por muchas horas la oración le precediese" y que, como resultado de sus sermones, "iban todos las cabezas bajas, callando, compungidos". "Sus palabras, aunque fuesen de reprensión, iban envueltas en amor, caridad y celo del aprovechamiento de las almas, y así le oían con notable afecto" (Vida, lib.1º, cap.7-11 y 22). Aconsejaba a sus discípulos: "Amar mucho a nuestro Señor". Había que subir al púlpito "templado", es decir, "con una muy viva hambre y deseo de ganar con aquel sermón alguna ánima para Cristo" (L. GRANADA, Vida, parte 1ª, cap.2).

    [160]Cfr. L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) 274-289 (El Maestro Ávila, predicador).

    [161]Ver el catecismo ("Doctrina cristiana") en: Obras completas VI, 357-362 (introducción), 454-481 (texto).

    [162]Todo el tratado del "Audi Filia" es un itinerario de dirección o consejo espiritual.

    [163]L. MUÑOZ, Vida, lib. 3º, cap. 16 (ver también el cap. 15).

    [164]Esta oración, "Recordare", la recomienda en el sermón 66, 27ss. Ver: L. GRANADA, 2ª parte, cap. 7 (De la devoción que tenía a Nuestra Señora).

    [165]Invita a prestar atención "especialmente para hombres del campo, como son pastores, gañanes, caminantes, trajineros, carreteros y trabajadores, etc." (Doctrina cristiana, 1834ss).

    [166]Recuérdese su colaboración, pidiendo limosna por la calle, para el hospital de San Juan de Dios en Granada. Cfr. J. SÁNCHEZ MARTÍNEZ, «Kénosis-Diakonía» en el itinerario espiritual de San Juan de Dios (Madrid 1995) 262-266; B. MORÁN, La enfermedad en la ascética del Beato Mtro Juan de Ávila (Madrid 1951).

    [167]"Ya consta que lo que este santo concilio pretende es el bien y la reformación de la Iglesia. Y para este fin, también consta que el remedio es la reformación de los ministros de ella" (Memorial I, n.9, 212ss). Las líneas básicas y la praxis concreta de la reforma, pueden verse en los "Memoriales" y las "Advertencias" (más las "advertencias necesarias para los reyes").

    [168]Homilía durante la canonización, 31 de mayo de 1970: Insegnamenti VIII/1970, 562-567.

    [169]  El "Tratado del amor de Dios" (que hemos resumido más arriba) puede ser la clave de su fisonomía espiritual y apostólica, a la luz de la encarnación del Verbo y del misterio redentor.

    [170]Homilía durante la canonización(31 de mayo de 1970): Insegnamenti VIII/1970, 562-567.

    [171]Discurso durante la audiencia después de la canonización(1 de junio de 1970): Insegnamenti VIII/1970, 562-567 (ver p.571).

    [172]Mensaje con ocasión del V centenario del nacimiento de San Juan de Avila(10 de mayo de 2000): Oss. Rom. esp. n. 22, 2 de junio de 2000, p.9.

    [173]L'Osserv. Rom. esp. 8 dic. 2000, p.7.

 

                     EL DOCTORADO DE SAN JUAN DE AVILA

 

                                                         Juan Esquerda Bifet

                                            Pontificia Universidad Urbaniana

 

Sumario:

 

Presentación

 

1. Cualidades necesarias para el doctorado y aplicación a San Juan de Avila

 

2. Influencia del Maestro Avila en su época

 

3. Influencia posterior y universal de su figura y de su doctrina

 

4. La figura del Maestro Avila durante los pontificados de Pío XII, Pablo VI y Juan Pablo II

 

Líneas conclusivas: actualidad y características de su doctorado

 

 

                                   * * *

 

PRESENTACIÓN

 

      Ante la deseada declaración del Maestro San Juan de Ávila como Doctor de la Iglesia, cabe preguntarse sobre algunos aspectos de la misma: las cualidades que se requieren para ser declarado Doctor y la aplicación al Maestro Ávila; el influjo "universal" y actual de su figura y de su doctrina; las características y actualidad de su Doctorado...

 

      No existe propiamente un "iter" o "normativa" concreta para que un santo sea declarado Doctor de la Iglesia, como existe en el caso de las beatificaciones y canonizaciones. Pero en comentarios autorizados se habla de una santidad preclara, una doctrina eminente y un influjo universal.[1]

 

      Cuando, en estos últimos tiempos, ha tenido lugar tal declaración, también se ha matizado, al menos indirectamente, la peculiaridad del Doctorado. Tal es el caso de Santa Teresa de Jesús y de Santa Catalina de Siena. La primera como maestra en los caminos del espíritu; la segunda como modelo de amor a la Iglesia en momentos conflictivos y de renovación. En el caso de Santa Teresa de Lisieux (año 1977), la peculiaridad de su doctorado aparece por la sencillez e influjo universal de su doctrina ("Historia de un alma", el libro más leído en el s.XX después de la Biblia), así como por su línea misionera.

 

      En el caso del "Maestro" San Juan de Ávila, su santidad es, a todas luces, preclara, no sólo por sí misma, sino por el aprecio que de él, como "santo", han tenido otros santos de su época o de épocas posteriores. La eminencia de su doctrina es muy clara cuando se tiene a la vista y se conoce este rico patrimonio de enseñanzas, tal vez único en toda la historia de la Iglesia, por su densidad bíblica, patrística, magisterial, teológica, etc., en todos los campos del saber eclesial expresado en la predicación y catequesis.

 

      El punto más delicado es el que se refiere a su influjo posterior y universal. Es muy claro el influjo en su época y en la época inmediatamente posterior. También se puede constatar este influjo "universal" por medio de las ediciones de sus obras, traducidas a diversos idiomas. Pero hoy, su influjo "directo" en el pueblo de Dios parece más ceñido a algunos sectores geográficos o lingüísticos. Aquí es donde se ha necesitado un estudio aquilatado (presentado para la Positio de su Doctorado), del que aprovechamos algunos contenidos para el presente estudio.[2]

 

      Es también conveniente preguntarse sobre las características de su Doctorado: ¿con qué líneas básicas se podría definir?. No obstante, en la inmensa mayoría de los ya declarados Doctores, no aparece esta peculiaridad ni se ha creído necesaria determinarla. De ahí que esta cuestión podría parecer algo más marginal. De todos modos, intentamos también ofrecer unas líneas aproximadas de referencia, sin que sean determinantes.

 

 

1. CUALIDADES NECESARIAS PARA EL DOCTORADO Y APLICACIÓN A SAN JUAN DE ÁVILA

 

A) Preclaro modelo de santidad

 

      El "Maestro" Ávila fue un modelo excelente de santidad, en la línea de tender seriamente a la "perfección de la caridad" (LG 40), según la afirmación conciliar del Vaticano II, pero con los matices de un pastor de almas, que transparenta heroicamente la caridad del Buen Pastor. Era un santidad concretada en el seguimiento evangélico y, consecuentemente, insertada en la realidad histórica y cultural.

 

      La santidad practicada por el Maestro Ávila era sin rebajas, pero asequible a todo estado de vida con la ayuda de la gracia y poniendo los medios adecuados. Santidad que influyó en muchos santos de su época y de toda la historia posterior hasta nuestros días. Santidad que invita y alienta a todo apóstol, y especialmente al sacerdote ministro, como fidelidad a la palabra de Dios y a la acción del Espíritu Santo, siguiendo el modelo y valiéndose de la ayuda de María Madre de Cristo y nuestra.

 

      Tanto en la Positio en vistas a su Doctorado, como en los estudios actuales sobre el tema, se ha hecho resaltar la amplitud y profundidad de su vida santa y de su doctrina sobre la espiritualidad cristiana y sacerdotal. Su biografía y sus escritos hacen patente su santidad preclara, así como las líneas fuertes de su espiritualidad.[3]

 

      La santidad y espiritualidad, cristiana y sacerdotal, del Maestro Ávila está relacionada estrechamente con su ministerio de profeta, liturgo y pastor. Según se indica en su sepulcro ("messor eram", fui segador), se santificó como predicador, catequista y educador. El Maestro anunciaba el mensaje evangélico en vistas a ayudar a celebrarlo en la liturgia y a vivirlo por el camino de perfección. Por su parte, él vivía esta realidad ministerial como seguimiento evangélico (a imitación del Buen Pastor), al estilo de los Apóstoles y, de modo especial, según la figura de Pablo. Con esta vitalidad espiritual y apostólica, de línea contemplativa (recepción de la Palabra), eucarística y mariana, podrá llegar a los campos más concretos de la caridad pastoral: los pobres, los enfermos, los atribulados, la juventud, la familia... La reforma eclesial que él propugna es, pues, desde la propia reforma y procurando, al mismo tiempo, la renovación de los diversos estamentos eclesiales.

 

      La dedicación generosa del Maestro Ávila a los ministerios tenía su punto de partida en el amor y seguimiento de Jesucristo: "Señor, que siempre os seguí yo por vos y en vos" (Ser 15, 188s). Su apostolado hubiera sido totalmente otro de no haber tenido el gesto de repartir todos sus bienes patrimoniales (una mina de plata) entre los pobres, con ocasión de su primera Misa. Los primeros años de su ministerio en Sevilla, viviendo evangélicamente con Fernando de Contreras, le marcaron para toda la vida. Su vida pobre y su cercanía a los pobres, durante sus correrías apostólicas, no era una añadidura, sino algo esencial como en la vida de Jesús. "Fue obrero sin estipendio... y habiendo servido tanto a la Iglesia, no recibió de ella un real"[4]. Así vivió y así murió, dejando como símbolo la cruz de palo que presidía su habitación en Montilla.

 

      Era un trasunto de la figura apostólica de Pablo, en su vida y en su predicación. Desde los comienzos de su predicación, el Maestro explicaba los escritos paulinos; en Écija, ya antes de 1531. "Fue nuestro predicador muy devoto del apóstol San Pablo y procuró imitarlo mucho en la predicación y en la desnudez y en el gran amor que a los prójimos tuvo. Supo sus epístolas de coro... Y es de ver que todas las veces que se le ofrecía declarar alguna autoridad de este santo Apóstol lo hacía con grande espíritu y maravillosa doctrina, como consta de todo sus sermones y escritos".[5]

 

      A sus discípulos recomendaba este mismo paulinismo, que se aprende a fuerza de persecución. Un gran historiador ha llegado a afirmar: "Juan de Ávila es un retrato vivo del apóstol San Pablo. Yo no recuerdo que en la historia de la Iglesia hayan otro que se le asemeje tanto. En la vida y en el pensamiento".[6]

 

      Como predicador y catequista, el Maestro Ávila es un caso extraordinario en su época, tan falta de buenos predicadores. Los biógrafos le llaman "predicador apostólico" o también predicador evangélico. Su predicación abarcaba todos los ambientes del sur de España (templos, conventos, plazas y calles) y todos los géneros de predicación: homilías, conferencias o pláticas, catequesis. Es predicación que discurre glosando los tiempos y contenidos litúrgicos e invita a vivirlos.[7]

 

      El Maestro Ávila era un director espiritual muy conocido y consultado en su época. Todo el tratado del "Audi Filia" es un itinerario de dirección o consejo espiritual. Sus consejos son pautas muy acertadas y de aplicación concreta a cada persona, en el camino de la vocación, oración-contemplación, perfección, vida fraterna y apostolado. Los dirigidos y dirigidas eran gente de toda condición social, y a todos les iba señalando los caminos de la vida espiritual, sin rebajar las exigencias, como quien ha escuchado con respeto, ha reflexionado y acompaña con afecto sincero; invita siempre al conocimiento propio, a la confianza en el amor de Dios y a la entrega generosa.

 

      La figura del Maestro Ávila es la de un contemplativo, que bebe continuamente en las fuentes de la Palabra de Dios con actitud humilde y confiada. Cumplía lo que él mismo recomendaba a sus discípulos: "Sed amigos de la Palabra de Dios, leyéndola, hablándola, obrándola" (Carta 86, 193s). Sus biógrafos dicen que "vivía de oración, en la que gastó la mayor parte de su vida"[8]y que, pesar de sus muchas ocupaciones, "no predicaba sermón sin que por muchas horas la oración le dirigiese".[9]

 

      Su vida espiritual y apostólica era eminentemente eucarística. Era un enamorado de la Eucaristía: celebrada, adorada, vivida, predicada. Su mismo sello personal (como puede verse en las cartas) tiene grabada una custodia con el Santísimo expuesto. Fue el gran apóstol de la comunión frecuente y diaria. Tradujo en redacción poética castellana el "Pange lingua" y el "Sacris Solemnis". Se conservan veintisiete sermones dedicados directamente a la Eucaristía. No dejaba de predicar en la fiesta y octaba del Corpus Christi, especialmente desde que, en 1542, se le apareció el Señor, caído bajo el peso de la cruz, cuando el Maestro iba a retirarse la Cartuja; entonces oyó estas palabras: "Así me ponen los hombres".[10]

 

      Su vida espiritual era profundamente mariana. Los sermones dedicados directamente a María (Ser 60-72) se han llamado, a veces, "libro de la Virgen". Los biógrafos recogen también una de sus oraciones marianas preferidas, que recitó en el momento de expirar: "Recordare, Virgo Mater, cum steteris ante Deum, ut loquaris pro nobis bona, et avertas indignationem suam a nobis".[11]

 

      La caridad pastoral del Maestro se concretaba en todos los niveles ministeriales, pero se puede notar una permanente preferencia por los más pobres, enfermos y atribulados, niños y jóvenes, campesinos y trabajadores. Llamaba a los ricos a compartir sus bienes con los necesitados y urgía a las autoridades a proporcionar trabajo y asistencia a los trabajadores. Su acción catequética tenía en cuenta estos sectores marginados.[12]

 

      Todas estas líneas de su fisonomía espiritual y apostólica (como profeta, liturgo y pastor) le llevaron, sin intentarlo directamente, a ser un gran reformador de la vida eclesial en todos sus niveles (catequesis, sacramentos, caridad) y estamentos (laicado, religiosos, sacerdotes y jerarquía en general). Sus escritos son una invitación continua a la reforma personal y comunitaria por una línea profundamente evangélica. Su invitación nace del amor a la Iglesia, aprendido en la meditación de la Palabra. Por esto le ilusiona pensar que es la misma Iglesia la que invita a la renovación[13]. Su objetivo principal era la renovación de la vida sacerdotal (obispos y presbíteros) y de la vida consagrada. Pablo VI, en la homilía de la canonización, le calificó de "un precursor" de la "renovación eclesial".[14]

 

      El Maestro Ávila es un enamorado de Cristo Buen Pastor, contemplado en su Palabra, celebrado en la Eucaristía y sacramentos, anunciado por medio de la predicación y catequesis, vivido con sus exigencias evangélicas y comunicado para ser vivido según las bienaventuranzas y el mandato del amor. El "Tratado del amor de Dios" puede ser la clave de su fisonomía espiritual y apostólica, a la luz de la encarnación del Verbo y del misterio redentor.

 

      En sus escritos y en su vida aparecen ampliamente todos los temas de la espiritualidad cristiana y sacerdotal. Sus ejemplos y enseñanzas son una guía para todos los creyentes (laicos, religiosos, sacerdotes). San Juan de Ávila explicó y vivió estos temas y puede ser considerado con un Maestro eximio de espiritualidad cristiana y sacerdotal.[15]

 

      Las líneas que acabamos de resumir son trazos básicos de espiritualidad y santidad sacerdotal, calcada en la figura del Buen Pastor, a ejemplo de Pablo y de los demás Apóstoles, como seguimiento evangélico radical expresado en la caridad pastoral y en la disponibilidad misionera, con trazos muy parecidos a los documentos conciliares y postconciliares del Vaticano II.[16]

 

 

B) Maestro de doctrina eminente

 

      La doctrina de Maestro Ávila es doctrina eminente, a modo de síntesis sapiencial de todos los contenidos de la revelación, tal como la expone el Magisterio y se celebran en la liturgia, siguiendo las enseñanzas de los grandes teólogos de la historia, para ser fiel al propio momento histórico, sociológico y cultural. Es una síntesis de lo mejor que había elaborado el pensamiento cristiano hasta su época, con una línea profundamente paulina, centrada en el Misterio de Cristo. Sus contenidos son de línea teológica, pastoral, kerigmática, espiritual y pedagógica.

 

      Es doctrina que refleja una época, como síntesis de una historia milenaria del pasado y como punto de partida para reflexiones futuras, e invita a la vivencia, a la celebración y al anuncio de esta misma doctrina en una misión sin fronteras. "En el Santo Maestro Juan de Ávila se encuentra una síntesis sapiencial de la doctrina de la Iglesia y de toda la labor teológica hasta su época (Escritura, Padres, Liturgia, Magisterio, autores...), con una gran apertura al futuro y con unas cualidades de actualidad todavía vigentes en nuestra época".[17]

 

      Su reflexión teológica es a partir de la fe vivida, como encuentro con Dios Amor revelado por Jesús. Por esto presenta siempre los contenidos de la Escritura, interpretados por la tradición (Padres) y por el magisterio eclesial, sin olvidar la relación con la celebración litúrgica y la enseñanza de los santos. Su reflexión queda expuesta en pláticas, conferencias, sermones, lecciones bíblicas, etc., dejando entrever la propia experiencia de encuentro con Cristo, el amor a la Iglesia y la inserción en la realidad humana concreta (histórica y cultural) de la propia época. Su enseñanza es sapiencial, iluminada siempre por la Palabra de Dios y expresada con una terminología pedagógica y catequética. Invita a la reflexión, a la celebración y a la conversión, como respuesta a los contenidos de la revelación. Es impresionante su amplia erudición bíblica, patrística y magisterial.

 

      Aparecen todos los temas teológico-dogmáticos; Dios Amor, uno y trino; Dios creador, los ángeles y el hombre; Cristo, Verbo Encarnado y Redentor; Espíritu Santo; María; Iglesia; Sacramentos; Gracia y justificación; Escatología.[18]

 

      Aunque no expone los contenidos teológicos a modo de tratado propiamente dicho, puede encontrarse una exposición sistemática en su síntesis catequética (Credo, sacramentos, mandamientos, oración), que forma parte de su catecismo ("Doctrina cristiana")[19]. Pero los temas se pueden encontrar fácilmente diseminados en sermones, pláticas, lecciones bíblicas, epistolario y tratados diversos. Aunque son exposiciones que reflejan su contexto histórico y cultural, ofrecen contenidos de valor permanente, abiertos a futuras reflexiones y profundizaciones.

 

      Los temas expuestos son de perenne actualidad y se prestan para estudios de profundización, especialmente los siguientes: la gloria de Dios y la belleza de la creación (contemplación); el misterio de Dios Amor revelado por Cristo que ilumina el misterio del hombre; la salvación en Cristo (único Salvador); la experiencia de Cristo (por ejemplo, a la luz de la doctrina paulina); los temas de pneumatología (fidelidad, discernimiento de carismas); lugar armónico que ocupa María en cada tema cristiano; Iglesia esposa y madre; la vida espiritual a la luz de los Cantares (desposorio) y del Apocalipsis (Iglesia peregrina-escatológica); la predicación aplicada a situaciones socioculturales; una antropología que presenta la belleza integral del hombre como expresión de la gloria de Dios, etc.

 

      Hay que destacar la cristología avilista, con fuerte base bíblica (paulina), patrística y teológica. Es una reflexión sobre el misterio de Cristo como Palabra de Dios insertada en las circunstancias humanas sociológicas y culturales. Se podría calificar de cristología existencial y funcional (salvífico-histórica), relacional (contemplativa) y pastoral (de anuncio y celebración), invitando siempre al encuentro y al seguimiento de Cristo.

 

      Su eclesiología, sin presentar la sistematización de la época actual, hace hincapié en todas las notas esenciales de la Iglesia (unidad, santidad, catolicidad y apostolicidad), y es una invitación a vivir el desposorio con Cristo y la fecundidad maternal y misionera, con fuerte tendencia escatológica. Se puede ver en su eclesiología la realidad de una Iglesia "misterio", "comunión" y "misión".[20]

 

      Las líneas de su exposición pastoral quedan marcadas por un fuerte profetismo (predicación. catequesis, misiones populares, llamada a la renovación), centrado en la celebración litúrgica (fiestas del año litúrgico, sacramentos) y orientado hacia la construcción de la comunidad eclesial y a los servicios de caridad (atención a los pobres y enfermos, escucha de las personas en su situación concreta), sin olvidar la piedad popular. El panorama queda siempre abierto a la evangelización universal. Su identidad pastoral es de equilibrio y armonía entre todos los ministerios.

 

      Los temas que hoy llamamos de moral y espiritualidad cristiana, quedan expuestos en la perspectiva de las bienaventuranzas y del seguimiento evangélico (que es desposorio de la Iglesia con Cristo), invitando a todo bautizado a la santidad como perfección de la caridad. Hemos sintetizado más arriba su santidad y espiritualidad (1,A).

 

      Los contenidos doctrinales del Maestro Ávila, así como los gestos proféticos de su biografía, lo delinean como un "Maestro", que podría ser declarado "Doctor" de la Iglesia, porque con su doctrina, completa y bien fundamentada, invita a la confianza en el amor de Dios y a la generosidad por una entrega total en el camino de la santidad cristiana y sacerdotal.[21]

 

 

C) Influencia permanente y universal

 

      La influencia permanente y universal del Maestro Ávila es muy "peculiar", como se indica en los apartados siguientes del presente estudio. De ello son testigos los grandes santos y autores de su época y de épocas posteriores. Su influjo "directo" en el pueblo creyente tuvo lugar especialmente en su época o en época inmediatamente posterior.

 

      Pero el influjo "peculiar" del Maestro consiste en haber incidido en grandes santos y autores espirituales de todas las épocas hasta hoy, quienes le citan y reconocen su autoridad doctrinal y espiritual. Son estos autores y santos quienes continúan, todavía hoy, siendo portadores de la doctrina y ejemplo avilista en toda la Iglesia. Precisamente gracias a estos santos y autores, la doctrina avilista, cuando hoy es conocida o leída directamente, aparece como algo familiar en todos los ámbitos eclesiales.

 

 

2. INFLUENCIA DEL MAESTRO ÁVILA EN SU EPOCA

 

      Es ya muy conocida y ha sido muy estudiada la influencia del Maestro Ávila en las grandes figuras y en los grandes acontecimientos eclesiales de su época. Los numerosos estudios realizados atestiguan una íntima relación, que es, casi siempre de influencia. Entre las figuras contemporáneas, destacan: San Juan de Dios, San Francisco de Borja, San Ignacio de Loyola, San Juan Bautista de la Concepción, San Juan de la Cruz, San Juan de Ribera, Santa Teresa de Jesús, Santo Tomás de Villanueva, Fray Luís de Granada, Don Pedro Guerrero, Diego Pérez de Valdivia, etc.[22]

 

      Para valorar la importancia de esta relación interpersonal, cabe recordar que algunas de estas figuras relacionadas con el Maestro pertenecen a sus primeros tiempos de estudiante o de recién ordenado (el Maestro Domingo de Soto, Fr. Julián Garcés, Fernando de Contreras). Otras están relacionadas con él por vía de consejo espiritual o pastoral (San Juan de Dios, San Francisco de Borja, San Juan de Ribera). Otras son además grandes maestros de vida espiritual (Luís de Granada, San Pedro de Alcántara, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa, San Juan de la Cruz...).

 

      Algunos autores espirituales son más bien de referencia histórica (el franciscano Francisco de Osuna y el trinitario San Juan Bautista de la Concepción). Algunas de estas figuras hicieron posible su influencia en el concilio de Trento y en el sínodo de Toledo (Pedro Guerrero, Bartolomé de los Mártires, Cristóbal de Rojas).[23]

 

      Hay que recordar que esas figuras y escritores espirituales contemporáneos fueron portadores y propagadores de la doctrina avilista en sus propias instituciones, con clara repercusión para la posteridad. La mística y la vida espiritual española de los siglos XVI y XVII no sería descifrable sin la clave avilista, especialmente a partir del "Audi filia" y del hecho de haber aprobado la doctrina (autobiografía) de Santa Teresa.

 

      Hacemos resaltar sólo algunas figuras de su época, como transmisoras de la figura y doctrina avilista para la posteridad: Fr. Luís de Granada, San Juan de Dios, San Juan de Ribera, Don Pedro Guerrero, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila, Diego Pérez de Valdivia.

 

      Fr. Luís de Granada(1504-1588), dominico, fue uno de sus mejores amigos y discípulos. Fue su primer biógrafo y el gran propagador de su doctrina y escritos[24]. Probablemente es el escritor español más leído en el mundo (en veinte idiomas, seis mil ediciones). Cita ampliamente al Maestro Ávila y también refleja su doctrina. En la "Guía de pecadores" (Lisboa 1556), publicó una parte del libro "Audi Filia" (todavía no editado por el Maestro). Era asiduo lector de las cartas del Maestro: "Ahora mi ordinario libro, que me leen de noche cuando ceno, son las epístolas del P. Ávila"[25]. Santa Teresa se reconocía deudora espiritualmente de los escritos de Fr. Luís.[26]

 

      San Juan de Dios(Juan Cidad, 1495-1550) realizó un cambio de vida a partir de un sermón de San Juan de Ávila, pronunciado en Granada, en la ermita de los mártires, el día de San Sebastián (20 de enero de 1537)[27]. El Maestro Ávila fue su director espiritual y con el arzobispo Pedro Guerrero le ayudó a fundar un hospital, llegando a pedir limosna para esta fundación. San Juan de Dios le llamaba "mi gran padre".[28]

 

      San Juan de Ribera(1532-1611) aparece en el epistolario avilista, cuando era obispo de Badajoz[29]. La influencia en él del Maestro Ávila fue muy grande, ya desde sus tiempos de estudiante y profesor en Salamanca (1544-1561). Cuando era arzobispo de Valencia, conservaba los sermones manuscritos del Maestro, con anotaciones propias al margen. Era gran amigo de los dos discípulos del Maestro Ávila: Fr. Luís de Granada (quien le dedicó la biografía avilista) y Diego Pérez de Valdivia (que dedicó al santo arzobispo el libro "Aviso de gente recogida").[30]

 

      Don Pedro Guerrero, arzobispo de Granada, era gran amigo del Maestro Ávila[31]. Invitado para acompañarlo al concilio de Trento, el Maestro, le envió los "Memoriales" (años 1551 y 1561)[32]. Las "Advertencias" que el Maestro Ávila redactó para el sínodo de Toledo, sirvieron también para el concilio provincial de Granada; el arzobispo las había pedido al santo Maestro y éste se las remitió (cfr. Cartas 243-244, año 1565)[33].

 

      San Ignacio de Loyola(1491-1556), aunque no se encontró personalmente con el Maestro Ávila, mostró siempre un gran aprecio por él; era en realidad una veneración mutua, como puede apreciarse por el epistolario[34]. Unos treinta discípulos del Maestro pasaron a la Compañía[35]. Durante su retiro en Montilla, el Maestro dirigía pláticas a los Padres y novicios jesuitas. Después de la muerte del santo fundador, el Maestro Ávila conservó siempre un gran aprecio hacia él y hacia su obra.[36]

 

      El encuentro epistolar con Santa Teresa de Jesús (1515-1582), hoy Doctora de la Iglesia, fue providencial para toda la mística española. La santa envió el "Libro de la Vida" ("mi alma" decía ella) en 1568 y en el mismo año recibió la respuesta (cfr. cartas avilistas 158 y 185). Las dos cartas del Maestro (2 de abril y 12 de septiembre de 1568), escritas en Montilla, alaban el modo de obrar de la santa peregrina (sus viajes fundacionales) y le dan orientación certera sobre sus experiencias místicas, prometiendo enviarle unas notas más amplias posteriormente (que no se han encontrado). La carta del 12 de septiembre, la segunda, al aprobar a Santa Teresa, se convierte en la llave de oro de la mística española del siglo XVI. Al Maestro le convenció la línea de amor y de humildad de los escritos de la santa. A la muerte del Maestro (un año después de la consulta), exclamó la santa: "Lo que me da pena es que pierde la Iglesia de Dios una gran columna y muchas almas un grande amparo, que tenían en él, que la mía, aun con estar tan lejos, le tenía por esta causa obligación"[37]. La Santa de Ávila guardó siempre un gran recuerdo del Maestro, conoció y apreció a algunos de sus discípulos (menciona a Diego Pérez en carta de 18 de febrero de 1577) y leyó algunos textos avilistas ("serían de gran provecho los sermones", dice en carta del 24 de mayo de 1581, al P. Gracián).[38]

 

      Diego Pérez de Valdivia(1520-1589) fue el discípulo predilecto del Maestro Ávila. Dice L. Muñoz que fue "parecido en todo a su gran Maestro, a quien procuró imitar, y lo consiguió felizmente"[39]. Convivió algunos años con el Maestro, renunció al cargo de predicador de Felipe II y a todos sus otros cargos, para vivir evangélicamente y para "ir a tierra de infieles a predicar el evangelio, con vehemente deseo de ser mártir"[40]. Para realizar este deseo, se dirigió a Valencia, donde se relacionó con San Juan de Ribera y San Luís Beltrán. La imposibilidad de embarcar le llevó a Barcelona. Siendo catedrático en la universidad y predicador, vivió pobremente y en comunidad con otros clérigos. Sus escritos son los de un grande maestro de espiritualidad, abriendo caminos de contemplación y perfección, estimulando a la lectura y estudio de la Escritura, fomentado la espiritualidad mariana.[41]

 

      Las figuras relacionadas con el Maestro Ávila (de las que hemos destacado algunas), pertenecen a diversas escuelas y familias sacerdotales o religiosas: dominicos (Domingo de Soto, Julián Garcés, Luís de Granada), franciscanos (Francisco de Osuna, Pedro de Alcántara), carmelitas (Teresa de Jesús, Juan de la Cruz), jesuitas (Ignacio de Loyola, Francisco de Borja), trinitarios (Bautista de la Concepción), hospitalarios (Juan de Dios), diocesanos o seculares (Fernando de Contreras, Juan de Ribera, Pedro Guerrero, Diego Pérez de Valdivia). No es una lista exhaustiva, sino que se podría ampliar con nombres que van apareciendo en el epistolario avilista.[42]

 

      Esta relación con santos y escritores espirituales de su época, se convirtió en un medio providencial y en una oportunidad extraordinaria para propagar sus enseñanzas a nivel internacional. Los numerosos discípulos que se hicieron jesuitas actuaron en España, Italia, Portugal, América, India. El aprecio que sentían por el Maestro, tanto San Ignacio como San Francisco de Borja y otras figuras jesuíticas eminentes (Nadal, Laínez, Araoz, Estrada, Plaza, Francisco de Toledo, etc.), se tradujo en una valoración y divulgación de sus escritos y de su fama de santidad. Los escritos catequísticos del Maestro fueron divulgados principalmente por los jesuitas (Roma, Mesina, Florencia...). El P. Juan de la Plaza llevaría a México una buena herencia avilista, especialmente por los sermones o pláticas que le había entregado el Maestro cuando el Padre Plaza estaba en Montilla y en Córdoba, predicando al clero.[43]

 

      En cuanto a la Orden carmelitana renovada, como hemos resumido más arriba, fue de suma importancia para la mística española y universal el que el Maestro Ávila garantizara la autenticidad de las gracias recibidas por Santa Teresa de Jesús. Algunos discípulos del Maestro se hicieron carmelitas de la descalcez, especialmente en Baeza y La Peñuela. El aprecio de Santa Teresa por el Maestro Ávila influyó en la divulgación de su vida y escritos.[44]

 

      La influencia del Maestro Ávila en Trento está demostrada en algunos temas concretos: figura y residencia de los obispos, catequesis, matrimonios clandestinos y, especialmente, la formación sacerdotal en los Seminarios. Hubo personas providenciales que hicieron posible esta influencia: Don Pedro Guerrero (arzobispo de Granada, que llevaba los "Memoriales"), Don Cristóbal de Rojas (obispo de Córdoba) y Fr. Bartolomé de los Mártires (arzobispo de Braga). Los "papeles" ("Memoriales") de Don Pedro Guerrero se hicieron famosos entre los padres conciliares. El decreto sobre los Seminarios refleja la doctrina avilista de los "Memoriales", especialmente cuando se trata de la formación teológica, pastoral y espiritual que se impartirá en los Seminarios.[45]

 

      La influencia en el concilio de Toledo y en otros concilios provinciales, fue especialmente por medio de las "Advertencias al concilio de Toledo" (a que hemos aludido más arriba). Este concilio provincial se celebró en los años 1565-1566, con el objetivo de aplicar los decretos tridentinos. Se trataron las cuestiones propuestas por el Maestro Ávila en las "Advertencias", preparadas con la colaboración del discípulo Lic. P. Francisco Gómez. Son especialmente cuestiones de reforma pastoral y espiritual de los obispos, sacerdotes y seglares. Hay una segunda redacción de las "Advertencias", con anotaciones jurídicas muy oportunas para la aplicación de los decretos conciliares de Trento. También el discurso de apertura es de mano del Maestro Ávila ("De la veneración que se debe a los concilios").[46]

 

      Por las cartas avilistas a Don Pedro Guerrero (nn. 243-244) conocemos que el texto de las "Advertencias" sirvió también para el concilio provincial de Granada. El mismo texto podía haber servido para otros concilios españoles y americanos, como lo demuestra la "Positio" para la canonización (ofreciendo textos paralelos)[47]. Pudo haber una influencia en el concilio provincial de Santiago de Compostela (1565-1566), por medio de San Juan de Ribera allí presente, obispo por entonces de Badajoz. Alguna influencia pudo haber en el concilio de Valencia (1565), presidido por el arzobispo Don Martín de Ayala, que había estado en Trento y conocía los escritos del Maestro. El tercer concilio de Lima (1582-1583), presidido por Santo Toribio de Mogrovejo, tomó algunas orientaciones de las actas de los concilios de Toledo y de Granada. Santo Toribio de Mogrovejo había sido presidente de la Cancillería de Granada y se había llevado a Lima los escritos de reforma del Maestro Ávila[48]. La influencia en el tercer concilio de México (1585) se puede constatar por el hecho de citar abundantes textos de los concilios de Toledo, Granada y Lima. El P. Plaza, jesuita, discípulo del Maestro Ávila, era consultor teólogo del concilio, visitador y provincial en México desde 1580. La influencia se nota especialmente en los decretos sobre la catequesis y sobre la vida clerical.[49]

 

 

3. INFLUENCIA POSTERIOR Y UNIVERSAL DE SU FIGURA Y DE SU DOCTRINA

 

      Además del influjo de la figura y doctrina del Maestro Ávila en su época o inmediatamente posterior, se puede constatar un influjo en todos los siglos posteriores hasta hoy por medio de grandes santos y autores que conocían su doctrina y que le citan con profusión. Estos autores siguen siendo de suma actualidad. La doctrina avilista sigue llegando de este modo, todavía hoy, a todos los estamentos del pueblo de Dios. En esta larga lista de santos y autores espirituales de época posterior a la del Maestro Ávila, que se suman a sus contemporáneos, encontramos santos fundadores, grandes tratadistas, doctores de la Iglesia, clásicos de espiritualidad.

 

      Una lista aproximada, pero muy significativa, puede ser la siguiente: Antonio de Molina, Diego de Estella (franciscano), Bérulle (escuela francesa); escritores jesuitas (Baltasar Álvarez, Martín Gutiérrez, Antonio de Cordeses, Luís de la Palma, Luís de la Puente, Alonso Rodríguez, Pedro Rivadeneira); Santo Toribio de Mogrovejo, escritores posteriores de la Escuela Francesa, San Francisco de Sales, San Vicente de Paul, San Alfonso María de Ligorio, Santo Cura de Ars, San Antonio María Claret, Bto. José Allamano, Bto. Manuel Domingo y Sol, SD José María Lahiguera... Son autores y santos que citan al Maestro con cierta profusión.

 

      Algunos autores espirituales de mucha influencia en escritos posteriores, citan al Maestro con amplitud: "El P. Baltasar Álvarez acude con frecuencia a inspirarse en las obras de Ávila; los PP. Martín Gutiérrez y Antonio Cordeses -en Pláticas sobre oración y en Itinerario de la perfección cristiana respectivamente- siguen de cerca el Audi filia. De mayor cuantía es la influencia que ejercieron los escritos avilinos en el Padre Luís de la Palma. Basta fijarnos en su Historia de la Sagrada Pasión. En los capítulos 8, 14, 21, 22, 23, 33, 37, 51, se pueden encontrar transcritos, casi al pie de la letra, numerosos pasajes de los escritos del Maestro, especialmente del Tratado del amor de Dios, del Audi Filia y de los sermones del Stmo. Sacramento y de la Virgen".[50]

 

      El P. Alonso Rodríguez (de enorme influencia en su tiempo) cita al Maestro Ávila más de treinta veces en Ejercicio de perfección y virtudes cristianas. El P. Pedro Rivadeneira, en su Tratado de la tribulación, deja constancia de tomar todo el capítulo 22 del los contenidos del Tratado del amor de Dios (de San Juan de Ávila).

 

      El cartujo de Burgos Antonio de Molina (1560-1619), cita abundantemente la doctrina del Maestro Ávila en su tratado "Instrucción de sacerdotes", y ha podido también influir en grandes figuras de la espiritualidad. El libro tuvo muchas ediciones y fue traducido a varios idiomas, llegando a ser libro de cabecera de muchos sacerdotes.[51]

 

      Es importante notar la influencia del Maestro Ávila en la escuela francesa, sin que ésta pierda su originalidad. Los autores de esta escuela conocieron y usaron el tratado de Antonio de Molina (que acabamos de citar) y también la figura y doctrina de San Juan de Ávila. P. Pourrat admite una cierta relación de dependencia con la doctrina avilista, al transmitir el testimonio de Bourgoing sobre Bérulle: "Dios ya había echado sus semillas (de renovación del clero) en diversas personas y lugares; me acuerdo haber oído decir a nuestro muy honorable Padre (P. Bérulle) que ello había sido un diseño (dessein) del P. Juan de Ávila, predicador apostólico; añadiendo, al mismo tiempo, que si hubiera vivido (Ávila) en nuestros días, hubiera ido a ponerse a sus pies, y lo hubiera tomado como maestro y director de esta obra, pues le tenía en singular veneración".[52]

 

       San Francisco de Sales (1567-1622), doctor de la Iglesia, en el "Tratado del amor de Dios", habla del Maestro Ávila como de "docto santo predicador de Andalucía" y lo propone como modelo de "mansedumbre e igualdad incomparable" (lib. IX, cap. 6); en la "Introducción a la vida devota", cita pasajes del "Audi Filia" (parte 1ª, cap. 4 y parte 2ª, cap. 17), remitiéndose a su autoridad espiritual. "Como dice el piadoso Ávila, por más que te fatigues no hallarás medio más seguro de hacer la voluntad de Dios, que esta obediencia... Dice el Maestro Ávila (respecto al director espiritual) que se ha de escoger uno entre mil; y yo digo que entre diez mil"[53]. La reflexiones de San Francisco de Sales sobre el amor de Dios están inspiradas por las "Meditaciones" de Fr. Diego de Estella, el cual cita abundantemente al Maestro Ávila.

 

       San Vicente de Paúl (1581-1660), en sus escritos, transcribe la doctrina sacerdotal de Antonio de Molina (que, a su vez, cita al Maestro Ávila). San Vicente prescribía, en el "Reglamento de los Ejercicios para los Ordenandos", la lectura diaria del tratado de Antonio de Molina en el refectorio.[54]

 

      La influencia enSan Juan María Vianney (1786-1859), Cura de Ars, consta por el hecho de que en su biblioteca personal se conservan las obras del Maestro (en traducción francesa).[55]

 

      San Alfonso María de Ligorio(1696-1787), doctor de la Iglesia, cita frecuentemente al Maestro Ávila en diversos escritos espirituales: "Glorias de María" (cita un sermón avilista mariano y el "Audi Filia"), "Visitas al Santísimo Sacramento" (2 veces), "Selva de materias predicables" (16 veces), "Cartas a un religioso amigo", "Sermones abreviados" y, sobre todo, "Práctica del amor a Jesucristo". En este último libro cita páginas enteras del "Tratado del amor de Dios" (del Maestro Ávila), de las cartas, de los sermones y del "Audi Filia".[56]

 

      Entre otras figuras más cercanas a nuestra época, que citan y recomiendan a San Juan de Ávila, destaca San Antonio María Claret (1807-1870). El santo predicador y fundador cuenta su propia experiencia, puesto que quedó impresionado por la vida del Maestro en cuanto predicador y modelo de celo apostólico. Reconoce que ningún autor, entre los muchos que había leído, le habían impresionado y convencido tanto: "Su estilo es el que más se me ha adaptado y el que he conocido que más felices resultados daba. ¡Gloria sea a Dios nuestro Señor, que me ha hecho conocer los escritos y obras de ese gran Maestro de predicadores y padre de buenos y celosísimos sacerdotes!"[57]. Los biógrafos del P. Claret afirman que el santo fundador conservaba anotadas las obras del Maestro Ávila (edición de 1759, en nueve tomos), y que en su cuaderno anotó también las cartas que más le habían ayudado.

 

      En el campo misionero hay que destacar la figura de un sacerdote diocesano de Turín, el Bto. José Allamano (1851-1926), fundador de los misioneros y misioneras de la Consolata. A sus misioneros les proponía con frecuencia a Juan de Ávila como modelo de apóstol y de santo. Lo cita junto a otros grandes autores, como autoridad indiscutible y lo presenta especialmente en relación con la Eucaristía, con la búsqueda de la voluntad de Dios y con la dirección espiritual.[58]

 

      El Bto. Manuel Domingo y Sol (1836-1909), gran promotor de la formación sacerdotal, dejó una fuerte huella avilista en la institución fundada por él (Sacerdotes Operarios Diocesanos) y en numerosas generaciones sacerdotales que se formaron en el Pontificio Colegio Español de Roma y en otros Seminarios de España y América Latina. Han sido especialmente sus discípulos quienes, en los últimos años, publicaron la edición crítica de las obras del Maestro Ávila y colaboraron eficazmente en su proceso de canonización.[59]

 

      Sobre el SD D.José María Lahiguera (1903-1989), arzobispo de Valencia, hemos preferido insertarlo en el apartado siguiente, por su importancia en el resurgir sacerdotal del siglo XX, en torno al concilio Vaticano II.

 

 

4. LA FIGURA DEL MAESTRO ÁVILA DURANTE LOS PONTIFICADOS DE PÍO XII, PABLO VI Y JUAN PABLO II

 

      A la lista anterior de santos y autores influenciados por el Maestro Ávila, hay que añadir algunos datos sobre el siglo XX e inicio del siglo XXI. En la primera mitad del siglo XX tiene lugar un resurgir sacerdotal en España (con repercusión en América Latina), debido, en gran parte, a la influencia de la figura y escritos de nuestro Santo. Este hecho ha sido analizado minuciosamente, con datos muy precisos referentes a diversas diócesis españolas.[60]

 

      En este contexto histórico (y en el arco de casi todo el siglo XX), hay que colocar una figura eminente del sacerdocio: el Siervo de Dios D.José María Lahiguera (1903-1989), arzobispo de Valencia y fundador de las HH. Oblatas de Cristo Sacerdote, quien ha tenido y sigue teniendo una gran influencia en muchos ambientes sacerdotales, a nivel internacional. Por donde pasó ejerciendo su ministerio (director espiritual en el Seminario de Madrid, Obispo auxiliar de Madrid, obispo de Huelva, arzobispo de Valencia), dejó huella imborrable de santidad y de vocaciones sacerdotales. La santidad sacerdotal era su "obsesión".

 

      En su Diario Espiritual, constata repetidas veces que, al inicio de su vida sacerdotal hizo discernimiento sobre si escogía una vida de cartujo o de misionero apostólico al estilo de San Juan de Ávila. Escogió la segunda opción, guiado por la obediencia, aunque, al final de su vida, ya dimisionario, recuerda de nuevo esta opción y la completa indicando que sus últimos años estaban dedicados a la contemplación, siempre para la santificación de los sacerdotes. La referencia San Juan de Ávila es muy frecuente en el Diario de D. José María Lahiguera. Seleccionamos sólo un fragmento muy significativo: "Mi Sacerdocio podía definirse: Sacerdote de los Sacerdotes... creí que esta vocación la cumplía trabajando en este campo, modo Juan de Ávila, pero insistiendo en mi vida espiritual, oración, etc., el pedir por la santificación de los Sacerdotes y aspirantes al Sacerdocio" (29 mayo 1979).[61]

 

      La celebración del cincuentenario de la beatificación del Maestro Ávila (1944) y, especialmente la declaración como Patrono del Clero secular español (Pío XII, 2 de julio de 1946), apenas terminada la segunda guerra mundial (1939-1945), fue como el detonante del fervor avilista en los Seminarios españoles y en grandes sectores del pueblo cristiano.

 

      La declaración de Juan de Ávila como Patrono del Clero secular español, fue hecha por Pío XII, el 2 de julio de 1946 (Breve "Dilectus filius"). La petición había sido presentada por el Cardenal Parrado, arzobispo de Granada, en nombre del episcopado español. Este hecho, cuando Juan de Ávila todavía no había sido canonizado, tuvo gran repercusión en el conocimiento de su figura y de sus escritos, especialmente por parte de los Seminarios y clero español y latinoamericano.[62]

 

      Los años que discurren entre el cincuentenario de la beatificación (1944), la declaración de patronazgo (1946) y la canonización (1970), fueron un hecho de gracia. La preparación inmediata de la canonización fue de gran fervor sacerdotal, que estimuló a estudiar y poner en práctica los documentos del concilio Vaticano II (finalizado en 1965). El espíritu del Maestro Ávila fue la mejor disposición para captar los contenidos de los documentos magisteriales preconciliares, conciliares y postconciliares sobre el sacerdocio, así como el instrumento providencial para superar la crisis sacerdotal de la época.[63]

 

      La canonización de Juan de Ávila tuvo lugar durante el pontificado de Pablo VI, el 31 de mayo de 1970. Se llama canonización "equipolente", porque, por dispensa papal, se realizó sin exigir un nuevo milagro (había habido alguno de más en la beatificación). Se habían presentado anteriormente algunos milagros, pero no se sometieron al estudio definitivo.[64]

 

      Pablo VI, en los discursos con ocasión de la canonización, delinea la figura de Juan de Ávila, especialmente como modelo de la santidad y ministerio del sacerdote. El Papa quiso presentar un modelo sacerdotal en tiempos de postconcilio, influenciados por cierta crisis ambiental. Efectivamente, se trata de una figura o "tipo polivalente de todo sacerdote de nuestro días", que, por su santidad de vida y por su disponibilidad ministerial, ayuda a superar las dudas nacidas de la "crisis de identidad". El Papa propone especialmente: "la firmeza en la verdadera fe, el auténtico amor a la Iglesia, la santidad de su Clero, la fidelidad al Concilio, la imitación de Cristo, tal como debe ser en los nuevos tiempos"[65]. En el discurso durante la audiencia del 1 de junio de 1970 (después de la canonización), el Papa resumía la figura "profética" del Maestro con esta pincelada: "Una santidad de vida nada común, un celo apostólico sin límites, una fidelidad sin engaños a la Iglesia".[66]

 

      La influencia posterior a la canonización puede constatarse en la celebración de su fiesta anual (como día sacerdotal en diversas diócesis y Seminarios) y en las peregrinaciones, en Instituciones que se inspiran en el Maestro, así como en las publicaciones a diferentes niveles: obras completas reeditadas, tesis doctorales, estudios monográficos, artículos, textos selectos, cursos especializados, etc.[67]

 

      En su primera carta del Jueves Santo (1979), Juan Pablo II invitaba a los sacerdotes de todo el mundo a tomar como modelo a figuras sacerdotales de la historia, entre las que nombra a San Juan de Ávila. La carta se dirige a todos los sacerdotes de la Iglesia y se puede calificar de programática para las que seguirían en otros Jueves Santos de años posteriores. En esta primera carta de Jueves Santo, el Papa actualiza la figura sacerdotal de San Juan de Ávila, entre otros santos sacerdotes: "Esforzaos en ser los maestros de la pastoral. Ha habido ya muchos en la historia de la Iglesia. ¿Es necesario citarlos? Nos siguen hablando a cada uno de nosotros, por ejemplo, San Vicente de Paúl, San Juan de Ávila, el Santo Cura de Ars, San Juan Bosco, el Beato Maximiliano Kolbe y tantos otros. Cada uno de ellos era distinto de los otros, era él mismo, era hijo de su época y estaba al día con respecto a su tiempo".[68]

 

      En su visitas a España, Juan Pablo II hizo referencia explícita a San Juan de Ávila. En Sevilla (5 de noviembre de 1982), durante la beatificación de Sr. Ángela de la Cruz, enumeró los santos de sur de la Península, entre los que nombra a San Juan de Ávila, e invita a imitarlos[69]. En Valencia (8 de noviembre de 1982), durante la ordenación sacerdotal (presbiterandos de toda España), después de recordar a San Vicente Ferrer, a Santo Tomás de Villanueva y a San Juan de Ribera, añade: "A ellos habría que añadir numerosos santos sacerdotes, entre ellos San Juan de Ávila, Patrono del clero español. Todos ellos nos acompañan con su intercesión".[70]

 

      A los seminaristas de toda España, el mismo día 8 de noviembre de 1982, el Papa dejó en Valencia un mensaje escrito, en el que recuerda a Santa Teresa, a San Juan de Ribera y a San Juan de Ávila, en el marco de la formación sacerdotal: "Son muchos los santos, hijos de esta bendita tierra, que han sentido en el corazón la llamada a colaborar en la formación integral de los sacerdotes, o futuros sacerdotes, según el modelo del Buen Pastor y de los Apóstoles... San Juan de Ávila, gran promotor de Seminarios en su tiempo y Patrono del clero secular español, afirmaba: «Si la Iglesia quiere buenos ministros, ha de promover que haya educación» (Memorial al concilio de Trento I, n.10)... Se trata de un camino que requiere tiempo y una larga maduración".[71]

 

      El Congreso Internacional, celebrado con ocasión del quinto centenario su nacimiento (Madrid, 2000), ha sido una nueva muestra de su influjo permanente en la Iglesia[72]. Juan Pablo II envió un mensaje a este Congreso, de las que recogemos las siguientes afirmaciones: "El ejemplo de su vida, su santidad, es la mejor lección que sigue impartiendo a los sacerdotes de hoy, llamados también a dar nuevo vigor a la evangelización... Ante los retos de la nueva evangelización, su figura es aliento y luz también para los sacerdotes de hoy que, al ser administradores de los misterios de Dios, están en el corazón mismo de la Iglesia, donde se construye sobre base firme y se reune en la caridad".[73]

 

      También en relación con la celebración del quinto centenario del nacimiento del Maestro Ávila, Juan Pablo II tuvo un discurso programático, del que entresacamos algunas frases: "Dais así también un especial realce a la celebración del V centenario del nacimiento de san Juan de Ávila, patrono del clero secular

español, a la vez que os unís a las iniciativas del Episcopado en vuestro país para promover, en este Año del gran jubileo, una significativa renovación de los sacerdotes... En esta tarea os será de ayuda el ejemplo, siempre actual, de san Juan de Ávila. Él resumía su programa en un simple consejo: «Ore, medite, estudie» (Carta, 2, 285, a fray Alfonso de Vergara)... Este es el programa seguido fielmente por él mismo, al dar testimonio de una vida santa y dejar abundantes escritos con una doctrina sólida y una predicación elocuente... Os invito a imitar el ejemplo de vuestro santo patrono, su constante afán de llevar a Cristo a los hombres, su preocupación por el bien de sus hermanos sacerdotes, su especial sensibilidad ante las nuevas situaciones y su inquebrantable fidelidad a la Iglesia".[74]

 

 

LÍNEAS CONCLUSIVAS: ACTUALIDAD Y CARACTERISTICAS DE SU DOCTORADO

 

      Para ser declarado Doctor de la Iglesia se necesita, además de un preclaro ejemplo de santidad, una doctrina eminente y un influjo consistente en toda la Iglesia. En pocas figuras de la historia eclesial se encuentra una exposición tan completa de toda la doctrina cristiana como en San Juan de Ávila. No hay ningún tema cristiano fundamental en el que el Maestro no pueda decir algo muy claro, profundo y frecuentemente original. Esta doctrina influyó en muchas figuras y escritos contemporáneos y posteriores.

 

      Verdaderamente nos encontramos con un caso tal muy especial en la historia de la Iglesia. "Juan de Ávila es un genio del cristianismo y de la cultura humana en general"[75]. Sus exposiciones abarcan todos los campos de la doctrina eclesial. Los contenidos de estas exposiciones han pasado a ser un patrimonio común en toda la Iglesia, gracias a santos y maestros espirituales que lo citan frecuentemente. En el campo universitario actual es muy frecuente la elaboración de tesis y de estudios de investigación sobre el tema avilista.[76]

 

      El título de "Maestro" (equivalente a "Doctor"), que se le ha reconocido permanentemente en la Iglesia, quiere resumir la realidad que puede constatarse en su figura y en sus escritos: santidad excelente, doctrina eximia y completa, influjo universal (directa e indirectamente, en acto y en potencia). Los santos y autores que le citan han influido y siguen influyendo en la Iglesia universal. Son muchos los actuales Doctores de la Iglesia, cuya doctrina (siendo también eximia) no ha llegado al grado de influjo universal de San Juan de Ávila.

 

      Es patente la actualidad permanente del Maestro Ávila. La renovación eclesial del postconcilio del Vaticano II y de los inicios del tercer milenio del cristianismo, necesita la voz de este "Maestro", que bien pudiera calificarse de Doctor de la confianza en el amor de Dios y de la santidad cristiana y sacerdotal. Su doctrina, completa, bien fundamentada y plasmada en su propia vida, es una invitación a la confianza en el amor de Dios y a la generosidad por una entrega total en el camino de la santidad cristiana y sacerdotal.

 

      El Maestro Ávila sigue siendo "Maestro", "fiel a Cristo y a su Iglesia, fiel a los hombres, fiel a sí mismo... Tradicional, pero moderno con la modernidad que le pedía el momento renacentista en que le tocó vivir".[77]

 

      La figura del Maestro Juan de Ávila tiene una importancia especial para el repuntar actual de vocaciones y de la renovación espiritual y misionera en toda la Iglesia.



    [1]U. BETTI, A proposito del conferimento del titolo di Dottore della Chiesa: Antonianum 63 (1988) 278-291.

    [2]Ver los apartados 2-4. Hay que recordar que la mayoría de los Doctores de la Iglesia no tienen hoy un influjo universal directo. Algunos ni se celebran como "memoria" litúrgica obligatoria. Muchos son desconocidos por la mayoría de los creyentes. Y, no obstante, siguen teniendo un influjo universal, tal vez por las huellas imborrables que han dejado en santos, en autores espirituales, en el mismo Magisterio y en toda la historia eclesial.

    [3]Ver contenidos y abundante bibliografía actual en: Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila (Madrid, BAC, 2000), cap.V (Maestro de vida y espiritualidad cristiana), cap.VI (Maestro de vida y espiritualidad sacerdotal).

    [4]L. MUÑOZ, Vida, Lib. 3º, cap. 4.

    [5]L. GRANADA, Vida, p.3ª, c.5. El biógrafo L. Muñoz recoge el testimonio de un padre dominico, quien, a pesar de algunas prevenciones, acudió a escucharle y afirmó: "Vengo de escuchar a San Pablo interpretar a San Pablo" (Vida, lib. I, cap. 9). El dominico P. Alonso Carrillo, del convento de Santo Domingo en Córdoba, afirmaba: "Si al apóstol San Pablo y a su doctrina habían de entender los hombres y dar explicaciones de ella, uno era el dicho P. Maestro Juan de Ávila y otro estaba por nacer, porque era único en el mundo en ciencia y virtudes" (L. MUÑOZ, Vida, l.1, cap.9).

    [6]R. GARCÍA VILLOSLADA, La figura del Bto. Ávila: Manresa 17 (1945) 389-403; 18 (1946) 87-97. Cfr. Obras completas (1970-1971), IV (introducción a los comentarios bíblicos, I,3: San Pablo interpretando a San Pablo).

    [7]L. MUÑOZ nos ha dejado unas pinceladas que describen su predicación (Vida, lib.1º, cap.7-11 y 22). También: L. GRANADA, Vida, parte 1ª, cap.2; parte 3ª, cap. 5.

    [8]L. MUÑOZ, Vida, lib. 3, cap. 14.

    [9]Ibídem, lib. 1, cap. 8.

    [10]L. MUÑOZ, Vida, lib. 3º, cap. 16 (ver también el cap. 15).

    [11]Esta oración, "Recordare", la recomienda en el sermón 66, 27ss. Ver: L. GRANADA, 2ª parte, cap. 7 (De la devoción que tenía a Nuestra Señora).

    [12]Invita a prestar atención "especialmente para hombres del campo, como son pastores, gañanes, caminantes, trajineros, carreteros y trabajadores, etc." (Doctrina cristiana, 1834ss).

    [13]"Ya consta que lo que este santo concilio pretende es el bien y la reformación de la Iglesia. Y para este fin, también consta que el remedio es la reformación de los ministros de ella" (Memorial I, n.9, 212ss). Las líneas básicas y la praxis concreta de la reforma, pueden verse en los "Memoriales" y las "Advertencias" (también en las "Advertencias necesarias para los reyes").

    [14]Homilía durante la canonización, 31 de mayo de 1970: Insegnamenti VIII/1970, 562-567.

    [15]Ver bibliografía sobre su espiritualidad cristiana y sacerdotal en: Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila (Madrid, BAC, 2000), cap.V-VI. Anotamos aquí solamente algunos estudios actuales de carácter más general: M. ANDRÉS MARTÍN, San Juan de Ávila, Maestro de espiritualidad (Madrid, BAC, 1997); J. ESQUERDA BIFET, Juan de Ávila, Maestro de espiritualidad cristiana: Studia Missionalia 36 (1987) 83-107; Idem, Jean d'Avila, en: Dictionnaire de Spiritualité Chrétienne, VIII, 1 partie, 270-283; A. GRANADO BELLIDO, San Juan de Ávila. Por qué quema el fuego (Madrid, Paulinas, 1991).

    [16]J. ESQUERDA BIFET, Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila (Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica, 1969); A. GRANADO BELLIDO, La espiritualidad sacerdotal en los escritos de San Juan de Ávila (Sevilla 1983) (Miscelánea-Homenaje al card. J.Mª Bueno Montreal) 211-283; B. JIMÉNEZ DUQUE, Dimensión mística de la vida sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 255-271; F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Dimensión eclesial del sacerdote: Semana Avilista (Madrid 1969) 69-91; A. MUÑOZ ALONSO, Carisma y ministerio sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 31-44; J. Del RÍO MARTÍN, Espiritualidad sacerdotal en los escritos de San Juan de Ávila, en: Espiritualidad del presbítero diocesano secular (Madrid 1987) 535-582; R. VÁZQUEZ FREIRE, La formación del sacerdote según San Juan de Avila. Actualidad de la doctrina contenida en los Tratados de reforma(Romae, Pont. Univ. Gregoriana, Fac. Theol., Inst. Spiritualitatis, 2003, tesis de Licencia). Ver otros estudios en: Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila, o.c., cap.V-VI.

    [17]Carta del Presidente de la Conferencia Episcopal Española, al Santo Padre, para pedir que el Maestro Avila sea declarado Doctor de la Iglesia (31 mayo 1995, en el XXV aniversario de su Canonización). En esta carta se hace resaltar la importancia y actualidad sacerdotal de esta declaración.

    [18]Ver el conjunto de su doctrina, en todas sus facetas, también en relación con los estudios teológicos actuales, en: Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila, o.c., cap.III-VI. En esta publicación, todos los temas ecriturísticos y teológicos básicos tienen abuntante bibliografía actual. Al final de dicha publicación (pp.533ss) se recoge la bibliografía avilista distribuida por materias. Ver también cada uno de los temas, por orden alfabético y con la respectiva bibliografía, en: Diccionario de San Juan de Ávila (Burgos, Monte Carmelo, 1999).

 

    [19]Este "catecismo" avilista expone las oraciones del cristiano, el credo, los mandamientos, los sacramentos, las obras de misericordia, las virtudes y dones, las bienaventuranzas, los novísimos, los pecados, los misterios del rosario. Ver el texto en San Juan de Ávila, Obras completas (Madrid, BAC, 2001) II (Tratados menores, doctrina cristiana).

    [20]Además de la referencia bibliográfica general, que hemos indicado en las notas anteriores, ver: J. DEL RÍO MARTÍN, El Espíritu Santo y la Iglesia en los escritos de San Juan de Ávila: Isidorianum 7, n.13 (1998) 51-85; Idem, La Iglesia, misterio de amor de Dios a los hombres, según San Juan de Avila, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 581-597; A. PLÁCIDO GUTIÉRREZ, La actuación de María en la Iglesia de Cristo, según San Juan de Ávila (Pamplona, Univ. de Navarra, 1984) (Tesis Doctoral); J.I. TELLECHEA IDIGORAS, San Juan de Avila y la reforma de la Iglesia, en: AA.VV., El Maestro Avila, en: Actas del Congreso Internacional, o.c., pp. 47-75.

 

    [21]La influencia internacional del Maestro Ávila, se puede constatar analizando la bibliografía actual sobre temas avilistas, distribuida por materias, publicada al final de: Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila, o.c., pp.533-559. Algunas publicaciones posteriores, las incluimos en el presente estudio.

    [22]Ver datos básicos sobre cada figura en: Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila, o.c., I, 1, c (grandes figuras) ; 2, 1, b (discípulos y Ordenes religiosas).

    [23]Sobre su influencia en general: (S.C. pro Causis Sanctorum), Positio super canonizatione aequipolenti (Romae 1970)  n.4, 379-436.

    [24]Vida del Padre Maestro Juan de Ávila... (Madrid, Pedro Madrigal, 1588), dedicada al arzobispo de Valencia, San Juan de Ribera, amigo suyo y del Maestro Ávila.

    [25]Carta a Sr. Ana de la Cruz, condesa de Feria, publicada por B. Velado Graña. Del libro de Juan de Ávila afirma: "El Audi Filia también podré yo decir que lo tengo en la cabeza por haberlo leído muchas veces; y, cuando lo leo, paréceme que veo vivo al Padre en aquellas letras muertas, mayormente acordándome cuántas veces platicó conmigo muchas de éstas" (ibídem).

    [26]Carta 89; Fundaciones 28,41; Constituciones 89,1. Ver: Positio super canonizatione aequipolenti (Romae 1970) 387-390.

    [27]Cfr. L. MUÑOZ, Vida, lib. 1º, cap. 13-15.

    [28]L. MUÑOZ, Vida, lib. 1º, cap. 15. Cfr. J. SÁNCHEZ MARTÍNEZ, «Kénosis-Diakonía» en el itinerario espiritual de San Juan de Dios (Madrid 1995) 262-266.

    [29]Carta 178, 17ss. Fue obispo de Badajoz (desde 1562) y arzobispo de Valencia y "patriarca" de Antioquía (desde 1568). Allí murió el año 1611. Ha sido llamado "San Carlos Borromeo español".

    [30]Cfr. A. LLIN CHAFER, San Juan de Ávila y los arzobispos Santo Tomás de Villanueva y San Juan de Ribera: en: AA.VV., El Maestro Ávila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 373-396.

    [31]Cfr. L. MUÑOZ, Vida, lib.3º, cap.11. Se conservan ocho cartas de San Juan de Ávila dirigidas al arzobispo de Granada (cartas nn. 177-181, 243-244, 248).

    [32]En la homilía de canonización de Juan de Ávila (31 de mayo de 1970), Pablo VI hizo referencia al "Memorial" sobre la "Reformación del Estado Eclesiástico"... "que el arzobispo de Granada, Pedro Guerrero, hizo suyo en el Concilio de Trento, con aplauso general" (Insegnamenti VIII/1970, 566).

    [33]Las "Advertencias para el Concilio de Toledo" (1565-1566) las redactó el Maestro para el obispo de Córdoba, Don Cristóbal de Rojas y Sandoval (1562-1571), que había participado en el concilio de Trento y que tenía que presidir el concilio provincial toledano en lugar de Bartolomé de Carranza (que estaba procesado por la Inquisición) (cfr. Cartas nn. 182 y 25). Cfr. R. GARCÍA VILLOSLADA, Pedro Guerrero representante de la reforma española: Atti del Convegno Storico Internazionale 1 (Roma 1963) 115-155; J. LÓPEZ MARTÍN, La imagen del obispo en el pensamiento teológico-pastoral de don Pedro Guerrero en Trento (Roma, Iglesia Nacional Española, 1971); A. MARÍN OCETE, El concilio provincial de Granada en 1565: Archivo Teológico Granadino 25 (1962) 23-95.

    [34]En las obras completas del Maetro Ávila, ver carta 190 (3 abril 1549); en apéndice a esta carta se encuentra una carta muy expresiva de San Ignacio.

    [35]L. MUÑOZ, Vida, lib.2º, cap.11.

    [36]Cfr. Carta 191. Ver tamibén: L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) (corresponde al volumen 1º de las obras completas), cap. V.

    [37]L. MUÑOZ, Vida, lib. 3º, cap. 24. El mismo Muñoz resume la consulta epistolar de Santa Teresa: lib. 1º, cap. 27.

    [38]Cfr. REDENTO DE LA EUCARISTÍA, Presencia del Beato Juan de Ávila y sus discípulos en la Reforma Teresiana: El Monte Carmelo 69 (1961) 3-46; L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) pp. 332-325. Ver un estudio de aplicación de los criterios que siguió San Juan de Ávila para discernir el caso de Santa Teresa, en el caso de "La Mística Ciudad de Dios", de M. Agreda (1602-1665): J. ESQUERDA BIFET, La "Mística Ciudad de Dios" vista a través de los criterios de San Juan de Ávila sobre el discernimiento de los fenómenos extraordinarios: Estudios Marianos 69 (2003) 43-80.

    [39]Vida, lib 2º, cap. 12; cfr. cap.14.

    [40]Ibídem, lib. 2º, cap. 12.

    [41]Cfr. L. MUÑOZ, Vida, lib. 2º, cap. 13. Le llamaban "el santo" y "el apostólico" en diversas comarcas de Cataluña. Sus principales escritos, impresos en Barcelona, son: "Camino y puerta para la oración mental" (1580); "Aviso de gente recogida" (1595) (dedicado a San Juan de Ribera, contra el falso "recogimiento" de los alumbrados; tuvo tres ediciones); "Explicación... del libro de los Cantares de Salomón" (1600); "Tratado de la singular y purísima Concepción de la Madre de Dios" (1600). Cfr. J. ESQUERDA BIFET, Diego Pérez de Valdivia, maestro de espiritualidad en el siglo XVI, discípulo de San Juan de Ávila (Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica, 1972); L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) cap. 8, n.3.

    [42]El biógrafo L. Muñoz ofrece una lista de autores de las diversas Órdenes religiosas, que se relacionaron más con el santo Maestro, a través de los cuales ha ido llegando a todas las latitudes su testimonio y su doctrina.Cfr. L. MUÑOZ, Vida, lib. 2º, cap. 26-27. El biógrafo se detiene en el año 1635, pero transmite unos datos que seguirán influyendo en siglos posteriores. Muñoz alude, entre otros, a Fr. Diego de Yepes (fraile jerónimo, obispo de Tarazona, confesor de Felipe II), Fr. Juan de Santa María (historiador de la Orden franciscana de la descalcez), Fr. Agustín Salucio (Maestro de la Orden de Santo Domingo), Fr. Antonio Daza (historiador de la Orden de San Francisco), P. Pedro de Rivadeneira (jesuita, biógrafo de San Francisco de Borja), Fr. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios (de la Orden carmelitana, en relación con Santa Teresa), Fr. Tomás de Jesús (también escritor carmelita), Francisco de Castro (biógrafo de San Juan de Dios) y otros más, religiosos y seculares. En el capítulo 27 aduce algunas autoridades de mucha valía histórica, también de las diversas Órdenes.

    [43]Ver abundancia de datos en: Obras completas I, biografía, cap. V. Algunos jesuitas se remiten a la autoridad del Maestro Ávila en cuestiones de moral (discutidas en la universidad de Salamanca, en el siglo XVI). Cfr. Informe de Miguel Pérez (Archivo Histórico Nacional, Madrid, papeles de jesuitas, leg 144, n.2); citado por M. BAJEN, Informe de Miguel Pérez (1550-1605)...: Dynamis 15 (1995) 445-457. Algunos escritos de autores espirituales jesuitas (que citan a San Juan de Ávila) llegaron hasta el Japón y sirvieron de aliento a los cristianos en tiempo de persecución.

    [44]Cfr. L. MUÑOZ, Vida, lib. 3º, cap. 24.La santa conoció a algunos discípulos del Maestro, entre ellos a Diego Pérez de Valdivia (a quien menciona en carta del 18 de febrero de 1577), al P. Martín Gutiérrez, jesuita (cfr. Fundaciones, cap. 18), al Francisco Hernández (que se haría carmelita, con el nombre de Francisco de Jesús Indigno y sería misionero en el Congo) y al P. Juan Díaz (que le dejó algunos sermones avilistas) (cfr. Carta del 24 de mayo de 1581, al P. Gracián). Cfr. HILARIO DE SAN JOSÉ, Espiritualidad avilina y espiritualidad carmelitana: Monte Carmelo 72 (1964) 337-364; REDENTO DE LA EUCARISTÍA, Presencia del Beato Juan de Ávila y sus discípulos en la Reforma Teresiana: El Monte Carmelo 69 (1961) 3-46.

    [45]Ses. 23, can. 18 de reforma: Concilium Tridentinum, IX, 628-630. Cfr. Positio super canonizatione aequipolenti (Romae 1970) 414-423 (la voz de Ávila en Trento). A la influencia del Maestro Ávila en Trento, hizo alusión Pablo VI, durante la homilía de la canonización (31 de mayo de 1970): "No pudo participar personalmente en él (en el concilio) a causa de su precaria salud; pero es suyo un Memorial, bien conocido, titulado Reformación del Estado Eclesiástico (1551) (seguido de un apéndice: Lo que se debe avisar a los Obispos), que el Arzobispo de Granada, Pedro Guerrero, hará suyo en el Concilio de Trento, con aplauso general". El Papa llega a esta conclusión: "El Concilio de Trento ha adoptado decisiones que él había preconizado mucho tiempo antes" (Insegnamenti VIII/1970, 566).

    [46]Don Cristóbal de Rojas y Sandoval (1562-1571) había participado en el concilio de Trento. A él van dirigidas las "Advertencias para el Concilio de Toledo" (1565-1566), por tener que presidir dicho concilio provincial en lugar de Bartolomé de Carranza. Dos cartas del Maestro, en 1565, dirigidas al obispo, hacen referencia a este evento (Cartas 182 y 215).

    [47]Positio super canonizatione aequipolenti(Romae 1970) 424-436. Ofrece datos de esta influencia: A. MARÍN OCETE, El concilio provincial de Granada en 1565: Archivo Teológico Granadino 25 (1962) 23-95.

    [48]Positio super canonizatione aequipolenti, n.4, 432-434 (influencia en el tercer concilio de Lima).

    [49]Ver textos paralelos en: Positio super canonizatione aequipolenti (Romae 1970)  n.4, 434-436 (concilio de México). L. MARTÍNEZ FERRER, Directorio para confesores y penitentes. La pastoral de la Penitencia en el tercer Concilio Mexicano (1585) (Pamplona, Eunate, 1996) 148-156 (influjo avilista en México por medio del P. Plaza).

    [50]Positio super canonizatione aequipolenti, n.4, p. 384.

    [51]Pueden verse textos de Molina, que son transcripción del Maestro Ávila, en: Positio super canonizatione aequipolenti, o.c., pp.385-387.

    [52]Le sacerdoce..., Paris, Bloud et Gay, 1933; cfr. afirmación de Bourgoing en el prólogo a las Oeuvres complètes de Bérulle, vol. I. Paris, 1855, p.VIII. Ver datos en: J. ESQUERDA BIFET, Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila (Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica, 1969).

    [53]Introducción a la vida devota, part. I, cap. 4. Ver otros datos en: Positio, o.c., 397-398.

    [54]Biografía y escritos(Madrid, BAC, 1955) p. 415. La Positio, o.c., pp. 399-400, constata la influencia de la doctrina avilista, por medio de Antonio de Molina.

    [55]Así lo afirma la revista "Annales d'Ars", n.42 (jan.-fev. 1963), reproduciendo una carta del Maestro Avila (subrayando ideas parecidas a las del Santo Cura).

    [56]Ver: Obras ascéticas de San Alfonso María de Ligorio (Madrid, BAC, 1952), índice onomástico del vol. I. Cfr. Positio, o.c., pp. 398-399.

    [57]Cfr. SAN ANTONIO Mª CLARET, Escritos autobiográficos (Madrid, BAC, 1981) n. 303. Cfr. J. BERMEJO, San Juan de Ávila y San Antonio María Claret, en: AA.VV., El Maestro Ávila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 865-892.

    [58]Cfr. I. TUBALDO, Giuseppe Allamano. Il suo tempo, la sua vita, la sua opera (Torino, Ediz. Miss.Consolata, 1982-1986).

    [59]L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, San Juan de Ávila. Obras completas (Madrid, BAC, 2000ss).

    [60]J.L. MORENO MARTÍNEZ, Influjo de San Juan de Ávila en la espiritualidad sacerdotal española del siglo XX: Surge, 61 (2003) 275-314.

    [61]Ver su Diario Espiritual (publicado en Madrid, BAC, 2004). Cfr. J.M. GARCÍA LAHIGUERA, La santidad sacerdotal a través del Beato P. Juan de Ávila (Madrid, 1952).

    [62]Breve Dilectus filius (2 de julio de 1946): Boletín Ogficial del Arzobispado de Granada 100 (1946) 375-377. Pablo VI recordará más tarde este título en la homilía durante la Misa de canonización (30 de mayo de 1970), matizándolo con estas palabras: "Alabanzas al Episcopado español que, no satisfecho de la proclamación de Protector especial del Clero diocesano español, que nuestro predecesor de venerada memoria, Pío XII, hizo ya a favor del Beato Juan de Ávila, ha solicitado a esta Sede Apostólica su canonización" (Insegnamenti VIII/1970, 562).

    [63]Algunos Padres conciliares del Vaticano II, de reconocida línea avilista (como Don Casimiro Morcillo, Don Laureano Castán y otros), influyeron en la redacción de textos sacerdotales como LG 28, ChD 28, PO 8 (sobre la familia sacerdotal y fraternidad sacramental del Presbiterio).

    [64]Positio super canonizatione aequipolenti(Romae 1970).

    [65]Homilía durante la canonización, 31 de mayo de 1970: Insegnamenti VIII/1970, 562-567.

    [66]Ibídem, 571 (cfr. pp. 568-571).

    [67]Ver algunas publicaciones en las notas del presente estudio o en referencias bibliográficas citadas.

    [68]Carta del Jueves Santo de 1979, n. 6.

    [69]Insegnamenti V/3 (1982) 1145-1151.

    [70]Ibídem, 1216-1224.

    [71]Ibídem, 1225-1234.

    [72]Las aportaciones hechas por profesores de diversas Universidades y de áreas geográficas diversas, han sido publicadas en: AA.VV., El Maestro Ávila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002). En el presente estudio, hemos citado algunas de esas aportaciones.

    [73]JUAN PABLO II, Mensaje con ocasión del V centenario del nacimiento de San Juan de Ávila, 10 de mayo de 2000: L'Oss. Rom. esp. n. 22, 2 de junio de 2000, p.9.

    [74]Discurso 1 diciembre 2000: L'Osserv. Rom. esp., 8 dic. p.7.

    [75]B. JIMÉNEZ DUQUE, El Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1988) p. 220.

    [76]Hemos citado algunos trabajos en el presente estudio. Son muy significativos los trabajos que se publican en este número 10 de la revista "Toletana" (2004). Ver también esta tesis de Licencia: R. VÁZQUEZ FREIRE, La formación del sacerdote según San Juan de Ávila. Actualidad de la doctrina contenida en los Tratados de reforma (Romae, Pont. Univ. Gregoriana, Fac. Theol., Inst. Spiritualitatis, 2003).

    [77]B. JIMÉNEZ DUQUE, Retrato de urgencia: Santo Maestro, Santuario de San Juan de Ávila, Montilla, n.18 (enero.junio 1999).

ESPIRITUALIDAD MARIANA Y MISIONERA A LA LUZ DE LA FIGURA BIBLICA DE SAN JOSE

 

1.    Significado salvífico de la figura bíblica de San José

2.    La espiritualidad mariana y misionera de la Iglesia en relación con San José

3.    Santidad y misión a la luz de la figura bíblica de San José

 

                                     * * *

 

1.    Significado salvífico de la figura bíblica de San José

 

      Una figura bíblica sigue siendo actual en toda época histórica. Los textos bíblicos que la presentan son palabra de Dios, siempre viva y eficaz. El evangelio sigue aconteciendo. Los textos bíblicos siguen hablando.

      En cada texto escriturístico hay una llamada e invitación para cada ser humano y para cada pueblo. El mismo Espíritu que inspiró los textos sagrados y que hizo posibles las figuras bíblicas (como la de San José), anima a la comunidad eclesial a producir semejantes figuras que sean fieles a los designios salvíficos de Dios. La palabra escriturística invade todo el ser del hombre; por esto es "viva y eficaz" (Heb 4,12), como "la verdad" (Jn 17,17) que desvela la verdad del hombre y del mundo. Cada creyente puede encontrar su modo de colaborar a la propia vocación en las figuras bíblicas.[1]

      Cuando escuchamos, leemos o meditamos los textos bíblicos sobre San José, esta palabra de Dios (que describe la figura bíblica del esposo de María) es portadora de gracias especiales para quienes la escuchan con un corazón bien dispuesto. Son gracias similares a las que recibió San José.

      La "memoria" de la Iglesia sobre los misterios de Cristo tiene su punto culminante en la celebración eucarística (cf. SC 10). Allí el misterio pascual acontece como presencialización del sacrificio de Cristo, "memorial de su muerte y resurrección" (cf. SC 47). Análogamente, cuando la Iglesia (cada creyente y cada comunidad) "recuerda" la figura de San José, siempre en relación con María, entonces se realiza esta figura (de algún modo) en quienes son fieles al misterio de Cristo que se está celebrando.

      El hecho de que la comunidad eclesial siga viviendo y anunciando a Cristo por medio de los textos evangélicos que hablan de San José, tiene valor de llamada a la santidad y de  anuncio misionero. San José pertenece al mensaje evangélico y, más concretamente, a los textos del "primer anuncio". Asintiendo al mensaje del ángel, recibió a María como esposa. Esta actitud de fidelidad a los planes salvíficos de Dios, hace resaltar la realidad de Cristo como Salvador ("Jesús"), por el hecho de ser Dios ("Emmanuel") y hombre, nacido de María la Virgen (Mt 1,18-25).[2]

      Leyendo los textos bíblicos sobre San José, todo creyente se siente invitado a "ser José", es decir, a vivir y servir a la misión salvífica de Cristo: "Todo el pueblo cristiano no sólo recurrirá con mayor fervor a San José e invocará confiado su patrocinio, sino que tendrá siempre presente ante sus ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de participar en la economía de la salvación" (RC 1).[3]

      El mensaje bíblico sobre San José sólo se capta con una actitud de fidelidad y de contemplación, meditando la palabra en el corazón (Lc 2,19.51), que, en este caso, consiste en "tomar al niño y a su madre" (Mt 2,13), para vivir "una vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3).[4]

      La Iglesia, meditando la figura bíblica de San José, se siente llamada a profundizar en su propia responsabilidad misionera de servir y anunciar a Cristo, Dios y hombre, Salvador, "luz de las gentes" (Lc 2,32), nacido de María la Virgen por obra del Espíritu Santo. Mirando a San José, la Iglesia encuentra en él un "aliento en su renovado empeño de evangelización en el mundo y de reevangelización" (RC 29).

      La figura bíblica de San José queda enmarcada en unos trazos principales:

      - Es un hombre "justo", dispuesto a escuchar la palabra de Dios y seguir sus designios salvíficos (Mt 1,19).

      - Vive en el ambiente de esperanzas mesiánicas a la luz de las promesas (Mt 1,22-23).

      - Responde inmediatamente a la voluntad divina (Mt 1,24), colaborando así a la obra salvífica y dando al niño el nombre de Jesús (Mt 1,21.25).

      - Su matrimonio con María se encuadra en el marco de la Alianza (signo del desposorio de Dios con su pueblo) (Mt 1,20.24).

      - Su vida ya sólo pertenece "al niño y a su madre" (Mt 2,13.19).[5]

 

      La figura bíblica de San José sigue "aconteciendo" en la Iglesia. Su significado salvífico es redescubierto constantemente por creyentes que meditan la palabra de Dios como María, para iluminar los acontecimientos históricos. La historia deja entrever su significado salvífico, con un dinamismo que proviene de Cristo Salvador y que culminará en la glorificación final, como "recapitulación de todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). Entonces la Iglesia, como comunidad "convocada" ("Ecclesia"), personificada en María, será "la mujer vestida de sol"(Apoc 12,1), transformada plenamente en el Señor. Sintonizar con la figura bíblica de San José equivale también a "admirar" (Lc 2,33) el misterio de Cristo, en unión con María, para correr su misma suerte.

      Toda figura bíblica es tal porque participa en la historia de salvación, como instrumento de Dios y como "expresión" ("tipo") de toda la comunidad creyente. Cuando la comunidad mira a esta figura, aprende de ella a colaborar en los planes salvíficos. Al contemplar a San José, la comunidad eclesial reencuentra su "modo de servir, así como de participar en la economía de la salvación" (RC 1). La participación en la obra redentora tiene lugar por medio de una actitud de servicio humilde y responsable. Hay un cierto paralelismo, salvando siempre la diferencia, entre la realidad de la figura bíblica de San José, que personifica a la Iglesia, y María como "Tipo" de la misma Iglesia.[6]

      San José, por el hecho de ser hombre "justo" (Mt 1,19), vivía de las esperanzas mesiánicas plasmadas en la revelación del Antiguo Testamento. Todos los pueblos y culturas han tenido una actitud de espera acerca de un futuro mejor o de una salvación verdadera. El "justo" del Antiguo testamento vivía esta actitud apoyado en la palabra y en las promesas de Dios (Hab 2,4). De San José aprende el creyente a situarse en esta actitud de esperanza, "por encima de toda humana esperanza" (Rom 4,18). Esta confianza audaz, que se apoya en la revelación, capacita para mirar a los acontecimientos y a la comunidad humana con actitud constructiva, confiando en el valor definitivo y perenne de toda acción humana hecha por amor.[7]

      "Servir a la economía de salvación" como José (RC 32), tiene dimensión cristológica y mariológica. Se trata de "tomar al niño y a su madre" (Mt 2,13), en las circunstancias concretas de la Iglesia y de la sociedad en que se vive. La historia se construye y llega a su "plenitud" amando, apoyándose en Cristo "nacido de la mujer" (Gal 4,4). Ahora esta historia es eclesial o de la "nueva Jerusalén" (Gal 4,26), que vive y camina como fermento salvífico en medio de la sociedad humana, como solidaria de los gozos y esperanzas, es decir, "solidaria del género humano y de su historia" (GS 1).

      El "tipo" más perfecto de la comunidad creyente es María (Jn 2,5; Lc 8,21; cf. Ex 24,7). José, como consorte o esposo de María, forma parte de esta figura de la comunidad creyente: "Lo que hizo le unió en modo particularísimo a la fe de María" (RC 4). Se le pidió renovar el "sí" matrimonial a la luz del misterio de la encarnación. Su amor fue elevado a participar activamente en estos planes salvíficos; por esto fue "llamado nuevamente por Dios a este amor" (RC 19), como un "don esponsal de sí" (RC 20). Aceptó a María amándola tal como era en los designios de Dios.

      La figura bíblica de San José indica una paternidad nueva. Lo que parece esterilidad se convierte en máxima fecundidad. Por su "sí" a los planes salvíficos de Dios en el misterio de la Encarnación, su vida se ha convertido en instrumento para que Cristo Redentor naciera de María la Virgen por obra del Espíritu Santo. Dios quiso su "sí" expresado en amor esponsal a María y en donación total a Cristo. Por esto, "el hijo de María es también hijo de José en virtud del vínculo matrimonial que les une" (RC 7). "No es la suya una paternidad derivada de la generación; y, sin embargo, no es 'aparente' o solamente sustitutiva, sino que posee plenamente la autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia. En ello está contenida una consecuencia de la Unión Hipostática: la humanidad asumida en la unidad de la Persona divina del Verbo-Hijo, Jesucristo... asumió todo lo que es humano... En este contexto está también 'asumida' la paternidad humana de José" (RC 21).[8]

      El hecho de dar el nombre a "Jesús" (Salvador) es también un ejercicio de su paternidad. Su vida queda íntimamente relacionada con Cristo Salvador: "Toda la vida, tanto 'privada' como 'escondida' de Jesús ha sido confiada a su custodia" (RC 8). La salvación obrada por Jesús se manifestó a través de esta cooperación de San José.

      El gesto silencioso de fidelidad de San José fue querido por Dios, y demostró el modo peculiar de la actuación divina salvífica. Efectivamente, Dios quiere salvar al hombre por medio del hombre. San José es figura de la vocación humana a colaborar activamente en los planes salvíficos de Dios. "Simplemente él 'hizo' como el ángel del Señor le había mandado (Mt 1,24)... El silencio de José posee una especial elocuencia: gracias a este silencio se puede leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el Evangelio: el 'justo' (Mt 1,19). Hace falta saber leer esta verdad, porque ella contiene uno de los testimonios más importantes acerca del hombre y de su vocación" (RC 17).

      La figura de San José es inexplicable sin su relación estrecha con la Santísima Virgen, su esposa. Su "sí" a los planes salvíficos de Dios se identifican con su "sí" matrimonial. En este "sí" se puede ver "una disponibilidad de voluntad semejante a la de María" (RC 3).

      Toda figura bíblica ayuda a decir el propio "sí" a la acción salvífica de Dios, a modo de respuesta libre y generosa a la Alianza: "Haremos lo que él nos diga" (Ex 24,7; cf. Lc 1,38). El aspecto mariano es básico para descubrir y vivir el mensaje cristológico que para nosotros encierra cada figura bíblica: "Haced lo que él (Cristo) os diga" (Jn 2,5).[9]

 

2.    La espiritualidad mariana y misionera de la Iglesia en relación con San José

 

      En cada época histórica tiene lugar un despertar misionero de la Iglesia, en vistas a afrontar una situación nueva. "Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica" (RMi 1-3). La Iglesia profundiza su propia identidad tomando conciencia de su "naturaleza misionera" (AG 2), puesto que "ella existe para evangelizar" (EN 14). La misión de la Iglesia es siempre universalista.

      El punto de referencia de la misión de la Iglesia es el misterio de la Encarnación. El cristianismo ofrece a todo ser humano, a toda cultura y a toda religión, la experiencia de haber encontrado a Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, como único camino de salvación. La Iglesia aprende de la figura bíblica de San José es "unión íntima" con Cristo y con María, que es garantía de su despertar espiritual y misionero. "Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misión, si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar" (RMi 88).

      La figura de San José está orientada totalmente al misterio de Jesús, que "salva al mundo de sus pecados" (Mt 1,21). Los fragmentos bíblicos sobre el esposo de María, según el evangelio de San Mateo, indican que en Cristo se han  cumplido todas las promesas y esperanzas de salvación (Mt 1,23).

      La eficacia evangelizadora no radica en el poder de unos medios humanos, sino en la línea evangélica de "servicio". El modo peculiar de la cooperación de San José a la obra redentora, es el de un servicio humilde y oculto. Por esto, la Iglesia "tendrá siempre presente ante los ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de participar en la economía de la redención" (RC 1). San José es el esposo "la sierva del Señor" (Lc 1,38), que se reconoce siempre "pequeña" y amada por él (Lc 1,48).

      Esta actitud eclesial de servicio, a ejemplo de San José, equivale a "servir a la misión salvífica de Cristo" (RC 32). Los baremos humanos valen poco en el momento de calibrar los quilates de la misión. La eficacia evangélica y evangelizadora de cada época se ha demostrado a través de figuras misioneras, cuya vida ha sido de servicio humilde y oculto parecido al de San José.

      Este servicio y esta cooperación misionera son responsabilidad de todos y de cada uno de los miembros de la Iglesia. El sentido popular de la devoción a San José se podría convertir, con una buena catequesis, en una toma de conciencia respecto a la responsabilidad misionera de la Iglesia. La figura bíblica de San José hace descubrir que la tarea misionera es "tarea que en la Iglesia compete a todos y a cada uno: a los esposos y a los padres, a quienes viven del trabajo de sus manos o de cualquier otro trabajo, a las personas llamadas a la vida contemplativa, así como a las llamadas al apostolado" (RC 32). Es "todo el pueblo cristiano" el que está llamado a "participar en la economía de la salvación" (RC 1).

      Una "nueva evangelización" y una "reevengelización" del mundo exigen un "nuevo ardor" en los evangelizadores. El despertar de un nuevo impulso misionero supone una actitud de generosidad apostólica, que prescinda de miras y ventajas temporalistas y egocéntricas. "La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal... ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos" (RMi 2-3).[10]

      La figura y el "patrocinio" de San José son un ejemplo de esta actitud de renuncia evangélica para servir a la misión evangelizadora de Cristo. Por esto, "este patrocinio debe ser invocado y todavía es necesario a la Iglesia, no sólo como defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo como aliento en su renovado empeño de evangelización en el mundo y de reevangelización" (RC 29).

      El ejemplo de San José apunta más directamente a la vida y "renovación interior"; pero ésta es un elemento imprescindible para una toma de conciencia sobre la responsabilidad misionera de toda la Iglesia: "Como la Iglesia es toda ella misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios, el concilio invita a todos a una profunda renovación interior, a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del evangelio, acepten su participación en la obra misionera entre los gentiles" (AG 35).[11]

      El "silencio" activo de San José se convierte en un examen de conciencia para la misionariedad de la Iglesia. "La aparente tensión entre la vida activa y la contemplativa encuentra en él una superación ideal" (RC 27). Este equilibrio entre contemplación y misión sigue cuestionando al apóstol de hoy: "La Iglesia, ¿ha ganado en ardor contemplativo y de adoración, y pone más celo en la actividad misionera, caritativa, liberadora?" (EN 76).[12]

      Este tema ha merecido el calificativo de "nuevo areópago", en el sentido de ser un gran desafío para la Iglesia misionera. "Nuestro tiempo es dramático y, al mismo tiempo, fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de ir detrás de la prosperidad material y de sumergirse cada vez más en el materialismo consumístico, por otro, manifiestan la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración... se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización. Este fenómeno así llamado del 'retorno religioso' no carece de ambigüedad, pero también encierra una invitación. La Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la humanidad: en Cristo, que se proclama 'el Camino, la Verdad y la Vida' (Jn 14,6). Es la vía cristiana para el encuentro con Dios para la oración, la ascesis, el descubriendo del sentido de la vida. También es un areópago que hay que evangelizar" (RMi 38).[13]

      La figura de San José indica un estilo de vida o una espiritualidad peculiar, en vistas a la misión. La eficacia apostólica deriva de la fidelidad a los planes salvíficos de Dios. Grandes cosas las puede haber, pero lo que más cuenta es el amor con que se hacen esas mismas cosas, aunque sea pequeñas: "San José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo, no se necesitan 'grandes cosas', sino que se requieren solamente las virtudes humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas" (RC 24).[14]

      Al evangelizador, la figura bíblica de San José le hará descubrir que los trabajos concretos y los cargos tienen su importancia, pero es más importante la donación de la persona en cualquier trabajo y en cualquier cargo. "El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene" (GS 35) y "no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega de sí mimo a los demás" (GS 24).

      El trabajo apostólico tiene estas mismas características, que derivan del misterio redentor de Cristo. "Gracias a su banco de trabajo, sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la redención" (RC 22).[15]

      La vida oculta de Nazaret se prolonga en muchos apóstoles que han entregado sus vidas a una actuación oculta y sencilla, que no es noticia. Es la "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). La grandeza, eficacia y fecundidad de un apóstol no depende de la publicidad ni del reconocimiento humano, sino de la sintonía vivencial y efectiva con Cristo. "José estaba en contacto cotidiano con el misterio 'escondido desde siglos', que 'puso su morada' bajo el techo de su casa" (RC 25).

      Los grandes apóstoles de todos los tiempos han valorado la vida interior como conjunto de actitudes que unifican la vida según los criterios y la escala de valores de Cristo. La relación íntima con Cristo equivale a la capacidad de donación a los hermanos. Sólo Cristo puede infundir en el corazón del apóstol el amor verdadero a las almas, que es fuente de fecundidad apostólica. "Puesto que el amor 'paterno' de José no podía dejar de influir en el amor 'filial' de Jesús y, viceversa, el amor 'filial' de Jesús no podía dejar de influir en el amor 'paterno' de José... Las almas más sensibles a los impulsos del amor divino ven con razón en José el luminoso ejemplo de vida interior" (RC 27).

      Descubrir en cada pueblo y en cada cultura unos destellos de esperanza de salvación, en armonía con las esperanzas mesiánicas de la revelación cristiana, sólo es posible cuando existe la actitud humilde de San José, que se traduce en fidelidad incondicional a Jesús, el Salvador, nacido de María. Los "justos", como José o Simeón, por ser fieles al Espíritu Santo, descubren a Cristo como "luz para la iluminación de los pueblos" (Lc 2,32; cf. Mt 1,19ss).[16]

      Cristo nace hoy en relación a los signos "pobres" de la Iglesia. Los servicios ocultos son los que construyen la verdadera historia de la misión. Decidirse a "tomar al niño y su madre" como José (Mt 2,13.20), equivale a servir a la Iglesia sin servirse de ella. La misión más eficaz y fecunda es la de vivir "a la sorpresa de Dios". Donde uno es enviado (tal vez zarandeado por la historia), allí le espera Cristo en cada hermano y circunstancia, como en Nazaret y Belén. Es siempre él, nacido de María y nacido de la Iglesia, que necesita de nuevos "José".[17]

      Se puede hablar de una "memoria" de la Iglesia sobre San José, en el sentido de que, "recordando" su servicio y colaboración en la vida de Cristo, surgen en la Iglesia nuevos "José", que se deciden a servir a Cristo nacido de maría y de la Iglesia. El evangelio sigue aconteciendo cuando se le medita con un corazón fiel y generoso. La "memoria" de San José suscita en cada época nuevos santos y apóstoles. Por esto, "todo el pueblo cristiano no sólo recurrirá con mayor fervor a San José e invocará confiado su patrocinio, sino que tendrá siempre presente ante sus ojos su humilde y maduro modo de servir"; la "reflexión" sobre San José "consentirá a la Iglesia encontrar continuamente su identidad en el ámbito del designio redentor" (RC 1). Para la Iglesia que recuerda a San José, éste se convierte en "el depositario del misterio escondido desde los siglos en Dios (cf. Ef 3,9)" (RC 5).

      La Iglesia no es una estructura de poder humano, sino un conjunto de signos "pobres", que transparentan y comunican a Cristo. La actitud devocional hacia San José se traduce en actitud de fe, concretada en una vida "escondida" al servicio de estos signos pobres instituidos por el Señor. La figura de San José forma parte de estos mismos signos que nunca están de moda ni se cotizan en la publicidad.[18]

 

3.    Santidad y misión a la luz de la figura bíblica de San José

 

      En el campo de la evangelización y de la santidad se puede hablar del "camino de José", es decir, del modo como él colaboró con los designios salvíficos de Dios. Es un modo "activo" y "contemplativo" a la vez. Su capacidad de silencio contemplativo era un índice de su capacidad de colaborar activamente en los planes de Dios: "Simplemente él 'hizo como el ángel del Señor le había mandado' (Mt 1,14). Y este primer 'hizo' es el comienzo del 'camino de José'... el silencio de José posee una especial elocuencia" (RC 17).[19]

      San José pertenece a la lista interminable y desconocida (muchas veces olvidada) de personas, que son eficazmente activas porque son profundamente contemplativas, convencidas de que "es más precioso delante de Dios y del alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hacen nada, que todas esas otras obras juntas".[20]

      Esta actividad verdaderamente eficaz y contemplativa es unidad de vida sin dicotomías, que se manifiesta en una serenidad armoniosa ante los acontecimientos gozosos y dolorosos. A la luz del misterio de la encarnación, vivido en relación personal y amorosa con Cristo, es posible esta armonía entre contemplación y acción. "Según la conocida distinción entre el amor a la verdad (caritas veritatis) y la exigencia del amor (necessitas caritatis) podemos decir que José ha experimentado tanto el amor a la verdad, esto es, el puro amor de contemplación de la verdad divina que irradiaba de la humanidad de Cristo, como la exigencia del amor, esto es, el amor igualmente puro del servicio, requerido por la tutela y por el desarrollo de aquella misma humanidad" (RC 27).[21]

      El amor a Cristo unifica el corazón y lo hace capaz de amar, tanto en el silencio contemplativo como en el servicio fraterno y apostólico. En San José encontramos estas líneas contemplativas con repercusión en la obra salvífica:

      - Aceptación y adoración del misterio de la "salvación" realizado por la acción del Espíritu Santo en María (Mt 1,20ss).

      - Sentido de admiración, conjuntamente con María, ante el anuncio de Jesús como  Salvador de todos los pueblos y luz de las naciones (Lc 2,30-33).

      - Actitud de silencio activo de quien acepta colaborar con los planes salvíficos de Dios en armonía con el "fiat" de María (Mt 1,24; Lc 1,38).

 

      Este estilo de vida, tan contemplativo y activo, se podría concretar diciendo que San José vivió a la "sorpresa" de Dios, como hipotecado libre y generosamente por su voluntad salvífica. El hecho de aceptar a María como esposa y de seguir fielmente unos acontecimientos de marginación (Belén, Egipto, Nazaret), sólo tiene sentido a la luz de una relación estrecha con el misterio de Cristo, nacido de María y que ahora se prolonga en la Iglesia: "Toma al niño y a su madre" (Mt 2,13.20).

      Al recordar a los Apóstoles "en cenáculo con María" (RMi 92; cfr, Act 1,14), la encíclica  "Redemptoris Missio" anuncia el "amanecer de una nueva época misionera... si todos responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo" (RMi 92). En cada época histórica de profunda renovación y misionariedad, la Iglesia ha tomado conciencia de la relación entre la anunciación y Pentecostés, puesto que "fue en Pentecostés cuando empezaron los hechos de los Apóstoles, del mismo modo que Cristo fue concebido cuando el Espíritu Santo vino sobre la Virgen María" (AG 4).

      Es un hecho que grandes santos, contemplativos y apóstoles, han tenido un gran aprecio por la figura bíblica de San José, siempre en relación con María y con la Iglesia (relación entre la anunciación y Pentecostés). Estas personas santas supieron "actualizar" la palabra de Dios, redescubriendo en San José la figura del creyente en momentos determinantes de la historia de la Iglesia. Algunos de estas personas santas y misioneras dieron origen a instituciones de perfección y de evangelización, con una línea marcadamente josefina.[22]

      Juan XXIII quiso hacer resaltar la figura de San José incluyéndolo en la plegaria eucarística[23]. El mismo Sumo Pontífice dejó entender que la renovación eclesial querida por el concilio dependía en gran parte del redescubrimiento de este santo: "El concilio ecuménico sólo exige para su realización y éxito luz de verdad y de gracia, disciplinado estudio y silencio, serena paz de las mentes y corazones... En el templo máximo de San Pedro, donde se veneran preciosos recuerdos de toda la cristiandad, también hay un altar para San José, y proponemos con fecha de hoy, 19 de marzo de 1961, que este altar de San José revista nuevo esplendor más amplio y solemne, y sea el punto de convergencia y piedad religiosa para cada alma e innumerables muchedumbres... ¡Oh San José! Aquí está tu puesto como 'Protector universalis Ecclesiae'. Hemos querido ofrecerte... una corona de honor como eco de las muestras de afectuosa veneración que ya surgen de todas las naciones católicas y de todos los países del mundo".[24]

      Estos signos sencillos de la Iglesia encontraron eco en los documentos conciliares del Vaticano II. Las alusiones explícitas son escasas, a la medida de la figura humilde de San José: "Al celebrar el sacrificio eucarístico, es cuando mejor nos unimos al culto de la Iglesia celestial, entrando en comunión y venerando la memoria, primeramente, de la gloriosa siempre Virgen María, y también del bienaventurado José"... (LG 50; cf. SC 104).[25]

      La Exhortación Apostólica "Redemptoris Custos" ha tenido un eco aparentemente discreto, a juzgar por los comentarios posteriores. Pero muchas personas e instituciones han encontrado en estas indicaciones de Juan Pablo II unas pautas certeras para redescubrir su propio carisma espiritual y misionero, a nivel personal, comunitario e institucional.

      Al contemplar la palabra de Dios que nos describe la figura bíblica de San José, nos encontramos con un "hecho" eclesial de gracia, eminentemente evangélico: "Reflexionar sobre la participación del Esposo de María en el misterio divino, consentirá a la Iglesia... encontrar continuamente su identidad en el ámbito del designio redentor, que tiene su fundamento en el misterio de la Encarnación" (RC 1).

      Teresa de Lisieux, patrona de las misiones, puede ser un signo indicador de un despertar misionero de la Iglesia: "Mi devoción a San José, desde la infancia, era una misma cosa con mi amor a la Santísima Virgen"[26]. "¿San José bendito? ¡Cuánto le amo!... ¡Cuán sencilla me parece que debió ser su vida!"[27]. "Lo que más me edifica cuando medito el secreto de la Sagrada Familia, es la idea de una vida del todo ordinaria. La Santísima Virgen y San José sabían ciertamente que Jesús es Dios, y, sin embargo, muchos misterios les estaban ocultos, y, como nosotros, vivían de la fe".[28]

      La misión sigue necesitando personas e instituciones que, por el hecho de vivir "una profunda renovación interior", asumen "la propia responsabilidad en la difusión del evangelio y aceptan su participación en la obra misionera" (AG 35). "La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión... La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos... Es necesario suscitar un nuevo 'anhelo de santidad' entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana" (RMi 90).

      La misión de "tomar al niño y a su madre" (Mt 2,13), para comunicarlo al mundo, supone una vida de fidelidad y de silencio, al estilo de José, es decir, una "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Esta "paternidad" es el soporte del celo apostólico al estilo de Pablo (1Cor 4,15), que tiene también matices de "amor materno" (cfr. Gal 4,19; 1Tes 2,7.11). La figura bíblica de San José ayuda a descubrir la figura bíblica de María, como modelo de consagración, santidad y misión: "María es el ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (RMi 92; cfr. LG 65).



    [1]Los textos inspirados siguen hablando, en cada una de sus expresiones, de los acontecimientos salvíficos y de las figuras bíblicas. La palabra evangélica urgen tanto a la contemplación como a la misión. G. AUZOU, La Parole de Dieu, Approches du mystère des Saintes Ecritures, Paris, Edit. de l'Orante 1963; L. ALONSO SCHOKEL, Parola ispirata, Brescia, Paideia 1967; D. BARSOTTI, Misterio cristiano y palabra de Dios, Salamanca, Sígueme 1965;

J. ESQUERDA BIFET, Profetismo cristiano, profetismo misionero, Barcelona, Balmes 1986; Idem, Meditar en el corazón, Barcelona, Balmes 1987; V. MANNUCI, Bibbia come parola di Dio, Brescia, Queriniana 1984. Ver comentarios a la Constitución conciliar "Dei Verbum", del Vaticano II. Sobre figuras bíblicas concretas: Grande dizionario illustrato dei personaggi biblici, Casale Monferrato. PIEMME 1991. Sobre otras figuras: AA.VV., Spirito del Signore e libertà, Figure e momenti della spiritualità, Brescia, Morcelliana 1982.

    [2]La figura bíblica de José, como esposo de María, ayuda a comprender los datos fundamentales del "kerigma": Jesús Hijo de Dios (bajo la acción del Espíritu Santo), Jesús verdadero hombre (hijo de David), Jesús Salvador (según las promesas mesiánicas). María, Virgen y Madre, asociada a Cristo como figura de la comunidad eclesial, es parte integrante del "kerigma". Ver el tema de María en relación al primer anuncio, en el capítulo III, n.1.

    [3]La exhortación apostólica "Redemptoris Custos" (RC), de Juan Pablo II (15 agosto 1989), tiene esta línea salvífica: "servir" y "participar" en la economía de la salvación", a ejemplo de San José, esposo de María. Este documento no ha tenido mucho eco en las publicaciones, pero ha conseguido un gran impacto en muchas comunidades cristianas, especialmente de vida consagrada y misionera. Ver el texto en Insegnamenti XII/2 (1989) 197-248.

    [4]Es la actitud propia del evangelizador: "Precisamente porque es 'enviado', el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que le acompaña en todo momento de su vida. 'No tengas miedo... porque yo estoy contigo' (Act 18,9-10). Cristo le espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88).

    [5]Algunos estudios sobre San José dejan entender estos datos bíblicos: F. CANALS, San José patriarca del Pueblo de Dios, Valladolid 1982; J.A. CARRASCO, San José en el misterio de Cristo y de la Iglesia, Valladolid 1980; E. CARRO, R. PALMERO, San José, Bilbao 1980; J.M. ESCRIVA', En el taller de San José, Madrid 1969;

J. ESQUERDA BIFET, José de Nazaret, Salamanca, Sígueme 1989; J. GALOT, Saint Joseph, Roma 1985; M. GASNIER, Los silencios de San José, Madrid 1980; E.S. GOBERT, San José, un hombre para Dios, Barcelona 1982; U. HOLSMEISTER, De Sancto Ioseph quaestiones biblicae, Roma 1945; J. JANTSCH, José de Nazaret, Madrid, Patmos 1954; JOSE A. DEL NIÑO JESUS, San José, su misión, su tiempo, su vida, Valladolid 1965; A.H.M. LEPICIER, Tractatus de Sancto Iosepho Sponso S. M. Virginis, Roma 1933; B. LLAMERA, Teología de San José, Madrid 1953; B. MARTELET, José de Nazaret, el hombre de confianza, Madrid 1981; J.A. MORAN, Nuestro padre San José, El Salvador 1966; T. STRAMARE, San Giuseppe nella Sacra Scrittura, nella teologia e nel culto, Roma, PIEMME 1983; Idem, San Giuseppe virgulto rigoglioso, rassegna storico. dottrinale, Casale Monferrato, PIEMME 1987; F. SUAREZ, José, esposo de María, Madrid 1982. Ver bibliografía histórica y actual en F. CANALS, T. STRAMARE (o.c.), y en: "Apostolado Sacerdotal" 22 (Barceona, 1966) nn.231-232.

    [6]Toda figura bíblica personifica a la comunidad, cada una según su propio cometido. L. DEISS, Marie, Fille de Sion, Bruges 1959; J. ESQUERDA BIFET, Significado salvífico de María como Tipo de la Iglesia, "Ephemerides Mariologicae" 17 (1967) 89-120; J. GALOT, Marie, Type et modèle de l'Église, en: L'Église du Vatican II, Paris, 1966, III; O. SEMMELROTH, Marie, Archétype de l'Église, Paris, Fleurs 1968; T. STRAMARE, San Giuseppe virgulto rigoglioso, rassegna storico. dottrinale, Casale Monferrato, PIEMME 1987; M. THURIAN, Maria, Madre del Signore, Immagine della Chiesa, Brescia, Morcelliana 1964.

    [7]"El contexto de 'justicia' es uno de los temas fundamentales del mensaje de Cristo según Mateo, y la palabra es una de las predilectas del evangelista... En el panorama doctrinal del primer Evangelio, la abstracción 'justicia' tiene relación íntima y casi podrá intercambiarse con la consigna dinámica de 'cumplir la Voluntad del Padre que está en los cielos'" (I. GOMA, El Evangelio según San Mateo, Madrid, Marova 1976, I, pp.33-34).

    [8]La familia cristiana tiene siempre como modelo la sagrada familia de Nazaret. Dice el documento de Santo Domingo: "Jesucristo es la Nueva Alianza, en El el matrimonio adquiere su verdadera dimensión. Por su Encarnación y por su vida en familia por María y José en el hogar de Nazaret se constituye un modelo de toda familia" (n.213).

    [9]Las palabras de María son un eco de la respuesta a la Alianza, como representando a la comunidad creyente y como resumen de toda figura bíblica. San José asumió responsablemente esta respuesta "haciendo" lo que el ángel le pidió de parte de Dios. A.M. SERRA, María a Cana e presso la Croce, Roma, Centro di Cultura Mariana "Mater Ecclesiae" 1978; Idem, María según el evangelio, Salamanca, Sígueme 1988, XIII ("Haced lo que él os diga"); Idem, E c'era la Madre di Gesù..., saggi di esegesi biblico-mariana (1978-1988), Roma, Marianum 1989; Idem, Nato da Donna..., ricerche bibliche su Maria di Nazaret (1989-1992), Roma, Marianum 1992.

    [10]Ver este tema en el capítulo IX, n.3. La encíclica "Redemptoris Missio" presenta la necesidad de una "nueva evangelización" o "reevangelización" de las comunidades ya cristianas, en vistas a hacerse responsables de lamisión universal, quie es tarea de todos. Ver RMi nn. 2, 3, 33, 59, 72, 73, 85, 86.

    [11]La renovación de personas y comunidades es condición indispensable para asumir las responsabilidades de la evangelización. Ver RMi nn. 47, 49, 52, 60. J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial y espiritualidad misionera para una nueva evangelización, "Seminarium" 31 (1991) n.1, 135-147.

    [12]La verdadera "experiencia" de Dios se convierte en eficacia misionera: AA.VV., Contemplazione e missione, "Fede e Civiltà" 75 (1978) 3-34; E. ANCILLI, Fecondità missionaria della preghiera contemplativa, in: Spiritualità della missione, Roma, Teresianum 1986, 181-196; L. BORRIELLO, Una forte esperienza di Dio quale base di ogni promozione umana ed evangelizzazione, en: Portare Cristo all'uomo, III, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985, 441-460; DINH DUC DAO, Preghiera e missione, en: Missiologia oggi, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985, 233-251; J. ESQUERDA BIFET, Valor evangelizador y desafíos actuales de la "experiencia" religiosa, "Euntes Docete" 43 (1990) 37-56.

 

    [13]Juan Pablo II indica comunica tamibén su experiencia personal y una reflexión consecuente: "El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular, las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, sino es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero ha de ser un contemplativo en la acción. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: 'Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos' (1Jn 1,1-3)" (RMi 91).

    [14]Ver la espiritualidad mariana del apóstol en el capítulo VIII.

    [15]D. CHENU, Hacia una teología del trabajo, Barcelona, Estela 1965; A. MARTINEZ ALBIACH, Espiritualidad del trabajo, "Burgense" 28/2 (1987) 511-532; E. TESTA, Il lavoro nella Bibbia, nella Tradizione e nel Magistero della Chiesa, "Liber Annuus" (Studium Biblicum Franciscanum) 36   (1986) 183-210.

 

    [16]La esperanza cristiana se apoya sólo en Cristo, centro de la creación y de la historia; la cooperación del creyente es confiada, activa y responsable. J. GALOT, Le mystère de l'espérance, Paris, Lethielleux 1973; P. GRELOT, Espérance, liberté, engagement du chrétien, Paris, Paulines 1983; R. LAURENTIN, Nouvelles dimensions de l'espérance, Paris, Cerf 1972; B. MONDIN, I teologi della speranza, Bologna, Borla 1974.

 

 

    [17]Ver la relación entre la maternidad de María y de la Iglesia, en los capítulos V n.3 y VIII n.2.

    [18]La eclesiologia de "comunión" acentúa el valor de la fraternidad como signo eficaz de Cristo. La Iglesia "misterio", como signo de la presencia del Señor, se hace "misión" en la medida en que viva la "comunión". "La vida de comunión eclesial será así un signo para el mundo y una fuerza... La comunión se abre a la misión, haciéndose ella misma misión" (CFL 31). Ver: J. CAPMANY, Misión en la comunión, Madrid, PPC 1984; J. ESQUERDA BIFET, Compartir con los hermanos, la comunión de los santos, Barcelona, Balmes 1992; CL. GARCIA EXTREMEÑO, La actividad misionera de una Iglesia sacramento y desde una Iglesia comunión, "Estudios de Misionología" 2 (1977) 217-252; J.M.R. TILLARD, Eglise d'Eglises, écclésiologie de communion, Paris, Cerf 1987.

    [19]Ver: M. GASNIER, Los silencios de San José, Madrid 1980. Sobre la contemplación cristiana en relación a la no cristiana, resumo doctrina comparativa y bibliografía en: Contemplación cristiana y experiencias místicas no cristianas, en: Evangelizzazione e culture, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1976, I, 407-420; La experiencia cristiana de Dios, "más allá" de las culturas, de las religiones y de las técnicas contemplativos, en: Portare Cristo all'uomo, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985, I, 351-368; Valor evangelizador y desafíos actuales de la experiencia religiosa, "Euntes Docete" 43 (1990) 37-56.

    [20]SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, anotación a la canción 29 (texto B). Se puede hablar de una "dimensión teologal" de la evangelización: hacer que las personas evangelizadas vivan la vida de fe, esperanza y caridad, dispuestas a seguir todo el camino de la santidad cristiana. En la vida y en los escritos de San Juan de la Cruz aparece "la fuerza teologal de la vida apostólica" (Carta Apostólica de Juan Pablo II, Maestro en la fe (14.12.90).

    [21]"Redemptoris Custos" cita a: S. TOMAS, Summa Theol., II-IIae, q. 182, a.1, ad 3.

    [22]Recojo testimonio de Papas y santos en: José de Nazaret, Salamanca, Sígueme 1989, cap. 6. Sobre D. Comboni: P. CHIOCCHETTA, A. GILLI, La preghiera in Comboni, Roma, Missionari Comboniani 1989 (appendice: S. Giuseppe nella tradizione comboniana). Sobre los Santos Padres: G.M. BERTRAND, G. PONTON, Textes Patristiques sur Saint Joseph, Montréal, CRD Oratoire S. Jospeh, 1966. Sobre documentos pontificios, Santos Padres en particular y sobre autores y santos de todas las épocas: F. CANALS VIDAL, San José, Patriarca del Pueblo de Dios, Valladolid 1982, apéndices documental y bibliográfico. Ver más bibliografía en la nota 5.

    [23]Decr. "Novis hisce temporibus" (S.C. de Ritos), 13 noviembre 1962: AAS 54 (1962) 873.

    [24]Carta Apostólica de Juan XXIII, sobre la devoción a San José, 19 de marzo de 1961: Discorsi, Messaggi... del Santo Padre Giovanni XXIII, Tip. Pol. Vaticana, III, 773-782.

    [25]Ver: S. BARTINA, San José en los documentos del Concilio Vaticano II, "Estudios Josefinos", 13 (1971) nn.49-50.

    [26]STA. TERESA DE LISIEUX, Historia de un alma, cap. VI. Ver en: Procès de béatification et canonisation de Sainte Thérèse de l'Enfant-Jésus et de la Sainte-Face, I, Procès informatif ordinaire, Roma, Teresianum 1973, Manuscrits autobiographiques "A". chap. VI.

    [27]STA TERESA DE LISIEUX, Novissima verba, 20 de agosto.

    [28]STA TERESA DE LISIEUX, Consejos y recuerdos, n.99.

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