ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS

ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS (168)

ACENTOS DE LA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL ITINERARIO FORMATIVO

Juan Esquerda Bifet

 

(Sumario)

 

PRESENTACIÓN: Formar  el corazón sacerdotal en la centralidad de Cristo celebrado, anunciado, vivido

 

1. Centralidad de Cristo celebrado en la EUCARISTÍA: formación para el servicio sacerdotal de construir la comunión eclesial

 

2. Centralidad de Cristo anunciado: la formación para el  servicio sacerdotal del ANUNCIO apasionado del Evangelio

 

3. Centralidad del misterio de Cristo vivido por el sacerdote: la formación según el  ESTILO DE VIDA EVANGÉLICA, caridad pastoral,  pobre con los pobres

 

LÍNEAS CONCLUSIVAS

 

* * *

 

PRESENTACIÓN: Formar  el corazón sacerdotal en la centralidad de Cristo celebrado, anunciado, vivido

 

El itinerario formativo de la vocación sacerdotal tiene sus propios acentos en cada época histórica, y se reflejan en las nuevas situaciones y en las nuevas luces del Espíritu Santo, con vistas a formar los nuevos apóstoles.

 

Estos acentos tienen que encuadrarse hoy en la línea pastoral del concilio, de todos conocida y que necesita ser aplicada a las circunstancias actuales del inicio del tercer milenio. Recordemos dos textos clásicos del Vaticano II, que relacionan estrechamente la formación sacerdotal con los ministerios o con la acción pastoral: “Todoslos aspectos de la formación, el espiri­tual, el intelectual y el disciplinar, han de ordenarse conjunta­mente a esta acción pastoral” (OT 4). Es un principio que corresponde al meollo de la santidad sacerdotal: “Los presbíteros conseguirán propiamente la santidad ejerciendo su triple función sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo” (PO 13).

 

La cuestión que se plantea hoy es la aplicación concreta de esta línea conciliar y las estrategias que habría que programar en el itinerario formativo. Si en actual cambio de época, la sociedad “icónica” necesita signos claros de la presencia de Cristo resucitado, parece que la formación sacerdotal tendría que encuadrarse en una síntesis conciliar que podríamos llamar “holística”, es decir, en todo el contexto de los documentos conciliares (y postconciliares). En realidad, se trata de una formación eminentemente cristológica y, por tanto, profundamente sociológica y eclesiológica.

 

La aplicación de todo concilio, como puede constatarse en la historia de la Iglesia, la han hecho especialmente los santos, también santos sacerdotes. Tal vez hoy nos falta, por una parte, la síntesis conciliar adecuada para que se aplique el concilio de manera coherente, y, al mismo tiempo, quizá no hemos llegado a una síntesis de la espiritualidad, ministerio y vida sacerdotal expresada en un programa convincente y en testimonios claros dentro del Presbiterio. Es el reto que queremos afrontar.

 

Intentemos trazar una pincelada inicial y provisional sobre los contenidos del concilio. Todos los contenidos conciliares (y postconciliares) parecen apuntar a una Iglesia que sea transparencia y signo portador de Cristo (LG = “sacramento universal de salvación”). Es la Iglesia de la Palabra (DV), del misterio pascual (SC), insertada en el mundo (GS). Es, pues, la Iglesia portadora del misterio de Cristo, anunciado, celebrado, vivido, comunicado, hoy y aquí, en circunstancias culturales e históricas, en un mundo “global”.

 

Los documentos que se refieren a la formación sacerdotal, inicial y permanente, describen la figura del sacerdote como signo personal, sacramental y colectivo del Buen Pastor (cfr. PO, OT, PDV, Directorio, etc.). Este signo es parte integrante del misterio de la Iglesia.

 

Tengo la impresión que no se ha asimilado en el itinerario formativo esta perspectiva  y terminología cristológica y eclesiológica, descrita en una de las afirmaciones más bellas y originales de la exhortación apostólica Pastores dabo vobis: “El sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo Esposo de la Iglesia… en virtud de su configuración con Cristo, Cabeza y Pastor, se encuentra en esta situación esponsal ante la comunidad. En cuanto representa a Cristo, Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, el sacerdote está no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia. Por tanto, está llamado a revivir en su vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia esposa. Su vida debe estar iluminada y orientada también por este rasgo esponsal, que le pide ser testigo del amor de Cristo como Esposo y, por eso, ser capaz de amar a la gente con un corazón nuevo, grande y puro, con auténtica renuncia de sí mismo, con entrega total, continua y fiel, y a la vez con una especie de «celo» divino (cfr. 2Cor 11, 2), con una ternura que incluso asume matices del cariño materno, capaz de hacerse cargo de los «dolores de parto» hasta que «Cristo no sea formado» en los fieles (cfr. Gál 4, 19)” (PV 22; cfr. 29). Estas afirmaciones equivalen a la frase que Juan Pablo II repetía invitando a los jóvenes a seguir la vocación: “compartir la vida con Cristo”.

 

Ahora bien, ¿dónde encontrar hoy las “acentos” peculiares de la espiritualidad sacerdotal y cómo insertarlos en el itinerario formativo? Conviene recordar que somos herederos de una historia de gracia, que hay que custodiar y ampliar para transmitirla al futuro. Para ello es necesario aprovechar las lecciones del pasado, con un buen discernimiento que nos capacite para la fidelidad a las nuevas gracias del Espíritu Santo.[1]

 

La historia hay que auscultarla con espíritu de fe, a la luz del misterio de Cristo, el Hijo enviado por el Padre “cuando llegó la plenitud de los tiempos” (Gal 4,4). En él, “el tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca” (Mc 1,15). Sólo por medio de él se puede hacer una lectura auténtica y creyente de la realidad, puesto que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22).[2]

 

Durante todo el siglo XX y especialmente a partir del concilio Vaticano II, la formación sacerdotal ha tenido el soporte de documentos muy concretos, emanados para la Iglesia universal o también para las Iglesias particulares. Quizá en ninguna otra época se ha trabajado tanto en este sentido.[3]

 

Para ser más concretos en los acentos actuales de la espiritualidad sacerdotal dentro del itinerario formativo, cabría aprovechar mejor las aportaciones del Papa Benedicto XVI con ocasión del año sacerdotal dedicado al Cura de Ars (2009-2010), además de las que tuvieron lugar durante el año dedicado a San Pablo (2008-2009). Esta documentación es como una herencia que debería dejar huella permanente para el futuro.Como decía el Papa, en el Mensaje para la jornada mundial de las comunicaciones sociales: “El sacerdote se encuentra en el inicio de una nueva historia” (Mensaje 16 mayo 2010).[4]

 

En este contexto, ya podemos esbozar una breve síntesis dinámica del itinerario formativo: formar personas profundamente relacionadas con Cristo para hacerse, con él y como él, cercanos a los hermanos. Se trata de formar no tanto en temas concretos (que son siempre necesarios), cuanto en realidades de gracia que comprometen la persona en una opción fundamental: la llamada de Cristo como declaración de amor, la participación en su misma consagración por el Espíritu Santo, el encuentro con él como relación y experiencia profunda, el seguimiento para compartir su misma vida, la comunión  fraterna en el propio Presbiterio de la Iglesia local y con el propio obispo, la misión como disponibilidad a nivel local y universal. Son realidades de gracia intrínsecamente relacionadas con el sacramento del Orden, con vistas a ser signo personal y colectivo del Buen Pastor, hoy y aquí.

 

La época actual es una llamada urgente a hacerse disponible para la “nueva evangelización”. La creación de un nuevo “dicasterio” específico, indica que la evangelización se orienta más allá de las fronteras de la fe, en una perspectiva de globalidad intercultural e interreligiosa. Ahí está llamado el sacerdote a ser testigo de la esperanza, siendo visibilidad y memoria de Cristo resucitado presente en medio de la tempestad (“constructiva”) de cada cambio de época.

 

La espiritualidad, como vivencia de lo que uno es y de lo que uno hace, es,  especialmente para el sacerdote ministro, una espiritualidad encarnada y redentora, como reflejo del amor “esponsal” de Cristo hacia toda la humanidad. Es espiritualidad que ayuda a vivir en positivo, sin agresividad ni desánimo ante las situaciones actuales que parecen impregnadas de incoherencia y de falta de valores. El poco fruto inmediato que pueda recolectarse sirve para recordar que la obra no es nuestra y que una sola persona merecería la atención de un proyecto de pastoral, casi como una “diócesis” demasiado grande para un pastor.

 

Una de las dificultades que habrá que afrontar en la actualidad es la falta de estrategias o programas concretos de actuación, para poner en práctica los principios teológicos y pastorales que parecen ya dilucidados suficientemente, tanto en la formación sacerdotal inicial como en la permanente.

 

 

1. Centralidad de Cristo celebrado en la EUCARISTÍA: formación para el servicio sacerdotal de construir la comunión eclesial

 

La formación para el sacerdocio ministerial es profundamente relacional, de seguimiento de Cristo y de intimidad con él. Con Cristo, la vida se hace oblación en la caridad pastoral. Al mismo tiempo es un proceso de configurarse con él y de servicio para hacer que otros vivan en él. Esta realidad va incluida en el misterio de la Eucaristía como presencia, sacrificio y comunión, bajo la acción del Espíritu Santo y en dinámica misionera de esperanza cristiana hacia el encuentro definitivo.

 

Decimos “centralidad” en el sentido de que el misterio de Cristo es el polo o el centro, puesto que la vida cristiana tiende a “recapitular todas las cosas en Cristo” (Ef 1,10) y que “todo ha sido creado por él y para él… y todo tiene en él su consistencia” (Col 1,16-17; cfr. Jn 1,3ss). Es la misma centralidad del misterio pascual, de Cristo muerto y resucitado, que se anuncia, celebra, vive y comunica. Se trata de hacer de Cristo el corazón del mundo, empezando por el propio corazón.

 

En estos últimos años, en algunos ambientes ha habido una cierta alergia hacia todo lo cultual. Pero el misterio eucarístico va más allá de una discusión sobre conceptos, ideas y métodos. Por esto, “en la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascual y pan vivo, que por su carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismo, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con El. Por lo cual la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización” (PO 5; cfr. LG 11; SC 10).[5]

 

La formación sacerdotal es itinerario de encuentro, seguimiento, comunión y misión, en relación con el Misterio pascual de Cristo hecho presente y celebrado en la Eucaristía, que reclama anuncio y vivencia. De ahí deriva la caridad pastoral como oblación del mismo Cristo Buen Pastor, prolongada en la historia por medio de la vida de cada uno de sus ministros.

 

La “memoria” celebrativa de todo el misterio de Cristo, que tiene que ser también anunciado, comunicado y vivido, es eminentemente “ministerial”. El encargo (“haced esto”) incluye una relación esencial hacia los “tria munera”, ejercidos armónicamente, porque tienen como centro el misterio pascual de Cristo. Somos “cooperadores” (1Cor 3,9) para actualizar esta “memoria” celebrativa, profética o misionera y vivencial.[6]

 

No sería posible construir la Iglesia como Cuerpo de Cristo (Iglesia “comunión”) si la Eucaristía no fuera la fuente, la cima, el centro. La Eucaristía como presencia ofrece y pide relación, la Eucaristía como sacrificio ofrece y pide oblación, la Eucaristía como “comunión” ofrece y pide comunión fraterna.

 

Este aspecto eucarístico de la formación sacerdotal, lo recordaba el Papa en Fátima: “Queridos seminaristas, que ya habéis dado el primer paso hacia el sacerdocio y os estáis preparando en el Seminario Mayor o en las Casas de Formación religiosa, el Papa os anima a ser conscientes de la gran responsabilidad que tendréis que asumir: examinad bien las intenciones y motivaciones; dedicaos con entusiasmo y con espíritu generoso a vuestra formación. La Eucaristía, centro de la vida del cristiano y escuela de humildad y de servicio, debe ser el objeto principal de vuestro amor. La adoración, la piedad y la atención al Santísimo Sacramento, a lo largo de estos años de preparación, harán que un día celebréis el sacrificio del Altar con verdadera y edificante unción”.[7]

 

En el Mensaje para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones (25 abril 2010), Benedicto XVI señala como “elemento fundamental y reconocible de toda vocación al sacerdocio... la amistad con Cristo”, que reclama “el don total de sí mismo a Dios”. Por esto, “quien quiere ser discípulo y testigo de Cristo debe haberlo «visto» personalmente, debe haberlo conocido, debe haber aprendido a amarlo y a estar con Él”. Al mismo tiempo, otro aspecto esencial de la vida sacerdotal es el de “vivir la comunión”. “De manera especial, el sacerdote debe ser hombre de comunión, abierto a todos, capaz de caminar unido con toda la grey que la bondad del Señor le ha confiado, ayudando a superar divisiones, a reparar fracturas, a suavizar contrastes e incomprensiones, a perdonar ofensas”.[8]

 

Los sacerdotes ministros han sido formados para construir la comunión de la Iglesia particular y universal (cfr. PO 6,7-9), como signo peculiar del discipulado cristiano (cfr. Jn 13,35) y como signo eficaz de evangelización (cfr. Jn 17,21). Es la comunión eclesial que deriva necesariamente del sacramento de la unidad.

 

Los fallos de relación fraterna en el Presbiterio se originan en el fallo de relación íntima con Cristo, de contemplación de su palabra viva en su Evangelio y de falta de tiempo para estar sin prisas en el corazón ante Cristo presente en la Eucaristía. Así lo recordaba Juan Pablo II: “La Eucaristía es fuente de la unidad eclesial y, a la vez, su máxima manifestación. La Eucaristía es epifanía de comunión” (MND 21). “Vosotros, sacerdotes, que repetís cada día las palabras de la consagración y sois testigos y anunciadores del gran milagro de amor que se realiza en vuestras manos, dejaos interpelar por la gracia de este Año especial, celebrando cada día la Santa Misa con la alegría y el fervor de la primera vez, y haciendo oración frecuentemente ante el Sagrario” (MND 30)

 

En la formación inicial (formación seminarística) es indispensable que los futuros sacerdotes vean en sus formadores y en los demás sacerdotes, la realidad de gracia de la “fraternidad sacramental” del Presbiterio (PO 8), a modo de “familia” y como “realidad sobrenatural” (PDV 74) o realidad de gracia. Los candidatos al sacerdocio necesitan ver lo que se les dice en el Código: “Se debe formar a los alumnos de modo que, llenos de amor a la Iglesia de Cristo, estén unidos con caridad humilde y filial al Romano Pontífice, sucesor de Pedro, se adhieran al propio Obispo como fieles cooperadores y trabajen juntamente con sus hermanos; mediante la vida en común en el Seminario y los vínculos de amistad y compenetración con los demás, deben prepararse para una unión fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia” (can.245, pár.2).

 

La exigencia de esta comunión en el Presbiterio diocesano deriva del sacramento del Orden. La fraternidad entre obispo, presbíteros y diáconos es de tipo sacramental y no principalmente sociológico, como formando parte de la naturaleza de la Iglesia comunión: “En virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión, los presbíteros todos se unen entre sí en íntima fraterni­dad, que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de vida de trabajo y de caridad” (LG 28). La consecuencia concreta es que “el Presbiterio es el lugar privilegiado en donde el sacerdote debiera poder encontrar los medios específicos de santificación y de evangelización” (Directorio para el ministerio y vida sacerdotal 27).

 

En las circunstancias actuales son muy emotivas las palabras del Papa en Fátima, invitando a vivir estas realidades: “Amados hermanos sacerdotes, en este lugar especial por la presencia de María, teniendo ante nuestros ojos su vocación de fiel discípula de su Hijo Jesús, desde su concepción hasta la Cruz y después en el camino de la Iglesia naciente, considerad la extraordinaria gracia de vuestro sacerdocio. La fidelidad a la propia vocación exige arrojo y confianza, pero el Señor también quiere que sepáis unir vuestras fuerzas; mostraos solícitos unos con otros, sosteniéndoos fraternalmente. Los momentos de oración y estudio en común, compartiendo las exigencias de la vida y del trabajo sacerdotal, son una parte necesaria de vuestra existencia. Cuánto bien os hace esa acogida mutua en vuestras casas, con la paz de Cristo en vuestros corazones. Qué importante es que os ayudéis mutuamente con la oración, con consejos útiles y con el discernimiento. Estad particularmente atentos a las situaciones que debilitan de alguna manera los ideales sacerdotales o la dedicación a actividades que no concuerdan del todo con lo que es propio de un ministro de Jesucristo. Por lo tanto, asumid como una necesidad actual, junto al calor de la fraternidad, la actitud firme de un hermano que ayuda a otro hermano a «permanecer en pie»”.[9]

 

Todos recordamos el impresionante texto de la homilía de Benedicto XVI, al finalizar el año sacerdotal (11 junio 2010). Para superar algunas dificultades actuales, de todos conocidas y no siempre bien presentadas en los medios de comunicación, invita a una mayor selección, formación y acompañamiento: “En la admisión al ministerio sacerdotal y en la formación que prepara al mismo, haremos todo lo posible para examinar la autenticidad de la vocación; y queremos acompañar aún más a los sacerdotes en su camino, para que el Señor los proteja y los custodie en las situaciones dolorosas y en los peligros de la vida”.[10]

 

 

2. Centralidad de Cristo anunciado: la formación para el  servicio sacerdotal del ANUNCIO apasionado del Evangelio

 

En el itinerario formativo es fundamental adentrarse en la contemplación y en el estudio del Misterio de Cristo, celebrado en la liturgia, para anunciarlo, vivirlo y ayudar a vivirlo. Decía Benedicto XVI, en la homilía del inicio de su Pontificado: “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él”.[11]

 

No sería posible especialmente hoy, en una sociedad que pide experiencia y testimonio, anunciar el misterio de Cristo sin una profunda experiencia de encuentro con él. A esta terminología vivencial ya nos acostumbró Juan Pablo II, como puede constatarse en su encíclica Redemptoris Missio: “La venida del Espíritu Santo los convierte en testigos o profetas, infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima” (RMi 24). “Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo… Precisamente porque es « enviado », el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. « No tengas miedo ... porque yo estoy contigo » (Hech 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre” (RMi 88).[12]

 

La Exhortación ApostólicaVita consecrata relaciona “el anuncio apasionado” con “el amor apasionado por Jesucristo: “El anuncio apasionado de Jesucristo a quienes aún no lo conocen, a quienes lo han olvidado y, de manera preferencial, a los pobres” (VC 75). “El amor apasionado por Jesucristo es una fuerte atracción para otros jóvenes, que en su bondad llama para que le sigan de cerca y para siempre” (VC 109). Pastores dabo vobis usa la expresión: “creciente  y apasionado amor al hombre” (PDV 71).

 

El itinerario formativo hacia esta experiencia contemplativa y misionera de Cristo requiere una ayuda pedagógica para no caer en exageraciones, pero también para no quedarse en conceptos abstractos o en teorías sobre él sin optar por “un conocimiento de Cristo vivido personalmente” (VS 88). El sano realismo de los santos presenta el ideal evangélico como posible en el “día a día” de la propia realidad.[13]

 

Se trata de “Alguien” profundamente amado, de quien ya no se puede prescindir. Nada ni nadie puede ocupar su puesto en nuestro corazón. Esta intimidad y amistad con Cristo se aprende especialmente en relación con la Eucaristía, pero también en la “escucha” de la Palabra. Si la Palabra es revelada como regalo de Dios, inspirada por la acción del Espíritu Santo,  celebrada en la liturgia, predicada especialmente por el magisterio de la Iglesia,  ello significa que reclama una apertura del corazón en la contemplación y en estudio. El apóstol no es señor de la Palabra, sino servidor fiel, humilde y audaz, en un proceso de estudio, contemplación, celebración, vivencia y anuncio.[14]

 

El itinerario formativo para el anuncio de Cristo exige también saber hablar de Dios con el lenguaje de hoy sin vaciar los contenidos evangélicos. La problemática teológica actual necesitaría un lenguaje más inteligible, que lo pudieran entender los “sencillos” (cfr. Mt 11,25) y también la gente de hoy en general, que no captan tanto las abstracciones.[15]

 

El itinerario formativo en la vida espiritual reclama la dedicación al estudio teológico. Hay que reconocer actualmente la falta de síntesis sapiencial y vivencial en un inmenso abanico de especializaciones. A juzgar por las impresiones de los mismos estudiantes, parece que no se ha llegado a presentar el Misterio de Cristo como punto de referencia de todas las materias. El concilio Vaticano II pedía: “En la revisión de los estudios eclesiásticos hay que atender, sobre todo, a coordinar adecuadamente las disciplinas filosóficas y teológicas, y que juntas tiendan a descubrir más y más en las mentes de los alumnos el Misterio de Cristo, que afecta a toda la historia del género humano, influye constantemente en la Iglesia y actúa, sobre todo, mediante el ministerio sacerdotal” (OT 14).[16]

 

Es la orientación trazada por Juan Pablo II: "El conocimiento de la verdad cristiana recuerda íntimamente y exige interiormente el amor a Aquel a quien ha dado su asentimiento. La teología sapiencial de Santa Teresa del Niño Jesús muestra el camino real de toda reflexión teológica e investigación doctrinal: el amor, del que «dependen la ley y los profetas», es amor que tiende a la verdad y, de este modo, se conserva como auténtico ágape con Dios y con el hombre".[17]

 

El aliento vivencial aprendido en la contemplación y estudio del Misterio de Cristo, ayudará a reconocer con sana lógica la dimensión misionera de la propia Iglesia particular, en la comunión de la Iglesia universal: “Toda la diócesis se hace misionera” (AG 38); “La Iglesia universal se encarna de hecho en las Iglesias particulares” (EN 62). “Después del Concilio se ha ido desarrollando una línea teológica para subrayar que todo el misterio de la Iglesia está contenido en cada Iglesia particular, con tal de que ésta no se aísle, sino que permanezca en comunión con la Iglesia universal y, a su vez, se haga misionera” (RMi 48).

 

 

3. Centralidad del misterio de Cristo vivido por el sacerdote: la formación según el  ESTILO DE VIDA EVANGÉLICA, caridad pastoral,  pobre con los pobres

 

Los documentos magisteriales sobre el ministerio, la vida y la formación inicial y permanente del sacerdote, insisten de modo armónico en la exigencia y la posibilidad de una vida evangélica al estilo del Buen Pastor y siguiendo el modelo de los Apóstoles. La caridad pastoral no es sólo la disponibilidad para la acción pastoral, sino la sintonía con el mismo estilo de vida del Buen Pastor, que da la vida (Jn 10 y 15), dándose él mismo, según el proyecto del Padre y como “consorte” o “esposo”.[18]

 

El sacerdocio ministerial es para el bien de toda la Iglesia, como signo transparente y portador de Cristo Sacerdote. Decía el Santo Cura de Ars: “El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino par vosotros”. Por esto, la Iglesia tiene derecho de ver en sus sacerdotes el modo de amar de Cristo Esposo. “La Iglesia, como Esposa de Jesucristo, desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo como Jesucristo, Cabeza y Esposo, la ha amado” (PDV 29; cfr. PDV 22, citado más arriba)-

 

La vivencia de lo que uno es (la consagración) y de lo que uno hace (la misión) constituye la esencia de la espiritualidad sacerdotal, como armonía entre contemplación y misión.[19]

 

Esta vivencia de la “caridad pastoral” (PO 13) refleja el “gozo pascual”, como “máximo testimonio del amor” (PO 11), que es fuente de vocaciones. Los llamados al sacerdocio necesitan ver la posibilidad y la realidad de esta caridad pastoral, que es transformadora (por la configuración con Cristo), contemplativa, comunional y misionera. El concilio la llama “ascesis propia del pastor de almas”, que se concreta en la renuncia de los propios intereses “no buscando sus conveniencias, sino la de muchos, para que se salven, progresando siempre hacia el cumplimiento más perfecto del deber pastoral, y cuando es necesario, están dispuestos a empren­der nuevos caminos pastorales, guiados por el Espíritu del amor, que sopla donde quiere” (PO 13)

 

Es la caridad pastoral (PO 13; PDV 21-27) concretada en obediencia, castidad y pobreza (PO 15-17; PDV 27-30), no principalmente como normas que hay que cumplir, sino como consecuencia de una declaración de amor (por parte del Señor) y de un opción fundamental (por parte del llamado).

 

Es la misma vida de los Apóstoles (“apostolica vivendi forma”) (cfr. PDV 14-15), que también se llama “radicalismo evangélico” (PDV 20, 27), aunque éste no sea necesariamente “profesado” como en la “vida consagrada”.

 

En esta perspectiva, la formación en la vida espiritual sacerdotal, sin rebajar el ideal evangélico de los Apóstoles, necesita señalar su realidad concreta y los medios necesarios para ponerla en práctica. El proyecto de vida en el Presbiterio, ya delineado en la vida del Seminario, puede ser uno de los mejores medios para asegurar la fidelidad generosa y la perseverancia. Bastaría con trazar unas líneas básicas sobre: ideario, objetivos, medios.

 

Parece que tendría que subrayarse la dinámica del “discipulado misionero”, como ha hecho el documento de “Aparecida” (año 2007), pero apllicándolo a la vida sacerdotal: “La Iglesia debe cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y adoptando sus actitudes (cfr. Mt 9, 35-36). Él, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz (cfr. Fil 2, 8); siendo rico, eligió ser pobre por nosotros (cfr. 2 Cor 8, 9), enseñándonos el itinerario de nuestra vocación de discípulos y misioneros. En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre (cfr. Lc 6, 20; 9, 58), y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo (cfr. Lc 10, 4ss). En la generosidad de los misioneros se manifiesta la generosidad de Dios, en la gratuidad de los apóstoles aparece la gratuidad del Evangelio”.[20]

 

El “discipulado” evangélico tiene estas características de encuentro (contemplación, amistad), seguimiento en comunión fraterna y disponibilidad misionera (cfr. Mc 3,13-14). El “seguimiento” evangélico de los Apóstoles y de sus sucesores (la “apostolica vivendi forma”) ha sido el punto de referencia de toda forma de vida consagrada posterior (cfr. VC 93).[21]

 

Los “discípulos” del Señor son testigos gozosos de la esperanza evangélica, para formar a la comunidad en esta perspectiva de confianza y de gozo pascual. Es la esperanza que presupone un corazón desprendido, que señale el valor de la trascendencia concretada en el encuentro final con Cristo resucitado.

 

Los ministerios sacerdotales tienden a educar la comunidad eclesial en la esperanza, para saber compartir con solidaridad y gratuidad: “Sin Dios el hombre no sabe dónde ir ni tampoco logra entender quién esAnte el ingente trabajo que queda por hacer, la fe en la presencia de Dios nos sostiene, junto con los que se unen en su nombre y trabajan por la justicia… Por tanto, la fuerza más poderosa al servicio del desarrollo es un humanismo cristiano, que vivifique la caridad y que se deje guiar por la verdad, acogiendo una y otra como un don permanente de Dios. La disponibilidad para con Dios provoca la disponibilidad para con los hermanos y una vida entendida como una tarea solidaria y gozosa… El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumanoEl amor de Dios nos invita a salir de lo que es limitado y no definitivo, nos da valor para trabajar y seguir en busca del bien de todos, aun cuando no se realice inmediatamente, aun cuando lo que consigamos nosotros, las autoridades políticas y los agentes económicos, sea siempre menos de lo que anhelamos. Dios nos da la fuerza para luchar y sufrir por amor al bien común, porque Él es nuestro Todo, nuestra esperanza más grande” (Caritas in veritate 78).

 

Los “desequilibrios en el interior del hombre” (GS 10) se reorientan presentando la “unidad de vida” (PO 14) típica de quien ejerce los ministerios “sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo” (PO 13). El desprendimiento evangélico, al estilo del Buen Pastor y de los Apóstoles, es armonía (psicológica y teológica) de criterios, valores y actitudes (fe, esperanza y caridad), como camino de una formación integral.

 

En el Mensaje para la jornada mundial de las vocaciones (2010), encuadrada en el año sacerdotal, Benedicto XVI invitaba a dar un “testimonio personal hecho de elecciones existenciales… testimonio sellado con la opción de la cruz”, que es reflejo de la amistad con Cristo y “don total de sí mismo a Dios”.[22]

 

El itinerario que han seguido los santos es, al mismo tiempo, de realismo y de exigencia. Teniendo en cuenta la propia realidad (gracias, psicología, sociología), no cabe dudar de la declaración de amor (confianza), para caminar hacia una entrega que intenta seriamente que sea de totalidad (oblación sacerdotal, caridad pastoral). La formación “espiritual” tiene que ser “integral”, en armonía con la formación humana, intelectual, pastoral, comunitaria.[23]

 

La llamada a esta entrega sacerdotal (y analógicamente de vida consagrada) tiene que presentarse con el atractivo de la “libertad”, como ha hecho Benedicto XVI en Fátima: “En este camino de fidelidad, amados sacerdotes y diáconos, consagrados y consagradas, seminaristas y laicos comprometidos, nos guía y acompaña la Bienaventurada Virgen María. Con Ella y como Ella somos libres para ser santos; libres para ser pobres, castos y obedientes; libres para todos, porque estamos desprendidos de todo; libres de nosotros mismos para que en cada uno crezca Cristo, el verdadero consagrado al Padre y el Pastor al cual los sacerdotes, siendo presencia suya, prestan su voz y sus gestos; libres para llevar a la sociedad moderna a Jesús muerto y resucitado, que permanece con nosotros hasta el final de los siglos y se da a todos en la Santísima Eucaristía”.[24]

 

 

LÍNEAS CONCLUSIVAS

 

Es importante en todo el proceso de selección, formación y acompañamiento, que los candidatos tiendan a vivir profundamente relacionados con Cristo, comprometidos en su seguimiento, afianzados en la comunión fraterna originada por el sacramento del Orden, disponibles para hacer conocer y amar a Cristo en el mundo de hoy y más allá de las fronteras de la fe.

 

Es, pues, un itinerario de encuentro (vocación, amistad, contemplación), imitación (sintonía, seguimiento, compartir), fraternidad (comunión) y misión. La presencia de Cristo, “experimentada” a la luz de la fe (cfr. RMi 24 y 88, citados más arriba), da al itinerario formativo la perspectiva del “Padre nuestro” (contemplación, relación, fraternidad), de las bienaventuranzas (esperanza, misión) y del mandato del amor (santidad, donación, solidaridad, gratuidad).

 

La “centralidad” de Cristo, que hemos intentado describir, equivale a la armonía de todo su misterio pascual presente en la Iglesia: Cristo resucitado, anunciado, celebrado, vivido, comunicado. De él se aprende la cercanía donada, oblativa, según su mismo estilo de vida evangélica.

 

A la luz del Misterio de Cristo (encarnación y redención), se aprecia mejor la armonía de todo su actuar profético, litúrgico y pastoral, como presencia activa y oblativa que fundamenta la “unidad de vida” (PO 14), que es característica de la “caridad pastoral” (PO 13-14). Los ministerios son armónicos, vistos desde el encargo eucarístico (“haced esto”), como participación en la misma consagración de Cristo y como prolongación de su misma misión.

 

Esta armonía del itinerario formativo hace posible la “comunión” de toda comunidad eclesial, entre vocaciones, ministerios y carismas, sin dicotomías. La relación profunda con Cristo presente, inmolado y comunicado, hace posible el anuncio apasionado del evangelio y el estilo de vida del mismo Señor (pobre con los pobres y padre de los pobres).

 

En esta armonía del corazón y de la vida se puede ejercer el sacerdocio con el “gozo pascual” (PO 11) que es fuente de vocaciones. Es vivencia de la presencia de Cristo en fraternidad sacramental y en generosidad evangélica al estilo de los Apóstoles. Es el mismo Cristo, presente e inmolado de modo especial en la Eucaristía, vivo en su Palabra, presente en medio de los hermanos.

 

Este itinerario supone una selección adecuada y una formación inicial y permanente integral, que debe concretarse en un “acompañamiento” por parte de toda la Iglesia local y de su Presbiterio presidido por el obispo.[25]

 

En este itinerario formativo no puede faltar “la Madre de Jesús” y nuestra. Son de todos conocidas las afirmaciones marianas conciliares y postconciliares relativas al sacerdote, ya desde el período de su formación: “Amen y veneren con amor filial a la Santísima Virgen María, que al morir Cristo Jesús en la cruz fue entregada como madre al discípulo” (OT 8). “En la Santísima Virgen María encuentran siempre un ejemplo admirable de esta docilidad (al Espíritu Santo; ella, guiada por el Espíritu Santo, se entregó total­mente al misterio de la redención de los hombres; veneren y amen los presbíteros con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio” (PO 18).

 

Como afirmaba Juan Pablo II, por ser “Madre y educadora de nuestro sacerdocio… cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna. Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia” (PDV 82). Por esto, "la espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa, sin no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado... Todo presbítero sabe que María, por ser Madre, es la formadora eminente de su sacerdocio, ya que ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal"  (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 68).

 

La presencia activa y materna de María en todo el proceso formativo sacerdotal aparece con frecuencia en las enseñanzas del magisterio postconciliar. Es emotivo el texto de la consagración de los sacerdotes al Corazón de María, realizada por Benedicto XVI en 2010: “Madre Inmaculada… Madre de la Iglesia, nosotros, sacerdotes, queremos ser pastores que no se apacientan a sí mismos, sino que se entregan a Dios por los hermanos, encontrando la felicidad en esto. Queremos cada día repetir humildemente no sólo de palabra sino con la vida, nuestro «aquí estoy»… Madre nuestra desde siempre, no te canses de «visitarnos», consolarnos, sostenernos… Con este acto de ofrecimiento y consagración, queremos acogerte de un modo más profundo y radical, para siempre y totalmente, en nuestra existencia humana y sacerdotal. Que tu presencia haga reverdecer el desierto de nuestras soledades y brillar el sol en nuestras tinieblas, haga que torne la calma después de la tempestad, para que todo hombre vea la salvación del Señor, que tiene el nombre y el rostro de Jesús, reflejado en nuestros corazones, unidos para siempre al tuyo”.[26]

 

 

APÉNDICE DOCUMENTAL: Algunos documentos más concretos, además de los citados, de interés para la formación en la espiritualidad sacerdotal: CIC (1983) can.232-264 (sobre la formación de los clérigos). (CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA) Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis (19 marzo 1985); Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal (11 abril 1974); La formación teológica de los futuros sacerdotes (22 febrero 1976); Instrucción sobre la formación litúrgica en los Seminarios (3 junio 1979), Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los Seminarios (6 enero 1980);  Carta circular sobre la Virgen María en la formación intelectual y espiritual (25 marzo 1988); Instrucción sobre el estudio de los Padres de la Iglesia en la formación sacerdotal (10 noviembre 1989); Directrices sobre la preparación de los Formadores en los Seminarios (4 noviembre 1993); El período propedéutico: documento informativo (1 mayo 1998). (CONGREGACIÓN PARA EL CLERO) El presbítero, maestro de la palabra, ministro de los sacramentos y guía de la comunidad, ante el tercer milenio cristiano (19 marzo de 1999); El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial (4 agosto 2002). (CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE) Instrucción sobre La vocación eclesial del teólogo (24 de mayo de 1990). (CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS) Carta circular a las Conferencias Episcopales sobre la dimensión misional en la formación del sacerdote (Pentecostés 1970); Guía de vida pastoral para los sacerdotes diocesanos de las Iglesias que dependen de la CEP (1 octubre 1989). (CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, COMISIÓN EPISCOPAL DE MISIONES Y COOPERACIÓN ENTRE IGLESIAS) La formación misional en los Seminarios y Estudios Teológicos (25 julio 1982); Plan de formación para los Seminarios Menores (27 septiembre 1991); La formación para el ministerio presbiteral. Plan de formación sacerdotal para los Seminarios Mayores (30 mayo 1996); "Habla, Señor". Valor actual del Seminario Menor (21 noviembre 1998).

 

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(Curriculum):

D. JUAN ESQUERDA BIFET:

 

Lugar y fecha de nacimiento: Lleida, 13 de abril de 1929.

Ordenado presbítero: Lleida, 11 de julio 1954.

Doctor en Teología, Universidad de Comillas, Madrid (Licenciado en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca)

Doctor en Derecho Canónico, Universidad Santo Tomás, Roma.

Profesor emérito de Misionología en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma.

Director emérito del Centro Internacional de Animación Misionera, Roma.

Consultor de la Congregación del Clero y de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.

Director Espiritual del Pontificio Colegio Urbano, Roma.

Asesor espiritual en el Seminario de Terrassa.

Algunos libros publicados: Teología de la espiritualidad sacerdotal (Madrid, BAC, 1991); Signos del Buen Pastor (Bogotá, CELAM, 1991); Teología de la evangelización (Madrid, BAC, 1995); Hemos visto su Estrella, Teología de la experiencia de Dios en las religiones (Madrid, BAC, 1996); Diccionario de la Evangelización (Madrid, BAC, 1998); Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila (Madrid, BAC, 2000); Misión al estilo de los Apóstoles. Itinerario para la formación inicial y permanente (Madrid, BAC, 2004); Misionología (Madrid, BAC, 2008); Espiritualidad Sacerdotal (Valencia, EDICEP, 2008); Espiritualidad Mariana (Valencia, EDICEP, 2009).

 

(ESQUEMA)ACENTOS DE LA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL ITINERARIO FORMATIVO

 

PRESENTACIÓN: Formar  el corazón sacerdotal en la centralidad de Cristo celebrado, anunciado, vivido

Formar personas profundamente relacionadas con Cristo para hacerse, con él y como él, cercanosa los hermanos. Se trata de formar no tanto en temas concretos (que son siempre necesarios), cuanto en realidades de gracia que comprometen la persona en una opción fundamental. Documentos que indican los acentos actuales de la formación sacerdotal.

 

1. Centralidad de Cristo celebrado en la EUCARISTÍA: formación para el servicio sacerdotal de construir la comunión eclesial

La formación sacerdotal es itinerario de encuentro, seguimiento, comunión y misión, en relación con el Misterio pascual de Cristo hecho presente y celebrado en la Eucaristía, que reclama anuncio y vivencia. De ahí deriva la caridad pastoral como oblación del mismo Cristo Buen Pastor, prolongada en la historia por medio de la vida de cada uno de sus ministros.

Los sacerdotes ministros han sido formados para construir la comunión de la Iglesia particular y universal (cfr. PO 6,7-9), como signo peculiar del discipulado cristiano (cfr. Jn 13,35) y como signo eficaz de evangelización (cfr. Jn 17,21). Es la comunión eclesial que deriva necesariamente del sacramento de la unidad.Formación para vivir el Presbiterio como “fraternidad sacramental” (PO 8).

 

2. Centralidad de Cristo anunciado: la formación para el  servicio sacerdotal del ANUNCIO apasionado del Evangelio

En el itinerario formativo es fundamental adentrarse en la contemplación y en el estudio del Misterio de Cristo, celebrado en la liturgia, para anunciarlo, vivirlo y ayudar a vivirlo. Decía Benedicto XVI, en la homilía del inicio de su Pontificado: “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él”.

El itinerario formativo para el anuncio de Cristo exige también saber hablar de Dios con el lenguaje de hoy sin vaciar los contenidos evangélicos

 

3. Centralidad del misterio de Cristo vivido por el sacerdote: la formación según el  ESTILO DE VIDA EVANGÉLICA, caridad pastoral,  pobre con los pobres

 

Los documentos magisteriales sobre el ministerio, la vida y la formación inicial y permanente del sacerdote, insisten de modo armónico en la exigencia y la posibilidad de una vida evangélica al estilo del Buen Pastor y siguiendo el modelo de los Apóstoles. La caridad pastoral no es sólo la disponibilidad para la acción pastoral, sino la sintonía con el mismo estilo de vida del Buen Pastor, que da la vida (Jn 10 y 15), que se da a símismo, según el proyecto del Padre y como “consorte” o “esposo”.

 

CONCLUSIÓN: Este itinerario supone una selección adecuada y una formación inicial y permanente integral, que debe concretarse en un “acompañamiento” por parte de toda la Iglesia local y de su Presbiterio presidido por el obispo. La dimensión mariana.

 



[1]He intentado resumir esta historia en: Misión al estilo de los Apóstoles. Itinerario para la formación inicial y permanente(Madrid, BAC, 2004), cap.9 (Itinerario formativo: etapas, dimensiones y proyecto de vida personal y comunitario). Respecto a la formación concreta en los Seminarios durante los diversos períodos históricos: Itinerario formativo de las vocaciones sacerdotales. Modelos teológico-históricos: Seminarium 46 (2006), n.1-2, 291-316.

 

[2]El Instrumentum Laboris de la Plenaria de la Congregación de los Pueblos (16-19 noviembre 2009) aporta datos muy interesantes para poder descubrir los “nuevos areópagos” y afrontarlos con el espíritu de San Pablo: San Pablo y los nuevos areópagos. A este documento habría que añadir los documentos de los Sínodos episcopales (especialmente continentales) ya realizados. Esta documentación es un verdadero tesoro, un hecho de gracia, para detectar la acción del Espíritu Santo en la Iglesia de hoy.

 

[3]Colección de documentos: La formación sacerdotal, Enchiridion. Documentos de la Iglesia sobre la formación sacerdotal (1965-1998)(Madrid, Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, 1999); Documenti (1969-1989), Formazione dei sacerdoti nel mondo d'oggi (Lib. Edit. Vaticana 1990. Ver algunos documentos citados en el apéndice final.

 

[4]Algunos documentos de Benedicto XVI durante el año sacerdotal: Carta para la convocación de un año sacerdotal (16 junio 2009); Homilía durante las vísperas (19 junio 2009, apertura del año sacerdotal); Catequesis sobre el Cura de Ars (Audiencia 24 junio 2009); Catequesis recordando la Fiesta del Cura de Ars (5 agosto 2009); Discurso a los participantes en el Congreso Teológico promovido por la Congregación del Clero (12 marzo 2010); Mensaje para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones(25 abril 2010); Mensaje para la XLIV Jornada Mundial de las comunicaciones sociales: “El sacerdote y la pastoral en el mundo digital” (16 mayo 2010); Homilía durante la ordenación presbiteral (San Pedro, 20 junio 2010); Homilía durante la celebración de las vísperas (Fátima, 12 mayo 2010); Acto de consagración de los sacerdotes al Corazón de María(Fátima, 12 mayo 2010); Homilía en la clausura del Año Sacerdotal (11 junio 2010). Hay que resaltar las tres catequesis sobre cada uno los tres ministerios sacerdotales (“tria munera”) (14 abril, 5 mayo, 19 mayo 2010: anuncio, culto y santificación, dirección). Un intento de síntesis sobre el pensamiento sacerdotal del Papa durante sus coloquios: Perché sacerdote? Risposte attuali con Benedetto XVI(Cinisello Balsamo, Edizioni San Paolo, 2010).

 

[5]Juan Pablo II instó a vivir esta centralidad en la Encíclica Ecclesiade Eucharistia (17 abril 2003) y en la Carta ApostólicaMane nobiscum Domine para el año de la Eucaristía (7 octubre 2004).“El hombre está siempre tentado a reducir a su propia medida la Eucaristía, mientras que en realidad es él quien debe abrirse a las dimensiones del Misterio. «La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones»” (MND 14); el documento cita Ecclesia de Eucharistia 10. Es la misma insistencia de BenedictoXVI en la Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis (22 febrero 2007).

 

[6]Cfr. A.M. CAÑIZARES, Sacerdocio e liturgia: educacione alla celebrazione: Sacrum Ministerium XVI (2010) 129-149 (Atti Convegno Teologico “Fedeltà di Cristo, fedeltà del sacerdote”, 11-12 marzo 2010).

 

[7]BENEDICTO XVI, Homilía en la celebración de las vísperas  (Fátima, 12 mayo 2010).

 

[8]En este mismo mensaje, el Papa, aludiendo a un encuentro con sacerdotes,  hace referencia a la importancia de la “comunión” sacerdotal con vistas a suscitar vocaciones: “En julio de 2005, en el encuentro con el Clero de Aosta, tuve la oportunidad de decir que si los jóvenes ven sacerdotes muy aislados y tristes, no se sienten animados a seguir su ejemplo. Se sienten indecisos cuando se les hace creer que ése es el futuro de un sacerdote. En cambio, es importante llevar una vida indivisa, que muestre la belleza de ser sacerdote. Entonces, el joven dirá: «sí, este puede ser un futuro también para mí, así se puede vivir» (Insegnamenti I, [2005], 354). El Concilio Vaticano II, refiriéndose al testimonio que suscita vocaciones, subraya el ejemplo de caridad y de colaboración fraterna que deben ofrecer los sacerdotes (cf. Optatam totius 2)” (BENEDICTO XVI, Mensaje Jornada Mundial de oración por las vocaciones, 25 abril 2010).

 

[9]BENEDICTO XVI, Homilía en la celebración de las vísperas (Fátima, 12 mayo 2010).

 

[10]Homilía en la  clausura del año sacerdotal(11 junio 2010). Mi impresión personal es que se ha fallado especialmente en el acompañamiento: si el Presbiterio (obispo, presbíteros y diáconos) no son signo familiar y sacramental del Buen Pastor, la formación previa recibida en el Seminario no será suficiente. El proyecto de vida en el Presbiterio, pedido por Juan Pablo II (cfr. PDV 79), parece inexistente en muchas Iglesias particulares. Estudio el tema en: Ideario, objetivos y medios para un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio: Sacrum Ministerium 1 (1995) 175-186. La necesidad de la actuación episcopal (ofrecida y aceptada): El ministerio episcopal de construir en comunión eclesial el propio presbiterio diocesano: Burgense 49/2 (2008) 359-396 (publicado en 2010).

 

[11]BENEDICTO XVI, Homilía en el inicio de su Pontificado (24 abril 2005), frase citada en: Sacramentum Caritatis 84.

 

[12]PABLO VI, en Evangelii nuntiandi invitaba a responder al mundo de hoy que pide nuestra experiencia de Dios: “El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismo conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible” (EN 76). El concilio Vaticano II indica el fundamento de esta exigencia, al recordar que “el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (GS 22).

 

[13]Convendría recordar al respecto la experiencia de M. Teresa de Calcuta, que recibió la invitación del Señor (“Ven, serás mi luz”) y luego, según demuestran sus cartas de dirección espiritual, quedó en esa pobreza y oscuridad durante toda su vida, sin consolaciones especiales ni fenómenos extraordinarios, pero con el deseo profundo de ser para los demás un signo del amor de Jesús.

 

[14]Es muy estimulante el resumen que se hace de la “Lectio Divina” en el Mensaje final del Sínodo sobre la Palabra: “La tradición ha introducido la práctica de la LectioDivina, lectura orante en el Espíritu Santo, capaz de abrir al fiel no sólo el tesoro de la Palabra de Dios sino también de crear el encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente. Ésta se abre con la lectura (lectio) del texto que conduce a preguntarnos sobre el conocimiento auténtico de su contenido práctico: ¿qué dice el texto bíblico en sí? Sigue la meditación (meditatio) en la cual la pregunta es: ¿qué nos dice el texto bíblico? De esta manera se llega a la oración (oratio) que supone otra pregunta: ¿qué le decimos al Señor como respuesta a su Palabra? Se concluye con la contemplación (contemplatio) durante la cual asumimos como don de Dios la misma mirada para juzgar la realidad y nos preguntamos: ¿qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor? Frente al lector orante de la Palabra de Dios se levanta idealmente el perfil de María, la madre del Señor, que «conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19; cf. 2, 51), - como dice el texto original griego - encontrando el vínculo profundo que une eventos, actos y cosas, aparentemente desunidas, con el plan divino” (Mensaje al Pueblo de Dios del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios, 24 octubre 2008, n.9, en el apartado III: La Casa de la Palabra: La Iglesia).

 

[15]Ofrezco una síntesis breve del tema en: El discipulado del sacerdote ministro en la cultura emergente: Culture e Fede (Pont. Cons. deCultura, 18 (2010) 120-125. Para evitar inexactitudes, será útil la lectura de los documentos de la Congregación de la Fe, especialmente los emanados desde el concilio Vaticano II, así como también los documentos de la Comisión Teológica Internacional. Ver de modo especial: (Congregación para la Doctrina de la Fe) Instrucción sobre La vocación eclesial del teólogo (24 de mayo de 1990); Declaración sobre la unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, Dominus Jesus (6 agosto 2000). Ver también: (Congregación para la Educación Católica) La formación teológica de los futuros sacerdotes (22 febrero 1976; Enchiridion, nn.1440-1604).

 

[16]Cfr. R. TREMBLAY, Cristologia e identità sacerdotale: Sacrum Ministerium XVI (2010) 19-34 (Atti Convegno Teologico “Fedeltà di Cristo, fedeltà del sacerdote”, 11-12 marzo 2010).

 

[17]JUAN PABLO II, Discurso en la Asamblea plenaria de la Congregación para la doctrina de la Fe (24 octubre 1997).

 

[18]“El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la respuesta libre y responsable del presbítero” (PDV 23).

 

[19]Cfr. F. SANTORO, Dall’essere alla funzione per la missione: Sacrum Ministerium XVI (2010) 73-94 (Atti Convegno Teologico “Fedeltà di Cristo, fedeltà del sacerdote”, 11-12 marzo 2010).

 

[20]Documento conclusivo de la V Conferencia General, CELAM, (Aparecida, 2007),  n.31; para los presbíteros en particular, nn.191-204.

 

[21]Resumo los contenidos evangélicos del discipulado en: La misionariedad de la Iglesia en América Latina a la luz del discipulado evangélico: Medellín 32 (marzo, 2006) 99-120.

 

[22]BENEDICTO XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones (25 abril 2010). Ver otras citas de este mensaje en apartados anteriores.

 

[23]Presento estas líneas programáticas del itinerario en: La clave de la santidad en el Cura de Ars: humildad, confianza audaz, entrega generosa y misión, en:Sacerdocio de Cristo y santidad sacerdotal (Madrid, Facultad Teología San Dámaso, 2010) 51-72.

[24]BENEDICTO XVI, Homilía durante la celebración de las vísperas (Fátima, 12 mayo 2010).

[25]El “acompañamiento” es el desafío actual más acuciante. El Presbiterio, con su obispo, debe tomarse “en serio” el tema de las vocaciones y de su perseverancia fiel y generosa, ofreciendo el testimonio humilde de gozo pascual, vivido en familia sacerdotal (“fraternidad sacramental”) y con disponibilidad misionera. Ver más arriba, al final del apartado primero. La perspectiva del Doctorado de San Juan de Ávila podría dar inicio a una nueva etapa de un itinerario formativo que comprometa a todo el Presbiterio.

 

[26]BENEDICTO XVI, Acto de Consagración de los sacerdotes a Corazón Inmaculado de María(Fátima, 12 mayo 2010). En el “cenáculo” formativo (cfr. Hech 1,14), pedimos a María que “custodie hasta el más pequeño germen de vocación” (Mensaje para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones, 25 abril 2010). Estudio detalladamente los documentos marianos del magisterio actual en: María en el itinerario de la formación, de la vida y del ministerio sacerdotal (Semana de Estudios de la Sociedad Mariológica Española, 2010). Ver el texto publicado en el blog: compartirencristo.wordpress (en el apartado María, artículos).

 

ACENTOS DE LA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL ITINERARIO FORMATIVO

Juan Esquerda Bifet

 

(Sumario)

 

PRESENTACIÓN: Formar  el corazón sacerdotal en la centralidad de Cristo celebrado, anunciado, vivido

 

1. Centralidad de Cristo celebrado en la EUCARISTÍA: formación para el servicio sacerdotal de construir la comunión eclesial

 

2. Centralidad de Cristo anunciado: la formación para el  servicio sacerdotal del ANUNCIO apasionado del Evangelio

 

3. Centralidad del misterio de Cristo vivido por el sacerdote: la formación según el  ESTILO DE VIDA EVANGÉLICA, caridad pastoral,  pobre con los pobres

 

LÍNEAS CONCLUSIVAS

 

* * *

 

PRESENTACIÓN: Formar  el corazón sacerdotal en la centralidad de Cristo celebrado, anunciado, vivido

 

El itinerario formativo de la vocación sacerdotal tiene sus propios acentos en cada época histórica, y se reflejan en las nuevas situaciones y en las nuevas luces del Espíritu Santo, con vistas a formar los nuevos apóstoles.

 

Estos acentos tienen que encuadrarse hoy en la línea pastoral del concilio, de todos conocida y que necesita ser aplicada a las circunstancias actuales del inicio del tercer milenio. Recordemos dos textos clásicos del Vaticano II, que relacionan estrechamente la formación sacerdotal con los ministerios o con la acción pastoral: “Todoslos aspectos de la formación, el espiri­tual, el intelectual y el disciplinar, han de ordenarse conjunta­mente a esta acción pastoral” (OT 4). Es un principio que corresponde al meollo de la santidad sacerdotal: “Los presbíteros conseguirán propiamente la santidad ejerciendo su triple función sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo” (PO 13).

 

La cuestión que se plantea hoy es la aplicación concreta de esta línea conciliar y las estrategias que habría que programar en el itinerario formativo. Si en actual cambio de época, la sociedad “icónica” necesita signos claros de la presencia de Cristo resucitado, parece que la formación sacerdotal tendría que encuadrarse en una síntesis conciliar que podríamos llamar “holística”, es decir, en todo el contexto de los documentos conciliares (y postconciliares). En realidad, se trata de una formación eminentemente cristológica y, por tanto, profundamente sociológica y eclesiológica.

 

La aplicación de todo concilio, como puede constatarse en la historia de la Iglesia, la han hecho especialmente los santos, también santos sacerdotes. Tal vez hoy nos falta, por una parte, la síntesis conciliar adecuada para que se aplique el concilio de manera coherente, y, al mismo tiempo, quizá no hemos llegado a una síntesis de la espiritualidad, ministerio y vida sacerdotal expresada en un programa convincente y en testimonios claros dentro del Presbiterio. Es el reto que queremos afrontar.

 

Intentemos trazar una pincelada inicial y provisional sobre los contenidos del concilio. Todos los contenidos conciliares (y postconciliares) parecen apuntar a una Iglesia que sea transparencia y signo portador de Cristo (LG = “sacramento universal de salvación”). Es la Iglesia de la Palabra (DV), del misterio pascual (SC), insertada en el mundo (GS). Es, pues, la Iglesia portadora del misterio de Cristo, anunciado, celebrado, vivido, comunicado, hoy y aquí, en circunstancias culturales e históricas, en un mundo “global”.

 

Los documentos que se refieren a la formación sacerdotal, inicial y permanente, describen la figura del sacerdote como signo personal, sacramental y colectivo del Buen Pastor (cfr. PO, OT, PDV, Directorio, etc.). Este signo es parte integrante del misterio de la Iglesia.

 

Tengo la impresión que no se ha asimilado en el itinerario formativo esta perspectiva  y terminología cristológica y eclesiológica, descrita en una de las afirmaciones más bellas y originales de la exhortación apostólica Pastores dabo vobis: “El sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo Esposo de la Iglesia… en virtud de su configuración con Cristo, Cabeza y Pastor, se encuentra en esta situación esponsal ante la comunidad. En cuanto representa a Cristo, Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, el sacerdote está no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia. Por tanto, está llamado a revivir en su vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia esposa. Su vida debe estar iluminada y orientada también por este rasgo esponsal, que le pide ser testigo del amor de Cristo como Esposo y, por eso, ser capaz de amar a la gente con un corazón nuevo, grande y puro, con auténtica renuncia de sí mismo, con entrega total, continua y fiel, y a la vez con una especie de «celo» divino (cfr. 2Cor 11, 2), con una ternura que incluso asume matices del cariño materno, capaz de hacerse cargo de los «dolores de parto» hasta que «Cristo no sea formado» en los fieles (cfr. Gál 4, 19)” (PV 22; cfr. 29). Estas afirmaciones equivalen a la frase que Juan Pablo II repetía invitando a los jóvenes a seguir la vocación: “compartir la vida con Cristo”.

 

Ahora bien, ¿dónde encontrar hoy las “acentos” peculiares de la espiritualidad sacerdotal y cómo insertarlos en el itinerario formativo? Conviene recordar que somos herederos de una historia de gracia, que hay que custodiar y ampliar para transmitirla al futuro. Para ello es necesario aprovechar las lecciones del pasado, con un buen discernimiento que nos capacite para la fidelidad a las nuevas gracias del Espíritu Santo.[1]

 

La historia hay que auscultarla con espíritu de fe, a la luz del misterio de Cristo, el Hijo enviado por el Padre “cuando llegó la plenitud de los tiempos” (Gal 4,4). En él, “el tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca” (Mc 1,15). Sólo por medio de él se puede hacer una lectura auténtica y creyente de la realidad, puesto que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22).[2]

 

Durante todo el siglo XX y especialmente a partir del concilio Vaticano II, la formación sacerdotal ha tenido el soporte de documentos muy concretos, emanados para la Iglesia universal o también para las Iglesias particulares. Quizá en ninguna otra época se ha trabajado tanto en este sentido.[3]

 

Para ser más concretos en los acentos actuales de la espiritualidad sacerdotal dentro del itinerario formativo, cabría aprovechar mejor las aportaciones del Papa Benedicto XVI con ocasión del año sacerdotal dedicado al Cura de Ars (2009-2010), además de las que tuvieron lugar durante el año dedicado a San Pablo (2008-2009). Esta documentación es como una herencia que debería dejar huella permanente para el futuro.Como decía el Papa, en el Mensaje para la jornada mundial de las comunicaciones sociales: “El sacerdote se encuentra en el inicio de una nueva historia” (Mensaje 16 mayo 2010).[4]

 

En este contexto, ya podemos esbozar una breve síntesis dinámica del itinerario formativo: formar personas profundamente relacionadas con Cristo para hacerse, con él y como él, cercanos a los hermanos. Se trata de formar no tanto en temas concretos (que son siempre necesarios), cuanto en realidades de gracia que comprometen la persona en una opción fundamental: la llamada de Cristo como declaración de amor, la participación en su misma consagración por el Espíritu Santo, el encuentro con él como relación y experiencia profunda, el seguimiento para compartir su misma vida, la comunión  fraterna en el propio Presbiterio de la Iglesia local y con el propio obispo, la misión como disponibilidad a nivel local y universal. Son realidades de gracia intrínsecamente relacionadas con el sacramento del Orden, con vistas a ser signo personal y colectivo del Buen Pastor, hoy y aquí.

 

La época actual es una llamada urgente a hacerse disponible para la “nueva evangelización”. La creación de un nuevo “dicasterio” específico, indica que la evangelización se orienta más allá de las fronteras de la fe, en una perspectiva de globalidad intercultural e interreligiosa. Ahí está llamado el sacerdote a ser testigo de la esperanza, siendo visibilidad y memoria de Cristo resucitado presente en medio de la tempestad (“constructiva”) de cada cambio de época.

 

La espiritualidad, como vivencia de lo que uno es y de lo que uno hace, es,  especialmente para el sacerdote ministro, una espiritualidad encarnada y redentora, como reflejo del amor “esponsal” de Cristo hacia toda la humanidad. Es espiritualidad que ayuda a vivir en positivo, sin agresividad ni desánimo ante las situaciones actuales que parecen impregnadas de incoherencia y de falta de valores. El poco fruto inmediato que pueda recolectarse sirve para recordar que la obra no es nuestra y que una sola persona merecería la atención de un proyecto de pastoral, casi como una “diócesis” demasiado grande para un pastor.

 

Una de las dificultades que habrá que afrontar en la actualidad es la falta de estrategias o programas concretos de actuación, para poner en práctica los principios teológicos y pastorales que parecen ya dilucidados suficientemente, tanto en la formación sacerdotal inicial como en la permanente.

 

 

1. Centralidad de Cristo celebrado en la EUCARISTÍA: formación para el servicio sacerdotal de construir la comunión eclesial

 

La formación para el sacerdocio ministerial es profundamente relacional, de seguimiento de Cristo y de intimidad con él. Con Cristo, la vida se hace oblación en la caridad pastoral. Al mismo tiempo es un proceso de configurarse con él y de servicio para hacer que otros vivan en él. Esta realidad va incluida en el misterio de la Eucaristía como presencia, sacrificio y comunión, bajo la acción del Espíritu Santo y en dinámica misionera de esperanza cristiana hacia el encuentro definitivo.

 

Decimos “centralidad” en el sentido de que el misterio de Cristo es el polo o el centro, puesto que la vida cristiana tiende a “recapitular todas las cosas en Cristo” (Ef 1,10) y que “todo ha sido creado por él y para él… y todo tiene en él su consistencia” (Col 1,16-17; cfr. Jn 1,3ss). Es la misma centralidad del misterio pascual, de Cristo muerto y resucitado, que se anuncia, celebra, vive y comunica. Se trata de hacer de Cristo el corazón del mundo, empezando por el propio corazón.

 

En estos últimos años, en algunos ambientes ha habido una cierta alergia hacia todo lo cultual. Pero el misterio eucarístico va más allá de una discusión sobre conceptos, ideas y métodos. Por esto, “en la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascual y pan vivo, que por su carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismo, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con El. Por lo cual la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización” (PO 5; cfr. LG 11; SC 10).[5]

 

La formación sacerdotal es itinerario de encuentro, seguimiento, comunión y misión, en relación con el Misterio pascual de Cristo hecho presente y celebrado en la Eucaristía, que reclama anuncio y vivencia. De ahí deriva la caridad pastoral como oblación del mismo Cristo Buen Pastor, prolongada en la historia por medio de la vida de cada uno de sus ministros.

 

La “memoria” celebrativa de todo el misterio de Cristo, que tiene que ser también anunciado, comunicado y vivido, es eminentemente “ministerial”. El encargo (“haced esto”) incluye una relación esencial hacia los “tria munera”, ejercidos armónicamente, porque tienen como centro el misterio pascual de Cristo. Somos “cooperadores” (1Cor 3,9) para actualizar esta “memoria” celebrativa, profética o misionera y vivencial.[6]

 

No sería posible construir la Iglesia como Cuerpo de Cristo (Iglesia “comunión”) si la Eucaristía no fuera la fuente, la cima, el centro. La Eucaristía como presencia ofrece y pide relación, la Eucaristía como sacrificio ofrece y pide oblación, la Eucaristía como “comunión” ofrece y pide comunión fraterna.

 

Este aspecto eucarístico de la formación sacerdotal, lo recordaba el Papa en Fátima: “Queridos seminaristas, que ya habéis dado el primer paso hacia el sacerdocio y os estáis preparando en el Seminario Mayor o en las Casas de Formación religiosa, el Papa os anima a ser conscientes de la gran responsabilidad que tendréis que asumir: examinad bien las intenciones y motivaciones; dedicaos con entusiasmo y con espíritu generoso a vuestra formación. La Eucaristía, centro de la vida del cristiano y escuela de humildad y de servicio, debe ser el objeto principal de vuestro amor. La adoración, la piedad y la atención al Santísimo Sacramento, a lo largo de estos años de preparación, harán que un día celebréis el sacrificio del Altar con verdadera y edificante unción”.[7]

 

En el Mensaje para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones (25 abril 2010), Benedicto XVI señala como “elemento fundamental y reconocible de toda vocación al sacerdocio... la amistad con Cristo”, que reclama “el don total de sí mismo a Dios”. Por esto, “quien quiere ser discípulo y testigo de Cristo debe haberlo «visto» personalmente, debe haberlo conocido, debe haber aprendido a amarlo y a estar con Él”. Al mismo tiempo, otro aspecto esencial de la vida sacerdotal es el de “vivir la comunión”. “De manera especial, el sacerdote debe ser hombre de comunión, abierto a todos, capaz de caminar unido con toda la grey que la bondad del Señor le ha confiado, ayudando a superar divisiones, a reparar fracturas, a suavizar contrastes e incomprensiones, a perdonar ofensas”.[8]

 

Los sacerdotes ministros han sido formados para construir la comunión de la Iglesia particular y universal (cfr. PO 6,7-9), como signo peculiar del discipulado cristiano (cfr. Jn 13,35) y como signo eficaz de evangelización (cfr. Jn 17,21). Es la comunión eclesial que deriva necesariamente del sacramento de la unidad.

 

Los fallos de relación fraterna en el Presbiterio se originan en el fallo de relación íntima con Cristo, de contemplación de su palabra viva en su Evangelio y de falta de tiempo para estar sin prisas en el corazón ante Cristo presente en la Eucaristía. Así lo recordaba Juan Pablo II: “La Eucaristía es fuente de la unidad eclesial y, a la vez, su máxima manifestación. La Eucaristía es epifanía de comunión” (MND 21). “Vosotros, sacerdotes, que repetís cada día las palabras de la consagración y sois testigos y anunciadores del gran milagro de amor que se realiza en vuestras manos, dejaos interpelar por la gracia de este Año especial, celebrando cada día la Santa Misa con la alegría y el fervor de la primera vez, y haciendo oración frecuentemente ante el Sagrario” (MND 30)

 

En la formación inicial (formación seminarística) es indispensable que los futuros sacerdotes vean en sus formadores y en los demás sacerdotes, la realidad de gracia de la “fraternidad sacramental” del Presbiterio (PO 8), a modo de “familia” y como “realidad sobrenatural” (PDV 74) o realidad de gracia. Los candidatos al sacerdocio necesitan ver lo que se les dice en el Código: “Se debe formar a los alumnos de modo que, llenos de amor a la Iglesia de Cristo, estén unidos con caridad humilde y filial al Romano Pontífice, sucesor de Pedro, se adhieran al propio Obispo como fieles cooperadores y trabajen juntamente con sus hermanos; mediante la vida en común en el Seminario y los vínculos de amistad y compenetración con los demás, deben prepararse para una unión fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia” (can.245, pár.2).

 

La exigencia de esta comunión en el Presbiterio diocesano deriva del sacramento del Orden. La fraternidad entre obispo, presbíteros y diáconos es de tipo sacramental y no principalmente sociológico, como formando parte de la naturaleza de la Iglesia comunión: “En virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión, los presbíteros todos se unen entre sí en íntima fraterni­dad, que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de vida de trabajo y de caridad” (LG 28). La consecuencia concreta es que “el Presbiterio es el lugar privilegiado en donde el sacerdote debiera poder encontrar los medios específicos de santificación y de evangelización” (Directorio para el ministerio y vida sacerdotal 27).

 

En las circunstancias actuales son muy emotivas las palabras del Papa en Fátima, invitando a vivir estas realidades: “Amados hermanos sacerdotes, en este lugar especial por la presencia de María, teniendo ante nuestros ojos su vocación de fiel discípula de su Hijo Jesús, desde su concepción hasta la Cruz y después en el camino de la Iglesia naciente, considerad la extraordinaria gracia de vuestro sacerdocio. La fidelidad a la propia vocación exige arrojo y confianza, pero el Señor también quiere que sepáis unir vuestras fuerzas; mostraos solícitos unos con otros, sosteniéndoos fraternalmente. Los momentos de oración y estudio en común, compartiendo las exigencias de la vida y del trabajo sacerdotal, son una parte necesaria de vuestra existencia. Cuánto bien os hace esa acogida mutua en vuestras casas, con la paz de Cristo en vuestros corazones. Qué importante es que os ayudéis mutuamente con la oración, con consejos útiles y con el discernimiento. Estad particularmente atentos a las situaciones que debilitan de alguna manera los ideales sacerdotales o la dedicación a actividades que no concuerdan del todo con lo que es propio de un ministro de Jesucristo. Por lo tanto, asumid como una necesidad actual, junto al calor de la fraternidad, la actitud firme de un hermano que ayuda a otro hermano a «permanecer en pie»”.[9]

 

Todos recordamos el impresionante texto de la homilía de Benedicto XVI, al finalizar el año sacerdotal (11 junio 2010). Para superar algunas dificultades actuales, de todos conocidas y no siempre bien presentadas en los medios de comunicación, invita a una mayor selección, formación y acompañamiento: “En la admisión al ministerio sacerdotal y en la formación que prepara al mismo, haremos todo lo posible para examinar la autenticidad de la vocación; y queremos acompañar aún más a los sacerdotes en su camino, para que el Señor los proteja y los custodie en las situaciones dolorosas y en los peligros de la vida”.[10]

 

 

2. Centralidad de Cristo anunciado: la formación para el  servicio sacerdotal del ANUNCIO apasionado del Evangelio

 

En el itinerario formativo es fundamental adentrarse en la contemplación y en el estudio del Misterio de Cristo, celebrado en la liturgia, para anunciarlo, vivirlo y ayudar a vivirlo. Decía Benedicto XVI, en la homilía del inicio de su Pontificado: “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él”.[11]

 

No sería posible especialmente hoy, en una sociedad que pide experiencia y testimonio, anunciar el misterio de Cristo sin una profunda experiencia de encuentro con él. A esta terminología vivencial ya nos acostumbró Juan Pablo II, como puede constatarse en su encíclica Redemptoris Missio: “La venida del Espíritu Santo los convierte en testigos o profetas, infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima” (RMi 24). “Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo… Precisamente porque es « enviado », el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. « No tengas miedo ... porque yo estoy contigo » (Hech 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre” (RMi 88).[12]

 

La Exhortación ApostólicaVita consecrata relaciona “el anuncio apasionado” con “el amor apasionado por Jesucristo: “El anuncio apasionado de Jesucristo a quienes aún no lo conocen, a quienes lo han olvidado y, de manera preferencial, a los pobres” (VC 75). “El amor apasionado por Jesucristo es una fuerte atracción para otros jóvenes, que en su bondad llama para que le sigan de cerca y para siempre” (VC 109). Pastores dabo vobis usa la expresión: “creciente  y apasionado amor al hombre” (PDV 71).

 

El itinerario formativo hacia esta experiencia contemplativa y misionera de Cristo requiere una ayuda pedagógica para no caer en exageraciones, pero también para no quedarse en conceptos abstractos o en teorías sobre él sin optar por “un conocimiento de Cristo vivido personalmente” (VS 88). El sano realismo de los santos presenta el ideal evangélico como posible en el “día a día” de la propia realidad.[13]

 

Se trata de “Alguien” profundamente amado, de quien ya no se puede prescindir. Nada ni nadie puede ocupar su puesto en nuestro corazón. Esta intimidad y amistad con Cristo se aprende especialmente en relación con la Eucaristía, pero también en la “escucha” de la Palabra. Si la Palabra es revelada como regalo de Dios, inspirada por la acción del Espíritu Santo,  celebrada en la liturgia, predicada especialmente por el magisterio de la Iglesia,  ello significa que reclama una apertura del corazón en la contemplación y en estudio. El apóstol no es señor de la Palabra, sino servidor fiel, humilde y audaz, en un proceso de estudio, contemplación, celebración, vivencia y anuncio.[14]

 

El itinerario formativo para el anuncio de Cristo exige también saber hablar de Dios con el lenguaje de hoy sin vaciar los contenidos evangélicos. La problemática teológica actual necesitaría un lenguaje más inteligible, que lo pudieran entender los “sencillos” (cfr. Mt 11,25) y también la gente de hoy en general, que no captan tanto las abstracciones.[15]

 

El itinerario formativo en la vida espiritual reclama la dedicación al estudio teológico. Hay que reconocer actualmente la falta de síntesis sapiencial y vivencial en un inmenso abanico de especializaciones. A juzgar por las impresiones de los mismos estudiantes, parece que no se ha llegado a presentar el Misterio de Cristo como punto de referencia de todas las materias. El concilio Vaticano II pedía: “En la revisión de los estudios eclesiásticos hay que atender, sobre todo, a coordinar adecuadamente las disciplinas filosóficas y teológicas, y que juntas tiendan a descubrir más y más en las mentes de los alumnos el Misterio de Cristo, que afecta a toda la historia del género humano, influye constantemente en la Iglesia y actúa, sobre todo, mediante el ministerio sacerdotal” (OT 14).[16]

 

Es la orientación trazada por Juan Pablo II: "El conocimiento de la verdad cristiana recuerda íntimamente y exige interiormente el amor a Aquel a quien ha dado su asentimiento. La teología sapiencial de Santa Teresa del Niño Jesús muestra el camino real de toda reflexión teológica e investigación doctrinal: el amor, del que «dependen la ley y los profetas», es amor que tiende a la verdad y, de este modo, se conserva como auténtico ágape con Dios y con el hombre".[17]

 

El aliento vivencial aprendido en la contemplación y estudio del Misterio de Cristo, ayudará a reconocer con sana lógica la dimensión misionera de la propia Iglesia particular, en la comunión de la Iglesia universal: “Toda la diócesis se hace misionera” (AG 38); “La Iglesia universal se encarna de hecho en las Iglesias particulares” (EN 62). “Después del Concilio se ha ido desarrollando una línea teológica para subrayar que todo el misterio de la Iglesia está contenido en cada Iglesia particular, con tal de que ésta no se aísle, sino que permanezca en comunión con la Iglesia universal y, a su vez, se haga misionera” (RMi 48).

 

 

3. Centralidad del misterio de Cristo vivido por el sacerdote: la formación según el  ESTILO DE VIDA EVANGÉLICA, caridad pastoral,  pobre con los pobres

 

Los documentos magisteriales sobre el ministerio, la vida y la formación inicial y permanente del sacerdote, insisten de modo armónico en la exigencia y la posibilidad de una vida evangélica al estilo del Buen Pastor y siguiendo el modelo de los Apóstoles. La caridad pastoral no es sólo la disponibilidad para la acción pastoral, sino la sintonía con el mismo estilo de vida del Buen Pastor, que da la vida (Jn 10 y 15), dándose él mismo, según el proyecto del Padre y como “consorte” o “esposo”.[18]

 

El sacerdocio ministerial es para el bien de toda la Iglesia, como signo transparente y portador de Cristo Sacerdote. Decía el Santo Cura de Ars: “El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino par vosotros”. Por esto, la Iglesia tiene derecho de ver en sus sacerdotes el modo de amar de Cristo Esposo. “La Iglesia, como Esposa de Jesucristo, desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo como Jesucristo, Cabeza y Esposo, la ha amado” (PDV 29; cfr. PDV 22, citado más arriba)-

 

La vivencia de lo que uno es (la consagración) y de lo que uno hace (la misión) constituye la esencia de la espiritualidad sacerdotal, como armonía entre contemplación y misión.[19]

 

Esta vivencia de la “caridad pastoral” (PO 13) refleja el “gozo pascual”, como “máximo testimonio del amor” (PO 11), que es fuente de vocaciones. Los llamados al sacerdocio necesitan ver la posibilidad y la realidad de esta caridad pastoral, que es transformadora (por la configuración con Cristo), contemplativa, comunional y misionera. El concilio la llama “ascesis propia del pastor de almas”, que se concreta en la renuncia de los propios intereses “no buscando sus conveniencias, sino la de muchos, para que se salven, progresando siempre hacia el cumplimiento más perfecto del deber pastoral, y cuando es necesario, están dispuestos a empren­der nuevos caminos pastorales, guiados por el Espíritu del amor, que sopla donde quiere” (PO 13)

 

Es la caridad pastoral (PO 13; PDV 21-27) concretada en obediencia, castidad y pobreza (PO 15-17; PDV 27-30), no principalmente como normas que hay que cumplir, sino como consecuencia de una declaración de amor (por parte del Señor) y de un opción fundamental (por parte del llamado).

 

Es la misma vida de los Apóstoles (“apostolica vivendi forma”) (cfr. PDV 14-15), que también se llama “radicalismo evangélico” (PDV 20, 27), aunque éste no sea necesariamente “profesado” como en la “vida consagrada”.

 

En esta perspectiva, la formación en la vida espiritual sacerdotal, sin rebajar el ideal evangélico de los Apóstoles, necesita señalar su realidad concreta y los medios necesarios para ponerla en práctica. El proyecto de vida en el Presbiterio, ya delineado en la vida del Seminario, puede ser uno de los mejores medios para asegurar la fidelidad generosa y la perseverancia. Bastaría con trazar unas líneas básicas sobre: ideario, objetivos, medios.

 

Parece que tendría que subrayarse la dinámica del “discipulado misionero”, como ha hecho el documento de “Aparecida” (año 2007), pero apllicándolo a la vida sacerdotal: “La Iglesia debe cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y adoptando sus actitudes (cfr. Mt 9, 35-36). Él, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz (cfr. Fil 2, 8); siendo rico, eligió ser pobre por nosotros (cfr. 2 Cor 8, 9), enseñándonos el itinerario de nuestra vocación de discípulos y misioneros. En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre (cfr. Lc 6, 20; 9, 58), y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo (cfr. Lc 10, 4ss). En la generosidad de los misioneros se manifiesta la generosidad de Dios, en la gratuidad de los apóstoles aparece la gratuidad del Evangelio”.[20]

 

El “discipulado” evangélico tiene estas características de encuentro (contemplación, amistad), seguimiento en comunión fraterna y disponibilidad misionera (cfr. Mc 3,13-14). El “seguimiento” evangélico de los Apóstoles y de sus sucesores (la “apostolica vivendi forma”) ha sido el punto de referencia de toda forma de vida consagrada posterior (cfr. VC 93).[21]

 

Los “discípulos” del Señor son testigos gozosos de la esperanza evangélica, para formar a la comunidad en esta perspectiva de confianza y de gozo pascual. Es la esperanza que presupone un corazón desprendido, que señale el valor de la trascendencia concretada en el encuentro final con Cristo resucitado.

 

Los ministerios sacerdotales tienden a educar la comunidad eclesial en la esperanza, para saber compartir con solidaridad y gratuidad: “Sin Dios el hombre no sabe dónde ir ni tampoco logra entender quién esAnte el ingente trabajo que queda por hacer, la fe en la presencia de Dios nos sostiene, junto con los que se unen en su nombre y trabajan por la justicia… Por tanto, la fuerza más poderosa al servicio del desarrollo es un humanismo cristiano, que vivifique la caridad y que se deje guiar por la verdad, acogiendo una y otra como un don permanente de Dios. La disponibilidad para con Dios provoca la disponibilidad para con los hermanos y una vida entendida como una tarea solidaria y gozosa… El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumanoEl amor de Dios nos invita a salir de lo que es limitado y no definitivo, nos da valor para trabajar y seguir en busca del bien de todos, aun cuando no se realice inmediatamente, aun cuando lo que consigamos nosotros, las autoridades políticas y los agentes económicos, sea siempre menos de lo que anhelamos. Dios nos da la fuerza para luchar y sufrir por amor al bien común, porque Él es nuestro Todo, nuestra esperanza más grande” (Caritas in veritate 78).

 

Los “desequilibrios en el interior del hombre” (GS 10) se reorientan presentando la “unidad de vida” (PO 14) típica de quien ejerce los ministerios “sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo” (PO 13). El desprendimiento evangélico, al estilo del Buen Pastor y de los Apóstoles, es armonía (psicológica y teológica) de criterios, valores y actitudes (fe, esperanza y caridad), como camino de una formación integral.

 

En el Mensaje para la jornada mundial de las vocaciones (2010), encuadrada en el año sacerdotal, Benedicto XVI invitaba a dar un “testimonio personal hecho de elecciones existenciales… testimonio sellado con la opción de la cruz”, que es reflejo de la amistad con Cristo y “don total de sí mismo a Dios”.[22]

 

El itinerario que han seguido los santos es, al mismo tiempo, de realismo y de exigencia. Teniendo en cuenta la propia realidad (gracias, psicología, sociología), no cabe dudar de la declaración de amor (confianza), para caminar hacia una entrega que intenta seriamente que sea de totalidad (oblación sacerdotal, caridad pastoral). La formación “espiritual” tiene que ser “integral”, en armonía con la formación humana, intelectual, pastoral, comunitaria.[23]

 

La llamada a esta entrega sacerdotal (y analógicamente de vida consagrada) tiene que presentarse con el atractivo de la “libertad”, como ha hecho Benedicto XVI en Fátima: “En este camino de fidelidad, amados sacerdotes y diáconos, consagrados y consagradas, seminaristas y laicos comprometidos, nos guía y acompaña la Bienaventurada Virgen María. Con Ella y como Ella somos libres para ser santos; libres para ser pobres, castos y obedientes; libres para todos, porque estamos desprendidos de todo; libres de nosotros mismos para que en cada uno crezca Cristo, el verdadero consagrado al Padre y el Pastor al cual los sacerdotes, siendo presencia suya, prestan su voz y sus gestos; libres para llevar a la sociedad moderna a Jesús muerto y resucitado, que permanece con nosotros hasta el final de los siglos y se da a todos en la Santísima Eucaristía”.[24]

 

 

LÍNEAS CONCLUSIVAS

 

Es importante en todo el proceso de selección, formación y acompañamiento, que los candidatos tiendan a vivir profundamente relacionados con Cristo, comprometidos en su seguimiento, afianzados en la comunión fraterna originada por el sacramento del Orden, disponibles para hacer conocer y amar a Cristo en el mundo de hoy y más allá de las fronteras de la fe.

 

Es, pues, un itinerario de encuentro (vocación, amistad, contemplación), imitación (sintonía, seguimiento, compartir), fraternidad (comunión) y misión. La presencia de Cristo, “experimentada” a la luz de la fe (cfr. RMi 24 y 88, citados más arriba), da al itinerario formativo la perspectiva del “Padre nuestro” (contemplación, relación, fraternidad), de las bienaventuranzas (esperanza, misión) y del mandato del amor (santidad, donación, solidaridad, gratuidad).

 

La “centralidad” de Cristo, que hemos intentado describir, equivale a la armonía de todo su misterio pascual presente en la Iglesia: Cristo resucitado, anunciado, celebrado, vivido, comunicado. De él se aprende la cercanía donada, oblativa, según su mismo estilo de vida evangélica.

 

A la luz del Misterio de Cristo (encarnación y redención), se aprecia mejor la armonía de todo su actuar profético, litúrgico y pastoral, como presencia activa y oblativa que fundamenta la “unidad de vida” (PO 14), que es característica de la “caridad pastoral” (PO 13-14). Los ministerios son armónicos, vistos desde el encargo eucarístico (“haced esto”), como participación en la misma consagración de Cristo y como prolongación de su misma misión.

 

Esta armonía del itinerario formativo hace posible la “comunión” de toda comunidad eclesial, entre vocaciones, ministerios y carismas, sin dicotomías. La relación profunda con Cristo presente, inmolado y comunicado, hace posible el anuncio apasionado del evangelio y el estilo de vida del mismo Señor (pobre con los pobres y padre de los pobres).

 

En esta armonía del corazón y de la vida se puede ejercer el sacerdocio con el “gozo pascual” (PO 11) que es fuente de vocaciones. Es vivencia de la presencia de Cristo en fraternidad sacramental y en generosidad evangélica al estilo de los Apóstoles. Es el mismo Cristo, presente e inmolado de modo especial en la Eucaristía, vivo en su Palabra, presente en medio de los hermanos.

 

Este itinerario supone una selección adecuada y una formación inicial y permanente integral, que debe concretarse en un “acompañamiento” por parte de toda la Iglesia local y de su Presbiterio presidido por el obispo.[25]

 

En este itinerario formativo no puede faltar “la Madre de Jesús” y nuestra. Son de todos conocidas las afirmaciones marianas conciliares y postconciliares relativas al sacerdote, ya desde el período de su formación: “Amen y veneren con amor filial a la Santísima Virgen María, que al morir Cristo Jesús en la cruz fue entregada como madre al discípulo” (OT 8). “En la Santísima Virgen María encuentran siempre un ejemplo admirable de esta docilidad (al Espíritu Santo; ella, guiada por el Espíritu Santo, se entregó total­mente al misterio de la redención de los hombres; veneren y amen los presbíteros con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio” (PO 18).

 

Como afirmaba Juan Pablo II, por ser “Madre y educadora de nuestro sacerdocio… cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna. Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia” (PDV 82). Por esto, "la espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa, sin no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado... Todo presbítero sabe que María, por ser Madre, es la formadora eminente de su sacerdocio, ya que ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal"  (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 68).

 

La presencia activa y materna de María en todo el proceso formativo sacerdotal aparece con frecuencia en las enseñanzas del magisterio postconciliar. Es emotivo el texto de la consagración de los sacerdotes al Corazón de María, realizada por Benedicto XVI en 2010: “Madre Inmaculada… Madre de la Iglesia, nosotros, sacerdotes, queremos ser pastores que no se apacientan a sí mismos, sino que se entregan a Dios por los hermanos, encontrando la felicidad en esto. Queremos cada día repetir humildemente no sólo de palabra sino con la vida, nuestro «aquí estoy»… Madre nuestra desde siempre, no te canses de «visitarnos», consolarnos, sostenernos… Con este acto de ofrecimiento y consagración, queremos acogerte de un modo más profundo y radical, para siempre y totalmente, en nuestra existencia humana y sacerdotal. Que tu presencia haga reverdecer el desierto de nuestras soledades y brillar el sol en nuestras tinieblas, haga que torne la calma después de la tempestad, para que todo hombre vea la salvación del Señor, que tiene el nombre y el rostro de Jesús, reflejado en nuestros corazones, unidos para siempre al tuyo”.[26]

 

 

APÉNDICE DOCUMENTAL: Algunos documentos más concretos, además de los citados, de interés para la formación en la espiritualidad sacerdotal: CIC (1983) can.232-264 (sobre la formación de los clérigos). (CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA) Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis (19 marzo 1985); Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal (11 abril 1974); La formación teológica de los futuros sacerdotes (22 febrero 1976); Instrucción sobre la formación litúrgica en los Seminarios (3 junio 1979), Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los Seminarios (6 enero 1980);  Carta circular sobre la Virgen María en la formación intelectual y espiritual (25 marzo 1988); Instrucción sobre el estudio de los Padres de la Iglesia en la formación sacerdotal (10 noviembre 1989); Directrices sobre la preparación de los Formadores en los Seminarios (4 noviembre 1993); El período propedéutico: documento informativo (1 mayo 1998). (CONGREGACIÓN PARA EL CLERO) El presbítero, maestro de la palabra, ministro de los sacramentos y guía de la comunidad, ante el tercer milenio cristiano (19 marzo de 1999); El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial (4 agosto 2002). (CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE) Instrucción sobre La vocación eclesial del teólogo (24 de mayo de 1990). (CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS) Carta circular a las Conferencias Episcopales sobre la dimensión misional en la formación del sacerdote (Pentecostés 1970); Guía de vida pastoral para los sacerdotes diocesanos de las Iglesias que dependen de la CEP (1 octubre 1989). (CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, COMISIÓN EPISCOPAL DE MISIONES Y COOPERACIÓN ENTRE IGLESIAS) La formación misional en los Seminarios y Estudios Teológicos (25 julio 1982); Plan de formación para los Seminarios Menores (27 septiembre 1991); La formación para el ministerio presbiteral. Plan de formación sacerdotal para los Seminarios Mayores (30 mayo 1996); "Habla, Señor". Valor actual del Seminario Menor (21 noviembre 1998).

 

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(Curriculum):

D. JUAN ESQUERDA BIFET:

 

Lugar y fecha de nacimiento: Lleida, 13 de abril de 1929.

Ordenado presbítero: Lleida, 11 de julio 1954.

Doctor en Teología, Universidad de Comillas, Madrid (Licenciado en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca)

Doctor en Derecho Canónico, Universidad Santo Tomás, Roma.

Profesor emérito de Misionología en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma.

Director emérito del Centro Internacional de Animación Misionera, Roma.

Consultor de la Congregación del Clero y de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.

Director Espiritual del Pontificio Colegio Urbano, Roma.

Asesor espiritual en el Seminario de Terrassa.

Algunos libros publicados: Teología de la espiritualidad sacerdotal (Madrid, BAC, 1991); Signos del Buen Pastor (Bogotá, CELAM, 1991); Teología de la evangelización (Madrid, BAC, 1995); Hemos visto su Estrella, Teología de la experiencia de Dios en las religiones (Madrid, BAC, 1996); Diccionario de la Evangelización (Madrid, BAC, 1998); Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila (Madrid, BAC, 2000); Misión al estilo de los Apóstoles. Itinerario para la formación inicial y permanente (Madrid, BAC, 2004); Misionología (Madrid, BAC, 2008); Espiritualidad Sacerdotal (Valencia, EDICEP, 2008); Espiritualidad Mariana (Valencia, EDICEP, 2009).

 

(ESQUEMA)ACENTOS DE LA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL ITINERARIO FORMATIVO

 

PRESENTACIÓN: Formar  el corazón sacerdotal en la centralidad de Cristo celebrado, anunciado, vivido

Formar personas profundamente relacionadas con Cristo para hacerse, con él y como él, cercanosa los hermanos. Se trata de formar no tanto en temas concretos (que son siempre necesarios), cuanto en realidades de gracia que comprometen la persona en una opción fundamental. Documentos que indican los acentos actuales de la formación sacerdotal.

 

1. Centralidad de Cristo celebrado en la EUCARISTÍA: formación para el servicio sacerdotal de construir la comunión eclesial

La formación sacerdotal es itinerario de encuentro, seguimiento, comunión y misión, en relación con el Misterio pascual de Cristo hecho presente y celebrado en la Eucaristía, que reclama anuncio y vivencia. De ahí deriva la caridad pastoral como oblación del mismo Cristo Buen Pastor, prolongada en la historia por medio de la vida de cada uno de sus ministros.

Los sacerdotes ministros han sido formados para construir la comunión de la Iglesia particular y universal (cfr. PO 6,7-9), como signo peculiar del discipulado cristiano (cfr. Jn 13,35) y como signo eficaz de evangelización (cfr. Jn 17,21). Es la comunión eclesial que deriva necesariamente del sacramento de la unidad.Formación para vivir el Presbiterio como “fraternidad sacramental” (PO 8).

 

2. Centralidad de Cristo anunciado: la formación para el  servicio sacerdotal del ANUNCIO apasionado del Evangelio

En el itinerario formativo es fundamental adentrarse en la contemplación y en el estudio del Misterio de Cristo, celebrado en la liturgia, para anunciarlo, vivirlo y ayudar a vivirlo. Decía Benedicto XVI, en la homilía del inicio de su Pontificado: “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él”.

El itinerario formativo para el anuncio de Cristo exige también saber hablar de Dios con el lenguaje de hoy sin vaciar los contenidos evangélicos

 

3. Centralidad del misterio de Cristo vivido por el sacerdote: la formación según el  ESTILO DE VIDA EVANGÉLICA, caridad pastoral,  pobre con los pobres

 

Los documentos magisteriales sobre el ministerio, la vida y la formación inicial y permanente del sacerdote, insisten de modo armónico en la exigencia y la posibilidad de una vida evangélica al estilo del Buen Pastor y siguiendo el modelo de los Apóstoles. La caridad pastoral no es sólo la disponibilidad para la acción pastoral, sino la sintonía con el mismo estilo de vida del Buen Pastor, que da la vida (Jn 10 y 15), que se da a símismo, según el proyecto del Padre y como “consorte” o “esposo”.

 

CONCLUSIÓN: Este itinerario supone una selección adecuada y una formación inicial y permanente integral, que debe concretarse en un “acompañamiento” por parte de toda la Iglesia local y de su Presbiterio presidido por el obispo. La dimensión mariana.

 



[1]He intentado resumir esta historia en: Misión al estilo de los Apóstoles. Itinerario para la formación inicial y permanente(Madrid, BAC, 2004), cap.9 (Itinerario formativo: etapas, dimensiones y proyecto de vida personal y comunitario). Respecto a la formación concreta en los Seminarios durante los diversos períodos históricos: Itinerario formativo de las vocaciones sacerdotales. Modelos teológico-históricos: Seminarium 46 (2006), n.1-2, 291-316.

 

[2]El Instrumentum Laboris de la Plenaria de la Congregación de los Pueblos (16-19 noviembre 2009) aporta datos muy interesantes para poder descubrir los “nuevos areópagos” y afrontarlos con el espíritu de San Pablo: San Pablo y los nuevos areópagos. A este documento habría que añadir los documentos de los Sínodos episcopales (especialmente continentales) ya realizados. Esta documentación es un verdadero tesoro, un hecho de gracia, para detectar la acción del Espíritu Santo en la Iglesia de hoy.

 

[3]Colección de documentos: La formación sacerdotal, Enchiridion. Documentos de la Iglesia sobre la formación sacerdotal (1965-1998)(Madrid, Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, 1999); Documenti (1969-1989), Formazione dei sacerdoti nel mondo d'oggi (Lib. Edit. Vaticana 1990. Ver algunos documentos citados en el apéndice final.

 

[4]Algunos documentos de Benedicto XVI durante el año sacerdotal: Carta para la convocación de un año sacerdotal (16 junio 2009); Homilía durante las vísperas (19 junio 2009, apertura del año sacerdotal); Catequesis sobre el Cura de Ars (Audiencia 24 junio 2009); Catequesis recordando la Fiesta del Cura de Ars (5 agosto 2009); Discurso a los participantes en el Congreso Teológico promovido por la Congregación del Clero (12 marzo 2010); Mensaje para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones(25 abril 2010); Mensaje para la XLIV Jornada Mundial de las comunicaciones sociales: “El sacerdote y la pastoral en el mundo digital” (16 mayo 2010); Homilía durante la ordenación presbiteral (San Pedro, 20 junio 2010); Homilía durante la celebración de las vísperas (Fátima, 12 mayo 2010); Acto de consagración de los sacerdotes al Corazón de María(Fátima, 12 mayo 2010); Homilía en la clausura del Año Sacerdotal (11 junio 2010). Hay que resaltar las tres catequesis sobre cada uno los tres ministerios sacerdotales (“tria munera”) (14 abril, 5 mayo, 19 mayo 2010: anuncio, culto y santificación, dirección). Un intento de síntesis sobre el pensamiento sacerdotal del Papa durante sus coloquios: Perché sacerdote? Risposte attuali con Benedetto XVI(Cinisello Balsamo, Edizioni San Paolo, 2010).

 

[5]Juan Pablo II instó a vivir esta centralidad en la Encíclica Ecclesiade Eucharistia (17 abril 2003) y en la Carta ApostólicaMane nobiscum Domine para el año de la Eucaristía (7 octubre 2004).“El hombre está siempre tentado a reducir a su propia medida la Eucaristía, mientras que en realidad es él quien debe abrirse a las dimensiones del Misterio. «La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones»” (MND 14); el documento cita Ecclesia de Eucharistia 10. Es la misma insistencia de BenedictoXVI en la Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis (22 febrero 2007).

 

[6]Cfr. A.M. CAÑIZARES, Sacerdocio e liturgia: educacione alla celebrazione: Sacrum Ministerium XVI (2010) 129-149 (Atti Convegno Teologico “Fedeltà di Cristo, fedeltà del sacerdote”, 11-12 marzo 2010).

 

[7]BENEDICTO XVI, Homilía en la celebración de las vísperas  (Fátima, 12 mayo 2010).

 

[8]En este mismo mensaje, el Papa, aludiendo a un encuentro con sacerdotes,  hace referencia a la importancia de la “comunión” sacerdotal con vistas a suscitar vocaciones: “En julio de 2005, en el encuentro con el Clero de Aosta, tuve la oportunidad de decir que si los jóvenes ven sacerdotes muy aislados y tristes, no se sienten animados a seguir su ejemplo. Se sienten indecisos cuando se les hace creer que ése es el futuro de un sacerdote. En cambio, es importante llevar una vida indivisa, que muestre la belleza de ser sacerdote. Entonces, el joven dirá: «sí, este puede ser un futuro también para mí, así se puede vivir» (Insegnamenti I, [2005], 354). El Concilio Vaticano II, refiriéndose al testimonio que suscita vocaciones, subraya el ejemplo de caridad y de colaboración fraterna que deben ofrecer los sacerdotes (cf. Optatam totius 2)” (BENEDICTO XVI, Mensaje Jornada Mundial de oración por las vocaciones, 25 abril 2010).

 

[9]BENEDICTO XVI, Homilía en la celebración de las vísperas (Fátima, 12 mayo 2010).

 

[10]Homilía en la  clausura del año sacerdotal(11 junio 2010). Mi impresión personal es que se ha fallado especialmente en el acompañamiento: si el Presbiterio (obispo, presbíteros y diáconos) no son signo familiar y sacramental del Buen Pastor, la formación previa recibida en el Seminario no será suficiente. El proyecto de vida en el Presbiterio, pedido por Juan Pablo II (cfr. PDV 79), parece inexistente en muchas Iglesias particulares. Estudio el tema en: Ideario, objetivos y medios para un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio: Sacrum Ministerium 1 (1995) 175-186. La necesidad de la actuación episcopal (ofrecida y aceptada): El ministerio episcopal de construir en comunión eclesial el propio presbiterio diocesano: Burgense 49/2 (2008) 359-396 (publicado en 2010).

 

[11]BENEDICTO XVI, Homilía en el inicio de su Pontificado (24 abril 2005), frase citada en: Sacramentum Caritatis 84.

 

[12]PABLO VI, en Evangelii nuntiandi invitaba a responder al mundo de hoy que pide nuestra experiencia de Dios: “El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismo conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible” (EN 76). El concilio Vaticano II indica el fundamento de esta exigencia, al recordar que “el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (GS 22).

 

[13]Convendría recordar al respecto la experiencia de M. Teresa de Calcuta, que recibió la invitación del Señor (“Ven, serás mi luz”) y luego, según demuestran sus cartas de dirección espiritual, quedó en esa pobreza y oscuridad durante toda su vida, sin consolaciones especiales ni fenómenos extraordinarios, pero con el deseo profundo de ser para los demás un signo del amor de Jesús.

 

[14]Es muy estimulante el resumen que se hace de la “Lectio Divina” en el Mensaje final del Sínodo sobre la Palabra: “La tradición ha introducido la práctica de la LectioDivina, lectura orante en el Espíritu Santo, capaz de abrir al fiel no sólo el tesoro de la Palabra de Dios sino también de crear el encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente. Ésta se abre con la lectura (lectio) del texto que conduce a preguntarnos sobre el conocimiento auténtico de su contenido práctico: ¿qué dice el texto bíblico en sí? Sigue la meditación (meditatio) en la cual la pregunta es: ¿qué nos dice el texto bíblico? De esta manera se llega a la oración (oratio) que supone otra pregunta: ¿qué le decimos al Señor como respuesta a su Palabra? Se concluye con la contemplación (contemplatio) durante la cual asumimos como don de Dios la misma mirada para juzgar la realidad y nos preguntamos: ¿qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor? Frente al lector orante de la Palabra de Dios se levanta idealmente el perfil de María, la madre del Señor, que «conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19; cf. 2, 51), - como dice el texto original griego - encontrando el vínculo profundo que une eventos, actos y cosas, aparentemente desunidas, con el plan divino” (Mensaje al Pueblo de Dios del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios, 24 octubre 2008, n.9, en el apartado III: La Casa de la Palabra: La Iglesia).

 

[15]Ofrezco una síntesis breve del tema en: El discipulado del sacerdote ministro en la cultura emergente: Culture e Fede (Pont. Cons. deCultura, 18 (2010) 120-125. Para evitar inexactitudes, será útil la lectura de los documentos de la Congregación de la Fe, especialmente los emanados desde el concilio Vaticano II, así como también los documentos de la Comisión Teológica Internacional. Ver de modo especial: (Congregación para la Doctrina de la Fe) Instrucción sobre La vocación eclesial del teólogo (24 de mayo de 1990); Declaración sobre la unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, Dominus Jesus (6 agosto 2000). Ver también: (Congregación para la Educación Católica) La formación teológica de los futuros sacerdotes (22 febrero 1976; Enchiridion, nn.1440-1604).

 

[16]Cfr. R. TREMBLAY, Cristologia e identità sacerdotale: Sacrum Ministerium XVI (2010) 19-34 (Atti Convegno Teologico “Fedeltà di Cristo, fedeltà del sacerdote”, 11-12 marzo 2010).

 

[17]JUAN PABLO II, Discurso en la Asamblea plenaria de la Congregación para la doctrina de la Fe (24 octubre 1997).

 

[18]“El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la respuesta libre y responsable del presbítero” (PDV 23).

 

[19]Cfr. F. SANTORO, Dall’essere alla funzione per la missione: Sacrum Ministerium XVI (2010) 73-94 (Atti Convegno Teologico “Fedeltà di Cristo, fedeltà del sacerdote”, 11-12 marzo 2010).

 

[20]Documento conclusivo de la V Conferencia General, CELAM, (Aparecida, 2007),  n.31; para los presbíteros en particular, nn.191-204.

 

[21]Resumo los contenidos evangélicos del discipulado en: La misionariedad de la Iglesia en América Latina a la luz del discipulado evangélico: Medellín 32 (marzo, 2006) 99-120.

 

[22]BENEDICTO XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones (25 abril 2010). Ver otras citas de este mensaje en apartados anteriores.

 

[23]Presento estas líneas programáticas del itinerario en: La clave de la santidad en el Cura de Ars: humildad, confianza audaz, entrega generosa y misión, en:Sacerdocio de Cristo y santidad sacerdotal (Madrid, Facultad Teología San Dámaso, 2010) 51-72.

[24]BENEDICTO XVI, Homilía durante la celebración de las vísperas (Fátima, 12 mayo 2010).

[25]El “acompañamiento” es el desafío actual más acuciante. El Presbiterio, con su obispo, debe tomarse “en serio” el tema de las vocaciones y de su perseverancia fiel y generosa, ofreciendo el testimonio humilde de gozo pascual, vivido en familia sacerdotal (“fraternidad sacramental”) y con disponibilidad misionera. Ver más arriba, al final del apartado primero. La perspectiva del Doctorado de San Juan de Ávila podría dar inicio a una nueva etapa de un itinerario formativo que comprometa a todo el Presbiterio.

 

[26]BENEDICTO XVI, Acto de Consagración de los sacerdotes a Corazón Inmaculado de María(Fátima, 12 mayo 2010). En el “cenáculo” formativo (cfr. Hech 1,14), pedimos a María que “custodie hasta el más pequeño germen de vocación” (Mensaje para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones, 25 abril 2010). Estudio detalladamente los documentos marianos del magisterio actual en: María en el itinerario de la formación, de la vida y del ministerio sacerdotal (Semana de Estudios de la Sociedad Mariológica Española, 2010). Ver el texto publicado en el blog: compartirencristo.wordpress (en el apartado María, artículos).

 

EL RENACER DEL ESPÍRITU MISIONERO. LA RIQUEZA Y NOVEDAD DEL EVANGELIO

Juan Esquerda Bifet

Presentación

1. Un camino misionero ya recorrido, una herencia recibida

2. Una realidad misionera nueva en el inicio del tercer milenio, signo de esperanza

3. La respuesta a la novedad permanente del Evangelio

 

* * *

 

Presentación:

 

Jesús resucitado hace sentir su presencia en la historia eclesial de cada época. Es siempre él quien envía, acompaña y espera en todo acontecimiento y en el corazón de cada persona y de cada pueblo.

 

La caminar histórico produce siempre un desgaste. Las circunstancias humanas son siempre nuevas. La problemática de cada época es inédita. La acción de la gracia en la naturaleza (en el ser humano y en su historia) puede suscitar una reacción contraria a modo de resistencia. De ahí que en cada época hay situaciones nuevas que dejan entrever gracias nuevas y que reclaman evangelizadores nuevos. Las llamadas “crisis” históricas dejan traslucir esta realidad de tensión y armonía entre naturaleza y gracia.

 

En este sentido se puede hablar de un “renacer” del espíritu misionero en cada época, en medio de las dificultades ambientales. El Evangelio, que es el mismo Jesús presente bajo signos eclesiales, comunica luces y fuerzas nuevas. ¿Cómo descubrir esta realidad salvífica hoy y cómo ser fieles a la misma?

 

Veinte siglos de evangelización, entre luces y sombras son una herencia que hay que redescubrir y discernir, en vistas a dar nuevos pasos en el caminar eclesial y humano (apartado primero). Nuestra realidad histórica del inicio del tercer milenio, analizada a la luz del Evangelio, ofrece signos de esperanza (segundo apartado). Lo más importante es delinear la respuesta a la novedad permanente del Evangelio por parte de los nuevos evangelizadores (tercer apartado).

 

Auscultar el Evangelio tal como resuena en la historia, sólo es posible con un “corazón bueno” (Lc 8,15), que quiere recibir “la buena semilla”  en lo más hondo del propio ser como la Madre de Jesús (cfr. Lc 2,19.51; Lc 8,210-21), icono de la Iglesia misionera naciente (cfr. Hech 1,14) en todo el decurso de la historia.

 

 

1. Un camino misionero ya recorrido, una herencia recibida

 

En todas las épocas de la Iglesia se han dado conversiones que han tenido influencia decisiva en el campo de la evangelización. De San Agustín hay que recordar tres momentos principales de su permanente conversión: el momento inicial en Milán, que queda descrito en las Confesiones; el momento de su ordenación presbiteral, más allá de su proyecto personal; la relectura de las “bienaventuranzas”, hacia el final de su vida, cuando descubrió que esa actitud de reaccionar amando sólo es posible cuando dejamos vivir a Cristo en nosotros (es entonces cuando escribe las “Retractationes”).[1]

 

No faltan testimonios actuales de conversión, que dejan entender que no hay nadie de buena voluntad que se resista a la fuerza del evangelio cuando éste se lee con el corazón en la mano y, al  mismo tiempo, se encuentra plasmado en testigos coherentes.[2]

 

Las figuras misioneras históricas siguen incidiendo en el renacer del espíritu misionero de cada época. "Además de la investigación teológica, podemos encontrar una ayuda eficaz en aquel patrimonio que es la «teología vivida» de los Santos. Ellos nos ofrecen unas indicaciones preciosas que permiten acoger más fácilmente la intuición de la fe" (NMi 27). Carlos de Foucauld resumió su vivencia y actitud permanente en la conocida oración “Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras”... El fruto de esta actitud confiada sólo se daría después de su muerte; él creía que su obra no se aceptaba debido a su indignidad.

 

Madre Teresa de Calcuta vivió interiormente en una continua oscuridad y soledad, que asumió generosamente para “saciar la sed de Cristo... sed de amor y de almas”. Así pudo ser, especialmente para las personas más marginadas, aparentemente inútiles, una lucecita del amor de Dios. Su ideal consistía en conseguir que estas personas, mientras se las ayudaba, tuvieran experiencia de un amor totalmente nuevo, que sólo podía provenir de Dios. Pero esto reclamaba de ella “una vida escondida con Cristo en Dios” (Col 3,3), siguiendo siempre los signos de la voluntad divina, sin hacer esperar a los “pobres”.[3]

 

El renacer apostólico y el "fervor espiritual" de cada época está en dependencia directa de "esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia" (EN 80). Ellos, por ser un Evangelio vivo, ayudan a discernir los valores fundamentales del mismo Evangelio y saber inculturarlos debidamente. Para redescubrir esas figuras, hay que contextualizarlas, si perder su carisma personal y el de sus comunidades eclesiales.[4]

 

Estas figuras, con sus carismas peculiares, se armonizan en un contexto armónico de evolución y renovación, que es garantía de autenticidad y de fidelidad creativa. La gracia recibida del Espíritu Santo se transmite como algo vivo, que es necesario custodiar, profundizar y desarrollar de modo permanente. Es relativamente fácil deslindar los defectos, si se aceptan incondicionalmente los valores permanentes del evangelio.

 

La contextualización de estas figuras misioneras ayuda a descubrir una evolución que es armónica con las gracias nuevas del Espíritu en épocas posteriores. Se necesita discernimiento personal y comunitario. La fidelidad a estas gracias del pasado es garantía de autenticidad respecto a la actitud constructiva y creativa de cada época. [5]

 

Puede servir de ejemplo, el llamado “siglo cristiano” del Japón (1549-1650), que fue un siglo martirial y del que, además de los numerosos mártires canonizados,  se beatifican otros 188 mártires (noviembre 2008). La evangelización, después de San Francisco Javier, fue obra de jesuitas, dominicos, franciscanos y agustinos, con la colaboración de muchos japoneses catequistas. Los documentos de la época reflejan un estilo evangelizador que potenció a las comunidades para una actitud martirial y evangelizadora (entre cinco y diez mil mártires por lo menos), a pesar de las limitaciones (como fueron las tensiones entre evangelizadores y algunas apostasías). ¿Qué lecciones puede aportar hoy esta realidad martirial heroica, que entonces fue potenciada con una fuerte acción evangelizadora, para el Japón y para la Iglesia universal? La perseverancia en medio de las persecuciones fue debida a una auténtica vida cristiana de la comunidad.[6]

La encíclica Spe Salvi (2007) ofrece algunos datos esperanzadores en momentos históricos llenos de dificultad, como en el caso de las persecuciones, de la Iglesia primitiva y de la Iglesia en el Vietnam. El “gozo” y el sufrimiento de los mártires fue fecundo en frutos apostólicos (cfr. Spe Salvi 37; cfr. Jn 16,21-22).

 

Se puede seguir el camino misionero y misionológico del siglo XX, a través de las encíclicas preconciliares sobre la misión, de los documentos conciliares (especialmente AG, LG, GS) y de los documentos postconciliares (especialmente EN, RMi, TMa, NMi, exhortaciones postsinodales continentales,  nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización, etc.).[7]

 

Las exhortaciones apostólicas postsinodales sobre cada uno de los Continentes presentan la situación evangelizadora actual, en vistas a encontrar la metodología adecuada para misión concreta. Subrayan la necesidad de una “nueva evangelización”, que englobe la evangelización “ad gentes”.[8]

 

Además de aclarar los conceptos, esta documentación traza líneas maestras y estimulantes. El concilio Vaticano II  desarrolla las virtualidades de la Iglesia como “sacramento universal de salvación” (LG 48; AG 1); es la Iglesia misionera, como Iglesia de la Palabra (DV), del misterio pascual (SC), insertada en el mundo (GS). “La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia" (GS 1). "Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar" (GS 3).

 

La misión es “alguien” que envía, acompaña, espera (cfr. RMi 88). Él sigue diciendo: “Id por todo el mundo" (Mc 16,15), "seréis mis testigos" (Hech 1,8), "estaré con vosotros" (Mt 28,20). Sólo Cristo da sentido a la existencia humana y es la razón de ser del apóstol. Él ha asumido nuestra historia y la hace partícipe de su misma biografía: "El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... Cristo, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación... El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22).

 

La exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (1975) describe una Iglesia que, al evangelizar, simultáneamente se evangeliza a sí misma y se siente llamada a dar testimonio del Evangelio y a comunicar la propia experiencia de Dios (el “espíritu de la evangelización”)."Para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio, los criterios de juicios, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación" (EN 19). Son los puntos neurálgicos de nuestra sociedad.

 

La encíclica Redemptoris Missio (1990), resumiendo y aclarando los contenidos de AG y EN, invita a estudiar el proceso de la maduración de las “semillas del Verbo” (RMi 28), a “comunicar a los demás la propia experiencia de Jesús” (RMi 24) y a hacerse disponible para una misión más evangélica fruto de la contemplación (cfr. RMi 90-91).

 

 Juan Pablo II, en la carta apostólica Tertio Millennio Adveniente (1994) recordaba  que “el Verbo Encarnado es el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de toda expectativa humana. Es misterio de gracia” (TMa 6).[9]

 

Desde que "el Verbo se ha hecho hombre y ha habitado entre nosotros" (Jn 1,14), la historia ha cambiado de rumbo. “En cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y el padecer... Los santos pudieron recorrer el gran camino del ser hombre del mismo modo en que Cristo lo recorrió antes de nosotros, porque estaban repletos de la gran esperanza” (Spe Salvi 39).

 

Esta herencia misionera de nuestro pasado deja entender que el encargo misionero es "único e idéntico en todas partes y en toda situación", pero "no se debe ejercer del mismo modo según las circunstancias" (AG 6). La historia de la evangelización se hace camino y aprendizaje para insertar el Evangelio en todas las culturas y en todos los pueblos. Esta historia la realiza todo el Pueblo de Dios, que camina hacia el encuentro definitivo de toda la humanidad con Cristo resucitado.

 

Tanto los éxitos como los fracasos de la historia de la evangelización, dejan entrever que el protagonista es Cristo muerto y resucitado, bajo la acción del Espíritu Santo, que quiere necesitar de instrumentos humanos vulnerables que son, al mismo tiempo, portadores de su gracia. Por esto, en cualquier período histórico emerge "la presencia y la actividad del Espíritu Santo" que "afecta a la historia" (RMi 28). La historia sigue siendo "misterio" de amor, capaz de remontar las limitaciones del pasado y de abrirse a las nuevas sorpresas de un misterio divino y humano. A la luz de la Encarnación y de la resurrección de Cristo, es siempre una historia de gracia que aparece principalmente en los santos misioneros y en los mártires.

 

Cada época misionera tiene su peculiaridad, dejando entrever signos de esperanza. Actualmente, en algunos países de arraigada cristiandad, se producen situaciones que "requieren de nuevo la acción misionera" como en la primera evangelización (AG 6). Pero los valores del Reino no siempre son constatables. Los mártires constituyen las páginas más hermosas de la historia misionera de la Iglesia. Las innumerables vidas escondidas, casi siempre anónimas y ofrecidas en la oblación misionera de todos los días, ha sido otro modo "martirial" de sembrar el evangelio.

 

En la constatación histórica del pasado, el tono que ha de prevalecer es el de la "esperanza gozosa" (Rom 12,12). La obra de la creación y de la nueva creación sigue siendo obra de Dios. Se asume armónicamente la herencia del pasado, para discernir y seguir los valores permanentes, purificar las expresiones imperfectas y hacerse más disponible.

 

Al reconocer los fracasos y las limitaciones del pasado, se constata con más precisión el alcance de la gracia, puesto que la historia de la evangelización es siempre historia salvífica. Se hace patente la paciencia milenaria de Dios y que apunta a compartir los dones recibidos del mismo Dios, sin relativismos ni sincretismos.

 

 

2. Una realidad misionera nueva en el inicio del tercer milenio, signo de esperanza

 

Se podría decir que, en las presentes circunstancias históricas, hemos tocado fondo respecto a las limitaciones eclesiales. Reconociendo con humildad estas limitaciones, también podemos constatar que se trata de un momento privilegiado para dejar actuar a Cristo resucitado. Podría ser como cuando Pablo se encontraba en Corinto, tal vez con tendencia al desánimo, después de constatar que en Atenas no habían aceptado el misterio de Cristo resucitado. Entonces fue cuando Cristo se le hizo presente de nuevo para decirle: “No tengas miedo, sigue hablando y no calles; porque yo estoy contigo y nadie te pondrá la mano encima para hacerte mal, pues tengo yo un pueblo numeroso en esta ciudad” (Hech 18,9-10).

 

La mies está preparada... La diferencia de nuestra época respecto al pasado no está en las dificultades y calamidades físicas y morales (que son siempre parecidas), sino que la comunidad eclesial ha experimentado la propia debilidad, sin tantos apoyos “humanos” como en el pasado. El caso de falta de vocaciones en muchas instituciones que envejecen inexorablemente, pero que perseveran con alegría y en espíritu de familia y entrega evangélica (sin dejar la oración y la esperanza), es un signo de gracia que anuncia un resurgir por encima de la lógica humana. Las vocaciones son siempre posibles si la comunidad vive con alegría su entrega generosa.

 

El inicio del siglo XXI (tercer milenio del cristianismo) queda descrito, de algún modo, en las directrices de Novo Millennio Ineunte (Juan Pablo II, 2001), Mane nobiscum Domine(Juan Pablo II, 2004), Ecclesia de Eucharistia (Juan Pablo II, 2003),  Deus Caritas est (Benedicto XVI. 2005), Sacramentum Caritatis (Benedicto VI, 2007), Spe Salvi(Benedicto XVI, 2007). Tal vez se podrían resumir todos estos documentos con la expresión final de la encíclica Spe Salvi: “un mundo sediento”. Es la línea de esperanza ya trazada a partir del misterio eucarístico: "Verdaderamente, éste es el mysterium fidei que se realiza en la Eucaristía: el mundo nacido de las manos de Dios creador retorna a Él redimido por Cristo" (EdEu 8)

 

Además de la garantía del magisterio, estos documentos contienen experiencias y orientaciones providenciales para la evangelización actual. Se constata una realidad eclesial y sociológica, mientras al mismo tiempo se indica una acción de la gracia salvífica que reclama nuevos evangelizadores.

 

“Es la hora de un nueva « imaginación de la caridad », que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno” (NMi 50).

 

“Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su «reflejo»” (NMi 54).[10]

 

“Los dos discípulos de Emaús, tras haber reconocido al Señor, «se levantaron al momento» (Lc 24,33) para ir a comunicar lo que habían visto y oído. Cuando se ha tenido verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su cuerpo y de su sangre, no se puede guardar la alegría sólo para uno mismo. El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristianola exigencia de evangelizar y dar testimonio... El Apóstol relaciona íntimamente el banquete y el anuncio: entrar en comunión con Cristo en el memorial de la Pascua significa experimentar al mismo tiempo el deber de ser misioneros del acontecimiento actualizado en el rito. La despedida al finalizar la Misa es como una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad” (MND 24).

 

La llamada que había hecho Juan Pablo II al iniciar su pontificado (1978), ha sido asumida, comentada y actualizada por Benedicto XVI. Es una indicación clave para la evangelización actual: "¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! El Papa (Juan Pablo II) hablaba a los fuertes, a los poderosos del mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles algo de su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la libertad a la fe. Sí, él ciertamente les habría quitado algo: el dominio de la corrupción, del quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad. Pero no les habría quitado nada de lo que pertenece a la libertad del hombre, a su dignidad, a la edificación de una sociedad justa... Y todavía el Papa quería decir: ¡no! quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande... ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida".[11]

 

En esta misma homilía inicial de su pontificado (24 abril 2005), Benedicto XVI indicaba la experiencia de encuentro con Cristo como fuente de la misión: “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él”.

 

El Papa Benedicto XVI, en su primera encíclica Deus Caritas Est, reitera la línea de esperanza misionera, basada en un transparente testimonio de caridad evangélica. Cuando la Iglesia “muestra la universalidad del amor” (DCe 25), entonces “la fuerza del cristianismo se extiende mucho más allá de las fronteras de la fe cristiana” (ibídem, 31).[12]

 

Es verdad que la misión de Cristo empezó hace ya más de veinte siglos y que, no obstante, "está aún lejos de cumplirse... se halla todavía en sus comienzos" (RMi 1). Las "semillas del Verbo", que comenzaron a sembrarse desde los inicios de la historia humana y en todos los pueblos y culturas, esperan llegar a su maduración en Cristo (cfr. RMi 28).

 

Una sociedad "icónica" necesita signos y testigos creíbles del evangelio (cfr. EN 76; RMi 91).La globalización actual (sociológica, cultural...) se convierte también en encuentro cotidiano de los cristianos con las "semillas del Verbo". "Entre los grandes cambios del mundo contemporáneo, las migraciones han producido un fenómeno nuevo: los no cristianos llegan en gran número a los países de antigua cristiandad, creando nuevas ocasiones de comunicación e intercambio culturales, lo cual exige a la Iglesia la acogida, el diálogo, la ayuda y, en una palabra, la fraternidad" (RMi 37). El fenómeno migratorio ha producido un encuentro pluralístico, permanente y universal entre razas, culturas y religiones.

 

Al leer nuestras publicaciones cristianas, también respecto a las ayudas a países o sectores más necesitados, podemos observar que la “motivaciones misioneras” son predominantemente “sociológicas”. Esto me parece un reto intraeclesial, que necesita un fuerte discernimiento.

 

Ya el concilio constataba el nacimiento de "una nueva forma más universal de cultura... una nueva época de la historia humana" (GS 54). En la postmodernidad, debido al hundimiento de las ideologías, se ponen en tela de juicio algunos valores permanentes del pensar y del actuar ético, dando más importancia a la experiencia, a las impresiones fuertes, a la utilidad y a la eficacia. Esta línea secularizante puede convertirse en "una angustiosa búsqueda de sentido" (RMi 38). Una vida "cristiana" no coherente puede haber "velado más que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión" (GS 19).[13]

 

El fenómeno de las sectas, que se ha dado prácticamente en todas las religiones y en todas las épocas históricas, tiene hoy una característica especial, que tiende al sincretismo, a la fenomenología, al relativismo y a la experiencia subjetivista. Pero esta búsqueda actual de una fuerte experiencia religiosa (personal y comunitaria) puede enfocarse hacia la autenticidad de la contemplación y del compromiso de caridad y de fraternidad. Los recién bautizados necesitan ser acogidos en nuestras comunidades, sabiendo que en ellas ocuparán un lugar peculiar en el campo de la vivencia, formación, fraternidad y apostolado. ¿Estamos preparados para ello?

 

Una sociedad "icónica" necesita signos y testigos creíbles del evangelio (cfr. EN 76; RMi 91). Hay que iluminar las conciencias con los principios evangélicos, para reencontrar convicciones válidas y permanentes sobre la verdad, la libertad y el bien, así como sobre la ética personal, familiar y social. Será difícil (si no imposible) perseverar hoy en la fe, si no se tiene experiencia de encuentro con Cristo y deseos de santidad.

 

Uno de los retos principales de la situación actual consiste en el deseo de las religiones no cristianas por intercambiar con el cristianismo experiencias auténticas de encuentro con Dios ("contemplación"). Ello comporta el diálogo interreligioso, así como una profundización del proceso de insertar el evangelio en las diversas culturas.

 

Los “bajo fondos” de las megalópolis actuales son fácilmente constatables: miseria moral (no sólo física), familias rotas (“divorcio”) y heridas (“aborto”), formación sin valores (sólo importarían las impresiones y la búsqueda de lo útil). Se notan tendencias y desánimos (depresiones, suicidios). Son los “nuevos pobres” de nuestra sociedad.

 

 

3. La respuesta a la novedad permanente del Evangelio

 

Año paulino

 

El hecho de celebrar un año dedicado a San Pablo (junio 2008-2009) es un acontecimiento de gracia y de renovación, en el camino de la santidad y de la misión. El Corazón de Cristo se refleja en el corazón y en la vida de Pablo así como en el corazón y en la vida de todo apóstol que quiera vivir en coherencia con el evangelio.[14]

 

El mismo Apóstol cuenta repetidamente su “conversión”, en el sentido de un encuentro vivencial con Cristo que le confía la misión de evangelizar sin fronteras (cfr. Hech 9,1-19; 22,3-21; 26,9-20). En él, la misión tiene como fuente el amor: "Me amó" (Gal 2,20); "la caridad de Cristo me urge" (2Cor 5,14); "urge que él reine" (1Cor 15,25). La misión es un itinerario de conversión permanente, como apertura a la sorpresa de Dios.

 

Su vida es una continua apertura a la gran novedad del misterio de Cristo (cfr. Gal 1,11-17; 1Cor 15,8-10). A la luz de Cristo, cambió radicalmente su actitud personal y su cosmovisión, y así pudo contagiar a otros de su experiencia de encuentro con el Señor resucitado.

 

Tenía conciencia de ser "instrumento escogido" (Hech 9,15), “segregado para el evangelio de Dios” (Rom 1,1), dentro de un proyecto misionero; por esto se sentía como "encadenado por el Espíritu" (Hech 20,22). Esta elección era un don recibido o "gracia otorgada por Dios", que le destinaba a "ser para los gentiles ministro de Cristo Jesús" (Rom 15,15-16). Por esto se presenta como "deudor de todos" (Rom 1,14), sin otra razón de ser que la de anunciar el evangelio (cfr. 1Cor 9,16).

 

La misión se concretaba en el mismo Cristo que le había enviado, le acompañaba y le esperaba en todos los hermanos. La comunidad eclesial de los creyentes, la “ecclesia” convocada y amada por el Señor, era como "cuerpo" o expresión de Cristo (cfr. 1Cor 12,26-27), su "esposa" o consorte (cfr. Ef 5,25-27; 2Cor 11,2) y "madre" fecunda para hacer nacer a Cristo en los demás (cfr. Gal 4,19.26). Su entrega apostólica, llena de dificultades, tiene esta característica de "completar" a Cristo por amor a su Iglesia (cfr. Col 1,24), y de preocuparse "por todas las Iglesias" (2Cor 11,28). Así vivía en sintonía con el amor de Cristo a su Iglesia hasta “dar la vida por ella” (Ef 5,25).

 

La atención respetuosa y crítica respecto a los criterios del momento y a las preferencias ideológicas o prácticas de la sociedad, no le podían separar del amor a Cristo y de la misión confiada (cfr. Rom 8,35). Por esto, no se avergonzaba de anunciar el evangelio en su totalidad (cfr. Rom 1,16) ni buscaba su propio interés (cfr. Hech 20,23). “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Cor 15,16).

 

Este estilo misionero paulino es el que quería contagiar a los demás "pastores", a quienes se había confiado cuidar de la "Iglesia" que el mismo Cristo "adquirió con su sangre" (Hech 20,28). Lo más importante de la vida apostólica consistía en ser "fragancia" de Cristo y de su caridad pastoral: "Por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento. Pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo" (2Cor 2,14-15). "Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré totalmente por vuestras almas" (2Cor 12,15).

 

La misión consistía en anunciar a Cristo, haciéndole presente bajo signos eucarísticos y comunicándolo a los demás como participación en su vida. A Pablo le había tocada en suerte anunciar este misterio a todos los pueblos (cfr. Ef 3,8) proclamando "la verdad en el amor" (Ef 4,15). Cristo anunciado y vivido es el centro de la misión, porque "todo ha sido creado por él y en él", y "todo se apoya en él" (Col 1,12-17; cfr. Ef 1,3-23). El apóstol es sólo servidor del "misterio" de Cristo manifestado por medio de su Iglesia (cfr. Col 1,24-27; cfr. Ef 3,1-11). Por esto, el anuncio debe ser hecho a todos "los pueblos, como coherederos y copartícipes de las promesas en Cristo Jesús, por medio del evangelio" (Ef 3,6).

 

El “gozo de la esperanza” (Rom 12,12) se fundamenta en el mismo Cristo resucitado, “nuestra esperanza” (1Tim 1,1). Se anuncia a Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, el Salvador y Redentor (cfr. Rom 1,2-7). Es el misterio de la “cruz” salvadora de “Cristo crucificado”, aunque parezca un “escándalo” y una ”necedad” (1Cor 1,23)

 

La ilusión del Apóstol estriba en "presentar a todos los hombres perfectos en Cristo" (Col 1,28).La llamada al bautismo es para configurarse con Cristo (cfr. Rom 6,1-5), para vivir en sintonía los criterios, la escala de valores y las actitudes de Cristo (cfr. Gal 2,20; cfr. Fil 1,21).

 

Sin retrasos, hay que tender a "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10), porque ha llegado "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), en la que Dios ha enviado a su Hijo, "nacido de "la mujer", para salvar a todos. La historia humana ya ha recuperado su sentido, porque Cristo la vive con nosotros. "Ahora es el día de la salvación" (2Cor 6,2). La historia camina hacia Cristo hasta que Dios sea "todo en todos" (1Cor 15,28).

 

Cristo es "el Hijo de Dios" (Hech 9,20), "el Salvador" (Tit 1,3), que "fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación" (Rom 4,25). Se trata de un cristocentrismo abierto a toda la humanidad, que no destruye lo que Dios ya ha sembrado en otras culturas y religiones (cfr. Hech 17,22-34). Sólo con la presencia de Cristo resucitado, la historia humana y la misión eclesial recobran su sentido.[15]

 

Una relectura misionera de la Palabra, con ocasión del  Sínodo Episcopal de 2008

 

El Sínodo Episcopal sobre la Palabra de Dios (octubre de 2008), es una invitación a toda la Iglesia para contemplar, vivir, celebrar y anunciar la Palabra a toda la humanidad. Es un momento fuerte para hacer que la Iglesia sea expresión e instrumento (“sacramento”) del misterio de Cristo (Palabra definitiva de Dios), misterio revelado, creído, celebrado, vivido y anunciado.

 

La apertura a la Palabra hará que la comunidad eclesial se sienta más interpelada para realizar la misión profética que transforma a la misma Iglesia y a toda la humanidad: "Ciertamente, la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón" (Heb 4,12).

 

La “Lectio Divina” debería ser un camino de contemplación y misión. De hecho se recibe la Palabra con apertura del corazón (“lectura”), dejándose cuestionar por ella (“meditación”), pidiendo humildemente luz y fuerza (“petición”) para vivir en sintonía con la voluntad divina (“unión”, “contemplación”). El camino debe realizarse como disponibilidad para el camino de santidad y de servicio.  Quien vive en sintonía con la voluntad salvífica de Dios, busca espontáneamente cumplir el encargo de hacerle conocer y amar (“misión”).

 

La misión de Pablo consistía en anunciar la Palabra que transforma la vida personal y comunitaria. Para esa misión pedía la oración de la comunidad: "Hermanos, orad por nosotros para que la Palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo gloria, como entre vosotros" (2Tes 3,1). Aún estando en la cárcel, decía que “la Palabra de Dios no está encadenada” (2Tim 2,9). En la Iglesia primitiva, la acción evangelizadora se describía así: “La Palabra de Dios iba creciendo” (Hech 6,7).

 

Cuando se lee el evangelio con espíritu de fe (bajo la acción de la gracia), se descubre que “alguien” nos lleva en el corazón, “alguien” que nos ama dándose él, “alguien” que comparte y vive toda la historia humana, “alguien” que ya ha vivido nuestra historia haciéndola suya.

 

Releer el evangelio, con el corazón abierto, comporta un encuentro vivencial y comprometido. Pero quien se “convierte” a Cristo, necesita, a su  vez, ver “signos” eclesiales evangélicos. Seguramente que Pablo recordaría el gesto de perdón realizado por Esteban en el momento de su martirio. Para algunos convertidos, el momento decisivo fue cuando alguien se les hizo transparencia o signo vivo del evangelio. La misión consiste también y principalmente en ofrecer signos de vida evangélica.

 

Una actuación apostólica coherente consistiría en llegar a las personas “angustiadas”, solas, acosadas..., para acogerlas en la caridad cristiana (acompañamiento, escucha, ayuda, lectura evangélica, oración en “comunión” eucarística y mariana). Una lectura orante de la Palabra de Dios, en comunión eclesial, podría recuperar a muchos cristianos y apóstoles desanimados. Todo bautizado está llamado a insertarse en una “comunidad” eclesial donde se contemple, viva, celebre y anuncie la Palabra.[16]

 

Urgencia misionera de la renovación eclesial:

 

En cada época histórica, la Iglesia se renueva para ser fiel a las nuevas gracias de Dios, que corresponden a las nuevas realidades y que suscitan nuevos apóstoles. La renovación es ley de vida eclesial, como afirma el concilio: “Caminando, pues, la Iglesia a través de peligros y de tribu­la­ciones... persevera siendo digna esposa de su Señor, y no deja de renovarse a sí misma bajo la acción del Espíritu Santo hasta que por la cruz llegue a la luz sin ocaso" (LG 9).

 

Por el hecho de ser “sacramento universal de salvación” (LG 48), la Iglesia está llamada a ser "signo" transparente y portador de Cristo. Esta transparencia es siempre de "comunión" o fraternidad, según el mandato del amor y como reflejo de la comunión trinitaria (cfr. LG 1 y 4). Esa realidad "sacramental" (de transparencia, instrumentalidad y comunión), según los contenidos de las constituciones conciliares, es un camino de fidelidad a la Palabra (DV), de vivencia del misterio pascual (SC), de práctica de la caridad y solidaridad (GS).De este modo, al "anunciar el Evangelio con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia", podrá "presentar a sus fieles y a todo el mundo con mayor precisión su naturaleza y su misión universal" (LG 1).

 

En la época actual, cuando se piden “signos” y “testigos”, la Iglesia está llamada a presentar la experiencia de relación filial con Dios (el “Padre nuestro”), la reacción de amar en toda circunstancia histórica (las “bienaventuranzas”) y el modo de amar del mismo Jesús (el “mandato nuevo del amor”). Cristo “es quien nos revela que Dios es amor (cfr. Jn 4,8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor” (GS 38).

 

Sin renovación personal y comunitaria, no habría espíritu misionero auténtico. “Puesto que toda la Iglesia es misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios, el Santo Concilio invita a todos a una profunda renovación interior a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, acepten su cometido en la obra misional entre los gentiles" (AG 35).[17]

 

Estas llamadas están implícita o explícitamente en condicional, es decir, como si el fruto de santidad y misión dependiera en gran parte de la renovación eclesial. "Los fines pastorales de renovacióninterna de la Iglesia y de difusión del Evangelio por el mundo entero", dependerán, especialmente por parte de los sacerdotes, del hecho de "esforzarse por alcanzar una santidad cada vez mayor" (PO 12). Pero "todos los cristianos deben reemprender el camino de la renovación evangélica" (ChL 16). "La santidad de vida permite a cada cristiano ser fecundo en la misión de la Iglesia" (RMi 77).

 

La fecundidad apostólica en una época como la nuestra depende en gran parte de la santidad de los apóstoles. La perspectiva de esperanza misionera se presenta en forma condicional: “Nunca como hoy la Iglesia ha tenido la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y la palabra, a todos los hombres y a todos los pueblos. Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitudes y deseos de nuestro tiempo" (RMi 92).

 

La renovación consiste principalmente en el compromiso por recorrer el itinerario de santidad propuesto por el Evangelio: "Todos los fieles, de cualquier estado y condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana, a la perfección de la caridad" (LG 40). Tiene siempre sentido de vivir con mayor fidelidad el Evangelio: "Toda renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad hacia su vocación... La Iglesia peregrina en este mundo es llamada por Cristo a esta perenne reforma, de la que ella, en cuanto institución terrena y humana, necesita permanentemente" (UR 6).

 

Para que las comunidades eclesiales vivan el espíritu misionero, se necesita un cambio profundo de mentalidad: "Es necesaria una radical conversión de la mentalidad para hacerse misioneros, y esto vale tanto para las personas, como para las comunidades... Sólo haciéndose misionera la comunidad cristiana podrá superar las divisiones y tensiones internas y recobrar su unidad y su vigor de fe" (RMi 49).

 

La realidad constante, también en nuestra época, de las conversiones, reclama que los convertidos encuentren en la Iglesia los valores evangélicos que a ellos les han ayudado a adherirse a Cristo. "Cada convertido es un don hecho a la Iglesia y comporta una grave responsabilidad para ella... porque, especialmente si es adulto, lleva consigo como una energía nueva, el entusiasmo de la fe, el deseo de encontrar en la Iglesia el Evangelio vivido. Sería una desilusión para él, si después de ingresar en la comunidad eclesial encontrase en la misma una vida que carece de fervor y sin signos de renovación. No podemos predicar la conversión, si no nos convertimos nosotros mismos cada día" (RMi 47).

 

Por parte de los evangelizadores, y según la peculiaridad de su vocación misionera, se necesita una renovación evangélica al estilo de los Apóstoles. Esta “vida apostólica” se concretará en una peculiar inserción como fermento evangélico (vida laical), en una “visibilidad” especial de la vida del mismo Cristo (vida consagrada) y en una transparencia de la caridad del Buen Pastor (vida sacerdotal).

 

La cercanía y solidaridad para con los pobres se concreta en compartir la vida con ellos. "Ha llegado el momento de hacerse realmente hermanos de los pobres en la común conversión hacia el desarrollo integral, abierto al Absoluto" (RMi 59). Es necesario presentar prácticamente (y no sólo en las afirmaciones orales o escritas) una "opción preferencial de la Iglesia por los pobres y los marginados", para poder "hacerse voz de todos los pobres del mundo" (TMa 51). "La Iglesia tiene una conciencia viva de ser pobre en medio de los pobres, como lo fue su fundador Jesucristo: pobre entre todos los pobres del mundo... para pasar, como Cristo, en medio de ellos «haciendo el bien» (Hech 10,38)".[18]

 

La renovación eclesial sigue el camino de la comunión y misión, puesto que, al evangelizar, "la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma" (EN 15). El ritmo trinitario de la misión (cfr. Mt 28,19; AG 2-4) reclama el ritmo trinitario de la vida cristiana personal y comunitaria (cfr. Ef 1-2; 2,18), que es exigencia de perfección y comunión, hasta llegar a ser “un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32). La comunión eclesial misionera sería imposible sin la vivencia del misterio trinitario de Dios Amor.

 

El testimonio de esta fe, como "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88), hace de la Iglesia un signo transparente de la realidad de la Encarnación. Los creyentes en Cristo tienen que vivir de la convicción de que "en El, el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia" (TMa 5).

 

Los no creyentes en Cristo no darán el paso a la fe sólo por aceptación de conceptos, sino principalmente por la gracia de Dios y el anuncio y testimonio de los cristianos. "Viviendo las bienaventuranzas, el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido" (RMi 91).

 

El problema de laescasez de  vocaciones misioneras, encuentra solución en el testimonio gozoso y familiar del seguimiento evangélico de Cristo. Las experiencias y los testimonios son determinantes. “Hace falta sobre todo tener la valentía de proponer a los jóvenes la radicalidad del seguimiento de Cristo, mostrando su atractivo” (SCa 25).

 

La vocación misionera recobra todo su atractivo vocacional cuando aparece en ella el mismo estilo de vida que en Jesús: “La Iglesia debe cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y adoptando sus actitudes (cfr. Mt 9, 35-36). Él, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz (cfr. Fil 2, 8); siendo rico, eligió ser pobre por nosotros (cfr. 2 Cor 8, 9), enseñándonos el itinerario de nuestra vocación de discípulos y misioneros. En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre (cfr. Lc 6, 20; 9, 58), y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo (cfr. Lc 10, 4 ss). En la generosidad de los misioneros se manifiesta la generosidad de Dios, en la gratuidad de los apóstoles aparece la gratuidad del Evangelio” (Aparecida 31).

 

La acción y la animación misionera necesitan especialmente la cooperación de quienes (también dentro de la Iglesia) son tenidos en menos: “Dios ha escogido más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte” (1Cor 1,27). Hay que “salir a los caminos” (Lc 14,23) e invitar a los enfermos, personas marginadas u olvidadas, niños, jóvenes en búsqueda, ancianos, “jubilados”, marginados... Es la lógica evangélica, que no suele ser la más seguida.

 

La misión de Jesús es siempre hacia los “pobres” (Lc 4,18). Los más pobres hoy están: 1º) entre la gente que no encuentra sentido a la vida (también entre los que sobresalen en los “medios de comunicación”, hablando, luciendo, poseyendo...); 2º) entre los emigrantes de otros pueblos, culturas y religiones, que aportan una herencia milenaria de valores, pero que se sienten heridos e incomprendidos, a veces, como si les quisiera quitar lo único que les queda, es decir, la huella de Dios que ama a todos.

 

Ante esas masas enormes que todavía no conocen a Cristo, hay que contar el porcentaje de no cristianos que hoy viven en países tradicionalmente cristianos. Relativamente al número de habitantes cristianos, hay más paganos en España (o en Europa), que cristianos en la India o en la China. La “sed” de almas, que sentía Santa Teresa de Lisieux, es la sed que Cristo contagia a sus amigos. M. Teresa de Calcuta comenta la sed de Cristo en la cruz, con estas palabras: “La Virgen estaba allí, para comprender plenamente la sed de amor que tenía Jesús. Ella habría dicho inmediatamente: Yo sacio tu sed con mi amor y con el sufrimiento de mi corazón”.[19]

 

El camino de la esperanza misionera

 

En la encíclica sobre la esperanza, Spe Salvi (Benedicto XVI, 2007), se trazan unas pautas para presentar al mundo de hoy las líneas de la esperanza cristiana: significado, actualidad, lugares o escuelas de aprendizaje, figuras históricas, etc.

 

Entresacamos algunas derivaciones más misioneras, como respuesta al desafío actual sobre la relación fe y razón, Evangelio y cultura. En este contexto se presenta la novedad y actualidad del testimonio de Santa Josefina Bakhita, como signo viviente de esperanza con derivación misionera: “Sentía el deber de extender la liberación que había recibido mediante el encuentro con el Dios de Jesucristo; que la debían recibir otros, el mayor número posible de personas. La esperanza que en ella había nacido y la había « redimido » no podía guardársela para sí sola; esta esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos” (Spe Salvi 3).

 

A esta figura se añaden los innumerables santos, mártires y misioneros de la historia eclesial, de los que se resume la clave de su éxito: “Han dejado todo por amor de Cristo para llevar a los hombres la fe y el amor de Cristo” (Spe Salvi 8). “Los santos pudieron recorrer el gran camino del ser hombre del mismo modo en que Cristo lo recorrió antes de nosotros, porque estaban repletos de la gran esperanza” (Spe Salvi 39).

 

Como había afirmado ya Redemptoris Missio, “la Iglesia y, en ella, todo cristiano, no puede esconder ni conservar para sí esta novedad y riqueza, recibidas de la divina bondad para ser comunicadas a todos los hombres” (RMi 11). Consecuentemente, “la relación con Jesús es una relación con Aquel que se entregó a sí mismo en rescate por todos nosotros (cfr. 1 Tm 2,6). Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser « para todos », hace que éste sea nuestro modo de ser” (Spe Salvi 28).

 

La esperanza cristiana o es para todos o no es cristiana. “La esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para los demás. Y es esperanza activa... en el sentido de que mantenemos el mundo abierto a Dios. Sólo así permanece también como esperanza verdaderamente humana.” (Spe Salvi 34). Esta esperanza se fundamenta en el hecho de que “en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y el padecer” (Spe Salvi 39).

 

Por esto, “nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí. Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza?” (Spe Salvi 48).

 

El Señor es la luz, pero ha querido transmitirla por medio de personas, instrumentos vivos, como reflejo suyo cercano a todo hermano: “Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza” (Spe Salvi 49).

 

María, Reina de los Apóstoles, Madre de la Iglesia, es Madre de la esperanza, como “icono” de la Iglesia misionera: “Por tu « sí », la esperanza de milenios debía hacerse realidad, entrar en este mundo y su historia... (en la visitación) te convertiste en la imagen de la futura Iglesia que, en su seno, lleva la esperanza del mundo por los montes de la historia... Recibiste entonces la palabra: « Mujer, ahí tienes a tu hijo » (Jn 19,26). Desde la cruz recibiste una nueva misión. A partir de la cruz te convertiste en madre de una manera nueva: madre de todos los que quieren creer en tu Hijo Jesús y seguirlo” (Spe Salvi 50).

 

María sigue presente, de modo activo y materno, en medio de la comunidad eclesial: “La alegría de la resurrección ha conmovido tu corazón y te ha unido de modo nuevo a los discípulos, destinados a convertirse en familia de Jesús mediante la fe. Así, estuviste en la comunidad de los creyentes que en los días después de la Ascensión oraban unánimes en espera del don del Espíritu Santo (cfr. Hech 1,14), que recibieron el día de Pentecostés... Por eso tú permaneces con los discípulos como madre suya, como Madre de la esperanza. Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino” (Spe Salvi 50).

 

A modo de conclusión

 

El “renacer” del espíritu misionero sólo puede darse actualizando en nuestra época la novedad perenne del Evangelio. Se puede hablar de “estilo” o de “espíritu”, en el sentido de que tanto los contenidos doctrinales, como la metodología de acción, corresponden a la realidad del mismo Cristo, ungido y enviado por el Espíritu para “evangelizar a los pobres” (Lc 4,18).

 

No se pueden afrontar los retos de nuestra época sin analizar la realidad sociológica, cultual e histórica, a la luz del Evangelio. Las situaciones son nuevas, las gracias del Espíritu son también nuevas. La actitud misionera de personas y comunidades debe ser nueva.

 

La clave de esta respuesta está en la actitud “espiritual” del apóstol, como respuesta a la acción del “Espíritu” (cfr. Gal 5,25). A una realidad diferente, se debe responder con una vida diferente, como encuentro con Cristo “camino, verdad y vida” (Jn 14,6). Es una actitud eminentemente relacional y oblativa, en sintonía con las mismas vivencias de Cristo.

 

Toda comunidad eclesial y todo apóstol, para ser coherente con la misión, sigue la voz de una llamada para un encuentro personal con Cristo (cfr. Mc 3,13-14; Jn 1,39), que se convierte en seguimiento evangélico y en comunión apostólica y eclesial (cfr. Mt 4,19-22; Mc 10,21-31; Lc 10,1), para compartir la vida con Cristo (Mc 10,38) y continuar su misma misión (Jn 20,21). Sólo así se podrá anunciar hoy, en circunstancias culturales y sociológicas distintas y diversas del pasado, el Evangelio de siempre: "Os anunciamos lo que hemos visto y oído... el Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss).

 

En toda época histórica se actualiza un Pentecostés, en el que puede afirmarse: “La venida del Espíritu Santo los convierte en testigos o profetas (cfr. Hech 1, 8; 2, 17-18), infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima. El Espíritu les da la capacidad de testimoniar a Jesús con toda libertad” (RMi 24).

 

Se necesita seguir un itinerario formativo de línea más misionera comprometida, a nivel personal y comunitario, que será el objetivo de nuestra segunda conferencia. Son las líneas evangélicas actualizadas para el tercer milenio, en vistas a presentar la novedad cristiana de Dios Amor (cfr. encíclica Deus caritas est), con una actitud de esperanza en sintonía con las bienaventuranzas (cfr. encíclica Spe  Salvi). El camino formativo tiene que seguir las pautas de la Palabra (revelada, predicada, celebrada, contemplada, vivida, anunciada), según el estilo de la vida y del ministerio de los Apóstoles (especialmente como la figura de Pablo). Es el camino del discipulado misionero (cfr. documento de Aparecida).

 

Al final de la encíclica misionera Redemptoris Missio (que hemos citado más arriba),  Juan Pablo II había descrito un reto en “condicional”: "Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo" (RMi 92).

 

Este “condicional” se puede concretar también con una invitación dirigida por Benedicto XVI en el inicio de su pontificado, y que es un reto especialmente para toda la comunidad eclesial y para todo apóstol. Sería un contrasentido dirigir esta invitación en unas circunstancias inéditas, cuando las televisiones de todos los países la estaban transmitiendo, si no vieran esta realidad reflejada en la Iglesia:“Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada – absolutamente nada – de lo que hace la vida libre, bella y grande... ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida".[20]

 

CARIDAD APOSTOLICA COMO PABLO (esquena de trabajo para el año paulino: 2007-2008):

 

El amor como fuente: El apóstol Pablo fue siempre fiel al proyecto misionero de Dios, como "encadenado por el Espíritu" (Hech 20,22). En él, la misión tiene como fuente el amor: "Me amó" (Gal 2,20); "la caridad de Cristo me urge" (2Cor 5,14); "urge que él reine" (1Cor 15,25).

 

A partir del encuentro con Cristo resucitado, Pablo aprendió que Cristo vive en todo ser humano y, de modo especial, en su comunidad eclesial (que Pablo había perseguido), a la que él describe como "cuerpo" o expresión de Cristo (cfr. 1Cor 12,26-27), "esposa" o consorte (cfr. Ef 5,25-27; 2Cor 11,2) y "madre" fecunda de Cristo como María (cfr. Gal 4, 4-7, 19.26). Por esto, su entrega apostólica tiene esta característica de "completar" a Cristo por amor a su Iglesia (cfr. Col 1,24), y de preocuparse "por todas las Iglesias" (2Cor 11,28).

 

Misión sin fronteras:"Éste me es un instrumento de elección para que lleve mi nombre ante la gentes" (Hech 9,15; cfr. Rom 15,15-16). Su misión consiste en "anunciar el evangelio allí donde el nombre de Cristo no era aún conocido" (Rom 15,20). El mismo se describe como "apóstol por vocación, segregado para el evangelio de Dios" (Rom 1,1), "deudor de todos" (Rom 1,14), urgido por la caridad (cfr. 2Cor 5,14), sin otra razón de ser que la de anunciar el evangelio (cfr. 1Cor 9,16). La preocupación misionera se concretaba en la "solicitud por todas las Iglesias" (2Cor 11,28). "El Evangelio que oísteis, que ha sido proclamado a toda criatura bajo el cielo y del que yo, Pablo, he llegado a ser ministro" (Col 1,23). La historia camina hacia Cristo hasta que Dios sea "todo en todos" (1Cor 15,28). Por esto el anuncio debe ser hecho a todos "los pueblos, como coherederos y copartícipes de las promesas en Cristo Jesús, por medio del evangelio" (Ef 3,6; cfr. Hech 17,22-34).

 

Su cristocentrismo no excluyente: Su acción evangelizadora gira en torno a Jesús, "el Hijo de Dios" anunciado por los profetas, hecho nuestro hermano en cuanto hombre, que manifiesta "la fuerza del Espíritu" por su muerte y resurrección (cfr. Rom 1,2-7). No se avergüenza de anunciar el evangelio (cfr. Rom 1,16) ni busca su propio interés (cfr. Hech 20,23). Es el estilo de misión que quiere contagiar a los demás "pastores", a quienes se ha confiado cuidar de la "Iglesia" que Cristo "adquirió con su sangre" (Hech 20,28). "Todo ha sido creado por él y en él", y "todo se apoya en él" (Col 1,12-17; cfr. Ef 1,3-23).

 

Instrumento y fragancia: Se dedicó a "proclamar" el evangelio, como "embajador de Cristo" (2Cor 5,20). "Desde Jerusalén y en todas direcciones hasta el Ilírico he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo" (Rom 15,19). "Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Cor 15,16). Pablo es "fragancia" de Cristo: "Por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento. Pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo" (2Cor 2,14-15). "Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré totalmente por vuestras almas" (2Cor 12,15). ). El apóstol es sólo servidor del "misterio" de Cristo manifestado por medio de su Iglesia (cfr. Col 1,24-27; cfr. Ef 3,1-11).

 

Objetivo de la misión: "Presentar a todos los hombres perfectos en Cristo" (Col 1,28). Sin retrasos, hay que tender a "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10), porque ha llegado "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), en la que Dios ha enviado a su Hijo, "nacido de "la mujer", para salvar a todos.

Cfr. AA.VV., Pablo, vida, apostolado, escritos (Madrid, Studium, 1972); F. AMIOT, Ideas maestras de san Pablo (Salamanca, Sígueme, 1966); G. BARBAGLIO, Pablo de Tarso y los orígenes cristianos (Salamanca, Sígueme, 1989); S. BENETTI, Pablo y su mensaje (Madrid, Paulinas, 1982); J.M. BOVER, Teología de san Pablo (Madrid, BAC, 1967); F. BROVELLI, En el corazón del apóstol. A la escucha de san Pablo (Madrid, San Pablo, 2004); A. BRUNOT, Los escritos de san Pablo (Estella, Verbo Divino, 1982); L. CERFAUX, Jesucristo en San Pablo (Bilbao, Desclée, 1967); Idem, Itinerario espiritual de san Pablo (Barcelona, Herder, 1968); J. ESQUERDA BIFET, Pablo hoy (Madrid, Paulinas, 1984); F. F. RAMOS (dir.), Diccionario de San Pablo (Burgos, Monte Carmelo, 1999); J.A. FITZMYER, Teología de San Pablo (Madrid, Cristiandad, 1975); M. HERRANZ, San Pablo en sus cartas (Madrid, Edic. Encuentro, 2008); J. HOLZNER, San Pablo, heraldo de Cristo (Barcelona, Herder, 1980); W. GARDINI, Pablo, un cristiano sin fronteras (Buenos Aires, Paulinas, 1979); O. KUSS, San Pablo. La aportación del apóstol a la teología de la Iglesia primitiva (Barcelona, Herder, 1975); ST. LYONNET, Apóstol de Jesucristo (Salamanca, Sígueme, 1966); S. MUÑOZ IGLESIAS, Por las rutas de San Pablo. Ciudadano romano, apóstol y mártir (Madrid, Palabra, 1981); J. MURPHY-O’CONNOR Pablo, su historia (Madrid, San Pablo, 2008); F. PASTOR RAMOS, Pablo, un seducido por Cristo (Estella, Verbo Divino, 1993); J. SÁNCHEZ BOSCH, Nacido a tiempo (Barcelona, Claret, 1994); Idem, Maestro de los Pueblos. Una teología de Pablo, el Apóstol (Estella, Verbo Divino, 2007).

 



[1]Catequesis de Benedicto XVI, 27 febrero 2008.

 

[2] Algunas experiencias de conversiones procedentes del hinduismo, budismo, islamismo, etc., ratifican estas afirmaciones. Ver: AA.VV., La conversión: Rev. Agustiniana 27 (1986) nn.82-83; E. BUENO, La conversión en la teología contemporánea: Rev. Agustiniana 27 (1986) 185-230; T. GOFFI,Conversión, en: Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Paulinas, 1991) 356-362; K. RAHNER, Conversión, en: Sacramentum mundi (Barcelona, Herder, 1972) I, 976-985; P. TREVIJANO, Pecado, conversión y perdón en el Nuevo Testamento: Scriptorium Victoriense 41 (1994) 127-170; S. VERGÉS, La conversión cristiana en San Pablo (Salamanca, Secret. Trinitario, 1981). Ver la voz “conversión” en: Diccionario de Misionología y Animación Misionera (Burgos, Monte Carmelo, 2003).

 

[3]Mother Teresa: Come Be My Light, The Printed Writings of the “Saint of Calcuta” (New York, Random House, 2007). Madre Teresa: Sii la Mia luce (a cura di Brian Kolodiejchuk, M.C) (Milano, Rizzoli, 2007). Ver, por ejemplo, p.163, carta a Jacqueline Theresa, 17 octubre 1954.

 

[4]Ver un resumen valorativo de la historia misionera, en: J.Mª LABOA, La misión en la Iglesia,en: La misionología hoy (Estella, Verbo Divino, 1987) 138-170 (historia dividida en tres períodos), 167-170 (una historia en continua renovación).

 

[5]Algunos estudios sobre figuras misioneras en su conjunto: AA.VV., Testigos de la fe en América Latina (Buenos Aires y Estella, Verbo Divino, 1986); R. BALLAN, Misioneros de la primera hora, Grandes evangelizadores del Nuevo Mundo (Madrid, Mundo Negro, 1991); F. CIARDI, Los fundadores hombres del Espíritu (Madrid, Paulinas, 1983); E. PIZZARIELLO,Amigos de Dios y de los hombres (Buenos Aires, Claretiana, 1984).

 

[6]Cfr. J. RUIZ DE MEDINA, El Martirologio del Japón 1558-1873 (Roma, Inst. Historicum S.I, 1999). También en la “Positio” del nuevo grupo de beatos: (Tokien. et Aliarum) Beatificationis seu Declarationis Martyrii Servorum Dei Petri Kibe Kasui Sacerdotis Professi S.I. et CLXXXVI Sociorum… annis 1603-1639. Positio super Martyrio; ver allí fuentes y estudios (del pasado y actuales, desde 1603 a 1999) en pp.57-75.

 

[7]Ver contenidos de estos documentos en: Misionología (Madrid, BAC, 2008) cap. II, apartado X (magisterio misionero: antes, durante y después del concilio Vaticano II). Textos de estos documentos, con introducciones y bibliografía (segunda edición): La Iglesia misionera. Textos del magisterio pontificio(Madrid, BAC, 2008).

 

[8]Exhortaciones postsinodales sobre cada Continente: Ecclesia in Africa (1995); Ecclesia in America (1999); Ecclesia in Asia (1999); Ecclesia in Oceania (2001); Ecclesia in Europa (2003). Estas exhortaciones ofrecen también una breve síntesis histórica, para poder valorar la actualidad.

 

[9]Eusebio de Cesarea (+340) se planteaba la misma cuestión que nos planteamos hoy: "¿Qué es evangelizar? Predicar a todos los hombres... que Cristo ha venido a la tierra" (Sobre el libro de Isaías, cap.40: PG 24, 367).

 

[10]Si la carta apostólica Tertio Millennio Adveniente (nn.36-38)  invitaba a un examen serio sobre las actitudes cristianas, a su vez la carta apostólica Novo Millennio Ineunte invita a "ser testigos del amor" para afrontar los retos del presente (nn.42-57). Cfr. AA. VV., Tertio Millennio Adveniente. Comentario teológico-pastoral (Salamanca, Sígueme, 1995); (Comité para el Jubileo del año 2000), Jesucristo, Salvador del mundo (Madrid, BAC, 1996).

 

[11]BENEDICTO XVI, Homilía en la inauguración de su Pontificado (24 de abril de 2005). Ver ideas parecidas en Sacramentum Caritatis: “No podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos... Verdaderamente, nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a los demás” (SCa 84).

 

[12] Ver el resumen de la encíclica Spe Salvi en el apartado 3. Es importante tener en cuenta la novedad misionera que ha tenido, por su repercusión universal, el “acontecimiento del discurso de Benecito XVI en la Universidad de la Sapienza, Roma, 17 enero 2005 (sobre la relación entre la fe y razón); la visita no se realizó (debido a un cierto rechazo), pero sí fue enviado y leído el discurso con gran aceptación. Una repercusión parecida tuvo lugar con ocasión del discurso en la universidad de Ratisbona, 12 septiembre 2006 (sobre el mismo tema y con breve referencia al Islam). Muchos intelectuales (de todas las culturas y religiones) fueron a leer directamente estos discursos en los “sitos” de internet, incluso para constatar la fuente de posibles malentendidos.

 

[13]"Laicidad" significa propiamente la distinción y autonomía peculiar de las cosas temporales, que respeta el hecho religioso sin inmiscuirse en él. "Laicismo" es más bien una actitud negativa respecto a lo religioso y eclesial. "Secularismo" es oposición o marginación de todo lo sagrado en la vida práctica.

 

[14]Entre tantos estudios científicos o divulgativos sobre San Pablo (sobre todo cuando se trata del autor de algunos de sus escritos), se corre el riesgo de quedarse en discusiones teóricas. Lo importante es que estos textos paulinos están inspirados y reflejan la fe de la Iglesia sobre cómo debe ser el apóstol de Cristo.

 

[15] Cfr. F. BROVELLI, En el corazón del apóstol. A la escucha de san Pablo (Madrid, San Pablo, 2004); F. PASTOR RAMOS, Pablo, un seducido por Cristo (Estella, Verbo Divino, 1993); S. MUÑOZ IGLESIAS, Por las rutas de San Pablo. Ciudadano romano, apóstol y mártir (Madrid, Palabra, 1981); J. SÁNCHEZ BOSCH, Maestro de los Pueblos. Una teología de Pablo, el Apóstol (Estella, Verbo Divino, 2007); Idem., Nacido a tiempo (Barcelona, Claret, 1994). Ver otros estudios en el esquema final sobre San Pablo.

 

[16] F. CONTRERAS MOLINA, Leer la Biblia como Palabra de Dios. Claves teológico-pastorales de la lectio divina en la Iglesia (Estella, Verbo Divino, 2007); C. MESTERS, Hacer arder el corazón. La lectura orante de la Palabra (Estella, Verbo Divino, 2006); G. ZEVINI, La lectio divina en la comunidad cristiana (Estella, Verbo Divino, 2005). Ver otros estudios citados en el esquema final de la conferencia sobre la formación misionera.

 

[17] Ver otras llamadas parecidas invitando a la renovación, en los documentos conciliares y postconciliares, en relación con la misión evangelizadora: SC 1, 43; LG 1, 4, 8; PO 12; OT 1; PC 2-4; UR 6-7; EN 76; ChL 16; RMi 46, 49, 90-91; TMA 20; NMi 2. He resumido los contenidos y bibliografía más actualizada en: Renovación eclesial y espiritualidad misionera para una nueva evangelización: Seminarium 31 (1991) n.1, 135-147.

 

[18]JUAN PABLO II, Alocución durante la oración mariana, domingo 14 abril 1991.

 

[19] Carta desde Vietnam, 29 marzo 1994.

 

[20]BENEDICTO XVI, Homilía en la inauguración de su Pontificado (24 de abril de 2005).

 

          RENOVACION ECLESIAL Y ESPIRITUALIDAD MISIONERA

                  PARA UNA NUEVA EVANGELIZACION

                                              J. Esquerda Bifet

Presentación

     La llamada a una "nueva evangelización"  tiene como objetivo la renovación de la comunidad eclesial para que ésta se haga misionera "ad gentes". Esta renovación eclesial será una realidad cuando se viva la fe cristiana con todas sus consecuencias. "¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal" (RMi 2). "La misión ad intra es signo creíble y estímulo para la misión ad extra y viceversa" (RMi 34).[1]

 

     La "nueva evangelización" equivale a "reevangelización" de las comunidades para recuperar "el sentido vivo de la fe" (RMi 33).[2] Esto significa una mayor vivencia de los valores evangélicos, según las líneas de la espiritualidad misionera trazadas por la encíclica Redemptoris Missio. Entonces la comunidad eclesial sabrá responder al momento histórico de gracia. "Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica. Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos" (RMi 3).[3]

 

1. Renovación eclesial para una nueva evangelización

     La "nueva época misionera" (RMi 92) abre nuevos horizontes al anuncio del evangelio. "Nuestro tiempo es dramático y, al mismo tiempo, fascinador" (RMi 38). Probablemente nos encontramos ante el mayor desafío histórico que ha tenido la Iglesia, en el sentido de reclamar una renovación eclesial que haga de personas y de comunidades un signo creíble de las bienaventuranzas. Se necesitan "nuevos santos para evangelizar al hombre de hoy".[4]

     Impresionan, en la nueva encíclica misionera, las frecuentes llamadas del Papa a la renovación eclesial, precisamente para afrontar la nueva evangelización con todas sus derivaciones misioneras. "Hoy la Iglesia debe afrontar otros desafíos, proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva evangelización de pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo. Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesias particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu" (RMi 30).

     La pauta de esta renovación eclesial se encuentra en las bienaventuranzas. "La Iglesia quiere extraer toda la verdad contenida en las bienaventuranzas de Cristo y sobre todo  la verdad contenida en esta primera: 'Bienaventurados los pobres de espíritu'... Fiel al espíritu de las bienaventuranzas, la Iglesia está llamada a compartir con los pobres y los oprimidos de todo tipo. Por esto exhorto a todos los discípulos de Cristo y a las comunidades cristianas, desde las familias a las diócesis, desde las parroquias a los Institutos religiosos, a hacer un sincera revisión de la propia vida en el sentido de solidaridad con los pobres" (RMi 60). "Ha llegado el momento de hacerse realmente hermanos de los pobres en la común conversión hacia el desarrollo integral, abierto al Absoluto" (RMi 59).

 

     La misión de la Iglesia consiste en llamar a la "conversión", es decir, "a la adhesión plena y sincera a Cristo y a su Evangelio, mediante la fe. La conversión es un don de Dios" (RMi 46). Ahora bien, esta llamada no sería eficaz sin el testimonio evangélico presentado por la comunidad eclesial. "El hombre contemporáneo cree más en los testigos que en los maestros... el testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de misión" (RMi 42). La Iglesia necesita ser y presentarse como Evangelio viviente, en un proceso de renovación continua. "Cada convertido es un don hecho a la Iglesia y comporta una grave responsabilidad para ella... porque, especialmente si es adulto, lleva consigo como una energía nueva, el entusiasmo de la fe, el deseo de encontrar en la Iglesia el Evangelio vivido. Sería una desilusión para él, si después de ingresar en la comunidad eclesial encontrase en la misma una vida que carece de fervor y sin signos de renovación. No podemos predicar la conversión, si no nos convertimos nosotros mismos cada día" (RMi 47).

     Los problemas internos de la comunidad eclesial pueden superarse fácilmente cuando se abre a una renovación misionera. "Sólo haciéndose misionera la comunidad cristiana podrá superar las divisiones y tensiones internas y recobrar su unidad y su vigor de fe" (RMi 49).

     Esta llamada a la renovación eclesial se encuentra en todos los períodos históricos. En el concilio Vaticano II, la invitación se repite con términos muy expresivos. Para que "la claridad de Cristo resplandezca sobre la faz de la Iglesia" (LG 1), es necesario que la misma Iglesia se renueve continuamente: "La Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG 8). Se trata siempre de renovación en el Espíritu Santo, quien, "con la fuerza del evangelio rejuvenece a la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo" (LG 4).[5]

     Esta renovación es eminentemente evangélica, en cuanto que se debe inspirar en las bienaventuranzas (como hemos indicado más arriba), es decir, en la caridad cristiana y el mandato del amor. Es renovación por medio de una vida santa. Así lo resumía Juan Pablo II en la exhortación apostólica Christifideles laici: "El concilio Vaticano II ha pronunciado palabras altamente luminosas sobre la vocación universal a la santidad. Se puede decir que precisamente esta llamada ha sido la consigna fundamental confiada a todos los hijos e hijas de la Iglesia, por un concilio convocado para la renovación evangélica de la vida cristiana... Es urgente, hoy más que nunca, que todos los cristianos vuelvan a emprender el camino de la renovación evangélica" (CFL 16).

     Sólo con esta actitud de renovación evangélica, será realidad la fidelidad a la misión. "La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión... La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad" (RMi 90).

     La renovación interior tiene repercusiones en la vida práctica y, de modo especial, en la disponibilidad misionera de toda la Iglesia: "Como la Iglesia es toda ella misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios, el concilio invita a todos a una profunda renovación interior, a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, acepten su participación en la obra misionera entre los gentiles" (AG 35).

     Esta invitación es un examen de conciencia sobre puntos muy concretos, que ya fueron indicados por Pablo VI en Evangelii nuntiandi (1975): "¿Qué es de la Iglesia, diez años después del concilio? ¿Está anclada en el corazón del mundo y es suficientemente libre e independiente para interpretar al mundo? ¿Da testimonio de la propia solidaridad hacia los hombres y al mismo tiempo del Dios Absoluto? ¿Ha ganado en ardor contemplativo y de adoración, y pone más celo en la actividad misionera, caritativa, liberadora? ¿Es suficiente su empeño en el esfuerzo de buscar el restablecimiento de la plena unidad entre los cristianos, lo cual hace más eficaz el testimonio común, con el fin de que el mundo crea?" (EN 76).[6]

     Toda renovación eclesial auténtica, bajo la acción del Espíritu Santo, se realiza en el paradigma del Cenáculo: "Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo 'con María la Madre de Jesús' (Act 1,14), para implorar el Espíritu Santo y obtener fuerza y ardor para cumplir el mandato misionero. También nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu" (RMi 92; cf. AG 4; LG 59; EN 82; RH 22; RMa 24).

 

2. Espiritualidad misionera para una nueva evangelización

     Una nueva evangelización requiere, como hemos visto, una renovación eclesial, de suerte que en creyentes y comunidades aparezca más claramente el rostro de Cristo, a modo de "evangelio vivido" (RMi 47). Ahora bien, esta renovación se hará realidad por un proceso de "espiritualidad misionera", como fidelidad a las nuevas gracias del Espíritu Santo. La espiritualidad que describe Redemptoris Missio para los misioneros es analógicamente la misma que deben tener todos los agentes de la nueva evangelización, puesto que se trata de renovar la comunidad eclesial para hacerla misionera ad gentes.[7]

     La expresión "espiritualidad misionera" se encuentra ya en el concilio Vaticano II, al hablar de los cometidos de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos: "Este Dicasterio promueva la vocación y la espiritualidad misionera, el celo y la oración por las misiones, y difunda noticias auténticas y convenientes sobre las misiones" (AG 29)[8]. El contenido de esta expresión se encuentra en los números 23-25 de Ad Gentes, y se desarrolla explicando la vocación misionera, la formación espiritual y las virtudes concretas de los misioneros, que "han de renovar su espíritu constantemente", para vivir una "vida realmente evangélica" (AG 24), de suerte que "la vida de Jesús obre en aquellos a los que es enviado" (AG 25)..[9]

     Pablo VI, en Evangelii nuntiandi, presentó "el espíritu de la evangelización", explicándolo como "actitudes interiores" del apóstol (EN 74), fidelidad al Espíritu Santo como "agente principal de la evangelización" (EN 75), "autenticidad" y testimonio (EN 76), unidad (EN 77), servicio de la verdad (EN 78), caridad apostólica (EN 79-80). Esta espiritualidad se adquiere viviendo en Cenáculo con María para afrontar una "renovada evangelización" (EN 81-82).

     La primera afirmación del capítulo VIII de la encíclica Redemptoris Missio es precisamente sobre la existencia de la espiritualidad misionera como "espiritualidad específica": "La actividad misionera exige una espiritualidad específica, que concierne particularmente a quienes Dios ha llamado a ser misioneros" (RMi 87).

     La fidelidad al Espíritu Santo (dimensión pneumatológica) es la actitud básica de la espiritualidad misionera ("espiritualidad" = vida según el Espíritu). "Esta espiritualidad se expresa, ante todo, viviendo con plena docilidad al Espíritu; ella compromete a dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejante a Cristo" (RMi 87). A partir de esta docilidad, se presentan "los dones de fortaleza y discernimiento", como "rasgos esenciales de la espiritualidad misionera" (ibídem).

     La fidelidad al Espíritu Santo es el punto de partida para entender la misión en su significado pneumatológico (cap. III). Sin la docilidad al Espíritu no se acertará en el contenido evangélico de la misión o no habrá la fortaleza para actuarlo: "También la misión sigue siendo difícil y compleja, como en el pasado, y exige igualmente la valentía y la luz del Espíritu" (RMi 87). En la nueva situación de la Iglesia y de la sociedad, "conviene escrutar las vías misteriosas del Espíritu y dejarse guiar por él hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13)" (ibídem).

     La dimensión cristológica de la espiritualidad misionera se presenta como relación personal con él, imitación, seguimiento: "Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misión, si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar" (RMi 88). Como en otros pasajes de la encíclica, se pone como modelo de esta actitud cristológica a san Pablo, quien nos deja entrever "sus actitudes" (ibídem, citando a Fil 2,5-8; 1Cor 9,22-23).

     De esta relación personal con Cristo nace la recta comprensión de la misión y la disponibilidad para la misma. La dimensión cristológica de la misión (cap. I-II) se comprende y se vive a partir de una espiritualidad eminentemente cristológica. Hay que recordar un aspecto fundamental de esta espiritualidad cristológica: la experiencia de la presencia de Cristo en la vida del apóstol. "Precisamente porque es 'enviado', el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. 'No tengas miedo... porque yo estoy contigo' (Act 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88).

     La dimensión eclesiológica de la espiritualidad misionera se expresa en amor a la Iglesia como la ama Cristo. Esta será la garantía de la misión: "Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia, como Cristo" (RMi 89). Es el sentido o "espíritu de la Iglesia", que le hace descubrir y vivir "su apertura y atención a todos los pueblos y a todos los hombres" (ibídem).

     Esta dimensión eclesiológica de la espiritualidad es el punto de partida para comprender la dimensión eclesiológica de la misión (cap. I-II). "Lo mismo que Cristo, él debe amar a la Iglesia... (Ef 5,25). Este amor, hasta dar la vida, es para el misionero un punto de referencia. Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del misionero; su preocupación cotidiana -como dice san Pablo- es la 'solicitud por todas las Iglesia' (2Cor 11,28). Para todo misionero y toda comunidad, la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia" (RMi 89; cf. PO 14).

     La dimensión pastoral de la espiritualidad se describe en la línea de la "caridad apostólica": "La espiritualidad misionera se caracteriza, además, por la caridad apostólica" (n.89). Es la caridad pastoral de "Cristo, el Buen Pastor, que conoce sus ovejas, las busca y ofrece su vida por ellas (cf. Jn 10)" (ibídem).

     Se trata, pues, de un "celo por las almas, que se inspira en la caridad misma de Cristo, y que está hecha de atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la gente" (RMi 89). Por esto, "el misionero es el hombre de la caridad" (ibídem).

     La dimensión antropológica de la espiritualidad está en estrecha relación con Cristo "que conocía lo que hay en el hombre (Jn 2,25), amaba a todos ofreciéndoles la redención, y sufría cuando ésta era rechazada" (RMi 89). Esta dimensión está en la línea de toda la encíclica: "La actividad misionera tiene como único fin servir al hombre, revelándole el amor de Dios que se ha manifestado en Jesucristo" (RMi 2). De este modo, "el misionero es el 'hermano universal', lleva consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención... particularmente a los más pequeños y pobres" (RMi 89).

     Esta dimensión antropológica es eminentemente liberadora (RMi 38-39). "En cuanto tal, supera las fronteras y las divisiones de raza, casta e ideología: es signo del amor de Dios en el mundo, que es amor sin exclusión ni preferencia" (n.89).

     La encíclica coloca un tema básico de espiritualidad (la contemplación) al hablar de las nuevas situaciones actuales (dimensión sociológica), a modo de "nuevos areópagos" que interpelan a la Iglesia (culturas, medios de comunicación, desarrollo, liberación de los pueblos, derechos fundamentales, ecología, etc.), se señala "la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración... se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización" (RMi 38). A esta fenómeno, que "no carece de ambigüedad", la Iglesia sólo puede responder ofreciendo "el patrimonio espiritual" evangélico recibido de Cristo, "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). Esta "es la vía cristiana para el encuentro con Dios, para la oración, la ascesis, el descubriendo del sentido de la vida"... (RMi 38).

     A esta problemática sobre la búsqueda actual de Dios, sólo se puede responder con una actitud verdaderamente contemplativa. El Papa lo afirma también como fruto de su misma experiencia misionera: "El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular, las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: 'Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos' (1Jn 1,1-3). "El misionero ha de ser un contemplativo en la acción" (ibídem).[10]

     La espiritualidad misionera se puede resumir como vida de santidad en relación a la misión: "La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión... La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos" (RMi 90).

     La dimensión mariana de la espiritualidad misionera hace redescubrir y vivir la naturaleza misionera y materna de la Iglesia (Gal 4,4, 4,19; 4,26). "María es el ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (RMi 92; cf. LG 65).

 

3.   Implicaciones de renovación y de espiritualidad para la formación misionera (sacerdotal, religiosa, laical)

     La renovación eclesial y la espiritualidad misionera, en vistas a una nueva evangelización, comportan importantes consecuencias para la formación sacerdotal, religiosa y laical, tanto inicial como permanente, y en todos los niveles: espiritual, humano, intelectual y pastoral.

     Una nueva evangelización reclama "nuevo fervor" por parte de los apóstoles. Si se da este nuevo fervor o generosidad, habrá también sacerdotes más disponibles para la misión. La encíclica Redemptoris Missio dice que "todos los sacerdotes deben tener corazón y mentalidad misioneros" (RMi 67), de suerte que se hagan disponibles para "predicar el Evangelio más allá de los confines del propio país" (ibídem). Esto supone "desprendimiento de la propia patria" (ibídem). La encíclica cita la doctrina conciliar al respecto: "El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación hasta los confines de la tierra" (PO 10; cfr RMi 67).

     La disponibilidad misionera de los sacerdotes se refiere tanto a la Iglesia particular como a la Iglesia universal: "Preocupados por el bien de los hijos de Dios, procuren cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia" (LG 28).

Ahora bien, esta disponibilidad no será posible si los sacerdotes no se esfuerzan por "alcanzar una santidad cada vez mayor, para convertirse, día a día, en más aptos instrumentos en servicio de todo el Pueblo de Dios" (PO 12).[11]

     La formación para la vida religiosa o consagrada tiende tanto a la disponibilidad universal como a la urgencia de presentar en la propia vida el testimonio radical de los valores evangélicos. "En la inagotable y multiforme riqueza del Espíritu se sitúan las vocaciones de los Institutos de vida consagrada, cuyos miembros, 'dado que por su misma consagración se dedican al servicio de la Iglesia... están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misional, según el modelo propio de su Instituto'... La Iglesia debe dar a conocer los grandes valores evangélicos de que es portadora; y nadie los atestigua más eficazmente que quienes hacen profesión de vida consagrada en la castidad, pobreza y obediencia, con una donación total a Dios y con plena disponibilidad a servir al hombre y a la sociedad, siguiendo el ejemplo de Cristo" (RMi 69).

     La formación misionera del laicado debe reforzar sus líneas específicas de espiritualidad y de apostolado: inserción en las estructuras humanas, a modo de fermento, con la responsabilidad que les es propia dentro de la comunión eclesial. "La necesidad de que todos los fieles compartan tal responsabilidad no es sólo cuestión de eficacia apostólica, sino de un deber-derecho basado en la dignidad bautismal, por la cual 'los files laicos participan, según el modo que les es propio, en el triple oficio - sacerdotal, profético y real - de Jesucristo'. Ellos, por consiguiente, 'tienen la obligación general, y gozan del derecho, tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo" (RMi 71).

     La formación misionera para toda vocación, ministerio y carisma tiene que presentarse dentro de unas dimensiones básicas. Recogemos las que señala la encíclica "Redemptoris Missio".

     La dimensión trinitaria de la formación hace entrar responsablemente en la dinámica salvífica de la vida divina, puesto que la misión viene del Padre, por el Hijo y en el Espíritu Santo (cfr. Jn 20,21-23). Precisamente por esto, "fin último de la misión es hacer partícipes de la comunión que existe entre el Padre y el Hijo" (RMi 23). Si no se vive en un clima de generosidad esta vida divina, no se siente la urgencia de evangelizar: "La urgencia de la actividad  misionera brota de la radical novedad  de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos" (RMi 7).

     La dimensión cristológica de la formación, además de llevar a la "comunión íntima con Cristo" (RMi 88), ayudará a descubrir que la misión evangelizadora es una cuestión de fe y de vivencia: "La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros... He aquí por qué la misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11). La misión lleva consigo el comunicar a los demás la propia experiencia de encuentro con Cristo: "La venida del Espíritu Santo los convierte (a los Apóstoles) en testigos o profetas (Act 1,8; 2, 17-18), infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24).

     La dimensión pneumatológica de la formación, además de subrayar "una plena docilidad al Espíritu" (RMi 87), hará ver que "el Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial" (RMi 21). Sólo con una actitud de fidelidad al Espíritu Santo, se podrá descubrir "su presencia y actividad", que "afectan  también a la sociedad, a la historia, a los pueblos, a las culturas y a las religiones", a modo "semillas de la Palabra", preparándolos  para un encuentro o "para su madurez en Cristo" (RMi 28).

     La dimensión eclesial de la formación conduce a un "espíritu misionero" que comporte "amar a la Iglesia como Cristo" (RMi 89; cf Ef 5,25)). Ahora bien, este amor se expresa en una fidelidad que sea verdaderamente servicio de Iglesia, trabajando para que toda la humanidad encuentre a Cristo presente en los signos eclesiales por él establecidos. "La Iglesia no es fin para sí misma, sino fervientemente solícita de ser toda de Cristo, en Cristo y para Cristo, y toda igualmente de los hombres y para los hombres" (RMi 19).[12]

     La dimensión pastoral de la formación ayudará a prestar atención al fenómeno actual de búsqueda de experiencia de Dios, que viene a ser un nuevo "areópago" para los evangelizadores. "Este fenómeno así llamado del 'retorno religioso' no carece de ambigüedad, pero también encierra una invitación. La Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la humanidad: en Cristo, que se proclama 'el Camino, la Verdad y la Vida' (Jn 14,6)... También es un areópago que hay que evangelizar" (RMi 38).

     La dimensión espiritual de la formación acentúa la necesidad de relación personal con Cristo, seguimiento evangélico y disponibilidad misionera[13]. Ello llevará a ser verdaderamente signo personal de Cristo Buen Pastor, hasta "dar testimonio de caridad para con todos" (RMi 89). Este testimonio es necesario especialmente por parte de quien representa a Cristo Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor (cfr. PO 2, 6, 12). "El hombre contemporáneo cree más en los testigos que en los maestros... el testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de misión" (RMi 42).

     La dimensión antropológica de la formación se convierte en cercanía al hombre concreto, a imitación del Buen Pastor, en sus circunstancias de lugar y tiempo, en su situación sociológica, cultural e histórica. "La actitud misionera lleva a los pobres luz y aliento para un verdadero desarrollo, mientras que la nueva evangelización debe crear en los ricos, entre otras cosas, la conciencia de que ha llegado el momento de hacerse realmente hermanos de los pobres en la común conversión hacia el desarrollo integral, abierto al Absoluto" (RMi 59). Una formación integral evitará el sentido "reductivo" de la misión y descubrirá que "la Iglesia misionera está comprometida también en estos frentes, pero su cometido primario es otro: los pobres tienen hambre de Dios, y no sólo de pan y libertad; la actividad misionera ante todo ha de testimoniar y anunciar la salvación en Cristo, fundando las Iglesias locales que son luego instrumento de liberación en todos los sentidos" (RMi 83).

     Todas estas dimensiones de la formación encuentran en la nueva evangelización una llamada para una renovación evangélica, especialmente en el campo de la espiritualidad misionera. Una Iglesia misionera encuentra su fuerza y su eficacia en su misma realidad de misterio y de comunión. En la medida en que la Iglesia sea transparencia de Cristo (por la vida de santidad y de comunión), en esa misma medida será portadora del misterio de Cristo para todos los pueblos. La renovación eclesial se realiza en la línea de las bienaventuranzas, del mandato del amor y de los consejos evangélicos. Todo apóstol se hace servidor de la Iglesia misionera en la medida en que sea servidor de la Iglesia misterio y de la Iglesia comunión.[14]



    [1]La frase "una nueva evangelización" es una invitación que ha hecho Juan Pablo II y que ha repetido con frecuencia desde el año 1983, primero en Puerto Príncipe (Haití) (9 de marzo de 1983) y luego en Santo Domingo (11 y 12 de ocubre de 1984). Se trata de una "evangelización nueva: nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión"; cfr Insegnamenti VI/1 (1983) 698. Como primer presupuesto fundamental se señala: "suscitar nuevas vocaciones y prepararlas convenientemente, en los aspectos espiritual, doctrinal y pastoral" (ibídem). El objetivo quedó marcado desde el principio: suscitar una intensa movilización espiritual, para cambiar los corazones mediante una evangelización renovada que sea fuente de vitalidad cristiana y de esperanza, que despliegue con más vigor el potencial de santidad, en un gran impulso misionero, una vasta actividad catequética, una manifestación fecunda de colegialidad y comunión, un combate evangélico de dignificación del hombre; cfr. Insegnamenti VII/2, 1984, 882-884.

    [2]Para encontrar "nuevos métodos" y "nuevas expresiones", se necesita afianzar el "nuevo fervor" de los apóstoles, por medio de una vida renovada espiritualmente. J.A. BARREDA, Una nueva evangelización para un hombre nuevo, "Studium" 28 (1988) 2-34; CELAM, Nueva evangelización génesis y líneas de un proyecto misionero, Bogotá 1990; (Conferencia Episcopal Argentina), Documento de trabajo: Líneas para una evangelización nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión, San Miguel, Oficio del libro 1989; J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial para una nueva evangelización, "Medellín" 16 (1990) 220-237; P. GIGLIONI, Perché una "nuova" evangelizzazione, "Euntes Docete" 43 (1990) 5-36; G. MELGUIZO, En qué consiste la "novedad" querida por el Santo Padre para la evangelización de América Latina, "Medellín" 15 (1989) 3-14; A. SALVATIERRA, Características eclesiales de la nueva evangelización, "Surge" 47 (1989) 422-445; F. TAMAYO, La nueva evangelización, ¿palabra de moda o proyecto histórico?, "Cathedra" (Colombia) (1987) 114-141.

 

    [3]Comentario a la encíclica Redemptoris Missio: AA.VV., Haced discípulos a todas las gentes, Valencia, EDICEP 1991.

    [4]Juan Pablo II, Alloc. 11.10.85 al Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa: Insegnamenti VIII, 2, pp.910ss. Datos sobre la renovación eclesial: J. ESQUERDA BIFET, Il rinnovamento ecclesiale per una pastorale missionaria, en: Chiesa locale e inculturazione nella missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1987, 47-75; M. ZOVKIC, Conversio et renovatio Ecclesiae tamquam conditio et sequela evangelizationis, "Bogoslacka Smotra" 45 (1975) 221-234.

 

    [5]"Toda renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad hacia su vocación... La Iglesia peregrina en este mundo es llamada por Cristo a esta perenne reforma, de la que ella, en cuanto institución terrena y humana, necesita permanentemente" (Unitatis redintegratio 6). Esta es la enseñanza continua de los concilios: Lateranense V, sess. 12 (Mansi 32, 988, B-C).

    [6]En otro apartado de Evangelii nuntiandi Pablo VI preguntaba: "¿Qué eficacia tiene en nuestros días la energía escondida de la Buena Nueva, capaz de sacudir profundamente la conciencia del hombre? ¿Hasta dónde y cómo esta fuerza evangélica puede transformar verdaderamente al hombre de hoy? ¿Con qué medios hay que proclamar el Evangelio par que su poder sea eficaz?" (EN 4).

    [7]"El Concilio Vaticano II... tuvo como objetivo principal el de despertar la autoconciencia de la Iglesia y, mediante su renovación interior, darle un nuevo impulso misionero en el anuncio del eterno mensaje de salvación" (Slavorum Apostoli 16).

    [8]La Constitución Apostólica "Pastor Bonus" (art. 86-88) ratifica el objetivo del Dicasterio misionero según las indicaciones de AG 29 y puntualiza algo más: "estudios de investigación sobre la teología, la espiritualidad y la pastoral misionera" (art. 86), el "espíritu misionero" (art. 87), las "vocaciones misioneras" (art. 88).

 

    [9]La expresión "espiritualidad misionera" es anterior al concilio Vaticano II. Se encuentra ya usada en: G.B. TRAGELLA, Per una spiritualità missionaria, Roma 1948; C. CARMINATI, Il problema missionario, Roma 1941, cap. V: "Spiritualità missionaria"; AA.VV., Espiritualidad misionera, Burgos (VI Semana Misionológica) 1954; A. RETIF, La mission, éléments de théologie et spiritualité missionnaire, Tours 1963. Los comentarios al decreto conciliar "Ad Gentes" aportan algunos datos sobre la espiritualidad misionera cuando explican la figura del misionero: J. ESQUERDA BIFET, Spiritualità, vocazione e formazione missionaria, in: AA.VV., Chiesa e missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1990, 199-225; L.J. LECUONA, La vocazione missionaria, en: Le missioni nel decreto "Ad Gentes" del concilio Vaticano II, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1966, 209-225; K. MÜLLER, Les missionnaires (n. 13 à 27), en: Vatican II, L'activité missionnaire de l'Église, Paris, Cerf 1967, 333-361.

 

    [10]Evangelii nuntiandihabía indicado esta misma urgencia: "El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente" (EN 76).

    [11]La formación intelectual (especialmente teológica) debe llevar a la disponibilidad de anunciar el Evangelio a todos los pueblos: "La misión de evangelizar, que es propia de la Iglesia, exige no sólo que el Evangelio se predique en ámbitos geográficos cada vez más amplios y a grupos humanos cada vez más numerosos, sino también que sean informados por la fuerza del mismo Evangelio el sistema de pensar, los criterios de juicio y las normas de actuación; en una palabra, es necesario que toda la cultura humana sea henchida por el Evangelio" (Sapientia Christiana, proemio). Aplicaciones a la vida y ministerio sacerdotal: Sacerdotes para la nueva evangelización, Madrid, Comisión Episcopal Clero 1990 (orientaciones doctrinales y guía de retiros y celebraciones).

    [12]La afirmación es una cita literal de Pablo VI, Discurso en la apertura de la tercera sesión conciliar del Vaticano II, 14 de septiembre de 1964: AAS 56 (1964) 810.

    [13]En la documentación del Sínodo Episcopal de 1990 (sobre la formación sacerdotal) se pueden constatar tres grandes líneas de fuerza: la disponiblidad misionera en las circunstancias actuales requiere una fuerte actitud relacional con Cristo y un seguimiento evangélico generoso concretado en la práctica de los consejos evangélicos. Si estas líneas de formación sacerdotal se llevan a la práctica, ciertamente se puede prever para toda la Iglesia una gran renovación. Ver (además de "Osservatore Romano"): La formazione dei sacerdoti nelle circostanze attuali, Documenti ufficiali dell'ottava Assemblea generale ordinaria del Sinodo dei Vescovi..., Roma, Logos 1990. En las alocuciones del Papa durante el "Angelus" aparecen estas mismas líneas en un contexto armónico de todos los niveles de formación: Gli "Angelus" di Giovanni Paolo II Verso il Sinodo sulla formazione dei sacerdoti, Lib. Edit. Vaticana 1990.

    [14]El mensaje de los Padres Sinodales (Sínodo de 1990) resume estos tres aspectos: "Servidores del misterio, apoyados en la palabra de Dios, hemos de madurar cada día en la fe para ser realmente hombres según el Evangelio. Servidores de la comunión, debemos buscar siempre una mayor intergración personal y comunitaria para el servicio de la Iglesia, familia de los hijos de Dios. Servidores de la misión, nuestra esfuerzo constante se orienta a dar respuesta a los signos de los tiempos, comprendiendo y valorando, con criterio evangélico, las circunstancias culturales, políticas, sociales y económicas que van vambiando aceleradamente y que desafían nuestra misión de servicio a toda la humanidad" ("Oss. Rom." español, 2 nov. 1990, p.12).

                           ESPIRITUALIDAD MISIONERA

 

            Naturaleza y significado de la espiritualidad misionera

 

      El término "espiritualidad", en perspectiva cristiana, significa "una vida según el Espíritu" (Rom 8,9). La "espiritualidad misionera" equivale a la vivencia de la misión como fidelidad generosa al mismo Espíritu.

 

      No basta con estudiar la naturaleza de la misión y los modos concretos de la acción pastoral. Es necesario estudiar también su estilo de vida, su "espíritu", es decir, su "espiritualidad" o vida según el Espíritu Santo. "La actividad misionera exige, ante todo, espiritualidad específica", que se delinea como "plena docilidad al Espíritu" (RMi 87) y "comunión íntima con Cristo" (RMi 88).

 

      Cuando el concilio habla de acción evangelizadora, no deja de referirse a la necesidad de fomentar la "espiritualidad misionera" (AG 29). Es la espiritualidad o vivencia que corresponde al mandato misionero de anunciar el evangelio a todos los pueblos. Por parte del apóstol y de la comunidad eclesial, esta espiritualidad puede afrontarse bajo diversas dimensiones: seguir la voluntad salvífica de Dios (dimensión trinitaria, teológica, salvífica); como encuentro, seguimiento, relación personal, imitación, configuración con Cristo (dimensión cristológica); como fidelidad a la acción del Espíritu Santo (dimensión pneumatológica); en "comunión", amor y sentido de Iglesia (dimensión eclesial); como prolongación de la acción evangelizadora de Cristo (dimensión pastoral); como compromiso fraterno de inserción en la situación concreta (dimensión antropológica-sociológica), etc.

 

      La espiritualidad misionera equivale a las "actitudes interiores" del apóstol (EN 74), que definen su estilo o "espíritu": fidelidad generosa a la vocación y a la misión del Espíritu (EN 75), para el cumplimiento del mandato misionero de Cristo según los designios salvíficos del Padre. La realidad de la misión no nace propiamente de una reflexión teológica (por buena que sea), sino que procede del Padre, por Cristo y en el Espíritu Santo. Esta realidad se capta adecuadamente en el encuentro vivencial y contemplativo con Cristo, según los planes salvíficos de Dios Amor.

 

      Del encuentro con Dios en Cristo, se pasa a comprender y vivir la misión sin fronteras en la comunión de Iglesia. La cristología y la eclesiología, lo mismo que la pastoral y la misionología, reflejan las actitudes espirituales del teólogo o del apóstol.

 

      Si se quiere encuadrar la espiritualidad misionera dentro de la misionología, hay que recordar que todo tratado de las ciencias eclesiásticas puede estudiarse según diversas funciones: teológica o de investigación y síntesis, pastoral o de metodología de la acción, vivencial o de espiritualidad, etc. La espiritualidad misionera es una parte integrante de la misionología como estudio de la función espiritual o vivencial de la misión.

 

      El estudio dogmático y pastoral de la misión tiene que hacerse también en dimensión espiritual. Se estudian los contenidos o naturaleza de la misión, para pasar a la acción evangelizadora. Pero se necesita también adoptar una "espiritualidad misionera", que no es ajena ni paralela a las otras dimensiones, sino que tiene sus perspectivas, elementos y temario propios. En la práctica, equivale a vivir en sintonía con la caridad del Buen Pastor, que, enviado por el Padre bajo la acción del Espíritu, se prolonga en la Iglesia y en el mundo a través de servicios o ministerios ejercidos por personas vocacionadas y profundamente relacionadas con él.

 

      Esta espiritualidad es una actitud de renovación "interior" o de "actitudes", de la que puede derivar una renovación misionera de toda la Iglesia. El resultado más importante de la espiritualidad misionera es la alegría de sentirse llamado y amado por Cristo, y capacitado para amarle, hacerle conocer y hacerle amar. "La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la «Buena Nueva» ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza" (RMi 91).

 

               Datos fundamentales de la espiritualidad misionera

 

      Los datos o elementos fundamentales de la espiritualidad misionera se encuentran a partir de la figura del Buen Pastor, que se transparenta a través de las figuras misioneras de todas las épocas, desde Pedro y Pablo hasta nuestros días. Antes de elaborar una temática concreta, a base de análisis y síntesis, habrá que referirse a esos datos fundamentales como fuente de toda reflexión teológica sobre la espiritualidad misionera.

 

      La figura del Buen Pastor, con su fisonomía detallada es el punto de referencia de toda espiritualidad apostólica. Su vivencia es de relación personal y de fidelidad generosa respecto a la misión recibida del Padre, desde la encarnación (Heb 10,5-7) hasta la cruz (Jn 19,30). Esta fidelidad se concreta en sintonía con la acción del Espíritu Santo que le consagra y envía a "evangelizar a los pobres" (Lc 4,18; Mt 11,5). El "mandato" recibido del Padre es el de "dar la vida" (Jn 10,11ss) "por la vida del mundo" (Jn 6,51). La caridad pastoral de Jesús se concreta en donación de totalidad y de universalismo: se da él mismo, sin pertenecerse, como "consorte" o protagonista de todo ser humano. Jesús vivió la misión así y así la comunicó a los suyos (Jn 20,21).

 

      La misión eclesial es la misma de Jesús. Las "actitudes interiores" de los santos y figuras misioneras constituyen su "espíritu" o estilo de evangelización, y son siempre válidas en lo fundamental. Precisamente esta actitud espiritual de los santos, como valor permanente, es la que ayuda a afrontar fiel y generosamente las situaciones nuevas de cada época. Siempre son actitudes de respuesta a la vocación, de relación profunda con Cristo, de seguimiento evangélico, de comunión eclesial y de disponibilidad misionera.

 

      Según las diversas épocas históricas, se pueden concretar estos datos fundamentales a la luz de las figuras misioneras, de los documentos eclesiales, las realidades de la acción evangelizadora, etc. Habrá que discernir lo que tiene valor permanente y distinguirlo de lo que es pasajero. A cada época hay que juzgarla dentro de su misma perspectiva histórica. Los "hechos de gracia" de todo momento histórico van siempre acompañados de signos pobres y limitados.

 

      Los elementos doctrinales sobre el espíritu de la evangelización se encuentran siempre en los textos inspirados y en la tradición de la Iglesia. La doctrina escriturística va acompañada de la doctrina patrística y conciliar. Veinte siglos de gracia suponen muchas luces del Espíritu Santo concedidas a toda su Iglesia, para poder profundizar mejor los datos revelados (cfr. Lc 24,45). No se podría penetrar hoy el sentido de la Escritura, si se omitiera toda esta acción histórica y eclesial del Espíritu Santo.

 

      La acción magisterial de la Iglesia ofrece datos suficientes para elaborar la temática de espiritualidad misionera. Las encíclicas misioneras ofrecen material abundante sobre las virtudes apostólicas. El concilio Vaticano II habla de una "espiritualidad misionera" (AG 29), pero todavía explicada en términos descriptivos sobre las diversas virtudes (cfr. AG 23-24). La Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" (nn. 75-82) y la encíclica "Redemptoris Missio" (nn. 87-92) ofrecen una síntesis ordenada y relativamente completa sobre nuestro tema, señalando unos puntos básicos: vocación, experiencia de Dios, intimidad con Cristo, fidelidad al Espíritu Santo, santidad, autenticidad y testimonio, unidad y fraternidad apostólica, servicio de la verdad, celo apostólico a lo Pablo y según el modelo de los santos misioneros, relación e imitación de María Madre de la Iglesia.

 

      Si se estudia la realidad misionera de cada época, emergen figuras e instituciones que subrayan algunos elementos esenciales de la misión, de modo que se pueda hablar de espiritualidad misionera peculiar. Frecuentemente esta realidad depende de carismas fundacionales o carismas misioneros específicos, los cuales ponen el acento en diversos factores: el concepto de misión, la metodología apostólica y, especialmente, las virtudes del apóstol y el estilo de vida comunitaria del grupo.

 

      Las líneas básicas de la espiritualidad del apóstol o de las comunidades se pueden deducir de los tres elementos que componen la "vida apostólica" de todas las épocas históricas: seguimiento evangélico de Cristo, fraternidad o vida comunitaria del grupo, disponibilidad misionera. En realidad, es este último elemento el que matiza la generosidad evangélica y la vida fraterna del apóstol en general y del misionero en particular.

 

                         Intento de Síntesis doctrinal

 

      Para captar todo el alcance de la espiritualidad misionera, no basta con delimitar su naturaleza y significado. Es también conveniente presentar una síntesis doctrinal que abarque un temario relativamente completo, en el que se puedan ver todos los elementos fundamentales indicados más arriba.

 

      El decreto conciliar "Ad Gentes" señala una lista de virtudes en relación a la vocación misionera (AG 23-25). La Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" (cap. VII) y la encíclica "Redemptoris Missio" (cap. VIII) ofrecen una lista de temas básicos bajo el epígrafe. Sería conveniente encontrar un orden más lógico y sistemático.

 

      Podría estudiarse el tema en doble perspectiva. Una perspectiva más deductiva, ofrecería un temario a partir de los contenidos de fe: naturaleza, niveles, alcance, aplicaciones, medios, etc. Una perspectiva más inductiva, podría partir de la realidad, siempre a la luz de la fe: situación, historia, dificultades, antropología, cultura, Iglesia local o particular, etc. El mejor método es siempre el de una síntesis de ambas perspectivas, deductiva y inductiva: elaborar una doctrina espiritual a partir de realidades misioneras iluminadas por el mensaje evangélico predicado por la Iglesia y vivido por los santos misioneros. Esta síntesis se orienta siempre hacia la figura del Buen Pastor y de los Apóstoles, las realidades de la acción evangelizadora que reclaman un especial estilo de vida, los documentos de la Iglesia, las figuras misioneras de toda la historia, los carismas fundacionales de las instituciones misioneras, etc.

 

      Siguiendo estas líneas, un temario aproximativo podría ser el siguiente, siempre bajo una perspectiva vivencial: Fidelidad al Espíritu Santo, en la misión de Cristo confiada a los Apóstoles y según los planes salvíficos del Padre; vivencia de la vocación misionera; realización de la comunidad apostólica; práctica de las virtudes concretas que derivan de la caridad pastoral; la oración  como experiencia cristiana de Dios; el sentido y amor de Iglesia misterio, comunión y misión; la figura de María como Tipo de la Iglesia misionera.

 

      Hay que destacar algunos temas espirituales de actualidad:  la actitud relacional con Cristo que deriva de la vocación misionera, la experiencia cristiana de Dios, la actitud de bienaventuranzas  como cercanía a los pobres, la línea de inserción (inmanencia) como fruto de la trascendencia y esperanza, el misterio de la conversión desde la renovación personal y eclesial, la relación entre espiritualidad y acción apostólica, etc.

 

      En todos estos temas, conviene distinguir si se trata de la persona del evangelizador o de la comunidad evangelizadora. La espiritualidad apunta a hacer disponible al apóstol y a la comunidad para la evangelización local y universal. Esta espiritualidad, personal y comunitaria, se basa en el seguimiento de Cristo que deriva de la misión. La "espiritualidad" del misionero hoy se concretará en la fidelidad generosa al Espíritu Santo, para discernir los signos de su actuación salvífica (cfr. Espíritu Santo (discernimiento, fidelidad).

 

      El objetivo de la evangelización, en línea paulina, es el  de "formar a Cristo" en los demás (Gal 4,19). Es el objetivo que abarca también la vida del mismo apóstol: "Es Cristo quien vive en mí... vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20).

 

      La espiritualidad misionera del apóstol es una experiencia de la propia pobreza, en la que se han encontrado las huellas de Cristo, gracias al don de la fe. De esta experiencia humilde y agradecida nace el deseo de consagrarse a la misión con generosidad y de por vida. "¡La fe se fortalece dándola!" (RMi 2).

 

                                                           Juan Esquerda Bifet

 

Bibliografía: L.A. CASTRO, Espiritualidad misionera (Bogotá, Paulinas, 1993); J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad misionera (Madrid, BAC, 1982); Idem, Teología de la evangelización (Madrid, BAC, 1995) cap. X-XI; Idem, Nueva evangelización y espiritualidad misionera en el inicio del tercer milenio: Studia Missionalia 48 (1999) 181-201; S. GALILEA, Espiritualidad de la evangelización, según las bienaventuranzas (Bogotá, CLAR, 1980); J. MONCHAMIN, Théologie et spiritualité missionnaires (Paris, Beauchesne, 1985); Y. RAGUIN, Espíritu, hombre, mundo (Madrid, Narcea, 1976).

                     ESPIRITUALIDAD DE LA EVANGELIZACION

      J. Esquerda-Bifet

1. El "espíritu" de la evangelización hoy

A) Terminología: "espíritu", "espiritualidad"

B) La dimensión espiritual de la evangelización

C) Documentos conciliares y postconciliares sobre la espiritualidad misionera

 

2. Naturaleza y significado de la espiritualidad misionera

A) Espiritualidad misionera: vivir la misión según el Espíritu

B) Datos fundamentales de la espiritualidad misionera

C) Síntesis doctrinal

 

3. Prioridades de la espiritualidad misionera

A) Fidelidad al Espíritu Santo

B) Experiencia de Dios para la misión

D) Formación espiritual para la vocación misionera específica

 

4. Dimensión misionera de la vida consagrada

A) Consagración como oblación total

B) Seguimiento radical de Cristo

C) Pertenencia y de servicio especial a la Iglesia por medio de signos y vínculos especiales, como expresión de la maternidad de la Iglesia y servicio de comunión universal

 

5. Espiritualidad misionera para una "Nueva Evangelización"

A) Dimensiones de la Nueva Evangelización: cristológica, pneumatológica, eclesiológica, antropológica, contemplativa, de santidad

B) Encuentro e intercambio de la espiritualidad y de la contemplación entre religiones y culturas

C) "Semillas" y "huellas" del Verbo Encarnado

 

1. El "espíritu" de la evangelización hoy

 

      A) Terminología: "espíritu", "espiritualidad"

      El término "espiritualidad" indica el "espíritu" o estilo de vida. Se quiere "vivir" lo que uno es y hace. Para el cristiano, se trata de la vida "espiritual", es decir, de la "vida según el Espíritu" (Rom 8,9): "caminar en el Espíritu" (Rom 8,4). Es, pues, una vida que se quiere vivir en toda su realidad humana, con autenticidad y profundidad.

      La vida espiritual no es, pues, una actitud intimista, sujetivista o alienante, sino una camino o proceso de santidad o de perfección, que se traduce en actitudes de fidelidad, generosidad y compromiso vital de totalidad.

      El verdadero estudio del misterio de Cristo se realiza con actitud vivencial. Hay que estudiar los datos de la revelación con una actitud científica de análisis y síntesis, en vistas a una clarificación y precisión (función científica); hay que profundizarlos también para el anuncio y la llamada a la fe (función kerigmática, evangelizadora, pastoral); hay que celebrarlos en los momentos litúrgicos (dimensión litúrgica). Pero si faltara la función vivencial, esas otras funciones correrían el riesgo de quedarse en profesionalismo.

      Es vida en Cristo (cf. Jn 6,56-57; Gal 2,20), a partir de una llamada que se hace encuentro (cf. Jn 1,35-51), unión y relación personal (cf. Mc 3,14), seguimiento personal y comunitario, imitación (cf. Mt 11,29), configuración o transformación (cf. Jn 1,16; Rom 6,1-8) y misión (cf. Mt 4,19; 28,19-20).

      Es vida nueva en el Espíritu, que, con el Padre y el Hijo, habita en el corazón del hombre como en su propia casa solariega (cf. Jn 14,17.23), que ilumina al hombre acerca del misterio de Cristo (cf. Jn 16,13-15), y que le transforma en transparencia y en testigo del evangelio (cf. Jn 15,26-27).

      La "espiritualidad" o el "espíritu" de la vida cristiana tiene, pues, dimensión trinitaria y, por tanto, teológica, salvífica, cristológica, pneumatológica. Pero es también un caminar de hermanos que forman una sola familia o comunidad "convocada" (dimensión eclesial), comprometida en las situaciones humanas concretas (dimensión antropológica, social e histórica). Es una vida espiritual que se alimenta de la meditación palabra de Dios y de la celebración del misterio pascual (dimensión contemplativa y litúrgica). Es vida que debe anunciarse y comunicarse a todos los pueblos (dimensión misionera), hasta que un día será realidad plena en el más allá (dimensión escatológica).

 

      B) La dimensión espiritual de la evangelización

      La "espiritualidad", o función vivencial de la teología, quiere abarcar el misterio de Cristo en toda su integridad y perspectiva. Este camino de perfección se hace, por su misma naturaleza, camino de misión.

      Por el hecho de ser testigo del "misterio" de Dios Amor y servidor de la "comunión" eclesial, el cristiano se hace disponible para la "misión". No habría espiritualidad cristiana sin referencia vivencial (afectiva y efectiva) a la Iglesia misterio, comunión y misión. El camino de la "espiritualidad" y perfección se hace servicio de la "Iglesia sacramento universal de salvación" (LG 48; AG 1).

      Es Cristo resucitado, presente en la Iglesia y en el mundo, quien ha comunicado el mandato misionero, como misión recibida del Padre bajo la acción del Espíritu Santo (cf. Jn 20, 21-23; Act 1, 1-8). Por esto, la acción evangelizadora reclama una actitud relacional con Cristo: en Espíritu, por Cristo, al Padre (cf. Ef 2,18). La evangelización tiene, pues, dimensión "espiritual" de sintonía con los planes salvíficos del Padre, de relación personal con Cristo y de fidelidad a la acción del Espíritu Santo.

      La evangelización se vive con actitud de relación personal  respecto a Cristo que envía, acompaña y espera allí donde va el apóstol: "estaré con vosotros" (Mt 28,20). La dimensión espiritual de la evangelización consiste en la vivencia de esta realidad de fe.

      La espiritualidad del evangelizador se concreta en "actitudes interiores" (EN 74), todas ellas impregnadas de relación personal. Son actitudes de relación familiar con Dios, de confianza filial, de sintonía con los planes salvíficos de Dios, de amistad con Cristo, de fidelidad a la acción y presencia del Espíritu Santo, de escucha contemplativa de la palabra de Dios, de sensibilidad respecto a los problemas de los hermanos redimidos por Cristo, etc. Todas estas actitudes se traducen en una actitud comprometida para anunciar el evangelio a todos los pueblos. Sin esta actitud misionera, no se concibe la espiritualidad cristiana. Al mismo tiempo, sin las actitudes relacionales de espiritualidad, no existe una verdadera acción apostólica.

      Esta dimensión espiritual de la evangelización rompe la dicotomía entre la vida interior y la acción apostólica.

      La vivencia de la espiritualidad se convierte en sensibilidad respecto a las situaciones humanas concretas y actuales, a la luz del evangelio. Entonces se adquiere un verdadero sentido de la historia humana, afrontando los acontecimientos con los criterios, escala de valores y actitudes de Cristo Buen Pastor. De esta espiritualidad nace espontáneamente el sentido de comunión fraterna y el compromiso misionero de orientar toda la humanidad hacia la verdad de Cristo y, por tanto, hacia el amor, la solidaridad, la libertad, la igualdad, la justicia y la paz.

      El "espíritu" de la evangelización ("espiritualidad misionera") se convierte en un camino hacia la realidad completa, con toda su inmanencia y trascendencia. Es camino hacia Dios Amor y, por tanto, hacia todos los hombres y hacia todo el cosmos. Pero este camino pasa por el corazón, orientándolo hacia el único camino de salvación: Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6).

 

      C)    Documentos conciliares y postconciliares sobre la espiritualidad misionera

      La expresión "espiritualidad misionera" se encuentra en el decreto conciliar "Ad Gentes" (1965). Es la primera vez que aparece en el documento magisterial. Está en el contexto del objetivo de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos: "Este Dicasterio promueva la vocación y la espiritualidad misionera, el celo y la oración por las misiones, y difunda noticias auténticas y convenientes sobre las misiones" (AG 29).

      El tema en sí mismo (no la expresión literal), en todo su rico contenido, se encuentra explicado en el capítulo IV, que tiene como título "Los misioneros". Ahí se desarrolla la vocación misionera (AG 23), las virtudes (espiritualidad) del misionero (AG 24), la formación misionera (AG 25-26) y los Institutos Misioneros (AG 27). Como puede apreciarse en las notas, el tema viene a ser una continuación de la doctrina expuesta anteriormente por las encíclicas misioneras.

      El decreto conciliar "Ad Gentes" describe a los misioneros como portadores de una "vocación especial" (AG 23), que exige "vida realmente evangélica", expresada en fidelidad generosa a la llamada, de suerte que sean coherentes con las exigencias de la misión. Por esto "han de renovar su espíritu constantemente" (AG 24) y adquirir "una especial formación espiritual y moral" (AG 25). Imbuido de esta "vida espiritual", el misionero hará posible que "la vida de Jesús obre en aquellos a los que es enviado" (AG 25).

      Aunque de nuestro tema se hable explícitamente sólo en estos números citados (de los capítulos IV y V de "Ad Gentes"), todo el decreto conciliar aparece un dinamismo de disponibilidad cristiana para la misión.

      En los documentos postconciliares el tema de la espiritualidad misionera se fue profundizando paulatinamente. Empezó a cobrar actualidad desde la Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" de Pablo VI (año 1975), donde se dedica todo un capítulo al "espíritu de la evangelización" (título del cap. VII).

      La palabra "espíritu" queda explicada en la misma Exhortación Apostólica, como "actitudes interiores que deben animar a los obreros de la evangelización" (EN 74).

      "Evangelii Nuntiandi" desarrolla la "espiritualidad" o "espíritu" de la evangelización como fidelidad al Espíritu Santo (EN 75), autenticidad de vida evangélica con una rica experiencia de Dios (EN 76), servicio de unidad (EN 77) y de verdad (EN 78), celo apostólico o caridad pastoral vivida con alegría pascual (EN 79-80). De este modo la Iglesia, reunida con María en el Cenáculo, fiel a las nuevas gracias del Espíritu, podrá realizar y promover la "evangelización renovada" que requieren nuestros tiempos (EN 81-82).

      La Constitución Apostólica "Pastor Bonus" (art. 86-88) ratifica el objetivo del Dicasterio misionero según las indicaciones de AG 29 y puntualiza algo más: "estudios de investigación sobre la teología, la espiritualidad y la pastoral misionera" (art. 86), el "espíritu misionero" (art. 87), las "vocaciones misioneras" (art. 88).

      La primera afirmación del capítulo VIII de la encíclica "Redemptoris Missio" es precisamente sobre la existencia de la espiritualidad misionera como "espiritualidad específica": "La actividad misionera exige una espiritualidad específica, que concierne particularmente a quienes Dios ha llamado a ser misioneros" (n. 87). Se refiere a la "espiritualidad misionera" de que habla el título del capítulo.

      El decreto conciliar "Ad Gentes" había descrito la espiritual del misionero, detallando virtudes y actitudes concretas (AG 23-24) e instando a proseguir en la formación espiritual (AG 25). "Evangelii nuntiandi" había indicado un conjunto de "actitudes interiores" del apóstol (EN 74-80).

      La encíclica "Redemptoris Missio" sigue una línea descriptiva que corresponde al contenido de los capítulos anteriores y a la finalidad de la misma encíclica de elevar el tono de la disponibilidad misionera a lo Pablo (1Cor 9, 16, citado ya en el n. 1).

      El contenido de la encíclica se mueve en tres dimensiones principales estrechamente relacionadas: pneumatológica, cristológica, eclesiológica y pastoral. En el interior de la encíclica la actitud espiritual se encuadra también en la dimensión trinitaria, antropológica y sociológica.

      La fidelidad al Espíritu Santo (dimensión pneumatológica) es la actitud básica de la espiritualidad misionera ("espiritualidad" = vida según el Espíritu).

      La dimensión cristológica de la espiritualidad misionera se presenta como relación personal con él, imitación, seguimiento: "Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misión, si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar" (n. 88).

 

      La dimensión eclesiológica de la espiritualidad misionera se expresa en amor a la Iglesia como la ama Cristo. Esta será la garantía de la misión: "Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia, como Cristo" (n. 89).

      La dimensión mariana de la espiritualidad misionera hace redescubrir y vivir la naturaleza misionera y materna de la Iglesia (Gal 4,4, 4,19; 4,26). "María es el ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (RMi 92; cf. LG 65).

      La dimensión pastoral de la espiritualidad se describe en la línea de la "caridad apostólica": "La espiritualidad misionera se caracteriza, además, por la caridad apostólica" (n.89).

      La dimensión antropológica de la espiritualidad está en estrecha relación con Cristo "que conocía lo que hay en el hombre (Jn 2,25), amaba a todos ofreciéndoles la redención, y sufría cuando ésta era rechazada" (n. 89).

      La encíclica coloca un tema básico de espiritualidad (la contemplación) al hablar de las nuevas situaciones actuales (dimensión sociológica), a modo de "nuevos areópagos" que interpelan a la Iglesia (culturas, medios de comunicación, desarrollo, liberación de los pueblos, derechos fundamentales, ecología, etc.), se señala "la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración... se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización" (n. 38).

      A esta problemática sobre la búsqueda actual de Dios, sólo se puede responder con una actitud verdaderamente contemplativa. El Papa lo afirma también como fruto de su misma experiencia misionera: "El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular, las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, sino es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: 'Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos' (1Jn 1,1-3). "El misionero ha de ser un contemplativo en la acción" (ibídem).

 

2. Naturaleza y significado de la espiritualidad misionera

 

      A) Espiritualidad misionera: vivir la misión según el Espíritu

      Si la "espiritualidad" cristiana significa "una vida según el Espíritu" (Rom 8,9), la "espiritualidad misionera" equivale a vivir la misión con fidelidad generosa al mismo Espíritu. Se conjugan, pues, dos realidades cristianas íntimamente unidas: espiritualidad y misión.

      La espiritualidad misionera es el estilo de vida que corresponde al mandato misionero de anunciar el evangelio a todos los pueblos. Las "actitudes interiores" del apóstol (EN 74) son, pues, su estilo o "espíritu": fidelidad generosa a la vocación y a la misión del Espíritu (EN 75), que equivale a cumplimiento del mandato misionero de Cristo según los designios salvíficos del Padre.

      Los temas teológicos y pastorales sobre la misión tienen necesariamente una dimensión de espiritualidad. Efectivamente, la misión supone respuesta vivencial y comprometida a los planes salvíficos y universales de Dios como agradecimiento de la fe recibida (dimensión trinitaria y salvífica); es cumplimiento generoso del mandato de Cristo (dimensión cristológica); es fidelidad incondicional a la misión y acción del Espíritu Santo (dimensión pneumatológica); es amor y sentido de Iglesia (dimensión eclesiológica); es prolongación de la acción evangelizadora de Cristo (dimensión pastoral); es cercanía comprometida al hombre concreto (dimensión antropológica y sociológica).

       La dimensión espiritual de la evangelización (como "espiritualidad misionera") no es, pues, ajena ni paralela a las otras dimensiones; pero tiene sus perspectivas, elementos y temario propios.

      La "espiritualidad misionera", como "espíritu de la evangelización" o dimensión espiritual de la misión, refleja el estilo de vida del apóstol, que se debe "renovar constantemente" (AG 24).

      La espiritualidad misionera es una parte integrante de la misionología como estudio de la función espiritual o vivencial de la misión.

 

      B) Datos fundamentales de la espiritualidad misionera

      Para poder relacionar la "espiritualidad" con la "misión", habrá elaborar unos datos fundamentales a partir de la figura del Buen Pastor, que se transparenta a través de las figuras misioneras de todas las épocas, desde Pedro y Pablo hasta nuestros días. Antes de elaborar una temática concreta, a base de análisis y síntesis, habrá que referirse a esos datos fundamentales como fuente de toda reflexión teológica sobre la espiritualidad misionera.

      La figura del Buen Pastor, con su fisonomía detallada es el punto de referencia de toda espiritualidad apostólica. Otros datos, más complementarios, podrán elaborarse a partir de las diversas épocas históricas, es decir, a partir del estilo misionero de cada momento del actuar evangelizador de la Iglesia.

      La acción magisterial de la Iglesia ofrece datos suficientes para elaborar la temática de espiritualidad misionera. A partir de la realidad misionera, emergen figuras e instituciones que subrayan algunos elementos esenciales de la misión, de modo que se pueda hablar de espiritualidad misionera peculiar.

      Las líneas básicas de la espiritualidad del apóstol o de las comunidades se pueden deducir de los tres elementos que componen la "vida apostólica" de todas las épocas históricas: seguimiento evangélico de Cristo, fraternidad o vida comunitaria del grupo, disponibilidad misionera. En realidad, es este último elemento el que matiza la generosidad evangélica y la vida fraterna del apóstol en general y del misionero en particular.

 

      C) Síntesis doctrinal

      Para captar todo el alcance de la espiritualidad misionera, no basta con delimitar su naturaleza y significado. Es también conveniente presentar una síntesis doctrinal que abarque un temario relativamente completo, en el que se puedan ver todos los elementos fundamentales indicados más arriba.

      Un buen temario o síntesis doctrinal podría derivar de la definición sobre la espiritualidad misionera. Este temario sería de tipo deductivo: naturaleza, niveles, alcance, aplicaciones, medios, etc. Pero podría también derivar de las realidades concretas de la vida misionera; sería entonces de tipo inductivo: situación, historia, dificultades, antropología, cultura, Iglesia local o particular, etc. El mejor método es siempre de síntesis de ambos tipos, el deductivo y el inductivo: elaborar una doctrina espiritual a partir de realidades misioneras iluminadas por el mensaje evangélico predicado por la Iglesia y vivido por los santos misioneros.

      Siguiendo estas líneas, un temario aproximativo podría ser el siguiente, siempre bajo una perspectiva vivencial:

      - Fidelidad al Espíritu Santo, en la misión de Cristo confiada a los Apóstoles y según los planes salvíficos del Padre.

      - Vocación misionera.

      - La comunidad apostólica.

      - Las virtudes concretas que derivan de la caridad pastoral.

      - La oración  como experiencia cristiana de Dios.

      - El sentido y amor de Iglesia misterio, comunión y misión.

      - La figura de María como Tipo de la Iglesia misionera.

 

      En todos estos temas, conviene distinguir si se trata de la persona del evangelizador o de la comunidad evangelizadora. La espiritualidad apunta a hacer disponible al apóstol y a la comunidad para la evangelización local y universal. Esta espiritualidad, personal y comunitaria, se basa en el seguimiento de Cristo que deriva de la misión.

 

3. Prioridades de la espiritualidad misionera

      A) Fidelidad al Espíritu Santo

      Todos los temas doctrinales sobre la espiritualidad misionera giran en torno al tema fundamental de la fidelidad al Espíritu Santo, puesto que se trata de una misión vivida bajo su acción salvífica. Pentecostés es el punto de referencia de la Iglesia misionera en cada época, que quiere renovarse reuniéndose en cenáculo con María, en espíritu de oración, escucha de la palabra, celebración de la eucaristía, vida comunitaria, para cumplir con "audacia" y con la fuerza del Espíritu la acción evangelizadora (cf. Act 1,14; 2,42-47; 4,31-35; cfr. AG 4; LG 59; EN 82; RH 82; RMi 92).

      Es el Espíritu Santo quien "infunde en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo" (AG 4). Por esto la espiritualidad misionera puede definirse como fidelidad al Espíritu Santo, que realiza en la Iglesia la misión confiada por Cristo (Jn 20,21-23). La unción y misión del Espíritu en Jesús abarca todo su ser, su vida y su acción apostólica.

      La fuerza y misión del Espíritu, que actuó en Jesús, es ahora la fuerza y misión de la Iglesia. Cada apóstol, como Pablo, se siente impulsado por el Espíritu y "prisionero" suyo (Rom 15,18; Act 20,22). La evangelización, como prolongación de la acción salvífica de Cristo, es eminentemente pneumatológica: "No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo... Es él quien actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por él"... Sin él, los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas o psicológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor" (EN 75).

      La "espiritualidad" del misionero consistirá, pues, en la fidelidad generosa al Espíritu Santo, que lleva al desierto (Lc 4,1), a la predicación y evangelización de los pobres (Lc 4,18), al gozo del misterio pascual (Lc 10,21). El discernimiento del Espíritu en la acción apostólica sigue estas mismas líneas bíblicas: oración, sacrificio, humildad, vida ordinaria de "Nazaret" (= "desierto"); amor preferencial por los que sufren, campos de caridad y servicio (= "pobres"), esperanza de confianza y tensión comprometida (= "gozo").

      La fidelidad al Espíritu Santo se traduce en relación personal con Dios como respuesta a su presencia, apertura a la luz de su palabra ysintonía con su acción santificadora y evangelizadora.

      B) Experiencia de Dios para la misión

      El fenómeno tal vez más llamativo de estos últimos tiempos, al comienzo de un tercer milenio de cristianismo, es el encuentro de las religiones no cristianas con el evangelio, como cuestionamiento sobre la "experiencia de Dios".

      Este fenómeno es parecido al que se encuentra en la sociedad "secularizada", que pregunta sobre el "silencio" y la "ausencia" de Dios: "Paradójicamente, el mundo, que, a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios, lo busca sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible" (EN 76).

      El "camino" de la oración, como camino relacional del hombre hacia Dios, es similar en todas las religiones (búsqueda del Absoluto, purificación, etapas, medio...), como una marcha hacia el "centro" de la vida, hacia la unificación del "corazón", hacia la armonía cósmica y hacia la fraternidad universal. ¿Cuál es la originalidad del cristianismo en esta búsqueda auténtica de Dios?

      Querer responder a esta pregunta trascendental con una síntesis teórica "mejor" o con una metodología psicológica "más perfecta", sería dejar el problema sin solución.

      La especificidad u originalidad del cristianismo consiste en esa "irrupción" de Dios en la historia de la humanidad y de cada uno, a modo de llamada inesperada o insospechada: revelación, encarnación, redención... en Cristo. "La venida del Espíritu Santo convierte e los Apóstoles en testigos y profetas, infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24).

      La espiritualidad cristiana se convierte, pues, en un hecho privilegiado de evangelización, en cuanto que debe colorear el concepto de misión (teología) y su aplicación metodológica (pastoral). El evangelizador debe presentar, a través de sus gestos de vida, su experiencia de Dios amor (revelado en Cristo), su experiencia de diálogo con Dios ("Padre nuestro"), su actitud de gozo pascual (esperanza) y su experiencia de las bienaventuranzas (hacer de la vida una donación).

 

      C) Formación espiritual para la vocación misionera específica

      Existe una vocación misionera general y especial. No se trata solamente de afirmar la existencia de esta vocación, sino que principalmente es necesario apuntar la formación en todos sus niveles. Cuando el concilio Vaticano II habla de la "vocación especial" o "vocación misionera" (AG 23), describe al mismo tiempo las virtudes y espiritualidad del misionero (AG 24) y urge a una formación espiritual adecuada (AG 25). "Evangelii Nuntiandi" comienza a describir "el espíritu de la evangelización" (EN cap. VII), hablando de las "actitudes interiores" que han de tener los evangelizadores, para "ser dignos de esta vocación" (EN 74).

      El tema de la vocación misionera puede estudiarse a nivel de teología (existencia y naturaleza de esta vocación), a nivel de pastoral (acción de pastoral vocacional) y a nivel de espiritualidad (señales de vocación, fidelidad, formación, etc.) (RMi nn. 32, 65-66, 79).

      La existencia de una vocación misionera específica reclama una actitud espiritual peculiar. Todo cristiano debe vivir la dimensión misionera de su propia vocación (laical, religiosa o de vida consagrada, sacerdotal). El misionero debe vivir la espiritualidad cristiana con los matices de su vocación. Como toda vocación cristiana, también la vocación misionera se caracteriza por unas señales: recta intención, decisión libre, idoneidad o cualidades. Todo ello ha que quedar garantizado por la admisión de la Iglesia. Por esto se necesita un período especial de formación, en el que se pueda dar un acertado discernimiento y acompañamiento.

      Los "sellados con vocación especial" misionera, tienen que estar "dotados" de "disposiciones y talentos", de suerte que estén "dispuestos a emprender la obra misional" según la misión que recibirán de la Iglesia. De este modo, quedan "segregados para la obra que han sido llamados, como ministros del evangelio, para que la oblación de los gentiles sea acepta y santificada por el Espíritu Santo" (AG 23; cf. Rom 15,16).

      La recta intención queda matizada por las motivaciones de la misión: comunicar la fe, implantar la Iglesia, extender el Reino, conducir los no creyentes a la plenitud en Cristo, etc. La decisión libre se constata en unas actitudes firmes ante la evangelización.

      Las cualidades o virtudes requeridas (idoneidad) se pueden resumir en las siguientes (cf. AG 23-25; EN 74-80):

      - fortaleza ante las dificultades de la misión;

      - sensibilidad y comprensión ante los valores auténticos de las religiones no cristianas;

      - visión sobrenatural de fe, que vaya más allá de una simple acción filantrópica;

      - presentar una vida que transparente el evangelio;

      - sentido y amor de Iglesia, traducido en obediencia;

      - vivir el carisma misionero de la propia institución.

 

       La fidelidad inicial debe ir madurando a través de la vida misionera, para convertirse en una actitud permanente de decisión, donación y gozo. Para apoyar esta actitud de seguimiento generoso y de misión universalista, habrá que presentar más claramente el carisma del grupo o del Instituto misionero al que se pertenece. Dios sigue llamando en cualquier situación histórica.

      La fidelidad depende de la gracia, puesto que la vocación es un don de Dios. Las comunidades tienen necesidad de apóstoles y misioneros; ello es un don (no un derecho) que Dios hace llegar a todos si cada uno corresponde según su responsabilidad. Precisamente por ello, se necesita la colaboración de la persona llamada y de toda la comunidad eclesial. Una comunidad evangelizada y evangelizadora es una comunidad que pide el don de las vocaciones y se prepara para recibirlas, sostenerlas y compartirlas con otras comunidades más necesitadas.

      La pastoral vocacional misionera se basa en esta oración y colaboración de todos. La fidelidad inicial y permanente ha de tener en cuenta los condicionamientos personales (psicología, herencia) y ambientales (familia, cultura...). La formación, en todos sus niveles (espiritual, humano, intelectual, pastoral), debe impartirse teniendo en cuenta los valores permanentes del evangelio (la fisonomía del Buen Pastor y de la "vida apostólica"), así como también las situaciones diferentes de cada época histórica.

      La formación espiritual misionera se basa principalmente en la llamada de Cristo, para estar con él y para ser enviado por él a fin de prolongar su misma misión de evangelizar, bautizando o configurando a cada hombre con Cristo y erradicando el espíritu del mal de todo corazón humano (cf. Mc 3,14; Mt 28,19-20).[1]

 

4. Dimensión misionera de la vida consagrada

      La vida consagrada, por la práctica permanente de los consejos evangélicos, tiene consecuencias misioneras que derivan de la misma consagración: "dilatar el Reino por todo el mundo" (LG 44). Esta responsabilidad misionera arranca de la misma naturaleza de la vida consagrada, que es:

 

      - consagración como oblación total,

      - seguimiento radical de Cristo,

      - pertenencia y de servicio especial a la Iglesia por medio de signos y vínculos especiales,

      - expresión de la maternidad de la Iglesia,

      - servicio de comunión universal (cf. LG 41).

 

      No deben olvidarse otros aspectos de la vida consagrada, que tienen gran repercusión en la disponibilidad y capacidad misionera: actitud permanente de conversión como apertura de amor esponsal, carisma fundacional, servicio especial de profetismo como expresión fuerte del seguimiento evangélico, pertenencia especial a la sacramentalidad de la Iglesia (por los signos de votos o compromisos)... En resumen, es un "estado (de vida) constituido por la profesión de los consejos evangélicos... que pertenece de manera indiscutible a la vida y santidad de la Iglesia" (LG 44).

 

      De esta realidad de gracia deriva un sentido profundo de gratuidad, gozo pascual, sencillez evangélica, audacia, misericordia, compasión..., que dan un colorido particular al seguimiento evangélico, a la fraternidad (familia) y a la disponibilidad misionera.

 

      Ad Gentes y Evangelii nuntiandi presentan una buena síntesis de la dimensión misionera de la vida consagrada. "Los Institutos religiosos de vida contemplativa y activa tuvieron hasta ahora, y siguen teniendo, la mayor parte en la evangelización del mundo" (AG 40). "Los religiosos, también ellos, tienen en su vida consagrada en medio privilegiado de evangelización eficaz. A través de su ser más íntimo, se sitúan dentro del dinamismo de la Iglesia, sedien­ta de los Absoluto de Dios, llamada a la santidad. Es de esta santi­dad de la que ellos dan testimonio. Ellos encarnan la Iglesia deseosa de entregarse al radicalismo de las bienaventuranzas. Ellos son por su vida signo de total disponibilidad para con Dios, la Iglesia, los hermanos. Por esto, asumen una importancia especial en el marco del testimonio que es primordial en la evangelización. Este testimonio silencioso de pobreza y de desprendimiento, de pureza y de transparencia, de abandono en la obediencia puede ser a la vez que una interpelación al mundo y a la Iglesia misma, una predicación elocuente, capaz de tocar incluso a los no cristianos de buena voluntad, sensibles a ciertos valores" (EN 69).

 

      Los Institutos de "vida consagrada" tienen una responsabilidad peculiar respecto a la misión universal "ad gentes". La historia de la evangelización "ad gentes" presenta testimonios fehacientes de esta responsabilidad. Son tres los datos principales que estimulan a la misión: la gracia del bautismo llevada hasta la expresión de la vida consagrada, la gracia de la consagración por medio de la práctica permanente de los consejos evangélicos, el carisma específico del propio Instituto. La encíclica Redemptoris Missio repite la doctrina conciliar y del nuevo Código: "Dado que por su misma consagración se dedican al servicio de la Iglesia... están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misional, según el modo propio de su Instituto" (RMi 69; can. 783).

 

      La exhortación Vita consecrata (1996) la presenta como signo eclesial que forma parte de la estructura "sacramental" de la Iglesia. De este modo, se hace itinerario trinitario, en el Espíritu, por Cristo, al Padre. Es itinerario espiritual, comunitario y misionero, que asume la totalidad de la persona en un amor esponsal a Cristo casto, pobre y obediente, para vivir de la presencia del Señor en medio de los hermanos (la fraternidad) y para "amar y hacer amar al Amor", según la expresión de Teresa de Lisieux, patrona de las misiones. De este modo, "la misma vida consagrada, bajo la acción del Espíritu Santo... se hace misión, como lo ha sido la vida entera de Jesús" (VC 72).

 

      La misión proviene de la misma consagración, como participación en la consagración y misión de Jesús (Lc 4,18; cf. can. 758). Sería impensable la "sequela Christi" sin la responsabilidad de dar testimonio del evangelio más allá de los propios límites de geografía, raza, cultura, y también más allá de las fronteras de la propia Iglesia local. "La Iglesia debe dar a conocer los grandes valores evangélicos de que es portadora; y nadie los atestigua más eficazmente que quienes hacen profesión de vida consagrada en la castidad, pobreza y obediencia, con una donación total a Dios y con plena disponibilidad a servir al hombre y a la sociedad, siguiendo el ejemplo de Cristo" (RMi 69).

 

      La encíclica Redemptoris Missio distingue entre Institutos de vida contemplativa e Institutos de vida activa, indicando la peculiaridad misionera de cada uno. Respecto a la vida contemplativa indica la necesidad de su presencia, como "preclaro testimonio entre los no cristianos de la majestad y de la caridad de Dios, así como de unión en Cristo" (RMi 69). La vida activa se presenta en el contexto de "inmensos espacios para la caridad, el anuncio evangélico, la educación cristiana, la cultura y la solidaridad con los pobres, los discriminados, los marginados y oprimidos" (RMi 69).

 

      La "secreta fecundidad apostólica" de la vida contemplativa (PC 7) queda así explicada en Ad Gentes: "Los Institutos de vida contemplativa tienen una importancia singular en la conversión de las almas por sus oraciones, obras de penitencia y tribulaciones, porque es Dios quien, por medio de la oración, envía obreros a su mies, abre las almas de los nos cristianos, para escuchar el Evangelio y fecunda la palabra de salvación en sus corazones" (AG 40).

 

      Entre los valores apostólicos de la vida consagrada, sobresale el tema de la "virginidad por el Reino", que "se traduce en múltiples frutos de maternidad según el espíritu. Precisamente la misión ad gentes les ofrece un campo vastísimo para entregarse por amor de un modo total e indiviso" (RMi 70). La encíclica misionera subraya la importancia de este testimonio de parte "de la mujer virgen, consagrada a la caridad hacia Dios y el prójimo, especialmente el más pobre" (ibídem). Juan Pablo II augura, a partir de este testimonio, fruto abundante en la pastoral de las vocaciones: "Es de desear que muchas jóvenes mujeres cristianas sientan el atractivo de entregarse a Cristo con generosidad, encontrando en su consagración la fuerza y la alegría para dar testimonio de él entre los pueblos que aún no lo conocen" (RMi 70).

 

      La vida consagrada presenta "una linea escatológica" o de anuncio y de encuentro final de toda la creación y de toda la humanidad con Cristo resucitado. Precisamente por esto, la vida consagrada forma parte especialmente de la Iglesia esposa y peregrina (cfr LG 48). De este modo, "preanuncia la resurrección futura y la gloria del Reino celestial... y pone a la vista de todos, de una manera peculiar, la elevación del Reino de Dios sobre todo lo terreno y sus grandes exigencias" (LG 44).

 

      De esta línea de trascendencia y de escatología proviene la capacidad de inserción o "encarnación" en la vida terrena, para transformarla a la luz de las bienaventuranzas. La fuerza evangelizadora de la vida consagrada proviene de su relación con Cristo esposo resucitado presente. Ofreciendo su vida en holocausto, como el Buen Pastor, la persona consagrada se transforma en anuncio, presencia, transparencia y comunicación de la vida cristiana, que es vida de resurrección en Cristo.

 

      La armonía entre la dimensión escatológica y la de inserción (o "encarnación") está en relación directa con la "total consagración" por medio de signos eclesiales que indican pertenencia a la Iglesia como misterio, comunión y misión.

 

      La base fundamental del ser, del actuar y de la espiritualidad sacerdotal, es común a sacerdotes diocesanos y religiosos. La configuración con Cristo Sacerdote, Cabeza y Pastor, exige para todos el mismo seguimiento radical (Vida Apostólica de los Doce), la misma disponibilidad misionera (local y universal) y la misma vida de "comunión" con los demás presbíteros del Presbiterio de la Iglesia particular, cuya cabeza es el Obispo. Las exigencias de "Vida Apostólica", al estilo de los Doce, son las mismas. La caridad pastoral es la quinta esencia de la espiritualidad sacerdotal, sea del sacerdote diocesano que del religioso.

 

      Ahora bien, todas estas realidades de gracia quedan matizadas por otras gracias, que podrían resumirse, para el sacerdote "diocesano", en la "incardinación", como pertenencia especial a la Iglesia particular y al Presbiterio, y como dependencia espiritual y ministerial respecto al Obispo; todo ello "como valor espiritual del presbítero" (PDV 31). En cuanto al sacerdote "religioso" (o de instituciones análogas), estas realidades de gracia quedan matizas por el "carisma fundacional", que se concreta en compromisos especiales de seguimiento evangélico y en modos peculiares de vida comunitaria y de misión.

 

5. Espiritualidad misionera para una "Nueva Evangelización"

A) Dimensiones de la Nueva Evangelización

      Dimensión cristológica: "Comunión íntima con Cristo... presencia consoladora de Cristo... lo espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88)

 

      Dimensión pneumatológica: "Docilidad al Espíritu... dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejante a Cristo" (RMi 87)

 

      Dimensión eclesial: "Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia como Cristo" (RMi 89)

 

      Dimensión antropológica: "Fiel al espíritu de las bienaventuranzas, la Iglesia está llamada a... hacer revisión de la propia vida en el sentido de la solidaridad con los pobres" (RMi 60)

 

      Dimensión contemplativa: "El misionero debe ser un contemplativo en la acción" (RMi 91)

 

      Llamada a la santidad: "El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos" (RMi 90)

 

B) Encuentro e intercambio de la espiritualidad y de la contemplación entre religiones

 

      El encuentro actual entre religiones tiene lugar principalmente en el campo de la espiritualidad y, más concretamente, de la contemplación. A veces se convierte en un cuestionamiento mutuo sobre la experiencia peculiar de Dios. En relación con el cristianismo, el interés de las religiones aumenta respecto a los grandes místicos, dejando entrever algunas dudas sobre la actualidad, como si hoy la experiencia de Dios no apareciera tan claramente como en los santos del pasado.

 

      El aprecio por el cristianismo, de parte de las religiones, se va centrando cada vez más en un aspecto concreto: la irrupción insospechada de Dios Amor, que sale al encuentro del hombre, sin mérito ni preparación por parte de éste. Es el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, hecho hombre, camino, consorte (esposo) en el caminar humano de búsqueda de Dios. "El Verbo Encarnado es, pues, el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de toda expectativa humana. Es misterio de gracia... Cristo es su única y definitiva culminación" (TMA 6).

 

      El punto privilegiado de contacto, en este encuentro interreligioso, es el "silencio" o "apofanismo" de un Dios que es misterio inaccesible. En el cristianismo se afirma que Dios ha pronunciado su Palabra definitiva y personal (el Verbo) en este silencio, y que esta Palabra es "presencia" cuando parece "ausencia". Jesús es el Verbo Encarnado, el Emmanuel, Dios con nosotros. De este modo, la trascendencia absoluta de Dios Amor se hace la máxima inmanencia. Al cristiano se le cuestiona sobre su experiencia peculiar de esta realidad.

 

      El cristianismo no puede presentar una metodología peculiar, ni tampoco unos elementos culturales religiosos con la pretensión de ser mejores. Lo peculiar de la experiencia cristiana arranca de la inserción del mismo Dios en la propia realidad y limitación humana. Esa inserción divina es original, porque ya no es sólo su presencia y su mensaje, sino que el mismo Dios, en la persona de su Hijo, ha tomado la naturaleza humana. La experiencia peculiar cristiana no puede ser otra que el encuentro real y vivencial con Jesucristo. Por él y con la gracia del Espíritu Santo, ya podemos decir "Padre" a Dios, como "hijos en el Hijo" (GS 22; cfr. Ef 2,5).

 

      Se pregunta a los creyentes y a los evangelizadores sobre "un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente" (EN 76). Por esto, "el futuro de la misión depende, en gran parte, de la contemplación", puesto que "si el misionero no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble" (RMi 91). Sin esta experiencia de "contemplación", al estilo de Juan (cfr. 1,1ss), "la palabra corre el riesgo de hacerse vana e infecunda" (EN 76).

 

      Lo peculiar del cristianismo, que no destruye ningún valor religioso auténtico, consiste en la irrupción de Dios amor en la humanidad, más allá de las experanzas religiosas de toda cultura y de todo pueblo. "Cristo, en la misma revelación del Padre y de su amor, manifiesta el hombre al propio hombre" (GS 22).

 

      En Cristo, el "silencio" de Dio se hace Palabra definitiva. Toda religión, en su proceso de búsqueda de Dios, vislumbra que él es siempre más allá de toda experiencia. Cuando los dones de Dios (salud, bienestar, vida, etc.) desaparecen, queda siempre el misterio insondable de Dios. La fe cristiana, que es don de Dios, consiste en vislumbrar que, en esa "ausencia" y "silencio", Dios se da a sí mismo. No es una conquista, sino la recepción gozosa de que "Dios nos ha amado primero", porque "ha enviado a su Hijo como propiciación por nuestros pecados... Salvador del mundo" (1Jn 4,10-14).

 

      El encuentro de las religiones con el cristianismo tiene lugar, pues, de modo privilegiado, en el campo de la espiritualidad y contemplación. El cristiano no ha encontrado a Dios Amor en una conquista de interioridad, ni en la consecución de fenómenos extraordinarios, sino por gracia o don de Dios en la propia realidad y pobreza radical. Dios Amor espera a cada hombre en su propio corazón y en su propia circunstancia, porque la Palabra se ha insertado en la historia como "Verbo hecho carne" (Jn 1,14). Por esto Jesucristo "espera al apóstol en el corazón de todo hombre" (RMi 88). El caminar humano es un camino fraterno, abierto a la "sorpresa" y "misterio" de Dios.

 

      La "experiencia" de Dios en toda religión es algo vital, que abarca todos los campos de la vida, que tiende a la relación íntima con Dios, el Absoluto. Es siempre experiencia salvífica, que libera de la contingencia y de las limitaciones temporales, como un don de Dios, siempre inefable. La experiencia religiosa deja la necesidad y urgencia de comunicarla a otros. Pero es siempre experiencia muy limitada, porque siempre se vislumbra que Dios es más allá de toda experiencia. A Dios se le encuentra más cercano cuando parece más trascendente. Pero "a Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1,18).

 

      A pesar de estas limitaciones, la experiencia religiosa auténtica se expresa en la armonía y convivencia con toda la humanidad y con todo el cosmos. La diversidad de experiencias religiosas tiene un denominador común: Dios cercano y lejano, el mismo que se deja entrever de muchas y diferentes maneras en todas las culturas religiosas. El hombre sigue preguntando sobre Dios; esta pregunta da sentido a la historia humana y a la conviviencia entre los pueblos.

 

      Cuando la idea sobre la "experiencia" de Dios es una conquista, entonces el verdadero Dios desaparece. Esa falsa experiencia se convierte en otro factor de dominio sobre los humanos. El ateísmo y los fundamentalismos no son más que la idolatría del propio yo (o del propio grupo) en una transposición ideológica o pseudoreligiosa. Ningún creyente y, por tanto, tampoco el cristiano, escapa a este peligro de una falsa religiosidad, donde lo "religioso" se reduce a lo útil. La experiencia religiosa es auténtica si se expresa con la verdad de la humildad, es decir, con la convicción de haber recibido un don inmerecido de Dios, que debe compartirse con todos los hermanos.

 

      La experiencia peculiar cristiana tiene su punto de partida en el encuentro con Cristo, el Hijo de Dios enviado por amor. Ese encuentro es de fe, es don de Dios, es gracia; no es una conquista. la peculiaridad de la experiencia y de la salvación cristiana no anula los valores positivos de otras religiones; pero es un don inesperado, más allá de toda experiencia y esperanza religiosa. El Hijo de Dios se ha hecho hombre para hacernos partícipes de su divinidad, compartiendo con nosotros su misma filiación divina (cfr. Jn 1,12.16; 1Jn 3,1).

 

      La experiencia cristiana, cuando aparece claramente en la vida de los creyentes, es una llamada a ir más allá de toda experiencia religiosa, sin humillar ni destruir ningún don de Dios. Llegar a esta experiencia no será nunca fruto de un proselitismo mal entendido o de una presión psicológica, sino de un don de Dios, quien, a su vez, quiere el testimonio y el anuncio de los que ya lo han recibido.

 

      Jesús, que envió a sus discípulos a anunciar la Buena Nueva "todos los pueblos" (Mt 28,19), había afirmado: "nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no le atrae" (Jn 6,44). La "preparación evangélica", que se encuentra en toda experiencia religiosa auténtica, llegará a su plena explicitación cuando el mismo Dios comunique el don de la fe. Esta comunicación, totalmente gratuita, va acompañada del signo claro de quienes, por creen en Cristo, transparentan al mismo Cristo y lo anuncian con autenticidad.

 

      El Espíritu de Dios, que está en el corazón de todo ser humano, conduce a llamar a Dios "Padre" en sintonía con los sentimientos y la realidad filial de Jesús: "toda oración auténtica está bajo la influencia del Espíritu... es suscitada por el Espíritu" (Juan Pablo II, Disc. 22 dic. 1986). Así es la dinámica de la nueva creación: en el Espíritu, por Cristo, al Padre (cfr. Ef 2,18).

 

C) "Semillas" y "huellas" del Verbo Encarnado

 

      Cuando, por medio de cualquier religión, se ha llegado a esa "experiencia", en la que Dios (o la trascendencia) se vislumbra como "más allá" de toda experiencia, de toda reflexión y de todo concepto, entonces la persona religiosa adopta una actitud de admiración ante el cosmos, ante los acontecimientos, ante los conceptos culturales, ante cualquier corazón humano y cualquier expresión religiosa de los demás. Ya no se fija tanto en las limitaciones y eventuales defectos. Toda expresión religiosa refleja algo de la Verdad, del Bien y de la Belleza. Las actitudes exclusivistas no son auténticamente religiosas.

 

      En las religiones tradicionales, Dios se hace cercano y familiar, manifestándose de muchas maneras en la misma vida (cap. 1). En las tradiciones hinduistas, el corazón quiere purificarse para llegar a la unión (y tal vez identificación) con Dios (cap. 2). En las tradiciones budistas, se intenta eliminar todo deseo para llegar a la trascendencia inmutable (cap. 3). Las tradiciones taoístas y confucionistas buscan mejorar el quehacer del camino humano personal y social para llegar a Dios (cap. 4). La tradición shintoísta se quiere identificar con el espíritu de Dios presente armónicamente en todas las cosas (cap. 5). La tradición hebrea se apoya en las promesas hechas por Dios a los primeros seres humanos y renovadas especialmente a Abrahán, Moisés y los profetas, sobre el Salvador y la salvación universal (cap. 6). La tradición islámica quiere recuperar la fe y esperanza de Abrahán, como sumisión perfecta a la voluntad de Dios (cap. 7). El hombre de todos los tiempos y de todas las culturas se pregunta permanentemente sobre el sentido de la vida humana y de la historia, de su origen y de su finalidad, sin poder borrar del corazón el deseo de trascendencia y del Absoluto (cap. 9).

 

      Jesús, el Hijo enviado por Dios Amor, ha venido a llevar a madurez todas esas semillas sembradas por el Creador desde los primeros seres humanos, y en todo pueblo y cultura (cap. 8). Su aportación no es una experiencia religiosa más, sino el don definitivo de quien es el mismo Dios de todas las religiones.

 

      Fijarse preferentemente en los elementos limitados o exóticos de otras religiones, no sería buena actitud religiosa. Elaborar un sincretismo a modo de amalgama indiferenciada de todos los elementos positivos, tampoco sería un buen camino que proponer a la humanidad, especialmente si se relativizaran algunos valores que tienen consistencia permanente o que son una iniciativa de la revelación divina. Una "religión" no puede pretender absorber a las demás eliminando sus contenidos, puesto que todas las religiones contienen factores regalados por Dios e insertados en una cultura y una historia.

 

      Pero si consideramos todos esos factores positivos como "semillas del Verbo"[2] y "preparación evangélica"[3], la orientación hacia Jesucristo, el Verbo Encarnado, no constituye un sincretismo o una absorción, sino el cumplimiento de lo que Dios ha querido desde el principio de la historia (cfr. Mt 5,17).

 

      No se trata de la absorción de las religiones en una (en el "cristianismo"), sino del desarrollo de todas ellas hacia una meta imprevista y sorprendente, aunque preparada por los anteriores dones recibidos de Dios. Jesucristo es Dios hecho hombre, "la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia" (TMA 5), "el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" (TMA 6). De este realidad final, todas las religiones son una preparación diferenciada ("preparación evangélica"). El "cristianismo" será el garante de la respuesta definitiva de Dios, si la fe cristiana es "conocimiento de Cristo vivido personalmente", a modo de "decisión que afecta toda la vida" (VS 88). El desafío comenzó hace veinte siglos, con la llamada de Jesús a abrirse a los nuevos planes de Dios; el reto sigue siendo actual especialmente para todos los creyentes en él.

 

      Aquí encontramos el desafío mayor con que la comunidad cristiana (la "Iglesia" o comunidad "convocada" por Jesús) se ha encontrado en veinte siglos. No basta con tener a Cristo "camino, verdad y vida" (Jn 14,6), sino que es necesario personalizar su mensaje (las bienaventuranzas y el mandato del amor), y expresar en la propia vida personal y comunitaria, que él "vive" resucitado (Act 25,19). Los "nuevos areópagos" necesitan "signos creíbles" (RMi 37-38,91).

 

      Las "semillas del Verbo", existentes en las diversas religiones, son, pues, una llamada de "conversión", que se dirige principalmente a los ya creyentes en Cristo. En este caso, la conversión recupera su significado más profundo: abrirse de todo corazón a los nuevos planes de Dios Amor, por Cristo y en el Espíritu, para toda la humanidad. De esta llamada a la conversión nadie queda excluido.  A nosotros se nos pide ser "huellas" del Verbo, insertándonos en toda cultura religiosa. También para nosotros la conversión consiste en "la adhesión plena y sincera a Cristo y a su Evangelio, mediante la fe" (RMi 46). A partir de esta adhesión vivencial, otros descubrirán mejor las "huellas" de Verbo Encarnado.

 

      Tal vez las "semillas del Verbo", presentes en todas las religiones, han llegado a un momento de su itinerario en el que "reclaman" ya el encuentro explícito con el mismo Verbo Encarnado presente en los cristianos. Las "semillas" necesitan encontrarse con las "huellas" claras. No sería bueno demostrar una "superioridad" teórica y quedarse a la espera de una aceptación obligada por parte de los demás.

 

      Los no cristianos "tienen derecho" (EN 80) no a la fe, pero sí a escuchar, por el testimonio y el anuncio, que el Verbo ya se ha hecho hombre y que nosotros "hemos visto su gloria" (Jn 1,14). Ellos han empezado a "ver su estrella" (Mt 2,2). A nosotros nos toca indicar las pistas inmediatas (caminando con ellos) hasta llegar a la "pobreza" de Belén, donde Cristo se da a sí mismo. Es necesaria la acción del mismo Espíritu de amor que condujo (a Cristo y a su Iglesia) a "evangelizar a los pobres" (Lc 4,18). "Esta es la «Buena Nueva» que cambia al hombre y la historia de la humanidad, y que todos los pueblos tienen el derecho a conocer" (RMi 44). La aceptación explícita de Jesús dependerá del don de Dios (la fe, la gracia), pero también de la respuesta libre de cada uno y del explícito anuncio y testimonio de los cristianos. Los "santos" y los "mártires" han sabido dar este testimonio de vivir y morir amando y perdonando.

 

      Los dones que Dios ha distribuido en todos los pueblos son "semillas del Verbo" e indican "la presencia y la actividad del Espíritu" (RMi 28). Son dones que "deben examinarse con la luz evangélica" (AG 11). Otro tipo de análisis llevaría a un sincretismo estéril. Sólo Jesucristo, el Verbo Encarnado, puede llevar a cumplimiento sus "semillas" presentes en todas las religiones de la humanidad (cfr. TMA 6; GS 22). "Cristo resucitado obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre" (RMi 28).

 

      Los valores auténticos de las religiones cuestionan al cristianismo. Hay que dejarse cuestionar por las "semillas del Verbo", para poder profundizar mejor el misterio de Cristo en el que ya creemos, pero que, en esta tierra, nunca vivimos perfectamente. Esas semillas trascienden no sólo los conceptos y expresiones culturales de los no cristianos, sino que también cuestionan nuestras elaboraciones teológicas, que, por válidas que sean, no pueden expresar perfectamente la fe.

 

      Toda la historia humana está centrada en Cristo, "imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas" (Col 1,15-16). Los "gemidos" o anhelos de toda la creación tienden a llegar a "la revelación de los hijos de dios" (Rom 8,19-22). Pero esas aspiraciones necesitan encontrarse con quienes ya han recibido la gracia de la fe y la expresan en sus vidas. El encuentro entre las "semillas" y las "huellas" explícitas del Verbo es una necesidad postulada por la naturaleza de los dones de Dios, quien ha enviado ya al "Hijo de su amor" (Col 1,13).

 

      El tiempo y la historia humana ya tienen sentido, porque, desde la encarnación del Verbo, "el tiempo llega a ser una dimensión de Dios" (TMA 10). La historia de cada ser y de cada grupo humano (con su cultura y religión) es ya como "biografía" de Jesús, quien ha dado la vida "en redención por todos" (Mt 20,28). Cristo está esperando a los suyos en el corazón de cada ser humano: "tuve hambre..., tuve sed... en verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,35-40).

 

      Este modo que tiene Dios de hablar y de actuar, afianza la dignidad de la persona y de las culturas humanas. La "palabra" que va diciendo Dios desde el principio de la creación (Sab 9,1), se ha hecho ya "Palabra" personal por medio de su Hijo Jesucristo, el "Verbo" Encarnado (Jn 1,14; cfr. Heb 1,2). El hombre ya puede responder con un "sí", que es reflejo de esa misma Palabra divina: "si Dios va en busca del hombre, creado a su imagen y semejanza, lo hace porque lo ama eternamente en el Verbo, y en Cristo lo quiere elevar a la dignidad de hijo adoptivo" (TMA 7). En este sentido, Jesús es "el único Mediador entre Dios y los hombres" (1Tim 2,5-6).

 

      La esperanza de salvación, que ya se encuentra en todas las religiones, y las promesas hechas por Dios a toda la humanidad (especialmente desde Abrahán y Moisés), encuentran su cumplimiento en Jesucristo. "La plenitud de los tiempos" (Gal 4,4) indica que el tiempo o la historia ya ha encontrado su verdadero significado: "Dios, con la Encarnación, se ha introducido en la historia del hombre. La eternidad ha entrado en el tiempo... Entrar en la «plenitud de los tiempos» significa, por lo tanto, alcanzar el término del tiempo y salir de sus confines, para encontrar su cumplimiento en la eternidad de Dios" (TMA 9).

 

      Si todo ser humano está llamado a entrar en esos nuevos planes de Dios en Cristo, ello implica, por parte de los creyentes, que los hombres puedan "encontrar en la Iglesia el evangelio vivido"; en efecto, para toda persona de buena voluntad, que quisiera aceptar a Cristo, "sería una desilusión si, después de ingresar en la comunidad eclesial, encontrase en la misma una vida que carece de fervor y sin signos de renovación" (RMi 47).

 

      Es verdad que existe una acción salvífica de Dios que guía a toda la comunidad humana hacia Jesucristo resucitado. Pero esa acción es la misma que urge a la Iglesia a renovarse para ser "sacramento", es decir, signo transparente y portador de Cristo, de suerte que "la claridad de Cristo resplandezca sobre la faz de la Iglesia" (LG 1). De este modo, "Jesucristo, luz de los pueblos, ilumina el rostro de su Iglesia, la cual es enviada por él para anunciar el evangelio a toda criatura" (VS 2). El evangelio aparece principalmente en los gestos de caridad y de solidaridad hacia todo hermano necesitado, prescindiendo de su religión, de su raza, de su ideología y de su condición social.

 

      La presencia de Cristo resucitado en la Iglesia garantiza su autenticidad, también en medio de las limitaciones históricas, de las que hay que pedir perdón. Pero para que el mensaje evangélico llegue a ser promulgado a nivel de conciencias y de culturas religiosas, es necesario que la comunidad eclesial esté "anclada en al corazón del mundo y sea suficientemente libre e independiente para interpelar al mundo", dando "testimonio de la propia solidaridad hacia los hombres y, al mismo tiempo, del Dios Absoluto" (EN 76).

 

      La Iglesia, en cada época, está llamada a "manifestar el genuino rostro de Dios" (TMA 36), que ha hablado por medio de su Hijo único Jesucristo. Los veinte primeros siglos del cristianismo no siempre han sido transparencia del evangelio. El encuentro de las religiones y de la sociedad con el cristianismo tendrá lugar más allá de toda expresión cultural, es decir, en la verdadera experiencia de Dios, que supera todos los conceptos sin destruirlos.

 

      El diálogo entre religiones es principalmente diálogo de vida, a partir de la propia experiencia de Dios y con la disposición de abrirse a la nueva sorpresa de Dios, que sigue siendo él mismo, sin condicionarse a las criaturas. Dios se da a sí mismo, más allá de los méritos y conquistas humanas, e incluso más allá de sus dones: "éste es mi Hijo amado, escuchadlo" (Mt 17,5).

 

      Cristo ha venido a llevar a plenitud lo que Dios ya había sembrado en el corazón de todos. Al cristiano le atañe preparar ese encuentro de fe, que es un don de Dios: "cuanto de verdad y de gracia se encuentra ya entre las naciones... lo restituye a su autor, Cristo" (AG 9). La novedad cristiana, si se presenta y vive con autenticidad, no humilla a nadie, porque no se realiza propiamente como intercambio cultural, sino a partir del anuncio del Verbo Encarnado, que es don de Dios para todos y, por tanto, ya pertenece a todos: "nos ha nacido el Salvador del mundo" ( TMA 38; cfr. Lc 2,11). El anuncio ha de ser a partir de "la propia experiencia de Jesús" (RMi 24).

 

      El "sí" a la Palabra de Dios, por parte de los creyentes en Cristo y por parte de quienes anhelan implícitamente esa misma fe, será siempre según el modelo de "la mujer", Madre de Jesús y figura de toda la comunidad eclesial y humana: "a partir del «fiat» de la humilde esclava del Señor, la humanidad comienza su retorno a Dios" (MC 28). Ella, que es "la Madre de Dios y Madre de todos los hombres... interceda ante su Hijo para que las familias de todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre de cristianos, como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua Trinidad" (LG 69).

 

      Cuando en el corazón de un ser humano, un pueblo o una cultura religiosa, acontece este "sí" al misterio insondable de Dios, entonces aquel corazón, pueblo y cultura se sienten llamados por su verdadero "nombre": aquel nombre que eternamente estaba escrito y "elegido" en el Hijo, es decir, en el Verbo o Palabra personal de Dios Amor (cfr. Ef 1,3-4). Sólo este "sí" a los nuevos planes de Dios Amor en Cristo (su Palabra definitiva) puede salvar y llevar a madurez y plenitud todas las "semillas del Verbo" sembradas por Dios en la historia humana.

 

      Al creyente en Cristo le atañe "esperar contra toda humana esperanza" (Rom 4,18), urgido por "la caridad de Cristo" (2Cor 5,14), enrolándose en la paciencia milenaria de Dios Amor, sin anticiparse ni retrasar los planes del mismo Dios. En un momento de "nueva evangelización", lo más importante es preparar la casa, la "ecclesía" o familia de Jesús, como hogar de todos los hijos de Dios, donde cada uno se sienta acogido y pueda expresarse con autenticidad según los propios dones recibidos de Dios.

 

 

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Bibliografía:

J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad misionera, Madrid, BAC 1982; Teología de la Evangelización, Madrid, BAC 1995 (cap. X: Espiritalidad misionera);  Hemos visto su estrella (el erminar de las semillas del Verbo), Madrid, BAC 1996.



    [1]Vocación laical misionera: LG 31-35; AA 10; AG 21, 41; EN 73; CFL 7; RMi 71-72. Vocación misionera de la vida consagrada: LG 44; AG 40; EN 69; RMi 69-70; RD 15. Vocación sacerdotal misionera: LG 28; PO 10; AG 20; EN 68; RMi 67-68; PDV 15-18, 31-32. En toda vocación es esencial la vivencia de la presencia de Cristo en la propia vida: "Precisamente porque es 'enviado', el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. 'No tengas miedo... porque yo estoy contigo' (Act 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88).

    [2]SAN JUSTINO, Apología II, 8. En los documentos del magisterio: AG 3,11; EN 53,80; RMi 28; VS 12,94; EA 67.

    [3]"La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero que hay en ellos, como una preparación al Evangelio y como un don de Aquel que ilumina a todos los hombres para que puedan tener finalmente la vida" (LG 16; cfr. VS 3). Es como una "pedagogía hacia el verdadero Dios o preparación para el evangelio" (AG 3).

(PUM, Manual)        ESPIRITUALIDAD MISIONERA

     J. Esquerda-Bifet

 

 

1. El "espíritu" de la evangelización hoy

 

A) Terminología: "espíritu", "espiritualidad"

B) La dimensión espiritual de la evangelización

C) Documentos conciliares y postconciliares sobre la espiritualidad

   misionera

 

2. Naturaleza y significado de la espiritualidad misionera

 

A) Espiritualidad misionera: vivir la misión según el Espíritu

B) Datos fundamentales de la espiritualidad misionera

C) Síntesis doctrinal

 

3. Dimensiones y perspectivas de la espiritualidad misionera

 

A) Espiritualidad cristiana, espiritualidad misionera

B) Espiritualidad del apóstol "ad Gentes"

C) Espiritualidad cristiana en relación con la espiritualidad

   no cristiana

 

4. Formación en la espiritualidad misionera

 

A) Formación misionera específica

B) Formación para vivir la misión en actitud relacional con Cristo

C) Formación espiritual para la vocación misionera específica

 

Líneas conclusivas: Espiritualidad misionera para una nueva evangelización

 

 

 

 

 

1. El "espíritu" de la evangelización hoy

 

A) Terminología: "espíritu", "espiritualidad"

 

     El término "espiritualidad" indica el "espíritu" o estilo de vida. Se quiere "vivir" lo que uno es y hace. Para el cristiano, se trata de la vida "espiritual", es decir, de la "vida según el Espíritu" (Rom 8,9): "caminar en el Espíritu" (Rom 8,4). Es, pues, una vida que se quiere vivir en toda su realidad humana, con autenticidad y profundidad.

     En toda cultura humana se encuentran tres relaciones básicas del comportamiento personal y colectivo: la relación con los demás hermanos, la relación con las cosas y acontecimientos, la relación con la trascendencia (Dios, el más allá...). El hombre busca vivir en profundidad el "misterio" de su propia existencia y de los demás hermanos, así como el realismo pleno de las cosas y de la historia, donde se deja sentir el "más allá" de una presencia y de una voz de Dios.

     La vida espiritual no es, pues, una actitud intimista, sujetivista o alienante, sino una camino o proceso de santidad o de perfección, que se traduce en actitudes de fidelidad, generosidad y compromiso vital de totalidad.

     El verdadero estudio del misterio de Cristo se realiza con actitud vivencial. Hay que estudiar los datos de la revelación con una actitud científica de análisis y síntesis, en vistas a una clarificación y precisión (función científica); hay que profundizarlos también para el anuncio y la llamada a la fe (función kerigmática, evangelizadora, pastoral); hay que celebrarlos en los momentos litúrgicos (dimensión litúrgica). Pero si faltara la función vivencial, esas otras funciones correrían el riesgo de quedarse en profesionalismo.[1]

     Es "vida en Dios" (Rom 6,11) o según los planes salvíficos del Padre, que quiere que el hombre se construya libremente según la imagen divina, como "hijo en el Hijo", que tiene la "impronta" del Espíritu, para hacer que toda la creación y toda la historia se orienten hacia Cristo, el Salvador, Dios hecho hombre (cf. Ef 1,3-14; Col 1,9-17).

     Es vida en Cristo (cf. Jn 6,56-57; Gal 2,20), a partir de una llamada que se hace encuentro (cf. Jn 1,35-51), unión y relación personal (cf. Mc 3,14), seguimiento personal y comunitario, imitación (cf. Mt 11,29), configuración o transformación (cf. Jn 1,16; Rom 6,1-8) y misión (cf. Mt 4,19; 28,19-20).

     Es vida nueva en el Espíritu, que, con el Padre y el Hijo, habita en el corazón del hombre como en su propia casa solariega (cf. Jn 14,17.23), que ilumina al hombre acerca del misterio de Cristo (cf. Jn 16,13-15), y que le transforma en transparencia y en testigo del evangelio (cf. Jn 15,26-27).

     La "espiritualidad" o el "espíritu" de la vida cristiana tiene, pues, dimensión trinitaria y, por tanto, teológica, salvífica, cristológica, pneumatológica. Pero es también un caminar de hermanos que forman una sola familia o comunidad "convocada" (dimensión eclesial), comprometida en las situaciones humanas concretas (dimensión antropológica, social e histórica). Es una vida espiritual que se alimenta de la meditación palabra de Dios y de la celebración del misterio pascual (dimensión contemplativa y litúrgica). Es vida que debe anunciarse y comunicarse a todos los pueblos (dimensión misionera), hasta que un día será realidad plena en el más allá (dimensión escatológica).

     El "espíritu" o "espiritualidad" no es simplemente interiorización, sino un camino de verdadera libertad (cf. Gal 5,13; Jn 18,32) que pasa por el corazón y que se dirige a la realidad integral del hombre y de su historia personal y comunitaria. La espiritualidad cristiana se hace inserción ("encarnación") en la realidad, a imitación del Hijo de Dios hecho hombre, armonizando de este modo un proceso de inmanencia que es, al mismo tiempo, de trascendencia y de esperanza.

     La vida "espiritual" se llama también vida de "perfección" o de santidad: "sed perfectos como vuestro Padre celestial" (Mt 5,48). Se trata de ordenar la propia vida según el amor, es decir, hacer de la propia existencia una "entrega de sí mismo a los demás" (GS 24). "La caridad es el vínculo de la perfección" (Col 3,14).[2]

 

B) La dimensión espiritual de la evangelización

 

     La "espiritualidad", o función vivencial de la teología, quiere abarcar el misterio de Cristo en toda su integridad y perspectiva. Los horizontes se abren al infinito: la contemplación, como encuentro que quiere hacerse visión total; la misión, que quiere ser compromiso de anunciar a Cristo a toda la familia humana.

     El proceso de perfección se realiza vaciándose de todo lo que no suene a amor, para llenarse de Dios que es amor y para transformarse en donación total a Dios y a los hermanos. Este camino de perfección se hace, por su misma naturaleza, camino de misión.

     Por el hecho de ser testigo del "misterio" de Dios Amor y servidor de la "comunión" eclesial, el cristiano se hace disponible para la "misión". No habría espiritualidad cristiana sin referencia vivencial (afectiva y efectiva) a la Iglesia misterio, comunión y misión. El camino de la "espiritualidad" y perfección se hace servicio de la "Iglesia sacramento universal de salvación" (LG 48; AG 1).

     La evangelización no depende principalmente de una teología sobre la misión, ni tampoco de unas experiencias personales o comunitarias. Es Cristo resucitado, presente en la Iglesia y en el mundo, quien ha comunicado el mandato misionero, como misión recibida del Padre bajo la acción del Espíritu Santo (cf. Jn 20, 21-23; Act 1, 1-8). Por esto, la acción evangelizadora reclama una actitud relacional con Cristo: en Espíritu, por Cristo, al Padre (cf. Ef 2,18). La evangelización tiene, pues, dimensión "espiritual" de sintonía con los planes salvíficos del Padre, de relación personal con Cristo y de fidelidad a la acción del Espíritu Santo.[3]

     La evangelización se vive con actitud de relación personal  respecto a Cristo que envía, acompaña y espera allí donde va el apóstol: "estaré con vosotros" (Mt 28,20). La dimensión espiritual de la evangelización consiste en la vivencia de esta realidad de fe.

     Los Apóstoles vivieron la misión con esta actitud relacional de testigos: "Nosotros somos testigos" (Act 2,32); "la caridad de Cristo me urge" (2Cor 5,14); "os anunciamos lo que hemos visto y oído, lo que hemos tocado con nuestras manos: el Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss).

     Esta actitud relacional, como espiritualidad del evangelizador, es fruto de un don de Dios, que llama a un encuentro con él para escuchar su palabra y comunicar a los hermanos la vida divina. El anuncio evangélico presupone esta vivencia: "Hemos conocido el amor de Dios" (1Jn 3,16); "amemos a Dios, porque él nos ha amado primero" (1Jn 4,19).[4]

     La espiritualidad del evangelizador se concreta en "actitudes interiores" (EN 74), todas ellas impregnadas de relación personal. Son actitudes de relación familiar con Dios, de confianza filial, de sintonía con los planes salvíficos de Dios, de amistad con Cristo, de fidelidad a la acción y presencia del Espíritu Santo, de escucha contemplativa de la palabra de Dios, de sensibilidad respecto a los problemas de los hermanos redimidos por Cristo, etc. Todas estas actitudes se traducen en una actitud comprometida para anunciar el evangelio a todos los pueblos. Sin esta actitud misionera, no se concibe la espiritualidad cristiana. Al mismo tiempo, sin las actitudes relacionales de espiritualidad, no existe una verdadera acción apostólica.

     Esta dimensión espiritual de la evangelización rompe la dicotomía entre la vida interior y la acción apostólica. Hay siempre momento diferenciados; pero la actitud del corazón es siempre la misma. La donación a Dios y a los hermanos se manifiesta en los momentos de contemplación de la palabra, de celebración de los misterio de Cristo (liturgia), de vida comunitaria, de acción externa, de cercanía a los hermanos, de soledad, de sufrimiento...

     Del encuentro vivencial y relacional con Cristo, en los momentos contemplativos y eucarísticos, se pasa al deseo de entrega de totalidad (santidad) y al deseo de misión y compromiso sin fronteras.

     La vivencia de la espiritualidad se convierte en sensibilidad respecto a las situaciones humanas concretas y actuales, a la luz del evangelio. Entonces se adquiere un verdadero sentido de la historia humana, afrontando los acontecimientos con los criterios, escala de valores y actitudes de Cristo Buen Pastor. De esta espiritualidad nace espontáneamente el sentido de comunión fraterna y el compromiso misionero de orientar toda la humanidad hacia la verdad de Cristo y, por tanto, hacia el amor, la solidaridad, la libertad, la igualdad, la justicia y la paz.

     El "espíritu" de la evangelización ("espiritualidad misionera") se convierte en un camino hacia la realidad completa, con toda su inmanencia y trascendencia. Es camino hacia Dios Amor y, por tanto, hacia todos los hombres y hacia todo el cosmos. Pero este camino pasa por el corazón, orientándolo hacia el único camino de salvación: Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6).

 

C) Documentos conciliares y postconciliares sobre la espiritualidad misionera

 

     La expresión "espiritualidad misionera" se encuentra en el decreto conciliar "Ad Gentes" (1965). Es la primera vez que aparece en el documento magisterial. Está en el contexto del objetivo de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos: "Este Dicasterio promueva la vocación y la espiritualidad misionera, el celo y la oración por las misiones, y difunda noticias auténticas y convenientes sobre las misiones" (AG 29).[5]

     El tema en sí mismo (no la expresión literal), en todo su rico contenido, se encuentra explicado en el capítulo IV, que tiene como título "Los misioneros". Ahí se desarrolla la vocación misionera (AG 23), las virtudes (espiritualidad) del misionero (AG 24), la formación misionera (AG 25-26) y los Institutos Misioneros (AG 27). Como puede apreciarse en las notas, el tema viene a ser una continuación de la doctrina expuesta anteriormente por las encíclicas misioneras.[6]

     El decreto conciliar "Ad Gentes" describe a los misioneros como portadores de una "vocación especial" (AG 23), que exige "vida realmente evangélica", expresada en fidelidad generosa a la llamada, de suerte que sean coherentes con las exigencias de la misión. Por esto "han de renovar su espíritu constantemente" (AG 24) y adquirir "una especial formación espiritual y moral" (AG 25). Imbuido de esta "vida espiritual", el misionero hará posible que "la vida de Jesús obre en aquellos a los que es enviado" (AG 25).

     Aunque de nuestro tema se hable explícitamente sólo en estos números citados (de los capítulos IV y V de "Ad Gentes"), todo el decreto conciliar aparece un dinamismo de disponibilidad cristiana para la misión. La vida espiritual es vida según el Espíritu. En efecto, "el Espíritu Santo unifica en la comunión y en el ministerio y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos a toda la Iglesia a través de todos los tiempos, vivificando, a la manera del alma, las instituciones eclesiásticas e infundiendo en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo" (AG 4). Es esta vida de fidelidad al Espíritu la que transforma a los apóstoles en testigos (cf. AG 6).

     La finalidad de la actividad misionera consiste en la gloria de Dios, por el cumplimiento de sus designios salvíficos sobre la humanidad: "Gracias a esta actividad misionera, Dios es glorificado plenamente desde el momento en que los hombres reciben plena y conscientemente la obra salvadora de Dios, que completó en Cristo" (AG 7).[7]

     La misión de la Iglesia tiende hacia la construcción de la humanidad en la comunión. Esta comunión y fraternidad cristiana se expresa en la oración y en la caridad: "Así, finalmente, se cumple en realidad el designio del Creador, quien creó al hombre a su imagen y semejanza, pues todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimemente la gloria de Dios, podrán decir: 'Padre nuestro'" (AG 7).

     En los documentos postconciliares el tema de la espiritualidad misionera se fue profundizando paulatinamente. Empezó a cobrar

actualidad desde la Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" de Pablo VI (año 1975), donde se dedica todo un capítulo al "espíritu de la evangelización" (título del cap. VII).[8]

     La palabra "espíritu" queda explicada en la misma Exhortación Apostólica, como "actitudes interiores que deben animar a los obreros de la evangelización" (EN 74). Este "espíritu" o "espiritualidad" viene a ser el estilo de vida del evangelizador, el cual, por ello mismo, será fiel a la naturaleza de la evangelización (EN cap. I-III) y a la acción evangelizadora tal como Cristo la realizó y la confió a la Iglesia (EN cap. IV.VI). Por esto, la misión "merece que el apóstol le dedique todo su tiempo, todas sus energías y que, si es necesario, le consagre su propia vida" (EN 5). Se trata, pues, de una espiritualidad que deriva de la misión y que tiene como objetivo la misión, al estilo de Cristo evangelizador que ha querido prolongarse en la Iglesia evangelizadora.

     "Evangelii Nuntiandi" desarrolla la "espiritualidad" o "espíritu" de la evangelización como fidelidad al Espíritu Santo (EN 75), autenticidad de vida evangélica con una rica experiencia de Dios (EN 76), servicio de unidad (EN 77) y de verdad (EN 78), celo apostólico o caridad pastoral vivida con alegría pascual (EN 79-80). De este modo la Iglesia, reunida con María en el Cenáculo, fiel a las nuevas gracias del Espíritu, podrá realizar y promover la "evangelización renovada" que requieren nuestros tiempos (EN 81-82).

     La Constitución Apostólica "Pastor Bonus" (art. 86-88) ratifica el objetivo del Dicasterio misionero según las indicaciones de AG 29 y puntualiza algo más: "estudios de investigación sobre la teología, la espiritualidad y la pastoral misionera" (art. 86), el "espíritu misionero" (art. 87), las "vocaciones misioneras" (art. 88).

     La primera afirmación del capítulo VIII de la encíclica "Redemptoris Missio" es precisamente sobre la existencia de la espiritualidad misionera como "espiritualidad específica": "La actividad misionera exige una espiritualidad específica, que concierne particularmente a quienes Dios ha llamado a ser misioneros" (n. 87). Se refiere a la "espiritualidad misionera" de que habla el título del capítulo. Con ello se ratifica la afirmación conciliar (AG 29), que es también de la Constitución Apostólica "Pastor Bonus" (art. 86), como una traducción de la expresión "espíritu misionero" (ibídem, 87) y del "espíritu de la evangelización" (EN VII).

     El decreto conciliar "Ad Gentes" había descrito la espiritual del misionero, detallando virtudes y actitudes concretas (AG 23-24) e instando a proseguir en la formación espiritual (AG 25). "Evangelii nuntiandi" había indicado un conjunto de "actitudes interiores" del apóstol (EN 74-80): fidelidad a la vocación (n. 74), fidelidad al Espíritu Santo (n. 75), autenticidad y testimonio (n. 76), unidad y fraternidad (n. 77), servicio de la verdad (n. 78), caridad apostólica (nn. 79-80).

     La encíclica "Redemptoris Missio" sigue una línea descriptiva que corresponde al contenido de los capítulos anteriores y a la finalidad de la misma encíclica de elevar el tono de la disponibilidad misionera a lo Pablo (1Cor 9, 16, citado ya en el n. 1).

     El contenido de la encíclica se mueve en tres dimensiones principales estrechamente relacionadas: pneumatológica, cristológica, eclesiológica y pastoral. En el interior de la encíclica la actitud espiritual se encuadra también en la dimensión trinitaria, antropológica y sociológica.

     La fidelidad al Espíritu Santo (dimensión pneumatológica) es la actitud básica de la espiritualidad misionera ("espiritualidad" = vida según el Espíritu). "Esta espiritualidad se expresa, ante todo, viviendo con plena docilidad al Espíritu; ella compromete a dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejante a Cristo" (n. 87). A partir de esta docilidad, se presentan "los dones de fortaleza y discernimiento", como "rasgos esenciales de la espiritualidad misionera" (ibídem).

     La fidelidad al Espíritu Santo es el punto de partida para entender la misión en su significado pneumatológico (cap. III). Sin la docilidad al Espíritu no se acertará en el contenido evangélico de la misión o no habrá la fortaleza para actuarlo: "También la misión sigue siendo difícil y compleja, como en el pasado, y exige igualmente la valentía y la luz del Espíritu" (n. 87). En la nueva situación de la Iglesia y de la sociedad, "conviene escrutar las vías misteriosas del Espíritu y dejarse guiar por él hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13)" (ibídem).

     La dimensión cristológica de la espiritualidad misionera se presenta como relación personal con él, imitación, seguimiento: "Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misión, si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar" (n. 88). Como en otros pasajes de la encíclica, se pone como modelo de esta actitud cristológica a san Pablo, quien nos deja entrever "sus actitudes" (ibídem, citando a Fil 2,5-8; 1Cor 9,22-23).

     De esta relación personal con Cristo nace la recta comprensión de la misión y la disponibilidad para la misma. La dimensión cristológica de la misión (cap. I-II) se comprende y vive a partir de una espiritualidad eminentemente cristológica. Hay que resaltar un aspecto fundamental de esta espiritualidad cristológica: la experiencia de la presencia de Cristo en la vida del apóstol. "Precisamente porque es 'enviado', el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. 'No tengas miedo... porque yo estoy contigo' (Act 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre" (n. 88).

     La dimensión eclesiológica de la espiritualidad misionera se expresa en amor a la Iglesia como la ama Cristo. Esta será la garantía de la misión: "Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia, como Cristo" (n. 89). Es el sentido o "espíritu de la Iglesia", que le hace descubrir y vivir "su apertura y atención a todos los pueblos y a todos los hombres" (ibídem).

     Esta dimensión eclesiológica de la espiritualidad es el punto de partida para comprender la dimensión eclesiológica de la misión (cap. I-II). "Lo mismo que Cristo, él debe amar a la Iglesia... (Ef 5,25). Este amor, hasta dar la vida, es para el misionero un punto de referencia. Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del misionero; su preocupación cotidiana -como dice san Pablo- es la 'solicitud por todas las Iglesia' (2Cor 11,28). Para todo misionero y toda comunidad, la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia" (n. 89; cf. PO 14).

     La dimensión pastoral de la espiritualidad se describe en la línea de la "caridad apostólica": "La espiritualidad misionera se caracteriza, además, por la caridad apostólica" (n.89). Es la caridad pastoral de "Cristo, el Buen Pastor, que conoce sus ovejas, las busca y ofrece su vida por ellas (cf. Jn 10)" (ibídem).

     Se trata, pues, de un "celo por las almas, que se inspira en la caridad misma de Cristo, y que está hecha de atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la gente" (n. 89). Por esto, "el misionero es el hombre de la caridad" (ibídem).

     La dimensión antropológica de la espiritualidad está en estrecha relación con Cristo "que conocía lo que hay en el hombre (Jn 2,25), amaba a todos ofreciéndoles la redención, y sufría cuando ésta era rechazada" (n. 89). Esta dimensión está en la línea de toda la encíclica: "La actividad misionera tiene como único fin servir al hombre, revelándole el amor de Dios que se ha manifestado en Jesucristo" (n. 2). De este modo, "el misionero es el 'hermano universal', lleva consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención... particularmente a los más pequeños y pobres" (n. 89).

     Esta dimensión antropológica es eminentemente liberadora (nn. 38-39). "En cuanto tal, supera las fronteras y las divisiones de raza, casta e ideología: es signo del amor de Dios en el mundo, que es amor sin exclusión ni preferencia" (n.89).

     La encíclica coloca un tema básico de espiritualidad (la contemplación) al hablar de las nuevas situaciones actuales (dimensión sociológica), a modo de "nuevos areópagos" que interpelan a la Iglesia (culturas, medios de comunicación, desarrollo, liberación de los pueblos, derechos fundamentales, ecología, etc.), se señala "la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración... se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización" (n. 38). A esta fenómeno, que "no carece de ambigüedad", la Iglesia sólo puede responder ofreciendo "el patrimonio espiritual" evangélico recibido de Cristo, "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). Esta "es la vía cristiana para el encuentro con Dios para la oración, la ascesis, el descubriendo del sentido de la vida. También es un areópago que hay que evangelizar" (n. 38).

     A esta problemática sobre la búsqueda actual de Dios, sólo se puede responder con una actitud verdaderamente contemplativa. El Papa lo afirma también como fruto de su misma experiencia misionera: "El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular, las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, sino es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: 'Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos' (1Jn 1,1-3). "El misionero ha de ser un contemplativo en la acción" (ibídem).

     La espiritualidad misionera se puede resumir como vida de santidad en relación a la misión: "La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión... La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos" (n. 90).

 

2. Naturaleza y significado de la espiritualidad misionera

 

A) Espiritualidad misionera: vivir la misión según el Espíritu

 

     Si la "espiritualidad" cristiana significa "una vida según el Espíritu" (Rom 8,9), la "espiritualidad misionera" equivale a vivir la misión con fidelidad generosa al mismo Espíritu. Se conjugan, pues, dos realidades cristianas íntimamente unidas: espiritualidad y misión.[9]

     Acerca de la misión, se puede estudiar su naturaleza (teología) y su acción práctica (pastoral). Pero es necesario también estudiar su estilo de vida, su "espíritu", es decir, su "espiritualidad" o vida según el Espíritu Santo. "Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesia particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu" (RMi 30).

     La espiritualidad misionera es el estilo de vida que corresponde al mandato misionero de anunciar el evangelio a todos los pueblos. Las dimensiones de la espiritualidad cristiana (ver el n. 1, A) coinciden las dimensiones o perspectivas de la misión: seguir la voluntad salvífica de Dios (dimensión trinitaria, teológica, salvífica); encuentro, seguimiento, relación personal, imitación, configuración con Cristo (dimensión cristológica); fidelidad a la acción del Espíritu Santo (dimensión pneumatológica); "comunión", amor y sentido de Iglesia (dimensión eclesial); compromiso fraterno de inserción en la situación concreta (dimensión antropológica), etc.

     Las "actitudes interiores" del apóstol (EN 74) son, pues, su estilo o "espíritu": fidelidad generosa a la vocación y a la misión del Espíritu (EN 75), que equivale a cumplimiento del mandato misionero de Cristo según los designios salvíficos del Padre.

     La realidad de la misión no nace propiamente de una reflexión teológica (por buena que sea), sino que procede del Padre, por Cristo y en el Espíritu Santo. Esta realidad se capta adecuadamente en el encuentro vivencial y contemplativo con Cristo (espiritualidad).

      Del encuentro con Dios en Cristo, se pasa a comprender y vivir la misión sin fronteras en la comunión de Iglesia. Toda cristología y eclesiología, lo mismo que la pastoral y la misionología, reflejan las actitudes espirituales del teólogo o del apóstol.

     Los temas teológicos y pastorales sobre la misión tienen necesariamente una dimensión de espiritualidad. Efectivamente, la misión supone respuesta vivencial y comprometida a los planes salvíficos y universales de Dios como agradecimiento de la fe recibida (dimensión trinitaria y salvífica); es cumplimiento generoso del mandato de Cristo (dimensión cristológica); es fidelidad incondicional a la misión y acción del Espíritu Santo (dimensión pneumatológica); es amor y sentido de Iglesia (dimensión eclesiológica); es prolongación de la acción evangelizadora de Cristo (dimensión pastoral); es cercanía comprometida al hombre concreto (dimensión antropológica y sociológica).

      La dimensión espiritual de la evangelización (como "espiritualidad misionera") no es, pues, ajena ni paralela a las otras dimensiones; pero tiene sus perspectivas, elementos y temario propios. Se trata de vivir en sintonía con la caridad del Buen Pastor, que, enviado por el Padre bajo la acción del Espíritu, se prolonga en la Iglesia y en el mundo a través de servicios o ministerios ejercidos por personas vocacionadas y profundamente relacionadas con él.

     La "espiritualidad misionera", como "espíritu de la evangelización" o dimensión espiritual de la misión, refleja el estilo de vida del apóstol, que se debe "renovar constantemente" (AG 24). Esta renovación espiritual comporta una renovación en la teología y en la pastoral misionera. Y de esta renovación "interior" o de "actitudes", derivará la renovación misionera de toda la Iglesia.

     Para encuadrar la espiritualidad misionera dentro de la misionología, basta recordar que todo tratado de las ciencias eclesiásticas puede estudiarse según diversas funciones: teológica o de investigación y síntesis, pastoral o de metodología de la acción, vivencial o de espiritualidad, etc. La espiritualidad misionera es una parte integrante de la misionología como estudio de la función espiritual o vivencial de la misión.[10]

     El resultado más importante de la espiritualidad misionera es la alegría de sentirse llamado y amado por Cristo, y capacitado para amarle, hacerle conocer y hacerle amar. "La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la 'Buena Nueva' ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza" (RMi 91).

 

B) Datos fundamentales de la espiritualidad misionera

 

     Para poder relacionar la "espiritualidad" con la "misión", habrá elaborar unos datos fundamentales a partir de la figura del Buen Pastor, que se transparenta a través de las figuras misioneras de todas las épocas, desde Pedro y Pablo hasta nuestros días. Antes de elaborar una temática concreta, a base de análisis y síntesis, habrá que referirse a esos datos fundamentales como fuente de toda reflexión teológica sobre la espiritualidad misionera.

     La figura del Buen Pastor, con su fisonomía detallada es el punto de referencia de toda espiritualidad apostólica. Su vivencia es de relación personal y de fidelidad generosa respecto a la misión recibida del Padre, desde la encarnación (Heb 10,5-7) hasta la cruz (Jn 19,30). Esta fidelidad se concreta en sintonía con la acción del Espíritu Santo que le consagra y envía a "evangelizar a los pobres" (Lc 4,18; Mt 11,5). El "mandato" recibido del Padre es el de "dar la vida" (Jn 10,11ss) "por la vida del mundo" (Jn 6,51). La caridad pastoral de Jesús se concreta en donación de totalidad y de universalismo: se da él mismo, sin pertenecerse, como "consorte" o protagonista de todo ser humano. Jesús vivió la misión así y así la comunicó a los suyos (Jn 20,21).

     Las "actitudes interiores" de los santos y figuras misioneras constituyen su "espíritu" o estilo de evangelización, y son siempre válidas en los fundamental. Precisamente esta actitud espiritual de los santos, como valor permanente, es la que ayuda a afrontar fiel y generosamente las situaciones nuevas de cada época.[11]

     Otros datos, más complementarios, podrán elaborarse a partir de las diversas épocas históricas, es decir, a partir del estilo misionero de cada momento del actuar evangelizador de la Iglesia. Hay que saber conjugar figuras misioneras, realizaciones, experiencias, documentos, etc., discerniendo lo que tiene valor permanente y valorando en sus justos términos lo que es pasajero, secundario e incluso limitado o erróneo. A cada época hay que juzgarla dentro de su misma perspectiva histórica. Los "hechos de gracia" de todo momento histórico van siempre acompañados de signos pobres y limitados.[12]

     Los elementos doctrinales sobre el espíritu de la evangelización se encuentran siempre en los textos inspirados y en la tradición de la Iglesia. La doctrina escriturística va acompañada de la doctrina patrística y conciliar. Veinte siglos de gracia suponen muchas luces del Espíritu Santo concedidas a toda su Iglesia, para poder profundizar mejor los datos revelados. No se podría penetrar hoy el sentido de la Escritura, si se omitiera toda esta acción histórica y eclesial del Espíritu Santo.

     La acción magisterial de la Iglesia ofrece datos suficientes para elaborar la temática de espiritualidad misionera. Las encíclicas misioneras ofrecen material abundante sobre las virtudes apostólicas, así como sobre el estilo de la evangelización, aunque se deja sentir la falta de una elaboración sistemática y de una síntesis global. A partir del concilio Vaticano II, ya se puede hablar de una "espiritualidad misionera" (AG 29), pero todavía explicada en términos descriptivos (cf. AG 23-24). La Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" ofrece una síntesis ordenada y relativamente completa sobre nuestro tema, señalando unos puntos básicos: vocación (EN 74; cf. EN 5), fidelidad al Espíritu Santo (EN 75), autenticidad y testimonio (EN 76), unidad y fraternidad apostólica (EN 77), servicio de la verdad (EN 78), celo apostólico a lo Pablo y según el modelo de los santos misioneros (EN 79-80).[13]

     A partir de la realidad misionera, emergen figuras e instituciones que subrayan algunos elementos esenciales de la misión, de modo que se pueda hablar de espiritualidad misionera peculiar. Frecuentemente esta realidad depende de carismas fundacionales o carismas misioneros específicos, los cuales ponen el acento en diversos factores: el concepto de misión, la metodología apostólica y, especialmente, las virtudes del apóstol y el estilo de vida comunitaria del grupo.[14]

     Las líneas básicas de la espiritualidad del apóstol o de las comunidades se pueden deducir de los tres elementos que componen la "vida apostólica" de todas las épocas históricas: seguimiento evangélico de Cristo, fraternidad o vida comunitaria del grupo, disponibilidad misionera. En realidad, es este último elemento el que matiza la generosidad evangélica y la vida fraterna del apóstol en general y del misionero en particular.

     Una síntesis de espiritualidad misionera podría también elaborarse a partes de estos tres elementos: realidades apostólicas y etilo de vida con que se afrontan, líneas de espiritualidad y virtudes concretas, medios e instituciones o servicios misioneros.

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C) Síntesis doctrinal

 

     Para captar todo el alcance de la espiritualidad misionera, no basta con delimitar su naturaleza y significado. Es también conveniente presentar una síntesis doctrinal que abarque un temario relativamente completo, en el que se puedan ver todos los elementos fundamentales indicados más arriba.

     El decreto conciliar "Ad Gentes" señala una lista de virtudes en relación a la vocación misionera (AG 23-25). La Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" ofrece una lista de temas básicos bajo el epígrafe: "El espíritu de la evangelización" (EN cap. VII). Ambos temarios son posibles, pero les faltaría un orden más lógico y sistemático.

     Un buen temario o síntesis doctrinal podría derivar de la definición sobre la espiritualidad misionera. Este temario sería de tipo deductivo: naturaleza, niveles, alcance, aplicaciones, medios, etc. Pero podría también derivar de las realidades concretas de la vida misionera; sería entonces de tipo inductivo: situación, historia, dificultades, antropología, cultura, Iglesia local o particular, etc. El mejor método es siempre de síntesis de ambos tipos, el deductivo y el inductivo: elaborar una doctrina espiritual a partir de realidades misioneras iluminadas por el mensaje evangélico predicado por la Iglesia y vivido por los santos misioneros.

     Un temario completo y sistemático habrá de tener en cuenta: la figura del Buen Pastor y de los Apóstoles, las realidades de la acción evangelizadora que reclaman un especial estilo de vida, los documentos de la Iglesia, las figuras misioneras de toda la historia, los carismas fundacionales de las instituciones misioneras, etc.

     Siguiendo estas líneas, un temario aproximativo podría ser el siguiente, siempre bajo una perspectiva vivencial:

     - Fidelidad al Espíritu Santo, en la misión de Cristo confiada a los Apóstoles y según los planes salvíficos del Padre.

     - Vocación misionera.

     - La comunidad apostólica.

     - Las virtudes concretas que derivan de la caridad pastoral.

     - La oración  como experiencia cristiana de Dios.

     - El sentido y amor de Iglesia misterio, comunión y misión.

     - La figura de María como Tipo de la Iglesia misionera.[15]

 

     En todos estos temas, conviene distinguir si se trata de la persona del evangelizador o de la comunidad evangelizadora. La espiritualidad apunta a hacer disponible al apóstol y a la comunidad para la evangelización local y universal. Esta espiritualidad, personal y comunitaria, se basa en el seguimiento de Cristo que deriva de la misión.

     Hay que destacar algunos temas espirituales de actualidad:  la actitud relacional con Cristo que deriva de la vocación misionera, la experiencia cristiana de Dios, la actitud de bienaventuranzas  como cercanía a los pobres, la línea de inserción (inmanencia) como fruto de la trascendencia y esperanza, el misterio de la conversión desde la renovación personal y eclesial, la relación entre espiritualidad y acción apostólica, etc.

     Todos los temas doctrinales sobre la espiritualidad misionera giran en torno al tema fundamental de la fidelidad al Espíritu Santo, puesto que se trata de una misión vivida bajo su acción salvífica. Pentecostés es el punto de referencia de la Iglesia misionera en cada época, que quiere renovarse reuniéndose en cenáculo con María, en espíritu de oración, escucha de la palabra, celebración de la eucaristía, vida comunitaria, para cumplir con "audacia" y con la fuerza del Espíritu la acción evangelizadora (cf. Act 1,14; 2,42-47; 4,31-35). "Fue en Pentecostés cuando empezaron los 'hechos de los Apóstoles', del mismo modo que Cristo fue concebido cuando el Espíritu Santo vino sobre la Virgen María, y Cristo fue impulsado a la obra de su ministerio cuando el mismo Espíritu Santo descendió sobre él mientras oraba" (AG 4; cf. LG 59; EN 82; RH 82).[16]

     Es el Espíritu Santo quien "infunde en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo" (AG 4). Por esto la espiritualidad misionera puede definirse como fidelidad al Espíritu Santo, que realiza en la Iglesia la misión confiada por Cristo (Jn 20,21-23). La unción y misión del Espíritu en Jesús abarca todo su ser, su vida y su acción apostólica: encarnación (Mt 1,18.20), bautismo (Jn 1,33-35), Nazaret (Lc 4,18), desierto (Mc 1,12; Lc 4,1), predicación (Lc 4,14), gozo de evangelizar (Lc 10,21), muerte redentora (Jn 7,37-39; 19,34), comunicación de la misión (Jn 20,21; Act 1,1-8).

     La fuerza y misión del Espíritu, que actuó en Jesús, es ahora la fuerza y misión de la Iglesia. Cada apóstol, como Pablo, se siente impulsado por el Espíritu y "prisionero" suyo (Rom 15,18; Act 20,22). La evangelización, como prolongación de la acción salvífica de Cristo, es eminentemente pneumatológica: "No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo... Es él quien actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por él"... Sin él, los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas o psicológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor" (EN 75).

     La "espiritualidad" del misionero consistirá, pues, en la fidelidad generosa al Espíritu Santo, que lleva al desierto (Lc 4,1), a la predicación y evangelización de los pobres (Lc 4,18), al gozo del misterio pascual (Lc 10,21). El discernimiento del Espíritu en la acción apostólica sigue estas mismas líneas bíblicas: oración, sacrificio, humildad, vida ordinaria de "Nazaret" (= "desierto"); amor preferencial por los que sufren, campos de caridad y servicio (= "pobres"), esperanza de confianza y tensión comprometida (= "gozo"). Se acierta en una acción evangelizadora cuando se traduce todo en donación. La capacidad de evangelizar a los pobres (Lc 4,18), dependerá del hecho de saber transformar las dificultades o desierto (Lc 4,1) en una nueva posibilidad de darse (Heb 9,14; Jn 19,34), como el Buen Pastor que "da la vida" según "el mandato del Padre" (Jn 10,17-18). Para ser "pan comido", como Cristo eucaristía, hay que pasar por la pobreza de Belén y por la desnudez de la cruz. Así se anuncia el misterio pascual con las palabras y con la propia vida.

     La fidelidad al Espíritu Santo se traduce en relación personal con Dios como respuesta a su presencia, apertura a la luz de su palabra ysintonía con su acción santificadora y evangelizadora. Estos son los datos fundamentales de la promesa de Jesús sobre la venida del Espíritu Santo a los Apóstoles (cf. Jn 14,16; 15,25-27; 16,14; Act 1,1-8). La fidelidad se traduce en aceptación armoniosa de los dones permanentes y de las luces nuevas para responder a una nueva evangelización.

 

3. Dimensiones y perspectivas de la espiritualidad misionera

 

A) Espiritualidad cristiana, espiritualidad misionera

 

     La dimensión misionera de la espiritualidad cristiana es fundamental para entender las otras dimensiones. En efecto, la espiritualidad del apóstol, especialmente del que trabajo en el campo de la primera evangelización (misionero "ad Gentes"), no es algo ornamental, sino que arranca de la misma realidad cristiana.

     Cualquier dato o realidad cristiana tiene dimensión misionera universal: la palabra revelada, Cristo Salvador, el don de la fe, el bautismo, la eucaristía, la naturaleza de la Iglesia, la oración, etc.

     La espiritualidad cristiana, como vivencia de estas realidades, es esencialmente misionera. El camino de la perfección cristiana es una apertura comprometida y progresiva a los planes salvíficos y universales de Dios Amor, que trascienden el espacio y el tiempo.[17]

     La peculiaridad de la religión y de la espiritualidad cristiana es precisamente la "iniciativa" de Dios. Es él quien, inesperadamente, se manifiesta por medio de su palabra (la "revelación") y, más concretamente, por medio de Jesús, el Verbo encarnado, la Palabra personal de Dios. Este misterio revelado es para toda la humanidad.

     Si la espiritualidad cristiana es una respuesta a la palabra de Dios, para vivir en Cristo la vida nueva del Espíritu Santo, necesariamente debe ser compromiso de comunicar esta palabra a todos los hermanos. La Iglesia mira siempre a "proponer la doctrina auténtica sobre la revelación y su transmisión, para que todo el mundo lo escuche y crea, creyendo espere, esperando ame" (DV 1).

     El cristiano que recibe y medita la palabra de Dios, se hace consciente de que los hombres han sido elegidos en Cristo desde toda la eternidad (cf. Ef 1,4) y que todo ha de ser "recapitulado en Cristo" (Ef 1,10). Quien medita el misterio de Cristo queda vocacionado para "iluminar a todos acerca de la dispensación del misterio oculto desde los siglos en Dios" (Ef 3,9).

     Cristo, Palabra personal del Padre, aparece siempre como "Salvador del mundo" (Jn 6,42), "para la vida del mundo" (Jn 6,51). Jesús es el "Salvador de todos los hombres" (1Tim 4,10; cf. Tit 2,1), como expresa su nombre, que es, al mismo tiempo, su razón de ser (cf. Mt 1,21). Si la espiritualidad cristiana es seguimiento de Cristo, imitación, unión y configuración con él, ello significa que incluye necesariamente la sintonía con sus planes de salvación: "venid a mí todos" (Mt 11,28), "tengo otras ovejas" (Jn 10,16). La verdadera vida en Cristo, como espiritualidad cristiana, no puede desentenderse del hecho de que "Cristo murió por todos" (2Cor 5,15).

     La salvación en Cristo no se ciñe a una época, a una cultura o a un sector geográfico. El mensaje cristiano de salvación se injerta vivencialmente en el creyente para ser comunicado a todos: "Lo que ha sido predicado una vez por el Señor, o lo que en él se ha obrado para salvación del género humano, debe ser proclamado y difundido hasta los últimos confines de la tierra, comenzando por Jerusalén, de suerte que lo que una vez se obró para todos en orden a la salvación, alcance su efecto en todos en el curso de los tiempos" (AG 3).

     La fe acoge la palabra de Dios y el misterio de Cristo tal como es. Por esto se hace "apertura del corazón humano ante el don: ante la autocomunicación de Dios por el Espíritu Santo" (DeV 51). Para agradecer este don hay que disponerse a ser instrumento a fin de que otros lo reciban: "La Iglesia anuncia al que da la vida y coopera con él a dar la vida" (ibídem 58).

     La gratitud por el don de la fe recuerda a todos los creyentes que la vocación cristiana es vocación a la santidad y al apostolado. Cuanto más se viva la fe cristiana, más claramente se sentirá la llamada a comunicarla a todos los redimidos. La aceptación vivencial y comprometida de la fe suscitará apóstoles que se dediquen a colaborar en la extensión del Reino ya en la tierra, como preparación del Reino definitivo, donde "Dios será todo en todos" (1Cor 15,28). La gratitud por comunicar la fe se expresará en términos teológicos diversos según las épocas: propagar la fe, plantar la Iglesia, extender el Reino, etc. Pero al que vive de la fe, todas estas expresiones equivalen a ser fiel al mandato misionero de Cristo (cf. Mt 28,19-20). No se trata de un mandato "jurídico", sino de un hecho de gracia: "La misión de la Iglesia se cumple por la operación con la que, obediente al mandato de Cristo y movida por la gracia y la caridad del Espíritu Santo, se hace presente en acto pleno a todos los hombres o pueblos, para llevarlos, con el ejemplo de su vida y la predicación, con los sacramentos y los demás medios de gracia, a la fe, la libertad y la paz de Cristo, de suerte que se les descubra el camino libre y seguro para participar plenamente en el misterio de Cristo" (AG 5).

     A partir del bautismo, como configuración con Cristo, el cristiano comienza un camino de vida nueva, que es de santidad y de apostolado: "Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia" (LG 11).

     La vida cristiana se centra en la eucaristía, como presencialización del misterio pascual; participar en el sacrificio y sacramento eucarístico equivale a insertarse en el dinamismo misionero de la Iglesia, puesto que "la eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la evangelización" (PO 5; cf. LG 11; SC 10).[18]

     Ser Iglesia es participar en su naturaleza misionera, puesto que "ella existe para evangelizar" (EN 14). La espiritualidad cristiana es auténtica cuando es espiritualidad de Iglesia. Cuanto más se vive la espiritualidad cristiana, tanto más uno se adentra en el misterio trinitario, que se refleja en la realidad de una Iglesia misterio, comunión y misión: "La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre" (AG 2).[19]

     Todo cristiano recibe la vida nueva del Espíritu Santo, que le hace decir "Padre" con la voz y el amor de Cristo. La oración cristiana del "Padre nuestro" tiende, por su misma naturaleza, a ser oración de toda la humanidad (cf. AG 7). El camino de la oración, como camino de perfección, lleva a la unión con Cristo que es el "Salvador de todos los hombres" (1Tim 4,10). La oración y la perfección cristiana se hacen sintonía con la oración y los deseos de Cristo: "Padre, que te conozcan a ti, como único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (Jn 17,3).

 

B) Espiritualidad del apóstol "ad Gentes"

 

     La espiritualidad misionera es, de modo especial, la vivencia, la fidelidad, la generosidad la disponibilidad que corresponde al apóstol o evangelizador. Cabe todavía distinguir entre el apóstol en general y aquel apóstol que e enviado a realizar la primera evangelización ("implantar la Iglesia", misión "ad gentes"). A este último se le acostumbra a llamar "misionero".

     La espiritualidad del apóstol está relacionada con la misión o envío y con la acción evangelizadora. Su espiritualidad es "misionera" precisamente porque es actitud fiel y generosa de "ejercer sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13). Esta espiritualidad no es dicotomía entre vida interior y acción, sino "unidad de vida", que sigue el ejemplo de Cristo, tanto en la oración como en la acción. La caridad de Buen Pastor ayuda a reducir a unidad su vida y su acción apostólica, encontrando tiempo para poner en práctica los medios de vida espiritual y de apostolado.[20]

     La espiritualidad misionera sabe encontrar el punto de equilibrio entre las tensiones que se originan en la vida apostólica: servicio y consagración, cercanía (inmanencia) y trascendencia, acción externa y vida interior, institución y carismas, etc. Puesto que "la caridad es como el alma de todo apostolado" (AA; LG 33), la armonía entre la vida interior y el apostolado se origina en la vida teologal: "el apostolado se ejercita en la fe, en la esperanza y en la caridad que el Espíritu Santo difunde en el corazón de todos los hijos de la Iglesia" (AA 3).

     La vida espiritual del apóstol consiste en la unión con el Señor; por esto, "la fecundidad del apostolado depende de la unión vital con Cristo" (AA 4). Los medios de vida espiritual para el apóstol son los medios comunes a todo cristiano, pero, de modo especial, la misma vida apostólica como prolongación vivencial de la palabra, del sacrificio, de la acción salvífica y pastoral de Cristo. Precisamente esta espiritualidad armónica del apóstol es la que mejor ayudará a descubrir el universalismo de la misión. Entonces la espiritualidad es verdaderamente misionera.

     La espiritualidad del "misionero" es fundamentalmente la misma que corresponde a todo evangelizador, pero con matices especiales, que tienen su punto de partida en la vocación específica. Cada vocación tiene sus "carismas" o gracias especiales, que reclaman una actitud espiritual de respuesta fiel y generosa. La espiritualidad del misionero es, pues, espiritualidad de dedicación al primer anuncio el evangelio, para implantar los signos permanentes de la evangelización en aquellas comunidades donde la Iglesia todavía no puede considerarse suficientemente implantada. Es la espiritualidad que corresponde a la misión universalista "ad gentes": la dedicación permanente al anuncio del evangelio a todos los pueblos.

     Esta espiritualidad se concreta en "actitudes interiores" (EN 74), que se convierten en estilo de vida evangélica ante las situaciones misioneras. El concilio Vaticano II señala unas líneas y virtudes concretas: respuesta generosa a la llamada, dedicación o vinculación a la obra evangelizadora, fortaleza ante las dificultades de la primera evangelización, confianza y audacia en el anuncio del evangelio, vida realmente evangélica, testimonio hasta el "martirio", gozo en la tribulación, obediencia eclesial, renovación constante... (cf. AG 24).

     El concilio Vaticano II describe así la fisonomía espiritual del misionero: "Lleno de fe viva y de esperanza firme, sea el misionero hombre de oración; inflámese en espíritu de fortaleza, de amor y de templanza; aprenda a contentarse con lo que tiene; lleve en sí mismo con espíritu de sacrificio la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús obre en aquellos a los que es enviado; llevado del celo por las almas, gástelo todo y sacrifíquese a sí mismo por ellas, de forma que crezca en amor de Dios y del prójimo con el cumplimiento diario de su ministerio. Obedeciendo así con Cristo a la voluntad del Padre, continuará la misión de Jesús bajo la autoridad jerárquica de la Iglesia y cooperará al misterio de salvación" (AG 25).

      Las situaciones especiales de países y sectores poco evangelizados (o descristianizados) reclaman una profunda espiritualidad en el apóstol. Los problemas actuales de pastoral requieren actitudes de autenticidad. Sólo con una rica espiritualidad sabrá el apóstol encontrar el equilibrio necesario en el proceso de inculturación, de maduración de la Iglesia local, de presentación del evangelio en una época de cambio.

 

C)   Espiritualidad cristiana en relación con la espiritualidad no cristiana

 

     El fenómeno tal vez más llamativo de estos últimos tiempos, al comienzo de un tercer milenio de cristianismo, es el encuentro de las religiones no cristianas con el evangelio, como cuestionamiento sobre la "experiencia de Dios". Esas religiones, que ya han emprendido un "camino" ("método", rito, yoga, zen...) hacia el único y mismo Dios, se encuentran con el misterio del Absoluto, que escapa a toda experiencia y consideración humana. De ahí que pregunten al cristianismo, a sus santos del pasado y a sus evangelizadores y creyentes de hoy, si existe "otra" experiencia peculiar de Dios.[21]

     Este fenómeno es parecido al que se encuentra en la sociedad "secularizada", que pregunta sobre el "silencio" y la "ausencia" de Dios: "Paradójicamente, el mundo, que, a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios, lo busca sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible" (EN 76).

     Ante esta realidad, que tal vez es el desafío más profundo que ha tenido la Iglesia misionera en dos milenios, el evangelizador no puede contestar con simples teorías, ni "cristianizando" algunos métodos de interiorización. La respuesta sólo cabe desde dentro del cristianismo, es decir, desde el encuentro personal e insustituible con Cristo resucitado y con Dios amor. La experiencia de este encuentro se expresa en una actitud de caridad según el sermón de la montaña y el mandato del amor: "El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, desapego de sí mismo y renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda" (EN 76).

     El "camino" de la oración, como camino relacional del hombre hacia Dios, es similar en todas las religiones (búsqueda del Absoluto, purificación, etapas, medio...), como una marcha hacia el "centro" de la vida, hacia la unificación del "corazón", hacia la armonía cósmica y hacia la fraternidad universal. ¿Cuál es la originalidad del cristianismo en esta búsqueda auténtica de Dios?

     Querer responder a esta pregunta trascendental con una síntesis teórica "mejor" o con una metodología psicológica "más perfecta", sería dejar el problema sin solución. Porque el cristianismo sólo puede responder a esas llamadas, que dejan entender una "preparación evangélica", a la luz del Misterio de Cristo: el Verbo encarnado, redentor, resucitado, presente en la Iglesia. "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22).[22]

     La especificidad u originalidad del cristianismo consiste en esa "irrupción" de Dios en la historia de la humanidad y de cada uno, a modo de llamada inesperada o insospechada: revelación, encarnación, redención... en Cristo. Así se ha manifestado Dios Amor. El hombre, en su búsqueda de Dios, se siente llamado y amado "más allá" de sus esperanzas y búsquedas: "El nos ha amado primero" (1Jn 4,19). "Cristo, en la misma revelación del Padre y de su amor, manifiesta el hombre al propio hombre... Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba!, ¡Padre!" (GS 22).

     La experiencia espiritual del misionero cristiano consiste en haber descubierto (como respuesta a la gracia y al don de Dios) que donde parece que hay "silencio de Dios", allí está el Verbo encarnado; y que donde parece haber "ausencia de Dios", allí está el "Emmanuel", Dios con nosotros, Cristo resucitado presente. De esta fe vivencial, alimentada en el diálogo frecuente con Cristo (en su palabra y en su eucaristía), nacen los gestos evangélicos del sermón de la montaña y del mandato del amor.

     La espiritualidad cristiana se convierte, pues, en un hecho privilegiado de evangelización, en cuanto que debe colorear el concepto de misión (teología) y su aplicación metodológica (pastoral). El evangelizador debe presentar, a través de sus gestos de vida, su experiencia de Dios amor (revelado en Cristo), su experiencia de diálogo con Dios ("Padre nuestro"), su actitud de gozo pascual (esperanza) y su experiencia de las bienaventuranzas (hacer de la vida una donación).

 

 

4. Formación en la espiritualidad misionera

 

A) Formación misionera específica

 

     El decreto conciliar "Ad Gentes", después de haber presentado la vocación y la espiritualidad misionera, invita a profundizar la formación misionera de los apóstoles que se dedican a la primera evangelización. Se trata de la formación espiritual y moral (AG 25), doctrinal y pastoral (AG 26).[23]

     Esta formación tendrá lugar en los Seminarios, Noviciados, grupos o movimientos apostólicos y, especialmente, en los Institutos Misioneros (AG 27), a fin de asegurar no solamente la perseverancia en la vida espiritual, sino también una acción apostólica permanente y eficaz. Esta formación inicial deberá ser completada y reafirmada continuamente durante toda la vida por medio de una adecuada formación permanente.

     Se necesita una formación peculiar para vivir la misión específica "ad gentes". Se trata de una formación profunda y práctica, que se traduzca en "capacidad de iniciativas, constancia para continuar lo comenzado hasta el fin, perseverancia en las dificultades, paciencia y fortaleza para soportar la soledad, el cansancio y el trabajo infructuoso" (AG 25). Esta formación ayudará a adoptar una actitud de apertura, disponibilidad en los cargos, adaptación a las situaciones y culturas diferentes, fraternidad, etc. (ibídem).

     La formación permanente fue una iniciativa del concilio Vaticano II principalmente para los sacerdotes y análogamente para todos los agentes de la evangelización, "debido a las circunstancias de la sociedad moderna" (OT 22) que exigen una adaptación y potenciación continua. Los cursos programados para esta formación tienen como objetivo ayudar a los evangelizadores a "adquirir un conocimiento más acabado de los métodos pastorales y de la ciencia teológica, así como fortalecer su vida espiritual y comunicar mutuamente con sus hermanos las experiencias apostólicas" (PO 19).[24]

     La formación teológica y pastoral (AG 26) necesita ser presentada en el contexto de una fuerte dimensión espiritual. En efecto, la misión se vive como respuesta "integral", vivencial y comprometida respecto a los designios salvíficos y universales de Dios (dimensión salvífica y trinitaria). La puesta en práctica del mandato misionero de Cristo (dimensión cristológica) se traduce en fidelidad incondicional a la misión y acción del Espíritu Santo (dimensión pneumatológica), que se realiza en la vivencia de la comunión y misión de la Iglesia (dimensión eclesial), equilibrando la tensión entre inmanencia (inserción) y trascendencia (dimensión histórica y escatológica del Reino). La dimensión espiritual ayuda a armonizar todas estas dimensiones de la misión, así como a poner en relación de colaboración a los diferentes agentes de la evangelización según la diversidad de ministerios (pastoral de conjunto).

     La formación espiritual del misionero abarca principalmente el campo de la experiencia contemplativa de Dios. Las personas espirituales de otras religiones preguntan a los cristianos sobre la peculiaridad de la oración y contemplación cristiana. La experiencia espiritual del misionero se apoya en el "don de Dios" (Jn 4,10), que Cristo ofrece a todo hombre también en las situaciones que parecen "silencio" y "ausencia" de Dios. El apóstol cristiano ha experimentado las mismas dificultades de la vida, pero en ellas ha encontrado a Cristo resucitado, el Verbo (Palabra) y el "Emmanuel" (presencia especial de Dios). Sólo a partir de esta experiencia de fe contemplativa, podrán surgir los gestos evangélicos que transparentan las bienaventuranzas y el mandato del amor.

 

B) Formación para vivir la misión en actitud relacional con Cristo

 

     La misión no tiene origen en una elaboración teológica ni tampoco es el fruto de unas experiencias. Las reflexiones doctrinales y las experiencias de acción apostólica son necesarias para atinar en la naturaleza y en la metodología de la misión. Pero la misión, en sí misma, tiene su punto de partida en Dios Amor, que ha enviado a su Hijo hecho hombre por obra el Espíritu Santo. La formación misionera debe ser, pues, eminentemente relacional.

     El apóstol ha sido llamado para un encuentro personal con Cristo (Mc 3,13-14; Jn 1,39), que se convierte en seguimiento evangélico (Mt 4,19-22; Mc 10,21-31), para compartir la vida con Cristo (Mc 10,38) y continuar su misión (Jn 20,21). Por esto la acción evangelizadora presupone una experiencia de relación personal con Cristo: "Os anunciamos lo que hemos visto y oído... el Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss). La misión no deja de ser una presencia activa de Cristo resucitado que reclama actitud relacional: "Id..., estaré con vosotros" (Mt 28,19-20); "ellos se fueron, predicando por todas partes, cooperando con ellos el Señor" (Mc 16,20).[25]

     Con esta perspectiva de actitud relacional, la misión recobra todo su sentido de amistad con Cristo (Jn 15,14) para ser sus testigos (Jn 15,27; Act 1,8; 2,32). La misión se hace dinámica vivencial: del encuentro, a la evangelización. Entonces no existe la dicotomía entre la vida interior y la acción, sino que se pasa de un encuentro con Cristo a otro encuentro: Cristo presente en la eucaristía, en su palabra, en sus signos salvíficos, en la comunidad, en los hermanos, en la soledad, en el trabajo, en el dolor, en el gozo, en los acontecimientos, en el presente y en el más allá...

     La "unidad de vida" (PO 13-14), tan necesaria para sentirse realizado en el cumplimiento de la misión, sólo es posible a partir del amor de Cristo y a Cristo, expresado en relación personal de intimidad profunda. Es la voluntad de seguirle más de cerca, para compartir su misma vida y misión, según sus mismas vivencias de amor al Padre en el Espíritu y de amor a toda la humanidad, hasta dar la vida en sacrificio.

     Jesús vivió, con actitud relacional de Hijo, el "mandato del Padre" de "dar la vida" para "tomarla de nuevo" (Jn 10,17-18), siempre con la fidelidad a la acción del Espíritu Santo (Lc 4,1-18). Esta era su vivencia más honda, su "comida" (Jn 4,34), su "gozo en el Espíritu" (Lc 20,21).

     Los Apóstoles vivieron la misión como actitud relacional con Cristo presente en la Iglesia. Es Cristo que envía a la acción evangelizadora y es él mismo que ahí espera al apóstol. Por esto él sigue siendo "el principio y centro permanente de la misión" (RH 11). El apóstol vive en Cristo y de su presencia (Gal 2,20; Fil 1,21; Act 18,9), sólo predica a Cristo (2Cor 4,5) sintiéndose urgido por su amor (2Cor 5,14) y fortalecido con su asistencia (Fil 4,13). Entonces el sufrimiento se convierte en "complemento" de los sufrimientos de Cristo (Col 1,24). El objetivo de la misión ya queda definitivamente claro: "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). A partir de esta actitud relacional, sabiéndose profundamente amado por Cristo, ya es posible dedicar la vida a amarle del todo (2Cor 12,15)y a hacerle amar de todos. El apóstol queda, pues, "segregado para el evangelio" (Rom 1,1) y se hace "todo para todos" (Rom 1,14; 1Cor 9,22). Su vida ya no tiene sentido al margen de Cristo.[26]

     La misión se vive en sintonía con las vivencias de Cristo, el "enviado" del Padre (Jn 10,36). Sólo así se puede "mirar al hombre casi con los ojos del mismo Cristo" (RH 18), puesto que todo ser humano es "el hermano por quien Cristo ha muerto" (1Cor 8,11). Desde el día de la encarnación, Cristo "se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22). La actitud relacional con Cristo se hace encuentro comprometido con todos los hermanos, especialmente con los más pobres, con los que no le conocen ni le aman. La misión sólo se puede vivir "injertados" vivencialmente en el misterio pascual de Cristo, muerto y resucitado (Rom 6,5).

 

C) Formación espiritual para la vocación misionera específica

 

     Existe una vocación misionera general y especial. No se trata solamente de afirmar la existencia de esta vocación, sino que principalmente es necesario apuntar la formación en todos sus niveles. Cuando el concilio Vaticano II habla de la "vocación especial" o "vocación misionera" (AG 23), describe al mismo tiempo las virtudes y espiritualidad del misionero (AG 24) y urge a una formación espiritual adecuada (AG 25). "Evangelii Nuntiandi" comienza a describir "el espíritu de la evangelización" (EN cap. VII), hablando de las "actitudes interiores" que han de tener los evangelizadores, para "ser dignos de esta vocación" (EN 74).

     El tema de la vocación misionera puede estudiarse a nivel de teología (existencia y naturaleza de esta vocación), a nivel de pastoral (acción de pastoral vocacional) y a nivel de espiritualidad (señales de vocación, fidelidad, formación, etc.).

     La existencia de una vocación misionera específica reclama una actitud espiritual peculiar. Todo cristiano debe vivir la dimensión misionera de su propia vocación (laical, religiosa o de vida consagrada, sacerdotal). El misionero debe vivir la espiritualidad cristiana con los matices de su vocación. Como toda vocación cristiana, también la vocación misionera se caracteriza por unas señales: recta intención, decisión libre, idoneidad o cualidades. Todo ello ha que quedar garantizado por la admisión de la Iglesia. Por esto se necesita un período especial de formación, en el que se pueda dar un acertado discernimiento y acompañamiento.[27]

     Los "sellados con vocación especial" misionera, tienen que estar "dotados" de "disposiciones y talentos", de suerte que estén "dispuestos a emprender la obra misional" según la misión que recibirán de la Iglesia. De este modo, quedan "segregados para la obra que han sido llamados, como ministros del evangelio, para que la oblación de los gentiles sea acepta y santificada por el Espíritu Santo" (AG 23; cf. Rom 15,16).

     La recta intención queda matizada por las motivaciones de la misión: comunicar la fe, implantar la Iglesia, extender el Reino, conducir los no creyentes a la plenitud en Cristo, etc. La decisión libre se constata en unas actitudes firmes ante la evangelización.

     Las cualidades o virtudes requeridas (idoneidad) se pueden resumir en las siguientes (cf. AG 23-25; EN 74-80):

     - fortaleza ante las dificultades de la misión;

     - sensibilidad y comprensión ante los valores auténticos de las religiones no cristianas;

     - visión sobrenatural de fe, que vaya más allá de una simple acción filantrópica;

     - presentar una vida que transparente el evangelio;

     - sentido y amor de Iglesia, traducido en obediencia;

     - vivir el carisma misionero de la propia institución.

 

      La fidelidad inicial debe ir madurando a través de la vida misionera, para convertirse en una actitud permanente de decisión, donación y gozo. Las dificultades ambientales e históricas no deben disminuir las exigencias de la vocación misionera, sino que esas mismas situaciones (personales, comunitarias, ambientales) serán una motivación especial para mayor claridad en la presentación de las vocación y de las exigencias de entrega evangélica. Para apoyar esta actitud de seguimiento generoso y de misión universalista, habrá que presentar más claramente el carisma del grupo o del Instituto misionero al que se pertenece. Dios sigue llamando en cualquier situación histórica.

     La fidelidad depende de la gracia, puesto que la vocación es un don de Dios. Las comunidades tienen necesidad de apóstoles y misioneros; ello es un don (no un derecho) que Dios hace llegar a todos si cada uno corresponde según su responsabilidad. Precisamente por ello, se necesita la colaboración de la persona llamada y de toda la comunidad eclesial. Una comunidad evangelizada y evangelizadora es una comunidad que pide el don de las vocaciones y se prepara para recibirlas, sostenerlas y compartirlas con otras comunidades más necesitadas.

     La pastoral vocacional misionera se basa en esta oración y colaboración de todos. La fidelidad inicial y permanente ha de tener en cuenta los condicionamientos personales (psicología, herencia) y ambientales (familia, cultura...). La formación, en todos sus niveles (espiritual, humano, intelectual, pastoral), debe impartirse teniendo en cuenta los valores permanentes del evangelio (la fisonomía del Buen Pastor y de la "vida apostólica"), así como también las situaciones diferentes de cada época histórica.

     La formación espiritual misionera se basa principalmente en la llamada de Cristo, para estar con él y para ser enviado por él a fin de prolongar su misma misión de evangelizar, bautizando o configurando a cada hombre con Cristo y erradicando el espíritu del mal de todo corazón humano (cf. Mc 3,14; Mt 28,19-20).[28]

 

Líneas conclusivas: Espiritualidad misionera para una nueva evangelización

 

     La Iglesia se encuentra ante situaciones nuevas, que suponen gracias nuevas y que reclaman nuevos evangelizadores. Es necesario emprender la tarea de "una nueva evangelización: nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión"[29]. "En los umbrales del tercer milenio, toda la Iglesia, pastores y fieles, ha de sentir con más fuerza su responsabilidad de obedecer al mandato de Cristo: 'Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación' (Mc 16,15), renovando su empuje misionero. Una grande, comprometedora y magnífica empresa ha sido confiada a la Iglesia, la de una nueva evangelización, de la que el mundo actual tiene una gran necesidad" (CFL 64).

     En la encíclica "Redemptoris Missio", Juan Pablo II llama a una "nueva evangelización" en vistas a renovar a toda la comunidad eclesial hasta hacerla misionera sin fronteras. Apunta, pues, principalmente a sus citar una renovación evangélica que se traduzca en disponibilidad misionera. "La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal" (RMi 2). "Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos" (ibídem 3; cf. n. 33).

     Una nueva evangelización supone una actitud de mayor disponibilidad en los evangelizadores, una espiritualidad profundamente vivida, una renovación eclesial. La Iglesia está llamada a "dar un alma a la sociedad moderna", evangelizando "en términos totalmente nuevos", para "proponer una nueva síntesis creativa entre evangelio y vida". Los evangelizadores deben ser "expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen en sus gozos y esperanzas... y, al mismo tiempo, sean contemplativos enamorados de Dios", capaces de "poner el mundo moderno en contacto con las energías vivificantes del evangelio".[30]

     La espiritualidad misionera, como renovación eclesial, es la clave de la eclesiología conciliar: viviendo su realidad de "misterio" o "sacramento" de Cristo (LG I), como "comunión" o pueblo de hermanos (LG II), la Iglesia en cada uno de sus miembros (LG III-VI) se hace misionera como "sacramento universal de salvación" (LG VII; cf. AG 1). De este modo, la naturaleza misionera de la Iglesia se expresa como "maternidad", que tiene a María como prototipo (LG VIII; cf. AG 4).

     Cuando la Iglesia "avanza por la senda de la renovación" (LG 8), entonces "Cristo resplandece sobre la faz de la Iglesia" LG 1). Así la misma Iglesia parece como "sacramento", es decir, transparencia y signo portador, "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1). La fuerza misionera de la Iglesia "misterio" o "sacramento", aparece en su realidad de "comunión", como reflejo de la comunión trinitaria de Dios amor, es decir, como "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4, citando a San Cipriano).

     En la Exhortación Apostólica sobre el laicado, el Papa insiste en una "renovación evangélica" por parte de toda la Iglesia: "El concilio Vaticano II ha pronunciado palabras altamente luminosas sobre la vocación universal a la santidad. Se puede decir que precisamente esta llamada ha sido la consigna fundamental confiada a todos los hijos e hijas de la Iglesia, por un concilio convocado para la renovación evangélica de la vida cristiana... Es urgente, hoy más que nunca, que todos los cristianos vuelvan a emprender el camino de la renovación evangélica" (CFL 16).

     La toma de conciencia sobre la propia responsabilidad misionera en el momento actual, de parte de personas y de instituciones y comunidades, depende de una "profunda renovación interior", que se traduzca en convicciones, decisiones y compromisos concretos: "Como la Iglesia es toda ella misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios, el concilio invita a todos a una profunda renovación interior, a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del evangelio, acepten su participación en la obra misionera entre los gentiles" (AG 35).[31]

      Los campos que se abren para una nueva evangelización se descubren por un proceso de discernimiento de los "signos de los tiempos". Los acontecimientos, iluminados por la palabra de Dios, dejan entrever los planes salvíficos de Dios, que llaman a más contemplación y a más compromiso de caridad: "El Pueblo de Dios, movido por la fe, que le impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios" (GS 11).

     Sólo con una gran sensibilidad espiritual es posible "escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, puede la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad" (GS 4). Este discernimiento de los acontecimientos es siempre a la luz de la palabra de Dios y bajo la guía del Espíritu Santo. "Es propio de todo el Pueblo de Dios, pero principalmente de los pastores y de los teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina, a fin de que la verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor entendida y expresada en forma más adecuada" (GS 44)[32].

      La renovación de los evangelizadores se traduce en una más ilusionada y tenaz acción evangelizadora. Para emprender una nueva evangelización, los apóstoles de hoy deben renovarse en su actitud relacional con Dios (contemplación), en su relación con los hermanos (comunión), en la capacidad de insertarse en el mundo (inserción), en la coherencia con el evangelio (autenticidad) y en el sentido de trascendencia (esperanza).

     La renovación cristiana se realiza siempre a la luz del "Padre nuestro", de las "bienaventuranzas" y del "mandato del amor". Se trata siempre de ahondar en la actitud filial y relacional con Dios (oración) y en la caridad, a ejemplo de Cristo y en unión con él. Por esto, es una actitud de "bautismo" o de configuración con Cristo. Toda vocación cristiana (laical, religiosa o consagrada y sacerdotal) se renueva por una mayor imitación de la vida apostólica de los doce Apóstoles: seguimiento evangélico, fraternidad o vida comunitaria, disponibilidad misionera. Se descubre la dimensión misionera universal de la propia vocación, cuando se quiere vivir con todas sus exigencias espirituales, para insertarse en las estructuras humanas como fermento (vocación laical), para ser signo fuerte de las bienaventuranzas por la profesión y práctica permanente de los consejos evangélicos (vocación a la vida consagrada), para ser signo sacramental del Buen Pastor que guía y da la vida (vocación sacerdotal).

     La espiritualidad misionera, de "actitudes interiores" a la luz del evangelio, es la base descubrir y vivir el significado de la problemática misionera actual: el concepto de misión y de evangelización (AG 1-9; RMi I-II), la llamada universal a la conversión a Cristo y al bautismo (EN 53; RMi 46), el sentido y amor de Iglesia misterio-comunión-misión (AG 6; EN 28, 59-62), el proceso de "inculturación" (EN 20; RH 10-11; RMi 52), la inserción en las realidades humanas especialmente en la opción preferencial por los pobres (EN 30-38; RMi 58-60; Puebla 670, 1128ss), el diálogo evangelizador e interreligioso (RMi 55), el equilibrio entre ministerios (proféticos, cultuales, hodegéticos), Las "comunidades de base" (RMi 51), la recta distribución de los apóstoles (RMi 67-68), los medios  y expresiones de evangelización (especialmente la piedad popular y medios de comunicación social) (RMi 37), etc.[33]

     La espiritualidad misionera hace descubrir y vivir la prioridad y la iniciativa de Dios en el don de la misión. Como estilo de vida del misionero, la espiritualidad ayuda a profundizar en los temas teológicos sobre la misión (teología misionera) y es la mejor garantía para acertar en la pastoral misionera.

     Toda renovación eclesial auténtica, bajo la acción del Espíritu Santo, se realiza en el paradigma del Cenáculo: "Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo 'con María la Madre de Jesús' (Act 1,14), para implorar el Espíritu Santo y obtener fuerza y ardor para cumplir el mandato misionero. También nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu" (RMi 92; cf. AG 4; LG 59; EN 82; RH 22; RMa 24).

     La dimensión mariana de la espiritualidad misionera hace redescubrir y vivir la naturaleza misionera y materna de la Iglesia (Gal 4,4, 4,19; 4,26). "María es el ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (RMi 92; cf. LG 65).

 

         CUESTIONARIO PARA EL TRABAJO PERSONAL O EN GRUPO

 

1.   Relacionar la espiritualidad con la misión: comparar el capítulo V de "Lumen Gentium" con el cap. VII de "Evangelii Nuntiandi" y el n. 24 de "Ad Gentes".

 

2.   Describir la espiritualidad misionera como fidelidad al Espíritu Santo en la misión evangelizadora: Lc 4,14-18; AG 4; EN 75.

 

3.   La fisonomía espiritual (virtudes) del misionero hoy: AG 24; EN 76-81; en relación con Jn 10,1-18; Hechos 20,17-38.

 

4.   Formación para la vocación misionera específica, formación espiritual (y humana), intelectual, pastoral: AG 25-26.



    [1]Los manuales de espiritualidad ofrecen este aspecto "vivencial" y "afectivo" de la teología, pero pocas veces indican su relación con la misión de la Iglesia. Ver: AA.VV., Problemi e prospettive di Spiritualità, Brescia, Querianiana 1983; J. AUMANN, Spiritual theology, London, Sheed and Ward 1980; A.M. BERNARD, Teologia spirituale, Roma, Paoline 1982; L. BOUYER, Introduzione alla vita spirituale, Borla, Torino 1965; J. ESQUERDA BIFET, Caminar en el amor, dinamismo de la vida espiritual, Madrid, Sociedad Educación Atenas 1989; D.M. HOFMANN, Maturing the Spirit, Boston, St. Paul Edit. 1970; J. RIVERA, J.M. IRABURU, Espiritualidad católica, Madrid, CETE 1982F. RUIZ, Caminos del Espíritu, compendio de toelogía espiritual, Madrid, EDE 1988; A. ROYO MARIN, Teología de la perfección cristiana, Salamanca, Sígueme 1968; G. THILS, Existence et sainteté en Jésus-Christ, Paris, Beauschesne 1982.

    [2]  Santo Tomás indica este principio orientativo de toda la vida moral: "ordo amoris" (I-II, q.62, a.2).

    [3]Las misonologías actuales incluyen ordinariamente el tema de la espiritualidad misionera. Ver: AA.VV., Missiologia oggi, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985; AA.VV, La misionología hoy, Estella, Verbo Divino 1987; AA.VV:, Lexikom Missionstheologiescher Grundbegriffe, Berlin, D. Reimer Verlag 1987; M. DAGRAS, Théologie de l'évangelisation, Paris, Desclée 1976; J. POWER, Mission theology today, Dublin 1971; P. VADAKUMPADAN, Evangelization today, Shillong (India) 1989; A. WOLANIN, Teologia della missione, Casale Montferrato, PIEMME 1989.

    [4]La palabra evangélica urgen tanto a la contemplación como a la misión. G. AUZOU, La Parole de Dieu, Paris, Edit. de l'Orante 1963; J. ESQUERDA BIFET, Profetismo cristiano, profetismo misionero, Barcelona, Balmes 1986; Idem, Meditar en el corazón, Barcelona, Balmes 1987; V. MANNUCI, Bibbia come parola di Dio, Brescia, Queriniana 1984. Ver comentarios a la Constitución conciliar "Dei Verbum", del Vaticano II.

    [5]La expresión "espiritualidad misionera" es anterior al concilio Vaticano II. Se encuentra ya usada en: G.B. TRAGELLA, Per una spiritualità missionaria, Roma 1948; C. CARMINATI, Il problema missionaria, Roma 1941, cap. V: "Spiritualità missionaria"; AA.VV., Espiritualidad misionera, Burgos (VI Semana Misionológica) 1954; A. RETIF, La mission, éléments de théologie et spiritualité missionnaire, Tours 1963.

    [6]Los comentarios al decreto conciliar "Ad Gentes" aportan algunos datos sobre la espiritualidad misionera cuando explican la figura del misionero: J. ESQUERDA BIFET, Spiritualità, vocazione e formazione missionaria, in: AA.VV., Chiesa e missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1990, 199-225; L.J. LECUONA, La vocazione missionaria, en: Le missioni nel decreto "Ad Gentes" del concilio Vaticano II, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1966, 209-225; K. MÜLLER, Les missionnaires (n. 13 à 27), en: Vatican II, L'activité missionnaire de l'Église, Paris, Cerf 1967, 333-361.

    [7]  El tema de la "gloria de Dios" ha sido poco estudiado en relación a la misión. Pueden verse los comentarios a AG 4-6 y LG 2-4. Ver: M.J. LE GUILLOU, Dieu de la gloire, Dieu de la croix, en: Evangelizzazione e Ateismo, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1981, 165-181; A. PEÑAMARIA, El designio salvador del Padre, presupuestos teológicos de espiritualidad misionera, "Estudios Trinitarios" 17 (1983) 407-425.

    [8]La Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" ha sido estudiada bajo diversos aspectos: teológicos, pastorales, espirituales. AA.VV., Esortaziobe Apostolica "Evangelii Nuntiandi", Commento sotto l'aspetto teologico, ascetico e pastorale, S. Congregazione per l'Evangelizzazione dei Popoli 1976; AA.VV., L'Annuncio del Vangelo oggi, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1977: AA.VV., "Evangelii Nuntiandi" Kommentare und Perspektiven, "Neue Zeitschrift für Missionswissenschaft" 32 (1976) 241-341.

    [9]AA.VV., Lecciones de espiritualidad misionera, Buenos Aires, Claretiana 1984; AA.VV., My Witnesses, Missionary Spirituality, Roma, CIAM 1982; AA.VV., Mes témoins, Spiritualité missionnaire, ibidem 1983; G. COURTOIS, Esprit chrétien, esprit missionnaire, Paris, Fleurus 1966; M. DHAVAMONY, Basic scrutctures of missionary spirituality, "Omnis Terra" 13 (1979) 197-210; J. ESQUERDA BIFET, Teologia della evangelizzazione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1980; Idem, Espiritualidad misionera, Madrid, BAC 1982; Idem, Spiritualitá e missione, Bologna, EMI 1985; J. MONCHAMIN. Théologie et spiritualité missionnaire, Paris, Beauchesne 1985; K. MÜLLER, Les missionnaires, II La spiritualité missionnaire, en: Vatican II, L'Activité missionnaire de l'Église, Paris, Cerf 1967, 338-347; Y. RAGUIN, I am sending you, Spirituality for the missioner, Manila, EAPI 1973; M.C. REILLY, Spirituality for mission, Manila, Loyola University 1976 (New York, Orbis Book 1978); A. RETIF, La mission, éléments de théologie et spiritualité missionnaire, Tours 1963; A. SEUMOIS, L'anima dell'apostolato missionario, Milano 1961.

    [10]La exposición sobre la espiritualidad misionera ha encontrado su lugar apropiado dentro de la misionología estrictamente dicha. Ver AA.VV., Missiologia oggi, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985; AA.VV., La misionología hoy, Estella, Verbo Divino 1987.

    [11]Las figuras misioneras son siempre fuente inspiradora de espiritualidad misionera. AA.VV., Spirito del Signore e libertà, Figure e momenti della spiritualità, Brescia, Morcelliana 1982; G SOLDATI, I grandi missionari, Bologna, EMI 1985.

    [12]Cada época histórica tiene su estilo misionero específico. Ver: M.C. REILLY, Spirituality for mission, New York, Orbis Book 1978.

    [13]Ver bilbiografía sobre el Vaticano II y "Evangelii Nuntiandi" en las notas anteriores. Sobre las encíclicas misioneras: M. BALZARINI, A. ZANOTTI. Le missioni nel pensiero degli ultimi Pontifici, Milano 1960; A. RETIF, Introduction à la doctrine pontificale des missions, Paris 1963; T. SCALZOTTO, I Papi e l'evangelizzazione missionaria, en: Chiesa e missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1990, 547-595.

    [14]F. CIARDI, I fondatori uomini dello Spirito, per una teologia del carisma di fondatore, Roma, Città Nuova 1982; AA.VV., Mysterium Ecclesiae in conscientiae sanctorum, Roma, Teresianum 1967.

    [15]Sobre cada uno de estos temas, ver síntesis doctrinal y bibliografía en los estudios citados en las nota 1 (manuales de espiritualidad) y 9 (estudios sobre espiritualidad misionera).

    [16]AA.VV:, Credo in Spiritum Sanctum, Atti del Congresso Internazionale di Pneumatologia, Lib. Edit. Vaticana 1983; AA.VV., El Espíritu Santo, luz y fuerza de Cristo en la misión de la Iglesia, Burgos 1980; J. CASTELLANO, La missione nel dinamismo dello Spirito Santo, en: Spiritualità della missione, Roma, Teresianum 1986, 79-100; J. ESQUERDA BIFET, L'azione dello Spirito Santo nella maternità e missionarietà della Chiesa, en: Credo in Spiritum Sanctum..., o.c., 1293-1306; Idem, Agua viva, Discernimiento y fidelidad al Espíritu Santo, Barcelona, Balmes 1985; J. lOPEZ GAY, El Espíritu Santo y la misión, Bérriz 1967; J. SARAIVA, Dimensione pneumatologica dell'evangelizzazione, "Euntes Docete" 32 (1979) 3-32; A. SEUMOIS, Esprit Saint et dynamisme missionnaire, "Euntes Docete" 32 (1979) 341-364; J. VODOPIVEC, Lo Spirito Santo nella personalità e nell'attività del missionario, "Euntes Docete" 33 (1980) 3-26.

    [17]Los estudios sobre la espiritualidad cristiana van adquiriendo cada vez más la dimensión misionera. AA.VV., La spiritualità della missione, Roma, Teresianum 1986.

    [18]J. ESQUERDA BIFET, Eucaristia e missione, Roma, Pont. Opera Propagazione della Fede 1988; Idem, Copa de bodas, Eucaristía, vida cristiana y misión, Barcelona, Balmes 1986; B. FORTE, La Chiesa nell'Eucaristia, Mapoli, D'Auria 1988; D, MONGILLO, Eucaristia, comunione, missinoe, Roma, Pont. Unione Missionaria 1985.

    [19]AA.VV., La Chiesa sacramento di comunione, Roma, Teresianum 1979; L. BOUYER, L'Église de Dieu, Paris, Cerf 1970; J. ESQUERDA BIFET, Somos la Iglesia que camina, Barcelona, Balmes 1987; H. DE LUBAC, Meditaciones sobre la Iglesia, Madrid, Encuentro 1980; G. PHILIPS, L'Église et son mystère, Paris, Desclée 1967.

    [20]A. PARDILLA, La figura bíblica del apóstol, Roma, Claretianum 1982.

    [21]Sobre la peculiaridad de la experiencia cristiana de Dios, ver algunas aportaciones de estudios hechos en colaboración: La mistica, fenomenologia e riflessione teologica, Roma, Città Nuova 1984; La preghiera, bibbia, teologia, esperienze storiche, Roma, Città Nuova 1988. Prayer-Prière, "Studia Missionalia" 24 (1975). Resumo ideas y bibliografía en: Experiencia "religiosa" y experiencia cristiana de Dios, "Athéisme et Dialogue" (Pont. Consilium pro Dialogo cum non credentibus) 23/4 (1988) 370-387.

    [22]Además de la bibliografía de la nota anterior, ver: AA.VV., Evangelizzazione e culture, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1976; AA.VV., Portare Cristo all'uomo, ibidem 1985; AA.VV., Asian religious traditions and christianity, Manila, Univ. of Santo Tomás 1983. Ver otros temas en: Dictionnaire des Religions, Paris, Presses Universitaires 1985; Spiritual Masters, "Studia Missionalia" 36 (1987). Resumo doctrina comparativa y bibliografía en: Contemplación cristiana y experiencias místicas no cristianas, en: Evangelizzazione e culture, o.c., I, 407-420; La experiencia cristiana de Dios, "más allá" de las culturas, de las religiones y de las técnicas contemplativos, en: Portare Cristo all'uomo, I, 351-368.

    [23]AA.VV., La formazione del missionario oggi, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1978; AA.VV., De aspectu missionali in sacerdotibus formando, "Seminarium" (1973) n.4; P. CHIOCCHETTA, La formazione allo spirito missionario, "Seminarium" (1979) 573-595; R. DEVILLE, La formation des seminaristes à l'esprit missionnaire, "Seminarium" (1990) 177-187; J. ESQUERDA BIFET, Spiritualità, vocazione e formazione missionaria, en: Chiesa e Missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1990, 199-225; A. NICOLAS, Formation and spirituality for mission, "Est Asian Pastoral Review" 17 (1980) 104-116.142; K. MÜLLER, Les missionnaires, III-IV Formation..., en: Vatican II, L'activité missionnaire de l'Église, o.c., 347-357; F. PAVANELLO, L'orientamento missionario nella formazione sacerdotale, "Seminarium" (1970) 781-797.

    [24]Siguiendo las indicaciones del decreto conciliar "Optatam totius" y los documentos referentes al Sínodo Episcopal sobre la formación de los sacerdotes (1990), se podrían tener en encuentra cuatro niveles de formación: espiritual, humano, intelectual y pastoral (ver "Lineamenta" e "Instrumentumn Laboris" del Sínodo de 1990). La Exhortación Apostólica "Christifideles Laici" presta mucha atención a este tema (n.52-65).

    [25]En los tratados de Cristología falta ordinariamente esta orientación espiritualidad y misionera del misterio de Cristo. Resumo esta orientación y bibliografía actual en: Cristología para la misión, Bogotá, OMP 1990.

    [26]AA.VV., La sapienza della croce oggi, Torino, LDC 1976; AA.VV., Sabiduría de la cruz, Madrid, Narcea 1980; C. CARRETTO, Perché Signore?, Il dolore..., Brescia, Morcelliana 1985; G. DINH DUC DAO, La misión hoy a la luz de la cruz, "Omnis Terra" 28 (1986) 22-29; J. GALOT, Pourquois la souffrance?, Louvain, Sintal 1984; P. GILIONI, La croce e la missione ad gentes, "Euntes Docete" 38 (1985) 153-178; C, GUTIERREZ, Hablar de Dios desde el sufrimiento, Salamanca, Sígueme 1986; I. LARRAÑAGA, Del sufrimiento a la paz, Madrid, Paulinas 1985; M.J. LE GUILLOU, Dieu de la gloire, Dieu de la croix, en: Evangelizzazione e Ateismo, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1981, 165-181; J. MASSON, La mission sous la croix, en: Evangelizzazione e culture, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1976, I, 246-261; J. MOLTMANN, El Dios crucificado, Salamanca, Sígueme 1975.

    [27]No es fácil distinguir entre vocación misionera general y específica. En el plano de la formación, esta distinción es muy importante. Nosotros nos referimos a la espiritualidad del que es llamado a la evangelización "ad gentes". AA.VV., La familia..., Las vocaciones misioneras, Burgos 1984; AA.VV., Vocazione comune e vocazioni specifiche, Roma, LAS 1981 (Vocación común y vocaciones, Madrid, Soc.Educación Atenas 1984); AA.VV., La vocation, éveil et formation, Paris, Cerf 1965; L.A. CASTRO, Vocazione e missione, Bologna, EMI 1985; J. ESQUERDA BIFET, La vocazione missionaria, in: Vocazione comune e vocazioni specifiche, o.c., 248-266 (Vocación común y vocaciones, 63-85); Idem,  Compartir la vida con Cristo, dinamismo de la vocación cristiana, Barcelona, Balmes 1988; J. GALOT, Porteurs du soufle de l'Esprit, Paris 1967; R. JOU, La vocation missionnaire aujourd'hui, "Vocation" (1980) 450-462; L.J. LECUONA, La vocazione missionaria, en: Le missioni nel decreto "Ad Gentes" del concilio Vaticano II, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1966, 209-225; Idem, La vocación misionera, "Misiones  Extranjeras" 50 (1966) 331-338; P. LONGO, La vocazione missionaria, "Seminarium" (1973) 1130-1145; R. MOYA, La vocación misionera, en: Espiritualidad y misión, Roma, CIAM 1980, 53-85; C. ROMANIUK, La vocazione nella Bibbia, Bologna, Dehoniane 1973.

    [28]Sobre los medios concretos de perseverancia: (Congregación para la Evangelización de los Pueblos) Guía pastoral para los sacerdotes... 1990 (Pastoral guide for diocesan priests...; Guide de vie pastorale pour les prêtres...).

    [29]JUAN PABLO II, Alocución al CELAM, en Puerto Príncipe, Haití, 9 de marzo de 1983. También en Santo Domingo, 11 y 12 de octubre de 1984. J.A. BARREDA, Una nueva evnagelización para un hombre nuevo, "Studium" 28 (1988) 2-34; CELAM, Nueva evangelización génesis y líneas de un proyecto misionero, Bogotá 1990; (Conferencia Episcopal Argentina), Documento de trabajo: Líneas para una evangelización nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión, San Miguel, Oficio del libro 1989; S. DI GIORGI, La nuova evangelizzazione e l'interlocuzione, "Euntes Docete" 43 (1990) 57-86; J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial para una nueva evangelización, "Medellín" 16 (1990) 220-237; P. GILIONI, Perché una "nuova" evangelizzazione, "Euntes Docete" 43 (1990) 5-36; G. MELGUIZO, En qué consiste la "novedad" querida por el Santo Padre para la evangelización de América Latina, "Medellín" 15 (1989) 3-14; A. SALVATIERRA, Características eclesiales de la nueva evangelización, "Surge" 47 (1989) 422-445; F. TAMAYO, La nueva evangelización, ¿palabra de modo o proyecto histórico?, "Cathedra" (Colombia) (1987) 114-141.

    [30]JUAN PABLO II, Discurso al Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, 11 de octubre de 1985.

    [31]J. ESQUERDA BIFET, Il rinnovamento ecclesiale per una pastorale missionaria, en: Chiesa locale e inculturazione nella missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1987, 47-75; M. ZOVKIC, Conversio et renovatio Ecclesiae tamquam conditio et sequela evangelizationis, "Bogoslacka Smotra" 45 (1975) 221-234.

    [32]M.D. CHENU, Les signes des temps, "Nouvelle Revue Théologique" 87 (1965) 29-39; J. ESQUERDA BIFET, Magisterio y signos de los tiempos,, "Burgense" 10 (1969) 239-271; L. GONZALEZ CARVAJAL, Los signos de los tiempos, reflexión teológica en la Iglesia, en: La Iglesia en el mundo de hoy, Madrid, Taurus 1970, II, 25-278; M. RUIZ, Los signos de los tiempos, "Manresa" 40 (1968) 5-18.

    [33]Ver análisis de la problemática misionera actual en: AA.VV., Chiesa locale e inculturazione nella missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1987; AA.VV., La salvezza oggi, Congressso Internazionale di Missiologia, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1989.

 

           SIGNIFICADO Y CONTENIDOS DE LA ESPIRITUALIDAD MISIONERA

 

                                                         Juan Esquerda Bifet

 

 

Presentación: Necesidad de enmarcar el concepto y los contenidos de la espiritualidad misionera

 

      Hay que reconocer que el tema de la "espiritualida misionera" ha sufrido una evolución rápida y también imprecisa. Primero se ha pasado del desconocimiento del término, a una aceptación y concesión de carta de ciudadanía. En ese primer momento de la aceptación, fueron muy pocos los autores que hablaron del tema. Posteriormente, el tema ha venido generalizándose y también se ha aplicado a campos que ya no son propiamente de la espiritualidad misionera. Hoy es frecuente oir hablar del tema o encontrar estudios sobre el mismo. No siempre se encuadra correctamente. Cuando un tema pasa a ser de "actualidad" (o quizá de moda), frecuentemente es señal de que se ha comenzado a desvirtuar.

 

      No raras veces se aplica el término "espiritualidad misionera" al estilo de pastoral: más profética, más litúrgica, más diaconal o de servicios de caridad, etc. Estos campos de pastoral son esenciales para la evangelización; cada evangelizador tiene sus preferencias y su estilo. Pero la "espiritualidad" propiamente dicha tiene otro significado.

 

      Así como hay que distinguir la espiritualidad cristiana (o teología espiritual) de la teología pastoral, de modo parecido hay que distinguir entre espiritiualidad misionera y acción evangelizadora. No obstante, los dos niveles de la misión están íntimamente relacionados y se postulan mutuamente.

 

      Cualquier tema teológico puede estudiarse en su naturaleza, en su aplicación práctica y en su vivencia. En el caso de la "misión" o evangelización, la teología dogmática estudia la naturaleza de la misión, mientras que la pastoral estudia la acción evangelizadora, y la espiritualidad reflexiona sobre las actitudes que hay que tomar por parte del evangelizador y de la comunidad evangelizadora. La espiritualidad misionera estudia esta dimensión vivencial de la misión, que llevará necesariamente a comprender y aplicar mejor los principios dogmáticos y las consecuencias pastorales.

 

      Si no se tiene en cuenta la espiritualidad misionera en cuanto tal, entonces muchas reflexiones teológicas pastorales corren el riesgo de quedarse en aspectos teóricos, e incluso a veces en ideas discutibles sobre la misión. Por esto, afirma "Novo Millennio inneunte", que, además da la teología sistemática, hay que estudiar la teología que han vivido los santos y, en nuestro caso, los santos misioneros: "Además de la investigación teológica, podemos encontrar una ayuda eficazen aquel patrimonio que es la « teología vivida » de los Santos" (NMi 27).

 

 

1. Naturaleza y significado de la espiritualidad misionera

 

      El término "espiritualidad" indica el "espíritu" o estilo de vida. Se quiere "vivir" lo que uno es y hace. Para el cristiano, se trata de la vida "espiritual", es decir, de la "vida según el Espíritu" (Rom 8,9): "caminar en el Espíritu" (Rom 8,4). "Se llama espiritual quien obra según el Espíritu"[1].

 

      La "espiritualidad" o el "espíritu" de la vida cristiana tiene dimensión trinitaria y, por tanto, teológica, salvífica, cristológica, pneumatológica. Pero es también un caminar de hermanos que forman una sola familia o comunidad "convocada" (dimensión eclesial), comprometida en las situaciones humanas concretas (dimensión antropológica, social e histórica). Es una vida espiritual que se alimenta de la meditación palabra de Dios y de la celebración del misterio pascual (dimensión contemplativa y litúrgica). Es vida que debe anunciarse y comunicarse a todos los pueblos (dimensión misionera), hasta que un día será realidad plena en el más allá (dimensión escatológica).

 

      La vida espiritual no es una actitud intimista, sujetivista o alienante, sino una camino o proceso de santidad o de perfección, que se traduce en actitudes de fidelidad, generosidad y compromiso vital de totalidad. El "espíritu" o "espiritualidad" no es simplemente interiorización, sino un camino de verdadera libertad (cf. Gal 5,13; Jn 18,32), que pasa por el corazón y que se dirige a la realidad integral del hombre y de su historia personal y comunitaria. La espiritualidad cristiana se hace inserción ("encarnación") en la realidad, a imitación del Hijo de Dios hecho hombre. Este camino espiritual o de perfección se convierte, por su misma naturaleza, camino de misión.

 

      Al hablar de "espiritualidad misionera", queremos relacionar estos dos términos: "espiritualidad" y "misión". La evangelización tiene dimensión "espiritual" de sintonía con los planes salvíficos del Padre, de relación personal con Cristo y de fidelidad a la acción del Espíritu Santo. La espiritualidad del evangelizador se concreta en "actitudes interiores" (EN 74), todas ellas impregnadas de relación personal con Cristo. Son actitudes de relación familiar con Dios, de confianza filial, de sintonía con los planes salvíficos de Dios, de amistad con Cristo, de fidelidad a la acción y presencia del Espíritu Santo, de escucha contemplativa de la palabra de Dios, de sensibilidad respecto a los problemas de los hermanos redimidos por Cristo.

 

      La expresión "espiritualidad misionera" se encuentra en el decreto conciliar "Ad Gentes" (1965). Es la primera vez que aparece en un documento magisterial. Está en el contexto del objetivo de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos: "Este Dicasterio promueva la vocación y la espiritualidad misionera, el celo y la oración por las misiones, y difunda noticias auténticas y convenientes sobre las misiones" (AG 29).[2]

 

      Los contenidos de la espiritualidad misionera se encuentran descritos en el capítulo IV del decreto "Ad Gentes", que tiene como título "los misioneros". Alí se habla de vocación misionera (AG 23), de virtudes (espiritualidad) del misionero (AG 24), de formación misionera (AG 25-26) y de los Institutos Misioneros (AG 27). Como puede apreciarse en las notas, el tema viene a ser una continuación de la doctrina expuesta anteriormente por las encíclicas misioneras.[3]

 

      El tema de la "espiritualidad misionera" comenzó a cobrar

actualidad desde la Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" de Pablo VI (año 1975), donde se dedica todo un capítulo al "espíritu de la evangelización" (título del cap. VII).[4]

 

      La Constitución Apostólica "Pastor Bonus" (art. 86-88) ratifica el objetivo del Dicasterio misionero según las indicaciones de AG 29 y puntualiza algo más: "estudios de investigación sobre la teología, la espiritualidad y la pastoral misionera" (art. 86), el "espíritu misionero" (art. 87), las "vocaciones misioneras" (art. 88). La encíclica "Redemptoris Missio" de Juan Pablo II dedica a este tema todo el capítulo VIII, que tiene como título "espiritualidad misionera"

 

      La "espiritualidad misionera" significa, pues, vivir la misión con fidelidad generosa al Espíritu Santo. Los estudios misionológicos, además de reflexionar sobre la naturaleza de la misión (teología) y sobre su práctica (pastoral), tienen que prestar atención también a su vivencia o "espíritu", es decir, su "espiritualidad" o vida según el Espíritu Santo.[5]

 

      Las "actitudes interiores" del apóstol (EN 74) son, pues, su estilo o "espíritu", como fidelidad generosa a la vocación y a la misión del Espíritu (EN 75), que equivale a cumplimiento del mandato misionero de Cristo según los designios salvíficos del Padre.

 

      La "espiritualidad misionera", como "espíritu de la evangelización" o dimensión espiritual de la misión, refleja el estilo de vida del apóstol, que se debe "renovar constantemente" (AG 24). Esta renovación espiritual comporta una renovación en la teología y en la pastoral misionera. Y de esta renovación "interior" o de "actitudes", derivará la renovación misionera de toda la Iglesia.

 

      Para encuadrar la espiritualidad misionera dentro de la misionología, basta recordar que todo tratado de ciencias eclesiásticas puede estudiarse según diversas funciones: teológica o de investigación y síntesis, pastoral o de metodología de la acción, vivencial o de espiritualidad, etc. Aunque siempre se trata de teología, la espiritualidad misionera es una parte integrante de la misionología como estudio de la función espiritual o vivencial de la misión.

 

 

2. Elementos fundamentales de la espiritualidad misionera

 

      Los datos o elementos fundamentales de la espiritualidad misionera se desprenden de la figura de Cristo Buen Pastor: "guiado por el Espíritu Santo" fue hacia el desierto y hacia la "evangelización de los pobres" (Lc 4,1.18) con el "gozo" pascual de la esperanza (cfr. Lc 10,21). Las figuras misioneras de todas las épocas y, de modo especial, la figura de Pablo, nos ofrecen una síntesis fenomenológica del tema, de la que derivará fácilmente una reflexión teológica y sistemática.

 

      La misión recibida por la Iglesia es la misma de Jesús (cfr. Jn 20,21). La vivencia de la misión debe ser, pues, la misma de Jesús. La caridad pastoral de Jesús se concreta en donación de totalidad y de universalismo: se da él mismo, sin pertenecerse, como "consorte" o protagonista de todo ser humano. Jesús vivió la misión así y así la comunicó a los suyos. El mandato misionero que la Iglesia ha recibido de Jesús (cfr. Mt 28,19-20) tiene que vivirse como Jesús vivió el mandato recibido del Padre bajo la acción del Espíritu Santo.

 

      La espiritualidad misionera vivida por los santos tiene un valor permanente, aunque los matices varías según las épocas[6]. Hay que saber conjugar figuras misioneras, realizaciones, experiencias, documentos, etc. Estas figuras se inspiraron en los contenidos de la Sagrada Escritura y en la tradición de la Iglesia. Hoy, depués de veinte siglos de vivencia y de reflexión, disponemos de abundante doctrina eclesial, en documentos del magisterio y en los estudios teológicos.

 

      Las líneas básicas de la espiritualidad del apóstol y de las comunidades eclesiales se pueden deducir de los tres elementos que componen la "vida apostólica" de todas las épocas históricas: seguimiento evangélico de Cristo, fraternidad o vida comunitaria del grupo, disponibilidad misionera. En realidad, es este último elemento el que matiza la generosidad evangélica y la vida fraterna del apóstol en general y del misionero en particular.

 

      Si se tienen en cuenta los contenidos de las encíclicas misioneras preconciliares y los documentos conciliares y postconciliares del Vaticano II, se puede afirmar que el tema de la espiritualidad misionera ha llegado a cierta madurez, ofreciendo ofrece los datos esenciales.

 

      Las encíclicas anteriores al concilio y la doctrina conciliar presentaban el tema de modo descriptivo, motivando las virtudes del misionero. La Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" ofrece un listado relativamente completo sobre nuestro tema, señalando unos puntos básicos: vocación (EN 74; cf. EN 5), fidelidad al Espíritu Santo (EN 75), autenticidad y testimonio (EN 76), unidad y fraternidad apostólica (EN 77), servicio de la verdad (EN 78), celo apostólico a lo Pablo y según el modelo de los santos misioneros (EN 79-80).

 

      La encíclica "Redemptoris Missio" amplía y matiza estos contenidos, presentando la fidelidad al Espíritu Santo (RMi 87, dimensión pneumatológica), la intimidad con Cristo (RMi 88, dimensión cristológica), el amor a la Iglesia (RMi 89, dimensión eclesiológica), el celo o caridad apostólica (RMi 89, dimensión pastoral), la cercanía al hombre concreto (RMi 89, dimensión antroplópgica y sociológica), la exigencia de santidad (RMi 90, dimensión vivencial), la contemplación (RMi 91, dimensión contemplativa), la presencia de María (RMi 92, dimensión mariológica).[7]

 

      Esta espiritualidad capacita para adentrarse en las cuestiones actuales de inculturación, de maduración de la Iglesia local, de presentación del evangelio en una época de cambio.

 

      Uno de los grandes desafíos misioneros de hoy, tal vez el más urgente, consiste en que, debido al cruce globalizado de religiones y culturas, se pregunta al cristianismo cuál es su experiencia peculiar de Dios. Si se trata de las religiones, la pregunta proviene de su experiencia de Dios, que deja entrever siempre un más allá. La respuesta cristiana no puede caer en el relativismo (como si todas las experiencias fueran iguales) ni en el exclusivismo (como si las otras experiencias no fueran válidas). La sociedad actual pregunta sobre lo que parece ser "silencio" y "ausencia" de Dios (injusticias, guerras, desgracias...).

 

      Decía Pablo VI: "Paradójicamente, el mundo, que, a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios, lo busca sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible. El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres" (EN 76).

 

      La experiencia cristiana de Dios se basa en el encuentro con Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, que murió y que vive resucitado presente entre nostros. "Cristo, en la misma revelación del Padre y de su amor, manifiesta el hombre al propio hombre... Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba!, ¡Padre!" (GS 22).

 

      Ante este desafío de experiencia espiritual, cabe afirmar que "el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, sino es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: «Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos» (1Jn 1,1-3)" (RMi 91).

 

       La renovación de los evangelizadores se traduce en una acción evangelizadora más ilusionada y tenaz. Para emprender una nueva evangelización, los apóstoles de hoy deben renovarse en su actitud relacional con Dios (contemplación), en su relación con los hermanos (comunión), en la capacidad de insertarse en el mundo (inserción), en la coherencia con el evangelio (autenticidad) y en el sentido de trascendencia (esperanza).

 

 

3. Elaboración de una síntesis doctrinal sobre la espiritualidad misionera

 

      En la exposición de la espiritualidad misionera es conveniente presentar una síntesis doctrinal que abarque un temario relativamente completo, en el que se puedan ver todos los elementos fundamentales indicados más arriba, pero de manera más ordenada. Como hemos visto anteriormente, el decreto conciliar "Ad Gentes" señala una lista de virtudes en relación a la vocación misionera (AG 23-25). La Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" y la encíclica "Redemnptoris Missio" ofrecen una lista de temas básicos.

 

      Faltaría un orden más lógico y sistemático, que podría elaborarse a partir de la definición sobre espiritualidad misionera (vivencia de la misión guiados por el Espíritu Santo). El temario sería entonces de tipo deductivo: naturaleza, niveles, alcance, aplicaciones, medios, etc. Pero podría también derivar de las realidades concretas de la vida misionera; sería entonces de tipo inductivo: situación, historia, dificultades, antropología, cultura, Iglesia local o particular, etc. El mejor método es siempre de síntesis de ambos enfoques, el deductivo y el inductivo: elaborar una doctrina espiritual a partir de realidades misioneras iluminadas por el mensaje evangélico predicado por la Iglesia y vivido por los santos misioneros.

 

      En la elaboración de este temario hay que inspirarse en la figura del Buen Pastor y de los Apóstoles, para iluminar las realidades de la acción evangelizadora que reclaman un especial estilo de vida. Para ello servirán los contenidos de los documentos de la Iglesia, las figuras misioneras de toda la historia, los carismas fundacionales de las instituciones misioneras, etc.

 

      Puede proponerse la siguiente síntesis doctrinal básica: Fidelidad al Espíritu Santo, en la misión de Cristo confiada a los Apóstoles y según los planes salvíficos del Padre (dimensión trinitaria, cristológica, pneumatológica); vocación misionera general y específica; comunidad apostólica donde se vive la vocación; virtudes concretas que derivan de la caridad pastoral; la oración como experiencia cristiana de Dios (dimensión contemplativa); sl sentido y amor de Iglesia misterio, comunión y misión (dimensión eclesiológica); la figura de María como Tipo de la Iglesia misionera (dimensión mariológica); necesidad de la espiritualidad misionera para una mayor inserción en la realidad (dimensión sociológica y cultural).

 

      Pero estos puntos necesitan desarrollarse bajo diversas perspectivas de actualidad. Por esto, hay que destacar algunos temas espirituales de actualidad: la actitud relacional con Cristo que deriva de la vocación misionera, la experiencia cristiana de Dios como experiencia peculiar, la actitud de las bienaventuranzas como cercanía a los pobres, la línea de inserción (inmanencia) como fruto de la trascendencia y esperanza, el misterio de la conversión desde la renovación personal y eclesial, la relación entre espiritualidad y acción apostólica, etc.

 

      La espiritualidad misionera puede aplicarse a todo cristiano, a partir de las exigencias del bautismo. Debe ser también la base de la animación misionera de la comunidad eclesial. La espiritualidad cristiana es esencialmente misionera. El camino de la perfección cristiana es una apertura comprometida y progresiva a los planes salvíficos y universales de Dios Amor, que trascienden el espacio y el tiempo. La gratitud por el don de la fe recuerda a todos los creyentes que la vocación cristiana es vocación a la santidad y al apostolado.[8]

 

      Ser Iglesia significa participar en su naturaleza misionera, puesto que "ella existe para evangelizar" (EN 14). La espiritualidad cristiana es auténtica cuando es espiritualidad de Iglesia misionera. Cuanto más se vive la espiritualidad cristiana, tanto más uno se adentra en el misterio trinitario, que se refleja en la realidad de una Iglesia misterio, comunión y misión.

 

      Pero la espiritualidad misionera tiene una aplicación especial cuando se trata del apóstol que se hace disponible "ad vitam" para la misión "ad gentes". La espiritualidad del apóstol está relacionada con la misión o envío y con la acción evangelizadora.[9]

 

      La espiritualidad misionera sabe encontrar el punto de equilibrio entre las tensiones que se originan en la vida apostólica: entre servicio y consagración, entre cercanía (inmanencia) y trascendencia, entre acción externa y vida interior, entre institución y carismas, etc.

 

      La espiritualidad del "misionero ad gentes" es fundamentalmente la misma que corresponde a todo evangelizador, pero con matices especiales, que tienen su punto de partida en la vocación específica. Cada vocación tiene sus gracias especiales, que reclaman una actitud espiritual de respuesta fiel y generosa. La espiritualidad del misionero es, pues, espiritualidad de dedicación al primer anuncio del evangelio, para implantar los signos permanentes de la evangelización en aquellas comunidades donde la Iglesia todavía no puede considerarse suficientemente implantada. Es la espiritualidad que corresponde a la misión universalista de dedicación permanente al anuncio del evangelio a todos los pueblos.

 

      El concilio Vaticano II describe así la fisonomía espiritual del misionero: "Lleno de fe viva y de esperanza firme, sea el misionero hombre de oración; inflámese en espíritu de fortaleza, de amor y de templanza; aprenda a contentarse con lo que tiene; lleve en sí mismo con espíritu de sacrificio la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús obre en aquellos a los que es enviado; llevado del celo por las almas, gástelo todo y sacrifíquese a sí mismo por ellas, de forma que crezca en amor de Dios y del prójimo con el cumplimiento diario de su ministerio. Obedeciendo así con Cristo a la voluntad del Padre, continuará la misión de Jesús bajo la autoridad jerárquica de la Iglesia y cooperará al misterio de salvación" (AG 25).

 

 

A modo de conclusión

 

      La "espiritualidad" misionera consiste en una vida según el "Espíritu" en relación con la misión, que procede el Padre y se nos transmite por medio de Jesucristo y bajo la acción del Espíritu Santo. Es la espiritualidad que ayuda a descubrir y vivir la prioridad y la iniciativa de Dios en el don de la misión. "La actividad misionera exige, ante todo, espiritualidad específica", que se delinea como "plena docilidad al Espíritu" (RMi 87) y "comunión íntima con Cristo" RMi 88).

 

      Como estilo de vida del misionero, la espiritualidad ayuda a profundizar en los temas teológicos sobre la misión (teología misionera) y es la mejor garantía para acertar en la pastoral misionera. La espiritualidad misionera, que se concreta en las "actitudes interiores" del apóstol a la luz del evangelio, es la base previa para captar y vivir el significado de la problemática misionera actual.

 

      Los contenidos de la misión sólo se descubren en sintonía con las vivencias de Cristo, es decir, poniendo en práctica la espiritualidad misionera. Entonces se capa, por sintonía con Cristo, el concepto de misión y de evangelización (AG 1-9; RMi I-II), la llamada universal a la conversión a Cristo y al bautismo (EN 53; RMi 46), el sentido y amor de Iglesia misterio-comunión-misión (AG 6; EN 28, 59-62), el proceso de "inculturación" (EN 20; RH 10-11; RMi 52), la inserción en las realidades humanas especialmente en la opción preferencial por los pobres (EN 30-38; RMi 58-60; Puebla 670, 1128ss), el diálogo evangelizador e interreligioso (RMi 55), el equilibrio entre ministerios (proféticos, cultuales, diaconales), las "comunidades de base" (RMi 51), la recta distribución de los apóstoles (RMi 67-68), los medios  y expresiones de evangelización (especialmente la piedad popular y medios de comunicación social) (RMi 37), la comunicación de la propia experiencia de Dios (RMi 24, 91; EN 76), etc.

 

      La dimensión mariana de la espiritualidad misionera hace redescubrir y vivir la naturaleza misionera y materna de la Iglesia (Gal 4,4, 4,19; 4,26). "María es el ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (RMi 92; cf. LG 65).



    [1]SAN BASILIO MAGNO, De Spiritu Sancto, cap. 26, n. 61: PG 32. 179.

    [2]La expresión "espiritualidad misionera" es anterior al concilio Vaticano II. Se encuentra ya usada en: G.B. TRAGELLA, Per una spiritualità missionaria (Roma 1948); C. CARMINATI, Il problema missionario, Roma 1941, cap. V: "Spiritualità missionaria"; AA.VV., Espiritualidad misionera (Burgos, VI Semana Misionológica, 1954); A. RETIF, La mission, éléments de théologie et spiritualité missionnaire (Tours 1963).

    [3]Los comentarios al decreto conciliar "Ad Gentes" aportan algunos datos sobre la espiritualidad misionera cuando explican la figura del misionero: J. ESQUERDA BIFET, Spiritualità, vocazione e formazione missionaria, en: AA.VV., Chiesa e missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1990) 199-225; L.J. LECUONA, La vocazione missionaria, en: Le missioni nel decreto "Ad Gentes" del concilio Vaticano II (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1966) 209-225; K. MÜLLER, Les missionnaires (n. 13 à 27), en: VaticanII, L'activité missionnaire de l'Église (Paris, Cerf, 1967) 333-361.

    [4]La Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" ha sido estudiada bajo diversos aspectos: teológicos, pastorales, espirituales. AA.VV., Esortazione Apostolica "Evangelii Nuntiandi", Commento sotto l'aspetto teologico, ascetico e pastorale (S. Congregazione per l'Evangelizzazione dei Popoli 1976); AA.VV., L'Annuncio del Vangelo oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1977). En el año 1974, la Congregación para la Evangelización de los Pueblos creó la primera cátedra sobre la "espiritualidad misionera" en el Pontificia Universidad Urbaniana (Facultad de Misionología).

    [5]Bibliografía actual: AA.VV., Lecciones de espiritualidad misionera (Buenos Aires, Claretiana, 1984); L.A. CASTRO, Espiritualidad misionera (Bogotá, Paulinas, 1993); M. COLLINS REILLY, Spirituality for mission (New York, Orbis Books, 1978); J. DAO DINH DUC, Spiritualità missionaria, in: Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Urbaniana Univ. Press, 1992) 381-397; J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad misionera (Madrid, BAC, 1982); Idem, Teología de la evangelización (Madrid, BAC, 1995) cap. X-XI; Idem, Nueva evangelización y espiritualidad misionera (en el inicio del tercer milenio): Studia Missionalia 48 (1999) 181-201; S. GALILEA, Espiritualidad de la evangelización, según las bienaventuranzas (Bogotá, CLAR, 1980); J. MONCHAMIN. Théologie et spiritualité missionnaire (Paris, Beauchesne, 1985); K. MÜLLER, Les missionnaires, II La spiritualité missionnaire, en: Vatican II, L'Activité missionnaire de l'Église (Paris, Cerf, 1967) 338-347; Y. RAGUIN, I am sending you, Spirituality for the missioner (Manila, EAPI 1973; M.C. REILLY, Spirituality for mission, Manila, Loyola University, 1976 y New York, Orbis Book, 1978); A. RETIF, La mission, éléments de théologie et spiritualité missionnaire (Tours 1963); K. WOJTYLA, La evangelización y el hombre interior: Scripta Theologica 11 (1979) 39-57; F. ZALBA, Espiritualidad misionera: Rev. Telógica Limense 18 (1984) 371-382.

    [6]Las figuras misioneras son siempre fuente inspiradora de espiritualidad misionera. AA.VV., Spirito del Signore e libertà, Figure e momenti della spiritualità (Brescia, Morcelliana, 1982); F. CIARDI, Los fundadores hombres del Espíritu (Madrid, Paulinas, 1983); G SOLDATI, I grandi missionari (Bologna, EMI, 1985).

    [7]Los comentarios a la encíclica profundizan también el tema de la espiritualidad misionera: AA.VV., Haced discípulos a todas las gentes, Comentario y texto de la encíclica "Redemptoris Missio" (Valencia, EDICEP, 1991); AA.VV., Cristo, Chiesa, Missione, commento all'enciclica "Redemptoris Missio" (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1992). Ver algunos estudios especializados, en la nota 5.

    [8]Los estudios sobre la espiritualidad cristiana van adquiriendo cada vez más una dimensión misionera: AA.VV., La spiritualità della missione (Roma, Teresianum, 1986).

    [9]A. PARDILLA, La figura bíblica del apóstol (Roma, Claretianum, 1982). Ver bibliografía actual y específica, citada en la nota 5 de nuestro estudio.

Conferencia en Barcelona (Balmesiana) febrero 2005

 

                        "ESPIRITUALIDAD EUCARISTICA" (MND 10)

 

Presentación:

 

      Cada tema cristiano puede ser abordado desde diversos puntos de vista. Ordinariamente suelen distinguirse cuatro: cuáles son los contenidos doctrinales del tema, cómo se pueden celebrar, cómo se pueden enseñar o predicar, cómo hay que vivirlos. Podría decirse que se trata del dogma, de la liturgia, de la pastoral y de la moral (que incluye, de algún modo, la espiritualidad).

 

      Sobre los contenidos doctrinales de la Eucaristía, ordinariamente se analizan tres aspectos: la presencia, el sacrificio y la comunión sacramental. Habrían que ampliar el campo al significado pneumatológico, mariológico, mariológico, escatológico, misionero, etc.

 

      La "espiritualidad" significa la vivencia o el estilo de vida. Se quiere "vivir y caminar según el Espíritu" (Gal 5,25). Ahora bien, si la Eucaristía tiene unos contenidos doctrinales que hay que profundizar, para celebrarlos, predicarlos y vivirlos, sin duda alguna que se puede hablar de una "espiritualidad eucarística". Es la invitación que hacia Juan Pablo II en Mane nobiscum, Domine (MND 10).

NOTA: Es parecida la invitación sobre la "espiritualidad misionera" (RMi) y la "espiritualidad mariana" (RMa).

 

      El tema es, pues, relativamente nuevo en cuanto a la reflexión teológica. Más que presentar la razón de ser, he preferido analizar cuáles son los elementos constitutivos de esta "espiritualidad eucarística", presentándolos de modo descriptivo, indicando unas bases bíblicas y magisteriales.

NOTA: Intento seguir las pistas de la encíclica Ecclesia de Eucharistia (EdE) (2003), así como los de la exhortación apostólica Mane nobiscum, Domine (MND) (2004) y del documento de la Congregación para el Culto Divino Año de la Eucaristía, sugerencias y propuestas (2004). Este último documentos dedica algunos números a la "Espiritualidad eucarística": escucha de la Palabra, conversión, memoria, sacrificio, gratitud, presencia de Cristo, comunión y caridad, silencio, adoración, gozo, misión (nn.4, 20-31).

 

 

 

1. Espiritualidad relacional (Presencia) (Mt 26,27; cfr. 28,20)

 

- "Renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor" (EdE 25)

- "El rostro de Jesús... veladamente en el pan partido" (MND 1)

- "Almas enamoradas de El... escuchando su voz y sintiendo los latidos de su corazón" (MND 18).

- "El fruto de este año... Misa dominical... adoración" (MND 29)

- "Sacerdotes... haciendo oración frecuentemente ante el Sagrario...

- ... "consagrados y consagradas, llamados por vuestra propia consagración a una contemplación más prolongada, recordad que Jesús en el Sagrario espera teneros a su lado para rociar vuestros corazones con esa íntima experiencia de su amistad, la única que puede dar sentido y plenitud a vuestra vida" (MND 30)

 

      La presencia real del Señor en la Eucaristía pertenece a nuestra fe, que queremos profesar, celebrar, predicar y vivir. Es presencia real, de "transubstanciación", pero es también presencia de quien ha renovado la Alianza como declaración de amor y, consecuentemente, reclama una relación vivencial e incluso una presencia nuestra como respuesta.

 

      El encuentro del cristiano con Cristo resucitado tiene lugar principalmente en la celebración y adoración eucarística, que ordinariamente se relaciona con la lectura o meditación de la Palabra de Dios.

 

      La presencia permanente de Jesús en la Eucaristía reclama una actitud de "visita", de "cita" y de encuentro, concretada en "diálogo cotidiano" (PO 18). Es presencia que pide trato de amistad por parte de quien ha seguido a Cristo para "estar con él" (Mc 3,13). La presencia de Jesús es presencia de toda su persona, de todo su ser y, por tanto, presencia de su "sí" como donación personal que reclama presencia y amor de retorno.

 

      El Papa, en la encíclica "Ecclesia de Eucharistia", ofrece su propio testimonio: "¿Cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!" (EdE 25).

 

      La relación personal con Cristo, presente en la Eucaristía, se concreta en sintonía con su corazón, es decir, con sus amores e intereses salvíficos. Por esto también se puede hablar de sintonizar con Jesús adorador, reparador y salvador. Esta relación personal (que también es comunitaria) es un camino para entrar en el silencio activo de la adoración y acción de gracias, en sintonía con "el amor de Cristo que supera toda ciencia" (Ef 3,19). Así se aprende la amistad con El.

 

      Si es verdadera relación personal y de amistad, ha de concretarse en imitación y seguimiento. Con Cristo se aprende a adorar, alabar, agradecer, interceder, reparar. Bajo la acción del Espíritu Santo, comunicado por Jesús, se aprende a sintonizar con las "miradas" (o vivencias) de Cristo Redentor: glorificar al Padre y salvar a los hombres, haciendo de la vida una donación.

 

      Ya no se puede dudar de su amar, no se puede prescindir de su presencia, puesto que él es el centro de la creación y de la historia humana. En los momentos de soledad junto al sagrario se aprende el significado de la actitud permanente de Jesús resucitado ante el Padre: "vive siempre para interceder por nosotros" (Heb 7,25).

 

      En esta praxis de relación personal y comunitaria con Cristo Eucaristía, la Iglesia ha ido entrecruzando actos de culto y de devoción popular. Todo es consecuencia y prolongación del encuentro con Cristo en el sacrificio de la Misa, como celebración de toda la comunidad eclesial. Encontrar tiempo para estar con Cristo sin prisas psicológicas, es cuestión de amor y de una recta escala de valores.

 

      Su presencia es un don que reclama presencia de donación. Aunque seamos nosotros los que necesitamos esta relación, en realidad es él que sale al encuentro. Nuestra sed de él se despierta al descubrir que es él que tiene sed de nosotros. El prólogo de San Juan ("el Verbo habita entre nosotros": Jn 1,14) y la escena de la samaritana (Jn 4) son una buena lectura para comprender la promesa de la presencia de Cristo resucitado ("estaré con vosotros": Mt 28,20), que tiene lugar principalmente en la Eucaristía.

 

      *A Teresa de Ávila le atraía irresistiblemente el poder colocar un nuevo sagrario en algún rincón del mundo. Era el ansia misionera de hacer presente a Cristo bajo signos permanentes en cada comunidad humana. Cuando el apóstol tiene que renunciar otras amistades y compañías, entonces es cuando, especialmente gracias a la Eucaristía, "experimenta la presencia de Cristo que lo acompaña en todo momento de su vida" (RMi 88).

 

      El secreto de la perseverancia en seguir generosamente a Cristo, sólo se explica a partir de estos momentos de amistad, en los que se escucha, como si se estrenaran por primera vez, las palabras del Señor: "sígueme","id", "estaré con vosotros", "vosotros sois mis amigos".

 

 

2. Espiritualidad oblativa (sacrificio) (Lc 22,19-20; imitación)

 

- «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado» (1 Cor 11, 23), instituyó el Sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre... Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos" (EdE 11)

- "Un único sacrificio" (EdE 12)

- "El sacrificio de conformarnos a Cristo" (EdE 57)

 

      En la celebración eucarística se actualiza el sacrificio de Cristo. El continúa dándose a sí mismo en sentido oblativo. Sus actitudes internas de oblación son las mismas que tuvo desde la Encarnación hasta la Cruz. Participar en la Eucaristía significa hacerse oblación con él, como compromiso de cumplir el mandato del amor.

 

      El sacrificio de Cristo se hace contemporáneo al hombre de cada época histórica. Se actualiza, para que seamos donación como él. "Si hoy Cristo está en ti, Él resucita para ti cada día" (EdE 14, cita a S. Ambrosio). Por ser Iglesia, compartimos la oblación-donación de Cristo a los hermanos.Ofrecemos a Cristo y nos ofrecemos con él. Es el sacrificio de "Cristo total", es decir, de Cristo y de la Iglesia.

 

      La Eucaristía es, pues, el sacrificio de Cristo esposo, participado esponsalmente por la Iglesia, en cuanto que ella aporta los signos eucarísticos (materia, forma, ministerio sacerdotal, etc.). Toda la Iglesia se hace "complemento" del sacrificio de Cristo (Ef 1,23).

 

      Aunque sólo el sacerdote pronuncia la palabra de Cristo en su nombre, es toda la Iglesia la que ofrece a Cristo y se ofrece con él. Toda la Iglesia colabora responsablemente a que toda la humanidad se haga Cuerpo Místico de Cristo.

 

      La vida cristiana se hace oblación unida a la oblación de Cristo al Padre: "Por él, ofrezcamos continuamente al Padre un sacrificio de alabanza" (Heb 13,15). "Por él, decimos amén ("sí") para gloria de Dios" (2Cor 1,20). Este es el "sí" de toda la comunidad eclesial que se ensaya continuamente al terminar la oración eucarística de la Misa, antes del "Padre nuestro" y de la comunión.

 

      Todo el trabajo y convivencia humana se van convirtiendo en "pan!" y "vino", para transformarse en la oblación de Cristo. El "cuerpo" y la "sangre" del Señor son nuestra misma oblación, hecha oblación de Cristo al Padre en el amor del Espíritu, desde el día de la Encarnación hasta el día de nuestra glorificación con él en los cielos.

 

      El momento culminante de la cruz da sentido sacrificial a toda la existencia de Cristo y a todo el ser de la Iglesia corno esposa o consorte, "la mujer", cuya figura y personificación es María al pie de la cruz (Jn 19,25-17; Apoc 12,1ss; Gal 4,4-19).

 

      El sacrificio pascual del Señor se prolonga continuamente en la Iglesia. Ya podemos compartir la tribulación y el triunfo de Cristo "con las palmas en las manos" (Apoc 7,9). La Iglesia esposa se engalana con el traje de las bodas o del encuentro definitivo, que es la "túnica blanca" del bautismo, "blanqueada con la sangre del cordero" (Apoc 7,9-14).

 

      La Iglesia deja transparentar el misterio pascual de Cristo, en la medida en que haga de su propia existencia el anuncio del sermón de la montaña: transformar el sufrimiento en amor y donación. Así se hace "trigo molido por los molares de las fieras" (San Ignacio de Antioquía), para convertirse ella misma en "pan de vida" compartido con todos los hombres. De este modo, a través de la Eucaristía, como sacrificio de Cristo y de su Iglesia, "el hombre y el mundo son restituidos a Dios por medio de la novedad pascual de la Redención" (Dominicae Cenae 9).

 

      La gran victoria del sacrificio de Cristo es la de que nosotros ya podemos ofrecer a Dios aquello por lo que Cristo murió y resucitó: nosotros mismos transformados en él. Somos oblación agradable a Dios gracias a la oblación de Cristo hecha nuestra.

 

      Las "ofrendas espirituales" (1Pe 2,5) de la Iglesia son la expresión del sacerdocio común de todo el Pueblo de Dios como "Pueblo sacerdotal" (1Pe 2,5-9). Es el sacrificio de hacer de toda la vida un "camino de amor", como el de Cristo, que "nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros en oblación y sacrificio" (Ef 5,1-2). La vida cristiana es, pues, la "ascética" oblativa de "ordenar todo según el amor" (Sto. Tomás). Cristo nos ofrece con él (1Pe 3,18).

 

 

3. Espiritualidad de transformación (comunión) (Jn 6,57)

 

- "Comunión con Dios Padre, mediante la identificación con el Hijo Unigénito, por obra del Espíritu Santo" (EdE 34)

- "Vivir en él (en Cristo) la vida trinitaria" (EdE 60)

- "Iglesia... comunión" (EdE 61)

- "En la escuela de los santos" (EdE 62). Espiritualidad pneumatológica.

 

      La acción del Espíritu Santo nos transforma en Cristo, nos hace "santos", configurados con Cristo. La comunión sacramental tiene este efecto pneumatológico y santificador, haciéndonos participar de la misma vida de Cristo.

 

      "El que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él" (1Cor 6,17). La participación en la comunión eucarística tiene como objetivo nuestra transformación progresiva en Cristo. Participamos de su cuerpo y sangre para participar de su misma vida.

 

      Vamos viviendo cada vez más de su presencia y de su misma vida (Jn 6,56-57). De nuestra vida que pasa, va quedando sólo lo que se convierte en participación de la vida de Cristo. Nuestra vida terrena se hace vida eterna.

 

      Comulgar equivale a hacer pasar todo nuestro ser, toda la humanidad y toda la creación, hacia la realidad última que será restauración de todo en Cristo resucitado. Por esto la comunión sacramental de Cristo unifica nuestro interior y armoniza toda nuestra vida, en sintonía cada vez mayor con Dios, con los hermanos, con la historia y con el cosmos.

 

      Por la comunión sacramental, nos vamos "injertando" cada vez más en el misterio pascual de Cristo (cfr. Rom 6,5). La vida nueva que Cristo nos comunica es su misma vida: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos" (Jn 15,5). Entrar en comunión con Cristo es participar en su misma vida y en su inmolación por el fuego o amor del Espíritu Santo (Heb 9,14).

 

      Es un proceso lento que necesita prolongación del encuentro sacramental en momentos de diálogo íntimo, donde se fragua la amistad con él. En estos momentos de "visita" o de "cita", la palabra de Dios meditada en el corazón se convierte en "pan de vida". Es el mismo Jesús, Palabra y Eucaristía, el que se comunica con todo lo que él es. Vivir de Cristo y en Cristo equivale a traducir a vivencias y compromisos concretos, el mensaje evangélico de las bienaventuranzas, del mandato del amor y del "Padre nuestro".

 

      La comunión sacramental transforma las personas y las comunidades para hacerlas transparencia del evangelio ante los que todavía no creen en Jesús. De la celebración eucarística nacen las comunidades cristianas (familia, comunidad de base, grupos apostólicos y espirituales, parroquia, etc.), que tienen "un solo corazón y una sola alma" (Hech 4,32) y que saben afrontar con "audacia" ("parresía") la evangelización (Hech 4,31). Este proceso de vida en Cristo lo describe san Pablo como "no vivir para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2Cor 5,15). Equivale a dejar vivir a Cristo en nosotros: "No soy yo el que vivo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20).

 

      El signo de haber recibido con provecho la comunión sacramental es la sintonía con los hermanos redimidos por Cristo, especialmente con los que sufren, con los marginados y olvidados, con los más pobres y con los que todavía no le conocen ni le aman explícitamente. El crecimiento en la vida divina, recibida de Cristo, se expresa también en el celo apostólico de ansiar ardientemente y de colaborar eficazmente a que toda la humanidad participe en el sacrificio y banquete eucarístico de la Iglesia.

 

      La comunión eucarística construye la comunión eclesial. "La Eucaristía continúa siendo el centro vivo permanente en torno al cual se congrega toda la comunidad eclesial" (EAm 35). "La Eucaristía se manifiesta, pues, como culminación de todos los Sacramentos, en cuanto lleva a perfección la comunión con Dios Padre, mediante la identificación con el Hijo Unigénito, por obra del Espíritu Santo" (EdE 34). "La Eucaristía crea comunión y educa para la comunión" (ibídem 40).

 

      "Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de este único pan" (1Cor 10,17). Así, pues, los que comemos del mismo "pan de vida", recibimos "el mismo Espíritu" (1Cor 12,11).

 

      Es el Espíritu Santo el que ha hecho posible la formación del cuerpo y sangre de Cristo en el seno de María. Y es el mismo Espíritu el que ahora hace posible, en la comunidad eclesial, que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y sangre del Señor, inmolado en sacrificio y hecho comunión.

 

      Al participar del pan eucarístico o del "maná escondido" (Apoc 2,17), la Iglesia sigue la voz del Espíritu Santo, para convertirse toda ella en el pueblo amado, "reino de sacerdotes", redimido por la sangre de Cristo (Apoc 1,5-6). Y es siempre el mismo pan, Jesús, el que hace posible la construcción del nuevo "templo del Espíritu" (1Cor 6,19).

 

      Es toda la creación la que se simboliza por el pan y el vino, y que debe pasar a la realidad futura de "restauración de todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). Y es toda la comunidad humana, de "todas las gentes", la que debe pasar a ser Cuerpo Místico de Cristo. El Espíritu Santo ha sido enviado por Jesús para que todos los hombres se hagan hijos de Dios por obra del mismo Espíritu. Se puede considerar a la Eucaristía como el momento culminante en que se nos comunica el Espíritu Santo.

 

      En la celebración eucarística, cuando invocamos al Espíritu Santo ("epíclesis"), pedimos que se realice lo que significa la Eucaristía, es decir, el hombre nuevo y libre (cfr. 2Cor 3,17; Jn 3,5), que es responsable de la transformación de todo el cosmos en "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Apoc 21,1). El "agua viva" o vida en el Espíritu, que Cristo nos comunica ahora por la Eucaristía, será un día la realidad de adentrarse en la vida de Dios, es decir, en el "río de agua viva" que procede del Padre y del Hijo (Apoc 22,1).

 

      El "amén" de toda la comunidad eclesial al terminar la oración eucarística, antes del "Padre nuestro", es el "sí" a la nueva Alianza (o desposorio) sellada por la sangre de Jesús. En la primera Alianza, la nube sobre el Sinaí (cfr. Ex 24,18) y la nube sobre el tabernáculo (cfr. Ex 40,34-38) simbolizaba el Espíritu de Yavé. Entonces el pueblo respondió con un "sí": "Todo cuanto ha dicho Yavé lo cumpliremos" (Ex 24,3 y 7). En la nueva Alianza, que comienza con la Encarnación, la "sobra" o nube del Espíritu cubre a María Virgen, para hacerla morada de Dios (Lc 1,35). María, en nombre de toda la humanidad, responde con un "sí": "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38).

 

      El "sí" de la Iglesia a la invocación del Espíritu Santo y a la Alianza o desposorio con Cristo, es el "sí" de toda la humanidad. En realidad es la imitación del "sí" de María, que es Tipo o figura de la Iglesia en cuanto esposa de Cristo y asociada a la obra salvífica de redención universal.

 

 

4. Espiritualidad escatológica (esperanza) (1Cor 11,26)

 

- "El mundo retorna a El, redimido por Cristo" (EdE 8)

- "Recibimos la garantía de la resurrección corporal" (EdE 18)

- "Resquicio del cielo que se abre sobre la tierra" (EdE 19)

- "Semilla de viva esperanza" (EdE 20)

- "La prenda del fin al que todo hombre aspira" (EdE 59)

- "Transformar con él (Cristo) la historia" (EdE 60)

- "En ella (María) vemos el mundo renovado por el amor" (EdE 62)

- "La Eucaristía nos proyecta hacia el futuro de la última venida de Cristo... un dinamismo que abre al camino cristiano el paso a la esperanza" (MND 15).

 

      "En la Eucaristía recibimos la garantía de la resurrección corporal al final del mundo" (EdE 18). Nuestra esperanza se apoya en la Eucaristía, que "es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra" (EdE 19). Ella pone "una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas" (EdE 20).

 

      San Pablo, al describir la celebración eucarística afirma: "Anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva" (1Cor 11,26). La dinámica de la espera activa, "hasta" que vuelva el Señor, marca el tono de la vida cristiana. Es la esperanza que confía y tiende hacia el encuentro. Es la confianza de poder transformar el presente según los planes salvíficos de Dios Amor. Y es la tensión de un camino hacia la cena de las bodas (cfr. Apoc 3,20).

 

      La Iglesia entera y cada cristiano en particular, vive con Cristo la tensión pascual del "voy y vuelvo" (Jn 14,28). El lugar definitivo del encuentro se prepara ya desde ahora, haciendo de toda la creación y de toda la historia humana, que es trabajo y convivencia, el "pan" y el "vino" que se convertirán, por medio de la Eucaristía, en el Cuerpo Místico del Señor.

 

      La comunidad eclesial responde con un "sí", que es compromiso de anuncio y vivencia: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús". Es el "amén" final del Apocalipsis (Apoc 22,17-20). Este "amén" final de la historia salvífica se hace, ya aquí y desde ahora, compromiso de construir "los cielos nuevos y la tierra nueva" (Apoc 21,1).

 

      En la celebración eucarística aseguramos la posibilidad de mantener el ritmo de confianza y de tensión hacia el encuentro final, haciendo avanzar toda la creación y toda la historia hacia una "restauración de todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10).

 

      "La restauración prometida que esperamos, ya comenzó en Cristo, es impulsada por el Espíritu Santo y por él continúa en la Iglesia" (LG 48). La Iglesia vive su camino de peregrinación entre un "ya" y un "todavía no". Ya tiene, en la palabra y en la Eucaristía, las primicias de la plenitud futura, pero todavía no ha llegado a este encuentro final, que será visión de Dios y restauración en Cristo.

 

      El anuncio de que "vendrá como lo habéis visto subir al cielo" (Hech 1,12), se convierte en espera activa, responsable y misionera, gracias a la celebración eucarística "hasta que vuelva" (1Cor 11,26).

 

      La Palabra personal de Dios hecha nuestro hermano, se convierte en el "pan de vida" de la Eucaristía. De la Palabra, creída, contemplada, celebrada, anunciada y hecha vida propia, pasamos a la visión y al encuentro definitivo. Del "pan de vida", que transforma nuestra existencia en Cuerpo Místico, pasamos a la glorificación plena de todo nuestro ser. La humanidad entera y el cosmos están dramáticamente pendientes de nuestra apertura a la Palabra y de nuestra celebración responsable y comprometida de la Eucaristía. En la Eucaristía se nos da ya, como celebración y encuentro inicial, "la prenda de la gloria futura" (himno eucarístico). La Eucaristía es "fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte" (S.Ignacio de Antioquía, Ad Efes. 20).

 

      "La Eucaristía es gustar la eternidad en el tiempo... es por naturaleza portadora de la gracia en la historia humana. Abre al futuro de Dios; siendo comunión con Cristo, con su cuerpo y su sangre, es participación en la vida eterna de Dios" (EEu 75).

 

      Jesucristo, presente en la Eucaristía, nos comunica el Espíritu Santo para hacer realidad este plan de salvación y para presentar al Padre toda la creación restaurada, "para que sea Dios todo en todas las cosas" (1Cor 15,28). Jesús instituyó la Eucaristía en el marco histórico de la Pascua, manifestando su gran deseo de celebrarla (Lc 22,15) como "paso" definitivo hacia el Padre (Jn 13,1). Los signos eucarísticos son ahora invitación de Cristo esposo a su esposa la Iglesia, para que comparta con él este "paso" hacia el Padre.

 

      La Eucaristía contiene ya una realidad escatológica (el cuerpo y la sangre de Cristo resucitado), que ha asumido una realidad terrena (pan y vino) transformándola incluso con el cambio de substancia ("transubstanciación"). De modo semejante o analógico, la Eucaristía hace "pasar" todo nuestro ser y toda la creación hacia "el cielo nuevo y la tierra nueva" (Apoc 21,1). Este paso es progresivo y depende de nuestra fe, esperanza y caridad.

 

      En la Eucaristía se anticipa la fiesta futura (cfr. Apoc 3,20). La fiesta cristiana es siempre "pascua", es decir, "paso" hacia el encuentro definitivo con Cristo. Es un encuentro que se va preparando por un proceso de imitación, seguimiento, unión y configuración con él (cfr. Apoc 14,4). El "canto nuevo" de la Pascua definitiva se inaugura en la celebración eucarística (Apoc 14,3; 5,9).

 

      Los cristianos "viven según el domingo" (S.Ignacio de Antioquía, Ad Magn. 9,1). "Es preciso insistir en este sentido, dando un realce particular a la Eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana... Precisamente a través de la participación eucarística, el día del Señor se convierte también en el día de la Iglesia, que puede desempeñar así de manera eficaz su papel de sacramento de unidad" (MNi 35).

 

      En la Santísima Virgen, ya glorificada y asunta a los cielos en cuerpo y alma, "la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma toda entera, ansía y espera ser" (SC 103).

 

      Los santos, como hermanos que ya celebran la Pascua definitiva, son un estímulo para la Iglesia peregrina: "Al celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo" (SC 104).

 

      A partir de la muerte y resurrección de Cristo, todas las realidades terrenas han recibido un impulso nuevo hacia una restauración final o plenitud escatológica. Cristo resucitado, presente en la Eucaristía, es el garante de este camino hacia una Pascua "cósmica" y universal, cuando aparecerá claramente que "todas las cosas subsisten por él" (Col 1,17).

 

La Pascua final depende de la Pascua que tiene lugar en cada corazón humano y en cada comunidad donde se celebra la Eucaristía. En medio de la Iglesia, Jesús Eucaristía se hace camino de Pascua, enviando su Espíritu para que la misma Iglesia viva la tensión misionera de hacer que todo quede orientado hacia Cristo, el Señor resucitado. Es el deseo que se expresa en la celebración eucarística: "Ven, Señor" (Apoc 22,17 y 20).

 

      Todo sacrificio y la misma muerte queda "absorbida" por el misterio pascual de Cristo (1Cor 15,54). "Vivimos y morimos para él" (Rom 14,8). La Eucaristía es el sacramento que transforma nuestra vida y nuestra muerte en "Pascua", como participación en el misterio pascual de Cristo.

 

5. Espiritualidad mariana (Lc 1,31; Hech 1,14)

 

- "En la escuela de María" (EdE 7 y cap.VI)

- "Mujer eucarística con toda su vida" (EdE 53)

- "Amén" (fiat), "primer tabernáculo de la historia" (EdE 55)

- "Los sentimientos de María" (EdE 56), "presente" (EdE 57), "Magníficat" (EdE 58-59), "a la escucha de María" (EdE 62)

- "Desde la perspectiva mariana" (MND 9)

- "Presentando el modelo de María como mujer eucarística" (MND 10)

- "Tomando a María como modelo... Ave verum corpus matum de Maria Virgine" (MND 31)

 

      Jesús tomó carne y sangre en el seno de María Virgen por obra del Espíritu Santo, para ofrecerse al Padre en sacrificio ya desde la Encarnación (cfr. Heb 10,5-7). Desde el primer momento quiso asociar a su "sí" el "sí" o "fiat" de María como parte de su misma oración sacrificial (Lc 1,38). En "la hora" o momento supremo de la cruz y de la glorificación, la quiso también asociada a su sacrificio redentor como "la mujer" o Nueva Eva (Jn 2,4; 19,25-27). Toda esta realidad redentora es la que Cristo hace presente en la Eucaristía, como misterio pascual de muerte y resurrección, en el que quiso la cooperación activa de su Madre (LG 58 y 61).

 

      María es Tipo, figura o personificación de la Iglesia. Ahora el Señor toma de la Iglesia pan y vino para convertirlo, por obra del Espíritu, en su cuerpo y sangre. La Iglesia ha sentido siempre la necesidad de hacerse consciente de la presencia de María junto a la cruz y en la celebración eucarística. Así lo manifiesta en el recuerdo que hace de ella durante la oración eucarística o canon de la Misa.

 

      El hecho de vivir la presencia de María en el Cenáculo durante la preparación para Pentecostés (Hech 1,14), se convierte en paradigma o ejemplo de toda reunión eclesial y especialmente de la celebración eucarística. Es siempre la presencia humilde y callada de la esclava del Señor, que ayuda a centrar toda la atención en Cristo Redentor: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).

 

      La presencia de María en la realidad y en la conciencia eclesial es la consecuencia de las palabras de Jesús: "He aquí a tu Madre" (Jn 19,27). La comunidad eclesial aprende de ella la actitud de recibir con fidelidad generosa al Verbo o Palabra. El "sí" que ofrece la Iglesia tiene ahora forma de pan y vino, como indicando toda la vida humana (trabajo y convivencia), para que Cristo lo transforme todo en su carne y sangre. Así la Iglesia aprende a ser misionera y madre como María y con su ayuda, para comunicar a Cristo al mundo (cfr. Mc 3,33-35).

 

      El gesto de María junto a la cruz es el gesto que debe imitar la Iglesia en la celebración eucarística: "Así avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado; y finalmente fue dada por el mismo Cristo Jesús agonizante en la cruz como madre al discípulo" (LG 58).

 

      De la Santísima Virgen aprende la Iglesia esta actitud materna, tanto más joven o vital cuando más fecunda: "Esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna" (LG 62).

 

      De la celebración eucarística, que es eminentemente mariana y eclesial, nace el celo apostólico universal, como signo y estímulo del amor materno de la Iglesia (cfr. Gal 4,19; 2Cor 11, 28; EN 79). De este modo, la celebración eucarística es un nuevo cenáculo actualizado continuamente, donde la comunidad eclesial se reúne "con María la Madre de Jesús" (Hech 1,14) y donde el Espíritu Santo sigue "infundiendo en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo" (LG 4). "La piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía... en la pastoral de los Santuarios marianos María guía a los fieles a la Eucaristía" (RMa 44).

 

      En la escuela de María, "mujer eucarística", la Iglesia aprende a ofrecer y ofrecerse con Cristo unida a su oblación. "María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él... la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer « eucarística » con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio" (EdE 53).

 

      En la adoración eucarística, podemos imitar la actitud interna de María, que es "el primer «tabernáculo» de la historia... la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?" (EdE 55).

 

      En la celebración eucarística, nuestra oblación se une a la de María, quien "con toda su vida junto a Cristo, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía... «para presentarle al Señor» (Lc 2, 22)... Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de «Eucaristía anticipada» se podría decir, una «comunión espiritual» de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión... ¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: «Esto es mi cuerpo que es entregado por vosotros» (Lc 22, 19)?" (EdE 56).

 

      En el seno de María, Jesús fue pronunciando su "sí" mientras asumía de ella carne y sangre. La virginidad de María, además de fisiológica, es principalmente espiritual, es decir, de apertura y consagración total al Verbo o Palabra de Dios. Este "sí" de María es el de "la mujer" asociada a "la hora" del Redentor. Ahora, en la Eucaristía, juntamente con el pan y el vino, Jesús recibe el "sí" eclesial de asociación a la obra redentora.

 

      El Espíritu Santo ayudó a María a decir un "sí" de cooperación virginal y materna, como modelo del "sí" de la Iglesia. En la celebración eucarística , el mismo Espíritu ayuda a la Iglesia a decir su "sí" o "amén" (final de la oración eucarística) que es asociación a Cristo Redentor. "El consentimiento de María fue en nombre de toda la humanidad" (Sto. Tomás, Summa Theol., III, q.30, a.1).

 

      La Iglesia se expresa a sí misma cuando se une al "sí" de Cristo Redentor como María. "Respondéis «amén» a eso mismo que sois vosotros", dice san Agustín. La Iglesia se hace realidad de esposa asociada a Cristo, precisamente a partir de la Eucaristía. "Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Angel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor... María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia" (EdE 55)

 

      En el momento del "sí" ("fiat") de María, toda la creación y toda la historia estaban pendientes de este gesto generoso y transcendental, libre y responsable. Ahora toda la humanidad está pendiente del "sí" de la Iglesia al misterio pascual que se celebra en la Eucaristía. La fuerza evangelizadora del anuncio se basa en la fidelidad generosa de la Iglesia a la celebración de este misterio. Toda la fuerza de la Iglesia misionera se resume en este "amén".

 

      En este contexto mariano y eclesial, que desvela la fuerza espiritual y evangelizadora de la Iglesia, se puede comprender mejor cómo "la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia" (RH 20).

 

      "María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente" (EdE 57).

 

 

6. Espiritualidad eclesial (Iglesia comunión) (Hech 2,42; 4,32)

 

- "La Iglesia vive de la Eucaristía... «fuente y cima de toda la vida cristiana» (LG 11)... La Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, el mismo Cristo" (EdE 1)

- "Del misterio pascual nace la Iglesia" (EdE 3)

- "La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo... como el don por excelencia" (EdE 11)

- "La Eucaristía, construyendo la Iglesia, crea precisamente por ello comunidad entre los hombres" (EdE 24)

- "Centro y cumbre de la vida de la Iglesia" (EdE 31)

- "La Eucaristía crea comunión y educa para la comunión" (EdE 40)

- "La Iglesia expresa realmente lo que es... sacramento universal de salvación y comunión" (EdE 61)

- "La Eucaristía es fuente de unidad eclesial y, a la vez, su máxima expresión" (MND 21)

 

      La Eucaristía nos hace vivir la realidad eclesial de Cuerpo Místico y "comunión de los santos". "La Eucaristía es como la consumación de la vida espiritual y el fin de todos los sacramentos" (Sto. Tomás, Summa Theol., III, q.73, a.3).

 

      La Eucaristía como sacramento es signo eficaz de lo que ella misma contiene: Cristo "pan de vida". Los sacramentos y la palabra revelada tienen ya una eficacia especial de renovación, pero la comunicación de vida en Cristo encuentra su punto culminante en la comunión sacramental. En la comunión renovamos nuestro encuentro vivencial con Cristo como si fuera por primera vez.

 

      La presencia de Cristo en la Eucaristía se hace signo eficaz de comunicación de todo lo que es él. Es como la expresión externa de su decisión de transformarnos en él. Es él quien tiene la iniciativa de comunicarnos su vida y quien ha asumido la responsabilidad de reproducir en nosotros su rostro y su amor de Hijo de Dios y de hermano universal. Apoyados en él, comulgándole a él, ya es posible ir trazando en nosotros los rasgos de su fisonomía de Buen Pastor que da la vida por todos.

 

      En la tradición eclesial, se llama a la Eucaristía "sacramento de amor". Es el sacramento que expresa el amor de Cristo y que realiza nuestro amor a Cristo; pero es también el sacramento que fundamenta el amor a todos los hermanos. Es el "sacramento de fa piedad" (SC 47) que fundamenta nuestra relación filial con Dios en Cristo y nuestra relación fraterna con los demás hombres.

 

      La Eucaristía es el sacramento o "signo de unidad" (SC 47) y el "sacrificio de reconciliación" (plegaria eucarística). Tanto para participar en el momento sacrificial, como en la comunión sacramental (que es parte integrante del sacrificio), es necesaria la reconciliación previa con los hermanos (Mt 5,23-24). El signo de la paz, antes de la comunión, quiere expresar esta reconciliación, como tarea permanente de construir la paz empezando por el propio corazón y por la comunidad en que se vive.

 

      La misma comunidad se hace signo "sacramental" cuando vive en comunión como fruto de la celebración eucarística y de la comunión sacramental (PO 8). Esa comunidad es ya "un hecho evangelizador" (Puebla, 663). La Eucaristía, celebrada y participada en la comunidad eclesial (que tiene siempre una perspectiva universal), significa y realiza la caridad que abraza a todos los hombres.

 

      La santificación personal está en relación con la reconciliación comunitaria, en cuanto que supone vivencia de la "comunión" fraterna en todos los niveles del amor: colaboración, comunicación de bienes, vida comunitaria, escucha, comprensión, perdón, etc. Es la Eucaristía la que hace posible esta "comunión" eclesial en todos los niveles, puesto que es "el sacramento de la piedad, el signo de la unidad y el vínculo de la caridad". Por esto antes de comulgar sacramentalmente, hay que estar ya en "comunión" (reconciliación) con Dios y con los hermanos.

 

      La comunión eucarística va construyendo la unidad interior del corazón, en los criterios, escala de valores y actitudes hondas, por una vida de fe, esperanza y caridad. El hombre va recuperando su rostro primitivo que refleja a Dios Amor. Por la comunión se recupera o reconstruye la identidad del hombre, que había desparramado su propio ser en una dispersión o disgregación de fuerzas en contra de la unidad de la familia humana y del cosmos.

 

      De la unidad del corazón se pasa a la unidad de la humanidad y de la creación. La comunión no se reduce a un efecto individual, sino que opera en la persona como miembro de la comunidad eclesial y humana. La comunión eucarística opera una "conversión personal que es la vía necesaria para la concordia entre las personas" (Reconciliatio el paenitentia 4). Celebrando todos los signos de reconciliación y especialmente la Eucaristía y la penitencia, "la Iglesia comprende su misión de trabajar por la conversión de los corazones y por la reconciliación de los hombres con Dios y entre si, dos realidades íntimamente unidas" (ibídem 6).

 

      La persona que comulga se hace portadora de la vida nueva para todos los hermanos. Entonces la transformación que procede de Cristo por la fuerza del Espíritu Santo y que pasa a la comunidad eclesial y a cada creyente, se prolonga en toda la comunidad humana de toda la historia y en la creación entera.

 

      Por la celebración eucarística (Hech 2,42-47), la comunidad eclesial se hace "un solo corazón y una sola alma" (Hech 4,32). Los que comulgan deben tener "un mismo sentir" (1Pe 3,8). Entonces la comunidad se hace evangelizadora con la fuerza y la audacia del Espíritu (Hech 4,33).

 

 

7. Espiritualidad ministerial-sacerdotal (Lc 22,19; 1Cor 11,25)

 

- "El sacerdote pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo" (EdE 5)

- "In persona, es decir, en la identificación específica, sacramental con el sumo y eterno Sacerdote" (EdE 29)

- "Centro y cumbre de la vida sacerdotal... El sacerdote... encontrando en el sacrificio eucarístico, verdadero centro de su vida y de su ministerio, la energía espiritual necesaria... Cada jornada será así verdaderamente eucarística... puesto central en la pastoral de las vocaciones sacerdotales" (EdE 31)

- "Los sacerdotes... atención todavía mayor a la Misa dominical" (MND 23)

- "Vosotros, sacerdotes... dejaos interpelar por la gracia de este Año especial, celebrando... con la alegría y el fervor de la primera vez, y haciendo oración frecuentemente ante el sagrario" (MND 30)

- ... "futuros sacerdotes... experimentar la delicia, no solo de participar cada día en la santa Misa, sino también de dialogar reposadamente con Jesús Eucaristía" (MND 30)

 

      El servicio eucarístico queda iluminado por la Palabra de dios. El mismo Jesús es "pan de vida", en cuanto Verbo hecho hombre (la Palabra del Padre) y en cuanto comida eucarística bajo especies de pan y vino. "La totalidad de la evangeliza­ción, aparte la predicación del mensaje, consiste en implantar la Iglesia, la cual no existe sin este respiro de la vida sacramental culminante en la Eucaristía" (EN 28).

 

      El anuncio del evangelio incluye la invitación a participar en el sacrificio y banquete eucarístico, así como a prolongar en la vida la donación sacrificial del Señor.

 

      La acción evangelizadora de la Iglesia consiste en "predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección" (EN 14). En la Iglesia somos todos servidores del pan y de la palabra, para construir la comunidad en el amor; todos somos profetas, sacerdotes y reyes (LG 31).

 

      La Iglesia, al celebrar la Eucaristía, toma conciencia de ser "sacramento universal de salvación" (LG 48), es decir, "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1). La Iglesia realiza esta acción evangelizadora por medio del anuncio, de la presencialización y de la comunicación del misterio de Cristo. Anuncia la Palabra, es decir, el Verbo hecho hombre, que ha muerto y resucitado; esta realidad salvífica la hace presente en la Eucaristía y la comunica a todos los hombres.

 

      Los servicios o ministerios, como signos portadores de Cristo, hacen de la Iglesia el espacio de la fe, donde el hombre encuentra y acoge al mismo Cristo "Salvador del mundo" (Jn 4, 2; 1Jn 4,14).

 

      La promesa de "estaré con vosotros" está íntimamente relacionada con el encargo de celebrar la Eucaristía ("haced esto en conmemoración mía": Lc 22,20) y con el mandato misionero: "Id, enseñad a todas las gentes" (Mt 28,19-20). En realidad es una presencia múltiple de Cristo bajo diversos signos eclesiales (palabra, sacramentos, comunidad), entre los que sobresale la Eucaristía.

 

      Cuando se participa de la Eucaristía, como presencia, sacrificio y comunión, se siente en el corazón la misma fuerza del Espíritu enviado por Jesús, que insta a hacer de toda la humanidad el Cuerpo Místico del Señor y el único Pueblo de Dios.

 

      Todo creyente que recibe la palabra de Dios y participa en la Eucaristía, se convierte en instrumento vivo para la construcción de la humanidad como cuerpo de Cristo y templo del Espíritu. Todo cristiano es, pues, servidor del pan eucarístico y de la palabra evangélica, según las características de la propia vocación, y siempre con la dimensión universalista de la revelación y de la redención.

 

      El ministerio o servicio de presidencia y de pronunciar válidamente las palabras de la consagración "en persona" o "en nombre" de Cristo (para hacerle presente bajo signos eucarísticos), es un servicio exclusivo del sacerdote ordenado. "El sacerdote pronuncia estas palabras o, más bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo" (EdE 5). Las palabras de la consagración son pronunciadas, al mismo tiempo, por Jesús y por el ministro ordenado. Pero es toda la Iglesia la que queda comisionada para celebrar el misterio redentor y para colaborar responsablemente a que todos los hombres participen en él. La Iglesia entera, cada uno de modo distinto, según su propia vocación, realiza el servicio del anuncio de la palabra, que es invitación universal a participar en el sacrificio y banquete eucarístico.

 

      El servicio de los sacerdotes ministros está "en continuidad con la acción de los Apóstoles" (EdE 27) y "conlleva necesariamente el sacramento del Orden" (EdE 28). "El ministerio de los sacerdotes, en virtud del sacramento del Orden, en la economía de salvación querida por Cristo, manifiesta que la Eucaristía celebrada por ellos es un don que supera radicalmente la potestad de la asamblea y es insustituible en cualquier caso para unir válidamente la consagración eucarística al sacrificio de la Cruz y a la Última Cena" (EdE 29). Por esto, "si la Eucaristía es centro y cumbre de la vida de la Iglesia, también lo es del ministerio sacerdotal" (EdE 31).

 

      Las tensiones de la vida apostólica se superan en el encuentro con Cristo Eucaristía. Para todo apóstol, "cada jornada será así verdaderamente eucarística" EdE 31). La Eucaristía ha de tener "su puesto central en la pastoral de las vocaciones sacerdotales" (EdE 31). "El culmen de la oración cristiana es la Eucaristía, que a su vez es «la cumbre y la fuente» de los Sacramentos y de la Liturgia de las Horas" (PDV 48).

 

      El "amén" al final de la plegaria eucarística (canon de la Misa) es la expresión de esta participación en el ministerio de la palabra y de la Eucaristía. Es el "sí" de toda la Iglesia, que, a partir de la Eucaristía, se hace anuncio, testimonio y compromiso de vivir el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor.

 

 

8. Espiritualidad misionera (Mt 26,28: "por todos"; Jn 6,51)

 

- "La Iglesia se expresa como sacramento universal de salvación" (EdE 61)

- "Cristo... centro de la historia de la humanidad... gozo de todos los corazones" (MND 6; GS 45)

- (Emaús) "cuando se ha tenido la experiencia del Resucitado... no se puede guardar la alegría sólo para sí mismo... El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio... el deber de ser misioneros del acontecimiento actualizado en el rito. La despedida al finalizar la Misa es como una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad" (MND 24)

- "Misa... carácter de universalidad" (MND 27)

- ... "impulso para un compromiso activo de la edificación de la sociedad más equitativa y fraterna" (MND 28).

 

 

      En la celebración eucarística, "la Iglesia y se expresa realmente lo que es: una, santa, católica y apostólica; pueblo, templo y familia de Dios; cuerpo y esposa de Cristo, animada por el Espíritu Santo; sacramento universal de salvación y comunión jerárquicamente estructurada" (EdE 61).

 

      La naturaleza misionera de la Iglesia se concreta en ser "complemento" de Cristo (Ef 1,23), a modo de signo transparente y portador suyo para todos los pueblos. La "sacramentalidad" de la Iglesia expresa precisamente esta realidad, de modo especial en los siete sacramentos. La Eucaristía es la máxima expresión de la sacramentalidad de la Iglesia, en cuanto que es presencia y comunicación del sacrificio redentor de Cristo, del que proceden todos los signos salvíficos. La Iglesia es "sacramento universal de salvación" (AG 1).

 

      La misión de la Iglesia consiste en ser instrumento de la vida nueva o vida divina. Es maternidad ministerial, en cuanto que se realiza a través de ministerios o servicios que son signos salvíficos. El modelo y personificación de esta maternidad es María, Virgen y Madre: "La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y es igualmente virgen, que guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo, y a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera" (LG 64).

 

      La misionariedad es la acción apostólica que deriva del mandato o envío de Cristo. Es acción que se desenvuelve en anuncio, presencialización y comunicación del misterio pascual de muerte y resurrección que celebramos en la Eucaristía. La Iglesia es misionera y madre en relación con su naturaleza de "sacramento" o signo portador de Cristo, por el profetismo, la liturgia y la construcción de la comunidad.

 

      Ésta es la naturaleza materna de la Iglesia a imitación de María: "la Iglesia, en su labor apostólica, se fija con razón en aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles" (LG 65).

 

      La Iglesia "sacramento" (Ef 5,32) se realiza principalmente en la Eucaristía. En ella encuentra los constitutivos esenciales de su propio ser: Palabra de Dios, presencia de Cristo, venida del Espíritu Santo, comunidad, servidores o ministros, santificación, misión, signos salvíficos, etc. A través de la Eucaristía y por medio de la Iglesia, Cristo sale al encuentro del hombre de todos los tiempos, razas y culturas. La Iglesia, principalmente por la Eucaristía, se hace lugar de encuentro del hombre con Cristo resucitado.

 

      Al celebrar y hacer presente el Misterio Pascual en la Eucaristía, la Iglesia "recuerda" que ella tuvo origen en "la hora" en que Cristo murió, resucitó y comunicó el Espíritu. La Iglesia nace como misionera o enviada a anunciar, presencializar y comunicar la salvación de Cristo Redentor de todos los hombres.

 

      Toda la realidad de Iglesia se podría concretar en ser signo transparente y portador de Cristo, es decir, en su "sacramentalidad". En la liturgia y principalmente en la celebración eucarística, la Iglesia recuerda y celebra su propio origen, "pues del costado de Cristo dormido en la cruz, nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC 5).

 

      Por esto, en la Eucaristía se encuentra "todo el bien de la Iglesia" (PO 5), puesto que la Eucaristía "construye la Iglesia" y "la Iglesia vive de la Eucaristía" (RH 20).

 

      La fuerza y "audacia" de la evangelización (Hech 4,31ss) le viene a la Iglesia de ser comunidad con "un solo corazón y una sola alma" (Hech 4,32). La fuente de esta unidad, como signo eficaz de evangelización y como "hecho evangelizador" (Puebla 663) es el "partir el pan" en un contexto de meditación de la Palabra y de fraternidad o comunión eclesial (Hech 2,42).

 

      La Iglesia aprende de María a ser "Madre de los hombres" (LG 69). En la celebración eucarística encuentra la presencia de María como en el cenáculo (Hech 1, 14). "La Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor" (LG 68). Imitando a María, la Iglesia hará que todos los hombres y todos los cristianos "se reúnan en un solo Pueblo de Dios" (ibídem).

 

      El celo y compromiso apostólico se fraguan en estos momentos de sagrario, que parecen tiempo perdido. Allí se recupera el sentido esponsal de la vida, como desposorio y amistad con Cristo, que abraza a todos los hermanos y a todo el cosmos.

 

 

A MODO DE CONCLUSION:

 

      En su caminar histórico, y especialmente en el inicio de un tercer milenio, y como continuación de una historia milenaria de gracia, la Eucaristía es fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia. La espiritualidad eclesial es, por su misma naturaleza, espiritualidad eucarística.

 

      El itinerario ya está programado; se nos invita a recorrerlo: la presencia, la oblación y la comunicación de Cristo piden actitud relacional y oblativa, para realizar con él la misma misión de ser "pan partido" para toda la humanidad, bajo la acción del Espíritu Santo, de camino hacia "el cielo nuevo y la nueva tierra" (Ap 21,1), siguiendo la pauta de "la mujer vestida de sol" (Ap 12,1), transparencia y portadora de Jesús. "El programa... se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia" (EdE 60).

 

      El camino eclesial está polarizado por la Eucaristía como centro, fuente y cumbre de su vida y de su misión. El "misterio de la fe" se profundiza por un conocimiento vivido de Jesucristo, para saberse amado por él, amarle y hacerle amar. Es la fe en Cristo, Dios hecho hombre, único Salvador, que se concreta en la adoración al Padre "en espíritu y verdad" (Jn 4,24).

 

      El Catecismo de la Iglesia católica (CEC n.1327), citando a San Ireneo, dice: "La Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: «Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar»" (CEC n.1327).

 

      La renovación de la vida y de la misión de la Iglesia, en personas y comunidades, tiene siempre como pauta el evangelio hecho Eucaristía, "pan de vida... para la vida del mundo" (Jn 6,51). En la Eucaristía, celebrada, adorada y vivida, personal y comunitariamente, se encuentran las líneas de una renovación que es fidelidad más profunda, en armonía con toda la historia de gracia. El "nuevo vigor de la vida cristiana pasa por la Eucaristía" (EdE 60).

 

      La fe en la Eucaristía se profundiza celebrándola, contemplándola, viviéndola y comunicándola, sin buscarse a sí mismo. De este modo, la Eucaristía produce en nosotros la unión con Cristo, para descubrirle y servirle en la comunión eclesial, y especialmente en los hermanos más necesitados.

 

      La espiritualidad eucarística es actitud de fe en la Eucaristía ("lex credendi"), que se expresa en la actitud de oración y de caridad ("lex orandi", "lex agendi"). La vida y misión de la Iglesia se fraguan en la celebración y adoración eucarística. Entonces "el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5), se concreta en la "caridad de Cristo" que urge a la contemplación, a la santidad ya la misión: "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos... para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2Cor 5,14-15).

 

      La Eucaristía es la escuela de los santos y de los apóstoles de todos los tiempos. El programa pastoral del tercer milenio se resume en "caminar desde Cristo" (NMi 29). "Que Jesús resucitado, el cual nos acompaña en nuestro camino, dejándose reconocer como a los discípulos de Emaús «al partir el pan» (Lc 24,30), nos encuentre vigilantes y preparados para reconocer su rostro y correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio: «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20,25)" (NMi 59).

 

      El camino eucarístico es de oblación como verdad de la donación. "En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María... Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magnificat!" (EdE 58). María Inmaculada y Asunta a los cielos es "la gran señal", para la Iglesia peregrina (Apoc 12.1). "Mirándola a ella conocemos la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor" (EdE 62).

 

                               SELECCION BIBLIOGRAFICA

 

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J. BACIOCCHI, La Eucaristía (Barcelona, Herder, 1969).

 

J. BETZ, La Eucaristía, misterio central: Mysterium Salutis IV/1 (Madrid, Cristiandad, 1975).

 

D. BOROBIO, Eucaristía para el pueblo (Bilbao, Desclée, 1981).

 

L. BOUYER, Eucaristía, teología y espiritualidad de la oración eucarística (Barcelona, Herder, 1969).

 

J. CABA, Cristo, pan de vida. Teología eucarística del IV evangelio (Madrid, BAC, 1993).

 

(Catecismo de la Iglesia Católica) nn.610-611 (profesión de fe), 1322-1419 (el sacramento de la Eucaristía).

 

(Código de Derecho Canónico) can. 807-958.

 

(Comité para el Jubileo del año 2000) Eucaristía, sacramento de vida nueva (Madrid, BAC, 1999)

 

(Congregación para las Causas de los Santos), Eucaristia, santità e santificazione (Lib. Ediz. Vaticana, 2000) (autores varios).

 

(Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos) Instrucción "Redemptionis Sacramentum" sobre algunas cosas que se deben observar y evitar acerca de la Santísima Eucaristía (25 marzo 2004); Instrucción "Eucharisticum Mysterium" (25 marzo 1967); Año de la Eucaristía, sugerencias y propuestas (2004).

 

A. CUVA, Vita nello Spirito e celebrazione eucaristica (Lib. Edit. Vaticana 1994).

 

F.X. DURWELL, La Eucaristía, sacramento pascual (Salamanca, Sígueme, 1982).

 

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J. ESQUERDA BIFET, Copa de bodas, Eucaristía, vida cristiana y misión (Barcelona, Balmes, 1986). Idem, Eucaristía, pan partido para la vida del mundo (Valencia, Edicep, 2004).

 

G.M. GARRONE, La Eucaristía, salvaguardia de la fe (Madrid, Catequética Salesiana, 1976).

 

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J. LECUYER, El sacrifico de la nueva alianza (Barcelona 1969).

 

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P. VISENTIN, Eucaristía, en: Nuevo Diccionario de Liturgia (Madrid, Paulinas, 1987) 729-759.

Lunes, 11 Abril 2022 10:34

X. ESPIRITUALIDAD MISIONERA

Escrito por

X. ESPIRITUALIDAD MISIONERA

 

1. El "espíritu" de la evangelización hoy

 

A) Terminología: "espíritu", "espiritualidad"

B) La dimensión espiritual de la evangelización

C) Documentos conciliares y postconciliares sobre la espiritualidad misionera

 

2. Naturaleza y significado de la espiritualidad misionera

 

A) Espiritualidad misionera: vivir la misión según el Espíritu

B) Datos fundamentales de la espiritualidad misionera

C) Síntesis doctrinal

 

3. Niveles de la espiritualidad misionera

 

A) Espiritualidad cristiana, espiritualidad misionera

B) Espiritualidad del apóstol "ad Gentes"

C) Espiritualidad y contemplación cristiana en relación con la espiritualidad no cristiana

 

1. El "espíritu" de la evangelización hoy

 

      La espiritualidad misionera hace descubrir y vivir la prioridad y la iniciativa de Dios en el don de la misión. Como estilo de vida del misionero, la espiritualidad ayuda a profundizar en los temas teológicos sobre la misión (teología misionera) y es la mejor garantía para acertar en la pastoral misionera.

 

      La espiritualidad misionera, como renovación eclesial, es la clave de la eclesiología conciliar: Iglesia misterio, comunión y misión. Viviendo su realidad de "misterio" o "sacramento" de Cristo (LG I), como "comunión" o pueblo de hermanos (LG II), la Iglesia en cada uno de sus miembros (LG III-VI) se hace misionera como "sacramento universal de salvación" (LG VII; cf. AG 1). De este modo, la naturaleza misionera de la Iglesia se expresa como "maternidad", que tiene a María como prototipo (LG VIII; cf. AG 4).

 

      La espiritualidad misionera, que consiste en "actitudes interiores" a la luz del evangelio, es la base indispensable para discernir y afrontar la problemática misionera actual.[1]

 

      A) Terminología: "espíritu", "espiritualidad"

 

      Son diversos los nombres que se usan para indicar la teología de la vida espiritual: espiritualidad, teología de la perfección, teología espiritual, ascética y mística etc. El término "espiritualidad" indica el "espíritu" o estilo de vida. Se quiere "vivir" lo que uno es y hace. Para el cristiano, se trata de la vida "espiritual", es decir, de la "vida según el Espíritu" (Rom 8,9): "caminar en el Espíritu" (Rom 8,4). Es, pues, una vida que se quiere vivir en toda su realidad humana, con autenticidad y profundidad.

 

      La vida espiritual no es, pues, una actitud intimista, sujetivista o alienante, sino una camino o proceso de santidad o de perfección, que se traduce en actitudes de fidelidad, generosidad y compromiso vital de totalidad.

 

      En toda cultura humana se encuentran tres relaciones básicas del comportamiento personal y colectivo: la relación con los demás hermanos, la relación con las cosas y acontecimientos, la relación con la trascendencia (Dios, el más allá...). El hombre busca vivir en profundidad el "misterio" de su propia existencia y de los demás hermanos, así como el realismo pleno de las cosas y de la historia, donde se deja sentir el "más allá" de una presencia y de una voz de Dios.

 

      El verdadero estudio del misterio de Cristo se realiza con actitud vivencial. Hay que estudiar los datos de la revelación con una actitud científica de análisis y síntesis, en vistas a una clarificación y precisión (función científica); hay que profundizarlos también para el anuncio y la llamada a la fe (función kerigmática, evangelizadora, pastoral); hay que celebrarlos en los momentos litúrgicos (dimensión litúrgica). Pero si faltara la función vivencial, esas otras funciones correrían el riesgo de quedarse en profesionalismo.[2]

 

      Es "vida en Dios" (Rom 6,11) o según los planes salvíficos del Padre, que quiere que el hombre se construya libremente según la imagen divina, como "hijo en el Hijo", que tiene la "impronta" del Espíritu, para hacer que toda la creación y toda la historia se orienten hacia Cristo, el Salvador, Dios hecho hombre (cf. Ef 1,3-14; Col 1,9-17).

 

      Es vida en Cristo (cf. Jn 6,56-57; Gal 2,20), a partir de una llamada que se hace encuentro (cf. Jn 1,35-51), unión y relación personal (cf. Mc 3,14), seguimiento personal y comunitario, imitación (cf. Mt 11,29), configuración o transformación (cf. Jn 1,16; Rom 6,1-8) y misión (cf. Mt 4,19; 28,19-20).

 

      Es vida nueva en el Espíritu, que, con el Padre y el Hijo, habita en el corazón del hombre como en su propia casa solariega (cf. Jn 14,17.23), que ilumina al hombre acerca del misterio de Cristo (cf. Jn 16,13-15), y que le transforma en transparencia y en testigo del evangelio (cf. Jn 15,26-27).

 

      La "espiritualidad" o el "espíritu" de la vida cristiana tiene, pues, dimensión trinitaria y, por tanto, teológica, salvífica, cristológica, pneumatológica. Pero es también un caminar de hermanos que forman una sola familia o comunidad "convocada" (dimensión eclesial), comprometida en las situaciones humanas concretas (dimensión antropológica, social e histórica). Es una vida espiritual que se alimenta de la meditación palabra de Dios y de la celebración del misterio pascual (dimensión contemplativa y litúrgica). Es vida que debe anunciarse y comunicarse a todos los pueblos (dimensión misionera), hasta que un día será realidad plena en el más allá (dimensión escatológica).

 

      Estas dimensiones son complementarias, puesto que se postulan mutuamente:

 

      - desde su fuente: dimensión trinitaria, cristológica, pneumatológica,

      - por medio de su realidad eclesial: dimensión eclesial, litúrgica, contemplativa, misionera, escatológica,

      - hacia la realidad humana: dimensión antropológica, social e histórica.

 

      El "espíritu" o "espiritualidad" no es simplemente interiorización, sino un camino de verdadera libertad (cf. Gal 5,13; Jn 18,32) que pasa por el corazón y que se dirige a la realidad integral del hombre y de su historia personal y comunitaria. La espiritualidad cristiana se hace inserción ("encarnación") en la realidad, a imitación del Hijo de Dios hecho hombre, armonizando de este modo un proceso de inmanencia que es, al mismo tiempo, de trascendencia y de esperanza.

 

      La vida "espiritual" se llama también vida de "perfección" o de santidad: "sed perfectos como vuestro Padre celestial" (Mt 5,48). Se trata de ordenar la propia vida según el amor, es decir, hacer de la propia existencia una "entrega de sí mismo a los demás" (GS 24). "La caridad es el vínculo de la perfección" (Col 3,14).[3]

 

      B) La dimensión espiritual de la evangelización

 

      La evangelización no depende principalmente de una teología sobre la misión, ni tampoco de unas experiencias personales o comunitarias. Es Cristo resucitado, presente en la Iglesia y en el mundo, quien ha comunicado el mandato misionero, como misión recibida del Padre bajo la acción del Espíritu Santo (cf. Jn 20, 21-23; Act 1, 1-8). Por esto, la acción evangelizadora reclama una actitud relacional con Cristo: en Espíritu, por Cristo, al Padre (cf. Ef 2,18). La evangelización tiene, pues, dimensión "espiritual" de sintonía con los planes salvíficos del Padre, de relación personal con Cristo y de fidelidad a la acción del Espíritu Santo.[4]

 

      La "espiritualidad", o función vivencial de la teología, quiere abarcar el misterio de Cristo en toda su integridad y perspectiva. Los horizontes se abren al infinito: la contemplación, como encuentro que quiere hacerse visión total; la misión, que quiere ser compromiso de anunciar a Cristo a toda la familia humana.

 

      El proceso de perfección se realiza vaciándose de todo lo que no suene a amor, para llenarse de Dios que es amor y para transformarse en donación total a Dios y a los hermanos. Este camino de perfección se hace, por su misma naturaleza, camino de misión.

 

      Por el hecho de ser testigo del "misterio" de Dios Amor y servidor de la "comunión" eclesial, el cristiano se hace disponible para la "misión". No habría espiritualidad cristiana sin referencia vivencial (afectiva y efectiva) a la Iglesia misterio, comunión y misión. El camino de la "espiritualidad" y perfección se hace servicio de la "Iglesia sacramento universal de salvación" (LG 48; AG 1).

 

      La evangelización se vive con actitud de relación personal  respecto a Cristo que envía, acompaña y espera allí donde va el apóstol: "estaré con vosotros" (Mt 28,20). La dimensión espiritual de la evangelización consiste en la vivencia de esta realidad de fe.

 

      Los Apóstoles vivieron la misión con esta actitud relacional de testigos: "Nosotros somos testigos" (Act 2,32); "la caridad de Cristo me urge" (2Cor 5,14); "os anunciamos lo que hemos visto y oído, lo que hemos tocado con nuestras manos: el Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss).

 

      Esta actitud relacional, como espiritualidad del evangelizador, es fruto de un don de Dios, que llama a un encuentro con él para escuchar su palabra y comunicar a los hermanos la vida divina. El anuncio evangélico presupone esta vivencia: "Hemos conocido el amor de Dios" (1Jn 3,16); "amemos a Dios, porque él nos ha amado primero" (1Jn 4,19).[5]

 

      La espiritualidad del evangelizador se concreta en "actitudes interiores" (EN 74), todas ellas impregnadas de relación personal. Son actitudes de relación familiar con Dios, de confianza filial, de sintonía con los planes salvíficos de Dios, de amistad con Cristo, de fidelidad a la acción y presencia del Espíritu Santo, de escucha contemplativa de la palabra de Dios, de sensibilidad respecto a los problemas de los hermanos redimidos por Cristo, etc. Todas estas actitudes se traducen en una actitud comprometida para anunciar el evangelio a todos los pueblos. Sin esta actitud misionera, no se concibe la espiritualidad cristiana. Al mismo tiempo, sin las actitudes relacionales de espiritualidad, no existe una verdadera acción apostólica.

 

      Esta dimensión espiritual de la evangelización rompe la dicotomía entre la vida interior y la acción apostólica. Hay siempre momentos diferenciados; pero la actitud del corazón es siempre la misma. La donación a Dios y a los hermanos se manifiesta en los momentos de contemplación de la palabra, de celebración de los misterio de Cristo (liturgia), de vida comunitaria, de acción externa, de cercanía a los hermanos, de soledad, de sufrimiento...

 

      Del encuentro vivencial y relacional con Cristo, en los momentos contemplativos y eucarísticos, se pasa al deseo de entrega de totalidad (santidad) y al deseo de misión y compromiso sin fronteras.

 

      La vivencia de la espiritualidad se convierte en sensibilidad respecto a las situaciones humanas concretas y actuales, a la luz del evangelio. Entonces se adquiere un verdadero sentido de la historia humana, afrontando los acontecimientos con los criterios, escala de valores y actitudes de Cristo Buen Pastor. De esta espiritualidad nace espontáneamente el sentido de comunión fraterna y el compromiso misionero de orientar toda la humanidad hacia la verdad de Cristo y, por tanto, hacia el amor, la solidaridad, la libertad, la igualdad, la justicia y la paz.

 

      El "espíritu" de la evangelización ("espiritualidad misionera") se convierte en un camino hacia la realidad completa, con toda su inmanencia y trascendencia. Es camino hacia Dios Amor y, por tanto, hacia todos los hombres y hacia todo el cosmos. Pero este camino pasa por el corazón, orientándolo hacia el único camino de salvación: Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6).

 

      C) Documentos conciliares y postconciliares sobre la espiritualidad misionera

 

      Anteriormente al concilio Vaticano II, el tema de la espiritualidad misionera se presentaba con las palabras: santidad, virtudes, ascética, perfección, etc. Hay que reconocer que la terminología misionera, en este campo, dependía de un tema más amplio: la vida espiritual cristiana en general. El magisterio usaba esa misma terminología general.[6]

 

      La expresión "espiritualidad misionera" se encuentra en el decreto conciliar Ad Gentes (1965). Es la primera vez que aparece en un documento magisterial. Está en el contexto del objetivo de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos: "Este Dicasterio promueva la vocación y la espiritualidad misionera, el celo y la oración por las misiones, y difunda noticias auténticas y convenientes sobre las misiones" (AG 29).

 

      El tema en sí mismo (no la expresión literal), en todo su rico contenido, se encuentra explicado en el capítulo IV, que tiene como título "Los misioneros". Ahí se desarrolla la vocación misionera (AG 23), las virtudes (espiritualidad) del misionero (AG 24), la formación misionera (AG 25-26) y los Institutos Misioneros (AG 27). Como puede apreciarse en las notas del decreto conciliar, el tema viene a ser una continuación de la doctrina expuesta anteriormente por las encíclicas misioneras.[7]

 

      El decreto conciliar Ad Gentes describe a los misioneros como portadores de una "vocación especial" (AG 23), que exige "vida realmente evangélica", expresada en fidelidad generosa a la llamada, de suerte que sean coherentes con las exigencias de la misión. Por esto "han de renovar su espíritu constantemente" (AG 24) y adquirir "una especial formación espiritual y moral" (AG 25). Imbuido de esta "vida espiritual", el misionero hará posible que "la vida de Jesús obre en aquellos a los que es enviado" (AG 25).

 

      Aunque de nuestro tema se hable explícitamente sólo en estos números citados (de los capítulos IV y V de Ad Gentes), en todo el decreto conciliar aparece un dinamismo de disponibilidad cristiana para la misión. La vida espiritual es vida según el Espíritu. En efecto, "el Espíritu Santo unifica en la comunión y en el ministerio y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos a toda la Iglesia a través de todos los tiempos, vivificando, a la manera del alma, las instituciones eclesiásticas e infundiendo en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo" (AG 4). Es esta vida de fidelidad al Espíritu la que transforma a los apóstoles en testigos (cf. AG 6).

 

      La finalidad de la actividad misionera consiste en la gloria de Dios, por el cumplimiento de sus designios salvíficos sobre la humanidad: "Gracias a esta actividad misionera, Dios es glorificado plenamente desde el momento en que los hombres reciben plena y conscientemente la obra salvadora de Dios, que completó en Cristo" (AG 7).[8]

 

      La misión de la Iglesia tiende hacia la construcción de la humanidad en la comunión. Esta comunión y fraternidad cristiana se expresa en la oración y en la caridad: "Así, finalmente, se cumple en realidad el designio del Creador, quien creó al hombre a su imagen y semejanza, pues todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimemente la gloria de Dios, podrán decir: 'Padre nuestro'" (AG 7).

 

      En los documentos postconciliares el tema de la espiritualidad misionera se fue profundizando paulatinamente. Empezó a cobrar actualidad desde la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi de Pablo VI (año 1975), donde se dedica todo un capítulo al "espíritu de la evangelización" (título del cap. VII).[9]

 

      La palabra "espíritu" queda explicada en la misma Exhortación Apostólica, como "actitudes interiores que deben animar a los obreros de la evangelización" (EN 74). Este "espíritu" o "espiritualidad" viene a ser el estilo de vida del evangelizador, el cual, por ello mismo, será fiel a la naturaleza de la evangelización (EN cap. I-III) y a la acción evangelizadora tal como Cristo la realizó y la confió a la Iglesia (EN cap. IV-VI). Por esto, la misión "merece que el apóstol le dedique todo su tiempo, todas sus energías y que, si es necesario, le consagre su propia vida" (EN 5). Se trata, pues, de una espiritualidad que deriva de la misión y que tiene como objetivo la misión, al estilo de Cristo evangelizador que ha querido prolongarse en la Iglesia evangelizadora.

 

      Evangelii Nuntiandi desarrolla la "espiritualidad" o "espíritu" de la evangelización como fidelidad al Espíritu Santo (EN 75). De este modo la Iglesia, reunida con María en el Cenáculo, fiel a las nuevas gracias del Espíritu, podrá realizar y promover la "evangelización renovada" que requieren nuestros tiempos (EN 81-82).

 

      La Constitución Apostólica Pastor Bonus (art. 86-88) ratifica el objetivo del Dicasterio misionero según las indicaciones de AG 29 y puntualiza algo más: "estudios de investigación sobre la teología, la espiritualidad y la pastoral misionera" (art. 86), el "espíritu misionero" (art. 87), las "vocaciones misioneras" (art. 88).

 

      La primera afirmación del capítulo VIII de la encíclica Redemptoris Missio se refiere precisamente a la existencia de la espiritualidad misionera como "espiritualidad específica": "La actividad misionera exige una espiritualidad específica, que concierne particularmente a quienes Dios ha llamado a ser misioneros" (n. 87). Se refiere a la "espiritualidad misionera" de que habla el título del capítulo. Con ello se ratifica la afirmación conciliar (AG 29), que es también de la Constitución Apostólica Pastor Bonus (art. 86), como una modalidad de la expresión "espíritu misionero" (ibídem, 87) y del "espíritu de la evangelización" (EN VII).

 

      El decreto conciliar Ad Gentes había descrito la espiritual del misionero, detallando virtudes y actitudes concretas (AG 23-24) e instando a proseguir en la formación espiritual (AG 25). Evangelii nuntiandi había indicado un conjunto de "actitudes interiores" del apóstol (EN 74-80): fidelidad a la vocación (n. 74), fidelidad al Espíritu Santo (n. 75), autenticidad y testimonio (n. 76), unidad y fraternidad (n. 77), servicio de la verdad (n. 78), caridad apostólica (nn. 79-80).

 

      La encíclica Redemptoris Missio sigue una línea descriptiva que corresponde al contenido de los capítulos anteriores y a la finalidad de la misma encíclica de elevar el tono de la disponibilidad misionera al estilo del apóstol Pablo (1Cor 9, 16, citado ya en el n. 1).

 

      El contenido de la encíclica se mueve en tres dimensiones principales estrechamente relacionadas: pneumatológica, cristológica, eclesiológica y pastoral. En el interior de la encíclica la actitud espiritual se encuadra también en la dimensión trinitaria, antropológica y sociológica.[10]

 

      La fidelidad al Espíritu Santo (dimensión pneumatológica) es la actitud básica de la espiritualidad misionera ("espiritualidad" = vida según el Espíritu). "Esta espiritualidad se expresa, ante todo, viviendo con plena docilidad al Espíritu; ella compromete a dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejante a Cristo" (RMi 87). A partir de esta docilidad, se presentan "los dones de fortaleza y discernimiento", como "rasgos esenciales de la espiritualidad misionera" (ibídem).

 

      La fidelidad al Espíritu Santo es el punto de partida para entender la misión en su significado pneumatológico (cap. III). Sin la docilidad al Espíritu no se acertará en el contenido evangélico de la misión o no habrá la fortaleza para actuarlo: "También la misión sigue siendo difícil y compleja, como en el pasado, y exige igualmente la valentía y la luz del Espíritu" (RMi 87). En la nueva situación de la Iglesia y de la sociedad, "conviene escrutar las vías misteriosas del Espíritu y dejarse guiar por él hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13)" (ibídem).

 

      La dimensión cristológica de la espiritualidad misionera se presenta como relación personal con él, imitación, seguimiento: "Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misión, si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar" (RMi 88). Como en otros pasajes de la encíclica, se toma como modelo a San Pablo, quien deja entrever "sus actitudes" cristológicas (ibídem, citando a Fil 2,5-8; 1Cor 9,22-23).

 

      De esta relación personal con Cristo nace la recta comprensión de la misión y la disponibilidad para la misma. La dimensión cristológica de la misión (cap. I-II) se comprende y vive a partir de una profunda espiritualidad. Hay que resaltar un aspecto fundamental de esta espiritualidad cristológica: la experiencia de la presencia de Cristo en la vida del apóstol. "Precisamente porque es 'enviado', el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. 'No tengas miedo... porque yo estoy contigo' (Act 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre" (n. 88).

 

      La dimensión eclesiológica de la espiritualidad misionera se expresa en amor a la Iglesia como la ama Cristo. Esta será la garantía de la misión: "Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia, como Cristo" (n. 89). Es el sentido o "espíritu de la Iglesia", que le hace descubrir y vivir "su apertura y atención a todos los pueblos y a todos los hombres" (ibídem).

 

      Esta dimensión eclesiológica de la espiritualidad es el punto de partida para comprender la dimensión eclesiológica de la misión (cap. I-II). "Lo mismo que Cristo, él debe amar a la Iglesia... (Ef 5,25). Este amor, hasta dar la vida, es para el misionero un punto de referencia. Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del misionero; su preocupación cotidiana -como dice san Pablo- es la 'solicitud por todas las Iglesia' (2Cor 11,28). Para todo misionero y toda comunidad, la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia" (n. 89; cf. PO 14).

 

      La dimensión pastoral de la espiritualidad se describe en la línea de la "caridad apostólica": "La espiritualidad misionera se caracteriza, además, por la caridad apostólica" (n.89). Es la caridad pastoral de "Cristo, el Buen Pastor, que conoce sus ovejas, las busca y ofrece su vida por ellas (cf. Jn 10)" (ibídem).

 

      Se trata, pues, de un "celo por las almas, que se inspira en la caridad misma de Cristo, y que está hecha de atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la gente" (n. 89). Por esto, "el misionero es el hombre de la caridad" (ibídem).

 

      La dimensión antropológica de la espiritualidad está en estrecha relación con Cristo "que conocía lo que hay en el hombre (Jn 2,25), amaba a todos ofreciéndoles la redención, y sufría cuando ésta era rechazada" (n. 89). Esta dimensión está en la línea de toda la encíclica: "La actividad misionera tiene como único fin servir al hombre, revelándole el amor de Dios que se ha manifestado en Jesucristo" (n. 2). De este modo, "el misionero es el 'hermano universal', lleva consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención... particularmente a los más pequeños y pobres" (n. 89).

 

      Esta dimensión antropológica es eminentemente liberadora (nn. 38-39). "En cuanto tal, supera las fronteras y las divisiones de raza, casta e ideología: es signo del amor de Dios en el mundo, que es amor sin exclusión ni preferencia" (n.89).

 

      La encíclica coloca un tema básico de espiritualidad (la contemplación) al hablar de las nuevas situaciones actuales (dimensión sociológica), como uno de los "nuevos areópagos" que interpelan a la Iglesia (culturas, medios de comunicación, desarrollo, liberación de los pueblos, derechos fundamentales, ecología, etc.). A esta problemática sobre la búsqueda actual de Dios, sólo se puede responder con una actitud verdaderamente contemplativa. El Papa lo afirma también como fruto de su misma experiencia misionera (cf. RMi 91).

 

      La espiritualidad misionera se puede resumir como vida de santidad en relación con la misión: "La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión... La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos" (RMi 90).

 

2. Naturaleza y significado de la espiritualidad misionera

 

      Hemos estudiado la relación entre la espiritualidad y la misión, analizando la terminología ("espíritu", "espiritualidad") y basándonos en la doctrina conciliar y posconciliar. Se trata propiamente de la disponibilidad generosa para la misión, expresada en convicciones, motivaciones, decisiones. Si el concilio Vaticano II "invita a todos a una profunda renovación interior", es en vistas a asumir "la propia responsabilidad en la difusión del evangelio", participando activamente en la obra evangelizadora (AG 35).

 

      Cuando la Iglesia "avanza por la senda de la renovación" (LG 8), entonces "Cristo resplandece sobre la faz de la Iglesia" LG 1). Así la misma Iglesia parece como "sacramento", es decir, transparencia y signo portador, "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1). La fuerza misionera de la Iglesia "misterio" o "sacramento", aparece en su realidad de "comunión", como reflejo de la comunión trinitaria de Dios Amor.

 

      En la Exhortación Apostólica sobre el laicado, el Papa insiste en una "renovación evangélica" por parte de toda la Iglesia: "El concilio Vaticano II ha pronunciado palabras altamente luminosas sobre la vocación universal a la santidad. Se puede decir que precisamente esta llamada ha sido la consigna fundamental confiada a todos los hijos e hijas de la Iglesia, por un concilio convocado para la renovación evangélica de la vida cristiana... Es urgente, hoy más que nunca, que todos los cristianos vuelvan a emprender el camino de la renovación evangélica" (CFL 16).[11]

 

      A) Espiritualidad misionera: vivir la misión según el Espíritu

 

      Ordinariamente, al estudiar los temas de la misión, centramos la atención en su naturaleza (teología) y su acción práctica (pastoral). Pero es necesario también estudiar su estilo de vida, su "espíritu", es decir, su "espiritualidad" o vida según el Espíritu Santo. "Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesia particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu" (RMi 30).

 

      Si la "espiritualidad" cristiana significa "una vida según el Espíritu" (Rom 8,9), la "espiritualidad misionera" equivale a vivir la misión con fidelidad generosa al mismo Espíritu. Se conjugan, pues, dos realidades cristianas íntimamente unidas: espiritualidad y misión.[12]

 

      La espiritualidad misionera es el estilo de vida que corresponde al mandato misionero de anunciar el evangelio a todos los pueblos. Las dimensiones de la espiritualidad coinciden con las dimensiones o perspectivas de la misión:

 

      - seguir la voluntad salvífica de Dios (dimensión trinitaria, teológica, salvífica);

      - encuentro, seguimiento, relación personal, imitación, configuración con Cristo (dimensión cristológica);

      - fidelidad a la acción del Espíritu Santo (dimensión pneumatológica);

      - "comunión", amor y sentido de Iglesia (dimensión eclesial);

      -  compromiso fraterno de inserción en la situación concreta (dimensión antropológica), etc.

 

      Las "actitudes interiores" del apóstol (EN 74) son, pues, su estilo o "espíritu": fidelidad generosa a la vocación y a la misión del Espíritu (EN 75), que equivale a cumplimiento del mandato misionero de Cristo según los designios salvíficos del Padre.

 

      La realidad de la misión no nace propiamente de una reflexión teológica (la cual es siempre necesaria y consecuente), sino que procede del Padre, por Cristo y en el Espíritu Santo. Esta realidad se capta adecuadamente en el encuentro vivencial y contemplativo con Cristo (espiritualidad).

 

       Del encuentro con Dios en Cristo, se pasa a comprender y vivir la misión sin fronteras en la comunión de Iglesia. La cristología y la eclesiología, lo mismo que la pastoral y la misionología, suscitan las actitudes espirituales del teólogo y del apóstol.

 

      Los temas teológicos y pastorales sobre la misión tienen necesariamente una dimensión de espiritualidad. Efectivamente, la misión supone respuesta vivencial y comprometida a los planes salvíficos y universales de Dios como agradecimiento de la fe recibida (dimensión trinitaria y salvífica); es cumplimiento generoso del mandato de Cristo (dimensión cristológica); es fidelidad incondicional a la misión y acción del Espíritu Santo (dimensión pneumatológica); es amor y sentido de Iglesia (dimensión eclesiológica); es prolongación de la acción evangelizadora de Cristo (dimensión pastoral); es cercanía comprometida al hombre concreto (dimensión antropológica y sociológica).

 

       La dimensión espiritual de la evangelización (como "espiritualidad misionera") no es, pues, ajena ni paralela a las otras dimensiones; pero tiene sus perspectivas, elementos y temario propios. Se trata de vivir en sintonía con la caridad del Buen Pastor, que, enviado por el Padre bajo la acción del Espíritu, se prolonga en la Iglesia y en el mundo a través de servicios o ministerios ejercidos por personas vocacionadas y profundamente relacionadas con él.

 

      La "espiritualidad misionera", como "espíritu de la evangelización" o dimensión espiritual de la misión, refleja el estilo de vida del apóstol, que se debe "renovar constantemente" (AG 24). Esta renovación espiritual comporta una renovación en la teología y en la pastoral misionera. Y de esta renovación "interior" o de "actitudes", derivará la renovación misionera de toda la Iglesia.

 

      Para encuadrar la espiritualidad misionera dentro de la misionología, basta recordar que todo tratado de las ciencias eclesiásticas puede estudiarse según diversas funciones: teológica o de investigación y síntesis, pastoral o de metodología de la acción, vivencial o de espiritualidad, etc. La espiritualidad misionera es una parte integrante de la misionología como estudio de la función espiritual o vivencial de la misión.

 

      El resultado más importante de la espiritualidad misionera es la alegría de sentirse llamado y amado por Cristo, y capacitado para amarle, hacerle conocer y hacerle amar. "La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la 'Buena Nueva' ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza" (RMi 91).

 

      B) Datos fundamentales de la espiritualidad misionera

 

      Para poder relacionar la "espiritualidad" con la "misión", habrá que elaborar unos datos fundamentales a partir de la figura del Buen Pastor, que se transparenta a través de las figuras misioneras de todas las épocas, desde Pedro y Pablo hasta nuestros días. Para poder delinear una temática concreta, a base de análisis y síntesis, habrá que referirse a esos datos fundamentales como fuente de toda reflexión teológica sobre la espiritualidad misionera.

 

      La figura del Buen Pastor es el punto de referencia de toda espiritualidad apostólica. Su vivencia es de relación personal y de fidelidad generosa respecto a la misión recibida del Padre, desde la encarnación (Heb 10,5-7) hasta la cruz (Jn 19,30). Esta fidelidad se concreta en sintonía con la acción del Espíritu Santo que le consagra y envía a "evangelizar a los pobres" (Lc 4,18; Mt 11,5). El "mandato" recibido del Padre es el de "dar la vida" (Jn 10,11ss) "por la vida del mundo" (Jn 6,51). La caridad pastoral de Jesús se concreta en donación de totalidad y de universalismo: se da él mismo, sin pertenecerse, como "consorte" o protagonista de todo ser humano. Jesús vivió la misión así y así la comunicó a los suyos (Jn 20,21).[13]

 

      Las "actitudes interiores" de los santos y figuras misioneras constituyen su "espíritu" o estilo de evangelización, y son siempre válidas en lo fundamental. Precisamente esta actitud espiritual de los santos, como valor permanente, es la que ayuda a afrontar fiel y generosamente las situaciones nuevas de cada época.[14]

 

      Otros datos, más complementarios, podrán elaborarse a partir de las diversas épocas históricas, es decir, a partir del estilo misionero de cada momento del actuar evangelizador de la Iglesia. Hay que saber conjugar figuras misioneras, realizaciones, experiencias, documentos, etc., discerniendo lo que tiene valor permanente y valorando en sus justos términos lo que es pasajero, secundario e incluso limitado o erróneo. A cada época hay que juzgarla dentro de su misma perspectiva histórica. Los "hechos de gracia" de todo momento histórico van siempre acompañados de signos pobres y limitados.[15]

 

      Los elementos doctrinales sobre el espíritu de la evangelización se encuentran siempre en los textos inspirados y en la tradición de la Iglesia. La doctrina escriturística queda explicitada en la doctrina patrística y conciliar. Veinte siglos de gracia suponen muchas luces del Espíritu Santo concedidas a toda su Iglesia, para poder profundizar mejor los datos revelados. No se podría penetrar hoy el sentido de la Escritura, si se omitiera toda esta acción histórica y eclesial del Espíritu Santo.

 

      La acción magisterial de la Iglesia ofrece datos suficientes para elaborar la temática de espiritualidad misionera. Las encíclicas misioneras ofrecen material abundante sobre las virtudes apostólicas, así como sobre el estilo de la evangelización, aunque se deja sentir la falta de una elaboración sistemática y de una síntesis global. A partir del concilio Vaticano II, ya se puede hablar de una "espiritualidad misionera" (AG 29), pero todavía explicada en términos descriptivos (cf. AG 23-24). La Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (cap. VII) y la encíclica Redemptoris Missio (cap. VIII) ofrecen una síntesis ordenada y relativamente completa sobre nuestro tema.[16]

 

      A partir de la realidad misionera, emergen figuras e instituciones que subrayan algunos elementos esenciales de la misión, de modo que se pueda hablar de espiritualidad misionera peculiar. Frecuentemente esta realidad depende de carismas fundacionales o carismas misioneros específicos, los cuales ponen el acento en diversos factores: el concepto de misión, la metodología apostólica y, especialmente, las virtudes del apóstol y el estilo de vida comunitaria del grupo.[17]

 

      Las líneas básicas de la espiritualidad del apóstol o de las comunidades se pueden deducir de los tres elementos que componen la "vida apostólica" de todas las épocas históricas: seguimiento evangélico de Cristo, fraternidad o vida comunitaria del grupo, disponibilidad misionera. En realidad, es este último elemento el que matiza la generosidad evangélica y la vida fraterna del apóstol en general y del misionero en particular.

 

      C) Síntesis doctrinal

 

      Para captar todo el alcance de la espiritualidad misionera, no basta con delimitar su naturaleza y significado. Es también conveniente presentar una síntesis doctrinal que abarque un temario relativamente completo.

 

      El decreto conciliar Ad Gentes señala una lista de virtudes en relación a la vocación misionera (AG 23-25). La Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" ofrece una lista de temas básicos bajo el epígrafe: "El espíritu de la evangelización" (EN cap. VII). Ambos temarios son posibles, especialmente si se relacionan y ordenan de modo lógico y sistemático.

 

      Un buen temario o síntesis doctrinal podría derivar de la definición sobre la espiritualidad misionera. Este temario sería de tipo deductivo: naturaleza, niveles, alcance, aplicaciones, medios, etc. Pero podría también derivar de las realidades concretas de la vida misionera; sería entonces de tipo inductivo: situación, historia, dificultades, antropología, cultura, Iglesia local o particular, etc. El mejor método es siempre de síntesis de ambos tipos, el deductivo y el inductivo. Se elabora una doctrina espiritual a partir de:

 

      - la figura del Buen Pastor y de los Apóstoles,

      - realidades misioneras,

      - iluminadas por el mensaje evangélico predicado por la Iglesia,

      - según el estilo de vida de los santos misioneros,

      - siguiendo líneas de espiritualidad y virtudes concretas,

      - en el contexto de carismas, instituciones o servicios misioneros,

      - con los medios comunes y peculiares de espiritualidad.

 

      Siguiendo estas líneas, un temario aproximativo podría ser el siguiente, siempre bajo una perspectiva vivencial:

 

      - fidelidad al Espíritu Santo, en la misión de Cristo confiada a los Apóstoles y según los planes salvíficos del Padre,

      - vocación misionera,

      - la comunidad apostólica,

      - las virtudes concretas que derivan de la caridad pastoral,

      - la oración  como experiencia cristiana de Dios,

      - el sentido y amor de Iglesia misterio, comunión y misión,

      - la figura de María como Tipo de la Iglesia misionera.[18]

 

      En todos estos temas, conviene distinguir (sin separar) si se trata de la persona del evangelizador o de la comunidad evangelizadora. La espiritualidad apunta a hacer disponible al apóstol y a la comunidad para la evangelización local y universal. Esta espiritualidad, personal y comunitaria, se basa en el seguimiento de Cristo que deriva de la misión.

 

      Hay que destacar algunos temas espirituales de actualidad:  la actitud relacional con Cristo que deriva de la vocación misionera, la experiencia cristiana de Dios, la actitud de bienaventuranzas  como cercanía a los pobres, la línea de inserción (inmanencia) como fruto de la trascendencia y esperanza, el misterio de la conversión desde la renovación personal y eclesial, la relación entre espiritualidad y acción apostólica, etc.

 

      Todos los temas doctrinales sobre la espiritualidad misionera giran en torno al tema fundamental de la fidelidad al Espíritu Santo, puesto que se trata de una misión vivida bajo su acción salvífica. Pentecostés es el punto de referencia de la Iglesia misionera en cada época, que quiere renovarse reuniéndose en cenáculo con María, en espíritu de oración, escucha de la palabra, celebración de la eucaristía, vida comunitaria, para cumplir con "audacia" y con la fuerza del Espíritu la acción evangelizadora (cf. Act 1,14; 2,42-47; 4,31-35).[19]

 

      Es el Espíritu Santo quien "infunde en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo" (AG 4). Por esto la espiritualidad misionera puede definirse como fidelidad al Espíritu Santo, que realiza en la Iglesia la misión confiada por Cristo (Jn 20,21-23). La unción y misión del Espíritu en Jesús abarca todo su ser, su vida y su acción apostólica: encarnación (Mt 1,18.20), bautismo (Jn 1,33-35), Nazaret (Lc 4,18), desierto (Mc 1,12; Lc 4,1), predicación (Lc 4,14), gozo de evangelizar (Lc 10,21), muerte redentora (Jn 7,37-39; 19,34), comunicación de la misión (Jn 20,21; Act 1,1-8). La fuerza y misión del Espíritu, que actuó en Jesús, es ahora la fuerza y misión de la Iglesia. Cada apóstol, como Pablo, se siente impulsado por el Espíritu y "prisionero" suyo (Rom 15,18; Act 20,22). La evangelización, como prolongación de la acción salvífica de Cristo, es eminentemente pneumatológica.[20]

 

      La "espiritualidad" del misionero consistirá, pues, en la fidelidad generosa al Espíritu Santo, que lleva al desierto (Lc 4,1), a la predicación y evangelización de los pobres (Lc 4,18), al gozo del misterio pascual (Lc 10,21). El discernimiento del Espíritu en la acción apostólica sigue estas mismas líneas bíblicas: oración, sacrificio, humildad, vida ordinaria de "Nazaret" (= "desierto"); amor preferencial por los que sufren, campos de caridad y servicio (= "pobres"), esperanza de confianza y tensión comprometida (= "gozo"). Se acierta en la acción evangelizadora cuando se traduce todo en donación. La capacidad de evangelizar a los pobres (Lc 4,18), dependerá del hecho de saber transformar las dificultades o desierto (Lc 4,1) en una nueva posibilidad de darse (Heb 9,14; Jn 19,34), como el Buen Pastor que "da la vida" según "el mandato del Padre" (Jn 10,17-18). Para ser "pan comido", como Cristo eucaristía, hay que pasar por la pobreza de Belén y por la desnudez de la cruz. Así se anuncia el misterio pascual con las palabras y con la propia vida.[21]

 

      La fidelidad al Espíritu Santo se traduce en relación personal con Dios como respuesta a su presencia, apertura a la luz de su palabra ysintonía con su acción santificadora y evangelizadora. Estos son los datos fundamentales de la promesa de Jesús sobre la venida del Espíritu Santo a los Apóstoles (cf. Jn 14,16; 15,25-27; 16,14; Act 1,1-8). La fidelidad es aceptación armoniosa de los dones permanentes y de las luces nuevas para responder a una nueva evangelización.

 

3. Niveles de la espiritualidad misionera

 

      Sólo con una gran sensibilidad espiritual es posible "escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, puede la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad" (GS 4).

 

      La toma de conciencia sobre la propia responsabilidad misionera en el momento actual, de parte de personas y de instituciones y comunidades, depende de una "profunda renovación interior" (AG 35), que se traduzca en decisiones y compromisos concretos. La renovación de los evangelizadores se traduce en una más ilusionada y tenaz acción evangelizadora. Para emprender una nueva evangelización, los apóstoles de hoy deben renovarse en su actitud relacional con Dios (contemplación), en su relación con los hermanos (comunión), en la capacidad de insertarse en el mundo (inserción), en la coherencia con el evangelio (autenticidad) y en el sentido de trascendencia (esperanza).

 

      Esta renovación espiritual, en el campo de la misión, es la espiritualidad misionera, que podría estudiarse en tres niveles: la espiritualidad de todo cristiano como responsable de la misión universal, la espiritualidad del apóstol "ad gentes" y la espiritualidad como lugar de encuentro con las otras religiones. Sólo con esta "espiritualidad", que es fidelidad al Espíritu Santo, el apóstol sabrá "transmitir a los demás su experiencia de Jesús" (RMi 24).

 

      A) Espiritualidad cristiana, espiritualidad misionera

 

      La dimensión misionera de la espiritualidad cristiana es fundamental. En efecto, la espiritualidad del apóstol, especialmente del que trabaja en el campo de la primera evangelización (misionero "ad gentes"), no es algo ornamental o añadido, sino que arranca de la misma realidad cristiana.

 

      Cualquier dato o realidad cristiana tiene dimensión misionera universal: la palabra revelada, Cristo Salvador, el don de la fe, el bautismo, la eucaristía, la naturaleza de la Iglesia, la oración, etc.

 

      La espiritualidad cristiana, como vivencia de estas realidades, es esencialmente misionera. El camino de la perfección cristiana es una apertura comprometida y progresiva a los planes salvíficos y universales de Dios Amor, que trascienden el espacio y el tiempo.[22]

 

      La peculiaridad de la religión y de la espiritualidad cristiana es precisamente la "iniciativa" de Dios. Es él quien, inesperadamente, se manifiesta por medio de su palabra (la "revelación") y, más concretamente, por medio de Jesús, el Verbo encarnado, la Palabra personal de Dios. Este misterio revelado es para toda la humanidad.

 

      Si la espiritualidad cristiana es una respuesta a la palabra de Dios, para vivir en Cristo la vida nueva del Espíritu Santo, necesariamente debe ser compromiso de comunicar esta palabra a todos los hermanos. La Iglesia mira siempre a "proponer la doctrina auténtica sobre la revelación y su transmisión, para que todo el mundo lo escuche y crea, creyendo espere, esperando ame" (DV 1).

 

      El cristiano que recibe y medita la palabra de Dios, se hace consciente de que los hombres han sido elegidos en Cristo desde toda la eternidad (cf. Ef 1,4) y que todo ha de ser "recapitulado en Cristo" (Ef 1,10). Quien medita el misterio de Cristo queda vocacionado para "iluminar a todos acerca de la dispensación del misterio oculto desde los siglos en Dios" (Ef 3,9).

 

      Cristo, Palabra personal del Padre, aparece siempre como "Salvador del mundo" (Jn 6,42), "para la vida del mundo" (Jn 6,51). Jesús es el "Salvador de todos los hombres" (1Tim 4,10; cf. Tit 2,1), como expresa su nombre, que es, al mismo tiempo, su razón de ser (cf. Mt 1,21). Si la espiritualidad cristiana es seguimiento de Cristo, imitación, unión y configuración con él, ello significa que incluye necesariamente la sintonía con sus planes de salvación: "venid a mí todos" (Mt 11,28), "tengo otras ovejas" (Jn 10,16). La verdadera vida en Cristo, como espiritualidad cristiana, no puede desentenderse del hecho de que "Cristo murió por todos" (2Cor 5,15).

 

      La salvación en Cristo no se ciñe a una época, a una cultura o a un sector geográfico. El mensaje cristiano de salvación se injerta vivencialmente en el creyente para ser comunicado a todos: "Lo que ha sido predicado una vez por el Señor, o lo que en él se ha obrado para salvación del género humano, debe ser proclamado y difundido hasta los últimos confines de la tierra, comenzando por Jerusalén, de suerte que lo que una vez se obró para todos en orden a la salvación, alcance su efecto en todos en el curso de los tiempos" (AG 3).

 

      La fe acoge la palabra de Dios y el misterio de Cristo tal como es. Por esto se hace "apertura del corazón humano ante el don: ante la autocomunicación de Dios por el Espíritu Santo" (DeV 51). Para agradecer este don hay que disponerse a ser instrumento a fin de que otros lo reciban: "La Iglesia anuncia al que da la vida y coopera con él a dar la vida" (ibídem 58). "¡La fe se fortalece dándola!" (RMi 2).

 

      La gratitud por el don de la fe recuerda a todos los creyentes que la vocación cristiana es vocación a la santidad y al apostolado. Cuanto más se viva la fe cristiana, más claramente se sentirá la llamada a comunicarla a todos los redimidos. "La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión... La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos... Es necesario suscitar un nuevo 'anhelo de santidad' entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana" (RMi 90).

 

      La aceptación vivencial y comprometida de la fe suscitará apóstoles que se dediquen a colaborar en la extensión del Reino ya en la tierra, como preparación del Reino definitivo, donde "Dios será todo en todos" (1Cor 15,28). La gratitud por comunicar la fe se expresará en términos teológicos diversos según las épocas: propagar la fe, plantar la Iglesia, extender el Reino, etc. Para el que vive de la fe, todas estas expresiones equivalen a ser fiel al mandato misionero de Cristo (cf. Mt 28,19-20). No se trata de un mandato "jurídico", sino de un hecho de gracia: "La misión de la Iglesia se cumple por la operación con la que, obediente al mandato de Cristo y movida por la gracia y la caridad del Espíritu Santo, se hace presente en acto pleno a todos los hombres o pueblos, para llevarlos, con el ejemplo de su vida y la predicación, con los sacramentos y los demás medios de gracia, a la fe, la libertad y la paz de Cristo, de suerte que se les descubra el camino libre y seguro para participar plenamente en el misterio de Cristo" (AG 5).

 

      A partir del bautismo, como configuración con Cristo, el cristiano comienza un camino de vida nueva, que es de santidad y de apostolado: "Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia" (LG 11).

 

      La vida cristiana se centra en la eucaristía, como presencialización del misterio pascual; participar en el sacrificio y sacramento eucarístico equivale a insertarse en el dinamismo misionero de la Iglesia, puesto que "la eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la evangelización" (PO 5; cf. LG 11; SC 10).[23]

 

      Ser Iglesia es participar en su naturaleza misionera, puesto que "ella existe para evangelizar" (EN 14). La espiritualidad cristiana es auténtica cuando es espiritualidad de Iglesia. Cuanto más se vive la espiritualidad cristiana, tanto más uno se adentra en el misterio trinitario, que se refleja en la realidad de una Iglesia misterio, comunión y misión: "La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre" (AG 2).[24]

 

      Todo cristiano recibe la vida nueva del Espíritu Santo, que le hace decir "Padre" con la voz y el amor de Cristo. La oración cristiana del "Padre nuestro" tiende, por su misma naturaleza, a ser oración de toda la humanidad (cf. AG 7). El camino de la oración, como camino de perfección, lleva a la unión con Cristo que es el "Salvador de todos los hombres" (1Tim 4,10). La oración y la perfección cristiana se hacen sintonía con la oración y los deseos de Cristo: "Padre, que te conozcan a ti, como único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (Jn 17,3).

 

      B) Espiritualidad del apóstol "ad gentes"

 

      La espiritualidad misionera consiste especialmente en la vivencia, la fidelidad, la generosidad la disponibilidad que corresponde al apóstol o evangelizador. Cabe todavía distinguir entre el apóstol en general y aquel apóstol que e enviado a realizar la primera evangelización ("implantar la Iglesia", misión "ad gentes"). A este último se le acostumbra a llamar "misionero".

 

      La espiritualidad del apóstol está relacionada con la misión o envío y con la acción evangelizadora. Su espiritualidad es "misionera" precisamente porque es actitud fiel y generosa de "ejercer sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13). Esta espiritualidad no es dicotomía entre vida interior y acción, sino "unidad de vida", que sigue el ejemplo de Cristo, tanto en la oración como en la acción. La caridad de Buen Pastor ayuda a reducir a unidad su vida y su acción apostólica, encontrando tiempo para poner en práctica los medios de vida espiritual y de apostolado.[25]

 

      La espiritualidad misionera sabe encontrar el punto de equilibrio entre las tensiones que se originan en la vida apostólica: servicio y consagración, cercanía (inmanencia) y trascendencia, acción externa y vida interior, institución y carismas, etc. Puesto que "la caridad es como el alma de todo apostolado" (LG 33), la armonía entre la vida interior y el apostolado se origina en la vida teologal: "el apostolado se ejercita en la fe, en la esperanza y en la caridad que el Espíritu Santo difunde en el corazón de todos los hijos de la Iglesia" (AA 3).

 

      La vida espiritual del apóstol consiste en la unión con el Señor; por esto, "la fecundidad del apostolado depende de la unión vital con Cristo" (AA 4). Los medios de vida espiritual para el apóstol son los medios comunes a todo cristiano, pero, de modo especial, la misma vida apostólica como prolongación vivencial de la palabra, del sacrificio, de la acción salvífica y pastoral de Cristo. Precisamente esta espiritualidad armónica del apóstol es la que mejor ayudará a descubrir el universalismo de la misión. Entonces la espiritualidad es verdaderamente misionera.

 

      La espiritualidad del "misionero" es fundamentalmente la misma que corresponde a todo evangelizador, pero con matices especiales, que tienen su punto de partida en la vocación específica. Cada vocación tiene sus "carismas" o gracias especiales, que reclaman una actitud espiritual de respuesta fiel y generosa. La espiritualidad del misionero es, pues, espiritualidad de dedicación al primer anuncio el evangelio, para implantar los signos permanentes de la evangelización en aquellas comunidades donde la Iglesia todavía no puede considerarse suficientemente implantada. Es la espiritualidad que corresponde a la misión universalista "ad gentes": la dedicación permanente al anuncio del evangelio a todos los pueblos.

 

      Esta espiritualidad se concreta en "actitudes interiores" (EN 74), que se convierten en estilo de vida evangélica ante las situaciones misioneras. El concilio Vaticano II señala unas líneas y virtudes concretas: respuesta generosa a la llamada, dedicación o vinculación a la obra evangelizadora, fortaleza ante las dificultades de la primera evangelización, confianza y audacia en el anuncio del evangelio, vida realmente evangélica, testimonio hasta el "martirio", gozo en la tribulación, obediencia eclesial, renovación constante... (cf. AG 24-25).

 

      Los Apóstoles vivieron la misión como actitud relacional con Cristo presente en la Iglesia. Es Cristo que envía a la acción evangelizadora y es él mismo que ahí espera al apóstol. Por esto él sigue siendo "el principio y centro permanente de la misión" (RH 11). El apóstol vive en Cristo y de su presencia (Gal 2,20; Fil 1,21; Act 18,9), sólo predica a Cristo (2Cor 4,5) sintiéndose urgido por su amor (2Cor 5,14) y fortalecido con su asistencia (Fil 4,13). Entonces el sufrimiento se convierte en cruz y, a veces, en martirio, como "complemento" de los sufrimientos de Cristo (Col 1,24). El objetivo de la misión ya queda definitivamente claro: "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). A partir de esta actitud relacional, sabiéndose profundamente amado por Cristo, ya es posible dedicar la vida a amarle del todo (2Cor 12,15)y a hacerle amar de todos. El apóstol queda, pues, "segregado para el evangelio" (Rom 1,1) y se hace "todo para todos" (Rom 1,14; 1Cor 9,22). Su vida ya no tiene sentido al margen de Cristo.

 

      Siempre se ha considerado el martirio como indispensable para el primer anuncio evangélico y, de modo especial, para la implantación de la Iglesia. "El hecho del martirio cristiano siempre ha acompañado y acompaña la vida de la Iglesia" (VS 90).

Habrá que distinguir entre el martirio de sangre y el de una vida sacrificada ocultamente. Pero siempre quedará en pie su valor de "signo" radical que acompaña necesariamente al mensaje predicado: "dar el supremo testimonio de amor, especialmente ante los perseguidores" (LG 42).[26]

 

      La actitud relacional con Cristo se hace encuentro comprometido con todos los hermanos, especialmente con los más pobres, con los que no le conocen ni le aman. La misión sólo se puede vivir "injertados" vivencialmente en el misterio pascual de Cristo, muerto y resucitado (Rom 6,5). El concilio Vaticano II describe así la fisonomía espiritual del misionero: "Lleno de fe viva y de esperanza firme, sea el misionero hombre de oración; inflámese en espíritu de fortaleza, de amor y de templanza; aprenda a contentarse con lo que tiene; lleve en sí mismo con espíritu de sacrificio la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús obre en aquellos a los que es enviado; llevado del celo por las almas, gástelo todo y sacrifíquese a sí mismo por ellas, de forma que crezca en amor de Dios y del prójimo con el cumplimiento diario de su ministerio. Obedeciendo así con Cristo a la voluntad del Padre, continuará la misión de Jesús bajo la autoridad jerárquica de la Iglesia y cooperará al misterio de salvación" (AG 25).

 

       Las situaciones especiales de países y sectores poco evangelizados (o descristianizados) reclaman una profunda espiritualidad en el apóstol. Los problemas actuales de pastoral requieren actitudes de autenticidad. Sólo con una rica espiritualidad sabrá el apóstol encontrar el equilibrio necesario en el proceso de inculturación, de maduración de la Iglesia local, de presentación del evangelio en una época de cambio.

 

      C) Espiritualidad y contemplación cristiana en relación con la espiritualidad no cristiana

 

      El fenómeno tal vez más llamativo de estos últimos tiempos, al comienzo de un tercer milenio de cristianismo, es el encuentro de las religiones no cristianas con el evangelio, como cuestionamiento sobre la "experiencia de Dios". Esas religiones, que ya han emprendido un "camino" ("método", rito, yoga, zen...) hacia el único y mismo Dios, se encuentran con el misterio del Absoluto, que escapa a toda experiencia y consideración humana. De ahí que pregunten al cristianismo, a los santos del pasado y a los evangelizadores y creyentes de hoy, si existe "otra" experiencia peculiar de Dios.[27]

 

      Este fenómeno es parecido al que se encuentra en la sociedad "secularizada", que pregunta sobre el "silencio" y la "ausencia" de Dios: "Paradójicamente, el mundo, que, a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios, lo busca sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible" (EN 76).

 

      La encíclica Redemptoris Missio presenta este problema como una "nuevo areópago": "Nuestro tiempo es dramático y, al mismo tiempo, fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de ir detrás de la prosperidad material y de sumergirse cada vez más en el materialismo consumístico, por otro, manifiestan la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración... se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización. Este fenómeno así llamado del 'retorno religioso' no carece de ambigüedad, pero también encierra una invitación. La Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la humanidad: en Cristo, que se proclama 'el Camino, la Verdad y la Vida' (Jn 14,6). Es la vía cristiana para el encuentro con Dios para la oración, la ascesis, el descubriendo del sentido de la vida. También es un areópago que hay que evangelizar" (RMi 38).

 

      Ante esta realidad, que tal vez es el desafío más profundo que ha tenido la Iglesia misionera en dos milenios, el evangelizador no puede contestar con simples teorías, ni tampoco "cristianizando" algunos métodos de interiorización. La respuesta sólo cabe desde dentro del cristianismo, es decir, desde el encuentro personal e insustituible con Cristo resucitado y con Dios Amor. La experiencia de este encuentro se expresa en una actitud de caridad según el sermón de la montaña y el mandato del amor: "El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, desapego de sí mismo y renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda" (EN 76).

 

      En este contexto se puede comprender mejor la urgencia del testimonio contemplativo por parte de los apóstoles: "El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular, las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero ha de ser un contemplativo en la acción. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: 'Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos' (1Jn 1,1-3)" (RMi 91).

 

      El "camino" de la oración, como camino relacional del hombre hacia Dios, es similar en todas las religiones (búsqueda del Absoluto, purificación, etapas, medio...), como una marcha hacia el "centro" de la vida, hacia la unificación del "corazón", hacia la armonía cósmica y hacia la fraternidad universal. ¿Cuál es la originalidad del cristianismo en esta búsqueda auténtica de Dios?

 

      Querer responder a esta pregunta trascendental con una síntesis teórica "mejor" o con una metodología psicológica "más perfecta", sería dejar el problema sin solución. Porque el cristianismo sólo puede responder a esas llamadas, que dejan entender una "preparación evangélica", a la luz del Misterio de Cristo: el Verbo encarnado, redentor, resucitado, presente en la Iglesia. "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22).[28]

 

      La especificidad u originalidad del cristianismo consiste en esa "irrupción" de Dios en la historia de la humanidad y de cada uno, a modo de llamada inesperada o insospechada: revelación, encarnación, redención... en Cristo. Así se ha manifestado Dios Amor. El hombre, en su búsqueda de Dios, se siente llamado y amado "más allá" de sus esperanzas y búsquedas: "El nos ha amado primero" (1Jn 4,19). "Cristo, en la misma revelación del Padre y de su amor, manifiesta el hombre al propio hombre... Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba!, ¡Padre!" (GS 22).

 

      La experiencia espiritual del misionero cristiano consiste en haber descubierto (como respuesta a la gracia y al don de Dios) que donde parece que hay "silencio de Dios", allí está el Verbo encarnado; y que donde parece haber "ausencia de Dios", allí está el "Emmanuel", Dios con nosotros, Cristo resucitado presente. De esta fe vivencial, alimentada en el diálogo frecuente con Cristo (en su palabra y en su eucaristía), nacen los gestos evangélicos del sermón de la montaña y del mandato del amor.

 

      La espiritualidad cristiana se convierte, pues, en un hecho privilegiado de evangelización, en cuanto que debe colorear el concepto de misión (teología) y su aplicación metodológica (pastoral). El evangelizador debe presentar, a través de sus gestos de vida, su experiencia de Dios Amor (revelado en Cristo), su experiencia de diálogo con Dios ("Padre nuestro"), su actitud de gozo pascual (esperanza) y su experiencia de las bienaventuranzas (hacer de la vida una donación).

 

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      Síntesis teológica y pastoral de la evangelización. Naturaleza de la espiritualidad misionera. Principios y líneas básicas. Actitudes concrtas. Fidelidad al Espíritu Santo. Oración y evangelización. Vocación misionera. María en la maternidad de la Iglesia. Animación misionera.

 

- La espiritualidad misionera, en: Misión para el tercer milenio, Curso básico de Misionología (Bogotá, PUM 1992) 188-208.

 

- Teologia della evangelizzazione, Spiritualità missionaria (Roma, Pontificia Università Urbaniana 1992).

      Naturaleza y características de la evangelización. Significado y dimensiones de la espiritualidad misionera. Espiritualidad eclesial. Vocación formación misionera. Fidelidad a la misión del Espíritu. Actitudes concretas de "vida apostólica". Oración. Profetismo. Animación misionera. María en la misión de la Iglesia.

 

- Spiritualità, vocazione e formazione missionaria, en: AA.VV., Chiesa e missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1990) 199-225.

 

- Lo spirito dell'evangelizzazione, en: AA.VV., L'Annuncio del Vangelo oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1977) 477-497.

 

A. FEUILLET, La mission de l'amour divin dans la théologie johannique (Paris, Gabalda 1972).

 

S. GALILEA, Espiritualidad de la evangelización, según las bienaventuranzas (Bogotá, CLAR 1980)

 

L. GARDET, Experiencias místicas en tierras no cristianas (Madrid, Studium 1970).

 

W. GARDINI, Pablo, un cristiano sin fronteras (Buenos Aires, Paulinas 1979).

 

C. GIACOVELLI, La spiritualità missionaria (Roma, PP.OO.MM. 1993).

 

T. GOFFI, Spiritualità missionaria, en: La spiritualità contemporanea (XX secolo), Storia della spiritualità (Bologna, Dehoniane 1987) 191-206.

 

J. GOITIA, Bajo la fuerza del Espíritu (Bilbao, Mensajero 1974).

 

L.J. LEBRET, Dimensiones de la caridad (Barcelona, Herder 1961).

 

J. LOEWE, Perfil del apóstol de hoy (Estella, Verbo Divino 1966).

 

J. LOPEZ GAY, Spiritualità della missione, en: La missione del Redentore (Leumann-Torino, LDC 1992) 275-285.

     

A. MAGNANTE, Líneas de reflexión bíblica sobre el tema de la misión en San Pablo: Omnis Terra n.240 (1994) 189-196.

 

P. MOLINARI, S. SPINSANTI, Mártir, en: Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Paulinas 1985) 869-880.

 

J. MONCHAMIN, Théologie et spiritualité missionnaire (Paris, Beauchesne 1985).

 

TH. MOOREN, Theology at the crossroads: the case of missionary spirituality: Neue Zeitschrift für Missionswissenschaft 45 (Immensee 1989) 1-16.

 

K. MÜLLER, Les missionnaires II. La spiritualité missionnaire, en: Vatican II, L'Activité missionnaire de l'Église (Paris, Cerf 1967) 338-347.

 

T. NIETO, Raíces bíblicas de la misión y del martirio: Misiones Extranjeras n.127 (1992) 5-15.

 

C. NOCE, Il martirio, annuncio e testimonianza di fede nella letteratura martiriale, en: Portare Cristo all'uomo (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985) II 769-788.

 

J. OMAECHEVARRIA, La caridad en la teología misionera: Missionalia Hispanica 7 (1951) 525-589.

 

* A. PARDILLA, La figura bíblica del apóstol (Roma, Claretianum 1982).

      La figura del "apóstol" antes de Jesús (A.T. y el Bautista). Jesús, Apóstol del Padre (actitudes espirituales). La figura del apóstol con Jesús y después de él: los Doce y Pablo.

 

G. PASINI, La carità, dimensione essenziale della missione della Chiesa: Lateranum 51 (1985) 41-59.

 

A. PEÑAMARIA, El designio salvador del Padre, presupuestos teológicos de espiritualidad misionera: Estudios Trinitarios 17 (1983) 407-425.

 

Y. RAGUIN, Espíritu, hombre, mundo (Madrid, Narcea 1976).

 

A. RETIF, La mission, éléments de théologie et spiritualité missionnaire (Tours 1963).

 

G. RODRIGUEZ MELGAREJO, ¿Una mística de la evangelización?: Teología 24 (Bs. Aires, 1987) 59-93.

 

G. SOLDATI, I grandi missionari (Bologna, EMI 1985.

 

ST. VIRGULIN  Cristo al centro della missione di Paolo: Riv. di Vita Spirituale 40 (1986) 378-397.

 

K. WOJTYLA, La evangelización y el hombre interior: Scripta Theologica 11 (1979) 39-57.

 

P. XARDEL, La flamme qui dévore le berger (Paris, Cerf 1969).

 

F. ZALBA, Espiritualidad misionera: Rev. Teológica Limense 18 (1984) 371-382.

 

M. ZOVKIC, Conversio et renovatio Ecclesiae tamquam conditio et sequela evangelizationis: Bogoslacka Smotra 45 (1975) 221-234.

 

 

Nota: Ver otras fichas bibliográficas en este mismo capítulo: espiritualidad actual y manuales de espiritualidad (notas 1-2,4); Palabra de Dios (nota 5); espiritualidad misionera (notas 6-7,12); Evangelii nuntiandi (nota 9); Redemptoris Missio (nota 10); renovación eclesial (nota 11); caridad pastoral (nota 13); figuras misioneras (nota 14); historia misional (nota 15); fundadores (nota 17); Espíritu Santo (nota 21); Eucaristía y misión (nota 23); Pablo (nota 25); martirio y cruz (nota 26); oración contemplativa (nota 27-28).



    [1]Es relativamente frecuente la celebración de semanas o congresos para estudiar la relación entre la espiritualidad y la misión: Espiritualidad y misión (Roma, CIAM 1980); Spiritualità della missione (Roma, Teresianum 1986. Ver algunos estudios en colaboración: AA.VV., Lecciones de espiritualidad misionera (Buenos ires, Edit. Claretiana 1984; AA.VV., Asian Christian spirituality. Reclaiming traditions (Orbis Books, Maryknoll 1992); AA.VV., Spiritual Masters: Studia Missionalia 36 (1987); AA.VV., The spiritual life of the missionary, en: A new missionary  era (Knock Congress 1979) sec. 3; AA.VV., Apostolic mission today: The Way (1976) supl. n. 28, pp. 3-91.

    [2]Los manuales de espiritualidad ofrecen este aspecto "vivencial" y "afectivo" de la teología, pero pocas veces indican su relación con la misión de la Iglesia. Ver: J. AUMANN, Spiritual theology (London, Sheed and Ward 1980); CH.A. BERNARD, Compendio di Teologia Spirituale, Roma, Paoline 1989; L. BOUYER, Introducción a la vida espiritual (Barcelona, Herder 1965); L. COGNET, Introduction à la vie chrétienne (Paris, Cerf 1967); J. ESQUERDA BIFET, Caminar en el amor, dinamismo de la vida espiritual (Madrid, Sociedad Educación Atenas 1989); PH. FERLAY, Compendio de la vida espiritual (Valencia, EDICEP 1990); S. GAMARRA, Teología espiritual (Madrid, BAC 1994); J. GARRIDO, Una espiritualidad para hoy (Madrid, Paulinas 1988); R. GARRIGOU LAGRANGE, Las tres edades de la vida interior (Madrid, Palabra 1980); T. GOFFI, L'esperienza spirituale oggi (Brescia, Queriniana 1984); I. HAUSHERR, La perfección del cristiano (Bilbao, Mensajero 1971); D.M. HOFMANN, Maturing the Spirit (Boston, St. Paul Edit. 1970); F. JUBERIAS, La divinización del hombre (Madrid, Coculsa 1972); J. RIVERA, J.M. IRABURU, Síntesis de espiritualidad católica (Pamplona, Fund. Gratis Date 1988); A. ROYO MARIN, Teología de la perfección cristiana (Salamanca, Sígueme 1968); F. RUIZ, Caminos del Espíritu, compendio de teología espiritual (Madrid, EDE 1988); B. SECONDIN, T. GOFFI (ed.), Corso di Spiritualità (Brescia, Queriniana 1989); T. SPIDLIK, Manuale fondamentale di spiritualità Casale Monferrato, PIEMME 1993); G. THILS, Existencia y santidad en Jesucristo (Paris, Beauschesne 1982); C.V. THRULAR, Concetti fondamentali della teologia spirituale (Brescia 1971); A. VAN KAAM, In search of spiritual identity (Denville, New Jersey, Dimension Books 1975); J. WEISMAYER, La vita cristiana in pienezza (Bologna, Dehoniane 1989); J. ZARAGUETA. Espiritualidad cristiana (Madrid, Espasa Calpe 1976).

    [3]  Santo Tomás indica este principio orientativo de toda la vida moral: "ordo amoris" (I-II, q.62, a.2). La encíclica Veritatis Splendor indica también esta línea de la verdad de la donación: 20. "Jesús pide que le sigan y le imiten en el camino del amor, de un amor que se da totalmente a los hermanos por amor de Dios... que se inserte en el movimiento de su donación total, que imite y reviva el mismo amor del Maestro bueno, de aquél que ha amado hasta el extremo" (VS 20).

    [4]Las misionologías actuales comienzan a incluir el tema de la espiritualidad misionera, o al menos algunos puntos concretos (vocación, oración...). Ver: AA.VV., Misión para el tercer milenio (Roma, PUM 1992) cap. IX (espiritualidad misionera); AA.VV, La misionología hoy (Estella, Verbo Divino 1987) III, 21 (espiritualidad misionera); L.A. CASTRO, Gusto por la misión (Bogotá, CELAM 1994); A. SEUMOIS, Teologia Missionaria (Bologna, EDB 1993) cap. V, sec. 9 (cooperación, oración); A. WOLANIN, Teologia della missione (Casale Montferrato, PIEMME 1989) cap. VI (vocación). Existen ya análisis sobre algunos puntos concretos, especialmente en artículos de revistas especializados. Pero también se han publicado algunas síntesis, que citaremos en las notas siguientes.

    [5]La palabra evangélica urge tanto a la contemplación como a la misión. G. AUZOU, La Parole de Dieu (Paris, Edit. de l'Orante 1963); J. ESQUERDA BIFET, Profetismo cristiano, profetismo misionero (Barcelona, Balmes 1986); Idem, Meditar en el corazón (Barcelona, Balmes 1987); V. MANNUCI, Bibbia come parola di Dio (Brescia, Queriniana 1984); O. SEMMELROTH, La palabra eficaz. Para una teología de la predicación (San Sebastián, 1967). Ver comentarios a la Constitución conciliar "Dei Verbum", del Vaticano II. Ver otros estudios en el cap. VII 2 A.

    [6]Aunque era poco usada, la expresión "espiritualidad misionera" es anterior al concilio Vaticano II. Se encuentra ya usada en: G.B. TRAGELLA, Per una spiritualità missionaria (Roma 1948); C. CARMINATI, Il problema missionaria (Roma 1941) cap. V: "Spiritualità missionaria"; AA.VV., Espiritualidad misionera (Burgos, VI Semana Misionológica) 1954; A. RETIF, La mission, éléments de théologie et spiritualité missionnaire (Tours 1963).

    [7]Los comentarios al decreto conciliar "Ad Gentes" aportan algunos datos sobre la espiritualidad misionera cuando explican la vocación misionera o la figura del misionero: J. ESQUERDA BIFET, Spiritualità, vocazione e formazione missionaria, en: AA.VV., Chiesa e missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1990) 199-225; L.J. LECUONA, La vocación misionera, en: AA.VV., Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia: Misiones Extranjeras 13 (1966) 331-341; K. MÜLLER, Les missionnaires (n. 13 à 27), en: Vatican II, L'activité missionnaire de l'Église (Paris, Cerf 1967) 333-361.

    [8]  El tema de la "gloria de Dios" ha sido poco estudiado en relación con la misión. Pueden verse los comentarios a AG 4-6 y LG 2-4. Ver: M.J. LE GUILLOU, Dieu de la gloire, Dieu de la croix, en: Evangelizzazione e Ateismo (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1981) 165-181; A. PEÑAMARIA, El designio salvador del Padre, presupuestos teológicos de espiritualidad misionera: Estudios Trinitarios 17 (1983) 407-425.

    [9]La Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi ha sido estudiada bajo diversos aspectos: teológicos, pastorales, espirituales. Ver estudios citados en el capítulo II n.4. Sobre la espiritualidad misionera en el documento postsinodal: J. ESQUERDA BIFET, Dimensione spirituale dell'evangelizzazione, en: AA.VV., Esortazione Apostolica "Evangelii Nuntiandi", Commento sotto l'aspetto teologico, ascetico e pastorale (Roma, Congregazione per l'Evangelizzazione dei Popoli 1976) 115-128; Idem, Lo spirito dell'evangelizzazione, en: AA.VV., L'Annuncio del Vangelo oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1977) 477-497.

    [10]Los comentarios globales a Redemptoris Missio han hecho resaltar el capítulo VIII (espiritualidad misionera): AA.VV., Haced discípulos a todas las gentes, Comentario y texto de la encíclica "Redemptoris Missio" (Valencia, EDICEP 1991); AA.VV., Cristo, Chiesa, Missione, commento all'enciclica "Redemptoris Missio" (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1992); AA.VV., Redemptoris Missio, Riflessioni (Roma, Pontificia Università Urbaniana 1991); AA.VV., Redemptoris Missio, points de vue, évolutions, perspectives: Spiritus 33 (1992) 143-232; AA.VV., La missione del Redentore (Leumann, Torino, LDC 1992).

    [11]Sobre la renovación eclesial en vistas a la evangelización actual, ver: J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial y espiritualidad misionera para una nueva evangelización: Seminarium 31 (1991) n.1, 135-147.

    [12]Además de los estudios de cojunto (semanas, congresos, etc.) y de los comentarios a Ad Gentes y Redemptoris Missio, citados anteriormente, ver algunas síntesis actuales sobre la espiritualidad misionera: A. AUBERT, Théologie missionnaire et spiritualité missionnaire: Collectanea Mechiliniensis (1974) 424-432; E. BAREA, Espiritualidad y misión evangelizadora: Confer 22 (1983) 225-274; J. BAUMGARTNER, Missionarische Spiritualität in Wandel: Neu Zeitsch. System. Theolog. 32 (1976) 293-314; A. BELLAGAMBA, A Spirituality for mission: African Christian Studies 1 (1983) 13-30; H. BÜRKLE, Missionarische Spiritualität als Anwort auf Grunderfahrungen in den Religionen: Geist und Leben 48 (1975) 431-443; L.A. CASTRO, Espiritualidad misionera (Bogotá, Paulinas) 1993; M. COLLINS REILLY, Spirituality for mission (Manila, Loyola Univ. 1976); G. COURTOIS, Esprit chrétien, esprit missionnaire (Paris, Fleurus 1966); A. DAGNINO, Ditelo nella luce, spiritualità dell'apostolo (Roma, Paroline 1983); J. DAO DINH DUC, Spiritualità missionaria, en: Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Urbaniana Univ. Press 1992) 381-397; J. DOPFNER, Der spirituel Aspeckt der Evangelisation: Priester und Mission (1974) 77-87; J. ESQUERDA BIFET, La espiritualidad misionera, en: Misión para el tercer milenio, Curso básico de Misionología (Bogotá, PUM 1992) 188-208; Idem, Teologia della evangelizzazione, Spiritualità missionaria (Roma, Pontificia Università Urbaniana 1992); Idem, Espiritualidad misionera (Madrid, BAC 1982); S. GALILEA, Espiritualidad de la evangelización, según las bienaventuranzas (Bogotá, CLAR 1980); T. GOFFI, Spiritualità missionaria, en: La spiritualità contemporanea (XX secolo), Storia della spiritualità (Bologna, Dehoniane 1987) 191-206; J. LOPEZ GAY, Spiritualità della missione, en: La missione del Redentore (Leumann-Torino, LDC 1992) 275-285; J. MONCHAMIN. Théologie et spiritualité missionnaire (Paris, Beauchesne 1985); TH. MOOREN, Theology at the crossroads: the case of missionary spirituality: Neue Zeitschrift für Missionswissenschaft 45 (Immensee 1989) 1-16; K. MÜLLER, Les missionnaires II. La spiritualité missionnaire, en: Vatican II, L'Activité missionnaire de l'Église (Paris, Cerf 1967) 338-347; A. PEÑAMARIA, El designio salvador del Padre, presupuestos teológicos de espiritualidad misionera: Estudios Trinitarios 17 (1983) 407-425; Y. RAGUIN, Espíritu, hombre, mundo (Madrid, Narcea 1976); G. RODRIGUEZ MELGAREJO, ¿Una mística de la evangelización?: Teología 24 (Bs. Aires, 1987) 59-93; K. WOJTYLA, La evangelización y el hombre interior: Scripta Theologica 11 (1979) 39-57; F. ZALBA, Espiritualidad misionera: Rev. Telógica Limense 18 (1984) 371-382.

    [13]Ver el tema de Cristo Buen Pastor en el capítulo I n.2 de nuestro estudio. La caridad pastoral, que es participación en la caridad de Cristo Buen Pastor, indica el dinamismo de la misión y la vivencia más profunda del apóstol (2Cor 5,14). Ver: J. DUPONT, Le discours de Milet, testament pastoral de Saint Paul (Paris, Cerf 1962); A. FEUILLET, La mission de l'amour divin dans la théologie johannique (Paris, Gabalda 1972); J. LAFRANCE, Mi vocación es el amor (Madrid, Espiritualidad 1985); L.J. LEBRET, Dimensiones de la caridad (Barcelona, Herder 1961); J. LOEWE, Perfil del apóstol de hoy (Estella, Verbo Divino 1966); ST. LYONNET, El amor, plenitud de la ley (Salamanca, Sígueme 1981); J. OMAECHEVARRIA, La caridad en la teología misionera: Missionalia Hispanica 7 (1951) 525-589; G. PASINI, La carità, dimensione essenziale della missione della Chiesa: Lateranum 51 (1985) 41-59; M. PEINADO, Solicitud pastoral (Barcelona, Flors 1967); P. XARDEL, La flamme qui dévore le berger (Paris, Cerf 1969.

    [14]Las figuras misioneras son siempre fuente inspiradora de espiritualidad misionera. AA.VV., Testigos de la fe en América Latina (Buenos Aires y Estella, Verbo Divino 1986); P. CHIOCCHETTA, I grandi testimoni del Vangelo. Pagine di spiritualità missionaria (Roma, Città Nuova 1992; G.M. MEDICA, Grandi catechisti (Leumann, LDC 1989); E. PIZZARIELLO, Amigos de Dios y de los hombres (Buenos Aires, Claretiana) 1984; G. SOLDATI, I grandi missionari (Bologna, EMI 1985.

    [15]Cada época histórica tiene su estilo misionero específico. Ver: M. COLLINS REILLY, Spirituality for mission (New York, Orbis Book 1978). Ver resumen histórico valorado en nuestro estudio: cap. II n.3 A.

    [16]Ver el resumen de la espiritualidad misionera según los documentos conciliares y postconciliares, en este mismo capítulo, n.1 C. La doctrina misionológica del magisterio (con bibliografía actual), la hemos resumido en el capítulo II n.4.

    [17]AA.VV., Spirito del Signore e libertà, Figure e momenti della spiritualità (Brescia, Morcelliana 1982); F. CIARDI, Los fundadores hombres del Espíritu (Madrid, Paulinas 1983); A. ROMANO, I fondatori, profezia della storia (Milano, 1989).

    [18]Sobre cada uno de estos temas, ver síntesis doctrinal y bibliografía en los estudios citados en las notas 2 (manuales de espiritualidad) y 12 (estudios sobre espiritualidad misionera). En la presente publicación, estudiamos ampliamente algunos de estos temas: Espíritu Santo (cap. V), Iglesia (cap. VI), comunidad (cap. VII, n.3), caridad del Buen Pastor (cap. I, n.2), vocación misionera (cap. XI), María en la misión de la Iglesia (cap. XII). El tema de la oración, además de su relación con la cooperación misionera (cap. IX, n.2 A), lo presentamos en su dimensión contemplativa (en el presente capítulo, n.3 C).

    [19]El magisterio postconciliar ha acentuado esta dimensión pneumatológica en Cenáculo con María: "Fue en Pentecostés cuando empezaron los 'hechos de los Apóstoles', del mismo modo que Cristo fue concebido cuando el Espíritu Santo vino sobre la Virgen María, y Cristo fue impulsado a la obra de su ministerio cuando el mismo Espíritu Santo descendió sobre él mientras oraba" (AG 4; cf. LG 59; EN 82; RH 82).

    [20]Ver la dimensión pneumatológica de la misión en el capítulo V de nuestro estudio. En el n. 3 de ese capítulo se ha hablado del discernimiento y de la fidelidad del apóstol al Espíritu Santo.

    [21]Además de los estudios citados en el capítulo V (dimensión pneumatológica de la misión), ver: AA.VV., El Espíritu Santo, luz y fuerza de Cristo en la misión de la Iglesia (Burgos 1980; J. CASTELLANO, La missione nel dinamismo dello Spirito Santo, en: Spiritualità della missione (Roma, Teresianum 1986) 79-100; Y.M. CONGAR, Je crois en l'Esprit Saint (Paris, Cerf 1979); J. ESQUERDA BIFET, Agua viva, Discernimiento y fidelidad al Espíritu Santo (Barcelona, Balmes 1985); J. GOITIA, Bajo la fuerza del Espíritu (Bilbao, Mensajero 1974); J. LOPEZ GAY, La actividad misionera, exigencia de la vida que Cristo infunde en su Cuerpo por el Espíritu Santo: Estudios de Misionología 2 (Burgos 1977) 157-184; Idem, El Espíritu Santo protagonista de la misión, en: Haced discípulos a todas las gentes (Valencia, EDICEP 1991, 163-181; D. MUÑOZ LEON, Cristo, ungido por el Espíritu, Misionero del Padre, en: El Espíritu, luz y fuerza en la misión de la Iglesia (Burgos, 1980) 65-80; Y. RAGUIN, Espíritu, hombre, mundo (Madrid, Narcea 1976); E. SCHWEIZER, El Espíritu Santo (Salamanca, Sígueme, 1984).

    [22]No es frecuente encontrar en los manuales de espiritualidad el enfoque hacia la misión. Pero los estudios actuales sobre la espiritualidad cristiana van adquiriendo cada vez más la dimensión misionera. AA.VV., La spiritualità della missione (Roma, Teresianum 1986). Ver los estudios de las notas 1 y 2 de este capítulo.

    [23]J. ESQUERDA BIFET, Copa de bodas, Eucaristía, vida cristiana y misión (Barcelona, Balmes 1986); J. DAO DINH DUC, Misión, comunidad y eucaristía: Omnis terra 112 (1982) 79-84; B. FORTE, La Chiesa nell'Eucaristia (Napoli, D'Auria 1988); D, MONGILLO, Eucaristia, comunione, missione (Roma, Pont. Unione Missionaria 1985).

    [24]AA.VV., La Chiesa sacramento di comunione (Roma, Teresianum 1979). Ver el tema Iglesia comunión, con bibliografía, en los capítulos VI n.1 B y VII n.3.

    [25]La espiritualidad del apóstol se presenta ordinariamente en relación con la figura de Pablo. A. PARDILLA, La figura bíblica del apóstol (Roma, Claretianum 1982); S. BENETTI, Pablo y su mensaje (Madrid, Paulinas 1982); J. ESQUERDA BIFET, Pablo hoy, un nuevo rostro del apóstol (Madrid, Paulinas 1984); J. HOLZNER, San Pablo, heraldo de Cristo (Barcelona, Herder 1980); W. GARDINI, Pablo, un cristiano sin fronteras (Buenos Aires, Paulinas 1979); A. MAGNANTE, Líneas de reflexión bíblica sobre el tema de la misión en San Pablo: Omnis Terra n.240 (1994) 189-196; J. SANCHEZ BOSCH, Nascut a temps. Una vida de Pau l'Apòstol(Barcelona, Edit. Claret 1992); ST. VIRGULIN, Cristo al centro della missione di Paolo: Riv. di Vita Spirituale 40 (1986) 378-397.

    [26]"El martirio es un signo preclaro de la santidad de la Iglesia: la fidelidad a la ley santa de Dios, atestiguada con la muerte es anuncio solemne y compromiso misionero 'usque ad sanguinem' para que el esplendor de la verdad moral no sea ofuscado en las costumbres y en la mentalidad de las personas y de la sociedad... Si el martirio es el testimonio culminante de la verdad moral, al que relativamente pocos son llamados, existe no obstante un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios" (VS 93). Ver: AA.VV., La Iglesia martirial interpela nuestra animación misionera (Burgos, 1989); J. ESQUERDA BIFET, La fuerza de la debilidad (Madrid, BAC 1993) cap. VI; P. MOLINARI, S. SPINSANTI, Mártir, en: Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Paulinas 1985) 869-880; T. NIETO, Raíces bíblicas de la misión y del martirio: Misiones Extranjeras n.127 (1992) 5-15; C. NOCE, Il martirio, annuncio e testimonianza di fede nella letteratura martiriale, en: Portare Cristo all'uomo (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985) II 769-788.

    [27]Sobre la peculiaridad de la experiencia cristiana de Dios, ver algunas aportaciones de estudios hechos en colaboración: La mistica, fenomenologia e riflessione teologica (Roma, Città Nuova 1984); La preghiera, bibbia, teologia, esperienze storiche (Roma, Città Nuova 1988); Prayer-Prière: Studia Missionalia 24 (1975). Resumo ideas y bibliografía en: Contemplación cristiana y experiencias místicas no cristianas, en: Evangelizzazione e culture (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1976) I, 407-420; Valor evangelizador y desafíos actuales de la experiencia religiosa: Euntes Docete 43 (1990) 37-56. Otros estudios: J. DAO DINH DUC, Preghiera e missione, en: Missiologia oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985) 233-251; L. GARDET, Experiencias místicas en tierras no cristianas (Madrid, Studium 1970); W. JOHNSTON, The Inner Eye of Love (London, Collins 1978); Idem, Letters to Contemplatives (New York, Orbis Books 1991); Y.M. RAGUIN, La profondeur de Dieu (Paris, Desclée 1973); J.Mª VELASCO, El fenómeno místico en las religiones y en el cristianismo (Madrid, San Pablo, 1995). Sobre cada una de las religiones no cristianas y sobre la peculiaridad de la experiencia cristiana, ver el capítulo VIII n.2.

    [28]Además de la bibliografía de la nota anterior, ver otros estudios en colaboración, en los que se presenta el encuentro actual de la contemplación cristiana con la no cristiana: AA.VV., Evangelizzazione e culture (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1976); AA.VV., Portare Cristo all'uomo (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985; AA.VV., Asian religious traditions and christianity (Manila, Univ. of Santo Tomás 1983); AA.VV., Spiritual Masters: Studia Missionalia 36 (1987).

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