ARDÍA NUESTRO CORAZÓN B II

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

 

 

B - II

 

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

GONZALO APARICIOSÁNCHEZ

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ARDÍA NUESTRO CORAZÓN II B

 

 

 

 

COMENTARIO A LAS LECTURAS Y

EVANGELIOS  DOMINICALES Y FESTIVOS

 

 

 

 

 

 

CICLO B- II

 

 

 

 

 

 

 

 

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PROLOGO

 

       Me ha sorprendido; pero a la vez me ha hecho ilusión, que mi compañero y antiguo Coadjutor de Aldeanueva de la Vera, me pida que le prologue la publicación de sus Homilías del Ciclo B.

        Aunque no soy escritor, espero que el  Señor me ayude a  poner mi corazón en este escrito, que para mí es una deuda de amistad y gratitud con mi coadjutor tan paciente, D. Gonzalo Aparicio Sánchez.

        No dudo de la eficacia que estas homilías van a producir en la mente y el corazón de todos los que las meditemos y oremos. Le conozco muy bien y ellas son fruto de una intensa y prolongada oración del autor, como también de un intenso y prologado estudio de los textos bíblicos que las dan base.    Las lecturas del Antiguo Testamento, las cartas de San Pablo y el corto Evangelio de San Marcos que condensa la predicación del Apóstol San Pedro, que es el titular de la Parroquia, que en Plasencia regenta Gonzalo, van a calar muy dentro de nuestras almas, pues el autor nos va transmitir no solo lo que él escribe y dice, sino también lo que convencidísimo vive y testimonia.

        Sin duda viviremos con él en el tiempo de Adviento y Navidad la esperanza y la alegría del Mesías que esperamos y que nos ha venido ya.

        En Cuaresma y Tiempo de Pasión nos moverá a un sosegado reconocimiento de nuestros pecados, al arrepentimiento de ellos y a la gratitud al Dios, que entregó su Hijo por nosotros y al Hijo, que como Hermano Mayor, da la vida por sus hermanos.

        Ni que decir tiene que el Jueves Santo, Gonzalo nos hará amar más la Eucaristía y el Sacerdocio, que son las dos Verdades, que Gonzalo vive hasta la locura.

        En la Cincuentena Pascual nos hará sentir la gozosa noticia de que Aquel, que muriendo por nosotros el Viernes Santo, vive ya entre nosotros, Resucitado, y nos da la esperanza de que también nosotros resucitaremos.

        En Pentecostés nos dirá que no olvidemos al Dulce Huésped de nuestras almas, que sigue la obra de Jesús en su Iglesia; no omitirá hablarnos con fervor de la labor de la Madre de Dios y Madre nuestra, la Virgen María, la llena de Gracia, la «hermosa Nazaretana y Virgen bella», como él siempre la llama; es la mejor ayuda para nuestra santificación y salvación.

        En los domingos del Tiempo Ordinario, con maestría, nos hará ver cada domingo alguna enseñanza del Maestro, que nos vaya ayudando a ser santos como Nuestro Padre Celestial es Santo. Esto es lo que espero y pido a Dios que sea para todos la Publicación de las Homilías del Ciclo B de nuestro querido amigo GONZALO.

 

VALENTÍN DE LA FUENTE FUERTES

Sacerdote Jubilado, de 76 Años de edad y 53de Sacerdocio.

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

        Jesucristo es la PALABRA DE DIOS, en la que el Padre se dice a Sí mismo total y eternamente en plenitud de Ser, Verdad y Amor. Y esta misma PALABRA la pronuncia para nosotros en carne humana, con palabras y hechos salvadores para todos los hombres, por la potencia y fuego de su mismo Espíritu de Amor, que es el Espíritu Santo: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella, y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron…La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo…, a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre…” (Jn 1, 1-5, 9, 12).

        Jesucristo, el Hijo de Dios, es, por tanto, la Única Palabra Salvadora para este mundo. Y hay que escucharla. Porque a este mundo no le salvan los políticos, ni los científicos, ni los antropólogos, ni los sicólogos ni los economistas… este mundo sólo tiene un Salvador, es Jesucristo: Única Palabra y proyecto de salvación del Dios Uno y Trino y no hay más proyectos salvadores. Sólo Él es el Camino de venida y de ida a Dios, y solo Él tiene la formula y la clave del hombre y de su plan de encuentro eterno con Dios.

        «En efecto, en la liturgia Dios habla a su pueblo: Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración» (SC 33). Por favor, interpretemos correctamente estos verbos: «Dios habla a su pueblo» «Cristo sigue anunciando el Evangelio» en tiempo presente, tal como la Iglesia nos lo enseña. No es que Dios habló o Cristo anunció; sino que Dios habla ahora a su pueblo y Cristo sigue anunciando ahora el Evangelio por la humanidad supletoria de otros hombres que lo hacen presente sacramentalmente. «Cristo está presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica” (SC 7). Y refiriéndose a la lectura de la Palabra, lo expresa claramente: «Cristo está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla” (SC 7). «Así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena, hace que habite en ellos intensamente la Palabra de Cristo (cfr. Col 3,16)” (DV 8). Subrayemos la presencia actual y santificadora de la Palabra en los mismos términos del texto: «voz viva del Evangelio» «verdad plena» «habite intensamente la Palabra de Cristo». Y todo esto hace que «las riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia, que cree y ora…» (Ibid). Se quiere dejar bien claro que la predicación no es solo para escuchar, sino que debe llegar a la vida  de los creyentes, «a la vida de la Iglesia».

 

 

 

 

 

 

LA HOMILÍA

 

        Es una parte importante de la Liturgia de la Palabra, que expone, «a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana» (SC 52). La homilía se compone, por tanto, de tres elementos principales:

--   Explicación de los textos sagrados y de la doctrina revelada.

-- Iluminación, desde esta explicación, de las necesidades particulares de los oyentes.

-- La homilía conduce a los fieles a penetrar en la liturgia sacramental del misterio que se celebra para que sea un encuentro sacramental con Cristo, que actúa en la liturgia de la Palabra y del Sacramento.

        Como tratamos de homilías festivas y dominicales, conviene tener presente la relación íntima que existe entre la palabra y el sacramento en la misma Eucaristía: «Las dos partes de que de alguna manera consta la Misa, a saber: la liturgia de la Palabra y la Eucaristía, están tan íntimamente unidas, que constituyen  un solo acto de culto» (SC 56). «Por tanto, los fieles, al escuchar la Palabra de Dios, comprendan que las maravillas que le son anunciadas tienen su punto culminante en el misterio pascual, cuyo memorial es celebrado sacramentalmente en la Misa. De este modo, escuchando la Palabra de Dios y alimentados por ella, los fieles son introducidos en la acción de gracias a una participación fructuosa de los misterios de salvación. Así la Iglesia se nutre del pan de la vida tanto en la mesa de la Palabra de Dios como en la del Cuerpo de Cristo» (EM 10).

        En las Eucaristías dominicales y de festivos la liturgia de la Palabra consta ordinariamente de tres lecturas: la primera del Antiguo Testamento, casi siempre en relación con el Evangelio; la segunda, tomada de los escritos de los Apóstoles, casi siempre de las Cartas, y, finalmente, la tercera, de los Evangelios. En la introducción a las lecturas del Misal he seguido especialmente a ACHILE DEGEEST, LA PALABRA DE DIOS, Ed. Mensajero, Bilbao. 

        En la primera mañana de Pascua, el Resucitado se hace presente a los dos que se dirigen desanimados hacia Emaús. La forma con la que el Señor procede se convierte en  norma para la comunidad apostólica: “Comenzando por Moisés y por todos los profetas, les fue declarando cuanto a Él se refería en todas las Escrituras” (Lc 24,27). De esta manera les descubre su presencia en el Antiguo Testamento y así quedó establecido en la Tradición Apostólica. Y aquí es donde entra de lleno la realidad y necesidad de la homilía, que debe servir fielmente a esta dinámica de la Palabra de Dios. Su ministerio es de pura mediación. Por eso el Concilio le pide al predicador que «escuche por dentro» (DV 25) la palabra para que no sea un predicador vacío. Necesitará, por tanto, la lectura y el estudio, pero, sobre todo, la contemplación, porque la palabra tiene que plantarse primero y fructificar en el corazón del que ha de sembrarla en los demás. No puede comprenderla, actualizarla y comunicarla si no la vive, si no la medita. Cuando el pastor encarna la palabra, la actualización, la siembra y la siega van muy unidas.

 

 

PALABRA Y PROFETISMO

 

        Hoy hacen falta profetas, al estilo de Cristo, que nos prediquen y pronuncien claro y fuerte su Palabra salvadora. Porque no se trata de hablar, de predicar, sino de hablar y predicar la Verdad de Cristo y de su Evangelio. Sobran profetas profesionales y palaciegos, que buscan más agradar a los hombres que a Dios, que no hablan en nombre del Cristo que les envía, sino en nombre propio, tratando de agradar a los que les escuchan. Todos tememos la crítica, la incomprensión, la muerte de nuestra fama. Pero hoy necesitamos esta fuerza del Espíritu de Cristo para hablar claro como Él: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie porque no te fijas en las apariencias” (Mt 22, 16).

        Sólo en cristiano se puede ser profeta si uno mira a Cristo y está dominado por su mismo Espíritu, Espíritu Santo de Verdad, que nos hace valientes en confesar su Evangelio, porque con su potencia nos hace humildes, libres interior y exteriormente, y con Él no buscamos nada, no tememos nada, sólo decir la Verdad, predicar a Cristo.

        La Didajé afirma que «el profeta que busca dinero es falso profeta», es decir, no es verdadero profeta de Cristo quien se va buscando a sí mismo más que la verdad de Cristo, quien busca aplausos, agradar a los hombres, escalar, quien no quiere vivir <el escándalo de la cruz> y por eso calla o disimula el mensaje o le quita las aristas que duelen y acusan. Para ser profeta verdadero, apóstol verdadero, para  vivir el mensaje del Evangelio y predicarlo, hay que estar dispuestos a pisar las mismas huellas de Cristo, a morir abandonado por los propios amigos o perseguido por los que son señalados por el mensaje de Dios. Y la verdad predicada y vivida es la única que nos lleva a la religión verdadera, al Dios verdadero, al predicado por Cristo, al Cristo verdadero, que existe y es verdad; no al que cada uno nos inventamos a la medida de nuestras mediocridades y cobardías.

        ¿Por qué no soy un profeta verdadero?  ¿Qué tengo que hacer para ser un profeta convencido? Ser santo, vivir totalmente el mensaje, comer y asimilar totalmente la Palabra: “El que me come vivirá por mí” (Jn 6, 57). Sin esta identificación, sin esta comunión de sentimientos con Cristo, la Palabra llega muy empobrecida al predicador que tiene que transmitirla, y, consiguientemente, al oyente, que tiene que escucharla. Este libro de la Palabra hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: «Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y Él me hizo comer el rollo y me dijo: «Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy.» Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel» (Ez 3,1-3).  La vivencia mística conoce por experiencia, por amor, viviéndola en su corazón lo que otros conocen sólo por inteligencia, con un conocimiento frío, teórico, sin vida; el que quiera conocer la Palabra para predicarla, el predicador, el profeta verdadero tiene que arrodillarse primero, ha de leer “y comerse el rollo” de la palabra, y cuando le queme el corazón, entonces puede predicarla. Y los que la escuchen serán incendiados en la escucha, los quemará el corazón y la vida.

LA RESPUESTA A LA PALABRA

 

        Cuando decimos sí a la Palabra, pero luego pecamos y nos alejamos por un no práctico y real, no pasa nada, absolutamente nada, si nos levantamos y vivimos en conversión permanente, porque nuestra actitud sigue siendo sí.  Si permanecemos así toda la vida, la Palabra sigue siendo siempre eficaz y necesitamos el mensaje, porque alimenta esta conversión permanente hacia Dios, queriendo amarle sobre todas las cosas.

Y, viviendo en esta actitud, la gracia y la ayuda de Dios nos irá transformando por su fortaleza. Cuando tratamos de vivir la Palabra, aunque pequemos y caigamos, no pasa nada, “porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt 26, 41). Pero si me instalo y no me levanto y permanezco sin esforzarme en vivir la Palabra, entonces me he inutilizado para la escucha, digo, no, con mi actitud y mi vida a la Palabra y estoy edificando sobre arena movediza, no sobre roca; aunque parezca piedra, será imitación piedra. Lo dice el Señor: “Todo el que oye mis palabras y no  las pone  en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre arena; vinieron las lluvias, vinieron los vientos y se la llevaron…” (Mt 7, 27).

        LA PALABRA es una persona, es JESUCRISTO, su vida y su obra, sus dichos y hechos salvadores. Y Jesucristo es  un mensaje, que  no son un sistema de verdades encerradas en sí mismas, es un mensaje personal o una persona mensajera que nos trae y nos lleva a las Tres Persona de la Santísima Trinidad, principio y fin de todo, tiempo, eternidad, mensaje y final de la Historia de Salvación. 

        Hoy muchos han reducido la predicación de la Palabra a la exposición <homilética> de un conjunto de verdades encerradas en sí mismas o de un código moral sin relación a Jesucristo o de un sistema de verdades religiosas que nos instruyen igual que los sistemas filosóficos; pero no nos llevan al encuentro y vivencia de una Persona, la Única que da sentido al hombre, a la existencia y vida humana, al matrimonio y a la familia, la única que puede salvar este mundo: Jesucristo. El sistema acepta y explica la realidad, el mensaje la asume y quiere transformarla: es historia de Salvación. El marxismo es un mensaje, el cristianismo es un mensaje, porque los dos hablan y trabajan para transformar la realidad; los dos predican una revolución para conseguirlo: uno, la del odio y lucha de clases; el cristianismo, la vida y la palabra de Jesús de Nazareth. Ésta es la originalidad del Evangelio, del cristianismo, es un mensaje de salvación que se dice y se hace en una persona, Jesucristo; esta persona se hace presente por la Palabra y sobre todo, por la Eucaristía, que hace presentes todas las palabras, sentimientos, actitudes y hechos salvadores de Cristo, especialmente su pasión, muerte y resurrección, de forma sacramental.

 

CICLO LITÚRGICO

 

        Es ya conocida por todos la distribución de las Lecturas de la Sagrada Escritura en un ciclo de tres años, que designamos ciclo A, B y C, que forman una unidad de toda la Revelación. Cada uno de los tres años litúrgicos tiene un ritmo teológico particular, que se manifiesta en los Evangelios de los domingos durante el año. El año litúrgico A sigue el Evangelio según San Mateo; el B expone el Evangelio según San Marcos, y en el ciclo C leemos el Evangelio según San Lucas, quedando San Juan para los tiempos de Navidad, Cuaresma y Pascua. Porque la Sagrada Escritura como «ha de ser leída e interpretada con el mismo espíritu con que fue escrita para llegar a penetrar con exactitud el verdadero sentido de los textos sagrados, hay que tener en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura, sin olvidar la Tradición viviente de toda la Iglesia y la analogía de la fe» (DV 12). De esta forma, «en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de dicha esperanza y venida del Señor» (SC 102). La razón es conocer todo el proyecto de Dios a través de la Historia de la Salvación.

        Dice el Vaticano II: «Quiso Dios en su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad por medio de Cristo… En esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos, para invitarlos y recibirlos en su compañía» (DV 2).

        Dios se reveló primero y nos reveló a su Hijo como Palabra creadora del mundo y de los hombres: “Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe” (Jn 1, 3). Y todo fue por amor: “porque Dios es amor”, no existía nada, sólo Dios, y Dios, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de Vida, de Amor, de Felicidad quiso crear a otros seres para hacerlos partícipes de su mismo gozo Esencial y Personal: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó…” (1Jn 4, 10)  primero, añade la lógica del sentido.

        Destrozado este primer proyecto de Dios, el Consejo Trinitario pensó y realizó por el Hijo el segundo, mucho más maravilloso, que hace  blasfemar a la Liturgia de la Semana Santa: «Oh felix culpa», oh feliz pecado…¿Cómo llamar feliz y dichoso al pecado? Pues porque el pecado hizo que Dios nos expresara más infinitamente su amor y su ternura por el hombre, por su Hijo Amado: “… porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor  que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4, 8. 10).

        Y Cristo se encarnó y se hizo Palabra reveladora del proyecto de Dios Amor,  con sus hechos y dichos salvadores: “Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1, 14). ¿Por qué murió Cristo? ¿Por qué le condenaron a muerte? Por predicar la Verdad del Padre sobre el hombre y  por predicar y realizar el proyecto salvador de nuestro Dios Trino y Uno: “que somos hijos de Dios y, si hijos, también herederos, coherederos con Cristo”. Murió por predicar y querer establecer el reino de Dios en el mundo;  el reino de Dios es que Dios sea el único Dios de nuestra vida, abajo todos los ídolos: el <yo>, el dinero, el sexo…; todos los hombres, hermanos; y hacer una mesa grande, muy grande, de hermanos, donde todos se sienten, pero especialmente los que nunca son invitados por el mundo: los pobres, los tristes, los que sufren, los deprimidos, los que nos piden tiempo, humildad, paciencia, afecto, porque lo necesitan y no pueden devolvernos nada a cambio, porque son así de pobres; por eso el mundo no los invita nunca a su mesa, y nosotros tenemos que hacerlo por Dios, porque Dios quiere y porque solamente Él puede amar así y darnos la fuerza para amar de este modo.

        Por esto murió Cristo, porque los poderosos de entonces y de siempre no aceptaron el proyecto del Padre sobre su reino, que empieza ya en la tierra y nosotros tenemos que predicarlo y vivirlo. Murió Cristo por ser profeta verdadero que habla en nombre del Padre, sin enmudecer y sin tergiversar la verdad:     “…desde entonces decretaron darle muerte… los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban cómo podrían matarlo…” (Mc 11, 18).

 

 

 

USO DE ESTE LIBRO

 

        Damos material abundante para que cada uno tome las notas que prefiera y elabore sus homilías. Mi intención es esta: te ofrezco estas reflexiones; yo las suelo predicar así, tú predícalas como más te guste y sea tu estilo. El estilo es la persona. Tú escoges las ideas y formas que más adecuadas te parezcan para el auditorio y circunstancias. Y en cuanto al tiempo, ya sabes que la gente no aguanta mucho. Deja algo para otro año.

        También ofrezco Retiros y Meditaciones para los tiempos fuertes del año litúrgico. Puedes comprobarlo rápidamente por el índice del libro.

        Con todo afecto. Que seas un auténtico profeta de Cristo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

DOMINGOS DEL TIEMPO ORDINARIO

 

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

       

PRIMERA LECTURA: 1 Samuel 3, 3-10. 19

 

        En los versículos que preceden a esta Lectura, se señala que la palabra profética en aquellos tiempos era rara en Israel, pero se señala que “la lámpara del Señor no estaba aún apagada”. El hecho de que arda indica que Dios continúa su protección sobre el pueblo de Israel y que mantiene su fidelidad en las promesas. Dios prepara una etapa nueva. Mientras todos duermen, la palabra de Dios vigila y llama a un hombre para que sea instrumento de su profecía. La vocación de Samuel establece una relación con Dios como de maestro a discípulo, igual que la que se instaurará en el Nuevo Testamento entre Jesús y sus discípulos.

 

SEGUNDA LECTURA: 1 Corintios 6,13c-15a. 17-20

 

        Contiene esta Lectura de San Pablo la doctrina sobre la castidad cristiana, fundada en la consagración del cuerpo humano por la incorporación a Cristo, que lo convierte en templo del Espíritu Santo. Frente al “todo está permitido” de algunos Corintios, Pablo no se opone a la verdadera libertad cristiana, que nos libera de las esclavitudes de la carne, haciéndonos miembros del Cuerpo de Cristo. Nos pertenecemos en Cristo que nos ha comprado con su sangre. “Por la tanto, glorificad a Dios con vuestro cuerpo.”

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 1,35-42

 

        QUERIDOS HERMANOS:   

 

        1.-La historia de Samuel en la primera lectura y en el evangelio el comportamiento de los dos discípulos de Juane, que, oyendo sus palabras, salen al encuentro de Jesús en el evangelio, son el modelo del seguimiento que todos los cristianos tenemos que hacer para encontrarnos con el Señor y Salvador de nuestras vidas; esta actitud nos indica claramente cuál deber ser nuestra propia historia dentro del cristianismo: Buscar y encontrarnos con Cristo.

        Como podemos observar, Dios es siempre el que toma la iniciativa: en el caso de Samuel, llamándolo por su nombre; en el caso de Andrés y del otro discípulo, haciéndose Jesús el encontradizo y pasando junto a ellos, para provocar la confesión del Bautista: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado el mundo”.

        Para este encuentro con el Señor, la mejor forma de hacerlo son la la lectura, meditación de la Palabra de Dios con la oración personal así como los sacramentos, sobre todo, la santa misa con la comunión eucarística. En todos estos actos nos encontramos con el Señor. Debiéramos preguntarnos en este momento si vivimos así nuestro cristianismo, la fe cristiana, mi relación con Cristo, esto es, si todos los días leo el evangelio o algún libro que me ayude a orar, si oro todos los días, si visito a Jesús Eucaristía, si participo en grupos o reuniones de formación y oración cristiana. Es que la oración, sobre todo si es ante el Señor en el Sagrario, es el mejor camino que conozco para conocer y seguir a Cristo. Y es el que he seguido toda mi vida desde el seminario, donde D. Eutimio nos enseñó y predicó este camino eucarístico, del cual él fue ejemplo y modelo.

       

2.-  Y de este trato diario afectuoso con el Señor en la oración ante el Sagrario, nace la vida cristiana, el amar  a Dios y a los hermanos, el perdonar, el vivir según lo que medito y Cristo me dice en la oración diaria. Lo hemos visto en las lecturas de este domingo: en la 1ª.. “Habla, Señor, que tu siervo escucha… Samuel crecía, Dios estaba con él, y ninguna de sus palabras dejó de cumplirse”. Tan contento quedó Samuel de su encuentro con Dios, tan contento quedaron estos dos discípulos del encuentro con Jesús en el evangelio, que salen a buscarle amigos y seguidores. Le faltó tiempo a Andrés para ir en busca de su hermano Pedro y convencerle del gozo de este encuentro, no pudo callárselo. Y fue apóstol de su hermano Pedro, Príncipe de todos los Apóstoles. Así tenía que ser todo apostolado, sobre todo de nosotros sacerdotes, hablar y dialogar con el Señor en la oración, sobre todo ante el Sagrario, y desde ahí, al quedar entusiasmados de Cristo y su verdad, predicarlo a los demás, siempre desde la propia experiencia de la oración, porque de otra forma nuestras homilías son charlas frías sobre su persona y mensaje, y el sacerdote tiene que hablar y predicar desde la experiencia de lo que hemos sentido en la oración personal o litúrgica.

Queridos hermanos: Si no ganamos a otros para Cristo, a nuestros feligreses, a nuestros hijos, a nuestros amigos y vecinos es porque no tenemos este encuentro vivo con Jesús por la oración, especialmente eucarística, y no podemos comunicar a los demás amor y entusiasmo y convencimientos de Cristo. Porque no existe en la Iglesia ni un solo santo, ni uno solo apóstol fervoroso, que no haya hecho largos ratos de oración ante el sagrario. Ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística para amar y contagiar del amor de Cristo a otros, que eso es apostolado. Mal puede contagiar amor y seguimiento de Cristo, el apóstol, el catequista, el sacerdote que no tenga este encuentro diario y afectuoso con el Señor en el sagrario: ¡cómo contagiar amor de Cristo cuando a mi personalmente me aburre!

 

        4.- “¿Dónde vives? El les dijo: Venid y lo veréis. Entonces fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde”.Allí lo aprendieron todo. Y de aquí sacaron la luz y la fuerza necesarias para desarrollar luego su actividad o el carisma propio de cada uno.

        ((Todo apóstol tiene que beber de la fuente de la Eucaristía, del Sagrario, que es una fuente de fe y amor y gozo en el Señor que mana y corre siempre abundantemente, “aunque es de noche”, aunque tiene que ser por la fe, por la oración a veces seca, mientras vamos avanzando de la oración meditación a la contemplativa, que ya no necesita libros ni nada para entrar en contacto diario de amor a Cristo, sobre todo, Eucarística, en el Sagrario. Cómo decir que creemos, que le amamos, que queremos hablar con una persona y no le visitamos y visitamos personalmente?

 Todos los catequistas, sacerdotes, religiosos, madres y padres cristianos tienen que poner allí su tienda, el centro de sus miradas, pasando todos los días ratos con Él,  primero en fe seca, como he dicho, a palo seco, sin sentir gran cosa, luego poco a poco, en la medida en que fueron convirtiéndose de sus pecados y defectos e imperfecciones, pasarán a sentirse  acompañados, ayudados, fortalecidos, una veces rezando, otras leyendo, otras meditando con libros o sin libros, en oración discursiva, mental, avanzando siempre en amistad personal, por la conversión de sus faltas y pecados veniales, leves; y luego, avanzando en esta dirección de oración y conversión, se acabó la necesidad del libro para meditar y empieza el tú a tú, la simple mirada de amor y de fe ante Jesús en el Sagrario, «noticia amorosa» de Dios, «ciencia infusa,» « contemplación de amor» de S. Juan de la Cruz.

        Por la oración, Señor, especialmente si es eucarística,  empiezo a manifestar y creer de verdad en Ti, a sentir tu presencia y ayuda, ahora sí que sé que eres verdad y vives de verdad y estás aquí de verdad  para mí y para todos, no sólo como objeto de fe sino también de mi amor y amistad y felicidad.

Hasta ahora he vivido de fe heredada y estudiada, que no me llenaba, porque muchas veces era  puro contenido teológico; ahora, Señor, por la oración un poquito elevada, no meramente meditativa, te siento vivo, cercano, amoroso, viviente, y por eso me sale espontáneo el diálogo contigo.

        Te quiero, Jesús mío, te quiero y te queremos tanto que queremos  voluntariamente atarnos a la sombra de tu santuario, de tu sagrario, de tu presencia eucarística, para permanecer siempre junto a ti, nuestro mejor amigo y único Salvador del mundo y eternidad que nos espera. Ahora empiezo a comprenderlo todo, a conocerte y amarte de  verdad y me entran verdaderas ganas de trabajar y traerte hombres y mujeres,  que se encuentren contigo. Quiero que mi parroquia se mantenga de rodillas ante ti en el Sagrario (y por eso la abro a las 7 de la mañana, a las 8 dio comunión a los que van al trabajo y te expongo en la santa Custodia y a las 9 rezamos Laudes y quedas así adorado en la santa Custodia hasta las 12,30 en que celebramos la santa misa en el Cristo de las Batallas.)

 

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QUERIDOS HERMANOS:   

 

        1.-La historia de Samuel en la primera lectura y el comportamiento de los dos discípulos de Juan, que, oyendo sus palabras, salen al encuentro de Jesús en el evangelio, son el modelo del seguimiento que todos los cristianos tenemos que hacer para encontrarnos con el Señor y Salvador de nuestras vidas; esta actitud nos indica claramente cuál deber ser nuestra propia historia dentro del cristianismo: Buscar y encontrarnos con Cristo.

        Como podemos observar, Dios es siempre el que toma la iniciativa: en el caso de Samuel, llamándolo por su nombre; en el caso de Andrés y el otro discípulo, haciéndose Jesús el encontradizo y pasando junto a ellos, para provocar la confesión del Bautista: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado el mundo”.

 

        2.- El llamado, todo cristiano, debe cooperar a este encuentro obedeciendo, preguntando, siguiendo los pasos de Cristo. La oración, el estudio, la catequesis, la lectura y meditación de la Palabra del Señor, los sacramentos y la liturgia, los actos de culto es la mejor forma de preguntar y de buscar al Señor. Participando en ellos y haciendo oración estamos diciendo a Cristo: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. «Que no es otra cosa oración mental sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama»: Santa Teresa. Nos lo dice el evangelio en otra ocasión: “Jesús llamó a los que quiso para estar con ellos y enviarlo a predicar”. El estar con Jesús, el convivir con Él, el estar junto a Él en el Sagrario, en la Eucaristía es absolutamente necesario si queremos escuchar al Señor, preguntarle, seguirle, ser cristianos, si queremos tener y vivir nuestra fe. Debiera preguntarme en este momento si vivo así mi cristianismo, si leo, si oro todos los días, si visito a Jesús Eucaristía, si participo en grupos o reuniones de formación y oración.

        3.- De este trato diario y afectuoso con el Señor nace todo apostolado. “Habla, Señor, que tu siervo escucha… Samuel crecía, Dios estaba con él, y ninguna de sus palabras dejó de cumplirse”. Tan contento quedó Samuel de su encuentro con Dios, tan contento quedaron estos dos discípulos del encuentro con Jesús, que salen a buscarle amigos. Le faltó tiempo a Andrés para ir en busca de su hermano y convencerle de su alegría: había encontrado a Cristo, al sentido de la vida, de la muerte y de la eternidad; no pudo callárselo. Fue apóstol del Príncipe de todos los Apóstoles. Si no ganamos a otros para Cristo, a nuestros hijos, amigos, vecinos es porque no tenemos este encuentro vivo con Jesús por la oración, especialmente eucarística.

        Ni un solo santo, ni uno solo apóstol fervoroso, que no haya hecho largos ratos de oración ante el sagrario. Ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística para amar y contagiar del amor de Cristo a otros, que eso es apostolado. Mal puede contagiar amor y seguimiento de Cristo, el apóstol, el catequista, el sacerdote que no tenga este encuentro diario y afectuoso con el Señor en el sagrario: ¡cómo contagiar amor de Cristo cuando a mi personalmente me aburre!

        4.- “¿Dónde vives? El les dijo: Venid y lo veréis. Entonces fueron, vieron donde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde”.Allí lo aprendieron todo. Y de aquí sacaron la luz y la fuerza necesarias para desarrollar luego su actividad o el carisma propio de cada uno.

        Todo apóstol tiene que beber de la fuente de la Eucaristía, que mana y corre siempre abundantemente, Aaunque es de noche@, aunque tiene que ser por la fe. Todos los catequistas, sacerdotes, religiosos, madres y padres cristianos tienen que poner allí su tienda, el centro de sus miradas, pasando todos los días largos ratos con Él,  primero en fe seca, como he dicho, a palo seco, sin sentir gran cosa, luego poco a poco pasaron de acompañar al Señor a sentirse  acompañados, ayudados, fortalecidos, una veces rezando, otras leyendo, otras meditando con libros o sin libros, en oración discursiva, mental, avanzando siempre en amistad personal; otras, más avanzados, dialogando, «tratando a solas», trato de amistad, oración afectiva; luego con una mirada simple de fe, con ojos contemplativos, silencio, quietud, simple mirada, recogimientos de potencias, una etapa importante, se acabó la necesidad del libro para meditar y empieza el tú a tú, simple mirada de amor y de fe, «noticia amorosa» de Dios, «ciencia infusa,» « contemplación de amor».

        Por la oración, Señor, especialmente si es eucarística,  empiezo a creer de verdad en Ti, a sentir tu presencia y ayuda, ahora sí que sé que eres verdad y vives de verdad y estás aquí de verdad  para mí, no sólo como objeto de fe sino también de mi amor y amistad y felicidad. Hasta ahora he vivido de fe heredada, estudiada, examinada y aprobada, que era cosa buena y estaba bien, pero no me llenaba, porque muchas veces era  puro contenido teórico; ahora, Señor, te siento viviente, por eso me sale espontáneo el diálogo contigo, ya no digo Dios, el Señor, es decir, no te trato de Ud, sino de tú a tú, de amigo a amigo, mi fe es mía, es personal y viva y afectiva, no puramente heredada, me sale el diálogo y la relación directa contigo.

        Te quiero, Señor, y te quiero tanto que deseo voluntariamente atarme a la sombra de tu santuario, para permanecer siempre junto a ti, mi mejor amigo. Ahora empiezo a comprenderlo todo, a conocerte y amarte de  verdad y me entran verdaderas ganas de trabajar y traerte hombres y mujeres,  que se encuentren contigo.

        5.- Qué pocos conocen el gozo del apostolado. Todos somos apóstoles por el santo bautismo. Qué pocos lo ejercen. Y los que lo ejercemos, muchas veces no sentimos gozo porque lo hacemos como profesionales, no como convencidos y enamorados y entusiasmados con tu persona y con tu mensaje.         Perdónanos, Señor, quiero volver a Ti, que eres la única fuente, fuerza y fuego de todo apostolado: “Sin mi no podéis hacer nada”. No quisiera olvidarlo, Señor. Hoy por desgracia para la Iglesia hay poco entusiasmo en los cristianos por Ti, porque hay poco trato de amistad contigo, poca experiencia de Ti, poca oración.

        La mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza de oración, de vida mística. Tenemos que recorrer el camino de estos dos discípulos del evangelio, de Andrés y el otro, que no menciona, pero que nunca lo olvidaría. Y para esto dejémonos guiar por los que ya le conocen: Samuel se obedeció al sacerdote y los dos discípulos a Juan. Luego estemos y convivamos con Él todos los días para conocerle mejor y amarle verdaderamente y así luego, espontáneamente, hablaremos a los demás de lo bien que nos va con Cristo, no lo podremos ocultar. Y esto es lo que Jesús, la Iglesia, nosotros y todos los cristianos necesitamos. Lo que fue, volverá a suceder. Es nuestra oportunidad. No la desaprovechemos, no sea que Cristo no vuelva a pasar tan cerca como esta mañana.

       

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Jonás 3,1-5.10

 

        Jonás, profeta de Israel, “hombre de espíritu”, portavoz de Dios en el pueblo santo y elegido, se resiste a hablar en nombre de Dios a Nínive, ciudad inmensa, mundana y frívola, prototipo de las naciones paganas. Sin embargo, mientras Israel se ha revelado muchas veces y no ha obedecido a Yavéh, a pesar de los avisos incesantes de los profetas enviados por Dios, Nínive, en cambio, ante una sola predicación de un profeta tímido, cree y obedece a Dios y hace penitencia desde el rey hasta el último súbdito, alcanzando perdón de sus pecados. El contraste pone en evidencia la gravedad de la incredulidad judía.

 

SEGUNDA LECTURA: 1 Corintíos 7, 29-31

 

        Pablo, afirmando que “el momento es apremiante”, no lo hace pensando en el tiempo cronológico, visto como fluir constante de horas y días, sino en el «cairos», en el tiempo favorable para la salvación, en el paso del Señor junto a nosotros para salvarnos. Pablo no quiere convertirse en un predicador apocalíptico, que quiere meter miedo ante el fin del mundo; sino que quiere ser un profeta y mensajero de la esperanza cristiana, que nos da fuerzas para avanzar en el camino del bien y soportar los sufrimientos que lleva consigo la predicación del Evangelio. Por eso el cristiano tiene que vivir en la perspectiva del «como si no…», repetido cinco veces como señal del Señorío de Cristo sobre su vida, la posesión más valorada y preciosa.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS: 1,14-20

 

 QUERIDOS HERMANOS:   En el evangelio de hoy hay dos partes bien diferenciadas. En la primera, se contiene un resumen de la predicación inaugural de Jesús en Galilea; en la segunda, la narración de las cuatro primeras vocaciones de los discípulos por parte de Jesús. Se trata de dos parejas de hermanos: Simón Pedro y Andrés, Santiago y Juan, pescadores todos ellos, que, de manera inmediata e incondicional, dejan todo: familia, redes y casa para seguir la invitación de Jesús: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”.

 

        1.-Comienza el evangelio: “Cuando arrestaron a Juan”. Juan era un profeta auténtico, como tenemos que ser todos los sacerdotes, un predicador que decía siempre la verdad, aunque doliera. Era, por tanto, molesto para mucha gente, especialmente para los poderes públicos, tanto políticos como religiosos de su tiempo y de todos los tiempos, porque hablar claro y sin tapujos eso no gusta a los de arriba tanto políticos como religiosos. Había que hacerle callar.  Hoy y siempre son necesarios en la iglesia profetas verdaderos que con amor y por la salvación eterna de sus feligreses hablen claro y digan la verdad, aunque sea dolorosa y exigente.

        2.- “Jesús empezó a predicar…” “El reino de Dios está cerca…”  Todo el evangelio, toda la buena noticia se reduce a que entremos en el reino de Dios: el reino de Dios es que Dios sea el único Dios de nuestra vida, todos los hombres, hermanos; y hacer una mesa muy grande, muy grande donde todos se sienten, pero especialmente los que nunca tienen sitio, porque no son invitados a la mesa de los bienes de cultura, amor, bienestar de la tierra. El reino de Dios está cerca porque está presente en Cristo con su persona, evangelio, amor, su palabra, su salvación.

        3.- “Se ha cumplido el plazo…” El plazo es el tiempo oportuno de la gracia, de la salvación para cada uno de nosotros, de todos los hombres. el «kairós» Porque con la venida del Jesucristo al mundo se hizo presente para cada uno de nosotros el reino de Dios nuestra historia personal de salvación y no hay otra oportunidad: tenemos que aprovechas la vida terrena para ganar la eternidad, somos eternos, el Hijo de Dios ha venido para eso.

Jesucristo es el reino de Dios presente entre nosotros: su persona, sus hechos salvadores, su palabra, todo lo que Cristo ha dicho o realizado o prometido constituye el reino de Dios, el reinado de Dios en la tierra camino de la eternidad y los valores fundamentales del reino son: -- Dios, como valor primero y absoluto: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu ser.

-- Los hombres: como prójimos y hermanos: “y al prójimo como a ti mismo”, mejor “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

-- El camino para esto: La oración diaria, la misa del domingo y la conversión mediante los sacramentos de confesión y comunión: como camino esencial de vida espiritual y encuentro permanente con Dios.

-- Los bienes de la tierra: todos serán relativos; los usaremos en relación con Dios, es decir, en tanto en cuanto  nos ayuden a ir a Dios, al cielo, a la eternidad para la que hemos sido soñados.

 

        4.- “Convertíos y creed la buena noticia” La conversión es condición indispensable para entrar en el reino de Dios, en la amistad con Cristo, en la experiencia de Dios, ya en la tierra, mientras vamos de camino. Lo dice Jesús. Ahora bien, creer en el evangelio y querer amar a Dios sobre todas las cosas exige la conversión del corazón, porque hay que preferirle a Él a todas las cosas. ¿Tu vives tu vida en línea de conversión?  Veo poco de esto hoy en la Iglesia y esto se nota en la baja de las confesione

Cuando uno cree en Jesús, toda su vida cambia, todo cambia en su vida. Por eso, si uno no cambia, si uno no se convierte a Jesús, a su reino, Si cambia poco, aunque sea un cura, es que cree poco; si cambia mucho es que cree mucho y si no cambia nada, es que no cree nada. Tú, cuánto cambias de tu vida para vivirla como Cristo quiere y la vivió: Dios lo primero, y para esto, ser honrado, honesto, no odiar, ? los hombres, hermanos

        Cuando uno cree de verdad se lo juega todo por el reino, por la eternidad, porque sabe y siente de verdad que Cristo es el único salvador del mundo. Sin fe auténtica, no hay conversión, si yo creo de verdad, mi vida cambia, y cambian mis sentimientos y actitudes, mis criterios y afectos, todo se ordena al Señor, como valor primero, a cumplir sus mandamientos.

        Sin fe verdadera no hay conversión. Pero tampoco hay otras cosas: no hay vocaciones sacerdotales y apostólicas, la segunda parte del evangelio de hoy. Sobre todo, si no hay fe y vida cristiana en las madres, si no hay madres sacerdotales, no hay sacerdotes. Si no hay comunidades vivas, de fe viva, no salen discípulos de Cristo. Oremos por las vocaciones, por el seminario y las vocaciones, solo dos seminaristas y están en Salamanca, el seminario está cerrado. Y lo dicho: cuando haya padres y madres  verdaderamente cristianos, de fe viva en Cristo, habrá jóvenes, surgirán vocaciones. Y las necesitamos.

 

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DOMINGO III ORDINARIO B

 

QUERIDAS HERMANAS DOMINICAS: En el evangelio de hoy hay dos partes bien diferenciadas. En la primera, se contiene un resumen de la predicación inaugural de Jesús en Galilea; en la segunda, la narración de las cuatro primeras vocaciones de los discípulos por parte de Jesús. Se trata de dos parejas de hermanos: Simón Pedro y Andrés, Santiago y Juan, pescadores todos ellos, que, de manera inmediata e incondicional, como todas vosotras, dejan todo: familia, redes y casa para seguir la invitación de Jesús: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”.

 

        1.-Comienza el evangelio: “Cuando arrestaron a Juan”. Juan era un profeta auténtico, como tenemos que ser todos nosotros, los sacerdotes y las religiosas, era un predicador auténtico que decía siempre la verdad, aunque doliera. Por hablar así, no para agradar a los oyentes sino para decir lo que Dios nos exige y merece, era molesto para mucha gente, especialmente para los poderosos de su tiempo y de todos los tiempos,,  tanto políticos como religiosos, porque hablar claro y sin tapujos y eso no gusta ni a los de arriba ni a los de abajo, tanto políticos como religiosos. Hoy, la Iglesia, el cristianismoo necesita a Juan, a profetas que hablen claro de las partes exigente de Cristo y de su evangelio, los necesitamos para que haya más santidad en la Iglesia, en las parroquias, en los conventos..  Hoy y siempre son necesarios en la iglesia profetas verdaderos que con amor y por la salvación eterna de sus feligreses hablen claro y digan la verdad, aunque sea dolorosa y exigente. Pero desgraciadamente hay hoy pocos profetas que hablen claro de Dios, de la eternidad, de Cristo y de su evangelio. Hay que hacerles callar

 

        2.- “Jesús empezó a predicar…” “El reino de Dios está cerca…”  Todo el evangelio, toda la buena noticia se reduce a que entremos en el reino de Dios y el reino de Dios que Cristo predica y comienza ya en este mundo Dios es que Dios sea el único Dios de nuestra vida, todos los hombres, hermanos; y hacer una mesa muy grande, muy grande donde todos se sienten, pero especialmente los que nunca tienen sitio, porque no son invitados a la mesa de los bienes del evangelio, del cielo y del  bienestar de la tierra. El reino de Dios está cerca, está en el mundo, especialmente en los conventos y parroquias, porque está presente en Cristo con su persona, evangelio, amor, su palabra, su salvación.

        3.- “Se ha cumplido el plazo…” El plazo es el tiempo oportuno de la gracia, de la salvación de cada uno de nosotros, del mundo, de todos los hombres. Porque el reino de Dios se hizo presente con la venida del Jesucristo al mundo, al mundo y para cada uno de nosotros al venir al mundo o ser bautizados, el reino de Dios es nuestra historia personal de salvación y que vosotras buscais con tanta fuerza y amor con vuestra vida clausura, de oración, de conversión, de penitencia por vosotras y el mundo entero. Vosotras con vuestra vida lo estáis predicando y realizando para vosotras y para el mundo. Esta es la grandeza de vuestra vocación, de vuestra clausura, vivir solamente ya en este mundo y en vuestra vida para que el reino de Dios se realice en vosotras y en el mundo, no hay otra oportunidad: tenemos que aprovechas la vida terrena para ganar la eternidad, el reino de Dios para vosotras y para los vuestros y para todos los hombres: somos eternos, el Hijo de Dios ha venido para eso.

Jesucristo es el reino de Dios presente entre nosotros: su persona, sus hechos salvadores, su palabra, todo lo que Cristo ha dicho o realizado o prometido constituye el reino de Dios, el reinado de Dios en la tierra camino de la eternidad y los valores fundamentales del reino son:

--Dios, como valor primero y absoluto: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu ser

-- Los hombres: como prójimos y hermanos: “y al prójimo como a ti mismo”, mejor “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

-- Y el camino para esto, os lo repetiré toda mi vida: La oración diaria, la misa,  la conversión permanente, los sacramentos, especialmente de la eucaristía como misa, comunión y Sagrario, camino esencial de vida espiritual y encuentro permanente con Dios.

-- Y los bienes de la tierra: todos serán relativos, nun absolutos y buscados más que a Dios; los usaremos en relación con Dios, es decir, en tanto en cuanto  nos ayuden a ir a Dios, al cielo, a la eternidad para la que hemos sido soñados.

 

        4.- “Convertíos y creed la buena noticia” Toda la vida, toda la vida, en clausura o en el mundo, hay que estar en línea de conversión y crear la buena noticia de Dios con nuestra vida y palabra. La conversión es condición indispensable para entrar en el reino de Dios, en la amistad con Cristo, en la experiencia de Dios, ya en la tierra, mientras vamos de camino. Lo dice Jesús. Ahora bien, creer en el evangelio y querer amar a Dios sobre todas las cosas exige la conversión del corazón, porque hay que preferirle a Él a todas las cosas y esto aunque estés en un convento, donde a veces no se vive en esta línea de conversión permanente y santidad. ¿Tu vives tu vida en línea de conversión y santidad?  Me gustaría que todas vosotras viviérais en este camino razón esencia de vuestra vida de religiosas, de vida de clausura para el mundo. Yo actualmente, veo poco de esto hoy en la Iglesia, pero especialmente en la Iglesia de arriba, de Cardenales, Obispos, sacerdotes, no digamos del pueblo cristiano y no olvidéis que esta es la razón fundamental de vuestra vida de clausura: la santidad de la Iglesia.

Cuando uno cree en Jesús de verdad, lo siente, lo vive y todo cambia en su vida. Por eso, si uno no cambia, si uno no se convierte a Jesús, a su reino, a su evangelio, quiere decir que cree en Él pero no lo siente, no lo vive, no se ha encontrado con Él. Si cambia poco, aunque sea un cura, es que cree y lo ama poco; si cambia mucho es que cree mucho y si no cambia nada, es sabe teología, predica a Cristo, si es cura, pero no lo siente, no lo vive, cree poco y la ama poco.

Y tú, querida hermana que has renunicado al mundo por Cristo, sientes a Cristo, especialmente en el Sagrario, en la misa, en la comunión, en las hermanas... ya lo sabes, para eso tienes que ir cambiando tu vida por la de Cristo, por la del Evangelio para sentirlo, vivirlo y ser feliz totalmente ya en este mundo como si estuvieras en el cielo.

        Cuando uno cree de verdad se lo juega todo por el reino, por la eternidad, porque sabe y siente de verdad que Cristo es el único salvador del mundo. Sin fe auténtica, no hay conversión, si yo creo de verdad, mi vida cambia, y cambian mis sentimientos y actitudes, mis criterios y afectos, todo se ordena al Señor, como valor primero, a cumplir sus mandamientos.

        Sin fe verdadera no hay conversión. Pero tampoco hay otras cosas: no hay vocaciones sacerdotales y apostólicas, la segunda parte del evangelio de hoy. Sobre todo, si no hay fe y vida cristiana en las madres, si no hay madres sacerdotales, no hay sacerdotes. Si no hay comunidades vivas, de fe viva, no salen discípulos de Cristo. Oremos por las vocaciones, por el seminario y las vocaciones, solo dos seminaristas y están en Salamanca, el seminario está cerrado. Y lo dicho: cuando haya padres y madres  verdaderamente cristianos, de fe viva en Cristo, habrá jóvenes, surgirán vocaciones. Y las necesitamos.

 

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS DOMINICAS: En estos primeros domingos del tiempo ordinario, el Evangelio nos presenta a Jesús llamando a sus primeros discípulos, a los que posteriormente constituirá apóstoles y fundamento de su Iglesia.

Cuando Jesús bajó al Jordán para ser bautizado, Juan lo señaló ante sus discípulos: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, y ellos se interesaron por Jesús. ¿Qué pudo atraerles de Jesús? Probablemente la misma indicación de Juan el Bautista al señalarlo, pero además su atractivo personal.

Estamos no ante un hombre cualquiera, sino ante un hombre misterioso, incluso fascinante desde el primer contacto. Algo intuyeron en él aquellos primeros discípulos, cuando fueron capaces de dejarlo todo y seguirlo. “Maestro, ¿dónde vives?”. –“Venid y lo veréis”. Jesús no les lanza un discurso para convencerles de lo importante que es su seguimiento, sencillamente les invita a convivir con él.

En el seguimiento de Cristo, él no nos ofrece un programa, un proyecto, un plan de vida. Jesucristo nos ofrece convivir con él. El seguimiento de Cristo significa dejar entrar a Jesús en mi vida y entrar yo a formar parte de la suya. Ellos fueron y vieron y se quedaron con él aquel día. Es curioso porque anotan incluso la hora del encuentro. Debió ser para ellos un momento fuerte de encuentro, que ya nunca olvidarán.

Encontrarse con Jesús, también hoy, es uno de los momentos más fuertes de la vida de una persona, de todo bautizado. Pero hasta que no se produce ese encuentro personal no tenemos un cristiano. Luego viene la comunidad que acoge o que incluso propicia el encuentro, pero nadie puede sustituir ese encuentro personal con el Señor.

En ese encuentro cada uno tiene su papel. Está Jesús, que atrae con su simple presencia. No es un hombre cualquiera, es Dios que se acerca hasta nosotros en su realidad humana y cercana. Está cada uno de los discípulos, que se deja fascinar por él y al dejarlo entrar en la propia vida, la vida le cambia de rumbo y constata que él ha venido a satisfacer las más profundas aspiraciones del corazón humano. Y están las mediaciones de unos con otros. Lo que llamamos apostolado está lleno de testimonio de la experiencia personal transmitida a otros. “Hemos encontrado a Cristo,al Mesías”. Y lo llevó a Jesús. Y por experiencia de Dios nos convertimos en sembradores de vocaciones.

Dios sigue llamando hoy. Jesucristo sigue siendo atrayente y fascinante para hombres y mujeres de hoy, y especialmente para jóvenes de hoy. Toda vocación cristiana –a la vida seglar, a la vida consagrada, al sacerdocio- tiene como raíz este seguimiento de Cristo, fascinados por el atractivo que ejerce en nuestro corazón por medio de su vida, ejemplo, de su amor de Espíritu Santo.

La vida cristiana no es un conjunto de normas, no es un proyecto, ni unas ideas más o menos bien articuladas. La vida cristiana es una persona y consiste en conocerla por el evangelio y la oración y la vida para luego seguirla. Esta persona es Jesucristo, que sigue llamando hoy. En estos primeros domingos del año la liturgia nos presenta la vida cristiana como un seguimiento, como una llamada, una vocación.

Quizá hoy sea más difícil percibir esa llamada, no porque Dios no siga llamando sino porque los transmisores de esa llamada como son principalmente los padres cristianos están obstruidos por la vida y el mundo, no hay muchos padres y madres que vivan la fe, que por la oración sientan a Cristo, están obstruidos para vivir plenamente la fe y e amor a Cristo, Dios verdadero y único salvador del mundo. Faltan tambien testigos verdaderos, sacerdotes y religiosas santas que vivan su vocación en santidad y amor profundo a Cristo, necesitamos obispos, sacerdotes y religiosas santas que atraigan y arrastren a los jóvenes a seguir a Cristo en vida de totalidad sacerdotal o religiosa. Si no hay párrocos santos, si no hay comunidades vivas y auténticas de fe y amor total a Cristo no salen discípulos y vocaciones.

Por eso, oremos por el seminario, por los conventos, por las vocaciones. Los necesita el mundo actual alejado de Dios, de la fe, de los mandamientos con gobiernos ateos como en España y muchos paises del mundo.

De ahí que nuestra oración deba apoyar a todos los que se sientan llamados, mostrándoles nuestra experiencia de haber encontrado al Señor. Ven y verás. Fueron y vieron y se quedaron con él, nos dice el evangelio de hoy. Oremos por las vocaciones, vocaciones sacerdotales y religiosas, Dios sigue llamando

 

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QUERIDOS HERMANOS:    En el evangelio de hoy hay dos partes bien diferenciadas. En la primera, se contiene un resumen de la predicación inaugural de Jesús en Galilea; en la segunda, la narración de las cuatro primeras vocaciones de los discípulos por parte de Jesús. Son dos parejas de hermanos: Simón Pedro y Andrés, Santiago y Juan, pescadores todos ellos, que, de manera inmediata e incondicional, dejan todo: familia, redes y casa para seguir la invitación de Jesús: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”.

 

        1.-“Cuando arrestaron a Juan”. Juan era un profeta. Era, por tanto, molesto para los poderes públicos, tanto políticos como religiosos y económicos de su tiempo, porque hablaba claro y sin tapujos y eso no conviene; había que hacerle callar como fuera; había que hacerle callar, porque era un profeta verdadero, que hablaba en nombre de Dios: hay profetas y profetas; los profetas oficiales y palaciegos, buscan poderes y honores y puestos de arriba, por eso, aunque sean sacerdotes, hablan en beneficio suyo y no en nombre de Dios; Dios está en segundo lugar, después de su carrera; si hablan al pueblo, no le dicen la verdad, la que exige, la que desagrada y puede resultar molesta, sino que  hablan para halagar al pueblo y ser aplaudidos.

        Los profetas verdaderos sólo buscan la gloria de Dios. No abundan y los que existen, son arrestados en la oscuridad, esto es, silenciados. Porque esos profetas no interesan a los obispos, ni a los demás sacerdotes, ni a nadie. Necesitamos profetas verdaderos que hablen en nombre de Dios, que nos prediquen el Evangelio verdadero, que no busquen su gloria sino la de Dios, que arriesguen su fama y su carrera, y que hablen a su pueblo y a su familia de los pecados que cometen; necesitamos profesionales, trabajadores, políticos que no se avergüencen de su fe, que la profesen abiertamente. Demos gracias a Dios, porque también hoy en la Iglesia, sigue habiendo profetas como Juan, que no callan ni se les traba la lengua si tienen que hablar claro y echar en cara los defectos de la gente, sus vicios y errores.

 

        2.- “Jesús empezó a predicar…” Quieren hacer callar la voz que clama en el desierto, pero ya empieza a hablar el anunciado. Juan ha preparado el camino y ahora la Palabra encarnada empieza a darnos la Buena Noticia, que trae directamente del Padre, y en griego se dice «euangelion», evangelio: “El reino de Dios está cerca…”  Todo el evangelio, toda la buena noticia se reduce a que entremos en el reino de Dios: el reino de Dios es que Dios sea el único Dios de nuestra vida, todos los hombres, hermanos; y hacer una mesa muy grande, muy grande donde todos se sienten, pero especialmente los que nunca tienen sitio, porque no son invitados a la mesa de los bienes de cultura, amor, bienestar de la tierra.       El reino de Dios está cerca porque está presente en Cristo con su persona, evangelio, amor, su palabra, su salvación.

 

        3.- “Se ha cumplido el plazo…” El plazo es el tiempo oportuno de la gracia, el «kairós» de San Pablo en su Carta de hoy: a) porque se han cumplido las promesas; b) porque el proyecto último del Padre ya está en marcha; c) porque ha venido el que tenía que venir, el enviado del Padre; d) porque nuestra historia personal de salvación ha empezado y no hay otra oportunidad, con la venida del Jesucristo al mundo y se hace presente para cada uno de nosotros el reino de Dios.

        La salvación que Dios concede al hombre se hace presente por su persona y por su mensaje. Este es el misterio escondido en el corazón de Dios y revelado en los últimos tiempos por Jesucristo, el Hijo amado, como nos dice en sus cartas, muchas veces, San Pablo.

        Jesucristo es el reino de Dios presente entre nosotros: su persona, sus hechos salvadores, su palabra, todo lo que Cristo ha dicho o realizado o prometido constituye el reino de Dios, el reinado de Dios en la tierra y entre los hombres. Los valores fundamentales del reino son:

-- Dios, como valor primero y absoluto: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu ser.

-- Los hombres: como prójimos y hermanos: “y al prójimo como a ti mismo”, mejor “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

-- La oración y la conversión: como camino esencial de vida espiritual y encuentro permanente con Dios.

-- Los bienes de la tierra: todos serán relativos; los usaremos en relación con Dios, es decir, en tanto en cuanto  nos ayuden a ir a Dios.

-- Los mandamientos: camino real y obligado para ir a Dios.

-- Y con ellos, el perdón, la humildad, el servicio… en fín, todo lo que Cristo nos dijo e hizo, para que Dios reine en nosotros

 

        4.- “Convertíos y creed la buena noticia” La conversión es condición indispensable para entrar en el reino de Dios, en la amistad con Cristo, en la experiencia de Dios. Lo dice Jesús. Ahora bien, creer en el evangelio y querer amar a Dios sobre todas las cosas exige la conversión del corazón, porque hay que preferirle a Él a todas las cosas. Cuando uno cree en Jesús, toda su vida cambia, todo cambia en su vida. Por eso, si uno no cambia, si uno no se convierte a Jesús, a su reino, es que no cree. Si cambia poco, es que cree poco; si cambia mucho es que cree mucho y si no cambia nada, aunque sea un cura, es que no cree nada.

        Ya sabéis mi segunda definición de la fe: fe cristiana es la capacidad que yo tengo de renunciar (convertirme) a todas las cosas por Dios. En el fondo, cuando peco y hago cosas que no debo, siempre falto a la fe, peco de fe.

        Cuando uno cree de verdad se lo juega todo, porque sabe y siente de verdad que Cristo es el único salvador y no podemos callar su evangelio. Se habla claro hasta a los políticos. Hay mucho miedo, que llamamos prudencia, porque no nos duele Cristo ni la salvación de los hermanos.

        Sin fe, no hay conversión auténtica y sin conversión auténtica, no hay fe verdadera. Si yo creo de verdad, mi vida cambia, y cambian mis sentimientos y actitudes, mis criterios y afectos, todo se ordena al Señor, como valor primero, todo cambia a Jesús, a su mentalidad y valores, a su seguimiento.

        Convertirse y creer, creer y convertirse son dos realidades inseparables. Por eso, repito: sin fe no hay conversión. Pero tampoco hay otras cosas: no hay vocaciones sacerdotales y apostólicas. Si no hay fe en las madres, no hay madres sacerdotales, no hay hijos sacerdotes. Si no hay fe viva en los sacerdotes, no hay entusiasmo en buscar o suscitar o descubrir vocaciones o suscitarlas o alimentarlas. Si no hay comunidades vivas, de fe viva, no salen discípulos de Cristo. Es la última parte del evangelio de hoy. Oremos por las vocaciones, por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes, de los seminaristas, del seminario. No lo olvidemos nunca. Y lo dicho: cuando haya padres y madres  de fe viva en Cristo, cuando haya jóvenes, sacerdotes, comunidades de fe viva, surgirán vocaciones. Y las necesitamos. Oremos ¿por quién? Me da lo mismo orar por la vocaciones que orar por la fe viva de padres y madres, de los sacerdotes, de los jóvenes, de nuestras comunidades.

 

 

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IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

        PRIMERA LECTURA: Deuteronomio 18, 15- 20

 

        “Suscitaré un profeta entre vosotros… pondré mis palabras en su boca…”  En el seno de Israel Dios suscitará siempre profetas que hablen en nombre de Dios. La presencia del profeta es molesta muchas veces porque acusa y denuncia el olvido de la Alianza en el pueblo, pero precisamente por eso es un signo de la presencia de Dios en medio de Israel. Para ser profetas, es Dios siempre el que llama, no depende de las cualidades ni de la voluntad del llamado. El profeta recibe el carisma que lo prepara y lo pone al servicio del pueblo de parte de Dios. Es el enviado de Dios. Sus palabras por tanto son palabras de Dios: “Yo pondré mis palabras en su boca”.

 

SEGUNDA LECTURA: 1 Corintios 7,32-35

 

        El Apóstol comienza diciendo que desearía para todos sus fieles un modo pleno de vivir la fe, hecho de una adhesión total a Cristo. Y desde esta adhesión muestra su predilección por la elección del un vivir celibatario. Pero no puede imponerlo a todos. Porque la relación entre virginidad y matrimonio no es la relación entre puro o impuro, sino en ser llamado por Dios para mayor libertad en los asuntos del Señor, ya que de esta forma no está dividido y pertenece todo entero al reino de Dios. El célibe también está llamado a testimoniar con su ascesis la esperanza escatológica del reino.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCO 1, 21-28

 

IV.- QUERIDOS HERMANOS: Las primeras palabras del Evangelio de este domingo empiezan con un testimonio de la gente admirada por la fuerza  y el convencimiento que producían las palabras de Cristo; lo acabáis de oir: “Llegó Jesús a Carfanaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad”. Esto suena a que enseñaba convencido de lo que decía, enseñaba lo que vivía y amaba. Y este Cristo está aquí en el sagrario, el mismo, no ha cambiado, con el mismo amor y entrega y aquí lo he encontrado y aquí me gustaría que todos mis feligreses le encontraseis, pues para eso se ha quedado y Él es Dios, y no necesita nada de nosotros y todo lo hace por amor gratuito y para llevarnos a la eternidad… y yo ya no haría más homilía, acabaría mi homilía y me quedaría hablando con Él o mirándolo a alabándolo o pidiéndole cosas… y ya está. Se acabó la homilía… Pero como algunos no están acostumbrados a verle así, continúo…

        La escena evangélica se desarrolla en la sinagoga de Cafarnaún y tiene dos hechos principales: a) el impacto que causa en la gente el modo de enseñar de Jesús; b) y la curación de un poseso.

¿De dónde le venía a Cristo esta autoridad, esta vivencia, este fuego y este convencimiento al predicar la palabra? De su encuentro esencial con el Padre como Hijo de Dios, y como hombre igual a nosotros, por su encuentro permanente con el Padre por la oración, se retiraba a orar todas las noches y empezó su tarea apostólica retirándose al desierto cuarenta días y cuarenta noches, lo dicen los evangelios, lo meditaremos pronto al comenzar la cuaresma.

La oración le daba esta experiencia de lo que decía y hacía, este convencimiento que convencía a los que le veían y escuchaban. Esto teníamos que hacer todos los creyente en Él, sobre todos los curas, obispos, frailes y monjas… os aseguro que la Iglesia lo necesita…

Sin oración no hay vivencia de Cristo, de su palabra, de su evangelio, de su persona, de su verdad; porque  Cristo y su evangelio no se comprenden si no se viven, y no se viven si no hay oración, si no los meditamos.

Queridos hermanos, no podemos hacer las obras de Cristo sin el amor y el espíritu de Cristo, sobre todo los curas. Si no hacemos oración y nos convertimos, si no estamos unidos a Cristo como el sarmiento a la vid, la savia irá por un sarmiento lleno de obstáculos, por una vena sanguínea, tan obstruida por nuestros  defectos y pecados, que apenas puede llevar sangre y salvación de Cristo al cuerpo de la parroquia, de tu familia, de tu grupo, de tu  apostolado.

 

4.- Entre la gente que aquel día escuchaba a Jesús y se maravillaba de su doctrina había un poseso, un enfermo poseído por el espíritu maligno. La curación que hace Jesús es una manifestación concreta de lucha entre el bien y el mal que existirá siempre y que Jesús consigue vencer en los que creen en él y se acercan a él por la fe, por los sacramentos y la oración.

Para vencer al pecado, al espíritu del mal dentro de nosotros, lo primero que tenemos que hacer es reconocer que esa lucha existe dentro de cada uno de nosotros.

Negar el pecado en nosotros es la primera enfermedad que tenemos que curar con la ayuda del Señor, es negar que le necesitamos, que necesitamos de su perdón, de cambiar de vida, de convertirnos. La pérdida del sentido de pecado, que nos está acechando a todos en este mundo actual, a esta querida España, ante católica, pero ahora, no sé. 

        Por eso, Señor, antes de terminar esta homilía, me gustaría recogerme en tu presencia y dirigirme a ti para decirte que te necesitamos como médico del mundo y de nosotros, médico de todas las enfermedades que produce en nosotros el espíritu de mal, del yo, del egoísmo, de nuestro pecado original, que nos inclina a amarnos a nosotros mismos olvidando a los otros o contra los otros.

        Jesús, antes de salir de este templo, me gustaría oír tu voz,  como en el evangelio de hoy, llena de curación y de amor y de fuerza y de entrega a los hombres. Quiero escucharte decir sobre el espíritu maligno que nos domina sin darnos cuenta: “Sal de ese hombre”.

 

 

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QUERIDOS HERMANOS: Las primeras palabras del Evangelio de este domingo empiezan con un testimonio de la gente admirada por la fuerza  y el convencimiento que producían las palabras de Cristo: “Llegó Jesús a Carfanaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad”. Esto suena a que enseñaba convencido de lo que decía, enseñaba lo que vivía, amaba lo que decía.

        Jesucristo era la palabra personal del Padre, y en esta única palabra el Padre nos ha dicho todo sobre el hombre, sobre el sentido de nuestra vida, sobre de dónde venimos y a dónde vamos. Y esta Palabra que es su Hijo la ha pronunciado lleno de Amor de Espíritu Santo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a  su propio Hijo”. Así debiéramos predicar todos, sobre todo cuando predicamos a Cristo, su evangelio, nuestra fe.

        La primera lectura se refiere a la fuerza y autoridad de los profetas que Dios suscitará en Israel, entre los cuales Jesús será el mayor de todos. Así ha interpretado la tradición este pasaje del Deuteronomio: “Habló Moisés al pueblo diciendo: El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo de tus hermanos. A el le escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios en el Oreb, el día de la asamblea…”

        La escena evangélica se desarrolla en la sinagoga de Carfarnaún y tiene dos hechos principales: a) el impacto que causa en la gente el modo de enseñar de Jesús; b) la curación de un poseso.

        Hasta enviar a su Hijo al mundo, Dios nos ha hablado por los profetas que son sus intermediarios. Al llegar la plenitud de los tiempos nos habló por su propio Hijo. Jesús habla con autoridad propia. Habla lo que es, lo que sabe y ha visto. Él es “la Palabra que estaba junto a Dios”; “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloría, gloria del Hijo Único del Padre”; Jesucristo es la Palabra que se expresa en palabras humanas, llenas de sabiduría y amor, para expresar lo que le ha dicho el Padre en diálogo eterno de Amor de Espíritu Santo:“ En el principio existía la Palabra…y la Palabra era Dios” y esa  Palabra se ha manifestado en carne humana y en palabras humanas: “La Palabra en el principio estaba junto a Dios”; “La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre”; “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”.

        Por eso la enseñanza de Cristo era totalmente distinta a lo que escuchaban en su tiempo, porque Cristo no hablaba como los rabinos, que comentaban las Escrituras y para tener más autoridad trataban de apoyarse en las afirmaciones de otros autores que las interpretaban. Jesús sólo se apoyaba en sí mismo. Por eso podía decir: “Habéis oído que se dijo a los antiguos... pero yo os digo”. Él hablaba sin apoyarse en nadie. Naturalmente la gente captó la diferencia; por eso les entusiasmaba y seguían al Señor, “porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad”.

        ¿De dónde le venía a Cristo esta autoridad, esta vivencia, este fuego y este convencimiento al predicar la palabra? De su encuentro esencial con el Padre, y como hombre, de su encuentro permanente con el Padre y la Escritura por medio de la oración. La oración le daba esta experiencia de lo que decía y hacía, este convencimiento que convencía a los que le veían y escuchaban. Sin oración no hay vivencia de Cristo, de su palabra, de su evangelio, de su persona; porque  Cristo y su evangelio no se comprenden si no se viven, y no se viven si no hay oración. Este será el problema eterno de todo predicador de Cristo, esta es la mayor necesidad que tendrá la Iglesia de todos los tiempos.

        Queridos hermanos, no podemos hacer las obras de Cristo sin el amor y el espíritu de Cristo. Si no hacemos oración y nos convertimos, si no estamos unidos a Cristo como el sarmiento a la vid, la savia irá por un sarmiento lleno de obstáculos, por una vena sanguínea, tan obstruida por nuestros  defectos y pecados, que apenas puede llevar sangre y salvación de Cristo al cuerpo de tu parroquia, de tu familia, de tu grupo, de tu  apostolado.

        Sin unión vital y fuerte con Cristo, poco a poco tu cuerpo  apenas recibirá la vida de Cristo e irá debilitándose tu perfección y santidad evangélica.  No podemos hacer las obras de Cristo sin el espíritu de Cristo. Y para llenarnos de su Espíritu, Espíritu Santo, oración, oración y oración. Es lógico. No hay otra posibilidad ni nunca ha existido ni existirá, sin encuentro con Cristo, sin unión con Dios. En esto están de acuerdo todos los santos: “Si el sarmiento no está unido a la vid, no puede dar fruto”.

        Lo ha dicho muy claro el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica NMI Y por esta razón, la oración ha de ser siempre el corazón y el alma de todo apostolado. Hay muchos apostolados sin Cristo, sin amor de Eucaristía, aunque se guarden las formas; sin oración no podemos llegar al amor personal de Cristo y sin amor personal a Cristo, puede haber predicaciones y acciones perfectas, muy bien programadas, muy llamativas, pero no son apostolado, porque no se hacen con Cristo. “Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mi no podéis hacer nada”  (Jn 15 1-5).

        Si no se llega a esta unión con el único Sacerdote y Apóstol y Salvador que existe,  tendrás que sustituirlo por otros sacerdocios, apostolados y salvaciones... sencillamente porque no has querido que Dios te limpie del amor idolátrico que te tienes y así, aunque llegues a obispo, altos cargos y demás... estarás tan lleno de ti mismo que en tu corazón no cabe Cristo, al menos en la plenitud que Él quiere y para la que te ha llamado. Pero eso sí, esto no es impedimento para que seas buena persona, tolerante, muy comprensivo, pero de hablar y  actuar claro y encendido y eficazmente en Cristo, nada de nada; y  no soy yo, lo ha dicho Cristo: trabajarás más mirando tu gloria que la de Dios, sencillamente porque pescar sin Cristo es trabajo inútil y las redes no se llenan de peces, de eficacia apostólica.

        Y así es sencillamente la  vida de muchos cristianos, sacerdotes, religiosos, que, al no estar unidos a Él con toda la intensidad y unión que el Señor quiere, lógicamente no podrán producir los frutos para los que fuimos elegidos por Él. )De dónde les ha venido a todos los santos, así como a tantos apóstoles,  obispos, sacerdotes, hombres y mujeres cristianas, religiosos/as, padres y madres de familia, misioneros y catequistas, que han existido y existirán, su eficacia apostólica y su entusiasmo por Cristo? De la experiencia de Dios, de constatar que Cristo existe y es verdad y vive y sentirlo y palparlo, no meramente estudiarlo, aprenderlo  o creerlo como si fuera verdad. Esta fe vale para salvarnos, pero no para contagiar pasión por Cristo.

 

        4.- Entre la gente que aquel día escuchaba a Jesús y se maravillaba de su doctrina había un poseso, un enfermo poseído por el espíritu maligno. Es una manifestación concreta de lucha entre el bien y el mal que existirá siempre y que Jesús ha venido a expulsar del hombre y de la sociedad.

        Para vencerlo, lo primero que tenemos que hacer es reconocer que esa lucha existe dentro de cada uno de nosotros. Negar el mal, el pecado, el amor propio por el que nos preferimos a todos y despreciamos a los demás, hace que el pecado esté instalado en nuestra vida y en el mundo; hace que se haya perdido el concepto y sentido del pecado; hace que no necesitemos de Cristo y de su gracia para liberarnos del pecado, porque para vivir como vivimos, nos bastamos a nosotros mismos, ni necesitemos de oración, ni de misa ni de sacramentos.

        Negar el pecado en nosotros es la primera enfermedad que tenemos que curar con la ayuda del Señor, es negar que le necesitamos, que necesitamos de su perdón, de cambiar de vida, de convertirnos. Pensando así o los que piensan así, no pueden encontrarse con Cristo, médico de nuestras enfermedades morales y espirituales, porque no se sienten enfermos y pecadores y como se creen sanos “no necesitan del médico”.

        En este mundo, que ha perdido el sentido del pecado, hay que tener la valentía de reconocer que somos egoístas, insolidarios, soberbios, orgullosos, individualistas, que vamos sólo a nuestro interés y no nos interesan los de los demás, incluso en cosas tan importantes como los divorcios, los abortos, la eutanasia, porque nos preferimos a Dios y a los hombres. Y así, luego, todos estamos más solos y tristes, más solos y separados y abandonados de los otros y más tristes porque las cosas no pueden darnos el amor y la amistad de la esposa, de los hijos, de los vecinos, que tanto necesitamos para vivir y ser felices. Los matrimonios, las familias, todos estamos más solos y más tristes, sólo con nosotros mismos, porque nos falta Dios.

        La pérdida del sentido de pecado, que nos está acechando a todos en este mundo actual, a esta querida España,  me hace pensar, por contraste, en otros tiempos pasados y mejores en este aspecto, nos está alejando del que ha venido como médico de nuestras enfermedades espirituales, del dominio del mal sobre nosotros. Por eso cada día nos queremos menos, hay más divorcios y abortos y eutanasias, violencias del género, que es matar el esposo a la esposa o viceversa, o a los hijos y esposa a la vez, y viceversa, qué horror, impensado hasta hace menos de veinticinco años.

        Por eso, Señor, antes de terminar esta homilía, me gustaría recogerme en tu presencia y dirigirme a ti para decirte que te necesitamos como médico del mundo y de nosotros, médico de todas las enfermedades que produce en nosotros el espíritu de mal, del yo, del egoísmo, de nuestro pecado original, que nos inclina a amarnos a nosotros mismos olvidando a los otros o contra los otros.

        Jesús, antes de salir de este templo, me gustaría oír tu voz, llena de curación y de amor y de fuerza y de entrega a los hombres, a los que tengo que considerar hermanos. Quiero escucharte decir sobre el espíritu maligno que me domina sin darme cuenta: “Sal de ese hombre”. Quiero ser curado por tu gracia y evangelio. Me pongo esta mañana delante de ti para que me cures. Cúrame del mal que conozco y también del que ignoro. Sáname del demonio del tener, acaparar, consumir, vivir para  mi egoísmo y soberbia, olvidando a los demás. Quiero parecerme a Ti, ser libre como Tu, salir de mi mismo para buscar a los demás. Quiero aprender a amar como Tú, o recuperar lo que he perdido de esta forma de amar.

 

 

 

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V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

        PRIMERA LECTURA: Job 7, 1-4. 6

 

        El problema del mal y de sufrimiento ha puesto siempre a prueba la fe de los creyentes: Si Dios es bueno y es Padre, ¿por qué existe el mal en el mundo?  Se agrava la crisis en el Antiguo Testamento donde el dolor y el sufrimiento se consideran consecuencia del pecado: Entonces, ¿por que vienen males sobre los justos? El remedio es la fe en Dios, a quien Job se dirige confiado. El Nuevo Testamento ilumina el misterio del dolor, no lo explica, pero le da sentido uniéndonos a la pasión  de Cristo que completamos con nuestros sufrimientos. Las tinieblas de Job se iluminan con el misterio pascual de Cristo a quien el Padre hace pasar por la pasión y la muerte para llevarle a la resurrección y con Él a todos nosotros.

 

        SEGUNDA LECTURA: 1 Corintios 9,16-19. 22

       

Esta Lectura expresa el ministerio de la predicación tal y como lo ha vivido Pablo, para el cual no es cuestión de poder o vanidad, sino una obligación y un deber de servir a Cristo y a su Evangelio. De ahí que se considera sin derecho alguno a ser recompensado por ello. Pablo se considera esclavo de Cristo. Y como todo esclavo no tiene autonomía sino obediencia a su señor. Por eso él renuncia a los derechos que a otros les pueden competir por este servicio. Su gozo y recompensa es poder predicar sin más recompensa que dar a conocer a Cristo.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS: 1,29-39

       

V.- QUERIDOS HERMANOS: Tres son los hechos principales que  sobresalen en el evangelio de este domingo que acabamos de proclamar: primero, la curación de la suegra de Pedro y, como consecuencia, el agolparse de todos los

 

enfermos y dolientes junto a Cristo para que los curase, que obligan a Jesús finalmente, en tercer lugar, a retirarse al monte para orar.

 

        1.- Empecemos: Ante el dolor y la enfermedad la boca se nos llena de preguntas ¿Por qué el hombre sufre tantas enfermedades, por qué existe tanto dolor en el mundo? ¿Por qué existen tantas víctimas inocentes? Si Dios es bueno y quiere al hombre, por qué tanto mal en el mundo, aunque todos los males, directa o indirectamente, estén causados por el hombre, Dios los permite, no los causa.

        En la primera lectura de este domingo vemos cómo Job, hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y rico, que vivía feliz, se ve privado de todos sus bienes. En esta situación extrema su mujer le empuja a maldecir a Dios, mientras sus amigos tratan de convencerle de que debe haber cometido culpas y pecados graves para merecer tanto castigo y sufrimiento. Pero Job sabe que Dios no el causante, aunque puede curar todas las enfermedades.

        El dolor y el sufrimiento, sobre todo, injusto, es un misterio para el cual el creyente encuentra sentido, pero no explicación: Jesús es el modelo de este sufrimiento, de este pedir explicación al Padre y de este sufrir meritorio: “Padre, si es posible… pero sea lo que sea, hágase tu voluntad”.

Para Jesús fue el camino de la salvación escogido por el Padre. Para nosotros, uniéndonos al Él, todo sufrimiento puede ser  salvación y redención. De hecho, muchos santos, especialmente los místicos, sufrieron mucho.

        Ante el dolor, nosotros sabemos que Dios no es el causante de las enfermedades y otros males, a) los males y enfermedades no son castigo de Dios, muchas veces los creamos nosotros mismos con nuestra forma de vivir b) debemos rezar y luchar para evitarlos y superarlos; c) debemos confiar siempre en Dios, que siempre nos escucha, y siguiendo el ejemplo de Cristo, recemos…: d) nunca desesperarnos y echarle la culpa a Dios; e) sufrirlos y soportarlos siempre en unión con Jesús para salvarnos nosotros y redimir y al mundo, siendo corredentores con Él; f)Y la última palabra: conseguir así, con Cristo muerto y resucitado, conseguir para nosotros y los nuestros, la resurrección y la vida eterna, como Cristo Jesús.

En la misa de los enfermos hay una oración que ilumina toda situación de dolor y enfermedad: «Tu quisiste, Señor, que tu Hijo Unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia: escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu Hijo ha llamado dichosos y de saberse unidos a la pasión de Cristo por la salvación del mundo».

        Por cierto, que el próximo domingo, fiesta de la Virgen de Lourdes, será para la Iglesia Universal el DÍA DEL ENFERMO, que nosotros, como en España, lo celebraremos como siempre el tercer domingo de Pascua.

Oremos ya desde hoy, motivados por este evangelio, oremos por los que sufren, por los enfermos de cuerpo y alma, por tantas atrocidades y miserias actuales entre nosotros y en el mundo entero, especialmente, contra el HAMBRE EN EL MUNDO, porque el PRÓXIMO DOMINGO y durante toda esta semana, haremos la colecta contra el HAMBRE EN EL MUNDO Y QUE OS FELICITO, PORQUE NUESTRA PARROQUIA DE SAN PEDRO ES LA MÁS GENEROSA DE LA DIÓCESIS, QUE LO SIGAIS SIENDO ESTE AÑO, el próximo Domingo.

 

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Domingo V. QUERIDOS HERMANOS: Tres son los hechos principales que  sobresalen en el evangelio de este domingo: primero, la curación de la suegra de Pedro y, como consecuencia, el agolparse todos los enfermos y dolientes junto a Cristo para que los curase, que obligan finalmente a Jesús, a retirarse al monte para orar, que sería la tercera enseñanza de este evangelio, y es la que vamos a meditar: fijaos bien, Jesús, siendo hombre perfecto, se retiraba a orar, preferentemente por las noches, lo dicen los evangelios: “pasó toda la noche orando… Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca. El les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido. Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios”.

        La oración siempre es un verdadero diálogo con Dios nuestro Padre. Un diálogo que provoca una amistad personal con Él y la conversión a su reino, a su forma de ser y actuar, porque descubrimos cómo es Dios y lo que quiere de nosotros.

Hay muchos maestros de oración; para nosotros, el mejor maestro de oración: Jesucristo Eucaristía, al menos para todos los santos; es una enciclopedia, toda una biblioteca teológica sobre el misterio de Dios y del hombre y de la salvación, basta mirarlo y no digo nada si lo abres, ¡si creyéramos de verdad! ¡si creyéramos de verdad que Jesucristo está aquí… Porque hay que leerlo y releerlo durante horas, porque al principio no se ve nada, no se entiende mucho, pero en cuanto empiezas a entender y vivir lo que te dice aquí en el Sagrario ya no dejarás de visitar todos los días, de venir a visitar, a pedir, a hablar con Jesús en el Sagrario.

        En el comienzo de este encuentro, de este diálogo, basta con mirar al Señor, hacer un acto de fe, de amor, una jaculatoria aprendida, porque no creáis que esto se consigue de golpe, Él es Dios, esta amistad cuesta mucho tiempo, años y años y toda la vida y siempre en línea de conversión permanente de nuestro carácter, falta de caridad, murmuraciones y críticas… etc. presencia, conversión, ir quitando pecados e imperfecciones, esta es la verdadera devoción eucarística, que nos impiden verle, sentirle… y en la medida que a través de los años vayas quitando faltas de soberbia, envidia, caridad, irás viendo a Cristo en el Sagrario. Esta es la principal dificultad que yo veo para sentir a Cristo Eucaristía. Los pecados e imperfecciones… si no los quita, aunque comulgues todos los días, no lo sientes, pero esto ser cura, monja o fraile. Por eso me da mucha pena, cuando nosotros, sacerdotes, párrocos pasamos ante el Sagrario sin respeto y adoración, como si fuera un trasto más de la iglesia. Es que yo toda mi vida, mi amor, mi fe gozosa y viva se la debe a Cristo en el Sagrario de mi parroquia, bueno, en cualquier sagrario. Respeto, adoración, silencio ante el Sagrario, ante Jesús eucaristía, todo de depende del grado de purificación y vivencia, de oración contemplativa y mística, a la que uno o una haya llegado en su vida de oración-conversión.

        Para aprender a dialogar con Dios, especialmente con Cristo Eucaristía, solo hay un camino: estar con Él, esto es, la oración, el dialogar y dialogar con Él y pasar ratos de amistad con Él, aunque al principio no sintamos nada, lo iremos sintiendo en a medida que vayamos quitando pecados que son barreras que nos impiden verlo y sentirlo.

        Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar, el evangelio no relata técnicas, simplemente les dijo: “Cuando tengáis que orar, decid: Padre nuestro...” Y estamos hablando del mejor maestro de oración. En el camino de Damasco, ha habido un resplandor de luz inesperada, que ha tirado a Pablo del caballo y, tras el fogonazo, el diálogo: “Saulo, Saulo, )por qué me persigues? ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno...” Después, Pablo se retira al desierto de Arabia y allí aprende todo sobre Cristo y el evangelio, sin ningún otro maestro; es más, luego va a contrastar su doctrina con la de los Apóstoles y se goza de no haber tenido otro maestro que su Cristo, amigo y confidente por la oración personal, que le llevó a la conversión total a Cristo, más incluso que algunos apóstoles que estuvieron con Él durante su vida pública.

        En esta línea quiero aportar un testimonio tan autorizado como Madre Teresa de Calcuta: «Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: Cuando oréis, decid: Padre Nuestro... No les enseñó ningún método ni técnica particular, sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande, porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí»(Escritos Esenciales. Madre Teresa de Calcuta. Sal Terrae 2002 p.91).

 

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QUERIDOS HERMANOS: Tres son los hechos principales que, a mi parecer, sobresalen en el evangelio de este domingo: la curación de la suegra de Pedro y, como consecuencia, el agolparse de todos los enfermos y dolientes junto a Cristo para que los curase, que obligan a Jesús a retirarse al monte para orar.

 

        1.- Ante el dolor y la enfermedad la boca se nos llena de preguntas ¿Por qué el hombre sufre tantas tribulaciones y enfermedades en la vida? ¿Por qué existe tanto dolor en el mundo? ¿Por qué existen tantas víctimas inocentes? Si Dios es bueno y quiere al hombre, ¿por qué tanto mal en el mundo?

        Job, hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y rico, que vivía feliz, se ve privado de todos sus bienes. En esta situación extrema su mujer le empuja a maldecir a Dios, mientras sus amigos tratan de convencerle de que debe haber cometido culpas y pecados graves para merecer tanto castigo y sufrimiento.

        Sin embargo, Job resiste con la paciencia que se ha hecho ya proverbial, y afirma que su dolor no se debe a culpas personales. Es el sufrimiento del justo, que el Dios bueno permite en sus designios, sin hacer privilegio ni excepción respecto a los que más le quieren, y que únicamente tienen en Él una ayuda del sentido al dolor, que les sirve de consuelo, cosa que no tienen los que no creen en Dios o no le aman. 

        El dolor y el sufrimiento, sobre todo, injusto, es un misterio para el cual el creyente encuentra sentido, pero no explicación: Jesús es el modelo de este sufrimiento, de este pedir explicación al Padre y de este sufrir meritorio: “Padre, sea lo que sea, hágase tu voluntad”. Para Jesús fue el camino de la salvación escogido por el Padre. Para nosotros, uniéndonos al suyo, siempre será salvación y redención. De hecho los santos, especialmente los místicos, sufrieron mucho, sobre todo interiormente, en las noches y purificaciones de fe, amor y esperanza con los que Dios los purifica y los prepara para la transformación y la unión perfecta con Él

        Ante el dolor, nosotros: a) sabemos que Dios está cerca: “Bienaventurados los que sufren…”; b) luchar para evitarlo y superarlo; c) confiar siempre en Dios, que no nos quitará el sufrimiento, pero nos dará fuerzas y motivos suficientes para llevarlo; d) nunca desesperarnos; e) sufrir con Jesús para redimir y salvar al mundo: corredentores con Él; f) la última palabra: la resurrección y la vida eterna.

        En la misa de los enfermos hay una oración que ilumina toda situación de dolor y enfermedad: «Tu quisiste, Señor, que tu Hijo Unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia: escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos y concede a cuantos se hallan sometidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu Hijo ha llamado dichosos y de saberse unidos a la pasión de Cristo por la salvación del mundo».

 

        2.- Jesús se retiró a orar: Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca. El les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido. Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios”.

        La oración siempre es un verdadero diálogo con Jesús. Un diálogo que provoca una amistad personal y la conversión a su reino, a su forma de ser y actuar, porque descubrimos lo que Dios quiere de nosotros. Hay muchos maestros de oración, los libros sobre oración son innumerables  hoy día; para nosotros, el mejor libro: el libro de la Eucaristía, y el mejor maestro: Jesucristo Eucaristía; es una enciclopedia, toda una biblioteca teológica sobre el misterio de Dios y del hombre y de la salvación, basta mirarlo y no digo nada si lo abres, (si creyéramos de verdad! (si lo que afirmamos con la inteligencia y los labios, lo aceptase el corazón y lo tomase como norma de vida y de  comportamiento oracional y de amor..! Pero hay que leerlo y releerlo durante horas, porque al principio no se ve nada, no se entiende mucho, pero en cuanto empiezas a entender y vivir lo que te dice y, por tanto, a  convertirte, se acabaron todos los libros y todos los maestros.“Pero vosotros no os hagáis llamar maestro, porque uno solo es vuestro Maestro... y no os hagáis llamar doctores, porque uno solo es vuestro doctor, el Cristo” (Mt.23,8-10).

        En el comienzo de este encuentro, de este diálogo, basta con mirar al Señor, hacer un acto, aunque sea rutinario, de fe, de amor, una jaculatoria aprendida. Así algún tiempo. Rezar algunas oraciones. Enseguida irás añadiendo algo tuyo, frases hechas en tus ratos de meditación o lectura espiritual, cosas que se te ocurren, es decir, que Él te dice pero que tú no eres consciente de ello, sobre todo, si hay acontecimientos de dolor o alegría en tu vida. Puedes ayudarte de libros y decirle lo que otros han orado, escrito o pensado sobre Él,  y así algún tiempo, el que tú quieras y el que Él aguante,  pero vamos, por lo que he visto en amigos y amigas suyas en  mi  parroquia, grupos, seminario,  en todo diálogo,  lo sabéis perfectamente, no aguantamos a un amigo que tuviera que leer en  un libro lo que desea dialogar contigo o recitar frases dichas por otros, no es lo ordinario, sobre todo, en cosas de amor, aunque al principio, sea esto lo más conveniente y práctico. Lo que quiero decir es que nadie piense que esto es para toda la vida o que esta es la oración más perfecta. Un amigo, un novio, cuando tiene que declararse a su novia, no utiliza las ritmas de Bécquer, aunque sean más hermosas que las palabras que él pueda inventarse. Igual pasa con Dios. Le gusta que simplemente estemos en su presencia; le agrada que balbuceemos al principio palabras y frases entrecortadas, como el niño pequeño que empieza a balbucear las primeras palabras a sus padres. Yo creo que esto le gusta más y a nosotros nos hace más bien, porque así nos vamos introduciendo en ese Atrato de amistad@, que debe ser la oración personal.

        Aunque repito, que para motivar la conversación y el diálogo con Jesucristo, cuando no se te ocurre nada, lo mejor es tomar y decir lo que otros han dicho, meditarlo, reflexionarlo, orarlo, para ir aprendiendo como niño pequeño, sobre todo, si son palabras dichas por Dios, por Cristo en el evangelio, pero sabiendo que todo eso hay que interiorizarlo, hacerlo nuestro por la meditación-oración-diálogo.

        Para aprender a dialogar con Dios hay un solo camino: dialogar y dialogar con Él y pasar ratos de amistad con Él, aunque son muchos los modos de hacer este camino, según la propia psicología y manera de ser, pero todos personales, que cada uno tiene que ir descubriendo y siempre sin grandes dificultades  ni diferencias los unos de los otros, apenas pequeños matices. 

        No se trata, como a veces aparece en algún libro sobre métodos para hacer oración, de encontrar una técnica o método, secreto, milagroso, hasta ahora no descubierto y que si tú lo encuentras,  llegarás ya a la unión con Dios, mientras que otros se perderán o pasarán  muchos años o toda su vida en el aprendizaje de esta técnica tan misteriosa. Y, desde luego, no hay necesidad absoluta de respiraciones especiales, yogas o canto de lo que sea…etc. Vamos, por lo menos hasta ahora, desde S. Juan y S. Pablo hasta  los últimos canonizados por la Iglesia,  yo no he visto la necesidad de muchas técnicas;  no digo que sean un estorbo, es más, pueden  ayudar como medios hacia un fin: el diálogo personal y afectivo con Cristo Eucaristía.

        Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar, el evangelio no relata técnicas, simplemente les dijo: “Cuando tengáis que orar, decid: Padre nuestro...” Y estamos hablando del mejor maestro de oración. En el camino de Damasco, ha habido un resplandor de luz inesperada, que ha tirado a Pablo del caballo y, tras el fogonazo, el diálogo: “Saulo, Saulo, )por qué me persigues? ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno...” Después, Pablo se retira al desierto de Arabia y allí aprende todo sobre Cristo y el evangelio, sin ningún otro maestro; es más, luego va a contrastar su doctrina con la de los Apóstoles y se goza de no haber tenido otro maestro que su Cristo, amigo y confidente por la oración personal.

        En esta línea quiero aportar un testimonio tan autorizado como Madre Teresa de Calcuta: «Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: Cuando oréis, decid: Padre Nuestro... No les enseñó ningún método ni técnica particular, sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande, porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí»(Escritos Esenciales. Madre Teresa de Calcuta. Sal Terrae 2002 p.91).

 

 

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VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Levítico 13,1-2. 44-46

 

        Los capítulos 13 y 14 del Levítico recogen el ritual de la lepra. Para los judíos aquel que tenía esta enfermedad contagiosa quedaba separado automáticamente de la sociedad, porque la lepra era sinónimo de contagio, de impureza y castigo de Dios. En caso de curación, para ser readmitido en la sociedad y en el templo, tenía que hacer un sacrificio de expiación, por la relación estrecha entre pecado y lepra. Por esto motivo los Evangelios, cuando hablan de curaciones de lepra, lo consideran como símbolo de la liberación del pecado y del mal, signo y prueba del poder de Cristo, que ha venido para sanar a los enfermos y pecadores, no para atender a los sanos. Y sobre este fondo debemos leer e interpretar el evangelio de hoy.

 

SEGUNDA LECTURA: 1 Corintios 10,31-11,1

 

        Esta Lectura contiene tres normas que deben iluminar y guiar la vida del cristiano: en primer lugar, el cristiano debe dar un valor sagrado a su vida, viviéndola toda a mayor gloria de Dios, desde las acciones más insignificantes hasta las más elevadas; luego debe dar buen testimonio cristiano, no escandalizando a nadie, ni dentro ni fuera de la comunidad; finalmente debe vivir en la propia vida las enseñanzas y los hechos salvadores de Cristo, viviendo en caridad, superando egoísmos y procurando la salvación de todos.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS: 1, 40-45

 

 

        QUERIDOS HERMANOS: En el evangelio de este domingo que acabamos de proclamar se nos narra la curación de un leproso. Para que valoremos este gesto de Cristo, la Iglesia pone a nuestra consideración en la primera Lectura las prescripciones legales en relación con esta enfermedad.

 

        1.- Lectura del Libro del Levítico 13, 1-2. 44-46.

“El Señor dijo a Moisés y a Aarón: Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel y se le produzca lepra, será llevado ante el sacerdote Aarón o cualquiera de sus  sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra, y es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza.

        El que haya sido declarado enfermo de lepra, andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: «¡impuro, impuro!» Mientras le dure la lepra, seguirá impuro: vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento”.

        Todo esto era debido al serio peligro de contagio que representaban para aquella sociedad esta enfermedad, de forma que quedaba excluido de la vida social y el afectado por esta dolencia quedaba excluido incluso de los actos litúrgicos y de la misma convivencia familiar: tenía que vivir fuera del campamento. Al sacerdote le correspondía declarar si uno estaba leproso o no y también cuándo estaba curado.

        Pues bien, a pesar de todas estas prescripciones de una ley que solo miraba a los sanos sin dar ningún derecho a los enfermos, a pesar de esta ley que hoy los «protestas» sistemáticos llamarían segregacionista, senófoga, excluyente y racista, Jesús tocó con amor y misericordia al leproso. En Jesús el amor al prójimo está por encima de la ley, mejor, es la ley suprema del amor a Dios. Si el amor y la fidelidad a la ley constituyen la justicia y la santidad del pueblo de Israel, viene Jesús y dice: “No creáis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolir, sino a dar cumplimento” (Mt 5,17-47).

        La acción de Cristo Mesías, por la que arranca al leproso del aislamiento y lo restituye a la amistad con Dios y con los hombres, es signo mesiánico de la llegada del reino de Dios, de la llegada de la salvación, por la que nos limpiará de la lepra del pecado, nos limpiará de la soledad de nuestros egoísmos y nos dará la alegría de los hijos de Dios. Este mundo pecador no tiene otro Salvador que Jesucristo, no tiene otra salida a la amistad con Dios y a la fraternidad humana.                                                                                                                                                                                                                                                                                                      

                                                                                         

        2.- Queridos hermanos: Está con nosotros aquí y ahora, en el sagrario, el mismo Cristo que tocó al leproso, al hombre  inmundo y un apestado de aquellos tiempos. Mirad cómo lo dice el evangelista: se acercan a una aldea Jesús y bastante gente, mujeres, hombres y niños, una pequeña multitud. De pronto se oye un grito, un lamento. Es alguien que pide socorro desde un basurero. No se ve a nadie. La gente aprieta el paso para pasar cuanto antes de aquel mal olor. Mezclado entre la basura aparece un leproso; la gente huye con las narices tapadas, es un maldito, un castigado por la justicia de Dios. Nadie le puede tocar. Quien le toque queda impuro y debe ser purificado por el sacerdote. Jesús, el que está aquí con nosotros en el Sagrario, es el único que se para, lo mira con amor y se acerca y lo toca; es el mismo evangelista el que nos lo cuenta sorprendido: “En esto, un leproso se acercó y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Él extendió la mano, le tocó y dijo: Quiero, queda limpio. Y al instante quedó limpio de su lepra” (Mt 8,1-4). Y el leproso ha quedado curado, pero Jesús ha quedado manchado según la Ley de Moisés. Sin embargo, Jesús no va al templo para purificarse, porque Él es más que el templo de la antigua ley. Jesús lo ha hecho todo por amor, que es la nueva ley del evangelio, y lo ha hecho espontáneamente, no ha podido contenerse, no ha podido reprimir su compasión. Es así su corazón, el corazón eucarístico de Jesús. Miremos y contemplemos ahora a este mismo Jesús en la Hostia santa que adoramos y comulgamos. Es el mismo con el mismo amor de entonces, la misma compasión, los mismos sentimientos. Mirémosle despacio, con mirada fija de amor.

 

        3.- Jesús ha venido a redimir al hombre del pecado y de sus consecuencias, tenia pleno derecho a contravenir la ley antigua y lo hace con el gesto resuelto de quien tiene plenos poderes: “Se acercó a Jesús un leproso suplicándole de rodillas: Si quieres puedes limpiarme” ¡Fe maravillosa! Aquel pobrecito abandonado de los hombres y tenido por abandonado de Dios, tiene más fe en Jesús que en él mismo, quiero decir, se fía más del amor que Jesús le tiene que del que él se tiene a si mismo. Tiene más fe que algunos de los que le acompañan y se consideran seguidores de Cristo. La fe auténtica no se pierde en razonamientos sutiles porque  tiene una lógica simplicísima: Dios puede hacer todo lo que quiera, basta que lo quiera: “Quiero, queda limpio”. La caridad puede legitimar la infracción de determinados preceptos, pero no autoriza nunca la actitud de quienes, bajo pretexto de mayor libertad en el ejercicio del amor, querrían liberarse de toda ley. La primera ley es la del amor, pero amor según Dios, no a nuestro antojo. Marcos precisa que Jesús hizo el milagro «sintiendo lástima» Jesús tiene lástima de la lepra que destroza el cuerpo pero mucho más de la que destroza el alma. Jesús tiene lástima de nuestros pecados y tiene ganas de decirnos a todos los que estamos aquí como en otras ocasiones: “Perdonados te son tus pecados”. Pero necesitamos pedírselo, lo está esperando, démosle esa alegría.

        “¡Dichoso el que es perdonado de su culpa y le queda cubierto su pecado! Dichoso el hombre a quien el Señor no el imputa su pecado… Dije: confesaré al Señor mis culpas. Y Tu absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado”.(Sal 32,1-2,5)

 

        4.- “Cuando se fue, comenzó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones”. Quien encuentra de verdad a Jesús como el leproso, quien ha hecho una buena confesión y ha sentido la gracia y el abrazo del Señor, no puede menos de hablar bien de él y de la gracia recibida. Yo personalmente lo he sentido muchas veces. Y la culpa de tanta tristeza hoy en el mundo mucho está en que no confesamos, llevamos el peso de nuestros pecados como una carga pesada encima de nosotros que nos aplasta y nos deprime por que nos oprime y necesitamos sentir el alivio de quitarnos ese peso, necesitamos el perdón para no caer en tristeza permanente y depresión, motivada muchas veces, aunque no seamos conscientes, porque no nos quitamos esta carga de encima y no aplasta.

 

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VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 43,18-19.21-22.24b-25

 

        Estamos en el siglo IV antes de Cristo. El pueblo de Israel se siente frustrado en sus esperanzas por la esclavitud de Babilonia: la ciudad santa de Jerusalén ha caído en manos de sus enemigos y están llenos de odio contra sus dominadores y contra ellos mismos. No hicieron caso a los profetas y ahora les domina el sentimiento de culpa. Pero he aquí que en medio de aquella tragedia se alza una voz vigorosa, se oye un grito de esperanza que rompe la desesperación y la amargura de los deportados. Dios por su profeta anuncia a su pueblo una salvación inaudita, tan maravillosa que borrará hasta el recuerdo de todas las maravillas pasadas, aún las del Éxodo. La acusación que Dios hace de sus pecados es un recurso para moverlos a la conversión

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Corintios 1,18-22

 

        En esta carta, Pablo se defiende de los Corintios que le acusan de cambiar de planes apostólicos en su itinerario hacia Macedonia. Pablo se defiende: no ha sido informal en el cumplimiento de su palabra. Su norma ha sido la de Jesús: “Sí, sí, no, no”. Porque el objeto de su predicación es Cristo, que no puede decir sí y no, siendo él el sí total de todas las promesas de Dios. Pablo deja así una estupenda lección a la comunidad de Corintio sobre su actuar en conformidad con el actuar de Cristo, que siempre fue un sí obediente al Padre, como él ha realizado y deben realizar todos los que acepten el Evangelio.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 2,1-12

 

        QUERIDOS HERMANOS:    ¿A qué viene perdonar los pecados a un paralítico, cuando lo que todo el mundo espera y el mismo paralítico espera es que le cure su postración y lo haga andar y caminar? Hoy hubiera sido objeto de burla y mofa, se lo hubieran tomado como un desprecio. Como prueba de ello rápidamente se origina una discusión: “¿Quién puede perdonar pecados sino Dios?” arguyen los sabios de la Ley.

        Marcos comienza la actividad pública de Jesús con cinco polémicas por motivo de la Ley: curación del paralítico, vocación de Mateo, discusión acerca del ayuno, las espigas arrancadas en sábado y la curación de un hombre que tenía la mano paralizada.

        A partir de la rehabilitación  del leproso del domingo pasado, Jesús era ya un «curandero» notable, hasta el punto de que no podía “entrar manifiestamente en ninguna ciudad”.

 

        1.- “Perdonados te son tus pecados…”

        a) Porque esta es la razón de su venida entre los hombres y de su pasión, muerte y resurrección. Porque así lo señaló Juan al comienzo de su ministerio: “Este es el cordero de Dios que quita los pecados del mundo”.

        b) Porque muchas parálisis y enfermedades y muertes físicas son debidas a los pecados de los hombres: sida, aborto, eutanasia, odios, violencia de género, suicidios, depresiones, hambre en el mundo, guerras.

        c) Porque la gente, nosotros buscamos las curaciones de Dios y nuestros intereses materiales más que los intereses sobrenaturales; buscamos más las cosas que Dios nos pueda dar que a Él mismo. Una pregunta: ¿Por qué nuestras iglesias antes estaban llenas, hablo hasta los años 80-90 y ahora están más vacías? Porque mucha gente venía por intereses puramente materiales y humanos, buscando posición social y trabajo; pero en cuanto el trabajo, la posición social y demás se encuentran ya en otros lugares, por ejemplo, en la política, han preferido esos lugares y han abandonado hasta la fe, que no da dinero ni relieve social. Cuando la Iglesia hasta daba trabajo y solucionaba problemas de todo tipo humano, le pasó lo que a Jesús: “Ya no podía  entrar Jesús en los pueblos y ciudades…”, estaban llenas todos los días, para que los curase. Por algo Jesús advirtió muchas veces a los curados que no lo dijeran, porque entonces muchos le buscarían sólo por sus curaciones más que por su doctrina y  por Él mismo.

        d) Porque a Cristo le duele más la salvación eterna  y la parálisis espiritual, impedidas por los pecados, que las parálisis del cuerpo

        e) Porque termina curando las dos, pero el orden no es el de nuestros egoísmos y así nos dice cuál es la más importante.

        f) “¿Qué es más fácil decir: levántate y anda o perdonados son tus pecados…?” A Dios le resulta más difícil curar nuestros pecados, porque tiene que contar con nuestra voluntad rebelde, que rechaza sus mandamientos. Por eso, ante el milagro del Señor, los  sabios y letrados de la Ley siguieron pensando peor que antes. Jesús no podía curarlos si ellos no se arrepentían.

        Con la curación del paralítico, Marcos trata de aclarar conceptos sobre la personalidad de Jesús: Jesús perdona los pecados, es decir, Jesús hace cosas que sólo puede hacer Dios. Estamos tocando el centro de toda la discusión cristológica de Marcos: “Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder…”  y empecemos ya a reflexionar sobre las muchas enseñanzas que nos propone Jesús en este evangelio.

        2.- Cristo perdona primero los pecados, porque Él ve lo escondido del hombre y Él ha sido el único que se ha percatado de lo que ni el mismo paralítico ni los que lo llevan habían descubierto y menos la multitud; sencillamente, que la parálisis más grave es la del alma y que muchas veces son los pecados y las falta del alma las que causan las muertes y las enfermedades de los cuerpos: las depresiones, tristezas, suicidios…etc. Él ha venido a predicar y a instaurar el reino de Dios, y, en este reino, lo primero y lo absoluto tiene que se Dios, su gloria, su honor, la vida de gracia: amarle y adorarle sobre todas las cosas.

        Y como Cristo ve lo que la multitud y los cuatro que llevan al paralítico no ven, empieza curando el alma, sin que nadie se lo pida. Esta es la escala de valores del Reino de Dios en nosotros. Todo tiene que ir hacia Dios y lo primero que hay que curar es esta relación y la amistad con Dios, si se ha roto. Y esto es lo que más le duele a Cristo en relación con el hombre y su Padre, y, lleno de ternura a Dios y a los hombres no puede soportar que esta relación esté rota, y le duele la insensibilidad de la gente y la ceguera de los sabios y entendidos de la Ley.

        Buena lección para nosotros, para este mundo, tan sensible para los valores de la carne y del consumismo, que ha perdido la sensibilidad respecto a Dios y a la relación con Él; este mundo que ha perdido la fe en Dios, principio y fin de todo lo que existe, y valora más sus intereses personales, lo transitorio y pasajero que lo eterno y trascendente; valora más los bienes terrenos que los sobrenaturales y eternos que no pasan.

        3.- Esta misma acusación la tiene que sufrir dentro de si misma la Iglesia hoy día, y los sacerdotes, y los apóstoles y los misioneros: ¿A qué viene ahora perdonar los pecados? se preguntan muchos hombre y mujeres, dentro de la misma Iglesia. Lo primero es dar de comer, sanar la parálisis del cuerpo; son personas que verdaderamente no saben de la misión de la Iglesia y de los sacerdotes. La misión esencial y primera es predicar a Cristo y los valores del Reino: que Dios es lo primero y absoluto de la vida y salvar las almas, que son eternas. Yo soy sacerdote, yo soy catequista; lo primero es que conozcan y amen a Cristo, que se salven eternamente, que son eternidades que yo tengo que sembrar con la gracia de Dios, podar, regar y recolectar: yo soy sembrador de eternidades, yo para esto me he entregado al Señor y soy sacerdote; ahora bien, si tengo que dar de comer, hacer un hospital, curar a los enfermos, lo hago, pero no es eso para lo que me he hecho sacerdote ni para lo que Cristo me ha llamado al sacerdocio.    Hoy muchos quieren convertir a la Iglesia en una ONG socio-caritativa, y al encontrarse con sacerdotes que no han descubierto los valores eternos del reino, que no han descubierto en la sangre de Cristo el valor eterno de cada hombre y mujer, solo valoran lo externo, como la multitud que no tiene fe y no ha visto el proyecto de eternidad que Dios tiene sobre cada uno de nosotros.

        El hombre es más que cuerpo, es más que tiempo y espacio, el hombre es eternidad. Para esto se encarnó Cristo, para esto vino al mundo, para esto predicó y esto es lo que nos enseñó y para esto murió. Para una vida que dura cien años no vale la pena que hubiera venido a la tierra. Pero hoy falta esta fe en el pueblo cristiano, no digamos en ciertos  movimientos puramente horizontales, que han perdido la orientación sobrenatural de la vida: todo son derechos y obligaciones humanas y laborales y temporales. Hoy a la Iglesia, a Cristo se le quiere convertir en un mero <curandero> de problemas humanos.

 

        4.- Señor, cúranos primero de nuestros pecados; yo estoy totalmente de acuerdo contigo; qué difícil curar los pecados de este hombre materialista que no cree en lo eterno, que no cree en la otra vida, que ha perdido el sentido del encuentro eterno con Dios, que no cultiva la fe y la esperanza cristiana de los bienes eternos, porque ha dejado de creer en ellos, incluso dentro de la misma Iglesia, incluso de cristianos que se consideran apóstoles, enviados.

        Ayúdame, Jesús, a curarme de mi opacidades de eternidad y de cielo. Cúrame de todas mis idolatrías, de tanto culto al dinero, al sexo, a egoísmo, al consumismo de poseer más y más porque creo que me harán más felices, sin contar que Dios es el único que puede llenarme. Así que me lleno, lleno mi vida, lleno mi hogar de más y más cosas, lo lleno de todo, y luego resulta que a mí, a mis hijos y a mi hogar les falta todo porque les falta Dios, que es el Todo de todo, el sentido y el fin de todo, el término de todo.

        5.- Mención especial merecen los portadores del paralítico; van llenos de fe, se esfuerzan por ponerlo delante del Señor, con la esperanza firme de que lo curará. Necesitamos hoy también estos portadores de fe, que por la oración, nos pongan delante del Señor: monjes y monjas de clausura que recen por nosotros, por el mundo entero; necesitamos amigos de fe, grupos de oración que presenten nuestras necesidades ante Dios; necesitamos portadores y ayudas sobrenaturales que  lleven los paralíticos espirituales ante Cristo. Amigos de la fe y de la esperanza cristiana que se abran paso entre esta multitud materialista  y nos lleven a Dios, a Cristo, a los religioso y espiritual. Necesitamos amigos portadores de nuestros pecados y debilidades ante Dios, mediante su trabajo, oración y apostolado. En estos portadores del paralítico hay fe, esperanza y amor:

 

        a) FE, primeramente fe; fe fuerte y sincera. Ellos están convencidos de que Jesús puede curarle y no dudan un momento. Saben también que están los fariseos, enemigos del Señor y de cuantos se acercan con fe a Él; la multitud, por otra parte, protesta y no les da paso, pero su fe fuerte los anima hasta llegar a Jesús; de no haber tenido una fe tan firme no nos hubieran dado este ejemplo de audacia y trabajo. Hasta el mismo Señor nos lo confirma: “Viendo Jesús la fe tenían…” dijo al paralítico: confía hijo, tus pecados quedan perdonados”. Y el perdón, en definitiva, de los pecados y de la parálisis fue fruto de su fe.

        No se por qué, pero la realidad es ésta: que a Jesús le encanta, le enamora un alma llena de fe. Observad los milagros y comprobareis que casi todos son fruto de la fe: “Tu fe te ha salvado” dijo a la hemorroisa, al centurión, al leproso, al endemoniado. A todos o les exige o se la ofrecen ellos. Y Jesús hoy exige lo mismo.

        En las últimas etapas de la vida espiritual están las noches de la fe de San Juan de la Cruz. Y es que Jesús sigue actuando igual que en Palestina. Hoy como entonces, lo primero que exige es la fe. Pues bien, hermanos, si queremos acercarnos al Señor, si queremos ser curados en el cuerpo y en el alma como el paralítico, tengamos fe ciega y absoluta en el Señor. Cuanta más fe tengamos, mayor amistad y unión con Dios, mayores bienes obtendremos del Señor; cuanto menos tengamos, menos; y si nada tenemos, no recibiremos nada, Porque la fe es la puerta para entrar en Dios. Quien no tiene fe viva no se encontrará con Dios, ni en ésta ni en la otra vida. Ojala de nosotros se pudiera decir lo que de Moisés decían los israelitas: Estaba inconmovible en su fe, como si hubiera visto al Invisible.

        b) LA ESPERANZA está también personificada en aquellos hombres que llevaban la camilla del enfermo. Ellos van convencidos de que Jesús le curará. Salen obstáculos al camino, como la presencia de los fariseos y la barrera infranqueable de la multitud que se agolpa y nos les queda espacio. Pero su esperanza les anima y no se acobardan ni desesperan.

        Muchas veces nosotros deseamos algo y  lo esperamos del Señor. Si el Señor no accede inmediatamente, si  surgen obstáculos, no digamos si son importantes, desesperamos. Y no advertimos que es Dios quien permite o respeta estas dificultades para probar nuestra confianza y ver si realmente esperamos en Él sola y exclusivamente o, por el contrario, lo esperamos de nuestra industria y trabajo. Porque la esperanza virtud empieza cuando acaba lo humanamente posible. Cuando surgen dificultades en tu vida, cuando Dios parezca sordo a tus ruegos, ya lo sabes, es Dios, que, como a aquellos hombres, está probando tu esperanza. Por eso usa esta consigna: hay que esperar en Dios contra toda esperanza humana. De lo contrario no alcanzaremos nada de Dios importante en esa vida.
        c) EL AMOR y la caridad de estos hombres al paralítico tampoco conoció reparos, trabajos, molestias y protestas. El Señor les premió con su admiración y milagro, porque hicieron algo que le agrada mucho. Nos recomendaba el Señor en las últimas horas que pasaba junto a nosotros: “Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”; “En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros”.

        Si queremos agradar al Señor, si queremos ganarle su coraz6n, amemos a los que nos rodean, sobre todo, a los enfermos de alma y cuerpo, a los huérfanos de fe, esperanza, amor; amemos y alegraremos el corazón del Padre y del Hijo y de los hombres.

“Pues para que veáis que el Hijo del Hombre.... levántate, dijo al paralítico...”Cristo se acerca a cada uno de nosotros y nos dice: “Levántate y anda”. Levántate del pecado y anda el camino del amor, de los mandamientos. Levántate de esa tibieza, de esa desgana, de esa apatía religiosa, que te embarga, y camina animoso, para abrazarte con Cristo, que te espera en el sagrario, en esa etapa dura de tu vida, y, sobre todo, al final del camino.

        Termina el Evangelio diciendo que, las gentes se admiraban y  alababan al Señor, pero los fariseos aumentaban su odio hacia Él. Cristo, ayer como hoy y como siempre seguirá levantando multitud de admiradores y detractores, según el prisma con que se mire, suscitando toda clase de sentimientos. Así camina Jesús por la historia. Tú tienes la gracia de ser uno de sus seguidores y admiradores: Pues “levántate y anda”.

 

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VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

        PRIMERA LECTURA: Oseas 2,14b. 15b 19-29

 

        En estos pocos versículos el profeta Oseas alaba al desierto como lugar de encuentro con Dios, lugar de diálogo, de amor y de conversión. El profeta, probado duramente por el fallo de su matrimonio por la infidelidad de su mujer, a la que sin embargo sigue amando, eleva y proyecta su drama íntimo al nivel religioso, comparándolo con la infidelidad de Israel en relación con su esposo fiel, el Dios de la alianza. El amor sincero que Oseas siente por su esposa lo lanza a reclamar una vez más el comienzo de una vida de unión y de fidelidad prometidos en otros tiempos. La amargura desaparecerá, y la infidelidad y separación se convertirá en encuentro de Yavéh con su pueblo. Todo el pasado triste  se transformará en esperanza de gozo y felicidad.

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Corintios 3, 1b-6

 

        Parecer ser que los judaizantes se habían provisto de cartas de recomendación en Corinto para poder predicar en otros sitios, avalados por estas recomendaciones. Pablo comienza de un modo irónico este capítulo tercero, para presentar también su carta de recomendación. La comunidad de Corinto que vive intensamente la vida cristiana es su carta de recomendación como Apóstol, porque indica que su ministerio ha sido de vida y no de muerte. La novedad de la vida cristiana viene descrita como fermento interior por el Espíritu de Cristo. Y la explicación es ésta: “La letra mata, el Espíritu vivifica”. La  de Pablo es clara: La vida espiritual de una comunidad no está escrita “sobre tablas de piedra”, sino en el corazón palpitante y vivo de sus miembros, que ha recibido la gracia de la fe y han sabido dar frutos de vida.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS  2, 18-22

 

        QUERIDOS HERMANOS: “Por qué tus discípulos no ayunan?” Esta es la acusación directa que hacen no solo los fariseos sino los mismos discípulos de Juan el Bautista. Es el mismo evangelista  el que nos da la base de esta acusación al decir primero: “Los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno…”, luego mencionando sólo a los discípulos de Juan.

        Esta cuestión del ayuno tiene un gran trasfondo veterotestamentario  y Jesús discutió varias veces con los fariseos sobre el mismo, así como sobre las purificaciones o el lavarse las manos. Cristo insistía en que había que purificar lo interior, el corazón y no bastaba lavar el exterior; había que ayunar de codicias, avaricias y maledicencias. Y esta discusión se prologó después entre la joven Iglesia y la antigua Sinagoga, de modo que algunos biblistas sostienen que el pasaje evangélico de hoy se añadió para justificar la práctica mitigada del ayuno en la Iglesia Apostólica.

        Los judíos fervorosos ayunaban dos veces por semana para acelerar la venida del Reino de Dios; en cambio, los primeros cristianos parecían minusvalorar el ayuno, de tal manera que en los Hechos de los Apóstoles, donde se nos describe la vida de la primitiva comunidad cristiana, apenas se hace mención al ayuno corporal como  práctica comunitaria.

        Lección: en la Nueva Ley lo interior debe dominar sobre lo exterior; el corazón y el espíritu, sobre la ley y la normas prácticas; el ayuno del pecado y las purificaciones interiores sobre las exteriores, porque eso es lo que verdaderamente mancha al hombre, y en este sentido se dirige San Pablo a los Corintios en su Carta: “Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones… escrita no con tinta, sino con espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en la tablas de carne del corazón”.

        El pasaje evangélico de hoy debe entenderse, pues, desde la novedad que supone la presencia del Reino de Dios en la persona y mensaje de Cristo, que deben ser relaciones vividas más desde el amor que desde normas y leyes externas.

        ¿Por qué los cristianos no seguían las normas judías del ayuno? He aquí la respuesta de Cristo: “No pueden ayunar los amigos del novio mientras el novio está con ellos”; en las bodas no se ayuna, todo lo contrario. Jesús es el novio de la nueva y definitiva alianza o bodas de Dios con los hombres. Jesús, en esta respuesta, continúa con una imagen repetida varias veces en las Sagradas Escrituras, para expresar la relación íntima y amorosa de Dios con su pueblo de Israel: el matrimonio o la alianza nupcial.

        El profeta Oseas lo expresa maravillosamente en la primera Lectura: el Dios de Israel, no obstante haber sido traicionado en su amor por su pueblo, como lo fue el profeta Oseas por su mujer, toma de nuevo a su esposa infiel, a su pueblo que se ha prostituido con el politeísmo: “Esto dice el Señor, me casaré contigo en matrimonio perpetuo. Me casaré contigo en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad” (Os2,14-15).

        “Llegará un día en que se llevarán al novio, aquel día sí ayunarán”. Cuando le falte el novio es una alusión a la muerte violenta de Jesús; entonces llorarán y ayunarán, es decir, sufrirán persecuciones y tristezas y dificultades por ser fieles en la misión y servicio al reino de Dios.

        “A vino nuevo, odres nuevos” Esta parábola corta es de largo significado y alcance; tiene el mismo significado que la segunda: “Nadie le echa un remiendo de paño viejo a un manto nuevo”. Las persona nueva de la gracia no puede vivir apesadumbrada bajo el peso de la ley antigua de los ayunos y exterioridades, porque las actitudes nuevas, la nueva relación de amistad con Dios, la nueva alianza necesita odres nuevos, personas renovadas interiormente, totales, sin división entre lavarse exteriormente las manos sin la limpieza interior, o ayunar de alimentos, pero no de pecados.

        Las nuevas relaciones de Dios con nosotros por Cristo son relaciones de amor de Padre con hijo y de hijos con su Padre por el Hijo Amado; Jesús quería un cambio total de estas relaciones por el amor y desde la interioridad y la verdad del reino de Dios: Dios, único Dios de verdad; todos, hermanos; y una mesa común grande donde nos sentáramos todos.

        Este es el nuevo orden religioso y moral: amor y fraternidad frente a odio y venganza; espíritu de servicio frente a poder y explotación; religión “en espíritu y verdad” frente a religiosidad ritual y formalista: “A vino nuevo odres nuevos”. Buena norma ahora que se acerca la Cuaresma, tiempo de conversión, de pasar de los viejo del pecado a la vida nueva de la gracia.

        Señor, dichosa el alma que ha gustado este vino nuevo de tu amor, que acalla todas nuestras rebeldías y pecados sin necesidad de ayunos. Contigo, Señor, el alma se sacia de luz, fuerza y energía amorosas sin necesidad de probar el pecado viejo, donde no podemos hallar la felicidad que buscamos. Señor, yo quiero serte fiel, esposa fiel, no quiero infidelidades, quiero ser más tuyo, solo tuyo, vivir de Ti toda mi vida.

       

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IX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Deuteronomio 5,12-15

 

        Estos versículos son parte de la versión deuteronomista del decálogo, la más larga y mejor construida, en la cual, el autor, en su síntesis teológica, encuadra también una práctica tradicional, como del sábado. El “séptimo día” es presentado aquí, no tanto como día de reposo, sino como “día sagrado… en honor del Señor”,  que Dios se reserva, como se ha reservado un pueblo, para que el hombre tenga un tiempo propicio de encontrar y vivir con su Dios. El sábado es, sobre todo, fiesta, mientras que el descanso es sólo una consecuencia de este carácter festivo, sin aprovecharlo el hombre para su provecho; por eso, en el día del Señor no se trabaja, no se gana dinero, no se produce. El que durante seis días se ha dedicado a sus propios intereses es conveniente que consagre un día a su Dios, Señor del tiempo.

 

        SEGUNDA LECTURA: 2 Corintios 4,6-11

 

        La tesis de Pablo en su defensa frente a los Corintios tiene un profundo trasfondo teológico: La presencia de Cristo se manifiesta no sólo en la comunidad, sino en la persona del ministro y, en particular, en su cuerpo sufriente. Así la vida de Jesús se manifiesta y hace presente en nuestra carne mortal. El tesoro del Evangelio lo llevamos en vasijas de barro, en la débil naturaleza humana. Los sufrimientos apostólicos, las angustias de la lucha y las muchas tribulaciones son la auténtica manifestación de la vida de Jesús y de su muerte, que hacen presencia así en la vida del Apóstol.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 2, 23-3,6

 

        QUERIDOS HERMANOS: En la primera Lectura de este domingo vemos cómo el sábado era el día dedicado a Dios en el Antiguo Testamento: “Guardarás el día del sábado para santificarlo, como te lo ha mandado el Señor tu Dios. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es el día de descanso para el Señor tu Dios”. «Santificar» el sábado significa separarlo, distinguirlo de los otros días para consagrarlo a Dios. Más adelante, el texto sagrado (v15) sugiere el modo: recordar los grandes beneficios de Dios a su pueblo, entre los cuales sobresale la «pascua», o sea la liberación de la esclavitud de Egipto y este recuerdo debía desembocar en la acción de gracias y en la renovación de la promesa de fidelidad.

        En el Nuevo Testamento la pascua antigua fue sustituida por la Pascua nueva y eterna, realizada por la muerte y resurrección de Cristo; y el viejo sábado cedió el puesto al domingo, día en que Cristo resucitó. El sentido del domingo cristiano es precisamente celebrar «la memoria»  de la Pascua de Cristo, misterio de amor y salvación, dando gracias a Dios por la celebración de la Eucaristía, centro y culmen de toda la vida cristiana.

        La abstención de los trabajos no agota ni es la razón fundamental del sábado judío y del domingo cristiano, sino que es una mera premisa para que el hombre, libre del trasiego de los trabajos y de las ocupaciones, pueda dedicar más tiempo a Dios y celebra el misterio de nuestra fe, evocando el amor y la entrega de Cristo hasta la muerte, escuchando su Evangelio, fortaleciendo el espíritu con la meditación de la Palabra divina y alimentando con el pan de la Eucaristía la vida que nos lleva hasta la eternidad. Y este es el motivo principal de discusión de Jesús con los escribas y fariseos sobre el sábado. Cuando el sábado pierde este sentido religioso de dedicarlo a Dios, ya no es el día de Yavéh, sino que se convierte simplemente en día de descanso egoísta sin dedicación especial a Dios; no busca el bien espiritual de las personas, sino el material de no trabajar, sin consagrarlo a Yavéh. Por eso discuten.

               

2,1.- SIN DOMINGO NO HAY CRISTIANISMO

 

        El título completo que puse a una Hoja Parroquial hace más de treinta años fue este: SIN DOMINGO NO HA CRISTIANISMO Y EL CORAZÓN DEL DOMINGO ES LA EUCARISTÍA y luego puse las razones que todos sabéis: la Eucaristía dominical es para el pueblo cristiano la profesión de su fe y la celebración de su salvación.

        Por eso, disfruté mucho leyendo la Carta Apostólica que publicó el Papa Juan Pablo II sobre el DOMINGO: DIES DOMINI. Yo hice un resumen breve para homilías y otro, pastoral y más amplio, para temas de los grupos parroquiales. Tomaré de ambos, pero antes quisiera decir lo que escribí en aquella Hoja Parroquial, tal cual, para que no pierda frescura.

        SIN DOMINGO NO HAY CRISTIANISMO.  El Domingo  nace de la Pascua. La Pascua es la Resurrección del Señor:   fundamento de nuestra fe. El Domingo es la Pascua  semanal. La importancia que tiene el Triduo Pascual, -Jueves Santo, Viernes Santo y Pascua-, en relación con el año litúrgico, la tiene el Domingo en relación al resto de la semana. El domingo de Pascua de resurrección es el primer domingo del año, la fiesta que da origen a todos los domingos y a todas las fiestas, el día más grande de la  historia, que recordamos y celebramos todos los domingos  del año. Mirad cómo lo expresa el Vaticano II:

         «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día en que es llamado con razón día del Señor, o domingo.

        En este día los fieles deben reunirse a fín de que escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1P.1,3).

        Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe    presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo  que sea también el día de alegría y de liberación del  trabajo,  puesto que el domingo es el fundamento y el   núcleo del año litúrgico» (SC.106).

        Aquí, en este texto, está toda la teología y espiritualidad del domingo. Jesús resucitó “l día primero de la semana” esto   es, el día siguiente al sábado, según el calendario judío; ese   día, por ser el más importante de su vida, se le llamó «día del   Señor», en latín «dominica», en español, domingo: ese es el    día en que el Señor resucitó y celebró la Eucaristía con sus    discípulos, llenos de miedo, para animarles y fortalecerle en   la fe. A los ocho días volvió a aparecerse y celebró la Eucaristía y así varios domingos. Después subió al cielo y los   Apóstoles y los cristianos siguieron llamándolo “día del Señor”,y celebrando la Eucaristía, como lo había hecho el Señor; y desde entonces celebramos la Eucaristía en el domingo: «Día en que Cristo resucitó y nos hizo partícipe de su resurrección», como rezamos en la Plegaria Eucarística II.

        Es el Señor quién instituyó el domingo, no la Iglesia, y es Él quien quiere que todos sus discípulos nos reunamos en torno a Él para celebrar su pasión, muerte y resurrección mediante la Eucaristía, para hacer Iglesia, alimentar nuestras vidas con su presencia, con su palabra y con el pan de la vida eterna y dar las gracias y alabanzas y bendiciones a Dios por todas estas maravillas.

        La Eucaristía del domingo es el corazón de la Iglesia, es el cristianismo condensado, es Cristo compendiando en una acción sagrada toda su vida entregada y todos sus hechos salvadores, manifestando así su amor misericordioso a los hombres, por la sangre derramada y por su cuerpo entregado, aceptados por el Padre resucitándolo y poniéndole a su derecha en el cielo. El domingo es la manifestación semanal, la parusía sacramental de ese Jesús que se encarnó en el seno de María Virgen por el poder del Espíritu Santo, recorrió los caminos de Palestina predicando el reino de Dios y por su pasión, muerte y resurrección que se hacen presente en cada Eucaristía, especialmente el domingo  renueva el pacto y la alianza nueva y eterna de amor y de perdón del Padre Dios en favor de todos los hombres, liberándonos de todos nuestros pecados y esclavitudes y guiándonos con la palabra de la verdad.

        No debieran olvidar todo esto los que dicen ser católicos pero no practican la fe, porque su incoherencia e ignorancia quedaría superada si leyeran los evangelios y encontraran a Jesucristo resucitado celebrar la Eucaristía  con los apóstoles. Creer es celebrar y dar gracias por la fe en el Resucitado, en el Viviente.  Nosotros seguimos esta tradición santa, entregada por el Señor a los Apóstoles, reuniéndose en las casas y celebrando la Eucaristía cada ocho días. Y así, desde ellos, ha llegado hasta nosotros. Quien no va a Eucaristía el domingo no sabe de qué va el cristianismo, no es ni hace iglesia de Cristo y rompe el cuerpo de Cristo.

        Y luego seguía esta hoja parroquial haciendo una referencia a los padres de niños de primera comunión, que piden el sacramento para sus hijos: Si tú pides el sacramento de la Eucaristía para tu hijo, debes entrar primero en tu corazón con honradez y ver si tienes fe en la Eucaristía, en Jesucristo presente y celebrante principal del sacramento que pides y si tú vives tu fe cristiana participando todos los domingos en la Asamblea Santa del Señor, donde Él parte para todos el pan de la palabra y de la Eucaristía, entonces puedes con honradez pedir este sacramento.

        Si vosotros, queridos padres, no tuvierais esta fe y esta práctica, estoy seguro de que podéis ser personas buenas y honradas, pero no podéis pedir un sacramento, la Eucaristía, la primera comunión de vuestro hijo, sencillamente porque no creéis en ella y no la celebráis cada domingo y porque no debes iniciar a tu hijo en una forma de vivir el cristianismo, el amor a Cristo, que no es coherente y que le llevará a un cristianismo sociológico, vacío y muerto. Si tú entregas a tu hijo a la parroquia para que le forme y prepare para la Primera Comunión, si vosotros, padres, no fueseis buscando sólo o principalmente la fiesta en lo que tiene de social y externo, los regalos, los banquetes, como si fuera una boda, si cuando tú llevas a tu hijo a la parroquia fueras buscando lo que debe ser, que tu hijo conozca y ame más a Jesucristo, especialmente en este sacramento, cosa que a veces ni lo buscáis ni pensáis siquiera, entonces comprenderíais que la mejor catequesis y preparación es la Eucaristía del domingo para vosotros y para vuestros hijos. Ya sabéis lo que hago repetir continuamente a vuestros hijos: «si tenemos padres cristianos, no necesitamos ni curas» y esto es lo que está fallando ahora, la familia, los padres.

        Si un niño no ve rezar a su padre, no le ve arrodillarse, no le ve en la iglesia en Eucaristía, como su padre es el que más le quiere y desea para él lo mejor: el yudo, el inglés, el deporte, el ordenador, eso sí se lo busca y lo encuentra para él, la Eucaristía será abandonada en cuanto haga la Primera Comunión, por estas cosas más interesantes. Por eso, a los niños, desde el primer día de catequesis, les hago repetir y les explico una segunda afirmación que todos repiten muchas veces durante el año: «sin Eucaristía de domingo, no hay primera comunión», porque así lo hago en mi parroquia, de forma que los que no quieren o se van a los campos o fines de semana fuera, en mi parroquia no puedo prepararlos para un encuentro con el Señor que todos los domingos desprecian.  De aquí la tercera afirmación que repiten en Eucaristías y catequesis: «hacer la primera comunión es ser amigos de Jesús para siempre». La primera comunión no es un día, no es una fiesta, es el comienzo de una fiesta, de una amistad que debe durar toda la vida.

        Estas actitudes y comportamientos de los padres contrarios a la auténtica vida cristiana se convierten en un drama amargo y triste para los niños y para los sacerdotes, que tienen que educarlos en la verdadera fe de la Iglesia y por deber y conciencia deben exigir a los niños la Eucaristía del domingo como la mejor y principal forma de prepararse consciente y válidamente para la primera comunión.          

        El drama viene cuando los padres no practican ni quieren convertirse a la fe verdadera. Es la esquizofrenia: ¿cómo estar instruyendo a tu hijo en el misterio eucarístico, cómo decirle que Cristo es el Señor resucitado, el Dios infinito que nos ama y ha muerto por nosotros, para que tengamos vida y para eso viene cada domingo y celebra la Eucaristía, alimentándonos con el evangelio y el pan de vida, para el cual se está preparando, y que Jesús le espera cada domingo y lo siente mucho si no está en Eucaristía con los otros niños para enseñarle cómo lo tienen que recibir y celebrar el día de su primera comunión?  ¿Cómo decirle que la Eucaristía del domingo es lo más grande de la Iglesia, lo que nos hace cristianos, discípulos y amigos de Jesús, nos hace su Iglesia, es el corazón de este cuerpo que somos todos, el centro y culmen y alimento de toda la vida cristiana y luego ve que sus padres no van a Eucaristía? ¿Cómo decirle al niño, que estos dos años de catequesis son para poder participar luego como persona adulta para la Iglesia en la Eucaristía de cada domingo, que es el culmen y el centro de toda la vida cristiana, y, que sin Eucaristía de domingo no hay cristianismo, y está viendo que sus padres no van a Eucaristía los domingos? Repito: es la esquizofrenia religiosa, el desquiciamiento para toda la vida y el vacío de vida cristiana. Así está la Iglesia.

        Esquizofrenia que a veces no se da para algunos hermanos  sacerdotes «profesionales», profetas palaciegos,  más pendientes de agradar a los niños y a los padres que a Dios, porque pasan por todo y se tragan todo con tal de no disgustar a padres que no creen en Jesucristo ni le aman ni le respetan; y junto a estos profesionales de lo sagrado, los profetas auténticos sufriendo y  predicando la verdad del sacramento, siendo los «intransigentes» que no cambian ni ceden ante los cambios del mundo y siguen sufriendo y haciendo sufrir por la gloria de Dios y la verdadera dignidad y santificación de los hermanos, tratando de que  vivan lo que Jesús quiere, y para lo que ha instituido este sacramento y quiere que todos los niños hagan la Primera Comunión.

        La cobardía de muchos hermanos en el sacerdocio lleva luego a las contrariedades y confusiones que sufren las gentes de las parroquias vecinas. Y ordinariamente se trata de sacerdotes muy comprometidos con derechos humanos pero que olvidan fácilmente los divinos, seguramente porque no los viven y de no vivirlos se les ha olvidado.

        Así le va a la Iglesia. Y luego muchas programaciones, instrucciones, idearios, programas....  “Eso no es comer la cena del Señor”habría que decir con S. Pablo. No se quejen luego de los regalos y de los trajes, porque esta forma de celebrar la Eucaristía, es otro traje más llamativo, hecho a medida del consumismo de la fe.

        ¿Qué hacer? Pues lo que hizo Jesucristo, venir cada domingo y sentarse a la mesa con los que creen en Él y no se inventan una fe y un cristianismo a su medida consumista, y celebrar su muerte y resurrección, - su pascua-,  y en esta pascua ir poco a poco pasando a todos sus discípulos de la muerte a la vida nueva, del pecado a la gracia.

        Y como Jesucristo lo hizo y es el autor y garante de nuestra fe y de todos los sacramentos, no quiere cristianos sin domingo ni domingos sin Eucaristía. Así lo quiere Cristo: “Haced esto en memoria mía”; así lo sabemos y debemos predicarlo los sacerdotes y catequistas enviados para introducir en el misterio a los más pequeños del Reino, así debieran practicarlo los padres que piden el sacramento de la Eucaristía para sus hijos: «culmen y fuente de toda la vida cristiana»; ya me diréis qué vida cristiana en unos padres que no van a Eucaristía y en unos niños, que precisamente cuando se les está educando para el gran misterio de nuestra fe, ya le estamos diciendo que es mentira, que no hace falta ir a Eucaristía los domingos, que  harán la Primera y Ùltima Comunión, y tan contentos sus padres y algunos hermanos sacerdotes. Sin Eucaristía de domingo  todo lo demás es perder tiempo y traicionar el evangelio. Y el exigirlo es cooperar a que la Iglesia sea lo que Cristo quiere y para lo cual la instituyó y se encarnó y murió y resucitó.

        Que luego los niños y niñas dejan de venir a Eucaristía, porque sólo nos quedamos con aquellos cuyos padres practican, pues lo lamentamos y seguiremos rezando y trabajando en esta línea, pero serán menos, ya que algunos padres se van reenganchado y vuelven a la práctica dominical, y de todas formas habremos cumplido nuestra misión y el Señor hará lo que nosotros no podemos:  hay que hacer lo que se pueda y lo que no, se compra hecho, esto es, se reza, se pide con lágrimas y todos los días ante el Señor por estos niños y por estos padres.

        He hablado de los niños y niñas de Primera Comunión y de sus padres y madres, porque las razones y los motivos son los mismos para todos los creyentes. Lo especifico más en ellos, para que se vea el origen, ya desde el principio, de la falta de estima por la Eucaristía en los cristianos, precisamente en el momento de iniciarse para el gran sacramento. Quiero terminar este apartado con un texto de Juan Pablo II en la carta que paso a exponer a continuación: «La asamblea dominical es un lugar privilegiado de unidad... A este respecto, se ha de recordar que corresponde ante todo a los padres educar a sus hijos para la participación en la Eucaristía dominical, ayudados por los catequistas, los cuales se han de preocupar de incluir en el proceso formativo de los muchachos que les han sido confiados la iniciación a la Eucaristía, ilustrando el motivo profundo de la obligatoriedad del precepto».

 

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X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Génesis 3,9-15

 

        Vemos cómo la historia de la vida del hombre sobre la tierra, le describe, desde los inicios, como un ser dividido en sí mismo, en relación con Dios y con la mujer. Su historia, desde sus mismos orígenes, es una historia de engaños y hostilidades. Así se retrata la condición del pecador, sumergido en la falta de armonía con Dios y consigo mismo, desde su mismo origen. Por el pecado, frente a la llamada de Dios, el hombre siente miedo, debilidad, desnudez y entre el hombre y la mujer es claro el desconcierto que produce el pecado: ambos se acusan recíprocamente, descargando la responsabilidad de las propias acciones en los demás.

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Corintios 4,13-5,1

 

        Pablo continúa desarrollando en esta Lectura la tesis de que el que sigue a Cristo ha de pisar sus mismas huellas y sufrir con Él, aceptando con gozo los sufrimientos, porque todos terminará en la resurrección y en la vida eterna con Él. Por eso, Pablo sufre por sus cristianos, para que la abundancia de la gracia de Dios fructifique en ellos; por eso no desfallece en medio de sus luchas, porque todo es transitorio frente al cielo que nos espera: “Sabemos que Dios nos dará una casa eterna en el cielo, no construida por hombres”. El prefacio de la misa de difuntos recoge esta idea de Pablo: «Porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, permanece, y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo».

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 3,20-35

 

QUERIDOS HERMANOS:

       

        1.- Escuchamos en la primera Lectura el relato del pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva,  o sea, del pecado original, que se prolongará a través de los progenitores a todos los hombres. En esta página bíblica había que distinguir dos núcleos: la expresión o forma literaria y el contenido doctrinal. Como en toda la Escritura, Dios habla por medio de hombre y en lenguaje humano. En todos estos relatos de los orígenes, la intención bíblica no es darnos una historia al modo actual, sino revelarnos un mensaje que es interpretación “a posteriori” de la condición humana y del origen del mal y del pecado en el mundo, como hechos que son de experiencia cotidiana.

       

        2.- Como a nosotros no nos interesa investigar bíblicamente este pasaje, sólo nos interesa lo que nos revela, esto es, el mensaje transmitido, que es la explicación del mal en el mundo y del pecado. Estos no se deben a la voluntad creadora de Dios, que fue vivir en amistad en un paraíso de amor con Dios y la naturaleza, sino que nacen de que el hombre no quiere obedecer a Dios, que le había permitido comer de todos los frutos de los árboles del paraíso del mundo, menos del árbol del bien y del mal. Dios quiso reservarse el derecho de establecer lo que está bien y está mal; el hombre, seducido por la serpiente, que es el maligno, es tentado de hacerse igual a Dios y poder decir lo que está bien o está mal, es decir, siente la tentación de “comer del árbol del bien y del mal”, porque si come, si lo hace, será igual a Dios, será como Dios, estará bien o mal lo que decida el hombre, que en definitiva es lo que le guste y le digan sus pasiones; así se hace el pecado que todo hombre siente muchas veces y todos los pecados son consecuencia de esta tentación, sobre todo, en el mundo actual que no respeta mandamientos y evangelios y son los políticos los que nos dicen lo que está bien o está mal: abortos, eutanasias, divorcios, uniones homosexuales, rompiendo el orden que había con Dios, con los hombres y con la naturaleza.

 

        3.-Y como consecuencia del pecado, Adán y Eva se sintieron desnudos, esto es, solos y abandonados. El pecado actualmente está produciendo una soledad, desnudez de sentimientos y amor, un vacío existencial, pérdida del sentido de la vida, por qué y para qué  vivo, adónde voy, rencores, separaciones, divorcios, tristezas, estamos todos más tristes: esposos, familias, vecinos, no hay amigos. El pecado está produciendo muchos sufrimientos físicos, como las guerras, y otros sufrimientos morales, como son depresiones, tristezas, soledades afectivas, insolidaridad, desesperanzas totales de vida; el mundo está más triste que en tiempos pasados de mi juventud, porque nos hemos alejado del único que puede salvarnos: Jesucristo. Hay que volver a Él, hasta por egoísmo.

 

        4.-Pero Dios ama al hombre por encima de todo, le ama gratuitamente, porque le ha creado, no porque necesite de él sino para hacerle gratuitamente partícipe de su misma felicidad, y por eso, como le duele que el hombre ya no pueda ser su amigo eternamente, allí mismo le promete la salvación en la descendencia -Jesús-, de una mujer, María: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje, él te pisará la cabeza”.

         Desde entonces todo hombre nace con inclinación al pecado, a ser como Dios y decidir a su antojo de su vida y de sus actos, es una pecado que nos acompaña desde nuestro origen, desde nuestro nacimiento: querernos por encima de Dios y darnos culto idolátrico como si fuéramos Dios; pero para curar esta inclinación y vencer este pecado permanente sólo es posible con la gracia de Cristo que nos viene en el Bautismo y nos acompañará siempre, para que  cumplamos con la voluntad de Dios, las obligaciones y compromisos de cristianos, de seguidores de Cristo.

        De esta forma todo hombre es pecador y todo hombre a la vez es salvado y redimido por Cristo: «Pero el Señor vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente y expulsando al príncipe de este mundo (Jn 12, 31, que lo retenía en la esclavitud del pecado» (GS13).

        En cada pecado personal resuena y se ratifica el pecado original. La inclinación al pecado permanece dentro de nosotros. “¿Quién me librará de esta carne de pecado?” exclama San Pablo; y responde en su Carta a los Romanos: “Dios por medio de Jesucristo… si creció el pecado, más desbordante fue la gracia”.

        Esa gracia de sanación y salvación es la que Jesús empieza a expandir en el evangelio de hoy con sus palabras y acciones: “Y recorría toda Galilea –dice el evangelio– expulsando los demonios” (Mc 1,39). El hecho suscitaba tanto entusiasmo entre el pueblo que los escribas, envidiosos y enemigos por sistema, no pudiendo negar la evidencia y no queriendo reconocer en Jesús al Mesías, atribuyen su poder al influjo de Belcebú. El Maestro reacciona: “Si Satanás se alza contra sí mismo y  está dividido, no puede subsistir”. De hecho Santanás está en quiebra, pero por causa bien distinta: porque ha venido uno más fuerte que él, el Hijo de Dios, que tiene poder para atarlo por virtud del Espíritu Santo operante en Él.       

La discusión se acaba con unas palabras tremendas: “Todos los pecados se les perdonarán a los hijos de los hombres. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca”. Pecado contra el Espíritu Santo es atribuir a Satanás lo que es obra del Espíritu y como ese pecado, en el caso de los fariseos, nace del orgullo que niega y rechaza a Dios, el hombre que lo comete se excluye voluntariamente de la salvación. Dios no puede salvar al que no quiere salvarse.

 

        5.- “Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales”. Sería bueno pensar aquí que toda persona, sobre todo los sacerdotes, si decimos que todo está bien y no echamos en cara a nadie sus fallos y errores y pecados, es un cura estupendo. En cuanto un cura habla claro y combata el pecado, los vicios, la vida consumista y corrupta, será incomprendido por sus propios feligreses y le salen acusadores y enemigos por todas partes. Así que en la Iglesia de Dios hay pocos profetas, porque enmudecen por miedo a las críticas y calumnias por el reino de Dios. Es la historia de Jesús y la de todo el que quiera imitarlo.

        El evangelio de hoy termina con un episodio gratificante: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y paseando una mirada por el corro, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre” Y comenta San Agustín que María fue más madre y más bienaventurada por cumplir la voluntad de Dios –“aquí está la esclava del Señor”-, que por haberle concebido. Todos los que, siguiendo su ejemplo, abrazan la voluntad del Padre y la cumplen, quedan tan unidos y más que los lazos puramente familiares. Porque de qué le serviría a la Virgen haberle concebido, si no hubiera creído siempre en Él, cuando todos lo dejaron, incluso los mismo Apóstoles, y haberle amado hasta la cruz. Como Cristo por su obediencia al Padre hasta la muerte, venció a Satanás, así tenemos que vencerle todos los cristianos.

 

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DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Ezequiel 17, 22-24

 

        Este texto de Ezequiel se pone hoy como anticipo a la lectura del Evangelio; son idénticas las imágenes, que hablan del crecimiento; idéntico, el tema desarrollado; y también la forma, esto es, extender el reino de Dios. El pueblo de Israel  pobre y pequeño y sin esperanza se convertirá en el centro de los pueblos; Babilonia, concentración de los poderes humanos, es una torre sin terminar en medio del desierto, condenada a convertirse en ceniza. Sólo el Espíritu de Dios da vida y eternidad a los esfuerzo humanos. Y esta será siempre la lógica del crecimiento del reino de Dios entre los hombres.

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Corintios 5,6-10

 

        En esta Lectura de hoy, como en la del domingo anterior, continúa San Pablo animando a los cristianos a perseverar en los sufrimientos teniendo siempre la mirada fija en lo que nos espera. La perspectiva del que ha decidido seguir a Cristo no es alcanzar la plenitud en este mundo, sino ponerla en la otra vida, en Cristo resucitado, más allá del horizonte puramente terreno. Por eso no tememos dejar la morada del cuerpo para vivir con Él para siempre. Lo importante es que tratemos de agradar a Cristo en toda ocasión, pues hemos de comparecer ante el tribunal, para que cada uno reciba lo merecido según sus obras.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 4, 26-34

 

:       QUERIDOS HERMANOS: 1.- Las dos parábolas del Evangelio de este domingo tienen como objeto el desarrollo y el crecimiento de la vida de Dios, de la vida de la gracia en la tierra de nuestra alma, de la vida cristiana en cada uno de nosotros,

y para que Dios reine en nosotros, para que yo sea un buen cristiano y su vida de gracia se desarrolle y crezca en cada uno de nosotros, es necesario el desarrollo y crecimiento de la vida de gracia mediante la oración, el cumplimiento de los mandamientos de Dios y de la Iglesia y la frecuencia de los sacramentos, especialmente de la confesión y comunión eucarística.

Reinado de Dios sería la vivencia del evangelio, del cristianismo, de los mandamientos de Dios en nosotros, de la soberanía de su amor sobre egoísmos y el dominio de su voluntad sobre la nuestra. Esta es la primera enseñanza de Cristo hoy.

Otra enseñanza es que destaca la desproporción entre la semilla y el desarrollo que alcanza luego. El reino tiene una apariencia y unos principios humildes, pero su desarrollo es sorprendente en su plenitud.

Está claro que con ambas parábolas el Señor quiere infundirnos a todos, especialmente a los que creemos en Él y le seguimos, que sean cuales sean las circunstancias del mundo y nuestras personales, nunca debemos desilusionarnos y desesperarnos de su amor y presencia y eficacia, sino que debemos vivir en oración continua y cumplimiento de sus mandaamientos en nosotros y en nuestros hijos, por la llegada del reino de Dios y del amor de Dios y el cumplimiento de sus mandamientos en nuestros y en nuestros hijo y en el mundo entero, orando como Él nos enseñó: “Venga  a nosotros tu reino”, pero añadiendo siempre: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, porque el cumplimiento de su voluntad es el camino del Reinado de Dios en los hombres.

La pregunta que tenemos que hacernos todos, sacerdotes y cristianos y meditar ahora es esta: realmente me esfuerzo por vivir el evangelio, el reino de Dios, por cumplir la voluntad de Dios en mi vida? Amo a Dios, perdono a los hermanos, vivo dominando las pasiones de soberbia, lujuria, envidia… comulgo y vengo a misa para vivir la vida, el reinado de Dios en mi vida? Y los míos, lo hacen también, trabajo por que lo hagan? Esto es lo que Jesús hoy nos enseña y pide en el evangelio. Trabajar en nosotros y en los hermanos porque la fe, el amor a Dios, la vida de gracia, el cumplimientos de sus mandamientos se cumplan en nosotros, en nuestras familias, en el mundo, ¿Trabajo yo como sacerdote y tu como padre o madre, o cristiano para que el evangelio se practique y se viva en mi y en los míos o lo tengo descuidado? ¿ lo alimento con la oración diaria, la misa del domingo, el cumplimiento de los mandamientos de Dios y de la Iglesia, la conversión permanente y y la lucha diaria contra mis pasiones de pecado.

        1.- Las dos parábolas del Evangelio de este domingo tienen como objeto el Reino de Dios en la tierra, y para enterdernos mejor, diría, el reinado de Dios en nosotros, en nuestras vidas. Reinado de Dios sería la vivencia del evangelio, del cristianismo, de los mandamientos de Dios en nosotros, de la soberanía de su amor sobre egoísmos y el dominio de su voluntad sobre la nuestra.

Así lo pedimos en la oración del Padre nuestro cuando rezamos  “venga a nosotros tu reino”  que lo concretamos al decir “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Si esto se cumple en nosotros, en nuestras familias y en nuestro entorno eclesial y social, entonces el reinado de Dios ha llegado al mundo y se cumple lo más importante y fundamental de nuestra condición de discípulos de Cristo, y es que Cristo, su Palabra, su evangelio reine en nuestras vidas y en el mundo, en los hombres, en la sociedad.

        2.- Por eso, el reinado de Dios en este mundo no se identifica ni coincide con los límites de la Iglesia; es más amplio que la Iglesia. Por eso el reinado de Dios se puede dar en muchos hombres que no están bautizados y, por otra parte, puede no estar en los que estamos bautizados, incluso en los que  comulgamos, si no vivimos su palabra, su evangelio, las promesas bautismales y los consejos evangélicos, si no comulgamos “en espíritu y verdad” con Cristo. 

        La Iglesia está al servicio del Reino y debe encarnarlo espiritualmente y predicarlo: amor, fraternidad, humildad, servicio. Ella es el germen, el sacramento que lo encierra, es la fuente y propulsora del reino de Dios: «La Iglesia recibe la misión de anunciar el  Reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en los pueblos y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino» (LG 5,2). La Iglesia, la parroquia ha recibido la misión de anunciar el Reinado de Cristo, Hijo de Dios y Único Salvador enviado por el Padre para instaurarlo en el mundo entero.

        3.- Entendiendo esto, ahora comprenderéis mejor el sentido de las parábolas de Jesús que hemos proclamando en este evangelio. Jesús en el evangelio de hoy, con la exposición de las dos parábolas, nos enseña que el Reinado de Dios en nosotros crece siempre, aunque no lo percibamos. La primera nos llena de esperanza, que vence toda tentación de cansancio o desilusión, al asegurarnos el Señor que el reinado de Dios en los hombres crece continuamente aunque nosotros no lo notemos.

        La enseñanza es clara: El Reino de Dios en sí mismo tiene un principio de crecimiento que le lleva progresivamente a su total perfección por la conversión permanente al evangelio, a cumplir los mandamientos de Dios, amarás a Dios, al prójimo, no robarás, serás fiel a tu esposo o esposa… dominarás la soberbia, la envidia..

 

1.- Las dos parábolas del Evangelio de este domingo tienen como objeto el Reino de Dios. A mí me gusta más hablar de reinado de Dios, porque reino induce más la idea de un territorio, de algo material y objetivo, independiente de sujetos y de obediencia, mientras que reinado se refiera más a este aspecto espiritual y personal de aceptación del reinado de Dios sobre nosotros, de aceptación de su evangelio, de sus mandamientos.

        De esta forma reino de Dios podía ser incluso la Iglesia, mientras que reinado de Dios sería la vivencia del evangelio, de mi aceptación a su Señorío sobre mi entendimiento y voluntad, de la soberanía de su amor sobre mis instintos e inclinaciones y el dominio de su voluntad en la vida de los hombres. En el Padre nuestro en concreto el “venga a nosotros tu reino” iría más por el “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Si esto se cumple en nosotros y en nuestro entorno familiar, eclesial y social el reinado de Dios ha llegado al mundo y se cumple lo más importante y fundamental de nuestra condición de discípulos de Cristo

       

        2.- Por eso, el reinado de Dios en este mundo no se identifica ni coincide con los límites de la Iglesia; es más amplio que la Iglesia. Por eso el reinado de Dios se da en muchos hombres que no están bautizados y, por otra parte, puede no estar en los que estamos bautizados, incluso en los que  comulgamos, si no vivimos las promesas bautismales y los consejos evangélicos, si no comulgamos “en espíritu y verdad” con Cristo. 

        La Iglesia está al servicio del Reino y debe encarnarlo espiritualmente y predicarlo: amor, fraternidad, humildad, servicio. Ella es el germen, el sacramento que lo encierra, es la fuente y propulsora del reino de Dios: «La Iglesia recibe la misión de anunciar el  Reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en los pueblos y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino» (LG 5,2). La Iglesia ha recibido la misión de anunciar el Reinado de Cristo, Hijo de Dios y Único Salvador enviado por el Padre para instaurarlo en el mundo entero.

 

        3.- Entendiendo esto, ahora comprenderéis mejor el sentido de las parábolas de Jesús que hemos proclamando en este evangelio. Jesús en el evangelio de hoy, con la exposición de las dos parábolas, nos enseña que el Reinado de Dios en nosotros crece siempre, aunque no lo percibamos. La primera nos llena de esperanza, que vence toda tentación de cansancio o desilusión, al asegurarnos el Señor que el reinado de Dios en los hombres crece continuamente aunque nosotros no lo notemos.

        La enseñanza es clara: El Reino de Dios en sí mismo tiene un principio de crecimiento que le lleva progresivamente a su total perfección por la conversión permanente al evangelio y la experiencia de Dios.

        La segunda destaca la desproporción entre la semilla y el desarrollo que alcanza luego. El reino tiene una apariencia y unos principios humildes, pero su desarrollo es sorprendente en su plenitud. Está claro que con ambas parábolas el Señor quiere infundirnos a todos, especialmente a los que creemos en Él y le seguimos, que sean cuales sean las circunstancias del mundo y nuestras personales, nunca debemos desilusionarnos y desesperarnos de su amor y presencia y eficacia, sino que debemos vivir en oración continua por la llegada del reino a nosotros y al mundo, orando como Él nos enseñó: “Venga  a nosotros tu reino”, pero añadiendo siempre: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, porque el cumplimiento de su voluntad es el camino del Reinado de Dios en los hombres.

 

        4.- Otra lección que se deduce de la primera parábola es que el desarrollo del reino en el mundo tiene un ritmo propio que hay que respetar como lo tiene la semilla al germinar. Y este desarrollo viene por la misma fuerza de la semilla, a pesar de las dificultades y resistencias que puedan poner el hombre y el mundo.

        Esta es una lección que no debemos ni podemos olvidar en estos tiempos tan difíciles para la fe y el reinado de Dios en la tierra, gobernada por unos dirigente que, para sacar votos y estar en el poder, no dudan en establecer leyes y normas que no favorecen los valores verdaderamente humanos, no digamos evangélicos, por no corregir los vicios, egoísmos que rompen el amor matrimonial, la vida en sus comienzos y final, y todo, por no oponerse a las pasiones humanas. Así estamos y así el reinado de Dios encuentre más dificultades que en otros tiempos, en que los derechos a la vida y al amor eran respetados en los pequeños y humildes, como predica el evangelio.

        Igualmente el reinado de Dios en nosotros tiene un ritmo de crecimiento, que a los mismos interesados en avanzar a veces les desconcierta, porque parece que no avanzamos en la vida de gracia, de amor a Dios y a los hermanos, en la experiencia e intimidad con Cristo. Este crecimiento es imperceptible a los ojos humanos como lo es el de las plantas. Solamente a distancia de años podemos verificar su crecimiento. A nosotros sólo nos queda confiar en la fuerza oculta del Señor y en su palabra que nos asegura que Él está siempre actuando en nuestra vida y en el mundo, aunque nosotros seamos pecadores. Lo importante es pedir y trabajar por la llegada del reino y no cansarse nunca o desesperar. Para esto expone el Señor estas parábolas.

        La Iglesia será siempre santa y pecadora; igualmente los cristianos que quieran la llegada del reino; pero no debemos fijarnos y quedarnos parados por nuestros pecados, debemos avanzar siempre en la conversión permanente. Sólo Dios es el Santo, fuente de toda bondad y gracia; y nuestra santidad o unión plena con Él solo será posible en el cielo.

       

        5.- En la segunda Lectura, San Pablo siempre nos invita a tener esta fe: “Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que mientras vivimos, estamos desterrados, lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe”.

        Por lo tanto, hermanos, os invito y me invito a tener esta confianza en el Señor, que nos empuja a esperar contra toda esperanza o certeza puramente humana. Sólo la fe y la esperanza verdaderamente sobrenaturales pueden atravesar esta opacidad de la vida y ver lo que nuestros ojos y cálculos puramente humanos no pueden descubrir, porque estas virtudes nos hacen pensar, ver y esperar más allá de todo lo visible para los sentidos y la inteligencia.

        La realidad cristiana, la realización del Reinado de Dios, tanto a nivel individual como universal, se presenta como algo pequeño, débil, aparentemente ineficaz, pero lleva en sí mismo el poder de transformarnos individual y colectivamente, quiero decir, transformar al individuo y a la sociedad humana en Reinado de Dios, en una sociedad de amor y fraternidad, de hijos de Dios iguales todos y hermanos, donde Dios sea el Único Dios y Señor del mundo y de los hombres, todos seamos hermanos, y hagamos una mesa muy grande, muy grande, donde todos se sienten, pero especialmente los que nunca son invitados.

 

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DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Job 38, 1. 8-11

        En esta breve Lectura del libro de Job aparece la imagen del mar; el mar, en la antigüedad, era el símbolo del poder inmenso de la naturaleza que suscitaba miedo y estupor cuando se desencadenaba la tormenta, siempre amenazante y misterio impenetrable. El Señor, creador de cielo y tierra, domina también el poderío misterioso del mar, al que impone leyes y fronteras. Y este Dios tan poderoso se digna dirigir la palabra a su siervo y litigar con él. Dios, en el Nuevo Testamento, no habla desde la tormenta y el mar, sino desde Jesús que tiene poder para calmar la tempestad y para curar nuestras dolencias naturales y sobrenaturales. El creyente debe invocar al Señor en sus necesidades.

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Corintios 14-17

        Sepultados con Cristo por el bautismo, con Él hemos resucitado a una vida nueva para Dios y para Cristo. El hombre nuevo tiene una forma propia de juzgar, según el Espíritu, no según la carne, como juzga el hombre viejo, como Pablo juzgó en otro tiempo a Cristo. Todo es nuevo en el cristiano: Dios que creó el mundo por el Verbo, restaura todas las cosas con la nueva recreación en Cristo, que abarca el universo entero, pero se centra en el «hombre nuevo», creado en el bautismo para una vida nueva en justicia y santidad

 

       

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 4, 35-40

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- El episodio evangélico de hoy es la tempestad calmada por Jesús. El prodigio de calmar instantáneamente esta borrasca es realizado por Jesús para suscitar y confirmar la fe de sus discípulos en Él. El miedo y la duda ante el misterio de Jesús les acompañó siempre, incluso ante el hecho de la misma resurrección. Por eso, el saludo de Cristo resucitado siempre empezaba por “no temáis”.

 

        2.- La cuestión planteada: “¿quién es éste que hasta el viento y las aguas le obedecen? incluye, al menos implícitamente, la respuesta obvia del evangelista y de la primitiva comunidad apostólica: Este es Dios; esta es la conclusión acorde con la finalidad de este pasaje y de todo el evangelio de Marcos: Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios.

        El milagro de la tempestad calmada viene, pues, a ser un signo de la divinidad de Jesús que se autorevela como encarnación del Dios bíblico, del Dios Creador, del Dios del Antiguo Testamento, que domina los elementos de la naturaleza, como constata la primera Lectura.

        En segundo lugar, sobre esta  afirmación de la divinidad de Jesús por su poder sobre la naturaleza, nosotros debemos hacer una lectura personal y eclesial del episodio. Así lo hicieron desde antiguo los Padres de la Iglesia, que vieron siempre en este hecho narrado por el evangelio de hoy, el Reino de Dios sobre la tierra, de que hablábamos el último domingo, esto es, a la misma Iglesia e individualmente a cada uno de nosotros.

        3.- La historia demuestra largos periodos, incluso siglos de persecución a la Iglesia y a los cristianos, que sirvieron para vigorizarla y purificarla y rejuvenecerla. Es la historia, lo podemos comprobar, de la última persecución de la Iglesia, aunque no ha terminado totalmente, por parte del marxismo, hoy ya casi olvidado por trasnochado, pero que millones y millones de hombres y estadistas profesaron como el único evangelio, buena noticia que podía salvar al mundo, martirizando a millones de cristianos en amplias zonas del mundo.

        Hasta en la misma Iglesia, como siempre, surgieron teólogos de la Liberación, «cristianos por el socialismo, marxismo» etc, que, en el fondo, desconfiando de la fuerza del Evangelio de Cristo por salvar al hombre y al mundo, pusieron toda su confianza en un socialismo marxista, tratando de sustituir el mensaje de Cristo por el de Marx. No hace ni veinte años que estaba en toda su pujanza y ya lo hemos olvidado. También nos reíamos de que el rezo del santo rosario pudiera vencer el comunismo en Rusia, algo inconcebible, ya  podemos ver dónde está el comunismo en toda Europa y en el mundo entero, y no fue la ONU, pero seguiremos sin creer en el poder de Dios por la oración de los pequeños.

        En aquellos tiempos, muchos sacerdotes, por defender el evangelio de Cristo fueron criticados por compañeros que se creyeron más actualizados y modernos y sensibles a la humanidad y los pobres, defendiendo un reino de Dios que no era reinado de Dios, ni por el modo: guerras y guerrillas, ni por el fín: la materia por encima de todos, o por defender un socialismo buscando notoriedad y aplauso de los «pobres» no evangélicos; también algunos obispos fueron muy relevantes en la Iglesia de España y hasta estuvo de moda cierta inclinación hacia esas tendencias como signo de progresismo, buscando escalar puestos según el Papa de turno o tentaciones pasajeras de la misma Iglesia.¡Dios sea bendito, cómo se pasan los años, cómo y qué rapidez en cambiar orientaciones pastorales según los vientos del mundo y no según el evangelio! Ahora estamos en el laicismo. Ya he conocido monjas y frailes y curas sin ningún signo cristiano, quitándolos de los centros o ONG donde trabajaban, porque nadie tenía que sabes que estaban allí en nombre de Cristo y había que respetar las conciencias.

        “Las fuerzas del infierno no prevalecerán”. De esta fe en las palabras del Señor a Pedro ha vivido siempre la Iglesia, con más o menos firmeza, y de esta fe y de esta tempestad calmada tenemos que sacar nosotros confianza en el poder infinito y amor y misericordia de Dios con los pecados de los hombres. La Iglesia no se hunde ni se ha hundido ni se hundirá nunca porque Cristo va con ella. Esta presencia de Cristo en su Iglesia, a veces zarandeada fuertemente por las olas del mundo y de los  vicios y pecados del aborto, amor libre, lesbianismo, eutanasia, sobre todo por el laicismo reinante, nos obligan a poner sólo en Dios nuestra confianza, más que en nuestros proyectos y organigramas.

 

        4.-Los cristianos, a lo largo de la historia, muchas veces, como los mismos Apóstoles, se han sentido desasistidos y como abandonados por el mismo Dios, que confesaban como Padre providente y atento siempre a las necesidades de sus hijos, ante las persecuciones de todo tipo que se levantan contra la Iglesia y contra ellos mismos. Nosotros mismos, personalmente, algunas veces podemos sentir crisis de fe y confianza y desconcierto por cosas que suceden y nos suceden. Nos ponemos nerviosos y desconfiamos, dudamos de la providencia de Dios sobre nosotros, sobre las vidas de los que amamos, sobre la fuerza del evangelio, de la gracias, de los sacramentos. Pero Jesús nos dice bien claro a través de este hecho que todas las tempestades y todos los mares están bajo su poder y que siempre tenemos que creer, pase lo que pase, en su amor a nosotros: “Él les dijo: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe? Se quedaron espantados y se decían unos a otros: ¿Pero quien es éste? ¡Hasta el viento y el mar le obedecen!”.

        Se enfada el Señor porque su palabra y su amor a su Iglesia es eterno. Él no falla y guía siempre a su Iglesia, si le obedece y ella confía en Él, lo mismo en tiempos de calma que de crisis. Él lo ha prometido y lo ha cumplido y lo seguirá cumpliendo porque tiene amor al proyecto del Padre y tiene poder recibido del Padre sobre la naturaleza y sobre el mundo: “Yo estaré siempre con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y lo cumplirá. Nosotros creemos y confiamos en Él, pase lo que pase. Por eso, el poder del Maligno no hundirá a su Iglesia.

 

        5.- Y esto que decimos de la Iglesia, nos ocurre también a nosotros, a nivel personal, como he dicho antes. Hay momentos en nuestra vida en que las pruebas económicas, morales, físicas o espirituales parecen que nos van a hundir en el vacío, en la muerte, en el fracaso total. Parece como si Dios se echase la siesta, durmiese y tuviera los ojos cerrados para nosotros, porque no le vemos, ni sentimos su mano protectora que nos echa una mano o nos proporciona alguna ayuda. Este silencio de Dios nos duele y nos hace exclamar, tratando de despertarle: “Maestro, ¿es que no te importa que nos hundamos?. ¿Es que no escuchas mis ruegos, no ves mi angustia, mi sufrimiento, mis necesidades? Si nuestros gritos son oración y súplica, está bien; pero hemos de procurar que no sean expresión de desconfianza, porque esto ofende a su amor por nosotros y mereceremos la corrección dada a los Apóstoles.

        Solamente desde la fe tienen respuesta nuestras quejas, aunque tengamos que sufrir pruebas como Job, del que nos habla la primera Lectura, el cual tuvo que escuchar las quejas de su mujer y de sus amigos, que le empujaban a desconfiar de Dios por las grandísimas y numerosas pruebas que estaba sufriendo; pero él se mantuvo fiel y mereció la solución total de sus problemas. Y el modelo supremo ante las pruebas siempre será el mismo Cristo: “Dios mío, Díos mío, ¿por qué me has abandonado? Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu… Todo está cumplido”

        Si algo podemos aprender de este evangelio no es la desconfianza sino la oración de los Apóstoles, hecha a Cristo con cierta impaciencia y atrevimiento, en las necesidades: “Maestro, no te importa que nos hundamos? Porque no rezar ni pedir puede ser motivado por la falta de fe y confianza en los modos de actuar y concedernos el Señor lo que pedimos.

        El que se atreve a rezar, aunque sea dando gritos para despertar al Señor, es que cree que alguien le escucha. Y si uno es cristiano y no ora y pide, entonces no es Dios el que duerme, sino nosotros que no rezamos. Hay que gritar a Dios nuestras miserias, pecados y deficiencias.

        Porque tenemos un Dios que nos ama, que puede convertir cualquier tempestad de nuestra existencia en calma y bonanza. Pero necesita que se lo digamos, una veces, en voz baja y otras, a gritos. Y si no cree oportuno darnos lo que pedimos o en el tiempo o el modo que nosotros lo queremos, no es porque no nos escuche o esté dormido, es que quiere hacerlo de otra forma o en otros tiempos; y entonces conviene que seamos nosotros lo que no estemos dormidos en nuestra fe y confianza en Él, porque siempre somos egoístas, y queremos que Él se someta a nuestros deseos, y no sea su voluntad sino la nuestra la que se cumpla. Dios nos de la gracia de tener fe tan profunda en su amor que podamos  decir en esos momentos: «Dios bueno, no comprendo nada, no entiendo nada,  pero todo está bien, porque Tú eres mi Padre»

 

 

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DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Sabiduría 1,13-15; 2,23-24

 

        “Por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo”. La muerte no entraba en los designios de Dios. Él no la ha hecho. Dios quiere la vida. Creando al hombre a su imagen y semejanza, no podía destinarlo a la muerte. ¿De donde procede,  pues, la triste realidad de la muerte? Desde las primeras páginas de la Biblia se la presenta como el castigo del pecado y los versículos de hoy alude a esta idea: “Por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo”. El maligno, incitando al hombre a pecar, lo arrastró a la muerte total: muerte física y muerte espiritual, es decir, separación eterna de Dios. “Dios creó al hombre incorruptible…la justicia es inmortal”, es decir, que para los justos la muerte es tránsito a la eternidad de Dios. Los impíos con sus pecados, a la muerte eterna, separados de Dios. Es duro, pero lo dice la Biblia.

 

        SEGUNDA LECTURA: 2 Corintioo 8, 7-9. 13-15

 

        En la segunda Lectura exhorta San Pablo a los Corintios a dar su contribución generosa para aliviar la pobreza de los hermanos de Jerusalén. Y recodándoles que Jesús “siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para que con su pobreza nos hagamos ricos”, les invita a inclinar la abundancia propia sobre la indigencia ajena, porque  “un día la abundancia de ellos remediará vuestra falta”. En otras palabras, la limosna que alivia la miseria de los pobres, remedia la moral de los ricos consigue la recompensa eterna. 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 5,21-43

 

        HEMORROÍSA DIVINA, CREYENTE, DECIDIDA, ENSÉÑAME A TOCAR A CRISTO COMO TÚ, CON FE Y ESPERANZA PARA SER CURADO

 

QUERIDAS HERMANAS DOMINICAS: En el evangelio de este domingo tenemos dos narraciones de milagros, incluida una en la otra. Dentro de la resurrección de la hija de Jairo, el evangelista ha introducido la curación de una enferma desahuciada. En ambos casos la fe es condición indispensable; Cristo insiste en la fe, para curar a la hija de Jairo: “No temas, basta que tengas fe”. Y a la hemorroísa le dice lo mismo: “Hija, tu fe te ha curado”. Os invito a pedir esta fe al Señor, fe total y confiada, fe coherente y permanente, que vence el mal moral y el pecado y la misma muerte y nos lleva a la experiencia gozosa de Cristo ya en la tierra.

        Esta pobre mujer, que padecía flujo incurable de sangre desde hacía doce años, se deslizó entre la multitud, hasta lograr tocar al Señor:“Si logro tocar la orla de su vestido, quedaré curada, se dijo. Y al instante cesó el flujo de sangre.  Y  Jesús... preguntó: ¿Quién me ha tocado?”

 No era el hecho material lo que le importaba a Jesús. Pedro, lleno de sentido común, le dijo: Señor, te rodea una muchedumbre inmensa y te oprime por todos lados y ahora tú preguntas, ¿quién me ha tocado? Pues todos. Pero Jesús lo dijo, porque sabía muy bien, que alguien le había tocado de una forma totalmente distinta a los demás, alguien le había tocado con fe y una virtud especial había salido de Él. No era la materialidad del acto lo que le importaba a Jesús en aquella ocasión com nosotros cuando cumulgamos; cuántos ciertamente de aquellos galileos habían tenido esta suerte de tocarlo y, sin embargo, no habían conseguido nada. Sólo una persona, entre aquella multitud inmensa, había tocado con fe a Jesús. Y esto era lo que estaba buscando el Señor.

        Queridos hermanos: Este hecho evangélico, este camino de la hemorroísa,  debe ser siempre imagen e icono de nuestro acercamiento al Señor, y una imagen real y a la vez  desoladora y negativa de lo que sigue aconteciendo hoy día en muchos templos e iglesias, en el pueblo cristiano. Que no pase así entre nosotros, en nuestra comunidad.

Porque otra multitud de gente nos hemos reunido esta tarde en su presencia y nos reunimos en otras muchas ocasiones y, sin embargo, no salimos muchas veces curados de su encuentro, porque nos falta fe y amor. El mismo sacerdote que celebra la Eucaristía, los fieles que la reciben y la adoran, todos los que vengan a la presencia del Señor, deben tocarlo con fe y amor para salir curados. Y si el sacerdote como Pedro le dice: Señor, todos estos son creyentes, han venido por Tí, incluso han comido contigo, te han comulgado, podría tal vez el Señor responderle: “pero no todos me han tocado”.

Porque tanto al sacerdote como a los fieles nos puede faltar esa fe  y amor necesarios para un encuentro personal de amistad con Cristo, podemos estar distraídos de su amor y presencia amorosa, es más, nos puede parecer el Sagrario un objeto más de la iglesia, porque hablamos y nos portamos como si Él no estuviera presente, o estuviera muerto, como una cosa sin vida,  más que la presencia personal y verdadera y realísima de Cristo.

Sin fe viva, la presencia de Cristo no es la del amigo que siempre está en casa, esperándonos, lleno de amor, lleno de esas gracias,  que tanto necesitamos, para glorificar al Padre y salvar a los hombres; y por esto, sin encuentro de amistad,  no podemos sentir y  contagiarnos de sus deseos, sentimientos y actitudes de entrega y amor y apostolado.

        En la oración eucarística ante el Sagrario, como Eucaristía continuada de la misa, el Señor nos dice al visitarlo: “tomad y comed... Tomad y bebed..” y lo dice para que comulguemos con sus sentimientos, nos unamos a Él. En la oración eucarística ante el Sagrario, más que abrir yo la boca para decir cosas a Cristo, abro mi corazón en silencio de palabras para acoger yo su vida, su evangelio, su persona, su entrega,su don, que es el mismo Cristo vivo y resucitado por y para mí para vivir su vida de amor a Dios y a los hombres en mí, eso tiene que ser y para eso son la misa, la comunión y la visita eucarística auténtica.

Sólo tengo que abrir los ojos, la inteligencia, el corazón con fe viva y despierta para sentirlo con amor y deseos de comunión y comunicación personal e íntima con cada uno de nosotros y así la misma oración eucarística ante el Sagrario se convierte en una permanente comunión eucarística de fe y caridad fraterna: “amaos como yo os he amado...”

Con fe viva, callada, silenciosa y alimentada de horas de Sagrario,  Cristo nos va alimentado con sus mismos sentimientos de entrega y amor a Dios y a los hermanos, Cristo sigue y puede actuar  aquí y ahora en nosotros como en Palestisna y curarnos como a la hemorroisa. Cristo puede decirnos, como lo dijo entonces y tantas  veces en su vida terrena y nos lo sigue diciendo ahora en ratos de Sagrario: “Vete, tu fe te ha salvado”.

       

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Queridas hermanas dominicas: Terminábamos ayer diciendo: Con fe viva, callada, silenciosa y alimentada de horas de Sagrario,  Cristo nos va alimentado con sus mismos sentimientos de entrega y amor a Dios y a los hermanos, Cristo sigue y puede actuar  aquí y ahora en nosotros como en Palestisna y curarnos como a la hemorroisa. Cristo puede decirnos, como lo dijo entonces y tantas  veces en su vida terrena y nos lo sigue diciendo ahora en ratos de Sagrario: “Vete, tu fe te ha salvado”.

Y no os escandalicéis, pero es posible, que yo celebre la eucaristía y no le toque, y tú también puedes comulgar y no tocarle,  a pesar de comerlo. No basta, pues, tocar materialmente la sagrada forma y comerla, hay que comulgarla, hay que tocarla con fe y recibirla con amor para asimilarla y que nos alimente.

Y ¿cómo sé yo si le toco y como con fe al Señor? Muy sencillo: si quedo curado, como la hermorroísa,  si voy poco a poco curándome de mis faltas de fe y amor, si voy comulgando con los sentimientos de amor, servicio, perdón, castidad, y humildad de Cristo, si me voy convirtiendo en Él y dejándole a Cristo  vivir su misma vida en mí.

Tocar, comulgar a Cristo es tener sus mismos sentimientos, sus mismos criterios, su misma vida. Y para esto tengo que ir renunciando a los míos, para vivir los suyos: “El que me coma, vivirá por mí”, nos dice el Señor en el capítulo sexto de S. Juan. Y Pablo constatará esta verdad y la vivió, asegurándonos: “ vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”, como todos los santos que han existido y existirán.

         Hermanos, de hoy en adelante vamos a tener más cuidado con nuestras misas y nuestras comuniones, con nuestros ratos de Sagrario y de iglesia. Vamos a tratar de tocar verdaderamente a Cristo como le tocó la hermorroisa con fe y amor y esperanza, para salir curados; no estar por estar; de toda la multitud que estaba con el Señor y le tocaba, solo la hermorroísa quedó curada.

Creo que un momento muy importante de nuestra vida de relación co Cristo, de nuestra fe eucarística es cuando llega ese momento, en que iluminado por la fe, uno se da cuenta de que Él está realmente allí en el Sagrario, que está vivo, vivo y resucitado, el mismo que está en el cielo y que quiere comunicarnos todos los tesoros que guarda para nosotros, puesto que para esto vino y se quedó para siempre en el Pan consagrado: “Este es mi cuerpo, esta es mi sangre”, nos dice desde cada Sagrario o Comunión,este soy yo que sigo encarnándome, mejor, haciéndome pan para ser comido y asimilado con fe y amor y permanecer con vosotros hasta el final de los tiempos alimentándoos de mi amor y entrega a Dios y a los hermanos, todos los hombres y por ella como pan entregado por amor y comunión de vida en cada uno de nosotros, este fue y sigue siendo el sentido de mi encarnación continuada ahora en la Eucaristía.

Y a este estado de amor llegamos solo por las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, virtudes sobrenaturales que encarnan a Cristo en nosotros y que nos llevan y nos unen directamente con Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por una vida de unión y oración un poquito elevada en nosotros, oración no meramente reflexiva o meditativa, sino pasiva y contemplativa, provocada por el Espíritu Santo.       Hemorroisa divina, creyente, decidida y valiente,  enséñame a mirar a Cristo con fe y amor como tu y a tocarle con esperanza como tú para ser curado, quisiera tener la capacidad de provocar el poder y amor de ese mismo Cristo aquí en la Eucaristía como tú lo hiciste con fe tan atrevida… si le toco quedaré curada… si se toco con fe viva, no puramente teórica, quedaré curado, Señor.

hermorroisa divina, quisiera tener esos mismos deseos que tú tuviste para tocar a ese mismo cuerpo de Cristo en la Eucaristía para quedar curado de mis faltas fe y amor y esperanza, de mis faltas y pecados, enséñame a dialogar con Cristo y tocarlo así en la misas, comuniónes y visitas como tú; 

hemorroísa divina, ahora que estás en el cielo, reza por todos nosotros al mismo Cristo que te curó de tu enfermedad y que está en todos los Sagrarios de la tierra por amor loco y apasionado a los hombres que no comprendemos y a veces no vivimos, reza para que le toquemos siempre con esa misma fe y deseos tuyos de ser curados en nuestras misas, comuniones y visitas, para que quedemos limpios de enfermedades de alma y llenos de vida de fe, de amor y de esperanza como tú y que podamos escuchar a Cristo que nos dice después de comulgarlo o visitarlo: “Vete en paz, tu fe te ha curado.”

Amén, así sea, así lo pido al Señor para todos.

 

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- En el evangelio de este domingo tenemos dos narraciones de milagros, incluida una en la otra. Dentro de la resurrección de la hija de Jairo, el evangelista ha introducido la curación de una enferma desahuciada.

        En ambos casos la fe es condición indispensable; en ambos casos, la fe en Jesús hace que nuestros males, incluso la misma muerte, sean vencidos y superados. Creer en Jesús, por tanto, hace que todos nuestros males, tengan fin y sean perecederos. Lo único que habría que añadir es que después  de su resurrección ese mismo Jesús ha querido quedarse aquí presente en el sagrario y que si no hace más milagros es porque no tenemos fe viva en Él; de hecho se pasa largos ratos solo y no hay esa admiración que debiera hacia su presencia eucarística, señal clara de nuestra falta de fe.

        Cristo insiste en la fe, para curar a la hija de Jairo: “No temas, basta que tengas fe”. Y a la hemorroísa le dice lo mismo: “Hija, tu fe te ha curado”. Os invito a pedir esta fe al Señor, fe total y confiada, fe coherente y permanente, que vence el mal moral y el pecado y la misma muerte. Porque estas curaciones son, en definitiva, signos de todos los males y muertes, que son vencidas por Cristo. Y lo que está claro es que los males presentes no son obstáculos para encontrarse con Jesús si se tiene fe verdadera. Para el que cree, todo mal es pasajero y puede ser sanado por Cristo, hasta la misma muerte.

       

        2.- Dice el Vaticano II: «El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y la desintegración progresiva del cuerpo. Pero su mayor tormento es el temor a la desaparición perpetua. Por eso juzga con certero instinto cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y el adiós para siempre. Todos los esfuerzo de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esa ansiedad del hombre; la prórroga de longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer el deseo del más allá que surge inevitablemente del corazón humano» (GS 18,1).

        En la primera Lectura, del Libro de la Sabiduría, hemos leído: “Dios creó al hombre incorruptible, le hizo a imagen de su misma naturaleza. Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen”. San Pablo rematará claramente este pensamiento en su Carta a los Romanos afirmando que la muerte entró en el mundo por la desobediencia y pecado del primer hombre, Adán (cfr Rom 5,12-21). Y el Vaticano II sigue en este pensamiento al afirmar: «Para toda persona que reflexione, la fe, apoyada en sólidos argumentos, responde satisfactoriamente al interrogante angustioso sobre el destino del hombre» (GS 18,2).

        Según nuestra fe, el hombre ha sido creado y soñado por Dios para un destino de felicidad en su mismo amor. Jesús repitió hasta la saciedad: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre”. La fe nos enseña que la muerte corporal entró en la historia por el pecado del hombre, pero que ha sido vencida por la muerte y la resurrección de Cristo. Dirá San Pablo: “No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza… pues sabemos que si Cristo ha muerto y resucitado, igualmente los que han muerto con Él, resucitarán”.

        Por la muerte y resurrección de Cristo, el hombre es más que hombre, es más este espacio y este tiempo; el hombre es una eternidad, está llamado a una eternidad de felicidad con Dios. Y Cristo lo tenía bien claro para qué había sido enviado al mundo por su Padre y nuestro Padre: “He venido a este mundo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado, que no pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.

 

        3.- Este es el misterio que estamos celebrando. La santa misa es la presencialización de la muerte y resurrección de Cristo. De granos que murieron en los surcos, se ha hecho este pan que consagrado se convierte en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Jesús mismo fue el grano de trigo que, muerto en la tierra, ha fecundado a todos los creyentes con la resurrección y la vida eterna. Unámonos a Cristo Eucaristía por la fe en esta celebración y la comunión transformará nuestros cuerpos mortales granos de inmortalidad.

        Pidamos esta fe de la hemorroísa para tocarle y salir curados, y como la de Jairo para conseguir la resurrección. Unidos al Él, todo lo que pueda pasarnos, los sufrimientos, los males de este mundo, las enfermedades y catástrofes, la misma muerte, todo lo que pueda pasarnos, unidos a su muerte y resurrección, adquiere un sentido nuevo, un valor salvífico, es semilla de eternidad. En definitiva esto es lo que ha pretendido Jesús al hacer estos milagros y la Iglesia al proponerlo a nuestra consideración: invitarnos a tener una fe total en Cristo para poder curar todos nuestros males, hasta la misma muerte.

 

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HEMORROÍSA DIVINA, CREYENTE, DECIDIDA, ENSÉÑAME A TOCAR A CRISTO CON FE Y ESPERANZA

“Mientras les hablaba, llegó un jefe y acercándosele se postró ante Él, diciendo: Mi hija acaba de morir; pero ven, pon tu mano sobre ella y vivirá. Y levantándose Jesús, le siguió con sus discípulos. Entonces una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó la orla del vestido, diciendo para sí misma: con sólo que toque su vestido seré sana. Jesús se volvió, y, viéndola, dijo: Hija, ten confianza; tu fe te ha sanado. Y quedó sana la mujer desde aquel momento”.(Mateo 9, 20-26)

 

        Seguramente todos recordaréis éste pasaje evangélico, en el que se nos narra la curación de la hemorroisa. Esta pobre mujer, que padecía flujo incurable de sangre desde hacía doce años, se deslizó entre la multitud, hasta lograr tocar al Señor:“Si logro tocar la orla de su vestido, quedaré curada, se dijo. Y al instante cesó el flujo de sangre.  Y  Jesús... preguntó: ¿Quién me ha tocado?”

 No era el hecho material lo que le importaba a Jesús. Pedro, lleno de sentido común, le dijo: Señor, te rodea una muchedumbre inmensa y te oprime por todos lados y ahora tú preguntas, )quién me ha tocado? Pues todos. Pero Jesús lo dijo, porque sabía muy bien, que alguien le había tocado de una forma totalmente distinta a los demás, alguien le había tocado con fe y una virtud especial había salido de Él. No era la materialidad del acto lo que le importaba a Jesús en aquella ocasión; cuántos ciertamente de aquellos galileos habían tenido esta suerte de tocarlo y, sin embargo, no habían conseguido nada. Sólo una persona, entre aquella multitud inmensa, había tocado con fe a Jesús. Esto era lo que estaba buscando el Señor.

        Queridos hermanos: Este hecho evangélico, este camino de la hemorroísa,  debe ser siempre imagen e icono de nuestro acercamiento al Señor, y una imagen real y a la vez  desoladora de lo que sigue aconteciendo hoy día.

Otra multitud de gente nos hemos reunido esta tarde en su presencia y nos reunimos en otras muchas ocasiones y, sin embargo, no salimos curados de su encuentro, porque nos falta fe. El sacerdote que celebra la Eucaristía, los fieles que la reciben y la adoran, todos los que vengan a la presencia del Señor, deben tocarlo con fe y amor para salir curados. Y si el sacerdote como Pedro le dice: Señor, todos estos son creyentes, han venido por Tí, incluso han comido contigo, te han comulgado, podría tal vez el Señor responderle: “pero no todos me han tocado”.

Tanto al sacerdote como a los fieles nos puede faltar esa fe  necesaria para un encuentro personal, podemos estar distraídos de su amor y presencia amorosa, es más, nos puede parecer el sagrario un objeto de iglesia, una cosa sin vida,  más que la presencia personal y verdadera y realísima de Cristo. Sin fe viva, la presencia de Cristo no es la del amigo que siempre está en casa, esperándonos, lleno de amor, lleno de esas gracias,  que tanto necesitamos, para glorificar al Padre y salvar a los hombres; y por esto, sin encuentro de amistad,  no podemos contagiarnos de sus deseos, sentimientos y actitudes.

        En la oración eucarística, como Eucaristía continuada que es, el Señor nos dice: “tomad y comed... Tomad y bebed...” y lo dice para que comulguemos, nos unamos a Él. En la oración eucarística, más que abrir yo la boca para decir cosas a Cristo, la abro para acoger su don, que es el mismo Cristo pascual, vivo y resucitado por mí y para mí. El don y la gracia ya están allí, es Jesucristo resucitado para darme vida, sólo tengo que abrir los ojos, la inteligencia, el corazón para comulgarlo con el amor y el deseo y la comunicación-comunión y así la oración eucarística se convierte en una permanente comunión eucarística. Sin fe viva, callada, silenciosa y alimentada de horas de sagrario,  Cristo no puede actuar  aquí y ahora en nosotros, ni curarnos como a la hemorroisa. No puede decirnos, como dijo tantas  veces en su vida terrena: “Vete, tu fe te ha salvado”.

        Y no os escandalicéis, pero es posible, que yo celebre la eucaristía y no le toque, y tú también puedes comulgar y no tocarle,  a pesar de comerlo. No basta, pues, tocar materialmente la sagrada forma y comerla, hay que comulgarla, hay que tocarla con fe y recibirla con amor. Y )cómo sé yo si le toco con fe al Señor? Muy sencillo: si quedo curado,  si voy poco a poco comulgando con los sentimientos de amor, servicio, perdón, castidad, humildad de Cristo, si me voy convirtiendo en Él y viviendo poco a poco su vida. Tocar, comulgar a Cristo es tener sus mismos sentimientos, sus mismos criterios, su misma vida. Y esto supone renunciar a los míos, para vivir los suyos: “El que me coma, vivirá por mí”, nos dice el Señor en el capítulo sexto de S. Juan. Y Pablo constatará esta verdad, asegurándonos: “ vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

         Hermanos, de hoy en adelante vamos a tener más cuidado con nuestras misas y nuestras comuniones, con nuestros ratos de iglesia, de sagrario. Vamos a tratar de tocarle verdaderamente a Cristo. Creo que un momento muy importante de la fe eucarística es cuando llega ese momento, en que iluminado por la fe, uno se da cuenta de que Él está realmente allí, que está vivo, vivo y resucitado, que quiere comunicarnos todos los tesoros que guarda para nosotros, puesto que para esto vino y este fue y sigue siendo el sentido de su encarnación continuada en la Eucaristía. Pero todo esto es por las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, que nos llevan y nos unen directamente con Dios.        Hemorroisa divina, creyente, decidida y valiente,  enséñame a mirar y admirar a Cristo como tú lo hiciste, quisiera tener la capacidad de provocación que tú tuviste con esos deseos de tocarle, de rozar tu cuerpo y tu vida con la suya, esa seguridad de quedar curado si le toco con fe, de presencia y de palabra, enséñame a dialogar con Cristo,  a comulgarlo y recibirlo;  reza por mí al Cristo que te curó de tu enfermedad, que le toquemos siempre con esa fe y deseos tuyos en nuestras misas, comuniones y visitas, para que quedemos curados, llenos de vida, de fe y de esperanza.

 

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DOMINGO XIV B.-  DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Ezequiel 2,2-5

 

         Las lecturas del día llevan a reflexionar sobre las graves consecuencias de rechazar la palabra de Dios y sobre el deber de acogerla, aun cuando llegue mediante mensajeros humildes y modestos. La primera lectura recuerda la incredulidad de los hijos de Israel frente al profeta encargado de anunciar la destrucción de Jerusalén en castigo de sus pecados. El profeta se resiste pero Dios lo llama y lo pone en pié por su Espíritu, que lo fortalece para proclamar su Palabra de forma eficaz: “Hijo de Adán, yo te envío para que los digas...” Y el profeta se levanta entonces y se coloca en un camino difícil, lleno de soledad y continua lucha apoyado solo en Dios: “Yo estoy contigo”.

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Corintios 12,7-10

 

        Pablo, consciente de la “grandeza de las revelaciones” recibidas, acepta humildemente aquella “espina en la carne”—tal vez una enfermedad o una tentación o una tribulación de la carne— que Dios le ha enviado para que no se ensoberbezca. Porque el profeta, aunque enviado por Dios y dotado de gracias especiales, no debe olvidar que es un ser débil como los demás. “Espinas” semejantes no faltan a nadie y el apóstol debe servirse de ellas para aumentar su humildad y confianza en Dios.: “Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mi la fuerza de Cristo”.

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El evangelio de este domingo nos narra lo que sucedió en Nazaret,  cuando se presentó Jesús en la sinagoga a predicar. Nazaret era su pueblo, su casa, su patria, donde había vivido desde la infancia, tenía los parientes y era bien conocido; esto debería haber facilitado más que en otra parte su ministerio y, en cambio, fue ocasión de rechazo.

Tras  un primer momento de estupor frente a su sabiduría y sus milagros,«¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? Y viene la envidia: ¿No es éste el carpintero, el hijo de María?... Y desconfiaban de él»(ib 3). Un orgullo secreto, rastrero mezquino les impide admitir que uno como ellos, criado a sus ojos y de profesión humilde, pueda ser un profeta, e incluso nada menos que el Mesías, enviado por Dios.

        La modestia y la humildad de Jesús son el escándalo en que tropiezan cerrándose a la fe. Y Jesús observa con tristeza: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”.

Queridos hermanos: Cúantas lecciones y enseñanzas encierra este evangelio para nuestras vidas pastorales en parroquias, para nuestra vida personal y cristiana, para nuestra vida espiritual. La primera: ¡Qué difícil es ser en estos tiempos profeta de Cristo, del Evangelio, predicar y vivir la vida cristiana en la vida ordinaria, en los medios, en la televisión, en las mismas parroquias, en la iglesia…., qué difícil y costoso ser sacerdotes profetas, ser cristiano, matrimonios cristianos y profetas verdaderos!

Qué difícil ser profeta y predicar y vivir el verdadero cristianismo, vivir el evangelio auténtico y ser estimado por los de arriba o por los de abajo en tu propio ambiente,  entre compañeros y amigos, a veces en las mismas diócesis… Todos tendremos que sufrir, como Jesús, por envidia, sobre todo en juventud, en edad de cargos y honores porque seremos envidiados pero ¡ojo¡ todos también tenemos que revisarnos porque juzgamos con frecuencia y hacemos estimaciones y juicios a los hermanos muchas veces desde la envidia de sus vidas o éxitos pastorales sin ser muy conscientes de ello…

 Queridos hermanos, una primera lección que yo veo y Jesús nos enseña en el evangelio de este domingo es que todos nosotros, mejor dicho, todo bautizado, al recibir este sacramento, todo cristiano, sea padre o madre, todo profesional, catequista, joven y niño bautizado, aunque seamos perseguidos,  tenemos desde el santo bautismo la obligación de ser profetas de Cristo, de vivir y predicar la fe verdadera, porque el santo bautismo nos hacer profetas y sacerdotes de Cristo y su evangelio, nos obliga a  vivir enseñar a Cristo y su evangelio, cosa totalmente olvidada en estos tiempos actuales y poco practicado.

Por el santo bautismo todos nos convertirmos en profetas y anunciadores de nuestra fe cristiana, aunque seamos olvidados y perseguidos como en los tiempos actuales en la vida ordinaria y no digamos en los medios y televisiones y demás.

Es más, a mí me parece que hoy faltan profetas de Cristo, del evangelio, profetas de la vida cristiana, no solo entre los seglares bautizados sino incluso entre sacerdotes, ((obispos)) y consagrados…, a mí me parece que ante unas televisiones y medios públicos donde directa y abiertamente se ataca a veces a Dios, a la religión, a la Iglesia, a los creyentes debiera haber más defensas públicas de Dios y la fe cristiana, no digo que no las haya pero debiera haber más y más frecuentes y defensoras de la fe y de los creyentes, de sus creencias y de sus vidas y moral cristianas en los medios públicos.

Porque todo bautizado, no digamos  consagrado y ordenado sacerdote,  si entra dentro de sí mismo y descubre la gracia y carácter sacramental del bautismo y sobre todo el carácter sacerdotal de Cristo, nosotros, sacerdotes, hemos sido consagrados por el Espíritu Santo y enviados al mundo a predicar y dar testimonio de Cristo, de la fe cristiana, de la salvación eterna con su palabra y obras,con su evangelio y sacramentos, aunque seamos perseguidos y martirizados como en otros tiempos de la historia.

Y en la homilia de este domingo que tengo escrita en mis libros publicados, tengo escrito: Todos vosotros, no solo el sacerdote y la religiosa, tenéis que anunciar y predicar vivir el evangelio, los mandamientos de Dios. Desgraciadamente en estos tiempos actuales, faltan profetas verdaderos, padres y madres cristianas, abuelas, que enseñen a sus hijos y nietos a ser cristianos, que prediquen el evangelio y el catecismo con palabras y obras, como en nuestra infancia y juventud y nuestros primeros años de sacerdocio. En primer lugar porque muchos padres jóvenes ni viven ni practican ni saben el evangelio de Cristo, ni bautizan a sus hijos ni hay primeras comuniónes entre sus hijos. Que esta es también una de las causas, para mí la principal, por las que hay vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Faltan madressacerdotales.

Por eso, la incredulidad de los suyos le impide a Jesús obrar en su patria los grandes milagros obrados en otras partes. Pero algunos —probablemente entre los más humildes – debieron tener esta fe también en Nazaret, porque Marcos apunta: “sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos”.

Esto demuestra que Jesús está pronto a salvar a quien lo acepta como Dios y Salvador. Y así lo sigue haciendo hoy día, siempre lo ha hecho. Nosotros lo hemos aceptado y creemos que Cristo es el único Salvador del mundo y de la eternidad, y estamos gozosos de haberle entragado nuestras vidas y trabajo y por eso estamos aquí en la Eucaristía de este domingo y de todos los días.

No lo dudéis, hermanos, el Cristo de este evangelio es el mismo que está en todos los Sagrarios de la tierra, el que celebra y nos predica por medio del sacerdote y el que comulgaremos llenos de fe y amor esta mañana. Es el mismo, con el mismo amor y ternura por todos nosotros y que a veces nos lo hace ver y sentir mientras caminamos por este mundo hasta que lleguemos al encuentro y gozo eterno. Visitadlo todos los días y lo sentiréis. Amén, así sea.

 

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XIV B.- QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El evangelio de este domingo nos narra lo que sucedió en Nazaret,  cuando se presentó Jesús en la sinagoga a predicar. Nazaret era su pueblo, su casa, su patria, donde había vivido desde la infancia, tenía los parientes y era bien conocido; esto debería haber facilitado más que en otra parte su ministerio y, en cambio, fue ocasión de rechazo.

Tras  un primer momento de estupor frente a su sabiduría y sus milagros, los nazarenos lo rechazan por envidia: ¿No es éste el carpintero, el hijo de María?... Y desconfiaban de él» (ib 3). Un orgullo secreto, rastrero mezquino les impide admitir que uno como ellos, criado a sus ojos y de profesión humilde, pueda ser un profeta, e incluso nada menos que el Mesías, enviado por Dios.

        La modestia y la humildad de Jesús son el escándalo en que tropiezan cerrándose a la fe. Y Jesús observa con tristeza: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”.

Queridos hermanos: Cúantas lecciones y enseñanzas para nuestra vida cristiana, nuestre vida espiritual encierra este evangelio. La primera: ¡Qué difícil es ser en estos tiempos, ser sacerdote, cristiano, matrimonio cristiano y profeta verdadero! Todos los bautizados hemos sido consagrados por el santo bautismo como sacerdotes, profetas y reyes para guiar al pueblo de Dios. Así lo rezamos al recibir el santo bautismo. Todo padre cristiano, todo profesional, catequista, joven y niño bautizado tiene la obligación de ser profeta de Cristo, de vivir y predicar la fe verdadera, de enseñar el evangelio auténtico de Cristo, sin acomodarlo a los caprichos y mediocridades humanas. Por el santo bautismo todos nos convertirmos y profetas y anunciadores de nuestra fe.

Por eso, todo bautizado, si entra dentro de sí mismo y descubre la gracia y carácter sacramental del bautismo, se descubre misionero de la fe, enviado al mundo a predicar y dar testimonio de Cristo, de la fe cristiana, de la salvación eterna con su palabra y obras. Qué poco se predica y se anuncia esto hoy día. 

Todos vosotros, no solo el sacerdote y la religiosa, tenéis que anunciar y predicar vivir el evangelio, los mandamientos de Dios. Y en el mundo y en la Iglesia hay profetas auténticos y verdaderos y profetas palaciegos. Pero también, desgraciadamente, y más en estos tiempos actuales, faltan profetas verdaderos, padres y madres cristianas, abuelas, que enseñen a sus hijos y nietos a ser cristianos, a predicar el evangelio y el catecismo con palabras y obras.

En primer lugar porque muchos padres jóvenes ni viven ni practican ni saben el evangelio de Cristo,  el catecismo, las verdades fundamentales de nuestra fe cristiana.

        En segundo lugar, no predican a Cristo, sus mandamientos, su evangelio, porque esto implica el cumplirlos y en estos tiempos de paganismo, el profeta verdadero sufrirá siempre en la predicación del evangelio auténtico, de los mandamientos de Dios, porque hoy no se cumplen en el mundo y  en segundo lugar, tener que decir, predicar la verdad duele, los sacerdotes, los padres cristianos que se atrevan a predicar y exigir la fe verdadera con sus exigencias, la superiora, el sacerdote a quien no se trabe la lengua y se atreva a  echar en cara nuestra mediocridad y falta de fe, sufrirá incomprensión y desprecios; en cambio, el profeta palaciego, la madre y el cristiano, el sacerdote que  esté más pendiente de agradar a los hombres que a Dios, y se trague todo y viva más pendiente de no corregir a sus hijos, de permitirlo todo, de agradar al mundo pagano de hoy, ese no será perseguido.

En cambio, el que predique el evangelio auténtico, sea cura, monja o seglar y lo exija, ese sí, ese será criticado y rechazado. Qué difícil es hoy ser un sacerdote auténtico, una religiosa verdadera, un padre y madre verdaderamente cristianos, auténticos, que vivan y traten de que sus hijos vivan la fe en un mundo cada día más ateo y en pecado.

        También contribuye a esto, el pecado de la envidia. A sus paisanos le da envidia Jesús, de su sabiduria, de su vida, de lo bien que predica del amor verdadero a Dios y a los hombres.

Dicen que los españoles somos muy envidiosos. ¿Tú que crees? ¿Lo probamos un poco? Solo entre tú y yo, no pienses en nunguno de los que estamos aquí, vamos a comprobarlo:

1º) Díme cuántas veces has oído hablar bien a un cristiano, a un profesional, a un vecino, a un familiar del otro vecino, familiar, amigo, o alabar a su compañero o semejante por sus cualidades, inteligencia, santidad de  vida...etc. Y tú mismo, cuántas veces hablas bien de tus vecinos, de tus familiares, compañeros de trabajo… Cuántas veces te alegras del éxito de ellos, de sus hijos, dime si más bien no te molesta y te da un poco de envidia.

2º. En segundo lugar, predicar la verdad, como Cristo, duele,  qué padres cristianos se atreven hoy a predicar y exigir el evangelio y la fe verdadera a sus hijos, qué sacerdotes o superioras, en nombre de la fe auténtica, se atreven a predicarlas a los suyos sin que se les trabe la lengua o se callen? Cuantos padres exigen la práctica de la fe a sus hijos: “no desprecian a un profeta más que en su tierra”, entre sus paisanos y vecinos. Y todo, por predicar la verdad: padres, madres cristianas auténticas, sacerdotes y religiosas que prediquen la verdad, serán perseguidos.

 Por eso, la incredulidad de los suyos le impide a Jesús obrar en su patria los grandes milagros obrados en otras partes. Pero alguno —probablemente entre los más humildes – debió de tener fe también en Nazaret, porque Marcos apunta: “sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos”.

Esto demuestra que Jesús está pronto a salvar a quien lo acepta como Dios y Salvador. Nosotros aceptamos y creemos en Cristo, por eso estamos aquí. Y  Él acepta nuestras oraciones y peticiones, no lo dudéis, aquí en la Sagrario está este mismo Cristo del evangelio de hoy y de siempre y del cielo, en el que os espero a todos. No lo dudéis. Es el mismo, con el mismo amor y ternura por todos nosotros. Y también por todos los que recéis y pidáis durante la santa misa.

 hasta el último del banco, En segundo lugar, no predican a Cristo, sus mandamientos, su evangelio, porque en estos tiempos de paganismo, el profeta verdadero sufrirá siempre en la predicación del evangelio auténtico, de los mandamientos de Dios, porque hoy no se cumplen en el mundo y tener que decir, predicar la verdad duele, los sacerdotes, los padres cristianos que se atrevan a predicar y exigir la fe verdadera con sus exigencias, la superiora, el sacerdote a quien no se trabe la lengua y predique el evangelio y se atreva a  echar en cara nuestra mediocridad y falta de fe, sufrirá Examínate a la luz de este evangelio: mira lo que dice Y todo, por predicar la verdad:

La mayor parte de nuestra murmuraciones o  comentarios, si entramos dentro de nosotros mismo, o de las murmuraciones que escuchamos a nuestros vecinos o amigos, están motivadas por la envidia, que a veces no se conforma sólo con la crítica sino que se convierten en exageraciones que se convierten en difamaciones, examinémosnos aquí despacio en la presencia del Señor, durante nuestra misas y comuniones, en nuestros ratos de sagrario, examínemos: como decía el catecismo antiguo de Ripalda de los años cincuenta, que estudiamos la mayor parte de nosotros, los mayores, qué es la envidia, y respondía:la envidia es la tristeza de bien ajeno.

        Cuánto sufrimiento motivado por la envidia en los matrimonios, en las familias, en el trabajo; hermano y hermana, examínate, cuánto hace sufrir esto a la gente, Examinémosnos ahora durante la santa misa, sobre todo en la comunión de las tres cosas que nos enseña el evangelio de este domingo: 1º  ver si tratas de decir la verdad a los tuyos, con amor y caridad, piensa en los padres que quieran educar en la fe a sus hijos, en los sacerdotes que traten de predicar el evangelio auténtico de Cristo a sus feligreses, ¿ se predican hoy las exigencia evangélicas o las silenciamos para no caer antipáticos, los padres, las superioras, la televisión? predicar sin tapujos ni ambiguiedades, cuánto se  sufre, así que uno termina no por decir la verdad y callarse y no predicar o decir lo que molesta a la gente.

Y esto es muy peligroso, porque hay que predicar el evangelio de Cristo, y Cristo es la Verdad. Por eso fue perseguido y murió en cruz. Los poderosos religiosos, políticos y económicos no aguantaban su predicación. En la Iglesia hacen falta profetas. Los Obispos son lo primeros que tenían que decir la verdad, aunque desagrade, a los poderosos. Algunos lo hacen y arriesgan y salen lógicamente perseguidos en los medios. Pero muchos callan. También entre los sacerdotes. Dios tenga misericordia y suscite profetas generosos y valientes que estén dispuestos a ser perseguidos por los hermanos por predicar la verdad.

       

        5.     TE SERVIRÉ PREDICÁNDOTE

       

        «Yo tengo plena conciencia de que es a ti, Dios Padre omnipotente, a quien debo ofrecer la obra principal  devida, de tal suerte que todas mis palabras y pensamientos hablen de ti.

        Y el mayor premio que puede reportarme esta facultad de hablar, que tú me has concedido, es el de servirte  predicándote a ti y demostrando al mundo que lo ignora, o a los herejes, que lo niegan, lo que tú eres en realidad: Padre, a saber, del Dios unigénito.

        Y, aunque es ésta mi única intención, es necesario para ello invocar el auxilio de tu misericordia, para que hinche con el soplo de tu Espíritu las velas de nuestra fe y nuestra confesión, extendidas para ir hacia ti, y nos impulse así en el camino de la predicación que hemos emprendido. Porque merece toda confianza aquel que nos ha prometido: Pedid, y se os dará; buscad,  y entraréis, llamad, y se os abrirá.

        Somos pobres y, por esto, pedimos que remedies nuestra indigencia; nosotros ponemos nuestro esfuerzo tenaz en penetrar las palabras de tus profetas y apóstoles y llamamos con insistencia para que se nos abran las puertas de la comprensión de tus misterios; pero el darnos lo que pedimos, el hacerte encontradizo cuando te buscamos y el abrir cuando llamamos, eso depende de ti.

        Cuando se trata de comprender las cosas que se refieren a ti, nos vemos como frenados por la pereza y torpeza inherentes a nuestra naturaleza y nos sentimos limitados por nuestra inevitable ignorancia y debilidad; pero el estudio de tus enseñanzas nos dispone para captar el sentido de las cosas divinas, y la sumisión de nuestra fe nos hace superar nuestras culpas naturales.

        Confiamos, pues, que tú harás progresar nuestro tímido esfuerzo inicial y que, a medida que vayamos progresando, lo afianzarás, y que nos llamarás a compartir el espíritu de los profetas y apóstoles; de este modo, entenderemos sus palabras en el mismo sentido en que ellos las pronunciaron y penetraremos en el verdadero significado de su mensaje.

        Nos disponemos a hablar de lo que ellos anunciaron de un modo velado: que tú, el Dios eterno, eres el Padre del Dios eterno unigénito, que tú eres el único no engendrado y que el Señor Jesucristo es el único engendrado por ti desde toda la eternidad, sin negar, por esto, la unicidad divina, ni dejar de proclamar que el Hijo ha sido engendrado por ti, que eres un solo Dios, confesando, al mismo tiempo, que el que ha nacido de ti, Padre, Dios verdadero, es también Dios verdadero como tú.

        Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz que no nos apartemos de la verdad de la fe; haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre, y al único Señor Jesucristo, y que argumentamos ahora contra los herejes que esto niegan, podamos también celebrarte a ti como Dios en el que no hay unicidad de persona y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti». (Del tratado de san Hilario, obispo, sobre la Trinidad : Libro 1, 37-38: PL 10, 48-49. Liturgia de las Horas)

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

        Las Lecturas de este domingo nos llevan a reflexionar sobre las graves consecuencias de rechazar la Palabra de Dios y sobre el deber de acogerla aún cuando llegue hasta nosotros por medio de mensajeros humildes y modestos.

 

        1.- En la primera Lectura, Ezequiel se siente enviado por Dios para anunciar a su pueblo la triste noticia de la destrucción de Jerusalén en castigo de sus pecados. El profeta se resiste porque es duro este anuncio y la gente le rechaza, pero Dios le conforta con sus palabras: “Ellos te hagan caso o no te hagan caso (pues son un pueblo rebelde), sabrán que hubo un profeta en medio de ellos.” Palabras graves que nos hacen ver que, cuando un pueblo se aleja de Dios, su corazón queda tan distante que se hace insensible a sus llamadas. De esta forma persistirá en su incredulidad y agravará su pecado.

        Debemos aplicarnos a nosotros mismos esta enseñanza. Si escuchamos la Palabra de Dios, debemos seguirla, porque si nos hacemos insensibles a sus llamadas, caeremos en la incredulidad del pueblo judío, que no hizo caso y vio la destrucción de Jerusalén y nosotros veremos y comprobaremos nuestra propia incredulidad e insensibilidad a Dios y sus palabras.

 

        2.- El salmo responsorial nos dice cómo Israel experimentó con frecuencia la humillación ante el poder vencedor de sus enemigos, ante el desprecio de los orgullosos, ante el sarcasmo de los satisfechos vencedores. Y en esta humillación aprendió la humildad y aquella oración confiada de la que testimonia nuestro salmo. Nuestra experiencia cristiana   – hoy mismo nos lo recuerda San Pablo en la segunda Lectura que comentaremos a continuación– conoce también la pequeñez de nuestras fuerzas: como el Israel humillado, semejante a los esclavos, cuyos ojos están puestos en la mano de sus señores, en nuestra debilidad, acudamos a la fuerza del Señor:

 

V. Misericordia, Señor, misericordia

R. Misericordia, Señor, misericordia

V. A ti levanto mis ojos,

a ti que habitas en el cielo.

Como están los ojos de los esclavos,

fijos en las manos de sus señores.

R. Misericordia, Señor, misericordia

V. Misericordia, Señor, misericordia,

que estamos saciados de desprecios;

nuestra alma está saciada

del sarcasmo de los satisfechos,

del desprecio de los orgullosos.

R. Misericordia, Señor, misericordia.

 

         Todos debemos acoger las llamadas y advertencias del Señor, aunque los mensajeros nos parezcan a nosotros pobres y humildes, incluso con defectos, como aparecen en la segunda Lectura y en el Evangelio.

        La segunda lectura enlaza con la temática de las otras, esbozando, a través de la confesión de San Pablo, la conducta del profeta y apóstol. Aunque enviado por Dios y dotado de gracias especiales, el  profeta debe recordar que no deja de ser un hombre débil como los demás. Pablo, consciente de “la grandeza de las revelaciones recibidas”, acepta humildemente aquella “espina en la carne,” que Dios le ha enviado para que no se ensoberbezca.

 

        3.- Esta “espina de la carne” no era la concupiscencia de los sentidos, común a todos los humanos; tampoco parece ser la resistencia que oponen los israelitas (carne) al Evangelio; probablemente es una enfermedad crónica, molesta, con ataques agudos, quizás de la vista (cfr Gal 4,14-15). Debía ser grave estorbo para la predicación, por lo que insistentemente,  “tres veces”, como Jesús en Getsemani, ha rogado a Dios que se lo quite.

        Espinas semejantes no faltan a nadie y el apóstol debe servirse de ellas para convencerse de que es la fuerza y el poder de Dios el que actúa por su mediación y no al revés: “Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque residirá en mí la fuerza de Cristo”. Más aún; en lugar de acobardarse por las dificultades que encuentra, debe alegrarse porque hará que Dios esté más cerca de él para ayudarle y aceptarlas como un componente indispensable de su misión: «Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. 

 

        4.- Es lo que sucedió en Nazaret,  cuando se presentó Jesús en la sinagoga a predicar. Nazaret era su casa, su patria, donde había vivido desde la infancia, tenía los parientes y era bien conocido; esto debería haber facilitado más que en otra parte su ministerio y, en cambio, fue ocasión de rechazo. Tras  un primer momento de estupor frente a su sabiduría y sus milagros, los nazarenos lo rechazan incrédulos: ¿No es éste el carpintero, el hijo de María?... Y desconfiaban de él» (ib 3). Un orgullo secreto, rastrero mezquino les impide admitir que uno como ellos, criado a sus ojos y de profesión humilde, pueda ser un profeta, e incluso nada menos que el Mesías, el Hijo de Dios.

        La modestia y la humildad de Jesús son el escándalo en que tropiezan cerrándose a la fe. Y Jesús observa con tristeza: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”.¡Qué difícil es ser sacerdote, cristiano, profeta verdadero! Todos los bautizados hemos sido consagrados por el santo bautismo como sacerdotes, profetas y reyes para guiar al pueblo de Dios. Todo padre cristiano, todo profesional, catequista, joven y niño bautizado tiene la obligación de ser profeta. Todo bautizado, si entra dentro de sí mismo y descubre la gracia y carácter sacramental del bautismo, se descubre misionero de la fe, enviado al mundo a predicar y dar testimonio de Cristo. Y en el mundo y en la Iglesia hay profetas auténticos y verdaderos y profetas palaciegos.

        El profeta verdadero sufrirá siempre en la predicación del evangelio auténtico, porque dice la verdad que duele, y se atreve a  echar en cara nuestra mediocridad y falta de fe; el profeta palaciego está más pendiente de agradar a los hombres que a Dios, porque eso predica lo que agrada a la masa, a los poderosos. Y así se escalan los puestos, el poder. Qué difícil, es un verdadero milagro, que a un profeta verdadero le pongan en la atalaya para que predique.

        Y la culpa de todo, la envidia. Dicen que los españoles somos muy envidiosos. ¿Tú que crees? ¿Lo probamos un poco?

Solo entre tú y yo: vamos a comprobarlo: a) Díme cuántas veces has oído hablar bien a un cristiano, a un profesional, a un párroco, a un vecino, a un catequista, hablar bien o alabar a su compañero o semejante por sus cualidades, inteligencia, santidad de  vida. Tú mismo, cuántas veces hablas bien de tus vecinos, amigos… Cuántas veces te alegras del éxito de ellos, de sus hijos, dime si más bien no te fastidia y te da rabia, esto es, envidia. La mayor parte de nuestra murmuraciones, si entramos dentro de nosotros, están motivadas por la envidia, que a veces no se conforma sólo con la crítica sino que se convierten en exageraciones que se convierten en calumnias: es la tristeza de bien ajeno que decía el Catecismo de Ripalda.

        Cuánto sufrimiento motivado por la envidia, cuánto hace sufrir a la gente y cuanto más verdadero y sincero quiera ser uno, más sufrirá. Así que uno termina no por decir la verdad y callarse. Y esto es muy peligroso, porque hay que predicar el evangelio de Cristo, y Cristo es la Verdad. Por eso fue perseguido y murió en cruz. Los poderosos religiosos, políticos y económicos no aguantaban su predicación. En la Iglesia hacen falta profetas. Los Obispos son lo primeros que tenían que decir la verdad, aunque desagrade, a los poderosos. Algunos lo hacen y arriesgan y salen lógicamente perseguidos en los medios. Pero muchos callan. También entre los sacerdotes. Dios tenga misericordia y suscite profetas generosos y valientes que estén dispuestos a ser perseguidos por los hermanos por predicar la verdad.

        Por eso, la incredulidad de los suyos le impide a Jesús obrar en su patria los grandes milagros hechos en otras partes, porque Dios usa de su omnipotencia sólo en favor de los que creen. Pero alguno —probablemente entre los más humildes – debió de tener fe también en Nazaret, porque Marcos apunta: “sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos”. Esto demuestra que Jesús está pronto a salvar a quien lo acepta como Salvador.

 

RESPONSORIO   1Jn 4, 2-3. 6. 15

R.. Todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios. * En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error. • Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. * En esto.

 

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DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO

 

        PRIMERA LECTURA: Amós 7, 12-15

 

        Esta primera lectura arroja un poco de luz sobre la vocación de Amós, en el contexto de su conflicto con el sacerdote del Reino del Norte, Amasías. Siendo un pequeño propietario de tierras y de ganados en un villorrio junto a Jerusalén, Amós abandonó sus propiedades y su país para ir a predicar la palabra de Dios al norte, en el Reino de Israel y precisamente junto al santuario cismático de Betel. La palabra de Dios, que se le confía, denuncia las graves injusticias que durante el reino de Jeroboám eran perpetradas  en perjuicio de los más pobres: la riqueza y el bienestar de que gozaban algunos estaban construidas sobre el robo a muchos. Amasías invita al profeta a volver a su casa porque él es un extranjero no deseado porque su palabra condena las instituciones del reino. Por eso, Amós es expulsado.

 

SEGUNDA LECTURA: Efesios 1,3-14

 

        San Pablo se remonta a la llamada eterna de los creyentes a la salvación, bendecidos en Cristo, predestinados por Dios a “ser sus hijos”. Este grandioso designio de misericordia se realiza mediante Cristo Jesús: su sangre redime a los hombres del pecado y les confiere “el tesoro de su gracia”. Pero requiere también la colaboración de cada uno: la fe y el empeño personal para ser “consagrados e irreprochables ante él por el amor”. Porque  todo esto no es  personal y privado. Todo creyente está obligado a transmitir a los otros “el evangelio de la salvación.”

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 6, 7-13

 

QUERIDOS HERMANOS: En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.  Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.

Y decía: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos».

Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

 

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia existe para evangelizar, ha recibido de su Fundador este mandato: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio”. Jesús es el evangelio vivo de Dios para los hombres. En Él, Dios nos lo ha dicho todo y nos lo ha dado todo. Sobre todo, nos dice constantemente que nos ama, que nos perdona, que nos hace hijos suyos y nos promete la herencia del cielo, nos hace hermanos de todos los hombres y nos envía a ser solidarios de todos, especialmente de los que sufren. En el evangelio de este domingo, Jesús envía a los Doce “de dos en dos”, para hacerles entender que en la misión recibida de Él no somos francotiradores ni personajes que trabajan en solitario. La misión siempre es comunitaria para darnos a todos el sentido de Iglesia. Ni por iniciativa propia ni en solitario, sino enviados y en comunidad. La referencia a la comunidad es un rasgo esencial del perfil del evangelizador. Vale para todos los estados de vida: para sacerdotes, para laicos, para consagrados. De dos en dos significa esa referencia continua al mandato misionero, eclesial y comunitario. Son enviados con poder sobre los espíritus inmundos. Nunca la misión ha sido algo manejable ni a nuestro alcance. Siempre es algo que nos supera y nos desborda, porque nuestra lucha no es contra los poderes de este mundo, sino contra los espíritus del mal, que son más poderosos que nosotros. Esos espíritus inmundos se camuflan en tantas otras dificultades con las que nos encontramos, llámese presión social, complot mediático, deficiencias personales, fracasos experimentados, rechazo frontal del mundo. Jesucristo que envía, envía con poder, dándonos su Espíritu Santo. “No hemos recibido un espíritu de siervos para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos por el que clamamos: Padre!” (Rm 8,15). Es decir, Jesús nos ha armado con el Espíritu Santo que nos hace hijos, y por tanto, no hemos de ir con miedo, como si no pudiéramos con la misión encomendada. Ciertamente, la misión nos supera, pero el que nos envía es omnipotente y nos irá dando lo que necesitemos en cada momento. No hemos de ir a la misión encomendada con el alma achicada, con pusilanimidad, sino con el alma engrandecida, aun manteniendo la humildad de quien se sabe incapaz, pero capacitado por el Señor. Por eso, se les pide a los enviados que vayan en pobreza y desprendimiento. Les pide que no lleven “ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja”. Ni siquiera túnica de repuesto. La misión es próspera y produce fruto allí donde el evangelizador y la misma Iglesia se presentan en pobreza y desprendimiento de todo. Porque parte esencial del Evangelio es ese desprendimiento por el que se manifiesta que esta fuerza es de Dios, y no de los medios con los que contamos. Lo vemos continuamente. La Iglesia crece allí donde se presenta joven, fresca, dinámica, desprendida, sin recursos propios, sensible ante los pobres. Es lo que le ha prometido su Maestro. Por el contrario, la Iglesia aparece decrépita allí donde su mochila pesa más que sus fuerzas. El evangelio de este domingo es una llamada urgente para aligerar el equipaje. No estamos en la Iglesia para convertirla en un museo, cuyo mantenimiento nos cuesta la misma vida. Es lo que el Papa Francisco llama la autoconservación y autorreferencialidad, en la que tantas veces caemos. Si mantenemos lo que hemos recibido de nuestros antepasados es para evangelizar, y lo que no sirva para eso, habremos de despojarnos de ello, porque nos impediría cumplir la misión encomendada, nos impide evangelizar. El evangelizador se convierte así en portador de paz. No de una paz que da el mundo, sino de la paz que viene de Dios. Esa paz se ofrece, y la reciba libremente el que quiera. Y de no recibirla, sacudamos el polvo de los pies, y a seguir evangelizando con otras personas. El éxito está garantizado, aunque no sepamos cuándo ni donde. Recibid mi afecto y mi bendición: Mandato misionero

 

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        1.- Israel, el reino del norte, separado por el cisma dos siglos antes, vive en máximo esplendor, previo a la ruina, a mediados del siglo VIII bajo Jeroboám II; pero como suele suceder, el lujo se hace insulto de la pobreza, y el formalismo ahoga en vanidad el culto pomposo. Surge entonces el primer profeta escritor, Amós, un pastor de Técoa, aldea situada entre Belén y Hebrón. Con lenguaje rudo y directo, de pastor del desierto y labrador, que ignora rodeos de diplomacia –igual que un rugido de Dios— condena la injusticia social, la depravacion moral y religiosa, la violencia del lujo, el formalismo del culto y anuncia por vez primera el castigo del día de Yavéh, la ruina de la casa de Jeroboám y la deportación.

        Sus palabras, “insoportables” para todos, lo son mucho más para los responsables de la religión y resuenan agrias para Betel – santuario oficial del Reino del Norte --, y rival de Jerusalén.  Nuevamente el problema del domingo anterior entre profetismo oficial y auténtico. Amasías lo trata con desprecio; lo insultan y calumnian, pero Amós no puede callar, porque le ha llamado Dios directamente para esta misión; Dios es el origen de su profetismo, lo ha tomado siendo pastor de un rebaño para ser profeta de su pueblo Israel. La vocación de Dios no repara en las apariencias humanas y es irresistible. Ahora podemos comprender mejor el texto leído: “En aquellos días dijo Amasías, sacerdote de Betel, a Amós: Vidente, vete y refúgiate en tierra de Judá: come allí tu pan y profetiza allí. No vuelvas a profetizar en «Casa de Dios» porque es el santuario real, el templo del país. Respondió Amós: No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: Ve y profetiza a mis pueblo de Israel”.

       

        2.- En la segunda Lectura de la Carta a los Efesios, San Pablo empieza con un himno de alabanza al plan divino de salvación. ¿Por qué? ¿Por qué empieza así su carta si está prisionero? Nosotros sabemos ya el origen o motivo del «magnificat» y del «benedictus»; desde el fondo del dolor y de la oscuridad, pero también desde la fe común y la esperanza compartida, brota su acción de gracias no al Dios Creador sino al Dios de la Revelación, de la Historia de la Salvación Universal y personal:“Bendito sea Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales”.

        El Dios de Jesucristo no es sólo el Dios de Abraham, Isaac…etc sino el Dios revelado en el cristianismo que es Padre suyo y nuestro por Jesucristo. “Él nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes…” Así asume Pablo el contenido total del don con que Dios nos ha agraciado. La palabra espiritual lleva en San Pablo la actualización del Espíritu Santo. Y así en esta breve fórmula de nuestra salvación tendríamos una alusión a las Tres divinas personas de la Santísima Trinidad: el Padre nos bendice con toda bendición, al darnos su Espíritu Santo por medio de Cristo Jesús.

       

        3.- ¿Pero a qué viene la alusión sorprendente a los bienes del cielo? Lo que Pablo quiere decir aquí está claro en 2,6: “Dios nos ha resucitado con Cristo y nos he hecho sentar en los cielos en Cristo Jesús”. Esta es la fórmula conceptual más fuerte del pensamiento paulino: la resurrección de Cristo es nuestra resurrección y su señorío. Porque es resurrección y señorío de la cabeza que con sus miembros forma un cuerpo, el Cristo total.

        Todo esto está incluido en el texto cuando Pablo habla de “toda bendición espiritual y celestial”. Dos nos ha bendecido en la persona de Cristo. Si antes actuaba la fe, ahora lo hace la esperanza que nos introduce con Cristo en su señorío del cielo. Tan vitalmente cierta y segura es para Pablo su esperanza cristiana, que habla de ella  como si fuera ya la posesión anticipada de lo que nos aguarda en el Señorío del Padre y del Hijo por el don desbordante del Espíritu Santo: “bendición espiritual”, sentida y mística experiencia del cielo anticipada, que detallará luego.

        En estos versículos se ve un corazón rebosante de expresiones de acción de gracias. No esperemos un discurso pulcro y ordenado, no, los pensamientos se llaman unos a otros con la fuerza misma con que unos empujan a otros. Pero esto mismo es para nosotros un valor positivo, ya que nos muestra el orden de valores según la escala vital de la fe del Apóstol y nos describe la auténtica pista de nuestro itinerario de creyentes.

       

        4.-“El nos eligió en la Persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor”. ¿Quién de nosotros piensa en esta elección desde toda la eternidad antes de crear el mundo? Para Pablo es el pensamiento que más le estimula: desde la eternidad yo, cristiano, fui objeto de un amor divino, sin mérito previo, para amarme y no sólo como criatura, sino hijo suyo, con amor de Padre en Cristo Jesús. Esto quiere decir: desde siempre mi vinculación al pensamiento divino pasaba por Cristo Jesús.

        Esta elección tiene un fin próximo y un fin último. El fin próximo es la verdadera vida cristiana en este mundo. Con tajante brevedad es definido así por San Pablo: “Para ser santos e inmaculados en su presencia”. Santo significa separado de los profano y unido a Dios, consagrado definitivamente al Señor. Y precisamente por estar consagrado definitivamente al Señor, tiene que ser inmaculado, no en virtud de nuestras posibilidades humanas, sino por vivir y existir en Cristo, por ser nueva criatura, revestida de Cristo

        “Él nos predestinó a ser hijos suyos adoptivos por Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad…” Pablo confirma lo que ha dicho antes, la verdad fundamental de nuestra elección en Cristo, pero lo hace desde una nueva perspectiva. Dios nos ha querido poseer como hijos suyos como si en ello tuviera alguna ganancia su corazón paternal. Y de todo esto, la razón y la fuente es Dios, solo Dios. Es este el pensamiento que más obsesiona a San Pablo: la gracia de Dios soberanamente libre, es el único fundamento de nuestra elección y predeterminación.

 

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DOMINGO XVI  DEL TIEMPO ORDINARIO

 

        PRIMERA LECTURA: Jeremías 23,1-6

 

        El tema de Dios-pastor y, por tanto, del Mesías- pastor, tan querido en el Antiguo Testamento, retorna con frecuencia en la Liturgia, que se sirve a gusto de estos textos proféticos como introducción a los pasajes evangélicos centrados en este mismo argumento. Dios por boca de Jeremías condena a los malos pastores, que en vez de reunir a las ovejas, las dispersan y las abandonan. Por eso, Dios les castigará. Él mismo tomará a su cuidado “el resto de las ovejas” y las confiará a pastores más dignos; suscitará de la descendencia de David “un vástago legítimo”, el Mesías, rey pastor, bajo cuyo gobierno las ovejas gozarán de seguridad, justicia y paz.

       

 

        SEGUNDA LECTURA: Efesios 2,13-18

 

        El mensaje de esta lectura está constituido por la unificación de los pueblos judío y gentil, en un solo pueblo de Dios, por la sangre de Cristo, pastor que dio su vida por las ovejas. De este modo  Cristo es el pacificador, la puerta que nos da acceso al Padre. Por su muerte, en efecto, todos los hombres han sido hechos hermanos entre sí e hijos del Padre celestial. Así, por Él, “unos y otros podemos acercarnos al Padre en un mismo Espíritu”. Un solo Pastor y un solo Padre, un solo rebaño y un solo redil: éste es el fruto de la vida que Jesús ofrece por sus ovejas.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS  6, 30-34

 

                El tema de Dios-pastor y, por lo tanto, del Mesías-pastor, tan querido en el Antiguo Testamento, aparece hoy con fuerza de descripción y detalles tanto en la primera Lectura como en el Evangelio. Y esta misión de Cristo como buen pastor todos nosotros la recibimos ya en el santo bautismo, donde somos constituidos sacerdotes, profetas y reyes; sobre todo, los sacerdotes por el sacramento del Orden

        1.-    Por eso, este amor de Dios por sus ovejas debe ser un tema de meditación para todos nosotros, bautizados, que por el sacramento del bautismo, hemos sido consagrados profetas, sacerdotes y reyes para guiar al pueblo de Dios, cada uno en el grado pertinente. Especialmente los sacerdotes, por el sacramento del Orden, hemos sido configurados a Cristo buen pastor. Pero también todo bautizado, especialmente los padres cristianos, deben ser pastores de la fe para sus hijos.

        Los sacerdotes, las madres y padres cristianos, los catequistas, todo cristiano debe ser buen pastor, debe ser apóstol de Cristo, debe tratar de amar y apacentar el rebaño de Cristo, porque todos somos miembros de su cuerpo místico y por la fe y por el amor, debemos predicar a Cristo, ser los primeros educadores de la fe de nuestros hijos, llevarlos de la mano a la Iglesia, porque si ellos nos ven rezar y comulgar y amar al Señor, esa lección no se les olvidará, pero si un hijo no ve rezar o en la iglesia a sus padres, ellos tampoco lo harán, primera comunión y última. Qué olvidado está esto en el pueblo cristiano actual.

        Tenemos que esforzarnos todos los padres, los sacerdotes y todos los cristianos porque todos los hombres conozcan a Cristo, vayan a la iglesia, visiten al Señor en el Sagrario, se formen en las catequesis pertinentes y reciban los sacramentos con las disposiciones necesarias para que sirvan para la gloria de Dios y la salvación de sus almas inmortales.

Tenemos que ser ejemplo de virtudes evangélicas en el hogar, dentro y fuera de nuestras casas,y en nuestra profesión y trabajos; debemos enseñarles a nuestros hijos a rezar, a venir a misa, a orar y meditar el evangelio; y para eso, nosotros, los padres y abuelos tenemos que se los primeros en hacerlo; la misa del domingo debe ser el centro de toda nuestra vida y apostolado cristiano.

        Ante tanto materialismo ateo y militante, ante tanto laicismo sin Dios del mundo actual, sin misas de domingo, hemos de instruirles en los verdaderos valores del Evangelio y de la vida cristiana, luchando contra tanto aborto, divorcios, amor libre, sexo,  como si el amor no tuviera otras dimensiones superiores y más necesarias y plenificantes.

        Es mucha la tarea de los buenos pastores cristianos, especialmente de los padres cristianos, de los mismos abuelos, ante este mundo que se va descristianizando y paganizando. Necesitamos mucha fuerza de oración y gracia de Dios como nos enseña Jesús en el evangelio de este día. Todos los pastores deben ser hombres de oración, de súplica, de intercesión, de buscar la soledad para encontrarse más íntima y profundamente con Dios, único pastor de todos los hombres.

        3.- Para ser buenos pastores: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco, porque eran tantos los que iban y venían…” Precisamente el evangelio de hoy, como hemos dicho, bosqueja en síntesis la actividad de Jesús, buen pastor, y nos presenta una jornada intensa de su actividad a favor del  pueblo que se agolpa en torno a Él, hasta el punto que “no encontraban tiempo ni para comer”.

  Mi oración personal, sobre todo, eucarística, la oración ante el sagrario, es el sacramento de mi unión con el Señor y por eso mismo se convierte a la vez en un termómetro que mide mi unión, mi santidad, mi eficacia apostólica, mi entusiasmo por Él: “Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”. Primero es “estar con Él”, lógico, luego: “enviarlos a predicar”. Antes de salir a predicar, el apóstol, todo bautizado,  sobre todo los sacerdotes, deben compartir la comunión de ideales y sentimientos y orientaciones con el Señor que le envía. Y todos los Apóstoles que ha habido y habrá espontáneamente vendrán a la Eucaristía, al Sagrario, para recibir orientación, fuerza, consuelo, apoyo, rectificación en su apostolado cristiano o sacerdotal.

Y para todo esto, para ser testigos de la Palabra y del amor y de la Salvación de Cristo, no basta saber unas cuántas ideas y convertirse en un teórico de la vida y del evangelio de Cristo. El haber convivido con Él íntimamente durante largo tiempo, con trato diario, personal y confidente, es condición indispensable para conocerle y predicarlo. Necesitamos padres y madres de oración y visita al Sagrario, sobre todo de misa del domingo.

Ni un solo apóstol fervoroso, madre o sacerdote cristiano, ni un solo que no sea eucarístico. Ni uno solo que no haya sentido necesidad de Eucaristía, de oración eucarística, de la misa, que no la haya vivido y amado a Jesus en el Sagrario, ni uno solo. Allí lo aprendieron todo. Y de aquí sacaron la luz y la fuerza necesarias los padres y sacerdotes cristianos para desarrollar luego su actividad y educar en la fe a sus hijos o feligreses. Todos bebieron en la fuente de la Eucaristía, del Sagrario, que mana y corre siempre, «aunque es de noche», aunque tiene que ser por la fe.

Es ahí donde el discípulo bebe el celo del maestro por la salvación de los hombres; donde desconfía de sí para someterse a la enseñanza de quien es la Verdad y la salvación del mundo.

Adorar al Señor es reconocer que ni“el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que hace crecer” (1Cor 3,7). Adorar a Cristo en el Sagrario es garantizar a la Iglesia y a los hombres que el apostolado es, antes de obra humana, iniciativa de Dios que, al enviar a su Hijo al mundo, nos dio al Apóstol y Sacerdote de nuestra fe.» (Texto del Congreso Eucarístico Nacional de Santiago)

 

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PARA SACERDOTES Y CONSAGRADOS PRINCIPALMENTE

 

DOMINGO XVI  DEL TIEMPO ORDINARIO

 

En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: —«Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco».El tema de Dios-pastor y por lo tanto del Mesías-pastor, tan querido en el Antiguo Testamento, aparece hoy con fuerza de descripción y detalles tanto en la primera Lectura como en el Evangelio. Y esta misión de Cristo como buen pastor todos los cristianos la reciben ya en el santo bautismo donde somos constituidos sacerdotes, profetas y reyes, hoy poco predicado y menos practicado, pero especialmente nosotros los sacerdotes la recibimos en el Sacramento del Orden

        Los cristianos, las madres y padres cristianos, los catequistas, todo cristiano debe ser buen pastor, debe ser apóstol de Cristo, debe tratar de amar y apacentar el rebaño de Cristo, porque todos somos miembros de su cuerpo místico y por la fe y por el amor, debemos predicar a Cristo, ser los primeros educadores de la fe de nuestros hijos, llevarlos de la mano a la Iglesia, porque si ellos nos ven rezar y comulgar y amar al Señor, esa lección no se les olvidará, pero si un hijo no ve rezar o en la iglesia a sus padres, ellos tampoco lo harán, primera comunión y última. Bueno, hoy, como sabéis, en muchas parroquias ni bautizos ni primeras comuniones y en algunas dos o tres donde tenía que haber veinte o treinta. Me lo han dicho catequistas, porque los curas no dicen nada. Qué pena, como se está perdiendo la fe en el pueblo cristiano, en la España, en la Europa actual.

        En el mundo actual, tenemos que esforzarnos todos los padres, todos los cristianos, especialmente los sacerdotes para que todos los hombres conozcan a Cristo, vayan a la iglesia, visiten al Señor en el Sagrario, se formen en las catequesis pertinentes y reciban los sacramentos con las disposiciones necesarias para que sirvan para la gloria de Dios y la salvación de sus eternidades.

Tenemos que ser ejemplo de virtudes evangélicas en el hogar, dentro y fuera de nuestras casas,y en nuestra profesión y trabajos; debemos enseñarles a nuestros hijos a rezar, a venir a misa, a orar y meditar el evangelio; y para eso, nosotros, los padres y abuelos tenemos que se los primeros en hacerlo; la misa del domingo debe ser el centro de toda nuestra vida y apostolado cristiano.

        Ante tanto materialismo ateo y militante, ante tanto laicismo sin Dios del mundo actual, sin misas de domingo, hemos de instruirles en los verdaderos valores del Evangelio y de la vida cristiana, luchando contra tanto aborto, divorcios, amor libre, sexo de toda clase como si el amor no tuviera otras dimensiones superiores y más necesarias y plenificantes.

        Es mucha la tarea de los buenos pastores cristianos, especialmente de los padres cristianos, hoy de los mismos abuelos, ante este mundo que se va descristianizando y paganizando. Necesitamos mucha fuerza de oración y gracia de Dios como nos enseña Jesús en el evangelio de este día. Todos los pastores especialmente los sacerdotes debemos ser hombres de oración, de súplica, de intercesión, de buscar la soledad para encontrarnos más íntima y profundamente con Dios, único pastor de todos los hombres.

        3.- Para ser buenos pastores: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco, porque eran tantos los que iban y venían Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado …”

  Para los sacerdotes pastores, la oración personal, sobre todo, eucarística, la oración ante el sagrario, deber ser el sacramento de unión con el Señor y por eso mismo se convierte a la vez en un termómetro que mide mi unión, mi santidad, mi eficacia apostólica, mi entusiasmo por Él. El evangelio nos dice que cuando Jesús eligió a los apóstoles: “Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”. Primero es “estar con Él”, lo dice el Señor, luego: “enviarlos a predicar”. Antes de salir a predicar, el apóstol, todo bautizado,  sobre todo los sacerdotes, debemos compartir la comunión de ideales y sentimientos y orientaciones con el Señor que desde ahí nos envía, nos sentimos enviados. Y todos los Apóstoles que ha habido y que habrá en este mundo, en esta Iglesia de Cristo, espontáneamente vendrán a la Eucaristía, al Sagrario, para recibir luz, fuerza, consuelo, apoyo, rectificaciones si son necesarias en su vida y apostolado cristiano o sacerdotal.

Y para todo esto, para ser testigos de la Palabra y del amor y de la Salvación de Cristo, no basta saber unas cuántas ideas y convertirse en un teórico de la vida y del evangelio de Cristo, ser teólogo especulativo. El haber convivido con Él íntimamente durante largo tiempo, con trato diario, personal y confidente, es condición indispensable para conocerle y poder predicarlo. Necesitamos padres y madres de oración y visita al Sagrario, sobre todo de misa del domingo. Necesitamos sobre todo, obispos y sacerdotes de Sagrario, de oración eucarística diaria y permanente que puedan comunicar luego a sus feligreses lo que Cristo Eucaristía les comunica y les dice.

Por eso, ni un solo apóstol fervoroso, madre o sacerdote cristiano, ni un solo que no sea eucarístico. Ni uno solo que no haya sentido necesidad de Eucaristía, de oración eucarística, de la misa, de comunión verdadera y transformante en Crito, que no la haya vivido y amado a Jesus en el Sagrario, ni uno solo. Allí lo aprendieron todo. Y de aquí sacaron la luz y la fuerza necesarias los padres y sacerdotes cristianos para desarrollar luego su actividad y educar en la fe a sus hijos o feligreses. Todos bebieron en la fuente de la Eucaristía, del Sagrario, que mana y corre siempre, «aunque es de noche», aunque tiene que ser primero por la fe que luego se convierte en contemplación y experiencia.

Es ahí donde el discípulo bebe el celo del maestro por la salvación de los hombres; donde desconfía de sí para someterse a la enseñanza de quien es la Verdad y la salvación del mundo, del Único que puede salvarnos.

Adorar a Cristo en el Sagrario es garantizar a la Iglesia y a los hombres, a la parroquia que el apostolado del sacerdote es obra de Cristo.  Cómo me gusta ver a los sacerdotes orar junto al Sagrario de su parroquia, guardar respeto y silencio en su presencia, no portarse como si estuvieran en la calle, pasar ratos en diálogo de amor o petición y súplica al Señor, qué poco lo veo en mi vida pastoral…Querido hermano sacerdote… pero si no te ven nunca orar y estar junto al Sagrario, cómo te van a creer…

Vvimos tiempos muy difíciles para la fe y la pastoral parroquial, de cincuenta años para abajo qué pocos padres cristianos tenemos, qué pocos jóvenes en misa y en vida cristiana de los mandamientos de Dios, por eso no hay vocaciones sacerdotales ni religiosas…Solución: —«Venid vosotros solos a un sitio tranquilo conmigoa descansar un poco»

 

 

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El tema de Dios-pastor y, por lo tanto, del Mesías-pastor, tan querido en el Antiguo Testamento, aparece hoy con fuerza de descripción y detalles tanto en la primera Lectura como en el Evangelio.

 

        1.- La primera Lectura es un pliego de cargo que Jeremías, en nombre de Dios, dirige contra los malos pastores del pueblo israelita. El concepto de pastor en el Antiguo Testamento es amplio y se refiere a reyes, sacerdotes y profetas. La idea y la imagen de pastor era muy familiar a un pueblo nómada como Israel, donde la mayor parte de los patriarcas, Moisés y el mismo rey David, eran pastores.

        Los pastores que no siguen el camino de Dios dejan de ser principio de unidad para el rebaño y se convierten en foco de dispersión. Pero el fallo y abandono de los malos pastores no aleja el amor de Dios de sus ovejas, sino que conmueve su corazón y le hace decir palabras duras contra ellos“¡Ay de los pastores que dispersan y dejan perecer las ovejas de mi rebaño! … pues yo os tomaré cuentas por la maldad de vuestras acciones”.

        Ante el abandono en que se encuentra su pueblo, el Señor se convertirá en pastor de su rebaño y suscitará un vástago legítimo de David en la figura de Jesús, el buen pastor, que siente compasión por sus ovejas, como vemos por el Evangelio de este domingo: “Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países a donde las expulsé y las volveré a traer a sus dehesas…” “… suscitaré un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra. En sus días se salvará Judá…”

 

        2.- Este amor de Dios por sus ovejas debe ser un tema de meditación para todos nosotros, bautizados, que por el sacramento del bautismo, hemos sido consagrados profetas, sacerdotes y reyes para guiar al pueblo de Dios, cada uno en el grado pertinente. Especialmente los sacerdotes, por el sacramento del Orden, hemos sido configurados a Cristo buen pastor.

        Los sacerdotes, las madres y padres cristianos, los catequistas, todo cristiano debe ser buen pastor, debe ser apóstol de Cristo, debe tratar de amar y apacentar el rebaño de Cristo, porque todos somos miembros de su cuerpo y por la fe y por el amor, debemos predicar a Cristo, ser los primeros educadores de la fe de nuestros hijos, llevarlos de la mano a la Iglesia, porque si ellos nos ven rezar y comulgar y amar al Señor, esa lección no se les olvidará.

        Tenemos que esforzarnos porque conozcan a Cristo, vayan a las catequesis pertinentes y los sacramentos los reciban con las disposiciones necesarias para que sirvan para la gloria de Dios y la salvación de los que los reciben. Tenemos que ser ejemplo de virtudes evangélicas en el hogar y en nuestra profesión y trabajos; debemos enseñarles a orar y meditar el evangelio; la misa del domingo debe ser el centro de toda nuestra vida cristiana.

        Igualmente debemos defender a nuestros hijos, a todos los creyentes de tantos peligros como hoy amenazan su vida de fe y amor a Dios. Ante tanto materialismo ateo y militante, ante tanto laicismo sin Dios, hemos de instruirles en los verdaderos valores del Evangelio y de la vida cristiana, luchando contra tanto aborto, eutanasia, amor libre, sexo, como si el amor no tuviera otras dimensiones superiores y más necesarias y plenificantes.

        Es mucha la tarea de los buenos pastores cristianos ante este mundo que se va descristianizando y paganizando. Necesitamos mucha fuerza de oración y gracia de Dios como nos enseña Jesús en el evangelio de este día. Todos los pastores deben ser hombres de oración, de súplica, de intercesión, de buscar la soledad para encontrarse más íntima y profundamente con Dios, único pastor de todos los hombres.

 

        3.- “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco, porque eran tantos los que iban y venían…” Precisamente el evangelio de hoy, como hemos dicho, bosqueja en síntesis la actividad de Jesús, buen pastor, y nos presenta una jornada intensa de su actividad a favor del  pueblo que se agolpa en torno a Él, hasta el punto que “no encontraban tiempo ni para comer”.

  Ni un solo apóstol fervoroso, ni un solo santo que no fuera eucarístico. Ni uno solo que no haya sentido necesidad de Eucaristía, de oración eucarística, que no la haya vivido y amado, ni uno solo. Allí lo aprendieron todo. Y de aquí sacaron la luz y la fuerza necesarias para desarrollar luego su actividad o el carisma propio de cada uno, muy diversos unos de otros, pero todos bebieron en la fuente de la Eucaristía, que mana y corre siempre abundantemente, «aunque es de noche», aunque tiene que ser por la fe. Todos pusieron allí su tienda, el centro de sus miradas, pasando todos los días largos ratos con Él, primero en fe seca, como he dicho, a palo seco, sin sentir gran cosa, luego poco a poco pasaron de acompañar al Señor a sentirse acompañados, ayudados, fortalecidos, unas veces rezando, otras leyendo, otras meditando con libros o sin libros, en oración discursiva, mental, avanzando siempre en amistad personal, otras, más avanzados, dialogando, «tratando a solas», trato de amistad, oración afectiva, luego con una mirada simple de fe, con ojos contemplativos, silencio, quietud, simple mirada, recogimientos de potencias, una etapa importante, se acabó la necesidad del libro para meditar y empieza el tú a tú, simple mirada de amor y de fe, «noticia amorosa» de Dios, «ciencia infusa», «contemplación de amor».

Señor, ahora empiezo a creer de verdad en Ti, a sentir tu presencia y ayuda, ahora sí que sé que eres verdad y vives de verdad y estás aquí de verdad para mí, no solo como objeto de fe sino también de mi amor y felicidad. Hasta ahora he vivido de fe heredada, estudiada, examinada y aprobada, que era cosa buena y estaba bien, pero no me llenaba, porque muchas veces era puro contenido teórico; ahora, Señor, te siento viviente, por eso me sale espontáneo el diálogo contigo, ya no digo Dios, el Señor, es decir, no te trato de Ud, sino de tú a tú, de amigo a amigo, mi fe es mía, es personal y viva y afectiva, no puramente heredada, me sale el diálogo y la relación directa contigo. Te quiero, Señor, y te quiero tanto que deseo voluntariamente atarme a la sombra de tu santuario, para permanecer siempre junto a ti, mi mejor amigo.

Ahora empiezo a comprender este misterio, todo el evangelio, pasajes y hechos que había entendido de una forma determinada hasta ahora, ya los comprendo totalmente de una forma diferente, porque tu Espíritu me lleva hasta “la verdad completa”; ahora todo el evangelio me parece distinto, es que he empezado a vivirlo y gustarlo de otra forma. Ahora, Señor, es que te escucho perfectamente lo que me dices desde tu presencia eucarística sobre tu persona, tu manera de ser y amar, sobre tu vida, sobre el evangelio, ahora lo comprendo todo y me entusiasma porque lo veo realizado en la Eucaristía y esto me da fuerzas y me mete fuego en el alma para vivirlo y predicarlo. Realmente tu persona, tus misterios, tu evangelio no se comprenden hasta que no se viven.

 

4.- «Aprender esta donación libérrima de uno mismo es imposible sin la contemplación del misterio eucarístico, que se prolonga, una vez celebrada la Eucaristía, en la adoración y en otras formas de piedad eucarística, que han sostenido y sostienen la vida cristiana de tantos seguidores de Jesús. La oración ante la Eucaristía, reservada o expuesta solemnemente, es el acto de fe más sencillo y auténtico en la presencia del Señor resucitado en medio de nosotros. Es la confesión humilde de que el Verbo se ha hecho carne, y pan, para saciar a su pueblo con la certeza de su compañía. Es la fe hecha adoración y silencio.

Una comunidad cristiana que perdiera la piedad eucarística, expresada de modo eminente en la adoración, se alejaría progresivamente de las fuentes de su propio vivir. La presencia real, substancial de Cristo en las especies consagradas es memoria viva y actual de su misterio pascual, señal de la cercanía de su amor <crucificado> y glorioso>, de su Corazón abierto a las necesidades del hombre pobre y pecador, certeza de su compañía hasta el final de los tiempos y promesa ya cumplida de que la posesión del Reino de los cielos se inicia aquí, cuando nos sentamos a la mesa del banquete eucarístico.

Iniciar a los niños, jóvenes y adultos en el aprecio de la presencia real de Cristo en nuestros tabernáculos, en la «visita al Santísimo», no es un elemento secundario de la fe y vida cristiana, del que se puede prescindir sin riesgo para la integridad de las mismas; es una exigencia elemental que brota del aprecio a la plena verdad de la fe que constituye el sacramento: ¡Dios está aquí, venid, adorémosle! Es el test que determina si una comunidad cristiana reconoce que la resurrección de Cristo, cúlmen de la Pascua nueva y eterna, tiene, en la Eucaristía, la concreción sacramental inmediata, como aparece en el relato de Emaús.

Recuperar la piedad eucarística no es sólo una exigencia de la fe en la presencia real de Cristo, sacerdote y víctima, en el pan consagrado, alimento de inmortalidad; es también, exigencia de una evangelización que quiera ser fecunda según el estilo de vida evangélico. ¿No sería obligado preguntarse en esta ocasión solemnísima, si la esterilidad de muchos planteamientos pastorales y la desproporción entre muchos esfuerzos, sin duda generosos, y los escasos resultados que obtenemos, no se debe en gran parte a la escasa dosis de contemplación y de adoración ante el Señor en la Eucaristía? Es ahí donde el discípulo bebe el celo del maestro por la salvación de los hombres; donde declina sus juicios para aceptar la sabiduría de la cruz; donde desconfía de sí para someterse a la enseñanza de quien es la Verdad; donde somete al querer del Señor lo que conviene o no hacer en su Iglesia; donde examina sus fracasos; recompone sus fuerzas y aprende a morir para que otros vivan. Adorar al Señor es asegurar nuestra condición de siervos y reconocer que ni“el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que hace crecer” (1Cor 3,7). Adorar a Cristo es garantizar a la Iglesia y a los hombres que el apostolado es, antes de obra humana, iniciativa de Dios que, al enviar a su Hijo al mundo, nos dio al Apóstol y Sacerdote de nuestra fe.»

(Texto de la Clausura del Congreso Eucarístico Nacional de Santiago)

 

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XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

 

        PRIMERA LECTURA: 2 Reyes 4, 42-44

 

        El tema central de este día es la providencia de Dios que satisface todas las necesidades del hombre. Tomada del segundo libro de los Reyes, se lee la multiplicación de los panes obrada por Eliseo, figura y preludio de la realizada unos ocho siglos más tarde por Jesús y que se lee en el Evangelio de Juan. Eliseo, varón de Dios, es el heredero del espíritu de Elías. Defiende la fe y la confianza siempre en Yavéh. Eliseo se manifiesta en esta ocasión una vez más como portavoz del Señor. Por medio del profeta el Señor hace oír su voz y obrar sus milagros.

 

 

        SEGUNDA LECTURA: Efesios 4,1-6

 

        Esta exhortación de Pablo, prisionero por causa del evangelio, mira a confirmar a los creyentes en su vocación a la unidad, en un solo cuerpo y espíritu con el Único Señor, en razón de una misma fe y un mismo bautismo. San Pablo enumera las virtudes que hacen posible y potencian la unidad de todos los hermanos en Cristo: humildad, mansedumbre, paciencia, amor que se hace cargo de la debilidad de los otros. Esta vinculación entre los fieles está exigida por la unidad, que es característica primordial de la Iglesia. Todos formamos un solo cuerpo, vivificado por el mismo Espíritu; y todos abrigamos la misma y única esperanza: la herencia eterna.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 6, 1-15

 

 Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y S. Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros para siempre en el pan consagrado de todos los sagrarios de la tierra.

Sinceramente es tanto lo que debo a esta presencia eucarística del Señor en el Sagrario, a Jesús, confidente y amigo, en esta presencia tan maravillosa, que se ofrece, pero no se impone, en la Eucaristía, que quiero compartir con vosotros este gozo desde la humildad, desde el reconocimiento de quien se siente agradecido, pero a la vez deudor, necesitado de su fuerza y amor.

Santa Teresa estuvo siempre muy unida a Jesucristo en el Sagrario. En relación con la presencia de Jesús en el sagrario, exclama: «¡Oh eterno Padre, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras... no permitas, Señor, que sea tan mal tratado en este sacramento. El se quedó entre nosotros de un modo tan admirable».

Ella se extasiaba ante Cristo Eucaristía. Y lo mismo todos los santos, que en medio de las ocupaciones de la vida, tenían su mirada en el sagrario, siempre pensaban y estaban unidos a Jesús Eucaristía. Y la madre Teresa de Calcuta, tan amante de los pobres, que parece que no tiene tiempo para otra cosa, lo primero que hace y nos dice que hagamos, para ver y socorrer a los pobres, es pasar ratos largos con Jesucristo Eucaristía. En la congregación de religiosas, fundada por ella para atender a los pobres, todas han de pasar todos los días largo rato ante el Santísimo; debe ser porque hoy Jesucristo en el sagrario es para ella el más pobre de los pobres, y desde luego, porque para ella, para poder verlo en los pobres, primero hay que verlo donde está con toda plenitud, en la Eucaristía. Y así en todos los santos. Ni uno solo que no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de este pan, de esta presencia, de este tesoro escondido, ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, sin sentir nada, para luego, avanzando poco a poco, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta llegar al encuentro total del Cristo viviente y glorioso, compañero de viaje en el sacramento.

 

 

LA EUCARISTÍA COMO MISA.

 

Podemos considerar la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia permanente de Jesucristo en la Hostia santa. De todos los modos de considerar la Eucaristía, el más importante es la Eucaristía como misa, como sacrificio y resurrección de Cristo, especialmente la Eucaristía del domingo, porque es el fundamento del cristianismo y de toda nuestra vida de fe y salvación eterna.

Voy a citar unas palabras del Vaticano II donde se nos habla de esto: «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo entre los muertos (1Pe 1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles...» (SC 106).

Por este texto y otros, que podíamos citar, podemos afirmar que, sin Eucaristía dominical, no hay cristianismo, no hay Iglesia de Cristo, no hay parroquia. Porque Cristo es el fundamento de nuestra fe y salvación, mediante su muerte y resurrección que es lo que se hace presente en la misa. Por eso, toda Eucaristía, especialmente la dominical, es Cristo haciendo presente entre nosotros su pasión, muerte y resurrección, que nos salvó y nos sigue salvando, toda su vida, su palabra, su evangelio, todo su misterio redentor. Sin domingo, Cristo no ha resucitado y, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe y no tenemos salvación, dice S. Pablo.

(Aquí ahora, la catequesis sobre la santa misa).

 

Sin Eucaristía del domingo, no hay verdadera fe cristiana, no hay Iglesia de Cristo. No vale decir «yo soy cristiano pero no practicante». La Eucaristía del domingo es el centro de toda la vida cristiaana y parroquial.

Sobre la puerta del Cenáculo de San Pedro, hace ya más de cincuenta años, puse este letrero: «Ninguna comunidad cristiana se construye, si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía». Este texto del Concilio nos dice que la Eucaristía es la que construye la parroquia, es el centro de toda su vida y apostolado, el corazón de la parroquia. La Iglesia, por una tradición que viene desde los Apóstoles, pero que empezó con el Señor resucitado, que se apareció y celebró la Eucaristía con los Apóstoles en el mismo día que resucitó, continuó celebrando cada ocho días el misterio de la salvación presencializándolo por la Eucaristía. Luego, los Apóstoles, después de la Ascensión, continuaron haciendo lo mismo.

Por eso, el domingo se convirtió en la fiesta principal de los creyentes. Aunque algunos puedan pensar, sobre todo, porque es cada ocho días, que el domingo es menos importante que otras fiestas del Señor, por ejemplo, la Navidad, la Ascensión, el Viernes o Jueves Santo, la verdad es que si Cristo no hubiera resucitado, esas fiestas no existirían. Y eso es precisamente lo que celebramos cada domingo: la muerte y resurrección de Cristo, que se convierten en nuestra Salvación.

En este día del Señor resucitado, en el domingo, Jesús nos invita a la Eucaristía, a la santa misa, que es nuestra también, a ofrecernos con Él a la Santísima Trinidad, que concibió y realizó este proyecto tan maravilloso de su Encarnación, muerte y resurrección para llevarnos a su misma vida trinitaria.

En el ofertorio nos ofrecemos y somos ofrecidos con el pan y el vino; por las palabras de la consagración, nosotros también quedamos consagrados como el pan y el vino ofrecidos, y ya no somos nosotros, ya no nos pertenecemos, y al no pertenecernos y estar consagrados con Cristo para la gloria del Padre y la salvación de los hombres, porque voluntariamente hemos querido correr la suerte de Cristo. Cuando salimos de la Iglesia, tenemos que vivir como Cristo para glorificar a la Santísima Trinidad, cumplir su voluntad y salvar a los hermanos, haciendo las obras de Cristo: “mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”; “El que me come vivirá por mí”.

 En la consagración el pan se convierte en Cristo, como en la última Cena; en la Comunión, al comer a Cristo, nosotros comulgamos con sus mismos sentimientos y actitudes: “el que me come vivirá por mí”.  Y eso es vivir y celebrar y participar en la Eucaristía.

Queridos amigos, ningún domingo sin Eucaristía. Este es mi ruego, mi consejo y exhortación. Es que mis amigos no van, es que he dejado de ir hace ya mucho tiempo, no importa, tú vuelve y el Señor te lo premiará con vitalidad de tu fe y vida cristiana. Los que abandonan la Eucaristía del domingo, pronto no saben de qué va Cristo, la salvación, el cristianismo, la Iglesia. El domingo es el día más importante del cristianismo y el corazón del domingo es la Eucaristía, la Eucaristía, sobre todo, si participas comulgando. Más de una vez hago referencia a unos versos que reflejan un poco esta espiritualidad.

Frente a tu altar, Señor, emocionado, veo hacia el cielo el cáliz levantar.

Frente a tu altar, Señor, anonadado. he visto el pan y el vino consagrar.Frente a tu altar, Señor, humildemente ha bajado hasta mi tu eternidad.

Frente a tu altar, Señor, he comprendido el milagro constante de tu amor.

¡Querer Tu que mi barro esté contigo haciendo templo a quien te ha ofendido! ¡Llorando estoy frente a tu altar, Señor!

Queridos hermanos: Tantos abandonos, tantos pecados,  tantas faltas de fe y amor  ante un Dios que tanto me quiere, que siendo Dios y teniendolo todo se hace pan por sus criaturas, o creemos  o no creemos en Jesús Eucaristía:  «llorando estoy frente a tu altar, Señor».

       

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: en este domingo decimoséptimo del tiempo ordinario se interrumpe la lectura del evangelista San Marcos, que es el que corresponde al año en curso, y comenzamos a leer el célebre capitulo sexto de San Juan, texto largo y fundamental, que será dividido en perícopas, para la celebración litúrgica durante varios domingos sucesivos. Todo el capítulo es una gran catequesis eucarística y cristológica, que se abre con el milagro narrado hoy de la multiplicación de los panes.

        Superando al profeta Eliseo, que alimentó a cien personas con veinte panes de cebada, Cristo, en el evangelio de hoy, hace el milagro de multiplicar cinco panes y dos peces, alimentando a una gran muchedumbre, en la que solamente los hombres eran más de cinco mil.

        Este hecho milagroso dará ocasión posteriormente al discurso de Jesús sobre el pan de vida, como veremos en los tres domingos que vienen, en el que Jesús pasa del milagro histórico de la multiplicación de los panes al plano teológico o sacramental de la Eucaristía, significado por este hecho.

        A Jesús le seguía mucha gente porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Y esta multitud curiosa, que busca milagros y cosas extraordinarias, hoy va a ser testigo y destinataria de un gran <signo>. El episodio evangélico de la multiplicación de los panes, seguido de la marcha de Jesús sobre el agua y del discurso sobre el pan de vida, que consideraremos en domingos sucesivos, forma uno de esos grandes cuadros de los que San Juan posee el secreto. Encierra en sí, al mismo tiempo que una síntesis de la actividad de Jesús en Galilea, una de las más altas revelaciones sobre sí mismo y un ejemplo típico de la opción, que se le impone al hombre en su presencia.

        El evangelista nos traslada, sin más preámbulos, “al otro lado del mar de Galilea o del Tiberíades”. La turba siguió a Jesús hasta allí “porque veía los signos que hacía con los enfermos.” San Juan, omitiendo toda otra circunstancia, se contenta con indicar: “Estaba cercana la pascua, la fiesta de los judíos” En la intención del evangelista esta indicación cronológica tiene ante todo un fin teológico, dado que evidentemente él considera el alimento milagroso repartido a la multitud, como prefiguración del banquete eucarístico. Quiere recordar a los lectores que Jesús, como verdadero cordero pascual, murió en la cruz por la salvación de los hombres precisamente durante la pascua judía y da en alimento a los suyos su propia carne y su propia sangre, como explicará en el discurso que seguirá al relato de la multiplicación de los panes y que comentaremos en domingos sucesivos.

        Toda la escena va a desarrollarse sobre este fondo pascual: “Levantando, pues, los ojos Jesús y contemplando la gran muchedumbre que venía a El, dijo a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para dar de comer a éstos? Esto lo decía para probarle, porque El bien sabia lo que había de hacer”. La pregunta de Jesús y el desconcierto de los discípulos hacen resaltar por anticipado la grandeza del milagro.

        Jesús, que parece no haber ido allí más que para alimentar a la muchedumbre, hace que se sienten todos, toma en sus manos las provisiones que un muchacho había traído consigo, pronuncia la acción de gracias y distribuye el pan y los peces que se van multiplicando entre sus manos.

        Una vez que todos se saciaron, manda recoger las sobras con las que hay para llenar doce cestos. En este momento, Jesús aparece ante el pueblo como el Mesías que procura comida abundante al pueblo de Dios reunido. Entonces los hombres empiezan a decir: “Verdaderamente éste es el profeta que ha de venir al mundo”.

        La impresión que el milagro ha dejado en la multitud es profunda. Las esperanzas mesiánicas, fácilmente inflamables en los galileos, se tornan más vivas. Al ver el prodigio concluyen que en Jesús se ha hecho presente el profeta anunciado, que debe venir al mundo a inaugurar la era de la salvación definitiva. “Y Jesús, conociendo que iban a venir para llevárselo y proclamarlo rey, se retira otra vez a la montaña, él solo.” Se retira Él solo a la oración, porque debe vencer el aplauso y la tentación del poder puramente temporal.

        No obstante, un misterio se cierne sobre las intenciones y el pensamiento profundo de Jesús. Mañana será explicado. En medio se sitúa la escena del paseo de Jesús sobre el mar. Avanzando sobre las aguas, Jesús se une a sus discípulos que se hallaban en medio de una tempestad. Les dice simplemente: “Yo soy”.        Este “yo soy” es lo que dijo Jesús con el pan en sus manos en la Última Cena: “Esto es mi cuerpo”, es decir, esto soy yo. Por eso, como en estos domingos vamos a reflexionar sobre la Eucaristía, pan de vida, empecemos por la Cena Pascual, que contiene los tres aspectos principales de la Eucaristía como misa Pascual y Alianza, la Comunión eucarística para terminar con la Eucaristía como Presencia.

 

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XVII.- Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y S. Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros para siempre en el pan consagrado de todos los sagrarios de la tierra.

Sinceramente es tanto lo que debo a esta presencia eucarística del Señor en el Sagrario, a Jesús, confidente y amigo, en esta presencia tan maravillosa, que se ofrece, pero no se impone, en la Eucaristía, que quiero compartir con vosotros este gozo desde la humildad, desde el reconocimiento de quien se siente agradecido, pero a la vez deudor, necesitado de su fuerza y amor.

Santa Teresa estuvo siempre muy unida a Jesucristo en el Sagrario. En relación con la presencia de Jesús en el sagrario, exclama: «¡Oh eterno Padre, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras... no permitas, Señor, que sea tan mal tratado en este sacramento. El se quedó entre nosotros de un modo tan admirable».

Ella se extasiaba ante Cristo Eucaristía. Y lo mismo todos los santos, que en medio de las ocupaciones de la vida, tenían su mirada en el sagrario, siempre pensaban y estaban unidos a Jesús Eucaristía. Y la madre Teresa de Calcuta, tan amante de los pobres, que parece que no tiene tiempo para otra cosa, lo primero que hace y nos dice que hagamos, para ver y socorrer a los pobres, es pasar ratos largos con Jesucristo Eucaristía. En la congregación de religiosas, fundada por ella para atender a los pobres, todas han de pasar todos los días largo rato ante el Santísimo; debe ser porque hoy Jesucristo en el sagrario es para ella el más pobre de los pobres, y desde luego, porque para ella, para poder verlo en los pobres, primero hay que verlo donde está con toda plenitud, en la Eucaristía. Y así en todos los santos. Ni uno solo que no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de este pan, de esta presencia, de este tesoro escondido, ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, sin sentir nada, para luego, avanzando poco a poco, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta llegar al encuentro total del Cristo viviente y glorioso, compañero de viaje en el sacramento.

 

LA EUCARISTÍA COMO MISA.

 

Podemos considerar la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia permanente de Jesucristo en la Hostia santa. De todos los modos de considerar la Eucaristía, el más importante es la Eucaristía como misa, como sacrificio y resurrección de Cristo, especialmente la Eucaristía del domingo, porque es el fundamento del cristianismo y de toda nuestra vida de fe y salvación eterna.

Voy a citar unas palabras del Vaticano II donde se nos habla de esto: «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la

resurrección de Jesucristo entre los muertos (1Pe 1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles...» (SC 106).

Por este texto y otros, que podíamos citar, podemos afirmar que, sin Eucaristía dominical, no hay cristianismo, no hay Iglesia de Cristo, no hay parroquia. Porque Cristo es el fundamento de nuestra fe y salvación, mediante su muerte y resurrección que es lo que se hace presente en la misa. Por eso, toda Eucaristía, especialmente la dominical, es Cristo haciendo presente entre nosotros su pasión, muerte y resurrección, que nos salvó y nos sigue salvando, toda su vida, su palabra, su evangelio, todo su misterio redentor. Sin domingo, Cristo no ha resucitado y, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe y no tenemos salvación, dice S. Pablo.

(Aquí ahora, la catequesis sobre la santa misa).

 

Sin Eucaristía del domingo, no hay verdadera fe cristiana, no hay Iglesia de Cristo. No vale decir «yo soy cristiano pero no practicante». La Eucaristía del domingo es el centro de toda la vida cristiaana y parroquial.

Sobre la puerta del Cenáculo de San Pedro, hace ya más de cincuenta años, puse este letrero: «Ninguna comunidad cristiana se construye, si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía». Este texto del Concilio nos dice que la Eucaristía es la que construye la parroquia, es el centro de toda su vida y apostolado, el corazón de la parroquia. La Iglesia, por una tradición que viene desde los Apóstoles, pero que empezó con el Señor resucitado, que se apareció y celebró la Eucaristía con los Apóstoles en el mismo día que resucitó, continuó celebrando cada ocho días el misterio de la salvación presencializándolo por la Eucaristía. Luego, los Apóstoles, después de la Ascensión, continuaron haciendo lo mismo.

Por eso, el domingo se convirtió en la fiesta principal de los creyentes. Aunque algunos puedan pensar, sobre todo, porque es cada ocho días, que el domingo es menos importante que otras fiestas del Señor, por ejemplo, la Navidad, la Ascensión, el Viernes o Jueves Santo, la verdad es que si Cristo no hubiera resucitado, esas fiestas no existirían. Y eso es precisamente lo que celebramos cada domingo: la muerte y resurrección de Cristo, que se convierten en nuestra Salvación.

En este día del Señor resucitado, en el domingo, Jesús nos invita a la Eucaristía, a la santa misa, que es nuestra también, a ofrecernos con Él a la Santísima Trinidad, que concibió y realizó este proyecto tan maravilloso de su Encarnación, muerte y resurrección para llevarnos a su misma vida trinitaria.

En el ofertorio nos ofrecemos y somos ofrecidos con el pan y el vino; por las palabras de la consagración, nosotros también quedamos consagrados como el pan y el vino ofrecidos, y ya no somos nosotros, ya no nos pertenecemos, y al no pertenecernos y estar consagrados con Cristo para la gloria del Padre y la salvación de los hombres, porque voluntariamente hemos querido correr la suerte de Cristo. Cuando salimos de la Iglesia, tenemos que vivir como Cristo para glorificar a la Santísima Trinidad, cumplir su voluntad y salvar a los hermanos, haciendo las obras de Cristo: “mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”;El que me come vivirá por mí”.

 En la consagración el pan se convierte en Cristo, como en la última Cena; en la Comunión, al comer a Cristo, nosotros comulgamos con sus mismos sentimientos y actitudes: “el que me come vivirá por mí”.  Y eso es vivir y celebrar y participar en la Eucaristía.

Queridos amigos, ningún domingo sin Eucaristía. Este es mi ruego, mi consejo y exhortación. Es que mis amigos no van, es que he dejado de ir hace ya mucho tiempo, no importa, tú vuelve y el Señor te lo premiará con vitalidad de tu fe y vida cristiana. Los que abandonan la Eucaristía del domingo, pronto no saben de qué va Cristo, la salvación, el cristianismo, la Iglesia. El domingo es el día más importante del cristianismo y el corazón del domingo es la Eucaristía, la Eucaristía, sobre todo, si participas comulgando. Más de una vez hago referencia a unos versos que reflejan un poco esta espiritualidad.

Frente a tu altar, Señor, emocionado, veo hacia el cielo el cáliz levantar.

Frente a tu altar, Señor, anonadado. he visto el pan y el vino consagrar.Frente a tu altar, Señor, humildemente ha bajado hasta mi tu eternidad.

Frente a tu altar, Señor, he comprendido el milagro constante de tu amor.

¡Querer Tu que mi barro esté contigo haciendo templo a quien te ha ofendido!

¡Llorando estoy frente a tu altar, Señor! Queridos hermanos: Tantos abandonos, tantos pecados,  tantas faltas de fe y amor  ante un Dios que tanto me quiere, que siendo Dios y teniendolo todo se hace pan por sus criaturas, o creemos  o no creemos en Jesús Eucaristía:  «llorando estoy frente a tu altar, Señor».

 

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MEDITACION

(LA MISMA HOMILIA, MÁS AMPLIA)

 

Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y S. Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros para siempre en el pan consagrado de todos los sagrarios de la tierra.

Sinceramente es tanto lo que debo a esta presencia eucarística del Señor, a Jesús, confidente y amigo, en esta presencia tan maravillosa, que se ofrece, pero no se impone, tratándose de todo un Dios, que, cuando lo pienso un poco, le amo con todo mi cariño, y quiero compartir con vosotros este gozo desde la humildad, desde el reconocimiento de quien se siente agradecido, pero a la vez deudor, necesitado de su fuerza y amor.

Santa Teresa estuvo siempre muy unida a Jesucristo Eucaristía. En relación con la presencia de Jesús en el sagrario, exclama: «¡Oh eterno Padre, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras... no permitas, Señor, que sea tan mal tratado en este sacramento. El se quedó entre nosotros de un modo tan admirable».

Ella se extasiaba ante Cristo Eucaristía. Y lo mismo todos los santos, que en medio de las ocupaciones de la vida, tenían su mirada en el sagrario, siempre pensaban y estaban unidos a Jesús Eucaristía. Y la madre Teresa de Calcuta, tan amante de los pobres, que parece que no tiene tiempo para otra cosa, lo primero que hace y nos dice que hagamos, para ver y socorrer a los pobres, es pasar ratos largos con Jesucristo Eucaristía. En la congregación de religiosas, fundada por ella para atender a los pobres, todas han de pasar todos los días largo rato ante el Santísimo; debe ser porque hoy Jesucristo en el sagrario es para ella el más pobre de los pobres, y desde luego, porque para ella, para poder verlo en los pobres, primero hay que verlo donde está con toda plenitud, en la Eucaristía. Y así en todos los santos. Ni uno solo que no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de este pan, de esta presencia, de este tesoro escondido, ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, sin sentir nada, para luego, avanzando poco a poco, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta llegar al encuentro total del Cristo viviente y glorioso, compañero de viaje en el sacramento.

 

LA EUCARISTÍA COMO MISA.

 

Podemos considerar la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia permanente de Jesucristo en la Hostia santa. De todos los modos de considerar la Eucaristía, el más importante es la Eucaristía como sacrificio, como misa, como pascua, como sacrificio de la Nueva Alianza, especialmente la Eucaristía del domingo, porque es el fundamento de toda nuestra vida de fe y la que construye la Iglesia de Cristo.

Voy a citar unas palabras del Vaticano II donde se nos habla de esto: «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo entre los muertos (1Pe 1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles...» (SC 106).

Por este texto y otros, que podíamos citar, podemos afirmar que, sin Eucaristía dominical, no hay cristianismo, no hay Iglesia de Cristo, no hay parroquia. Porque Cristo es el fundamento de nuestra fe y salvación, mediante el sacrificio redentor, que se hace presente en la Eucaristía; por eso, toda Eucaristía, especialmente la dominical, es Cristo haciendo presente entre nosotros su pasión, muerte y resurrección, que nos salvó y nos sigue salvando, toda su vida, todo su misterio redentor. Sin domingo, Cristo no ha resucitado y, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe y no tenemos salvación, dice S. Pablo.

Sin Eucaristía del domingo, no hay verdadera fe cristiana, no hay Iglesia de Cristo. No vale decir «yo soy cristiano pero no practicante». O vas a Eucaristía los domingos o eso que tú llamas cristianismo es pura invención de los hombres, pura incoherencia, religión inventada a la medida de nuestra comodidad y falta de fe; no es eso lo que Cristo quiso para sus seguidores e hizo y celebró con sus Apóstoles y ellos continuaron luego haciendo y celebrando. La Eucaristía del domingo es el centro de toda la vida parroquial.

Sobre la puerta del Cenáculo de San Pedro, hace ya más de treinta años, puse este letrero: «Ninguna comunidad cristiana se construye, si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía». Este texto del Concilio nos dice que la Eucaristía es la que construye la parroquia, es el centro de toda su vida y apostolado, el corazón de la parroquia. La Iglesia, por una tradición que viene desde los Apóstoles, pero que empezó con el Señor resucitado, que se apareció y celebró la Eucaristía con los Apóstoles en el mismo día que resucitó, continuó celebrando cada ocho días el misterio de la salvación presencializándolo por la Eucaristía. Luego, los Apóstoles, después de la Ascensión, continuaron haciendo lo mismo.

Por eso, el domingo se convirtió en la fiesta principal de los creyentes. Aunque algunos puedan pensar, sobre todo, porque es cada ocho días, que el domingo es menos importante que otras fiestas del Señor, por ejemplo, la Navidad, la Ascensión, el Viernes o Jueves Santo, la verdad es que si Cristo no hubiera resucitado, esas fiestas no existirían. Y eso es precisamente lo que celebramos cada domingo: la muerte y resurrección de Cristo, que se convierten en nuestra Salvación.

En este día del Señor resucitado, en el domingo, Jesús nos invita a la Eucaristía, a la santa misa, que es nuestra también, a ofrecernos con Él a la Santísima Trinidad, que concibió y realizó este proyecto tan maravilloso de su Encarnación, muerte y resurrección para llevarnos a su misma vida trinitaria.

 

En el ofertorio nos ofrecemos y somos ofrecidos con el pan y el vino; por las palabras de la consagración, nosotros también quedamos consagrados como el pan y el vino ofrecidos, y ya no somos nosotros, ya no nos pertenecemos, y al no pertenecernos y estar consagrados con Cristo para la gloria del Padre y la salvación de los hombres, porque voluntariamente hemos querido correr la suerte de Cristo. Cuando salimos de la Iglesia, tenemos que vivir como Cristo para glorificar a la Santísima Trinidad, cumplir su voluntad y salvar a los hermanos, haciendo las obras de Cristo: “mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”;El que me come vivirá por mí”; “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,9).

En la consagración, obrada por la fuerza del Espíritu Santo, también nosotros nos convertimos por Él, con Él y en Él, en “alabanza de su gloria”, en alabanza y buena fama para Dios, como Cristo fue alabanza de gloria para la Santísima Trinidad y nosotros hemos de esforzarnos también con Él por serlo, como buenos hijos que deben ser la gloria de sus padres y no la deshonra.

En la Comunión nos hace partícipes de sus mismos sentimientos y actitudes y para esto le envió el Padre al mundo, para que vivamos por Él: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1Jn 4,8). Esta es la razón de su venida al mundo; el Padre quiere hacernos a todos hijos en el Hijo y que vivamos así amados por Él en el Amado. Y eso es vivir y celebrar y participar en la Eucaristía, la santa Eucaristía, el sacrificio de Cristo. Es un misterio de amor y de adoración y de alabanza y de salvación, de intercesión y súplica con Cristo a la Santísima Trinidad.

La Eucaristía dominical parroquial renueva todos los domingos este pacto, esta alianza, este compromiso con Dios por Cristo, porque es Cristo resucitado y glorioso, quien, en aparición pascual, se presenta entre nosotros y nos construye como Iglesia suya y nos consagra juntamente con el pan y el vino para hacernos partícipes de sus sentimientos y actitudes de ofrenda al Padre y salvación de los hermanos y hacernos ya ciudadanos de la nueva Jerusalén, que está salvada y participa de los bienes futuros anticipándolos, encontrándonos así por la Eucaristía con el Cristo glorioso, llegados al último día y proclamando con su venida eucarística la llegada de los bienes escatológicos, es decir, definitivos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, VEN, SEÑOR, JESÚS».

Queridos amigos, ningún domingo sin Eucaristía. Este es mi ruego, mi consejo y exhortación por la importancia que tiene en nuestra vida espiritual. Es que mis amigos no van, es que he dejado de ir hace ya mucho tiempo, no importa, tú vuelve y la Eucaristía te salvará, el Señor te lo premiará con vitalidad de fe y vida cristiana. Los que abandonan la Eucaristía del domingo, pronto no saben de qué va Cristo, la salvación, el cristianismo, la Iglesia. El domingo es el día más importante del cristianismo y el corazón del domingo es la Eucaristía, la Eucaristía, sobre todo, si participas comulgando. Más de una vez hago referencia a unos versos que reflejan un poco esta espiritualidad.

Frente a tu altar, Señor, emocionado

veo hacia el cielo el cáliz levantar.

Frente a tu altar, Señor, anonadado

he visto el pan y el vino consagrar.

Frente a tu altar, Señor, humildemente

ha bajado hasta mi tu eternidad.

Frente a tu altar, Señor, he comprendido

el milagro constante de tu amor.

¡Querer Tu que mi barro esté contigo

haciendo templo a quien te ha ofendido!

¡Llorando estoy frente a tu altar, Señor!

Tantos abandonos, tantos pecados, tantas faltas de fe y amor ante un Dios que tanto me quiere, «llorando estoy frente a tu altar, Señor».

 

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DOMINGO XVIII B DEL TIEMPO ORDINARIO

 

        PRIMERA LECTURA: Éxodo 16, 2-4. 12-15

 

        Juntamente con el agua de la roca y las codornices, el maná constituye el alimento milagroso del pueblo elegido durante la peregrinación  por el desierto. Esta lectura del Éxodo nos manifiesta las murmuraciones de los Hebreos en el desierto, que, al verse sin agua y sin comida, echan en cara a Moisés las ollas de carne de Egipto. A pesar de las quejas, Dios interviene una vez más a favor de su pueblo. Comienza así a caer sobre el campamento el maná de madrugada y la carne – las codornices—de tarde, para sustento de todos. La lección es clara: apenas se ve en dificultad, el hombre murmura fácilmente de la Providencia y lamenta que le ha dejado. Así hizo el antiguo pueblo de Dios y así continúa haciéndose de nuevo ahora, donde muchos se han alejado de la Iglesia porque Dios no ha curado a sus enfermos o no ha multiplicado sus negocios.

 

SEGUNDA LECTURA: Efesios 4,17.20-24

 

        San Pablo continúa exhortando a los cristianos a vivir en la verdad, conservando la unidad del espíritu en el cuerpo de Cristo. Para ello es necesario despojarse del hombre viejo para vivir de los sentimientos de la nueva condición humana en “verdad y justicia verdaderas”. Esta exigencia deriva del Bautismo. Y todas las expresiones de Pablo están inspiradas en el doble rito de inmersión y emersión. Esta renovación ya está realizada por el sacramento, pero los deseos de vivir según las inclinaciones y deseos de nuestra naturaleza corrompida, afloran con frecuencia. De ahí que el Apóstol insista en una continua renovación de nuestro modo de pensar y obrar. Así nuestra vida será reflejo de la justicia y santidad de Dios.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 6, 24-35

 

              QUERIDOS HERMANOS: “Subieron a las barcas y vinieron a Cafarnaún en busca de Jesús”. El tema de la búsqueda de Jesús es muy querido para San Juan. Pero los motivos y modos de estas búsquedas pueden ser acertados o equivocados: existe la búsqueda ardiente de Andrés y compañeros, la búsqueda llena de dolor de María Magdalena junto al sepulcroy está  la búsqueda de estos galileos del evangelio de hoy, que no es más que una búsqueda interesada de sí mismos, de sus intereses, como nos puede pasar a nosotros, para que Jesús los satisfaga de alimento en sus necesidades y no de deseos o interés por conocerle y amarle más a Jesús, de seguir su vida y para eso escucharle todos los días en su predicación salvadora, en su presencia eucarística en nuestros Sagrarios de la tierra.

Hermanos, esta mañana quiero hacer una serie de preguntas para que las meditemos y nos examinemos sobre nuestras vidas cristianas y sacerdotales para ver si son una búsqueda enamorada y verdadera de Cristo, especialmente en la Eucaristía, en el Sagrario, que es donde está más totalmente presente en la tierra

Pregunto: ¿Cómo le buscamos nosotros, cómo le busco yo a Cristo todos los días en mi oración personal o litúrgica en la misa, ¿con deseos de encontrarle e imitarle y vivir su misma vida o por pura rutina y costumbre de mi vida…? Vengo, por ejemplo, a la santa misa y canto y digo las oraciones pero me ofrezco y consagro con Él al Padre y a los hermanos entregando mi persona y vida como Él para vivirla luego en servicio a Dios y a los hermanos?

¿Comulgo, o mejor, como a Cristo en la Comunión pero no comulgo con Él y sus sentimientos, cOmo el pan consagrado sin esforzarme luego por vivir y comulgar todos los días con su misma vida y sentimientos de amor total al Padre y servicio a mis hermanos los hombres, o mejor, comulgo verdaderamente para que Él viva en mí y yo le presto mi humanidad para que siga amando, perdonando y salvando a los hombres como cuando estaba en Palestina? ¿ Cómo son mis comuniones, comulgo con estos deseos de vivir su misma vida o que Él la viva por mí o como simplemente su cuerpo en mi comunión eucarística…?

¿Puedo decir que soy un sacerdote enamorado de Cristo hasta el punto de decirle todos los días: Te quiero tanto que te como: te quiero tanto que no sé vivir sin Ti y esto, mi amor a Jesús Eucaristía presente singularmente en el Sagrario me lleva a visitarle todos los días para estar con Él y comunicarle mis sentimientos de amor y recibir los suyos que para eso se quedó con nosotros hasta el final de los tiempos: “Me quedaré con vosotros…venid a mí todos los que estais cansados y agobi…”, le visito todos los días por gratitud y correspondencia de amor y deseos de sentir su amor y presencia y seguir santificando mi vida con su ayuda y haciéndole presente ante mis hermanos, no me da pena verlo tan abandonado en las Iglesias, en los mismos Sagrarios de las parroquias, abandonado por los mismos sacerdotes, por los mismos párrocos, que muchos apenas hablan de Él a sus feligreses ni guardan respeto y amor en su presencia? ¿ Y si él no lo hacen, lo van a hacer sus feligreses? ¿Estoy enamorado de Cristo Eucaristía hasta el punto de que ya no sé vivir sin Él, no concibo mi vida sin Él, no sé vivir sin estar unido y hablando con él todos los días…incluso todo el día en medio de mis ocupaciones?

        Mirad que Jesús nos dice en el evangelio de hoy: “Trabajad no por el alimento que perece sino por el alimento que permanece hasta la vida eterna”. Jesús Eucaristía es el único alimento de la vida eterna no solo como pan consagrado sino con su presencia eucarística como pan consagrado y palabra de vida eterna, “yo soy el pan de vida, el que coma de este pan vivirá eternamente  que podemos escuchar: “El que come mi carne y bebe mi sangre  permanece en mí y yo en él.  el que me come vivirá por mí…

Amar y sentir a Cristo Eucaristía en la comunión o en el Sagrario es vivir ya en el cielo, es un anticipo del cielo. Por eso nos invita a buscar en Él el alimento que empieza y dura hasta la vida eterna o que da la vida eterna y que alimentará como Verbo y Palabra pronunciada con Amor de Espíritu Santo por el Padre toda nuestra eternidad de gozo con Él y en Él con el Padre con su mismo Amor de Espíritu Santo que empieza ya en la tierra en ratos de Sagrario o en la misa o comunión eucarística.

Porque si Jesús es el Hijo del Padre, toda la Trinidad está presente cuando le visitamos o viene a nosotros en la comunión en el pan consagrado por la potencia de Amor del Espíritu Santo. Toda la Trinidad está presente en la Eucaristía. Y este fue y sigue siendo  el fin último y sentido de su encarnación y misión y de su presencia permanente en la Eucaristía y en nosotros por la gracia eucarística: “Si alguno me ama… , empezar ya la vida eterna en la tierra, el cielo en la tierra, la vida trinitaria en Él y por Él en la tierra, he aquí la plenitud de la vida crstiana, de la vida en Cristo y por y con Cristo Eucaristía: yo soy el pan de vida, el que coma de este pan vivirá eternamente, y la eternidad empieza ya para las almas euarísticas en este mundo y ya no termina nunca. Por eso, las almas verdaderamente eucarísticas podrán decirle: “ Sácame de aquesta vida, mi Dios y dame la muerte… Esta vida que yo vivo…

        Queridos hermanos, necesitamos enamorarnos de Cristo Eucaristía, de Cristo vivo y presente en nuestras comuniones, misas y Sagrarios de la tierra. Es el cielo en la tierra, seamos unos enamorados de Cristo en los Sagrarios de la tierra, más respeto y silencio y amor.

 

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Queridos hermanos: Para comulgar bien, con sentido de lo que es y significa comulgar con Cristo, lo primero es querer comulgar, esto es, querer recibir a Cristo sin cortapisas de ningún tipo, para ser transformados por sus sentimientos de adoración al Padre y entrega a los hombres y dejarse alimentar de su amor. Uno tiene necesidad de comer a Cristo en la medida en que quiere ser como Él, vivir con Él y como Él, ser humilde, perdonar siempre, no tener envidias, servir y ponerse de rodillas ante los hermanos y lavar los pies, como Él. Eso es comulgar con Cristo, con su amor, con su vida.

Si uno no quiere comulgar con estos sentimientos y vivirlos, comulgar con su espíritu, su mismo amor al Padre y sus hermanos los hombres, vivr su entrega, su misma vida, entonces eso es comer pero no comulgar con Cristo.

Eso sólo es comer su cuerpo pero no comulgar con sus sentimientos y su vida. Y entonces nos sobra Cristo, porque para vivir como vivimos a veces, como vive hoy gran parte del mundo, incluso los cristianos, nos bastamos a nosotros mismos, y así está el mundo, incluso los bautizados, porque para vivir como vive hoy el mundo, incluso muchos del mundo cristiano no necesitamos ni de Dios, ni de Cristo, ni de comulgar ni de religión ni de venir a misa porque para vivir así nos bastamos a nosotros mismos, no necesitamos de Dios si no queremos vivir su misma vida, sus mismo sentimientos, su mismor y evangelio.

        Y una vez que hemos comulgado y salimos de la Iglesia, hermanos, es la oportunidad de mantener viva esta comunión de vida con Cristo todo el día en casa, en el trabajo, con los amigos, con los vecinos. La comunión no es un hecho aislado, sino integral, que debe vivirse toda la jornada. La comunión no es para los perfectos, es para los que quieren ser perfectos, santos, para todos lo que queremos amar a Cristo y a los hermanos como Él y vivir como Él, vivir su vida o que Él la viva en nosotros, y por eso y para eso necesitamos comulgar; la comunión no es para los santos, es para los que quieren vivir en Cristo y como Cristo nos dice en los evangelio, es para los que quieren ser santos, es para los cristianos que quieres salir de su mediocridad de sus vidas y vivir la vida de Cristo, transformarse en Cristo.

La eucaristía en este sentido como comunión es la mayor gracia, ayuda, don que podemos recibir de Dios, que Cristo hace a los hombres. Porque es Cristo resucitado y celeste ya en el tiempo, es Cristo que vuelve a encarnarse y vivir en cada uno de nosotros, porque quiere seguir amando, curando y predicando a sus hermanos los hombres como en Palestina por nuestras humanidades prestadas, sobre todo, sacerdotales, las humanidades de todos los que comulgan porque ahora fuera del tiempo, en el cielo o invisible en el pan consagrado necesita de nuestras humanidades para hacerse visible y temporal por los comulgantes.

Por eso, mi reflexión (esta mañana) sobre Jesús Eucaristía quiere insistir en esto: que nuestra relación con Jesucristo Eucaristía, presente en el Sagrario o en la santa misa o en la comunión eucarística  que recibimos es una relación con Jesucristo como persona viva". Que Cristo está vivio, vivo, vivísimo y con los brazos abiertos con deseos locos de abrazarnos y querernos y salvarnos y vivir su misma vida en nosotros y por nosotros en todas la Eucaristías y en todos los Sagrarios de la tierra.

Quiero recalcar esto e insitir en ello en estos tiempos porque el cristianismo predicado muchas veces y escrito con frecuencia y vivido incluso por algunos bautizados, no es una doctrina o religión del pasado, esto es, que el cristianismo es la doctrina y religión girando en torno a «un cierto Jesús» que el mundo considera que está muerto y la Iglesia proclama que está vivo... como piensan y afirman incluso en los medios hoy día muchos hombres, especialmente políticos y amorales  para no ser censurados por su vidas.

No es un recuerdo o un personaje del pasado; no es alguien que fue pero ya no existe, sino que es una persona siempre viva y actual, que se hace presente especialmente en nuestras misas, comuniones  y sagrarios y que está en el cielo donde le veremos eternamente en plenitud de vida y amor humano y divino con el Padre y el Espíritu Santo."

El Cristianismo esencialmente es Cristo vivo y resucitado y actuando en la historia con vidas y acciones humanas. Por eso nuestra relación con Cristo Eucaristia es una relación de amor y santidad de persona a persona, pero con una persona viva y santificadora.

        Que Jesucristo no es una idea que predicamos o un problema histórico y ni siquiera solo un personaje, sino una persona, una persona que vive y está aquí con nosotros y podemos hablarlo y sentirlo como miles y miles de santos y cristianos lo han sentido y experimentado durante sus vidas y obraron milagros de Cristo en ellos y por ellos, que Cristo es una persona viva y está viva aquí, ahora, en el Sagrario y en el cielo!

Tenemos fe y nos salvará pero a muchos cristianos, incluso sacerdotes, nos falta experiencia de esto, carecemos mucho actualmente en el mundo y en la misma Iglesia de experiencia, intimidad y vivencia de lo que creemos y que necesitamos mucho para no dejar que el cristianismo se reduzca a una ideología, o simplemente a teología o liturgia de acciones.

Al querer ofrecerse por nosotros en la santa misa o venir a nosotros en la Comunión, sobre todo al Visitarlo en todos los Sagrarios de la tierra, al ser Jesucristo una persona viva, es posible hablar con Él y encontrarse con Él, como lo podemos constatar desde el primer siglo del cristianismo hasta ahora en miles y miles de personas que lo han sentido y vivido y nos lo han expresado en escritos garantizados con vidas santas y milagros y manifestaciones divinas... y una prueba de que lo que estoy diciendo es verdad, de que sin haber estado y haberlo visto en Palestina podemos conocerlo y amarlo y seguirlo y sentirlo incluso más que algunos de los que estuvieron con Él en Palestina es que sin haberlo visto entonces en su vida mortal, por medio de la oración un poquito elevada y purificada, podemos llegar a sentirlo, amarlo y abrazarlo como S. Pablo, que no solo no le vió históricamente, sin que le negó y le persiguió en los primer cristianos y seguidores y le amó y conoció y habló y escribió de Él más y mejor que algunos de sus 12 discípulos, y no digamos en todos los santos y místicos de todos los tiempos, de tantos mártires que dieron su vida por amarlo más que a sus propias vidas.

Como podemos constatarlo también en otros muchos santos de la Iglesia que existen y existirán, por sus vidas y escritos porque llegaron a una unión y vivencia de Él muy viva y real por su vida mística, le vieron por la fe viva, lo sintieron por amor transformante en encuentros de oración unitiva y vida mística hasta poder decir, como S. Pablo: para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir… no quiero saber más que de mi Cristo y este, crucificado… me refiero a S. Teresa de Jesús, Teresa del Calcuta, Isabel de la Trinidad, bueno, lista interminable que con S. Juan de la Cruz llegaron a vivir y poder decir: “vivo sin vivir en mi… sacame de aquesta  vida, mi Dios y dame la muerte…  esta vida que yo vivo..

 

Una relación de amor

 

¿Cómo podemos conocer nosotros también a ese Jesús que es persona y está vivo? Solo "entrando en una relación personal de amor y vida con Él, de yo a tú, con él por la experiencia de fe y amor en la oración mística y transformativa, es decir, de conversión permanente en su misma vida.

El momento de ese encuentro marca nuestra historia personal del mismo modo que el nacimiento de Jesús divide la historia:  "«Antes de Cristo» y «después de Cristo», que en nosotros sería antes del encuentro personal con Cristo y después de él por la oración transformativa y mística".

Y ese encuentro con Cristo Verbo del Padre y hermano de los hombres no es algo que de pueda lograrse leyendo libros o escuchando un sermón sobre Él, sino solo por el encuentro persona a persona con Él, por la oración un poco elevada, no meramente meditativa sino contemplativa y transformativa que nos lleva a vaciarnos poco a poco de nosotros mismos, de nuestras faltas e ignorancia y nos va llenado del amor y vida de Cristo, nos va llenando del Verbo de Dios y con Él del Padre con Amor de Espíritu Santo.

Es un grado de oración y unión con Cristo Eucaristía que nos va poco a poco vaciando de nosotros mismos para ir plasmando en nosotros, en todo cristiano, a Jesucristo hombre, Palabra del Padre pronunciada con amor de Espíritu Santo, y esto es ¡Sólo por la obra del Espíritu Santo, del Amor Trinitario! Como se ha realizado en muchos santos, en los místicos:  “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos…”Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme de mí para establecerme en Vos, tranquila y serena… ES LO MÁS ELEVADO A LO QUE SE PUEDE LLEGAR CON DIOS EN ESTA VIDA.

Por eso, sabemos a quién tenemos que pedirlo y sabemos que no espera más que a que se lo pidamos y caminemos por este camino de la oración-conversión total y permanente de la que tantas veces hablo y predico y procuro vivir hasta llegar a la oración transformativa y mística y contemplar y ver y sentir el Amor Trinitario como definitorio de las relaciones entre las tres Personas divinas, por la que el Padre entrando dentro de sí mismo y viéndose tan  lleno de luz, belleza y hermosura plasma con Amor Eterno de Espíritu Santo su imagen perfecta en el Hijo, que es la etapa final de este camino de oración y conversión que tan maravillosamente nos describen S. Juan de la Cruz en las Noches Pasivas del espíritu, como modernamente Madre Teresa del Calcuta, Charle de Faucaud, Isabel de la Trinidad y tantos santos modernos y de todos los tiempos.

Es el camino de la participación en vida trinitaria por la vida de gracia recibida por todo bautizado en el santo bautismo y desarrollada por el camino de santidad o unión o amor a Dios sobre todas las cosas en su vida espiritual que debe ser un camino de transformación en vida y amor Trinitario de todo bautizado:

 

ORACIÓN FINAL (Sor Isabel 1904)

 

Oh Díos mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.

Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierta en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como adorador, como reparador y como salvador.

Oh Verbo Eterno, palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñada para aprenderlo todo de vos; y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh amado astro mío! fascinadme, para que nunca pueda ya salir de vuestro resplandor.

Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí, para que en mi alma se realice una como Encarnación del Verbo; que sea yo para él una humanidad supletoria, en la que él renueve todo su misterio.

Y vos, oh Padre, inclinaos sobre esta vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra; no veáis en ella sino al amado, en quien habéis puesto todas vuestras complacencias. Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- “Subieron a las barcas y vinieron a Cafarnaún en busca de Jesús”. El tema de la búsqueda de Jesús es muy querido para San Juan. Pero los modos de estas búsquedas pueden ser verdaderos o falsos: existe la búsqueda ardiente de Andrés y compañeros, la búsqueda llena de dolor de María Magdalena junto al sepulcroy está  la búsqueda de los galileos del evangelio de este domingo, que no es más que una búsqueda de sí mismos, de sus intereses en Jesús y no de intereses de Jesús o de su persona

        Las gentes que llegan en las barcas se maravillan de encontrar a Jesús en Carfanaún y le preguntan cuándo y cómo vino. Jesús no hace caso de la pregunta sino que les censura fuertemente que lo sigan a todas partes sólo porque los ha alimentado en forma prodigiosa y porque todavía esperan de Él más alimento del mismo género.

        Han entendido mal los milagros de que han sido testigos, ya que no han reconocido su carácter de <señales>. En San Juan los milagros no son solo manifestaciones de la misericordia de Jesús como en los sinópticos sino “signos” o indicaciones de lo que Jesús, su autor, es para los hombres, es decir, el Mesías, o para decirlo en términos joánicos, el dispensador de la luz y de la vida, enviado por Dios. Las turbas se han quedado con el aspecto puramente externo y no se han preocupado por remontarse, a través del prodigio, hasta aquel que da el verdadero pan de vida, porque, en efecto, Él es este pan, el alimento total de la humanidad: “En verdad, en verdad os digo: Vosotros me buscáis no porque habéis visto los milagros sino porque habéis comido los panes y os habéis saciados.”

        La multitud, en realidad, persigue su sueño mesiánico; vienen a Jesús a causa de los panes materiales que Él les ha dado la víspera: no han <visto> el signo>; no han descubierto en el milagro la realidad espiritual que Él quería revelarles. Los panes materiales no les han orientado hacia el pan espiritual, el don hacia el donante; no han descubierto que el donante era aún mejor que el don o, más bien, que el don verdadero era Él mismo, el donante mismo. San Agustín comenta: «Vosotros me buscáis para la carne y no para el espíritu... ¡Qué rara vez se da la búsqueda de Jesús por Él mismo! Me buscáis por algo distinto de mí mismo, buscadme por mí!»

       

        2.- Jesús entoncesse esfuerza en elevar a esta gente a un nivel más alto. Son trabajadores. Luchan y trabajan por la subsistencia cotidiana; el problema del pan les es tan esencial como el del agua a la samaritana. Jesús no censura ni este trabajo ni aquella preocupación. Los invita a mirar más alto: “Trabajad no por el alimento que perece sino por el alimento que permanece hasta la vida eterna”. Jesús les invita a buscar en Él el alimento que dura hasta la vida eterna o que dura aún en la vida eterna y que da la vida eterna. Un pan semejante es el que les dará el Hijo del hombre; tal es el fin de su misión, para esto Dios Padre le marcó con su <sello>.

        Los comentaristas para explicar esta alusión al <sello>, afirman que consiste en la fuerza de obrar milagros con que Dios invistió a Jesús, acreditándolo así como dispensador del alimento imperecedero; otros, de la bajada del Espíritu Santo en el momento del Bautismo en favor de su misión divina. “Ellos le preguntaron: ¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?”.

        Han comprendido que Jesús les invita a trabajar por Dios, a que miren más allá de sus tareas materiales y de sus preocupaciones terrestres. Los oyentes comprenden que Jesús les habla de un alimento sobrenatural, que solo Dios puede dar y concluyen que la posibilidad de alcanzar tal alimento depende del cumplimiento de determinadas obras queridas por Dios.
Jesús les declara, entonces, que Dios no pide una multitud de obras especiales sino la obra única y exclusiva: “Esta es la obra que Dios quiere: que creáis en el que Él ha enviado”.  Lo que Dios les pide es que se adhieran con verdad a la revelación que Él les hace y a la obra que realiza en y por su Enviado.

        También les invita a mirar más alto: “Trabajad no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece hasta la vida eterna”. Comprenden que Jesús les invita a que miren más allá de sus tareas puramente materiales y de sus preocupaciones terrestres.

        Entonces ellos le proponen la cuestión: “Qué haremos para hacer obras de Dios?” Jesús les explica la obra de Dios: “Laobra de Dios (fundamentalmente no es más una) es que creáis en aquel que Él ha enviado”. Lo que Dios les pide es que se adhieran con todo su ser a la revelación que Él les hace y a la obra que realiza en y por su Hijo. Tal es la fe para san Juan; tal es la verdadera búsqueda de Jesús.

       

        3.- En respuesta a esta invitación a creer, la muchedumbre impone sus condiciones. Pide una señal, un «signo»: “¿Qué signos haces tú para que veamos y creamos? El milagro de ayer no es suficiente. Para dar a Jesús la fe que Él les pide como enviado de Dios, la multitud exige un «signo» análogo a los milagros realizados por Moisés. Y citan el salmo 78, que comenta al Éxodo: “Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Les dio a comer pan del cielo”. Jesús es requerido, en nombre de la Sagrada Escritura, a hacer llover, como en tiempos de Moisés, el pan, desde las alturas del firmamento. El pan multiplicado ayer no era más que un pan terreno; es necesario el pan del cielo. La muchedumbre reclama el prodigio celestial que se espera del Mesías que ha de venir.

        Jesús les responde, desde luego, en el plano de las Escrituras. Los judíos, al pedir la renovación material del milagro del maná, muestran no haber entendido de qué realidad divina era figura profética el maná. El maná, que caía del cielo para alimentar los cuerpos, no era «el verdadero pan del cielo»:

“En verdad, en verdad os digo: Moisés no os dio pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que bajó del cielo y da la vida al mundo”.

        Los judíos entonces, como antes la samaritana, piensan que Jesús les va a dispensar del duro trabajo necesario para conseguir el pan de cada día. Entendiendo el cielo como un lugar y el pan como un pan material, exclaman: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús acaba su exégesis diciendo que el alimento divino, del cual el maná del desierto era imagen y profecía, es Él mismo que ha bajado del cielo para dar la vida al mundo: “Yo soy el pan de vida; el que viene a mí ya no tendrá más hambre, y el que cree en mí, jamás tendrá sed”. Pero para poder aceptar tal exégesis del maná del desierto, y verlo realizado en Él, sería necesaria una actitud espiritual que los judíos tienen ni quieren. Por eso no “ven” el «signo» que Dios les da; o si lo ven, no llegan a creer: “Vosotros me habéis visto y no me creéis”. Enseguida va a manifestarse la raíz de la incredulidad: “Murmuraban de Él los judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que bajó del cielo”.

 

4.- NECESIDAD DE LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA.

 

        Queridos hermanos: En virtud de las mismas palabras de Cristo, que no cede ante la incomprensión de la multitud, incluso de los mismos Apóstoles, la Iglesia siempre ha comprendido la necesidad de comulgar frecuentemente para ser cristiano perfecto, esto eso, para vivir como Cristo, con sus mismos sentimientos y actitudes. En concreto Cristo habla de la necesidad de la Comunión eucarística para vivir su vida y para tener vida eterna con el alimento de su carne resucitada y vivificadora: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo…el que coma de este pan vivirá para siempre”. Según la palabra de Cristo podemos concluir que sin comunión frecuente no puede haber vida cristiana fervorosa y eficaz, tener los mismos sentimientos y actitudes de Cristo, vivir su entrega a Dios y a los hombres.

        ¿Luego todos los que comulgan son perfectos? No. No basta comulgar, hay que tener las condiciones necesarias para que sea verdadera comunión de amor con Cristo, no basta comer materialmente el cuerpo de Cristo, hace falta <comulgar> espiritualmente con su actitudes, amor, sentimientos, con su vida y su evangelio. Por eso, hoy muchos comen el cuerpo de Cristo, pero pocos comulgan verdaderamente con Cristo.

        Para comulgar lo primero es querer comulgar, esto es, querer recibir a Cristo sin cortapisas de ningún tipo, para dejarse alimentar de su amor y ser transformados por sus sentimientos de adoración al Padre y entrega a los hombres. Uno tiene necesidad de comer a Cristo en la medida en que quiere ser como Él: casto, humilde, perdonar siempre, no tener envidias, servir y ponerse de rodillas ante los hermanos. Si uno no quiere comulgar con estos sentimientos, si uno sólo quiere comer su cuerpo pero no su espíritu, entonces no necesita comulgar. Nos sobra Cristo, porque para vivir como vivimos, nos bastamos a nosotros mismos.

        Y una vez que hemos comulgado, cuando salimos de la Iglesia, es la oportunidad de mantenerla viva todo el día en casa, en el trabajo, con los amigos, con los vecinos. La comunión no es un hecho aislado, sino integral, que debe vivirse toda la jornada. La comunión no es para los perfectos, es para todos lo que queremos amar a Cristo y a los hermanos como Él; la comunión no es para los santos, es para los que quieren ser santos, es para los pecadores que quieres salir de su mediocridad de vida cristiana y transformarse en Cristo. Es la mayor gracia, ayuda, don que Dios ha hecho al hombre. Es Cristo resucitado y celeste ya en el tiempo, es Cristo que vuelve a encarnarse y vivir en cada uno de nosotros, porque quiere seguir predicando, curando y amando como en Palestina.

 

        5.- CONDICIONES DE LA COMUNIÒN.

 

        La primera es la fe, ya nos dijo el Señor: “Os aseguro el que cree en mi, tiene vida eterna”. Necesitamos que Cristo nos comunique la fe, que nos asegura  que es Cristo el que está presente en el pan consagrado. Precisamente la comunión eucarística irá aumentando y confirmando cada día más esta fe, como pasó con los discípulos de Emaús. La Eucaristía se comprende, comiéndola, porque en ella Cristo se autorevela y suscita y alimenta nuestra fe primera. Nadie, ni siquiera los teólogos, pueden sembrar la fe en el alma; es gracia de Dios que hay que pedir: “Señor, creo, pero aumenta mi fe”. Y es la misma fe alimentada por la comunión frecuente la que nos lleva a la experiencia de Cristo Eucaristía. La Eucaristía no se aprende en la Teología, en los libros, sino recibiéndola con fe y amor, pasando ratos con Jesús Eucaristía, celebrándola, rezando y viviéndola luego en la calle.

        La Eucaristía es una realidad dinámica, es Cristo que viene a nosotros para vivir su vida y nosotros tenemos que prestarle nuestra humanidad, de forma que pueda actuar por ella igual que cuando estaba en Palestina. Y será perfecta en la medida en que Cristo vaya encontrando en nosotros menos resistencia, en que no vaya notando diferencias entre su humanidad y la que nosotros le prestamos, hasta el punto de que nos transformemos totalmente en Cristo, y nuestra humanidad sea verdaderamente la suya y vivamos plenamente su vida: esto es, estar y vivir la gracia, la vida misma de Cristo, de Dios.

        Viene Cristo a nosotros para ayudarnos y ser la vida nueva resucitada, libre de esclavitudes y pecados, vida como la suya de fidelidad total al Padre y entrega a los hombres. Quien diga no a Cristo en alguna de sus dimensiones vitales, destruye la comunión con Cristo. Por eso, hay que recibirla en gracia de Dios, esto es, queriendo cumplir siempre la voluntad de Cristo. Sin esta intención no se puede comulgar porque es una contradicción decir sí totalmente a Cristo al recibirlo y luego no querer dejar que Él actúe en nosotros conforme a su corazón.         La comunión potencia nuestro amor, porque pone dentro de nosotros el corazón de Cristo, que ama con amor de Espíritu Santo, Amor personal de Hijo y de hermano de los hombres. Por eso, se ha visto siempre una incompatibilidad entre Eucaristía y pecado. Dice la Didajé: « el Día del Señor reuníos para la fracción del pan, después de haber confesado vuestros pecados, para que vuestro sacrificio sea puro y aquel que haya reñido con su compañero, no se una a vuestra asamblea sin haberse reconciliado antes con Él».

        Queridos hermanos, el cáliz de la bendición está preparado y el pan está sobre la mesa, celebremos la fiesta de la Eucaristía, de la Comunión eucarística. Pero acerquémonos con hambre de Cristo, de comulgar con sus sentimientos y actitudes. Jesús invita a todos, pero hay que querer comulgar, hay que querer amarle, dejando que viva en nosotros su vida, hay que rechazar todo pecado; somos pecadores, pero queremos salir de la esclavitud comiendo el cuerpo que nos libera de nuestras debilidades.

        Es la fiesta del Señor, viene a nosotros la fuerza de Cristo, el gozo, el éxtasis, la valentía, el vencer a todos los poderes de mundo. Porque Cristo es el banquete del reino, la fiesta, la alegría del reino de Dios en nosotros, la salvación, la vida eterna, el cielo. Los Apóstoles parten el pan con alegría y sencillez de corazón, alegres de estar y ver al Señor en el pan.

        La Eucaristía es la mayor gracia, el mayor don de Dios en Cristo. La comunión eucarística nos nutre de la misma vida de amor, gracia, deseos e inspiraciones del Señor. La comunión eucarística fortalece, consuela, orienta, convierte, purifica, vivifica, diviniza. Ha sido el Hijo de Dios el que nos ha preparado este banquete, sacramento de vida divina, dándose Él mismo en alimento, como manjar de cielo en la tierra.

        La comunión eucarística me da certeza y seguridad: “Tú nunca, Padre, me quitarás lo que una vez me diste en tu Hijo, en quién me das todo lo que Tú me amas”; me da gozo y entusiasmo: Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío  y para mí. Y como fruto de este encuentro eucarístico: «“Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándote, Quiero ser todo comulgante para aprenderlo todo de Tí». (Sor Isabel de la Trinidad)

        Me gustaría que cada uno de nosotros pudiera decir lo que, durante la persecución contra los cristianos, en el África romana, dijo Emérito de Abitene ante el juez, que lo había condenaba a muerte, por haber sorprendido a los cristianos, celebrando la Eucaristía en su casa: «sine Dominica non possumus», « No podemos vivir sin la Eucaristía». Que todos nosotros digamos lo mismo: No podemos vivir sin el banquete del Señor.

Queridos hermanos: Las primeras palabras de la institución de la Eucaristía, así como todo el discurso sobre el pan de vida, en el capítulo sexto de S. Juan, versan sobre la Eucaristía como alimento, como comida. Lógicamente esto es posible porque el Señor está en el pan consagrado. Pero sus primera intención, sus primeras palabras al consagrar el pan y el vino es para que sean nuestro alimento:“Tomad y comed...tomad y bebed...” “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... el que no come mi carne... si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...” Por eso, en este domingo, día del Señor, vamos a comulgar con mucho fervor, vamos a hablar de este deseo de Cristo de ser conmigo de amor y con fe por todos nosotros.

 

 

        6.- LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN.

 

La plenitud del fruto de la Eucaristía viene a nosotros sacramentalmente por la Comunión eucarística. La Eucaristía como Comunión es el momento de mayor unión sacramental con el Señor, es el sacramento más lleno de Cristo que recibimos en la tierra, porque no recibimos una gracia sino al autor de todas las gracias y dones, no recibimos agua abundante sino la misma fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna. Por la comunión realizamos la mayor unión posible en este mundo con Cristo y juntamente con Él y por Él, con el Padre y el Espíritu Santo. Por la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como Iglesia y cuerpo de Cristo: «Ninguna comunidad cristiana se construye si no tiene como raiz y quicio la celebración de la sagrada Eucaristía» (PO 6).

Por eso, volvería a repetir aquí todas las mismas exhortaciones que dije en relación con no dejar la santa Eucaristía del domingo. Comulgad, comulgad, sintáis o no sintáis, porque el Señor está ahí, y hay que pasar por esas etapas de sequedad, que entran dentro de su planes, para que nos acostumbremos a recibir su amistad, no por egoísmo, porque siento más o menos, porque me lo paso mejor o peor, sino principalmente por Él, porque Él es el Señor y yo soy una simple criatura, y tengo necesidad de alimentarme de Él, de tener sus mismos sentimientos y actitudes, de obedecer y buscar su voluntad y sus deseos más que los míos, porque si no, nunca entraré en el camino de la conversión y de la amistad sincera con Él. A Dios tengo que buscarlo siempre porque Él es lo absoluto, lo primero, yo soy simple invitado, pero infinitamente elevado hasta Él por pura gratuidad, por pura benevolencia.

Dios es siempre Dios. Yo soy simple criatura, debo recibirlo con suma humildad y devoción, porque esto es reconocerlo como mi Salvador y Señor, esto es creer en Él, esperar de Él. Luego vendrán otros sentimientos. Es que no me dice nada la comunión, es que lo hago por rutina, tú comulga con las debidas condiciones y ya pasará toda esa sequedad, ya verá cómo algún día notarás su presencia, su cercanía, su amor, su dulzura. 

Los santos, todos los verdaderamente santos, pasaron a veces años y años en noche oscura de entendimiento, memoria y voluntad, sin sentir nada, en purificación de la fe, esperanza y caridad, hasta que el Señor los vació de tanto yo y pasiones personales que tenían dentro y poco a poco pudo luego entrar en su corazones y llegar a una unión grande con ellos. Lo importante de la religión no es sentir o no sentir, sino vivir y esforzarse por cumplir la voluntad de Dios en todo y para eso comulgo, para recibir fuerzas y estímulos, la comunión te ayudará a superar todas las pruebas, todos los pecados, todas las sequedades. La sequedad, el cansancio, si no es debido a mis pecados, no pasa nada.

El Señor viene para ayudarnos en la luchas contra los pecados veniales consentidos, que son la causa principal de nuestras sequedades.

Sin conversión de nuestros pecados no hay amistad con el Dios de la pureza, de la humildad, del amor extremo a Dios y a los hombres. Por eso, la noche, la cruz y la pasión, la muerte total del yo, del pecado, que se esconde en los mil repliegues de nuestra existencia, hay que pasarlas antes de llegar a la transformación y la unión perfecta con Dios.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de fe en Dios y en todo su misterio, en su doctrina, en su evangelio; manifestamos y demostramos que creemos todo el evangelio, todo el misterio de Cristo, todo lo que ha dicho y ha hecho, creemos que Él es Dios, que hace y realiza lo que dice y promete, que se ha encarnado por nosotros, que murió y resucitó, que está en el pan consagrado y por eso, comulgo.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de amor a quien dijo “Tomad y Comed, esto es mi Cuerpo”, porque acogemos su entrega y su amistad, damos adoración y alabanza a su cuerpo entregado como don, y esperamos en Él como prenda de la gloria futura. Creemos y recibimos su misterio de fe y de amor:“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... Si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...” Le ofrecemos nuestra fe y comulgamos con sus palabras.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de esperanza, porque deseamos que se cumplan en nosotros sus promesas y por eso comulgamos, creemos y esperamos en sus palabras y en su persona:“Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan, vivirá eternamente... si no coméis mi carne, no tenéis vida en vosotros...” Señor, nosotros queremos tener tu vida, tu misma vida, tus mismos deseos y actitudes, tu mismo amor al Padre y a los hombres, tu misma entrega al proyecto del Padre, queremos ser humildes y sencillos como Tú, queremos imitarte en todo y vivir tu misma vida, pero yo solo no puedo, necesito de tu ayuda, de tu gracia, de tu pan de cada día, que alimenta estos sentimientos. Para los que no comulgan o no lo hacen con las debidas disposiciones, sería bueno meditasen este soneto de Lope de Vega, donde Cristo llama insistentemente a la puerta de nuestro corazón, a veces sin recibir respuesta:

 

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras,

qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno oscuras?

 

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡ que extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

 

¡Cuántas veces el ángel me decía:

“Alma, asómate ahora a la ventana

verás con cuánto amor llamar porfía”.

 

¡Y cuántas, hermosura soberana,

“mañana le abriremos”, respondía,

para lo mismo responder mañana!

 

¿Habrá alguno de vosotros que responda así a Jesús? ¿Habrá corazones tan duros entre vosotros y vosotras, hermanos creyentes de esta parroquia? Que todos abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo, que no le hagamos esperar más. Todos llenos del mismo deseo, del mismo amor de Cristo; así hay que hacer Iglesia, parroquia, familia. Cómo cambiarían los pueblos, la juventud, los matrimonios, los hijos, si todos comulgáramos al mismo Cristo, el mismo evangelio, la misma fe. Cuando comulguéis, podéis decirle: Señor, acabo de recibirte, te tengo en mi persona, en mi alma, en mi vida, en mi corazón, que tu comunión llegue a todos los rincones de mi carácter, de mi cuerpo, de mi lengua y sentidos, que todo mi ser y existir viva unido a Ti, que no se rompa por nada esta unión, qué alegría tenerte conmigo, tengo el cielo en la tierra porque el mismo Jesucristo vivo y resucitado que sacia a los bienaventurados en el cielo, ha venido a mí ahora; porque el cielo es Dios, eres Tú, Dios mío, y Tú estás dentro de mí. Tráeme del cielo tu resurrección, que al encuentro contigo todo en mí resucite, sea vida nueva, no la mía , sino la tuya, la vida nueva de gracia que me has conseguido en la misa; Señor, que esté bien despierto en mi fe, en mi amor, en mi esperanza; cúrame, fortaléceme, ayúdame y si he de sufrir y purificarme de mis defectos, que sienta que tú estás conmigo.

¡Eucaristía divina! ¡Cómo te deseo! ¡Cómo te necesito! ¡Cómo te busco! ¡Con qué hambre de tu presencia camino por la vida! Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y que no son míos, porque yo no los sé fabricar ni todo esto que siento. ¡Qué nostalgia de mi Dios cada día! Necesito comerte ya, porque si no moriré de ansias del pan de vida. Necesito comerte ya para amarte y sentirme amado. Quiero comer para ser comido y asimilado por el Dios vivo. Quiero vivir mi vida siempre en comunión contigo.

 

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XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: 1 Reyes 19,4-8

 

        Esta primera Lectura es una introducción muy a propósito para el tema del evangelio, que es Jesús, pan de vida, bajado del cielo. Elías huye de la pérfida Jezabel. Solitario en el desierto, agotado por la fatiga corporal y la depresión moral, manifiesta la debilidad de la carne y desea morir. Después de haber luchado hasta lo imposible por defender el culto al verdadero Dios, el profeta experimenta que es un hombre débil, como los demás, y se echa a dormir esperando la muerte. Pero una voz le despierta: “Levántate y come”. El ángel del Señor le ha puesto delante una hogaza de pan y agua: “Elías se levantó y comió y bebió y con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches”.

 

SEGUNDA LECTURA: Efesios 4,30-5,2

 

        Pablo continúa exhortando a los cristianos a vivir unidos a Cristo. Hay que desterrar de nosotros la ira, la acritud y la falta de amor, imitando a Cristo que nos perdonó siempre. La abnegación del propio yo es a veces muy dura. Pero en esta marcha de los hombres por el desierto de la vida hasta la casa del Padre, el cristiano no está solo, sino que vive unido íntimamente a sus hermanos, que se alimentan del mismo pan de vida que es Cristo, y del amor de los hermanos, como hijos del mismo Padre.

 

 

DOMINGO XIX B

 

QUERIDOS HERMANOS:    1.- Jesús en el evangelio del último domingo terminaba diciendo: “Yo soy el pan de vida; el que viene a mí ya no tendrá más hambre, y el que cree en mí, jamás tendrá sed”. Ante estas palabras los judios comentan en el evangelio de este domingo que acabamos de leer: “Murmuraban de Él los judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que bajó del cielo. Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice ahora: Yo he bajado del cielo?”. Comentario que hoy se hacen también muchos cristianos, que no creen en Jesucristo vivo y verdadero en el pan consagrado, que no creen en la presencia de Jesucristo en los Sagrarios de las iglesias, ni comulgan ni bautizan a sus hijos y muchos niños y niñas actualmente no hacen la primera comunión (pido a Dios que no sea ninguno de vuestros hijos y nietos,).

Queridos hermanas y hermanos, cómo agradezco vuestra presencia en la misa de los domingos, la mejor prueba de vuestra fe verdadera y fundamento de la vida cristiana, es que de cincuenta años para abajo… que poca gente tenemos en las iglesias…

        “Yo soy el pan de vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Queridos hermanos: Estamos celebrando la Eucaristía. Jesus bajará del cielo al pan conforme lo ha prometido, y la mejor forma de creer en su palabra y mirar hoy, después de la consagración, mirar con amor a Cristo en su presencia eucarística, desde nos está expresando su amor, entregándonos su salvación y dándose permanentemente en amistad a todos los hombres. El cielo existe, la eternidad existe. Él se quedó con todo su amor para esto, Él es el pan del cielo; nosotros, al menos hoy, debemos corresponder a tanto amor, adorándole, venerándole, mirándole agradecidos en su entrega hasta el extremo, especialmenten en nuestros sagrarios, en todos los Sagrarios de la tierra.

Las puertas del sagrario son para muchas almas las puertas del cielo y de la eternidad ya en la tierra, las puertas de la esperanza abiertas; el sagrario para la parroquia y para todos los creyentes es «la fuente que mana y corre, aunque es de noche», aunque tiene que ser por la fe, aunque no lo veamos con los ojos de la carne, porque la Eucaristía supera la razón, sino por la fe, que supera los humano; el pan eucarístico, el sagrario es el maná escondido ofrecido en comida siempre, mañana y noche, es la tienda de la presencia de Dios entre los hombres. Siempre está el Señor, bien despierto, intercediendo y continuando la Eucaristía por nosotros ante el altar de la tierra y el altar del Padre en el cielo.

El sagrario para la parroquia es su corazón, desde donde extiende y comunica la sangre de la vida divina a todos los feligreses y al mundo entero. Lo dice Cristo, el evangelio, la Iglesia, los santos, la experiencia de los siglos y de los místicos.

Hermanos, esta mañana quiero hacer una serie de preguntas para que las meditemos y nos examinemos sobre nuestras vidas cristianas y

sacerdotales para ver si son una búsqueda enamorada y verdadera de Cristo, especialmente en la Eucaristía, en la Comunión, en el Sagrario, que es donde está más totalmente presente en la tierra

Pregunto:¿Yo, como sacerdote o cristiano, Comulgo verdaderamente con Cristo o simplemente le como en el pan consagrado a Cristo en la Comunión pero no comulgo con Él, esto es, con sus sentimientos, comulgo verdaderamente con su evangelio y su vida para que Él viva en mí su vida y yo le presto mi humanidad para que siga amando, perdonando y salvando a los hombres como cuando estaba en Palestina? ¿ Cómo son mis comuniones, comulgo con estos deseos de vivir su misma vida en la mía o que Él la viva por mí o como simplemente su cuerpo en mi comunión eucarística…?

¿Puedo decir que soy un sacerdote enamorado de Cristo hasta el punto de decirle todos los días: Te quiero tanto que te como: te quiero tanto que no sé vivir sin Ti y esto, mi amor a Jesús Eucaristía presente singularmente en el Sagrario me lleva a visitarle todos los días para estar con Él y comunicarle mis sentimientos de amor y recibir los suyos que para eso se quedó con nosotros hasta el final de los tiempos: “Me quedaré con vosotros…venid a mí todos los que estais cansados y agobi…”, como sacerdote, para dar ejemplo a mi parroquia, le visito todos los días por gratitud y correspondencia de amor y deseos de sentir su amor y presencia y seguir santificando mi vida con su ayuda y haciéndole presente ante mis hermanos.

        Amar y sentir a Cristo Eucaristía en la comunión o en el Sagrario es vivir ya en el cielo, es un anticipo del cielo. Por eso nos invita a buscar en Él el alimento que empieza y dura hasta la vida eterna o que da la vida eterna.

        Queridos hermanos, necesitamos enamorarnos de Cristo Eucaristía, de Cristo vivo y presente en nuestras comuniones, misas y Sagrarios de la tierra. Es el cielo en la tierra, seamos unos enamorados de Cristo en los Sagrarios de la tierra, más respeto y silencio y amor.

5.- Para eso, para ver a Cristo en el Sagrario y sentirlo en nuestras comuniones hay que purificarse cada día de nuestras faltas y pecados, aunque sea cura y obispo o religiosa, si no me vacío de mis faltas y pecados, renunciando a nuestras soberbia, envidias, crísticas y demás, en la comunión Cristo no me puede llenar, porque estoy lleno de mí mismo aunque sea sacerdote. Y lo mismo digo en las visitas al Santísimo, hay que vaciarse de pecados e imperfecciones para que Cristo nos pueda llenar.

En estos tiempos veo pocas almas verdaderamente eucarísticas.Hay que dejar que el Señor desde el sagrario nos vaya quitando nuestros pecados, sin echarnos para atrás. “Los limpios de corazón verán a Dios.” Sentirse amado es la felicidad humana. Sentirse amado por Dios es la felicidad suprema, que desborda la capacidad del hombre limitado y que empieza ya en esta vida. Y esto empieza ya en esta vida, en misas, comuniones o visitas auténticas. Lo digo por experiencia en la parroquia donde muchas almas, sobre todo señoras, llegaron a esta experiencia e intimidad con Cristo en el Sagrario y en las misas diarias.

Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y S. Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo...” hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros en el pan consagrado de todos los sagrarios de la tierra. El mismo que nos espera en el cielo, que contemplan bienaventurados y felices los que comieron el pan del cielo. Aquí está Cristo, aquí está el cielo en la tierra.

 

 

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN  JUAN 6,41-52

 

        QUERIDOS HERMANOS:

        1.- Jesús acaba su exégesis diciendo que el alimento divino, del cual el maná del desierto era imagen y profecía, es Él mismo que ha bajado del cielo para dar la vida al mundo: “Yo soy el pan de vida; el que viene a mí ya no tendrá más hambre, y el que cree en mí, jamás tendrá sed”. Pero para poder aceptar tal exégesis del maná del desierto, y verlo realizado y superado en Él, sería necesaria una actitud espiritual que los judíos no tienen. Por eso no <ven> el <signo> que Dios les da; o si lo ven, no llegan a creer: “Vosotros me habéis visto y no me creéis.”

         En seguida va a manifestarse la raíz de la incredulidad: “Murmuraban de Él los judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que bajó del cielo. Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice ahora: Yo he bajado del cielo?”. El obstáculo que tienen es la humildad de la Encarnación. No reconocen la divinidad bajo apariencias tan modestas. Por eso muestran a las claras que no son dóciles a Dios, ni confían en sus enseñanzas ni se dejan atraer por Él, porque: “Todo el que oye a mi Padre y recibe su enseñanza viene a mí”.

        El rechazo de Jesús por parte de los judíos se explica en último término por la actitud que estos guardan respecto a Dios Van buscando siempre lo material, el éxito sobre el servicio y el amor. Si Jesús, para apoyar su afirmación de ser revelador del Padre, se valiera de algún testimonio humano, aceptaría recibir gloria de los hombres; pero con eso se pondría en situación de dependencia de ellos. La condición previa de la fe es librarse de toda condición humana, confiando totalmente en Dios, en su Palabra hecha carne, que por amor extremo al hombre se hará pan. Eso explica que no reconozcan  al que viene en nombre de Dios, esto es, con el encargo de llevar a efecto una misión encomendada a él por Dios.

       

        2.- La afirmación: “El que cree, tiene la vida eterna”, enlaza con la sección precedente en relación con la fe: “Nadie puede venir a mi si no lo trae el Padre… y yo lo resucitaré en el último día”, y presenta el nuevo tema: la vida eterna. Viene luego la afirmación personal propiamente dicha: “Yo soy el pan de vida”. Mientras que en la sección precedente se cargaba el acento en “el pan bajado del cielo”, en “venir” y “creer”, la sección presente se coloca bajo el signo del “pan de vida”, que el Hijo del hombre “dará” y que el hombre ha de “comer”. En la sección precedente el Padre era la persona que obraba; ahora el dador es el Hijo.

        Al comienzo del discurso (6, 31), los judíos salieron con el relato épico del maná. Sólo entonces discutió Jesús el carácter celestial del maná del desierto. Ahora vuelve al final de ese discurso para discutir el valor del maná, apoyándose en la reacción que suscitó. El maná no puede ser celestial, puesto que no protege de la muerte. Aunque los antepasados de Israel comieron el tan famoso maná, murieron, y ya en el desierto (Cfr Núm 14, 16).

        Un alimento verdaderamente celeste ha de permitir a la vida en cualquier circunstancia rechazar la muerte. El que ha comido el pan celestial no muere jamás verdaderamente. Incluso aunque muera, su muerte no es más que aparente; sigue viviendo y ha de resucitar necesariamente.

        Este segundo argumento, construido a partir del pan que da la vida, apoya al primero; por el fruto se conoce al árbol, por el resultado se conoce el origen. Establecido ese lazo mutuo, viene luego esta doble afirmación enérgica: Jesús, y sólo Él, es pan de vida; Él ha bajado del cielo. El pan vivo es el pan que da la vida, lo mismo que el agua viva es el agua que da la vida. De nuevo se afirma la potencia de vida  y esta vez positivamente: “vivir para siempre”. Nada ni nadie más que Jesús es digno de ser llamado realmente “pan vivo”.

 

3.- Queridos hermanos: Estamos celebrando la Eucaristía. Jesus bajará del cielo al pan conforme lo ha prometido, y la mejor forma de creer en su palabra y mirar hoy, después de la consagración, es mirar con amor a Cristo en su presencia eucarística, desde nos está expresando su amor, entregándonos su salvación y dándose permanentemente en amistad a todos los hombres. Él se quedó con todo su amor; nosotros, al menos hoy, debemos corresponder a tanto amor, adorándole, venerándole, mirándole agradecidos en su entrega hasta el extremo.

Las puertas del sagrario son para muchas almas las puertas del cielo y de la eternidad ya en la tierra, las puertas de la esperanza abiertas; el sagrario para la parroquia y para todos los creyentes es «la fuente que mana y corre», aunque no lo veamos con los ojos de la carne, porque la Eucaristía supera la razón, sino por la fe, que todo lo ve y nos lo comunica; el sagrario es el maná escondido ofrecido en comida siempre, mañana y noche, es la tienda de la presencia de Dios entre los hombres. Siempre está el Señor, bien despierto, intercediendo y continuando la Eucaristía por nosotros ante el altar de la tierra y el altar del Padre en el cielo. Por eso no me gusta que el sagrario esté muy separado del altar y tampoco me importaría si está sobre un altar en que ordinariamente no se ofrece la misa. El sagrario para la parroquia es su corazón, desde donde extiende y comunica la sangre de la vida divina a todos los feligreses y al mundo entero. Lo dice Cristo, el evangelio, la Iglesia, los santos, la experiencia de los siglos y de los místicos. Así los expresa S. Juan de la Cruz:

Qué bien sé yo la fuente que mana y corre,

aunque es de noche.

Aquesta fonte está escondida,

en esta pan por darnos vida,

aunque es de noche.                  

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de este agua se hartan aunque a oscuras,

porque es de noche.

Aquesta eterna fonte que deseo,

en este pan de vida yo la veo,

aunque es de noche.

(Es por la fe, que es oscura al entendimiento)

 

5.- Para S. Juan de la Cruz, como para todos los que quieran adentrarse en el misterio de Dios, tiene que ser a oscuras de todo lo humano, que es limitado para entender y captar al Dios infinito. Por eso hay que ir hacia Dios «toda ciencia trascendiendo», para meterse en el Ser y el Amor del Ser y del Amor Infinito que todo lo supera. Para las almas que llegan a estas alturas, sólo hay una realidad superior a estos ratos de oración silenciosa y contemplativa ante el sagrario: la Eternidad en el Dios Trinitario, la visión cara a cara de la Santísima Trinidad en su esencia infinita, en el éxtasis trinitario y eterno, hasta donde es posible a la pura criatura.

Para eso hay que purificarse mucho, en el silencio, sin testigos ni excusas ni explicaciones, renunciando a nuestras soberbia, envidia, ira, lujuria, solo deseando al Señor y cumplir su voluntad. Hay que dejar que el Señor desde el sagrario nos vaya diciendo y quitando nuestros pecados, sin echarnos para atrás. “Los limpios de corazón verán a Dios.” Sentirse amado es la felicidad humana. Sentirse amado por Dios es la felicidad suprema, que desborda la capacidad del hombre limitado.

Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y S. Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo...” hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros en el pan consagrado de todos los sagrarios de la tierra.

Las almas de Eucaristía, las almas de sagrario, las almas despiertas de fe y amor a Cristo son felices, aún en medio de pruebas y sufrimientos en la tierra, porque su corazón ya no es suyo, ya no es propiedad humana, se lo ha robado Dios y ya no saben vivir sin Él: «¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no lo sanaste? Y, pues me lo has robado, ¿por qué así lo dejaste y no tomas el robo que robaste? » (C.9)

¡Señor, pues me has robado el corazón, el amor y la vida, pues llévame ya contigo!

 

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DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Proverbios 9, 1-6

 

        Continúa hoy el discurso sobre el pan de vida, figurado en esta primera lectura en el espléndido banquete dado por la sabiduría, personificado en una rica matrona, que invita a su mesa  especialmente a los más desprovistos de ella como son los jóvenes inexpertos y los ignorantes: “Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado”. En este contexto, pan y vino son sinónimos de consejos sabios y prudentes dispensados con largueza por la sabiduría, prefigura del pan y vino eucarísticos, ofrecidos por Cristo a todos los creyentes.

 

        SEGUNDA LECTURA: Efesios 5, 15-20

 

        San Pablo anima a los cristianos a seguir cantando salmos y celebrando la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de su Hijo Jesucristo, para vivir una vida digna, que sea alabanza de su gloria. La conducta del cristiano debe demostrar que no vive ya de sus sentidos e instintos naturales sino del Espíritu Santo; no vive encerrado para sí mismo y sus intereses en los estrechos horizontes terrenos, sino pendiente de la voluntad del Padre que lo quiere para el cielo. No pueden ser insensatos que no vivan ni comprendan la  voluntad de Dios, máxime, cuando los tiempos son malos y el maligno no duerme, y utiliza todos los medios para desvirtuar la voluntad de Dios bajo la apariencia de bien.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 6, 51-59

 

        QUERIDOS HERMANOS:

        1.- La última parte del pan de vida es sobre la carne del Hijo del Hombre. Por eso, en la última etapa del discurso, el misterio se oscurece y se ilumina a la vez. El realismo es más acusado: es preciso «comer» el pan vivo que bajó del cielo. Más aún, el pan que va a dar Jesús es su «carne, vida del mundo».Disputaban entre sí los judíos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Jesús no hace más que reforzar su afirmación: «comer» ese pan vivo viene a ser «masticar» su «carne»; y es preciso también: “Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”.

        La fe en el pan vivo que bajó del cielo se consuma en la manducación eucarística, y Jesús anuncia sus maravillosos frutos: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré el último día... El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él... El que come este pan vivirá para siempre”.

        Finalmente, toda la discusión está dominada por el eterno: “¿Cómo es posible esto?”, porque al fin de cuentas, aquella pobre gente no puede asimilar una terminología tan cruda de “comer la carne y beber su sangre” La incomprensión hace avanzar la argumentación, porque a Jesús no se le ocurre suavizar la expresión o afinarla. ¡Al contrario! Lo que Jesús va a decir es la realidad cruda.

        Cuando Jesús se convierta en el Hijo del hombre y dé la vida eterna, es preciso que la sangre se incorpore. ¿No se encuentra el don de la vida en la sangre? (Gen 9, 4). Aunque un israelita no puede comer carne que contenga todavía sangre, porque no es él, sino Yaveh quien tiene el poder sobre la vida (Lev 17, 1), sin embargo, dando su sangre es como el Hijo del hombre dará la vida, la vida auténtica y total. Él tiene poder sobre la vida, da la vida; y porque comunica la vida eterna, que es en definitiva su propia vida, es por lo que da su sangre.     Carne y sangre son mucho más que figuras estilísticas. El evangelista <recuerda> a sus lectores que el Jesús que ha dado su sangre hasta la muerte por ellos, ha adquirido figura permanente en la eucaristía, donde les permite verdaderamente comerle y beberle. De esta manera reciben la vida en sí mismos. No como el Padre y el Hijo tienen la vida en Sí mismos; ellos son la fuente primera de la vida. Los cristianos reciben esa vida por el cuerpo y la sangre de Cristo. Todo esto es realidad, y no lenguaje figurado; por una parte, realidad brutal para los judíos que intentarán tragar al Hijo del hombre; por otra, realidad necesaria y salvadora para los cristianos, que le comerán realmente en la eucaristía.

       

        2.- La comunidad de vida encuentra su fuente última en el Padre, el viviente por excelencia, no sólo porque vive eternamente por Sí mismo, sino sobre todo porque es la fuente original de toda vida. En el judaísmo posterior, “el que vive” es un título clásico para designar a Dios, la afirmación de una divinidad verdadera, frente a los ídolos sin vida e inexistentes. El cristianismo primitivo ha aceptado esta denominación (Cfr Mt 16, 16; 2 Cor 6, 16). Juan la ha hecho lo más cristiana posible.

        El Padre es fuente primera de vida, de una vida inagotable de eternidad (5,21. 26). El Hijo es el canal que, si bien no es más que un eslabón intermediario, une directamente a los creyentes con la fuente primera. El Hijo es la fuente primera que se derrama sobre los creyentes. Conocimiento de Dios (10, 14-15), amor de Dios (14, 21-24; 15, 9; 16, 27; 17, 23), obras de Dios (14, 10-12), vida de Dios y hasta nombre de Dios (17, 6. 11-12) o personalidad de Dios (14, 20; 17, 21) pasan directamente de Jesús a sus discípulos. En Jesús se realiza la unidad perfecta entre Dios y el hombre (17, 23), porque Él es la revelación perfecta de Dios en el mundo. Por eso Juan no dice ya que hay que comer la carne y la sangre, sino que Él ha de ser comido.

        Él vive del Padre y comunica esta vida a los creyentes. La misma preposición «diá» (por) se emplea con un matiz diferente para la vida de Jesús que viene del Padre y para la vida de los creyentes. Jesús vive saliendo del Padre, no con una vida dividida, sino como fuente de vida, sin restricciones. El creyente participa de la fuente de la vida por mediación de Jesús, que es su fuente (5, 26). Jesús tiene y da la vida; el creyente vive porque participa de la vida. No obstante, esta vida participada del creyente es divina e inmortal. El creyente la recibirá en el futuro después de la resurrección. Jesús se ha convertido, pues, en la resurrección y la vida (11, 25-26).

        Jesús dijo todo esto durante una instrucción en la sinagoga de Cafarnaúm. Iniciada cuando los judíos encontraron a Jesús en Cafarnaúm (6, 41), la discusión se continuó en un estilo sinagogal (18, 20) en forma de enseñanza dada durante la lectura de la Escritura. El milagro del pan dio el tema del discurso y Ex 16, 4-36 su base escrituraria; por lo demás, ese texto formaba parte de extractos de la Escritura leídos en la sinagoga durante el servicio matinal.

 

3.- LA ORACIÓN ANTE EL SAGRARIO, LA MEJOR ESCUELA DE EUCARISTÍA

 

        Este libro mío sobre el pan de la vida en la Eucaristía quiere ser una ayuda para amar más a Jesucristo Eucaristía. Lo he escrito pensando en todos los  católicos, que tienen este privilegio de poder visitar al Señor sacramentado todos los días o con mucha frecuencia. Jesús está en todos los Sagrarios de la tierra como confidente y amigo, en presencia permanente de amor y amistad, siempre ofrecida, pero nunca impuesta.

        Me gustaría que todos los creyentes, especialmente niños y jóvenes, pasaran todos los días un rato a los pies del maestro y amigo. Y esto es muy fácil: vas andando por la calle, te encuentras una iglesia abierta, y te dices: ahí dentro está Jesús en el Sagrario; voy a entrar un rato a contarle mis cosas, mis penas y alegrías, a rezar por los problemas de mis hijos y familia. Y entras, y ya está. No te digo nada si expresamente sales de casa con este propósito: qué gozada. Lo puse muy claro en la primera página de uno de mis libros; decía así: «la mejor escuela de oración: la Eucaristía; el mejor maestro: Jesucristo Eucaristía; el mejor libro de oración y vida cristiana, toda una biblioteca: Jesucristo Eucaristía como misa, comunión y presencia de amistad siempre ofrecida. (Qué poco se visita esta biblioteca! ¡Qué poco se abre este libro! ¡Qué poco se dialoga con este maestro y amigo! ¡Si lo visitásemos y escuchásemos con más frecuencia! Aquí tienes una ayuda».

        Porque el Sagrario es la mejor escuela, el mejor libro, el mejor maestro y el mejor amigo, el mejor gimnasio y el mejor ejercicio para ser feliz, para aprender amar a Dios y a los hombres, para aprender a sufrir, para tener ayuda y consuelo permanente. Es que Jesucristo existe y es verdad y está ahí tan cerca, en el sagrario: el mismo Cristo de Palestina y del cielo, el que acariciaba a los niños, perdonaba a los pecadores, tocaba a los leprosos, arrastraba a las masas emocionadas.

        El libro, que tienes en tus manos, es fruto de estos ratos de oración ante el Sagrario, y lo escribo como prueba y testimonio de amistad y agradecimiento al Señor, sacramentado por nuestro amor; y también para ayuda de los que quieran dialogar y tratar de amistad con Él. De Cristo Eucaristía lo he aprendido todo y quiero seguir escuchándole y amándole toda mi vida.

        Para conocer y amar más a Jesús Eucaristía sólo se necesita un poco de fe y de amor, o si queréis, como hablo a  personas ya creyentes, sólo se necesita amar, más simple, querer amar al Señor. El que quiere amar a Jesús va a visitarle en el Sagrario, porque ciertamente está en más sitios, como dice el Vaticano II, pero ahí es donde está más real y verdadero, todo entero, con todo su evangelio y salvación, vivo, vivo y resucitado, el Viviente, Alfa y Omega de todo para todos, la Hermosura y la Palabra del Padre para nosotros, en la que el Padre Dios, lleno de Amor Personal y esencial a Él, nos dice en «música callada,»” en «silencio sonoro» su canción de Amor Personal a los hombres, y nos da todo su Ser por participación de Amor y nos dice, cantando de Amor Personal de Espíritu Santo, su esencia de felicidad y de gozo eterno, que quiere ya empezar a compartirlo en la tierra con todos nosotros.     

        El creyente que va a visitar al Amigo que siempre está en casa, ya le está amando con esta expresión de fe personal, simplemente con su presencia en el banco de la iglesia; su presencia ante el sagrario indica que con su mirada, con su oración cree, ama y espera en Él, y más tarde o temprano, irá pasando de una fe heredada, más o menos seca, a una fe personal que terminará en experiencia viva del Amado.  Precisamente ésta es la orientación que he querido dar a este libro: invitar a todos los católicos a visitarlo e indicar un poco este camino de oración eucarística, de diálogo y amistad con Jesús en el Sagrario, especialmente en los primeros kilómetros, que hay que andarlos un poco en fe seca, a oscuras de luz y sentimientos, sin sentir  ni oír nada o casi gran cosa, sólo barruntándolo por la fe.

        Todos sabemos, por clásica, la definición de Santa Teresa sobre oración: «Que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8, 5). Parece como si la Santa hubiera hecho esta descripción mirando al Sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado, confidente y amigo de todos los hombres. De esta forma, Jesucristo, presente en el Sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el Sagrario, en la mejor escuela. De ahí el título que he escogido para este libro: PARA TRATAR DE AMISTAD CON JESÚS EUCARISTÍA.

        Tratando muchas veces a solas con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa, humilde, entregada a todos, con amor extremo, dándose; pero sin imponerse. Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de fe y amistad con Cristo, de aprendizaje y práctica del evangelio, de unión y experiencia de Dios, de perdón y ayuda permanente, de vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. Y de esta forma, esta escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo Eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte y nos transforma en llamas de amor viva y apostólica. La presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado para nuestras parroquias, para nuestros hogares,  catequesis, trabajo, matrimonio y vida ordinaria.

        Pues bien, de esto se trata en este libro. Este libro quiere ser una ayuda para recorrer este camino de encuentro con Jesucristo Eucaristía en  trato de amistad, pero de forma directa y vivencial, de tú a tú, a pecho descubierto, sin trampas ni literaturas. No quiere ser un libro teórico sobre Eucaristía, oración, santidad, vida cristiana, liturgia, apostolado...etc. Quiere ser un libro sencillo de vida eucarística, de vida de amistad con Jesús Eucaristía, de descubrimiento de su presencia amiga en cada Sagrario de la tierra, desde donde continuamente nos está diciendo:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “Ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer”, “Vosotros sois mis amigo”, “Nadie ama más que aquel queda la vida por los amigos”, “ Yo doy la vida por mis amigos”.

        Esta amistad, como todas, tiene un itinerario, unas etapas, unas exigencias, una correspondencia, un abrazo y una fusión de amor y de unión total. Con toda  humildad y verdad  esto es lo que principalmente he querido describir, en la medida de mis conocimientos y experiencia sacerdotal de almas, grupos parroquiales de hombres, mujeres, matrimonios, grupos de oración...etc.

        Repito: este camino tiene sus particularidades y singularidades. La mayor, tal vez, es que se trata de un amigo, que está invisible para los ojos de la carne, lo cual, para un primerizo, es una gran dificultad, pero, si se deja guiar por otros, que ya hayan hecho el recorrido, resulta más fácil caminar en esta no visibilidad externa de la persona amada, en la oscuridad de la fe, único camino para encontrarnos con Él, que poco a poco nos irá descubriendo su rostro, sobre todo en nuestro corazón, donde por el amor le iremos sintiendo más cerca, y  uniéndonos con Él, tocándole, hasta llegar a fundirnos con Él en una sola realidad en llamas.

        La fe  es la luz de Dios, el conocimiento que Dios tiene de sí mismo. Si Dios nos lo comunica, esto nos supera totalmente en el modo y en el contenido. Y San Juan de la Cruz nos dirá que por eso precisamente, porque nos excede y es la misma luz de Dios, nos deslumbre y nos parece no ver. Y es por exceso de luz, que supera a nuestros sentidos y razón. Por eso, al principio, en estas visitas, por estos diálogos, hay que tener paciencia, mientras nuestros sentidos y razón se va adecuando y disponiendo en silencio de sentidos, sin ver ni sentir gran cosa, para dialogar, conocer, y llegar a la unión de amor con el Señor Jesucristo, presente y  vivo en el Sagrario,  por ciencia de amor, por noticia amorosa, por fe que se va llenando de ese amor del que está lleno Jesucristo Eucaristía, donde está por amor extremo: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo,” hasta el extremo de sus fuerzas, hasta el extremo de su amor, hasta el extremo de los tiempos. Esta fe del que quiere unirse a la persona amada, sin ver mucho todavía, hay que pedirla y cultivarla todos los días, especialmente al principio, en que hay que empezar a pasar de una fe heredada, que todos hemos recibido, a una fe personal, que nos lleve a la experiencia personal, que nos meta en el diálogo y amistad personal con Jesucristo Eucaristía. Y juntamente con esta fe, desde el primer kilómetro de este camino o trato de amistad, hay que poner la conversión, conversión que debe durar toda la vida y para mí, que es la causa principal de que se deje toda oración verdadera. Pero de esto ya hablaremos en el libro.

        Quisiera añadir que muchas de las páginas del presente libro fueron escritas mirando al Sagrario. Me gustaría que, si fuera posible, así fueran también leídas, meditadas y oradas: a los pies del Maestro, como María en Betania. Esto para mí es importantísimo, casi determinante. Es que tengo la impresión de que ahí radica toda su fuerza y vitalidad. Pensad que muchas  de estas reflexiones fueron escritas hace más de cuarenta años en un cuaderno de pastas grises y folios a cuadritos. Me lo llevaba siempre a la iglesia, en los primeros años de mi sacerdocio, porque así me lo habían enseñado, ­«contemplata aliis trajere» (predicar a los demás lo que se ha contemplado en la oración). Me lo llevaba para anotar lo que el Señor me inspiraba: ideas, sentimientos, fuegos y llamaradas de corazón, que yo traducía luego en ideas para predicar mis homilías. Este método lo he seguido hasta el día de hoy: hacer la oración ante Jesús Eucaristía, porque me instruye, corrige y me llena de sus sentimientos y actitudes eucarísticas; adoro, por eso, la presencia del Señor en el Sagrario y me sale espontáneo el diálogo con Él, y teniéndolo tan a mano y  entregado y esperándome siempre, no me gusta hacer la oración en ningún otro sitio, porque Él es el Amigo, que siempre está en casa,  que siempre me está esperando. Para eso se quedó. Y no quiero defraudarle.        Termino: este libro quiere ser una sencilla ayuda para el encuentro con Jesucristo Eucaristía, para el trato de amistad con Él en el Sagrario. Si os sirve para esto, ¡ADORADO SEA EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR!

 

4.-  MI PRIMERA  EUCARÍSTICA

 

        «EUCARÍSTICAS» es el título que puse, hace más de cuarenta años, a un cuaderno de pactas grises y páginas a cuadritos, que me llevaba a la iglesia en los primeros tiempos de mi sacerdocio. Allí anotaba todo lo que el Señor desde el Sagrario me iba inspirando. Eran sentimientos, emociones, vivencias, que yo luego traducía en ideas para mi predicación. Recuerdo, como si fuera hoy mismo, la primera <Eucarística> (vivencia), que escribí junto al Sagrario de mi primera parroquia extremeña:

        «Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían en Ti. Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento. Tú sabías que muchos no tendrían hambre de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística. Tú sabías que el Sagrario sería un trasto más de la Iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta. Tú lo sabías todo y, sin embargo, te quedaste. Te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos, como presencia de amistad ofrecida a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres. Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas, verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y de tu amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

        Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión, porque Tú lo sabías, Tú lo sabías todo y, sin embargo, te quedaste. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores,  nosotros somos limitados en todo. Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada Sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega, la misma ilusión. Eso sí que es amar hasta el extremo de todo. Señor ¿Por qué me amas tanto? ¿Por qué me buscas tanto? ¿Por qué te humillas tanto? ¿Por qué te rebajas tanto? hasta hacerte no sólo hombre, como en Nazaret, sino una cosa, un poco de pan por mí en cada Eucaristía. Señor, pero ¿qué puedo darte yo que Tú no tengas? ¿Qué puede darte el hombre, si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo? No me entra en la cabeza, no encuentro la respuesta, no lo comprendo.

Señor, sólo barrunto una explicación:“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.” Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad.” Y la cumpliste en la Última Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros, cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, entre palabras entrecortadas, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed esta es mi sangre...” En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor, toda esta entrega, toda esta emoción, –la he sentido muchas veces–, la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del Resucitado y entrar así con Él en el Círculo del amor Trinitario del Padre y del Hijo, fundidos en Unidad de Llama de Amor Viva del Espíritu Santo, y también para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega. Gracias, Señor, gracias. Átame, átanos para siempre a tu amor, a tu Eucaristía, a la sombra de tu Sagrario, para que comprendamos y correspondamos a la locura de tu amor».

 

DOMINGO XXI  DEL TIEMPO ORDINARIO

 

        PRIMERA LECTURA: Josué 24, 1-2ª. 15-17. 18b

 

        La elección de Dios y la fidelidad a Él son los temas de la primera y tercera Lectura de hoy. Cuando el pueblo hebreo, atravesando el Jordán, está a punto de entrar en la tierra prometida, Josué le plantea este dilema: o tomar partido con los idólatras o decidirse por Yavéh: o Dios o los ídolos. La respuesta es unánime: “¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros!” Por desgracia en la práctica el pueblo de Israel continuará como siempre fluctuando entre la fidelidad a Dios y la idolatría, pero teóricamente la elección está hecha y el pueblo reconoce que solo Yavéh es su Dios. Es una llamada a todos nosotros, los cristianos, para reconocer que no basta hacer una vez la elección por Cristo, sino que hay que renovarla continuamente con nuestras vidas.

 

        SEGUNDA LECTURA: Efesios 5,21-32

 

        Los esposos cristianos son la manifestación concreta y visible del amor de Cristo con su Iglesia; así deben amar los maridos a sus mujeres. De este misterio derivan todos los comportamientos y consecuencias en la relación del hombre con la mujer en el matrimonio cristiano. La sumisión por amor, la entrega, la mutua donación del uno al otro debe superar todo egoísmo como Cristo hizo con su Iglesia. Lo contrario sería una traición a las promesas del sacramento del matrimonio, signo del amor total de Cristo a su Iglesia, que la purificó y la hizo santa e inmaculada, sin manchas y arrugas: “Así deben los maridos amar a sus mujeres”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 6, 61-70

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- “Luego de haberlo oído, muchos de sus discípulos dijeron: ¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede oírlas?” Las afirmaciones de Cristo producen escándalo no solo en el pueblo sino entre sus mismos discípulos que se aterrorizan: Jesús entonces apela a su ascensión junto al Padre: “¿Esto os escandaliza? ¿Pues qué sería sí vierais al Hijo del hombre subir allí adonde estaba antes?”

         La vuelta de Cristo a su lugar de origen eterno, esto es, al cielo o vida Trinitaria, le manifestará en su condición gloriosa y divina del Hijo del Padre Dios y hombre celestial. Investido, gracias a la resurrección, de la omnipotencia del Espíritu, será, en su carne misma, la fuente que brota impetuosa  para dar la vida eterna al mundo, el verdadero alimento de la eternidad de los hombres, el pan del cielo. Y concluye: “El espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”.

Las palabras de Jesús revelan un misterio divino que excede al hombre, o a la carne, y sin embargo lo vivifican. Solamente el Espíritu puede alcanzarnos su inteligencia. A pesar de estas explicaciones se produce la defección general: “Desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían”, como pasa hoy en el cristianismo pero nosotros, como Pedro, ante las palabras de Jesús:“Y dijo Jesús a los doce: ¿Queréis iros vosotros también?”  tenemos que responderle como Pedro: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el santo de Dios.” Pedro reconoce en Jesús a “aquel a quien el Padre santificó y envió al mundo» (10, 36), el único mensajero de la salvación, el Mesías.  

        Queridas hermanas dominicas: El evangelio de este domingo es continuación del domingo último. El evangelio del último domingo trataba de la Eucaristía, del pan de la vida eterna. Los judios no comprendieron el mensaje de Jesús… comer su carne… es duro este leguaje, decían y así empieza el evangelio de este domingo…

Sin embargo la enseñanza de este capítulo, por su simbolismo sencillo y profundo, concuerda con las aspiraciones más esenciales de la humanidad. El hombre siente ansías de vivir, no quiere morir. Trabaja duramente por su subsistencia diaria. Jesús se le revela como el alimento que sacia el hambre para siempre y da la única vida sobre la que la muerte no tiene poder. Esto es, la eternidad, la vida eterna, en la que hoy muchos,incluso cristianos, dudan y el mundo no cree: alimento que transforma todo el ser del hombre, lo eleva hasta la comunión con Dios y deposita  en el cuerpo el germen de la resurrección: “Si alguno come de este pan vivirá para siempre.” Hermanos, alegráos con estas palalbras del Señor porque los que comulgamos viviremos eternamente, porque comemos a Jesucristo, pan de vida eterna.

        Por eso, hermanos comulgad todos los domingos y tendréis la via eterna con Dios y los nuestros, el cielo eterno para el que hemos sido soñados y redimidos por la muerte y resurrección de Cristo, qué gozo venir a misa todos los domingos y comulgar: “Yo soy el pan de vida, el que come de este pan vivirá eternamente”.

El pan que ofrece Jesús es el pan para todos, del mundo entero. Todos son invitados al festín. Ninguno será echado fuera. Jesús se esfuerza en despertar en el corazón de todos los hombres, como en el caso de la Samaritana, la aspiración hacia la verdadera vida, que se propone saciar comiéndele a Él pan de vida eterna.

        El cristiano, que sigue a su maestro, no tiene otra ambición que la de partir el pan del cielo con sus hermanos de la tierra y despertar y mantener la fe y la esperanza del cielo, de la vida eterna, Te digo con toda verdad, aunque creyese y fuera cristiano si no creyera en la vida eterna que me espera, que nos espera y que a veces en ratos de Sagrario, de oración uno siente en la tierra, dejaría de ser sacerdote, incluso cristiano y eso es lo que está pasando hoy en la iglesia, en el cristianismo, que muchos por esto no creen en la vida eterna, sobre todo de cincuenta años para abajo, no se les ve en la iglesia, en los domingos, pero no por eso dejamos de ser eternos, viviremos para siempre o con Dios o fuera de Dios, que eso será el infierno para todos los que no creen o han dejado de creer en Cristo resucitado.

Jesús nos dice claramente en el evangelio de hoy que éstos frecuentemente no gustarán del pan del cielo, si antes no han gustado en la tierra el pan de la vida eterna, el pan eucarístico que hace vivir al hombre de la misma vida de Dios.

        Entre todos, el de la Eucaristía es el más grande y rico sacramento, «centro y culmen» de toda la vida de la Iglesia”, como nos dice el Concilio Vaticano II porque contiene al Dios vivo y vivificador. Él es la puerta que nos introduce en la Vida. Él es la Vida. Nunca comprenderemos toda la riqueza de estas palabras, ni sondearemos a fondo su profundidad, como nunca tampoco tendrá final el estupor admirativo que esta realidad produce. Cristo, Dios vivo, está con nosotros en el Tabernáculo de nuestras Iglesias, en el Sagrario, en tu cuerpo y alma cuando comulgas, si estás limpio de pecados.

        Es preciso reconocer que el Maestro se ha esforzado, sin miedo al escándalo, para que esta realidad no quede diluida en un puro simbolismo. Ocho veces emplea el término más prosaico: comer, a fin de que no haya error posible. Cristo se hace alimento para que tengamos esa “nueva vida”, que Él viene a traernos: “el pan que yo daré es la carne mía para vida del mundo”. No es un pan de la tierra, es un pan que baja del cielo y da vida al mundo.

        La comunión frecuente con el Cuerpo y la Sangre del Señor es lo que nos permite vivir la vida divina, o por decirlo con más precisión, que Cristo “viva” su vida en nosotros, con todo lo que esto representa de dicha y de seguridad para el cristiano. Si ya algo parecido ocurre en la tierra cuando un gran amor une a dos seres, cómo será esta posibilidad ofrecida al hombre, a quien la Eucaristía permite vivir no sólo de Cristo y en Cristo, sino también por Cristo; es decir, estar tan penetrados por su presencia, su pensamiento, su voluntad, su amor, que Cristo llegue a ser principio de operación.

Y aún se puede ir más lejos, pues las palabras de Cristo: Así como mi Padre me envió, y yo vivo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mi (6, 57), invitan expresamente a buscar, en las relaciones que unen al Padre y al Hijo el modelo, y más que el modelo, el principio mismo que se lleva a cabo entre Jesús y nosotros». La Sagrada comunión nos hace «concorpóreos y consanguíneos suyos» y con Él y  por Él “Templos y moradas de la Santisima Trinidad, como llegan a sentir y vivirlo las almas por la oración contemplativa y transformativa

        La Eucaristía es la suprema manifestación de aquellas palabras de la Sagrada Escritura: “son mis delicias estar con los hilos de los hombres”. Jesús sacramentado es verdaderamente Emmanuel, Dios con nosotros. Esta unión es garantía de la definitiva con Él en el cielo. «Así como el pan que procede de la tierra --enseña San Ireneo— recibiendo la invocación de Dios ya no es pan corriente, sino Eucaristía, así también nuestros cuerpos, recibiendo la Eucaristía, ya no son corruptibles».

        ¡Hagamos un acto de fe en Jesucristo y en la doctrina de la Eucaristía que acaba de revelamos! Si hay un momento en que el Maestro nos pone delante una doctrina que no es de hombres: “la doctrina que habéis oído no es mía, sino del Padre que me ha enviado” (Jn 14, 24), es realmente éste. El evangelio de San Lucas tiene una frase un tanto extraña que a menudo se aplica a la Eucaristía: “Donde esté el cuerpo, allí se congregarán las águilas” (Lc 17, 37). No es una comida para insectos, sino de águilas que se remontan en vuelo capaz de ver cosas más grandes. «Las buenas águilas rodean el altar —dice San Ambrosio— porque allí donde está el cuerpo, allí se congregan las águilas (Matth 24, 28)... Vosotros sois águilas rejuvenecidas por la limpieza de las faltas».

        Suscribamos esa confesión de fe que la Iglesia le pidió a Berengario en el siglo XI: «Yo, Berengario, creo en mi corazón y mis labios confiesan: que el pan y el vino que se ponen en el altar, por el misterio de la declaración sagrada y de las palabras de nuestro Redentor, se convierten sustancialmente en la carne verdadera, propia y vivificante y en la sangre de Jesucristo, Nuestro Señor; que después de la consagración está el verdadero cuerpo de Cristo, que nació de la Virgen y que fue colgado de la cruz, ofrecido por la salvación del mundo, que está sentado a la derecha del Padre, así como la verdadera sangre de Cristo que salió de su costado; que todo eso se hace no sólo en símbolo y en virtud espiritual del Sacramento, sino en la realidad propia de la naturaleza de las cosas, y en la verdad de su sustancia, como está escrito en esta nota, como he leído y como lo comprendéis. En eso creo, y no daré ninguna enseñanza más contra esta creencia. A eso me ayuden Dios y los santos Evangelios de Dios» (Denzinger, 335).

       

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QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- “Luego de haberlo oído, muchos de sus discípulos dijeron: ¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede oírlas?” Las afirmaciones de Cristo producen escándalo no solo en el pueblo sino entre sus mismos discípulos que se aterrorizan: Jesús entonces apela a su ascensión junto al Padre: “¿Esto os escandaliza? ¿Pues qué sería sí vierais al Hijo del hombre subir allí adonde estaba antes?”

         La vuelta de Cristo a su lugar de origen eterno le manifestará en su condición gloriosa y divina del Hijo del hombre celestial. Investido, gracias a la resurrección, de la omnipotencia del Espíritu, será, en su carne misma, la fuente que brota impetuosa  para dar la vida al mundo, el verdadero alimento de los hombres, el pan del cielo. Y concluye: “El espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”.

Las palabras de Jesús revelan un misterio divino que excede al hombre, o a la carne, y sin embargo lo vivifican. Solamente el Espíritu puede alcanzarnos su inteligencia. A pesar de estas explicaciones se produce la defección general: “Desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían”.

        “Y dijo Jesús a los doce: ¿Queréis iros vosotros también?” Es preciso que los doce tomen posición en este debate. Es necesario que confiesen su fe o que se vayan. Entonces Pedro, hablando por primera vez, sin saberlo, en nombre de la Iglesia de todos los tiempos, dijo: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el santo de Dios.” Pedro reconoce en Jesús a “aquel a quien el Padre santificó y envió al mundo» (10, 36), el único mensajero de la salvación, el Mesías. No obstante, el relato evangélico termina con una nota dolorosa.

        A la confesión de Pedro responde Jesús: “¿No he elegido yo a los doce? Y uno de vosotros es un diablo. Hablaba de Judas Iscariote, porque éste, uno de los doce, había de entregarle”. Tal es esta escena dramática. En ella, Jesús pone de manifiesto en el alma humana un triple obstáculo a la luz de la revelación: el apego servil a los alimentos terrenos, la confusión entre lo divino y lo prodigioso y la negación del misterio de la encarnación. Y opone sin titubear la triple exigencia de la fe: por encima del pan que perece, el hombre debe buscar, con todas las fuerzas de su espíritu, el alimento imperecedero; debe contentarse con los signos por los que Dios quiere enseñarle y dejarse atraer por el Padre; le es necesario, en fín, aceptar el velo bajo el que Dios se oculta para venir hasta  nosotros.

        La enseñanza de este capítulo, por su simbolismo sencillo y profundo, concuerda con las aspiraciones más esenciales de la humanidad. El hombre siente ansías de vivir. Trabaja duramente por su subsistencia diaria. Jesús se le revela como el alimento que sacia el hambre para siempre y da la única vida sobre la que la muerte no tiene poder: alimento que transforma todo el ser del hombre, lo eleva hasta la comunión con Dios y deposita  en el cuerpo el germen de la resurrección: “Si alguno come de este pan vivirá para siempre.”

        El pan que ofrece Jesús es el pan de todos, se lo da al mundo entero. Todos son invitados al festín. Ninguno será echado fuera. Jesús se esfuerza en despertar en el corazón de todos los hombres, como en el caso de la Samaritana, la aspiración hacia la verdadera vida, que se propone saciar haciendo la revelación del verdadero pan.

        El cristiano, que sigue a su maestro, no tiene otra ambición que la de partir el pan del cielo con sus hermanos de la tierra y despertar el hambre en su carne. Sin embargo, el ejemplo de Jesús le enseña que éstos frecuentemente no gustarán del pan del cielo, si antes no han visto multiplicarse en sus manos de hombre el pan de la tierra, el pan de su amor. No es la menor de las maravillas de este capítulo la de revelar la profunda unidad, en Cristo, de ese misterio vital, esencial para el hombre de todos los tiempos, que es el misterio del pan. Del humilde pan de la tierra, de los «cinco panes de cebada y de los dos peces» del muchacho de Galilea, al pan del cielo que hace vivir al hombre de la misma vida de Dios, existe un umbral infinito que franquear; pero también hay unidad, armonía y profunda continuidad del plan de Dios.

                Entre todos, el de la Eucaristía es el más grande y rico sacramento, «centro y culmen» de toda la vida de la Iglesia”, porque contiene al Dios vivo y vivificador. Él es la puerta que nos introduce en la Vida. Él es la Vida. Nunca comprenderemos toda la riqueza de estas palabras, ni sondearemos a fondo su profundidad, como nunca tampoco tendrá final el estupor admirativo que esta realidad produce. Cristo, Dios vivo, está con nosotros en el Tabernáculo de nuestras Iglesias.

        Es preciso reconocer que el Maestro se ha esforzado, sin miedo al escándalo, para que esta realidad no quede diluida en un puro simbolismo. Ocho veces emplea el término más prosaico: comer, a fin de que no haya error posible. Cristo se hace alimento para que tengamos esa “nueva vida”, que Él viene a traernos: “el pan que yo daré es la carne mía para vida del mundo”. No es un pan de la tierra, es un pan que baja del cielo y da vida al mundo.

        La comunión frecuente con el Cuerpo y la Sangre del Señor es lo que nos permite vivir la vida divina, o por decirlo con más precisión, que Cristo “viva” su vida en nosotros, con todo lo que esto representa de dicha y de seguridad para el cristiano. «Si ya algo parecido ocurre en la tierra cuando un gran amor une a dos seres, cómo será esta posibilidad ofrecida al hombre, a quien la Eucaristía permite vivir no sólo de Cristo y en Cristo, sino también por Cristo; es decir, estar tan penetrados por su presencia, su pensamiento, su voluntad, su amor, que Cristo llegue a ser principio de operación. Y aún se puede ir más lejos, pues las palabras de Cristo: Así como mi Padre me envió, y yo vivo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mi (6, 57), invitan expresamente a buscar, en las relaciones que unen al Padre y al Hijo el modelo, y más que el modelo, el principio mismo que se lleva a cabo entre Jesús y nosotros». La Sagrada comunión nos hace «concorpóreos y consanguíneos suyos»

        La Eucaristía es la suprema manifestación de aquellas palabras de la Sagrada Escritura: “son mis delicias estar con los hilos de los hombres”. Jesús sacramentado es verdaderamente Emmanuel, Dios con nosotros. Esta unión es garantía de la definitiva con Él en el cielo. «Así como el pan que procede de la tierra --enseña San Ireneo— recibiendo la invocación de Dios ya no es pan corriente, sino Eucaristía, así también nuestros cuerpos, recibiendo la Eucaristía, ya no son corruptibles».

        ¡Hagamos un acto de fe en Jesucristo y en la doctrina de la Eucaristía que acaba de revelamos! Si hay un momento en que el Maestro nos pone delante una doctrina que no es de hombres: “la doctrina que habéis oído no es mía, sino del Padre que me ha enviado” (Jn 14, 24), es realmente éste. El evangelio de San Lucas tiene una frase un tanto extraña que a menudo se aplica a la Eucaristía: “Donde esté el cuerpo, allí se congregarán las águilas” (Lc 17, 37). No es una comida para insectos, sino de águilas que se remontan en vuelo capaz de ver cosas más grandes. «Las buenas águilas rodean el altar —dice San Ambrosio— porque allí donde está el cuerpo, allí se congregan las águilas (Matth 24, 28)... Vosotros sois águilas rejuvenecidas por la limpieza de las faltas».

        Suscribamos esa confesión de fe que la Iglesia le pidió a Berengario en el siglo XI: «Yo, Berengario, creo en mi corazón y mis labios confiesan: que el pan y el vino que se ponen en el altar, por el misterio de la declaración sagrada y de las palabras de nuestro Redentor, se convierten sustancialmente en la carne verdadera, propia y vivificante y en la sangre de Jesucristo, Nuestro Señor; que después de la consagración está el verdadero cuerpo de Cristo, que nació de la Virgen y que fue colgado de la cruz, ofrecido por la salvación del mundo, que está sentado a la derecha del Padre, así como la verdadera sangre de Cristo que salió de su costado; que todo eso se hace no sólo en símbolo y en virtud espiritual del Sacramento, sino en la realidad propia de la naturaleza de las cosas, y en la verdad de su sustancia, como está escrito en esta nota, como he leído y como lo comprendéis. En eso creo, y no daré ninguna enseñanza más contra esta creencia. A eso me ayuden Dios y los santos Evangelios de Dios» (Denzinger, 335).

          

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XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Deuteronomio 4,1-2. 6-8

 

        La primera Lectura presenta la fidelidad a la ley como condición esencial para la alianza con Dios y como respuesta a  su amor cercano, por el que se ha acercado tanto a su pueblo, que es accesible a todo el que le busca o invoca. La observancia de los preceptos divinos no oprime ni esclaviza al hombre, sino que le da la verdadera vida, fundada en una relación de amistad con Dios, que terminará en la posesión de la tierra prometida, figura de la felicidad eterna.

 

        SEGUNDA LECTURA: Santiago 1, 17-18. 21b-22. 27

 

        La segunda lectura pone  el acento en el aspecto interior de la ley, presentándola como “Palabra de la verdad”, sembrada en el corazón del hombre para conducirlo a la salvación: “Aceptad dócilmente la Palabra que ha sido plantada y es capaz de salvarnos”. La misma palabra divina que ha llamado al hombre a la existencia está impresa en su corazón como norma y guía de su vida. El hombre debe por eso estar interiormente a la escucha para percibirla y llevarla luego fielmente a la práctica.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 7, 1-8ª. 14-15. 21-23

 

Domingo XXII B

QUERIDOS HERMANOS:

        1.- Tenemos  el peligro y la tentación de pensar que la religión católica es principalmente cumplir unas cuántas normas y tradiciones, para honrar a Dios con los labios y los cantos, pero sin darle nuestro amor y corazón, nuestra vida, que es lo importante, sin una relación directa y personal diaria con Él.

Por ejemplo, estamos en su presencia, hemos venido a la misa, que es muy bueno, pero no le hemos saludado personalmente, directamente en el Sagrario, no le hemos dicho algo personal, sí, si hemos rezado, pero no ha habido ese contacto, ese encuentro y amor personal con Él.

Si lo hacemos así, nuestro culto está bien pero no es completo, no dido que no valga, digo que no es completo, no nos llena de cielo, de su amor y abrazo en la tierra, porque Él está aquí ahora personalmente, el mismo del cielo y que contemplan los nuestros y que nosotros podemos llegar a sentirlo practicando todos los días si venimos a verlo y vivimos la oración conversión. De lo que Él me dice he escrito diez libros.

Me explico, yo, cristiano, o yo, sacerdote, para que nadie se moleste o se sienta aludido, yo vengo a la iglesia y no me paro un rato ante el Sagrario para saludarle, aunque soy cura y le pido y le rezo para decirle algo en el Sagrario o soy católico o madre y sé por mi fe que el Sagrario no está vacío, que está Jesucristo Dios y hombre verdadero, y está con los brazos abiertos para abrazarnos a todos…y no le pido por mis hijos, pues si lo hago así yo creo que entonces se está cumpliendo en nosotros lo que dice el Señor hoy en el evangelio: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi. El culto que me dan está vacío…”.  Queridos hermanos, que lo que busca el Señor, por lo que vino a salvarnos y se quedó en el Sagrario fue para esto, para ayudarnos en lo divino y en lo humano, porque nos quiere de verdad, somos eternos.

Meditemos un poco a ver cómo es nuestro culto: a ver si  estamos más preocupados de los cantos y ceremonías, de lo exterior y olvidamos nuestra interior en el culto a Dios, esto es nuestro corazón y nuestras vidas. Es ciertamente ésta una forma de hipocresía contra la que tenemos que estar muy prevenidos todos los cristianos, que venimos a la Iglesia y le honramos con los labios; aunque son muchos más hipócritas, repito,  son muchos más hipócritas los que se llaman cristianos y no vienen nisiquiera a su presencia para honrarle, católicos, pero no practicantes, como ellos mismos dicen al confesar su fe pero no ejercerla, en relación con Dios en el culto, principalmente con la eucaristía de los domingos que debe ser lo primero, centro y culmen de toda la vida de la Iglesia, como nos dice el Vaticano II.             

        4.- El evangelio corrobora y completa los conceptos expresados en las Lecturas de este día que no tengo tiempo de explicar. Jesús insiste en la limpieza del corazón y en la rectitud de la voluntad sobre la impureza exterior: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas: Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mi. El culto que me dan está vacío porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Pues que Jesús no tenga que decir hoy esto a ninguno de nosotros.

        Por los tanto, para evitar un culto vacío debemos acentuar el amor y la fidelidad a lo que Dios quiere: y eso exige oración permanente con  conversión permanente; sin oración diaria y permanente, aunque seas obispo, cura o religiosa no hay vida cristiana profunda, vida interior, espiritual, encuentro de gracia y salvación con Dios en nuestras vidas.

Un alma que no ora todos los días y vive en conversión permanente se instala en la mediocridad, aunque sea cura, fraile, monja o cristiano y seguirá practicando, y comulgando y diciendo misa pero ha perdido el amor, porque orar es amar. Y este es el problema actual en la Iglesia, se ora poco ante el Sagrario.

Si yo quiero amar a Dios, no me basta ser cristiano o sacerdote, yo tengo que orar y convertirme todos los días; si dejo de orar, dejo de amar a Dios y a los hermanos como Dios quiere. De la oración viene el amor y la fidelidad en el amor, porque la oración renueva la intención y la actitud de seguir amando en verdad a Dios y a los hermanos, sobre todo en las dificultades.

        La oración hace eficaces y sinceras nuestras intenciones, comuniones eucarísticas, misas, porque nos identificamos con los sentimientos y actitudes de Cristo. Si no oramos interiormente podemos comer el cuerpo de Cristo, pero no nos identificamos con su vida. Hay que estar alerta contra la práctica de una religión vacía, sin verdad; la oración y los sacramentos hay que recibirlos “en espíritu y verdad”. Nuestras prácticas religiosas caen en el fariseísmo en el momento que las separamos del corazón. Por eso se nos pide que honremos a Dios con los labios y el corazón.

        Por eso, las Lecturas de hoy son un serio examen a nuestro cristianismo, a nuestra prácticas sacramentales, a nuestro culto, misas, comuniones, que deben manifestarse luego en nuestra vida personal, familiar, profesional, distinguiendo siempre entre debilidad e instalamiento en el pecado o la no conversión interior, porque fallamos tenemos que tener, somos limitados, pero no instalarnos en ellos.

        “Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”, dice el Señor. Así que estemos más atentos a lo interior, al corazón, para no caer en la hipocresía, en la falsa religiosidad, en un cristianismo falso. Por eso vamos a terminar hoy pidiendo esta gracia con el salmo recitado: “Señor, ¿Quién puede hospedarse en tu tienda, y habitar en tu monte santo? El que procede honradamente y practica la justicia; el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua; el que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino; el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor; el que no retracta lo que juró aun en daño propio; el que no presta dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente. El que así obra nunca fallará (Salmo 41). Así sea entre nosotros.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Tenemos  el peligro y la tentación de pensar que la religión católica es principalmente cumplir unas cuántas normas y tradiciones, para honrar a Dios con los labios y los cantos, pero sin darle nuestro amor y corazón, nuestra vida, que es lo importante, sin una relación directa con Él.

Por ejemplo, estamos en su presencia, hemos venido a la misa, que es muy bueno, pero no le hemos saludado personalmente, directamente en el Sagrari, no le hemos dicho algo personal, sí, si hemos rezado, pero no ha habido contacto, fe y amor personal.

Si lo hacemos así, nuestro culto está bien pero no es completo, no dido que no valga, digo que no es completo, no nos llena de cielo, de su amor y abrazo en la tierra, porque Él está aquí ahora personalmente, el mismo del cielo y que contemplan los nuestros y que nosotros podemos llegar a sentirlo practicando todos los días si venimos a verlo y vivimos la oración conversión.

Me explico, yo, cristiano, o yo, sacerdote, para que nadie se moleste o se sienta aludido, yo vengo a la iglesia y no me paro un rato ante el Sagrario para saludarle, y le pido, le rezo, aunque soy cura para decirle algo en el Sagrario o soy católico y sé por mi fe que el Sagrario no está vacío, que está Jesucristo Dios y hombre verdadero, y está con los brazos abiertos para abrazarnos a todos…pues si lo hago así yo creo que entonces se está cumpliendo en nosotros lo que dice el Señor hoy en el evangelio: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi. El culto que me dan está vacío…”.  Queridos hermanos, que lo que busca el Señor, por lo que vino a salvarnos y se quedó en el Sagrario fue para esto, para ayudarnos en lo divino y en lo humano, porque nos quiere de verdad.

Meditemos un poco a ver cómo es nuestro culto: a ver si  estamos más preocupados de los cantos y ceremonías, de lo exterior y olvidamos nuestra interior en el culto a Dios, esto es nuestro corazón y nuestras vida. Es ciertamente ésta una forma de hipocresía contra la que tenemos que estar muy prevenidos todos los cristianos, que venimos a la Iglesia y le honramos con los labios; aunque son muchos más hipócritas, repito,  son muchos más hipócritas los que se llaman cristianos y no vienen nisiquiera a su presencia para honrarle, católicos, pero no practicantes, como ellos mismos dicen al confesar su fe pero no ejercerla, en relación con Dios en el culto, principalmente con la eucaristía de los domingos que debe ser lo primero, centro y culmen de toda la vida dela Iglesia, como nos dice el Vaticano II; y todavía es más hipócritas en los tiempos actuales y que en España se está generalizando todos aquellos que  no piden para sí o para sus hijos los sacramentos que nos hacen cristianos: bautizos, primeras comuniones, bodas. Veánlo en la tele, los guassad y prensa actual donde salen cientos y cientos los casos de este tipo que está generalizando como la cosa más natural, y que tal vez alguno de vosotros tiene que sufrir en su familia.             

        2.- La primera Lectura presenta la fidelidad a la ley como condición esencial para la alianza con Dios y como respuesta a su amor. El amor a Dios, la amistad con Él lleva consigo el cumplimiento de unos mandamientos, de unas normas que deben nacer del corazón, del amor del hombre a un Dios que le ha amado primero y le quiere llevar hasta la tierra prometida, figura de la amistad y felicidad eterna del cielo: “Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor Dios de vuestros padres os va a dar. Estos mandatos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos…”

        En estos tiempos modernos, en los que no vivimos ni siquiera la ley natural y se permiten crímenes de niños por abortos y de enfermos por eutanasia, y uniones de lesbianas y homosexuales y otras o todas las aberraciones que ni siquiera sabíamos que existían, es cuando empezamos a descubrir toda “la sabiduría e inteligencia”, que hay en los mandamientos de Dios y que hasta ahora no valorábamos porque nacíamos y vivíamos felices en ellos y entre los hombres como la cosa más natural.

        Al no cumplir los mandamientos del amor a Dios y los hombres,nuestros hermanos el hombre rompe la amistad con Dios y con los hermanos, hoy no nos queremos, porque perdemos el camino del amor a Dios que fundamenta  el camino de la vida y convivencia humana, de la fraternidad y de la felicidad. Matrimonios rotos, hijos abandonados o matados, ancianos solos, todos más tristes,hermanos, porque hemos perdido, estamos perdiendo el sentido de la vida cristiana, del amor a Dios y a los hermanos, de la fe y esperanza de la eternidad y del cielo, que no por eso dejan de existir, pero... a ver si esta iglesia lo predica más y lo vive y lo exige.

        La práctica de los mandatos del Señor, además  de ennoblecer al hombre, le hace partícipe de la sabiduría y conocimientos de Dios sobre el hombre, sobre el matrimonio, la familia, la vida, y le da la seguridad de caminar en la verdad, en el bien y en el gozo de sentirse amado y salvado por Dios: “Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta Ley que os doy hoy?

        El pueblo de Israel, como nosotros ahora, hemos sustituido al Dios verdadero, que debe ser lo primero y absoluto de nuestra vida, por los becerros de oro y sensualismo, por el materialismo y consumismo actual, que nos lleva al vacío existencial y al nihilismo de los cultos paganos a los videntes, horóscopos, las cartas. ¿Cómo es posible que haya católicos que consulten a estos ídolos y crean en estos vividores del cuento? No creen en Dios, en el Dios verdadero revelado por Cristo y ahora resulta que  se lo creen todo, y creen en cualquiera menos el evangelio. Hay que ser más verdaderos, hay que dar solo culto a Dios y no a las criaturas.

        “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda? Pregunta el salmo responsorial; “El que procede honradamente y practica la justicia; el que no calumnia a su prójimo”, esto es, el que observa los mandatos divinos que consisten en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.

       

        3.- La segunda Lectura precisamente pone el acento en este aspecto interior de la ley, presentándola como “Palabra de la verdad”,  que debe estar presente en el cumplimiento de los mandamientos: “Aceptad dócilmente la Palabra, que ha sido plantada y es capaz de salvaros: Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos.”

        La misma palabra divina que nos da la existencia es la que se graba en la conciencia de todo hombre para que sea norma de nuestra vida. No debemos traicionarla, porque nos autodestruimos como personas y como sociedad y las consecuencias son nefastas en todos los sentidos: personal, familiar, matrimonial, humanidad. El punto central de esta ley está en el amor a Dios y al prójimo. Obras son amores y amar a Dios es hacer lo que Él nos manda, hacer las obras de la misericordia y de la caridad cristiana: “visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo”.

                 

        4.- El evangelio corrobora y completa los conceptos expresados en las Lecturas de este día que no tengo tiempo de explicar. Moisés había dicho: “no quitaréis ni añadiréis nada al guardar los mandamientos de Yaveh…” Sin embargo, un celo indiscreto había acumulado en torno  a la ley muchísimas prescripciones minuciosas que hacían perder de vista los preceptos fundamentales hasta el punto de que los contemporáneos de Jesús se escandalizaban porque sus discípulos descuidaban ciertos lavados de manos.

        Jesús reacciona con energía frente a esa mentalidad formalista: “Hipócritas… dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”. Es hipocresía lavarse escrupulosamente las manos o dar importancia a cualquier exterioridad mientras el interior del hombre, su corazón, está lleno de vicios. Los profetas combatieron fuertemente este principio, poniendo lo importante de la ley en el corazón: “misericordia quiero y no sacrificios”. Lo interior del hombre es lo que hay que purificar porque de ahí salen “los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, envidia, orgullo, difamación frivolidad”.

        Jesús insiste en la limpieza del corazón y en la rectitud de la voluntad sobre la impureza exterior: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas: Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mi. El culto que me dan está vacío porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”.

        Jesús afirma claramente que la pureza ritual de las purificaciones farisaicas es incapaz de dar la limpieza del corazón ante Dios; por ser algo externo no puede hacer puro al hombre, como nada externo lo hace impuro. Lo que de verdad contamina o justifica es el corazón. Por eso, ciertas prácticas de rezar determinadas oraciones determinadas veces y en determinados sitios y con determinados ritos, que si no se hacen entonces no se consiguen las gracias que se piden…como si fuera algo automático, algo que obligase necesariamente al santo o a Dios a realizar lo que Él pide… ciertas novenas a S. Judas Tadeo…lo he visto en mi parroquia, todo eso es superstición o se parece.

        Por los tanto, para evitar un culto vacío debemos acentuar el amor y la fidelidad a lo que Dios quiere: sus mandamientos. Hay que estar en conversión permanente; y eso exige oración permanente; sin oración diaria y permanente no hay vida cristiana, vida interior, espiritual, encuentro de gracia y salvación con Dios en nuestras vidas.

Un alma que no ora todos los días y vive en conversión permanente se instala en la mediocridad, aunque sea cura, fraile, monja o cristiano y seguirá practicando, y comulgando y diciendo misa pero ha perdido el amor, porque orar es amar.

Si yo quiero amar a Dios, no me basta ser cristiano o sacerdote, yo tengo que orar y convertirme todos los días; si dejo de orar, dejo de

amar a Dios y a los hermanos como Dios quiere. De la oración viene el amor y la fidelidad en el amor, porque la oración renueva la intención y la actitud de seguir amando en verdad a Dios y a los hermanos, sobre todo en las dificultades.

        La oración hace eficaces y sinceras nuestras intenciones, comuniones eucarísticas, misas, porque nos identificamos con los sentimientos y actitudes de Cristo. Si no oramos interiormente podemos comer el cuerpo de Cristo, pero no nos identificamos con su vida. Hay que estar alerta contra la práctica de una religión vacía, sin verdad; la oración y los sacramentos hay que recibirlos “en espíritu y verdad”. Nuestras prácticas religiosas caen en el fariseísmo en el momento que las separamos del corazón. Por eso se nos pide que honremos a Dios con los labios y el corazón.

        Por eso, las Lecturas de hoy son un serio examen a nuestro cristianismo, a nuestra prácticas sacramentales, a nuestro culto, misas, comuniones, que deben manifestarse luego en nuestra vida personal, familiar, profesional, distinguiendo siempre entre debilidad e instalamiento en el pecado o la no conversión interior, porque fallamos tenemos que tener, somos limitados, pero no instalarnos en ellos.

        “Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”, dice el Señor. Así que estemos más atentos a lo interior, al corazón, para no caer en la hipocresía, en la falsa religiosidad, en un cristianismo falso. Por eso vamos a terminar hoy pidiendo esta gracia con el salmo recitado: “ Señor, ¿Quién puede hospedarse en tu tienda, y habitar en tu monte santo? El que procede honradamente y practica la justicia; el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua; el que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino; el que considera despreciable al impío y honra a los que temen al Señor; el que no retracta lo que juró aun en daño propio; el que no presta dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente. El que así obra nunca fallará (Salmo 41).

 

 

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XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 35, 4-7ª

 

        La Liturgia de este domingo es toda ella un mensaje de esperanza en Dios Salvador. En un momento de desconcierto general por las tribulaciones del destierro, Isaías exhorta a Israel a buscar sólo en Dios la salvación: “Mirad a vuestro Dios que os salvará”.  Parece como si el profeta viese ya presente la salvación; en realidad no la ve, pero cree y está seguro de que Dios intervendrá a favor de su pueblo. Isaías contempla la obra salvadora bajo dos figuras: curaciones milagrosas que devolverán al hombre su integridad física y la transformación del desierto que se convertirá en un lugar delicioso, abundante en agua. Es imagen de la transformación total del mundo y del hombre que se realizará en Cristo.

       

        SEGUNDA LECTURA: Santiago 2, 1-5

 

        Esta Lectura  de Santiago pide al cristiano un comportamiento con los hermanos como Cristo lo tuvo, sin acepción de personas, sino todo lo contrario, donde los pobres sean los preferidos. El mundo es materialista, adulador con los poderosos, está metalizado. Jesucristo nos ha traído otros valores superiores. El creyente debe singularizarse por su cumplimiento. Entre todos ellos el amor al hombre como hijo de Dios y hermano nuestro hay que tenerlo siempre presente. Dios ha dado ejemplo en la Historia de Salvación escogiendo muchas veces instrumentos sencillos y humildes para realizar grandes obras a favor de los hombres.

 

 Evangelio: SAN MARCOS 7, 31-37

       

QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- “Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos”. ¿Qué os sugieren estas palabras? A mí me han sugerido algunas ideas que os comunico con gusto.

        “Y le presentaron…” luego son otros los que llevan al sordomudo ante Jesús, los que le ayudan a encontrar a Cristo para que le cure. Además eran ciertamente amigos del sordomudo y también de Jesús, o al menos lo conocían, y estaban convencidos de que Jesús podía curarlo, es más ¿Por qué no pensar que alguno de ellos, de los que le llevaron, había sido curados antes por Jesús de esta o de otras enfermedades? ¡Cuántos se curarían de sus enfermedades de fe y amor a Dios, de vida y sordera espiritual en estos tiempos actuales, cuántos que en estos tiempos modernos han perdido a Cristo y no le ven, no vienen a las iglesias, no rezan, cuántos que estàn sordomudos en relación con Dios y la fe y la religión católica y la vida cristiana quedarían curados si los trajéramos ante Cristo Eucaristía en nuestra oración o en nuestras misas y comuniones y en ratos de adoración ante Jesús en el Sagrario o simplemente en oración sencilla de petición y padresnuestros! Son muchos los que en este mundo de sordomudos espirituales necesitan ser tocados por Cristo, pero si no tienen quien los traiga por la oración y súplica, no quedarán curados.

Hoy hay muchos alejados de la fe, de la Iglesia, de Cristo; oremos por ellos, tengámoslos presentes en nuestros ratos de súplica y presencia ante el Sagrario, que Él es el mismo Cristo del evangelio y no ha perdido las ganas y los deseos de curar y perdonar y sanarlos si se los presentamos, si rezamos por ellos. querido hermano, examínate ahora de tu oración de súplica e intercesión por tus hermanos, todos los hombres, por la Iglesia, por los sacerdotes, por las vocaciones, por las misiones, por los jóvenes y niños que en estos tiempos actuales no reciben los sacramentos, por los matrimonios secularizados,civiles y sin Cristo, por las familias sordas de fe y vida cristiana… Tú rezas por ellos? por la Iglesia, por el mundo, por las misiones? A mí me parece que no los tenemos muy presentes en nuestras oraciones comunitarias….

        Bien poco le costó al sordomudo ser curado por Jesús; bastó que otros le llevaran, que se dejara llevar por otros y cuando estuvo en la presencia de Jesús no dijo nada, lo dijeron los otros, los que le llevaron. La compasión de cuantos le rodeaban logró la curación ante Jesús. ¡Cuántos quedarían curados si rezáramos más por los pecadores, por los que se han alejado de Cristo! Hoy hay muchos sordomudos por causas ambientales de ateísmo militante y consumista y materialista y luego siempre por las causas personales de sordera espiritual: soberbia, avaricia, lujuria. Vivimos en un ambiente de pecado; no podemos escuchar con  facilidad las llamadas interiores de Dios con tanto ruido.

        Si para que Jesús obre los milagros, es suficiente que alguien le presente a los que lo necesitan, no se entiende bien cómo, a fin de cuentas, hay tantos sordomudos entre nosotros: ¿o es que no conocemos a familiares o amigos que necesiten ser curados por Jesús?; ¿Es que no hay entre nosotros quien no escucha a Dios o no habla con Dios? ¿a qué esperamos para conducirlos  ante Jesús Eucaristía para rogarle que les imponga las manos y les limpie los oídos, para que puedan escuchar su palabra de salvación y sanación  y le toque con su saliva la lengua para que puedan hablar y rezar en cristiano? Por qué nos olvidamos ante el Señor de los que más lo necesitan cuando el Señor  quiere curarlos a todos – para eso vino y está en el Sagrario- en cuanto se los presentemos? ¿Rezamos ante Jesús Eucaristía por los nuestros, por nuestros familiares y amigos? De no haber sido por los que lo llevaron a Jesús, el sordomudo nunca se hubiera encontrado con Él ni Él se hubiera encontrado un buen día curado del todo. ¡A ver si los que estamos sordos para escuchar este y otros evangelio somos nosotros y por eso estamos mudos para rezar por los que lo necesitan!

       

        2.- “Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua”.  Y ¿por qué le apartó? ¿ es que en público no era capaz de curarlo? Se ve por el evangelio que Jesús no perdió tiempo, rápidamente lo alejó de la multitud. Y es que hay ciertas cosas entre Dios y el hombre que tienen que ser en el silencio del ruido y de las cosas. El encuentro entre Cristo y el alma, si es profundo, tiene que ser a solas, en el desierto de la oración; así lo hacía Cristo muchas noches y así tenemos que orar nosotros. Por algo sigue diciendo el evangelio: “Y mirando al cielo, suspiró y el dijo: Effetá, esto es, «ábrete»”. Lo hizo para mirar solo al cielo, necesitaba orar por el sordomudo al Padre. Como en los sacramentos, hay que hacer ritos pero siempre orando, mirando al cielo. Si hacemos y no miramos al cielo el rito y la  vida está vacía de Dios, de su gracia.

        El mandato de Cristo sanó de raíz el mal del sordomudo, porque le salvó de la soledad radical de Dios, que se consigue principalmente en la oración, en la soledad de la oración, del diálogo con Dios, para poder luego comunicarnos con los demás.

        Vivimos en un mundo enfermo, solitario y lleno de soledades y vacíos, porque hay mucho ruido y poco diálogo con Dios y los hombres. Los jóvenes tienen necesidad de ir a discotecas y conciertos de miles y miles de jóvenes porque en el fondo se sienten solos, pero esas miles de compañías no le quitan la soledad que sienten en su interior del Dios Único Amigo del hombre. Es el vacío del mundo actual. Y estamos todos más tristes: más tristes los hombres, los matrimonios, las familias, porque hay muchas compañías que no quitan la soledad. Necesitamos escuchar a Dios y oír su voz dentro de nosotros; es la única que puede curarnos esta soledad y tristeza del alma. Necesitamos también hermanos que nos acompañen, que nos lleven ante Jesús y recen por nosotros.

        Sois, vosotras, monjas contemplativas, alejadas del ruido del mundo para orar por sus hermanos todos los hombres, por el mundo entero, esta es la esencia de vuestra vocación contemplativa de dominicas, que si hay que hacer dulces o lo que sea-como hacen otras-, lo hacéis porque tenéis ganar medios para vivir, pero vuestra tarea principal y esencial es la vida religiosa, la vida de oración y penitencia diaria de vivir alejadas del mundo y sus vanidades, para orar y sacrificaros por la salvación del mundo y santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes y obispos. Qué maravilla de vocación del Señor, qué privilegiadas, qué misterio de amor divino. Sois, tenéis que ser los ángeles de Dios en la tierra.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- La Liturgia de este domingo es un mensaje de esperanza en Dios como Salvador de su pueblo y de los más pobres y abandonados de los hombres. En un momento de desconcierto general por las tribulaciones del destierro, Isaías en la primera Lectura de hoy exhorta a Israel a buscar sólo en Dios la salvación: “Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que os salvará”. Parece como si el profeta viese ya la salvación presente; en realidad no la ve, pero está seguro de que Dios intervendrá en favor de su pueblo.

        Isaías contempla la obra salvadora bajo dos aspectos: curaciones milagrosas que devolverá al hombre su integridad física “se despegarán los ojos del cielo, los oídos del sordo se abrirán…la lengua del mudo cantará”; y en segundo lugar, actuaciones sobre la misma creación, “porque han brotado aguas en el desierto”. Todo ello simboliza la transformación profunda que operará Cristo en el hombre y en la misma creación, transformación que se completará al final de los tiempos cuando todo sea renovado perfectamente.

        Muchas veces, todos nos sentimos o nos hemos sentido abrumados por los mil problemas de la vida personal, familiar, profesional. Hay muchos acontecimientos que nos hacen sufrir. Vivimos bajo la tiranía de los elementos de este mundo. En esos momentos de dolor nada nos da consuelo. Estamos como el pueblo escogido bajo el peso de desgracias y esclavitudes sin cuento. Esta Lectura nos hace abrir los ojos y mirar hacia Dios “que nos salvará” porque Él quiere ser nuestro Padre y libertador. ¿Quién no ha sentido desesperanza en ciertos momentos de la vida? Pero todos o casi todos hemos sentido, al cabo tal vez de años, la mano protectora de Dios que llega hasta nosotros, no al ritmo y del modo que nosotros pedíamos, siempre egoísta, sino tal vez más abundante, pero más humilde.

        Por eso, si alguno está sufriendo actualmente, si alguno se siente como abandonado de los hombres y del mismo Dios, que escuche esta palabra del profeta Isaías, que no se acobarde y que levante el ánimo porque el Dios de Jesucristo “viene en persona, resarcirá y nos salvará. Se despegarán los ojos del cielo, los oídos del sordo se abrirán… Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa”. 

       

        2.- En el evangelio de hoy se resaltan esas promesas mesiánicas cumplidas por Cristo en los pobres y humildes del pueblo, que hacen exclamar a la multitud: “Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Tales milagros atestiguan que las profecías no fueron palabras hueras, y al mismo tiempo son «signos» de una obra de salvación más profunda, que mira renovar al hombre en lo más íntimo. Son signos del perdón de los pecados y de la comunicación de la gracia y de la vida nueva comunicada por Cristo.

        La palabra es el mejor puente de comunicación entre los hombres. Por medio de ella podemos expresar nuestros sentimientos y deseos e ideas interiores. Por eso, en viaje de retorno, por medio de ella podemos enterarnos de todo lo que los demás piensan y sienten. Cuando falta el oído o la palabra en una persona, simultáneamente esta persona queda muy mermada en su relación con los demás y se produce un aislamiento dialogal y afectivo con todo lo que nos rodea. De ahí que sea tan triste esta enfermedad si en una persona junta sordera y mudez: nos convierte en una isla en medio del mundo. Es lamentable si alguno la sufre, porque supone grave incomunicación con el mundo circundante.

        En particular, la curación del sordomudo narrada por el Evangelio de hoy ha sido tomada desde los primeros siglos de la Iglesia como símbolo del bautismo, en cuyo rito se repite el gesto de  Jesús de tocar los oídos y la boca como se hacía en la liturgia antigua de este sacramento, mientras el celebrante oraba «el Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe».

        Este mismo rito, en el bautismo de adultos que oyen y hablan naturalmente, indicaba especialmente la curación de la sordera y mudez espiritual, producida por el pecado perdonado por el santo Bautismo. Y estas dos carencias para la vida espiritual son el símbolo de los dos impedimentos mayores para avanzar por la vida cristiana: ¿Cómo va a llegar la voz de Dios, su llamada y palabra a alguien que no escucha, que tiene los oídos del corazón cerrados a cal y canto por el materialismo, sensualismo, ateísmos reinante actualmente? Y si por mandato de Cristo el evangelio tiene que ser anunciado en el mundo, ¿cómo va extenderse el anuncio si los encargados de hacerlo tienen trabada la lengua, si algún tipo de mudez no les deja hablar con Dios de los hombres y a los hombres de Dios?      

        “Effetá=ábrete”. Jesús, al meter sus dedos en los oídos de aquel pobre hombre para destaponarlos, nos está diciendo a todos: déjame tocarte, quiero librarte de tu sordera, y te curarás; déjate limpiar de tanto tapón que te impide escuchar la Palabra de Dios: Dios existe y te ama y te ha creado para hacerte feliz por toda la eternidad en su misma felicidad. Librando al hombre del pecado, el Bautismo y la Penitencia, sueltan su oído para escuchar la Palabra de Dios y su lengua, para confesar y alabar al Señor. Si la sordera y la mudez fisicas y tantas otras enfermedades continúan afligiendo a los hombres, es porque no se han encontrado, como aquel sordo mudo, con Cristo, el único que puede curar esta enfermedad de los humanos: ni psicólogos, ni autoestimas, ni médicos ni asistentes sociales, solo hay un Salvador: Jesucristo.

        “Effetá=ábrete”, y Jesús al tocar con su saliva la lengua de aquel mudo le llenó de espíritu de oración, de deseos de hablar con Dios, de orar en silencio, “en un sitio aparte”, donde se escucha mejor la voz de Dios y se habla mejor con Él. El mundo actual, todos los cristianos necesitamos dialogar todos los días con Él. La oración es como el aire para vivir; si no respiramos, morimos. Por eso hay tan poca vida cristiana profunda, porque se ora poco. Necesitamos que Cristo nos cure la mudez espiritual. Pidámoselo hoy. Amar y orar se conjugan igual. Si no oramos, no amamos a Dios y a los hermanos. Si no amamos, no podemos orar. Si nos cansamos de orar, nos cansamos de amar. He dejado de amar, he dejado de orar.

 

        3.- “Todo lo ha hecho bien”, dijeron del Señor. ¿Por qué avanza tan lentamente el Reino de Dios entre nosotros? ¿Por qué hay tan pocos profetas y anunciadores del Reino? ¿Por qué las Iglesias vacías? Porque hay muchos cristianos sordos o mudos o las dos cosas a la vez.

        Por no escuchar a Cristo cuando  nos sigue invitando, como hizo  en Palestina: “Venid vosotros a un sitio aparte”, “llamó a los que quiso para estar con El y enviarlos a predicar”, “tomando a Pedro, Santiago y Juan subió a un monte a orar” (Lc 9, 28), vamos al trabajo apostólico vacíos de Él, desprovistos de su fuego y entusiasmo, para contagiarlos a los que nos escuchan y poder hacer seguidores suyos. “Marta andaba afanada en los muchos cuidados del servicio y acercándose, dijo: Señor ¿no te preocupa que mi hermana me deje a mí sola en el servicio? Díle, pues, que me ayude. Respondió el Señor y le dijo: Marta, Marta, tú te inquietas y te turbas por muchas cosas; pero pocas son necesarias o más bien una sola. María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada” (Jn 12,40.42).

        Todo cristiano, todo catequista, apóstol, toda madre cristiana, pero, sobre todos, todo sacerdote debe ser hombre de oración: «A ejemplo de Cristo que estaba continuamente en oración y guiados por el Espíritu Santo, en el cual clamamos “Abba”, Padre, los presbíteros deben entregarse  a la contemplación del Verbo de Dios y aprovecharla cada día como una oración favorable para reflexionar sobre los acontecimientos de la vida a la luz del Evangelio, de manera que, convertidos en oyentes y atentos del  Verbo, logren ser ministros veraces de la Palabra. Sean asiduos en la oración personal, en la recitación de la Liturgia de las Horas, en la recepción frecuente del sacramento de la penitencia y, sobre todo, en la devoción al misterio eucarístico (Sínodo de los obispos sobre el sacerdocio ministerial, 1971).

        Qué carencias más importantes se siguen luego en la vida  personal y apostólica de los responsables de la evangelización,  de los bautizados y ordenados en Cristo, si no saben  infundir con fe viva el conocimiento y seguimiento de Cristo, de hacerle presente, creíble y admirado, por no estar ellos personal y  suficientemente  formados en este camino, por lo menos hasta ciertas etapas. Por eso, al no estar  formados y curtidos en este sendero, al no sentir el atractivo de Cristo, tampoco pueden luego guiar a los demás, aunque sea  su cometido y ministerio principal

 

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        4.- Dice el Papa en la NMI: «Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración...  Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos:“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Hn 15,4). Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial (cfr. SC.10), pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas.

 

N 33.- «La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede enseñar mucho a este respecto. Muestra cómo la oración puede avanzar, como verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre. Entonces se realiza la experiencia viva de la promesa de Cristo:  “El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestará a él” (Jn 14,21). Se trata de un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual, que encuentre también dolorosas purificaciones (la noche oscura), pero que llega, de tantas formas posibles, al indecible gozo vivido por los místicos como «unión esponsal».  ¿Cómo no recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Jesús?

        Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas «escuelas de oración», donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el Aarrebato del corazón@. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparte del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.

        Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino «cristianos con riesgo». En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición.

        Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral.... Cuánto ayudaría que no sólo en las comunidades religiosas, sino también en las parroquiales, nos esforzáramos más, para que todo el ambiente espiritual estuviera marcado por la oración».

 

 

 

XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 50, 5-10

 

        Una vez más nos presenta la Liturgia del domingo la paradoja de la cruz, el misterio del dolor y de la salvación. La primera Lectura con el canto tercero del Siervo de Yavéh, subraya las dos actitudes principales del Siervo: su espontánea y mansa aceptación del dolor y su abandono confiado en Dios: “Yo no me he rebelado ni me he echado atrás… no escondí mi rostros a insultos y salivazos”. Es una descripción anticipada e impresionante de la actitud de Jesús, que irá voluntariamente a su pasión y muerte por obediencia al Padre.

 

SEGUNDA LECTURA: Santiago 2,14-18

 

        Santiago expone una doctrina continuamente recordada por los evangelios, la suprema doctrina del cristianismo: la ley del amor. Pero para que ese amor sea verdadero, debe manifestarse en obras: la fe sin obras está muerta. Si el cristiano no se esfuerza por hacer las obras de Cristo, no puede decir ni manifestar su amor a Dios, especialmente cuando sufre, aceptando llevar la cruz  como el Señor y por el Señor. La fe del cristiano debe ser una fe activa, operante, una respuesta comprometida a la Palabra de Dios

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 8, 27-35

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- En el evangelio que acabamos de leer está muy clara la intención de Marcos: demostrar que Jesús es el Mesías que cumple la voluntad del Padre en medio del dolor y aparente fracaso. Su mesianismo no es de poder político, religioso, económico, es un mesianismo de amor, de salvación del mundo y del pecado, de paz entre Dios y los hombres; el reino de Dios que Él ha venido a predicar y realizar es un reino donde Dios debe ser el único Dios de nuestra vida, a quien debemos adorar y obedecer, abajo los ídolos del dinero y placeres, hacer que todos los hombres seamos hermanos, y hacer una mesa muy grande, muy grande donde todos se puedan sentar, especialmente los más pobres, olvidados, insignificantes, aunque esta obediencia y amor muchas veces nos lleve a la muerte de nuestros egoismos e interesas, de nuestro yo, de nuestro éxito humano y temporal.

        En el evangelio proclamado, Pedro tiene todavía una visión del Mesías, lleno de poder y gloria humana, a pesar de haber escuchado a Cristo hablar de su misión y de cómo la va a realizar en medio de incompresnsiones, persecuciones, sufrimientos y humillaciones; de hecho, en la  narración de Marcos, después de la predicción de su partida, el Señor los sorprende hablando de primeros y segundos puestos en el reino, que lleva también a la madre de los Zebedeo a pedir un puesto importante para sus hijos Santiago y Juan.

        Por eso, ante las palabras de Pedro, que quiere  alejar de Cristo esa sospecha de tanto sufrimiento, Jesús tiene una reacción aparentemente desproporcionada: “aléjate de mí, satanás…”.  Como podemos observar, el cambio ha sido radical en Cristo: Pedro ha pasado de ser “bienaventurado tú, hijo de Jonás” a ser “Satanás apártate de mí, Satanás…”, porque Pedro ha querido apartar a Cristo de este sufrimiento y humillación, que es la voluntad del Padre para Él.

        Nosotros, siguiendo este esquema del evangelista Marcos, vamos a confesar con Pedro: “Cristo,  tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”. Pero hemos de tener mucho cuidado de no confundir el mesianismo de Jesús con el éxito humano y personal, con los falsos mesianismos de entonces y de siempre: mesianismos políticos, temporales, de poder y gloria humana. El Mesías auténtico reina desde la cruz. 

 

        2.- El misterio de la cruz en la vida de Jesús y por tanto en la nuestra, que tenemos que imitarle y seguirle, es necesario para la mayor purificación de nuestro yo y pecados pero no es consagración del dolor y del sufrimiento por el dolor. El evangelio no cultiva el dolor por el dolor, el <dolorismo>. Tengámoslo tiempre presente. En Cristo crucificado la cruz y el sufrimiento es revelación y realización del amor y de la salvación, camino de la realización de la vida cristiana y seguimiento auténtico de Cristo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él”. Esto es lo que hace exclamar a San Pablo: “No quiero saber más que de mi Cristo, y éste, crucificado”.

        Jesús pudo salvarnos desde el triunfo y la gloria humana, pero prefirió hacerlo desde nuestra condición humana y desde la entrega total y el amor por la humildad, desde la renuncia al éxito humano para demostrarnos su amor, porque de esa forma no quedaba espacio alguno para la propia complacencia, para el posible egoísmo: “Actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «nombre sobre todo nombre».” Y así tiene que ser el camino nuestro hasta Dios, el camino de la santidad cristiana, morir al yo para vivir en Cristo y como Cristo. 

 

        3.- Por eso, Jesús nos invita a seguirle abrazando la cruz de cada día, sabiendo que esa aceptación desde la fe oscura al principio que no comprende y desde el amor que sólo siente apego al propio yo y rechazo a todo dolor, Dios lo transformará en resurrección y vida nueva de amor a Dios y  a los hermanos y de salvación para la Iglesia y el mundo, en salvación personal y ajena, en redención de los pecados propios, en amor y vida eterna.

Para esto hay que purificar nuestra fe y amor que al principio aún recibida la gracia se busca a sí mismo y hay aceptaro y purificarnos de nuestro amor propio para hacerlo sobrenatural, divino, amor a Dios sobre nosotros mismos,es decir, que estén sobre los modos y criterios humanos y que sólo Dios nos puede dar, por eso son sobrenaturales, fruto de su gracia. Estas son las purificaciones de la virtudes sobrenaturales. Por eso Cristo nos invitará muchas veces a su seguimiento diciendo:: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. 

        A los cristianos Dios no nos ha dado una explicación sino una praxis: su Hijo crucificado, expresión insuperable de todo el dolor humano. La fe católica no explica una teoría sobre el dolor, nos ofrece un camino, un sentido, una finalidad para el dolor. Y tenemos que tener mucho cuidado, porque en el fondo de cada uno de nosotros está el «yo» ateo, que se ama a si mismo más que a Dios por instinto natural, y si no hay fe y amor sobrenatural, puede sucumbir ante la prueba del dolor, por el que el Dios de los católicos hará pasar a todos su santos, para que demuestren que le prefieren a Él a su propio yo.

        Miremos más a Cristo crucificado; en Él esta no la explicación, sino la aceptación del misterio de la humillación y la cruz, del sentido del dolor cristiano. Jesús desciende hasta lo más hondo del dolor humano para acogerlo y elevarlo hasta lo más alto del amor a Dios y de la nueva vida y resurrección que nos vino por su muerte.

        Es cuestión de fe y amor a Dios, de seguimientos de Jesús de Nazaret, hasta la muerte en cruz de nuestro yo y egoismos, es un misterio que no comprendemos, si no se vive pero por el dolor purificatorio de nuestras faltas y pecados es el único camino para el encuentro con Dios, para la santidad, para la identificación total con Cristo, para una vida cristiana en plenitud, para un sacerdocio total y pleno en Cristo sacerdote y víctima de salvació del mundo y de todos los hombres.

Aquí la inteligencia humana no comprende.  Hay que lanzarse al abismo de la confianza  total en Dios y de Cristo y en su plan de santidad y perfeccción, de imitación total del Hijo encarnado camino y modelo de santidad total para nosotros, todos los hombres, especialmente los sacerdotes, prolongaciones de su ser y existir sacerdotal, jugárselo todo a fondo perdido en una muerte de nuestro yo y pasiones con dolor de cruz, con fe plena y confiada en el amor y proyecto salvador de Dios Trinidad: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho…ser condenado… ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Así nosotros, todos los santos.

Para resucitar a vida divina en Cristo y con Cristo superando lo humano hay que morir al yo en totalidad. Y aquí vendría ahora S. Juan de la cruz explicando todo este camino con las noches de sentido: purificación dolorosa de los pecados de los sentidos y las noches del espíritu, las más prfundas de las virtudes teologales, en noches de fe, esperanza y caridad producidas por la acción directa del Amor de Dios, del Espíritu Santo en las almas ya purificadas en los sentidos para llegar sin velos de imperfecciones a la unión total con la Stma. Trinidad en el espíritu, en las almas: Oh noche, esto es, oh purificación, oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste…

Y después de todo esto la mejor explicación de este dolor purificatorio en nosotros serán sus mismas palabras, porque “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos.” Y los santos,nosotros, los que queramos llegar a esta unión, a estas alturas de transformación en Cristo por la muerte de nuestro yo y purificacion de pasiones para dejar que Cristo, su vida y evangelio, nos llene, nos habite totalmente hasta que podamos vivir y decir san Pablo: “vivo yo, pero no soy yo es Cristo el que vive en mí…” “Esta vida que yo vivo, es privación de vivir, y así es continuo morir

Por eso yo quisiera terminar esta reflexión con las palabras del mismo Pablo: “Me amó y se entregó por mí… no quiero saber más que de mi Cristo, y este crucificado… y añadir nosotros necedad para unos… para el mundo pero sabiduría y fuerza de Dios para los creyentes, para nosotros”. Bueno, mejor terminar con las palabras del mismo Cristo: "El que quiera ser discipulo mío, níeguese a sí mismo, tome su cruz y me siga…nade ama más que el que da la vida por los amigos… vosotros sois mis amigos si haceis lo que yo os mando…”

Meditemos, examimémosnos aquí ahora en su presencia eucarística, es Él, el mismo Cristo que nos ha predicado hoy, con el mismo amor a todos, dando su vida por nosotros, presencia del que se negó a sí mismo hasta la muerte en la cruz y ahora resucitado lo hará presente en la santa misa para salvanos a todos y luego lo está cumpliendo permanentemente aquí en el Sagrario, esperándonos para una amistad de amor y esperanza, Dios hecho un trozo de pan para salvarnos y alimentarnos a todos de su humildad y amor y salvación. Así sea y así lo pido y deseo para todos en mi oración persona y ahora en la santa misa.

 

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SEGUNDA MEDITACIÓN

 

Queridos hermanos, en esta materia del dolor y sufrimiento en la vida cristiana San Pablo es un maestro porque él ha vivido este camino de purificación e identificación con Cristo, desde persegidor se convirtío  en uno de los seguidores más santos y fieles de Cristo y todo por su unión con Él por medio de una oración elevada que empezó en el desierto durantes tres años después de su caída del caballo cuando iba a perseguir a los cristianos, a los seguidores de Cristo, todo por la oración en el desierto y luego en su vida; basta citar algunos de sus textos para comprenderlo:“Me amó y se entregó por mí… no quiero saber más que de mi Cristo, y este crucificado…

Tuvo que purificarse mucho, cambiar totalmente para pasar de perseguidor de Cristo a seguidor más o uno de los más santos, de los más fieles, del mejor apóstol, y todo por la oración-conversión de la que tantas veces hablo.

Pues bien, Dios mismo somete a su Hijo a la cruz y al dolor a pesar de la súplica: “Padre si es posible pase de mí este cáliz... pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Cristo prefiere entregarse confiadamente a esta voluntad dolorosa del Padre que no comprende, que exigirle al Padre una explicación de su pasión y muerte rechazable y dura para ojos humanos; sólo se fía del Padre y sabe que la cruz y el dolor, asumido desde la oscuridad del sufrimiento y de la fe, se convertirá en una nueva vida, que como el amor de donde procede, es más fuerte aún que la propia muerte. Como todos los santos que pasan por las noches, esto es purificaciones dolorosas de la fe y amor a Dios, para llegar la cielo en la tierra, a la unión transformante de Cristo: Chrales de Faucoult, madre Teresa de Calcuta, Isabel de la Trinidad… ya canonizados pero que yo de serminarista o sacerdote los llamaba así

 

Porque Cristo ya lo había predicado para todos los que quieran serguirle:“El que quiera venirse conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga...”  Y hay que creer de verdad en Él y amarle y seguirle, hay que amarle por Él mismo y no por las cosas que nos pueda dar, por la rentabilidad que podamos sacar a la religión, es decir, hay que amarle más que a uno mismo, porque en el fondo muchos de los que se alejan de la Iglesia es porque van buscando su yo antes que la gloria y la alabanza de Dios y el seguimiento de Cristo. Seguimos identificando éxito y amor de Dios a pesar de un Cristo crucificado.

        “El que quiera venirse conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga...” El que quiera vivir su vida, la que le pide su yo, su egoísmo, su soberbia y vanidad, la perderá, pero el que pierda su vida en servir y darse a los demás, la ganará. En el cristianismo la salvación y la redención pasan por cumplir la voluntad del Padre, como Cristo, pisando sus mismas huellas de dolor y sufrimiento. El dinero, el deseo de poder y triunfo humano o eclesiástico será siempre la mayor tentación para la religión cristiana.

        No hay cristianismo verdadero, seguimiento auténtico de Cristo y su evangelio sin cruz, no hay santidad de vida cristiana  y personal, seguimiento auténtico de Cristo sin pisar sus huellas de dolor y aparente fracaso, porque así lo predicó Cristo y lo realizó en su vida y en otros tiempos estaba más presente y practicado en la vida cristiana, como en nuestra juventud, vida del seminario y primeros años de sacerdocio y como lo demuestra la vida de todos los santos de todos los tiempos.  

Y tiene que ser así porque hay que matar el yo , el <ateo>, el « no serviré» de todos los tiempos, que llevamos todos dentro y que quiere adorarse y servirse a sí mismo más que al Dios verdadero, ese dios ateo que se rebela contra el verdadero Dios, pecado original de toda la vida y que no quiere servirle.

        Para mi, desde luego, en el alejamiento actual de las masas de la fe católica y de la Iglesia, entre otras causas,  está el hecho de que la Iglesia actual ya no tiene poder humano, influencias,no puede colocar y favorecer como en otros tiempos, porque todo el poder humano ha pasado a la política y por eso nuestras iglesias están vacías de jóvenes, ahora incluso de niños y no digamos de cincuenta años para abajo. No tiene poderes humanos para llenar nuestras cartillas o darnos más salud si rezamos o vamos a la iglesia, no hay fe, esta es una de las mayores razones de nuestras iglesias y misas vacías. ¿Dónde estamos nosotros, cómo es nuestra fe y amor en Dios, nuestro seguimiento de Cristo? ¿ Y nuestros hijos y nietos, vienen a la iglesia, creen en Dios, quién los salvará para la vida eterna que nos espera?

 

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XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

PRIMERA LECTURA: Sabiduría 12. 17-20

 

        Esta lectura deja oír las palabras de escarnio y odio que los pecadores profieren contra el justo tramando su perdición. La conducta del justo les sienta mal, porque es un reproche a sus comportamientos injustos y egoístas; por eso maquinan continuamente aniquilarlo y quitarlo del medio. Siempre fue así, antiguamente y ahora; y lo fue muy especialmente para nuestro Señor Jesucristo. Condenado injustamente a una muerte “ignominiosa” se vio ultrajado con palabra idénticas a las registradas tantos siglos antes.

 

SEGUNDA LECTURA: Santiago 3, 16-4,3

 

        La humildad, el amor y el espíritu de sacrificio libran al hombre de la envidia y del espíritu de contienda de que habla Santiago en esta segunda lectura; le libran de las pasiones que son el origen de todas las luchas y conflictos, también de los que se tienen por acaparar los primeros puestos. Y, por el contrario, el amor fraterno, la humildad, la servicialidad, le hacen  al creyente partícipe de “la sabiduría que viene de arriba… amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 9, 29-36

       

        QUERIDOS HERMANOS:

        1.- La primera Lectura de hoy deja oír las palabras de escarnio y odio que los pecadores profieren contra el justo tramando su perdición: “Si es el justo, hijo de Dios, lo auxiliará, y lo librará del poder de sus enemigos. Lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura...; lo condenaremos a muerte ignominiosa”.

        La conducta y las palabras del justo saben a reproche continuo de los malvados, los cuales reaccionan maquinando contra él para denigrarlo y quitarlo del medio. Siempre fue así, antiguamente como ahora; y lo fue de modo muy especial para nuestro Señor Jesucristo. Condenado a una “muerte ignominiosa” se vio ultrajado con palabras idénticas a las registradas tantos siglos antes: “Ha puesto su confianza en Dios: que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: «Soy Hijo de Dios»”(Mt 27, 43).

        Se comprende así que, en ese pasaje del libro de la Sabiduría, haya visto siempre la cristiandad una profecía de la pasión del Señor. Hasta la Liturgia lo usa en este sentido poniéndolo como fondo del Evangelio de hoy, que continúa el discurso sobre la pasión del último Domingo: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán: y después de muerto, a los tres días, resucitará”.

        2.- El Señor no separa nunca el anuncio de su pasión del de su resurrección, que es el epílogo de aquélla e ilumina todo ese camino de sufrimiento injusto, que asume y valora para salvarnos a todos nosotros. Los discípulos, en cambio, se quedan sólo en la primera parte de sus palabras, referentes a la pasión, y, aterrorizados, procuran olvidarla. El evangelista nota que “les daba miedo preguntarle” sobre ese tema, porque ellos barruntan que se trata de una ausencia del Señor y empiezan a discutir entre sí “quien sería el más importante”. La pasión prefieren evitarla, ignorarla; es el egoísmo humano, no pensar en los demás sino en el propio interés. Es mentalidad del hombre terreno que huye de la cruz, para procurarse, en cambio, un poco de gloria y asegurarse un puesto elevado por encima tal vez de los otros.

        Los discípulos saben que esta forma de pensar y obrar no agradan al Señor, porque se lo han oído predicar; intuyen que tales sentimientos le pueden molestar y por eso lo discuten sin que Él esté presente. Pero como Él lee en sus corazones, les  dice: “quien quiera ser el primero, que sea el último de todos.” Es lo que él mismo hará en su pasión: se reducirá a siervo o esclavo de los hombres hasta morir por ellos como el último malhechor; pero resucitando será el primero, el primogénito de muchos hermanos adquiridos al precio de su sangre.

       

        3.- El camino seguro para encontrarse con Jesús y en Él encontrarse con el Padre, es siempre el de la humildad y el servicio amoroso a los pequeños, humildes y pobres, sin retroceder cuando en este camino se encuentra la cruz como se la encontró el Señor.

        La humildad, el espíritu de sacrificio y el amor libran al hombre de la envidia y del espíritu de contienda de que habla Santiago en la segunda Lectura (Sant 3, 16-4, 3); le libran de las pasiones que son el origen de todas las luchas y conflictos, también de los que se tienen por acaparar los primeros puestos. Pero este conocimiento del valor de la cruz y de la humildad es “sabiduría que viene de arriba”, y que es “amante de la paz, comprensiva, dócil, llena  de misericordia y buenas obras”.

        La “hora” de Cristo fue fidelidad al Padre, hasta la muerte. Y esta fidelidad de toda la vida de Jesús al Padre y a la misión que le ha confiado (cf.Jn.17, 4) tiene su momento culminante en la aceptación voluntaria de su pasión y muerte: " para que el mundo conozca que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha ordenado" (Jn.14, 30.31)

        En efecto, Cristo no aceptó la muerte de forma pasiva, sino que consintió en ella con plena libertad (cfr Jn.10, 17). La muerte  para Cristo  es la coronación de una vida de fidelidad plena a Dios y de amor salvador al hombre. Él tiene conciencia de que el Padre le pide que persevere hasta el extremo en la misión que le ha confiado.  Y, como Hijo, se adhiere con amor al proyecto del Padre y  acepta la muerte como el camino de la fidelidad radical.

        En este proyecto entraba el que Cristo, a través del sufrimiento, conociese el valor  de la obediencia al Padre. Jesús aprende, pues, la obediencia filial mediante una educación dolorosa: la experiencia de la sumisión al Padre. Con su obediencia, Cristo se opuso a la desobediencia del primer hombre (Cfr.Rom.5,19) y a la de los israelitas(3,4-7). “Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte, fue escuchado por su reverencial temorB (Hbr 5,7-8).

                4.- La pasión de Cristo es presentada como una petición, como una ofrenda y como un sacrificio. Estos versículos evocan una ofrenda dramática y nos enseñan que cuando pedimos algo a Dios, si es de verdad, debe ir acompañada de nuestra ofrenda total como en el Cristo de la Pasión:“Padre mío, si no es posible que pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad”(Mt 26,42). Es la misma actitud que, cuando al final de su actividad pública, comprende que ha llegado su “hora”: “Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora?¿Mas para esto he venido yo a esta hora? Padre, glorifica tu nombre” (Jn 12,26-27). El deseo más grande de Cristo es la gloria del Padre. Y la gloria del Padre le hace pasar por la pasión y la muerte para llevarle a la resurrección y a la gloria, sentado a la derecha del Padre.

        “Y aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia...”(Hbr 5,7-8). Estas palabras encierran el misterio más profundo de nuestra redención: Cristo fue escuchado porque aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer. “El amor de Dios --escribe Juan- consiste en cumplir sus mandamientos” (1Jn 5,3; cfr. Jn 14,5.21). Aquí podemos captar mejor el significado de la Encarnación y la Redención, realizadas por obediencia al proyecto del Padre.

        Cristo, que es Hijo de Dios, no es celoso de su condición filial, al contrario, por amor a nosotros, se pone a nuestra altura humana, para hacerse verdaderamente solidario con nosotros en las pruebas. Vive una situación dramática, que le hace rezar y suplicar con “grandes gritos y lágrimas”. Aquí el autor se refiere a toda la pasión de Cristo, pero especialmente cuando en su agonía reza a su Padre: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt 26 36-47).  Esta fidelidad al proyecto del Padre no le resultó fácil a Cristo sino costosa. En el Huerto de los Olivos confiesa el deseo más profundo de toda naturaleza humana: el deseo de no morir y menos de muerte cruel y violenta. En la narración de los Sinópticos: Mt.26, 36-47; Mc.14,32-42 y Lc.22,40-45, aparece el profundo conflicto y la profunda lucha que se  produce en Jesús entre el instinto natural de vivir y la obediencia al Padre que le hace pasar por la muerte: "Aunque era hijo, en el sufrimiento aprendió a obedecer" (Heb.5,8).

        Humanamente, Jesús no puede comprender su muerte, que parece la negación misma de su obra de instauración del reino de Dios. El rechazo por parte de los hombres, el comportamiento de los mismos discípulos ante su agonía y pasión, sumergen a Cristo en una espantosa soledad; toca con sus propias manos la profundidad del fracaso más absurdo. Sin embargo, incluso ante la oscuridad más desoladora, Jesús sigue repitiendo la oración dirigida al  Padre con inmensa angustia:“Padre si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. El himno cristológico de Filipenses de 2,6-11 evidencia esta obediencia radical: "Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz”.

 

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        QUERIDOS HERMANOS:    1.- Entrar en posesión de la sabiduría fue siempre un ardiente anhelo del hombre bíblico y debe serlo, por consiguiente, para el cristiano de hoy y de todos los tiempos. 

        Pero desde el relato del Paraíso, el autor inspirado constata que el hombre ha sucumbido y sucumbe a la tentación de la falsa sabiduría, engañando por la astucia del espíritu del mal, que le propone escalar las cumbres de la divinidad, haciéndose autor o decidiendo lo que está bien y lo que está mal. Esto es lo que significa y nos quiere decir el relato bíblico, cuando Dios le concede al hombre cultivar y comer de todos los frutos y los árboles del paraíso, menos del “árbol del bien y del mal”, porque ese don y sabiduría de poder decir lo que está bien y lo que está mal se lo ha reservado el Creador del paraíso, del mundo.

        Sin embargo, como en Adán y Eva, esta será la permanente tentación del maligno. Esta es la tentación permanente de un humanismo que pretende bastarse a sí mismo y olvida que solamente Dios puede dar al hombre un corazón capaz de discernir y obrar el bien y el mal.

        2.- El apóstol Santiago, consciente de este peligro, señala los calamitosos efectos de la falsa sabiduría humana, efectos que presenta, no como posibilidad, sino como dolorosa realidad entre sus cristianos: odios, envidias, ambiciones humanas.

        Ayer, hoy y siempre el egoísmo, el orgullo, la autosuficiencia del hombre se opondrá a la obediencia a Dios, a tener que depender de Él para saber lo que está bien o mal, a no poder decidir según sus propios instintos y apetencias.

        El Apóstol advertirá que “la sabiduría que viene de arriba, ante todo es pura y, además, amante de la paz, comprensiva, dócil… ¿De dónde salen las luchas y los conflictos entre vosotros? ¿No es acaso de los deseos de placer que combaten en vuestro cuerpo?”

        Esto aparece claro en el mismo evangelio de hoy: “Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino? Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos.”

         Está claro que los planes y los pensamientos de Dios no coinciden con los de los hombres. Sin embargo, por la fe, aunque no comprendamos y nos cueste, tenemos que seguir a Cristo, tenemos que imitarle, tenemos que cambiar nuestros criterios y sentimientos y actitudes por los suyos, porque en esto consiste el cristianismo, en tratar de vivir como vivió Cristo y pisar sus mismas huellas de amor, servicio, humildad: “el que acoge a un niño ( la pequeñez y la humildad) me acoge a mí”; pero no solamente acoge a Cristo, sino que ese pensamiento y comportamiento es el mismo pensamiento y la sabiduría del Padre, y por lo tanto acoge también al Padre: “y el que me acoge a mi, no me acoge a mí, sin al que me ha enviado”.

        Esto es lo que hizo Jesús y nosotros somos discípulos suyos. En esto se distinguen los verdaderos y los falsos seguidores de Cristo, en que siguen sus pasos, imitan su vida y pisan sus mismas huellas.

        3- ¿Por qué sufrió Cristo, por qué la cruz en su vida? Para manifestar su amor al Padre y a los hombres obedeciendo, y también para desarraigar la idea triunfalista que tanto los Apóstoles como la mayoría del pueblo judío tenían del Mesías. Prueba de ello es la negativa de Pedro en el evangelio del domingo pasado y la discusión sobre los primeros puestos en el reino imaginado por ellos en el evangelio de hoy.

        Jesús sufrió por amor y por obediencia, porque ese era el camino elegido por el Padre para salvarnos. Nosotros hemos de sufrir muchas veces por obedecer los mandatos de Dios, por amor a Él y a su voluntad, para salvarme y aplicarme la gracia de la salvación. Y no hay otro camino: “Quien quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”.

        ¿Quiénes han amado más? Los santos. ¿Quiénes han seguido más cerca a Cristo y han tenido que sufrir más, a veces, por tener y ocupar los segundos puestos? Los santos.  Aceptemos la cruz en nuestra vida; aceptemos el dolor que lleva consigo seguir a Cristo y cumplir los mandamientos de Dios, pisando sus mismas huellas de dolor, que nos llevarán a la liberación de los pecados y a la resurrección y a la vida nueva de los hijos de Dios.

 

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XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

        PRIMERA LECTURA: Números 11, 25-29

 

        Esta lectura nos muestra la intención de Dios de derramar su Espíritu no sólo sobre Moisés y algunos grupos escogidos, sino sobre todos los hombres. Cuando Dios, a instancias de Moisés, que no se sentía con fuerzas para llevar solo la carga de todo el pueblo, “apartando algo del espíritu que poseía, se lo pasó a los setenta ancianos”, congregados en torno a la Tienda de Reunión, acaeció que otros dos extraños se pusieron a profetizar al igual que ellos. Y ante la protesta de Josué, Moisés respondió: “Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor”.  Los verdaderos espirituales se alegran de que todos profeticen y hablen las maravillas del Señor. Quien no se alegra, está poseído por su amor propio, no por el Espíritu del Dios Amor.

 

SEGUNDA LECTURA: Santiago 5, 1-6

 

        Fortísima invectiva del Apóstol Santiago contra los que viven para tener y tener más bienes terrenos sin compartir y pensar en los más pobres. Parecen resonar en sus palabras todas las invectivas de los profetas y los sabios de Israel y son eco de las palabras de Jesús contra los ricos. Hay que reconocer, que, así como en el Nuevo Testamento la doctrina está clara contra los que ponen su confianza en el dinero y le dan culto idolátrico, no es lo mismo en el Antiguo Testamento, donde por una parte, a la riqueza se las considera una bendición del Señor, aunque los autores inspirados desconfían de ella por ser injustas o egoístas.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 9, 37-42. 44. 46-47

 

QUERIDOS HERMANOS: Jesús había comenzado una especie de «cursillo intensivo» para ayudar a madurar a sus discípulos y aclarar cómo ha de ser el rostro de su Comunidad. Hoy se presenta uno de los Zebedeos contando un «incidente» a propósito de alguien que andaba expulsando demonios en el nombre de Jesús y «se lo hemos querido impedir». ¡Ay qué pronto empezamos con prohibiciones, impedimentos y controles! ¿Y cuál es la razón para semejante «iniciativa»? 

      El  problema es que “no es de los nuestros”. No forma parte de nuestro grupo, dice el apóstol. Literalmente traducido: «no nos sigue a nosotros». Así que lo que les inquieta no es si “está o no con Jesús”, sino que “no está con nosotros”. Tampoco importa que “haga milagros”, “eche demonios”, “luche por la liberación de los demás”. Todo eso tiene poco valor para ellos. Lo que les importa es que “no es de nuestro equipo”, “de nuestra parroquia” “no es de nuestro partido”, “no es de nuestra mentalidad”...

      El grupo de los discípulos ocupa el lugar de Jesús, se sienten «dueños» de él. Aquel exorcista “no es de los nuestros”. El punto de referencia no es Jesús, sino “nosotros”. No importa si hace el bien, si vive el evangelio, lo que importa es que “no es de los nuestros”, de nuestro grupo o parroquia. La comunidad apostólica aparece sectaria. Meditemos que hoy puede pasar entre nosotros, en nuestra casa.

      El reproche de Jesús quiere corregir la mirada de los suyos para que se fijen, no tanto en «quién» tiene esa autoridad, quién hace exorcismos, quién usa su nombre... sino en el servicio y el bien que se realiza con ella. Lo primero y más importante no es que crezca el pequeño grupo, sino que la salvación de Dios llegue a todo ser humano, incluso por medio de personas que no pertenecen al grupo. 

     Estas cosas nos ocurren con demasiada frecuencia. En la tremenda polarización desatada en este tiempo, tanto en el ámbito humano y social como en el religiosos. Resulta que si el partido que gobierna no es de los nuestros... no hará nada bien. Siempre miente, siempre tiene ocultas intenciones, se equivoca de objetivos... ¿De verdad que «el otro» no hace nada bien?¿Sólo «los míos» lo harían mejor…

     Y lo mismo ocurre en el ámbito religioso, en la iglesia: si no es de nuestro grupo o movimiento o parroquia, si no es de los nuestros... mejor no unirse ni mezclarse,  en movimientos religiosos que tenían prohibido mezclarse o unirse con otros grupos. Es como si dijeran «nosotros tenemos la verdad y correcta interpretación del Evangelio». No lo dicen, pero es como si lo dijeran. Sólo nuestros curas, nuestras celebraciones, nuestros cursillos, nuestros retiros, nuestras ideas, nuestros... Nos recuerda aquel dicho: aceptar: «¿Tú verdad? no, la verdad;  y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela». Cuando no queremos escuchar la opinión del otro y dialogar con él, es que no nos interesa la verdad, sino la seguridad que me proporciona «mi» verdad.

       Y el grupo de Jesús, el discípulo de Cristo es el que tiende puentes para comunicar el evangelio, el que crea comunión en la comunidad, el que sabe apreciar el bien venga de donde venga, el que se alegra de la riqueza de Cristo en otros, en otras comunidades, parroquias…

         Otra advertencia importante de Jesús tiene que ver con el «escándalo». A Jesús lo tacharon de escándalo sus adversarios, porque sus enseñanzas les descolocaban, les hacían dudar, les perturbaban. Con frases muy duras, propias de la cultura judía, Jesús menciona la mano, el pie, el ojo. 

  • La mano: la mano simboliza la actividad, lo que hacemos. Si nuestras obras nos hacen tropezar, es conveniente cortar con ellas por lo sano, para no acabar en el basurero. El mal obrar, el actuar con intenciones perversas o equivocadas, nos lleva al tropiezo, nos separa del Reino de Dios, del evangelio de Cristo.

 • El pie hace relación al camino, pues los senderos y caminos determinan a dónde vamos, como también  a quién seguimos… a Cristo o al mundo. Por eso si pié, nuestro estilo de vida nos hace tropezar, nos aparta de la convivencia y amor al prójimo, de los caminos de Dios... es bueno cambiar, convertirnos de nuestro estilo de vida con los hermanos. Por fin el ojo…

 • El ojo: Varias citas del Antiguo Testamento relacionan el ojo con un estilo de vida altanero, egoísta y la relación con los bienes materiales; un ojo bueno/sano no es avaro ni envidioso; un ojo malo/enfermo es el que codicia y desea desordenadamente, prefiriendo los bienes de la tierra a los del cielo.

Por los tanto, hermano, meditando todo esto en tu oración diaria ante la presencia de Cristo Eucaristía, la mano: “Si tu mano, si tu manera de actuar te pone en peligro, te hace vivir desde y para la ambición, cámbiala. Tu pié: Si vas por un camino equivocado (pie), que no lleva a la entrega y al servicio, al cumpliento de los mandamientos de Dios y el evangelio de Cristo, modifica el rumbo, tu caminar religioso y humano. Y por fin tu ojo, si la mirada de tu ojo y deseos (ojo) no van en esa misma línea de amor total a Dios y servicio a los hermanos, purifícalo, transfórmalos”.

Esta gracia siempre es necesaria en el mundo y en la misma Iglesia. Pidámosla con fe y esperanza y amor en esta santa misa para nosotros y para toda la Iglesia, para el mundo entero que hoy vive tan alejado de Cristo y su evangelio y de su vida. Amén, así sea.

 

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- El evangelio de hoy tiene dos partes principales y sin aparente conexión: la primera es el intento por parte de los Apóstoles de querer monopolizar el nombre de Jesús, lo cual merece una respuesta clara y contundente del mismo Cristo: “El que no está contra nosotros, está a favor nuestro”; la segunda es la doctrina clara y dura a la vez de Cristo sobre el escándalo a los pequeños del Reino.

        Esta primera parte del Evangelio de hoy encuentra una doctrina y un comportamiento similar en la primera Lectura,  donde Moisés responde a Josué: “¿Estás celoso de mi? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!”. Noble deseo cuyo cumplimiento anunció el profeta Joel para los tiempos mesiánicos y el Apóstol Pedro declaró realizado en Pentecostés: “El Espíritu sopla donde quiere y como quiere”.

        En la primera lectura vemos que para algunos no era lícito que unos hombres “hablaran en nombre de Dios” porque no habían estado en la reunión en la que se concedió el “Espíritu”. Pedían a Moisés que les prohibiese “profetizar” en medio del pueblo. Moisés afirma que eso, lejos de ser un mal, es un gran bien para el pueblo; y “¡ojalá todo el pueblo fuera profeta!”. 

 

        2.- Jesús, por su parte, no quiere una Iglesia cerrada como un «ghetto» sino abierta a todas las ovejas posibles, que no son todavía del rebaño. Nos quiere solidarios de todos los hombres y mujeres en la causas buenas, aunque no sean “de los nuestros”, porque todavía no pertenecen a los bautizados, pero, sin embargo, buscan a Dios y viven del espíritu del evangelio, practicando con lealtad y sinceridad de corazón el bien, la verdad y la justicia entre los hombres. Para Cristo es motivo de alegría, superando celotipias, porque son cristianos «anónimos», cristianos implícitos que se ignoran como tales.

        La pertenencia eclesial no es el único criterio de adhesión a Cristo y al Reino de Dios. Éste está presente en todos los hombres, que no rechacen expresamente a Cristo y que luchen por un mundo más justo y fraterno. Mientras no rechacen expresamente a Cristo “están a favor nuestro”. Y con esta apertura no abaratamos el cristianismo, aunque hay que tener buen discernimiento de espíritus, para no patrocinar el «aquí vale todo», sino seguir a Cristo que nos exige la conversión total al reino.

        La doctrina dentro de la Iglesia en este punto es clara; lo difícil es el discernimiento de espíritus. San Pablo repetirá muchas veces en sus Cartas que en el Pueblo de Dios hay diversidad de carismas y funciones, pero un solo Señor, un solo Espíritu que los reparte, una fe común y un solo Dios y Padre de todos. En todo esto coincidimos muchos que somos diferentes en múltiples aspectos. Lo que se nos pide es fidelidad humilde al Espíritu Santo sin creernos lo únicos propietarios del mismo.

        Muchos santos fueron carismáticos en su tiempo y no fueron plenamente reconocidos; y en cambio, otros, que no tenían el Espíritu, fueron más aplaudidos; para San Pablo hay dos condiciones básicas para la validez de un carisma: la comunión eclesial y el servicio al bien común, y desde luego la autenticidad de su conducta moral: “Guardaos de los falsos profetas… por sus frutos los reconoceréis”.  

        Generalmente somos propensos a la intolerancia. No llegamos a comprender ni a respetar a quien piensa de distinta manera, a quien tiene otros criterios distintos a los nuestros, a quienes opinan de diversa forma. Entonces, la discrepancia degenera en descalificación, agresividad y violencia. Este no es el pensamiento de Jesús. Los caminos del Señor son innumerables y sorprendentes.

        Con lo que Jesús no está de acuerdo es con el daño que hacemos a causa de la infidelidad a su mensaje evangélico.En este punto es interesante lo que afirmaba Gandhi, el padre de la India: «Cuando leo el Evangelio me siento cristiano. Pero cuando veo a los cristianos que hacen las guerras, se odian, oprimen a los pueblos civilizados, se embriagan, etc., me doy cuenta de que ellos no viven según el mandato de Cristo».

 

        3.- El Evangelio exige fidelidad hasta el sacrificio. Y el Señor es tajante, radical, con aquel que “escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen…”. Como cristianos, hemos de practicar el Evangelio con firmeza y generosidad. Así nos impondremos a los demás, no por la fuerza, sino por la ejemplaridad. Es cumplir lo que Jesús nos encomienda: ser luz, sal, fermento; ofreciendo una forma de vida cristiana que merezca la pena ser acogida. El Evangelio no se impone por la fuerza, sino que se ofrece y se acepta porque merece la pena caminar bajo su luz, aunque haya que renunciar a otros muchos bienes, si resultan un obstáculo para llegar al Reino. Así nos lo dice hoy el Señor por medio del evangelista San Marcos.

 

        4.- “El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y le echasen en el mar…”  Así de claro es Cristo para todos aquellos que olvidan que todo pecado no sólo tiene una dimensión personal sino social, máxime hoy con los medios tan numerosos y potentes de comunicación social.

        Un mal testimonio, un mal ejemplo y ¡son tantos! de personas medianamente famosas es rápidamente difundido, propagado en el mundo entero. Grave es para el que lo hace, pero también es condenable las postura de quien lo difunde, lo exalta y lo pone como norma de comportamiento y vive de de ello. Y eso es así porque muchos de nosotros compramos esas revistas y vemos esos programas de televisión. Luego es una forma de propagarlas y difundirlas. Luego merecemos esta condena de Cristo.

        Lo peor de todo es cuando esos malos ejemplos, esas revistas, esos programas de televisión lo ven nuestros hijos y en nuestra presencia. Entonces sí que nos cae de lleno la condena de Cristo. Y luego a lo mejor comulgamos… Hay que comulgar con la doctrina y el evangelio del Señor, con su Espíritu Santo, que es amor sacrificado por los demás. Porque ellos se están abriendo a la  vida, y si sus padres no reprueban esos testimonios, influyen negativa y antievangélicamente en ellos. Por eso en estos tiempos ya no hay pecado, no hay conciencia de pecado, porque se vive ya en el pecado. No es esta la doctrina de Cristo. No es esto lo que tiene que hacer un cristiano auténtico. Pero la curiosidad, la sensualidad, el consumismo materialista del cuerpo y de los sentidos mata el espíritu, el alma, el evangelio y la doctrina de Cristo.

        Ya no nos escandaliza nada porque en el fondo pensamos igual que los que no creen ni viven los mandamientos de Dios: se aplauden divorcios, abortos, eutanasias, separaciones, uniones homosexuales, hijos extramatrimoniales, desfalcos económicos de los inteligentes, crímenes y más crímenes de todo tipo ocupan las páginas de determinadas revistas que las cristianas y los cristianos compran porque les divierte… ya podían comprar los evangelios y libros de oración por esta misma razón. Y luego,  algunos cristianos, como se pasan horas y horas en esos programas de televisión o de revistas, no tienen tiempo para hacer oración, para leer y meditar el evangelio del día.

 

        5.- Debiéramos meditar en estas palabras de Cristo que son sumamente actuales porque todos estamos en medio de una situación de escándalo permanente, tanto activo como pasivo: nos dan y damos malos ejemplos de soberbia, envidia, maledicencia.El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: «El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes lo causan o la debilidad que quienes lo padecen. El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar o educar a los otros»

        Es muy grave que la sociedad actual, por alardear de vanguardista y avanzada, proponga modelos y estilos y doctrinas contrarias al evangelio sin que por parte de la Iglesia se dé una defensa de los pequeños del Reino, que de esta forma   van a carecer de maestros y de guías sacerdotes o padres que le adviertan y les liberen de esos escándalos.

        El evangelio de hoy nos pide que no seamos escándalo activo o permisivo para los que creen o quieren creer en Cristo, en su evangelio, en su vida. Con frase radical pide que nos cortemos antes la mano para demostrarnos la seriedad de sus afirmaciones. Pidamos a Dios revisarnos seriamente en esta materia para que no seamos obstáculo de encuentro con Cristo para los más pequeños del Reino por nuestras palabras y ejemplos de vida; que ninguno deje de creer en el evangelio por nuestro mal testimonio. Preguntémonos hoy: ¿en qué cosas o palabras puedo yo ser obstáculo para que otros se encuentren con Cristo? Sería una forma de agradar a Cristo y cumplir sus enseñanzas.

 

 

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XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

        PRIMERA LECTURA: Génesis 2,18-24

 

        El tema, en el que convergen todas las Lecturas de este domingo, es la familia. Del Antiguo Testamento se lee esta magnífica página del Génesis, en la que Dios hace desfilar ante el hombre “todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo”, para que les dé a cada uno un nombre y vea si entre ellos encuentra una “ayuda adecuada”. Entre tanta variedad de seres, el hombre, sin embargo, se encuentra solo. Dios quiere llenar esta soledad. Crea entonces a la mujer y cuando se la presenta, Adán prorrumpe en una exclamación de alegría, reconociendo en ella a la compañera del todo semejante: “Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne…Por eso abandonará el hombre a su padre…” La indisolubilidad del matrimonio tiene aquí su raíz profunda y sagrada.

 

       

SEGUNDA LECTURA: Hebreos 2, 9-11.

 

        La Carta a los Hebreos presenta la persona de Jesús y su misión con características únicas e irrepetibles. Jesús es el Hijo y su dignidad y grandeza no tienen parangón con ningún otro. Y el autor de la Carta lo demuestra en relación con los ángeles, a los que, en ambientes veterotestamentarios, se le reconocía un papel de mediadores entre Dios y los hombres. Jesús, en cuanto hombre, habiendo renunciado a las prerrogativas divinas en su carne, se encuentra en una condición inferior a los ángeles, pero, por su pasión y resurrección, esa misma carne ha sido elevada sobre todos ellos y se ha convertido en fuente de salvación para todos. De esta forma, es “guía de la salvación” y “mediador entre Dios y los hombres”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 10, 2-16

QUERIDOS HERMANOS:

                1.- La primera Lectura, el salmo responsorial y el Evangelio de este domingo convergen en el tema de la familia. Empezamos en el Antiguo Testamento, donde leemos la estupenda página del Génesis, en la que Dios hace desfilar ante el hombre “todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo”, para que les dé nombre a cada uno y vea si entre ellos encuentra una “ayuda adecuada”. Adán pone nombre a cada animal, pero ninguno de ellos satisface su necesidad de compañía y amor.

        Entre tanta variedad de seres el hombre se encuentra solo, distanciado de ellos por el don altísimo de la inteligencia y de la voluntad, que le hace “imagen” de Dios. Dios entonces quiere llenar su soledad: “No es bueno que el hombre esté solo”… voy a hacerle una ayuda semejante a él”. Y como las otras ayudas presentadas no han sido adecuadas a él, le da un profundo sueño y de su costilla crea entonces a la mujer; cuando se la presenta, Adán prorrumpe en una exclamación de alegría, reconociendo en ella a la compañera del todo adecuada y semejante a él: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”

         Creada para ser ayuda del varón, la mujer lo completa, lo mismo que ella es completada por él. La naturaleza humana es la misma en ambos, pero con diferente sexo, que en el plan de Dios sirve para integrarse y completarse plenamente, sostenerse mutuamente y colaborar con Él en la propagación de la especie humana: “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. La indisolubilidad del matrimonio, por tanto,  tiene una raíz profunda y sagrada, fundada en la misma creación por Dios.

 

        2.- Por eso, cuando los fariseos, en el evangelio de hoy, interrogaron a Jesús acerca del divorcio, que Moisés había permitido en ciertos casos, la respuesta de Jesús fue clara y contundente; y, para que no quedasen dudas, fue completada con la explicación dada en casa a sus discípulos: no hizo distinción alguna y lo abrogó del modo más absoluto, refiriéndose justamente a este texto de la Escritura.

        Y es bueno resaltar que el que afirma la imposibilidad de divorcio entre sus seguidores es el mismo Cristo de la misericordia y comprensión con toda clase de personas y comportamientos, que se ha distinguido por la acogida a los pecadores, a la adúltera, a la samaritana, cananea…etc, es decir, hacia los más débiles en esta materia.

        Creo, por tanto, que en esta materia del divorcio, hay que distinguir dos niveles: primero, el nivel de la doctrina moral del divorcio y en este sentido hay que decir que para un creyente el divorcio está totalmente prohibido; y segundo, el nivel de la práctica o triste realidad de los divorciados, que será como la de Cristo, de acogida, comprensión y ayuda para todos los que sufran por esta causa.

        Jesús para defender el matrimonio para toda la vida apela a dos razones principales: primera, porque “al principio no fue así”, es decir, alude al proyecto originario que viene de Dios sobre el hombre y la mujer. La indisolubilidad del matrimonio brota de la misma naturaleza de amor matrimonial que al decir yo te quiero, quiere decir a la  vez, yo te quiero a ti sola y te quiero para siempre, para toda la vida, porque si no, no es a ti sola, sino hasta que encuentre otra que sea más guapa, me guste más o sea mi esclava. Este amor total pertenece a la naturaleza del matrimonio y del amor esponsal y no puede ser destruido.

        La ley del divorcio es una ley que surge no de Dios sino de la voluntad de los hombres.  Jesús interpreta la ley divorcista de Moisés como una concesión a la dureza de corazón de los judíos, incapaces de una mayor altura moral, tal y  como fueron creados por Dios. Tolerancia que no atribuye a Moisés sino a la dureza de corazón de los judíos. Por eso, con la autoridad de su palabra declara abolida esta ley porque al principio no fue así, esto es, porque la ley de Dios, impresa en la naturaleza del hombre y de la mujer, va contra la separación.

        El divorcio, que desgraciadamente se ha convertido en una plaga y tenemos que lamentarlo ya entre nuestros hijos o familiares, es un mal que daña a la naturaleza misma de la institución matrimonial, de los esposos y, sobre todo de sus hijos, que quedan impactados para toda la vida, porque quita toda seguridad en lo más sagrado y pleno, que es el amor de sus padres. Los hace inseguros, acomplejados, tristes, porque sus padres son como Dios para ellos, y si esto desaparece y se destruye, no tienen ya nada por seguro en la vida. Y todo por el egoísmo muchas veces y las pasiones bajas de los padres. Aquí había que traer esas palabras tan duras sobre el escándalo a los pequeños.  Jesús abrazó a unos niños y dijo tal vez pensando en los divorcios y separaciones: “el que escandalice a uno de estos pequeños…” la rueda de molino al cuello y echarlos en el río. Esto debieran pensar los padres cristianos antes de separarse, porque los indefensos, los derechos conculcados y pisoteados son los de los hijos, que tienen derecho a que sus padres se quieran para toda la vida, para que ellos crean en el amor y tengan la seguridad de ser amados por encima de las pasiones de sus padres.

        Ante la debilidad humana, es permisible que exista una ley del divorcio que ayude a reparar los males, pero no de ninguna forma que sea prodivorcista, que anime al divorcio, que detenga como un triunfo de la libertad, que lo proponga como una defensa de los derechos humanos, cuando de suyo se aplasta a la parte inocente y sobre todo a los hijos, que siempre son los que más sufren y nadie defiende sus derechos a tener unos padres unidos para toda la vida. Siempre pagan los inocentes y los pequeños: aborto, eutanasia, niños de padres divorciados, y todo en beneficio de los adultos poderosos que abusan de sus derechos de dominio y mando y eligen egoístamente lo que más le apetece, sin razones muchas veces, por pasión y consumismo, y no les importa el dolor y la tara que puedan sufrir sus hijos. Son unos egoístas.

 

        3.- Por eso, muy oportunamente el Evangelio del día termina con el trozo referente a los niños. “Le presentaron unos niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios”.

        Muchas veces me he preguntado al leer este evangelio que trata sobre el divorcio, a qué viene esta presentación de los niños y niñas a Jesús después de un tema tan serio y donde ha dicho cosas tan duras contra el divorcio. Pues precisamente por eso, porque con la separación de los padres, los que más sufren son los hijos pequeños. Por eso, al acariciar a estos niños y niñas, Jesús recuerda su propia infancia llena de amor y ternura y gozo con unos padres que se querían de una forma total, exclusiva y para siempre, se acordaba de su hogar y familia que le ayudó a realizarse plenamente como hijo de los hombres, acariciaba a los niños de todos los tiempos como signos sencillos del reino, pero sobre todo quería y abrazaba a los niños y niñas de padres divorciados, que perdieron para siempre el amor unido y total de unos padres, a lo que tenían derecho, porque ellos se fueron a buscar su placeres y sus gustos sin tener en cuenta este deber sagrado de los hijos a unos padres unidos y sin riñas. Cómo sufren los niños cuando simplemente discuten sus padres, aunque no se separen, cómo les escandaliza, les atemoriza, porque para un niño su padre es Dios y si esto se destruye, ya no cree en nadie. De estos hogares rotos surgirán muchos depresivos, inadaptados, tristes, inseguros, decepcionados del amor y de la fe…

         

        4.- La segunda razón para rechazar el divorcio entre los cristianos es el misterio que encierra, es un sacramento del amor de Cristo a su Iglesia y de la Iglesia a Cristo. Cuando San Pablo se refiere al matrimonio cristiano lo ve como una realidad maravillosa por su relación con Cristo y nos dice “que es un gran misterio”. Misterio es algo que sobrepasa las realidades finitas y limitadas por ser más divino que humano: humano es el signo, el símbolo, el icono que contiene realidades divinas, que superan nuestra comprensión y por eso los llamamos misterio; por ejemplo, la Eucaristía: parece pan pero por dentro es Cristo, Pues bien, algo así viene a ser para San Pablo el matrimonio cristiano: es un misterio porque encierra realidades divinas que superan lo que se  ve, que son un hombre y una mujer, que sellan un pacto de amor.

        Para San Pablo, esa mujer y ese hombre, unidos por el sacramento del matrimonio, son icono de la Santísima Trinidad que son tres personas en una sola vida y existencia, tres ramas en un solo tronco, como debe ser el matrimonio, dos vidas, dos ramas en una sola existencia, en un solo tronco; o si lo miramos en referencia a Cristo, deber amarse como Cristo nos ama, con un amor total, que no se rompe nunca, ni por nuestros pecados y debilidades. Por eso el matrimonio es la unión más íntima entre un hombre y una mujer y que refleja la unión de la Trinidad y el amor de Cristo a su Iglesia. Lo dicen los prefacios de las misas de bodas:

        «En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno.Porque al hombre, creado por tu bondad, lo dignificaste tanto, que has dejado la imagen de tu propio amor en la unión del varón y de la mujer. Y al que creaste por amor y al amor llamas, le concedes participar en tu amor eterno. Y así, el sacramento de estos desposorios, signo de tu caridad, consagra el amor humano: por Cristo, Señor nuestro.

        Por eso, con los ángeles y los santos cantamos sin cesar el himno de tu gloria: Santo, Santo, Santo... »

 

        5.- Esta oración sobre los esposos, en el día de su matrimonio, resume y reza toda la doctrina de esta homilía: la voy a rezar por todos los casados que están presentes en esta Eucaristía:

 

        «¡Oh Dios!, que con tu poder creaste todo de la nada, y, desde el comienzo de la creación, hiciste al hombre a tu imagen y le diste la ayuda inseparable de la mujer, de modo que ya no fuesen dos, sino una sola carne, enseñándonos que nunca será lícito separar lo que quisiste fuera una sola cosa.

        ¡Oh Dios!, que al consagrar la unión conyugal le diste un significado tan grande, que en ella prefiguraste la unión de Cristo con la Iglesia.

        ¡Oh Dios!, que unes la mujer al varón y otorgas a esta unión, establecida desde el principio, aquella bendición que nunca fue abolida ni por la pena del pecado original, ni por el castigo del diluvio.

        Mira con bondad a tu hija N., que, unida en Matrimonio, pide tu protección. Abunde en ella el amor y la paz, y siga siempre los ejemplos de las santas mujeres, cuyas alabanzas canta la Escritura. Confíe en ella el corazón de N., su esposo, y, teniéndola por digna compañera y coheredera de la gracia de la vida, la respete y ame siempre como Cristo ama a su Iglesia.

        También, Señor, te suplicamos por estos hijos tuyos: que permanezcan en la fe y amen tus preceptos; que, unidos en Matrimonio, sean ejemplo por la integridad de sus costumbres; y, fortalecidos con el poder del Evangelio, manifiesten a todos el testimonio de Cristo; que su unión sea fecunda, sean padres de probada virtud, vean ambos los hijos de sus hijos y, después de una feliz ancianidad, lleguen a la vida de los bienaventurados en el reino celestial. Por Jesucristo nuestro Señor».

         (MISAL ROMANO, Oración en la Misa de Esposos, A).

 

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(Esta homilía de bodas explica la sacramentalidad del matrimonio por ser icono del amor y de la vida Trinitaria y por ser expresión del amor de Cristo a su Iglesia)

 

MUY QUERIDOS N. Y N., queridos padres, familiares y amigos: Estamos celebrando la fiesta del amor, del amor humano y cristiano, la fiesta del matrimonio de N y N. Nos hemos reunido en esta santa Iglesia Catedral, marco religioso magnífico, para ser testigos de este acontecimiento de gracia y salvación, que es el sacramento del matrimonio que van a celebrar estos dos novios emocionados y temblorosos.

        Muy queridos N. y N.: Todos nos alegramos en este día y pedimos a Dios que realicéis plenamente este designo del amor divino y humano; para eso estamos aquí en esta santa Iglesia, para eso estamos rezando y vamos a ofrecer el sacrificio de la santa misa: Todos los méritos de Cristo para vosotros, para que seáis felices en un amor total, exclusivo y para siempre como el de nuestro Dios, que es todo amor, como el de Cristo a su Iglesia, que es total y para siempre, aunque nosotros no le amemos así.

        Cuando San Pablo ser refiere al matrimonio, dice: “es un gran misterio y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia”. Qué quiere decir San Pablo al afirmar que es un misterio; pues que es más de lo que aparece, más de lo que se ve y se aprecia por fuera. Mirad, es como el sacramento de la Eucaristía, por fuera parece pan, pero por dentro es Cristo, pero de verdad, Cristo vivo y resucitado, que hoy viene lleno de amor a vosotros en la comunión para enseñaros a amar así, porque nosotros no podemos. 

        Y San Pablo lo razona: es un misterio, porque vosotros queridos novios, al ser esposos, tenéis que hacer presente y manifestar en vuestro amor el que Cristo nos tiene a todos nosotros, que no se rompe nunca ni siquiera por nuestros pecados: “Maridos amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia”. Y cómo la amó: con amor único, total, exclusivo y para siempre.

        Cuando dentro de breves momentos digáis: «yo te quiero a ti… y  prometo serte fiel…» tienes que decir para ti y para todos, al ser cristiano y ser esto un sacramento, una realidad religiosa, no meramente civil: yo te quiero a ti como Cristo quiere a su Iglesia; yo  te quiero, es decir, yo no concibo la vida sin ti, no sé ni quiero vivir sin ti… te quiero a  ti solo/a, no hay ni habrá más hombre o mujer en mi vida, y te quiero a ti solo para siempre, como Cristo quiere… para siempre... porque si no es para siempre no es cristiano, es meramente civil, humano, pero no sacramental, religioso. Nos casamos por Cristo, por la Iglesia, no en la Iglesia, porque sea un marco más bonito, con flores y grandioso, para nuestra boda, más que si fuera en el ayuntamiento de nuestro pueblo. 

        ¿Y por qué el hombre tiene que amar así?.., porque así se ama Dios en el misterio de la Santísima Trinidad: son Tres Personas divinas, unidas en un solo amor, en un solo ser, en la misma vida para los Tres; dice la Biblia que “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza”, luego el hombre está capacitado para amar así y debe amar como Dios le ha creado y quiere y en este amar así consiste la felicidad de Dios y la del hombre; y en segundo lugar, porque así nos amó Cristo y quiere que los suyos nos amemos como Él nos ama, con amor extremo, hasta dar la vida, y para siempre..

         Nadie te obliga a ser cristiano, a casarte por la Iglesia, a casarte en Cristo, pero si lo haces, tú tienes que descubrir la grandeza de amor cristiano que supera al meramente humano, y por eso necesitas rezar, confesar, comulgar, venir a misa los domingos para recibir la fuerza y la verdad de Dios, porque si no lo haces, serás y puedes ser buena persona, pero no sabes de qué va Cristo, el cristianismo, el matrimonio cristiano, el proyecto de Dios sobre el hombre, la sociedad, la familia.

        Lo dice muy bien S. Juan: “Dios es amor”, podía haber dicho, Dios es la Verdad, la Vida, el Poder, porque lo es también, sin embargo cuando quiere definirlo en una palabra, nos dice: “Dios es amor”. Y es amor de unión y de familia porque son Tres Personas en un solo Amor.... Es el misterio de la Santísima Trinidad

        Y sigue San Juan: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él no amó primero” Te explico: Hubo un tiempo en que no existía nada, sólo existía Dios, y este Dios entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de amor, felicidad y de vida, pensó crear otros seres para hacerles partícipes de su misma felicidad. Por eso dice la Biblia: “Dios creó al hombre y lo creó a su imagen y semejanza” Qué quiere decir con esto: que si Dios es amor, ha creado al hombre por amor y para el amor. Quiere decir que de nada vale tener un marido que sea un Apolo, todo belleza y poder, si no te quiere; quiere decir que de nada vale tener una mujer toda belleza, una miss universo, si no te quiere, no vale nada para ti.

        El amor es la fuerza que mueve el universo, los astros, las plantas, los hombres. El amor supera en los hombres todas las diferencias, murallas, obstáculos de raza, colores. El amor es néctar al paladar, es dulzura en los labios, es el sentimiento que invade todo el ser, la vida, la existencia, es luz en los ojos, la palabra más dulce, miel en los labios, eterna juventud, por eso Dios es eterno, no pasa el tiempo en Él, juventud eterna: Dios es eterno, porque es amor infinito, por eso, mueren y envejecen los cuerpos, pero el amor no muere, es eterno, cuando es amor, por eso una mujer y el hombre se siente joven, si se siente amado/a.

        El matrimonio es la mayor amistad, el mayor amor, la mayor unión que puede existir entre un hombre y una mujer. Por eso, querida Mónica y Antonio José, estamos todos tan contentos, tan alegres, porque habéis llegado al matrimonio: esta mañana oramos y pedimos a Cristo Eucaristía que realicéis este proyecto de Dios sobre vosotros, que os sintáis casados en el Señor, esto es, para siempre, que os sintáis así cuando salgáis por las puertas de esta Iglesia, que os sintáis unidos y enlazados por el mismo amor de Cristo para siempre, que tengáis esta vivencia y que nunca desaparezca de vuestro corazón y de vuestra vida.

        Y para esto, que recéis todos los días para recibir la fuerza y la ayuda de Dios, que comulguéis hoy con todo el fervor de vuestro corazón, que el sacerdote ofrezca todos los meritos de Cristo por vosotros y que todos os acompañemos con nuestra devoción, ayuda y oraciones.

        El amor es eterno, no envejece, es más, mantiene joven a las personas; mirad esos matrimonios de mayores cogidos de la mano en eterna juventud, mientras muchos matrimonios jóvenes están tristes: una mujer se siente joven, hermosa, se arregla, mientras se siente amada.

        Por eso nos alegramos todos de vuestro matrimonio; y paro eso, brevísimamente:

-- Que recéis todos los días, para tener el amor de Dios y recibir su fuerza, su ayuda, su perdón

-- Que dialoguéis todo y todos los días entre vosotros, para renovaros en el amor primero, que apaguéis la tele, que os cojáis de la mano y paseéis largo ratos juntos.

-- Y que os perdonéis desde el primer día; no somos santos, no te casas con un santo, con una santa, tiene su forma de ser, pensar, obrar, distintos a veces de los tuyos, es la educación recibida. Y para perdonaros y amaros y reconciliaros manda mejor que la Eucaristía, la dominical de todos los domingos. Allí os encontraréis con el mismo  Cristo, que hoy os une en su amor.

 

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XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

        PRIMERA LECTURA: Sabiduría 7, 7-11

 

        Los textos de este domingo giran en torno a la sabiduría  en relación con la riqueza, a la que se la considera un bien más deseable y superior. En la primera lectura se reproduce el elogio de la sabiduría puesta en la boca de Salomón, que la pide a Dios sobre todo otro bien: “La preferí a los cetros y a los tronos… no la equiparé a la piedra más preciosa, porque todo el oro del mundo a su lado es un poco de arena”. La riqueza es un valor puramente terreno y, por tanto, caduco; la sabiduría, en cambio, posee “un resplandor que no tiene ocaso”. Nos estamos refiriendo a la sabiduría que procede de Dios, irradiación de su sabiduría infinita.

 

SEGUNDA LECTURA: Hebreos 4,12-13

       

        La sabiduría divina se comunica a los hombres por medio de la palabra de Dios que es su vehículo seguro y cuyas prerrogativas presenta estos versículos de la Carta: “La palabra de Dios es viva y eficaz, más cortante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu...Juzga los deseos e intenciones del corazón”. El que quiere dejarse guiar por la sabiduría de Dios debe meditar la palabra de Dios, debe aceptar que ésta escudriñe su corazón para iluminarlo y hacerle desprenderse de todo lo que no está conforme con ella; ella fuerza al hombre a declararse a favor o en contra de ella.

 

        DOMINGO XXVIII B

 

QUERIDOS HERMANOS:Me cae bien este joven del evangelio de hoy, en primer lugar, porque la pregunta que hace al Señor, no se la hacen la mayoría de los jóvenes actuales, ni se acercan a Cristo y menos si tienen dinero para gastar en discotecas y bebidas; los jóvenes actuales le preguntarían a Cristo qué tienen que hacer para tener más dinero, mejores coches, mejores botellones más sexo…qué bajón en las misas de los domingo, de cincuenta años para abajo, qué poca gente, y lo peor es que como estos ya han empezado a ser padres, que bajón también en bautizos, primeras comuniones, no digamos en bodas, ya se encarga la televisión que si alguna lo hacen por la iglesia, solo salga antes y después, pero de iglesia, nada.

Hoy a los jóvenes les preocupa poco la pregunta básica sobre el sentido de la vida, por qué viven, para qué viven, sólo interesa pasarlo bien en el momento presente. Me gustaría que hubiera más jóvenes entre los nuestros que preguntasen a Cristo qué tienen que hacer para conseguir la vida eterna. Quizás también en esto nosotros los párrocos tendríamos alguna culpa con nuestros apostolados, pero no me quiero parar más en esto, porque quiero deciros más cosas que he meditado.

        Me gusta este joven porque es un joven que se ha preocupado desde niño por cumplir los mandamientos de Dios como nosotros, con aquellos padres y aquellos años que tuvimos… Y vemos que ama y conoce bastante a Cristo, de hecho, al saludarle, le llama maestro bueno. A Cristo también le cayó bien, y el evangelio nos dice que “Jesús se le quedó mirando con cariño”. Como hoy espero que siga mirándolos, especialmente a aquellos jóvenes de fe que le visiten en las iglesias, especialmente en los Sagrarios, donde siempre nos está esperando con los brazos abiertos.

A nosotros también el Señor nos ha mirada con cariño en nuestra juventud y nos ha elegido para ser sus sacerdotes, pero repito, miremosnos y examínémosnos a ver qué dirección hemos tomado y seguimos actualmente,  a ver si ante la propuesta del Señor, hemos tomado la propuesta de seguirle pisando sus mismas huellas sacerdotales, viviendo su evangelio, pero que con los años y la vida y demás hemos cambiado un poco el sentido y objetivo esencial que tuvimos en el Seminario y primeros años de nuestro sacerdocio, a ver si le seguimos con aquella fe viva y amor de nuestros primeros años, de nuestra juventud sacerdotal, a ver si somos seguidores perfectos de Cristo hasta el punto de que el Señor nos siga mirando con cariño y esperanza, sobre todo en ratos de oración y Sagrario.

De todas formas ya pondrían nuestros jóvenes dialogar con Cristo como este joven del evangelio y por ejemplo en esta celebración que vamos a tener en nuestra ciudad con la Cruz de Cristo y la imagen de la Virgen, procurar no estar tan pendientes de lo exterior y de cómo llevarla y traerla sino del espíritu con que hay que recibirla, vivirla y llevarla, más pendientes de la espiritulidad de la celebración, que de la forma, de lo exterior, aunque lógicamente hay que preocuparse, pero más del sentido y el espíritu de esta celebración, en la que Cristo con su Cruz y la Virgen con su imagen, pero imagen de su presencia  tan cercana de nosotros tanto en Lourdes como en Fátima donde se ha mostrado personalmente tan cerca y viva.

Y lo único que nos ha pedido, como en su próxima visita a nosotros, es más oración y penitencia, vida de gracia, de cumplir los mandamientos de Dios y su evangelio, y para eso, ratos de orar y estar con Dios y con ella en nuestros templos y  más penitencia y mortificación de pecados en el mundo actual que se está alejando de Dios y de su salvación.

Hermanos, que Dios existe y nos ama y nos espera para una eternidad de gozo con la Santísima Trinidad y todos los nuestros, aunque los medios y televisiones y consiguientemente el mundo actual lo niegan, porque no les interesa viviendo como viven; lo triste y peligroso es que estados ateos quieren imponerlo a todos, y la Iglesia tiene que reaccionar más fuerte y claro.

Y nuestra madre la Virgen, que lo ve y lo sufre todo, porque somos sus hijos amados para una eternidad, tuvo que manifestarse llorando en Siracusa, porque le duele que el mundo actual en su mayoría se pierda porque se está alejando de Dios… y llora, porque Dios existe, y la vida eterna existe y el cielo y el infierno existen, aunque el mundo y muchos de los jefes actuales de la tierra lo nieguen porque no le interesa que exista y tener que aceptar un juicio al que serán sometidos y vivir su resultado ya para siempre, para toda una eternidad. Hermanos, somos eternos, tengámoslo siempre presente en nuestras vidas, hemos sido soñados por Dios para vivir siempre en su mismo gozo trinitario de Dios. Este mundo pasa, viviremos con Dios eternamente…

Y este joven del evangelio, sin embargo, puso un límite a su seguimiento de Cristo. Cuando Jesús le propuso venderlo todo y seguirle, dice el evangelio: “A estas palabras frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico”. Atentos, hermanos, a estas palabras del evangelio, porque ninguno de nosotros puede escandalizarse de este comportamiento hoy muy generalizado en el mundo; examínemosnos porque todos tenemos la tentación permanente de hacernos ricos, pero ricos solo de dinero sino de yo y engreimiento que nos impiden ser ricos de gracia y de amor y vida y seguimiento de Cristo, el seguimiento de la vida y evangelio de Cristo, hoy muy olvidado y poco predicado y menos practicado, incluso por los que nos hemos comprometido a seguir sus pasos. Y me gustaría a mí saber cuántos de los presentes, incluido el cura que os predica, estaría dispuesto a dar su dinero, su yo y formas de ser y vivir para seguir totalmente a Cristo en un sacerdocio santo, de seguir a Cristo pobre de si mismo, de sus honores y poderes, para poder darse totalmente a sus hermanos los hombres ¡Cómo lo deseo, como te lo pido, Señor, todos los días en ratos de oración y Sagrario, porque me cuesta, pero lo quiero hasta poder decir con S. Pablo “ya no soy yo es Cristo quien vive en mí”.

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Hoy tampoco son muchos los creyentes, los bautizados que están dispuestos a vender su yo y las posesiones del yo: libertad, comodidad y consumismo por seguir a Cristo, porque ya lo dijo Cristo en otra ocasión: “No se puede servir a Dios y al dinero”.       Jesús, ante esta situación y otras muchas actuales, se entristece y comenta: “qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios”… a los ricos de soberbia, ira, gula, envidia, lujuria… de pecados llamados capitales en mi tiempo, porque decían eran cabeza de otros muchos pecados, sobre todo, el yo, la soberbia, madre de todos los pecados.

“Ellos se espantaron y comentaban—«Entonces, ¿quién puede salvarse?». Jesús se les quedo mirando y les dijo:—«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo». Pues eso, Señor, aquí nos tienes a todos, aunque jubilados de trabajos apostólicos, pero no de nuestra santificación y amistad contigo y con Dios Trinidad y que ya ha empezado y continuará eternamente en tu Ser Divino, en tu esencia y presencia, que llamamos cielo.

“Pedro se puso a decirle: —«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Señor, eso mismo te lo decimos todos los presentes, y me gustaría que también lo pudieran decir todos los elegidos sacerdotes por Ti como los apóstoles.

Y Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones—, y en la edad futura, vida eterna». Señor, qué gozo, así lo creemos y esperamos, es más, lo hemos vivido en ratos de oración y Sagrario contigo, porque tú eres bueno y misericordioso y porque nos elegiste para ser sacerdotes de salvación y gloria en el cielo eternamente contigo. Por eso el cielo empieza en la tierra en ratos de Sagrario.

 

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LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 10, 17-30

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1- Los textos escriturísticos de hoy giran en torno al valor de la sabiduría en oposición a la riqueza. El rey Salomón (a quien se aplica lo que el Libro de la Sabiduría dice) la pide al Señor y frente a ella no tiene valor el poder, la riqueza, ni otros bienes parecidos por los que la gente lucha.  La primera Lectura reproduce este elogio de la sabiduría puesto en boca del rey, que la pide a Dios sobre todo otro bien: “Supliqué y se me concedió un espíritu de sabiduría. La preferí a los cetros y a los tronos, y en su comparación tuve en nada la riqueza. No le equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro a su lado es un poco de arena” (ib 7-9).

        La riqueza es un valor puramente terreno y, por tanto, caduco; la sabiduría, en cambio, posee un “resplandor que no tiene ocaso” y que permanece eternamente. Es claro que no se trata de la sabiduría humana, sino de la que procede de Dios, irradiación de su sabiduría infinita, encarnada en la persona de Cristo y propuesta en el evangelio.

        La sabiduría divina se comunica a los hombres por medio de la palabra de Dios, que es su vehículo seguro y cuyas prerrogativas presenta la segunda lectura: “La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu... Juzga los deseos e intenciones del corazón” El que quiere dejarse guiar por la sabiduría divina, debe meditar la palabra de Dios, debe aceptar que ésta escudriñe su corazón para iluminarlo y purificarlo, para juzgarlo y espolearlo y hacerle desprenderse de todo lo que no está conforme con ella. Es imposible permanecer indiferentes ante la palabra de Dios; ella fuerza al hombre a declararse en pro o en contra y. por ende, a revelarnos tal y como somos realmente.

 

        2.- Es lo que ocurre precisamente en el Evangelio de hoy, que da un paso adelante y presenta la encarnación de la sabiduría, primero en Jesús, Sabiduría del Padre, y luego en sus enseñanzas. Un joven que asegura haber guardado los mandamientos y, por lo tanto, haber vivido sabiamente según la palabra de Dios “desde pequeño”, se presenta al Maestro deseoso de hacer más aún. “Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo—, y luego sígueme”. Jesús le propone la sabiduría suprema: renunciar a todos los bienes terrenos para seguirle a él, Sabiduría infinita. No es una obligación, sino una invitación concreta a estimar en nada la riqueza en comparación con los bienes del Reino de Dios y del seguimiento de Cristo. La palabra del Señor penetra en el corazón del joven y lo aboca a una crisis; pero antes de seguir adelante quiero expresar mi simpatía por este joven y me gustaría que muchos jóvenes de nuestra época hicieran lo mismo, presentarse ante Jesús y preguntarle por la vida eterna.

        Me cae bien este joven del evangelio, en primer lugar, porque la pregunta que hace al Señor, no se la hacen la mayoría de los jóvenes actuales, ni se acercan a Cristo y menos si tienen dinero; los jóvenes actuales le preguntarían a Cristo qué tienen que hacer para tener más dinero, mejores coches, mejores botellones… etc. Hoy a los jóvenes les preocupa poco la pregunta básica sobre el sentido de la vida, por qué viven, para qué viven, sólo interesa pasarlo bien en el momento presente. Me gustaría que hubiera más jóvenes entre los nuestros que preguntasen a Cristo qué tienen que hacer para conseguir la vida eterna.

        Me gusta porque es un joven que se ha preocupado desde niño por cumplir los mandamientos y ama y conoce a Cristo, de hecho, al saludarle, le llama maestro bueno. A Cristo también le cayó bien, y el evangelio nos dice que “Jesús se le quedó mirando con cariño”. Cumple los mandamientos y ha llegado a ser rico sin robar; de no ser así, Jesús se lo hubiera dicho; es más, no está instalado, de hecho busca una perfección mayor. Es un chico valiente que dialoga con el Señor. Ya podrían aprender nuestros jóvenes a dialogar con Cristo con este entusiasmo.

        Este joven, sin embargo, puso un límite a su seguimiento de Cristo. Cuando Jesús le propuso venderlo todo y seguirle, dice el evangelio: “A estas palabras frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico”. Pero ninguno de nosotros puede escandalizarse de este comportamiento: me gustaría a mi saber cuántos de los presentes, incluido el cura que os predica, estaría dispuesto a dar su dinero a los pobres y seguir en pobreza radical al Señor. Aquí la palabra del Señor, como “espada de dos filos”, atravesó el instinto de posesión y el joven se echó para atrás.

        Hoy tampoco son muchos los que venden sus posesiones de libertad, comodidad y consumismo por seguir a Cristo. Ya lo dijo Cristo en otra ocasión: “No se puede servir a Dios y al dinero”. El dinero suele engendrar orgullo, autosuficiencia, actitudes antípodas al amor de Dios y del prójimo. Y hay que tener mucho cuidado, porque todos tenemos el instinto de posesión metido en el cuerpo; y tendemos a amar al dinero más que a Dios, lo tenemos como el becerro de oro y le damos culto de idolatría; nuestro dios es el dinero.

        Jesús, ante esta situación y otras muchas actuales, se entristece y comenta: “qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios”.

        Aquí como en otros pasajes del Evangelio, aparece la riqueza como un obstáculo casi insuperable para la salvación. No porque sea mala, en sí misma, sino porque el hombre es demasiado proclive a atarse a ella, hasta el punto de preferirla a Dios:“ Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios”.

        Ante esta afirmación tan dura del Maestro, los discípulos se han quedado extrañados; la frase del Maestro parece exagerada; sin embargo, Él no la retira. Procura, con todo, infundir confianza. Si para todo hombre, no sólo para los ricos, es difícil salvarse, “Dios lo puede todo”. Dios no niega esa gracia a quien la pide con humilde confianza y recurre al auxilio divino para vencer los obstáculos que se le atraviesan. Por eso son dichosos los Apóstoles, pues teniendo poco, no han vacilado en dejarlo todo: casa, redes o tierras, padre y madre, hermanos y hermanas, por Cristo y por el Evangelio.

        “Señor,-- le dice Pedro en una ocasión, -- nosotros lo hemos dejado todo por seguirte… los que dejan tierras, casas…por mí tendrán cien veces más y el mundo futuro heredarán la vida eterna”.

 

        4.- Debemos agradecer que Jesús hable sin ambigüedades. La doctrina se centra en torno a la escena del joven rico que viene a Jesús en busca de las condiciones para ganar la vida eterna. El joven que viene a Jesús ha cumplido los mandamientos y busca una superación de sí mismo. Mirando al pasado, ha hecho mucho, pero le parece poco. Mirando al futuro, quiere más: la vida, y ésta que sea eterna. Y piensa que por ella se debe pagar cualquier precio.

        La respuesta de Jesús incluye unos mínimos y unos máximos. En cuanto al mínimo requerido, no tiene receta mágica. Se remite a los mandamientos. Según Jesús, la observancia de los mandamientos es necesaria, y ella sola basta para entrar en la vida eterna. El decálogo no es una ley arbitrariamente impuesta desde fueraen contra de la autonomía del hombre. Los mandamientos no atan ni humillan ni esclavizan. Los mandamientos son un camino y una sabiduría, no una cárcel ni una arbitrariedad contra la libertad humana.         Los mandamientos expresan la voluntad y sabiduría del Padre. Contra ellos nada vale el individualismo o el naturalismo por el que muchos querrían constituirse a sí mismos en norma moral sobre lo que en cada momento se puede hacer o no. El decálogo toca los puntos clave de nuestras relaciones con Dios y con el prójimo, que sólo pueden cumplirse perfectamente desde el amor, y el amor no es represión, sino urgencia. La verdadera sabiduría consiste más en una praxis que en una especulación teórica, y la formulación del decálogo es la conclusión sencilla de muchas especulaciones abstractas.

        Este es el mínimo exigido a todos. Para los que aspiran al máximo, la enseñanza de Jesús abre nuevas perspectivas. Significa vender todo lo que se posee para comprar lo que más vale. Frente a la filosofía de la vida, que hace depender la personalidad del éxito en los negocios, del poder del dinero, de las apariencias de riqueza... Jesús enseña que la vida de gracia, el amor en plenitud, la  vida eterna es como una perla de gran valor por la que vale la pena venderlo todo. Es una pista de orientación para la perfección según «los consejos evangélicos»: la vida religiosa. La palabra incisiva que hizo retroceder al joven rico ha trastornado muchas vidas hasta impulsarlas a heroicos sacrificios: despojarse de todo para ser más libres en el seguimiento de Jesús.

        “Sígueme” es la palabra dirigida a algunos a quienes Jesús quería asociar especialmente a su obra. Y ellos, dejándolo todo, le siguieron. Y así todos los apóstoles, todos los íntimos de Jesús, todos los heraldos del evangelio. No se trata de represión, ni de renuncia absurda. Se trata de un amor preferencial, de un liberarse de todo lo que ata para sentirse perfectamente libre. Cuanto más depende uno de las cosas de este mundo, menos libre está para seguir a Dios.

       

        5.- La riqueza es un obstáculo muy serio, aunque no insuperable. Queridos hermanos: El desenlace de la escena anterior le brinda a Jesús oportunidad de instruir a sus discípulos sobre la necesidad del desprendimiento de los bienes terrenos para alcanzar el Reino de Dios. Sin vacilación ni ambigüedades, Jesús afirma que tener alma de rico, es decir, “poner la propia confianza en el dinero” y en lo que se posee, supone una dificultad tan grande para entrar en el reino de la amistad con Él y del seguimiento pleno a su doctrina, como lo es el paso de un camello por el ojo de una aguja. Este es un refrán popular o una hipérbole oriental evidente, pero que expresa bien el aprieto de tal situación.

        Por eso, los discípulos se han asustado; máxime cuando en el Antiguo Testamento las riquezas se consideraban una bendición de Dios, como podemos comprobar por los mismos salmos; les resulta duro este lenguaje y comentan espantados: “Entonces, ¿quién puede salvarse?” Y Jesús contesta: “Es imposible para los hombres, no para Dios que lo puede todo”, como dijo el ángel a María en la anunciación.

        El aviso de Cristo sobre los peligros de la riqueza no es solamente para los ricos de hecho, sino para todos los que somos ricos en deseos de riquezas, especialmente para  cuantos quieran ser discípulos suyos y entrar en el reino de su amistad, gozo y conocimiento, para todos los que quieran llegar a la unión total con Él y tenerle como la máxima riqueza, la perla preciosa encontrada en el campo por la cual van y lo venden todo para conseguir esa unión y esa experiencia de amistad mística.

        Yo diría que es una enseñanza y una seria advertencia para todos, pues todos tenemos «alma de rico», incluidos los pobres de hecho, porque instintivamente ponemos al dinero como dios de nuestras vidas, vivimos para él, le damos culto y le preferimos a todo y a todos, incluido Dios y su reino y amistad.

        A todos los niveles sociales se busca el dinero, frecuentemente con espíritu de codicia, y se pone en él la confianza más que en Dios. Tal actitud endurece y contrista los corazones como le pasó al joven rico del evangelio de hoy, dificulta las relaciones con los demás, enfría la fraternidad humana, nos cierra al compartir con el necesitado, entorpece la solución del problema del hambre y la pobreza en el mundo, despersonaliza al individuo, al hacerlo esclavo y no señor de su dinero —sea mucho o poco—, y finalmente, a nivel cristiano, hace imposible el seguimiento de Cristo, mediante la asimilación del espíritu del Reino.

        Pero venturosamente todo es posible para Dios. Él es capaz de hacer maravillas en quien se le abre totalmente. Nos lo asegura el mismo Cristo. Lo demuestra la experiencia de la Iglesia, de los santos, de tantos y tantos misioneros y religiosos y cristianos del mundo que lo han dejado todo por Cristo y su Reino. Quien se desprende de todo y se vacía de sí mismo ante Dios

        “Tuve en nada la riqueza en comparación con la sabiduría”, se dice en la primera Lectura.La sabiduría es preferible al oro y la plata, al poder, a la salud y a la belleza, porque todo eso pasa y realmente no llena: hoy llenamos nuestras vidas, casas y hogares de todos y estamos tristes al comprobar que nos falta todo, porque nos falta Dios, único que puede llenar todas las aspiraciones del hombre.

        6.- Con frecuencia se aplicó en otro tiempo el texto evangélico de hoy al seguimiento de Cristo mediante la vida consagrada por los votos, en concreto, por el voto de pobreza. El fundamento de tal aplicación creyó verse en el pasaje paralelo de Mt 19, l6 ss, que parece introducir un matiz diferencial (ausente en Mc y Lc) entre observancia de los mandamientos (como algo necesario para la salvación) y desprendimiento total (con miras a la perfección). Para lo primero dice Jesús: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”(v.17); y para lo segundo: “Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme” (v.21).  Aquí radicaría la distinción entre mandamientos y consejos, vía normal y «estado de perfección».

        Pero Jesús no instituye aquí una categoría de «perfectos», superiores a los cristianos corrientes. La «perfección» que se contempla aquí es la de la economía nueva, que supera a la antigua dándole cumplimiento (Mt 5,17); todos son por igual llamados a ella (cf.5,48) (Biblia de Jerusalén).

        El voto de pobreza no coloca a nadie automáticamente en estado de perfección, sino en vías de adquirirla «siguiendo con libertad a Cristo e imitándole más de cerca» (PC 1,2).

 

 

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XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

 

        XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

QUERIDOS HERMANOS:    La Liturgia Eucarística es quicio y fuente de toda la vida de la Iglesia y ella es eminentemente sacrificial, porque hace presente la muerte y la resurrección de Cristo para nuestra salvación. Este carácter sacrificial queda manifestado hoy especialmente en la Liturgia de la Palabra, en la primera Lectura centrada enteramente en el misterio de la pasión y muerte del Señor. Isaías anuncia el plan divino en el Siervo de Yavéh, figura de Cristo: “El Señor quiso triturarlo  con el sufrimiento”. Ésta es la voluntad del Padre que el Hijo acepta por obediencia total hasta dar la vida. Este sacrifico salvará a los hombres y su precio será la sangre y la muerte de Cristo. Muerte, por la que el Padre le hace pasar al Hijo para llevarnos a todos a la resurrección y a la vida eterna. PRIMERA LECTURA: Isaías 53, 10-11

        Para animar a los creyentes a llevar la cruz, San Pablo, en la segunda lectura, les recuerda que tienen en Jesús “un Sumo Sacerdote”, el cual, habiéndose hecho en todo semejante a los hombres, menos en el pecado, conoce sus debilidades, pues las experimentó en sí mismo. Consumado y sentado a la derecha del Padre, Él ahora intercede por nosotros. Por eso: “Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracias que nos auxilie oportunamente”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 10, 35-45

 

        QUERIDOS HERMANOS:    La Liturgia eucarística es siempre sacrificial, porque es el memorial del Sacrificio de la cruz. Pero este  carácter de muerte sacrificial queda hoy especialmente patente no sólo por la Liturgia de la Eucaristía  sino por la misma Liturgia de la Palabra de este domingo, centrada enteramente en el misterio de la pasión y muerte del Señor.

 

        1.- La primera Lectura es un anuncio de su muerte dolorosa y sacrificada, muerte del “Siervo Yahvé”, figura de Cristo:El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento”; Dios quiso entregar a su Unigénito por la salvación del mundo; y esta fue también la voluntad del Hijo, “cuando entregue su vida como expiación”; en un sacrificio “que justificará a muchos”,  o sea, salvará a “todos” los que acepten ser salvados. El precio será su muerte, con la cual expiará “los crímenes de ellos”.

        En el fondo de todo este misterio de dolor y de muerte se manifiesta el amor del Padre y del Hijo a los hombres: Como dice San Juan en su evangelio, la muerte de Cristo es manifestación, en primer lugar, del amor del Padre a los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él”; pero igualmente la cruz es manifestación del amor de Cristo al Padre y a los hombres: “Nadie ama más que el que da la vida por los que ama”; San Pablo lo comprendió perfectamente: “No quiero saber más que mi Cristo y éste, crucificado” o “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”; la muerte de Cristo no ha sido una broma o una figura literaria, sino una verdad sangrante y real, manifestación de su obediencia y adoración al Padre y entrega y amor a los hombres hasta  el extremo. El Padre le hizo pasar por la pasión y la muerte para llevarnos a todos a la resurrección y a la vida.     Cristo no olvida para lo que ha venido al mundo:“Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. Cristo no olvida esta lección realizada por su Encarnación: el Padre le hará pasar por la pasión y la muerte para llevarnos a todos a la vida nueva de hijos de Dios: “El Hijo del hombre será entregado... pero al tercer día resucitará”. Tres veces lo profetizó ante la incomprensión de los suyos. Y así tiene que realizarse también en cada uno de sus discípulos, de aquellos que quieran identificarse totalmente con sus sentimientos de obediencia y adoración a Dios y de servicio y amor a los hombres.

 

        2.- Por eso, en el evangelio de hoy, ante la petición de los hijos de Zebedeo: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”, Jesús nos recordará a todos sus discípulos la lección que no debemos olvidar: “No sabéis lo que pedís ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?

        El hombre intenta siempre evadirse del sufrimiento y asegurarse, en cambio, el honor. Pero Jesús lo desengaña; el que quiera tener parte en su gloria deberá beber con Él el amargo cáliz del sufrimiento, deberá pisar sus mismas huellas de dolor y renuncia y humildad y muerte por los hermanos: “sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”. Aunque los dos apóstoles no hayan comprendido aún el misterio de la cruz, responden afirmativamente: “Lo somos”, y su respuesta es una profecía. Un día, en efecto, cuando hayan comprendido ya las profundas exigencias del seguimiento de Cristo, sabrán sufrir y morir por él; mas para hacerlo, habrán debido renunciar a toda pretensión de primacía. En la Iglesia de Cristo no hay lugar para las mezquinas competiciones del orgullo, para los manejos de la ambición, para el afán de triunfo, gloria o preeminencia sobre los demás.

        “Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.

        Estas palabras del Señor en el evangelio de hoy son como el resumen y la síntesis de la espiritualidad cristiana, del reinado de Dios en la tierra. Es muy difícil comprender este mensaje evangélico, si no se tiene experiencia de los sentimientos de Cristo, si no se vive de su espíritu y actitudes, y es muy difícil vivirlo, porque para poder vivirlo, antes hay que matar el propio yo, que quiere ponerse en el primer puesto, delante incluso de Dios, no digamos del prójimo. Exige una transformación y unión con Cristo y vida de oración muy elevada, para vivir igual que el Señor, que “Siendo Hijo de Dios se rebajó…” y haber experimentado su amor tan intensamente como San Pablo, hasta poder decir: “libenter gaudebo… Me alegraré con gozo en mis sufrimientos para que habite en mí la fuerza de Cristo…Para mi la vida es Cristo, y una ganancia el morir.

       

        3.- Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, esto es, hijos de este mundo, tienen una mentalidad de todo hombre que nace y vive y muere en este mundo. Este mundo tiene unas leyes y comportamientos y aspiraciones que buscan el poder y los primeros puestos, el dominio de unos sobre otros, porque en eso consiste la grandeza y el prestigio personal y social. La madre de los Zebedeo es hija de esta tierra y viene con esta mentalidad, que es la natural de todos, la tuya y la mía y le pide a Cristo naturalmente los primeros puestos para sus hijos en su reino en este evangelio. Yo, el primero, yo y los míos, los más ricos, los más poderosos, los más importantes, lo que mejor vivamos: “Señor, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Pero ya sabemos la respuesta de Jesús.

        Este mundo tiene unas leyes hechas desde el dominio y el poder de unos sobre otros, que nacen del mismo ser del hombre, – carne y espíritu,-- donde el egoísmo se impone sobre el servicio. Esta íntima constitución del ser humano lo plasmamos en comportamientos y leyes que hacen la vida del mundo. Todos nacemos así, tendemos naturalmente a esto y el ambiente nos empuja en esta dirección.

        Viene Cristo al mundo y, sobre este esquema de vida, intenta que vivamos el reinado de Dios, que es servicio y humildad, quiere construir el reino de Dios. El choque es frontal. Como en las Bienventuranzas. Esto exige una conversión radical en el hombre, exige un hombre nuevo, nacido del bautismo y que desarrolle la vida de gracia que ha recibido como semilla.

        Jesús nos dice a todos en este evangelio: en mi reino los jefes no son como en los reinos temporales: aquí los jefes tendrán autoridad, pero el concepto de autoridad es totalmente diverso: en mi reino la autoridad será servicio. Después de lavarlos los pies, en la Última Cena, Jesús dirá a sus discípulos: “Veis lo que he hecho con vosotros, así también vosotros tenéis que lavaros los pies unos a otros.”

        No habrá lucha por los primeros puestos; la competitividad será en buscar los últimos puestos, los que quieran ser primeros serán últimos, porque en definitiva el tiempo en el reino de Dios será eternidad, no sólo lo presente.

        El reino humano, la política, el poder a modo humano engendra envidias, criticas, luchas: los otros discípulos se molestan, porque piensan lo mismo, empieza el escalar en la misma Iglesia, los primeros puestos que no son luego para servir a los hermanos: la experiencia lo demuestra.

        Por eso el reino de Cristo, interpretado y vivido como lo vivió Cristo, provoca miedo, rechazo:  el joven rico, los divorcios, los abortos, la eutanasia, las uniones homosexuales, la violencia del género… todo por no querer humillarnos, servir un poco, vivir la vida, el matrimonio, el amor, la vida como Dios quiere. Los Apóstoles del Jesús sufriente y muerto, le abandonarán. Sólo después de Resucitado, en Pentecostés, serán capaces de dar la vida por Él y por los hermanos todos los Apóstoles. Porque en Pentecostés vino Cristo hecho fuego, hecho llama de amor viva. Pero sin vivencia de Cristo vivo, vivo y resucitado en el pan consagrado todo esto es imposible. Porque estas cosas, el gozo de la cruz, la eficacia de los últimos puestos no se comprende, hasta que no se vive en Cristo Resucitado, vivo y glorioso.

 

        4.- “Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. O como dice la segunda Lectura: “No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado”.  ¿Y por qué? Porque sufrió y Dios quiso ese camino también para los que quieran seguirle: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”. «Por eso tiene tan pocos amigos…» dirá Santa Teresa. Repito la primera Lectura: “El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por su manos… con lo aprendido mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos”

        ¿Queréis salvaros, salvar al mundo lleno de poder y orgullo, queréis salvar a vuestra familia?  Sed humildes, no riñáis por los honores y los primeros puestos, buscad servir como Cristo.

 

 

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QUERIDOS HERMANOS: En el evangelio de hoy, ante la petición de los hijos de Zebedeo: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”, Jesús nos recordará a todos sus discípulos y seguidores la lección que no debemos olvidar: “No sabéis lo que pedís ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?

        El hombre intenta siempre evadirse del sufrimiento y asegurarse, en cambio, el honor, los primeros puestos en todo. Pero Jesús lo desengaña; el que quiera tener parte en su gloria deberá antes beber con Él el amargo cáliz del sufrimiento, de la purificación de sus pasiones y pedados, deberá pisar sus mismas huellas de dolor y renuncia y humildad y muerte por los hermanos: “sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”. Aunque los dos apóstoles no hayan comprendido aún el misterio de la cruz, responden afirmativamente: “Lo somos”, y su respuesta es una profecía.

Un día, en efecto, cuando hayan comprendido ya las profundas exigencias del seguimiento de Cristo, sabrán sufrir y morir por él; mas para hacerlo, habrán debido renunciar a toda pretensión de primacía. En la Iglesia de Cristo no hay lugar para las mezquinas competiciones del orgullo, para los manejos de la ambición, para el afán de triunfo, gloria o preeminencia sobre los demás.

        “Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.

        Estas palabras del Señor en el evangelio de hoy son como la explicación de toda su vida y tarea, el resumen y la síntesis  de la espiritualidad cristiana, del reinado de Dios en la tierra.

Es muy difícil comprender este mensaje evangélico, si no se tiene experiencia de los sentimientos de Cristo, si no se vive de su espíritu y actitudes, y es más difícil vivirlo, porque para poder vivirlo, antes hay que matar el propio yo, que quiere ponerse en el primer puesto, delante incluso de Dios, no digamos del prójimo.

Esto exige una transformación y unión con Cristo y vida de oración muy elevada, para vivir igual que el Señor, que “Siendo Hijo de Dios se rebajó…” y haber experimentado su amor tan intensamente como San Pablo, hasta poder decir: “libenter gaudebo… Me alegraré con gozo en mis sufrimientos para que habite en mí la fuerza de Cristo…Para mi la vida es Cristo, y una ganancia el morir.

       

        3.- Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, esto es, hijos de este mundo, tienen una mentalidad de todo hombre que nace y vive y muere en este mundo. Este mundo tiene unas leyes y comportamientos y aspiraciones que buscan el poder y los primeros puestos, el dominio de unos sobre otros, porque en eso consiste la grandeza y el prestigio personal y social.

La madre de los Zebedeo es hija de esta tierra y viene con esta mentalidad, que es la natural de todos, la tuya y la mía y le pide a Cristo naturalmente los primeros puestos para sus hijos en su reino en este evangelio. Yo, el primero, yo y los míos, los más ricos, los más poderosos, los más importantes, lo que mejor vivamos: “Señor, uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Pero ya sabemos la respuesta de Jesús.

        Este mundo tiene unas leyes hechas desde el dominio y el poder de unos sobre otros, que nacen del mismo ser del hombre, – carne y espíritu,-- donde el egoísmo se impone sobre el servicio. Esta íntima constitución del ser humano lo plasmamos en comportamientos y leyes que hacen la vida del mundo. Todos nacemos así, tendemos naturalmente a esto y el ambiente nos empuja en esta dirección.

        Viene Cristo al mundo y, sobre este esquema de vida, intenta que vivamos el reinado de Dios, que es servicio y humildad, quiere construir el reino de Dios. El choque es frontal. Como en las Bienventuranzas. Esto exige una conversión radical en el hombre, exige un hombre nuevo, nacido del bautismo y que desarrolle la vida de gracia que ha recibido como semilla.

        Jesús nos dice a todos en este evangelio: en mi reino los jefes no son como en los reinos temporales: aquí los jefes tendrán autoridad, pero el concepto de autoridad es totalmente diverso: en mi reino la autoridad será servicio. Después de lavarlos los pies, en la Última Cena, Jesús dirá a sus discípulos: “Veis lo que he hecho con vosotros, así también vosotros tenéis que lavaros los pies unos a otros.”

        No habrá lucha por los primeros puestos; la competitividad será en buscar los últimos puestos, los que quieran ser primeros serán últimos, porque en definitiva el tiempo en el reino de Dios será eternidad, no sólo lo presente.

        El reino humano, la política, el poder a modo humano engendra envidias, criticas, luchas: los otros discípulos se molestan, porque piensan lo mismo, empieza el escalar en la misma Iglesia, los primeros puestos que no son luego para servir a los hermanos: la experiencia lo demuestra.

        Por eso el reino de Cristo, interpretado y vivido como lo vivió Cristo, provoca miedo, rechazo:  el joven rico, los divorcios, los abortos, la eutanasia, las uniones homosexuales, la violencia del género… todo por no querer humillarnos, servir un poco, vivir la vida, el matrimonio, el amor, la vida como Dios quiere. Los Apóstoles del Jesús sufriente y muerto, le abandonarán. Sólo después de Resucitado, en Pentecostés, serán capaces de dar la vida por Él y por los hermanos todos los Apóstoles. Porque en Pentecostés vino Cristo hecho fuego, hecho llama de amor viva. Pero sin vivencia de Cristo vivo, vivo y resucitado en el pan consagrado todo esto es imposible. Porque estas cosas, el gozo de la cruz, la eficacia de los últimos puestos no se comprende, hasta que no se vive en Cristo Resucitado, vivo y glorioso.

 

        4.- “Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. O como dice la segunda Lectura: “No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado”.  ¿Y por qué? Porque sufrió y Dios quiso ese camino también para los que quieran seguirle: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”. «Por eso tiene tan pocos amigos…» dirá Santa Teresa. Repito la primera Lectura: “El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por su manos… con lo aprendido mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos”

        ¿Queréis salvaros, salvar al mundo lleno de poder y orgullo, queréis salvar a vuestra familia?  Sed humildes, no riñáis por los honores y los primeros puestos, buscad servir como Cristo.

 

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XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

        PRIMERA LECTURA: Jeremías 31, 7-9

 

        La liturgia de este domingo es una celebración de la luz, de la fe y de alegría. Luz y alegría por la vuelta del pueblo elegido del destierro. Dios interviene a favor de su pueblo. Y todo acercamiento de Dios exige pureza y conversión. Los que vuelven son el resto perdonado y purificado. Dios se ha acordado del «resto de Yavéh» que ha permanecido fiel y Él mismo se ha hecho su guía para la repatriación. Vuelven todos, hasta los lisiados y dolientes, hasta los “ciegos y cojos”, porque cuando es Dios el que guía, los ciegos quedan iluminados y los cojos caminan sin dificultad. Es una bella figura de la conversión interior de las tinieblas y extravíos del pecado. Así será también en todos los que se convierten del pecado a Dios.

       

        SEGUNDA LECTURA: Hebreos 5,1-6

 

        Esta lectura vuelve otra vez sobre el tema del sacerdocio de Cristo. Se expone aquí la doctrina central de la carta a los Hebreos, matizando no sólo la superioridad del sacerdocio de Cristo, sino su diferencia esencial frente al sacerdocio levítico. Cristo es Sumo y Eterno Sacerdote por voluntad del Padre que le ha conferido esta dignidad haciéndolo mediador entre Él y los hombres. No es posible llegar a Dios sin pasar por ese puente,  que une la tierra con el cielo, ese camino real, que es Jesús, el Señor. No es posible vivir en la fe sin dependencias de Él que es “iniciador y consumador de la fe”.

        San Pablo lo describe en un orden inverso a sus cualidades esenciales. La parte central está en los últimos versículos: “Tampoco Cristo se confirió a si mismo la dignidad de Sumo Sacerdote, sino aquel que le dijo: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy…»”  Cristo es designado por Dios Hijo natural y Sacerdote eterno. Por ser Hijo engendrado y Sacerdote-hombre, es mediador perfecto y compasivo.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 10, 46-52

 

                DOMINGO XXX B (SAN MARCOS 10, 46-52)

 

        QUERIDOS HERMANOS: Esta homilía la podíamos titular:UN CIEGO QUE VIO A CRISTO CON LOS OJOS DE LA FE. Nos dice el evangelio:

“Llegaron a Jericó... Y el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»

El pobre ciego vivía de lo que le daban. Y ¿qué le daban? Pues unas monedas o un mendrugo de pan, y con eso podía seguir viviendo, pero no viendo. Ahora bien, cuando se entera de que es Jesús el que pasa, Bartimero no le puede ver con los ojos de la carne pero con los ojos de la fe y esperanza ve y percibe que sólo Jesús puede darle lo que verdaderamente necesita, la vista; qué paradoja, hermanos, un ciego veía a Jesús más plenamente que algunos de los que le acompañaban. Los ojos de la carne para ver a Dios no sirven, son necesarios los ojos de la fe. Igual en nosotros, solo con la fe, no con los ojos de la carne, podemos llegar a conocer y amar a Jesucristo. Por eso no te pregunto por tu vista, si tienes gafas o no, solo nos importa tener fe, fe y creer en Jesucristo, Hijo de Dios y Único Salvador del mundo.

Pues bien, con esta certeza en Jesucristo que podía curarle Bartimeo se puso a gritar. No ve nada con los ojos del cuerpo, pero ha visto con los ojos del alma, de la fe. También a nosotros nos puede pasar lo mismo, no vemos a Jesús en el Sagrario, en el pan consagrado con los ojos de la carne pero con los ojos de la fe podemos verlo, sentirlo y abrazarlo.

Tú ves a Cristo en el Sagrario, respetas y adoras su presencia o estás ciego con ojos de fe poco viva y te portas ante el Sagrario, como si Él no estuviera presente, no fuera Dios…, es que con los ojos de la fe encendida de amor y respeto y adoración es mejor que verle solo con los ojos de la teología teórica o de ceremonias litúrgicas llenas de cantos pero vacías de a veces de fe y amor y vivencia. Por eso, necesitamos la oración de fe diaria ante el Sagrario en silencio y adoración, necesitamos el encuentro diario con Jesús por la oración eucarística, no solo por el estudio o la liturgia sino por la fe y amor vivos.

Y Bartimeo no sólo emplea palabras sino que las grita. Y las grita no sólo porque le salen muy de dentro, sino también porque quiere que sus palabras no se pierdan entre el vocerío de tanta gente y tanto ruido. Es la necesidad de ver con fe viva al Señor Eucaristía, la necesidad hecha oración potente de fe de entonces y de ahora y de todos los tiempos, llegando hasta Jesús para que nos oiga, Bartimeo es modelo de nuestro encuentro diario y necesitado con el mismo Cristo, entonces en Palestina, pero ahora en nuestros sagrarios, el mismo Jesús, el que está con el mismo poder y amor de entonces y de siempre, amor verdadero de un Dios hecho hombre y luego pan de Eucaristía por amor loco a todos los hombres, a toda la humanidad, es el mismo, el mismo Jesús que curó a Bartimeo y a tantos otros y que ahora sigue curando de fe, amor, gracia, pecados y demás a todos los hombres, a toda la humanidad y todos nosotros en todos los Sagrarios de la tierra, para eso se quedó, y en el Sagrario de nuestra capilla, para acompañarnos en ratos de dolor y de pruebas por medio de la oración eucarística, comunión o celebración eucarística.

Si creemos como Bartimeo, queremos acercarnos hasta Él sobre todo en el Sagrario, queremos pedirle tan fuerte y convencidos como Bartimeo que nos oiga y nos cure. Pues que se note, hermanos, en ratos de Sagrario, de oración eucarística, que todos le visiten, porque Él siempre nos está esperando…

Y qué pena, que a veces hasta nosotros, los mismos sacerdotes, hasta los mismos párrocos le tenemos muchas veces olvidado al Señor en los Sagrario de nuestras parroquias, pero cómo va a creer la gente…  Iglesias cerradas y vacías, qué pena…y no me refiero ahora por la pandemia, aunque también algunos sacerdotes las abren muy de mañana y las tienen abiertas para que el Señor sea creido, visitado, honrado y amado con fe y amor.

Fijáos finalmente, hermanos, en otra paradoja y enseñanza, fijáos en lo que nos dice el evangelio de hoy, nos dice que algunos de los que acompañaban a Jesús, impedían a Bartimeo encontrarse con Cristo, gritarle y pedirle su curación…pues bien, esto sigue pasando hoy en el mundo especialmente con tantos políticos que impiden la enseñanza del evangelio y de Cristo, tantas televisiones y medios que nos impiden ver y encontrarnos con Cristo,rezar y creer en Cristo, el único Salvador total de los hombres en el tiempo y en la eternidad.

Pues bien, Señor, esto es lo que queremos y te pidimos  hoy todos nosotros: que nos cures de nuestras cegueras para seguirte a Ti, como Bartimeo, aunque otros no te sigan y medios y políticos nos lo impidan en este mundo.

Por eso, todos nosotros, como el ciego Bartimeo, desde lo más hondo de nuestro corazón le pedimos: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! Y deseamos tener el gozo de escucharle en nuestras comuniones, misas u oración personal, como lo hemos escuchado muchas veces: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Señor, cúranosde nuestras cegueras para que te podamos seguir en esta vida y eternamente en el cielo contemplando en tu gloria lo que aquí hemos contemplado y vivido con fe viva y amor, con fe no solo creída sino con fe vivida, orada, contemplada sobre todo en ratos de oración eucarística.

 

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SEGUNDA MEDITACIÓN

 

Fijáos finalmente, hermanos, en otra paradoja y enseñanza, fijáos en lo que nos dicía el evangelio del domingo, nos dicía que algunos de los que acompañaban a Jesús, impedían a Bartimeo encontrarse con Cristo, gritarle y pedirle su curación…pues bien, esto sigue pasando hoy en el mundo especialmente con tantos políticos que impiden la enseñanza del evangelio y de Cristo, tantas televisiones y medios que nos impiden ver y encontrarnos con Cristo,creer en Cristo, el único Salvador total de los hombres en el tiempo y en la eternidad.

Pues bien, Señor, esto es lo que queremos y te pidimos  hoy todos nosotros: que nos cures de de tantas cegueras de tu vida y persona en el mundo actual que nos impiden verte y seguirte a Ti,  que nosotros, aunque otros no te sigan y medios y políticos nos impidan verte, nosotros con fuerza y valentía, como Bartimeo, te busquemos para que nos cures de tantas cegueras de tu vida y persona y presencia en el  mundo actual.

No olvidemos jamás que Cristo vino a nosotros y se encarnó unicamente para ser nuestro amigo y compañero de salvación eterna porque somos eternos, nuestra vida es más que esta vida y para eso murió y resucitó y se ofrece en la santa misa como víctima de vida y salvación eterna por el mundo entero y se nos da como pan de vida eterna para todos, esta es la razón del Cristianismo, ser sembradores de eternidades, repito algo poco predicado y menos creído hoy por el mundo, que Cristo vino para abrirnos a todos los hombres las puertas de la eternidad, del cielo, qué pena que su mensaje de eternidad por lo que se encarnó y murió y se hizo pan eucaristía y de vida eterna en todos los sagrarios.

Què pena que hoy esté tan olvidado, tan poco creído y practicado por el pueblo cristiano, y quizás poco predicado por la misma iglesia, los sacerdotes, especialmente en los domingos día de la resurrección de Cristo y de la nuestra, de todos, qué pena que en este mundo actual las televisiones y los medios impidan y prohiban gritar a Cristo, invocar a Cristo… aquellos no tenían caridad ante el ciego necesitado, hoy estos medios y mucho gobernantes no tienen caridad ante este mundo necesitado de ver y creer y vivir para la eternidad,  y lo increpan al ciego para que se callara, para que no rece y grite al Señor, como hoy muchos políticos y la iglesia calla, no grita, vamor a ver si con el sínodo convocado se oyen voces salvadoras de Dios y de la eternidad de los hombres, porque el hombre es más esta tierra, que este mundo y este espacio.

 ¿No imitaremos nosotros alguna vez en nuestras vidas este comportamiento con nuestro ejemplo, nosotros, párrocod  cerrando las iglesias todo el día y haciendo que la gente no pueda visitar y encontrarse con el Señor como si el Señor no estuvera esperándonos siempre con los brazos abiertos para ayudarnos y curarnos de nuestras

cegueras, de nuestras faltas de fe y amor? Revisemos…revisémosnos cómo nos estamos portando con Cristo en el Sagrario en  nuestras vidas.

Pero ¿cómo van a hacer callar el pobre ciego cuando se trata de una cosa vital para él? No callará jamás. Gritará más fuerte y lo hará por necesidad, como nosotros tenemos que gritar muchas veces en nuestra vida, es el grito hecho oración, es nuestra gran fuerza y palanca para moverlo todo, para levantar las parroquias, los feligreses, nosotros mismos, el mundo entero hasta Dios. La oración de petición, de ofrenda, la santa misa en diálogo con el Señor, la visita larga y diaria de los párroco ante el Sagrario, ante el Santísimo que se quedó ahí precisamente para estar junto a nosotros y escucharnos y atendernos en este camino a la eternidad,  la oración ante Jesús es la gran oportunidad de Bartimeo y de todos los bartimeos del mundo, de todos los hombres necesitados siempre de Jesús, Dios y hombre verdadero, de Dios amigo de todos los hombres que pasa junto a nosotros todos los días para curarnos de todos nuestros males, para ayudarnos, para alimentar nuestra fe.

 

 

MEDITACIÓN DEL JUEVES EUCARÍSTICO

 

Queridos hermanos: Todos nosotros, como el ciego Bartimeo del evangelio del domingo, desde lo más hondo de nuestro corazón estamos aquí esta tarde para pedirle al Señor: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! Y deseamos tener el gozo de escucharle en nuestras comuniones, misas y ahora en este rato de oración personal, como lo hemos escuchado muchas veces: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Señor, cúranosde nuestras cegueras para que te podamos seguir en esta vida y eternamente en el cielo contemplando en tu gloria lo que aquí hemos contemplado y vivido con fe viva y amor, con fe no solo creída sino con fe vivida, orada, contemplada sobre todo en ratos de oración eucarística.

Queridos hermanos, nosotros tambien como el ciego Bartimeo debemos gritar y pedir y orar ante el Sagrario donde está este mismo Jesús, con el mismo amor, con el mismo deseo de curarnos de nuestros pecados y defectos, de nuestras cegueras, el Jesús de entonces, de ayer y de siempre y eternidad, que nos ama, que puede curarnos de todas nuestras cegueras del cuerpo y del alma, está el mismo Jesús, con el mismo amor y poder y deseos de curarnos si nosotros venimos todos los días a orar y a pedírselo con fe en ratos de oración…

El ciego del evangelio nos enseña lo que debemos hacer todos los cristianos, especialmente los sacerdotes, venir todos los días, en ratos de Sagrario, a dialogar, a pedir, a estar con él porque para eso nos ha llamado al sacerdocio, a ser prolongación de su amor, vida y evangelio porque así nos lo dice el evangelio: “llamó a los que quiso para estar con el y enviarlos a predicar, eso es el sacerdocio, para eso nos ha llamado a esta maravilla, para estar con él…: y por otro lado, nosotros, cómo decir y predicar que está aquí Jesús, el Hijo de Dios, cómo predicarlo y luego no nos ven a los párrocos y sacerdotes junto a Él durante algunos ratos del día?

 El mundo actual no es más que una multitud de mendigos y faltos de fe, que necesitan la curación de su cequera y nosotros que acompañamos a Cristo en este rato de oración, o en la santa misa luego debemos pedir  por su curación ahora, en esta misa.  

Pasa y viene a mi encuentro el mismo Jesús. Todos nosotros lo creemos y estamos convencidos, ¿pero lo sentimos, de vemos? Para eso, para sentirlo…para verlo y gozar de su vista y presencia, primero hay que gritar, luego limpiar nuestra ceguera de defectos e imperfecciones morales para poder luego verlo y sentirlo, sentir a Cristo… ratos de oracion, ratos gritándole a Cristo junto al Sagrario: santa Teresa: que no es otra cosa oración….

Y a mí, y a nosotros y a tu Iglesia, Jesús, nos pasa como a aquel ciego. Me dicen que me calle, la gente, el mundo actual, sobre todo los políticos y los medios nos dice, que callemos, que no gritemos, que no que no te prediquemos a ti y a tu evangelio, que no vayamos a la iglesia,  y así, en la primeras comuniones que debe ser un encuentro contigo del niño y de toda la familia, pero que han bajado muchísimo, lo importante es el traje y el banquete, y en la Confirmación… Tú, nada o poco… por eso, Señor, en nuestras misas y comuniones, por encima de todo, quiero buscar el encuentro de fe y amor contigo, y tratar de que todos lo vivan.

Jesús, mis pasiones, mis egoísmos, mis comodidades me lo impiden, causan mi ceguera de ti y hacerlas caso es condenarme a permanecer ciego de Ti toda la vida, para siempre. Me dicen que no ore, que me calle ante un mundo que está muy mal, un mundo que está ciego y que yo tengo la obligación de salvar, de rezar por él, por eso y para eso, ratos de oración estando muchas veces a solas con el único que puede curarnos de nuestros pecados, de nuestros egoísmos…

Pues bien, Jesús, no, no haré caso a estas televisones, medios etc del mundo, ni tampoco a mi comodidad y mis pasiones y egoismos porque Tú eres mi luz y mi fuerza; y la oración diaria, sobre todo ante tu Sagrario, es la mejor y principal fuente de amor, de fe, de esperanza y encuentro contigo y con tu salvación, incluso durante la celebración de la santa misa, de la comunión, tiene que haber encuentro personal y directo contigo. Mi oración personal, la oración eucarística, la santa misa, la comunión  tiene que convertirse en el grito con el que todos los días me dirijo a ti para pedirte que cures mis cegueras de fe, de amor, de entrega, de caridad con los hermanos, de compañía a los que se sienten solos en medio de todos. Por eso, desde lo más hondo de mi ser, te digo: “Ten compasión de mi, Jesús, Hijo de David!”

 

“¡ANIMO, LEVANTATE! QUE TE LLAMA(Mc. 10, 49)

        Jesús tiene un oído muy fino. No hay súplica salida del corazón del más pobre que no le llegue a su corazón también. El tiene un corazón muy sensible. Pero es preciso que el que ora ponga su corazón a gritar, que no se contente con una oración de labios. De este modo llegó al oído y al corazón de Jesús la súplica del ciego. Y Jesús le llamó. Y esta llamada de Jesús le llena de ánimo. Jesús le ha oído y se ha fijado en él para hacerle discípulo.

No hay ejemplo más claro de prontitud en todo el Evangelio: «Arrojó el manto, dio un brinco y vino donde Jesús». Probablemente el manto era el único estorbo que impedía al pobre ciego acercarse a Jesús. Hay que desacerse de todos los mantos, las comodidades, los pecados que nos impiden acercarnos a Cristo, ver a Cristo. La comodidad. No dudó en deshacerse de él.

Tengo que repetirme muchas veces: «Jesús está pasando a mi lado y son muchos los que me dices, especialmente los sacerdotes: ¡Animo, levántate!, que te llama...» Y es verdad, Jesús. Tú estás cruzando continuamente tu camino con el mío. Tú cruzas tu camino con el camino de todos los hombres. Algunos prefieren no encontrarse contigo ¡Pobres...! se quedarán siempre ciegos.

Yo sí; yo quiero que pases a mi lado. Yo quiero que me llames. Yo quiero responder con prontitud, dejar de la mano todo lo que me entretiene y correr hacia Ti que me llamas.

Porque sé que tu llamada para curarme de mis cegueras de pecados. Por eso quiero responder con prontitud y con alegría tus llamadas. Sobre todo desde la Eucaristía, desde el Sagrario, desde

 

“¡MAESTRO, ¡QUE VEA!”(Mc. 10, 51)

 

A tientas ha llegado el ciego ante Jesús. Jesús va a hacerle un examen a ver si conoce cuál es su verdadera necesidad: “¿Qué quieres que haga contigo?”. El ciego propiamente sólo tenía una desgracia: ser ciego. Y él se daba cuenta de ello. Por eso, ante la pregunta de Jesús, fue lo primero y lo único que dijo: “Maestro: sólo quiero una cosa, ver”.

Esta es, Jesús, mi gran desgracia también: no veo, no me doy cuenta, soy un inconsciente. Estoy delante de Ti y sólo te conozco por fuera; no he entrado aún en el misterio de tu persona; veo un trozo de pan pero no entro dentro del pan para verte y tener la luz del camino, de la verdad y de la vida; comulgo, pero no entro en comunión de tus sentimientos y vida, no entro dentro del corazón del pan y descubro a un Cristo emocionado, con el pan en las manos, que nos dice: Tomad y comed, acordaos de mí, de mi emoción en dar la vida por vosotros, en quedarme para siempre en un trozo de pan por deseos de amistad y salvación para todos. Oigo tus palabras, y hasta me las sé de memoria, pero no he penetrado en su verdad más profunda, porque no las vivo. Veo que eres bueno y cariñoso, pero no lo siento, porque no vivo como tú, ni perdono como tú, ni amo a mis hermanos como tú…ni pienso como Tú me enseñas desde el evangelio o desde la presencia humilde de tus Sagrarios… Por eso, no valoro aún la oración, la Eucaristía, la renuncia a mí mismo, el servicio a los demás. Tantas y tantas cosas son las que no veo aún. Esta es la señal de que estoy todavía ciego para verte y ver y comprender tu evangelio, Señor.

Pero hoy, con tu eucaristía y el evangelio que estamos meditando, providencialmente Tú estás a mi lado y me preguntas como al ciego Bartimeo: qué quieres que haga por ti, que esperas de Mí? Para esto, para escucharme y curarme de todos mis cegueras  te quedaste en el Sagrario. De este modo Tú pones en mis propias manos la solución de mis cegueras y torpezas y tropiezos en la vida.

Porque cuando Tú me preguntas ¿qué quieres que haga contigo?, no es para que yo te pida el primer capricho o tontería que se me ocurra. No, Tú me lo preguntas para ver si yo me doy cuenta de cuál es la verdadera necesidad mía y para ver si de verdad quiero aumentar mi fe en ti, en tu amor, en tu persona, en la eternidad de gozo que me espera en tu persona, por la cual viniste y te encarnaste y predicaste y moriste y te quedaste para siempre en todos los sagrarios de la tierra, para que me cures y me des lo que verdaderamente necesito.

Pues sí, Jesús. Quiero pedirte que pongas tus manos sobre mis ojos para que te vea. Para que yo te vea a Ti, para que yo te conozca a Ti, para que conozca el sentido de mi vida, para que conozca mi vocación y mi trabajo en la vida, para que me dé cuenta de las necesidades que hay a mi alrededor, para que aprecie la Eucaristía,  para que valore el trabajo, la humildad, la sinceridad y tantas y tantas cosas tengo que ver aún. Por eso, Jesús, sólo te pido unos ojos nuevos. ¡Maestro, que yo vea...! Sí, si veo, pero no como tú ves…, como tu ves la vida, los hombres, las cosas… para lo que viniste al mundo, para ver lo único que verdaderamente importa, la salvación eterna, no la del mundo.

 

“RECOBRÓ LA VISTA Y LE SEGUIA POR EL CAMINO”(Mc. 10, 52)

 

Los días de Jesús estaban contados. Era la última subida que hacía Jesús a Jerusalén; porque Jesús tenía allí una cita con toda la humanidad y quería ser puntual a ella. En Jerusalén iba a entregarse por todos los hombres y deseaba que sus amigos le siguiesen en esta actitud de dar la vida por los demás. Los apóstoles habían comprendido muy poco y le seguían con miedo. Además, intentaban retrasar cuanto podían la marcha, algo malo barruntaban.

Jesús, caigo en la cuenta que nadie puede entenderte, si primero no está totalmente abierto a Ti, como este ciego, y si Tú, además, no le iluminas con una luz especial. Los hombres nos creemos que entendemos las cosas y que ya no necesitamos que nadie nos diga nada porque ya conocemos suficientemente, incluso  tu Evangelio ¡Qué vana pretensión! Nos pasa como a tus discípulos: Ellos iban contigo y no habían entendido ni a qué iban, ni por qué. Ellos iban con miedo precisamente porque creían que iban a algo malo. Estaban ciegos. Estamos ciegos. Yo estoy ciego.

Este sería el primer paso para mi salvación, para encontrarme contigo en plenitud: reconocer que estoy ciego, por lo menos un poco ciego, de Ti y de tus cosas no entiendo tu persona y tu amor hasta el extremo, de por qué nos amas hasta el extremo, hasta el extremo de dar la vida y morir así, los hombres debesmo de valer mucho para el Dios que nos ha creado y soñado para una eternidad de gozo con El, en su mismo misterio trinitario.., así que lo mejor que puedo hacer ahora es pedirte que me cures. Porque si Tú me curas podré arrancarme de mi estado de pobreza espiritual y sobre todo, sólo si Tú me curas, yo podré ponerme en camino contigo podré ya seguirte con gozo y amor y esperanza hasta la eternidad.

Esto es lo que yo quiero y te pido hoy: que me cures de mi ceguera espiritual para seguirte a Ti, como Bartimero, aunque otros no te sigan; arrancarme de mi mundo de oscuridad y esclavitudes, Por eso, como el ciego Bartimeo, desde lo más hondo del corazón te repito: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! Y tener en mi oración personal el gozo de escucharte: Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- En los Evangelios leemos frecuentes curaciones de ciegos por Jesús. Si todo milagro es un <signo> en la mentalidad de San Juan Evangelista, quizá ninguno lo sea más que la curación de una ceguera por parte del Señor. Por la antítesis manifiesta entre tinieblas y luz, pasan a ser la ceguera y la vista un símbolo de la incredulidad y de la fe respectivamente. Además, devolver la vista a los ciegos es una de la señales mesiánicas de la llegada del Reino de Dios en la persona de Jesús como Él mismo declaró en la sinagoga de Cafarnaún, citando al profeta Isaías: “El Espíritu del Señor…me ungió… para dar a los ciegos la vista…” (Lc 4,18).

        Y esta antítesis y paradoja es la que se da también en la narración del hecho evangélico de este domingo: es la de un ciego que veía, me refiero a “Bartimeo, el hijo de Timeo, el que estaba sentado al  borde del camino pidiendo limosna”. Es un contraste vivo con los que acompañan a Jesús, que “le regañaban para que callara, pero él gritaba más fuerte: Hijo de David, ten compasión de mí”. Estos son de los que dice Jesús en otra parte de su evangelio “que viendo no ven”, porque no han descubierto al Jesús íntimo, al Jesús misericordioso, que pone su poder al servicio de los que le invocan y suplican.

               

        2.- Pero Bartimeo sí lo ha visto, y por eso clama más fuerte: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Se necesita mucha fe, mucha confianza, ver muy claro para portarse así, para gritar e insistir contra todos en su petición, venciendo todas las dificultades de ambiente. La fe verdadera no se calla,no se deja vencer fácilmente por las adversidades; esa fe consigue siempre lo que cree y pide, porque reconoce a Jesús como Hijo de David, como Mesías y le lleva seguro a encontrar en Jesús la salvación. Y así se demuestra en el breve pero vital diálogo que mantiene el ciego con el Señor. “Jesús le pregunta: ¿qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que vea. Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha curado. Y al momento recobró la vista y le seguía por el camino”.

        Como podemos  ver, en este diálogo apretado y conciso, se revela la misericordia y el interés de Jesús por una parte, y, por otra, la seguridad y la certeza de Bartimeo en su curación. Y el encuentro de estas dos fuerzas produce el milagro. Y de este milagro, porque la fe es verdadera, no es sólo egoísta e interesada, se sigue el discipulado por parte de Bartimeo: “recobró la vista y el seguía por el camino”.

        A cuántos millones y millones de cristianos nos ha sucedido lo mismo y hemos seguido este proceso de pasar de las  tinieblas a la luz de la fe y del amor de Cristo. <Fe> y <seguimiento> son dos palabras claves, dos realidades totalmente unidas en este hecho evangélico que nos dice claramente que deben estar siempre unidas en nuestras vidas, en la vida de todos los que creen en Cristo.

       

        3.- Queridos hermanos, todos, en mayor o menos medida, estamos reflejados en la historia de Bartimeo. Todos somos o hemos sido ciegos, mendigos y necesitados  al borde del camino de la vida, dependientes de la ayuda de Dios y de los hombres. Somos la humanidad caída, necesitada de luz, de alegría y de la salvación de Dios.

        Y esta alegría, por la intervención del Hijo de Dios en la historia personal de este ciego, es una copia de la primera Lectura de este domingo, donde el pueblo de Israel recobra la luz y la alegría, porque Dios ha intervenido en su favor y retorna de la larga esclavitud.

        Dios se ha acordado del “resto de Israel”, que le ha permanecido fiel y Él mismo se ha hecho su guía para la repatriación. Vuelven todos, hasta los lisiados y enfermos, hasta los “ciegos y cojos”, porque, cuando es Dios el que guía, los cojos quedan iluminados y los cojos caminan sin tropezar. Es una bella descripción de la fuerza de Dios y de su gracia que nos libera de nuestras tinieblas interiores, de nuestras dudas y obscuridades espirituales y nos devuelve la luz de la fe, del amor y de la esperanza cristianas.

        El hombre, todo un pueblo, superada la ceguera espiritual, es liberado de las tinieblas del pecado y puede proceder por el camino recto que conduce a la verdad, a la vida en Dios, a la liberación de todas las esclavitudes y a dar plenitud de sentido a la vida. Este retorno a la patria, al sentido verdadero del hombre sobre la tierra, en definitiva, al Dios, de donde salimos y tenemos que volver para una felicidad eterna, esta conversión de las esclavitudes de nuestro yo a Dios amado sobre todas las cosas es costoso pero gozoso, porque es Dios quien nos da la mano, nos ayude y nos protege y nos guía, como a Israel: “Los guiaré entre consuelos, los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en el que no tropezarán. Seré un padre para Israel”. Así dice Dios a su pueblo y a todo hombre que se convierte a Él desde la ceguera de propio egoísmo, que nos impide verle a Él como sentido de nuestra vida y nos reduce a la migajas de las criaturas sin poder saciarnos de la hartura de la divinidad;

        Y en este camino de retorno, no estamos solos. Ya he dicho que sentimos la mano cariñosa de Dios que no conforta y nos guía, nos lleva a las fuentes de agua viva para reparar nuestras fuerzas y nos sostiene en las luchas y dificultades del camino. ¡Bien cerca le tenemos en la Eucaristía! La Eucaristía como Presencia permanente en amistad ofrecida, como Misa y entrega de amor por nosotros y como Alimento en el pan eucarístico.

                4.- La fe en Jesucristo Eucaristía nos hace estrenar ojos nuevos de alegría, fuerza, ilusión para ver la vida, el mundo, los hombres, desde el amor extremo de un Dios que se encarna primero, en una humanidad como la nuestra y luego, en un poco de pan para ser guía, camino y compañero de nuestro camino por la vida, para que no caminemos a ciegas de lo que Dios es  y de lo que nos tiene preparado, porque para ello fuimos creados y para ello vino Él a la tierra.

        Dios en Cristo es luz y alimento de nuestro peregrinar hasta la tierra prometida. Y quiere curar todas las cegueras que nos impiden ver esta verdad, y andar con nosotros este camino, y reparar nuestras fuerzas para andarlo. Jesucristo Eucaristía es “el camino, la verdad y la vida”.  En cada Eucaristía Él pasa junto a nosotros y si estamos despabilidados en la fe, le oímos que nos dice como a Bartimeo: “¿qué quieres que haga por ti?”.

        Y Jesús en este sacramento, donde se hace presente, me está diciendo: te amo, doy la vida por ti, muero por ti y te digo: te amo, te amo hasta donde nadie puede amar, te amo hasta el extremo, abre los ojos, cree en mi amor, en mi presencia de amor extremo por cada uno, es verdad, estoy aquí, soy el Dios infinito, loco de amor por sus criaturas finitas, creadas por amor y para compartir la misma felicidad de Dios…

        “El ciego le contestó: Maestro, que vea. Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha curado. Y al momento recobró la vista y le seguía por el camino”.  Esta debe ser nuestra petición en esta mañana: Señor, haz que yo vea, que confiese abierta y públicamente que Tú eres el Hijo de Dios, el Único Salvador que existes, porque soy de los que viendo todavía no ven; no ven tu amor, no están convencidos de tu vida, de tu historia de amor, vivo en la duda y la noche de la fe; dame fe, la fe es la única luz que me hace descubrirte, verte como Jesucristo, como Hijo de Dios;  ayúdame, Señor, haz que vea, cúrame como a Bartimeo.

        Señor, lo más grave es que no soy consciente de estar ciego, de vivir en la oscuridad y en el sinsentido de la vida, me tienes que dar antes las ansias que él tenía de ser curado, de verte, de sentirte, como tantos santos y santas de la Iglesia, que te experimentaron y te siguieron hasta dar la vida, pero antes fueron ciegos.

        Señor, que te vea en esta Eucaristía. Que sea constante todos los días y a todas las horas en mi petición de ver como Bartimeo, aunque todos me digan que me calle, aunque la falta de fe de otros no me ayude; Señor, que siga gritando mi necesidad de ser curado y verte y creer verdaderamente en Ti, que lo pida todos los días para que se realice la curación de mi ceguera y pueda verte y seguirte, seguirte ya siempre hasta la eternidad, para siempre.

       

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XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

        PRIMERA LECTURA: Deuteronomio 6,2-6

 

        La Liturgia de este domingo muestra la continuidad entre el Antiguo y Nuevo Testamento y a la vez la novedad y superioridad de éste. En la primera Lectura se repite el precepto muy repetido y rezado por los judíos, que lo repetían dos veces al día como plegaria de la mañana y de la tarde: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas”.  La palabra inicial “escucha”, --de la que esta plegaria toma nombre,—es una invitación a meditar el precepto del Señor y a ordenar la vida según Él. Pues orar no significa sólo invocar a Dios y pedirle gracias; sino, sobre todo, escucharle: oír su palabra, meditarla y obedecerla.

 

 

SEGUNDA LECTURA: Hebreos 7, 23-28

 

        Insiste San Pablo en estos versículos en la superioridad y diferencia esencial del sacerdocio de Cristo sobre el sacerdocio levítico, al cual sucede y suplanta definitivamente. Aquí el orden de estas diferencias no importa: en el Antiguo Testamento eran hombres imperfectos, pecadores; ahora es santo e inmaculado; Él no necesita, como ellos, ofrecer sacrificios por su propios pecados, en sacrificios diarios y repetidos; su sacrificio se ofreció de una vez para siempre: “La ley hace a los hombres sacerdotes llenos de debilidades. En cambio, las palabras del juramento, posterior a la ley, consagran al Hijo, perfecto para siempre”.

 

 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 12, 28-34

 

Queridos hermanas dominicas: El Evangelio y la primera Lectura de este domingo resaltan el amor a Dios como esencia de la religión del A. y del N. Testamento. Y una vez más demuestran la continuidad entre ambos testamentos y la novedad del Nuevo sobre el Antiguo.

 1.- El relato evangélico empieza con una pregunta de un letrado de la ley judía a Jesús, que establece un diálogo amistoso, sin intención maliciosa y capciosa, como en otras ocasiones. Y para que no quede dudas, Lucas, después de la respuesta de Jesús al letrado, éste aprueba la respuesta de Jesús, y Jesús, a su vez, le abre una puerta, diciéndole: “No estás lejos del Reino de Dios”.

        La novedad está en que Jesús, preguntado sobre el primer mandamiento, responde añadiendo el segundo, para demostrar que en el Nuevo Testamento, en el cristianismo, no puede haber separación entre el amor a Dios y el amor a los hermanos, aunque el primero siempre será el amor a Dios, pero Dios quiere que este amor llegue hasta ell amor a todos los hombres, sus hijos.

        Por otra parte, no tiene nada de particular que el fariseo le preguntara a Jesús sobre el mandamiento principal de la Ley, porque las escuelas rabínicas habían añadido tal cantidad de prescripciones y normas, que les resultaba difícil descubrir lo esencial. Por lo tanto no es una pregunta capciosa. Las prescripciones positivas entre los judíos habían llegado a ser 248 (tantas como los huesos del cuerpo), y las prohibiciones 365, (como los días del año).

 

        2.-    Queridas hermanas dominicas, preguntémosnos: ¿POR QUÉ EL HOMBRE TIENE QUE AMAR A DIOS?  PORQUE DIOS NOS AMÓ PRIMERO. Mirad cómo lo expresa el Apóstol Juan en su primera carta: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados"(1Jn 4,10). Si existimos es porque Dios nos ha amado primero: Tengo una meditación muy larga y profunda sobre este tema en mis Ejercicios Espirituales y así la titulo: SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA Y ME HA LLAMADO A COMPARTIR  CON ÉL  SU MISMO GOZO ESENCIAL Y TRINITARIO POR TODA LA ETERNIDAD

El texto citado anteriormente de S. Juan tiene dos partes principales: la primera: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó ...” y lógicamente entendemos todos:  nos amó primero.

En la segunda parte“ y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” nos revela  que, una vez creados pero caídos en la separación de Dios por el pecado de nuestros primeros padres, Dios nos amó en la segunda creación o recreación por el Hijo, que vino para redimirnos y salvarnos del pecado de origen: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4,10).

Simplemente añade que no sólo nos lo envía como Salvador, sino para que amemos como el Hijo ama y es amado por el Padre, para que de tal manera nos identifiquemos con el Hijo Amado del Padre que nos hagamos todos hijos en Él y por Él, por su muerte y resurrección, que tengamos sus mismos conocimientos y amor y vida, hasta el punto de que el Padre no note diferencia entre Él y nosotros y vea en nosotros al Amado, al Unigénito, en el que tiene puestas todas sus complacencias.

Queridas dominicas: SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA. Si existes, es que DIOS  te ama y te ha amado en el amor de tus padres y TE HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque una mirada amorosa del Ser infinito, del Dios Amor se fijó en ti por el amor de tus padres y te ha preferido a otras y otros que no existirán nunca.

Yo he sido preferido, tu has sido preferida, hermana. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Que bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3).

Queridas hermanas dominicas: Es un privilegio el existir. Expresa, indica que Dios te ama, piensa en tí, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado tu nombre con ternura y  te ha dado la existencia, el ser humano. !Qué grande es ser, existir, ser hombre, ser mujer... y no digamos nada si a esto añadimos el haberte creado Dios en el amor de tus padres para ser religiosa, esposa amada de Cristo, sacerdote de Cristo, encarnación viva del mismo hijo de Dios hecho hombre, sacerdote!

Dice un autor de nuestros días: «no debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado». (G. Marcel).

Si existo es por gracia, poder y amor de Dios. Qué privilegio existir, soy eterno, ya no moriré para siempre por la muerte y resurrección del Hijo Amado Jesucristo enviado y muerto y resucitado para que todos tengamos vida eterna, que en vosotras comienza ya en este mundo porque habéis sido llamadas por una vocación especilísima a vivir esta llamada, vocación privilegiada de Dios por la vida de amor y entrega total  a Dios Trinidad alejadas del mundo superficial en la clausura de un convento. Para todo hombre o mujer existir es ser amado por Dios Trino.

Para todos los creyentes, no digamos para vosotras, dominicas, existir en un convento es empezar el cielo en este mundo. Y todo esto solo es posible, qué pesado es este cura, por la oración conversión, si no hay conversión, vacio de vosotras mismas, no hay unión y plenitud de Dios Trinidad en vosotras ni en nadie, aunque sean curas y obispos y papas. Así que a vivirlo en vuestra vida personal y de comunidad. Sin conversión personal no hay nada.

Pensadlo, meditadlo, tiene que ser una verdad vivida en todas vosotras, porque Dios os ha llamado con esta vocacón especial de Dominica que debéis meditar y vivir y gozar en un convento alejadas de la vanidad y del ruido de un mundo que pasa.

Sois unas privilegiadas… creedlo, vividlo y gozadlo ya en la tierra, es cielo anticipado en el Amor Trinitario por el Hijo encarnado y hecho pan de Eucaristía con amor de Espíritu Santo que vive en vosotras por la gracia y amor de Dios Trinidad. Y para esto, oración permanente y conversión, sin esto, aunque seas cura, obispo y papa, nada de nada. Teología y misa, pero no vivencia de lo que creemos y celebramos. Problema eterno de la Iglesia.

 

 

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5.- SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida.

Con qué respeto, con qué cariño nos tenemos que mirar unos a otros... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca, somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean,  vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

 

6.- SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ, a ser amado y amar por el Dios Trino y Uno; este es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los buenos cristianos, los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera. “En la casa de mi Padre hay mucha moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros”  (Jn 14,2-4).“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

 

        6.- Y ¿CUÁNDO AMA EL HOMBRE A DIOS?

 

-- Amo a Dios cuando hago oración, cuando rezo, me recojo y medito, porque le prefiero a Él a mi comodidad, intereses y le dedico tiempo. Si lo hago es que me alegro de que exista, de que sea Dios, tan grande e infinito, de que me haya dado la vida. Y porque creo que existe y es Dios le dedico mi tiempo y mi afecto. Le amo cuando le pido y le presento mis necesidades, porque se que dependo de Él porque solo Él es la fuente de la vida y del amor y de todo y me reconozco criatura suya, pobre y necesitada. ¿Oro todos los días? ¿Pongo pretextos y excusas? Entonces es que no amo de verdad y con todo el corazón y con toda el alma y todas mis fuerzas.

 

-- Amo a Dios cuando cumplo sus mandamientos, especialmente los dos primeros. También si me esfuerzo por ser casto, honrado, sincero, servidor, mortifico mi soberbia, orgullo, críticas… si cumplo con mis obligaciones de casado, soltero, profesional, madre, esposo, trabajo…

 

-- Amo a Dios si le doy el culto debido, participo en la Eucaristía dominical, en el culto de la Iglesia con los demás hermanos, venciendo mi comodidad y egoísmo, porque no se trata de pasarlo mejor o peor, de pensar en mí mismo, sino de pensar en Dios, de que Dios se alegra de mi presencia y oración y Él es mi Padre y Creador, a quien estoy obligado a darle gracias, alabarle, bendecirle… Esta es la causa principal de la poca asistencia a la misa dominical, preferimos los campos y los viajes y los fines de semana a la gloria de Dios, a quien se lo debo todo. Es una actitud de desagradecidos a la bondad y generosidad de Dios.

 

-- Y al prójimo como a ti mismo. Esto era antes de morir Cristo y no estaba mal. Pero luego añadiría el Señor: “Como yo os he amado”, es decir, hasta dar la vida como Él. De todas formas no está mal  tomar como referencia del amor al prójimo, el amor a nosotros mismos. Porque fijaos bien, entonces tendríamos que a mi no me gusta que la gente piense mal de mi; pues bien, yo tampoco voy a pensar mal de la gente; yo no quiero que hablen mal de mi; y tampoco voy a hablar mal de la gente; yo no quiero que me injurien, me hagan daño… yo tampoco se lo voy a hacer a la gente.

        Porque el dolor que me producen y me hace sentir cuando otros hablan mal de mí o me causan daño es el dolor que yo produzco en los hermanos cuando hablo mal de ellos y le hago daño en su vida o en sus bienes. Porque ellos tienen un corazón semejante al mío que produce los mismos sentimientos.

        Si pensáramos esto con más frecuencia, seríamos más prudentes con los juicios, con las palabras y con acciones relacionadas con el prójimo.

        Jesús nos lo recomienda hoy. Por eso, antes de decir o pensar o hacer algo a los demás, voy a pensar en mí mismo y me voy a comportar como lo haría conmigo mismo.

 

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QUERIDOS HERMANOS: El Evangelio y la primera Lectura de este domingo resaltan el amor como esencia de la religión del A. y del N. Testamento. Y una vez más demuestran la continuidad entre ambos y la novedad del Nuevo sobre el Antiguo.

       

        1.- El relato evangélico empieza con una pregunta de un letrado de la ley judía a Jesús, que establece un diálogo amistoso, sin intención maliciosa y capciosa, como en otras ocasiones, o como Mateo y Lucas le atribuyen en la narración de este mismo hecho. Y para que no quede dudas, Lucas, después de la respuesta de Jesús al letrado, éste aprueba la respuesta de Jesús, y Jesús, a su vez, le abre una puerta, diciéndole: “No estás lejos del Reino de Dios”.

        La novedad está en que Jesús, preguntado sobre el primer mandamiento, responde añadiendo el segundo, para demostrar que en el Nuevo Testamento no puede haber separación entre el amor a Dios y el amor a los hermanos, aunque el primero siempre será el amor a Dios, pero Dios quiere que este amor pase por el amor a sus hijos, todos los hombres.

        Toda la moral, todos los mandamientos reciben su razón de ser y sentido del primero, que, a su vez, pasa por el amor al hombre: «La vinculación y mutua subordinación entre el amor a Dios y al prójimo es absolutamente original» (Schnakenburg). Y en lo que están lo dos de acuerdo es colocar el amor a Dios y al prójimo sobre los holocaustos y sacrificios, es decir, sobre el culto del AT.

        Por otra parte, no tiene nada de particular que el fariseo le preguntara a Jesús sobre el mandamiento principal de la Ley, porque las escuelas rabínicas habían añadido tal cantidad de prescripciones y normas, que les resultaba difícil descubrir lo esencial. Las prescripciones positivas habían llegado a ser 248 (tantas como los huesos del cuerpo), y las prohibiciones 365, (como los días del año).

       

        2.- Para responder a la pregunta del letrado Jesús se remonta al Antiguo Testamento y recupera aquella profesión de fe que recitaba dos veces al día todo buen judío, como plegaria de la mañana y de la tarde: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas…” ( Dt 6,4-5). La primera palabra: “Escucha” daba nombre a esta oración, que se denominaba “shema”, y era una invitación a meditar el precepto del Señor y a ordenar la  vida según él. Pues orar no es sólo invocar a Dios para pedirle mercedes, como decían los catecismos antiguos, sino sobre todo, para escucharle, esto es, oír su palabra, meditarla y cumplirla: “Bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”; o aquella otra afirmación de Jesús sobre la oración completa: “No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt.7, 21).

        Esta invitación de la “shema”, “escucha”, nos orienta hacia la escucha de Dios en el silencio de la oración. Hoy  vivimos en una palabrería crónica y continua de tele, políticos, cantantes y cantamañanas de todo tipo, y falta la escucha de la Palabra que da vida, la voz de la conciencia, de la creación, de los campos y paisajes. Con tanta propaganda incitadora del consumismo hemos perdido la capacidad de escuchar; ya no sabemos escuchar, porque todo lo domina y lo invade el marketing, la propaganda, y sólo existe y escuchamos lo que sale en la prensa o en la televisión.

        Y hay muchas realidades que allí no salen y deben ser escuchadas, meditadas en silencio, sin griterío de líderes, manifestaciones, reuniones... Debemos escuchar: ¿a quién? : “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios es solamente uno”. El Señor es el único Dios, el que sabe lo que es el hombre, la vida; es el que tiene el proyecto de hombre, sociedad, matrimonio… es la Verdad, el Amor y la libertad absolutas. Quien escucha y ama a Dios empezará y terminará amando también al hombre, la vida desde que empieza hasta que termina, la historia, el matrimonio, la familia.

       

        3.- ¿POR QUÉ EL HOMBRE TIENE QUE AMAR A DIOS?  PORQUE DIOS NOS AMÓ PRIMERO.

 

"En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados"(1Jn 4,10).

 

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA Y ME HA LLAMADO A COMPARTIR  CON ÉL  SU MISMO GOZO ESENCIAL Y TRINITARIO POR TODA LA ETERNIDAD

 

El texto citado anteriormente tiene dos partes principales: la primera: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó ...” primero, añade la lógica de sentido. Expresa este versículo el amor de Dios Trino y Uno manifestado en la primera creación. En la segunda parte“ y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” nos revela  que, una vez creados y caídos, Dios nos amó en la segunda creación, en la recreación, enviando a su propio Hijo, que muere en la cruz para salvarnos. “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4,10). Simplemente añade que no sólo nos lo envía como Salvador, sino para que vivamos como el Hijo vive y amemos como el Hijo ama y es amado por el Padre, para que de tal manera nos identifiquemos con el Amado, que tengamos sus mismos conocimientos y amor y vida, hasta el punto de que el Padre no note diferencia entre Él y nosotros y vea en nosotros al Amado, al Unigénito, en el que tiene puestas todas sus complacencias.

 

        4.- SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA

 

SI EXISTO, ES QUE DIOS  ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del Ser infinito me ha mirado a mí y me ha preferido.Yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Que bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3). Es un privilegio el existir. Expresa, indica que Dios te ama, piensa en tí, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser humano. !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...! dice un autor de nuestro días: «no debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado». (G. Marcel). Para nosotros, creyentes, ser, existir es ser amados.

 

5.- SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida.

Con qué respeto, con qué cariño nos tenemos que mirar unos a otros... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca, somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean,  vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

 

6.- SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ, a ser amado y amar por el Dios Trino y Uno; este es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los buenos cristianos, los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera. “En la casa de mi Padre hay mucha moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros”  (Jn 14,2-4).“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

 

        6.- Y ¿CUÁNDO AMA EL HOMBRE A DIOS?

 

-- Amo a Dios cuando hago oración, cuando rezo, me recojo y medito, porque le prefiero a Él a mi comodidad, intereses y le dedico tiempo. Si lo hago es que me alegro de que exista, de que sea Dios, tan grande e infinito, de que me haya dado la vida. Y porque creo que existe y es Dios le dedico mi tiempo y mi afecto. Le amo cuando le pido y le presento mis necesidades, porque se que dependo de Él porque solo Él es la fuente de la vida y del amor y de todo y me reconozco criatura suya, pobre y necesitada. ¿Oro todos los días? ¿Pongo pretextos y excusas? Entonces es que no amo de verdad y con todo el corazón y con toda el alma y todas mis fuerzas.

 

-- Amo a Dios cuando cumplo sus mandamientos, especialmente los dos primeros. También si me esfuerzo por ser casto, honrado, sincero, servidor, mortifico mi soberbia, orgullo, críticas… si cumplo con mis obligaciones de casado, soltero, profesional, madre, esposo, trabajo…

 

-- Amo a Dios si le doy el culto debido, participo en la Eucaristía dominical, en el culto de la Iglesia con los demás hermanos, venciendo mi comodidad y egoísmo, porque no se trata de pasarlo mejor o peor, de pensar en mí mismo, sino de pensar en Dios, de que Dios se alegra de mi presencia y oración y Él es mi Padre y Creador, a quien estoy obligado a darle gracias, alabarle, bendecirle… Esta es la causa principal de la poca asistencia a la misa dominical, preferimos los campos y los viajes y los fines de semana a la gloria de Dios, a quien se lo debo todo. Es una actitud de desagradecidos a la bondad y generosidad de Dios.

 

-- Y al prójimo como a ti mismo. Esto era antes de morir Cristo y no estaba mal. Pero luego añadiría el Señor: “Como yo os he amado”, es decir, hasta dar la vida como Él. De todas formas no está mal  tomar como referencia del amor al prójimo, el amor a nosotros mismos. Porque fijaos bien, entonces tendríamos que a mi no me gusta que la gente piense mal de mi; pues bien, yo tampoco voy a pensar mal de la gente; yo no quiero que hablen mal de mi; y tampoco voy a hablar mal de la gente; yo no quiero que me injurien, me hagan daño… yo tampoco se lo voy a hacer a la gente.

        Porque el dolor que me producen y me hace sentir cuando otros hablan mal de mí o me causan daño es el dolor que yo produzco en los hermanos cuando hablo mal de ellos y le hago daño en su vida o en sus bienes. Porque ellos tienen un corazón semejante al mío que produce los mismos sentimientos.

        Si pensáramos esto con más frecuencia, seríamos más prudentes con los juicios, con las palabras y con acciones relacionadas con el prójimo.

        Jesús nos lo recomienda hoy. Por eso, antes de decir o pensar o hacer algo a los demás, voy a pensar en mí mismo y me voy a comportar como lo haría conmigo mismo.

 

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XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

        PRIMERA LECTURA: 1 Reyes 17, 10-16

 

        Elías, el profeta del fuego y de la palabra ardiente, impulsado y dirigido siempre por la fuerza del espíritu, es el tipo del hombre de Dios, que arrostra todos los peligros y desprecia la propia vida por ser fiel a la dura misión que Dios le ha confiado. La viuda de Sarepta, mujer de buena posición, pero venida a menos, a pesar de ser pagana, demuestra una fe sorprendente en la palabra del profeta que le asegura de parte del Dios de Israel: “La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”. Un pan no es mucho, pero es todo lo que tiene. Y Dios premia su generosidad.

 

 

        SEGUNDA LECTURA: Hebreos 9, 24-28

 

        Una vez más esta carta esboza la superioridad del sacerdocio de Cristo sobre el modelo del Antiguo Testamento. La descripción de algunos destalles del culto judío evidencia la superioridad de la Nueva Alianza de la cual Cristo es el único sacerdote, mediador y víctima. Los sacrificios del Antiguo Testamento eran solo figura del nuevo y definitivo que se ha realizado “en la plenitud de los tiempos… Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos”. Esta ofrenda sacerdotal de entonces no nos priva ahora de la presencia sacerdotal de Cristo, porque Él está vivo “en el mismo cielo, para ponerse a nuestro favor ante Dios, intercediendo por nosotros”.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 12,38-44

 

        DOMINGO XXXII B

 

Queridos hermanos y hermanas: El evangelio que acabamos de proclamar tiene dos partes bien definidas. La primera es tan clara y manifiesta que no necesita explicación alguna, sino que debe convertirse en un punto de examen para todos, principalmente de los obispos y sacerdotes actuales y de todos los tiempos, de nosotros mismos en relación con el dinero sobre todo en el tiempo en que estuvimos ejerciciendo como sacerdotes en las parroquias, ver qué lugar ocupó el dinero en nuestro vida, apostolado, preocupaciones…

Examen muy personal y directo ante Cristo pobre y humilde al cual tenemos la obligación de predicar, imitar y hacer presente con nuestras vidas, porque todo sacerdote debe esforzarse por ser una encarnación viva de Cristo pobre y humilde y de su evangelio, de Jesucristo único sacerdote y salvador de los hombres.

(Queridas hermanas religiosas, también vosotras debéis meditar y examinaros de esta materia, de la relación con el dinero, máxime habiendo hecho voto solemne de pobreza, pero que luego con mil pretextos damos más importancia al dinero de lo que debe ser, más importancia que la de seguir a Cristo en pobreza y libertad ante los medios humanos, a pesar de haber hechos expresamente el voto de pobreza.)

        ¿Y qué decir de la pobre viuda que deposita en el cepillo del templo de Jerusalén lo poco que posee y tiene para vivir? Si en el evangelio del domingo pasado proponía Cristo al buen escriba el mandamiento del amor a Dios y al prójimo como la esencia de la religión, en el de hoy destaca Jesús una encarnación viva de tal enseñanza. Nos enseña lo que Jesús y piensa del uso del dinero y cómo vivió Él desprendido y generoso, sin que se dé cuenta su mano izquierda de lo que hace la derecha.

Si el buen escriba estaba cerca del Reino de Dios, la viuda ha entrado ya por la puerta grande por la bienaventuranza de los pobres que, vacíos de todo y de sí mismo, están disponibles por completo para Dios, su principal tesoro y riqueza; por eso merecen el reino en herencia. Pobreza material,sí, pero sobre todo espiritual, no vivir pendiente y con deseos permanentes del dinero y posesiones materiales sino de la riqueza del amor y santidad y virtudes de Dios.

        Realmente dos reales era muy poco incluso en aquella época pero era “todo lo que tenía para vivir”. Para Dios cuenta más la calidad del corazón que la cantidad del dinero. Y Jesús lo dice abiertamente: “Esa pobre viuda ha echado más que nadie”.

Examinémosnos qué uso hacemos con nuestro dinero, cuánto damos a Cristo, a su Iglesia, a Cáritas, a los pobres, que le representan: “Venid, benditos de mi padre, porque tuve hambre y me dísteis de comer…” pero eso sí, siempre mirando en ellos a Cristo, porque sin ver el rostro de Cristo, cuesta mucho trabajo… Cuánto dinero doy a los pobres mirando a Cristo?

(Por los Boletines del Obispado podéis comprobar que nuestra parroquia, parroquia de San Pedro en Plasencia, fue muy generosa siempre, la más generosa de la Diócesis)

La lección que brota de este hecho es que una religiosidad auténtica es fruto de una fe viva, que se expresa en el desprendimiento, disponibilidad y autodonación de uno mismo y del dinero, del amor de uno mismo al Señor y al prójimo. Esta es la religión completa, “en espíritu y verdad”, sin fingimientos, con predominio del interior que Dios ve y acepta sobre lo meramente exterior, porque Dios lee el corazón del hombre y sabe lo que hay dentro del mismo.

        La conducta de esta pobre viuda, rica de amor a Dios está en contraste con la de los escribas y doctores de la ley, que Jesús acababa de condenar: “¡Cuidado con los letrados…devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más rigurosa!”.

Cristo, que no se repita esto hoy en el mundo, sobre todo entre nosotros, en tu Iglesia, en tus sacerdotes, en las parroquias y en tus templos, en los mismos obispados y Vaticano… ya sabeis el juicio pendiente contra un cardenal o arzobispo y empleados vaticanos por el asunto del dinero… Ellos habían hecho de la religión un pedestal para sus ambiciones y en lugar de tutelar la causa de los débiles e indefensos, se aprovechaban de su autoridad y doctrina para depredar sus bienes.

        Y en relación con las limosnas, ya que sin una gracia especial de Dios no somos pobres natural y evangélicamente hablando, al menos seamos generosos. Así lo fueron la viuda de Sarepta, ofreciendo su último pan, y la viuda del evangelio de este domingo, entregando lo que tenía, y Dios les multiplicó sus bienes. Así sea entre nosotros, en la iglesia de Cristo pobre y generoso.

 

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QUERIDOS HERMANOS: Las viudas eran en la tradición bíblica los seres más inválidos e indefensos, de tal forma que la expresión “huérfanos y viudas”, tan repetida en el Antiguo Testamento, quería expresar a los más pobres entre los pobres. De las Lecturas de hoy emergen dos viudas, pobres, como todas en aquellos tiempos, pero generosas y llenas de fe, que debemos imitar.

 

        1.- La primera viuda, de Sarepta, es de buena posición, pero reducida a la miseria por la sequía y el hambre consiguiente. Esta viuda lo dio todo lo que tenía al profeta Elías, mostrando así una generosidad sin límites, al mismo tiempo que una confianza ilimitada en Dios. Porque no dio como la del evangelio, unas monedas que le sobraban, sino que lo dio todo lo que tenía para vivir. Las culturas primitivas tenían y algunas siguen teniendo, algo, que nosotros, los occidentales, más o menos ricos, hemos perdido. Entre estas cualidades estaban la acogida y la generosidad. Nosotros, siguiendo la mentalidad reinante, que no es la evangélica, podemos echar en cantidad, pero de lo que nos sobra y desde luego no nos echamos, no nos damos a nosotros mismos.

        La viuda de Sarepta, a pesar de ser pagana, demuestra una fe y confianza sorprendentes en la palabra del profeta, porque dio todo lo que tenía para vivir, confiando plenamente en la palabra del profeta que le asegura la ayuda de parte del Dios de Israel: “La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra. Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías y comieron él, ella y su hijo. Ni la orza se vació, ni la alcuza de aceite se agotó: como lo había dicho el Señor por medio de Elías”.

 

        2.- Vemos cómo se cumple perfectamente lo que hemos rezado en el salmo responsorial: “Hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos… sustenta al huérfano y a la viuda, y trastorna el camino de los malvados” (Sal 146). Dios no abandona nunca a los humildes que arriesgan y confían en Él. Quien no deja de morir de hambre a las aves del cielo, no puede abandonar a sus hijos, y menos a los que lo dan todo por Él. Lo vemos por la experiencia de la Iglesia. No es que tengamos que pedir y exigir a Dios milagros a toda hora, para eso no has dado la inteligencia, pero quien hace todo lo que puede y confía en Él, Dios no lo abandona nunca.

        La mayor parte de las pobrezas existen porque no hacemos lo que Dios quiere ni contamos con Él ni confiamos en Él. Así no podemos experimentar la espléndida generosidad de Dios. ¿Confiamos nosotros en Dios como esta viuda? ¿Estamos dispuestos a poner en práctica la lección que nos da? ¿Cómo es nuestra fe y confianza en Dios?     

         Esta pobre viuda también es un icono, un signo de la gentilidad, llamada a la fe en el Dios Único, al que sirve el profeta Elías. Este luchador de la fe monoteísta en Yahvé, el Dios de Israel, tuvo que hacer frente al culto idolátrico a Baal, dios de la fecundidad de la tierra, introducido por el rey de Israel, Ajab, y su esposa fenicia Jezabel. Como aviso de Dios, Elías tuvo que anunciar el castigo de una terrible sequía que duro tres años y medios y produjo una gran hambre (1R 17,1; Lc 4,25).

        Muchas hambres del mundo son producidas por el egoísmo de los hombres que no queremos obedecer y hacer lo que Dios quiere. No es que no demos lo que nos hace falta, es que ni siquiera damos lo que nos sobra. Y Dios no debe intervenir siempre directa o milagrosamente, busca la justicia y la generosidad de los que creemos en Él.

       

        3.- ¿Y qué decir de la pobre viuda que deposita en el cepillo del templo de Jerusalén lo poco que posee? Si en el evangelio del domingo pasado proponía Cristo al buen escriba el mandamiento del amor a Dios y al prójimo como la esencia de la religión, en el de hoy destaca Jesús una encarnación viva de tal enseñanza. Es la demostración práctica que, sin ostentación y sin que se dé cuenta su mano izquierda de lo que hace la derecha, nos ofrece la humilde viuda, que entrega para el culto del templo todo lo que tiene para vivir: dos reales. Si el buen escriba estaba cerca del Reino de Dios, la viuda ha entrado ya por la puerta grande de la bienaventuranza de los pobres que, vacíos de todo y de sí mismo, están disponibles por completo ante Dios; por eso le pertenece el Reino en herencia.

        Realmente dos reales era muy poco incluso en aquella época pero era “todo lo que tenía para vivir”. Para Dios cuenta más la calidad del corazón que la cantidad del dinero. Y Jesús lo dice abiertamente: “Esa pobre viuda ha echado más que nadie”. La lección que brota de este hecho es que una religiosidad auténtica es fruto de una fe viva, que se expresa en el desprendimiento, disponibilidad y autodonación al Señor y al prójimo. Esta es la religión completa, “en espíritu y verdad”, sin fingimientos, con predominio del interior que Dios ve y acepta sobre lo meramente exterior, porque Dios lee el corazón del hombre y sabe lo que hay dentro del mismo.

       

        4.- La conducta de esta pobre viuda, rica de amor a Dios y a los hombres, está en contraste con la de los escribas y doctores de la ley, que Jesús acababa de condenar: “¡Cuidado con los letrados…devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más rigurosa!”.  Ellos habían hecho de la religión un pedestal para sus ambiciones y en lugar de tutelar la causa de los débiles e indefensos, se aprovechaban de su autoridad y doctrina para depredar sus bienes.

        También nosotros tenemos que examinarnos a la luz de esta enseñanza de Cristo. Si el hombre no es verdaderamente religioso “en espíritu y verdad”  puede también servirse de la religión para sus intereses y egoísmos. La verdadera religión es servir a Dios y a los hombres con la entrega sincera de uno mismo, de cuerpo y  alma, con un amor que no da de lo que le sobre sino de lo que el otro necesita. Y en relación con las limosnas, ya que sin una gracia especial de Dios no somos pobres evangélicamente hablando, al menos seamos generosos. Así lo fueron la viuda de Sarepta, ofreciendo su último pan, y la viuda del evangelio, entregando lo que tenía, y Dios les multiplicó sus bienes.

        Sería bueno con este hecho evangélico repensar nuestra contribución a las necesidades de la Iglesia. Este evangelio nos invita a hablar un poco de la ayuda que debemos prestar a la Iglesia para su subsistencia. La Iglesia, en cuanto divina, no necesita de nuestro dinero, pero en cuanto humana en sus instrumentos, edificios, personas… necesita los medios humanos, entre ellos, el dinero.

        La Iglesia no vive del aire o los ángeles le traen todos los meses  desde el cielo los cheques que necesita para vivir. Elías, el profeta del fuego y de la palabra ardiente, impulsado y dirigido siempre por la fuerza del Espíritu, es el tipo de hombre entregado totalmente al servicio de Dios, tanto, que no tiene tiempo para trabajar para su propio sustento. Él vive para la misión que Dios le ha confiado. Y esa dedicación no le quita el hambre de pan material. Lo necesita. Como lo necesita la Iglesia desde que Cristo se encarnó. No somos espíritus puros, sino encarnados en carne y necesidades humanas.

        El espíritu de Elías subsiste en un cuerpo humano que necesita del alimento material para vivir. Y por eso pidió de comer a la viuda. Y Dios hizo que, por la generosidad de la viuda, ni la orza de harina quedara vacía ni la alcuza de aceite se vaciara. Así premia Dios a los que son generosos con sus dineros para las necesidades de sus servidores.

        La Iglesia, la parroquia necesita también hoy de los medios humanos, aunque sean pobres. Jesús y los Apóstoles tenían una bolsa donde echaban las limosnas que recibían para vivir. Y en el evangelio de hoy, Cristo nos demuestra que Él no es indiferente a lo que hacemos con nuestros bienes: “Estando Jesús sentado enfrente del cepillo del templo observaba a la gente que iba echando dinero”. Uno de los fines más nobles que pueda tener el dinero es el de ayudar a extender el evangelio y la fe, que es espiritual, pero para extenderse y mantenerse, necesita personas y medios humanos.

        La contribución y la ayuda a las personas y a los medios dedicados al culto contribuye a la difusión del evangelio y de la salvación traída por Cristo. Y no se necesita que nos quedemos sin lo necesario o que vaciemos nuestros ahorros. Siempre se ha dicho que las grandes obras de la Iglesia se hicieron con los consejos de los ricos y las limosnas de lo pobres. Y yo lo he podido comprobar a través de mi larga vida sacerdotal. Es más, aunque me resulta duro decirlo, algunos de vosotros que ahora tenéis más, fuisteis más generosos cuando teníais menos. Debe ser que la riqueza nos hace a todos más egoístas, vivir pensando sólo en nosotros y no sentir las necesidades de los demás.

        De todas formas, una vez más, los que menos necesitáis escuchar estas cosas sois vosotros, los que venís a misa  todos los domingos. Lo necesitan más lo que no vienen ninguno o casi ninguno, ya que no sólo no son coherentes con su fe por no practicar, sino también por no ayudarla con su dinero en los pobres,  catequesis, Domund, Seminario, Cáritas…

 

 

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XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

        PRIMERA LECTURA: Daniel 12,1-3

 

        El tiempo al que alude Daniel es aquel en que la impiedad ha llegado a su culmen. Y precisamente cuando el mal parece que lo ha dominado todo, la historia desemboca en el tiempo escatológico y aquí es donde Daniel ofrece su mensaje de esperanza en este pasaje que describe el tiempo final. En él ya no habrá ambigüedades, porque todo aparecerá en su verdadera realidad. La lucha entre el bien y el mal será manifiesto y el pueblo de Dios experimentará la protección especial del arcángel San Miguel. Será un tiempo de extrema angustia y a la vez de salvación para los que han permanecido fieles, porque el Señor conoce a los suyos: sus nombres están escritos en la libro de vida.

 

SEGUNDA LECTURA: Hebreos 10, 11-14. 18.

 

        Seguimos en el mismo tema de la semana pasada. El autor de la carta  insiste en la unicidad del sacrificio de Cristo en contraposición a los sacrificios de la antigua Alianza: estos sacrificios judíos deben ser continuamente repetidos porque no pueden jamás eliminar los pecados, mientras que la oblación de Cristo es perfecta y salva a todos los que se  confían en su mediación sacerdotal. El sacrificio de Cristo fue de una vez para siempre. Por eso, aquellos, que son santificados, acogen su oblación y, al quedar santificados por el pan de vida de la ofrenda eucarística, empiezan la vida nueva de la alabanza perfecta a Dios y purificación de sus pecados.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 13,24-32

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.-El próximo domingo terminará el año litúrgico. Del griego nos ha llegado hasta el español una palabra: «escatología» para designar las cosas y los tiempos últimos.  Cuando el evangelio de hoy nos habla de la escatología o de los tiempos últimos de Jerusalén y del mundo conjuntamente lo hace en un género literario que en griego se llama apocalíptico. Por tanto, el evangelio de hoy trata de las realidades últimas, de la escatología, con un estilo apocalíptico, que es diferente al género literario de la poesía, novela, teatro, periodístico…

        Este estilo literario apocalíptico describe las cosas en un lenguaje tremendista, aparatoso, exagerado, para impresionar más a la gente y para que se convenzan de que se trata de algo muy importante. Por lo tanto no debe ser interpretado al pié de la letra como si fuera una narración histórica, sino que hay que ir a lo esencial, que aquí es la destrucción del templo y del final de los tiempos que para cada uno de nosotros es la hora de nuestra muerte, lo más importante de la vida, porque de ella depende la eternidad de cada uno y que por eso se describe de una forma muy plástica, tremendista para impresionar y para que no pase desapercibido. Este estilo es habitual en el AT.  y menos frecuente en el NT.

        Jesús traza el cuadro de la Historia de la Salvación con sus guerras y tragedias, con las persecuciones a los cristianos, con la aparición de muchos falsos profetas. Esta historia durará siglos y milenios. Y en este correr de la historia vendrá la destrucción de Jerusalén, que en sentido pleno se completará con el final de los tiempos, en que se realizará la parusía o manifestación de la persona del Hijo del hombre, con gran poder y majestad y fenómenos extraordinarios, estableciendo el reino mesiánico plenamente, según el plan del Padre, único que conoce el día y la hora de este acontecimiento.

       

        2.- “Enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo”.  Pase lo que pase, ocurra lo que ocurra, la comunidad cristiana será llamada ante el Hijo del hombre, ante Cristo glorioso, porque es la comunidad de los elegidos. Es la comunidad de los salvados.  Y la vida de estos salvados ya por la pasión, muerte y resurrección de Cristo se hace presente en cada Eucaristía, especialmente del domingo. Este es el sentido del domingo, de cada domingo. Y lo proclamamos después de la consagración: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesús!»

        Este también es el mensaje de esperanza que nos transmite la primera Lectura, tomada del <Apocalipsis> de Daniel, escrito en el siglo II antes de Cristo, durante la persecución religiosa del rey Antíoco IV, Epifanes, que hizo colocar la estatua de Zeus Olímpico en el templo de Jerusalén. Esto provocó la sublevación del sacerdote Matatías y de los Macabeos. El profeta Daniel anunció la resurrección, y en griego el verbo <apocalipto>, significa revelar lo oculto:  “muchos de los que duermen en el polvo, despertarán”.

 

        3.-Esta misión fue la que Cristo trajo a la tierra de parte del Padre. Esta es la voluntad del Padre y para cumplir este deseo del Padre Cristo se ofreció a la Santísima Trinidad: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad…” Por esto se encarnó y vivió y predicó y murió Cristo. No tiene nada de particular que nos llame la atención con las imágenes tan tremendas que nos ha descrito antes, para que estemos vigilantes. No quiere meternos miedo, su religión y la relación que quiere para nosotros con Él y con su Padre es una religión o relación de amor, pero le da tanta pena que podamos perdernos esta eternidad de gozo con la Santísima Trinidad que pone esas descripciones tan tremendas para que sepamos que se trata del negocio más importante de la vida: “¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” Cristo vino “…para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo”.  Este es su compromiso ante el Padre: Realizar plenamente el Reinado de Dios entre los hombres. Este reinado empieza aquí abajo pero es eterno, se extiende hasta la eternidad del mismo Dios.

        Esta preocupación es lo que mueve a Cristo a hablar de esta manera no para meternos miedo sino para despabilarnos y hace que vivamos vigilantes y en espera cristiana. Los cristianos profesamos esta fe y esperanza, que es una virtud que nos hace ir hacia el cielo y la eternidad, pero no con los brazos cruzados, sin hacer nada, sino dinámicamente, trabajando, enderezándolo todo en esta dirección esencial y principal. El amor de Dios nos ha regalado, porque Dios es amor, la eternidad con  Él y mi amor a Dios vive de esta esperanza, debe vivir en esta tensión hacia este encuentro final con Él en su misma vida y felicidad eternas.

       

        4.- En el evangelio de este domingo se describe, con expresiones de carácter apocalíptico, la situación en que la comunidad debe superar con esta esperanza todas las dificultades para conseguir esta eternidad, para la cual fue creada y por la cual murió Cristo. La comunidad de los creyentes debe vivir con tensión la vuelta del Señor, que será la consumación de la Salvación prometida y mesiánica del Hijo del hombre.

        Es la misma intención que en la parábola de la higuera: “Aprended lo que enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta”.  El Señor nos pide una esperanza vigilante: “Os aseguro que no pasará esta generación…” La parusía, el día del Señor, en que dejará de lucir el sol y las estrellas para mí, es el día de mi muerte: la entrada en la eternidad de Dios. Es lo más importante de mi vida. Por eso Cristo lo describe con rasgos tan llamativos, para que no me descuide ni me olvide.

        Esta vigilancia no consiste en estar pensando todos los días y todo el día en que me tengo que morir; sino que he de estar a la espera, con la velas de la fe y de la esperanza y amor encendidas, sin pecado en mi alma y realizando las obras del reino de Dios. De borrar mis pecados ya se ha encargado Cristo con su Encarnación y con su muerte y resurrección, como nos dice la segunda Lectura de este domingo: “Pero Cristo ofreció por los pecados para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios, y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies”.

       

        5.- La Eucaristía que celebramos todos los días, especialmente el domingo, actualiza el sacrificio que de sí mismo hizo Cristo de una vez para siempre para nuestra salvación eterna. La misa dominical es la convocatoria de los salvados que celebran ya los bienes escatológicos, los bienes últimos; es asamblea terrena, peregrina hacia el cielo. Por eso la asamblea que celebra la Eucaristía se une a la del cielo mediante el canto del <Sanctus>, «mientras esperamos la manifestación gloriosa de nuestro Señor Jesucristo». 

        El domingo es el «día del Señor», el día en que Cristo resucitó. Por eso, los cristianos no pueden faltar a misa el Domingo, porque sin domingo Cristo no ha resucitado, no hay cristianismo, y el corazón del Domingo es la Eucaristía. Mientras llega ese momento definitivo en la plenitud de la historia, celebremos el domingo como preparación y anticipo del día último del Señor, de la Eucaristía terrestre que pasa a la celeste y definitiva. Lo expresamos gozosos, sin temor alguno, cuando el sacerdote nos muestra el misterio de la muerte y resurrección del Señor que se ha realizado en la consagración y nosotros lo expresamos con la aclamación: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!». 

 

        6.- La esperanza debe estar penetrada de vigilancia, porque esta consumación se irá realizando de un modo imprevisto, fuera de toda previsión o cálculo humano. Esta vigilancia impone vivir siempre en el amor a Dios y a los hermanos, arrepentidos y libres de pecados graves, que nos impidan este reinado de Dios dentro de nosotros en nuestra vida presente, realizando ese proyecto en que Dios sea el único Dios de nuestra vida, todos los hombres, hermanos, y trabajando por hacer una mesa muy grande, muy grande donde todos los hombres se sienten, pero especialmente los que nunca se sientan en la mesa del mundo: los pobres, los humildes, los desheredados, los necesitado de todo tipo.         Para esto nos habla Cristo en el evangelio de hoy con palabras tan tremendas. Y este debe ser el sentido que el cristiano dé a su vida y existencia, porque este es el fin para el que ha sido creado; lo dice muy claro San Ignacio en los Ejercicios: «El hombre ha sido creado para amar y servir a Dios y mediante esto salvar su alma».  Para este fin ha sido creado el hombre por Dios y redimido por su Hijo.

 

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QUERIDOS hermanos, en el Credo, desde niños, todos nosotros rezamos: Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna; es un acto de fe y esperanza en la vida eterna del cielo con Dios y los nuestros, y lo mismo confesamos si rezamos el credo solemne de la misa, decimos: «Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro», hacemos el mismo acto de fe y esperanza en la vida eterna. 

        Y todo esto lo hacemos apoyados en la vida y en la palabra de Cristo que vino para abrirnos las puertas de la eternidad, para decirnos que somos eternos, que nuestra vida es más que esta vida temporal y que Él habia venido a este mundo en carne humana, siendo Dios infinito, para poder morir y resucitar y así enseñarnos el camino que todos los hombres tenemos que recorrer: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”.

Esto es el cristianismo, para esto vino y predicó y murió y resucitó el Señor. Murió como hombre y resucitó como Dios para demostrarnos que era Dios y que lo que nos decía y prometía era verdad y que tenía poder para hacerlo; además, para demostrarnos esta verdad, durante su vida pública, además de decirlo y  predicarlo,  lo demostró resucitando a tres muertos: a su amigo Lázaro, a la hija de Jairo y al hijo de la viuda de Naím,pero especialmente se resucitó a sí mismo, como ya lo había prometido y repetido muchas veces en su vida, así como la resurrección nuestra, la de todos los hombres que crean en Él: “yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”; y al hablar de la Eucaristía: “yo soy el pan de vida, el que come de este pan vivirá para siempre y el pan que yo os daré es carne para la vida del mundo… 

Quiero predicar esta verdad fundamental de la fe católica en este mes de difuntos, mes de noviembre, y quiero decirlo bien alto hoy en este mundo que ha perdido la fe en Cristo y la esperanza cristiana de la vida eterna, pero no por eso deja de ser verdad ni dejamos de ser eternos y vivir en la otra vida o con Dios en su gozo eterno o en el otro sitio que me da pena hasta pronunciarlo porque no se lo deseo ni a mis enemigos, pero existe, lo ha dicho el Señor y Él no miente y es Dios y allí nos espera…el infierno existe y para siempre, para siempre…

Hermanos, lo digo solemnemente, la eternidad que nos espera es la única razón por la que me hice cura, es lo que creo, espero y

he sentido muchas veces como creyente en Cristo y sacerdote, la única razón por la que trabajo y he trabajado toda mi vida, que no es bautizar por bautizar o primeras comuniones por la fiesta, no, es bautizar, para ser sembrador de eternidades, todo bautizado recibe en el bautismo la vida de gracia, la vida eterna y la alimenta en la comuniones eucarísticas, como muchos de vosotros.

Por la gracia del Señor he tenido manifestaciones y pruebas muy fuertes y evidentes de la otra vida y de Cristo vivo, sobre todo en el Sagrario que me han confirmado esta verdad de nuestra eternidad con Dios.Queridos hermanos, Jesús vino a este mundo unicamente para salvarnos y para llevarnos a la vida eterna, y no sólo nos revela el hecho de la resurrección, de nuestra eternidad con Dios, de que el hombre es más que hombre, más que este espacio y este tiempo, de que el hombre es eternidad sino que pasa por la prueba de morir entre dolores y sufrimientos terribles para demostrarnos lo que le duelen las eternidades de todos nosotros y resucitar para que todos creamos y esperemos y vivamos la vida cristiana como camino para el cielo, para la vida eterna.

Es más, una vez resucitado, se aparece a los discípulos que no se lo creían a pesar de haberle escuchado a Cristo esta verdad e incluso viéndole resucitado, los apóstoles no fueron unos bobalicones que se lo creyeron a la primera, fijaos en el apóstol Tomas y en los dos discípulos de Emaús, y todo esto para que nosotros y el mundo entero creamos y vivamos para la vida eterna.

Y ese mismo Cristo vivo y resucitado y pan de vida eterna, para los que creen y comulgan, es el que está en el cielo y en todos los sagrarios de la tierra para llevarno al cielo, es el pan de vida que nos alimenta para la vida eterna con Dios y todos los nuestros.

El sagrario, en todos los sagrarios de la tierra está Cristo vivo por locura de amor a todos los hombres aunque muchos incluso cristianos ni le visiten ni le amen, pero aquí, está el mismo que está ahora en el cielo con los nuestros, está aquí para llevarnos a todos a su gloria. Y esto también lo digo por experiencia, por miles y miles de horas pasadas en su presencia, en el cielo del Sagrario en la tierra.

Hermanos, mirad al Sagrario con amor, visitad a Cristo Eucaristía todos los día, comulgad con frecuencia y aquí está el Señor para ayudarnos, perdonarnos, alimentarnos y llevarnos.

 

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DOMINGO XXXIII B

 

QUERIDOS hermanas Dominicas: En el Credo, desde niños, todos nosotros rezamos: Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna; es un acto de fe y esperanza en la vida eterna del cielo con Dios y los nuestros, y lo mismo confesamos si rezamos el credo solemne de la misa, decimos: «Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro»; hacemos el mismo acto de fe y esperanza en la vida eterna.

Vosotras, religiosas, sobre todo religiosas de clausura, lo vivís con más verdad e intensidad que el resto de la Iglesia, renunciando a la vida en el mundo y viviendo dedicadas exclusivamente o principalmente al cultivo de la vida eterna vuestra, de los vuestros y de toda la Iglesia, mediante la oración permanente, la penitencia de la clausura y entregadas principalmente a vuestra santidad de vida.

        Y todo esto, tanto vosotras como todos los creyentes, lo hacemos apoyados en la vida y en la palabra de Cristo que vino para abrirnos las puertas de la eternidad, para decirnos que somos eternos, que nuestra vida es más que esta vida temporal y que Él habia venido a este mundo en carne humana, siendo Dios infinito, para poder morir y resucitar y así enseñarnos el camino que todos los hombres tenemos que recorrer para llegar a esa eternidad de gozo Trinitario en la que Dios Trinidad vive eternamente y nos ha soñado y que podemos empezar en esta vida, por medio de la vida de gracia llevada a plenitud por la oración-conversión plena y total vaciándonos de nosotros mismos para llenarnos de Dios y poder decir con S. Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

Esto es el cristianismo pleno y total por lo que vosotras habéis renunciado a la vida del mundo para poder vivirlo en plenitud en un convento, y para esto vino y predicó y murió y resucitó el Señor. Murió como hombre y se resucitó como Dios para demostrarnos que era Dios con poder infinito y que lo que nos decía y prometía era verdad y que tenía poder para hacerlo: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”.

Para demostrarnos esta verdad, durante su vida pública, además de decirlo y  predicarlo,  lo demostró resucitando a tres muertos: a su amigo Lázaro, a la hija de Jairo y al hijo de la viuda de Naím,pero especialmente se resucitó a sí mismo, como ya lo había prometido y repetido muchas veces en su vida, así como la resurrección nuestra, la de todos los hombres que crean en Él: “yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”; y al hablar de la Eucaristía: “yo soy el pan de vida, el que come de este pan vivirá para siempre y el pan que yo os daré es carne para la vida del mundo…  que san Pablo y todos los místicos que han existido y existirán, todas vosotras tenéis que llegar a estas alturas de oración-conversión, todas vosotras habéis sido elegidas y llamadas por Dios a esta vida contemplativa y mística, todas vosotras tenéis que llegar a vivir y sentir y poder decir con S. Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

Quiero predicar esta verdad fundamental de la fe católica en este mes de difuntos, mes de noviembre, y quiero decirlo bien alto hoy en este mundo que en gran parte, incluso bautizados, ha perdido la fe en Cristo que quiso morir y resucitó a muertos para demostranos que era verdad lo que decía y nos prometía a todos los bautizados y como fundamento esencial de esta realidad a los tres días de haber muerto se resucitó a sí mismo como hijo de Dios como lo había prometido y ahora vivo lo podemos constatar y hablar con Él y sentirlo viviente en ratos de Sagrario, de oración un poco elevada y purificada, en momentos de nuestra vida en que le invocamos y en la vida de todos los creyentes y de la Iglesia, y siguiendo haciendo milagros y apariciones para demostrarnos que está vivo y que es verdad todo lo que predicó y que nos espera a todos para vivir eternamente y que algunos cristianos, muchísimos, ellos y ellas, que se toman en serío su evangelio y la vida cristiana pueden incluso desear morir a estemundopara vivir ya eternamente con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, con la santísima Trinidad como Él nos lo predicó y prometió muchas veces el Señor durante su vida terrena.

Queridas hermanas: Todos los que se toman en serío la vida de Cristo, la vida de gracia y tratan de vivirla por medio del cumplimiento perfecto de los mandmientos, es decir, lo de siempre aunque dicho con otras palabras, por medio de una oración purificatoria cada día más profunda y llegan a la oración contemplativa-unitiva, a sentir a Dios Trinidad en su alma, en su vida, todos los santos, todas vosotras podéis llegar a sentid y decir con  S. Juan de la Cruz: vivo…sácame

        Queridas hermanas dominicas, pero si para eso vino, murió y resucitó Cristo, para que todos tuviéramos vida eterna en el cielo, pero que podíamos empezar ya en este mundo, este es el sentido de vuestra vida religiosa de clausura entregadas totalmente a Dios.

        Tenéis que ser santas, no solo buenas, buenas religiosas, sino religiosas santas. Tenemos que tener ya y vivir en este mundo la fe y la esperanza cristiana de la vida eterna, de vivir en la otra vida con Dios en su gozo eterno y todo por amor, aunque si estuviera predicando en la parroquia, a los cristianos de este mundo haría mención del otro sitio del que también habló muchas veces Cristo y por el que murió y resucitó, para que nadie cayera en él, me estoy refiriendo al infierno, que existe como existe el cielo, esto es lo tremendo, lo triste, porque es verdad eterna como Dios, como el cielo, y me da pena hasta pronunciarlo pero hoy y en este mundo hay que tenerlo en cuenta y rezar y pedir para que nadie caiga en él, sobre todo vosotras en vuestra oración, porque no se lo deseo ni a mis enemigos, pero existe, lo ha dicho el Señor y Él no miente y es Dios y el infierno existe y para siempre, para siempre…Es una de las penas más grandes que tengo y qué poco se habla de la condenación eterna y que todos los días rezo,

Hermanos, lo digo solemnemente, la eternidad que nos espera es la única razón por la que me hice cura, es lo que creo, espero y he sentido muchas veces como creyente en Cristo y sacerdote, la única razón por la que trabajo y he trabajado toda mi vida, que no es bautizar por bautizar o primeras comuniones por la fiesta, no, es bautizar como sacerdote, para ser sembrador de eternidades, todo bautizado recibe en el bautismo la vida de gracia, participacion de la vida de Dios, de la vida eterna y la alimenta en la comuniones eucarísticas, Cristo resucitado, pan de vida eterna.

Por la gracia del Señor he tenido manifestaciones y pruebas muy fuertes y evidentes de la otra vida y de Cristo vivo, sobre todo en el Sagrario que me han confirmado esta verdad de nuestra eternidad con Dios.

Queridas hermanas, Jesús vino a este mundo unicamente para salvarnos y para llevarnos a la vida eterna, y no sólo nos revela el hecho de la resurrección, de nuestra eternidad con Dios, de que el hombre es más que hombre, más que este espacio y este tiempo, de que el hombre es eternidad sino que pasa por la prueba de morir entre dolores y sufrimientos terribles para demostrarnos lo que le duelen las eternidades de todos los hombres, de todos nosotros y murió entre tormentos horrorosos, cuándo le costamos a Cristo, y resucitó para que todos creamos y esperemos y vivamos la vida eterna ya por la vida de gracia y conversión, es decir, cumplimiento de sus mandamientos de que seremos examinados al entrarnos con Él en la eternidad, en su vida divina y eterna. cristiana como camino para el cielo, para la vida eterna.

Y si alguna de vosotras tienes noches de fe o esperanza, es decir, le cuesta creer y tiene dudas de la vida eterna, que no se asuste, son noches y obscuridades purificatorias, necesarias para llegar a la fe viva. Fijáos en los mismos discipulos, como a pesar de que las mujeres le vieron resucitado y se lo manifestaron en nombre de Jesús, es más, resucitado, se aparece a los discípulos que no se lo creían a pesar de haberle escuchado a Cristo esta verdad e incluso viéndole resucitado, los apóstoles no fueron unos bobalicones que se lo creyeron a la primera, fijaos en el apóstol Tomas y en los dos discípulos de Emaús, y todo esto para que nosotros y el mundo entero creamos y vivamos para la vida eterna.

Y ese mismo Cristo vivo y resucitado y pan de vida eterna, para los que creen y comulgan, es el que está en el cielo y en todos los sagrarios de la tierra para llevarno al cielo, es el pan de vida que nos alimenta para la vida eterna con Dios y todos los nuestros.

El sagrario, en todos los sagrarios de la tierra está Cristo vivo por locura de amor a todos los hombres aunque muchos incluso cristianos ni le visiten ni le amen, pero aquí, está el mismo que está ahora en el cielo con los nuestros, el que resucitó y está aquí para llevarnos a todos a su gloria. Y esto también os lo digo por experiencia propia, por miles y miles de horas pasadas en su presencia ante el Sagrario, su presencia de cielo en la tierra.

Hermanas, mirad al Sagrario con amor, visitad a Cristo Eucaristía todos los días, comulgad con fe viva y amor comulgando con sus mismos sentimentos, con su misma vida por la conversión permanente, este es comulgar, no el comer a Cristo Eucaristía y llegaréis a sentirlo y vivirlo ya en este mundo, a que el Convento esté lleno de vida y amor y no vacío de Cristo, de su vida y sentimientos con los que vosotras todas os vais identificando por una vida religiosa y sacramental verdadera, por una liturgia no meramente externa y cantada sino vivida y sentida, por una vida con Cristo vivida en misa-sacrificio y comunión diaria y verdadera. Aquí está el Señor para ayudarnos, perdonarnos, alimentarnos y llevarnos.

 

 

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XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: SOLEMNIDAD: JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

 

        PRIMERA LECTURA: Daniel 7, 13-14

 

        El significado profundo de este pasaje emerge cuando se le considera en el contexto de todo el capítulo. Al profeta le es revelado el misterio de la historia. Ve la sucesión de los reinos, significado por las cuatro bestias cuya prepotencia está llamada a desaparecer. La historia es juzgada por Dios en razón de los actos de los hombres. Los poderes de este mundo están condenados a desaparecer y algunos ya sufren sus penas hasta que llegue el tiempo establecido. Entonces aparecerá sobre las nubes “un hijo del hombre”, al cual Dios le dará el poder eterno y “su reino no acabará.” Esto indica que su señorío es terrestre y celeste, divino y humano.

        SEGUNDA LECTURA: Apocalipsis 1, 5-8

 

        En estos versículos del Apocalipsis, la realeza de Cristo Jesús es presentada esencialmente como realeza del Hijo del hombre. Aludiendo a la profecía de Daniel, afirma que Jesús es el revelador del Padre, digno de fe, porque viene de Dios mismo. En cuanto resucitado es el primero de una nueva estirpe destinada a la vida eterna. Es también “el Príncipe de los reyes de la tierra”, porque ha venido a traer a la tierra el reino de Dios, al cual todos serán sometidos. Este hijo del hombre es Jesús, el crucificado, “que nos amó y nos ha liberado del pecado por su sangre.”

       

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 18, 33-37

 

FIESTA DE CRISTO REY

 

QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy la fiesta de Cristo Rey. Llegamos así al último domingo del año litúrgico, a la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, que viene a ser como el colofón del Año litúrgico.

Comenzábamos el año litúrgico preparándonos y celebrando su nacimiento, su primera venida del cielo a la tierra y hoy, lo terminamos celebrando su última venida al final de los tiempos; nos hemos detenido en su misterio pascual, la pasión y muerte por todos los hombres que culmina en la resurrección y el envío del Espíritu Santo; y concluimos este domingo el año litúrgico de la Iglesia con esta fiesta de Cristo Rey.

Cristo es ciertamente rey del mundo porque es Dios, Creador con el Padre de todo cuanto existe. Pero la realeza que celebramos hoy es la realeza de Cristo en cuanto hombre, Rey del amor y salvación de los hombres, es la realeza de su humanidad que asumió de María y que muriendo y resucitando la ha elevado al rango divino, sentándola a la derecha del Padre, es decir, con el mismo poder y gloria que su divinidad.

1.-Cristo hombre es designado rey del mundo y de la humanidad principalmente por su resurrección de entre los muertos y por su Ascensión a los cielos, donde el Padre le sentó con su humanidad a su derecha, es decir, le dio categoría divina, con su mismo poder y gloria.

Ante Él, el Cordero degollado del Apocalipsis, los ángeles y todos los santos salvados, nuestros mayores, le dan la misma gloria que al Padre, porque su humanidad ha quedado totalmente unida a la Divinidad, al Verbo, Hijo de Dios.

Por eso, teológicamente hablando, los tres hechos más importantes en que se fundamenta  la fiesta que hoy celebramos, son: 1º la Resurrección, esto es, Cristo, vencedor de su muerte y de la nuestra; 2º, estar sentado a la derecha del Padre, indicando así que su humanidad ha sido elevada a la categoría divina del Hijo de Dios, con su mismo poder y gloria; y finalmente: la parusía o su venida última al final de los tiempos como Rey universal de todos los hombres y de la historia para juzgar a todos como Rey y Señor del tiempo y de la eternidad y que ya se anticipa en el día de nuestra muerte.

        Esta es la realeza de Cristo que celebramos este domingo último del año litúrgico. En él quiere la Iglesia que echemos una mirada hacia atrás y contemplando las maravillas que Dios ha obrado en favor de los hombres por medio de su Hijo Jesucristo, primero, le demos gracias rendidas por todos los bienes de la Redención y segundo, proclamemos a Cristo Rey de nuestras vidas, porque Él con su humanidad muerta y resucitada por y para nosotros ha vencido la nuestra mortal y nos ha ganado la eterna. Hermanos, hoy es el día indicado por la Iglesia para  revisarnos y echar una mirada a nuestras vidas a ver si Cristo es Rey,si está reinando con su vida y evangelio en nuestras vidas, porque aunque celebremos esta fiesta cien veces, si Cristo no reina en nuestras vidas, todo habrá sido inútil .

        Queridos hermanos y hermanas, somos eternos, nuestra vida es más que esta vida, Cristo con su muerte y resurrección por nosotros es rey del tiempo y la eternidad y los que creemos en Él y le aceptamos como rey de nuestras vidas y comulgamos a Cristo Eucaristía, viviremos eternamente con Él; y los que no lo aceptan, qué pena me da hoy en el mundo y en la misma Iglesia, la situación actual de España y de gran parte del mundo,nos lo dice Él en el evangelio de hoy y de otros días, no estarán bajo su reinado en su reino y reinado del cielo sino en su lejanía y tormento eterno, infierno eterno, porque no creyeron ni le aceptaron como Dios y Rey Salvador de sus vidas. Recemos y ofrezcamos la misa por ellos, sobre todo si entre ellos puede haber alguno de los nuestros feligreses, familiares o amigos en un mundo tan secularizado.

Hermanos todos, solo hay un Savador, es Cristo Jesús, al que hoy proclamamos rey de nuestras vidas y del mundo y de la eternidad y le consagramos y entregamos todo nuestro presente y futuro de eternidad a Él que para eso, para llevarnos a su reinado del cielo se hizo pan de vida eterna y aquí viene todos los días y permanece en este y en todos todos los Sagrarios de la tierra para ayudarnos en este camino hacia su Reinado Eterno con el Padre y el Espíritu Santo en el cielo donde le contemplaremos gozoso eternamente con todos con todos nuestros feligreses y familiares y creyentes salvados.Amén, así sea.

 

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FIESTA DE CRISTO REY (21-11-21)

 

QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy la fiesta de Cristo Rey. Cristo es ciertamente Rey del mundo por ser Hijo de Dios Creador con el Padre de todo cuanto existe. Pero la realeza que celebramos hoy es la realeza de Cristo en cuanto hombre, es la realeza de su humanidad que asumió de la Virgen María y que muriendo y resucitando la ha elevado al rango divino, sentándola a la derecha del Padre, es decir, con el mismo poder y gloria que su divinidad.

1.-Cristo hombre es celebrado hoy como rey del mundo y de la humanidad principalmente por su resurrección de entre los muertos y  Ascensión a los cielos, donde el Padre le proclamó Rey sentándolo  con su humanidad a su derecha, es decir, dándole categoría divina, con el mismo poder y gloria que su divinidad.

Ante Él, el Cordero degollado del Apocalipsis, los ángeles y todos los santos salvados, nuestros mayores, ya muertos y resucitados, le dan la misma gloria que al Padre, porque su humanidad ha quedado para siempre unida al Verbo, Hijo de Dios. Por eso, teológicamente hablando, los tres hechos más importantes en que se fundamenta  la fiesta que hoy celebramos, son:

1º la Resurrección de Cristo, esto es, Cristo, vencedor de su muerte y de la nuestra; 2º, estar sentado a la derecha del Padre, indicando así que su humanidad ha sido elevada a la categoría divina del Hijo de Dios, con su mismo poder y gloria; y finalmente: la parusía o su venida última al final de los tiempos como Rey universal de todos los hombres y de la historia para juzgar a todos como Rey y Señor del tiempo y de la eternidad y que ya se anticipa en el día de nuestra muerte.

        Esta es la realeza de Cristo que celebramos este domingo último del año litúrgico. En Él quiere la Iglesia que echemos una mirada hacia atrás y contemplando las maravillas que Dios ha obrado en favor de los hombres por medio de su Hijo Jesucristo: 1º le demos gracias rendidas por todos los bienes de la Redención;y 2º, proclamemos a Cristo Rey de nuestras vidas, porque Él con su humanidad muerta y resucitada ha vencido la nuestra mortal y nos ha ganado la eterna.

        2.- Queridos hermanos: Durante el año litúrgico que termina, hemos recordado con sentido salvador y meditativo los hechos más sobresalientes de la vida de Jesús, tratando de vivirlos “en espíritu y verdad”: hoy celebramos su realeza, esto es, el poder de juzgarnos como Rey y Señor de nuestras vidas que el Padre le ha concedido sentándolo a su derecha, y también como salvador de todos nosotros por haberse encarnado, muerto y resucitado por la salvación eterna de todos los hombres, como confesamos con fe y esperanza en el Credo.

Queridos hermanos y hermanas, somos eternos, nuestra vida es más que esta vida; y los que le aceptamos y proclamamos rey de nuestras vidas y comulgamos con su evangelio y su vida, viviremos eternamente con Él, pues para eso vino, murió y resucitó; y los que no lo aceptan, los que no creen en Cristo, qué pena me da la situación actual y política de España,nos lo dice Él y nos lo advierte en el evangelio de hoy y otros días, no estarán bajo su reinado en el cielo sino en la lejanía del cielo, es decir en el fuego eterno, lejos de su presencia y gozo, porque no creyeron ni le aceptaron en la tierra como Dios y Señor Salvador de sus vidas.

Hermanos todos, este es el sentido cristiano pleno y total de esta fiesta de Cristo Rey,  esta es la eternidad de gozo por la que Cristo vino, predicó, murió y resucitó y por la que todos los hombres tienen que creer, vivir y esperar para gozarla eternamente con Cristo Rey del cielo y de la tierra, de toda la humanidad.

Queridas hermanas y hermanos: Esto es lo que más nos hace sufrir a nosotros, como sacerdotes, viendo cómo este mundo se está alejando de Cristo Rey y Señor del tiempo y la eternidad, alejando del sentido eterno de la existencia humana, alejándose del único Salvador. Queridos hermanos, este mundo pasa, nos espera la eternidad de gozo con Dios;rezemos hoy y ofrezcamos esta santa misa por todos los hombres y el mundo entero, hermanos,  no nos salvan los políticos, ni la técnica ni los medios humanos, solo hay un Salvador de todos, Jesucristo que ahora en la Eucaristía ofrece al Padre su vida, como entonces, por la salvación de todos los hombres, del mundo entero.

Es Cristo resucitado al que hoy proclamamos Rey del Universo y de todos los hombres, rey del mundo y de la eternidad y le hemos entregado y proclamamos Rey de nuestras vidas sacerdotales, religiosas y cristianas y le tenemos muy cerca en todos los Sagrarios de la tierra esperándonos para abrazarnos, el mismo que contemplan gozosos ya eternamente los nuestros, ya salvados y ahora le vamos a recibir hoy en nuestras vidas por la sagrada comunión y le vamos a proclamar Rey de nosotros y del mundo entero.

 

 

Hermanos: Qué gozo ser sacerdote, sembrador de eternidades; recemos y pidamos que Cristo reine por la fe, la esperanza y el amor en este mundo, que está perdiendo su sentido y camino de eternidad, que reine por la fe, esperanza y caridad en todos los hombres, porque hemos sido soñados por Dios para una eternidad de gozo en su misma felicidad eterna y trinitaria.

Hoy, proclamamos a Cristo Rey de nuestras vidas y de todos los hombres con esa liturgia eucarística de su Fiesta y luego, al salir de esta Eucaristía, viviremos su realeza con nuestro testimonio de vida y amor y perdón entre nosotros, que reine así Cristo entre nosotros y también con el apostolado de nuestra oración, rezando hoy y todos los días, para que Cristo mediante la fe y el amor cristiano reine en este mundo y en todos los hombres, que lleguen a conocerle y amarle y seguirle como único Salvador del tiempo y de la eternidad.

Así sea y así lo pedimos en esta Eucaristía y siempre en nuestra oración y comunión y visitas eucarísticas. 

 

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QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy la fiesta de Cristo Rey. Cristo fue rey del mundo y de la humanidad desde su nacimiento, porque era el Hijo de Dios, Creador con el Padre de todo cuanto existe. Pero la realeza que celebramos hoy es la realeza de esa humanidad que asumió y Él la ha elevado al rango divino, sentándose a la derecha del Padre.

 

1.-Cristo es designado príncipe real por su resurrección de entre los muertos y su Ascensión a los cielos, donde el Padre le sentó a su derecha, es decir, le dio categoría divina, con su mismo poder y gloria.

Ante Él, el Cordero degollado del Apocalipsis, los ángeles y los santos le dan la misma gloria que al Padre, porque su humanidad ha quedado totalmente hecha Hijo, Verbalizada en el Verbo eterno del Padre. Por eso los tres hechos más importantes, en que se fundamenta  la fiesta que hoy estamos celebrando, son: Resurrección, estar sentado a la derecha del Padre y parusía o venida final al final de los tiempos como Rey universal de los hombres y de la historia. Por su resurrección, Cristo ha sido exaltado a la derecha del Padre y ha tomado posesión del reino.

        Esta realeza de Cristo la celebramos en este domingo último del año litúrgico. En Él quiere la Iglesia que echemos una mirada hacia atrás y contemplando las maravillas que Dios ha obrado en favor de los hombres por medio de su Hijo Jesucristo, le demos gracias rendidas por todos los bienes de la Redención y proclamemos a Cristo Rey de nuestras vidas, de nuestras familias y de nuestra eternidad. ¿Y cúales son estos hechos principales?

 

        2.- Durante el año litúrgico que termina, hemos celebrado con sentido meditativo los hechos más sobresalientes de la vida de Jesús, tratando de vivirlos “en espíritu y verdad”: especialmente la espera y su venida en Navidad, la pasión, muerte y resurrección en la Pascua, el envío del Espíritu Santo en Pentecostés, la Ascensión y demás acontecimientos salvadores, y hoy, principalmente, su poder junto al Padre, sentado a su derecha, para interceder por nosotros y desde donde vendrá para juzgar a vivos y muertos, y su reino ya no tendrá fin, como afirmamos en el Credo.

 

        3.- El Evangelio de este domingo presenta la realeza de Cristo en relación con su pasión y a la vez la contrapone a las realezas terrestres. Todo ello a base de la conversación entre Jesús y Pilato. Mientras que el Señor siempre se había sustraído a las multitudes, que en los momentos de entusiasmo querían proclamarlo rey, ahora que está para ser condenado a muerte, confiesa su realeza sin reticencias.

        A la pregunta de Pilato: “¿Con que ¿tú eres rey?”, responde: “Tú lo dices: Soy Rey”. Pero había declarado de antemano: “Mi reino no es de este mundo”. La realeza de Cristo no está en función de un dominio temporal y político, sino de un señorío espiritual que consiste en anunciar la verdad y conducir a los hombres a la Verdad suprema, liberándolos de toda tiniebla de error y de pecado. “Para esto he venido al mundo —dice Jesús—; para ser testigo de la verdad” (ib 37).   Él es el “Testigo fiel” (2ª Lectura) de la verdad —o sea, del misterio de Dios y de sus designios para la salvación del mundo—, que ha venido a revelar a los hombres y a testimoniar con el sacrificio de la vida. Por eso únicamente cuando está para encaminarse a la cruz, se declara Rey: y desde la cruz atraerá a todos a sí (Jn 12, 32).

        Es impresionante que en el Evangelio de Juan, el evangelista teólogo, el tema de la realeza de Cristo esté constantemente enlazado con el de su pasión. En realidad la cruz es el trono real de Cristo: desde la cruz extiende los brazos para abrazar y estrechar junto a sí a todos los hombres y desde la cruz los gobierna con su amor. Para que reine sobre nosotros, hay que dejarse atraer y vencer por su amor.

        Rey y Señor, no ha escogido otro camino para librar a los hombres del pecado que lavarlos con su propia sangre. Sólo a ese precio los ha introducido en su reino, donde son admitidos no tanto como súbditos sino como hermanos y coherederos, como copartícipes de su realeza y de su señorío sobre todas las cosas, para que con Él, único Sacerdote, puedan ofrecer y consagrar a Dios toda la creación. Nos ha convertido “en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre” (ib 6). Hasta ese punto ha querido Cristo Señor hacer partícipe al hombre de sus grandezas.

       

        4.- En este domingo, nosotros y toda la Iglesia le honramos como Hijo de Dios, sentado a la derecha del Padre, como Rey y Señor del Universo, como Rey y Señor de nuestras almas.

Jesús demostró que era rey del amor, perdonando a todos lo que le condenaron y crucificaron por confesar que era rey, “pero no de este mundo.” El buen ladrón descubrió algo grande en Él, viéndole perdonar así y viéndole cómo moría; tanto, que se atrevió a pedirle: “acuérdate de mí, cuando estés en tu reino... Hoy  estarás  conmigo en el paraíso.”

Cristo es el Rey del mundo y de todos los hombres, rey del amor y de la misericordia. Todo esto me infunde mucha esperanza sobre el mundo presente, aunque sea pecador y me aleje de Dios, siguiendo los ídolos efímeros y fugaces del mundo, porque sé que este Rey es humilde y ha dado la vida por sus vasallos; yo sé que continuamente ejerce esta realeza ante el Padre intercediendo por todos nosotros: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”.

Amo y quiero y adoro a este Rey misericordioso y humilde, con amor extremo, hasta dar la vida por los hermanos, como ahora  va a hacerlo presente en la santa misa, donde siempre empezamos recibiendo su perdón. En la oración colecta de este fiesta de Cristo Rey rezamos: «Dios todopoderoso y eterno, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del universo; haz que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu Majestad y te glorifique sin fin». (MISAL ROMANO).

 

        5.- Hoy muchos no le proclaman Rey, viven olvidados de que un día tienen que presentarse ante Él, y no vienen a rezarle ni a pedirle nada; pero para eso estamos nosotros, para proclamarle Rey de nuestras vidas, de nuestras familias, de nuestro trabajo, rey de todo el mundo y de todos los hombres. 

Nosotros lo alabamos y adoramos y le decimos llenos de gozo con San Pablo a los Efesios: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió, en la persona de Cristo, antes de la creación del mundo, por pura iniciativa suya, para que fuéramos santos y inmaculados en el amor para alabanza de su gloria. En Él hemos obtenido, por medio de su sangre, la redención y el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia, que ha prodigado sobre nosotros con toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el Misterio de su voluntad, que por pura gracia, se propuso realizar en Él en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra.” (Efe. 1,3-12)

 

        6.- Después de proclamarle a Cristo Rey de nuestras vidas, después de reconocer su realeza y bendecirle por ello, nosotros, sus vasallos fieles, tenemos que trabajar para que otros lo reconozcan como Rey. Primero con nuestro testimonio; lo dice el Vaticano II: «Porque todos los fieles cristianos, donde quiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo… de tal manera que todos los demás, al contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre y perciban el sentido auténtico de la vida y el vínculo universal de la unión de los hombres». (LG 11)

 

         7.- Debemos hacer que Cristo reine, mediante el anuncio del Evangelio. Por el santo bautismo somos hechos misioneros del Cristo y su causa. No puedo amar a Cristo y olvidarme de que el reino de Dios se extienda por el mundo. Para eso, además del testimonio, necesitamos la palabra, el apostolado. Cristo debe reinar en el mundo, en mi familia, en mi matrimonio, en mi vida personal y profesional. Por el bautismo todos nos hemos convertido en misioneros de Cristo y de su realeza. No puedo proclamarle Rey y luego olvidar su causa. Cristo debe reinar en el mundo mediante profesionales, políticos, apóstoles cristianos, justos, honrados, creyentes y trabajadores.

 

        8.- Y por encima de todo, el amor; Cristo es rey del amor extremo; Cristo quiere reinar en nosotros y en el mundo mediante la caridad, mediante el amor. Su reino, como decimos en el prefacio es un reino de amor, de justicia y de paz. Nos ayuda con su ejemplo. Nos lo facilita aceptando, como hecho a Él directamente, todo lo que hagamos con los hermanos. Lo que dijo Cristo: “Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”,  también vale en este sentido: quiso estar en todos los hombres, pero especialmente en los más pobres y necesitados. Ahí quiere reinar también Cristo mediante nuestro amor. ¡Cristo, queremos amarte en nuestros hermanos, ayúdanos, danos tu fuerza y amor, nosotros no podemos, somos pobres y necesitados siempre de tu gracia y amor!

 

        9.- Finalmente Cristo quiere reinar en nosotros por la santidad. Quiere que seamos santos, que vivamos unidos a Él con un amor que nos transforme en Él. Y este camino se recorre con la oración diaria. Primero será meditativa, luego afectiva, para terminar en oración contemplativa y transformante. Sin oración no hay santidad, ni vida verdaderamente cristiana, ni unión de amor con Dios. Hay que llegar a esta unión íntima y total en Jesucristo, como llegaron otros muchos, que llegaron a ser santos, a vivir plenamente amantes y amados por Él. Este es en definitiva el sentido último de la Realeza de Cristo, aquello por lo que Cristo se encarnó y murió, la razón última de todo y de todos. Había que llegar por el amor a que Cristo fuera el único Señor de nuestro corazón hasta el punto de solo Él fuera Señor y  Rey de nuestra vida y poder decirle con el alma enamorada: ¿Por qué, pues has llagado este corazón, no le sanaste, y pues me lo has robado, por qué así lo dejaste y no tomas el robo que robaste?

 

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        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- La fiesta de Cristo Rey se estableció en el año 1925 en un contexto social e histórico determinado, muy distinto al actual. Esta carga histórica hizo que se viese impregnada  pronto de tintes triunfalistas que desvirtuaban su auténtico sentido cristiano y religioso. Se pensó por algunos que la fiesta de Cristo Rey era la consagración y bendición definitiva del orden establecido.

        Sin embargo, según el sentido litúrgico, afirmar que Cristo es Rey, lejos de consagrar las instituciones o las situaciones existentes en un momento determinado, las emplaza a todas, al mundo y a la historia, a Cristo, en una dinámica de conversión a la justicia, al amor y a la fraternidad.

        Y en este sentido concreto y litúrgico que acabamos de indicar, hoy viene la palabra de Dios a nosotros y nos dice que Cristo es y debe ser el único Señor de nuestra vida y del mundo. Es Rey y Señor porque es la verdad completa sobre el hombre; es Rey porque nos ha conquistado con su palabra y su sangre; es Rey porque nos ha redimido y nos ha hecho hijos de Dios y herederos del cielo; es Rey porque ha vencido a la muerte y ha conseguido para todos la vida eterna, esa vida y esperanza que trasciende este tiempo y este espacio.

 

        2.- Y este reino, esta esperanza nuestra no es estática sino dinámica y operante actualmente. Porque sabemos que todavía no ha llegado plenamente a nosotros el reino de Dios, no ha llegado a su plenitud su reinado de verdad y de vida sobre nosotros, sobre nuestras familias, en las mismas comunidades cristianas. Nosotros sabemos que los criterios por los cuales nos regimos no son todavía en plenitud los que enumera el prefacio de este día: reino de verdad y santidad, de justicia, de amor y de paz. Y todos los cristianos hemos de luchar para que esa parte del mundo y de nosotros mismos, todavía no conquistada por este reinado de Cristo y que no vive según Cristo y su evangelio, termine por ser vencida por su verdad y su vida, por su evangelio.

        Elegir a Cristo como rey de nuestra vida es asumir la tarea por esta lucha, es esforzarse y luchar para que Él sea el único Señor y Rey de nuestra vida y del mundo, destronando a tantos ídolos y reyezuelos que nos esclavizan y nos dominan: dinero, placer, consumismo, egoísmo… Y esto, como le pasó al mismo Cristo, no se puede hacer, sin luchas, sin sacrificios, sin cruz, sin dar la vida. “El discípulo no es mayor que su maestro”.

        Pues bien, este es el sentido de la fiesta de hoy. Si alguno se atreve a decirle a Cristo: Tú eres el rey de mi existencia, de mi familia, de mi trabajo, que sepa que este es el compromiso y la tarea que asume. Todos estamos emplazados a esta tarea. No optar por Cristo es optar contra Él, como Él mismo nos dijo. Y este compromiso es hondo y dinámico, para toda la vida y eternidad.

        3.- Es lógico, por tanto, que tanto empeño y tan exigente, encuentre a través de la historia de la humanidad, muchas rebeliones y abandonos por parte de los mismos cristianos. Hoy mismo, la cultura dominante, fuertemente antropocéntrica, se opone directamente a este reinado de Cristo en nuestra vida y en la vida del mundo. El hombre ha quitado a Dios del centro de su existencia y ha puesto a los ídolos a los que sirven de la mañana a la noche con toda fidelidad.

        Este mundo, esta cultura de la muerte y silencio de Dios, destruye su trono y reduce el mundo y al hombre al absurdo, a no saber de dónde viene y a dónde  va, cual es el sentido de la vida y de la existencia, a pura existencia material sin trascendencia, sin eternidad, pura historia personal y colectiva sin esperanza. El hombre moderno está desesperanzado, vacío de eternidad, solo y perdido en el mundo. El hombre está triste, el mundo está triste, los matrimonios están tristes, todos estamos más tristes sin el reinado de la verdad y la esperanza de Dios.

        4.- La realeza o el señorío de Cristo sobre el mundo, sobre el hombre y sobre la historia se apoya en tres fundamentos básicos:

        a) La trascendencia absoluta de Dios, que es realidad infinitamente superior al hombre.

        b) La simultánea  inmanencia o presencia de lo divino en el mundo, en el hombre y en la historia.

        c) El sentido escatológico del hombre y del mundo según un proyecto unitario de Dios.

        Por eso, en este tiempo de increencia, de laicismo, de horizontalismo radical, de materialismo, el creyente es invitado por la fiesta de este domingo a recuperar el sentido último y trascendente del hombre, del mundo y de la historia. Este mundo y este hombre tienen un principio y un fin, tienen su origen y tienen su fin en Dios por Jesucristo su Hijo, juez del mundo, del hombre y de la historia, de todo lo creado. Nosotros, los cristianos, en este día, profesamos esta verdad, la creemos y adoramos y nos comprometemos a vivirla y hacer que otros la conozcan y la vivan en su vida.

        5.- Proclamar a Cristo rey de nuestra vida, de nuestra familia y de nuestra historia significa tratar de realizar en nosotros el reinado de Dios: Donde Dios sea el único Dios de nuestra vida; todos los hombres luchemos por ser hermanos y hagamos una mesa muy grande donde todos se sienten, especialmente los pobres y desheredados del mundo.

        Precisamente el evangelio de este domingo nos sitúa al final de los tiempos, donde Cristo realiza el juicio de la historia y del hombre y su examen será sobre el amor: el amor a Dios en los hermanos. Esta es la asignatura final que todos tenemos que aprobar. Asignatura que debemos llevar bien aprendida y ejercitada en este mundo para el día de la verdad sobre la historia personal y colectiva. Todavía estamos a tiempo de repasarla y prepararla bien.

        Hoy termina el año litúrgico. Un día terminarán nuestras vidas. Ayúdanos, Señor, a preparar bien el examen final, el examen de tu reinado sobre nosotros. Da luz a nuestra inteligencia y fuerza a nuestro corazón para amar como Tú al Padre y a los hombres, hasta dar la vida. Reina así sobre nuestra inteligencia y voluntad y vida; reina así sobre el mundo, la familia y la sociedad universal. Amén.

 

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DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS

 

Monición de entrada:

Hoy, la Iglesia celebra el Domingo de la Palabra de Dios, cuando escuchamos en el evangelio la narración del comienzo del ministerio público de Jesús.

Según el papa Francisco, «la Palabra de Dios escuchada y celebrada, sobre todo en la eucaristía, alimenta y refuerza interiormente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténtico testimonio evangélico en la vida cotidiana» (EG, n. 174). El papa afirma: «Toda la evangelización está fundada sobre [la Palabra de Dios], escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada. Las Sagradas Escrituras son fuente de la evangelización. Por lo tanto, hace falta formarse continuamente en la escucha de la Palabra» (ibíd.). El Domingo de la Palabra de Dios nos recuerda que esta Palabra ha de ser cada vez más el corazón de la vida y de la misión de la Iglesia. Que esta eucaristía nos transforme en cristianos amados por Cristo, llamados personalmente por él y enviados a compartir su vida y su misión.

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Jesucristo, el justo, intercede por nosotros y nos reconcilia con el Padre. Abramos, pues, nuestro espíritu al arrepentimiento para acercarnos a la mesa del Señor.

 

--Tú, que eres la Palabra que siempre nos empuja a la conversión, a crecer y mejorar, a soñar y preparar nuevos odres para tu vino siempre nuevo: Señor, ten piedad. R. Señor, ten piedad.

--Tú, que eres la Palabra que nos convoca a formar familia, a sentirnos hijos e hijas amados de Dios, llamados a construir fraternidad con todos: Cristo, ten piedad. R. Cristo, ten piedad.

--Tú, que eres la Palabra que nos impulsa a llevar la Buena Noticia del reino a todos los rincones de nuestro mundo: Señor, ten piedad. R. Señor, ten piedad.

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna. R. Amén

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ORACIÓN UNIVERSAL: En este Domingo de la Palabra de Dios presentamos al Señor nuestra oración con humildad y confianza.

1. Para que la Iglesia continúe caminando tras las huellas de Jesucristo, proclame con alegría el Evangelio y contribuya a aliviar las enfermedades y dolencias del pueblo. Roguemos al Señor.

2. Para que contemplemos la luz grande que brilla en medio de nosotros, incluso cuando habitamos en tierras oscuras. Roguemos al Señor.

3. Para que la Palabra de Dios sea proclamada con fe, acogida con gratitud, vivida con intensidad y testimoniada con pasión. Roguemos al Señor.

4. Por quienes pasan necesidad, por quienes sufren a causa de las guerras, las enfermedades, la soledad, la ancianidad, el abandono o la falta de trabajo, para que encuentren respuestas y compañía. Roguemos al Señor.

5. Para que anunciemos el Evangelio, no con sabiduría de palabras, sino con la eficacia de la cruz de Cristo. Roguemos al Señor.

6. Para que el Espíritu Santo llene los corazones de todos los cristianos, sea fermento de comunión y nos conceda el don de la unidad visible. Roguemos al Señor.

 

Dios Padre todopoderoso, que aumentas nuestra alegría y nos concedes gozar en tu presencia, haz que desaparezcan las divisiones entre los cristianos, aliméntanos con tu Palabra y suscita respuestas generosas en el corazón de quienes llamas para seguirte. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén

 

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HOMILÍA

 

QUERIDAS HERMANAS DOMINICAS: La primera lectura nos habla de luz y de gozo: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló. El pueblo había sufrido humillaciones, derrotas y momentos difíciles. Los territorios de Zabulón y Neftalí padecieron las incursiones de los pueblos del norte. Fueron desterrados, fueron despojados de sus bienes, tuvieron que vivir en tierras extranjeras en medio de sus enemigos.

Pero el Señor los volvió a mirar con amor, olvidó sus delitos, perdonó sus pecados y les permitió regresar a su tierra. Fue como un nuevo amanecer. El pueblo «caminaba en tinieblas», «habitaba en tierra y sombras de muerte». Y amanecieron días de paz, sin temores, jornadas serenas y tranquilas. Todo ello se expresa con una bella imagen: el pueblo «vio una luz grande»; «una luz les brilló». La acción realizada por el Señor se describe a través de la repetición de términos relacionados con la alegría: «Acreciste la alegría», «aumentaste el gozo»; «se gozan en tu presencia», Es el Señor quien acrece la alegría y quien aumenta el gozo.

El salmista manifiesta esta experiencia de luz y confianza: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?»; «Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor […]. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida».

En ningún sitio de la tierra se puede realizar esto mejor que en un convento de Consagradas a Dios Trinidad. A nuestro alrededor hay mucha oscuridad. Vivimos en un mundo de pecado, de incertidumbres y falsas apariencias. Necesitamos luz, defensa y seguridad para vencer los temores que nos incapacitan para reaccionar. Nuestra oración se centra en ser y estar junto al Señor, gustar, ver y paladear su dulzura. Nadie como vosotras. La oración… el Señor es mi luz y mi salvación a quien temeré, el Señor es la defensa de mi vida quién me hará temblar?

Sin embargo también hay que reconocer que en estos tiempos  los que seguimos a Jesús no estamos unidos, ni formamos una sola Iglesia. Estos días celebramos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos; y, por eso, hoy pedimos especialmente para que se pueda llegar a hacerse realidad el deseo de Domingo de la Palabra de Dios:  que todos los que creemos en Cristo formemos un solo Cuerpo, una comunidad unida de amor que lleguemos a superar nuestras divisiones.

Luego, en el evangelio vemos que el primer mensaje de Jesús al comenzar su predicación es la conversión. «Convertirse» quiere decir dar la vuelta, cambiar el sentido del camino. Es un cambio interior para con Dios, para con los hombres, para con el mundo.

La conversión es una decisión que hay que tomar en cada una de nosotras ahora y no se puede postergar. Jesús agrega una motivación: «El reino de los cielos está cerca». En la medida en que cada uno de nosotros se vecíe se sí mismo, de su defectos y pecados, le puede llenar Dios. Como de esto os hablo todos los días no voy a insistir hoy, pero es el problema de la iglesia de todos los tiempos, especialmente los actuales, pero arriba, en curas, frailes y monjas, falta vivir el Evangelio, vivir a Cristo, convertirnos y se seguidores de Cristo en nuestras vidas

También en el evangelio de hoy Jesús realiza la elección de los cuatro primeros discípulos. Jesús no es un personaje solitario que desee realizar su obra sin colaboración de nadie. Necesitó y necesita nuestra ayuda, sobre todo de religiosas y sacerdotes santos.Pedro y su hermano Andrés pescan cerca de la orilla del lago. Jesús les dice: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». No olvidemos esto, es Jesús el que no invita y nos ha invitado a seguirle en vida sacerdotal o religiosa, pero muchos no le han seguido sobre todo en estos tiempos, os felicito porque le habéis seguido.

La vocación cristiana se identifica con el seguimiento de Jesús. La vocación es siempre para una misión. Jesús llamó a sus discípulos para luego enviarlos a la misión. Pero para eso, lo primero es  estar con Jesús, escucharlo en la oración, y luego seguirlo  predicarlo, que los discípuls prediquen lo que Jesús les diga en la oración, sin oración personal, sin encuentro con Cristo en la oración no podemos predicarlo. Pero si no hay ratos de oración, de encuentro y diálogo con el Señor, si al sacerdote no se le ve todos los días haciendo oración junto al Sagrario….que no… que no podemos ayudar a los demás a que encuentren a Cristo, porque la oración personal es la única luz para el camino.

Pedro y Andrés no dudan ni un instante después de escucharle: «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron». La palabra del Maestro encuentra rápido eco en el corazón de los pescadores. También Santiago y Juan repasan las redes con su padre Zebedeo y escuchan la llamada e, inmediatamente, dejan las redes, la barca y a su padre, y siguen a Jesús. Hoy necesitamos vocaciones, cristianas y sacerdotales y religiosas, es el problema más importante de la Iglesia actual, necesitamos obispos, sacerdotes y religiosas santas, pero para eso, escucharle a Cristo en la oración personal y de intercesión, de petición de vocaciones.

Porque Jesús continúa pasando a nuestro lado, la lado de todos los hombres y nos mira como miró a Pedro, Andrés, Santiago y Juan y nos invita a seguirlo, para que seamos anunciadores de la luz, antorchas vivientes capaces de iluminar las sombras de muerte en que yace el mundo. para que seamos buenos cristianos, o buenos sacerdotes y religiosas

Jesús continúa mirándonos personalmente y sigue invitándonos: «Venid en pos de mí». Seguir a Jesús todos los días en vida santa por medio de la oración personal y diaria es la tarea principal de los llamados, de los que quieren segur a Cristo en santidad y vida apostólica.

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En este Domingo de la Palabra de Dios presentamos al Señor nuestra oración con humildad y confianza.

1. Para que la Iglesia continúe caminando tras las huellas de Jesucristo, proclame con alegría el Evangelio y contribuya a aliviar las enfermedades y dolencias del pueblo. Roguemos al Señor.

 2. Para que contemplemos la luz grande que brilla en medio de nosotros, incluso cuando habitamos en tierras oscuras. Roguemos al Señor.

3. Para que la Palabra de Dios sea proclamada con fe, acogida con gratitud, vivida con intensidad y testimoniada con pasión. Roguemos al Señor.

4. Por quienes pasan necesidad, por quienes sufren a causa de las guerras, las enfermedades, la soledad, la ancianidad, el abandono o la falta de trabajo, para que encuentren respuestas y compañía. Roguemos al Señor.

5. Para que anunciemos el Evangelio, no con sabiduría de palabras, sino con la eficacia de la cruz de Cristo. Roguemos al Señor.

6. Para que el Espíritu Santo llene los corazones de todos los cristianos, sea fermento de comunión y nos conceda el don de la unidad visible. Roguemos al Señor.

DIOS Padre todopoderoso, que aumentas nuestra alegría y nos concedes gozar en tu presencia, haz que desaparezcan las divisiones entre los cristianos, aliméntanos con tu Palabra y suscita respuestas generosas en el corazón de quienes llamas para seguirte. Junta las manos. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.

Bendición solemne:

 

El Señor esté con vosotros. R. Y con tu espíritu.

--Inclinaos para recibir la bendición: El Señor os bendiga y os guarde todo mal.

R. Amén.

--Haga brillar su rostro sobre vosotros y os conceda su favor. R. Amén. --Vuelva su mirada a vosotros y os conceda la paz. R. Amén.

Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo +, y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros y os acompañe siempre. R. Amén.

La alegría del Señor sea nuestra fuerza. PODÉIS IR EN PAZ.

 R. Demos gracias a Dios.

 

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SOLEMNIDADES DE LA VIRGEN Y LOS SANTOS

 

2 de febrero: PRESENTACIÓN DEL SEÑOR (Purificación de la Virgen)

 

Queridos hermanos, especialmente queridas hermanas religiosas dominicas, consagradas a Dios por la salvación de todos los hombres; hoy estamos celebrando un día especial para vosotras y para toda la Iglesia. Celebramos la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, con el título de LA VIDA CONSAGRADA CON MARÍA, ESPERANZA DE UN MUNDO SUFRIENTE.

Se cumplen 20 años del Gran Jubileo 2000, convocado por el Papa san Juan Pablo II con el objetivo de que la Iglesia se preparara para cruzar el umbral del tercer milenio de la era cristiana, la cual comenzara 2000 años atrás, con el nacimiento de Cristo, punto culminante de la historia de la salvación.

Hemos querido culminar este ciclo con un año centrado en la persona de la Virgen María, supremo modelo de vida consagrada, madre de la esperanza en Dios, de la vida eterna. Las personas de especial consagración, con su palabra, con su acción, pero sobre todo con su propia vida, son testigos y anuncio de esta esperanza, viven con plenitud para la vida eterna ya en este mundo, renunciando a muchas cosas de la vida presente que se acaba. La Iglesia nos pide a todos, pero especialmente a vosotras, que de María y con María, Madre de la Esperanza, aprendamo a vivir esperando solo a Dios.

Cuando rezamos la popular oración del “Acordaos”, que desde niños lo hacíamos, pero hoy desgraciadamente de 40 años para abajo ni la saben… le decimos a la Virgen que jamás se ha oído decir que fuese abandonado por Ella ninguno de cuantos han acudido a su amparo, reclamando su protección e implorando su auxilio. Y en la Salve nos dirigimos a Ella como “Esperanza nuestra”. María esperó siempre en Dios, desde la Anunciación. Ella con su vida y oración nos enseña a esperar a todos sus hijos. Por eso, recurrimos a ella, como madre de nuestra esperanza eterna.

Las personas que viven una especial consagración a Dios están especialmente llamadas a ser, con María, maestras y testigos de esta esperanza. Pero, ¿qué es exactamente la esperanza? El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que «es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo» (n. 1817). Y María, en efecto, así lo hizo en su vida y confió en las promesas de Dios, con esperanza cierta de que se cumplirían: Dios redimiría a su Pueblo.

Ella, que era virgen, fué Madre del Hijo de Dios por obra y gracia del Espíritu Santo. Este Hijo, que en nada se diferenciaba de cualquier otro niño pobre, pequeño y desvalido, sería Luz de las naciones y Salvador del mundo, como pofetizó Simeón en este día al cogerlo en sus brazos.

María, cuando le vio maltratado y crucificado no perdió la esperanza de que resucitaría, venciendo a la muerte. Y con esa esperanza, María, madre de la esperanza, cuando vio el desconsuelo y la desesperación de los discípulos tras el Viernes Santo, ahí estaba «Ella, y no dejó de confiar en que su hijo resucitaría, es más, cuando los apóstoles seguían con miedo y las puertas cerradas por miedo a los judios, ella se reunió con ellos en el Cenáculo y recibieron el Espíritu Santo en Pentecostés, que les fortaleció en su esperanza, y salieron con fuerza a predicar para que la Iglesia crecería y cumpliría su misión de llevar el Evangelio al mundo entero, porque el Reino de su Hijo no tendrá fin. (n. 1818). 

Así, también hoy, nuestra Madre continúa alentando desde el Cielo nuestra esperanza;y los consagrados participáis de esta misión de llevar esperanza a un mundo sufriente; María, y con Ella, vosotras, las monjas dominicas, sois  fuente de esperanza para el mundo porque renunciais a la vida de este mundo para rezar, sacrificar vuestras vidas y conseguir para todos los hombres el reino de los Cielos donde«ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor».

En este domingo de la esperanza cristiana, todos, especialmente vosotras, vidas consagradas, debéis anticipar ese Reino a este mundo, mediante vuestras buenas obras, llenas de fe, esperanza y caridad en vuestros claustros. Solo así seréis «estrellas de esperanza», luces de esperanza y salvación para este mundo.

Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas, como vosotras, que dais luz a este mundo reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía.

Todas vosotras, vidas consagradas, recordadas y celebradas en este día, tenéis que ser santas. Y ¿quién mejor que María podría ser para todos nosotros modelo y estrella de esperanza; Ella por su hijo es vida y esperanza nuestra. A ella rezamos e invocamos especialmente en este día por mandato de nuestra madre la Iglesia Así lo hacemos y así sea.

 

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11 de febrero: VIRGEN DE LOURDES: jornada mundial del enfermo

 

Queridos hermanos y hermanas: Hoy,11 de febrero, celebramos, estamos celebrando la fiesta de la Virgen de Lourdes, y como la Virgen y por la Virgen de Lourdes se han curado y siguen necesitando ser curadas muchas personas de sus enfermedades y dolencias físicas y espirituales, las tenemos en cuenta a todas y por todos ellos y ellas celebramos hoy en este día también la Jornada Mundial del Enfermo, de todos los enfermos. Rezaremos y ofreceremos nuestra oración, pero sobre todo la santa misa que es  la vida entera, muerte y resurrección de Cristo Jesús que curó y sigue curando a muchos enfermos de cuerpo y de alma.

En el Evangelio de hoy Jesús es el personaje principal, pero deja a su Madre un humilde protagonismo, como le deja diariamente en Lourdes, con todo lo que allí ocurre. Jesús, invitado a una fiesta de bodas con sus discípulos, hace allí su primer “signo”. María, discretamente, pero qué atenta y cuidando de todos y de todo, se da cuenta de la necesidad de los nuevos esposos, y prudentemente lo hace saber a Jesús, intercediendo por ellos: «No tienen vino» (Jn 2,3).

A pesar de que la respuesta de Jesús parecía más bien evasiva, por no decir negativa, acto seguido María como mujer y madre, hace una advertencia a los servidores: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Ella no sabía qué haría Jesús, pero como era hijo suyo y le conocía muy bien, como toda madre a sus hijos, debía pensar: ¡haga lo que haga, hará lo mejor! Y no se equivocó.

El resultado ya lo conocemos: la gran abundancia mesiánica del “vino mejor” que hace que el maestresala quede extrañado y que los discípulos reafirmen su fe en Jesús.Quisiera subrayar la eficacia de la simple presencia de María en la fiesta de las bodas: con sensibilidad femenina, descubre lo que falta, y con prudencia de madre se lo comunica a su Hijo. Ésta es la preciosa tarea de María en nuestra vida y en la Iglesia. No la olvidemos nunca a María en nuestra vida. Recordemos aquí las palabras del Papa Francisco sobre el papel de María y de la mujer en general, en la Iglesia: «La mujer es imprescindible en la Iglesia. María, una mujer, es más importante que los obispos. El genio femenino es necesario en los lugares en los que se toman decisiones importantes».

No olvidemos nunca que hay muchas carencias en la Iglesia, en nuestras parroquias, en nuestras familias, en nuestra vida personal, que María descubre y presenta a Jesús; ¡y su intercesión siempre es eficaz!         Pero para eso es necesario invitar a Jesús y a María a participar en nuestras vidas. Invitarlos. Es necesario también, y sobre todo, que hagamos todo lo que Jesús nos diga.

Amados hermanos, Amad a María y ella nos llevará y llegaremos a Jesús, como tanto se repetia y se practicaba en nuestros años juveniles en el seminario, incluso en las parroquias... Ahora,no sé. Y quiero terminaresta breve homilía, queridos hermanos, recordando lo que os decía al principio: que en este día de la Virgen de Lourdes, nuestra madre la Iglesia, atenta siempre a las necesidades de sus hijos, celebra, celebramos también todos sus hijos la Jornada Mundial del Enfermo, para rezar y expresar nuestra cercanía con todos los enfermos, con todos los que de una u otra forma viven la experiencia del dolor humano, físico o psicológico, espiritual.., la experiencia de la enfermedad.

Rezamos hoy por ellos y ofrecemos los sufrimientos, la muerte y resurrección de Cristo y nuestra comunión con Él en esta Eucarístía para que reciban animo a vivir con esperanza, confiando siempre en que la misericordia de Dios está presente con ellos.

Al celebrar esta eucaristía deseamos unirnos espiritualmente al sufrimiento de todos los enfermos que están hospitalizados o son atendidos por sus familias y les expresamos así nuestro afecto y cariño, especialmente a los de casa, siguiendo a Cristo Jesús que ante los sufrimientos espirituales y materiales del hombre se inclinó y sigue inclinándose y curando y atendiendo a cada uno con  afecto y la solicitud de la Iglesia y de todos los cristianos.

 Así sea y así se lo pedimos en esta santa misa donde Él se hace presente y se ofrece como siempre por nuestra salud de cuerpo y de alma, pero hoy especialmente por los enfermos que lo necesitan.

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19 de marzo: SOLEMNIDAD: SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

PRIMERA LECTURA: 2 Samuel  7,4-5a. 12-14a.16

        La solemnidad de San José en el interior de la Cuaresma, lejos de ser un obstáculo, ayuda a encontrar un modelo de respuesta generosa a la llamada de Dios. La liturgia de este día en honor de San José pone de relieve las características de este hombre humilde y silencioso que ocupó un puesto de primer plano en la Encarnación del Hijo de Dios en la historia. Es el hombre justo y fiel a quien Dios quiso escoger para ponerlo al frente de su familia: creyó contra toda esperanza  y en silencio cumplió la voluntad de Dios: “Permanente será tu casa y tu reino para siempre ante mi rostro, y tu trono estable por la eternidad.”

 

SEGUNDA LECTURA: Romanos 4,13.16-18.22

       

        La economía divina de la justificación por la fe no es nueva. A Abrahán le fue imputado en  justicia un simple acto de fe interna con que dio gloria a Dios. Y a esta fe están ligadas las promesas que el Patriarca recibió de Dios mucho antes de que la Ley se diera. Esto que en Abrahán acaeció fue un ejemplo de lo que había de acaecer en todos los imitadores de su fe. San José, esposo de la Virgen Maria, fue un modelo de fe en el seguimiento de la voluntad del Señor. Dios, en la realización de sus planes, muchas veces exige en el hombre una  total sumisión y confianza en sus promesas: “Pues a Abrahán y a su posteridad  no le vino por la Ley la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe.”

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÙN SAN MATEO 1,16.18-21A

 

QUERIDOS HERMANOS: Estamos celebrando la fiesta de San José. La fiesta a San José es un reconocimiento por parte del pueblo cristiano a su misión perfectamente cumplida de padre adoptivo de Jesús y esposo virginal de la Virgen María.

        Como S. José ayudó a formar al primero y único Sacerdote Jesucristo, convirtiendo su hogar en el primer seminario, la Iglesia Católica celebra en este día el día del seminario, de orar y rezar por las vocaciones sacerdotales y la santidad de los sacerdotes. Reconozco que dado mi amor al Seminario y coincidiendo con la colecta y oraciones que hay que hacer en nuestra diócesis por esta intención, la mayor parte de los años he predicado para fomentar estas intenciones, necesitamos vocaciones, sacerdotes santos. Pero este año, teniendo presente estas intenciones quiero mirar un poco a S. José como ejemplo de santidad cristiana, sin perder el horizonte de las vocaciones y el Seminario.

        1.-San José merece fue pieza clave en la Historia de la Salvación. Merece nuestro homenaje cristiano y admiración No conviene olvidar en este sentido, que este santo varón, probado con “dolores y gozos”, tuvo una vida tejida de las más extremas contradicciones, vencidas y superadas con fe y amor a Dios, nuestro Padre.

Por una parte, el mismo Dios hecho hombre, el Señor Jesucristo, le llamó con el más grande y dulce apelativo de padre; fue esposo de la mujer más grande que ha existido y existirá para los cristianos: María, dulce nazarena, Virgen guapa, madre del alma. Pero antes, este hombre tuvo que creer por una intervención especial de Dios en lo que supone una serie fortísima duda y recelos pues “Antes de haber convivido conoció que ella (su esposa María)había concebido por obra del E.Santo”

        Esta fué la primera prueba que tuvo que superar S. José. Él no ha  tenido relación con ella y está en estado.La prudencia humana le sugiere normas de venganza: delatar a la culpable para que muera apedreada, según la ley. Pero el “varón justo” quiere sobreponerse. Y porque no acierta a compaginar dos cosas irreconciliables, decide remitir el juicio a Dios y abandonar a su esposa, pero “en secreto”, para no difamarla. Es lo que en las horas de la noche está dando vueltas en su febril y atormentado corazón.

                2.- “Mientras pensaba estas cosas”, Dios quiere esclarecer el misterio. Y el ángel baja del cielo para restaurar la paz en la tierra: “José, no tengas recelos en tomar a María por esposa, porque lo que en ella hay es obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 20). Se acabó la tortura. Se disiparon las dudas. En los labios torturados refloreció la sonrisa. La vida volvió a discurrir por sus cauces normales.

        Por todo esto no tiene nada de particular, que a lo largo de la historia y a lo largo de la liturgia de hoy, la Iglesia destaque como la nota más sobresaliente de este hombre humilde y silencioso, que ocupó un puesto de primer plano en la Encarnación del Hijo de Dios, la cualidad de “hombre justo”. José es «el hombre justo» (Mt 1, 19), al que ha sido confiada la misión de esposo virgen de la más excelsa entre las criaturas y de padre virginal del Hijo del Altísimo. Qué fe y confianza de José en la Virgen que mereció la manifestación y revelación del Padre.      

        3.- José frente al misterio desconcertante de la maternidad divina de María creyó en la palabra del ángel: «la criatura que hay en ella viene del  Espíritu Santo» (Mt 1, 20), y cortando toda vacilación obedeció a su mandato: «no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer» (ib). Con más fe que Abrahán, hubo de creer en lo que es humanamente inimaginable: la maternidad de una virgen y la encarnación del Hijo de Dios. Por su fe y obediencia mereció que estos misterios se cumpliesen bajo su techo.

        4.- El título más glorioso de San José es que Dios lo eligió para hacer las veces de padre de Jesús, ser su padre adoptivo. Y la verdad es que la gente no notó nada. Por eso no tiene nada de particular que el prefacio de la misa de hoy lo mencione como motivo de alabanza a Dios.    5- La solemnidad que estamos celebrando hoy la Iglesia la titula: San José, esposo de la Virgen María. Qué gloria para José haber tenido por esposa la mujer más grande y llena de gracia de la tierra, que nos dio al hijo de Dios hecho hombre en su seno.

        6.- En la primera oración de hoy se nos dice que Dios confió «los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de San José». Por eso podemos esperar que seguirá ayudando a la Iglesia, depositaria de dichos misterios salvadores. Y como Jesús fue el primer sacerdote y su hogar el primer seminario es la razón por la que la Iglesia celebra en este día el DIA DEL SEMINARIO, de pedir por las vocaciones y la formación santa de los seminaristas, de los futuros sacerdotes. Por eso ha sido nombrado patrono de la Iglesia.

        José, además, fue modelo de vida cristiana. Si el cristianismo es fundamentalmente una relación de amor personal con Jesucristo, San José mantuvo unas relaciones cordiales permanentes con Jesús. Viviendo bajo el mismo techo durante la infancia y la juventud de Jesús, José compartió la mayor intimidad, a la que estamos invitados nosotros. Vivir unidos a Cristo con naturalidad e intensidad es el programa del cristiano en medio de sus actividades ordinarias.

        7.- Quizá esto tenga que ver mucho con que San José hay sido nombrado protector de los Seminarios y  de las vocaciones. A primera vista no se ve relación especial del obrero de Nazaret con los seminaristas, ya que José no fue sacerdote. Pero sí estuvo en contacto diario con el sumo sacerdote de la Nueva Alianza, asistió a la formación lenta del modelo y fundador del sacerdocio cristiano, Jesucristo.

La Iglesia nos pone a los cristianos la figura de San José como digno de imitación. Que Él proteja a los padres, a los obreros y a los seminaristas. Y nos conceda a todos ser justos y gozar de la intimidad con Cristo y con María, con la entrega y fidelidad en el amor como Él.

 

 

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QUERIDOS HERMANOS: La solemnidad que estamos celebrando hoy la Iglesia la titula: San José, esposo de la Virgen María. Qué gloria para José haber tenido por esposa la mujer más grande y “graciosa”  (llena de gracia) de la tierra, que nos dio al Verbo de la Vida, al mismo Hijo de Dios y así quiso ser madre de todos los hombres.

Como hemos dicho, es un título glorioso y sacrificado. Porque José fue un marido humanamente enamorado de su mujer María, más que cualquier esposo y tuvo que pasar por pruebas que sólo con la gracia y la iluminación de Dios puedo superar.

        Porque José tuvo que convertir ese enamoramiento natural hacia su esposa María en un respetuoso amor hacia el misterio maternal encerrado en el seno de su esposa y virgen María. Castidad conyugal, no por libremente asumida, menos sacrificada.

        José frente al misterio desconcertante de la maternidad divina de María creyó en la palabra del ángel: «la criatura que hay en ella viene del  Espíritu Santo» (Mt 1, 20), y cortando toda vacilación obedeció a su mandato: «no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer» (ib). José es el hombre de la fe. Con más fe que Abrahán, hubo de creer en lo que es humanamente inimaginable: la maternidad de una virgen y la encarnación del Hijo de Dios. Por su fe y obediencia mereció que estos misterios se cumpliesen bajo su techo.

        4.- El título más glorioso de San José es que Dios lo eligió para hacer las veces de padre de Jesús, ser su padre adoptivo. Y la verdad es que lo hizo con perfección y santidad perfecta. Por eso no tiene nada de particular que el prefacio de la misa de hoy lo mencione como motivo de alabanza a Dios.

José como tantos padres adoptivos de hoy, salvando diferencias, son dignos de alabar  porque vuelcan el cariño de su corazón sobre hijos que no engendraron y por eso pueden hacernos comprender el papel de San José.

        En la primera oración de hoy se nos dice que Dios confió «los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de San José». Por eso podemos esperar que seguirá ayudando a la Iglesia, depositaria de dichos misterios salvadores. Y en la segunda oración se afirma que José «se entregó por entero a servir a Jesús». Por eso ha sido nombrado patrono de la Iglesia.

        También cada uno de los cristianos debemos amar a la Iglesia, como Él la amó en la pequeña Iglesia de Nazaret.       José, además, fue modelo de vida cristiana. Si el cristianismo es fundamentalmente una relación de amor personal con Jesucristo, San José mantuvo unas relaciones cordiales permanentes con Jesús. Viviendo bajo el mismo techo durante la infancia y la juventud de Jesús, José compartió la mayor intimidad, a la que estamos invitados nosotros. Vivir unidos a Cristo con naturalidad e intensidad es el programa del cristiano en medio de sus actividades ordinarias.

        7.- Quizá esto tenga que ver mucho con que San José haya sido nombrado protector de los Seminarios y  de las vocaciones. A primera vista no se ve relación especial del obrero de Nazaret con los seminaristas, ya que José no lo fue. Pero sí estuvo en contacto diario con el sumo sacerdote de la Nueva Alianza, Jesús. José asistió a la formación lenta del modelo y fundador del sacerdocio cristiano. Por eso el jefe de Nazaret sigue interesado por los seguidores de Jesús.

Otros pueden ponerse como ideales humanos a personas que destacan por su papel brillante en la sociedad. La Iglesia nos pone a los cristianos la figura de San José como digno de imitación. Que Él proteja a la Iglesia, familia espiritual de Jesús, a los padres, a los obreros y a los seminaristas, de los cuales es patrono y protector. Y nos conceda a todos ser justos y gozar de la intimidad con Cristo y con María.

8.- Quiero terminar mi homilía con este himno de la Iglesia griega en honor de nuestro Santo:     «Anuncia, oh José, los prodigios divinos que tus ojos han contemplado: tú has visto al infante reposar en el seno de la Virgen, lo has adorado con los Magos; has cantado gloria a Dios con los pastores según la palabra del Ángel: ruega a Cristo Díos para que nuestras almas sean salvas...

        Tu alma fue obediente al divino mandato; colmado de pureza sin par, oh dichoso José, mereciste recibir por esposa a la que es pura e inmaculada entre todas las mujeres; tú fuiste el custodio de esa Virgen, cuando mereció convertirse en tabernáculo del Creador...    

Tú llevaste, de la ciudad de David a Egipto, a la Virgen pura, como a nube misteriosa que lleva escondido en su seno el Sol de justicia...

         Oh José, ministro del incomprensible misterio. Tú asististe con acierto al Dios hecho niño en la carne; le serviste como uno de sus ángeles; Él te iluminó al punto, y tú acogiste sus rayos espirituales.

        ¡Oh dichoso! Te mostraste esplendente de tu luz en tu corazón y en tu alma. El que con una palabra formó el cielo, la tierra y el mar, se llamó hijo del carpintero, hijo tuyo, oh admirable José. Fuiste hecho padre del que no tiene principio y que te honró como a ministro, de un misterio que excede toda inteligencia.

        ¡Qué preciosa fue tu muerte a los ojos del Señor, oh José  dichoso! Consagrado al Señor desde la infancia, fuiste el guardián sagrado de la Virgen bendita; y cantaste con ella el cántico: “Toda criatura bendiga al Señor y lo ensalce por los siglos”. Amén».

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Estamos celebrando la fiesta de San José. La fiesta a San José es un reconocimiento por parte del pueblo cristiano a su misión perfectamente cumplida; quedó situada  esta fecha con fuerza desde su tardía colocación en el siglo XV. Toda la liturgia de hoy gira en torno a su figura y pone de relieve las características de este hombre humilde y silencioso, que ocupó un puesto de primer orden en la Encarnación del Hijo de Dios en la historia.

        Reconozco que, dado mi amor al Seminario y coincidiendo con la colecta y oraciones que hay que hacer en nuestra diócesis por esta intención, la mayor parte de los años he predicado del Seminario y las vocaciones, para fomentar estas intenciones. Así que empiezo pidiendo perdón al Santazo de San José y este año, todo para Él, sin perder el horizonte de las vocaciones y Seminario.

        La solemnidad de San José en el interior de la Cuaresma, lejos de ser un obstáculo, ayuda a encontrar un modelo de respuesta generosa a la llamada de Dios. La liturgia de este día en honor de San José pone de relieve las características de este hombre humilde y silencioso que ocupó un puesto de primer plano en la Encarnación del Hijo de Dios en la historia. Es el hombre justo y fiel a quien Dios quiso escoger para ponerlo al frente de su familia: creyó contra toda esperanza  y en silencio cumplió la voluntad de Dios.

 

        2.-San José merece esta solemnidad y mi pobre homilía, porque fue pieza clave en la Historia de la Salvación. Merece nuestro homenaje cristiano y admiración no solo para llenar de sentido y luz  todo el papel oscuro y doloroso papel en la vida de Jesús. No conviene olvidar en este sentido, que este santo varón, probado con “dolores y gozos”, tuvo una vida tejida de las más extremas contradicciones: Por una parte, el mismo Dios, hecho hombre, le llamó con el más grande y dulce apelativo de padre; fue esposo de la mujer más grande que ha existido, Maria. Por eso no debemos de extrañarnos de la devoción que ha gozado en la Iglesia de Dios, incluso entre algunos santos.

        Descendiente de David, “hijo de David”, como dice el Evangelio, une y emparenta  a Cristo con la estirpe de la que Israel esperaba al Mesías. Por medio del humilde carpintero de Nazaret se realiza así la profecía hecha a David: “Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre” como nos dice la primera Lectura.

        José no es el padre natural de Jesús, porque no le ha dado la vida, pero es el padre virginal, que por mandato divino cumple, para con Él, una misión legal: le da un nombre, lo inserta en su linaje, lo tutela y provee a su sustento. Esta relación tan íntima con Jesús le viene de su desposorio con María.

        José es el hombre “justo”, al que ha sido confiada la misión de esposo virgen de la más excelsa de las criaturas de la tierra y de padre virginal del Hijo del  Altísimo. Es “justo” en el sentido pleno del vocablo, que indica virtud perfecta y santidad. Una justicia, pues, que penetra todo su ser mediante una total pureza de Corazón y de vida y una total adhesión a Dios y a su voluntad. Todo esto en un cuadro de vida humilde y escondida como ninguna; pero resplandeciente de fe y amor. “El justo vivirá de la fe”; y José, el “justo” por excelencia, vivió en grado máximo esta virtud.

       

        3.- Muy oportunamente la segunda Lectura nos habla de la fe de Abrahán presentándola como tipo y figura de la de José. Abrahán “creyó contra toda esperanza” que llegaría a ser padre de una gran descendencia y continuó creyéndolo aun cuando, por obedecer a una orden divina, estaba dispuesto a sacrificar a su hijo único. José, frente al misterio desconcertante de la maternidad de María, creyó en la palabra del ángel:“la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”, y cortando toda vacilación obedeció a su mandato: “no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer”. Con más fe que Abrahán, hubo de creer en lo que es humanamente inimaginable: la maternidad de una virgen y la encarnación del Hijo de Dios. Por su fe y obediencia mereció que estos misterios se cumpliesen bajo su techo.
         Toda la vida de José fue un acto continuado de fe y de obediencia en las circunstancias más oscuras y humanamente difíciles. Poco después del nacimiento de Jesús se le dice: “Levántate, toma al Niño y a su madre y huye a Egipto”; más tarde el ángel del Señor le ordena: “Ve a la tierra de Israel”. Inmediatamente —de noche— José obedece. No demora, no pide explicaciones ni opone dificultades.

        José es a la letra “el administrador fiel y solícito a quien el Señor ha puesto al frente de su familia”, totalmente disponible a la voluntad de Dios, atento al menor gesto suyo y presto a su servicio. Una entrega semejante es prueba de un amor perfecto; José ama a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas.

        Su posición de jefe de la Sagrada Familia le hace entrar en una intimidad singular con Dios cuyas veces hace, cuyas órdenes ejecuta y cuya voluntad interpreta; con María, cuyo esposo es; con el Hijo de Dios hecho hombre, a quien ve crecer ante sus ojos y sustenta con su trabajo. Desde el momento en que el ángel le revela el secreto de la maternidad de María, José vive en la órbita del misterio de la encarnación; es su espectador, custodio, adorador y servidor.

        Su existencia se consume en estas relaciones, en un clima de comunión con Jesús y María y de oración silenciosa y adoradora. Nada tiene y nada busca para sí: Jesús le llama padre, pero José sabe bien que no es su hijo, y Jesús mismo lo confirmará: ¿“No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?”

        María es su esposa, pero José sabe que ella pertenece exclusivamente a Dios y la guarda para Él, facilitándole la misión de madre del Hijo de Dios. Y luego, cuando su obra ya no es necesaria, desaparece silenciosamente. Sin embargo, José ocupa todavía en la Iglesia un lugar importante, pues continúa para con la entera familia de los creyentes su obra de custodio silencioso y providente, comenzada con la pequeña familia de Nazaret, primer seminario donde se formó el sumo y eterno sacerdote Jesucristo.

        Por eso la Iglesia lo venera e invoca, como su protector y así lo contemplan los creyentes mientras se esfuerza en imitar sus virtudes. En los momentos oscuros de la vida, el ejemplo de San José es para todos un estímulo a la fe inquebrantable, a la aceptación sin reservas de la voluntad de Dios y al Servicio generoso.

       

        4.- Quiero terminar mi homilía con este himno de la Iglesia griega en honor de nuestro Santo:

        «Anuncia, oh José, los prodigios divinos que tus ojos han contemplado: tú has visto al infante reposar en el seno de la Virgen, lo has adorado con los Magos; has cantado gloria a Dios con los pastores según la palabra del Ángel: ruega a Cristo Díos para que nuestras almas sean salvas...

        Tu alma fue obediente al divino mandato; colmado de pureza sin par, oh dichoso José, mereciste recibir por esposa a la que es pura e inmaculada entre todas las mujeres; tú fuiste el custodio de esa Virgen, cuando mereció convertirse en tabernáculo del Creador...     Tú llevaste, de la ciudad de David a Egipto, a la Virgen pura, como a nube misteriosa que lleva escondido en su seno el Sol de justicia...

         Oh José, ministro del incomprensible misterio. Tú asististe con acierto al Dios hecho niño en la carne; le serviste como uno de sus ángeles; Él te iluminó al punto, y tú acogiste sus rayos espirituales.

        ¡Oh dichoso! Te mostraste esplendente de tu luz en tu corazón y en tu alma. El que con una palabra formó el cielo, la tierra y el mar, se llamó hijo del carpintero, hijo tuyo, oh admirable José. Fuiste hecho padre del que no tiene principio y que te honró como a ministro, de un misterio que excede toda inteligencia.
        ¡Qué preciosa fue tu muerte a los ojos del Señor, oh José  dichoso! Consagrado al Señor desde la infancia, fuiste el guardián sagrado de la Virgen bendita; y cantaste con ella el cántico: “Toda criatura bendiga al Señor y lo ensalce por los siglos». Amén.

 

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25 de julio: SOLEMNIDAD: SANTIAGO, APÓSTOL, Patrón de España

 

          PRIMERA LECTURA: Hechos 4,33; 5, 12. 27-33; 12,1

 

        La primera Lectura es un acta del martirio del apóstol Santiago, el primer apóstol que entregó su vida por el Evangelio de Cristo y bebió el cáliz anunciado por Jesús. En contraste con la acogida que los paganos dan al Evangelio, Lucas relata una nueva persecución de la iglesia de Jerusalén. Ahora es Herodes Agripa quién toma la iniciativa para complacer a los judíos. Este martirio, realizado para  ganarse la estima de los jefes, sobre todo fariseos, indica la categoría de este hombre avaricioso y cruel:“Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos decidió detener a Pedro… Mandó prendero y meterlo en la cárcel.”

 

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Corintios, 4,7-15

 

        La expresión “vasija de barro” es una buena imagen para comprender la debilidad del instrumento que Dios ha elegido. El barro es una materia de poco valor, que nos da a entender el tesoro que oculta. Es, además, frágil y se rompe con facilidad. Con este contraste es reconocida sin trabas la acción santificadora de Dios. Al experimentar en su vida la fuerza extraordinaria del Señor, el Apóstol percibe el contraste: “Mientras vivimos continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. Así, la muerte está actuando en nosotros, y la vida en vosotros.”

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS  20, 20-28

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Todos los pueblos han creado héroes, que son como la personificación de su raza, como el espejo donde las generaciones se miran y encuentran esos rasgos comunes que hace un mismo pueblo.

        Alrededor del Apóstol Santiago ha sido creciendo una leyenda que los siglos han entretejido con caracteres épicos y cristianos hasta convertirle en el Santiago “matamoros” de la batalla del Clavijo, en caballo blanco y con lanza. La verdad que este Santiago matamoros nada tiene que ver con el Santiago, Apóstol de Jesucristo en España, cuya festividad celebramos hoy.

        La proclamación litúrgica de la Palabra, en esta solemnidad de nuestro patrón Santiago, nos obliga a purificar una vez más nuestra fe, recubierta de impurezas y accidentes a través de los siglos, para devolverla la primigenia originalidad, que le otorgó la predicación del Apóstol de Cristo en nuestra patria.

        2.- Cierto que el Apóstol Santiago tenía un carácter ardiente e impetuoso; bastaría hojear un poco el evangelio para encontrarnos con algunas frases y hechos que manifiestan coraje y decisión. Recordad aquel día que Cristo atravesaba la región de Samaría y los vecinos de un pueblo se negaron a que pasara por allí. Todos lo llevaron muy mal; pero Santiago se descolgó con este deseo: “Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los  consuma?” Jesús tuvo que reprenderle y pacíficamente se fueron a otra aldea. Cuando el Espíritu Santo se apodere de él no matará a nadie sino que se dejará matar por Cristo confesando su fe en Él.

        El prefacio de la misa de este día es un canto de alabanza y de acción de gracias a Dios por las virtudes de su Apóstol Santiago: «Porque Santiago, testigo predilecto de Cristo, anunció el Reino que viene por la muerte y resurrección de tu Hijo y, primero, entre los Apóstoles, bebió el cáliz del Señor».

        Todo apóstol es un testigo de Jesús, de su vida y resurrección. Pero Santiago es un testigo de excepción. El se halló presente en el Tabor, donde contempló la gloria del Mesías de Dios que luego en Getsemaní estaría muy cerca de Él, porque fue uno de los tres elegidos por Cristo, para que fueran testigos de su agonía y sufrimientos por todos los hombres.

        “Fue el primero que bebió el cáliz del Señor”. Todos los Apóstoles le bebieron, porque sufrieron el martirio. Santiago, siguiendo su carácter impetuoso, lo haría el primero de todos. Así se cumplió aquella promesa que le hicieron a Cristo él y su hermano de estar dispuestos a beber el cáliz de su muerte.

       

        2.- El himno de Vísperas nos describe su andadura apostólica junto a Cristo: «Pues que siempre tan amado

Fuiste de nuestro Señor,

Santiago, apóstol sagrado,

sé hoy nuestro protector.

 

 

Si con tu padre y con Juan

pescabas en Galilea,

Cristo cambió tu tarea

por el misionero afán.

A ser de su apostolado

pasas desde pescador.

 

Por el hervor del gran celo

que tu corazón quemaba,

cuando Cristo predicaba

aquí su reino del cielo,

«Hijo del trueno» llamado

fuiste por el Salvador.

 

 

Al ser por Cristo elegido,

por él fuiste consolado,

viéndole transfigurado,

de nieve y de sol vestido

y por el Padre aclamado

en la cumbre del Tabor.

 

Cuando el primero a su lado

en el reino quieres ser,

Cristo te invita a beber

su cáliz acibarado;

y tú, el primero, has sellado

con tu martirio el amor.

 

 

 

En Judea y Samaría

al principio predicaste,

después a España llegaste,

el Espíritu por guía,

y la verdad has plantado

donde reinaba el error.

 

 

Santo adalid, patrón de las Españas,

amigo del Señor:

defiende a tus discípulos queridos,

protege a tu nación.

 

 

El “podemos” que dijo con su hermano a Cristo parece oírse cuando se reza junto a su tumba en Santiago, porque ha hecho a España tierra de mártires cristianos, que a ejemplo de su Apóstol, han preferido la muerte antes de renunciar de Cristo y de la fe católica. En la guerra civil última fueron muchos miles los que, a ejemplo suyo, quisieron beber el cáliz de la muerte antes que abandonar su fe cristiana.

        3.- «Con su guía y patrocinio se conserva la fe en los pueblos de España y se dilata por toda la tierra». Uno de los rasgos de nuestro Apóstol fue su valentía por extender el evangelio de Jesucristo viniendo hasta el «finis térrae» entonces conocido, hasta el final de la tierra entonces conocida. Según la tradición, a su muerte dejaba una comunidad cristiana en España, que andando los siglos, se convertiría en una gran nación, que extendería el cristianismo por enormes regiones de América y Asia. Dios quiera y nuestro santo patrón nos proteja para que no se pierda esta tradición misionera de España. Que las familias valoren el tesoro de la fe cristiana y sepan legarla a sus hijos como la mejor herencia.

        Queridos hermanos, pidamos al Apóstol Santiago que siga defendiendo la fe en España, hoy que es tan atacada abierta y constantemente por los mismos poderes estatales y mediáticos, por radio y televisión, por ministros ateos, que no saben entender el carácter laico del Estado o de respeto a las libertades religiosas y lo confunden con el laicismo o ateísmo.

No tengamos miedo en manifestar públicamente nuestra fe, sin ostentaciones pero también sin miedos y timidez. Que los sucesores de los Apóstoles, que son nuestros obispos y pastores, no dejen por su silencio y cobardía que los lobos maten y dispersen a la grey desprotegida y sin pastores;  que la defiendan de los lobos asesinos de la fe y la moral católica. Sepamos luchar y esforzarnos por conseguir lo que hemos pedido a Dios en la oración de la misa: «que España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos».

        ¿Y qué es hoy mantenerse fiel a Cristo? Es ser coherentes en nuestra vida pública y privada con la fe que creemos, no tomando ni una sola decisión ni opción que vaya contra ella.; es no votar los partidos políticos que niegan nuestra fe y quieren borrarla de España, como quitar los crucifijos y la enseñanza religiosa de nuestras escuelas en una nación mayoritariamente católica. Así poco apoco la van descristianizando. Y los pastores tenían que ser más valientes y dar la cara por Cristo, especialmente los sucesores de los Apóstoles, que son los Obispos.

       

        4.- Mantenerse fiel a la fe de Cristo, heredada del Apóstol Santiago, es tomarse en serio la transmisión de la misma a nuestros hijos de palabra y con nuestro ejemplo; es instruirse e instruirlos en ella, cumpliendo sus exigencias. Es hablar de ella, defender con nuestros votos, sabiendo a quien votamos, prefiriendo la fe a los honores y los puestos; es aceptar íntegro el evangelio, tanto en las partes que nos gusta como en las que no nos gusta.

        Mantenerse fiel a Cristo es procurar con eficacia que los valores del evangelio: el derecho a la vida, la fidelidad en el matrimonio, la educación religiosa en las escuelas… permanezcan sin leyes que favorecen los abortos, la eutanasia, los divorcios, las uniones homosexuales de geys y lesbianas, a las que el Estado se ha atrevido a llamar matrimonio contra la ley natural y tantas y tantas aberraciones que no se dan ni entre los animales, y todo bajo el pretexto de libertad, progresismo, autonomía…

        Creo que los católicos españoles están escribiendo una página muy triste de cobardía religiosa para la historia que nuestro santo patrón no hubiera consentido. Es preciso ponerse en pié y hacer valer nuestros votos y razones. No hemos tenido que luchar como otros católicos durante años y siglos y nos ha cogido este secularismo sin espíritu de lucha y defensa de nuestra fe. Dios quiera que despertemos de esta pasividad y el patrocinio del Apóstol no enseñe a sentirnos Iglesia de Cristo, que siente como propios los ataques directos e indirectos contra nuestra fe y moralidad; que nos duelan también la increencia y el ateísmo actual de los que están bautizados, la cobardía y la ambigüedad de tantos y tantos que se bautizan y se casan en la Iglesia, pero no por la Iglesia, porque su corazón no está con Cristo ni creen en Cristo. Luchemos por una España más católica y apostólica, más fraterna, más unida y más igual.

        Esta es la  gracia que pedimos este año al Apóstol Santiago para España. Y lo hacemos con el himno de Laudes:

 

 

Al celebrar tu memoria;

santo Apóstol peregrino,

guíanos por el camino

al Pórtico de la gloria.

 

Camino de Compostela,

va un romero caminando

y es el camino de estrellas

polvareda de sus pasos.

En el pecho las vieiras,

y alto bordón en la mano,

sembrando por la vereda

las canciones y los salmos.

Llévale, romerico,

llévale a Santiago,

llévale, romerico,

llévale un abrazo.

 

Llegó al corazón de España

por el monte y por el llano;

en los anchos horizontes

cielo y tierra se abrazaron.

Sube hasta el monte del Gozo

yallí, de hinojos postrado,

las altas torres de ensueño

casi toca con las manos.

 

Llévale, romerico,

llévale a Santiago,

llévale, romerico,

llévale un abrazo.

 

Romeros, sólo romeros,

díle que peregrinamos

con la mirada en el cielo

desde la aurora al ocaso.

Camino de Compostela,

todos los hombres, hermanos,

construyendo un mundo nuevo

en el amor cimentado.

 

Llévale, romerico,

 llévale a Santiago,

llévale, romerico,

llévale un abrazo

 

Ven, Santiago, con nosotros,

que tu bordón es un báculo,

el cayado del pastor

para guiar el rebaño.

¡Santo apóstol peregrino,

llévanos tú de la mano

para ir contigo hasta Cristo,

Santiago el Mayor, Santiagol.

 

Llévale, romerico,

llévale a Santiago,

Llévale, romerico,

llévale un abrazo.

 

 

 

 

 

 

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25 DE JULIO: SOLEMNIDAD: SANTIAGO, APÓSTOL, PATRÓN DE ESPAÑA

 

QUERIDAS HERMANAS DOMINICAS: Estamos celebrando la fiesta del Apóstol Santiago, patrón de España. Como podemos comprobar en los evangelios, nuestro patrón tenía un carácter ardiente e impetuoso; bastaría hojear un poco el evangelio para encontrarnos con algunas frases y hechos que manifiestan su coraje y decisión.

Recordad aquel día que Cristo atravesaba la región de Samaría y los vecinos de un pueblo se negaron a que pasara por allí. Todos lo llevaron muy mal; pero Santiago se descolgó con este deseo: “Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los  consuma?” Jesús tuvo que reprenderle y pacíficamente se fueron a otra aldea. Cuando el Espíritu Santo se apodere de él no matará a nadie sino que se dejará matar por Cristo confesando su fe en Él.

        El prefacio de la misa de este día es un canto de alabanza y de acción de gracias a Dios por las virtudes de su Apóstol Santiago: «Porque Santiago, testigo predilecto de Cristo, anunció el Reino que viene por la muerte y resurrección de tu Hijo y, primero, entre los Apóstoles, bebió el cáliz del Señor».

        Todo apóstol tiene que ser un testigo de Jesús, de su vida y resurrección. Todo bautizado, pero especialmente nosotros, los sacerdotes por el sacramento del Orden y vosotras religiosas por vuestra profesión religiosa, estamos llamados a ser testigos y apóstoles de Cristo en el mundo con nuestro testimonio de vida y de oración. Convenía revisarnos un poco en este día cómo lo estamos haciendo en estas circunstancias especiales de España atea donde hay partidos políticos que piden que España no sea lo que predicó y buscó el Apóstol Santiado, esto es, que sea nación católica, piden que se quite ese adjetivo, que se rompan las relaciones con la Santa Sede, con el Papa, que se quite la religión de la enseñanza y desde luego la religión nuestra católica  está silenciada y olvidada expresamente en todos los medios estatales: radio, televisión y demás medios.

Pero Santiago es un testigo de excepción. Merece toda nuestra veneración y aceptación de su vida y apostolado y enseñanzas. El se halló presente en el Tabor, donde contempló la gloria del Mesías de Dios que luego en Getsemaní estaría muy cerca de Él, porque fue uno de los tres elegidos por Cristo, para que fueran testigos de su agonía y sufrimientos por la salvación de todos los hombres.

Queridas hermanas, queridos sacerdotes, revisemos también nuestras vidas para ver si todos los días nos retiramos a la oración y subimos por ella al monte Tabor por la oración-contemplación para estar y hablar con Jesús, especialmente presente en el Sagrario de nuestras Iglesias y conventos para luego poder comunicarlo y ser testigos de su persona y evangelio, de su amor y salvación entre los hombres nuestros hermanos.

        Santiago “Fue el primero que bebió el cáliz del Señor”, dicen los himnos de su fiesta, el primer mártir de la fe en Cristo. Todos los Apóstoles lo bebieron, porque sufrieron el martirio. Pero Santiago, siguiendo su carácter impetuoso lo haría el primero de todos. Así se cumplió aquella promesa que le hicieron a Cristo él y su hermano de estar dispuestos a beber el cáliz de su muerte.

 

        2.-Y el himno de Vísperas nos describe su andadura apostólica junto a Cristo:

 

«Pues que siempre tan amado

Fuiste de nuestro Señor,

Santiago, apóstol sagrado,

sé hoy nuestro protector.

Si con tu padre y con Juan

pescabas en Galilea,

Cristo cambió tu tarea

por el misionero afán.

 

En Judea y Samaría

al principio predicaste,

después a España llegaste,

el Espíritu por guía,

y la verdad has plantado

donde reinaba el error.

 

¡Santo apóstol peregrino,

llévanos tú de la mano

para ir contigo hasta Cristo,

Santiago el Mayor, Santiagol

Santo adalid, patrón de las Españas, amigo del Señor:Defiende a tus discípulos queridos protege a tu nación.

 

QUERIDAS HERMANAS: Santiago estuvo siempre en el círculo más íntimo de los amigos de Jesús; son los tres –Pedro, Santiago y Juan- los que le acompañan en los momentos más delicados de su vida, como fue la transfiguración en el monte Tabor, de la que ellos –sólo ellos– fueron testigos, o la oración en el huerto de Getsemaní, viviendo más cerca de Jesús aquellos momentos de angustia y hechos partícipes de su pasión. Hoy también la fe, el catolicismo, la Iglesia, Cristo está muy perseguido por hombres y gobiernos ateos e inmorales, acompáñemos a Cristo presente en nuestros sagrarios por estos abandonos que ya los sufrió en su pasión y muerte, los pecados, abandonos y persecuión de todos los tiempos los sufrió y redimió anticipadamente en su pasión.

Porque ahora como entonces, muchos incluso dentro de la Iglesia, le piden al Señor, como Santiago y su hermano Juan los hijos de Zebedeo, le piden a Jesús ocupar los primeros puestos en su reino, recurriendo a la intercesión de su propia madre.

Y Jesús les asegura que beberán el cáliz, el trago del martirio que los asemejará a Jesús, pero que esos puestos primeros los asigna el Padre y que el discipulado de Jesús consiste en el servicio y en dar la vida. Y por eso, Santiago fue el primero en derramar su sangre en la persecución de Herodes.

Y lo que hoy celebramos principalmente es que en la tradición de la Iglesia, el apóstol Santiago ha sido el predicador del Evangelio en las tierras de España. A orillas del Ebro recibió el consuelo de la visita de María Santísima, que vino en carne mortal a Zaragoza. Y su sepulcro apareció en Compostela, convirtiéndose en lugar de peregrinaciones desde la edad media hasta nuestros días.

Cuando los reyes cristianos fueron recuperando las tierras cristianas, que los musulmanes habían ocupado, y fueron cristianizando a sus gentes, atribuyeron a la intercesión del apóstol Santiago esa reconquista. Y cuando en siglos posteriores se ha afrontado la gran tarea evangelizadora de los pueblos de

América, el apóstol Santiago ha estado presente en esa gran gesta histórica. El apóstol Santiago forma parte de la identidad española desde sus orígenes evangelizadores hasta nuestros días, pasando por las épocas gloriosas de una reconquista fatigosa y la evangelización del nuevo mundo.

Hoy vivimos en otro contexto cultural, social y político, pero el Evangelio que nos trajeron los apóstoles sigue siendo el mismo. “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hbr. 13, 8)nos dice la carta a los Hebreos y también hoy se nos invita a no avergonzarnos del Evangelio (cf. Rm 1, 16).

También hoy necesitamos el vigor del apóstol Santiago para evangelizar nuestra cultura, nuestra sociedad, nuestra vida. En un Estado aconfesional, que muchos confunden con un estado laico, e incluso laicista, que es lo que están pretendiendo actualmente en la España Católica algunos partidos políticos, la confesión de la fe católica hoy debe ser protegida y promovida por la España Católica, según el libre ejercicio de los ciudadanos. Incluso con algunos sacerdotes hemos comentado el silencio de nuestros obispos en general.

 ¿Por qué para honrar a las víctimas del covid-19 tenemos que silenciar a Dios? ¿Por qué el respeto a los demás no creyentes debe expresarse en actitudes no confesionales, mientras que actitudes contrarias a la religión y ofensivas a los sentimientos religiosos deben ser aceptadas en la convivencia como libertad de expresión cuando la casi totalidad de los muertos son creyentes, y la inmensa mayoría de los asistentes también lo son? ¿Es zona neutral la asepsia de todo sentimiento religioso para vivir la convivencia de todos los ciudadanos, creyentes y no creyentes?

La fiesta del apóstol Santiago, patrono de España, es una llamada al seguimiento de Cristo en todas las situaciones: en el gozo, en el dolor, en el servicio y hasta en el martirio. El patrono de España no nos incita hoy a una lucha sin cuartel entre moros y cristianos, de hecho ellos pueden en España practicar su religión mientras en muchas de las suyas estamos prohibidos, incluso perseguidos y martirizados, porque muchos cristianos creyentes y fervorosos no quieren olvidar las palabras de Jesús: “el que se avergüence ante los hombres de mí, también yo me avergonzaré de él ante mi Padre” (Mc 8,38).

Que el apóstol Santiago nos dé lucidez para saber estar como creyentes en una sociedad que quiere prescindir de Dios con partidos políticos y que impone su ley de la ausencia de Dios en la enseñanza y en la vida y en la muerte como el mejor modo de convivencia entre Españoles.

Queridas hermanas, España, Europa y todo el mundo occidental tienen profundas raíces cristianas y de tales raíces se han producido excelentes frutos en la historia de todos ellos. Olvidar o prescindir de lo que somos y hemos sido y debemos luchas por querer seguir siéndolo hasta la eternidad y el encuentro con Dios sería la peor de las represiones, la peor de las catástrofes, porque serán eternas.

Pidamos a Dios por medio de nuestro Apóstol Santiado por la fe católica en España, pidamos que Dios sea reconocido y respetado como lo fue desde el Apóstol Santiado y que el secularismo y ateismo de muchos de nuestros gobernantes no se implante en España en estos tiempos ni nunca. Oremos a Dios por medio de nuestro patrono Santiago. Oremos todos los dias, lo necesita España, el mundo entero, hoy alejándose de Dios y su Salvación eterna. Esta es una de las intenciones principales de vuestra vida de oración y penitencia y clausura de vuestras vidas de religiosas totales de entrega a Dios y salvación del mundo.

 

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29 DE JUNIO: SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

 

QUERIDAS HERMANAS DOMINICAS: Con gozo celebramos hoy la fiesta de los Apóstoles S. Pedro y S. Pablo. Nuestra fe descansa y se apoya en el testimonio de Pedro, roca firme, que en nombre de la Iglesia de todos los tiempos, la Iglesia asentada sobre el cimiento de los apóstoles proclamó y declaró a Jesús como nos dice el evangelio de hoy: "Tú eres, el Cristo, el Hijo de Dios vivo". "Tú tienes palabras de vida eterna, a ¿quién vamos a acudir?"

Queridas hermanas dominicas que lo habéis entregado todo por Cristo renunciando al mundo y sus vanidades, con el Apóstol Pablo podéis decir: "Cristo es la piedra angular sobre la que se edifica la Iglesia y la nueva humanidad; no se nos ha dado otro nombre en el que podamos ser salvos".

En Él está nuestra esperanza de eternidad y de cielo ya comenzado y de la que estamos llamados a dar razón en medios de los hombres vosotras, como religiosas contemplativas y renunciando al mundo y yo como sacerdote celebatario entregado totalmente a Cristo.

Pedro, como primado y pastor supremo de la Iglesia de Cristo, nos confirma en la fe, y nos preside en la caridad. Nada ni nadie podrá derribar a la Iglesia por él presidida y asentada en esta misma y única fe que no es producto de la carne ni de la sangre, es decir, de la creación humana, sino don que viene de lo alto y nos alcanza por la gracia de la revelación divina: “Y Jesús, respondiendo, le dijo: Bienaventurado eres, Simón Pedro, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló nadie de carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”.

De pecador, de negar a Jesús, de su fragilidad, que no es capaz de comprender y aceptar el misterio de la cruz: “Lejos de ti, tal cosa”, de estar dormido en la hora de la agonía de Jesús: “No habéis podido velar conmigo”, de negarlo tres veces, pasará después a decir por tres veces también: "Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero, y recibirá de Jesús mismo el encargo de guiar y conducir a todo el Pueblo santo de Dios: “Apacienta mis ovejas” y por tres veces lo repitió Jesús, el Señor.

Hoy, queridas hermanas, también celebramos a san Pablo. En su camino de persecución fue alcanzado por la gracia y la misericordia infinita de Dios en el encuentro con Jesucristo resucitado, y de perseguidor pasa a ser su testigo más singular, hasta el punto de que su vida no la entiende él y no se entiende sino es en Cristo y con Él: "Para mí la vida es Cristo", dirá. "No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí". "No quiero saber otra cosa que a Cristo y este crucificado". “No me glorío, si no es en la Cruz de Jesucristo”. "Yo no me hecho atrás en el anuncio del Evangelio porque él es fuerza de salvación para todo el que cree".

Su vida desde aquel encuentro, que renueva y transforma, que hace nacer de nuevo y ser una nueva criatura, no tendrá otra razón de ser que dar a conocer el amor de Dios manifestado y entregado en Jesucristo, del que nada ni nadie nos puede apartar, como testifica Pablo mismo en toda su vida y en toda su empresa apostólica.

Toda su vida, en efecto, será testimonio y anuncio a todas las gentes de la gracia y de la benevolencia de Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús. Así dirá: "¡Ay de mí sino evangelizare!" “Todo lo estimo basura y pérdida comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo, el único mediador entre Dios y los hombres, en el que Dios nos ha bendecido con toda clase bienes espirituales y celestiales y nos llama a ser santos en Él e irreprochables por el amor”.

Aquí, precisamente, en lo que recibimos de Pedro y de Pablo, está nuestra identidad como creyentes, aquí está lo que somos. Lo que cuenta es poner en el centro de la propia vida a Jesucristo. Nuestra identidad de hombres y de cristianos queda marcada por el encuentro con Jesucristo, de ahí, de Él, brota nuestra vida: de la comunión con Cristo, con su vida y con su palabra.

Por eso toda nuestra vida depende de esta unión y para esta unión permanente y total no hay otro camino que la oración-conversión, como repetiré toda mi vida. Tres años estuvo Pablo retirado en oración y penitencia en los desiertos de Arabia durante los cuales el Espíritu Santo le instruyó en los caminos de Dios.

No tenemos a otro que a Cristo que dé sentido a nuestro vivir, que llene de luz y de verdad y de amor nuestras vidas, que dé eficacia a nuestro apostolado, sólo y únicamente a Jesucristo. No tenemos a otro en quien encontremos la salvación, si no es Cristo. A su luz cualquier otro valor tiene que ser recuperado y al mismo tiempo purificado de eventuales escorias. El es nuestra vida y salvación, nuestra riqueza y nuestro todo.

Pero no sólo para nosotros, los cristianos, sino para todos los hombres. Y con Pedro y con Pablo no podemos silenciarlo. Y con Pedro y con Pablo estamos llamados a no echarnos atrás en el anuncio de Jesucristo, en el dar testimonio de Él y en el vivir del todo por Él y para Él, sobre todo, porque este es el sentido y la finalidad de vuestra vocación o llamada de Cristo a ser religiosas contemplativas dedicadas totalmente a salvaros salvando el mundo y yo, como sacerdote, no tienen otro sentido que hacer presente en el mundo a Cristo y su evangelio y salvación con nuestras vidas, testimonio yoraciónpermanente. 

Dar testimonio con obras y palabras de todo lo que somos; gastarnos y desgastarnos en nuestra propia vida, anunciando a Jesucristo, dándole a conocer, porque únicamente en Él el hombre y la humanidad entera puede ser salvada, puede ser renovada y redimida del pecado, puede nacer de nuevo, puede ser hecha humanidad nueva de hombres nuevos, conforme a Jesucristo, que vivan la comunión de vida con Él, rescatados por su sangre que es la sangre misma del único Salvador, Hijo de Dios, donde se ve todo lo que Dios ama al hombre. Por eso, alegraos y dad gracias por vuestra vocación de religiosa y yo como sacerdote. Que los apóstoles Pedro y Pablo nos ayuden en esta tarea a la que ellos entregaron totalmente sus vidas como nosotros también, como sacerdote y religiosas, hemos entregado las nuestras. Así sea.

 

 

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QUERIDOS HERMANOS: estamos celebrando la fiesta de Santiago Apóstol, patrono de España. Fue el primer Apóstol de Cristo que arribó a las costas hispanas, junto con San Pablo, para predicar el evangelio de Cristo y esparcir la semilla de la fe por esta tierra que le honra por eso como protector de su fe. Y no es para menos. Podemos constatar, cómo a través de los siglos esta fe cristiana y católica se ha mantenido, como rezaremos en el prefacio, no sólo en el suelo patrio sino también en todos los países. Esta semilla que ellos sembraron no solo se ha perdido, sino que se ha convertido, según la comparación evangélica, en un árbol tan grande que extendió sus brazos por todo el mundo, especialmente por América, Filipinas, Japón…etc.

Justo es que celebremos con fe y devoción esta fiesta de nuestro santo Patrón Santiago, agradecidos a su apostolado, que nos hizo conocer a Cristo y su Salvación.

       

        1.-    El núcleo central de la primera lectura es el breve discurso que, en nombre de los demás Apóstoles, pronuncia Pedro ante el Sanedrín. Es una síntesis de los elementos esenciales del Kerigma apostólico que vemos verificados en todos los pregones de los Hechos de los Apóstoles: Primero: anuncio y testimonio de la muerte y resurrección gloriosa de Jesús de Nazaret; segundo: este Jesús muerto y resucitado nos trae la salvación mediante el perdón de los pecados; finalmente, esta salvación exige una conversión de fe y vida en Jesucristo.

        En este discurso queda constancia del testimonio valiente de los Apóstoles en favor de Jesucristo resucitado cuyo anuncio quieren silenciar el sumo sacerdote judío y el sanedrín, pero los Apóstoles, testigos de Cristo y de su Evangelio, contestan proféticamente que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (5,9). Esta actitud termina en el testimonio supremo de su propia vida mediante el martirio.

        Santiago el mayor, hermano de San Juan y primo hermano del Señor, fue el primero que sufrir el martirio hacia el año 44 en Jerusalén, por orden del rey Herodes Agripa II, sobrino de Herodes Antipas, que fue el que decapitó a Juan el Bautista e intervino en la pasión del Señor (Mt 14,3; Lc 23,7).

       

        2.- En la segunda lectura San Pablo expone un teología vivencial del Apostolado, tal como la vivió él mismo en su ministerio evangelizador y que combina dialécticamente y sin vanagloria la fuerza de Dios con la debilidad humana (2Cor 4, 7-15).

La misión de anunciar el evangelio irradiando la gloria de Dios reflejada en Cristo (v.1-6) es el “tesoro que llevamos en vasijas de barro para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” (v7). El resto de la lectura es el desarrollo de este principio vital, a base de la antítesis muerte- vida como expresión del misterio pascual de Cristo: “Nos aprietan por todas lados, pero no nos aplastan, estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y en todas partes llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (vv 8-10).

        Este estilo paradójico constituye el talante del apóstol, que encuentra la fuerza de su anuncio en la fe: “Creí, por eso hablé” (13). Una fe, que sabe que ese es el camino obligado para el final esplendoroso, pues “quien resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará y no hará estar con vosotros. Todo es para vuestro bien. Cuantos más reciban la gracia, mayor será el agradecimiento, para gloria de Dios” (vv 14-15)

        Este servicio al evangelio y a los hermanos puede llevar incluso a la entrega de la propia vida, como nos aclara el mismo Jesús en el Evangelio de hoy, donde tomando pie de la pretensión de los primeros puestos por Santiago y Juan, el Maestro adoctrina a todos los Apóstoles, futuros guías y pilares de su Iglesia, sobre la función que habrán de desempeñar en la comunidad.

        Una vez más el Maestro rompe los esquemas convencionales: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros. El que quiera ser grande sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero, que se haga esclavo de todos. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que sirvan sin para dar su vida en rescate por muchos” (v 28).

        Queridos hermanos: Que nuestro santo patrón Santiago nos haga comprender y vivir a todos los bautizados españoles estas enseñanzas; que de palabra y de obra anunciemos al Señor Jesús muerto y resucitado para nuestra salvación; y que por su ayuda e intercesión en el cielo ante el Cordero degollado por nuestra salud surjan nuevas vocaciones apostólicas, quieran entregar su vida por sus hermanos los hombres.

 

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QUERIDOS HERMANOS: Nuestra parroquia celebra hoy la fiesta de su santo patrón. nuestra fe descansa y se apoya en el testimonio de Pedro, roca firme, que proclama en nombre de la Iglesia de todos los tiempos, la Iglesia asentada sobre el cimiento de los apóstoles: "Tú eres, el Cristo, el Hijo de Dios vivo". "Tú tienes palabras de vida eterna, a ¿quién vamos a acudir?" "Cristo es la piedra angular sobre la que se edifica la Iglesia y la nueva humanidad; no se nos ha dado otro nombre en el que podamos ser salvos". En Él está nuestra esperanza de la que estamos llamados a dar razón en medios de los hombres.

Pedro nos confirma en la fe, y nos preside en la caridad. Nada ni nadie podrá derribar a la Iglesia por él presidida y asentada en esta misma y única fe que no es producto de la carne ni de la sangre, es decir, de la creación humana, sino don que viene de lo alto y nos alcanza por la gracia de la revelación divina.

De pecador, de negar a Jesús, de su fragilidad, que no es capaz de comprender y aceptar el misterio de la cruz, de estar dormido en la hora de la agonía de Jesús, de negarlo tres veces, pasará después a decir por tres veces también: "Señor tú sabes que te quiero, tú sabes que te quiero, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero y recibirá de Jesús mismo el encargo de guiar y conducir a todo el Pueblo santo de Dios: “Apacienta mis ovejas”.

Hoy también celebramos a san Pablo. En su camino de persecución fue alcanzado por la gracia y la misericordia infinita de Dios en el encuentro con Jesucristo resucitado, y de perseguidor pasa a ser su testigo más singular, hasta el punto de que su vida no la entiende él y no se entiende sino es en Cristo y con Él: "Para mí la vida es Cristo", dirá. "No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí". "No quiero saber otra cosa que a Cristo y este crucificado". “No me glorío, si no es en la Cruz de Jesucristo”. "Yo no me hecho atrás en el anuncio del Evangelio porque él es fuerza de salvación para todo el que cree".

 

Su vida desde aquel encuentro, que renueva y transforma, que hace nacer de nuevo y ser una nueva criatura, no tendrá otra razón de ser que dar a conocer el amor de Dios manifestado y entregado en Jesucristo, del que nada ni nadie nos puede apartar, como testifica Pablo mismo en toda su vida y en toda su empresa apostólica.

Toda su vida, en efecto, será testimonio y anuncio a todas las gentes de la gracia y de la benevolencia de Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús. Así dirá: "¡Ay de mí sino evangelizare!" “Todo lo estimo basura y pérdida comparado con el conocimiento de Jesús, el único mediador entre Dios y los hombres, en el que Dios nos ha bendecido con toda clase bienes espirituales y celestiales y nos lama a ser santos en Él e irreprochables por el amor”.

Aquí, precisamente, en lo que recibimos de Pedro y de Pablo, está nuestra identidad, aquí está lo que somos. Lo que cuenta es poner en el centro de la propia vida a Jesucristo. Nuestra identidad de hombres y de cristianos queda marcada por el encuentro con Jesucristo, de ahí, de Él, brota nuestra vida: de la comunión con Cristo, con su vida y con su palabra.

No tenemos a otro que a Cristo que dé sentido a nuestro vivir, que llene de luz y de verdad y de amor que a Jesucristo. No tenemos a otro en quien encontremos la salvación, si no es Cristo. A su luz cualquier otro valor viene recuperado y al mismo tiempo purificado de eventuales escorias. El es nuestra riqueza y nuestro todo.

Pero no sólo para nosotros, los cristianos, sino para todos los hombres. Y con Pedro y con Pablo no podemos silenciarlo. Y con Pedro y con Pablo estamos llamados a no echarnos atrás en el anuncio de Jesucristo, en el dar testimonio de Él y en el vivir del todo por Él y para Él.

Por eso nosotros, en los tiempos que Dios nos ha concedido, no realizar otra cosa que no sea precisamente la evangelización: dar testimonio con obras y palabras de todo lo que somos; gastarnos y desgastarnos en nuestra propia vida, anunciando a Jesucristo, dándole a conocer, porque únicamente en Él el hombre y la humanidad entera puede ser renovada, puede nacer de nuevo, puede ser hecha humanidad nueva de hombres nuevos, conforme a Jesucristo, que vivan la comunión de vida con Él, rescatados por su sangre que es la sangre misma de Dios, donde se ve todo lo que Dios ama al hombre.

 

 

 

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SOLEMNIDAD: LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

 

         PRIMERA LECTURA: Apocalipsis 11, 19a; 12, 1-6, 10


        Esta lectura del Apocalipsis ha sido interpretada  tradicionalmente por la Iglesia en clave de María como Madre de Cristo y de la Iglesia. En niveles muy distintos, María y la Iglesia tienen una función maternal. María es Madre del Hijo de Dios con una relación única de madre a hijo. La Iglesia no es madre de esta forma, pero lo es en el sentido de que hace nacer la vida en Cristo por el nuevo nacimiento del bautismo, por la predicación que despierta la fe y por los sacramentos, que comunican la vida misma de Cristo. Nosotros somos beneficiarios de esta función maternal de la Iglesia: “Apareció en el cielo una señal grande, una mujer envuelta en el sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas y estando encinta, gritaba con los dolores de parto y las ansias de dar a luz.”

 

SEGUNDA LECTURA: 1 Corintios 15, 20-27a

        La fiesta de la Asunción significa que María no permaneció en poder de la muerte. La Virgen murió como su Hijo, pero al terminar su vida corporal pasajera, no ha tenido que esperar como nosotros hasta el final de los tiempos para participar en la resurrección de su Hijo Jesús.

        San Pablo nos habla en esta carta de la resurrección de los cristianos. Alude al problema del poder divino que, habiendo empezado por Cristo, resucitará a todos los hombres. Digamos que María es beneficiaria de la resurrección en primerísima fila, a causa de su maternidad divina y de su plenitud de gracia. Con todo su ser y a todo lo largo de su existencia, participó de modo incomparable en la existencia de Jesús. Por este motivo participa del estado actual de Jesús resucitado:“Cristo ha resucitado entre los muertos como primicia de todos los que duermen… Pero cada uno según su rango.”

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 1,39-56

 

        QUERIDOS HERMANOS/AS: Celebramos hoy, llenos de alegría y esperanza, la Asunción de la Virgen al cielo. Nosotros, los cristianos, creemos y esperamos el cielo y vamos caminando hacia el encuentro definitivo con Dios en el cielo para el cual hemos sido creados y existimos y para lo cual vino Jesucristo, el Hijo de Dios a la tierra, para abrirnos a todos la misma gloria de Dios mediante su muerte y resurreción.

Y algunas personas, las contemplativas, las religiosas de nuestros conventos de clausura se llaman así, porque se cierran a este mundo para abrirse y vivir ya para la eternidad, para el cielo, para rezar y pedir el cielo para ellas y para el mundo. 

Hoy es un día para hablar por lo tanto del cielo, para pensar en el cielo, para desear y pedir el cielo con Dios y la Virgen para todos. Pensamos y deseamos poco el cielo. Es una verdad esencial de nuestra fe muy olvidada en los tiempos actuales de guassad y demás medios, incluso poco creida y cultivada por nosotros, los mismos creyentes en Dios y en Cristo resucitado que vino y se encarnó y murió y resucitó unicamente para esto, para llevarnos a la eternidad del cielo, de la vida eterna.

Por eso, vamos a celebrar esta fiesta de la Asunción de la Virgen pensando y rezando por los nuestros que ya han partido y para que ella, nuestra Virgen del cielo, de la Asunción, como se han querido llamar muchas de nuestras hermanas, nos ayude a vivir y pensar más en el cielo, a creer más en el cielo.

Ella deseó tanto estar ya con su hijo resucitado en el cielo que fue asumida totalmente por Èl, por estar llena de su amor y presencia, como muchos  santos lo han desead y han pedido al Señor morir a este mundo para vivir ya junto a Él por toda la eternidad, sobre todo por sentirlo en ratos de oración ante el Sagrario: “Vivo sin vivir.. sácame de aquesta vida, mi Dios, y dame la muerte, mira… y como todos nosotros lo desearíamos, si tuviéramos una oracion un poco elevada, mística contemplativa, como yo he conocido a algunas feligresas y feligreses de mi parroquia de San Pedro. Esto es lo que tenemos que pedir hoy para todos nosotros y para todos los nuestros que han muerto o morirán: morir en gracia de Dios.

        1.- En este día de la Asunción de la Virgen al cielo, meditemos primeramente en el hecho: Asunción es acción de asumir; asunción quiere decir que la Virgen fue asumida al cielo tanto por el amor de su hijo a ella como del suyo a su hijo del cual no podía vivir separada. Y como su hijo era Dios, quiso y pudo, pues lo hizo y se llevó a su madre al cielo.

        Para ser asumida, la Virgen tuvo que morir primero, porque era humana, como murió su hijo; muere el hijo en su naturaleza humana, y tiene que morir la madre para seguir sus mismos pasos.        2º) La Virgen murió y resucitó y subió al cielo, pero no por su propio poder y virtud como su Hijo, que era Dios, sino por el poder y el amor de Él, que no quería, como hijo, estar separado de su madre; así que María fue asunta y elevada al cielo por el poder y el amor de su hijo-Hijo de Dios.    Y María fue asunta al cielo:

        1º, como he dicho, por ser la Madre de Dios que todo lo puede y como su Hijo la quería como madre junto a sí, se la llevó consigo al cielo que Él habia conseguido con su muerte y resurrección para todos: pudo y quiso, quiso llevársela al cielo como hijo, pudo hacerlo como Dios, pues lo hizo y fue asunta Maríaen cuepo y alma a los cielos, como nos dice el prefacio de la misa de este día:Porque hoy ha sido llevada al cielo la Virgen Madre de Dios, figura y primicia de la Iglesia,(es decir, de todos nosotros)garantía de consuelo y esperanza para tu pueblo, todavía peregrino en la tierra.

Con razón no permitiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro aquella que, de un modo inefable, dio vida en su seno y carne de su carne al autor de toda vida, Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor.¡Qué maravilla, Virgen guapa,madre del alma, cuánto te queremos¡

En segundo lugar María fue asunta en cuerpo y alma al cielo por estar llena de la gracia divina desde el primer instante de su ser. Y la gracia es la semilla del cielo, la semilla de Dios en nosotros. Por eso, a más gracia, más cielo. Y como estaba llena desde el principio, “llena de gracia, el Señor está contigo”, la dijo el Arcangel Gabriel, María fué asunta en cuerpo y alma al cielo. Si el cielo es Dios, ella estaba llena de amor a su Hijo, que es Dios y se fue con Él al cielo.

        También fue asumida en cuerpo y alma al cielo por ser corredentora con su hijo. Pisó las huellas dolorosas del hijo en la cruz, convenía por tanto que pisara también las huellas gloriosas de su triundo en el cielo. Fue la primera totalmente redimida por su hijo y la primera en conseguir el fruto pleno de su salvación.        Finalmente subió al cielo porque su corazón estaba más con su hijo en el cielo que en la tierra, sobre todo desde Pentecostés. Queridos hermanos, si algunas personas, llegando a las alturas de la oración unitiva y contemplativa, desean morir para estar con Dios, yo he conocido algunas en mi vida pastoral, pues la Virgen mucho más: vivo sin vivir en mí…  morir de amor en el alma por no morir en el cuerpo:Sácame de aquesta vida,mi Dios,y dame la…     Por lo tanto, hermanos, felicitémos hoy a la Virgen que sube al cielo y desde allí nos mira ahora y escucha nuestra oración. María, Virgen bella asunta al cielo, te felicitamos,

        a).- Por ser la primera criatura totalmente redimida, criatura que ha llegado hasta la plenitud de lo que nos espera a todos: la primera redimida en totalidad. Nos enseñas así el camino y la meta de nuestra vida, de la vida cristiana, que vosotras, queridas religiosas, habéis escogido ya, renunciando al mundo y a la carne.

Felicitémosla, felicitémosnos, porque ella, María, nos abre y enseña a todos sus hijos el camino del cielo. Para esto se encarnó en su seno su Hijo, nuestro Señor Jesucristo y para esto murió y resucitó, para llevarnos a todos al cielo, como están todos los salvados por su muerte y resurrección, los nuestros.

Y fue asunta en cuerpo y alma al cielo,       por ser “porta coeli”, puerta del cielo por los méritos de su hijo. Hermanos, ¡Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia, hermosura y amor, es un cielo, es nuestro cielo con Dios!

En el cielo sigue siendo nuestra madre y no cesa de interceder por todos nosotros sus hijos de la tierra ante el hijo amado que nos amó para eso con amor extremo hasta dar la vida y resucitar para que todos la tuviéramos eterna. María asunta al cielo se convierte por eso, para todos nosotros los desterrados hijos de Eva, en nuestra meta y gracia para conseguirlo: hoy hay que pensar en el cielo, pensar y vivir para el cielo, en pecado no se puede celebrar esta fiesta, hay que confesar nuestros pecados y comulgar plenamente con el hijo Eucaristía, pan de vida eterna.

Por eso, Maria asunta al cielo se convierte en este día, en nuestra esperanza, en vida y esperanza nuestra, Dios te salve, María. Ella es ya la Madre del cielo y de la tierra para todos sus hijos, es cita de eternidad para todos nosotros los desterrados hijos de Eva, Ella “Es la mujer vestida de sol, coronada de estrellas”  del Apocalipsis. Y en el cielo María se ha convertido en intercesora de todo el pueblo santo de Dios; es divina y es omnipotente suplicando e intercediendo por todos sus hijos, los hombres. Un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos; y ella es nuestra madre y está en el cielo y esto nos inspira seguridad, certezas, consuelo, esperanza, fortaleza hasta el triunfo final.

        Celebremos así esta fiesta con estos sentimientos de amor y gratitud.Felicitémosla y démosla un beso de amor de hijos. Recemos, contemplemos, bendigamos, digámosla cosas bellas porque se lo merece, por las maravillas que Dios ha obrad en Ella y por ella y para nosotros. María es un cielo, amar a María es un cielo anticipado en la tierra. Y que conste que lo digo no por decirlo, sino por experiencia personal y de otras personaa en mi vida parroquial.

Espero que vosotras, queridas hermanas carmelitas y dominicas, por la vida de gracia y oración un poco elevada, unitiva y transformativa lleguéis a ese cielo en la tierra, como vuestros fundadores. Los conventos de clausura don un cielo anticipado porque están vacíos del mundo y sus cosas y llenos solo de Dios por la oración permanente de unión con Dios y por la celebración del misterio eucaristico. Asi sea y así lo pido al Señor en esta fiesta y misa de la Asunción de la Virgen al cielo.

        Al cielo vais, Señora, y allá os reciben con alegre canto, o quien pudiera ahora, asirse a vuestro manto para escalar con Vos el monte santo; Santa María, tu asunción nos valga, llévanos un día a donde hoy tu llegas, pero llévanos tú, Señora de buen aire, reina de las cosas      y estrella de los mares.

 

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ASUNCIÓN DE MARÍA. QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy, llenos de alegría y esperanza, la Asunción de la Virgen al cielo. Nosotros somos cristianos y esperamos el cielo. La vida cristiana es el camino más seguro del cielo, del encuentro definitivo con Dios para el cual hemos sido creados y existimos.

Hoy, festividad de la Asunción de María, nuestra madre, al cielo, es un día para hablar del cielo, para pensar en el cielo, para pedir el cielo con Dios y la Virgen para todos y sin miedo, porque por miedo pensamos y deseamos poco el cielo.

Ella, la Virgen, deseó tanto estar con su Hijo en el cielo que fue consumida ardientemente por este deseo, fue asumida totalmente por este amor, como los místicos, como todos nosotros, si morimos en gracia de Dios, con fe, amor y esperanza cristiana. Esto es lo que tenemos que pedir hoy para todos.

1.- En este día de la Asunción de la Virgen, meditemos primeramente en el hecho:

a) Asunción es la acción de asumir, de llevarse algo en los brazos; asunción quiere decir que la Virgen fue asumida con amor total por su hijo, Hijo del Padre; por eso, en la Asunción, María es asumida por el Padre en el Hijo con Amor de Espíritu Santo. Fue asumida por la Trinidad totalmente, en cuerpo y alma al cielo, a la Presencia de gozo y amor de la Sta. Trinidad.

         b) para ser asunta, primero tuvo que morir; muere el hijo en la cruz en su naturaleza humana, y tiene que morir la madre en su humanidad para seguir sus mismos pasos.

        c) María murió y resucitada por el Hijo  subió al cielo; el cielo no es un lugar, es la posesión en gozo de la Santísima  Trinidad en su mismo gozo de Amor de Espíritu Santo.

 

2.- Por qué fue asumida y elevada María en cuerpo y alma al cielo:

        1).- Por ser Madre de Dios y porque su Hijo quiso y pudo hacerlo porque Él como Dios lo puede todo. Así lo rezaremos en el Prefacio de esta misa.

        2).- Porque estaba llena de gracia, esto es, llena de la Santísima Trinidad desde el primer instante de su ser. Así lo expresó el ángel cuando la anunció que había sido elegida para ser Madre del Hijo de Dios. Si el cielo es Dios, ella estaba llena de su Hijo, que es Dios y se fue con Él al cielo. Fue la primera de los  redimidos en conseguir lo que nos espera a todos los cristianos que mueran en gracia de Dios.

        d).- Y subió directamente al cielo, porque si algunos santos desean morir para estar con Dios, la Virgen mucho más. Se le pueden aplicar a la Virgen mejor que a nadie estos versos de las almas místicas, enamoradas de Dios: «Esta vida que yo vivo, es privación de vivir, y así es continuo morir, hasta que viva contigo; oye mi Dios lo que digo, que esta vida no la quiero, que muero porque no muero»

 

        3.-  Por lo tanto, hermanos, felicitemos con todo nuestro amor y cariño a nuestra madre del cielo:

        a).- Por ser la primera criatura entre todos los humanos en subir en cuerpo y alma al cielo, donde esperamos ir todos nosotros en el día de nuestra muerte para este mundo. Es la primera redimida totalmente entre todos los humanos, la primera  que ha llegado hasta la plenitud de lo conseguido por su Hijo en su muerte y resurrección y que nos espera a todos: es la primera. Ella nos enseña el camino y la meta de la vida cristiana, que un día poseeremos nosotros. Felicitémosla porque cumplió totalmente  la voluntad de Dios.

        b).- Felicitémosla también por haber sido madre del Hijo de Dios, que nos ha llevado  a todos al cielo, con su muerte y resurrección. Cristo, el Cristo muerto y resucitado y ascendiendo al cielo es nuestra certeza y garantía.

Qué seguridad y certeza nos da de conseguirlo, por ser nuestra madre del cielo ¡Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia, hermosura y amor y de cielo, María es un cielo, es con Dios nuestro cielo en eternidad, no olvidad lo que os digo tantas veces: somos eternos, nuestra vida es más que esta vida!

Ella, desde el cielo, no cesa de ser nuestra madre e  interceder por todos nosotros sus hijos de la tierra. Ella ha conseguido ya la plenitud de lo queremos nosotros, sus hijos. Y como madre nos ayudará a conseguirlo. Es día de rezar el rosario, subir al Puerto, de mirarla, de rezarla.

        c) Ella es  meta y camino de esta vida y del cielo: hoy hay que pensar en el cielo, pensar y vivir para el cielo, en pecado no se puede celebrar esta fiesta, hay que confesar nuestros pecados y comulgar plenamente con el Hijo, pero confesando nuestros fallos y pecados, que hace mucho tiempo que no lo hacemos. Es cita de eternidad para todos sus hijos y con los que están ya en el cielo. En ella la resurrección total ha empezado a extenderse a toda la humanidad.

        d) María, en el cielo se ha convertido en intercesora de todo el pueblo santo de Dios; es divina, porque todo lo puede  suplicando e intercediendo por sus hijos. Un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos; y ella es nuestra madre y esto nos inspira seguridad, certezas, consuelo, esperanza, fortaleza hasta el triunfo final. Como ha sido elevada al cielo, para hablar con ella hoy hay que mirar hacia arriba, hay que rezarla en familia, venir a misa los domingos, y algún día, invocarla, darle gracias, pedirla aumento de  fe y amor a Dios y a sus hijos, los hombres, especialmente por esposos, hijos, nietos, por todos los hombres. Todos los días rezamos por la tarde el rosario, venid algún día a la semana. Que no se quede solo todo en este día. Venid a visitarla, para que “después de este destierro….”. No solo a nosotros, sino a nuestros hijos y hermanos, todos los hombres.  

 

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(Ahí va una homilía chula de cuando uno tenía veintitrés años, mucho amor a la Virgen y se ajustaba a la oratoria que le habían enseñado en el Seminario.  Fue mi «primer sermón» a la Virgen en el misterio de su Asunción a los cielos)

 

QUERIDOS HERMANOS:    1.- Celebramos hoy el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. Esta verdad fue definida como dogma de la fe por el Papa Pío XII en el año 1950, siendo yo seminarista y todavía recuerdo la fiesta por todo lo alto que celebramos en el Seminario y en la Catedral de Plasencia, con misa «pontifical» solemnísima del Señor Obispo, D. Juan Pedro Zarranz y Pueyo y todas la banderas de España y de todos los movimientos apostólicos. ¡Qué buen Obispo, cómo le recuerdo!

        Sin embargo, queridos hijos de María Reina y Madre, esta definición no hacía falta realmente, porque el pueblo cristiano ya profesaba esta verdad desde siglos y la había celebrado con certeza y gozo desde siempre; por eso, a muchos cristianos, sobre todo al pueblo sencillo, más que admiración le causó extrañeza, porque él siempre había celebrado la Asunción de Maria al cielo y honrado a la reina de los cielos y había rezado y había contado entre sus verdades de fe este privilegio de María.

 

        2.- Y es que necesariamente tenía que ser así, tenía que subir al cielo con su Hijo, necesariamente tenía que subir en cuerpo y alma antes de corromperse en el sepulcro, por las exigencia eternas del amor del Hijo a la Madre y de la Madre al Hijo.

        La Virgen añoraba la presencia del Hijo de sus entrañas, del Hijo que tanto la amaba y aunque amaba y quería a la Iglesia naciente y a sus hijos de la tierra, ella no podía soportar más la ausencia maternal y externa del hijo, porque siempre lo tenía en su corazón abrasado de amor hacia Él; a nuestra Madre Inmaculada, llena de gracia y amor, no le podía caber en su limitado cuerpo, aunque totalmente adaptado y sutil a su alma, la plenitud casi infinita de Madre de Dios y de los hombres; su carne inmaculada no pudo contener mas el torrente de estos dos amores, y habiendo ella reunido en su espíritu, con vivo y continuo amor, todos los misterios más adorables de su vida llevada con Jesús y recibiendo siempre perpendicularmente las más abrasadas inspiraciones que su Hijo, Rey del cielo y Esplendor de la gloria del Padre, lanzaba de continuo sobre ella, fue abrasada, consumida por completo por el fuego sagrado del Amor del Espíritu Santo, del mismo fuego del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, de manera que murió y su alma, así extasiada y enajenada, pasó a los brazos dulcísimos de su hijo, Hijo del Padre, como el gran río se penetra en el océano o la mínima sacudida desprende del árbol el fruto ya maduro, como la luz dulce y serena de una estrella, que al llegar la mañana, se esconde en el azul del cielo.

 

        3.-Porque la Virgen murió, sí, hermanos, murió, pero murió de amor, murió abrasada por el fuego sagrado del amor a su Hijo y a sus hijos a los que ayudaría más desde el cielo que desde la tierra, porque podría estar juntos a ellos, en todas las partes del mundo, y en comunicación directa y eficaz.

        Murió de amor. Se puede morir con amor, como todos los cristianos que mueren con la gracia de Dios en el alma, como mueren todos los justos, como moriremos nosotros. Se puede morir por amor, como los mártires, que prefieren morir, derramar su sangre antes de ofender a Dios; pero morir de amor, morir abrasada por el fuego quemante y transformante del amor de Dios, por el fervor llameante del Espíritu Santo, morir de Espíritu Santo, metida por el Hijo en su Amor al Padre, al Dios Amor que realizó y se goza en el proyecto de amor más maravilloso, ya realizado por el Hijo totalmente y consumado en ella… eso sólo en María.

        Por eso a ella con mayor razón que a ninguna otra criatura se le pueden aplicar aquellos versos de San Juan de la Cruz, que describen estas ansias de unión total en el Amado:  Hijo mío, «descubre tu presencia y tu figura, y máteme  tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura…¿Por qué pues has llagado este corazón no le sanaste, y pues me lo has robado, por qué así lo dejaste, y no tomas el robo que robaste?». Son las nostalgias del amante que quiere fundirse en una realidad en llamas con el Dios amado.

        Jesús, el Hijo, había robado el corazón de su madre que permanecía separada de Él en la tierra. Es justo que si Él había robado el corazón de la madre, fuera un ladrón honrado y se llevase hasta el cielo lo que había robado.

 

        4.- ¡Ah hermanos! Es que el Hijo de María es hijo, hijo de una madre y esta madre está llena del Amor de Espíritu Santo de la Santísima Trinidad que le hace al Hijo el Hijo más infinito de amor y entrega y pasión por el Padre, porque le constituye en el  Hijo Amado, y el Hijo con el mismo Amor de Espíritu Santo le hace Padre al Padre, con el mismo amor de Espíritu Santo, y de este amor ha llenado el Hijo por ser hijo a la madre. El hijo de María es el Hijo más Hijo y adorable que pueda existir porque es el mismo Hijo de Dios. El Hijo de Dios es verdaderamente el hijo de María.

        Lógicos, madre, tus deseos, tus ansias por estar  con Él, tu anhelo de vivir siempre junto a Él. Por eso, Madre, en tus labios se pueden poner con mayor razón  que en los de  nuestros místicos: «Vivo sin vivir en mi y de tal manera espero, que muero porque no muero. Sácame de aquesta vida, mi Dios y dame la muerte, no me tengas impedida en este lazo tan fuerte, mira que peno por verte y mi mal es tan entero, que muero porque no muero.»

        Sí, hermanos, desde la Ascensión de su hijo al Cielo, a la Esencia Plena de la Trinidad, Maria vivía más en el cielo que en la tierra. Le suponía a Dios «más trabajo» mantenerla viva aquí abajo en la tierra que llevársela consigo al cielo. Son las ansías de amor, las impaciencias que sienten las almas transformadas e inflamadas por el fuego pleno del Espíritu Santo, una vez transformadas totalmente y purificadas, de que habla San Juan de la Cruz, almas o que las colma el Señor totalmente o mueren de amor.

        El que abrasa a los Serafines y los hace llama ardiente, como dice la Escritura, ¿no será capaz de abrasar de amor y consumirla totalmente con un rayo de Espíritu Santo que suba hasta los Tres en el cielo de su Esencia divina? Nosotros no entendemos de estas cosas porque no entendemos de esta clase de amor, porque esto no se entiende si no se vive, porque para esto hay que estar purificados y consumidos antes por el Amor de Espíritu Santo, que lo purifica y lo quema todo y lo convierte todo en «llama de amor viva, qué tiernamente hieres, de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro». Es morir de amor, la muerte más dulce que existe, porque en ese trance de amor tan elevado que te funde en Dios, eso es el cielo: «esta vida que yo vivo, es privación de vivir y así es continuo morir, hasta que viva contigo. Oye, mi Dios, lo que digo, que esta vida no la quiero, que muero porque no muero».

        Y murió la Virgen, sí, hermanos, murió de amor y su cuerpo permaneció incorrupto en el sepulcro como el de Jesús, hasta que Él se lo llevó al cielo.

 

        5.- La Asunción de la Virgen al Cielo de la Trinidad fue precedida de diversos hechos. Primeramente, su muerte. Muerte física y real como la nuestra, aunque causada por el amor. Por eso no fue precedida por el dolor o el sufrimiento o la agonía. Fue muerte gozosa, tranquila, como un sueño de amor. Murió por seguir en todo al hijo; el Hijo fue el Redentor y murió para salvarnos; la Madre fue corredentora y tenía que seguir sus mismos pasos muriendo, pero de amor por el Hijo y por los hijos transformada y recibiendo ya la plenitud de Salvación del Hijo, que tuvo ya en su Concepción Inmaculada desde el primer instante de su ser y la rebasó totalmente de ese mismo amor en el último instante de su existir.  

        Antiguamente se celebraba esta fiesta en la Iglesia con el nombre de la «Dormición de la Virgen» o el «Tránsito de la Virgen». Murió la Virgen y su cuerpo permaneció incorrupto hasta que la Virgen se lo llevó al cielo. Por eso, no tenemos reliquias corporales de la Virgen ni de Cristo, a pesar de la devoción que siempre tuvo la cristiandad a la Madre. No sabemos el tiempo que permaneció así, no sabemos si fueron minuto o horas, porque fue la primera redimida totalmente, como lo seremos todos nosotros.

       

        6.- No pudo permanecer mucho tiempo en el sepulcro, porque no podía corromperse aquel cuerpo que había sido durante nueve meses templo de Dios en la tierra y morada del Altísimo, primer sagrario en la tierra, arca de la Alianza, Madre de la Eucaristía. No convenía que conociese la corrupción para gloria de Dios Padre, que quiso asociarla tan íntimamente a su generación del Hijo en el hijo; no convenía por el Hijo: «decir que Dios no podía es manifiesta demencia y es faltar a la decencia, si pudiendo (subirla a los cielos), no quería; pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal…”(ser asunta a los cielos, sin pecado original).

        Tenía que subir al cielo porque la gloria de Dios lo exigía, notaba su ausencia de vida, no podía permanecer inactivo aquel corazón capaz de amarle más que todos los ángeles y santos juntos. Así que cuando su Hijo quiso, se la llevó consigo y fue coronada reina del cielo y del universo.

        El Padre la dijo: tú eres mi hija predilecta porque he querido hacerte coopartícipe de mi virtud generadora del Hijo en el hijo que concebiste por el Espíritu Santo, como ninguna otra criatura podrá serlo ni yo quiero ya. El Hijo la dijo: tú eres mi madre, la madre más grande que he tenido y puedo tener. El Espíritu Santo le dijo: tú estás totalmente inundada y poseída por mí, yo he hecho en tu seno al hijo en tus entrañas. Y, cuando la coronaron, la sentaron en el trono de su gloria, desde donde no deja de amarnos a los hijos de la tierra, más que si hubiera permanecido entre nosotros, porque desde allí puede estar con todos, cosa imposible en la tierra, allí siempre y con todos a la vez.

        Por eso, desde el cielo es más madre, más nuestra, está totalmente inclinada sobre la universalidad de todos sus hijos. Se ha convertido en pura intercesión nuestra, totalmente inclinada sobre nuestras necesidades. Por eso, tenemos que pensar más en el cielo, amar más el cielo, querer y desear el cielo: el cielo es Dios, es estar en el regazo eternamente del Padre y de la madre, junto al Hijo, llenos de Espíritu Santo.

¡Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia, hermosura y amor! Está tan cargada de dones y gracias, que necesita volcarlas en sus hijos de la tierra a los que tanto quiere.

        Al subir al cielo, iría viendo todos los lugares donde había sufrido. Todo ha pasado. Todo pasa, hermano, que sufres, y la Virgen desde el cielo te quiere ayudar. Mírala con amor en este día. Ella subiendo al cielo nos enseña a elevarnos sobre la tierra y saber que todo tiene fin aquí abajo y debe terminar en el cielo. Y eso es lo que la pedimos, y esto es lo que rezamos y así terminamos: «Al cielo vais, Señor, y allá os reciben con alegre canto, oh quien pudiera ahora asirse a vuestro manto”. Santa María, Reina del cielo, tu Asunción nos valga; llévanos un día, a donde tú hoy llegas, pero llévanos tú, Virgen santa, Señora del buen aire, Reina del  Mundo y Estrella de los mares.

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

(Es la misma homilía anterior, pero más sencilla, más acomodada a los tiempos actuales, pero con el mismo amor)

 

        QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy, llenos de alegría y esperanza, la Asunción de la Virgen al cielo. Nosotros esperamos el cielo y vamos caminando hacia el encuentro definitivo con Dios para el cual hemos sido creados y existimos. Hoy es un día para hablar del cielo, para pensar en el cielo, para desear y pedir el cielo con Dios y la Virgen para todos. Pensamos y deseamos poco el cielo. Esta fiesta de la Asunción de la Virgen nos ayude a vivir más pensando en el cielo. Ella deseó tanto estar en el cielo con su hijo que fue asumida totalmente por este amor, como los santos, como todos nosotros, si morimos en gracia de Dios. Esto es lo que tenemos que pedir hoy para todos.

       

        1.- En este día de la Asunción de la Virgen, meditemos primeramente en el hecho:

        a) Asunción es la acción de asumir, llevarse algo en brazos; asunción quiere decir que la Virgen fue asumida por el amor de su hijo, que era el Hijo Amado del Padre y por el Padre; por eso, en la Asunción, María es asumida por el Padre en el Hijo con Amor de Espíritu Santo. Fue asumida por la Trinidad totalmente, en cuerpo y alma;

         b) para ser asumida, tuvo que morir primero como el Hijo había muerto en el hijo engendrado por ella; muere el hijo en su naturaleza humana, tiene que morir la madre para seguir sus mismos pasos. No estaba bien que muriera el hijo por amor y la madre no muriera, aunque fuera por amor;

        c) murió y fue resucitada por el hijo ya Hijo total, como Él también había muerto en el hijo;

        d) y subió al cielo; el cielo no es un lugar, sino la posesión hasta donde le es posible al hombre; María está en la misma orilla de la Divinidad, por eso es omnipotente como Dios, pero suplicando

 

        2.- María fue asunta en cuerpo y alma al cielo:

        a).- Por Madre de Dios. Porque su Hijo lo quiso y pudo hacerlo porque Él es Dios. Porque  (ver el prefacio)

        b).- Por llena de gracias desde el primer instante de su existencia. Y la gracia es la semilla del cielo. A más gracia, más cielo. Y como rebosaba y estaba llena de gracia al principio, fue llenada y asunta al cielo al final. Si el cielo es Dios, ella estaba llena de su Hijo, que es Dios y se fue con Él al cielo.

 

        c).- Por corredentora. Por haber estado siempre junto a su hijo. Es más, en su pasión y muerte, ese hijo permitió que el Padre le quitara todas las ayudas, para poder sufrir más por Él y por los hombres, sus hermanos; pero no consintió que no estuviera junto a Él su madre, porque la necesitaba. Pisó las huellas dolorosas del hijo, convenía, era exigencia de amor que pisara las huellas gloriosas hasta el cielo. Fue la primera redimida totalmente desde el principio hasta el final de la redención.

 

        d).- Por santa. Santidad es unión con Dios. Si algunos santos desean morir para estar con Dios, la Virgen mucho más.

Estando su hijo hecho Hijo plenamente en el cielo, donde la humanidad se hizo totalmente Verbo de Dios, era natural y lógico que natural que su madre deseara Verbalizarse en Él y por Él con el Padre y el Espíritu Santo. Le pegan mejor que a nadie estos versos de las almas enamoradas: «Esta vida que yo vivo, es privación de vivir, y así es continuo morir, hasta que viva contigo; oye mi Dios lo que digo, que esta vida no la quiero, que muero porque no muero»

 

        3.- Felicitémosla:

 

        a).- Por criatura totalmente redimida, la primera, por ser una de los nuestros, criatura creada por amor y para el amor, pero, en definitiva, criatura que ha llegado hasta la plenitud de lo que nos espera a todos: es la primera redimida en totalidad. Nos enseña el camino y la meta de la vida cristiana. Felicitémosla porque cumplió totalmente  la voluntad de Dios.

 

        b).- Por haber sido madre del Hijo de Dios, que nos lleva a todos al cielo. Qué seguridad y certeza de conseguirlo, por ser nuestra madre también y por hacernos hermanos de uno tan grande que es Dios, que todo lo puede. Y el cielo nos lo ha conseguido y prometido. Y lo cumplirá. ¡Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia, hermosura y amor y cielo, es un cielo, es nuestro cielo con Dios! En el cielo sigue siendo nuestra madre y no cesa de interceder por todos nosotros sus hijos de la tierra. Por eso su triunfo es el nuestro; como criaturas creadas por el amor de Dios tenemos su mismo destino. Ella ha conseguido ya la plenitud que buscamos. Como madre nos ayudará a conseguirlo. Es día de rezar el rosario, subir al Puerto, mirarla, hacer alguna cosa por ella.

 

        c) Por ser meta y camino: María asunta al cielo se convierte por eso para todos nosotros los desterrados hijos de Eva en nuestra meta y gracia para conseguirlo: hoy hay que pensar en el cielo, pensar y vivir para el cielo, en pecado no se puede celebrar esta fiesta, hay que confesar nuestros pecados y comulgar plenamente con el Hijo. Por eso se convierte en nuestra esperanza, en vida y esperanza nuestra, Dios te salve, María. Ella es ya la Madre del cielo y de la tierra creyente, es eternidad feliz con Dios. Es cita de eternidad para todos sus hijos. “Es la mujer vestida de sol, coronada de estrellas”. En ella la resurrección total ha empezado a extenderse a toda la humanidad.

 

        d) Por Intercesora. En el cielo María se ha convertido en intercesora de todo el pueblo santo de Dios; es divina, es omnipotente suplicando e intercediendo por sus hijos. Un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos; y ella es nuestra madre y está en el cielo y esto nos inspira seguridad, certezas, consuelo, esperanza, fortaleza hasta el triunfo final. Como ha sido elevada al cielo, para hablar con ella hoy hay que mirar hacia arriba, hay que elevar la mirada sobre todas las cosa terrenas y esto nos inspira, fe, amor, esperanza, pureza de vida

        Celebremos así esta fiesta, que es nuestra, porque ella es nuestra madre; celebrémosla con estos sentimientos y actitudes y certeza. Démosla un beso de amor de hijos. Recemos. Contemplemos. Bendigamos, digámosla cosas bellas porque se lo merece, esto es «benedicere», bendecir a Dios  por las maravillas obradas en Ella, que es un cielo en el Cielo de la Trinidad. Amén.       

Homilía "La Natividad de María": 8 de Septiembre de 2019

 

Queridas hermanas dominicas: Hoy celebramos una fiesta litúrgica muy querida en la Iglesia: el Nacimiento de la Virgen María. Hoy con nuestra presencia, oración y participación en la celebración eucarística honramos a Santísima Virgen, la Madre de Dios y madre nuestra, por medio de la cual todo el género humano ha sido iluminado con su gracia. La tristeza que nos trajo Eva, la madre de la primera Humanidad, se ha transformado en María en una inmensa alegría. Eva, por su mal comportamiento, escuchó esta la sentencia divina: “parirás con dolor”. A María, por el contrario, por su plenitud de amor a Dios el ángel del Señor le dijo: “Alégrate María, llena de gracia, El Señor está contigo”.

De esta manera explicaba el cardenal Schuster, gran teólogo alemán, el significado de esta fiesta de la Natividad de María: “Como la primera Eva fue formada por Dios de la costilla de Adán, toda radiante de vida y de inocencia, así María, espléndida e inmaculada, salió del corazón del Verbo eterno, el cual por obra del Espíritu Santo, quiso modelar aquel cuerpo y aquella alma que debían servirle un día de tabernáculo y altar”. El nacimiento de María, la Virgen y futura Madre de Dios, llenó de alegría a todo el mundo, pues de ella nacería Jesucristo, nuestro Señor, que borrando la maldición, llegada de Adán y Eva, nos traería a todos la salvación  y, triunfando de la muerte, nos daría vida eterna”.

Hoy, la Virgen María, como buena madre, nos congrega a nosotros, sacerdote y vida consagrada, en el día grande de su fiesta porque queremos honrar a María con nuestra presencia y, sobre todo, con nuestra oración y nuestra fe, con la escucha de la Palabra de Dios y la recepción del pan eucarístico.  Ella nos acoge a todos pues nos quiere con amor de madre, sin distinción alguna. Todos somos sus hijos queridos, sobre todo los que viven momentos difíciles en sus vidas.

Recordar la Fiesta de la Madre es siempre motivo de honda alegría para cualquier hijo. Nosotros, los cristianos, que recibimos de Jesús a su madre como madre nuestra, como herencia al pie de la Cruz, a través del evangelista San Juan, el discípulo amado (cf. Jn 19, 26-27), tenemos a la Virgen María como verdadera Madre que cuida de nosotros desde el cielo. Ella guía nuestras personas para que vivamos la vida como verdaderos hijos de Dios e hijos suyos por su hijo Jesucristo.

La Virgen María, además de madre, fue la mejor discípula de su hijo. Siempre se mantuvo unida a Él y a su misión; estuvo presente en los momentos más difíciles de su vida y sobre todo en el doloroso camino hacia la Cruz. Jesús sufrió intensamente ante el dolor de su madre y en un gesto de infinito amor, antes de morir en la Cruz y de encomendar su persona al Padre, nos la entregó como preciado don para que fuera  nuestra madre, guía y protectora de nuestro camino hasta el cielo, hasta Dios Padre de todos.

      Y María continuó su misión después de la muerte y resurrección de Jesús. Ella acompañó a los apóstoles en el Cenáculo el día de Pentecostés recibiendo en plenitud al Espíritu Santo, acompañó los primeros pasos de la Iglesia en su tarea evangelizadora, y nos sigue acompañando a través de la historia con sus apariciones y mensajes, para que abramos los ojos y el corazón a Jesucristo.

Dios, por amor, creó este mundo y dio la existencia a toda la humanidad, hombres y mujeres. Al apartarse éstos de Dios por su mal obrar, éste dispuso que su Hijo Jesucristo, el Hijo de Dios, se hiciese hombre y entregara su vida por nosotros.  Y este camino llegó para todos nosotros, con la colaboración de María como madre de Jesucristo, nuestro Dios, salvador y redentor.

María respondió positiva y generosamente a esta llamada y elección divina para que fuese la Madre del Hijo de Dios. Esta fue su respuesta: “Aquí está la sierva del Señor, hágase en mi según tu palabra”.Y Dios la llenó de su gracia y de su amor: “Alégrate María, llena de gracia, el Señor está contigo… darás a luz un hijo y le pondrás por nombre, Jesús”. Y María correspondió a este don tan particular, con una vida de fe confiada, con la máxima apertura de corazón y con una respuesta libre y generosa que implicó toda su existencia y que ahora continúa desde el cielo sobre todos los hombres, sus hijos de la tierra.

Gracias, Virgen María, madre de Jesús y madre nuestra, por poder experimentar tu ternura y cariño de madre. Gracias porque nos escuchas y ayudas en todos los momentos de nuestra vida, sobre todo difíciles y dolorosos. Gracias porque hemos sentido tu presencia de madre a lo largo de nuestras vidas, ayúdanos, madre,  a vivir como hijos de Dios e hijos tuyos. Que nos queramos y ayudemos  los unos a los otros como hermanos, como buenas hermanas dominicas, hijas de Dios e hijas tuyas en tu Convento de la Encarnación de tu Hijo. Sabemos que esta es la mayor alegría de una madre, ver que sus hijos e hijas se quieren, se ayudan y viven muy cerca de ti y por ti, de Dios y. Así sea, así lo pido para todos en esta santa misa.

 

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1 de noviembre: SOLEMNIDAD: TODOS LOS SANTOS

PRIMERA LECTURA: Apocalipsis 7, 2-4, 9-14

        El libro del Apocalipsis fue escrito hacia finales del siglo primero, en una época en que los cristianos habían sufrido ya persecuciones y podían tenerlas aún mayores. Entre las preocupaciones del autor, una es la de mostrar el triunfo final de Cristo y de su Iglesia sobre las potencias adversas de este mundo. Desea fortalecer el valor de los cristianos descubriéndoles, a través de diferentes símbolos, el resultado de la historia humana. Llegará un tiempo en que, vencidos definitivamente el mal y sus consecuencias, la humanidad entera se reunirá en Cristo para una fiesta de adoración y de alabanza:“Después de esto miré y vi una muchedumbre grande, que nadie podía contar, de toda nación, tribu, pueblo y lengua, que estaban sentados delante del trono y del Cordero vestidos de túnicas blancas y con palmas en sus manos.”

SEGUNDA LECTURA: 1 Juan 3, 1-3

        El estilo de la primera carta de San Juan recuerda el lenguaje de un anciano que ha meditado mucho y que conserva, lleno de luminosa tortura, lo que considera lo más importante del mensaje cristiano, por lo que lo repite una y otra vez. San Juan expone a sus lectores al claro y cálido sol del amor del Padre: “Dios es amor… si no nos amamos Dios no permanece en nosotros.” “Desde ahora, somos hijos de Dios.” Lo somos en el tiempo. Lo que seremos con plenitud en el día eterno, no es todavía visible: “Ved qué amor nos ha tenido el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos…”.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 5, 1-12

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Hoy, festividad de todos los santos, celebramos con gozo y certeza a los que han muerto y viven ya con el Señor, y nos llenamos de esperanza segura y confiada los que aún peregrinamos hacia la casa del Padre, hacia el final feliz de nuestras vidas, que terminarán en la misma felicidad eterna de la Santísima Trinidad, de nuestro Dios, que es Amor y por Amor nos creó para compartir con Él su misma esencia infinita, llena de luz y de felicidad.

        Esta fiesta de todos los santos es antiquísima. Oficialmente se celebra en la Iglesia desde el siglo IX. Bien demuestran nuestros gobernantes que son cristianamente analfabetos, porque en Extremadura la quitan como festivo para tener dos días más de Carnaval.

        En el Apocalipsis, San Juan escribe, al final de su vida, siete cartas a siete Iglesias para animarlas en su fe y esperanza en el Señor vivo y resucitado, que es el Cordero sin mancha sentado en el trono de Dios y que recibe el canto de los ángeles y ancianos y de todos los salvados, que nadie podía enumerar, de toda lengua y nación, como nos ha dicho la primera lectura de hoy.

 

        2.- La última carta del Apocalipsis va dirigida a la Iglesia de Laodicea, hoy destruida totalmente, que se encontraba en una colina sobre el valle del río Lyco. Era una ciudad industriosa y productora de finos colirios para los ojos; pero religiosamente era una ciudad con grandes lacras morales, como podemos ver por la misma descripción que San Juan hace de sus pecados. El Apóstol la invita al arrepentimiento, que vuelva al fervor de los años mejores. Y para ello, al final de la misma, les invita a volver a la celebración de la Eucaristía, como la recibieron de los Apóstoles.

        Es un texto precioso con las palabras del Señor, que habéis oído muchas veces, pero que vamos a meditar sobre él, porque la Iglesia lo pone para nuestra meditación, aunque a primera vista parezca que no tiene que ver mucho con la fiesta que estamos celebrando: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20). Es como si la Iglesia nos dijera que ninguno de los santos, que hoy celebramos,  llegaron a la santidad sin abrir totalmente a Cristo la puerta y sin haber cenado muchas veces con Él en la mesa de la Eucaristía; nos dice que nadie puede salvarse sin participar en el banquete eucarístico.

 

        3.- En estas palabras de Jesús, que llama a la puerta, hay en primer lugar una declaración que indica su amor para aquella Iglesia y, en definitiva, para cada fiel:“Mira que estoy a la puerta y llamo “. Es un gesto exquisito de búsqueda del amor de la criatura por parte de Dios en Jesús, y, a la vez, de respeto por su libertad. El mismo San Juan nos dirá en una de sus cartas “Dios es Amor.., en esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados.”

        La iniciativa de amor y salvación siempre es de Dios, pero el hombre tiene que abrirle por la fe y el amor su corazón, para que Dios pueda entrar dentro de nosotros. Dios no violenta la libertad del hombre. Dios no entra en el corazón del hombre si éste no le abre. Esta imagen de llamar a la puerta nos recuerda el simbolismo del esposo y la esposa en el Cantar de los Cantares. Allí, en el Antiguo Testamento, se aplica a Dios y a Israel; ahora se aplica a Cristo y a la Iglesia. Es Dios que solicita el amor de sus criaturas, de cada uno de los hombres a los que crea por amor y para el amor eterno del cielo.
Y esa voz que llama es la de Jesús, la del Buen Pastor, la del Redentor, la de Cristo glorioso, la del Hijo y el Verbo encarnado primero en humanidad como la nuestra y luego, en un trozo de pan, para el banquete de la Eucaristía.

        Hay un soneto que nos recuerda este texto del Apocalipsis que estamos comentando y que muchos aprendimos en nuestra juventud, más eucarística y religiosa que la actual : «Qué tengo yo que mi amistad procuras, qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta cubierto de rocío, pasas las noches del invierno oscuras…» Expresa admirablemente esta imagen de Cristo llamando a la puerta del alma. También el cuarto evangelio alude a la voz del novio en el último testimonio del Bautista acerca de Jesús: “El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud” (Jn 3,29).

 

        4.- La llamada de Jesús espera una respuesta. Esta se describe en condicional: “Si alguno oye mi voz y me abre la puerta “. La respuesta comienza con el hecho de reconocer la voz de Cristo. Pero el paso decisivo es abrirle la puerta, abrir la puerta al Redentor.

        Esta imagen de entrar por la puerta es la que se utiliza en los años jubilares. Y este abrir la puerta de nuestro corazón a Cristo es primero por la fe, creer en Él, en su evangelio y salvación. Luego viene el amor, cumplir su voluntad, los mandamientos de Dios. Esto significa abrir la puerta de nuestra vida y existencia a Dios. Vivir teniéndolo presente, abriéndole continuamente nuestro corazón, nuestra inteligencia y voluntad. Por eso “Si alguno oye mi voz y me abre la puerta…”

        “Entrará en su casa y cenaré con él y él conmigo “.La promesa está expresada en futuro y con una fórmula de comunión: La primera parte de la promesa, “Entrará en su casa”, significa la venida de Jesús a la vida del creyente para tomar posesión de ella. Esta imagen nos recuerda algunos pasajes evangélicos: en el evangelio del último domingo, Jesús que entra en casa de Zaqueo para salvarle y es tal su alegría por recibir en su casa al Señor, que está dispuesto a quedarse pobre para enriquecerse sólo con su Amistad (Lc 19,1-10); también nos recuerda cuando Jesús entra en casa de Marta y María para hospedarse y cenar en amistad con los tres hermanos (Lc 10,38-42).

        Este es el sentido de la vida para un cristiano. Ha sido llamado al banquete y a la amistad con Dios en el cielo mediante la cena del pan de vida eterna, que es la cena con el Hijo Amado. La entrada de Jesús es la del Redentor, del Cristo glorioso y resucitado, que prepara la entrada final en la misma Esencia de Felicidad de Dios Amor de cada uno de nosotros aquí en la tierra, mediante la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma en gracia: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23).

        También aquí hay primero una condición, la misma del texto: hay que amar, cumplir la voluntad de Dios, vivir el evangelio: “si alguno me ama “... La promesa de venir a habitar en el creyente es sustancialmente la misma que encontramos en el Apocalipsis. Significa que Dios penetra en la vida del fiel y toma posesión de ella, como tomó posesión de la Tienda de la Presencia o del Encuentro en el Desierto y luego del Templo de Jerusalén en el Antiguo Testamento y en el seno de la Virgen María, para empezar el Nuevo Testamento. Y ahora ya permanece con nosotros hasta el final de los tiempos en el Sagrario.

        5.- La segunda parte de la promesa es: “Cenaré con él y él conmigo “. Compartiremos la mesa, nos sentaremos uno junto al otro, seremos amigos, confidentes, íntimos. El simbolismo de la cena entraña además una nota de sosiego, de paz, de comunión de personas. La expresión “Cenaré con él y él conmigo” es una fórmula que implica una alianza de amor, que empieza en la Eucaristía y será eterna en el cielo, en los santos y santas que ya están en el banquete eterno de la amistad con Dios Trino y Uno. Dimensión eucarística del simbolismo de la Cena del Señor.

        El simbolismo de la Cena con el Señor tiene un significado riquísimo que no pretendemos agotar ahora. Recordemos la dimensión de vida eterna que se expresa frecuentemente en las parábolas con la idea del banquete (Lc 14,15); que empezó ya en el A.T. con la Alianza, el pacto de amistad entre Dios y los israelitas y sellada con una comida de comunión, de amistad (Ex 24,11); en el Apocalipsis el banquete esponsal es signo del Reino de los cielos, de la amistad con Dios conseguida para toda la eternidad, la fiesta de todos los santos que hoy celebramos: “Alegrémonos y regocijémonos  y démosle gloria porque han llegado las Bodas del Cordero y su Esposa se ha engalanado” (Ap 19,7).

        Estas bodas tienen también su banquete: “Dichosos los invitados al banquete de Bodas del Cordero” (Ap 19,9); todos nosotros hemos sido invitados a estas bodas y nuestros santos, todos los salvados, ya están celebrando, porque abrieron la puerta a Cristo y por Él al Dios Uno y Trino. Había que meditar, rezar e invocar y pedir más la ayuda y protección de nuestros santos para que todos nosotros abramos a Cristo las puertas de nuestra alma, de nuestro corazón y celebremos con Él la cena de la amistad, la cena del amor y de la salvación, de la santidad o unión total con Él.

        La dimensión eucarística de este simbolismo de la Cena con el Señor es evidente. El Nuevo Testamento habla de la Cena de Jesús como el momento de su máximo amor para con los hombres (Jn 13,1-2); Lc 22,14-15; 1 Cor 11). Por otra parte la Eucaristía es el alimento de la vida eterna simbolizada en la Cena: « Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús». En el banquete de la Pascua y de la Nueva y Eterna Alianza, que es La Eucaristía, el Señor nos invita y nosotros, «ven, Señor Jesus» le invitamos a que venga en el pan eucarístico. Por eso la Eucaristía es mayor amistad e intimidad con el Señor en la tierra, porque se nos da en amor y amistad extrema, hasta dar la vida para vivir su amistad: “Nadie ama más, -- es decir, nadie es más amigo,--  que aquel que da la vida por los amigos.

 

        6.- Los discípulos de Emaús reconocen a Jesús al ponerse a cenar con ellos, al partir el pan. Es la fuerza transformadora de la Cena con el Señor: es el encuentro, la potenciación de la fe y del amor, la certeza de que Cristo está vivo y nos ama, la conversión. El contexto en que aparecen esta invitación y esta promesa en el Libro del Apocalipsis, contiene una rica descripción del proceso de la conversión hasta llegar a la comunión eucarística. Primero es escuchar la voz de Jesús en el evangelio y en la predicación de la Iglesia. Después es abrir la puerta a Cristo creyendo en Él, en su divinidad y su humanidad, en su condición de Redentor. A continuación Jesús entra en la vida del creyente en un proceso de continua intimidad: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21).

        Esta intimidad se convierte en morada permanente del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el corazón del creyente. La entrada de Jesús es la venida de la Trinidad a morar en el cristiano. Todo culmina en la comunión eucarística, en la Cena con el Señor. Admirablemente lo ha expresado Jesús en el Discurso Eucarístico de Cafarnaún: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,56-57).

         El cielo será la continuación de esa comunión eucarística, de esa morada divina: «Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y El, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado» (Ap 2 1,3-4).

 

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DÍA 2 DE NOVIEMBRE: DIFUNTOS

 

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Más allá de la muerte, nos espera la vida para siempre. Hemos nacido para la vida, para la vida sin fin, para la eternidad con Dios; la muerte es una realidad pasajera, que nos introduce en la vida eterna definitivamente con Dios y todos los nuestros.

El mes de noviembre, que es el último mes del Año litúrgico, es el mes de los Santos y el mes de los Difuntos. Es el mes en que nos detenemos a pensar en la vida que acaba en la tierra, difuntos, pero que no acaba definitivamente sino que continuamos en la vida eterna, en la vida después de la muerte: Los Santos.

Por eso, el mes de noviembre es privilegiado porque empieza con la fiesta de todos los Santos, es decir, de todos los hombres que han muerto y están salvados por los méritos de Cristo, eso es lo que celebramos el 1º de noviembre, fiesta de todos los santos, de todos los nuestros que están en el cielo, y luego sigue el día dos, día de difuntos, día en que les recordamos cuando estuvieron en la tierra y nos dejaron y rezamos por ellos.

Pedimos que  así lo celebren los nuestros cuando hayamos partido a la casa de Padre, mirando al cielo el día 1º de noviembre y rezando por nosotros el día 2º porque nos recuerden cuando estuvimos con ellos en la tierra. Porque todos nosotros somos eternos, para esto nació Cristo y murió para que todos tuvieramos la vida eterna.

Esta es la verdad fundamental de nuestra fe, de la religión católica, la razón de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo y la verdad fundamental de nuestra fe y la razón fundamental y única por la que soy sacerdote. Soy sacerdotes porque Dios existe y en Él y por Él existe la otra vida, la vida eterna. Y a veces lo siento.

Y esta la tristeza y el gozo que tengo mirando este mundo, incluso cristiano, que no piensa ni vive en la eternidad,, sobre todo de cincuenta años para abajo, pero no por eso deja de existir, y ya serán muchos los que está gloriosos y felices, pero otros pueden caer en la infelicidad eterna (del infierno).

Hermanos, los años van pasado y nuestra estancia en la tierra es limitada, tiene fecha de caducidad. Nos lo recuerda esta fiesta de los difuntos, de los nuestros que han muerto para esta vida de la tierra y viven ya en la eternidad.

La fiesta de todos los Santos de ayer y de los difuntos de hoy nos invita a mirar al cielo, donde se encuentran nuestros difuntos, los que nos han precedido en el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz, por ellos rezamos y pedimos y a ellos no encomendamos; por ellos ofrecemos la misa de hoy y otros días, así como la comunión y el rosario para que se encuentren totalmente purificados de todo pecado y estén ya en el cielo para el que fueron y hemos sido soñados todos por Dios nuestro Padre y desde allí, ellos también, por la comunión de los santos, recen por nosotros y nos ayuden en las dificultades de la vida.

Invocad a vuestros difuntos, no los olvidéis, porque ellos también rezan a Dios por nosotros. Es la comunión de los santos, que vive y practica la Iglesia, la unión del Cuerpo Místico de Cristo de todos los cristianos, los del cielo con los de la tierra y los de la tierra con los del cielo.

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Más allá de la muerte, nos espera la vida para siempre. Hemos nacido para la vida, para la vida sin fin, para la eternidad con Dios; la muerte es una realidad pasajera, que nos introduce en la vida eterna definitivamente con Dios y todos los nuestros.

El mes de noviembre, que es el último mes del Año litúrgico, es el mes de los Santos y el mes de los Difuntos. Es el mes en que nos detenemos a pensar en la vida que acaba en la tierra, difuntos, pero que no acaba definitivamente sino que continuamos en la vida eterna, en la vida después de la muerte: Los Santos.

Por eso, el mes de noviembre es privilegiado porque empieza con la fiesta de todos los Santos, es decir, de todos los hombres que han muerto y están salvados por los méritos de Cristo, eso es lo que celebramos el 1º de noviembre, fiesta de todos los santos, de todos los nuestros que están en el cielo, y luego sigue el día dos, día de difuntos, día en que les recordamos cuando estuvieron en la tierra.

Pedimos que  así lo celebren los nuestros cuando hayamos partido a la casa de Padre, mirando al cielo el día 1º de noviembre y rezando por nosotros el día 2º porque nos recuerden cuando estuvimos con ellos en la tierra. Porque todos nosotros somos eternos, para esto nació Cristo y murió para que todos tuvieramos la vida eterna.

Esta es la verdad fundamental de nuestra fe, de la religión católica, la razón de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo y la verdad fundamental de nuestra fe y la razón fundamental y única por la que soy sacerdote. Soy sacerdotes porque Dios existe y en Él y por Él existe la otra vida, la vida eterna. Y a veces lo siento.

Y esta la tristeza y el gozo que tengo mirando este mundo, incluso cristiano, que no piensa ni vive en la eternidad,, sobre todo de cincuenta años para abajo, pero no por eso deja de existir, y ya serán muchos los que está gloriosos y felices, pero otros pueden caer en la infelicidad eterna (del infierno).

Hermanos, los años van pasado y nuestra estancia en la tierra es limitada, tiene fecha de caducidad. Nos lo recuerda esta fiesta de los difuntos, de los nuestros que han muerto para esta vida de la tierra y viven ya en la eternidad.

La fiesta de todos los Santos de ayer y de los difuntos de hoy nos invita a mirar al cielo, donde se encuentran nuestros difuntos, los que nos han precedido en el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz, por ellos rezamos y pedimos y a ellos no encomendamos; por ellos ofrecemos la misa de hoy y otros días, así como la comunión y el rosario para que se encuentren totalmente purificados de todo pecado y estén ya en el cielo para el que fueron y hemos sido soñados todos por Dios nuestro Padre y desde allí, ellos también, por la comunión de los santos, recen por nosotros.

Y, por qué celebramos a los Difuntos el día 2 de noviembre. Por una razón de fe cristiana. Porque los que traspasan el umbral de la muerte y todavía están atados por las secuelas de los pecados cometidos, necesitan ser plenamente liberados, purificados en el Purgatorio. El Purgatorio es aquella situación en la que la persona ve con plena claridad cuánto es el amor de Dios y qué poco ha correspondido por su parte. Es una purificación que se realiza en clima de amor.

Cuando nos sentimos muy amados de Dios y no hemos sabido corresponderle. Eso es el Purgatorio, cara a cara con Dios, sabiendo que estamos salvados, pero que necesitamos purificación para llegar hasta Él. La Iglesia nos invita constantemente a orar por los difuntos, que han muerto en la amistad de Dios y todavía no han llegado al cielo. Porque nuestra oración los ayuda, los alivia, los conforta y les acorta el tiempo de la prueba.

Y en este día de los difuntos podemos expresar nuestro dolor con lágrimas que brotan espontáneas, podemos expresarlo con flores que expresan nuestro cariño hacia las personas queridas. Pero lo que realmente les alivia y acorta el purgatorio y les llega es nuestra oración por ellos, ofrecer la Santa Misa de valor infinito y oraciones y limosnas en sufragio suyo. Y todo por el misterio de la comunión de los santos por la que nosotros nos unimos a los del cielo y los del cielo a los de la tierra. Ellos nos ayudan y nosotros les ayudamos con nuestra fe, esperanza y caridad, virtudes teologales que nos unen con Dios. Así sea.

 

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DÍA 2 DE NOVIEMBRE: DIFUNTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Más allá de la muerte, nos espera la vida para siempre. Hemos nacido para la vida, para la vida sin fin; la muerte es una realidad pasajera, que nos introduce en la vida eterna definitivamente con Dios y todos los nuestros.

El mes de noviembre, que es el último mes del Año litúrgico, es el mes de los Santos y el mes de los Difuntos. Es el mes en que nos detenemos a pensar en la vida que acaba en la tierra, difuntos, pero que no acaba definitivamente sino que continuamos en la vida eterna, en la vida después de la muerte.

Por eso, el mes de noviembre es privilegiado porque empieza con la fiesta de todos los Santos, es decir, de todos los hombres que han muerto pero están salvados por los méritos de Cristo, eso es lo que celebramos el 1º de noviembre, fiesta de todos los santos, de todos los nuestros que están en el cielo, y luego sigue el día dos, día de difuntos, día en que les recordamos cuando estuvieron en la tierra.

Pedimos que  así lo celebren los nuestros cuando hayamos partido a la casa de Padre, mirando al cielo el día 1º de noviembre y rezando por nosotros el día 2º porque nos recuerden cuando estuvimos con ellos en la tierra. Porque todos nosotros somos eternos, para esto nació Cristo y murió para que todos tuvieramos la vida eterna. Esta es la verdad fundamental de nuestra fe, de la religión católica, la razón de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo y la verdad fundamental de nuestra fe y la razón fundamental y única por la que soy sacerdote. Y esta la tristeza y el gozo que tengo mirando este mundo, incluso cristiano, que no piensa ni vive el mundo actual, sobre todo de cincuenta años para abajo, en la eternidad, pero no por eso deja de existir, y ya serán muchos los que está gloriosos, pero otros pueden caer en el infierno.

Hermanos, los años van pasado y nuestra estancia en la tierra es limitada, tiene fecha de caducidad. Nos lo recuerda esta fiesta de los difuntos, de los nuestros que han muerto para esta vida de la tierra. La fiesta de todos los Santos de ayer y de los difuntos de hoy nos invita a mirar al cielo, donde se encuentran nuestros difuntos, los que nos han precedido en el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz, por ellos rezamos y pedimos y a ellos no encomendamos; por ellos ofrecemos la misa de hoy y otros días, así como la comunión y el rosario para que se hayen totalmente purificados de todo pecado y estén ya en el cielo para el que fueron y hemos sido soñados todos por Dios nuestro padre del cielo y desde allí recen por nosotros por la comunión de los santos.

Y, por qué celebramos a los Difuntos el día 2 de noviembre. Porque los que traspasan el umbral de la muerte y todavía están atados por lazos de pecado o secuelas derivadas, necesitan ser plenamente liberados, purificados en el Purgatorio. El Purgatorio es aquella situación en la que la persona ve con plena claridad cuánto es el amor de Dios y qué poco ha correspondido por su parte. Es una purificación que se realiza en clima de amor. Por eso duele tanto.

Cuando somos muy queridos y no hemos sabido corresponder, el dolor es inmenso. Eso es el Purgatorio cara a cara con Dios. Por los que se hayan apartado de Dios definitivamente en el infierno, la Iglesia no ora, porque su situación es irreversible. La Iglesia nos invita constantemente a orar por los difuntos, que han muerto en la amistad de Dios y todavía no han llegado al cielo. Porque nuestra oración los ayuda, los alivia, les acorta el tiempo de la prueba.

Podemos expresar nuestro dolor con lágrimas que brotan espontáneas, como Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro, aún sabiendo que lo iba a resucitar. Podemos expresar con flores nuestro cariño hacia las personas queridas. Pero lo que realmente les llega es nuestra oración por su alma, ofrecer la Santa Misa en sufragio suyo u otras oraciones.

La oración por los Difuntos está continuamente presente en la memoria de la Iglesia, en todas las Misas, en la oración de Vísperas cada día, etc. Os invito a que ofrezcais Misas por los difuntos a quienes en todas las misas les recordamos en el memento de difuntos. ((encarguéis a vuestros sacerdotes que)), y nos unamos todos a ese ofrecimiento. Es una santa costumbre, muy extendida, pero que a veces se descuida.

La Misa tiene un valor infinito y, si a ello unimos nuestra ofrenda de corazón y una limosna, entramos en el precioso misterio de la comunión de los santos, donde nos ayudamos uno a otros por la comunión de los santos. Ellos nos ayudan, nosotros los ayudamos.

En el misterio de la comunión eclesial, oramos unos por otros, ofrecemos la Santa Misa, el Rosario, nuestros sacrificios, unos por otros y hacemos así una piña de fe, amor y salvación entre todos, y de esa manera la muerte y sus secuelas son vencidas por el amor y los méritos de Cristo a los que unimos nosotros, como cristianos.

 

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Más allá de la muerte, nos espera la vida para siempre. Hemos nacido para la vida, para la vida sin fin; la muerte es una realidad pasajera, que nos introduce en la vida eterna definitivamente con Dios y todos los nuestros.

El mes de noviembre, que es el último mes del Año litúrgico, es el mes de los Santos, el mes de los Difuntos. Es el mes en que nos detenemos a pensar en la vida que acaba en la tierra, pero que no acaba sino que en la vida eterna, en la vida después de la muerte. Por eso, el mes de noviembre es privilegiado porque empieza con la fiesta de todos los Santos, es decir, de todos los hombres salvados por los méritos de Cristo, de todos los nuestros que están en el cielo, y sigue con el día dos, día de difuntos, día en que les recordamos cuando estuvieron en la tierra. Pedimos que  así lo celebren los nuestros cuando hayamos partido a la casa de Padre, mirando al cielo y rezando por nosotros nos recuerden cuando estuvimos con ellos en la tierra. Porque todos nosotros somos eternos, para esto nació Cristo y murió para que todos tuvieramos la vida eterna. Esta es la verdad fundamental de nuestra fe, de la religión católica, la razón de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo y la verdad fundamental de nuestra fe y la razón fundamental y única por la que soy sacerdote.

Los años van pasado y nuestra estancia en la tierra es limitada, tiene fecha de caducidad. Nos lo recuerda esta fiesta de los difuntos, de los nuestros que han muerto a esta vida de la tierra. La fiesta de todos los Santos de ayer y de los difuntos de hoy nos invita a mirar al cielo, donde se encuentran nuestros hermanos mayores, los que nos han precedido en el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz; nos invita a que le recordemos y recemos por si necesitan nuestra ayuda, que ofrezcamos la misa hoy y otros días, así como la comunión y el rosario por ellos, porque se hayan purificado de todo pecado y estén ya en el cielo para el que fueron y hemos sido soñados todos por Dios nuestro padre del cielo.

Allí iremos también nosotros con ellos. No es una fecha solo para la tristeza, sino para la alegría y la esperanza. Entre esos difuntos por los cuales hoy especialmente rezamos están muchos amigos, familiares y conocidos que ya han traspasado el umbral de la muerte, después de haber vivido santamente. Yo lamento que hoy día olvidamos muy pronto a los difuntos y ya nos rezamos ni ofrecemos misas por ellos, los méritos de Cristo por su salvación eterna. Antes teníamos que hace una lista en este mes de noviembre y en la parroquia casi todos los días teniamos intenciones por nuestro difuntos. Hoy desgraciadamente está muy olvidados. Pues bien, hoy es un día especial en la Iglesia para rezar por ellos y encomendarlos ante Dios.

La Iglesia ha canonizado a algunos, pero la inmensa multitud de los habitantes del cielo no serán canonizados. A todos quiere la Iglesia honrar con el recuerdo para que los imitemos y recurramos a su intercesión en el camino de la vida. Y, por qué celebramos a los Difuntos el día 2 de noviembre. Porque los que traspasan el umbral de la muerte y todavía están atados por lazos de pecado o secuelas derivadas, necesitan ser plenamente liberados, purificados en el Purgatorio. El Purgatorio es aquella situación en la que la persona ve con plena claridad cuánto es el amor de Dios y qué poco ha correspondido por su parte. Es una purificación que se realiza en clima de amor. Por eso duele tanto.

Cuando somos muy queridos y no hemos sabido corresponder, el dolor es inmenso. Eso es el Purgatorio cara a cara con Dios. Por los que se hayan apartado de Dios definitivamente en el infierno, la Iglesia no ora, porque su situación es irreversible. La Iglesia nos invita constantemente a orar por los difuntos, que han muerto en la amistad de Dios y todavía no han llegado al cielo. Porque nuestra oración los ayuda, los alivia, les acorta el tiempo de la prueba. Podemos expresar nuestro dolor con lágrimas que brotan espontáneas, como Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro, aún sabiendo que lo iba a resucitar. Podemos expresar con flores nuestro cariño hacia las personas queridas. Pero lo que realmente les llega es nuestra oración por su alma, ofrecer la Santa Misa en sufragio suyo u otras oraciones.

La oración por los Difuntos está continuamente presente en la memoria de la Iglesia, en todas las Misas, en la oración de Vísperas cada día, etc. Os invito a que encarguéis a vuestros sacerdotes que ofrezcan Misas por vuestros difuntos, y nos unamos todos a ese ofrecimiento. Es una santa costumbre, muy extendida, pero que a veces se descuida.

 

 

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SOLEMNIDAD: LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

 

PRIMERA LECTURA: Génesis 3,9 15.20

 

        Consumado el pecado, el hombre se esconde de Dios: se avergüenza de su desnudez. El relato, centrado en la reacción de Dios frente a la desobediencia del hombre, transmite el diálogo de un Dios que busca entender qué pudo haber pasado en su paraíso y con sus criaturas: todos los protagonistas del drama reciben un castigo que no es más que la descripción de su propia naturaleza. Queda claro que Dios hubiera deseado otro final, porque el fracaso del hombre, en cierto sentido, es  también el fracaso de su proyecto, por eso, en el mismo momento, compromete  un Salvador: “Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza, cuando tú le hieras en el talón.”

 

SEGUNDA LECTURA: Efesios 1,3-6.11.12

 

        Desde la experiencia de la realización del plan de salvación, se alaba a Dios por ser Cristo Jesús la bendición divina que anula cualquier maldición, por merecida que hubiere sido. Se descubre nuestra inclusión en un programa salvífico ideado por Dios antes de ser pecadores; incluso antes de nuestro existir terreno, Dios ha tenido como objetivo hacernos sus hijos conforme a la Imagen de su Hijo: “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo…que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo.”

 

LA INMACULADA CONCEPCIÓN  

 

El 8 de diciembre del 1854, el Papa Pío IX definía en la bula Ineffabilis Deus: «Es doctrina revelada por Dios y, por tanto, ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención  a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción» (DS. 2803). Y el Concilio Vaticano II ha vuelto sobre esta realidad luminosa de la Virgen y nos dice: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Nuestra Madre la Virgen Maria fue, pues, concebida inmaculada, incontaminada, sin macha alguna, desde el primer instante de su ser. Reflexionemos brevementes sobre este hecho de la gracia de Dios:    

        1.- María fue concebida Inmaculada para ser Madre de Dios. Así la llamó el ángel de parte de Dios: “llena de gracia”. No estaba bien que ni por un momento el pecado la poseyese, la hiciera enemiga de Dios a la destinada a ser su madre en la tierra.Así que Maria fue  redimida perfecta desde el vientre de su madre.

        2.- Fue concebida Inmaculada para ser corredentora. Convenía que fuera preservada  de todo pecado desde el primer instante de su ser la que iba a estar muy unida a Cristo, Único Redentor, que quiso asociarla a su madre y tenerla junto a la cruz.

        3.- Inmaculada, finalmente, por ser modelo e imagen de la Iglesia, santa e inmaculada, de toda la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todos los hombres, de lo que Dios quiere y nos pide a todos nosotros. Bien está el que se arrepiente y se levanta. Pero mejor es no caer en pecado alguno. Maria por ser elegida como madre de Dios, tuvo este privilegio. Es la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis.

        En el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. En los versos de la Hidalga del Valle, de nuestros poetas clásicos, queda perfectamente reflejada esta teología: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia, y es falta a la decencia, si pudiendo, no quería. Pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».

        6.- Queridos hermanos: qué grande hizo Dios a su madre, y no sólo para Él sino para todos nosotros, Nuestros sentimientos hacia ella en este día en que celebramos su Concepción Inmaculada son estos:

        a) El primer sentimiento será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales desde el primer momento de su Concepción. Y lo hacemos con sus mismas palabras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

        b) El segundo sentimientos debe ser deseos de imitarla en lo que podamos porque los hijos deben imitar a sus madres y nosotros vemos en María el modelo de vida cristiana querida por Dios.  Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su pureza y humildad, su confianza y su fiarse totalmente de Dios en las dificultades, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, con obediencia y seguimiento total a Dios “hágase en mí según tu palabra”, como le dijo al ángel .

María, madre de todos los creyentes en Cristo, es modelo de fe, de amor y de esperanza cristiana en la Palabra y promesas de Dios. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que nació en su seno y moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo el que moría abandonado de todos en la cruz, hasta de sus mismos discípulos.

        Todo este misterio de María elegida por Dios como madre inmaculada  provoca en todos nosotros confianza y amor total; si Dios confió y se fió de ella, cómo no hacerlo nosotros, ella nos provoca sentimientos de hijos, sentimientos de petición y de súplica. ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Queremos ser buenos cristianos, seguidores de tu Hijo, pero caemos a cada paso. Queremos salvar a los hermanos, pero nos cansamos. ¡Ayúdanos tú, Virgen santa y bendita, Virgen Inmaculada, Auxiliadora del pueblo de Dios. Porque eres tan grande y poderosa ante Dios, Virgen Santa e Inmaculada, que eres omnipotente suplicando a tu Hijo y lo consigues todo. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

        Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada. Ella es la mejor madre de la fe y del amor y de la esperanza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a todos los creyentes! ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

        ¡María, hermosa Nazaretana, Virgen bella, Madre del alma, cuánto nos quieres, cuanto te queremos. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre, madre y modelo; gracias.

 

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INMACULADA:    Queridos hermanos: Estamos celebrando con gozo la fiesta de María en su Inmaculada Concepción; todos los hombres necesitamos el bautismo para liberarnos del pecado original; María fue concebida y permaneció siempre limpia de todo pecado, fue concebida intacta, impoluta, llena de gracia y belleza divina.

María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y, de manera singular, esta fiesta de la Inmaculada.

En un mundo como el nuestro, la vieja Europa que va olvidándose y alejándose de sus raíces cristianas, y va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, de hijos y nietos, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad con abortos, crímenes de padres a hijos y de hijos a padres, con familias rotas, divorcios, guerras por dineros, petróleos, apostasías.

En medio de todo ese pecado ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el único que puede salvar el mundo de ahora y de siempre, miremos las historia.

Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo, mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia, auxilio para todos, especialmente para las familias que antes rezaban el rosario unidas, porque familia que reza unida permanece unida. Hoy no digo el rosario, ni el ave maría saben ni rezan los niños que vienen el primer año a la catequesis. Familia que reza unida, que viene a misa los domingos, permanece unida.

Ver así a María, tan bella y limpia, concebida sin pecado, nos está indicando el amor y predilección del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo sobre la elegida por la Santísima Trinidad para ser Madre del Hijo, preparando así una digna morada al Verbo de Dios encarnado en su seno, y nos invita a todos nosotros, sus hijos, a imitarla, a invocarla, a recurrir a ella en nuestras necesidades.

Nos llena de gozo y alegría a todos nosotros, sus hijos,  los manchados hijos de Eva, que caminamos en este mundo necesitados de su protección y ayuda permanente; esto nos da certeza y confianza a todos los hombres, los hijos de nuestra madre Inmaculada porque sabemos que nuestra oraciones y novenas y peticiones son siempre atendidas y escuchadas; y finalmente nuestra Madre, limpia de pecado, se convierte en modelo e imagen de lo que Dios quiere de todos nosotros, porque al verla así tan bella y limpia de toda mancha, nosotros sus hijos hemos de esforzarnos por parecernos a Ella, luchar para vivir siempre la gracia y la vida plena de amor a Dios y nuestros hermanos los hombres, recibida en las aguas bautismales.

        1.-    El Concilio Vaticano II nos dice al presentarnos a María: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo”, ”Salve”, es decir, alégrate, regocíjate, “llena de gracia”, porque Dios te ha predestinado ser Madre del Hijo encarnado.

        “El Señor está contigo”, prosigue el divino mensajero. Nuestra Madre estuvo desde el primer instante de su ser  más rebosante de gracia que todos los ángeles y santos juntos. Y así lo expresó públicamente su prima Isabel, al verla preñada del Hijo de Dios: “bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. 

        POR TRES MOTIVOS PRINCIPALES hizo Dios a María tan grande y bella:   

        2.- Inmaculada por Madre. No estaba bien que ni por un momento el maligno y el pecado poseyese a la que iba a ser morada y templo de Dios.

        3.- Inmaculada por corredentora. Convenía que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado la que el Hijo quería que fuera corredentora subordinada y unida a Él en su tarea de Único Salvador del los hombres;

        4.- Inmaculada también por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. Es la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis.

Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia hermosura y amor. Nuestros sentimientos hacia ella deben ser:

        1) El primer sentimiento será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales y rezar con ella el magníficat “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

        b) El segundo sentimiento es tratar de imitarla, parecernos a ella. Así quiere Dios que seamos todos sus hijos.

c) Recemos y hablemos todos los días con nuestra madre del cielo. ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Tú eres omnipotente suplicando y pidiendo a tu Hijo Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios.

        d) Queridos hermanos: recemos todos los días a María nuestra Madre; pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada. ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!¡Qué certeza y seguridad nos da a todos sus hijos! ¡Qué poder tiene ante Dios! ¡Madre Inmaculada, Madre del alma, cuánto nos quieres, cuánto te

queremos todos tus hijos. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

 

 

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 (Fue mi primera homilía sobre la Inmaculada pronunciada con los tonos propios de la época, pero, como siempre, con el mismo amor de hijo a la hermosa Nazarena, la Virgen bella, en la novena del Seminario de Plasencia, 1959)

 

       

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Al comenzar la santa Misa, la acción de gracias más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón de haber pecado con el pensamiento, con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia  de nuestras obras manchadas de soberbia y de  egoísmo, de nuestras palabras manchadas, de nuestros pensamientos  y deseos manchados. Hasta al niño recién nacido lo sometemos al rito del bautismo para borrar su pecado de origen. Por eso, el recuerdo anual de la Inmaculada, redimida desde el primer instante de su Concepción, nos llena de alegría y orgullo a nosotros, los manchados hijos de Eva.         Todos los hombres necesitamos las aguas bautismales; sólo Ella fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, excepcionalmente concebida, inmaculada, intacta, impoluta, incontaminada.

        Este día, hermanos, es de suma veneración, día grande, cuya solemnidad aventaja a la solemnidad de los santos porque en él nuestra Virgen, la Purísima fue concebid Inmaculada sin pecado original, fue concebida sin macha, llena de luz y de gracia en el seno materno.

       

        2.- Todos los hombres somos engendrados con el pecado de Adán, necesitamos las aguas bautismales para limpiar esta sombra de luz divina que en todos nosotros empaña el resplandor de nuestra alma. Solo ella, la Virgen bella, la hermosa nazarena fue siempre tierra virgen, materia limpia, fue concebida llena de amor divino y de gracia sobrenatural.

        No hay corriente tan impetuosa que no pueda ser detenida por la Omnipotencia de Dios. El sol sigue siempre su eterna carrera; el agua del río nos impide el camino y el abrazo entre ambas orillas y el fuego nos quema siempre. Sin embargo, cuando Dios quiso, el sol se detuvo en su carrera, para que venciese su pueblo, el Jordán y el mar Rojo mostraron un camino seco a los Israelitas y el fuego del horno no quemó a Daniel y sus compañeros.

        Con esta misma potencia, queridos hermanos, pero con más amor y voluntad que nunca, Dios quiso que la impetuosa corriente del pecado de Adán, que hiere e infarta al hombre en lo más profundo de su ser, no lesionara ni tocara a la que sería su Madre, y fue concebida Inmaculada. Ella, la única y simplemente porque Dios quiso.

       

        3.- Acabo de decir que Dios lo puede todo y, sin embargo, no es verdad. La Omnipotencia divina que detiene al sol y separa las aguas, tiene también sus límites, porque los tiene también su libertad. Dios, por ejemplo, no es libre para dejar de ser Dios, ya que el Infinito tiene que existir en razón de su mismo Ser que es vida eterna, sin límites en ninguna dirección. Puede sí colgar más y más estrella en el cielo para que nosotros inexactamente digamos que son infinitas; puede construir un mundo más dilatado y variado, de colores más brillantes; puede, desde luego y con mucha facilidad crear otros cielos más limpios, un mar más azul y profundo, unos claveles más rojos, unas cascadas más altas e impresionantes. Puede todo eso y otras cosas más difíciles que ni siquiera la mente humana puede imaginar. Pero el poder de Dios tiene un límite, se puso un límite, no puede traspasarlo, porque sería crear otro Dios, no puede ni quiere inventar ni plasmar para su Hijo una madre más buena y hermosa, más limpia y excelente, que la grandiosa bienaventurada Virgen María.

       

        4.- Es impresionante el esfuerzo hecho por Dios para realizar en carne humanan la idea más perfecto que de mujer haya concebido en su mente divina. Para plasmarla, como hemos dicho, cogió el azul de los mares, el resplandor de los soles, el frescor de las auras, la suavidad más dulce de las brisas; lo juntó todo y lo llamó María. María, la misma mujer y humilde jovencita Nazaret, que acarreaba el agua y la leña para su casa y en cuyas manos ponemos nosotros ahora todas nuestras plegarias, es el límite que Dios se ha impuesto a sus esfuerzos creadores. Al conjunto de todas las aguas nosotros lo llamamos «maria»; y Dios, al conjunto de todas las gracias que puede conceder a una criatura, lo llamó María.

        Por esto, María es Virgen bella, Señora de todas las cosas, Estrella de todos los mares, Señora del buen aire y Reina de los cielos. No puede existir nadie ya más perfecto que ella, simplemente porque Dios no lo quiere, porque escogió para ella todo lo sobrenatural más bello y gracioso que pueda existir. La Virgen contiene en sí la suma perfección de las cosas creables, por eso es distinta de todos y de todo: Inmaculada, impecable, dotada de todas las defensas y hermosuras de la gracia, en la misma orilla de Dios, la Virgen es un ser aparte.

       

        5.- Cuando antes de crear los mundos, desfilaron ante los ojos de la Santísima Trinidad todos los seres posibles, se detuvieron amoroso ante una criatura singular. El Padre la amó  y dijo: serás mi Hija Predilecta; el Hijo la besó diciendo: será mi madre acariciada; el Espíritu Santo la abrazó y dijo: Tú serás mi esposa amada. La llenaron de regalos y de gracias, y cuando la Reina estuvo vestida de luz, los Tres colocaron sobre su sienes una corona: en el centro ponía: Inmaculada.

        Es dulce pensar en aquellas tareas preparatorias de la Trinidad dichosa. Imaginémonos a Dios Trino y Uno ocupado con Amor de Espíritu Santo, ternura de Hijo y  anhelos de Padre creador de vida, trazando el semblante, el rostro y los rasgos de su hija predilecta y escogida en el semblante y hermosura de su mismo Ser contemplado y visto y plasmado en el Esplendor de su Imagen e Idea creadora del Hijo “Amado por quien todo ha sido hecho”; qué miradas entre el Padre y el Hijo, qué diálogos de Amor, qué miradas de gozo, qué contemplación de Amor, qué fuerza creadora de lo visto y contemplado en el Hijo, Hermosura, Esplendor infinito del Ser y Reflejo del Padre infinito, qué potencia creadora con Amor de Espíritu Santo. Con qué manos temblorosas de emoción el Padre la creó en su Mente divina trinitaria; con qué manos emocionadas el Hijo la acarició en su mismo Ser de Hijo imagen del Padre; con qué potencia de beso de amor el Espíritu Santo la plasmó en cuerpo y alma.

        Nuestras iglesias han de levantarse sobre un terreno bendecido, acotado, libre de todo aprovechamiento humano. Un delito ocurrido en ellas las inutiliza para el culto divino, porque impide la tranquila presencia de Dios. Y es que Dios es Dios y para el Dios Infinito y Grande siempre el templo, limpio; los corporales, bien planchados; la patena, de buen metal: la Madre,  Inmaculada.   

        Asociada por Cristo a la obra redentora de la humanidad convenía que desde el primer instante de su ser, en su misma concepción divina y humana, estuviera libre de toda mancha y pecado. Muchas son las razones porque las que Dios quiso que María estuviera limpia de todo pecado y llena de dones y blancura.

 

        6.- Entre estas razones, la principal era la conveniencia de tener una madre limpia, que iba a asociar a su obra salvadora. El que redime debe estar libre de la culpa, del pecado que quita; lo mismo que, para lavar los objetos o personas, las manos que ayudan a limpiar las manchas deben estar previamente lavadas, limpias de la suciedad que tratan de quitar.       

        Por eso, María vino a esta tierra por concepción maternal y humana, como vendría su hijo, como venimos todos nosotros, pero Inmaculada, por designio de amor del Padre, por exigencia de pureza por el Hijo, por necesidad del Amor extremo del Espíritu Santo.

        Y este es el misterio de la Inmaculada Concepción de Maria que hoy estamos celebrando. Si removéis el cieno de las fuentes, toda el agua que baja de gran río de la vida se enturbia y baja encenagada. Dios constituyó a Adán, fuente de vida humana; al comer la manzana, al comer del árbol del bien y del mal, esto es, al no querer obedecer a Dios y tratar de ser él Dios, diciendo lo que está bien y mal en contra de lo establecido por Dios, vino el pecado; porque eso es el pecado, decir nosotros y decidir nosotros lo que está bien o mal en contra de lo que Dios dice. Nosotros procedemos de la carne manchada de Adán.

        Solo ella, procediendo de esa misma fuente, fue preservada en razón de los méritos y deseos de su Hijo, de toda mancha de pecado y recibió la vida desde Dios por su madre santa Ana, limpia y transparente y su concepción fue inmaculada, esto es, no maculada, no manchada.

        Dios que estaba preparando a su propia madre no podía consentir que fuera escupida por el veneno de la serpiente, del reptil inmundo. ¿Quién de nosotros no lo hubiera hecho si lo hubiera podido? El Hijo no podía consentir que ni por un momento fuera pisada por la serpiente de la enemistad con Dios, que su madre fuera su enemiga y rebelde por el pecado original. No lo quiso y como podía, lo hizo. Si el Hijo se estaba preparando su morada en la tierra, tenía que parecerse lo más posible a la del Cielo de su Padre, a la Santidad Esencial del Dios Trino y Uno; si Dios se preparaba su primer templo y sagrario  y tienda en la tierra no podía consentir que estuviera primero habitada por el demonio, pisoteada por su enemigo, que la estrenase la serpiente. No estaría bien en un Dios, en un Hijo, en un Esposo que pudo hacer a su propia madre, a su propia esposa, a su propia Hija.

        María por eso fue siempre tierra limpia y virginal, sin pisadas de nadie, siempre paraíso de Dios entre los hombres, donde sólo se paseó Él desde antes de ser concebida y en su misma Concepción Inmaculada. Había que concluir esta parte con los versos de la Hidalga del Valle: « Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia y es faltar a la decencia, si pudiendo, no quería; pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida Maria sin pecado original». Son esas razones del corazón que la razón no entiende porque tiene uno que estar lleno de ese amor para comprenderlo: ¿Quiso y no pudo? No sería Dios todopoderoso. ¿Pudo y no quiso? No puede ser Hijo. Digamos, pues, que quiso y pudo.  Para que entendamos mejor: Quiso hacerla Inmaculada y no pudo, no es Dios porque no tiene poder infinito. Pudo y no quiso, no es Hijo, porque un hijo busca lo mejor para su madre. Digamos, pues, que Jesucristo, como Dios y como Hijo, pudo y quiso hacerla Inmaculada. Y así vino la Virgen desde la mente de Dios hasta esta tierra: vino toda ella limpia e Inmaculada, sin que el vaho y el aliento pestilente y dañino de la serpiente mordiese su alma y su cuerpo.

        Qué pura qué divina, qué encantadora es la Virgen, hermanos, que gran madre tenemos, qué plenitud de gracias, y hermosura y amor. Qué dulce saber que tenemos una madre tan buena tan bella y tan en la orilla de Dios.

        Pensar, saber y, sobre todo, gustar del amor y trato con esta deliciosa madre es lo más hermoso que no puede acontecer. Cuánto nos quiere la Virgen. Aprovechémonos de esta  madre tan dulce y sabrosa, cariño y  miel de nuestras almas. Porque es nuestra, hermanos, nos pertenece totalmente, Dios la hizo así de hermosa y de buena y de poderosa para nosotros, los desterrados hijos de Eva.

        Queridos hermanos, que la Virgen existe, que es verdad, que existe y nos ama, que no es una madre simbólica, para cuadros de pinturas; a nuestra madre se la puede hablar, tocar, besar, nos está viendo ahora mismo; está, pues, presente, no con presencia material, pero está real, realísima, nada de imaginación, sino real y verdaderamente cercana y atenta y con posibilidad de querer y amar y sentir su presencia y su mano protectora sobre nosotros. A nuestra madre se la puede hablar, abrazar comérsela de amor.

        Maria está presente en cuerpo y alma en los cielos, y desde allí nos está viendo ahora mismo; está, pues, materialmente distante de nosotros, pero también es verdad que está presente con un presencia espiritual, afectiva y moral en todos los corazones recogidos que la besan y la invocan y la rezan y siente sus efectos maternales de gracia y salvación.

        Madre, haznos semejantes a ti. Limpia con tu poder intercesor todos nuestros pecados. Haznos limpios e inmaculados de corazón y de alma. Sea esta oración, esta mirada de amor, este recuerdo nuestro beso emocionado y de felicitación en el día de tu Concepción Inmaculada. ¡Madre, qué bella eres, qué gozo tener una madre así, haznos semejantes a ti.cia, si pudiendo, no queria

 

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SEGUNDA HOMILÍA

(Homilía elaborada sobre una audiencia general de los miércoles del Papa, 1983, del original italiano que escuché personalmente)

 

                QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- La fiesta que estamos celebrando nos sitúa en presencia de la obra maestra realizada por Dios en la Redención. María Inmaculada es la criatura perfectamente redimida: mientras todas las demás seres han sido liberadas del pecado, ella fue preservada del mismo por la gracia redentora de Cristo. La Inmaculada Concepción es un privilegio único que convenía a Aquélla que estaba destinada a convertirse en la Madre del Salvador. Cuando el Padre decidió enviar al Hijo al mundo quiso que naciese de una mujer, mediante la intervención del Espíritu Santo, y que esta mujer fuese absolutamente pura, para acoger en su seno, y luego en sus brazos maternales, a Aquel que es Santidad perfecta. Entre la Madre y el Hijo quiso que no existiese barrera alguna. Ninguna sombra debía oscurecer sus relaciones. Por esto, María fue creada Inmaculada. Ni siquiera por un momento ha estado rozada por el pecado. Podemos decir que María en el misterio de su Inmaculada Concepción es la revancha de Dios sobre la degeneración humana por el pecado.

        Es esta belleza la que durante la Anunciación contempla el Ángel Gabriel, al acercarse a Maria: “Alégrate, llena de gracia”. Lo que distingue a la Virgen de Nazaret de las demás criaturas es la plenitud de gracia que seencuentra en Ella. María no recibió solamente gracias. En Ella todo está dominado y dirigido por la gracia desde el origen de su existencia. Ella no solamente ha sido preservada del pecado original, sino que ha recibido una perfección admirable de santidad.

        Es la criatura ideal, tal como Dios la ha soñado. Una criatura en la que jamás ha existido el más mínimo obstáculo a la voluntad divina. Por el hecho de estar totalmente penetrada por la gracia, en el seno de su alma todo es armonía y la belleza del ser divino se refleja en ella de forma más impresionante.

 

        2.- María, primera redimida. Debemos comprender el sentido de esta perfección inmaculada a la luz de la obra redentora de Cristo. En la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, María fue declarada «preservada intacta de toda mancha de pecado original, desde el primer instante de su concepción, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano» (DS. 2803). Ella, pues, se benefició anticipadamente de los méritos del sacrificio de la Cruz.

        La formación de un alma llena de gracia aparecía como la revancha de Dios sobre la degradación que se había producido, tanto en la mujer como en el hombre, como consecuencia del drama del pecado. Según la narración bíblica de la caída de Adán y Eva, Dios impuso a la mujer un castigo, y comenzó a desvelar un plan de salvación en el que la mujer se convertiría, en la primera aliada.

       

        3.- María corredentora o asociada a la Alianza de Dios con los hombres por medio de su Hijo. En el oráculo, llamado protoevangelio, Él declaró a la serpiente tentadora, la cual había conducido a la pareja al pecado: “Yo pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; Ella te aplastará la cabeza y tú le morderás el calcañal”. Estableciendo una hostilidad entre el demonio y la mujer, manifiesta su intención de considerar a la mujer como primera asociada en su alianza, con miras a la victoria, que el descendiente de la mujer obtendría sobre el enemigo del género humano.

        La hostilidad entre el demonio y la mujer seha manifestado de la forma más completa en María. Con la Inmaculada Concepción fue decretada la victoria perfecta de la gracia divina en la mujer, como reacción a la derrota sufrida por Eva en el pecado de los comienzos.

        En María se operó la reconciliación de Dios con la humanidad, pero de forma que María misma no tuvo necesidad, personalmente, de ser reconciliada, puesto que al haber sido preservada del pecado original. Ella vivió siempre de acuerdo con Dios. Sin embargo, en María se ha realizado verdaderamente la obra de la reconciliaci6n, porque Ella ha recibido de Dios la plenitud de la gracia en virtud del sacrificio redentor de Cristo. En Ella se ha manifestado el efecto de este sacrificio con una pureza total y con un maravilloso florecimiento de santidad. La Inmaculada es la primera maravilla de la Redención.

       

        4.- La perfección otorgada a María no debe producir en nosotros la impresión de que su vida sobre la Tierra ha sido una especie de vida celestial, muy distante de la nuestra. En realidad, María ha tenido una existencia semejante a la nuestra. Ella conoció las dificultades cotidianas y las pruebas de la vida humana. Vivió en la oscuridad que comporta la fe.
Ella fue preservada del pecado que siempre es egoísmo, para poder vivir totalmente al servicio de todos los hijos, de natural Jesucristo y de los confiados por el Hijo en la cruz, todos los hombres.

        No en menor grado que Jesús experimentó la tentación y los sufrimientos de las luchas internas. Podemos imaginarnos en qué gran medida se ha visto sacudida por el drama de la pasión del Hijo. Sería unerror pensar que la vida quien estaba llena de gracia fue una vida fácil, cómoda. Maria ha compartido todo aquello que pertenece a nuestra condición terrena, con lo que ésta tiene de exigente y de penoso.

        Es necesario, sobre todo, tener presente que Maria fue creada Inmaculada, a fin de poder actuar mejor en favor nuestro. La plenitud de gracia le permitió cumplir plenamente su misión de colaboración con la obra de salvación: ha dado el máximo valor a su cooperación en el sacrificio. Cuando María presentó al Padre, el Hijo clavado en la Cruz, su ofrecimiento doloroso fue totalmente puro. Y ahora también desde el cielo la Virgen Inmaculada, también en virtud de la pureza de su corazón y su presencia junto a Cristo Glorioso y triunfante del pecado y de la muerte, nos ayude a aspirar hacia la perfección por Ella conseguida. Y por esto es por lo que la Virgen ha recibido estas gracias especiales y ha sufrido singularmente, para poder así ayudarnos a nosotros pecadores, es decir, fue Inmaculada por el poder y amor singular de Dios para todos nosotros, la razón por lo que Ella ha recibido esta gracia excepcional.
        En su calidad de Madre, trata de conseguir que todos sus hijos terrenales participen de alguna forma en el favor con el que personalmente fue enriquecida. María intercede junto a su Hijo para que obtengamos misericordia y perdón. Ella se inclina invisiblemente sobre todos los que sufran angustia espiritual y material para socorrerlos y conducirlos a la reconciliación.
El privilegio único de su Inmaculada Concepción la pone al servicio de todos y constituye una alegría para todos los que la consideran como su Madre.

         Su Inmaculada Concepción ha sido la primera maravilla de la Redención de la que todos hemos recibido la alianza y amistad con Dios que nos llevará a participar plenamente de su vida divina aquí abajo, mediante la lucha y la conversión permanente junto a la cruz de Cristo, y en el cielo, con este mismo Cristo Triunfante y Glorioso junto a Ella.

 

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SOLEMNIDAD: LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

 

QUERIDOS HERMANOS:El 8 de diciembre del 1854, el Papa Pío IX definía en la bula Ineffabilis Deus: «Es doctrina revelada por Dios y, por tanto, ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención  a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción» (DS. 2803).

Y el Concilio Vaticano II ha vuelto sobre esta realidad luminosa de la Virgen y nos dice: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Nuestra Madre la Virgen Maria fue, pues, concebida inmaculada, incontaminada, sin macha alguna, desde el primer instante de su ser. Reflexionemos brevementes sobre este hecho de la gracia de Dios:    

        1.- María fue concebida Inmaculada por voluntad de la Trinidad para ser Madre de Jesucristo, Hijo de Dios. Así la llamó el ángel de parte de Dios: “llena de gracia”. No estaba bien que ni por un momento el pecado la poseyese, la hiciera enemiga de Dios a la destinada a ser su madre en la tierra.Así que Maria fue  redimida perfecta desde el vientre de su madre.

        2.- Fue concebida Inmaculada por voluntad del Hijo para ser corredentora. Convenía que fuera preservada  de todo pecado desde el primer instante de su ser la que iba a estar muy unida a Cristo, Único Redentor, que quiso asociarla a su madre y tenerla junto a la cruz.

        3.- Inmaculada, finalmente, por amor de Espíritu Santo, para ser modelo e imagen de la Iglesia, santa e inmaculada, de toda la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todos los hombres, de lo que Dios quiere y nos pide a todos nosotros. Bien está el que se arrepiente y se levanta. Pero mejor es no caer en pecado alguno. Maria por ser elegida como madre de Dios, tuvo este privilegio. Es la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis.

        En el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. En los versos de la Hidalga del Valle, de nuestros poetas clásicos, queda perfectamente reflejada esta teología: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia, y es falta a la decencia, si pudiendo, no quería. Pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».

        6.- Queridos hermanos: qué grande hizo Dios a su madre, y no sólo para Él sino para todos nosotros, Nuestros sentimientos hacia ella en este día en que celebramos su Concepción Inmaculada son estos:

        a) El primer sentimiento será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales desde el primer momento de su Concepción. Y lo hacemos con sus mismas palabras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

        b) El segundo sentimientos debe ser deseos de imitarla en lo que podamos porque los hijos deben imitar a sus madres y nosotros vemos en María el modelo de vida cristiana querida por Dios.  Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su pureza y humildad, su confianza y su fiarse totalmente de Dios en las dificultades, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, con obediencia y seguimiento total a Dios “hágase en mí según tu palabra”, como le dijo al ángel .

María, madre de todos los creyentes en Cristo, es modelo de fe, de amor y de esperanza cristiana en la Palabra y promesas de Dios. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que nació en su seno y moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo el que moría abandonado de todos en la cruz, hasta de sus mismos discípulos.

        Todo este misterio de María elegida por Dios como madre inmaculada  provoca en todos nosotros confianza y amor total; si Dios confió y se fió de ella, cómo no hacerlo nosotros, ella nos provoca sentimientos de hijos, sentimientos de petición y de súplica. ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Queremos ser buenos cristianos, seguidores de tu Hijo, pero caemos a cada paso. Queremos salvar a los hermanos, pero nos cansamos. ¡Ayúdanos tú, Virgen santa y bendita, Virgen Inmaculada, Auxiliadora del pueblo de Dios. Porque eres tan grande y poderosa ante Dios, Virgen Santa e Inmaculada, que eres omnipotente suplicando a tu Hijo y lo consigues todo. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

        Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada. Ella es la mejor madre de la fe y del amor y de la esperanza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a todos los creyentes! ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

        ¡María, hermosa Nazaretana, Virgen bella, Madre del alma, cuánto nos quieres, cuanto te queremos. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre, madre y modelo; gracias.

 

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        QUERIDOS HERMANOS: Al comenzar la santa misa, la acción de gracias y la oblación más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón por haber pecado con el pensamiento  con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia de nuestras palabras manchadas de orgullo, de nuestros pensamientos manchados de materialismo, de nuestros deseos manchados de consumismo. Hasta al niño inocente y recién nacido le sometemos al rito del bautismo, para borrarle su pecado de origen.

        El recuerdo y la mirada filial que dirigimos hoy a la Virgen toda limpia, en su misterio de Concepción Inmaculada, nos llena de gozo y alegría y estímulo a nosotros, sus hijos, los manchados desde nuestro nacimiento, los hijos de Eva. Ella, concebida sin pecado, nos está invitando a todos nosotros, sus hijos, a vivir la pureza recibida en las aguas bautismales, a vivir siempre la gracia y la vida plena de Dios.

 

        1.-En el contexto del tiempo litúrgico del Adviento, en que salimos con gozo a esperar al Señor, la Iglesia quiere que dirijamos nuestra mirada hoy a la Madre, por la que nos vino la Salvación. Celebramos hoy la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen Maria: «comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura» (Prefacio)

        El 8 de diciembre del 1854, Pío IX definía en la bula Ineffabilis Deus: «Es doctrina revelada por Dios y, por tanto, ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención  a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción» (DS. 2803).

        El Concilio Vaticano II ha vuelto sobre esta realidad luminosa de la Virgen y nos dice: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Nuestra Madre la Virgen Maria fue, pues, concebida inmaculada, impecable, incontaminada, sin macha alguna, desde el primer instante de su ser.

       

1.- El testimonio más singular y válido de la Inmaculada Concepción de la Virgen lo constituyen las palabras traídas desde el seno de Dios por el ángel Gabriel, al anunciarla que será Madre de Dios: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc1,8). No sería “llena de gracia” si en algún momento no lo hubiera estado; no sería en sentido total si el pecado la hubiera tocado aun levemente en cualquier momento de su vida. María es la “llena de gracia” por antonomasia, porque su vida estuvo siempre rebosante de vida divina de amor a Dios.

 

        3.- Inmaculada por Madre. El saludo a la “llena de gracia” fue precisamente para anunciarla este mensaje de parte de Dios. María estaba destinada por Dios para ser la madre de su Hijo. Desde su Concepción debía estar llena totalmente de Dios, en cuanto a una criatura le es posible. Su maternidad debía ser un denso reflejo de la Paternidad Santa de Dios Padre y por otra parte, debía estar llena del Espíritu de Dios, pues por su potencia debía colaborar con ella en la generación humana del Verbo de Dios en Jesús de Nazaret.

        No estaba bien que ni por un momento el pecado la poseyese, la hiciera enemiga de Dios. Así que Maria fue un Sí total a Dios desde el primer instante de su ser. Fue la Gracia perfecta, la redimida perfecta.

 

        4.- Inmaculada por corredentora. Es una conveniencia que pide que Maria sea concebida sin pecado y llena de la gracia de Dios. Convenía que fuera preservada  de todo pecado desde el primer instante de su existir en función de estar muy unida a Cristo, Único Redentor, que quiso asociar a su madre y tenerla junto a la cruz cuando moría por la salvación de los hombres sus hermanos. Era congruente y estaba perfecto que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado como corredentora subordinada en esta tarea por su Hijo, la que iba a colaborar con su Hijo en la limpieza del mundo; por eso fue preservada de toda mancha para ejercer su misión adecuada y coherentemente.

        5.- Inmaculada por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todo creyente, de toda la Iglesia, santa e inmaculada. Ella ha sido elegida por Dios para ser imagen de lo quiere de todos nosotros. Bien está el que se arrepiente y se levanta. Pero mejor es no caer por su gracia. Maria tuvo este privilegio. Maria, desde el primer instante de su ser tenía que se la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis y es, en definitiva, la nueva criatura, la nueva creación.

        En el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. La desobediencia de la primera Eva fue reparada por la obediencia de la María, que por eso ha recibido el título de la Iglesia como “la madre de los vivientes”.

        Cristo y Maria representan a la nueva Humanidad restaurada de su condición primera. En los versos de la Hidalga del Valle, de nuestros poetas clásicos, queda perfectamente reflejada esta teología: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia, y es falta a la decencia, si pudiendo, no quería. Pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».

       

        6.- Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué grande hizo Dios a María y no sólo para Él sino para nosotros, qué plenitud de gracia, hermosura y amor. Nuestros sentimientos hacia ella en el día su fiesta son:

        a) El primer sentimiento nuestro para con María será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales desde el primer momento de su Concepción. Lo hacemos con sus mismas palabras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

 

        b) Dios ha hecho tan grande y limpia a Maria como icono y modelo nuestro.  Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su humildad en la grandeza, su fiarse totalmente de Dios en las dificultades, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, obediencia y seguimiento total. Es modelo de santidad en la fe, en el amor, en la esperanza cristianas. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza; amó hasta olvidarse de sí, creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo e el que moría abandonado de todos, hasta de sus mismos discípulos.

 

        c) ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Queremos ser buenos cristianos, seguidores de tu Hijo, pero caemos a cada paso. Queremos salvar a los hermanos, pero nos cansamos. ¡Ayúdanos tu, Virgen bella, Inmaculada, Auxiliadora del pueblo de Dios. Es tan grande tu poder ante Dios, porque eres omnipotente suplicando a tu Hijo que es omnipotente realizando, porque es Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

       

        Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada, recemos con ella con plena confianza. Ella es la mejor madre de la fe y del amor y de la esperanza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a los creyentes! ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

 

        ¡María, hermosa Nazaretana, Virgen guapa, Madre del alma, cuánto te quiero, cuánto nos quieres. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

Ésta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente: LA PURÍSIMA.

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:La fiesta de la Inmaculada brilla con esplendor de cielo azul. Un cielo limpio en el que brilla el sol de la pureza y de la gracia. La fiesta de la Inmaculada llena de alegría el alma del pueblo cristiano. Ella anuncia la cercanía de la redención, que viene a traer al mundo el Hijo de sus entrañas, Jesucristo, que nacerá en la Nochebuena como fruto bendito de su vientre virginal.

María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y de manera singular esta fiesta de la Inmaculada.

En un mundo como el nuestro, la vieja Europa nuestra que ignora sus raíces cristianas, va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. Todo ello es fruto del pecado, del egoísmo en todas sus formas. Injusticias, corrupción, desprecio de la vida y de los derechos humanos, odios, guerras.

El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad. En medio de todo ese estiércol ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia.

Nosotros que somos pecadores, y que no somos capaces de salir de nuestro pecado por nuestras solas fuerzas, al mirarla a ella sentimos el alivio de la gracia, que en ella resplandece con toda plenitud. El corazón se nos llena de esperanza.

Nosotros hemos nacido en pecado, el pecado original, y el bautismo nos ha librado de la muerte eterna, haciéndonos hijos de Dios. En nosotros permanece la inclinación al pecado, el atractivo del pecado (la concupiscencia, que no es pecado, pero procede del pecado e inclina al pecado).

María, sin embargo ha sido librada de todo pecado antes de cometerlo. Ni siquiera el pecado original ha tenido lugar en ella. Ni tampoco sombra alguna de pecado personal mortal o venial, ni la más mínima connaturalidad con el pecado. “El pecado más grande de nuestros días es la pérdida del sentido del pecado”, decía hace poco el papa Francisco recordando esta misma expresión del papa Pío XII.

Ciertamente, es necesario contemplar la belleza de María para sentirnos atraídos por esa meta a la que Dios quiere llevarnos: libres de todo pecado y llenos de gracia y santidad. Y esta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente.

Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el sentido de Dios, andan perdidos entre los afanes de este mundo, desnortados sin saber a dónde dirigir sus pasos, esclavos de tantas torceduras del corazón humano, víctimas de sus propios vicios que aíslan y encierran a la persona en sí misma y la incapacitan para amar. Todas estas y muchas más son las consecuencias del pecado, del alejamiento de Dios. Muchos incluso han perdido el sentido del pecado, porque su vida no hace referencia a Dios para nada.

Muchos viven en esas periferias existenciales, lejos de la casa de Dios, y al encontrarse con María recuperan el sentido de lo bello, la verdad de la vida, la fuerza para realizar el bien. La fiesta de la Inmaculada quiere traernos a todos esta buena noticia.

Por la encarnación redentora de su Hijo divino Jesucristo, por su muerte y resurrección, se nos han abierto de par en par las puertas del cielo. Es posible la esperanza, es posible otra forma de vida, es posible amar y salir de uno mismo para entregarse a los demás, es posible la vida de gracia y santidad. Más aún, hemos nacido para eso. Y si alguna vez nos viene la duda o se oscurece el horizonte, levantemos los ojos a María Santísima, la llena de gracia, la toda limpia, la Purísima.

Que el Señor os conceda a todos una profunda re- novación en este Año de la misericordia que, en el día de la Inmaculada, es abierto para toda la Iglesia.

Recibid mi afecto y mi bendición:

 

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INMACULADA

 

Queridos hermanos: Estamos celebrando con gozo la fiesta de María en su Inmaculada Concepción; todos los hombres necesitamos el bautismo para liberarnos del pecado original; María fue concebida y permaneció siempre limpia de todo pecado, fue concebida intacta, impoluta, llena de gracia y belleza divina.

María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y, de manera singular, esta fiesta de la Inmaculada.

En un mundo como el nuestro, la vieja Europa que va olvidándose y alejándose de sus raíces cristianas, y va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, de hijos y nietos, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad con abortos, crímenes de padres a hijos y de hijos a padres, con familias rotas, divorcios, guerras por dineros, petróleos, apostasías.

En medio de todo ese pecado ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el único que puede salvar el mundo de ahora y de siempre, miremos las historia.

Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo, mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia, auxilio para todos, especialmente para las familias que antes rezaban el rosario unidas, porque familia que reza unida permanece unida. Hoy no digo el rosario, ni el ave maría saben ni rezan los niños que vienen el primer año a la catequesis. Familia que reza unida, que viene a misa los domingos, permanece unida.

Ver así a María, tan bella y limpia, concebida sin pecado, nos está indicando el amor y predilección del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo sobre la elegida por la Santísima Trinidad para ser Madre del Hijo, preparando así una digna morada al Verbo de Dios encarnado en su seno, y nos invita a todos nosotros, sus hijos, a imitarla, a invocarla, a recurrir a ella en nuestras necesidades.

Nos llena de gozo y alegría a todos nosotros, sus hijos,  los manchados hijos de Eva, que caminamos en este mundo necesitados de su protección y ayuda permanente; esto nos da certeza y confianza a todos los hombres, los hijos de nuestra madre Inmaculada porque sabemos que nuestra oraciones y novenas y peticiones son siempre atendidas y escuchadas; y finalmente nuestra Madre, limpia de pecado, se convierte en modelo e imagen de lo que Dios quiere de todos nosotros, porque al verla así tan bella y limpia de toda mancha, nosotros sus hijos hemos de esforzarnos por parecernos a Ella, luchar para vivir siempre la gracia y la vida plena de amor a Dios y nuestros hermanos los hombres, recibida en las aguas bautismales.

        1.-    El Concilio Vaticano II nos dice al presentarnos a María: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo”, ”Salve”, es decir, alégrate, regocíjate, “llena de gracia”, porque Dios te ha predestinado ser Madre del Hijo encarnado.

        “El Señor está contigo”, prosigue el divino mensajero. Nuestra Madre estuvo desde el primer instante de su ser  más rebosante de gracia que todos los ángeles y santos juntos. Y así lo expresó públicamente su prima Isabel, al verla preñada del Hijo de Dios: “bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. 

        POR TRES MOTIVOS PRINCIPALES hizo Dios a María tan grande y bella:   

        2.- Inmaculada por Madre. No estaba bien que ni por un momento el maligno y el pecado poseyese a la que iba a ser morada y templo de Dios.

        3.- Inmaculada por corredentora. Convenía que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado la que el Hijo quería que fuera corredentora subordinada y unida a Él en su tarea de Único Salvador del los hombres;

        4.- Inmaculada también por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. Es la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis.

 

Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia hermosura y amor. Nuestros sentimientos hacia ella deben ser:

        1) El primer sentimiento será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales y rezar con ella el magníficat “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

        b) El segundo sentimiento es tratar de imitarla, parecernos a ella. Así quiere Dios que seamos todos sus hijos.

c) Recemos y hablemos todos los días con nuestra madre del cielo. ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Tú eres omnipotente suplicando y pidiendo a tu Hijo Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios.

        d) Queridos hermanos: recemos todos los días a María nuestra Madre; pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada. ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!¡Qué certeza y seguridad nos da a todos sus hijos! ¡Qué poder tiene ante Dios! ¡Madre Inmaculada, Madre del alma, cuánto nos quieres, cuánto te

queremos todos tus hijos. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

 

 

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SEXTO DÍA: INMACULADA CONCEPCIÓN Y MATERNIDAD DIVINA Y HUMANA

 

Queridos hermanos concelebrantes, queridos paisanos y amigos todos, hijos de nuestra Madre la Virgen del Salobrar. Esta tarde, en este sexto día de su novena, vamos a meditar, a contemplar a nuestra Madre, la Virgen del Salobrar, en el misterio de su Inmaculada Concepción, concebida sin pecado en el seno de su madre santa Ana, desde el primer instante de su ser.

Esta mirada filial que dirigimos hoy a la Virgen limpia de todo pecado, en este día de su novena, nos llena de gozo y alegría y confianza en su poder a nosotros, sus hijos, los manchados hijos de Eva. Ella fue siempre tierra virgen, huerto cerrado, sin pisadas de nadie, llena de gracia desde el primer instante de su existencia terrena.

Verla así tan bella y limpia, concebida sin pecado, nos está indicando el amor y predilección del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo sobre la elegida por la Santísima Trinidad para ser Madre del Hijo, preparando así una digna morada al Verbo de Dios encarnado en su seno; nos llena también de gozo y alegría a todos nosotros, sus hijos,  los manchados hijos de Eva, que caminamos en este mundo necesitados de su protección ya ayuda permanente en y esto no da certeza y confianza a todos los hombres, los hijos de la tierra de que nuestra oraciones y novenas y peticiones son siempre atendidas y escuchadas aunque a veces se ajusten mas a la voluntad del Padre Dios que a las nuestra porque Él sabe  mejor lo que nos conviene; y finalmente nuestra Madre, limpia de pecado, se convierte en modelo e imagen de lo que Dios quiere de todos nosotros, porque al verla así tan bella y limpia de toda mancha, nosotros sus hijos hemos de esforzarnos por parecernos a Ella, luchar para vivir siempre la gracia y la vida plena de Dios recibida en las aguas bautismales.

Nuestra Madre, la Virgen María es la criatura más perfecta salida de las manos de Dios. Es tan buena, tan sencilla, tan delicada, tan prodigiosamente humilde y pura, que se la quiere sin querer.

        1.-    El Concilio Vaticano II nos dice al presentarnos a María: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Ha sido Dios mismo el que nos ha revelado este misterio por medio del Ángel Gabriel enviado a María para anunciarla que ha sido elegida para ser la Madre del Hijo de Dios encarnado: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc1,8).

        La escena, si queréis, podemos reproducirla así: La Virgen está orando. Adorando al Padre “en espíritu y verdad”. Orando, mientas cosía, barría, o hacía cualquier cosa, o, sencillamente, orando sin hacer otra cosa más que orar. El cronista San Lucas no especifica. El diálogo mantenido entre el ángel y aquella hermosa nazarena es un trenzado de alabanzas y humildad.

“Salve,  llena de gracia, el Señor está contigo...”Salve”, es decir, alégrate, regocíjate, “llena de gracia”, porque Dios te ha predestinado ser Madre del Hijo encarnado. Si la gracia es el mayor don de Dios, con cuánta gracia engrandecería el Omnipotente a su elegida por madre. Con la Hidalga del Valle podemos cantarla: <Decir que Dios no podía es m.. Por eso Dios que pudo hacer a su madre, así la hizo llena de gracia.

        “El Señor está contigo”, prosigue el divino mensajero. Nuestra Madre del Salobrar estuvo desde el primer instante de su ser  más rebosante de gracia y dones divinos que todos los ángeles y santos juntos. Y así lo expresó públicamente su prima Isabel, al verla preñada del Hijo de Dios: “bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. 

        Grandes mujeres habían existido en el Antiguo Testamento. Grandes habrían de existir en el N.T. Todas muy queridas de Dios, pero incomparablemente más que todas ellas, María, elegida para Madre de Dios.

        POR TRES MOTIVOS PRINCIPALES hizo Dios a María tan grande y bella:   

        2.- Inmaculada por Madre. No estaba bien que ni por un momento el maligno y el pecado poseyese a la que iba a ser morada y templo de Dios.

        3.- Inmaculada por corredentora. Convenía que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado la que el Hijo quería que fuera corredentora subordinada y unida a Él en su tarea de Único Salvador del los hombres;

        4.- Inmaculada también por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todo creyente, de toda la Iglesia, santa e inmaculada. Maria tenía que ser desde el primer instante de su ser la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis, en definitiva, la nueva criatura, la nueva creación.

        Por eso, en el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. La desobediencia de la primera Eva fue reparada por la obediencia de la María, que por eso ha recibido el título de la Iglesia como “la madre de los vivientes”.

        5.- Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia hermosura y amor, qué grande hizo Dios a María y no sólo para Él sino para nosotros. Nuestros sentimientos hacia ella deben ser:

        a) El primer sentimiento nuestro para con nuestra madre la Virgen del Salobrar será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales y rezar con ella el magníficat “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

        b) El segundo sentimiento es tratar de imitarla, parecernos a ella. Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su humildad en la grandeza, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, obediencia y seguimiento total. Es modelo de santidad en la fe, en el amor, en la esperanza cristianas. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza; amó hasta olvidarse de sí, creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo e el que moría abandonado de todos, hasta de sus mismos discípulos.

        c) Recemos y hablemos todos los días con nuestra madre del cielo. ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Tú eres omnipotente suplicando a tu Hijo que es omnipotente realizando, porque es Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

        d) Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada, recemos con ella con plena confianza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a todos sus hijos! ¡Qué poder tiene ante Dios!¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

        ¡Madre del Salobrar, Madre del alma, cuánto te quiero, cuánto te queremos todos tus hijos de Jaraiz, cuánto nos quieres tú, Virgen bendita del Salobrar. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

 

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CORAZÓN DE JESÚS, UN CORAZÓN ROTO DE AMOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La religión cristiana es la religión del amor, del amor de Dios a nosotros y del amor nuestro a Dios y a los demás. Así lo ha venido manifestando Dios desde los orígenes de la revelación, pero lo ha dicho del todo y exageradamente en el Corazón de su Hijo Jesucristo.

Por parte de Dios, hemos venido a la existencia como resultado de su amor. Existo, luego Dios me ama. Ese amor de Dios se ha prolongado en el abrazo amoroso de mis padres que me han engendrado y posteriormente me han acogido en sus brazos, me han cuidado, me han ayudado a crecer en todos los aspectos.

Y por parte nuestra, de cada uno de nosotros, somos solidarios en el primer pecado, el pecado original, por el que ya nacemos en pecado y además añadimos nuestros propios pecados personales a lo largo de nuestra vida. El pecado no es otra cosa que el desamor, decirle “no” a Dios que nos ama, darle largas, darle la espalda, preferir mi gusto y mi norma a su santa voluntad expresada en los mandamientos.

Dios es mi Padre, que me ama y me engendra continuamente a su vida divina, la vida de la gracia, y la criatura humana rechaza muchas veces ese don paternal, cortando la vida y eligiendo la muerte. La relación de Dios, Padre-Hijo-Espíritu Santo, con el hombre es un drama permanente desde el primer pecado hasta la consumación de los tiempos, en que triunfe definitivamente su amor. Porque Dios siempre reacciona amando. Cuando este amor se dirige a quien le ha ofendido, ese amor se llama perdón, se llama misericordia.

El amor de Dios es una continua misericordia con nosotros, es un derroche de misericordia, que nos va sanando, hasta hacernos hijos de Dios en plenitud, hasta la santidad. En el centro de este drama se sitúa el Corazón de Cristo. En él, Dios Padre nos ha dado a su Hijo único, su Hijo amado, como el don más precioso: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único… para que el mundo se salve por él”. Y no lo ha hecho de manera generalizada y como a granel, sino de manera personalizada, por cada uno. “Me amó y se entregó por mi”.

En el Corazón de Cristo tenemos por tanto la expresión de un amor por parte de Dios que llega a la máxima expresión, darnos a su Hijo y con él al Espíritu Santo.

Pero este Corazón de Cristo está coronado de espinas, está herido por los pecados de todos los hombres, y de él brota una llama amor al Padre y a toda la humanidad. Es un Corazón roto, herido por la lanza del soldado, efecto del pecado de toda la humanidad. Y roto de amor, porque no es correspondido. “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres… y a cambio recibe menosprecios e ingratitudes de los hombres”, le dice Jesús a Santa Margarita María Alacoque.

A pesar de todo, es un Corazón que sigue amando y busca corazones que se unan al suyo, como víctimas de reparación por tanto desamor de los hombres. Es un Corazón que acabará triunfando por la vía del amor en los corazones de quienes le acogen.

 La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, este viernes 12 de junio, es un momento propicio para agradecer este amor sin medida, con el que siempre contamos y que nunca nos falta. El mes de junio es el mes del Sagrado Corazón. Es ocasión propicia para reparar tanto desamor por nuestra parte y por parte de toda la humanidad.

¡Cómo duele ofender a quien amamos de verdad, y ver que el Amor no es amado! Es ocasión para anunciar este Amor a todos los que nos rodean, para que a todos llegue este lubrificante del amor en medio de tanto sufrimiento. Que la fiesta del Sagrado Corazón nos prepare al Año de la Misericordia.

La práctica de los primeros viernes, la comunión y la adoración eucarística con tono de reparación e intercesión, la ofrenda de nuestra vida en amor de correspondencia, la contemplación de ese Amor incesante, que siempre reacciona amando, nos lleve a todos a exclamar: Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío. Recibid mi afecto y mi bendición. Un corazón roto de amor, el Corazón de Jesús.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ÍNDICE

 

PRÓLOGO………………………………………………………………………………………………………………………..5

INTRODUCCIÓN……………………………………………………………………………………………………………..6

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ……………………………………………………………..…….….12

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ……………………………………………………………………...17

IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ………………………………………………………………….……23

V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………………………………….29

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………………………..……..35

VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………………………….38

VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………………………..43

IX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………….….……………………..…….45

X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………..………………………….…….51

XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO…………………………………………………………………………54

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………………………..58

XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………….…………..62

XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………..……………….66

XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO…………………………………………………………..……….….73

XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………………………...76

XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………..……..……………81

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………….……….….91

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO…………………………………………………….………..……..99

XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………………..………102

XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………..…………….109

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO…………………………………………………………….…….112

XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………..………….116

XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………..………………..122

XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO…………………………………………………..……………….125

XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………….…………………129

XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO…………………………………………………………….…..133

XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………….………140

XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………….………….…..146

XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO………………………………………………………………..….152

XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………….…………160

XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO…………………………………………………….….….…..164

XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO……………………………………………………………….169

XXXIV DOMINGO SOLEMNIDAD: JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO…………………………173

Domingo de la Palabra de Dios…………………………………………………………………………………..170

2 de Febrero: Presentación del Señor…………………………………………………………………..…..181

19 de marzo: SOLEMNIDAD: SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA…………………182

25 de julio: SOLEMNIDAD: Santiago, Apóstol, Patrón de España…………………….…..…187

15 de agosto. SOLEMNIDAD: LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA……………….….…….154

1 de noviembre. SOLEMNIDAD: TODOS LOS SANTOS………………………………………..…….206

2 de noviembre DIFUNTOS…………………………………………………………………………………………210

8 de diciembre. SOLEMNIDAD:  INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA VIRGEN ……216

CORAZÓN DE JESÚS, ROTO POR AMOR……………………………………………………………227

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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