ARDÍA NUESTRO CORAZÓN B I

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

 

 

B-I 

 

 

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ARDÍA NUESTRO CORAZÓN

 

 B-I

 

 

 

 

 

 

COMENTARIO A LAS LECTURAS Y EVANGELIOS  DOMINICALES Y FESTIVOS

 

 

 

 

 

 

PROLOGO

       Me ha sorprendido; pero a la vez me ha hecho ilusión, que mi compañero y antiguo Coadjutor de Aldeanueva de la Vera, me pida que le prologue la publicación de sus Homilías del Ciclo B.

        Aunque no soy escritor, espero que el  Señor me ayude a  poner mi corazón en este escrito, que para mí es una deuda de amistad y gratitud con mi coadjutor tan paciente, D. Gonzalo Aparicio Sánchez.

        No dudo de la eficacia que estas homilías van a producir en la mente y el corazón de todos los que las meditemos y oremos. Le conozco muy bien y ellas son fruto de una intensa y prolongada oración del autor, como también de un intenso y prologado estudio de los textos bíblicos que las dan base.

        Las lecturas del Antiguo Testamento, las cartas de San Pablo y el corto Evangelio de San Marcos que condensa la predicación del Apóstol San Pedro, que es el titular de la Parroquia, que en Plasencia regenta Gonzalo, van a calar muy dentro de nuestras almas, pues el autor nos va transmitir no solo lo que él escribe y dice, sino también lo que convencidísimo vive y testimonia.

        Sin duda viviremos con él en el tiempo de Adviento y Navidad la esperanza y la alegría del Mesías que esperamos y que nos ha venido ya.

        En Cuaresma y Tiempo de Pasión nos moverá a un sosegado reconocimiento de nuestros pecados, al arrepentimiento de ellos y a la gratitud al Dios, que entregó su Hijo por nosotros y al Hijo, que como Hermano Mayor, da la vida por sus hermanos. Ni que decir tiene que el Jueves Santo, Gonzalo nos hará amar más la Eucaristía y el Sacerdocio, que son las dos Verdades, que Gonzalo vive hasta la locura.

        En la Cincuentena Pascual nos hará sentir la gozosa noticia de que Aquel, que muriendo por nosotros el Viernes Santo, vive ya entre nosotros, Resucitado, y nos da la esperanza de que también nosotros resucitaremos. En Pentecostés nos dirá que no olvidemos al Dulce Huésped de nuestras almas, que sigue la obra de Jesús en su Iglesia; no omitirá hablarnos con fervor de la labor de la Madre de Dios y Madre nuestra, la Virgen María, la llena de Gracia, la «hermosa Nazaretana y Virgen bella», como él siempre la llama; es la mejor ayuda para nuestra santificación y salvación.

        En los domingos del Tiempo Ordinario, con maestría, nos hará ver cada domingo alguna enseñanza del Maestro, que nos vaya ayudando a ser santos como Nuestro Padre Celestial es Santo. Esto es lo que espero y pido a Dios que sea para todos la Publicación de las Homilías del Ciclo B de nuestro querido amigo GONZALO.

 

VALENTÍN DE LA FUENTE FUERTES

 

Sacerdote Jubilado, de 76 Años de edad y 53de Sacerdocio, con el que trabajé como Coadjutor en Aldeanueva de la Vera, años1960-1962.

INTRODUCCIÓN

 

        Jesucristo es la PALABRA DE DIOS, en la que el Padre se dice a Sí mismo total y eternamente en plenitud de Ser, Verdad y Amor. Y esta misma PALABRA la pronuncia para nosotros en carne humana, con palabras y hechos salvadores para todos los hombres, por la potencia y fuego de su mismo Espíritu de Amor, que es el Espíritu Santo: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella, y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron…La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo…, a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre…” (Jn 1, 1-5, 9, 12).

        Jesucristo, el Hijo de Dios, es, por tanto, la Única Palabra Salvadora para este mundo. Y hay que escucharla. Porque a este mundo no le salvan los políticos, ni los científicos, ni los antropólogos, ni los sicólogos ni los economistas… este mundo sólo tiene un Salvador, es Jesucristo: Única Palabra y proyecto de salvación del Dios Uno y Trino y no hay más proyectos salvadores. Sólo Él es el Camino de venida y de ida a Dios, y solo Él tiene la formula y la clave del hombre y de su plan de encuentro eterno con Dios.

        «En efecto, en la liturgia Dios habla a su pueblo: Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración» (SC 33). Por favor, interpretemos correctamente estos verbos: «Dios habla a su pueblo» «Cristo sigue anunciando el Evangelio» en tiempo presente, tal como la Iglesia nos lo enseña. No es que Dios habló o Cristo anunció; sino que Dios habla ahora a su pueblo y Cristo sigue anunciando ahora el Evangelio por la humanidad supletoria de otros hombres que lo hacen presente sacramentalmente. «Cristo está presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica” (SC 7). Y refiriéndose a la lectura de la Palabra, lo expresa claramente: «Cristo está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla” (SC 7). «Así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena, hace que habite en ellos intensamente la Palabra de Cristo (cfr. Col 3,16)” (DV 8). Subrayemos la presencia actual y santificadora de la Palabra en los mismos términos del texto: «voz viva del Evangelio» «verdad plena» «habite intensamente la Palabra de Cristo». Y todo esto hace que «las riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia, que cree y ora…» (Ibid). Se quiere dejar bien claro que la predicación no es solo para escuchar, sino que debe llegar a la vida  de los creyentes, «a la vida de la Iglesia».

 

LA HOMILÍA

 

        Es una parte importante de la Liturgia de la Palabra, que expone, «a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana» (SC 52). La homilía se compone, por tanto, de tres elementos principales:

--   Explicación de los textos sagrados y de la doctrina revelada.

-- Iluminación, desde esta explicación, de las necesidades particulares de los oyentes.

-- La homilía conduce a los fieles a penetrar en la liturgia sacramental del misterio que se celebra para que sea un encuentro sacramental con Cristo, que actúa en la liturgia de la Palabra y del Sacramento.

        Como tratamos de homilías festivas y dominicales, conviene tener presente la relación íntima que existe entre la palabra y el sacramento en la misma Eucaristía: «Las dos partes de que de alguna manera consta la Misa, a saber: la liturgia de la Palabra y la Eucaristía, están tan íntimamente unidas, que constituyen  un solo acto de culto» (SC 56). «Por tanto, los fieles, al escuchar la Palabra de Dios, comprendan que las maravillas que le son anunciadas tienen su punto culminante en el misterio pascual, cuyo memorial es celebrado sacramentalmente en la Misa. De este modo, escuchando la Palabra de Dios y alimentados por ella, los fieles son introducidos en la acción de gracias a una participación fructuosa de los misterios de salvación. Así la Iglesia se nutre del pan de la vida tanto en la mesa de la Palabra de Dios como en la del Cuerpo de Cristo» (EM 10).

        En las Eucaristías dominicales y de festivos la liturgia de la Palabra consta ordinariamente de tres lecturas: la primera del Antiguo Testamento, casi siempre en relación con el Evangelio; la segunda, tomada de los escritos de los Apóstoles, casi siempre de las Cartas, y, finalmente, la tercera, de los Evangelios. En la introducción a las lecturas del Misal he seguido especialmente a ACHILE DEGEEST, LA PALABRA DE DIOS, Ed. Mensajero, Bilbao. 

        En la primera mañana de Pascua, el Resucitado se hace presente a los dos que se dirigen desanimados hacia Emaús. La forma con la que el Señor procede se convierte en  norma para la comunidad apostólica: “Comenzando por Moisés y por todos los profetas, les fue declarando cuanto a Él se refería en todas las Escrituras” (Lc 24,27). De esta manera les descubre su presencia en el Antiguo Testamento y así quedó establecido en la Tradición Apostólica. Y aquí es donde entra de lleno la realidad y necesidad de la homilía, que debe servir fielmente a esta dinámica de la Palabra de Dios. Su ministerio es de pura mediación. Por eso el Concilio le pide al predicador que «escuche por dentro» (DV 25) la palabra para que no sea un predicador vacío. Necesitará, por tanto, la lectura y el estudio, pero, sobre todo, la contemplación, porque la palabra tiene que plantarse primero y fructificar en el corazón del que ha de sembrarla en los demás. No puede comprenderla, actualizarla y comunicarla si no la vive, si no la medita. Cuando el pastor encarna la palabra, la actualización, la siembra y la siega van muy unidas.

       

PALABRA Y PROFETISMO

 

        Hoy hacen falta profetas, al estilo de Cristo, que nos prediquen y pronuncien claro y fuerte su Palabra salvadora. Porque no se trata de hablar, de predicar, sino de hablar y predicar la Verdad de Cristo y de su Evangelio. Sobran profetas profesionales y palaciegos, que buscan más agradar a los hombres que a Dios, que no hablan en nombre del Cristo que les envía, sino en nombre propio, tratando de agradar a los que les escuchan. Todos tememos la crítica, la incomprensión, la muerte de nuestra fama. Pero hoy necesitamos esta fuerza del Espíritu de Cristo para hablar claro como Él: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie porque no te fijas en las apariencias” (Mt 22, 16 ).

        Sólo en cristiano se puede ser profeta si uno mira a Cristo y está dominado por su mismo Espíritu, Espíritu Santo de Verdad, que nos hace valientes en confesar su Evangelio, porque con su potencia nos hace humildes, libres interior y exteriormente, y con Él no buscamos nada, no tememos nada, sólo decir la Verdad, predicar a Cristo.

        La Didajé afirma que «el profeta que busca dinero es falso profeta», es decir, no es verdadero profeta de Cristo quien se va buscando a sí mismo más que la verdad de Cristo, quien busca aplausos, agradar a los hombres, escalar, quien no quiere vivir <el escándalo de la cruz> y por eso calla o disimula el mensaje o le quita las aristas que duelen y acusan. Para ser profeta verdadero, apóstol verdadero, para  vivir el mensaje del Evangelio y predicarlo, hay que estar dispuestos a pisar las mismas huellas de Cristo, a morir abandonado por los propios amigos o perseguido por los que son señalados por el mensaje de Dios. Y la verdad predicada y vivida es la única que nos lleva a la religión verdadera, al Dios verdadero, al predicado por Cristo, al Cristo verdadero, que existe y es verdad; no al que cada uno nos inventamos a la medida de nuestras mediocridades y cobardías.

        ¿Por qué no soy un profeta verdadero?  ¿Qué tengo que hacer para ser un profeta convencido? Ser santo, vivir totalmente el mensaje, comer y asimilar totalmente la Palabra: “El que me come vivirá por mí” (Jn 6, 57). Sin esta identificación, sin esta comunión de sentimientos con Cristo, la Palabra llega muy empobrecida al predicador que tiene que transmitirla, y, consiguientemente, al oyente, que tiene que escucharla. Este libro de la Palabra hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: «Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y Él me hizo comer el rollo y me dijo: «Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy.» Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel» (Ez 3,1-3).

        La vivencia mística conoce por experiencia, por amor, viviéndola en su corazón lo que otros conocen sólo por inteligencia, con un conocimiento frío, teórico, sin vida; el que quiera conocer la Palabra para predicarla, el predicador, el profeta verdadero tiene que arrodillarse primero, ha de leer “y comerse el rollo” de la palabra, y cuando le queme el corazón, entonces puede predicarla. Y los que la escuchen serán incendiados en la escucha, los quemará el corazón y la vida.

 

LA RESPUESTA A LA PALABRA

 

        Cuando decimos sí a la Palabra, pero luego pecamos y nos alejamos por un no práctico y real, no pasa nada, absolutamente nada, si nos levantamos y vivimos en conversión permanente, porque nuestra actitud sigue siendo sí.  Si permanecemos así toda la vida, la Palabra sigue siendo siempre eficaz y necesitamos el mensaje, porque alimenta esta conversión permanente hacia Dios, queriendo amarle sobre todas las cosas. Y, viviendo en esta actitud, la gracia y la ayuda de Dios nos irá transformando por su fortaleza. Cuando tratamos de vivir la Palabra, aunque pequemos y caigamos, no pasa nada, “porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt 26, 41). Pero si me instalo y no me levanto y permanezco sin esforzarme en vivir la Palabra, entonces me he inutilizado para la escucha, digo, no, con mi actitud y mi vida a la Palabra y estoy edificando sobre arena movediza, no sobre roca; aunque parezca piedra, será imitación piedra. Lo dice el Señor: “Todo el que oye mis palabras y no  las pone  en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre arena; vinieron las lluvias, vinieron los vientos y se la llevaron…” (Mt 7, 27).

        LA PALABRA es una persona, es JESUCRISTO, su vida y su obra, sus dichos y hechos salvadores. Y Jesucristo es  un mensaje, que  no son un sistema de verdades encerradas en sí mismas, es un mensaje personal o una persona mensajera que nos trae y nos lleva a las Tres Persona de la Santísima Trinidad, principio y fin de todo, tiempo, eternidad, mensaje y final de la Historia de Salvación. 

        Hoy muchos han reducido la predicación de la Palabra a la exposición <homilética> de un conjunto de verdades encerradas en sí mismas o de un código moral sin relación a Jesucristo o de un sistema de verdades religiosas que nos instruyen igual que los sistemas filosóficos; pero no nos llevan al encuentro y vivencia de una Persona, la Única que da sentido al hombre, a la existencia y vida humana, al matrimonio y a la familia, la única que puede salvar este mundo: Jesucristo. El sistema acepta y explica la realidad, el mensaje la asume y quiere transformarla: es historia de Salvación. El marxismo es un mensaje, el cristianismo es un mensaje, porque los dos hablan y trabajan para transformar la realidad; los dos predican una revolución para conseguirlo: uno, la del odio y lucha de clases; el cristianismo, la vida y la palabra de Jesús de Nazareth. Ésta es la originalidad del Evangelio, del cristianismo, es un mensaje de salvación que se dice y se hace en una persona, Jesucristo; esta persona se hace presente por la Palabra y sobre todo, por la Eucaristía, que hace presentes todas las palabras, sentimientos, actitudes y hechos salvadores de Cristo, especialmente su pasión, muerte y resurrección, de forma sacramental.

 

CICLO LITÚRGICO

 

        Es ya conocida por todos la distribución de las Lecturas de la Sagrada Escritura en un ciclo de tres años, que designamos ciclo A, B y C, que forman una unidad de toda la Revelación. Cada uno de los tres años litúrgicos tiene un ritmo teológico particular, que se manifiesta en los Evangelios de los domingos durante el año. El año litúrgico A sigue el Evangelio según San Mateo; el B expone el Evangelio según San Marcos, y en el ciclo C leemos el Evangelio según San Lucas, quedando San Juan para los tiempos de Navidad, Cuaresma y Pascua. Porque la Sagrada Escritura como «ha de ser leída e interpretada con el mismo espíritu con que fue escrita para llegar a penetrar con exactitud el verdadero sentido de los textos sagrados, hay que tener en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura, sin olvidar la Tradición viviente de toda la Iglesia y la analogía de la fe» (DV 12). De esta forma, «en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de dicha esperanza y venida del Señor» (SC 102). La razón es conocer todo el proyecto de Dios a través de la Historia de la Salvación.

        Dice el Vaticano II: «Quiso Dios en su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad por medio de Cristo… En esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos, para invitarlos y recibirlos en su compañía» (DV 2).

        Dios se reveló primero y nos reveló a su Hijo como Palabra creadora del mundo y de los hombres: “Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe” (Jn 1, 3). Y todo fue por amor: “porque Dios es amor”, no existía nada, sólo Dios, y Dios, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de Vida, de Amor, de Felicidad quiso crear a otros seres para hacerlos partícipes de su mismo gozo Esencial y Personal: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó…” (1Jn 4, 10)  primero, añade la lógica del sentido.

        Destrozado este primer proyecto de Dios, el Consejo Trinitario pensó y realizó por el Hijo el segundo, mucho más maravilloso, que hace  blasfemar a la Liturgia de la Semana Santa: «Oh felix culpa», oh feliz pecado…¿Cómo llamar feliz y dichoso al pecado? Pues porque el pecado hizo que Dios nos expresara más infinitamente su amor y su ternura por el hombre, por su Hijo Amado: “… porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor  que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4, 8. 10).

        Y Cristo se encarnó y se hizo Palabra reveladora del proyecto de Dios Amor,  con sus hechos y dichos salvadores: “Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1, 14). ¿Por qué murió Cristo? ¿Por qué le condenaron a muerte? Por predicar la Verdad del Padre sobre el hombre y  por predicar y realizar el proyecto salvador de nuestro Dios Trino y Uno: “que somos hijos de Dios y, si hijos, también herederos, coherederos con Cristo”. Murió por predicar y querer establecer el reino de Dios en el mundo;  el reino de Dios es que Dios sea el único Dios de nuestra vida, abajo todos los ídolos: el <yo>, el dinero, el sexo…; todos los hombres, hermanos; y hacer una mesa grande, muy grande, de hermanos, donde todos se sienten, pero especialmente los que nunca son invitados por el mundo: los pobres, los tristes, los que sufren, los deprimidos, los que nos piden tiempo, humildad, paciencia, afecto, porque lo necesitan y no pueden devolvernos nada a cambio, porque son así de pobres; por eso el mundo no los invita nunca a su mesa, y nosotros tenemos que hacerlo por Dios, porque Dios quiere y porque solamente Él puede amar así y darnos la fuerza para amar de este modo.

        Por esto murió Cristo, porque los poderosos de entonces y de siempre no aceptaron el proyecto del Padre sobre su reino, que empieza ya en la tierra y nosotros tenemos que predicarlo y vivirlo. Murió Cristo por ser profeta verdadero que habla en nombre del Padre, sin enmudecer y sin tergiversar la verdad:     “…desde entonces decretaron darle muerte… los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban cómo podrían matarlo…” (Mc 11, 18).

 

USO DE ESTE LIBRO

 

        Damos material abundante para que cada uno tome las notas que prefiera y elabore sus homilías. Mi intención es esta: te ofrezco estas reflexiones; yo las suelo predicar así, tú predícalas como más te guste y sea tu estilo. El estilo es la persona. Tú escoges las ideas y formas que más adecuadas te parezcan para el auditorio y circunstancias. Y en cuanto al tiempo, ya sabes que la gente no aguanta mucho. Deja algo para otro año.

        También ofrezco Retiros y Meditaciones para los tiempos fuertes del año litúrgico. Puedes comprobarlo rápidamente por el índice del libro.

        Con todo afecto. Que seas un auténtico profeta de Cristo.

 

 

TIEMPO DE ADVIENTO

 

        El tema central del Adviento es la espera del Señor, considerada bajo diversos aspectos. En primer lugar, la espera del Antiguo Testamento, encaminado hacia la venida del Mesías prometido. De ella hablan las profecías que la Liturgia presenta en estos días a la consideración de los fieles para despertar en ellos aquel profundo deseo y anhelo de Dios, que vivió todo el Antiguo Testamento, especialmente los profetas, que se encargaron, por parte de Dios, de mantener esta esperanza en el pueblo fiel.

        Una vez que vino el Mesías prometido, Jesucristo, terminó el Antiguo y empieza el Nuevo Testamento, con la realización de las promesas; se han colmado todas las esperanzas. Y ahora, en esta etapa nueva que vive la Iglesia, debemos vivir y actuar en nuestro corazón y en nuestra vida cristiana esta venida, mientras la historia de la humanidad se dirige a la última venida del Señor, a la parusía, a la venida gloriosa de Cristo, al final de los tiempos.

        Y en esta perspectiva de la primera y segunda venida de Cristo debemos vivir este tiempo de Adviento; con esta visión deben ser escuchadas y meditadas las lecturas de estos días. Por eso, el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera “venida” del Hijo de Dios, y por otra, mira y hace que nos preparemos para la segunda venida, al final de los tiempos. Debemos esperar al Señor en esta Navidad con los deseos y anhelos del Antiguo Testamento, y esta es a su vez la mejor forma de prepararse para su venida gloriosa al final de los tiempos.

        Por eso, el Adviento  siempre debe ser espera confiada y segura de la salvación de Dios y del cumplimiento de sus promesas primeras y últimas, con el nacimiento del Enviado del Padre. Toda nuestra vida cristiana debe ser una mirada continua a estos dos hechos del Adviento, que enmarcan y dan sentido pleno a nuestra existencia humana y cristiana: la Encarnación, que nos salva, y la parusía, que la lleva a su total cumplimiento. Y en ambos sentidos, siempre esperando al Señor, siempre en vigilia permanente con deseos de encuentro.

        La historia de la liturgia de Adviento manifiesta que la asamblea cristiana, al reunirse en este tiempo santo, celebra la venida de Jesús en Belén, la presencia del Señor en su Iglesia, particularmente en las acciones litúrgicas, y la venida definitiva del Rey de la gloria al final de los tiempos. Este hecho de la venida del Señor debe despertar en el cristiano una actitud personal de fe y vigilancia, para que se realice este encuentro personal, objeto principal de la pastoral del Adviento. Las primeras lecturas de los Profetas nos invitan a levantar la mirada hacia la salvación que nos viene de Yahvé en cumplimiento de sus promesas. Las segundas lecturas de las Cartas Apostólicas más que de la venida, hablan de la presencia de Cristo en la Comunidad. Y los Evangelios dirigen la atención hacia la venida escatológica y la venida histórica.

        Para preparar estas venidas necesitamos:

 

-- Actitud de fe.

 

        Por la fe no solamente admitimos un número determinado de verdades sino que llegamos al conocimiento de la presencia misteriosa del Señor en los sacramentos, en su palabra, en la asamblea cristiana y en los creyentes. Sensibilizar nuestra fe es llegar a descubrir a Cristo presente entre nosotros. La vigilancia no debe entenderse solamente como defensa del mal que nos acecha, sino espera confiada y gozosa del Dios que viene a salvarnos. La vigilancia es una actitud de fe que descubre el paso de Dios sobre nuestras vidas. De esta forma la fe nos lleva a vivir el Adviento en una actitud de esperanza.

 

-- Actitud de esperanza.

 

        Esperar no es cruzarse de brazos y quedarse parado hasta que venga el Esperado. Es preparar el camino y prepararnos para salir a su encuentro, porque creemos que vendrá y porque creemos que Él nos salvará. Creemos primero y porque creemos esperamos, trabajamos, preparamos la casa, salimos al encuentro. La esperanza es una virtud dinámica. Diríamos que es el cenit, la cima de la fe y del amor, porque si creemos y amamos no podemos quedarnos parados. Cómo decir que creo en Cristo y le amo y luego no salgo, no me preparo, no deseo el encuentro con Él. Por eso, la esperanza del Adviento me lleva al amor.

 

-- Actitud de amor.

 

        Pensar por las lecturas de este tiempo que Dios viene a mi encuentro, el Dios infinito que no necesita nada del hombre y que solo viene para llenarme de su plenitud, del sentido de la vida, de por qué  vivo y para qué vivo… provoca en mi naturalmente amor hacia esa persona si creo en su misterio. Pensar como dijo Jesús a Nicodemo: “tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo Unigénito para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan la vida eterna”, me lleva naturalmente a amarle y esperarle. Pero para eso, como estoy errado en el camino, necesito la conversión.

 

-- Actitud de conversión.

 

        Por eso, para recibir a un Dios que se humilla y se abaja hasta este extremo: ¡Cumbres abajo! «MONTES  ET OMNES COLLES HUMILIABUNTUR; ET ERUNT PRAVA IN DIRECTA ET ASPERA IN VIAS PLANAS; VENI, DOMINE, ET  NOLI TARDARE»: Todos los montes y colinas serán allanados: Y lo torcido se enderezará y lo escabroso debe allanarse: Ven ya, Señor, no quieras tardar”. Para recibir a este Dios que se hace Niño y se humilla para llegar hasta nosotros… cumbres del orgullo y soberbia humana: ¡abajo! ¡Humillaos, rebajaos ante Dios y los hermanos… que así nos viene el Dios infinito...!

Por eso, al empezar los tiempos fuertes de la liturgia de la Iglesia, necesitamos retirarnos al desierto para hacer oración más intensa, necesitamos un tiempo de retiro espiritual

 

RETIRO DE ADVIENTO

 

        El retiro o desierto espiritual del Adviento es un tiempo más intenso de oración, que lo podemos hacer en el Iglesia, en lugares o casas destinadas a la  oración o en la misma soledad de la naturaleza, solos o acompañados. Para preparar esta venida del Señor, como hemos dicho, necesitamos retirarnos a la oración, hacer un poco de desierto en nuestra vida.

        El Adviento es el recuerdo de aquel duro y largo adviento de siglos, desde Adán hasta la Encarnación del Hijo de Dios, que estuvo invadido por el deseo y anhelo del Salvador prometido. Todo el Antiguo Testamento es espera ansiada del Mesías. Y esto es lo que la Liturgia de estos días quiere suscitar en nosotros. Ésta es la primera actitud  que debemos potenciar y alimentar en nosotros, por la lectura de los Profetas que nos hablan en este tiempo litúrgico.

        El mundo actual no espera a Cristo, no siente necesidad de Cristo. Por eso, no siente necesidad de su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. El mundo actual tiene muchas esperas: espera ganar más dinero, conquistar la técnica, los medios de producción, vivir más años, tener más y más cosas que le llenen y le hagan ser más feliz… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos; pero son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias y salvar a este mundo: Jesucristo.     

        La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos la multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de champán y turrones? Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, en nuestra juventud para que la oriente, en nuestra familia, en el mundo, para que le haga fraterno y habitable? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para prepararnos mejor así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

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Canto de entrada

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Vendrá el Señor con la aurora, Él brillará en la mañana, pregonará la verdad. Vendrá el Señor con su fuerza, Él romperá las cadenas, Él nos dará la libertad.

Él estará a nuestro lado, Él guiará nuestros pasos, Él nos dará la Salvación. Nos limpiará del pecado, ya no seremos esclavos, Él nos dará la libertad.

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Visitará nuestras casas, nos llenará de esperanza, Él nos dará la Salvación. Compartirá nuestros cantos, todos seremos hermanos, El nos dará la libertad.

Caminará con nosotros, nunca estaremos ya solos, Él nos dará la salvación. Él cumplirá la promesa, y llevará nuestras penas, Él nos dará la libertad.

 VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR, VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

“Mirad a vuestro Dios que viene en persona.... El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará el páramo y la estepa....” (Is 35,1-2)

DIOS MÍO, VEN EN MI AUXILIO,

SEÑOR, DATE PRISA EN SOCORRERME.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 62, 2-9

 

EL ALMA SEDIENTA DE DIOS

(Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas).

 1.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres».

 

Salmo 64, 2-12


Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,

mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario

viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre.

 

1.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres».

 

2.- Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

 

Oh Dios, tú mereces un himno en Sión,

y a ti se te cumplen los votos,

porque tú escuchas las súplicas.

 

A ti acude todo mortal,

a causa de sus culpas;

nuestros delitos nos abruman,

pero tú los perdonas.

 

Con portentos de justicia nos respondes,

Dios, salvador nuestro;

tú, esperanza del confín de la tierra

y del océano remoto.

 

Tú, que afianzas los montes con tu fuerza,

ceñido de poder;

tú que reprimes el estruendo del mar,

el estruendo de las olas

y el tumulto de los pueblos.

 

Los habitantes del extremo del orbe

se sobrecogen ante tus signos,

y a las puertas de la aurora y del ocaso

las llenas de júbilo.

 

Tú cuidas de la tierra, la riegas

y la enriqueces sin medida;

la acequia del Señor va llena de agua,

coronas el año con tu bienes.

Gloria al Padre.

2.- Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

3.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres.»

 

Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.

 

 

La piedra que desecharon los arquitectos

es ahora la piedra angular.
es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

 

Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.

Ordenad una procesión con ramos
basta los ángulos del altar.

 

Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.

 

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia

 

3.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres.»

 

 

LECTURA BREVE (Is 45,8)

Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia.

 

RESPONSORIO BREVE

R. Sobre ti, Jerusalén, * Amanecerá el Señor.// Sobre ti,

V. Su gloria aparecerá sobre ti. *Amanecerá el Señor.

Gloria al Padre. *Sobre ti.

 

Benedictus, ant. «Aguardaré al Señor, mi salvador, y esperaré en Él mientras se acerca. Aleluya».

 

Benedictus Lc 1, 68-79
El Mesías y su Precursor

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,

suscitándonos una fuerza de salvación

en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo

por boca de sus santos profetas.


Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,

arrancados de la mano de los enemigos,

le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

 

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,

porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,

el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

nos visitará el sol que nace de lo alto,

para iluminar a los que viven en tinieblas

y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre.

 

Ant. «Aguardaré al Señor, mi salvador, y esperaré en Él mientras se acerca. Aleluya».

 

PRECES

 

Invoquemos confiados a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios, cuyo gozo es estar con los hijos de los hombres, y digámosle: Quédate junto a nosotros, Señor.

 

Señor Jesucristo, que nos has llamado al reino de tu luz,
— haz que nuestra vida sea agradable a Dios Padre.

 

Tú que, desconocido por el mundo, has acampado entre nosotros,
— manifiesta tu rostro a todos los hombres.

 

Tú que estás más cerca de nosotros que nosotros mismos,
— fortalece nuestros corazones con la esperanza de la salvación.

 

Tú que eres la fuente de toda santidad,

— consérvanos santos y sin tacha hasta el día de tu venida.

 

Padre nuestro.

                       

Oración

Señor, Dios todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, que va a nacer, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta Él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su salvación. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

 

Canto final

 

LA VIRGEN SUEÑA CAMINOS, está a la espera; la Virgen sabe que el Niño está muy cerca. De Nazaret a Belén hay una senda; por ella van lo que creen en las promesas

 

LOS QUE SOÑÁIS Y ESPERÁIS LA BUENA NUEVA, ABRID LAS PUERTAS AL NIÑO, QUE ESTÁ MUY CERCA. EL SEÑOR CERCA ESTÁ, ÉL VIENE CON LA PAZ. EL SEÑOR CERCA ESTÁ, ÉL TRAE LA VERDAD.

 

EN ESTOS DÍAS DEL AÑO, el pueblo espera, que venga pronto el Mesías a nuestra tierra. En la ciudad de Belén, llama a las puertas, pregunta en las posadas y no hay respuesta.

 

LOS QUE SOÑÁIS Y ESPERÁIS LA BUENA NUEVA, ABRID LAS PUERTAS AL NIÑO, QUE ESTÁ MUY CERCA. EL SEÑOR CERCA ESTÁ, ÉL VIENE CON LA PAZ. EL SEÑOR CERCA ESTÁ, ÉL TRAE LA VERDAD.

 

 

 

PRIMERA MEDITACIÓN

 

(Ver otras Meditaciones de Adviento en mis libros: ARDÍA NUESTRO CORAZÓN, ciclo A y C)

 

CONTEMPLACIÓN DE ADVIENTO

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- «PROPE EST JAM DOMINUS»; «JERUSALEM, GAUDE GAUDIO MAGNO, QUIA VENIET TIBI SALVATOR, ALLELUIA»: «El Señor está ya cerca; alégrate, Jerusalén, con gozo grande, porque vendrá a ti el Salvador, aleluya»: Así canta la Liturgia de estos días.  Así  quiere nuestra Madre la Iglesia que nos preparemos para recibir al Señor, que viene de nuevo para vivir con nosotros, los hombres del siglo XXI, su entrada salvadora en el mundo.

        La Iglesia quiere que todos nos preparemos para este encuentro; quiere que nadie falte a esta cita por falta de fe, de esperanza o de amor. Venid todos, mayores y pequeños, de todos los colores y nacionalidades, y adoremos al Señor. Para eso celebra este tiempo del Adviento, de espera gozosa del Dios que viene a salvarnos. Esta es la gran esperanza de la Iglesia, de la Santísima Trinidad, que nos envía lo que más quiere, nos envía al Hijo Amado, para que le explique al hombre su nuevo proyecto, una re-creación nueva, llena de amor infinito, que le recupere totalmente para Dios y lo saque del camino errado, de una vida sin sentido, alejada de la Salvación, y lo lleve a la vida  de plenitud de amistad divina y felicidad para la que fue creado.

 

        «VENIET  DOMINUS ET NON TARDABIT, UT ILLIMINET ABSCONDITA TENEBRARUM, ET MANIFESTABIT SE AD OMNES GENTES, ALLELUIA». «Vendrá el Señor y no tardará, para iluminar lo escondido por las tinieblas y se manifestará a todas las gentes, aleluya».      Llenos de alegría salgamos a recibirlo, pero debidamente preparados. Para eso, como nos dicen las Lecturas de estos días, debemos hacerlo: a) Rellenando baches;  b) Allanando cumbres; c) Enderezando las veredas y caminos; d) Suavizando asperezas.

       

        2.-Le sobran a la Iglesia deseos de que venga el Señor, de que llegue la hora, por tanto tiempo suspirada, de su nacimiento en el mundo y en cada uno de nosotros. Por eso cantamos continuamente en estos días, en eco que perdura desde los tiempos y la espera mesiánica, manifestando nuestro deseo que venga a cada uno de nosotros el Enviado por el Padre para salvarnos: «RORATE, COELI DESUPER Y NUBES PLUANT JUSTUM: APERIATUR TERRA, ET GERMINET SALVATOREM» «Enviad, cielos, vuestro rocío, y que las nubes lluevan al Justo: que se abra la tierra y germine el Salvador».

        Pero el mismo pueblo de Dios, la misma Iglesia, al verse tan pobre y deficiente, tan llena de miserias, de pecados, de baches y desniveles por los pecados de sus hijos, añade llorando: «No te enfades, Señor, no te acuerdes ya más de nuestras iniquidades. Mira que la Ciudad Santa ha quedado desierta, desierta está Sión, desolada Jerusalén, la casa de tu santidad y de tu gloria, donde te alabaron nuestros padres. Rociad, Cielos, rociad. ¡Oh nubes ¡ lloved al Santo. Hemos pecado y nos hemos hecho como inmundos gentiles y hemos caído como una hoja que arrebata el viento; nuestras maldades nos han arrastrado como a las hojas el vendaval y  Tú, Señor, nos has escondido tu rostro y nos has estrellado contra el poder de nuestros enemigos. Rociad, Cielos, rociad. Oh nubes, lloved al Santo».

        Conmovido el Señor antes estos ruegos, levanta el ánimo de sus hijos ungidos de lágrimas, y les dice: «Consuélate, anímate, pueblo mío, ya se acerca tu salvación. ¿Por qué te consumes de tristeza? Ya que el dolor te llegó a lo vivo, yo te salvaré; no temas, porque yo soy el Señor tu Dios, el Santo de Israel, tu Redentor».

 

        3.- «JUSTE Y PIE VIVAMUS, EXSPECTANTES BEATAM SPEM ET ADVENTUM DOMINI». «Vivamos con santidad y justicia, esperando la dichosa espera y venida del Señor». Con estas palabras, nos hace ver la Iglesia los desniveles, los desatinos, los desvíos que hemos tenido en este caminar a la casa del Padre; arrepintámonos sinceramente de nuestra vida pecadora, de vivir esta vida sin ilusiones de cielo, una vida llena de rutina y migajas de criaturas, y de tanto hacer y esperar y esperar sin esperar al Único que nos puede salvar de nuestras mediocridades y limitaciones, al Niño que nos va a nacer, a este Cristo que nos trae la verdadera salvación y dimensión del hombre, hecho para la hartura de la divinidad, y tan hambriento actualmente por tantas migajas de criaturas, que no llenan, sino que más bien nos producen y llenan de vacíos y faltas de sentido para vivir y trabajar con miradas de eternidad y trascendencia.

        Este Hijo del Padre, este Niño viene para alimentar nuestra única esperanza, la de lo infinito, la del Dios, del Bien y de la Verdad y Felicidad y Plenitud Absolutas, porque Él es la revelación del amor invisible del Padre y naciendo y haciéndose carne, hace sensible y corporal y presente la Benignidad y la Misericordia del Padre, del Dios Amor, que no puede dejar de amar al hombre porque su esencia es amar, es Trinidad, es Familia, es Abrazo, y si deja de amar, de ser familia divina, deja de existir.

       

        4.- «ERUNT PRAVA IN DIRECTA ET ASPERA IN VÍAS PLANAS: VENI, DOMINE, ET NOLI TARDARE». «Lo torcido se enderezará y lo escabroso se allanará: Ven ya, Señor, y no quieras tardar».

        A los pies de este Niño que nos va a nacer, hasta los que no lo conocen, hasta sus enemigos, pensando en guerrillas y países no cristianos, deponen en estos días los odios y las armas. Al menos es una tregua. Quitemos del camino todo lo que obstaculice nuestro encuentro y abrazo con Él. Porque la Navidad es, debe ser fundamente un encuentro de amor con el Dios Amigo. Poned flores de amor y comprensión y perdón a los hermanos en el camino, poner alfombras de humildad y de conversión, que viene el Príncipe de la Paz y no quiere otras alfombras en su carrera. Se ha abajado, se ha humillado. Imitémosle. Nosotros lo alabamos y adoramos y le decimos llenos de gozo con San Pablo a los Efesios: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió, en la persona de Cristo, antes de la creación del mundo, por pura iniciativa suya, para que fuéramos santos y inmaculados en el amor para alabanza de su gloria. En Él hemos obtenido, por medio de su sangre, la redención y el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia, que ha prodigado sobre nosotros con toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el Misterio de su voluntad, que por pura gracia, se propuso realizar en Él en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra” (Efe 1,3-12).

       

        5.- !Seréis como dioses! Dijo el maligno disfrazado de serpiente en el paraíso a nuestros primeros padres Adán y Eva. Y arrojados del paraíso de la amistad con Dios,  -- que bajaba todas las tardes a hablar con el hombre, --  y haberse atrevido a comer del árbol del bien y del mal, -- como seguimos haciendo muchas veces nosotros, -- esto es, por haber querido ellos hacer de dios y haber decidido, por insinuación del maligno, cuál es lo que está bien y lo que está mal, sin obedecer a Dios que es quien nos asegura lo bueno y lo malo, el Hijo, viendo entristecido al Padre, porque su plan y su amistad con el hombre se había roto, se ofrece ante la Santísima Trinidad como ofrenda y sacrificio de salvación para todos los hombres:  “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” (Hebr 10,7 ).

        Y para recobrar la amistad perdida y superar las distancias entre Dios y los hombres, el Hijo se hace hombre y atraviesa todos los obstáculos y barreras entre el Creador y la criatura finita: “Buscando mis amores, iré por esos sotos y riberas, ni cogeré las flores, ni temeré las fieras y pasaré los fuertes y fronteras”.  No viene en plan de turismo a la tierra, a recibir honores y alabanzas, sino todo lo contrario, tiene que sufrir pobreza y persecución desde el primer momento, y luego, por no temer a las fieras, esto es, por ser profeta verdadero que dice la verdad y no teme la reacción de los que no quieren aceptar su persona y mensaje, los hombres acabarán con Él por predicar que Dios los ama y por exigir a Dios la obediencia perdida por Adán y Eva.

        Todo fue por amor loco y apasionado. Meditemos un poco, queridos hermanos, qué le puede dar el hombre a Dios que Él no tenga? , ¿Qué puede necesitar Dios del hombre? ¿Qué puede buscar Dios en el hombre que le haga más grande? El Dios infinito se hace hombre para hacernos más semejantes a Él, para hacernos hijos suyos, para salvarnos a todos, para ser un amigo del hombre e introducirnos en su intimidad. Y se hace un niño, se hace pobre, pequeño, un paisano y aldeanito. Y el critiano, pesar de todas las Navidades, todavía no ha comprendido todo el amor que hay en el Niño que nos nace, por falta de silencio meditativo del misterio, que le haga mirar al Niño que nos nace y le aumente su fe y amor en È. ¡Qué ligereza de corazón, que superficialidad en la celebración de los misterios del amor de Dios, qué poca sensibilidad, qué sensibles somos para todo lo nuestro, para nuestros afectos y desprecios, qué poco sentimos los de Dios! Cómo hacemos y decimos cosas de Dios pero a veces nos aburre la contemplación directa de Dios, el silencio y el desierto con Dios, el diálogo y encuentro de tú a tú con Dios, sin mediaciones de liturgias y acciones que llamamos apostolado…

       

        6.- Por eso, para recibir a un Dios que se humilla y se abaja hasta este extremo: ¡Cumbres abajo! «MONTES  ET OMNES COLLES HUMILIABUNTUR: ET ERUNT PRAVA IN DIRECTA ET ASPERA IN VIAS PLANAS: VENI, DOMINE, ET  NOLI TARDARE»: Todos los montes y colinas serán allanados: Y lo torcido se enderezará y lo escabroso debe allanarse: Ven ya, Señor, no quieras tardar. Para recibir a este Dios que se hace Niño y quiere humillarse para llegar hasta nosotros… cumbres del orgullo y soberbia humana, no se lo impidais ¡abajo! Humillaos, rebajaos ante Dios y los hermanos… que así nos viene el Dios infinito...! Cumbres, abajo! Frente a un Dios que nos nace niño, necesitando de todos los cuidados de hombre y de infante, dice mal tanta soberbia de espíritu en nosotros que creemos ser más hombres en la medida en que creemos necesitar menos de los hombres y hasta del mismo Dios infinito, esto es, en la medida nuestras riquezas intelectuales, cargos, aspiraciones humanas, dineros, títulos y consumismos de todo tipo.  Si Dios se abaja, el camino para encontrarnos con Él siempre será la humildad, dejar tanto orgullo, que nos llena de nosotros mismos y nos vacía de Dios y de su gracia, sin poder así sentir la plenitud de la divino, de la fe, esperanza y caridad verdaderas, de la fuerza y presencia de Dios. El Camino, que el Hijo de Dios y Amigo de los hombres sigue para llegar hasta nosotros, es el que nosotros tenemos que emplear hasta subir hasta Él, porque Él es ese camino, Él es “el camino, la verdad y la vida”.

       

        7.- «DEUS HUMILIA RESPICIT ET ALTA A LONGE CONSPICIT»: «Dios se agacha hasta el hombre humilde y mira de lejos a los soberbios»; Dios se inclina desde la altura y se reclina en la carne humana para mirar de cerca y con cariño a los humildes, y se encumbra para mirar de lejos y con indignación a los soberbios.

        «PROPE EST JAM DOMINUS, VENITE, ADOREMUS ET PROCEDAMUS ANTE EUM»: «El Señor ya está cerca, venid, adoremosle y postrémonos ante Él». Así de rodillas, adoremos a Dios que ya se acerca. Pero si nosotros estamos de rodillas también deben estar nuestros criterios, nuestras actitudes, nuestros pensamientos, nuestros afectos, toda nuestra vida; al fin y al cabo, la genuflexión es un gesto que manifiesta la disposición interna que tenemos dentro; al ponernos de rodillas, ponemos también de rodillas y en estado de adoración toda nuestra vida, nuestro ser y existir, con todo lo que lleva consigo. Al ponernos de rodillas de verdad ante Dios, le decimos: Dios, Tu eres lo absoluto y lo primero de mi vida; quiero ponerlo todo de rodillas, a tus pies, adorarte, reconocerte como el amor primero y esencial de mi vida, queremos amarte con todas nuestras fuerzas, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma; abajo todos los ídolos, todas las idolatrías que nos esclavizan porque vivimos todo el día para ellas, estamos todos los momentos del día pensando en ellas y dándoles culto, tánto culto a ídolos y al propio yo que nos vacían de de ti, Dios santo, y nos impiden el amor y plenitud y vivir en amistad total y sentida contigo, nos vacían del sentido verdadero en nuestro ser y existir.

        8.- «ERUNT PRAVA IN DIRECTA»: «las vías torcidas deber enderezarse». Nuestras vidas deben coger la única vereda, la recta, que nos lleva a Dios, por el que fuimos y para el que fuimos creados: «Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti» (San Agustín). Hablando de la vida humana cantó el poeta: «Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir»: Y cantando de esta manera la vida, no sólo reflejaba la brevedad de la vida; sino el final de todo los ríos de las vidas humanas en el océano infinito y quieto de pura eternidad de ser y de vida de Dios.

        Como los ríos van rectos a la mar, que los llama con gemidos maternales, así también nuestras vidas sólo tienen una dirección y una desembocadura: un Dios Amor, Trino y Uno, Familia de Padre, de Hijo y de hijos en el Hijo en su mismo Amor-Espíritu Santo. Un Dios que nos espera porque hemos salido de El, que es Amor, porque hemos salido de su amor, “... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4, 7-11 verlo).

         Porque esto es la Navidad; esto es y significa la vida cristiana: Es un adviento continuo de encuentro de amistad con Dios, que está viniendo continuamente en todos los acontecimientos de nuestra vida, porque nos amó «primero» y nosotros tenemos que responderle con el mismo Amor, con amor del Hijo Amado, del Verbo de Dios, que es su Espíritu Santo; tenemos que subir hasta Él por el camino que ese Niño que nos sale al encuentro, porque nos ama gratuitamente y quiere ser nuestro hermano, quiere hacernos y que seamos por Él hijos en el Hijo Encarnado. Este niño viene, en definitiva, porque quiere meternos con Él en el seno del Padre, donde Él es eternamente Hijo amado, con amor y ternura y fuego infinito de Espíritu Santo.

       

        9.- Este adviento, esta espera de la Navidad es sólo un paso más, pero necesario, hasta el encuentro definitivo. Por eso no podemos equivocarnos, ni coger caminos torcidos, ni ser soberbios y engreídos, ni entretenemos con consumismos vanos, porque hay un Dios que nos está esperando desde toda la eternidad: de ahí los evangelios que nos hablan estos días del adviento final, del día último, de la venida en gloria del Dios infinito para recoger a todos sus hijos; para eso, en definitiva viene y nace este Niño, necesitado de cariño y de compañía, que estácon los brazos tendidos, para provocar esta amistad y darnos su salvación.

        Todo pecado, todo amor propio a uno mismo por la soberbia, avaricia, lujuria, ira…es rechazar y despreciar el abrazo de Dios, para recibirlo de las criaturas, de nosotros mismos, de preferirnos a nosotros mismo al abrazo de Dios. Y al no abrazar a Dios con nuestra vida, con nuestros criterios y actitudes, no podemos sentir lógicamente ni experimentar que Dios existe y nos ama, que Dios viene en mi busca y únicamente quiere decirme que se encarna por mí, y que si viene y hay Navidad es que Dios ama al hombre y no se olvida del hombre, quiere enseñarme que Dios tiene un proyecto de eternidad bienaventurada para cada uno de nosotros en su misma esencia divina, que es su misma felicidad de Dios Trino y Uno. Y esto es verdaderamente la Navidad, y esto es lo que Dios busca y quiere para nosotros en el Hijo que nos envía, y estos son los actos de fe y de amor y de esperanza verdaderos que tenemos que hacer y para esto es este tiempo santo de Adviento y no tengamos otros advientos y esperas que pueden hacer que no sea verdaderamente Navidad en nuestra vida. De este encuentro, de esta amistad, de esta Navidad y de este adviento nos alejamos nos alejamos siempre que no amamos a Dios sobre todas las cosas, siempre que nos preferimos a los demás y no queremos reconocer  lo bueno y las cualidades y los derechos de los demás. !Qué caminos y  conductas tan tortuosas a veces en nuestras vidas!  Todas las veces que Dios no deseado y buscado como lo primero en nuestra vida.

 

        10.- Jesús se encarna y nace entre nosotros porque Él es el Camino recto hasta el Padre, y la Verdad completa, y la Puerta de entrada en la Santísima Trinidad, en la amistad con Dios, en la Salvación eterna. Y me pregunto: ¿Cómo podremos llegar hasta Él nosotros, si nuestras intenciones son torcidas y el  corazón está lleno de rencores, cuando nuestras miradas son  indiferentes y nubladas, cómo podremos salir a recibirle así, sin cambiar un poco en esta Navidad, ensayo de la Navidad Eterna?

        «ERUNT PRAVA IN DIRECTA» Hay que rectificar y enderezar nuestros odios y rencores, porque con ellos en el alma, Cristo no puede nacer en nuestro corazón y no habrá Navidad; porque aunque Cristo nazca mil veces, si no nace en nuestro corazón, en nuestro interior, todo habrá sido inútil, no habrá Navidad cristiana, sino pagana, esto es, navidad de champán y turrones. El Niño que nos nace es el Príncipe de la paz, del amor, de la caridad fraterna, del “amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

        Queridos hermanos, seamos los topógrafos de nuestro propio corazón, de nuestra alma, de nuestro interior; descubramos las colinas y baches y caminos torcidos de nuestro corazón, que hay que enderezar; tiremos una línea recta hacia este Niño, que es Dios que viene a nuestro encuentro, por el camino de la oración, que es el primero y fundamental encuentro personal con Él; por la vía llana de la humildad, que rebaja nuestra soberbia; por el camino recto del perdón que endereza el amor recto hasta los hermanos, por la vida de gracia del Amor y Ternura de Dios que viene a compartirla con el hombre.

        Por la oración contemplativa descubrimos, se nos manifiesta, se nos descubre y se nos presenta el mismo Dios y vemos que Dios existe y es verdad. Y este Niño es la prueba y la verdad del amor infinito del Dios que me amó primero, y por eso existo, si existe es que Él me ama y me ha preferido a millones y millones de seres que no existirán nunca y si existo es que Él me ha destinado a compartir su misma felicidad eterna con Él. Como topógrafos de nuestros caminos y carreteras para ir a Dios, no hay más Camino y Verdad y Vida que este Niño; y como ya viene y le estamos esperando, porque estamos en tiempo de espera y de Adviento, --  a ver si resulta que estamos en Adviento, pero no vivimos el Adviento, no vivimos en la espera de Dios… enderecemos caminos, allanemos montañas, elevemos hundimientos, para que no haya impedimentos y tropiezos que impidan la venida del Señor hasta nosotros;  perdonemos de corazón; sonriamos y perdamos tiempo con los inoportunos de turno; miremos con una sonrisa a la gente; acordémonos de los padres, los tíos ancianos y enfermos, los vecinos y, sobre todo, seamos amables con los que no pueden darnos nada, porque son pobres.


        11.- En son de paz viene Jesús. Paz al mundo y a los hombres cantan los ángeles al nacer este Niño;  paz respiran los pastores y paz respiran todos los que le rodean. A los pies de este Niño, que es el Príncipe de la Paz, los mayores enemigos han depuesto las armas, y han suavizado sus asperezas. Hasta los que no le conocen palpan en la atm6sfera que en estos días debe reinar la paz, y cantan en las trincheras canciones de paz. Si así se portan los que no esperan Cristo, los que no celebran el adviento cristiano, qué debemos hacer nosotros, los que esperamos al Príncipe de la paz, a nuestro Dios. Salgamos todos a esperarle, enlazando los brazos, pero sobre todo uniendo nuestros corazones. Se acaben, al menos en estas fiestas, los odios añejos y las contiendas reprimidas. Son días de Amor, perdón y de paz.

12.- «APERAS IN VIAS PLANAS». Quitemos del camino los obstáculos que impiden este abrazo, este encuentro con Cristo, que místicamente vuelve a nacer para los hombres del siglo XXI. Poned flores de comprensión y perdón en el camino, porque  viene el Príncipe de la Paz, del amor, y no quiere otra alfombra en su carrera.

        El grito «Ven, Señor Jesús» pervive en el corazón de la Iglesia y atraviesa los siglos, a veces sereno y claro, como en un gran coro; otras veces blando y callado, aparentemente ahogado por el ruido del mundo y el estruendo de la historia universal; siempre empero, penetrándolo imperceptiblemente todo. Un día se lo cuenta a otro día, como reza el salmo, y una noche da a otra la noticia, entonces «se alegrarán los cielos, la tierra saltará de regocijo, los árboles aplaudirán a la venida del Señor, cuando venga a ser Rey, soberano del mundo».

 

SEGUNDA MEDITACIÓN:

 

3. Dijo, pues, María al ángel: “¿Cómo se hará esto, porque yo no conozco varón?” Primero, sin duda, calló como prudente, cuando todavía dudosa pensaba entre sí qué salutación sería ésta, queriendo más por su humildad no responder que temerariamente hablar lo que no sabía.

        Pero ya confortada y habiéndolo premeditado bien, hablándola a la verdad en lo exterior el ángel, pero persuadiéndola interiormente Dios (pues estaba con ella según lo que dice el ángel: “El Señor es contigo”); así, pues, confortada, expeliendo sin duda la fe al temor, la alegría al empacho, le dijo al ángel: “¿Cómo se hará esto, porque yo no conozco varón?

        No duda del hecho, pregunta acerca del modo y del orden; porque no pregunta si se hará esto, sino cómo. Al modo que si dijera: sabiendo mi Señor que su esclava tiene hecho voto de no conocer varón; ¿con qué disposición, con qué orden le agradará que se haga esto?

        Si su Majestad ordena otra cosa y dispensa en este voto para tener tal Hijo, alégrome del Hijo que me da, mas duéleme de que se dispense en el voto; sin embargo, hágase su voluntad en todo; pero, si he de concebir virgen y virgen también he de dar a luz, lo cual, ciertamente, si le agrada, no le es imposible, entonces verdaderamente conoceré que miró la humildad de su esclava.

        “¿Cómo, pues, se hará esto, porque yo no conozco varón?” Y respondiendo el ángel, le dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Había dicho antes que estaba llena de gracia; pues ¿cómo dice ahora: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra” ¿Por ventura podía estar llena de gracia y no tener todavía al Espíritu Santo, siendo Él el dador de las gracias? Y si el Espíritu Santo estaba en ella, ¿cómo todavía se le vuelve a prometer como que vendrá sobre ella nuevamente?         Por eso acaso no dijo absolutamente vendrá a ti, sino que añadió sobre; porque, aunque a la verdad primero estuvo con María por su copiosa gracia, ahora se la anuncia que vendrá sobre ella por la más abundante plenitud de gracia que en ella ha de derramar.

        Pero, estando ya llena, ¿cómo podía caber en ella aquello más? Y si todavía puede caber más en ella, ¿cómo se ha de entender que antes estaba llena de gracia? Acaso la primera gracia había llenado solamente su alma, y la siguiente había de llenar también su seno; a fin de que la plenitud de la Divinidad, que ya habitaba antes espiritualmente en ella, como en muchos de los santos, como en ninguno de los santos comenzase a habitar en ella también corporalmente.

 

8. Oíste, ¡oh Virgen!, el hecho; oíste el modo también; lo uno y lo otro es cosa maravillosa, lo uno y lo otro es cosa agradable. “Gózate, hija de Sión; alégrate, hija de Jerusalén”. Y pues a tus oídos ha dado el Señor gozo y alegría, oigamos nosotros de tu boca la respuesta de alegría que deseamos para que con ella entre la alegría y el gozo en nuestros huesos afligidos y humillados.   

        Oíste, vuelvo a decir, el hecho, y lo creíste; cree lo que oíste también acerca del modo. Oíste que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que le envió.

        Esperamos también nosotros, Señora, esta palabra de misericordia, a los cuales tiene condenados a muerte la divina sentencia, de que seremos librados por tus palabras. Ve que se pone entre tus manos el precio de nuestra salud; al punto seremos librados si consientes. Por la palabra eterna de Dios fuimos todos criados, y con todo eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para no volver a morir.

        Esto te suplica, ¡oh piadosa Virgen!, el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Esto Abraham, esto David con todos los santos Padres tuyos, los cuales están detenidos en la región de la sombra de la muerte; esto mismo te pide el mundo todo postrado a tus pies. Y no sin motivo aguarda con ansia tu respuesta, porque de tu palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salud, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo vuestro linaje.

        Da, ¡oh Virgen!, aprisa la respuesta. ¡Ah! señora, responde aquella palabra que espera la tierra, que espera el infierno, que esperan también los ciudadanos del cielo. El mismo Rey y Señor de todos, cuanto deseó tu hermosura, tanto desea ahora la respuesta de tu consentimiento; en la cual sin duda se ha propuesto salvar el mundo. A quien agradaste por tu silencio agradarás ahora mucho más por tus palabras, pues Él te habla desde el cielo diciendo ¡Oh hermosa entre las mujeres, hazme que oiga tu voz! Si tú le haces oír tu voz, El te hará ver el misterio de nuestra salud.

        ¿Por ventura no es esto lo que buscabas, por lo que gemías, por lo que orando días y noches suspirabas? ¿Qué haces, pues? ¿Eres tú aquella para quien se guardan estas promesas o esperamos otra? No, no; tú misma eres, no es otra.         Tú eres, vuelvo a decir, aquella prometida, aquella esperada, aquella deseada, de quien tu santo padre Jacob, estando para morir, esperaba la vida eterna, diciendo “Tu salud esperaré, Señor”. En quien y por la cual Dios mismo, nuestro Rey, dispuso antes de los siglos obrar la salud en medio de la tierra.         Por qué esperarás de otra lo que a ti misma te ofrecen? ¿Por qué aguardarás de otra lo que al punto se hará por ti, como des tu consentimiento y respondas una palabra? Responde, pues, presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por el ángel; responde una palabra y recibe otra palabra; pronuncia la tuya y concibe la divina; articula la transitoria y admite en ti la eterna. ¿Qué tardas? ¿Qué recelas? Cree, di que sí y recibe.

        Cobre ahora aliento tu humildad y tu vergüenza confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En sólo este negocio no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es agradable la vergüenza en el silencio, pero más necesaria es ahora la piedad en las palabras.

        Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. ¡Ay si, deteniéndote en abrirle, pasa adelante, y después vuelves con dolor a buscar al amado de tu alma! Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.      “He aquí, dice la Virgen, la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

11. Esto sin duda entendió la Virgen prudente, cuando, al anticipado don de la gratuita promesa, juntó el mérito de su oración diciendo: “Hágase en mí según tu palabra”. Hágase en mí del Verbo según tu palabra; el Verbo, que en el principio estaba en Dios, hágase carne de mi carne según tu palabra. Hágase en mí, suplico, la palabra, no pronunciada que pase, sino concebida que permanezca, vestida ciertamente no de aire, sino de carne. Hágase en mí no sólo perceptible al oído, sino también visible a los ojos, palpable a las manos, fácil de llevar en mis hombros. Ni se haga en mí la palabra escrita y muda, sino encarnada y viva; esto es, no escrita en mudos caracteres, en pieles muertas, sino impresa vitalmente en la forma humana en mis castas entrañas, y esto no con el rasgo de una pluma, sino por obra del Espíritu Santo.

        Para decirlo de una vez, hágase para mí de aquel modo con que para ninguno se ha hecho hasta ahora antes de mí y para ninguno después de mí se ha de hacer. De muchos y varios modos habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por sus profetas, y también se hace mención en las Escrituras de que la palabra de Dios se hizo para unos en el oído, para otros en la boca, para otros aun en la mano; pero yo pido que para mí se haga en mi seno según tu palabra.

        No quiero que se haga para mí o predicada retóricamente, o significada figuradamente o soñada imaginariamente, sino inspirada silenciosamente, encarnada personalmente.        El Verbo, pues, que ni puede hacerse en sí mismo ni lo necesita, dígnese en mí, dígnese también para mí ser hecho según tu palabra. Hágase desde luego generalmente para todo el mundo, pero hágase para mí con especialidad según tu palabra.

 

 

TERCERA MEDITACIÓN

 

VIVIR EL ADVIENTO CON MARÍA

 

        QUERIDOS HERMANOS: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil; el Adviento no ha existido en nosotros. Cristo viene todos los años, litúrgica y sacramentalmente, a nuestro encuentro en este tiempo de Adviento, si no salimos a esperarle, no puede haber encuentro de gracia y salvación con Él. La Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana. Y así lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad».

        Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos. Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos, para iluminarnos del verdadero concepto de hombre, mujer, familia, matrimonio, sentido de vida humana. Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia y lo canta y reza por nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven que te esperamos, ven pronto y no tarde más».

        Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como dije antes, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo. Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por la televisión y los medios, debemos recogernos en silencio de ruidos mundanos ahora para meditar los textos sagrados. Para eso estamos reunidos aquí y no podemos dejar pasar esta oportunidad que el Señor nos ofrece.

        ¿Por dónde vendrá Cristo esta Navidad?  Si yo tengo que salir al encuentro de mi hijo o de una persona, si yo quiero llegar a Madrid, tengo que ir por una carretera distinta que si voy a Salamanca. ¿Por qué caminos tengo que esperar a Cristo en este tiempo de Adviento, para que nazca en mi corazón o para que aumente su presencia de amor?

        En este tiempo de Adviento la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

 

1.- POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO MARÍA

        La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas. Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte, confirmándole que era verdad todo lo que decía, ya que no estaba bien que tan niño empezara haciendo milagros; así que una parte del Magnificat se la debemos a Él. Por otra parte,  no sería bueno para nosotros, que tenemos que recorrer a veces este camino, con frecuencia duro y seco aparentemente de fe, esperanza y amor,  sin ver ni sentir nada, que es la oración. María nos invita a entrar en clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano.

Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque hay villancicos y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica carece de alma.

        La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en espíritu y verdad”.

        Para demostrar esta verdad bastaría leer la definición de Santa Teresa sobre la oración: «Que no es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama» (V 8,5). Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

        Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, Ael que nos ama@ nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así como la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

        Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;@ ANadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

        Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación:  que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan.

 Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

        Ya no podemos renunciar a este proyecto, porque si existimos, ya no dejaremos de existir; los que tenemos la dicha de vivir, ya no moriremos, somos eternidad, aquí nadie  muere ya, somos eternidad iniciada en el tiempo para fundirse en la misma eternidad de Dios Trino y Uno. De aquí la gravedad de no encontrarnos con Cristo, de equivocarnos de camino en la vida, porque nos podemos equivocar para siempre.

        Cristo se encarna, viene a nosotros, porque nosotros valemos mucho, mi vida es más que esta vida, el hombre es más que hombre, es un misterio, que sólo Dios Trino y Uno conoce, porque nos ha creado a su imagen y semejanza y todo esto nos lo ha revelado por la Palabra hecha carne. Dios entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de vida y de amor, creó a otros seres para hacerlos partícipes de su misma dicha. 

        “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios... Todas las cosas fueron hechas por Él y sin Él no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jn 1,1-3), pero no sólo este mundo, sino la misma realidad divina, porque al contemplarse el Padre a sí mismo, en su mismo serse por sí mismo y verse tan lleno de vida, de amor, de felicidad, de hermosura, Ade túneles y cavernas insospechadas@, de paisajes y felicidad y fuego de las relaciones divinas del volcán divino en eterna erupción de su esencia, se vio plenamente en su Idea y la pronunció en Palabra llena de amor para sí y se amó con fuego de su mismo Espíritu y luego la pronunció para nosotros en carne humana.

        Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, este nuevo encuentro litúrgico con Cristo, que especialmente por la Eucaristía hace presente todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado voy a besar, tocar y  venerar en cada sagrario, en cada pesebre, en cada imagen de Niño.«“Ven, Señor, y no tardes».

 

2.- POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

 

        “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

        Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de demostrarlas o comprobarlas con la razón; y porque nos fiamos más de nuestros propios criterios que de lo que nos dicta la fe, dudamos de lo que Dios nos dice por el Evangelio, porque supera toda comprensión humana. Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero casi grande en su interior, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo en otros asuntos y esperas, que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros.

        Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta del gobierno y de los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, Dios, Evangelio…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta todo, porque le falta Dios. Y estamos todos más tristes, más solos: los matrimonios, los padres, los hijos, los amigos… nos falta Dios; es necesario que Dios nazca en los hombres, viva en los matrimonios, sea invitado y comensal diario en nuestros  hogares.

        Por eso, lo primero de todo será la fe, fe en su Venida, en su Encarnación, en su nacimiento, en su presencia eucarística; si creo en Cristo, no puedo separar unas realidades de otras, tengo que creer en el Cristo completo.

        ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo sólo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como María, por una fe viva.

Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. La Navidad fundamentalmente es creer que Dios ama al hombre, sigue amando al hombre, sigue amando y perdonando a este mundo.

        La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumple, todo tiene sentido, todo nos prepara para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotros. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Que merezcamos su alabanza por haber creído en su venida de amor a este mundo.

        Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella. ¡Madre, enséñanos a esperarlo y recibirlo así!

 

3.- POR EL CAMINO DEL AMOR AGRADECIDO, COMO MARÍA

        María expresó maravillosamente este sentimiento ante su prima Isabel con el canto del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1,46-47).

        Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto. Pero en estos días, como siempre, lo primero debe ser Dios. Y si alguien nos pregunta, tanto ahora en Navidad como en cualquier tiempo del año, ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios? Pues porque Él nos amó primero. Dios nos visita, se hace cercano, se hace hombre y viene a nosotros por amor y para que nos amemos y le amemos: “Porque Dios es Amor… En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó, y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,8.10). Qué claro lo vio Juan: Dios nos amó primero y, roto este amor por el pecado de Adán, Dios volvió a amar más intensamente al hombre, enviándonos a su propio Hijo para salvarnos.

        Santa Catalina de Siena nos describe así todo el amor de Dios en la creación del hombre y, sobre todo, una vez caído, en la recreación, por el amor del Hijo amado: «Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, Padre Dios, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto. ¿Qué cosa, o quién, te ruego, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella. Pero reconozco abiertamente que, a causa de la culpa del pecado, perdió con toda justicia la dignidad en que la habías puesto.

        A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. El fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. Él lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?

        Nosotros somos tu imagen, y tú eres la nuestra, gracias a la unión que realizaste en el hombre, al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de la carne de Adán. Y esto, ¿por qué? No por otra causa que por tu inefable amor. Por este inmenso amor es por el que suplico humildemente a tu Majestad, con todas las fuerzas de mi alma, que te apiades con toda tu generosidad de tus miserables criaturas» (Santa Catalina de Siena, Diálogo, Cap. 4).

        Y Balduino de Cantorbery nos dice:« “Porque Él nos amó primero…” porque en esto nos ha dejado un ejemplo para que sigamos sus huellas... Por esto dice: Grábame como un sello en tu corazón. Es como si dijera: Ámame, como yo te amo. Tenme en tu pensamiento, en tu recuerdo, en tu deseo, en tus suspiros, en tus gemidos y sollozos. Acuérdate, hombre, qué tal te he hecho, cuán por encima te he puesto de las demás criaturas, con qué dignidad te he ennoblecido, cómo te he coronado de gloria y de honor, cómo te he hecho un poco inferior a los ángeles, cómo he puesto bajo tus pies todas las cosas. Acuérdate no sólo de cuán grandes cosas he hecho para ti, sino también de cuán duras y humillantes cosas he sufrido por ti; y dime si no obras perversamente cuando dejas de amarme. ¿Quién te ama como yo? ¿Quién te ha creado sino yo? ¿Quién te ha redimido sino yo?

        Quita de mí, Señor, este corazón de piedra, quita de mí este corazón endurecido, incircunciso. Tú que purificas los corazones y amas los corazones puros, toma posesión de mi corazón y habita en él, llénalo con tu presencia, tú que eres superior a lo más grande que hay en mí y que estás más dentro de mí que mi propia intimidad. Tú que eres el modelo perfecto de la belleza y el sello de la santidad, sella mi corazón con la impronta de tu imagen; sella mi corazón, por tu misericordia, tú, Dios por quien se consume mi corazón, mi lote perpetuo. Amén.» (Balduino de Cantorbery, Tratado 10, PL 204, 514, 516).

        Esta debe ser una actitud fuerte en estos días: amor agradecido al Señor, que nos quiere salvar, que viene a nosotros, que viene desde su Felicidad infinita a complicar su vida por nosotros. Procuremos retirarnos a la oración, revisar nuestro comportamientos para con Él, corrijamos, enderecemos los caminos, salgamos a su encuentro, mirando a los hermanos.

Más frecuencia y más fervor en todo: oración, misas, comuniones, obras de caridad con los hermanos,  control de la soberbia y orgullo, porque Cristo se hizo pequeño, visitemos a los necesitados como María a su prima santa Isabel.

 

 

4.- POR EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN, COMO MARÍA

 

        “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”. Así respondió María al ángel, a la maternidad que le anunciaban, porque sus pensamientos y su planes no eran esos. Pero se convirtió totalmente a la voluntad y a los deseos de Dios, como nosotros tenemos que hacer en nuestras vidas, cuando sus planes no coincidan con los nuestros. Hemos de responder como María: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

        A veces estamos tan llenos de nuestro yo, de nuestros criterios, de nuestros planes… que no caben los de Dios. El hombre, desde que existe, por impulso natural, tiende a amarse a sí mismo más que a Dios. El mandamiento de “amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, el hombre, por el pecado original, lo convierte en me amaré a mí mismo con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi ser…  Y esto es idolatría. Pero que uno la ve mucho dentro de la misma Iglesia, en los de arriba, muy arriba y en los de abajo. Dios no es lo absoluto de nuestra vida. En el centro de nuestro corazón nos entronizamos a nosotros mismos y nos damos culto idolátrico, de la mañana a la noche.

        Por esta razón, si queremos que Cristo nazca en esta Navidad, dentro de nosotros, en nuestro corazón, en nuestro ser y existir, tenemos que destronar este <yo> del centro de nuestro corazón y de nuestra vida. Porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni su Evangelio, ni sus criterios, ni sus mandatos, no cabe ni Dios porque nosotros nos hemos constituido en dioses de nuestra vida. Por tanto, si queremos que Cristo nazca dentro de nosotros,  en nuestro corazón, en nuestra vida, tenemos que vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros criterios,  y de esos amores egoístas y consumistas, que nos invaden totalmente y nos vacían de Dios que es el Todo. Y ese es el vacío que siente el mundo actual, muchos hombres y mujeres, las familias estamos, los matrimonios, más solos y tristes, porque nos falta Dios. Necesitamos que Dios llene nuestra vida, nuestro corazón; necesitamos la Navidad; pero la Navidad cristiana, porque, aunque Cristo naciese mil veces, si no nace dentro de nosotros, en nuestro corazón, no habrá Navidad; no habrá encuentro con Dios; todo habrá sido inútil, aunque sobren champán y turrones, no podremos tener Navidad.

        Y para eso, repito, es necesaria la conversión, el vaciarnos de nosotros mismos y de tantas cosas que impiden el nacimiento de Dios en nosotros. Hay que perdonar a todos, no puede haber soberbia y rencor en nuestro corazón para que Cristo pueda nacer; hay que ser generosos en tiempo y amor con nuestros padres, familiares, amigos; hay que convertirse de la crítica continua a los hermanos a la comprensión,  a la aceptación, jamás criticar, no podemos criticar si queremos tener el corazón dispuesto para que nazca Cristo; la soberbia, la murmuración y la falta de caridad con los hermanos impiden este nacimiento. Todo debe ser buscado, rezado y realizado conforme a la voluntad de Dios, mediante una conversión sincera.

        Por eso, repito, que, unido a la fe, va el amor, la oración, la conversión... Estos tres verbos ORAR-AMAR-CONVERTIRSE tienen para mí casi el mismo significado y se conjugan igual y el orden tampoco altera el producto, pero siempre en línea de experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, que vuelve por la Liturgia Eucarística a repetir su historia y su nacimiento para nosotros.

        Orar es querer convertirse a Dios en  todas las cosas. La conversión debe durar toda la vida, porque siempre tendemos a ponernos y colocar nuestra voluntad y deseos delante de los de Dios, a amarnos más que a Dios, que debe ser lo primero y absoluto. Por eso, la conversión debe ser permanente y exige oración permanente. Y la oración, si verdaderamente lo es, debe ser permanente y debe ser y llevarnos a la conversión permanente. Porque si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente. 

        Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas. Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.“Dios es amor”, dice S. Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando San Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Y ese amor se ha hecho carne, se ha hecho hombre, y ese amor de Dios al hombre se llama Jesucristo, y esto es la Navidad cristiana, el misterio del Amor de Dios Encarnado.

        Si es Navidad Dios sigue amando al Hombre; si Dios nace, quiere decir que Dios no se olvida del hombre; si  Dios nace, el mundo tiene salvación, no debemos desesperar; si Dios nace, todo hombre es mi hermano y el hombre vale infinito, vale una eternidad. Somos más que este espacio y este tiempo, para eso ha nacido Jesucristo. Si Cristo nace, sí hay Navidad, Dios me ama, Dios me ama, Dios me ama: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn  3,17).

 

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PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 63, 16b-17; 64, 3b-8

 

        En esta primera lectura se recoge la ingrata experiencia del pueblo de Dios una vez regresado de la esclavitud: el período tras el exilio resulta más duro que el mismo destierro. Se ha difuminado la alegría del retorno y el pueblo se halla en una situación desesperada; a la opresión del pecado que degrada al hombre y lo hace impuro y repugnante se añade que no ha logrado instaurar un nivel social aceptable ni la independencia nacional. Desde esta situación angustiosa el pueblo invoca al Señor: que rasgue los cielos y baje a salvarlo; él es el único que puede salvarlo porque han fracasado todos los salvadores humanos. De ahí el clamor del profeta que, reconociendo la situación lamentable del pueblo, levanta su voz a Dios como una súplica a su ternura y amor por su pueblo, esperándolo todo de su omnipotencia. Para Isaías, en medio del fracaso y del pecado, surge la esperanza en Dios que es “Padre”, “Redentor” y “Salvador”. Nosotros, como el profeta nos indica, en medio de nuestros fracasos y pecados, de nuestras noches y dudas, levantamos con esperanza nuestros ojos al Señor, porque lo esperamos todo de su misericordia.

       

SEGUNDA LECTURA: 1 Corintios 1,3-9

 

        Comienza Pablo esta carta con un saludo y una acción de gracias. Es habitual en él. La acción de gracias es por la profusión de carismas que Dios ha derramado entre los Corintios. Pero deben permanecer vigilantes hasta el final “para que no tengan de qué acusaros en el tribunal de Jesucristo, Señor Nuestro”. La seguridad del augurio paulino se basa en la  fidelidad de Dios: el Dios que los llamó a la incorporación a Cristo realizará su plenitud. Esta carta cuadra perfectamente con la condición del Adviento cristiano, porque justificados ya por el santo bautismo y por las gracias recibidas, caminamos hacia la Parusía que en cada adviento se nos hace más próxima.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 13,33-37.

 

QUERIDOS HERMANOS: el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, que hoy comenzamos, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» de Cristo, del Hijo de Dios; y por otra parte, el evangelio de este domingo mira y hace que nos preparemos para la segunda venida de Cristo, al final de los tiempos, que prácticamente para nosotros es el día de nuestra muerte, de nuestra partida a la eternidad con Dios;  para ambas esperas, hay que prepararse por una vida de fe y oración, practicada por la Palabra meditada y los sacramentos recibidos, principalmente santa misa y comunión verdaderas. Por eso, refiriéndome a la venida de Cristo en la Navidad, y mirando nuestra espera en este tiempo de adviento, quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, será una Navidad pagana,no cristiana, perdida, porque no habrá nacido Cristo en nuestras vidas, en nuestros jóvenes, en nuestras familias.

Y si miramos la navidad anunciada por televisión o preparada por los gobernantes de muchas ciudades españolas y puestas como ejemplares o formas modelo de celebrar la navidad, allí no aparece ni Cristo ni nacimientos ni nada religioso, sino luces y motivos y adornos paganos. Así que muchos de nuestros jóvenes y pequeños ya no saben de qué va la navidad cristiana, sino el blac Friday y demás de estos días.

El Adviento cristiano debe ser vivido cristianamente, como espera del Señor, de que nazca en el corazón de mayores y pequeños, es tiempo de rezar más estos días, venir más a la iglesia, comulgar y venir a misa o de visitar y ayudar a pobres y ancianos, como era en nuestros tiempos pasados, en nosotros. Por eso, como digo y predico mucho en estos días: aunque sobren champán y turrones, si Cristo no nace en nosotros, habrá sido una Navidad inútil.

Queridos hermanos, vamos a vivir estas cuatro semanas de adviento para que sea navidad cristiana en nuestros hogares, en nosotros, en nuestras familías, en el mundo, para que Cristo aumente su presencia en nuestras vidas, en nuestros corazones, mediante una vida más fervorosa de oración, rezando más, teniendo todos los dias un rato de oración, si es ante su presencia en el Sagrario, mejor; vamos a procurar rezar el rosario en casa o en familia, si podemos, vamos a esforzarnos por vivir mejor el amor fraterno en nuestro ambiente y famiia, haciendo las paces con todos, vamos a perdonar si tenemos algún problema en el trabajo o con vecinos. Eso es vivir el adviento cristiano, preparar la venida de Cristo a nuestras vidas, en nuestro corazón.

En este tiempo de espera, para que el Señor nazca o aumente su presencia en nosotros, desde el cura hasta el último, os invito a  a venir más a la iglesia; pero hacer hoy mismo este propósito y compromiso con el Señor…, Él que viene lleno de amor e ilusión para nacer o aumentar su presencia de gracia y amor y felicidad en todos nosotros, en todos los hombres. Y pidamos y habamos algún sacrificio por los nuestros que estén un poco alejados de Cristo, de la fe, para que sea navidad en ellos.

Y en los conventos, queridas hermanas, es tiempo de más oración y conversión, sobre todo, de conversión y penitencia más profunda, más auténtica, más verdadera y comunitaria, desde las superioras hasta la religiosa última, para que sea Navidad auténtica y cristiana y no solo en vuestro convento, sino que vosotras religiosas contemplativas lo tenéis que hacer principalmente por la iglesia, por el mundo entero, por todos los hombres, vuestros hermanos, por lo cuales habéis renunciado a todo, por savarlos.

Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como digo con frecuencia, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad cristiana, por esperas y encuentros y navidades puramente paganas, puro consumismo, incluso en familías cristianas. Mirad la televisión y los guasad.

Y como tantas veces repito en este tiempo de adviento: “aunque sobren champan y turrones, si Cristo no nace en nuestro corazón por un aumento de fe y amor, todo habrá sido inútil.

Es así como lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad… a nosotros».

 

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ADVIENTO CON MARÍA: VIVIR EL ADVIENTO CON MARÍA Y COMO MARÍA

               

Queridas hermanas religiosas Carmelitas y Dominicas: Como sois mujeres y religiosas y este domingo tengo la gracia de celebrar en vuestros conventos el tercer domingo de adviento, vamos a meditar en la primera mujer que vivió con plenitud el primer adviento de la historia, la espera y venida de la primera Navidad, para todo el pueblo cristiano, especiamente para vosotras, religiosas y vírgenes entregada al Señor. Lo queremos hacer para vivir con la Virgen y como la Virgen el primer adviento de la historia vivido por una mujer como vosotras, por María, mujer y virgen como vosotras, y madres de gracia y salvación para el  mundo como tenéis que ser todas vosotras por vuestra vida de oración, santidad y penitencia.

        Queridas hermanas Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil; el Adviento no ha existido en nosotros. Cristo viene todos los años, litúrgica y sacramentalmente, a nuestro encuentro en este tiempo de Adviento, si no salimos a esperarle, no puede haber encuentro de gracia y salvación con Él.

La Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana. Y así lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad».

Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos.

Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos en todos los tiempos, para iluminarnos del verdadero concepto de hombre, mujer, familia, matrimonio, sentido de vida humana. Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia y lo canta y reza por nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven que te esperamos, ven pronto y no tarde más».

 

¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

 

1.- POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN

 

La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas. Oremos en estos días ccon verdad e intensidad y pidamos al Señor que nos explique tanto amor como tuvo y tiene y que desgraciadamente hoy es poco valorado y reconocido por el mundo. Y aunque sobren champán y turrones si Cristo no nace en la Navidad en nuestros corazones habrá sido un navidad inútil, descepcionante para Dios y nosotros. Pero de la necesidad de la oración para celebrar la Navidad cristiana ya hablamos el domingo pasado. Hoy queremos reflexionar sobre el camino de la fe y certeza como María. ¿Por donde vendrá Cristo a cada uno de nosotros en esta y todas las navidades?

 

2.- POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

 

        “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así respondió la Virgen a la propuesta de Dios por medio del ángel y así debemos responder siempre nosotros ante los mandatos y designios y proyectos de Dios en nuestras vidas. María expresó su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel.

María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creyendo que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… con fe tuvo que superar dudas y dificultades, como nosotros tenemos que hacer muchas veces en nuestra vida.

 ¿Y cómo será eso si no conozco varón? Y la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada, en el misterio que nacía en ella.

Así debemos creer también nosotros en nuestras vidas cuando haya cosas que no comprendemos, responder fiándonos de Dios más que de nosotros mismos. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de comprobarlas con nuestra razón y egoismo innato y porque nos fiamos más de nuestros mismos, de propios criterios que de lo que nos dicta la fe, dudamos de lo que Dios nos dice por el Evangelio, porque supera toda comprensión humana.

Hermanas, como María, tenemos que apoyarnos más en Dios y en su Palabra, que en nosotros mismos, aunque muchas veces no lo comprendamos. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero infinito en su ser, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando en nosotros acciones, pensamientos y defectos que le impidan nacer dentro de nuestras almas y que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.

Tenemos que  creer que ese mismo hijo de Dios e hijo de María está en el pan consagrado, en todos los sagrarios de la tierra y tenemos que adorarlo todos los días como ella en silencio y adoración continua… o creemos o no creemos o creemos pero no le amamos y respetamos, tenemos que vivir en continuo diálogo de oración y amor con este mismo Cristo Hijo de Dios y de María que loco de amor por nosotros primero se hizo hombre, carne humana y luego un trozo de pan… pero qué locura… Tú estás loco, no puedes ser Dios…

Nosotros también tenemos que estar locos de fe y amor por ti para vivir este gozo y para eso tenemos que dejar todos nuestros defectos y egoismos para vivir solo para ti en un convento, pero que lo hagamos de verdad, no solo externamente. Tenemos el ejemplo de María como modelo de amor total, Virgen, virgen y madre, amor total que por Él aceptó este camino. Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijas religiosas, todos los cristianos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros y al mundo entero y será navidad auténtica, no solo de champan y turrones.

        Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos pocas cosas nos ayuden a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente secularista, materialismo, desenfreno, persecución clara y manifiesta a la Iglesia del gobierno y de los medios, Dios, el Evangelio no existen para ellos…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo y ahora resulta que está vacio de todo, de amor, de familia, está triste, porque le falta Dios.

        Este mundo, lo primero que necesita es fe, fe en Dios, en la Navidad, en su amor, en su Encarnación por salvar al hombre, en la Navidad, en su nacimiento de amor todos los días en la Eucaristía, En su amor de su presencia eucarística. Y esta es la razón de oración y penitencia de vuestra  vida de clausura. Por falta de este amor es por lo que no hay vocaciones, entregas de amor a El en el sacerdocio o en la vida consagrada.

        ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días de adviento, a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como tú, María, con fe viva y despierta.

        Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. La Navidad fundamentalmente es creer en Dios, creer que Dios ama al hombre, sigue amando al hombre, sigue amando y perdonando a este mundo.

        La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumplirá, todo tendré sentido, todo nos preparará la Navidad, para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotras almas. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros, religiosas y seglares, no le fallemos a Dios. Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella.: “He aquí, la esclava del Señor…”.  Que merezcamos su alabanza por haber creído en su amor, en su salvación, en su venida de amor a cada uno de nosotros.

        “Y el Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros”. Y Jesucristo, Hijo de Dios y de María, vino, nació y nos salvó y se quedó por amor a todos los hombres en todos los Sagrarios de la tierra y muchas, como vosotras, religiosas contemplativas, habéis renunciado al mundo y a todo para vivir solo para Él y la salvación de todos los hombres, vuestros hermanos. Que los cristianos y la Iglesia entera seamos agradecidos a todos los conventos del mundo.

 

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QUERIDOS HERMANOS: Hoy es primer domingo de Adviento; Adviento significa espera; la iglesia, los cristianos esperamos el nacimiento de N.S. Jesucristo; y la Iglesia quiere que nos preparemos, que salgamos a esperarlo durante cuatro semanas para encontrarnos con Él en la Navidad, en su nacimiento entre nosotros, que la liturgia lo hace presente.

El evangelio de este domingo nos habla de una doble espera: de la espera de adviento para la fiesta de la navidad; es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» de Cristo, del Hijo de Dios; y por otra parte, el evangelio de este domingo mira y hace que nos preparemos para la segunda venida de Cristo, al final de los tiempos, que prácticamente para nosotros es el día de nuestra muerte, de nuestra partida a la eternidad con Dios;  para ambas esperas, hay que prepararse por una vida la fe y la oración, practicada por la Palabra meditada y los sacramentos recibidos y el cumplimiento de la mandamientos de Dios.

Y así ha de nacer Cristo en nosotros en cada Navidad; y para esto nos prepara el Adviento. Por eso quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, no habrá Navidad cristiana, nacimiento de Cristo en nuestra vida; el Adviento no ha sido vivido y aprovechado, no ha habido encuentro de gracia y de fe en el Señor, no puede haber Navidad cristiana, de Cristo, en nosotros, será una fiesta pagana.

Por eso os invito en este tiempo a rezar más, a venir más a la iglesia, todos los días hay misa por la mañana y por la tarde, los jueves exponemos al Señor algún día en el adviento podéis venir. Si no lo hacemos, no habrá servido para nada este tiempo, no habremos vivido el adviento cristiano. Y la Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana.

Y como tantas veces repetiré en este tiempo de adviento: “aunque sobren champan y turrones, si Cristo no es acogido por fe y oración personal, todo habrá sido inútil, una navidad perdida en cristiano. Es así como lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad… a nosotros».

Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como digo con frecuencia, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad cristiana, de Cristo, por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo. Mirad la televisión y los guasad.

Y celebrar la Navidad en cristiano es la mejor forma de prepararnos para la segunda venida de Cristo al final de los tiempos de que nos habla el evangelio de hoy… y que es la única razón de la Navidad, de su venida a la tierra desde el cielo. Cristo vino no para hacer milagros ni dar de comer a las multitudes, Cristo vino para predicarnos que somos hijos de Dios, que nuestra vida es más que esta vida, que para eso murió y resucitó… y así lo cantan algunos villancicos de la Navidad. Por la venida de Cristo la muerte ha sido vencida…)

 

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QUERIDOS HERMANOS: Comenzamos hoy el año litúrgico, en que celebraremos los misterios más importantes de la vida de Cristo; y es lógico que empecemos por el principio, esto es, preparándonos para celebrar el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, como Hijo de Dios encarnado en el seno de la Virgen María, la Madre bella y hermosa, que, con su Concepción Inmaculada y alumbramiento, llenó el mundo de luz, de sentido y de esperanza. Como todos sabéis, este tiempo fuerte de la liturgia de la Iglesia se llama Adviento. Adviento viene de advenimiento y significa espera de una venida, salir al encuentro de alguien que viene: Jesucristo. Es la preparación de la Navidad.

 

        1.- Velando en oración (1ª Lectura), nos situamos, desde la fe, la esperanza y el amor, entre la celebración de la primera venida del Señor, ya realizada, y la espera de su vuelta definitiva al final de los tiempos (Evangelio); pero no debe ser la nuestra una espera estática, de brazos cruzados, sino trabajando para que Cristo nazca en nosotros y en el mundo, esto es, trabajando para que el reino de Dios llegue ahora a todos los hombres: primero a nosotros, para que podamos luego transmitirlo por la palabra y el testimonio a los demás (2ª Lectura y Evangelio).

        La Iglesia pone estas lecturas en este tiempo de Adviento, porque este tiempo fuerte de la Liturgia, por una parte, es el <ahora> de la Salvación para nosotros, que lo actualizamos o hacemos presente preparándonos para la Navidad; y por otra parte, con este recuerdo y preparación, nos estamos preparando para la última venida de Cristo, en la parusía, al final de los tiempos.

        Por esta razón, el tiempo de Adviento, que abarca las cuatro semanas que preceden a la Navidad, se presenta en la Liturgia como tiempo de alegre esperanza, de preparación vigilante y gozosa del Nacimiento de Cristo en el <ahora> de nuestra salvación. De esta forma, nuestra vida cristiana adquiere sentido a partir de estos dos momentos históricos: el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo y la Parusía o venida última que lleva esta obra a su total cumplimiento, a la razón última de la Encarnación.

        Este pensamiento lo refleja perfectamente la oración colecta, que hemos rezamos en esta misa: «Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, acompañado de las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcamos poseer el reino eterno». Y lo complementa la oración que rezaremos después de la comunión: «Señor, que fructifique en nosotros la celebración de estos sacramentos, con los que tú nos enseñas, ya en nuestra vida mortal, a descubrir el valor de los bienes eternos y a poner en ellos nuestro corazón» (Misal Romano).

 

        2.- Este tiempo de Adviento que hoy comenzamos nos habla precisamente de esta primera espera del Señor preparada no siempre con esperanza cierta y vigilancia constante por el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento; en esta espera van a insistir todas las primeras Lecturas de estos domingos, que son de los Profetas del Israel. Ellos se esforzaron por mantener aquel profundo deseo y anhelo de Dios en el pueblo de la promesa durante siglos. Por eso la Liturgia de estos domingos reserva la primera lectura para ellos.

 

        3.-  Pero el Señor ya vino. El Mesías, Jesucristo ya no puede ser esperado de la misma forma que entonces, porque desde hace veintiún siglos se han convertido en realidad histórica su Encarnación y Nacimiento en Belén de Judá. Ha venido ya el Salvador, que eso significa su mismo nombre, Jesús, y en Él se han colmado las esperanzas del Antiguo Testamento y se han abierto las puertas del Nuevo Testamento.,     Para que esto pueda ser realidad santificadora hoy, en el <ahora> de nuestra historia personal y comunitaria, esta venida de Cristo debe hacerse presente en el corazón de cada uno de nosotros, por medio de la Eucaristía que estamos celebrando y que actualiza todos sus misterios, especialmente el de su venida salvadora, porque la Eucaristía es una Encarnación continuada, que hace presente todos los misterios de su vida y colma las esperanzas de todos los hombres de todos los tiempos.

        En esta perspectivas deben ser actualizados y vividos todos los misterios de Cristo y deben ser escuchadas y meditadas todas las Palabras de ambos Testamentos, especialmente las Lecturas de este tiempo de Adviento. De ahí esa verdad sencilla pero con contenido teológico y litúrgico auténtico, que repito estos días a modo de estribillo para despertar de posibles rutinas navideñas: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en tu corazón, todo habrá sido inútil, no será ni habrá navidad cristiana en tu vida.

       

        4.- Podemos comprobar un poco la vivencia de nuestro Adviento personal de Cristo, haciéndonos una pregunta: ¿Os produciría alegría escuchar la noticia de que Cristo ha vuelto a la tierra? Hace algunos años se hizo una encuesta entre los directores de diarios de los Estados Unidos sobre qué les gustaría anunciar en la primera página de sus periódicos. Entre varias noticias interesantes de algunos colegas, el director del <Vindicator>, diario de una pequeña localidad, contestó que le gustaría poner como portada de su periódico: “Cristo ha  vuelto a la tierra”. Buena noticia. Pues bien, y para vosotros que me escucháis ¿sería buena noticia? ¿Lo sería para la mayoría de los que se llaman cristianos hoy día? ¿Decepcionarían a Cristo nuestras respuestas? ¿Nos preparamos cristianamente, con la oración, la caridad, con misas y comuniones fervorosas… a su venida en la Navidad? ¿Estamos más preocupados por comidas familiares, turrones, regalos… que por preparar nuestro corazón y el de nuestros hijos o hermanos en la fe para Cristo? ¿La venida de Cristo en la Navidad nos llena de alegría porque vamos a tratar de que aumente su presencia en nosotros por una fe, esperanza y amor más verdaderos y profundos, con largos ratos de contemplación del misterio y obras de caridad?

 

        5.- Yo deseo y espero que nuestras respuestas no sean de pasotismo o negativas; yo quiero que todos nos alegremos con esta noticia que os doy hoy en este primer domingo de Adviento: «Cristo vuelve a la tierra». Y esta noticia se va a hacer realidad en esta Eucaristía, que hace presente todo el misterio de Cristo entero y completo, desde que nace hasta que sube a los cielos, al Cristo Niño y también Glorioso que viene en su  última venida: todo se hace presente en la Eucaristía.

        Por eso, aunque sea verdad, que si Cristo naciese mil veces, pero si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, eso no va a ocurrir entre nosotros, los presentes, porque vamos a ser testigos fervorosos y agradecidos del nacimiento de Cristo en nosotros en esta Eucaristía plenamente participada por una comunión eucarística fervorosas: que vamos a vivir luego esta semana, dedicando un poco más de tiempo y perseverancia a nuestra oración con Él; vamos a tratar de vivirla siendo más caritativos y humildes como esposos, como hijos, como profesionales; vamos a perdonar a los que nos han ofendido y no hablar mal de ellos, para que nuestro corazón esté limpio de suciedades y Cristo pueda nacer en él; vamos a prepararnos y vivir así nuestro adviento y espera de Cristo, que quiere nacer y hacerse más plenamente presente en nuestras vidas. Y así será Navidad en cada uno de nosotros.

        Señor, quiero comprender el amor extremo que encierra tu Eucaristía, que es como una Navidad continua, tu entrega y tu sacrificio por mí, por mi salvación; quiero saber por qué me amas tanto y deseas ser mi alimento de vida evangélica y cristiana; por qué permaneces en el sagrario en amistad eternamente ofrecida a todos los hombres; quiero saber todos estos misterios que encierra la Eucaristía, como Navidad continuada y permanente, para que nosotros seamos testigos de tu amor. El mismo amor, que te movió a venir en busca del hombre y encarnarte en una humanidad como la nuestra para salvarnos, es el que te mueve ahora a “encarnarte” en un poco de pan. ¿Qué más da? Lo que importa es el amor que te hace venir hasta mí. Me alegro de tu Nacimiento y quiero celebrarlo en lo más profundo de mi ser y de mi corazón. Todo para Ti. Te amo, Señor, Tú me has convencido totalmente  de que me quieres y me amas locamente por tu nacimiento, por todo el amor que encierra y me demuestras, haciéndote hombre para encontrarme.

 

        6.- ¿Qué tengo que hacer para que Cristo nazca plenamente en mi vida, en mi corazón?  San Pablo, en la segunda Lectura, nos dice precisamente qué debemos hacer para esto: a) despojarse de las obras de las tinieblas, es decir, del yo y del pecado en todas sus formas; b) vestirse  de las armas de la luz, es decir, vestirse, practicar las virtudes, especialmente las teologales de fe, esperanza y caridad, esto es, vivir en concreto lo que hemos pedido en la oración colecta: «Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, acompañado de las buenas obras…»

 

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PENTÁLOGO DEL ADVIENTO

 

Vivimos en una sociedad que ha asesinado el Adviento. Tras orar junto a la tumba de nuestros difuntos en el mes de noviembre, regresamos del cementerio y nos topamos con unas calles vestidas totalmente de Navidad. Es un cambio vertiginoso que impide cualquier preparación psicológica o espiritual. Sin embargo, la sabiduría multisecular de la Iglesia sigue convocando a los cristianos a situarse en Adviento; a vivir este tiempo de cuatro semanas como preparación a las próximas y solemnes fiestas de la Natividad o Nacimiento de Jesucristo.     

        Para redescubrir personal y comunitariamente este hermoso tiempo litúrgico, subrayo cinco acentos, a modo de pentálogo:

 

1.- Esperanza. “El Señor está cerca” (Flp 4,5)

 

Adviento es tiempo de espera. La vida del hombre es un continuo peregrinar a través del tiempo, -que es historia de salvación-, hasta encontrar el último descanso en Dios. Así lo afirmaba san Agustín con aquellas palabras que invitan a convertir el tiempo de la vida en un camino esperanzado hacia la plena felicidad: el día octavo seremos finalmente nosotros mismos. El día octavo es el encuentro definitivo con Cristo y la plenitud del hombre, que vuelve al seno del que ha salido. La primera parte del Adviento recuerda esta tensión de toda la historia de la salvación hacia su meta, y celebra la segunda venida de Cristo al final de los tiempos: el adviento escatológico. A partir del 17 de diciembre los textos de la liturgia se centran en la primera venida de Cristo: el adviento natalicio, señalado por las antífonas “Oh” de las II vísperas de cada día.

En ambas partes, el cristiano vive la llegada del Señor en actitud de espera esperanzada. Es una espera vigilante, atenta a las señales del Señor, que llega. Este es el grito orante de las I vísperas en la “noche-nueva” dominical con la que inicia el santo Adviento. Es una espera paciente, como Dios lo es con nosotros. La paciencia divina siempre espera el momento de cada uno y ofrece una oportunidad porque Dios “no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan” (2 P 3,9). Es una espera comunitaria, eclesial, porque esperamos juntos la venida del Señor; mejor dicho, más que esperar nosotros, es el Señor el que lleva esperándonos dos mil años.

 

2.- Conversión. “Convertíos…preparad el camino del Señor ” ( Mt 3,1.3 )

 

Adviento es tiempo de conversión. Juan el Bautista aparece como el último eslabón de los antiguos profetas, que a lo largo de siglos anunciaron y mantuvieron la esperanza de Israel. Es el profeta del Altísimo, más grande que profeta, porque conoce anticipadamente el momento designado por de Dios para la llegada del Mesías. Es el “pródromos”, es decir, el inmediato precursor, que anuncia la presencia del Mesías en medio de su pueblo. Como conocedor del misterio mesiánico, predica la conversión en el desierto, ofrece el bautismo para limpiar los pecados y prepararse a la inmediata llegada del Reino de Dios. Invita a preparar y reparar el camino del Señor: enderezar el camino extraviado, limar asperezas… para que no haya ningún obstáculo ni barrera que dificulte la llegada del Mesías. No hay que detenerse en la figura y personalidad de Juan, sino en el contenido y urgencia de su mensaje. Lo primero es expresión de lo segundo. La conversión es la mejor forma de prepararnos y reparar el corazón humano cerrado, tantas veces, a la llegada de Dios y de los hermanos.

 

3.- Alegría: “Estad siempre alegres en el Señor” (Flp 4,4)

 

Adviento es tiempo de alegría. Se trata de la alegría previa a la venida del Señor; no la alegría subsiguiente. Es la alegría de las vísperas, de los buenos y deseados acontecimientos, mezclada con espera y expectación; la alegría de los preparativos emocionados que no cansan; la alegría previsora que nos despierta y nos mantiene vigilantes, pensando en el acontecimiento futuro. Así aparece el tercer domingo, denominado Gaudete, -por ser esta la primera palabra latina de la misa de este día-, que presiente cercana la fiesta de Navidad, y anticipa como resplandor del misterio navideño la alegría jubilar por el Nacimiento de Cristo. Se repite también en la proclamación del texto de Filipenses: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca. El Adviento nos prepara para llegar a la meta del camino con una nota característica del cristiano: la alegría. Cuando se celebró el año santo de 1975, pidieron un documento jubilar a Pablo VI, que tanto había sufrido por la Iglesia y que conocía muy bien el corazón moderno de la humanidad, y publicó la exhortación Gaudete in Domino ("Alegraos en el Señor") para hablar de la alegría como nota evangélica del cristiano y un apostolado que hacer en esta sociedad.

       

4.- María. “La virgen concebirá” (Is 7,14)

 

Adviento es el tiempo mariano por excelencia. Con María y como María esperamos la venida del Señor. En este tiempo celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción como triunfo de la gracia divina sobre el pecado humano. Ella es la “sin pecado concebida”, “la llena de gracia”, porque Dios la preservó del pecado inherente a la humanidad pecadora, necesitada de salvación. Se turbó ante las sorprendentes noticias anunciadas por el ángel Gabriel porque comprometían el futuro de su propia historia personal. Pero era la elegida por el Padre para ser la madre de su Hijo. Y ante esa misión, se fió de Dios, confió en El y afrontó su misión con fe. Por eso, nos alienta a saber esperar incluso en la adversidad. El Adviento descubre nuestros miedos y dudas paralizantes. Pero a pesar de las contrariedades inevitables de la vida, la fe nos invita a confiar en Dios, a no temer y a saber esperar el momento de Dios, sin evadirnos de nuestra responsabilidad en el presente.

        La Iglesia espera la venida del Señor junto a María. Ella es ejemplo y modelo de la Iglesia que peregrina, cada año y siempre, para conmemorar y revivir el misterio de la Natividad del Señor.

 

5. – Salvación. “El desierto florecerá” (Is 35,1)

 

Adviento es tiempo de salvación. Isaías habla a un pueblo dominado por la oscuridad de un destierro violento, y con una gran dosis de sufrimiento interno y externo. La voz luminosa de Isaías profetiza la venida esperanzadora del Mesías, que provocará signos extraordinarios y quebrantará incluso las leyes estables de la naturaleza: los ojos del ciego se abrirán… los cojos saltarán… el desierto florecerá. ¡Qué hermosa metáfora! El yermo, el desierto o la estepa son signo de esterilidad. La venida del Salvador manifiesta la gloria y el poder de Dios, que transformará el mundo conocido y salvará a la humanidad. Isaías es consciente del amor que Dios tiene al pueblo elegido. Se convierte en heraldo divino para hablar a un pueblo desconsolado y anunciarle el consuelo de Dios en medio de la desgracia. Isaías consuela al pueblo, confía en Dios y espera.

La voz de los profetas no se dirige exclusivamente a Israel, sino al universo entero. El anuncio del advenimiento de Cristo no se circunscribe al pueblo judío o al mundo cristiano, sino que se abre a toda la humanidad pasada, presente y futura. Dios ofrece su salvación a toda la humanidad: “y todos verán la salvación de Dios” (Lc 3,6). Cristo es el Esperado de los tiempos, el Mesías, el Hijo de Dios enviado al mundo para salvar al mundo.

Celebrar el Adviento supone para el cristiano una intensa experiencia espiritual de conversión constante, de esperanza paciente, de consuelo caritativo, de alegría universal, porque Dios no abandona a la humanidad creada, sino que le envía al único posible Salvador del hombre, nacido de las entrañas purísimas de María. ¡Señor, ven pronto! Te necesitamos. Marana tha!

 

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SEGUNDO  DOMINGO DE ADVIENTO

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 40, 1-5. 9-11.

 

        Exiliado largo tiempo Israel  perdía la esperanza de volver a su tierra y la tentación de asentarse en Babilonia parecía inevitable. Dios envía un profeta al pueblo en el destierro, con un mensaje de consuelo y alegría: el castigo por el pecado termina ya, el crimen ha sido pagado con creces. Va a comenzar la vuelta del destierro. Será un nuevo éxodo, más glorioso aún que el primero. Ahora bien, el pueblo ha de ponerse en movimiento, no puede quedarse de brazos cruzados; el pueblo ha de liberarse de cuanto lo atenaza y salir a preparar el camino de su Dios: “Una voz grita: en el desierto prepararle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que los montes y colinas se abajen; que lo torcido se enderece y los escabroso se iguale”.

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Pedro 3, 8-14.

 

        Toda la segunda carta de San Pedro está centrada en el tema del retorno de Cristo y las circunstancias que acompañarán este acontecimiento misterioso y trascendental. Los cristianos de la primera edad esperaban estar presentes cuando sonase la trompeta de su retorno. San Pedro les recuerda que Dios está muy por encima de las categoría humanas del tiempo. Lo importante es cuando venga nos encuentre en paz. Por eso no podemos intranquilizarnos por su aparente silencio; ni tampoco querer apresurar su venida. El día del Señor llegará: “No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años para nosotros…El Señor no tarda en cumplir sus promesas…Por tanto, hermanos, mientras esperáis estos acontecimiento, procurad que Dios os encuentre en paz con Él, inmaculado e irreprochables”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 1, 1-8.

 

HOMILIA Y RETIRO ESPIRITUAL

 

QUERIDOS HERMANOS: “Comienza el evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. Así inicia San Marcos su Evangelio, que vamos a meditar durante todo este año litúrgico; éste es el título que quiere dar a todo lo que va a escribir a continuación y que a la vez se convierte en la síntesis más clara y concisa del mismo. Para San Marcos evangelio, en griego <euangelion>, es y significa <buena noticia> y esta buena noticia no es una cosa o verdad o noticia sino una persona: Jesucristo.

        San Marcos es el único de los cuatro evangelistas que abre su narración con la predicación del Bautista en el desierto. La presencia de Juan el Bautista en su evangelio es sintética y está al servicio del objetivo básico. Como hemos dicho, para Marcos el evangelio es la persona de Jesucristo y parece que tiene prisa para llegar a Él, pasando por alto su infancia, a diferencia de Mateo y Lucas.

 

        1.- “Está escrito en el Profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos”.  Vemos cómo en la persona de Juan empiezan a verificarse las antiguas profecías. Ésta, en concreto, la leemos en la profecía de Isaías, en la primera Lectura. Como el desierto fue el camino de liberación para Israel, hay que preparar ahora también en el desierto un camino al Señor que viene con gloria a liberar definitivamente a su pueblo. La profecía alcanzó  su plenitud en Jesús, el Ungido, a quien el Bautista anuncia ya presente. Vemos cómo una vez más desierto y camino son conceptos bíblicos más que geográficos. El desierto es el lugar de las grandes teofanías y encuentros con Dios, y el camino significa el sentido y la dirección moral y espiritual de nuestro caminar en la vida.

        En este tiempo de otoño avanzado, cuando las hojas se caen en colores variopintos de los árboles y los pájaros empiezan a emigrar, viene Juan con su voz tonante a preparar todos los años el camino del Señor que viene a nosotros: “Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonase sus pecados y él los bautizaba en el Jordán”.  Toda la vida de Juan estuvo determinada por esta misión que Dios le había confiado. Esta era su vocación: tendrá que preparar a Jesús  un pueblo capaz de recibir al enviado de Dios y el reino de Dios, dando públicamente testimonio de Jesús. No parte de él la iniciativa, sino de Dios y sabe hasta donde le puede llevar ser profeta verdadero de Dios. Pero esto no le hace cambiar en su misión ni enmudecer. Él realizará cumplidamente su cometido hasta dar la vida por la misión recibida.

        He aquí un ejemplo y un testimonio claro y manifiesto para todos nosotros, cristianos del siglo XXI, y para todos los sacerdotes de todos los tiempos, enviados a dar la buena noticia de Jesús, a veces en un mundo pagano e ignorante de los designios divinos. Debemos de preparar los caminos que llevan a nuestros hermanos los hombres hasta Cristo. Los padres deben ser los primeros educadores de la fe de sus hijos. De ellos deben aprender a rezar y a venir a la asamblea eucarística. Los niños que se preparan en mi parroquia para la primera comunión repiten con frecuencia en voz alta para que los oigan sus padres en misa: «Si tenemos padres cristianos, no necesitamos ni curas». Y de esto estamos convencidos todos los sacerdotes del mundo.     Si un padre no reza, si un padre no viene a misa, los hijos tampoco lo harán, sencillamente porque para un niño, sus padres son modelo, los que más los quieren y le proporcionan todo lo necesario para la vida; por eso, si su padre no reza, no es religioso, Dios, la religión, la primera comunión vale poco, porque sus padres, que son lo que más los quieren y le dan todo lo necesario, no les hablan de Dios, ni rezan ni comulgan como sí lo hacen con las clases del colegio, con el inglés, el deporte. La mejor forma de ser profetas de Cristo, de anunciarle y preparar sus caminos en nuestro mundo es dar un buen testimonio de vida cristiana y familiar.

        En esta Navidad vamos a ser buenos precursores de Cristo en nuestro ambiente y familia, dando buen testimonio de fe, esperanza y amor cristianos. Vamos a defender la Navidad cristiana, vamos a hablar claramente de que Dios nace entre los hombres porque sigue amando a los hombres de hoy; vamos a luchar para que no se pierda el sentido cristiano con tanta navidad pagana, sin Cristo, con muchos turrones y champán pero sin fe y amor sincero a Jesucristo que viene a nosotros. Debemos ser precursores y profetas de Cristo, como Juan, ante nuestra familia, amigos y compañeros de trabajo, con palabras, testimonio de vida y la oración por ellos. Nuestra tarea, como la de Juan, en este Adviento, es preparar el camino del Señor para que muchos, que están indiferentes, alejados o despistados, se encuentren con el Señor. Seamos profetas de Cristo como Juan, sin miedo, sin complejos ni cobardías.

 

        2.- “Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados”. Este mensaje de Juan sigue siendo actualísimo en nuestra sociedad actual. Porque todos percibimos que este mundo nuestro ha cambiado muchísimo en los últimos veinticinco años, y no precisamente a mejor en relación con Cristo y su evangelio, con el concepto cristiano de matrimonio y familia para siempre, con el respeto a la vida tanto al comienzo como al final: hay muchas separaciones, divorcios, abortos, eutanasias, uniones homosexuales... El auge de la increencia, fenómeno caracterizado no tanto por un sistema de pensamiento cuanto por una mentalidad y unas actitudes de pragmatismo consumista, antes por la mentalidad  materialista ahora desde la misma vida materializada por su estilo superficial de disfrute inmediato sin trabas de moral y de religión alguna, sin mirada trascendente a preguntas y respuestas últimas, consecuencia de todos esos desencantos que proclama la postmodernidad, todo esto ha hecho la no necesidad de Dios, a quien por otra parte tampoco se le echa en falta, a la hora de orientar la vida ordinaria, porque ésta funciona con criterios más simples para los que basta vivir instalados en la finitud como en la propia piel y disfrutar lo más que se pueda del presente, porque son dos días, haciendo lo que me apetece, sin importarme los demás… Así vive especialmente nuestra juventud. Y esta es la atmósfera que se respira en los laboratorios actuales de la cultura: La ley de educación actual, potencializada por una televisión pansensual y unos medios superficiales, ha transformada a España en un laicismo militante, en una España más vacía  de contenidos trascendentes y eternos, más tristes, con matrimonios mas tristes, sin seguridad en el amor y familias más tristes y vacías, que lo tienen todo, pero les falta todo, porque les falta Dios. Y ese laicismo se va manifestando cada vez más como una persecución descarada y abierta a todo lo religioso. Y me encuentro ya con jóvenes en la calle, que, al verme con cleryman y saber que soy sacerdote, empiezan a hacerme públicamente mofa, riéndose de lo religioso que represento e incluso blasfemando públicamente de Dios en mi presencia. Hasta ahí les está llevando la falta de valores puramente humanos y morales de una educación vacía y técnica.

 

        3.- Nosotros debemos escuchar la voz de Juan que todos los Advientos nos invita a preparar los caminos del Señor mediante la conversión:

 

        a) Conversión del alma: En pecado mortal no se puede celebrar la Navidad cristiana. Será una Navidad pagana. No podemos celebrar la Navidad con turrones y villancicos y luego el Señor tiene que nacer fuera de nosotros porque nuestra alma está tan llena de cosas y cosas que no cabe Él, que no hay tiempo ni amor para Él, o tal vez ocupada desde hace tiempo por los pecados, que no confesamos y nos impiden comulgar, alimentarnos de su cuerpo y sangre para vivir en cristiano. La mejor forma de celebrar la Navidad cristiana es comulgando, haciendo morada y nacimiento a Cristo dentro de nosotros. Toda la familia debe recibir sacramentalmente a Cristo en estos días. Es el signo y la forma mejor de celebrar la Navidad, recibiendo a Cristo en nosotros. Y para eso, confesemos humildemente nuestros pecados, porque viene precisamente nuestro Salvador y ésta es la mejor forma que tiene de salvarnos, limpiando nuestro corazón. Ésta es la mejor forma de celebrar la Navidad cristiana: con Cristo en el alma. Preparemos la cuna dentro de nosotros.

 

        b) Conversión del corazón. Porque son fiestas del amor de Dios a los hombres: amor loco y apasionado del Padre que nos lo envía; del Hijo que viene lleno de amor al hombre para salvarlo;  y del Espíritu Santo que lo realiza con su potencia de Amor infinito y Personal en el seno de la Santísima Trinidad, donde se decide este proyecto de amor, en Consejo Trinitario, y luego, en el tiempo, con su poder infinito, en el seno de la Virgen nazarena, madre del Verbo Encarnado.

        La mejor preparación para la Navidad, fiesta del amor divino, es poner al día nuestra caridad con Dios y con los hermanos. El amor a Dios pasa por el amor a los hombres. Son días de olvidar, perdonar, ayudar, visitar a enfermos y ancianos, de hacer obras de caridad. En estos días hay que poner más cuidado en todo esto. Hay que tener entrañas de cercanía, de amor y misericordia, como Dios con nosotros en la Navidad. Más tolerancia y comprensión en estos días. Siempre hay que amar, pero la Navidad exige esta conversión al amor, porque por aquí, por esta vereda vendrá ciertamente el Señor. Hay que hacer obras concretas de caridad con la familia y con los pobres, enfermos, necesitados de todo tipo. Una verdadera conversión de corazón.

 

        c) Conversión de la mente. Convertir nuestros criterios a los de Cristo, a los del evangelio: “Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”. Necesitamos nuevamente la voz de Juan el Bautista que predique un bautismo de penitencia en un mundo donde los párrocos y los catequistas nos las vemos y deseamos para hacer creíble el evangelio a los niños y a los mayores, que por la tarde comulgan con Cristo en nuestras reuniones o misas y catequesis, y nada más salir de estos centros se encuentran con una prensa, televisión, ambiente y demás totalmente paganizados, a veces en sus mismos hogares, y comulgan con el paganismo y la increencia; jóvenes que un día de Pentecostés se confirman en la fe y otro día andan pregonando y confirmando que lo único que les importa es disfrutar sin normas ni trabas de ningún género.

        Juan el Bautista, una vez más, en este tiempo de adviento, con su figura austera, alimentándose de raíces y miel silvestre, con voz ronca y tonante, invitando a la conversión y al arrepentimiento de egoísmos y consumismos, nos produce la impresión de un hombre entero, de una sola pieza, traspasado por la verdad y el amor de Dios hasta los tuétanos de sus huesos, hombre de Dios libre de esclavitudes consumistas, libre ante el dinero, libre ante el poder político y religioso, libre ante el honor y la misma vida por ser fiel a la verdad. Me encanta y me seduce este hombre. Qué pocos encontramos así en la misma Iglesia de Cristo, -- y no sólo en la parte baja sino en la parte alta de la Iglesia --, hombres convencidos, perseverantes, sin doblegarse por los acontecimientos y las presiones favorables o desfavorables. Invoquemos hoy a San Juan Bautista, pidamos para la Iglesia de Cristo su presencia de testimonio entre nosotros y que nos lleve a vivir nuestra fe y a dar testimonio de la verdad de Cristo con su misma valentía y totalidad.

 

        4.- “Y proclamaba: Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os bautizo con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo”. Y aquí viene otra gran paradoja de estos tiempos actuales. Junto al fenómeno de la increencia, se está produciendo en la sociedad el fenómeno paradójico de los nuevos cultos y las nuevas creencias. Apoyados en los poderosos medios de la propaganda engañosa y fácil, basta tener dinero, surgen nuevas creencias, cultos, nueva era, nuevos fenómenos religiosos, quizá como nostalgia de la verdadera dimensión religiosa perdida.

        Lo cierto es que cuando el hombre moderno había secularizado su vida, curiosamente la sociedad actual ofrece un gran supermercado de dioses de toda especie y para todos los gustos – dioses y religiones a la carta- muy bien surtidos y en buenas condiciones de prácticas. Es el consumismo que ha entrado también en la esfera religiosa: ritos negros, azules, sádicos, demoníacos, horóscopos, amuletos, brujas, tarot, espiritismo, magias, adivinos, videntes….

        Esto es malo por una parte; pero por otra nos demuestra que hombre, la sociedad, no pueden vivir sin religión, y si la sociedad es pagana, al Dios verdadero, que exige el culto de sus criaturas, la adoración de su voluntad y el cumplimiento de unos preceptos, se le sustituye por los ídolos que nos sirven a nuestros instintos y desenfrenos, que más que servirlos, nos servimos de ellos o ellos nos sirven para nuestros egoísmos y desenfrenos. Ya lo advertía Chesterton y no olvidemos nunca esta afirmación: “Desde que los hombres ha dejado de creer en Dios, no es que no crean en nada; es que creen en todo”. Y esto mismo Bernanos lo decía de otra forma: “Un sacerdote menos, mil pitonisas más”.

        Juan el Bautista se mantiene siempre fiel al que le ha enviado; predica una fe y una religión dura, antipática, exigente, sabiendo que muchos la rechazarán; pero el no vive para el aplauso y el voto, como los políticos, él vive para preparar los caminos del Señor, de este Cristo que luego predicará: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”. Los dos murieron por predicar la  verdad de Dios y del hombre, como han muertos tantos por predicar la verdad y echar en cara a los hombres tanta falta de amor a Dios y a los hombres, tanta mediocridad, tantas esclavitudes en el seguimiento de los propios instintos, pasiones, inclinaciones de pecado y consumismos sin amor.

 

        5.- Juan predicaba a orillas del Jordán la conversión de los pecados para poder recibir “al que viene después de mí… Él os bautizará en Espíritu Santo”. Esta conversión consiste en un cambio radical de criterios y mentalidad, de actitudes internas y de comportamientos externos según la moral evangélica. Y la finalidad de esta conversión  tan profunda es poder recibir al Señor en nuestro corazón, porque si seguimos llenos de nuestro yo y de nuestros egoísmos, no cabe Cristo en nosotros. Por eso, Juan el Bautista nos pide que preparemos bien nuestro corazón de donde nacen los comportamientos y las actitudes para hacer camino al Señor que ya viene; para eso nos pide que renovemos la fe y la conversión prometida en nuestro bautismo para el perdón de nuestros pecados que impiden el nacimiento del Señor en nosotros. Juan era consciente que el bautismo que él administraba en el desierto no es más que un signo provisional del nuevo bautismo en el Espíritu Santo que impartirá el que viene detrás de él, Jesús, el Mesías prometido, al que él no se considera digno de desatarle las correas de las sandalias.

        El mensaje de la conversión que proclama el Bautista para preparar el camino al Señor encuentra eco en la magnífica Carta de San Pedro en la Segunda Lectura de este domingo: “Esperad y apresurar la  venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos consumidos por el fuego y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con Él, inmaculados e irreprochables”.

        Estas palabras de Pedro son un síntesis estupenda de todo lo que nos pide este tiempo de Adviento para preparar los caminos del Señor que viene a inaugurar el reinado de Dios entre nosotros, reino de amor, de justicia, de verdad y de paz hasta la culminación final del Reino, que seguiremos esperando después del Adviento, porque confiados en el Señor, “esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia”.

        La condición indispensable para acelerar esta venida salvadora de Cristo a nosotros y al mundo es la conversión, dejar de caminar en la dirección que llevamos de yo y consumismo y empezar a mirar en la dirección de Cristo que viene a nosotros por el camino de la conversión de nuestros criterios y faltas de amor, de fe, de esperanza cristiana, de humildad, de que Dios sea lo primero de nuestra vida, lo absoluto, de que todos sean hermanos, de hacer una mesa muy grande donde se puedan sentar todos los hombres. Y eso no es fruto de cambios puramente estructurales sino de cambio y conversión interior de las personas. Para esto se ha encarnado Cristo, para esto viene al hombre, para liberarle con su evangelio y su gracia de todas las esclavitudes.

        No hay posibilidad de amor al hombre, de  fraternidad universal sin aceptación del proyecto de Dios sobre el hombre, la familia, el matrimonio, las riquezas, el amor, el sexo… en todo esto tenemos que convertirnos al proyecto de Dios venciendo todo consumismo puramente egoísta. No hay fraternidad universal ni paternidad universal de Dios. Por eso han fracasado todos los profetas y programas laicos de humanismos horizontales, agnósticos, que prescinden de Dios, pues nada hay verdaderamente humano y durable que pueda construirse negando la referencia a Dios y a su Enviado Jesucristo, único salvador de los hombres. Y éste es precisamente el drama del humanismo ateo de ahora y de todos los tiempos. Repasad el marxismo último.

        Si la conversión no se hace por Dios y está abierta a la trascendencia, no habrá eficacia en el cambio que se pretenda. Porque todo cambio será aparente, sin actitudes internas, porque el eterno y viejo egoísmo de Adán, “seréis como dioses” minará solapadamente, como un camaleón, todo cambio de leyes y estructuras.

        Queridos hermanos, convirtamos nuestra mente, nuestro corazón y nuestras actitudes según las indicaciones de Juan  y San Pedro en este Adviento y solo así será Navidad cristiana en este mundo, porque sólo Cristo puede salvarlo en justicia y santidad verdaderas. Por eso, lo de siempre, convirtámonos, miremos a nuestro corazón y preparemos los caminos al Señor, porque, aunque Cristo nazca mil veces, si no nace en nuestro corazón, no habrá Navidad, no habrá hombre nuevo y sociedad renovada, todo será inútil.

        ¿Cuál es el drama del mundo actual? Que necesitamos preparar el encuentro con Cristo mediante una sincera conversión que nos haga preparar el camino al Señor que viene para nacer en nuestro corazón y en nuestra alma, en nuestra vida, y para eso necesitamos vaciarnos de tanto egoísmo y consumismo, y precisamente estos egoísmos y consumismos por otra parte nos embotan y nos impiden ver la necesidad que tenemos del Adviento, tiempo intenso de preparación para un encuentro más santificador con Cristo, con sus criterios y actitudes de amor, humildad, entrega, adoración del Padre y de aceptación de su plan de salvación sobre nosotros. El mundo no siente necesidad de Dios, de Cristo, de trascendencia, de cielo… Y nosotros podemos contaminarnos de este lluvia ácida, de esta mentalidad laicista y atea, sin darnos cuenta, porque es lo que vemos en la tele o leemos en la prensa; por eso, podemos  no sentir necesidad de esperar y salir al encuentro de Cristo, porque no sentimos necesidad de esa salvación que nos trae. Necesitamos convertirnos. Es una pena, que no esperemos a Cristo, teniendo como tenemos todos, tanta necesidad de su presencia, de su  gracia, de cambio de nuestra vida por la suya, de nuestros criterios por los suyos, de nuestro amor conyugal, familiar, fraternal por el suyo...

        La liturgia nos pide este cambio, esta conversión, ese encuentro con la gracia y la salvación del Enviado mediante la oración, la conversión y las obras de penitencia y caridad. Aunque no sintamos estos deseos, leamos estos textos de Adviento y hagamos oración por ellos, para que siembren en nosotros esta esperanza que nos haga prepararnos para un aumento de la presencia de Cristo en nuestra vida. Salgamos a esperar al Señor que viene para salvarnos, para liberarnos de nuestras esclavitudes y limitaciones.

 

        6.- Este hecho de la venida del Señor litúrgica y sacramentalmente en la Navidad debe provocar en nosotros los siguientes sentimientos concretos:

 

        A) Orar más y mejor. Largos ratos de silencio, desierto y contemplación del Misterio del Amor de Dios y del Hijo que nos viene. Dice San Bernardo: “Hermanos, profundizad en el sentido del Adviento. Fijaos quién es el que viene, de donde viene, a donde viene, para qué, cuándo y por donde viene”. Meditemos e interioricemos todo este proceso.

 

        B) Preparemos este encuentro con Cristo que viene y quiere nacer de nuevo en nosotros aumentando su presencia, mediante  una conversión sincera limpiando nuestro corazón de todo pecado mediante una confesión sincera, para recibirlo en nuestra alma por una comunión fervorosa.

 

        C) Alguna obra de caridad para con los más necesitados: Que la Virgen del Adviento no enseñe a prepararnos como ella al nacimiento del Hijo. Con ella y junto a ella, con sus mismas actitudes de fe, esperanza y amor, sabremos vivir mejor este tiempo de espera. En unos de los cantos de Adviento, le decimos: Santa María de la esperanza, mantén el ritmo de nuestra espera, mantén el ritmo de nuestra espera. Nos diste al esperado de los tiempos, mil veces prometido en los profetas, y nosotros soñamos con su vuelta, queremos la llegada de su reino. ¡Santa María del Adviento, ruega por nosotros! Virgen de la espera gozosa del Señor, enséñanos a esperar a tu Hijo como tú. Amén.

 

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TERCER  DOMINGO DE ADVIENTO

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 61, 1-2ª.10-11

 

        Tras la liberación de Babilonia, la tarea de restaurar la nación se fue haciendo más penosa de lo pensado: las promesas de Dios no parecían cumplirse y el pueblo no salía de su postración; no llegaba su soñada salvación. En este ambiente, el Espíritu del Señor invade al profeta y le envía como mensajero de buenas noticias: la justicia del Señor se implantará en la tierra. El hombre se llenará de gozo como un rey después de la victoria. Nosotros vivimos ya en la etapa de liberación realizada por Jesucristo: “Hoy se ha cumplido ante vosotros esta profecía”, dijo Jesús en la sinagoga de Nazaret. La comunidad cristiana debe alegrarse porque el Señor viene a salvarnos.

 

SEGUNDA LECTURA: 1Tesalonicenses 5, 16-24.

 

        Como Isaías y Juan Bautista, Pablo, heraldo de Cristo, exhorta a los fieles a trabajar en la propia santificación en función del advenimiento de Cristo. La meta del cristiano es el encuentro con Cristo. Más que comportamientos concretos Pablo exhorta a tener actitudes básicas para un cristiano que vive esperando al Señor: alegría, oración y acción de gracias litúrgica y constante. Alegría, por sentirse llamado a vivir una comunidad de fe, de esperanza y amor. Oración, porque es la manera de mantener nuestro diálogo constante con Dios. Y acción de gracias eucarística porque la Eucaristía es una Encarnación continuada y nos trae nuevamente a Cristo lleno de amor y gracias de salvación. “El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.”

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 1,6-8. 19-28.

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- “Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo.” Este grito de júbilo pertenece a la sección final del libro de Isaías, llamado frecuentemente tercer Isaías, escrito a la vuelta del exilio. Es el canto de alegría de la Jerusalén salvada y recobrada después del destierro y que hoy se aplica a la Iglesia que se alegra y da gracias por la salvación  que nos trae el Enviado. La misión confiada al Ungido de Dios, la tarea que va a realizar el Enviado debe ser motivo de esperanza y de alegría para todos los que sufren y viven en la angustia.

        Tras la liberación y el retorno de Babilonia la tarea de restaurar la nación judía se fue haciendo más penosa de lo pensado porque las promesas de Dios no parecían cumplirse y el pueblo no salía de su postración: su soñada salvación eran sólo sueños. Era tal la desesperanza del pueblo de Dios que el anunciar que ya está elegido un mesías supone un verdadero evangelio, una buena noticia: no está muy lejos un Dios que ya ha pensado en enviar su consagrado; no se ha olvidado de su  pueblo un Dios que ya elegido a su lugarteniente.

        La Comunidad se alegra, por lo que tiene sino por lo que espera: tiene futuro, tiene un pueblo que tiene un Dios que se cuida de los más necesitados; la presencia del enviado de Dios vuelve a generar vida y esperanza.

        Queridos hermanos: Hagamos un esfuerzo por captar este mensaje de esperanza y alegría que se renueva cada Adviento y que nos repite la Primera Lectura. Porque estamos hoy viviendo una época de desesperanza y desilusión generalizada en lo social, moral, religioso, familiar…La Navidad próxima, en la que viene el Enviado de Dios, nos dice claramente que Dios no se olvida del hombre, de nosotros. Creamos y esperemos en Él contra toda esperanza humana. Hay que esperar, el tiempo de Adviento nos invita a esperar al Salvador; este mundo, si hay Navidad cristiana, tiene salvación, tiene un Redentor de todos nuestros pecados; si hay Navidad, Dios sigue amando al mundo, Dios no se olvida del hombre.

        Frente al auge de la increencia, el desencanto de las utopías humanas vacías de vida y amor, frente a la corrupción y la caída de la ideologías que prometían la felicidad del hombre, oponiéndose a Dios, frente a las actitudes de un consumismo, caracterizado de una trivialidad sin compromisos de tipo moral o religioso, unido a la alergia del hombre actual a la reflexión y a las preguntas últimas, resumen de un hombre que quiere orientar su vida al margen de Dios, tomando él la iniciativa de decir qué es lo que está bien o mal en el orden moral, nosotros, los cristianos, debemos mirar a Dios que nos dijo que comiéramos de todos los frutos del paraíso del mundo, menos del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque saber lo que es buenos y malo, lo que es pecado o gracia, solo le corresponde a Dios. Por eso, el hombre moderno, queriéndose apropiar de esta propiedad esencial de Dios, ha caído en la corrupción y en la autodestrucción, matando al mismo hombre, a la misma vida, con el aborto y la eutanasia y manipulación de embriones, que son vida humana.

        Frente a los laboratorios de la inmoralidad, de la increencia, del laicismo militante que son la televisión y ciertos medios de comunicación social, no desesperemos y esperemos tiempos mejores, porque Dios no deja de enviar a su Ungido, viene a salvarnos y nos rescatará de tanta superficialidad: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad, para proclamar e año de gracia del Señor”.       

        2.- Precisamente San Pablo, en la segunda Lectura, exhorta a los fieles de Tesalónica vivir alegres esperando el encuentro con el Señor, trabajando en la propia santificación, que es el verdadero  encuentro por la fe y la gracia con el Señor. Este encuentro se realiza en muchas circunstancias y a través de diversas etapas. Hay que descubrir en los acontecimientos diarios, en el prójimo, en la vida litúrgica al Señor que viene para salvarnos, hasta que se consume la salvación definitiva al final de los tiempos. Para conseguirlo: “Hermanos, estad siempre alegres. Sed constantes en orar. En toda ocasión tened la Acción de  Gracias: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno… El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas”.

        San Bernardo, en uno de sus sermones: en el Adviento del Señor, exclama: «A los hombres nos es necesaria tu venida ¡Oh Salvador nuestro! Nos es necesaria tu presencia, ¡Oh Cristo! Y ojalá vengas de tal manera, que, por tu copiosísima designación, habitando en nosotros por la fe, ilumines nuestra ceguedad; permaneciendo en nosotros, ayudes nuestra debilidad, y estando por nosotros, protejas y defiendas nuestra fragilidad. Si tú estás con nosotros, ¿quién nos engañará? Si estás con nosotros, ¿qué no podremos hacer con el Señor que nos conforta? Si estás por nosotros, ¿quién podrá nada contra nosotros?»

 

        3.- En el evangelio se nos presenta el Bautista como modelo de  testimonio de Cristo: con fe vigorosa, con vida austera, desinterés, humildad y caridad: “Surgió un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz”.

        Juan, como precursor del Mesías, como “voz que clama en el desierto”, llega puntual cada año en el Adviento para preparar el camino del Señor. Su misma vida y su misma persona son el mejor camino de encuentro con el viene a nosotros en la Navidad. Por eso la Iglesia, en este tiempo de Adviento, nos pone delante su persona y su mensaje.

        La figura de Juan sigue siendo actual igual que su palabra. Es un profeta libre, austero, humilde, que vive para la misión que le han confiado: preparar los caminos del Señor; por eso, todo lo somete a esta tarea: su palabra, su prestigio, su fama, su gloria, su misma vida. Es un auténtico cristiano, hombre de Cristo y para Cristo. Juan es:

 

        a) Un profeta. Se siente profeta, enviado por Dios delante de la luz. Él vive totalmente para la misión que se le ha confiado. Él es solo la voz que anuncia al Mesías y le prepara el camino para que la luz llegue a los corazones de los hombres. Su función es ser testigo de ella. Nos da un ejemplo a seguir. Pero él no es la luz, por eso debe ocultarse para no hacer sombra a la luz, para servirle a ésta de pedestal. Como testigo garantiza lo que ha visto, iluminado por el Espíritu: que el Enviado y la Luz es Cristo, aunque los hombres no le reconozcan.

        El Bautista se ve obligado a dar razón de su actividad y de su misión: todo lo que es y hace está en función del que ha de venir detrás de él y que ya está presente, aunque no lo conocen. Con la triple negación corrige las posibles expectativas de los judíos; no es él a quien esperan, tan sólo es su portavoz.

 

        b) Es un hombre sincero  y valiente y leal en proclamar la verdad: “Confesó sin reservas”. Este amor a la  verdad le costará la vida al censurar a los poderosos, como Herodes Antipas, casado con Herodías, la mujer de su hermano Filipo.

 

        c) Es un hombre humilde: “Yo no soy el Mesías…¿qué dices de ti mismo? Él contestó: Yo soy «la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor» (como dijo el profeta Elías”. No sucumbe a la vanidad de embriagarse con el aplauso de la multitud. Él sabe bien que su persona y su ministerio son en función de otros superior a él “al que no soy digno de desatar la correa de las sandalias”. Él es sólo voz que anuncia al Mesías y le prepara los caminos del corazón humano. Buen ejemplo para todos los creyentes, los bautizados, que debemos ser profetas y sacerdotes de Cristo, anunciando su evangelio, predicando en nuestro ambiente, instruyendo a nuestros hijos, amigos… preparando el camino de encuentro para con el Señor.

 

        4.- LA LITURGIA DE ADVIENTO ES LITURGIA DE LA ESPERANZA

 
        Cristo nació históricamente en un momento determinado en cuanto hombre, porque en cuanto Dios es infinito en la pura eternidad del Padre con Amor de Espíritu Santo. En cuanto Dios su historia no se puede contar, porque no esta delimitada por las márgenes del espacio y del tiempo. En cuanto hombre ha nacido, tiene antes y después y, por eso, su historia humana se puede contar. La historia humana empezó como la de todos los hombres, naciendo de una madre.

        Este es el misterio que celebramos en la Navidad y al cual nos prepara este tiempo de Adviento. La liturgia hace presente estos hechos de Cristo, porque hace presente todo el misterio de Cristo. Podemos sentir, para las almas bien despiertas en la fe, la fatiga de la Virgen que viene de camino con el niño en su seno; podemos sentir el llanto del niño que nace, todo el amor que nos tiene, todos los deseos de ser nuestro amigo y salvador, sólo hace falta escuchar con fe la Palabra y celebrar con amor y esperanza cierta y despierta la Eucaristía. La liturgia hará presente este hecho de Cristo, y nos brinda a todos la oportunidad de poder recibirle al Cristo, que viene por vez primera a nuestra tierra.

        El hombre moderno conoce un número extraordinario de esperas. Espera dominar al mundo sideral, los astros, y hace viajes espaciales cada vez más intensos y perfectos. Espera  conseguir la paz del mundo y organiza la ONU A nivel personal todos esperamos tener más dinero para disfrutar más y se más felices; esperamos piso nuevo, coche nuevo, éxitos nuevos, nuevos viajes…Estos son los advientos del hombre moderno. ¿Quién vive el Adviento cristiano, quién espera a Cristo, quién se prepara y le ama y le agradece su venida para liberarnos precisamente de tantos vacíos existenciales como han producido en nosotros y en el mundo el esperar y llenarnos de tantas cosas, porque creíamos que con ellas nos llenábamos del todo y ahora resulta que nos falta todo? ¿Por qué los matrimonios más tristes, las familias más tristes, los jóvenes más tristes vacíos, necesitados de pastillas y alcohol para pasarlo bien porque no tienen nada en su mente y corazón, por qué tantos padres mayores y ancianos y madres y padres tristes? La razón es evidente: porque llenamos nuestros corazones y nuestros hogares de todo y ahora resulta que nos falta todo, porque nos falta Dios.

        He aquí que el Adviento nos da la oportunidad de salir al encuentro de Cristo. La liturgia e Adviento hace presente ante nosotros su vida entera, desde que nace hasta que sube al cielo, y por eso la Liturgia es fuente y cima de toda la vida de la Iglesia, de cada uno de los cristianos.  Él viene de muchas formas; viene en su Palabra que proclamamos y meditamos; viene en la respuesta y la oración que hacemos; viene en la consagración del pan y del vino; viene en la Comunión eucarística. Y desde aquí podemos luego esperarlo y salir a su encuentro en todos los acontecimientos de nuestra jornada. El viene todos los días, porque quiere nacer para nosotros, en la dicha, para alegrarse con nosotros; en la desgracia, para consolarnos; en la dificultades, para ayudarnos; en los momentos tristes, para acompañarnos y estar junto a nosotros. Sigamos nosotros también el consejo de  Pablo a los Tesalonicenses: “Alegraos en el Señor, os lo digo de nuevo, alegraos, porque el Señor ya está cerca”.

        Tengamos esperanza. Creamos de verdad y esperemos en Él, que nos quiere, que viene por amor. Esperemos siempre en su amor, que no siempre nos ayudará como lo deseamos nosotros, porque Él sabe mejor lo que nos conviene. Pidamos esta esperanza, esta seguridad y certeza, que es  verdad, que no nos abandona, que nos escucha siempre y nos atiende siempre. No desconfiemos de Él. Cristo está vivo y nos ama. Dios existe y nos ama. Tengo un amigo que, cuando tiene problemas, como todos, va al Señor y le dice: mira, Jesús, yo este problema lo veo así y así y la solución para mí sería ésta; pero si la tuya es otra, yo se que será mejor. Y así vive siempre feliz y confiado. Y le va bien, aunque muchas soluciones fueron como el Señor quiso. Y ahora reconoce que ha sido lo mejor. Pero de verdad.

 

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TERCER DOMINGO DE ADVIENTO (Carmelitas y Dominicas)

 

ADVIENTO CON MARÍA: VIVIR EL ADVIENTO CON MARÍA

       

Queridas hermanas religiosas Carmelitas y Dominicas: Como sois mujeres y religiosas y este domingo tengo la gracia de celebrar en vuestros conventos el tercer domingo de adviento, vamos a meditar en la primera mujer que vivió con plenitud el primer adviento de la historia, la espera y venida de la primera Navidad, para todo el pueblo cristiano, especiamente para vosotras, religiosas y vírgenes entregada al Señor. Lo queremos hacer para vivir con la Virgen y como la Virgen el primer adviento de la historia vivido por una mujer como vosotras, por María, mujer y virgen como vosotras, y madres de gracia y salvación para el  mundo como tenéis que ser todas vosotras por vuestra vida de oración, santidad y penitencia.

        Queridas hermanas Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil; el Adviento no ha existido en nosotros. Cristo viene todos los años, litúrgica y sacramentalmente, a nuestro encuentro en este tiempo de Adviento, si no salimos a esperarle, no puede haber encuentro de gracia y salvación con Él.

La Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana. Y así lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad».

Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos.

Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos en todos los tiempos, para iluminarnos del verdadero concepto de hombre, mujer, familia, matrimonio, sentido de vida humana. Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia y lo canta y reza por nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven que te esperamos, ven pronto y no tarde más».

¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

 

1.- POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN

 

La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas. Oremos en estos días ccon verdad e intensidad y pidamos al Señor que nos explique tanto amor como tuvo y tiene y que desgraciadamente hoy es poco valorado y reconocido por el mundo. Y aunque sobren champán y turrones si Cristo no nace en la Navidad en nuestros corazones habrá sido un navidad inútil, descepcionante para Dios y nosotros. Pero de la necesidad de la oración para celebrar la Navidad cristiana ya hablamos el domingo pasado. Hoy queremos reflexionar sobre el camino de la fe y certeza como María. ¿Por donde vendrá Cristo a cada uno de nosotros en esta y todas las navidades?

 

2.- POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

 

        “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así respondió la Virgen a la propuesta de Dios por medio del ángel y así debemos responder siemprenosotros ante los mandatos y designios y proyectos de Dios en nuestras vidas. María expresó su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel.

María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creyendo que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… con fe tuvo que superar dudas y dificultades, como nosotros tenemos que hacer muchas veces en nuestra vida.

 ¿Y cómo será eso si no conozco varón? Y la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada, en el misterio que nacía en ella.

Así debemos creer también nosotros en nuestras vidas cuando haya cosas que no comprendemos, responder fiándonos de Dios más que de nosotros mismos. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de comprobarlas con nuestra razón y egoismo innato y porque nos fiamos más de nuestros mismos, de propios criterios que de lo que nos dicta la fe, dudamos de lo que Dios nos dice por el Evangelio, porque supera toda comprensión humana.

Hermanas, como María, tenemos que apoyarnos más en Dios y en su Palabra, que en nosotros mismos, aunque muchas veces no lo comprendamos. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero infinito en su ser, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando en nosotros acciones, pensamientos y defectos que le impidan nacer dentro de nuestras almas y que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.

Tenemos que  creer que ese mismo hijo de Dios e hijo de María está en el pan consagrado, en todos los sagrarios de la tierra y tenemos que adorarlo todos los días como ella en silencio y adoración continua… o creemos o no creemos o creemos pero no le amamos y respetamos, tenemos que vivir en continuo diálogo de oración y amor con este mismo Cristo Hijo de Dios y de María que loco de amor por nosotros primero se hizo hombre, carne humana y luego un trozo de pan… pero qué locura… Tú estás loco, no puedes ser Dios…

Nosotros también tenemos que estar locos de fe y amor por ti para vivir este gozo y para eso tenemos que dejar todos nuestros defectos y egoismos para vivir solo para ti en un convento, pero que lo hagamos de verdad, no solo externamente. Tenemos el ejemplo de María como modelo de amor total, Virgen, virgen y madre, amor total que por Él aceptó este camino. Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijas religiosas, todos los cristianos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros y al mundo entero y será navidad auténtica, no solo de champan y turrones.

        Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos pocas cosas nos ayuden a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente secularista, materialismo, desenfreno, persecución clara y manifiesta a la Iglesia del gobierno y de los medios, Dios, el Evangelio no existen para ellos…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo y ahora resulta que está vacio de todo, de amor, de familia, está triste, porque le falta Dios.

        Este mundo, lo primero que necesita es fe, fe en Dios, en la Navidad, en su amor, en su Encarnación por salvar al hombre, en la Navidad, en su nacimiento de amor todos los días en la Eucaristía, En su amor de su presencia eucarística. Y esta es la razón de oración y penitencia de vuestra  vida de clausura. Por falta de este amor es por lo que no hay vocaciones, entregas de amor a El en el sacerdocio o en la vida consagrada.

        ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días de adviento, a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como tú, María, con fe viva y despierta.

        Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. La Navidad fundamentalmente es creer en Dios, creer que Dios ama al hombre, sigue amando al hombre, sigue amando y perdonando a este mundo.

        La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumplirá, todo tendré sentido, todo nos preparará la Navidad, para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotras almas. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros, religiosas y seglares, no le fallemos a Dios. Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella.: “He aquí, la esclava del Señor…”.  Que merezcamos su alabanza por haber creído en su amor, en su salvación, en su venida de amor a cada uno de nosotros.

        “Y el Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros”. Y Jesucristo, Hijo de Dios y de María, vino, nació y nos salvó y se quedó por amor a todos los hombres en todos los Sagrarios de la tierra y muchas, como vosotras, religiosas contemplativas, habéis renunciado al mundo y a todo para vivir solo para Él y la salvación de todos los hombres, vuestros hermanos. Que los cristianos y la Iglesia entera seamos agradecidos a todos los conventos del mundo.

 

 

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CUARTO  DOMINGO DE ADVIENTO

 

PRIMERA LECTURA: 2 Samuel 7, 1-5; 8b-11-16

 

        El rey David logra alcanzar la paz en su reino. Y, como acción de gracias, quiere compartir su bienestar con el Señor, de quien había recibido la paz tan esperada por todo el pueblo. Por ello quiere construir un lugar adecuado, una “casa-templo”, en donde pueda ser depositada el Arca de la Alianza, signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Quiere una morada digna para Dios. Ante este gesto de generosidad, Dios le revela por medio del profeta Natán, que será Él quien le haga una «cada-dinastía» a David, porque el Mesías nacería de su descendencia. Sería el “continuador de un reino que no tendrá fin”. En Belén, María, cumpliendo la promesa de Dios, hace presente a Jesús en medio de su pueblo. Y Dios permanece en quienes la abren el corazón, como lo hizo nuestra Señora, como Salvador y Redentor.  

 

 

 

 

SEGUNDA LECTURA: Romanos 16, 25-27

 

        San Pablo termina su carta a los Romanos con un canto de acción de gracias a Dios porque el proyecto del Salvación del Padre ha sido revelado y manifestado por su Hijo Jesucristo.

La espina dorsal del mismo es el misterio de la Encarnación revelado por el Evangelio, revelación del misterio de Cristo, misterio largo y oculto hasta su manifestación por la venida de nuestro Señor Jesucristo en carne, que la Escrituras santas predijeron. Esta manifestación no es exclusiva para los judíos. Los gentiles son admitidos a su revelación salvadora. Este plan eterno y su gradual ejecución manifiestan la infinita sabiduría y prudencia de Dios en el desarrollo de la Historia. A veces nosotros no logramos comprender el alcance del Evangelio de Jesús. Por eso debemos hacer lo que María en este tiempo de espera de su hijo: “conservaba todas estas cosas en su corazón”. Esto es, oraba en silencio e interiorizaba el misterio de la Encarnación.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 1, 26-38.

 

QUERIDOS HERMANOS:La Virgen, en el evangelio de este domingo, nos enseña cómo hay que esperar al Señor, por donde viene y podemos encontranos con Él todos los días:

        A) Cristo vienen todos los días a nosotros por el camino de la oración. Vayamos al evangelio de hoy. La Virgen está orando cuando la sorprende el ángel. Está orando mientras cosía o barría o hacía otra cualquier cosa, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar. Y en oración recibe el mensaje del ángel de parte de Dios: “Alégrate, llena de gracia… No temas…Darás a luz un hijo”.

Y María sigue orando, hablando y preguntando a Dios por medio del ángel: “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”; es una simple constatación de su estado virginal aun estando desposada con José, es una simple objeción del modo que tiene que proceder ante este plan de Dios. Y la solución se la revela el ángel de parte de Dios: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”.

        Y María acepta el plan divino y ser madre del Hijo de Dios: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. De esta forma, al abrazar la voluntad de Dios se consagró totalmente a la persona y obra de su Hijo, sirviendo al misterio de redención y salvación de los hombres. Cooperando así María no fue un instrumento meramente pasivo en las manos de Dios, sino que ayudó a la salvación de todos los hombres, sus hijos, como Madre del Salvador y lo hizo con una fe y amor y obediencia totalmente personal y libre, que mantendrá fielmente toda su vida hasta la muerte de hijo por los hijos en la cruz. Como tenemos que hacer todos nosotros, especialmente los sacerdotes y consagrados.

        Hermanos, María orando y hablando con Dios ha encontrado su misión y el sentido de su vida. Hablando, orando con Dios, escuchó a Dios y recibió de Él las respuestas a sus preguntas. Como nosotros tenemos que hacer en nuestra vida. En la oración privada y pública en diálogo de amor con Dios debemos recibir las respuestas de Dios sobre nuestra vocación y misión en nuestra vida.

        Tan convencido estoy de esto, que he tratado de esto en varios de mis libros. Pues bien, oración, oración y oración todos los días y personal, como María, nuestra madre y modelo. María, con su oración y diálogo con el Señor descubrió su voluntad y el modo de realizarla. Este es el camino obligatorio para todos nosotros y para toda la Iglesia. Problema eterno, del que María nos enseña el camino y su fruto y eficacia.

         Por la oración diaria y continua llegamos a vivir la fe, a encontrar a Dios como principio y fin de todo, a escuchar a Cristo desde el Sagrario, a encontrar solución divina a nuestros problemas. La oración diaria y personal es el ejercicio más firme y convincente de la fe en Dios, porque demostramos que Dios es Dios, que creemos en Él y que es loprimero yabsoluto de nuestras vidas.

        Luego, María, hecha templo, morada y templo de la presencia de Dios en la tierra, primer sagrario del mundo y arca de la Alianza nueva y eterna, fue a visitar a su prima Isabel como tenemos que hacer todos los sacerdotes, llenos de Cristo Eucaristía encontrado en la oración personal y recibido no solamente en comida sino en comunión de vida y sentimienos tenemos que visitar, hacer el apostolado sacerdotal.

        La oración todo lo alcanza, cantábamos al Corazón de Jesús, en mis años juveniles. En oración recibió María el mensaje; en oración vio el camino a seguir; con su actitud de escucha recibió luz y aclaración, resolvió sus dudas y encontró la fuerza para llevarlo a efecto en medio de duras pruebas. Por la oración recibió a Cristo en su seno, lo paseó por las montañas de Judea en su visita a Isabel y ya no se apartó de Él, ni en la cruz, cuando todos le dejaron y ella siguió creyendo que era el Hijo de Dios, el único Salvador del mundo, como tenemos que hacer todos nosotros, toda la iglesia, especialmente los sacerdotes y consagradas.

Con su sí por la fe personal en la oración personal: “cómo será eso pues no conozco varón” y la respuesta divina manifestada por el ángel “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra” fue Navidad en el mundo: “Hágase en mí según tu palabra”., sacerdotes y religiosas que respondan de palabra y de obra por la oración diaria y la fe:  “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra. “Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.

Que el pueblo cristiano, especialmente todos los sacerdotes y consagrados respondamos así con María: “He aquí tu siervo, tu sacerdote, Señor, tu consagrada,  hágase en mí tu Palabra”.

 

 

        1.- El rey David deseaba construir una “casa”, un templo a Dios; pero Yahvé le hace saber por el profeta Natán que su voluntad es otra: que más bien Dios mismo se preocupará de la <casa> de David, es decir de prolongar su descendencia, porque de ella deberá nacer el Salvador: “Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre”. La elección de David, como toda elección, es pura gracia y benevolencia de Dios. El Señor ha protegido a David, su siervo; por amor a él y a su pueblo le promete la permanencia de su reino. Israel ha visto en la profecía de Natán, la promesa del rey Mesías. Esta promesa se realizará en la persona del Señor Jesucristo, hijo de David por excelencia. Muchas veces a través de las vicisitudes de la historia pareció que la estirpe davídica estuviese para extinguirse, pero Dios la salvó siempre: “José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo”. (Mt 1,16); “Le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará… por los siglos, y su reino no tendrá fin” (Lc.1, 32-33)

       

        2.-Este proyecto lo realizó Dios por medio de María. María es el templo de la Nueva Alianza, inmensamente más precioso que el que David deseaba construir al Señor, templo vivo que encierra en si no el arca santa, sino al Hijo de Dios. El “hágase” de Dios creó de la nada todas las cosas; el “hágase” de María dio curso a la redención de todas las criaturas. María fue templo de Dios porque estuvo totalmente disponible a la voluntad y al proyecto de Dios.

        Ya en el paraíso, inmediatamente después del pecado original, Dios prometió la salvación del hombre por la descendencia de una mujer que aplastaría la cabeza de la serpiente tentadora: “Luego dijo Yahvé Dios a la serpiente: Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo; este te aplastará la cabeza, y tú le acecharás el calcañal”.

        El pueblo elegido esperó con ansias durante siglos esa descendencia, ese Mesías que le habían prometido y que le liberaría de las consecuencias del pecado.

        Tan intensa se hizo esa espera en aquellos tiempos que cualquier hombre extraordinario les parecía a los judíos que era el Mesías prometido. Así pasó con Juan el Bautista. “Le preguntaron: ¿eres tú el Mesías o tenemos que esperar a otro?” Y la Samaritana dirá a Jesús en el diálogo junto al pozo: “Sé que el Mesías está por venir”. Así quiere la Iglesia que nos preparemos para la venida de Cristo en la Navidad. Así quiere que deseemos su Encarnación.

        La pena grande es que en este tiempo de Adviento en que la Iglesia nos dice que vendrá ciertamente el Señor en la Navidad y nos quiere preparar para esta venida, gran parte de los suyos, la mayor parte de los cristianos no sale al encuentro del Señor, el Señor no es esperado y deseado, llegará porque avanzan los días y llegará la fecha del 25 de diciembre, pero pocos son los que preparan su corazón para recibirle, se alegran con su venida y agradecen a Cristo su Encarnación.

       

        3.- El hombre moderno conoce un número extraordinario de esperas y desea muchas venidas, y vive muchos advientos. Pero son paganos, de cosas y dineros y consumismos y realidades mundanas, pero no esperan con ansias al Único Salvador que tiene este mundo. Estos matrimonios, estas familias, estos hombres, esta humanidad esclavizada por tantos ídolos de barro, que se compran con el dios dinero para sumergirnos en la idolatría del consumismo de una vida vacía sin sentido.

        La Iglesia nos invita en este Adviento a esperar al Mesías Salvador y el mejor modelo de esta espera es María (Ver Retiro de Adviento ciclo A). Hace ya más de dos mil años que el ángel Gabriel transmitió a la hermosa Nazarena la noticia más luminosa y llena de gracia de la historia de la humanidad: que Dios no se olvidaba del hombre, que Dios ama al hombre, que Dios vendría en busca del hombre para que el hombre pudiera encontrarse con su Dios y Creador y vivir la historia de amor y amistad más hermosa que se pueda concebir, escribir y vivir: Dios se hace hombre para que el hombre pueda hacerse hijo de Dios, para que pueda llamarle Padre y vivir su misma felicidad y amistad; la segunda persona de la Santísima Trinidad vino a realizar por nosotros lo que nosotros no podíamos realizar.

        Este es el hecho más importante que ha ocurrido en este mundo; por eso toda la vida de la humanidad se mide por esta fecha, desde el nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo; y por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María» (Credo). Por la Palabra de Dios fueron hechas todas las cosas y esa misma “Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.

       

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RETIRO ESPIRITUAL DE ADVIENTO

       

 QUERIDOS HERMANOS: La Virgen nos enseña cómo hay que esperar al Salvador, por donde viene el Señor:

 

El hombre moderno, TODOS NOSOTROS conocemos un número extraordinario de esperas y deseamos muchas venidas, y vivimos muchos advientos. Pero son advientos paganos, esperas de cosas y dineros y consumismos y realidades mundanas. Estos  matrimonios, estas familias, estos hombres, esta humanidad esclavizada por tantos ídolos de barro, que se compran con el dios dinero para sumergirnos en la idolatría del consumismo de una vida vacía sin sentido.

        Nosotros, los creyentes, los cristianos celebramos hoy el cuarto domingo de adviento, del adviento cristiano, la espera con ansias del Único Salvador que tiene este mundo: Jesucristo.     La Iglesia nos invita en este Adviento a esperar al Mesías Salvador y en este domingo cuarto de adviento nos propone el mejor modelo de esta espera es María.

        Hace ya más de dos mil años que el ángel Gabriel transmitió a la hermosa Nazarena la noticia más luminosa y llena de gracia de la historia de la humanidad: que Dios no se olvidaba del hombre, que Dios ama al hombre, que Dios vendría en busca del hombre para que el hombre pudiera encontrarse con su Dios y Creador y vivir la historia de amor y amistad más hermosa que se pueda concebir, escribir y vivir: Dios se hace hombre para que el hombre pueda hacerse hijo de Dios, para que pueda llamarle Padre y vivir su misma felicidad y amistad; la segunda persona de la Santísima Trinidad vino a realizar por nosotros lo que nosotros no podíamos realizar.

        Este es el hecho más importante que ha ocurrido en este mundo; por eso toda la vida de la humanidad se mide por esta fecha, desde el nacimiento del Hijo de Dios entre nosotros: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo; y por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María» (Credo). Por la Palabra de Dios fueron hechas todas las cosas y esa misma “Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.      

        La Virgen, en el evangelio de este domingo, nos enseña cómo hay que esperar al Salvador, por donde viene el Señor:

 

        A) Por la oración. La Virgen está orando cuando la sorprende el ángel. Está orando mientras cosía o barría o hacía otra cualquier cosa, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar. Y en oración recibe el mensaje del ángel de parte de Dios: “Alégrate, llena de gracia… No temas…Darás a luz un hijo”. Ha empezado a verificarse la profecía de Isaías,14: la promesa mesiánica de un reino eterno, hecha a David por el profeta Natán, de parte de Dios y leída en la primera Lectura de este domingo. Y María sigue orando, hablando y preguntando a Dios por medio del ángel: “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”; es una simple constatación de su estado todavía célibe, aunque desposada o simple objeción del modo en que tiene que proceder ante este plan de Dios. Y la solución se la revela de parte de Dios el ángel: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”.

        Y María acepta el plan divino y ser madre del Hijo de Dios: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. De esta forma, al abrazar la voluntad de Dios se consagró totalmente a la persona y obra de su Hijo, sirviendo al misterio de redención. Cooperando así María no fue un instrumento meramente pasivo en las manos de Dios, sino que ayudó a la salvación de los hombres como Madre del Salvador con una fe y amor y obediencia totalmente personal y libre, que mantendrá fielmente toda su vida.

        María orando y hablando con Dios ha encontrado el sentido de su vida y misión. Oró y escuchó a Dios y recibió de Él las respuestas a sus preguntas. Pues bien, la contestación y respuesta de María debe convertirse en misión y programa para la comunidad cristiana, comunidad orante, que en la oración privada y pública debe recibir las respuestas de Dios sobre la vocación y la misión que tiene que cumplir en la tierra en el ministerio de la Salvación de los hombres. María, con su oración silenciosa fue más eficaz que todas las palabras.

       

        B) Por la fe. Porque orando creyó con total certeza en la promesa de Dios, y creyó que era el Hijo de Dios quien nacía en sus entrañas, y vivió ya totalmente para Él en fe, porque en ese momento no florecieron los rosales de Nazaret, ni se oyeron cantos de ángeles ni se paró el sol… no paso nada extraordinario, tuvo que creer a palo seco y sufriendo incomprensiones de todo tipo, porque no anduvo dando explicaciones a nadie, si siquiera a su esposo José. Por eso paso lo que pasó con él.

        Luego, hecha templo y morada y tienda de la presencia de Dios en la tierra, primer sagrario del mundo y arca de la Alianza nueva y eterna, llena de esa fe y certeza con inmensa alegría,  preñada del Dios que la tomó por Madre, Esposa e hija especial en el Hijo Amado, sintiéndose plenamente habitada por la Santísima Trinidad, fue a visitar a su prima sin mirar aquellos paisajes hermosos de las montañas de Palestina, porque ya sólo vivía para el que nacía en sus entrañas; ya todo era silencio, contemplación del misterio, amor y compromiso y fidelidad, en medio de las incomprensiones de su familia, de José y de sus vecinos. Y no dio explicaciones ni se excusó ante nadie; dejó que Dios lo hiciera todo por ella, como Él y cuando Él quisiera.

        La oración todo lo alcanza, cantábamos al Corazón de Jesús, en mis años juveniles. En oración recibió María el mensaje; en oración vio el camino a seguir; con su actitud de escucha recibió luz y aclaración, resolvió sus dudas y encontró la fuerza para llevarlo a efecto en medio de duras pruebas. Por la oración recibió a Cristo en su seno, lo paseó por las montañas de Judea en su visita a Isabel y ya no se apartó de Él, ni en la cruz, cuando todos le dejaron y ella siguió creyendo que era el Hijo de Dios, el Salvador del mundo.

        Con su sí fue Navidad en el mundo. Dios tenía necesidad de ella, de una criatura totalmente dispuesta a seguir y cooperar con su plan de salvación en medio de dificultades; una criatura que no pusiera resistencia ni pegas al plan de Dios; una criatura que al contrario de Eva, obedeciera totalmente a la voluntad de Dios, para que recuperásemos por su obediencia lo que habíamos perdido por la  desobediencia de Eva: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra. “Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.

 

        C) Por el amor. Amor a la voluntad de Dios y amor a los hombres, a José y a su prima Isabel. El amor a Dios pasa por el amor a los hermanos. Primero hay que tener un corazón limpio de rencores y de pecados. En pecado, de cualquier clase que sea, no se puede celebrar la Navidad cristiana. Hay que vivir en gracia. Ella estaba llena de gracia. Si hay pecado Cristo no puede nacer dentro de nosotros. La Navidad es la fiesta del amor de Dios a los hombres y en correspondencia de los hombres a Dios y a los hermanos, porque si Cristo nace todo hombre es mi hermano. Hay que amar más. Hay que visitar a los amigos y necesitados como María a su prima Isabel para ayudarla. Hay que llenarse del amor que Cristo nos trae y que nos hace hermanos de la misma fe, gracia, esperanza y destino. Hay que comulgar y pasar ratos largos de oración ante Jesús Eucaristía, ante el Sagrario. Así será navidad en nuestro corazón, en nuestra vida. Es lo que pido al Señor en esta santa misa para vosotros y todos los vuestros. Feliz navidad en paz con Dios y los hombres.

 

        A) Por la oración. La Virgen está orando cuando la sorprende el ángel. Está orando mientras cosía o barría o hacía otra cualquier cosa, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar. Y en oración recibe el mensaje del ángel de parte de Dios: “Alégrate, llena de gracia… No temas…Darás a luz un hijo”. Ha empezado a verificarse la profecía de Isaías,14: la promesa mesiánica de un reino eterno, hecha a David por el profeta Natán, de parte de Dios y leída en la primera Lectura de este domingo. Y María sigue orando, hablando y preguntando a Dios por medio del ángel: “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”; es una simple constatación de su estado todavía célibe, aunque desposada o simple objeción del modo en que tiene que proceder ante este plan de Dios. Y la solución se la revela de parte de Dios el ángel: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Esto nos recuerda la presencia de Dios en la Nube, cubriendo la Tienda del Encuentro, que contenía el Arca de la Alianza y se inundaba de la gloria de Yavé (Ex 18, 1-14). Y María acepta el plan divino y ser madre del Hijo de Dios: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. De esta forma, al abrazar la voluntad de Dios se consagró totalmente a la persona y obra de su Hijo, sirviendo al misterio de redención. Cooperando así María no fue un instrumento meramente pasivo en las manos de Dios, sino que ayudó a la salvación de los hombres como Madre del Salvador con una fe y amor y obediencia totalmente personal y libre, que mantendrá fielmente toda su vida.

        María orando y hablando con Dios ha encontrado el sentido de su vida y misión. Oró y escuchó a Dios y recibió de Él las respuestas a sus preguntas. Pues bien, la contestación y respuesta de María debe convertirse en misión y programa para la comunidad cristiana, comunidad orante, que en la oración privada y pública debe recibir las respuestas de Dios sobre la vocación y la misión que tiene que cumplir en la tierra en el ministerio de la Salvación de los hombres. María, con su oración silenciosa fue más eficaz que todas las palabras.

       

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el Evangelio de hoy, José aparece con su duda, asombrado y perplejo, como hombre bueno y honrado, ante una realidad que no comprende, porque conoce a María y no le entra en la cabeza que su estado de embarazada obedezca a una infidelidad. Desposado con ella, observa cómo María espera un hijo antes de vivir juntos. Quiere repudiar en secreto a su esposa. Pero, cuando el ángel del Señor le asegura y le ordena   “No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo,” José, “que era bueno”, “hombre justo”, como nos dice el evangelio de hoy, que vive de la fe, obedece aceptando con humildad su arriesgada misión de esposo de la Virgen-Madre y de padre virginal del Hijo de Dios; qué grandeza a la vez en medio de la prueba y qué confianza de Dios en él, como en nosotros al elegirnos sacerdotes. Pero le cuesta, le cuesta muchísimo, porque María, por su parte, no le ha explicado nada.

        María se ha fiado; es más, se ha confiado tanto en Dios, que lo ha dejado todo en sus manos, incluso lo que ella podía haber hecho para defenderse, porque, a pesar de las sospechas y desconfianzas lógicas de José, ella no ha dicho nada, no ha aclarado nada.

Ella lo ha sufrido todo en secreto y ha dejado a Dios la tarea de aclararlo y explicarlo todo. Aprendamos también nosotros a confiar en Dios nuestro Padre cuando tengamos pruebas duras en la vida sacerdotal y humana.

José, además, aun obedeciendo al  mandato del ángel, no sabe cómo debe desempeñar ese papel, cómo hacer de padre con una persona que es infinitamente superior a Él, no sabe cómo y por dónde debe hacer de padre con esta criatura, con una misión tan extraordinaria y, por otra parte, aparentemente como otra ordinaria; por eso, le parece que lo más honrado es retirarse discretamente, en silencio, a pesar de la advertencia del ángel. Pero por fe, supera la prueba y coopera al misterio de la Salvación. Se fía y se adentra en el misterio. San José es prototipo y modelo de fe, sincera y profunda. Aprendamos nosotros para cuando vengan pruebas en nuestra vida.

        En este ambiente de fe se realiza el nacimiento de Jesús y en este ambiente también debemos celebrarlo todos nosotros. Fe, obediencia a Dios, humildad y amor son las virtudes necesarias para celebrar la Navidad, para  recibir al Señor, que está a punto de llegar.Primeramente, fe, una fe generosa y viva como la de María, que acepta y cree totalmente que es el Mesías Salvador el que se encarna en ella, sabiendo que va a sufrir por la duda y sospecha de su esposo, de su familia, pero no da explicaciones a nadie y se fía y lo confía todo al Padre Dios.

Fe, como tú, querido hermano, en el pan eucarístico que consagras, es Jesucristo, que nace todos los días en tus manos sacerdotales y permanece en el Sagrario. Fe viva y siempre despierta, no dormida y menos muerta, ámalo, vísitalo,.

        Hermanos, necesitamos una fe como la de José, reverente y aceptando la palabra de Dios contra toda lógica humana. En los dos hay pura obediencia de fe y por la fe. María cree plenamente y acoge el misterio y da a luz al Salvador de los hombres. José, cuando el ángel le anuncia el misterio, acepta el plan de Dios, y cree firmemente que ese niño Jesús salvará a su pueblo y, por tanto, que su esposa no le ha traicionado y la acoge con humildad, y, porque creyeron, fue Navidad. Hermano, aunque Cristo nazca mil veces, si no nace con fe viva en tu corazón y en nuestra vida, habrá sido una navidad inútil, aunque seamos curas, obispos ocardenales.

        Para celebrar la Navidad en estos tiempos de increencia, nosotros y todo el pueblo cristiano necesitamos pedir a Dios por medio de María y José que nos ayuden a creer verdaderamente en la Navidad, como ellos, fe verdadera no puro conocimiento en todo lo que encierra de amor, de entrega y de misterios la Navidad, creer de verdad que Dios ama al hombre, que sigue viniendo enamorado a la tierra en cada Navidad para buscar y llevar al hombre, a cada uno de nosotros a la plenitud de la amistad divina. Cada Eucaristía es Navidad. En cada Eucaristía como en Navidad, viene con estos deseos.

        Necesitamos la fe de María y José para creer que el mismo Hijo de Dios que procede eternamente del Padre es el todos los días se encarna, viene a nosotros en un trozo de pan y siempre con amor y por el poder del mismo Espiritu Santo.

Necesitamos fe para superar nuestros juicios y criterios  humanos en la vida, nuestras evidencias y seguridades terrenas y creer en la Palabra eterna del Padre pronunciada con amor de Espíritu Santo en el seno de la Virgen bella, invitándonos a ser pequeños, humildes y obedientes como Él, que siendo Dios se hace niño  necesitado, y nos perdona a todos, y viene para el bien de todos. Imitémosle.

Necesitamos la fe para creer en cada Navidad que Dios sigue amando a los hombres y perdonando nuestras faltas de fe y amor y que nos se olvida de nosotros. Por eso necesitamos este cuarto domingo de adviento, para meditar y disponernos a recibir esta plenitud de Dios en nosotros. Porque aunque sobren champám y turrones si Cristo no nace en el corazón de los creyentes, habrá sido una Navidad inútil. Feliz Navidad a todos.

 

 Que Él nos ayude. Que María y José, a quienes la Iglesia nos pone como modelos, en este domingo último de Adviento, nos ayuden y nos enseñen el camino que ellos recorrieron. Que así sea.

Necesitamos la fe de José y María para vivir este reto perenne, este fiarnos de Dios más que de nuestros criterios para vivir la vida del Evangelio, para renunciar a nuestros consumismos inmediatos y terrenos, pensando más en el reino de Dios.

Necesitamos la fe para estar diaria y constantemente abiertos y disponibles a los planes de Dios, que superan todos nuestros egoísmos de mente y corazón, en apertura filial a Dios y fraterna a los hermanos.

        Necesitamos la fe, como José y María, en medio de tanta incomprensión de las gentes, que ha dejado la fe cristiana y la Iglesia, porque les cuesta obedecer a Dios en sus mandamientos, en lo que nos pide en el uso y disfrute de las cosas creadas, a las que han convertido en lo absoluto de sus vidas, dándole el culto que sólo pertenece a Dios.

Necesitamos la fe para vivir el matrimonio sin divorcios, la familia sin abortos ni  eutanasias, con más amor a los padres y ancianos, como Dios nos pide, en contra del ambiente y de la corriente del mundo,

        Sólo con esta fe honda, sincera, profunda, superadora de criterios y mentalidades paganas, podremos celebrar una Navidad verdaderamente cristiana, donde Cristo sea recibido, amado y celebrado como Dios y Señor, como único Salvador de nuestras vidas.  Que Él nos ayude. Que María y José, a quienes la Iglesia nos pone como modelos, en este domingo último de Adviento, nos ayuden y nos enseñen el camino que ellos recorrieron. Que así sea.

 

 

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SE ACERCA LA NAVIDAD: TIEMPO DE NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Permitidme que hoy diga en voz alta para todos un poco de lo que a veces oigo que me dice Jesús, Cristo Eucarístia desde el Sagrario, lo que me dice su mismo Espíritu Santo de Amor en ratos de oración y silencio.

Cuarto domingo de Adviento. Adviento. Jesus, siendo Dios, se hace hombre en el seno de la Virgen Madre, y al unir lo humano con lo divino empieza a ser Sacerdote eterno en el seno de la Virgen Madre, por obra del Espíritu Santo, el mismo Espíritu que a todos nosotros nos ungió en el día de nuestra ordenación y nos ha hecho sacerdotes eternamente en El y con El para salvación de todos los hombres nuestros hermanos, hijos todos de la Virgen Madre, Virgen Madre, que concibió en su seno al Sacerdote y Víctima de Salvación, Jesucristo, que se formó y nació en su seno, en Maria, Virgen Sacerdotal y madre de todos los sacerdotes, que encarnamos esta unión entre lo divino y lo humano, este poder divino, esta union entre Cristo y cada uno de nosotros sacerdotes, sobre todo cuando en la santa misa con toda verdad y maravillosa grandeza decimos: “Este es mi Cuerpo, esta es sangre…., ¿la mía, la tuya? No, la de Jesucristo, Único Sacerdote nacido en el seno de la Virgen, Madre de todos los sacerdotes porque en ella tuvo  ser y nacimiento el Hijo de Dios hecho hombre y Único y eterno sacerdote.

((Hermanos sacerdotes, Amemos a la Virgen, ama a tu madre sacerdotal y sacerdote… como algunas veces me atrevo a llamarla en privado y sin que nadie me oiga)) …María, madre sacerdotal y sacerdote del Altísimo.))

Hermano, pide a la Madre y nuestra madre Maria, amor y ternura para el niño que nace en su seno, que es Dios loco de amor por los hombres… y que nace en un pesebre y luego permancece para siempre en el sagrario, a veces, en iglesias cerradas todo el día… ¿pero Hijo de Dios que te haces hombre, para salvarnos, qué te puede dar el hombre que tú no tengas, qué buscas en mi si tu lo tienes todo, eres Dios y por eso harás milagros, resucitarás muertos, y despúes de dar la vida por mí, por todos, te resucitarás como Dios al hombre nacido de María y primer resucitado de entre los hombres… sabes Cristo que tanto amor de tu parte me provoca crisis de fe… pero cómo puede ser Dios y hacer eso… cómo puede nacer así pobre en un establo el creador del mundo y de todo, cómo tiene que huir  siendo niño y no habiendo hecho nada malo… y luego morir, bueno toda tu vida…. Y naces para esto, qué locura de amor… cómo nos amas… Nosotros también, viéndote nacer así tan pobre y demás, queremos amarte eternamente y ser tuyos y amar al Padre que aceptó este plan de salvación tan maravilloso y sentir su mismo fuego de amor al Padre y al Hijo en Amor de su Espíritu Santo. Cómo quiero vivir el Adviento, esperarte, besarte y comerte, adorarte en el establo, mejor, en tu Sagrario.

Hermano, hermanas, vivamos con fe profunda y amor, vivamos con María el Adviento que termina porque el niño ya tiene deseos de nacer y abrazarnos y hablarnos del Padre eterno que nos ama, que nos ha soñado para una eternidad de gozo con El y todos los hombres nuestros hermanos en Fuego y Amor de su mimo Amor y Eterna felicidad, Espíritu Santo… Si existo, es que Dios me ama..

Por eso, todos nosotros los sacerdotes, para ser sacerdotes de salvación para todos, para el mundo entero como El, único Salvador y sacerdote, tenemos y debemos imitarle en todo, en su vida, tenemos que seguir e imitarle en nuestras vidas, tenemos que vivir esta vida, este amor, esta entrega y fidelidad y union de Jesús al Padre Dios y a todos los hombres nuestros hermanos….

La Iglesia nos invita en estos días santos a vivir con María santísima estos acontecimientos en oracion, como ella, desde que la sorprendio el angel y le anunció el misterio que se iba a realzar en ella y que José fue testigo tan verdadero que penso abandonarla porque no había tenido parte en ello. Vivámoslo con su misma esperanza, confianza, con su misma fe en estos misterios. El Hijo de Dios ha querido entrar en la historia humana, no por el camino solemne de una victoria triunfal. Podría haberlo hecho, puesto que es el Rey del universo. Pero no. Él ha venido por el camino de la humildad, que incluye pobreza, marginación y desprecio, anonimato, ocultamiento, etc. Y por este camino quiere ser encontrado. Hacerse como niño, hacerse pequeño, buscar el último puesto, pasar desapercibido... en miedio de los hermanos son las primeras actitudes que nos enseña la Navidad.

Para acoger a Jesús, él busca corazones humildes, sencillos y limpios, como el corazón de su madre María y del que hace las veces de padre, José. El misterio de la Encarnación del Hijo que se hace hombre lleva consigo la solidaridad que brota de este misterio. “El Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre” (GS 22), nos recuerda el Vaticano II. El misterio de la Encarnación se prolonga en cada hombre, ahí está Jesús, sobre todo en nosotros, sacerdotes. Y sobre todo se prolonga en los pobres y necesitados de nuestro mundo. Con ellos ha querido identificarse Jesús naciendo pobre para reclamar de nosotros la compasión y la misericordia con ellos. El anuncio de este acontecimiento produce alegría. Es la alegría de la Navidad.

 

RETIRO DE NAVIDAD

 

PRIMERA MEDITACIÓN

 

        QUERIDOS HERMANOS: Un año más el Señor nos concede la gracia de celebrar la Navidad, fiesta del amor de Dios a todos los hombres. Nosotros, como creyentes, queremos celebrarla cristianamente, para que no sea sólo una fiesta sólo de champán y turrones y comidas familiares, sino que vivamos este misterio de la filantropía de Dios al hombre, que se manifiesta en el Niño que nace, para buscarnos a todos los hombres y meternos en la salvación y amistad de un Dios Amigo del hombre.

 

        1.- San Pablo nos dice en la segunda lectura del día de Navidad: “Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador y su amor al hombre”. La Navidad cristiana se fundamenta en este hecho; la Navidad cristiana es creer y amar esta manifestación del Amor de Dios en este Niño que nace.

        “Hoy ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador y su amor al hombre”, porque el Dios infinito, que no necesita absolutamente nada del hombre para ser Dios de felicidad y amor infinitos, no ha querido ser egoísta en su dicha eterna y trinitaria, y ha concebido un proyecto de eternidad y felicidad para el hombre, destinándonos a ser hijos en el Hijo. Este es el fundamento y la razón de la Navidad, del envío del Hijo Amado, que se hace hombre, para que el hombre pueda ser hijo de Dios.

        En la Navidad “ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre”, porque ha decido venir en busca del hombre y hacerse hombre para encontrarlo, de igual a igual; por eso la Navidad cristiana es la explosión reveladora del Amor divino y la mayor manifestación de amor que ha existido en el mundo. La navidad cristiana es la revelación de la Palabra de Salvación pronunciada con fuego de Espíritu Santo por el Padre en su Hijo amado, enviado para salvar a los hombres de su finitud y lejanía de Dios; la Navidad cristiana es la gloria y la luz inmarcesible de Dios que aparece revestida de la carne humana de un niño que se nos da y se nos ofrece, humilde, pequeño, para que todos podamos acercarnos a él sin miedo, con cariño, con respuesta de amor; la navidad cristiana es la manifestación más concreta del proyecto de Salvación del Dios Uno y Trino en forma concreta, histórica y humana.

 

        2.- San Bernardo, en uno de su sermones de Navidad (De los sermones de san Bernardo, abad (Sermón 1 en la Epifanía del Señor, 1-2: PL133,141-143), que leemos estos días en la Liturgia de las Horas, comentando este texto de San Pablo, dice:

        «Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Gracias sean dadas a Dios, que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en medio de esta peregrinación, de este destierro, de esta miseria.

Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía, pues la misericordia del Señor es eterna. ¿Pero cómo, a pesar de ser tan inmensa, iba a poder ser reconocida? Estaba prometida, pero no se la alcanzaba a ver; por lo que muchos no creían en ella. Efectivamente, “en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios por los profetas”. Y decía: Yo tengo “designios de paz y no de aflicción”. Pero ¿qué podía responder el hombre que sólo experimentaba la aflicción e ignoraba la paz? ¿Hasta cuándo vais a estar diciendo: «Paz, paz», y no hay paz? A causa de lo cual “los mensajeros de paz lloraban amargamente”, diciendo: “Señor, ¿quién creyó nuestro anuncio?” Pero ahora los hombres tendrán que creer a sus propios ojos, ya que “los testimonios de Dios se han vuelto absolutamente creíbles”. Pues para que ni una vista perturbada pueda dejar de verlo, puso “su tienda al sol”.

        Pero de lo que se trata ahora no es de la promesa de la paz, sino de su envío; no de la dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de su anuncio profético, sino de su presencia. Es como si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco lleno de su misericordia; un saco que habría de desfondarse en la pasión, para que se derramara nuestro precio, oculto en él; un saco pequeño, pero lleno. Ya que “un niño se nos ha dado, pero en quien habita toda la plenitud de la divinidad”. Ya que, cuando llegó la plenitud del tiempo, hizo también su aparición la plenitud de la divinidad. Vino en carne mortal para que, al presentarse así ante quienes eran carnales, en la aparición de su humanidad, se reconociese su bondad. Porque, cuando se pone de manifiesto la humanidad de Dios, ya no puede mantenerse oculta su bondad. ¿De qué manera podía manifestar mejor su bondad que asumiendo mi carne? La mía, no la de Adán, es decir, no la que Adán tuvo antes del pecado.
¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la Palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros?

        “Señor, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Que deduzcan de aquí los hombres lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y siente sobre ellos. No te preguntes, tú, que eres hombre, por lo que has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se te hará evidente por su humanidad. Cuanto más pequeño se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora.

        “Ha aparecido —dice el Apóstol— la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre.” Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre de Dios».

 

        Y el responsorio que sigue a esta Lectura en la Liturgia de las Horas, resume y reza estos textos de San Pablo (Ef 1, 5. 6; Rm 8, 29):

        R. Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos. * Por pura iniciativa suya, para que la gloria de su gracia redunde en alabanza suya.

        V. A los que había escogido, él los predestinó a ser imagen de su Hijo. *por pura iniciativa suya.


        3.- San Pablo nos descubre la teología del misterio de la Navidad en este texto de  la Carta a los Hebreos: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por medio de los profetas; ahora, en esta etapa final de la historia, nos ha hablado por medio de sus Hijo...” (Hbr 1,1-2). El Padre nos lo ha dicho todo por su Palabra encarnada, por el Hijo hecho hombre y nos la ha dicho, nos ha pronunciado esta Palabra con amor de Espíritu Santo.  ¿Pues a cual de los ángeles dijo alguna vez:. «Hijo mío eres Tú, yo te he engendrado hoy? (Ibi.5) La liturgia del día de Navidad nos introduce en el misterio de la existencia eterna del Hijo, más allá del tiempo y del espacio, engendrado de la misma naturaleza que el Padre, que, contemplando su esencia divina, se descubre Padre por el Hijo: “Yo seré para Èl Padre y Él será Hijo para mí” (Ibi5).

        Este es el misterio que celebramos en la Navidad y para el cual nos preparamos y la mejor forma de hacerlo es meditarlo, interiorizarlo y orarlo, es decir, hablarlo con Dios porque ha sido Él el que ha iniciado este diálogo con su Palabra pronunciada desde toda la eternidad, dice San Juan de la Cruz, en silencio amoroso: “Dios nos ha hablado por el Hijo” (Hb 1, 2). Muchas veces y de muchas maneras Dios había hablado por los profetas, pero cuando “se cumplió el tiempo” (Ga 4, 4), habló por el Hijo. El Hijo es el reflejo de la gloria del Padre; la irradiación de su naturaleza, que lo sostiene todo con el poder de su palabra. San Pablo dice esto,  refiriéndose al recién nacido, que es también hijo de María, por la naturaleza humana adquirida de la “mujer” anunciada por Dios en el Génesis. Ese niño que nos ha sido dado es Dios y hombre verdadero. Es Dios, porque, por medio de él, Dios Padre creó el cosmos; Él es también el Primogénito y el Heredero de toda la creación (cf. Hb 1, 1-2). Este pobre Niño, para el cual “no había sitio en la posada”, es, a pesar de las apariencias, el único Heredero de la creación entera. Vino para compartir con nosotros esta herencia suya, a fin de que nosotros, hechos hijos de la adopción divina, participemos de la herencia que Él ha traído consigo al mundo.

        Señor Jesucristo, Palabra eterna del Padre, pronunciada con la potencia del Espíritu Santo, nosotros contemplamos hoy tu gloria, “gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14). Te pedimos, pues para esto ha venido y Tú lo puedes todo, que la gozosa noticia de tu Nacimiento, antiguo y siempre nuevo, llegue, a través de las ondas del viento y del sonido, hasta los pueblo y las naciones de todos los continentes, y nos traiga al mundo la paz.

       

        4.- San Juan nos revela este origen divino de este niño que nos he dado en la Navidad en el prólogo de su evangelio: “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios”. (Jn 1,1-2).

        Y en el Credo profesamos la misma verdad: “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre; por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María y se hizo hombre”.

        Este es el misterio que nos revela la Navidad, esta es la alegre noticia que anuncian los ángeles en la Nochebuena, esta es la fe que nos han transmitido los evangelistas y la tradición apostólica de la Iglesia.

        La teología de la Navidad nos revela siempre el amor misericordioso y filantrópico de Dios. Antes de la Navidad se nos revela el amor misericordioso de Dios que perdona al hombre y le promete un Salvador: Ya en el paraíso, inmediatamente después del pecado de nuestros primeros padres, Dios proclamó la salvación del hombre por la descendencia de una mujer que aplastaría la cabeza de la serpiente tentadora: “Dijo luego Yavéh Dios a la serpiente: «Por haber hecho esto, maldita serás entre todos los ganados y entre todas las bestias del campo…Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer. Y entre su linaje y el suyo; este te aplastará la cabeza, y tú le acecharás el calcañal».

        El pueblo elegido esperó con ansias, durante siglos, esa descendencia que había de venir por una mujer que nos libraría a todos de las consecuencias de ese pecado. Lógicamente el canal también debía estar limpio. Era María; este es el sentido de la fiesta de la Inmaculada en medio del Adviento. Esta primera espera fue el largo adviento del todo el Antiguo Testamento, comienzo de toda la historia de Salvación, que Dios iniciaba con su pueblo escogido, y alimentaba con la predicación de los Profetas, como nos lo expresa muy bien el segundo prefacio de Adviento: “… por Cristo, Señor nuestro. A quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres”.

        Por eso, el Precursor de la Navidad, San Juan Bautista, con su voz tonante, ronca y exigente, pidiendo la conversión, siempre es fiel a esta cita el Adviento, para que preparemos los caminos del Señor, “quien, al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación” (Prefacio).

       

        5.- La ESPIRITUALIDAD de la Navidad sería vivir según el Espíritu de Dios todo este misterio, vivir y sentir todas estas verdades con los mismos sentimientos que suscita; sería tratar de imitarle, de coger este camino inaugurado por Él para encontrar cada uno de nosotros a Cristo donde está: en la humildad, en el amor total, siendo Jesús, es decir, Salvador, buscando al hombre, haciéndose hombre, todo hombre es mi hermano, tengo que amar como Él, perdonar como Él, servir como Él.... Esto sería la espiritualidad de la Navidad, es decir, buscar a Cristo encarnado, tratar de vivir lo que Él vive y como Él lo vive, imitarlo: espiritualidad es vivir según su Espíritu, tener sus mismos sentimientos y actitudes, vivir su misma vida: “Tened vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús, quien siendo Dios no se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres” (Fp 2, 6-7).

 

 

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

SENTIMIENTOS Y ACTITUDES DE NAVIDAD

 

1.-  La Navidad, fiesta de la fe cristiana. Ante el anuncio de la Buena Nueva del Nacimiento, la respuesta del hombre debe ser la fe total y confiada: CREO EN JESUCRISTO, HIJO UNICO DE DIOS. Dios ha enviado su Hijo al mundo: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Ga 4, 4-5). He aquí “la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1, 1): “Dios ha visitado a su pueblo” (cf Lc 1, 68), ha cumplido las promesas hechas a Abraham y a su descendencia (cf Lc 1, 55); lo ha hecho más allá de toda expectativa: Él ha enviado a su “Hijo amado” (Mc 1, 11).

        Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha “salido de Dios” (Jn 13, 3), “bajó del cielo” (Jn 3, 13; 6, 33), “ha venido en carne” (1 Jn 4, 2), porque “la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad... Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia” (Jn 1, 14.16).

        Movidos por este amor y obra del Espíritu Santo y atraídos por el Padre, nosotros creemos y confesamos a propósito de Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Sobre la roca de esta fe, confesada por San Pedro, Cristo ha construido su Iglesia (cf Mt 16, 18; San León Magno, serm. 4, 3; 51, 1; 62,2; 83, 3).

        La transmisión de la fe cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para llevar a la fe en Él. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en deseos de anunciar a Cristo: “No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20).Y ellos mismos invitan a los hombres de todos los tiempos a entrar en la alegría de su comunión con Cristo: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida —pues la Vída se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos manifestó—, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo (1 Jn 1, 1-4). (CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, Nº 422,423, 424,425)

 

        2.- La Navidad fiesta del amor. La Navidad es un misterio todo lleno de amor. Amor del Padre, que ha enviado al mundo a su Hijo Unigénito, para darnos su propia vida: “Tanto amó Dios al mundo que nos dio su Hijo Unigénito para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna” (cf. 1 Jn 4, 8-9). Amor del “Dios con nosotros”, el Emmanuel, que ha venido a la tierra para salvarnos y morir por nosotros en una Cruz: “Nadie ama más que el que da la vida por los amigos”.

        En el frío portal, en medio del silencio, la Virgen Madre, le da todo el amor que tiene y que nosotros no manifestamos a veces:

        «¡Oh Dios mío!, hazme digna de conocer el misterio de la caridad ardentísima que se esconde en ti, esto es, la obra excelentísima de la Encarnación que has puesto como principio de nuestra salud. Este beneficio inefable nos produce dos efectos: el primero es que nos llena de amor; el segundo, que nos da la certeza de nuestra salud. ¡Oh inefable caridad, la más grande que puede darse: que Dios creador de todo se haga criatura, para hacer que yo sea semejante a Dios! ¡Oh amor entrañable! te has anonadado a ti mismo, tomando la forma vilísima de siervo, para darme a mí un ser casi divino. Aunque al tomar mi naturaleza no disminuiste ni viniste a menos en tu sustancia ni perdiste la más mínima parte de tu divinidad, el abismo de tu humildísima Encarnación me empuja a prorrumpir en estas palabras: ¡Oh incomprensible, te has hecho por mi comprensible! ¡Oh increado, te has hecho creado! ¡Oh impalpable, te has hecho palpable!... Hazme digna de conocer lo profundo de tu amor y el abismo de tu ardentísima caridad, la cual nos has comunicado en tu santísima Encarnación». (B. ANGELA DE FOLIGNO, II libro della B. Angela).

 

        «¡Oh amor sumo y transformado! ¡Oh visión divina! Oh misterio inefable! ¿Cuándo, oh Jesús, me harás comprender que naciste por mí y que es tan glorioso el comprenderlo? En verdad, el ver y comprender que has nacido para mí me llena de toda delectación. La certeza que nos viene de la Encarnación es la misma que se deriva de la Navidad: ha nacido para el mismo fin por que quiso encarnarse. Oh admirable, cuán admirables son las obras que realizas por nosotros!» (B. ANGELA DE FOLIGNO, II Libro della 8. Angela).

 

        3.- Queridos hermanos: En este tiempo de Navidad hemos de creer en el Amor de Dios, hemos de rendirnos a su amor: “Cantaré eternamente tus misericordias, oh Señor, las misericordias de tu amor…” (Ps 89. 2). La Navidad es la fiesta por excelencia del amor, de un amor que se revela, no en los sufrimientos de la cruz, sino en la amabilidad de un Niño, Dios nuestro, que extiende hacia nosotros sus brazos para darnos a entender que nos ama y necesita de nuestro amor.

        Por eso justamente queremos abismarnos en la contemplación del misterio natalicio. “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria propia del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14). En Belén, la gloria del Verbo Eterno, Consustancial al Padre y como Él, eterno, omnipotente, omnisciente, creador del universo, se halla del todo escondida en un Niño que desde el primer instante de su vida terrena no sólo acepta de lleno todas las debilidades humanas, sino que las experimenta en las condiciones más pobres y despreciadas.

        «Acuérdate, oh Creador de las cosas—canta la liturgia natalicia— que un día, naciendo del seno purísimo de la Virgen, tomaste un cuerpo semejante al nuestro... Tú solo desde el seno del Padre viniste a salvar al mundo» (Breviario Romano). Sí, la oración habla conmovida al corazón de Dios y al corazón del creyente: recuerda a Dios las maravillas realizadas por su amor a los hombres, y recuerda al creyente la gran verdad de Dios: “Dios es amor”. Ante el pesebre de Belén repitamos incesantemente: “Hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene” (1 Jn 4, 16).

        “Dios es amor” (1 Jn 4, 16). Es inmenso el tesoro que encierran estas palabras, tesoro que Dios descubre y revela al alma que quiere concentrarse totalmente en la contemplación del Verbo Encarnado. Mientras no se comprende que Dios es amor infinito, infinita bondad, que se da y se derrama a todos los hombres, para comunicarles su bien y su felicidad, la vida espiritual está todavía en etapas iniciales, no se ha desarrollado aún, ni es suficientemente profunda. Mas cuando el alma, iluminada por el Espíritu Santo, penetra en el misterio de la caridad divina, del Amor Personal del Espíritu Santo, que es su misma esencia: “Dios es Amor”, -- si dejara de amar,  dejaría de existir -- , la vida espiritual del orante o creyente llega a su plenitud de transformación en Dios y de vida divina.

        Dios ha bajado de la altura de su divinidad a la bajeza del fango de tu humanidad, movido únicamente por su inmensa caridad:

        «Oh Señor mío, que de todos los bienes que nos hicisteis, nos aprovechamos mal. Vuestra Majestad, buscando modos y maneras e invenciones para mostrar el amor que nos tenéis; nosotros, como mal experimentados en amaros a Vos, tenémoslo tan en poco, que de mal ejercitados en esto, vanse los pensamientos adonde están siempre y dejan de pensar los grandes misterios que este lenguaje encierra en sí, dicho por el Espíritu Santo... El amor que nos tuviste y tienes me espanta a mí más y me desatina, siendo lo que somos; que teniéndole, ya entiendo que no hay encarecimiento de palabras con que nos le muestras, que no le hayas mostrado más con obras». (STA TERESA DE JESUS).

 

        3.- La Navidad, fiesta también de corresponder al amor de Dios. «En tu Navidad, Señor, te ofrecemos como tributo el himno de nuestra alabanza y amor». (Breviario Romano). “Él, de naturaleza divina.., se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres” (Fp 2, 6-7). Para unirse a la naturaleza humana, el Verbo eterno ha ocultado su divinidad, su majestad, su potencia y sabiduría infinita; se ha hecho niño que no puede hablar, que no puede moverse y que en todo depende y todo lo espera de su madre, criatura suya. El amor verdadero vence cualquier obstáculo, acepta cualquier condición y sacrificio con tal de poder unirse a ama. Si queremos unirnos a Dios, hemos de recorre camino semejante al que el Verbo recorrió para asumir la naturaleza humana: camino de prodigioso abatimiento, de infinita humildad. Ante nosotros se abre el camino  mostrado por S. Juan de la Cruz a las almas que quieren llegar a la suprema unión con Dios: <¡Todo!> <¡Nada!>; «Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer nada» (Monte de la perfección).

        Para corresponder a su amor infinito y demostrarle el nuestro, tenemos que despojarnos generosamente de todo lo que pueda retardar nuestra semejanza y unión con Él: un despojo que ha de comenzar por nuestro amor propio, orgullo, vanidad, por esas pretensiones en nuestros derechos, nuestros puntillos de honra… inmenso contraste entre estas vanas exigencias de nuestro yo y la conmovedora humildad del Verbo encarnado: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien -- repite S. Pablo--  siendo de naturaleza divina, se anodadó, tomando la forma de siervo” (Fp 2, 7). ¿Quién pagará con amor a quien tanto nos ha amado? “Conocéis la benevolencia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro” (2 Cr 8, 9). Por amor del hombre y enriquecerlo con dones divinos, Jesús eligió para sí la condición de los pobres: María “lo envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón” (Lc 2, 7). Quien desea seguir a Jesús más de cerca, debe despojarse voluntariamente y de corazón por amor suyo del ego, del amor propio, del amor a las riquezas y al consumismo, que nos esclavizan y nos impiden darle a Dios el culto verdadero.

 

        4.- La Navidad, fiesta de salvación: “Os ha nacido el Salvador”, anuncian los ángeles a los pastores. La Navidad nos salva del pecado, de todo pecado. «Reconoce, cristiano, tu dignidad».

        «Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida. Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.

Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos, establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido. Por eso, al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos de gozo: “”Gloria Dios en el cielo, y proclaman: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Ellos ven, en efecto, que la Jerusalén celestial se va edificando por medio de todas las naciones del orbe. ¿Cómo, pues, no habría de alegrarse la pequeñez humana ante esta obra inenarrable de la misericordia divina, cuando incluso los coros sublimes de los ángeles encontraban en ella un gozo tan intenso?

Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva criatura, una nueva creación. Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.

Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas». (San León Magno, papa: Sermón 1 en la Natividad del Señor, 1-3: PL 54, 190-193)

        5.- La Navidad, fiesta del amor fraterno. Si Dios se hace hombre, todo hombre es mi hermano. Para vivir la Navidad hay que deshacer muchas fronteras, porque nacen muchos misterios y comportamientos humanos que deben estar provocados por el amor divino, por el amor de Jesucristo hecho hombre por amor, sin fronteras de razas y colores. No se puede vivir la Navidad, no se puede amar como Cristo nos ama y quiere, si primero no creemos y oramos el misterio de la Encarnación. Si Dios se hace hombre por amor, todo hombre es mi hermano y debe ser respetado como hijo de Dios y hermano de todos los hombres. Este amor llena de sentido cristiano la vida, el hombre, el matrimonio, la familia. Hay que amar como Cristo, superando todas las barreras y dificultades. Si yo creo en la Navidad, debo adorar al Niño, debo agradecer a Dios este don y adorar su designio de amor y fraternidad y debo amar a los hombres como Él lo amó, haciéndose hombre igual a todos menos en el pecado. La navidad provoca este amor.

        Si Dios se hace hombre, todo hombre queda sacralizado, porque queda consagrado por la presencia del Hijo en nuestra humanidad, uniéndose a todo el género humano, a toda la raza humana. Este es el fundamento teológico de todo el valor de los humano y de la caridad  fraterna: “lo que hicisteis con cualquiera conmigo lo hicisteis”. La Navidad se abre en fraternidad: “Uno solo es nuestro Padre y todos vosotros sois hermanos”. La Navidad nos invita a ser solidarios. El consumismo nos divide.

        Si Dios se hace hombre, Él acepta al hombre, menos el pecado. El dolor, las pruebas, las limitaciones. La Navidad nos invita a aceptar todo lo humano, a quererlo, a asumirlo mediante el amor a Jesucristo encarnado.

 

        6.- La Navidad, fiesta de la Luz de Dios. Nos dice San Juan en el Prólogo de su Evangelio: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron. Hubo un hombre enviado de Dios, de nombre Juan. Vino éste a dar testimonio de la luz, para testificar de ella y que todos creyeran por él. No era Él la luz, sino que vino a dar testimonio de la luz.

        Era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo y por Él fue hecho el mundo, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron, Dios les dio poder de venir a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre… Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

        Como vemos, en el Prólogo de su Evangelio, Juan nos eleva a los orígenes eternos del Verbo, para descender luego a su existencia histórica. Expone primero sus relaciones con Dios, en quien está (1-2); con el mundo, que fue hecho por Él (3), y con los hombres, de quien es luz y vida (4-5). Para mejor declarar este último pensamiento, nos habla de Juan, que no era la luz, pero que tenía la misión de dar testimonio de ella (6-8). Vuelve otra vez a la luz verdadera, que viene a este mundo para iluminar a todos los  hombres, los cuales no le dieron la acogida que debían, sobre todo, los suyos, su pueblo, que estaban más obligados 9-11) Pero este juicio negativo no es universal, porque muchos le recibieron, y a éstos les otorga la dignidad de ser hijos de Dios (12-13). Termina enunciando de nuevo el misterio de la encamación, del que Juan da testimonio, y que, en vez de la Ley de Moisés, nos comunica la gracia y la verdad (14-87). El versículo 8 viene a ser como la síntesis de todo el prólogo: El Verbo, que es Dios Unigénito y que por esto mora en el seso del Padre, ha venido a darnos a conocer a éste y otorgamos la filiación divina.

        En el Credo profesamos nuestra fe en “ Creo en Jesucristo …Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero…Y San Juan nos dirá: “En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron” (cf. Jn 1, 4-5).

        En la noche de Navidad surge la luz que es Cristo. Esta luz brilla y penetra en los corazones de los hombres, infundiendo en ellos la nueva vida. Enciende en ellos la luz eterna, que siempre ilumina al ser humano, incluso cuando las tinieblas de la muerte envuelven su cuerpo. Por esto “la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros” (Jn 1, 14).Y esta luz está provocada por el fuego del Amor de Dios. Por eso es como llama de amor viva que tiernamente hiere en lo más profundo del alma: “¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro!; pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres; rompe la tela de este dulce encuentro.”

 

        7.- La Navidad, misterio de alegría, a pesar de todo, porque “hoy os ha nacido, en la ciudad de David, un salvador” (Lc 2, 11). De este mismo gozo participa la Iglesia, inundada hoy por la luz del Hijo de Dios:

        «Misterio adorable del Verbo Encarnado. Junto a ti, Virgen Madre, permanecemos pensativos ante el pesebre donde está acostado el Niño, para participar de tu mismo asombro ante la inmensa condescendencia de Dios. Danos tus ojos, María, para descifrar el misterio que se oculta tras la fragilidad de los miembros del Hijo. Enséñanos a reconocer su rostro en los niños de toda raza y cultura. Ayúdanos a ser testigos creíbles de su mensaje de paz y de amor, para que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, caracterizado aún por tensos contrastes e inauditas violencias, reconozcan en el Niño que está en tus brazos al único Salvador del mundo, fuente inagotable de la paz verdadera, a la que todos aspiran en lo más profundo del corazón. Las tinieblas jamás podrán apagarla. Es la gloria del Verbo eterno, que, por amor, se ha hecho uno de los nuestros.

        La Navidad es misterio de paz. En esa noche los ángeles han cantado: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”(Lc 2, 14). Han anunciado el acontecimiento a los pastores  (Lc 2, 10). Alegría, incluso estando lejos de casa, y con la pobreza del pesebre, la indiferencia del pueblo, la hostilidad del poder.

        Desde la gruta de Belén se eleva hoy una llamada apremiante para que el mundo no caiga en la indiferencia, la sospecha y la desconfianza, aunque el trágico fenómeno del terrorismo acreciente incertidumbres y temores.

        Los creyentes de todas las religiones, junto con los hombres de buena voluntad, abandonando cualquier forma de intolerancia y discriminación, están llamados a construir la paz: ante todo en Tierra Santa, para detener finalmente la inútil espiral de ciega violencia, y en Oriente Medio, para apagar los siniestros destellos de un conflicto que puede ser evitado con el esfuerzo de todos; en Africa, donde carestías devastadoras y luchas intestinas agravan las condiciones, ya precarias, de pueblos enteros, si bien no faltan indicios de optimismo; en Latinoamérica, en Asia, en otras partes del mundo, donde crisis políticas, económicas y sociales inquietan a numerosas familias y naciones. ¡Que la humanidad acoja el mensaje de paz de la Navidad!»  (Angelus, Juan Pablo II: Original italiano; traducción española, Sala de Prensa de la Santa Sede.)

       

        8.- La MÍSTICA de la Navidad es sentir todo esto dentro, gustarlo, sentirse amado, buscado por Dios en ese niño Jesús, experimentar que nació y que nace y es verdad, que existe; el éxtasis de la Navidad es vivir y experimentar toda la teología que hemos dicho antes, ver que Dios ha enviado a su Hijo por mí, sentir el beso del mismo Dios en este niño, no que yo le bese que sería la teología, ni tratar de besarle como El me besa, que sería la moral y espiritualidad, sino sentirlo y vivirlo dentro de ti, que sería la mística de la Navidad; sentir este beso de Dios en mi alma, como lo sienten los santos, especialmente los místicos, como se sienten las emociones que nos hacen llorar y gozar y decir:

 

GLORIA TI, PADRE DIOS, porque me has creado hombre, porque existo y has pensado y creado y realizado para mí este proyecto de salvación.

GLORIA A TI, HIJO DE DIOS, Palabra de salvación y revelación de todo este amor escondido por siglos en el corazón de Dios.GLORIA A TI,

ESPIRITU SANTO, porque por la potencia de tu amor formaste esta rosa de niño en el seno de Maria.

LO CREO, LO CREO Y ES VERDAD. Hazme gozar y sentir y experimentar como otros los vivieron. Bueno, y para ser educado y completo: GRACIAS, José, porque queriendo repudiar a María, porque tú no habías tenido parte en nada, creíste y esperaste y amaste a este niño, más que si fuera tuyo. Y gracias, María, hermosa nazarena, virgen bella, madre del alma, cuánto te quiere, cuánto me quieres…porque sin tino hubiera sido posible este misterio de amor y salvación. Ayúdame a vivirlo y sentirlo como tú.

        «Nonos escandalicemos tontamente de las esperas interminables que nos ha impuesto el Mesías. Eran necesarios nada menos que los trabajos tremendos y anónimos del Hombre primitivo, y la larga hermosura egipcia, y la espera inquieta de Israel, y el perfume lentamente destilado de las místicas orientales, y la sabiduría cien veces refinada de los griegos para que sobre el árbol de Jesé y de la Humanidad pudiera brotar la Flor. Todas estas preparaciones eran necesarias cósmicamente, biológicamente, para que Cristo hiciera su entrada en la escena humana. Y todo este trabajo estaba maduro por el despertar activo y creador de su alma, en cuanto esta alma humana había sido elegida para animar al Universo. Cuando Cristo apareció entre los brazos de María, acababa de revolucionar el Mundo». (TEILHARD DE CHARDIN)

SE ACERCA LA NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En nuestro ambiente actual, Navidad suena a muchas cosas. Suena a bulla, a regalos y compras, suena a fiesta, a reunión de familia, a encuentro, a tiempo de vacación y descanso. Suena a alegría de los niños, a añoranza de los mayores, a nostalgia de los que nos ha precedido y ya no están entre nosotros. Decir Navidad es decir todo esto y mucho más. Sin embargo, Navidad es una persona.

Navidad es Jesucristo, el Hijo de Dios que nace como hombre para compartir la vida humana en su etapa terrena y llevarla a plenitud en el cielo. Navidad es María, su madre bendita; y junto a ella, su esposo san José. Navidad son los ángeles que anuncian la buena noticia, son los pastores que van corriendo a ver al Niño, son los Magos que vienen de Oriente guiados por una estrella. Navidad es la irrupción de Dios en la historia humana, para hacer de esta historia el lugar de su gloria, llevando a plenitud la historia humana y en ella a todos y cada uno de sus componentes.

 ¿No tiene que ver lo uno con lo otro? –Si, está íntima y profundamente relacionado lo uno y lo otro. Pero una vez más hemos de ir a lo esencial, al fundamento de todo, a no quedarnos por las ramas, sino ir a la raíz del acontecimiento. Y lo fundamental de la Navidad es la persona, no las cosas, ni el ruido, ni la fiesta. En primer lugar, la persona de Cristo.

Hacemos fiesta porque ha nacido el Hijo de Dios. Llegada la plenitud de los tiempos, Dios ha enviado a su Hijo, que ha nacido de mujer y se ha hecho hombre, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. La relación del hombre con Dios se llena de estupor al contemplar que Dios se ha hecho uno de los nuestros. Nos llena de asombro tanta cercanía de Dios, tanta ternura, tanto amor. Para que ya no nos sintamos solos, sino que alentados por esa profunda y metafísica solidaridad de Dios con nosotros, se llene nuestro corazón de esperanza, la esperanza de los hijos de Dios. Junto a Jesucristo, su Madre Santa María.

Para realizar la obra de la redención de los hombres, Dios ha elegido una mujer y la ha colmado de gracias, la ha hecho inmaculada, la ha dotado de la capacidad de ser madre sin dejar de ser virgen, para luego dárnosla como madre nuestra. Dios ha elegido a una mujer, bendita entre todas las mujeres, señalando así la más alta dignidad de la persona humana en una mujer privilegiada.

Y junto a María, san José, al que dedicamos especialmente este año. Es una figura grandiosa, humilde y escondida, pero es una pieza fundamental para que Jesús haya nacido como hombre. Él no es el padre biológico de Jesús, como dejan claramente expresado los relatos evangélicos, pero ha acogido en su casa a María y al Niño, y éste ha podido nacer y crecer en una familia cobijado por el amor de sus padres. José ha puesto su vida entera al servicio de Jesús y María, ha cumplido su misión en la entrega total de su vida, es el hombre justo a quien Dios ha confiado a su Hijo y a su Iglesia, la principal hazaña humana. Por eso, la alegría de la Navidad tiene pleno sentido.

Hacemos fiesta y hacemos bulla, porque celebramos un acontecimiento histórico que ha transformado la historia. Pero aunque no hubiera fiesta externa, ni ruido, ni bulla, celebraríamos también la Navidad. Porque Dios sigue estando cerca de nosotros, incluso cuando nosotros nos olvidamos de él. Por eso, en Navidad hemos de acercarnos más a él, que viene a nosotros en los sacramentos, en una buena confesión y con una fervorosa comunión.

Navidad es también la fiesta de los pobres, pues a los pobres viene a salvar este Niño de Belén. La profunda solidaridad que este Niño ha establecido con su nacimiento, con su Navidad, nos hace salir al encuentro del que no tiene, llevándonos a compartir lo que tenemos. Por causa de la pandemia, muchas personas están solas, y hemos de acercarnos a ellas especialmente en estos días. Otras, no tienen casa, ni trabajo, ni esperanza. Podemos acercarnos para hacerles partícipes de la alegría de la Navidad.

La Navidad nos abre los ojos ante la dignidad humana despreciada, pisoteada, ninguneada. La Navidad, el nacimiento del Señor, viene a dignificar la persona humana. Abramos nuestro corazón, y saldremos todos ganando. Feliz y santa Navidad. Recibid mi afecto y mi ORACIÓN: Se acerca la Navidad.

sIN RATOS DE ORACIÓN, DE ENCUENTRO CON CRISTO EN EL SAGRARIO, NO HAY NAVIDAD CRISTIANA.

 

 

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25 DE DICIEMBRE: NATIVIDAD DEL SEÑOR

 

MISA DE MEDIANOCHE

 

PREGÓN DE NAVIDAD:(El Papa todos años tiene unos pregones preciosos)

PREGÓN DE LA NOCHEBUENA: Hermanos, esta noche es especial. Esta noche se une el cielo con la tierra.

Desde que hace miles de millones de años comenzó la vida sobre la tierra, la creación entera suspiró siempre por esta noche.

Abraham, padre de los creyentes, se puso en camino hacia la tierra prometida y así surgió un pueblo que vivió con la esperanza de ver al Mesías.

Un sinfín de profetas alimentaron las esperanzas de esta venida de Dios, que hoy celebramos en el corazón de la noche. David, rey y profeta, recibió la promesa de que de su tronco nacería el Hijo de Dios.

Esperanzas y desesperanzas han ido sucediéndose en el seno del pueblo que fue llamado para ver la gloría del Hijo de Dios. Judíos fieles a la ley a la palabra de Dios caminaron con la certeza de que un día las nubes lloverían del cielo la salvación de nuestro Dios.

         Muchos murieron sin ver cumplidas sus esperanzas, y muchos desesperaron porque Dios siempre se retrasaba. Por fín, hace ahora 200... años en lo escondido de un pueblo de Judea, en Belén, según todas las profecías, acompañado de los animales de un establo, porque el Rey que creó el mundo no tenía otro sitio dado por los hombres, porque no tenía posada donde reclinar la cabeza ,al entrar en el territorio que Él había confiado a los hombres, allí, sí, allí nació el Hijo de Dios,
de una mujer llamada María, esposa de José, el carpintero, de la familia de David, como se había anunciado. Este Hijo es el Mesías esperado de todos, Salvador de la humanidad, estrella luciente en la noche para todos los que buscan la luz y miran al cielo buscando el rostro de Dios.

Nosotros, los que creemos en El, nos hemos reunido aquí,
o mejor, nos ha reunido el Dios de Jesús, el recién nacido,
para festejar con gozo este hecho que hace entonar cantos de fiesta a los coros de los ángeles y que hace saltar el corazón
de todos los que buscan los rastros de Dios en la historia.
Alegrémonos y gocemos pues Dios nos ha visitado en la persona de su querido Hijo.

Esta es la noticia de la historia: Dios se ha hecho ciudadano del mundo, Dios nos ha visitado y nos ha elevado a la categoría de compañeros de su Hijo Jesús. En nombre de todos los hombres de buena voluntad que suene la fiesta, que nazca la paz, que canten los oprimidos, que exulten los tristes.

Dios está con nosotros y trae secretos divinos. Ya es posible conocer a Dios, ya es posible acercarse a Dios sin temor a ser aniquilados.

Dios se ha acercado a los hombres en la Navidad del 200.

 

 

NOCHE DE NAVIDAD

 

HOMILÍA

 

        QUERIDOS HERMANOS: Y vinieron los mismos ángeles del cielo a cantar al Niño y pregonar al mundo entero el mensaje de paz de la Noche Buena: “Gloria a Dios en el cielo    y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.” Este es el pregón de la salvación divina que nos trae este Niño para toda la humanidad, que es Dios hecho hombre, Consejero, Palabra, Rey y príncipe de la Paz, anunciado desde antiguo por los profetas.

        Al nacer Jesús, el Mesías, en Belén de Judá, se cumplen todas las Escrituras y Profecías del Antiguo Testamento y empieza el Nuevo, inaugurando el <hoy> de la Salvación prometida por Dios, el <hoy> atemporal ya de la gracia.

        El Padre, como leemos estos días en el Prólogo de San Juan, nos lo ha dicho todo, nos ha revelado todo su proyecto de amor y salvación en su Hijo hecho hombre y todo su misterio esencial ha quedado revelado y velado a la vez porque al ser palabra encarnada no puede expresar en plenitud todo el Misterio de Dios Uno y Trino.

        Pero nos ha expresado muy claro y manifiestamente por su venida a la tierra, que nos ama, que no se olvida del hombre, que viene a buscarnos para salvarnos y meternos en su intimidad. 

        Dios mío ¿Por qué me buscas así? ¿Qué te puede dar el hombre que Tú no tengas? ¿Por qué lo haces de esta forma tan apasionada y extrema de amor? El Niño que nos nace es un infante, infans>, en latín, significa el que no sabe hablar; pero naciendo, aun si hablar, nos dice, nos revela, nos está diciendo muchas cosas: que nos ama eternamente, infinitamente, hasta el extremo de asumir todo lo humano, haciéndose hombre; nos dice que Dios no se olvida del hombre y que el hombre está salvado. Ese Niño sin hablar nos dice que Dios ama apasionadamente al hombre, a todos los hombres, a toda la humanidad, que asume a todo lo humano y lo salva y quiere ser nuestro hermano. Por eso se llama Jesús, que significa salvador.

        El Espíritu Santo, Amor eterno e infinito entre el Padre y el Hijo, inspiró este proyecto de encuentro salvador con el hombre, rescatándolo totalmente para la intimidad y felicidad y amistad eterna con la Santísima Trinidad; el Hijo vio al Padre  entristecido por el pecado de Adán y Eva que destruyó su primer plan de amistad con el hombre y no pudiendo aguantar su tristeza, porque lo ama infinitamente con Amor de Espíritu Santo, se ofrece para hacer un segundo plan de salvación: “Padre no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”, un plan de re-creación del plan primero, pero mucho más lleno de luz, gracia, salvación, amistad, hasta el punto que en la Semana Santa hace como blasfemar a la Iglesia, que exclama ante tanto amor de la cruz y de la Eucaristía: “Oh felix culpa”, Oh feliz pecado de Adán que nos mereció un tal Salvador tan grande de entrega y amor. En la Navidad el Hijo ama al Padre haciéndose obediente hasta la cruz, que así lo cantaban algunos villancicos de mi infancia, donde cantándolo en la cuna ya anunciaban que moriría en la cruz por amor a los hombres.

        Queridos hermanos: He aquí la “Buena Noticia de Jesucristo, Hijo de Dios”; “Dios ha enviado a su Hijo amado” (Mc1, 11) y ha cumplido las promesas hechas a Abrahán y a su descendencia.

        El Catecismo de la Iglesia Católica, en sus números 422- 423, dice así:

        422 “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Ga 4, 4-5). He aquí “la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1, 1): Dios ha visitado a su pueblo (cf Lc 1, 68), ha cumplido las promesas hechas a Abraham y a su descendencia (cf Lc 1, 55); lo ha hecho más allá de toda expectativa: Él ha enviado a su “Hijo amado” (Mc 1, 11).

        423 Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha “salido de Dios” (Jn 13, 3), “bajó del cielo” (Jn 3, 13; 6, 33), “ha venido en carne” (1 Jn 4, 2), porque “la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad... Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia” (Jn 1, 14.16).

        Y este mismo, queridos hermanos, es también el anuncio, que hago con todo el gozo y alegría de mi corazón, en esta noche santa del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo entre los hombres. Todos nosotros, movidos por la gracia del Espíritu Santo y atraídos por el Padre, nosotros creemos y confesamos y le decimos, al adorarle en su cuna: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Sobre la roca de fe y amor, confesada por San Pedro, Cristo ha construido su Iglesia (Mc 16,18; San León Magno, serm.4,3f; F 51,1; 62,2; 83,3). En esta noche quiero con toda emoción y verdad “Anunciar.., la inescrutable riqueza de Cristo” (Ef 3, 8)

        “Los pastores… al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Y todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2, 16-17).

        La transmisión de la fe cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para llevar a la fe en El. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en deseos de anunciar a Cristo: “No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20). Y ellos mismos invitan a los hombres de todos los tiempos a entrar en la alegría de su comunión con Cristo: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida —pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos manifestó—, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo” (1 Jn 1, 1-4).

 

 

MISA DEL DÍA

 

1.- QUERIDOS HERMANOS: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Así describe San Juan, en el Prólogo de su Evangelio, la Encarnación del Hijo de Dios en su Divinidad, e hijo de María por su humanidad,. Nosotros celebramos hoy el cumplimiento de todas estas promesas del A. T. en la Liturgia de este día, que hace presente mistéricamente todo el misterio de la primera Navidad.

 

2.- Todo era silencio aquella noche. Dormían los hombres y «cuando la noche llevaba mediado su camino y las cosas se hallaban en medio del silencio, bajó a la tierra la Palabra omnipotente», esto es, el Hijo de Dios. La liturgia estalla de gozo recordando a los profetas que lo anunciaron. Todo es gozo y alegría: Aleluya, aleluya: “Sabed que hoy vendrá el Señor y mañana veréis su rostro”.

        Y suenan en el cielo las voces del coro de ángeles que cantan el primer villancico de la Navidad: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.

        Han pasado miles de años; y nosotros hoy, llenos de gozo, podemos cantar: «En el portal de Belén/ hay estrellas, sol y luna:/ la Virgen y San José/ y el Niño que está en la cuna».

       

        3.- “Y sucedió que estando allí se le cumplió la hora del parto”. Nos lo cuenta San Lucas. “María envolvió a Jesús en unos pañales y le recostó con amor en el pesebre”.

        Sólo María podía hacer este trabajo porque sólo ella estaba llena de gracia y de fe y de amor para hacerlo, porque es la criatura más divina y perfecta que ha existido en este mundo. Todos los gestos fueron expresión  de su fe y ternura en su hijo, Hijo de Dios.

Le besaría los pies, porque era su Señor; le besaría las manos y la cara porque era su hijo. Y se quedaría mucho tiempo contemplándole, tratando de comprenderle, porque era la Palabra eterna del Padre a los hombres, el Amor Infinito de Dios, a quien ella había dado carne. Porque el pesebre es una cátedra de la revelación del Amor de Dios para todos los que creemos en Jesucristo.         Desde la cátedra del pesebre, el Niño Dios, hecho hombre, tiempo, límite, pobre, necesitado e indigente, nos enseña muchas cosas:

 

        1º primero: El niño nacido en Belén nos revela el amor que Dios siente por el hombre. Es un amor sin límites de tiempo y espacio, infinito, gratuito, Dios no necesita del hombre y viene para llenarle de su plenitud: “En esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.    

         Es un amor que se manifiesta en obras, encarnándose en la humildad de la carne humana. Es misericordioso: viene a salvar, a perdonar.  Es un amor que escoge el camino de la pobreza y la austeridad para demostrarnos que sólo le interesa el hombre, no sus cosas, ni sus posesiones, ni sus palacios, como los reyes de la tierra. Por eso la liturgia de este día exclama: «Rey del Universo, a quien los pastores encontraron envuelto en pañales, ayúdanos a imitar siempre tu pobreza y sencillez».

       

        2.- Segundo: En este día de Navidad, fiesta cristiana del amor de Dios y de la alegría humana, todos nosotros, como los pastores, debemos dirigirnos por la fe y el amor al portal para adorar a nuestro Salvador, como cantamos en los villancicos.        San León Magno exclama: «no puede haber lugar a la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad y nos infunde la alegría de la eternidad prometida».

        Queridos hermanos: cuando en el día de hoy contemplemos un nacimiento o nos acerquemos a besar al Niño, que nos sintamos todos amados, buscados, salvados por Dios y experimentemos la alegría que brota de este Nacimiento de Dios entre los hombres. Demos gracias a Dios por ello, y pidamos a María, la Madre, creer como ella que Dios nace niño por amor a los hombres, amarle como ella que se hizo su esclava por amor, y esperar como ella esperó a pesar de la pruebas que es el único Salvador de los hombres y ella nos consiga del su hijo la gracia de permanecer siempre fieles a este Niño Dios, misterio de amor, hasta siempre, hasta la eternidad. Amén, así sea para todos.

 

 

NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El domingo siguiente a la Navidad es siempre la fiesta de la Sagrada Familia, familia formada por Jesús, María y José; pero como este año no hay domingo intermedio porque la Navidad cayó en domingo y a los siete días, domingo siguiente, que es hoy, es 1º de enero, fiesta de santa María, Madre de Dios, pues no hemos podido celebrarla en domingo, lo hicimos el viernes. Hoy quiero hacer una homilía que abarque Navidad, Sagrada Familia y María, Madre de Dios.

Navidad es una de las fiestas más importantes del calendario cristiano, que ha impregnado el tejido social y las costumbres de nuestros ambientes. El que nace Niño en Belén es el Hijo eterno del Padre, que se ha hecho verdadero hombre en el seno de María Virgen. Y viene para hacernos hijos de Dios, para hacernos hermanos unos de otros, viene para traernos la paz con perdón abundante para nuestras vidas redimidas. Todo ello es motivo de gran alegría, y por eso hacemos fiesta.

En nuestra sociedad descristianizada, se va evaporando el motivo hondo de la Navidad. Algunos políticos no saben qué hacer, otros toman medidas que ofenden a los cristianos. En una sociedad con profundas raíces cristianas no se puede arrancar sin hacer daño todo lo referente a la fe cristiana.

Asistimos a expresiones de un laicismo radical, que quisiera borrar a Dios del mapa, de la convivencia, de las expresiones culturales. Es una aberración. A nadie se le obliga a creer y nadie tiene que molestarse porque otros tengan fe.

La verdadera aconfesionalidad consiste en admitir a todos, fomentando incluso lo que es de cada uno y de cada grupo en el respeto de la convivencia. Nunca la aconfesionalidad es ataque, abuso de autoridad para suprimir expresiones que son de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Eso ya no es aconfesionalidad, sino militancia laicista y ataque a los creyentes. La religión es mucho más tolerante que la militancia atea.

Por eso, por mucho que se empeñen en ignorarlo o suprimirlo, Navidad es Navidad, no es el solsticio de invierno. Navidad es Jesucristo que nace de María virgen. Ahora bien, la verdadera reivindicación de la Navidad consiste en vivirla y mostrarla a quienes no la viven, respetando a todos. Hemos de reconocer entre los cristianos que, si nos quedamos en lo puramente externo, habremos vaciado nuestro corazón de lo más bonito que se celebra en estos días: el encuentro con Jesús, que viene a salvarnos.

Cada uno de nosotros necesita esa salvación para salir de los enredos del pecado y del egoísmo. Nuestros contemporáneos necesitan esa salvación que trae Jesús. Nuestro mundo necesita al Príncipe de la paz, que nos restaura en la relación con Dios y con los demás. En Navidad hemos de abrir de par en par el corazón para que entre Jesucristo, limpie nuestro corazón y nos restaure.

Celebramos Navidad para acercarnos al Niño de Belén y adorarlo con todo nuestro ser. No adoréis a nadie más que a Él, cantamos en un villancico. Nos preparamos a la Navidad con una buena confesión, que nos deje bien dispuestos para este encuentro.

Navidad es María, la virgen madre del Niño que nace en Belén. La persona humana más importante de la historia, una mujer sencilla y humilde, dispuesta a servir, entregada de lleno a la misión encomendada. ¡Cómo nos enseña María a vivir la Navidad verdadera! Y junto a ella, José su esposo, verdadero padre (no biológico) de Jesús, que se ocupa de su familia, la protege, le da cobijo.

He aquí la familia de Nazaret: Jesús, María y José. Un hogar inspirador y protector para la familia cristiana. Navidad es la fiesta de la familia, donde se refuerzan los lazos del amor, donde cada uno se siente querido gratuitamente, el nido donde los esposos (varón y mujer) se complementan y se ayudan, el hogar donde nacen los hijos y crecen sanos alimentados por el amor fiel de sus padres.

Navidad es la fiesta de la solidaridad de unos con otros. El Hijo de Dios, al hacerse hombre, se ha unido de alguna manera con cada hombre (GS 22) y ha establecido lazos de unión de unos con otros. Es más fuerte lo que nos une con cada persona, que lo que pudiera separarnos. Jesucristo ha compartido con nosotros su vida divina, en actitud de humildad y servicio al hacerse hombre, para que nosotros prolonguemos ese amor fraterno, cuidando especialmente de los más necesitados.

Navidad es fiesta de solidaridad, no una solidaridad superficial, sino la que brota de nuestra más profunda unión con Cristo. A todos os deseo una santa y feliz Navidad. Si vivimos la Navidad de corazón, de verdad, en nuestra familia, en nuestra parroquia, la Navidad transformará el mundo, transformando nuestros corazones. Recibid mi afecto y mi bendición

 

 

 

NAVIDAD EN EL HOGAR SACERDOTAL

 

QUERIDOS HERMANOS: ¡Feliz Navidad! Quiero ahora compartir con vosotros este gozo de ser católico y creyente en la Navidad porque la Navidad nos enseña muchas cosas a todos los que hemos tenido el gozo de encontrarnos con la locura de amor de un Dios hecho niño por amor a todos los hombres, Jesucristo, y poder celebrarla con fe y amor.

          La Navidad cristiana nos dice muchas cosas a todos los hombres, al mundo entero: nos dice que somos eternos y estamos salvados porque el Hijo de Dios con amor infinito al hombre se hace hombre para decirnos que Dios Trinidad nos ama y nos espera para una eternidad de gozo con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Y para quitarnos toda duda de su amor y salvación ese niño Dios nació humano porque quiso morir  en una cruz para abrirnos a todos la eternidad de gozo con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y para que nunca dudásemos de su Amor.

Y ese Dios hecho niño, qué misterio de amor, cuando vino ya sabía lo que tenía que sufrir por todos nosotros. La pena es que muchos humanos no lo sepan o no lo crean, incluso gobernantes que lo rechcen, qué pena, Señor, y Tú lo sabías y Tú todos los años haces presente este misterio de amor aunque muchos hombres lo ignoren o lo nieguen y no crean… qué pena, Señor, este mundo actual, es más, incluso los que creemos qué pena que no lo vivamos con ese amor tuyo tan loco y apasionado por nosotros porque siendo Dios y no necesitando nada de nosotros viniste con amor infinito para ser amigo y salvador de todos los hombres, y eso es la Navidad cristiana  porque aunque sobren champán y turrones si Cristo no nace por amor en el corazón de los creyentes no será auténtica Navidad Cristiana.

¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú EXISTES Y NOS AMAS CON AMOR ETERNO, y sin necesitar nada del hombre -- ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas, si eres infinito, lo tienes todo?—has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor, para llenarme de tu misma felicidad, que nos trajo tu Hijo amado hecho hombre en el seno de la Virgen bella y Madre María.

        Querido Dios hecho niño, creo, creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo y que cada uno de nosotros, hombre finito y Tú eres Dios y lo tienes todo.

Queridos hermanos, cuando el creyente cree de verdad,  se llena de gozo y felicidad en la Navidad, y no se cansa de creer más y más y cantar villancicos, porque la Navidad es una locura de amores  infinitos y eternos hechos tiempo y humano, que no se curan porque son infinitos, vienen del mismo Dios, que herido de amor, se hace niño – pero Dios hecho niño, qué locura, pero ¿lo creo o no lo creo? y viene a mi encuentro, a nuestro encuentro…, la Navidad es  Dios amando locamente al hombre que viene a un encuentro de amor y felicidad… es la mayor locura de amor… es que no tiene explicación: que el Dios infinito se haga criatura, hombre finito y sabiendo lo que le iba a pasar, cómo

corresponderían los hombres de entonces y de ahora y de todos los tiempos…, porque no siempre ha sido correspondido con amor por los hombres.

Por eso, nosotros, contemplando a un Dios hecho niño en la cuna, sólo queremos adorarte, Niño Dios, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte razones y motivos de este misterio de amor, es decir, orar, contemplarte, mirarte,  orar mucho, pasar largos ratos contemplándote, contemplando el misterio de tu Navidad, recogerse en tu presencia ahora en todos los Sagrarios de las iglesias y en la misa-eucarística y meditar muy despacio, sin prisas, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprenderemos nunca sino que solamente tocamos y barruntamos por amor en ratos de oración: ¿ Por qué, pues has llagado aqueste corazón de amor, no le sanaste…. Descubre tu presencia y máteme tu rostro y...

        ¡Dios santo, Tú existes, querido hermano, la Navidad existió y existe de verdad, porque Él te amó y nos ama y caídos en el pecado se hizo hombre y luego un poco de pan para salvarnos y llevarnos desde el tiempo a su gozo eterno que empieza en la tierra en ratos de Sagrario! Tú nos amas de verdad, Dios niño en Belén y te haces un trozo de pan para alimentar nuestra fe, esperanza y caridad sobrenatural en cielo anticipado.

Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Y se ha hecho hombre para hacernos divinos, eternos. Eso es la Navidad. Es Dios amando apasionadamente a los hombres para hacernos herederos de su cielo y eternidad. ¡Dios existe y nos ama, es verdad! Basta creer en la Navidad y celebrarla con fe y amor y esperanza sobrenatural. La Navidad es Dios amando apasionadamente a todos los hombres creados y redimidos por un Dios que se hace hombre por salvar al hombre. Correspondamos a tanto amor de Dios en Navidad. Celebremos así la Navidad cristiana.

 

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Por eso, el hombre, los hombres modernos, alejándose de Ti con estos políticos ateos, nos estamos quedando vacíos de la Navidad cristiana, de Cristo, de la verdadera Navidad del amor verdadero y fraterno de un Dios hecho hombre.

En cuanto nos hemos alejado de ti, niño Dios nacido en Belénn en esta sociedad de político ateos, tenemos más sexo y placeres que nunca, incluso desde la infancia, qué pena estas leyes españolas, pero estamos todos más tristes, porque nos falta Dios, porque Tú eres el amor y la felicidad verdadera, plena e infinita. El hombre moderno necesita volver a Dios, creer en la Navidad, vivir la Navidad para encontrar el motivo de su existencia y la razón de su caminar por este mundo.

También estoy un poco triste, mi Dios hecho niño y te lo digo en voz un poco baja, porque algunos de tus cristianos, algunos solo no te buscan y vienen a encontrarse contigo en ratos de oración, de amor, sobre todo ante tu presencia en los Sagrarios de las parroquias… no tienen tiempo para agradecer tu amor hasta el extremo, para estar contigo en oración y diálogo de amor, por pura rutina, sin entrar en contacto contigo especialmente en la cuna de tu presencia permanente en el Sagrario.

        Queridos hermanos: Ha nacido el Señor, queridos hermanos, ha nacido el Redentor del mundo y de los hombres, venid y adorémosle. Ha nacido en carne humana el eterno, el invisible, el Hijo de Dios, que, por los hombres y por nuestra salvación, descendió de los cielos y se encarnó en el seno de la hermosa nazarena, Virgen bella y hermosa, María Santísima.

Hermanos, Dios te ama, tu vida es más que esta vida, Él ha venido para hacernos eternos con Él en el cielo, por eso se hizo no solo niño, carne humana, sino un trozo de pan para elimentar nuestra hambre de Dios y eternidad ya en la tierra.

Alegrémonos y felicitémonos en Dios Padre, que hizo la Navidad, este proyecto de amor Salvador para los hombres por medio del Hijo; felicitémonos y alegrémonos en el Hijo, que nos amó tanto que  obedeció y se hizo hombre como nosotros por amor de hermano; alegrémonos y felicitemos al Espíritu Santo que realizó este misterio amor infinito y salvación en María, Madre de Cristo y Madre nuestra que se hizo esclava de Dios por amor a Él y a todos los hombres; y no nos olvidemos de felicitar y alegrarnos tambien en José, que fue humilde y creyó y colaboró en el plan de Dios.

DIOS MÍO, TRINIDAD SANTÍSIMA, PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO, CREO, CREO, ADORO, ESPERO Y TE AMO, Y TE PIDO PERDÓN EN ESTE DÍA DE NAVIDAD POR TODOS LOS QUE NO CREEN, NO ADORAN, NO ESPERAN Y NO TE AMAN. Y CONFÍO Y ESPERO TU ABRAZO ETERNO DE AMOR EN TU HIJO ENCARNADO POR AMOR DE ESPÍRITU SANTO A TODOS LOS HOMBRES. AMÉN, ASÍ SEA, ASÍ LO PIDO EN ESTA SANTA MISA.

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos dice el evangelio en estos días.- “Y sucedió que estando allí se le cumplió la hora del parto”. “María envolvió al niño Jesús en unos pañales y le recostó con amor en el pesebre”. Hermanos, es la navidad cristiana, el nacimientos de nuestro Señor Jesucristo, de un Dios que se hace hombre para salvar a los hombres, creamos, amemos, confesemos con fe viva y agradecida este misterio.

        Sólo María podía hacer este trabajo porque sólo ella estaba llena de gracia y de fe y de amor para hacerlo, porque es la criatura más divina y perfecta que ha existido en este mundo. Todos los gestos fueron expresión  de su fe y ternura en su hijo, Hijo de Dios.

Le besaría los pies, porque era su Señor; le besaría las manos y la cara porque era su hijo. Y se quedaría mucho tiempo contemplándole, tratando de comprenderle, porque era la Palabra eterna del Padre a los hombres, el Amor Infinito de Dios, a quien ella había dado carne. Porque el pesebre es una cátedra de la revelación del Amor de Dios para todos los que creemos en Jesucristo. Imitemos también nosotros este día a María, adoremos, besemos, acariciemos con amor al mismo Hijo de Dios, que se ha hecho niño y pobre para salvarnos.

        Desde la cátedra del pesebre, el Niño Dios, hecho hombre, hecho tiempo, límite, pobre, necesitado e indigente, nos enseña muchas cosas:

        1º primero: El niño nacido en Belén nos revela el amor que Dios siente por el hombre. Dios te ama, Dios existe, Dios te busca y viene a  tu encuentro, querido hermano. Es un amor sin límites de tiempo y espacio, abarca a todos los hombres, es infinito y gratuito, porque Dios no necesita del hombre y viene para llenarle de su plenitud: “En esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”, nos dice San Juan.

Vemos que es un  un amor que se manifiesta en obras, encarnándose en la humildad de nuestra carne. Es misericordioso: viene a salvarnos, a perdonarnos, a dar su vida para que todos la tengamor eterna. Por eso la liturgia de este día exclama: «Rey del Universo, a quien los pastores encontraron envuelto en pañales, ayúdanos a imitar siempre tu pobreza y sencillez».

 

2º.- Para comprender verdaderamente este misterio de la Navidad, hay que contemplarlo en oración, en silencio, hay que pasar ratos mirando al Niño en el portal de nuestros nacimientos, sobre todo en los Sagrarios de la tierra, porque es el mismo de ayer y de siempre, el que nació y murió y permanece ahí, en todos los sagrarios, para llevarnos a todos al cielo, a la vida eterna, única razón de su nacimiento como hombre, por la que vino en la Navidad. Hermanos, agradezamos este amor viniendo a misa estos días, confesando y comulgando, oremos ante el sagrario, sólo orando, el corazón puede llegar a sentir y vivir estos misterios de amor que la razón no entiende ni comprende.

 

Y 3º: Que Cristo no encontrase hospedaje entonces, lo puedo comprender por las circunstancias históricas de su nacimiento; pero lo que no se puede explicar, es que tú y yo y nosotros no le demos hospedaje de amor y de fe en nuestros corazones, que pasemos indiferentes ante este misterio, que no le recibamos estos días en nuestras vidas y familias y no recemos y le comulguemos con un corazón lleno de amor a Dios y a todos, que no hagamos las paces en los matrimonios, en las familias, entre hijos y padres y los vecinos y amigos.

Nos duele muchísimo que estos tiempos de ateísmo e indiferencia y lejanía religiosa, muchos han cerrado las puertas a Cristo y no le han dejado nacer en ellos, en sus vidas y familia, basta mirar la política y las televisióones, es que la mayor parte ni mencionan la navidad y si la mencionan lo hacen sin Cristo, sin iglesia, sin religiosidad alguna.

Hermanos, recemos y pidamos por los nuestros y por todos los cristianos y por el mundo entero. Porque «Aunque Cristo nazca mil veces, si no nace en nuestro corazón, no será Navidad cristiana, todos habrá sido inútil, aunque sobren champán y turrones.

        Y nada más, queridos hermanos. Pido y deseo de todo corazón, como los ángeles del cielo que anunciaron la primera navidad, que el feliz acontecimiento del Nacimiento de Jesucristo, sirva para gloria de Dios en las alturas y salvación de los hombres en la tierra. Así sea y así se lo pido al Señor en esta santa misa, especiamente por vosotros y vuestras familias.

 

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QUERIDOS HERMANOS: Hoy es Navidad. Alegrémonos y acojamos con cariño al Niño Dios que nos ha nacido para nuestra salvación. Y al contemplar al Dios infinito hecho niño, adorémoslo profundamente con todo nuestro corazón. Que Él nos aumente la fe para encontrarle en ese niño indefenso; que Él nos limpie los ojos para que podamos descubrir y contemplar en Él al Dios Encarnado; que lo adoremos como María y José y creamos en su amor extremo, para que nada impida este encuentro y su nacimiento en nosotros por un aumento de fe, esperanza y amor, virtudes sobrenaturales que nos unen directamente con Dios.

        La Navidad es el lenguaje más personal, más tierno, más íntimo e insinuante, más extremado de amor y conquista que Dios ha tenido con el hombre. Como nos dice San Pablo en  la segunda Lectura de hoy con su Carta Hebreos: “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. El es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado”.

        El Hijo de Dios, al ver en la esencia infinita del Dios Trino y Uno entristecido a su Padre porque su primer plan de salvación había quedado roto totalmente y ya no era posible la amistad del Padre con los hombres, creados por su amor de Padre, lleno de su mismo amor de Espíritu Santo, le dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. En la carta a los Hebreos encontramos esta explicación: Padre, aunque te sacrifiquen todos los terneros y corderos del mundo, no pueden merecer esa amistad que Tú has proyectado con el hombre, porque en definitiva son finitos y limitados; voy a ofrecerte toda mi persona de Hijo tuyo, cogiendo un cuerpo humano, voy a manifestarles todo lo que los ama, voy a dar mi vida por ello, y entonces no tendrán más remedio que rendirse a nuestro amor, a tu amor de Padre que me envías y me mandas dar la vida por ellos y a mí, como hijo obediente, que ejecuto este plan duro. Ya verás cómo se rinden a nuestro amor. Y  eso es la Navidad.

        O si quieres te lo digo de otra forma. El Padre amando al Hijo y el Hijo amado al Padre desde toda la eternidad, conociéndose totalmente en su esencia que es Amor de Espíritu Santo, en diálogo eterno de Amor y de Vida y de Ser, diálogo del Hijo que le hace Padre aceptando ser dicho por el Padre, lleno del amor del Espíritu Santo, libremente, desde ese amor infinito, decidieron en consejo trinitario un hecho inaudito, increíble. Dijo la Santísima Trinidad: vamos a manifestar nuestra predilección y amor por el hombre de una manera tan clara e irresistible, que el hombre no tendrá más remedio que rendirse ante nuestro amor, porque los hará a todos los hombres hijos en el Hijo; sí, les diré palabras tan tiernas y estremecedoras, les daré pruebas de mi amor tan manifiesto y extremo, con signos tan palpables de mi entrega y deseos de amistad, les haré gestos tan evidentes de mi amor loco y gratuito por el hombre, que los hombres no tendrán más remedio que creer en nuestro amor, amarnos y entrar en la amistad trinitaria, el máximo gozo del que pueden participar.

        Vamos a ver:

        -- Tú, querido hombre, eres tremendamente celoso de tu dignidad humana, de tu puesto social, de tus conquistas ; pues bien, yo, aunque soy Dios tomaré forma de criatura, como si una hormiga que ve que un hormiguero está  taponado y no pueden salir a la luz y morirán, dice: yo hombre me hago hormiga para salvarlas a todas. Es así, solo que es infinitamente mayor la distancia entre Dios y el hombre, que entre un hombre y las hormigas.

        -- Tú te pasas toda la vida buscando grandezas, honores, títulos, puestos elevados… pues bien, yo me rebajo, los pierdo todos por ti, y de Dios me hago criatura para conquistarte y hacer divino, hijo verdadero de Dios.

        -- Tú, querido hombre, buscar la felicidad a toda costa; quieres ser feliz. Pues bien, yo que soy la felicidad infinita, la dejo en el cielo y vengo a la tierra a ofrecérsela a todos los hombres de buena voluntad; y para eso estoy dispuesto a sufrir lo inaudito y sé lo que me espera y lo hago gozoso únicamente para que tú seas feliz. Yo sufriré lo indecible para que tú sea feliz.

        -- Tú buscas no morir, vivir siempre, ser eterno como Dios; pues bien, yo me hago tiempo para comunicarte mi eternidad; yo vengo a morir por el hombre para que seas eterno…

        Y vamos a ver ahora si, al hacerme hombre y niño indefenso, ese corazón del hombre es capaz de vibrar, de amarme, de agradecerme todo el bien que le traigo; vamos  ver si es capaz de resistirse a mi amor, vamos a ver si tiene corazón para mí..Y como el enamorado que no repara en su entrega, cuando verdaderamente siente la pasión de amor por su amada, el Hijo de Dios infinito se lanza a esta conquista y viene a la tierra. Yo iré y le hablaré al hombre en su corazón, ese corazón que ha sido tan duro para mi y empezará a sentir mi amor; cambiaré ese corazón tan sensible para los afectos puramente terrenos y los placeres mundanos y le hablaré con palabras tan dulces y gestos tan llenos de amor que no podrá resistirse…

        Queridos hermanos: Y ¿Cuál es nuestra respuesta? ¿Cuál ha sido la respuesta del hombre? ¿Cuál es nuestra respuesta a tanto amor de Dios? Que responda cada uno por sí mismo… Cómo vamos a hablar de respuestas cuando muchos de los cristianos ni vienen a misa estos días para agradecérselo, ni confiesan ni comulgan estos días para amar y abrazar a Jesús, todo amor y ternura por nosotros, ni tienen una oración ni un gesto ni una mirada de amor….No hay ni respeto al misterio, que en muchos escaparates que profanado por cerditos puestos en la cuna en lugar de un niño. Y otros muchos tienen una navidad pagana, llena de champán y turrones, pero ausente de amor y admiración y adoración por el Niño que nos nace; una navidad sin Dios.

        Queridos hermanos, que al menos nosotros no le fallemos a Cristo, que comprendamos su amor, que nos acerquemos a recibirlo bien dispuestos en cuerpo y alma, que no te quedes en los turrones y villancicos sino que pases a una oración y comunión fervorosas, que vayas a la busca del Dios que viene a buscarte. Te busca a ti, a ti en concreto, singularmente. Este es el sentido de la Navidad para cada uno de nosotros, el encuentro personal con Jesucristo Encarnado. Nuestra respuesta será: Dios me busca y yo quiero encontrarme con Él. Porque en la Navidad Cristo busca el encuentro personal y afectivo con cada uno de nosotros. Navidad es caer de rodillas ante el Niño y decir: creo, creo y amo y espero.

        Creo que este Niño es la revelación del amor de Dios, su  Palabra de ternura infinita, pronunciada para nosotros, reveladora de todo lo que el Padre nos quiere decir, de todo lo que me ama y me quiere; Jesucristo Niño es la revelación de su Palabra llena de amor para mí. Y yo amo esta manifestación, esta Palabra de amor pronunciada por el Padre para mí. Y espero, espero totalmente, confiado en su verdad y amor. Por ser Navidad, espero, , deseo y quiero vivir en paz con Dios y los hermanos; me esforzaré por agradar y complacer a este Niño y quiero ser la felicidad de este Niño y hacer felices a los que conviven conmigo; por ser Navidad quiero acordarme de los más necesitados y tener espacios para la oración y la contemplación de este Niño, que es el Amor de Dios hecho carne humana.

 

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NAVIDAD  2019.

 

QUERIDOS HERMANOS: ¡Feliz Navidad! Quiero en esta eucaristía compartir con vosotros este gozo porque la Navidad nos enseña muchas cosas a todos los que hemos tenido el gozo de creer y encontrarnos con Jesucristo, de ser católicos y creyentes. Hermanos, la Navidad nos dice que somos eternos, que estamos salvados, pregonarlo alto y claro a este mundo que se está quedando triste, roto, sin fe porque no cree en la Navidad.

¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú EXISTES Y NOS AMAS CON AMOR ETERNO, y sin necesitar nada del hombre -- ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?—has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado hecho hombre en el seno de María y dado a luz en Belén en este día.

        Querido Niño Dios que acabas de nacer para salvarme y llevarnos contigo a la gloria del Padre, creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, como cada uno de nosotros.

Y Tú eres Dios y lo tienes todo. Y cuando elcreyente,el católico de verdad cree esta locura de un Dios todo amor y hecho criatura por amor al hombre,  se llena de gozo y felicidad en la Navidad, y no se cansa de besarte y adorarte y cantarte villancicos y quiere creer más, más y más, porque le hace feliz sentirse tan amado.

La Navidad es una enfermedad de amores  divinos al hombre y ansias eternas, que no se curan porque son infinitas y vienen del mismo Dios a todos los hombres; todo un Dios, que herido de amor a sus criaturas, se hace niño y viene a nuestro encuentro, a mi encuentro en la Navidad; la Navidad es Dios amando locamente a los hombres. Pero Dios mío, por qué me amas tanto y me buscas así, pero qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?

Por eso, nosotros, en este día, contemplando a un Dios hecho niño en el seno de la Virgen bella y hermosa y puesto en cuna, sólo queremos adorarte, Niño Dios, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte razones y motivos de este amor, es decir,  orar, orar mucho, pasar largos ratos contemplando este misterio, tu rostro humano y divino, recogernos en tu presencia eucarística estos días y meditar muy despacio estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente barruntamos por la fe y el amor sobrenatural de tu gracia. Por eso, en estos días, quiero solo besarte, contemplarte, adorarte, quiero comerte de amor en comuniones de fe, amor y fuego divino.

        En fin, hermanos, felicitémonos y alegrémonos todos en este día en el Niño recién nacido, porque, si Cristo nace, Dios AMA AL HOMBRE, sigue amando y perdonando al hombre; si Cristo nace, Dios no se olvida del hombre; si Cristo nace,  nuestra vida tiene sentido, y somos eternos, si ES NAVIDAD, SOMO ETERNOS, no moriremos porque “Dios envió a su HIJO AL MUNDO al mundo, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sin que tengan vida eterna…”. FELIZ NAVIDAD A TODOS.

 

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HOMILÍA DEL DÍA DE NAVIDAD

 

        QUERIDOS HERMANOS: Con emoción profunda y religiosa quiero anunciaros el hecho que hoy celebramos, la Navidad, la natividad de nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios, hecho hombre en Belén de Judá, y hermano de todos los hombres. Y quisiera decirlo tan alto y a todos los hombres de manera que sonara a modo de pregón, el pregón de la Navidad. Pregón es anunciar con voz potente y clara una noticia. En esta tarde y en este momento, quisiera yo tener la voz más potente y clara del mundo para anunciar todos los hombres esta alegría y emoción que siento, la mejor noticia que puedo dar a este mundo: Que Dios ama al hombre y por amor se ha hecho hombre.

        Quisiera salir a la puerta de esta Iglesia y para toda la circulación y a todos los viandantes para repetirles el mensaje de los ángeles en la Nochebuena: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Este año de gracia del 200.. de nuevo ha sido Navidad. Navidad es que Dios no se olvida del hombre; Navidad es que Dios ama al hombre; Navidad es que Dios perdona y salva al hombre; Navidad es que Dios viene al encuentro del hombre porque quiere hacer hijo suyo para compartir con él toda la eternidad de amor y felicidad de la Santísima Trinidad y por eso nace y viene a nuestro encuentro, porque desea el encuentro con cada uno de los hombres, conmigo y contigo y por eso se humilla y viene desde su infinitud y se rebaja y busca el encuentro con  todos los hombres. Esta es la consecuencia de amar al hombre con amor infinito

        Dios solo se ha equivocado una vez en su vida. Sólo una vez. Pero ya no puede liberarse de ese error; lo lleva grabado en su corazón, en su misma esencia trinitaria, lo tiene como un sello en su frente. Dios sólo ha cometido un error en su vida: Amó y confió excesivamente en el hombre que hizo y con el que soñó para una eternidad feliz con él.

        Porque Dios es amor, su esencia es amar y si deja de amar, deja de existir. Cuando San Juan quiere definir a Dios, lo define así: “Dios es amor… y en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y entregó a su propio hijo como propiciación de nuestros pecados”. La Encarnación fue la primera entrega del Padres a los hombres de su propio Hijo, que luego se consumaría en la Cruz. Por eso, muchos villancicos de mi infancia hacían alusión a la cruz  porque unían la cuna y la razón de su venida: salvarnos por la muerte en cruz. Por eso el niño que nace está condenado ya a morir por amor extremo a los hombres que ahora hacemos presente en esta Eucaristía que es una Encarnación continuada.

        Por eso, qué alegría, qué confianza, qué seguridad del amor de Dios nos da la Navidad. Es la manifestación más evidente del amor de Dios al hombre, que se completará en la pasión, muerte y resurrección. La Navidad es la vivencia anticipada de todo este testimonio de amor, es el amor infinito encarnado, hecho niño indefenso y necesitado. En este niño se nos revela el misterio de Dios, el amor de Dios Trino y Uno, de Dios familia que quiere hacer familia divina a los hombres. La Navidad nació en el corazón y en el amor infinito del Dios Trino y Uno, en la esencia infinita de amor de un Dios Padre, que contemplándose a Sí mismo y viéndose tan lleno de felicidad y de amor, vida, eternidad, luz… se expresa en totalidad de ser y de vida y de amor en el Hijo, Imagen perfecta de su Ser infinito, que luego lo expresa y lo pronuncia con ese mismo amor de Espíritu Santo para toda la humanidad en la carne de un Niño, “que nos ha nacido, que nos ha sido dado”.

        Por eso, qué alegría siento en la Navidad de existir, de ser hombre; es un privilegio porque estoy destinado por Dios a compartir su misma dicha y felicidad en la eternidad de mi Dios. Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga divino. Qué grande es ahora ser hombre. Qué alegría descubrir este misterio para los cristianos en la Navidad.

        Ante este misterio debemos ejercitar nuestra fe, pedir más fe, más luz para ver la verdad de este misterio, comprenderlo y poder vivirlo en plenitud. Tener vivencia, experiencia del Amor de Dios en el Niño que nos nace, que nos ama, que nos busca. No estamos solo en el espacio, perdidos sin sentido, sin saber de dónde venimos y a dónde vamos. Venimos de Dios y perdidos por el pecado, Dios nos ha buscado para llevarnos a su Amor y Felicidad. Por eso en pecado no se puede celebrar la Navidad cristiana. Sería una Navidad sin Navidad. Tenemos que abrir nuestro corazón a Dios, hay que confesar y comulgar en amistad con Él, sin odios y mentiras en nosotros, hay que amar y perdonar como Dios nos perdona a todos. Porque aunque Cristo naciese mil veces, si no nace dentro de nuestro corazón, todo habrá sido inútil. Cristo viene para nacer en cada uno de nosotros. Y la comunión eucarística en gracia de Dios es la mejor forma.

        Cristo, naciendo como hombre, nos hace a todos los hombres hermanos de Él y entre nosotros. Si Cristo nace, todo hombre es mi hermano. Por eso la Navidad nos empuja al amor fraterno. Nos hace hermanos en Cristo y nos recuerda el mandato del Señor: “Amaos los unos a los otros, como yo os he amado…. En esto conocerán que sois discípulos míos, si os amáis los unos a los otros…. Lo que hicisteis con cualquiera, conmigo lo hicisteis…” En la Navidad todos nos sentimos más fraternos y hacemos obras de caridad: damos limosnas, visitamos a los enfermos y familiares ancianos, nos acordamos de todos los que sufren en el mundo. Hasta los que no creen en la Navidad, sienten deseos de caridad hacia todos los hombres y hay campañas de ayuda para todos.

        Y para todo esto, para comprender la Navidad y todo el misterio que encierra, para escuchar la Palabra llena de amor que el Padre ha pronunciado para todos nosotros, necesitamos silencio, oración, contemplación, meditación…como María, que después de contemplarlo y ver a los pastores que le adoraban, el evangelio dice que “conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”. Así tenemos que hacer nosotros en estos días, tenemos que venir a la Iglesia y hacer oración, silencio de todo para escuchar esta Palabra llena de amor que el Padre ha pronunciado para nosotros. Y así será Navidad. Y así celebraremos comprenderemos este misterio del Amor Divino. Feliz Navidad a todos.

 

       

NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS: Hace poco rezábamos con la liturgia de la Misa y de las Horas: “Ven, ven Señor no tardes, ven, ven que esperamos…” Hoy, llenos de alegría, cantamos con toda la Iglesia, con todos los creyentes: «Christus natus est nobis, venite, adoremos»; Cristo ha nacido hoy por y para nosotros, venid, adorémosle.

 

        QUERIDOS HERMANOS: ¡Feliz Navidad! Quiero ahora compartir con vosotros este gozo porque la Navidad nos enseña muchas cosas a todos los que hemos tenido el gozo de creer y encontrarnos con Jesucristo, de ser católicos y creyentes. Somos eternos, estamos salvados.

¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú EXISTES Y NOS AMAS CON AMOR ETERNO, y sin necesitar nada del hombre -- ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?—has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado hecho hombre en el seno de María y dado a luz en Belén.

        Querido Niño Dios, creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. Y Tú eres Dios y lo tienes todo. Y el creyente, cuando cree de verdad,  se llena de gozo y felicidad en la Navidad, y no se cansa de cantar villancicos y quiere creer más, más y más, porque la Navidad es una enfermedad de amores  y ansias infinitas y eternas, que no se curan porque son infinitas, vienen del mismo Dios, que herido de amor, se hace niño y viene a mi encuentro, a nuestro encuentro, la Navidad es que Dios ama locamente al hombre. (es que no tiene explicación: que Dios infinito se haga criatura, hombre, pero que le puedo dar que Él no tenga)

Por eso, nosotros, contemplando a un Dios hecho niño en la cuna, sólo queremos adorarte, Niño Dios, hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, razones, motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, pasando largos ratos contemplando este misterio, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor: ¿ Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no le sanaste…. Descubre tu presencia y máteme tu rostro y...

        ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad! Tú nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Mirad la Navidad. Es Dios amando apasionadamente a los hombres. ¡Dios existe y nos ama, es verdad! Mirad la Navidad. Es Dios amando apasionaamnte a los hombres. ¡Dios eciste y nos ama,es verdad! Correspondamos a tanto amor de Navidad al menos en estos días en que la celebramos.

Por eso, el hombre, los hombres modernos, alejándose de Ti con estos políticos ateos, nos estamos quedando vacíos de verdad, de amor verdadero y fraterno, de honradez, de gozo y alegría sin matrimonios unidos para siempre en tu mismo Amor divino. En cuanto nos hemos alejado de ti, estamos todos más tristes, porque Tú eres el amor y la felicidad infinitas. El hombre moderno necesita volver a Dios, creer en la Navidad, vivir la Navidad para encontrar el motivo de su existencia y la razón de su caminar por este mundo.

También estoy un poco triste, mi Dios hechos niño y te lo digo en voz un poco baja, porque algunos de tus sacerdotes, algunos solo no te buscan en ratos de oración, sobre todo ante tu presencia en los Sagrarios de sus parroquias… no tienen tiempo para estar contigo en oración y diálogo de amor, su piedad… pura rutina, los ritos… eso, puro rito sin entrar en contacto contigo especialmente en la celebración de la Eucaristía… pura rutina, puro rito… tienen poco tiempo de estar contigo junto a tu cuna en este tiempo o en tu presencia permanente en el Sagrario.

        Queridos hermanos: Ha nacido el Señor, queridos hermanos, ha nacido el Redentor del mundo y de los hombres, venid y adorémosle. Ha nacido en carne humana el eterno, el invisible, el Hijo de Dios, que, por los hombres y por nuestra salvación, descendió de los cielos y se encarnó en el seno de María Santísima.

Alegrémonos y felicitémonos en Dios Padre, que hizo la Navidad, este proyecto de amor Salvador para los hombres por medio del Hijo; felicitémonos y alegrémonos en el Hijo, que nos amó tanto que  obedeció y se hizo hombre como nosotros por amor de hermano; alegrémonos y felicitemos a María, que se hizo esclava por amor a Dios y a todos sus hijos, los hombres; felicitémonos y alegrémonos en José, que fue humilde y colaboró en el plan de Dios; CREO, CREO… TE ESPERO Y TE AMO, SEÑOR, Y TE PIDO POR TODOS LOS QUE NO CREEN, NO ESPERAN Y NO TE AMAN.

En fin, hermanos, felicitémonos y alegrémonos todos en este día en el Niño recién nacido, porque, si Cristo nace, Dios AMA AL HOMBRE, sigue amando y perdonando al hombre; si Cristo nace, Dios no se olvida del hombre; si Cristo nace,  nuestra vida tiene sentido, y somos eternos, si ES NAVIDAD, SOMO ETERNOS, no moriremos, si Dios viene en Navidad, es porque nuestra vida es más que esta vida: “Sácame de aquesta vida, mi Dios y dáme la muerte…”,  porque “Dios envió a su HIJO AL MUNDO al mundo, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sin que tengan vida eterna…”. Que así sea y se realice en todos nosotros, en el mundo entero, recemos y pidamos que sea una Navidad como la quiso y soñó Cristo que vino para salvarnos como lo cantamos en muchos villancicos de la Navidad.

Hermanos, creamos y celebremos con fe y amor la Navidad, CREAMOS EN CRISTO, CREAMOS EN EL AMOR DE DIOS, DIOS EXISTE Y NOS AMA Y NOS ESPERA PARA UNA ETERNIDAD DE GOZO con Él, en este mundo que no cree en Dios y ha perdido el Amor, los matrimonios para siempre, la fraternidad, la familia…los padres ancianos amados hasta la muerte. Hoy es un día de amarnos, de perdonarnos, de hacer familia como Dios quiere… Amaos, hermanos, familia, hijos, padres, abuelos, perdonémonos, abracémonos que hay muchos que no sienten el amor y el abrazo sincero de los suyos…

Por eso, llenos de alegría, repitamos el anuncio de los ángeles en la Noche buena: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Repitámoslo muchas veces en estos días de Navidad. Confesemos nuestros pecados, comulguemos a Cristo Eucaristía, ayudemos a los más pobres y necesitados de pan y de amor, los enfermos, vivamos el amor de padres, hermanos e hijos. Feliz Navidad. Que sea Navidad para todos.

 

        1º.- Para comprender verdaderamente este misterio de Navidad, hay que contemplarlo en oración, en silencio, hay que pasar ratos mirando al Niño en el portal de nuestros nacimientos, sobre todo en los Sagrarios de la tierra, porque es el mismo de ayer y de siempre, el que nació y murió para llevanos a todos al cielo, a la vida eterna, esta es la única razón de la Navidad, de su nacimiento como hombre. Oremos en misa, ante el sagrario en estos días. Sólo orando, el corazón puede llegar a sentir y vivir lo que la razón no entiende, no comprende.

        2º.- Que Cristo no encontrase hospedaje entonces, lo puedo comprender por las circunstancias; Pero lo que no se puede explicar, es que tú y yo y nosotros no le recibamos estos días en nuestras vidas con un corazón limpio y confesado, con un alma llena de amor y ternura por Él.

En estos tiempos de ateísmo e indiferencia y lejanía religiosa, muchos han cerrado las puertas a Cristo y no le han dejado nacer dentro de ellos, de su vida, de su familia, de su amor. Recemos y pidamos por ellos, sobre todo, si son amigos y familiares nuestros.

«Aunque Cristo nazca mil veces, si no nace en nuestro corazón, la Navidad habrá sido inútil».

        Y nada más, queridos hermanos; yo sé que todos comulgaréis estos días, confesando, si fuera necesario. Mis deseos y mi oración en esta Nochebuena se confunden con el anuncio de los ángeles. Deseo de todo corazón, como los ángeles del Señor, que el feliz acontecimiento del Nacimiento de Jesucristo, sirva para gloria de Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.

 

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I DOMINGO DE NAVIDAD: FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

 

        PRIMERA LECTURA: Eclesiástico 3,3-7.14-17

La Palabra de Dios, en esta primer Lectura, nos da unos consejos sumamente sensatos para todos los miembros de la familia, recogidos por el llamado Jesús ben Sira. Basta leerlos y meditarlos.

 

        SEGUNDA LECTURA: Colosenses 3,12-21

En esta segunda Lectura el Apóstol Pablo dice que el perdón, la dulzura, la comprensión, la misericordia deben estar siempre presentes en las comunidades cristianas. Todo esto es necesario en nuestras familias. El ejemplo de la Sagrada Familia, cuya fiesta celebramos hoy, nos invita “a tener en medio de nosotros siempre la presencia de Dios”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS: 2,22-40

 

        QUERIDOS HERMANOS: Hoy, fiesta de la Sagrada Familia nos invita la Iglesia a que pidamos y recemos a Dios Padre por las familias del mundo. La fiesta de la Sagrada Familia, colocada litúrgicamente en pleno clima navideño, pone de relieve que el Hijo de Dios, viniendo al mundo, ha querido inserirse, como todos los hombres, en un núcleo familiar; ha querido seguir el camino de todos los hombres,  tener una familia como la nuestra, incluso más humilde y pobre.

        La Sagrada Familia es propuesta por la Iglesia en esta solemnidad como modelo de toda familia, especialmente cristiana. Ante todo, por la supremacía de Dios reconocida profundamente, aún en medio de dificultades y escollos casi insuperables.

        Por eso, cuando en una familia, todo se inspira en semejantes principios, en el amor y unión con Dios y con sus miembros, la familia no se rompe, sino que esta armonía y unión se fortalece más aún en medio de las penas y dificultades, superando con dolor y lágrimas a veces, incomprensiones entre esposos, comportamientos, palabras a veces inoportunas que pueden romper la unión familiar;  el amor y santo temor de Dios les ayuda a obedecer a Dios y sus mandamientos, a perdonarse, a respetarse, a honrar a los padres, a servir a los hermanos, a comprenderse y amarse mutuamente, a sacrificarse los unos por los otros y a educar y vivir respetando la voluntad de Dios que quiere que permanezcan todos unidos hasta que la muerte nos separe temporalmente.

        En una familia verdaderamente cristiana lo primero es el amor, porque Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir; lo mismo en la familia, en el matrimonio, lo primero es el amor, porque el hombre y la mujer están hechos a semejanza de Dios, dice la primera página de la Biblia,  y, si dejan de amar, dejan de asemejarse a su Creador y se autodestruyen. Que es lo que está pasando hoy día con muchas leyes destructivas del plan y proyecto de Dios sobre el hombre y la familia, dando lugar a separaciones y divorcios, que no niego que sean necesarios en algunos casos, pero como norma la ley debiera favorecer el amor y la unión. Y desde luego, el que se case en cristiano, el matrimonio es para toda la vida, por voluntad de Cristo: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”.

        Hoy, festividad de la Sagrada Familia, vamos a pedir dos dones divinos y humanos para todas las familias, especialmente cristianas. Lo primero que pedimos para todos, como he dicho, es el amor, una unión familiar que no se rompa nunca y que no se compra hecha en ninguna parte, sino que hay que hacerla rezando, orando y sacrificándose con la ayuda de Dios y de todos sus miembros:”Familia que reza unida, se mantine unida”.

Lo primero en la famiia es el amor, no como una realidad totalmente conseguida, sino como proyecto permanente de cultivo y conservación entre todos los miembros de la familia; el amor familiar como ilusión y conquista, en tensión permanente, sin descanso y desfallecimiento, superando dificultades, con la mirada siempre en Dios y mirando siempre el ejemplo de María y de José que permanecieron fieles siempreen medio de todas lasdificultades.

        Y para que esto sea así, para que la familia sea comunidad de amor, pedimos que sea comunidad de fe, que recen, que tengan presente a Dios en sus vidas. Es la segunda gracia que pido en esta santa misa para todos los matrimonios actuales.

Si queremos construir una familia verdaderamente cristiana, donde crezca el amor, la paz, y la armonía y las vocacones religiosas, lo primero es rezar unidos en familia para crecer en la fe, cultivar la fe y desde la fe viva en Dios habrá amor en los padres para  toda la vida y vocaciones sacerdotales y religiosas para la iglesia y el mundo. Así lo pedimos hoy a Dios en esta santa misa.

 

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QUERIDOS HERMANOS: La fiesta de la Sagrada Familia, colocada litúrgicamente en pleno tiempo y clima navideño, pone de relieve que el Hijo de Dios, viniendo al mundo, ha querido inserirse, como todos los hombres, en un núcleo familiar; haciéndose hombre, ha querido seguir el camino de todos los hombres,  tener una familia como la nuestra, incluso más humilde y pobre.

        Es hermoso recorrer el evangelio en algunos de los episodios en los que nos habla de la Sagrada Familia formada por Jesús, María y José, para sentir y admirar su talante eminentemente espiritual.

        Cuarenta días después del nacimiento de Jesús, José y María se dirigen al templo con el niño para presentarlo al Señor, según estaba escrito en la ley de Moisés (Lc 2,22-23). Allí, en el templo de Jerusalén espera Simeón, que iluminado por el Espíritu Santo, reconoció al “ungido del Señor”, y tomando en brazos al niño, bendice al Señor y después, dirigiéndose a la madre, le dice: “una espada atravesará tu alma…” (Lc 2, 23-25).

        Con esta presentación de Jesús en el templo, María y José, más que cumplir una formalidad externa,  renuevan el ofrecimiento de su entrega y obediencia absoluta a Dios, que ya habían tenido en todo el proceso de la Encarnación del Hijo y en su nacimiento. Por eso, en las palabras de Simeón, perciben la seguridad de que su ofrecimiento ha sido acogido por Dios.

        La bendición del anciano Simeón estimula y potencia su seguimiento de la voluntad de Dios, en medio de unas circunstancias nada fáciles para ambos: nacimiento fuera del hogar, persecución del niño, huida a Egipto…Les queda la amarga experiencia de la pérdida del niño en el templo donde Jesús les confirmará en el sentido de su Encarnación: cumplir la voluntad del Padre.

        Precisamente ese cumplimiento de la voluntad del Padre ha sido el lema de toda la vida de los dos esposos, situación que ha exigido por su parte el máximo desinterés y obediencia, dando a sus vida un sentido de servicio total a la causa divina, en colaboración íntima con la obra salvadora del Hijo, que siendo también el hijo de María, ha permanecido obediente a sus padres en Nazaret, donde según el evangelio: “les estaba sujeto y crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres” ( Lc 2, 51-52). Es una nota precisa que nos indica cómo la familia debe ser una “iglesia doméstica”, donde padres e hijos deben estar sujetos a la voluntad de Dios y éstos deben crecer en amor y servicio ante Dios y ante los hombres.

        La Sagrada Familia es propuesta por la Iglesia en esta solemnidad como modelo de toda familia cristiana. Ante todo, por la supremacía de Dios reconocida profundamente, aún en medio de dificultades y escollos casi insuperables. En la casa de Nazaret, Dios está en primer lugar y todo está subordinado a su voluntad. Los gozos son vividos como don de Dios y los sufrimientos son aceptados como purificación y salvación de todos, siempre dentro de un plan divino, que no siempre comprendemos los hombres. Nada turba la armonía familiar precisamente porque todo es contemplado a la luz del misterio y del designio divino.

        Por eso, cuando en una familia, todo se inspira en semejantes principios, la unión con Dios y con la familia no se rompe, sino que esta armonía y unión se fortalece más, por encima de penas y dificultades; todo lleva a obedecer a Dios y sus mandamientos, a honrar a los padres, a servir a los hermanos, a comprenderse y amarse mutuamente, a sacrificarse los unos por los otros y a educar y vivir respetando los derechos de Dios sobre toda la familia.

        En una familia verdaderamente cristiana lo primero es el amor, porque Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir; los mismo en la familia, en el matrimonio, lo primero es el amor, porque el hombre y la mujer están hechos a semejanza de Dios y, si dejan de amar, dejan de asemejarse a su Creador y se autodestruyen. Y al destruirse el amor entre ellos y dar lugar a separaciones y divorcios, los que sufren más y sufrirán las consecuencias de su falta de amor serán los niños pequeños, que tienen derecho a que sus padres se quieran siempre y vivir en el abrazo de ambos.

        El amor es la felicidad del hogar: una esposa y un esposo es feliz cuando se siente amado y amada y los hijos crecen con alegría y sin complejos de ningún tipo cuando no existe violencia entre los padres o entre los hijos. Los hijos de los divorciados sufren consecuencias y complejos psicológicos, a veces durante toda la vida, al no haber vivido en el amor de los padres, para lo que fueron creados. Sobre el derecho de los padres a separarse está el derecho de los hijos a crecer en una atmósfera de amor, concordia y perdón.

        En la segunda Lectura de hoy nos dice San Pablo:  “Hermanos, revestíos de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, longanimidad, soportándoos y perdonándoos mutuamente siempre que alguno diere a otro motivo de queja” (Col 3, 12-14).

        Si hay amor, respeto mutuo, obediencia debida, todos ganan y superan dificultades y son felices. Si no hay amor, servicio mutuo, no hay familia, convivencia y felicidad, aunque no se rompa el matrimonio o la familia, es pura pensión. Y el único amor que supera y sostiene todos los demás amores para que no se rompan es el amor de Dios sobre todas las cosas.

        Hoy, festividad de la Sagrada Familia, vamos a pedir tres dones para todas las familias, especialmente para los que creemos y veneramos a la Familia de Nazaret. Lo primero que pedimos para todos es el amor. Ya lo hemos dicho. Lo primero es el amor, no como una realidad totalmente conseguida, sino como proyecto permanente de aumento y desarrollo entre todos los miembros de la familia; el amor familiar como ilusión y conquista, en tensión permanente, sin descanso y desfallecimiento, con la mirada siempre en Dios y en su ayuda, mirando siempre a María y a José que permanecieron fieles en medio de todas las dificultades.

        Pedimos, por vosotros, queridos esposos y queridas familias, que no abandonéis nunca esta ascesis y cultivo, porque el amor es la base, el fundamento y la esencia de la familia, de su armonía y de su felicidad, y lo pedimos hoy más que nunca cuando se han roto tantos hogares y el ambiente no ayuda nada en este sentido, con tantos divorcios, separaciones, promiscuidad y relaciones prematrimoniales, donde el amor es sustituido por el sexo, que luego, al casarse, por no haber purificado el amor y haber llegado a su verdad completa, porque solo era buscar el placer material, ante la menor dificultad, se rompe. Hoy hay mucho sexo y  poco amor.

        Me ha impresionado lo que leí en una revista: En el hospital, el médico va acompañado por la enfermera, al llegar junto a una cama donde hay uno niño, le dice: al niño de la número 33 hay que recetarla una ración de besos. Eso mismo pido yo esta mañana para todos los matrimonios y familias presentes. Hoy los matrimonios están más tristes, las familias más triste, los jóvenes y los hijos más tristes, porque falta el amor; y ahora que lo tenemos todo, estamos más solos y tristes y más vacíos, porque nos falta el amor, nos falta Dios, porque nos falta la fe y el amor a Dios sobre todas las cosas. Estos matrimonios de ahora tan tristes y divorciados están aburridos teniendo todo, consumiendo todo y de todo, poseyendo todo, porque les falta la ración de amor sin la cual nadie puede vivir y nos sobra egoísmo, individualismo, materialismo, espíritu de sacrificio y ascesis en el amor. Los matrimonios y las familias, si no tienen la razón diaria y necesaria de amor verdadero, de amor integral, que es cuerpo y alma, con una parte importante de amor sexual, querido y bendecido por Dios: “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”, necesario porque somos carne y espíritu, aún permaneciendo en el mismo techo, se van separando cada día un poco más, porque no viven unidos en el mismo amor.

        Por eso, para que nuestras familias sean como la de Nazaret, verdaderas comunidades de amor, deben ser primero comunidades de fe. Es la segunda gracia que pido en esta santa misa para todos: la fe en Dios, en Cristo. Los padres, verdaderos creyentes, saben que la transmisión de la fe a sus hijos no puede reducirse a la enseñanza de una doctrina, ni de unas costumbres o prácticas religiosas. Ha de ser la propia vivencia de fe la que sirva de testimonio vivo que suscite y eduque la fe de los hijos. Y es que nadie da lo que no tiene. Ya sabéis lo que dicen los niños de Primera Comunión de nuestra parroquia: Si tenemos padres cristianos, no necesitamos ni curas. Si un niño ve rezar a sus padres, si un niño ve a su padre de rodilllas, esto no lo olvidará nunca en la vida. Pero aunque tenga los mejores catequistas del mundo o vengan los ángeles del cielo a darle catequesis, si sus padres no rezan, él tampoco rezará en cuanto haga la Primera Comunión. La fe es el fundamento del amor verdaderamente cristiano, de la familia verdaderamente cristiana, en un mundo descristianizado, laico, ateo. Si queremos constituir una familia verdaderamente cristiana, donde crezca el amor, la paz, y la armonía, lo primero es crecer en la fe, cultivar la fe.

        Y para terminar, un tercer fundamento de la familia es que tienen que comer juntos, hablar y jugar juntos. Y si a mis oraciones hoy por la familia cristiana tuviera que darle un tono litúrgico lo haría así:

        Oración colecta: «Señor, tú quisiste que tu Hijo viviera la vida de familia en el hogar de Nazaret como hijo obediente, amante y obsequios de María y José; tú sabes también que nuestras familias actuales, por diversas causas, están lejos de este ideal, querido por ti y vivido por Jesús, María y José. Concédenos imitar a la Sagrada Familia en el amor y obediencia a tus mandatos, para que reine en nuestras casas un clima de amor, de alegría y servicio mutuo. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo Nuestro Señor». Amen

        Oración sobre las ofrendas: «Con estos dones te presentamos, Señor, nuestras alegrías y nuestras dificultades familiares y te pedimos, por intercesión de Jesús, Maria y José, que edifiques nuestras familias en el amor y en la paz».

        Postcomunión: «Señor, nos hemos reunido en una misma mesa como una sola familia y hemos participado de un mismo pan, consagrado en tu amor extremo por nosotros hasta da la vida; concédenos amar así, para que nuestros hogares cristianos, imitando a la familia de Nazaret, sean un testimonio vivo de tu Iglesia para el mundo, que anime e invite a todos los hombres a formar parte de la gran familia de los hijos de Dios». Por JNS.

 

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1 DE ENERO: SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

 

QUERIDOS HERMANOS: en este día primero del año estamos celebrando la solemnidad de María Madre de Dios que, por ser la Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia y Madre de todos los creyentes.

 

        1.- El Evangelio de hoy nos muestra a María cumpliendo su misión de madre de su hijo, Dios encarnado: dice claramente que los pastores encontraron a María junto al niño recién nacido, por ser y hacer de madre, por ejercer su función maternal,. Y esto es lo que hace hoy la Iglesia. Quiere llevarnos a todos a Jesucristo, su hijo, por el mejor camino que existe, que es su Madre, María. Así que en el primer día del año, nos pone a la Madre, porque sabe que esta Madre no vive más que para su Hijo, nuestro Salvador. En la Navidad el Hijo nos viene por María; al comenzar el año y durante toda la vida hay que ir al Hijo por la Madre.

        Queridos hermanos: Si Dios se fió de ella, si el Hijo la eligió por Madre… ¿no nos  vamos a fiar nosotros de ella? ¿No nos vamos a confiar con ella y a poner bajo su protección materna el nuevo año que empieza? Cómo es nuestra devoción a la Virgen, qué tiempo le dedicamos en nuestra vida? Eso es lo que hace hoy la Iglesia, poniendo el primer día del año a María como Madre y Protectora de todos los hombres.

La Iglesia sabe muy bien que la meta de la vida cristiana y de todo es Dios; Dios debe ser lo absoluto y lo primero de todo; pero para que esto sea así, el camino más seguro hasta Dios, para vivir la vida cristiana, es  María.

¡Qué certeza, qué confianza, qué fuerza nos da ser devotos de la Virgen, qué poder tiene intercediendo ante Dios, qué seguridad nos da ante Dios! Estoy totalmente convencido de lo que os digo. Soy totalmente mariano, devoto de la Virgen, por mi experiencia cristiana de muchos años y de muchas luchas y de muchas penas y alegrías y ayudas recibidas. Estoy totalmente seguro y convencido de esta verdad. María y Sagrario y todo se soluciona en nuestras vidas, amad a la Virgen y a su hijo Eucaristía y tendréis fuerza para amar, perdonar, gozar y sufrir en este mundo hasta la eternidad.

 

        2.- Por eso, la Iglesia quiere empezar el año mirando a la Virgen Madre, tomándola como modelo de vida cristiana y poniendo todo el año que empieza bajo su protección maternal. Hagámoslo todos nosotros, pongámonos y pongamos a nuestras familias bajo su protección, todos los días, el rosario o los tres avemarías la acostarnos.

Sabe muy bien la Iglesia la importancia de una madre para la vida de los hombres. Malo es que en una casa falte el padre, pero la experiencia demuestra a cada paso que se nota mucho más la ausencia de la madre. Si la madre vive, los hijos siguen adelante, se mantiene el orden, la limpieza y las comidas en casa y todos llegan a su término.

Precisamente esta es una de mis principales preocupaciones como sacerdotes, falla el cristianismo actual en España, porque faltan madres cristianas de 50 años para abajo, lo noto en la iglesia, en primeras comuniones, en la vida pastoral, no tenemos grupos cristianos, como hace 20 años, de mujeres de 50 años para abajo.

        Ya esta sería la otra nota importante de la fiesta de hoy. Descubrir la importancia  que la Iglesia da y quiere que tenga María madre, como ejemplo y modelo de todas las madres, en nuestra vida cristiana, individual y familiar; es tan importante la función maternal de María, dentro de la fe y de la vida cristiana, que se la pone en alto en el primer día del año para que todos la invoquen y se consagren a su amor maternal  en esta fiesta primera del año. Secundemos, pues, los deseos de la Iglesia: miremos en este día primero y en todo el año a la Virgen, invoquemos a María, sigamos su ejemplo de fe, humildad, silencio, obediencia a Dios, trabajo.

Al comenzar el año, pongamos bajo su protección maternal, nuestra familia, hijos, trabajo, salud, vida y enfermedad, alegrías y tristezas… todo bajo su mirada protectora y su intercesión. Que todo este año lo vivamos bajo su protección maternal y así nos será más fácil el camino. Repito, el rosario, las tres avemarías al acostarnos, nosotros y nuestros hijos, como nos enseñaron nuestras madres, a los que tenemos años…

        En realidad, la importancia de María en la obra de la Salvación se la empezó dando el mismo Dios, que quiso contar con ella para que fuera la Madre de su Hijo cuando llegó la plenitud de los tiempos. Toda la grandeza de María, todos sus dones y privilegios radican en su maternidad divina. Es el origen de todas sus gracias.

        Es Madre y Modelo de la fe para nosotros, que debemos imitar, porque por la fe creyó el misterio que se realizaba en ella: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. le dijo su prima santa Isabel.

        Es Madre y Modelo del amor salvador de Cristo porque lo concibió y se unió a Él junto a la cruz, en el momento del amor extremo de su Hijo en su muerte, acompañando a su Hijo y uniéndose a Él en su ofrenda al Padre por los hombres, sus hermanos, sus hijos, como la proclamó el Hijo desde la cruz.

        Es Madre y Modelo de la esperanza cristiana, porque ella fue la única que permaneció, esperando contra toda esperanza, junto a su Hijo en la cruz, que moría solo y abandonado por todos, creyendo que era el Salvador del mundo y de los hombres, quien moría de esa manera, y esperando su resurrección.

        ¡Bien sabía el Señor la elección que había hecho! Esta es la verdadera grandeza de María, que podía pasar desapercibida para los ojos de los hombres, pero no para Dios.  Dios buscó en María fidelidad en la fe, en el amor, en la esperanza, en las alegrías y en las penas.

Eso mismo podemos encontrar nosotros en ella, si, desde el comienzo del año, la invocamos como Madre, como auxiliadora, como intercesora de todo el pueblo santo de Dios. Por eso tiene tanto poder ante Él. Es omnipotente suplicando. Si Dios la quiso por madre, esto nos inspira a todos tranquilidad, seguridad, certezas, consuelo.

        Encomendémonos a ella al empezar el año, para que ella nos lleve siempre de su mano. Queridos hermanos: un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida nunca de sus hijos.      «¿A quién debo llamar yo vida mía, sino a ti, Virgen María? Nunca me verán decir: vida mía, sino a ti, Virgen María».

 

 

SENTIMIENTOS ANTE ESTA FIESTA DE LA MATERNIDAD DIVINA DE LA VIRGEN

 

A) Alegrarnos y felicitarla de que Dios la haya hecho tan grande, tan divina, tan llena de gracia y de Dios por este hecho de ser la madre del Hijo de Dios en la tierra. Me alegro, Madre, de que seas tan grande: María, hermosa nazarena, Virgen bella, madre del alma, cuánto te quiero, cuánto nos amas; gracias por habernos dado a tu Hijo; gracias por habernos llevado hasta Él; y gracias también por querer ser nuestra Madre, nuestra madre y modelo, gracias.

 

B) Cantar con Ella el Magnificat, agradeciendo a Dios la grandeza de su maternidad divina, origen y fundamento de todas sus grandezas y elegirla también así para madre de todos los hombres: “Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava; desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí...”

 

C) Si Dios confió totalmente en ella, y la eligió entre todas las mujeres, yo también la elijo como Madre y Reina, la elijo yo y la prefiero a todas y me consagro y le consagro el nuevo año que empieza: Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco enteramente a vos y en prueba de mi filial afecto te consagro  en este nuevo año mis ojos, mis oídos, mi corazón; en una palabra  todo mi ser; ya que soy todo tuyo, oh madre de bondad; guárdame y defiéndeme, como cosa y posesión tuya.

 

D) Y como madre del Dios que todo lo puede y madre de la Iglesia, que vive en este mundo, le pido por la paz, paz del mundo y de las familias, lo ponemos todo en sus manos, y le pido por todos vosotros en esta misa que la ofrezco con ella al Padre por vuestras familias y vuestros hijos, por el mundo, por los niños, por los jóvenes, por los mayores, por los enfermos, los ancianos, los abandonados. Ella es madre, y los hijos pueden olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos.

       

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QUERIDOS HERMANOS: Nuevamente mi felicitación más afectuosa y sincera en este año que comienza. Es una nueva gracia que Dios nos concede y debemos aprovecharla. Y en este primer día del año civil, octava de la Natividad del Señor, celebramos la fiesta religiosa y litúrgica de la Maternidad divina de Maria y la jornada mundial de oración por la paz. Todas estas efemérides deben ocupar un lugar en nuestro corazón y en nuestras oraciones, especialmente María, como madre de Jesucristo, Hijo de Dios e hijo suyo.

        Hace ocho días hemos celebrado con gozo el nacimiento en carne humana del Hijo de Dios entre nosotros. Conmemorábamos aquel hecho trascendental para la humanidad del nacimiento en carne humana del Hijo eterno de Dios, de la segunda persona de la Santísima Trinidad. Ahora bien, nosotros sabemos que todo nacimiento humano supone una madre: madre e hijo son realidades inseparables. La Iglesia, después de haberse extasiado durante ocho días adorando al Niño divino, quiere que hoy levantemos nuestra mirada y contemplemos a la Madre de aquel niño: a María, a esos ojos que le miraron por nosotros con tanto amor, a esos brazos maternos que lo cuidaron y nos lo dieron, porque toda madre es el mejor camino para encontrar a los hijos. Es lo que dice el evangelio de hoy.

        ¿Qué pretende la Iglesia al proponernos en este primer día del año a María, como madre del Redentor?  

 

        1.- Proclamar admirada, ante todo, el hecho histórico y trascendental de la <theotocos>, de Madre de Dios, proclamar y venerar el hecho singular de que una mujer haya sido madre de esa carne, asumida por el Verbo, la segunda persona de la Trinidad, que el Padre eterno hizo germinar en el seno virginal de esta hermosa nazarena, por el poder del Espíritu Santo.

        Dios en cuanto Dios no tiene origen, ni principio ni fin. Pero ese Dios infinito, por amor al hombre, decidió venir a salvarnos de nuestros pecados y limitaciones, y decidió hacerse hombre, tener una naturaleza humana como la nuestra, y en este sentido se hizo tiempo y espacio en el seno de María, en quién el Espíritu Santo, con su potencia de Amor, formó el cuerpo de Jesús. Como veis, este hecho nos habla muy claro del amor, de la humildad, de la predilección de Dios por el hombre y por todo lo humano.

        ¿Qué busca el Dios Trino y Uno, el Infinito en el hombre? ¿Qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Dios es Amor y su esencia es amar y sólo se realiza en el Amor esencial de la Santísima Trinidad del cual nos hace partícipes por la Encarnación del Hijo. Dios sólo busca nuestro amor y felicidad.

         ¡Qué grande es nuestra madre! ¡Qué grande es María! Ella ha sido escogida por Dios con amor de predilección para esta misión tan gloriosa, pero a la vez tan arriesgada,  ser madre del Infinito, del Dios Omnipotente y Eterno. Mirad a María en este misterio y os llenaréis de amor, de fe, de confianza, de seguridad en su valimiento. Lo expresa muy bien la oración de postcomunión de esta fiesta: «Hemos recibido con alegría los sacramentos del cielo: te pedimos ahora, Señor, que ellos nos ayuden para la vida eterna, a cuantos proclamamos a María Madre de tu Hijo y Madre de la Iglesia». Pedimos, al comenzar el año, la protección y la ayuda poderosa de María Santísima, Madre de Cristo y, por la misma razón, Madre de la Iglesia.

 

        2.- Consecuentemente, quiere nuestra Madre la Iglesia que todos los creyentes felicitemos a María por haber cumplido perfectamente con su misión. No fue fácil. Lo arriesgó todo a la baza de la fe y confianza en Dios: “He aquí la esclava del Señor…” Y os he dicho que una de las maravillas que más admiro de nuestra Madre, María, fue su confianza y seguridad en Dios, guardando silencio, sin dar explicaciones del misterio que nacía en sus entrañas para evitarse murmuraciones e incomprensiones. La Virgen del silencio me admira a mí, que enseguida empiezo a dar explicaciones de todo, especialmente si me sirven como excusa de hechos o acontecimientos personales, que me cuestan. Maria no dio explicaciones a nadie, ni a José, ni a su familia y esta fe la vivió y mantuvo hasta la cruz, donde se quedó prácticamente sola, creyendo contra toda evidencia, que era Dios y Salvador del mundo el que moría así en la cruz, como fracasado.

        Yo pido, quiero esa fe, ese silencio, esa confianza en el evangelio de Dios, en los planes de Dios sobre mi vida, aunque me hagan pasar por hechos y realidades que no comprendo, más, que me parecen por la evidencia humana que son contrarias a mi realización como persona humana e hijo de Dios.

        Por eso, María, la Madre de Dios y madre nuestra, merece nuestra felicitación más sincera y lo haremos cantando en la comunión eucarística de esta misa con la recitación de su oración, del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación…”

 

        3.- Lógicamente esta admiración debe movernos a la imitación y a la súplica: Madre, haznos semejantes a ti, danos esa fe, esperanza y amor, esa disponibilidad a la voluntad de Dios. Tú eres nuestro auxilio y nuestra ayuda protectora. Lleva en nosotros a plenitud la obra salvadora de tu Hijo. Así lo pedimos en la oración colecta de esta fiesta: «Señor y Dios nuestro… concédenos experimentar la intercesión de aquella de quien hemos recibido a tu hijo Jesucristo, el autor de la vida…» Y también en la oración sobre las ofrendas: «Señor y Dios nuestro… concede, te rogamos, a cuantos celebramos hoy la fiesta de la Madre de Dios, santa Maria, que así como nos llena de gozo celebrar el comienzo de nuestra salvación, nos alegremos un día de alcanzar su plenitud». ¡Ayúdanos, Madre de Dios y Madre nuestra, tú que eres abogada de gracia, distribuidora de la piedad, auxiliadora del pueblo de Dios, reina de la caridad, reina de la misericordia, esclava del Señor.

        La Iglesia nos invita a poner el año nuevo en manos de Maria. No tiene nada de particular. Si Dios la escogió como madre y  confió totalmente en ella, cómo no lo haremos nosotros, los desterrados hijos de Eva. Hagamos una consagración total de nuestra vida y de este año entero que empieza, poniéndolo todo en sus manos. Oremos todos juntos esta consagración que aprendimos desde niños: «Oh Señor mía, oh Madre mía, yo me ofrezco enteramente a Ti, y en prueba de mi filial afecto, te consagro al comenzar este año mis ojos, mis oídos, mi lengua y mi corazón, en una palabra, todo mi ser, ya que soy todo tuyo/a, oh Madre de bondad, guárdanos y defiéndenos como cosa y posesión tuya».

 

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1º DE ENERO: MARÍA, MADRE DE DIOS

 

        QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hoy, esta palabra «hermanos», tiene una resonancia especial y un sentido pleno y total. Porque en este día primero del año estamos celebrando la solemnidad de María Madre de Dios; y María, al ser la Madre de Dios es automáticamente también Madre de la Iglesia construida por su hijo Jesucristo. Y todo esto por disposición de Dios, porque Dios la quiso y eligió así como madre para su Hijo y automáticamente la quiere como madre de todos los hombres, especialmente nosotros, los cristianos creyentes en su hijo y en ella

        1.- El Evangelio de hoy, con discreción y naturalidad, nos presenta a María, cumpliendo su función de madre, cuidando “del niño acostado en el pesebre”. La narración de Lucas deja entrever a María, que, poco después del nacimiento de su hijo, acoge a los pastores y les muestra al recién nacido y ella escucha atenta todo lo que ellos cuentan de la aparición de la estrella y el anuncio del ángel. Luego, cuando se  van los pastores glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído (Lc 2,20): “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”, nos narran los Evangelios.

        María es madre de Jesús no sólo porque le ha dado la carne y la sangre, sino también porque ha penetrado íntimamente en su misterio y se ha unido a Él de la manera más profunda que pueda existir. Dice el Vaticano II: «se consagró totalmente a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con Él y bajo  Él”» (LG 56). Por eso María «es nuestra Madre en el orden de la gracia» (LG 61), concluye el Vaticano II.

        El Evangelio nos dice claramente que los pastores encontraron al Niño en los brazos de su madre María que ejercía así su misión maternal, confiada por el Padre. Y esto es lo que hace hoy la Iglesia. Hoy, primer día del año, quiere llevarnos a todos ante Jesucristo, nuestro Dios y Salvador por el mejor camino que existe en la tierra, que es su Madre, María. Así que al comenzar el año, nos pone todos los hombres, especialmente a los creyentes, bajo la protección de María, Madre, de Dios y de la Iglesia porque sabe que esta Madre no vive más que para su Hijo, nuestro Salvador y sus hijos, todos los hombres por los cuales nació el Hijo en su seno. En la Navidad el Hijo nos viene por María; al comenzar el año y durante toda la vida la Iglesia quiere que vayamos al Hijo por su Madre. Amémos a la Virgen, recemos a María, la Iglesia nos pide en este primer día del año que si Dios la eligió como Madre es porque quiere y sabe que es la mejor madre del mundo y de todos los hombres.

        Y nosotros, queridos hermanos, si Dios la eligió por Madre y el Hijo se confió totalmente en ella… ¿no la vamos nosotros a elegir como madre de gracia y no  vamos a confiarnos totalmente a ella? ¿No nos vamos a fiar a ella y a poner bajo su protección materna nuestras vidas en el nuevo año que empieza? Eso es lo que quiere nuestra madre la Iglesia en este primer día del año, quiere en este primer día del año que si Dios la eligió como Madre nosotros la elijamos tambien madre nuestra, madre de todos los hombres, Madre de la Iglesia y Protectora de todos sus hijos los hombres.

La Iglesia sabe muy bien que la meta de la vida cristiana y de todo es Dios; Dios debe ser lo absoluto y lo primero para todos los hombres; pero para que esto sea así, el camino más seguro que Él eligió para venir a nosotros fue y siempre será María, la mejor madre y el mejor camino para vivir la vida de Cristo su hijo como ella lo vió. Por eso, hermanos, elijamos a María como madre de gracia y amor a su hijo. Por eso, nuestra madre la Iglesia pone esta fiesta de María madre de Dios al comenzar el año.

¡Qué confianza y seguridad nos da María en este día primero del año, qué fuerza, qué poder tiene ante Dios, qué seguridad hasta Dios! Estoy totalmente convencido de lo que os digo, porque como vosotros lo he experimentado muchas veces en mi vida. Soy totalmente mariano, devoto de la Virgen, por experiencia de muchos años y muchas luchas. Estoy seguro de esta verdad, como vosotros. En este día primero del año renovemos nuestra filiación mariana, renovemos nuestra consagración a María madre de Dios y de todos los creyentes, consagremos nuestras vidas y del mundo a María, madre de la Iglesia y de todos los hombres.

 

MARÍA, HERMOSA NAZARENA,

VIRGEN BELLA,

MADRE DEL ALMA,

CUANTO NOS QUIERES,

CUÁNTO TE QUEREMOS.

 

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II DOMINGO DE NAVIDAD

 

PRIMER LECTURA: Eclesiástico 24,1-4.12-16.

       

        En los libros sapienciales la sabiduría se describe en algunos pasajes con rasgos personales e incluso divinos. Este fragmento es, sin duda, el que recoge las ideas más evolucionadas sobre la sabiduría. La sabiduría está unida íntimamente a Dios, pero es distinta de Dios: es su criatura, aunque para el autor del libro, Ben Sira, realiza acciones que en otros libros del Antiguo Testamento son propias de Dios: cubre la tierra, como el Espíritu de Dios; se identifica con la nube que guía a los israelitas; participa en el culto… Es el modo más completo de significar la presencia de Dios en el mundo.

               

SEGUNDA LECTURA: Efesios 1,36. 1518.

 

        San Pablo expone en su carta dos de las seis bendiciones en que sintetiza el Misterio de la salvación: El Dios, al que San Pablo presenta su acción de gracias, no es el Dios lejano que no quiere acercarse al hombre, sino el Dios cercano que nos ha elegido y nos ha hecho hijos suyos de adopción por medio de Jesucristo. En la segunda parte nos dice cómo se realiza principalmente esta adopción: por la fe que nos une a Cristo y por el amor a los hermanos. A esto nos ayuda el espíritu de sabiduría que ilumina la inteligencia y enciende el corazón para vivir en esa esperanza de la herencia de los santos.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÙN SAN JUAN: 1,1-8

 

        QUERIDOS HERMANOS: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Este  versículo del evangelio de San Juan, que hemos proclamado hoy, repetido como estribillo en el salmo responsorial, sintetiza la liturgia de este domingo segundo de la Navidad, que prolonga la reflexión meditativa sobre el misterio del Verbo Encarnado. Muchas veces me he preguntado si los cristianos entenderán esa profunda teología encerrada en el prólogo de Evangelio de este cuarto evangelista, místico y teólogo. Vamos a intentarlo un poco.

        Dice el evangelio de hoy: “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios”. En castellano, el significado de los términos <palabra> y verbo> puede ser el mismo, y así decimos «es un hombre de verbo o palabra fácil y elegante». Cuando en la Biblia lo veáis escrito con letra mayúscula se refiere  a Jesucristo, como Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad, que existió siempre, infinito y eterno como el Padre y el Espíritu Santo, igual en Gloria, Poder, Amor…

        “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios”. Aquí se encierra todo el misterio trinitario de Dios y San Juan trata de explicarlo utilizando la analogía, la semejanza con la inteligencia y la palabra humana. Es una explicación, una asimilación del proceso intelectivo humano. ¿Por qué San Juan llama a la segunda persona de la Santísima Trinidad Verbo o Palabra? Para los que hayan estudiado en Filosofía la teoría aristotélica del conocimiento es muy sencillo: de la misma forma que al pensar en una realidad, esa realidad la hago existir dentro de mí y la doy un nombre, el Dios infinito, entrando dentro de si mismo y viéndose todo entero e infinito concibe una idea, que  abarca y refleja y contiene todo su mismo ser infinito y esa idea se identifica con Él mismo y es eterna e infinita como Él y eternamente la tiene, la ve y se la está diciendo o pronunciando en su esencia para sí solo con fuego de Espíritu Santo.

Y como al existir al mismo tiempo dentro de si mismo se ven y se descubren amando, en ese eterno y continuo amanecer infinito y sin límites de tiempo, poder, conocimiento y amor, al contemplarse tan llenos de Verdad y de Vida se  aman con amor tan grande a ellos, tan infinito que abarca todo su ser y ese amor tan infinito como ellos es el Espíritu Santo. Y por eso el Padre es Padre en cuanto existe y se mira a sí mismo y tiene su idea y visión de su esencia, y  esa idea, ese verbo y palabra con que se explica totalmente a si mismo es el Hijo, que le hace Padre, al aceptarse como Imagen suya perfecta. Y por eso, el Padre es Padre en cuanto el Hijo es Hijo. Y al verse y conocer así, simultáneamente se aman y ese amor es el Espíritu Santo, eterno, infinito y uno como el Padre y el Hijo.

        En el lenguaje humano idea es una realidad en cuanto está en mi mente y es inmaterial; se hace verbo o palabra cuando la pronuncio para otros con signos materiales para que los demás la conozcan. Pues bien, Jesucristo es Idea y Palabra en Dios, porque en cuanto amanece, aparece en Dios, el Padre la pronuncia con todo su Amor de Espíritu Santo para sí en eterno silencio y por eso es eterno como el Padre y el Espíritu Santo. Cuando esa idea la pronuncia lleno de amor para nosotros, es Jesucristo, nacido en Belén.

El Padre se conoce plenamente en su Idea, que es engendrada por Él desde toda la eternidad y por eso le llamamos Hijo, que luego la expresa lleno de amor para nosotros y por eso le llamamos Verbo, Palabra, Revelación del Padre, en cuanto que la pronuncia para nosotros para que le conozcamos, igual que nosotros comunicamos nuestras ideas, las que nadie conoce porque están en nuestra mente y las pronunciamos en palabras para que los demás las conozcan.

        En el principio, es decir, desde siempre ha existido esta idea en Dios, que es a la vez expresión de la totalidad de la divina esencia y por tanto Verbo o Palabra del Padre, que estaba junto a Dios, en la que el Padre se dice enteramente a sí mismo y se ve enteramente a si mismo en totalidad de ser y amor: el Padre y el Hijo, al existir y verse totalmente, se aman y ese amor es y llamamos Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad. Y esa Palabra y ese Amor son personales, son personas divinas, iguales en poder, amor, verdad y vida.    Así nos presenta Juan la segunda persona de la Santísima Trinidad que preside la creación del mundo, porque es la palabra que el Padre pronuncia para crearlo; pero sobre todo la presenta como vida y luz de los hombres que viene al mundo para iluminarlos y llenarlos de vida, porque es luz que ilumina nuestra inteligencia y nuestra vida. Es el mismo pensamiento que nos ha presentado San Pablo en la segunda Lectura: La Palabra, el Verbo de Dios, Hijo de Dios, encarnándose, tomando carne humana, viene al mundo, nos revela y expresa el proyecto del Padre y se llama Cristo Jesús y los que lo reciben, o sea, los que creen en su nombre, se hacen por Él y en Él hijos de Dios, se hacen hijos en el Hijo.

        Por otra parte, según San Juan, nosotros, nuestro entendimiento puede tener muchas ideas y necesita de muchas ideas para comprender y saber de todo; sin embargo, el Padre Dios todo lo sabe con una sola idea, una sola palabra; y esa palabra contiene todo, porque es infinita, es Dios como el Padre que la concibe. Dios Padre sólo tiene una Palabra, una Idea y en esa Idea lo contiene todo. Si la pronuncia fuera de sí, es Idea se convierte en Palabra para nosotros, que nos da todo lo que tiene el Padre en su esencia y por Ella le comprendemos hasta donde nos es posible. Por esa Palabra se ha hecho el mundo y todo lo que contiene el mundo. El prólogo del evangelio de San Juan culmina con la contemplación del Verbo o Palabra encarnada, hecha carne: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, gloria propia del Hijo único de Dios, lleno de gracia y de verdad.”

        El evangelista habla de Él como testigo ocular, que lo ha tocado y lo ha visto con sus propios ojos y le ha escuchado con sus propios oídos; lo ha visto hombre entre los hombres, pero al mismo tiempo ha podido contemplar su gloria: en el Tabor, en las apariciones del Resucitado, en la Ascensión a los cielos.

        Todo lo que San Juan ha visto y contemplado quiere comunicarlo a los que lean su testimonio, para que crean en Cristo, Palabra divina, encarnada para que todos conozcan al Padre y reciban gracia tras gracias,  especialmente la gracia de conocer por Él al Dios Trino y Uno, su amor a los hombre y su plan divino de Salvación

        Este ha sido también mi intento en esta homilía: daros a conocer un poco el misterio de Dios encerrado en el prólogo de San Juan. Así sea. Que Dios os conceda esa gracia.

 

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6 DE ENERO: SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

 

        PRIMERA LECTURA: Isaías 60, 1-6

        El profeta Isaías canta bajo el símbolo de la luz el triunfo de la nueva Jerusalén que disipará las tinieblas que cubren el mundo. Dios mismo será la aurora de ese nuevo amanecer; Él iluminará la ciudad y la oscuridad de los pueblos porque su gloria aparecerá sobre ella.

        Jesús es la luz que iluminará a la Iglesia. La luz de Dios que sigue viviendo en ella, es portadora de la salvación de Dios para todos los pueblos hasta los últimos confines de la tierra, para todos los hombres que crean en Él.

 

        SEGUNDA LECTURA: Efesios 3, 2-3ª. 5-6

 

        La salvación ofrecida por Dios para Jerusalén en la primera Lectura no queda restringida sólo para el pueblo de Israel. Ahora, San Pablo, en esta Lectura nos dice: “Que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio”.

        Nosotros, como depositarios de esta misma salvación, no la podemos guardar para nosotros solos. Hemos de ser misioneros de la Buena Noticia para todo el mundo pagano, que aún no la conoce. Porque Jesús es el Salvador de todos los hombres.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO: 2, 1-12

 

QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy la solemnidad de la Epifanía del Señor. Epifanía es una palabra griega que significa manifestación. Y es que hoy, el Niño Jesús, que en Nochebuena y en la Navidad, por medio de los pastores, fue manifestado como Salvador al pueblo judío, hoy, por los Reyes Magos, que no pertenecen al pueblo judío y que representan a todos los pueblos del mundo, es manifestado como Salvador de todos los hombres. Hoy, con los reyes magos venidos de oriente para adorar al Señor, celebramos la manifestación de Jesucristo como Salvador universal de todos los pueblos.

 

        1.- Esto es lo que San Mateo quiere enseñarnos en su Evangelio de hoy: Jesucristo, aunque prometido y esperado por el pueblo judío, no es solo el Salvador de ese pueblo sino único Salvador del todos los hombres. Como hemos leído en la primera Lectura, Jesús es la luz que ilumina a todos los pueblos.

 

        2.- El Evangelio de los reyes Magos es una catequesis maravillosa sobre la fe. De los Magos debemos aprender a estar siempre alertas, mirando al cielo, para captar las estrellas que Dios nos envía para guiarnos en nuestra vida personal y comunitaria, esto es, hacer oración todos los días.

Sin oración diaria no hay encuentro con Cristo. Toda nuestra vida cristiana depende de la oración: «Que no es otra cosa sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama» (Santa Teresa). Si los magos no mirasen al cielo todos los días, no se hubieran encontrado con la estrella, la oración, que les llevó a encontrar a Cristo. Este será siempre el problema de la Iglesia siempre, de todo cristiano, sea cura o seglar: hoy se mira poco al cielo, se ora poco por parte de todos, tanto de los de arriba como de los de abajo.

La oración siempre es encuentro con Dios, diálogo con Dios. Nosotros conocemos a las personas en la medida en que hablamos con ellas y así las vamos conociendo. Sin diálogo no hay conocimiento, y sin conocimiento, no hay amor.

Lo mismo nos pasa Dios.  La mayor pobreza de los cristianos será siempre la pobreza de oración, de conocimiento personal de Dios, de trato personal con Él hasta llegar a conocerlo, a sentirlo, a la experiencia de fe, a experimentar lo que creemos, hasta la  vida o conocimiento místico, como los santos, santa Teresa y S. Juan y de la Cruz, y de miles y miles de santos y personas actuales que no serán canonizadas ni hace falta, pero que han llegado a esta experiencia y conocimiento místico y espiritual de Cristo por la oración. Sin oración no hay encuentro, experiencia, vida cristiana, ni apostolado, ni gozo, ni convencimiento sino rutina y mediocridad. Porque no hay encuentro vivo con Jesucristo vivo; sino sólo teórico y abstracto. Y a Cristo, el Evangelio de Cristo no se comprende hasta que no se vive y se siente por la oración personal.

 

        3.- Los Magos, siguiendo la estrella, se encontraron con Dios. Nosotros, siguiendo la estrella de la fe por la oración diaria, nos encontraremos con Dios, sobre todo, con Cristo Eucaristía. Para eso, los Magos tuvieron que dejar sus casas, sus posesiones, su país, su comodidad y salieron tras la estrella al encuentro de Cristo. Para llegar a conocer y amar a Cristo así nosotros tenemos que dejar nuestras pasiones y pecados, soberbia, envidias, lujurias, odios y rencores…

Todo esto se hizo y se hace ahora siguiendo la estrella de la oración. Hay que contar con noches de la fe, esto es, etapas de oración, de estar en la iglesia ante el Sagrario y no sentir nada, o sentir dudas, pruebas, noches de fe… ¿será verdad, estará en el Sagrario Cristo, y dónde está Dios cuando le rezo y no siento nada? A todos nos pasa. No hay que asustarse. La crisis es buena, si nos ayuda a convertirnos más a Dios, a poner en Él, en su palabra del evangelio nuestra seguridad más que en nosotros mismos, en nuestras ideas y pensamientos. La sequedad en la oración, no sentir a veces nada a veces en la Iglesia, es bueno, porque Dios quiere que pasemos de nuestros criterios, apoyos y seguridades de todo tipo, de nuestras posesiones afectivas,  de la posesión de una fe heredada a una fe más personal y purificada, por vivencias propias y no de otros. Si no hay crisis en nuestra fe es que estamos instalados,  y no avanzamos.

Y cuando uno llega a purificarse de sus pecados y empalma con Dios, el diálogo ya no se acaba y siempre es subir y subir hasta el éxtasis, hasta lo infinito, hasta el cielo en la tierra, hasta el el quedéme y olvídeme…

 

        4.- Y una vez que hemos encontrado al Señor así, le adoramos y ponemos nuestra vida de rodillas ante Él. “Entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Y aquí está el gozo. Cuando uno encuentra al Dios vivo, uno lo da todo y no quiere más riqueza y posesión que Dios mismo. Este encuentro ya no se olvida: los santos, los místicos, las personas buenas ya no saben vivir de otra forma. Por qué pues has llagado este corazón no le sanaste…

       

5.- Finalmente, para los que quieran encontrar a Cristo así, algo que nunca debe faltar ni faltará en nuestra vida, es María: Ahora y siempre, el mejor camino para encontrarnos con Jesús es María, la devoción a la Virgen.

        Resumiendo: Dios nos envía a todos la estrella de la fe para encontrarnos con Él; la mejor y permanente estrella de la fe es la oración personal, ratos de Sagrario, la misa del domingo, lectura y meditación diaria del los evangelio o libros santos; desde el primer kilómetro de este camino de encuentro con Cristo hay que dejar la propia casa, esto es, egoísmos, comodidades, pecados de soberbia, avaricia, ira…siguiendo a la estrella que nos ilumina e inspira en esos ratos de oración y así, limpios de pecados e imperfecciones,  nos encontramos con Cristo aquí en la tierra, en la oración, santa Teresa, s Juan de la cruz y todos los santos.

 

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REYES MAGOS.

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS DOMINICAS: El evangelio de hoy, el camino de los Reyes Magos hasta encontrarse con Cristo, es una catequesis profunda sobre el camino de la fe por la oración diaria que todos tenemos que recorrer si queremos encontrarnos con Cristo ya en esta vida, es el camino de la fe que han de recorrer todos aquellos que quieran encontrarse con Jesús ya en este mundo, el mismo que nació en Belén y está en el cielo y en todos los sagrarios de la tierra y adorarlo como Dios y salvador del mundo y sentirlo y vivirlo y gozarlo.

Y eso solo se consigue en esta vida por medio de la oración-conversión, es decir, ir convirtiéndonos a lo que el Señor nos dice en la meditación del evangelio, de su palabra y de lo que nos dice en ese rato diario de conversación con Él, primero con libro, y luego sin  libros y ayudas porque Él nos va instruyendo  por la oración-meditación primero y luego contemplativa, sin necesidad de libros, solo con mirarle y estar en su presencia.

Y este camino de la oracion tiene diversas etapas, son las etapas de purificacion de nuestra fe y amor a Dios, de nuestra conversión primero por la oración  meditativa, cuando hay que coger el evangelio y meditarlo, porque si no, no te sale el diálogo con Dios;  luego viene la oración contemplativa, ya no te hace tanta falta coger un libro para meditar porque el Espíritu Santo nos va comunicando los pensamientos y sentimientos de Cristo, y finalmente, viene la oración de unión o transformación total en Cristo, en que el alma ya no necesita meditar o contemplar porque está unida, se siente habitada, templo y morada de la Trinidad: “Quedéme y olvideme…” A este estado de contemplación y  vida estáis llamadas todas vosotras

Y todo esto, desde el primer Kilómetro, se va realizando en el alma, por la oración- conversión, oración-conversión, en que a traves de los años el alma va vaciándose de sí misma, de su yo,de sus ideas y egoismos e imperfecciones y va convirtiéndose a Cristo, va llenándose solo de Cristo hasta poder decir con S. Pablo “ya no soy yo es Cristo quien vive en mi” o como todos los místicos que llegan al gozo y experiencia de Dios ya en este vida: descubre tu presencia y máteme….

Y esta es la vocación a la que estamos llamados todos los cristianos por la vida de gracia desde el santo bautismo, vida de Dios Trinidad en nosotros, especialmete mediante la vida de oración, pero especialmente vosotras que Dios os ha llamado y regalado esta vocación. Todo esto lo tengo escrito y desarrollado en varios de mis libros. Por eso, no quiero alargarme más y empiezo desarrollando este camino en los Reyes Magos.

Empezamos: los reyes magos, siguiendo la estrella, encontraron a Jesús ¿qué nos enseña esto? Lo que os he dicho:Nos enseña que la fe es la estrella que debe quiar nuestras vidas, sobre todo de contemplativas y esta fe cultivada y progresando por la vida de oración-conversion, nos

lleva poco a poco a Cristo a través de los años y purificaciones de nuestrso defectos, a ver y sentir a Cristo, como los magos; para eso tuvieron que salir de sus casas, y preguntar y caminar y pasar diversas pruebas; son las pruebas y las noches fe y amor que describe muy bien S. Juan de la Cruz y que este cura tuvo la gracia de Dios de hacer su tesis doctoral en teología en Roma, y es camino obligado para todos los místicos, para todos los que queramos llegar a la unión total con Cristo.

Pues bien, todos nosotros, como los magos, tenemos muchas estrellas que nos llevan a Dios en nuestras vidas: padres cristianos catequistas, sacerdotes, acontecimientos diversos, son «los signos de los tiempos», que nos llevan a Dios.

        Los Magos, mirando la estrella, encontraron a Cristo; nosotros, mirando la estrella de la fe todos los días por la oración personal, especialmente ante el Sagrario, nos encontramos con Cristo. Toda nuestra vida de santidad depende de la oración y la oración, según santa Teresa: « no es otra cosa sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Y esto, seas cura, fraile o monja, y obispo, como no hagas oración-conversión diaria, no llegas a estas alturas, al gozo y a la experiencia de la fe, que creemos. Y de esto tiene mucha necesidad hoy la Iglesia sobre todo en sus sacerdotes, obispos y y…

Y una vez que hemos encontrado al Señor, tenemos que adorarlo, es decir, tenemos que poner nuestra vida y todas nuestras cosas de rodillas ante Él, como hicieron los magos y este es el sentido de la vida religiosa de estas monjas contemplativas sean dominicas o carmelitas o trinitarias… renunciando a todo, solo para ser de Dios, solo Dios, solo Dios en su vida, y el cielo ha comenzado ya para ellas en la tierra, si llegan a este estado de conversión y oración.

Bien, y ahora y siempre, la mejor ayuda para encontrarnos con Jesús es su madre:María:  “los mago entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Lo dice el evangelio y la experiencia y la vida de los santos.   

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS DOMINICAS: Decíamos ayer y diré siempre que el mejor camino, la mejor ayuda para encontrarnos con Jesús es su madre:María:“los mago entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Lo dice el evangelio y la experiencia y la vida de los santos.

Dios mismo escogió este camino; Cristo nos vino por María; los magos encontraron al niño en brazos de su Madre. Nosotros tenemos

que ir a Cristo por el mejor camino que existe: su Madre, María. Queridos hermanos, recemos a María, buscad a María y encontraremos a Cristo en sus brazos.

         ¡María, hermosa Nazarena, Virgen guapa, Madre del alma; ¡cuánto te quiero! ¡Cuánto nos quieres! Gracias por habernos dado a tu Hijo, gracias por querer ser nuestro camino para encontrar a tu Hijo; y gracias también por ser nuestra madre y modelo. Gracias, Madre. Virgen guapa, Hermosa nazarena.

“Encontraron al niño en brazos de su madre”.María ocupa un lugar importante en este caminar. Jesús nos vino por María. Y Dios quiere que nuestro camino de fe hasta encontrar a Cristo pase por María. No olvidarlo. No es sentimentalismo, piedad popular, no, es plan y proyecto de Dios: Hay que cultivar la devoción a María, como madre y modelo de la fe y camino para encontrarnos con Cristo.

Así lo hizo y lo quiere su Hijo. En las grandes pruebas de la fe, cuando todos dejaron a Cristo abandonado en la cruz, allí «no sin designio divino» quiso el Señor que estuviera su Madre para entregárnosla también como Madre en la persona de Juan. Jesús permitió el abandono de todos los suyos, menos Juan, pero no quiso estar sin su Madre. Por algo será. Nosotros, tampoco, en nuestro camino de santidad y perfección cristiana.

Repito: algo que nunca debe faltar ni faltará en nuestra vida, si queremos encontrarnos con el Señor, es María: “Entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Ahora y siempre, el mejor camino para encontrarnos con Jesús, es María. Lo dice la experiencia, la historia, los santos. Dios mismo escogió este camino; Cristo nos vino por María; los magos encontraron al niño en brazos de su Madre. Nosotros tenemos que ir a Cristo por el mejor camino que existe: su Madre, María.

“Lo encontraron en los brazos de María”. María es el camino elegido por Dios para venir hasta nosotros. Es a su vez, el camino que Dios quiere para que lleguemos hasta Él. Por eso, es Madre de la Iglesia, de todos los hombres. María nos ofrece, como madre, el fruto de su vientre. Es la nota mariológica de la Navidad. Maria, hermosa nazarena, Virgen bella, gracias por haber querido darnos a tu hijo. Gracias por querer ser su madre, su madre y nuestra madre; gracias. ¡Cuánto nos quieres, cuánto te queremos! Gracias.

Con María y por María llegamos al encuentro gozoso de Cristo, meta de nuestro caminar en la fe y en el amor cristiano sobre todo por la oracion, el mejor camino de la vida cristiana. Y le adoramos, es decir, le ofrecemos toda nuestra persona, nuestro ser y existir queda consagrado a Él, porque le reconocemos como único Dios de nuestra vida, abajo todos los ídolos que hasta entonces hemos dado culto.

        El encuentro con el Señor te hará feliz, querido hermano, como a los magos. Pregunta a todos los santos que en el mundo han existido. Por eso, Señor, cómo te deseo, cómo te busco, con qué hambre de Tí camino por la vida. Quiero verte para tener la luz del “camino, de la verdad y de la vida”. Quiero comulgarte para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor. Y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo una sola ofrenda agradable al Padre, cumpliendo tu voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero entrar así en el misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de Amor del Espíritu Santo. POR MARÍA, A JESÚS Y CON JESÚS EUCARISTÍA, A LA STMA.TRI.

        Una vez que hemos encontrado al Señor, tenemos que adorarlo, como los Magos, tenemos que ponernos y poner nuestra vida y todas nuestras cosas de rodillas ante Él, porque Él es Dios, lo absoluto en nuestra vida, y nosotros somos simples criaturas.  Y aquí está el gozo. Cuando uno encuentra al Dios vivo, uno lo da todo y no quiere más riqueza y posesión que Dios mismo. Este encuentro ya no se olvida: los santos, los místicos, las personas buenas ya no saben vivir de otra forma. Todas vosotras, por la oración y vocación de Dominicas, tenéis que llegar hasta aquí, como todo cristiano, por el santo bautismo.

        La oración-adoración es personal. Es un encuentro que comprendía también sus presentes de oro, incienso y mirra, dones que se hacían a un Rey por considerado divino, como nosotros tenemos que hacer con nuestras vidas. Adorar a Dios es reconocerle como el único absoluto de su vida. Y para esto hay que orar, orar y convertirse, y preguntar y buscar a Dios como los magos hasta encontrarlo por la oración y conversión elevadas, siempre con ayuda de María, saliendo de nosotros mismos. Hermanos y hermanas, adoremos sólo a Dios, pongamos nuestro y posesiones a sus pies ¡Queridas hermanas dominicas, queridos hermanos y feligreses, salid de la comodidad y la pereza al encuentro de Cristo. Lo encontraréis en brazos de su Madre, María. Rezad a la Virgen, imitad a la Virgen, amad a la Virgen, seguid a la Virgen.

Queridas hermanas, que la fiesta de los Reyes Magos nos ayude a todos nosotros, fieles cristianos, a valorar la estrella de nuestra fe cristiana y a seguirla con la perseverancia de los Reyes Magos hasta que lleguemos al encuentro gozoso y verdadero con Jesucristo, Único Salvador del mundo y de los hombres, y siempre en los brazos de su madre, María, esperándonos a cada uno de nosotros, a todos sus hijos e hijas, los hombres, las Dominicas, con St. Domingo, devotísimo de María, a su lado en el cielo.Amén.

 

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        Una vez que hemos encontrado al Señor, tenemos que adorarlo, como los Magos, tenemos que ponernos y poner nuestra vida y todas nuestras cosas de rodillas ante Él, porque Él es Dios, lo absoluto en nuestra vida, y nosotros somos simples criaturas.  Y aquí está el gozo. Cuando uno encuentra al Dios vivo, uno lo da todo y no quiere más riqueza y posesión que Dios mismo. Este encuentro ya no se olvida: los santos, los místicos, las personas buenas ya no saben vivir de otra forma.

        Su adoración es personal. Es una adoración que comprendía también sus presentes oro, incienso y mirra, dones que se hacían a un Rey considerado divino. Adorar a Dios es reconocerle como el único absoluto de su vida. Y para esto hay que orar, orar mucho y preguntar y buscar a Dios como los magos hasta encontrarlo por la oración y conversión elevadas, saliendo de nosotros mismos. Hermanos, adoremos sólo a Dios, pongamos riquezas y persona a sus pies ¡Queridos feligreses, salid de la comodidad y la pereza al encuentro de Cristo. Lo encontraréis en brazos de su Madre, María. Rezad a la Virgen. Sed devotos de María.

Queridos hermanos, que la fiesta de los Reyes Magos nos ayude a todos nosotros, fieles cristianos, a valorar la estrella de nuestra fe cristiana y a seguirla con la perseverancia de los Reyes Magos hasta que lleguemos al encuentro gozoso y verdadero con Jesucristo, Único Salvador del mundo y de los hombres.Amén.

 

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        QUERIDOS HERMANOS: La fiesta de hoy, que popularmente llamamos de los Reyes Magos, en términos litúrgicos se denomina fiesta de la Epifanía del Señor. Epifanía es una palabra griega que significa manifestación. Y es que el Niño, que en el día de Navidad se ha manifestado al pueblo judío, como el Mesías prometido, por medio de los pastores, hoy, por medio de los Reyes Magos, se manifiesta a todos los pueblos, fuera del pueblo judío, como Salvador del mundo. La idea central de esta fiesta es, pues, la manifestación de la Salvación de Dios por Cristo Jesús, que resume perfectamente el prefacio de la misa de hoy: “Porque hoy has revelado en Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra salvación; pues al manifestarse Cristo en nuestra carne mortal nos hiciste partícipes de la gloria de su inmortalidad.”

        “Hemos venido a adorarle”(Mt 2, 2): Ésta es una afirmación que puede convertirse en el mejor programa de vida de todo cristiano; con este deseo podemos recorrer todo nuestro itinerario espiritual hasta el encuentro existencial con Cristo y encontrar, como ellos, al Mesías Salvador de todos los pueblos.

        En verdad, la luz de Cristo ya iluminaba la inteligencia y el corazón de los Reyes Magos. “Se pusieron en camino” (Mt 2, 9), cuenta el evangelista, lanzándose con coraje por caminos desconocidos, emprendiendo un largo viaje nada fácil. No dudaron en dejar todo para seguir la estrella que habían visto salir en el Oriente (cfr. Mt 2, 2). Imitando a los Reyes Magos, también nosotros, queridos hermanos, debemos emprender un viaje desde todas las edades de nuestra vida y situación religiosa para encontrarnos con el Señor, en una atmósfera de fe y de escucha de la Palabra de Dios.

        “Y la estrella... iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño” (Mt 2, 9). Los Reyes Magos llegaron a Belén, porque se dejaron guiar dócilmente por la estrella. Más aún, “al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría” (Mt 2, 10). Es importante, queridos amigos, aprender a escrutar los signos con los que Dios nos llama y nos guía. Cuando somos conscientes de ser guiados por Él, el corazón experimenta una auténtica y profunda alegría, acompañada de un vivo deseo de encontrarlo y de un esfuerzo perseverante de seguirlo luego dócilmente.

        “Entraron en la casa, vieron al niño con Maria su madre” (Mt 2, 11). Nada de extraordinario a simple vista. Sin embargo, aquel Niño es diferente a los demás: es el Hijo primogénito de Dios que se despojó de su gloria (cfr. Fil 2, 7) y vino a la tierra para salvar al hombre con muerte de cruz. Descendió hasta nosotros y se despojó de su gloria divina para hacernos a todos partícipes de ese designio glorioso       ¿Quién podría haber inventado un signo de amor más grande? Permanecemos extasiados ante el misterio de un Dios que se humilla para asumir nuestra condición humana hasta inmolarse por nosotros en la cruz (cfr. Fil 2, 6-8). En su pobreza, vino para ofrecer la salvación a los pecadores. Aquel que —como nos recuerda San Pablo— “siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza”.

        ¿Cómo no dar gracias a Dios por tanta bondad condescendiente? Los Reyes Magos encontraron a Jesús en «Bét-lehem», que significa «casa del pan». En la humilde cueva de Belén yace, sobre un poco de paja, el «grano de trigo» que muriendo dará “mucho fruto” (cfr. Jn 12, 24). Para hablar de sí mismo y de su misión salvífica, Jesús, en el curso de su vida pública, recurrirá a la imagen del pan. Dirá: “Yo soy el pan de vida”, “Yo soy el pan que bajó del cielo”, “El pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo” (Jn 6, 35.41.51).

        Recorriendo con fe el itinerario del Redentor desde la pobreza del pesebre hasta el abandono de la Cruz, comprendemos mejor el misterio de su amor que redime a la humanidad. El Niño, colocado suavemente en el pesebre por María, es el Hombre-Dios que veremos clavado en la Cruz. El mismo Redentor está presente en el sacramento de la Eucaristía. En el establo de Belén se dejó adorar, bajo la pobre apariencia de un neonato, por Maria, José y los pastores; en la Hostia consagrada lo adoramos sacramentalmente presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad, y Él se ofrece a nosotros como alimento de vida eterna. La santa Misa se convierte ahora en un verdadero encuentro de amor con Aquel que se nos ha dado enteramente. No dudéis, queridos hermanos, en responderle, con una comunión entrañable, cuando os invita “al banquete de bodas del Cordero” (cfr. Ap 19, 9). Escuchadlo, preparaos adecuadamente y acercaos al Sacramento del Altar, especialmente en este Año de la Eucaristía (octubre 2004— 2005) con actos intensos de fe y amor.

        “Y postrándose le adoraron” (Mt 2, 11). Si en el Niño que Maria estrecha entre sus brazos los Reyes Magos reconocen y adoran al esperado de las gentes, anunciado por los profetas, nosotros podemos adorarlo hoy en la Eucaristía y reconocerlo como nuestro Creador, único Señor y Salvador. “Abrieron sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra” (Mt 2, 11). Los dones que los Reyes Magos ofrecen al Mesías simbolizan la verdadera adoración. Por medio del oro subrayan la divinidad real; con el incienso lo reconocen como sacerdote de la nueva Alianza; al ofrecerle la mirra celebran al profeta que derramará la propia sangre para reconciliar la humanidad con el Padre.

        Queridos hermanos, ofreced también vosotros al Señor el oro de vuestra existencia, o sea, la libertad de seguirlo por amor, respondiendo fielmente a su llamada; elevad hacia Él el incienso de vuestra oración ardiente, para alabanza de su gloria; ofrecedle la mirra, es decir el afecto lleno de gratitud hacia Él, verdadero hombre, que nos ha amado hasta morir como un malhechor en el Gólgota. Sed adoradores del único y verdadero Dios, reconociéndole el primer puesto en vuestra existencia.

         La idolatría es una tentación constante del hombre. Hay gente que busca la solución de los problemas en prácticas religiosas incompatibles con la fe cristiana. Es fuerte el impulso de creer en los falsos mitos del éxito y del poder; es peligroso abrazar conceptos evanescentes de lo sagrado que presentan a Dios bajo la forma de energía cósmica, o de otras maneras no concordes con la doctrina católica.

        Queridos hermanos ¡no creáis en falaces ilusiones y modas efímeras que no pocas veces dejan un trágico vacío espiritual! Rechazad las seducciones del dinero, del consumismo y de la violencia solapada que a veces ejercen los medios de comunicación. La adoración del Dios verdadero constituye un auténtico acto de resistencia contra toda forma de idolatría. Adorad a Cristo: Él es la Roca sobre la que construir vuestro futuro y un mundo más justo y solidario. Jesús es el Príncipe de la paz, la fuente del perdón y de la reconciliación, que puede hacer hermanos a todos los miembros de la familia humana.

        “Se retiraron a su país por otro camino” (Mt 2, 12). El Evangelio precisa que, después de haber encontrado a Cristo, los Reyes Magos regresaron a su país “por otro camino”.  Tal cambio de ruta puede simbolizar la conversión a la que están llamados los que encuentran a Jesús para convertirse en los verdaderos adoradores que Él desea (cfr. Jn 4, 23-24). Esto conlleva la imitación de su modo de actuar transformándose, como escribe el apóstol Pablo, en una “hostia viva, santa, grata a Dios”. Añade después el apóstol que no hay que conformarse a la mentalidad de este siglo, sino de transformarse por la renovación de la mente, “para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta” (cfr. Rom 12, 1—2).

         Queridos hermanos, especialmente hermanos jóvenes, escuchar a Cristo y adorarlo lleva a hacer elecciones valerosas, a tomar decisiones a veces heroicas. Jesús es exigente porque quiere nuestra auténtica felicidad. Llama a algunos a dejar todo para que le sigan en la vida sacerdotal o consagrada. Quien advierte esta invitación no tenga miedo de responderle «sí» y le siga generosamente. Pero más allá de las vocaciones de especial consagración, está la vocación propia de todo bautizado: también es esta una vocación a aquel «alto grado» de la vida cristiana ordinaria que se expresa en la santidad (cfr. Novo millennio ineunte, 31). Cuando se encuentra a Jesús y se acoge su Evangelio, la vida cambia y uno es empujado a comunicar a los demás la propia experiencia. Son tantos nuestros compañeros que todavía no conocen el amor de Dios, o buscan llenarse el corazón con sucedáneos insignificantes. Por lo tanto, es urgente ser testigos del amor en Cristo.

        Queridos hermanos y hermanas, especialmente jóvenes, la Iglesia necesita auténticos testigos para la nueva evangelización: hombres y mujeres cuya vida haya sido transformada por el encuentro con Jesús; hombres y mujeres capaces de comunicar esta experiencia a los demás. La Iglesia necesita santos. Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.

        Que Maria, «mujer eucarística», que nos dio al Verbo encarnado y tiene en sus brazos al Niño para que le adoremos, nos ayude en nuestro caminar, ilumine nuestras decisiones y nos enseñe a amar lo que es verdadero, bueno y bello. Que Ella nos conduzca a su Hijo, el único que puede satisfacer las esperanzas más íntimas de la inteligencia y del corazón del hombre. Que esta fiesta haga realidad en todos nosotros lo que narra el evangelio “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo su cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra”.

 

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DOMINGO DESPUÉS DE LA EPIFANÍA: FIESTA: BAUTISMO DEL SEÑOR

 

        PRIMERA LECTURA: Isaías 42, 1-4. 6-7

 

        Este texto nos ofrece una síntesis del primer canto del Siervo de Yahvé. No podemos definir la identidad de este Siervo. Es posible que represente al mismo Israel. Pero es más probable que se trate de exaltar la figura de una persona ideal, con rasgos mesiánicos. El poema presenta a un Siervo de Yahvé, elegido por Él, lleno de su espíritu, consagrado para establecer entre los pueblos el derecho que es la ley del Señor. El siervo se presenta humilde, sencillo, manso, delicado; pero en su actuación es firme, fiel y tenaz hasta conseguir la aceptación de su mensaje. Dios estará con Él y Él será la alianza entre las naciones, juez de los pueblos, libertador de los oprimidos. La salvación divina  se hace inmediata, personal y actual en la figura de su Siervo. La descripción profética de Isaías tiene su plena realización histórica en Jesús de Nazaret. En Él brilla en todo su esplendor y significado mesiánico.

 

SEGUNDA LECTURA: Hechos 10, 34-38

 

        Estos  versículos son la conclusión de la conversión de Cornelio. El discurso de Pedro es una síntesis de la proclamación del Evangelio, tal como lo presentaban los Apóstoles: síntesis de toda la fe. En este pasaje se advierte también la importancia que en la primitiva predicación tuvo el bautismo de Jesús: fue el momento de su entronización como Siervo prometido y la investidura oficial de su misión como Salvador. San Pedro, testigo del bautismo del Señor, lo presenta, en su discurso a Cornelio, como el principio de su vida apostólica, ungido por la potencia del Espíritu Santo: “Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo…Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con Él”.

        Por el bautismo el cristiano nace a la vida de Cristo por la fuerza del Espíritu Santo, que lo justifica y renueva todo su ser, formando en Él al hijo de Dios.

 

BAUTISMO DEL SEÑOR

 

QUERIDAS HERMANAS DOMINICAS: Celebramos hoy la fiesta del Bautismo del Señor, motivo especial para recordar nuestro propio bautismo y las riquezas y obligaciones del mismo, aunque sabemos que el bautismo de Cristo no es igual al nuestro porque Jesús no tenía pecado original y estaba lleno de la gracia y del amor a Dios, su Padre desde el primer instante de su existencia en cuanto hombre.

        Como he dicho, el bautismo de Cristo nos recuerda nuestro propio bautismo, sacramento que nos llenó de la gracia santificante y que nos hece a todos los bautizados hijos y templos de la Santísima Trinidad por su inhabilitación en nuestras almas y que algunos cristianos, sobre todo, vosotras, consagradas y religiosas, si vivíis en plenitud esta vida de gracia y de amor a Dios y os dejáis purificar de vuestros defectos e imperfeccines por las etapas activas y pasivas de la oración primero activas luego pasivas-- son las noches activas y pasivas de S. Juan de la Cruz- llegaréis ya en esta vida purificada, llegaréis a tener el cielo en la tierra, esto es, a sentir y vivir la vida trinitaria en vosotras, a vivir el amor y la presencia de Dios Trinidad en vuestras almas, a sentiros amadas y habitadas por Dios Trinidad como hijas predilectas y elegidas por Él para una vida totalmente de amor y plenitud ya en este mundo.

Esto es de lo que os hablo muchas veces y os hablaré siempre porque todas vosotras estáis llemadas a este grado de oración contemplativa, a este amor e intimidad con la Santísima Trinidad y porque además lo tengo muy estudiado desde mi juventud ya que por mi vida de oración y por desear vivirlo hize incluso mis estudios especiales, mi tesis doctoral en Teología en la Universidad de Roma por este motivo.

QUERIDAS HERMANAS: esto es lo que proclama muy claro el prefacio de este día: “En el bautismo del Señor, Dios Padre realizó signos prodigiosos para manifestar el misterio del nuevo bautismo, y, por medio del Espíritu, ungió a su Siervo Jesús…”.La liturgia, pues, de este día, fiesta del bautismo del Señor, nos recuerda nuestro propio bautismo y nos invita  a hablar de él y a revisarnos y a vivirlo en plenitud ya que hoy día por la falta de oración y purificación, único camino para llegar a este experiencia, son muy pocos los que llegan a estas alturas de oración e intimidad con nuestro Dios Trino y Uno que nos habita por la gracia desde nuestro bautismo porque quiere ya en esta vida empezar el cielo en cada uno de los bautizados, a que tengamos ya por la vida de oración y purificación un poco elevada la experiencia de Dios Trino y Uno habitándonos y amándonos en su mismo amor trinitario ya en esta vida.

        En nuestro bautismo, queridas hermanas dominicas, realizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y limpiándonos de todo pecado original y personal, Dios Trinidad nos ama tanto que limpiados de pecado y llenos de su gracia y amor viene a habitarnos porque nos ama con amor de Padre y para esto nos envió y murió y resucitó su Hijo amado.

En nuestro bautismo nos convertimos en moradas de la Santísima Trinidad, somos hechos templos y moradas de Dios Trino y Uno, es el cielo ya en la tierra que vivirá en el cristiano mientras permanezca en la vida de gracia recibida ya en el bautismo y en los demás sacramentos, sobre todo vivida y potenciada por nuestra vida de oración un poco elevada y purificada, no basta cantar muy bien ni celebrar litúrgicamente la santa misa, todo sacerdote, necesita vaciarse de sí mismo para que Dios Trinidad le pueda llenar y desgraciadamente de esto veo muy poco incluso en obispos y cardenales.

Pero repito, esta vivencia es la razón de vuestra vida de religosas contemplativas, de que tenéis que llegar a este grado de oración y amaor a Dios Trinidad desde la oració primero vocal, luego meditativa y finalmente contemplativa por la oración-conversión permanente, por el vacío de si mismos para que Dios nos pueda llenar y vivir por la vida de gracia en plenitud hasta experimentar y sentir a las Tres divinas Personas que nos habitan por la vida de gracia y de amor como ya nos prometió Jesucristo: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él haremos morada en él.”

Hoy es un buen día para revisar si vamor progresando en esta vida de gracia y amor total a Dios por la oración-purificación, vaciándonos de nosotros mismos para que Dios Trinidad nos pueda llenar y habitar y así poder sentirlo. Y este es el sentido principal de vuestra vida de clausura,  alejaros del mundo y vanidades para vivir solo y principalmente para Dios, esta es la razón de la vida contemplativa hoy tan necesaria en la Iglesia, sobre todo en sus ministros sacerdotes y religiosos-as: llegar por la oración-purificación de pecados y defectos veniales hasta esta unión y experiencia de Dios Trinidad.

Porque como no nos vaciémos de nosotros mismos y nos llene Dios, aunque seamos curas y obispos y cardenales y religiosas contemplativas, no podremos llegar a esta alturas y santificarnos y santificar a la Iglesia aunque prediquemos y hagamos apostolados. Y desgraciadamente oración-conversión muy poco pero en la Iglesia actual, en obispos, sacerdotes y cardenales. Porque para esto el único camimo es la oración-conversión diaria y profunda yñ al hacerlo así “ Si alguno me ama, me Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

        Queridas hermanas: Que vivamos la vida de gracia en plenitud, para eso Dios nos ha dado esta vocación tan privilegiada y el único camino en nosotros es por la oración y conversión permanente hasta llegar a sentir a la Santísima Trinidad que nos habita por la gracia desde el santo bautismo, y nada de comuniones o misas aunque sean catadas y celebradas muy liturgicamente, como no te vaciés de ti mismo, auque comulgues y digas misa y seas cura y obispo, Dios no te puede llenar.

Queridas hermanas, que hagamos de nuestra vida una ofrenda pura a la Santísima Trinidad y que un día, en su presencia del cielo, gocemos en plenitud lo que ahora hacemos y poseemos por la fe y la esperanza y la caridad sobrenaturales, sobre todo en ratos de oración un poco purificada de nuestros  defectos e imperfeciones: 

 “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.  Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierto en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

        Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas. (Sor Isabel de la Stsma Trinidad, 21-11- 1904).

 

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QUERIDOS HERMANOS, queridos paisanos: Celebramos hoy la fiesta del Bautismo de Cristo, motivo especial para recordar nuestro propio bautismo y las riquezas y obligaciones del mismo, aunque sabemos que el bautismo de Cristo no es igual al nuestro porque Jesús, en cuanto hombre nacido de nuestra madre la Virgen del Salobrar, no tenía pecado original y estaba lleno de gracia y amor a Dios, su Padre, y a todos nosotros, los hombres, y por eso nació y se hizo hombre y murió y resucitó y demostró que era Dios haciendo milagros, calmando tempestades y resucitando a muertos.

        Como he dicho, el bautismo de Cristo nos recuerda nuestro propio bautismo, sacramento que nos marcó con el signo de Cristo, nos llenó de la gracia santificante que nos hizo hijos de Dios y herederos del cielo, como nos dice el Catecismo de la Iglesia.

Por eso me da mucha pena, que hoy muchos padres no bauticen a sus hijos porque somos eternos y un día tenemos que presentarnos ante el Padre y los que no estén bautizados, no pueden entrar en el cielo, porque no se hicieron hijos de Dios por el bautismo y no pueden ser herederos, no pueden entrar en la herencia eterna de Dios nuestro Padre, herencia que ya algunas personas santas, almas de misa o comunión o visita al Santísimo diaria esperimentan ya en esta vida con sumo gozo, santos y santas de todos los tiempos, que incluso gozaban tanto y lo sentian tan fuertemente que deseaban morirse para irse con Él.

Yo conozco a personas de esta altura espiritual y religiosa que con santa Teresa pueden decir: Sácame de aquesta vida… esta vida que yo vivo… y reconozco y algunos de los mayores que están aquí ahora escuchándome  también lo pueden decir, porque antes, hasta hace treinta años, hasta los años 1990 más o menos, en mis 30 primeros años de sacerdocio, había más y mejores cristianos con esta altura de fe y amor cristiano, aquí mismo en Jaraiz, esposos y esposas, madres de familias que no solo bautizaban a todos sus hijos sino que los llevaban a la iglesia y venían a misa todos los domingos, hacían la primera comunión todos los niños y se confirmban…

Yo he visto totalmente llenas las dos iglesias de mi querido pueblo de Jaraiz, llenas de feligreses, pero ahora si no vienen los padres… cómo van a venir los hijos…y no solo los domingos y fiestas, sino las dos parroquias, al menos de la san Miguel que yo conocía mejor, permanecían abiertas todo el día y la gente, mayores y pequeños, los novios, al salir de paseo por la tarde, venían a visitar al Señor en el Sagrario, lo he visto yo, que fui monaguillo varios años de san Miguel, y luego durante mis doce años en el seminario, durante las vacacones de verano, cuando yo venía a hacer oración.. y no digamos qué novenas… al Corarzón de Jesús… con exposición del Señor..

Por eso, aunque algunos de vuestros hijos no sean creyentes o practicantes, procurad que todos sus hijos están bautizados, hechos hijos de Dios por la gracia, vida de Dios en nosotros y marcados con el signo de la salvación. Y hoy es un día para que todos nosotros demos gracias a Dios, hagamos una comunión fervorosa y demos gracias al Señor porque por su gracia recibida en el bautismo y que conversamos, estamos salvados y procuremos que todos nuestros hijos y nietos lo estén  y procurad bautizarlos.

Queridos paisanos, por el santo bautismo somos eternos, somos hijos de Dios y herederos del cielo, nuestra vida es más que esta vida, qué gozo ser católico, estar bautizado en Cristo Jesús, nuestra vida no termina con la muerte, los muertos bautizados, nuestros padres y mayores, todos los bautizados en Cristo están vivos con Dios en el cielo… están salvados aunque algunos tengan o hayan tenido que purificarse en el Purgatorio, pero no están en el otro sitio, que no me gusta ni mencionar y donde pueden caer todos los que no fueron bautizados o no vivieron la fe y el amor a Dios y no cumplieron sus mandamientos, como hay tantos hoy desgraciadamente.

Cómo ha cambiado España, la vida, los pueblos, sobre todo inducidos por muchos políticos ateos y vacíos del sentido no digo ya cristiano, sino incluso humano de la vida, abortos, divorcios a montones, esposos que se matan entre sí, hijos que matan a sus padres, y lo que no hacen ni los animales, madres que matan a sus hijos, pero dónde estamos llegando, padres mayores abandonados y todo, porque nos estamos alejando de Dios por estas televisiones y radios y guassads y móviles y medios modernos donde no aparece Dios, ni iglesia, ni Cristo, ni bautizos, ni sacramentos y si ponen bodas, ocultan o silencian la parte de la iglesia y solo ponen las fotos de fuera.

 Termino, queridos paisanos, hoy es día de agradecer a Dios ser católicos, estar bautizados, venir a misa los domintos, día de esperar en Dios nuestro Padre por la virtud de la esperanza cristiana del cielo que practicamos poco. Por vosotros y los vuestros ofrezco esta santa misa que es Cristo dando su vida para que todos la tengamos eterna. Para esto vino en la Navidad que hoy terminamos y para esto murió y resucitó, para que todos tengamos vida eterna y para esto se hace ahora pan de vida eterna que comulgamos y para esto permanece en todos los sagrarios de la tierra para llevarnos a la vida eterna. Visitadle con frecuencia.

Amén. Asi sea.

 

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        QUERIDOS HERMANOS: Dice   el Catecismo de la Iglesia Católica:      « Nº 535.  El comienzo (cf Lc 3, 23) de la vida pública de Jesús es su bautismo por Juan en el Jordán (cf Hch 1, 22). Juan proclamaba “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3, 3). Una multitud de pecadores, publicanos y soldados (cf Lc 3, 10-14), fariseos y saduceos (cf Mt 3, 7) y prostitutas (cf Mt 21, 32) viene a hacerse bautizar por él. “Entonces aparece Jesús”. El Bautista duda. Jesús insiste y recibe el bautismo. Entonces el Espíritu Santo, en forma de paloma, viene sobre Jesús, y la voz del cielo proclama que él es “mi Hijo amado” (Mt 3, 13-17). Es la manifestación («Epifanía») de Jesús como Mesías de Israel e Hijo de Dios.

        Nº.-536. El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores (cf Is 53, 12); es ya “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29); anticipa ya el “bautismo” de su muerte sangrienta (cf Mc 10, 38; Le 12, 50). Viene ya a “cumplir toda justicia” (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente a la voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados (cf Mt 26, 39). A esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo (cf Le 3, 22; Js 42, 1). El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a “posarse” sobre él (Jn 1, 32-33; cf Is 739 11, 2). De él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, “se abrieron los cielos” (Mt 3, 16) que el pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de la nueva creación.
         Nº.-537. Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y “vivir una vida nueva” (Rm 6, 4): Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para resucitar con él; descendamos con él para ser ascendidos con él; ascendamos con él para ser glorificados con él (5. Gregorio Nacianc, Or. 40, 9). Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que después del baño de agua, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros desde lo alto del cielo y que, adoptados por la Voz del Padre, llegamos a ser hijos de Dios (S. Hilario, Mat. 2)».

        Los sentimientos que suscitan en nosotros estas palabras del Catecismo son actitudes de agradecimiento a Dios por el sacramento del santo bautismo recibido y de mayor exigencia en el desarrollo de la vida cristiana que hemos recibido como semilla y que debemos por la fe hacer crecer en santidad y buenas obras. Este ha sido nuestro compromiso al recibirlo. Por el santo bautismo todos nos hemos convertido en misioneros de nuestra fe, en sacerdotes de ofrendas espirituales y en discípulos del Señor. Todo bautizado, si entra dentro de sí mismo, se descubre enviado, misionero.

        En el Catecismo del Concilio de Trento leemos: « En verdad nuestro Señor instituyó este sacramento, cuando bautizado Él mismo por San Juan dio al agua la virtud de santificar…y para esto supo servir de gran argumento el que la Santísima Trinidad, en cuyo nombre se administra el bautismo declaró entonces que estaba presente su divinidad. Porque entonces se oyó la voz del Padre, estaba presente la persona del Hijo y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma, abriéndose entonces ya los cielos donde podemos subir por el bautismo. Y si alguien desea saber por qué el Señor concedió a las aguara poder tan grande y tan divino, esto, a la verdad supera la inteligencia humanan, mas puede bastarnos que al ser bautizado nuestro Señor, quedó el agua consagrada para el uso tan saludable del bautismo con el contacto de su cuerpo santísimo y purísimo, pero de manera tal que aunque es te sacramento fue instituido antes de su Pasión, con todo se debe  creer que recibió toda su virtud y eficacia de la Pasión, la cual fue como el remate y fin de todos los actos de Cristo» (1545).

        Dice San Gregorio Nacianceno: «El bautismo es el más bello y magnífico de los dones de Dios... los llamamos don, gracia, unción iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración sellos y todo lo más precioso que hay. Don, porque es conferido a los que no aportan nada; gracia, porque es dado incluso a los culpables; bautismo porque el pecado es sepultado en el agua; unción porque el pecado es sagrado y real (tales son los ungidos); iluminación, porque es luz resplandeciente; vestidura, porque es luz resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestras vergüenzas; baño, por que lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios”.

        El Catecismo de la Iglesia Católica añade: Nº.-1223.  Todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús. Comienza su vida pública después de hacerse bautizar por S. Juan el Bautista en el Jordán (cf Mt 3, 13 ), y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus apóstoles: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28, 19-20; cf Mc 16, 15-16).

        N.- 1224. Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de S. Juan, destinado a los pecadores, para “cumplir toda justicia” (Mt 3, 15). Este gesto de Jesús es una manifestación de su “anonadamiento” (Hbr 2, 7). El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación desciende entonces sobre Cristo, como preludio de la nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús como su “Hijo amado” (Mt 3, 16).

        Nº.-1225. En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un “Bautismo” con que debía ser bautizado (Mc l0, 38; cf Lc 12, 50). La sangre y el agua que brotaron  del costado traspasado de Jesús crucificado (cf Jn 19, 34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva (cf 1 Jn 5, 6-8): desde entonces, es posible “nacer del agua y del Espíritu” para entrar en el Reino de Dios (Jn 3, 5).   «Considera dónde eres bautizado, de dónde viene el Bautismo: de la cruz de Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: El padeció por ti. En él eres rescatado, en él eres salvado». (S. Ambrosio, sacr. 2, 6).

 

El bautismo en la Iglesia

Nº.-1226. Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto, Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación: “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2, 38). Los apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos  (Hch 2, 41; 8, 12-13; 10,

48; 16, 15). El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: “Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa”, declara S. Pablo a su carcelero en Filipos. El relato continúa: “el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos” (Hch 16, 3 1-33). 

Nº.-1227 Según el apóstol S. Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita con El: “¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rm 6, 3-4; cf Col 2, 12). Los bautizados se han “revestido de Cristo” (Ga 3, 27). Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica(cf 1 Co 6,11; 12, 13).

Nº.-1228. El Bautismo es, pues, un baño de agua en el que la “semilla incorruptible” de la Palabra de Dios produce su efecto vivificador (cf 1 P 1, 23; Ef 5, 26). S. Agustín dirá del Bautismo: «Accedit verbum ad elementum, et fit sacramentum» («Se une la palabra a la materia, y se hace el sacramento», Ev. Jo. 80, 3).

La iniciación cristiana

Nº.-1229. Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión.

Nº.-231 Desde que el bautismo de los niños vino a ser la forma habitual de celebración de este sacramento, ésta se ha convertido en un acto único que integra de manera muy abreviada las etapas previas a la iniciación cristiana.

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TIEMPO DE CUARESMA

 

RETIRO DE CUARESMA: PRIMERA MEDITACIÓN

 

1.- LA CUARESMA, CAMINO HACIA LA PASCUA.

 

        Pero qué lejos estamos todavía, queridos hermanos, de haber llegado a la meta. Por eso, necesitamos muchas cuaresmas o cuarentenas de oración y penitencia de nuestros pecados para llegar a morir y resucitar con Cristo, para vivir y celebrar la Pascua con Cristo. Es tiempo de adentrarnos por la oración y los sacramentos en los misterios de Cristo, que son los misterios de la misma vida de Dios y de los hombres, el misterio de la vida y de la muerte humana a la luz de la muerte y resurrección de Cristo. Es tiempo de retirarnos al desierto de la soledad meditativa, al desierto del ayuno y penitencia de nuestras soberbias, consumismos y pecados.

        En este tiempo santo de la cuaresma vuelven a hacerse presentes el paraíso y el pecado de Adán y Eva, la promesa de Salvación, la liberación de Egipto y la Alianza en la sangre, el madero y la cruz, el pecado y la misericordia, el bautismo y el sacramento de la Penitencia con el nacer y renacer a la vida de Dios, y la cena eucarística, como la nueva y definitiva Alianza en la sangre del Cordero, que quita el pecado del mundo y es el triunfo definitivo sobre el pecado y la muerte, por la pascua de Cristo Resucitado.

        Para todo esto es la Cuaresma. Para que lo recordemos, lo meditemos  y lo vivamos. Y para todo esto es absolutamente necesario el desierto y la oración, “el silencio de los sentidos” que diría San Juan de la Cruz, para poder percibir mejor la voz del Señor en nuestra conciencia.

 

2.- LA CUARESMA FUE INAUGURADA POR CRISTO EN EL DESIERTO PARA PREDICAR EL REINO DE DIOS POR LA CONVERSIÓN

 

        Queridos hermanos, todos necesitamos del desierto en nuestras vidas. Hasta el mismo Cristo lo necesitó y no lo hizo para darnos ejemplo; sino que se retiró a orar al comienzo de su vida pública para descubrir y poder vencer las falsas concepciones del Reino de Dios, que sus contemporáneos tenían en relación con el Mesías prometido y con su mensaje; necesitó la soledad y el silencio de las criaturas para orar y no desviarse por la tentación de mesianismos puramente terrenos, consumistas y temporalistas, a los que el mundo quiere siempre reducir todo, hasta el mismo evangelio y el reino de Dios sobre la tierra. La Iglesia y los cristianos tendremos siempre esa tentación. Por eso necesitamos rezar bien el tercero de los misterios luminosos del santo rosario: la predicación del reino de Dios por la conversión.

        Por eso nosotros y todos los seguidores de Cristo  necesitaremos siempre la soledad y el desierto para encontrarnos con Dios y con nosotros mismos, y de esta forma, lejos de influencias mundanas del poder y éxito terrenos, poder descubrir las verdaderas razones de nuestro vivir cristiano y tener el gozo de encontrarnos a solas con Él, con el Eterno, el Infinito, el Trascendente y perdernos por algún tiempo en la inmensidad del Absoluto.

        Para la mentalidad bíblica, el desierto nunca es un término, sino un lugar de paso, como en el caso de Elías: “Y levantándose, comió y bebió; y con la fuerza de aquel manjar caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Orbe” (1 Re 19, 8).

        El desierto fue el camino del éxodo del pueblo judío desde la esclavitud hasta la libertad de la tierra prometida: “Acuérdate, Israel, del camino que Yavé te ha hecho andar durante cuarenta años a través del desierto con el fin de humillarte, probarte y conocer los sentimientos de tu corazón y ver si guardabas o no sus mandamientos. Te ha humillado y te ha hecho sentir hambre para alimentarte luego con el maná, desconocido de tus mayores, para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre, sino de cuanto procede de la boca de Yavé. Tus vestidos no se gastaron sobre ti, ni se hincharon tus pies durante esos cuarenta años. Reconoce, pues, en tu corazón que Yavé, tu Dios, te corrige a la manera como un padre lo hace con su hijo. Guarda los mandamientos de Yavé, tu Dios, sigue sus caminos y profésale temor” (1Re 18. 2-6).

        En la vida de Jesús el desierto es un período de preparación inmediata a su ministerio público: “Al punto el Espíritu lo empujó hacia el desierto. Y estuvo en él durante cuarenta días, siendo tentado por Satanás, y vivía entre las fieras, pero los ángeles le servían” (Mc 1, 12). Es también una evasión frente al acoso de las turbas: “Y Él les dijo: “Venid también vosotros a un lugar apartado en el desierto, y descansad un poco” (Mc 6, 31). Es un ambiente propicio para la oración: “Una vez que despidió al pueblo, subió al monte a solas para orar” (Mt 14, 23); y para la meditación prolongada: “Por aquellos días fue Jesús a la montaña para orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando llegó el día, llamó a sus discípulos y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles” (Lc 6, 12). El desierto, en fin, es un manantial donde saciar la sed de verse a solas con el Padre: “Quedaos aquí mientras voy a orar... Y adelantándose El un poco, cayó en tierra y rogaba: ¡Abba! ¡Padre!” (Mc 14, 32-35). Si Jesús y los profetas y los hombres de Dios se retiraron con frecuencia al desierto para descubrir y seguir su voluntad, es lógico que nosotros también lo hagamos.

        Retirarse al desierto no es sólo ir allí materialmente. Para muchos podría ser un lujo. Se trata de hacer un poco de desierto en la propia vida. Hacer el desiertointerior significa retirarse a solas con Dios en la oración personal, habituarse a la autonomía personal, a encerrarse con los propios pensamientos y sentimientos, sin testigos ajenos, para meditar, reflexionar, discernir, potenciar y seguir la voz del Señor.

        Hacer el desierto significa dedicar periódicamente tiempo largo a la oración; significa subir a una montaña solitaria; significa levantarse de noche para orar. En fin, hacer el desierto no significa otra cosa que obedecer a Dios. Porque existe un mandamiento, sin duda el más olvidado, especialmente por quienes se dicen «comprometidos», por los militantes, los sacerdotes y también los obispos…, que nos manda interrumpir el trabajo, desprendernos de nuestros compromisos y aceptar cierta inactividad en beneficio de la contemplación.

        No temáis que la comunidad sufra algún daño a causa de vuestro aislamiento momentáneo. No temáis que disminuya vuestro amor por el prójimo; sino todo lo contrario, al aumentar vuestra relación y amor personal con Dios, como todo amor verdadero a Dios pasa por el amor a los hermanos, ya se encargará Dios mismo de que revisemos y potenciemos nuestro amor a los hermanos y todo nuestro apostolado. Sólo un amor intenso y personal a Dios puede sostener y conservar la caridad a los hermanos en toda su frescura y lozanía divinas.

        Por eso negar el desierto implica negar la dimensión espiritual, el contacto con Dios, la necesidad de la oración personal prolongada, el trato cara a cara con Dios y con nosotros mismos sin otras mediaciones, la dimensión vertical de la existencia propiamente cristiana. La gran conquista hecha en nuestros días por la comunidad y el cristianismo comunitario en la vida cristiana, a saber, la superación del individualismo litúrgico y oracional precedente, el gozo de orar en común en el marco de una liturgia renovada, no puede ser en detrimento de la oración personal que debe ser fuente, marco y jugo transformador de toda gracia y experiencia y celebración litúrgica y comunitaria.    

        La oración y la experiencia personal de Dios es la única que puede llevarnos a la plena madurez de la unión con Dios, a la santidad, la vivencia de lo que celebramos y vivimos en la liturgia, a la contemplación de los misterios celebrados.  No quisiera, por último, que la obediencia a esta palabra de Jesús “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18. 20), nos hiciese olvidar esta otra palabra también suya: “Cuando ores entra en tu habitación y, habiendo cerrado la puerta, ora a tu Padre que está presente en el secreto” (Mi 6, 6), potenciadas con su mismo comportamiento, especialmente en aquellos momentos de su vida, en que, para realizar mejor las obras del Padre y amar más y mejor a los hermanos, como cuando querían proclamarle rey, se retira por las noches o en medio de la multitud, al desierto de la oración.

        Quisiera terminar este apartado con unas palabras del Vaticano II: «Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo y la preparación del Bautismo y mediante la Penitencia, dése particular relieve en la liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo» (SC109).

 

3.- NECESIDAD DE LA ORACIÓN COMO APOSTOLADO PRIMERO Y BASE DE TODA ACCIÓN APOSTÓLICA.

 

        He formulado así  este apartado, porque seguimos con un concepto anticuado y parcial de apostolado, que hace que sea inútil tanto trabajo y acciones llamadas apostólicas, porque el “sin mí no podéis hacer nada” o “venid vosotros a un sitio aparte”, no cuenta para nada. Para hacer las acciones verdaderamente apostólicas, que son acciones de Cristo, necesitamos el espíritu de Cristo, los sentimientos de Cristo y la fuente principal para beber este espíritu, es la oración; lo ha dicho y realizado en su vida Cristo; lo ha dicho infinidad de veces el Papa Juan Pablo II; lo han dicho y testimoniado todos los santos, todos los verdaderos apóstoles que han existido y existirán y nada, seguimos con un concepto rancio y anticuado de apostolado de pensar que apostolados son sólo y principalmente acciones.

        El cristiano, sobre todo, si es sacerdote, debe ser, como el mismo Cristo, hombre de oración. Esta es su verdadera identidad. Lo ha dicho muy claro el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica NMI, que cito varias veces en este libro. Por otra parte, basta abrir el evangelio para ver y convencerse de que Jesús es un hombre de oración: comienza su vida pública con cuarenta días en el desierto; se levanta muy de madrugada cuando todavía no ha salido el sol, para orar en descampado; pasa la noche en oración antes de elegir a los Doce; ora después del milagro de los panes y los peces, retirándose solo, al monte; ora antes de enseñar a sus discípulos a orar; ora antes de la Transfiguración; ora antes de realizar cualquier milagro; ora en la Última Cena para confiar al Padre su futuro y el de su Iglesia. En la oración de Getsemaní se entrega por completo a la voluntad del Padre. En la cruz le dirige las últimas invocaciones, llenas de angustia y de  confianza.

        Por todo lo cual, para ayudarnos en este camino de conversión, ningún maestro mejor, ninguna ayuda mejor que Jesús. Por la oración, que nos hace encontrarnos con Él y con su palabra y Evangelio, vamos cambiando nuestra mente y nuestro espíritu por el suyo: “Pues el hombre natural no comprende las realidades que vienen del Espíritu de Dios; son necedad para él y no puede comprenderlas porque deben juzgarse espiritualmente. Por el contrario, el hombre espiritual lo comprende, sin que él pueda ser comprendido por nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor de manera que pueda instruirle? (Is 40,3)”. Sin embargo, nosotros poseemos la mente de Cristo” (1Cor 2,16-18).

        Es aquí, en la oración de conversión, donde nos jugamos toda nuestra vida espiritual, sacerdotal, cristiana, el apostolado... todo nuestro ser y existir, desde el Papa hasta el último creyente, todos los bautizados en Cristo:  o descubres al Señor en la Eucaristía  y empiezas a amarle, es decir, a convertirte a Él o no quieres convertirte a Él y pronto empezarás a dejar la oración porque te resulta  duro estar delante de Él sin querer corregirte de tus defectos; además, no tendría sentido contemplarle, escucharle, para hacer luego lo contrario de lo que Él te pide o enseña desde la oración y su misma presencia eucarística; igualmente la santa Misa no tendrá sentido espiritual para nosotros, si no queremos ofrecernos con Él en adoración a la voluntad del Padre, que es nuestra santificación, y  menos sentido tendrá la comunión, donde Cristo viene para vivir su vida en nosotros y salvar así actualmente a sus hermanos los hombres, por medio de nuestra humanidad prestada.

        Queridos hermanos, no podemos hacer las obras de Cristo sin el amor y el espíritu de Cristo. Si no nos convertimos, si no estamos unidos a Cristo como el sarmiento a la vid, la savia irá por un sarmiento lleno de obstáculos, por una vena sanguínea tan obstruida por nuestros  defectos y pecados, que apenas puede llevar sangre y salvación de Cristo al cuerpo de tu parroquia, de tu familia, de tu grupo, de tu  apostolado.   Sin unión vital y fuerte con Cristo, poco a poco tu cuerpo  apenas recibirá la vida de Cristo e irá debilitándose tu fuego y santidad evangélica.  No podemos hacer las obras de Cristo sin el espíritu de Cristo. Y para llenarnos de su Espíritu, Espíritu Santo, antes hay que vaciarse. Es lógico. No hay otra posibilidad ni nunca ha existido ni existirá, sin unión con Dios. En esto están de acuerdo todos los santos.

        Ahora bien, a nadie le gusta que le señalen con el dedo, que le descubran sus pecados y esta es la razón de la dificultad de toda oración, especialmente de la oración eucarística ante el Señor, que nos quiere totalmente llenar de su amor, y  nosotros preferimos seguir llenos de nuestros defectos, de nuestro amor propio, del total e inmenso amor que nos tenemos y por eso no la aguantamos. Y así nos va. Y así le va a la Iglesia. Y así también a organigramas y acciones, que llamamos apostolado, pero que son puras acciones nuestras, porque no están hechas unidos a Cristo, con el espíritu de Cristo:“Si el sarmiento no está unido a la vid, no puede dar fruto”.

        El primer apostolado es cumplir la voluntad del Padre, como Cristo: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra” (Jn 4,34), o con S. Pablo: “Porque la  voluntad de Dios es vuestra santificación” (1Tes 4,3). El apostolado primero y más esencial de todos es ser santos, es estar y vivir unidos a Dios, y para ese apostolado, la oración es lo primero y esencial. Lo ha dicho muy claro el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica NMI.

        Y lamento enormemente cómo esto se sigue ignorando en Sínodos y reuniones arciprestales y pastorales, donde seguimos con un concepto rancio de apostolado, anticuado, identificado con actividades más que en la oración, el mejor y el fundamento de todos los apostolados cristianos porque nos une directamente con la fuente de todo apostolado, que es Cristo. Hacia Él tienen que ir dirigidos todos nuestros pasos, cosa imposible cuando no oramos ni nosotros. Y por esta razón, la oración ha de ser siempre el corazón y el alma de todo apostolado.

        Hay muchos apostolados sin Cristo, aunque se guarden las formas; pero sin conversión, no podemos llegar al amor personal de Cristo y sin amor personal a Cristo, puede haber acciones, muy bien programadas, muy llamativas, pero no son apostolado, porque no se hacen con Cristo, mirando y llevando las almas a Cristo. Así es como definíamos antes al apostolado: llevar las almas a Dios. Ahora, la verdad es que no se a dónde las llevamos muchas veces, incluso en los mismos sacramentos, por la forma de celebrarlos.

        Desde el momento en que renunciamos a la conversión permanente, nos hemos cargado la parte principal de nuestro sacerdocio como sacramento de Cristo, prolongación de Cristo, humanidad supletoria de Cristo, porque no podremos llegar a una amistad sincera y vivencial con Él y lógicamente se perderá la eficacia principal de nuestro apostolado.

        Cristo no lo pudo decir más claro, pero en las programaciones pastorales se ignora con mucha frecuencia: “Yo soy la vid verdadera y mi padre es el viñador. Todo sarmiento que en mi no lleve fruto, lo cortará; y todo el que de fruto, lo podará, para que de mas fruto.... como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mi. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en el, ese da mucho fruto, porque sin mi no podéis hacer nada” (Jn 15 1-5).

        Si no se llega a esta unión con el único Sacerdote y Apóstol y Salvador que existe, tendrás que sustituirlo por otros sacerdocios, apostolados y salvaciones, sencillamente porque no has querido que Dios te limpie del amor idolátrico que te tienes y así, aunque llegues a altos cargos y demás... estarás tan lleno de ti mismo que en tu corazón no cabe Cristo, al menos en la plenitud que Él quiere y para la que te ha llamado. Pero eso sí, esto no es impedimento para que seas buena persona, tolerante, muy comprensivo, pero de hablar y  actuar claro y encendido y eficazmente en Cristo, nada de nada; y  no soy yo, lo ha dicho Cristo: trabajarás más mirando tu gloria que la de Dios, sencillamente porque pescar sin Cristo es trabajo inútil y las redes no se llenan de peces, de eficacia apostólica.

        Y así es sencillamente la  vida de muchos cristianos, sacerdotes, religiosos, que, al no estar unidos a Él con toda la intensidad y unión que el Señor quiere, lógicamente no podrán producir los frutos para los que fuimos elegidos por Él. ¿De dónde les ha venido a todos los santos, así como a tantos apóstoles,  obispos, sacerdotes, hombres y mujeres cristianas, religiosos/as, padres y madres de familia, misioneros y catequistas, que han existido y existirán, su eficacia apostólica y su entusiasmo por Cristo? De la experiencia de Dios, de constatar que Cristo existe y es verdad y vive y sentirlo y palparlo, no meramente estudiarlo, aprenderlo  o creerlo como si fuera verdad. Esta fe vale para salvarse, pero no para contagiar pasión por Cristo.

        ¿Por qué los Apóstoles permanecieron en el Cenáculo, llenos de miedo, con las puertas cerradas, antes de verle a Cristo resucitado? ¿Por qué incluso, cuando Cristo se les apareció y les mostró sus manos y sus pies traspasados por los clavos, permanecieron todavía encerrados y con miedo? ¿Es que no habían constatado que había resucitado, que estaba en el Padre, que tenía poder para resucitar y resucitarnos? ¿Por qué el día de Pentecostés abrieron las puertas y predicaron abiertamente y se alegraron de poder sufrir por Cristo? Porque ese día lo sintieron dentro, Cristo vino como hecho fuego,  como llama ardiente en su corazón, y eso vale más que todo lo que vieron sus ojos de carne en los tres años de Palestina e incluso en la mismas apariciones de resucitado.

        En el día de Pentecostés vino Cristo todo hecho fuego y llama de Espíritu Santo a sus corazones, no con experiencia puramente externa de aparición corporal, sino con presencia y fuerza de Espíritu quemante, sin mediaciones exteriores o de carne, sino hecho Allama de amor viva@, y esto les quemó y abrasó las entrañas, el cuerpo y el alma y esto no se puede sufrir sin comunicarlo. 

        “María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. Ahí es donde nuestra hermosa Nazaretana, la Virgen bella aprendió a conocer a su hijo Jesucristo y todo su misterio, y lo guardaba y lo amaba y lo llenaba con su amor, pero a oscuras, por la fe, y así lo fue conociendo, «concibiendo antes en su corazón que en su cuerpo».

        Pablo no conoció al Cristo histórico, no le vio, no habló con Él, en su etapa terrena. Y ¿qué pasó? Pues que para mí y para mucha gente le amó más que otros apóstoles que lo vieron físicamente. El lo vio en vivencia y  experiencia mística, espiritual, sintiéndolo dentro, vivo y resucitado sin mediaciones de carne, sino de espíritu a espíritu. De ahí le vino toda su sabiduría de Cristo, todo su amor a Cristo, toda su vida en Cristo hasta decir: “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”; “Para mí la vida es Cristo”@

 Este Cristo, fuego de vivencia y Pentecostés personal lo derribó del caballo y le hizo cambiar de dirección, convertirse del camino que llevaba, transformarse por dentro con  amor de Espíritu Santo. Nos los dice El mismo: “Yo sé de un cristiano, que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo? Dios lo sabe. Lo cierto es que ese hombre fue arrebatado al paraíso y oyó palabras arcanas que un hombre no es capaz de repetir, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo?, Dios los sabe” (2Cor 12,2-4).

        Esta experiencia mística, esta contemplación infusa, vale más que cien apariciones externas del Señor. Tengo amigos, con tal certeza y seguridad y fuego de Cristo, que si se apareciese fuera de la Iglesia, permanecerían ante el Sagrario o en la misa o en el trabajo, porque esta manifestación, que reciben todos los días del Señor por la oración, no aumentaría ni una milésima su fe y amor vivenciales, más quemantes y convincentes que todas las manifestaciones externas.

        La mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza  mística. Y lo peor es que hoy está tan generalizada esta  pobreza, tanto arriba como abajo, que resulta difícil encontrar personas que  hablen encendidamente de la persona de Cristo, de su presencia y misterio, y los escritos místicos y exigentes ordinariamente no son éxitos editoriales ni de revistas.

        Repito: la mayor pobreza de la iglesia es la pobreza de vida mística, de vivencia de Dios, de deseos de santidad, de oración, de transformación en Cristo:“Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”; “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo...”, pero conocimiento vivencial, de espíritu a espíritu, o si quieres, comunicado por el Espíritu Santo, fuego, alma y vida de Dios Trino y Uno.

        Todos y cada uno de nosotros, desde que somos engendrados en el seno de nuestra madre, nos queremos infinito a nosotros mismos, más que a nuestra madre, más que a Dios, y si no nos convertimos y matamos este yo, permanecemos siempre llenos y dominados por nuestro amor propio, incluso en muchas cosas que hacemos en nombre de Dios. Por eso sin oración no hay conversión y sin conversión no puede haber unión con Cristo, y sin unión con Cristo, no podemos hacer las acciones de Cristo, no podemos llevar las almas a Cristo, aunque hagamos cosas muy lindas y llamativas, porque estamos llenos de nosotros mismos y no cabe Cristo en nuestro corazón y sin amor a Cristo sobre el amor propio, algo haremos, pero muy bajito de amor a Cristo.

        Por otra parte, si alguno trata de expresarnos defectos o deficiencias apostólicas que observa, aunque sea con toda la delicadeza y prudencia del mundo, qué difícil escucharle y valorarlo y tenerlo junto a nosotros y darle confianza;  así que para escalar puestos, a cualquier nivel que sea, ya sabemos todos lo que tenemos que hacer: dar la razón en todo al superior de turno y silenciar todos sus fallos, aunque la vida apostólica no avance, el seminario esté bajo mínimos y los sacerdotes ni hablen ni entiendan de santidad y perfección en el amor a Dios.

        Hay demasiados profetas palaciegos en la misma Iglesia de Cristo, dentro y fuera del templo, más preocupados por agradar a los  hombres y buscar la propia gloria que la de Dios, que la verdadera verdad y eficacia del evangelio.  Jeremías se quejó de esto ante el Dios, que lo elegía para estas misiones tan exigentes; el temor a sufrir, a ser censurado, rechazado, no escalar puestos, perder popularidad, ser tachado de intransigente, no justificará nunca nuestro silencio o falsa prudencia. “La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: no me acordaré de el, no hablaré más en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía” (Jr 20,7-9).

        El profeta de Dios corregirá, aunque le cueste la vida. Así lo hizo Jesús, aunque sabía que esto le llevaría a la muerte. No se puede hablar tan claro a los poderosos, sean políticos, económicos o religiosos. Él lo sabía y los profetizó, les habló en nombre de Dios. Y ya sabemos lo que le pasó por hablarles así. Hoy y siempre seguirá pasando y repitiéndose su historia en otros hermanos. Lo natural es rehuir ser perseguidos y ocupar últimos  puestos.

        Así que por estos y otros motivos, porque la santidad es siempre costosa en sí misma por la muerte del yo que exige y porque además resulta difícil hablar y ser testigos del evangelio en todos los tiempos, los profetas del Dios vivo y verdadero, en ciertas épocas de la historia, quizás cuando son más necesarios, son cada vez menos o no los colocamos en alto y en los púlpitos elevados para que se les oiga. Y eso que todos hemos sido enviados desde el santo bautismo  a predicar y ser testigos de la Verdad.

        Por eso escasean los profetas a ejemplo de Cristo, del Bautista, de los verdaderos y evangélicos que nos hablen en nombre de Dios y nos digan no con claridad a muchas de nuestras actitudes y criterios; primero, porque hay que estar muy limpios, y segundo, porque hay que estar dispuestos a sufrir por el reinado de Dios y quedar en segundos puestos. Y esto se nota y de esto se resiente luego la Iglesia.  Única medicina: la experiencia de Jesucristo vivo mediante la oración y la conversión permanente, que da fuerzas y ánimo para estas empresas.

        La paz de la oración consiste en sentirse lleno de Dios, plenificado por Dios en el propio ser y, al mismo tiempo, completamente vacío de sí mismo, a fin de que Él sea Todo en todas las cosas. Todo en mi nada. En la oración, todos somos como María Virgen: sin vacío interior, sin la pobreza radical, no hay oración, pero tampoco la hay sin la Acción del Espíritu Santo. Porque orar es tomar conciencia de mi nada ante Quien lo es todo. Porque orar es disponerme a que Él me llene, me fecunde, me penetre, hasta que sea una sola cosa con Él. Como María Virgen: alumbradora de Dios en su propia carne, pues para Dios nada hay imposible. Vacío es pobreza. Pero pobreza asumida y ofrecida en la alegría. Nadie más alegre ante los hombres que el que se siente pobre ante  Dios. Cuanto menos sea yo desde mi  mismo, desde mi voluntad de poder, tanto más seré  yo mismo de Él y para los demás. Donde no hay pobreza no hay oración, porque el humano (hombre o mujer ) que quiere hacerse a sí mismo, no deja lugar dentro de sí, de su existencia, de su psiquismo a la acción creadora y recreadora del Espíritu.

 

(ANTONIO LÓPEZ BAEZA: Un Dios locamente enamorado de tí, Sal Terrae, 2002, pag. 93-4)

 

 

 

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

EL REINO DE DIOS ES QUE DIOS SEA EL ÚNICO DIOS DE NUESTRA VIDA, ABAJO TODOS LOS ÍDOLOS;  QUE TODOS LOS HOMBRES SEAN HERMANOS; Y HACER  UNA MESA MUY GRANDE, DONDE TODOS SE SIENTEN, ESPECIALMENTE LOS POBRES

 

        El tiempo designado por Dios para la redención de la humanidad se ha cumplido; el Hijo ha sido enviado para dar la buena noticia e instaurar en la tierra el reino de Dios. Para eso es necesario creer en el Evangelio predicado por Cristo y pasar de una mentalidad y unos criterios puramente humanos a la nueva mentalidad y realidades que implanta el reino o reinado de Dios en la tierra; el reino de Dios es que Dios sea el único Dios de nuestra vida; todos los hombres, hermanos; y hacer una mesa muy grande, muy grande, donde todos se sienten, pero especialmente los que ordinariamente nos son invitados: los pobres, los incultos, los marginados, los desheredados…

        Para esto envió el Padre a su Hijo y este era el alimento y la comida de la que Él se alimentaba en su oración, apostolado y relación con el Padre: “Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado”. Implantar en la tierra por medio de su Iglesia el reinado de Dios, el proyecto del Padre sobre los hombres y la humanidad fue la razón de su ser y existir, de su vivir y predicar, de su amar y sufrir y morir diciendo: “Todo se ha cumplido”. El deseo de que Dios fuera reconocido como el único Dios de la humanidad, destronando del corazón de los hombres los ídolos fabricados por el materialismo y el consumismo, vencer todos los rencores y odios que dividen a los hombres, y superar todos los egoísmos que nos dividen en ricos y pobres, en cultos e incultos, en poderosos y esclavos, constituyendo una nueva humanidad basada en el amor, la verdad y la justicia.

        Este empeño centró todos sus esfuerzos, motivó todas sus decisiones y dio sentido a toda su actividad aquí en la tierra, donde Dios fue lo primero y lo absoluto, y los pequeños y los pobres en sus diversas denominaciones fueron los preferidos.

        El reino de Dios es un proyecto de nueva humanidad, anticipo del cielo, esto es, del Reino del Amor Trinitario, que Cristo bajó en su misma persona desde el cielo y que era Él mismo; esta fue su misma vivencia de Amor esencial al Padre como primero y absoluto de su existencia, vivido en plenitud en su misma vida, en totalidad de amor y obediencia al Padre,  en adoración y obediencia total hasta dar la vida, y destronando  de su corazón el culto idolátrico al dinero, al egoísmo, a la comodidad, a los cargos y honores, a toda clase de becerros dorados que el hombre entroniza en su corazón, destronando al Dios verdadero.

        Y si Dios es lo primero, el amor a Dios pasa, como podemos observar por la vida y el evangelio de Cristo, por el amor a los hermanos. No se puede amar a Dios en plenitud y perfección sin amar a los hermanos, que por la fe son hijos de Dios, con opción preferencial y no exclusiva por los pobre, los humillados, los marginados y necesitados de cualquier clase. Y como este era el encargo y mandato principal del Padre y la razón de su Encarnación y de su misión, inició su actividad diciendo: “Se ha cumplido el plazo, el reino de Dios está cerca, convertíos y creed la buena noticia”. (Mc 1,3).

        Esta predicación del reino de Dios chocó frontalmente con los poderosos de su tiempo. La marginación, el sectarismo y la falta de comunión nada tenía que ver con la alianza pactada con Dios, donde la gloria de Dios sería lo primero y los derechos serían los mismos para todos. Había mucha separación y marginación motivada por el orgullo del saber de los escribas, el orgullo de la ley en su cumplimiento externo por los fariseos, el orgullo del servicio del templo por la casta de los sacerdotes, para rematar con la eterna idolatría del becerro de oro y del tener de los ricos y el orgullo de los políticos.

        Si Dios no es lo Absoluto y lo primero, el amor a los hermanos no es posible. Aún hoy día, en la misma Iglesia de Cristo, nosotros, los creyentes y seguidores de su evangelio, no formamos una mesa grande ni un pueblo unido ni vivimos la fraternidad del reino predicada y vivida por Cristo, y seguimos teniendo separaciones en razón del poder, de dinero o de la posición social o de rentabilidad.

        No es esto lo que predicó y por lo que murió Cristo: “Sabéis… que los poderosos oprimen con su poder. Pero no así entre vosotros; sino el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10, 43-54).

        Vivir la teología del Reino de Dios, pasar del orgullo del tener y de los reinos de la tierra o jefes de los pueblos al servicio del tener y compartir que es el reino de Dios y el plan de Dios sobre los hombres, no se puede hacer sin la gracia de Dios, sin la ayuda de Dios, que nos viene por la oración y los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, donde Cristo ama a los hermanos hasta el extremo de dar la vida. Sin la gracia de Dios es imposible cumplir el deseo de Cristo, de que los primeros se pongan los últimos, de que el que quiera ser el primero se haga el servidor de todos.

        Esto exige una verdadera «metanoia», un verdadero cambio de criterios y actitudes y esto se llama conversión. Es dejar de vivir, de pensar, de caminar en un sentido para caminar en sentido contrario por amor a Dios. Y este camino de conversión es el único para entrar en el Reino de Dios. Si sigo adorando el dinero, el poder, el consumismo, Dios no puede ser el Señor y Dueño de mi vida. Es fácil predicar el reino de Dios, pero el vivirlo exige esfuerzo y mucha gracia de Dios. Nosotros no podemos. Porque naturalmente, por el pecado original nos adoramos a nosotros mismos y nos damos culto de la mañana a la noche. Siempre nos estamos prefiriendo a Dios y a los hermanos. El reino de Dios exige oración permanente porque hay que vivir en conversión permanente. Si uno se instala en la no exigencia permanente, se instala en la mediocridad y no puede realizar en su vida el Reino de Dios, porque el Dios de Jesucristo deja de ser lo primero y lo absoluto. Por eso dirá el Señor que “el reino de Dios sufre violencia”.

        Queridos hermanos, no hay otro camino para ser santos, para vivir el evangelio, para realizar el proyecto de Dios sobre nuestra vida, para entrar en el Reino de Dios: hay que convertirse. Sacerdotes, laicos, jóvenes y niños, todos tenemos que vivir en actitud de conversión permanente. Este tiempo santo de Cuaresma nos prepara para vivir la vida nueva de la Pascua, de la humanidad nueva redimida por Cristo, donde Dios se el único Dios de nuestra vida, abajo todo los ídolos del poder y del dinero y del propio yo y orgullo; todos tenemos que ser o trabajar por ser hermanos,  porque somos hijos del mismo Padre Dios y tenemos que hacer entre todos una mesa muy grande del mundo,  donde puedan sentarse todos, especialmente los marginados y los pobres, que el mundo no sienta nunca a su mesa.

 

        ¿QUÉ LLEVA CONSIGO VIVIR PENDIENTE DE QUE DIOS SEA LO PRIMERO DE NUESTRA VIDA?

       

        Dice San Pablo: “Haceos cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rom 6,10-11). Para que Dios sea lo primero en nuestra vida y vivir en este amor, dos cosas son necesarias. La primera es morir al pecado, romper completamente y sin ambigüedades y sin piedad alguna con el pecado de cualquier clase que sea; y no sólo el pecado mortal, sino con el venial consentido que nos hace mediocres y mata el amor fervoroso a Dios y a los hombre para siempre en nuestra vida cristiana; hay que luchar toda la vida y con todas las fuerzas contra la imperfecciones, infidelidades conscientes y deliberadas. Si queremos vivir para Dios, debemos liberarnos de toda esclavitud de pecado venial consentido; debemos estar dispuestos a cualquier sacrificio para romper los hábitos de faltas de caridad, amor propio, orgullo, envidia que matan todo fervor de vida espiritual. Debemos alejarnos con voluntad inflexible de toda ocasión de pecado. No es el pecado mortal el que solo mata al alma; los pecados veniales meten el aburrimiento en la oración, la rutina en la liturgia y las faltas consentidas veniales en nuestra vida de amor, que terminan matando el fervor y la santidad y la ilusión por Dios y los hermanos.

        Esta lucha contra los pecados veniales supone renuncias y sacrificios, porque hay que abandonar los anchos caminos de la mediocridad, del consumismo, del escalar y buscar lo primeros puestos, de la envidia que matan el amor fraterno querido por Dios, del organizar nuestra vida según nuestro criterios y no según el plan de Dios. Los criterios y opiniones de un mundo decadente y paganizado no deben influir nunca en nuestro comportamiento, debemos superarlo con los criterios y las actitudes evangélicas, ya que sabemos por S. Juan que “todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida” (Jn 2,16).

        Para avanzar por este camino de conversión, especialmente de lucha abierta contra nuestro propio yo, que quiere entronizarse permanentemente en nuestro corazón como ídolo, que exige consiguientemente culto y adoración continua y permanente de la mañana a la noche, hay que orar y recibir la gracia de Dios, especialmente por la Eucaristía como misa, comunión y visita, y por ellas la vida de Dios entra y se potencia en nosotros y vamos avanzando en la muerte del yo y del pecado.

        Hay que vivir en un diálogo permanente de oración y conversión con Dios por medio de Cristo y ayudados por la Madre. De esta forma, nuestros ojos, iluminados por la fe, la esperanza y el amor verán a Dios en todo. Y nuestro corazón y amor guardará las justas relaciones con Él y con los hombres y con el mundo y con las cosas. Y si caemos, nos levantamos, porque somos débiles. Y si caemos mil veces, nos levantamos y no pasa nada. Y si toda la vida seguimos cayendo en caridad y soberbia, tenemos que convertirnos toda la vida y no pasa nada porque si nos convertimos, la gracia nos va transformando por dentro y tenemos vida y llegaremos a la unión con Dios.

        La santa voluntad de Dios será nuestra norma y nuestra fuerza en cada instante. Este fue el ideal de Cristo. Este debe ser el nuestro. Es estar dispuesto en cada momento a vivir mirando a Dios para cumplir su voluntad. Quién se decide a vivir en esta lucha continua, que nos libera de nosotros mismos, de nuestras esclavitudes, del culto que damos a los ídolos del mundo: dinero, sexo, consumismo, materialismo…, éste termina siendo santo, unido a Dios. Porque la santidad no consiste en no caer, sino en levantarse siempre con la gracia de Dios, que termina llenándonos de su fuerza y fervor. 

        Tenemos que amar a Dios sobre todas las cosas. Quiere decir esto que vamos a buscar siempre y en primer lugar a Dios y a su gloria. Y elevarnos sobre el amor propio y el consumismo. Y esta actitud de amor a Dios nos eleva sobre todo lo creado y nos da la seguridad de que Dios nos ama y nos ayuda a soportar con paz lo penoso y duro de este combate.

        “Yo soy el Señor tu Dios, no tendrá otro dios fuera de mi” (Ex 20,2). ¡Ningún ídolo en nuestra vida! Qué hermoso ideal. Vamos a vivirlo. Además no tenemos otra alternativa: o poner en Dios nuestro corazón y todo, o buscarnos a nosotros mismos en todo, incluso en las cosas de Dios, de religión y de culto.

       

“Cristo, muriendo, murió al pecado de una vez para siempre”(Rom 6,11). Nosotros también hemos de morir al pecado para siempre si queremos entrar en la intimidad con Dios, si queremos gustar y sentirnos amados por Dios, si queremos llegar a decir las afirmaciones de San Pablo: “Para mí la vida es Cristo”; “no quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”;  “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí…”

        Para esto hay que luchar y desterrar de nosotros toda envidia, provocada por el amor primero y sobre todas las cosas, incluso sobre Dios, que nos tenemos a nosotros mismos y nos hace preferirnos y ponernos delante de los hermanos, no aceptar segundos puestos, ni ser menos honrados y valorados, y de ahí la crítica, la maledicencia; de ahí surgen todas nuestras envidias que nos hacen criticar continuamente de los hermanos, entristecernos de sus éxitos y minar su fama con nuestras murmuraciones que ofenden a Dios y al prójimo; esta crítica amarga y habitual nos impide amar y gustar y tener vivencias y gozo y éxtasis espirituales de Cristo, oración, Eucaristía…

        “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Este debe ser el lema y la razón de nuestro vivir cristiano, si queremos agradar a Dios, parecernos cada vez más al Hijo Amado, que nos amó con amor extremo y lavó los pies de sus discípulos antes de la Cena de Pascua. No debiéramos olvidar esto cuando celebramos la Eucaristía, con envidias y rencores en nuestro corazón. Que la santa Cuaresma nos dé fuerzas para seguir en esta lucha contínua.

        Y luego que este amor se manifieste en mesa grande de caridad para los pobres, que hoy tienen nombres diversos: los deprimidos, los que no dan nada pero necesitan mucho tiempo y cuidado, los enfermos, los ancianos, los mayores abandonados, los hospitales, los hogares para ancianos, los que no tienen cargos ni honores, los que ocupan los segundos y terceros puestos en la vida. Hay que visitarlos, cuidarlos para que sientan la presencia de Dios, para animarlos, para que se sientan apreciados. Examinémonos: la santa Cuaresma es para eso también. Repito, hagamos mucha oración de conversión, para que en este tiempo de gracia, Dios sea el único Dios de nuestra vida ¡abajo los ídolos! Todos los hombres, hermanos; y hacer una mesa grande, muy grande, donde todos se sienten, pero especialmente los pobres de cualquier clase que sean, porque ordinariamente no son invitados. 

 

 

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MIÉRCOLES DE CENIZA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con el miércoles de ceniza, que celebramos hoy, comienza la santa cuaresma. La cuaresma es tiempo de gracia, concedido por Dios a sus hijos para la conversión y para la renovación espiritual. La perspectiva de la cuaresma es la Pascua, es decir, la celebración anual del misterio central de la fe y salvación cristianas: Jesucristo es entregado a la muerte para el perdón de nuestros pecados como víctima de propiciación y Jesucristo resucita de entre los muertos, venciendo a su muerte y la nuestra, abriéndonos de par en par las puertas del cielo a toda la humanidad. Son cuarenta días de preparación, cincuenta días de celebración hasta la fiesta de Pentecostés.

En la Pascua, Dios quiere renovar nuestras vidas con la vida que viene del Resucitado y con la fuerza de su Espíritu Santo, quiere hacer de nosotros nuevas criaturas, quiere hacernos hijos suyos dándonos su misma vida.

La cuaresma que comenzamos hoy dura 40 días, evocando los cuarenta días que Jesús vivió en el desierto en ayuno y oración, enfrentándose al diablo que vino a tentarle y al que venció ya desde el comienzo de su ministerio. Evoca también los cuarenta años que el pueblo de Dios vivió peregrino en el desierto camino de la tierra prometida, sometido a todo tipo de pruebas.

La Iglesia con el miércoles de ceniza nos invita a la penitencia y a la conversión. La ceniza es signo de esa actitud humilde de penitencia, porque somos pecadores e imploramos de Dios su misericordia sobre nosotros y sobre el mundo entero. Las pautas de este camino catecumenal hacia la Pascua son: el ayuno, la oración y la limosna.

Por el ayuno, se nos invita a privarnos de aquello que nos estorba en el camino de la vida cristiana. Hemos caminado muchas veces dando gusto a nuestros caprichos, necesitamos austeridad de vida y actuar en contra de nuestros defectos y pecados. Hemos de privarnos no sólo de comida, sino de tantas cosas que nos impiden en el camino de la santidad y amor total a Dios.

Por la oración se nos invita a estar más con Dios, a acercarnos todos los días más a él, a cuidar esta relación de nuestra vida, que a veces dejamos desatendida. Nuestra relación con Dios es filial desde el santo bautismo que nos hace hijos de Dios por la vida de gracia, que nos configura con su Hijo único, Jesucristo. Y esto lleva trato de amistad frecuente, abundantepara vivirla y desarrollarla. La cuaresma es tiempo especial de oración, para vivir nuestra vida desde Dios y ver nuestra historia y los acontecimientos que nos rodean con los ojos de Dios. Es decir, por una vida más intensa de oración que alimenta las virtudes teologales que nos unen a Dios,fe, esperanza y caridad y nos hacen templos de la Stma. Trinidad.

Finalmente la limosna es la apertura del corazón a los demás, es la caridad con  los hermanos, especialmente más necesitados de ayuda tanto material como espiritual. Rezar y pedir por ellos porque por naturaleza humana nos blindamos en nosotros mismos y vivimos y pensamos solo en nosotros y para nosotros.

La apertura a Dios por la oración y el ayuno, nos disponen al amor a los hermanos para compartir con los demás lo que somos y lo que tenemos. La relación con los demás nos hace crecer en santidad, en amor a Dios y a los hermanos, cumpliendo su mandato: “Amaos los unos a los otros como yo os amo”.

Queridos hermanos, que la santa cuaresma que empezamos hoy, miércoles de ceniza, nos ayude en este sentido y sea eso para todos nosotros y para toda la iglesia, para el mundo entero, sea santa y santificadora porque la santa cuaresma  es tiempo de oración con Cristo, de caridad, de solidaridadcon los hermanos, de acercarnos a Dios y a los que sufren física o moralmente y de compartir sus sufrimientos.    

Queridos hermanos: Que la santa cuaresma que empiezamos hoy sea para toda la iglesia un tiempo de profunda renovación espiritual de nuestras vidas por la oración y la penitencia para purificar y aumentar nuestro amor a Dios sobre todas las cosas y a los hermanos. Vivamos así la santa cuaresma más unidos a Cristo por la oración para llegar con Éla la vida nueva de la Pascua, de la resurrección con Cristo a su misma vida de amor y entrega total al Padre y a los hermanos. Así sea.

 

 

MIÉRCOLES DE CENIZA

 

        Queridos hermanos: Este miércoles, 14 de febrero, celebramos el Miércoles de Ceniza, que marca el comienzo de la santa Cuaresma, que son los 40 días antes del Domingo de Ramos, día de inicio de la Semana Santa. La Iglesia llama en estos cuarenta días a todos los fieles a la conversión y a prepararse para la Pascua mediante la oración, la limosna y el ayuno.

El Miércoles de Ceniza se caracteriza además por el rito de la imposición de la ceniza en la frente, haciendo la señal de la cruz, mientras el sacerdote dice las siguientes frases extraídas de la Biblia: «Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás» o «Conviértete y cree en el Evangelio».

La ceniza se obtiene tras quemar los ramos de olivo y las palmas bendecidas el Domingo de Ramos del año anterior. La Iglesia hoy invita a todos sus hijos a inclinar la cabeza para recibir la ceniza en señal de humildad y a pedir perdón por los pecados; al mismo tiempo nos recuerda, que en pena de nuestras culpas, un día tendremos que volver al polvo.

Además, el miércoles de ceniza es un día de ayuno y abstinencia obligatoria, al igual que el Viernes Santo, para los mayores de 18 años y los menores de 60. El ayuno consiste en hacer una comida al día, pero no se prohíbe tomar algo por la mañana o por la noche. Todos los viernes de Cuaresma los fieles mayores de 14 años deben abstenerse de comer carne.

La palabra Cuaresma proviene de la contracción del término latino «quadragesima (dies», «cuarenta días». De hecho, el número 40 simboliza en la Biblia un tiempo de preparación y de renovación espiritual, que recuerdan los 40 días que de Cristo en el desierto antes del comienzo de su vida pública o los cuarenta años que pasó en el desierto el pueblo de Israel tras huir de Egipto conducido por Moisés.

        Toda la cuaresma mira a la preparación y celebración de la Pascua, de la Resurrección de Cristo venciendo a la muerte merecida por nuestros pecados. Al ser la fiesta más trascendental del cristianismo, la Iglesia siempre la vivió con solemnidad, con verdad y profundidad de fe y religiosidad. Y se preparaba durante estos cuarenta días y noches para celebrarla, a imitación de Cristo, que se preparó durante cuarenta días en el desierto para predicar e instaurar el Reino de Dios en la tierra, por la conversión y el perdón de los pecados.

La Iglesia nos invita hoy a todos sus hijos a inclinar la cabeza para recibir la ceniza en señal de humildad y a pedir perdón por los pecados; al mismo tiempo nos recuerda que así debemos preparamos a celebrar la pasión, muerte y resurrección de Cristo, que es garantía y fundamento de nuestra resurrección y de la vida eterna conseguida por su muerte y resurrección para toda la humanidad.

Queridos hermanos, vivamos así la santa Cuaresma. Retirémonos durante este tiempo con más frecuencia al desierto de la oración, vengamos más a la iglesia, a la santa misa durante la semana, al viacrucis los viernes, recemos el rosario solos o en familia, hagamos alguna obra de caridad, visitemos a los enfermos, algún sacrifico o mortificación de la lengua, de cosas que nos gustan… para resucitar con Cristo en la pascua con más fe y amor y caridad a Dios y nuestros hermanos los hombres.

Lo necesitan nuestras familias, nuestros hijos, este mundo que se está quedando tan solo, triste y pagano, sin Dios, sin amor, sin amigos. Sacrifiquémonos y vivamos este año la santa cuaresma. Lo necesitamos todos, lo necesita la Iglesia de Cristo.

 

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QUERIDOS HERMANOS: “Eres polvo y en polvo te convertirás” (Gen 3,19). Estas palabras del Señor,  dirigidas por vez primera a Adán a causa del pecado cometido, las repite hoy la Iglesia a todo cristiano, en la liturgia de la imposición de la ceniza, para recordarle tres verdades fundamentales: su nada, su condición de pecador y la realidad de la muerte.

        El polvo —la ceniza colocada sobre la cabeza de los fieles—, algo tan ligero que basta un leve soplo de aire para dispersarlo, expresa muy bien cómo el hombre es nada. “Señor... mi existencia cual nada es ante ti” (Sal 39, 6), exclama el salmista. Cómo necesita hacerse añicos el orgullo humano delante de esta verdad. Y es que el hombre, por sí mismo, no sólo es nada, es también pecador; precisamente porque se sirve de los mismos dones recibidos de Dios, como Adán, para ofenderle.

        La Iglesia hoy invita a todos sus hijos a inclinar la cabeza para recibir la ceniza en señal de humildad y a pedir perdón por los pecados; al mismo tiempo nos recuerda, que en pena de nuestras culpas, un día tendremos que volver al polvo. Pecado y muerte son los frutos amargos e inseparables de la rebeldía del hombre ante el Señor. “Dios no creó la muerte” (Sab. 1. 13), ella entró en el mundo mediante el pecado y es su triste salario (Rom 6, 23).

        El hombre fue creado por Dios para la vida, la alegría y la amistad eterna con Dios; por el pecado, pasará por la muerte de yo pecador, para resucitar con Cristo a la vida nueva de la gracia. Y este camino es la Santa Cuaresma que hoy inauguramos.

        Queridos hermanos: Con el miércoles de ceniza, comenzamos la santa Cuaresma. Santa, porque es tiempo de gracia y de salvación. Cuaresma, porque son cuarenta días de preparación para la Pascua. Como hemos repetido muchas veces, la Cuaresma es camino hacia la Pascua, no tiene otra razón de existir. La pascua es el paso salvador de Cristo por la tierra, consumado especialmente con su pasión, muerte  y resurrección. Sin pascua no hay resurrección y sin resurrección no hay salvación.

        Por eso la Pascua, la Resurrección del Señor es el hecho más importante de su vida y de la nuestra, es el acontecimiento de la Salvación que da sentido y fuerza a toda su vida y su mensaje, autentificándolos. Porque Cristo ha resucitado, todo lo que ha dicho y hecho es verdad, Cristo es la Verdad. Sin Pascua no hay cristianismo; porque sin Pascua, Cristo no ha resucitado y “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”. La fe católica tiene su fundamento en la Pascua de la Resurrección de Cristo.

        Al ser la fiesta más trascendental del cristianismo, la Iglesia siempre la vivió con solemnidad, con verdad y profundidad de fe y religiosidad. Y se preparaba durante cuarenta días y noches para celebrarla, a imitación de Cristo, que se preparó durante cuarenta días en el desierto para predicar e instaurar el Reino de Dios en la tierra, por la conversión y el perdón de los pecados.

        En la Iglesia primitiva era tiempo de desierto, de oración, de ascesis y catequesis prebautismales, de penitencia y   mortificación de los pecados para recibir la gracia del Resucitado por medio del bautismo de los catecúmenos, revestidos de túnicas blanca, iconos de la nueva vida del Resucitado por la gracia de los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía; por eso, la santa cuaresma era y es tiempo de vivir más profundamente los compromisos bautismales.

 

        2.- SIGNOS CUARESMALES. El tiempo de Cuaresma nos ofrece una gran cantidad de signos y símbolos litúrgicos, llenos de mensajes, que debemos saber interpretar. Siguiendo el libro publicado por Cáritas los resumiríamos así:

 

CENIZA:

 

 Quiere ser el reconocimiento de nuestra condición de hombres mortales, que hemos de pasar por la corrupción de la materia: “Acuérdate de que eres polvo y en polvo te convertirás”. Es una mirada a nuestra condición humana, tan limitada y corruptible. Quiere ser un toque de atención a nuestro orgullo y autosuficiencia, pero sobre todo, una llamada a poner en Dios el único fundamento de nuestra existencia; no en nosotros ni en nuestras posesiones, sino en Cristo, el único que puede librarnos de la muerte y corrupción mediante su vida y resurrección. Por eso, al imponernos la ceniza, nos dicen: “Convertíos y creed la buena noticia”.

 

        LA CENIZA QUE DIOS QUIERE:

 

* Que no te gloríes de tus talentos, los recibiste para servir.

* Que no te consideres dueño de nada sino simple administrador.

* Que aprecies el valor de las cosas sencillas.

* Que no temas la muerte, porque Cristo la ha vencido

 

        AYUNO Y ABSTINENCIA.

 

Antes era, sobre todo, de la carne, porque suponía un gran sacrificio. Hoy hay otros manjares más caros y exquisitos. Hemos de preferir siempre los bienes espirituales a los terrenos, hemos de saber superar hambres y sed de consumismos para servir más 1ibremente a Dios y poder así ofrecer el fruto de nuestro ayuno y abstinencia a los más necesitados del mundo.

 

        EL AYUNO Y LA ABSTINENCIA QUE DIOS QUIERE:

— Que no seas esclavo del consumo, del tabaco, del alcohol...

— Que no gastes tanto en modas, caprichos, marcas.

— Que no pases tanto tiempo en la tele y sepas controlarte y discernir lo bueno. — Que seas solidario y generoso.

 

       

CRUZ.

 

El cristiano debe gloriarse en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Por eso, la cruz preside siempre los templos, nuestras celebraciones, los hogares cristianos. La cruz no es sólo dolor y sufrimiento sino amor hasta la muerte, hasta salvación y victoria. La cruz no es solo para lucirla, sino para vivirla. Tenemos que amar a los hermanos como Cristo, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor extremo, hasta dar la vida. La cruz es meta, estímulo, camino, abrazo con Cristo.

       

LA CRUZ QUE DIOS QUIERE:

 

* Que sepas llevar la cruz de cada día, en unión con Cristo, para ser corredentor.

* Que sepas morir al yo, soberbia y egoísmo, por amor a Dios y a los hermanos.* Que seamos cirineo de los sufrimientos ajenos.

* Que nunca pongas cruces a los demás.

 

 

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I DOMINGO DE CUARESMA

 

                PRIMERA  LECTURA: Génesis 9,8-15

 

        Según la concepción bíblica, el aspecto negativo de la salvación se caracteriza por una serie de rupturas: ruptura con Dios, ruptura entre los hombres, ruptura con la creación… La alianza y el pacto significa encontrarse nuevamente con Dios, con los hermanos, con la creación. Dentro de este marco general de la Historia de la Salvación debe leerse la primera Lectura de este día. El pacto con Noé inaugura la cadena de alianzas que culminarán en Cristo.

       

        SEGUNDA LECTURA: 1 Pedro, 3,18-22.

 

        Ser cristiano no es precisamente un camino ancho, cómodo, un lujo; no es vivir para darnos gustos, sino vivir los compromisos bautismales que nos configuraron con Cristo en su muerte y resurrección. Frente a la debilidad y limitación del cuerpo de pecado, está la vida nueva del cuerpo resucitado por Cristo a una vida nueva de amor y de entrega a Dios y a los hombres, como Cristo.

 

SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 1,12-15

        Queridas hermanas: Estamos en el primer domingo de Cuaresma. Pocos tiempos litúrgicos, en su retorno anual, han dejado tan profunda huella en la Iglesia y en el pueblo cristiano, como la Cuaresma. Desde los primeros siglos este ha sido uno de los tiempos fuertes de la Liturgia de la Iglesia.

La cuaresma es un verdadero sacramental, puesto a disposición de toda la comunidad cristiana, para que cada año reviva el paso de la muerte a la vida, del hombre viejo de pecado al hombre nuevo de la gracia. Así lo pido y lo espero del Señor para vosotras y para mí en esta Eucaristía especialmente para toda la Iglesia de estos tiempos que tanto lo necesita.

        El camino de la cuaresma que comenzábamos el miércoles de Ceniza está estructurado bajo la tipología bíblica de cuarenta, de ahí su nombre: cuaresma, abarcando otros momentos de la historia de la Salvación, que culminará en la Pascua: Cuarenta fueron lo días que Moisés pasó en oración en el monte Sinaí, en cuya falda se hizo la primera alianza de Dios con su pueblo Israel; cuarenta años pasó el pueblo de Israel por el desierto hasta llegar a la tierra prometida desde la esclavitud y liberación de Egipto y cuarenta, finalmente, son los días que el Señor quiso pasar en el desierto en oración antes de comenzar publicamente el camino de nuestra Salvación, que le llevaría por la pasión y la muerte hasta la nueva y definitiva pascua de cuarenta días, como nosotros lo celebramos en la liturgía anual de la Iglesia.

        La cuaresma es el camino hasta la Pascua, corazón de todo el año litúrgico y fundamento de todo el Credo católico. Sin pascua de Resurrección, Cristo no es Dios, no nos ha salvado, la religión católica no tiene fundamento. Al ser la fiesta más trascendental de la fe, la Iglesia siempre la preparó con esmero y cuidado. La Cuaresma es el camino que nos prepara para el misterio pascual de Cristo, que debe hacerse nuestro y de la Iglesia, por unirnos y vivir con Cristo la muerte y resurrección eterna que nos ganó y mereció con la suya. Somo eternos por Cristo, muerto y resucitado.

        Desde la antigüedad este camino cuaresmal ha estado dominado por la oración, la conversión y la penitencia, a ejemplo de Cristo, que pasó cuarenta días de ayuno y oración en el desierto para prepararse para cumplir su misión en conformidad absoluta a la voluntad del Padre.

        En cada cuaresma tenemos que vivir los compromisos del santo bautismo, por los cuales morimos al pecado y renacemos a la vida de gracia y amor pascual de Cristo. Es lo que nos dice el prefacio cuaresmal de la santa Eucaristía: “Porque Cristo, al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal, y, al rechazar las tentaciones del enemigo, nos enseñó a sofocar la fuerza de pecado».

        Y en esto consiste para la Iglesia, para nosotros el camino de la santa Cuaresma hasta la Pascua, es decir, nuestro paso cada año a través de estos cuarenta días por el desierto de una oración personal y comunitaria más cuidada y participada como Cristo en sillecio y soledad que nos lleve a una mejor conversión de nuestras vidas en Cristo por la penitencia de nuestras pasiones egoistas del yo que tiene que reducirse a ceniza para llegar nuevas y renovadas a la celebración jubilosa de la Pascua, de la resurrección de la nueva vida de amor y amistad con Cristo Resucitado y con tadas vosotras en nuestras vidas. Esto debe ser para vosotras este tiempo santo de cuaresma.

        Repito: esencialmente la Cuaresma para toda la iglesia, pero sobre todo para vosotras y para mí, como sacerdote, debe concretarse en cuidar y cultivar con más esmero nuestra oración diaria para una mayor conversión de los pequeños defectos de caridad y egoismos que nos acompañan para llegar así a una vida personal nueva, renovada y resucitada en Cristo, especialmente por los sacramentos de la penitencia y Eucaristía y mortificación de nuestros egosimos. 

        En el evangelio de este domingo 1º de Cuaresma se nos recuerda que Cristo lo superó todo por la oración-conversión y así tienen que ser superadas siempre por todos sus discípulos, por todos los cristianos, obispos, curas, frailes y monjas, como tanto lo necesita siempre la Iglesia, especialmente en esta época, porque “No sólo de pan vive el hombres sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” Y para esto la Palabra de Dios, asimilada, creída y vivida por la oración, la penitencia y los sacramentos. Dime cómo es tu oración, especialmente tu vida eucarística y te diré cómo es tu cristianismo, tu vida cristiana, tu vida religiosa, tu santidad y esto seas obispo, cura, fraile o monja.

        Queridas hermanas, vivamos así la santa Cuaresma. Lo expresa maravillosamente esta oración de Cuaresma: «Después de recibir el pan del cielo que alimenta la fe, consolida la esperanza y fortalece el amor, te rogamos, Dios nuestro, que nos hagas sentir hambre de Cristo, pan vivo y verdadero y nos hagas vivir constantemente de toda palabra que sale de tu boca. Por Jesucristo Nuestro Señor». Amén.

 

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II DOMINGO DE CUARESMA

 

        PRIMERA LECTURA: Génesis 22,1-2. 9ª, 10-13, 15-18

 

        Lo que nos quiere enseñar este pasaje bíblico del sacrifico de Isaac lo encontramos en las primeras palabras: “Dios puso a prueba a Abrahán”. Se trata de la gran prueba al viejo Patriarca, cuya fe y obediencia ya habían conocido otras dos grandes pruebas. La primera coincide con el momento de su vocación, cuando ha de abandonar sus tierras y familia y marchar a un país extranjero. La segunda, cuando le fue renovada la promesa. Véase el profundo comentario que San Pablo hace de este pasaje en Rm 4,18-22. Estas pruebas son exigidas hoy también a los que han de encontrarse en mayor plenitud con Dios, purificándose ya en esta vida de todo apego al yo: son las noches de San Juan de la Cruz.

 

        SEGUNDA LECTURA: Romanos 8, 31b- 34

 

        La idea principal está en las primeras palabras de esta Lectura: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” San Pablo trata de infundir a los Romanos  y a todos los cristianos la seguridad de la protección y de la ayuda de Dios en los momentos de persecución. Y esta esperanza cristiana tiene su fundamento en la redención de Cristo, que nos ha hecho amigos del Padre y del Hijo. Los cristianos confiamos totalmente en el Padre, que entregó a su Hijo por nosotros, y en el Hijo que “murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios.”

       

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 9, 1-9

        QUERIDOS HERMANOS: Tres enseñanzas principales encierra  para todos nosotros la Transfiguración del Señor, estad atentos porque hoy os voy a dar una lección de oración contemplativa, de mística:

        1º) Es una revelación palmaria de la divinidad de Jesucristo, apoyada también por la voz del Padre: “Este es mi Hijo muy amado, escuchadle”. El Hijo de Dios, al encarnarse, tomó forma humana. La divinidad estaba oculta bajo el celaje de su humanidad y sólo se descubría un poco a través principalmente de sus hechos milagrosos y palabras eficaces.

En la Transfiguración se manifiesta abiertamente su divinidad; más que un milagro, fue la interrupción del milagro permanente de su ocultación y rebajamiento por la humanidad recibida de la Virgen para poder ser y manifestarse como hombre. Y se realizó para demostrarle a Pedro y demás Apóstoles que lo dicho anteriormente por Cristo sobre su pasión como hombre no se oponía a su poder como Hijo de Dios.

        La enseñanza de todo esto es que Jesús quiere que no nos desconcertemos, ante los sufrimientos de la vida, como si Dios no nos quisiera o no atendiera nuestros ruegos, porque nos deja pasar, como a Cristo, por el dolor, para llevarnos a la vida plena y total de la salvación.

Por eso, ante las pruebas, la enfermedad, el dolor, el fracaso de algunos deseos y proyectos, debemos confiar siempre en Dios, como Cristo, sabiendo que hemos de pasar como Él por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección y a la vida nueva. Tengamos paciencia, fortaleza, confianza: venceremos con Él, resucitaremos con Él, al morir seremos transfigurados en su gloria.

       

        2º) Estamos llamados a ser transformados en Cristo, en el cielo, por la visión celeste, aquí en la tierra para los que se esfuercen y suban por la montaña de la oración, por la contemplación, por la oración contemplativa: s. Juan de la Cruz, santa Teresa... todos los místicos.

Para esto nos ha llamado Dios a la existencia, a la fe, a la confianza en Él. Esa transformación en Cristo se realizará plenamente en el cielo por la visión celeste; aquí en la tierra, por la oración contemplativa y unitiva. Este es el término de la oración meditación contemplación transformación-unión total.

Al morir, seremos transformados en Cristo por la resurrección. Pero antes también por la oración contemplativa, como nos aseguran los que llegaron a sentirlo y vivirlo por la experiencia de Dios; todos podemos y estamos llamados a anticipar el cielo en la tierra, porque el cielo es Dios, y Dios nos habita y se manifiesta a los que suben por la montaña de la oración hasta las alturas de la contemplación pasiva inundada de la experiencia de Dios: «Quedéme y olvidéme…

       

        C) En el hombre de oración, la transformación en Dios por la oración va operando lentamente esta realidad maravillosa descrita y  vivida en los escritos de nuestros místicos, hasta que llegue la transformación total de nuestro cuerpo de miseria en cuerpo de gloria. Mientras tanto queda una gran tarea que hacer, llena de esfuerzo por realizar.

Es la conversión permanente de nuestros pecados, pisando las mismas huellas de Jesús, tener en nosotros las marcas de la pasión de Cristo que nos llevarán a la transfiguración eterna y para siempre.

Hasta llegar a esa transfiguración eterna hay que ir pasando por transfiguraciones personales en la tierra. Es el desarrollo de la vida de gracia que recibimos en el santo Bautismo. Y el camino es la oración. Lo dicen todos los santos. Ni uno que no haya seguido este camino para ver y sentir a Cristo en el Tabor de la contemplación.

San Juan de la Cruz lo describe largamente en su Subida al monte Carmelo, en el Cántico Espiritual, en las Noches; para llegar a ver a Cristo transfigurado en el Tabor, hay que subir por el monte de la oración, pasando por la meditación, que es oración discursiva, pasando por la oración afectiva, donde el corazón empieza a sentir y dialogar con amor de tu a tú con el Señor, hasta llegar a la oración contemplativa.

Sobre este tema hice mi tesis doctoral en teología, describiendo las etapas de las noches y purificaciones que hay que pasar para llegar a la unión total con Dios.

 

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2ª HOMILÍA.

 

        QUERIDOS HERMANOS: El Tabor es la experiencia del Dios vivo por la oración. Sin Tabor no hay experiencia de Dios ni gozo de la fe ni posibilidad de transformación de la vida de gracia en plenitud de gozo y tabor, en sentir y palpar a Dios. Y sin Tabor no hay santidad ni seguimiento total de Cristo. Y el camino es la oración.

        El trascendental pasaje de la Transfiguración en el Tabor comienza dejando constancia de que Jesús «subió con ellos a una montaña alta». Es decir, Jesús llama a sus íntimos a las alturas de la montaña, porque sólo en el silencio de las cosas y de las voces humanas se puede oír la voz de Dios.

        Los santos, las personas buenas que yo conozco también necesitan del silencio de la oración para encontrarse con Dios. En el llano, en el ruido del mundo y de los negocios intereses humanos, no es posible, no es posible ver y sentir a Dios.

        Allí, en la montaña de la oración, es donde el Cristo de la fe se transfigura en el Cristo luminoso y resplandeciente del Tabor, es el mismo, solo que por la fe creemos pero no le vemos y sentimos, por la oración contemplativa, de sentimos y le experimentamos.

Hermanos, Cristo existe, y sigue transfigurándose ante los que suben por la montaña de la oración,  del diálogo amoroso y diario con Él. Todos estamos invitados a la  oración, a subir por ella al Tabor para llegar a la unión plena con Él.

        “Este es mi Hijo amado, escuchadle”. Para orar, para hablar con Dios, lo mejor y el primer paso es escucharle. Hay que leer más el evangelio, escucharle en ratos de silencio, de Sagrario, de oración para contemplarle. Y el camino es el de siempre: Lectio, meditatio-oratio, conversión, y contemplatio. Este es el camino y las etapas principales. 

        “Qué bien  se está aquí…” responde Pedro por todos nosotros. Y el evangelista comenta: “No sabía lo que decía”. ¡Vaya que si sabe!  Como San Juan y San Pablo, santa Teresa, S. Juan de la Cruz, santa Teresita, Sor Isabel de la Trinidad, Madre Teresa de Calcuta... y miles y miles de contemplativos, de almas que han subido por la montaña de la oración. Pero quién llena los conventos de clausura. Y así es como Dios entra, me invade y va realizando el encuentro de amor y transformación total en Él: “Oh llama de amor vida, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro. Quedéme y olvídeme…” 

        También hoy Jesús sigue invitando a los suyos a dejar  la llanura de la comodidad para subir por el camino de la oración meditación diaria que conduce a la altura del Tabor  para contemplar el misterio del Hijo y del Dios Trino y Uno. HERMANOS: HOY el mundo, nosotros mismos damos varias horas diarias a mirar y contemplar el televisor, y negamos tiempo a la meditación del evangelio, a la contemplación de Dios, del Sagrario.

        La Cuaresma es un tiempo especialmente apto para subir al Tabor por la montaña de la oración meditación, de la contemplación, donde Jesús nos descubrirá su rosto luminoso. La contemplación paciente y activa de los misterios divinos nos inducirá a conversar con Jesús como San Pedro en la Transfiguración: “Maestro, ¡qué bien se está aquí!”.

Ante la revelación de Dios podemos manifestar nuestros sentimientos y deseos. Si somos fieles a la oración contemplativa, si nos adentramos sinceramente en la nube de Dios, también se realizará para nosotros lo que ocurrió a los discípulos en la Transfiguración: “Salió una voz de la nube: Este es mi Hijo amado”.

        En la meditación descubriremos a Jesús como Hijo querido del Padre en cuanto Dios y en cuanto hombre. En ese clima de oración  también nosotros escucharemos la consigna del Padre relativa a Jesús: “¡Escuchadlo!”.

Y luego hay que bajar de la montaña de la oración diaria, de haber contemplado a Cristo, a trabajar con Cristo por el reino de Dios, hay que bajar de las alturas místicas de la oración para «comunicar a los demás lo contemplado», en fórmula de Santo Tomás.

        Invito a todos a la oración diaria para contemplar a Cristo transfigurado. Y así podremos decir con San Pedro: “Señor, ¡qué bien se está aquí!”. Para pasar luego a trabajar por el reinado de Dios en el mundo.

 

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DOMINGO III DE CUARESMA B: EL TEMPLO, CASA DE ORACIÓN.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 2,13-25

 

        QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El evangelista S. Juan se dirige hoy a nosotros, los discípulos de Jesús, que nos preparamos para celebrar la Pascua, es decir, la muerte y la Resurrección del Señor, fundamento del cristianismo y de nuestra vida eterna.

Nos demuestra que la muerte del Señor, entre otros motivos, estuvo motivada también por hablar y actuar claro y duro, esto es, por el profetismo verdadero y valiente de su predicación y su comportamiento, que denunció la falsedad del culto dado a Dios por los intereses egoístas de los hombres que lo manipulaban para ganar dinero más que dar culto verdadero a Dios. 

Os predico esta homilía que es un poco dura como fue el comportamiento de Cristo en el templo pero que es la que prediqué muchas veces en mi parroquia y por la cual y otras cosas me tocó sufrir un poco pero lo hice y lo hago por el bien de mis hermanos por la importancia excesiva dada al dinero en la Iglesia, en el mismo clero.

        La opción de Cristo por su Padre, fue siempre radical y verdadera, por encima de todo interés y con el riesgo de la propia vida, sin concesiones al egoísmo y mediocridad y materialismo de los mismos servidores del templo.

        Este hecho, que nos narra el evangelio de este domingo, estuvo motivado por el hecho de haber subido Cristo a orar y encontrarse dentro del recinto sagrado con los vendedores de animales para el sacrificio, así como a los cambistas del dinero, que proporcionaban moneda judía para los sacrificios y ofrendas de los israelitas que venían de todas partes del mundo.

        Él, paciente y humilde de corazón y ejemplo de todo para nosotros,  se rebela contra este comercio y haciendo un azote de cordeles, expulsó airada y violentamente a los primeros con sus mercados y volcó las mesas y desparramó por el suelo el dinero de los segundos. Todo para conservar la dignidad del templo y del culto debido a Dios.

        Lógicamente la expulsión de los vendedores y cambistas del templo fue un acto peligroso para Jesús, por las consecuencias económicas que esto tenía para el templo, como hoy lo puede tener para visitar nuestras catedrales, templos de culto o en nuestras parroquías para la administración de los sacramentos. Con este acto sabía que provocaría el odio de las autoridades religiosas y que su vida sería amenazada y perseguida, pero Jesús aún sabiendo lo que su comportamiento de expulsar del templo iba a provocar en los jefes judíos y en los mismo vendedores, lo realiza todo desde su conciencia de provocar el culto verdadero a Dios y que Él como instaurador el verdadero culto a Dios tiene la obligación de instaurar, velando así porque el templo sea lo que tiene que ser, lugar de oración y servicio a Dios y velando así por la casa y el verdadero culto a Dios, a su Padre que Él sabe muy bien en qué consiste.

        Para nuestra reflexión y conversión cristiana en este domingo hay tres aspectos que conviene resaltar y que debemos practicar a ejemplo de lo que nos enseña el Señor:

 

        1º.- En nuestra vida y no digamos como párrocos  y sacerdotes Dios debe ser lo primero y absoluto, antes que el dinero y que  los intereses materiales y que hasta la misma vida, que Jesús la arriesga por cumplir la voluntad del Padre. A nosotros, el cumplimiento del evangelio y de los mandamientos del Señor en verdad y justicia nos llevará muchas veces al sufrimiento, a ser perseguidos e incomprendidos incluso envidiados por predicar claro y exigir esta verdad, incluso a ocupar segundos puestos en parroquias y demás, por fidelidad a Dios y a su causa.

 

        2º.- Debemos aprender de Jesús a luchar por la dignidad del templo, como casa de oración. Los primeros en dar ejemplo debemos ser los mismos sacerdotes, que hablamos y nos comportamos a veces en la Iglesia, como si fuera un salón, y pasamos ante el sagrario, como si fuera un trasto más de la Iglesia o pura imagen inerte de Cristo.

Hay que exigir y sufrir la incomprensión de las gentes por exigir silencio en los templos, en funerales y bodas; pero si creemos de verdad en los sagrarios, en que Cristo está vivo y resucitado en ellos, debemos educar a los feligreses en el respeto al templo como casa de Dios y de oración y para eso los primeros en hacerlo y dar ejemplo es el párroco. Es un contrasentido hablar de la Eucaristía, de la presencia real y verdadera de Cristo en el pan consagrado, del respeto y adoración que merece y luego los primeros en no dar ejemplo somos nosotros que  nos comportamos como si el Señor no estuver vivo y viéndonos y esperando nuestro diáolog de amor desde el Sagrario.

 

        3ª reflexión: “Muchos creyeron por los milagros que hacía… pero Él no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que había dentro de cada hombre”. Me pregunto y os pregunto: Jesús ve todo nuestro interior ¿Se fiará el Señor de nosotros? Porque no basta creer y decir que creemos y tener ciertas prácticas religiosas, Jesús sabe si nuestra fe y amor son auténticos, si creemos y vivimos lo que rezamos.

Porque si somos discípulos suyos, se tiene que notar en casa, en el trabajo, en el uso de los bienes, en nuestra relación con los hermanos. Al Señor no podemos engañarle. ¿Se fiará el Señor de nosotros? ¿Se fiará de mí? A meditarlo, Gonzalo.

Incluso algunos comulgan; pero eso no es comulgar, es siemplemente comer el pan consagrado, porque no comulgar con Cristo, con su vida y sentimientos, aunque seas cura o religiosa. Pidamos esta gracia, comulgar con la vida  y sentimientos de Cristo y para eso visitarlo y hablar con Él todos los días en el Sagrario.

 

 

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DOMINGO III DE CUARESMA B: EL TEMPLO, CASA DE ORACIÓN.

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:La enseñanza primera y esencial de este pasaje evangélico, de este comportamiento de Cristo Jesús en el evangelio de este domingo es que las iglesias, los templos, sobre todo católicos, con el Sagrario en el centro, deben ser Casa de oración.

        Jesús subió al templo como lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El templo era para Él la casa de su Padre, una casa de oración y se indigna porque estaba convertida en un mercado. Si se atreve a expulsar a los mercaderes y cambistas es porque están profanando la casa de Dios y Él quiere restituir la dignidad y el honor debidos a la presencia y al culto de Dios en el templo: No hagáis la casa de mi Padre una casa de mercado, de tertulia, de materialismo, de hablar y comportaros como si estuviéramos en la calle.

Deberíamos aprender a exigir silencio, respeto, oración en los templos, en nuestras iglesias y capillas porque están habitadas por Dios. Y de paso deberíamos revisar nuestras misas y comuniones y visitas al Santísimo para que verdaderamente sean celebraciones auténticas de oración y encuentro con Dios, de amor y de fe y  salvación en Dios.

        En concreto, como sacerdotes y educadores de la fe y liturgia del Señor debemos primero nosotros dar ejemplo de saber estar y actuar en las iglesia, de luchar y esforzanos por vivir y practicar lo que creemos y predicamos, que la gente vea a los sacerdotes hacer oración en el templo, porque Dios está en todas partes, pero hay un sitio donde ha querido quedarse singularmente presente:  en el Sagrario, en todos los Sagrarios de nuestras parroquias; yo creo que en estos tiempos actuales necesita ser reconocido y amado, especialmente por los sacerdotes y también el pueblo cristiano.

¿Cómo decir o predicar que Jesucristo por amor loco a todos los hombres, a nosotros, que Dios está en el sagrario y luego nos comportamos o hablamos como si Él no estuvera o no pasamos ratos junto a Él durante el día? ¿Cómo predicar que Cristo nos ama hasta el extremo del amor y del tiempo y luego durante el día no nos ven a nosotros, sacerdotes y párrocos orar y pasar ratos junto al Sagrario?

Pues esta es la mejor oración y la mejor forma de hacer apostolado y predicar a Cristo Eucaristía, Centro y Culmen de la vida cristiana, como afirmó y probó el Vaticano II, esta es la mejor predicación de Cristo Eucarístía de un párroco en su parroquia y en toda la Iglesia, porque si la gente no nos ven hacer oración, estar junto al Señor en el Sagrario, no se fiarán de nosotros, de nuestra predicación, así como de nuestras misas y comuniones, si ven que nos comportamos como si el Señor no estuvera vivo y real en el pan consagrado y luego en los Sagrarios.

Querido hermano sacerdote si no vives y te goza la presencia de Cristo en el Sagrario cómo vas a entusiasmar a tu parroquia con Él, con el único Salvador del mundo y de los hombres? Los hombres y mujeres de nuestras parroquias necesitan vernos orar en las iglesias. Todos los cristianos, los creyentes, pero especialmente nosotros, los sacerdotes, debemos orar ante el Sagrario porque el Señor está en todas partes pero especialmente quiso quedarse en el pan consagrado para ser nuestro amigo y compañero de viaje hasta la eternidad.

 

        Queridos hermanos, resumiendo y concretando: Escuchemos al Señor que desde el Sagrario nos está diciendo a todos, pero especialmente a los sacerdotes como a los Apóstoles: “Vosotros venid a  un sitio aparte”

 

        1º Si creo en Él y está vivo en el Sagrario, no puedo menos de manifestarlo en un encuentro vivo, diario y permanente con Él, primero meditativo con el libro en las manos y luego ya, purificado un poco de mis defectos, en oración afectiva sin necesidad de libro. Máxime, sabiendo que ha querido quedarse tan cerca de nosotros precisamente para ayudarnos.”me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, sabiendo que a nosotros, sacerdotes, nos ha elegido como a los 12 “para estar con Él y enviarnos a predicar”. Pero como Él nos dice en el evangelio, lo primero es estar con Él, oración eucarística, y luego salir a predicar de lo que hemos visto y le hemos oído a Él en la oración junto al Sagrario.

 

        2º.- Orar principalmente es amar, querer amar. Si quiero amar a una persona necesito hablar con ella. Y Dios, y Cristo está en todas partes pero quiso quedarse especiamente y para siempre entre nosotros en la Eucaristía como misa, comunión y Sagrario. “Que no es otra cosa oración mental sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama”: Santa Teresa. Por eso, si no oro, es que no amo, no deseo amar a Dios. A Dios se le conoce amando, como a los amigos, a los esposos, a la gente. Y por qué tenemos que amar a Dios? Porque Él nos amó primero y para esto vino a nosotros primero hecho hombre y luego un trozo de pan….eso es estar loco de amor, Cristo te lo mereces todo, todo el amor de los hombres.

 

        Y 3º, orar en cristiano es querer convertirse a Él, es desear vivir como Él, es ir pensando y haciendo como Él, teniendo sus mismos sentimientos y actitudes. Esta es la mayor dificultad para hacer verdadera oración, para irnos encontrando con Cristo en la oración personal y litúrgica, porque esto no es fácil.

Muchos creen que la dificultad está en meditar, y si se distraen, creen que no hacen oración. Lo importante y esencial de la oración es convertirse a los que Cristo nos dice en ella; por eso, oración permanente exige conversión permanente. Si uno se cansa de convertirse se acabó la oración y la amistad con Cristo, aunque celebre misa y comulgue, porque le come, sí, pero no comulga con la  vida y los sentimientos de Cristo. Por eso se ora tan poco, porque son pocos los que viven en conversión permanente.

        Cuando oro, abro las puertas de mi vida y de mi corazón a Dios y el digo: pasa y ordena y reforma todo a tu antojo, quita lo que creas equivocado, añade lo que creas necesario, tira tabiques de críticas y murmuraciones, y tira paredes de separaciones, odios, rencores y haz estancias amplias donde todos quepan. Estamos en la meditación.

Luego una vez que yo he hecho este trabajo el Señor va limpiando mis ojos para que puedan ver al Padre, a la Trinidad y a los hombres como Él los ve y yo ya no medito ni reflexiono ni necesito libros en mis manos, simplemente contemplo, he pasado de la meditación a la contemplación y veo ya con su misma luz y amor y sentimientos.

El Espíritu de amor, el Espíritu Santo me ha llevado a la oración-contemplación, ya no soy yo el que actúa y medita, simplemente contemplo lo que Él me manifiesta y descubre, como en Pentecostés a los Apóstoles después de haber estado y eschado al Señor, llegan a la verdad plena, a la contemplación, no a lo que yo he sido capaz de ver y reflexionar.

Pero para llegar aquí, hay mucho que limpiar para ver a Dios y a los hermanos como Él los ve y ama, para que mi corazón pueda ser morada de Dios Trinidad. Si Él entra, si me voy vaciándo de mi mismo y le dejo entrar, Él va poco a poco purificando todo, limpiando, sanando, alimentando y fortaleciéndolo todo: criterios, afectos, desafectos, envidias, pero para eso, tengo que vaciarme de mí mismo, y esto aunque sea papa, obispo, sacerdote o religiosa. Y todo y siempre caminando por la oración-conversión hasta llegar a esta unión total en Cristo, a la transformación total en Cristo. Amén, así sea en todos nosotros. Y siempre por la oración-conversión.

 

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IV DOMINGO DE CUARESMA

 

        PRIMERA LECTURA: 2 Crónicas 36,14-16. 19-23

 

        Dios se mantiene fiel a la Alianza, aunque el pueblo la olvide y la rompa  con frecuencia: “Todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbre abominables de los gentiles y mancharon la casa del Señor…”. Dios no se olvida de su pueblo y le envía mensajeros: “El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de mensajeros”.  El pueblo de Israel no hace caso, es esclavizado por Nabucodonosor y desterrado a Babilonia. Los sufrimientos del destierro son el fuego purificador del pueblo infiel: el pueblo recapacita y se convierte. Dios es misericordioso y Ciro, rey pagano, es el elegido para devolver al pueblo elegido a Jerusalén y edificar el nuevo templo de Yavéh.

 

        SEGUNDA LECTURA: Efesios 2, 4-10

 

Dios es amor y su amor se manifestó hacia nosotros en que nos amó aún antes de que existiéramos: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó…”; es más, nos salvó en el Hijo y nos destinó a su felicidad: Dios nos amó gratuitamente en su Hijo: “Estando nosotros muertos por el pecado, por pura gracia estáis salvados…”. Nosotros no podemos dar nada a Dios que Él no tenga, nos salva por amor gratuito; nada existía en nosotros que pudiera estimularle a salvarnos. Así es Dios. Y Pablo trata de que los Efesios  correspondan a este amor gratuito y generoso de Dios.

 QUERIDAS HERMANAS Y HERMANOS:

 

1. En la primera lectura de este domingo vemos cómo Dios ofreció y otorgó a los judíos poder salvarse de la muerte  provocada por las picaduras de las serpientes venenosas en la travesía por el desierto, mandándoles que elevaran  una serpiente de cobre, para que todos la pudieran mirar, y los que lo hicieran quedarían curados y salvados de la muerte.

        Este hecho no es más que una profecía y una pálida figura de la salvación traída por Jesús a toda la humanidad mediante su elevación en la cruz, para que como dice san Pablo: “para que todo el que cree en Él tenga vida eterna”. Cristo crucificado es la máxima expresión del amor de Dios por los hombres: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo….Y continúa el evangelio de hoy: “Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. 

        Yo quisiera que todos ahora, con nuestro amor y desde la fe, adorásemos y besásemos a Cristo crucificado por nuestros pecados, para liberarnos de la muerte eterna.

        La santa cuaresma nos invita a mirar al crucificado, a celebrar el viacrucis y los hechos de la pasión, donde encontramos a un Dios que ama al hombre hasta dar la vida por él para librarle de la muerte eterna y hacerle feliz. Lo expresa muy bien esa poesía que los de mi tiempo aprendíamos en la escuelas de entonces y que os invito a rezarla, porque es una oración de gratitud y amor a Cristo crucificado, que la mayoría de vosotros sabéis, porque sois mayores: “ no me mueve mi Dios

        Realmente si pensáramos con más profundidad y frecuencia en el Crucificado y en lo que es y significa, cómo nos salvó en la cruz para que tuviéramos la felicidad eterna con Él y con el Padre.

Hermanos, que nadie dude que nadie dude del amor del Padre Dios y del Hijo, crucificado por nuestra salvación : “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó)a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los creen en Él…”

Por qué tanto amor, Padre eterno. Da vértigo pensarlo. Tú eres Dios, tú lo tienes todo, eres infinito amor, poder, felicidad, qué te puede dar el hombre que tú no tengas…  cómo nos amas tanto… y además, sabías todos los olvidos, desprecios, ofensas del hombre. Tú sabías que muchos ni creerían en tu Hijo ni en su gesto de amor y que incluso los creyentes algunos serían más de nombre que de verdad y de comportamiento.

 Tú sabías de mis negaciones y debilidades en reconocerle como Dios de mi vida y defenderle ante los hombres, como Pedro en la noche de la condena de Cristo, y sin embargo, nos amaste tanto que enviaste a tu hijo representándote a ti para que no dudásemos jamás de tu amor, para que nos abriera de la camino de la felicidad y el encuentro eterno contigo cerrado por nuestros pecados; y para que no tuviéramos dudas de tu verdad y amor entregaste al Hijo amado a la cruz para salvarnos a todos tus hijos, los hombres. Gracias, padre, te amo. Nosotros no sabemos amar así. Eres un Dios infinito de amor, un padre inimaginable para nosotros.

Realmente si pensáramos con más profundidad y frecuencia en el Crucificado y en lo que significa, Por qué tanto amor, Padre eterno, al hombre que no te puede dar nada que tu no tengas porque Tú eres Dios y lo tienes todo. Y, sin embargo, Tú sales siempre a nuestro encuentro para que una sola palabra nuestra, un gesto de humildad y arrepentimiento en nosotros provoque tu mirada misericordiosa, llena de amor y de perdón, ganado totalmente como estás por la obediencia hasta la muerte de tu Hijo amado.

        Padre bueno, concédeme la gracia de reconocerme pecador y necesitado de la salvación de Cristo crucificado por mis pecados; enséñame a pararme delante de la cruz, contemplarla y ver en ella la mansedumbre, la humildad, la generosidad, el perdón y el amor extremo del Padre y del Hijo por los hombres. Padre, enséñame a mirar la cruz y contemplarla de tal manera que me sienta amado y salvado.

        Señor, que yo sea capaz de crucificarme en las cruces pequeñas de cada día, de amar a mis hermanos los hombres como Tú, uniéndome a Ti, para que me santifique y pueda salvar a los míos, a los que me has confiado.

        Señor, todo esto te lo pido de verdad, son deseos sinceros de mi corazón, proposiciones de amor, que brotan en entrega y fidelidad desde el fondo de mi alma, porque te amo y quiero serte fiel y vivir en mi tu entrega de amor extremo por mí hasta la muerte. Ayúdame, Señor, a vivirlas. En Ti pongo mi esperanza.

 

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        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- En el Antiguo Testamento Dios permitió que el pueblo elegido fuera esclavizado por los egipcios y destruida la ciudad santa de Jerusalén, después que se burlaron de los mensajeros que les envió; no hicieron caso a sus palabras y se burlaron de sus amenazas. Esto es lo que nos dice la primera Lectura.

        Es una lección dura para nosotros y una seria advertencia para todos los hombres. Un día puede colmarse la medida de la misericordia de Dios ante tanta dureza y frialdad de la humanidad para con Él. Esto puede interpretarse también en clave personal: Dios me invita a la conversión, al sincero cumplimiento  de su santa ley, de sus mandamientos. Abusando de la misericordia, me puedo encontrar con la justicia y la ira santa de Dios.

        Por no tener en cuenta este mensaje de la misericordia divina, puedo estar abusando de sus dones, no creyendo ni profesando de palabra y de obra el amor que le debo como criatura y redimida por su Hijo. ¿Temo a Dios? ¿Tengo un santo temor que me haga ser más respetuoso y obediente con su voluntad? ¿ Me exijo y me obligo a ser mejor? ¿Estoy abusando del amor misericordioso de mi Padre Dios?       

        Sería bueno en este momento echar una mirada sobre mi vida actual y examinar mis acciones e intenciones. Ver mi poca correspondencia al amor de Dios y mi poco interés en servirle y adorarle con mi vida, cumpliendo su voluntad hasta metas elevadas de mayor exigencia en mi seguimiento de Cristo en humildad, caridad, castidad, generosidad…

 

        2.- En la segunda Lectura, San Pablo nos dice que ahora Dios sólo castiga al hombre, después de haber agotado para con él los supremos recursos de su amor infinito: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir en Cristo” (Ef 2,4-5).

        Es éste el gesto supremo de la misericordia divina; en lugar de castigar el pecado en el hombre ingrato y reincidente, los castigó en su Hijo Unigénito, a fin de que creyendo en Cristo Crucificado se salve el hombre: “Por pura gracia estáis salvados, – exclama San Pablo. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios” (Ef 2, 5-8).

        Es un don absolutamente gratuito, que ninguna criatura habría podido nunca ni esperar ni merecer. Y sin embargo, desde hace dos mil años este don ha sido otorgado a toda la humanidad y para beneficiarse de él, el hombre no tiene más que creer en Cristo y adherirse a su evangelio.

 

        3.- También a los judíos les había ofrecido Dios dones gratuitos de Salvación, como cuando para inmunizarse  de las picaduras de las serpientes venenosas había ordenado a Moisés que elevara en el desierto una serpiente de cobre, para que todos la pudieran mirar, y los que lo hicieran quedarían curados y salvados de la muerte.

        Este hecho no es más que una pálida figura de la salvación traída por Jesús, que en su crucifixión fue elevado sobre la tierra “para que todo el que cree en Él tenga vida eterna”. Y continúa el evangelio de hoy: “Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. 

        Realmente si pensáramos con más profundidad y frecuencia en el Crucificado y en lo que significa, quién le mandó salvarnos así, cómo le olvidó en aquellos momentos tan durísimos para que pudiera sufrir, pensad que es su Padre y Él es el Hijo amado infinitamente: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó)a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los creen en Él…” Por qué tanto amor, Padre eterno. Da vértigo pensarlo. Tú sabías todos los olvidos, desprecios, ofensas del hombre. Tú sabías que muchos ni creerían en Jesús ni en su gesto de amor y que incluso los creyentes serían más de nombre que de verdad y de comportamiento,

Tú sabías de mis negaciones y debilidades en reconocer y defenderle, como Pedro, y sin embargo, nos amaste tanto que entregaste al Hijo amado a la cruz para salvarnos a nosotros. Nosotros no sabemos amar así. Eres un padre inimaginable para nosotros. Nos amas con amor infinito, incomprensible, apasionado.

        A todas horas, de la mañana a la noche, piensas en cada uno de nosotros y tu cuidado y tu cariño es tan grande que no podemos escapar de él. Tú sales siempre a nuestro encuentro para que una sola palabra nuestra, un gesto de humildad y arrepentimiento en nosotros provoque tu mirada misericordiosa, llena de amor y de perdón, ganado totalmente por la obediencia hasta la muerte de tu Hijo amado en la  cruz. Y por Él echas en olvido nuestras ofensas y pecados.

        Padre bueno, concédeme la gracia de elevarme hasta Ti, para alabarte y adorarte por tu amor extremo manifestado en la muerte del Hijo amado; enséñame a pararme delante de la cruz, contemplarla y ver en ella la mansedumbre, la humildad, la generosidad, el perdón y el amor extremo del Padre y del Hijo por los hombres. Padre, enséñame a mirar la cruz y contemplarla de tal manera que sepa ver en ella crucificado también el dolor y el desamor del que sufre por causa de la injusticia de otros por razón de raza, incultura, pobreza, engaño, rapiña de bienes; que al verte, sean capaces de unirse a Ti.

        Cristo fue crucificado injustamente, para que su dolor no quede valdío,  sino que sea santificador y salvador de toda la humanidad. Señor, que yo sea capaz de crucificarme en las cruces pequeñas de cada día, uniéndome a Ti, para que me santifique y pueda salvar a los míos.

        Señor, todo esto te lo pido de verdad, son deseos sinceros de mi corazón, proposiciones de amor, que espero conseguir con tu ayuda, pero que brotan en entrega y fidelidad desde el fondo de mi alma, porque te amo y quiero serte fiel y vivir en mi tu entrega de amor extremo por mí hasta la muerte. Ayúdame, Señor, a vivirlas. En Ti pongo mi esperanza.

Resumiendo: 1.- No abusar de la misericordia divina; 2.- Creer y vivir en la seguridad de que Dios nos ama y nos perdona, pero tenemos que pedir este perdón reconociendo que somos pecadores, y 3.- Mirar con más frecuencia y amor al Crucificado y tratar de seguirle para sentir su amor y salvación en nosotros.

 

 

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QUERIDOS HERMANOS: S. Juan, que estuvo junto a Cristo en la cruz, resumió todo este misterio de dolor y de entrega total de Dios y de Cristo a los hombres en estas palabras que hemos leído en el evangelio de hoy : ‘Tanto amó Dios al hombre, que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los creen en el”(Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta este extremo. Y realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, que es su pasión y muerte, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por S. Pablo como plenitud de amor y totalidad de entrega dolorosa y extrema.

 Al contemplar a Cristo doliente y torturado, no puede menos de exclamar: ‘Me amó y se entregó por mí” Por eso, S. Pablo, que lo considera ‘‘todo basura y estiércol, comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”, llegará a decir: ‘No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucjficado...”  “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne…

            Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará en su realidad para el mismo Dios que lo crea.... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que lo crea por puro amor, “Dios es amor.. en esto consiste el amor…” y no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora. Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros. ‘Tanto amó Dios al hombre que entregó a su propio Hijo”                

 Porque no hay justicia. No me digáis que Dios fue justo. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo un redentor, su propio Hijo, para el ángel no hubo redentor. Por qué para nosotros sí y para ellos no. Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí.... es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. ‘Tanto amó Dios al hombre, que... ” Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del amor del Padre y del Hijo: “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos “y Cristo la dio por todos nosotros.

          Este Dios infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre, viéndole caído y alejado para siempre de su proyecto de felicidad, entra dentro de sí mismo, y mirando todo su ser, que es amor también misericordioso, y toda su sabiduría y todo su poder, descubre un nuevo proyecto de salvación, que a nosotros nos escandaliza, porque en él abandona a su propio Hijo, prefirió en ese momento el amor a los hombres al de su Hijo. No tiene nada de particular que la Iglesia, al celebrar este misterio en su liturgia, lo exprese admirativamente casi con una blasfemia: «ofelix culpa...” oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal Salvador. Esto es blasfemo, la liturgia ha perdido la cabeza, oh feliz pecado, pero cómo puede decir esto, dónde está la prudencia y la moderación de las palabras sagradas, llamar cosa buena al pecado, oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal salvador, un proyecto de amor todavía más lleno de amor y condescendencia divina y plenitud que el primero.

         Cuando en los días de la Semana Santa, leo la Pasión o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver pasar a Cristo junto a mí, escupido, abofeteado, triturado... Y siempre me pregunto lo mismo: por qué, Señor, por qué fue necesario tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto escarnio... Fue necesario para que el hombre nunca pueda dudar de la verdad del amor de Dios. No los ha dicho hoy en su evangelio San Juan: ‘Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”

Por todo esto, cuando miro al Sagrario y descubro ese amor, y veo que es verdad, sigue siendo verdad porque la santa misa no es otra cosa que hacer presente ese amor, esa entrega y ese sacrificio, cuando durante la santa misa y la comunión el Señor me explica todo lo que nos ama y sufrió por mí y por todos, desde la Encarnación hasta su Resurrección, yo solo veo una cosa: amor, amor loco de Dios al hombre. Jesucristo, la Eucaristía, Jesucristo Eucaristía, Jesucristo en la celebración de la Eucaristía es Dios personalmente amando locamente a los hombres. Este es el único sentido de su vida, desde la Encarnación hasta la muerte y la resurrección, que se hacen presentes en cada misa.. el Cristo polvoriento y jadeante de los caminos de Palestina, que no tiene tiempo a veces ni para comer ni descansar, el Cristo de la Samaritana, a la que va a buscar y se sienta agotado junto al pozo porque tiene sed de su alma, en el Cristo de la adúltera, de Zaqueo... solo veo amor; y como aquel es el mismo Cristo del sagrario, en el sagrario solo veo amor, amor extremo, apasionado, ofreciéndose sin imponerse, hasta dar la vida en silencio y olvidos, solo amor

Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos y otras personas, tan sentido en las penas propias y ajenas, no se va a conmover ante el amor tan “lastimado” de Dios, de mi Cristo.. .tan duro va a ser para su Dios Señor y tan sensible para los amores humanos. Dios mío, pero quién y qué soy yo, qué es el hombre, para que le busques de esta manera; qué puede darte el hombre que Tú no tengas, qué buscas en mí, qué ves en nosotros para buscamos así... .no lo comprendo, no me entra en la cabeza. Cristo, quiero amarte, amarte de verdad, ser todo y sólo tuyo, porque nadie me ha amado como Tú. Ayúdame. Aumenta mi fe, mi amor, mi deseo de Tí. Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.

Señor, dime qué soy yo para ti, qué es el hombre para tu Padre. Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el sagrario, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido, Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan, Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.

Señor, si tú me predicas y me pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso y si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mis cargos y honores... .sólo quiero ser de un Dios que ama así. Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado..., pero de verdad.

Quiero amarte de verdad, quiero serlo todo para ti.

 

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V DOMINGO DE CUARESMA

 

        PRIMERA LECTURA: Jeremías 31, 31-34

 

        Yavéh e Israel se reúnen para hacer una Nueva Alianza, porque el pueblo ha roto el pacto antiguo, a pesar de que Yavéh ha permanecido fiel a este pacto y no ha cesado de perdonarlos, olvidando sus pecados: “cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados”. Para esta vuelta a Dios, Israel debe convertirse, debe interiorizar la ley, debe meterla en su corazón. Para eso su Dios le facilitará el camino, porque le tomará de la mano y les dará la fuerza para hacerlo. Dios llegará a su intimidad, al interior de cada hombre, para que no necesiten salir fuera a buscarle en el templo, o en los sacerdotes o en el rey que no tienen; Dios realizará esta Nueva Alianza en el corazón de los hombres y la ruptura terminará. Esta Nueva Alianza se realiza  por Jesús, que nos dio su Espíritu.

 

SEGUNDA LECTURA: Hebreos 5, 7-9

 

        En la carta a los Hebreos San Pablo vuelve sobre el tema de la Nueva Alianza, describiendo de un modo vivísimo los sufrimientos y las angustias de Cristo en Getsemaní y en toda la pasión y muerte, “cuando con gritos y lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte”. Siendo Hijo de Dios, no tenía necesidad alguna de someterse a la muerte ni de obedecer a través del sufrimiento, pero abrazó ambas cosas “para convertirse en autor de salvación eterna para todos lo que le obedecen”. La Pasión revela el amor extremo del Padre y del Hijo a los hombres. 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 11,1-45

 

Domingo V de Cuaresma B

 

Queridos hermanos y hermanas: Ya dijimos, al comenzar este tiempo santo, que  la Cuaresma es un camino hacia la Pascua; la Cuaresma no tiene otro sentido ni otra finalidad que prepararnos para vivir cristiana y fructuosamente la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor y así resucitar con Cristo a la nueva vida de la gracia y amistad con Dios en este mundo y luego eternamente.

        Por eso, a medida que nos acercamos al final de la misma van adquiriendo más relevancia y presencia estos misterios. Ya se anunciaban estos misterios con las palabras de Cristo en el último domingo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”; “Destruid este templo y en tres días lo reedificaré…él lo decía del templo de su cuerpo”.

        Estamos ya en el quinto domingo de Cuaresma. El próximo será el domingo de Ramos o de la Pasión del Señor; es el comienzo de la Semana Santa por excelencia de la Iglesia. Cristo advierte claramente el sentido redentor de su muerte al decir en este evangelio: “Os seguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muerte da mucho fruto”.

         Cristo Jesús, al morir como el grano de trigo que cae en tierra, da el fruto de la salvación de los hombres con Dios por su sangre y obediencia hasta la muerte, que, por la resurrección, le convertirá en Señor de una nueva alianza para cuantos creen en él: “A quien me sirva, mi Padre le premiará”.

        El evangelio de hoy empieza, sin embargo,  con un ruego a los gentiles, que nosotros debemos hacerlo nuestro: “Queremos ver a Jesús” En la Encíclica Novo Millennio Ineunte trae el Papa Juan Pablo II un comentario muy oportuno que quiero meditar hoy con vosotros; nos viene a decir el Papa lo que repetiré toda mi vida: para ver y contemplar el rostro de Cristo el único camino es la oración, hay que retirarse sobre todo ante el Sagrario en ratos de oración para encontrarse con el Señor, hay que orar. La oración-conversión es el camino absolutamente necesario para ver el rostro de Cristo, para sentir a Cristo y gozarlo.

        Dice el Papa: nº16. «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos… Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo que «hablen» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver», repito, no solo hablen de Cristo sino hacerselo ver…

 ¿Y no es este el cometido princiipal de la Iglesia de todos los tiempos reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio? Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro… nos dice el Papa…

Queridos hermanos, sabiendo esto cuando pido por las vocaciones hay una petición que siempre hago en silencio porque sé que podría molestar. La primera me la habéis oído muchas veces: que en el mundo haya padres, sobre todo madres verdaderamente cristianas, porque entonces a través de ellas Dios siembra la vocación en los hijos, los padres, sobre todo las madres cristianas son semilleros de vocacione por su amor a Cristo.

La segunda petición es que los sacerdotes y religiosas vivamos con tal amor y entusiasmo y gozo nuestra vocación que la contagiemos sobre todo los jóvenes con solo escucharnos,; a mi me parece que a la Iglesia de hoy le falta en gran parte este gozo y esta vivencia de su vocación sacerdotal o religiosa.

Y sigue el Papa en el nº20 y con esto termino. ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos)) (16,17).

La expresión «carne y sangre» evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de «revelación» que viene del Padre (cf. ibid.). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús «estaba orando a solas» Lc 9,18).

Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia.

 Sólo la experiencia del silencio de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). ///

 

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/// En la Encíclica Novo Millennio Ineunte trae el Papa Juan Pablo II un comentario muy oportuno. Dice así:

 

CAPÍTULO II

 

UN ROSTRO PARA CONTEMPLAR

 

        16. «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos… Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablen» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio? Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro…

 

El testimonio de los Evangelios

 

        17.- La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el final, está impregnada de este misterio, señalado oscuramente en el Antiguo Testamento y revelado plenamente en el Nuevo, hasta el punto que San Jerónimo afirma con vigor: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo»  Teniendo como fundamento la Escritura, nos abrimos a la acción del Espíritu (cf. Jn 15,26), que es el origen de aquellos escritos, y, a la vez, al testimonio de los Apóstoles (cf. ibid., 27), que tuvieron la experiencia viva de Cristo, la Palabra de vida, lo vieron con sus ojos, lo escucharon con sus oídos y lo tocaron con sus manos (cf. 1 Jn 1,1).

        Lo que nos ha llegado por medio de ellos es una visión de fe, basada en un testimonio histórico preciso. Es un testimonio verdadero que los Evangelios, no obstante su compleja redacción y con una intención primordialmente catequética, nos transmitieron de una manera plenamente comprensible.

 

        18. En realidad los Evangelios no pretenden ser una biografia completa de Jesús según los cánones de la ciencia histórica moderna. Sin embargo, de ellos emerge el rostro del Nazareno con un fundamento histórico seguro, pues los evangelistas se preocuparon de presentarlo recogiendo testimonios fiables (cf. Lc 1,3) y trabajando sobre documentos sometidos al atento discernimiento eclesial. Sobre la base de estos testimonios iniciales ellos, bajo la acción iluminada del Espíritu Santo, descubrieron el dato humanamente desconcertante del nacimiento virginal de Jesús de María, esposa de José. De quienes lo habían conocido durante los casi treinta años transcurridos por él en Nazaret (cf. Lc 3,23), recogieron los datos sobre su vida de «hijo del carpintero» (Mt 13,55) y también como «carpintero», en medio de sus parientes (cf. Mc 6,3). Hablaron de su religiosidad, que lo movía a ir con los suyos en peregrinación anual al templo de Jerusalén (cf. Lc 2,41) y sobre todo porque acudía de forma habitual a la sinagoga de su ciudad (cf. Lc 4,16).

        Después los relatos serán más extensos, aun sin ser una narración orgánica y detallada, en el período del ministerio público, a partir del momento en que el joven galileo se hace bautizar por Juan Bautista en el Jordán y, apoyado por el testimonio de lo alto, con la conciencia de ser el «Hijo amado» (cf. Lc 3,22), inicia su predicación de la venida del Reino de Dios, enseñando sus exigencias y su fuerza mediante palabras y signos de gracia y misericordia. Los Evangelios nos lo presentan así en camino por ciudades y aldeas, acompañado por doce Apóstoles elegidos por Él (cf. Mc 3,13-19), por un grupo de mujeres que los ayudan (cf. Lc 8,2-3), por muchedumbres que lo buscan y lo siguen, por enfermos que imploran su poder de curación, por interlocutores que escuchan, con diferente eco, sus palabras.

        La narración de los Evangelios coincide además en mostrar la creciente tensión que hay entre Jesús y los grupos dominantes de la sociedad religiosa de su tiempo, hasta la crisis final, que tiene su epílogo dramático en el Gólgota. Es la hora de las tinieblas, a la que seguirá una nueva, radiante y definitiva aurora. En efecto, las narraciones evangélicas terminan mostrando al Nazareno victorioso sobre la muerte, señalan la tumba vacía y lo siguen en el ciclo de las apariciones, en las cuales los discípulos, perplejos y atónitos antes, llenos de indecible gozo después, lo experimentan vivo y radiante, y de Él reciben el don del Espíritu Santo (cf. Jn 20,22) y el mandato de anunciar el Evangelio a «todas las gentes» (Mt 28,19).

 

El camino de la fe

 

19. «Los discípulos se alegraron de ver al Señor» (Jn 20,20). El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años, y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles «las manos y el costado» (ibid.). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso itinerario del espíritu (cf. Lc 24,13-35). El apóstol Tomás creyó únicamente después de haber comprobado el prodigio (cf. Jn 20,24-29). En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro. Ésta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf. Mt 16,13-20). A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la «gente» que es él, recibiendo como respuesta: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elias; otros, que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16,14). Respuesta elevada, pero distante aún —jy cuánto!— de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero que no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad ¡Jesús es muy distinto! Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que Él espera de los «suyos»: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).

 

20. ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos)) (16,17). La expresión «carne y sangre» evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de «revelación» que viene del Padre (cf. ibid.). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús «estaba orando a solas» Lc 9,18). Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). ///

 

 

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DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 50, 4-7

 

        Está tomada del tercer canto del Siervo de Yavéh. Capacita al siervo para cumplir su misión como consolador de los abatidos. Él está siempre a la escucha de lo que Dios habla. La salvación que traerá consolará a los que sufren, les ayudará  a confiar en Dios por encima de todas las pruebas, aceptando la propia muerte, sin revelarse contra Dios. Esta profecía explica perfectamente la pasión y muerte de Cristo. Los cristianos acudieron a ella para explicar los primeros sufrimientos y persecuciones. Al final, la confianza salva al Siervo.

 

SEGUNDA LECTURA: Filipenses 2,6-11

 

        Esta Lectura es un himno primitivo que canta el Misterio de la Encarnación, afirmando la existencia divina de Cristo, que, en su vida humana, no deslumbró por su atributos divinos y el esplendor de su gloria infinita, sino que se singularizó por su humildad y servicio a todos los hombres, manifestado en su amor extremo, que le llevó a la pasión y la muerte, para ganarlos para Dios. El Padre aceptó su sacrificio por los hombres y le resucitó y le volvió a su gloria y esplendor primero, sentándolo a su derecha como Dios-hombre y recibiendo el nombre de Señor. Difícilmente se puede decir más y mejor de Jesucristo.

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con el Domingo de Ramos, con la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de la borriquita, comenzamos la Semana Santa, la semana en que celebramos anualmente los misterios centrales de nuestra fe cristiana: la muerte y la resurrección de Jesucristo.

Hemos venido preparándonos durante la cuaresma (40 días) y lo celebraremos durante el tiempo pascual (50 días), para rematar en Pentecostés con la venida del Espíritu Santo. En este domingo aparece Jesús que camina libremente hacia la muerte. “Nadie me quita la vida, la doy yo libremente” (Jn 10,18).

Jesús no es sorprendido por lo que le viene encima, sino que lo conoce y desea que se cumpla. “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer” (Lc 22,15).

 Llama la atención la libertad con la que Jesús se enfrenta a su muerte redentora. Más que un reo, aparece como un juez poderoso, dueño de la situación. El secreto de todo ello está en el amor que mueve su corazón. Jesús no va a la muerte a empujones o a la fuerza, va libremente, como libre es el amor que le acompaña.

Amor al Padre, al que se entrega en obediencia amorosa. Jesús conoce el plan redentor de su Padre Dios y ha entrado de lleno en esa voluntad de salvar a todos, entregándose a la muerte. Su obediencia es un acto de amor y la ofrenda de su vida tiene ante todo esa dirección vertical de darle a su Padre lo que se merece, y lo que tantas veces los humanos le hemos robado por el pecado. Y amor a los hombres, por los que se entrega voluntariamente en actitud de servicio, ocupando el último puesto, para que nosotros recuperemos la dignidad de hijos de Dios.

Los sufrimientos de la pasión que le viene encima serán terribles. Sufrimientos físicos: azotes, corona de espinas, clavado en cruz, sed agotadora, muerte por asfixia. Sufrimientos sicológicos: humillación, tremenda humillación.

Es tratado como un malhechor, siendo el hijo de Dios. Sometido a una sentencia injusta, él no abrió la boca. Tremendamente llamativo el silencio de Jesús a lo largo de la pasión. “Jesús, sin embargo, callaba” (Mt 26,62), recordando al Siervo de Yavé, que iba mudo como cordero llevado al matadero.

Pero lo más misterioso es ese silencio de Dios, que le hace gritar a Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”(Mt 27, 46). Dios Padre no abandonó nunca a su Hijo, y bien lo sabía Jesús que el Padre nunca le abandona. Sin embargo, la zona inferior de su humanidad se sintió desgarrada ya desde la oración en el huerto. Jesús quiso tocar de esta manera tantas situaciones humanas donde se palpa el silencio de Dios. Y es que todo ese sufrimiento humano, que muchas personas arrastran en su vida es peor que la muerte.

Y Jesús ha pasado por ese trago, para que cuando nos toque pasarlo a nosotros no nos sintamos solos. Ha sido muy honda la humillación y el descenso hasta lo más inferior. Y es que será muy grande la exaltación por la resurrección. Bien lo expresa el himno que cantamos en la liturgia y que ya cantaban aquellos primeros cristianos como respuesta a la predicación de los apóstoles, y concretamente a la predicación del apóstol Pablo. “Cristo, siendo de condición divina... se despojó de su rango, obediente hasta la muerte de Cruz. Por eso, Dios lo exaltó sobre todo” (Flp 2, 6-11).

Queridos hermanos y hermanas: Entremos con Jesús en Jerusalén, aclamémosle con palmas y ramos, uniéndonos al griterío de los niños y jóvenes que le aclaman como rey: “Bendito el que viene en nombre del Señor”.

Participemos, pues, en la liturgia de estos días santos. La Misa Crismal del martes, donde se consagra el santo Crisma para los sacramentos y los sacerdotes renuevan sus promesas (invitados también especialmente los que se van a confirmar). Especialmente participemos en la celebración litúrgica del triduo pascual, jueves santo en la tarde, viernes y vigilia pascual. Y, si le acompañamos en la muerte, tendremos parte en la alegría de su resurrección.

Las procesiones de Semana Santa sean todas expresión de este acompañamiento a Jesús que camina libre hacia la muerte para llevarnos a todos a la resurrección de una nueva vida. Santa Semana para todos y feliz Pascua de resurrección. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

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PASIÓN DE N.S. JESUCRISTO

 

HOMILIA: QUERIDOS HERMANOS: Se abre la Semana Santa  con este recuerdo de la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, que se verificó exactamente el domingo de Ramos antes de su pasión. El domingo de Ramos, que estamos celebrando, es el pórtico grande de esta semana mayor de la Iglesia, en la que celebramos los misterios más grandes de nuestra fe cristiana:

-- el Jueves Santo es el día de la institución de la Eucaristía: “este es mi cuerpo…, y día de la institución del Sacerdocio: “haced…

-- día del mandato nuevo: Amaos los unos a los otros…;

-- el Viernes Santo es el día de la pasión y de muerte del Señor;

-- para terminar en el domingo que es  el domingo primero y origen de todos los domingos, o Pascua de Resurrección, en la que celebramos la Resurrección de Cristo, que es también la nuestra,  hacia donde todos los cristianos se encaminan, para la cual nos preparamos durante la Cuaresma y que es el fin de toda la Semana Santa, fundamento de nuestra fe en Jesucristo: Hijo de Dios y único Salvador de los hombres y principio y fin de toda la vida cristiana. La Resurrección de Cristo es la prueba suprema de su divinidad, de su vida y misión salvadora y fundamento de nuestra resurrección y de la vida eterna, y repito: centro y culmen de toda la semana santa, de toda la vida y misión de Cristo y certeza de nuestra resurrección. Y con creer y esperar y pedir esto está ya toda la razón de nuestro ser y existir.

 

        1.- Por eso, Jesús es y tiene que ser el protagonista de toda la Semana Santa en la iglesia, empezando por este domingo de Ramos, celebrado en las iglesias y no en las procesiones y demás, porque esto es un sacramento de Cristo y aquello son actos piadosos del pueblo cristiano. No es que yo esté en contra, pero la misa de hoy y de estos días es más importante que las procesiones y demás actos que se puedan hacer.

La semana santa auténtica y sacramental se celebra en las iglesias. Y para celebrar todos estos misterios, es necesario que esté presente el que los realizó entonces y siempre, Jesucristo. Por eso es bueno y necesario venir a la iglesia estos días para celebrar con Cristo, por medio del sacerdote que le representa, estos misterios de nuestra salvación y de nuestros hijos, a los que tenemos  que hablarles de esto. Ya sé que lo hacéis y lo difícil que lo está poniendo esta sociedad, pero yo como sacerdote y en nombre de Cristo tengo el deber de proclamarlo. Os espero en las celebraciones litúrgicas de la iglesia. El Señor os espera. El Señor vendrá y hará presente todos estos misterios el Jueves y Viernes santo, sobre todo, la Vigilia y Domingo de Resurrección para decirnos que somos eternos, que Él ha vencido la muerte para que todos tengamos vida eterna y de gozo celestial en el cielo para siempre, para siempre, eternamente. Así sea y lo espero de todos.

Pero mirad Jesús, que se había opuesto siempre a toda manifestación pública y que huyó cuando el pueblo quiso proclamarlo rey, hoy se deja llevar en triunfo, en un humilde asno. Ahora que está a punto de ser llevado a la muerte, acepta su aclamación pública como Mesías. Acepta ser reconocido como Rey, pero como un Rey con características inconfundibles: humilde y manso, que entre en la ciudad santa montado en un asnillo. Es un rey que proclamará su realeza sólo ante los tribunales y aceptará que se ponga la inscripción de su título de rey solamente en la cruz.

        La entrada jubilosa en Jerusalén constituye el homenaje espontáneo del pueblo a Jesús, que se encamina, a través de la pasión y de la muerte, a la plena manifestación de su Realeza divina. Aquella muchedumbre, que hoy le aclama, no podía comprender el alcance de su gesto, pero la comunidad y los fieles que hoy lo celebramos sí podemos comprenderlo y proclamar con el pueblo judío de entonces: «Tú eres el Rey de Israel y el noble hijo de David, tú, que vienes, Rey  bendito, en nombre del Señor. Ellos te aclamaban jubilosamente, cuando ibas a morir; nosotros celebramos tu gloria, oh Rey eterno» (MR).

 

        2.- Nosotros también, este domingo, tenemos que abrir nuestro corazón a Cristo para que entre como rey victorioso en nuestras vidas, al menos en esta semana, que debemos vivirla toda para Él y con Él, participando, no sólo en las procesiones de nuestras calles, sino, sobre todo, en los actos litúrgicos y sacramentales, portadores de su gracia y celebrados por las comunidades  cristianas en las iglesias.

No podemos decepcionar a Cristo, dejándole sólo en sus celebraciones litúrgicas, que son las verdaderamente cristianas y santificadoras, celebradas por Él. Hay que vencer toda pereza y rutina, para que ésta sea verdaderamente una Semana Santa y cristiana para todos, no pagana.

Si todos nosotros deseamos vernos rodeados por familiares y amigos en los momentos trascendentales de nuestra vida, ahora vamos a celebrar los más importantes de la vida de Cristo y de la humanidad. Y quiere estar acompañado por todos los suyos, todos nosotros. Que nadie falte a estas citas y presencias de fe y amor en los cultos de las iglesias. Que no dejemos solo a Cristo otra vez con la cruz. 

 

        3.- Cuando se lee este Domingo de Ramos la Pasión del Señor, uno queda tan profundamente impresionado, que no tiene ánimos para hacer comentario alguno sobre tan estremecedor acontecimiento. Pero la Liturgia lo advierte expresamente. Hágase una breve homilía. Y a mí no se me ocurre otra cosa que decir extasiado con San Pablo, al contemplar estos hechos: “Me amó y se entregó por mí,” y luego guardar silencio y seguir meditando todos estos hechos salvadores en contemplación interior.

San Pablo quedó profundamente impresionado toda su vida por estos últimos hechos estremecedores de la pasión y muerte del Señor; sólo con repetir frases suyas haríamos hoy la mejor homilía. Voy a añadir dos textos más: “ No quiero saber más que mi Cristo y éste, crucificado…”; “Los griegos buscan sabiduría; los judíos buscan éxito, pero nosotros predicamos a Cristo y éste crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los griegos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que le aman”. Para terminar con este texto tan maravilloso de su Carta a los Filipenses:  “Estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy, sino que es Cristo quien vive en mí; y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.

        La Liturgia hoy nos invita a fijar la mirada en la gloria de Cristo, Rey eterno, para que los fieles estén preparados para comprender mejor el valor de su humillante pasión, camino necesario para la exaltación suprema. No se trata, pues, de acompañar a Jesús en el triunfo de una hora, sino de seguirle hasta el Calvario, donde, muriendo en  la cruz, triunfará para siempre del pecado y de la muerte. Estos son los sentimientos que la Iglesia expresa cuando, al bendecir los ramos, ora para que el pueblo cristiano complete el rito externo con devoción interna y espiritual, triunfando del enemigo y honrando de todo corazón la misericordiosa obra de la salvación del Señor. No hay un modo más bello de honrar la pasión de Cristo que conformándose con ella para triunfar con Cristo en la Pascua de la Resurrección. 

        Vivamos toda la Semana Santa que hoy iniciamos con estos sentimientos de sufrir y morir con Cristo; acompañémosle en su entrada triunfal en Jerusalén; ha subido para morir por todos nosotros. No faltemos a la liturgia del Jueves y del Viernes Santo. Y vivamos su triunfo en la Pascua, resucitando con Él a la vida nueva y eterna. El Señor lo merece. Murió y Resucitó por nosotros.

 

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PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO EN SAN MARCOS,14,1-15.

       

QUERIDOS HERMANOS: En este domingo de Ramos en la Pasión del Señor, la Iglesia recomienda que se haga una breve homilía, porque la misma narración de la Pasión y Muerte del Señor es la mejor predicación para comprender todo el amor de Espíritu Santo del Padre y del Hijo a los hombres.

        Entramos en la Semana Santa por excelencia de la Iglesia y me gustaría que estrenásemos ojos nuevos y puros, en gracia y amor de Dios, para contemplar tanto misterio de amor de Dios a los hombres. Refiriéndose a Cristo crucificado, las Sagradas Escrituras dicen: “Mirarán al que traspasaron”. Y el mismo Cristo dirá de si mismo: “Cuando sea elevado, atraeré a todos hacia mi”. Nosotros, al escuchar la Pasión, la Crucifixión y la Muerte de Cristo, nos sentimos todos atraídos hacia Él; pero queremos que nuestra mirada sea de amor y no meramente de curiosidad; queremos responder con amor al que tanto nos amó.    Por eso, vamos a fijarnos brevemente sobre las diversas miradas que Jesús tuvo que gozar o sufrir durante su vida y, sobre todo, durante su Pasión y Muerte.

        El pueblo de Israel, primer espectador directo y activo de la Pasión del Señor, reaccionó de muy diferentes maneras. Hay en la historia de la Pasión una serie de posturas diversas: unos reaccionaron cobardemente, como los Apóstoles; otros malévolamente, como las autoridades y jefes; otros, políticamente, como Pilato; y otros, finalmente, con indiferencia o apatía, como la masa. ¿Cómo reaccionan hoy los cristianos? ¿Acaso toman estos días de Semana Santa como tiempo de gracia y salvación, acompañando al Señor, o como días de vacación incluso religiosa? Las mismas procesiones deben purificarse en el modo y la forma para que no se conviertan en puro folklore o dato “cultural”, como se dice modernamente, olvidando su fundamento y sentido religioso. Pensemos que las procesiones, como los demás actos de la Semana Santa, no valen nada si no son expresión de fe y amor a Cristo. ¿Cómo miramos nosotros a Cristo? ¿Cómo vivimos, con qué actitudes y disposiciones nos acercamos a estos días? Para nosotros deben ser días preferentemente para meditar, orar y celebrar nuestra fe en Cristo y en su Salvación, para acompañarle en sus alegrías y penas, en la institución de la Eucaristía, en la celebración de su Muerte y Resurrección.

        Sin embargo, en la vieja Europa de políticos ateos y laicistas, que no quieren ni reconocer sus raíces cristianas, hay mucha propaganda de persecución a la Iglesia y lo que ella representa, y muchos niños, jóvenes y adultos viven en una mentalidad pagana, por no haber recibido la más mínima formación cristiana y religiosa desde el hogar y las escuelas. Son miradas de frivolidad, porque incluso muchos bautizados han perdido el sentido de la Semana Santa y la han convertido en días de puro descanso,  sin programación de vida espiritual y religiosa. Vivimos en una sociedad que se va descristianizando; sin embargo, nosotros tenemos que vivirla cristianamente. 

        Nosotros tenemos que mirar a Cristo en estos días con mirada compasiva, dolorida, amiga, agradecida, como las miradas de su Madre, como la mirada de María Magdalena, como la de Juan, único discípulo que permaneció junto a la cruz de Cristo, como la mirada agradecida y sorprendida del buen ladrón, mirada llena de fe como la del centurión romano: “verdaderamente este hombre era justo”; mirada de creyente y enamorado de Cristo como la de Pablo y de todos los cristianos que le aman de verdad: “me amó y se entregó por mi”; “estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mi y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.

        Muchas son las lecciones que nos enseña Cristo desde la cruz; nos lo dice claramente San Pablo: “no quiero saber nada más que de mi Cristo y éste crucificado, necedad para los griegos, escándalo para los judíos… pero fuerza y sabiduría de Dios para los que el aman”.       Jesús y el Padre nos manifiestan desde la cruz su amor a todos los hombres; Jesús:“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”; el Padre: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sin que tengan la vida eterna”, nos dice San Juan. Y San Agustín dirá: «Más me amaste a mi que a ti, pues moriste por mi»

        Jesús en la cruz nos enseña a orar, es la lección más importante, porque orando y recitando los salmos, recibimos la gracia de Dios para amar, perdonar y sufrir como Él. Oró “con lágrimas y gemidos al que podía librar de la muerte”, nos dice San Pablo en su Carta a los Hebreos. Eran lágrimas de sangre. Oremos también nosotros en los momentos de dolor y pasión, en la soledad y desamparo.

        Jesús en su Pasión y cruz nos enseña a perdonar: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Perdona a los amigos que le han abandonado y a los enemigos que le están crucificando  e insultando. Como Cristo nosotros tenemos que aprender a perdonar a todos, amigos y enemigos, a rezar por los que nos hacen mal, por los que nos crucifican cada día con sus palabras y acciones. Una Semana Santa bien celebrada nos pide y exige este perdón.

        Jesús en su Pasión y cruz nos enseña a sufrir con paciencia, ofreciendo a Dios nuestro dolor y lágrimas. Por muchos que sean nuestros sufrimientos en la vida, más sufrió el Señor y así nos salvó y así tenemos que salvar nosotros a este mundo alejado de la fe. Suframos con paciencia, con humildad, con fortaleza heroica, a semejanza de Cristo y sus santos.       Y finalmente Jesús en la cruz nos enseña a morir. Murió entregando su alma a Dios: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Murió obedeciendo y cumpliendo y adorando la voluntad del Padre, con amor extremo, hasta dar la vida por amor a Dios y a los hermanos.

        Pero además, desde la cruz, Jesús quiso hacernos el regalo más maravilloso de su vida: nos dio su misma Madre, la Virgen. De todos prescindió Cristo en la hora de su muerte, pero no quiso que su madre estuviera ausente, porque necesitaba su ayuda y su mirada maternal. Como nosotros. No olvidemos nunca a María en nuestra vida.  

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TIEMPO PASCUAL

 

TRIDUO PASCUAL

 

JUEVES SANTO  DE LA CENA DEL SEÑOR

(Para homilías del Jueves Santo pueden consultar mi libro: ¡TU CUERPO Y SANGRE, SEÑOR! o también “ARDÍA NUESTRO CORAZÓN, ciclo A y C, Edibesa, Madrid)

 

EL JUEVES SANTO, DÍA DE LA EUCARISTÍA: INSTITUCIÓN (Jn 13,1-15)

 

        QUERIDOS HERMANOS: En estos días solemnísimos de la Semana Santa Cristo en persona debería realizar la liturgia, porque nuestras manos son torpes para tanto misterio y nuestro corazón débil para tantas emociones. Pero Cristo con su presencia corporal e histórica, quiso hacerla  visiblemente sólo una vez, la primera, y luego, oculto en en el pan consagrado de la Última Cena y en la humanidad de otros hombres, los sacerdotes, quiso continuar su obra hasta el final de los tiempos.

Por eso, ya que indignamente me toca esta tarde hacer presente ante vosotros a Cristo en la Última Cena que estamos celebrando, os pido que me creáis, porque os digo la verdad, siempre os digo la verdad, pero hoy de una forma especial en nombre de Cristo, a quien represento, aunque mi pobre vida sacerdotal más que revelaros esta presencia de Cristo en medio de vosotros, alguna vez pueda velarla.

Os pido que me creáis, cuando os hable esta tarde de esta maravillosa presencia de Cristo en su ofrenda total al Padre por nosotros y nuestra salvación, de esta presencia para siempre en el pan consagrado; de su presencia también en el barro de otros hombres, los sacerdotes, y cuando os recuerde también su presencia en los hermanos, con el mandato de amarnos los unos a los otros como Él nos amó.

 

1.- Todos recordáis aquella escena. La acabamos de evocar en la lectura del Evangelio. Fue  hace ventiún siglos, aproximadamente sobre estas horas, en la paz del atardecer más luminoso de la historia, Cristo nos amó hasta el extremo, hasta el extremo de su amor, hasta el extremo del tiempo y de sus fuerzas, instituyendo el sacramento de la Eucaristía, de su Amor extremo hasta la muerte y hasta el final de los tiempos. 

Aquel primer Jueves Santo de la Historia Jesús estaba emocionado, no lo podía disimular, le temblaba el pan en las manos porque sus palabras eran efluvios de su corazón: “Tomad y Comed, esto es mi cuerpo... bebed todos de la copa, esta es mi sangre que se derrama por vosotros..”. Y como Él es Dios, así se hizo, porque su poder y su amor es infinito, Él que hace el mundo, los claveles tan rojos, unos cielos de estrellas tan bellas e incontables.

Por eso, queridos hermanos, antes de seguir adelante, hagamos un acto de fe plena y total en la presencia real y verdadera de Cristo en el pan consagrado por Él en la Eucaristía como misa, comunión y sagrario. Porque Él está aquí. Siempre está ahí esperándonos con los brazos abiertos,, en el pan consagrado, pero hoy, Jueves Santo, día de la institución de este misterio casi lo vemos y barruntamos, sentimos más vivamente su presencia, que quisiera como saltar de nuestros manos sacerdotales o salir de nuestros sagrarios para vivir y establecerse en el corazón de cada uno de nosotros aquí presentes.

 

2.- Queridos hermanos, esta entrega, esta presencia de amor debiera revolucionar toda nuestra vida, si tenemos una fe viva y despierta en su presencia eucarística en la santa misa, en nuestras comuniones y en todos los Sagrarios de la tierra. Este Cristo Eucaristía nos está diciendo: Hombres, mujeres, niños, yo sé de otros cielos, de otras realidades insospechadas para vosotros, que os he venido a decir y conquistar para todos, Dios existe y os ama y por mi quiere se el camino y el alimento para la vida eterna, una vida que no terminará nunca ya, porque está llena Dios Trinidad, de su amor y felicidad infinitas.

Y Jesús en el evangelio de hoy nos viene a decir: Yo he venido a la tierra y he predicado este amor y os he amado hasta dar la vida para deciros y demostraros que todo esto es verdad, y desde el Pan eucarístico os estoy diciendo que todo el evangelio es verdad, que el Padre existe y os ama por mí pan consagrado os alimentais para la vida eterna con Dios; yo soy“el testigo fiel” de todo esto que, y por estar convencido de ellas, vine a vosotros, me hice hombre y luego un poco de pan dando mi vida para que vosotros todos tengaisla tengais eterna, desde cada Sagrario y misa y comunión os lo estoy diciendo y haciendo: Yo soy el pan de la vida, el que come de este pan vivirá eternamente: Yo soy el pan de la vida eterna, el que come de este pan tiene la vida eterna”  porque“Tanto amó Dios al mundo que  entregó  a su propio hijo para que perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”.

También el sacerdote, que os está predicando en este momento,  se siente pobre y falto de palabras  para describir toda la emoción y profundidad del amor de Cristo en  la Última Cena que estamos haciendo presente y celebrando esta tarde, pero todos vosotros que estais ahora aquí, dice el Señor, sois unos privilegiados porque me habéis descubierto en el pan consagrado, rezad por este mundo que se está alejadando de mí, de la eternidad de vida y gozo con Dios Trinidad.

Señor, todos los que estamos aquí creemos y confiamos en Ti. Sobre todo nosotros sacerdotes y religiosas con nuestra vida y entrega total te hemos demostrado que confiamos en Ti y vivimos para la vida eterna renunciando a muchas cosas de este mundo y todos, al pecado. Y en ratos de Sagrario o misa o comunión queremos que Tú nos incendies de amor y nos abrases, misas y comuniones más fervorosas, visitas todos los días a tu Presencia de amor en todos los Sagrarios de la tierra y te pedimos especialmente por todos los hombres y parte del pueblo cristiano que no cree en tu presencia de amor en los Sagrarios, ni viene a misa los domingos ni comulgan en su vid.

Señor, nosotros creemos en Ti porque Tú conservas intactas en tu corazón todas las emociones del primer Jueves Santo, Tú puedes hacerlas ahora presentes para todos nosotros; Señor, quémanos con ellas el corazón, porque estas cosas no se comprenden si no se viven, solo se comprenden si amamos como Tú... y nosotros no podemos, sólo un corazón en llamas como el tuyo del primer jueves santo puede captar estas realidades divinas, inabarcables para la inteligencia humana, solo tu amor puede tocarlas y fundirnos en una sola realidad en llamas contigo, pan divino de Eucaristía. Señor, danos ese amor, tu amor, para que yo pueda amarte como Tú me amas en la Eucaristía, en la santa misa, en la Comunión, en todos los Sagrarios de la tierra.

 

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EL JUEVES SANTO, DÍA DE LA INSTITUCIÓN DEL SACERDOCIO

 

Queridos hermanos: El Jueves Santo es el día de la institución de la Eucaristía,pero también delSacerdocio católico que la realiza.Cristo hizo a los sacerdotes porque en el correr de los siglos vio una multitud necesitada de Salvación y hambrienta de Dios, de cielo, de eternidad...Jesús hizo a los  sacerdotes encargados de amasar este pan de Eucaristía, esta harina divina, Jesús hizo a los sacerdotes, cuando les dio el mandato de seguir celebrando la Eucaristía: “Haced esto en conmemoración mía”: seguid haciendo esto mismo vosotros; por el amor que tengo a todos los hombres de todos los tiempos, seguid vosotros y vuestros sucesores consagrando esta Hostia santa en mi nombre y así hizo Jesús a los sacerdotes, así instituyó Jesús el sacerdocio católico como prolongación de su mismo sacerdocio, con su mismo poder sobre su cuerpo  físico, la Eucaristía, y sobre su cuerpo místico, la Iglesia. ¡Qué grandeza ser sacerdote, cuánta gracia, cuánto poder!

Cuando las almas tienen fe, se sobrecogen ante el misterio del sacerdocio, porque el sacerdote católico tiene poderes divinos, es sembrador, cultivador y recolector de eternidades, cultiva la  salvación eterna, única y trascendente del hombre, y para eso tiene el poder divino de la Eucaristía y del perdón de los pecados. Si tuviéramos más fe, pero fe viva, viva... ¡Qué grande es ser sacerdote!

¡Qué bueno es el Señor! Para que nunca faltase sobre nuestros altares su ofrenda de adoración al Padre y salvación de los hombres; para que nunca pasásemos hambre de eternidad y de Dios, para que siempre tuviéramos el perdón de los pecados, Jeús hizo a los sacerdotes, como sembradores de eternidades y continuadores de su vida y misión salvadora y santificadora.

Aquella noche santa, de un mismo impulso de su amor, brotaron la Eucaristía y los encargados de amasarla. Por eso están y deben permanecer siempre tan unidos la Eucaristía y el sacerdote. La Eucaristía necesita esencialmente del sacerdote para realizarse y por eso el sacerdote nunca es tan sacerdote como cuando celebra la Eucaristía: el sacerdocio tiene relación directa con la Eucaristía y la Eucaristía está pidiendo un sacerdote que la realice con el poder y el amor del Único Sacerdote, Jesucristo, y la siga adorándo con su vida.

 

4.-“Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí..”.dice el Señor. Qué profundo significado encierran estas palabras para todos, especialmente para nosotros, los sacerdotes. Todos debiéramos recordarlas cuando celebramos la santa Eucaristía: “acordaos de mí...”.  acordaos de mis sentimientos y deseos de redención por todos los hombres, acordaos de mi emoción y amor por vosotros, acordaos de mis ansias de alimentar en vosotros mi misma vida de amor, de amor divino de Dios hecho hombre hasta morir por amor en la cruz para la salvación de todos y todo esto, todo, por amor gratuito, toda su vida, toda su muerte y resurrección se hacen presente por medio de nosotros, los sacerdotes, o mejor, de Cristo Sacerdote en nosotros y por nosotros…, qué misterio, qué grandeza ser sacerdote…y nosotros a veces, distraidos olvidando, estamos distraídos en nuestras Eucaristías, en nuestras comuniones, pasamos poco ratos de amor ante el Sagrario, ante los sagrarios olvidados de nuestras parroquias, iglesias muchas veces sin presencia de amor diarias de sacerdotes o religiosos como amigos agradecidos al amor y confianza y responsabilidad de eternidades de los hombres nuestros hermanos que Dios ha puesto sobre nosotros,  pasamos ante el Sagrario como si el sagrario fuera un trasto más de la iglesia, sí, al que tal vez ponemos flores a veces, pero sin nosotros, sin nuestra presencia diaria de amor, sin nuestra amistad y compañía.

El Señor siempre nos está diciendo desde la Eucaristía: Vosotros, los sacerdotes, cuando consagréis este pan y vosotros, los  comulgantes, cuando comulguéis este pan, acordaos de toda esta ternura verdadera que ahora y siempre siento por vosotros, de este cariño que me está traicionando y me obliga a quedarme para siempre tan cerca de vosotros en el pan consagrado, sabiéndolo todo, sí, pero confiando en vuestra respuesta de amor... “Acordaos de mí…”

“Acordaos de mí…”Nosotros, Señor, esta tarde de Jueves Santo, NO TE OLVIDAMOS. Quisiéramos celebrar esta Eucaristía y comulgar tu Cuerpo con toda la ternura de nuestro corazón, que te haga olvidar todas las  traiciones y sufrimientos que sufriste entonces y por las de ahora, por tantos olvidos y distracciones e indiferencias nuestras y de tantos cristianos;  nosotros ahora, Señor, nos  acordamos agradecidos de todo lo que nos dijiste e hiciste y sentiste y sigues sintiendo por nosotros: os amo, doy mi vida por vosotros, me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos. Tomad y comed, esto es mi cuerpo… vosoros sois mis amigos, nadie ama más que el da la vida por los amigos” y tú la das por todos en cada Eucaristía, en cada Sagrario como la diste entonces y ahora y por eso te recordamos y recordaremos siempre agradecidos, desde lo más hondo de nuestro corazón.

Jueves Santo, día grande cargado de misterios, día especial para la comunidad creyente, nuestro día más amado, deseado y celebrado, porque es el día en que Jesús se quedó para siempre con nosotros de dos formas: una, material, en el pan consagrado; otra, humana, bajo la humanidad de otros hombres. Porque la Eucaristía es Cristo oculto y sacramentado bajo las especies del pan y del vino, y el sacerdote es también Cristo mismo, bajo el barro de otros hombres. Las apariencias son accidentales, pero los sacerdotes y el pan y el vino consagrados, por dentro, son Jesús. Y por eso, en cada misa el sacerdote puede decir: “Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”… la mía, la de Gonzalo, no la de Cristo… y sin olvidar la tercera verdad y enseñanza de Cristo en el Jueves Santo: “amaos los unos  a los otros como yo os he amado”todos los que venimos a misa o comulgamos o visitamos a Cristo en el Sagrario tenemos que amar y amarnos como Él nos amó: tercera verdad que debemos meditar en el jueves santo para practicarla en nuestra vida, el amor fraterno que Cristo instituyó y quiere que vivamos los creyentes. Este mandato de amor del Cristo Eucaristía no lo debemos olvidar nunca sobre todo cuando cumulgamos y le visitamos en el Sagrario. Así lo deseo y lo pido en este día del Jueves Santo. Amén, así sea.

 

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JUEVES SANTO: PRIMERA HOMILÍA

 

        QUERIDOS HERMANOS: Qué fe, qué amor más grandes son necesarios para captar un poco toda la emoción de Cristo, toda su entrega al Padre y a nosotros, los hombres en este día del Jueves Santo, por medio de esta liturgia memorial, que hace presente toda aquella primera y única realidad, con los mismos sentimientos y emoción de Cristo en el Cenáculo. Cada palabra, cada gesto de Cristo con sus discípulos en el Cenáculo son un misterio de amor hasta el extremo, son expresiones de entrega total y generosa de amigo que da la vida por los amigos.

        Es tan denso el Jueves Santo, que de su contenido, de su espíritu y vida, de su espiritualidad podemos y debemos vivir todo el año, toda la vida: partir y repartir la vida como Jesús, perdonamos y lavamos mutuamente los pies, perdonar a los que nos crucifican, obedecer y cumplir la voluntad del Padre, aunque nos lleve a la muerte del yo.

        En el silencio emocionado de la noche han sonado las palabras solemnes de Cristo: “Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros..., esta es mi sangre derramada por todos...” Cuando todas las palabras ya han sido pronunciadas, solamente quedan los gestos, como símbolos definitivos que encierran todos esos sentidos y misterios, que las palabras no pueden explicar ni encerrar.

        La institución de la Eucaristía como sacrificio, como comunión y como presencia eterna de amistad ofrecida al hombre es el mayor gesto, el mayor símbolo de amor dado en la historia. Solo Cristo podía hacerlo. Toda su vida, desde el seno de María, había sido eucaristía perfecta: adoración al Padre hasta la muerte: “mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado…” y entrega total y hasta el extremo a los hombres, predicando, sanando y dando la vida por nosotros: “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos…” y Él la dio por todos los hombres. Arrancó desde su ofrecimiento al Padre en la carta a los Hebreos: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad...”,  y ahora, en el último instante de su vida, quiere confirmar esta ofrenda como sacramento perenne de su amor al Padre y a los hombres.

        El sacramento de la Eucaristía, prolongación en el tiempo de la Cena Última del Señor con sus discípulos, es la prolongación en el tiempo de su pasión, muerte y resurrección, es presencia humilde y silenciosa de Jesucristo entre nosotros; es deseo de alimentar nuestras vidas en dirección de fraternidad humana y trascendencia divina como alimento de eternidad. La Eucaristía es a la vez Cristo presente, como ofrenda y víctima, que se sacrifica, es amigo que permanece por amor junto los suyos, es comida y alimento de nuestra fe, nuestro amor y nuestra esperanza cristiana.

        Adoremos, pues, con sincero amor y veneremos este misterio, contemplemos a Cristo presente en el pan consagrado con fe y devoción rendida, vivamos en comunión con Él amando hasta el extremo, repartiendo nuestra vida en pedazos de Salvación entre los hermanos, con una presencia humilde como la suya.

        La Eucaristía es un misterio que nos estimula con suavidad y fuerza a vivir lo que contemplamos en este Misterio, haciéndolo vida de nuestra vida. Comulgando con los sentimientos de Cristo también nosotros nos iremos haciendo Eucaristía perfecta, vida entregada y repartida, como pan de Cristo, que adora al Padre, cumpliendo su voluntad, y alimenta a los hermanos. «Ave, verum corpus natum de Maria Virgine...”»: «Te adoro verdadero cuerpo nacido de María Virgen, que has padecido y has sido inmolado cruelmente en la cruz ...» «Oh memoriale mortis Domini, panis vivus vitam prestans homini»: «Oh memorial de la muerte del Señor, pan vivo, que das vida al hombre, haz que mi alma viva de tí y que siempre te guste y saboree dulcemente»; «Jesum, quem velatum, nunc aspicio...»: «Oh Jesús, a quien ahora veo velado y oculto, cuando llegará el día en que se realice lo que tanto deseo: verte al descubierto cara a cara, siendo siempre feliz contigo, en la visión de tu gloria».

        En este día, Jesús, después de instituir la eucaristía, instituyó el sacerdocio. El sacerdocio es como otra eucaristía. La eucaristía es Cristo presente en las especies de pan y de vino. El sacerdote es Cristo presente en el barro de otros hombres. En la Eucaristía, por fuera se ve pan, por dentro es Cristo. En el sacerdocio, por fuera, el barro de otros hombres, por dentro, Cristo. Es siempre el mismo Cristo pero encarnado de dos maneras. Y esto es Palabra y Milagro de Dios, sin nada de fantasía ni literatura. Es la realidad hecha por Jesucristo en esta noche y para toda la vida con pan y vino y con el barro de otros hombres que se le entregan y son consagrados por el Espíritu Santo.

        El mismo Espíritu Santo, el Dios Amor que hizo posible la Encarnación, formando el cuerpo de Cristo, en el seno de María, ese mismo Amor Personal de Dios es el que forma y transforma la humanidad de otros hombres en humanidad supletoria de Cristo, en sacramento de Cristo, para que Él pueda seguir realizando hasta el final de los tiempos el encargo de Salvación confiado por el Padre: “Yo me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos...” Se queda hasta el final de los tiempos especialmente con dos presencias sacramentales: presencia sacramental en el pan y en el vino, y esta otra, igualmente verdadera y sacramental: la presencia de Cristo en los sacerdotes.

        Cuando hay mucha fe, el pueblo cristiano vio esto siempre claro – el sacerdote, otro Cristo- y veneró el sacerdocio y las madres tenían como una gracia especial de Dios y un privilegio el que alguno de sus hijos fuera llamado por el Señor y los mismos jóvenes y niños expresaban claramente en la catequesis o en la escuela sus deseos de ser sacerdote; se veneraba al sacerdote y los jóvenes se entusiasmaban con esta realidad sobrenatural. Cuando la fe decrece y no hay ambiente creyente, pasa lo que ahora: Cristo abandonado en el sagrario, Cristo abandonado en los sacerdotes; misas dominicales vacías, seminarios vacíos, no hay hambre de pan eucarístico, no hay hambre de ser sacerdote, de entrega, de santidad, y si les pregunta a los niños, ni uno levanta la mano porque saben que eso no es valorado ni en su casas ni en la escuela.

        La valoración y la estima del sacerdocio católico dice y habla muy claro de la profundidad de la fe católica en nuestras comunidades y de la sinceridad de la comuniones de nuestras madres cristianas: no se puede comulgar con Cristo y luego hablar mal de los sacerdotes, no se puede ser padres y madres fervorosas y luego recibir un disgusto, si alguno de sus hijos quiere ser sacerdote. Para consuelo nuestro y aliento en el camino el Señor siempre nos concede tropezarnos con almas verdaderamente creyentes y sacerdotales, llenas de fuego y amor, que veneran y valoran el sacerdocio católico. También todavía quedan en estos tiempos madres sacerdotales… que Dios os bendiga.

        Personalmente, no me cansaré de repetirlo; ser sacerdote es lo más grande y maravilloso que Dios me ha concedido. Hoy renuevo mi entrega con el fervor, verdad y humildad del primer año, además con la misma ropa y cáliz de mi primera misa. Reconozco con San Pablo que este misterio lo llevamos en vasijas de barro, el barro de mi debilidad y pecado. Mucho ha de esforzarse el sacerdote para que no se rompa ni corrompa esta vasija con imperfecciones y pecados personales. Mucho debe rezar y cultivar y regar esta semilla que Dios depositó en su corazón. Y mucho también ha de valorar y proteger el pueblo cristiano a sus sacerdotes, a los portadores de su salvación. Pidamos todos los días, pero especialmente todos los jueves, que deben ser eucarísticos y sacerdotales, orando por las vocaciones, por la santidad de los elegidos, pidiendo insistentemente al dueño de la mies que dé decisión, valentía, fe viva a nuestros jóvenes para que entreguen su vida para la gloria de Dios y la salvación de los hermanos. Tengamos todo esto presente hoy en nuestra comunión y oración personal y comunitaria y recordémoslo también todos los jueves del año.

Finalmente, en la cena de despedida, hay dos gestos de Cristo reveladores del amor fraterno: son el lavatorio de pies y la cena compartida. “Hijos míos, me queda poco tiempo de estar con vosotros; un mandamientos nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis los unos a los otros.” Y así nos quedó Cristo el amor fraterno como signo de su presencia de amor y pertenencia y tarea eclesial para toda la vida. Desde entonces un discípulo debe tener como meta y referencia el amor extremo de Cristo a los suyos: “Como yo os he amado”. Por eso es precisamente nuevo, porque ya no es amar ni siquiera como uno se ama a sí mismo sino como Cristo nos ha amado, hasta dar la vida. El cumplimiento de este mandato hay que renovarlo todos los días para vivirlo todos los instantes de nuestra jornada, porque es mandato de Cristo, porque Él lo quiere, porque Él nos lo quedó como tarea permanente, fruto de su misión y alabanza de su gloria.
        Hay mucho que meditar, reflexionar, revisar y esforzarse en este sentido, hasta vivirlo como Cristo hizo y nos mandó. Oremos y pidamos estos días para que así sea, para que sea el signo de nuestra identidad cristiana y parroquial, especialmente con los que tenemos cerca, con los que conviven con nosotros. No es fácil; todos los días y a todas las horas tenemos que amamos por voluntad y deseo de Cristo, teniendo un cuidado especial para con los pobres y enfermos y necesitados de cualquier clase.

        Señor, ayúdanos, danos tu amor, de otra forma nosotros no podremos. Tenemos que amar más, amar como Tú, Señor; necesitamos tu amor para amar a Dios y a los hombres, como Tú lo hiciste; necesitamos este mismo amor para comprender el sacerdocio católico y, sobre todo, para saber y comprender toda tu entrega en este sacramento del sacrificio eucarístico y de tu permanencia sacramental en el sagrario hasta el final de los tiempos, presencia real y verdadera del Dios infinito, que no necesita nada de nosotros y sólo lo hace por amor extremo y loco y apasionado e incomprensible a los hombres.

        Señor, aquí nos tienes esta tarde dispuestos a celebrar con humildad y recogimiento tu cena, nuestra cena, la cena tan deseada por Ti para entregarte a todos y cada uno de nosotros. Por eso, nos dices ahora, como a los apóstoles aquella tarde: “ardientemente he deseado comer esta cena pascual con vosotros”. Nosotros también deseamos comer esta Cena Pascual contigo, Señor. Nos gustaría no  decepcionarte.

        ¡Jesucristo, Eucaristía divina, Tú los ha dado todo por nosotros, con amor extremo, hasta dar la vida. También nosotros queremos darlo todo por Ti, porque para nosotros Tú lo eres todo, queremos que lo seas todo. Jesucristo Eucaristía, nosotros creemos en Ti; Jesucristo Eucaristía, nosotros confiamos en Ti; Jesucristo Eucaristía, Tú eres el Hijo de Dios.

 

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SEGUNDA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS: Para celebrar bien la fiesta que aquí nos congrega, la fiesta de la Cena del Señor, de la institución de la Eucaristía, del sacerdocio y del amor fraterno, es necesario mucho silencio interior y una luz especial del Espíritu Santo, que nos permita penetrar en las realidades misteriosas que Jesucristo, Hijo de Dios y hombre verdadero,  realizó en esta noche memorable.

Esta tarde estamos reunidos una comunidad de católicos, unidos por la misma fe y en la misma caridad, somos una comunidad viva en virtud de una animación vital, que nos llega del Señor, del mismo Cristo y que alimenta su Espíritu. Somos su Iglesia, su mismo cuerpo y lo sentimos. Esta Iglesia posee dentro de sí un secreto, un tesoro escondido, como un corazón interior; posee al mismo Jesucristo, su fundador, su maestro, su redentor. Y fijaos bien en lo que digo: lo posee presente. ¿Realmente presente? Sí. ¿En la presencia de la comunidad porque donde dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos? Sí. Pero algo más. ¿En la presencia de su Palabra? Sí, pero más, más todavía. ¿En la presencia de sus ministros, porque el Señor ha dado a los sacerdotes un poder propio personal casi intransferible? Sí, ciertamente. Pero, por encima de todas estas presencias, Jesús ha querido quedarse presente y vivo en una presencia que es toda ella adoración al Padre y amor a los hermanos, Jesús ha querido quedarse especialmente presente, todo entero y completo, en el pan y el vino consagrados, dándose y ofreciéndose en cada Eucaristía, en amor extremo al Padre y a los hombres, es decir, vivo y resucitado, con su pasión, muerte y resurrección,  con toda su vida, desde que nace hasta que sube al cielo.       

«Este pensamiento nos lleva a sentimientos de gran asombro y gratitud, -- dice el Papa Juan Pablo II en su Encíclica Ecclesia de Eucharistia. -- El acontecimiento pascual y la Eucaristía que lo actualiza a los largo de los siglos tienen una <capacidad> verdaderamente enorme, en la que entra toda la historia como destinataria de la gracia de la redención. Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística. Pero, de modo especial, debe acompañar al ministro de la Eucaristía. En efecto, es él quien, gracias a la facultad concedida por el sacramento del Orden sacerdotal, realiza la consagración. Con la potestad que le viene del Cristo del Cenáculo, dice: “Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros… Éste es el cáliz de mi sangre, que será derramada por vosotros”. El sacerdote  pronuncia estas palabras o, más bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo y quiso que fueran repetidas de generación en generación por todos los que en la Iglesia participan ministerialmente del su sacerdocio” (Ecclesia de Eucharistia, 5b).

En la Eucaristía está presente totalmente Cristo, Dios y hombre,  toda su vida y existencia, toda su salvación, aunque no se vea con lo ojos de la carne, porque es una presencia sacramental, es decir, escondida, velada, pero a la vez revelada, identificable. Se trata de una presencia revestida de señales especiales, que no nos dejan ver su divina y humana figura, tal como estaba en Palestina o está ahora en el cielo, pero que nos aseguran con certeza mayor que la misma visión corporal, que Él, el Jesús del Evangelio y ahora el Cristo de la gloria, resucitado y vivo, está aquí, está aquí en la Eucaristía. Creer esto es un don de la fe, sentirlo y vivirlo es un don especial de Dios para los creyentes que lo buscan y están dispuestos a sacrificar, a vaciarse de sí mismo, del propio yo, para llenarse de Él, para realizar este encuentro vital con Él, porque la  vivencia existe y es una realidad, llena de gozo, que  anticipa el cielo en la tierra.

        «La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, misterio de luz. Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: “Entonces se le abrieron los ojos y le reconocieron” »(Lc 24,31) (Ecclesia de Eucharistia 6).

Son multitud los que han experimentado estos gozos eucarísticos, almas fuertes, heroicas, ocultas, silenciosas que se lo juegan todo por Él, hambrientas de lo divino. A las puertas de estas vivencias quedan los rutinarios, los idolatras de sí mismos y de sus glorias, los que no renunciaron al pecado totalmente, aunque celebren o coman la Eucaristía, pero no pueden comulgar con Él, tener sus mismos sentimientos y actitudes, porque están llenos de sí mismos y no tienen tiempo ni espacio para Él.  Faltan almas silenciosas que se lo quieran jugar todo a la baza del Señor, almas serias y eucarísticas, almas con la luz del Misterio sobre el rostro, adoradores del Absoluto en espíritu y en verdad, en este misterio lleno de vida y amor. (Por qué tan flacas y sin vida tantas almas, tantas parroquias, tantos bautizados, tantos catequistas, apóstoles, tantos pastores!

Queridos hermanos, grande es el misterio de nuestra fe, aclamamos a la Eucaristía en la liturgia. Pero si el misterio es grande, grande correlativamente es el poder de los sacerdotes instituidos por el Señor en esta noche santa para perpetuar la Eucaristía, que contiene la humanidad y divinidad de Jesucristo. Es un misterio, pero todo él esta lleno de vida y verdad. Y es precisamente esta verdad milagrosa, poseída por la Iglesia Católica y guardada con conciencia celosa y silenciosa, la que nosotros celebramos hoy y con todas nuestras fuerzas deseamos manifestar y publicar, hacer ver y comprender, exaltar y adorar. Para llegar a este misterio, el camino es la oración y la fe.

La fe que acepta lo que no ve ni comprende, fe, en el primer paso, heredada, que habrá que ir haciendo cada día más personal por la oración y la contemplación, fe seca y árida al principio, pero que barrunta con la confianza puesta en la palabra de Cristo:AEsto es mi cuerpo, esta es mi sangre@; luego, en la oración y con el evangelio en la mano y mirando todos los días al sagrario, vamos aprendiendo poco a poco, en la medida en que nos convertimos y nos vaciamos de nosotros mismos para llenarnos de Él, todas las lecciones que encierra para nosotros, vamos comulgando con sus mismos sentimientos y actitudes hasta convertirse en vivencias tan suyas y tan nuestras, que ya no podemos vivir sin ellas, que ya no sabemos distinguirlas, saber si son suyas o nuestras, porque son nuestra misma vida, vida de nuestra vida, porque a esta alturas podemos decir, como Pablo: “para mí la vida es Cristo”.

Desde la Eucaristía, Cristo nos enseña primeramente su amor. Fijaos bien en que Jesús se presenta en este misterio, no como Él es, sino como quiere que nosotros lo veamos y consideremos, como quiere que nosotros nos acerquemos a Él. Él se nos presenta bajo el aspecto de señales especiales y expresivas, pan y vino, que son para ser comidos y asimilados. La intención de su amor es darse, entregarse, comunicarse a todos. El pan y el vino sobre nuestras mesas no sirven sino para ser consumidos, no tienen otro sentido. Este fue el sentido de su Encarnación. «Nobis natus, nobis datus…», nacido para nosotros, se nos dio en comida. Este amor de entrega fue la motivación de toda su vida. Y la Eucaristía es el resumen de toda su existencia. “Habiendo amado a los suyos....los amó hasta el extremo...” Cuando mire y contemple y comulgue la Eucaristía, puedo decir: Ahí está Jesús amando, ofrecido en amistad a todos, deseando ser comido, visitado. Sí, para eso está Jesús ahí. Para esto ha multiplicado su presencia sacramental en cada uno de los sagrarios de la tierra, desde los de las chozas africanas hasta los de la Catedrales románicas, góticas, barrocas...etc. Bueno sería en este momento examinar mi respuesta a tanto amor, cuánto y cómo es mi amor a Cristo Eucaristía, cómo son mis Eucaristías y comuniones, mis visitas al sagrario, mi oración eucarística.

Otro aspecto del amor eucarístico es la unidad de los creyentes: “los que comemos un mismo pan, formamos un mismo cuerpo...” nos dirá S. Pablo. Por eso, Cristo Jesús,  en esta noche, en que instituyó la Eucaristía, lavó los pies de sus discípulos y nos dio el mandamiento nuevo:“Amaos lo unos a los otros, como yo os he amado”. S. Juan no trae la institución de la Eucaristía en su evangelio, en cambio sí narra el lavatorio y el mandamiento nuevo, que, para algunos biblistas, son los frutos y efectos de la Eucaristía, contiene la institución misma. El lavarse los pies unos a otros, el perdonarnos los pecados que nos separan y nos dividen, es efecto directo de toda Eucaristía, supone haberla celebrado bien o disponerse y querer celebrarla como Cristo lo hizo, quiso y quiere siempre. 

Por eso, al Jueves Santo, como al Corpus Christi, unimos espontáneamente la colecta de caridad, pero sin perder el orden, primero la Eucaristía, y desde ahí, si está bien celebrada, como Cristo quiere, nace la caridad, el partir el pan material entre todos, la Iglesia unida en las necesidades, el “amaos los unos a los otros…”. Pero no sólo de dinero, hay otras muchas formas de caridad, más importantes y heroicas, que no pueden ser ejercidas con dinero, sino que necesitan la misma fuerza de Cristo para perdonar a los que nos han calumniado, dañado en los hijos o en la familia, nos odian o hablan mal de los hermanos. Lo que no comprendo es cómo seguir odiando y a la vez comulgar con el Cristo que nos dijo: “amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

Para amar como Cristo nos manda e hizo en la Eucaristía no basta sólo la caridad del dinero, de la limosna. Y, como ya hemos repetido varias veces, Jesús instituyó la Eucaristía en una cena pascual, queriendo expresar y realizar por ella el pacto con Dios y  la unión de  todos los comensales. Y este sentimiento, esta unión, este amor fraterno, en la intención de Jesús, es esencial para poder celebrar su cena eucarística.

 “Nosotros formamos un solo cuerpo, todos nosotros los que comemos un mismo pan”. Con esta verdad teológica San Pablo nos quiere decir: de la misma forma que los granos de trigo dispersos por el campo, triturados forman un mismo pan, así la diversidad de creyentes, esparcidos por el mundo, si amamos como Cristo, formamos su cuerpo. Es lógico que no debamos comer el mismo pan y en la misma mesa eucarística,  si no hay en nosotros una actitud de acogida y de amor y de perdón a todos los comensales de aquí y del mundo entero. Es necesario exclamar con S. Agustín: «Oh sacramento de bondad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad».

Es este otro momento para pararnos y examinar nuestras Eucaristías: quien no perdone, quien no tenga estos deseos de amor fraterno, quien no rompa dentro de sí envidias y celotipias, no puede entrar en comunión con Cristo. Cristo viene y me alimenta de estas actitudes suyas, que a nosotros nos cuestan tanto y que Él quiere que vivan todos sus seguidores. Solo Él puede perdonar, amar a fondo perdido...

Quiero, Señor,  tener estos mismos sentimientos tuyos, al participar de la Eucaristía, al comer tu cuerpo con mis hermanos, quiero amar más, pensar bien, hablar bien y hacer bien a todos, para eso vienes a mí, ya no soy yo, eres Tú, quien quieres venir a mí por la comunión para vivir tu misma vida en mí, para que yo viva tu misma vida.

Queridos hermanos, estamos viendo cómo estos signos utilizados por Cristo en la cena, se convierten en irradiación permanente de amor, en signos de amor universal sin límites de tiempo ni de espacio. Debemos examinarnos sobre nuestras actitudes y disposiciones al celebrar o participar en la Eucaristía    Pero avancemos un poco más en el significado de los signos del pan y del vino. La intención de Jesús es clarísima; antes de nada, dijo: “Tomad y comed... Tomad y bebed...” Todo alimento entra dentro de aquel que lo come y forma la unidad de su existir. La primera comunión fue el primer día que Jesús formó esta unidad, o mejor, nosotros formamos esta unidad de vida con Jesús y qué fuerte fue en algunos de nosotros, que no lo hemos olvidado nunca y todavía recordamos con frescura y emoción lo que Jesús nos dijo y nosotros dijimos a Jesús.

En la intención de Jesús lo primero es que comiésemos su cuerpo:“Tomad y comed”,  para entrar en comunión con cada uno de nosotros. Y esta es también la intencionalidad de Jesús en el signo elegido, el pan, que es para ser comido. Pregunto ahora: )Se podía amar más, realizar más, expresar más el amor? Solo una mente divina pudo imaginar tales cosas y hacerlas con la perfección que las hizo. Y todo esto porque quiere ser para cada uno de nosotros lo que el alimento es para nuestro cuerpo. Quiere ser principio de vida, pero de vida nueva, de vida de gracia, no del hombre viejo, del hombre de pecado de antes. Ya lo había dicho: “Quien me coma, vivirá por mí”.

Queridos hermanos: esta intencionalidad de Cristo suscita en nosotros otros sentimientos: Oh cristianos, tenéis junto a vosotros la vida, el agua viva, no muráis de hambre, de tristeza, comulgad, comulgad bien, comulgad todos los días y sabréis lo que es vida y felicidad, comulgad como Cristo desea y quiere ser comido, con sus sentimientos de amor y de ofrenda, y encontraréis descanso y refrigerio en la lucha, compañía en la soledad, sentido de vuestro ser y existir en el mundo y en la eternidad.

Aprendamos hoy y para siempre todas estas lecciones que Jesús nos da en y desde la Eucaristía. El sacramento eucarístico no solo es un denso misterio y compendio de verdades, es, sobre todo, un testimonio, un ejemplo, un mandamiento, una vida, todo el evangelio, Cristo entero y completo, vivo y ofrecido en ofrenda salvadora al Padre y en amistad y salvación permanentes a todos los hombres.

Es justo que hoy, Jueves Santo, celebremos este amor de Cristo, que lo adoremos y lo comulguemos. Es justo también que celebremos en este día nuestro amor a Jesucristo, que realizó este misterio de amor; que celebremos también nuestro amor al Padre, que lo programó y al Espíritu Santo, que lo llevó a término con su potencia de Amor y ahora, invocado en la consagración, lo hace presente transformando  el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo.

Hoy es la fiesta del Amor del Dios infinito, Trino y Uno, en Cristo, a los hombres: Señor, aquí nos tienes dispuestos a celebrar con humildad y recogimiento tu cena,  la cena de tu Amor entregado hasta el extremo, hasta dar la vida por la salvación de tus hermanos, los hombres.

 

 

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HORA SANTA ANTE EL SEÑOR SACRAMENTADODEL MONUMENTO

(Seguimos el Manual de la Adoración Nocturna Española)

 

CANTO

 

 

Pange, lengua, gloriosi

corporis mysterium,

sanguinisque pretiosi,

quem in mundi pretium,

fructus ventris generosi

Rex effudit gentium

 

In supremae nocte coenae

recumbens cum fratribus,

observata lege plene

cibis in legalibus,

cibum turbae duodenae,

se dat suis manibus.

 

 

MONITOR: Hermanos, esta noche en que la Iglesia conmemora la Ultima Cena del Señor y su oración en el Huerto de los Olivos, en las que quiso estar acompañado de su íntimos, nos reunimos en torno al Sacramento de su Presencia real para recordar sus últimas palabras y recoger con ánimo agradecido los preciosos dones de la Eucaristía y del sacerdocio, cuya institución conmemoramos.

 

ORACIÓN DE TODOS LOS PRESENTES

 
        SEÑOR NUESTRO JESUCRISTO, COMO PEDRO, SANTIAGO Y JUAN, QUE OYERON TU VOZ ANGUSTIADA EN EL HUERTO DE LOS OLIVOS AL DECIRLES: “VELAD CONMIGO”, TAMBIÉN NOSOTROS ESTA NOCHE LA ESCUCHAMOS Y QUEREMOS ESTAR MUY CERCA DE TI.

        HACE POCO QUE LES HAS ENTREGADO TU CUERPO Y TU SANGRE, HECHOS “ALIMENTO PARA LA VIDA DE LOS HOMBRES”. POR ESO HOY TU PRESENCIA, EN MEDIO DE NOSOTROS, ES UNA REALIDAD. DÉJANOS ESTAR CONTIGO. TENEMOS MUCHO QUE AGRADECERTE POR TU LEGADO A LA IGLESIA EN LA ÚLTIMA CENA: INSTITUCION DE LA EUCARISTIA, INSTITUCIÓN DEL  SACERDOCIO  Y MANDATO DEL AMOR FRATERNO. EN LA LARGA ORACIÓN DE AQUELLA NOCHE PEDISTE AL PADRE POR  TODOS LO QUE CREERIAMOS EN TI.

        NOSOTROS, FRUTO DE TU ORACIÓN Y DE  TU SALVACIÓN, HEMOS VENIDO A TU PRESENCIA PARA AGRADERCERTE TODOS ESTOS DONES, ESPECIALMENTE TU PRESECIA EUCARÍTICA, PRESENCIA DE AMIGO, OFRECIDA PERMANENTEMENTE A TODOS LOS HOMBRES, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA.

        NECESITAMOS PERDIRTE MUCHAS COSAS PARA NOSOTROS Y PARA EL MUNDO, COMO TU LO HICISTE,  AQUELLA NOCHE EN LA CENA, CENA DE LA AMISTAD, DEL SACERDOCIO Y DEL AMOR FRATERNO, AMPLIAMENTE EXPLICADO EN TODOS LOS EVANGELIOS. NOSOTROS TAMBIÉN  QUEREMOS ORAR Y PEDIR ESTA NOCHE EN TU PRESENCIA EUCARÍSTICA, PORQUE “EL ESPIRITU ESTA PRONTO PERO LA CARNE ES DEBIL.”. Y QUEREMOS, SOBRE TODO, ACOMPAÑARTE EN LA NOCHE EN QUE TE ENTREGASTE  EN OFRENDA SACRICIAL, EN BANQUETE DE ALIANZA Y EN AMISTAD PERMANENTE EN EL PAN CONSAGRADO, QUE ADORAMOS Y VENERAMOS EN ESTOS MOMENTOS, Y QUE ERES TÚ MISMO, JESUCRISTO, VIVO Y RESUCITADO.

        ACÉPTANOS, SEÑOR, EN TU COMPAÑIA. QUEREMOS ACOMPAÑARTE EN ESTA NOCHE EN QUE TANTO SUFRISTE POR NOSOTROS. QUEREMOS CORRESPONDERTE. HAZ QUE SEA ASÍ  FECUNDO EN NOSOTROS TU SACRIFICIO REDENTOR.

        JESUCRISTO, EUCARISTÍA DIVINA, TÚ LO HAS DADO POR NOSOTROS, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA. TAMBIÉN NOSOTROS QUEREMOS DARLO TODO POR TI, PORQUE PARA NOSOTROS, TÚ LO ERES TODO; NOSOTROS QUEREMOS QUE LO SEAS TODO.

        JESUCRISTO EUCARISTÍA, YO CREO EN TI.

        JESUCRISTO EUCARISTIA, YO CONFÍO EN TI

        JESUCRISTO EUCARISTÍA, TÚ ERES EL HIJO DE DIOS.

 

MONITOR: El Señor esta noche nos prometió que no nos dejaría huérfanos. Y no nos dejó. Se quedó perpetuamente con nosotros en la Eucaristía hasta la consumación de los siglos.

 

LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DE SAN PABLO A LOS CORINTIOS: ll, 23-26

 

(SILENCIO MEDITATIVO)

 
MONITOR: Por eso nosotros hoy no tenemos por qué envidiar a la hemorroisa que tocó la fimbria de su vestido, ni a Zaqueo que le hospedó en su casa, ni a los hermanos de Betania que tanta veces se sentaron a la mesa con Él.

 

CANTO  (DE PIE)

 

 CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES, CANTEMOS AL SEÑOR…

 

MONITOR: Por eso, porque está aquí, nosotros podemos hablarle esta noche, como le hablaban las gentes de su tiempo en Palestina. Y lo vamos a hacer con las mismas palabras que sus oídos de carne escucharon entonces. Avivemos nuestra fe en la presencia de Jesús Sacramentado, repitiendo las palabras del Apóstol Santo Tomás:

(Ver el Manual de la Adoración Nocturna)

¡Señor mío y Dios mío!

Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel.

Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo que ha venido a este mundo.

Señor, aumenta nuestra fe.

Creo, Señor, pero ayuda Tú mi incredulidad.

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Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.

Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron.

Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas.

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Dichosos los ojos que ven lo que nosotros vemos y los oídos que oyen lo que nosotros oímos; porque muchos patriarcas y profetas quisieron verlo y no lo vieron, oírlo y no lo oyeron.

Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

Señor, ¡qué bien estamos aquí!

Quédate con nosotros, Señor, que anochece.

Jesús, hijo de David, ten compasión de nosotros.

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Señor, si Tú quieres, puedes limpiarme.

Señor, que se abran nuestros ojos y veamos.

Explícanos, Señor, estas parábolas.

Señor, el que amas está enfermo.

Señor, danos siempre de ese pan, que eres Tú en la Eucaristía.

Señor, danos siempre de esa agua, que eres Tú, fuente de vida.

Enséñanos a orar.

MONITOR: Fieles a la recomendación del Señor y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir: Padre nuestro…                               

                                     

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MEDITACIÓN EUCARÍSTICA

(En mi libro ¡TU CUERPO Y SANGRE, SEÑOR! hay más  homilías y meditaciones del Jueves Santo)

 

QUERIDOS HERMANOS: En este día tan entrañable para la Comunidad cristiana, nosotros, seguidores y amigos de Jesús, hacemos memoria de sus palabras y gestos últimos, especialmente en la institución de la Eucaristía. El Jueves Santo es el día eucarístico por excelencia: día de su entrega en sacrificio martirial por nosotros, día de sus deseos de ser comido en comida fraterna por todos los suyos, día en que quiso quedarse para siempre en el sagrario en amistad ofrecida permanentemente a todos.

Ante este misterio de la Eucaristía, me vienen espontáneamente a los labios las palabras del himno eucarístico de Santo Tomás de Aquino, que cantamos en la festividad del Corpus Christi, pero también en muchas otras ocasiones: «Adoro te devote, latens Deitas»: Te adoro devotamente, oculta divinidad, que vives bajo estos signos sencillos del pan y del vino. Todo mi ser y mi corazón se doblan y se arrodillan ante Tí, porque, quien te contemple con fe, desfallece y se extasía de amor...» O aquella estrofa del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado».

Estos días son para pasar largos ratos ante el Señor Eucaristía, para contemplar y extasiarse de amor eucarístico, para mirar al Amado y dejar nuestros cuidados del mundo y de las cosas entre las azucenas olvidado. Para un cristiano, la Semana Santa debe ser toda entera para el Señor, para vivir y meditar sus misterios santos, que son muchos y muy profundos, todos llenos de amor loco y apasionado por los hombre.

Desde la Hostia Santa, que queda expuesta como siempre después de la Cena del Señor, Jesús me está enseñando amor hasta el extremo, entrega total;  me enseña humildad: se olvida de sí mismo, de lo que es y se rebaja y se arrodilla pidiendo mi amor y mi amistad; me enseña servicio: se pone a servir a los Apóstoles y quiere llenarme de sus actitudes y alimentar sentimientos evangélicos en mi vida; me enseña también fidelidad plena: aunque los hombres no comprendan tanto amor, ni crean en su presencia, Él cumple su palabra de quedarse con nosotros en el pan consagrado hasta el final de los tiempos, todo un Dios se humilla y busca al hombre para llenarle de divinidad; qué bueno es Jesús, Él sí que es un amigo verdadero, sin egoísmos ni traiciones, lleno de delicadezas y perdones. Es Dios, el Infinito hecho pan  por amor al hombre.

¿Qué queremos decir hoy de Cristo hecho pan de Eucaristía? Queremos decir que ese trozo de pan es el quicio y gozne de toda diócesis, de toda parroquia, de todo católico. Todo cristianismo, todo cristiano, que no gire en torno a la Eucaristía, está desquiciado. Toda parroquia, que no gira en torno a la Eucaristía, está desquiciada. Quiere decir que toda parroquia y todo creyente tiene que girar en torno a la Eucaristía, porque el cristianismo no son cosas ni ritos ni preceptos, el cristianismo esencialmente es una persona, es Cristo mismo, y sin Cristo, sin Eucaristía, no hay cristianismo, ni fraternidad, ni comunidad. Es más, tenemos que observar nuestro comportamiento con la presencia de Cristo en el sagrario, nuestra relación con el pan consagrado, porque lo que hacemos con el pan, se lo estamos haciendo al mismo Cristo, directamente, no a una imagen o figura. No amo, no me arrodillo, no venero, no respeto, no valoro el pan consagrado, celebro de cualquier modo, no respeto al mismo Cristo.

 Por eso, para saber de la santidad de una persona, sea sacerdote o seglar,  hay que tener mucho cuidado con su comportamiento con Jesús Eucaristía, porque de ahí han de recibir su fuerza y verdad nuestra vida cristiana, nuestra relaciones con los demás, nuestras predicaciones sobre Cristo o  su evangelio,  todo nuestro apostolado, todo recibe su fuerza de la Eucaristía como de su fuente; toda nuestra vida personal y apostólica nos lo jugamos en nuestra relación  y comportamiento con Jesucristo Eucaristía. Cuando veo tanta ligereza después de la Eucaristía, hablando o comportándonos como si Cristo ya no estuviese presente en el sagrario, no valorando que es Dios, como si no viera lo que hacemos, me da pena,  porque esto indica que no hemos tocado y sentido a  Cristo vivo. 

Si queremos enfervorizar una parroquia, empecemos por revisar nuestras celebraciones eucarísticas, nuestras visitas al Santísimo, nuestras comuniones, nuestras liturgias y acciones eucarísticas. Si queremos enfervorizar a nuestra familia y nuestros hijos, empecemos por revisar nuestra vida eucarística: si queremos enfervorizar nuestras catequesis y catequistas, nuestros grupos cristianos de cualquier clase que sean, empecemos por revisar nuestra relación con la Eucaristía, tratemos todos, sacerdotes y seglares, de amar más a Cristo Eucaristía, de imitar sus virtudes eucarísticas: humildad, entrega, silencio, perdón continuo; revisemos nuestra relación eucarística con Él, nuestra oración eucarística, nuestros comportamientos eucarísticos.

 El Vaticano II nos dice:«...en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, que da la vida los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo...los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están  íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan...@(PO 5). ANinguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad »(PO 6).

 Horas de sagrario y adoración eucarísticas son horas de santificación directa y llameante, apostólicas y salvadoras  para el mundo y los hombres, redentoras de tanto pecado y materialismo inundante y secularizante, que ya no respetan ni los dinteles de los templos y entra dentro de nuestras iglesias. Necesitamos iglesias abiertas todo el día para que los creyentes puedan visitar, orar y adorar a Jesucristo Sacramentado, fuente y manantial de vida cristiana para todos los hombres:«... la Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica» (PO 5).

        «Si la Eucaristía es centro y cumbre de la vida de la Iglesia, también lo es del ministerio sacerdotal. Por eso, con ánimo agradecido a Jesucristo, nuestro Señor, reitero que la Eucaristía «es la principal y central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la Eucaristía y a la vez que ella» (Ecclesia de Eucharistia 31b).

En esta tarde del Jueves Santo, Cristo no sólo ha querido prolongar su presencia en el pan de la Eucaristía sino también en la presencia de otros hombres, los sacerdotes, a los que confiere su misión y el encargo recibido del Padre. Toda la carta a los Hebreos nos repite que Cristo es el único sacerdote del Nuevo Testamento de modo que los demás, que han sido elegidos por Él,  no son sino prolongación suya, prolongadores de su misión de santificar, predicar y guiar al pueblo de Dios. Jesús fue sacerdote por su misma Encarnación, por la unión en su persona de la naturaleza divina y humana, que le convierte así en puente, en pontífice entre lo divino y lo humano.

Por eso rompió radicalmente con el sacerdocio del Antiguo Testamento que lo era por línea de sangre o de familia. No necesita el sacramento del Orden porque Jesús por su mismo ser y existir, es y fue mediador entre Dios y los hombres.  No hubo un instante en que su naturaleza divino-humana no fuera sacerdotal. Lo fue desde la misma Encarnación. Y ejerció su sacerdocio desde el mismo instante de su concepción en el seno de María y lo consumó en la Ultima Cena anticipando el Viernes y el Sábado de Gloria. «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús».

Los sacerdotes prolongan la Encarnación de Cristo, son Cristo Encarnado, son presencia sacramental de Cristo, prolongan su Palabra y su Salvación y  su Vida No hay en esta asamblea algún joven o adulto que quiera ser prolongación de Cristo? Queridas madres, que amáis tanto a Cristo y a su Iglesia, por qué no echáis esta simiente en vuestro corazón y la cultiváis con vuestra oración eucarística para que nazcan hijos que quieran ser sacerdotes? Necesitamos madres sacerdotales. Queridos cristianos, necesitamos vuestra oración y vuestras obras y sufrimientos por las vocaciones, para que surjan en vuestras familias hijos o hermanos sacerdotes. ¿No podríais rezar un poco más, querer y ayudar un poco más a los que ya son sacerdotes? Porque al ser sacramento de Cristo, no en una materia muerta, como un trozo de pan, sino en carne viva, en el barro de los hombres, esto nos obliga a vivir su misma vida, a pisar sus mismas huellas, a ser santos como Cristo y esto cuesta y a veces no podemos y necesitamos vuestra oración y vuestra ayuda.

 El sacerdote es sacramento de la presencia y de la vida de Cristo, de la mediación de Cristo, de la ofrenda victimal de Cristo, de la salvación de Cristo, de su perdón, de sus gracias, de sus dones,  pero también de su testimonio, de su amor al Padre y a los hombres y nuestro corazón es de carne y se cansa y duda y no abarca ¿Podéis ayudarnos con vuestro cariño? Con vuestra ayuda nos será más fácil, menos costoso prolongar a Cristo, representar y reproducir a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres, como puse en la estampa de mi ordenación y primera Eucaristía, ser, en definitiva, un signo sencillo pero viviente de Cristo.

El sacerdote, en razón del sacramento, está más  obligado a una santidad de vida, porque Él es el que actúa a través de mi humanidad; yo se la he prestado para siempre, para este tiempo y para toda la eternidad y no la quiero tener para ninguna otra persona u ocupación. Estoy consagrado a Él de por vida y jamás me desposaría con nadie aunque me estuviera permitido, porque me he entregado a Él totalmente y he perdido la capacidad de poder amar esponsalmente a nadie. Mi corazón solo quiero que sea para Él, pero soy pecador, por eso pido vuestra oración, vuestro acompañamiento, vuestra ayuda espiritual. 

Al tener que pisar sus mismas huellas, tengo también que llevar en mi cuerpo las señales de la pasión de Cristo, sus mismas marcas de amor y dolor. Por eso, como San Pablo a su discípulo Timoteo, valoro este don y doy gracias por él al Señor: “Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mi y me confió este ministerio” (1Tim 1,12). Doy gracias a Dios con S. Pablo porque me ha llamado y me ha hecho capaz de ser y realizar un misterio y ministerio que yo no podía imaginar. Como rezamos en el prefacio de este día:“Cristo, con amor de hermano, ha elegido a hombres de este pueblo, para que por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión”.

“Se fió de mí”, a pesar del pasado de Pablo, a pesar de mi pasado... Cristo me ha preferido, me ha llamado y me sigue llamando en un acto de confianza plena a estar con Él y enviarme a predicar, en un acto de predilección eterna,  que jamás sabré agradecer ni por toda la eternidad, cuando todo lo vea a plena luz y amor y me goce eternamente en la contemplación de mi identificación con su sacerdocio celeste a la derecha del Padre y así ya para siempre, para siempre, para siempre...toda la eternidad sacerdote celeste con Cristo glorioso  para alabanza de  gloria de la Santísima Trinidad y mis hermanos, los redimidos. Y esta confianza depositada por el Señor en nosotros, los sacerdotes, debe llevarnos a una correspondencia de gratitud y confianza inquebrantable en su persona y en su misión: “Sé de quien me ha fiado y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio”.

Por eso, perdonad que en esta tarde de tan profundos ecos sacerdotales, yo públicamente agradezca a Cristo este don y renueve mi entrega sacerdotal con San Pablo: “Doy gracias a Cristo Jesús, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio”.

Finalmente, la celebración de la Última Cena incluye el don de la comunión fraterna y solidaria, que nos obliga en el Señor a compartir cuanto somos y tenemos:“Un mandamiento nuevo os doy... Habéis visto lo que he hecho con vosotros... haced vosotros lo mismo...” Hoy es el día de la Eucaristía, pero por ello mismo y por voluntad de Cristo, es un día especial de vivir y recordar la obligación de amarnos fraternalmente, día del encuentro y acogida entre  todos los hombres. Y ahora ya, sentémonos a la mesa y celebremos la Eucaristía

 

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SEGUNDA MEDITACIÓN DEL JUEVES SANTO,

MIRANDO YA EL VIERNES SANTO

 

        Hoy quiero que escuchéis un sermón del siglo XVI, de San Juan de Ávila, pero hecho con tanto amor y sabiduría que vale para todos los tiempos. Es sencillamente un Sermón sobre la Soledad de la Virgen y de este sermón sólo he tomado el comienzo del mismo y algunos textos de su desarrollo. Como está en castellano del tiempo, iré explicando con palabras actuales su significado y sentido. Este es el resumen del Sermón de la Soledad de María, que he  realizado.

 

Exordio

 

        « “Flere con flentibus et gaudere cum gaudentibus” (Rom 12, 15). Dice el apóstol San Pablo: La ley de amor pide esto: quiere que lloremos con los que lloran, y que nos gocemos con los que se gozan. Cosa usada es entre los que se aman ser común a ellos la alegría y la tristeza; de tal manera, que si vos amáis a alguno mucho y le sucede alguna cosa de que se debe alegrar, vos también os alegráis como si a vos mismo os sucediera; y, por el contrario, os entristecéis si alguna cosa adversa le viene.

        El presente día es dispuesto para acompañar a la sacratísima Virgen María en sus dolores y trabajos; la devoción de este día es atribuida a ella, y no le costó poco. Por cierto, digno de reprensión sería el hijo que, viendo a su madre muy atribulada, llorando afligida, no se entristeciese con ella y le ayudase a llorar sus trabajos; cuánto más si hubiese sido causa de lo que la madre padece. Nosotros somos la causa de la pasión de Jesucristo y de las angustias de su Madre. Duélente, Señor, no tus pecados, sino los míos; te dueles, te afliges, te cansas, no por lo que hiciste, sino por lo que nosotros cometimos. Porque, mira, Jesucristo no tenía pecados, ni por qué padecer de su parte, no debía nada de sí. Si tuviese una madre un hijo que se le hubiese muerto por amor de mí, y viese que yo estaba riendo y que no le ayudaba a llorar su hijo, ¿qué tanto le pesaría?

        No sé qué mala ventura es ésta; ya no hay tiempo de pasión, no se celebran estas fiestas como solían. En otro tiempo había sentimiento de la pasión de Jesucristo; en la primitiva Iglesia duraba la misa y el oficio hasta la mañana que Jesucristo resucitó. Ya no hay nada de esto, sino, en pasando el viernes, ¡alto!, ya es Pascua. ¡Sus!, a entender en lo que habemos de comer, en lo que habemos de vestir. ¡Qué gentil celebrar de pasión, por cierto! ¿Y así se había de hacer ello? ¿No os durará la devoción de estos santísimos días un momento? Gastad, ahora, por reverencia de Dios, este día en acompañar a la Viuda, (y a su Hijo)  y dadle cada uno en su rinconcillo ayudarle a llorar y a estar allí con ella, pues sois la causa de sus dolores. Celebrad la pasión de Jesucristo, si queréis sentir los gozos de su resurrección. Todo cristiano debe gastar este día en acompañar a (Jesús) y a la Virgen.

        (Hemos leído la escena del Huerto de los Olivos) Van a prender a Jesucristo el jueves de la cena en la noche, y lo primero que dice, olvidado de sí: No toquéis a éstos! Prenden al libre, ¿y mandáis que no toquen a los siervos? ¿Qué justicia es ésta, Señor? Prenden al inocente, ¿y mandáis que dejen a los culpados? Atan al mayorazgo de Dios y dejan ir libres a los esclavos; llevan preso a Jesucristo, dejan al malhechor en casa. ¡Oh, bendita sea tu misericordia! ¡Que no se ponga el cristiano en medio y diga: «Señor, ¿qué es esto? ¿Qué justicia es ésta? Vuélvase vuestra espada contra mí; ejecutad en mí la ira de vuestra justicia, que yo soy el que merezco el castigo. ¿Qué es esto, Señor? ¿Por qué así matáis a vuestro mayorazgo y así atormentáis a vuestra sierva María?

        La respuesta de Jesucristo clara está; cayó sobre él castigo, por el cual fue adquirida la paz entre Dios y nosotros. Cayó sobre él la ira del castigo por que nosotros fuésemos remediados…—Pues ¿por qué muere? —Propter scelera populi mei percussi eum. Eso sí, «por los pecados de mi pueblo, porque me ofendieron los hombres, por eso le castigo yo», dice el Padre Eterno, por que ellos no se perdiesen para siempre en el infierno.

        Pues es la culpa de los hombres que han pecado, ellos son la causa de la muerte de Jesucristo; luego ¿qué justicia es ésta, Señor, que castigáis al justo por los pecadores, que muera el inocente por los culpados? Señor, parece que hay escrúpulo en vuestra justicia, pues castigáis al que no tiene culpa y dejáis ir libres a los que hicieron el mal.

        Si lo quiso El, ¿qué haremos? Si quiso morir por nosotros, si nos amó tanto hasta perder la vida por nosotros, ¿qué diremos? Luego así había de decir el pregón: «Esta es la justicia que manda hacer el Eterno Padre a Jesucristo, su Hijo, porque amó a los hombres. Quien a tantos y tales ama, que tal haya».— Por qué moriste, Señor? —Por el amor que te tuve, — ¿Quién te cansó, Señor, tanto? ¿Quién te afligió? ¿Quién te hizo haber hambre y sed? ¿Quién te hizo sudar? ¿Quién te paró tal hasta morir desnudo en una cruz? —El amor que tuve a los hombres. — ¿Por qué, Padre, afligiste tanto a la Madre y al Hijo? ¿Qué culpa tienen? Ovejas son inocentísimas. —El amor que tuvo a los hombres Jesucristo, eso es.

       

¿Por qué tan afligida la Virgen nuestra Señora?

 

        Pero ¿qué tiene que ver con eso la Virgen María nuestra Señora? ¿Por qué tan afligida? ¿Por qué tanto la atribuló el Eterno Padre el día de hoy? ¿No está escrito: Si topareis en el campo algún nido de pájaros y estuviera en él su madre, tomad los pájaros y no lleguéis a la pájara; tomad los hijos y dejad la madre? ¿No mandaba Dios en el Éxodo: No cuezas el cabrito en la leche de su madre? “Ne coxeris haedum in lacte matris suae”. Señor, ¿tenéis cuidado de las aves, tenéis cuidado de los animales? ¿Qué es esto, Señor? ¿No bastaba matar al hijo y ponerle en una cruz, sin matar también a la Madre? ¿Por qué se cuece a Jesucristo en las lágrimas de su Madre? Si lo queréis asado, asado está en el fuego de tan grandes tormentos, asado lo tiene el fuego del amor, que en su benditísimo corazón ardía mientras estaba padeciendo en la cruz; y si lo queréis cocido, cocido está en lágrimas, que de los ojos de su sacratísima Madre salían, viendo lo que estaba padeciendo.

        ¡Oh, bendita sea vuestra misericordia, Señor! ¿Y qué os ha hecho esta bienaventurada Virgen? ¿Qué os hizo la que todos los días de su vida os sirvió? ¿Qué os hizo la que, mientras en esta vida estaba, en otra cosa no gastó su tiempo sino en agradaros? ¿Qué os hizo la que tan desvelada andaba todas las noches y los días por contentaros? ¿Qué hizo su virginal corazón, en el cual aun un pensamiento el más pequeño del mundo, nunca hubo de que vos, Señor, os ofendieseis, que así la habéis hoy lastimado, que así la habéis hoy entristecido? ¿Qué os hizo, Señor, esta Virgen limpísima, en quien nunca hubo pecado? ¿Por qué tanto la habéis afligido el día de hoy?

        ¡Oh Virgen bendita! Y quien te preguntase: ¿En quién estaba tu consuelo? ¿En quién esperabas? ¿Qué era lo que más amabas? ¿Por ventura no era Jesucristo? El uno y solo era tu consuelo y esposo, tu Hijo, tu alegría, tu remedio; El solo te era todas las cosas; con solo El estabas, Señora, contenta y ninguna cosa echabas de menos; teniendo a El, ninguna cosa faltaba; faltándote El, todo tu bien has perdido; no lo trocarás por cielos y tierra.

        Ella es la que más perdió, la más entristecida, la más desconsolada, la más afligida de cuantas hubo ni habrá. Cuando lo viese que ya quería expirar, cuando viese aquellos lucientes ojos oscurecerse, cuando viese alzársele el pecho, cuando lo viese resollar tan aprisa con las ansias de la muerte, la Madre que tal vio, ¿qué haría? No hay corazón que sepa sentirlo, no hay lengua que sepa explicarlo No te quedó consuelo ni arrimo en la tierra, muerto tu santísimo Hijo, porque en él tenias todas las cosas.

        Oh, bendito seas, Señor, que fuiste servido que el amor grande de esta Virgen fuera sayón que la atormentase tanto, que dice San Jerónimo, que cada punzada, que daban a Jesucristo en el cuerpo era una lanzada que atravesaba el corazón de la Virgen; cada bofetada, cada azote, cada llaguita que hacían a Jesucristo, tantas puñaladas eran para el corazón de esta Virgen! ¡Oh, bendita sea tu misericordia, que tantas saetas tuviste para herir y traspasar el corazón de esta Virgen! Pues si el cuerpo de Jesucristo estaba con cinco mil azotes repartidos en un cuerpo como el suyo, su sacratísima cabeza atravesada por tantas partes de las espinas, horadados con clavos tan crueles sus pies y manos, todo corriendo sangre, sus sacratísimas barbas peladas, escupido, abofeteado, aquel delicado cuerpo descoyuntado y sus tiernos miembros desencajados, ¿qué tal os parece que estaría el corazón de la Virgen, que esto tenía delante de los ojos? ¡Oh virginal corazón! La pintáis con siete cuchillos, con setecientos la habíais de pintar! No tienen cuenta las gotas de la mar y sus arenas, no tienen cuenta las estrellas del cielo con los dolores de la Virgen María.

 

La muerte y la lanzada

 

        Alzó los ojos la primera madre Eva para ver el árbol del

que Dios le había mandado que no comiese. Alzó los ojos la Virgen María a Jesucristo en la cruz. Más lastimó a la Virgen ver cuál estaba Jesucristo que agradó y deleitó ver a la primera doncella el árbol que le estaba vedado que no comiese. ¿Para qué son ojos hoy, Señora? Deseaba la Virgen sacratísima ver a Jesucristo. Alzaba los ojos a mirarlo. Era tanto el dolor que recibía de verlo, que tanto padecía, que cuan presto alzaba los ojos, tan presto los bajaba, no pudiéndolo sufrir. Decía al Eterno Padre: «Señor, no te pido vida para mi Hijo; ya veo, Señor, que está muy cerca de su muerte; recibid, Señor, su muerte en recompensa de los pecados de los hombres. Cese ya tu justicia; no castigues tus esclavos, pues así has castigado a tu mayorazgo por que ellos no se perdieran. Con alegría, Señor, le recibí, y con grande dolor te lo torno. Grande fue el gozo que mi alma recibió el día que el ángel me trajo la nueva de que le había le parir; pero grandísimo dolor sentí en mi corazón al verle partirse de mi con tanto trabajo».

        ¿A quién te compararé? Cuando llegó la hora en que expiró, ¿qué sintió tu corazón al verle agonizar con la muerte aquellas ansias mortales? Muere el uno en la cruz, y cae el otro al pie de ella.

        ¿A quién te compararé? A Abraham mandóle Dios que subiese al monte y sacrificase a su hijo, pero después contentóse Dios con sola su obediencia de corazón, y dióle un carnero que sacrificase. Al monte subió con su hijo Isaac, y del monte bajó con él; mas la Virgen nuestra Señora no así. Al monte Calvario subió con su Hijo; mas no le trajo a la vuelta consigo, que allá le dejó.

        «Padre de misericordia —decía la Virgen—, veis aquí vuestra esclava, cúmplase en mí vuestra voluntad. Este Hijo me disteis; con gran alegría le recibí. Vedle, ahí os lo torno; vos me lo disteis, vos me lo quitasteis, cúmplase vuestra santísima voluntad; esclava soy para todo lo que vuestra majestad quisiere hacer de mí. El día de mi alegría os canté: Engrandezca mi alma al Señor y gócese mi espíritu con Dios mi salud; el día de mi tristeza y dolores suplícoos le recibáis en agradable sacrificio por los pecados de los hombres».

 

El Hijo en sus brazos

 

        Levántase la Virgen para tomar a Jesucristo en sus brazos; con el dolor no podía reposar; ni descansar en pie, ni descansar sentada: —«¡Dádmele acá!—» jOh Señora, que no sabéis lo que pedís! Mirad que no descansaréis con eso, antes se doblará vuestro dolor». Tornan el cuerpo y pónenselo en sus faldas. Toma San Juan la cabeza y la Magdalena los pies; comienzan todos a llorar tan reciamente, por una parte de ver aquel bendito cuerpo tan atormentado, por otra parte de ver las lástimas que la sacratísima Virgen hacía. ¡Oh gran dolor! ¿A quién te compararé? Comienza la Virgen a allegarle las manos a la cabeza y topaba con las espinas que le habían quedado hincadas al quitar de la corona; todos los cabellos llenos de sangre. No hacía sino rodear aquel cuerpo; no se hartaba de mirarlo; por otra parte, desfallecía del gran dolor. Toma las manos, velas hechas pedazos; pone los ojos en el rostro de su Hijo, abre aquella boca y comienza a hablar; quebraba el corazón al que la oía: ¿Qué es esto, Señor? ¡Hijo mío, Dios mío y consuelo mío!, ¿cómo me has dejado, sabiendo que tanto te amaba? ¿Para qué me has guardado para tanto dolor? ¿Este es el cuerpo que yo tan tiernamente trataba y envolvía? ¿Quién, Señor, te ha parado tal? ¿Qué corazón bastó a hacerte tanto mal? ¡Oh Verdad de Dios escupida! ¡Oh hermosura afeada! ¡Oh lumbre del cielo oscurecida! ¡Oh rostro que alegras en el cielo los bienaventurados!, ¿y quién te ha desfigurado de tal manera? ¡Oh lengua que a tantos consolaste, que a nadie supiste decir mala palabra! ¿Adónde estás que no me respondes? ¿Cómo se ha tornado mi arpa en lloro y mi música en lágrimas?»

        El corazón más tierno de las madres del mundo fue el de Maria. Y si de ver a un pobre llora, ¿qué haría de ver padecer al Hijo, de verlo muerto sobre sus faldas y tan atormentado como estaba? Es tan tierna, que si viera padecer algún mal, algún trabajo a los mismos que crucificaron a su Hijo y trataron tan cruelmente, se le doliera de ello. Pues decidme, ¿qué os parece que sentiría de ver padecer tanto a un su único Hijo, y tal Hijo? Consuélate, cristiana mujercita, hombrecito, que estáis en trabajo; sábete que tienes una Madre en los cielos, que se duele de tus fatigas más que tú mismo te dueles, y así procura remediarlas. El mayor dolor de cuantos se pueden pensar en el mundo, en el corazón más tierno: ¿qué os parece que sentirá?

         «Padre de misericordia —decía la Virgen—, veis aquí vuestra esclava, cúmplase en mí vuestra voluntad. Este Hijo me disteis; con gran alegría le recibí. Vedle, ahí os lo torno; vos me lo disteis, vos me lo quitasteis, cúmplase vuestra santísima voluntad; esclava soy para todo lo que vuestra majestad quisiere hacer de mí. El día de mi alegría os canté: Engrandezca mi alma al Señor y gócese mi espíritu con Dios mi salud; el día de mi tristeza y dolores suplícoos le recibáis en agradable sacrificio por los pecados de los hombres».

        «Oh pecadores, ¡cuán caro me costáis! ¡Cómo por amor de vosotros ha pasado mi corazón trance tan amargo como ha sido éste, ver a mi Hijo Jesucristo padecer tan cruel muerte y pasión! Lo que vosotros hicisteis, Él lo ha pagado, y mi alma lo ha sentido: por bien empleado vaya, aunque ha pasado tantos trabajos, por que vosotros recibáis el fruto de ello y alcancéis perdón de Dios».

        ¡Oh Señora! bendita seáis vos, que aún tenéis el sonido de las palabras de vuestro Hijo: ¡Perdonadlos! «Yo los perdono, Señor; y por la parte que me cabe de los trabajos que os he visto padecer por amor de ellos, perdonadlos, Señor; hacedles bien; consoladlos en sus tribulaciones; socorredlos en sus necesidades; ayudadlos en sus trabajos; oídios, Señor, cuando os llamaren; alegradlos; hacedles bien por mí, Señor».

        “Ecce ancilla”. Aquí se cumplió bien el conformarse con la voluntad de Dios. ¡Oh dechado de madres! Perdonad; no esperéis que os vengan a rogar. ¿No veis a María, Madre bendita, que de buena gana perdonó la muerte de su bendito Hijo, y estando aún corriendo sangre, fresco, recién muerto; y no espera que le vengan a rogar, antes ella ruega por los que le habían dado la muerte, y por los que habían sido causa de ella?

 

Recogida en el Cenáculo

 

        Busca más; (busca a los Apóstoles) y hállalos todos; vanse para el cenáculo. Hablan a la Virgen, llegan todos, los ojos por el suelo: «Señora, he aquí los malos, los cobardes, todos huimos y le dejamos; sola vos no huísteis, Señora. Todos perdimos la fidelidad; vos no la perdisteis; alcanzadnos perdón, Señora. Júntanse allí todos; toda la noche y el día era en pensar cómo le crucificaron; su plática no era otra. Decía San Juan, que lo vio todo: «Oh hermanos, si le vierais en la columna, si en la coronación de espinas; si le vierais con tanto trabajo llevar la cruz sobre sus benditos hombros, pregonándole por traidor, con cuánta deshonra, con cuánto cansancio; si le vierais en la cruz perdido el color de su bendita cara, las lágrimas en aquellos ojos, su cabeza corriendo sangre, sus pies y sus manos hechos también fuentes, y dar con tan gran trabajo el alma al Padre!

        Así pasaron la noche; así pasemos nosotros, acompañando y consolando a la Virgen y llorando con ella tanto dolor como por nuestra causa le vino; y esta Señora, por cuya honra os juntasteis aquí, os la pagará rogando por vosotros cuando le llamareis. Os consolará en vuestras tibiezas, os socorrerá en vuestros trabajos; os alcanzará gracia y después gloria, ad quam nos perducat. Amen.»

 

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VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- En la cruz casi infinitamente grande y dolorosa, formada por nuestros delitos y pecados, quiso Cristo ser clavado para redimir al mundo y al hombre de su condena.

        En esta tarde memorable del Viernes Santo, la sombra gigantesca de un crucificado se desploma aplastante de dolor y de tristeza sobre nosotros, sobre nuestras cabezas, sobre nuestros corazones y sobre nuestros ojos.

        A la sombra de  esta cruz formada por nuestros pecados debemos permanecer silenciosamente hasta la mañana pascual de la resurrección, porque Jesucristo Dios de amor por los hombres ha muerto en su humanidad que había asumido para salvarnos. No se trata de la muerte de un hombre santo, sino de un hombre en quien Dios se encarnó y se hizo presente con nuestra carne para poder sufrir por el hombre y demostrarle su amor.

Es un hecho único e inaudito que no existe en ninguna otra religión, y que nosotros no podríamos haber ni sospechado si Él no nos lo hubiera revelado y realizado con palabras y gestos muy reales y concretos, que sobrepasan toda comprensión puramente humana. Es una realidad, un hecho que si lo creemos es para quedarse aquí para siempre y morir de amor por Él como Él murió por todos nosotros.

        Debió ser un espectáculo impresionante. El Evangelio lo expresa así: “Viendo el centurión que estaba frente a Él de qué manera morías, dijo: verdaderamente este hombres era Hijo de Dios.” Igual la multitud de personas que lo habían presenciado y que, “golpeándose el pecho”, marchaban a sus casas.

        Nosotros también, Señor, contemplándote esta tarde del Viernes Santo clavado en la cruz, no podemos menos de admirarte, venerarte y reconocer tu amor, que te hizo pasar por dolores y humillaciones y sufrimientos atroces de todo tipo para que el hombre no dudase nunca del amor y perdón del Padre. Era yo el que tenía que sufrir esos dolores por mis pecados, éramos nosotros los que merecíamos tanto escarnio, tantas humillaciones por nuestras infidelidades; éramos nosotros los que estábamos condenados a morir con muerte eterna por nuestros pecados, pero Tú quisiste sufrirlo todo por nosotros para librarnos a todos los hombre de la condena a muerte merecida por nuestros pecados.

         Por eso, Señor, tu cruz y tus sufrimientos me echan en cara en pirmer lugar mis pecados y mis faltas de amor, todos mis pecados, todas mis cobardías en seguirte cuando me exiges el cumplimientos de tus mandamientos y evangelio, son un reproche vivo y sangrante contra mi faltas de amor, de entusiasmo, mi flojedad, mi rutina, ni pereza en el seguimiento de tu vida y consejos evangélicos. Tú eres inocente, yo soy el culpable. Mis pecados y mis faltas de amor te crucificaron. “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen, lo que hacemos muchas veces en nuestras vidas. Por eso, hoy, Señor, la verte sufrir y clavado en esa cruz, no basta llorar, tengo que amarte, convertirme de verdad a tu amor, hacer cambios en mi vida.

        Si, queridos hermanos, “Consumatum est”, todo está ya terminado, consumado, conseguido, su salvación y nuestro perdón. Lo acaba de decir Cristo desde la cruz: “Consumatum est”, Todo esta rematado. Entre todos hemos matado a Cristo con nuestros pecados. Ya no podemos volvernos atrás. Porque todos hemos pecado. Tenemos por eso las manos aún  manchadas, teñidas de sangre y con salpicaduras sobre nuestro cuerpo pecador y sobre nuestro rostro que ha injuriado a Dios con palabras y juicios contrarios al evangelio, no cumpliendo la voluntad del Padre.      Nos dijeron siempre que el hombre no puede vencer a Dios, pero en esta ocasión lo hemos logrado por nuestros pecados y del mundo y sobre todo por su exceso de amor de su parte.

Ha sido la única vez que todos los hombres de todos los tiempos y de todas las razas nos hemos puesto de acuerdo para hacer algo memorable, algo imponente, algo que ya nada ni nadie podrá borrar de la historia. “consumatum est” Todo ha sido consumado, realizado por el amor más extremo e infinito que existe y puede existir: que Dios ha muerto. Hemos merecido que por amor entregado Dios entregue su vida por sus criaturas. Eso es un Cricifijo: el amor extremado de un Dios hecho hombre para poder morir por el hombre, por sus criaturas que no lo quieren y reconocen. Porque si tú, querido hermanos, le amas a Cristo y te acercas a Él crucificado, El se descuelga y te abraza con esos mismos brazos de Amor. Hagámoslo un momento ahora porque Él lo está esperando y lo merece y… lo necesita en estos tiempos de políticos ateos y sin fe y amor. (Silencio)

Los teólogos y los filósofos nos dijeron que Dios no podía morir porque su poder es infinito; pero no sabían que su amor es infinito también y lo puede hacer en carne humana. Por eso se encarnó y se hizo hombre. Que vengan los teólogos y lo vean. Pero sobre todos que nos lo expliquen los místicos de todos los tiempos que lo han sentido y vivido.

 

        2.- “Consumatum est… todo está cumplido””. Vamos a ver, Jesús, esto sólo lo puede decir uno que sabia lo que iba a pasar. Luego Tú, Jesús, lo dijiste porque sabías lo que te iba a suceder. Entonces, perdona, Señor, pero no mereces compasión porque Tú lo sabías, lo sabías y no lo evitaste, lo has cumplido y sufrido todo por amor.

Entonces, perdona Jesús que te lo diga, Tú estuviste loco, Tú estás loco de amor a los hombres, a cada uno de nosotros, tú me amas locamente porque era yo quien merecía esos sufrimientos por mis pecados. Tú te has buscado esta locura de sufrimientos y deprecios, esa muerte, estos sufrimientos; Tú sabías que muchos te escupirían, que te crucificarían con su desprecios, pecados, con sus falta de fe en tu amor, Tú sabías que el crucifijo y el crucificado no significarían nada en la vida de muchos hombres, incluso bautizados, que quitan imágenes y crucifijos de sus casas, habitaciones, despachos, Tú sabías que te dejarían solo, abandonado camino del Calvario porque se avergonzarían de ti en la televisión, en la prensa, Tú lo sabías todo y, sin embargo, dejaste que te clavasen en la cruz para que el Padre los perdonase a todos, nos perdonase todos nuestros pecados y para que nosotros nunca dudásemos de tu amor, del amor de un Dios infinito que nos crea y caídos y alejados de su amistad por el pecado, se hace hombre viene a nuestro encuentro de salvacion y para eso y por eso se deja clavar en la cruz por todos nosotros, para que volvamos a tener vida de amistad contigo y con Dios Padre y se no abriesen las puertas del cielo eternamente. Tú estuviste loco de amor. El crucifijo es la mayor muestra de amor y pasión por el hombre que existe en el mundo y nosotros lo creemos y lo besaremos siempre, especialmente en este día.

 

        3.- Por eso, “consumatum est”, todo está terminado por el amor loco, infinito y apasionado de un Dios loco de amor por su criatura. Había olvidado que Tú antes de morir habías dicho que “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”, Tú eres el mejor amigo del hombre, el mejor amigo que tengo, que existe y puede existir, porque eres infinito amando. Tú eres Amor y si dejas de amar dejas de existir.

         Por eso, Señor, ese tu rostro muerto y crucificado me está volviendo loco, yo quiero estar también como Tú loco de amor a mi Cristo crucificado. Por eso quiero terminar esta tarde del Viernes Santo con las palabras del poeta:

 

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

 

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

 

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

 

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

 

Jesús, había olvidado que al ver a tu Padre entristecido por el pecado, que impedía al hombre entrar en su amistad, Tú te ofreciste voluntariamente en el seno de la Santísima Trinidad para decirle: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. Nosotros jamás comprenderemos este amor, porque los hombres sabemos matemáticas y derechos e igualdad y en un crucificado no existe nada de eso; por eso no lo comprenderemos nunca.   

       

4.- Ese rostro, Señor, condena abiertamente mi falta de amor, mi comodidad, mi poca exigencia en seguirte, mis cobardías en llevar tu cruz sobre mis hombros. Por otra parte, hubiera bastado una gota de tu sangre, pero quisiste darla toda para que nunca dudase de la verdad de tu amor. Por eso, siempre que vea un crucifijo, puedo estar segura de que alguien me ama hasta dar su vida por mí.

        Mirándote en la cruz me explico y comprendo todas las frases de San Pablo: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”; “Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”; “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo, por el cual yo estoy crucificado y el mundo para mi”; “estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi”. Comprendo también al poeta: «No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido, para dejar por eso de ofenderte…Tú me mueves, muéveme el verte, clavado en esa cruz y escarnecido… Muéveme y en tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara, y aunque no hubiera infierno te temiera.»

 

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VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- En la cruz casi infinitamente grande y dolorosa, formada por nuestros delitos y pecados, quiso Cristo ser clavado para redimir al mundo y al hombre de su condena.

        En esta tarde memorable del Viernes Santo, la sombra gigantesca de un crucificado se desploma aplastante de dolor y de tristeza sobre nosotros, sobre nuestras cabezas, sobre nuestros corazones y sobre nuestros ojos.

        A la sombra de  esta cruz debemos permanecer silenciosamente hasta la mañana pascual de la resurrección, porque Dios ha muerto. No se trata de la muerte de un hombre santo, sino de un hombre en quien Dios se encarnó y se hizo presente con nuestra carne para poder sufrir por el hombre y demostrarle su amor. Es un hecho único e inaudito que no existe en ninguna otra religión, y que nosotros no podríamos haber ni sospechado si Él no nos lo hubiera revelado y realizado con palabras y gestos muy reales y concretos, que sobrepasan toda comprensión puramente humana.

        Debió ser un espectáculo impresionante. El Evangelio lo expresa así: “Viendo el centurión que estaba frente a Él de qué manera morías, dijo: verdaderamente este hombres era Hijo de Dios.” Igual la multitud de personas que lo habían presenciado y que, “golpeándose el pecho”, marchaban a sus casas.

        Nosotros también, Señor, contemplándote clavado en la cruz esta tarde del Viernes Santo, no podemos menos de venerarte y reconocer tu amor, que te hizo pasar por dolores y humillaciones y sufrimientos atroces de todo tipo. Era yo el que tenía que sufrir esos dolores, éramos nosotros los que merecíamos tanto escarnio, tantas humillaciones; éramos nosotros los que estábamos condenados a morir con muerte eterna por nuestros pecados, pero Tú quisiste sufrir por nosotros la condena y la muerte.

         Tu cruz y tus sufrimientos me echan en cara mi falta de amor, todos mis pecados, todas mis cobardías en seguirte cuando me exiges, son un reproche vivo y sangrante contra mi falta de entusiasmo, mi flojedad, mi rutina, ni pereza en el seguimiento de su evangelio. Tú eres inocente, yo soy el culpable. Mis pecados te crucificaron. Por eso, no basta llorar, tengo que convertirme de verdad a tu amor.       

        Si, queridos hermanos, ya está todo terminado. Lo acaba de decir Cristo desde la cruz: “Consumatum est”. Todo esta rematado. Entre todos hemos matado a Cristo con nuestros pecados. Ya no podemos volvernos atrás. Porque todos hemos pecado. Tenemos por eso las manos aún  manchadas, teñidas de sangre y con salpicaduras sobre nuestro cuerpo pecador y sobre nuestro rostro que ha injuriado a Dios con palabras y juicios contrarios al evangelio, no cumpliendo la voluntad del Padre.      Nos dijeron siempre que el hombre no puede vencer a Dios, pero en esta ocasión hemos logrado hacerlo por su exceso de amor de su parte y por nuestros pecados que exigían esta redención.

Ha sido la única vez que todos los hombres de todos los tiempos y de todas las razas nos hemos puesto de acuerdo para hacer algo memorable, algo imponente, algo que ya nada ni nadie podrá borrar de la historia. Hemos merecido que por amor entregado Dios entregue su vida por sus criaturas. Los teólogos y los filósofos nos dijeron que Dios no podía morir porque su poder es infinito; pero no sabían que su amor es infinito también y lo puede hacer en carne humana. Por eso se encarnó y se hizo hombre. Que vengan los teólogos y lo vean. Pero que nos lo expliquen los místicos de todos los tiempos.

 

        2.- “Consumatum est”. Vamos a ver, Jesús, Tú en la cruz dijiste “todo está cumplido” y esto sólo lo puede decir uno que sabe lo que tiene que hacer. Esto quiere decir que Tú sabias lo que te iba a suceder. Es más, lo profetizaste y lo dijiste por tres veces a los Apóstoles antes de que sucediera. Es como si vamos al cine con un amigo que ha visto una película y un segundo antes de terminar me dice, vámonos, ha terminado. Luego Tú, Jesús, sabías lo que te iba a suceder.

Pues entonces no mereces compasión. Has ido directamente a cumplir lo que te habías propuesto. Todo está terminado. Luego no mereces compasión, como una persona que sabe que va a morir y se expone al peligro en la carretera, en una guerra o donde sea, porque se lo ha buscado. Entonces, perdona que te lo diga,  Tú estás loco, Tú te has buscado esta locura, esta muerte, estos sufrimientos; Tú sabías que muchos te escupirían, que te crucificarían con su desprecios, pecados, con su falta de fe en tu amor, Tú sabías que el crucifijo y el crucificado no significarían nada en la vida de muchos bautizados, incluso le quitan de sus habitaciones, de sus despachos, sabías que te dejarían solo, abandonado camino del Calvario porque se avergonzarían de ti,

Tú lo sabías todo y, sin embargo, te clavastes en la cruz para que no dudásemos nunca del amor de un Dios infinito que nos crea y caídos y alejados de su amistad por el pecado, se deja clavar en la cruz por todos nosotros, para que volvamos a tener vida de amistad con Él. Tú estuviste loco de amor. El crucifijo es la mayor muestra de amor y pasión por el hombre que existe en el mundo, si creemos de verdad.

        3.- Por eso, “consumatum est”, todo está terminado por el amor loco, infinito y apasionado de un Dios loco de amor por su criatura. Había olvidado que Tú antes de morir habías dicho que “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”, Tú eres el mejor amigo del hombre, el mejor amigo que tengo, que existe y puede existir, porque eres infinito amando. Tú eres Amor y si dejas de amar dejas de existir.

         Por eso, Señor, ese tu rostro muerto y crucificado me está volviendo loco, yo quiero estar también como Tú loco de amor a mi Cristo crucificado. Había olvidado que al ver a tu Padre entristecido por el pecado, que impedía al hombre entrar en su amistad, Tú te ofreciste voluntariamente en el seno de la Santísima Trinidad para decirle: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. Nosotros jamás comprenderemos este amor, porque los hombres sabemos matemáticas y derechos e igualdad y en un crucificado no existe nada de eso; por eso no lo comprenderemos nunca.

        4.- Ese rostro, Señor, condena abiertamente mi falta de amor, mi comodidad, mi poca exigencia en seguirte, mis cobardías en llevar tu cruz sobre mis hombros. Por otra parte, hubiera bastado una gota de tu sangre, pero quisiste darla toda para que nunca dudase de la verdad de tu amor. Por eso, siempre que vea un crucifijo, puedo estar segura de que alguien me ama hasta dar su vida por mí.   Mirándote en la cruz me explico y comprendo todas las frases de San Pablo: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”; “Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”; “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo, por el cual yo estoy crucificado y el mundo para mi”; “estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi”. Comprendo también al poeta: «No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido, para dejar por eso de ofenderte…Tú me mueves, muéveme el verte, clavado en esa cruz y escarnecido… Muéveme y en tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara, y aunque no hubiera infierno te temiera.»

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TIEMPO DE PASCUA

 

RETIRO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN

 

MEDITACIÓN (Inspirada en una Audiencia general del Papa Juan Pablo II,  miércoles 25 de enero 1995)

 

        Queridos hermanos:

1.-En esta meditación vamos a reflexionar sobre la resurrección de Cristo, verdad culminante de nuestra fe en Cristo, documentada por el Nuevo Testamento, creída y vivida como fundamento de la fe cristiana por las primeras comunidades, transmitida como esencial por la tradición, jamás olvidada por los verdaderos cristianos, y hoy muy estudiada y predicada como parte esencial del misterio de Cristo, juntamente con la cruz.

        De Cristo, en efecto, el Sínodo de los Apóstoles dice que «al tercer día resucitó de la muerte»; y el Símbolo nicenoconstantinopolitano precisa: «Al tercer día resucitó según las Escrituras». Es un dogma de la fe cristiana que se enmarca en un hecho históricamente sucedido y comprobado. Trataremos de reflexionar, «con las rodillas de la mente inclinadas», el misterio enunciado por el dogma y contenido en este hecho histórico, comenzando por el examen de los textos bíblicos que lo atestiguan.

 

Testimonios de la resurrección

 

        2.- El primero y más antiguo testimonio escrito sobre la resurrección de Cristo se encuentra en la primera Carta de San Pablo a los Corintos. En ella el Apóstol recuerda a los destinatarios de la carta (hacia la Pascua del año 57 después de Cristo): “Pues, a la verdad, os he transmitido, en primer lugar, lo que yo mismo he recibido, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, que resucitó al tercer día, según las Escrituras, y que se apareció a Cefas y luego a los Doce. Después se apareció una vez a más de quinientos hermanos, de los cuales muchos permanecen todavía, y algunos durmieron. Luego se apareció a Santiago, luego a todos los apóstoles; y después de todos, como a un aborto, se me apareció también a mí» (1 Cor. 15, 3-8).

Como se ve, el Apóstol habla aquí de la viva tradición de la resurrección, de la que él había tenido conocimiento después de su conversión a las puertas de Damasco (Cfr. Hechos, 9, 3-18). Durante su viaje a Jerusalén se había reunido con el apóstol Pedro y también con Santiago, como es concretado en la Carta a los Gálatas (1,18, 3), que ahora cita como a los dos principales testigos del Cristo resucitado.

 

        3.-Debe observarse también que, en el texto citado, San Pablo no solo habla de la resurrección acaecida en el tercer día “según las Escrituras” (referencia bíblica que ya afecta a la dimensión teológica del hecho), sino que al mismo tiempo recurre a los testigos, a aquellos a los que Cristo se ha aparecido personalmente. Es una señal, entre otras, de que la fe de la primera comunidad de los creyentes, expresada por San Pablo en la Carta a los Corintos, está basada en el testimonio de hombres concretos, conocidos por los cristianos y en gran parte todavía vivientes en medio de ellos. Estos “testigos de la resurrección de Cristo” (Cfr. Hechos 1,22) son, en primer lugar, los doce apóstoles, pero no solamente ellos. Pablo habla expresamente de más de quinientas personas, a las cuales Jesús se apareció también y muchos viven todavía.   

 

Hipótesis no creíbles

 

        4.- Frente a este texto paulino pierden toda credibilidad las hipótesis con las que, bajo diversas formas, se ha pretendido interpretar la resurrección de Cristo prescindiendo del orden físico, a fin de no reconocerla como un hecho histórico. Por ejemplo, la hipótesis, según la cual la resurrección no sería otra cosa que una especie de interpretación del estado en el que Cristo se encuentra después de la muerte (estado de vida y no de muerte), o bien la otra hipótesis que reduce la resurrección a la influencia que Cristo, después de su muerte, no cesó de ejercer —y que, más aún, reiteró con nueva e irresistible fuerza— sobre sus discípulos. Estas hipótesis parecen implicar una prejudicial repugnancia con la realidad de la resurrección, considerada solamente como el «producto» del ambiente, o sea, de la comunidad de Jerusalén. Ni la interpretación ni el prejuicio encuentran correspondencia en los hechos.

        San Pablo, en cambio, en el texto citado, recurre a los testigos oculares del «hecho». Su convencimiento sobre la resurrección de Cristo tiene, pues, una base experimental. Está unida a aquel argumento «ex factis», que vemos elegido y seguido por los apóstoles justamente en aquella primera comunidad de Jerusalén.

        Cuando, en efecto, se trata de la elección de Matías, uno de los discípulos más constantes de Jesús, para completar el número de los «Doce» que había quedado incompleto por la traición y el final de Judas Iscariote, los apóstoles exigen como condición que aquel que resulte elegido no solamente haya sido su «compañero» en el periodo en el que Jesús enseña y actuaba, sino que, sobre todo, él pueda ser “testigo de su resurrección” gracias a la experiencia hecha en los días anteriores al momento en el que Cristo —como dicen ellos— “ha subido al cielo de entre nosotros” (Hechos, 1,22).

 

        5.- No se puede, pues, presentar como hacer una cierta crítica neo-testamentaria poco respetuosa de los datos históricos, la resurrección como un «producto» de la primera comunidad cristiana, la de Jerusalén. La verdad sobre la resurrección no es un producto do la fe de los apóstoles o de los demás discípulos ante o pos-pascuales. De los textos se deduce más bien que la fe «prepascual» de los seguidores de Cristo ha sido sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro. Él mismo había anunciado esta prueba, especialmente con las palabras dirigidas a Simón Pedro cuando se encontraba ya en el umbral de los trágicos acontecimientos de Jerusalén: “Simón, Simón, Satanás os busca para echaros como trigo, pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe” (Luc. 22,31-32). La sacudida provocada por la pasión y muerte de Cristo fue tan grande que los discípulos (al menos, algunos entre ellos) inicialmente no dieron crédito a la noticia de la resurrección. En todos los evangelios encontramos pruebas de ello. En particular, Lucas nos da a conocer que cuando las mujeres, volviendo del sepulcro, anunciaron todo esto a los once y a todos los demás, diciendo que el sepulcro estaba vacío,  aquellas palabras les parecieron como desatinos y no las creyeron (Lc 24, 9-11).

 

No es producto de la fe de los Apóstoles

 

        6.- Por otra parte, la hipótesis, que en la resurrección quiere ver un «un producto» de la fe de los apóstoles, es rechazada también por cuanto es narrado, cuando el resucitado en persona se apareció, en medio de ellos, y dijo: “¡Paz a vosotros!”. “Ellos, en efecto, creían ver un fantasma”. En aquella ocasión, Jesús mismo debió vencer sus dudas y su temor y convencerlos de que “era Él”: “Palpadme y ved, que el espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”. Y dado que ellos “todavía no creían y estaban asombrados”, Jesús les pidió que le dieran alguna cosa para comer y “lo comió delante de ellos” (Cfr Luc 24, 36-43).

 

        7.- Además, es bien conocido el episodio de Tomás, el cual no se encontraba con los demás Apóstoles, cuando Jesús llegó a ellos por vez primera, entrando en el Cenáculo, a pesar de que la puerta estaba cerrada (Cfr Juan 20,19). Cuando, a su entrada, los demás discípulos le dijeron: “Hemos visto al Señor”, Tomás se mostró maravillado e incrédulo, y respondió: “Sí no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no creeré”. Después de ocho días Jesús vino nuevamente al Cenáculo, para satisfacer la petición de Tomás “incrédulo” y le dijo: “Alarga acá tu dedo y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel”. Y cuando Tomás profesó su fe con las palabras “jSeñor mio y Dios mío!”, Jesús le dijo: “Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron”

        La exhortación a creer, sin pretender ver lo que está oculto en el misterio de Dios y de Cristo, sigue siendo siempre válida; pero la dificultad del apóstol Tomás para admitir la resurrección sin haber experimentado personalmente la presencia de Jesús viviente, y después su cesión ante las pruebas que le había sido facilitadas por Jesús mismo, confirman lo que se deduce de los evangelios sobre la resistencia de los apóstoles y de los discípulos a admitir la resurrección. No tiene, por ello, consistencia la hipótesis de que la resurrección ha sido un «producto» de la fe (o de la credulidad) de los apóstoles. Su fe en la resurrección había nacido, en cambio —bajo la acción de la gracia divina— de la directa experiencia de la realidad del Cristo resucitado.

 

El cuerpo crucificado es el resucitado

 

        8.- Es Jesús mismo el que después de la resurrección se pone en contacto con los discípulos a fin de comunicarles el sentido de la realidad y de disipar la opinión (o el miedo) de que se trata de un “fantasma”, y, por tanto, de ser víctima de una ilusión. En efecto, Él establece con ellos relaciones directas, justamente mediante el tacto. Así en el caso de Tomás, que acabamos de recordar, pero también en el encuentro descrito en el Evangelio de San Lucas, cuando Jesús dice a los discípulos asustados: “Palpadme y ved: Un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”(Lc 24, 39).

        Les invita a comprobar que el cuerpo resucitado, con el cual se presenta ante ellos, es el mismo que ha sido martirizado y crucificado. Aquel cuerpo posee, sin embargo, al mismo tiempo nuevas propiedades. Se ha “hecho espiritual” y “glorificado”, y, por tanto, ya no está sometido a las limitaciones connaturales a los seres materiales y, por ello, a un cuerpo humano. (En efecto, Jesús entra en el Cenáculo a pesar de estar cerradas las puertas, aparece y desaparece, etc.). Pero, al mismo tiempo, aquel cuerpo es auténtico y real. En su identidad material está la demostración de la resurrección de Cristo.

 

        9.- El encuentro en el camino de Emaús, narrado en el Evangelio de San Lucas, es un acontecimiento que hace visible de forma particularmente evidente cómo ha madurado en la conciencia de los discípulos la persuasión de la resurrección justamente mediante el contacto con el Cristo resucitado (Cfr. Luc. 24, 15-21). Aquellos dos discípulos de Jesús, que al comienzo del camino se encontraban “tristes y abatidos”, ante el recuerdo de cuanto había sucedido al Maestro el día de la crucifixión y no ocultaban la desilusión experimentada al ver hundida la esperanza depositada en Él como Mesías liberador: “Nosotros esperábamos que sería Él quien liberaría a Israel”, experimentan inmediatamente una transformación total, cuando para ellos aparece claro que el desconocido, con el que han hablado, es justamente el mismo Cristo de antes, y se dan cuenta de que Él, por tanto, ha resucitado.

        De toda la narración se deduce que la certeza de la resurrección de Jesús había hecho de ellos casi hombres nuevos. No solamente habían recuperado la fe en Cristo, sino que estaban también dispuestos a dar testimonios sobre la verdad de la resurrección.

        Todos estos elementos del texto evangélico, entre sí convergentes, demuestran el hecho de la resurrección, que constituye el fundamento de la fe de los apóstoles y del testimonio que, como podemos comprobar por su vida y actividades,  está en el centro de su predicación. 

       

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Queridos hermanos:

 

-- Si Cristo ha resucitado, como lo había prometido, Él es la Verdad, es Verdad, es Hijo de Dios, y todo lo que dijo e hizo, todo el Evangelio es Verdad. Tenemos que creerlo y vivirlo. Tenemos que fiarnos totalmente de Él y de que cumplirá en nosotros todo lo que nos ha prometido. Él es nuestra fuerza y tenemos que amarlo como Única Verdad y Vida. Es el Hijo de Dios.

        -- Si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos. Porque Cristo ha resucitado, tenemos que esperar totalmente en Él. Nuestra esperanza en Él es totalmente segura. Porque Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos. Somos eternos, porque Él nos lo ha merecido y nos lo ha prometido. Los muertos ya gozan de esta gloria. Nuestros difuntos no están muertos, están todos vivos en Dios. El cielo es Dios. Aquí nadie muere. O se acierta para siempre o se equivoca uno para siempre, para siempre.

        -- Porque Cristo ha resucitado, nosotros somos más que este tiempo y este espacio. Somos semilla de eternidad y de cielo. Por eso vivamos ya la esperanza del encuentro definitivo con Dios, vivamos ya para Él, vivamos este tiempo con esperanza y desde la esperanza. Esforzándonos por conseguir los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros. Lo expresa muy claramente San Pablo: “Porque habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha del Padre” (Col 3,1-3).

        -- Porque Cristo ha resucitado, celebremos la Pascua, nos dice este mismo Apóstol. Pascua en Cristo es paso de la muerte a la vida, pasemos de nuestro hombre viejo de pecado, que nos lleva a la muerte, al hombre nuevo creado según Cristo. Recordemos ahora las promesas que anoche renovamos de nuestro bautismo: ¿Renunciáis al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios? ¿Renunciáis a vuestras soberbias, avaricias, envidias….?

        -- Si Cristo ha resucitado y permanece vivo en la Eucaristía es porque busca, sigue buscando al hombre para salvarlo. “El que me coma vivirá por mí”; “Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan vivirá para siempre”. Son días de comer la carne resucitada de Cristo, de comer vida nueva, renovación interior y espiritual con Cristo.

        Jesucristo resucitado vive en el cielo en manifestación gloriosa y en el pan consagrado, en Presencia de amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres. “Hay que comulgar por pascua florida,” decía el catecismo de Ripalda, hay que comulgar por educación cristiana, por fe, por coherencia con lo que creemos y amamos. Hay que hacer una comunión cariñosa, afectuosa, agradecida, nada de oraciones de otros ni rezos; diálogo de tú a tu con el Amado.

 

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SÁBADO. VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA

 

Según una antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor, y la Vigilia que tiene lugar en la misma, conmemorando la Noche Santa en la que el Señor resucitó, ha de considerarse como «la madre de todas las santas Vigilias» (San Agustín). Durante la Vigilia, la Iglesia espera la resurrección del Señor y la celebra con los sacramentos de la iniciación cristiana (Ceremonial de los Obispos, núm. 332).

        Los fieles, tal como lo recomienda el Evangelio (Lc 12,35-48), deben asemejarse a los criados que con las lámparas encendidas en sus manos esperan el retorno de su Señor, para que, cuando llegue, los encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa. Toda la celebración de la Vigilia pascual debe hacerse durante la noche. Por ello no debe escogerse ni una hora tan temprana que la Vigilia empiece antes del inicio de la noche ni tan tardía que concluya después del alba del domingo. Esta regla ha de ser interpretada estrictamente. Cualquier costumbre o abuso contrarios han de ser reprobados.

        Esta vigilia es figura de la Pascua auténtica de Cristo, de la noche de la verdadera liberación, en la cual, «rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo» (Pregón pascual). Desde su comienzo la Iglesia ha celebrado con una solemne vigilia nocturna la Pascua anual, solemnidad de las solemnidades.

        La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza, y, por medio del Bautismo y de la Confirmación, somos injertados en el misterio pascual de Cristo, morimos con Él, somos sepultados con Él y resucitamos con Él, para reinar con Él para siempre (cf. SC 6; Rm 6,3-6; Ef 2,5-6; Col 2,12-13; 2 Tm 2,11-12). La práctica de organizar en una misma comunidad parroquial dos vigilias pascuales, una abreviada y otra muy desarrollada, es incorrecta, como contraria a los más elementales principios de la celebración pascual, que requieren una única asamblea, signo de la única Iglesia que se renueva en la celebración de los misterios pascuales (Epacta  y Misal Romano).

 

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VIGILIA PASCUAL

 

PRIMERA PARTE: SERVICIO DE LA LUZ

Introducción del Celebrante

 

Después SE BENDICE EL FUEGO, SE ENCIENDE EL CIRIO PASCUAL, se hace la procesión a la Iglesia y se canta EL PREGÓN PASCUAL.

 

SEGUNDA PARTE: LITURGIA DE LA PALABRA: 2ª fija, LAS 3 del  ANTIGUO TESTAMENTO.

 

TERMINADA LA PALABRA: GLORIA CANTADO… Y ORACIÓN COLECTA

Y SE ENCIENDEN LAS VELAS DEL ALTAR

 

LECTURAS PROPIAS DE LA MISA. EVANGELIO: HOMILIA

 

TERCERA PARTE: LA LITURGIA DEL BAUTISMO

Nota: Si no hay bautismos ni se bendice la pila bautismal, las letanías de los santos se omiten, y se hace inmediatamente la bendición del agua, seguida de la renovación de las promesas del bautismo. 

RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS BAUTISMALES

ORACIÓN DE LOS FIELES

 

RESTO: MISAL ROMANO

 

PODÉIS IR EN PAZ, ALLELUYA, ALLELUYA, ALLELUYA

DEMOS GRACIAS A DIOS…

  • Celebración del fuego: en este acto el sacerdote bendice el fuego y enciende el cirio pascual.
  • Liturgia de la palabra: se leen siete pasajes de la Biblia, desde la Creación hasta la Resurrección.
  • Liturgia bautismal: durante es este momento se bendice el agua, se bautiza a los nuevos cristianos y se renuevan los compromisos bautismales.
  • Liturgia de la Eucaristía: es la Eucaristía más especial. Los cristianos reciben la bendición.

LITURGIA DE LA PALABRA.En esta Noche Santa se proponen siete lecturas, aparte de la Epístola y el Evangelio. Se pueden omitir algunas del Antiguo Testamento, pero no la del Éxodo.

 

PRIMERA LECTURA: Génesis 1, 1-31; 2,1- 2

        Nos ofrece el misterio del origen de la creación, según la tradición Sacerdotal. El poema exalta el sábado como día dedicado al culto de Yahvé. Toda la creación ha salido de Dios, culmina en el sábado y vuelve a Él en los cultos sabáticos. 

SEGUNDA LECTURA: Génesis 22, 1-18

        Prueba de la fe de Abrahán, cuando Dios le pide que sacrifique a su hijo Isaac. El texto proviene de la tradición Elohísta. El proceder de Dios con Abrahán habrá de quedar como camino a recorrer por la fe y la confianza total en Yahvé.

TERCERA LECTURA: Exodo 14, 15-15, 1

        Es la narración del paso del Mar Rojo. Este texto es un típico ejemplo de amalgama de las diversas fuentes, yahvista, elohista y sacerdotal. Este último tiende a magnificar los prodigios. Pero ambos autores coinciden en que Yahvé actuó prodigiosamente en favor de su pueblo.

CUARTA LECTURA: Isaías 54, 5-14.

        Promesa de una nueva Alianza de paz entre Dios y el pueblo de Israel, y anuncio de la reconstrucción de Jerusalén. Es un mensaje de consuelo dirigido por el Deutero-Isaías a los desterrados de Babilonia.

QUINTA LECTURA: Isaías 55, 1-11

        Como un vendedor ambulante Isaías pregona y trata de ofrecer gratis al pueblo la Palabra de Dios. Promete de parte de Dios una alianza perpetua. Para encontrarse con Dios hay que hacer un éxodo; hay que salir del pecado porque los caminos del Señor no son nuestros caminos.

SEXTA LECTURA: Baruc  3, 9-15. 32-4, 4

        Es una invitación a seguir el camino de la sabiduría y de la Ley, porque únicamente en ellas se fundan la salvación y redención y la unidad nacional. Este texto es una reflexión sapiencial sobre la situación presente. La supervivencia del pueblo de Dios depende del cumplimiento de la Ley.

SÉPTIMA LECTURA: Ezequiel  36, 16-28     En pleno destierro, rota la antigua alianza por las infidelidades, Dios anuncia una vez más la Nueva Alianza. Su vínculo íntimo es la unión perfecta con Dios; la fuente es el amor puro de Dios que obra por sí mismo; su principio vivificante y transformador es el Espíritu de Dios

 

EPÍSTOLA: Romanos 6, 3-11

 

        La historia de la salvación culmina en el misterio pascual de Cristo y se hace historia de cada hombre mediante el bautismo, que lo inserta en este misterio. De hecho, por este sacramento “fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva”. Esto explica por qué ocupa un lugar tan importante el bautismo en la Liturgia de la Vigilia Pascual, tanto en los textos escriturísticos y en oraciones, especialmente  en el rito de la bendición del agua y de la administración del sacramento a los neófitos, como en la renovación de las promesas bautismales.

        Celebrar el bautismo es celebrar sacramentalmente la Pascua, es morir al pecado para vivir la resurrección: “Porque si nuestra existencia está unida a Él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya”. Todo esto no debe quedarse en teoría o puros deseos sino que requiere nuestro esfuerzo y nuestro compromiso: “Comprendamos que nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores y nosotros libres de la esclavitud del pecado, porque el que muere ha quedado absuelto del pecado”. Y este es el gozo y el compromiso de la Pascua cristiana y de cantar el Aleluya: “Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor Nuestro”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS: 16, 1-8.

 

        QUERIDOS HERMANOS: ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado! «Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo, dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia!» Este es el primer domingo del año, imagen y memorial de todos los demás domingos. «Este es el día santo, en que rotas las cadenas de la muerte y del pecado, Cristo asciende victorioso del sepulcro».

        Queridos hermanos y hermanas: Cristo ha resucitado. Nos lo dice muy claro el evangelio que acabamos de leer de San Marcos: “No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. ha resucitado”. Lo constataron las mujeres del evangelio de hoy, que muy de mañana, el primer día después del sábado, fueron a embalsamar el cuerpo de Cristo, porque por el descanso sabático no pudieron hacerlo ni la tarde del viernes. Así lo narra el evangelio de esta noche santa: “En aquel tiempo María la Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: ¿Quién nos correrá la piedra a la entrada del sepulcro?

        Al mirar vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. El les dijo: No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. HA RESUCITADO”.

        ¡Ha resucitado! Este es el grito que desde hace más de dos mil años no cesa de repetirse y resonar por el mundo entero y que nosotros, esta noche, hemos oído de los ángeles a las mujeres del evangelio, que lo transmitieron a los Apóstoles y luego ellos personalmente constataron y comprobaron y vieron al Resucitado, que se les apareció este mismo día, al anochecer, y lo atestiguaron con el martirio de sus propias vidas, afirmando que Jesús es el Resucitado, Hijo de Dios y Salvador de los hombres.

        En esta noche santa y por no prolongar mucho esta Vigilia, hagamos primero un acto de fe. Los evangelios, al hablar de la resurrección de Cristo, hablan unas veces activamente: Cristo se ha resucitado a si mismo porque la divinidad que hay en Él ha actuado con su poder infinito y ha resucitado su parte humana, su naturaleza humana. Otras veces habla pasivamente: Dios Padre ha resucitado a Cristo. Es lo mismo. Yo lo creo, Señor, y afirmo mi fe en la resurrección del crucificado, porque en la debilidad de su carne, se ha manifestado el poder de Dios, resucitándolo para que todos tengamos vida eterna. Lo profesamos en el Credo de la Iglesia Católica: «Creo que ha resucitado y está sentado a la derecha del Padre»; «al tercer día resucitó de entre los muertos y subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre».

        Si Cristo ha resucitado, si Dios Padre ha resucitado a su Hijo hecho carne, todo lo que Cristo ha dicho y ha hecho es verdad; su persona es verdad; su evangelio es verdad; su palabra es la verdad y la salvación eterna. Si Cristo ha resucitado es verdad su nacimiento, la Navidad, el Jueves y el Viernes Santo, es verdad su Iglesia; es verdad que somos eternos y que aquí nadie muere definitivamente;  porque Cristo ha resucitado, todos resucitamos. Aquí nadie muere porque Cristo es el  primer resucitado entre los hermanos. Nuestra  vida tiene sentido y somos hechos hijos de Dios para una eternidad feliz con la Santísima Trinidad. De ahí la práctica del bautismo de los catecúmenos en esta Vigilia durante los primeros siglos de la Iglesia.

        Si Cristo ha resucitado, es porque ha muerto por nosotros, por nuestros pecados; éramos nosotros los que teníamos que pagar esta deuda, pero Él ha querido hacerlo por nosotros, con amor extremo, entregando su vida en rescate nuestro. Por eso te doy las gracias, Cristo resucitado, porque moriste por mí, pero también resucitaste para que yo tuviera vida eterna con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Me amaste hasta el extremo. Quiero amarte también así. Quiero corresponder a tanto amor. Identificarme contigo, morir a mi mismo, “perder mi vida por ti”, para resucitar contigo. Gracias, mi Señor Jesucristo Resucitado.

        Finalmente quiero esperarlo todo de Ti. Quiero tener mi esperanza solo en Ti. Esperar no es quedarme con los brazos cruzados. La esperanza es una virtud teologal dinámica, me invita y me empuja a trabajar por el reino de los cielos. Creo y porque creo, espero el cielo, que eres tú mismo. Desde el ámbito de la fe, desde la luz de tu resurrección todo adquiere valor eterno, solo me importa el cielo, solo me importas Tú, en mi vida sólo estaré esperando tu encuentro.

        Quisiera expresarlo tan ardientemente como los que te sintieron vivo, vivo y resucitado en el pan eucarístico: «Vivo sin vivir en mi, y de tal manera espero, que muero porque no muero»; «Estáte, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte,y cuando decidas irte, llévame Señor contigo, porque el pensar que te irás, me causa un terrible miedo, de si yo sin ti me quedo, de si tú sin mi te irás. Por eso más que la muerte, temo, Señor, tu partida, y quiero perder la vida, mil veces más que perderte; pues la inmortal que tú das,  sé que alcanzarla no puedo, cuando yo sin ti me quedo, cuando tú sin mí te vas».

 

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VIGILIA PASCUAL (2017)

 

         QUERIDOS HERMANOS: Llenos de alegría, por la resurrección del Señor, gritemos con la Liturgia de este noche (día): «Esta es la noche santa en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo». ¡Aleluya! ¡El Señor ha resucitado y vive para siempre, aleluya! Nos lo dice el mismo Resucitado: “Soy yo, no temáis “, porque a unos les parecía un jardinero, a otros, un fantasma, para los dos de Emaús fue un simple compañero de viaje que les explicó las Escrituras referentes a El y sólo le reconocieron en la cena al partir el pan eucarístico; cuando fueron a decírselo a los otros discípulos, estos ya lo habían recibido al manifestarse a ellos reunidos. Y a ellos y todos nosotros nos dice el Señor resucitado en el libro del Apocalipsis: “No temáis nada, yo soy el primero y el último, el Viviente, Estuve entre los muertos, pero ahora vivo por los siglos “.

¡Aleluya! Hermanos, llenos de alegría recemos con la sagrada liturgia, « esta noche santa, ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, da alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos». Este es el pregón pascual de los ángeles, manifestado a las mujeres que iban al sepulcro para embalsamar al Señor: “Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí ha resucitado como lo había dicho“.

La resurrección del Señor es el misterio central de nuestra fe, constituye el fundamento de nuestra salvación y liberación del pecado y de la muerte y nos abre las puertas de la eternidad, de la esperanza cristiana.

La Vigilia Pascual, que estamos celebrando, es cumbre y cenit de todo el año litúrgico; la liturgia de la Vigilia Pascual, que comenzó a celebrarse en la iglesia romana a mediados del siglo II, posee en su estructura actual una rica simbología bautismal, ya que era el día en que recibían el santo bautismo los catecúmenos que se habían estrado preparando durante el año, sobre todo en el santo tiempo de cuaresma.

2.- Por eso, hermanos, recordando nuestro bautismo y los efectos de gracia y salvación que ha producido en nosotros, os invito a que nos mantengamos fieles en las promesas hechas, para que así, esta Vigilia santa sea una noche de gracia, sea pascua verdadera, es decir, paso salvador de Cristo junto a nosotros. Y no lo olvidéis, hermanos, este misterio pascual de la resurrección de Cristo y de la nuestra es lo que celebramos todos los domingos.

El domingo es la Pascua del Señor, la celebración de su resurrección y de la nuestra. «Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo; dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia». Así lo cantamos con frecuencia al comenzar nuestras Eucaristías dominicales.

La pascua cristiana es la fiesta de la resurrección de Cristo y de la nuestra, es la fiesta de la fe llena de esperanza en Jesucristo vivo y resucitado, en la Alianza Eterna con Dios, que siempre nos perdona por la muerte y resurrección de su Hijo; es el triunfo total de Cristo sobre su muerte y la nuestra, que arroja la luz del resucitado sobre toda la existencia humana y la convierte en historia de salvación.

Queridos hermanos y hermanas, Cristo, resucitando, ha demostrado que es verdaderamente Hijo de Dios, que todo lo que dijo e hizo es verdad. Que es verdaderamente Hijo de Dios y único Salvador de los hombres. Confiemos en él, esperemos en El.

3.- En estos días los cristianos orientales se saludan con unas palabras que me gustaría que fueran también nuestro saludo en este tiempo de Pascua: «Xristos anesté, «Cristo ha resucitado» y responden: <<alezós anesté» «Verdaderamente ha resucitado».

Queridísimos hermanos y hermanas, feliz Pascua de Resurrección de Cristo 2017; Yo también quiero despedirme con este rito de nuestros hermanos del Oriente cristiano: y espero que me respondáis, a ver, atentos: «Cristo ha resucitado». (Responden los fieles): «Verdaderamente ha resucitado». Que os saludéis así estos días entre vosotros: somos eternos, Cristo  con su muerte y resurrección  nos ha ganado la vida eterna. No moriremos para siempre, somos eternos. Gracias, Cristo Jesús, muerto y resucitado por mí y por todos. Amén. Alleluya.

 

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DOMINGO DE PASCUA DE LA  RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

 

PREGÓN PASCUAL

(Mensaje pascual «Urbi et Orbi» de Juan Pablo II (15—4—2001)

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:

 

1.- ¡Cristo ha resucitado! Y “en la resurrección de Cristo hemos resucitado todos”(cf. Prefacio pascual II).
Que el anuncio pascual llegue a todos los pueblos de la tierra
y que toda persona de buena voluntad se sienta protagonista
en este día en que actuó el Señor,
el día de su Pascua,
en el que la Iglesia, con gozosa emoción,
proclama que el Señor ha resucitado realmente.
Este grito que sale del corazón de los discípulos
en el primer día después del sábado,
ha recorrido los siglos, y ahora,
en este preciso momento de la historia,
vuelve a animar las esperanzas de la humanidad
con la certeza inmutable de la resurrección de Cristo,
Redentor del hombre.

 

2.- “En la resurrección de Cristo hemos resucitado todos”.
El asombro incrédulo de los apóstoles y las mujeres
que acudieron al sepulcro al salir el sol,
hoy se convierte en experiencia colectiva
de todo el Pueblo de Dios.
Mientras el nuevo milenio da sus primeros pasos,
queremos llegar a las jóvenes generaciones
la certeza fundamental de nuestra existencia:
Cristo ha resucitado y, en Él, hemos resucitado todos.
«Gloria a ti, Cristo Jesús,
ahora y siempre tú reinarás».
Vuelve a la memoria este canto de fe,
que tantas veces, a lo largo del periodo jubilar,
hemos repetido alabando a Aquel
que es “el Alfa y la Omega, el Primero y el Último,
el Principio y el Fin” (Ap
22, 13).
A Él permanece fiel la Iglesia peregrina
«entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios»

(S. Agustín).
A Él dirige la mirada y no teme.
Camina con los ojos fijos en su rostro,
y repite a los hombres de nuestro tiempo,
que Él, el Resucitado,
es “el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb 13, 8).

 

3.- En aquel dramático viernes de Pasión,
en que el Hijo del hombre

“obedeciendo hasta la muerte
y muerte de cruz” (Flp2, 8),
terminaba la vida terrena del Redentor.
Una vez muerto, fue depositado de prisa en el sepulcro,

al ponerse el sol.

¡Qué ocaso tan singular!

Aquella hora oscurecida por el avanzar de las tinieblas

señalaba el fin del «primer acto» de la obra de la creación,
turbada por el pecado

Parecía el triunfo de la muerte, la victoria del mal

En cambio, en la hora del gélido silencio de la tumba,

comenzaba el pleno cumplimiento del designio salvífico,

comenzaba la «nueva creación».
Hecho obediente por el amor hasta al sacrificio extremo,

Jesucristo es ahora “exaltado” por Dios que

le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre” (Flp2, 9). En su nombre recobra esperanza toda existencia humana.

En su nombre el ser humano
es rescatado del poder del pecado y de la muerte
y devuelto a la Vida y al Amor.

4.- Hoy el cielo y la tierra cantan
«el nombre» inefable y sublime del Crucificado resucitado.

Todo parece como antes,
pero, en realidad, nada es ya como antes.
Él, la Vida que no muere, ha redimido
y vuelto a abrir a la esperanza a toda existencia humana.

“Pasó lo viejo, todo es nuevo” (2 Co5, 17).
Todo proyecto y designio del ser humano,
esta noble y frágil criatura,
tiene hoy un nuevo «nombre»
en Cristo resucitado de entre los muertos,
porque “en El hemos resucitado todos”.
En esta nueva creación se realiza plenamente
la palabra del Génesis: “Y dijo Dios:
Hagamos al hombre a nuestra imagen
y semejanza”
(Gn1, 26).
En la Pascua Cristo,
el nuevo Adán
que se ha hecho “espíritu que da vida” (1 Co 15, 45),
rescata al antiguo Adán de la derrota de la muerte.

 
5.- Hombres y mujeres del tercer milenio,

el don pascual de la luz es para todos,
que ahuyente las tinieblas del miedo y de la tristeza;
el don de la paz de Cristo resucitado es para todos,
que rompa las cadenas de la violencia y del odio.
Redescubrid hoy, con alegría y estupor,
que el mundo no es ya esclavo de acontecimientos inevitables.

Este mundo nuestro puede cambiar:
la paz es posible
también allí donde desde hace demasiado tiempo
se combate y se muere…

Vosotros, hombres y mujeres de todo continente,
sacad de su tumba ya vacía para siempre,
el vigor necesario para vencer
las fuerzas del mal y de la muerte,
y poned toda investigación y progreso técnico y social

al servicio de un futuro mejor para todos.

 

6.- “En la resurrección de Cristo hemos resucitado todos”.

Desde que tu tumba, Oh Cristo, fue encontrada vacía

y Cefas, los discípulos, las mujeres,
y “más de quinientos hermanos” (1 Co 15, 6)

te vieron resucitado,
ha comenzado el tiempo en que toda la creación

canta tu nombre “que está sobre todo nombre”

 y espera tu retorno definitivo en la gloria.
En este tiempo, entre la Pascua
y la venida de tu Reino sin fin,
tiempo que se parece a los dolores de un parto (cf Rm 8, 22),

sosténnos en el compromiso de construir un mundo más humano, vigorizado con el bálsamo de tu amor.
Víctima pascual, ofrecida por la salvación del mundo,

haz que no decaiga este compromiso nuestro,

aún cuando el cansancio haga lento nuestro paso.

Tú, Rey victorioso,
¡danos, a nosotros y al mundo la salvación eterna!

 

 

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DOMINGOS DE PASCUA: CRISTO HA RESUCITADO,

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estamos celebrando la Pascua del Señor. Feliz Pascua a todos. ¡Cristo ha resucitado! Verdaderamente ha resucitado! Cristo ha resucitado para que todos tengamos vida eterna con Él y por El. Y el domingo, así se llamó ese día, es el día en que celebramos la resurrección del Señor, que es la nuestra, la primera de todos los redimidos por su muerte y resurrección, todos los domingos son el día del Señor, el día de su resurrección y de la nuestra, por eso un cristiano no puede faltar a misa el domingo porque es el día en que celebramos la resurrección Cristo que es la nuestra. Por eso la resurrección de Cristo llena de alegría el mundo entero, especialmente de los cristianos, de los que creemos en Cristo muerto y resucitado para que todos tengamos vida eterna en el cielo.

El acontecimiento de la resurrección del Señor ha cambiado por completo la historia humana, llenándola de esperanza. La muerte ya no es la última palabra; la última palabra la tiene el Dios de la vida y es una palabra de vida en favor de los hombres.

 La resurrección de Cristo es la realidad más importante de la vida humana, somos eternos, nuestra vida es más que esta vida, viviremos eternamente porque Cristo ha muerto y resucitado para que todos tengamos vida eterna en el cielo con todos los nuestros en la Gloria de nuestro Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Celebrarlo cada año de manera solemne enciende en nosotros santos deseos de que esa vida llegue a todos, incluso a los que todavía no creen en Cristo resucitado.

Y una forma de recargar permanentemente esa nueva vida del Resucitado en nosotros es la celebración semanal del domingo, día en que todos los domingos celebramos la resurrección de Cristo y la nuestra, es la pascua semanal de la comunidad cristiana. Somos convocados cada domingo a reiterar la victoria de Cristo sobre su muerte y a apropiarnos esa victoria, a traducirla y vivirla mediante la fe y el amor a Dios y a los hermanos en nuestra vida.

Para muchos el domingo se ha convertido sin más en el descanso semanal, cuando coincide en este día, puesto que las condiciones laborales, sobre todo en el sector servicios, obligan al trabajo todos los días de la semana, reservando al descanso las jornadas que toquen, sean o no domingos.

Para otros, el domingo se ha convertido en un día lúdico, dedicado al deporte u otras actividades lúdicas, tan necesarias en el mundo en el que vivimos, trepidante de prisas.

Para otros, el domingo o el fin de semana es el momento de encuentro con las familias. Los miembros de la familia viven en otra ciudad, por razones de estudio o de trabajo. A su vez, esta familia tiene los abuelos en el pueblo. El domingo es ocasión de encontrarse, reunirse, visitarse. Todos estos son elementos y aspectos positivos de la vida, pero obligan a replantear el domingo de otra manera.

El domingo, sin embargo, para nosotros los católicos es el primer día de la semana –“este es el día que ha hecho el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”–, es el día de la resurrección de Cristo –al tercer día resucitó–, es el octavo día después de la resurrección del Señor, instituido por el mismo Jesús.

“A los ocho días...” Jesús se apareció de nuevo a sus apóstoles, cuando Tomás estaba con todos. Tomás había expresado su incredulidad ante la resurrección del Señor: “Si no lo veo, no lo creo”, y Jesús tuvo la delicadeza y la misericordia de hacerse presente al domingo siguiente y certificarle que estaba vivo y resucitado.

Nos ha hecho más bien esta duda de Tomás que la facilidad en creer de los demás apóstoles. Porque todos tenemos nuestras vacilaciones, no tanto en el hecho de la resurrección cuanto en las consecuencias para nuestra vida. Viendo a Tomás que dudaba y que después confiesa abiertamente su fe en Jesús resucitado, nos devuelve la esperanza de que a pesar de nuestras dudas, Jesús seguirá haciéndose presente –domingo tras domingo– para afianzar nuestra fe y y esperanza de eternidad, para disipar todo genero de dudas en nuestra vida futura de eternidad y de cielo con Dios, nuestro Padre.

 Los mártires del Abitene (s. IV) fueron llevados ante el gobernador, que había prohibido la celebración del domingo, la reunión de los cristianos para celebrar el misterio de la resurrección del Señor. Ellos comparecieron ante el gobernador, que los amenazó con la muerte, y ellos prefirieron el martirio a dejar la celebración del domingo: “no podemos vivir sin el domingo”.

Prefirieron morir antes que dejar de celebrar la misa del domingo. Un gran ejemplo para los cristianos de nuestro tiempo. Para ellos, quitarles el domingo, quitarles la celebración de la victoria de Cristo sobre su muerte y la nuestra hacia que la vida no tuviera sentido, porque el domingo, en latín, es dia del Señor, día de la resurrección de Cristo y de la nuestra.

Sin el domingo no somos nada. Nuestra vida no es eternidad con Dios. Sin el domingo, el tiempo discurre sin Jesucristo y sin su victoria sobre la muerte. Sin el domingo el único horizonte es la muerte. Por eso, los cristianos, como los mártires de Abiten, no podemos vivir sin el domingo.

Cada domingo celebramos en la santa misa la resurrección del Señor que es la nuestra; por eso que la celebración del domingo, la misa de los domingos estimule en nosotros la certeza del encuentro con el Señor Resucitado, para sentir su amor y salvación eterna, para entrar en su Corazón, para compartir sus sentimientos y para participar en su victoria. Que la misa del domingo nos haga cada vez más aficionados al domingo, como día del encuentro con el Señor resucitado y con la comunidad de hermanos con los que compartimos nuestra fe en el Resucitado. El Domingo es el día de la resurrección del Señor la nuestra. Amén, así sea

 

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DOMINGO PRIMERO DESPUÉS DE PASCUA: DIVINA MISERICORDIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La aparición de Jesús resucitado al apóstol Tomás remata el ciclo de las apariciones del Resucitado en la octava de Pascua. A cual más bonita, cada una de las apariciones nos va presentando a Jesús, que ha vencido la muerte, y vive glorioso y gozoso junto al Padre, tirando de nosotros hacia esa nueva realidad en la que él vive para siempre.

La resurrección de Jesús ha introducido una novedad en la historia de la humanidad, un factor de transformación desde dentro, que nos va divinizando por la acción del Espíritu Santo que brota del Corazón traspasado de Cristo.

La aparición a Tomás reviste características especiales, porque se trata de convertir a un incrédulo. Algo de incrédulos tenemos todos, por eso la aparición a Tomás nos dice algo especial a cada uno de nosotros también. Jesús venía apareciéndose de distintas maneras a diferentes destinatarios, entre ellos al grupo de los Once, entre los que Tomás no se encontraba ese día.

Se lo contaron sus compañeros: “Hemos visto al Señor resucitado”, y él respondió: “Si no lo veo, no lo creo”. Y a los ocho días, al domingo siguiente, Jesús vino al Cenáculo donde estaban todos, incluido Tomás. “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente”. Y Tomás contestó: “Señor mío y Dios mío”. San Gregorio Magno comenta: “Aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad.

Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos, ya que, al ser él inducido a creer por el hecho de haber palpado, nuestra mente, libre de toda duda, es confirmada en la fe.” (Homilía 26, oficio lectura del santo).

El costado del Señor fue abierto por la lanzada a las tres de la tarde del viernes santo (la hora de la misericordia), y una novena después, el segundo domingo de Pascua, Jesús le muestra a Tomás ese costado abierto como señal de su resurrección.

El domingo de la Divina Misericordia es la ocasión para revalidar nuestra fe y afianzarla mucho más al palpar con Tomás ese costado herido por nuestros pecados y que conserva esa herida para mostrarla al que dude de su amor. Él fue traspasado por la lanza del soldado, fue traspasado por nuestros pecados, y reacciona amando a quienes le hemos crucificado. De su costado brota sangre y agua, como signos del bautismo y la eucaristía, con los que alimenta en nosotros la vida divina.

El Corazón de Cristo se muestra como una gran planta de reciclaje, una purificadora, en donde volcamos nuestros pecados, nuestros delitos. Y él nos devuelve purificado un amor más grande, un amor de misericordia que lava nuestras culpas y pecados. “Nadie tendrá disculpa / diciendo que cerrado / halló jamás el cielo, / si el cielo va buscando. / Pues vos, con tantas puertas / en pies, mano y costado, / estáis de puro abierto / casi descuartizado”, dice una preciosa poesía del viernes santo.

 La Divina Misericordia no es sólo perdón por parte de Dios a nosotros pecadores, sino que cura nuestras heridas precisamente en las heridas que nosotros le hemos infligido. Sus heridas nos han curado, porque de ellas mana el Espíritu Santo a raudales para que nosotros los bebamos a sorbos y saciemos nuestra sed.

El agua de la gracia es el Espíritu Santo, y esa agua sólo la encontramos en las llagas de Cristo, que se prolongan en nuestras heridas y en las heridas de nuestros hermanos. “De lo que era nuestra ruina has hecho nuestra salvación”, reza el prefacio III dominical TO. Encontraremos la salvación allí mismo donde se ha producido la herida, porque Cristo la transforma en fuente de Espíritu Santo para nosotros.

Domingo de la Misericordia, acudamos con confianza a la fuente de la gracia. Recibid m afecto y mi bendición: Domingo de la Misericordia

 

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        QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:

 

        1.-“¡No temáis!” Les dice el ángel a las mujeres que van al sepulcro y lo encuentran vacío. “¡No temáis, ha resucitado!” Esta exhortación del ángel recorre los siglos y llega hasta nosotros en este día glorioso, lleno de luz del Resucitado, en que celebramos su triunfo y el nuestro sobre la muerte y el pecado. “No os asustéis, no busquéis a Jesús de Nazaret en el sepulcro: ha resucitado; ya no está aquí. Ha resucitado como lo había dicho”.

        “Ha resucitado”. Este es el anuncio sorprendente de la Pascua. Ha resucitado como lo había predicho, dando pleno cumplimiento a las Escrituras. La resurrección del Señor es el corazón de la Pascua, el centro vital de todo el cristianismo; si Cristo ha resucitado, todo lo que ha dicho y hecho es verdad. Él es la Verdad, el Hijo de Dios con poder sobre la vida y la muerte. Este es el misterio central de toda la liturgia de la Iglesia: la celebración del «domingo, día en que Cristo resucitó y nos hizo partícipes de su vida inmortal» (Plegaría E. III).

 

        2.- El hecho de la resurrección de Cristo no se fundamenta en la fe bobalicona o ingenua de unos hombres cualesquiera. Los Apóstoles son el signo de la cobardía y de la traición, porque al encontrarse en peligro de morir con el maestro, todos han huido y le han dejado solo. Y después de su resurrección, no se lo creyeron a la primera ni creyeron a los primeros testigos, que fueron las mujeres. Y cuando se les apareció, dudaron al principio. Tuvo que hablar y comer con ellos y para que vieran que no era un fantasma.

        Sin embargo, después, al estar convencidos de su resurrección, como lo habían estado de su muerte, no dudan en extenderse por el mundo para  predicar su evangelio y dar la vida en testimonio de su resurrección, para decir a toda la humanidad que Dios ha destinado al hombre a su misma eternidad de gozo y felicidad  por la muerte y resurrección de Jesucristo, Hijo de Dios y único Salvador de los hombres.

        Los Apóstoles están convencidos porque le han visto, le han tocado, han hablado con Él. Pero no le ha sido fácil al Señor convencerles de su nueva vida de Resucitado. Los Apóstoles fueron duros en creer, obstinados, recalcitrantes. Es más, cuando ya están todos convencidos, hay uno que se resiste, es Tomás: si no veo, si no meto mis dedos en su llagas… Y el Señor con toda humildad tiene que manifestársele para que entre dentro del grupo de los Apóstoles creyentes.

        Bendito sea Jesucristo, por su humildad y paciencia en su resurrección, y los Apóstoles, por su dureza en creer, porque eso nos quita ahora a nosotros motivos de duda; dice un padre de la Iglesia que más nos aprovecha la dureza de los Apóstoles en creer que la facilidad de María Magdalena, que por la voz, reconoció al Señor. Era mujer… ¡mujer tenia que ser! Las mujeres son más intuitivas que los hombres y por el amor y por la intuición descubren la presencia y los problemas de los hijos y de los que aman mejor que los hombres.

 

        3.- Porque Cristo ha resucitado, todos nosotros resucitaremos. Él lo ha prometido: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mi, aunque haya muerto, vivirá,  y todo el que  vive y cree en mi no morirá para siempre”.

        Porque Cristo ha resucitado tenemos que pensar y vivir más para el cielo. Tenemos que trabajar más pensando en el cielo. El cielo es Dios. Nosotros somos para Dios, para la eternidad.

        Porque Cristo ha resucitado, el hombre es más que hombre, es una eternidad. Cristo, resucitando, ha vencido al tiempo y al espacio. Somos eternidad con Dios. Tenemos resurrección y vida eterna. Porque Cristo no sólo ha resucitado para nosotros sino en nosotros. Él es el primero entre muchos hermanos.

        Porque Cristo ha resucitado, el dinero y los bienes de la tierra no son lo primero. Dios es lo primero y absoluto. Abajo todos los ídolos del dinero, consumismo, sexo, posesión. Porque Cristo ha resucitado no podemos dar culto idolátrico a los becerros de oro o sexo o vivir para el momento presente. Somos eternidad con Dios

        Porque Cristo ha resucitado, bienaventurados los pobres, los humildes, los que sufren aquí abajo por el nombre de Dios, o simplemente sufren pobreza, desprecios, humillación por el reino de los cielos, porque serán recompensados, porque la última palabra será la de Cristo.

        Porque Cristo ha resucitado, no podemos caminar sin sentido por la vida, como si no supiéramos a dónde vamos: somos ciudadanos del cielo, moradores de la casa del Señor Resucitado, vamos caminando y peregrinos a las moradas eternas. Porque Cristo ha resucitado y el sepulcro está vacío no podemos estar corriendo de un lado para otro sin sentido, como si el sepulcro no estuviera vacío  y Cristo no hubiera resucitado.   Más. Mucho más claro. Si nos amamos, si nos perdonamos, si vivimos el evangelio, si hacemos oración, si vivimos en gracia sin pecar, es que Cristo ha resucitado y está resucitado en medio de nosotros; si nos queremos, Cristo ha resucitado en nosotros y en el mundo.

 

        4.- Desde aquel amanecer del primer domingo de la historia cristiana hace más de dos mil años, la Luz de Cristo Resucitado brilla en el mundo. La luz que nace de la Resurrección de Cristo ya no se extinguirá aunque las fuerzas del mal  traten de oscurecerla: “Las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella”.

        En aquella mañana del primer día de la semana del calendario judío, primer domingo de la historia de la Iglesia, las mujeres recibieron el mensaje que anunciaron los ángeles para ellas y para el mundo entero:“¿Buscáis a Jesús el Crucificado? No está aquí ¡Ha resucitado!”

        En la segunda Lectura de este domingo, San Pablo nos dice: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba donde está Cristo.”  La  resurrección de Cristo no sólo es garantía de la nuestra, sino que tiene que influir en nuestra vida presente, tiene que hacerse presente en nuestros criterios y actitudes y sentimientos. Nos lo dice San Pablo: “Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su Muerte, por el bautismo fuimos sepultados con Él, porque así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la Gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Nuestra vieja condición humana ha sido crucificada con Cristo y nosotros libres de la esclavitud del pecado”.

 

        5.- Resucitar con Cristo es barrer lo viejo, es ser hombres nuevos, es buscar lo de allí arriba. Cuánto nos cuesta ser hombre y mujeres nuevas, dejar el hombre viejo de pecado. Nos cuesta la conversión a Cristo resucitado, porque nuestras tendencias son de la carne y no del espíritu; por eso continuamos en nuestros pecados y no resucitamos a la vida nueva de resucitados en Cristo. Resucitar significa vida nueva, relaciones nuevas con Dios y con los hermanos, actitudes nuevas de vida resucitada, espíritu nuevo, recién estrenado, ser hombres y mujeres nuevas.

        Hermanos y hermanas, alegraos, Aleluya, Cristo ha resucitado.

 

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DOMINGOSDE PASCUA: CRISTO HA RESUCITADO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estamos celebrando el domingo, la Pascua de la resurrección del Señor, que es la garantía de nuestra resurrección y la de todos los que han muerto y viven ya eternamente…¿habéis entendido bien?, que nuestros difuntos viven, que todos los que han muerto están vivos con Dios… porque Cristo vino a este mundo, murió y resucitó únicamete para esto, para que todos tuviéramos vida eterna, y Él lo dijo muchas veces: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mi aunque… y lo rezamos en el prefacio de las misas de difuntos: “porque la vida de los que en ti creemos no termina…y lo constatamos en las apariciones que Cristo y la Virgen siguen realizando, porque están vivos, Lourdes, Fátima, Siracusa…Él es Dios y no miente y lo puede todo

Esta es nuestra certeza y la verdad fundamental de nuestra fe cristiana. Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe, y seríamos los más necios del mundo, pero no, Cristo ha resucitado y con Él todos resucitaremos, nos dice San Pablo, que fue perseguidor suyo, y se convirtió a Cristo al ser derribado del caballo cuando iba camino de Damasco persequiendo a los cristianos que decían que Cristo había resucitado y estaba vivo como lo había dicho y se estaba apareciendo a los cristianos, no solo a los apóstoles.

Y Pablo no se lo creía y por eso los perseguía y el Señor tuvo que tirarlo del caballo y tuvo que empezar el camino de la fe como todos nosotros, para encontrar a Cristo resucitado; ya sabéis que se retiró tres años al desierto de Arabia en oración y allí, por la oración, encontró y amó a Cristo más que los mismos discípulos que habían estado con Él durante su vida en la tierra.

Hermano, haz oración y encontrarás tú también a Cristo vivo y resucitado en el Sagrario. Hermanos ¿cuánto tiempo pasamos en oración ante el Señor en nuestras iglesias, cuánto tiempo te pasas tú junto al sagrario de tu parroquia, cuántos cristianos visitan y rezan al Señor resucitado o vienen a misa los domingos? Cómo van a tener experiencia de Él sin visitarlo, sin hablar con Él, sin comulgar ni una vez al año?

Repito, hermanos, la resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra resurrección y de la vida eterna con Dios que nos espera a todos y para la cual vino Cristo, y murió y resucitó para que todos tengamos vida eterna, y os digo la verdad, si yo no tuviera experiencia y certeza de que Cristo vive y está resucitado, no sería sacerdote, es más, dejaría de ser cura ahora mismo; yo solo soy cura porque Cristo está vivo y resucitado y llena mi vida y lo siento en ratos de oración, sobre todo,  ante el sagrario;de hecho algunos de mis libros los escribí así mirando al Sagrario.

        Por lo tanto, hermanos, Cristo resucitó y a este día los discípulos lo llamaron domingo, que significa día del Señor y este domingo que estamos celebrando, como todos los domingos, es el día en que la Iglesia, todos los cristianos celebramos con Cristo en la santa misa su resurrección, que es el fundamento y garantía de la nuestra y por eso es obligatoria para todos los cristianos.

Por eso, NINGÚN DOMINGO SIN MISA, qué gozo ser católico, venir a misa los domingos, saber que mi vida es más que esta vida, que mi vida no termina con la muerte y celebrar todos los domingos, en la resurrección de Cristo, la nuestra, comulgando además con Él, hecho pan de la vida eterna:”Yo soy el pan de vida..

Hermanos, rezad por vuestros hijos y nietos, que no vienen a misa, son eternidades, que Dios os ha confiado, sus vidas son más que esta vida. Sé que esto os puede molestar, pero tengo la obligación de decirlo, para eso soy sacerdote de Cristo, porque soy sembrador y recolector de eternidades mediante los sacramentos del bautismo, de la comunión y la santa misa.

Hoy, los domingos on una pena en muchos lugares; actualmente para muchos el domingo se ha convertido sin más en el descanso semanal, para otros, el domingo se ha convertido en un día dedicado al deporte u otras actividades lúdicas y para otros, el domingo o el fin de semana es el momento de encuentro con las familias. Está bien, pero el domingo es fundamente el día del Señor, el día de la resurrección del Señor y de la nuestra, como lo celebró el Señor resucitado en el primer domingo de la historia apareciéndose a los discípulos y celebrando la santa misa con ellos en el Cenáculo.

Hermanos, qué gozo ser católico, creer, amar y esperar a  Jesucristo, saber que mi vida es más que esta vida, que viviré ya siempre con el Señor y los míos en el cielo. Qué gozo sentirlo esto algunas veces en la tierra en oración ante el Sagrario. Celebremos así cada domingo en unión con los nuestros que ya lo celebran eternamente en el cielo, como lo rezaremos en el memento de difuntos ahora en la misa, porque que ya todos viven con Dios en el domingo eterno del cielo y como un día nosotros eternamente lo celebraremos, esto le pediré al Señor en esta misa del domingo, con Cristo, y la Virgen y los nuestros para siempre, para siempre. Amén, Así sea. Qué gozo y qué certeza ser católico, venir a misa los domingos.

 

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II DOMINGO DE PASCUA

 

        PRIMERA LECTURA: Hechos 4, 32-35

 

        Ya en el primer «sumario» (2,42-47)- resúmenes de la vida de la primera comunidad bajo la acción del Espíritu Santo encontramos una breve alusión a la «comunidad de bienes». Aquí se encuentra más detallado y desarrollado teológicamente. Lo primero y esencial siempre es la unión de todos los creyentes en Jesús de Nazaret: “ la multitud de los que habían creído tenían un corazón y un alma sola”. Esta era la característica fundamental de la primera comunidad cristiana, icono de todas, nacida del “vigor” con que “los Apóstoles atestiguaban la resurrección del Señor Jesús” y de la respuesta de fe de los que ingresaban en la Iglesia.

       

        SEGUNDA LECTURA: 1 Juan 5,1-6

 

        En su primera carta San Juan hace una defensa de la fe sincera en Cristo que debe llevar al amor de Dios y de los hermanos. Fe tan fuerte, que como hemos visto anteriormente, llevaba a renunciar a los propios bienes en servicio de los hermanos, considerados como verdaderos hermanos en Cristo. Era una fe que daba una impronta a la vida de los creyentes en la relación con Dios y con los hermanos. “Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Y quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” En esta fe se injerta toda la fuerza de la gracias y de la victoria de Cristo por su resurrección.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20,19-31

 

        QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Este segundo domingo de Pascua nos permite observar que no les fue fácil a los Apóstoles aceptar y creer en la resurrección del Señor. Lo digo especialmente por la obstinación de Tomás, lo cual, por una parte, es deplorable para el Resucitado, que se aparece lleno de vida, de paz y alegría para ellos. Esta obstinación en no creer, como ya he dicho más de una vez, muestra ciertamente la poca fe de los Apóstoles, pero, por otra parte, nos viene bien a nosotros, porque nos ayuda a ver en los Apóstoles a unas personas, que no se lo creen todo a la primera, sino que exigen pruebas y demostraciones que nos ayuden a nosotros en nuestras posibles dudas y desconfianzas.

        El estado de ánimo de los discípulos después de la muerte de Jesús es deplorable: “puertas cerradas por miedo a los judíos”, tristeza, aislamiento e incomunicación, duda radical en Jesús de Nazaret, en quien habían puesto tantas esperanzas, y oposición abierta a recibir el testimonio de las mujeres.

        En este contexto comunitario tiene lugar la inesperada aparición de Jesús al atardecer. Cristo les saluda: “Paz a vosotros”. Es maravilloso y digno de ser meditado e imitado este primer gesto de perdón del Señor resucitado ante unos discípulos que no se lo merecían, porque le han abandonado cobardemente. Si hubiéramos sido alguno de nosotros en circunstancias similares hubiéramos empezado con una censura. Esta es la vida nueva que tenemos que vivir, porque Cristo ha resucitado y nos la ha comunicado. Hay que perdonar, hay que reaccionar amando ante las ofensas. Con este saludo Cristo ha empezado su nueva vida de resucitado perdonando todas sus huidas y traiciones. No les echa en cara su traición y cobardía. Es un anticipo y una experiencia del poder que le va a comunicar de perdonar los pecados de los hombres. Primero perdona personalmente y luego les envía a perdonar y practicar y enseñar este perdón a todos los hombres en nombres suyo. Este poder hay que vivirlo y practicarlo especialmente en la «pascua florida» como enseñaba el antiguo catecismo. Todos nosotros tenemos que participar por el Sacramento de la Penitencia en la nueva vida del Resucitado. No podemos permanecer muertos y sin vida resucitada y nueva. La Iglesia tiene este poder recibido del Señor. Cristo resucitado nos trae el perdón de nuestros pecados y cobardías en confesar y vivir nuestra fe, nos trae la alegría de la reconciliación y del encuentro con Dios y con los hermanos; hacerlo y vivirlo es un ejercicio humildad y de fe y amor a Dios y a los hombres.

 

        2.- El Resucitado que tienen ante ellos es el mismo que fue crucificado y que vivió y predicó junto a ellos durante tres años. Es el mismo Jesús de Nazaret en quien Dios se ha manifestado en poder y gloria de resurrección para todos nosotros. Ha cumplido lo que había profetizado y prometido, pero ellos no habían captado. Ellos entonces como muchos  hombres de nuestro tiempo, que todavía no creen, están de acá para allá, en teorías, disquisiciones y dudas eternas, y todo porque no se han enterado de que el sepulcro está vacío: “¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí, ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron”.

        El sepulcro está y sigue vacío, pero muchos no se han enterado. Las mujeres fueron también a buscarle muerto, pero se encontraron con Él vivo, vivo y resucitado. Porque fueron a buscarle. Es que los Apóstoles no esperaban su resurrección, por eso ni se movieron en principio y luego corrieron, pero sin creer que el sepulcro estaba vacío: “vinieron unas mujeres…”

        Jesucristo vive y ha resucitado para siempre; este es el letrero luminoso que puse en el Cenáculo de la Parroquia de San Pedro, al año de llegar. Allí permanece como signo de fe y esperanza. Con este hecho de la resurrección Cristo está cumpliendo lo que les había dicho: “Me iré y volveré a vosotros y vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Jn 16, 20).    Efectivamente, el Señor ha resucitado y esta profesión de fe pascual, basada en su experiencia y constatación inmediata de ver y hablar y comer con el Resucitado es la esperanza y el fundamento y la base del anuncio y del mandato de Cristo de pregonarlo por el mundo entero; es la base del Credo y de la Liturgia y de la Vida de la Iglesia: es su fundamento y corazón de vida.

 

        3.- “Al resucitar Cristo, todos hemos resucitado”; esta afirmación de San Pablo a los Romanos es la mejor noticia que podemos recibir los hombres. Nosotros ya no moriremos para siempre. Mi vida es más que esta vida, que este espacio y este tiempo, mi vida es una eternidad de vida y felicidad con el Resucitado que empieza ya en esta vida y muchos la han experimentado.

        Creamos a Cristo resucitado que nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mi aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mi, no morirá para siempre”. Creamos a la liturgia de la Iglesia que en su prefacio de misa de difuntos reza para todos: «Porque la vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo».  Digamos con San Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe y nosotros somos los más necios del mundo;” “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi”.

        Este es nuestro gozo y alegría en esta Pascua de Resurrección que estamos celebrando, la fiesta principal de la Iglesia. Recemos y cantemos con el salmista, como lo hemos hecho al comenzar la santa misa: «Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo; dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia; que lo diga la casa de Israel, es eterna su misericordia; que lo diga la casa de Aarón, es eterna su misericordia; que lo digan los fieles del Señor, es eterna su misericordia».

        En el Apocalipsis de San Juan, Cristo resucitado nos dice a todos: “No temas nada, yo soy el primero y el último, el Viviente; estuve entre los muertos, pero ahora vivo para siempre”. Y termino con un texto de San Pablo a los Romanos: “Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu que habita en vosotros” (Rom 8, 11).

 

        4.- Quiero citar unos textos del Vaticano II, que nos ayudan a reflexionar y comprender este misterio:

«El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte» (GS18).

 «… son cada día más numerosos los que se plantean o los que acometen con nueva penetración las cuestiones más fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsiste todavía? (GS10).

 «La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entró en la historia a consecuencia del pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación perdida por el pecado» (GS!18).

«Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: “¡Abba, Padre!”» (GS 22).

«Constituido Señor por su resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra, obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin» (GS 38).

 

Normas de vida espiritual que surgen de la resurrección a la vida nueva de Cristo Resucitado:

 

«…el nuevo convertido emprende un camino espiritual por el que, participando ya por la fe del misterio de la muerte y de la resurrección, pasa del hombre viejo al nuevo hombre perfecto en Cristo» (AG 13).

« Es necesario que todos los miembros se hagan conformes a El hasta el extremo de que Cristo quede formado en ellos (cf. Gal 4,19). Por eso somos incorporados a los misterios de su vida, configurados con El, muertos y resucitados con El...» (LG 7).

« [La Iglesia] está fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas...» (GS8).

«… la norma cristiana es que hay que purificar por la cruz y la resurrección de Cristo y encauzar por caminos de perfección todas las actividades humanas...» (AG 37 ).

 

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TOMÁS EL AGNÓSTICO EL DIA DE LA DIVINA MISERICORDIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: A los ocho días de la resurrección del Señor, concluyendo la octava de Pascua, celebramos el domingo de la Divina Misericordia, domingo in albis, porque los nuevos bautizados dejaban la túnica blanca del bautismo, de la gracia recibida.

 se aparece de nuevo a los apóstoles en el Cenáculo, con el saludo que trae la paz: “La paz esté con vosotros” (Jn 20, 21). Una paz que no viene del mundo ni de las componendas humanas, sino que es un don de Dios y que el corazón humano tanto ansía.

En esta ocasión está también Tomás, el ausente del domingo pasado, el que estaba fuera de la comunidad, haciendo su vida, cuando Jesús vino al Cenáculo ya resucitado. Los apóstoles se lo contaron a Tomás, y Tomás no les creyó.

Para Tomás no era suficiente el testimonio de los demás apóstoles ni la alegría rebosante con se lo contaban. Él no lo había visto, no se había encontrado personalmente con Él. “Si no lo veo, no lo creo”, pensaba Tomás con una mezcla de indiferencia y escepticismo después de lo vivido en torno al Calvario y con un poco de envidia e inseguridad que se refugia en el desprecio.

Seguro que en el fondo deseaba encontrarse con Jesús, pero se había declarado agnóstico, la postura cómoda de muchas personas que ni siquiera buscan a Dios, aunque tampoco se encuentran a gusto consigo mismo ni con su actual situación.

Y en estas circunstancias, a los ocho días aparece de nuevo Jesús en medio de sus apóstoles. “La paz esté con vosotros”. Y se dirige a Tomás el incrédulo. Jesús conoce bien de dónde cojea Tomás, pero no le reprocha nada. Él ha venido a buscar no a los justos, sino a los pecadores. Hoy Jesús ha venido a buscar a Tomás, a encontrarse con él, a hacerle partícipe de su gozo.

Jesús busca a cada hombre, a cada persona. Y los busca, no porque necesite de nosotros. Él está en la gloria. Nos busca, porque quiere hacernos partícipes de su gozo y de su gloria. Cuando uno quiere a otra persona, quiere comunicarle al otro los bienes que él tiene.

Jesús, al acercarse a Tomás, se pone a su altura. Tomás había dicho: “Si no meto mi mano en su costado, no creeré” (Jn 20, 25), y Jesús le dice precisamente eso: “Trae tu mano y métela en mi costado” (Jn 20, 27). La fe viene de lo alto, es un don de Dios, nunca una elucubración humana ni el fruto de un esfuerzo nuestro. La fe no es fruto de la razón. Pero, al mismo tiempo, la fe no va contra la razón, sino que se hace razonable verificándose en los signos que Dios pone a nuestro alcance.

Jesús le da señales a Tomás de que Él está resucitado, de que ha superado la muerte y está vivo de una manera nueva. Satisfecha esa pregunta, Tomás está abierto al don de la fe que Jesús le infunde en su corazón. “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28), dice Tomás en actitud adorante, postrado de rodillas ante su Señor.

Tomás entonces vio a Jesús con ojos nuevos, se encontró con Jesús resucitado, y él mismo se sentía un hombre nuevo. La gran misericordia que Jesús ha tenido con Tomás, por causa de su incredulidad, es la misericordia que Jesús quiere tener con cada uno de nosotros, que somos pecadores como Tomás.

La incredulidad de Tomás ha sido ocasión para una misericordia más grande, pues donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. En estos días de Pascua nos acogemos especialmente a esa Divina Misericordia y le pedimos a Jesús que nos salga al encuentro como lo hizo con Tomás, el incrédulo.

Celebremos este domingo de la misericordia del Señor confesando y comulgando y haciendo un rato de oración eucarística, una visita al Señor en el Sagrario, dándole gracias por su pasión que debió ser nuestra porque nuestros son los pecados y por los pecados del mundo y de nuestros hermanos o hijos. Vengamos algún día entre semana a misa, que es la acción de gracias, eucaristía, que Cristo da al Padre por nuestra salvación. Somos eternos, iremos al cielo.

 

 

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III DOMINGO DE PASCUA

 

        PRIMERA LECTURA: Hechos 3,13-15. 17-19

 

        En los domingos después de Pascua las lecturas del Antiguo Testamento son sustituidas por los Hechos de los Apóstoles, que, a través de la predicación primitiva, testimonian la resurrección del Señor y demuestran cómo la Iglesia nació en nombre del Resucitado. En la primera Lectura de hoy, San Pedro presenta la resurrección de Cristo como cumplimiento de los designios salvadores de Dios, mediante su muerte, realizada por la ignorancia de los judíos. Pedro exhorta al arrepentimiento y a la conversión para recibir los frutos de la salvación por el perdón de los pecados, incluido el haber matado al autor de la vida.

 

       

SEGUNDA LECTURA: 1 Juan, 1-5ª

 

        A esto mismo se refiere esta Lectura de Juan. No puede tener adhesión al pecado, quien ha conocido a Cristo morir por los pecados. Todos somos pecadores, pero debemos arrepentirnos, porque tenemos un abogado que consigue ese perdón, habiendo muerto por ellos: “Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero”. San Juan nos dice que, además de no pecar, todo el que quiere amar a Dios, debe cumplir sus mandamientos. No puede uno arrepentirse o decir de verdad que ama a Dios y luego no esforzarse en cumplir su voluntad.

 

 

EVANGELIO DEL  III DE PASCUA: EMAÚS (S. Lucas 24,35-48)

 

QUERIDOS HERMANOS: Los cincuenta días que median entre Pascua y Pentecostés son como una celebración ininterrumpida del misterio pascual, de la resurrección de Cristo, anticipo de la nuestra, que celebramos cada domingo, llamado así, domingo- del latín dominicus-día del Señor, porque es el día en que resucitó el Señor y la Eucaristía dominical no solo lo recuerda sino que lo hace singularmente presente para todos los hombres de todos los tiempos.

 

        2.- El evangelio de hoy nos dice que el mismo día de la Pascua por la tarde, Jesús, bajo las apariencias de un caminante, se junta a dos discípulos que se dirigían a Emaús y hablaban entre sí de los hechos acaecidos en Jerusalén el viernes anterior. Ellos, como María Magdalena en el jardín, tampoco le reconocen al Señor porque creían que todo había terminado con su muerte y por es por eso precisamenteo por lo que se marchan decepcionados de Jerusalén: “Nosotros esperábamos que Él fuera el futuro  liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió todo esto”.

 Este hecho de los dos dicipulos de Emaús es muy importante para los hombres de todos los tiempos porque vemos que ellos le siguieron a Cristo porque esperaban triunfos y éxitos materiales y por eso le siguieron hasta su muerte donde vieron fracasar todas su esperanzas con su muerte.

 

        3.-Y vemos por otra parte en estos hechos, còmo Jesús, el mismo que está en este y en todos los Sagrarios de la tierra y que había venido lleno de fuego y amor a los hombres únicamene para salvarnos, para conseguirnos la resurrección y la vida eterna para todos, vemos que les dice lo que tal vez nosotros hemos escuchado alguna vez cuando solo buscamos y pedimos intereses egoístas: “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera todo esto para entrar así en su gloria?”. Como vosotras y todos los verdaderos seguidores de Cristo, tenemos que sufrir y purificarnos de nuestros egoismos para entrar en la amistad con Él

Hermanos, nosotros y todos los humanos lo primero que buscamos y rezamos y pedimos incluso cuando buscamos a Dios en la vida cristiana es el éxito, la saluz, el dinero y lo que les impide aceptar a Cristo alos dos discípulos y a tantos y tantos hombres de todos los tiempos y de todas las culturas, lo que nos impide aceptar a Cristo es verlo desnudo y crucificado por amor a nosotros, a todos los hombre, porque, como dijo San Pablo, eso “es necedad para los griegos y escándalo para los judíos”.

Lo que ellos quieren y el mundo entero y los humanos de todos los tiempos es un Dios, un Mesías de gloria y triunfos, que nos  abra las puertas de la prosperidad material y del dinero, y del éxito y poder humano; como sigue ocurriendo hoy día. Esta es la crisis del cristianismo incluso dentro de la Iglesia, por eso muchos se han alejado de la Iglesia y de Cristo, porque no da éxitos materiales y por eso no hay vocaciones y el cristianismo en España y Europa sufre una huida de los hombre y mujeres de sobre todo de 50 años para abajo, lo podemos ver y comprobar en nuestras parroquias.

Por eso se han alejado muchos católicos de la Iglesia y de Cristo, y laa política no favorece a la Iglesia, sobre todo en los tiempos actuales. La Iglesia no da dinero, éxito material, es más te complica tu vida de egoismos y placeres. Por favor, que no nos pase a nosotros sacerdotes y religosas lo mismo, buscar más e interesarnos más lo material que lo espiritual. Tenemos que aprender y no olvidar tan pronto las lecciones de Cristo y de su evangelio.

       

4.- Y “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que se refería a Él en toda la Escritura”. Y los dos discípulos escuchan complacidos todo lo que les explica el caminante. Esta es la segunda y más importante  lección, la importancia en nuestra vida de escuchar a Cristo todos los días por la oración: Hay que hablar con Cristo, la oración es camino absolutamente necesario para ser cristiano de verdad, para vivir la fe, para conocer y amar a Jesucristo, para ser cristiano y vivir la vida cristiana, para salvarse: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las Escrituras?

Hermanos, que no nos falte el hablar todos los días y revisarnos ante Cristo ante el Sagrario, en la oración vigilante, en ratos de oración todos los días y sentirás a Cristo vivo y resucitado en tu vida, en tu corazón, al Cristo del cielo y del Sagrario.

        En esto insitiré toda mi vida, porque es el primero y principal camino que conozco y he seguido para conocer y amar a Cristo y sentirlo, de superar las pruebas y dificultades de la fe hasta llegar a la experiencia de Cristo, vivo y resucitado en el cielo, pero para nosotros, caminantes, en todos los Sagrarios de la tierra. Y aquí tenéis que encontrarlo si queréis amarlo totalmente y ser religiosas felices. (Mañana continuaré para no alargarme).

 

5.- Cuando el misterioso viandante está para dejarles, los dos discípulos le ruegan diciendo: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída”. Y esta caridad, esta hospitalidad les  honra a los dos discípulos.    Y “sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”.

Entonces a ellos se les abrieron los ojos y le reconocieron. Como a nosotros cuando no solo cantamos o comemos la Eucaristía sino que nos ofrecemos con Él al Padre y comulgamos con su amor hasta el extremo, con sus sentimientos de entrega yamor a Dios y a nuestros hermanos los hombres.

Queridos hermanos, esta es la tercera lección de este evangelio: que a nosotros también se nos abran los ojos de la fe y veamos a Cristo cuando celebramos o participamos en la Eucaristía, cuando comulgamos esta tarde, es el mismo Cristo de Emaús, con el mismo amor y las mismas intenciones de encontrarnos, de llenarnos de su vida y amor esta tarde, es la misma misa, la misma comunión del mismo pan eucarístico de los de Emaús.

Hermanos, tengamos más fe y amor al celebrarla y comulgar el pan Cristo; el camino ha sido la meditación que Jesús les ha dado, la oración, explicándoles los textos de la Escritura, referentes al Mesías, como a nosotros; pero la fe viva y la experiencia de la fe, como encuentro personal de amistad con Cristo, ha venido al partir el pan y bendecirlo, consagrarlo.

Hermanos, hermanas, si tu amor y nuestra fe de creyentes está fría entoces no ve ni siente a Cristo en el Sagrario o en la misa o en la Comunión, es incapaz de sentir al Señor y transformar nuestra vida, y esto se debe principalmente como he dicho  a la falta de oración y de intimidad eucarística y personal con Jesucristo Eucaristía. ¿Tú hablas, visitas, meditas todos los días un poco ante Cristo Eucaristía? ¿Cómo son nuestros ratos de oración, de eucaristía, de Sagrario todos los días, qué pena dentro de la misma parroquia lo poco o nada que se ve a sus sacerdotes en oración, ante el Sagrario…

Éste es mi convencimiento y el título que puse al primero  de mis libros: “LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO”. En el prólogo del libro escribo: “Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, “el que nos ama”, el que está en el sagrario nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse.

Y es así como la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo que tanto necesita la Iglesia de todos los tiempos, especialmente la actual, y especialmente en sus obispos y sacerdotes. Que nuestra fe y oración y amor a Cristo Eucaristía se manifieste en nuestro silencio, respeto, veneración permanente y continua ante los Sagrarios donde Cristo está vivo y presente.

Queridos hermanos: Que somos eternos, que nuestra vida es más que esta vida, que para eso vino, murió y resucitó Cristo y se quedó en el Sagrario y celebramos su resurrección en cada misa y comulgamos para llevarnos aquí en la tierrra a una amistad sentida y verdadera y empezar ya el sielo de la vida eterna. Venid más a visitarle, a misa, y procuremos no solo comer, sino comulgar su vida nueva y resucitada en nosotros por la gracia y amistad con Él.

 

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.-Sería bueno que meditáramos, al comenzar esta homilía, sobre las primeras palabras del Evangelio, referentes a los dos discípulos de Emaús, que han vuelto llenos de gozo por haber reconocido a Jesús, mientras se encendía su corazón, al escucharle la explicación de las Escrituras y celebrar la Eucaristía con Él: “En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y cómo reconocieron a Jesús en el partir del pan.”  Mucho teníamos que aprender todos, los que predicamos y los que escuchan de este comportamiento de Cristo y los dos discípulos.

 

        2.-En primer lugar, hay que escuchar primero al Señor para luego predicar; ya dijo el Señor en otra ocasión: “sin mi no podéis hacer nada” y menos tratar de entusiasmar a la gente con su persona y evangelio, cuando el mismo que predica no tratar de vivir totalmente unido por amor y vida de gracias a Cristo. Muchas veces nuestras predicaciones y homilías casan y aburren y no entusiasman en el seguimiento de Cristo por que el mismo predicador, el catequista, el padre de familia no vive en esta dinámica y nadie pueda dar lo que no tiene. Haber pasado largos ratos de oración con el que le envía es imprescindible para poder predicar en su nombre, esto es, en su lugar, con sus mismos sentimientos y actitudes.

        La oración es la que nos hace que le conozcamos mejor y nos entusiasmemos con Él, lleguemos a su intimidad: «que no es otra cosa oración mental sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Santa Teresa V 8,5). Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al Sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el Sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el Sagrario,  en la mejor escuela.

        Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse. Y es así como la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo.

        Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

        Ni un solo apóstol, ni un solo santo que no haya hecho largos ratos de oración y no haya sido eucarístico. Ni uno solo que no haya sentido necesidad de Eucaristía, de oración eucarística, que no la haya vivido y amado, ni uno solo. Allí lo aprendieron todo. Y de aquí sacaron la luz y la fuerza necesarias para desarrollar luego su actividad o el carisma propio de cada uno, muy diversos unos de otros, pero todos bebieron en la fuente de la Eucaristía, que mana y corre siempre abundantemente, Aaunque es de noche@, aunque tiene que ser por la fe.

 Todos pusieron allí su tienda, el centro de sus miradas, pasando todos los días largos ratos con Él,  primero en fe seca, como he dicho, a palo seco, sin sentir gran cosa, luego poco a poco pasaron de acompañar al Señor a sentirse  acompañados, ayudados, fortalecidos, una veces rezando, otras leyendo, otras meditando con libros o sin libros, en oración discursiva, mental, avanzando siempre en amistad personal, otras, más avanzados, dialogando, «tratando a solas», trato de amistad, oración afectiva, luego con una mirada simple de fe, con ojos contemplativos, silencio, quietud, simple mirada, recogimientos de potencias, una etapa importante, se acabó la necesidad del libro para meditar y empieza el tú a tú, simple mirada de amor y de fe, «noticia amorosa» de Dios, «ciencia infusa,» «contemplación de amor».

        Señor, ahora empiezo a creer de verdad en Tí, a sentir tu presencia y ayuda, ahora sí que sé que eres verdad y vives de verdad y estás aquí de verdad  para mí, no sólo como objeto de fe sino también de mi amor y felicidad. Hasta ahora he vivido de fe heredada, estudiada, examinada y aprobada, que era cosa buena y estaba bien, pero no me llenaba, porque muchas veces era  puro contenido teórico; ahora, Señor, te siento viviente, por eso me sale espontáneo el diálogo contigo, ya no digo Dios, el Señor, es decir, no te trato de Ud, sino de tú a tú, de amigo a amigo, mi fe es mía, es personal y viva y afectiva, no puramente heredada, me sale el diálogo y la relación directa contigo. Te quiero, Señor, y te quiero tanto que deseo voluntariamente atarme a la sombra de tu santuario, para permanecer siempre junto a ti, mi mejor amigo.

 

        3.- “Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: «Paz a vosotros». Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma”. Este saludo del Señor llega con todo su esplendor y su fuerza hasta nosotros esta mañana a través de los siglos. Paz a todos los hombres, porque Cristo ha pagado totalmente ante el Padre toda la deuda y ya tenemos entrada en la amistad con Dios, en la vida eterna, en la resurrección y en la vida del Resucitado. ¡Ha resucitado!:                           “¿por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior…Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona, palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne ni huesos, como veis que tengo yo «como lo había predicado»”.

        Queridos hermanos, Cristo ha resucitado y vive eternamente como lo había predicho. Su resurrección tiene un indudable valor apologético. Un conocido estudioso de nuestro siglo, Romano Guardini, meditando en el Misterio pascual y en sus consecuencias para la  vida del creyente y de la Iglesia, afirma que «la fe cristiana se mantiene o se pierde en la medida en que se cree o no se cree en la resurrección del Señor. La resurrección no es un fenómeno mitológico, que la fe hubiera tomado de la historia, y que más tarde pudo desaparecer sin perder su contenido: es su centro» (ROMANO GUARDINI, El Señor, parte VI, 1).

        El anuncio de la muerte y resurrección de Cristo es el centro de la fe. De la adhesión dócil y firme a este misterio brota el auténtico seguimiento y toda la vida cristiana y todo el apostolado con su misión salvífica a la espera de la vuelta gloriosa del Señor Jesús.

        A la luz de esta verdad evangélica tan fundamental, se comprende plenamente que Jesucristo y solo Jesucristo es realmente el camino, la verdad y la vida, la luz del mundo y el único Salvador de los hombres. Si Cristo ha resucitado, la vida tiene un sentido trascendente y cristocéntrico.

        Si Cristo ha resucitado, la muerte ha sido vencida, somos eternos, viviremos eternamente en Dios.

        Si Cristo ha resucitado, vivamos ya la vida nueva, tengamos el corazón en Dios, bien supremo y absoluto de nuestra vida: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre…”       Os invito a vivir esta alegría en estos días de la Pascua de la Resurrección del Señor. ¡El Señor ha resucitado!

 

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DOMINGO IV DE PASCUA

       

         PRIMERA LECTURA: Hechos 4, 8-12

 

        La resurrección de Cristo, que conmemoramos y hacemos presente en la Eucaristía, es la fuerza que salva a los cristianos de todos los tiempos de todas las dificultades: “Jesús es la piedra… que se ha convertido en piedra angular… y bajo el cielo no se ha dado otro nombre que pueda salvarnos.”  La vida de la Iglesia siempre estará marcada por la persecución al Evangelio, como ya profetizó el Señor, especialmente en el ministerio de la predicación. Porque la causa principal de la misma será siempre la proclamación del poder salvador del nombre de Jesús. Otra situación que se repite la Iglesia de todos los tiempos es el contraste entre el pueblo que cree y las autoridades que persiguen a los evangelizadores.

 

        SEGUNDA LECTURA: 1 Juan 3, 1-2

 

        Nosotros somos hijos de Dios, porque el Padre nos ha  hecho partícipes de su vida divina por la gracia del santo Bautismo. Esta nueva naturaleza, comunicada gratuitamente por el amor de Dios,  no puede poseerla el mundo. La filiación divina no es una imagen sino una realidad, que todavía no se ha manifestado en plenitud, porque lo vivimos entre sombras y dificultades en este mundo, pero que se manifestará en el cielo en toda su grandeza. Por eso se convierte en fuente de  inagotable esperanza, que vence todas las dificultades de este mundo hostil a la fe cristiana. Esta vida, sembrada por el bautismo como semilla, debe desarrollarse cada día más en todos los hijos de Dios.

 

 

DOMINGO IV DE PASCUA: EL BUEN PASTOR: El testimonio suscita vocaciones

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Celebramos en este domingo IV de Pascua, domingo del “Buen Pastor”, La Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, tan necesarias hoy en la Iglesia y esto me ofrece la oportunidad de proponeros una breve reflexión sobre el tema y lo quiero hacer en concreto sobre una realidad que todos hemos podido vivir y comprobar en nuestras vidas y en nuestra experiencia sacerdotal y apostólica y es esto: que El testimonio sacerdotal suscita vocaciones.

La fecundidad de la propuesta vocacional, el suscitar vocaciones en nuestras parroquias, en la Iglesia, depende primariamente de la acción gratuita de Dios, pero, como confirma la experiencia pastoral, esta llamada divina está favorecida también por la cualidad y la riqueza del testimonio personal del sacerdote, del párroco y el ambiente eucarístico y comunitario que se cree en la misma parroquia, de cuantos han respondido en la parroquia ya a la llamada del Señor en el ministerio sacerdotal y en la vida consagrada, puesto que su testimonio puede suscitar en otros el deseo de corresponder con la misma generosidad a la llamada de Cristo.

Como hemos podido comprobar en nuestras vidas este tema está, pues, estrechamente unido a la vida y a la misión de los sacerdotes y de los consagrados. Por tanto, quisiera invitaros (esta tarde) en primer lugar ante la presencia de Cristo Sacerdote Único a todos los que el Señor ha llamado a trabajar en su viña a renovar nuestra fiel respuesta a su elección y llamada, teniendo siempre muy presente en este día a esos hemanos nuestros sacerdotes ya en el cielo y a los que hoy en medio de dificultades siguen trabando por el reino de Dios entre los hombres.

Como sabéis sobre este tema hay muchos y muy buenos documentos de los Papas y sacerdotes, incluso en alguno de mis libros dedicados únicamente a este tema. Yo, por brevedad, quiero limitarme a meditar sobre tres aspectos que considero los más importantes de nuestra vida del presbítero, esenciales para un testimonio sacerdotal eficaz que suscite vocaciones.

El primer elemento fundamental y reconoscible de toda vocación al sacerdocio y a la vida consagrada es la amistad con Cristo. Jesús vivía en constante unión con el Padre, y esto era lo que suscitaba en los discípulos el deseo de vivir la misma experiencia, aprendiendo de Él la comunión y el diálogo incesante con Dios.

De este tema hablo en casi todos mis libros pero dos están especialmente dedicados a este tema. Personalmente todos los días rezo por las vocaciones, y lo expreso así, los primero que pido todos los días y que Dios sea reconocido, amado y santificado en el mundo entero, eso es lo primero; en segundo lugar pido por el Papa y la santidad de la Iglesia, especialmente de los obispos, sacerdotes… en 3º lugar por mi amada Diócesis de Plasencia, por su obispo… luego por mi parroquia de S. Pedro….

Queridos hermanos y hermanas, para que el sacerdote sea el “hombre de Dios”, que pertenece a Dios y que dedica su vida a darlo a conocer y amarlo, no puede dejar de cultivar una profunda intimidad con Él por medio de la oración-conversión diaria que tantas veces predico. La oración es el primer testimonio y canal de gracia para sus feligreses y que suscita amor y conocimiento de Dios y vocaciones para la tarea sacerdotal. Como el apóstol Andrés, que comunica a su hermano haber conocido al Maestro, igualmente quien quiere ser discípulo y testigo de Cristo debe haberlo “visto” personalmente, debe haberlo conocido, debe haber aprendido a amarlo ya estar con Él para predicarlo y que todos le sigan.

Por lo tanto, el párroco debe ser hombre de oración para vivir el amor y la vida de Cristo y  que todos los días sus feligreses le vean junto al Sagrario y puedan comprobar que es verdad lo que predica. Porque cómo entusiasmar con Cristo y su evangelio y hacer que otros le sigan si a ti, párroco, no te ven todos los días junto a Él en diálogo de amor y seguimiento. Necesitamos párrocos orando ante el Sagrario todos los días que es donde más presente y con más amor lo encuentramos y así susciten imitadores y seguidores.

Y de aquí surge el segundo aspecto de la consagración sacerdotal y de la vida religiosa que es el don total de sí mismo a Dios y a los hermanos. Escribe el apóstol Juan: “En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Jn 3, 16). Desde la oración diaria y conversión permanente de amor ante Cristo Eucaristía surge la identificación total con Él en el amor a los hermanos y desde ahí Él único sacerdote y buen pastor alimenta su espiritu sacerdotal de entrega total a Dios y a los hermanos en nosotros sus sacerdotes, sus encarnaciones de amor y entrega total a Dios y a los hermanos.

Por eso, la historia de cada vocación va unida casi siempre con el testimonio de un sacerdote, de nuestros párrocos que vivían con alegría el don de sí mismo a los hermanos por el Reino de los Cielos y también por el amor a Cristo de nuestras madres eucarísticas sacerdotales. Es que la cercanía de un sacerdote o párroco fervoroso y eucarístico, no digamos de una madre, son capaces de suscitar amor a Cristo Eucaristía y vocaciones sacerdotales y religiosas.

Por último, queridos hermanos y hermanas, un tercer aspecto que no puede dejar de caracterizar al sacerdote y a la persona consagrada es el vivir la comunión. Jesús indicó, como signo distintivo de quien quiere ser su discípulo, la profunda comunión en el amor: “Por el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán todos que sois discípulos míos” (Jn 13, 35).

De manera especial, el sacerdote en su parroquia y en casas de acogida y permanencia como la nuestra, debe ser hombre de comunión, abierto a todos, capaz de caminar unido con todos los que la habitan en diversidad de edades, mentalidades, gustos. En una parroquia o en una casa como la nuestra nadie debe sentirse solo o extraño o no cuidado y amado.

Y en este sentido todos los sacerdotes pero especialmente los que estamos jubilados y vivimos en casas hogares de mayores como el nuestro debemos de tener muy presentes estos aspectos porque si los jóvenes del mundo ven sacerdotes muy aislados y tristes incluso en sus parroquias, entonces no se sentirán muy animados a seguir sus vidas y su ejemplo; se sentirán muy indecisos cuando vena y puedan creer que ése es el futuro de un sacerdote.

Queridos hermanos, que tengamos todo esto en cuenta incluso para la promoción de vocaciones porque si los cristianos, los católicos especialmente padres y madres, ven a los sacerdotes, a los párrocos de una ciudad, de una diócesis, que no se tratan mucho, o pasean juntos o que se preocupan los unos por los otros, ese comportamiento no engendrá entusiasmo no solo en padres y madres posiblemente sacerdotales, es que ni en monaguillos ni en jóvenes y demás personas de los movimientos apóstolicos.

Por tanto, es importante llevar una vida indivisa, que muestre la belleza de ser sacerdote. Entonces, el joven dirá:" me gusta esto, sí este puede ser mi futuro, lo pensaré también para mí, porque me gusta”. El Concilio Vaticano II, refiriéndose al testimonio que suscita vocaciones, subraya el ejemplo de caridad y de colaboración fraterna entre sí que deben ofrecer los sacerdotes (cf. Optatam totius, 2).

Esto vale también para la vida consagrada. La existencia misma de los religiosos y de las religiosas habla del amor de Cristo, cuando le siguen con plena fidelidad al Evangelio y asumen con alegría sus criterios de juicio y conducta.

Llegan a ser “signo de contradicción” para el mundo, cuya lógica está inspirada muchas veces por el egoísmo y el individualismo. Su fidelidad y la fuerza de su testimonio, porque se dejan conquistar por Dios renunciando a sí mismos, sigue suscitando en el alma de muchos jóvenes el deseo de seguir a Cristo para siempre, generosa y totalmente. Imitar a Cristo casto, pobre y obediente, e identificarse con Él: he aquí el ideal de la vida consagrada, testimonio de la primacía absoluta de Dios en la vida y en la historia de los hombres.

Todo presbítero, todo consagrado y toda consagrada, fieles a su vocación, transmiten la alegría de servir a Cristo, e invitan a todos los cristianos a responder a la llamada universal a la santidad. Por tanto, para promover las vocaciones específicas al ministerio sacerdotal y a la vida religiosa, para hacer más vigoroso e incisivo el anuncio vocacional, es indispensable el ejemplo de sacerdotes y religiosas, de todos los que ya han dicho su “sí” a Dios y al proyecto de vida que Él tiene sobre cada uno.

El testimonio personal, hecho de elecciones existenciales y concretas, animará a los jóvenes a tomar decisiones comprometidas que determinen su futuro. Para ayudarles es necesario el arte del encuentro y del diálogo capaz de iluminarles y acompañarles, a través sobre todo de la ejemplaridad de la existencia vivida como vocación. (Carta para la convocación del Año Sacerdotal, 16 junio 2009).))

Que esta Jornada Mundial de oración por las vocaciones ofrezca de nuevo una preciosa oportunidad a muchos jóvenes, ellos y ellas, para reflexionar sobre su vocación, entregándose a ella con sencillez, confianza y plena disponibilidad.

Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, fidelísima a su vocación aún sin entenderla en un principio ayude también a las y los jóvenes de hoy día a poder decir: “Ha aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” y custodie hasta el más pequeño germen de vocación en el corazón de quienes el Señor llama a seguirle más de cerca, hasta que se conviertan en árbol frondoso, colmado de frutos para bien de la Iglesia y de toda la humanidad.

Rezemos por esta intención, en esta jornada mundial por las vocaciones, y que algunos de nosotros rezamos todos los días por esta intención.

 

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LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 10, 11-18

 

        QUERIDOS HERMANOS:    El misterio pascual se no presenta este domingo bajo la imagen de Jesús, buen Pastor y piedra angular de la Iglesia.Para entender el sentido de la imagen de Jesús como pastor, hay que trasladarse al ambiente cultural pastoril de su época. Hoy, la imagen del pastor tiene sólo connotaciones románticas, y la imagen de rebaño se usa más bien en sentido negativo, despectivo, como borreguil.

        Al hombre de hoy no le gusta ser «oveja» y no se entusiasma ante la idea de ser Pastor. Pero en tiempos de Jesús no era así. Para los orientales el pastoreo era una gran profesión: los reyes de los sumerios, acadios o los egipcios les gustaba representarse como pastores de su pueblo.

        El Antiguo Testamento adopta todas estas imágenes. Los reyes de Israel son presentados como «pastores» de su pueblo llamados a guiarle a los pastos de la vida. Los profetas Ezequiel, Isaías, Jeremías y los salmos presentan al Mesías bajo la figura de pastor. En el mundo bíblico la imagen del pastor no tiene nada de connotaciones románticas o negativas. El pastor vive en un mundo difícil, lleno de peligros, en el que no faltan los ladrones, los lobos y alimañas contra los cuales el pastor debe estar bien preparado y apercibido para luchar contra ellos.

        Todo esto que han anunciado los profetas, Jesús se lo aplica a sí mismo. Así lo expresa hoy San Juan en su evangelio: El buen pastor no abandona el rebaño en la hora del peligro, como hace el mercenario, sino que se entrega a si mismo a los enemigos hasta dar la vida por la ovejas para ponerlas a salvo: “El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10,11).

        Y no lo hace a la fuerza, sino que es fruto de su amor extremo por las ovejas: “Nadie me quita la vida, soy yo quien la doy por mí mismo”. En este misterio de la misericordia infinita, el amor de Jesús se entrelaza y se confunde con el amor del Padre. El Padre es quien lo ha enviado para que los hombres tengan en Él al Pastor que los guarde y se asegure la verdadera vida. Dice San Juan en la segunda Lectura: “Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos” (1Jn 3, 1).

         El Padre nos ha dado este amor en el Hijo, que por medio de su sacrificio, ha librado a los hombres del pecado y los ha hecho participantes no sólo de un nombre, sino de un nuevo modo de ser, de una nueva vida: el ser y la vida de hijos de Dios.

        En virtud de la obra redentora de Cristo, todo hombre está llamado a formar parte de una única familia, que tiene  a Dios, por Padre, y de un único rebaño, que tiene por único Pastor, a Cristo. Este rebaño y esta familia se identifican con la Iglesia, de la cual, como dice San Pedro, en la primera Lectura, Jesús es la piedra fundamental: “Él es la piedra rechazada por  vosotros los constructores, que ha venido a ser piedra angular” (Hch 4,11).

        Cristo, buen pastor y piedra angular de la Iglesia, es la única esperanza de salvación para todo el género humano: “Pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo… por el cual podamos ser salvos” (Hch 12). Por eso la urgencia de cumplir el  mandato de Cristo: “Tengo otras ovejas que no son de este redil, y es preciso que yo las traiga”. De hecho son innumerables las ovejas que no pertenecen a la Iglesia y deben oír “su voz”. La oirán a través de nosotros, porque todo creyente debe comprometerse en esta misión salvar a los hermanos haciéndole entrar dentro del rebaño de Cristo con la palabra, con la oración, con el sacrificio, para conducir a las extraviadas, a las equivocadas y olvidadizas hasta el aprisco de Cristo, para que sea cumplido el deseo de Cristo, de que haya “un solo rebaño y un solo pastor”.

         El evangelio del día nos sugiere una última reflexión: “Conozco a mis ovejas – dice Jesús – y las mías me conocen a mi, como el Padre me conoce y yo conozco a mi Padre” (Jn 10,14-15). No se trata de un simple conocimiento teórico, sino de un conocimiento vital que lleva consigo relaciones de amor y de amistad entre el buen Pastor y sus ovejas, relaciones que Jesús no duda en comparar con las que existen entre Él y su Padre. Del humilde trato y comunión de vida entre las ovejas y el pastor de nuestros campos, Jesús se levanta a proponer la de la vida de comunión que lo une a su Padre, insertando en tal relación y perspectiva sus relaciones con los hombres. Esta es la verdadera vida de los hijos de Dios, que comienza en la tierra por la fe y el amor y culminará en el cielo, donde “seremos semejantes a Dios porque le veremos tal cual es” (1Jn 3,2).

 

        5.- San Gregorio Magno, en una de sus homilías sobre este tema, se expresa así: «¡Oh Señor!, tú dices: “Como el Padre me conoce a mi y yo conozco al Padre y doy mi vida por las ovejas” (Jn 10. Es como si dijeras: en esto se manifiesta que yo conozco al Padre y soy conocido por él, en que doy mi vida por la ovejas... La caridad que te hace morir por tus ovejas, demuestra tu amor al Padre...

        Y dices también: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco  y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna” (ib. 27).  Poco antes habías dicho: “El que por mí entrare se salvará, entrará y saldrá y hallará pastos” (ib. 9). Entrará con la fe, pero saldrá pasando de la fe a la visión, de la facilidad de creer a la contemplación y hallará los pastos del eterno festín.

        Tus ovejas hallarán pastos, porque quien te sigue con corazón sencillo es apacentado con pastos eternamente abundosos… Haz, Señor, que yo busque estos pastos para gozar Con todos los ciudadanos del cielo... Haz que me llene de ardor

por las cosas celestiales: amar así es ya ponerse en camino

(S. GREGORIO MAGNO, Homiliae in Evangelia. 14, 4-6).

 

2.- CUALIDADES DEL BUEN PASTOR.

 

En el texto evangélico de este domingo, San Juan, nos presenta las cualidades del buen pastor Jesús, a quien amó y por el que fue conocido y amado: Es bueno y las ovejas le quieren; está  entregado a ellas y las ovejas le son dóciles. Les habla y las ovejas están atentas. Es fuerte y las ovejas se encuentran seguras; es generoso y las ovejas tendrán la vida eterna.
Ama hasta dar la vida por sus ovejas y por eso las ovejas no perecerán, y nadie las arrebatará de mi mano, porque está sostenida y fortalecida por misma mano del Padre: “El Padre y yo somos uno”. Esta fortaleza invencible da seguridad a las ovejas ante las dificultades.

 

3.-  ACTITUDES POSITIVAS DE LAS OVEJAS.

 

Hay ovejas que siguen al Pastor a todas partes, en los medios y terrenos más difíciles, arriesgando su vida y su amor por el Pastor: profetas, misioneros, testimoniales en los diversos campos de la Iglesia.
        Hay ovejas que se identifican con el Pastor en sus sentimientos de cada día, viviendo el evangelio en sus partes más difíciles: atención a los pequeños, ancianos, abandonados, enfermos.

        Hay ovejas que completan la pasión de Cristo en sus sufrimientos: los perseguidos, los pacientes y humildes de corazón.

        Hay ovejas que hacen las veces de pastores y viven exclusivamente para el pastoreo y prolongan el pastoreo de Cristo con sus palabras y signos: interceden, santifican, predican, bautizan…Serían los sacerdotes.

 

4.- ACTITUDES NEGATIVAS DE LAS OVEJAS:

 

        Hay ovejas que no obedecen al pastor y viven lejos de su redil, aunque sigan llamándose cristianos: ovejas que llevan la marca de Cristo por el bautismo, pero no escuchan su palabra ni valoran su vida; ovejas que se dicen creyentes, pero no practicantes, y a mi me gustaría saber en qué Cristo creen o en qué evangelio, sobre todo, cuando oyen a Cristo decir que “sus ovejas escucharán su voz”, o decir “mi comida es hacer la voluntad de mi Padre” y esas ovejas, esos cristianos no cumplen con el primer mandamiento que es amar a Dios sobre todas las cosas y han olvidado el dicho de Cristo: “El que no está conmigo está contra mi”; ovejas que nunca tienen tiempo para escucharle en la oración o en la santa misa, que no se alimentan de su Palabra, que no han hecho de la Santa Eucaristía «el centro y cúlmen de su vida cristiana»  ¿A qué lado estamos nosotros?

 

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V DOMINGO DE PASCUA

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 9, 26-31

 

        Saulo, el “perseguidor de la Iglesia” se ha “convertido” en “testigo” de Cristo resucitado, en “instrumento elegido” para la expansión del Evangelio. Este acontecimiento ha sido debido a la experiencia de Cristo que ha tenido camino de Damasco. Con todo, tres años después de su conversión, sube a Jerusalén, para que su misión quede oficialmente reconocida y avalada por el Colegio Apostólico. Por otra parte, no era fácil admitir como cristiano a un perseguidor tan fanático: “Todos le temían, no creyendo que fuese discípulo”. La predicación de Pablo se centra principalmente en la persona de Cristo: “Para mí la vida es Cristo... “no quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”.       

 

SEGUNDA LECTURA: 1 Juan 3,18-24

 

        Para San Juan el amor a Dios pasa siempre por el amor a los hermanos. Por eso no se fía del amor a Dios si no hay obras de caridad fraterna. El ejercicio de la caridad fraterna es la señal distintiva del cristiano, precisamente porque atestigua su comunión vital con Cristo; sin amor al hermano, sin vivir su mandamiento nuevo, no podemos vivir unidos a Cristo, que es esencialmente amor. Este amor auténtico y la caridad fraterna sólo nacen de una persona que vive la vida de gracia, llena de amor a Dios, que es el amor esencial y fuente de todos los demás amores. Quien ama de esta manera, no tiene nada que temer a Dios.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 15,1-8

 

        DOMINGO V DE PASCUA: SIN MI NO PODÉIS HACER NADA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿Quién es éste que se presenta ante nosotros con una afirmación tan absoluta? Jesús viene como maestro para enseñarnos el camino de la vida, Jesús viene como profeta para hablarnos de parte de Dios. Pero presentarse con caracteres tan absolutos, –“sin mí no podéis hacer nada”– sólo puede hacerlo Dios. Jesús reivindica para sí la categoría de Dios cuando nos invita a seguirle.

No es un líder entre tantos, ni siquiera es el mejor de los líderes. Sencillamente, es el Hijo de Dios, es Dios como su Padre, que se ha acercado hasta nosotros haciéndose verdaderamente hombre. Sólo en él podemos encontrar la felicidad que Dios tiene preparada para quienes le buscan. Sólo en él hay salvación.

Jesucristo nos presenta esta realidad mediante una parábola, la parábola de la vid y los sarmientos, que cualquiera que conozca la cultura del vino, la entiende sólo con escucharla.

El tronco de la cepa genera los pámpanos, por los cuales circula la linfa que revienta en frutos abundantes, en racimos de uvas de distintas calidades. La uva pisada en el lagar, dará mosto, que fermentado se convierte en vino sabroso. Pero la raíz de todo se encuentra en la cepa, de la que brotan frutos abundantes.

 Pues bien, Jesús nos dice que él es la cepa, la vid fundamental. Quien está unido a él, como lo están los sarmientos vivos, recibe linfa de la cepa y produce frutos abundantes. En esta imagen, el Padre es el viñador, es decir el que va cultivando el corazón de cada uno de nosotros.

Cuando llega el tiempo de la poda, se cortan los sarmientos que no dan fruto para que no chupen linfa inútilmente. E incluso se cortan algunos sarmientos que dan fruto para que no se desparrame la linfa, sino se concentre en aquellos sarmientos escogidos para producir racimos bien cargados de fruto. Se podan los secos y se podan también los superfluos, para que la linfa se concentre pujante en aquellos que se dejan para dar más fruto.

Un documento reciente de doctrina de la Iglesia, “Placuit Deo”, denunciaba que uno de los desvíos de nuestro tiempo es pensar que si quieres puedes, que el hombre puede alcanzar todo lo que se propone. Todo es cuestión de proponérselo. Nada más falso. Hay cosas que no podemos aunque queramos. Y sobre todo en estas realidades profundas, necesitamos continuamente la gracia de Dios para la salvación.

Es un mal generalizado en nuestra época, la época de tantos progresos técnicos y científicos, que el hombre piense que todo lo puede. Y se hace la ilusión de que todo depende de su esfuerzo, de manera que cuantas más metas alcanza más se apoya en sí mismo, más se enorgullece ante Dios, más se aparta de Dios y de su gracia.

Luego sucede que, cuando esa persona se topa con una dificultad insuperable, se desespera y se hunde. Dios quiere nuestro progreso, nuestra felicidad, pero esa felicidad es un regalo suyo para nosotros cada día, es un don de su gracia.

El secreto de nuestra vida está en permanecer unidos a la vid, como el sarmiento, para chupar continuamente la linfa que nos aporta la cepa. Es decir, el secreto de nuestra vida está en vivir muy unidos a Jesucristo – cuanto más, mejor–, para que él pueda producir en nosotros frutos abundantes, frutos de vida eterna, incluida la poda que sea necesaria. Porque “sin mí no podéis hacer nada”.

 La unión con Jesucristo se llama gracia. Vivir en gracia de Dios es vivir recibiendo continuamente la vida de Dios, que el Padre nos da por su Hijo Jesús. Consiste en recibir continuamente el Espíritu Santo, que nos va haciendo parecidos a Jesús, nos va haciendo hijos de Dios.

El tiempo de Pascua es tiempo de gozo desbordante, porque durante estos cincuenta días celebramos la victoria de Cristo que ha vencido la muerte, el pecado, a Satanás y todo lo que conduce a la muerte eterna.

Agarrados a Jesucristo somos sacados de la muerte y podemos gozar de su gozo, que ya nada ni nadie podrá arrebatarnos. “El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante”, nos dice Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: «

 

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DOMINGO V DE PASCUA B: NECESIDAD DE LA ORACIÓN-CONVERSIÓN PARA LA SANTIDAD DE VIDA, PARA SER SANTOS

 

QUERIDOS HERMANAS:     En el evangelio de este domingo Jesús nos habla de la necesidad absoluta de permanecer unidos a Él por las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, llamadas así, teologales, decía el Catecismo de Ripalda, porque nos unen directamente con Dios.

Hermanos: Si queremos ser cristianos auténticos, si queremos avanzar en nuestra vida cristiana o sacerdotal, en la vida de gracia, si queremos santificarnos y santificar a los demás, a nuestros feligreses, a nuestros hijos, si queremos ser buenos sacerdotes, esposos, religiosas, buenos padres cristianos, y dar frutos de fe, y gracia y apostolado en nosotros y entre nuestros hijos, entre los nuestros, debemos permanecer unidos al Señor por la vida de gracia y de oración porque Él nos dice en el evangelio de hoy: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.

Si yo, Gonzalo, en mi parroquia quiero que mis feligreses se conviertan a Dios y sean buenos cristianos, no me basta con decir misa y bautizar y predicar muy bien y saber mucha teología… yo, sacerdote, lo primero que tengo que hacer, es esforzarme por estar unido a Dios, a Cristo por la vida de fe y amor, la vida de la gracia, progresar en esta unión que empezó sacramentalmente en el santo bautismo y se potencia por los sacramentos y la vida de oración, especialmente por la eucaristía como misa, comunión o Sagrario, y para todo esto, el mejor camino es la oración, la unión con Dios por la oración personal que debe unirse siempre y desarrollarse también durante la litúrgica y es esencial, porque si solo es liturgia externa, recitar salmos o cantar y decir misa, incluso comer el pan consagrado sin unirme con diálogo personal de amor al Señor despues de comulgar o estar en su presencia, no es entonces un encuentro de vida y santificación verdadera y profunda, y  esto, aunque sea cura, obispo o el papa.

Es más, queridas hermanas, sin oración-conversión personal, , poco aprovecha la oración personal o litúrgica… y si crees que exagero, examínemosnos personalmente en nuestras vidas en esta materia para ver si despues de tantas misas y comuniones y rezo de las horas he progresado, voy progresando en mi vida de amor y santidad, en experiencia de fe y amor, si verdaderamente Cristo me habita y vive su vida de amor al Padre y los hermanos en mí.

Para ser más santo cada día, para estar más unidos a Cristo, tanto como sacerdote como cristiano, tengo que ser un sarmiento unido a Cristo por la vida de  gracia y amor a Dios y para desarrollar esta vida de fe y de gracia y amor a Dios y a los hermanos el mejor, yo diría, el único camino es la oración-conversión, S. Juan de la Cruz y todos los místicos, oración-conversión diaria activa mía primero y luego pasiva producida por el Espíritu Santo y que me lleve a vivir las virtudes teologales y sobrenaturales de fe, esperanza y caridad, no solo predicadas o estudiadas como sacerdote, sino practicadas y vividas, quitando toda falta, aunque sea venial, que impide mi unión amor personal total con Cristo, con Dios, con la Trinidad que me habita y no puedo sentirla por el velo de mis faltas veniales y que me impide también el avance en la vida sobrenatual, en la experiencia de la fe y amor a Dios, porque aunque esas faltas  sean veniales y aunque sea cura, obispo o superiora general me impiden la unión total con Cristo porque son un velo, un obstáculo para que vea y sienta esa vida de gracia y de  amor y de fe y me haga vivir y sentir a Cristo vivo y lleno de amor y sentimientos en mí y por Él y con Él sentirme habitado y amado por la Santisima Trinidad: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudarme a olvidarme enteramente de mi para establerme en vos...Que nada pueda turbar mi paz y hacerme salir de vos….

Yo tengo que luchar todos los días, hasta que me muera, contra mis imperfecciones y pecados, para que la vida de gracia, la vida de Dios, la Santísima Trinidad, que tiene que venir a nosotros sarmientos unidos a la vid que es Cristo, pueda habitarnos y vivir en nosotros y sentirla como un anticipo del cielo, a través de la vida de gracia en Cristo y por Cristo, como Él nos dice: “yo soy la vid, vosotros, los sarmientos,  que mis pecados e imperfecciones personales y veniales no impidan esta unión y experiencia de fe viva por una oración contemplativa limpia ya de imperfecciones.

Y esta  es la mayor dificultad de curas, frailes y monjas y padres y madres de familia y de todo cristiano para ser canales de gracia limpios y no obstruidos para transmitir el cristianismo, la fe y la gracia a nuestros hijos, a nuestros feligreses, al mundo entero porque lo transmitiremos como conocimiento pero no como vida, como experiencia de amor de vida transformada en Cristo.

Yo, sacerdote, vosotros, queridos padres, hermanos no sois canales de fe y amor cristiano para vuestros hijos y para los demás, si no os  esforzáis por rezar con ellos en casa, por venir a misa los domingos, por hablar de Dios a vuestros hijos, si  no sois canales limpios de gracia sino canales obstruidos por la falta vida cristiana, y esto, por falta de fe, de oración, de no rezar… no podréis transmitir la fe cristiana y la salvación a vuestros hijos, no podéis dar lo que no tenéis, no podéis transmitir la fe, la vida cristiana que no practicáis,

Por eso lo que llevo diciendo más cincuenta años, desde la experiencia, preparando a vuestros hijos para la primera comunión: SI TENEMOS PADRES CRISTIANOS…NADIE DA LO QUE NO TIENE…

 

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1.- “Sin mí no podéis hacer nada”, para tener vida cristiana en nosotros y poder comunicarla y dar frutos de Cristo y de evangelio tenemos que estar unidos a Cristo por la oración diaria, todos los días, y por la eucaristía dominical.      No basta decir soy cristiano, y luego no vivimos unidos a Él por la gracia, por la fe y la misa del domingo, y no practicamos la fe y los mandamientos de Dios. Es un cristianismo vacío de amor a Dios y a los hermanos.

El sarmiento debe permanecer siempre unido a la vid, como el cristiano a Cristo por la gracia, por la fe y el amor de las buenas obras. Y para eso, lo de siempre: rezar un poco todos los días, misa de domingo, tratar de amar como Dios nos ama y cumplir sus mandamientos.

Y como uno falla y peca, levantarse todos los días, confesarse con frecuencia, dos o tres veces al año y seguir caminando. Y para eso, lo que llevo diciendo  siempre: sin misa de domingo, no hay cristianismo, no hay primera comunión; y rezar todos los días un poco, si es ante el Sagrario, en la visita al Señor, mejor, para  pedir perdón seguir caminando.

 

        2.- Los medios para permanecer unidos a Cristo son un rato de oración o lectura espiritual y la conersión permanente todos los días, los sacramentos recibidos con frecuencia y las obras de caridad y servicio a los hermanos. En pecado grave, el sarmiento, no está unido a Cristo y está seco y no puede dar frutos de Cristo. En pecados leves o veniales, está obstruido el canal y da frutos, pero pocos. Y eso nos puede pasar a nosotros.

Dos cristianos, dos catequistas, dos sacerdotes parecen iguales y hacen las mismas obras, y predican muy bien, sin embargo su eficacia es totalmente distinta en razón de su santidad, de la unión con Cristo, aunque aparentemente no se note, es más, muchos santos fueron perseguidos, olvidados durante su vida terrena, pero realmente luego se comprobó el bien que hicieron y siguen haciendo con su vida, su doctrina y su oración.

 

        3.- Y una idea más, la positiva y la que deber ser nuestra vida. La ofrece la vid con sus sarmientos unidos a Cristo que somos todos nosotros, toda la Iglesia. ¡Qué hermosura! Todos unidos por la fe y el amor a Dios. Así también cuando en una familia, en una parroquia, en una congregación religiosa todos están unidos a Cristo y en Cristo, todos se quieren y ayudan y  todos están unidos entre sí. Los sarmientos unidos a la vid nos hablan de fraternidad. Eso es lo que quiere Cristo que sea su Iglesia, la parroquia, la familia cristiana. Qué fuerza, qué poder, qué gozo cuando una familia está unida por la fe y amor a Cristo. Pidamos en esta santa misa y comunión que sea así entre nosotros.

 

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DOMINGO V DE PASCUA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La relación que Jesús quiere establecer con nosotros, con cada uno de nosotros, es una relación de amistad, no una relación de esclavitud. “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15).

La amistad hace a dos personas iguales, sin dependencias ni prepotencias. Jesús nos quiere amigos, no siervos. Jesús nos ofrece su amistad, se iguala con nosotros, para igualarnos a nosotros con él. Se trata, además, de una amistad en la que el mismo Jesús tiene la iniciativa: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os ha elegido y os he destinado para que deis fruto”.

Cuántas veces nos parece que esta amistad la hemos empezado nosotros, y no es así. A nosotros nos toca secundarla, alimentarla, corresponderla. Pero la amistad con Jesús la ha empezado Él, por eso es duradera. Por eso, aunque se rompa o se debilite, puede volver a reanudarse o fortalecerse, porque Él es fiel y no se arrepiente de llamarnos amigos, e incluso está dispuesto a devolvernos la amistad perdida perdonándonos.

Ya desde antiguo se preguntaban: “Pero, ¿qué nación grande hay que tenga un dios tan cerca de ella como está el Señor nuestro Dios, siempre que le invocamos?” (Dt 4,7).

La venida de Jesús en carne ha desbordado toda expectativa en este sentido. Pues no es sólo que Dios está cerca de nosotros, como afirmaban nuestros padres en el Antiguo Testamento, sino que Dios se ha acercado en su Hijo Jesucristo, hecho hombre como nosotros, para entablar con nosotros una relación de amistad de igual a igual, dándonos su Espíritu Santo.

Más aún, “al que me ama..., mi Padre le amará y vendremos a él y haremos nuestra morada en él” (Jn 14, 23). No cabe mayor cercanía, pues la amistad pone en común los bienes de uno y de otro, y Dios nos da su misma vida, nos da su Espíritu Santo, poniendo su morada en nuestro mismo corazón.

Estamos llamados al amor, nuestra vocación es amar: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo... permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Pero en el origen de este amor está el sentirnos amados previamente. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4,10). El amor de Dios nos “primerea”, gusta decir el papa Francisco, es decir, se nos adelanta, es anterior a nosotros.

La consecuencia inmediata es la de corresponder a esa amistad. “Amor saca amor” (Sta. Teresa), es decir, sentirse amado suscita en nosotros amor. Amor, en primer lugar, a quien tanto nos ama. “La oración es tratar de amistad estando a solas muchas veces con quien sabemos que nos ama” (Sta. Teresa, V 8,5).

La oración no es una obligación que brota de mí, una práctica de piedad que yo me impongo. La oración ante todo es caer en la cuenta de que soy amado, de que las Personas divinas viven en mi alma y complacerse en ello muchas veces. Eso es lo que alimenta el amor en nuestro corazón.

Y junto a este caer en la cuenta y corresponder al amor de Dios, “si Dios nos amó de esta manera, también nosotros hemos de amarnos unos a otros” (1Jn 4, 11). El amor al prójimo no brota de una decisión voluntarista, sino de un desbordamiento que se traduce en servicio a los demás para corresponder de alguna manera al amor que Dios nos tiene.

El amor de solidaridad con los demás, el amor del buen samaritano que se acerca al descartado en la cuneta de la vida brota en nuestro corazón como una prueba irrefutable de que nos sentimos amados y agradecidos al amor de Dios, y queremos servirle en aquellos que le representan, los indigentes.

“Si alguno dice «amo a Dios» y no ama a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4, 20). Amor a Dios y amor al prójimo van unidos siempre, más aún dependen mutuamente. No puede darse el uno sin el otro.

La Pascua de Cristo muerto y resucitado ha renovado las relaciones humanas en el amor gratuito, que procede de Dios y se desborda en el amor a los demás. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

        En el evangelio de este domingo Jesús nos habla de la necesidad absoluta de permanecer unidos a Él por la fe y el amor, si queremos dar frutos de gracia y apostolado; y lo hace tomando como imagen la vid, a saber, la parra, como decimos vulgarmente en Extremadura.

 

        1.- Todos sabéis lo que es una parra, una  vid. Se compone de unas raíces, la cepa, el tronco y los sarmientos. Por el sarmiento y la cepa corre la savia, que es la vida de la vid y de los racimos. Por tanto, está claro, que un sarmiento separado de la cepa, es algo muerto, sin vida. Esto es lo que nos dice abiertamente Jesús en este evangelio: “Sin mí no podéis hacer nada” en la santificación personal o en el apostolado: para tener vida en nosotros y poder comunicarla y dar frutos, tenemos que estar unidos a Él, como los sarmientos tienen que estar unidos a la cepa.

 

        2.- En el Antiguo Testamento la viña era Israel. Pero una vez que Cristo se encarna, Él es la vida verdadera, la única,  que da vida a todo, que lo sustenta todo y mantiene la vida espiritual y apostólica de los sarmientos que somos nosotros. El que quiera vivir como cristiano ha de alimentarse de las verdades de Cristo, de la gracia de Cristo, de los sacramentos de Cristo, de la Eucaristía de Cristo, vivir la moral de Cristo.

        Según Flavio Josefo, uno de los más admirables adornos del templo de Jerusalén era una enorme vid de oro, símbolo de Israel, con racimos tan grandes como un hombre. Pero ahora Cristo dice que Él es la verdadera vid, el nuevo Israel, que sustituye a la antigua viña, arrasada porque no dio más que agrazones. La savia que salva al mundo de los pecados y le hace fructificar para la eternidad viene  únicamente de esta vid, que es Cristo. Quien está unido a otra vida que no sea la de Cristo, quien viva de otra forma distinta a Cristo, quien defienda verdades opuestas al evangelio de Cristo, no está unido a Él. Cada uno debe meditar dónde se encuentra, cómo es su unión con Cristo y esforzarse por vivir unido a Cristo por la fe, la esperanza y el amor.

 

        3.- El fruto viene de Cristo a través de los sarmientos que permanecen unidos por la fe y el amor a Él y así pueden producir los frutos de Cristo, las obras espirituales, evangélicas y apostólicas de Cristo, porque tiene su mismo Espíritu, que es Espíritu Santo. Por eso, no todas nuestras obras son apostolado o son eficaces o son de Cristo; solamente las que hacemos unidos a Cristo, en Cristo y por Cristo.

        No basta tampoco decir soy cristiano, si luego no vivimos unidos a Él sino contrariamente a lo que Él quiere y hace, porque entonces seremos sarmientos separados de la vid y no podremos dar frutos de santidad, sencillamente porque no estamos unidos a la savia de la santidad que viene de Cristo; estaremos secos espiritualmente, por estar separados de Él. El sarmiento debe permanecer siempre unido a la vid, como el cristiano a Cristo por la gracia, por la fe y el amor.

 

        4.- Entre los cristianos hay muchos sarmientos secos; todo el que piensa y actúa contra la fe y la moral católica, los que defienden el aborto, la eutanasia, el amor libre, la unión entre homosexuales… son sarmientos separados de la vid, de Cristo. Y puede ser que una persona sea buena, honrada, pero si está separada de Cristo, porque piensa contrariamente a su evangelio, no puede dar frutos cristianos, aunque se llame cristiano, no puede dar frutos de evangelio, de Cristo.

        Por eso, todos los que están unidos a otras cepas que no están unidas a Cristo ni tienen la vida de Cristo, sean las cepas de la política, del sexo, del consumismo, contrarios en su programas al Evangelio y a la moral católica, no pueden llamarse cristianos, porque no están unidos a Cristo y sus frutos no son cristianos. Sin Cristo no hay fruto cristiano, aunque a veces lo parezca, porque de Él viene toda la vida de  gracia. Y por la misma razón, a mayor unión con Cristo, mayor fruto de gracia y salvación cristiana.

 

        5.- Los medios para permanecer unidos a Cristo son la oración de todos los días, los sacramentos recibidos con fe, esperanza y amor cristianos, no rutinarios, y las obras de caridad y servicio a los hermanos. En pecado, el sarmiento, que somos cada uno de nosotros, estamos secos y no podemos dar frutos de Cristo. Dos cristianos, dos catequistas, dos sacerdotes parecen iguales y hacen las mismas obras, sin embargo su eficacia es totalmente distinta en razón de la santidad, de la unión con Cristo, aunque aparentemente no se note, es más, muchos santos fueron perseguidos, olvidados durante su vida terrena, no tuvieron éxito manifiesto en su apostolado, pero realmente luego se comprobó el bien que hicieron y siguen haciendo con su vida, su doctrina y su oración.

 

        6.- Esta doctrina la ha defendido muy claramente el Papa Juan Pablo II  en la Novo Milennio Ineunte:

       

 LA SANTIDAD

 

30.- AEn primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad...Este don de santidad, por así decir, se da a cada bautizado....AEsta es la voluntad de Dios; vuestra santificación@ (1Tes 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: ATodos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor” (Lumen Gentium, 40).

 

N�1 31.- ARecordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. )Acaso se puede Aprogramar@ la santidad? ) Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias...Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos Agenios@ de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno... Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia.@

 

LA ORACIÓN

 

N�1 32.- APara esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración...  Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos:ASeñor, enséñanos a orar@ (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: APermaneced en mí, como yo en vosotros@ (Hn 15,4). Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial (cfr. SC.10), pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas@.

 

        7.- Tres eran las palabra claves de este evangelio: vid, sarmientos y poda; ya hemos descrito dos: vid y sarmiento, nos queda la última: la poda: “A todo sarmiento mío que da fruto, mi Padre le poda para que dé más fruto”. La poda, sin necesidad de arrancar el sarmiento de la vid, los agricultores la practican para que el sarmiento de más fruto, comunicando toda su vida a los racimos sin hoja y ramos inútiles. Cristo dice que la poda es absolutamente necesaria para dar buena cosecha de frutos maduros.

        Hay que podar lo defectos de los sarmientos, de los cristianos, de los catequistas y sacerdotes si queremos que el fruto por el testimonio sea mayor. Si no se podan los defectos, las vides se quedan sin fuerza y sin fruto para los racimos en dos o tres años. Hay que podar de nuestras vidas los defectos personales de la soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia… que impiden la unión con Dios y con los hermanos. Sin conversión permanente no hay unión permanente con el Señor.

        La poda debe ser voluntaria y activa; también pasiva, soportando las contrariedades o las purificaciones que el Señor nos haga. Hay muchas pruebas de la vida que uno no las busca ni las quiere. Te vienen, unas veces de los hombres, otras, si son espirituales y de fe, esperanza y amor son purificaciones que Dios causa directamente en el alma. Son las purificaciones pasivas, la noche del espíritu de San Juan de la Cruz. Es la hora de permanecer unidos a Cristo más que nunca, en fe seca y árida, sin sentir nada de amor y gusto, en noche profunda de sentido.

        Cuanto más purifica el Señor, cuanto más poda al alma, más santa, más unida permanece a Cristo y más fruto dará de buenas obras. Convenía meditar más en estas  cosas, sobre todo, los sacerdotes y los consagrados al Señor, para no rechazar la poda cuando viene y vivir más unidos a Cristo que muere para vivir la vida nueva del Resucitado, de una vida más limpia y santa y apostólica y fructífera.

        La gran pobreza de la Iglesia actual es la pobreza de santidad, de unión con Dios, por no querer sufrir la poda de sus soberbias, envidias y mala vida, aunque sea oculta. Así no se puede dar fruto de santidad y unión con Dios. Muchas acciones y poco apostolado. ¿Cómo unir a las almas a Cristo cuando tú estás separado? ¿Cómo unir y entusiasmar con Cristo cuando a ti te aburre y no hacer oración? ¿Por qué poner tanta fuerza en los medios, en los métodos, en los organigramas, en los canales, cuando falta la savia que debe llegar a los racimos? Lo dicho: mucho ruido, muchas acciones y poco apostolado.

 

        6.- Hay una idea más. Es interesante y la ofrece la vid con sus sarmientos unidos. ¡Qué hermosura! Así también cuando en una familia, en una parroquia, en una congregación religiosa todos están unidos a Cristo y en Cristo todos están unidos entre sí. Los sarmientos unidos a la vid nos hablan de fraternidad, de intercambio de vida, de unión entre todos, de unión con el Señor, de unión de los discípulos entre sí por el Señor. Eso es una vid. Eso es lo que quiere Cristo que sea su Iglesia, la parroquia, la familia cristiana. Qué fuerza, qué poder apostólico si todos estamos unidos a la vida, que es Cristo. 

 

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VI DOMINGO DE PASCUA

 

         PRIMERA LECTURA: Hechos 10, 25-26. 34-35. 44.48

 

        La admisión de los gentiles en la comunidad cumple, por una parte, el mandato de Cristo de “predicar el evangelio a toda criatura” y por otra, señala el fin del exclusivismo judío. Lo dice Pedro, que tiene que vencer esta oposición reinante todavía en la Iglesia naciente: “Está claro que Dios no hace distinciones… acepta de la nación que sea”. La Iglesia, por tanto, tampoco conoce fronteras de raza y color, de pobres o ricos, de progresistas o conservadores. El Espíritu cae también sobre los gentiles como un nuevo Pentecostés y nos une a todos en el amor. El sello de nuestro bautismo es el gran principio de unidad universal, que cobra sentido y se renueva en la Eucaristía.

       

SEGUNDA LECTURA: 1 Juan 4,7-10

 

        “La caridad procede de Dios… Dios es amor”. Estas palabras de San Juan sintetizan el mensaje de la Liturgia de hoy. El amor consiste “en que Dios nos amó” primero; Cuando no existía nada, Dios pensó en mí; si existo, es que Dios me ama y me ha preferido a millones de seres que no existirán. Dios tiene un proyecto de eternidad feliz conmigo. Dios me ama también porque “nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”. El Hijo me ama: “Porque nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”. Y Él la ha dado por mí. Dios es la fuente de la vida y del amor.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 15-9-17

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La relación que Jesús quiere establecer con nosotros, con cada uno de nosotros, es una relación de amistad, no una relación de puro servicio o de obediencia y menos de esclavitud. “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15).

La amistad hace a dos personas iguales, sin dependencias ni prepotencias. Jesús nos quiere amigos, no siervos. Jesús nos ofrece su amistad, se iguala con nosotros, para igualarnos a nosotros con él. Se trata, además, de una amistad en la que el mismo Jesús tiene la iniciativa: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os ha elegido y os he destinado para que deis fruto”.

Cuántas veces nos parece que esta amistad la hemos empezado nosotros, y no es así. A nosotros nos toca secundarla, alimentarla, corresponderla. Pero la amistad con Jesús la ha empezado Él, por eso es duradera. Por eso, aunque se rompa o se debilite, puede volver a reanudarse o fortalecerse, porque Él es fiel y no se arrepiente de llamarnos amigos, e incluso está dispuesto a devolvernos la amistad perdida perdonándonos.

Ya desde antiguo se preguntaban: “Pero, ¿qué nación grande hay que tenga un dios tan cerca de ella como está el Señor nuestro Dios, siempre que le invocamos?” (Dt 4,7).

La venida de Jesús en carne ha desbordado toda expectativa en este sentido. Pues no es sólo que Dios está cerca de nosotros, como afirmaban nuestros padres en el Antiguo Testamento, sino que Dios se ha acercado en su Hijo Jesucristo, hecho hombre como nosotros, para entablar con nosotros una relación de amistad de igual a igual, dándonos su Espíritu Santo.

Más aún, “al que me ama..., mi Padre le amará y vendremos a él y haremos nuestra morada en él” (Jn 14, 23). No cabe mayor cercanía, pues la amistad pone en común los bienes de uno y de otro, y Dios nos da su misma vida, nos da su Espíritu Santo, poniendo su morada en nuestro mismo corazón.

Estamos llamados al amor, nuestra vocación es amar: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo... permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Pero en el origen de este amor está el sentirnos amados previamente. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4,10).

El amor de Dios nos “primerea”, gusta decir el papa Francisco, es decir, se nos adelanta, es anterior a nosotros. La consecuencia inmediata es la de corresponder a esa amistad. “Amor saca amor” (Sta. Teresa), es decir, sentirse amado suscita en nosotros amor. Amor, en primer lugar, a quien tanto nos ama.

 “La oración es tratar de amistad estando a solas muchas veces con quien sabemos que nos ama” (Sta. Teresa, V 8,5). La oración no es una obligación que brota de mí, una práctica de piedad que yo me impongo. La oración ante todo es caer en la cuenta de que soy amado, de que las Personas divinas viven en mi alma y complacerse en ello muchas veces. Eso es lo que alimenta el amor en nuestro corazón.

Y junto a este caer en la cuenta y corresponder al amor de Dios, “si Dios nos amó de esta manera, también nosotros hemos de amarnos unos a otros” (1Jn 4, 11). El amor al prójimo no brota de una decisión voluntarista, sino de un desbordamiento que se traduce en servicio a los demás para corresponder de alguna manera al amor que Dios nos tiene.

El amor de solidaridad con los demás, el amor del buen samaritano que se acerca al descartado en la cuneta de la vida brota en nuestro corazón como una prueba irrefutable de que nos sentimos amados y agradecidos al amor de Dios, y queremos servirle en aquellos que le representan, los indigentes.

“Si alguno dice «amo a Dios» y no ama a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4, 20). Amor a Dios y amor al prójimo van unidos siempre, más aún dependen mutuamente. No puede darse el uno sin el otro.

La Pascua de Cristo muerto y resucitado ha renovado las relaciones humanas en el amor gratuito, que procede de Dios y se desborda en el amor a los demás. Recibid mi afecto y mi bendición: No sois siervos, sino amigos.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- El evangelio de este domingo pertenece al coloquio que Jesús tuvo con sus discípulos en la Última Cena. Como todo testamento y última voluntad, expresa lo que Jesús más íntimamente desea y pide a los suyos: “Hijos míos, me queda poco tiempo de estar con vosotros…” “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.

 

2. Cristo es la plenitud del amor de Dios a los hombres y de esa plenitud todos participamos y nos lo comunica  especialmente por la oración personal y los sacramentos. Él debe ser siempre nuestro modelo.

Por eso, cuando surgen dificultades para cumplirlo, uno mira a Cristo Eucaristía o Crucificado que es la expresión del amor hasta el extremo, hasta dar la vida y se anima y se fortalece para superar todas las pruebas.

Un católico creyente y fervoroso le puede decir al Señor en el Sagrario y cuando comulga: Cristo al verte dar la vida por mi, te debo y te quiero tanto, que estoy dispuesto a sufrir lo necesario  por ti, porque Tú lo has dado todo por mi. También yo quiero darlo por Ti, porque para mi Tú lo eres todo, yo quiero que lo seas todo.

Esto es más fácil decirlo y experimentarlo cuando uno tiene experiencia y vivencia del amor de Dios, de sentirse amado por Dios, como dice la segunda Lectura. Aquí está el fundamento y el arranque de toda la mística o experiencia de Dios. Yo afirmo y testifico que esto es posible ya algunos cristianos llegan a estas alturas en esta vida. Y con esta experiencia de Cristo hace más fácil la vida, incluso lo difícil y extraordinario: perdón, pobreza, castidad, y todo con alegría.

 

3.- En este evangelio Jesús nos pide amor; está necesitado de amor, pero no porque él lo necesite, es Dios, sino porque nosotros lo necesitamos, necesitamos del amor de Dios para ser felices incluso ya en esta vida y para ser su amigos nos basta con palabras, hay que cumplir sus mandamientos, y aquí es donde veo yo el fallo del mundo actual, de los creyentes, no basta rezar, hay que vivir el cristianismo, el evangelio, lo que Cristo nos dice: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”.

        Sólo los cristianos y cristianas auténticos, las almas santas que hay en cada parroquia perciben esta necesidad, esta llamada de Cristo y lo hacen. El resto y son buena gente, muchas veces no perciben estos gemidos, esta honda silenciosa, esta «música callada», que diría san Juan de +. A veces, ni el mismo sacerdote lo percibe. Porque aquí no hay excepciones, uno tiene que amar y cumplir los mandamientos de Dios.

        Cristo se queda en el sagrario ofreciendo esta amistad, este amor, quiere entregarlo, quiere entregarse y hacernos felices ya en la tierra, y mira que a veces se entrega por nada, porque nos quiere tanto y está tan necesitado de cariño, que se da por una simple mirada de amor. Pero Cristo en el Sagrario no encuentra esta mirada de amor, almas que quieran vivir esa amistad con Él. Y así está abandonado en muchos sagrarios de la tierra, de nuestras parroquias, porque lo está en la vida de muchos bautizados que ya no practican la fe, no son cristianos, no vienen a misa, no cumplen los mandamientos, no buscan ni aman a Cristo.

        Y Jesús se ha quedado  en el Sagrario precisamente para esto, para ser amigo y salvador de todos los hombres, en amistad permanente, porque Jesús quiere nuestra amistad  para llenarnos de su felicidad, de salvación eterna, pero el mundo ya veis como está, pensad en vuestros hijos… ya sé que esto molesta a algunos, pero yo le quiero y quiero su salvación y no puedo callarlo, porque para eso soy sacerdote de Cristo, responsable da la eternidad de mis hermanos, los hombres, me lo dice Jesús claramente en esta declaración de amor: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”.

        La primera frase: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando,” había que ponerla en la portada de las casas de todos los católicos, especialmente de los que dicen que son creyentes, pero no practicantes, no practican el amor a Cristo, no van a misa los domingos, no rezan, o no cumplen los mandamientos de Dios o votan opciones humanas o políticas que van contra los mandamientos de Dios: separaciones, divorcios, abortos, píldoras que matan al que nace en el seno de la madre...

Todo esto es quitar a Cristo, el crucifijo, no sólo de las escuelas sino del propio corazón, del propio seno.  Ante estas palabras de Cristo es muy útil que cada uno de nosotros se pregunte: ¿Y cómo sabré yo que soy amigo de Cristo? ¿Cómo sé yo si permanezco en su amor?: “Si guardáis mis mandamientos”.Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”.     

 

4.- Jesús pide que le amemos, que permanezcamos unidos a Él, pero no como siervos fríos y obedientes, sino como iguales a Él con amor recíproco: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando,”  “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido”. Si existimos es porque Dios nos ha amado primero y nos ha preferido a millones y millones de seres que no existirán nunca. Estamos llamados a su misma felicidad esencial en la Santísima Trinidad porque Dios tiene este proyecto de amor y Él ha dado la vida por nosotros: En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él no amó primero y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”. Por eso, si alguien pregunta ¿y por qué tengo yo que amar a Dios? Responderemos: Porque Él nos amo primero y te ha destinado a ser feliz eternamente con él en el cielo.

 

5.- “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”; “Esto os mando: que os améis unos a otros”  Este es el mandamientos nuevo del amor; es nuevo porque abarca a todos los hombres, no sólo a los de la misma raza o religión como en el pueblo judío; es nuevo porque no es “como a ti mismo” sino como “como yo os he amado”;  es nuevo porque Cristo se identifica con el hermano, especialmente necesitado de cualquier tipo, no solo de pan o dinero, sino de compañía, de amor: “Lo que hicisteis con estos mis hermanos más pequeños conmigo lo hicisteis”.

        Ésta forma de amar debe ser el distintivo de los cristianos. Y así se amaron los primeros discípulos del Señor. Decían de ellos “mirad cómo se aman”. Este amor, ya hemos dicho, no lo podemos fabricar nosotros, lo recibimos del Señor. Por eso es la señal distintiva de los cristianos: “En esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros.” Convenía hacer un recorrido por nuestras parroquias y comunidades cristianas para ver si nos amamos, especialmente de los que venimos a misa; si el amor sigue siendo distintivo de nuestra  fe católica y cristiana.

 

6.- Ciento cincuenta años más tarde de haberlo promulgado Cristo en el Cenáculo, este amor seguía siendo distintivo entre las comunidades cristianas, de forma que al ver a los cristianos, comentaban, según el testimonio de Tertuliano: «mirad cómo se aman».

        En cambio, muchos siglos más tarde, el poeta hindú Tabindanath Tagore (1861-1941), después de un largo viaje por las viejas naciones de Europa, al volver a la India, dijo que el Rabí de Galilea, Jesucristo, debiera haber vivido en torno al Ganges, pues su mensaje de amor y fraternidad habría sido captado con mucha más sensibilidad.

        Según Jesús debemos diferenciarnos de los no cristianos en que nos amamos y amamos a los hermanos, ayudándoles en sus necesidades, dándoles tiempo y dedicación, perdonándolos, comprendiéndoles pacientemente, quitando todo atisbo de soberbia en nosotros y de orgullo en el trato, sin desdén o menosprecio. Repito la pregunta anterior: ¿Me reconocerán a mí, a cada uno de los cristianos en concreto como discípulo de Jesús por mi amor al hermano?

Pues si quiero amar a Cristo, si quiero agradarle, ya se lo que tengo que hacer. El amor fraterno es termómetro de mi santidad, de mi amor a Cristo, de la profundidad de mi fe y amor y esperanza sobrenaturales que me unen a Dios, de mi salvación eterna... en esto consistirá el examen final: venid, benditos de mi padre… alejaos de mi, malditos de mi padre, porque tuve…

 

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VII DOMINGO DE PASCUA. SOLEMNIDAD: LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 1, 1-11

 

        Los Hechos de los Apóstoles son, en cierto modo, el tomo segundo del Evangelio de Lucas. Después de haber narrado, en un primer libro, la historia humana de Jesús hasta su subida al cielo, el autor da el sentido de esta marcha y muestra cómo empieza una nueva historia, la de la acción de Jesús presente en el mundo por medio de su Iglesia. El Evangelio se cerró en cuanto libro, pero, en cuanto historia, la Iglesia sigue y seguirá viviéndolo hasta el final del mundo. Ella abre un nuevo libro cuya última página será firmada el último día. Los Hechos de los Apóstoles son las primeras páginas de ese libro, tal como las redactó San Lucas. Comienza subrayando un punto capital que constituye la base de la obra de evangelización: Jesús se mostró vivo después de su pasión. Después de su resurrección, el Maestro se aparece a sus Apóstoles y les instruye acerca del Reino de Dios. Estos, al no haber recibido aún el Espíritu Santo, no entienden bien, pero lo entenderán el día de Pentecostés.

        La Ascensión del Señor significa su entrada en la gloria, es decir, en la etapa definitiva en la que es reconocido por toda la creación como Hijo de Dios, sentado a la derecha del Padre.

 

SEGUNDA LECTURA: Efesios 1, 17-23

 

        El cristiano está llamado a participar de todo el misterio de Cristo y por lo tanto también de su glorificación. Él mismo lo había dicho: “Voy a prepararos sitio. Y cuando yo me haya ido... volveré y os tomaré conmigo para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14, 2-3). La Ascensión constituye, por lo tanto, un argumento de esperanza para el hombre, que en su peregrinación terrena, se siente lejos de Dios. Esta es la esperanza que San Pablo invocaba para los Efesios y quería que estuviera siempre viva en sus corazones, para que no se sintieran como desterrados durante la peregrinación terrena: “El Dios de nuestro Señor Jesucristo y Padre de la gloria.., ilumine los ojos de vuestro corazón, para que podáis comprender cuál es la esperanza a que os ha llamado”.

        ¿Y en qué fundaba el Apóstol esta esperanza? En el gran poder de Dios “que desplegó en Cristo resucitándole de entre los muertos y sentándole a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, fuerza…y de todo nombre conocido.”

        Y esta es la esperanza del cristiano auténtico: creer y nutrir la firme esperanza de que, así como hoy el creyente toma parte mediante las tribulaciones de su vida en la muerte de Cristo, también un día tendrá parte en su gloria eterna.

 

ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 

QUERIDAS HERMANAS DOMINICAS: Estamos celebrando la solemnidad de la Ascensión del Señor. La Ascensión del Señor al cielo es el punto culminante de su Resurrección, de la victoria total y definitiva de Cristo sobre la muerte. Hoy, subiendo al cielo, vence también el tiempo y el espacio y entra como vencedor y como Señor de la creación en la Gloria, “Gloria propia del hijo único de Dios...”.Es la entrada oficial en la gloria que correspondía al Resucitado, Cristo hombre, después de las humillaciones de la Pasión y del Calvario; es la vuelta al Padre del Hijo Dios, cumplida la misión que el Padre le había confiado: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.

        1.- En este día, toda la naturaleza humana, todos nosotros, toda la familia humana es elevada al cielo y su resurrección y ascensión es garantía  de la nuestra. Aquí está el fundamento de nuestra fe y esperanza cristiana, de vuestra vocación total contemplativa como religiosas, porque todo lo hacéis y estáis aquí en renuncia del mundo por la certeza y esperanza del cielo, de la  vida eterna con Dios Trinidad.

Vosotras sois la certeza del cielo, de la vida eterna por la cual habéis renunciado a los gustos y placeres de este mundo, sois eternidades comenzadas, pero para gozarlo y sentirlo, lo de siempre, tenéis que avanzar en santidad, especialmente por el camino de la oración conversión de vida para que Dios, Cristo y en últimas etapas, la Santísima Trinidad os pueda llenar de su presencia, amor y felicidad en la tierra por su inhabitación en vuestras almas, pero para eso, es necesaria vuestra santidad en vuestras vidas, vacío de si mismas para que la Santísima Trinidad pueda llenaros.

Este es el fin y sentido fundamental de vuestras vidas de oración continua y contemplativa. Y es lo que expresamos y pedimos en la oración colecta de este día: “Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, como miembros de su cuerpo”,

Vosotras, generosas y decididas habéis comenzado ya este camino de esperanza y fe profunda y verdadera en vuestras vidas, precisamente por esto, porque queréis vivir ya para la vida eterna en plenitud renunciando a cosas de este mundo y como esta fe y valentía escasea en la vida y juventud de estos tiempos por eso hoy hay tan pocas o nulas vocaciones religiosas contemplativas, porque no hay fe ni esperanza de eternidad, de Dios,de cielo en este mundo materialista y ateo. Sois unas privilegiadas, todas vosotras podéis rezar: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudar a olvidarme de mí misma para establecerme en Vos, tranquila y serena…

        Los evangelistas refieren el hecho de la Ascensión del Señor con mucha sobriedad, y, sin embargo, su narración hace resaltar el poder de Cristo y su gloria:“El Señor Jesús… fue levantado a los cielos y está sentado a la derecha de Dios”.  El Señor habla como quien todo lo puede y les envía a sus Apóstoles por el mundo entero para dar la buena noticia de la Salvación:“Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra… Id al mundo entero y predicad el Evangelio”.

Cristo se va, pero no nos deja solos, se queda vivo y real y gloriso, como está ahora en el cielo, en todos los Sagrarios de la tierra y nos promete su presencia espiritual en nuestras almas por su mismo Espíritu de Amor, Espíritu Santo del Padre y del Hijo, mediante la vida de gracia que podemos vivir y sentir nuestras vidas, sobre todo en ratos de oración un poco elevada, nos lo asegura el mismo Cristo antes de partir:“Enviaré el Espíritu Santo, que os llevará hasta la verdad completa”, la verdad completa, el cristianismo completo es la inhabitación y experiencia de Dios Trinidad en nuestas almas, Padre, Hijo y Espíritu Santo por la vida de gracia plena y oración contemplativa: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

       

2.- Queridas hermanas. Meditemos ahora brevemente en los diversos aspectos que constituyen este misterio de la Ascensión del Señor a los cielos. En primer lugar:

        1) meditemos el hecho: Asciende, no es ascendido; porque lo hace con su propia fuerza y virtud y poder. Ya lo había anunciado. Asciende no a un lugar, el cielo no es un lugar, sino Dios Trinidad y asciende por su divinidad a la que está unida su humanidad que representa a todas las nuestras, por eso puede decir: “Subo a mi Padre y vuestro Padre”.

 

        2) Un sentimiento: Hoy debemos dar gracias a Cristo por todo lo que ha hecho y ha sufrido por nosotros. Vino del cielo para salvar a todos los hombres y morir por ellos: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. El Padre se lo agradece y sienta hoy a su derecha su humanidad, es decir, al hombre Jesús, haciéndo así totalmente hijo, hombre con el Hijo, Dios.

        Por eso, hoy hay que agradecer a Cristo todo lo que ha hecho y sufrido por nosotros, porque todos podamor gozar de Dios Trinidad, en su mismo gozo y amor de Espíritu Santo, eso es el cielo; hoy hay quehacer una comunión fervorosa. Nada de padres nuestros o rezos de libros. Abracemos en Cristo pan de vida eterna a la Stma. Trinidad que nos ama y habita, vivamos para este cielo en nuestras almas, agradecidos a Cristo Eucaristía y visitésmosle con amor por todo lo que ha hecho y nos quiere y sigue haciendo por nosotros. Tenemos que hacerlo hoy y todos los días, en estos tiempos en  que la humanidad se está olvidando de Dios en medios y televisiones, pero sobre todo en las juvnetudes, donde le se olvidan o le niegan en sus vidas y en los medios y guassads y en que tan pocos cristianos vienen a su presencia en los Sagrarios o en las misas dominicales para honrarle y agradecerle todo lo que ha sufrido y conseguido por todos nosotros.

        3) El Señor Jesús, al despedirse de los discípulos y de la Iglesia naciente, nos dejó un mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Con la Ascensión termina la misión terrena de Cristo  y empieza la tarea de los Apóstoles, la de la Iglesia, la tuya y la mía. “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

        Hoy es un día para renovar nuestro compromiso misionero, nuestra vocación de apóstoles de Cristo, todos los bautizados, sobre todo los sacerdotes y religiosos, sobre todo los de vida contemplativa. Todos somos misioneros desde el santo bautismo, y sobre todo, desde el Sacerdocio o profesión religiosa:“Seréis mis testigos… id por el mundo entero y predicad el evangelio”: Vosotras, por la oración y el sacrificio de vuestras vidas, tenéis que rezar y sacrificaros por el mundo entero ¿Lo cumplimos todos los creyentes? Padres y madres de familia, sobre todo, los sacerdotes y vosotras religiosas contemplativas, toda nuestra vida tiene que se una ofrenda de santidad por la salvación de todos los hombres, para eso no ha elegido el Señor: hay que hacerlo, tenéis que hacerlo, mirando al cielo, pero no para nosotros solos, sino para todos. Esta es la grandeza de nuestra  vocación de creyentes, sobre todo de nosotros elegidos, por medio de nuestra vida de oración y penitencia para el cielo nuestro y de todos los hombres. Para eso el Señor nos llamó al sacerdocio y a la vida religiosa.

 

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2º DÍA

 

(Guardanto minutos de silencio después de cada punto…(bueno si no estuviéramos en la capilla, yo invitaría a que cada una dijera en voz alta lo que el Espíritu Santo le inspira al oir estas reflexiones, como hacía en mis grupos de oración en la parroquia)

 

        4) La virtud que realiza todo esto, este deseo de cielo es la esperanza cristiana, virtud muy olvidada hoy por los creyentes y poco predicada incluso por los sacerdotes y menos creída y vivida hoy por el pueblo cristiano. Qué diferencia de otros tiempos que hacía exclamar a nuestros místicos: “vivo sin vivir en mi… sácame de aquesta…

Hoy es el día de la esperanza cristiana: hay que pensar más en el cielo, amar más el cielo, trabajar más por el cielo. Este deseo de Dios, de cielo debe influir más en nuestras vidas.

Queridas hermanas: Hoy muchos no creen en el cielo, en Dios del que S. Pablo convertido a Cristo y sintiéndolo, decía: “Ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que le aman, deseo morir para estar con Cristo….deseo morir para estar con Cristo”... y fijaos que fue perseguidor de los cristianos…Vosotras, en cambio, sois unas creyentes y practicantes de cielo anticipando en nuestros conventos por medio de la oración un poco elevada y purificada y por eso habéis renunciado al mundo y sus placeres, como todos los santos; podéis decir con S. Juan de la Cruz, “Sácame de aquesta vida, mi Dios, y dame la muerte… Yo he conocido feligreses que lo ha sentido y vivido. Y algunos ya están con Él para siempre.

 

3º DÍA

 

(Guardanto minutos de silencio después de cada punto…(bueno si no estuviéramos en la capilla, yo invitaría a que cada una dijera en voz alta lo que el Espíritu Sato le inspira, como hacía en mis grupos de oración en la parroquia)

       

2.- Vamos a meditar ahora en las diversas realidades y aspectos que constituyen este misterio de la Ascensión del Señor a los cielos. En primer lugar: a) El hecho: Asciende no a un lugar, el cielo no es un lugar, sino Dios, de donde había bajado: “Subo a mi Padre y vuestro Padre”. Así todos nosotros en el momento de dejar este mundo.      b) Un sentimiento: Hoy debemos dar gracias a Cristo por todo lo que ha hecho por nosotros. Ha tenido que sufrir mucho. Vino del cielo sabiéndolo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.        Hoy hay que vivir una misa y una comunión fervorosa. Nada de padres nuestros o rezos. De tú a tú con el Señor del cielo, con palabras de amor salidas del alma. gracias, Señor, no somos dignos de ti. Gracias. Tú sí que nos amas, te quiero y agradezco lo que has hecho por todos; por ahí tiene que ir el diálogo.

 

        c) Hay un mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.VEAMOS CÓMO LO ESTAMOS CUMPLIENDO CON NUESTRA VIDA Y NUESTRA ORACIÓN.

        Es el mandato de Cristo. Todos debemos ayudar y cooperar para que el Evangelio sea conocido y vivido en el mundo entero. CADA UNO DESDE SU VOCACIÓN ESPECÍFICA.

        “Sin mí no podéis hacer nada”, y para que Cristo lo haga por medio de nosotros, especialmente sacerdotes y religiosas, es necesario la santidad de vida por una oración permanente que nos purifique de nuestros pecados que le impiden a Cristo vivir plenamente en nosotros. Seréis mis testigos…” Todos podemos y debemos ayudar en esta tarea, cada uno desde su vocación de critiano o religioso o sacerdote debe ayudar a que todos conozcan a Cristoy se salven, y es porque lo vivimos, Y ORAMOS Y ESTAMOS EN UN CONVENTO DEDICADADAS TOTALMENTE A LA SALVACIÓN ETERNA NUESTRA Y DE TODOS LOS HOMBRES, DEL MUNDO ENTERO. Cristo necesita de nosotros. DE VOSOTRAS, DE TODOS LOS CRISTIANOS. Ha querido darnos esta vocación, este apostolado, este trabajo, este gozo. No le decepcionemos.

 

4º DÍA

 

LA ASCENSIÓN DE JESÚS AL CIELO PROVOCA Y ALIMENTA EN TODOS NOSOTROS una virtud: la esperanza, DE LA CUAL VOSOTRAS TENÉIS QUE VIVIR Y PRACTICAR ESPECIALMENTE. Hoy es el día de la esperanza cristiana: hay que pensar más en el cielo, trabajar más para el cielo, vivir más de los bienes del cielo que de los de la  tierra. En sus cartas lo repite muchas veces San Pablo. No se puede vivir sin esperanza. La nuestra es el cielo, es el encuentro con Dios, es sumergirnos en la misma Esencia Infinita de Amaneceres de Amor de Padre y de Hijo y de Espíritu Santo.   

Este deseo de Dios, de cielo debe influir más en nuestras vidas. Toda ella debemos vivirla mirando la eternidad con Dios que nos espera. Es el fin de nuestra fe, esperanza y amor. La esperanza es el culmen del amor y de la fe. Poca fe y poco amor hay si no deseamos a Dios:     “Ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que le aman”. Así los santos: lo deseaban, incluso querían morirse, porque estaban convencidos y amaban y deseaban a Dios: “que muero porque no muero,” porque eran sinceros en su esperanza, porque deseaban irse con Él, porque estaban convencidos; no como nosotros, que creemos pero no vivimos la esperanza.

        Por eso, no actuemos desconociendo lo que nos espera, no preparando la marcha, o hacerlo solo por temor, por miedo a Dios, aunque mejor es esperar con miedo que perderla.

De todas formas ¿cómo es posible creer y amar y ESPERAR EL CIELO Y NO TRABAJAR POR EL CIELO,POR EL ENCUENTRO DEFINITO Y ETERNO CON DIOS NUESTRO PADRE, CON CRISTO, NUESTRO SALVADOR Y AMOR QUE LO DIO TODO PARA CONSEGUIRNOS LA ETERNIDAD DE GOZO EN LA SANTISIMA TIRNIDAD.., ¿Cómo decir que creemos, que amamos y luego no trabajamos ni deseamos estar con Él?

La esperanza cristiana es una virtud dinámica, por eso no es cruzarse de brazos esperando el cielo; es dinámica: es trabajar y vivir para alcanzar el cielo:«Tu resurrección, oh Señor, es nuestra esperanza, tu Ascensión es nuestra glorificación... Haz que ascendamos contigo y que nuestro corazón se eleve hacia ti. Pero, haz que levantándose, no nos enorgullezcamos ni presumamos de nuestros méritos como si fuesen de nuestra propiedad: haz que tengamos el corazón en alto, pero junto a ti, porque elevar el corazón no siendo hacia ti, es soberbia, elevarlo a tí, es seguridad; Tú ascendido al cielo te has hecho nuestro refugio...¿Quién es ese que asciende? El mismo que descendió. Has descendido por sanarme, has ascendido para elevarme. Si me elevo a mí mismo caigo; si me levantas tú, permanezco alzado... A ti que te levantas digo: Señor, tú eres mi esperanza, tú que asciendes al cielo; sé mi refugio». (San AGUSTIN, Ser. 261. 1).

 

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LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 16, 15-20

 

       

QUERIDOS HERMANOS: Estamos celebrando la solemnidad de la Ascensión del Señor. La Ascensión es el punto culminante de su Resurrección, de la victoria total y definitiva de Cristo sobre el pecado y la muerte. Es la entrada oficial en la gloria que correspondía al Resucitado, después de las humillaciones de la Pasión y del Calvario; es la vuelta al Padre, en el día de Pascua, cumplida la misión que el Padre le había confiado: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.

 

        1.- En este día, toda la naturaleza humana, toda la familia humana es elevada al cielo, porque la resurrección y la ascensión del Señor es garantía  de la nuestra. Aquí está el fundamento de nuestra esperanza. Es lo que expresamos y pedimos en la oración colecta de este día: «Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, como miembros de su cuerpo».

        Los evangelistas refieren el hecho con mucha sobriedad, y, sin embargo, su narración hace resaltar el poder de Cristo y su gloria: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”; “El Señor Jesús…fue levantado a los cielos y está sentado a la derecha de Dios”.  El Señor habla como quien todo lo puede y les envía a sus Apóstoles por el mundo entero para dar la buena noticia de la Salvación: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra… Id al mundo entero y predicad el Evangelio”.

 Se va, pero no nos deja solos, abandonados a nuestra suerte, “me iré per volveré a vosotros”, nos promete su presencia en la Eucaristía y por su mismo Espíritu, que es Espíritu Santo, que Él nos enviará desde el cielo y cuya fiesta, tan importante, celebraremos el próximo domingo: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

 

        2.- Meditemos brevemente en los diversos aspectos que constituyen este misterio de la Ascensión del Señor a los cielos. En primer lugar:

 

        a) El hecho: Asciende, no es ascendido; porque lo hace con su propia fuerza, virtud, poder. Ya lo había anunciado. Asciende no a un lugar, el cielo no es un lugar, sino Dios mismo en su esencia, es la Trinidad, origen de todo y principio y fin de todo lo que existe, de donde había bajado para manifestarnos el proyecto salvador del Padre: “Subo a mi Padre y vuestro Padre”.

 

        b) Un sentimiento que debe invadirnos a todos nosotros: Hoy debemos dar gracias a Cristo por todo lo que ha hecho por nosotros. Ha tenido que sufrir mucho. Vino del cielo sabiéndolo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. No lo tuvo todo claro ni fácil. Se pasó en el amor; porque nos amó hasta el extremo, hasta dar la vida. El Padre se lo agradece y lo sienta hoy a su derecha, en su misma gloria y poder divino, para que siga intercediendo y salvando al mundo entero. 

        Por eso, os invito a que hagamos una comunión fervorosa, personal, sin padres nuestros o rezos. De tú a tú con el Señor, que asciende al cielo pero permanece en el pan consagrado que comulgamos, con palabras de amor salidas del alma: gracias, Cristo Jesús, te quiero y te agradezco tu salvación, el cielo que nos has ganado y merecido. Te amo y confío totalmente en Ti.

        c) Y que actualizásemos su mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Con la Ascensión termina la misión terrena de Cristo  y empieza la tarea de los Apóstoles, la de la Iglesia, la tuya y la mía. Hay una doble partida: la del Señor al cielo y la de los Apóstoles a la evangelización. “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

Hoy, España, el mundo entero necesita esta evangelización, necesita de padres y madres cristiana que den testimonio de Jesucristo, de la fe cristiana, sobre de todo, de jóvenes, ellos y ellas, que están dispuestos a dejarlo todo, Cristo les llenará de todo, para anunciar al mundo que Dios existe, que nuestra vida es más  que esta vida, que hemos sido salvados para vivir eternamente, eternamente en la misma felicidad de Dios Trino y Uno. Y el único camino y salvador es Jesucristo.

        Hoy es el día de la esperanza cristiana: hay que pensar más en el cielo, trabajar más por el cielo, vivir esperando siempre el cielo. Mi vida es eterna, viviré siempre en Dios. Todo lo demás pasará, lo estamos viendo, solo Dios permanece.

 

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

        Celebramos hoy la Ascensión del Señor. Es la manifestación total y definitiva de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte; es la culminación de la Pasión, Muerte y Resurrección de Señor y, por otra parte, el inicio público de la misión de la Iglesia, continuadora de su obra de Salvación.

 

        1.- En primer lugar la Ascensión del Señor es el coronamiento de su Resurrección. Es la entrada oficial en la gloria que correspondía al Resucitado, conforme a las manifestaciones hechas durante su vida, después de las humillaciones y de la muerte que ha sufrido por cumplir la voluntad del Padre: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho…hasta entrar así en su gloria”. Esta vuelta al Padre había sido  anunciada ya por Él a María Magdalena en el mismo día de su Resurrección, que para San Juan está muy unida a la Ascensión y confluyen en un solo momento teológico: la “vuelta” al Padre: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn 30,17).

        Por eso, el evangelio que hemos leído, oración de despedida en la Última Cena, es la oración de despedida de Jesús de todos los discípulos de todos los tiempos, antes de desaparecer externamente, antes de subir al Cielo. (çfr. 17, 20). Y esa despedida se centra en unas ideas y peticiones al Padre, que se repiten continuamente en la oración de despedida: “Padre santo: guárdalos en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba y ninguno de ellos se perdió… No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad”.

        Esta unión entre Resurrección y Ascensión se repite en el texto de Lucas sobre los discípulos de Emaús: “¿No era necesario que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria? Este modo de expresarse indica no sólo una vuelta y una gloria futuras, sino inmediatas y ya presentes en cuanto estrechamente ligadas a la Resurrección. Sin embargo, para confirmar a los discípulos en la fe, era necesario que esto sucediese de manera visible, como se verificó cuarenta días después de la Pascua. Los que habían visto morir al Señor en la cruz, entre insultos y burlas, debían ser los testigos de su exaltación suprema a los cielos.

 

        2.- Los evangelistas refieren este hecho con sobriedad, y sin embargo su narración hace resaltar el poder de Cristo y su gloria en el texto de Mateo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18), y Marcos añade: “El Señor Jesús… fue levantado a los cielos y esta sentado a la derecha de Dios” (Mc 16,19). Por su parte Lucas recuerda la última bendición de Cristo a los Apóstoles: “Mientras los bendecía se alejaba de ellos y era llevado al cielo” (Lc 24,51), que empalmaría con los ruegos y oraciones de la Última Cena contenidas el evangelio de hoy, pidiendo la protección del Padre, a quien Jesús encomienda a los suyos en su ausencia.

        Cristo los bendecirá, -pedirá cosas buenas al Padre para ellos,– y «los consagrará» para su misión de predicar el evangelio en medio de persecuciones y sentirán gozo y alegría: “Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo, para que en ellos mismos tengan mi alegría cumplida.  Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo… Santifícalos en la verdad; tu Palabra es verdad…y por ellos me consagro yo, para que también ellos se consagren en la verdad”.

        Los Hechos de los Apóstoles atestiguan la verdad y verificación de todas estas oraciones y promesas de Cristo. Y Lucas, tanto en la conclusión de su Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles habla de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Porque esta santificación, esta consagración en la verdad: “os llevará a la verdad completa”, esta alegría cumplida prometida por Cristo tuvo lugar con la venida del Espíritu Santo, que confirmó a los Apóstoles en la misión y encargo recibido de Cristo:“Como tú me enviaste al mundo, así lo envío yo también al mundo”. Y «Cristo vino por obra y gracia del Espíritu Santo», vino como Palabra de Salvación pronunciada por Amor de Espíritu Santo del Padre.

 

        3.- La Ascensión de Cristo es la respuesta del Padre a su Pasión, Muerte y Resurrección: “Era necesario que el Mesías padeciera para entrar así en su gloria”. El retorno al Padre y su Ascensión a los cielos es el triunfo de Cristo con la misión completamente cumplida de la salvación y victoria definitiva sobre el pecado y la muerte. La Ascensión revela y manifiesta a los discípulos que Él es el Mesías definitivamente glorificado, lleno de poder y majestad, que ha vencido el tiempo y el espacio como Hijo de Dios, sentado a la derecha del Padre, que domina el mundo y es Señor de la creación. 

        El cristiano está llamado a participar de todo el misterio de Cristo y por lo tanto también de su glorificación. El Verbo que salió del Padre vuelve a Él enriquecido como hombre también hermano y cabeza de los hombres. En Cristo ascendido a los cielos queda elevada la naturaleza humana y su resurrección es anticipo y garantía de la nuestra. Aquí radica el fundamento de nuestra esperanza: «Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo». (Oración colecta de la misa)

        La Ascensión que estamos celebrando constituye, por lo tanto, un gran argumento de esperanza para el hombre, que, en su peregrinación terrena, se siente desterrado y sufre alejado de Dios. Es la esperanza que San Pablo invocaba para los Efesios y quería que estuviera  siempre viva en su Corazones. “El Dios de nuestro Señor Jesucristo y Padre de la gloria... ilumine los ojos de vuestro corazón, para que podáis entender cuál es la esperanza a la que os ha llamado” (Ef 1,17-18).

        Para San Pablo, la gloria de Cristo, levantado por encima de toda criatura es la prueba de lo que Dios hará en favor de aquellos que estén unidos a Cristo Cabeza, por ser sus miembros. Esto lleva consigo vivir auténticamente nuestra fe, para llenar de esperanza toda nuestra vida, tomando parte en los sufrimientos que lleva consigo vivir y predicar el evangelio, para tener parte un día en la posesión del reino.

        Tenemos que vivir más para el cielo; pensar y esperar más el cielo; no se ejercita mucho ni vivimos la virtud de la esperanza cristiana, que es esperar el encuentro final con Dios; eso indica que nuestra virtud de la esperanza sobrenatural no es profunda; indica que dudamos, que no estamos convencidos plenamente de la gloria, del encuentro glorioso con Cristo. Sólo los santos, que tuvieron experiencia de Dios aquí abajo, tuvieron deseos de encuentro; incluso deseaban la muerte: «que muero porque no muero». Es un buen día hoy, para revisarnos en la virtud de la esperanza cristiana, sobrenatural, en la  vida más allá de esta vida.

 

        4.- Con la Ascensión termina la misión terrena de Cristo y empieza la de sus discípulos, la de la Iglesia. Cristo nos hace a todos responsables de la evangelización y de la salvación de todos los hombres. Es el día de la misión universal de la Iglesia. Todos somos hechos misioneros del Evangelio. No podemos considerarnos extraños a esta misión. Si entramos dentro de nosotros mismo, por el santo bautismo, fuimos consagrados misioneros y evangelizadores del Evangelio. Todos somos, por el santo bautismo, sacerdotes, profetas y reyes ¿Ejercemos estos ministerios, cada uno en nuestro ambiente y circunstancias? ¿Vivimos nuestros compromisos bautismales? ¿Estamos cumpliendo el mandato de Cristo de predicar al mundo entero?.

        «Tu resurrección, oh Señor, es nuestra esperanza, tu Ascensión es nuestra glorificación... Haz que ascendamos contigo y que nuestro corazón se eleve hacia ti. Pero, haz que levantándose, no nos enorgullezcamos ni presumamos de nuestros méritos como si fuesen de nuestra propiedad: haz que tengamos el corazón en alto, pero junto a ti, porque elevar el corazón no siendo hacia ti, es soberbia, elevarlo a ti, es seguridad; Tú ascendido al cielo te has hecho nuestro refugio...

¿Quién es ese que asciende? El mismo que descendió. Has descendido por sanarme, has ascendido para elevarme. Si me elevo a mí mismo caigo; si me levantas tú, permanezco alzado... A ti que te levantas digo: Señor, tú eres mi esperanza, tú que asciendes al cielo; sé mi refugio». (S. AGUSTIN, Ser. 261. 1).

 

 

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TIEMPO DE PENTECOSTÉS

 

RETIRO DE PENTECOSTÉS

 

PRIMERA MEDITACIÓN

 

        1.- Queridos hermanos sacerdotes: Me alegró mucho que Valerio me invitara a dar este retiro de Pentecostés, porque el Espíritu Santo es el que nos ha consagrado sacerdotes para siempre para la gloria de Dios Uno y Trino y la salvación de nuestros hermanos, los hombres. En nuestro tiempo éramos consagrados sacerdotes en la Vigilia de Pentecostés y esto no lo olvidamos, porque cantábamos también  nuestra primera misa en estas fechas. Por otra parte, ahora, estamos en el tiempo de la Iglesia, en la economía salvadora del Santo Espíritu de Dios, y los sacramentos, acciones salvadoras de Cristo, mediante su Espíritu, no son posibles sin la epíclesis, sin la invocación y la presencia del Divino Espíritu.

        El Espíritu Santo es la respiración, la misma vida y alma de nuestro Dios Trinidad, y de nuestro único Sacerdote y sacerdocio, su mismo Espíritu, por el que Él quiere renovarnos, especialmente ahora, en Pentecostés, en que se hace presente el primero y único y eterno  Pentecostés. Nosotros, ahora, podemos vivirlo y hacerlo personal, mediante los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la oración, como los Apóstoles reunidos con María.  Para eso es este retiro, la oportunidad y la necesidad de este retiro.

        Por el respeto y amor que os tengo he procurado todos estos días prepararme mediante el estudio y la oración, y reunido con María, la madre de Jesús y madre nuestra,  he invocado con ella para vosotros y para mí, pero de verdad, al Espíritu Divino, fuego de mi Dios, alma de nuestra alma, vida de nuestra vida, Amor de nuestra alma y nuestra vida, sellada para siempre por la epíclesis de la ordenación sacerdotal como humanidad supletoria de Cristo Sacerdote, prolongación de su ser y existir sacerdotal en su mismo Espíritu.

 

        2.- Los sacerdotes de mi tiempo y quizás en general, aunque sea paradójico, teológicamente estamos un poco heridos en Pneumatología. Y es paradójico, porque por designio de la Santísima Trinidad, nada más nacer, recibimos el bautismo del agua y del Espíritu y, por voluntad de Cristo, toda nuestra vida cristiana se desarrolla en la economía del Espíritu Santo. Por curiosidad he mirado el texto de Lercher que estudiamos los seminaristas de mi generación, y nosotros tenemos sólo dos tesis del Espíritu Santo, 14 páginas, incluidas en el tratado de Trinidad, como así titulábamos el tratado o la materia: «De Deo Uno et Trino, Creante y Elevante». Y las dos tesis eran: primera: S.Sanctus a Padre Filioque procedit, y la segunda: por viam voluntatis. Eso fue todo lo que yo estudié en Teología sobre el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad.

        La verdad que el problema del filioque, del Concilio de Constantinopla, año 381, sigue dominando en el subsconsciente de la teología, incluso de autores modernos y consiguientemente en  la vida de la misma Iglesia y de los cristianos, quitando algunos movimientos concretos o carismáticos, porque, aunque los libros de texto le dediquen más páginas actualmente, nos sé si porque el Espíritu Santo no tiene rostro, no sé si porque ya lo dijo el Señor : “ le conoceréis porque permanece en vosotros”…, la verdad es que no se le da toda la importancia que tiene y que Cristo nos dijo que había de tener en nuestra vida y en la vida de la Iglesia.

        Por eso, quitando tiempos específicos, seguimos hablando y predicando y viviendo más del Padre y del Hijo, es decir, de una teología bipolar, en general. Yo no quiero ser malicioso, pero para mí la verdad es que al Espíritu Santo no se le descubre y no se le ama de verdad sino por el amor, como dijo el Señor: “ Le conoceréis porque permanece en vosotros”, es decir, tiene que estar en nosotros por amor y hay que conocerlo por vía de oración de amor más que por teología, y, si no se le ama y se le busca intensamente, porque nos sintamos necesitados de su fuego, de su amor, de su luz para sentir y vivir los misterios de Dios, no se le conoce de verdad, no baja de ser concepto teológico a ser vida y aliento espiritual, a sentirlo y experimentarlo dentro de nosotros;

 

        3.- Un profesor actual de la Gregoriana, por tanto más autorizado que yo, en la introducción de su texto del 2001 dice que la Pneumatología sigue considerándose prácticamente como un apéndice de la Teología. Y claro, esto influye en nuestra vida y consiguientemente en la vida de los que instruimos y formamos, porque formamos según nos forman. Todavía sigo recordando algunas pláticas de D. Eutimio sobre Trinidad, Espíritu Santo, y que a veces no era tanto lo que decía, sino el modo, el viento y fuego del corazón, con que respiraba.

        Desgraciadamente sobre estos temas no me han hablado mucho en mi vida sacerdotal posteriormente, incluso alguna vez he podido comprobar que no son ni comprendidos ni valorados entre los mismos sacerdotes. A este respecto y por no alargarme  en este aspecto quisiera citar a  Durwwell que tiene dos libros muy actuales sobre estos temas de la  Pascua y del Espíritu  Santo: EUCARISTÍA, SACRAMENTO PASCUAL y últimamente CRISTO, NUESTRA PASCUA. De él he tomado unas notas muy interesantes que quiero compartir con vosotros.        Afirma claramente ya desde el principio que en la enumeración trinitaria, el Espíritu ocupa ordinariamente el tercer lugar. Por lo general, ni la Escritura lo menciona con las otras dos personas, dada la bipolaridad dominante del misterio. Sin embargo, el Espíritu Santo, aunque tercera, no es última persona. Porque no sucede a las otras, ni en el tiempo ni aun lógicamente: es su simultaneidad.

        Sin ser principio, el Espíritu es en el principio; sin ser término, es también y está en ese final. Si el Padre es Padre que engendra, lo es en el Espíritu. Si el Hijo es Hijo que se deja engendrar, lo es en el Espíritu Santo. Los dos son, respectivamente, Padre e Hijo en el Espíritu del Hijo, inconcebibles sin el que es Espíritu del Padre en su paternidad y Espíritu del Hijo en su filialidad. Y así lo es en el misterio pascual: ni el Padre resucita a Jesús sin el poder vivificante del Espíritu, ni el Hijo es resucitado sin “el Espíritu eterno” en el que se ofreciera (Hbr 9, 14). El Espíritu está en medio, es el medio; el misterio pascual se realiza en él. Así habrá de serlo en la Trinidad.

        El Espíritu es amor; en Dios-amor (1 Jn 4, 8) todo se realiza amando. Tres son ellos: el Progenitor, el Engendrado, y la Potencia divina de generación. Tres son ellos: el Amante, el Amado, y el Amor, como dice San Agustín. El Amante engendra al Amado amando. El Espíritu es la Persona mediadora, común a las otras dos. Se realiza el misterio en el fuego que abrasa al Padre y al Hijo.

        Aunque el Espíritu les sea común, como único Espíritu del Padre y del Hijo, Padre e Hijo son, no obstante, infinitamente diferentes dentro de su indivisible unidad.

        Comprensible parece que pueda diversificarse infinitamente el Espíritu como Espíritu del Padre en su autodonación y del Hijo en su receptividad. Amar es darse al otro acogiéndolo en sí. El amor tiene dos facetas: de donación y de acogida. En el Espíritu, el Padre se da y, dándose, es acogido en el Hijo; el Hijo acoge y, acogiendo, se da con amor de Hijo al Padre, aceptando ser su Hijo amado. En los dos es el Amor de Espíritu Santo donación y acogida; primeramente, don en el Padre, acogida en el Hijo; y, en segundo lugar, acogida en el Padre, donación de sí en el Hijo. El Padre es Padre en cuanto el Hijo acepta ser Hijo, haciéndole Padre por la aceptación de su amor que le hace Hijo porque el Padre se lo entrega.

        Las teologías trinitarias no presentan de ordinario el misterio según mi esquema bipolar, en el que el movimiento va por entero del Padre al Hijo en el poder del Espíritu Santo.

        Según algunos teólogos, el Padre engendra al Hijo y «espira» al Espíritu como a través del Hijo, sin que éste tome parte en tal «espiración». Según otros, el Padre engendra al Hijo y, además, «espira» al Espíritu. Según la idea más divulgada en la teología latina, el Padre y el Hijo «espiran» al Espíritu Santo no en cuanto Padre e Hijo sino en la unidad de su divina naturaleza. Pero pueden hacerse diversas críticas a tales teorías. Baste decir que parecen ignorar cómo en la Escritura el Espíritu es la persona-poder de Dios. No acuden, además, al misterio pascual del que ha nacido, sin embargo, la fe en la Trinidad. En el misterio pascual la tercera Persona no es la última; el Espíritu Santo no ha surgido en Cristo después de la resurrección, como tampoco en la vida terrena actuó el Espíritu en Él sólo después de su concepción: Jesús fue concebido y resucitado en el Espíritu Santo. No es, pues, estéril ni en Cristo ni en sus fieles: en el Espíritu es como nacen Cristo y los fieles.

        De igual manera, dentro de la Trinidad, —es menester repetirlo—, no es el Espíritu el último, no surge después de la generación del Hijo; no es el final del movimiento trinitario. Él mismo es el movimiento, la potencia generadora, el amor con la que el Padre engendra. Lejos de ser estéril, es la divina fecundidad.

       

        4.- Queridos hermanos, el domingo celebraremos Pentecostés, ¿qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal que tuvieron los Apóstoles con María? Primero pedir con insistencia el Espíritu Santo al Padre, en nombre del Señor Resucitado, como Él nos lo mandó, y luego, esperar que el Padre responda, esperar siempre en oración, en diálogo, en espera activa, no de brazos cruzados, porque la esperanza, la oración verdaderamente cristiana es siempre acción por la contemplación, es suscitar diálogo con el Señor, deseos de Él, pensamientos y fuerzas para seguir trabajando; la oración, si es oración y no puro ejercicio mental, es siempre gracia eficaz de Dios y la necesitamos siempre para nosotros, para nuestra parroquia, apostolado y  necesidades de todo tipo; la oración y la liturgia verdaderas  siempre son dinámicas, siempre es estar con Él para enviarnos a predicar. Se preguntaba S. Buenaventura: «¿Sobre quién viene el Espíritu Santo?, y contestaba con su acostumbrada concisión: Viene donde es amado, donde es invitado, donde es esperado».   ¿Qué significa decir ¡Ven! a alguien que ya hemos recibido en el Bautismo, Confirmación, orden sacerdotal…decir <ven> a quien tenemos presente dentro de nosotros…? Santo Tomás de Aquino nos da una explicación teológica de las nuevas <venidas> del Espíritu Santo en nosotros. Observa, ante todo, que el Espíritu Santo viene no porque se desplace de lugar, sino porque por gracia empieza a estar de un modo nuevo en aquellos a quienes convierte en templos suyos. Textualmente: «Hay una misión invisible del Espíritu cada vez que se produce un avance en la virtud o un aumento de gracia. Cuando uno, impulsado por un amor ardiente, se expone al martirio o renuncia a sus bienes, o emprende cualquier otra cosa ardua y comprometida». (I, q 43, a6)

        Y Kart Rhaner añade: «No podemos negar que el hombre puede hacer en esta vida ciertas experiencias de gracia, que le dan una sensación de liberación, le abren horizontes del todo nuevos, se graban profundamente en él y le transforman, moldeando, incluso durante mucho tiempo, su actitud cristiana más íntima. Nada impide llamar a esta experiencias bautismo del Espíritu”».

        Pentecostés es el primer bautismo del Espíritu del Señor Jesucristo Resucitado y sentado a la derecha del Padre, con el mismo poder y amor que Él. Jesús al anunciarlo antes de la Ascensión, dijo: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días”. Toda su obra mesiánica consiste en derramar el Espíritu sobre la tierra. Así lo dijo en la sinagoga de Cafarnaún. ¿Qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal? Primero, pedir con insistencia, como he dicho, el Espíritu Santo al Padre por el Hijo resucitado y glorioso, sentado a su derecha como Él nos encomendó. Y luego esperarlo reunidos con María y la Iglesia en oración personal y comunitaria, en la acción y oración litúrgica. Esperarlo y pedirlo, porque la iniciativa siempre es de Dios “… y el viento nadie sabe de donde viene ni a donde va…”

 

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SEGUNDA MEDITACIÓN

 

        1.- Queridos hermanos sacerdotes: Si queremos recibirlo, si queremos sentir su presencia, sus dones, su aliento, su acción santificadora, tenemos que ser unánimes y perseverantes, como fueron los apóstoles con Maria en el Cenáculo, venciendo rutinas, cansancios, desesperanzas, experiencias vacías del pasado, de ahora mismo… El Espíritu nos ama, es Dios en infinita ternura al hombre, amor gratuito, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga?

        Me ama porque me ama, porque su esencia es amor, porque le ha dado la gana, gratuitamente, es más, aunque todavía no lo comprendo, me ama porque amor es su Ser infinito y Ser Amor Infinito le hace ser feliz, algo que nunca comprenderemos hasta que no lleguemos al cielo, Dios es “abba”, Papá del alma.

        También tenemos que estar preparados para que algo cambie en nuestra vida. En positivo, ser más hijos en el Hijo Amado, en su misma vida que Él nos da, con su mismo Espíritu, qué maravilla, a qué intimidad estamos llamados… Y luego en negativo, porque somos carne, tienen que luchar espíritu y carne dentro de nosotros, morir al hombre viejo de pecado para vivir la novedad de la vida en Cristo; esta es parte importante de la pneumatología paulina, hay quitar todo lo que nos impida ser hijos en el Hijo, en  el Amado, lo que nos impida tener su mismo Espíritu, sentimientos, actitudes de amor y de vida.

        Para esto hay que estar dispuestos a vaciarse para que Él nos llene, nos amamos mucho a nosotros mismos, nos tenemos un cariño muy grande y nos damos un culto idolátrico, de la  mañana a la noche, a veces estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni Dios en nuestro corazón. Digo ni Dios, porque suena más fuerte, como a blasfemia; la verdad es que ha habido temporadas en mi vida en que me he amado así y por eso me he tenido odio, a veces odio a mi yo, hombre carnal, que se pone delante de Dios... me duele por no haber amado a Dios con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi ser. Me he odiado por haberme pasado años y años buscándome a mi mismo como lo primero y a veces único y lo digo públicamente; cómo odio ese tiempo, esas conquistas, esos honores…ese tiempo perdido para mi Dios, siempre pensando y viviendo para mí mismo, como punto permanente de referencia, tantas acciones, tantas cosas, incluso piadosas, que no llegaban hasta Dios, precisamente porque me faltaba su Espíritu; no se pueden hacer las acciones de Cristo sin el Espíritu de Cristo.

         Y aún en lo que hace referencia a Dios, en el apostolado, tengo que mirar más intensamente a Dios, tengo que trabajar en perspectiva de eternidad, somos sembradores y cultivadores de eternidades, tengo que estar más pendiente de lo eterno que de lo temporal de los sacramentos, del apostolado, que lleve verdaderamente las almas a Dios, a la unión con Él, a la santidad; no bautizar por bautizar, casar por casar, más allá de lo creado, de lo que se ve; los sacramentos tienen que ser lo que son, para santificar, acercar a Dios, descubrir el misterio; soy responsable de la eternidades de mis feligreses, si creo en la eternidad, tengo que vivir más preocupado por ella que por lo que aparece.

        Hasta allí, hasta Dios, hasta la eternidad, hasta la salvación eterna y no puramente temporal tiene que apuntar toda mi persona, todo mi apostolado, también todos mis bautizos, primeras comuniones, bodas, la liturgia, la Palabra, tantas ceremonias y ritos que terminan en sí mismos, sin tener en cuenta la Epíclesis en la que invoco la presencia y la potencia del Espíritu Santo para que en ellos se encarne la gracia y la vida de Dios, que Él hace presente, y para eso viene y para eso le invoco: los sacramentos, el apostolado en general, no puedo hacerlos mirando más a los hombres que a Dios. ¿Dónde está  la verdad, el profeta, el bautismo de fuego? “Con un bautismo tengo que ser bautizado”, decía Cristo, y lo hacía en referencia a su muerte obedeciendo al Padre y a los hombres, con amor extremo, hasta dar la vida. Así tengo que hacerlo yo.

 

        2.- Hermanos, somos simples criaturas, solo Dios es Dios. Qué grande vivir en la Trinidad que me habita, me llena, me invade, me posee, quiero que me habite y quiero vaciarme para esto hasta las raíces más profundas de mi ser, para llenarlo todo de divinidad, de amor trinitario, de diálogo amor, de verdad y de vida en los Tres, pero de verdad, no de sólo palabra: «Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí… para establecerme en vos, tranquilo y sereno, como si mi alma ya estuviera en la eternidad… que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la inmensidad de vuestro misterio… Oh mis Tres, mi Todo, mi bienaventuranza, Soledad infinita en la que me pierdo, entrégame sin reservas a Vos…»

        Lo que el Espíritu toca, el Espíritu cambia, decían los padres griegos. El que clama al Espíritu: «Ven, visita, llena…», le da la llave de su casa para que el Espíritu entre, cambie, ordene, lleve la dirección de su vida. No podemos con la voz de la Iglesia decir: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles…  y luego en voz baja añadir: pero no me pidas que cambie mucho, porque es una contradicción, la eterna contradicción o lucha de lo que somos: carne y espíritu, naturaleza y gracia, hombre viejo y hombre nuevo.

Si viene el Espíritu Santo ordena nuestro amor, la gracia mete en mí ese amor del mismo Dios Trinitario, yo no puedo amar sino como Dios se ama y ama a los hombres y Dios se ama como primero y absoluto por ser quien es, por sí mismo y yo solo puedo amar así si el me lo comunica y mora en mí,  entonces Dios será lo primero y lo absoluto.

        Por eso,  esto ni lo entiendo ni puedo ni se de qué va si Él no me lo da por su Espíritu, y para esto tengo que estar dispuesto a vaciarme  de mí mismo, de mi amor propio, de mis criterios, sentimientos y comportamientos motivados por mi yo en contra del Espíritu de mi Dios.

        Dios es Dios, nosotros somos simples criaturas y no sabemos ni podemos, aunque seamos sacerdotes y esto es lo primero que nos enseña el Espíritu de Dios si le dejamos que permanezca en nosotros.

        Guiados por el Espíritu de Cristo, hay que seguir sus mociones y pisar sus mismas huellas, adorando al Padre en obediencia total guiados por su Espíritu, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida, hasta la muerte del propio yo, del amor propio, del amor que me tengo a mi mismo, y esto cuesta, cuesta sangre y es para toda la vida. Los sacramentos son eficaces, la gracia, la eucaristía, Cristo… pero tengo que estar dispuesto a ser bautizado con el fuego del amor de Dios, que me comunican.

        El Espíritu Santo viene a mí por la gracia de los sacramentos, por la oración personal, para meterme  en la misma  vida de Dios, y esto supone conversión permanente del amor permanente que me tengo a mí mismo, de preferirme a mí mismo a Dios. Porque soberbia, avaricia, lujuria envidia… en el fondo ¡qué es? preferirme a mí mismo más que a Dios,  buscar honores, poder, ¿qué es? Lo primero y Absoluto de mi vida es Dios y eso supone conversión permanente.

        El Espíritu de Dios viene en mi ayuda, me ilumina en mi interior para que vea claro las raíces de mi yo, me da fuerzas para decirle que sí, luego Dios empieza su obra, por la oración personal y la Eucaristía la voy realizando, cooperando con el amor de Dios que mora en mí, a quién cada día voy conociendo mejor por el amor que obra en mí y me dice cosas y sentimientos que yo antes no tenía ni sabía fabricar y así voy entrando en el santuario de mi Dios y así le voy amando y conociendo de verdad.

        Y como veo que cada día Él lo hace mejor y yo no sé ni puedo ni se de qué va todo esto, hasta que  lo encuentro hecho a pesar de mis despistes y  caídas, -- aquí nadie está confirmado en gracia,-- precisamente por eso, porque caigo, necesito de Él siempre para levantarme, para seguir avanzando, amando, porque quiero amar con todo mi corazón, con todas mis fuerzas y con todo mi ser a Dios sobre mí mismo. Pero caigo una y otra vez. Por eso, necesito de Él, de su gracia, de su luz, de la oración diaria y afectiva, de los sacramentos vividos con su mismo Espíritu, sentimientos, actitudes.

        Ahora bien, pero si no quiero que Él sea de verdad lo primero, si me canso de luchar, si me instalo en la mediocridad, si mis labios profesan y predican amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser, pero luego no estoy en esta línea, no me esfuerzo, no lucho todos los días, entonces en el fondo no tengo necesidad de  Él, ni de oración, ni de gracia, ni de sacramentos ni de Cristo ni de Dios,  porque para vivir como vivo me basto a mí mismo. Este es el problema del mundo. No siente necesidad de Dios, para vivir como vive, como un animalito, se basta a sí mismo y no siente necesidad de Dios, de amar como Dios, y consecuentemente de gozar, de sentirse lleno de su amor, de experimentar que Dios existe y me ama de verdad, no se siente amado por el Infinito Amor, no hay éxtasis, ni emoción, ni «quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado».

        Yo necesito verdaderamente de Él, nosotros necesitamos verdaderamente de Él, por eso estamos aquí, necesito del Espíritu, de la fuerza, del Amor personal del Padre y del Hijo. Soy un poco duro en describir este camino, es que me retrato a mí mismo y me lo sé muy bien, es que me da rabia y pena de tanto pecado original bautizado sólo con agua en mí, pero no destruido por la potencia y el fuego de amor del Espíritu Santo, ante esta maravilla de vida a la que Dios me llama y para que me ha pensado y creado y dado el beso de amor de la vida.

 

        3.- Queridos hermanos: siempre el amor de Dios, el Espíritu de Dios: necesitamos el amor de Dios para contagiar de amor a los nuestros, necesitamos su Espíritu para que sean bautizados en Espíritu Santo, necesitamos que el Espíritu de Cristo venga a nosotros para predicar la verdad completa de que Él nos habla tantas veces, necesitamos el Espíritu de Cristo para vivir la vida de Cristo y hacerla vivir y así nuestros apostolados serán verdaderamente apostolado, porque nuestra humanidad será humanidad prestada para que Él pueda seguir amando, predicando, salvando. Recuerdo ahora esta oración de un obispo oriental, que leí por vez primera en una carta, quizás la primera del general actual de los Jesuitas, el holandés Kolvenvach :

 

Sin el Espíritu Santo

Dios está lejos;

Cristo queda en el pasado;

el Evangelio es letra muerta;

la Iglesia, una simple organización;

la autoridad, una dominación

la misión, una propaganda;

la vida cristiana, una moral de esclavos.

En cambio, con el Espíritu Santo,

el cosmos se levanta y gime en el parto del Reino;

el hombre lucha contra la carne;

Cristo está presente;

el Evangelio es fuerza de vida;

la Iglesia, signo de comunión trinitaria;

la autoridad, servicio liberador;

la misión, un Pentecostés;

la liturgia, memorial y anticipación;

la vida humana es divinizada.

 

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TERCERA MEDITACIÓN

 

        1.- Queridos hermanos: La Biblia empieza diciéndonos que el Espíritu de Dios, «ruah» en hebreo, «pneuma-atos», en griego, se cernía sobre la aguas. Los científicos modernos van a dar la razón a la Biblia y la van a convertir de un libro religioso en científico. Porque parece ser que la vida viene del agua. La «ruah Yahve», como soplo o respiración de vida de Dios, indica lo más vital y secreto que hay en Dios, su vida más íntima;  y si lo referimos al hombre «ruah» significa su aliento, su principio de vida, su alma. En este sentido escribe San Pablo que nadie conoce lo íntimo del hombre a no ser el mismo espíritu del hombre que está en él, y nadie conoce las cosas de Dios salvo el Espíritu de Dios.(cf 1Cor 2,11). De ahí la necesidad de recibir al Espíritu para conocerlo.

        Hermanos, qué pasa si por cualquier circunstancia estamos demasiado tiempo sin respirar? Pues que morimos; y no hay que morir, hay que aspirar y respirar a Dios, hay que vivir del Espíritu de Dios, de la vida de Dios. Respira hondo, decimos cuando alguno se marea o se desmaya; pues esto mismo es lo que os digo esta mañana y me digo: respira, respira hondo, hermano,  en el Espíritu Santo mediante la oración, la eucaristía, el apostolado.

        Sobre todo, la oración,  que es como el jugo gástrico que debe asimilarlo todo en Espíritu Santo, en vida de amor a Dios y desde Dios, a los hermanos. Si no respiramos, si no oramos, morimos, aunque digamos misa. Y podemos celebrar misa, y morir espiritualmente, porque no la aspiramos,  no vivimos la Eucaristía “en espíritu y verdad”, comemos pero no comulgamos con Cristo, porque no comemos espiritualmente su carne y su sangre, es decir, no vivimos según su Espíritu, no nos identificamos con su Espíritu, no comemos sus mismos sentimientos y actitudes. 

        Y Dios también, si no espira y aspira  su Espíritu,  se muere. Dios no puede existir sin espirar su Espíritu, y el Espíritu de Dios es Amor. Ya lo dice San Juan: “Dios es Amor”, su esencia es amar, si deja de amar, deja de existir. Por eso no tiene más remedio que amar, que amarnos y lo digo para que nos llenemos de esperanza; Dios nos ama, aunque seamos pecadores, Dios no tiene más remedio que amarnos, porque esa es su esencia, esa es su vida.

        Para el Oriente, la Pneumatolología, el Espíritu Santo es fundamentalmente luz; Para Occidente, desde San Agustín, el Espíritu Santo es amor, para S. Juan de la Cruz es «Llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en mi más profundo centro, pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro.» Es Llama de amor viva, y como toda llama, lumbre y fuego, a la vez que calienta, alumbra, dice el Santo.

        Mirad cómo llega San Agustín a la conclusión de que Dios es Trinidad: “Para amar se necesita una persona que ama, otra que es amada, y el amor mismo. En la Trinidad, el Padre es el que ama, la fuente y el principio de todo; el Hijo es el amado; el Espíritu Santo es el amor con el que se aman. Por supuesto, no es más que una analogía humana, pero sin duda es la que mejor nos ayuda a penetrar en las profundidades arcanas de Dios”.

       

        3.- EL HOMBRE Y EL MISTERIO DE LA SALVACIÓN TAMBIÉN PROCEDEN DEL AMOR DE DIOS.

         

        “Porque Dios es Amor… en esto consiste el Amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”

 ( 1 Jn 4, 7.10 ).

        Viene a decirnos que todo es posible, porque nos ha dado su mismo Espíritu Santo, su Amor Personal, que es tan infinito en su ser y existir, que es una persona divina, tan esencial, que sin ella no pueden vivir y existir el Padre y el Hijo, porque es su vida-amor-felicidad que funde a los tres en la Unidad, en la que entra el alma por ese mismo Espíritu, comunicado al hombre por  gracia, para que pueda comunicarse con el Padre y el Hijo por el Amor participado, que es la misma vida y alma de Dios Uno y Trino. Y todo esto y lo anterior y lo posterior que se pueda decir,  dentro y fuera de la Trinidad: “Porque Dios es AmorB.

        Dios, por su infinito ser, es eterno. Y este Ser infinito y eterno no es otra cosa que un Acto de Ser infinitamente fecundo en Tres Personas. Y este  Ser eterno, por su mismo amor, es tan potente, es tal la potencia de su amar que le hace Padre por el amor infinito personal al Hijo. Dentro del misterio trinitario el Espíritu Santo no es la última persona, el tercero, no surge de la generación del Hijo sino que su potencia infinita de amor y donación y poder hace Padre e Hijo, porque Él es la potencia engendradora, la fuerza de amor con la que el Padre engendra al Hijo que acoge y acepta totalmente este mismo actor infinito de  Amor que hace al Padre y al Hijo, que refleja a la vez y hace paternidad y filiación por la potencia infinita del Amor-Espíritu Santo; el Padre, por su fuego de amor divino-Espíritu - Santo, da al Hijo el ser filial, y el Hijo acoge la paternidad del Padre, que sin el Hijo no sería Padre, por la misma potencia infinita de Amor, siendo uno en el mismo serse infinitamente feliz el Padre, el Hijo y el Espíritu de Amor Personal, que los hace personas distintas y una, en un mimo amor y esencia infinita, con que el Padre se dice totalmente en Hijo, en canción eterna de Amor de Espíritu Santo y el Hijo al Padre en la misma Palabra-Canción llena de Amor.

        Jesús es el Hijo que sale del Padre y viene a este mundo (Jn13,3). La venida al mundo prolonga su salida eterna, porque es el Padre el que ha pronunciado para nosotros la  Palabra con la que se dice totalmente a sí mismo en silencio eterno, lleno de amor. Con su glorificación junto al Padre y sentado ya a su derecha (Jn 17,5; Mt 26,64) Jesús ha asumido plenamente su condición de Hijo, de Verbo eterno, que tenía en el principio (Jn 1,1-3; Ap 19,13). Con su Pascua, Jesús-Cristo-Señor se hace puerta de entrada en el misterio trinitario para todos nosotros, los pascuales, los pasados del mundo al Padre la última y definitiva Alianza.

        Él, que es Amor, quiere comunicarse, quiere hacer a otros partícipes por gracia, de su misma dicha, quiere ser conocido y amado en la grande e infinita y total belleza y gloria y luz y vida, en que se es por sí mismo en acto eterno de felicidad y amor. Él quiere ser nuestra única felicidad por amor, dándose y recibiéndose en totalidad de ser y amor, por la gracia comunicada por el Espíritu en los sacramentos y por la oración B conversiónB  unión transformante- transformación. El Padre, lleno de amor,  ha pronunciado para todos nosotros esta Palabra transformante de la debilidad humana en hijo adoptado, elevado y amado.

 

AYUDA DE SAN JUAN DE LA CRUZ:

 

        ¿Nos sumergimos un poco por una contemplación infusa, que diría S. Juan de la Cruz, en la esencia de nuestro bueno y amadísimo y adorado Dios Uno y Trino…? Para San Juan de la Cruz contemplación infusa es aquella forma de orar o estar con Dios en la que uno no tiene que leer y meditar y discurrir nada para sacar conclusiones o afectos para su vida y su relación con Dios y los hermanos, propio de la oración discursiva como él la llama, en todo o gran parte depende de nuestro esfuerzo con la ayuda de Dios siempre.

        Cuando el alma avanza y se ha purificado un poco, -- y   todo pecado, todo «afecto desordenado», como él dice, es una barrera, una pared entre Dios y nosotros, que nos impide verle  y sentirlo cerca--,  pasa de una oración discursiva a afectiva, donde empieza a sentir la cercanía y el amor de Dios muy cerca porque van desapareciendo murallas. Son las moradas interiores de Santa Teresa, hacia las que el alma ha empezado a caminar dentro de sí misma para llegar hasta el trono de Dios que habita en la séptima, en la morada más interior… «de mi alma en el más profundo centro» que dice el Santo.

Allí uno no discurre, ni discurre, ni se esfuerza, allí es patógeno, sufre la presencia de Dios y de su amor que le invade… es el éxtasis, la experiencia de Dios de los místicos. Entonces, al ver a Dios en mi alma, en el centro y alma de mi alma, se convierte en el Amor y Vida de mi vida y empezamos a sentirlo dentro, muy dentro, y a sentirnos lleno de su presencia, habitados por los Tres, y empezamos una forma de hablar y dialogar distinta, en un diálogo sin palabras, de tú a tú con Él en contemplación amorosa: ya no es el Señor dice, habla, me descubre; ni tampoco: ¡Oh Señor o Dios todopoderoso, infinito, eterno, sino: «quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado».       

Y dos cosas: esto no es teoría, cada uno puede hacer este recorrido; y segundo, esto no se aprende estudiando teología ni haciendo ceremonias que no se viven. El camino es la oración, la oración y la oración, que luego invadirá la liturgia, los sacramentos de diálogo amoroso y eficaz espiritualmente con Dios.   

        Cuando uno ha pasado años en esta oración discursiva o meramente afectiva, según los planes de Dios y la generosidad del alma, empieza Dios a actuar más descaderadamente. Tanto, que el alma, acostumbrada a leer, meditar, hablar todos los días con Dios, lo primero que siente es que no puede discurrir y al no poder discurrir, cree que ya no hace oración, y al no poder hacer oración, piensa que no tiene fe, que no ama a Dios y más y más cosas de las cuales hablo en mi libro LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO. Son las «noches del sentido y del espíritu» que tan  maravillosamente describe San Juan de la Cruz.

        ¿Qué está pasando? Pues que ha dicho Dios: eres una buena persona, te has esforzado y purificado hasta donde has podido, pero quedan las raíces de tus pecados, y ahora vengo yo directamente, con mi fuego de Espíritu Santo, el detergente más poderoso que existe y te voy a limpiar bien, a purificar de cosas que tú ni sabes ni descubres dentro de ti, porque están en tu mismo ser, son las raíces de tu yo, y ahí ni sabes ni puedes. Vengo yo en persona de Espíritu Santo, en fuego que lo quema todo por amor y al quedar limpia me verás, porque te sentirás habitada, amada por mí y no necesitarás de hablar y de amar porque te lo daré todo hecho. Pero antes tienes que purificarte mucho, sufrir porque tocan las raíces del ser, pecado original, me amo más que a Dios y me doy culto sin darme cuenta de la mañana a la noche, y esto le lleva años y años al Espíritu Santo. Es esa parte de la vida espiritual de los santos, que al no comprenderla ni saber explicarla los mismos hagiógrafos, incluso creyendo que es falta de fe o confianza o amor a Dios, pasan por encima casi sin mencionarla, hasta que viene los entendidos y lo explican mejor. Y de aquí viene también la devoción intensa que todos los santos tienen al Espíritu Santo, pero que la mayoría de los creyentes no tenemos ni practicamos.

        Pues bien, todo esto quiere decir que hemos llegado a la contemplación infusa y a la transformación de nuestra vida en Dios. Se acabó el discurrir, el pensar, el fabricar mis ideas y mis afectos, te los da directamente Dios sin esfuerzo tuyo;  tú sólo contemplas y vives y amas infusamente, porque es Dios quien lo hace en Ti.

        Esto lo llama San Juan de la Cruz contemplación infusa: “Si alguno me ama, mi padre le amará y vendremos a El y haremos morada en El”.  Fijaos bien: El Señor nos dice a todos: si alguno me ama, no dice, si alguno me estudia, me conoce por discurso mental meditando, o estudia teología, incluso aunque tenga un doctorado en teología…Jesús dice expresamente: Si alguno me ama se sentirá lleno de mi Espíritu infinito en su ser y existir, que es una persona divina, tan esencial que sin ella no pueden vivir y existir el Padre y el Hijo, porque es su vida-amor-felicidad que funde a los tres en la Unidad, en la que entra el alma por ese mismo Espíritu, que se comunica al hombre por la gracia, y así puede participar y comunicarse con el Padre y el Hijo por el Amor participado, que es la misma vida y alma de Dios Uno y Trino. Y todo esto y lo anterior y lo posterior que se pueda decir, dentro y fuera de la Trinidad: “Porque Dios es Amor “.

        A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada, solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe en su mismo Serse de su infinito acto de Ser eterno, fuera del antes y después, fuera del tiempo. Por eso, en esto del ser como del amor, la iniciativa siempre es de Dios. El hombre, cualquier criatura, cuando mira hacia Dios, se encuentra con una mirada que le ha estado mirando con amor desde siempre, desde toda la eternidad. Todo amor en el hombre, es reflejo. No existía nada, solo Dios.

        El Padre, al contemplarse en sí y por sí, sacia infinitamente su capacidad infinita de ser y existir y en esto se es felicidad sin límites. Su serse, su esencia amor es lo que su existir refleja lleno de luz y abrasado de amor. Y la contempla en tal infinitud y fecundidad y perfección que engendra una imagen igual, esencialmente igual a sí mismo que es y podemos llamarle Hijo y en tal infinitud de ser feliz surge un amor que contiene en si, recibido del Padre y del Hijo, todo el ser divino: el Espíritu Santo. Y este ser infinito y eterno no es otra cosa que un Acto de ser infinitamente fecundo en Tres Personas.

        Y este Ser eterno, por su mismo amor, quiere comunicarse, quiere hacer a otros partícipes por gracia, de su misma dicha, comunicándoles su misma vida y gozo, quiere ser conocido en la grande e infinita y total belleza y gloria y luz y vida en que se es en acto eterno de felicidad y amor, para que nosotros seamos felices con su misma felicidad, amándole, alabándole, agradeciéndose como el Hijo al Padre y el Padre al Hijo en su mismo Espíritu-Amor-Felicidad. El quiere ser nuestra única felicidad y amor, dándose y recibiéndose en totalidad de ser y amor, por la gracia comunicada por el Espíritu en los sacramentos y en la oración- conversión transfiguración-unión transformante.

        Dice S. Juan de la Cruz: «Porque no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado». « Y esta tal  aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí les es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite, que no hay que decirlo por lengua mortal...; porque el alma unida y transformada en Dios aspira en Dios a Dios las misma aspiración divina que Dios, estando ella en El transformada, aspira en si mismo a ella...»  «Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta, que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado. Porque dado que Dios la haga la merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, )qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad? Pero por modo comunicado y participado, obrándolo como Dios en la misma alma; porque es estar transformada en las Tres Divinas Personas en potencia, sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios; y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza» (Can B 39, 4).

        Dios quiere darse esencialmente como Él es en su esencia  por participación de este ser esencial suyo para que el hombre también pueda entrar dentro de este círculo trinitario.  Y por eso crea al hombre «a su imagen y semejanza»: es un proyecto de Dios: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya... El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante, recapitulando en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra» (Ef 1,3.10).

 

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ORACIONES E INVOCACIONES AL ESPÍRITU SANTO

 

INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

 

VEN, ESPÍRITU SANTO, LLENA LOS CORAZONES DE TUS FIELES Y ENCIENDE EN ELLOS EL FUEGO DE TU AMOR

V. ENVÍA TU ESPÍRITU Y SERÁN CREADOS

R. Y RENOVARÁS LA FAZ DE LA TIERRA

       

OREMOS: Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz amorosa del Espíritu Santo, danos sentir  lo  recto según el mismo Santo Espíritu y gozar siempre de su consuelo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

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ORACIÓN SACERDOTAL AL ESPÍRITU SANTO

 

¡Oh Espíritu Santo, Fuego de mi Dios, Abrazo de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro y me consagro a Ti totalmente!

        Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante y conviérteme, por una nueva Encarnación sacramental, en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve y prolongue en mí todo su misterio de Salvación. Quisiera reproducir a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres como Adorador del Padre, como Salvador de los hombres y Redentor del mundo.

        Inúndame, lléname, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales. Haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

        ¡Oh Espíritu Santo, Alma y Vida de mi Dios! Ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame, fúndeme en Amor Trinitario, para que sea Amor Creador de vida en el Padre; Amor Salvador de vida por el Hijo; Amor Santificador de vida con el Espíritu Santo, para alabanza de gloria de la Trinidad y bien de mis hermanos los hombres.

       

        SECUENCIA DEL ESPÍRITU SANTO

 

 

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.                                                                                                                                   Padre amoroso del pobre;                                                                                                                                don, en tus dones espléndido;                                                                                                                            luz que penetras las almas;fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,

tregua en el duro trabajo,

brisa en las horas de fuego,             gozo que enjuga las lágrimas

y reconforta en los duelos.

 

Entra hasta el fondo del alma,

divina luz, y enriquécenos.

Mira el vacío del hombre

si tú le faltas por dentro;

mira el poder del pecado

cuando no envías tu aliento.


Riega la tierra en sequía,

sana el corazón enfermo,

lava las manchas,             

infunde calor de vida en el hielo,

doma el espíritu indómito,

guía al que tuerce el sendero.


Reparte tus siete dones

según la fe de tus siervos.

Por tu bondad y tu gracia

dale al esfuerzo su mérito;

salva al que busca salvarse

y danos tu gozo eterno. Amén.

 

 

 

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ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

 

        ¡Oh Espíritu Santo, Amor sustancial del Padre y del Hijo, Amor increado, que habitas en las almas justas! Ven sobre mí con un nuevo Pentecostés, trayéndome la abundancia de dones, de tus frutos, de tu gracia y únete a mí como Esposo dulcísimo de mi alma.

        Yo me consagro a ti totalmente: invádeme, tómame, poséeme toda. Sé luz penetrante que ilumine mi entendimiento, suave moción que atraiga y dirija mi voluntad, energía sobrenatural dé vigor a mi cuerpo. Completa en mí tu obra de santificación y de amor. Hazme pura, transparente, sencilla, verdadera, pacífica, suave, quieta y serena, aun en medio del dolor, ardiente caridad hacia Dios y hacia el prójimo.

        Ven, oh fuego ardiente de caridad hacia Dios y hacia el prójimo. Ven, oh Espíritu vivificante, sobre esta pobre sociedad y renueva la faz de la tierra, preside las nuevas orientaciones, danos tu paz, aquella paz que el mundo no puede dar. Asiste a tu Iglesia, dale santos sacerdotes, fervorosos apóstoles; solicita     con suaves invitaciones a las almas buenas, sé dulce tormento a las almas pecadoras, consolador refrigerio a las almas afligidas, fuerza y ayuda a las tentadas, luz a las que están
en las tinieblas y en las sombras de la muerte.

 

(SOR CARMELA SANTO).

 

 

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ORACIÓN AL ESPIRITU SANTO


        ¡Oh Espíritu Santo Consolador, que en el día santo de Pentecostés descendiste sobre los Apóstoles y henchiste aquellos sagrados pechos de caridad, de gracia y de sabiduría!

        Suplícote, Señor, por esta inefable largueza y misericordia, hinches mi ánima de tu gracia y todas mis entrañas de la dulzura inefable de tu amor.   

                Ven, oh Espíritu Santísimo, y envíanos desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, oh Padre de los pobres. Ven, dador de las lumbres y lumbre de los corazones. Ven, Consolador muy bueno, dulce huésped de las almas y dulce refrigerio de ellas. Ven a mí, limpieza de los pecados y Médico de las enfermedades. Ven, fortaleza de flacos y remedio de caídos. Ven, Maestro de los humildes y destruidor de los soberbios. Ven singular gloria de los que viven y salud de los que mueren. Ven, Dios mío, y disponme para Tí con la riqueza de tus dones y misericordias.

        Embriágame con el don de la sabiduría, alúmbrame con el don del entendimiento, rígeme con el don del consejo, confírmame con el don de la fortaleza, enséñame con el don de la ciencia, hiéreme con el don de la piedad y traspasa mi corazón con el don del temor.

        ¡Oh dulcísimo amador de los limpios de corazón! Enciende y abrasa todas mi entrañas con aquel suavísimo fuego de tu amor, para que todas ellas, así abrasadas sean arrebatadas y llevadas a Tí, que eres mi último fin y abismo de todos los bienes.      

        ¡Oh dulcísimo amador de las almas limpias! Pues Tú sabes, Señor, que yo ninguna cosa puedo, extiende tu piadosa mano sobre mi, para que así pueda pasar a Tí. Y para esto, Señor, derriba, mortifica, aniquila y deshaz en mí todo lo que quisieres, para que del todo me halles a tu voluntad, para que toda mi vida sea un sacrificio perfecto, que todo se abrase en el fuego de tu amor.

        ¡Oh, quién me diese que me quisieses admitir a tu grande bien! Mira que a Tí suspira esta pobre y miserable criatura tuya, día y noche. Tuvo sed mi ánima del Dios vivo: ¿Cuándo vendré y pareceré ante la cara de todas las gracias? ¿Cuándo entraré en el lugar de aquel tabernáculo admirable hasta la casa de mi Dios? ¿Cuándo me veré harto con tu gloriosa presencia? ¿Cuándo por Tí seré librado de la tentación y en Ti traspasaré el muro de esta mortalidad?

        ¡Oh fuente de resplandores eternos! Vuélveme, Señor, a aquel abismo de donde procedí, donde te conozca de la manera que me conociste y te ame como me amaste y te vea para siempre en compañía de tus escogidos. AMEN.

 (Fray Luís de Granada)

 

 

 

PLEGARIA A LA SANTÍSIMA TRINIDAD


        OH DÍOS MÍO, TRINIDAD A QUIEN ADORO, AYUDADME A OLVIDARME ENTERAMENTE DE MI PARA ESTABLECERME EN VOS, INMÓVIL Y TRANQUILA, COMO SI MI ALMA YA ESTUVIERA EN LA ETERNIDAD; QUE NADA PUEDA TURBAR MI PAZ NI HACERME SALIR DE VOS, OH MI INMUTABLE, SINO QUE CADA MINUTO ME SUMERJA MÁS EN LA PROFUNDIDAD DE VUESTRO MISTERIO.

        PACIFICAD MI ALMA; HACED DE ELLA VUESTRO CIELO, VUESTRA MANSIÓN AMADA Y EL LUGAR DE VUESTRO REPOSO; QUE NUNCA OS DEJE SOLO; ANTES BIEN, PERMANEZCA ENTERAMENTE ALLÍ, BIEN DESPIERTA EN MI FE, EN TOTAL ADORACIÓN, ENTREGADA SIN RESERVAS A VUESTRA ACCIÓN CREADORA.

        OH AMADO CRISTO MÍO, CRUCIFICADO POR AMOR, QUISERA SER UNA ESPOSA PARA VUESTRO CORAZÓN; QUISIERA CUBRIROS DE GLORIA, QUISIERA AMAROS HASTA MORIR DE AMOR. PERO SIENTO MI IMPOTENCIA, Y OS PIDO ME REVISTAIS DE VOS MISMO, IDENTIFIQUÉIS MI ALMA CON TODOS LOS MOVIMIENTOS DE VUESTRA ALMA, ME SUMERJÁIS, ME INVADÁIS, OS SUSTITUYÁIS A MI, PARA QUE MI VIDA NO SEA MAS QUE UNA IRRADIACIÓN DE VUESTRA VIDA. VENID A MI COMO ADORADOR, COMO REPARADOR Y COMO SALVADOR.

        OH VERBO ETERNO, PALABRA DE MI DIOS, QUIERO PASAR MI VIDA ESCUCHÁNDOOS, QUIERO PONERME EN COMPLETA DISPOSICIÓN DE SER ENSEÑADA PARA APRENDERLO TODO DE VOS; Y LUEGO, A TRAVÉS DE TODAS LAS NOCHES, DE TODOS LOS VACÍOS, DE TODAS LAS IMPOTENCIAS, QUIERO TENER SIEMPRE FIJA MI VISTA EN VOS Y PERMANECER BAJO VUESTRA GRAN LUZ. OH AMADO ASTRO MÍO, FASCINADME, PARA QUE NUNCA PUEDA YA SALIR DE VUESTRO RESPLANDOR.

        OH FUEGO ABRASADOR, ESPÍRITU DE AMOR, VENID SOBRE MÍ, PARA QUE EN MI ALMA SE REALICE UNA COMO ENCARNACION DEL VERBO; QUE SEA YO PARA ÉL UNA HUMANIDAD SUPLETORIA, EN LA QUE ÉL RENUEVE TODO SU MISTERIO.

        Y VOS, OH PADRE, INCLINAOS SOBRE ESTA VUESTRA POBRECITA CRIATURA; CUBRIDLA CON VUESTRA SOMBRA; NO VEÁIS EN ELLA SINO AL AMADO, EN QUIEN HABÉIS PUESTO TODAS VUESTRAS COMPLACENCIAS.

        OH MIS TRES, MI TODO, MI BIENAVENTURANZA, SOLEDAD INFINITA,   INMENSIDAD EN LA QUE ME PIERDO. ENTRÉGOME SIN REVERSA A VOS COMO UNA PRESA, SEPULTAOS EN MÍ, PARA QUE YO ME SEPULTE EN VOS, HASTA QUE VAYA A CONTEMPLAROS EN VUESTRA LUZ, EN EL ABISMO DE VUESTRAS GRANDEZAS.

 

(SOR ISABEL DE LA SANTISIMA TRINIDAD, 21 NOVIENBRE 1904)

 

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

 

PRIMERA LECTURA: Hechos 2,1-11

 

         “El Espíritu del Señor llena todo el mundo, y él, que mantiene todo unido, habla con sabiduría”  Esta realidad, anunciada en el libro de la Sabiduría, se cumplió en toda su plenitud el día de Pentecostés, cuando los Apóstoles y los que estaban con ellos “se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en leguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería”

 

SEGUNDA LECTURA: 1 Corintios 12, 3b-7. 12-13

 

        Pentecostés no es un episodio que se cumplió cincuenta días después de Pascua y ha quedado ya cerrado. Pentecostés sigue presente en la comunidad de Corinto, que, como toda la Iglesia, está gobernada por el Espíritu Santo. Él siembra de dones y carismas el corazón de todos los creyentes para el servicio de la comunidad. El que todos los dones procedan del Espíritu Santo hace que, a pesar de su diversidad, contribuyan a la construcción y unidad de toda la Iglesia. Pablo lo explica sirviéndose de la descripción del cuerpo humano.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 19-23

 

PENTECOSTÉS

 

        Queridos hermanos: Estamos celebrando la festividad de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Virgen Madre y toda la Iglesia naciente. Y esta  venida del Espíritu Divino, del Dios Amor, según el Evangelio, se manifiesta principalmente con signos y gracias de transformación interior.

Por esta transformación interior del Espíritu los apóstoles pasaron de tener “las puertas cerradas por miedo a los judios”, nos dicen los evangelios, pasaron a abrirlas y predicar abiertamente a Cristo, al muerto resucitado y mira que Jesús resucitado se les habia aparecido y manifestado de muchas maneras, pero hasta que no viene hecho  vivencia de amor, vivencia del Cristo que han visto y vivido, todos permanecieron con miedo y las puertas cerradas.

Y esto pasó y seguirá pasando siempre en la Iglesia a través de los siglos; ya puede ser uno papa, obispo, sacerdote y religioso, y saber toda la teología, ser doctor en teología y dominar la Cristología entera y completa, pero como no llegue a tener vivencia de todo esto interioremente por obra del Espíritu Santo por medio del amor de Cristo en una oración un poco elevada, no solo reflexión, sino contemplación pasiva provocada en nosotros no por nuestras facultades activas de comprensión e inteligencia sino pasivas, recibidas del mismo Santo Espíritu que vino sobre los Apóstoles,  hasta que por la oración mística y contemplativa, esto es, viva y vivida, no lleguemos a sentir y vivir lo que sabemos por teología o celebramos ritualmente o comulgamos, no tendremos experiencia del misterio que predicamos o celebramos y recibimos, no podremos contagiar de Cristo vivo, vivo y resucitado con fuego y amor de Espíritu Santo a nuestros hermanos, porque nadie da lo que no tiene, daremos teología, conocimientos de Dios y  desde luego salvación, pero no experiencia de su amor, sencillamente porque no lo tenemos y a estas alturas, a esta situación, como los apóstoles, solo se llega “estando en oración con María la madre de Jesús”, lo dicen los evangelios.

 

        1.- Cristo manifestó repetidas veces a los apóstoles la necesidad absoluta de recibir al Espíritu Santo para “llegar a la verdad completa” y poder cumplir la misión salvadora que les había confiado: “porque os he dicho estas cosas, os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo… Él os llevará a la verdad completa”.

        Verdad completa de la fe y de la religión cristiana no es solo saber sino sentir y gustar la Verdad del Verbo del Padre pronunciado y venido hasta los hombres por Amor de Espíritu Santo. Mi pregunta es ésta: ¿es que Cristo, el Verbo y la Palabra del Padre no les había dicho la verdad completa, no les había dicho todo lo que tenían que saber y practicar? ¿Qué indica esto de que es el Espíritu Santo el que tiene que llevarlos a la verdad completa? ¿ Es que Él no puede llevarlos?

        Podíamos responder apriorísticamente diciendo que la afirmación de Cristo es verdad por el mero hecho de que está dicha por Él. Pero es Pentecostés lo que nos demuestra el sentido y la verdad de esta afirmación de Cristo, son los efectos y gracias de Pentecostés los que confirmaron el sentido y la verdad de lo que Cristo les decía.

No es que Cristo no les hubiera manifestado y predicado toda la verdad, todo el evangelio. Lo que pasa es que a Cristo y su evangelio, a Cristo Eucaristía y Sagrario, a Cristo comunión o teología no se le comprende y descubre en verdad completa hasta que no se vive, es que los dogmas y las verdades cristianas no se comprenden hasta que no se viven; una verdad no es completa, no llega a ser verdad completa en nosotros, aunque seamos teólogos y sepamos toda la teología, hasta que no se vive y experimenta.

Cristo, el Evangelio, la Eucaristía, los sacramentos, las verdades de la fe todos las creemos y nos van a salvar, nos van a salvar y están salvando, pero no las experimentamos, no las vivimos como las viviremos en el cielo, como la vivieron muchos santos y santas ya en la tierra y las contagiaron,  sin amor y fuego y vivencia de amor de Espíritu Santo. Y esto solo es posible como en los Apóstoles “por estar reunidos en oración con María, la madre de Jesús”, solo por la oración. Porque a Cristo, su Evangelio, la Eucaristía, la fe cristiana no se comprende en verdad completa,repito, hasta que no se vive, aunque seas doctor en Teología.

 

((QUERIDOS HERMANOS, aunque seamos teólogos, Dios, Cristo, la Eucaristia, la santa misa, la comunión eucarística o los ratos de Sagrario con Cristo, no se comprenden perfectamente y con amor y fuego hasta que no se viven con fuego de Espíritu Santo; estas realidades sólo se comprenden cuando se viven, cuando se experimentan y esto solo es posible cuando el alma cuando la persona, sea cura, obispo o papa se ha vaciado de si mismo, de su yo por el camino de la oración-conversión permanente en que me voy vaciando de mí mismo y Dios me va llenado de su vida y amor y conocimiento de verdad completa)).

 La Iglesia siempre necesita y necesitará esta experiencia para poder comunicarla, lo vemos en este día de Pentecostes y en la historia de la Iglesia, almas que vivan y prediquen a Cristo y su evangelio vivido y experiemtado por la oración-conversión permanentes de sus vidas en que se van vaciando de sí mismas para que el Espíritu Santo les vaya llenando de la vivencia de lo que oran y meditan de Cristo, como les pasó a los Apóstoles; los Apóstoles han visto su vida y sus milagros, han escuchado sus palabras y amor que le llevó hasta la muerte y resurrección, le han visto y hablado resucitado, pero hasta que no viene el mismo Cristo hecho fuego de Espíritu Santo, hecho experiencia y llama de amor viva, permanecieron con las puertas cerradas.

Pidamos que esta fiesta renueve a los apóstoles de Cristo y a toda la Iglesia con este fuego de Pentecostés. Lo necesitamos ahora y siempre y por todos los siglos, necesitamos Pentecostés, la venida permanente del Espíritu Santo sobre la Iglesia, especialmente sobre los sacerdotes para que podamos contagiar a los demás. Así lo vamos a pedir a Cristo en esta santa misa siguiendo sus consejos: “porque os he dicho estas cosas, os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo… Él os llevará a la verdad completa”. Que se cumplan en nosotros estos deseos de Cristo y que venga sobre la Iglesia y sobre cada uno de nosotros el Espíritu de amor y santidad de Dios que tanto necesimos siempre, pero especialmente en estos tiempos. Amén, así sea.

 

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PENTECOSTÉS

 

        Queridos hermanos: Estamos celebrando la festividad de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Virgen, Madre sobre la Iglesia naciente. Y esta  venida del Espíritu Divino, según el Evangelio, se manifiesta con signos internos y externos. Los signos externos de esta venida son el viento, el ruido, las lenguas de fuego… signos sensibles de la presencia de la fuerza interna y operante del Espíritu, que con su impulso lo penetra todo y lo transforma.

 

        1.- Cristo manifestó repetidas veces a los apóstoles la necesidad absoluta de recibir al Espíritu Santo para “llegar a la verdad completa” y poder cumplir la misión salvadora que le ha confiado: “porque os he dicho estas cosas, os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo”. Mi pregunta es ésta: ¿es que Él no les había dicho toda la verdad, no les había dicho todo lo que tenían que saber? ¿qué indica esto de que es el Espíritu Santo el que tiene que llevarlos a la verdad completa? ¿ es que Él no puede llevarlos?

        Podíamos responder apriorísticamente diciendo que la afirmación de Cristo es verdad por el mero hecho de que está dicha por Él. Pero es que los efectos del día de Pentecostés confirmaron la verdad de lo que Cristo les había dicho. No es que Cristo no les hubiera manifestado toda la verdad. Lo que ocurre es que una verdad no se comprende hasta que no se vive; una verdad no es completa hasta que no se experimenta. Cristo, el Evangelio, la Eucaristía, los sacramentos, las verdades de la fe todos las creemos, pero sólo se comprenden cuando se viven. A Cristo, a la Eucaristía, el Evangelio no se comprende hasta que no se vive.

        Por eso, el día de Pentecostés, los Apóstoles no recibieron ninguna verdad nueva, sólo experimentaron lo que creían y celebraban en la Eucaristía. “Me voy y vuelvo a vosotros”, les había dicho el Señor. En el día de Pentecostés es el mismo Cristo el que viene, pero viene no hecho idea, ni palabra ni signos externos, sino hecho fuego, llama que se funde en llama viva con el que lo recibe y así se llega al hondón de las realidades y se hace una sola cosa con ellas. Pentecostés es Cristo hecho fuego y «llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro; pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro».

 

        2.- Hoy también es necesario un nuevo Pentecostés sobre la Iglesia, sobre cada uno de nosotros. La mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza mística, falta experiencia de Dios, sentir y vivir los que creemos y celebramos. Esto no es posible, si no nos vaciamos de tantas cosas que impiden la presencia de Dios en nosotros, porque nuestro corazón está lleno de muchas cosas y no cabe Dios. Tenemos que vaciarnos de tanto yo, de tanto consumismo. Tenemos hambre de cosas, pero nos falta hambre de Dios; hemos llenado nuestro corazón, nuestros hogares, a nuestros hijos de todo y  ahora resulta que le falta todo porque le falta Dios, que es el Todo.

        Hoy es necesario recorrer el camino que ordinariamente nos lleva a la verdad completa de Dios: conocer y amar a un Dios que es Padre, porque nos crea y nos da la vida; conocer y tener trato de amistad con un Dios Hijo, que nos has redimido y salvado; conocer en etapas últimas a un Dios que es Espíritu Santo que nos descubre el misterio trinitario, esto es, a un Dios Trino y Uno que nos habita:

        Toda mi vida, siempre he empezado toda clase de grupos, invocando la luz, fuerza, amor del Espíritu Santo: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu y serán.      ..

 

        3.- Analicemos su nombre: Espíritu Santo

 

        A) Le llamamos Espíritu, porque no tiene rostro humano. La sagrada Escritura no presenta una imagen o retrato visible: es amor, fuerza interior, vida, es espíritu. Cristo dijo de Él: “Le conoceréis porque permanece en vosotros”. Si le dejamos vivir en nosotros, le conoceremos por sus efectos santificadores. Sólo se le puede conocer si habita en nosotros, si vive en nuestra alma como en su casa; por eso son pocos los cristianos que le conocen porque no tiene rostro y vive en lo interior: hay poca devoción al Espíritu Santo.

 

        B) Le llamamos espíritu, porque es el alma, la vida de nuestra vida. Lo que es el alma para el cuerpo, así es el Espíritu Santo para la Iglesia: La Iglesia, el cristiano no puede vivir sin el Espíritu de Cristo. Como no tiene rostro externo o sensible, para conocerlo hay que dejarse invadir por Él, sentir su presencia en nuestro espíritu por la vida de gracia, de amor, por hacernos dóciles a sus inspiraciones escuchándole en oración, aceptar su acción santificadora dentro de nosotros:

 

        C) Santo. Santo es igual que santificador. Es la misión del Espíritu, unir a Dios, y eso se llama santificar. Sin Espíritu Santo no hay cristiano ni cristianismo. Ser cristiano es «ser y vivir en el Espíritu», es amar y conocer a Dios en el Amor del Espíritu Santo. Él es la fuerza de toda oración que se haga “en espíritu y verdad”, por eso hay que invocarle siempre al empezarla, para escucharle y hacernos dóciles a Él.       

«¡Oh Espíritu Santo, Fuego de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro! Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante y conviérteme por una nueva encarnación  sacramental en humanidad supletoria de Cristo para que Él renueve y prologue en mi todo su misterio de Salvación. Quisiera hacer presente a Cristo, ante la mirada de Dios y de los hombres, como Adorador del Padre, como Salvador de los hombres, como Redentor del mundo»

 

        4.- Por eso hay que invocarle con frecuencia, todos los días. Es un signo de vida espiritual auténtica, pujante, encendida llamarle con frecuencia. Este era el secreto para el Cardenal Mercier: « Os voy a revelar un secreto de santidad y felicidad; si todos los días, durante cinco minutos, sabéis hacer callar vuestra imaginación y cerrar vuestros ojos a las cosas sensibles y  vuestros oídos a todos los ruidos de la tierra para entrar en vosotros mismos y allí, en el santuario de vuestra alma, dialogar con este divino Espíritu, llegaréis a gran intimidad con Dios. Esta sumisión al Espíritu es el secreto de la santidad».

        El cristiano es un hombre a quien el amor ha hecho entrar en la esfera de lo divin. San Ireneo se atreve a decir: «Mientras que el hombre natural está compuesto de alma y de cuerpo, el hombre cristiano está compuesto de alma, cuerpo y Espíritu Santo».  Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

 

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FIESTAS DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 

JUEVES DESPUÉS DE PENTECOSTÉS: FIESTA DE JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        Celebramos hoy la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. Este jueves es Jueves Eucarístico y todos los jueves nos recuerdan el Jueves Santo, en que Cristo instituyó la Eucaristía, pero también el sacerdocio católico. Del mismo corazón, de un mismo impulso, aquella tarde nacieron la Eucaristía y los encargados de hacerla presente. Porque después de veinte siglos, ¿de qué nos hubiera servido a nosotros tanto amor, tanta entrega, si no hubiera alguien encargado de multiplicarlo y ponerlo sobre nuestros altares? Por eso, porque en el correr de los siglos Cristo vio una multitud hambrienta de Dios, de cielo, de eternidad... Jesús hizo a los encargados de amasar este pan, esta harina divina.

        Jesús hizo a los sacerdotes, cuando les dio el mandato de seguir celebrando la Eucaristía: “haced esto en conmemoración mía”: seguid haciendo esto mismo vosotros; por el amor que tengo a todos los hombres, seguid consagrando vosotros y vuestros sucesores esta Hostia santa. Comunicad este poder sagrado a otros. Haced que otros puedan consagrar, y así instituyó Jesús el sacerdocio católico como prolongación de su mismo sacerdocio, con poder sobre su cuerpo físico, la Eucaristía, y sobre su cuerpo místico, la Iglesia. Qué grandeza ser sacerdote, cuánta gracia, cuanto poder.

        Cuando las almas tienen fe, se sobrecogen ante el misterio del sacerdocio, porque el sacerdote católico tiene poderes divinos, trascendente, es sembrador, cultivador y recolector de eternidades, cultiva la salvación única y trascendente del hombre, tiene el poder divino de la Eucaristía y del perdón de los pecados:“Dijeron, éste blasfema, solo Dios puede perdonar los pecados”. Si tuviéramos más fe...

        ¡Qué bueno es el Señor! Para que nunca faltase sobre nuestros altares su ofrenda de adoración al Padre, en obediencia extrema, hasta dar la vida; para que nunca pasásemos hambre de Dios, para que siempre tuviéramos el perdón de los pecados, hizo a los sacerdotes, como continuadores de su misión y tarea.

Aquella noche, de un mismo impulso de su amor, brotaron la Eucaristía y los encargados de amasarla. Por eso están y deben permanecer siempre tan unidos la Eucaristía y el sacerdocio. La Eucaristía necesita esencialmente de sacerdote para realizarse y por eso el sacerdote nunca es tan sacerdote como cuando celebra la Eucaristía: el sacerdocio tiene relación directa con la Eucaristía y la Eucaristía está pidiendo sacerdote que la realice:

“Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí...” dice el Señor.  Qué profundo significado encierran estas palabras para todos, especialmente para nosotros, los sacerdotes. Todos debiéramos recordarlas cuando celebramos la santa Eucaristía: “acordaos de mí...” acordaos de mis sentimientos y deseos de redención por todos, acordaos de mi emoción y amor por vosotros, acordaos de mis ansias de alimentar en vosotros la misma vida de Dios, acordaos... y nosotros, muchas veces, estamos distraídos sin saber lo que hacemos o recibimos; bien estuvo que nos lo recordases, Señor, porque Tú verías muchas distracciones, mucha rutina, muchos olvidos y desprecios, en nuestras Eucaristías, en nuestras comuniones, distraídos sin darte importancia en los sagrarios olvidados como trastos de la iglesia, sin presencia de amigos agradecidos.

Vosotros, los sacerdotes, cuando consagréis este pan y vosotros, los comulgantes, cuando comulguéis este pan, acordaos de toda esta ternura verdadera que ahora y siempre siento por vosotros, de este cariño que me está traicionando y me obliga a quedarme para siempre tan cerca de vosotros en el pan consagrado, en la confianza de vuestra respuesta de amor; acordaos...

Nosotros, esta tarde de Jueves Santo, no te olvidamos, Señor, Quisiéramos celebrar esta Eucaristía y comulgar tu Cuerpo con toda la ternura de nuestro corazón, que te haga olvidar todas las distracciones e indiferencias nuestras y ajenas; nos acordamos agradecidos ahora de todo lo que nos dijiste e hiciste y sentiste y sigues sintiendo por nosotros y te recodamos y recordaremos siempre agradecidos, desde lo más hondo de nuestro corazón.

        El sacerdocio de Cristo, el espíritu sacerdotal de Jesús, su amor sacerdotal por nosotros empezó en el mismo seno de la Santísima Trinidad, cuando los Tres programaron manifestar el amor extremo a los hombres, hasta dar la propia vida encarnada por ellos. El fuego era de Espíritu Santo, de amor loco y total al Padre entristecido porque el hombre había roto su amistad en el paraíso y ya no podía entrar en la amistad con Dios Trino y Uno para la que había sido creado.

 

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DE LA EUCARISTÍA SACRAMENTO AL SACERDOTE SACRAMENTO DE CRISTO.

 

        Y desde esta comprensión de la Eucaristía como presencia sacramental-mistérica de Cristo, que condensa toda su vida y la presencializa con las palabras y gestos de la consagración sobre un poco de pan y vino, hay que reflexionar también y comprender el sacerdocio como sacramento de Cristo, como signo visible de Cristo invisible, humanidad supletoria sacramental prestada a Cristo, para que pueda seguir realizando en el tiempo su misterio de Salvación.
«A partir de aquí, toma el relieve justo la persona del sacerdote, el cual ofrece el “Santo Sacrificio ‘in persona Christi’ lo cual quiere decir más que ‘en nombre’, o también ‘en vez de Cristo. ‘In persona’: es decir, en la identificación específica sacramental con el ‘Sumo y Eterno Sacerdote’, que es el Autor y el Sujeto principal de éste su propio Sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie» (Ecclesia de Eucharistia 4)

        La Eucaristía y el sacerdocio en Cristo son una misma realidad. Y, por eso mismo, sacerdocio y eucaristía en nosotros deben estar vitalmente unidos, porque se fundamentan esencialmente el uno en el otro. Por el sacramento del Orden se produce como una encarnación de Cristo en cada elegido, al que viene para revivir todo su misterio de adorador del Padre, de salvador de los hombres, de redentor del mundo, como consagrante en cada misa de su propio cuerpo: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”. No el de Pedro, Juan o cualquier sacerdote sino el de Cristo que es el que consagra por medio del sacerdote, es decir, de su sacramento visible. Por el sacramento del orden el sacerdote queda configurado sacramentalmente a Cristo. El gozo sacerdotal vendrá al experimentar lo que es, de sentirse identificado con Cristo, que vive y actúa por él, de sorprender al Padre inclinado sobre esta pobrecita criatura, que es el sacerdote, porque ha visto en él al Amado, en quien tiene puestas todas sus complacencias.

        El sacerdote es un sacramento de Cristo vivo, como el pan consagrado; por fuera pan, por dentro, Cristo. Es Cristo viviendo y actuando en mí: es el “no soy yo, es Cristo quien vive en mí”, de San Pablo y el sacerdocio como vivencia, soy yo viviendo en Cristo, identificado con Cristo: “Para mí la vida es Cristo”, “Estoy crucificado con Cristo...”

        “Haced esto en memoria de mí”. En la misa no se repite nada: ni los deseos de Cristo de dar su vida por nosotros, ni su sufrimiento ni su ofrenda, sino que se presencializa el mismo sacerdote y la misma víctima del Cenáculo, de la cruz y del cielo. Por muchas celebraciones que se hagan, nunca se repite el sacrificio, siempre es el mismo, porque no se representa otra vez sino que se presencializa el mismo y único sacrificio ofrecido de una vez para siempre. Puede haber muchas intenciones sacerdotales en la concelebración, tantas como sacerdotes, pero el sacrificio siempre es único y el mismo.

        Por lo tanto, la Eucaristía, por ser memorial «in misterio» de la realidad <Cristo>, presencializa la misma y eterna pascua, la misma y eterna Alianza, la misma víctima, intenciones, deseos sacerdotales y sacrificiales, el único sacrificio de la cruz ya consumado y aceptado por el Padre porque le resucitó sentándolo a su derecha y es ya para siempre el cordero degollado y glorioso ante el trono de Dios, pura intercesión por nosotros y con el cual conectamos en cada misa.

        Es más, me atrevo a decir: si la vida de Cristo hombre nació en el seno de la Santísima Trinidad como proyecto salvador de los Tres a realizar por el Verbo: “Padre, sacrificios y ofrendas no quieres... aquí estoy para hacer tu voluntad...” (Hbr. 10,5) y se le dotó de un cuerpo humano: “...pero me has dado un cuerpo” (Ibid.) nacido de María, esa voluntad ha sido ya consumada pascualmente - mediante el paso definitivo al Padre, a los bienes escatológicos- esjatón pascual y ya no hay más novedad posible en el mismo seno del Dios Trino y Uno (según su proyecto) y el mismo fuego de Espíritu Santo que lo sacó del seno trinitario, lo impulsó a encamarse, lo manifestó como Hijo y lo llevó sudoroso y polvoriento por lo caminos de Palestina predicando la Buena Nueva de Salvación y Eternidad para todos los hombres hasta el testimonio martirial de su vida por ellos...”ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros...” al ser aceptada y recibida ya esa entrega personal de Jesucristo en el mismo seno del Amor Trinitario, por el mismo Espíritu Santo de donde había nacido.., perdura ya eternamente como sacerdote y víctima ofrecida, aceptada y adorada ante el trono de Dios Trino y Uno, como afirma repetidamente la liturgia del Apocalipsis.

        Así pues, todo el misterio de Cristo, desde que nace como, proyecto en el seno del Padre  y se encarna en el seno de María: “La Palabra estaba junto a Dios.... la Palabra se hizo carne” (Jn.l,1;14 ) con toda su vida encarnada, con sus ansias de amor y de entrega, “Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo...”(Lc.22,l4) y desde la Encarnación hasta la Ascensión, especialmente pasión, muerte y resurrección, es lo que se hace presente, al hacer el sacerdote por el Espíritu Santo la memoria de Cristo como Él quiso «recordarse y ser recordado» por sacramento memorial de su Iglesia, eternamente ante Dios y ante los hombres.

        Al hacerse presente todo el misterio de Cristo, cada celebrante o participante puede decir en la misa, con Santa Gertrudis, este texto que leí, cuando preparaba la charla, en la Liturgia de las Horas en el día de su memoria: “Por todo ello, te ofrezco en reparación, Padre amantísimo, todo lo que sufrió tu Hijo amado, desde el momento en que, reclinado sobre paja en el pesebre, comenzó a llorar, pasando luego por las necesidades de la infancia, las limitaciones de la edad pueril, las dificultades de la adolescencia, los ímpetus juveniles, hasta la hora en que, inclinando la cabeza, entregó su espíritu en la cruz, dando un fuerte grito. También te ofrezco, Padre amantísimo, para suplir todas mis negligencias, la santidad y perfección absoluta con que pensó, habló y obró siempre tu Unigénito, desde el momento en que, enviado desde el trono celestial, hizo su entrada en este mundo hasta el momento en que presentó, ante tu mirada paternal, la gloria de su humanidad vencedora “ (Libro 2,23,1.3.5.8.10: SCh 139,330-340) (Liturgia de la Horas, IV, pags. 1370-1373)

        Y también, en clave de memorial, se puede rezar este texto de S. Brígida, tomado de la Liturgia de las Horas, en su recuerdo: «Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la última cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso y por amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre....Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado ante Caifás... Gloria a tí por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado de punzantes espinas... Alabanza a tí, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado... Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesucristo, que estás sentado sobre el trono en tu reino de los cielos, en la gloria de la divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la Virgen» (Oración 2: Revelationum 5. Birgittae libri, 2, Roma l628, pp.408-410).

 
        Al decir “haced esto en memoria mía” el Señor nos quiere indicar a cada participante: acordaos de mi vida entregada al Padre por vosotros desde mi encarnación hasta lo último que ahora hago presente, de mi amor loco y apasionado hasta el fin de mis fuerzas y de los tiempos.. .de mi voz y mis manos emocionadas... “Cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí...” No nos olvidamos, Señor.

        Y todo esto se hace presente en cada misa y Jesús “se recuerda” para la Stma. Trinidad, para Él y para nosotros, haciéndolo presente. Así es como Jesucristo, proyecto salvador de los hombres, sale del Padre por el Espíritu Santo y en la eucaristía, vuelve a Él, como proyecto final escatológico logrado por el mismo Espíritu en el Hijo-hombre, y en ella y por ella participamos de la única e irreversible devolución del hombre y del mundo al Padre, que Él, el Hijo eterno y, al mismo tiempo, verdadero hombre, hizo de una vez para siempre”. 

        Por eso, la Eucaristía es Cristo entero y completo, el evangelio entero y completo, la fe cristiana entera y completa. Nada del misterio de Cristo queda fuera de la Eucaristía. Ni siquiera el misterio de Dios Trino y Uno manifestado por el Padre enviando al Hijo movido por el Espíritu Santo -unión de la Trinidad y Eucaristía proclamada y exigida por el Papa en este año jubilar-. Todo esto, el primer impulso de amor, el proyecto en el Hijo por el Espíritu, la consumación y la glorificación eterna -“actual” en el cielo, se hace presente en la Eucaristía.

        He hablado de la Eucaristía, queridos amigos, en la medida en que he podido captarla y expresarla yo mismo corno creyente, no sólo como teólogo. En definitiva, he tratado de expresarla en palabras humanas. Hay otra forma mucho mejor de presentar la eucaristía: es la que el sacerdote hace sencillamente cuando eleva el pan consagrado y el cáliz a la vista de la asamblea y solicita de ella la fe: “Este es el sacramento de nuestra fe”.

               

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DOMINGO DESPUES DE PENTECOSTÉS:

 

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

 

        QUERIDOS HERMANOS: 

       

        1.- Nuestra Madre la Iglesia, como insigne maestra y pedagoga, va proponiéndonos progresivamente en el año litúrgico los principales misterios de nuestra fe, para que, celebrándolos, meditándolos y viviéndolos, sirvan para mayor gloria y alabanza de Dios y santificación nuestra.

        Después de haber considerado todos los misterios de la salvación —desde el nacimiento de Cristo hasta Pentecostés en el último domingo—, la Iglesia dirige su mirada al misterio primordial del cristianismo, la Santísima Trinidad, principio y fin de todo el misterio y vida divina, fuente de todo don y de todo bien.

        Si el domingo pasado la Iglesia nos invitaba a venerar y alabar al Espíritu Santo en su manifestación pública de Pentecostés, hoy nos invita a los fieles a cantar las alabanzas y dar gracias al Dios Trino y Uno, diciendo, con mayor fe y amor que nunca, esta breve aclamación, que todos los días repetimos, sin darle excesiva importancia: «Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo».

Nada más justo, si echamos una mirada hacia atrás, para ver todos los misterios, que han salido del Amor Trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y que hemos ido celebrando durante todo el año litúrgico, que ha terminado.      

Y si, hace unos días, cantábamos a Cristo resucitado que subía a los cielos para sentarse a la derecha del Padre, y el último domingo, honrábamos al Espíritu Santo, que inundaba de su fuego y su luz a la Iglesia naciente, hoy queremos adorar a los Tres, porque en consejo trinitario y en poder y sabiduría y amor han concebido, han realizado y han consumado esta obra tan maravillosa de la creación, de la salvación y de la santificación de los hombres.

 

        2.- La revelación de la Trinidad pertenece al Nuevo Testamento: el Antiguo intenta todo él proclamar y exaltar la unidad de Dios: uno solo es el Señor. “Reconoce y medita en tu corazón  —se lee hoy en la primera lectura (Dt 4, 32-34. 39 40)-   que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro”.

        Y esta insistencia de Dios en la unidad de su ser y existencia tiene una razón pedagógica: se ha manifestado poco a poco en su intimidad; y otra razón teológica e histórica: Israel vivía en contacto con pueblos idólatras y paganos, que adoraban varios dioses y necesitaba ser advertido continuamente de esta verdad para no caer en la idolatría; era conveniente no dar apariencia de diversidad de dioses con el misterio de la Santísima Trinidad.

        Por eso, el  Antiguo Testamento celebra la grandeza de Yahvé, único Dios: él es el Creador de todo el universo, el Señor absoluto. Nosotros podemos cantar y adorar la Trinidad en la Unidad como lo hacemos en el Prefacio de la misa de hoy: « Es justo darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Que con tu único Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor; no una sola Persona, sino tres personas en una sola naturaleza. Y lo que creemos de tu gloria, porque tú lo revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo, y también del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De modo que, al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos tres personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad». (MISAL ROMANO, prefacio).

       

        3.- Israel ha experimentado ampliamente el amor y la predilección de Dios por su pueblo: Dios lo ha elegido para pueblo suyo, lo ha sacado de la esclavitud egipcia con prodigios admirables, le ha ofrecido su alianza, le ha concedido el privilegio de oír su voz y gozar de su presencia. «Desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra, ¿hubo jamás palabra tan grande como ésta?, ¿se oyó cosa semejante? (Dt 32).

        Sin embargo, el nuevo pueblo de Dios —la Iglesia— goza de privilegios mayores aún, fruto de la encarnación del Hijo de Dios y de su pasión, muerte y resurrección. Con la venida de Cristo, Dios se revela al mundo en el misterio de su vida íntima y de la perfección y fecundidad de su acto cognoscitivo y amoroso, por el que es Padre que engendra al Verbo, su Hijo, y es comunión, beso y abrazo de la que procede el Espíritu Santo.

        Y la cosa más admirable es que Dios, Trinidad de Personas en una sola Divinidad extiende hasta nosotros esas relaciones personales, siendo Padre que nos ama en su esencia y porque nos ama nos crea: “En esto consiste el Amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero”, haciéndonos hijos suyos en el Hijo que nos envía y nos salva: “Y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”, comunicándonos su mismo Amor, el Espíritu Santo: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él…” ese Amor Personal de Dios es el Espíritu Santo.

 

        4.- Este privilegio no está reservado a unos pocos seres privilegiados sino que se extiende a todos los hombres, todos están llamados a formar un  solo pueblo, la Iglesia, que se extiende a todos los hombres que aceptan el mensaje de Cristo y han sido bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Para Dios nuestro Padre, todo bautizado no es sólo una criatura, sino un hijo en el Hijo Amado, introducido por el Hijo Amado en la intimidad y familiaridad de la Trinidad para que viva en familia y comunión con las Tres divinas Personas.

        Esta es la Buena Noticia que Jesús, antes de subir al cielo, ordenó a sus Apóstoles llevar a todas las gentes y bautizarlas “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 16-20). Todo hombre entra en relación con la Trinidad mediante el bautismo; por eso renace a una vida nueva: hecho hijo del Padre que ha dispuesto su regeneración, hermano de Cristo que se la ha merecido con la sangre de la Cruz, y templo del Espíritu Santo que le infunde el Espíritu de adopción. Ante Dios, el bautizado no es sólo una criatura, sino un hijo introducido en la intimidad de su vida trinitaria para que viva en sociedad con las Personas Divinas que moran en él.

 

        5.- Todo esto es lo que nos enseña San Pablo en la segunda lectura de la Carta a los Romanos. Ahí vemos a las Tres Personas Divinas en sus relaciones con el hombre. Dios Padre nos justifica por la gracia, participación de su misma vida, merecida por la muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo, y comunicada por el Espíritu Santo, que mora en nosotros:  “Habéis recibido... un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios” (ib 15-16). 

        Para entrar en relación con los Tres, el hombre debe creer en Jesucristo y su Evangelio y ser bautizado en el nombre de la Santísima Trinidad, para recibir la vida divina y poder amar a Dios como Él nos ama y poder gozar un día plenamente de la gloria de los hijos de Dios, en una comunión sin velos de la Santísima Trinidad: “Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba! Padre”. Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios” (Gal 4,6-7).

        El Espíritu Santo ha sido enviado a los hombres para que los transforme interiormente y los convierta en hijos a imagen del Hijo. A Él se le atribuye esta regeneración íntima, verdadero renacer espiritual; Él es su autor y, al mismo tiempo, su testigo, que infundiendo en el creyente la íntima convicción de ser hijo de Dios, lo anima a amarle e invocarle como a Padre. Pero para que el Espíritu Santo pueda cumplir su obra, es necesario dejarse dirigir por Él, como Cristo se dejó llevar por Él durante toda su  vida: “Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios”.

 

 

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DOMINGO de TRINIDAD:  EL ALMA EN GRACIA

 

QUERIDOS HERMANOS: 1.- “Si alguno me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. ¡Cuánto y qué verdadero debe ser el amor que Dios nos tiene que es capaz de rebajarse y pedirnos nuestro amor! Y uno se pregunta: ¿Pero qué puedo yo darle a Dios que Él no tenga? Si Dios es Dios y lo tiene y lo puede todo porque es infinito, no tiene límites de nada y en nada, ¿pero qué le puedo dar la criatura a Dios que Él no sea o lo tenga en grado infinito.

Y Dios responde: lo tengo todo menos tu amor si tú no me lo das, porque eso es personal y yo te he dado libertad como criatura para amarme o no amarme; yo te he soñado para una eternidad de unión y gozo eterno conmigo y te he hecho libre y tú puedes hacer con tu  amor lo que quieras; puedes hasta ofenderme pero yo desde que vienes a este mundo, respetando tu amor y libertad,  quiero vivir en tu alma bautizada y regenerada por la gracia e inhabitada por la Santisima Trinidad y participando en la misma vida divina de nosotros Tres por las virtudes infusas y teologales de fe, esperanza y caridad que nos unen y te hacen vivir ya en la tierra unido y sintiendo a los Tres en tu alma como templo y morada de la Trinidad, vida una y trinitaria de mis tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo, viendo y sintiendo cómo el Padre contemplándo la belleza y plenitudd de su ser y  esencia divina ve y contempla al Hijo como Idea e imagen perfecta y total de su mismo ser que le abraza y le besa y se funde en unidad esencial de Amor con su mismo Amor de Espíritu Santo en Unidad Substancial de las Tres Personas divinas con un mismo abrazo y beso de Amor de Espíritu Santo…

Nosotros Tres como un solo ser y existir infinito en unidad de Amor queremos vivir en todos vosotros, amadísimos hijos, por el santo bautismo que os hace hijos de Dios y herederos del cielo, hijos con nuestra misma vida de belleza y amor Trinitario, ya desde tu santo bautismo, que te hace por la gracia en tu alma morada de la Santisima Trinidad por el gran sacramento del santo bautismo, hoy poco valorado y despreciado por muchos, potenciando esta morada sentida y vivida por muchas alma por las tres virtudes teologales fe, esperanza y caridad,  que te unen a Dios Trinidad,  empezando ya en la tierra por el santo bautismo y la oración contemplativa que te purifica y te hace ver en tu alma y vvir y sentir la misma vida de la Trinidad en el cielo pero aquí participada de forma limitada por ser criaturas,  una vida de amor y amistad eterna que se prologará ya para siempre en mi misma esencia y eternidad y ya para siempre contemplada y vivida en gloria celestia con los Tres, vida de amor y gozo en Dios Trinidad que ya no teminará nunca porque la eternidad empieza en el tiempo por la gracia del santo bautismo pero se perfecciona y consuma en la misma vida y eternidad de los Tres en su esencia divina y trinitaria.

Hermanos, Dios nos ama y no habita, toda persona en gracia de Dios desde el santo bautismo es templo y morada de la Santísima Trinidad: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro presente en mi alma, ayudarme a olvidarme en mí…

Dice San Juan: “Dios es Amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su hijo como propiciación de nuestros pecados”.  Queridos hermanos, que Dios existe, que es infinito en todo, que nosotros no podemos darle nada que Él no tenga pero El quiere darse totalmente a nosotros… y por eso Dios es Amor infinito, el Amor más grande que existe y puede existir, porque nos ama no por necesidad de nada sino solo por amor gratuito, para llenarnos de su mismo amor y felicidad y gozo infinito trinitario en diálogo perpetuo de amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, pero ya desde este mundo: almas contemplativas que por la oración van llegando a estas cimas de unión con la Trinidad y tienen ya en este mundo experiencia de Dios Trinidad.

Dios me ha amado y me ha destinado a vivir su mismo amor y felicidad en el seno de la Santísima Trinidad. Cosa que yo no comprendo, porque Dios es ser infinito en amor y en via, no tiene necesidad de nada ni de nadie, nos supera a todo los creado y recreado por gracia, nos supera en amor y gozo y generosidad y en todo, nos supera infinitamente en ser y existir, no tiene en nada absolutamente necesidad del hombre para ser feliz.

Y este es el proyecto de Dios sobre el hombre. Dios me ha amado y me ha elegido a compartir con Él su misma esencia de vida, de belleza y de gozo en el volcán infinito de su divina esencia, contemplando paisajes de luz y esplendor en su Imagen perfecta que el Hijo con su mismo amor de Espíritu Santo.

Si yo le doy entrada en mi corazón al Hijo, Él es Hijo porque el Padre está eternamente amándole y creándole como Hijo y Él le hace Padre con el mismo Amor de los Tres que es el Espíritu Santo. Lo que ocurre, hermanos, es que hoy muchos cristianos, sobre todo, chicas y chicos jóvenes de este tiempo, qué diferencia de mi juventud en que las chicas guardaban la castidad hasta el matrimonio porque se sentían morada de Dios y se casaban vírgenes, hoy los jóvenes cristianos no piesan ni saben esta verdad fundamental de la fe católica: la inhabitación de la Santísima Trinidad en toda alma que esta en gracia de Dios, sin pecado grave.

Por eso, no se pueden separar ninguna de las Personas de la Santísima Trinidad. Si yo amo al Hijo, estoy amando al Padre que esencial y continua y eternamente lo engendra como Hijo en el mismo amor que el Hijo le hace Padre, Espíritu Santo. Y de ese mismo amor participo yo por la gracia, que es vida de Dios participada del Hijo por su mismo Amor de Espíritu Santo. Qué bien lo han comprendido y vivido muchos santos, como lo comprendió y vivió Sor Isabel de la Santísima Trinidad por su oración mística y contemplativa, sin haber estudiado teología:

“Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.  Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierto en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora”.

 

        A) Para llegar a la vivencia de este misterio de vida divina y trinitaria, para sentir a la S. Trinidad que vive en nosotros por gracia desde el Bautismo si no la hemos echado fuera de nuestra alma por el pecado mortal o tapado por los pecados veniales, hay que correr el camino de la oración-purificación-transformación: todo por la oración.

        Pero para hablar de esto, tengo escrito algunos libros, así que nos quedamos adorando en fe y el que pueda en contemplació de amor a los tres que nos habitan: el cielo en la tierra.

       

2.- “Si alguno me ama…”  Dios quiere que el hombre le ame y para ganárselo le ha enviado a su Hijo, y con Él viene su Amor, esto es, su mismo Amor que es Espíritu Santo, y así vienen los Tres, viene toda la Trinidad al corazón del que le ame. Y esto no es pura teoría; primero porque lo dice el Señor y segundo porque en la historia de la Iglesia personas verdaderamente cristianas, almas todas de oración purificación , muchos bautizado santos, místicos  que han llegado a sentirse habitados por la Santísima Trinidad en su alma, en su corazón, porque en el santo bautismo todos fuimos hechos templos de la Santísima Trinidad.

San Ireneo dirá: «La gloria de Dios es que el hombre viva y la vida del hombre es ver a Dios», esto es, ver y contemplar en su alma la esencia divina vivida en los Tres.…».

 

3.- “Cuando venga el Paráclito, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”. Analicemos su nombre: Espíritu Santo

        a) Le llamamos Espíritu, porque no tiene rostro humano. La sagrada Escritura no presenta una imagen o retrato visible del Espíritu de Dios: es amor, fuerza interior, vida, es espíritu. Cristo dijo de Él: “Le conoceréis porque permanece en vosotros”. Si le dejamos vivir en nosotros, le conoceremos por sus efectos santificadores. Sólo se le puede conocer si habita en nosotros, si vive en nuestra alma como en su casa; por eso son pocos los cristianos que le conocen porque no tiene rostro y vive en lo interior: hay poca devoción al Espíritu Santo.

        b) Le llamamos espíritu, porque es el alma, la vida de nuestra vida. Lo que es el alma para el cuerpo, así es el Espíritu Santo para la Iglesia: es el principio de todo en el hombre, de su vida, de su inteligencia, de su amor; sin embargo, muchas veces no llegamos a descubrirle, porque nos quedamos en el exterior de nosotros, de la Iglesia, de los sacramentos.

La Iglesia, el cristiano, no puede vivir sin el Espíritu de Cristo. Como no tiene rostro externo o sensible, para conocerlo hay que dejarse invadir por Él, sentir su presencia en nuestro espíritu por la vida de gracia, hacernos dóciles a sus inspiraciones escuchándole en oración, aceptar su acción santificadora dentro de nosotros:

 

        « ¡Oh Espíritu Santo, Amor sustancial del Padre y del Hijo, Amor increado, que habitas en las almas justas! Ven sobre mí con un nuevo Pentecostés, trayéndome la abundancia de dones, de tus frutos, de tu gracia y únete a mí como Esposo dulcísimo de mi alma.

        Yo me consagro a ti totalmente: invádeme, tómame, poséeme toda. Sé luz penetrante que ilumine mi entendimiento, suave moción que atraiga y dirija mi voluntad, energía sobrenatural que dé vigor a mi cuerpo. Completa en mí tu obra de santificación y de amor. Hazme pura, transparente, sencilla, verdadera, pacífica, suave, quieta y serena, aun en medio del dolor, ardiente caridad hacia Dios y hacia el prójimo.

        Ven, oh ardiente de caridad hacia Dios y hacia el prójimo. Ven, oh Espíritu vivificante, sobre esta pobre sociedad y renueva la faz de la tierra, preside las nuevas orientaciones, danos tu paz, aquella paz que el mundo no puede dar. Asiste a tu Iglesia, dale santos sacerdotes, fervorosos apóstoles; solicita     con suaves invitaciones a las almas buenas, sé dulce tormento a las almas pecadoras, consolador refrigerio a las almas afligidas, fuerza y ayuda a las tentadas, luz a las que están en las tinieblas y en las sombras de la muerte» (SOR CARMELA del ESPÍRITU SANTO).

        c) Santo. Santo es igual que santificador. Es la misión del Espíritu, unir a Dios, y eso se llama santificar. Sin Espíritu Santo no hay cristiano ni cristianismo. Ser cristiano es «ser y vivir en el Espíritu», es amar y conocer a Dios en el Espíritu Santo y la Verdad: Jesucristo. Él es la fuerza de toda oración que se haga “en espíritu y verdad”, por eso hay que invocarle siempre al empezarla, para escucharle y hacernos dóciles a Él. Y nos santifica como alma de nuestra alma y de nuestra vida, como fuerza que va desde dentro hacia el exterior: «¡Oh Espíritu Santo, Fuego de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro y me consagro totalmente a Tí! Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante y conviérteme por una nueva encarnación  sacramental en humanidad supletoria de Cristo para que Él renueve y prolongue en mÍ todo su misterio de Salvación. Quisiera hacer presente a Cristo, ante la mirada de Dios y de los hombres, como Adorador del Padre, como Salvador de los hombres, como Redentor del mundo».

 

4.- Queridos hermanos, ¿qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia de Pentecostés que Jesús nos promete y quiere para todos su discípulos? Primero pedir con insistencia el Espíritu Santo al Padre, en nombre del Señor Resucitado, como Él nos lo mandó, y luego, esperar que el Padre responda, esperar siempre en oración, en diálogo, en espera activa, no de brazos cruzados, porque la esperanza, la oración verdaderamente cristiana es siempre acción por la contemplación, es suscitar diálogo con el Señor, deseos de Él, pensamientos y fuerzas para seguir trabajando; la oración, si es oración y no puro ejercicio mental, es siempre gracia eficaz de Dios y la necesitamos siempre para nosotros, para nuestra parroquia, apostolado y  necesidades de todo tipo; la oración y la liturgia verdaderas  siempre son dinámicas, siempre es estar con Él para enviarnos a predicar.

Se preguntaba San Buenaventura: ¿Sobre quién viene el Espíritu Santo? Y contestaba con su acostumbrada concisión: «Viene donde es amado, donde es invitado, donde es esperado”.   

¿Qué significa decir ¡Ven! a alguien que ya hemos recibido en el Bautismo, Confirmación, Orden sacerdotal… decir “ven” a quien tenemos presente dentro de nosotros? Santo Tomás de Aquino nos da una explicación teológica de las nuevas “venidas” del Espíritu Santo en nosotros. Observa, ante todo, que el Espíritu Santo «viene no porque se desplace de lugar, sino porque por gracia empieza a estar de un modo nuevo en aquellos a quienes convierte en templos suyos.» Textualmente: «Hay una misión invisible del Espíritu cada vez que se produce un avance en la virtud o un aumento de gracia. Cuando uno, impulsado por un amor ardiente, se expone al martirio o renuncia a sus bienes, o emprende cualquier otra cosa ardua y comprometida». (I, q 43,a 6)

        Y KarL Rahner añade: «No podemos negar que el hombre puede hacer en esta vida ciertas experiencias de gracia, que le dan una sensación de liberación, le abren horizontes del todo nuevos, se graban profundamente en él y le transforman, moldeando, incluso durante mucho tiempo, su actitud cristiana más íntima. Nada impide llamar a esta experiencia “bautismo del Espíritu”.

        Pentecostés es el primer bautismo del Espíritu del Señor Jesucristo Resucitado y sentado a la derecha del Padre, con el mismo poder y amor que Él. Jesús al anunciarlo antes de la Ascensión, dijo: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días”. Toda su obra mesiánica consiste en derramar el Espíritu sobre la tierra. Así lo dijo en la sinagoga de Cafarnaún.

¿Qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal? Primero, pedir con insistencia, como he dicho, el Espíritu Santo al Padre por el Hijo resucitado y glorioso, sentado a su derecha como Él nos encomendó. Y luego esperarlo reunidos con María y la Iglesia en oración personal y comunitaria, en la acción y oración litúrgica. Esperarlo y pedirlo, porque la iniciativa siempre es de Dios “… y el viento nadie sabe de dónde viene ni a dónde va”.

 

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SANTÍSIMA TRINIDAD: QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- Hoy, fiesta de la Santísima Trinidad, voy a hablar para todos, pero especialmente para las hermanas dominicas contemplativas.

Nuestra Madre la Iglesia, como insigne maestra y pedagoga, va celebrando progresivamente durante el año litúrgico los misterios principales de nuestra fe, para que, meditándolos y celebrándolos, lleguemos a vivirlos, y viviéndolos, sirvan para mayor gloria y alabanza de Dios y santificación nuestra y de toda la Iglesia, razón principal de la vida contemplativa, esto es, de unas mujeres y  hombres, que renunciando al mundo y al matrimonio, se sumergen en la soledad de un convento para  entregarse totalmente a Dios y vivir totalmente para la santificación personal y de la Iglesia, mediante su vida de oración y santidad, es decir, queridas dominicas, vuestra vida es una entrega total y para siempre a Dios, como esposas de Cristo,  dedicándoos a la oración y sacrificio para la mayor gloria de Dios y santificación personal y de la iglesia.

        Si el domingo pasado la Iglesia nos invitaba a venerar y esperar al Espíritu Santo como los Apóstoles en oración, hoy nos invita a todos los fieles a vivir la vida de gracia y descubrir que por la gracia que es la vida de Dios en nosotros, sentirnos habitados por la Santísima Trinidad, como lo dijo el Señor y lo han vivido y lo viven las almas de oración profunda, como tenéis que ser todas vosotras: “ Si alguno me ama, mi Padre…”.

        Y si, hace unos días, cantábamos a Cristo resucitado que subía a los cielos para sentarse a la derecha del Padre, y el último domingo, honrábamos al Espíritu Santo, que inundaba de su fuego y su luz a la Iglesia naciente, hoy queremos adorar a los Tres, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, porque en consejo trinitario han decidido habitar en todas las almas que viven en gracia de  Dios desde el santo bautismo que nos perdona los pecados y nos llena de la vida de Dios, de la Santísima Trinidad.

En mi juventud y primeros años de mi sacerdocio, os diría que hasta los años ochenta muchos cristianos, sobre todo, las mujeres, la chicas se sentían templos de Dios y guardaban la castidad hasta el matrimonio, para no arrojar a Dios Trinidad de sus almas, de su corazón. Cosa que hoy no existe y esta era la razón fundamental de la falta de vocaciones para el sacerdocio y la vida religiosa, cosa que hasta los años 80 no existía este problema para los seminarios y los conventos; hoy, sin vida de oración y castidad en infancia y juventud, hay una escased angustiosa de vocaciones y se están cerrando muchos conventos y seminaris cada año. En Plasencia no tenemos seminario y algunos conventos han cerrado. Qué pena.

 

2.-Mirad, hay una realidad misteriosa, pero verdadera y revelada por el Señor Jesús, que muchos cristianos han vivido intensamente en su vida; es la inhabitación de Dios en nuestras almas, en nuestra vida y en nuestros sentimientos. Lo reveló el mismo Señor: “Si alguno me ama, mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

Y en esta misma línea van otras afirmaciones de Jesús: “Que todos sean uno, como tú, Padre en mí y yo en ti, que ellos sean uno en nosotros”; “No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros; en aquel día conoceréis que yo estoy en el Padre, yo en vosotros y vosotros en mí… y yo rogaré al Padre y os dará otro abogado que estará con vosotros para siempre, vosotros le conoceréis porque permanecerá con vosotros y estará con vosotros” (Jn 19, 21-25). Es todo un regalo de la bondad de Dios nuestro Padre para con los que le aman con todo el corazón. Vosotras religiosas estáis llamadas a esto, para eso venis al convento, a la vida contemplativa.

        San Pablo manifestará esta misma vivencia y verdad con innumerables textos: “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?; “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”; “No entristezcáis al Espíritu Santo que mora en vosotros”.

        Sentirse habitados por Dios, primero en la tierra y luego en el cielo, es la meta de la vida cristiana. Lo que pasa es que de esto, de la inhabitación de la Santísima Trinidad en las almas por la vida de  gracia y cumplimiento de los mandamientos, se habla poco, porque no se vive, incluso en las parte elevadas de la iglesia, religiosos, sacerdotes, almas consagradas.

 

        3.- ¿Por qué falla la vivencia de este misterio entre los cristianos? ¿Por qué no es tan frecuente como debiera? Realmente hay que confesar que la experiencia de este misterio pertenece a la cumbre de la mística, de la vida de gracia, en su fase más elevada. La razón de todo está en que la vida de gracia se queda en semilla en nuestros corazones, el amor a Dios, a los hermanos, la humildad, la vida de oración y conversion permanente, absolutamente necesarias para llegar a la vivencia de Dios en nosotros… y al no convertirse en árbol frondoso esta semilla, las verdades de la fe se quedan a medias, en “verdad incompleta”, al faltar la experiencia de los que creemos, y no llegamos a la plenitud de los Apóstoles en el día de Pentecostés, que sin estar Cristo presente predicando le sintieron con más fueza en su corazón que viendole incluso resucitado, de hecho, Cristo se les habá aparecido y permanecieron encerrados con miedo, cuando viene el Espiritu Santo, la vivencia de Cristo en su corazón… abren la puertas y salen a predicar y todos dieron la vida por Él.

Y para eso, para que Cristo, la Santsíma Trinidad nos puede llenar, el único camino es la oración y conversión permanente, el vaciarnos de nosotros mismos para que Dios pueda habitar en nosotros mismos, de nuestras envidias, murmraciones, crítica y demás, para llenarnos solo de su amor y vivencia por la gracia y las virtudes sobrenaturales de la fe, la esperanza y la caridad.

San Juan de la Cruz es el doctor en estas noches y purificaciones que hay que pasar hasta llegar a estas alturas de transfiguración y transformación en Dios hasta poder decir: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado; cesó todo y dejéme mi cuidado, dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado». Para San Juan de la Cruz, Santa Teresa y todos los místicos, la falta esencial de todo esto es la falta de oración, no haber ascendido por el monte de la oración o no haber entrado hasta las moradas últimas para entrar y encontrarnos con Dios en el aposento más íntimo de las moradas de Dios en nosotros.

        Y si la falta de oración impide el desarrollo de la vida de gracia y amistad con Dios, lo peor de todo es el pecado, que pone una separación, una pared de kilómetros de ancha para unirse a Dios: “Los limpios de corazón verán a Dios”. Cuando el alma está en gracia es como una piscina limpia, se refleja perfectamente el rostro de Dios en nosotros. Por eso es necesaria la purificación de los pecados, incluso las mismas raíces que no se ven ni manifiestan. Los pecados veniales consentidos impiden la unión total con Dios y por lo tanto su experiencia.

 

        4.- La experiencia de la Santísima Trinidad. En mis tiempos de Seminario leí un libro que me impactó y me hizo mucho bien, porque trataba de estas alturas que yo no comprendía pero me entusiasmaba y me encendía. Se titulaba la DOCTRINA ESPIRITUAL DE SOR ISABEL DE LA TRINIDAD. Fue una joven francesa que entró en el Carmelo de Gijón y tomó el nombre de Sor Isabel de la Trinidad por la devoción a este misterio y porque se sentía habitada por Dios. Hace unos años ha sido beatificada. He de decir que en ella primero fue la experiencia y luego la inteligencia del misterio de la inhabitación de Dios en su alma. Porque estas verdades no se comprenden hasta que no se viven. Por eso nos quedamos sin comprender muchas verdades de nuestra fe, porque no las vivimos. Y mira que lo dijo claro el Señor: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23). Pero esto sólo es posible por el Espíritu Santo. Y también lo dijo el Señor: “Le conoceréis porque permanece en vosotros”.

        Sor Isabel de la Trinidad fue una de esas almas luminosas y heroicas, que saben adherirse a una de esas grandes verdades, las más sencillas y vitales, lo mismo que Santa Teresita, permaneciendo niña toda la vida ante el amor de Dios Padre, y encuentran en ella bajo la apariencia de vida sencilla y ordinaria, el secreto de una vida santísima totalmente unida a Dios.

Para ella, la inhabitación de Dios en lo más íntimo de su alma fue la gran realidad de su vida espiritual. Lo dice ella misma con estas palabras: «La Trinidad, he ahí nuestra morada, nuestra «casa», la casa paterna de la que no debemos salir nunca… Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, puesto que el cielo es Dios y Dios está en lo más profundo de mi alma. El día que comprendí esto, todo se iluminó dentro de mí».

 

        5.- Y para vivir estos misterios, como buena discípula de San Juan de la Cruz, sabía que el camino eran las virtudes teologales y la purificación de las mismas. Escribía: «Para acercarse a Dios hay que creer. La fe es la sustancia de las cosas que hay que esperar y la convicción de las que no se ven. San Juan de la Cruz dice que la fe nos sirve de pies para ir a Dios y que sin la posesión de Dios es todo oscuro. Sólo ella puede darnos verdaderas luces sobre Aquel que amamos; y nuestra alma debe escogerla como medio para llegar a la unión bienaventurada”.

        El desarrollo de la fe, esperanza y caridad es lo que constituye la vida mística. La víspera de su muerte podía escribir: «Creer que un ser que se llama Amor habita en nosotros en todo instante del día y de la noche y que nos pide que vivamos en Sociedad con Él, he ahí, os lo confío, lo que ha hecho de mi vida un cielo anticipado». Y esa fue toda su breve vida de carmelita.

        «Todo mi ejercicio, escribía ella, es entrar adentro y perderme en los que están ahí. ¡Lo siento tan vivo en mi alma! No tengo más que recogerme para encontrarlos dentro de mí. Eso es lo que constituye toda mi felicidad». « Llevamos nuestro cielo en nosotros, puesto que Aquel que sacia a los glorificados en la luz de la visión, se da a nosotros, en la fe y en Misterio. Es el mismo. Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, puesto que el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que comprendí esto, todo se iluminó para mi y quisiera decir este secreto en voz muy baja a todos los que amo…».

        Al acercarse la fiesta litúrgica de la Santísima Trinidad, la invadía una fuerza irresistible. Durante esa semana la tierra no existía para ella. Decía: «Esta fiesta de los Tres es por cierto la mía. Para mí no hay otra cosa que se le parezca. En este gran misterio te doy cita para que sea nuestro centro... Que el Espíritu Santo te transporte al Verbo, que el Verbo te conduzca al Padre, para que seas consumada en el Uno, como sucedía verdaderamente con Cristo y nuestros santos”.

En este día celebramos la Jornada de la Vida contemplativa, para dar gracias a Dios por tantas personas –hombres y mujeres– que han consagrado su vida a la alabanza divina en el claustro o en la soledad eremítica.

Estas personas nos recuerdan a todos que si Dios se ha abajado hasta nosotros, es para que vivamos pendientes de él como lo único necesario para el hombre. Con facilidad nos distraemos de lo fundamental y nos enredamos en tantas cosas que nos despistan.

Los contemplativos nos recuerdan, haciéndolo vida en sus vidas, que Dios es lo único necesario, y que todo lo demás nos vendrá por añadidura. “Sólo Dios” repetía San Rafael Arnaiz. “Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”, decía Santa Teresa de Jesús. “Evangelizamos orando” es el lema de esta Jornada.

La evangelización, que lleva consigo obras de caridad, de predicación y de culto, debe ir acompañada por la oración. Y los contemplativos nos lo recuerdan. En nuestra diócesis de Córdoba hay monasterios y ermitaños, monjas de clausura y contemplativas de distintos carismas. En esta Jornada queremos agradecerles su vocación y su misión en la Iglesia. ¡Nos hacen tanto bien! Con mi afecto y mi bendición Oh, santísima Trinidad.

 

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PLEGARIA A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

 

Oh Díos mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.

Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierta en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como adorador, como reparador y como salvador.

 

Oh Verbo Eterno, palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñada para aprenderlo todo de vos; y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh amado astro mío! fascinadme, para que nunca pueda ya salir de vuestro resplandor.

Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí, para que en mi alma se realice una como Encarnación del Verbo; que sea yo para él una humanidad supletoria, en la que él renueve todo su misterio.

Y vos, oh Padre, inclinaos sobre esta vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra; no veáis en ella sino al amado, en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.

Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas.

 

(Sor Isabel de la Santísima Trinidad, 21 noviembre 1904).

 

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DOMINGO SEGUNDO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS:

 

SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        El Papa Juan Pablo II ha declarado este año 2005 año de la Eucaristía: Hoy es la festividad del Cuerpo y la Sangre del Señor y debemos celebrar esta fiesta con toda nuestra devoción. La mejor manera de hacerlo es mirar con amor encendido a Cristo en su presencia eucarística, desde nos está expresando su amor, entregándonos su salvación y dándose permanentemente en amistad a todos los hombres. Él se quedó por nosotros en la Eucaristía con amor extremo y nosotros, al menos hoy, debemos corresponder a tanto amor, adorándole, venerándole, agradeciendo todo su amor y entrega. 

 

CORPUS CHRISTI: QUERIDOS HERMANOS: Con gozo y emoción estamos celebrando la festividad del Corpus Christi, del Cuerpo y la Sangre de Cristo, es decir, de Jesucristo vivo en el pan eucarístico.

Esta fiesta del Cuerpo de Cristo es una festividad de precepto para toda la Iglesia Universal, manifestando así la importancia que tiene para la vida cristiana y para toda la Iglesia la veneración y adoración de nuestro Señor Jesucristo en su presencia eucarística.

        1.- Jesucristo Eucaristía, viviente en el Pan consagrado, en todos los Sagrarios de la tierra, es la mayor prueba de amor a los hombres, después de su Encarnación, muerte y Resurrección, sobre todo, sabiendo además que no sería correspondido en amor, no digo por los no creyentes, sino incluso por muchos de los que nos llamamos católicos y seguidores suyos.

Medítalo tu mismo: tú le visitas, tú crees que Jesucristo, hijo de Dios y Salvador de los hombres está en el Sagrario, el mismo que está en el cielo con los nuestros, el que estuvo en Palestina, cómo correspondes tú, el pueblo cristiano,  a Cristo vivo y real aquí presente, tantas iglesias cerradas y sagrarios abandonados incluso por los mismos (sacerdotes), a pesar de la emoción del Señor al quedarse con nosotros y de tántos y tántos milagros hechos en la Eucaristía a través de la historia?

Jesucristo, Hijo de Dios y Único Salvador del mundo, quiso quedarse con nosotros hasta el final de los tiempos en el pan consagrado, como lo había prometido después de la multiplicación de los panes y de los peces y realizó esta promesa en la noche del Jueves Santo, diciendo: Esto es mi cuerpo, esta es m sangre, y como Él es Dios así se hizo y lo sigue haciendo ahora por medio de los sacerdotes.

En la Eucaristía y en todos los sagrarios de la tierra está presente el mismo Cristo venido del seno del Padre, nacido de María Virgen, muerto y resucitado por nosotros. No está como en Palestina, con presencia temporal y mortal sino que está ya glorioso y resucitado, como está desde la resurrección, triunfante y celeste, sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros y esperándonos siempre, desde el Sagrario, lleno de amor, con los brazos abiertos para abrazarnos y escucharnos a todos, como así le sienten muchas almas ¿entonces para qué quiso quedarse en el Sagrario? Para esperarte a ti, y a ti y a todos. Y él es Dios...

El mismo Cristo que contemplan los bienaventurados en el cielo, es el que nosotros adoramos y contemplamos por la fe en el pan consagrado. Permanece así entre los hombres cumpliendo su promesa:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

Dice Santo Tomás de Aquino en el oficio de las Horas de este día: «En la última cena, después de haber celebrado la Pascua con sus discípulos, cuando iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento, como el memorial perpetuo de su pasión... el más grande de los milagros... y les dejó este sacramento como consuelo incomparable a quienes su ausencia llenaría de tristeza...»

El sacramento de la Eucaristía como misa, comunión y presencia de amistad es el mayor de todos los sacramentos, porque contiene al mismo Cristo, el Evangelio entero y completo,  la salvación entera y completa, que se hace presente para hacernos partícipes de su misma vida, alimentando y transformado nuestras vidas, cristificándolas, haciéndolas suyas, salvándolas.

 

2.- En este día del Cuerpo y la Sangre de Cristo nos fijamos y veneramos especialmente la Eucaristía como presencia de Cristo en el pan consagrado, como sacramento permanente en el sagrario. Dice San Cirilo de Jerusalén: «No veas en el pan y en el vino meros elementos naturales, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos vean otra cosa» (Catequesis mistagógicas, IV,6:SCh 126, 138)

Cantemos con el doctor Angélico: «Adorote devote, latens Deitas», Te adoro devotamente, oculta Divinidad, porque el que te contempla con fe desfallece de amor. Ante este misterio de amor infinito de un Dios al hombre, la razón humana experimenta toda su limitación.

Esta Presencia de Jesús Sacramentado junto a nosotros, en nuestras iglesias, junto a nuestras casas y nuestras vidas, debe convertirse en el centro espiritual de toda la comunidad cristiana, de toda parroquia y de todo cristiano. Cuando estamos junto al Sagrario estamos junto a Cristo glorioso, con la misma intimidad que si estuviéramos en el cielo en su presencia.  

Por eso se ha dicho que el sagrario es la puerta del cielo y así los experimentan muchas almas, puesto que el cielo es Dios y el mismo Hijo de Dios que contemplan los bienaventurados del cielo, el mismo, vivo y resucitado, lo experimentamos nosotros como amigo y confidente en todos los sagrarios de la tierra. Por eso esta presencia del Señor en la Eucaristía debe ser amada, correspondida y respetada por todos los creyentes con mucho cuidado, con mucho amor,  porque nos jugamos toda nuestra vida cristiana y de amistad con Él ya en la tierra.

Queridos hermanos, termino esta homilía repitiendo lo que siento: me gustaría que todos los creyentes visitaran al Señor todos los días en el Sagrario y que vinieran a misa los domingos y comulgaran con amor. Es Dios, lo ha dado todo por nosotros, está para llevarnos al cielo:”El que coma de este pan, vivirá eternamente; démosle nosotros también nuestro amor y compañía. El Sagrario es Jesucristo vivo y celeste, amándonos hasta el final de los tiempos, es el cielo en la tierra.

 

ADORADO SEA JESUCRISTO EN  EL SANTÍSIMO SACREMENTO DEL

ALTAR, SEA POR SIEMPRE BENDITO Y ADORADO.

 

 

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LA EUCARISTÍA COMO PRESENCIA.

 

        1.- Cuando celebramos la Eucaristía, después de haber comulgado, el pan consagrado se guarda en el sagrario para la comunión de los enfermos y para la veneración de los fieles. Allí permanece el Señor vivo y resucitado en Eucaristía perfecta, es decir, no estáticamente, como si fuera un cuadro, una imagen, sino vivo, dinámico, ofreciendo al Padre su vida por nosotros, intercediendo por todos, dando su vida por los hombres. Es un misterio, un sacramento permanente de amor y salvación. Pablo VI en su encíclica Mysterium fidei nos dice: «Durante el día, los fieles no omitan la visita al Santísimo Sacramento... La visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor, allí presente».

        Cada uno de nosotros puede decirle al Señor: Señor, sé que estás ahí, en el sagrario. Sé que me amas, me miras, me proteges y me esperas todos los días. Lo sé, aunque a veces viva olvidando esta verdad y me porte como Tú no mereces ni yo debiera. Quisiera sentir más tu presencia y ser atrapado por este ardiente deseo, que se llama Jesús Eucaristía, porque cuando se tiene, ya no se cura.

        Quiero saber, Señor, por qué me buscas así, por qué te humillas tanto, por qué vienes en mi busca haciéndote un poco de pan, una cosa, humillándote más que en la Encarnación, en que te hiciste hombre. Tú que eres Dios y todo lo puedes ¿Por qué te has quedado aquí en el sagrario? ¿Qué puedo yo darte que Tú no tengas?

 

        2.- Y Jesús nos dice a todos algo que no podemos comprender bien en la tierra sino que tenemos que esperar al cielo para saberlo: Lo tengo todo menos tu amor, si Tú no me lo das. Y sin ti no puedo ser feliz. Vine a buscarte y quiero encontrarte para vivir una amistad eterna que empieza en el tiempo. Y es que debemos de valer mucho para el Padre, por lo mucho que nos ama y ha sufrido por nosotros el Hijo. Nosotros no nos valoramos todo lo que valemos. Solo Dios sabe lo que vale el hombre para Él: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él no amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,3).

        Entonces, Señor, si yo valgo tanto para Ti, más que lo que yo me valoro y valoro a mis hermanos, ayúdame a descubrirlo y a vivir sólo para Ti, que tanto me quieres, que me quieres desde siempre y para siempre, porque Tú me pensaste desde toda la eternidad. Quiero desde ahora escucharte en visitas hechas a tu casa, quiero contarte mis cosas, mis dudas, mis problemas, que ya los sabes, pero que quieres escucharlos nuevamente de mí, quiero estar contigo, ayúdame a creer más en Ti, a quererte más y esperar y buscar más tu amistad:

 

 

Estáte, Señor, conmigo,

siempre, sin jamás partirte,      

y, cuando decidas irte,

llévame, Señor, contigo,

porque el pensar que te irás,

me causa un terrible miedo,

de si yo sin ti me quedo,

de si tú sin mí te vas.

 

Llévame en tu compañía,

donde tú vayas, Jesús,

porque bien sé que eres tú

la vida del alma mía;

si tu vida no me das,

yo sé que vivir no puedo,

ni si yo sin ti me quedo,

ni si tú sin mí te vas.

 

        3.- Las puertas del sagrario son para muchas almas las puertas del cielo y de la eternidad ya en la tierra, las puertas de la esperanza abiertas; el sagrario para la parroquia y para todos los creyentes es “la fuente que mana y corre”, aunque no lo veamos con los ojos de la carne, porque la Eucaristía supera la razón, sino por la fe, que todo lo ve y nos lo comunica; el sagrario es el maná escondido ofrecido en comida siempre, mañana y noche, es la tienda de la presencia de Dios entre los hombres. Siempre está el Señor, bien despierto, intercediendo y continuando la Eucaristía por nosotros ante el altar de la tierra y el altar del Padre en el cielo. Por eso no me gusta que el sagrario esté muy separado del altar y tampoco me importaría si está sobre un altar en que ordinariamente no se ofrece la misa. El sagrario para la parroquia es su corazón, desde donde extiende y comunica la sangre de la vida divina a todos los feligreses y al mundo entero. Lo dice Cristo, el evangelio, la Iglesia, los santos, la experiencia de los siglos y de los místicos. Así los expresa S. Juan de la Cruz:

 

Qué bien sé yo la fuente que mana y corre,

aunque es de noche.

Aquesta fonte está escondida,

en este pan por darnos vida,

aunque es de noche.                

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de este agua se hartan aunque a oscuras,

porque es de noche.

Aquesta eterna fonte que deseo,

en este pan de vida yo la veo,

aunque es de noche.

        Para S. Juan de la Cruz, como para todos los que quieran adentrarse en el misterio de Dios, tiene que ser a oscuras de todo lo humano; tiene que ser por la fe, que es oscura para el entendimiento, limitado para entender y captar al Dios infinito. Por eso hay que ir hacia Dios “toda ciencia trascendiendo”, para meterse en el Ser y el Amor Infinitos que todo lo supera. Para las almas que llegan a estas alturas, sólo hay una realidad superior a estos ratos de oración silenciosa y contemplativa ante el sagrario: la Eternidad en el Dios Trinitario, la visión cara a cara de la Santísima Trinidad en su esencia infinita, en el éxtasis trinitario y eterno, hasta donde es posible a la pura criatura.

        Por eso, aunque nosotros no lo comprendamos, muchas de estas almas desean de verdad morir para ir a Dios, porque los bienes de esta vida no les dicen nada. Es lo más lógico y fácil de comprender: «Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero, que muero porque no muero. Sácame de aquesta vida, mi Dios y dáme la muerte, no me tengas impedida en este lazo tan fuerte, mira que peno por verte y mi mal es tan entero, que muero porque no muero». Solo desean el encuentro total con Cristo, a quien han llegado a descubrir en la Eucaristía y ya no quieren otra compañía. Nosotros, si tuviéramos estas vivencias, también lo desearíamos. Es cuestión de amor. Si subiéramos hasta esas cumbres, nos quemaríamos también.

        Para eso hay que purificarse mucho, en el silencio, sin testigos ni excusas ni explicaciones, renunciando a nuestras soberbia, envidia, ira, lujuria.., solo deseando al Señor y cumplir su voluntad. Hay que dejar que el Señor desde el sagrario nos vaya diciendo y quitando nuestros pecados, sin echarnos para atrás. “Los limpios de corazón verán a Dios.” Sentirse amado es la felicidad humana. Sentirse amado por Dios es la felicidad suprema, que desborda la capacidad del hombre limitado.

        Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y S. Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo...” hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros en el pan consagrado de todos los sagrarios de la tierra.

        Las almas de Eucaristía, las almas despiertas de fe y amor a Cristo son felices, aún en medio de pruebas y sufrimientos en la tierra, porque su corazón se lo ha robado el Señor y ya no saben vivir sin “¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no lo sanaste? Y, pues me lo has robado, ¿por qué así lo dejaste y no tomas el robo que robaste?” (C.9) ¡Señor, pues me has robado el corazón, sé un ladrón honrado y  llévame ya contigo!

 

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QUERIDOS HERMANOS: Con gozo y emoción estamos celebrando la festividad del Corpus Christi, del Cuerpo y Sangre del Señor.

1.- Jesucristo, el Hijo de Dios y el Salvador del mundo, quiso quedarse con nosotros hasta el final de los tiempos en el pan consagrado, como lo había prometido después de la multiplicación de los panes y de los peces y realizó esta promesa en la noche del Jueves Santo.

En la Eucaristía y en todos los sagrarios de la tierra está presente el mismo Cristo venido del seno del Padre, nacido de María Virgen, muerto y resucitado por nosotros. No está como en Palestina, con presencia temporal y mortal sino que está ya glorioso y resucitado, como está desde la resurrección, triunfante y celeste, sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros desde el sagrario y en el cielo.

El mismo Cristo que contemplan los bienaventurados en el cielo, es el que nosotros adoramos y contemplamos por la fe en el pan consagrado. Permanece así entre los hombres cumpliendo su promesa:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

El sacramento de la Eucaristía como misa, comunión y presencia de amistad es el mayor de todos los sacramentos, porque contiene al mismo Cristo, el evangelio entero y completo,  la salvación entera y completa, que se hace presente para hacernos partícipes de su vida, alimentando y transformando nuestras vidas, cristificándolas, haciéndolas como la suya.

En este día del Cuerpo y de la Sangre del Señor nos fijamos y veneramos  especialmente la Eucaristía como presencia de Cristo en el pan consagrado, como sacramento permanente en el Sagrario: «No veas -exhortaba san Cirilo de Jerusalén- en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa» (Catequesis mistagógicas, IV,6:SCh 126, 138)

 

2.-«Adoro te devote, latens Deitas, seguiremos cantando con el Doctor Angélico. Esta Presencia de Jesús Sacramentado junto a nosotros, en nuestras iglesias, junto nuestras vidas, debe convertirse en el centro espiritual de toda la comunidad cristiana, de toda la parroquia y de todo cristiano. Cuando estamos junto al Sagrario estamos con la misma intimidad que si estuviéramos en el cielo en su presencia.        

Por eso se ha dicho que el Sagrario es la puerta del cielo y así lo experimentan muchas almas, puesto que el cielo es Dios y el mismo Hijo de Dios que contemplan los bienaventurados del cielo, el mismo, vivo, vivo y resucitado, lo experimentamos nosotros como amigo y confidente en el Sagrario.

Y esta presencia del Señor en la Eucaristía debe ser amada, correspondida y respetada y tratada por todos los creyentes con mucho cuidado, con mucho amor. Al entrar en la iglesia hay que mirar al Sagrario con amor, tenemos que guardar silencio y compostura en su presencia, pensar y vivir en esos momentos para Él, hacer bien la genuflexión, siempre que podamos,  como signo de adoración y reconocimiento.

        Jesucristo Eucaristía, Tú lo has dado todo por nosotros, con amor extremo hasta dar la vida. También nosotros queremos darlo todo por Ti, porque….

 

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HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        Este año es el año de la Eucaristía y hoy es la fiesta del CUERPO Y DE LA SANGRE DE CRISTO, la fiesta de su presencia amiga en medio de los hombres. El pueblo católico, en estos tiempos tan malos para la fe, va perdiendo poco a poco la clave de su identidad cristiana, que es Cristo Eucaristía. Por eso se secan tantas vidas de jóvenes y adultos bautizados, porque se alejan de la «fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta fonte está escondida, en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche».(Por la fe)

        Creo que en este día, en que vamos a llevar por nuestras calles y plazas a Jesucristo Eucaristía, nosotros, los católicos creyentes y convencidos, debemos exponer con claridad, con valentía y sin complejos, los motivos de nuestra fe y amor a la Eucaristía. Y si alguien nos preguntase por qué cantamos, adoramos y sacamos en procesión este pan consagrado, nosotros respondemos con toda claridad:

 

        1.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Padre que me pensó para una Eternidad de felicidad con Él, y, roto este primer proyecto por el pecado de Adán, me envió a su propio Hijo, para recuperarlo y rehacerlo, pero con hechos maravillosos que superan el primer proyecto, como es la institución de la Eucaristía, de su presencia permanente entre los hombres. Por eso, la adoramos y exponemos públicamente al “amor de los amores”: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

 

 

        2.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Hijo que se hizo carne por mí, para revelarme y realizar este segundo proyecto del Padre, tan maravilloso que la Liturgia Pascual casi blasfema y como si se alegrase de que el primero fuera destruido por el pecado de los hombres: «¡Oh feliz culpa, que nos mereció un tan grande Salvador!» La Eucaristía y la Encarnación de Cristo tienen muchas cosas comunes. La Eucaristía es una encarnación continua de su amor en entrega a los hombres.

        3.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Cuerpo, sangre, alma y Divinidad de Cristo, que sufrió y murió por mí y resucitó para que yo tuviera comunión de vida y amor eternos con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ningún de los que creen en Él”; “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan, vivirá para siempre... vivirá por mí...”

        «La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento. Cuando Jesús anuncia por primera vez esta comida, los oyentes se quedaron asombrados y confusos, obligando al Maestro a recalcar la verdad objetiva de sus palabras: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6,53). No se trata de alimento metafórico: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida»” (Jn 6,55) (Ecclesia de Eucharistia 16)».

 

        4.- PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está Jesucristo vivo, vivo y resucitado, que antes de marcharse al cielo... “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en la noche de la Última Cena, cogió un poco de pan y dijo: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre que se derrama por vosotros” y como Él es Dios, así se hizo y así permanece por los siglos, como pan que se reparte con amor, como sangre que se derrama en sacrificio para el perdón de nuestros pecados. «La eficacia salvífica del sacrificio se realiza cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, «derramada por muchos para perdón de los pecados» (Mt 26,28). Recordemos sus palabras: «Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí». Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente» (Ecclesia de Eucharistia 16).

 

        5.- PORQUE EN ESTE PAN EUCARÍSTICO está el precio que yo valgo, el que Cristo ha pagado para rescatarme; ahí está la persona que más me ha querido, que más me ha valorado, que más ha sufrido por mí, el que más ha amado a los hombres, el único que sabe lo que valemos cada uno de nosotros, porque ha pagado el precio por cada uno. Cristo es el único que sabe de verdad lo que vale el hombre, la mayoría de los políticos, de los filósofos, de tanto pseudo-salvadores, científicos y cantamañanas televisivos no valoran al hombre, porque no lo saben ni han pagado nada por él ni se han jugado nada por él; si es mujer, vale lo que valga su físico, y si es hombre, lo que valga su cartilla, su dinero, pero ninguno de esos da la vida por mí. El hombre es más que hombre, más que esta historia y este espacio, el hombre es eternidad. Solo Dios sabe lo que vale el hombre. Porque Dios pensó e hizo al hombre, y porque lo sabe, por eso le ama y entregó a su propio Hijo para rescatarlo. ¡Cuánto valemos! Valemos el Hijo de Dios muerto y resucitado, valemos la Eucaristía.

 

        6.- Porque «… en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, pascua y pan vivo que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo» (PO 6).

        «...los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente unidos a la Sagrada Eucaristía y a ella se ordenan.” “Ninguna Comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzar toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 5 y 6).

        Por todo ello y mil razones más, que no caben en libros sino sólo en el corazón de Dios, los católicos verdaderos, los que creen de verdad y viven su fe, adoramos, visitamos y celebramos los misterios de nuestra fe y salvación y nos encontramos con el mismo Cristo Jesús en la Eucaristía.

        Queridos hermanos, en este día del Corpus expresemos nuestra fe y nuestro amor a Jesús Eucaristía por las calles de nuestra ciudad, mientras cantamos: «adoro te devote, latens deitas»: Te adoro devotamente, oculta divinidad, bajo los signos sencillos del pan y del vino, porque quien te contempla con fe, se extasía de amor. ¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

 

        7.-Esta presencia de Cristo no se puede experimentar y vivir con gozo desde los sentidos, sólo la fe viva y despierta por el amor nos lleva poco a poco a reconocerla y descubrirla y gozar al Señor, al Amado, bajo las especies del pan y del vino. “¡Es el Señor!” exclamó el apóstol Juan en medio de la penumbra y niebla del lago de Genesaret después de la resurrección, mientras los otros discípulos, menos despiertos en la fe y en el amor, no lo habían descubierto. Si no se descubre su presencia y se experimenta, para lo cual no basta una fe heredada y seca sino que hay que pasar a la fe personal e iluminada por el fuego del amor, el sagrario se convierte en un trasto más de la iglesia y una vida eucarística pobre indica una vida cristiana y un apostolado pobre, incluso nulo. Qué vida tan distinta en un seglar, sobre todo en un sacerdote, qué apostolado tan diferente entre una catequista, una madre, una novia eucarística y otra que no ha encontrado todavía este tesoro y no tiene intimidad con el Señor.

        Conversar y pasar largos ratos con Jesús Eucaristía es vital y esencial para mi vida cristiana, sacerdotal, apostólica, familiar, profesional, para ser buen hijo, buen padre, buena madre cristiana. A los pies del Santísimo, a solas con Él, con la luz de la lamparilla de la fe y del amor encendidos, aprendemos las lecciones de amor y de entrega, de humildad y paciencia que necesitamos para amar y tratar a todos y también poco a poco nos vamos encontrando con el Cristo del Tabor en el que el Padre tiene sus complacencias y nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, algún día luminoso de nuestra fe, cuando el Padre quiera, oiremos su voz desde el cielo de nuestra alma habitada por los TRES que nos dice: “Éste es mi Hijo, el amado, escuchadle.”

 

        8.- Venerando y amando a Jesucristo Eucaristía, no solo me encuentro con Él, me voy encontrando poco a poco también con todo el misterio de Dios, de la Santísima Trinidad que le envía por el Padre, para cumplir su proyecto de Salvación, por la fuerza y potencia amorosa del Espíritu Santo, que lo forma y consagra en el seno de María y en el pan y en el vino, y se nos manifiesta y revela como Palabra y Verbo de Dios, que nos revela todo el misterio de Dios. Venerándole, yo doy gloria al Padre, a su proyecto de Salvación, que le ha llevado a manifestarme su amor hasta el extremo en el Hijo muy amado, Palabra pronunciada y velada y revelada para mí en el sagrario por su Amor personal que es el Espíritu Santo y al contemplarle en esos momentos de soledad y de Tabor, iluminado yo por esa Palabra pronunciada con Amor y por el Amor, el Padre no ve en mí sino al Amado en quien ha puesto todas sus complacencias.

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Celebramos en estos días la gran fiesta del Corpus Christi. Es una fiesta que brota del Jueves santo, cuando Jesús reunido para la Última Cena con sus discípulos, instituyó el sacramento de la Eucaristía y el sacramento del Orden sacerdotal, al tiempo que nos dejaba el mandato del amor fraterno.

Es una fiesta de gran gozo en honor de nuestro Señor. Es una fiesta para agradecer un don tan inmenso. Es una fiesta para revisar nuestro acercamiento a este divino sacramento, si lo hacemos en condiciones apropiadas y si produce el fruto que pretende. Tenerlo tan cerca que hasta lo puedo tocar es un signo de su cercanía. Pero puede también prestarse a considerarlo ordinario y rutinario, porque nos acostumbrásemos a convertir lo siempre extraordinario  en cotidiano.

Necesitamos esta fiesta para dejarnos invadir por el asombro, al considerar que Jesús está vivo y glorioso aquí en el sacramento, y que a través de este ingenioso invento Él se hace contemporáneo  todos nosotros, a todos los hombres, eternamente joven para cada uno de nosotros, en cada generación, para acompañarnos en el camino de la vida. Eso es lo que queremos expresar y vivir en las procesiones del Santísimo Sacramento, este año más reducida por las circunstancias de la pandemía que estamos viviendo.

En el sacramento eucarístico Jesús cumple su palabra de estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. ((Por eso, cómo hemos notado no poder acercarnos a recibirlo sacramentalmente durante estos meses de pandemia.)) Que la fiesta de este Corpus nos acerque a él en nuestra parroquia, en nuestra comunidad, en la adoración eucarística, en la celebración de la santa Misa.

Queridos hermanos: Necesitamos sentirlo cerca, poder abrazarlo, comerlo sacramentalmente, digerir y asimilar este alimento de vida eterna en el silencio de nuestro corazón, en ratos largos de oración eucarística ante  el Sagrario, entablar ese diálogo de amor con quien sabemos que nos ama. El amor de Cristo hacia cada uno de nosotros no es una teoría, no son bellas palabras. Es una realidad muy consoladora que todos podemos experimentar.

Cuando profundizamos en ella, constatamos que este amor le ha llevado a Jesús a entregar su vida por mí y por todos los pecadores, para hacernos caer en la cuenta del absurdo del pecado, del desastre de nuestro alejamiento de Dios.

No olvidemos que lo empezó a celebrar en la Cena del Jueves santo, pocas horas antes de empezar su Pasión y Muerte. Y al mismo tiempo, teniéndolo cerca, que podamos percibir los abundantes bienes que trae consigo estar con él, abrir nuestro corazón a su presencia y a su acción todopoderosa, saciar nuestra hambre y nuestra sed de su amor sin medida.

Queridos hermanos y hermanas, hemos nacido para amar y ser amados. La Eucaristía es punto de encuentro de esta necesidad vital tan honda. Comer la carne gloriosa de Cristo nos sitúa en clima eucarístico, es decir, de ofrenda, de entrega. No comemos la carne de Cristo para la autocomplacencia, sino para dejarnos contagiar de la entrega que le ha movido a Jesucristo a dar su vida por mí, por nosotros. Para qué vale la vida, sino para entregarla en amor, para gastarla por Dios para los demás.

Jesucristo nos introduce en la perspectiva de la vida eterna, que ya ha comenzado por el bautismo y no acabará nunca, y ni siquiera quedará truncada por la muerte porque Él la ha superado con su muerte y resurrección que hace presente en la santa misa. Y Él da la vida  y nos alimenta con su cuerpo resucitado, pan de vida eterna, cumpliendo así su misión de redimirnos a los que pasamos de la vida de esclavos por el pecado para llevarnos a la libertad gozosa de hijos de Dios, por eso la comunión hay que recibirla en gracia con Dios.

Y así a nosotros la Eucaristia nos infunde  ese dinamismo de  donación de sí mismo, de gastar la propia vida para que otros tengan vida, nos empuja  al amor fraterno que brota de la Eucaristía ofrecida y comida en la comunión, nos conduce al amor fraterno, tal como Cristo nos lo ha enseñado: “Amaos unos a otros, como yo os he amado”, y ese amor incluye el amor incluso a los enemigos. No podemos odiar a nadie porque el Cristo que comulgamos y ofrecemos en la misa y visitamos dio la vida por ellos en la cruz: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen. Los que comulgamos no podemos tener odio ni rencor a nadie, hay que perdonar a todos como el Cristo que comulgamos.

Por eso el amor cristiano no es un entretenimiento, ni es un juego. El amor cristiano es “darse hasta hacerse daño”  como decía Sta. Teresa de Calcuta. Y la fiesta del Corpus nos impulsa a ello, a acercarnos a todos los que lo pasan mal por una u otra razón, acercarnos a todos los que son víctima de la injusticia de los demás, a los pobres de amor y de dinero. Cáritas. Porque el Corazón de Cristo, si comulgamos de verdad, Él nos va infundiendo este amor suyo, su misma vida entera y completa hasta dar la vida por los hermaos y también su amor, su certeza de cielo y eternidad, donde le escucharemos decir: Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre, estuve desnudo… siempre que lo hicísteis con cualquiera de mis hermanos necesitados.

Finalmente quiero deciros que la adoración eucarística ante su presencia en los Sagrarios o la Santa Custodia es como una “fisión nuclear” de amor, cuya onda expansiva es capaz de transformarlo todo, porque poco a poco adorándole y amándole nos va transformado nuestro corazón en el suyo. Qué gran invento, Jesús está vivo junto a nosotros. Visítemosle, comúlguemosle, celebremos con Él en cada misa nuestra muerte al pecado y nuestra resurrección a la vida plena de amor con Él y con los hermanos. Así sea.

 

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CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Qué fiesta tan bonita para acompañar a Jesús Eucaristía, para tirarle los pétalos de nuestro cariño, para agradecerle este gran invento de la Eucaristía, Dios con nosotros hasta el final de la historia.

Es como una prolongación del Jueves Santo, cuando Jesús, la víspera de su pasión, cenó la Pascua con sus apóstoles y al final de aquella cena instituyó el sacramento de la Eucaristía y todos comieron aquel pan consagrado como el Cuerpo del Señor y bebieron de aquel cáliz la Sangre del Señor. El Jueves Santo concluye la santa Misa con una procesión al Monumento, que subraya la presencia de Jesucristo prolongada después de la celebración.

Ahora, la fiesta del Corpus lleva en procesión al Rey de los reyes, Dios mismo en persona hecho hombre y eucaristía por nosotros. Desde su trono regio, desde la custodia (qué custodias, qué ostensorios tan bonitos), Jesús va bendiciendo a todos: en nuestras calles, en nuestras plazas, entrando en nuestros hogares y en nuestros corazones.

La fiesta del Corpus nos trae esa compañía tan consoladora de Jesucristo cercano, amigo, que recorre nuestro camino para acompañarnos, para que podamos compartir con Él nuestras preocupaciones y podamos sentir el consuelo de un amigo que siempre está ahí.

Ha decrecido notablemente en nuestros días la adoración eucarística, estar ratos largos con Jesús en la Eucaristía. Y tenemos que fomentarlo mucho más. Cómo serena el alma esa presencia, cómo enciende el corazón en el amor de su Corazón, cómo se desvanecen tantas preocupaciones y angustias con tan buen amigo presente. No acabaremos nunca de darle gracias por este precioso regalo de la Eucaristía, presente en todos los sagrarios del mundo.

Pero también este sacramento, Jesús trae hasta nosotros su sacrificio realizado una vez para siempre. Lo que en el Calvario fue sacrificio cruento, en la Eucaristía es sacrifico incruento. Pero es el mismo y único sacrificio, que nos invita a nosotros a ofrecernos con él, a hacer de nuestra vida una ofrenda permanente.

La vida adquiere nuevo valor cuando es ofrecida con Jesucristo, nuestra vida se convierte en ofrenda de amor por la salvación del mundo entero. Para que esta ofrenda sea agradable a Dios, Dios mismo nos envía su Espíritu Santo que nos transforma en ofrenda permanente. Y todo ello se alimenta en la Eucaristía.

Y finalmente la Eucaristía como comunión es sacramento en forma de comida y bebida, invitándonos a comer el Cuerpo del Señor y a beber su sangre redentora. “Tomad, comed todos de él... Tomad, bebed todos de él”. Compartir la misma comida nos une en un mismo Cuerpo, eso es la comunión. La comunión tiene su fuente permanente en la Eucaristía.

Es en este sacramento donde se fragua el amor cristiano, que se desborda en la caridad hacia los hermanos. Comulgar con Cristo nos lleva a comulgar con los hermanos, nos lleva a entregar nuestra vida en favor de los demás, como ha hecho Jesucristo.

Por eso, en esta fecha tan señalada se nos recuerda el compromiso cristiano de la caridad para con los demás. Coincidiendo con la fiesta del Corpus, celebramos el Día de Cáritas, como una llamada y una provocación al ejercicio del amor fraterno. Quiero agradecer a todos los que desde Cáritas hacen el bien a los demás. Cuántas horas de voluntariado, gratuitamente, por parte de tantas personas en el servicio a los demás: enfermos, pobres, transeúntes y sin techo, inmigrantes, mujeres maltratadas, niños explotados, ancianos solos. “Tus buenas obras pueden cambiar miradas”, dice el lema de este año.

(En la diócesis de Plasencia, 700 voluntarios en 88 Cáritas parroquiales. 30.000 personas atendidas, 3.000 familias, con una inversión de 2,5 millones de euros, procedentes de la caridad de los fieles).

Si Cáritas no existiera, habría que fundarla. Es la caridad organizada de la Iglesia Católica. Gracias a todos los que colaboráis con Cáritas, haciendo visible el rostro más amable de la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: El Cuerpo y la Sangre del Señor.

 

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CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus es la fiesta de la Eucaristía, el sacramento que contiene a Cristo vivo, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

La Eucaristía es el sacramento que Cristo instituyó en el contexto de su pasión redentora para dejarnos el testamento de su amor y de su presencia viva. “¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gozo y nos da la prenda de la gloria futura!”.

LA EUCARISTÍA ES Misa y prolongación de su presencia después de la misa, para ser adorado y para llevar la comunión a los enfermos. El sagrario, lugar privilegiado del templo, contiene a Jesús sacramentado con su lamparita roja que nos delata esa presencia. La adoración eucarística, que se va incrementando por todas partes.

Con la Eucaristía, Cristo alimenta nuestra fe. Él es el pan vivo bajado del cielo, y el que coma de este pan vivirá para siempre. Él tiene poder para hacerlo, porque es Dios, y lo puede todo, y como es Amor apasionado por el hombre se queda con nosotros todos os días hasta el fin del mundo en nuestros sagrarios.

Necesitamos almas de oración ante el sagrario, almas eucarísticas que visiten y oren ante el Señor, por sus hijos, por el mundo, por los necesitados, sobre todo, de amor y también de pan material. Por eso hoy día de la Eucaristía, del pan celestial que es Jesucristo, celebramos el día de la caridad y del amor para con todos: Amaos como yo he amado y día de caridad para multiplicar y dar de comer a los hambrientos de pan material.

Nuestros contemporáneos 1º necesitan de Dios. El hombre que no tiene a Dios, padece la mayor y peor de todas las hambres y carencias, o porque no lo ha descubierto o porque lo ha rechazado. Sin Dios el hombre es pobre y está vacío porque le falta el Todo, el sentido de su vida, la esperanza de la eternidad y padece una orfandaz que le asfixia progresivamente aunque esté lleno de cosas que no llenan el existir y el corazón, aunque lo tenga todo le falta el Todo de todo que es Dios Amor y Eternidad.

 

 Antes de la multiplicación de los panes, al ver Jesús una multitud hambrienta porque llevaban tres días sin comer, lleno de compasión y sabiendo lo que tenía que hacer, le dijo a los Apóstoles y nos dice ahora a nosotros: “Dadles vosotros de comer”.

Se lo dijo a sus apóstoles, recabando un pequeño bocadillo, que con su poder multiplicó para dar de comer a más de cinco mil. Nos lo dice hoy a nosotros, porque pudiéndolo hacer Él solo, quiere que cooperemos con Él en saciar el hambre de nuestros contemporáneos. Y, ¿cuál es el hambre de nuestros contemporáneos? ¿Cuáles son sus necesidades?

Nuestros contemporáneos tienen hambre de pan, y por eso repartimos desde Cáritas y desde tantas otras instituciones el pan de cada día, hasta que cada uno pueda adquirirlo por sí mismo, por su trabajo. “Dadles vosotros de comer”. No podemos esperar a que el mundo cambie, a que se supere la crisis, a que haya para todos. Es urgente dar de comer hoy, para que la gente no quede extenuada por el camino.

La caridad cristiana retrasa la justicia (decía Marx). No, no la retrasa. Al contrario, la estimula para hacer un mundo más solidario y fraterno. Y hasta que llegamos a esa meta, salimos al encuentro del hermano para compartir hoy, quitándonoslo de nuestra boca. Es una caridad que proviene del ayuno.

Nuestros contemporáneos necesitan amor, necesitan compasión, incluso ternura. En un mundo en que tenemos de todo, falta a veces ese amor generoso, que brota como respuesta generosa al amor que Dios nos tiene. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” Cuando amo a mis hermanos, no hago más que devolver algo de lo mucho que he recibido de Dios.

Esta es la fiesta del Corpus. Pan para todos. No sólo el pan material, sino también el pan del cielo, Jesucristo Eucaristía. La fiesta del Corpus une todos estos aspectos. Y ante todas estas necesidades, escuchamos en el Evangelio: “Dadles vosotros de comer”. Dios podría hacerlo antes y mejor, pero quiere hacerlo con nosotros, porque quiere que nos hagamos nosotros.

“Dadles vosotros de comer” no significa que Dios se desentiende de tantas necesidades, sino que nos pide que aportemos lo que somos y tenemos, poco o mucho, porque es dando como crecemos. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

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CORPUS CHRISTI

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus (trasladada de jueves a domingo) es como una prolongación del Jueves Santo, el día en que Jesús instituyó la Eucaristía.

Es un precioso invento. Que Jesús haya encontrado la forma de estar en el cielo y estar cerca de nosotros hasta el fin del mundo es verdaderamente asombroso. Por eso, a lo largo de los siglos tantos santos han quedado atraídos por la Eucaristía, como la mariposa queda fascinada por la luz. Ya no sabe salir de esa órbita. No se entiende la vida de un cristiano que no quede asombrado –y viva de ese asombro– ante Cristo Eucaristía.

Este año damos gracias por la Adoración Eucarística Perpetua, que ha encontrado eco intenso en tantos adoradores de Córdoba, de manera que día y noche todos los días del año Cristo sea adorado y nos traiga torrentes de gracia para nuestras vidas y nuestras comunidades cristianas.

En la Eucaristía se hace presente eficazmente el sacrificio redentor de Cristo, que entregó su vida en la cruz por la redención del mundo. Siendo Dios y hombre verdadero, la ofrenda de su vida es de valor infinito y su sangre lava todos los pecados. “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”.

Participar en la Eucaristía es unirse a Cristo que se ofrece por todos. Todo el sufrimiento del mundo adquiere valor unido a Cristo que se ofrece. Y se nos da como alimento, en la forma de pan y de vino, convertidos en su cuerpo y en su sangre: “Tomad, comed, que esto es mi cuerpo. Tomad, bebed, que ésta es mi sangre”. Y al recibirlo como alimento, alimenta nuestra vida.

La Eucaristía es alimento de vida eterna: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Comiendo de la misma comida entramos en comunión unos con otros, es Jesucristo el que nos une en su cuerpo, como el racimo a la vid, para dar frutos de vida eterna.

La Eucaristía es el sacramento que alimenta en nosotros la caridad cristiana. No tiene sentido que comamos a Cristo en la Eucaristía y mantengamos rivalidades, envidias y desamor entre nosotros. Comulgar con Cristo y comulgar con el hermano.

Una comunidad eucarística es una comunidad en la que todos se aman con el amor de Cristo, en la que todos aportan lo mejor que tienen y en donde las rivalidades se superan por un amor sincero, que reconoce los valores del otro. La paciencia para soportar los defectos del prójimo es una obra de misericordia que se alimenta en la Eucaristía. “Mirad cómo se aman”, ha sido siempre el atractivo de una verdadera comunidad cristiana.

Y esa caridad cristiana, alimentada en la Eucaristía, se prolonga con los más necesitados, saliendo al encuentro de ellos para compartir con ellos lo que nosotros hemos recibido: los recursos de todo tipo, según las necesidades de cada uno, e incluso el don precioso de la fe, que se nos da para comunicarla.

 Este año en Córdoba estamos celebrando el 50 aniversario de Cáritas diocesana, y es el día del Corpus el día más apropiado de esta institución de caridad. Damos gracias a Dios por todos los que han colaborado en esta institución de Iglesia, que promueve la caridad de todos para favorecer a los más necesitados. El mandamiento nuevo del amor fraterno, “Amaos unos a otros, como yo os he amado”, es el motor constante de Cáritas.

Cáritas no es una ONG cualquiera, es la caridad de la comunidad cristiana para servir a los pobres de la Diócesis. Por todas estas razones, la procesión del Corpus no es una exhibición de los que desfilan, sino una proclamación solemne de nuestra fe en la presencia de Cristo en este precioso sacramento, y un testimonio agradecido ante los demás de nuestro compromiso de amor con todos, especialmente con los más pobres.

La fiesta del Corpus es la presencia viva de Cristo, que alimenta continuamente a su Iglesia. Venid, adorémosle. Venid, comamos de este pan bajado del cielo. Venid a reponer fuerzas para seguir amando a todos. Venid, que en este sacramento se encuentra el tesoro de la Iglesia para todos los hombres.

 Recibid mi afecto y mi bendición: Corpus Christi, Jesucristo vivo que alimenta a su Iglesia.

 

 

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VIERNES DESPUÉS DEL CORPUS:

 

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 

EL CORAZÓN  DE JESÚS EUCARISTÍA ES REFUGIO DE AMOR

 

        QUERIDOS HERMANOS: Esta semana, el viernes, celebraremos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Estamos celebrando el triduo al Sagrado Corazón de Jesús. Vamos a mirar y adorar ese corazón ahora presente en el pan consagrado, que guardamos y veneramos en nuestros Sagrarios de Iglesias católicas.

        Todo cuerpo tiene un corazón. Es el órgano principal. Si el corazón se para, el hombre muere. ATe amo con todo mi corazón,@ Ate lo digo de corazón...@ son expresiones que indican que lo que hacemos o decimos es desde lo más profundo y sincero de nuestro ser, con todas nuestras fuerzas, que no nos reservamos nada, que nos entregamos totalmente.      Pues bien, este cuerpo de Cristo Eucaristía, que hoy veneramos y comulgamos, tiene un corazón que es el corazón del Verbo Encarnado. El corazón eucarístico de Cristo es el que realizó este milagro de amor y sabiduría y poder de la Eucaristía. Este corazón, que está con nosotros en el Sagrario y que recibimos en la Comunión, es aquel corazón, que viendo la miseria de la humanidad, sin posibilidad de Dios por el pecado y viendo que los hombres habíamos quedado impedidos de subir al cielo, se compromete a bajar a la tierra para buscarnos y salvarnos: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.

        Este corazón, centrado en el amor al Padre y al hombre, con una entrega total y victimal hasta la muerte, es el corazón de Cristo que “me amó y se entregó por mi”, en adoración y obediencia perfecta al Padre, hasta el sacrificio de su vida. Y este corazón está aquí y en cada Sagrario de la tierra y este corazón quiero ponerlo hoy, como modelo del nuestro, como ideal de vida que agrada a Dios y salva a los hermanos:“…Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros…Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! (Rom 5,9-11).

        Este corazón eucarístico de Cristo, es el mismo de Palestina, que puesto en contacto con las miserias de su tiempo: ignorancia de lo divino, odios fratricidas, miserias de todo tipo, incluso enfermedades físicas, morales, psíquicas... fué todo compasión, verdad y vida.

        El año pasado, en esta fiesta del Corazón de Jesús, meditábamos y nos emocionábamos ante acciones de amor y de misericordia que salían todos los días de su Corazón lleno de ternura y compasión por los hombres. Es un corazón que fue atravesado por la lanza del soldado como expresión de su entrega total y de haber derramado todo su amor por nosotros los hombres. Este corazón estaba siempre dispuesto a socorrer y a poner su vida en peligro por la salvación de los que amaba. Fijaos en este hecho: Está en el Pórtico de Salomón; hay una multitud muy selecta de doctores y peritos de la ley, pendiente más de su cumplimiento externo que interno por el amor. Y le presentan una mujer sorprendida en adulterio que la ley manda apedrear. Dice el Evangelio: “Esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. La ley de Moisés – que Jesús por cierto, como ellos sabían la había superado por el amor y las obras de misericordia – manda apedrearla, ¿Tú qué dices?”

        Jesús no tiene escapatoria. O apedrean a la mujer o le apedrean a Él. ¿Tú qué dices? Pero, como dijo el filósofo, el corazón tiene razones que la razón no entiende ni se le ocurren, Jesús lo tiene claro: su corazón encendido en amor a la mujer y a todos nosotros le sugiere el modo de salvarla, de no morir apedreada. Y su corazón primero medita, deja que todos mediten un poco y escribe en la tierra… dicen que frases de la Biblia sobre el amor, pero no hicieron caso; como siguieron insistiendo: ¿Tú qué dices?, pues dicen que escribió los pecados de los acusadores en esa misma materia de adulterio, pero no lo sabemos, sólo que escribió y como insistían, luego habló: “el que esté sin pecado que tire la primera piedra”. Y nadie tiró la primera piedra ni la segunda y la mujer quedó liberada de la pena de la lapidación.

        Sin embargo allí alguno ha quedado condenado desde ese mismo momento: ha sido Jesús, por salvar a la mujer, por superar la ley con la misericordia y porque se ha atrevido a dar lecciones a los poderosos y a los cumplidores materiales de la ley. Quedó condenado a muerte por salvar a la mujer, como murió en la cruz por salvarnos a todos. Y es que no lo puede remediar. Su corazón es así. El Sagrado Corazón de Jesús. Es todo corazón para sus hermanos los hombres, especialmente para los necesitados de misericordia y perdón. Y ese corazón está aquí en el pan consagrado, es el mismo Cristo y tú lo vas a recibir. Ámalo y quiérelo como Él te ama. Conviértete a Él, vacíate de cosas que hay en tu corazón y que impiden que Él pueda entrar. Menos orgullo, soberbia, lujuria, ira. Déjate purificar. “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos  verán a Dios”.

        Necesitamos un corazón más limpio para poder tener mayor intimidad, para se más amigos, para serlo de verdad. Cuesta matar el yo y el amor que nos tenemos a nosotros mismos, nos queremos más que a Dios, nos consideramos como Dios, somos idólatras de nosotros mismos, sólo Él puede perdonarnos, curarnos de esta lepra, de toda impureza. Para eso es la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, para amar y dejarse amar de este Corazón que lo dio todo por nosotros: tiempo, eternidad, espacio, vida para que pudiéramos resucitar, muriendo al pecado, a la vida nueva de la amistad con Dios.

        Por eso, sabiendo que está aquí con nosotros, en el pan consagrado, ese mismo corazón de Cristo, porque no tiene otro, debemos  ahora meditar en este corazón que nos amó hasta el extremo en su Encarnación, con todos sus dichos y hechos salvadores, sobre todo en el Gólgota, que nos amó y sigue amándonos hasta el extremo en la Eucaristía. Hoy vamos a fijarnos en los rasgos de su corazón amantísimo, reflejados en sus palabras, que escuchamos esta mañana desde su presencia eucarística y que le siguen saliendo de lo más íntimo de su corazón. A través de la lengua, habla el corazón de los hombres.

        Jesús, el predicador fascinante que arrastraba las multitudes, haciendo que se olvidaran hasta de comer, el que se sentía bien entre los sencillos y plantaba cara a los soberbios, el que jugaba con los niños y miraba con amor a los jóvenes y con misericordia a los pecadores, tenía el corazón más compasivo y fuerte de la humanidad. Y hoy también su Corazón nos habla a nosotros palabras de amor y compasión. Vamos a fijarnos hoy en algunas de sus palabras, que así lo reflejan y que hoy nos las dice  desde el Sagrario, haciéndonos una imagen bellísima de sus ojos y corazón misericordiosos, llenos de ternura, con su corazón compasivo, lleno de perdones, con sus manos que nunca se cansaron de hacer el bien:

 

-- “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo” para estar cerca de los hombres y alimentar y fortalecer, con mi energía divina de amor, vuestra debilidad y   cansancio en amar y perdonar, de entrega, de entusiasmo, servicio.

-- “Yo soy la luz del mundo”, nos repite todos los días desde el Sagrario, para iluminar vuestra oscuridad de sentido de la vida: por qué existimos, para qué vivimos, a dónde vamos. Yo soy la luz, la verdad y la vida sobre el hombre y su trascendencia.

-- “Yo soy el pastor bueno”, “yo soy la puerta”, para que el hombre acierte en el camino que lleva a la eternidad. Yo soy la puerta del amor verdadero a Dios, yo soy la puerta de la vida personal o familiar plena, yo soy la puerta de los matrimonios verdaderos para toda la vida, de las familias unidas, que superan todas las dificultades. Yo soy el fundamento de unión y la paz entre los hombres, entre los vecinos. Yo soy la fuente del   amor fraterno, del servicio humano y compasivo. 

-- “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, todo está en mí para vosotros, para que no caigáis en las cunetas del error, de la muerte, de los vicios y pecados, que quitan al hombre la libertad, la alegría y lo reducen a las esclavitudes de los vicios, del consumismo que lleva al vacío existencial.

--“Yo he venido a salvar lo que estaba perdido; “Yo he venido para que tengáis vida y la tengáis abundante”. Os he pensado y creado con el Padre desde el Amor del Espíritu Santo. Os he recreado por amor como Hijo desde la Encarnación. Os he redimido y he sufrido la muerte para que tengáis vida eterna, y por la potencia de mi Espíritu, consagro el pan en mi cuerpo y sangre para la salvación del mundo.

--“Yo he venido a traer fuego a la tierra y sólo quiero que arda”: que ardan de amor cristiano los matrimonios, que ardan de amor y perdón los padres y los hijos, que los esposos ardan de mi amor y superen todos los egoísmos, incomprensiones, que ardan de amor verdadero los jóvenes, los novios, sin consumismos, sin reducirlo sólo a cuerpo. El amor de los míos tiene que ser humilde y sin orgullo, sincero y generoso como el mío, dador de gracias y dones, sin cansancio, sin egoísmos, con ardor y fuego humano y divino.

-- “Si alguien tiene sed que venga a mi y beba… un agua que salta hasta la vida eterna…”  Jesús es el agua de la vida de gracia, de la vida eterna. Jesús es la misma vida de Dios que viene hasta nosotros y es su felicidad eterna, la que quiere compartir con cada uno de nosotros.

        Queridos hermanos: repito e insisto: ese corazón lo tenéis muy cerca, late muy cerca de nosotros en la Eucaristía, en la comunión, en el Sagrario, está aquí. Pidamos la fe necesaria para encontrarlo  en este pan consagrado, pidámosle con insistencia: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Vivir en sintonía con este corazón  de Cristo significa amar y pensar como Él,  entregarse en servicio al Padre y a los hombres como Él, especialmente a los más necesitados. Es aceptar su amistad ofrecida aquí y ahora. Esto es lo que pretende y desea con su presencia eucarística. Para esto se quedó en el Sagrario.   

        ¡Corazón Eucarístico de Jesús! ¡Eucaristía divina! Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida. También yo quiero darlo todo por ti, porque para mí, Tú lo eres todo, yo quiero que lo seas todo!

¡Jesucristo Eucaristía, yo creo en Ti!

¡Jesucristo Eucaristía, yo confío en Ti!

¡Jesucristo Eucaristía, Tú eres el Hijo de Dios!

 

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SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 

PRIMERA LECTURA: Dt 7, 6-11

 

        La primera lectura narra la historia de amor de Dios con su pueblo elegido Israel. Dios eligió a este pueblo, no porque tuviese méritos especiales, sino por elección pura y gratuita de su amor libre: “Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió no fue por ser vosotros más numerosos que los demás, porque sois el pueblo más pequeño, sino por puro amor a vosotros”. La historia de Israel tiene una sola explicación: el amor de Dios.  Por amor lo eligió, por amor lo libró de Egipto, pactó con Él una alianza y le dio en posesión la tierra prometida e hizo nacer de su estirpe al Salvador. Esta es la historia de la Iglesia y de todos los hombres:“El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por Él”.

 

SEGUNDA LECTURA: 1Jn 4,-16

 

        Se cree que San Juan escribió esta carta poco tiempo después que su Evangelio. Repite sus últimas recomendaciones, insistiendo en lo que le parece más capital e importante: “Amémonos unos a otros ya que el amor es de Dios  y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”. Escribe a un grupo de iglesias en las que apuntan falsas doctrinas e influencias disolventes. No entra en el juego de las controversias: la solución es la caridad, el amor. El error divide. El cuidado celoso de preservar la unidad de la caridad constituye en la Iglesia el principal antídoto contra el error. La parte del texto, cuya lectura se nos propone hoy, se parece a una maravillosa partitura musical en la que está dicho todo desde las primeras notas, y a través de la cual un mismo tema se desarrolla en sucesivas notas, con aires complementarios, en intuiciones concéntricas, para conducir el espíritu a esta sencilla realidad: “Dios es amor”. Para leer debidamente este texto hay que ponerse en estado de receptividad contemplativa. Y la iniciativa siempre es de Dios: “En esto consiste el amor; no en que nosotros hayamos amado a Dios; sino en que Él nos amó y no envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO: 11, 25-30

 

        QUERIDOS HERMANOS: Nos hemos reunido aquí esta tarde  para venerar y adorar al Sagrado Corazón de Jesús, este corazón que tanto nos amó y nos sigue amando en esta presencia eucarística del Sagrario. Este corazón vivo de Cristo, ahora viviente en la Hostia santa, es el mismo Cristo del Evangelio, que ya permanece en nuestros Sagrarios hasta el final de los tiempos, para atender nuestros ruegos y atender a nuestras necesidades. No está estático, muerto, sino vivo y resucitado, renovando toda nuestra vida espiritual de amor a Dios y a los hermanos, y ayudándonos en todos nuestros problemas.

 

        1.- Queridos hermanos: Está con nosotros aquí y ahora, en esta Hostia santa, el cuerpo que se dejó tocar por un inmundo y un apestado de aquellos tiempos. Mirad cómo lo dice el evangelista: se acercan a una aldea Jesús y bastante gente, mujeres, hombres y niños, una pequeña multitud. De pronto se oye un grito, un lamento. Es alguien que pide socorro desde un basurero. No se ve a nadie. La gente aprieta el paso para pasar cuanto antes de aquel mal olor. Mezclado entre la basura aparece un leproso…. La gente huye con las narices tapadas, es un maldito, un castigado por la justicia de Dios. Nadie le puede tocar. Quien le toque queda impuro y debe ser purificado por el sacerdote. Jesús, el que está aquí con nosotros en el Sagrario, es el único que se para, lo mira con amor y se acerca y lo toca; es el mismo evangelista el que nos lo cuenta sorprendido: “En esto, un leproso se acercó y se postró ante Él, diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra” (Mt 8,1-4). Y el leproso ha quedado curado, pero Jesús ha quedado manchado según la Ley de Moisés. Sin embargo, Jesús no va al templo para purificarse, porque Él es más que el templo de la antigua ley. Jesús lo ha hecho todo por amor, que es la nueva ley del Evangelio, y lo ha hecho espontáneamente, no ha podido contenerse, no ha podido reprimir su compasión. Es así su corazón, el corazón eucarístico de Jesús. Miremos y contemplemos ahora a este mismo Jesús en la Hostia santa que adoramos y comulgamos. Es el mismo con el mismo amor de entonces, la misma compasión, los mismos sentimientos. Mirémosle despacio, con mirada fija de amor.

 

        2.- Ahora es en Jericó, la ciudad de las palmeras. Otra vez la gente entusiasmada como siempre, no dejándole caminar ni comer ni descansar. Otra vez un grito desde la orilla del camino. Esta vez la gente no corre, pero le quiere hacer callar. Pero esta vez, como la otra vez y como siempre, Jesús lo ha oído y se para y hace que se pare toda la gente: “Cuando salían de Jericó, le siguió una gran muchedumbre. En esto, dos ciegos que estaban sentados, junto al camino, la enterarse que Jesús pasaba, se pusieron a gritar: «¡Señor, ten compasión de nosotros, Hijo de David». La gente les increpó para que se callaran, pero ellos gritaron más fuerte: «¡Señor, ten compasión de nosotros!». Entonces Jesús se detuvo, los llamó y dijo: « ¿Qué queréis que os haga?» Dícenle: « ¡Señor, que se abran nuestros ojos!» Movido a compasión, Jesús tocó sus ojos, y al instante recobraron la vista; y le siguieron”.  Ante los necesitados, Jesús nunca huye, Él siempre escucha:“ Señor, que veamos”. Y aquellos ciegos vieron y lo siguieron, porque sus ojos ya no querían dejar de ver a la persona más buena y comprensiva del mundo. Y es que no lo puede remediar. Es así su corazón, el corazón de Jesús. Y ese corazón está aquí en el pan consagrado, en nuestros Sagrarios.

 

        3.- Ahora es en Naím. Se encuentra un cortejo fúnebre con una madre viuda, llorando a su hijo muerto, a quien va enterrar. Aquí nadie grita ni llama al maestro, porque van muy apenados y nadie, ni la misma madre, se ha dado cuenta de que pasa por allí el Maestro ni sospecha que Jesús pueda prestarle alguna ayuda. Pero Él, sin que nadie le pida nada, se ha anticipado personalmente. Dice el evangelista Lucas: “El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: No llores. Luego se acercó, tocó el féretro, los que lo llevaban se detuvieron; Él dijo: «Joven, yo te lo mando, levántate.» Y se lo entrego a su madre.@ Con su poder divino lo resucitó y nos demuestra que debemos fiarnos de su palabra: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”.  Nosotros resucitaremos. Con su muerte y resurrección nos ha ganado la resurrección y la vida eterna para todos. Y ese Jesús está aquí. Y tiene los mismos sentimientos de siempre. Y nos ama y se compadece de todos. Y no lo puede remediar, es así su corazón, el corazón eucarístico de Jesús.

 

        4.- Y lo mismo pasó con su amigo Lázaro. En aquella ocasión dicen los Evangelios que se emocionó y lloró. Es que siente de verdad nuestros problemas y angustias. Le dio pena de sus amigas Marta y María, que se habían quedado solas, sin su hermano. Fueron a la tumba y allí lloró lágrimas de amor verdadero. Nos lo dicen testigos que lo vieron. Y Lázaro resucitó por su palabra todopoderosa. Y luego todos lloraron de alegría. Y nosotros también lloramos de emoción, de saber que es el mismo, que está aquí con nosotros, que nos ama así, como nadie puede amar, porque así lo ha querido Él, que es Dios y todo lo puede, y le hace feliz amarnos así. Y éste es el camino de amor, misericordia y perdón que Él ha escogido para encontrarse con nosotros, para relacionarse con el hombre. Y Él es Dios, es decir, no nos necesita. Todo lo hace gratuitamente. Su corazón es así. No lo puede remediar. Así es el corazón eucarístico de Jesús.

        Y tenía razón Marta, cuando el Señor le preguntó: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Le dice ella: « Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo»” (Jn 11,25-27). Ella no se anduvo con preguntas de cómo podía ser esto, ella le dijo: Mira, Señor, déjame de complicaciones, yo no sé cómo ni cuándo será eso, yo creo que Tú eres el Hijo de Dios y basta. Tú lo puedes todo. Y nosotros ante su presencia en el Sagrario decimos lo mismo: Yo no sé cómo puede ser o hacerse esto… Yo sólo sé que Tú eres el Hijo de Dios y Tú lo puedes todo y estás aquí.

 

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CORAZÓN DE JESUS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dios tiene corazón. El Dios que Jesucristo nos ha revelado no es un Dios lejano e insensible a nuestras necesidades. Por el contrario, es un Dios cercano, que ha enviado a su Hijo único, para que comparta nuestra existencia y nos haga partícipes de su gloria.

Este Dios cristiano no ha tenido otro motivo para actuar así que su inmenso amor por nosotros, que somos criaturas suyas y que quiere hacernos hijos suyos.

La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús (viernes de la semana siguiente al Corpus) quiere recordarnos esto. Celebrar al Corazón de Jesús es celebrar un amor más grande, que quiere introducirnos en su órbita de amor, para ser amados y enseñarnos a amar. La máxima expresión visible de ese amor es la Cruz y su prolongación en la Eucaristía.

Ante los males del mundo nos interrogamos por qué. El Hijo de Dios, enviado por el Padre en la plenitud de los tiempos, nos lo ha explicado. Los males del mundo no tienen su origen en Dios, porque Dios sólo es autor del bien. Los males del mundo han sido introducidos en la historia por la incitación del demonio, padre de la mentira, y por el pecado del hombre, que ha mal usado su libertad.

El mal más radical del hombre es querer “ser como Dios” (Gn 3,5; Flp 2,6) y romper con Él para hacerse independiente de Dios, haciéndose a sí mismo norma de sus actos, sin referencia a Dios. Jesucristo, por el contrario, ha entrado en este mundo como hijo, en actitud de amorosa obediencia filial, colgado del Padre, para revelar al mundo que Dios es amor. No hay otro camino para disfrutar de Dios que la actitud de vivir como hijo en relación de obediencia filial al Padre.

Nuestras soberbias y rebeldías han llevado a Jesús a la Cruz, que Él ha vivido con amor, y en la Cruz ha reciclado todos nuestros pecados. “Sus heridas nos han curado” (1Pe 2,24). El culto y la devoción al sagrado Corazón de Jesús ponen ante nuestros ojos el resumen de toda la vida cristiana: el amor.

Dios es amor y se mueve por amor. El hombre está llamado al amor y hasta que no lo encuentra, hasta que no lo vive, está inquieto y desasosegado. El Espíritu Santo es amor de Dios derramado en nuestros corazones. Jesús es el Hijo hecho hombre, con un corazón humano como el nuestro, que ama al Padre y a los hombres hasta el extremo y que sufre al ver a los hombres alejados de la casa del Padre.

Jesús se ha tomado en serio nuestra felicidad y ha ofrecido su vida en rescate por la multitud, para atraer a una multitud de hijos dispersos, haciéndolos sus hermanos. “Este Corazón que tanto ha amado a los hombres y de los cuales recibe tantas ingratitudes”, le dice Jesús a santa Margarita. Jesús se acerca hasta nosotros y nos ofrece su amor, tantas veces olvidado o rechazado por nuestros pecados.

El culto al Sagrado Corazón incluye esa actitud de reparación por los propios pecados y por los del mundo entero. No partimos de cero, hay toda una historia detrás. Por una parte, un amor que nos espera desde toda la eternidad en el corazón de Dios, donde cada uno tenemos un lugar, y además, el Corazón humano de Cristo, reflejo del corazón de Dios y muy sensible a las necesidades de los hombres.

Por otra parte, nuestro alejamiento de Dios: hemos nacido en pecado y, una vez rescatados por la sangre redentora de Cristo, con frecuencia nos apartamos de sus caminos.

Celebrar la fiesta del sagrado Corazón de Jesús significa dejarse envolver por ese amor, que sana nuestras heridas y nos hace disfrutar de los dones del Padre. Significa caer en la cuenta de tantos desamores o desprecios a Cristo, que tanto nos ha amado, y reparar tanto desamor por nuestra parte. Significa tener sed del Espíritu Santo, que brota a raudales del Corazón de Cristo traspasado de amor.

Celebrar el Corazón de Jesús consiste en ponernos como Él en el lugar de los demás, cargando con sus pecados y con todas las secuelas del pecado, venciendo el mal a fuerza de bien. No hay amor más grande, que el que se encierra en el Corazón de Jesús. Ni hay otra fuerza transformadora más potente para instaurar un mundo nuevo de justicia y de paz. ¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío! Recibid mi afecto y mi bendición.

 

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CORAZÓN DE JESÚS, UN CORAZÓN ROTO DE AMOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La religión cristiana es la religión del amor, del amor de Dios a nosotros y del amor nuestro a Dios y a los demás. Así lo ha venido manifestando Dios desde los orígenes de la revelación, pero lo ha dicho del todo y exageradamente en el Corazón de su Hijo Jesucristo.

Por parte de Dios, hemos venido a la existencia como resultado de su amor. Existo, luego Dios me ama. Ese amor de Dios se ha prolongado en el abrazo amoroso de mis padres que me han engendrado y posteriormente me han acogido en sus brazos, me han cuidado, me han ayudado a crecer en todos los aspectos.

Y por parte nuestra, de cada uno de nosotros, somos solidarios en el primer pecado, el pecado original, por el que ya nacemos en pecado y además añadimos nuestros propios pecados personales a lo largo de nuestra vida. El pecado no es otra cosa que el desamor, decirle “no” a Dios que nos ama, darle largas, darle la espalda, preferir mi gusto y mi norma a su santa voluntad expresada en los mandamientos.

Dios es mi Padre, que me ama y me engendra continuamente a su vida divina, la vida de la gracia, y la criatura humana rechaza muchas veces ese don paternal, cortando la vida y eligiendo la muerte. La relación de Dios, Padre-Hijo-Espíritu Santo, con el hombre es un drama permanente desde el primer pecado hasta la consumación de los tiempos, en que triunfe definitivamente su amor. Porque Dios siempre reacciona amando. Cuando este amor se dirige a quien le ha ofendido, ese amor se llama perdón, se llama misericordia.

El amor de Dios es una continua misericordia con nosotros, es un derroche de misericordia, que nos va sanando, hasta hacernos hijos de Dios en plenitud, hasta la santidad. En el centro de este drama se sitúa el Corazón de Cristo. En él, Dios Padre nos ha dado a su Hijo único, su Hijo amado, como el don más precioso: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único… para que el mundo se salve por él”. Y no lo ha hecho de manera generalizada y como a granel, sino de manera personalizada, por cada uno. “Me amó y se entregó por mi”.

En el Corazón de Cristo tenemos por tanto la expresión de un amor por parte de Dios que llega a la máxima expresión, darnos a su Hijo y con él al Espíritu Santo.

Pero este Corazón de Cristo está coronado de espinas, está herido por los pecados de todos los hombres, y de él brota una llama amor al Padre y a toda la humanidad. Es un Corazón roto, herido por la lanza del soldado, efecto del pecado de toda la humanidad. Y roto de amor, porque no es correspondido. “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres… y a cambio recibe menosprecios e ingratitudes de los hombres”, le dice Jesús a Santa Margarita María Alacoque.

A pesar de todo, es un Corazón que sigue amando y busca corazones que se unan al suyo, como víctimas de reparación por tanto desamor de los hombres. Es un Corazón que acabará triunfando por la vía del amor en los corazones de quienes le acogen.

 La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, este viernes 12 de junio, es un momento propicio para agradecer este amor sin medida, con el que siempre contamos y que nunca nos falta. El mes de junio es el mes del Sagrado Corazón. Es ocasión propicia para reparar tanto desamor por nuestra parte y por parte de toda la humanidad.

¡Cómo duele ofender a quien amamos de verdad, y ver que el Amor no es amado! Es ocasión para anunciar este Amor a todos los que nos rodean, para que a todos llegue este lubrificante del amor en medio de tanto sufrimiento. Que la fiesta del Sagrado Corazón nos prepare al Año de la Misericordia.

La práctica de los primeros viernes, la comunión y la adoración eucarística con tono de reparación e intercesión, la ofrenda de nuestra vida en amor de correspondencia, la contemplación de ese Amor incesante, que siempre reacciona amando, nos lleve a todos a exclamar: Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío. Recibid mi afecto y mi bendición. Un corazón roto de amor, el Corazón de Jesús.

 

 

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LAS LÁGRIMAS DE JESÚS: EL CORAZÓN DE JESÚS

 

El Amor de Jesús ama y abraza siempre,  no solamente a sus más fieles amigos, sino que, incluso cuando el ser humano resulta ser como Judas, Él siempre ama y perdona. Es el Amor que de una forma tan inconcebible se hace presente continuamente sobre el pan consagrado, que permanece con los brazos abiertos para amigos y enemigos, tengan fe o no la  tengan.

El deseo de amor no podría nacer en el atormentado corazón humano si Dios mismo no lo infundiera en él. Dios desea mostrarme su verdadero rostro: el rostro del amor de Dios es su Hijo, encarnado por amor primero en carne humana, y luego en un trozo de pan, mayor expresión de amor, imposible. Es un amor singular, excepcional, dirigido hacia cada uno de nosotros, hacia mí mismo. Es el amor que de forma maravillosa definió el santo padre Benedicto XVI al decir que es al mismo tiempo agápe y eros’.

Jesucristo, como anotan los evangelios, muchas veces se compadecía e, incluso, a veces lloraba: «Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: “En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará”» (Jn 13,21). Al hablar de la traición de Judas, Jesús experimentó una profunda compasión; tal vez lloró. Y si se compadeció ante la traición de Judas, eso quiere decir que lo amaba mucho. ¿Acaso Él, quien es el Amor mismo, podría no amarlo?

Jesús lloró por Judas, pero —lo que puede ser más importante-- lloró en su presencia, no le ocultó su compasión. Es estremecedor que Judas haya podido ver las lágrimas de Jesús. Si me siento pecador, pero al mismo tiempo he perdido la esperanza y no creo en el amor de Jesús, puede decirse —recurriendo a las palabras del Evangelio de la salvación, como sucede en toda santa Misa— que Jesús, en quien no confío, llora por mí, en mi presencia. Lo que ocurre es que puedo no verlo. Tal vez Judas tampoco vio las lágrimas de Jesús. Porque el ser humano ve solo lo que quiere ver.

Los evangelios subrayan que Jesús lloró por Jerusalén: «Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: “¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita”» (Lc 19,41-44).

 Aún hay otro gesto de compasión por parte de Jesús: las lágrimas por el dolor humano, por el dolor de una persona a la que amaba mucho. No en razón de su infidelidad sino, al contrario, porque esa persona era muy fiel a Él, y lo amaba mucho: «Viéndola llorar Jesús [...], se conmovió interiormente, se turbó».

Jesús se compadeció porque María de Betania lloraba.
Así es el Amor, todavía no descubierto por mí. El Amor que siempre ama: al que traiciona, al que está cerrado, sobre quien tienen que venir tiempos duros, como sucedió sobre Jerusalén, cuando no quedó de ella piedra sobre piedra, porque no reconoció el tiempo de su visita.

Pero Jesús también llora por el dolor humano, porque ése dolor es muy entrañable para Él. María lloraba por la muerte de su hermano Lázaro, y Jesús mostró su compasión; mostró cuán entrañable era su llanto para Él. Aunque sabía que el dolor de la separación sería aliviado —sabía que resucitaría a Lázaro—, no fue indiferente al sufrimiento, al llanto de María, a quien amaba.

Puede decirse, incluso, que Jesús fue quien le causó dolor a ella pues, a pesar de que se había enterado de la enfermedad de Lázaro —«Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo»—, «permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba» (Jn 11,3.6).

Es en este sentido como «causó» el llanto de María. Además, ella lo sabía, ya que dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto» (Jn 11,32). Aunque se trataba de un pensamiento estrictamente humano, Jesús se abajó ante él y lo respetó, porque sabía que María desconocía los planes de Dios, que implicaban su llanto y la «demora» de Jesús, como una gran prueba de fe… (Las noches del espíritu de san Juan de la Cruz para vaciar mi corazón de amores humanos y llenarme solo del Espíritu Santo, del mismo amor de Dios verdadero no fabricado por mí por las “nadas” purificatorias pasivas, no activas… y así llego a sentir el mismo amor de Dios, Espíritu Santo, el cielo-contemplación de amor en la tierra).

Él es quien mejor sabe que las pruebas de fe,  aunque son tan necesarias,al mismo tiempo son muy dolorosas, como lo fue esta, en la que se revelaría la gloria d Dios, al resucitar a un hombre de entre los muertos para que muchas personas pudieran creer en Jesús.

Tal vez también el Señor pretendía, con esta prueba, que María de Betania que amaba tanto a Jesús, incrementara y purificara aún mas su amor por Él y descubriera más lo mucho que Él la amaba: le muestra su amor con sus lágrimas y, después, eliminando la causa de su llanto, restableciendo la temporalidad a la que estaba apegada, la vida de su hermano amado. Precisamente el amor de Jesús hizo que se convirtiera en el Único para María, cuando visitó nuevamente Betania, a falta de seis días para la Pascua, ella no prestó atención ni a Marta, ni a Lázaro, ni a los Apóstoles que estaban presentes junto al Maestro. Para ella solo Él existía.

Al realizar esos gestos simbólicos: arrodillarse a sus pies, derramar sobre ellos un caro perfume de nardo puro y secarlos con sus cabellos, estaba expresando cuánto había descubierto del amor de Jesús. Estaba diciendo que, en presencia de quien gradualmente había llegado a ser para ella todo, prácticamente el mundo entero había desaparecído, toda la temporalidad.

También Judas, como María de Betania, lo había recibido todo. Puedo percibir un contraste sorprendente al comparar cómo se compadeció Jesús de Judas y de María, estando en la presencia de ambos, derramó unas lágrimas por quien le fue tan infiel y su amor, y otras por aquella que fue un signo excepcional de fidelidad...

La comparación de estos dos «polos humanos» enseña mucho sobre el amor de Jesús. Sin embargo, no lo enseña todo, ya que este amor no se descubre del conocimiento: de saber que Él ama, que ama a otros; que es un Amor tal vez abstracto. Cada uno de nosotros en lo personal debe descubrirlo en su propio camino de vida, abriéndose a la gracia que viene ahora, en el momento presente.

Este privilegiado momento presente, este ahora, es para mí la
Eucaristía: Jesús eucarístico que con un amor tan excepcional me mira desde el Sagrario y el altar del Sacrificio. Mira de tal manera, que yo pueda creer que me mira exclusivamente a mí, con un amor particular. Y que siempre me ama. SIEMPRE, independientemente de que me encuentre en alguno de esos polos representados por las figuras de Judas y de María de Betania. Entre esos polos existe un continuum de posibilidades que no puede abarcarse con la razón.

En realidad mi vida corre por un camino tortuoso, por una senda intrincada. Ni siquiera tengo conciencia de dónde estoy; aunque efectivamente me estoy aproximando de alguna manera a uno de esos polos. Solo la gracia de Jesús eucarístico puede mostrarme —si me abro a ella— si el camino de mi vida y mi elección más profunda me están dirigiendo más hacia Judas o hacia María de Betania. Porque en esencia mi vida se encuentra extendida entre esos dos polos.

En definitiva cuenta solo Cristo, y solo una cosa es importante: mi relación con Él, quién es para mí. Por eso cada momento es una elección. Ahora o elijo a Él o no lo hago. Jesús Eucarístico está siempre junto a mí. Si estoy extraviado y por el momento no me puede ayudar —porque no quiero que me ayude-, entonces tiene que «llorar».

Obviamente Cristo no puede llorar, porque está sobre el altar, en Cuerpo glorioso; pero si pienso en Él solamente de manera abstracta, nunca veré lo cerca que está. La luz de la Revelación puede iluminar mi conciencia extraviada y mostrarme a Jesús no solamente como un agápe abstracto, sino también como amor concreto, es decir, como esa única forma de amor que puedo percibir: el eros.

La unión de estos dos tipos de amor me aproxima a Jesús. Solo entonces la Liturgia eucarística puede llegar a ser para mí muy real, sobre todo su parte más extraordinaria, desde la Transubstanciación hasta la santa Comunión; porque Jesús eucarístico —el Amor en toda su esencia— viene sobre el altar por el poder del Espíritu Santo y de las palabras de la consagración.

Y este Jesús viene a mí en la santa Comunión o, más bien, me recibe a mí, que soy un pecador porque, independientemente de que me esté acercando al polo de Judas Iscariote o al de María de Betania, siempre me acerco como pecador.

A decir verdad, María no lloró por la muerte de su hermano, sino por ella misma, pues había per ella misma, pues había perdido algo valioso. Lloraba por su propia pérdida. Por eso la Eucaristía siempre es Pan para los pecadores, aunque se sientan tan santos como ella. Después de todo, en ese momento María de Betania todavía no era santa. Solo cuando el Espíritu Santo la abrace y con su gracia la santifique, ella tendrá la certeza de que Él, Dios, puede darle todo: a sí mismo, y también lo que había perdido. ¡Le pareció que había perdido tanto!, mientras que Jesús quería decirle que si lo elije a Él, todo le sería restablecido, incluso Lázaro: si elije a Cristo, ya nada se lo ocultará.

 

 

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2ª MEDITACIÓN: UNA PALABRA TUYA BASTARÁ: CORAZÓN DE JESÚS

 

        Son conmovedoras las palabras que Jesús le dirige al hombre que le pide que cure a su hijo de epilepsia, utilizando el modo condicional. A su petición: «Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos», Jesús responde lleno de sorpresa: «Si puedes...!».

En estas palabras se entrevé su gran asombro por la incredulidad humana ante los muchos milagros que constantemente realizaba:«Todo es posible para el que cree» (cf Mc 9,23). Para quien cree en el Poder y en el Amor, Dios puede hacer todo. Incluso Judas pudo haber sido salvado si como aquel padre hubiera clamado: «Creo; ayúdame porque tengo poca fe» (Mc 9,24). Es que ni siquiera es necesario creer, basta con reconocer la incredulidad y recurrir a quien con su sorpresa exige de alguna manera no ponerle límites a su poder.

Decimos que hay que creer en el amor de Dios, pero eso es demasiado poco; también hay que creer en su poder. Solo entonces uno puede descubrir quién es Jesús, y recibir paz y felicidad; solo entonces: amor poderoso que obra.

Lo que admira a Cristo en la petición del centurión
—«Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará» (Mt 8,8)— es la fe en su poder. Obviamente, en el fondotambién hay fe en su amor, porque el centurión, al ver que realizaba tantos milagros, de alguna manera tocó la misericordia de Cristo; por lo tanto, tuvo que haber creído en cierto grado en ese Corazón, que tenía piedad de la miseria humana. No obstante, él fuéexcepcional en su fe, porque Israel carecía, no tanto de fe en la bondad de Jesús, sino más bien en su poder.

Los Apóstoles también veían que el Maestro tenía piedad de las multitudes, creían en su amor, Sin embargo, la fe del centurión en el poder de Jesús, expresada en las categorías válidas en el ejército, es admirable: «Porque cuando yo, que yosoy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: “Ve’ él va, y a otro: “Ven’ él viene; y cuando digo a mi sirviente: “Tienes que hacer esto’ él lo hace» (Mt 8,9).

El soldado tiene que obedecer absolutamente al oficial; por lo tanto, el centurión parece comprender que las que hoy llamamos leyes de la naturaleza también obedecen a Jesús, Él sabe que Jesús no tiene que ir personalmente, en contra de las convicciones comunes; no tiene que tocar para curar; sabe que ese poder puede actuar incluso desde lejos. «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe» (Mt 8,10), estas extraordinarias palabras de admiración salen de la boca de Dios mismo.

¡Qué importante es la fe en el poder de Dios, en ese poder suyo que puede manifestarse en cada instante de mi vida! La fe en su amor no es suficiente, porque el amor puede ser desvalido. El amor que llora y se compadece es con seguridad un amor excepcional pero eso no es suficiente para el hombre. No basta con que se compadezcan de él; el hombre necesita a Dios mismo, a Jesucrist0 y solo a Él. Pero lo necesita realmente cuando descubre que el amor de Dios siempre es poder. Que no se puede separar el amor de Jesucristo de su poder.

En El, el poder y el amor activo y no meramente pasivo y sentimiento constituyen una unidad. Él ama en la misma medida de su poder y tiene poder en la medida de su amor. Porque tanto el amor como el poder son en Él infinitos. Y estas dos infinitudes crean tal unidad en Él, que al amar siempre quere actuar… la cruz, su  vida, su nacer, predicar, morir quiere salvarme; por medio del Sacriflcio de la Eucaristía. Y puede salvarme en la medida de mi apertura de mi disposición. Por esto, en realidad existe solo una fuente del mal: que no crea en Jesús, que no crea - a Jesús, que no crea en su amor infinito y en su poder infinito. De aquí nacen los demás pecados.

Si mi vida se orienta hacia el polo de Judas Iscariote, podré percibir a lo sumo, las lágrimas de Jesús. Y cuando las vea, puede que las interprete falsamente, no como expresión de su amor sino de debilidad. Aquí se encuentra el misterio de la maldad humana: Judas no se abrió al Amor que le mostraba compasión y que al mismo tiempo era el Poder infinito; por eso no sucedió milagro alguno. Como María de Betania se abrió al Amor que se compadeCe ese Amor pudo manifestarle su Poder, en el mayor grado en el que un ser humano puede recibirlo.

María de Betania no pudo conocer a Jesús totalmente Era solo un ser humano pecador Por eso la infinitud del poder del Señor y de su amor’ paradójicamente tuvo que «limitarse» al mayor milagro desde el punto de vista humano: resucitar a los muertos. Pero para María eso era suficiente, y tenía que serlo, porque era solamente una Criatura llamada de la nada a la vida, y mayor gloria de Dios no podía ver.

En ese sentido Jesús, en la medida de las limitaciones humanas de María, le reveló todo Porque cualquier Cosa Superior a eso, Una gloria suya aún mayor solo habría podido destruirla. Pero Él la amaba tanto que limitó la manifestación de su gloria «únicamente» a la resurrección de los muertos. Para ella y para quienes vendrían después a Betania a ver a Lázaro, ese sería un signo excepcional del poder de Jesús, suficiente para seguirlo hasta el final.

Antes de la santa Comunión repito: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme» Entonces se abre paso hacia mí, aunque sea por un instante, algo de la verdad acerca de mi debilidad, de mis infidelida des Cometidas con tanta frecuencia; pero al mismo tiempo crece el deseo de unirme con Dios. Tal vez durante muchos años de aspirar a Él, mi indignidad será para mí solo Una palabra vacía; pero si algún día se vuelve realidad, el contraste entre mi indignidad y aquello a lo que me llama Él, mi Redentor eucarístico podrá ser asombroso.

Tal vez me acuerde entonces de las maravillosas palabras que Jesús le dijo al padre que pidió la curación de su hijo, y que creía tan poco en su poder. Tal vez me acuerde del asombro de Dios ante la duda de ese hombre. Dios tiene predilección por los violentos, esos locos que arrebatan el reino de los Cielos (cf Mt 11,12). Lo arrebatan sin ser dignos de ese Reino. Dios no llama a la santidad a los justos sino a los pecadores.

Por la gracia tal vez tome conciencia del poder de su palabra. De hecho, en virtud de esa palabra se realiza el mayor milagro del mundo: el descenso de Dios sobre el altar. Las palabras de la consagración, que en cada santa Misa producen el mayor milagro, ¿no serán capaces de abrirme a la gracia vinculada a ellas?, ¿de abrirme de tal manera que me impregne en el momento que precede la santa Comunión? Entonces, al repetir la oración: «Señor, no soy dígno...», terminaré con fe: «pero una palabra tuya bastará...», y al decir «una palabra» me refiero a esa palabra tuya que no tiene límites de poder, que es capaz de realizar la transformación de mi corazón, la sanación de mi alma, ahora mismo.

¿Solo la sanación? O tal vez —como el loco, como el violento que arrebata el reino de los Cielos— le diré a Jesús: «Una palabra tuya bastará para santificarme». No debería poner límites a su poder infinito y a su misericordia infinita, De hecho puede suceder que Él, Dios presente en la Eucaristía, en virtud dv esas palabras maravillosas, en cierto momento realice mi transformación.

Y un día realizarás esa transformación en mi cuando te acoja en mi corazón. Serás solo Tumi Dios y Señor, mi única esperanza. Y serás Ii quien en la santa Comunión te unas a mí en el amor.

Todo esto parece una locura pero, al venir a ml en la Eucaristía, Jesús de verdad me ama hasta Li locura. Y verdaderamente hasta la locura desea morar en mí, santificarme, dándoseme, junto conel regalo de mi santidad. Y con ello, todo lo demás: la participación en su gloria, cuyo anticipo se hace presente sobre el altar.

 

 

3.- AMOR INDEFENSO

 

«ESTOY A LA PUERTA Y LLAMO...» (Ap 3,20).


Pero Tú, Jesús presente en la Eucaristía, quieres que yo también llame a la puerta que también golpee. Tú, que quieres depender de mí, hombre de poca fe, deseas suscitar en mí la oración.

Estoy encerrado en mí mismo. No soy capaz, no quiero abandonarme a mí mismo; sin embargo me encuentro frente a la puerta que conduce a tu Corazón eucarístico, por la que debería querer entrar. Enséñame a llamar, enséñame a tocar la puerta1 porque constantemente me quiero maltratar, herir... Y tal vez no tengo esperanza de que esa puerta se abra algún día. O tal vez no lo deseo.

No es tan fácil llamar a la puerta porque significa esperar, entrar en comunión, y yo no sé cómo hacerlo. Por lo tanto, enséñame, Señor Jesús oculto en la Eucaristía, a esperarte cada vez más, a entrar cada vez más en comunión contigo. Un niño es capaz de llamar pateando la puertas pero yo sigo sin ser niño; no golpeo fuertemente la puerta porque sigo necesitándote demasiado poco.


¡VEN SEFIOR JESÚS!

 

Jesús fue a la tierra de los gerasenos y los liberó de grandes tormentos. El endemoniado de Gerasa gritaba noche y día, se golpeaba con piedras en los sepulcros y en los montes; en todos despertaba miedo. Los gerasenos estaban totalmente desvalidos ante esa gran desgracia. Y, de repente, vieron sorprendidos cómo el hombre que hasta ese momento no se dejaba sujetar porque rompía todas las cadenas y grilletes, ahora se encontraba sentado a los pies de Jesús, tranquilo y feliz.

Si hubieran sido capaces de valorar eso, se habrían postrado a los pies de Jesús, agradeciéndole de corazón el haberlos hecho testigos de un milagro. Pero simplemente se dirigieron a Jesús para rogarle que se alejara de ellos lo más pronto posible. Eran más importantes para ellos los puercos ahogados en el lago, que la llegada del poder divino en la persona que había realizado el milagro. Se dio una situación de polarización, y los habitantes de Gerasa eligieron a los puercos en vez de a Dios.

El joven rico también tenía sus «puercos» y, porque temía perderlos, rechazó a Jesús. Los gerasenos en realidad no eran israelitas como él; además, apacentaban puercos, animales impuros para el pueblo de Israel. Sin embargo, habían sido testigos de un milagro evidente, es decir, de la realidad estreme cedora de la actuación de Dios delante de sus ojos, Pero eligieron a los puercos.

En cada ser humano existe un «yo» real y un «yo» ídeal. El «yo» ideal es una parte de uno mismo, esa «reserva del corazón» que está vinculada con un profundo deseo, una expectativa Incluso, si una persona parece muy mala, se puede definir con suficiente veracidad tomando como base su «yo» ideal, es decir, ese quién quisiera ser, su mejor parte, oculta en su interior, En este sentido puedo decir que, en el fondo, yo soy lo que espero. Los gerasenos no esperaban a Dios; esperaban más bien que el enviado de Dios se lejara de ellos lo más pronto posible, para tener paz en el futuro con sus piaras.

Me es tan fácil decir después de la consagración: «Ven Señor Jesús!», presentándole a Dios en ese fomento supuestamente lo que espero, como expresando la mejor parte de mi «yo»: Sí, Dios mío, ¡ven!; espero tu venida gloriosa y que se arroje al lago la piara de mis «puercos»: todos mis anhelos, deseos, ¡tan terrenales!; mis intereses, que tal vez no quisiera descubrir delante de nadie. Pero, ¿acaso tomo en consideración que todo eso puede realmente caer al lago si en verdad espero su venida gloriosa? En estas palabras se expresa mi elección radical de Dios: «Ven Señor Jesús!, espero tu venida gloriosa, con todas mis fuerzas». Y la medida de mí apertura a esas palabras se convierte en la de la actuación milagrosa de Dios Salvador, que está obrando ahora mismo:

Tú eres el más importante, Dios mío, Jesucristo vivo sobre el altar. Haz que esos «puercos» mueran en el lago, porque yo te espero a ti, aguardo tu venida, hoy, ahora: la que aproxima tu venida gloriosa definitiva. Solo tú, Jesús presente en la Eucaristía, eres mi espera, eres mi esperanza, el sentido de mi existencia: sin ti no puedo vivir.

Confío en que irás intensificando en mi corazón la plegaria litúrgica: «Ven Señor Jesús!», con la que me irás llenando cada vez más, de manera que la espera de tu venida se convierta gradualmente en el contenido de mi cotidianidad, y en el de toda mi vida, que es propiedad tuya. La espera de la segunda venida del Señor está enraizada internamente en la celebración eucarística. Las palabras «ven Señor Jesús!» resonaban como «maraná thá» durante las celebraciones eucarísticas en los primeros siglos de la cristiandad. A la luz de la segunda venida de Cristo, la «gloria» de la temporalidad debería palidecer ante mis ojos. Asimismo, a la luz de su gloria es necesario que también mis aflicciones se reduzcan a polvo. Los problemas deberían preocuparme mucho menos, pues Él vendrá n su gloria. Y todo aquello por lo que me preocupo s volverá absurdo.

Estas palabras implican el llamamiento a la conversión porque, si con Sinceridad hago esa aclama aclamación a Dios REALMENTE PRESENTE sobre el altar, si con sinceridad me Uno a la plegaria Posterior del sacerdote: «Mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos en esta acción de gracias, el SacrificIo vivo y santo», ese Sacrificio ofrecido se realiza efectivamente en mí en la medida de mi espera, espera que me introduce desde ya en una realidad diferente.

La Iglesia evoca en otro momento esa espera, cuando ora antes de la santa Comunión. «Mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo» Su venida en la santa Comunión es una preparación para la otra venida; se nos reparte la santa Comunión para que esperemos la segunda venida del Señor, para que vivamos de la fe en esa venida. Fe que llega a ser esperanza, porque es espera.

¡Cuán importante es esa espera que me introduce en un mundo diferente!; no en el que estoy sumergido, lleno de mal, deshonestidad y dolor; sino en el mundo de Dios, penetrado de esa triple verdad: Él murió, resucitó y vendrá en su gloria, por mí así como por mí celebra ahora mismo el santísimo Sacri— ficio: para poder redimir sobre el altar eucarístico las zonas de oscuridad que suelen permanecer en mí después de la santa Misa.

Esta dimensión escatológica de la Eucaristía, con tanta frecuencia se escapa a mi atención, extremadamente importante. Es un continuo llamamiento para que me convierta, para que me amine hacia ese Amor eucarístico que tanto me amó. En realidad, son pocos los que esperan la venida de Cristo, son pocos los que están preparados para esa venida. Él vendrá en su gloria, pero cuando de repente aparezca en esa gloria, ¿en qué estado me encontrará? ¿Absorto solo en Él, en silencio interior? ¿O estaré tal vez interesado en espejismos temporales, cuidando a los puercos para que no se caigan al lago, persiguiendo extraviado lo que este mundo ofrece? La espera de su venida gloriosa significa que ya desde ahora deseo que reine en mi corazón:

A cada paso que doy en el c-amino, a cada movimiento de mi mano al escribir una palabra, cuando presiono el pedal del automóvil, espero tu venida gloriosa que me llevará a la gloria eterna.

Se trata de que me sirva de este mundo con desapego, como si mañana fuera a desaparecer; pero al mismo tiempo, que trabaje para este mundo con amor, como si nunca fuera a desaparecer. Debo colocar mi vida en la perspectiva del encuentro con el Señor, hacer de ese acontecimiento el polo de atracción. Apenas acaba de venir Jesús realmente sobre el altar en el momento de la consagración, y ya la Iglesia me exhorta a esperar su segunda venida.

Un pensador cristiano, refiriéndose a la segunda venida del Señor, ve cómo el sacerdote levanta la Hostia después de la consagración y, de repente, llega fin del mundo. De esa Hostia levantada surge Cristo rodeado de ángeles en toda su gloria. Ya desde ahora debería procurar descubrir —por medio de la fe— los coros de ángeles que rodean el altar. La celebración eucarística es de hecho participación en la liturgia celestial. Los ángeles no pueden dejar a Cristo para quien fueron creados’. En la primera plegaria eucarística el sacerdote, después de la consagración, pronuncia estas admirables palabras: «Te pedimos humildeente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel»:

Tu gloria, Dios mío, se revela en mí en el hecho de que, a pesar de mi pequeñez, yo no oponga resistencia a la gracia. Tú encuentras tu gloria en la santificación de los que tanto amas, por los que derramaste tu sangre en la Cruz. «Ven Señor Jesús!», este grito significa que ya ha nacido en mí por lo menos un deseo inicial de ver, por medio de la fe, a los ángeles alrededor del altar, el deseo del Cielo.

Si pronuncio esas palabras con toda sinceridad y mucho cuidado, se realizará en mí una polarización. Ellas me colocan ante las siguientes preguntas: verdaderamente quiero su venida gloriosa, ahora? toy preparado para esa venida? ¿La espero? Se trata de no estar asustado por la idea de su venida, que no tema que perturbe mi mundo, en el que e encuentro sumergido; porque esa gloria tendrá 1ue quemar el mundo en el que vivo —que es pura temporalidad y transformarlo en la «nueva tierra».
Cuando venga en su gloria, Jesús traerá de hecho un cielo nuevo y una nueva tierra; no esa tierra a la que ahora me he adherido con el corazón como si fuera un tesoro. Serán tierra nueva y cielo nuevo. Las palabras «ven Señor Jesús!» son un llamamiento a un cambio total en mi elección. Significan que quiero ya, ahora mismo, apresurar de alguna manera la venida de su reino. Significan que ya de alguna manera vivo de la certeza en la existencia de una tierra nueva y de un cielo nuevo. Ya ahora sé —porque creo— que Tú, Dios eucarístico, deseas abrazarme eternamente con tu gloria inconcebible.

 

 

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SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA VIRGEN MARÍA

 

(Fue mi primera homilía de la Inmaculada, predIcada en mi último año del Seminario-diciembre 1959-, ordenado ya diácono, con los tonos de oratoria propios de la época, como nos enseñaba en las clases de Oratoria D. Pelayo, canónigo magistral; pero, como siempre, con el mismo amor de hijo a la hermosa Nazarena, a la Virgen bella, en la novena del Seminario de Plasencia, en 1959)

       

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Al comenzar la santa Misa, la acción de gracias más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón de haber pecado con el pensamiento, con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia  de nuestras obras manchadas de soberbia y de  egoísmo, de nuestras palabras manchadas, de nuestros pensamientos  y deseos manchados. Hasta al niño recién nacido lo sometemos al rito del bautismo para borrar su pecado de origen.

Por eso, el recuerdo anual de la Inmaculada, redimida desde el primer instante de su Concepción, nos llena de alegría y orgullo a nosotros, los manchados hijos de Eva.Todos los hombres necesitamos las aguas bautismales; sólo Ella fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, excepcionalmente concebida, inmaculada, intacta, impoluta, incontaminada.

        Por eso, hermanos, este día es de suma veneración, día grande, cuya solemnidad aventaja a la solemnidad de todos los santos porque en él nuestra Virgen, la Purísima, fue concebida Inmaculada, llena de gracia de Dios, sin mancha de pecado original, llena de luz y amor divino en el seno materno.

       

        2.- Queridos hermanos, todos los hombres somos engendrados con el pecado de Adán y necesitamos las aguas bautismales para limpiar esta sombra de luz divina que en todos nosotros empaña el resplandor de nuestra alma. Sólo ella, la Virgen bella María, fue concebida llena de gracia y amor divino y sobrenatural desde el primer instante de su ser, fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, llena de Dios Trinidad, porque no hay corriente tan impetuosa que no pueda ser detenida por la Omnipotencia de Dios.

El sol sigue siempre su eterna carrera; el agua del río nos impide el camino y el abrazo entre ambas orillas y el fuego nos quema siempre. Sin embargo, cuando Dios quiso, el sol se detuvo en su carrera, para que venciese su pueblo, el Jordán y el mar Rojo mostraron un camino seco a los israelitas y el fuego del horno no quemó a Daniel y sus compañeros.

        Con esta misma potencia, queridos hermanos, pero con más amor y voluntad que nunca, Dios quiso que la impetuosa corriente del pecado de Adán, que hiere e infarta al hombre en lo más profundo de su ser, no lesionara ni tocara a la que sería su Madre, y así fue concebida María, Inmaculada. Ella, la única y simplemente por privilegio divino, porque Dios Trinidad quiso y la elegió como Madre del Hijo-hijo que se iba a encarnar en su seno, porque fue elegida como madre del Hijo desde el primer momento de su Concepción Inmaculada.

       

        3.- Acabo de decir que Dios lo puede todo y, sin embargo, no es verdad. La Omnipotencia divina que detiene al sol y separa las aguas, tiene también sus límites, porque los tiene también su libertad. Dios, por ejemplo, no es libre para dejar de ser Dios, ya que el Infinito tiene que existir en razón de su mismo Ser que es vida eterna, sin límites en ninguna dirección. Dios puede sí colgar más y más estrellas en el cielo para que nosotros inexactamente digamos que son infinitas; puede construir un mundo más dilatado y variado, de colores más brillantes; puede, desde luego y con mucha facilidad, crear otros cielos más limpios, un mar más azul y profundo, unos claveles más rojos, unas cascadas más altas e impresionantes. Puede todo eso y otras cosas más difíciles que ni siquiera la mente humana puede imaginar. Pero el poder de Dios tiene un límite, se puso un límite, no puede traspasarlo, porque sería crear otro Dios, y por eso no puede ni quiere inventar ni plasmar para su Hijo una madre más buena y hermosa, más limpia y excelente, que la  bienaventurada Virgen María, Inmaculada desde su Concepción.

       

        4.- Es impresionante el esfuerzo hecho por Dios para realizar en carne humana la idea más perfecta que de mujer haya concebido en su mente divina. Para plasmarla, como hemos dicho, cogió el azul de los mares, el resplandor de los soles, el frescor de las auras, la suavidad más dulce de las brisas; lo juntó todo y lo llamó María.

María, la misma mujer y humilde jovencita Nazarena, que acarreaba el agua y la leña para su casa y en cuyas manos ponemos nosotros ahora todas nuestras plegarias, María es el límite que Dios se ha impuesto a sus esfuerzos creadores. Al conjunto de todas las aguas nosotros lo llamamos en latín:«maria»; y Dios, al conjunto de todas las gracias que puede conceder a una criatura, la llamó “María”.

        Por esto, María es Virgen bella, Estrella de todos los mares, Señora del buen aire, Reina de los cielos y Señora de todo lo creado. Nadie puede existir ya más perfecto que ella, simplemente porque Dios así lo quiso y lo quiere, porque escogió para ella todo lo sobrenatural más bello y gracioso que pueda existir. La Virgen contiene en sí la suma perfección de todas las cosas creadas y creables, por eso es distinta de todos y de todo: Es Virgen Inmaculada, impecable, dotada de todas las gracias, en la misma orilla de Dios, casi divina.

       

        5.- Cuando antes de crear los mundos, desfilaron todos los seres posibles ante los ojos de la Santísima Trinidad, se detuvieron amorosos ante una criatura singular. El Padre la amó, la miró  y dijo: tú serás mi Hija Predilecta; el Hijo la besó diciendo: serás mi madre amada y el Espíritu Santo la abrazó lleno de Amor Divino y le dijo: Tú serás mi esposa amada, que por mi poder y el Amor de Dios Trinidad pondré en tu seno al Hijo de Dios encarnado haciéndose hijo tuyo; los Tres la  llenaron de regalos y de gracias sobrenaturales y divinas, y cuando la Reina estuvo vestida de luz, los Tres colocaron sobre sus sienes una corona de gracias y dones, en el centro ponía: Inmaculada.

        Queridos hermanos, en ratos de oración, contemplando a María, con la luz y el fuego del Espíritu Santo, es dulce pensar en aquellas tareas preparatorias de la Trinidad dichosa. Imaginémonos a Dios Trino y Uno ocupado con Amor de Espíritu Santo, ternura de Hijo y  anhelos de Padre creador de vida, trazando el semblante, el rostro y los rasgos de su hija predilecta y escogida con el semblante y hermosura de su mismo Ser contemplado y visto y plasmado con el Esplendor de su Imagen e Idea creadora del Hijo “Amado por quien todo ha sido hecho”; qué miradas entre el Padre y el Hijo, qué diálogos de Amor, qué miradas de gozo entre los Tres al crearla, qué contemplación de Amor, qué fuerza creadora del Hijo Dios creando a su madre de la tierra como hijo, qué Hermosura, Esplendor infinito del Ser y Reflejo del Padre infinito haciendo a su madre, qué potencia creadora con su Amor de Espíritu Santo contemplando el poder infinito del Padre.

Con qué manos temblorosas de emoción el Padre la creó en su Mente divina trinitaria; con qué manos emocionadas el Hijo la acarició en su mismo Ser de Hijo imagen del Padre; con qué potencia de beso de amor el Espíritu Santo la plasmó en cuerpo y alma.

        Queridos hermanos, nuestras iglesias han de levantarse sobre un terreno bendecido, acotado, libre de todo aprovechamiento humano. Un delito ocurrido en ellas las inutiliza para el culto divino, porque impide la tranquila presencia de Dios. Y es que Dios es Dios y para el Dios Infinito y Grande siempre el templo, limpio; los corporales, bien planchados; la patena, de buen metal y la Madre,  Inmaculada.     

        La Madre Inmaculada, asociada por Cristo a la obra redentora de la humanidad convenía que desde el primer instante de su ser, en su misma concepción divina y humana, estuviera libre de toda mancha y pecado que había de redimir como corredentora con el hijo-Hijo Salvador de todos los hombres, hijos  de María. Muchas son las razones porque las que Dios quiso que María estuviera limpia de todo pecado y llena de dones y blancura en la redención y salvación de todos sus hijos, los hombres.

 

        6.- Entre estas razones, la principal de tener una madre limpia era la conveniencia que iba a tener de asociarla a su obra salvadora. Todo el que redime de pecados debe estar libre de la culpa, del pecado que quita; lo mismo que, para lavar los objetos o personas, las manos que ayudan a limpiar las manchas deben estar previamente lavadas, limpias de la suciedad que tratan de quitar.     

        Por eso, María elegida como madre y corredentora con el hijo-Hijo vino a nuestra tierra en  Concepción Inmaculada desde el seno de su madre, Ana, anticipando así la venida de su hijo Jesús a su seno sin participación de José, su esposo que por eso quiso abandonarla, porque así nacemos todos nosotros, todos los hombres, menos Jesús  el Dios que quiso nacer hombre en su seno Inmaculado, por designio de amor del Padre, por exigencia de pureza del Hijo, por necesidad del Amor pleno y total del Espíritu Santo.

        Y este es el misterio de la Inmaculada Concepción de María que hoy estamos celebrando. Si removéis el cieno de una fuente, toda el agua que baja al río de la vida humana se enturbia y baja encenagada. Dios constituyó a Adán, fuente de vida humana; al comer la manzana, al comer del árbol del bien y del mal, esto es, al no querer obedecer a Dios y tratar de ser él Dios, diciendo lo que está bien y mal en contra de lo establecido por Dios, vino el pecado original que a todos nos mancha menos a María concebida Inmaculada sin pecado original; nosotros todos sin embargo procedemos de la carne manchada de nuestro primer padre, Adán.

        Solo ella, procediendo de esa misma fuente, fue preservada de toda mancha de pecado en razón de los méritos y deseos de su Hijo, y recibió la vida desde Dios, limpia y transparente y su concepción fue inmaculada desde el seno de madre santa Ana. 

        Dios que estaba preparando a su propia madre no podía consentir que fuera escupida por el veneno de la serpiente, del reptil inmundo, por eso, en la imágenes de María aparece pisoteada. ¿Quién de nosotros no lo haría si lo hubiera podido hacer? El Hijo no podía consentir que el seno donde Él quería nacer entre los hombres para salvarnos y abrirnos las puerta del cielo ni por un momento fuera pisado por la serpiente del pecado, de la enemistad con Dios, esto es, que su madre fuera su enemiga y rebelde por el pecado original.

No lo quiso y como podía hacerlo, así lo hizo. Si el Hijo se estaba preparando su morada en la tierra, tenía que parecerse lo más posible a su morada del Cielo con su Padre y el Espíritu Santo, a la Santidad Esencial del Dios Trino y Uno lleno de Hermosura y Amor de Espíritu Santo; si Dios se preparaba su primer Templo y Sagrario  y Tienda en la tierra no podía consentir que estuviera primero habitada por el pecado contra Él mismo, contra Dios Padre y pisoteada por su enemigo, el demonio del pecado, que la estrenase la serpiente. No estaría bien en un Dios, en un Hijo, que pudo hacer a su propia madre, el Hijo-hijo Jesús, ni estaba bien para el Padre que pudo hacer a su propia hija el Padre y tampoco para el Espíritu Santo que concibió en su seno de Madre y Esposa de Espíritu Santo al mismo Hijo de Dios encarnado en el hijo de María. Los Tres, en consejo Trinitario, así lo decidieron y lo hicieron.

        María, por tanto,  fue siempre tierra virgen, limpia de toda mancha de pecado, sin pisadas de nadie, siempre paraíso de Dios entre los hombres, donde Dios Trinidad la poseyó desde el primer instante su Concepción Inmaculada.

Por eso, aunque siento amores e ideas encendidas de luz y fuego por mi Dios Trinidad en nuestra Madre, María Inmaculada, tengo que hacerlo y quiero hacerlo en poesía porque es la forma más bella de hacerlo y lo hago con los versos de la Hidalga del Valle:

«Decir que Dios no podía

es manifiesta demencia

y es faltar a la decencia,

si pudiendo, no quería;

pudo y quiso, pues lo hizo

y es consecuencia cabal

ser concebida María

sin pecado original».

 

 

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SOLEMNIDAD: LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

 

QUERIDOS HERMANOS:El 8 de diciembre del 1854, el Papa Pío IX definía en la bula Ineffabilis Deus: «Es doctrina revelada por Dios y, por tanto, ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención  a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción» (DS. 2803).

Y el Concilio Vaticano II ha vuelto sobre esta realidad luminosa de la Virgen y nos dice: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Nuestra Madre la Virgen Maria fue, pues, concebida inmaculada, incontaminada, sin macha alguna, desde el primer instante de su ser. Reflexionemos brevementes sobre este hecho de la gracia de Dios:    

 

        1.- María fue concebida Inmaculada por voluntad de la Trinidad para ser Madre de Jesucristo, Hijo de Dios. Así la llamó el ángel de parte de Dios: “llena de gracia”. No estaba bien que ni por un momento el pecado la poseyese, la hiciera enemiga de Dios a la destinada a ser su madre en la tierra.Así que Maria fue  redimida perfecta desde el vientre de su madre.

 

        2.- Fue concebida Inmaculada por voluntad del Hijo para ser corredentora. Convenía que fuera preservada  de todo pecado desde el primer instante de su ser la que iba a estar muy unida a Cristo, Único Redentor, que quiso asociarla a su madre y tenerla junto a la cruz.

 

        3.- Inmaculada, finalmente, por amor de Espíritu Santo, para ser modelo e imagen de la Iglesia, santa e inmaculada, de toda la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todos los hombres, de lo que Dios quiere y nos pide a todos nosotros. Bien está el que se arrepiente y se levanta. Pero mejor es no caer en pecado alguno. Maria por ser elegida como madre de Dios, tuvo este privilegio. Es la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis.

        En el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. En los versos de la Hidalga del Valle, de nuestros poetas clásicos, queda perfectamente reflejada esta teología: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia, y es falta a la decencia, si pudiendo, no quería. Pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».

 

        4.- Queridos hermanos: qué grande hizo Dios a su madre, y no sólo para Él sino para todos nosotros, Nuestros sentimientos hacia ella en este día en que celebramos su Concepción Inmaculada son estos: ´

 

        a) El primer sentimiento será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales desde el primer momento de su Concepción. Y lo hacemos con sus mismas palabras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

 

        b) El segundo sentimientos debe ser deseos de imitarla en lo que podamos porque los hijos deben imitar a sus madres y nosotros vemos en María el modelo de vida cristiana querida por Dios.  Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su pureza y humildad, su confianza y su fiarse totalmente de Dios en las dificultades, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, con obediencia y seguimiento total a Dios “hágase en mí según tu palabra”, como le dijo al ángel .

María, madre de todos los creyentes en Cristo, es modelo de fe, de amor y de esperanza cristiana en la Palabra y promesas de Dios. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que nació en su seno y moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo el que moría abandonado de todos en la cruz, hasta de sus mismos discípulos.

        Todo este misterio de María elegida por Dios como madre inmaculada  provoca en todos nosotros confianza y amor total; si Dios confió y se fió de ella, cómo no hacerlo nosotros, ella nos provoca sentimientos de hijos, sentimientos de petición y de súplica. ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Queremos ser buenos cristianos, seguidores de tu Hijo, pero caemos a cada paso. Queremos salvar a los hermanos, pero nos cansamos. ¡Ayúdanos tú, Virgen santa y bendita, Virgen Inmaculada, Auxiliadora del pueblo de Dios. Porque eres tan grande y poderosa ante Dios, Virgen Santa e Inmaculada, que eres omnipotente suplicando a tu Hijo y lo consigues todo. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

        Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada. Ella es la mejor madre de la fe y del amor y de la esperanza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a todos los creyentes! ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

        ¡María, hermosa Nazaretana, Virgen bella, Madre del alma, cuánto nos quieres, cuanto te queremos. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre, madre y modelo; gracias.

 

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        QUERIDOS HERMANOS: Al comenzar la santa misa, la acción de gracias y la oblación más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón por haber pecado con el pensamiento  con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia de nuestras palabras manchadas de orgullo, de nuestros pensamientos manchados de materialismo, de nuestros deseos manchados de consumismo. Hasta al niño inocente y recién nacido le sometemos al rito del bautismo, para borrarle su pecado de origen.

        El recuerdo y la mirada filial que dirigimos hoy a la Virgen toda limpia, en su misterio de Concepción Inmaculada, nos llena de gozo y alegría y estímulo a nosotros, sus hijos, los manchados desde nuestro nacimiento, los hijos de Eva. Ella, concebida sin pecado, nos está invitando a todos nosotros, sus hijos, a vivir la pureza recibida en las aguas bautismales, a vivir siempre la gracia y la vida plena de Dios.

 

        1.-En el contexto del tiempo litúrgico del Adviento, en que salimos con gozo a esperar al Señor, la Iglesia quiere que dirijamos nuestra mirada hoy a la Madre, por la que nos vino la Salvación. Celebramos hoy la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen Maria: «comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura» (Prefacio)

        El 8 de diciembre del 1854, Pío IX definía en la bula Ineffabilis Deus: «Es doctrina revelada por Dios y, por tanto, ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención  a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción» (DS. 2803).

        El Concilio Vaticano II ha vuelto sobre esta realidad luminosa de la Virgen y nos dice: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Nuestra Madre la Virgen Maria fue, pues, concebida inmaculada, impecable, incontaminada, sin macha alguna, desde el primer instante de su ser.

       

1.- El testimonio más singular y válido de la Inmaculada Concepción de la Virgen lo constituyen las palabras traídas desde el seno de Dios por el ángel Gabriel, al anunciarla que será Madre de Dios: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc1,8). No sería “llena de gracia” si en algún momento no lo hubiera estado; no sería en sentido total si el pecado la hubiera tocado aun levemente en cualquier momento de su vida. María es la “llena de gracia” por antonomasia, porque su vida estuvo siempre rebosante de vida divina de amor a Dios.

 

        3.- Inmaculada por Madre. El saludo a la “llena de gracia” fue precisamente para anunciarla este mensaje de parte de Dios. María estaba destinada por Dios para ser la madre de su Hijo. Desde su Concepción debía estar llena totalmente de Dios, en cuanto a una criatura le es posible. Su maternidad debía ser un denso reflejo de la Paternidad Santa de Dios Padre y por otra parte, debía estar llena del Espíritu de Dios, pues por su potencia debía colaborar con ella en la generación humana del Verbo de Dios en Jesús de Nazaret.

        No estaba bien que ni por un momento el pecado la poseyese, la hiciera enemiga de Dios. Así que Maria fue un Sí total a Dios desde el primer instante de su ser. Fue la Gracia perfecta, la redimida perfecta.

 

        4.- Inmaculada por corredentora. Es una conveniencia que pide que Maria sea concebida sin pecado y llena de la gracia de Dios. Convenía que fuera preservada  de todo pecado desde el primer instante de su existir en función de estar muy unida a Cristo, Único Redentor, que quiso asociar a su madre y tenerla junto a la cruz cuando moría por la salvación de los hombres sus hermanos. Era congruente y estaba perfecto que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado como corredentora subordinada en esta tarea por su Hijo, la que iba a colaborar con su Hijo en la limpieza del mundo; por eso fue preservada de toda mancha para ejercer su misión adecuada y coherentemente.

        5.- Inmaculada por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todo creyente, de toda la Iglesia, santa e inmaculada. Ella ha sido elegida por Dios para ser imagen de lo quiere de todos nosotros. Bien está el que se arrepiente y se levanta. Pero mejor es no caer por su gracia. Maria tuvo este privilegio. Maria, desde el primer instante de su ser tenía que se la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis y es, en definitiva, la nueva criatura, la nueva creación.

        En el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. La desobediencia de la primera Eva fue reparada por la obediencia de la María, que por eso ha recibido el título de la Iglesia como “la madre de los vivientes”.

        Cristo y Maria representan a la nueva Humanidad restaurada de su condición primera. En los versos de la Hidalga del Valle, de nuestros poetas clásicos, queda perfectamente reflejada esta teología: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia, y es falta a la decencia, si pudiendo, no quería. Pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».

       

        6.- Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué grande hizo Dios a María y no sólo para Él sino para nosotros, qué plenitud de gracia, hermosura y amor. Nuestros sentimientos hacia ella en el día su fiesta son:

        a) El primer sentimiento nuestro para con María será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales desde el primer momento de su Concepción. Lo hacemos con sus mismas palabras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

 

        b) Dios ha hecho tan grande y limpia a Maria como icono y modelo nuestro.  Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su humildad en la grandeza, su fiarse totalmente de Dios en las dificultades, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, obediencia y seguimiento total. Es modelo de santidad en la fe, en el amor, en la esperanza cristianas. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza; amó hasta olvidarse de sí, creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo e el que moría abandonado de todos, hasta de sus mismos discípulos.

 

        c) ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Queremos ser buenos cristianos, seguidores de tu Hijo, pero caemos a cada paso. Queremos salvar a los hermanos, pero nos cansamos. ¡Ayúdanos tu, Virgen bella, Inmaculada, Auxiliadora del pueblo de Dios. Es tan grande tu poder ante Dios, porque eres omnipotente suplicando a tu Hijo que es omnipotente realizando, porque es Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

       

        Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada, recemos con ella con plena confianza. Ella es la mejor madre de la fe y del amor y de la esperanza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a los creyentes! ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

 

        ¡María, hermosa Nazaretana, Virgen guapa, Madre del alma, cuánto te quiero, cuánto nos quieres. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

Ésta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente: LA PURÍSIMA.

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:La fiesta de la Inmaculada brilla con esplendor de cielo azul. Un cielo limpio en el que brilla el sol de la pureza y de la gracia. La fiesta de la Inmaculada llena de alegría el alma del pueblo cristiano. Ella anuncia la cercanía de la redención, que viene a traer al mundo el Hijo de sus entrañas, Jesucristo, que nacerá en la Nochebuena como fruto bendito de su vientre virginal.

María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y de manera singular esta fiesta de la Inmaculada.

En un mundo como el nuestro, la vieja Europa nuestra que ignora sus raíces cristianas, va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. Todo ello es fruto del pecado, del egoísmo en todas sus formas. Injusticias, corrupción, desprecio de la vida y de los derechos humanos, odios, guerras.

El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad. En medio de todo ese estiércol ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia.

Nosotros que somos pecadores, y que no somos capaces de salir de nuestro pecado por nuestras solas fuerzas, al mirarla a ella sentimos el alivio de la gracia, que en ella resplandece con toda plenitud. El corazón se nos llena de esperanza.

Nosotros hemos nacido en pecado, el pecado original, y el bautismo nos ha librado de la muerte eterna, haciéndonos hijos de Dios. En nosotros permanece la inclinación al pecado, el atractivo del pecado (la concupiscencia, que no es pecado, pero procede del pecado e inclina al pecado).

María, sin embargo ha sido librada de todo pecado antes de cometerlo. Ni siquiera el pecado original ha tenido lugar en ella. Ni tampoco sombra alguna de pecado personal mortal o venial, ni la más mínima connaturalidad con el pecado. “El pecado más grande de nuestros días es la pérdida del sentido del pecado”, decía hace poco el papa Francisco recordando esta misma expresión del papa Pío XII.

Ciertamente, es necesario contemplar la belleza de María para sentirnos atraídos por esa meta a la que Dios quiere llevarnos: libres de todo pecado y llenos de gracia y santidad. Y esta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente.

Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el sentido de Dios, andan perdidos entre los afanes de este mundo, desnortados sin saber a dónde dirigir sus pasos, esclavos de tantas torceduras del corazón humano, víctimas de sus propios vicios que aíslan y encierran a la persona en sí misma y la incapacitan para amar. Todas estas y muchas más son las consecuencias del pecado, del alejamiento de Dios. Muchos incluso han perdido el sentido del pecado, porque su vida no hace referencia a Dios para nada.

Muchos viven en esas periferias existenciales, lejos de la casa de Dios, y al encontrarse con María recuperan el sentido de lo bello, la verdad de la vida, la fuerza para realizar el bien. La fiesta de la Inmaculada quiere traernos a todos esta buena noticia.

Por la encarnación redentora de su Hijo divino Jesucristo, por su muerte y resurrección, se nos han abierto de par en par las puertas del cielo. Es posible la esperanza, es posible otra forma de vida, es posible amar y salir de uno mismo para entregarse a los demás, es posible la vida de gracia y santidad. Más aún, hemos nacido para eso. Y si alguna vez nos viene la duda o se oscurece el horizonte, levantemos los ojos a María Santísima, la llena de gracia, la toda limpia, la Purísima.

Que el Señor os conceda a todos una profunda re- novación en este Año de la misericordia que, en el día de la Inmaculada, es abierto para toda la Iglesia.

Recibid mi afecto y mi bendición:

 

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INMACULADA

 

Queridos hermanos: Estamos celebrando con gozo la fiesta de María en su Inmaculada Concepción; todos los hombres necesitamos el bautismo para liberarnos del pecado original; María fue concebida y permaneció siempre limpia de todo pecado, fue concebida intacta, impoluta, llena de gracia y belleza divina.

María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y, de manera singular, esta fiesta de la Inmaculada.

En un mundo como el nuestro, la vieja Europa que va olvidándose y alejándose de sus raíces cristianas, y va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, de hijos y nietos, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad con abortos, crímenes de padres a hijos y de hijos a padres, con familias rotas, divorcios, guerras por dineros, petróleos, apostasías.

En medio de todo ese pecado ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el único que puede salvar el mundo de ahora y de siempre, miremos las historia.

Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo, mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia, auxilio para todos, especialmente para las familias que antes rezaban el rosario unidas, porque familia que reza unida permanece unida. Hoy no digo el rosario, ni el ave maría saben ni rezan los niños que vienen el primer año a la catequesis. Familia que reza unida, que viene a misa los domingos, permanece unida.

Ver así a María, tan bella y limpia, concebida sin pecado, nos está indicando el amor y predilección del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo sobre la elegida por la Santísima Trinidad para ser Madre del Hijo, preparando así una digna morada al Verbo de Dios encarnado en su seno, y nos invita a todos nosotros, sus hijos, a imitarla, a invocarla, a recurrir a ella en nuestras necesidades.

Nos llena de gozo y alegría a todos nosotros, sus hijos,  los manchados hijos de Eva, que caminamos en este mundo necesitados de su protección y ayuda permanente; esto nos da certeza y confianza a todos los hombres, los hijos de nuestra madre Inmaculada porque sabemos que nuestra oraciones y novenas y peticiones son siempre atendidas y escuchadas; y finalmente nuestra Madre, limpia de pecado, se convierte en modelo e imagen de lo que Dios quiere de todos nosotros, porque al verla así tan bella y limpia de toda mancha, nosotros sus hijos hemos de esforzarnos por parecernos a Ella, luchar para vivir siempre la gracia y la vida plena de amor a Dios y nuestros hermanos los hombres, recibida en las aguas bautismales.

       

1.-    El Concilio Vaticano II nos dice al presentarnos a María: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo”, ”Salve”, es decir, alégrate, regocíjate, “llena de gracia”, porque Dios te ha predestinado ser Madre del Hijo encarnado.

        “El Señor está contigo”, prosigue el divino mensajero. Nuestra Madre estuvo desde el primer instante de su ser  más rebosante de gracia que todos los ángeles y santos juntos. Y así lo expresó públicamente su prima Isabel, al verla preñada del Hijo de Dios: “bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. 

        POR TRES MOTIVOS PRINCIPALES hizo Dios a María tan grande y bella:   

 

        2.- Inmaculada por Madre. No estaba bien que ni por un momento el maligno y el pecado poseyese a la que iba a ser morada y templo de Dios.

 

        3.- Inmaculada por corredentora. Convenía que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado la que el Hijo quería que fuera corredentora subordinada y unida a Él en su tarea de Único Salvador del los hombres;

        4.- Inmaculada también por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. Es la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis.

 

Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia hermosura y amor. Nuestros sentimientos hacia ella deben ser:

 

        1) El primer sentimiento será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales y rezar con ella el magníficat “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

 

        b) El segundo sentimiento es tratar de imitarla, parecernos a ella. Así quiere Dios que seamos todos sus hijos.

c) Recemos y hablemos todos los días con nuestra madre del cielo. ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Tú eres omnipotente suplicando y pidiendo a tu Hijo Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios.

 

        d) Queridos hermanos: recemos todos los días a María nuestra Madre; pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada. ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!¡Qué certeza y seguridad nos da a todos sus hijos! ¡Qué poder tiene ante Dios! ¡Madre Inmaculada, Madre del alma, cuánto nos quieres, cuánto te

queremos todos tus hijos. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

 

 

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INDICE

Prólogo …………………………………………………………………………………………………… 5

Introducción…………………………………………………………………………………..…….…..7

Adviento…………………………………………………………………………………………..…..13

Retiro de Adviento………………………………………………………………………………………………14

Primera meditación del retiro: vivir el adviento con María……………………20

Segunda meditación: implicaciones espirituales de la encarnación…….28

Tercera Meditación……………………………………………………………………………….31

I domingo de adviento………………………………………………………………………...40

II domingo de adviento…………………………………………………………….………….54

III domingo de adviento…………………………………………………………..………….63IV  domingo de adviento……………………………………………………………………..72

Tiempo de Navidad……………………………………………………………………………………………83

Retiro de Navidad…………………………………………………………………………83

1ª Meditación: “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” ………..83

2ª Meditación: Navidad………………………………………………………………………..87

25 de diciembre: Solemnidad: Natividad del Señor………………………………98

Misa de medianoche………………………………………………………………………………..98

Misa del día…………………………………………………………………………………….……101

Domingo. fiesta: la Sagrada Familia: Jesús, Maria y José………………….112

1º de enero: Solemnidad: Santa María, Madre de Dios. …………………  114

Segundo Domingo de Navidad…………………………………………………123

6 de enero: Solemnidad: Epifanía del Señor……………………………………….126

Domingo: fiesta: Bautismo del Señor…………………………………………….…….137

Tiempo de Cuaresma……………………………………………………………………..…..145

Retiro de Cuaresma“convertíos y creer en el evangelio”…………………..145

Miércoles de ceniza………………………………………………………………..……….159

I domingo de Cuaresma………………………………………………………………….……163

II domingo de Cuaresma………………………………………………….………….166

III domingo de Cuaresma……………………………………………….……..170

IV domingo de Cuaresma………………………………………………………………… 174

V domingo de Cuaresma…………………………………………………………….. …181

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor……………………………………..187

Jueves Santo  de la Cena del Señor……………………………………………………194

Hora santa ante el Monumento…………………………………………………………..203

Viernes Santo de la Pasión del Señor……………………………………......…..216

Retiro de Pascua………………………………………………………………………………  219

Sabado Santo: Vigilia Pascual en la Noche Santa………………….…..….….224

Domingo de Pascua de la Resurreción del Señor…………………..…...…….230

II domingo de Pacua………………………………………………………………...……239

III domingo de Pascua…………………………………………………………..….….….245

IV domingo de Pascua……………………………………………………………….……250

V domingo de Pascua…………………………………………………………………….….. 254

VI domingo de Pascua……………………………………………………………….…………263

VII domingo de Pascua. Solemnidad: Ascención del Señor………..….… 272

Retiro de Pentecostés ……………………………………………………....………..278

Domingo de Pentecostés………………………………………………..…………….296

Fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote…………….……..……………299

Solemnidad: Santísima Trinidad……………………………………..…....………304

Solemnidad: Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo……………....…….. 317.

Viernes. Solemnidad: Sagrado Corazón de Jesús…………………………………337

Corazón de Jesús, roto por amor………………………………………………………342

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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