ARDÍA NUESTRO CORAZÓN A I

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

Ciclo A - I

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA.1966-2018

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

 

ARDÍA NUESTRO CORAZÓN

 

 

CICLO A-I         

 

 

 

 

COMENTARIO A LAS LECTURAS Y EVANGELIOS  DOMINICALES Y FESTIVOS

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PRÓLOGO

 

        Hace más de cuarenta años el autor de este libro recibió de labios de su Obispo la misión evangélica de predicar y santificar a los hombres. Son las obligaciones del testamento de Cristo antes de despedirse de los suyos: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las gentes”... “Id por todo el mundo bautizando a todas las gentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”... “Cuantas veces hagáis esto hacedlo en memoria mía”...

        Don Gonzalo, como todos los sacerdotes, ha intimado éstas y otras muchas urgencias que se le hicieron y se ha  comprometido con ellas durante estos cuarenta años en distintas parcelas donde ha ejercido su compromiso de sacerdote. Pero su corazón magnánimo, amplio, yo diría universal, quiere llegar más lejos. No quiere sentirse constreñido por unas fronteras que clausuran siempre el quehacer diario de un apóstol. Por eso está empezando a proyectar sus sentimientos más lejos: “hasta el confín de la tierra”. Y quiere conseguirlo a través de una serie de libros que guardan las esencias de sus propósitos.

        El centro de una vida sacerdotal tiene que ser siempre la Eucaristía: «Centro y culmen de la vida y misión de la Iglesia», donde Cristo sigue haciendo presente todo su misterio de la Salvación, y hacia la cual deben tender todos los apostolados de la parroquia. Conviene tener presente la relación íntima que existe entre la palabra y el sacramento en la misma Eucaristía: «Las dos partes de que de alguna manera consta la Misa, a saber: la liturgia de la Palabra y la Eucaristía, están tan íntimamente unidas, que constituyen  un solo acto de culto» (SC 56). «Por tanto, los fieles, al escuchar la Palabra de Dios, comprendan que las maravillas que le son anunciadas tienen su punto culminante en el misterio pascual, cuyo memorial es celebrado sacramentalmente en la Misa» (EM 10).

        Para este compromiso obligado, que se cumple singularmente en las homilías dominicales, la Iglesia marca a sus predicadores todos los escritos del Antiguo Testamento, pero sobre todo del Nuevo Testamento y la Cartas de los Apóstoles, muy bien distribuidos en los tres ciclos A, B y C, para que muestren al pueblo creyente toda la riqueza de la Revelación.

        El párroco de San Pedro de Plasencia, lo viene haciendo, como todo buen pastor de la Iglesia, y ahora quiere que no solamente sus fieles conozcan y mediten lo que les ha predicado; sino que quiere que sus homilías y meditaciones lleguen a muchas más personas, que no pudieron oírle. 

        Es ése el motivo especial por el que salen a la luz estas homilías dominicales del ciclo A, con algunas meditaciones apropiadas a los tiempos fuertes de la Liturgia. Cuando las leas, lector amigo, notarás que siempre hay unas líneas dinamizadoras que te unen a la intimidad de Cristo por la intimidad del predicador. Son la Eucaristía y la oración. Es lógico. Porque todas sus predicaciones están llenas de estas vivencias y convencimiento. El Jesús Predicador de Palestina sigue vivo en los miles de sagrarios de la tierra, hablando ahora desde su misma presencia humilde y sus gestos de amor total. Y los cauces para conectar con Él siguen siendo los mismos: dialogar y hablar con Él, convencidos de que nos oye, escucha, atiende e incluso vuelve a hacer conversiones de vida.

        Esto y solo esto es el motivo por el que salen a la luz estas homilías. Me queda pedirte que hojees con este espíritu las páginas del libro. A la postre es lo que hizo siempre Jesús y nos encargó a nosotros: “Id por todo el mundo: predicad y santificad”.

 

D. José Sendín Blázquez

Canónigo de la Catedral de Plasencia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

        Jesucristo es la PALABRA DE DIOS, en la que el Padre se dice a Sí mismo total y eternamente en plenitud de Ser, Verdad y Amor. Y esta misma PALABRA la pronuncia para nosotros en carne humana, con palabras y hechos salvadores para todos los hombres, por la potencia y fuego de su mismo Espíritu de Amor, que es el Espíritu Santo: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella, y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron…La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo…, a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre…” (Jn 1, 1-5, 9, 12).

        Jesucristo, el Hijo de Dios, es, por tanto, la Única Palabra Salvadora para este mundo. Y hay que escucharla. Porque a este mundo no le salvan los políticos, ni los científicos, ni los antropólogos, ni los sicólogos ni los economistas… este mundo sólo tiene un Salvador, es Jesucristo: Única Palabra y proyecto de salvación del Dios Uno y Trino y no hay más proyectos salvadores. Sólo Él es el Camino de venida y de ida a Dios, y solo Él tiene la formula y la clave del hombre y de su plan de encuentro eterno con Dios.

        «En efecto, en la liturgia Dios habla a su pueblo: Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración» (SC 33). Por favor, interpretemos correctamente estos verbos: «Dios habla a su pueblo» «Cristo sigue anunciando el Evangelio» en tiempo presente, tal como la Iglesia nos lo enseña. No es que Dios habló o Cristo anunció; sino que Dios habla ahora a su pueblo y Cristo sigue anunciando ahora el Evangelio por la humanidad supletoria de otros hombres que lo hacen presente sacramentalmente. «Cristo está presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica” (SC 7). Y refiriéndose a la lectura de la Palabra, lo expresa claramente: «Cristo está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla” (SC 7). «Así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena, hace que habite en ellos intensamente la Palabra de Cristo (cfr. Col 3,16)” (DV 8). Subrayemos la presencia actual y santificadora de la Palabra en los mismos términos del texto: «voz viva del Evangelio» «verdad plena» «habite intensamente la Palabra de Cristo». Y todo esto hace que «las riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia, que cree y ora…» (Ibid). Se quiere dejar bien claro que la predicación no es solo para escuchar, sino que debe llegar a la vida  de los creyentes, «a la vida de la Iglesia».

 

 

LA HOMILÍA

 

        Es una parte importante de la Liturgia de la Palabra, que expone, «a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana» (SC 52). La homilía se compone, por tanto, de tres elementos principales:

--   Explicación de los textos sagrados y de la doctrina revelada.

-- Iluminación, desde esta explicación, de las necesidades particulares de los oyentes.

-- La homilía conduce a los fieles a penetrar en la liturgia sacramental del misterio que se celebra para que sea un encuentro sacramental con Cristo, que actúa en la liturgia de la Palabra y del Sacramento.

        Como tratamos de homilías festivas y dominicales, conviene tener presente la relación íntima que existe entre la palabra y el sacramento en la misma Eucaristía: «Las dos partes de que de alguna manera consta la Misa, a saber: la liturgia de la Palabra y la Eucaristía, están tan íntimamente unidas, que constituyen  un solo acto de culto» (SC 56). «Por tanto, los fieles, al escuchar la Palabra de Dios, comprendan que las maravillas que le son anunciadas tienen su punto culminante en el misterio pascual, cuyo memorial es celebrado sacramentalmente en la Misa. De este modo, escuchando la Palabra de Dios y alimentados por ella, los fieles son introducidos en la acción de gracias a una participación fructuosa de los misterios de salvación. Así la Iglesia se nutre del pan de la vida tanto en la mesa de la Palabra de Dios como en la del Cuerpo de Cristo» (EM 10).

        En las Eucaristías dominicales y de festivos la liturgia de la Palabra consta ordinariamente de tres lecturas: la primera del Antiguo Testamento, casi siempre en relación con el Evangelio; la segunda, tomada de los escritos de los Apóstoles, casi siempre de las Cartas, y, finalmente, la tercera, de los Evangelios. En la introducción a las lecturas del Misal he seguido especialmente a ACHILE DEGEEST, LA PALABRA DE DIOS, Ed. Mensajero, Bilbao. 

        En la primera mañana de Pascua, el Resucitado se hace presente a los dos que se dirigen desanimados hacia Emaús. La forma con la que el Señor procede se convierte en  norma para la comunidad apostólica: “Comenzando por Moisés y por todos los profetas, les fue declarando cuanto a Él se refería en todas las Escrituras” (Lc 24,27). De esta manera les descubre su presencia en el Antiguo Testamento y así quedó establecido en la Tradición Apostólica. Y aquí es donde entra de lleno la realidad y necesidad de la homilía, que debe servir fielmente a esta dinámica de la Palabra de Dios. Su ministerio es de pura mediación. Por eso el Concilio le pide al predicador que «escuche por dentro» (DV 25) la palabra para que no sea un predicador vacío. Necesitará, por tanto, la lectura y el estudio, pero, sobre todo, la contemplación, porque la palabra tiene que plantarse primero y fructificar en el corazón del que ha de sembrarla en los demás. No puede comprenderla, actualizarla y comunicarla si no la vive, si no la medita. Cuando el pastor encarna la palabra, la siembra y la siega van muy unidas.

 

PALABRA Y PROFETISMO

 

        Hoy hacen falta profetas, al estilo de Cristo, que nos prediquen y pronuncien claro y fuerte su Palabra salvadora. Porque no se trata de hablar, de predicar, sino de hablar y predicar la Verdad de Cristo y de su Evangelio. Sobran profetas profesionales y palaciegos, que buscan más agradar a los hombres que a Dios, que no hablan en nombre del Cristo que les envía, sino en nombre propio, tratando de agradar a los que les escuchan. Todos tememos la crítica, la incomprensión, la muerte de nuestra fama. Pero hoy necesitamos esta fuerza del Espíritu de Cristo para hablar claro como Él: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie porque no te fijas en las apariencias” (Mt 22, 16 ).

        Sólo en cristiano se puede ser profeta si uno mira a Cristo y está dominado por su mismo Espíritu, Espíritu Santo de Verdad, que nos hace valientes en confesar su Evangelio, porque con su potencia nos hace humildes, libres interior y exteriormente, y con Él no buscamos nada, no tememos nada, sólo decir la Verdad, predicar a Cristo.

        La Didajé afirma que «el profeta que busca dinero es falso profeta», es decir, no es verdadero profeta de Cristo quien se va buscando a sí mismo más que la verdad de Cristo, quien busca aplausos, agradar a los hombres, escalar, quien no quiere vivir <el escándalo de la cruz> y por eso calla o disimula el mensaje o le quita las aristas que duelen y acusan. Para ser profeta verdadero, apóstol verdadero, para  vivir el mensaje del Evangelio y predicarlo, hay que estar dispuestos a pisar las mismas huellas de Cristo, a morir abandonado por los propios amigos o perseguido por los que son señalados por el mensaje de Dios. Y la verdad predicada y vivida es la única que nos lleva a la religión verdadera, al Dios verdadero, al predicado por Cristo, al Cristo verdadero, que existe y es verdad; no al que cada uno nos inventamos a la medida de nuestras mediocridades y cobardías.

        ¿Por qué no soy un profeta verdadero?  ¿Qué tengo que hacer para ser un profeta convencido? Ser santo, vivir totalmente el mensaje, comer y asimilar totalmente la Palabra: “El que me come vivirá por mí” (Jn 6, 57). Sin esta identificación, sin esta comunión de sentimientos con Cristo, la Palabra llega muy empobrecida al predicador que tiene que transmitirla, y, consiguientemente, al oyente, que tiene que escucharla. Este libro de la Palabra hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: «Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y Él me hizo comer el rollo y me dijo: «Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy.» Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel» (Ez 3,1-3).

        La vivencia mística conoce por experiencia, por amor, viviéndola en su corazón lo que otros conocen sólo por inteligencia, con un conocimiento frío, teórico, sin vida; el que quiera conocer la Palabra para predicarla, el predicador, el profeta verdadero tiene que arrodillarse primero, ha de leer “y comerse el rollo” de la palabra, y cuando le queme el corazón, entonces puede predicarla. Y los que la escuchen serán incendiados en la escucha, los quemará el corazón y la vida.

 

LA RESPUESTA A LA PALABRA

 

        Cuando decimos sí a la Palabra, pero luego pecamos y nos alejamos por un no práctico y real, no pasa nada, absolutamente nada, si nos levantamos y vivimos en conversión permanente, porque nuestra actitud sigue siendo sí.  Si permanecemos así toda la vida, la Palabra sigue siendo siempre eficaz y necesitamos el mensaje, porque alimenta esta conversión permanente hacia Dios, queriendo amarle sobre todas las cosas.

Pero si me instalo y no me levanto y permanezco sin esforzarme en vivir la Palabra, entonces me he inutilizado para la escucha, digo, no, con mi actitud y mi vida a la Palabra y estoy edificando sobre arena movediza, no sobre roca; aunque parezca piedra, será imitación piedra. Lo dice el Señor: “Todo el que oye mis palabras y no  las pone  en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre arena; vinieron las lluvias, vinieron los vientos y se la llevaron…” (Mt 7, 27).

        LA PALABRA es una persona, es JESUCRISTO, su vida y su obra, sus dichos y hechos salvadores. Y Jesucristo es  un mensaje, que  no son un sistema de verdades encerradas en sí mismas, es un mensaje personal o una persona mensajera que nos trae y nos lleva a las Tres Persona de la Santísima Trinidad, principio y fin de todo, tiempo, eternidad, mensaje y final de la Historia de Salvación. 

        Hoy muchos han reducido la predicación de la Palabra a la exposición <homilética> de un conjunto de verdades encerradas en sí mismas o de un código moral sin relación a Jesucristo o de un sistema de verdades religiosas que nos instruyen igual que los sistemas filosóficos; pero no nos llevan al encuentro y vivencia de una Persona, la Única que da sentido al hombre, a la existencia y vida humana, al matrimonio y a la familia, la única que puede salvar este mundo: Jesucristo. El sistema acepta y explica la realidad, el mensaje la asume y quiere transformarla: es historia de Salvación. El marxismo es un mensaje, el cristianismo es un mensaje, porque los dos hablan y trabajan para transformar la realidad; los dos predican una revolución para conseguirlo: uno, la del odio y lucha de clases; el cristianismo, la vida y la palabra de Jesús de Nazareth. Ésta es la originalidad del Evangelio, del cristianismo, es un mensaje de salvación que se dice y se hace en una persona, Jesucristo; esta persona se hace presente por la Palabra y sobre todo, por la Eucaristía, que hace presentes todas las palabras, sentimientos, actitudes y hechos salvadores de Cristo, especialmente su pasión, muerte y resurrección, de forma sacramental.

 

CICLO LITÚRGICO

 

        Es ya conocida por todos la distribución de las Lecturas de la Sagrada Escritura en un ciclo de tres años, que designamos ciclo A, B y C, que forman una unidad de toda la Revelación. Cada uno de los tres años litúrgicos tiene un ritmo teológico particular, que se manifiesta en los Evangelios de los domingos durante el año. El año litúrgico A sigue el Evangelio según San Mateo; el B expone el Evangelio según San Marcos, y en el ciclo C leemos el Evangelio según San Lucas, quedando San Juan para los tiempos de Navidad, Cuaresma y Pascua. Porque la Sagrada Escritura como «ha de ser leída e interpretada con el mismo espíritu con que fue escrita para llegar a penetrar con exactitud el verdadero sentido de los textos sagrados, hay que tener en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura, sin olvidar la Tradición viviente de toda la Iglesia y la analogía de la fe» (DV 12). De esta forma, «en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de dicha esperanza y venida del Señor» (SC 102). La razón es conocer todo el proyecto de Dios a través de la Historia de la Salvación.

        Dice el Vaticano II: «Quiso Dios en su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad por medio de Cristo… En esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos, para invitarlos y recibirlos en su compañía» (DV 2).

        Dios se reveló primero y nos reveló a su Hijo como Palabra creadora del mundo y de los hombres: “Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe” (Jn 1, 3). Y todo fue por amor: “porque Dios es amor”, no existía nada, sólo Dios, y Dios, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de Vida, de Amor, de Felicidad quiso crear a otros seres para hacerlos partícipes de su mismo gozo Esencial y Personal: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó…” (1Jn 4, 10)  primero, añade la lógica del sentido.

        Destrozado este primer proyecto de Dios, el Consejo Trinitario pensó y realizó por el Hijo el segundo, mucho más maravilloso, que hace  blasfemar a la Liturgia de la Semana Santa: «Oh felix culpa», oh feliz pecado…¿Cómo llamar feliz y dichoso al pecado? Pues porque el pecado hizo que Dios nos expresara más infinitamente su amor y su ternura por el hombre, por su Hijo Amado: “… porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor  que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4, 8. 10).

        Y Cristo se encarnó y se hizo Palabra reveladora del proyecto de Dios Amor,  con sus hechos y dichos salvadores: “Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1, 14). ¿Por qué murió Cristo? ¿Por qué le condenaron a muerte? Por predicar la Verdad del Padre sobre el hombre y  por predicar y realizar el proyecto salvador de nuestro Dios Trino y Uno: “que somos hijos de Dios y, si hijos, también herederos, coherederos con Cristo”. Murió por predicar y querer establecer el reino de Dios en el mundo;  el reino de Dios es que Dios sea el único Dios de nuestra vida, abajo todos los ídolos: el <yo>, el dinero, el sexo…; todos los hombres, hermanos; y hacer una mesa grande, muy grande, de hermanos, donde todos se sienten, pero especialmente los que nunca son invitados por el mundo: los pobres, los tristes, los que sufren, los deprimidos, los que nos piden tiempo, humildad, paciencia, afecto, porque lo necesitan y no pueden devolvernos nada a cambio, porque son así de pobres; por eso el mundo no los invita nunca a su mesa, y nosotros tenemos que hacerlo por Dios, porque Dios quiere y porque solamente Él puede amar así y darnos la fuerza para amar de este modo.

        Por esto murió Cristo, porque los poderosos de entonces y de siempre no aceptaron el proyecto del Padre sobre su reino, que empieza ya en la tierra y nosotros tenemos que predicarlo y vivirlo. Murió Cristo por ser profeta verdadero que habla en nombre del Padre, sin enmudecer y sin tergiversar la verdad:desde entonces decretaron darle muerte… los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban cómo podrían matarlo…” (Mc 11, 18).

 

USO DE ESTE LIBRO

 

        Damos material abundante para que cada uno tome las notas que prefiera y elabore sus homilías. Mi intención es esta: te ofrezco estas reflexiones; yo las suelo predicar así, tú predícalas como más te guste y sea tu estilo. El estilo es la persona. Tú escoges las ideas y formas que más adecuadas te parezcan para el auditorio y circunstancias. Y en cuanto al tiempo, ya sabes que la gente no aguanta mucho. Deja algo para otro año.

        También ofrezco Retiros y Meditaciones para los tiempos fuertes del año litúrgico. Puedes comprobarlo rápidamente por el índice del libro.

        Con todo afecto. Que seas un auténtico profeta de Cristo.

 

 

 

 

 

 

TIEMPO DE ADVIENTO

 

        El tema central del Adviento es la espera del Señor, considerada bajo diversos aspectos. En primer lugar, la espera del Antiguo Testamento, encaminado hacia la venida del Mesías prometido. De ella hablan las profecías que la liturgia presenta en estos días a la consideración de los fieles para despertar en ellos aquel profundo deseo y anhelo de Dios que vivió todo el Antiguo Testamento, especialmente los profetas, que se encargaron por parte de Dios, de mantener esta esperanza en el pueblo fiel.

        Una vez que vino el Mesías prometido, Jesucristo, terminó el Antiguo y empieza el Nuevo Testamento, con la realización de las promesas; se han colmado todas las esperanzas. Y ahora, en esta etapa nueva que vive la Iglesia, debemos vivir y actuar en nuestro corazón y en nuestra vida cristiana esta venida, mientras la historia de la humanidad se dirige a la última venida del Señor, a la parusía, a la venida gloriosa de Cristo, al final de los tiempos.

        Y en esta perspectiva debemos vivir este tiempo de Adviento; con esta visión deben ser escuchadas y meditadas las lecturas de estos días. Por eso, el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera “venida” del Hijo de Dios, y por otra, mira y hace que nos preparemos para la segunda venida, al final de los tiempos. Debemos esperar al Señor en esta Navidad con los deseos y anhelos del Antiguo Testamento, y esta es a su vez la mejor forma de prepararse para su venida gloriosa al final de los tiempos.

        Por eso, el Adviento  siempre debe ser espera confiada y segura de la salvación de Dios y del cumplimiento de sus promesas primeras y últimas, con el nacimiento del Enviado del Padre. Toda nuestra vida cristiana debe ser una mirada continua a estos dos hechos del Adviento, que enmarcan y dan sentido pleno a nuestra existencia humana y cristiana: la Encarnación, que nos salva, y la parusía, que la lleva a su total cumplimiento. Y en ambos sentidos, siempre esperando al Señor, siempre en vigilia permanente con deseos de encuentro.

        La historia de la liturgia de Adviento manifiesta que la asamblea cristiana, al reunirse en este tiempo santo, celebra la venida de Jesús en Belén, la presencia del Señor en su Iglesia, particularmente en las acciones litúrgicas, y la venida definitiva del Rey de la gloria al final de los tiempos. Este hecho de la venida del Señor debe despertar en el cristiano una actitud personal de fe y vigilancia, para que se realice este encuentro personal, objeto principal de la pastoral del Adviento. Las primeras lecturas de los Profetas nos invitan a levantar la mirada hacia la salvación que nos viene de Yahvé en cumplimiento de sus promesas. Las segundas lecturas de las Cartas Apostólicas más que de la venida, hablan de la presencia de Cristo en la Comunidad. Y los Evangelios dirigen la atención hacia la venida escatológica y la venida histórica.

        Para preparar estas venidas necesitamos:

-- Actitud de fe

-- Actitud de esperanza

-- Actitud de amor

-- Actitud de conversión

Por eso, al empezar los tiempos fuertes de la liturgia de la Iglesia, necesitamos retirarnos al desierto para hacer oración más intensa, necesitamos un tiempo de retiro espiritual

 

 

 

RETIRO DE ADVIENTO

 

        El retiro o desierto espiritual del Adviento es un tiempo más intenso de oración, que lo podemos hacer en el Iglesia, en casas destinadas a la  oración o en la misma soledad de la naturaleza, solos o acompañados. Para preparar estas venidas, como hemos dicho, necesitamos retirarnos a la oración, hacer un poco de desierto en nuestra vida.

        El Adviento es el recuerdo de aquel duro y largo adviento de siglos, desde Adán hasta la Encarnación del Hijo de Dios, que estuvo invadido por el deseo y anhelo del Salvador prometido. Todo el Antiguo Testamento es espera ansiada del Mesías. Y esto es lo que la liturgia de estos días quiere suscitar en nosotros. Ésta es la primera actitud  que debemos potenciar y alimentar en nosotros, por la lectura de los Profetas que nos hablan en este tiempo litúrgico.

        El mundo actual no espera a Cristo, no siente necesidad de Cristo. Por eso, no siente necesidad de su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. El mundo actual tiene muchas esperas: espera ser más feliz, vivir más años, ganar más dinero, conquistar la técnica, los medios de producción… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos; pero son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias y salvar a este mundo: Jesucristo.   

        La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos la multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de champán y turrones? Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, en nuestra familia, en el mundo? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para tratar de vivir en cristiano y prepararnos así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

 

Canto de entrada

 

<<Vamos a preparar el camino del Señor; vamos a construir la ciudad de nuestro Dios>>.

 

Vendrá el Señor con la aurora, Él brillará en la mañana, pregonará la verdad. Vendrá el Señor con su fuerza, Él romperá las cadenas, Él nos dará la libertad.

 

Él estará a nuestro lado, Él guiará nuestros pasos, Él nos dará la Salvación. Nos limpiará del pecado, ya no seremos esclavos, Él nos dará la libertad.

 

Vamos a preparar el camino del Señor; vamos a construir la ciudad de nuestro Dios.

Visitará nuestras casas, nos llenará de esperanza, Él nos dará la Salvación. Compartirá nuestros cantos, todos seremos hermanos, El nos dará la libertad.

Vamos a preparar el camino del Señor; vamos a construir la ciudad de nuestro Dios.

Caminará con nosotros, nunca estaremos ya solos, Él nos dará la salvación. Él cumplirá la promesa, y llevará nuestras penas, Él nos dará la libertad.

 Vamos a preparar el camino del Señor, vamos a construir la ciudad de nuestro Dios.

 

“Mirad a vuestro Dios que viene en persona.... El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará el páramo y la estepa...”. (Is 35,1-2).

 

Dios mío, ven en mi auxilio,

Señor, dáte prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

Salmo 62, 2-9

 

EL ALMA SEDIENTA DE DIOS

(Madruga por Dios todo el que

rechaza las obras de las tinieblas).

 

 Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres».

 

Salmo 64, 2-12


Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,

mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario

viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre.

 

Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres».

 

Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

 

Oh Dios, tú mereces un himno en Sión,

y a ti se te cumplen los votos,

porque tú escuchas las súplicas.

 

A ti acude todo mortal,

a causa de sus culpas;

nuestros delitos nos abruman,

pero tú los perdonas.

 

Con portentos de justicia nos respondes,

Dios, salvador nuestro;

tú, esperanza del confín de la tierra

y del océano remoto.

 

Tú, que afianzas los montes con tu fuerza,

ceñido de poder;

tú que reprimes el estruendo del mar,

el estruendo de las olas

y el tumulto de los pueblos.

 

Los habitantes del extremo del orbe

se sobrecogen ante tus signos,

y a las puertas de la aurora y del ocaso

las llenas de júbilo.

 

Tú cuidas de la tierra, la riegas

y la enriqueces sin medida;

la acequia del Señor va llena de agua,

coronas el año con tus bienes.

Gloria al Padre.

 

Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

 

LECTURA BREVE (Is 45,8)

Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia.

 

RESPONSORIO BREVE

R. Sobre ti, Jerusalén, * Amanecerá el Señor.// Sobre ti,

V. Su gloria aparecerá sobre ti. *Amanecerá el Señor.

Gloria al Padre. *Sobre ti.

 

Benedictus, ant. Aguardaré al Señor, mi salvador, y esperaré en Él mientras se acerca. Aleluya.

 

Benedictus Lc 1, 68-79
El Mesías y su Precursor

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,

suscitándonos una fuerza de salvación

en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo

por la boca de sus santos profetas.


Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,

arrancados de la mano de los enemigos,

le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.


Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,

porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,

el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,

nos visitará el sol que nace de lo alto,

para iluminar a los que viven en tinieblas

y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre.

 

Ant. Aguardaré al Señor, mi salvador, y esperaré en Él mientras se acerca. Aleluya.

 

PRECES

Invoquemos confiados a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios, cuyo gozo es estar con los hijos de los hombres, y digámosle:
Quédate junto a nosotros, Señor.

Señor Jesucristo, que nos has llamado al reino de tu luz,
— haz que nuestra vida sea agradable a Dios Padre.

 

Tú que, desconocido por el mundo, has acampado entre nosotros,
— manifiesta tu rostro a todos los hombres.

 

Tú que estás más cerca de nosotros que nosotros mismos,
— fortalece nuestros corazones con la esperanza de la salvación.

 

Tú que eres la fuente de toda santidad,
— consérvanos santos y sin tacha hasta el día de tu venida.

 

Padre nuestro.

                       

Oración

Señor, Dios todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, que va a nacer, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta Él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su salvación. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

 

Canto final

 

LA VIRGEN SUEÑA CAMINOS, está a la espera; la Virgen sabe que el Niño está muy cerca. De Nazaret a Belén hay una senda; por ella van lo que creen en las promesas

 

LOS QUE SOÑÁIS Y ESPERÁIS LA BUENA NUEVA, ABRID LAS PUERTAS AL NIÑO, QUE ESTÁ MUY CERCA. EL SEÑOR CERCA ESTÁ, ÉL VIENE CON LA PAZ. EL SEÑOR CERCA ESTÁ, ÉL TRAE LA VERDAD.

 

EN ESTOS DÍAS DEL AÑO, el pueblo espera, que venga pronto el Mesías a nuestra tierra. En la ciudad de Belén, llama a las puertas, pregunta en las posadas y no hay respuesta.

 

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RETIRO DE ADVIENTO

(Plasencia, diciembre 2008)

 

        Queridos amigos: El domingo, por la noche, me llamó nuestro querido Delegado del Clero, D. Miguel Pérez, para decirme si podía dar este retiro de Plasencia, que pensaba darlo él personalmente como ya nos  lo había anunciado por carta, para presentarse como Delegado, pero que se lo impedía una consulta médica, no de cosas graves, en Salamanca.  Yo lo dije que bien y  aquí estoy, hermanos, para obedecerle y ayudaros en lo que pueda.

        Como todos sabemos, Adviento es celebrar la venida del Hijo de Dios  en la carne, por la potencia del Espíritu Santo, en el seno de la Virgen María, «pues si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de la hija de Sión ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles…La gracia que Eva nos arrebató, nos ha sido devuelta en María» (Cf. Pref. IV de Adv.).

        También es celebrar la futura venida de Cristo, al final de los tiempos, para revelar la plenitud de su obra que fue realizada «al venir por primera vez en la humildad de nuestra carne» (Cf. Pref. I de Adv.).Y de esta venida nos hablaba el evangelio del primer domingo de Adviento.

        Entre ambas manifestaciones se sitúa la Iglesia, que celebra al Mesías prometido que vino, y espera al Señor que vendrá. El tiempo de Adviento, en su estructura y textos litúrgicos actuales, prepara para ambas manifestaciones.

        Y para esto necesitamos orar, retirarnos al desierto como, Juan, el precursor, y como María que conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón. Por eso, nos retiramos esta mañana para orar  « Y encontrarnos así, cuando llegue velando en la oración y cantando su alabanza», (Cf Pref. II de Adv.), para que «podamos recibir los bienes prometidos que ahora en vigilante espera confiamos alcanzar (Cf Pref. I de Adv.).

        Entre ambas manifestaciones estamos nosotros, que celebramos al Mesías prometido que vino, y esperamos al Señor que vendrá. El tiempo de Adviento, en su estructura y textos litúrgicos actuales, prepara para ambas manifestaciones. Y esto es lo que haremos ahora en este retiro de desierto oracional, rezando y cantando con gozo y alegría la hora intermedia.

 

HORA INTERMEDIA

 

Canto de entrada

 

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

 

Vendrá el Señor con la aurora, Él brillará en la mañana, pregonará la verdad. Vendrá el Señor con su fuerza, Él romperá las cadenas, Él nos dará la libertad.

 

Él estará a nuestro lado, Él guiará nuestros pasos, Él nos dará la Salvación. Nos limpiará del pecado, ya no seremos esclavos, Él nos dará la libertad.

 

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

 

Visitará nuestras casas, nos llenará de esperanza, Él nos dará la Salvación. Compartirá nuestros cantos, todos seremos hermanos, El nos dará la libertad.

 

Caminará con nosotros, nunca estaremos ya solos, Él nos dará la salvación. Él cumplirá la promesa, y llevará nuestras penas, Él nos dará la libertad.

 

 VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

“Mirad a vuestro Dios que viene en persona... El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará el páramo y la estepa...”(Is 35,1-2).

-- Dios mío, ven en mi auxilio,

-- Señor, date prisa en socorrerme.

-- Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,

-- Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

(EL ALMA SEDIENTA DE DIOS: Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas).

 

1.- Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

(Salmo 64, 2-12)

 

 Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,

mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario

viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Gloria al Padre.

 

1.- Antífona: Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de la Virgen María.

 

2.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres”.

 

Oh Dios, tú mereces un himno en Sión,

y a ti se te cumplen los votos,

porque tú escuchas las súplicas.

 

A ti acude todo mortal,

a causa de sus culpas;

nuestros delitos nos abruman,

pero tú los perdonas.

 

Con portentos de justicia nos respondes,

Dios, salvador nuestro;

tú, esperanza del confín de la tierra

y del océano remoto.

 

Tú, que afianzas los montes con tu fuerza,

ceñido de poder;

tú que reprimes el estruendo del mar,

el estruendo de las olas

y el tumulto de los pueblos.

 

Los habitantes del extremo del orbe

se sobrecogen ante tus signos,

y a las puertas de la aurora y del ocaso

las llenas de júbilo.

 

Tú cuidas de la tierra, la riegas

y la enriqueces sin medida;

la acequia del Señor va llena de agua,

coronas el año con tus bienes.

 

Gloria al Padre.

 

2.- Antífona: El ángel Gabriel dijo a María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres”.

 

3.- Antífona: “María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.

 

Abridme las puertas del triunfo,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación.

 

La piedra que desecharon los arquitectos

es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

 

Éste es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.

Ordenad una procesión con ramos
hasta los ángulos del altar.

Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.

 

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia

 

Gloria al Padre.

3.- Antífona: “María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”

 

LECTURA BREVE (Is 45,8)

“Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia”.

 

RESPONSORIO BREVE

 

-- Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor,

--  Su gloria aparecerá sobre ti.

 

Oración : Señor, Dios todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, que va a nacer, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta Él con sabiduría divina para que podamos participar plenamente de su salvación. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

 

Canto final:

 

LA VIRGEN SUEÑA CAMINOS, está a la espera; la Virgen sabe que el Niño está muy cerca. De Nazaret a Belén hay una senda; por ella van lo que creen en las promesas

Los que soñáis y esperáis la buena nueva, abrid las puertas al niño, que está muy cerca. El Señor cerca está, Él viene con la paz. El Señor cerca está, Él trae la verdad.

 

EN ESTOS DÍAS DEL AÑO, el pueblo espera, que venga pronto el Mesías a nuestra tierra. En la ciudad de Belén, llama a las puertas, pregunta en las posadas y no hay respuesta.

 

Los que soñáis y esperáis la buena nueva, abrid las puertas al niño, que está muy cerca. El Señor cerca está, Él viene con la paz. El Señor cerca está, Él trae la verdad.

 

PRIMERA MEDITACIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS:

Estamos comenzando este tiempo santo de Adviento. Todos los tiempos son santos, porque deben servirnos para santificarnos, para unirnos y amar más a Dios y a los hombres. Pero este lo es especialmente, porque el tema central del Adviento es la espera del Señor, considerada bajo diversos aspectos. En primer lugar, la espera del Antiguo Testamento, encaminada hacia la venida del Mesías prometido. De ella hablan las profecías que la liturgia presenta estos días a la consideración de los fieles para despertar en ellos aquel profundo deseo y anhelo de Dios que vivió todo el Antiguo Testamento, especialmente los profetas, que se encargaron de parte de Dios, de mantener esta esperanza en el pueblo fiel.

        Una vez que vino el Mesías prometido, Jesucristo, terminó el Antiguo y empieza el Nuevo Testamento, con la realización de las promesas; llegan los tiempos nuevos y se colman todas las esperanzas. Y ahora, en esta etapa nueva que vive la Iglesia, debemos vivir y actualizar en nuestro corazón y en nuestra vida cristiana esta venida, mientras la historia de la humanidad se dirige a la última venida del Señor, a la parusía, a la venida gloriosa de Cristo, al final de los tiempos.

        Por eso, el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» del Hijo de Dios; y por otra, mira y hace que nos preparemos para la segunda venida, al final de los tiempos; y para que ésta se pueda realizar, es necesario esperarlo y recibirlo ahora, en diversas formas en las que llega a nosotros por la vida, por los sacramentos y por la Palabra.

        Y como me toca a mí esta mañana dirigir la Palabra, quisiera empezar con una oración a la Santísima Trinidad de San Hilario, cuya fiesta celebraremos el 14 de enero, y que viene en la Liturgia de la Horas del día.

        Pero antes, y porque hemos hablado de la última venida, quiero dar gracias a Dios y he rezado y me he encomendado para este retiro a nuestros hermanos sacerdotes muertos últimamente, que han realizado ya esta encuentro del último día; qué testimonios más maravillosos de fe, de amor a Cristo y de esperanza en Dios Padre nos habéis dado. Qué aceptación de la muerte y certeza del encuentro con Cristo gloriosos, qué gozo y seguridad nos dais.

        Este mes de noviembre varias veces y expresamente los he recordado y rezado con sus nombres en la Eucaristía. Ya no celebraréis el Adviento y la Navidad con nosotros, porque vivís la presencia del Padre que nos soñó y nos creó para una eternidad de gozo con Él en su misma esencia y esplendores divinos, del Hijo que vino en nuestra búsqueda para salvarnos y abrirnos las puertas de la eternidad, y del Espíritu Santo, el Dios Amor que nos funde en el abrazo y beso eterno del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en éxtasis infinito y eterno de fuego y esplendores del volcán divino y trinitario de bellezas eternamente reveladas entre esplendores siempre nuevos y deslumbrantes. La muerte para nosotros no es caer en el vacío o en la nada,  sino en los brazos ya abiertos de Dios.

        Y Con este recuerdo emocionado y trinitario a nuestros hermanos sacerdotes difuntos, empiezo ahora mi meditación con la oración de san Hilario:

 

PADRE SANTO, TE SERVIRÉ PREDICÁNDOTE

 

 «Yo tengo plena conciencia de que es a ti, Dios Padre omnipotente, a quien debo ofrecer la obra principal de mi vida, de tal suerte que todas mis palabras y pensamientos hablen de ti.

Y el mayor premio que puede reportarme esta facultad de hablar, que tú me has concedido, es el de servirte prodigándote a ti y demostrando al mundo, que lo ignora, o a los herejes, que lo niegan, lo que tú eres en realidad: Padre; Padre, a saber, del Dios unigénito.

Y, aunque es ésta mi única intención, es necesario para ello invocar el auxilio de tu misericordia, para que hinches con el soplo de tu Espíritu las velas de nuestra fe y nuestra confesión, extendidas para ir hacia ti, y nos impulses así en el camino de la predicación que hemos emprendido. Porque merece toda confianza aquel que nos ha prometido: “Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá”.

Somos pobres y, por esto, pedimos que remedies nuestra indigencia; nosotros ponemos nuestro esfuerzo tenaz en penetrar las palabras de tus profetas y apóstoles y llamamos con insistencia para que se nos abran las puertas de la comprensión de tus misterios; pero el darnos lo que pedimos, el hacerte encontradizo cuando te buscamos y el abrir cuando llamamos, eso depende de ti.

Cuando se trata de comprender las cosas que se refieren a ti, nos vemos como frenados por la pereza y torpeza inherentes a nuestra naturaleza y nos sentimos limitados por nuestra inevitable ignorancia y debilidad; pero el estudio de tus enseñanzas nos dispone para captar el sentido de las cosas divinas, y la sumisión de nuestra fe nos hace superar nuestras culpas naturales.

Confiamos, pues, que tú harás progresar nuestro tímido esfuerzo inicial y que, a medida que vayamos progresando, lo afianzarás, y que nos llamarás a compartir el espíritu de los profetas y apóstoles; de este modo, entenderemos sus palabras en el mismo sentido en que ellos las pronunciaron y penetraremos en el verdadero significado de su mensaje.

Otórganos, pues, un modo de expresión adecuado y digno, ilumina nuestra inteligencia, haz que no nos apartemos de la verdad de la fe; haz también que nuestras palabras sean expresión de nuestra fe, es decir, que nosotros, que por los profetas y apóstoles te conocemos a ti, Dios Padre, y al único Señor Jesucristo, y que argumentamos ahora contra los herejes que esto niegan, podamos también celebrarte a ti como Dios en el que no hay unicidad de persona y confesar a tu Hijo, en todo igual a ti».

(Del tratado de san Hilario, obispo, sobre la Trinidad (Libro 1,37-   38: PL 10,48-49. Liturgia de las Horas: 14 de enero)

 

        QUERIDOS HERMANOS: Cuatro son los temas de los que me hubiera gustado hablar con cierta amplitud en este retiro de Adviento: del Adviento, por ser el tiempo litúrgico fuerte en que vivimos; de María, porque ella fue la primera que vivió este tiempo del espera del Hijo, y porque estamos en la novena de la Inmaculada que tantas emociones y recuerdos agradecidos nos trae; de Juan el Bautista, porque cuando llega el otoño y las hojas se caen de los árboles viene puntual a esta cita con su voz fuerte y tonante, invitándonos a la conversión, como profeta verdadero a quien no se le traba la lengua, cuando tiene que decir verdades que nos cuestan y hablarnos de conversión y de preparar los caminos del Señor; y San Pablo, porque soy estamos en el año paulino y es modelo para todos nosotros, apóstoles de Cristo.

        Pero como no es posible hablar de todos con amplitud, los tres primeros temas los fundo en uno, del cual hablaré en esta primera meditación, cuyo título sería

 

TRARAR DE VIVIR EL ADVIENTO CON MARÍA.  Por escrito, en la mesa, y por si alguno quiere llevárselos a casa o meditarlos aquí,  pondré para meditar sobre la Virgen ya que estamos en su novena de la Inmaculada, unos textos hermosos de los Santos Padres sobre la Virgen en los misterios del adviento y la navidad. Sin imponer nada, repito para los que quieran. Así como una meditación sobre la Encarnación. Y Después de un largo silencio de esta meditación que estoy dando, tendremos la segunda meditación.    

        Y ahora ya, iniciada esta primera meditación del Adviento, quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo a mis feligreses: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, no será Navidad en nosotros; el Adviento ha sido tiempo inútil, no aprovechado, no vivido, no ha existido en nosotros, no ha habido espera y deseo del Señor. Lógicamente, el Señor ya está en nosotros, en nuestras vidas, pero si no aumenta su presencia en esta Navidad, por un adviento vivido con deseos de mayor unión, de experiencia de amor, no habrá servido para nada este tiempo, no habremos vivido el adviento cristiano.

        Cristo viene todos los años, litúrgica y sacramentalmente, a nuestro encuentro en este tiempo de Adviento, porque El vino en nuestra búsqueda, el Dios infinito en busca de su criatura, porque nos ama y quiere llenarnos de su belleza, hermosura, de su ser y existir divino y trinitario, pero si no salimos a esperarle, no puede haber encuentro de gracia y salvación con Él. La Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana. Y así lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad. Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad».

        Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos. Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos, para iluminarnos del verdadero concepto de hombre, mujer, familia, matrimonio, sentido de vida humana. Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia y lo canta y reza por nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven que te esperamos, ven pronto y no tarde más».

        Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como dije antes, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo. Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por la televisión y los medios, debemos recogernos en silencio de ruidos mundanos ahora para meditar los textos sagrados. Para eso estamos reunidos aquí y no podemos dejar pasar esta oportunidad que el Señor nos ofrece.

        ¿Por dónde vendrá Cristo esta Navidad?  Si yo tengo que salir al encuentro de una persona, si yo quiero llegar a Madrid, tengo que ir por una carretera distinta que si voy a Salamanca. ¿Por qué caminos tengo que esperar a Cristo en este tiempo de Adviento, para que nazca en mi corazón y para que aumente su presencia de amor?

        En este tiempo de Adviento la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

 

1.- POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO MARÍA

 

        La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo. Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte, confirmándole que era verdad todo lo que decía, ya que no estaba bien que tan niño empezara haciendo milagros; así que una parte del Magnificat se la debemos a Él, de la misma forma que todo pan eucarístico, el cuerpo eucarístico de Cristo tiene perfume, olor y sabor maría, por ser carne que viene de María.

        Por otra parte,  no sería bueno para nosotros, que tenemos que recorrer a veces este camino, con frecuencia duro y seco aparentemente de fe, esperanza y amor,  sin ver ni sentir nada, que es la oración. María nos invita a entrar en clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano. Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren chapám y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica, carece de alma, de experiencia, de vida, auque sea ex opere operato. Es que todo depende de la fe y amor personal con que viva y experimente la acción litúrgica.

        La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en espíritu y verdad”.

        Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

        Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan. Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

        Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, este nuevo encuentro litúrgico con Cristo, que especialmente por la Eucaristía hace presente todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado voy a besar, tocar y  venerar en cada sagrario, en cada pesebre, en cada imagen de Niño.«Ven, Señor, y no tardes».

        La oración personal es la que me sirve de canal para recibir las gracias y los frutos de la oración litúrgica y es el principal apostolado del sacerdote y del Obispo. El principal. No lo afirmo yo, pongo textos de personas más autorizadas:

 

Juan Pablo II, en la Cart Apostólica Novo Millennio Ineunte,  ha vuelto a repetir e insistir en la necesidad de la oración y de escuelas de formación en esta materia tanto en parroquias como centros de formación, como el seminario. Y la razón es evidente. Si yo como formador o como párroco, no recorro este camino de oración hasta las alturas de la contemplación y de la oración de unión y transformación que es donde se ya la experiencia del Dios vivo, difícilmente podré conducir a mis feligreses hasta el Tabor. Y esto existe, Dios existe vivo, comunicativo, pero hay que vaciarse de tanto yo que impide vivir en mí, estoy tan lleno que no cabe ni Dios.

Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, cuando invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de apostolado, de vida apostólica, pero no de métodos y organigramas, donde expresamente nos dice «no hay una fórmula mágica que nos salva», «el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo», sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a Él por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía. No todas las acciones son apostolado. Sin el Espíritu de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo.

 

 

Primacía de la gracia

 

38.- En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15,5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5,5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitidie al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración.”

2.- POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

 

        “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

        Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de demostrarlas o comprobarlas con la razón; y porque nos fiamos más de nuestros propios criterios que de lo que nos dicta la fe, dudamos de lo que Dios nos dice por el Evangelio, porque supera toda comprensión humana. Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero casi grande en su interior, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo en otros asuntos y esperas, que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros.

        Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente secularista, materialismo, desenfreno, persecución clara y manifiesta del gobierno y de los medios y de todo lo que huele a Iglesia, Dios, Evangelio…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta todo, porque le falta Dios. Y estamos todos más tristes, más solos: los matrimonios, los padres, los hijos, los amigos… nos falta Dios; es necesario que Dios nazca en los hombres, viva en los matrimonios, sea invitado y comensal diario en nuestros  hogares. necesitamos fe personal ante tantas iglesias vacías, rol destruido, sacramentos civiles: han desaparecido las ayudas de tiempos mejores.

        Por eso, lo primero de todo será la fe, fe en su Venida, en su Encarnación, en su nacimiento, en su presencia eucarística; si creo en Cristo, no puedo separar unas realidades de otras, tengo que creer en el Cristo completo.

        ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo sólo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como María, por una fe viva.

        Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. La Navidad fundamentalmente es creer que Dios ama al hombre, sigue amando al hombre, sigue amando y perdonando a este mundo.

        La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumple, todo tiene sentido, todo nos prepara para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotros. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Que merezcamos su alabanza por haber creído en su venida de amor a este mundo.

        Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella. ¡Madre, enséñanos a esperarlo y recibirlo así!

 

3.- POR EL CAMINO DEL AMOR AGRADECIDO, COMO MARÍA

 

        María expresó maravillosamente este sentimiento ante su prima Isabel con el canto del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1,46-47).

        Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto. Pero en estos días, como siempre, lo primero debe ser Dios. Y si alguien nos pregunta, tanto ahora en Navidad como en cualquier tiempo del año, ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios? Pues porque Él nos amó primero. Dios nos visita, se hace cercano, se hace hombre y viene a nosotros por amor y para que nos amemos y le amemos: “Porque Dios es Amor… En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó, y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,8.10). Qué claro lo vio Juan: Dios nos amó primero y, roto este amor por el pecado de Adán, Dios volvió a amar más intensamente al hombre, enviándonos a su propio Hijo para salvarnos.

        Santa Catalina de Sena nos describe así todo el amor de Dios en la creación del hombre y, sobre todo, una vez caído, en la recreación, por el amor del Hijo amado: «Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, Padre Dios, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto...   A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. El fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. Él lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?

        Nosotros somos tu imagen, y tú eres la nuestra, gracias a la unión que realizaste en el hombre, al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de la carne de Adán. Y esto, ¿por qué? No por otra causa que por tu inefable amor. Por este inmenso amor es por el que suplico humildemente a tu Majestad, con todas las fuerzas de mi alma, que te apiades con toda tu generosidad de tus miserables criaturas» (Santa Catalina de Siena, Diálogo, Cap. 4).

        Esta debe ser una actitud fuerte en estos días: amor agradecido al Señor, que nos quiere salvar, que viene a nosotros, que viene desde su Felicidad infinita a complicar su vida por nosotros. Procuremos retirarnos a la oración, revisar nuestro comportamientos para con Él, corrijamos, enderecemos los caminos, salgamos a su encuentro, mirando a los hermanos.

Más frecuencia y más fervor en todo: oración, misas, comuniones, obras de caridad con los hermanos,  control de la soberbia y orgullo, porque Cristo se hizo pequeño, visitemos a los necesitados como María a su prima santa Isabel.

 

4.- POR EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN, COMO MARÍA

 

        “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”. Así respondió María al ángel, a la maternidad que le anunciaban, porque sus pensamientos y su planes no eran esos. Pero se convirtió totalmente a la voluntad y a los deseos de Dios, como nosotros tenemos que hacer en nuestras vidas, cuando sus planes no coincidan con los nuestros. Hemos de responder como María: “Aquí está el esclavo del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

        A veces estamos tan llenos de nuestro yo, de nuestros criterios, de nuestros planes… que no caben los de Dios, porque son contrarios y opuestos. El hombre, desde que existe, por impulso natural, tiende a amarse a sí mismo más que a Dios. El mandamiento de “amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, el hombre, por el pecado original, lo convierte en me amaré a mí mismo con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi ser…  Y esto es idolatría. Pero que uno la ve mucho dentro de la misma Iglesia, en los de arriba, muy arriba y en los de abajo. Dios no es lo absoluto de nuestra vida. En el centro de nuestro corazón nos entronizamos a nosotros mismos y nos damos culto idolátrico, de la mañana a la noche.

        Por esta razón, si queremos que Cristo aumente su presencia en esta Navidad dentro de nosotros, en nuestro corazón, en nuestro ser y existir, tenemos que destronar este <yo> del centro de nuestro corazón y de nuestra vida. Porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni su Evangelio, ni sus criterios, ni sus mandatos, ni su vida, ni su amor, ni sus sentimientos, no cabe ni Dios porque nosotros nos hemos constituido en dioses de nuestra vida. Por tanto, si queremos que Cristo nazca dentro de nosotros,  en nuestro corazón, en nuestra vida, tenemos que vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros criterios,  y de esos amores egoístas y consumistas, que nos invaden totalmente y nos vacían de Dios que es el Todo. Y ese es el vacío que siente el mundo actual, muchos hombres y mujeres, las familias estamos, los matrimonios, más solos y tristes, porque nos falta Dios, nos falta el amor, que es Dios. . Necesitamos que Dios llene nuestra vida, nuestro corazón; necesitamos la Navidad; pero la Navidad cristiana, porque, aunque Cristo naciese mil veces, si no nace dentro de nosotros, en nuestro corazón, no habrá Navidad; no habrá encuentro con Dios; todo habrá sido inútil, aunque sobren champán y turrones, no podremos tener Navidad.

        Y para eso, repito, es necesaria la conversión, el vaciarnos de nosotros mismos y de tantas cosas que impiden el nacimiento de Dios en nosotros. Hay que perdonar a todos, no puede haber soberbia y rencor en nuestro corazón para que Cristo pueda nacer; hay que ser generosos en tiempo y amor con los necesitados de tiempo, amor, de cuerpo y alma, con nuestros feligreses, familiares, amigos; hay que convertirse de la crítica continua a los hermanos a la comprensión,  a la aceptación, jamás criticar, no podemos criticar si queremos tener el corazón dispuesto para que nazca Cristo; la soberbia, la murmuración y la falta de caridad con los hermanos impiden este nacimiento. Todo debe ser buscado, rezado y realizado conforme a la voluntad de Dios, mediante una conversión sincera.

        Por eso, repito, que, unido a la fe, va el amor, la oración, la conversión... Estos tres verbos ORAR-AMAR-CONVERTIRSE tienen para mí casi el mismo significado y se conjugan igual y el orden tampoco altera el producto, pero siempre en línea de experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, que vuelve por la Liturgia Eucarística a repetir su historia y su nacimiento para nosotros.

        Orar es querer convertirse a Dios en  todas las cosas. La conversión debe durar toda la vida, porque siempre tendemos a ponernos y colocar nuestra voluntad y deseos delante de los de Dios, a amarnos más que a Dios, que debe ser lo primero y absoluto. Por eso, la conversión debe ser permanente y exige oración permanente. Y la oración, si verdaderamente lo es, debe ser permanente y debe ser y llevarnos a la conversión permanente. Porque si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente. 

        Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas. Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.“Dios es amor”, dice S. Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando San Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Y ese amor se ha hecho carne, se ha hecho hombre, y ese amor de Dios al hombre se llama Jesucristo, y esto es la Navidad cristiana, el misterio del Amor de Dios Encarnado.

        Si es Navidad en este año, quiere decir que Dios sigue amando al Hombre; si Dios nace, quiere decir que Dios no se olvida del hombre; si  Dios nace, el mundo tiene salvación, no debemos desesperar; si Dios nace, todo hombre es mi hermano y el hombre vale mucho, vale infinito, vale una eternidad. Somos más que este espacio y este tiempo, para eso ha nacido Jesucristo. Si Cristo nace, sí hay Navidad, Dios me ama, Dios me ama, Dios me ama: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn  3,17).

SEGUNDA MEDITACIÓN

(Comenzamos cantando el Rorate, coeli…)

 

Cuando, en la festividad de San Pedro del año 2007, me enteré de que el Papa Benedicto XVI había tomado la iniciativa de declarar «Año Paulino» desde el 29 junio del 2008 hasta el mismo día de junio del 2009, me alegré mucho. Lo hizo con estas palabras: «...me alegra anunciar oficialmente que al apóstol San Pablo dedicaremos un Año jubilar especial, del 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009, con ocasión del bimilenario de su nacimiento, que los historiadores sitúan entre los años 7 y 10 d.C. Este «Año Paulino» podrá celebrarse de modo privilegiado en Roma, donde desde hace veinte siglos se conserva bajo el altar papal de esta basílica el sarcófago que, según el parecer concorde de los expertos y según una incontrovertible tradición, conserva los restos del apóstol san Pablo».

Y daba estos motivos: «Queridos hermanos y hermanas: como en los inicios, también hoy Cristo necesita apóstoles dispuestos a sacrificarse. Necesita testigos y mártires como san Pablo: un tiempo perseguidor violento de los cristianos, cuando en el camino de Damasco cayó en tierra, cegado por la luz divina, se pasó sin vacilaciones al Crucificado y lo siguió sin volverse atrás. Vivió y trabajó por Cristo: por él sufrió y murió. Qué actual es su ejemplo!»

Considero que es una noticia muy oportuna y gratificante para toda la Iglesia de Cristo, tan ardientemente amada,  predicada y extendida por San Pablo «el Apóstol de los gentiles». Porque San Pablo es el apóstol por antonomasia. Mucho tenemos que aprender de él.

En realidad, para nosotros, especialmente los sacerdotes, todos los años son «Paulinos», porque recurrimos todos los días a sus escritos, a su ejemplo, a su testimonio, al «evangelio según San Pablo», tanto en la liturgia como en la lectura privada, para meditarlo, vivirlo y predicarlo: “Imitatores mei estote sicut et ego Christi: sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo” (1Cor11, 1)

Pablo quedó atrapado por el amor de Cristo, desde el encuentro dialogal y oracional con  “elSeñor resucitado”, en el camino de Damasco. Fue una gracia contemplativa-iluminativa “en el Espíritu de Cristo”, en el Espíritu Santo.

Pablo se lo debe todo a esta experiencia mística y transformativa en Cristo Resucitado, muerto en la cruz, en obediencia total, adorando al Padre, hasta dar la vida por nosotros: “me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20).

Ha visto y sentido a Cristo, todo su amor, toda su vida, más que si le hubiera visto con sus propios ojos de carne, porque lo ha visto en su espíritu, en su alma, por la contemplación y experiencia del Dios vivo, más fuerte que todas las apariciones externas; de una forma más potente, porque ha sido por revelación de amor en el Espíritu Santo; San Juan de la Cruz diría que ha quedado cegado como quien mira el sol de frente.  

Por este motivo, San Pablo se consideró siempre, desde ese momento, Apóstol total de Cristo y no tenía por qué envidiar a los Apóstoles que convivieron con Él. De suyo, lo amó más que muchos de ellos. Es más, los Apóstoles, como luego diré ampliamente, a pesar de haber convivido con Cristo y haberle visto resucitado, no perdieron los miedos ni quitaron los cerrojos de las ventanas y de las puertas del Cenáculo, hasta que vino el Espíritu Santo en Pentecostés, esto es, el mismo Cristo hecho fuego de Amor, hecho Espíritu Santo, que les quemó el corazón, y ya no pudieron resistir y dominar esta llama de amor viva en su espíritu, hecho un mismo fuego de Espíritu Santo con Cristo; tenían su mismo Amor Personal.

Gratuitamente el Señor se mostró a Pablo en la cumbre de la experiencia espiritual, contemplativa y pentecostal, que no necesita los ojos de la carne para ver, porque es revelación interior del Espíritu de Dios al espíritu humano; pero tan profunda, tan en éxtasis o salida de sí mismo para sumergirse en Dios, que la persona queda privada del uso temporal de los sentidos externos.

Como los místicos, cuando reciben estas primeras comunicaciones de Dios, porque no están adecuados los sentidos internos y externos a estas revelaciones de Dios, como explica ampliamente San Juan de la Cruz; porque nos son ellos lo que ven, actúan o fabrican pensamientos y sentimientos, son «revelaciones», es decir, son meramente pasivos, receptores, patógenos, sufrientes de la Palabra que contemplan en fuego de Amor encendido e infinito del Padre al Hijo-hijos, y de los hijos en el  Hijo, que le hace Padre, porque acepta todo su ser, su amor, su vida. Es el éxtasis, salir de uno mismo para sumergirse por el Hijo resucitado en el océano puro y quieto de la infinita eternidad y esencia divina.

El modo, la forma, llamémoslas como queramos, pero fue experiencia “en el Espíritu de Cristo resucitado”, como la de los Apóstoles en Pentecostés, yque a la mayoría de los místicos les lleva tiempo y purificaciones de formas diversas, y siempre para lo mismo: Para la experiencia de Dios.

A Pablo le vinieron después muchas de estas pruebas, purificaciones, purgaciones, en su vida espiritual y apostólica, producidas por la misma luz del Espíritu de Cristo, del Amor de Cristo, que a la vez que limpia el madero de su impurezas y humedades, lo enciende primero, lo inflama luego y lo transforma finalmente en llama de amor viva, como dice San Juan de la Cruz, de las almas que llegan a esta unión total con Cristo. Como le ha de pasar a todo apóstol verdadero si toma el único camino del apostolado que es Cristo “camino, verdad y vida”.

Todos hemos sido llamados por Cristo, como Pablo, para ser apóstoles, sacerdotes o cristianos verdaderos, y para serlo, el único camino es la oración; una oración que ha de pasar de ser inicialmente discursiva-meditativa a ser luego, aceptando purificaciones y muerte del yo hasta en su raíces, contemplativa y transformativa, por las noches y purificaciones pasivas, porque es la misma luz de Dios quien las produce, precisamente porque quiere quemar en nosotros todo nuestro yo para convertirlo en Cristo.

Y por eso, «para llegar al todo, para ser Todo, no quieras ser nada,  poseer nada; para ver el Todo, no ver nada, gozar nada» de lo nuestro, de lo humano, para llenarnos sólo de Dios, lo cual cuesta y es muy doloroso, porque Dios, para llenarnos totalmente de Él, nos tiene que vaciar de nosotros mismos. Y nosotros, ni sabemos ni podemos; por eso hay que ser patógenos, sufrientes del amor de Dios hasta las raíces de nuestro yo.

Así son las iluminaciones y revelaciones de Dios, como él las llama, porque la de Damasco sólo fue la primera, el inicio de esta comunicación “en Espíritu”. Ya hablaremos más ampliamente de estas purificaciones, sufrimientos internos y externos: “Cuando estaba de camino, sucedió que, al acercarse a Damasco, se vio de repente rodeado de una luz del cielo; y al caer a tierra, oyó una voz que decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El contestó: ¿Quién eres, Señor? Y El: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer. Los hombres que le acompañabas quedaron atónitos oyendo la voz, pero sin ver a nadie. Saulo se levantó de tierra, y con los ojos abiertos, nada veía. Lleváronle de la mano y le introdujeron en Damasco,  donde estuvo tres días sin ver y sin comer ni beber.

…Y el Señor a él (Ananías): Levántate y vete a la calle llamada Recta y busca en casa de Judas a Saulo de Tarso, que está orando”.

Realmente Pablo no cesó ya de estar unido a Cristo por la experiencia espiritual; y eso es oración. Cristo inició el diálogo de amor que es toda oración, Pablo la continuó y Ananías le encontró orando, en contemplación que es una oración muy subida,  más pasiva que activa, más patógena que meditativa, plenamente contemplativa: Pablo no veía, le tuvieron que llevar, seguía inundado de la luz mística...todo esto se parece mucho a los éxtasis, en que uno sale de sí mismo, vive sumergido en una luz que le inunda y él no domina ni sabe fabricar esas luces, verdades o sentimientos, sino que se siente inundado y dominado por la luz, visión, fuego del Dios vivo, que como todo fuego de amor, a la vez que calienta, ilumina: es la experiencia del Dios vivo; es el conocimiento por amor.

Por eso, no tiene nada de particular que los acompañantes no vieran a Cristo, no vieron a nadie, sólo oyeron. No es que no hubiera algo externo, como en los momentos de encuentro fuerte y vivencial que llamamos éxtasis, pero lo esencial e importante es lo interno, la comunicación del Espíritu de Dios al espíritu humano que queda desbordado, transfigurado, transformado, hasta tal punto, que al comunicarlas a los demás, a nosotros nos parecen apariciones externas, pero son “revelación” de Cristo resucitado por su Espíritu, Espíritu Santo. A los Apóstoles les dio más amor y certeza Pentecostés que todas las apariciones y signos y palabras de Cristo resucitado.

Desde ese momento, Pablo fue místico y apóstol, mejor dicho, apóstol místico, de aquí le vinieron todos los conocimientos y todo el fuego de su apostolado: Cristo “llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”—; porque primero es encontrarse con Cristo y hablar con Él en “revelación del Espíritu”,  como Pablo, y luego salir a predicar y hablar de Él a las gentes; primero es contemplar a Cristo en el Espíritu Santo que es luz de revelación y a la vez Fuego de Amor Personal de Dios, y luego, desde esa experiencia de amor comunicada en mi espíritu, que supera todas las apariciones externas posibles, predicar y trabajar desde ese fuego divino participado para que otros le amen; el apostolado, la caridad apostólica, las acciones de Cristo no se pueden hacer sin el Espíritu de Cristo, sin el Amor Personal de Cristo, sin Espíritu Santo. Sería apostolado de Cristo, sin Cristo.

Pero Espíritu de Cristo resucitado, pentecostal. Y ese sólo lo comunica el Señor “a los Apóstoles, reunidos con María, en oración”. Y ahí se le acabaron a los apóstoles todos los miedos y abrieron todas las puertas y cerrojos y empezaron a predicar y se alegraron de sufrir por el Señor, cosa que no hicieron antes, aún habiéndole visto resucitado en las apariciones, porque siguieron con las puertas cerradas; hasta que vino Cristo, no en palabras y signos externos, sino hecho fuego de Espíritu Santo a su espíritu.

Esto sólo lo da la experiencia de Dios ayer, y hoy y siempre, como en todos los llegan a esta unión vivencial con Dios. Ellos la tuvieron, y nosotros tratamos de explicarlo con diversos nombres. Pero la realidad está ahí y sigue estando presente en la vida de la Iglesia de todos los tiempos.

Lógicamente en Damasco empezó este encuentro, este camino de amistad personal de experiencia de Cristo vivo y resucitado, que tuvo que recorrer personalmente Pablo durante toda su vida, como todo apóstol, por esta unión contemplativa y transformativa con que el Espíritu de Cristo resucitado le había sorprendido gratuitamente.

Pablo, --como todos los apóstoles que quieran serlo “en Espíritu y Verdad”, en el Espíritu y la Verdad de Cristo glorioso y resucitado, Palabra de Dios pronunciada llena de Amor de Espíritu Santo por el Padre para todos nosotros nos habla siempre de este encuentro como “revelación”: “Dios tuvo a bien revelar a su Hijo en mí”.

Esa experiencia, que a la vez que revela, transforma, como el fuego quema el madero y lo convierte en llama de amor viva, es la experiencia mística, es la contemplación pasiva de San Juan de la Cruz, que nos convierte en patógenos, sufrientes del fuego de Dios, que, a la vez que ilumina, nos quema y purifica todos nuestros defectos y limitaciones. Y en la cumbre de esta unión, el apóstol Pablo, como tantos y tantos apóstoles que ha existido y existirán, puede exclamar: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi…”.

Pablo, como todo orante verdadero, mantuvo y consumó toda su vida en Cristo vivo y resucitado, meditante la fe, la esperanza y caridad, virtudes sobrenaturales que, como dice San Juan de la Cruz, nos unen directamente con Dios y nos van transformando en Él, pasando por las noches y purificaciones pasivas del espíritu.

En esa oración contemplativa y unitiva, que es la etapa más elevada de la oración pasiva, Pablo fue comprendiendo la revelación primera, completada cada día por la vida oracional, eucarística y pastoral. Ahí comprendió la vocación a la amistad y al apostolado, descubriendo la unidad de Cristo con su Iglesia: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?  ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús, a quien tú persigues”(Hch 9,5). El encuentro, el diálogo –eso es la oración personal-le hizo apóstol de Cristo.

Cristo “amó  a la Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5,25). Cristo que “se ha entregado a la muerte” y ha conquistado a su Iglesia por amor, nos ha conquistado a cada uno de nosotros, que formamos la Iglesia, a precio de su sangre (Hch 20,28). Y desde que “me amó y se entregó por mí”, cada uno se hace responsable de comunicar a otros esta misma declaración de amor y responder al amor de Cristo con la propia entrega.

Pablo es un enamorado de Cristo y, por tanto, de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia. En este misterio de Cristo, prolongado en el hermano a través del espacio y del tiempo, Pablo encontró su razón de ser como apóstol. Es verdad que tuvo que sufrir de la misma Iglesia y no sólo por ella; pero en ese sufrimiento, transformado en amor, encontró la fecundidad apostólica (Cfr. Gál 4,19).

Pablo sigue siendo hoy una realidad posible en los innumerables apóstoles y misioneros, casi siempre anónimos, que gastan su vida para extender el Reino de Dios. Pocas veces aparecen en la publicidad. Muchas veces viven junto a nosotros o nos cruzamos en nuestro caminar, sin que nos demos cuenta. Siempre trabajan enamorados de Cristo y de su Iglesia, que debe ser una realidad visible en cada comunidad humana. Saben desaparecer para que aparezca el Señor. Él es su único tesoro: “Para mí la vida es Cristo”.

En la carta apostólica Novo millennio ineunte, Juan Pablo II quiso señalar «como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales» (n. 29) para el Tercer Milenio. Entre ellas destacaba la primacía de la pastoral de la santidad (n. 30) y de la oración (n. 32), lo cual «sólo se puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios» (n. 39). Juan Pablo II añadía: «Hace falta —añadía—, consolidar y profundizar esta orientación (...), que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia» (ib).

Para responder a esta indicación, de urgente actualidad, sabiendo que es mucho lo que se publica sobre los aspectos bíblicos, teológicos y morales de San Pablo, me ha parecido oportuno escribir este libro, que quiere ser una ayuda para la lectio, meditatio, oratio et contemplatio desde las cartas de San Pablo, es decir, meditar sobre la espiritualidad de San Pablo, sobre su unión y experiencia mística de Dios en Cristo, que tanto inspiró y ayudó a muchos de nuestros santos y místicos, sin olvidar los otros aspectos. Puede ser así también una forma de alimento y ayuda para nuestro espíritu, para nuestra oración y meditación, para “vivir en Cristo”. «Se trata de las palabras mismas del Señor; “Buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá” (Mt 7,7).Buscad leyendo, encontraréis meditando; llamad orando, entraréis contemplando. La lectura lleva el alimento a la boca, la meditación lo mastica y lo tritura. La oración lo saboreas y la contemplación es ese sabor mismo que llena de gozo y sacia al alma”(Guigo II el cartujano)

A San Pablo se le considera demasiadas veces sólo bajo el aspecto de teólogo profundo, cuyos textos no dejan nunca de suscitar investigaciones, discusiones y controversias. Sin embargo, San Pablo es ante todo un hombre vivo, ardiente, espiritual, místico, transformado por el amor de Cristo; hombre de mucho carácter, como Pedro, a pesar de que la gracia divina y el “tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil 2, 5) le ha convertido e impuesto sus exigencias de amor, con el fin de obtener de él una extraordinaria fecundidad espiritual y apostólica, identificada en todo con Cristo.

Es precisamente su vocación y conversión lo que le convierten para todos nosotros en un ejemplo a seguir para imitar a Cristo, único modelo del creyente cristiano. Éste es el sentido que San Pablo da a sus palabras: “Imitatores mei estote…” (1 Cor 11, 1).

Y es que Pablo, como todo verdadero apóstol, se ha identificado y transparenta al Buen Pastor. No conoce ni quiere conocer nada más que a Jesucristo. Desde un encuentro inicial con Él se embarcó para toda la vida en una aventura hacia el infinito, aunque siempre sintió la debilidad del barro quebradizo: “Yo soy carnal, vendido al pecado... Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago... Veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom 7, 14-24), pero no cejó en su decisión de entrega, que tiende a ser total como todo verdadero amor: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.

Por eso precisamente se convierte en un modelo posible y alcanzable, a pesar de la altura y sublimidad de su vida y santidad, de su unión con Cristo, para todos los apóstoles de todos los tiempos.

El enamoramiento es así cuando es verdadero. La experiencia de encuentro con Cristo es irrepetible, es verdad; pero se convierte en mordiente para que otros realicen su propia experiencia de fe, esperanza y caridad, como proceso de una relación amorosa con Cristo, que siempre será personal, renovada todos los días, por la oración personal y la Eucaristía, que tiende a pensar, sentir y amar como Cristo: “Para mí la vida es Cristo”. ¡Quién pudiera decirlo como Pablo!

Sólo Jesucristo vivo y resucitado es  el modelo perfecto y la Palabra de salvación dada por el Padre a todos los hombres. Aquí es donde Pablo se convierte en una ayuda y guía privilegiado para todos los cristianos, no sólo para los de sus comunidades, que quieran llegar a estas cumbres de transformación en Cristo por la oración y la caridad apostólica, emanada y alimentada siempre por esta oración unitiva y contemplativa.

Esta vida, tanto contemplativa como apostólica, es don de Dios, que el Señor da a todo apóstol y que reclama nuestra colaboración. A todos nos ama así el Señor, y de la misma forma y para los mismos fines.  Por esto es un milagro posible, a pesar de nuestro barro, que ya ha sido realidad de amistad y apostolado en Pablo y lo sigue siendo en innumerables apóstoles más débiles que nosotros y que la lectura de este libro pretende y pide al Señor de corazón para todos sus lectores.

El punto de apoyo y de partida sigue siendo el mismo, y el mismo Cristo: “Me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20). Esto es lo que quiero dejar bien claro desde el comienzo de este libro. Pablo, desde el momento en que toma conciencia de que “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” se interpela y se pregunta: ¿para qué empeñarse en vivir solo, con mis propios proyectos y criterios, si es Cristo quien quiere vivir por amor su misma vida en mí y desgastarse por la salvación de todos los hombres? Prestémosle nuestra humanidad, hagámosle presente, seamos sacramento de su presencia, mediante la recepción del bautismo y del orden sacerdotal, para que Cristo Resucitado, en nuestra humanidad prestada, pueda seguir amando, predicando, salvando. Nuestro compromiso de amor a los hermanos le pertenece a Cristo, que es el único salvador, enviado por el Padre, para hacernos a todos hijos en el Hijo. Cristo me ha llamado para vivir todo esto, toda mi vida, desde la mañana a la noche, en unión de amistad y actividad con Él.

Por eso, este pobre cura, con el tiempo, cambió la primera palabra o saludo que le dirigía al Señor cuando sonaba por las mañanas el despertador; como te habían inculcado tanto el “gastarse y desgastarse por Cristo”, que algunos habían puesto como lema en la estampa de su primera misa, durante años, digo, en la juventud del sacerdocio recién estrenado, le saludaba así al Señor: ¿Qué puedo hacer por ti hoy, Señor?

Luego descubrió por la vida y sobre todo por la oración, en la meditación de sus fracasos y de trabajar en pobreza y soledad en el apostolado, por no haber comprendido la caridad pastoral, y que el sacerdote, por el sacramento del Orden, se convierte en Presencia Sacramental de Cristo, al modo eucarístico, luego comprendió lo de Pablo: “No soy yo, es Cristo quien vive en mí”; por eso ahora todas las mañanas le saludo: ¿Señor, qué podemos hacer juntos, sufrir juntos, amar juntos esta jornada?

Considero y llamo con frecuencia a las cartas de San Pablo «evangelio según San Pablo» porque son para la Iglesia «buena noticia»; la mejor buena noticia sobre Cristo, el Señor. Es lo que más admiro de Pablo y uno de los motivos, si no el principal, por el que me animé a escribir algo sobre el Apóstol.

He de confesar mi admiración y amistad con los Apóstoles Juan y Pablo por sus vidas y sus escritos. Tienen experiencia de Dios en Cristo por el Espíritu y expresan en sus escritos lo que viven en el “Espíritu”. Son contemplativos.

Todos los autores están de acuerdo de que en el NT las alusiones más explícitas a una actividad contemplativa se encuentran en las cartas de San Pablo. La palabra misma de contemplación no aparece en sus escritos, pero encontramos su noción y notas constitutivas en  los términos de “conocimiento espiritual”, “vida en el Espíritu”, “vivir en el Espíritu”, “dejarse guiar por el Espíritu”,  “en el Espíritu de Cristo”.

Tengo que decir que mi relación con Pablo viene ya de una larga amistad que nació de la lectura de sus cartas y textos tan hermosos, comentados en mis tiempos de juventud por autores muy profundos de la Gregoriana, S. Lyonnet, I. de la Poterie, Albert Vanhoye, Jean Galot… entre otros que asímismo leí y escuché, como a nuestro D. Eutimio en sus fervorosas pláticas y meditaciones; también algunos superiores que venían entonces de Salamanca, donde había un fuerte movimiento paulino promovido por algunos profesores, especialmente un profesor de Historia de la Iglesia. 

En mi biblioteca hay libros sobre San Pablo de hace más de cincuenta años y subrayados; quiere decir que ya los leía en el Seminario. Como leí también a  San Juan, a algunos Padres de la Iglesia, sobre todo Orientales sobre el Espíritu Santo, como San Juan de la Cruz, santa Teresa, Sor Isabel de la Trinidad, Santa Teresita...el misionero jesuita de ALASKA P. Llorente, con su revista misional, San Bernardo en su comentario al Cantar de los Cantares, Garrigou-Lagrange y algunos otros autores que fueron muy leídos por mí y compañeros en aquellos tiempos juveniles e indudablemente creo que influyeron en mi formación.

En los seminarios había clima de estudio y santidad: que si los grupos misionales, de oración, liturgia, que si San Francisco de Asís y los pobres y hacer penitencias y pasar frío y hambre, que si ir a misiones… qué cantidad de valores que espero que sigan. Todo era entusiasmarse con Cristo y seguir sus huellas, especialmente por el camino de San Pablo y otros seguidores entusiastas.

¡Cuánto y qué singularmente amó Pablo a Cristo! ¡Con qué hambre de Él caminaba por la vida, qué nostalgia de su Cristo resucitado! ¡Qué deseos de comulgar con sus mismos sentimientos, vivir su misma vida, su mismo amor!  ¡Cuánta pasión de amor contagia por Jesucristo su Señor y qué fascinación por su misterio de Salvación: su pasión y muerte: “Para mí la vida es Cristo”, “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”, “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”, “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del hijo de Dios que me amó y se entregó por mi…”

El Apóstol se hace complemento de Cristo, su “olor’’ o su signo personal, “porque (Cristo) vive en mí” y le presta a Cristo su humanidad para que siga actuando, predicando, salvando (2 Cor 2, 15). Así puede completar lo que falta a los sufrimientos de Cristo (Col 1, 24). La respuesta de amor, por parte del apóstol, ya no puede ser otra que la de amar a Cristo haciéndole amar y llenando todo el cosmos de evangelio.

Es una vida sostenida y urgida constantemente por el amor: “Cáritas enim Christi urget nos: nos apremia el amor de Cristo” (2 Cor 5, 14). Este enamoramiento es siempre posible gracias al mismo Cristo, que se hace encontradizo y que deja oír su voz: “Estoy contigo” (Hch 18,10).

El apóstol se descubre a sí mismo, profundizando en su identidad, cuando se siente cada vez más salvado y redimido (1 Tim 1, 15). Esta toma de conciencia es la rampa de lanzamiento para la misión de ser asociado a la obra redentora de Cristo, que debe llegar a todas las gentes (Ef 3, 8 ss).

Leer a San Pablo es hacerse contemporáneo suyo, es estar sentado en torno a una mesa con otros hermanos, viéndole y escuchándole, como si le estuviéramos tocando, sintiéndole hablar, gesticular,  alegrándonos con su voz de hombre pequeño de estatura pero vibrante, encendida, tonante, fuerte y sin morderse la lengua; es descubrir lo que hizo, lo que ha hecho estos últimos años, los movimientos que ha inspirado, las vidas que ha iluminado y sostenido,  porque sus escritos son su vida, lo que amaba, lo que hacía, su carácter, su intimidad, su palabra viva.

Es sumergirse unas veces en el Dios Trinitario para contemplar todo su misterio de salvación y predilección sobre cada uno de nosotros: “Bendito sea Dios, padre de nuestro Señor Jesucristo y Dios de todo consuelo, Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo,  para que fuéramos santos e irreprochables por el amor... Él nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos… para alabanza de su gloria…”; otras veces es darse totalmente por Cristo y con Cristo a los hermanos: “ Me debo a todos, tanto a los griegos como a los bárbaros, tanto a los sabios como a los ignorantes” (Rom 1, 14); “mi preocupación de cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2Cor 11,28) “¡Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Gál 4,19). Otras veces es discutir por el bien de la Iglesia con los mismos Apóstoles: Jerusalén, Antioquía, o también sentirse humillado y perseguido por los de su misma razón y religión y en ocasiones por los mismos cristianos que le despreciaban porque ellos se sentían de Cefas, de Apolo…

El celo del Buen Pastor, vivido como Pablo, será siempre una pauta posible y actual, especialmente en una época, como la nuestra, llena de paganismo y desconocimiento de Cristo y de su mensaje; un mundo laico y ateo, en el que, para hablar, se nos pide como a Pablo nuestras credenciales, que digamos cuál es nuestra experiencia de Cristo vivo, nuestro encuentro con el Cristo resucitado que predicamos; y nosotros debemos responder con Pablo: “Así llevados de nuestro amor por vosotros, queremos no sólo daros el evangelio de Dios, sino aún nuestras propias vidas; tan amados vinisteis a sernos” (1 Tes 2,8).

 La mayoría de los apóstoles o de los «pablos» de hoy seguirán en el anonimato.La figura del apóstol o del misionero es de barro. Pero siempre es un hombre que vive de la fe, esperanza y caridad, apoyado ciertamente en Quien no le olvida y  que le sigue trazando un programa de vida: “Llamó a los que quiso”, “Venid”..., “Id”..., “Estaré con vosotros”. Y este apóstol de todos los tiempos hace presente nuevamente la entrega de Pablo y su primer “si” del encuentro con Cristo, repitiendo entusiasmado con el Apóstol: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4,13).

Por esto, en su trabajo de sol a sol y sin «fines de semana», sin aplausos y reconocimientos públicos por parte incluso de aquellos por los cuales “esta desgastando su vida”, no siente complejo de inferioridad o fracaso frente a superiores o compañeros que consiguieron puestos y honores, porque su vida “está escondida por Cristo en Dios” “y queremos daros no sólo el evangelio de Dios, sino aún nuestras propias vidas” (1Tes 2, 8).

El apóstol, al estilo de Pablo, hoy como siempre, se sentirá enamorado de Cristo, por una oración intensa y una Eucaristía vivida en entrega y oblación total por Cristo al Padre y a los hermanos, y seguirá trabajando con amor extremo, hasta dar la vida con Cristo,  con el mismo amor del Pastor Supremo de almas, eternidades que Dios le ha confiado, porque “no busco vuestros bienes, sino a vosotros… Yo de muy buena gana me gastaré y me desgastaré por vuestras almas, aunque, amándoos con mayor amor, sea menos amado de vosotros” (2Cor 12, 14-14), “quiero entregaros no solo el evangelio sino hasta mi propia vida”.

Los apóstoles de todos los tiempos sienten una afinidad especial con la vida y doctrina de Pablo. En realidad no es principalmente Pablo quien les atrae, sino Cristo predicado y vivido por él. Uno de estos apóstoles decía: «Sermón en que no se predique a Pablo o a Cristo crucificado, no me gusta» (San Juan de Ávila).

Ese Pablo de hoy, que trabaja escondido en los signos pobres de Iglesia, al servicio de los hermanos más pobres y olvidados, atendiendo a muchas iglesias y comunidades de pueblos pequeños de mi Extremadura, necesita, como Saulo de Tarso, el sostén de una oración eclesial comprometida y el afecto manifiesto de los suyos, especialmente del Obispo y de sus compañeros de camino y de trabajo (Ef 6,19-20; 2 Tes 3,1).

Pablo es hoy el apóstol que sigue evangelizando sin rebajas en la entrega y sin fronteras en la misión, con el convencimiento de que su vida es fecunda y portadora de Cristo resucitado. De este Pablo de hoy y de todos los tiempos, decía el Pablo de ayer: “Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el bien” (Rom 10,15; Is 52,7). En esta acción evangelizadora, Pablo desaparece, para dejar paso a Cristo.

Es hermoso haber vivido para dejar una sola huella imborrable de evangelio, y haber colaborado, de este modo, a hacer un mundo más humano, restaurado en Cristo. Vale la pena haber gastado la existencia, día a día, momento a momento, para dar a conocer a todas las gentes, sin fronteras, el misterio de Cristo, es decir, los planes salvíficos de Dios Amor sobre el hombre redimido por Cristo.

El apóstol sabe muy bien que el amor de Cristo le exige también vivir en este «gozo pascual» de muerte y resurrección, de caídas y levantarse todos los días, a pesar de todas las deficiencias. En nuestra vida, que sigue siendo aparentemente anodina, Jesús pone su propia existencia y la convierte en fecundidad. Nuestras manos callosas y aparentemente vacías, las toma Jesús en las suyas y las convierte en manos de sembrador. Sólo nos exige que confiemos y que continuemos la labor de seguir echando las redes y sembrando la paz, mirando “al más allá” de la “restauración de todas las cosas en Cristo” (Ef 1,10).

Para ellos y para mí mismo, como ayuda y alimento espiritual para el camino, me he atrevido a escribir estas reflexiones que abarcan las diversas facetas del apóstol de Cristo.

No puedo negar mi prisma pastoral y sacerdotal, que invade toda mi vida, como la de Pablo y otros muchos  hermanos sacerdotes, porque el buen “olor” de Pablo invade gran parte de la Iglesia de Cristo, que ha sido “llamada y elegida” a predicar a Cristo, ya desde el bautismo, sobre todo por el sacramento del Orden sacerdotal, que nos hace y nos convierte a todos los bautizados y Ordenados en misioneros y apóstoles para el anuncio del evangelio y el ministerio de los hermanos.

Los textos de San Pablo hablan por sí mismos. En realidad, es el mismo Cristo quien habla por ellos, como habla a través de cualquier texto inspirado de la Sagrada Escritura. Pero en los textos paulinos es como si Jesús, que vive en el corazón de cada apóstol, suscitara unas resonancias indecibles, que las capta principalmente quien sintió la llamada apostólica como declaración de amor.

Y entonces el corazón de todo apóstol revive, reestrena su «sí», profundiza en su experiencia existencial del amor de Cristo. La vida del apóstol tiene sentido porque se orienta solamente a amar a Cristo y hacerle amar. En su donación a los hermanos deja transparentar que “Jesús vive” (Hch 25,19). Esa transparencia es posible cuando intenta seriamente hacer realidad todos los días el lema paulino: “Mi vida es Cristo” (Flp 1,21).

En otras ocasiones invierte los términos y escribe que “Cristo está en nosotros”; “vosotros” (Rom 8, 10; 2 Cor 13, 5) o “en mí” (Gal 2, 20). Esta compenetración mutua entre Cristo y el cristiano, característica de la enseñanza de Pablo, completa su reflexión sobre la fe. La fe, de hecho, si bien nos une íntimamente a Cristo, subraya la distinción entre nosotros y Él.

Pero, según Pablo, la vida del cristiano tiene también un elemento que podríamos llamar «místico», pues comporta morir y vivir en Cristo y Cristo en nosotros. En este sentido, el apóstol llega a calificar nuestros sufrimientos como los “sufrimientos de Cristo en nosotros” (2 Cor 1, 5), de manera que “llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Cor 4, 10).

Todo esto tenemos que aplicarlo a nuestra vida cotidiana siguiendo el ejemplo de Pablo que vivió siempre con este gran horizonte espiritual. De hecho, lo que somos como cristianos sólo se lo debemos a Él y a su gracia. Dado que nada ni nadie puede tomar su lugar, es necesario por tanto que a nada ni a nadie rindamos el homenaje que le rendimos a Él. Ningún ídolo ni becerro de oro tiene que contaminar nuestro universo espiritual, de lo contrario en vez de gozar de la libertad alcanzada volveremos a caer en una forma de esclavitud humillante.

Por otra parte, nuestra radical pertenencia a Cristo y el hecho de que “estamos en El” tiene que infundirnos una actitud de total confianza y de inmensa alegría.

En definitiva, tenemos que exclamar con San Pablo: “Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?” (Rom 8, 31), y la respuesta es que nada ni nadie “podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom 8, 39). Nuestra vida cristiana, por tanto, se basa en la roca más estable y segura que puede imaginarse. De ella sacamos toda nuestra energía, como escribe precisamente el Apóstol: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4,13).

Afrontemos por tanto nuestra existencia, con sus alegrías y dolores, apoyados por estos grandes sentimientos que Pablo nos ofrece. Haciendo esta experiencia, podemos comprender que es verdad lo que el mismo apóstol escribe: “yo sé bien en quien tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día”, es decir, hasta el día definitivo (2 Tim 1. 12) de nuestro encuentro con Cristo.

San Pablo, en su vida y en sus escritos, me atrae y me lleva directamente a Cristo, porque vivía lo que decía y hacía: “no quiero saber más que mi Cristo, y éste crucificado”; no era un teólogo teórico o apóstol profesional, sin experiencia de lo que predicaba o hacía, era un testigo que hablaba y hacía lo que vivía y sufría. ¡Qué necesidad tiene siempre la Iglesia de la vivencia de Dios, de no quedarnos en zonas intermedias de vivencias y apostolado, porque no nunca llegamos a la meta: amistad vivencial con Cristo, experiencia del Dios vivo. Y no llegamos, porque ni los mismos apostolados tienen este objetivo.

San Pablo, de la mañana a la noche, en cualquier oración o actividad de su vida, en el horizonte y como dando luz y vida a todo, siempre tenía al Señor Jesucristo. Y esto le salía del alma, porque lo vivía, lo experimentaba en su corazón, en su espíritu las palabras de Cristo: “Yo soy la vid, vosotros, los sarmientos; como el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid, así también vosotros…”, “sin mi no podéis hacer nada…“Llamó a los que quiso para que estuvieran con él y enviarlos a predicar”: el estar con Él, hablar, sentirlo, es condición indispensable para ser apóstol de Cristo, para que el apostolado no se haga sin Cristo; todos decimos:«nadie da lo que no tiene»; San Pablo lo dijo claramente: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.

Precisamente para mí, en San Pablo, como en todos los apóstoles que han existido y existirán, todo arranca de la experiencia de Cristo por el Espíritu Santo, de la experiencia y vivencia pentecostal. Pablo la tuvo por la revelación de Cristo en su caída del caballo, que no fue una revelación o experiencia puramente exterior, sino interior, fundamentalmente espiritual, en el Espíritu de Cristo,  que luego cultivó toda su vida mediante una oración transformativa, unitiva, mística, permanente, primero en Arabia durante dos años  y luego en Tarso, donde le buscó Bernabé.

¡Santo apóstol de Cristo, que ahora vives en el cielo con tu Cristo y nuestro Cristo, porque “he completado mi carrera”, reza y pide por nosotros, apóstoles del mismo Señor Jesucristo, para que amándole totalmente como tú, pisemos tus mismas huellas de entrega y amor total a Dios y a los hermanos! ¡Qué necesidad tiene la Iglesia de todos los tiempos, pero sobre todo, en los actuales, de santos apóstoles,  sacerdotes y  seglares, como tú!

Me alegra terminar con estas hermosas palabras de San Agustín: «Avanza conmigo si tienes las mismas certezas. Indaga conmigo si tienes las mismas dudas. Donde reconozcas tu error, vente conmigo. Donde reconozcas el mío, llévame contigo. Marchemos con paso igual por la senda de la caridad buscando juntos a Aquel de quien está escrito: “Buscad siempre su rostro” (Tratado sobre la Trinidad 1,3, 5).

 

 

TERCERA MEDITACIÓN

(La puse escrita sobre una mesa para los que quisieran meditarla)

 

IMPLICACIONES ESPIRITUALES DE LA ENCARNACIÓN

 

        QUERIDOS HERMANOS: La Navidad nos enseña muchas cosas a todos los que hemos tenido la predilección y el gozo de creer y encontrarnos con Jesucristo. Tiene para nosotros ricas y variadas implicaciones. Nos exige también algunos comportamientos a los que hemos sido enriquecidos con su luz y su misterio.

 

1.-  NECESIDAD DE ORAR PARA COMPRENDER LA NAVIDAD.

 

        ¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre -- ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?—has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

        Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. Y el creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más, porque esto es una enfermedad de amores y ansias infinitas, imposibles de contener y controlar; el creyente,  llagado de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, razones, motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor.

        ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad! Tú nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Mirad la Navidad. Es Dios que ama apasionadamente a los hombres. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

        Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

        La Encarnación, la Navidad es Cristo hecho hombre; la Eucaristía es Cristo hecho un poco de pan por el mismo amor de la Navidad; el mismo Cristo, la misma carne, el mismo amor que le llevó a encarnarse y dar su vida por mí. Yo sé, Señor, que eso no se comprende, no se puede comprender, si no se vive. Por eso te pido amor. Solo amor. El amor conoce los objetos por contacto, por hacerse llama con la persona amada, por unión y “noticia amorosa,” “contemplación de amor”. Por eso necesito oración para pedirte amor, hablarte de amor y comprenderte “en llama de amor viva, que hiere de mi alma, en el más profundo centro”.

        La oración es la experiencia de la fe. Sin oración, sin ratos de silencio, contemplando a Dios, hecho hombre por amor extremo, no se puede comprender nada o muy poco de la Navidad. Para comprender estas cosas del amor infinito de mi Dios Trino y Uno: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito,” necesito entrar dentro de la intimidad de mi Dios Tri-Unidad, que es Amor, y sorprenderlos en Consejo trinitario, cuando decidieron amarme de estar manera, amar a los hombres por el Hijo hasta el extremo de hacerse uno totalmente igual a los que amaba y buscaba.

Necesito ver el rostro del Padre entristecido por el pecado de Adán y por la amistad perdida con el hombre, con el que quería pasear en el paraíso todas las tardes de la vida y que ya no podría entrar dentro de sí mismo, en su misma felicidad esencial y trinitaria, para la que fue creado, por el pecado de Adán, que nos llevó fuera del paraíso de su amor y compañía. Aquella vez no fuimos dignos y fuimos echados del paraíso de su amistad.

        Sin amor, sin noticia amorosa de Dios, sin oración, al menos afectiva, mejor, oración contemplativa o contemplación infusa sanjuanista, no se puede comprender el misterio, los misterios que estamos celebrando estos días. En ratos de soledad y oración y contemplación ante el Sagrario quiero alabar, bendecir y glorificar al Hijo de Dios por haberme amado hasta este extremo y por haber aceptado todas las consecuencias de su Encarnación.

Quiero corresponderle con mi amor, quiero amarle tanto que no se arrepienta de lo que hizo; quiero agradecerle a mi Dios este modo de existir con presencia de Amigo entre los hombres en la humanidad de Jesús de Nazaret. Quiero proclamar con memoria agradecida algo que excede toda consideración racional: que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es Dios de una manera humana y, al mismo tiempo, es hombre de una manera divina.

 

        2.-  La Encarnación es: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Dios asume lo humano y, al asumirlo, lo santifica y lo dignifica tanto que nos hace hijos en el Hijo. Si Dios ha asumido lo humano, yo no debo rechazarlo, debo confiar en el hombre y trabajar para redimirlo y santificarlo, como lo hizo Jesús de Nazaret.  Me debo alegrar de existir como hombre, de haber sido elegido hombre, y no planta, animal o cosa,  para ser eterno con Él en su felicidad eterna.

Si existo, es que Dios me ama. Ha pensado en mí y con un beso de su amor me ha dado la existencia humana, como paso, para la participación divina. Ya no dejaré de existir. Si existo es que Dios me ha preferido a millones y millones de seres. Si existo es que yo valgo mucho para mi Dios, porque ha enviado a su Hijo para decírmelo y comunicármelo con su misma presencia humana de Dios amigo del hombre. Si existo y creo,  es que Dios tiene un proyecto de eternidad sobre mí que ya no acabará nunca.

Tengo que creer en la Palabra de Dios. Sí, creo en la Encarnación, en la Navidad. Qué tesoro, qué riqueza es la fe; vaya suerte, la mejor lotería de mi vida. Primero, existir es una predilección de Dios. Segundo, creer, poder conocerle y amarle, haberme encontrado con este Dios tan bueno, que es Amor, todo amor, y me tiene que amar, aunque yo no le ame, porque si deja de amarme, de amar, se muere, porque su esencia es amar siempre, y si deja de amar, deja de existir. Por eso vino en mi busca y se hizo pequeño, para que yo no me asuste, para que pueda cogerle en mis brazos y besarle. No me gustan mucho los niños, quizás por la falta de costumbre,  pero ese Niño Dios me recrea y enamora, me lo como de besos y de abrazos.

        Por tanto, debo y quiero asumir como Él lo humano, al hombre, amar a todos los hombres; debo aceptarlos con sus deficiencias y limitaciones, debo amar mi cuerpo, mi alma, mis sentidos, mi forma humana concreta de ser, porque Dios mismo la ha asumido; tengo que hacer las paces con mi espíritu y mi cuerpo y cuidarlos, como instrumentos de la salvación de Dios. Tengo que amarme más, amar mis ojos, mis manos, mis pies… Dios asumió todo lo humano en Jesús, desde su mismo nacimiento, infancia, juventud, muerte...

 

        3.- La Encarnación es: “Dios, tanto amó al mundo que entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna” Si Dios se encarna, el hombre vale mucho para Dios, vale infinito, vale toda la vida y la sangre de su Hijo, a quien entregó (traicionó) por amor al hombre. Si Dios se encarna, la eternidad se ha metido como una cuña en el tiempo. Si Dios se encarna, Dios ama al hombre y el hombre tiene vida eterna.

         ¿De qué vale todo el esfuerzo de Dios si el hombre, si el cristiano, no cree este misterio, no lo valora, no lo ama, no lo imita? ¿Sería mucho pedir que como prueba de que creemos este misterio pasáramos ratos largos de oración ante su misterio de  Encarnación continuada y permanente que es la Eucaristía? ¿Sería mucho pedir que adorásemos tanto amor en ratos de alabanza y acciones de gracias?  ¿Sería mucho pedir que confesásemos y comulgásemos con todo el fervor posible estos días, diciéndole cosas de amor al Niño, “Verbo de Dios hecho carne”? 

Sería lo que Él más agradeciese, porque en estas navidades tan paganas que nos hemos montado, con tantos turrones, loterías, comidas familiares y demás, no hay tiempo a veces para el autor de la Navidad, para decirle simplemente ¡gracias! Y todos sabemos que, aunque sobren champán y turrones, si no nos encontramos con Cristo, no podrá haber Navidad.

        Muchos hombres ya no saben quién es Cristo, por eso tampoco saben de qué va la Navidad; saben, barruntan que hay que estar alegres, pero ignoran el motivo; la televisión y los periódicos y los grandes almacenes se han encargado de ello y nosotros tampoco nos hemos esforzado mucho en instruirlos y formarlos; los medios jamás dicen nacimiento de Jesucristo, y menos, del Hijo de Dios, y da pena.

Y Jesús Eucaristía, esperando este reconocimiento, está tan solo a veces, que con que haya alguien que se pare un poco y le dirija una mirada de cariño o de fe en el Sagrario, se da por entero, se entrega totalmente, es que es un crío, un niño, espera cariño, una mirada de amor: ¡pero si es el Dios infinito, que se ha hecho un niño por mí, para que le coja y le bese! Lo está deseando, pero si ha venido para eso. Por favor, hermanos, un poco de sensibilidad, de misericordia, de limosna de amor al Dios grande que se hizo pequeño.

        Nosotros, en ese Niño, adoramos y celebramos el amor apasionado de un Dios por el hombre, desde la gratuidad, desde la iniciativa divina. Lo dice muy claro S. Juan en su primera Carta: “Porque Dios es amor… Y el amor que Dios nos tiene se ha manifestado en que Dios envió al mundo a su Hijo Unigénito, para que vivamos por Él. En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él no amó y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

 

        4.- En la persona de su Hijo, el Padre nos manifiesta y revela al Amado desde el amanecer de la Trinidad, nos entrega todo su amor de Padre, que le llena de gozo eterno, porque el Hijo, con la potencia de su Amor Personal, que es Espíritu Santo, le acepta eternamente como Padre y le hace Padre por aceptar ser su Hijo desde la aurora de la Tri-Unidad, y el Padre nos lo entrega todo en el Hijo y nos hace hijos suyos.

 El Verbo, hecho carne primero, y luego pan de Eucaristía, es la presencia del amor de Dios Trinidad, que ahora continúa en el Sagrario, como  Encarnación continuada del Amor Trinitario: del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo, Amor Personal del Padre al Hijo, y Amor Personal del Hijo al Padre, que los hace Padre e Hijo en el mismo Amor esencial, que es el Espíritu Santo. Todo es por la potencia de Amor del Espíritu Santo. Por eso, la esencia de Dios es el Amor: “Porque Dios es Amor”  nos dice San Juan.

        La presencia de Dios en Jesús de Nazaret es el lugar privilegiado y propio de su presencia en el mundo y en la historia. La encarnación revela al hombre  su capacidad de divinización, de <Verbalización>, de santificación o unión e identificación posible con Dios. La humanidad de Cristo es la meta de todo hombre, porque es la propia de un hombre que ha encontrado plenamente a Dios. Por eso es la <recapitulación> de todo lo creado. Este es el admirable intercambio <oh admirabile commercium>, de que nos hablan los Santos Padres. Que consiste en que el Hijo de Dios se hace hijo del hombre para que los hombres nos hagamos hijos de Dios.

        El hombre queda así elevado en su ser y trasladado a la órbita de lo divino. Si Dios quiere este intercambio maravilloso, la vida cristiana, nosotros debemos esforzarnos por hacernos dignos hijos suyos en el Hijo y realizar así su proyecto amado desde toda la eternidad en el Consejo Trinitario. Si Dios viene en mi busca con presencia de amigo, yo debo encontrar esta presencia en Jesús de Nazaret en el Evangelio, pero especialmente en su presencia de amistad permanentemente ofrecida en el Sagrario.

        En la Encarnación del Verbo ha sido Dios en la persona de su Hijo Unigénito el que ha venido en busca nuestra, el que ha salido a nuestro encuentro, nos ha hablado, salvado, iluminado, amado… La religión, la fe, ha partido de Dios y ya no es buscar a tientas, sino que tiene que ser una respuesta personal a un Dios que se me ha revelado y manifestado concretamente en Jesús de Nazaret. En su persona es como el Hombre puede mejor responder a esta revelación del Padre por la religión, por la fe y el amor: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar” Sólo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo saben de la Navidad; sólo ellos nos la pueden explicar. Por eso necesitamos orar.

 

        5.- La Encarnación nos invita a experimentar el amor misericordioso del Padre, que se ha entrañado sin límites con el hombre, superando todas las fronteras, por amor al hombre, en Jesús de Nazaret. El creyente ya no puede sentirse solo y abandonado a una suerte incierta. Aunque no lo comprenda a veces, aunque le supere, aunque el dolor y las circunstancias le atenacen por los cinco costados, aunque todos le fallen, Dios ya no puede abandonarle, porque se ha hecho presencia irreversible de Amistad Divina, se ha hecho hombre misericordioso y entrañable en el seno de la dulce Nazarena, Virgen guapa, Madre del alma ¡cuánto te quiero! ¡Cuánto me quieres! ¡Gracias, Madre, por haberme dado a tu hijo, por haber parido a Jesús de Nazaret!

        Queridos hermanos: El Dios Trino y Uno, al entregarnos al Hijo amado en carne humana, se ha unido en fidelidad perpetua con el destino del hombre, con cada uno de nosotros. Nuestro ser y existir es creerlo, orarlo, amarlo, agradecerlo, vivirlo, no sentirse nunca solos, ser misericordiosos con todos, como Él lo fue con todos nosotros. Amén.

 

 

TEXTOS DE LOS SANTOS PADRES  SOBRE MARÍA

 

        Desde los primeros tiempos del cristianismo los creyentes escrutaron, maravillados, esta frase sencilla y deslumbradora del Apóstol, sobre Cristo “nacido de una mujer”, que explicita, por decirlo así, la solemne afirmación del Prólogo de San Juan: “Y el Verbo se hizo carne”.

        Procuraron penetrar en el misterio de aquella mujer que suministró su carne al Verbo de Dios, de aquella creatura que llevó en su seno al Creador. En esta meditación orante y admirada, que no nacía de una simple curiosidad sino del amor, la Iglesia se preguntó una y otra vez: ¿Quién es esta mujer, mencionada junto al Salvador en los pasajes más decisivos de la Sagrada Escritura? ¿Quién es esta mujer cuya victoria sobre el demonio se predice desde las primeras páginas (cf. Gén 3, 15), en el momento más sombrío de la historia humana,  y cuya dignidad insigne atestiguan los escritores sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento? ¿Por qué un Arcángel saluda a esta mujer con profunda admiración en nombre de Dios y la llama la llena de gracia? ¿Por qué Isabel la saluda en el colmo del asombro como Madre de mi Señor, bendita entre todas las mujeres, a quien el vidente del Apocalipsis contempla revestida de sol, con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas?

        Los escritos marianos de los Padres constituyen un filón valiosísimo para cuantos desean conocer verdaderamente a la Virgen. ¿Por qué? En primer lugar, porque son un reflejo de la palabra misma de Dios, de la que los Padres se alimentaban constantemente, y gracias a la cual lograron un perfecto equilibrio entre doctrina y piedad. En efecto, el gran amor que profesaban a María nunca los hizo olvidar su condición de creatura, y en las exultantes alabanzas que tributaron a la Madre de Dios, Reina y Señora de todo lo creado, evitaron cuidadosamente toda exageración que pudiera inducir a error.

        Los Padres, al fomentar entre sus fieles —mediante una recta doctrina— la veneración y la piedad hacia la Virgen, contribuyeron a que esa piedad se desarrollara «en armónica subordinación al culto de Cristo...en torno a Él como su natural y necesario punto de referencia» (Marialis cultus, introducción).

 

SAN EFRÉN

 

        San Efrén, diácono de la Iglesia en Siria, nació en Nisibis, en la Mesopotamia septentrional a comienzos del siglo IV, probablemente en el 306. A los 18 años recibió el bautismo y se dedicó a la oración y al estudio, viviendo del propio trabajo, en Edesa., como empleado en un baño público.

        En el 338 Nisibis fue atacada por Sapor II, rey de los Persas, y Efrén acudió en su ayuda y desplegó una actividad infatigable para alentar y aconsejar a sus habitantes.       En el 363, el emperador Joviniano firmó un tratado de paz con los persas y les entregó Nisibis, San Efrén, con la mayor parte de los cristianos de esta ciudad, emigró a tierras del Imperio Romano. Se retiró a Edesa, donde murió diez años más tarde, tras haber dedicado todo ese tiempo a la penitencia y a la contemplación y a la predicación.

        San Efrén ocupa un lugar privilegiado entre los Santos Padres tanto por la abundancia de sus escritos como por la autoridad de su doctrina. Benedicto XV lo declaró doctor de la Iglesia en 1920. La tradición nos lo recuerda como un hombre austero. El medio usado por San Efrén para la divulgación de la verdad cristiana es sobre todo la poesía, por lo cual con razón se le ha definido <<la cítara (o el arpa) del Espíritu Santo>>.
        Prueba de ello es que muchos de sus himnos forman parte de diversas liturgias orientales desde el siglo V. Gracias a esto se ha conservado gran parte de su ingente obra, tanto en su idioma original, el sirio, como en traducciones griegas, que empezaron a proliferar ya en los últimos años de su vida.

        Efrén es también el poeta de la Virgen, a la que dirigió 20 himnos y a quien se dirigía con expresiones de tierna devoción, como ahora veremos en alguno de ellos.

Madre admirable

(Himno a la Virgen María)

 

        La Virgen me invita a cantar el misterio que yo contemplo con admiración. Hijo de Dios, dame tu don admirable, haz que temple mi lira, y que consiga detallar la imagen completamente bella de la Madre bien amada.

        La Virgen María da al mundo a su Hijo quedando virgen, amamanta al que alimenta a las naciones, y en su casto regazo sostiene al que mantiene el universo. Ella es Virgen y es Madre, ¿qué no es?

        Santa de cuerpo, completamente hermosa de alma, pura de espíritu, sincera de inteligencia, perfecta de sentimientos, casta, fiel, pura de corazón, leal, posee todas las virtudes.

        Que en María se alegre toda la estirpe de las vírgenes, pues una de entre ellas ha alumbrado al que sostiene toda la creación, al que ha liberado al género humano que gemía en la esclavitud.

        Que en María se alegre el anciano Adán, herido por la serpiente. María da a Adán una descendencia que le permite aplastar a la serpiente maldita, y le sana de su herida mortal.

        Que los sacerdotes se alegren en la Virgen bendita. Ella ha dado al mundo el Sacerdote Eterno que es al mismo tiempo Víctima. Él ha puesto fin a los antiguos sacrificios, habiéndose hecho la Víctima que apacigua al Padre.

        Que en María se alegren todos los profetas. En Ella se han cumplido sus visiones, se han realizado sus profecías, se han confirmado sus oráculos.

        Que en María se gocen todos los patriarcas. Así como Ella ha recibido la bendición que les fue prometida, así Ella les ha hecho perfectos en su Hijo. Por Él los profetas, justos y sacerdotes, se han encontrado purificados.

        En lugar del fruto amargo cogido por Eva del árbol fatal, María ha dado a los hombres un fruto lleno de dulzura. Y he aquí que el mundo entero se deleita por el fruto de María.

        El árbol de la vida, oculto en medio del Paraíso, ha surgido en María y ha extendido su sombra sobre el universo, ha esparcido sus frutos, tanto sobre los pueblos más lejanos como sobre los más próximos.

        María ha tejido un vestido de gloria y lo ha dado a nuestro primer padre. Él había escondido su desnudez entre los árboles, y es ahora investido de pudor, de virtud y de belleza.

        Eva y la serpiente habían cavado una trampa, y Adán había caído en ella; María y su real Hijo se han inclinado y le han sacado del abismo.

       

La Anunciación de la Virgen (Himno por el Nacimiento de Cristo)

 

        «Volved la mirada a María. Cuando Gabriel entró en su aposento y comenzó a hablarle, Ella preguntó: “¿cómo se hará esto?” (Lc 1, 34). El siervo del Espíritu Santo le respondió diciendo: “para Dios nada es imposible” (Lc 1, 37). Y Ella, creyendo firmemente en aquello que había oído, dijo: “he aquí la esclava del Señor” (Lc 1, 38). Y al instante descendió el Verbo sobre Ella, entró en Ella y en Ella hizo morada, sin que nada advirtiese. Lo concibió sin detrimento de su virginidad, y en su seno se hizo niño, mientras el mundo entero estaba lleno de Él...

        Cuando oigas hablar del nacimiento de Dios, guarda silencio: que el anuncio de Gabriel quede impreso en tu espíritu. Nada es difícil para esa excelsa Majestad que, por nosotros, se ha abajado a nacer entre nosotros y de nosotros.

        Hoy María es para nosotros un cielo, porque nos trae a Dios. El Altísimo se ha anonadado y en Ella ha hecho mansión; se ha hecho pequeño en la Virgen para hacernos grandes... En María se han cumplido las sentencias de los profetas y de los justos. De Ella ha surgido para nosotros la luz y han desaparecido las tinieblas del paganismo.

        María tiene muchos nombres, y es para mí un gran gozo llamarla con ellos. Es la fortaleza donde habita el poderoso Rey de reyes; mas no salió de allí igual que entró: en Ella se revistió de carne, y así salió. Es también un nuevo cielo, porque allí vive el Rey de reyes; allí entró y luego salió vestido a semejanza del mundo exterior...

        Adán y Eva, con el pecado, trajeron la muerte al mundo; pero el Señor del mundo nos ha dado en María una nueva vida. El Maligno, por obra de la serpiente, vertió el veneno en el oído de Eva; el Benigno, en cambio, se abajó en su misericordia y, a través del oído, penetró en María. Por la misma puerta por donde entró la muerte, ha entrado también la Vida que ha matado a la muerte. Y los brazos de María han llevado a Aquél a quien sostienen los querubines; ese Dios a quien el universo no puede abarcar, ha sido abrazado por María.

        El Rey ante quien tiemblan los ángeles, criaturas espirituales, yace en el regazo de la Virgen, que lo acaricia como a un niño. El cielo es el trono de su majestad, y Él se sienta en las rodillas de María. La tierra es el escabel de sus pies y Él brinca sobre ella infantilmente. Su mano extendida señala la medida del polvo, y sobre el polvo juguetea como un chiquillo.

        Feliz Adán, que en el nacimiento de Cristo has encontrado la gloria que habías perdido. ¿Se ha visto alguna vez que el barro sirva de vestido al alfarero? ¿Quién ha visto al fuego envuelto en pañales? A todo eso se ha rebajado Dios por amor del hombre. Así se ha humillado el Señor por amor de su siervo, que se había ensalzado neciamente y, por consejo del Maligno homicida, había pisoteado el mandamiento divino. El Autor del mandamiento se humilló para levantarnos.

        Demos gracias a la divina misericordia, que se ha abajado sobre los habitantes de la tierra a fin de que el mundo enfermo fuera curado por el Médico divino. La alabanza para Él y al Padre que lo ha enviado; y alabanza al Espíritu Santo, por todos los siglos sin fin».

 

Eva y María

(Carmen 18, 1)

 

        Oh cítara mía, inventa nuevos motivos de alabanza a María Virgen. Levanta tu voz y canta la maternidad enteramente maravillosa de esta virgen, hija de David, que llevó la vida al mundo.

        Quien la ama, la admira. El curioso se llena de vergüenza y calla. No se atreve a preguntarse cómo una madre da a luz y conserva su virginidad. Y aunque es muy difícil de explicar, los incrédulos no osarán indagar sobre su Hijo.

        Su Hijo aplastó la serpiente maldita y destrozó su cabeza. Curó a Eva del veneno que el dragón homicida, por medio del engaño, le había inyectado, arrastrándola a la muerte.

        Aquél que es eterno fue llamado el nuevo Adán, porque habitó en las entrañas de la hija de David y en Ella, sin semilla y sin dolor, se hizo hombre. ¡Bendito sea por siempre su nombre!

        El árbol de la vida, que creció en medio del Paraíso, no dio al hombre un fruto que lo vivificase. El árbol nacido del seno de María se dio a sí mismo en favor del hombre y le donó la vida.

         El Verbo del Señor descendió de su trono; se llegó a una joven y habitó en ella. Ella lo concibió y lo dio a la luz. Es grande el misterio de la Virgen purísima: supera toda alabanza.

        Eva en el Edén se convirtió en rea del pecado. La serpiente malvada escribió, firmó y selló la sentencia por la cual sus descendientes, al nacer, venían heridos por la muerte.

        Eva llegó a ser rea del pecado, pero el débito pasó a María, para que la hija pagase las deudas de la madre y borrase la sentencia que habían transmitido sus gemidos a todas las generaciones.

        Los hombres terrenales multiplicaron las maldiciones y las espinas que ahogaban la tierra. Introdujeron la muerte. El Hijo de María llenó el orbe de vida y paz.

        Los hombres terrenales sumergieron el mundo de enfermedades y dolores. Abrieron la puerta para que la muerte entrase y pasease por el orbe. El Hijo de María tomó sobre su persona los dolores del mundo, para salvarlo.

        María es manantial límpido, sin aguas turbias. Ella acoge en su seno el río de la vida, que con su agua irrigó el mundo y vivificó a los muertos.

        Eres santuario inmaculado en el que moró el Dios rey de los siglos. En ti por un gran prodigio se obró el misterio por el cual Dios se hizo hombre y un hombre fue llamado Hijo por el Padre.

        Bendita, tú, María, hija de David, y bendito el fruto que nos has dado ¡Bendito el Padre que nos envió a su Hijo para nuestra salvación, y bendito el Espíritu Paráclito que nos manifestó su misterio! Sea bendito su nombre.

 

La canción de cuna de María (Himno, 18, 1-23)

 

        He mirado asombrado a María que amamanta a Aquél que nutre a todos los pueblos, pero que se ha hecho niño. Habitó en el seno de una muchacha, Aquél que llena de sí el mundo...

        Un gran sol se ha recogido y escondido en una nube espléndida. Una adolescente ha llegado a ser la Madre de Aquél que ha creado al hombre y al mundo.

        Ella llevaba un niño, lo acariciaba, lo abrazaba, lo mimaba con las más hermosas palabras y lo adoraba diciéndole: Maestro mío, dime que te abrace.

        Ya que eres mi Hijo, te acunaré con mis cantinelas porque soy tu Madre. Hijo mío, te he engendrado, pero Tú eres más antiguo que yo; Señor mío, te he llevado en el seno, pero Tú me sostienes en pie.

        Mi mente está turbada por el temor, concédeme la fuerza para alabarte. No sé explicar cómo estás callado, cuando sé que en Ti retumban los truenos.

        Has nacido de mí como un pequeño, pero eres fuerte como un gigante; eres el Admirable, como te llamó Isaías cuando profetizó sobre Ti.

        He aquí que Tú estás conmigo, y sin embargo estás enteramente escondido en tu Padre. Las alturas del cielo están llenas de tu majestad, y no obstante mi seno no ha sido demasiado pequeño para Ti.

        Tu Casa está en mí y en los cielos. Te alabaré con los cielos. Las criaturas celestes me miran con admiración y me llaman Bendita.

        ¡Cuánto más venerada es la Madre del Rey que su trono! Te bendeciré, Señor, porque has querido que fuese tu Madre; te celebraré con hermosas canciones.

        Oh gigante que sostienes la tierra y has querido que ella te sostenga, Bendito seas. Gloria a Ti, oh Rico, que te has hecho Hijo de una pobre.

        Mi magnificat sea para Ti, que eres más antiguo que todos, y sin embargo, hecho niño, descendiste a mí. Siéntate sobre mis rodillas; a pesar de que sobre Ti está suspendido el mundo, las más altas cumbres y los abismos más profundos...

        Tú estás conmigo, y todos los coros angélicos te adoran. Mientras te estrecho entre mis brazos, eres llevado por los querubines.

        Los cielos están llenos de tu gloria, y sin embargo las entrañas de una hija de la tierra te aguantan por entero. Vives en el fuego entre las criaturas celestes, y no quemas a las terrestres.

        Los serafines te proclaman tres veces Santo: ¿qué más podré decirte, Señor? Los querubines te bendicen temblando, ¿cómo puedes ser honrado por mis canciones?

        Descubra su rostro y se alegre contigo la antigua Eva, porque has arrojado fuera su vergüenza; oiga la palabra llena de paz, porque una hija suya ha pagado su deuda.

        La serpiente, que la sedujo, ha sido aplastada por Ti, brote que has nacido de mi seno. El querubín y su espada por Ti han sido quitados, para que Adán pueda regresar al paraíso, del cual había sido expulsado.

        Eva y Adán recurran a Ti y cojan de mí el fruto de la vida: por ti recobrará la dulzura aquella boca suya, que el fruto prohibido había vuelto amarga.

        Los siervos expulsados vuelvan a través de Ti, para que puedan obtener los bienes de los cuales habían sido despojados. Serás para ellos un traje de gloria, para cubrir su desnudez.

 

 

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ESTAS SON ALGUNAS DE LAS MEDITACIONES ANTERIORES, PERO ABREVIADAS Y REFORMADAS POR SI OS PARECE MEJOR PARA MEDITAR O PREDICARLAS,  HACER LO QUE ME PAREZCA MEJOR.

 

PRIMER JUEVES EUCARÍSTICO

 

Queridas hermanas (Carmelitas y Dominicas), QUERIDOS HERMANsOS: En este tiempo de Adviento la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor en la Navidad y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María porque la celebrábamos ayer en su fiesta de su Inmaculada Concepción. Por eso hoy, vamos a contemplarla para tratar de vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Cómo respondió a la propuesta del Señor y qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo? Pues vamos a meditarlo muy brevemente en este rato de oración ante su hijo encarnado en su seno y luego hecho un trozo de pan por amor loco a sus hermanos los hombres.

 

1.- Queridos hermanos: María esperó la navidad, el nacimiento de su hijo, por el camino de la oración, como tenemos que hacer nosotros, la iglesia entera en navidad. La Virgen estaba orando, como estáis o debéis estar las monjas en un convento de clausura, la Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y orando y dialogando siguió con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer ya en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo, cuando la dejó el ángel.

Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando al hijo en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte el Magnificat, confirmándole que era verdad todo lo que decía, ya que no estaba bien que El, tan niño, empezara haciendo milagros, mejor la madre guapa y joven; así que una parte del Magnificat “proclama mi alma las grandezas del Señor”se la debemos a su presencia como todo pan eucarístico, cuerpo y alma de Cristo que tiene por hacerse en el seno de María, su madre, tiene perfume, olor y sabor de la madre, de María.

La Virgen estaba orando. María, pues, nos invita a todos sus hijos a entrar en el clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano, esperar al Señor, que sea Navidad cristiana. Sin oración meditativa, no digamos un poquito más elevada y purificada, sin la oración afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad

cristiana, encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren chapám y turrones y reunión de familia.

Porque faltará Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración. Sin ella, sin oración personal, diaria y sin conversion permanente, aun la liturgia, carece de sentido, de amor, de alma, de experiencia, de vida, aunque sea la misma misa que debemos comenzar rezando de verdad “yo confieso”, vaciándonos del pecado aunque sean leves para que Cristo pueda llenarnos y podamos vivir y experimenar la acción litúrgica.

        La gran pobreza de la Iglesia actual es la pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida religisa o sacerdotal en un convento o fuera de él, para encontrarle y sentirlo en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en espíritu y verdad”.

        Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos.

Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

        Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca.

Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan.

Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

        Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, este nuevo encuentro litúrgico con Cristo, que especialmente por la Eucaristía hace presente todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado voy a besar, tocar y  venerar en cada sagrario, en cada pesebre, en cada imagen de Niño.«Ven, Señor, y no tardes».

 

2.- POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

 

        “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así respondió la Virgen a la propuesta de Dios por medio del ángel y así debemos responder siempre nosotros ante los mandamientos y designios de Dios. María expresó su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… Pues como nosotros pensamos muchas veces en nuestra vida.

 ¿Y cómo será eso si no conozco varón? Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada.

Así debemos creer también nosotros en nuestras vidas cuando haya cosas que no comprendemos, responder fiándonos de Dios más que de nosotros mismos. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de comprobarlas con nuestra razón y egoismo innato y porque nos fiamos más de nuestros mismos, de propios criterios que de lo que nos dicta la fe, dudamos de lo que Dios nos dice por el Evangelio, porque supera toda comprensión humana.

Hermanas, como María, tenemos que apoyarnos más en Dios y en su Palabra, que en nosotros mismos, aunque no lo comprendamo. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero infinito en su ser, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo que le impidan nacer en nosotros y que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.

Tenemos que  creer que ese mismo hijo de Dios e hijo de María está en el pan consagrado, en todos los sagrarios de la tierra y tenemos que adorarlo todos los días como ella y vivir en continuo diálogo de oración y amor con este mismo Cristo Hijo de Dios y de María que loco de amor por nosotros primero se hizo hombre, carne humana y luego un trozo de pan… pero qué locura… Tú estás loco, no puedes ser Dios… nosotros también estamos locos por ti y lo hemos dejado todo para vivir solo para ti en un convento, pero que lo hagamos de verdad, no solo esternamente. Tenemos a María como ejemplo y modelos de amor total, Virgen, virgen y madre, amor total. Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros y al mundo.

        Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos pocas cosas nos ayuden a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente secularista, materialismo, desenfreno, persecución clara y manifiesta del gobierno y de los medios a la Iglesia, Dios, el Evangelio…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y está vacio de todo, de amor, de familia, cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta Dios.

        Este mundo, lo primero que necesita es fe, fe en Dios, en su Venida, en su Encarnación, en la Navidad, en su presencia eucarística.

        ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días de adviento, a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como tú, María, con fe viva y despierta.

        Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. La Navidad fundamentalmente es creer en Dios, creer que Dios ama al hombre, sigue amando al hombre, sigue amando y perdonando a este mundo.

        La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumplirá, todo tendré sentido, todo nos preparará la Navidad, para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotras almas. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella.: “He aquí, la esclava del Señor…”.  Que merezcamos su alabanza por haber creído en su amor, en su salvación, en su venida de amor a cada uno de nosotros.

        “Y el Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros”. Y Jesucristo,Hijo de Dios y de María, nos salvó y se quedó por amor a todos los hombres en todos los Sagrarios de la tierra y muchas han renunciado al mundo y a todos para vivir solo para Él y la salvación de todos los hombres, sus hermanos. Seamos agradecidos a todos los conventos de la tierra.

 

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ADVIENTO

 

IMPLICACIONES ESPIRITUALES DE LA ENCARNACIÓN

 

        QUERIDOS HERMANOS: Estamos en Adviento, preparación de la Navidad y el tiempo de adviento nos enseña muchas cosas a todos los que hemos tenido la predilección y el gozo de creer y encontrarnos con Jesucristo. Tiene para nosotros ricas y variadas implicaciones. Nos exige también algunos comportamientos a los que hemos sido enriquecidos con su luz y su misterio. Voy a enumerar a algunos:

 

1º.-  NECESIDAD DE ORAR PARA COMPRENDER LA NAVIDAD.

 

        ¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre -- ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?—has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

        Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. Y el creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más, porque esto es una enfermedad de amores y ansias infinitas, imposibles de contener y controlar; el creyente,  llagado de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, razones, motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor.

        ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad! Tú nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Mirad la Navidad. Es Dios que ama apasionadamente a los hombres. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

        La Encarnación, la Navidad es Cristo hecho hombre; la Eucaristía es Cristo hecho un poco de pan por el mismo amor de la Navidad; el mismo Cristo, la misma carne, el mismo amor que le llevó a encarnarse y dar su vida por mí. Yo sé, Señor, que eso no se comprende, no se puede comprender, si no se vive y los peor es que alguno se pueda moestar. Por eso te pido Virgen embarazada que vienes de camino buscando posadas, Madre guapa y hermosa de alma, te pido amor, amor a Cristo tu hijo, como el tuyo. Solo amor. El amor conoce los objetos por contacto, por contacto de amor de llama de fuego con la persona amada, por medio de la unión y “noticia amorosa,” “contemplación de amor” con la persona amada, S. Juan de la Cruz, todos los místicos, todos los que llegaron a sentir y vivir la Navidad de Cristo, no meramente de palabra, turrones o villancicos y esto aunque uno se cura.

Por eso necesito oración, todo el pueblo creyente necesita oración, ratos de diálogo con el Señor, con la Madre, con la que lleva al niño en su seno, para que nos diga y enseñe cómo nacerá Cristo en mi vida, en mi alma, en mi corazón por amor y gracia, necesito trato de amistad y oración todos los días para vivir el adviento del Señor, para pedirte amor, Cristo loco que siendo Dios y teniéndolo todo y no necesitando de nadie ni de nada, vienes a nuestro encuentro para llenarnos de tu luz, amor, eternidad y cielo ya en la tierra por medio de la oración diaria y permanente, sienta o no sienta, porque Tú eres Dios y yo pura criatura y Tú sabes cómo tienes que hacerlo,

La oración es la experiencia de la fe. Sin oración, sin ratos de silencio, contemplando a Dios, hecho hombre por amor extremo, no se puede comprender nada o muy poco de la Navidad ni de los misterios de Cristo. Este

        Sin amor, sin noticia amorosa de Dios, sin oración personal, al menos afectiva, no basta la mera reflexiva o meditativa, hay que subir un poquito más, mejor, la oración no meramente reflxiva sino contemplativa o contemplación infusa, S. Juan de la Cruz y todos los místicos, no se puede comprender el misterio, los misterios que estamos celebrando estos días. En ratos de soledad y oración y contemplación ante el Sagrario quiero alabar, bendecir y glorificar al Hijo de Dios por haberme amado hasta este extremo y por haber aceptado todas las consecuencias de su Encarnación.

Quiero corresponderle con mi amor, quiero amarle tanto que no se arrepienta de lo que hizo;

 

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2º JUEVES EUCARÍSTICO

 

IMPLICACIONES ESPIRITUALES DE LA ENCARNACIÓN

 

        QUERIDOS HERMANOS: La Navidad nos enseña muchas cosas a todos los que hemos tenido la predilección y el gozo de creer y encontrarnos con Jesucristo. Tiene para nosotros ricas y variadas implicaciones. Nos exige también algunos comportamientos a los que hemos sido enriquecidos con su luz y su misterio. Voy a enumerar a algunos de estos compromisos:

 

        3.- La Encarnación es: “Dios, tanto amó al mundo que entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna” Si Dios se encarna, el hombre vale mucho para Dios, vale infinito, vale toda la vida y la sangre de su Hijo, a quien entregó (traicionó) por amor al hombre. Si Dios se encarna, la eternidad se ha metido como una cuña en el tiempo. Si Dios se encarna, Dios ama al hombre y el hombre tiene vida eterna.

         ¿De qué vale todo el esfuerzo de Dios si el hombre, si el cristiano, no cree este misterio, no lo valora, no lo ama, no lo imita? ¿Sería mucho pedir que como prueba de que creemos este misterio pasáramos ratos largos de oración ante su misterio de  Encarnación continuada y permanente que es la Eucaristía? ¿Sería mucho pedir que adorásemos tanto amor en ratos de alabanza y acciones de gracias?  ¿Sería mucho pedir que confesásemos y comulgásemos con todo el fervor posible estos días, diciéndole cosas de amor al Niño, “Verbo de Dios hecho carne”? 

Sería lo que Él más agradeciese, porque en estas navidades tan paganas que nos hemos montado, con tantos turrones, loterías, comidas familiares y demás, no hay tiempo a veces para el autor de la Navidad, para decirle simplemente ¡gracias! Y todos sabemos que, aunque sobren champán y turrones, si no nos encontramos con Cristo, no podrá haber Navidad.

        Muchos hombres ya no saben quién es Cristo, por eso tampoco saben de qué va la Navidad; saben, barruntan que hay que estar alegres, pero ignoran el motivo; la televisión y los periódicos y los grandes almacenes se han encargado de ello y nosotros tampoco nos hemos esforzado mucho en instruirlos y formarlos; los medios jamás dicen nacimiento de Jesucristo, y menos, del Hijo de Dios, y da pena.

Y Jesús Eucaristía, esperando este reconocimiento, está tan solo a veces, que con que haya alguien que se pare un poco y le dirija una mirada de cariño o de fe en el Sagrario, se da por entero, se entrega totalmente, es que es un crío, un niño, espera cariño, una mirada de amor: ¡pero si es el Dios infinito, que se ha hecho un niño por mí, para que le coja y le bese! Lo está deseando, pero si ha venido para eso. Por favor, hermanos, un poco de sensibilidad, de misericordia, de limosna de amor al Dios grande que se hizo pequeño.

        Nosotros, en ese Niño, adoramos y celebramos el amor apasionado de un Dios por el hombre, desde la gratuidad, desde la iniciativa divina. Lo dice muy claro S. Juan en su primera Carta: “Porque Dios es amor… Y el amor que Dios nos tiene se ha manifestado en que Dios envió al mundo a su Hijo Unigénito, para que vivamos por Él. En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él no amó y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

 

        4.- En la persona de su Hijo, el Padre nos manifiesta y revela al Amado desde el amanecer de la Trinidad, nos entrega todo su amor de Padre, que le llena de gozo eterno, porque el Hijo, con la potencia de su Amor Personal, que es Espíritu Santo, le acepta eternamente como Padre y le hace Padre por aceptar ser su Hijo desde la aurora de la Tri-Unidad, y el Padre nos lo entrega todo en el Hijo y nos hace hijos suyos. El Verbo, hecho carne primero, y luego pan de Eucaristía, es la presencia del amor de Dios Trinidad, que ahora continúa en el Sagrario, como  Encarnación continuada del Amor Trinitario: del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo, Amor Personal del Padre al Hijo, y Amor Personal del Hijo al Padre, que los hace Padre e Hijo en el mismo Amor esencial, que es el Espíritu Santo. Todo es por la potencia de Amor del Espíritu Santo. Por eso, la esencia de Dios es el Amor: “Porque Dios es Amor”  nos dice San Juan.

        La presencia de Dios en Jesús de Nazaret es el lugar privilegiado y propio de su presencia en el mundo y en la historia. La encarnación revela al hombre  su capacidad de divinización, de <Verbalización>, de santificación o unión e identificación posible con Dios. La humanidad de Cristo es la meta de todo hombre, porque es la propia de un hombre que ha encontrado plenamente a Dios. Por eso es la <recapitulación> de todo lo creado. Este es el admirable intercambio <oh admirabile commercium>, de que nos hablan los Santos Padres. Que consiste en que el Hijo de Dios se hace hijo del hombre para que los hombres nos hagamos hijos de Dios.

        El hombre queda así elevado en su ser y trasladado a la órbita de lo divino. Si Dios quiere este intercambio maravilloso, la vida cristiana, nosotros debemos esforzarnos por hacernos dignos hijos suyos en el Hijo y realizar así su proyecto amado desde toda la eternidad en el Consejo Trinitario. Si Dios viene en mi busca con presencia de amigo, yo debo encontrar esta presencia en Jesús de Nazaret en el Evangelio, pero especialmente en su presencia de amistad permanentemente ofrecida en el Sagrario.

        En la Encarnación del Verbo ha sido Dios en la persona de su Hijo Unigénito el que ha venido en busca nuestra, el que ha salido a nuestro encuentro, nos ha hablado, salvado, iluminado, amado… La religión, la fe, ha partido de Dios y ya no es buscar a tientas, sino que tiene que ser una respuesta personal a un Dios que se me ha revelado y manifestado concretamente en Jesús de Nazaret. En su persona es como el Hombre puede mejor responder a esta revelación del Padre por la religión, por la fe y el amor: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar” Sólo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo saben de la Navidad; sólo ellos nos la pueden explicar. Por eso necesitamos orar.

        5.- La Encarnación nos invita a experimentar el amor misericordioso del Padre, que se ha entrañado sin límites con el hombre, superando todas las fronteras, por amor al hombre, en Jesús de Nazaret. El creyente ya no puede sentirse solo y abandonado a una suerte incierta. Aunque no lo comprenda a veces, aunque le supere, aunque el dolor y las circunstancias le atenacen por los cinco costados, aunque todos le fallen, Dios ya no puede abandonarle, porque se ha hecho presencia irreversible de Amistad Divina, se ha hecho hombre misericordioso y entrañable en el seno de la dulce Nazarena, Virgen guapa, Madre del alma ¡cuánto te quiero! ¡Cuánto me quieres! ¡Gracias, Madre, por haberme dado a tu hijo, por haber parido a Jesús de Nazaret!

        Queridos hermanos: El Dios Trino y Uno, al entregarnos al Hijo amado en carne humana, se ha unido en fidelidad perpetua con el destino del hombre, con cada uno de nosotros. Nuestro ser y existir es creerlo, orarlo, amarlo, agradecerlo, vivirlo, no sentirse nunca solos, ser misericordiosos con todos, como Él lo fue con todos nosotros. Amén.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

 

PRIMERA LECTURA: Is 2,1-5

 

        Sión es la colina que domina Jerusalén. En ella se encuentra el templo, lugar de la presencia de Dios. En visión profética, Isaías habla con énfasis de la era mesiánica, en la cual todos los pueblos convergerán en Jerusalén, imagen de la Iglesia llegada a su término, para adorar al único Dios: “Hacia Él confluirán los gentiles, caminarán  pueblos numerosos”. Y vendrán muchedumbres de pueblos, diciendo: Venid y subamos al monte de Yahvé, a la casa del Dios de Jacob, y Él nos instruirá sus caminos”. Los caminos de paz pasan por la libre adhesión del espíritu y del corazón de los hombres a la luz que se les propone. Unidos en la única religión, todos los hombres serán verdaderos hermanos y “no se adiestrarán más para la guerra,” porque “de las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas”. Los propios cristianos somos desde esta palabra responsables de proponer a los hombres una luz que les arrastre por encima de esta civilización materialista, del consumo y del odio. Cada uno de nosotros debe ser hoy la voz, que, con la fuerza de Isaías, llame y convoque a todos los hombres a entrar en la Iglesia, significada por Jerusalén y adiestrarnos para la paz y la convivencia pacífica entre los pueblos, las familias, los matrimonios y entre padres e hijos. No más divorcios, abortos, separaciones y guerras, que destruyen la convivencia pacífica. El texto del Profeta concluye con esta sugestiva invitación:“Casa de Jacob, vamos;  caminemos a la luz del Señor”.

 

SEGUNDA LECTURA: Rom 13,11-14

 

        En esta epístola a los Romanos, San Pablo escribe en calidad del doctor que enseña y del pastor que alienta; por eso, nos invita a estar vigilantes y nos dice concretamente qué debemos hacer para caminar en esa luz y salir al encuentro del Señor: “Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz”. Este texto fue el que conmovió a San Agustín y lo llevó a la conversión (Confes. VIII, 12). San Pablo exhorta a los cristianos a la vigilancia, a vivir la vida cristiana en continuo  amor a Dios y a los hermanos: “Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias”.  Y el motivo es manifiesto: “Porque ahora vuestra salvación está más cerca”. ya que la historia camina hacia su última fase: el retorno final del Señor, de que nos hablará el Evangelio: “el día está encima”.  Sea cual fuere la duración global del tiempo que finalizará con la venida gloriosa de Cristo, cada cristiano ha de vivir su propia duración dentro de la perspectiva de un encuentro que se hace más próximo cada día. Debemos esperar este día con el traje limpio de la gracia de Dios, sin tanto egoísmo, sin tanto consumismo, con más atención a los necesitados y ancianos: “Ya es hora de despabilarse”.

 

HOMILÍA DE ADVIENTO: IMPLICACIONES ESPIRITUALES DE LA ENCARNACIÓN

 

        QUERIDOS HERMANOS: Estamos en Adviento, preparación de la Navidad y el tiempo de adviento nos enseña muchas cosas a todos los que hemos tenido la predilección y el gozo de creer y encontrarnos con Jesucristo. Tiene para nosotros ricas y variadas implicaciones. Nos exige también algunos comportamientos a los que hemos sido enriquecidos con su luz y su misterio. Voy a enumerar a algunos:

 

1º.-  NECESIDAD DE ORAR PARA COMPRENDER LA NAVIDAD.

 

        ¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre -- ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?—has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

        Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. Y el creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más, porque esto es una enfermedad de amores y ansias infinitas, imposibles de contener y controlar; el creyente,  llagado de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, razones, motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor.

        ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad! Tú nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Mirad la Navidad. Es Dios que ama apasionadamente a los hombres. ¡Dios existe y nos ama, es verdad! Qué pena tengo que algunos hermanos sacerdotes estén alejados de esta verdad, qué pena y me lo confirmaban algunas personas consagradas, qué pena en estos tiempos difíciles para la fe, nosotros, sacerdotes que tenemos que sembrarla y potenciarla, para eso nos eligió el Señor. Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

        La Encarnación, la Navidad es Cristo hecho hombre; la Eucaristía es Cristo hecho un poco de pan por el mismo amor de la Navidad; el mismo Cristo, la misma carne, el mismo amor que le llevó a encarnarse y dar su vida por mí. Yo sé, Señor, que eso no se comprende, no se puede comprender, si no se vive y los peor es que alguno se pueda moestar porque se predique o algunos no vengan ni a escucharlo. Por eso te pido Virgen embarazada que vienes de camino buscando posadas, Madre guapa y hermosa de alma, te pido amor, amor a Cristo tu hijo, como el tuyo. Solo amor. El amor conoce los objetos por contacto, por contacto de amor de llama de fuego con la persona amada, por medio de la unión y “noticia amorosa,” “contemplación de amor” con la persona amada, S. Juan de la Cruz, todos los místicos, todos los que llegaron a sentir y vivir la Navidad de Cristo, no meramente de palabra, turrones o villancicos y esto aunque uno se cura.

Por eso necesito oración, todo el pueblo creyente necesita oración, ratos de diálogo con el Señor, con la Madre, con la que lleva al niño en su seno, para que nos diga y enseñe cómo nacerá Cristo en mi vida, en mi alma, en mi corazón por amor y gracia, necesito trato de amistad y oración todos los días para vivir el adviento del Señor, para pedirte amor, Cristo loco que siendo Dios y teniéndolo todo y no necesitando de nadie ni de nada, vienes a nuestro encuentro para llenarnos de tu luz, amor, eternidad y cielo ya en la tierra por medio de la oración diaria y permanente, sienta o no sienta, porque Tú eres Dios y yo pura criatura y Tú sabes cómo tienes que hacerlo, no como yo te lo quiero programas, eres Tú, tu Espíritu de Amor con el que yo tengo que acostumbrarme a hablarte y comprenderte a Ti que eres “ llama de amor viva, que hiere de mi alma, en el más profundo centro”, por eso es el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo el que te encarna en el seno de la Virgen bella: “Oh llama de Amor viva encarnada en carne de María por el Amor de Dios infinito, Espíritu Santo, pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro”, quiero encontrame contigo, Cristo Jesús hecho niño por amor loco y luego al final de tu vida humana un poco de pan como ahora esta mañana en la santa misa, quiero encontrarme contigo por la fe y el amor encendido en la oración,por la oración de todos los dias.

        La oración es la experiencia de la fe. Sin oración, sin ratos de silencio, contemplando a Dios, hecho hombre por amor extremo, no se puede comprender nada o muy poco de la Navidad ni de los misterios de Cristo. Este es el problema, aunque seas cura y se puede comprobar. Ayer, hablando con unas religiosas me hablaban de la falta de fe en algunos consagrados y consagradas, qué pena tengo.

Hermanos, para comprender estas cosas del amor infinito de nuestro Dios Trino y Uno: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito,” necesito entrar dentro de la intimidad de mi Dios Tri-Unidad, que es Amor, y sorprenderlos en Consejo trinitario, cuando decidieron amarme de estar manera, amar a los hombres por el Hijo hasta el extremo de hacerse uno totalmente igual a los que amaba y buscaba.

Necesito ver el rostro del Padre entristecido por el pecado de Adán y por la amistad perdida con el hombre, con el que quería pasear en el paraíso todas las tardes de la vida y que ya no podría entrar dentro de sí mismo, en su misma felicidad esencial y trinitaria, para la que fue creado, por el pecado de Adán, que nos llevó fuera del paraíso de su amor y compañía. Aquella vez no fuimos dignos y fuimos echados del paraíso de su amistad.

        Sin amor, sin noticia amorosa de Dios, sin oración personal, al menos afectiva, no basta la mera reflexiva o meditativa, hay que subir un poquito más, mejor, la oración no meramente reflxiva sino contemplativa o contemplación infusa, S. Juan de la Cruz y todos los místicos, no se puede comprender el misterio, los misterios que estamos celebrando estos días. En ratos de soledad y oración y contemplación ante el Sagrario quiero alabar, bendecir y glorificar al Hijo de Dios por haberme amado hasta este extremo y por haber aceptado todas las consecuencias de su Encarnación.

Quiero corresponderle con mi amor, quiero amarle tanto que no se arrepienta de lo que hizo; quiero agradecerle a mi Dios este modo de existir con presencia de Amigo entre los hombres en la humanidad de Jesús de Nazaret. Quiero proclamar con memoria agradecida algo que excede toda consideración racional: que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es Dios de una manera humana y, al mismo tiempo, es hombre de una manera divina.

 

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Queridas hermanas (Carmelitas y Dominicas): En este tiempo de Adviento que comenzamo la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor en la Navidad y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Cómo respondió a la propuesta del Señor y qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo? Pues vamos a meditarlo muy brevemente en la homilía, pero ahor empecemos  como en todas las venidas del Señor al pan eucarístico pidiendo perdon de nuestrospecados

 

1.- Queridas hermanas:MARÍA ESPERÓ LA NAVIDAD, EL NACIMIENTO DE SU HIJO, POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN, COMO TENEMOS QUE HACER NOSOTROS, LA IGLESIA ENTERA. La Virgen estaba orando, como estáis las monjas en un convento de clausura, estaba     orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo.

Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando al hijo en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte, confirmándole que era verdad todo lo que decía, ya que no estaba bien que tan niño empezara haciendo milagros; así que una parte del Magnificat “proclama mi alma las grandezas del Señor”se la debemos a Él, de la misma forma que todo pan eucarístico, el cuerpo eucarístico de Cristo que tiene por eso perfume, olor y sabor maría, por ser carne que viene de María.

La Virgen estaba orando. María, pues, nos invita a todos sus hijos a entrar en el clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano, esperar al Señor, que sea Navidad cristiana. Sin oración meditativa, no digamos un poquito más elevada y purificada, sin la oración afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren chapám y turrones y reunión de familia.

Porque faltará Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración. Sin ella, sin oración personal, diaria y sin conversion permanente, aun la liturgia, carece de sentido, de amor, de alma, de experiencia, de vida, aunque sea la misma misa que debemos comenzar rezando de verdad “yo confieso”. Es que todo depende de la fe y del amor personal con que se viva y experimente la acción litúrgica.

        La gran pobreza de la Iglesia actual es la pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida religisa o sacerdotal en un convento o fuera de él, para encontrarle y sentirlo en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en espíritu y verdad”.

        Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos.

Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

        Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca.

Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan.

Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

        Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, este nuevo encuentro litúrgico con Cristo, que especialmente por la Eucaristía hace presente todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado voy a besar, tocar y  venerar en cada sagrario, en cada pesebre, en cada imagen de Niño.«Ven, Señor, y no tardes».

 

2.- POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

 

        “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así respondió la Virgen a la propuesta de Dios por medio del ángel y así debemos responder siempre nosotros ante los mandamientos y designios de Dios. María expresó su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… Pues como nosotros pensamos muchas veces en nuestra vida.

 ¿Y cómo será eso si no conozco varón? Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada.

Así debemos creer también nosotros en nuestras vidas cuando haya cosas que no comprendemos, responder fiándonos de Dios más que de nosotros mismos. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de comprobarlas con nuestra razón y egoismo innato y porque nos fiamos más de nuestros mismos, de propios criterios que de lo que nos dicta la fe, dudamos de lo que Dios nos dice por el Evangelio, porque supera toda comprensión humana.

Hermanas, como María, tenemos que apoyarnos más en Dios y en su Palabra, que en nosotros mismos, aunque no lo comprendamo. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero infinito en su ser, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo que le impidan nacer en nosotros y que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.

Tenemos que  creer que ese mismo hijo de Dios e hijo de María está en el pan consagrado, en todos los sagrarios de la tierra y tenemos que adorarlo todos los días como ella y vivir en continuo diálogo de oración y amor con este mismo Cristo Hijo de Dios y de María que loco de amor por nosotros primero se hizo hombre, carne humana y luego un trozo de pan… pero qué locura… Tú estás loco, no puedes ser Dios… nosotros también estamos locos por ti y lo hemos dejado todo para vivir solo para ti en un convento, pero que lo hagamos de verdad, no solo esternamente. Tenemos a María como ejemplo y modelos de amor total, Virgen, virgen y madre, amor total. Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros y al mundo.

        Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos pocas cosas nos ayuden a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente secularista, materialismo, desenfreno, persecución clara y manifiesta del gobierno y de los medios a la Iglesia, Dios, el Evangelio…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y está vacio de todo, de amor, de familia, cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta Dios.

        Este mundo, lo primero que necesita es fe, fe en Dios, en su Venida, en su Encarnación, en la Navidad, en su presencia eucarística.

        ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días de adviento, a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como tú, María, con fe viva y despierta.

        Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. La Navidad fundamentalmente es creer en Dios, creer que Dios ama al hombre, sigue amando al hombre, sigue amando y perdonando a este mundo.

        La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumplirá, todo tendré sentido, todo nos preparará la Navidad, para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotras almas. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella.: “He aquí, la esclava del Señor…”.  Que merezcamos su alabanza por haber creído en su amor, en su salvación, en su venida de amor a cada uno de nosotros.

        “Y el Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros”. Y Jesucristo,Hijo de Dios y de María, nos salvó y se quedó por amor a todos los hombres en todos los Sagrarios de la tierra y muchas han renunciado al mundo y a todos para vivir solo para Él y la salvación de todos los hombres, sus hermanos. Seamos agradecidos a todos los conventos de la tierra.

 

 

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QUERIDOS HERMANOS: hoy comenzamos el tiempo de Adviento con el que se inicia el nuevo año litúrgico, que presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» de Cristo, del Hijo de Dios; y por otra parte, el evangelio de este domingo mira y hace que nos preparemos para la segunda venida de Cristo, al final de los tiempos, que prácticamente para nosotros es el día de nuestra muerte, de nuestra partida a la eternidad con Dios;  para ambas esperas, hay que prepararse por una vida de fe y oración, practicada por la Palabra meditada y los sacramentos recibidos, principalmente santa misa y comunión verdaderas.

Por eso, refiriéndome a la venida de Cristo en la Navidad, y mirando nuestra espera en este tiempo de adviento, quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, será una Navidad pagana,no cristiana, perdida, porque no habrá nacido Cristo en nuestras vidas, en nuestros jóvenes, en nuestras familias.

Y si miramos la navidad anunciada por televisión o preparada por los gobernantes de muchas ciudades españolas y puestas como ejemplares o formas modelo de celebrar la navidad, allí no aparece ni Cristo ni nacimiento ni nada religioso, sino luces y motivos y adornos paganos. Así que muchos de nuestros jóvenes y pequeños ya no saben de qué va la navidad cristiana, sino el blac Friday y demás de estos días.

1.- El Adviento cristiano debe ser vivido cristianamente, como espera del Señor, de que nazca en el corazón de mayores y pequeños, es tiempo de rezar más estos días, venir más a la iglesia, comulgar y venir a misa o de visitar y ayudar a pobres y ancianos, como era en nuestros tiempos pasados, en nosotros. Por eso, como digo y predico mucho en estos días: aunque sobren champán y turrones, si Cristo no nace en nosotros, habrá sido una Navidad inútil.

Queridos hermanos, vamos a vivir estas cuatro semanas de adviento para que sea navidad cristiana en nuestros hogares, en nosotros, en nuestras familías, en el mundo, para que Cristo aumente su presencia en nuestras vidas, en nuestros corazones, mediante una vida más fervorosa de oración, rezando más, teniendo todos los dias un rato de oración, si es ante su presencia en el Sagrario, mejor; vamos a procurar rezar el rosario en casa o en familia, si podemos, vamos a esforzarnos por vivir mejor el amor fraterno en nuestro ambiente y famiia, haciendo las paces con todos, vamos a perdonar si tenemos algún problema en el trabajo o con vecinos. Eso es vivir el adviento cristiano, preparar la venida de Cristo a nuestras vidas, en nuestro corazón.

En este tiempo de espera, para que el Señor nazca o aumente su presencia en nosotros, desde el cura hasta el último, os invito a  a venir más a la iglesia; pero hacer hoy mismo este propósito y compromiso con el Señor…, Él que viene lleno de amor e ilusión para nacer o aumentar su presencia de gracia y amor y felicidad en todos nosotros, en todos los hombres. Y pidamos y habamos algún sacrificio por los nuestros que estén un poco alejados de Cristo, de la fe, para que sea navidad en ellos.

Y en los conventos, queridas hermanas, es tiempo de más oración y conversión, sobre todo, de conversión y penitencia más profunda, más auténtica, más verdadera y comunitaria, desde las superioras hasta la religiosa última, para que sea Navidad auténtica y cristiana y no solo en vuestro convento, sino que vosotras religiosas contemplativas lo tenéis que hacer principalmente por la iglesia, por el mundo entero, por todos los hombres, vuestros hermanos, por lo cuales habéis renunciado a todo, por savarlos.

Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como digo con frecuencia, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad cristiana, por esperas y encuentros y navidades puramente paganas, puro consumismo, incluso en familías cristianas. Mirad la televisión y los guasad.

Y como tantas veces repito en este tiempo de adviento: “aunque sobren champan y turrones, si Cristo no nace en nuestro corazón por un aumento de fe y amor, todo habrá sido inútil.

Es así como lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad… a nosotros».

 

2.- Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como digo con frecuencia, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad cristiana, de Cristo, por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo, incluso en familías cristinas. Mirad la televisión y los guasad.

Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por la televisión y los medios; ¿por dónde vendrá Cristo esta Navidad?. El camino ya le sabemos: debemos recogernos en ratos de oración y silencio para rezar y orar y meditar y esperar a Cristo en esta Navidad. Y el camino ya le sabemos: oración, conversión, eucaristía más frecuente, diaria, si es posible, visita a enfermos y ancianos, donativos y caridad…

Para eso, en este tiempo de Adviento, la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el primer Adviento cristiano. Hay dos persona que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a tratar de vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de su Hijo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

Lo esperó y recibió por el camino de la oración: La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; y la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y el Hijo empezó a nacer ya en sus entrañas por obra del Espíritu Santo. Y orando fue embarazada a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que la saludó diciendo: cómo es posible que me venga a visitar la madre de mi Señor, y María remató la escena con la oración de Magnificat: proclama mi alma la grandeza…

Oración, meditación, ratos de Sagrario a solas con el Señor, para vivir el adviento y esperar la Navidad. Hoy hay crisis de oración no solo en el mundo sino en la misma Iglesia, en seglares, en cristianos, en curas, frailes y monjas. María nos invita a vivir el Adviento en clima de oración.

Todas la tarde rezamos el rosario, por la mañana a las 9, Laudes, no estaría mal venir algún día en este tiempo de adviento. Sin oración meditativa, afectiva o contemplativa no hay encuentro con Cristo, no hay Adviento ni Navidad cristiana, aunque haya villancicos y sobren champám y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración.

 

3.- Y Cristo vino también por el camino de la fe viva y confiada en María. “Cómo será eso…He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel ante el misterio que la desbordaba y no comprendía. María vivió el primer Adviento con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

        Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas.

Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios. Tenemos que creer de verdad que ese niño es el Hijo de Dios, y por eso merece nuestra oración, nuestra espera, nuestro tiempo sobre otras cosas o comodidades.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros, hasta los nuestros.

Necesitamos orar, venir más a la iglesia,  aunque en estos tiempos poco o nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta de gobiernos y de los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, a Dios, a Evangelio…; este mundo se está alejando de Dios, porque quiere encontrar la felicidad en la cosas finitas; este mundo se está llenando de todo, y está cada vez más vacio: familias rotas, esposos, matrimonio rotos, madres que matan a sus hijos e hijos que matan a sus padres, este mundo de medios y guasad que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta todo, le falta Dios, el único Amor que llena y da compañía.

Y estamos todos más tristes, más solos: los matrimonios, los padres, los hijos, los amigos… nos falta Dios; es necesario que Dios nazca en los hombres, aumente su presencia, viva en los matrimonios, sea invitado y comensal diario en nuestros  hogares.

Vivamos el adviento, salgamos a esperar al Señor, con fe y ratos de iglesia Y oración, misas, jueves eucarísticos, rosarios. Lo necesitamos,

¡Qué maravilla, la Eucaristía! Lo tiene todo: la Navidad, los hechos y dichos salvadores de Cristo, su pasión, muerte y resurrección, los bienes escatológicos… lo tiene todo, porque tiene a Cristo entero y completo. Por eso, estos días hay que participar más y mejor en la Eucaristía. Allí viene ya el Cristo vivo, vivo y glorioso, Cristo último y escatológico que consuma litúrgicamente todos los demás encuentros que hemos tenido con el Señor durante la vida y que nos puede  acontecer en cualquier instante, porque nos sucede históricamente en la hora de nuestra muerte, cuando Cristo glorioso viene a examinarnos de amor: «Al atardecer de la vida, seremos examinados de amor» (S. Juan de la Cruz).

 

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PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO: QUERIDOS HERMANOS: el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» de Cristo, del Hijo de Dios; y por otra parte, el evangelio de este domingo mira y hace que nos preparemos para la segunda venida de Cristo, al final de los tiempos, que prácticamente para nosotros es el día de nuestra muerte, de nuestra partida a la eternidad con Dios;  para ambas esperas, hay que prepararse por una vida la fe y la oración, practicada por la Palabra meditada y los sacramentos recibidos.

Y así ha de nacer Cristo en nosotros en cada Navidad; y para esto nos prepara el Adviento.

Por eso quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo y que os sabéis de memoria: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, no habrá Navidad cristiana, nacimiento de Cristo en nuestra vida; el Adviento no ha sido vivido y aprovechado, no ha habido espera y deseo del Señor, no puede haber Navidad cristiana, de Cristo, en nosotros.

Por eso os invito en este tiempo a rezar más, a venir más a la iglesia, todos los días hay misa por la mañana y por la tarde, los jueves exponemos al Señor algún día en el adviento podéis venir. Si no lo hacemos, no habrá servido para nada este tiempo, no habremos vivido el adviento cristiano. Y la Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana.

Y como tantas veces repetiré en este tiempo de adviento: “aunque sobren champan y turrones, si Cristo no es acogido por fe y oración personal, todo habrá sido inútil, una navidad perdida en cristiano. Es así como lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad… a nosotros».

Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como digo con frecuencia, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad cristiana, de Cristo, por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo. Mirad la televisión y los guasad.

Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por la televisión y los medios; debemos recogernos en ratos de oración y silencio para rezar y orar y meditar por dónde vendrá Cristo esta Navidad. 

Para eso, en este tiempo de Adviento, la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el primer Adviento cristiano. Hay dos persona que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a tratar de vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de su Hijo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

Lo esperó y recibió por el camino de la oración: La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; y la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y el Hijo empezó a nacer ya en sus entrañas por obra del Espíritu Santo. Y orando fue embarazada a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que la saludó diciendo: cómo es posible que me venga a visitar la madre de mi Señor, y María remató la escena con la oración de Magnificat: proclama mi alma la grandeza…

Oración, meditación, ratos de Sagrario a solas con el Señor, para vivir el adviento y esperar la Navidad. Hoy hay crisis de oración no solo en el mundo sino en la misma Iglesia, en seglares, en cristianos, en curas, frailes y monjas. María nos invita a vivir el Adviento en clima de oración.

Todas la tarde rezamos el rosario, por la mañana a las 9, Laudes, no estaría mal venir algún día en este tiempo de adviento. Sin oración meditativa, afectiva o contemplativa no hay encuentro con Cristo, no hay Adviento ni Navidad cristiana, aunque haya villancicos y sobren champám y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración.

 

2.- Y Cristo vino también por el camino de la fe viva y confiada en María. “Cómo será eso…He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel ante el misterio que la desbordaba y no comprendía. María vivió el primer Adviento con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

        Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas.

Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios. Tenemos que creer de verdad que ese niño es el Hijo de Dios, y por eso merece nuestra oración, nuestra espera, nuestro tiempo sobre otras cosas o comodidades.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros, hasta los nuestros.

Necesitamos orar, venir más a la iglesia,  aunque en estos tiempos poco o nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta de gobiernos y de los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, a Dios, a Evangelio…; este mundo se está alejando de Dios, porque quiere encontrar la felicidad en la cosas finitas; este mundo se está llenando de todo, y está cada vez más vacio: familias rotas, esposos, matrimonio rotos, madres que matan a sus hijos e hijos que matan a sus padres, este mundo de medios y guasad que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta todo, le falta Dios, el único Amor que llena y da compañía. Y estamos todos más tristes, más solos: los matrimonios, los padres, los hijos, los amigos… nos falta Dios; es necesario que Dios nazca en los hombres, aumente su presencia, viva en los matrimonios, sea invitado y comensal diario en nuestros  hogares.

Vivamos el adviento, salgamos a esperar al Señor, con fe y ratos de iglesia Y oración, misas, jueves eucarísticos, rosarios. Lo necesitamos,

 

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QUERIDOS HERMANOS: En la tres Lecturas de este domingo primero de Adviento, como hemos podido comprobar, dos son los temas que dominan: la venida del Señor y la vigilante espera por parte del hombre; primeramente hay un movimiento de Dios a nosotros, al que Dios quiere que corresponda otro movimiento por nuestra parte: vigilar y salir a buscarle: sólo así se puede realizar el encuentro y la salvación.

 Cristo viene en su primera venida de la Navidad, encarnándose para buscarnos, pero esta venida será inútil, si nosotros no salimos a encontrarnos con Él; si, por nuestra parte, no hay un movimiento de vigilancia y espera de este encuentro, el único que nos salva. Porque no nos salva la política, ni la técnica, ni los medios, ni las ciencias humanas, sólo hay un Salvador, es Jesucristo. Por eso es absolutamente necesario encontrarnos con Él en la Navidad. Por eso es tan necesario el Adviento.

 

        1.- La historia de la Salvación, de la salvación personal de cada uno de nosotros, que comenzamos a recorrer con la liturgia de hoy, es el primer movimiento que parte de Dios, es iniciativa de Dios que viene a buscarnos. El segundo movimiento es el nuestro: tenemos que salir a su encuentro. Y eso es el tiempo santo de Adviento, que debe llevarnos hasta la Navidad.

Y para llegar al encuentro santificador de la Navidad, el encuentro eucarístico, que debe ser más frecuentado en este tiempo fuerte de la Iglesia, debe ser también más cuidado y vivido  durante todo este tiempo de Adviento, porque la Eucaristía dominical, como la diaria, hace presente tanto la Navidad como la escatología, los tiempos últimos, el último encuentro con el Cristo glorioso de que nos habla el Evangelio: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!».

 ¡Qué maravilla, la Eucaristía! Lo tiene todo: la Navidad, los hechos y dichos salvadores de Cristo, su pasión, muerte y resurrección, los bienes escatológicos… lo tiene todo, porque tiene a Cristo entero y completo. Por eso, estos días hay que participar más y mejor en la Eucaristía. Allí viene ya el Cristo vivo, vivo y glorioso, Cristo último y escatológico que consuma litúrgicamente todos los demás encuentros que hemos tenido con el Señor durante la vida y que nos puede  acontecer en cualquier instante, porque nos sucede históricamente en la hora de nuestra muerte, cuando Cristo glorioso viene a examinarnos de amor: «Al atardecer de la vida, seremos examinados de amor» (S. Juan de la Cruz).

        El tiempo que nos separa de dicha meta debe ser aprovechado con solicitud; a esto nos invita el Evangelio de hoy. Nosotros ya caminamos hacia la última fase de la historia; debemos prepararnos con fe y esperanza, con obras de amor. Todo hombre tiene que encontrarse con Cristo glorioso; es el momento más trascendental de nuestra historia personal, hacia la cual  tenemos que caminar vigilantes, porque decidirá nuestra suerte eterna.

Es el encuentro definitivo y trascendental de nuestra historia personal y eterna, que lo esperamos más fiados del amor que Dios nos tiene, que del que nosotros  nos tenemos a nosotros mismos. Y, como he dicho, así lo proclamamos llenos de fe, esperanza y amor en cada Eucaristía: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección ¡Ven, Señor Jesús!». Vivamos los encuentros, los bienes, las gracias de cada Eucaristía. Seamos mejores celebrantes y participantes.

       

        2.- El Evangelio de hoy nos invita a amarnos, a buscar nuestra salvación, como Dios quiere y nos lo manifiesta en la venida de su Palabra hecha carne. Porque nosotros a veces no nos amamos como debemos, como Dios quiere. Porque nosotros lo ponemos en las cosas temporales, pero nuestra vida es más que este tiempo y este espacio, nuestra vida es eternidad y vale infinito, y es Dios quien lo sabe porque nos ha creado y tiene el proyecto en su mente: nosotros valemos la Navidad de Jesucristo y su muerte y resurrección. Valemos una eternidad.

 Por eso no podemos perderla ni cambiarla por los bienes efímeros de esta vida que termina. La despreocupación consciente del hombre ante el programa de Dios, le hace incurrir en una responsabilidad grave y trascendente y culpable, que decide su eternidad, su suerte definitiva. Por eso, la espera de este encuentro define ya la fe y la esperanza de los hombres, nos hace descubrir quiénes creen y esperan a Cristo de verdad, y quiénes se pierden y engañan porque realmente esperan otras cosas que no son el Señor.

        “Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y, cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre”.

 La venida del Hijo del Hombre es una promesa reconfortante, la pedimos en cada Eucaristía, o una amenaza inquietante, depende de nuestra esperanza, si es espera del Señor, o espera de conquistas meramente humanas: ser más ricos, más poderosos, más consumistas, tenerlo todo menos a Dios, menos las obras de Dios, generosidad, humildad, pureza de vida, caridad. Entonces tendrá lugar el juicio de Dios sobre nuestra vida, la condena o la salvación según las diversas clases de esperas y vigilancias y obras de amor, y según las actitudes y comportamientos en la vida presente.

        Jesús recurre a los acontecimientos de la Historia sagrada en tiempos de Noé y expone finalidades equivocadas de los hombres: “comían y bebían”. En estos contemporáneos de Noé se ve la inconsciencia, la ligereza de vida, la superficialidad. No  se convirtieron por el testimonio de Noé.

Examinémonos, meditemos, veamos si participamos nosotros de estas actitudes. Si el hombre vive para satisfacer sólo sus necesidades humanas, y, satisfechas éstas, no tiene hambre de Dios ni del proyecto de Dios sobre el hombre, sobre la familia, sobre el matrimonio, aborto, eutanasia… un hombre que ha vivido de espaldas al Evangelio y no lo ha tenido en cuenta en su vida, es lógico que no está esperando a Dios, que no quiera y tema el juicio de Dios; y, para justificarse ante el mundo, afirme que no existe ese Dios ni ese juicio, como a toda persona, que comete un delito, no le interesa que exista la justicia y el juicio y la cárcel.

Pero Jesús lo dice claro: aquí el que se equivoque se va a equivocar para siempre, para siempre, para siempre. Es juicio para la única eternidad que existe: o en  la misma felicidad de Dios Uno y Trino, o quedar excluido de ella, que en eso fundamentalmente consiste la condena, el infierno: nada de fuego ni lugares de tormento, el infierno es sentir el alma, que fue creada para una eternidad con Dios, y haberla perdido para siempre, para siempre, para siempre…

 

        3.- En la mujer de Lot podemos ver el apego a las criaturas. Cierto que ella salió de la ciudad de Sodoma cuando el ángel se lo anunció, pero le gustaba, estaba apegada a sus fiestas y ligerezas, ¿y qué pasó? Pues que como seguía aficionada a lo que dejaba detrás, miró atrás y quedó petrificada y convertida en estatua de sal, como monumento de un alma incrédula, de un alma apegada al placer.     

La mujer de Lot es el símbolo de esta pobre generación nuestra, apegada al consumismo de las necesidades puramente humanas, mirando sólo al placer y al materialismo del mundo presente, que hemos de dejar: casas, posesiones, utensilios de trabajo,  sin mirar a Dios, a lo eterno, a lo trascendente: “Dos hombres estarán en el campo... dos mujeres estarán moliendo…”. Todo esto no tendrá ninguna consistencia aquel día; lo único importante es la venida del Hijo del Hombre.

        “A uno se lo llevarán y a otro lo dejarán…”. ¿Qué es lo que determina esta sentencia diferente? La vida de uno se la pasaba en comidas y cenas, en sentido bíblico; el otro se la pasa mirando al Señor en todo, aunque coma y cene, siempre vive esperando al Señor, que no consiste en estar rezando todo el día o estar esperando la muerte, sino vivir y disfrutar pero teniendo al Señor siempre en el horizonte como  valor absoluto y primero.

Para unos, la vida es sólo lo presente, la muerte es caer en el vacío, en la nada; para los creyentes, la vida es el comienzo de la eternidad, es más que este tiempo y este espacio, es Dios que está siempre viniendo a nuestro encuentro.

       

        4.- Éste es el corazón y la espiritualidad del Adviento, de la vida cristiana: vivir mirando a Cristo más allá de lo que hacemos y vivimos. El Adviento es una mirada al fondo de todo, más allá de lo creado; es la espera y el anuncio apasionado de la salvación anunciada, que el Padre nos ofrece en su Hijo amado, en el Cristo que se encarna en el seno de María.        

 

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SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

 

PRIMERA LECTURA: Is 11, 1-10

        Isaías anuncia la aparición del reino mesiánico. Aunque la dinastía davídica parece ya acabada, semejante a un tronco seco, por no haber logrado la fidelidad a la alianza con Dios ni la supervivencia de la nación, el profeta, no obstante, sigue confiando en el compromiso de Dios con la casa de David. De la humilde Virgen de Nazaret desposada con José, descendiente de David, nacerá el Salvador. Isaías lo presenta lleno del Espíritu Santo: “Sobre Él se posará el espíritu del Señor: espíritu de ciencia y discernimiento, espíritu de consejo y valor, espíritu de piedad y temor de Dios”. El profeta habla de la paz que el Mesías traerá al mundo, enseñando a los hombres a vencer las pasiones que los hacen luchar a unos contra otros; los más desvalidos serán privilegiados por su justo gobierno; una paz, antes sólo soñada, será la nota de su reinado: “Defenderá con justicia al desamparado, con equidad  dará sentencia al pobre. Herirá al violento  con el látigo de su boca… Será la justicia ceñidor de sus lomos…”  El hombre recupera el conocimiento del Señor, que perdió en el paraíso al pretender ser como Dios: “Porque está lleno el país de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar”.  Entonces: “La raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles y será gloriosa su morada”.

       

SEGUNDA LECTURA: Rom 15, 4-9

        San Pablo, en la epístola a los Romanos,  copia casi al pie de la letra este último versículo de Isaías, que hemos citado, tratando de formar a los cristianos en las enseñanzas y en el sentido de las Escrituras: “Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra…de modo que mantengamos la esperanza”. La comunidad de Roma estaba formada por cristianos de diversa procedencia y la paz y la convivencia no era fácil. Cristo, dice el Apóstol, ha venido para unirnos a todos los hombres, mediante su salvación que trae la paz y la unión entre todos. Él ejercitó su obra primeramente con el pueblo judío, cumpliendo las promesas del Padre, mediante el cumplimiento de su palabra; y ofreció su salvación a los pueblos gentiles para que se manifestara la misericordia  de Dios Padre con todos los hombres: “Quiero decir  con esto que Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la fidelidad de Dios… y, por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia”. El ejemplo de Cristo que acoge a todos debe ser nuestro modelo de comportamiento. Por lo tanto, dentro de la fe cristiana, no hay posibilidad de separación o división  alguna posible por motivos humanos y religiosos: “Acogeos mutuamente como Cristo os acogió para gloria de Dios”. El amor, la concordia y la paz, anunciadas por los profetas como prerrogativa de la era mesiánica, deben ser nuestras actitudes y sentimientos dentro y fuera de la Iglesia.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 3, 1-12

 

QUERIDOS HERMANOS: en este tiempo de Adviento impresiona oír la voz tonante de Juan, el Bautista, que se atreve a hablarnos de austeridad, de penitencia, de pecados que tenemos que quitar, de caminos que hay que enderezar y de valles que hay que rellenar.

 

        1.- Siempre me ha desconcertado la figura frágil, pero a la vez recia, de este profeta de todos los tiempos. Cómo le necesitamos en estos tiempos de relajación y abandono de los mandamientos de Dios. Juan es como el cristal, transparente pero cortante: “Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a Él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán”.

        Juan viene siempre a cumplir su misión de ser el precursor que nos anuncia y prepara el encuentro con Cristo en la Navidad, para que sea verdaderamente Navidad cristiana, no meramente pagana de champan y turrones, sino que sea nacimiento  de gracia y salvación de Cristo en nosotros, en los cristianos, mediante la fe, la oración y la conversión.

 

        2.- La conversión que Juan anuncia vuelve a hacerse necesaria.  Esa conversión facilitará nuestro encuentro con el Señor en la Navidad. Él siempre nos dice la verdad que salva, aunque sea dura para los oídos:“Al ver  que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo :raza de víboras, Dad el fruto que pide la conversión…”.

        Es en definitiva vivir las exigencias de nuestro bautismo:         ¿Renunciáis al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios? ¿Renunciáis a todas las seducciones del mal, para que no domine en vosotros el pecado? ¿Renunciáis a Satanás, padre y príncipe del pecado? En el santo bautismo a todo esto renunciamos y prometimos luchar toda nuestra vida: ¿luchamos? ¿Lo tenemos presente y nos esforzamos por cumplirlo? 

Este tiempo de adviento es para esto, para convertirnos más a Dios, convertirse es darse cuenta de que nos permitimos pecados y faltas, auque no sean graves, contra la caridad, murmuraciones, críticas, menosprecios, olvidos, poca atención a los hermanos, son faltas leves pero que le impiden a Cristo nacer y vivir en plenitud en nuestras vidas y esforzarse indica amor y preparación auténtica para la Navidad

       

4.-    Por eso escuchemos a Juan que nos grita hoy en el evangelio: “Allanad los senderos,” esto es, allanad los caminos, los senderos del amor, del perdón entre vosotros, de la oración olvidada ante mi presencia en el Sagrario donde siempre no está esperando para vivir en nosotros. Y esto es imposible sin conversión continua de nuestras soberbias, envidias, rencores, comodidades...aunque sean pequeños, no hay vida cristiana, Cristo no nos puede llenar de su vida y amor y de su gozo en nuestras vidas. Los santos son los grandes convertidos. La conversión nos lleva a cumplir los mandamientos de Dios sobre nuestros egoísmos y el santo tiempo del adviento es para eso, tiempo de conversión, de examinarnos un poco y ver cómo caminamos en el cumplimiento de sus mandamientos y evangelio.

Queridos hermanos, tengamos cuidado de no contagiarnos de la vida del mundo que nos rodea porque el mundo no necesita conversión, para vivir como vive, como animalitos, dándose gusto en todo, no necesita de Dios, ni de su evangelio, ni de Eucaristía, ni de sacramentos, ni ratos de oración y arrepentimiento, ni de matrimonios para siempre... Para vivir así gran parte del mundo actual, incluso entre cristianos, no necesita de conversión de sus pecados, ni de la gracia de Dios ni de oración ni de los sacramentos ni de Dios. Pero tú y yo sí los necesitamos, porque queremos que sea navidad en nosotros y en los cristianos y Jesús nos dice “sin mí no podéis hacer nada”, así que a orar, confesar, venir a misa los domingos y algún día entre semana, a esperar a Cristo en cristiano, a vivir el adviento verdadero y auténtico de Cristo, porque aunque Cristo nazca mil veces si no nace en plenitud en nosotros esta Navidad habrá sido una Navidad inúti.

 

RESUMIENDO: Para vivir la Navidad cristiana:

 

1º) Necesitamos la conversión del alma: en pecado no se puede celebrar la Navidad cristiana, sino la pagana. Es tiempo de confesar pecados: cuánto tiempo que no confiesas? En pecado no se puede celebrar la Navidad cristiana, sino la pagana.

 

2º) Necesitamos la conversión del corazón.  La Navidad es la fiesta del Amor de Dios haciéndose hombre, Es tiempo de rezar y hacer ratos de oración, de confesar y comulgar, de venir más a la Iglesia, alguna misa de diario…

 

Y TERCERO: Si Cristo se hace hombre, todo hombre es mi hermano; es tiempo de sentirse hermanos, de perdonar, de hacer obras de caridad, de visitar y socorrer a los necesitados de amor, de perdón, de amistad.

        La Navidad son días de vivir más intensamente el amor fraterno, la visita a los enfermos, de hacer obras de caridad, de vivir más intensamente el amor matrimonial, el amor familiar con padres y abuelos, el amor a los ancianos. Son días de perdón de las ofensas, de quitar de nuestro corazón todo rencor y todo odio y toda crítica por Cristo que nos ama a todos y nos hace hermanos. Si Cristo se hace hombre, todo hombre es mi hermano.

 

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        QUERIDOS HERMANOS: Impresiona oír la voz tonante de Juan en este tiempo de Adviento. Impresiona y asusta, porque, aun sabiendo que hemos dejado el cristianismo muy rebajado en exigencias morales y espirituales, dulce, dulcísimo, como un caramelo, hasta el punto que lo pueden practicar muchos paganos bautizados,  sin embargo, Juan, fiel a esta cita del Adviento, se atreve todavía a hablarnos de austeridad, de penitencia, de caminos que hay que enderezar y de valles que hay que rellenar.

 

        1.- Siempre me ha desconcertado la figura frágil, pero a la vez recia, de este profeta de todos los tiempos, recalcitrante, obstinado, alimentado de raíces y miel silvestre, capaz de hablar a los poderosos de su tiempo, sin que se le trabe la lengua. Juan es como el cristal, transparente pero cortante: “Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a Él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán”.

        Juan llega puntual, cada año, en el otoño, cuando los pájaros se han ido y las luces de Navidad encienden los primeros destellos de esperanza en el alma. Juan viene siempre a cumplir su misión de ser el precursor que nos anuncia y prepara para las fiestas que se acercan, para que verdaderamente sean Navidad cristiana, un encuentro de gracia y salvación con  Jesucristo Salvador, mediante la fe, la penitencia, el desierto y la oración. Y lo hace con las palabras de entonces y de siempre, porque son verdaderas, y valen para siempre, y son caminos de encuentro y de espera seguros, por donde ciertamente viene el Señor.

 

        2.- Juan es un profeta, un profeta verdadero, no un profeta  palaciego, oficialista, de esos que predican más mirando al aplauso de los poderosos o de la multitud que al bien y a la salvación verdadera de los oyentes. Juan no es un profeta  mediocre, que no se atreva a exponer las exigencias verdaderas del Evangelio completo, por no vivirlas. Juan no es un profeta “prudente”, moderado, más preocupado por parecer y caer bien y escalar, que por explicar el Evangelio auténtico de Cristo, con todas sus consecuencias. Juan no es profeta diplomático, que oculta la verdad del Evangelio entre pliegues de sonrisas; Juan es un profeta verdadero de Cristo y de su Evangelio, un hombre libre, que lo arriesga todo: su fama, su prestigio, su carrera, el aplauso de los mediocres, por mantenerse  fiel al que lo envía. Juan es el simbolismo de un profetismo, de un cristianismo recio, exigente, verdadero, sobrecogedor, que hizo santos y santas que conquistaron el mundo para la fe; que inspiró congregaciones que admiraron mientras mantuvieron el carisma de exigencia, aparentemente impopular, pero que llenaron sus monasterios, institutos, seminarios de gente entusiasmada de imitar y seguir a Cristo. Cuando se “humanizaron”, perdieron la sal y el atractivo. Triste espectáculo de Congregaciones religiosas con las casas vacías, porque ha entrado la mentalidad del mundo por todas sus puertas y ventanas, y el mundo no siente admiración, porque no ofrecen nada nuevo.

 

        3.- Por eso, en el siglo XXI como en el siglo I,  necesitamos de Juan; Él siempre nos dice la verdad que salva, aunque sea dura para los oídos. Y lo hace así, porque Él no sabe predicar de otro modo. Si Juan volviese hoy a la tierra, y lo hace ciertamente con su palabra este domingo, empezaría de nuevo arrasando todo nuestro fariseísmo religioso, todo nuestro orgullo en la búsqueda de honores y carrera más que de predicar la verdad, señalaría con el dedo acusador tanta mediocridad, indiferencia y falta de amor a Jesucristo, a ése Dios encarnado a quien Él anunciaba:“Al ver  que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente? Dad el fruto que pide la conversión…”.

        La conversión que Juan anuncia vuelve a hacerse necesaria siempre para preparar el camino del Señor, el camino del verdadero cristianismo, de la verdadera vida cristiana. Esa conversión facilitará nuestro encuentro con el Señor en la Navidad. Es en definitiva vivir las exigencias de nuestro bautismo. El rito externo de la inmersión en el agua era el rito judío de purificación, que preparaba la venida inminente del Mesías. Hoy el bautismo es el sacramento de la conversión a la fe y salvación de Jesucristo. Y en este tiempo de Adviento debemos recordar y vivir aquellas renuncias que hicimos:         ¿Renunciáis al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios? ¿Renunciáis a todas las seducciones del mal, para que no domine en vosotros el pecado? ¿Renunciáis a Satanás, padre y príncipe del pecado? A todo esto renunciamos y prometimos luchar toda nuestra vida: ¿luchamos? ¿ Lo tenemos presente y nos esforzamos por cumplirlo? 

        En una de estas fórmulas de confesión de nuestra fe en Jesucristo y renuncia a Satanás y al mundo, el sacerdote nos decía: “¿Renunciáis a las obras del demonio, que son:

-- vuestras envidias y odios

-- vuestras perezas e indigencias

-- vuestras cobardías y complejos

-- vuestras tristezas y desconfianzas

-- vuestros materialismos y sensualidades

--  vuestras injusticias y favoritismos

--  vuestras faltas de fe, esperanza y caridad?”

 

        Bueno sería que en este tiempo de Adviento hiciéramos un examen de todas estas promesas y cómo las estamos cumpliendo.

       

        4.- El bautismo de Juan no era sacramento eficaz de la gracia, porque eso sólo es Cristo, pero preparaba para este   encuentro de gracia: “Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Juan predicaba y convertía, porque tenía la fuerza de los convencidos, de los que tienen la autoridad de la autenticidad, como ya nos dijo el Señor, “que entre los nacidos de mujer, no hay nadie mayor que Juan Bautista”; Juan no busca aplausos, y podía gloriarse de haber sido elegido para esta misión de anunciar a Cristo, pero Él sólo se reconoce como “una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. Juan no necesita ni exige mucho para vivir; se mantiene de productos elementales, no exquisitos y rebuscados, no necesita de telas lujosas, no necesita dinero ni poder ni escalar puestos; Él se presenta hoy y siempre como entonces: “Se presentó en el desierto de Judea predicando: Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos. Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo: Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”.

        Escuchemos a Juan que nos grita:“Allanad los senderos,” esto es, conversión. Sentir necesidad de conversión es una gracia de Dios. Nos invita a  sentirnos necesitados de la gracia y de la salvación que nos trae Jesucristo en la Navidad. La conversión se realiza sólo desde la fe, como respuesta a la llamada de Dios a dejarnos salvar por Él. Por eso, la conversión, desde el bautismo, caracteriza toda la vida cristiana. Tiene muchas caras y caminos: es un reconocimiento de que necesitamos la salvación de Cristo; es secundar la gracia que nos pone en camino hacia la casa del Padre; es querer amar a Dios sobre todas las cosas y por eso necesitamos convertirnos a Él en todas las cosas. Sin conversión no hay vida cristiana. Los santos son los más grandes convertidos. La conversión nos lleva a cumplir los mandamientos, la voluntad del Padre sobre la nuestra. La oración permanente exige conversión permanente y la conversión permanente nos lleva a la oración permanente, a la vida cristiana permanente, a la necesidad permanente de la gracia y de los sacramentos de Cristo. El mundo no necesita conversión para vivir como vive; porque vive como un animalito, dándose gusto en todo. Para vivir así no necesita de la gracia ni de la oración ni de los sacramentos ni de Dios. Se basta a sí mismo para vivir lejos del plan de Dios, alejado de su gloria, de su voluntad, en el pecado. La conversión nos hace vivir continuamente la muerte y la resurrección a la vida nueva  de Cristo, participando cada vez más de su vida, de sus mismos sentimientos y actitudes, de su amor extremo a Dios y a los hermanos, que le llevó hasta la muerte, adorando, cumpliendo la voluntad del Padre.

       

 

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PARA VIVIR LA NAVIDAD CRISTIANA:

 

A) Necesitamos la conversión del alma: en pecado no se puede celebrar la Navidad cristiana, sino la pagana, donde todo son turrones y fiestas, pero no encuentro salvador con el Señor. Estamos a la espera de Cristo, que va a nacer; hay que quitar todo lo que impida este nacimiento; por ejemplo, no ser humildes y confesar nuestros pecados para que Cristo pueda nacer dentro de nosotros. Y no sólo debemos preparar la navidad tuya y mía, sino la de todos. Máxime si somos sacerdotes, religiosas, catequistas, etc. Porque Cristo vino para buscarnos a todos, para salvarnos a todos. Y para eso, necesitamos la conversión del alma de todo pecado. Si estamos llenos de nosotros mismos, de orgullo, de envidias, de materialismos, como hemos dicho antes, Cristo no cabe dentro de nosotros. Muchos de los oyentes de Juan no se convertían porque estaban apegados a sus costumbres llenas de sensualidades; estaban apegados incluso a prácticas religiosas, pero juntas y pegadas a egoísmos personales, sin cambio de alma y de interioridad,  porque no querían despojarse del “yo” ídolo al que todos llevamos dentro y damos culto, sin que el culto religioso llegue a sacrificarlo. Y esta conversión tiene un signo y una manifestación: nuestra confesión sacramental. Hace humillarse al yo, que se pone de rodillas y reconoce que es pobre e indigente, frente al representante de Dios.

 

        B) Necesitamos la conversión del corazón.  La Navidad es la fiesta del Amor del Dios Amigo, que, en su Hijo amado, se hace Presencia de Amistad para el hombre, en la misma carne humana, y viene al mundo en busca del hombre y se hace presencia amiga de hombre para ser un Dios cercano, amigo y salvador. Son, pues, fiestas del Amor de Dios a los hombres, pero de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo: el Padre envía con Amor Personal de Espíritu Santo al Hijo que se ofreció como Dios Amigo Salvador del hombre: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”, por la potencia de Amor del mismo Espíritu Santo, en el seno de María. En la Encarnación hay mucho más de lo que aparece. Hay que recogerse en oración contemplativa para descubrir un poco sus “cavernas y túneles de amor”.  Si hay entendimiento y comprensión del Misterio, deben convertirse también en fiestas del amor del hombre amigo, que corresponde al amor del Dios Tri-Unidad, manifestado en la Encarnación del Hijo amado.

        Si Cristo nace, Dios ama al hombre y el hombre debe corresponder al Dios Amor. Si Cristo nace, todo hombre es mi hermano, porque Cristo, al encarnarse y tomar naturaleza humana, nos hace a todos hermanos. Son días de manifestar y vivir este amor a Dios diciéndole palabras de amor, y si no se te ocurren, coges a San Juan de la Cruz, a Santa Teresa, Isabel de la Trinidad, Teresita…, rezando, participando en la Eucaristía, visitando a Jesús Sacramentado: ¡Jesucristo Eucaristía, Tú lo has dado todo por mi, con amor extremo, hasta hacerte pequeño y limitado, un niño; también yo quiero darlo todo por ti, con amor extremo, porque quiero que lo seas todo para mi! ¡Jesucristo, yo creo en Ti! ¡Jesucristo Eucaristía, yo confío en Ti! ¡Jesucristo Eucaristía, Tú eres el Hijo de Dios,  encarnado ahora en el pan consagrado!

        La Navidad son días también de vivir con más intensidad el amor fraterno, la visita a los enfermos, de hacer obras de caridad, de vivir más intensamente el amor matrimonial, el amor familiar, el amor a los ancianos. Siempre tenemos que amar; pero ahora lo exige este tiempo de la espera al Dios Amor que viene a nuestro encuentro para llenarnos de su salvación, del sentido trascendente de la vida, de su eternidad comenzada aquí abajo. Son días de perdón de las ofensas, de quitar de nuestro corazón todo rencor y todo odio y toda crítica por Cristo que nos ama a todos y nos hace hermanos. Si Cristo se hace hombre, todo hombre es mi hermano.

 

        C) Necesitamos la conversión de la mente. Ésta es la conversión más importante, porque es el principio de todas las demás conversiones. Si no cambiamos de criterios, si ante la llamada del profeta Juan no nos convencemos de que tenemos que cambiar nuestros proyectos de hombre, de vida, de matrimonio por los que nos trae Cristo, mal vamos luego a intentar cambiar en nuestra vida, en nuestra mente y en nuestro corazón. Tú debes seguir tu conciencia, lo que te dicta tu conciencia personal, siempre que esté formada según el Evangelio, según los criterios y valores del Evangelio. Tenemos que convertirnos, tenemos que cambiar y no tratar al revés, de acomodar el Evangelio a nuestros criterios. Hay muchos cristianos que, más que convertirse, tratan de convertir el Evangelio a su mentalidad. Son los que siempre quieren tener razón y no quieren convertirse al Evangelio del Señor. Con esa actitud es imposible la conversión, el Adviento cristiano,  enderezar los caminos y allanar los valles que nos lleven a la Navidad como encuentro personal y vivencial de Cristo. Y así vamos nosotros a veces, y así va la Iglesia en ciertas épocas de la historia. La Iglesia tiene que ir de lo interior a lo exterior, y de nada valen todos los programas y todos los apostolados y organigramas si no hay interioridad. Y para eso, oración, oración y oración.

 

 

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TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

 

PRIMERA LECTURA: Is 35,1-6ª. 10

 

        Este poema canta la grandiosa promesa de la liberación de Israel, que la Iglesia nos lo ofrece hoy en la primera lectura para cantar la liberación de la humanidad por Jesucristo, mediante el amor misericordioso de Dios, que nos perdona y nos salva. Para alentar la espera de quienes sufrían un destierro, que parecía no acabar, el profeta anuncia el final de su desgracia, el gozo de la restauración de Judá y la manifestación de su salvación: “Decid  a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará”.

        El Dios de la Alianza, alejado a causa de los pecados de su pueblo, vendrá a visitarlo con su gloria. No ha sido Dios quien abandonó a Israel, sino Israel quien abandonó a su Dios. Pero Dios sigue siendo fiel y manifiesta su gloria y gozo con el perdón: “Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios”. Con esta gloria de Dios, la vuelta a Jerusalén se describe como una renovación de lo creado, de la misma naturaleza: “El desierto y el páramo se regocijarán, se alegrará el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría”. Llevará consigo también una transformación salvadora y beneficiosa del hombre: “Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará y volverán los rescatados del Señor”.

        Estas palabras de Isaías, dirigidas a levantar el ánimo de los deportados de Israel, se pueden aplicar a todos los hombres deseosos de pasar de la esclavitud del pecado y de las vanidades terrenas, por la conversión, al reinado de Dios, que es reino de gracia, de amor y de armonía interior. Estas palabras nos animan a confiar en el Salvador de los hombres, el Mesías prometido. Jesús, perdonando los pecados y sanando a los enfermos, se revela como el Dios Salvador.

 

SEGUNDA LECTURA: Sant 5, 7-10

 

        La carta de Santiago tiene por autor a Santiago el Menor, primo de Jesús, Apóstol y primer obispo de Jerusalén. Fue escrita hacia el año 60 y está dirigida a los judíos conversos. Algunos miembros de aquella Iglesia creían inminente la vuelta gloriosa del Señor. El Apóstol escribe a sus cristianos para afianzarles en la verdadera esperanza.

        Aquel que tenía que venir ha venido; por eso, el objeto de nuestra espera se ha transformado en recuerdo; un recuerdo que se hace memorial por la Navidad, que hace presente lo que recordamos, especialmente por la Eucaristía. Por eso Santiago nos dice que de la misma forma que los profetas tuvieron constantemente dirigida la mirada hacia el Salvador prometido, también el cristiano debe esperar otra venida, la definitiva y gloriosa, con la esperanza cierta del Señor: “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor…Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre de Dios”.  La espera de esta venida debe alimentar nuestra vida cristiana, como “la del labrador que aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía”.

        No se trata de una espera de brazos cruzados, sino dinámica: porque espero al Señor, me esfuerzo por quitar hierbas y maleza, los impedimentos de la cosecha, y me esfuerzo en potenciar las actitudes convenientes de paciencia en las actitudes internas y externas; me esfuerzo un poco más en este tiempo de espera del Señor, siendo más generoso en las virtudes de la humildad y del perdón, en la mirada constante a Dios por la oración. Sobre todo, en esta espera hay que practicar siempre el precepto del amor fraterno, que nos asemeja a Él, y prepara el encuentro con Dios: “Tened paciencia, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca... No os quejéis unos de otros para no ser condenados”. Toda la vida cristiana se tensa con esta perspectiva y esperanza firme de la venida del Señor: “Mirad que el juez ya está a la puerta”. Que nuestra espera del Señor en esta Navidad sea también dinámica, quitando todo lo que impida su nacimiento en nosotros. Abrámonos por la esperanza y la paciencia a la presencia y compañía del Dios Amigo, que nos hace hermanos de Dios y de los hombres. Son las fiestas del Amor de Dios y de los hombres con Dios y sus hermanos.

 

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TERCER DOMINGO DE ADVIENTO (Carmelitas y Dominicas)Mt 11,2-11)

 

ADVIENTO CON MARÍA: VIVIR EL ADVIENTO CON MARÍA Y COMO MARÍA

       

( Una primer introducción: QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el comienzo del Adviento, aparece la gran fiesta de la Inmaculada, en cuya novena nos encontramos. El 8 de diciembre, año tras año, nos trae la frescura de una mujer limpia de todo pecado, una mujer resplandeciente como el sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas. Es la Purísima, es María que fue elegida por Dios para ser madre de su Hijo divino, y modelo y madre de todos los cristianos.

En María contemplamos lo que toda persona humana está llamada a ser, porque además de tenerla como modelo de vida humana divinizada, ella es nuestra madre y tiene un influjo inmenso sobre nosotros sus hijos.))

 

Queridas hermanas religiosas Carmelitas y Dominicas: Como sois mujeres y religiosas y este domingo tengo la gracia de celebrar en vuestros conventos el tercer domingo de adviento, vamos a meditar en la primera mujer que vivió con plenitud el primer adviento de la historia, la espera y venida de la primera Navidad, para todo el pueblo cristiano, especiamente para vosotras, religiosas y vírgenes entregada al Señor. Lo queremos hacer para vivir con la Virgen y como la Virgen el primer adviento de la historia vivido por una mujer como vosotras, por María, mujer y virgen como vosotras, y madres de gracia y salvación para el  mundo como tenéis que ser todas vosotras por vuestra vida de oración, santidad y penitencia.

        Queridas hermanas Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil; el Adviento no ha existido en nosotros. Cristo viene todos los años, litúrgica y sacramentalmente, a nuestro encuentro en este tiempo de Adviento, si no salimos a esperarle, no puede haber encuentro de gracia y salvación con Él.

La Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana. Y así lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad».

Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos.

Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos en todos los tiempos, para iluminarnos del verdadero concepto de hombre, mujer, familia, matrimonio, sentido de vida humana. Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia y lo canta y reza por nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven que te esperamos, ven pronto y no tarde más».

 

¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

 

1.- POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN

 

La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer en sus entrañas. Oremos en estos días ccon verdad e intensidad y pidamos al Señor que nos explique tanto amor como tuvo y tiene y que desgraciadamente hoy es poco valorado y reconocido por el mundo. Y aunque sobren champán y turrones si Cristo no nace en la Navidad en nuestros corazones habrá sido un navidad inútil, descepcionante para Dios y nosotros. Pero de la necesidad de la oración para celebrar la Navidad cristiana ya hablamos el domingo pasado. Hoy queremos reflexionar sobre el camino de la fe y certeza como María. ¿Por donde vendrá Cristo a cada uno de nosotros en esta y todas las navidades?

 

2.- POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

 

        “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así respondió la Virgen a la propuesta de Dios por medio del ángel y así debemos responder siempre nosotros ante los mandatos y designios y proyectos de Dios en nuestras vidas. María expresó su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel.

María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creyendo que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… con fe tuvo que superar dudas y dificultades, como nosotros tenemos que hacer muchas veces en nuestra vida.

 ¿Y cómo será eso si no conozco varón? Y la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada, en el misterio que nacía en ella.

Así debemos creer también nosotros en nuestras vidas cuando haya cosas que no comprendemos, responder fiándonos de Dios más que de nosotros mismos. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de comprobarlas con nuestra razón y egoismo innato y porque nos fiamos más de nuestros mismos, de propios criterios que de lo que nos dicta la fe, dudamos de lo que Dios nos dice por el Evangelio, porque supera toda comprensión humana.

Hermanas, como María, tenemos que apoyarnos más en Dios y en su Palabra, que en nosotros mismos, aunque muchas veces no lo comprendamos. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero infinito en su ser, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando en nosotros acciones, pensamientos y defectos que le impidan nacer dentro de nuestras almas y que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.

Tenemos que  creer que ese mismo hijo de Dios e hijo de María está en el pan consagrado, en todos los sagrarios de la tierra y tenemos que adorarlo todos los días como ella en silencio y adoración continua… o creemos o no creemos o creemos pero no le amamos y respetamos, tenemos que vivir en continuo diálogo de oración y amor con este mismo Cristo Hijo de Dios y de María que loco de amor por nosotros primero se hizo hombre, carne humana y luego un trozo de pan… pero qué locura… Tú estás loco, no puedes ser Dios…

Nosotros también tenemos que estar locos de fe y amor por ti para vivir este gozo y para eso tenemos que dejar todos nuestros defectos y egoismos para vivir solo para ti en un convento, pero que lo hagamos de verdad, no solo externamente. Tenemos el ejemplo de María como modelo de amor total, Virgen, virgen y madre, amor total que por Él aceptó este camino. Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijas religiosas, todos los cristianos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros y al mundo entero y será navidad auténtica, no solo de champan y turrones.

        Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos pocas cosas nos ayuden a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente secularista, materialismo, desenfreno, persecución clara y manifiesta a la Iglesia del gobierno y de los medios, Dios, el Evangelio no existen para ellos…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo y ahora resulta que está vacio de todo, de amor, de familia, está triste, porque le falta Dios.

        Este mundo, lo primero que necesita es fe, fe en Dios, en la Navidad, en su amor, en su Encarnación por salvar al hombre, en la Navidad, en su nacimiento de amor todos los días en la Eucaristía, En su amor de su presencia eucarística. Y esta es la razón de oración y penitencia de vuestra  vida de clausura. Por falta de este amor es por lo que no hay vocaciones, entregas de amor a El en el sacerdocio o en la vida consagrada.

        ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días de adviento, a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como tú, María, con fe viva y despierta.

        Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. La Navidad fundamentalmente es creer en Dios, creer que Dios ama al hombre, sigue amando al hombre, sigue amando y perdonando a este mundo.

        La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumplirá, todo tendré sentido, todo nos preparará la Navidad, para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotras almas. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros, religiosas y seglares, no le fallemos a Dios. Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella.: “He aquí, la esclava del Señor…”.  Que merezcamos su alabanza por haber creído en su amor, en su salvación, en su venida de amor a cada uno de nosotros.

        “Y el Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros”. Y Jesucristo, Hijo de Dios y de María, vino, nació y nos salvó y se quedó por amor a todos los hombres en todos los Sagrarios de la tierra y muchas, como vosotras, religiosas contemplativas, habéis renunciado al mundo y a todo para vivir solo para Él y la salvación de todos los hombres, vuestros hermanos. Que los cristianos y la Iglesia entera seamos agradecidos a todos los conventos del mundo.

 

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HOMILÍA DEL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS de Jarandilla: Estamos celebrando ya en esta santa misa el tercer domingo de Adviento, pero del adviento cristiano, es decir la espera de la Navidad cristiana, el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo Hijo de Dios y Único Salvador de los hombres. Y  debemos disponernos todos a celebrar LA NAVIDAD verdaderamente CRISTIANA, Navidad de Cristo, porque aunque Cristo nazca mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil. Repito:

Por eso,  tenemos que orar y trabajar para que sea navidad en nuestras vidas, en nuestras almas y en la vida de nuestros hijos y del mundo, que Cristo sea creído, adorado y celebrado en nuestras vidas y en vida de los nuestros y de todos, porque aunque sobren champám y turrones, si Cristo no nace en nuestro corazón, esta navidad habrá sido inútil. Repito:

Y para eso, hermanos, en estos días hay que confesar, vaciarnos de nuestras faltas y pecados para que Cristo pueda nacer y vivir en nosotros y en la de nuestros hijos y para que podamos ser cuna de amor donde Cristo pueda estar y reposar. Hay que venir más a la Iglesia y esforzarmos por cumplir los mandamientos de Dios, rezar en casa, incluso entre mujeres vecinas, rezar el santo rosario por nuestros hijos, que tal vez estén alejados de la vida cristiana.

Vivir la vida cristiana, por lo que Cristo vino en Navidad y murió y resucitó consiste en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo, Hay que perdonar a todos, como Cristo nos perdonó y hay que tener en cuenta y ayudar a los que no tienen medios humanos para vivir como Cristo que no tuvo casa y nació en una cueva entre animales, hay que hacer obras de caridad y ayuda a los necesitados, porque es Navidad y Cristo nos invita a ello. Familias de Jarandilla en estos días hay que hacer las paces entre esposos, padres e hijos y celebrar con fe y amor verdadero, todos unidos en fe y amor, la Navidad cristiana.

Queridos Jarandillanos, que  no nos salvan los políticos, ni la tele atea, ni este mundo de los guasad y demás... que este mundo solo tiene un salvador, Jesucristo, que para eso vino y se encarnó y se hizo hombre en nuestra madre la Virgen María de Sopetrán y murió para que todos tengamos vida eterna, como la tienen los nuestros que murieron y a través de los siglos se han manifestado, se han aparecido para aseguranos el cielo, la vida eterna, aquí cerca de nosotros, la Virgen de Fátima, Lourdes, Siracusa, Corazón de Jesús… etc cientos de apariciones para asegurarnos la vida eterna, como a nosotros en ratos de oración o comuniones fervorosas. Por eso, nuestra madre la Iglesia en la segunda lectura de este domingo, carta de S. Pablo a los Filipensese nos invita a poner nuestra alegría y seguridad sólo en el  Señor, porque el Señor está cerca: 

        “Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca… Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.

        Esta seguridad en el Señor, seguridad que trasciende el tiempo y el espacio, trasciende esta vida y este mundo, todo lo creado y terreno, porque Él vino para salvarnos y abrirnos las puertas de la eternidad a todos los hombres. Nuestra vida es más que esta vida, somos eternos…, allá viven ya nuestros padres y los que murieron con fe, no lo dudéis, podéis sentirlo en ratos de oración un poco elevada ante el Sagrario, purificada de pecado, fuimos creados para una eternidad de gozo con Dios, el pecado de nuestros primeros padres destrozó este plan de Dios y Cristo se ofreció al Padre para nuestras salvación,y quiso venir a salvarnos y  ESTE ES EL SENTIDO Y EL FIN DE LA NAVIDAD. Dios que nos quiere a todos para una eternidd de gozo y por eso se hace hombre y sufre y muere pero sobre todo resucita para que todos tengamos vida eterna. SOMOS ETERNOS, NUESTRA VIDA ES MÁS QUE ESTA VIDA. Esto es el fin y el sentido y la razón de la Navidad cristiana. Cristo nació y vino a nosotros y nos lo predicó para que todos tengamos vida eterna.

        POR ESO HAY QUE SER AGRADECIDOS, VENIR A MISA ESTOS DÍAS, REZAR EL ROSARIO ENTRE VECINAS, HACER OBRAS DE CARIDAD, PERDONAR A LOS QUE NOS HAN OFENDIDO PORQUE ES NAVIDAD Y DIOS NOS AMÓ Y VINO PARA LLEVARNOS A TODOS SU MISMO GOZO ETERNO Y TRINITARIO

Hermanos, NUESTRA VIDA ES MÁS QUE ESTA VIDA..y esto es la razon única de la Navidad, de la venida de Jesucristo, Hijo de Dios, a este mundo, vino para abrirnos las puertas de la eternidad en el Dios eterno y feliz, que amó tanto a los hombres que entregó y permitió la muerte y sufrimientos de su Hijo para que todos tengamos vida eterna. Este es el mayor bien que Dios ha dado a la humanidad por su Hijo Jesús nacido de María, hermosa nazarena, Virgen guapa, Madre de Sopetran. la Navidad es la certeza y seguridad de que Dios sigue amando al hombre, de que Dios te ama y te espera para una eternidad de gozo, de que sigue perdonando al hombre, sigue viniendo en su busca en la Navidad para salvarlo.

HERMANOS:“El Señor está cerca”, venid, adorémosle, cantemos así con la Iglesia, con todos los creyentes en estos días.

        Queridos hermanos y hermanas, la navidad auténtica, la cristiana, por lo que Cristo vino a este mundo y se encarnó y murió y resucitó, es para que todos consiguiéramos la vida eterna, el cielo, somos eternos, nuestra vida es más que esta vida, , y estas cosas se pueden creer, pero sobre todo se pueden gustar en este tiempo de Adviento y de Navidad en ratos de oración, sobre todo ante el Sagrario, donde Cristo siempre nos está esperando, con los brazos abiertos para salvarnos y abrazarno, para eso vino, para eso es la Navidad, para decirnos que Dios existe y nos ama y con la muerte y resurreción del hijo amado, todos estamos salvados.

       

RESUMIENDO: Para vivir la Navidad cristiana:

 

1º) Necesitamos la conversión del alma: en pecado no se puede celebrar la Navidad cristiana, sino la pagana. Es tiempo de confesar pecados y comulgar con fe y amor: cuánto tiempo que no confiesas o comulgas? En pecado no se puede celebrar la Navidad cristiana, sino la pagana. Porque aunque sobren champan y turrones, si Cristo no nace en nuestra alma, no hay navidad cristiana, nacimiento de Cristo en nosotros.

 

2º) Necesitamos la conversión del corazón.  La Navidad es la fiesta del Amor de Dios haciéndose hombre, por amor al hombre, a todos los hombres para hacerlos partícipes de su mismo cielo Trinitario ¿Tú crees esto? Pues esto es la Navidad cristiana. Por eso, lo que repito siempre por estas fechas: “aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón por la vida de gracia, todo habrá sido inútil… Es tiempo de confesar y comulgar, pero también de rezar y hacer ratos de oración, de venir más a la Iglesia, alguna misa de diario…

 

Y TERCERO: Si Cristo se hace hombre, todo hombre es mi hermano; es tiempo de sentirse hermanos, de perdonar, de hacer obras de caridad, de visitar y socorrer a los necesitados de amor, de perdón, de amistad.

        La Navidad son días de vivir más intensamente el amor fraterno, de hacer las paces con todos, visitar a los enfermos, de hacer obras de caridad, de vivir más intensamente el amor matrimonial, superando desamores, vivir el amor familiar con padres y abuelos, el amor a los ancianos. Son días de perdón de las ofensas, de quitar de nuestro corazón todo rencor y todo odio y toda crítica por Cristo que vino por amor a todos, incluso por los enemigos: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” y vino en Navidad por amor a todos y hacernos hermanos. Si Cristo se hace hombre en Navidad, todo hombre es mi hermano.

 

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DOMINGO TERCERO DE ADVIENTO: Queridas hermanas Dominicas y hermanos todos: El tercer domingo de Adviento que estamos celebrando es llamado “domingo de gaudete”, o de la alegría, por la primera palabra del introito de la Misa que son estas en latín: Gaudete in Dominio, iterum dico… es decir, regocíjense en el Señor, lo repito, alégrense en el Señor,  porque va nacer entre nosotros: Que nuestra espera de preparación para la Navidad se note en todos nosotros y se extienda a todas nuestras vidas.

Para eso, en este tiempo de Adviento, la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el primer Adviento cristiano. Hay dos personas que sobresalen: María y Juan, el precursor, del cual nos habla el evangelio.

Hoy vamos a tomar como modelo a María, que fue la que mejor lo vivió y la que más nos puede ayudar a prepararnos para el nacimiento de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Vamos a tratar de vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de su Hijo?¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen?

María esperó a su hijo y lo recibió por el camino de la oración: La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; y la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y el Hijo empezó a nacer ya en sus entrañas por obra del Espíritu Santo.

Y orando embarazada fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando lo que estaba naciendo en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que la saludó diciendo: ¿cómo es posible que venga a visitarme la madre de mi Señor, y María remató la escena con la oración de Magnificat que todos rezamos muchas veces: proclama mi alma la grandeza…

Por lo tanto: Oración, meditación, ratos de Sagrario a solas con el Señor, para vivir el adviento, hablar con Él y esperarle en nosotros en esta Navidad. Hoy, queridos hermanos, hay crisis de oración no solo en el mundo sino en la misma Iglesia, en seglares, en cristianos, en curas, frailes y religiosas.

Se ora poco, se pasan pocos ratos de oración ante el Sagrario de nuestras parroquias y templos, en misas y comuniones fervorosas de domingos y sobre todo de días ordinarios. Y en las casas, apenas se reza e invoca al Señor. Así que no hay Navidad cristiana, en Cristo y con Cristo, sino Navidades paganas, de mucho champán y turrones, pero sin Cristo.

Basta mirar la televisión y los medios, allí no aparece Cristo. Que no pase así entre nosotros, en nuestros hijos, en nuestros hogares cristianos. Que sea verdadera Navidad cristiana, en Cristo y con Cristo, esperándole por la oración, el rosario, las misas.

María estaba orando y orando siguió cuando empezó a nacer Jesús en su seno. María nos invita a vivir el Adviento en clima de oración. Todos estos día de adviento hagamos un rato de oración, vengamos más a la iglesia, a misa, confesemos, comulguemos, visitemos a enfermos y ancianos, preparemosnos así en nuestras vidas para que sea auténtica navidad cristiana en nosotros. 

Porque aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, en el corazón de los creyentes, por el aumento de la fe y la gracia de Dios, habrá sido una Navidad perdida, inútil, habrá sido una Navidad pagana, sin Cristo, porque no habrá nacimiento, aumento de su gracia y amor en nosotros.

Por eso, refiriéndome a la espera de Cristo en la Navidad durante todo este tiempo de adviento, quisiera hacerlo con una frase que repitía muchas veces durante este tiempo en mi parroquia: Aunque sobren champán y turrones, si Cristo no nace en nosotros, por un aumento de fe y amor a Dios y a los hermanos, no habrá sido navidad cristiana, porque no hemos preparado bien el nacimiento de Cristo en nuestros corazones, que es lo que Él desea y por lo que viene cada año con nostalgia y amor apasionado a cada uno de nosotros, por ratos de oración en su presencia eucarística y por la limpieza de nuestro corazón por la confesión o comuniones fervorosas y obras de caridad y perdones.

 Por eso, hay que vivir, aprovechar este tiempo de adviento, de preparación cristiana para la navidad, para que sea navidad en nosotros, en nuestras familías, en el mundo, vamos a prepararnos teniendo todos los dias un rato de oración, si es ante su presencia en el Sagrario, mejor; vamos a procurar vivir en amor fraterno en nuestro ambiente y familia, dedicándola más tiempo y amor, vamos a perdonar a los que nos hayan ofendido, si tenemos algún problema en familia o entre los vecinos o  en el trabajo, vamos a hacer obras de caridad, de visita a enfermos y así será Navidad cristiana en todos nosotros, desde el cura hasta el último. Así sea.

Y pidamos tambien en este tiempo, por los que han perdido la fe, sobre todo, por los nuestros que estén un poco alejados para que sea navidad en nuestras familias, en el mundo entero. Y en los conventos y en las almas santas es tiempo también de mayor austeridad y  penitencia por todos los hombres vuestros hermanos para que sea navidad por la fe y amor en Cristo.

Para todos, pero especialmente para vosotras, queridas hermanas entregadas en clausura de amor a Cristo por la salvación del mundo es tiempo de mayor conversión,de conversión más profunda, de evitar los pequeños pecados e imperfecciones de caridad, de murmuración, de crítica, en fín, de conversión más verdadera y comunitaria, desde las superioras hasta la última religiosa contemplativa del mundo, para que sea Navidad auténtica y cristiana en toda la Iglesia por la cual os habéis encerrado en un convento para purificarla y salvarla.

Y así lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperanado… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad… a nosotros». (¿sabéis este villancico… pues no lo vamos a cantar porque hoy me he alargado en la homilía, pero cantadlo y vividlo durante la semana, porque el que canta, reza dos veces).

 

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        Con el tercer domingo de Adviento, el pensamiento de la Navidad, ya cercana, domina la liturgia, imprimiéndole un tono festivo. En efecto, la Navidad, al celebrar la Encarnación del Hijo de Dios, señala el principio de la salvación de la humanidad, que ve cumplirse la antigua promesa y tiene ya al Salvador.

       

        1.- Juan el Bautista sabía que él era el precursor del Mesías y, mientras bautizaba en el Jordán, había señalado a Jesús como el “cordero de Dios, que quita los pecados del mundo”. Pero Juan está ahora en la cárcel y allí no sólo está en la oscuridad de la luz natural; sino que está atravesando la «noche de la fe». Sabe, por una parte, que su suerte paga el tributo de todo profeta verdadero, por predicar la verdad del pecado de una mujer, que vive con quien no debe y, por eso, desea la muerte de quien se lo echa en cara. Por otra parte, desde la cárcel, sigue la actividad de Jesús  y, por su comportamiento, empieza a dudar un poco, porque parece muy distinto a lo que él esperaba y había predicado. Está un poco perplejo. Pero además comprueba que sus discípulos también necesitan ser iluminados sobre la personalidad de Jesús. Así que Juan, por estos motivos,  les manda preguntar al Profeta de Nazaret: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” 

        Jesús responde citando al profeta Isaías, que anunció con signos concretos la venida del Mesías: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”. El cumplimiento de esta profecía en la persona de Jesús es evidente. Pero  a continuación añade dos palabras que no debemos olvidar y sobre las cuales vamos reflexionar en este tiempo de Adviento: “¡Y dichoso el que no se siente defraudado por mí!”

       

        2.- Jesús cumple su misión de una forma sencilla y humilde. No se presenta como dominador y menos como rey, potente de fuerza y guerras, sino pacífico y manso, “que viene a evangelizar a los pobres, sanar a los enfermos, a fortalecer las manos débiles, robustecer las rodillas vacilantes…” cosas que no hacen los reyes y poderosos de la tierra.  Su estilo, por tanto, y lo hace conscientemente, puede escandalizar a los que esperaban un Mesías potente y glorioso, victorioso en batallas y conquistas humanas y temporales.

        Este Mesías potente y glorioso, esperado por muchos en aquel tiempo, se identifica con el Cristo de las utopías, deseado y esperado también por muchos cristianos, en estos y en todos los tiempos. Es un Cristo atractivo a los ojos del mundo porque se identifica con sus esperas, advientos y deseos en el mundo de la carne y no del espíritu; es un Cristo triunfador en el mundo de lo social, político y en los diversos campos de lo temporal; pero siempre triunfalista, que se hace ver, y siempre revestido de lo que el mundo desea y vive.

        En este Cristo no cuesta trabajo creer y esperar, porque lo hemos identificado con nuestras esperas puramente humanas, con nuestras conquistas de la modernidad, de lo temporal, de la cultura puramente <intranscendente>, egoísta y parcialmente entendida, donde todo cabe, porque el hombre es el que manda y decide. El hombre se ha convertido en Dios, se hace Dios y decide y programa como si fuera Dios; el Dios de la religión ha pasado a ser un dato cultural en una democracia, que empieza laica y termina laicista y atea, y todo por votación. Es la nueva muerte de Dios por el hombre, pero sin sangre, sin ir directamente contra Dios, simplemente se hace perder primero el sentido de pecado, que al hombre le viene muy bien, porque hace lo que quiere y nada está mal ni es pecado, lo cual lleva consigo implícito que para el hombre Dios no existe como proyecto del hombre y del mundo, ya que es el estado, reunión de hombres, el que manda desde la cultura, nos dice lo que tenemos que aprender y lo que tenemos que hacer sobre la vida: aborto, eutanasia, divorcios… y todo, porque el hombre es libre y soberano, no tiene que dar cuentas a nadie y el hombre puede  utilizar esa libertad para matar al hombre, a Dios, y todo en nombre de la libertad.

       

        3.- Y la razón de todo esto, de este cambio de esperas y de valores y de nueva concepción del hombre, del matrimonio, de la familia, de la sexualidad, del sentido fundamental de la vida está en el fondo, en que dudamos, como el Bautista, de su Evangelio, de lo que hizo y enseña. Al hombre moderno, incluso al cristiano, al creyente, le cuesta trabajo comprender y acomodarse al Cristo y al Evangelio verdadero, al real,  y le cuesta trabajo, ahora y siempre, escoger el mundo de lo sencillo y humilde, elegido por el Señor, confiando verdaderamente más en el poder de Dios que en el de los hombres, que parecen dominarlo todo. Y así de sencillo y humilde y desprovisto de poderes se presentó Jesús.

        Por instinto natural, por pecado original, todos queremos identificar siempre a Dios,  porque así su sombra nos cobijará, con la grandeza del mundo; nos cuesta creer en un Dios amante de lo humilde y de lo sencillo, de lo que no importa para el mundo y los hombres que quieren siempre identificarse con los poderes y la gloria temporales. Por eso el hombre de la modernidad, el cristiano de estos tiempos de esperas puramente temporales, de advenimientos puramente humanos y políticos, de más dinero, poder y gloria triunfalista y dominadora, no quiere este Adviento cristiano de un Cristo y Evangelio del servicio, de la humildad, de servir y amar a todos, especialmente a los pobres; de un cristianismo que se apoya en la oración, en los sacramentos, en la conversión, en la confesión de los pecados… porque este Cristo, este Evangelio le obliga a cambiar de vida, de roles, de instalación en el mundo y en sus valores. ¿Dónde están los políticos cristianos, los hombres de ciencia y valores católicos? ¿Dónde están los teólogos y los hombres de Universidades católicas? ¿Por qué tanto miedo a no ser valorados o a ser perseguidos? ¿Dónde están muchos responsables de las diócesis, los Apóstoles de Jesucristo, que dejan que los lobos se coman la grey a ellos confiada y no las defienden y levantan su voz para que todos la oigamos, cuando hay tanto que decir,  y sólo queda allí o acá algún <desgraciado> que está desfasado y no debe ponerse en atalaya para que todos le oigan? ¿Por qué muchos arremeten despiadadamente contra la misma Iglesia con toda clase de pretextos, incluso evangélicos y místicos? ¿Por qué nosotros no aguantamos que nos hablen claro de humildad, de ser santos de verdad,  de confiar sólo en el poder de Dios?         

        Por todo esto, el hombre moderno puede pensar que está olvidado de Dios. Sin embargo, el Adviento, todos los años nos recuerda que Dios no se olvida del hombre, aunque el hombre se olvide de Dios. Este Dios nos recuerda en la Navidad que Él viene en busca del hombre para salvarlo de tanto nihilismo y temporalismo. Es la riqueza de la fe, de la Liturgia, de los sacramentos, del Adviento, de la Navidad, que hacen a Cristo contemporáneo del hombre moderno, y que vuelve a venir a nosotros, humilde y sencillo, en la humildad de la carne humana; no nace en un palacio, sino en humilde cueva, para demostrar al hombre que viene únicamente por amor; y que la verdadera grandeza del hombre no está en sus riqueza y posesiones, por eso Él nace pobre,  sino en la grandeza de su corazón, de su amor a Dios y a hombres, en una vida sencilla y evangélica, que pone su confianza fundadamente en el Padre.

        4.- Y Cristo lo hace así convencido. Porque sabe que aquí está la plenitud y la verdadera grandeza del hombre. Porque Dios es el único que sabe qué es el hombre, ya que lo pensó en su inteligencia divina y con un beso de amor le dio la existencia. Y “Dios es amor”. Y el hombre está creado “a su imagen y semejanza”. Y sin amor, sin Dios, estará vacío en medio de todas sus posesiones de todo, de poder, gloria, dinero, sexo… porque le faltará el todo, que es Dios. Y ésta es la experiencia de todos los días y de todos los hombres:                   «nos creaste para Ti, Señor, y nuestro corazón estará siempre inquieto, hasta que descanse en Ti», como dijo San Agustín; buscar la saciedad en las criaturas lleva a la insatisfacción radical y nihilismo esencial en el hombre.

        Precisamente por eso, este hombre moderno es  radicalmente pobre y está insatisfecho en su interior, aunque esté lleno de cosas, porque el hombre ha sido creado por Dios para la hartura de la divinidad y no puede saciarse con migajas de criaturas; sólo Dios puede llenarle. Y para eso necesita esperarle, buscarle, necesita el Adviento para que haya Navidad en su corazón. Aunque Cristo nazca mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil: el Adviento, la Navidad, su Presencia Amiga del hombre, su Evangelio, su salvación. 

        Necesitamos este tiempo de Adviento para examinarnos y ver cuáles son nuestras esperas, nuestras esperanzas verdaderas; para ver y comprobar si son cristianas; si el objeto de nuestra espera es fundadamente Cristo. Hemos de tener mucho cuidado de no identificar la espera de Cristo con las esperas del mundo, que siempre y en todos los tiempos espera más poder, dinero, más consumismo, más dominio sobre los demás.

        Qué razón tiene Cristo al decirnos a todos los hombres, pero especialmente a los creyentes, a los que queremos confiar  y creer sólo en Él: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”.       

        La esperanza, el Adviento del cristiano, se diferencia de los advientos paganos no en el más o menos de las cosas, sino en el mismo objeto de la esperanza: nosotros esperamos no cosas sino a una persona: Jesucristo, a quien confesamos como único Mesías y Salvador del mundo y del hombre.

       

        5.- El Evangelio de hoy termina con unas palabras donde el Señor nos dice que no ha nacido uno mayor que Juan el Bautista, “aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que..”.  La razón está en que la misión de Juan se presenta en el tiempo de la promesa; aquí Él es el mayor; pero cuando empieza la realización del Reino que nos trae Él, el más pequeño de los creyentes sobrepasa en gracias y dones y felicidad al mayor de los profetas. Y esos somos todos nosotros. No defraudemos al Señor. Salgamos a esperarle. Lo necesitamos. Así nos llenaremos de su presencia salvadora. La mayor riqueza es haber creído en Cristo y haberle conocido. Amémosle de verdad. Y salgamos con gozo a esperarle. Que se note en nuestro espíritu, trabajo, familia y apostolado que estamos esperando al Dios Infinito, que viene como Amigo de los hombres y con presencia humana, hecho niño: no se ha parado en las murallas del tiempo y del espacio, no ha tenido miedo a las fieras, sino que, buscando sus amores, que son todos los hombres, ha atravesado todos los fuertes y fronteras: «Buscando mis amores, iré por eso sotos y riberas, ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras».

(San Juan de la Cruz, Can Esp. 3)

Gracias, Cristo, te esperamos. Ven pronto. Te queremos.

 

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CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA: Is 7, 10-14

 

        La profecía del Emanuel es una de las más célebres de Isaías. Ella ha dado lugar a múltiples interpretaciones. Nosotros admitimos aquí, lógicamente, la habitual superposición de los planos, habitual en los profetas. Isaías va al encuentro del rey Acaz, que está a punto de perder la ciudad y la vida, y quiere por esto establecer alianzas con los reyes de Aram  e Israel; el profeta le exhorta a tener fe en Yahvé, que es fiel a su alianza con el pueblo elegido, y le da un signo en el que apoyar su débil esperanza: el hijo que le va a nacer es prueba de que Dios sigue empeñado en perpetuar la estirpe de David. Éste sería el primer plano: la profecía hace alusión al nacimiento del heredero del trono. El segundo plano será su plena realización, que se cumplirá siete siglos más tarde, en referencia al nacimiento de Jesús de la Virgen María: es el signo del niño Enmanuel, que, sobrepasando los tiempos de Acaz, parece señalar una meta mesiánica, como así es considerado en la reflexión cristiana primitiva y en la interpretación anterior a Mt:“Pues el Señor por su cuenta os dará un señal. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel (que significa: «Dios con nosotros»)”

        Dios está siempre a favor de los suyos, aunque los suyos no quieran estar con Él. De un Dios así podemos fiarnos y debemos confiar totalmente en Él. De aquí la queja de Dios, que precede a esta profecía: “Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres que cansáis también a Dios?

        ¿Por qué la casa de David está cansando a Dios? Pues por su falta de fe. Toda la historia de Israel está señalada por las intervenciones de Dios y las dudas de Israel, cuando siente las dificultades de la vida. ¿No sucede lo mismo con el hombre moderno y de todos los tiempos? Mientras todo nos va bien, mientras no hay enfermedades y pruebas, qué bueno es Dios, cuánto nos quiere. En cuanto permite la prueba, que no es que Dios quiera la enfermedad o la desgracia, pero no puede cambiar la realidad de las cosas a cada momento, no puede estar haciendo milagros todos los segundos del día, entonces decimos que Dios nos ha abandonado, que Dios no nos escucha. Y ¡ojo! Que esta es la causa en el fondo de grandes masas que se ha alejado de la Iglesia en estos tiempos actuales, al menos para mí. Hay otras causas, pero esta es muy incisiva en cierta clase de gentes, y no precisamente humildes, sino de los que siempre se acercaron a Dios y a la Iglesia por intereses de salud, dinero y poder.

        Nosotros debemos aprender y no cansar a Dios con nuestras faltas de fe y fidelidad. Porque a nosotros ya se nos ha dado la prueba mayor del amor y de la fidelidad de Dios en cumplir sus promesas.

               

SEGUNDA LECTURA: Rom 1, 1-7

 

        La venida histórica de Jesucristo no se asemeja a la deslumbrante y abrumadora caída de un astro en la tierra, sino al nacimiento más hermoso de la naturaleza humana, pero humano e igual para todos los hombres, y esperado desde el propio seno materno. Es el nacimiento de un verdadero hombre. Pero este Jesús de Nazaret no es solamente hombre; es el Hijo de Dios, que reúne en su nacimiento todo el Antiguo y Nuevo Testamento.

        San Pablo recoge en su carta ambas realidades y se alinea con los profetas, al proclamar a Jesús “nacido de la descendencia de David según la carne”, y con San Mateo, al declararlo “Hijo de Dios”. Pablo, que se define a sí mismo como “siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios”, resume toda la vida y la obra del Salvador en esta doble dimensión o momento: desde su nacimiento en carne humana hasta su resurrección gloriosa con poder de salvar a los hombres: “ Este Evangelio… se refiere a su Hijo, nacido, según lo humano, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo nuestro Señor”.

        En efecto, la resurrección de Cristo es la que arroja luz divina sobre su pasión y muerte y sobre toda su vida, desde su nacimiento hasta su Ascensión; porque la luz de la resurrección la llena de verdad y de vida divina: si resucitó por su propia virtud es Dios mismo encarnado; todo lo que dijo e hizo es verdad. Y este misterio pascual, este nacimiento, muerte y resurrección lo celebramos ahora en la Eucaristía, centro y culmen de toda la vida y misión de la Iglesia. Nosotros, como Pablo, debemos anunciarlo a este mundo.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO IV DE ADVIENTO.

 

DOMINGO IV DE ADVIENTO A

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el Evangelio de hoy, José aparece con su duda, asombrado y perplejo, como hombre bueno y honrado, ante una realidad que no comprende, porque conoce a María y no le entra en la cabeza que su estado de embarazada obedezca a una infidelidad.

Desposado con ella, observa cómo María espera un hijo antes de vivir juntos. Quiere repudiar en secreto a su esposa. Pero, cuando el ángel del Señor le asegura y le ordena   “No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo,” José, “que era bueno”, “hombre justo”, como nos dice el evangelio de hoy, que vive de la fe, obedece aceptando con humildad su arriesgada misión de esposo de la Virgen-Madre y de padre virginal del Hijo de Dios hecho hombre; qué grandeza a la vez en medio de la prueba y qué confianza de Dios en él, como en nosotros al elegirnos sacerdotes y hacerlo todos los días en nuestra manos sacerdotales. Pero le cuesta a José, le cuesta muchísimo, porque María, por su parte, no le ha explicado nada.

        María se ha confiado en Dios pero también en su esposo José porque no le ha dicho nada; es más, se ha confiado tanto en Dios, que lo ha dejado todo en sus manos, incluso lo que ella podía haber hecho para defenderse, porque, a pesar de las sospechas y desconfianzas lógicas de José, ella no ha dicho nada, no ha aclarado nada. Ella lo ha vivido todo en secreto y ha dejado a Dios la tarea de aclararlo y explicarlo todo. Aprendamos también nosotros a confiar así en Dios nuestro Padre cuando tengamos pruebas duras en la vida sacerdotal y humana. Confiar en Dios más que en nosotros mismos.

San José es prototipo y modelo de una fe sincera y profunda, como María, aunque algunas veces no comprendamos cosas de nuestras vidas. Aprendamos de S. José y María: “cómo será eso pues no conozco varón” a superar las pruebas confiando totalmente en Dios, en su palabra, son las noches de la fe, esperanza y amor, noches activas y pasivas de S. Juan de la Cruz, pasivas porque están provocadas por el mismo Espíritu de Dios en nuestra oración y vida personal por las cuales el Espíritu de Dios nos va purificando para que vaciandonos de nosotros mismos y de nuestra ideas y deseos siempre terrenos y egoistas Él nos vaya llenando de su amor y viviendo en nosotros y así tener experiencia, no solo teología o conocimento de Dios, sino de experimentar lo que estudiamos en teología sintiendola en nosotros, en nuestras vidas, en ratos de oración un poco purificada y elevada  sintiendo que Dios existe y nos ama y quiere para todos una eternidad de gozo y unión con Él en el cielo, que ya empieza en esta vida en ratos de oración un poquito elevada o purificada.

Hermanos oración, oración personal y diaria con Él para que lleguemos a ser purificados de nuestra fe y amor imperfectos y egoistas aunque seamos sacerdotes y cardenales y teológos para que así lleguemos a sentirlo y a fiarnos totalmente en Él, especialmente en la Eucaristia y para todos los que quieran encontrarse con Cristo como S. José y todos los místicios y por las que hay que pasar, repito, por la oración meditativa para llegar a la contemplativa y purificada, esto es,  a la vivencia y experiencia de las virtudes teologales de la fe, esperanza y amor, no solo creidas sino vividas y sentidas.

        Fe, como tú, querido hermano sacerdote, en el pan eucarístico que consagras, es Jesucristo, que nace todos los días en tus manos sacerdotales y permanece en el Sagrario. Fe viva y siempre despierta, no dormida y menos muerta, ámalo, vísitalo, purifícate, porque si no quitamos las vendas de las imperfecciones, no le veremos. Hermanos, necesitamos una fe como la de José, aceptando la palabra de Dios contra toda lógica humana.

(((En los dos hay pura obediencia de fe y por la fe. María cree plenamente y acoge el misterio y da a luz al Salvador de los hombres. José, cuando el ángel le anuncia el misterio, acepta el plan de Dios, y cree firmemente que ese niño Jesús salvará a su pueblo y, por tanto, que su esposa no le ha traicionado y la acoge con humildad, y, porque creyeron, fue Navidad. Hermano, aunque Cristo nazca mil veces, si no nace con fe viva en tu corazón y en nuestra vida, habrá sido una navidad inútil, aunque seamos curas, obispos o cardenales.)))

        Y para celebrar la Navidad en estos tiempos de increencia, nosotros y todo el pueblo cristiano necesitamos pedir a Dios por medio de María y José que nos ayuden a creer verdaderamente en la Navidad, como ellos, fe verdadera no puro conocimiento en todo lo que encierra de amor, de entrega y de misterios la Navidad, creer de verdad que Dios ama así al hombre, que sigue viniendo enamorado a la tierra en cada misa que una Navidad perpetua para buscar y llevar al hombre, a cada uno de nosotros a la plenitud de la amistad divina. Cada Eucaristía es Navidad. En cada Eucaristía como en Navidad, viene con estos deseos. Que lo creamos y vivamos en esta santa misa y comunión eucarística, Navidad perpetua para nosotros en este mundo y en esta vida.

 

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        Para celebrar la Navidad en estos tiempos de increencia, nosotros y todo el pueblo cristiano necesitamos pedir a Dios por medio de María y José que nos ayuden a creer verdaderamente en la Navidad, como ellos, fe verdadera no puro conocimiento en todo lo que encierra de amor, de entrega y de misterios la Navidad, creer de verdad que Dios ama al hombre, que sigue viniendo enamorado a la tierra en cada Navidad para buscar y llevar al hombre, a cada uno de nosotros a la plenitud de la amistad divina. Cada Eucaristía es Navidad. En cada Eucaristía como en Navidad, viene con estos deseos.

        Necesitamos la fe de María y José para creer que el mismo Hijo de Dios que procede eternamente del Padre es el todos los días se encarna, viene a nosotros en un trozo de pan y siempre con amor y por el poder del mismo Espiritu Santo.

Necesitamos fe para superar nuestros juicios y criterios  humanos en la vida, nuestras evidencias y seguridades terrenas y creer en la Palabra eterna del Padre pronunciada con amor de Espíritu Santo en el seno de la Virgen bella, invitándonos a ser pequeños, humildes y obedientes como Él, que siendo Dios se hace niño  necesitado, y nos perdona a todos, y viene para el bien de todos. Imitémosle.

Necesitamos la fe para creer en cada Navidad que Dios sigue amando a los hombres y perdonando nuestras faltas de fe y amor y que nos se olvida de nosotros. Por eso necesitamos este cuarto domingo de adviento, para meditar y disponernos a recibir esta plenitud de Dios en nosotros. Porque aunque sobren champám y turrones si Cristo no nace en el corazón de los creyentes, habrá sido una Navidad inútil. Feliz Navidad a todos. Que Él nos ayude. Que María y José, a quienes la Iglesia nos pone como modelos, en este domingo último de Adviento, nos ayuden y nos enseñen el camino que ellos recorrieron. Que así sea.

Necesitamos la fe de José y María para vivir este reto perenne, este fiarnos de Dios más que de nuestros criterios para vivir la vida del Evangelio, para renunciar a nuestros consumismos inmediatos y terrenos, pensando más en el reino de Dios.

Necesitamos la fe para estar diaria y constantemente abiertos y disponibles a los planes de Dios, que superan todos nuestros egoísmos de mente y corazón, en apertura filial a Dios y fraterna a los hermanos.

        Necesitamos la fe, como José y María, en medio de tanta incomprensión de las gentes, que ha dejado la fe cristiana y la Iglesia, porque les cuesta obedecer a Dios en sus mandamientos, en lo que nos pide en el uso y disfrute de las cosas creadas, a las que han convertido en lo absoluto de sus vidas, dándole el culto que sólo pertenece a Dios.

Necesitamos la fe para vivir el matrimonio sin divorcios, la familia sin abortos ni  eutanasias, con más amor a los padres y ancianos, como Dios nos pide, en contra del ambiente y de la corriente del mundo,        Sólo con esta fe honda, sincera, profunda, superadora de criterios y mentalidades paganas, podremos celebrar una Navidad verdaderamente cristiana, donde Cristo sea recibido, amado y celebrado como Dios y Señor, como único Salvador de nuestras vidas.  Que Él nos ayude. Que María y José nos enseñen el camino que ellos recorrieron. Que así sea.

 

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DOMINGO IV DE ADVIENTO C  (LUCAS 1, 39-45)

 

“En aquel tiempo, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.

Queridos hermanos: Paso a paso, día a día, hemos ido desgranando el tiempo de adviento, y nos encontramos ya a las puertas de la celebración de una nueva Navidad. El Señor ya está aquí, está a la puerta y llama, nos llama por nuestro nombre para demostrarnos que nos conoce, o por si por nuestra desconfianza no nos atrevemos a abrir, no podemos dejar que pase de largo.

Sólo lo podré recibir bien, si he hecho convenientemente el camino del Adviento, convirtiendo mi corazón, cambiando aquello que hay en mi que no encaja con lo que Jesús me pide y vaciándome de todo lo que le impide nacer y vivir en mí. Ya tengo encendidas las cuatro lámparas del Adviento, sólo me queda esperar la auténtica luz que es Jesús y que ella ilumine mi corazón y toda mi persona para que sea auténtica navidad cristiana, presencia plena de Cristo en mi vida.

Las lecturas nos lo han presentado a las puertas. Nos hablan ya de Belén, el pueblo pequeño, desconocido y escondido de Israel donde nacerá el Salvador, y nos hablan de María, su madre, que va a visitar a su prima Isabel, porque sabe que la necesita. E Isabel, cuando la ve llegar, no puede hacer otra cosa que llamarla bendita, porque ha tenido la valentía de creer en las promesas del Señor, porque ha tenido la valentía de aceptar los planes del Señor sobre ella: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.

Cuando tenemos tan cerca la celebración del nacimiento de Jesús, en estos días en los que la comunidad cristiana espera con gozo la venida del Salvador, cuando los creyentes nos disponemos a celebrar la auténtica Navidad, contemplemos con fe y adoración todo lo que me sugiere este glorioso acontecimiento, meditemos, pensemos un poco en el significado de esta gran noticia.

El parto de María tan humano y tan divino a la vez, nos revela el verdadero rostro de Dios, no caigamos en la tentación de buscarlo en otro sitio, en verdadero rostro de Jesús está en la gruta de Belén. Rostro de Dios que se nos acerca como nunca hubiéramos podido imaginar. Un Dios infinito hecho niño en un portal de pajas. Qué misterio de amor a los hombres.

Y aunque quede siempre en el misterio el hecho de que siendo Dios, se haga hombre como nosotros; si conseguimos hacer nuestra la fe en este acontecimiento, toda la realidad y toda nuestra historia adquiere una luz y un sentido nuevo, positivo y trascendente: “Dios está con nosotros, nos quiere tanto que se ha hecho uno de nosotros”. Dios me ama, Dios nos ama, Dios infinito ama al hombre finito. El nacimiento es la demostración más evidente del amor de Dios “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo a nacer entre nosotros”. Correspóndasmosle a tanto amor y en estos días tengamos tiempo para esta con Él y amarle y creer en su amor y corresponderle con nuestra adoración y visitas y entregas de amor. Tiempos de oración fervorosa y prolongada ante la cuna del Sagrario.

El evangelio nos presenta a María como la primera que creyó en este proyecto de Dios, fue la primera que tuvo la fe suficiente como para creer en Él. Una vez más la fe se nos muestra como el único acceso posible hacia Dios, sólo desde la fe podré aceptar, primero este mensaje, y segundo las consecuencias que ese nacimiento de Dios debe tener para mi vida.

Sólo desde la fe podré aceptar y vivir que si Dios es un Dios cercano, yo tengo que ser cercano para Él y para todos hombres y hermanos por los cuales se encarna y a los demás que viven junto a mí. Y si Dios en la Navidad es un Dios sencillo y humilde, yo debo ser sencillo y humilde. Si Dios es un Dios misericordioso, como he tenido ocasión de vivirlo en el adviento, yo también debo ser misericordioso con los que me rodean. Esto sólo lo podré vivir y aceptar desde la fe, por lo tanto como los discípulos del Señor tengo que saber pedirle “Señor auméntanos la fe” en la Navidad y en todos tus misterios que empiezan desde tu nacimiento.

El hombre religioso debe estar siempre cultivando y profundizando su fe, ya que esta es la única garantía de sus certezas y de sus creencias. Por lo tanto en la Navidad, fe y amor a Dios en ratos de oración y comuniones fervorosas para correponderle a tanto amor y sencillez y humildad con mis hermanos los hombres como Cristo la tuvo y la tiene con todos sus hermanos desde su presencia eucaristica.

Como todos los años la parroquia nos propone en estas fiestas tener un gesto de amor y desprendimiento con los que son pobres de verdad, lo podemos hacer de muchas maneras, pero hay que hacerlo. Lo puedes hacer ayudando a la cáritas parroquial, o aportando algo para las instituciones de la ciudad que trabajan por los pobres y necesitados, Proyecto Hombre, o para las familias atendidas por los grupos de caridad de la parroquia: Hay mucha necesidad y hay que hacer algo para aliviarla.

Que sea navidad en nuestra parroquia, entre nosotros y en el mundo entero porque Él ha venido para buscarnos y salvarnos a todos. Y así será Navidad verdadera y cristiana de Cristo Jesús en nosotros, en los hermanos y en el mundo entero que tanto lo necesita sobre todo en estos tiempos.

 

 

TIEMPO DE NAVIDAD: RETIRO DE NAVIDAD

 

MEDITACIÓN

 

 “Y EL VERBO SE HIZO CARNE Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS”

 

        QUERIDOS HERMANOS: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Así describe San Juan, en el Prólogo de su Evangelio, la Encarnación del Hijo de Dios. Pero antes, en el comienzo del mismo, nos dice que este Hijo de Dios estaba ya junto a Dios y era Dios: “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y  la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios”. En este retiro de Navidad vamos a meditar sobre el significado de estas palabras de S. Juan.

        Nosotros hemos celebrado el cumplimiento de todas estas promesas en la Navidad que hemos hecho presente por la Liturgia de estos días, especialmente por la Eucaristía del día de la Fiesta. Fue el año 5199 de la creación del mundo, cuando al principio creó Dios el cielo y la tierra; en el año 2957 del Diluvio; en el año 2015 del nacimiento de Abrahán; en el 1510 de Moisés y de la salida del pueblo de Israel de Egipto; en el año 1032 de la unción del rey David; en la semana 65 de la profecía de Daniel; en la Olimpíada 194; en el año 752 de la fundación de Roma; en el 42 del Imperio de Octavio Augusto, estando todo el orbe en paz; en la sexta edad del mundo: Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre, queriendo consagrar  al mundo con su misericordiosísimo advenimiento, concebido por el Espíritu Santo, y pasados nueves meses de su concepción, nació, hecho hombre, de la Virgen María, en Belén de Judá.

        Todo era silencio aquella noche. Dormían los hombres y «cuando la noche llevaba mediado su camino y las cosas se hallaban en medio del silencio, bajó a la tierra la Palabra omnipotente»… La liturgia estalla de gozo recordando a los profetas. Todo es gozo y alegría: Aleluya, aleluya”.Díjome el Señor: Mi hijo eres tú; yo te he engendrado hoy”. Y el gran anuncio: “Sabed que hoy vendrá el Señor y mañana veréis su rostro”.

        Suenan en el cielo las voces de un coro de ángeles que cantan el primer villancico de la Navidad: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”.

        Y así han pasado más dos mil años; y así hemos entrado en el tercer milenio, porque en el «portal de Belén/ hay estrellas, sol y luna:/ la Virgen y S. José/ y el Niño que está en la cuna».

        La Encarnación del Verbo, la obra más grande de Dios fuera de sí mismo, destinada a iluminar y a salvar al mundo entero, se lleva a cabo en la oscuridad, en el silencio y en medio de las circunstancias más humildes y más humanas. El edicto del César obliga a María y a José a dejar su casita de Nazaret y a ponerse en camino, nos obstante la situación del embarazo tan adelantado de María. Ellos obedecen con prontitud  y sencillez. Quien se lo manda es un hombre, pero en la orden del emperador su profundo espíritu de fe descubre la voluntad de Dios. Y así se ponen en camino confiando en la providencia de Dios.

        Nada sucede por casualidad; aún el lugar  del nacimiento del Salvador ha sido indicado por el profeta: “Y tú, Belén de Éfrata, pequeño entre los clanes de Judá, de ti me saldrá quien señoreará en Israel” (Mq 5,1). La profecía se cumple por la obediencia de los humildes esposos. En Belén no hay albergue para ellos. Y tienen que cobijarse en una gruta de las afueras. La miseria de aquel aposento de animales no les inquieta, ni les escandaliza: saben que el niño que va a nacer es el Hijo de Dios, pero saben también que las obras y los modos de proceder de Dios son muy distintos a los de los hombres. Y si Dios quiere y ha elegido este lugar para nacer, ellos no se oponen. María y José, profundamente humildes, no se desconciertan, son dóciles y están llenos de fe en los designios de Dios. Y Dios, conforme a su estilo, se sirve de ellos para llevar a término su obra más grande: la Encarnación de su Hijo.

        Todo esto obró Dios en su inmensa caridad: lleno de misericordia hacia sus pobres criaturas, hundidas en el pecado, no dudó en hacerse hombre. La Navidad es fruto del amor extremo de Dios al hombre. «Oh misterio inefable, Dios ha asumido la naturaleza humana y se ha dignado nacer de una virgen, para hacernos partícipes de su divinidad». Estas palabras de la liturgia de la Navidad, nos descubren el misterio que estamos celebrando esta noche. Para llevar a cabo lo imposible, el Dios de lo imposible, dio el paso imposible, que sólo Él, con amor y poder infinitos, podía dar. Lo que el hombre no podía hacer en su ida hasta Dios, Dios lo hizo en su bajada hasta el hombre. Para que el hombre pudiera entrar en la familia de Dios, Dios entró primero en la familia del hombre. Lo insalvable fue salvado por vez primera de arriba a bajo; en la Encarnación, Dios se hizo hombre. Lo infinito se hizo finito. La perfección se rodeó de imperfecciones, de limitaciones, de finitud. La vida se introdujo en el camino de la muerte. El Hijo de Dios, el Verbo de la Vida, se hizo hombre y habitó entre nosotros.

        Para poder celebrar la Navidad cristiana, primero hay que tener fe, fe verdadera y profunda, para poder creer en ella, en el misterio que celebramos. Necesitamos fe, y la fe es un don de Dios; tenemos que pedirla para tener el valor de creer todo lo que Dios nos quiere y nos revela por su Palabra hecha carne. Esto es lo primero que nos pide la Navidad, lo que necesitamos para poder celebrarla en cristiano: creer plena y totalmente en el Amor de Dios: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen el Él”.

        Todos nosotros tenemos nuestra propia historia religiosa, camino sagrado de encuentro con Dios. Tarde o temprano nuestra historia, nuestro camino se ha encontrado y seguirá cruzándose por la historia o camino, por donde Jesús pasa y sigue pasando. Es entonces, solamente entonces, cuando llega el momento de la elección y de la aceptación, del sí o del no. Una cosa es cierta: mientras no le hayamos aceptado y creído como Hijo único y verdadero Dios, no habremos encontrado la fe y la esperanza cristianas, ni podremos vivir la luz  y el sentido y la plenitud de la existencia humana. Porque Dios nos lo ha dado todo en Cristo; en Él nos ha dado todo su proyecto sobre el hombre, todo su amor, toda su gracia y salvación.

        El mundo sólo tiene un Salvador: es Jesucristo. Cristo es el pleroma, la plenitud, la recapitulación de todo cuanto existe. Este es el sentido, la única finalidad de Dios al tomar nuestra naturaleza. Dios, en los brazos abiertos de un niño, nos invita a que le recibamos en nuestro corazón; a que le aceptemos en nuestra inteligencia; a que le llevemos en nuestra vida. De esta forma, el Niño que nos ha sido dado, no es sólo la sonrisa del Padre y la impronta de su gloria, sería poca cosa ante lo que Dios pretende; Jesús es nuestro Salvador. La Navidad, por tanto, no la podemos celebrar en pecado, hay que recibirle en nuestra corazón, hay que comulgar estos días para manifestar nuestra fe y nuestro agradecimiento a la Bondad de Dios que se ha manifestado en nuestra carne. Tenemos que recibirlo en nuestra carne. Celebrando este acontecimiento en la Eucaristía y recibiendo en Comunión fervorosa a este Niño, ya glorioso y resucitado, cumple su misión de ser nuestro Amigo y Salvador. Hay que hacer comuniones personales y encendidas de amor estos días. Nada de rezar credos y salves. Hay que hablar de tú a tú a Cristo, diciéndole cosas de amor. Él lo espera, para eso vino y se quedó y no podemos decepcionarle. Así que a comulgar mucho y fervorosamente.

        En el Niño que, por amor a nosotros, nace en una cueva, se manifiesta la predilección de Dios por lo pequeño y lo humilde. Ya lo expresó más tarde con toda claridad: “Si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos”.  Esta es otra lección de la Navidad. Sin embargo, hacerse niños no es cosa fácil para hombres minados de orgullo y de grandezas desde el pecado de Adán. El pecado original nos empuja a ser más que Dios, a amarnos a nosotros mismos por encima de Dios y de los demás, a preferirnos, incluso, a Dios. Estamos tan llenos de nosotros mismos, de nuestros egoísmos y soberbias, que no queremos poner a Dios en el centro de nuestra vida, de nuestro corazón y darle culto de adoración, obedeciéndole, hasta el extremo, como hace este Niño al nacer y luego remató obedeciendo a su Padre hasta la muerte en cruz.

        Hay que hacerse humildes si queremos entrar en el reino de Dios, en la amistad con Cristo humilde, en la salvación que el Hijo, hecho hombre por amor, nos trae. Hacerse niños no es cosa fácil para hombres llenos de orgullo y deseos de poder y grandezas, como nosotros. La vida de Dios entre nosotros empieza en humildad; a poco que se conozca la vida de los santos, el fundamento de toda santidad es la humildad. Santa Teresa lo dice muy claramente. Por eso nuestra vida cristiana, nuestra santidad, nuestro encuentro con Dios, no empieza hasta que no queramos hacernos humildes, como Él. Dentro de la religión cristiana, la plenitud de nuestra unión con Dios, la marca el grado de humildad, porque Dios es Dios en la medida en que yo me siento criatura. Si no me siento criatura, pequeño, necesitado e indigente de Dios, Él no podrá ser Dios para mí ni podrá hacerme igual a Él, porque prefiero llenarme de mí mismo, de mis finitudes y limitaciones o de las de las criaturas. El secreto de la amistad con Dios está en la humildad, en hacernos niños como su Hijo en la Navidad; como Teresita del Niño Jesús, que quería hacerse niña ante Dios Padre para que Él subiera las escaleras de la perfección y santidad y ella bajara cómodamente en su brazos; decía que era mejor reconocerse niña, y así obligar al Padre Dios a subir a por ella; para ella era un peligro y mucho trabajo bajarlas sola. Mejor en los brazos de su Padre Dios, que es el mejor ascensor. 

        Y todo esto, queridos hermanos, confesar nuestros pecados y limitaciones; hacernos humildes en casa, en la calle y en el trabajo, como el Niño que nos nace; pedir fe, esperanza y amor, virtudes sobrenaturales que nos unen directamente con Dios, porque nos sentimos pobres y necesitados de salvación; comulgar, por esto, con más frecuencia y fervor en estos días de  Navidad, todo esto hay que hacerlo con el gozo y la alegría de que Dios ha venido a nuestro encuentro, viene para ayudarnos y estar junto a nosotros, ha querido establecer entre nosotros la Presencia del Dios Amigo por medio del Hijo encarnado.

        La Navidad es fundamentalmente gozo en el Señor, y  alegría, esperanza, barrunto de otras tierras y otros cielos. Si Jesús es mi hermano y mi Dios, no hay lugar al miedo, todo es posible, no puede haber tristeza. ¡Qué me importan las posesiones y herencias de mis padres de la tierra, comparadas con la herencia de mi Dios en la entrega del Hijo Amado para siempre! Feliz Navidad a todos.

 

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SE ACERCA LA NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En nuestro ambiente actual, Navidad suena a muchas cosas. Suena a bulla, a regalos y compras, suena a fiesta, a reunión de familia, a encuentro, a tiempo de vacación y descanso. Suena a alegría de los niños, a añoranza de los mayores, a nostalgia de los que nos ha precedido y ya no están entre nosotros. Decir Navidad es decir todo esto y mucho más. Sin embargo, Navidad es una persona.

Navidad es Jesucristo, el Hijo de Dios que nace como hombre para compartir la vida humana en su etapa terrena y llevarla a plenitud en el cielo. Navidad es María, su madre bendita; y junto a ella, su esposo san José. Navidad son los ángeles que anuncian la buena noticia, son los pastores que van corriendo a ver al Niño, son los Magos que vienen de Oriente guiados por una estrella. Navidad es la irrupción de Dios en la historia humana, para hacer de esta historia el lugar de su gloria, llevando a plenitud la historia humana y en ella a todos y cada uno de sus componentes.

 ¿No tiene que ver lo uno con lo otro? –Si, está íntima y profundamente relacionado lo uno y lo otro. Pero una vez más hemos de ir a lo esencial, al fundamento de todo, a no quedarnos por las ramas, sino ir a la raíz del acontecimiento. Y lo fundamental de la Navidad es la persona, no las cosas, ni el ruido, ni la fiesta. En primer lugar, la persona de Cristo.

Hacemos fiesta porque ha nacido el Hijo de Dios. Llegada la plenitud de los tiempos, Dios ha enviado a su Hijo, que ha nacido de mujer y se ha hecho hombre, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. La relación del hombre con Dios se llena de estupor al contemplar que Dios se ha hecho uno de los nuestros. Nos llena de asombro tanta cercanía de Dios, tanta ternura, tanto amor. Para que ya no nos sintamos solos, sino que alentados por esa profunda y metafísica solidaridad de Dios con nosotros, se llene nuestro corazón de esperanza, la esperanza de los hijos de Dios. Junto a Jesucristo, su Madre Santa María.

Para realizar la obra de la redención de los hombres, Dios ha elegido una mujer y la ha colmado de gracias, la ha hecho inmaculada, la ha dotado de la capacidad de ser madre sin dejar de ser virgen, para luego dárnosla como madre nuestra. Dios ha elegido a una mujer, bendita entre todas las mujeres, señalando así la más alta dignidad de la persona humana en una mujer privilegiada.

Y junto a María, san José, al que dedicamos especialmente este año. Es una figura grandiosa, humilde y escondida, pero es una pieza fundamental para que Jesús haya nacido como hombre. Él no es el padre biológico de Jesús, como dejan claramente expresado los relatos evangélicos, pero ha acogido en su casa a María y al Niño, y éste ha podido nacer y crecer en una familia cobijado por el amor de sus padres. José ha puesto su vida entera al servicio de Jesús y María, ha cumplido su misión en la entrega total de su vida, es el hombre justo a quien Dios ha confiado a su Hijo y a su Iglesia, la principal hazaña humana. Por eso, la alegría de la Navidad tiene pleno sentido.

Hacemos fiesta y hacemos bulla, porque celebramos un acontecimiento histórico que ha transformado la historia. Pero aunque no hubiera fiesta externa, ni ruido, ni bulla, celebraríamos también la Navidad. Porque Dios sigue estando cerca de nosotros, incluso cuando nosotros nos olvidamos de él. Por eso, en Navidad hemos de acercarnos más a él, que viene a nosotros en los sacramentos, en una buena confesión y con una fervorosa comunión.

Navidad es también la fiesta de los pobres, pues a los pobres viene a salvar este Niño de Belén. La profunda solidaridad que este Niño ha establecido con su nacimiento, con su Navidad, nos hace salir al encuentro del que no tiene, llevándonos a compartir lo que tenemos. Por causa de la pandemia, muchas personas están solas, y hemos de acercarnos a ellas especialmente en estos días. Otras, no tienen casa, ni trabajo, ni esperanza. Podemos acercarnos para hacerles partícipes de la alegría de la Navidad.

La Navidad nos abre los ojos ante la dignidad humana despreciada, pisoteada, ninguneada. La Navidad, el nacimiento del Señor, viene a dignificar la persona humana. Abramos nuestro corazón, y saldremos todos ganando. Feliz y santa Navidad. Recibid mi afecto y mi ORACIÓN: Se acerca la Navidad.

SIN RATOS DE ORACIÓN, DE ENCUENTRO CON CRISTO EN EL SAGRARIO, NO HAY NAVIDAD CRISTIANA.

 

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SANTA NAVIDAD: DIOS CON NOSOTROS LOS HOMBRES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dios es amigo del hombre, Dios nos ha creado para hacernos felices, Dios quiere estar cerca para sostenernos en las pruebas. En estos momentos de dolor universal por causa de la pandemia, Él quiere acercarse más que nunca a cada uno de nosotros y a la humanidad entera que sufre. Por eso, necesitamos la Navidad más que nunca, necesitamos que Dios se acerque más a cada corazón humano para decirle su amor.

La liturgia tiene la capacidad de traernos el misterio que celebramos en el hoy permanentemente presente de Dios en la historia, para que nosotros podamos participar en ese misterio como si allí presente me hallare. ¿Qué es lo que celebramos por Navidad? –El nacimiento en la carne humana del Hijo de Dios eterno. Dios como su Padre, se ha hecho hombre como nosotros para que nosotros lleguemos a ser hijos de Dios, podamos participar de su filiación divina y lleguemos así a la plenitud del gozo que nos tiene preparado. “Ni el ojo vio, ni el oído oyó ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman” (1Co 2,9).

Leer y meditar los textos litúrgicos de Navidad nos da alimento abundante para nuestra vida cristiana. Nos detenemos estos días a contemplar este Niño, que es Dios y que es Hombre, dos naturalezas unidas en la única persona del Verbo. Suscita en nosotros una fascinación irresistible. Se trata de una luz potentísima, que ilumina las tinieblas de la historia humana, de nuestra propia vida, y es un anticipo de la luz eterna que deslumbrará nuestros ojos y nos llenará el corazón de alegría.

 Este misterio tan hondo se ha realizado y continua realizándose en el silencio de la noche, en la humildad de un establo, en una profunda solidaridad con todos los humanos y con la creación entera. Es un misterio para contemplar largamente. En Navidad, más que ruido necesitamos silencio para entrar a fondo en lo que celebramos y contemplamos. Y su Madre es Virgen. Vino el ángel y anunció a María que iba a ser la Madre de Dios y ella aceptó con humildad poner su vida entera al servicio de este gran misterio. 

Desposada con José, antes de vivir juntos, resultó que esperaba un hijo. Y le dio a este hijo su propia carne y sangre. Madre en el sentido más propio de la palabra, pues lo ha engendrado en su seno. El niño se parece todo a ella, lleva en su carne, en sus gestos, en su forma de comportarse los rasgos de su madre.

Virgen, porque no es fruto de la complementación normal del varón, sino engendrado por la acción milagrosa del Espíritu Santo. María es virgen al concebir, al dar a luz y permanece virgen para siempre. He aquí otra luz potente de la Navidad. La virginidad es pureza de alma y cuerpo y en María ha llegado a su grado máximo, pues es la llena de gracia, bendita entre todas las mujeres. Y es una virginidad plenamente fecunda, con la fecundidad que viene de Dios. Fecunda en el tiempo y para toda la eternidad.

Y junto a María está José, padre virginal de Jesús. Nos fijamos en él especialmente este año dedicado a su figura y la misión que Dios le ha encomendado. Sin él, este misterio de la encarnación no hubiera sido viable. El acoge, custodia, da cobertura al misterio más grande de los siglos. Y lo hace poniendo toda su vida al servicio de la misión encomendada. Toma al Niño y a su Madre, los hace suyos, y constituyen los tres la Sagrada Familia de Nazaret, donde todo rebosa amor y entrega de uno a otro.

HERMANAS, Meditemos en los grandes misterios de estos días y abramos el corazón a las necesidades de nuestros hermanos los pobres. No hay mayor pobreza que la de pasar estos días sin entrar en el misterio que celebramos y no enterarse de la fiesta.

De la contemplación de este misterio brota el deseo misionero de que todos puedan disfrutar de esta luz y de este gozo. Y a los que sufren por cualquier causa queremos decirles con nuestra vida que el Hijo de Dios hecho hombre ha asumido nuestros dolores para darnos a probar su divinidad. La Navidad nos hace solidarios, no sólo para satisfacer las necesidades materiales de los demás, sino para hacerles partícipes de la inmensa alegría de que Dios está con nosotros. Hoy más que nunca necesitamos celebrar la Navidad.

HERMANOS, SI ES NAVIDAD DIOS SIGUE AMANDO A LOS HOMBRES, SI ES NAVIDAD SOMOS ETERNOS, PORQUE LA ETERNIDAD SE HA ENCARNADO, HA TOMADO CARNE VIRGINAL EN LA VIRGEN Y NOS HA HECHO ETERNOS, SI ES NAVIDAD, MI VIDA ES MÁS QUE ESTA VIDA, PORQUE DIOS SE HA HECHO HOMBRE PARA HACERNOS A TODOS LOS HOMBRS HIJOS ETERNO DE DIOS

Y HEREDEROS DEL CIELO, POR ESO DIOS SE HIZO HOMBRE PARA HACERNOS A TODOS HIJOS ETERNOS CON Él DEL MISMO PADRE.

 

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CONTEMPLACIÓN DE LA NAVIDAD

 

ADVIENTO: VIVENCIA SACERDOTAL DE LA NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Permitidme que hoy diga en voz alta para todos algo, un poco de lo que a veces oigo que me dice Jesús, Cristo Eucarístia desde su presencia eucarística en el Sagrario, en ratos de oración y en este tiempo de Adviento y Navidad, lo que me dice su Espíritu Santo de Amor en mi corazón en ratos de oración y silencio desde su presencia de Amor Trinitario Eucarístico.

Querido creyente que estás aquí ahora ante mí, ante mi presencia de amor en cualquier Sagrario de la tierra: Quiero en este tiempo de adviento explicarte algo del misterio de mi Navidad, de mi nacimiento entre vosotros los hombres, por qué vine, para qué vine, qué deseo y os pido y espero especialmente de vosotros en este tiempo de navidad.

Fíjate bien, querida criatura, querido humano, siendo Dios de amor y felicidad infinita y no necesitando nada de nadie porque en Dios Trinidad todo está conseguido en ser, amor y felicidad infinita, siendo así Dios infinito y no necesitando nada de nadie y menos de criatura alguna, decidí hacerme uno de vosotros, hacerme Dios humanado encarnado en el seno de una hermosa y pura joven, mi madre, María, la Virgen Madre, preparada inmaculada para este misterio desde su nacimiento en el seno de su madre santa Ana  y al unir lo humano con lo divino empecé a ser Sacerdote eterno en el seno de la Virgen Madre, puente de salvación entre Dios y los hombre, y todo por obra del Espíritu de Amor Trinitario, del Padre y del Hijo, Espíritu Santo, de ese mismo Espíritu que a todos vosotros os ungió en el día de vuestra ordenación sacerdotal, prologadores que sois todos los sacerdotes de mi ser sacerdotal y soís sacerdotes eternamente en Mí y conmigo único Sacerdote de la salvación de todos los hombres nuestros hermanos, -- tenéis que amar a todos los hombres nuestros hermanos como yo los he amado y quiero seguir amándolos en vosotros todos los sacerdotes del mundo por este identifación sacerdotal conmigo, Único Sacerdote para eso vine en la Navidad…, por eso yo no fallo en venir a este mundo en Navidad para la salvación de todos.

Todos vosotros sois sacerdotes por mi humanidad formada en el seno de la Virgen Madre, que por eso algún atrevido como Gonzalo la considera no solo madre sacerdotal en mi de todos los sacerdotes, sino muy atrevido, aunque teológicamente lo matizo un poco, Gonzalo la considera y la llama muchas veces no solo madre sacerdotal de Cristo su hijo que se formó en ella sino madre sacerdote de Cristo formado por el Espíritu Santo y consagrado en su seno lo mismo que hacemos nosotros en la santa misa con el pan y el vino y siempre por obra del mismo Espíritu Santo, el mismo que nos consagró y nos hizo a todos sacerdotes hasta poder decir todos en la santa misa, como María al que nacía no en pan y vino sino primero en carne humana, mejor, Cristo por su mismo Espíritu Santo puede decir por vosotros: Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre y formando al mismo Cristo en el pan y el vino consagrados, siempre por el poder y amor del Espíritu Santo en vosotros y María.

María, Virgen Madre sacerdotal de Cristo y de todos los sacerdotes que concibiste en tu seno al único Sacerdote y Víctima de Salvación, Jesucristo, tu hijo, que se formó y nació en tu seno,  Maria, Virgen Madre

Sacerdotal de Cristo al unirse en tí lo divino y lo humano del Único Sacerdote y madre por tanto de todos los sacerdotes, que encarnamos esta unión entre lo divino y lo humano que se realizó en tu seno, ayúdanos a vivir esta union entre Cristo y cada uno de nosotros sacerdotes, sobre todo cuando en la santa misa con toda verdad y maravillosa grandeza podemos decir: “Esto es mi Cuerpo, esta es sangre…., ¿la mía, la tuya? No, la de Jesucristo, Único Sacerdote hecho sacerdote y nacido en el seno de la Virgen, Madre sacerdotal y… Madre sacerdotal, que en cada misa nos vayamos transformando cada vez más en Cristo, único sacerdote, encarnando sus mismos sentimientos y actitudes de amor a Dios Padre y a todos nuestros hermanos los hombres como empezó a tenerlos en ti.

Por eso, en estas fiestas de Navidad lógicamente tenemos que meditar y amar y tener muy presente a Jesús, Dios encarnado y sacerdote único, hecho en María y por ella, sacerdote único uniendo la divino y lo humano, uniéndonos así en unión eterna con Dios Trinidad.

Por eso, hermanos sacerdotes, la navidad cristiana y auténtica y completa es un tiempo de esperar en el adviento como María al Dios que loco de amor y sin necesitar nada de nosotros viene para morir de amor y salvarnos a todos; amemos siempre a la Virgen, madre sacerdotal de Cristo y por lo tanto nuestra, que ella nos enseñe a amarle como ella le amó, le esperó, le cuidó y siguió sus pasos hasta la cruz, amemos a nuestra madre sacerdotal,porque el único Sacerdote eterno y siempre es Cristo, su Hijo, pero en ella donde se unió lo divino y lo humano y se realizó así la salvación del hombre.

Por eso, fijáos qué maravillas de vida y qué piropos dirigió santa Isabel a la Virgen Madre sacerdotal, en el evangelio de estos días:  LUCAS 1, 39-45. En aquel tiempo, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».

Hermano, hermana, en este tiempo de Adviento y sobre todo de Navidad, pide a la Madre del niño Jesús y nuestra madre Maria, amor y ternura para el niño que nace en su seno, que es Dios loco de amor por los hombres… y que nace en un pesebre y luego permancece para siempre en el Sagrario, en todos los Sagrarios de la tierra, por el mismo amor que le trajo a la tierra sabiendo que estaría solo y abandonado muchas veces y no solo como ahorapor la pandemia dominante…

Cristo, Hijo de Dios y único Salvador de todos los hombres se ha quedado en todos los sagrarios de la tierra con los brazos abiertos esperandonos a todos los hombres de todos los tiempos para abrazarnos a todos y llevarnos a la eternidad del cielo ya en la tierra en ratos de oración, amor, silencio de las cosas, para llenarnos de mismo gozo en que vive trinitaritariamente con el Padre por el mismo Espíritu de Amor, Espíritu Santo que lo engendró en el seno de María… El Sagrario es Dios viniendo a tu encuentro Navidad permanente… qué locura de amor.

 

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MEDITACIÓN: NAVIDAD: ENCARNACIÓN

 

IMPLICACIONES ESPIRITUALES DE LA ENCARNACIÓN

 

        QUERIDOS HERMANOS: La Navidad nos enseña muchas cosas a todos los que hemos tenido la predilección y el gozo de creer y encontrarnos con Jesucristo. Tiene para nosotros ricas y variadas implicaciones. Nos exige también algunos comportamientos a los que hemos sido enriquecidos con su luz y su misterio.

 

1.-  NECESIDAD DE ORAR PARA COMPRENDER LA NAVIDAD.

 

        ¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre -- ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?—has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

        Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. Y el creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más, porque esto es una enfermedad de amores y ansias infinitas, imposibles de contener y controlar; el creyente,  llagado de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, razones, motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor.

        ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad! Tú nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Mirad la Navidad. Es Dios que ama apasionadamente a los hombres. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

        Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

        La Encarnación, la Navidad es Cristo hecho hombre; la Eucaristía es Cristo hecho un poco de pan por el mismo amor de la Navidad; el mismo Cristo, la misma carne, el mismo amor que le llevó a encarnarse y dar su vida por mí. Yo sé, Señor, que eso no se comprende, no se puede comprender, si no se vive. Por eso te pido amor. Solo amor. El amor conoce los objetos por contacto, por hacerse llama con la persona amada, por unión y “noticia amorosa,” “contemplación de amor”. Por eso necesito oración para pedirte amor, hablarte de amor y comprenderte “en llama de amor viva, que hiere de mi alma, en el más profundo centro”.

        La oración es la experiencia de la fe. Sin oración, sin ratos de silencio, contemplando a Dios, hecho hombre por amor extremo, no se puede comprender nada o muy poco de la Navidad. Para comprender estas cosas del amor infinito de mi Dios Trino y Uno: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito,” necesito entrar dentro de la intimidad de mi Dios Tri-Unidad, que es Amor, y sorprenderlos en Consejo trinitario, cuando decidieron amarme de estar manera, amar a los hombres por el Hijo hasta el extremo de hacerse uno totalmente igual a los que amaba y buscaba. Necesito ver el rostro del Padre entristecido por el pecado de Adán y por la amistad perdida con el hombre, con el que quería pasear en el paraíso todas las tardes de la vida y que ya no podría entrar dentro de sí mismo, en su misma felicidad esencial y trinitaria, para la que fue creado, por el pecado de Adán, que nos llevó fuera del paraíso de su amor y compañía. Aquella vez no fuimos dignos y fuimos echados del paraíso de su amistad.

        Sin amor, sin noticia amorosa de Dios, sin oración, al menos afectiva, mejor, oración contemplativa o contemplación infusa sanjuanista, no se puede comprender el misterio, los misterios que estamos celebrando estos días. En ratos de soledad y oración y contemplación ante el Sagrario quiero alabar, bendecir y glorificar al Hijo de Dios por haberme amado hasta este extremo y por haber aceptado todas las consecuencias de su Encarnación. Quiero corresponderle con mi amor, quiero amarle tanto que no se arrepienta de lo que hizo; quiero agradecerle a mi Dios este modo de existir con presencia de Amigo entre los hombres en la humanidad de Jesús de Nazaret. Quiero proclamar con memoria agradecida algo que excede toda consideración racional: que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es Dios de una manera humana y, al mismo tiempo, es hombre de una manera divina.

 

        2.-  La Encarnación es: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Dios asume lo humano y, al asumirlo, lo santifica y lo dignifica tanto que nos hace hijos en el Hijo. Si Dios ha asumido lo humano, yo no debo rechazarlo, debo confiar en el hombre y trabajar para redimirlo y santificarlo, como lo hizo Jesús de Nazaret.  Me debo alegrar de existir como hombre, de haber sido elegido hombre, y no planta, animal o cosa,  para ser eterno con Él en su felicidad eterna. Si existo, es que Dios me ama. Ha pensado en mí y con un beso de su amor me ha dado la existencia humana, como paso, para la participación divina. Ya no dejaré de existir. Si existo es que Dios me ha preferido a millones y millones de seres. Si existo es que yo valgo mucho para mi Dios, porque ha enviado a su Hijo para decírmelo y comunicármelo con su misma presencia humana de Dios amigo del hombre. Si existo y creo,  es que Dios tiene un proyecto de eternidad sobre mí que ya no acabará nunca. Tengo que creer en la Palabra de Dios. Sí, creo en la Encarnación, en la Navidad. Qué tesoro, qué riqueza es la fe; vaya suerte, la mejor lotería de mi vida. Primero, existir es una predilección de Dios. Segundo, creer, poder conocerle y amarle, haberme encontrado con este Dios tan bueno, que es Amor, todo amor, y me tiene que amar, aunque yo no le ame, porque si deja de amarme, de amar, se muere, porque su esencia es amar siempre, y si deja de amar, deja de existir. Por eso vino en mi busca y se hizo pequeño, para que yo no me asuste, para que pueda cogerle en mis brazos y besarle. No me gustan mucho los niños, quizás por la falta de costumbre,  pero ese Niño Dios me recrea y enamora, me lo como de besos y de abrazos.

        Por tanto, debo y quiero asumir como Él lo humano, al hombre, amar a todos los hombres; debo aceptarlos con sus deficiencias y limitaciones, debo amar mi cuerpo, mi alma, mis sentidos, mi forma humana concreta de ser, porque Dios mismo la ha asumido; tengo que hacer las paces con mi espíritu y mi cuerpo y cuidarlos, como instrumentos de la salvación de Dios. Tengo que amarme más, amar mis ojos, mis manos, mis pies… Dios asumió todo lo humano en Jesús, desde su mismo nacimiento, infancia, juventud, muerte...

 

        3.- La Encarnación es: “Dios, tanto amó al mundo que entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna” Si Dios se encarna, el hombre vale mucho para Dios, vale infinito, vale toda la vida y la sangre de su Hijo, a quien entregó (traicionó) por amor al hombre. Si Dios se encarna, la eternidad se ha metido como una cuña en el tiempo. Si Dios se encarna, Dios ama al hombre y el hombre tiene vida eterna.

         ¿De qué vale todo el esfuerzo de Dios si el hombre, si el cristiano, no cree este misterio, no lo valora, no lo ama, no lo imita? ¿Sería mucho pedir que, como prueba de que creemos este misterio, pasáramos ratos largos de oración ante su misterio de  Encarnación continuada y permanente que es la Eucaristía? ¿Sería mucho pedir que adorásemos tanto amor en ratos de alabanza y acciones de gracias?  ¿Sería mucho pedir que confesásemos y comulgásemos con todo el fervor posible estos días, diciéndole cosas de amor al Niño, “Verbo de Dios hecho carne”?  Sería lo que Él más agradeciese, porque en estas navidades tan paganas que nos hemos montado, con tantos turrones, loterías, comidas familiares y demás, no hay tiempo a veces para el autor de la Navidad, para decirle simplemente ¡gracias! Y todos sabemos que, aunque sobren champán y turrones, si no nos encontramos con Cristo, no podrá haber Navidad.

        Muchos hombres ya no saben quién es Cristo, por eso tampoco saben de qué va la Navidad; saben, barruntan que hay que estar alegres, pero ignoran el motivo; la televisión y los periódicos y los grandes almacenes se han encargado de ello y nosotros tampoco nos hemos esforzado mucho en instruirlos y formarlos; los medios jamás dicen nacimiento de Jesucristo, y menos, del Hijo de Dios, y da pena. Y Jesús Eucaristía, esperando este reconocimiento, está tan solo a veces, que con que haya alguien que se pare un poco y le dirija una mirada de cariño o de fe en el Sagrario, se da por entero, se entrega totalmente, es que es un crío, un niño, espera cariño, una mirada de amor: ¡pero si es el Dios infinito, que se ha hecho un niño por mí, para que le coja y le bese! Lo está deseando, pero si ha venido para eso. Por favor, hermanos, un poco de sensibilidad, de misericordia, de limosna de amor al Dios grande que se hizo pequeño.

        Nosotros, en ese Niño, adoramos y celebramos el amor apasionado de un Dios por el hombre, desde la gratuidad, desde la iniciativa divina. Lo dice muy claro S. Juan en su primera Carta: “Porque Dios es amor… Y el amor que Dios nos tiene se ha manifestado en que Dios envió al mundo a su Hijo Unigénito, para que vivamos por Él. En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él no amó y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.

 

        4.- En la persona de su Hijo, el Padre nos manifiesta y revela al Amado desde el amanecer de la Trinidad, nos entrega todo su amor de Padre, que le llena de gozo eterno, porque el Hijo, con la potencia de su Amor Personal, que es Espíritu Santo, le acepta eternamente como Padre y le hace Padre por aceptar ser su Hijo desde la aurora de la Tri-Unidad, y el Padre nos lo entrega todo en el Hijo y nos hace hijos suyos. El Verbo, hecho carne primero, y luego pan de Eucaristía, es la presencia del amor de Dios Trinidad, que ahora continúa en el Sagrario, como  Encarnación continuada del Amor Trinitario: del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo, Amor Personal del Padre al Hijo, y Amor Personal del Hijo al Padre, que los hace Padre e Hijo en el mismo Amor esencial, que es el Espíritu Santo. Todo es por la potencia de Amor del Espíritu Santo. Por eso, la esencia de Dios es el Amor: “Porque Dios es Amor”  nos dice San Juan.

        La presencia de Dios en Jesús de Nazaret es el lugar privilegiado y propio de su presencia en el mundo y en la historia. La encarnación revela al hombre  su capacidad de divinización, de <Verbalización>, de santificación o unión e identificación posible con Dios. La humanidad de Cristo es la meta de todo hombre, porque es la propia de un hombre que ha encontrado plenamente a Dios. Por eso es la <recapitulación> de todo lo creado. Este es el admirable intercambio <oh admirabile commercium>, de que nos hablan los Santos Padres. Que consiste en que el Hijo de Dios se hace hijo del hombre para que los hombres nos hagamos hijos de Dios.

        El hombre queda así elevado en su ser y trasladado a la órbita de lo divino. Si Dios quiere este intercambio maravilloso, la vida cristiana, nosotros debemos esforzarnos por hacernos dignos hijos suyos en el Hijo y realizar así su proyecto amado desde toda la eternidad en el Consejo Trinitario. Si Dios viene en mi busca con presencia de amigo, yo debo encontrar esta presencia en Jesús de Nazaret en el Evangelio, pero especialmente en su presencia de amistad permanentemente ofrecida en el Sagrario.

        En la Encarnación del Verbo ha sido Dios en la persona de su Hijo Unigénito el que ha venido en busca nuestra, el que ha salido a nuestro encuentro, nos ha hablado, salvado, iluminado, amado… La religión, la fe, ha partido de Dios y ya no es buscar a tientas, sino que tiene que ser una respuesta personal a un Dios que se me ha revelado y manifestado concretamente en Jesús de Nazaret. En su persona es como el Hombre puede mejor responder a esta revelación del Padre por la religión, por la fe y el amor: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar” Sólo el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo saben de la Navidad; sólo ellos nos la pueden explicar. Por eso necesitamos orar.

 

        5.- La Encarnación nos invita a experimentar el amor misericordioso del Padre, que se ha entrañado sin límites con el hombre, superando todas las fronteras, por amor al hombre, en Jesús de Nazaret. El creyente ya no puede sentirse solo y abandonado a una suerte incierta. Aunque no lo comprenda a veces, aunque le supere, aunque el dolor y las circunstancias le atenacen por los cinco costados, aunque todos le fallen, Dios ya no puede abandonarle, porque se ha hecho presencia irreversible de Amistad Divina, se ha hecho hombre misericordioso y entrañable en el seno de la dulce Nazarena, Virgen guapa, Madre del alma ¡cuánto te quiero! ¡Cuánto me quieres! ¡Gracias, Madre, por haberme dado a tu hijo, por haber parido a Jesús de Nazaret!

        Queridos hermanos: El Dios Trino y Uno, al entregarnos al Hijo amado en carne humana, se ha unido en fidelidad perpetua con el destino del hombre, con cada uno de nosotros. Nuestro ser y existir es creerlo, orarlo, amarlo, agradecerlo, vivirlo, no sentirse nunca solos, ser misericordiosos con todos, como Él lo fue con todos nosotros. Amén.

 

Queridos hermanos: Estamos en el segundo domingo de Adviento. Adviento es una palabra contracta que viene de advenimiento. Todo advenimiento, toda espera de alguien que viene supone una persona o acontecimiento que se acerca y por otra parte personas que salen a recibirlo. Si uno de los dos elementos falla, no hay advenimiento, no hay encuentro. Por eso es tan importante este tiempo litúrgico del Adviento cristiano, de la Navidad, porque aunque Cristo naciese mil veces si no hay encuentro personal de fe y de amor, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil. Aunque sobren felicitaciones, regalos, champán y turrones, no habrá navidad cristiana. Como se trata de un encuentro, nos preguntamos: ¿por dónde vendrá Cristo esta Navidad?


POR EL CAMINO DE LA FE:

 

1).- “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas.., por qué ella y no otra... ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio.., qué iba a creer su esposo... qué diría la familia... ¿Y cómo será eso si no conozco varón? Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó solamente en la palabra de Dios que se encarnaba en ella, sin apoyaturas de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros.

    2).- Señor, yo creo en la Navidad cristiana. Yo creo que tú me has amado desde toda la eternidad, a mí en concreto, en particular. Si existo es que Tú me amas, me has tenido en tu mente y has pensado en mí, me has llamado a ser feliz en tu misma felicidad trinitaria y eterna y cuando este proyecto se rompió por el pecado de nuestros primeros padres, no nos abandonaste.., sino que tu Hijo, viéndote entristecido te dijo: Padre, aquí estoy yo para hacer tu voluntad…etc

3).- Por eso la Navidad es que Dios ama al hombre, viene en busca del hombre, es que Dios no se olvida del hombre; si es Navidad es que Dios sigue amando al hombre, la vida tiene sentido, sentido divino y trascendente, la Eternidad se hace tiempo para que el tiempo del hombres sea eternidad en el niño que nace. Por eso estos días de Adviento son para creer y vivir personalmente estos misterios de Dios, pasar de la fe heredada a la fe personal, son día de orar y pedir esta fe para poder creer tanto amor. ¡Dios eterno! creo, creo, creo. Y me alegro de que existas y seas tan grande, tan infinito de vida y amor. Dios existe y nos ama. Eso es Navidad.

Por eso estos días de Adviento son para creer y vivir personalmente estos misterios de Dios, pasar de la fe heredada a la fe personal, son día de orar y pedir esta fe para poder creer tanto amor. ¡Dios eterno! creo, creo, creo. Y me alegro de que existas y seas tan grande, tan infinito de vida y amor. Dios existe y nos ama. Eso es Navidad.

 

 

JUAN EL BAUTISTA.

 
          Queridos hermanos: todos los años, cuando el otoño está avanzado y se acerca el invierno, cuando se caen las hojas de los árboles y los pájaros de nuestra tierra tan fría emigran a regiones más cálidas, viene Juan el Bautista a enderezar los caminos de encuentro con Cristo en la Navidad. Siempre me ha impresionado la figura frágil, pero a la vez recia, de este profeta de todos los tiempos, obstinado, recalcitrante, capaz de hablar a los poderosos religiosos y políticos de su tiempo, sin que se le trabe la lengua. Juan es como el cristal, transparente pero cortante:

Juan llega puntual cada año, viene a cumplir su misión de ser el precursor que nos anuncia y prepara para las fiestas que se acercan, para que verdaderamente sean Navidad cristiana, un encuentro de gracia y salvación con Jesucristo Salvador, mediante la fe, la conversión y la oración.

2.- Impresiona oír la voz tonante de Juan porque, en estos tiempos de consumismo, se atreve todavía a hablarnos de austeridad, de penitencia, de caminos que hay que enderezar y de valles que hay que rellenar.

3.-  Juan es un profeta, un profeta verdadero, no un profeta palaciego, oficialista, de esos que predican más mirando al aplauso de los poderosos o de la multitud que el bien y la salvación de los oyentes. Juan no es un profeta recio, exigente, verdadero, sobrecogedor, que lo arriesga todo por la misión que se le ha confiado,n cansarse, sin desanimarse, hasta dar la vida.

4.- La Iglesia necesita profetas verdaderos como Juan, sacerdotes profetas, padres profetas, profesionales profetas, cristianos profetas que hablen abiertamente de su fe y no se avergüencen ante los amigos, los vecinos, lo compañeros de trabajo,  que hablen mirando sólo a Dios, sin que se les trabe la lengua y busquen honores y cargos.

5.- “Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”. Es que el oficio de profeta verdadero no da para más.Y acudía a El toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán. Es el premio del profeta de Dios.

 

CONVERSIÓN:

            Juan predica la conversión, la conversión es querer amar a Dios sobre todas las cosas; y para- amar a Dios sobre todas las cosas lo primero es hablar con él siempre todos los días para recibir la gracia de preferirle a Él a nosotros mismos. Porque yo me amo tanto a mí mismo que me prefiero a Dios. Este es el pecado original. Por eso no olvidéis esto: Los verbos amar a Dios, orar y convertirse a Dios se conjugan igual. Y da lo mismo poner uno antes y otros después. Siempre se necesitan, tienen que estar juntos. Quiero amar a Dios, PORQUE NO LO NECESITO. Juan era el hombre del desierto, una voz que clama en el desierto, vivía en la soledad de la oración para convertirse y llenamos a todos de Dios. San Juan Bautista, el mayor de los nacidos de mujer, danos muchos y santos profetas. Los necesita la Iglesia de Cristo.

        Adviento de cada día: al levantarme: teniendo a Dios en el fondo de todo mi vivir, decirle: qué puedo hacer por Dios; mejor decir a Cristo, qué podemos hacer juntos? Todos los días, siempre esperando a Dios a través de todos los acontecimientos, siempre esperándole… Adviento de cada día que nos prepara para el último, para el final de nuestros días, para el día de nuestro encuentro eterno en nuestra muerte del tiempo.

 

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QUERIDOS HERMANO, HE RECIBIDO PARA TI ESTA CARTA DE JESÚS: MEDÍTALA. (REVISIÓN DEL DOMINGO, PASADA LA NAVIDAD)

 

        Como sabrás, acabamos de celebrar la Navidad, la fiesta de mi cumpleaños… (nos acercamos nuevamente a la fecha de mi cumpleaños: Navidad). Laverdad es que me alegra saber que, al menos un día del año, algunas personas piensan un poco en mi. Recuerdo el año pasado, al llegar el día de mi cumpleaños, mi  nacimiento, mi Navidad hicieron una gran fiesta en mi honor; pero ¿sabes una cosa? Ni siquiera me invitaron.

        Yo era el invitado de honor por ser mi Navidad, mi cumpleaños, y ni siquiera se acordaron de invitarme ni de mencionarme. Ni siquiera se molestaron en bendecir la mesa. La fiesta era para mí y cuando llegó el gran día me dejaron afuera, me cerraron la puerta... y yo había venido con todo mi amor, como en todas las Navidades, para compartir ese momento con ellos. ¿habéis rezado, habéis bendecido la mesa, cantado algún villancico el día de Navidad?)

        La verdad que no me sorprendí, porque en los últimos años en España, en Plasencia, muchos, que se llaman cristianos, me cierran la puerta. Y, como no me invitaron, se me ocurrió entrar sin hacer ruido, porque lo puedo hacer con mi amor y poder infinitos. Entré y me quedé en el rincón, por si alguno quería recordarme.

        Estaban todos bebiendo, había algunos ebrios contando chistes, lo estaban pasando en grande. Para colmo, llegó un viejo gordito, vestido de rojo, de barba blanca y dando voces y gritos. Parecía que había bebido de más. Se dejó caer pesadamente en un sillón y todos los niños corrieron hacia él, diciendo: “¡Santa Claus, Santa Claus!” “¡Papa Noel, Papa Noel!” ¡Como si la fiesta fuese en su honor! Llegaron las doce de la noche y todos comenzaron a besarse y abrazarse; yo extendí mis brazos esperando que alguien me abrazara y... ¿sabes? nadie me abrazó... (tú, como creyente cristiano, has rezado, has ido a misa, has comulgado estos días, para que sea una navidad cristiana para ti y familía).

De repente todos empezaron a repartirse los regalos; uno a uno los fueron abriendo, hasta que se abrieron todos; yo  me acerqué para ver si por casualidad había alguno para mí, y nada ¿Qué sentirías tú si el día de tu cumpleaños se hicieran regalos unos a otros y a ti no te regalaran nada? Comprendí entonces  que yo sobraba en esa fiesta, salí sin hacer ruido, cerré la puerta y me retiré. Y desde luego no fueron a misa ni me adoraron en la navidad de la parroquia. (qué hemos hecho nosotros en esta navidad)

        Cada año que pasa es peor; la gente sólo se acuerda de la cena, de los regalos y de las fiestas, y de mi pocos se acuerdan. Quisiera que esta Navidad me permitieras entrar en tu vida, quisiera que reconocieras que hace más de dos mil años vine a este mundo para dar mi vida por ti en la cruz y de esa forma poder salvarte. Hoy sólo quiero que tú creas esto con todo tu corazón.

        Voy a contarte algo, he pensado que como muchos no me invitaron a su fiesta, voy a hacer la mía propia, una fiesta grandiosa ahora en esta santa misa que hace presente toda mi vida, desde que nací, dí la vida por vosotros, para que todos podaís ir al cielo y celebrar allí eternamente con los vuestros la Navidad eterna de la Salvación y del gozo con Dios Trinidad…((como la que jamás nadie se imaginó, una fiesta espectacular, en la que haré presente todo lo que conseguí viviendo en la primera Navidad)).

En esta santa misa, que como todas las misas es una navidad perpetua, porque vengo con el mismo amor y deseos de salvaros que vine en la primera Navidad, voy a venir con el mismo amor infinito y traigo todo el mismo amor y la salvación y la eternidad de Dios Trino y Uno. Sólo quiero que me digas si quieres asistir, celebrarla con devoción porque soy el mismo Jesús Hijo de Dios y Salvador de los hombres, de tus hijos y de todo el mundo; te reservaré un lugar, y escribiré tu nombre con letras de oro en mi gran libro de invitados al cielo. Te espero, en esta Navidad que es la santa misa, la Eucaristía, te espero en alguna visita ante el Sagrario, en la atención o visita a algún enfermo porque sabes lo que hagas con un hermano, lo hacéis conmigo, te espero  en el pesebre, en la oración y en la Comunión Eucarística de este domingo de navidad para darte mis regalos, mi amor, mi salvación, la de tus hijos que no han venido, de todos los hombres.

(Querido hermano, yo sé que tú si invitas al Señor a que venga a tu corazón, yo sé que le estás esperando… pero a lo mejor, el Señor quiere que sea un encuentro, una navidad de mayor amor y santidad, que no sean solo villancicos y… Prepara mejor, si puedes, tu corazón, tu amor, tus ratos de oración para que sea Navidad en tu alma, en tu vida, en tu familia. Y no te olvides de orar por la Iglesia, por los tuyos, por el mundo, para que sea navidad de Cristo en todos, para estar así más unido a mí y vivir más plenamente la navidad salvadora de los hombres y del mundo.)

 

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NAVIDAD: HOMILÍA DEL DÍA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos dice el evangelio en estos días.-“Y sucedió que estando allí se le cumplió la hora del parto”. “María envolvió al niño Jesús en unos pañales y le recostó con amor en el pesebre”. Hermanos, es la navidad cristiana, el nacimientos de nuestro Señor Jesucristo, de un Dios que se hace hombre para salvar a los hombres, creamos, amemos, confesemos con fe viva y agradecida este misterio.

        Sólo María podía hacer este trabajo porque sólo ella estaba llena de gracia y de fe y de amor para hacerlo, porque es la criatura más divina y perfecta que ha existido en este mundo. Todos los gestos fueron expresión  de su fe y ternura en su hijo, Hijo de Dios.

Le besaría los pies, porque era su Señor; le besaría las manos y la cara porque era su hijo. Y se quedaría mucho tiempo contemplándole, tratando de comprenderle, porque era la Palabra eterna del Padre a los hombres, el Amor Infinito de Dios, a quien ella había dado carne. Porque el pesebre es una cátedra de la revelación del Amor de Dios para todos los que creemos en Jesucristo. Imitemos también nosotros este día a María, adoremos, besemos, acariciemos con amor al mismo Hijo de Dios, que se ha hecho niño y pobre para salvarnos.

        Desde la cátedra del pesebre, el Niño Dios, hecho hombre, hecho tiempo, límite, pobre, necesitado e indigente, nos enseña muchas cosas:

        1º primero: El niño nacido en Belén nos revela el amor que Dios siente por el hombre. Dios te ama, Dios existe, Dios te busca y viene a  tu encuentro, querido hermano. Es un amor sin límites de tiempo y espacio, abarca a todos los hombres, es infinito y gratuito, porque Dios no necesita del hombre y viene para llenarle de su plenitud: “En esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”, nos dice San Juan.

Vemos que es un  un amor que se manifiesta en obras, encarnándose en la humildad de nuestra carne. Es misericordioso: viene a salvarnos, a perdonarnos, a dar su vida para que todos la tengamor eterna. Por eso la liturgia de este día exclama: «Rey del Universo, a quien los pastores encontraron envuelto en pañales, ayúdanos a imitar siempre tu pobreza y sencillez».

2º.- Para comprender verdaderamente este misterio de la Navidad, hay que contemplarlo en oración, en silencio, hay que pasar ratos mirando al Niño en el portal de nuestros nacimientos, sobre todo en los Sagrarios de la tierra, porque es el mismo de ayer y de siempre, el que nació y murió y permanece ahí, en todos los sagrarios, para llevarnos a todos al cielo, a la vida eterna, única razón de su nacimiento como hombre, por la que vino en la Navidad. Hermanos, agradezamos este amor viniendo a misa estos días, confesando y comulgando, oremos ante el sagrario, sólo orando, el corazón puede llegar a sentir y vivir estos misterios de amor que la razón no entiende ni comprende.

 

Y 3º: Que Cristo no encontrase hospedaje entonces, lo puedo comprender por las circunstancias históricas de su nacimiento; pero lo que no se puede explicar, es que tú y yo y nosotros no le demos hospedaje de amor y de fe en nuestros corazones, que pasemos indiferentes ante este misterio, que no le recibamos estos días en nuestras vidas y familias y no recemos y le comulguemos con un corazón lleno de amor a Dios y a todos, que no hagamos las paces en los matrimonios, en las familias, entre hijos y padres y los vecinos y amigos.

Nos duele muchísimo que estos tiempos de ateísmo e indiferencia y lejanía religiosa, muchos han cerrado las puertas a Cristo y no le han dejado nacer en ellos, en sus vidas y familia, basta mirar la política y las televisióones, es que la mayor parte ni mencionan la navidad y si la mencionan lo hacen sin Cristo, sin iglesia, sin religiosidad alguna.

Hermanos, recemos y pidamos por los nuestros y por todos los cristianos y por el mundo entero. Porque «Aunque Cristo nazca mil veces, si no nace en nuestro corazón, no será Navidad cristiana, todos habrá sido inútil, aunque sobren champán y turrones.

        Y nada más, queridos hermanos. Pido y deseo de todo corazón, como los ángeles del cielo que anunciaron la primera navidad, que el feliz acontecimiento del Nacimiento de Jesucristo, sirva para gloria de Dios en las alturas y salvación de los hombres en la tierra. Así sea y así se lo pido al Señor en esta santa misa, especiamente por vosotros y vuestras familias.

 

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UNA NAVIDAD SIN NAVIDAD VERDADERA POR EL INTENTO DE BANALIZAR UN ACONTECIMIENTO TRANSCEDENTAL RELIGIOSO

 

Marcos Cantos Aparicio, Profesor de la Universidad Eclesiástica San Dámaso de Madrid

 

Va siendo frecuente en este país nuestro que,al aproximarse la Navidad, aparezcan noticias sobre la instalación en una ciudad de un seudobelén a capricho del gobernante de turno, o de la publicidad llevada a cabo en el suburbano de otra ciudad por una empresa de artículos eróticos que vincula la palabra «orgasmo» con «Aleluya» y «Navidad».

Navidad, piensan, es un tiempo festivo y celebrativo, y eso da pleno derecho a que cada cual a que lo celebre según su mentalidad y no según fue realmente, nacimiento del hijo de Dios, eso ya no aparece en los carteles y adornos de Navidad, es una navidad pagana, sin Cristo, que cada uno celebra según aquello que le apetece.

Que la Navidad es un tiempo festivo, celebrativo, es ciertamente algo en lo que todos coincidimos, creyetes y no creyentes. Pero, ¿qué es lo que se celebra realmente por parte de algunas ciudades y ayuntamientos y comercios? La diversión y el comercio.

Sin embargo, el término «Navidad» procede del latín nativitas, que significanacimiento. Lo que se celebra, pues, es un Acontecimiento, el nacimiento de Jesucristo,Hijo de Dios encarnado.

Se desconoce el día exacto de dicho nacimiento. ¿Por qué, entonces, se celebra el 25 de diciembre?

La razón es sencilla: la fiesta romana del Dies natalis solis invicti, el día del nacimiento del Sol invicto se celebraba el 25 de diciembre, pues tal día, tras el solsticio de invierno, el Sol renacía de nuevo. El cristianismo, al suprimirla y poner en su lugar la Navidad, quería significar que el verdadero Sol que nace es Cristo, quien con su Luz ilumina al mundo entero. Tal es su sentido, y así se ha venido celebrando desde entonces.

Sin embargo, desde hace un tiempo, sucede un fenómeno tan paradójico como trágico, y en ningún caso inocente: el auténtico sentido de la Navidad se ha ido oscureciendo/ banalizando, degenerando. Se le quiere despojar, primero, de su identidad y significado originario, nacimiento del Sol invicto, y después, si es posible, incluso de su referencia al acontecimiento histórico al que dio origen: el nacimiento de Jesucristo, Sol de justicia y amor y verdad. Se le vacía de su carácter teológico e histórico para reducirlo a un mero tiempo vacacional de carácter sentimental y consumista, al que se pretende dotar además de un valor absoluto, olvidando el aspecto religioso, el nacimiento del Hijo de Dios. Lo Absoluto es así cambiado por algo que el hombre erige como absoluto; una vuelta, en definitiva, a lo profano y vanal e idolatría de lo puramente humano y pasajero.

Es un fenómeno nada sorprendente, por cierto, pues es cosa sabida -la filosofía y la historia lo saben bien-, que si el hombre suprime lo Absoluto, suprimer a Dios de la vida, del mundo, inmediatamente otro absoluto, otros ídolos ocuparán su lugar. Y ahora en Navidad en muchos medios y belenes y adornos ni se menciona ni se pone a Dios, al niño Dios, en el pesebre, con María y José. Y encima se le premia a estas ciudades. Así que la navidad se va convirtiendo en una fiesta pagana. Es un paso más en este proceso de descristianización nacional y mundana.

Lo cierto es que el ser humano, los estados laicos y ateos  están manipulando el relato de la historia y del evangelio, de la verdadera navidad cristiana por una pagana y sin Cristo, sin amor, sin la luz y el gozo de la fe, pero no puede cambiar la historia. Lo que sucedió allí, lo que siempre celebrará el cristianismo, es un Acontecimiento de Salvación, el nacimiento del niño Dios, Luz y Vida eterna que ha tomado todo lo humano para elevarlo de nuevo a Dios.

Esa es la esperanza cristiana, que en realidad es la esperanza profunda e indestructible de todo corazón humano, lo sepa o no lo sepa: la espera de Enmanuel, de un «Dios con-nosotros». El cristianismo sabe bien que esa esperanza ya se ha cumplido, y por eso la celebra y anuncia con gozo y esperanza.

En fin, hermanos, felicitémonos y alegrémonos todos en este día en el Niño recién nacido, porque, si Cristo nace, Dios AMA AL HOMBRE, sigue amando y perdonando al hombre; si Cristo nace, Dios no se olvida del hombre; si Cristo nace,  nuestra vida tiene sentido, y somos eternos, si ES NAVIDAD, SOMO ETERNOS, no moriremos porque “Dios envió a su HIJO AL MUNDO al mundo, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sin que tengan vida eterna…”. FELIZ NAVIDAD A TODOS.

 

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25 DE DICIEMBRE: NATIVIDAD DEL SEÑOR

 

MISA DE MEDIANOCHE

 

PRIMERA LECTURA: Is 9, 1-3.5-6

 

        Isaías es portador de la buena noticia de la venida de los tiempos mesiánicos que se manifestarán a través de un cambio radical de situaciones, especialmente a favor de los pobres y de los humildes que serán los primeros beneficiarios de la salvación. Por eso los profetas entrevieron este día a distancia de siglos y lo describieron con profusión de imágenes: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló”.  Es la luz que disipa las tinieblas del pecado, de la esclavitud de la carne y de los sentidos, de la opresión de consumismo, de la opacidad de una vida sin sentido de por qué y para qué vivo. Esa luz es el preludio de la venida del Mesías, portador de libertad, de paz, de alegría: “Acreciste la alegría, aumentaste el gozo”. ¿Y cuál es la causa de esta alegría, de tanto gozo? “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”. Pero ¿no nacen todos los días muchos niños? ¿Por qué tanta alegría en este nacimiento? La profecía sobrepasa inmensamente la perspectiva de un mero rey terreno enviado por Dios para liberar a su pueblo y se proyecta sobre Belén, iluminando el nacimiento no de un rey poderoso, sino del “Dios fuerte” hecho hombre. Su reinado  se extiende a todos los hombres y al mundo entero. Es un reinado de justicia y de paz para siempre; Él es el «Niño» nacido para nosotros, el «Hijo» que nos ha sido dado, por quien los hombres son reconciliados con Dios y entre sí. “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva al hombro el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz”.

 

 

SEGUNDA LECTURA: Tit 2,11-14

 

        San Pablo contempla conmovido esta venida de Dios en carne humana a los hombres y exclama: “Ha aparecido la  gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres”. Ha aparecido en el tierno Niño que descansa en el regazo de la Virgen Madre; es nuestro Dios, el Enmanuel, el Dios con nosotros, hecho uno de nosotros, “enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa”. La relación con Dios, la gracia de Dios nos enseña a renunciar al mundo y a las pasiones del mundo. El pecado importa dos dimensiones principales; por una parte, es olvido o rechazo de lo que Dios quiere; por otra, el entregarnos a los placeres mundanos. La intervención de Dios en nuestra vida nos empuja a matar este egoísmo y a seguir la voluntad de Creador y Señor de la vida, “aguardando la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo”.  El arco de la esperanza cristiana está tendido entre dos polos: el nacimiento de Jesús, principio de toda salvación, y su venida al fin de los tiempos, meta hacia la que se orienta toda la vida cristiana.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS: 2,1-14

 

        QUERIDOS HERMANOS: «Esta noche es nochebuena y mañana Navidad», acabamos de cantar en nuestros hogares, hace poco tiempo, durante la cena, y cantaremos dentro de poco en la Iglesia. Con inmenso gozo, al correr de los — años, volvemos a celebrar con alegría siempre nueva el nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo. Hace poco, ayer exactamente, rezábamos en la liturgia de la Misa y de las Horas: “Ven Señor, y no quieras ya tardar”. Hoy, llenos de alegría, decimos con la Iglesia: «Christus natus est nobis, venite, adoremos»; Jesucristo ha nacido para nosotros, venid, adorémosle.

        Ha nacido el Señor, queridos hermanos, ha nacido el Redentor del mundo y de los hombres, venid y adorémosle. Ha nacido en carne humana el eterno, el invisible, el Hijo de Dios, que, por los hombres y por nuestra salvación, descendió de los cielos y se encarnó en el seno de María Santísima. Alegrémonos y felicitémonos en Dios Padre, que hizo este proyecto de amor Salvador para los hombres; felicitémonos y alegrémonos en el Hijo, que nos amó tanto que  obedeció y se hizo hombre como nosotros por amor de hermano; alegrémonos y felicitemos a María, que se hizo esclava por amor a Dios y a todos sus hijos, los hombres; felicitémonos y alegrémonos en José, que fue humilde y colaboró en el plan de Dios; en fin, felicitémonos y alegrémonos todos esta noche en el Niño recién nacido, porque, si Cristo nace, Dios sigue amando y perdonando al hombre; si Cristo nace, Dios no se ha olvidado de los hombres; si Cristo nace,  nuestra vida tiene sentido, y somos eternidad en el tiempo por el proyecto del amor de Dios en el Hijo entregado”.Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Unigénito”. Por eso, llenos de alegría, repitamos el anuncio de los ángeles en la Noche buena: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Sea este nuestro canto y nuestra oración y felicitación durante estos días.

        Una noche, hace más de dos mil años, la Virgen María, en el Portal de Belén, celebró la primera Navidad, la primera Nochebuena. Fue todo muy sencillo, pobre y humilde. Si queréis, para mejor comprender los caminos del Señor, nos vamos a anticipar, siguiendo el Evangelio de hoy, a este delicioso acontecimiento y vamos a sorprender a San José y  la Virgen aún en su casita de Nazaret. Viven felices y tranquilos, Él trabajando en su oficio, y ella preparando los pañales y el vestido para el niño esperado. Ni el uno ni el otro, se preocupan de que setecientos años antes, el profeta Miqueas había anunciado que el Mesías, el Prometido, nacería en Belén de Judá,  ciudad que distaba de Nazaret 120 kilómetros.

        Pero Dios velaba por el cumplimiento de sus profecías y su divina Providencia, fuerte y suave a la vez, lo tenía todo medido y calculado: Por aquellos días, nos dice el Evangelio que acabamos de proclamar, se promulgó un decreto de César Augusto, el Emperador de Roma, mandando que se empadronasen todos los habitantes de su Imperio; y todos iban a empadronarse, cada cual a la ciudad de su origen. José, pues, como era de la casa y familia de David, vino desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David, llamada Belén, para empadronarse con María, su esposa, la cual estaba para tener un hijo. Así nos prepara el evangelista para el nacimiento del Hijo de Dios. María y José tuvieron que trasladarse desde Nazaret hasta Belén, cuando ellos menos lo esperaban, cumpliéndose, de esta forma tan sencilla, la profecía, que reservaba para la ciudad de Belén el nacimiento del Salvador del mundo.

        Tienen que andar, como hemos dicho, 120 kilómetros, y se unen tal vez a una de las caravanas que hace el mismo camino. Van saboreando en su corazón el sublime misterio que pronto contemplarán sus ojos, mientras los demás caminantes reniegan del Emperador de Roma, que les obliga a emprender tales jornadas, para averiguar el número de súbditos con que cuenta en su Imperio. Por este motivo, numerosos judíos invaden casas y albergues, pues han venido de muchas partes, para cumplir la ley del Emperador. María y José llaman a las puertas pidiendo hospedaje, todos les responden lo mismo: que no hay sitio para ellos, porque los ven pobres. ¡Ni un rincón para que descansen del largo viaje! Si fuesen ricos, si hubieran venido en buenas carretas y caravanas, nada les faltaría. En vano el bendito Patriarca alega que va a dar a luz María. Todos mueven los hombros y murmuran: «Que Dios les ampare». Qué mofa, hermano; tal vez esta frase nos recuerde algo, tal vez también nosotros la hayamos pronunciado sin mirar realmente a la persona que nos pedía ayuda.

        Viene la noche, José y María se miran. Las lágrimas saltan a sus ojos. No lloran por ellos, lloran por su Dios. Viene a salvar a los hombres, y los hombres no quieren recibirlo. Alguien dice a los esposos que pueden refugiarse, si quieren pasar la noche bajo techado, en una cueva abierta en las entrañas de una roca, donde solían guarnecerse algunas noches tempestuosas los pastores y sus rebaños. Por eso podían verse allí, en un rincón, algunas pajas viejas y un pesebre destartalado. Allá se encaminan silenciosos José y María, llegan a la gruta y ella, la predilecta, la escogida del Señor, se sienta sobre una piedra. En qué trono, Señor, en qué palacio. José la mira con un afecto de ternura y veneración infinita, y después, lentamente, delicadamente, se ponen a limpiar la cueva. A José se le parte el alma al ver que no puede ofrecer a su Dios, a su esposa, un refugio mejor. La Virgen le consuela diciéndole que Dios lo dispone todo, que el Hijo de Dios quiere nacer pobre para que los hombres no maldigan a los pobres. El Hijo de Dios, queridos hermanos, quiere nacer pobre, quiere nacer en una cueva, una verdadera cueva, de paredes sucias, techo que deja pasar el agua, y suelo mal empedrado. Qué nos dice esto a nosotros, que sólo buscamos el dinero, el lujo, la riqueza, la comodidad. Para Él hay cosas más importantes que las riquezas de este mundo; son la gracia y la vida de Dios, la salvación eterna, el amor a Dios y a los hermanos. Esto es lo que nos enseña Jesús naciendo de esta manera, en esta pobreza.

        Y ya sabéis lo que acaeció aquella noche en Belén. Oíd otra vez la encantadora sencillez del Evangelio: Aconteció que estando allí, se cumplió el tiempo en que María debía dar a luz. Era la noche del 24 de diciembre, todas las naciones estaban en paz, Jesucristo, eterno Dios e Hijo del Eterno Padre, quiere bendecir al mundo con su misericordiosa venida. La Virgen María conoce que está cerca el momento esperado, se recoge en profunda oración. José está también orando. Pasan los minutos, y en aquella medianoche,  más clara que el mediodía, los cielos empiezan a destilar sobre el mundo dulzura de miel. Llega el momento, y la Virgen Santa, sin dolor, sin pesadumbre, sin mengua de su integridad personal, ve delante de sí, nacido de ella misma, más limpio y resplandeciente que el sol, al bien y remedio del mundo, que ya con sus lágrimas empieza a hacer el oficio de redentor. No se puede explicar con pobres palabras humanas lo que siente en aquel momento la Virgen, al ver hecho Niño, al que sabía que era su Dios. Nació como un rayo que sale por el cristal sin romperlo ni mancharlo, aprendimos de niños en nuestros catecismos. ¡Con qué alegría lo recibió San José en sus brazos de manos de su esposa, María! ¡Cómo temblaría de amor y se ofrecería a servirle y a trabajar por Él toda la vida. Así fue la primera Navidad, tan sencilla, tan suave, como lo auténticamente grande y divino. Todo en silencio, en recatada oscuridad. Después se abrieron violentamente las puertas del Cielo, se precipitó sobre los pastores el ejército de los ángeles, que anunciaron a los pastores el nacimiento del Salvador del mundo, mientras cantaban por los espacios siderales: Gloria a Dios en los Cielos y paz a los hombres de buena voluntad. (Cfr. Intimidad divina, Gabriel de Sta. Mª Magdalena, pág. 133-337).

        Dos conclusiones quisiera sacar:

 

        1.- Para comprender verdaderamente este misterio de Navidad, hay que contemplarlo en oración, en silencio, hay que pasar ratos mirando al Niño en el portal de nuestros nacimientos, que es el mismo de ayer y de siempre. Sólo orando, el corazón puede llegar a sentir y vivir lo que la razón no entiende, no comprende. A estos misterios sólo se llega por la oración amorosa, por la contemplación de amor que Dios infunde en el alma. Sólo orando, como María, se puede recibir  y vivir este misterio de amor divino, loco, infinito e inmenso de Dios a los hombres.

        2.- Que Cristo no encontrase hospedaje entonces, lo puedo comprender por las circunstancias; puede tener cierta explicación dentro de lo verdaderamente inexplicable, porque era mucha gente y nadie le conocía como tal: Dios y Mesías. Pero lo que no se puede explicar, es que tú y yo y nosotros no le recibamos estos días en nuestras vidas con un corazón limpio y confesado, con un alma llena de amor y ternura por Él. Porque indicaría que no creemos en Él, que no le conocemos o que no le amamos. Y sin embargo, hay que reconocer que en estos tiempos de ateísmo e indiferencia y lejanía religiosa, muchos han cerrado las puertas a Cristo y no le han dejado nacer dentro de ellos, de su vida, de su familia, de su amor. Y ya os sabéis de memoria, por repetida, la afirmación que hago con frecuencia en estos días: «Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, la Navidad habrá sido inútil».

        Y nada más, queridos hermanos; yo sé que todos comulgaréis estos días, confesando, si fuera necesario. Mis deseos y mi oración en esta Nochebuena se confunden con el anuncio de los ángeles. Deseo de todo corazón, como los ángeles del Señor, que el feliz acontecimiento del Nacimiento de Jesucristo, sirva para gloria de Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.

 

 

MISA DEL DÍA

       

PRIMERA LECTURA: Is 52, 7-10

       

        A principios del siglo VI antes de Cristo, una gran parte de los habitantes de Judea y de Jerusalén fue deportada a Babilonia. Pero al cabo de medio siglo, Babilonia fue conquistada por Ciro y éste autorizó el retorno a Jerusalén de los deportados. El texto leído hoy canta la alegre noticia del retorno. Y como en toda profecía la alegría y el consuelo se extiende más allá de lo que aparece y sobrepasa la realidad presente, porque todos los extremos de la tierra, no sólo Jerusalén, verán un día y se alegrarán con la salvación de Dios. La alegría del anuncio hermosea y da alas a los pies del mensajero. Detrás de Él viene enseguida el Liberador, el rey victorioso que es el mismo Dios. El profeta se sitúa sobre las murallas y contemplando a los mensajero que trae este  anuncio, exclama: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: Tu Dios es Rey!”.

        Los cristianos tenemos que mantener abierto nuestro corazón a la salvación que Dios nos trae: “Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén…y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios”.

 

SEGUNDA LECTURA: Hb 1, 1-6

 

El nacimiento de Jesús da inicio al Nuevo Testamento. La Escritura lo había anunciado por revelaciones parciales y fragmentarias diseminadas por el A. T. Esa etapa ha tocado a su fín. Y ahora el Padre en su Hijo nos lo ha revelado todo. El autor de la carta se ve obligado a escribir a unos cristianos que sentían nostalgia de la tradición religiosa judía; trata de asegurarles la supremacía de la vida cristiana, subrayando la superioridad de Cristo sobre cualquier profeta anterior y posterior. Porque éstos hablaron en nombre de Dios; mientras que en esta etapa final nos ha hablado por  el Hijo, “reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa”. Jesús es el revelador del Padre, con sus palabras y en su persona; ha purificado de todo pecado al mundo con su venida y es el mediador de una nueva alianza.  Esa Palabra reveladora del Hijo es la misma que creó el Universo. Y al final Dios nos lo dice todo por el Hijo encarnado. Por eso, la Encarnación es la cumbre de la revelación divina: “Ahora, en esta etapa final nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo”. Después de su obra redentora, está sentado glorioso a la derecha del Padre como Hijo, con el mismo poder de Dios: “Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en las alturas”. Esta Palabra encarnada merece toda nuestra fe, amor, adoración, seguimiento, veneración: “Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios».

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 1,1-18

 

NAVIDAD EN EL HOGAR SACERDOTAL

 

QUERIDOS HERMANOS: ¡Feliz Navidad! Quiero ahora compartir con vosotros este gozo de ser católico y creyente en la Navidad porque la Navidad nos enseña muchas cosas a todos los que hemos tenido el gozo de encontrarnos con la locura de amor de un Dios hecho niño por amor a todos los hombres, Jesucristo, y poder celebrarla con fe y amor.

    La Navidad cristiana nos dice muchas cosas a todos los hombres, al mundo entero: nos dice que somos eternos y estamos salvados porque el Hijo de Dios con amor infinito al hombre se hace hombre para decirnos que Dios Trinidad nos ama y nos espera para una eternidad de gozo con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Y para quitarnos toda duda de su amor y salvación ese niño Dios nació humano porque quiso morir  en una cruz para abrirnos a todos la eternidad de gozo con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y para que nunca dudásemos de su Amor.

Y ese Dios hecho niño, qué misterio de amor, cuando vino ya sabía lo que tenía que sufrir por todos nosotros. La pena es que muchos humanos no lo sepan o no lo crean, incluso gobernantes que lo rechcen, qué pena, Señor, y Tú lo sabías y Tú todos los años haces presente este misterio de amor aunque muchos hombres lo ignoren o lo nieguen y no crean… qué pena, Señor, este mundo actual, es más, incluso los que creemos qué pena que no lo vivamos con ese amor tuyo tan loco y apasionado por nosotros porque siendo Dios y no necesitando nada de nosotros viniste con amor infinito para ser amigo y salvador de todos los hombres, y eso es la Navidad cristiana  porque aunque sobren champán y turrones si Cristo no nace por amor en el corazón de los creyentes no será auténtica Navidad Cristiana.

¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú EXISTES Y NOS AMAS CON AMOR ETERNO, y sin necesitar nada del hombre -- ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas, si eres infinito, lo tienes todo?—has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor, para llenarme de tu misma felicidad, que nos trajo tu Hijo amado hecho hombre en el seno de la Virgen bella y Madre María.

        Querido Dios hecho niño, creo, creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo y que cada uno de nosotros, hombre finito y Tú eres Dios y lo tienes todo.

Queridos hermanos, cuando el creyente cree de verdad,  se llena de gozo y felicidad en la Navidad, y no se cansa de creer más y más y cantar villancicos, porque la Navidad es una locura de amores  infinitos y eternos hechos tiempo y humano, que no se curan porque son infinitos, vienen del mismo Dios, que herido de amor, se hace niño – pero Dios hecho niño, qué locura, pero ¿lo creo o no lo creo? y viene a mi encuentro, a nuestro encuentro…, la Navidad es  Dios amando locamente al hombre que viene a un encuentro de amor y felicidad… es la mayor locura de amor… es que no tiene explicación: que el Dios infinito se haga criatura, hombre finito y sabiendo lo que le iba a pasar, cómo

corresponderían los hombres de entonces y de ahora y de todos los tiempos…, porque no siempre ha sido correspondido con amor por los hombres.

Por eso, nosotros, contemplando a un Dios hecho niño en la cuna, sólo queremos adorarte, Niño Dios, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte razones y motivos de este misterio de amor, es decir, orar, contemplarte, mirarte,  orar mucho, pasar largos ratos contemplándote, contemplando el misterio de tu Navidad, recogerse en tu presencia ahora en todos los Sagrarios de las iglesias y en la misa-eucarística y meditar muy despacio, sin prisas, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprenderemos nunca sino que solamente tocamos y barruntamos por amor en ratos de oración: ¿ Por qué, pues has llagado aqueste corazón de amor, no le sanaste…. Descubre tu presencia y máteme tu rostro y...

        ¡Dios santo, Tú existes, querido hermano, la Navidad existió y existe de verdad, porque Él te amó y nos ama y caídos en el pecado se hizo hombre y luego un poco de pan para salvarnos y llevarnos desde el tiempo a su gozo eterno que empieza en la tierra en ratos de Sagrario! Tú nos amas de verdad, Dios niño en Belén y te haces un trozo de pan para alimentar nuestra fe, esperanza y caridad sobrenatural en cielo anticipado.

Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Y se ha hecho hombre para hacernos divinos, eternos. Eso es la Navidad. Es Dios amando apasionadamente a los hombres para hacernos herederos de su cielo y eternidad. ¡Dios existe y nos ama, es verdad! Basta creer en la Navidad y celebrarla con fe y amor y esperanza sobrenatural. La Navidad es Dios amando apasionadamente a todos los hombres creados y redimidos por un Dios que se hace hombre por salvar al hombre. Correspondamos a tanto amor de Dios en Navidad. Celebremos así la Navidad cristiana.

 

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Por eso, el hombre, los hombres modernos, alejándose de Ti con estos políticos ateos, nos estamos quedando vacíos de la Navidad cristiana, de Cristo, de la verdadera Navidad del amor verdadero y fraterno de un Dios hecho hombre.

En cuanto nos hemos alejado de ti, niño Dios nacido en Belénn en esta sociedad de político ateos, tenemos más sexo y placeres que nunca, incluso desde la infancia, qué pena estas leyes españolas, pero estamos todos más tristes, porque nos falta Dios, porque Tú eres el amor y la felicidad verdadera, plena e infinita. El hombre moderno necesita volver a Dios, creer en la Navidad, vivir la Navidad para encontrar el motivo de su existencia y la razón de su caminar por este mundo.

También estoy un poco triste, mi Dios hecho niño y te lo digo en voz un poco baja, porque algunos de tus cristianos, algunos solo no te buscan y vienen a encontrarse contigo en ratos de oración, de amor, sobre todo ante tu presencia en los Sagrarios de las parroquias… no tienen tiempo para agradecer tu amor hasta el extremo, para estar contigo en oración y diálogo de amor, por pura rutina, sin entrar en contacto contigo especialmente en la cuna de tu presencia permanente en el Sagrario.

        Queridos hermanos: Ha nacido el Señor, queridos hermanos, ha nacido el Redentor del mundo y de los hombres, venid y adorémosle. Ha nacido en carne humana el eterno, el invisible, el Hijo de Dios, que, por los hombres y por nuestra salvación, descendió de los cielos y se encarnó en el seno de la hermosa nazarena, Virgen bella y hermosa, María Santísima.

Hermanos, Dios te ama, tu vida es más que esta vida, Él ha venido para hacernos eternos con Él en el cielo, por eso se hizo no solo niño, carne humana, sino un trozo de pan para elimentar nuestra hambre de Dios y eternidad ya en la tierra.

Alegrémonos y felicitémonos en Dios Padre, que hizo la Navidad, este proyecto de amor Salvador para los hombres por medio del Hijo; felicitémonos y alegrémonos en el Hijo, que nos amó tanto que  obedeció y se hizo hombre como nosotros por amor de hermano; alegrémonos y felicitemos al Espíritu Santo que realizó este misterio amor infinito y salvación en María, Madre de Cristo y Madre nuestra que se hizo esclava de Dios por amor a Él y a todos los hombres; y no nos olvidemos de felicitar y alegrarnos tambien en José, que fue humilde y creyó y colaboró en el plan de Dios.

DIOS MÍO, TRINIDAD SANTÍSIMA, PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO, CREO, CREO, ADORO, ESPERO Y TE AMO, Y TE PIDO PERDÓN EN ESTE DÍA DE NAVIDAD POR TODOS LOS QUE NO CREEN, NO ADORAN, NO ESPERAN Y NO TE AMAN. Y CONFÍO Y ESPERO TU ABRAZO ETERNO DE AMOR EN TU HIJO ENCARNADO POR AMOR DE ESPÍRITU SANTO A TODOS LOS HOMBRES. AMÉN, ASÍ SEA, ASÍ LO PIDO EN ESTA SANTA MISA.

 

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LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS: 2,1-14

 

        QUERIDOS HERMANOS: «Esta noche es nochebuena y mañana Navidad», acabamos de cantar en nuestros hogares, hace poco tiempo, durante la cena, y cantaremos dentro de poco en la Iglesia. Con inmenso gozo, al correr de los — años, volvemos a celebrar con alegría siempre nueva el nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo. Hace poco, ayer exactamente, rezábamos en la liturgia de la Misa y de las Horas: “Ven Señor, y no quieras ya tardar”. Hoy, llenos de alegría, decimos con la Iglesia: «Christus natus est nobis, venite, adoremos»; Jesucristo ha nacido para nosotros, venid, adorémosle.

        Ha nacido el Señor, queridos hermanos, ha nacido el Redentor del mundo y de los hombres, venid y adorémosle. Ha nacido en carne humana el eterno, el invisible, el Hijo de Dios, que, por los hombres y por nuestra salvación, descendió de los cielos y se encarnó en el seno de María Santísima. Alegrémonos y felicitémonos en Dios Padre, que hizo este proyecto de amor Salvador para los hombres; felicitémonos y alegrémonos en el Hijo, que nos amó tanto que  obedeció y se hizo hombre como nosotros por amor de hermano; alegrémonos y felicitemos a María, que se hizo esclava por amor a Dios y a todos sus hijos, los hombres; felicitémonos y alegrémonos en José, que fue humilde y colaboró en el plan de Dios; en fin, felicitémonos y alegrémonos todos este día en el Niño recién nacido, porque, si es Navidad, si Cristo nace, Dios sigue amando y perdonando al hombre; si Cristo nace, Dios no se ha olvidado de los hombres; si Cristo nace,  nuestra vida tiene sentido, y somos eternidad en el tiempo por el proyecto del amor de Dios en el Hijo entregado”.Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Unigénito”. Por eso, llenos de alegría, repitamos el anuncio de los ángeles en la Noche buena: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Sea este nuestro canto y nuestra oración y felicitación durante estos días.

        Una noche, hace más de dos mil años, la Virgen María, en el Portal de Belén, celebró la primera Navidad, la primera Nochebuena. Y ya sabéis lo que acaeció aquella noche en Belén. Oíd la encantadora sencillez con que nos lo cuenta el Evangelio: Aconteció que estando allí, se cumplió el tiempo en que María debía dar a luz. Era la noche del 24 de diciembre, todas las naciones estaban en paz, Jesucristo, eterno Dios e Hijo del Eterno Padre, quiere bendecir al mundo con su misericordiosa venida. La Virgen María conoce que está cerca el momento esperado, se recoge en Llega el momento, y la Virgen Santa, sin dolor, sin pesadumbre, sin mengua de su integridad personal, ve delante de sí, nacido de ella misma, más limpio y resplandeciente que el sol, al bien y remedio del mundo, que ya con sus lágrimas empieza a hacer el oficio de redentor.

No se puede explicar con pobres palabras humanas lo que siente en aquel momento la Virgen, al ver hecho Niño, al que sabía que era su Dios. Nació como un rayo que sale por el cristal sin romperlo ni mancharlo, aprendimos de niños en nuestros catecismos. ¡Con qué alegría lo recibió San José en sus brazos de manos de su esposa, María! ¡Cómo temblaría de amor y se ofrecería a servirle y a trabajar por Él toda la vida. Así fue la primera Navidad, tan sencilla, tan suave, como lo auténticamente grande y divino. Todo en silencio, en recatada oscuridad. Después se abrieron violentamente las puertas del Cielo, se precipitó sobre los pastores el ejército de los ángeles, que anunciaron a los pastores el nacimiento del Salvador del mundo, mientras cantaban por los espacios siderales: Gloria a Dios en los Cielos y paz a los hombres de buena voluntad. (Cfr. Intimidad divina, Gabriel de Sta. Mª Magdalena, pág. 133-337).

        Dos conclusiones quisiera sacar:

        1.- Para comprender verdaderamente este misterio de Navidad, hay que contemplarlo en oración, en silencio, hay que pasar ratos mirando al Niño en el portal de nuestros nacimientos, que es el mismo de ayer y de siempre. Sólo orando, el corazón puede llegar a sentir y vivir lo que la razón no entiende, no comprende. A estos misterios sólo se llega por la oración amorosa, por la contemplación de amor que Dios infunde en el alma. Sólo orando, como María, se puede recibir  y vivir este misterio de amor divino, loco, infinito e inmenso de Dios a los hombres.

        2.- Que Cristo no encontrase hospedaje entonces, lo puedo comprender por las circunstancias; puede tener cierta explicación dentro de lo verdaderamente inexplicable, porque era mucha gente y nadie le conocía como tal: Dios y Mesías. Pero lo que no se puede explicar, es que tú y yo y nosotros no le recibamos estos días en nuestras vidas con un corazón limpio y confesado, con un alma llena de amor y ternura por Él. Porque indicaría que no creemos en Él, que no le conocemos o que no le amamos. Y sin embargo, hay que reconocer que en estos tiempos de ateísmo e indiferencia y lejanía religiosa, muchos han cerrado las puertas a Cristo y no le han dejado nacer dentro de ellos, de su vida, de su familia, de su amor. Y ya os sabéis de memoria, por repetida, la afirmación que hago con frecuencia en estos días: «Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, la Navidad habrá sido inútil».

        Y nada más, queridos hermanos; yo sé que todos comulgaréis estos días, confesando, si fuera necesario. Mis deseos y mi oración en esta Nochebuena se confunden con el anuncio de los ángeles. Deseo de todo corazón, como los ángeles del Señor, que el feliz acontecimiento del Nacimiento de Jesucristo, sirva para gloria de Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.

 

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LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2,1-14

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.-Hoy nos ha nacido el Salvador (cf Lc 2, 10-11). Hoy, nos postramos ante el mismo Hijo de Dios, nacido niño, en el portal de Belén. Hoy vamos a adorar al mismo Hijo de Dios nacido de María Virgen. Nos lo han dicho los evangelios, los pastores. Hoy nos unimos espiritualmente a la admiración de María y de José. Adorando a Cristo, nacido en una gruta, asumimos la fe llena de sorpresa de aquellos pastores; experimentemos su misma admiración y su misma alegría.

  Es difícil no dejarse convencer por la elocuencia de este acontecimiento: nos quedamos embelesados. Somos testigos de aquel instante del amor que une lo eterno a la historia: el «hoy» que abre el tiempo del júbilo y de la esperanza, porque «un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros la señal del principado» (Is 9, 5),como leemos en el texto de Isaías.

  Ante el Verbo encarnado ponemos todas nuestras  alegrías y temores, nuestras lágrimas y esperanzas. Sólo en Cristo, el hombre nuevo, encuentra su verdadera luz el misterio del ser humano. Con el apóstol Pablo, meditamos que en Belén “ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”. Por esta razón, en la noche de Navidad resuenan cantos de alegría en todos los rincones de la tierra y en todas las lenguas.

 

2.- Hoy, ante nuestros ojos se realiza lo que el Evangelio proclama: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él... tenga vida» (Jn 3,16). ¡Su Hijo unigénito, Tú, Cristo, eres el Hijo unigénito del Dios vivo, venido en la gruta de Belén! Después de más de dos mil años vivimos de nuevo este misterio como un acontecimiento único e irrepetible. Entre tantos hijos de hombres, entre tantos niños venidos al mundo durante estos siglos, sólo Tú eres el Hijo de Dios: tu nacimiento ha cambiado, de modo inefable, el curso de los acontecimientos humanos.
               Ésta es la verdad que en este día la Iglesia quiere transmitir al mundo entero. Y todos vosotros, que vendréis después de nosotros, procurad acoger esta verdad, que ha cambiado totalmente la historia. Desde la noche de Belén, la humanidad es consciente de que Dios se hizo Hombre: se hizo Hombre para hacer al hombre partícipe de la naturaleza divina.

 

3.- ¡Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo! En este año la Iglesia te saluda, Hijo de Dios, que viniste al mundo para vencer a la muerte. Viniste para iluminar la vida humana mediante el Evangelio. La Iglesia te saluda y junto contigo quiere vivir, como nos dice la segunda lectura “aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo”.

 Por eso, Tú, Cristo, eres nuestra esperanza. Sólo Tú tienes palabras de vida eterna. Tú, que viniste al mundo en la noche de Belén, ¡quédate con nosotros! Tú, que eres el Camino, la Verdad y la Vida, ¡guíanos! Tú, que viniste del Padre, llévanos hacia Él en el Espíritu Santo, por el camino que sólo Tú conoces y que nos revelaste para que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia.

Tú, Cristo, Hijo del Dios vivo, erespara nosotros la Salvación. El único que puede salvar este mundo de tanto vacío existencial, de tanta noche de fe y de esperanza, de amor a Dios y a los hombres. Tú has sido enviado por el Padre como puerta para entrar en la amistad con Él, en el gozo inefable de la Santísima Trinidad. Sé para nosotros la Puerta que nos introduce en el misterio del Padre. ¡Haz que nadie quede excluido de su abrazo de misericordia y de paz!  Terminemos esta mañana con el anuncio del ángel de la Nochebuena y que resume todos estos sentimientos y felicitaciones de esta noche santa:

El ángel les dijo: No temáis, os traigo la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.  Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:  gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.

«Hodie natus est nobis Salvator mundi»:HOY NOS HA NACIDO EL SALVADOR DEL MUNDO ¡Cristo es nuestro único Salvador! Este es el mensaje de la Navidad: el  «hoy» de aquella primera noche santa se hace hoy realidad. Que María, Madre del Hijo y madre nuestra, nos muestre al Hijo del Padre para adorarlo y pidámosla que todos los hombres le reconozcan como el único Salvador de los hombres. Amén.

 

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PREGÓN DE NAVIDAD: (El Papa todos años tiene unos pregones preciosos)

 

PREGÓN DE LA NOCHEBUENA: Hermanos, esta noche es especial. Esta noche se une el cielo con la tierra. Desde que hace miles de millones de años comenzó la vida sobre la tierra, la creación entera suspiró siempre por esta noche.

Abraham, padre de los creyentes, se puso en camino hacia la tierra prometida y así surgió un pueblo que vivió con la esperanza de ver al Mesías.

Un sinfín de profetas alimentaron las esperanzas de esta venida de Dios, que hoy celebramos en el corazón de la noche. David, rey y profeta, recibió la promesa de que de su tronco nacería el Hijo de Dios.

Esperanzas y desesperanzas han ido sucediéndose en el seno del pueblo que fue llamado para ver la gloría del Hijo de Dios. Judíos fieles a la ley a la palabra de Dios caminaron con la certeza de que un día las nubes lloverían del cielo la salvación de nuestro Dios. Muchos murieron sin ver cumplidas sus esperanzas, y muchos desesperaron porque Dios siempre se retrasaba.

Por fín, hace ahora 200... años en lo escondido de un pueblo de Judea, en Belén, según todas las profecías, acompañado de los animales de un establo, porque el Rey que creó el mundo no tenía otro sitio dado por los hombres, porque no tenía posada donde reclinar la cabeza ,al entrar en el territorio que Él había confiado a los hombres, allí, sí, allí nació el Hijo de Dios, de una mujer llamada María, esposa de José, el carpintero, de la familia de David, como se había anunciado. Este Hijo es el Mesías esperado de todos, Salvador de la humanidad, estrella luciente en la noche para todos los que buscan la luz y miran al cielo buscando el rostro de Dios.

Nosotros, los que creemos en El, nos hemos reunido aquí, o mejor, nos ha reunido el Dios de Jesús, el recién nacido, para festejar con gozo este hecho que hace entonar cantos de fiesta a los coros de los ángeles y que hace saltar el corazón de todos los que buscan los rastros de Dios en la historia. Alegrémonos y gocemos pues Dios nos ha visitado en la persona de su querido Hijo.

Esta es la noticia de la historia: Dios se ha hecho ciudadano del mundo, Dios nos ha visitado y nos ha elevado a la categoría de compañeros de su Hijo Jesús. En nombre de todos los hombres de buena voluntad que suene la fiesta, que nazca la paz, que canten los oprimidos, que exulten los tristes. Dios está con nosotros y trae secretos divinos. Ya es posible conocer a Dios, ya es posible acercarse a Dios sin temor a ser aniquilados. Dios se ha acercado a los hombres en la Navidad del 2000.

 

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1.- QUERIDOS HERMANOS: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Así describe San Juan, en el Prólogo de su Evangelio, la Encarnación del Hijo de Dios en su Divinidad, e hijo de María por su humanidad,. Nosotros celebramos hoy el cumplimiento de todas estas promesas del A. T. en la Liturgia de este día, que hace presente mistéricamente todo el misterio de la primera Navidad.

 

2.- Todo era silencio aquella noche. Dormían los hombres y «cuando la noche llevaba mediado su camino y las cosas se hallaban en medio del silencio, bajó a la tierra la Palabra omnipotente», esto es, el Hijo de Dios. La liturgia estalla de gozo recordando a los profetas que lo anunciaron. Todo es gozo y alegría: Aleluya, aleluya: “Sabed que hoy vendrá el Señor y mañana veréis su rostro”.

        Y suenan en el cielo las voces del coro de ángeles que cantan el primer villancico de la Navidad: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.

        Han pasado miles de años; y nosotros hoy, llenos de gozo, podemos cantar: «En el portal de Belén/ hay estrellas, sol y luna:/ la Virgen y San José/ y el Niño que está en la cuna».

        3.-“Y sucedió que estando allí se le cumplió la hora del parto”. Nos lo cuenta San Lucas. “María envolvió a Jesús en unos pañales y le recostó con amor en el pesebre”.

        Sólo María podía hacer este trabajo porque sólo ella estaba llena de gracia y de fe y de amor para hacerlo, porque es la criatura más divina y perfecta que ha existido en este mundo. Todos los gestos fueron expresión  de su fe y ternura en su hijo, Hijo de Dios.

Le besaría los pies, porque era su Señor; le besaría las manos y la cara porque era su hijo. Y se quedaría mucho tiempo contemplándole, tratando de comprenderle, porque era la Palabra eterna del Padre a los hombres, el Amor Infinito de Dios, a quien ella había dado carne. Porque el pesebre es una cátedra de la revelación del Amor de Dios para todos los que creemos en Jesucristo.

        Desde la cátedra del pesebre, el Niño Dios, hecho hombre, tiempo, límite, pobre, necesitado e indigente, nos enseña muchas cosas:

        1º primero: El niño nacido en Belén nos revela el amor que Dios siente por el hombre. Es un amor sin límites de tiempo y espacio, infinito, gratuito, Dios no necesita del hombre y viene para llenarle de su plenitud: “En esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”.              Es un amor que se manifiesta en obras, encarnándose en la humildad de la carne humana. Es misericordioso: viene a salvar, a perdonar.        Es un amor que escoge el camino de la pobreza y la austeridad para demostrarnos que sólo le interesa el hombre, no sus cosas, ni sus posesiones, ni sus palacios, como los reyes de la tierra. Por eso la liturgia de este día exclama: «Rey del Universo, a quien los pastores encontraron envuelto en pañales, ayúdanos a imitar siempre tu pobreza y sencillez».

        2.- Segundo: En este día de Navidad, fiesta cristiana del amor de Dios y de la alegría humana, todos nosotros, como los pastores, debemos dirigirnos por la fe y el amor al portal para adorar a nuestro Salvador, como cantamos en los villancicos.        San León Magno exclama: «no puede haber lugar a la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad y nos infunde la alegría de la eternidad prometida».   Queridos hermanos: cuando en el día de hoy contemplemos un nacimiento o nos acerquemos a besar al Niño, que nos sintamos todos amados, buscados, salvados por Dios y experimentemos la alegría que brota de este Nacimiento de Dios entre los hombres. Demos gracias a Dios por ello, y pidamos a María, la Madre, creer como ella que Dios nace niño por amor a los hombres, amarle como ella que se hizo su esclava por amor, y esperar como ella esperó a pesar de la pruebas que es el único Salvador de los hombres y ella nos consiga del su hijo la gracia de permanecer siempre fieles a este Niño Dios, misterio de amor, hasta siempre, hasta la eternidad.

 

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MENSAJE DE NAVIDAD DE BENEDICTO XVI

 

"Busquemos a Jesús, dejémonos atraer por su luz que disipa la tristeza y el miedo"

 

CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 25 diciembre 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje de Navidad que pronunció Benedicto XVI a mediodía del 25 de diciembre desde el balcón de la fachada de la basílica vaticana ante los miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro.

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 «Apparuit gratia Dei Salvatoris nostri omnibus hominibus" (Tt 2,11).

Queridos hermanos y hermanas, renuevo el alegre anuncio de la Natividad de Cristo con las palabras del apóstol San Pablo: Sí, hoy «ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres».

Ha aparecido. Esto es lo que la Iglesia celebra hoy. La gracia de Dios, rica de bondad y de ternura, ya no está escondida, sino que «ha aparecido», se ha manifestado en la carne, ha mostrado su rostro. ¿Dónde? En Belén. ¿Cuándo? Bajo César Augusto durante el primer censo, al que se refiere también el evangelista San Lucas. Y ¿quién la revela? Un recién nacido, el Hijo de la Virgen María. En Él ha aparecido la gracia de Dios, nuestro Salvador. Por eso ese Niño se llama Jehoshua, Jesús, que significa «Dios salva».

La gracia de Dios ha aparecido. Por eso la Navidad es fiesta de luz. No una luz total, como la que inunda todo en pleno día, sino una claridad que se hace en la noche y se difunde desde un punto preciso del universo: desde la gruta de Belén, donde el Niño divino ha «venido a la luz». En realidad, es Él la luz misma que se propaga, como representan bien tantos cuadros de la Natividad. Él es la luz que, apareciendo, disipa la bruma, desplaza las tinieblas y nos permite entender el sentido y el valor de nuestra existencia y de la historia. Cada belén es una invitación simple y elocuente a abrir el corazón y la mente al misterio de la vida. Es un encuentro con la Vida inmortal, que se ha hecho mortal en la escena mística de la Navidad; una escena que podemos admirar también aquí, en esta plaza, así como en innumerables iglesias y capillas de todo el mundo, y en cada casa donde el nombre de Jesús es adorado.

La gracia de Dio ha aparecido a todos los hombres. Sí, Jesús, el rostro de Dios que salva, no se ha manifestado sólo para unos pocos, para algunos, sino para todos. Es cierto que pocas personas lo han encontrado en la humilde y destartalada demora de Belén, pero Él ha venido para todos: judíos y paganos, ricos y pobres, cercanos y lejanos, creyentes y no creyentes..., todos. La gracia sobrenatural, por voluntad de Dios, está destinada a toda criatura. Pero hace falta que el ser humano la acoja, que diga su «sí» como María, para que el corazón sea iluminado por un rayo de esa luz divina. Aquella noche eran María y José los que esperaban al Verbo encarnado para acogerlo con amor, y los pastores, que velaban junto a los rebaños (cf. Lc 2,1-20). Una pequeña comunidad, pues, que acudió a adorar al Niño Jesús; una pequeña comunidad que representa a la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad. También hoy, quienes en su vida lo esperan y lo buscan, encuentran al Dios que se ha hecho nuestro hermano por amor; todos los que en su corazón tienden hacia Dios desean conocer su rostro y contribuir a la llegada de su Reino. Jesús mismo lo dice en su predicación: estos son los pobres de espíritu, los afligidos, los humildes, los hambrientos de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por la causa de la justicia (cf. Mt 5,3-10). Estos son los que reconocen en Jesús el rostro de Dios y se ponen en camino, como los pastores de Belén, renovados en su corazón por la alegría de su amor.

Hermanos y hermanas que me escucháis, el anuncio de esperanza que constituye el corazón del mensaje de la Navidad está destinado a todos los hombres. Jesús ha nacido para todos y, como María lo ofreció en Belén a los pastores, en este día la Iglesia lo presenta a toda la humanidad, para que en cada persona y situación se sienta el poder de la gracia salvadora de Dios, la única que puede transformar el mal en bien, y cambiar el corazón del hombre y hacerlo un «oasis» de paz.

Que sientan el poder de la gracia salvadora de Dios tantas poblaciones que todavía viven en tinieblas y en sombras de muerte (cf. Lc 1,79). Que la luz divina de Belén se difunda en Tierra Santa, donde el horizonte parece volverse a oscurecer para israelíes y palestinos; se propague en Líbano, en Irak y en todo el Medio Oriente. Que haga fructificar los esfuerzos de quienes no se resignan a la lógica perversa del enfrentamiento y la violencia, y prefieren en cambio el camino del diálogo y la negociación para resolver las tensiones internas de cada país y encontrar soluciones justas y duraderas a los conflictos que afectan a la región. A esta Luz que transforma y renueva anhelan los habitantes de Zimbabue, en África, atrapado durante demasiado tiempo por la tenaza de una crisis política y social, que desgraciadamente sigue agravándose, así como los hombres y mujeres de la República Democrática del Congo, especialmente en la atormentada región de Kivu, de Darfur, en Sudán, y de Somalia, cuyas interminables tribulaciones son una trágica consecuencia de la falta de estabilidad y de paz. Esta Luz la esperan sobre todo los niños de estos y de todos los países en dificultad, para que se devuelva la esperanza a su porvenir.

Donde se atropella la dignidad y los derechos de la persona humana; donde los egoísmos personales o de grupo prevalecen sobre el bien común; donde se corre el riesgo de habituarse al odio fratricida y a la explotación del hombre por el hombre; donde las luchas intestinas dividen grupos y etnias y laceran la convivencia; donde el terrorismo sigue golpeando; donde falta lo necesario para vivir; donde se mira con desconfianza un futuro que se esta haciendo cada vez más incierto, incluso en las naciones del bienestar: que en todos estos casos brille la Luz de la Navidad y anime a todos a hacer su propia parte, con espíritu de auténtica solidaridad. Si cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo se encamina a la ruina.

Queridos hermanos y hermanas, hoy «ha aparecido la gracia de Dios, el Salvador» (cf. Tt 2,11) en este mundo nuestro, con sus capacidades y sus debilidades, sus progresos y sus crisis, con sus esperanzas y sus angustias. Hoy resplandece la luz de Jesucristo, Hijo del Altísimo e hijo de la Virgen María, «Dios de Dios, Luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero... que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo». Lo adoramos hoy en todos los rincones de la tierra, envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Lo adoramos en silencio mientras Él, todavía niño, parece decirnos para nuestro consuelo: No temáis, «no hay otro Dios fuera de mí» (Is 45,22). Venid a mí, hombres y mujeres, pueblos y naciones; venid a mí, no temáis. He venido al mundo para traeros el amor del Padre, para mostraros la vía de la paz.

Vayamos, pues, hermanos. Apresurémonos como los pastores en la noche de Belén. Dios ha venido a nuestro encuentro y nos ha mostrado su rostro, rico de gracia y de misericordia. Que su venida no sea en vano. Busquemos a Jesús, dejémonos atraer por su luz que disipa la tristeza y el miedo del corazón del hombre; acerquémonos con confianza; postrémonos con humildad para adorarlo. Feliz Navidad a todos.

 

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NATIVIDAD DEL SEÑOR

 

MISA DEL DÍA

 

PRIMERA LECTURA: Isaías 52, 7-10

        La noticia de la salvación provoca en Jerusalén un canto de júbilo. La alegría del anuncio da alas a los pies del mensajero. Detrás de él viene en seguida el Liberador, rey victorioso, que es el mismo Dios.

 

SEGUNDA LECTURA: Hebreos 1, 1-6

        Introducción a la Carta a los Hebreos que esboza sus grandes líneas: sistematización del cristianismo sobre la base veterotestamentaria: el Antiguo Testamento es el esbozo de la obra perfecta realizada en Cristo.

 

        QUERIDOS HERMANOS: El Evangelio de este día está tomado del prólogo del Evangelio según San Juan. Contiene una riqueza teológica inmensa y ha sido objeto de muchos y voluminosos estudios. Nosotros lo vamos a desarrollar mirando a la Natividad del Señor que estamos celebrando. 

 

        1.- Es una meditación de Juan sobre la Palabra de Dios que, en Jesús de Nazaret, se hizo carne y habitante de nuestro mundo. Para entendernos mejor, donde yo leo o digo Palabra, vosotros en vuestra mente decid: Hijo de Dios. Dice San Juan: “En el principio ya existía la Palabra (es decir, el Hijo de Dios)y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios”. Jesucristo, para San Juan, es la Palabra de Dios, creadora del mundo, antes de encarnarse y antes de que nada existiera. “Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho”. En esta Palabra, en el Hijo Unigénito de Dios, estaba la vida, que Dios quería entregarnos; esa vida nos viene por la fe, que es luz para conocer el misterio de Dios y del hombre; esta luz brilla en la tiniebla de la ignorancia del mundo: “En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió”. Palabra hecha carne por su Encarnación, que hizo posible  la salvación de los hombres que la recibieron. Palabra que nos revela al Padre, que la pronunció lleno de amor para nosotros. Es el camino para que podamos ser hijos de Dios en el Hijo, en la Palabra hecha carne. De esta forma Dios ha querido venir a nosotros, quedarse entre nosotros, al alcance del creyente; vive y está junto a nosotros para siempre por su Palabra hecha carne. La única fe y conocimiento posible de Dios es el que se consigue mediante la escucha de la Palabra de Dios encarnada. La obediencia a su Palabra es la condición indispensable para conocer y amar a Dios, que ha acampado entre nosotros: “Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre..”. 

 

        2.- Hemos celebrado ya muchas veces la Navidad; hemos de procurar que esta no sea rutinaria, para que produzca en nosotros los frutos que la Iglesia desea, quiere y pide. Toda Navidad es un beso de amor de Dios al hombre, que nos renueva interiormente y renueva todas nuestras ansias de amarle y ser mejores en todo, pareciéndonos a Él, que por amor atravesó el tiempo y el espacio y se hizo finito, pero lleno de amor infinito, por y para nosotros. “Y  la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”. La Navidad es un Dios ilusionado que, buscando sus amores, que somos los hombres, atravesó “los fuertes y fronteras” hasta llegar a nosotros y hacerse como nosotros. Esta es la Navidad cristiana. Esto es lo que celebramos nosotros. Por encima de los turrones y del champán, los cristianos celebramos en la Navidad la decisión de todo un Dios infinito de hacerse hombre, y desde esta primera Navidad, Dios ya no ha dejado de nacer, porque no ha dejado de amarnos. En la Navidad todo es amor.

 

        3.- “Dios es amor” (1Jn 4,6): todo lo que obra dentro y fuera de sí es obra de amor. Siendo Bien infinito, nada puede amar fuera de sí, movido por el deseo de aumentar su felicidad: Él lo posee todo en sí. Por eso en Dios, querer y amar a las criaturas no es otra cosa que querer derramar su bondad infinita y perfecciones en ellas para hacerlas partícipes de su ser y de su felicidad. De este modo amó Dios al hombre con amor eterno y, porque lo amaba, lo llamó a la existencia dándole la vida natural y la sobrenatural: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su propio Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4,10 ). Amándonos Dios, no solamente nos ha sacado de la nada, sino que nos ha elegido y elevado al estado de hijos suyos, destinados a participar de su vida íntima y de su eterna bienaventuranza. Este fue el plan primero de la infinita caridad de Dios para con el hombre; pero, cuando el hombre cayó en el pecado, Dios, que lo había creado en un acto de amor infinito, quiso redimirlo con otro acto de amor más grande, dándonos a su propio Hijo: “El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por Él” (1 Jn 4, 10).

        He aquí por qué el misterio de la Encarnación se nos presenta como la manifestación suprema del amor de Dios, que, caído el hombre, no le abandona, sino que le envía a su propio Hijo: “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.  También lo vamos a rezar en el Credo de la Misa: «que, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo; y, por obra del Espíritu Santo, se encarnó en el seno de la Virgen María».

 

        4.- Por eso, queridos hermanos, no puede haber ingratitud mayor para un cristiano que no adorar este misterio, no venerarlo y contemplarlo en oración silenciosa, no recibirlo y comerlo lleno de amor en la comunión eucarística más fervorosa que podamos hacer. Es toda la Trinidad la que se ha volcado hacia nosotros enviándonos el Padre al Hijo Amado por la potencia del Espíritu Santo, del Espíritu del Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que viene a nosotros para hacernos hijos y meternos en la misma felicidad y esencia trinitaria, en el mismo ser y amanecer eterno de luces y amores trinitarios, por la unión de la naturaleza humana con la divina.

        Aquí se manifiesta y brilla toda la inmensidad del amor y de la misericordia de Dios para con el hombre. El Hijo de Dios viene a salvar al hombre que Él mismo había formado del fango de la tierra. El Creador y el Rey de todas las cosas restaura personalmente la obra de sus manos y se pone como fundamento de la Iglesia, en la cual quiere reunir a todos sus hijos dispersos.

        Por todo esto, termino diciendo: Si Dios nace como hombre, es Navidad cristiana, Dios sigue amando al hombre. Si Dios nace, Dios no se olvida del hombre. Si Dios nace, el mundo tiene salvación. Si Dios nace, todo hombre es mi hermano. Si Dios nace, el hombre vale mucho, infinito, valemos eternidad porque el Eterno se hace hombre para salvarnos. Valemos la Palabra de Dios, el Hijo de Dios  hecho carne. Si Dios nace, todo tiene sentido, la vida tiene sentido, pero no sólo temporal. Si Dios nace, el hombre es más que hombre, es más que este espacio y este tiempo, porque el Eterno, el Dios infinito se ha metido en nuestra carne y le ha dado capacidad de Dios, de ser hijo de Dios en el Hijo Amado. Este es el fundamento de nuestra alegría en la Navidad. ¡Cuánto vale el hombre! ¡Cuánto le ama Dios! No somos solo espacio y tiempo, somos eternidad por la Palabra creadora de Dios. “Pero a cuantos le recibieron, les dio poder para ser hijos de Dios…Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios”.

        En este Dios infinito que tanto nos ama, a todos vosotros que celebráis conmigo este misterio, a vuestros familiares y amigos, a todos los hombres que ama el Señor: Feliz Navidad

 

 

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DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD

 

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

 

PRIMERA LECTURA: Si 2-6.12-14

 

        La humanidad, a lo largo de su historia, ha conocido períodos de cambio que trastornaron de una u otra forma la cultura y civilización natural y humana. En aquellos momentos, las sociedades atravesaron crisis, en las cuales se buscaban elementos para construir el porvenir, pero se equivocaban y se siguen equivocando en los fines y en los medios propuestos. Un ejemplo claro es la sociedad actual del aborto, eutanasia, divorcios, sexo consumista etc. En tiempos de Ben Sirá, la sociedad judía es sometida a discusión. El Sirácida expone cómo un valor fundamental entre todos, que es preciso mantener y valorar, es la familia. Por eso no puede ser más actual esta lectura. El verdadero problema que se plantea al cristiano de hoy es saber  cómo valorar la familia, teniendo en cuenta los verdaderos valores que la potencian.

        Ben Sirá empieza el libro poniendo a Dios como el fundamento del orden familiar: “Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole”. Dios y cumplir su voluntad debe ser lo primero para la familia, la que Dios quiere. Las más duras vicisitudes de la vida no deben perturbar este orden y armonía: “El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre, tendrá larga vida, al que honra a su madre, Dios lo escucha”.  Sobre todo qué actual es una de las últimas recomendaciones: “Hijo, acoge a tu padre, no le abandones mientras vivas, aunque flaquee su mente”.¡Cuántos ancianos abandonados incluso en familias cristianas!

 

SEGUNDA LECTURA: Col 3,12-21

 

        San Pablo en esta lectura habla de la importancia del amor mutuo para hacer de la comunidad cristiana una familia ideal: “Hermanos… sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo”. Cuando un matrimonio, una familia, una comunidad, se inspira en semejantes principios, todo en ella procede ordenadamente, y todo se supera en las dificultades. El amor mutuo hace la familia cristiana, la comunidad ideal. Si la familia no está fundada en el amor cristiano, es muy difícil perseverar. Esta es la triste experiencia de esta sociedad, que se ha alejado de Dios y ha perdido la capacidad de perdonar, precisamente ahora, que hay tanto que perdonar, porque no estamos educados para el sacrificio y la renuncia por amor. Así que divorcios y más divorcios y familias rotas e hijos abandonados a su suerte y padres tristes y solos en la abundancia del consumismo, donde creen tenerlo todo, pero les falta todo, porque les falta amor.

        Cimentada de esta manera sobre el Evangelio, la familia cristiana es verdaderamente una “iglesia doméstica,” la primera comunidad eclesial, el primer núcleo de la Iglesia. Estos son los medios para conseguirlo: “Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón…que la Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza… Cantad a Dios… Y todo lo que de palabra o de obra  realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de Él”.

 

LECTURA DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO: 2,13-15. 19-23

 

        QUERIDOS HERMANOS: Hoy, fiesta de la Sagrada Familia nos invita la Iglesia a que pidamos y recemos a Dios Padre por las familias del mundo. La fiesta de la Sagrada Familia, colocada litúrgicamente en pleno clima navideño, pone de relieve que el Hijo de Dios, viniendo al mundo, ha querido inserirse, como todos los hombres, en un núcleo familiar; ha querido seguir el camino de todos los hombres,  tener una familia como la nuestra, incluso más humilde y pobre.

        La Sagrada Familia es propuesta por la Iglesia en esta solemnidad como modelo de toda familia, especialmente cristiana. Ante todo, por la supremacía de Dios reconocida profundamente, aún en medio de dificultades y escollos casi insuperables.

        Por eso, cuando en una familia, todo se inspira en semejantes principios, en el amor y unión con Dios y con sus miembros, la familia no se rompe, sino que esta armonía y unión se fortalece más aún en medio de las penas y dificultades, superando con dolor y lágrimas a veces, incomprensiones entre esposos, comportamientos, palabras a veces inoportunas que pueden romper la unión familiar;  el amor y santo temor de Dios les ayuda a obedecer a Dios y sus mandamientos, a perdonarse, a respetarse, a honrar a los padres, a servir a los hermanos, a comprenderse y amarse mutuamente, a sacrificarse los unos por los otros y a educar y vivir respetando la voluntad de Dios que quiere que permanezcan todos unidos hasta que la muerte nos separe temporalmente.

        En una familia verdaderamente cristiana lo primero es el amor, porque Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir; lo mismo en la familia, en el matrimonio, lo primero es el amor, porque el hombre y la mujer están hechos a semejanza de Dios, dice la primera página de la Biblia,  y, si dejan de amar, dejan de asemejarse a su Creador y se autodestruyen. Que es lo que está pasando hoy día con muchas leyes destructivas del plan y proyecto de Dios sobre el hombre y la familia, dando lugar a separaciones y divorcios, que no niego que sean necesarios en algunos casos, pero como norma la ley debiera favorecer el amor y la unión. Y desde luego, el que se case en cristiano, el matrimonio es para toda la vida, por voluntad de Cristo: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”.

        Hoy, festividad de la Sagrada Familia, vamos a pedir dos dones divinos y humanos para todas las familias, especialmente cristianas. Lo primero que pedimos para todos, como he dicho, es el amor, una unión familiar que no se rompa nunca y que no se compra hecha en ninguna parte, sino que hay que hacerla rezando, orando y sacrificándose con la ayuda de Dios y de todos sus miembros:”Familia que reza unida, se mantine unida”.

Lo primero en la famiia es el amor, no como una realidad totalmente conseguida, sino como proyecto permanente de cultivo y conservación entre todos los miembros de la familia; el amor familiar como ilusión y conquista, en tensión permanente, sin descanso y desfallecimiento, superando dificultades, con la mirada siempre en Dios y mirando siempre el ejemplo de María y de José que permanecieron fieles siempreen medio de todas lasdificultades.

        Y para que esto sea así, para que la familia sea comunidad de amor, pedimos que sea comunidad de fe, que recen, que tengan presente a Dios en sus vidas. Es la segunda gracia que pido en esta santa misa para todos los matrimonios actuales.

Si queremos construir una familia verdaderamente cristiana, donde crezca el amor, la paz, y la armonía y las vocacones religiosas, lo primero es rezar unidos en familia para crecer en la fe, cultivar la fe y desde la fe viva en Dios habrá amor en los padres para  toda la vida y vocaciones sacerdotales y religiosas para la iglesia y el mundo. Así lo pedimos hoy a Dios en esta santa misa.

 

 

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QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia. Jesucristo, Hijo de Dios, quiso nacer y vivir en una familia. Quiso de esta forma sacralizar el medio humano de nuestro existir sobre la tierra. La Iglesia quiere que hoy  dirijamos nuestra mirada a la familia de Nazaret, como modelo de toda familia cristiana. Este es el significado de la fiesta litúrgica  que estamos celebrando.

        1.- Queridos hermanos: Muchos caminos pudo escoger el Señor para su venida a la tierra. Elegir la familia nos indica que la prefiere y consagra, porque quiso tener el amor y la protección de un padre y de una madre. Quiso convivir en familia treinta años, aprendiendo, obedeciendo, gozando y sufriendo con ellos. Fueron años de dicha, una dicha sobre la base del amor sin truco, hecha de pequeños detalles, sin los elementos generalmente exigidos y juzgados como necesarios: la abundancia, el consumismo, el lujo.

 

        2.- No hubo ninguna realidad ajena a lo que hoy pasa en nuestras familias y todo fue vivido desde la fe y el amor, desde la obediencia a los mandatos divinos: las dudas de José, la pobreza, persecución, la experiencia de emigrantes perseguidos, las dificultades de aclimatación y de trabajo, las alegrías familiares y religiosas, el hijo que se pierde, cumplimiento de los preceptos religiosos, etc. Prácticamente resulta imposible encontrar un verdadero problema en la vida doméstica actual de personas pobres por el que no hayan pasado los componentes de la Sagrada Familia. A ella tenemos que mirar para imitarlos y lograr superar las dificultades actuales de la familia, viviendo las virtudes humanas y cristianas como ellos las vivieron.

        ¿Vivimos nosotros así? ¿Viven nuestras familias los valores humanos y cristianos de la familia de Nazaret? ¿Cuáles son nuestras dificultades? Basta una mirada superficial sobre la institución familiar, para percatarse de las innumerables adversidades de todo tipo por las que atraviesa hoy la familia, especialmente la familia cristiana. Los grandes valores, como el amor único y exclusivo de los esposos, el valor de la vida por encima de todo egoísmo y proyecto humano, el cuidado de los hijos sustituido a veces por el trabajo o la falta de responsabilidad, el cultivo del amor conyugal y familiar, mediante el diálogo, están hoy seriamente amenazados, incluso por la misma legislación, laicista e inhumana.

 

        3.-    Los principales peligros hoy en la familia, según el Vaticano II, son los siguientes:

- La poligamia, tanto legal comov afectiva; basta ver televisión y vida

- La epidemia del divorcio,

- El amor libre, absoluta libertad en lo sexual, antes y después del matrimonio que prostituyen el verdadero amor y la razón de la familia..

- El aborto, las píldoras abortivas y todos los medios contra la generación de hijos, llamando derechos a lo que es un crimen: no matarás En Extremadura te multan con nueve mil euros si matas un lagarto y te subvencionan si matas un niño.

4.- IMPORTANCIA DE LA FAMILIA.

 

 La importancia trascendental de la familia se deduce de un doble aspecto de la misma: como fenómeno humano y como misterio cristiano. La familia es la primera de todas las instituciones humanas; anterior a los pueblos, a las naciones y a los estados. La familia es la más natural de todas estas instituciones; por eso mismo, más fuerte que todas ellas. Todas cambian, pero la familia permanece.

 

B) LA FAMILIA  COMO MISTERIO CRISTIANO

        La familia no es sólo una comunidad natural y civil, es, sobre todo una comunidad esencialmente religiosa, íntimamente ligada a Dios, desde su origen.

 

C) RELACIONES ESENCIALES DE LA FAMILIA

 

ENTRE LOS ESPOSOS: Amor único, exclusivo, perdón mutuo, fidelidad, diálogo y amor mutuo, sentirse esposo y esposa por encima de todo, incluso del trabajo y de las demás relaciones, ante puesto a todas las diversiones y aficiones.

 

COMO PADRES: El hogar cristiano es el primer santuario insustituible, la primera escuela de vida, de oración, de cristianismo, de valores humanos. Los padres son, por naturaleza, los primeros maestros, educadores, catequistas, sacerdotes. Una frase que encierra todo esto y que hago repetir a los niños y niñas de Primera Comunión: Si tenemos padres cristianos, no necesitamos ni curas. En la formación cristiana todo depende de ellos, al menos en la infancia. Los padres deben dedicar tiempo y sabiduría para dedicarse a sus hijos…

 

COMO HIJOS: Aportar más cariño y respeto a nuestros padres y a lo que ellos hacen por nosotros; ser agradecidos con frecuencia de palabra y de obra a los padres, expresarles con palabras nuestro amor y cariño, porque lo necesitan, porque no somos niños egoístas que sólo queremos que nos den, sin dar ni agradecer nada; ayudar más y cooperar en las faenas de casa, porque no vivimos en  un hotel; estar más atentos a lo que nos dicen; no ser esclavos de los jefes de los grupos amigos, que nos separan de la familia…

        Queridos hermanos: Pidamos y recemos por nuestras familias, por todas las familias cristianas, para que vivamos e imitemos a la Sagrada Familia; y recemos por todas las familias del mundo, y por los gobernantes, para que no la destruyan con sus leyes y respeten la familia natural y humana, que nosotros hacemos cristiana por la fe e imitación de Jesucristo, bajo la mirada paterna del Padre del cielo, creador de la vida y de toda familia. Así lo deseo y pido para todos en esta santa misa, en la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret.

Segunda homilía

 

QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia. Jesucristo, el Hijo de Dios, quiso nacer y vivir en una familia. Quiso de esta forma sacralizar el medio humano de nuestro existir sobre la tierra. Su permanencia durante treinta años en vida  familiar consagra esta realidad humana como realidad querida por Dios para el nacimiento y desarrollo del hombre.

        Nosotros llamamos Sagrada Familia a la familia formada por Jesús, María y José. Y es voluntad de la Iglesia que hoy nosotros dirijamos a ella nuestra mirada, como modelo de toda familia cristiana.  Hoy todas las familias cristianas deben meditar en sus perfecciones para reproducirlas en sus hogares. Este es el significado de la fiesta litúrgica  que estamos celebrando.

 

        1.- Queridos hermanos: Cálidas aún las emociones de Belén, donde toda nuestra atención recaía sobre la gran filantropía de Dios, hecha carne en su Hijo Amado, debemos levantar hoy nuestra mirada para observar a María y José, primeros adoradores del Misterio y miembros de una familia humana, en la cual Cristo ha querido nacer como hijo. Ya este nacimiento singular del Hijo de Dios es la primera alabanza, apología y defensa de la familia por parte de Cristo, y querida por Dios, como institución humana y sagrada. Otros caminos pudo escoger el Señor para su venida a la tierra. Elegir la familia nos indica que la prefiere y consagra, porque quiso tener el amor y la protección de un padre y de una madre. Quiso convivir en familia treinta años, aprendiendo, obedeciendo, gozando y sufriendo con ellos. Y no hubo nada llamativo en su vida, durante estos treinta años, fuera de la desobediencia a sus padres, quedándose en el Templo, entre los doctores, para dedicarse a las cosas del Padre Celestial. Fuera de este incidente, no exento de misterio, todo discurre por los cauces normales de una familia de trabajadores. Fueron años de dicha, una dicha sobre la base del amor sin truco, hecha de pequeños detalles, sin los elementos generalmente exigidos y juzgados como necesarios: la abundancia, el consumismo, el lujo.

 

        2.- Fue la primera familia cristiana, arquetipo de todas las otras, que luego habían de mirarla como modelo, como lo hacemos nosotros hoy. No hubo ninguna realidad ajena a lo que hoy pasa en nuestras familias y todo fue vivido desde la fe y el amor, desde la obediencia a los mandatos divinos: las dudas de José, pobreza, persecución, experiencia de emigrantes perseguidos, dificultades de aclimatación y de trabajo, alegrías familiares y religiosas, el hijo que se pierde, cumplimiento de los preceptos religiosos, etc. Prácticamente resulta imposible encontrar un verdadero problema en la vida doméstica por el que no hayan pasado los componentes de la Sagrada Familia. A ella tenemos que mirar para imitarlos y lograr superar las dificultades actuales de la familia, viviendo las virtudes humanas y cristianas como ellos las vivieron.

        ¿Vivimos nosotros así? ¿Viven nuestras familias los valores humanos y cristianos de la familia de Nazaret? ¿Cuáles son nuestras dificultades? Basta una mirada superficial sobre la institución familiar, para percatarse de las innumerables adversidades de todo tipo por las que atraviesa hoy la familia, especialmente la familia cristiana. Los grandes valores, como el amor único y exclusivo de los esposos, el valor de la vida por encima de todo egoísmo y proyecto humano, el cuidado de los hijos sustituido por el trabajo o la falta de responsabilidad, el cultivo del amor conyugal y familiar, mediante el diálogo, están hoy seriamente amenazados, incluso por la misma legislación, laicista e inhumana.

 

        3.- El Concilio Vaticano II (GS 5 y 6) nos ha dicho que la familia, como el mundo, está también sometida a unos cambios rápidos y profundos, que amenazan con destruirla, aunque no lo conseguirán, porque ya los atravesó en épocas pasadas y parecidas. Entre todos estos cambios, a mi me gustaría resaltar  uno fundamental en el mundo actual. De la antigua familia patriarcal, con sus características de autonomía, gran cohesión, solidez interna y fuerte enraizamiento en la tierra por familia eminentemente rural, hemos pasado a la más reciente familia autárquica. Desde este modelo de familia autárquica hasta los años 90, con su primacía del principio de autoridad,  sujeción casi absoluta del la mujer al marido, sujeción total de los hijos a la voluntad de los padres, prioridad de la vida sobre lo afectivo y conyugal, estamos pasando, con velocidad de vértigo, empujados por los vientos fortísimos principalmente de la televisión, y el cine, y las revistas, a un nuevo tipo de familia, en la que desaparece casi por completo aquella férrea autoridad paterna; la anterior permanencia de la madre en el hogar desaparece por la ausencia casi general, en razón del trabajo, con todo lo que esto supone para la convivencia, la afectividad, la educación, por razón del cansancio materno, lógico, pero no beneficioso para la familia; aumento de democracia e igualdad entre esposos, padres e hijos, con mayor diálogo abierto entre todos, pero con menos tiempo, por razón de la televisión y los ordenadores, salidas continuas y poco hogar y vida familiar.

        Esta situación de cambio se traduce a veces en una situación de crisis, oscurecimientos y dudas, porque realmente no se sabe a veces a dónde se quiere llegar o qué familia estamos construyendo desde lo razonable o desde el egoísmo; sencillamente, se está alumbrando un nuevo tipo de familia, que desde luego, no parece que vaya a ser mejor.

 

        PELIGROS DEL CAMBIO.

 

 Toda crisis lleva la incertidumbre de lo que realmente es bueno o malo. Los principales peligros hoy en la familia, según el Vaticano II, son los siguientes:

- La poligamia, no legal, sino afectiva; basta ver televisión y vida

- La epidemia del divorcio

- El amor libre, absoluta libertad en lo sexual, antes y después del matrimonio.

- El aborto, las píldoras abortivas y todos los medios contra la generación de hijos, que prostituyen el verdadero amor y la razón de la familia. En Extremadura te multan con nueve mil euros si matas un lagarto y te subvencionan si matas un niño. A todo esto hay que añadir la consiguiente falta de autoridad, de fidelidad, de falta de valores individuales y familiares, inflación de individualismo y personalismo, muchas veces mal llamados libertad,  el pluriempleo, el consumismo consecuente, el deseo de tener más que ser, falta de diálogo entre esposos, entre padres e hijos, entre hermanos de diversa edad

 

        4.- IMPORTANCIA DE LA FAMILIA.

 La importancia trascendental de la familia se deduce de un doble aspecto de la misma: como fenómeno humano y como misterio cristiano.

A) LA FAMILIA COMO COMUNIDAD HUMANA. En el aspecto puramente humano y social todo el mundo coincide en que la familia es:

        1.- La primera célula, la base, el cimiento y raíz de todo el cuerpo social. La sociedad entera no será más que la suma de todas las familias, armónicamente integradas entre sí, de la misma forma que el organismo humano es la integración de los miles y millones de células vivas, autónomas e independientes que lo componen. “La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado” (Art. 16 de la Declaración de los derechos humanos).

        2. La familia es la primera de todas las instituciones y estructuras humanas; anterior a los pueblos, naciones y estados.

        3. La familia es la más natural de todas estas instituciones; por eso mismo, más fuerte que todas ellas. Todas cambian, pero la familia permanece.

 

B) LA FAMILIA  COMO MISTERIO CRISTIANO

 

        Pero la familia no es sólo una comunidad natural y civil, es, sobre todo, una célula viva del Reino de Cristo, una comunidad esencialmente religiosa, íntimamente ligada a Dios, a Cristo, a su Iglesia.

 

C) RELACIONES ESENCIALES DE LA FAMILIA ENTRE LOS ESPOSOS:

 

Amor único, exclusivo, perdón mutuo, fidelidad, diálogo y amor mutuo, sentirse esposo y esposa por encima de todo, incluso del trabajo y de las demás relaciones, ante puesto a todas las diversiones y aficiones.

 

COMO PADRES: El hogar cristiano es el primer santuario insustituible, la primera escuela de vida, de oración, de cristianismo, de valores humanos. Los padres son, por naturaleza, los primeros maestros, educadores, catequistas, sacerdotes. Una frase que encierra todo esto y que hago repetir a los niños y niñas de Primera Comunión: Si tenemos padres cristianos, no necesitamos ni curas. En la formación cristiana todo depende de ellos, al menos en la infancia.

 

COMO HIJOS: Aportar más cariño, respeto, ser agradecidos de palabra y de obra a nuestros padres y a lo que ellos hacen por nosotros; es bueno dar las gracias a los padres con frecuencia, expresar con palabras nuestro amor y cariño, porque lo necesitan, porque no somos niños egoístas que sólo queremos que nos den, sin dar ni agradecer nada; ayudar más y cooperar en las faenas de casa, porque no vivimos en  un hotel; estar más atentos a lo que nos dicen; no ser esclavos de los jefes de los grupos amigos, que nos separan de la familia…

        Queridos hermanos: Por el Evangelio proclamado vemos cómo la protección de Dios se extiende a la familia de Jesús. También se extiende a la familia cristiana, porque es iglesia doméstica, célula del pueblo de Dios. Pidamos y recemos por nuestras familias, por todas las familias cristianas, para que vivamos e imitemos a la Sagrada Familia; y recemos por todas las familias del mundo, y por los gobernantes, para que no la destruyan con sus leyes permisivas, y respeten la familia natural y humana, que nosotros hacemos cristiana por la fe e imitación de Jesucristo, bajo la mirada paterna del Padre del cielo, creador de la vida y de toda familia.

 

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DÍA 1º DE ENERO:

 

SOLEMNIDAD: SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

 

PRIMERA LECTURA: Num 6,22-27

 

        Los sacerdotes de Israel bendecían al pueblo en las grandes fiestas y, sobre todo, al comienzo del año. Bendecir, «benedicere», significa decir bien, decir cosas buenas a alguien. De ahí que la invocación del nombre de Dios sobre el pueblo sea una fuente de beneficios para el pueblo bendecido y garantía de la protección divina. Y Dios quiere bendecir a su pueblo: “Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré”. Dios es el único que puede bendecir, porque crea lo que dice y  cumple lo que promete. Por eso, se bendice al creyente para que Dios se haga presente en su vida y lo proteja. “Invocar el nombre de Yahvé” sobre el pueblo o los hijos es actualizar las promesas de paz y prosperidad hechas por el Dios de la Alianza. Por eso es Él mismo quien toma la iniciativa y enseña la fórmula con la que han de bendecir a los suyos: “El Señor habló a Moisés: Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con la que bendeciréis a los israelitas”. La bendición es preciosa y breve: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz”.

        Esta bendición es profética, va más allá del tiempo en que es dicha, donde se cumplirá en plenitud. Porque la bendición del Señor, reservada un tiempo a los hijos de Israel, se extiende hoy a todos los pueblos por mediación de Jesús. En Cristo, Dios nos ha bendecido “con toda bendición espiritual” (Ef 1,3).

        No hay modo mejor de comenzar el año que invocando el nombre de Dios y recibiendo de Él el don precioso de la paz. Mirando a Cristo la Iglesia invoca la intercesión maternal de María sobre todos los creyentes: «Dios y Señor nuestro, concédenos experimentar la intercesión de aquella de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida» (Colecta). La bendición de Dios adquiere, por decirlo así, un tono materno: los creyentes son bendecidos en Jesús por intercesión de María, porque sólo la pureza y el amor de esta humilde Virgen nos hacen dignos de «recibir al autor de la vida», Jesús, Hijo de Dios. Que la bendición de Dios prometida a Israel llegue hoy, por medio de Jesús y de María, a todos los hombres, y nos llene el alma de alegría y de paz. Amén.

 

SEGUNDA LECTURA: Gal 4, 4-7

 

        Este texto de Gal 4, 4-7 gira en torno a una doble antítesis: “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción”. El Hijo, naciendo de una mujer, se hace esclavo para que los esclavos se hagan hijos libres de pecado por la filiación adoptiva. El Hijo nace sujeto a la ley para liberarnos a todos de esta esclavitud de pecado. Y ésta es para Pablo la finalidad última de la Encarnación. Pablo demuestra la inutilidad del seguimiento a la Ley desde la Encarnación del Hijo de Dios. Esta Encarnación del Hijo se realiza de modo normal; la ley sitúa a Cristo dentro de la historia de la salvación: la mujer le pone entre los hombres, sus hermanos, a los que viene a liberar de la esclavitud de la ley, haciéndolos, como Él, hijos del mismo Padre.

        De esta forma la gracia de la adopción llega  a los hombres por mediación de María, que, siendo madre de Cristo, es también madre de los que en Cristo son hechos hijos adoptivos de Dios. Su función maternal en ambos sentidos pertenece también, por haberlo dispuesto Dios, a la plenitud de los tiempos de la Salvación.

        Y el mismo Espíritu Santo, que, con su potencia de Amor, la hizo a ella madre del Hijo, es el que nos hace a nosotros hijos en el Hijo, hasta poder exclamar,  “¡Abba!” Padre:“Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba!” (Padre). Sucede en la plenitud de los tiempos, como realización de una larga espera en la historia la Salvación:“Cuando se cumplió el tiempo”.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS: 2,16-21

 

        QUERIDOS HERMANOS: Hoy, esta palabra «hermanos», tiene una resonancia especial y un sentido pleno y total. Porque en este día primero del año estamos celebrando la solemnidad de María Madre de Dios que, por ser la Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia y Madre de todos los creyentes. Y todo esto también por disposición de Dios, porque Dios lo quiso para su Hijo y lo quiere para nosotros, en la plenitud de los tiempos, como hemos leído hoy, en la Carta de San Pablo a los Gálatas.

        1.- El Evangelio de hoy, con discreción y naturalidad, nos presenta a María, cumpliendo su función de madre, cuidando “del niño acostado en el pesebre”. La narración de Lucas deja entrever a María, que, poco después del nacimiento, acoge a los pastores y les muestra a su Hijo, escuchando con atención todo lo que ellos cuentan de la aparición y anuncio del ángel. Luego, mientras se  van los pastores glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído (Lc 2,20): “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.

        María es madre de Jesús no sólo porque le ha dado la carne y la sangre, sino también porque ha penetrado íntimamente en su misterio y se ha unido a Él de la manera más profunda. Dice el Vaticano II: «se consagró totalmente a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con Él y bajo  Él”» (LG 56). Por eso María «es nuestra Madre en el orden de la gracia» (LG 61).

        El Evangelio de hoy nos dice claramente que los pastores encontraron a María por ser y hacer de madre, por ejercer su función maternal, junto al niño recién nacido. Y esto es lo que hace hoy la Iglesia. Quiere llevarnos a todos a Jesucristo, por el mejor camino que existe, que es su Madre, María. Así que al comenzar el año, nos pone a la Madre, porque sabe que esta Madre no vive más que para su Hijo, nuestro Salvador. En la Navidad el Hijo nos viene por María; al comenzar el año y durante toda la vida hay que ir al Hijo por la Madre.

        Queridos hermanos: Si Dios se fió de ella, si el Hijo la eligió por Madre… ¿no nos  vamos a fiar nosotros de ella? ¿No nos vamos a confiar con ella y a poner bajo su protección materna el nuevo año que empieza? Eso es lo que hace hoy la Iglesia, poniendo el primer día del año a María como Madre y Protectora de todos los hombres.

La Iglesia sabe muy bien que la meta de la vida cristiana y de todo es Dios; Dios debe ser lo absoluto y lo primero de todo; pero para que esto sea así, el camino más seguro hasta Dios, como el camino que Él eligió para venir hasta nosotros, fue y será siempre María, el mejor camino para vivir la vida cristiana, la vida de Cristo y en Cristo. Por eso nuestra madre la Iglesia pone esta fiesta de la maternidad divina de la Virgen en el primer día del año.

¡Qué certeza, qué confianza nos da María en este día primero del año, qué fuerza, qué poder tiene ante Dios, qué seguridad hasta Dios! Estoy totalmente convencido de lo que os digo, porque como vosotros lo he experimentado muchas veces en mi vida. Soy totalmente mariano, devoto de la Virgen, por experiencia de muchos años y muchas luchas. Estoy seguro de esta verdad, como vosotros.

 

        2.- La Iglesia quiere empezar el año mirando a la Virgen Madre, tomándola como modelo de vida cristiana y poniendo todo el año que empieza bajo su protección materna. Y lo comprendo perfectamente. Sabe la Iglesia la importancia de una madre para la vida de los hombres. Malo es que en una casa falte el padre, pero la experiencia demuestra a cada paso que se nota mucho más la ausencia de la madre. Si la madre vive, los hijos siguen adelante, se mantiene el orden, la limpieza y las comidas en casa y todos llegan a su término.

        Ya esta sería la primera nota de la fiesta de hoy. Descubrir la importancia  que la Iglesia da y quiere que tenga María en nuestra vida cristiana, individual y familiar; es tan importante su función materna dentro de la fe y de la vida cristiana, que se la pone en alto en el primer día del año para que todos la invoquen y se consagren a su amor maternal  en la primera fiesta del año. Secundemos, pues, los deseos de la Iglesia: miremos a la Virgen, invoquemos a María, sigamos su ejemplo de fe, humildad, silencio, confianza y obediencia a Dios. Al comenzar el año, pongamos bajo su protección maternal, nuestra familia, hijos, trabajo, salud, vida y enfermedad, alegrías y tristezas… todo bajo su mirada maternal y su intercesión. Que todo este año lo vivamos bajo su protección maternal y así nos será más fácil el camino.

        En realidad, la importancia de María en la obra de la Salvación se la empezó dando el mismo Dios, que quiso contar con ella para que fuera la Madre de su Hijo cuando llegó la plenitud de los tiempos. El misterio de la Encarnación, que estamos celebrando en estos días navideños, constituye una prolongada memoria de la maternidad divina de María, y esta fiesta del 1º de enero sirve para exaltar a la Madre santa por la cual merecimos recibir al autor de la vida, Jesucristo, Nuestro Señor. Toda la grandeza de María, todos sus dones y privilegios radican en su maternidad divina. Es el origen de todas sus gracias.         Es Madre y Modelo de la fe para nosotros, que debemos imitar, porque por la fe creyó el misterio que se realizaba en ella: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. le dijo su prima santa Isabel.

        Es Madre y Modelo del amor salvador de Cristo porque lo concibió y se unió a Él junto a la cruz, en el momento del amor extremo de su Hijo en su muerte, acompañando a su Hijo y uniéndose a Él en su ofrenda al Padre por los hombres, sus hermanos, sus hijos, como la proclamó el Hijo desde la cruz.

        Es Madre y Modelo de la esperanza cristiana, porque ella fue la única que permaneció, esperando contra toda esperanza, junto a su Hijo en la cruz, que moría solo y abandonado por todos, creyendo que era el Salvador del mundo y de los hombres, quien moría de esa manera, y esperando su resurrección.

        ¡Bien sabía el Señor la elección que había hecho! Esta es la verdadera grandeza de María, que podía pasar desapercibida para los ojos de los hombres, pero no para Dios.  Dios buscó en María fidelidad en la fe, en el amor, en la esperanza y en las penas. Eso mismo podemos encontrar nosotros en ella, si la invocamos como Madre, como auxiliadora, como intercesora de todo el pueblo santo de Dios. Por eso tiene tanto poder ante Él. Es omnipotente suplicando. Si Dios la quiso por madre, esto nos inspira certezas  seguridad, , consuelo.        Encomendémonos a ella al empezar el año, para que ella nos lleve siempre de su mano. Queridos hermanos: un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida nunca de sus hijos.      «¿A quién debo llamar yo vida mía, sino a ti, Virgen María? Nunca me verán decir: vida mía, sino a ti, Virgen María».

 

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DÍA 1º DE ENERO: MARÍA, MADRE DE DIOS

 

QUERIDOS HERMANOS: en este día primero del año estamos celebrando la solemnidad de María Madre de Dios que, por ser la Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia y Madre de todos los creyentes.

 

        1.- El Evangelio de hoy nos muestra a María cumpliendo su misión de madre de su hijo, Dios encarnado: dice claramente que los pastores encontraron a María junto al niño recién nacido, por ser y hacer de madre, por ejercer su función maternal,. Y esto es lo que hace hoy la Iglesia. Quiere llevarnos a todos a Jesucristo, su hijo, por el mejor camino que existe, que es su Madre, María. Así que en el primer día del año, nos pone a la Madre, porque sabe que esta Madre no vive más que para su Hijo, nuestro Salvador. En la Navidad el Hijo nos viene por María; al comenzar el año y durante toda la vida hay que ir al Hijo por la Madre.

        Queridos hermanos: Si Dios se fió de ella, si el Hijo la eligió por Madre… ¿no nos  vamos a fiar nosotros de ella? ¿No nos vamos a confiar con ella y a poner bajo su protección materna el nuevo año que empieza? Cómo es nuestra devoción a la Virgen, qué tiempo le dedicamos en nuestra vida? Eso es lo que hace hoy la Iglesia, poniendo el primer día del año a María como Madre y Protectora de todos los hombres.

La Iglesia sabe muy bien que la meta de la vida cristiana y de todo es Dios; Dios debe ser lo absoluto y lo primero de todo; pero para que esto sea así, el camino más seguro hasta Dios, para vivir la vida cristiana, es  María.

¡Qué certeza, qué confianza, qué fuerza nos da ser devotos de la Virgen, qué poder tiene intercediendo ante Dios, qué seguridad nos da ante Dios! Estoy totalmente convencido de lo que os digo. Soy totalmente mariano, devoto de la Virgen, por mi experiencia cristiana de muchos años y de muchas luchas y de muchas penas y alegrías y ayudas recibidas. Estoy totalmente seguro y convencido de esta verdad. María y Sagrario y todo se soluciona en nuestras vidas, amad a la Virgen y a su hijo Eucaristía y tendréis fuerza para amar, perdonar, gozar y sufrir en este mundo hasta la eternidad.

 

        2.- Por eso, la Iglesia quiere empezar el año mirando a la Virgen Madre, tomándola como modelo de vida cristiana y poniendo todo el año que empieza bajo su protección maternal. Hagámoslo todos nosotros, pongámonos y pongamos a nuestras familias bajo su protección, todos los días, el rosario o los tres avemarías la acostarnos.

Sabe muy bien la Iglesia la importancia de una madre para la vida de los hombres. Malo es que en una casa falte el padre, pero la experiencia demuestra a cada paso que se nota mucho más la ausencia de la madre. Si la madre vive, los hijos siguen adelante, se mantiene el orden, la limpieza y las comidas en casa y todos llegan a su término.

Precisamente esta es una de mis mayores preocupaciones como sacerdotes, falla el cristianismo actual en España, porque faltan madres cristianas de 50 años para abajo, lo noto en la iglesia, en primeras comuniones, en la vida pastoral, no tenemos grupos cristianos, como hace 20 años, de mujeres de 50 años para abajo.

        Ya esta sería la otra nota importante de la fiesta de hoy. Descubrir la importancia  que la Iglesia da y quiere que tenga María madre, como ejemplo y modelo de todas las madres, en nuestra vida cristiana, individual y familiar; es tan importante la función maternal de María, dentro de la fe y de la vida cristiana, que se la pone en alto en el primer día del año para que todos la invoquen y se consagren a su amor maternal  en esta fiesta primera del año.

Secundemos, pues, los deseos de la Iglesia: miremos en este día primero y en todo el año a la Virgen, invoquemos a María, sigamos su ejemplo de fe, humildad, silencio, obediencia a Dios, trabajo.

Al comenzar el año, pongamos bajo su protección maternal, nuestra familia, hijos, trabajo, salud, vida y enfermedad, alegrías y tristezas todo bajo su mirada protectora y su intercesión. Que todo este año lo vivamos bajo su protección maternal y así nos será más fácil el camino. Repito, el rosario, las tres avemarías al acostarnos, nosotros y nuestros hijos, como nos enseñaron nuestras madres, a los que tenemos años…

        En realidad, la importancia de María en la obra de la Salvación se la empezó dando el mismo Dios, que quiso contar con ella para que fuera la Madre de su Hijo cuando llegó la plenitud de los tiempos. Toda la grandeza de María, todos sus dones y privilegios radican en su maternidad divina. Es el origen de todas sus gracias.

        Es Madre y Modelo de la fe para nosotros, que debemos imitar, porque por la fe creyó el misterio que se realizaba en ella: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. le dijo su prima santa Isabel.

        Es Madre y Modelo del amor salvador de Cristo porque lo concibió y se unió a Él junto a la cruz, en el momento del amor extremo de su Hijo en su muerte, acompañando a su Hijo y uniéndose a Él en su ofrenda al Padre por los hombres, sus hermanos, sus hijos, como la proclamó el Hijo desde la cruz.

        Es Madre y Modelo de la esperanza cristiana, porque ella fue la única que permaneció, esperando contra toda esperanza, junto a su Hijo en la cruz, que moría solo y abandonado por todos, creyendo que era el Salvador del mundo y de los hombres, quien moría de esa manera, y esperando su resurrección.

        ¡Bien sabía el Señor la elección que había hecho! Esta es la verdadera grandeza de María, que podía pasar desapercibida para los ojos de los hombres, pero no para Dios.  Dios buscó en María fidelidad en la fe, en el amor, en la esperanza, en las alegrías y en las penas.

Eso mismo podemos encontrar nosotros en ella, si, desde el comienzo del año, la invocamos como Madre, como auxiliadora, como intercesora de todo el pueblo santo de Dios. Por eso tiene tanto poder ante Él. Es omnipotente suplicando. Si Dios la quiso por madre, esto nos inspira a todos tranquilidad, seguridad, certezas, consuelo.

        Encomendémonos a ella al empezar el año, para que ella nos lleve siempre de su mano. Queridos hermanos: un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida nunca de sus hijos.      «¿A quién debo llamar yo vida mía, sino a ti, Virgen María? Nunca me verán decir: vida mía, sino a ti, Virgen María».

 

SENTIMIENTOS ANTE ESTA FIESTA DE LA MATERNIDAD DIVINA DE LA VIRGEN

 

A) Alegrarnos y felicitarla de que Dios la haya hecho tan grande, tan divina, tan llena de gracia y de Dios por este hecho de ser la madre del Hijo de Dios en la tierra. Me alegro, Madre, de que seas tan grande: María, hermosa nazarena, Virgen bella, madre del alma, cuánto te quiero, cuánto nos amas; gracias por habernos dado a tu Hijo; gracias por habernos llevado hasta Él; y gracias también por querer ser nuestra Madre, nuestra madre y modelo, gracias.

B) Cantar con Ella el Magnificat, agradeciendo a Dios la grandeza de su maternidad divina, origen y fundamento de todas sus grandezas y elegirla también así para madre de todos los hombres: “Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava; desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí...”

C) Si Dios confió totalmente en ella, y la eligió entre todas las mujeres, yo también la elijo como Madre y Reina, la elijo yo y la prefiero a todas y me consagro y le consagro el nuevo año que empieza: Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco enteramente a vos y en prueba de mi filial afecto te consagro  en este nuevo año mis ojos, mis oídos, mi corazón; en una palabra  todo mi ser; ya que soy todo tuyo, oh madre de bondad; guárdame y defiéndeme, como cosa y posesión tuya.

D) Y como madre del Dios que todo lo puede y madre de la Iglesia, que vive en este mundo, le pido por la paz, paz del mundo y de las familias, lo ponemos todo en sus manos, y le pido por todos vosotros en esta misa que la ofrezco con ella al Padre por vuestras familias y vuestros hijos, por el mundo, por los niños, por los jóvenes, por los mayores, por los enfermos, los ancianos, los abandonados. Ella es madre, y los hijos pueden olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos.

 

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1º DE ENERO: MARÍA, MADRE DE DIOS

 

        QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hoy, esta palabra «hermanos», tiene una resonancia especial y un sentido pleno y total. Porque en este día primero del año estamos celebrando la solemnidad de María Madre de Dios; y María, al ser la Madre de Dios es automáticamente también Madre de la Iglesia construida por su hijo Jesucristo. Y todo esto por disposición de Dios, porque Dios la quiso y eligió así como madre para su Hijo y automáticamente la quiere como madre de todos los hombres, especialmente nosotros, los cristianos creyentes en su hijo y en ella

        1.- El Evangelio de hoy, con discreción y naturalidad, nos presenta a María, cumpliendo su función de madre, cuidando “del niño acostado en el pesebre”. La narración de Lucas deja entrever a María, que, poco después del nacimiento de su hijo, acoge a los pastores y les muestra al recién nacido y ella escucha atenta todo lo que ellos cuentan de la aparición de la estrella y el anuncio del ángel. Luego, cuando se  van los pastores glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído (Lc 2,20): “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”, nos narran los Evangelios.

        María es madre de Jesús no sólo porque le ha dado la carne y la sangre, sino también porque ha penetrado íntimamente en su misterio y se ha unido a Él de la manera más profunda que pueda existir. Dice el Vaticano II: «se consagró totalmente a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con Él y bajo  Él”» (LG 56). Por eso María «es nuestra Madre en el orden de la gracia» (LG 61), concluye el Vaticano II.

        El Evangelio nos dice claramente que los pastores encontraron al Niño en los brazos de su madre María que ejercía así su misión maternal, confiada por el Padre. Y esto es lo que hace hoy la Iglesia. Hoy, primer día del año, quiere llevarnos a todos ante Jesucristo, nuestro Dios y Salvador por el mejor camino que existe en la tierra, que es su Madre, María. Así que al comenzar el año, nos pone todos los hombres, especialmente a los creyentes, bajo la protección de María, Madre, de Dios y de la Iglesia porque sabe que esta Madre no vive más que para su Hijo, nuestro Salvador y sus hijos, todos los hombres por los cuales nació el Hijo en su seno. En la Navidad el Hijo nos viene por María; al comenzar el año y durante toda la vida la Iglesia quiere que vayamos al Hijo por su Madre. Amémos a la Virgen, recemos a María, la Iglesia nos pide en este primer día del año que si Dios la eligió como Madre es porque quiere y sabe que es la mejor madre del mundo y de todos los hombres.

        Y nosotros, queridos hermanos, si Dios la eligió por Madre y el Hijo se confió totalmente en ella… ¿no la vamos nosotros a elegir como madre de gracia y no  vamos a confiarnos totalmente a ella? ¿No nos vamos a fiar a ella y a poner bajo su protección materna nuestras vidas en el nuevo año que empieza? Eso es lo que quiere nuestra madre la Iglesia en este primer día del año, quiere en este primer día del año que si Dios la eligió como Madre nosotros la elijamos tambien madre nuestra, madre de todos los hombres, Madre de la Iglesia y Protectora de todos sus hijos los hombres.

La Iglesia sabe muy bien que la meta de la vida cristiana y de todo es Dios; Dios debe ser lo absoluto y lo primero para todos los hombres; pero para que esto sea así, el camino más seguro que Él eligió para venir a nosotros fue y siempre será María, la mejor madre y el mejor camino para vivir la vida de Cristo su hijo como ella lo vió. Por eso, hermanos, elijamos a María como madre de gracia y amor a su hijo. Por eso, nuestra madre la Iglesia pone esta fiesta de María madre de Dios al comenzar el año.

¡Qué confianza y seguridad nos da María en este día primero del año, qué fuerza, qué poder tiene ante Dios, qué seguridad hasta Dios! Estoy totalmente convencido de lo que os digo, porque como vosotros lo he experimentado muchas veces en mi vida. Soy totalmente mariano, devoto de la Virgen, por experiencia de muchos años y muchas luchas. Estoy seguro de esta verdad, como vosotros. En este día primero del año renovemos nuestra filiación mariana, renovemos nuestra consagración a María madre de Dios y de todos los creyentes, consagremos nuestras vidas y del mundo a María, madre de la Iglesia y de todos los hombres.

MARÍA, HERMOSA NAZARENA, VIRGEN BELLA, MADRE DEL ALMA, CUANTO NOS QUIERES, CUÁNTO TE QUEREMOS.

 

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SEGUNDO DOMINGO DE NAVIDAD

 

PRIMERA LECTURA: Si 24,1-2.8-12

 

        En los libros sapienciales, la sabiduría se describe en algunos pasajes con rasgos personales e incluso divinos. Este fragmento es, sin duda, el que recoge las ideas más evolucionadas. La sabiduría está íntimamente unida a Dios; pero es distinta de Él, porque es criatura. Sin embargo, en los otros libros del Antiguo Testamento realiza acciones que son propias del Creador: cubre la tierra como el espíritu de Dios (Gn 1,2); se identifica con la columna de nube que guía a los israelitas (Ex 13,21-22); significa la presencia de Dios entre los hombres (cfr. Prv 1,20-33).

        El texto de hoy es el elogio de la Sabiduría: “La sabiduría hace su propio elogio”. Habla de la función de la sabiduría en el mundo: “Se gloría en medio de su pueblo. Abre  la boca en la asamblea del Altísimo…será ensalzada y admirada en la congregación de los santos..”.; habla también del  poder de la Palabra en la creación: “Entonces el Creador del Universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: Habita en Jacob, sea Israel tu heredad”.  En los versículos 14-16 se describe poéticamente la fecundidad de la Sabiduría: “En la santa morada, en su presencia ofrecí culto y en Sión me estableció; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder. Eché raíces en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad”.

 

SEGUNDA LECTURA: Ef 1, 3-6.15-18

 

        El Nuevo Testamento supera infinitamente esta posición del Antiguo, porque presenta la Sabiduría de Dios como Persona divina, la segunda de la Santísima Trinidad, y no de una manera alegórica, sino de un modo real y concreto: la Sabiduría de Dios es Cristo Jesús, Hijo de Dios, que encarna toda la Sabiduría del Padre y es la «Sabiduría de Dios», que, pronunciada por el Padre para nosotros, se convierte, por la Encarnación, en Palabra Salvadora.

En Cristo, la sabiduría de Dios toma carne humana y viene a morar entre los hombres, para revelarles los misterios de Dios y  guiarlos con su luz  más directamente hasta Él. No se trata de una revelación, que se detiene en el plano del conocimiento, sino que tiende a llevarnos a todos los hombres hasta la misma vida trinitaria de nuestro Dios.

Este es el tema que San Pablo desarrolla en esta segunda lectura. El Apóstol pide a Dios que le conceda “espíritu de sabiduría y de revelación” para llegar a comprender y vivir estos misterios divinos: “…el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama y cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN: 1, 1-18

 

        QUERIDOS HERMANOS: Esta afirmación: “El Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros” del prólogo de S. Juan en el Evangelio de hoy, repetido como estribillo en el salmo responsorial, sintetiza toda la liturgia de este domingo segundo de Navidad.

 

        1.- Mientras S. Pablo, en la segunda lectura, se complace en mostrarnos a Cristo como “sabiduría” de Dios, el evangelista San Juan nos lo presenta como la Palabra, significando con este término que Cristo no es sólo sabiduría y conocimiento de Dios en el seno de la Santísima Trinidad; sino que, al pronunciarla para nosotros y dárnosla a conocer, se ha convertido en Palabra, pronunciada como Salvación para nosotros en la Encarnación.

El Verbo de Dios, Imagen, Idea, pronunciada con amor eterno de Espíritu Santo por el Padre en el seno de la Santísima Trinidad, ha pasado a ser Verbo, Imagen e Idea de Dios pronunciada y hablada también por Dios para el hombre. Se trata de la misma realidad divina pero presentada para nosotros con matices diversos: el Hijo de Dios se convierte en Palabra pronunciada por el Padre en la Encarnación para el conocimiento y salvación de los hombres; esta encarnación, esta pronunciación fue posible por la potencia de la tercera persona de la Trinidad: el Espíritu Santo.

Este es el Hijo Amado, esta es la Idea y la Palabra con la que el Padre se dice a sí mismo en plenitud de Ser, de Vida, de Amor y de Felicidad, y que por su mismo Espíritu de Amor la ha pronunciado para nosotros, como Palabra salvadora, en la Encarnación. 

        ¡El Verbo es Dios! San Juan Evangelista, al empezar su Evangelio y antes de hablar del nacimiento temporal de Jesús, nos presenta la generación eterna del Verbo existente desde toda la eternidad en el seno del Padre, igual en todo al Padre, siempre existente como Hijo junto al Padre, pues, aceptando ser Hijo, le hace al mismo tiempo Padre, siendo, por tanto, personas distintas, iguales en poder, sabiduría, amor, eternidad: “ En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios”.

        Esta Palabra fue pronunciada por el Padre ya en la misma creación, y, roto este primer proyecto del Padre, lo rehace, lo recrea por su Palabra hecha carne en la segunda creación por la muerte y resurrección de Jesucristo: “Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho”. El Verbo de Dios, la Palabra de Dios es el principio, la causa eficiente de todo cuanto existe en el orden natural y sobrenatural.

“En la Palabra había vida, y la  vida era la luz de los hombres”.  En Jesucristo Encarnado está toda la luz y el conocimiento de Dios, y esta luz es vida para el hombre; como la luz solar despierta la vida de la naturaleza, así también esta luz y conocimiento de Dios hace que el hombre conozca y ame a Dios por la fe y el amor, principio de vida cristiana. Todo nos ha venido por el Verbo hecho carne: “La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba… y el mundo no la conoció”.

       

        2.-Cuando viene la luz, la Palabra, el proyecto de Dios choca con los proyectos de los hombres y muchos no quieren aceptar esta Palabra salvadora de nuestras limitaciones e ignorancias y faltas de conocimiento sobre el hombre y sobre la razón última y sentido de la vida: ¿por qué y para qué vivimos?“La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió…Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”.  Al venir la Luz, se hace la crisis y el mundo se divide en dos partes o sectores principales: luz y tinieblas. Es el drama del mundo creado por Dios, que se rebela contra Él, porque no acepta su luz, su sabiduría, su proyecto de vida, como Adán y Eva, y el hombre come del árbol de la ciencia del bien y del mal, es decir, decide por su cuenta qué es lo que está bien y qué es lo que está mal. No aceptan la luz que viene de Dios ni sus mandamientos y prefieren su noche de Dios, su ignorancia de lo que Dios quiere comunicar y hacer del hombre y de su vida: un proyecto de eternidad. 

        Los que oyen la Palabra y la aceptan en su corazón, tienen la luz y la vida y la misma gloria de Dios, por el Verbo que está junto a Dios y es Dios con el Padre; estos reciben los grandes dones de Dios, la gloria y alabanza propias del Verbo, mediante la fe y el amor: “Pero a cuantos le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”. Y esta es la afirmación y la verdad y el gozo que estamos celebrando en este domingo. Todo nos lo ha dado el Padre, por el Hijo, Palabra eterna de vida y de luz, pronunciada con amor de Espíritu Santo para el mundo entero: “Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

        3.- Juan habla del Verbo de Dios que Él ha contemplado en carne humana y en la gloria del Tabor, gloria propia del Hijo hablando con el Padre, lleno de proyectos salvadores para el hombre. Todo lo que Juan ha visto y contemplado quiere comunicarlo y transmitirlo a los que lean su testimonio, para que ellos también crean y reciban esta misma plenitud de conocimiento, que viene del Padre: “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único que está en el seno del Padre es quien lo ha dado a conocer”.

 

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SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

PRIMERA LECTURA: Is 60, 1-6

 

        Este mensaje de Isaías pretende infundir ánimos y confianza al pueblo de Israel, que acababa de volver de la cautividad de Babilonia. Jerusalén es presentada con horizontes universalistas como el centro de atracción y de salvación para todos los pueblos. Esta Jerusalén resplandeciente y centro de liberación universal es imagen de la Iglesia iluminada por la presencia y salvación de Cristo. La salvación es descrita como una luz de amanecer que disipa las sombras de muerte que dominan al mundo: “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad, los pueblos; pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora”.

        Estos versículos de Isaías son un himno de gloria anunciando proféticamente la vocación de todos los pueblos a la fe; también ellos reconocerán y adorarán en Jesucristo su único Dios: “Jesús ha venido no sólo para la salvación del pueblo elegido sino para la salvación de todos los hombres de toda raza y nación. Él instituyó «la nueva alianza en su sangre», convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles, que se condensara en unidad... y constituyera un nuevo Pueblo de Dios” (LG 9). Más adelante el mismo Concilio incita a todos los fieles a compartir las ansias y las fatigas de la Iglesia que “ora y trabaja a un tiempo, para que la totalidad del mundo se incorpore al pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y templo del Espíritu Santo” (LG 17).

       

SEGUNDA LECTURA: Ef 3,2-3. 5-6

 

        Este pasaje de la carta a los Efesios declara que todos los hombres sin excepción son llamados a entrar en el misterio de Cristo, es decir, a ser partícipes de la salvación. Esta misteriosa determinación de Dios es pura gracia para todos, judíos y gentiles, que da sentido a su trabajo apostólico. Precisamente éste es “el misterio que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas”;éste es el encargo que Pablo ha recibido de Cristo: la predicación del Evangelio a los pueblos gentiles. Ha desaparecido ya toda división o barrera, ya no hay distinción entre judíos y gentiles en Cristo, porque todos son miembros de la Iglesia, misterio de salvación universal. Él es el verdadero heredero de la promesa hecha a Abrahán, y todos son copartícipes de las promesas en Cristo Jesús, porque forman un solo cuerpo y todos son miembros del mismo cuerpo: “Que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio”.

        El tema teológico fundamental de la Epifanía es que en Cristo se han cumplido todas las promesas y profecías del A. T. Jesucristo es el portador de un orden universal de salvación para judíos, representados en los días anteriores por los pastores, y los gentiles, representado en esta solemnidad por los Reyes Magos.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 2, 1-12

 

QUERIDOS HERMANOS: El evangelio de hoy es una catequesis profunda sobre el encuentro con Cristo por el camino de la oración, oración, hoy voy a hablaros de la oración, como los santos, santa Teresa, S. Juan de la Cruz, Madre Teresa de Calcuta; ORACIÓN, que no es solo rezar sino pasar ratos de reflexión y meditación en tu casa, pero sobre todo, ante el Sagrario de tu parroquia, con el evangelio o un libro en la manos, y hablando y meditando lo que te dice el Señor en esos momentos sobre tu vida, lo que tienes que hacer para se buen cristiano, buena esposa, buena hija etc, son ratos de reflexión, meditación, diálogo de amor con Cristo en el Sagrario.

Y este camino tan necesario para todos, aunque seas cura, fraile o monja, es necesario para vivir el cristianimo autentico, para conocer y amar a Jesucristo, sentir su presencia, su amor en tu vida, porque aunque comulgues, como luego en tu banco no te encuentres con Él, no dialogues, no te examines de tus faltas de amor y caridad, si no oras y hablas con Él en tus comuniones, tú comes a Cristo, pero no comulgas con su vida, su amor, sus sentiemientos, no lo sientes. Reconozco que de este camino de oración para encontrarnos con Cristo, como los magos, se habla poquísimo en la igleisa, incluso en seminarios y casas de formación.

Y ese camino, si lo haces tu sola y con el evangelio o la ayuda de un libro en tus manos, sobre todo, meditando ante Cristo en el Sagrario, que es donde más vivo y real está el Señor en la tierra, te llevará a un encuentro de gozo y amor como los magos lo encontraron en los brazos de su Madre, la Virgen María, la Virgen guapa que tanto ayuda a sus hijos en este camino de fe y amor a Cristo.

Vamos a describir un poquito este camino de oración, de encuentro con Jesús, el mismo de los magos y de siempre, por medio de ratos de oración, de silencio en su presencia. De esto nos hablan todos los que lo han seguido, como nuestros místicos, sobre todo, santa Teresa de Jesús, S. Juan de la cruz, la santa madre Teresa de Calcuta, que lo hace maravillosamente.

Vemos, por el evangelio de hoy, cómo el comienzo del encuentro de los magos con Jesús fue mirando y siguiendo la estrella; esa estrella para nosotros, es el camino de la fe vivida por la oración personal de cada uno. Si uno hace un rato de oración todos los días en casa, pero sobre todo en la Iglesia ante el Sagrario, uno llegará a encontrarse con el Dios del cielo en la tierra, como los magos siguiendo la estrella del oriente, que les llevará hasta verlo en los brazos de su madre, María.

De la misma forma, para nosotros, el encuentro con Dios en la vida ha de ser siguiendo por la oración una estrella que nos viene de Él, la fe, la fe católica es la estrella que no lleva en esta vida al encuentro con Cristo. Pero una fe alimentada por la oración, tan abandonada por la Iglesia de arriba y de abajo, los curas teníamos que estar más horas en oración en la iglesia, ante el Sagrario.

Todos sosotros tenemos muchas estrellas en nuestra vida que nos llevan a Cristo, a conocerlo y amarlo, al encuentro con Dios, en el camino de la fe: tenemos padres cristianos, catequistas, sacerdotes, parroquia, acontecimientos diversos, «los signos de los tiempos», que nos llevan a Dios. De los Magos debemos aprender a estar alerta para captar los signos de Dios en nuestra vida personal y comunitaria, para seguirlos. Son las estrellas que Dios nos envía y debemos cooperar con la gracia de Dios para encontrarnos con Él.

        Y repito, la mejor forma y única de estar en alerta permanente es mirar al cielo todos los días como los Magos: esto es, hacer oración todos los días, mirar al cielo, tratar encontrar a Dios con la lectura del evangelio o algún libro en las manos, o mirando o rezando a Cristo en el sagrario  viniendo a misa, eso es mirar a Dios todos los días como los magos miraban al cielo para encontrarlo.

Que quede claro que esta es la única lección que quiero que saquéis de mi predicación este día: Sin oración diaria, sobre todo ante el Sagrario,  no hay encuentro con Cristo, aunque seas cura y fraile y monja, digo encuentro de fe viva y amor y gozo, primero fe seca, sin sentir mucho su amor y presencia, y luego poco a poco, si tú te va vaciando de tu yo y soberbia y pecados, Él te va llenando de su presencia y amor y lo vas sintiendo y si antes, al comienzo te costaba estar de oración o visita al Santísimo, cinco minutos, luego llegas a pasarte horas y horas de gozo y amor y de cielo, en la tierra, te lo DIGO CON TODA VERDAD Y CERTEZA. Toda nuestra vida cristiana depende de la oración, mi vida de santidad, como cura, depende de mi oración diaria, preferentemente ante el Sagrario; y no lo digo por decirlo, es que es así para todos : «Que no es otra cosa oración sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama» (Santa Teresa).

Este será siempre el gran problema de la Iglesia: se ora poco por parte de todos, tanto de los de arriba como de los de abajo. Conocemos y amamos a las personas, dialogando con ellas. Cómo os hicísteis novios y os casasteis…

 

4.- Los Magos dejaron sus casas, sus posesiones, su país, su comodidad y salieron tras la estrella al encuentro de Cristo. Preguntaron a los doctores, a Herodes, al pueblo…

Y hay que contar con enemigos: Herodes, los sabios y entendidos, el pueblo indiferente y comodón… Hay que contar con  noches de la fe, como los magos.de perderse por el camino.

 

        5.- Y una vez que hemos encontrado al Señor por la fe iluminada en la oración, en la comunion, en la misa, tenemos que adorarlo, como los Magos, tenemos que ponernos y poner nuestra vida y todas nuestras cosas de rodillas ante Él, porque Él es Dios, como los Reyes magos: oro, incienso y mirra. El Señor nos exige ser más humildes, más caritativos, más buenos.

Y aquí está el gozo. Cuando uno encuentra al Dios vivo en la tierra, en la oración, uno lo da todo y no quiere más riqueza y posesión que Dios mismo. Este encuentro ya no se olvida: los monjes y monjas de clausura que lo dejan todo por vivir solo parael Señor y la salvación eterna de los hombres, sus hermanos.

 

        6.- Finalmente, algo que nunca debe faltar ni faltará en nuestra vida, si queremos encontrarnos con el Señor ya en este mundo, es María: “Entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Ahora y siempre, el mejor camino para encontrarnos con Jesús es María, la devoción a la Virgen, el rezo del rosario. Lo dice la experiencia, la historia, los santos. Dios mismo escogió este camino; Cristo nos vino por María; los magos encontraron al niño en brazos de su Madre. Nosotros tenemos que ir a Cristo por el mejor camino que existe: su Madre, María.

Hermano, encontrar a Cristo por este camino de la oración que te he insinuado, cuesta mucho; pero encontrar a María, nuestre Madre el cielo, no cuesta nada, es mujer, es Madre y a las madres se las quiere sin querer…Reza todos los días a María, busca a María, y encontrás a Cristo, al Salvador en sus brazos.

         ¡María, hermosa Nazarena, Virgen guapa, Madre del alma; ¡cuánto te queremos! ¡Cuánto nos quieres! gracias por habernos dado a Jesús, único Salvador de mundo, no nos salvan los políticos, cada día estamos peor porque nos estamos alejando de Dios: y gracias por querer ser nuestra madre; y en tus brazos siempre encontrares a tu Hijo, el único que puede salvar a este mundo actual tan perdido.

 

 

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REYES MAGOS.

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS DOMINICAS: El evangelio de hoy, el camino de los Reyes Magos hasta encontrarse con Cristo, es una catequesis profunda sobre el camino de la fe por la oración diaria que todos tenemos que recorrer si queremos encontrarnos con Cristo ya en esta vida, es el camino de la fe que han de recorrer todos aquellos que quieran encontrarse con Jesús ya en este mundo, el mismo que nació en Belén y está en el cielo y en todos los sagrarios de la tierra y adorarlo como Dios y salvador del mundo y sentirlo y vivirlo y gozarlo.

Y eso solo se consigue en esta vida por medio de la oración-conversión, es decir, ir convirtiéndonos a lo que el Señor nos dice en la meditación del evangelio, de su palabra y de lo que nos dice en ese rato diario de conversación con Él, primero con libro, y luego sin  libros y ayudas porque Él nos va instruyendo  por la oración-meditación primero y luego contemplativa, sin necesidad de libros, solo con mirarle y estar en su presencia.

Y este camino de la oracion tiene diversas etapas, son las etapas de purificacion de nuestra fe y amor a Dios, de nuestra conversión primero por la oración  meditativa, cuando hay que coger el evangelio y meditarlo, porque si no, no te sale el diálogo con Dios;  luego viene la oración contemplativa, ya no te hace tanta falta coger un libro para meditar porque el Espíritu Santo nos va comunicando los pensamientos y sentimientos de Cristo, y finalmente, viene la oración de unión o transformación total en Cristo, en que el alma ya no necesita meditar o contemplar porque está unida, se siente habitada, templo y morada de la Trinidad: “Quedéme y olvideme…” A este estado de contemplación y  vida estáis llamadas todas vosotras

Y todo esto, desde el primer Kilómetro, se va realizando en el alma, por la oración- conversión, oración-conversión, en que a traves de los años el alma va vaciándose de sí misma, de su yo,de sus ideas y egoismos e imperfecciones y va convirtiéndose a Cristo, va llenándose solo de Cristo hasta poder decir con S. Pablo “ya no soy yo es Cristo quien vive en mi” o como todos los místicos que llegan al gozo y experiencia de Dios ya en este vida: descubre tu presencia y máteme….

Y esta es la vocación a la que estamos llamados todos los cristianos por la vida de gracia desde el santo bautismo, vida de Dios Trinidad en nosotros, especialmete mediante la vida de oración, pero especialmente vosotras que Dios os ha llamado y regalado esta vocación. Todo esto lo tengo escrito y desarrollado en varios de mis libros. Por eso, no quiero alargarme más y empiezo desarrollando este camino en los Reyes Magos.

Empezamos: los reyes magos, siguiendo la estrella, encontraron a Jesús ¿qué nos enseña esto? Lo que os he dicho:Nos enseña que la fe es la estrella que debe quiar nuestras vidas, sobre todo de contemplativas y esta fe cultivada y progresando por la vida de oración-conversion, nos

lleva poco a poco a Cristo a través de los años y purificaciones de nuestrso defectos, a ver y sentir a Cristo, como los magos; para eso tuvieron que salir de sus casas, y preguntar y caminar y pasar diversas pruebas; son las pruebas y las noches fe y amor que describe muy bien S. Juan de la Cruz y que este cura tuvo la gracia de Dios de hacer su tesis doctoral en teología en Roma, y es camino obligado para todos los místicos, para todos los que queramos llegar a la unión total con Cristo.

Pues bien, todos nosotros, como los magos, tenemos muchas estrellas que nos llevan a Dios en nuestras vidas: padres cristianos catequistas, sacerdotes, acontecimientos diversos, son «los signos de los tiempos», que nos llevan a Dios.

        Los Magos, mirando la estrella, encontraron a Cristo; nosotros, mirando la estrella de la fe todos los días por la oración personal, especialmente ante el Sagrario, nos encontramos con Cristo. Toda nuestra vida de santidad depende de la oración y la oración, según santa Teresa: « no es otra cosa sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Y esto, seas cura, fraile o monja, y obispo, como no hagas oración-conversión diaria, no llegas a estas alturas, al gozo y a la experiencia de la fe, que creemos. Y de esto tiene mucha necesidad hoy la Iglesia sobre todo en sus sacerdotes, obispos y y…

Y una vez que hemos encontrado al Señor, tenemos que adorarlo, es decir, tenemos que poner nuestra vida y todas nuestras cosas de rodillas ante Él, como hicieron los magos y este es el sentido de la vida religiosa de estas monjas contemplativas sean dominicas o carmelitas o trinitarias… renunciando a todo, solo para ser de Dios, solo Dios, solo Dios en su vida, y el cielo ha comenzado ya para ellas en la tierra, si llegan a este estado de conversión y oración.

Bien, y ahora y siempre, la mejor ayuda para encontrarnos con Jesús es su madre:María:  “los magos entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Lo dice el evangelio y la experiencia y la vida de los santos.   

 

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS DOMINICAS: Decíamos ayer y diré siempre que el mejor camino, la mejor ayuda para encontrarnos con Jesús es su madre:María:“los magos entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Lo dice el evangelio y la experiencia y la vida de los santos.

Dios mismo escogió este camino; Cristo nos vino por María; los magos encontraron al niño en brazos de su Madre. Nosotros tenemos

que ir a Cristo por el mejor camino que existe: su Madre, María. Queridos hermanos, recemos a María, buscad a María y encontraremos a Cristo en sus brazos.

         ¡María, hermosa Nazarena, Virgen guapa, Madre del alma; ¡cuánto te quiero! ¡Cuánto nos quieres! Gracias por habernos dado a tu Hijo, gracias por querer ser nuestro camino para encontrar a tu Hijo; y gracias también por ser nuestra madre y modelo. Gracias, Madre. Virgen guapa, Hermosa nazarena.

“Encontraron al niño en brazos de su madre”.María ocupa un lugar importante en este caminar. Jesús nos vino por María. Y Dios quiere que nuestro camino de fe hasta encontrar a Cristo pase por María. No olvidarlo. No es sentimentalismo, piedad popular, no, es plan y proyecto de Dios: Hay que cultivar la devoción a María, como madre y modelo de la fe y camino para encontrarnos con Cristo.

Así lo hizo y lo quiere su Hijo. En las grandes pruebas de la fe, cuando todos dejaron a Cristo abandonado en la cruz, allí «no sin designio divino» quiso el Señor que estuviera su Madre para entregárnosla también como Madre en la persona de Juan. Jesús permitió el abandono de todos los suyos, menos Juan, pero no quiso estar sin su Madre. Por algo será. Nosotros, tampoco, en nuestro camino de santidad y perfección cristiana.

Repito: algo que nunca debe faltar ni faltará en nuestra vida, si queremos encontrarnos con el Señor, es María: “Entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Ahora y siempre, el mejor camino para encontrarnos con Jesús, es María. Lo dice la experiencia, la historia, los santos. Dios mismo escogió este camino; Cristo nos vino por María; los magos encontraron al niño en brazos de su Madre. Nosotros tenemos que ir a Cristo por el mejor camino que existe: su Madre, María.

“Lo encontraron en los brazos de María”. María es el camino elegido por Dios para venir hasta nosotros. Es a su vez, el camino que Dios quiere para que lleguemos hasta Él. Por eso, es Madre de la Iglesia, de todos los hombres. María nos ofrece, como madre, el fruto de su vientre. Es la nota mariológica de la Navidad. Maria, hermosa nazarena, Virgen bella, gracias por haber querido darnos a tu hijo. Gracias por querer ser su madre, su madre y nuestra madre; gracias. ¡Cuánto nos quieres, cuánto te queremos! Gracias.

Con María y por María llegamos al encuentro gozoso de Cristo, meta de nuestro caminar en la fe y en el amor cristiano sobre todo por la oracion, el mejor camino de la vida cristiana. Y le adoramos, es decir, le ofrecemos toda nuestra persona, nuestro ser y existir queda consagrado a Él, porque le reconocemos como único Dios de nuestra vida, abajo todos los ídolos que hasta entonces hemos dado culto.

        El encuentro con el Señor te hará feliz, querido hermano, como a los magos. Pregunta a todos los santos que en el mundo han existido. Por eso, Señor, cómo te deseo, cómo te busco, con qué hambre de Tí camino por la vida. Quiero verte para tener la luz del “camino, de la verdad y de la vida”. Quiero comulgarte para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor. Y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo una sola ofrenda agradable al Padre, cumpliendo tu voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero entrar así en el misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de Amor del Espíritu Santo. POR MARÍA, A JESÚS Y CON JESÚS EUCARISTÍA, A LA STMA.TRI.

        Una vez que hemos encontrado al Señor, tenemos que adorarlo, como los Magos, tenemos que ponernos y poner nuestra vida y todas nuestras cosas de rodillas ante Él, porque Él es Dios, lo absoluto en nuestra vida, y nosotros somos simples criaturas.  Y aquí está el gozo. Cuando uno encuentra al Dios vivo, uno lo da todo y no quiere más riqueza y posesión que Dios mismo. Este encuentro ya no se olvida: los santos, los místicos, las personas buenas ya no saben vivir de otra forma. Todas vosotras, por la oración y vocación de Dominicas, tenéis que llegar hasta aquí, como todo cristiano, por el santo bautismo.

        La oración-adoración es personal. Es un encuentro que comprendía también sus presentes de oro, incienso y mirra, dones que se hacían a un Rey por considerado divino, como nosotros tenemos que hacer con nuestras vidas. Adorar a Dios es reconocerle como el único absoluto de su vida. Y para esto hay que orar, orar y convertirse, y preguntar y buscar a Dios como los magos hasta encontrarlo por la oración y conversión elevadas, siempre con ayuda de María, saliendo de nosotros mismos. Hermanos y hermanas, adoremos sólo a Dios, pongamos nuestro y posesiones a sus pies ¡Queridas hermanas dominicas, queridos hermanos y feligreses, salid de la comodidad y la pereza al encuentro de Cristo. Lo encontraréis en brazos de su Madre, María. Rezad a la Virgen, imitad a la Virgen, amad a la Virgen, seguid a la Virgen.

Queridas hermanas, que la fiesta de los Reyes Magos nos ayude a todos nosotros, fieles cristianos, a valorar la estrella de nuestra fe cristiana y a seguirla con la perseverancia de los Reyes Magos hasta que lleguemos al encuentro gozoso y verdadero con Jesucristo, Único Salvador del mundo y de los hombres, y siempre en los brazos de su madre, María, esperándonos a cada uno de nosotros, a todos sus hijos e hijas, los hombres, las Dominicas, con St. Domingo, devotísimo de María, a su lado en el cielo.Amén.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- La fiesta litúrgica que hoy celebramos se llama con palabra griega y litúrgica: «Epifanía», que significa mostrar algo a alguien; hoy es la fiesta de la manifestación del Señor al mundo entero, como único Salvador; así lo rezamos en el Prefacio de este día, dirigiéndonos al Padre: «porque hoy has revelado en Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra salvación»; y en este día es reconocido y se manifiesta como salvador de todos los pueblos, por medio de los Reyes Magos, que no pertenecen al pueblo judío, al pueblo elegido, como lo hizo en la Nochebuena, por medio de los pastores, que pertenecían  a la nación judía.

        También podía decir de forma sencilla e inteligible que la Navidad es Dios que viene al encuentro del hombre;  y, en la fiesta de los Reyes Magos, somos nosotros los hombres los que vamos al encuentro de Dios.

        Los evangelios han querido también exponer otra verdad: que mientras Jesús vino a los suyos, pero estos no lo reconocieron, excepto los pastores, los Reyes Magos llegaron hasta Jesús y lo reconocieron adorándolo como Salvador, guiados por la estrella, que simboliza la fe cristiana. Frente a la dureza de los judíos vemos  la aceptación de la fe por los pueblos paganos, que preguntando y entre dificultades, perseverando en el camino de la estrella, encuentran al Niño con María, su Madre, y gozosamente los aceptan, los adoran y le ofrecen sus dones.

        Es muy conveniente fijarse bien en este itinerario de la fe, seguido por los Reyes Magos, porque no hay otro. Insistiría en tres aspectos de nuestro camino de búsqueda de Dios por la luz de la fe:

 

        2.- “Vieron una estrella”. La estrella, es decir, la iniciativa, es de Dios, viene siempre de arriba. Bien directamente por una estrella interior, una iluminación personal, una reflexión o luz interior; o bien por una estrella exterior: un sacerdote, un amigo, un creyente, una lectura, un suceso, una desgracia, una predicación…

        La fe de los Magos, como la de los pastores de Belén, destaca frente a la incredulidad del propio pueblo elegido y de sus jefes políticos y religiosos: Herodes, sacerdotes, letrados. La liturgia de este día es el desafío a las tinieblas por parte de la “luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo; en el mundo estaba y el mundo no le conoció”. Más todavía, “vino a los suyos pero los suyos no le reconocieron… pero a los que le reconocieron le dio poder para ser hijos de Dios...”

        Este encuentro, este camino no es posible sin la luz de la estrella: la fe. Entonces como hoy, después de veinte siglos, muchos no han visto la estrella: predilección de Dios para unos, negación para otros; no lo sé, misterio de Dios para mí, porque Cristo, como estrella de luz y salvación, ha aparecido en el mundo para la salvación de todos. Valoré siempre la fe como el mayor regalo de Dios en mi vida, el mayor don de Dios para el hombre.

        Vemos, pues, por el relato evangélico, que no basta con ver la estrella. Los Reyes Magos me enseñan que hay que seguirla para que su luz me lleve al encuentro con Cristo. Muchos vieron la estrella, además de los Magos, pero sólo ellos la siguieron y encontraron al Señor, porque la siguieron.

 

        3.- Los Magos dejaron sus casas, sus posesiones, su país, su comodidad y salieron tras la estrella al encuentro de Cristo. Preguntaron a los doctores, a Herodes, al pueblo… La fe es una búsqueda continua y permanente de Cristo, que dura toda la vida, porque siempre hay que adentrarse más y más en el misterio de Dios. Hay que contar con enemigos: Herodes, los sabios y entendidos, el pueblo indiferente y comodón… Hay que contar con la noche de la fe: la duda, la prueba, la envidia es la estrella que se oculta y desaparece. A todos nos pasa. No hay que asustarse.

        Las dificultades en el  camino, la crisis en la fe es buena, si nos ayuda a convertirnos a Dios, a poner en Él nuestra morada. La noche y la crisis y la sequedad es buena, porque Dios quiere que pasemos de nuestros criterios, apoyos y seguridades de todo tipo, morales o conceptuales, de nuestras posesiones afectivas,  de nuestra comodidad, de la posesión de una fe heredada a una fe más personal y purificada, por vivencias propias y no de otros.

        Si no hay crisis en nuestra fe es que estamos instalados, siempre lo mismo, y no avanzamos. Cuando uno empalma con Dios, el diálogo ya no se acaba y siempre es subir y subir porque Dios habita en lo infinito. Hay que iniciar la búsqueda de un encuentro más personal con Cristo, más afectivo, para  encontrarle vivo, vivo en el Evangelio, pero, sobre todo, en la Eucaristía, renunciando a vivir instalados en la mediocridad para  hacernos con Él una ofrenda agradable al Padre.

        Vemos que no basta tener fe, hay que seguirla para encontrarse con Cristo en el amor. De la misma forma, no basta la fe, el bautismo, el conocimiento de las verdades divinas que Dios nos revela y manifiesta, hay que seguirlas, vivirlas, ponerse en camino. Respecto a la fe, podemos decir que hay dos clases de conocimiento, como en el orden natural: el primero se llama ciencia: es puro conocimiento de la realidad; el segundo se llama sabiduría, que es conocimiento por la vivencia, por saboreo de la verdad poseída y vivida. Se puede tener fe y no vivirla. Y a Cristo y a su Evangelio no se les llega a comprender hasta que no se viven, hasta que no llegan al corazón.

        Mientras la fe, la Revelación de Dios, el evangelio no tocan el corazón y se hacen experiencia de amor, no se comprenden, no se siguen, no nos liberan de nuestras esclavitudes. Mientras la fe no toque el corazón, nadie se pone en camino. No hay fuerza para caminar al encuentro sapiencial de Cristo.

        Ahora bien, cuando la luz de la estrella, de la fe, baja del conocimiento de la inteligencia al corazón, todos nos ponemos automáticamente en camino, camino de conversión, de salir de la comodidad y de sus casas hasta encontrar a Cristo y adorarle, abrazarle y besarle,  como los Reyes Magos; camino de santidad, de esfuerzo por unirse a Cristo: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado”, como a los Magos. El camino no se puede recorrer si uno no es atraído por la gracia, la fe, que es un don del Padre. Por eso, dice San Agustín que es necesario oír las palabras de Cristo con el afecto del corazón. Si la Navidad, si las verdades de fe, si la inteligencia de las verdades de fe no toca el corazón, como a los Magos, no se mueve mi vida, dejando cosas y casas, comodidad y rutina, para encontrarme con Cristo en el seguimiento de su evangelio.

 

        4.- “¿Dónde está el nacido rey de los judíos?” Luego viene ponerse en camino, preguntar, superar las dificultades que vayan saliendo. Sin crisis, sin sufrir, sin renunciar a la comodidad, a los propios criterios, vida, sentimientos, no hay encuentro con los sentimientos y la vida de Cristo. La fe, a los comienzos, nunca es posesión pacífica de la verdad y descansar ya como plenamente poseída o adquirida. Todos los que han recorrido este camino nos hablan de avanzar y purificarse de todo pecado: Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Madre Teresa de Calcuta… Dios exige el vacío de lo nuestro para llenarnos de lo suyo. La fe es transformación lenta en lo que creemos y amamos, en Dios. Voy creyendo en la medida en que voy renunciando a cosas por Dios.

       

5.- “Encontraron al niño en brazos de su madre”. María ocupa un lugar importante en este caminar. Jesús nos vino por María. Y Dios quiere que nuestro camino de fe hasta encontrar a Cristo pase por María. No olvidarlo. No es sentimentalismo, piedad popular, no, es plan y proyecto de Dios: Hay que cultivar la devoción a María, como madre y modelo de la fe. Lo quiere su Hijo. En las grandes pruebas de la fe, cuando todos dejaron a Cristo abandonado en la cruz, allí «no sin designio divino» quiso el Señor que estuviera su Madre para entregárnosla también como Madre en la persona de Juan. Jesús permitió el abandono de todos los suyos, menos Juan, pero no quiso estar sin su Madre. Por algo será. Nosotros, tampoco.

Repito: Finalmente, algo que nunca debe faltar ni faltará en nuestra vida, si queremos encontrarnos con el Señor, es María: “Entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Ahora y siempre, el mejor camino para encontrarnos con Jesús, es María. Lo dice la experiencia, la historia, los santos. Dios mismo escogió este camino; Cristo nos vino por María; los magos encontraron al niño en brazos de su Madre. Nosotros tenemos que ir a Cristo por el mejor camino que existe: su Madre, María.

“Lo encontraron en los brazos de María”. María es el camino elegido por Dios para venir hasta nosotros. Es a su vez, el camino que Dios quiere para que lleguemos hasta Él. Por eso, es Madre de la Iglesia, de todos los hombres. María nos ofrece, como madre, el fruto de su vientre. Es la nota mariológica de la Navidad. Maria, hermosa nazarena, Virgen bella, gracias por haber querido darnos a tu hijo. Gracias por querer ser su madre, su madre y nuestra madre; gracias. ¡Cuánto nos quieres, cuánto te queremos! Gracias.

 

        6.- Con María y por María llegamos al encuentro gozoso de Cristo, meta de nuestro caminar en la fe y en el amor cristiano. Y le adoramos, es decir, le ofrecemos toda nuestra persona, nuestro ser y existir queda consagrado a Él, porque le reconocemos como único Dios de nuestra vida, abajo todos los ídolos que hasta entonces hemos dado culto.

        El encuentro con el Señor te hará feliz. Pregunta a todos los santos que en el mundo han existido. Por eso, Señor, cómo te deseo, cómo te busco, con qué hambre de Tí camino por la vida. Quiero verte para tener la luz del “camino, de la verdad y de la vida”. Quiero comulgarte para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor. Y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo una sola ofrenda agradable al Padre, cumpliendo tu voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero entrar así en el misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

       

        7.- Una vez que hemos encontrado al Señor, tenemos que adorarlo, como los Magos, tenemos que ponernos y poner nuestra vida y todas nuestras cosas de rodillas ante Él, porque Él es Dios, lo absoluto en nuestra vida, y nosotros somos simples criaturas.  Y aquí está el gozo. Cuando uno encuentra al Dios vivo, uno lo da todo y no quiere más riqueza y posesión que Dios mismo. Este encuentro ya no se olvida: los santos, los místicos, las personas buenas ya no saben vivir de otra forma.

 

        8.- Su adoración es personal. Es una adoración que comprendía también sus presentes oro, incienso y mirra, dones que se hacían a un Rey considerado divino. La adoración tiene un contenido y comporta también una donación. Los personajes que venían de Oriente, con el gesto de adoración, querían reconocer a este niño como su Rey y poner a su servicio el propio poder y las propias posibilidades, siguiendo un camino justo. Sirviéndole y siguiéndole, querían servir junto a Él la causa de la justicia y del bien en el mundo. En esto, tenían razón. Pero ahora aprenden que esto no se puede hacer simplemente a través de órdenes impartidas desde lo alto de un trono. Aprenden que deben entregarse a sí mismos: aprenden que su vida debe acomodarse a este modo divino de ejercer el poder, a este modo de ser de Dios mismo. Adorar a Dios es reconocerle como el único absoluto de su vida. Y para esto hay que orar, orar mucho y preguntar a Dios como los magos.

 

        9.- Quién adora, ora; quién adora y ora, se sitúa en un estado interior de liberación. La adoración verdadera al Dios verdadero aleja toda clase de ídolos, los va derribando, convirtiendo en escombros. Sólo la adoración llevada hasta las últimas consecuencias, erradica de nuestro corazón cualquier tipo de idolatría o de egolatría. Sólo es espiritualmente joven, rico, vigoroso, robusto, quién no permite que le ate ni el más débil hilo, ni el más leve afecto o defecto, la santidad es nuestra única salida. ¿A qué hemos venido, pues, a esta tierra? Hemos venido a este mundo, se nos ha dado el regalo de la vida, para que le adoremos y nos dejemos elevar hasta las mismas habitaciones del buen Dios. Hemos venido a adorarle. Nuestra razón de vivir, el gran porqué de nuestra existencia, no es otra que el de destruir ídolos, en nosotros y en los demás, en nuestra propia casa y en la casa, casa pequeña, aldea de la humanidad. 

        Quien destruye ídolos —la «soberbia de la vida, la concupiscencia de los ojos y la concupiscencia de la carne»— construye libertades. Sólo quien destruye ídolos abre los grandes caminos de la esperanza para el tiempo y para la eternidad. Sólo quien asume con todas las consecuencias su misión como cristiano es ciudadano de los espacios, dignificadores de la historia.

        Hermanos, adoremos sólo a Dios ¡Queridos feligreses, salid de la comodidad y la pereza al encuentro de Cristo. Lo encontraréis en brazos de su Madre, María. Rezad a la Virgen. Sed devotos de María.

Queridos hermanos, que la fiesta de los Reyes Magos nos ayude a todos nosotros, fieles cristianos, a valorar la estrella de nuestra fe cristiana y a seguirla con perseverancia y eficacia hasta que lleguemos al encuentro gozoso y verdadero con Jesucristo, Hermosura y Delicia del Padre y Salvador nuestro. Amén.

 

 

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LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 2, 1-12

 

        QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy la solemnidad de la Epifanía del Señor. Epifanía es una palabra griega que significa manifestación. Y es que hoy, el Niño Jesús, que en Nochebuena y en la Navidad fue manifestado como Salvador al pueblo judío, por medio de los pastores, hoy, por los Reyes Magos, que no pertenecen al pueblo judío y que representan a todos los pueblos no judíos, es manifestado como Salvador de todos los hombres. Hoy celebramos la manifestación de Jesucristo como Salvador universal de todos los pueblos. Cristo quiere convocarnos, nada más nacer, junto a su cuna, por medio de estos Reyes venidos de Oriente, para manifestarnos y decirnos que viene enviado por el Padre para salvarnos a todos.

 

        1.-El Evangelio que hemos leído tiene un fondo histórico; pero sobre este fondo histórico, S. Mateo nos da una lección teológica, hace una composición literaria para demostrar al mundo que Jesucristo es el Salvador único y universal. Este género literario era más conocido por los judíos que por nosotros, que apenas sabemos su nombre: se llama midrash. El Evangelio quiere decirnos que el mundo sólo tiene un Salvador: es Jesucristo. No le salvan los políticos, ni los científicos, ni los sociólogos ni tantos cantamañanas de la televisión; sólo tiene un Salvador: Jesucristo. Y hoy es la fiesta de Jesucristo como Salvador universal, enviado por Dios y manifestado como tal en la adoración de los Reyes Magos, venidos de Oriente, es decir, que no son pueblo judío.

        ¿Quiénes son estos Reyes Magos? ¿Cómo se enteraron de que había nacido el rey de los judíos si no conocían las Escrituras? ¿Por qué razón la estrella les condujo a Herodes y no directamente al pesebre de Belén? No nos interesa ahora, porque no debemos perdernos en cuestiones superfluas. El hecho fundamental es que Jesucristo hoy quiere manifestarse como Salvador de todos los hombres. Esto es lo que San Mateo quiere enseñarnos y decirnos con su Evangelio de hoy: Jesucristo, aunque prometido y esperado por el pueblo judío, no es el Salvador de un solo pueblo; Jesucristo ha sido enviado por el Padre como Salvador del mundo entero.

        Jesús es la luz que vio el profeta Isaías, como hemos leído en la primera lectura, y que ilumina a todos los pueblos. Precisamente esto es lo que recalca y deja bien claro San Mateo: el contraste entre la  apertura y docilidad del pueblo gentil a las mociones y estrellas inspiradoras que Dios le envía, y que choca con la dureza y oposición de los representantes del mundo judío, conocedores de las promesas, pero que no salen a recibirlas.

 

        2.- La Iglesia de los años 70 después de Cristo, que ya se había separado de la sinagoga, debía sentirse muy identificada con esta apertura de los Magos de Oriente, que de rodillas adoran al Señor y le ofrecen sus dones, habiendo superado todo tipo de dificultades, mientras que Herodes, los entendidos y los sabios, el pueblo de las promesas, se quedan en eso, en promesa y no se encuentran con la Salvación, no  se encuentran con Cristo.

        Este Evangelio es una catequesis maravillosa sobre la fe. Por eso conviene que lo analicemos bien. Porque hoy, como ayer y como siempre, el Señor seguirá llamando a todos los hombres a la salvación, mediante estrellas anunciadoras de su amor y presencia Y esto es fundamentalmente el cristianismo y la Iglesia: el anuncio y la llamada universal de todos los hombres a la salvación por el Evangelio de Jesucristo.

        Notemos ya desde ahora que Dios requiere nuestra cooperación en este anuncio, tanto al anunciarlo como al recibirlo. Porque nos ha dado una estrella, unos medios, unas facultades y Él espera de nosotros que  las pongamos en acción. Dios no fuerza ni coacciona; sino que nos deja libres, podemos cooperar o no; pero si no salimos tras la estrella que nos envía, no llegaremos al encuentro con Él. 

        Los elementos de esta catequesis de San Mateo sobre la fe cristiana, son diversos:

 

        3.- La iniciativa siempre es de Dios; este es el sentido de la estrella. Nosotros tenemos muchas estrellas: padres, catequistas, sacerdotes, parroquia, acontecimientos diversos, «los signos de los tiempos». De los Magos debemos aprender a estar alerta para captar los signos de Dios en nuestra vida personal y comunitaria. Son las estrellas que Dios nos envía y debemos cooperar con la gracia de Dios.

        La mejor forma de estar en alerta permanente es mirar al cielo todos los días como los Magos: hacer oración. Sin oración diaria no hay encuentro con Cristo. Toda nuestra vida cristiana depende de la oración: «Que no es otra cosa sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama» (Santa Teresa). Este es el gran problema de la Iglesia actual: se ora poco por parte de todos, tanto de los de arriba como de los de abajo. Conocemos y amamos a las personas, dialogando con ellas. Sin diálogo no hay conocimiento, y sin conocimiento, no hay amor; lo mismo da que sea con los hombres como que sea con Dios.  La gran pobreza de la Iglesia, la mayor pobreza de los cristianos es la pobreza de oración, de conocimiento personal de Dios, de vida mística, de experiencia de fe, de no experimentar lo que creemos. Sin oración permanente no hay vida cristiana, ni apostolado, ni gozo, ni convencimiento sino rutina y mediocridad. Porque no hay encuentro vivo con Jesucristo vivo; sino sólo teórico y abstracto. Y a Cristo, el Evangelio de Cristo no se comprende hasta que no se vive.

 

        4.- Los Magos dejaron sus casas, sus posesiones, su país, su comodidad y salieron tras la estrella al encuentro de Cristo. Preguntaron a los doctores, a Herodes, al pueblo… La fe es una búsqueda continua y permanente de Cristo, que dura toda la vida, porque siempre hay que adentrarse más y más en el misterio de Dios. Hay que contar con enemigos: Herodes, los sabios y entendidos, el pueblo indiferente y comodón… Hay que contar con la noche de la fe: la duda, la prueba, la envidia es la estrella que se oculta y desaparece. A todos nos pasa. No hay que asustarse. La crisis es buena, si nos ayuda a convertirnos a Dios, a poner en Él nuestra morada. La noche y la crisis y la sequedad es buena, porque Dios quiere que pasemos de nuestros criterios, apoyos y seguridades de todo tipo, morales o conceptuales, de nuestras posesiones afectivas,  de nuestra comodidad, de la posesión de una fe heredada a una fe más personal y purificada, por vivencias propias y no de otros. Si no hay crisis en nuestra fe es que estamos instalados, siempre lo mismo, y no avanzamos. Cuando uno empalma con Dios, el diálogo ya no se acaba y siempre es subir y subir porque Dios habita en lo infinito. Hay que iniciar la búsqueda de un encuentro más personal con Cristo, más afectivo, para  encontrarle vivo, vivo en el Evangelio, pero, sobre todo, en la Eucaristía, renunciando a vivir instalados en la mediocridad para  hacernos con Él una ofrenda agradable al Padre.

 

        5.- Una vez que hemos encontrado al Señor, tenemos que adorarlo, como los Magos, tenemos que ponernos y poner nuestra vida y todas nuestras cosas de rodillas ante Él, porque Él es Dios, lo absoluto en nuestra vida y nosotros somos simples criaturas.  Y aquí está el gozo. Cuando uno encuentra al Dios vivo, uno lo da todo y no quiere más riqueza y posesión que Dios mismo. Este encuentro ya no se olvida: los santos, los místicos, las personas buenas ya no saben vivir de otra forma.

 

        6.- Finalmente, algo que nunca debe faltar ni faltará en nuestra vida, si queremos encontrarnos con el Señor, es María: “Entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Ahora y siempre, el mejor camino para encontrarnos con Jesús es María. Lo dice la experiencia, la historia, los santos. Dios mismo escogió este camino; Cristo nos vino por María; los magos encontraron al niño en brazos de su Madre. Nosotros tenemos que ir a Cristo por el mejor camino que existe: su Madre, Maria.

         ¡María, hermosa Nazaretana, Virgen guapa, Madre del alma; ¡cuánto te quiero! ¡Cuánto me quieres! gracias por haberme dado a Jesús, gracias por querer ser mi madre; mi madre y mi modelo. Gracias.

 

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REYES MAGOS: EPIFANÍA.

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS DOMINICAS: Celebramos hoy la solemnidad de la Epifanía del Señor, popularmene llamada de los Reyes Magos. Epifanía es una palabra griega que significa manifestación. Y es que hoy, el Niño Jesús, que en Nochebuena y en la Navidad, por medio de los pastores, fue manifestado como Salvador al pueblo judío, hoy, por los Reyes Magos, que no pertenecen al pueblo judío y nos representan a todos los pueblos del mundo, Jesús se manifesta y proclama Salvador de todos los hombres. Hoy, con los reyes magos venidos de oriente para adorar al Señor, celebramos a Jesucristo como Salvador del mundo entero.

 

        1º, vemos que los Magos, siguiendo la estrella, se encontraron con el Señr. Nosotros, siguiendo esa misma estrella de la fe, especialmente por la oración diaria, primero meditativa, luego contemplativa y finalmente unitiva-transformativa, nos vamos encontrando con Dios, sobre todo, con Cristo Eucaristía.

Para eso, los Magos tuvieron que dejar sus casas, sus posesiones, su país, su comodidad y salieron tras la estrella al encuentro de Cristo. Nosotros, todo cristiano, que quiera llegar a conocer y amar a Cristo de forma viva y gozosa en este mundo, tiene que hacer oración diaria para encontrar al Señor, esa es la vocación de todo cristiano pero esencial en la vida de estas monjas contemplativas, y siguiendo a Cristo en la oración diaria tenemos que dejar nuestras pasiones y pecados, soberbia, envidias, lujurias, odios y rencores, si queremos sentirle a Él, si queremos que Cristo viva en nosotros y nos llene y le sintamos, porque aunque comulguemos, como no nos vayamos vaciando de nosotros mismos, Cristo no nos puede llenar…Porque si estamos lleno de egoismos y pecado, como está hoy el mundo, incluso muchos cristianos, Dios no cabe en nosotros, Dios no puede habitar y unirse a nosotros. Y de esto solo nos vaciamos por la oración en la que vamos amando al Señor más que a nosotros mismos y se cumple su Palabra: “si alguno me ama, mi Padre le amará, y vendremos..”

 

2.- Y una vez que hemos encontrado al Señor así, por la oración y la conversión diaria, y Él llena nuestra vida, cumpliendo sus mandamientos, le adoramos y ponemos nuestra vida de rodillas ante Él. “Los Magos entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Y aquí está el gozo de todo cristiano, especialmente de las almas contemplativas que llegan a estas alturas por la oracion ya muy elevada: “Descubre tu presencia y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia...”

Cuando uno encuentra en su oración diaria, comunión o misa a Dios vivo, primero Jesucristo, luego, avanzando, Dios Trino y Uno que le habita y le colma de su amor y presencia, uno lo da todo y no quiere tener más riquezas y posesiones que Dios mismo Trino y Uno.

Y esta es vuestra vocación esencial de monjas contemplativas, queridas dominicas. La nuestra es vida activa y contemplativa, la vuestra esencialmente es la vida de oración-conversión permante por la salvación del mundo, que debiera estar más agradecido a vosotras, porque lo habéis dado todo y encerrado en un convento para salvar a todos mediante vuestra vida de oración y sacrificio o conversión permanente. 

 

3.-  Finalmente, hermanos y hermanas, vemos que los Magos encontraron a Cristo en brazos de su Madre, María; la devoción a nuestra madre del cielo, María Santísima, nunca debe faltar ni faltará en nuestras vidas para los que quieran encontrar a su hijo Jesús, especialmente en el Sagrario, porque la devoción, no solo el rezo, aunque sea cantado, sino la imitación de la oración, el orar como la Virgen cuando la visitó el Angel para anunciarla el gran misterio de la Navidad, es ahora y siempre, el mejor camino para encontrarnos con Jesús,su hijo,Dios y hombre verdadero, en este mundo y en la eternidad.

       

Resumiendo y termino: Dios nos envía a todos los hombres la estrella de la fe para encontrarnos con Él ya en esta vida; la mejor forma de ver y seguir la estrella de la fe que nos guía hasta Dios es la oración personal, ratos de Sagrario, la misa frecuente,  la lectura y meditación diaria del evangelio o libros santos; y desde el primer kilómetro de este camino de encuentro con Cristo, que debe durar toda la vida, seas cura, fraile o monja o simplemente bautizado, hay que dejar la propia casa, esto es, el amor propio, los egoísmos, comodidades y pecados de todo tipo para seguir esta estrella que nos llevará hasta encontrar, sentir, vivir y gozar de Cristo en esta vida. Y esta la razón de la vida de clausura de las dominicas, de la oración y conversión permanente en un convento, toda la vida, hasta el cielo, que para ellas ya ha comenzado en este mundo. Así que si alguna de vosotras está soltera y quiere el cielo en la tierra, ya sabe el camino.

 

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REYES MAGOS.

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS DOMINICAS: El evangelio de hoy, el camino de los Reyes Magos, es una catequesis profunda sobre la fe, el camino de la fe que han de recorrer todos aquellos que quieran encontrarse con Jesús ya en este mundo, el mismo que nació en Belén y está en el cielo y en todos los sagrarios de la tierra y adorarlo como Dios y salvador del mundo y sentirlo y vivirlo.

Y eso solo se consigue en esta vida por medio de la oración-conversión, es decir, ir convirtiéndonos a lo que el Señor nos dice en la meditación del evangelio, de su palabra y de lo que nos dice en ese rato diario de conversación con Él, primero con libro, y luego sin  libros y ayudas porque Él nos va instruyendo  por la meditación.

Y este camino de la oracion tiene diversas etapas, son las etapas de purificacion de nuestra fe y amor a Dios, primero por la oración  meditativa, cuando hay que coger el evangelio y meditarlo, porque si no, no te sale el diálogo con Dios,  luego viene la oración contemplativa, ya no te hace tanta falta coger un libro para meditar porque el Espíritu Santo nos va comunicando los pensamientos y sentimientos de Cristo, y finalmente, viene la oración de unión o transformación total en Cristo, en que el alma ya no necesita meditar o contemplar porque está unida, se siente habitada, templo y morada de la Trinidad: “Quedéme y olvideme…”

Y todo esto, desde el primer Kilómetro, se va realizando en el alma, por la oración- conversión, en que a traves de los años el alma va vaciándose de sí misma, de su yo,de sus ideas y egoismos e imperfecciones y llenándose solo de Cristo hasta poder decir con S. Pablo “ya no soy yo es Cristo quien vive en mi” o como todos los místicos que llegan al gozo y experiencia de Dios ya en este vida: descubre tu presencia y máteme….

Y esta es la vocación a la que estamos llamados todos los cristianos por la vida de gracia desde el santo bautismo, vida de Dios Trinidad en nosotros, especialmete mediante la vida de oración. Todo esto lo tengo escrito y desarrollado en varios de mis libros. Por eso, no quiero alargarme más y empiezo desarrollando este camino en los Reyes Magos.

Empezamos: los reyes magos, siguiendo la estrella, encontraron a Jesús ¿qué nos enseña esto? Lo que os he dicho:Nos enseña que la la estrella es fe que cultivada en la oración, nos lleva a Cristo, a ver y sentir a Cristo, como los magos; para eso tuvieron que salir de sus casas, y preguntar y caminar y pasar diversas pruebas; son las pruebas y las noches fe y amor de S. Juan de la Cruz camino obligado para todos los místicos, para todos los que queramos llegar a la unión total con Cristo.

Pues bien, todos nosotros, como los magos, tenemos muchas estrellas que nos llevan a Dios en nuestras vidas: padres cristianos catequistas, sacerdotes, acontecimientos diversos, son «los signos de los tiempos», que nos llevan a Dios.

        Los Magos, mirando la estrella, encontraron a Cristo; nosotros, mirando la estrella de la fe todos los días por la oración personal, especialmente ante el Sagrario, nos encontramos con Cristo. Toda nuestra vida de santidad depende de la oración y la oración, según santa Teresa: « no es otra cosa sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Y esto, seas cura, fraile o monja, y obispo, como no hagas oración-conversión diaria, no llegas a estas alturas, al gozo y a la experiencia de la fe, que creemos.

Y una vez que hemos encontrado al Señor, tenemos que adorarlo, tenemos que poner nuestra vida y todas nuestras cosas de rodillas ante Él, como hicieron los magos y este es el sentido de la vida religiosa de estas monjas contemplativas sean dominicas o carmelitas o trinitarias… renunciando a todo, solo para ser de Dios, solo Dios, solo Dios en su vida, y el cielo ha comenzado ya para ellas en la tierra, si llegan a este estado de conversión y oración.

        Bien, y ahora y siempre, la mejor ayuda para encontrarnos con Jesús es su madre:María:  “los mago entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas,  lo adoraron”. Lo dice el evangelio y la experiencia y la vida de los santos.

Dios mismo escogió este camino; Cristo nos vino por María; los magos encontraron al niño en brazos de su Madre. Nosotros tenemos que ir a Cristo por el mejor camino que existe: su Madre, María. Queridos hermanos, recemos a María, buscad a María y encontraremos a Cristo en sus brazos.

         ¡María, hermosa Nazarena, Virgen guapa, Madre del alma; ¡cuánto te quiero! ¡Cuánto nos quieres! Gracias por habernos dado a tu Hijo, gracias por querer ser nuestro camino para encontrar a tu Hijo; y gracias también por ser nuestra madre y modelo. Gracias, Madre. Virgen guapa, Hermosa nazarena.

 

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DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA: FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Is 42,1-4.6-7

 

        Este texto nos ofrece una síntesis del primer canto del Siervo de Yahvé. No podemos definir la identidad de este Siervo. Es posible que represente al mismo Israel. Pero es más probable que se trate de exaltar la figura de una persona ideal, con rasgos mesiánicos. El poema presenta a un Siervo de Yahvé, elegido por Él, lleno de su espíritu, consagrado para establecer entre los pueblos el derecho que es la ley del Señor. El siervo se presenta humilde, sencillo, manso, delicado; pero en su actuación es firme, fiel y tenaz hasta conseguir la aceptación de su mensaje. Dios estará con Él y Él será la alianza entre las naciones, juez de los pueblos, libertador de los oprimidos. La salvación divina  se hace inmediata, personal y actual en la figura de su Siervo.

        “Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre Él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones… Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta implantar derecho en la tierra y sus leyes que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los cielos, saques a los cautivos de la presión y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas”.

        La descripción profética de Isaías tiene su plena realización histórica en Jesús de Nazaret. En Él brilla en todo su esplendor y significado mesiánico.

 

SEGUNDA LECTURA: Hch 10, 34-38

 

        Estos  versículos son la conclusión de la conversión de Cornelio. El discurso de Pedro es una síntesis de la proclamación del Evangelio, tal como lo presentaban los Apóstoles: síntesis de toda la fe. En este pasaje se advierte también la importancia que en la primitiva predicación tuvo el bautismo de Jesús: fue el momento de su entronización como Siervo prometido y la investidura oficial de su misión como Salvador. San Pedro, testigo del bautismo del Señor, lo presenta, en su discurso a Cornelio, como el principio de su vida apostólica, ungido por la potencia del Espíritu Santo: “Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo…Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con Él”.

        Por el bautismo el cristiano nace a la vida de Cristo por la fuerza del Espíritu Santo, que lo justifica y renueva todo su ser, formando en Él al hijo de Dios.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO: 3,13-17

       

BAUTISMO DEL SEÑOR

 

QUERIDAS HERMANAS DOMINICAS: Celebramos hoy la fiesta del Bautismo del Señor, motivo especial para recordar nuestro propio bautismo y las riquezas y obligaciones del mismo, aunque sabemos que el bautismo de Cristo no es igual al nuestro porque Jesús no tenía pecado original y estaba lleno desde el primer instante de su existencia, en cuanto hombre, de la gracia y del amor a Dios, su Padre.

        Como he dicho, el bautismo de Cristo nos recuerda nuestro propio bautismo, sacramento que nos marcó con el signo de Cristo, nos llenó de su amor y gracia santificante, haciéndonos así a todos los bautizados templos y morada de la Santísima Trinidad por su inhabilitación en nosotros, en nuestras almas que algunos cristianos, sobre todo, vosotras, consagradas y religiosas, si vivíis en plenitud esta vida de gracia y amor a Dios y os dejáis purificar de vuestros defectos e imperfeccines espirituales- son las noches pasivas de S. Juan de la Cruz- llegaréis ya en esta vida a tener este cielo en la tierra, a sentir y vivir la vida trinitaria en vosotras, esto es, a vivir el amor y la presencia de Dios Trinidad, el Amor del Padre al Hijo con el fuego del Espíritu Santo.

Es de lo que os hablo muchas veces y os hablaré siempre porque todas vosotras estáis llemadas a este grado de amor e intimidad con la Santísima Trinidad y porque lo tengo muy estudiado ya que por desear vivirlo hize mi tesis doctoral en Roma en esta materia.

QUERIDAS HERMANAS: esto es lo que proclama muy claro el prefacio de este día: “En el bautismo del Señor, Dios Padre realizó signos prodigiosos para manifestar el misterio del nuevo bautismo, y, por medio del Espíritu, ungió a su Siervo Jesús…”.

        La liturgia, pues, de este día, fiesta del bautismo del Señor, nos recuerda nuestro propio bautismo y nos invita  a hablar de él y a revisarnos y a vivirlo en plenitud ya que hoy día por falta de oración y purificación, único camino para llegar a este experiencia, son muy pocos los que se purifican y llegan a estos grados de oración e intimidad con nuestro Dios Trino y Uno que quiere ya en esta vida empezar el cielo en cada uno de los bautizados, tener la experiencia de Dios Trino y Uno.

        En nuestro bautismo, realizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, inhabitación de Dios Trinidad en nosotros por la limpieza del pecado original, somos hechos hijos amados del Padre, por la fuerza y amor del Espíritu Santo, que nos hace hijos en el Hijo.

En nuestro bautismo nos convertimos en moradas de la Santísima Trinidad, somos hechos templos y moradas de la Santísima Trinidad que vivirá en el cristiano mientras permanezca en la vida de gracia recibida en este sacramento y que muchos cristianos, sobre todo, almas consagradas, llegan luego a vivir por la oración-conversión permanente, vacío de si mismos para que Dios los pueda llenar y vivir esta vida de gracia en plenitud hasta experimentar y sentir en sus vidas a las Tres divinas Personas que nos habitan por la vida de gracia recibida en el santo bautismo y desarrollada por la santidad de vida y los demás sacramento, especialmente y lo repetiré con todos y todas las que lo han sentido y han llegado a este grado de la oración contemplación mística de Dios en la tierra: “quedéme y olvidéme…

Hoy es un buen día para revisar si vamor progresando en la vida de gracia, de santidad, de perfección por la oración, vaciándonos de nosotros mismos para que Dios Trinidad nos pueda llenar y habitar y así poder sentirlo. Este es el sentido principal de vuestra vida de clausura y alejamiento del mundo para vivir solo y principalmente para Dios, esta es la razón de la vida contemplativa hoy tan necesaria, de la vida de oración que debe llegar a vaciarnos de nosotros mismo para sentirnos habitados por la Santísima Trinidad, verdad y vivencia esencial de vuestra vida de fe, de las virtudes sobrenaturales de la fe, esperanza y caridad y llegar por la oración-purificación de pecados y defectos veniales hasta esta unión y experiencia de Dios Trinidad.

Porque como no nos vaciéemos de nosotros mismos, de vuestros pecados e imperfecciones, aunque seamor curas y obispos y religiosas contemplativas, no podremos llegar a esta alturas y vivir estas verdades prometidas por Cristo: “ Si alguno me ama, me Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”. Para llegar a estas experiencias: Oración-conversión en esta vida vuestra en que para esto precisamente os alejáis del mundo. Y el hablaros así a vosotras y a sacerdotes y religiosas, cuando he tenido que hablar de este tema, de la santidad reigiosa o sacerdotal, por encima de todo apostolado o trabajo o hacer esto o aquello, aunque sean cosas dulces para los hombres, para Dios solo es dulce y quiere tu corazón y para eso viniste al convento y esta oración es la que necesita la iglesia en vosotras y en nosotros sacerdote y obispos y cardenales y..y…

Queridas hermanas: Que vivamos la vida de gracia, participación de la vida de la Trinidad en nosotros por la oración y conversión permanente hasta llegar a sentir a la Santísima Trinidad que nos habita por la gracia desde el santo bautismo, que hagamos de nuestra vida una ofrenda pura a la Santísima Trinidad y que un día, en su presencia del cielo, gocemos en plenitud lo que ahora poseemos por la fe y la esperanza y podemos sentir en ratos de oración un poco elevada, purificada de nuestras imperfeciones:  

 “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.  Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierto en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

        Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor.

        Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas. (Sor Isabel de la Stsma Trinidad, 21-11- 1904).

 

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 “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.  Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierto en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

        Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como adorador, como reparador y como salvador.

        Oh Verbo Eterno, palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñado para aprenderlo todo de vos; y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh amado astro mío! fascinadme, para que nunca pueda ya salir de vuestro resplandor.

        Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí, para que en mi alma se realice una como Encarnación del Verbo; que sea yo para él una humanidad supletoria, en la que él renueve todo su misterio.

        Y vos, Oh Padre, inclinaos sobre esta vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra; no veáis en ella sino al amado, en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.

        Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas. (Sor Isabel de la Stsma Trinidad, 21-11- 1904).

 

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BAUTISMO DEL SEÑOR.

 

QUERIDOS HERMANOS, queridos paisanos: Celebramos hoy la fiesta del Bautismo de Cristo, motivo especial para recordar nuestro propio bautismo y las riquezas y obligaciones del mismo, aunque sabemos que el bautismo de Cristo no es igual al nuestro porque Jesús, en cuanto hombre nacido de nuestra madre la Virgen del Salobrar, no tenía pecado original y estaba lleno de gracia y amor a Dios, su Padre, y a todos nosotros, los hombres, y por eso nació y se hizo hombre y murió y resucitó y demostró que era Dios haciendo milagros, calmando tempestades y resucitando a muertos.

        Como he dicho, el bautismo de Cristo nos recuerda nuestro propio bautismo, sacramento que nos marcó con el signo de Cristo, nos llenó de la gracia santificante que nos hizo hijos de Dios y herederos del cielo, como nos dice el Catecismo de la Iglesia.

Por eso me da mucha pena, que hoy muchos padres no bauticen a sus hijos porque somos eternos y un día tenemos que presentarnos ante el Padre y los que no estén bautizados, no pueden entrar en el cielo, porque no se hicieron hijos de Dios por el bautismo y no pueden ser herederos, no pueden entrar en la herencia eterna de Dios nuestro Padre, herencia que ya algunas personas santas, almas de misa o comunión o visita al Santísimo diaria esperimentan ya en esta vida con sumo gozo, santos y santas de todos los tiempos, que incluso gozaban tanto y lo sentian tan fuertemente que deseaban morirse para irse con Él.

Yo conozco a personas de esta altura espiritual y religiosa que con santa Teresa pueden decir: Sácame de aquesta vida… esta vida que yo vivo… y reconozco y algunos de los mayores que están aquí ahora escuchándome  también lo pueden decir, porque antes, hasta hace treinta años, hasta los años 1990 más o menos, en mis 30 primeros años de sacerdocio, había más y mejores cristianos con esta altura de fe y amor cristiano, aquí mismo en Jaraiz, esposos y esposas, madres de familias que no solo bautizaban a todos sus hijos sino que los llevaban a la iglesia y venían a misa todos los domingos, hacían la primera comunión todos los niños y se confirmban…

yo he visto totalmente llenas las dos iglesias de mi querido pueblo de Jaraiz, llenas de feligreses, pero ahora si no vienen los padres… cómo van a venir los hijos…y no solo los domingos y fiestas, sino las dos parroquias, al menos de la san Miguel que yo conocía mejor, permanecían abiertas todo el día y la gente, mayores y pequeños, los novios, al salir de paseo por la tarde, venían a visitar al Señor en el Sagrario, lo he visto yo, que fui monaguillo varios años de san Miguel, y luego durante mis doce años en el seminario, durante las vacacones de verano, cuando yo venía a hacer oración.. y no digamos qué novenas… al Corarzón de Jesús… con exposición del Señor..

Por eso, aunque algunos de vuestros hijos no sean creyentes o practicantes, procurad que todos sus hijos están bautizados, hechos hijos de Dios por la gracia, vida de Dios en nosotros y marcados con el signo de la salvación. Y hoy es un día para que todos nosotros demos gracias a Dios, hagamos una comunión fervorosa y demos gracias al Señor porque por su gracia recibida en el bautismo y que conversamos, estamos salvados y procuremos que todos nuestros hijos y nietos lo estén  y procurad bautizarlos.

Queridos paisanos, por el santo bautismo somos eternos, somos hijos de Dios y herederos del cielo, nuestra vida es más que esta vida, qué gozo ser católico, estar bautizado en Cristo Jesús, nuestra vida no termina con la muerte, los muertos bautizados, nuestros padres y mayores, todos los bautizados en Cristo están vivos con Dios en el cielo… están salvados aunque algunos tengan o hayan tenido que purificarse en el Purgatorio, pero no están en el otro sitio, que no me gusta ni mencionar y donde pueden caer todos los que no fueron bautizados o no vivieron la fe y el amor a Dios y no cumplieron sus mandamientos, como hay tantos hoy desgraciadamente.

Cómo ha cambiado España, la vida, los pueblos, sobre todo inducidos por muchos políticos ateos y vacíos del sentido no digo ya cristiano, sino incluso humano de la vida, abortos, divorcios a montones, esposos que se matan entre sí, hijos que matan a sus padres, y lo que no hacen ni los animales, madres que matan a sus hijos, pero dónde estamos llegando, padres mayores abandonados y todo, porque nos estamos alejando de Dios por estas televisiones y radios y guassads y móviles y medios modernos donde no aparece Dios, ni iglesia, ni Cristo, ni bautizos, ni sacramentos y si ponen bodas, ocultan o silencian la parte de la iglesia y solo ponen las fotos de fuera.

 Termino, queridos paisanos, hoy es día de agradecer a Dios ser católicos, estar bautizados, venir a misa los domintos, día de esperar en Dios nuestro Padre por la virtud de la esperanza cristiana del cielo que practicamos poco. Por vosotros y los vuestros ofrezco esta santa misa que es Cristo dando su vida para que todos la tengamos eterna. Para esto vino en la Navidad que hoy terminamos y para esto murió y resucitó, para que todos tengamos vida eterna y para esto se hace ahora pan de vida eterna que comulgamos y para esto permanece en todos los sagrarios de la tierra para llevarnos a la vida eterna. Visitadle con frecuencia. Amén. Asi sea.

 

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QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy el bautismo del Señor, que cierra el ciclo litúrgico de la Navidad y a la vez tiene un eco sonoro de la Epifanía y de la Natividad del Señor.

 

        1.- ECO DE LA NAVIDAD: El bautismo marcó el inicio de la actuación pública de Jesús. Aquí está el eco de la Navidad: Jesús tomó en la Encarnación naturaleza humana, y ahora, en el bautismo, consecuente con esta encarnación, se hace semejante en todo al hombre de su tiempo y se pone en la hilera de los que van a ser bautizados, como signo de la condición asumida y solidaridad con aquellos que tenía que salvar, en humillación voluntaria; así cumplía con lo que Dios quería de Él. Aunque Juan se resistía, esta fue la razón de la insistencia sobre Juan para que lo bautizara. Y se puso en la fila de los que recibían el bautismo de penitencia de Juan para el perdón de los pecados.

 

        2.- ECO DE LA EPIFANÍA. Pero, para que no quedasen dudas de que Él no tenía el pecado sino que venía a redimirnos, se hicieron presentes el Padre y el Espíritu Santo para manifestarle como Mesías. Por eso también esta fiesta es una “epifanía”, una manifestación de su divinidad, por la intervención directa del cielo. Jesús en el bautismo no es hecho hijo de Dios como nosotros, sino que es “proclamado,” por la voz del Padre y la presencia del Espíritu Santo.  

        La <justicia> y santidad, que Jesús quiere conseguir, es el cumplimiento  perfecto de la voluntad del Padre. La voz del Padre proclamándole su Hijo y la presencia del Espíritu Santo son la respuesta de los Tres a este gesto tan humilde de  Jesús, que se coloca junto a los pecadores. El Padre revela de este modo al mundo su dignidad de Mesías y el Espíritu Santo desciende sobre Él en forma visible de paloma de paz.

        Esto es lo que hoy celebramos y esto es lo que proclama muy claro el prefacio de este día: “En el bautismo del Señor, Dios Padre realizó signos prodigiosos para manifestar el misterio del nuevo bautismo, y, por medio del Espíritu, ungió a su Siervo Jesús para que los hombres reconociesen en Él al Mesías, enviado a anunciar la salvación a los hombres”.

        La liturgia, pues, de este día, fiesta del bautismo del Señor, nos recuerda nuestro propio bautismo y nos invita  a hablar de Él.

 

        3.- En su bautismo Jesús es investido oficialmente como Mesías y enviado a anunciar la salvación a los hombres. También en la vida del cristiano hay un momento inicial, que es punto de referencia constante en su caminar hacia Dios; es su bautismo. Aquí está el punto de arranque de nuestra misión como hijos de Dios en el mundo.

        En nuestro bautismo, realizado también bajo la presencia Trinitaria, somos hijos amados del Padre, por la fuerza y amor del Espíritu Santo, que nos hace hijos en el Hijo. En nuestro bautismo, a semejanza del bautismo de Cristo, hay una declaración pública de la Santísima Trinidad, que a nosotros nos hace hijos y nos convierte en misioneros de la fe, de la misma forma que a Jesús, en su condición de naturaleza humana, lo manifestó al mundo como Hijo de Dios y oficialmente le autorizó a predicar el mensaje de la Salvación.    Todos nosotros, por el bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es decir, de la Santísima Trinidad, comenzamos nuestra vida cristiana, nuestra historia de Salvación, profesamos públicamente nuestra fe en Dios Trino y Uno, y el bautismo se convierte para todos nosotros en el punto de partida y comienzo de toda nuestra existencia pública de cristianos. En el santo bautismo somos constituidos sacramental y oficialmente misioneros de la fe y de la salvación para el mundo entero.

        Hoy es un buen día para revisar estas exigencias y compromisos en nuestra vida y ver si estamos cumpliendo con lo prometido y profesado: vivir nuestra fe y proclamarla con palabras y obras, ya que todos hemos sido constituidos  apóstoles y misioneros de la fe en Jesucristo, por la unción del Espíritu Santo. Por este sacramento, recibido desde la libertad, nos comprometemos, y así lo profesamos y lo prometemos durante la celebración del mismo, en la misma misión de Cristo, mediante el testimonio y el profetismo, anunciando la salvación al mundo entero, especialmente a los pobres, a los humildes, a los pequeños.

 

        4.- Al recordarlo que somos, agradezcamos a Dios el don de la fe, de la filiación, de la salvación en Cristo. Gratuitamente hemos sido llamados a participar de la misma vida, eternidad, felicidad de Dios, a su herencia eterna. Pidamos fe, aumento de fe para vivir tan grandes y maravillosos misterios. Esto es un don, un privilegio. Dios me ha preferido a millones de seres que no existen, que no existirán. Si existo, Dios me ama, tiene un proyecto de eternidad feliz con Él.        Qué pocos saben y celebran el día de su bautismo. Y yo pregunto desde la fe: ¿Para qué toda esta vida presente si no tengo fe? Valoremos la fe, pidamos fe, agradezcamos y cuidemos la fe cristiana. Bueno sería en este día, renovar y profesar la liturgia del bautismo: ¿Crees en Dios Padre, todopoderoso, creador y dador de vida? También en las renuncias que hicimos: ¿Renuncias al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios, a saber, a la soberbia, a la envidia entre vosotros? Repasad un poco la liturgia de nuestro bautismo.

 

        5.- Finalmente, pidamos, pidamos la fe para todos y el coraje para confesarla públicamente, sin sentir vergüenza, cobardías… Confesemos de palabra y de obra que creemos en Cristo, que es el dueño de nuestra vida, que somos miembros conscientes y adultos gozosos de la Iglesia católica. Seamos consecuentes con todas las exigencias de nuestro bautismo para que el mundo crea por nuestro testimonio cristiano de buenas obras; para que podamos rezar y cumplir el Padrenuestro, abriéndonos así al amor fraterno y universal. Vivamos nuestro bautismo para vencer el pecado, la muerte, el egoísmo. Que vivamos en la gracia de la filiación recibida en el santo bautismo, que hagamos de nuestra vida una ofrenda a la Santísima Trinidad y que un día, en su presencia, gocemos en plenitud lo que ahora poseemos por la fe y la esperanza.

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TIEMPO DE CUARESMA

 

(Otras meditaciones de Cuaresma, en mis libros ARDÍA NUESTRO CORAZÓN, ciclo B y C )

 

MEDITACIÓN CUARESMAL

 

“CONVERTÍOS Y CREED EN EL EVANGELIO”

 

        QUERIDOS HERMANOS: La Constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II  sobre la Liturgia dice: «Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del Bautismo y mediante la penitencia, dese particular relieve en la liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de dicho tiempo» (SC 109).

        Comenzamos este retiro de cuaresma. Queremos hacer un poco de desierto en nuestra vida, acompañando al Señor, que se ha retirado a orar. Quiere fortalecerse en ese camino, que ha empezado y que le llevará a sufrir la pasión, muerte y resurrección para la Salvación de los hombres, sus hermanos. La cuaresma es camino hacia la Pascua. Vamos a subir con Cristo hasta Jerusalén para celebrar la Pascua, su Pascua y la nuestra. Hagamos un esfuerzo de concentración para que pueda ser un rato de desierto, de soledad, de encuentro oracional con Dios. Señor, quiero acompañarte, quiero reflexionar, quiero estar contigo, orar contigo.

        1.- Y vamos a meditar un texto, que tantas veces escucharemos en este tiempo de cuaresma: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios, convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15). Fijémonos bien en esta afirmación: “El tiempo se ha cumplido”. Para Jesús y con Jesús ha pasado ya el tiempo de la espera y de la promesa. El Mesías ha llegado y está comenzando su ministerio. Es su presencia la que colma los tiempos, haciéndolos vehículo de la misericordia de Dios e historia de salvación. También  los profetas habían predicado el Reino, anunciándolo para un futuro sin precisar. Jesús garantiza su realización en  el presente y afirma rotundamente que la salvación se está obrando ya. Jesús les dice a ellos como a nosotros ahora: Éste es el tiempo preciso para vuestra salvación. Vamos, pues, a detenernos y a reflexionar,  si verdaderamente para nosotros este es un tiempo de salvación, si lo tenemos presente en nuestra vida, sin abusar de su paciencia y de sus dones, si correspondemos a sus gracias, si vivimos nuestra fe con fervor.

        “El tiempo se ha cumplido”. El Señor nos invita a ser responsables y conscientes de nuestra historia de salvación personal y colectiva: ¿estamos dando frutos de salvación? No seamos como la higuera improductiva, mucha apariencia y poco fruto. Tengo que aprovechar este tiempo fuerte de gracia que es la santa cuaresma. Si no correspondemos a sus invitaciones, ¿de qué nos han servido nuestras reuniones, apostolados, misas, comuniones si no nos llevan a vivir el reino de Dios en nosotros?

 

        2.- “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca”. Tan cerca, que la salvación enviada por Dios y que se concreta en una persona, Jesucristo, ya está en medio de nosotros y ha realizado el reino, pero ahora quiere hacerlo personalmente en cada uno de nosotros, en nuestra personal historia de Salvación. Y el reino de Dios es Él mismo, su persona y salvación, su Evangelio. A nosotros, esta expresión, el reino de Dios no nos dice mucho, pero no así para el pueblo judío, que vivió épocas de esclavitud, sometido a otros pueblos que lo esclavizaron con toda clase de vejaciones, violaciones de sus derechos, desposeyéndolos de todos sus bienes. A ellos este anuncio de Jesús: “Se ha cumplido el plazo, el reino de Dios está cerca” les decía todo lo que ellos habían esperado durante siglos por las promesas de Yahvé. Para ellos resultaba estimulante, liberador, deseado, como lo debe ser para nosotros espiritualmente. Para nosotros conserva toda su actualidad y fuerza, estamos en el tiempo del Reinado de Dios y debemos hacerlo realidad en nuestra vida. Es ahora, cuando debe llegar a cada uno de nosotros este reino de Dios, porque el plazo se ha cumplido.

 

        3.- Y ¿en qué consiste el Reinado o el Reino de Dios en nosotros? El Reino de Dios es que Dios sea el único Dios de nuestra vida, no hay más dioses, abajo todos los ídolos; todos nosotros, hermanos; y hacer de nosotros y del mundo una mesa muy grande, muy grande, muy grande, donde todos se sienten, especialmente los que nunca son invitados: los pobres, con todos los nombres que tiene actualmente la pobreza de cuerpo y de alma, de inteligencia y sentimientos: hay que sentar a los que se sienten solos, abandonados, a los enfermos, ancianos, deprimidos que necesitan nuestro tiempo, afecto. Porque nosotros, como Israel en ciertas épocas, estamos esclavizados por los reinos del mundo, de la sensualidad, del materialismo,  del consumismo, ajenos a Dios. Son reinos contrarios a Dios. No podemos servir a Dios y al dinero, a nuestro yo que nos esclaviza y nos exige culto idolátrico, a las pasiones de la carne, tanta lujuria desenfrenada de este tiempo en que vivimos ahora, no podemos servir a Dios y a tantas y tantas cosas como todos los días nos ofrece el mundo contra el reinado de Dios en nosotros y en los hermanos.

        El reino de Dios es que Dios sea nuestro único Dios, abajo todos los ídolos. Esta verdad se enuncia en la Biblia de dos formas principales: una, en forma afirmativa; otra, en forma, negativa. Negativa: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”. Afirmativa: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”.  Lo primero de nuestra vida debe ser amar a Dios sobre todas las cosas. Y ¿cómo manifiesto yo a Dios mi amor sobre todas las cosas, si no puedo darle nada que Él no tenga?  Pues fíjate bien, Dios te ha hecho criatura, somos finitos y limitados, pero libres; luego Él lo  puede tener todo, pero no podrá tener tu amor, si tú no se lo das  libremente. Y esto es un misterio. Dios quiere nuestro amor, para eso nos creó, para eso nos dio este mandamiento de amarle sobre todas las cosas,  y por eso vino su Hijo a la tierra, para que lo cumplamos mejor. Si alguien, cuando decimos: Amarás al Señor tu Dios,  te preguntase: ¿y por qué tiene que amar el hombre a Dios? Responderás: porque Él nos amó primero. Lo dice maravillosamente San Juan:“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados”(1Jn 4,10). Si existo, es que Dios me ama y me ha llamado a compartir  con Él  su mismo gozo esencial y trinitario por toda la eternidad. Precisamente la santa cuaresma es un tiempo de gracia para prepararme bien a la Pascua, para meditar la última parte de texto citado: “y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados”. Nos revela  que, una vez creados y caídos, Dios nos amó en la segunda creación, en la recreación, enviando a su propio Hijo, que muere en la cruz para salvarnos. La cruz es la señal que manifiesta el amor del Padre, que entrega al Hijo hasta la muerte por nosotros, y del Hijo, que libremente acepta esta voluntad del Padre. Es el misterio pascual, programado en el mismo consejo trinitario, para manifestar más aún la predilección de Dios para con el hombre.

        Tengo que amar a Dios porque de Dios lo he recibido todo: mi cuerpo, mi espíritu, mi alma con todas sus facultades, la vida, todo lo he recibido y sigo recibiéndolo de Dios. Debo demostrarle mi amor agradeciendo todo lo recibido, bendiciendo su nombre; en concreto:

        a) Debo alegrarme de que Dios exista, debo manifestarle mi alegría de que sea infinitamente bueno, sabio, bondadoso,  misericordioso, lleno de hermosura y perfecciones que se reflejan luego en la naturaleza y en el hombre, y me alegro de tal manera de que sea así, que si por un imposible, como decía San Agustín, yo fuera Dios y Dios fuera Agustín, yo haría que Dios siguiera siendo Dios y yo me quedaría siendo Agustín, porque me alegro más de que Él sea Dios.

        b) Debo hablar con Él todos los días, porque orar es amar y si amo a una persona mucho, no puedo pasar sin decírselo, sin hablar con ella todos los días. Si amo a Dios, debo dialogar, orar, pedirle, meditar en su amor todos los días. Si me canso de orar, es que me he cansado de amar. Si me aburre la oración, es que me aburre Dios. Y eso es pecado. Y es peligrosísimo. Por eso, en esta Cuaresma, voy a orar todos los días.

        c) Voy a estar pendiente de Él y de su gloria y de que todos  crean en Él y le amen. Y si alguno blasfema, yo voy a pedir perdón por los que lo hagan; y si alguno le niega, yo lo afirmaré bien alto; y si alguno se olvida de Él, yo le recordaré en todo momento, muchas veces al día, y le diré cosas de amor que le gustan; y si alguno no le conoce, yo procuraré que todos le conozcan. Y como sé que lo que más le gusta es que ame a mis hermanos, los hombres…

        d) Voy a procurar hacer con mi persona y con mis bienes, y con los bienes del mundo una mesa muy grande, muy grande, muy grande, donde todos se sienten, pero especialmente los que nunca sentamos: los pobres, los deprimidos, los pesados, los mayores. Y voy a hacer con ellos lo que yo quiero que hagan conmigo: a mí me gusta que me aprecien, me valoren, me estimen, yo voy a esforzarme por amar y estimar a todos. A mí no me gusta que hablen mal de mí, ni que me hagan daño, yo voy a procurar no hablarlo,  porque el dolor que yo siento cuando alguno lo hace conmigo es el dolor que los otros sienten cuando yo hablo mal de ellos. 

       

        4.-  Queridos hermanos: En tiempos de Jesús el pueblo vivió intensamente esta espera, que tocaban con las manos: “Sé tú nuestro Rey y Señor”, encontramos escrito en un libro no bíblico de Israel. Digamos esto nosotros al Rey verdadero: Cristo, venga a nosotros tu reino, que el Padre sea lo primero de nuestra vida, que sólo le adoremos a Él y le demos culto con nuestras palabras y obras, que le amemos con todas nuestras fuerzas. Y para eso, el ídolo más íntimo, fuerte y déspota que tenemos todos, es nuestro <ego>, nuestro yo. Le damos culto de la mañana a la noche: qué ternura, qué cariño nos tenemos, nos preferimos continuamente a Dios, a los demás. De ahí nuestra soberbia, orgullo, rencores, preferencias a todos, yo soy el dios de mi vida, todos los demás que me sirvan. Hay que vaciarse, hay que matar este yo, porque estamos tan llenos de nuestro yo, de nuestros criterios, tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni Dios, ni Cristo, ni su Evangelio, y menos el amor a los hermanos. Soy un esclavo de mí mismo, todo el día me estoy dando culto y exijo este mismo culto de palabras y obras en los demás.

        Cristo, sé Tú nuestro único Rey y Señor, abajo todos los ídolos. Y quitando esta entronización del yo en nosotros, podrán entrar los demás hombres como hermanos, como iguales, dignos del mismo respeto y verdad y justicia y estima que yo exijo para mí mismo. Y como yo no quiero que nadie me haga daño, me quite mis derechos, lo voy a tener muy presente y voy procurar no hacer daño a nadie. A mí no me gusta que nadie  me quite la fama con comentarios ligeros, maliciosos; pues voy a procurar no hacer yo lo mismo. Todos, hermanos, hijos del mismo Padre, que ama a negros, blancos, altos, bajos, listos y torpes. Todos son hermanos, hijos del mismo Padre del Reino de los cielos. Si quiero vivir el reino de Dios en mi vida: Dios lo primero, y por Él, todos los hombres, hermanos.

 

        5.- Para entrar en el reino de Dios, necesitamos la conversión, lo dice el Señor: “Convertíos y creed el Evangelio”. Convertirse es mirar y ver el mundo, los hombres y la vida como Dios lo ve y contempla. Dios quiere un reino de libertad de todas las esclavitudes de pecado. Convertirse es optar sin reservas por Dios como lo más importante de nuestra vida. Es ponernos y poner toda nuestra vida de rodillas delante de Dios. Y ponernos nosotros y todo lo nuestro en segundo lugar. Es dedicarle mi tiempo fijo y diario de oración; es tenerlo siempre en el horizonte, desde la mañana a la noche, tratando de hacerlo todo según su voluntad. Es tratar de tener el concepto de hombre, de sociedad, de matrimonio, de hijos y familia que Él tiene.

 

        6.- Convertirse es esforzarse todos los días por ser amables y pacientes y tratar a los hombres como hermanos. Lo dice muy claro S. Juan: “Si alguno dice: amo a Dios y aborrece a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano”. Recordad aquí ahora el mandato del Señor en la Última Cena. Urge, por tanto, en este tiempo de Cuaresma, ponernos al día en amor a Dios y a los hermanos: “Amarás al Señor tu Dios con todas tus fuerzas y al prójimo como a ti mismo”.

        Y esto supone conversión, porque la tendencia natural es amarnos a nosotros mismos por encima de Dios y de todos y siempre. Pidamos a Dios amar como Él nos ama. Dios es amor, la fuente del amor. Sólo Él puede ayudarnos. Dios es Amor, el reino de Dios es amar, perdonar, esforzarse por no ofender, reaccionar amando ante las ofensas. Para esto tenemos que cambiar el propio carácter, luchar contra las pasiones que nos dominan: la soberbia, la envidia, la avaricia. Esto supone tener y vivir una visión y actitudes cristianas ante la vida, el mundo, los hombres. Y esta conversión tiene que ser permanente, porque el pecado original que tenemos dentro de nosotros, las tendencias egoístas, son permanentes; es el hombre de pecado que llevamos con nosotros y tenemos que destruir. Si no luchamos toda la vida, terminaremos por instalarnos en nuestros defectos y no habrá vida ni experiencia ni gozo de Dios en nosotros.

        Quien renuncia a muchas cosas por Dios, es que ama mucho a Dios. Quien renuncia a poco, es que ama poco a Dios. Quien no renuncia a nada, no se convierte de nada, es no amar nada al Señor. El amor a Dios se mide por las renuncias que hacemos por su amor. Preguntémonos ¿a cuánto estoy renunciando por Dios? Eso es lo que le estoy amando y demostrando mi preferencia por Él a mí mismo, a mis tendencias y egoísmos.

 

        7.- “Y creed el Evangelio”. Abstenerse del pecado no es más que una fase de la conversión predicada por Jesús. Para poder hacerla, tenemos que creer primero en el Evangelio. Si no se cree de  verdad, no se puede vivir y practicar el Evangelio. La fe es el fundamento de toda existencia cristiana. El cristiano tiene que adherirse positivamente al Evangelio con una fe vivificada por el amor a Dios, que no se contenta con el contenido teórico sino que se traduce en vida, poniéndolo en práctica. Creer es fiarse y creer que Dios existe, me ha hablado en Jesús de Nazaret, me ama y tiene un proyecto de eternidad sobre mí. Creer es fiarse más de lo que Cristo me ha dicho, de su Evangelio que de mis criterios y los criterios del mundo. Creer es poner a Dios en el centro de mi vida, porque Dios es Dios y yo soy pobre criatura, que necesito de Él, de su gracia, de su Palabra, de su  fuerza porque yo soy pobre e indigente.

 

        8.- Necesidad absoluta de la oración. Por eso, si antes te dije que amar a Dios es renunciar a cosas, a lo que es pecado por Él, y que mi capacidad de amar se mide por la capacidad que tengo de renunciar a cosas por Él, ahora te digo que para amar hay que orar: amar, orar y convertirse se conjugan igual y el orden no altera el producto. ¿Qué hizo Jesús para prepararse a su vida pública y poder vencer todas las tentaciones de prestigio humano, poder, que tendría en su misión apostólica? Retirarse al desierto a orar, a amar, a fortalecerse en el espíritu contra las tentaciones de  gloria humana y materialismo, que le hubieran separado del proyecto del Padre. Jesús no se retiró al desierto para darnos ejemplo de oración y soledad con Dios, como muchos creen, no; lo hizo porque necesitaba de la ayuda del Padre, y eso lo conseguía principalmente en la oración, como todos nosotros. Sin oración no hay fuerza, convencimiento, constancia para el  apostolado. Si  hay crisis de oración,  hay crisis de amor a Dios, a los hermanos, de conversión, de santidad, de apostolado, de misión y de todos, porque no hay experiencia de Dios, no hay vivencia de la fe, del amor y de la esperanza cristiana.

        Que este grito de Cristo al comienzo de su vida apostólica: “El reino de Dios está cerca, convertíos y creed la buena noticia”, esté muy presente en nosotros en esta cuaresma.

 

 

 

MIÉRCOLES DE CENIZA

 

INTRODUCCIÓN DE LA MISA

 

Hoy la Iglesia Católica comienza, con el Miércoles de Ceniza, el tiempo litúrgico de la Cuaresma en el que, durante 40 días y a través de la vivencia del ayuno, la oración y la limosna, los fieles se preparan para la Semana Santa en la que se actualizan los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús.

El miércoles que precede al primer domingo de Cuaresma, los fieles cristianos inician, con la imposición de la ceniza, el tiempo establecido para la purificación del espíritu. Con este signo penitencial, que viene de la tradición bíblica y se ha mantenido hasta hoy en la costumbre de la Iglesia, se quiere significar la condición del hombre pecador, que confiesa externamente su culpa ante el Señor y expresa su voluntad interior de conversión, confiando en que el Señor se muestra compasivo, que culminará con la celebración del sacramento de la Penitencia, en los días que preceden a la Pascua (Ceremonial de los Obispos, nº. 253).

 

PRIMERA LECTURA: Joel 2, 12-18

 

        Se convoca al pueblo para proclamar el ayuno. En este oráculo se habla de ceremonias penitenciales. Joel las describe. La finalidad es adorar a Dios, pedirle perdón, acoger de nuevo su amistad: “Ahora —oráculo del Señor— convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto”. Para el profeta, el ayuno no se reduce a unas ceremonias externas; debe ser una vivencia interior mediante la conversión del corazón. Porque el elemento esencial de la conversión es en verdad la contrición del corazón: un corazón roto, golpeado por el arrepentimiento de los pecados. Este arrepentimiento sincero incluye de hecho el deseo de cambiar de vida e impulsa a ese cambio real y práctico. Nadie está libre de este empeño: todo hombre, aun el más virtuoso, tiene necesidad de convertirse, es decir, de volver a Dios contrito de haberse alejado y dispuesto a vencer con su gracia las debilidades que le alejaron de Él. La Cuaresma es precisamente este tiempo clásico de conversión y renovación espiritual. Nadie ha de permanecer indiferente al gran tiempo de recogimiento interior que inauguramos hoy con la imposición de las cenizas, que abre la santa Cuaresma: “Rasgad los corazones y no las vestiduras: convertíos al Señor Dios vuestro: porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las amenazas”.

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Cor 5, 20-6,2

 

        La Cuaresma es el tiempo de la reconciliación. Cada cristiano tiene que hacer este camino cuaresmal para su salvación personal y comunitaria. En esta carta S. Pablo habla en nombre de Cristo a los Corintios y los exhorta a la reconciliación: “Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”.         Por el pecado, el hombre ha adoptado ante Dios una iniciativa de separación, de no obedecer sus mandatos. Ese mismo Dios, que nos ama gratuitamente, en Cristo ha tomado la iniciativa de la reconciliación. De esta manera, por el Hijo amado y enviado, se manifiesta una vez más su amor infinito. Por eso, S. Pablo en esta Carta nos dirá: “Dejaos reconciliar con Dios”. Acojamos esta iniciativa de Dios que, por medio de su Hijo amado y enviado, quiere restituir nuestra amistad filiación con Él. 

        Para recibir la gracia de la santa Cuaresma, tenemos que unirnos a Cristo, que se ha retirado en este tiempo al desierto para fortalecer su espíritu contra las tentaciones del poder, de la gloria humana, del dinero y materialismo, causas de nuestros pecados, de nuestras desobediencias a Dios: Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a Él, recibamos la justificación de Dios”.Por eso, empecemos hoy, miércoles de Ceniza, a reconciliarnos con Dios y con los hermanos, mediante la oración, la conversión y la penitencia: “Pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es el día de la salvación”.

 

 

MIÉRCOLES DE CENIZA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con el miércoles de ceniza, que celebramos hoy, comienza la santa cuaresma. La cuaresma es tiempo de gracia, concedido por Dios a sus hijos para la conversión y para la renovación espiritual. La perspectiva de la cuaresma es la Pascua, es decir, la celebración anual del misterio central de la fe y salvación cristianas: Jesucristo es entregado a la muerte para el perdón de nuestros pecados como víctima de propiciación y Jesucristo resucita de entre los muertos, venciendo a su muerte y la nuestra, abriéndonos de par en par las puertas del cielo a toda la humanidad. Son cuarenta días de preparación, cincuenta días de celebración hasta la fiesta de Pentecostés.

En la Pascua, Dios quiere renovar nuestras vidas con la vida que viene del Resucitado y con la fuerza de su Espíritu Santo, quiere hacer de nosotros nuevas criaturas, quiere hacernos hijos suyos dándonos su misma vida.

La cuaresma que comenzamos hoy dura 40 días, evocando los cuarenta días que Jesús vivió en el desierto en ayuno y oración, enfrentándose al diablo que vino a tentarle y al que venció ya desde el comienzo de su ministerio. Evoca también los cuarenta años que el pueblo de Dios vivió peregrino en el desierto camino de la tierra prometida, sometido a todo tipo de pruebas.

La Iglesia con el miércoles de ceniza nos invita a la penitencia y a la conversión. La ceniza es signo de esa actitud humilde de penitencia, porque somos pecadores e imploramos de Dios su misericordia sobre nosotros y sobre el mundo entero. Las pautas de este camino catecumenal hacia la Pascua son: el ayuno, la oración y la limosna.

Por el ayuno, se nos invita a privarnos de aquello que nos estorba en el camino de la vida cristiana. Hemos caminado muchas veces dando gusto a nuestros caprichos, necesitamos austeridad de vida y actuar en contra de nuestros defectos y pecados. Hemos de privarnos no sólo de comida, sino de tantas cosas que nos impiden en el camino de la santidad y amor total a Dios.

Por la oración se nos invita a estar más con Dios, a acercarnos todos los días más a él, a cuidar esta relación de nuestra vida, que a veces dejamos desatendida. Nuestra relación con Dios es filial desde el santo bautismo que nos hace hijos de Dios por la vida de gracia, que nos configura con su Hijo único, Jesucristo. Y esto lleva trato de amistad frecuente, abundantepara vivirla y desarrollarla. La cuaresma es tiempo especial de oración, para vivir nuestra vida desde Dios y ver nuestra historia y los acontecimientos que nos rodean con los ojos de Dios. Es decir, por una vida más intensa de oración que alimenta las virtudes teologales que nos unen a Dios,fe, esperanza y caridad y nos hacen templos de la Stma. Trinidad.

Finalmente la limosna es la apertura del corazón a los demás, es la caridad con  los hermanos, especialmente más necesitados de ayuda tanto material como espiritual. Rezar y pedir por ellos porque por naturaleza humana nos blindamos en nosotros mismos y vivimos y pensamos solo en nosotros y para nosotros. La apertura a Dios por la oración y el ayuno, nos disponen al amor a los hermanos para compartir con los demás lo que somos y lo que tenemos. La relación con los demás nos hace crecer en santidad, en amor a Dios y a los hermanos, cumpliendo su mandato: “Amaos los unos a los otros como yo os amo”.

Queridos hermanos, que la santa cuaresma que empezamos hoy, miércoles de ceniza, nos ayude en este sentido y sea eso para todos nosotros y para toda la iglesia, para el mundo entero, sea santa y santificadora porque la santa cuaresma  es tiempo de oración con Cristo, de caridad, de solidaridad con los hermanos, de acercarnos a Dios y a los que sufren física o moralmente y de compartir sus sufrimientos.

Queridos hermanos: Que la santa cuaresma que empiezamos hoy sea para toda la iglesia un tiempo de profunda renovación espiritual de nuestras vidas por la oración y la penitencia para purificar y aumentar nuestro amor a Dios sobre todas las cosas y a los hermanos. Vivamos así la santa cuaresma más unidos a Cristo por la oración para llegar con Él a la vida nueva de la Pascua, de la resurrección con Cristo a su misma vida de amor y entrega total al Padre y a los hermanos. Así sea.

 

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HOMILÍAS: MIÉRCOLES DE CENIZA:

 

QUERIDOS HERMANOS: Dentro de unos momentos, en la liturgia de la imposición de las cenizas, escucharemos:«Eres polvo y en polvo te convertirás» (Gn 3,19). Estas palabras, pronunciadas por Dios en el paraíso después del primer pecado cometido por Adán, nos las repite hoy la Iglesia a todos los cristianos, que nos acercamos a recibir las cenizas, para recordarnos tres verdades fundamentales: nuestra nada, nuestra condición de pecadores y la realidad de la muerte, superada la cuaresma por la Pascua de Resurrección de Cristo, fundamento de la nuestra, de nuestra vida eterna con Dios. Somos eternos. Por eso hay que purificarse de todo pecado en la cuaresma para vivir la vida de Dios por la gracia que nos lleva a vivir ya la prenda de la eternidad con Él. 

 

        1.- El polvo, ceniza colocada sobre la cabeza de los fieles, es algo ligero, tan ligero que basta un leve soplo de aire para dispersarlo; este signo expresa muy bien cómo el hombre es nada: “Señor... mi existencia cual nada es ante ti” (Sal 39,6), exclama el salmista. Estamos necesitados de meditar esta verdad para quitar tanto orgullo vano de nuestra vida. Nos creemos superiores a los demás, y por eso pecamos. Y pecamos muchas veces. Qué poco vamos al confesionario. La Iglesia hoy nos invita a inclinar la cabeza para recibir la ceniza, signo de la muerte, merecida por nuestros pecados y a convertirnos a la vida de gracia, signo de la vida eterna conseguida para todos por la muerte y resurreción de Cristo. 

 

        2.- Por eso, la Iglesia no quiere hoy deprimirnos con esta visión real y pesimista merecida por nuestros pecados; quiere que luchemos contra Él, y para eso nos convoca al ayuno y a la penitencia, rezar y venir más a la iglesia durante este tiempo de cuaresma. Si la desobediencia de Adán  introdujo la muerte en el mundo, la obediencia de Cristo con su muerte y resurrección ha introducido la resurrección y la vida para todos por su misterio pascual, hacia el cual caminamos en la Cuaresma y participamos especialmente por los sacramentos de la penitencia y comunión. Cuanto más participemos en la muerte de Cristo por la penitencia y la conversión de nuestros pecados, causas de muerte, más participaremos en su resurrección, en la vida nueve de la gracia y su amor por la eucaristía. Así que vengamos más a misa, confesemos nuestras faltas y pecados, comulguemos, hagamos obras de caridad y penitencia.

 

        3.- Y este es el apremio de San Pablo en su carta que hemos leído: “Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación”. La santa cuaresma es tiempo propicio señalado por la Iglesia para eso. El mismo Jesús nos indica en el Evangelio los medios especiales para mantener el esfuerzo de la conversión: la limosna y la ayuda al hermano necesitado, hechas para agradar a Dios, la oración y las obras de caridad y finalmente, el ayuno, la moderación y austeridad si  la mortificación corporal va acompañada de la mortificación espiritual, del orgullo, la soberbia y el amor propio. Sólo entonces, “tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará”, es decir, nos concederá la gracia de la conversión  y amistad total con Él.

        4.- Pues comencemos así ya la santa Cuaresma, que nos llevará a la Pascua, a la vida nueva, a la gracia y reconciliación más sincera y profunda con Dios,  a resucitar con Cristo en la Pascua y vivir la vida nueva de resucitados a la vida eterna, que comienza ya en nosotros por la participación especialmente de la Eucaristía, que en este santo tiempo, debemos frecuentar con mayor amor a Dios y a los hermanos, rezando por los nuestros y por este  mundo que se esá alejando de Dios.

 

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MIÉRCOLES DE CENIZA

 

        Queridos hermanos: Este miércoles, 14 de febrero, celebramos el Miércoles de Ceniza, que marca el comienzo de la santa Cuaresma, que son los 40 días antes del Domingo de Ramos, día de inicio de la Semana Santa.

La Iglesia llama en estos cuarenta días a todos los fieles a la conversión y a prepararse para la Pascua mediante la oración, la limosna y el ayuno.

El Miércoles de Ceniza se caracteriza además por el rito de la imposición de la ceniza en la frente, haciendo la señal de la cruz, mientras el sacerdote dice las siguientes frases extraídas de la Biblia: «Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás» o «Conviértete y cree en el Evangelio».

La ceniza se obtiene tras quemar los ramos de olivo y las palmas bendecidas el Domingo de Ramos del año anterior. La Iglesia hoy invita a todos sus hijos a inclinar la cabeza para recibir la ceniza en señal de humildad y a pedir perdón por los pecados; al mismo tiempo nos recuerda, que en pena de nuestras culpas, un día tendremos que volver al polvo.

Además, el miércoles de ceniza es un día de ayuno y abstinencia obligatoria, al igual que el Viernes Santo, para los mayores de 18 años y los menores de 60. El ayuno consiste en hacer una comida al día, pero no se prohíbe tomar algo por la mañana o por la noche. Todos los viernes de Cuaresma los fieles mayores de 14 años deben abstenerse de comer carne.

La palabra Cuaresma proviene de la contracción del término latino «quadragesima (dies», «cuarenta días». De hecho, el número 40 simboliza en la Biblia un tiempo de preparación y de renovación espiritual, que recuerdan los 40 días que de Cristo en el desierto antes del comienzo de su vida pública o los cuarenta años que pasó en el desierto el pueblo de Israel tras huir de Egipto conducido por Moisés.

        Toda la cuaresma mira a la preparación y celebración de la Pascua, de la Resurrección de Cristo venciendo a la muerte merecida por nuestros pecados. Al ser la fiesta más trascendental del cristianismo, la Iglesia siempre la vivió con solemnidad, con verdad y profundidad de fe y religiosidad. Y se preparaba durante estos cuarenta días y noches para celebrarla, a imitación de Cristo, que se preparó durante cuarenta días en el desierto para predicar e instaurar el Reino de Dios en la tierra, por la conversión y el perdón de los pecados.

La Iglesia nos invita hoy a todos sus hijos a inclinar la cabeza para recibir la ceniza en señal de humildad y a pedir perdón por los pecados; al mismo tiempo nos recuerda que así debemos preparamos a celebrar la pasión, muerte y resurrección de Cristo, que es garantía y fundamento de nuestra resurrección y de la vida eterna conseguida por su muerte y resurrección para toda la humanidad.

Queridos hermanos, vivamos así la santa Cuaresma. Retirémonos durante este tiempo con más frecuencia al desierto de la oración, vengamos más a la iglesia, a la santa misa durante la semana, al viacrucis los viernes, recemos el rosario solos o en familia, hagamos alguna obra de caridad, visitemos a los enfermos, algún sacrifico o mortificación de la lengua, de cosas que nos gustan… para resucitar con Cristo en la pascua con más fe y amor y caridad a Dios y nuestros hermanos los hombres.

Lo necesitan nuestras familias, nuestros hijos, este mundo que se está quedando tan solo, triste y pagano, sin Dios, sin amor, sin amigos. Sacrifiquémonos y vivamos este año la santa cuaresma. Lo necesitamos todos, lo necesita la Iglesia de Cristo.

 

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QUERIDOS HERMANOS: 1.- Queridos hermanos: Desde los primeros siglos de la Iglesia la Cuaresma ha sido uno de los tiempos fuertes de la Liturgia de la Iglesia. La Cuaresma son los cuarenta días que el Señor quiso pasar en el desierto en oración antes de comenzar abiertamente el camino de la Salvación, que le llevaría por la pasión y la muerte hasta la resurrección, fundamento y garantía de la nuestra.

        La Cuaresma es el camino de la Pascua, corazón de todo el año litúrgico y fundamento de todo el Credo. Sin pascua de Resurrección, Cristo no es Dios, no nos ha salvado, la religión católica no tiene fundamento. Al ser la fiesta más trascendental de la fe, la Iglesia siempre la preparó con esmero y cuidado sumo y esto es, tiene que ser para nosotros la santa cuaresma.

        La santa Cuaresma es tiempo de adentrarnos por la oración y los sacramentos en los misterios de Cristo, de morir con Cristo a nuestros pecados para vivir en plenitud su vida, la salvación, la vida de la gracia del amor a Dios y a los hermanos, sobre todo, por la participación más frecuente de la santa misa, la eucarístía, la nueva y definitiva Alianza en la sangre del Cordero que quita el pecado del mundo por la muerte y la pascua de Cristo Resucitado. Para todo esto es la santa Cuaresma. Tiempo especial para prepararnos a la Pascua de Cristo, a la vida más plena con Él por la gracia, vida de Dios en nosotros mediante la oración diaria, conversión de nuestras faltas y pecados aunque sean leves  y la caridad con nuestros hermanos, especialmente los más necesitados de ayuda espiritual y material, los pobres de pan y de amor. La cuaresma es un tiempo especial para imitar y seguir a Cristo en este camino de oración y conversión para vivir la Pascua de vida nueva con Él por la caridad y la gracia. La cuaresma es tiempo especial para seguir a Cristo en este camino, para que lo recordemos, practiquemos  y lo vivamos.

Dentro de unos momentos, en la liturgia de la imposición de las cenizas, escucharemos:«Eres polvo y en polvo te convertirás» (Gn 3,19). Estas palabras, pronunciadas por Dios en el paraíso después del primer pecado cometido por Adán, nos las repite hoy la Iglesia a todos los cristianos, que nos acercamos a recibir las cenizas, para recordarnos tres verdades fundamentales: nuestra nada, nuestra condición de pecadores y la realidad de la muerte.

 

        1.- El polvo, ceniza colocada sobre la cabeza de los fieles, es algo ligero, tan ligero que basta un leve soplo de aire para dispersarlo; este signo expresa muy bien cómo el hombre es nada: “Señor... mi existencia cual nada es ante ti” (Sal 39,6), exclama el salmista. Estamos necesitados de meditar esta verdad para quitar tanto orgullo vano de nuestra vida. Nos creemos superiores a los demás, y por eso pecamos. Y pecamos muchas veces, tantas que el hombre moderno no tiene pecado, no tiene conciencia de pecado, porque vive instalado en él. Qué poco vamos al confesionario, años y años, algunos desde su primera comunión, tal vez desde su boda. La Iglesia hoy nos invita a ver la nada de nuestra vida por el pecado, que nos aleja del Señor, y a inclinar la cabeza para recibir la ceniza, y al mismo tiempo nos recuerda que, como pena de nuestras culpas y pecados, un día, el de nuestra muerte, tendremos que volver a convertirnos en polvo. “Dios no creó la muerte” (Sab 1,13); ella entró en el mundo mediante el pecado; pecado y muerte son el fruto de la rebeldía del hombre contra Dios. La muerte es su “salario” (Rom 6,23).

 

        2.- Sin embargo, la Iglesia no quiere deprimirnos en este día con esta visión real y pesimista del pecado; quiere que luchemos contra Él, para eso nos convoca en esta cuaresma. Si la desobediencia de Adán  introdujo la muerte en el mundo, la obediencia de Cristo ha introducido la resurrección y la vida por su misterio pascual, hacia el cual caminamos en la Cuaresma. Cuanto más participemos en la muerte de Cristo por la penitencia y la conversión de nuestros pecados, causas de muerte, más participaremos en su resurrección. Por eso, este recuerdo de nuestra muerte por parte de la Iglesia no es visión pesimista, es alentadora, soplo de vida, para que este polvo se convierta un día en polvo resucitado.

 

        3.- Esta es la convocatoria de Joel en la primera lectura: “Convertíos a mí de todo corazón, con ayuno, con llanto, con luto”. Y este es el apremio de San Pablo en su carta que hemos leído: “Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación”. El mismo Jesús nos indica en el Evangelio los medios especiales para mantener el esfuerzo de la conversión: la limosna y la ayuda al hermano necesitado, hechas para agradar a Dios y no para ser alabados. Juntamente con ella, la oración, que nos une a Dios y alcanza su gracia cuando brota del corazón, pero si es por ostentación, para que nos vean, se reduce a nada, mero decir palabras y palabras, que Dios no  escucha, porque no son dichas para Él sino para que las gentes las oigan y las vean. Y finalmente, el ayuno también es agradable a Dios si la mortificación corporal va acompañada de la mortificación del amor propio. Sólo entonces, “tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará”, es decir, perdonará nuestro pecado y nos concederá la gracia de la conversión  y amistad total con Él.

 

        4.- Queridos hermanos, comencemos ya la santa Cuaresma, que nos llevará a la vida nueva, a la gracia y reconciliación más sincera y profunda con Dios,  a resucitar con Cristo en la Pascua y vivir la vida nueva de resucitados a la vida eterna, que comienza ya en nosotros por la participación en la Eucaristía.

 

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PRIMER DOMINGO DE CUARESMA

 

PRIMERA LECTURA: Gn 2, 7-9; 3, 1-7

 

        La primera parte del texto es un poema a la creación del hombre. El autor sagrado, con recursos literarios, muestra la singular providencia de Dios al crear al hombre, especialmente al infundirle el alma. La creación entera ha sido preparada para servir a la realización y plenitud del hombre: le da como lugar de residencia, un jardín, y le hace semejante a Él soplando sobre el hombre el espíritu de vida. Dios no quiso una vida de trabajo y penalidades para el hombre, pero, al desobedecer éste a los mandatos del Creador, erigiéndose en norma y queriendo decir dónde estaba el bien y dónde estaba el mal, el hombre se apartó del Supremo bien en inteligencia  y amor y entró en el camino del sufrimiento y de la muerte.

        La segunda parte describe esta opción personal del hombre. Así llegó el pecado. Pero para eso tuvo que entrar en escena otro personaje: el demonio. Éste perturbará la armonía primera existente entre Dios, hombre, naturaleza, creación al servicio del hombre. El autor describe a la perfección el proceso psicológico de la tentación. La mujer tiene la desgracia de aceptar el diálogo con el tentador, con el cual incluso no está de acuerdo al principio. El tentador enciende la ilusión de la felicidad mintiendo y así despierta el deseo. Eva no supo cortar las sutiles insinuaciones del diablo, como lo haría Cristo en el desierto: “La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable porque daba inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió”.

        El pecado estuvo en comer del árbol del bien y del mal, es decir, en querer ser el hombre autónomo en la elección de lo que está bien o está mal, lo cual, según el autor sagrado, sólo corresponde a Dios: “Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron”.

       

SEGUNDA LECTURA: Rom 5,12-19

 

        Este texto de San Pablo,  teniendo en cuenta este pasaje del Génesis, es una síntesis de toda la historia de la Salvación: “ En efecto, así como por la  desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos”. Este es un texto de capital importancia en el Nuevo Testamento sobre el pecado original y la justificación universal. La desobediencia, la falta de fe en la Palabra de Dios, la soberbia de los progenitores ha sido reparada por la obediencia de Jesús, por su obediencia a la voluntad del Padre, rechazando todo mesianismo puramente terreno. Por el primer Adán entró el pecado en el mundo; por el segundo, Jesucristo, ha entrado la gracia y la salvación. Adán nos trae la muerte, Cristo destruye el orden de pecado introducido por Adán y destruye la misma muerte: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte…gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos”. Esta victoria de Jesús sobre el demonio se iniciará en el desierto y se consumará en el Calvario. Y de esta forma “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (20). La superioridad de la gracia y justificación de Cristo supera totalmente al pecado y sus consecuencias: “Sin embargo, no hay proporción entre la culpa y el don”.  Toda esta doctrina nos enseña claramente que la fe, la humildad y la obediencia nos hacen superar las tentaciones del demonio y nos llevan a la justificación por la gracia.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 4, 1-11

 

DOMINGO I CUARESMA. A

 

Queridos hermanos: Pocos tiempos litúrgicos, en su retorno anual, han dejado una huella tan profunda en el pueblo cristiano como la Cuaresma. Desde los primeros siglos este ha sido uno de los tiempos más fuertes de la Liturgia de la Iglesia. Aunque  en estos tiempos actuales haya decaído bastante su sentido y espiritualidad.

     La cuaresma es un tiempo de gracia y de renovación espiritual, por medio principalmente de la oración litúrgica y personal, de la santa misa que debe ser más frecuente en estos días.

La cuaresma, cuarentena, acompañando a Cristo durante 40 días en el desierto de la oración y penitencia, es el camino hacia la Pascua, hacia la vida nueva y resucitada en Cristo. La pascua es el corazón de todo el año litúrgico y fundamento de todo el cristianismo. Si no hay Pascua, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe, nos dice san Pablo y somos los hombres más necios del mundo.

Sin pascua de Resurrección, no hay cristianismo porque si Cristo no ha resucitado, no es Dios, no nos ha salvado, la religión católica no tiene fundamento. Por eso la necesidad de prepararnos y vivir la santa cuaresma. Haced un esfuerzo por venir más a la Iglesia, estar más tiempo en la oración, confesar, rezar por vuestros hijos y nietos, por la Iglesia entera, para poder  celebrar con gozo y verdad la Pascua del Señor, el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte de nosotros y del mundo entero.

        Los cuarenta días en el desierto de la oración y penitencia le dieron fuerza a Cristo para mantenerse fiel al Padre y vencer las tentaciones del espíritu maligno del materialismo, del orgullo del poder y de la idolatría del propio yo que todos tenemos.

 

1ª tentación: materialismo: «Si eres Hijo de Dios, dí que estas piedras se conviertan en panes»; el demonio, el mundo le dice a Cristo y a todos nosotros: deja la oración y la mortificación, y dedícate a comer, convierte toda tu vida en disfrutar, en placeres.

Estas son las tentaciones que seguimos teniendo hoy nosotros y el mundo entero. Qué responde Cristo en nombre de todos: “no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Hermanos, Cristo nos dice que tenemos que alimentarnos de la palabra de Dios, del evangelio de Cristo en ratos de oración. ¿lo hacemos? ¿ hacemos oración todos los días sobre todo eucarística?

 

2ª tentación:«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo…”, es decir, demuestra que eres poderoso, humilla a los otros, haz como los poderosos del mundo que abusan de su poder, de su poder político, económico, y demás… Cristo responde: “No tentarás al Señor, tu Dios”», como debemos responder todos nosotros en nuestra vida cuando se nos ofrezcan ocasiones de dominio y abuso de lo que sea. Jesús, siendo Dios y teniendo todo, solo se dejó vencer por el amor a todos los hombres hasta dar su vida en la cruz por nuestra salvacion.Imitémosle.

 

 3ª tentaciion: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras». El mundo, nosotros mismos podemos estar adorando y dando culto al poder, al dinero y los placeres, o incluso en los problemas de nuestra vida que todos tenemos, no queremos someternos a la voluntad y mandamientos de Dios sino que Él se someta a nuestros gustos y debilidades.

 Cristo responde lo que nosotros tenemos que meditar hoy y en esta santa cuaresma para ver si estamos imitando a Cristo y sirviendo en nuestra vida a Dios y a sus mandamientos y su evangelio, como Él lo hizo y nos mandó, o estamos adorando al mundo y a nosotros mismos.

Respodamos con Cristo: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». Adoraré solo a Dios y le daré culto con mi vida, y para poder hacerlo, como Cristo, dedicaré tiempo a la oración todos los días y en estos cuarenta días de cuaresma me dedicaré a  obras de caridad y servicio a mis hermanos, cumpliendo sobre todo el primer mandamiento: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu amor y a tu prójimo como a ti mismo”

Y para eso, repito, imitemos a Cristo retirándonos en esta cuaresma con más intensidad a la oración como la iglesia me lo predica en este tiempo de cuaresma; y para eso vendré con más frecuencia a la Iglesia, ante su presencia eucarística,  me arrepentiré de mis faltas y pecados, confesaré mis pecados, vendré a misa y comulgaré con más frecuencia para poder cumplir mejor los mandamientos, viviré la cuaresma con verdad de vida y amor para resucitar con Cristo en la Pascua y tener una nueva vida de gracia y amor en Cristo. Amén. Así sea.

 

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Queridos hemanos:

 

1.- En el primer domingo de Cuaresma, la Liturgia presenta los dos polos entre los que se desarrolla la historia de la salvación: el pecado del hombre y la redención de Cristo. En la primera lectura, el hombre acaba de ser  creado por Dios y ha salido de sus manos limpio y puro, plasmado a su imagen y semejanza: vive en la inocencia y la amistad con Dios, que le visita todas las tardes. Pero el Maligno, envidioso del bien del hombre, lo quiere alejar de Dios con tres tentaciones. La primera, de desobediencia contra este orden tan maravilloso establecido entre Dios y el hombre: “Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; el día que comas, morirás”. La segunda, de incredulidad en la palabra de Dios: “De ninguna manera morirás”. Y finalmente, tentación de soberbia: “Seréis como dioses”. Y el hombre no obedeció a Dios y comió del árbol de ciencia del bien y del mal, es decir, quiso ser árbitro de lo que está bien o está mal; y pecó; y entonces se dio cuenta de que estaba desnudo, de que era esencialmente pobre y necesitado de Dios. Pero Dios sabe que el hombre ha sido engañado y le promete un Salvador, que es su mismo Hijo, Jesucristo.

 

        2.-Para cumplir esta voluntad del Padre, el Hijo acepta hacerse hombre, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado. Es impresionante el comienzo del Evangelio de hoy: “En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo”. Allí Jesús, antes de empezar su vida pública, toma posiciones definitivas sobre su vida; será tentado también por tres tentaciones contra la sumisión, la obediencia y la adoración que sólo se debe a Dios y no se apartará ni un ápice del camino marcado por el Padre.

         Queridos hermanos: Qué difícil hablar a este mundo de tentaciones de dinero, de poder y gloria temporal, cuando estamos sumergidos y vivimos dominados por ellas. El hombre actual ha perdido la noción de pecado, no peca porque vive en el pecado y se gloría de Él. Por eso, el tema de las tentaciones queda reducido al mundo cristiano, a los hombres y mujeres que quieren seguir a Cristo: “El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”, y al querer seguirle, es cuando notará las tentaciones del mundo, de la carne y del orgullo. Las tinieblas han tomado la apariencia de la luz y si el mal se ha hecho seductor es porque los medios se encargan de adornarle bien. Por eso, sólo acercándonos a Aquel, que es la luz del mundo, podrá llegar hasta nosotros la Verdad.

 

            3.- JESÚS ES LA LUZ DEL MUNDO.

 

       “Yo he venido como luz al mundo, para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas” (Jn 12,46). Dios ha convocado al mundo a su luz admirable. El drama que se trama en torno a Cristo que viene a los suyos, es un encuentro entre la luz y las tinieblas. Al principio de su ministerio, como sobre una cumbre, ese encuentro se manifiesta con una particular intensidad. En vivo compendio, las tres tentaciones en el desierto designan los obstáculos, que en los años venideros y en el decurso de los siglos, se opondrán a su verdad, a su Evangelio, a su obra salvadora. Al reino de Jesús, tal como Jesús lo propone a los hombres, se opone el mesianismo temporal de su propio pueblo, y Cristo sigue el proyecto marcado por el Padre, donde el Reino de Dios, que Él predica y realiza, será preferido al reino de la tierra.

 

          4.- PRIMERA TENTACIÓN.

                                                                                           

          Por eso, un día la muchedumbre repetirá a su manera la primera tentación. Querrá hacer Rey al que le ha alimentado con panes y peces. Como Jesús se niega a ello, la muchedumbre le abandonará desde ese instante. Y es quizá esa misma muchedumbre, la que, algo más tarde, llegará a reclamar su muerte, estimándose engañada en sus esperanzas terrestres por el que se decía su Mesías.

            Esta misma tentación ha sentido la Iglesia a través de los siglos, y no siempre logró vencerla. Hoy tiene que pedir perdón por cosas pasadas. Pasadas, que son actuales permanentemente para ella y para nosotros. Es bueno meditar en esta eucaristía cómo vencemos las tentaciones del dinero, del consumismo, de las posesiones, del vivir principalmente para los bienes de este mundo. Todo debe estar sometido a la voluntad de Dios, que es lo primero.

            El apego a los bienes de la tierra se alza como un muro inseparable entre Dios y nosotros. Satisfechas sus necesidades humanas, el hombre ha perdido el hambre de Dios. Por los bienes de la tierra riñe, mata, se separan las familias. De aquí,  el vacío existencial que experimentamos. Porque nos llenamos de cosas y más cosas; a nuestros hijos les llenamos de todo: juegos, estudios, lenguas de inglés, francés, deportes, diversiones, puesto de trabajo, casa, sexo… y ahora resulta que todos estamos más tristes, porque, a pesar de haber llenado nuestras casas de todo, ahora nos falta todo, porque nos falta Dios, que es el todo de todo.             Por culpa del apego y entrega a los bienes de la tierra, el joven rico del Evangelio, propietario de muchos bienes, renuncia a seguir a Cristo. Tenerlo todo, no sentir ni el hambre ni el frío, impide al rico Epulón advertir al pobre Lázaro a su puerta. El precio del perfume derramado por la Magdalena a los pies del Señor impide a los mismos Apóstoles apreciar el valor de su gesto. Por culpa del dinero, la bondad del dueño hacia los obreros de la hora undécima parece injusta a los de la primera. Unos denarios serán el sello de la traición de Judas. Y Cristo pronunció las más duras palabras a propósito del apego a los bienes terrenos: “Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío” ( Lc 14, 33). “¡Ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo” (Lc 6,21). “No se puede servir a Dios y al dinero” (Mc 6, 21). Frente a los bienes terrenos, Cristo se revela soberanamente independiente, invitándonos a la conquista de esa libertad, que los pone a nuestro servicio, para que a nuestra vez seamos servidores de Dios y de nuestros hermanos. El que no rehusó la buena acogida de los amigos, las alegrías fraternales del banquete, la liberalidad de gestos como el de la Magdalena, nos invita a ser siempre señores y libres frente al dinero, al que no podemos servir sino servirnos de Él.

  

 5.- SEGUNDA  TENTACIÓN

 

         San Juan escribió esta frase breve, pero terrible: “Al tiempo que estuvo en Jerusalén por la fiesta de Pascua, creyeron muchos en su nombre viendo los milagros que hacía, pero Jesús no se confiaba a ellos porque los conocía a todos” (Jn 2, 24-26). A lo largo de toda su vida, Cristo fue acusado por los que pedían “señales del cielo” a fin de creer en Él. Los mismos apóstoles tuvieron un día la ocurrencia de solicitar fuego del cielo para castigar las ciudades que no les habían acogido. De Belén al Calvario Jesús escogió la renuncia a toda forma de prestigio humano, para predicar con la palabra y el ejemplo, únicamente, el amor, el servicio, el ser últimos para ser primeros en su reino, el deber de lavarnos sus discípulos los pies unos a otros.

           El reino de Dios no es como una sociedad humana, como la política, donde sólo se busca el poder, los primeros puestos. El reino de Dios y, en concreto, la Iglesia debe ser como la familia perfecta, en cuyo centro está el amor, que los une a  todos los miembros, cualquiera sea la diferencia que exista entre ellos. En ella, toda jerarquía, toda superioridad, todo orden establecido ha de ceder el paso a la caridad.

          Es preciso respetar en todo el amor fraterno, que nos pone ante nuestros hermanos como si estuviéramos ante el mismo Cristo. Todas las relaciones de los hombres cambian profundamente, si aceptan considerarse como hermanos, porque todos son igualmente amados por el Padre. Dios es Amor, escribía San Juan: “Carísimos, amémonos unos a otros porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor…Carísimos, si de esta manera nos amó Dios, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nunca le vio nadie; si nosotros nos amamos mutuamente, Dios permanece en nosotros y su amor es en nosotros perfecto” (1Jn 4 7. 11).

           Humillar a cualquiera, de cualquier manera que sea, nos separa del amor de Dios, nuestro Padre. Y este es el mandato de Jesús: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Y San Pablo nos dirá que Cristo perdió su gloria, su prestigio rebajándose hasta nosotros: “Siendo de condición divina, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, antes se anonadó tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres...se humilló, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2,6-8). Y por eso el Padre lo exaltó y le puso a su derecha (cfr. Flp 2, 12).

          

  6.- TERCERA TENTACIÓN

 

          Cristo no vino a dominar sino a servir. De esto no pudo convencer a su pueblo y a los mismos apóstoles, que le plantearon hasta el fin la pregunta que constituía toda la esperanza judía: ¿Vas a restaurar enseguida a Israel? Pues bien, Él no ejerció su inmenso poder sino para manifestar su amor y su servicio al hombre. De ello son ilustración sus milagros. Más de una vez Cristo exigió a los agraciados por Él la discreción. Su poder se manifestó en el perdón de los pecados, en esa liberación  y salvación del hombre, obedeciendo al Padre, con amor extremo, hasta dar la vida. Esta manera de dominar por el amor le hará decir a San Pablo: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado…escándalo para los judíos, necedad por los griegos, pero sabiduría y poder de Dios para los que le aman”. “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo, por el cual yo estoy crucificado para el mundo y el mundo para mi”.

           La Iglesia debe guardarse en todo momento de ese deseo de poder y de dominación tan natural al hombre. La mayor parte de sus desdichas le sobrevinieron en los tiempos en que consintió en ese deseo. No está hecha para dominar la tierra. No es un partido; ni siquiera, como se ha llegado a decir, el partido de Dios. Es la inmensa casa de familia en la que son invitados a ocupar su sitio todos los hombres, especialmente los que no son invitados, para servirles como si fueran el mismo Cristo. Su servicio consiste en purificar a la humanidad de todo egoísmo para hacerla vivir de caridad. Y nosotros también necesitamos permanentemente examinarnos de esta tendencia natural, que es el pecado original, es el hombre viejo y de pecado que hay en nosotros.
        El secreto del triunfo de Jesús sobre la tentación y el pecado se halla en el desierto, en la oración, en la intimidad con su Padre. Sin oración no hay vivencia ni conocimiento de Dios, de su Evangelio.  A Cristo, su Evangelio solo se comprende cuando se vive, se ama y esto es por la oración diaria. Sin oración permanente no hay conversión permanente, no hay amor permanente a Cristo para superar las tentaciones, de cualquier clase que sean. Con la luz de Cristo en la oración, en el desierto de cada día, vamos descubriendo la tentación y recibiendo las fuerzas para vencerla. Cada ambiente tiene su manera de acoger o de rechazar las exigencias del Reino de Dios. Y cada individuo, conscientemente o no, comparte la mentalidad de su ambiente con todas las riquezas y miserias de esa mentalidad. También aquí hace falta un esfuerzo de lucidez para ver en sí mismo las complicidades reales con el pecado del mundo. Solo de la unión con Cristo por la oración y la conversión recibimos esta lucidez y esta fuerza para vencerlas.  A esto nos invita este tiempo fuerte de la Cuaresma que comenzamos. De esto nos da ejemplo el Señor en el Evangelio de hoy. Retirémonos con Él al desierto de la oración intensa durante estos días y recibiremos la luz y la gracia de la salvación.

 

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DOMINGO I CUARESMA.

 

DOMINGO I CUARESMA. Queridos hermanos: Pocos tiempos litúrgicos, en su retorno anual, han dejado una huella tan profunda en el pueblo cristiano como la Cuaresma. Desde los primeros siglos este ha sido uno de los tiempos más fuertes de la Liturgia de la Iglesia.

     La cuaresma es un tiempo de gracia y de renovación espiritual, por medio principalmente de la oración litúrgica y personal, de la santa misa que debe ser más frecuente en estos días.

La cuaresma, cuarentena, acompañando a Cristo durante 40 días en el desierto de la oración y penitencia, es el camino hacia la Pascua, hacia la vida nueva y resucitada en Cristo. La pascua es el corazón de todo el año litúrgico y fundamento de todo el cristianismo. Si no hay Pascua, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe, nos dice san Pablo y somos los hombres más necios del mundo.

        Los cuarenta días en el desierto de la oración y penitencia le dieron fuerza a Cristo para mantenerse fiel al Padre y vencer las tentaciones del espíritu maligno del materialismo, del orgullo del poder y de la idolatría del propio yo que todos tenemos.

Cristo responde lo que nosotros tenemos que meditar hoy y ver si estamos imitando a Cristo y sirviendo a Dios y a sus mandamientos y al evangelio en nuestra vida, como Él lo hizo y nos mandó, o estamos adorando al mundo y a nosotros mismos.

Respodamos con Cristo: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». Adoraré solo a Dios y le daré culto con mi vida, y para poder hacerlo, como Cristo, dedicaré tiempo a la oración todos los días y en estos cuarenta días de cuaresma me dedicaré a  obras de caridad y servicio y piedad con mis hermanos, cumpliendo sobre todo el primer mandamiento: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu amor y a tu prójimo como a ti mismo”

Y para eso, repito, imitemos a Cristo retirándonos con más intensidad a la oración; la iglesia me lo predica en este tiempo de cuaresma; por eso,  en este tiempo confesaré mis pecados de egoismos, me arrempentiré de mis faltas y pecados, vendré con más frecuencia a la Iglesia, vendré a misa y comulgaré con más frecuencia para poder cumplir mejor los mandamientos, viviré la cuaresma con verdad de vida y amor para resucitar con Cristo en la Pascua y tener una nueva vida de gracia y amor y amistad con Cristo. Amén. Así sea

Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían. porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”».Jesús le dijo:«También está escrito: “Con la oración y la penitencia las superó el Señor y nosotros debemos superarlas siempre.la tentaciones que el mundo hoy nos provoca: 1ª tentación:Y este también es y debe ser nuestro camino de amor y salvación en Cristo, sobre todo en la cuaresma, retirarnos a la oración, venir más a la Iglesia, a Cristo, a la Comunión para vencer

        También nosotros hoy sufrimos las tentaciones de Cristo en este mundo instalado en el consumismo e idolatría de los bienes temporales, idolatría de los ídolos creados por el mismo materialismo contra el amor de Dios y el servicio a los hermanos, con matrimonios y familias rotas, abuelos abandonados, crímenes de padres, esposos, hijos… 

        El hombre actual, incluso muchos que se llaman cristianos, dudan de la vida eterna y de la resurrección de Cristo y sólo viven para esta vida terrena, porque el pecado oscurece la fe en Dios y en la eternidad, te lo digo con amor, examínate tú también querido hermano que me escuchas... porque la tele, los medios, los guasad están inundados de estos pecados y te pueden dañar, de hecho a muchos les ha alejado de la fe, a lo peor, a tus mismos hijos. Y sé que esto sólo se vence si hay verdadera fe en Dios, con ratos de iglesia, en comunidad, la santa misa algún día entre semana.

        Cristo oró, tuvo que orar como hombre ante el Padre en la soledad del desierto para vencer las tentaciones, no lo hizo por darnos ejemplo, como a veces se oye; no, tuvo que orar para vencer estas tentaciones de reinos mesiánicos puramente materialistas y terrenos que le proponía el demonio.

Tuvo que convertirse de verdad a la voluntad del Padre: “No sólo de pan vive el hombres sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” Y esto suponer violencia, ir muchas veces contra los propios instintos, hacer penitencia. Para vencer las tentaciones la ayuda más poderosa es la oración, leer y meditar la Palabra de Dios, creerla y vivirla y asimilarla por la oración, la penitencia y los sacramentos. Dime tu frecuencia de oración y Eucaristía y te diré la calidad de tu cristianismo.

        Queridos hermanos, vivamos así la santa Cuaresma. Retirémonos durante este tiempo con más frecuencia al desierto de la oración, vengamos más días durante la semana a la santa misa, al viacrucis, recemos, si es posible, el rosario en familia, hagamos algún sacrifico o mortificación de nuestra lengua, visitemos a los enfermos, alguna obra de caridad… y resucitaremos con Cristo en la pascua llenos de más fe y amor y caridad a Dios y nuestros hermanos, los hombres.

Lo necesitamos todos nosotros, desde el cura hasta el último, lo necesitan nuestras familias, nuestros hijos, en este mundo tan solo, triste y pagano, porque se está alejando de Dios, y por eso se está quedando sin amor, sin familia, sin amigos…ateo, sin Dios.

       

 

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DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA

 

PRIMERA LECTURA: Gn 12, 1-4

 

        El Señor elige a un hombre, a Abrahán, para formar un pueblo, depositario de las promesas, del que nacerá el Salvador: “El Señor dijo a Abrahán: Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré”. Es maravillosa y misteriosa la fe de este hombre que, procediendo de una tribu idólatra, cree con tanta fuerza y decisión en el único Dios verdadero, que abandona todo, tierra y familia, para seguir la voz de alguien que lo empuja hacia un destino desconocido. La vocación de Abrahán lleva consigo grandes exigencias. La respuesta de Abrahán constituye un acto heroico de fe, confianza y obediencia  a Dios. Apoyado solamente en la palabra de Dios, se encamina a lo desconocido. Abrahán ignora dónde va; lo importante para él no es el nombre de una tierra o nación sino la Palabra de Dios. Fue un acto grandioso de  despego a tierra y familia. Por eso la figura de Abrahán será en el Antiguo como en el Nuevo Testamento ejemplo de fe, renuncia y esperanza. Dios le promete hacerle  padre de un gran pueblo, y engrandecer su nombre, que será fuente de bendición: “Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre y será una bendición”. Para llevar a cabo esta misión salvífica y universal, le  asegura su protección: “Bendeciré a los que te bendigan…Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo”. Este testimonio de Abrahán debiera servirnos para estimular nuestra fe y confianza en Dios y animarnos en el camino de la renuncia cristiana. Esto es lo que nos pide también este santo tiempo de cuaresma.

 

SEGUNDA LECTURA: 2Tm 1, 8b-10

 

        San Pablo exhorta a su discípulo y heredero Timoteo a continuar y sobrellevar juntamente con él los sufrimientos que le cause la misión apostólica. Esta misión apostólica no es fruto de nuestros méritos sino de una elección divina, desde antes de la creación del mundo. Debemos cooperar con todas nuestras fuerzas, que son las que Dios nos dará. Para San Pablo, el Evangelio es la manifestación y la proclamación de Jesucristo como único Salvador del mundo. La gracia de la salvación para todo hombre está presente en el proyecto eterno de Dios. Y esta gracia se hace visible, legible y accesible en la persona de Jesucristo a través del anuncio del Evangelio. Acoger el Evangelio es acoger a Jesucristo y la salvación. Este tiempo de cuaresma es un tiempo propicio para acercarnos al Evangelio para conocer y amar más a Jesucristo. Leamos y meditemos todos los días el Evangelio de la salvación: “Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado por medio del Evangelio, al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal”.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 17,1-9

 

        QUERIDOS HERMANOS: Seis días después de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”, el Señor ha propuesto a los Apóstoles las exigencias que comporta su seguimiento y ha hecho el primer anuncio de su Pasión. Los Apóstoles han quedado desconcertados. Entonces Jesús ha tomado consigo a los tres más íntimos: Pedro, Santiago y Juan y ha subido con ellos al monte donde se ha transfigurado. La gloria de Dios ha aparecido en su rostro y ha conversado con Moisés y Elías, los grandes protagonistas de la historia de salvación; sobre todo el Padre ha manifestado a los Apóstoles, que serán columnas de la Iglesia, que Jesús de Nazaret es su Hijo muy amado, a quien todos deben seguir.

        La visión del Tabor será al mismo tiempo un fortalecimiento de los Apóstoles, que no deben abatirse ante los sufrimientos que Jesús ha de soportar. Han de comprender que la Pasión, en lugar de ser la destrucción de Jesús y su Evangelio, es el paso obligado de la pasión y la muerte, que llevará a la Resurrección y la Vida para Él y para todos nosotros. La visión beatificante del Tabor no es más que un anticipo de la gloria de la Resurrección y una ayuda para seguir a Jesús camino del Calvario. Es esto lo que dice la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle”.

 

 

 

DOMINGO II DE CUARESMA A: LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

 

¡SEÑOR, TRANSFIGÚRATE, transfigúrame! Hermanas y hermanos todos, seamos cristianos auténticos, seamos religiosas auténticamente contemplativas, no solo de nombre sino por la oración y vida  y subiendo todos los días por la montaña de la oración-conversión, llegar por la oración conversión plena y total a verle a Cristo transfigurado, no solo meditado o rezado,incluso cantado, sino contemplado por la oración y experiencia mística.

Pero para eso, todos los días, oración-conversión hasta llegar a la cumbre de verle y sentirle así a Cristo, al mismo Cristo del evangelio y de la misa y del evangelio de hoy, no meramente humano como los demás Apóstoles que no subieron a la montaña para orar con Él sino totalmente divino y transfigurado como estos tres, Pedro, Santiago y Juan que subieron al monte Tabor para orar con Él.

Y este será el problema eterno de la iglesia de todos los tiempos, de los obispos y sacerdotes principalmente que tienen que estar con Él primero para poder comunicarlo y predicarlo, no digamos del pueblo cristiano, aunque el Señor me ha concedido en mis años de parroquia la gracia de haber llevado hasta este estado de oración contemplativa a algunos de mis feligreses, sobre todo feligresas de los grupos de oración que siempre cultivé en mis cincuenta y tres años de párroco en San Pedro, donde exponíamos al Señor todas las mañanas a las 9 hasta la misa de las 12,30 en el Cristo de las Batallas, era la primera de las tres misas que diariamente celebrábamos en el Cristo y en San Pedro.

Y estos y todos nosotros tenemos que llegar a la contemplación del Señor por la oración-conversión desde la oración-meditación hasta las alturas de la contemplación tan maravillosamente descrita por algunos místicos, como S. Juan de la cruz, santa Teresa, Santo Domingo de Gutmán… y modernamente madre Teresa de Calcuta, ya canonizada, como Sor Isabel de la Trinidad y otros santos modernos…”Oh Dios mío..

        1.- Señor, ¿pero cómo dices a estos tres discípulos del evangelio de hoy que no digan a nadie que acaban de  verte transfigurado, cuando todos estamos necesitados de almas que te hayan visto así en su vida y oración en este mundo para fortalecer nuestra fe y vida cristianas? Porque en definitiva, queridos hermanos, todos queremos ver a Cristo no solo conocido y meditado por los evangelios, queremos tocarte, todos queremos verte, queremos pasar de una fe meramente heredada de nuestros padres o predicada por la iglesia a una fe personal y  viva y contemplada y para eso el único camino que existe en la iglesia, en este mundo y que tú, Señor, demotraste subiendo a la montaña para orar con estos tres discípulos elegidos, que subieron a esta montaña para hacer oración contigo y te vieron transfigurado y eras el mismo del llano, el mismo que a unos te abres y te muestras tranfigurado en ratos de oración un poco elevada porque se han purificado un poco subiendo por esta montaña de la oración-conversión mientras que para la mayoría de los cristianos sigues siendo el mismo Cristo del llano, pura imagen, puro pan consagrado, como los discípulos que no subieron, como tantos incluso sacerdotes y obispos y religiosos que creen en ti y te aman pero no te experimentan, no han llegado a contemplarte solo a rezarte, cantarte o meditarte, al no haberse purificado de pecados e imperfecciones, esto es, por no subir todos los días, por no hacer esta oración primero meditación, luego conversión más plena por la oración contemplativa y luego finalmente unitiva y mística por la unión total y plena de amor contigo: “ Descubre tu presencia y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino con… Por qué pues has llagado este corazón no le sanaste…” por la oración mística transformativa contemplativa, llegar a experimentarte, a gozarse, a sentirme habitado por ti en mi alma, en mi vida.

 

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        Queridas hermanas, hoy hay una crisis de fe cristiana muy profunda en el mundo, en España, en la misma iglesia, porque falta esta experiencia de la fe, de Cristo, de la Trinidad en los mismos que deben predicarla, no basta solo predicar la fe teológica, los conceptos y verdades cristianas… la Trinidad, la Eucaristía, la presencia de Cristo en el Sagrario sino vivirlo, porque una fe seca y sin experiencia de lo que se predica, no contagia el amor encendido a Dios, a Cristo, a la Virgen, sencillamente porque no se tiene.

Los cristianos, especialmente los sacerdotes y religiosos, necesitamos experiencia de lo que predicamos y celebramos y tenemos que vivir en la santa misa, en la comunión, en los misterios cristianos porque sin experiencia de los misterios de Dios, de lo que se cree y predica y celebra no podemos comunicarlo porque no se vive y experimenta. Y este será el problema principal de la Iglesia de todos los tiempos, pero sobre todo de los tiempos actuales.Falta santidad, experiencia de Dios, experiencia de amor a Cristo en sacerdotes, religiosos, religiosas y consagradas, en obispos y cardenales.

Y esta falta de santidad, de experiencia de Dios es la razón principal por la que el mundo de hoy no necesita más de Dios,porque sirven a otros dioses, porque busca la felicidad que dan los ídolos del dinero o de la carne o del consumismo y a ellos les dan culto idolátrico, que sólo se debe dar a Dios y no hay vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada,falta experiencia de Dios en padres y madres. La gran paradoja del tiempo actual, es que a este hombre moderno, que piensa tenerlo todo, ahora resulta que le falta todo, y está más triste que en otras épocas de la historia, porque le falta el todo de todo, que es Dios.

Y por esta causa el mundo actual, las familias, los matrimonios, la juventud, están más tristes y solos, porque nos falta el amor y el gozo de Dios, de Jesucristo loco de amor a nosotros en todos los Sagrarios de la tierra, en la misa en que se entrega hasta dar la vida por cada uno de nosotros, falta fe viva y experiencia de lo que creemos y celebramos, falta santidad en el pueblo amado y redimido por Cristo, por el que vino el Hijo de Dios, Jesucristo, a este mundo y se quedó en todos los Sagrarios del mundo y dio su vida para que todos la tuviéramos de felicidad y amor y amistad eterna con Él y con el Padre por su mismo amor de Espíritu Santo.

 Y estamos todos más tristes, los matrimonios más tristes, las famiias más tristes por la separaciones y divorcios, las familias más tristes, la juventud más triste y necesitada todos los días de alcohol, droga, sexo; porque nos faltas Tú que eres el Todo y que con drogas y sexo y demás no pueden sustituirte ni conseguir los humanos.

Queridos hermanos, el hombre está hecho por Dios para la hartura de la divinidad y no podemos saciarnos con las migajas de las criaturas. De hecho cuanto más cosas limitadas consumimos, más limitados y vacíos y sin sentido nos encontramos. Lo de San Agustín: «Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti».

Queridos hermanos, queréis tener experiencia de Dios, queréis ver a Cristo transfigurado, queréis gozar de su presencia y amor, queréis constatar que Dios existe y te ama, quieres sentir en tu corazón el amor y la presencia de Dios Trinidad que ha soñado contigo para el cielo eterno, para vivir eternamente con Él en su mismo gozo trinitario, en su mismo amor eterno y divino: oración, oración diaria con Él en conversión permanente a lo que te dice e inspira en la oración y luego, siguiendo este camino de conversión, primero por la oración meditación, luego ya un poco purificado por la oración contemplación sin necesidad de muchos libros y meditar textos sino por lo que el Señor te va diciendo en esos ratos de oración y su Espíritu Santo te purifica hasta llegar a la unión total y mística en la que ya no se medita ni se contemplan libros y demás sino te sientes habitado por Dios, por la Santísima Trinidad y ya solamente puedes vivir y sentirle hasta decirle: “quedéme y olvideme, el rotro recliné sobre el amado, cesó todo  y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

 

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Y para conocerte a Ti y verte transfigurado, confidente y amigo de todos los hombres,  el único camino es subir todos los días a la montaña de la oración contigo y si es ante el Sagrario, mejor y más celestial y gozosa y esto lo necesitamos aunque uno sea cura y diga misa, o sea religiosa, como no suba por la montaña de la oración-conversión de sus faltas y pecados, aunque sea cardenal y obispo, no tendrá experiencia de Tí, el gozo de sentirte transfigurado, porque solo por la oración conversión, limpios los ojos de la fe de pecados, incluso de faltas leves, podemos llegar a verte, a sentirte, se llega a este encuentro de gozo y amistad con el Hijo Amado del Padre y enviado por Él para esto precisamente, sobre todo para vosotras, religiosas contemplativas.

Vosotras, religiosas contemplativas, llegaréis a la experiencia de Dios, primero de Cristo Eucaristía y luego Él os llevará a la experiencia de la Santísima Trinidad. Y lo tenéis que hacer, como todo cristiano, todo bautizado, por el progreso de la oración purificación, primero meditación, oración meditativa, activa, realizada por nosotros, luego por la oración contemplativa, realizada principalmente por el Espíritu Santo en las almas ya un poco elevadas y transfiguradas, más limpias de pecados e imperfecciones, y desde aquí llegar a la oración unitiva, donde  vaciadas de sí mismas, Dios las pueda llenar totalmente porque aunque uno sea cura y diga misa, o como vosotras recéis y cantéis salmos, como no nos  convirtamos y nos vacíemos de nosotros mismos, de nuestras  faltas y pecados, aunque sean leves, Dios no nos puede llenar, la Santísima Trinidad no puede habitar en nosotros porque nos lo impiden esas faltas y pecados, auque sean leves.

Pero si uno por la oración conversión diaria, primero como he dicho, meditación, luego ya un poco purificada, contemplación, oración en la que uno ya no necesito tanto del libro ni nada porque es el Espíritu de Dios el que principalmente habla, me inspira y me ilumina, y finalmente, cuando se ha purificado de sus faltas e imperfecciones, cuando su alma está totalmente limpia y vacía de sí misma, viene la oración transformativa, donde Dios no te habla sino te habita, te convierte en templo y morada de la Santísima Trinidad porque Dios ya la puede llenar de su presencia y amor trinitario: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme de mí misma, para establecerme en.

Y este es el problema eterno de la iglesia de todos los tiempos, la Iglesia necesita que haya cardenales, obispos, sacerdotes y religiosos/as que tengan experiencia de Dios, no solo conocimiento seco y teología teórica, sino gozo, fuego y llama de amor viva de Dios en su corazón, que quemen y contagien y den experiencia de amor, no solo conocimiento, aunque uno sea doctor en teología, necesitamos experiencia de lo que predicamos y tenemos que vivir, y solo entonces, podrán sentirlo, vivirlo y comunicarlo, contagiarlo, y esto, como no nos vaciemos de nosotros mismos, como los sacerdotes y obispos principalmente que tienen que sembrarlo y cultivarlo en la Iglesa, para esto fuimos enviados, como no hagamos y sigamos el camino de la oración conversión diaria, como no se vacíen de sus impefecciones y pecados, aunque sean leves, no podrán tener experiencia de lo que celebran ni de lo que predican y por lo tanto no podrán comunicarlo.

Y así se realizó la transfiguración del Señor ante estos tres discípulos en el monte Tabor, estando en oración y así se sigue reaizando hoy día en las almas de oración conversión verdadera, y esa oración siempre será la que me lleve a transformarme en Cristo y poder comunicarla como todos los místicos, los que lo han vivido.

Por eso, los cristianos, especialmente los consagrados tienen que volver a la oración todos los días, al encuentro, al “trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama” de santa Teresa, de s. Juan de la cruz, santo Domingo, bueno,de los santos de todos los tiempos, del Papa S. Juan Pablo II, Benedicto XVI, el mismo Pablo VI, no digamos madre Teresa de Calcuta, Isabel de la Trinidad, bueno ya, santa Isabel, porque ya está canonizada, que tanto bien me hizo en mis años de seminario aun no canonizada con sus escritos: Oh Dios mío Trinidad a quien adoro…

        2.- Hoy, en el mundo y en la misma Iglesia, hacen falta estas almas que tengan experiencia del Dios vivo, de lo que predican y celebran, de Cristo Eucaristía como misa, comunión y presencia; faltan cardenales, obispos, sacerdotes que puedan decir que Dios existe y es verdad y nos ama no solo por la teología y lo que hayan estudiado sino por lo que lo han visto y sentido en  el Tabor de su oración personal transformante y transfigurada; y faltan, porque no nos vaciamos de nosotros mismos por la oración-conversión para que Cristo pueda llenarnos de su presencia y amor, sobre todo ante el Sagrario.

La mayor pobreza de la Iglesia actual y de todos los tiempos es y será siempre la pobreza de oración, oración un poquito elevada,  oración contemplativa, la oración del Tabor, para verle a Cristo tranfigurado, para sentirlo y vivirlo dentro de nosotros mismos por la oración mística, como nos dicen San Juan de la Cruz y todos los místicos antes citados, todos los que han llegado a esta unión y experiencia de amor como últimamente he citado:, “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y déjema mi cuidado entre las azucenas olvidado.”

 

 

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TRANSFIGURACIÓN EN CRISTO

 

 ¡SEÑOR, TRANSFIGÚRATE, TANSFIGÚRAME! NUESTRA

 

        1.- Señor, ¿pero cómo dices que no digan a nadie lo que acaban de  ver, tu rostro transfigurado, cuando todos estamos necesitados de almas que te hayan visto transfigurado? Porque en definitiva todos queremos tocarte, todos queremos verte, todo en la vida de relación contigo es cuestión de fe, de fe heredada que debe hacerse fe personal, fe  viva.

        Hoy hay crisis de fe, en un mundo que ya no necesita de Dios, porque sirve a otros dioses, porque busca la felicidad que dan los ídolos del dinero o de la carne o del consumismo y a ellos le da culto idolátrico, que sólo se debe dar al Dios verdadero. El mundo busca la felicidad por otros caminos que los mandatos de Dios, que los caminos del Evangelio; para ser feliz, se arrodillan ante la comodidad, el egoísmo, que  es capaz de matar y producir abortos, eutanasias, divorcios, hijos tristes por el egoísmo de los padres, padres ancianos abandonados.

        La gran paradoja del tiempo actual, es que a este hombre moderno, que piensa tenerlo todo, ahora le falta todo, porque le falta el todo de todo, que es Dios. Y ahora, por esta causa, teniéndolo todo en nuestras casas, estamos más tristes y solos, porque nos falta amor. Y estamos todos más tristes, los matrimonios más tristes por la separaciones y divorcios, las familias más tristes, la juventud más triste y necesitada todos los días de alcohol, droga, sexo; los padres más tristes y abandonados, los hijos más exigentes y tristes, porque nos faltas Tú que eres el Todo. El hombre está hecho por Dios para la hartura de la divinidad y no podemos saciarnos con las migajas de las criaturas. De hecho cuanto más cosas limitadas consumimos, más limitados y vacíos y sin sentido nos encontramos. Lo de San Agustín: «Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti». Y para conocerte a Ti y verte transfigurado, confidente y amigo de los hombres,  el camino más importante es la oración como encuentro de amistad con el Hijo Amado del Padre. Hay que volver a la oración, al encuentro, al “trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama”.

 

        2.- Faltan estas almas que tengan experiencia del Dios vivo; que puedan decir que Dios existe y es verdad porque lo han visto en  el Tabor de su oración transformante y transfigurada; y faltan, porque falta oración. La mayor pobreza de la Iglesia es pobreza de oración contemplativa, que es la que nos lleva hasta el Tabor. Si queremos llegar hasta aquí, nos dice San Juan de la Cruz, que hay que dejarlo todo, para poseerlo todo; son las nadas: nada de estima, honra, saber, poseer… seis nadas subiendo por el  “el monte de la perfección”  en la SUBIDA DEL MONTE CARMELO, para llegar al Todo del Tabor de la luz y gozo del Dios Trinitario.

        La oración nos da el verdadero rostro de Jesús; el Evangelio no se comprende hasta que no se vive, hasta que no se experimenta. Para los Apóstoles, que no subieron a la montaña de la oración, para los que se quedaron en el llano, Cristo siguió siendo el mismo, porque no escucharon la voz del Padre, revelando a su Hijo: “Este es mi hijo, el amado, escuchadle”. Ni le vieron transfigurado, ni se vieron llenos de luz, ni oyeron a Elías y a Moisés, porque no avanzaron en el camino del conocimiento amoroso, de la contemplación infusa de Cristo, no subieron por la montaña de la oración. Y para esto, ya dice San Juan de la Cruz que hay que ir dejando cosas, apegos, pecados; hay que irse convirtiendo más y más a Dios. Pasa como con la Eucaristía. No se comprende si no se vive. Para muchos, Cristo Eucaristía sigue siendo un trozo de pan y vino, no han visto a Cristo vivo, vivo y resucitado en el pan, no lo han experimentado; para los que permanecieron en la llanura, Cristo siguió siendo el hombre igual que antes del Tabor. Sólo Pedro, Juan... los íntimos que le vieron en su divinidad, lograron saber lo que se ocultaba tras los celajes de aquel cuerpo, de este trozo de pan. Sólo las almas que suben a la altura de la montaña de oración,  contemplarán la belleza de un Cristo, Hijo de Dios y Resplandor de la gloria del Padre.

 

        3.- La subida de Cristo a la montaña para transfigurarse ante ellos es la defensa de Cristo a la oración privada. No quiso manifestarse en el llano, porque es necesario el silencio de las cosas y de las voces del mundo para conocerle de verdad. Quien conoce a Cristo así, nunca lo olvida, ya no puede dejar de subir todos los días a la montaña de la oración y poco a poco, subiendo por el camino de la conversión permanente, llegará a ver a Cristo Transfigurado. Son necesarias la oración y la conversión, la penitencia, porque hay que subir con esfuerzo la montaña. Son las condiciones necesarias para conocer a Cristo. Años más tarde San Pedro recordará todavía impresionado la transfiguración del Señor, cuando escribe en su segunda Carta: “Porque no fue siguiendo artificiosas fábulas, como os dimos a conocer a Cristo, nosotros mismos contemplamos..”.

 

        4.- La transfiguración, la contemplación de Cristo es un signo de amistad. Ni siquiera todos los apóstoles merecieron este don. Porque nadie tiene obligación de revelar su interior a nadie, que no sea auténticamente amigo e íntimo suyo. Dios es Dios.  Nosotros somos criaturas, hemos de postrarnos como criaturas ante Él. Cristo es Dios, y sólo se revela a los que le buscan de verdad en la oración: «Que no es otra cosa oración mental sin trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama», dice santa Teresa.

 
5.- “Señor, qué bien se está aquí”. Pedro no se equivoca en el  fondo, pero no piensa en el servicio; debe ser propagador de esa luz ante los demás. Las almas de oración verdadera son almas apostólicas. El apóstol es un hombre tan lleno de luz divina, que se transparenta y se hace translúcido de Cristo. Su vida de gracia y de amor a Cristo ha florecido en una luz que brilla siempre y refleja a su Dios, porque mantiene encendida la lámpara de la oración todo el día.

 

        6.-  Necesitamos almas transfiguradas  por la gracia y las obras, que siembren un reguero de luz en el mundo, que puedan ser testigos del Dios vivo, que iluminen con su existencia  las tinieblas de este mundo, que sean capaces de mostrar con una vida santa un reflejo de la luz del Dios vivo, de Cristo resucitado. Cristo, háblanos Tú y dinos que estás deseoso de mostrarnos tu Divinidad; dinos que quieres transfigurarte ante nosotros. Te necesitamos. Queremos ser de tus íntimos, que tienen el honor de ver tu rostro transfigurado, queremos anticipar el cielo en la tierra por la oración,  subiendo por la montaña de la mortificación. Queremos tener tanta luz de tu rostro en el nuestro, haberte contemplado vivo y transfigurado, hasta el punto de que se pueda decir de nosotros, como de Moisés: ha visto al Invisible. 

 

        7.- Juan Pablo II en la NMI nos dice: «Se equivoca quien piense que el común de los cristianos puede conformarse con una oración superflua” (34). Como podemos ver, para el Papa, no son suficientes los rezos, hay que meditar y orar y subir hasta la contemplación. Y, refiriéndose a los sacerdotes, nos advierte que tenemos que ser maestros de oración, cosa difícil, si no la hacemos y tenemos esa experiencia. “Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral» (34).

        8.- Madre Teresa de Calcuta: «No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración». «He dicho a los obispos… que las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración… La necesidad que tenemos de oración es tan grande que sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí».

 

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DOMINGO II DE CUARESMA: TRANSFIGURACIÓN(Meditación)

 

QUERIDOS HERMANOS: Seis días después de la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”, el Señor ha propuesto a los Apóstoles las exigencias que comporta su seguimiento y ha hecho el primer anuncio de su pasión, muerte y resurrección. Los Apóstoles han quedado desconcertados porque no comprendían cómo siendo el Mesías podía ser condenado por su pueblo, el pueblo judío.

Entonces Jesús ha querido confirmarlos en la fe y ha tomado consigo a Pedro, Santiago y Juan y ha subido con ellos al monte Tabor para transfigurarse y  manifestarse como el Hijo amado del Padre. La gloria de Dios ha aparecido en su rostro y ha conversado con Moisés y Elías, protagonistas en la historia de salvación; sobre todo el Padre ha manifestado a los Apóstoles  que Jesús de Nazaret es su Hijo muy amado, en quien tiene todas sus complacencias y a quien todos deben seguir.

        La visión del Tabor es así un fortalecimiento de la fe de los Apóstoles y de todos nosotros, que no debemos abatirnos ante la pasión y la muerte de Jesús por nosotros porque es el camino elegido por el Padre para nuestra resurrección y salvación. La visión beatificante del Tabor no es más que un anticipo de la gloria de la Resurrección y del cielo que a todos nos espera y una ayuda para seguir a Jesús siempre en nuestra vida, en las penas y alegrías, porque el Padre nos asegura que “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle”.

        1.- Pero Señor Jesús, ¿Cómo luego, después de la visión, les dices a tus discípulos que no digan a nadie lo que acaban de  ver, tu rostro transfigurado, cuando todos necesitamos de almas que te hayan visto y sentido para fortalecer nuestra fe? El hombre está hecho por Dios para la hartura de la divinidad y no podemos saciarnos con las migajas de las criaturas. De hecho cuanto más cosas limitadas consumimos, más limitados y vacíos nos sentimos, como le pasa al mundo actual. Y la razón está en lo que dijo San Agustín: «Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti». El hombre ha de encontrarse con Dios para dar sentido a la vida.

Y para conocerte a Ti y verte transfigurado, el único camino, como vemos en el evangelio de hoy, es apartarse un poco del mundo y subir al Tabor por la oración, para verte transfigurado,  porque eso es oración, encuentro de amor y de fe, como la define santa Teresa: “que no es otra cosa oración sino “trato de amistad con Dios, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama”.

        2.- Queridos hermanos, hoy y siempre, en la iglesia y en el mundo, necesitamos estas almas de oración que tengan fe viva y  experiencia de Dios, experiencia de lo que creemos y comulgamos, que puedan decir que Dios nos ama, que existe y es verdad, que Jesucristo está en el Sagrario, porque lo han visto en ratos de oración; y para eso, para llegar hasta aquí, San Juan de la Cruz y todos los santos nos dicen que el único camino es la oración-conversión.Conversión diaria y permanente, porque si no, los pecados y pecadillos, son un velo que nos impiden verlo.

        Por eso, para los Apóstoles, que no subieron al monte de la tranfiguración y  se quedaron en el llano, Cristo siguió siendo el mismo, porque no escucharon la voz del Padre revelando a su Hijo: “Este es mi hijo, el amado, escuchadle”. Sólo las almas que suben por la montaña de la oración, primero meditativa, luego, más elevada, contemplativa, pueden ver a Cristo transfigurado. Y ya puedes obispo y cura y monja, que como no hagas oración todos los días y vayas subiendo por la conversión de tus defectos, no hay transfiguración, no habrá experiencia de Dios en tu vida.

3.-  Por eso, necesitamos almas transfiguradas que habiéndo visto a Cristo en la oración luego puedan comunicarlo en su vida, en la predicación, en su apostolado, sobre todo nosotros sacerdotes y monjas contemplativas que os encerrais en los conventos únicamente para esto, para salvar a los hermanos por vuestra oración continua y mortificación permanente. Necesitamos religiosas contemplativas, es decir, de oración un poco elevada, no solo vocal o meditativa, que lleguen a estas alturas de santidad y eficacia apostólica; este es el sentido de sus vidas en un convento.

Por eso, Cristo Jesús Eucaristía, presente y vivo aquí en tu Palabra y en la santa misa y en el Sagrario, el mismo que te transfiguraste en el Tabor y estás ahora en el cielo transfigurado en luz y gozo para los salvados, háblanos Tú al corazón esta mañana y dinos que estás deseoso y quieres transfigurarte ante nosotros.

Nosotros queremos escucharte y verte así viviente y lleo de luz todos los días, cuando te visitamos en ratos de oración, sobre todo en el Sagrario, verdadero Tabor para la almas que te contemplan en oracion-conversion diaria y permanente, para eso he entrado en un convento renunciando a todo solo para verte así transfigurado en mi vida o en mi oración diaria de religisa, sacerdote o cristiano, o así lo buscamos todos los creyentes cuando te visitamos en el sagrario o te comulgamos en la misa. Señor presente en el pan consagrado, en todos los sagrarios de la tierra, queremos anticipar el cielo en la tierra por la oración-conversión, subiendo por la montaña del Tabor, de la oración-conversión la hasta verte y sentirte.

Queremos contemplarte vivo y transfigurado todos los días en nuestra  oración, hasta el punto de que se pueda decir de nosotros, como de Moisés: ha visto al Invisible.

La crisis principal de la Iglesia de hoy y de siempre y de todos los tiempos será la crisis de santidad, por falta de oración permanente y contemplativa, un poquito elevada y purificada, sobre todo, en sacerdotes y religiosos y almas consagradas, que hayan llegado a tener esta experiencia de lo que tienen que vivir y predicar, que hayan llegado hasta contemplar a Cristo transfigurado en ratos de oración y comunión purificada y contemplativa.

Y termino con un testimonio duro y claro de la Madre Teresa de Calcuta, sobre todo para nosotros, sacerdotes y para todas las religiosas: «No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración». «He dicho a los obispos… que las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración… La necesidad que tenemos de oración es tan grande que sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí». De esta reflexión y meditación mía, me gustaría que os quedáseis y meditáseis este testimonio de la madre Teresa de Calcuta.

 

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¡SEÑOR, TRANSFIGÚRATE, transfigúrame! Hermanos, seamos cristianos auténticos, cumpliendo los mandamientos de Dios, viniendo a misa los domingos, amando a los hermanos… y así se realizará nuestra transfiguración en Cristo

 

        1.- Señor, ¿pero cómo dices que no digan a nadie lo que acaban de  ver, tu rostro transfigurado, cuando todos estamos necesitados de almas que te hayan visto transfigurado en este mundo? Porque en definitiva todos queremos tocarte, todos queremos verte, todo en la vida de relación contigo es cuestión de fe, de fe heredada que debe hacerse fe personal, fe  viva.

        Hoy hay una crisis de fe muy profunda en España, en un mundo que ya no necesita de Dios, porque sirve a otros dioses, porque busca la felicidad que dan los ídolos del dinero o de la carne o del consumismo y a ellos le da culto idolátrico, que sólo se debe dar al Dios verdadero.

El mundo busca la felicidad por otros caminos que los mandatos de Dios, que los caminos del Evangelio; para ser feliz, se arrodillan ante el sexo, el egoísmo, la comodidad, que  es capaz de matar y producir abortos, eutanasias, divorcios, hijos tristes por el egoísmo de los padres, padres ancianos abandonados o matados... pero a donde estamos llegando ni los animales matan a sus hijos, o a los ancianos o enfermos..

        La gran paradoja del tiempo actual, es que a este hombre moderno, que piensa tenerlo todo, ahora le falta todo, porque le falta el todo de todo, que es Dios. Y ahora, por esta causa, teniéndolo todo en nuestras casas, estamos más tristes y solos, porque nos falta amor. Y estamos todos más tristes, los matrimonios más tristes por la separaciones y divorcios, las familias más tristes, la juventud más triste y necesitada todos los días de alcohol, droga, sexo; los padres más tristes y abandonados, los hijos más alejados y tristes, porque nos faltas Tú que eres el Todo.

El hombre está hecho por Dios para la hartura de la divinidad y no podemos saciarnos con las migajas de las criaturas. De hecho cuanto más cosas limitadas consumimos, más limitados y vacíos y sin sentido nos encontramos. Lo de San Agustín: «Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti».

Y para conocerte a Ti y verte transfigurado, confidente y amigo de los hombres,  el camino más importante es la oración como encuentro de amistad con el Hijo Amado del Padre y enviado por Él para esto precisamente. Así se realizó la transfiguración estando en oración y así se sigue reaizando hoy día en las almas de oración verdadera, oración verdadera que me escucharéis siempre, solo creo en ella, en la oración, para encontrarnos, para encontrearme con Dios y esa oración siempre será oración conversión, oración que me lleve a lo que Cristo nos dice en la oración y jamás hay que separarlas.

Por eso, los cristianos, especialmente los consagrados tienen que volver a la oración, todos los días, al encuentro, al “trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama” de santa Teresa, s. Juan de la cruz, pero a los santos de todos los tiempos, del Papa Juan Pablo II, Benedicto XVI, el mismo Pablo VI, madre Teresa de Calcuta, Isabel de la Trinidad, bueno, santa Isabel, porque ya está canonizada, que tanto bien me hizo en mis años de seminario aun no canonizada con sus escritos: Oh Dios mío Trinidad a quien adoro…

 

        2.- Hoy, en el mundo y en la misma Iglesia, faltan estas almas que tengan experiencia del Dios vivo; que puedan decir que Dios existe y es verdad porque lo han visto en  el Tabor de su oración transformante y transfigurada; y faltan, porque falta oración. La mayor pobreza de la Iglesia actual y de todos los tiempos es y será siempre la pobreza de oración, sobre todo un poquito elevada, de oración contemplativa, que es la que nos lleva hasta el Tabor, a verle a Cristo tranfigurado, a sentirlo y vivirlo dentro de nosotros por la oración mística, por la vivencia de lo que meditamos, pero de verdad, no de palabras o ceremonias vacías en la liturgia sin Cristo.

Si queremos llegar hasta aquí, nos dice San Juan de la Cruz, que hay que dejarlo todo, para poseerlo todo, hay que dejarlo todo; son las nadas de san Juan de la Cruz: las nadas, nada de estima, nada de orgulo, de soberbia, lujuria, para poseer al Todo de todo, a Dios.

Hay que dejar todo pecado e imperfecciones, realizando la SUBIDA DEL MONTE CARMELO “el monte de la perfección”, por  de la oración-conversión en noches de contemplación y purificaciones pasivas de nuestra fe, esperanza y caridad, para llegar al  del Tabor de la luz y gozo Trinitario, a sentirnos habitados por la Santísima Trinidad.

        La oración nos da el verdadero rostro de Jesús; porque el Evangelio no se comprende hasta que no se vive, hasta que no se experimenta. Por eso, para los Apóstoles, que no subieron a la montaña de la oración, para los que se quedaron en el llano, Cristo siguió siendo el mismo, con el mismo rostro y apariencia humana, porque no escucharon la voz del Padre, revelando a su Hijo: “Este es mi hijo, el amado, escuchadle”.

Ni le vieron transfigurado, ni se vieron llenos de luz, ni oyeron a Elías y a Moisés, porque no avanzaron en el camino del conocimiento amoroso, de la contemplación infusa de Cristo, no subieron por la montaña de la oración. Y para esto, ya dice San Juan de la Cruz que hay que ir dejando cosas, apegos, pecados, hasta simples imperfecciones en el ver, hablar, criticar; hay que irse convirtiendo más y más a Dios, todo amor. Pasa como con la Eucaristía. No se comprende si no se vive.

Y si para muchos cristianos que venimos a misa, Cristo Eucaristía sigue siendo un trozo de pan y vino, y no han sentido a Cristo vivo, vivo y resucitado en el pan, no lo han experimentado; qué decir de los que no vienen, de tantos cristianos alejados de Cristo Eucaristía, cómo van a verlo, a sentirlo, a amarlo… no digamos de muchos políticos actuales y programas televisivos actuales que tanto daño están haciendo a la fe y al cristianismo, a las familias y a los matrimonios porque al no creer en Cristo y haber perdido la fe, podían guardar silencio, pero no, quieren que el pueblo español deje de ser cristiano y establecen leyes y normas morales que le alejan de los mandamientos de Dios y de la fe cristiana… divorcios a todo tren, latrocinios de estado, abortos…quitar la enseñanza de la religión no solo en las escuelas del estado sino de la Iglesia y Congregaciones religiosas.

Queridos hermanos, para los judios que permanecieron en la llanura, que no subieron al Tabor, Cristo siguió siendo el hombre de siempre, el de antes; como hoy día para los cristianos que no vienen a la Iglesia, no rezan y oran, no han visto, no pueden ver a Cristo transfigurado.

Sólo los que subieron por la montaña de la fe, de la oración, Pedro, Santiago y Juan...le vieron en su divinidad, lograron saber lo que se ocultaba tras los celajes de aquel cuerpo, de este trozo de pan que los cristianos comulgamos. Sólo las almas que suben a la altura por la montaña de oración,  contemplarán la belleza de un Cristo, Hijo de Dios y Resplandor de la gloria del Padre, que nos llena de seguridad y certezas, como a los tres apóstoles, que le vieron transfigurado. Cristo nos invita a todos, especialmente a vosotras, religiosas contempativas, a subir por esta montaña de la oración, sobre todo ante el Sagrario, oración eucarística, para vero transfigurado, lleno de amor y ternura, con los brazos abiertos para abrazanos a todos. Es el mismo Cristo, con el mismo amor y divinidad y deseos. No hay otro. Es el esposo de vuestras almas.

 

3.- Esa subida de los Apóstoles con Cristo a la montaña para transfigurarse ante ellos es la defensa que Cristo hace para todos nosotros de la oración personal, primer meditativa, meditación, libro en mano y meditar, y luego convertida en contemplativa, no hace falta libro, basta recogerse en su presencia y pensar y escuchar lo que nos dice y revela en oración contemplativo.

Cristo no quiso manifestarse a los apóstoles en el llano, porque es necesario el silencio de las cosas y de las voces del mundo para conocerle de verdad. Quien conoce a Cristo así, ya nunca lo olvida y siempre lo tiene presente y lo ama, ya no puede dejar de subir todos los días a la montaña de la oración y poco a poco, subiendo por el camino de la conversión permanente, llegará a ver a Cristo Transfigurado.

Son necesarias la oración y la conversión, la penitencia, porque hay que subir con esfuerzo la montaña de la oración para el encuentro diario con el Señor, superando nuestros defectos. Son las condiciones necesarias para conocer a Cristo. Años más tarde San Pedro recordará todavía impresionado la transfiguración del Señor, cuando escribe en su segunda Carta: “Porque no fue siguiendo artificiosas fábulas, como os dimos a conocer a Cristo, nosotros mismos contemplamos...”.

        4.- La transfiguración, la contemplación de Cristo es un signo de amistad. Ni siquiera todos los apóstoles merecieron este don. Porque nadie tiene obligación de revelar su interior a nadie, que no sea auténticamente amigo e íntimo suyo. Dios es Dios.  Nosotros somos criaturas, hemos de postrarnos como criaturas ante Él. Cristo es Dios, y sólo se revela a los que le buscan de verdad en la oración: «Que no es otra cosa oración mental sin trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama», dice santa Teresa.

        5.- “Señor, qué bien se está aquí”. Pedro no se equivoca, expresa lo que siente y vive, pero se olvida de algo importante, de algo para lo que Cristo se encarnó y murió, no piensa en los demás, en el servicio que ha de prestar a los demás; como todo cura que haga verdadera oración, no es perder el tiempo, es verdadero apostolado, debe ser propagador ante los demás de esa luz que recibe en los ratos de oración. No digamos vosotras, almas que se lo habéis dado todo a Cristo y habéis aceptado la llamada de Cristo, qué pocas le escuchan y le siguen en estos tiempos, qué pocas novicias y seminaristas, vosotras lo habéis dejado todo para ser totalmente de Cristo y salvar a vuestros hermanos, los hombres.

Las almas de oración verdadera son almas apostólicas, que se juegan el tipo por Cristo y los hermanos, que hablan claro y sufren incomprensiones por parte incluso de la misma Iglesia, a  quien no tienen reparo de señalarla su falta de santidad y experiencia de Dios, por falta de oración, de ratos de estar con el Señor, sobre todo ante su presencia eucarística. El apóstol, el sacerdote debe ser un hombre tan lleno de luz divina por la oracion diaria y permanente, que se transparente luego en su palabra y acción y se haga translúcido de Cristo. Su vida de gracia y de amor a Cristo por la oración diaria, sobre todo ante el Sagrario, ha florecido tanto en una luz que brilla siempre y refleja a su Dios en su palabra y testimonio, porque lámpara de la oración mantiene encendida esa luz todos los días.

        6.-  Queridos hermanos, necesitamos almas transfiguradas  por la gracia y la oración, almas contemplativas de Cristo en el Sagrario o en los Evangelios que luego lo transparenten en sus obras, en su vida, en su apostolado familiar, que siembren un reguero de luz en el mundo, que puedan ser testigos del Dios vivo, que iluminen con su existencia  las tinieblas de este mundo, que sean capaces de mostrar con una vida santa un reflejo de la luz del Dios vivo, de Cristo resucitado. Y esta debe ser la preocupacación principal de vuestra vida de contemplativas, de oración permanente por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes.

Cristo, háblanos Tú y dinos que estás deseoso de mostrarnos tu Divinidad; dinos que quieres transfigurarte ante nosotros. Te necesitamos. Queremos ser de tus íntimos, que tienen el honor de ver tu rostro transfigurado, queremos anticipar el cielo en la tierra subiendo por la montaña por la oración-conversión, de la fe vivida y sentida. Queremos tener tanta luz de tu rostro en el nuestro, haberte contemplado vivo y transfigurado en nuestros ratos largos de oración diaria ante tu presencia en el Sagrario, hasta el punto de que se puedan ver tu rostro en nuestras vidas y apostolado y puedan decir de nosotros, como de Moisés: ha visto al Invisible. 

        7.- Juan Pablo II en la NMI desarrolla maravillosamente este tema; entre otras cosas nos dice: «Se equivoca quien piense que el común de los cristianos puede conformarse con una oración superflua” (34). Y si esto lo dice de los cristianos, qué diría de los sacerdotes y consagradas. Como podemos ver, para el Papa, no son suficientes los rezos, hay que meditar y orar y subir hasta la contemplación. Por eso, refiriéndose a los sacerdotes, nos advierte que tenemos que ser maestros y apóstoles de oración, cosa difícil, si no la hacemos y tenemos esa experiencia. “Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral» (34).

        8.- Y la Madre Teresa de Calcuta nos dice: «No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración». «He dicho a los obispos… que las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración… La necesidad que tenemos de oración es tan grande que sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí».

 

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TERCER DOMINGO DE CUARESMA

 

PRIMERA LECTURA: Ex 17, 3-7

 

        Moisés conoció las pruebas de los verdaderos jefes. Tenía que llevar a su pueblo hasta la tierra prometida. Pero entre Egipto y Canaán hay inmensas extensiones de desierto. El pueblo pasó sed y Moisés fue el mediador entre Dios y su pueblo. Y Dios demostró que está presente y no se olvida de su pueblo.

        El agua milagrosa dada por el Señor en el desierto es uno de los grandes favores que recibe Israel. El agua simboliza en la Biblia, entre otras cosas: las bendiciones de Dios, particularmente la efusión de su Espíritu, que renueva la vida de Israel. “Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Massá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel, y porque habían tentado al Señor diciendo: ¿está o no está el Señor en medio de nosotros?”.

        Dios siempre está cerca de los que le invocan. Invoquémosle. Y no dudemos de Él, en cuanto tenemos problemas o necesidades de cualquier tipo. Él siempre nos escucha, aunque a veces sus deseos de darnos lo mejor no coincida con lo que nosotros pedimos concretamente.

 

SEGUNDA LECTURA: Rom 3, 1-2; 5-8

 

        Este es uno de los textos más profundos de la Teología paulina sobre la justificación, con sus elementos originantes y consecuentes. La idea central de este pasaje es la justificación que recibimos de Dios por la fe, garantía de la esperanza de la gloria. La fe es el principio formal, raíz y fundamento de la vida de gracia, como la llamó el Concilio de Trento: “Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo”. El segundo efecto de la justificación es la esperanza, la manifestación final de la gloria de Dios, que supone la resurrección y la vida eterna en la visión gozosa de Dios: “Por Él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos; y nos gloriamos apoyados en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios”.       Esta esperanza no se apoya en nosotros, en nuestros méritos; sino que es pura gracia de un Dios, que es esencialmente amor y tiene que amar siempre, porque si dejase de amar, dejaría de existir, Y este Dios nos ama porque quiere, con su mismo amor personal de Espíritu Santo, sin necesitar de nosotros: “La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”.

        La redención y la salvación provienen exclusivamente de la magnanimidad del amor y de la misericordia de Dios:“ La prueba de que Dios nos ama  es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”. Toda la obra de la justificación y de la salvación provine del sacrifico redentor de la muerte de Cristo. Y este es el misterio pascual al que nos estamos preparando mediante este tiempo santo de Cuaresma.       Para corresponder a tanto amor, el cristiano no puede hacer otra cosa que esforzarse por amar a Dios en Cristo sobre todas las cosas; debe dejarse invadir y trasformar por la gracia hasta asemejarse y hacerse con Cristo ofrenda agradable al Padre. ¿Vivimos en línea de correspondencia a la gracia, esto es, buscando la santidad, la unión plena con Dios? ¿Nos sentimos amados por Dios en la cruz de Cristo? ¿Nos sentimos habitados por el amor divino, que es Espíritu Santo? Oremos, pidamos y luchemos.

 

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DOMINGO III CUARESMA: SAMARITANA CREYENTE, ENSÉÑAME A PEDIR A CRISTO EL AGUA DE LA FE Y DEL AMOR

 

QUERIDOS HERMANOS: Acabamos de ver en el evangelio de este domingo cómo el Señor sudoroso y fatigado, se ha sentado en el brocal del pozo de Jacob. Está esperando a una persona muy singular, que es una pecadora. El Señor la está esperando, ella no lo sabe. Por eso, al llegar y verlo, la samaritana se ha quedado sorprendida de ver a un judío sentado en el pozo, porque no se hablan, y sobre todo, porque le ha pedido agua. Pero este encuentro ha sido preparado por Jesús cuidadosamente.

Este mismo Jesús con el mismo nos está esperdo a todos nosotros en los Sagrarios de la tierra para hablarnos y salvarnos. Querida hermana/o ahí está esperandonos el mismo Cristo de la samaritana, el de Palestina, el del cielo, el de todos los sagrarios de la tierra, el Dios infinito y eterno que loco de amor a los hombres, qué le podemos dar que Él no tenga, siendo Dios infinito y omnipotente, se ha querido quedar y permanecer desde el Jueves Santo en todos los sagrarios de la tierra, esperándonos con amor como a la samaritana, para tener con nosotros, con cada uno de nosotros,un diálogo de amor y de salvación.

Porque somos eternos, hermanos, valemos mucho para nuestro Dios Trinidad que nos ha soñado para una eternidad de gozo con Él y que para eso mandó a su Hijo Jesús que nos predicó y aseguró estas verdades y murió por todos nosotros,  incluso por los que no le aman y resucitó para darnos el agua que sacia hasta la vida eterna, para llevarnos a la eternidad con Él.

Por eso, en cuanto Cristo ha visto a esta mujer,  como a cada uno de nosotros esta tarde, no se ha recatado en manifestar su sed material, es su sed de amor, de amistad y de salvación lo que verdaderamente le ha empujado hasta allí, y ahora a nosotros como a la samaritana nos dice ahora mismo:“dáme de beber…Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber..”.

        Querido hermano, querida hermana, te lo está pidiendo a ti, a todos nosotros, o crees o no crees que está aquí en el sagrario el mismo Cristo, sobre todo, a todas vosotras, queridas religiosas, siempre y todos los días, esta es la única razón de vuestra vocación y esta es también la única razón de la permanencia de Cristo en todos los sagrarios de la tierra, de nuestras iglesias: el mismo Cristo, exactamente el mismo, con la misma sed de almas, está sentado a la puerta de nuestros Sagrarios, de los sagrarioslvidados y abandonados muchas iglesias y pueblos. Y esta es la razón por la que hemos de ser muy respetuosas con su presencia en el Sagrario si creemos que es Él y está vivo, vivo, no muerto o dormido, todo es cuestión de fe verdadera y viva.

Porque Él lleva ahí años y años esperando este encuentro de fe y salvación contigo, con cada uno de nosotros para empezar el cielo en la tierra, meditante la oración y la adoración eucarística y tú, tal vez no te has dado cuenta, no te has percatado de esto y has pasado de largo muchas veces o no has sido fiel a la cita y no has ido a este pozo divino para sacar el agua de la felicidad y de la vida. Jesucrito está aquí en el Sagrario, el mismo Cristo ya resucitado, el que está en el cielo. Él ha estado siempre aquí, esperándote, como a la samaritana. Más de dos  mil años lleva esperándonos a todos en todos los sagrarios de la tierra. Se quedó para eso. Hermanas religiosas, demos ejemplo.

        1.-Por fin hoy estás tú aquí, junto a Él, que te mira con sus ojos negros de judío, imponentes. Pregúntaselo a la adúltera, a la Magdalena, a las multitudes de niños, jóvenes y adultos de Palestina, que le seguían magnetizados. ¿Qué vieron en esos ojos, lagos transparentes en los que se refleja su alma pura, su ternura por niños, jóvenes, enfermos, pecadores, su amor por todos nosotros y se purificaban con su bondad las miserias de los hombres? Todos sentimos hoy una emoción muy grande, porque hemos caído en la cuenta de que Él esta aquí, siempre está aquí esperándonos, sentado en el brocal del Sagrario.

Y Cristo te pide agua, porque tiene sed de tu alma, de tu amor, de tu salvación como aquel día tenía sed del alma y amor y salvación de esta mujer más que del agua del pozo. Cristo Eucaristía en nuestros Sagrarios, en nuestas misas y comuniones se muere de sed de amor, de comunicarse, de deseos de comunicarnos su vida, sus amor, sus secretos de eternidad para cada uno de nosotros.

Y nosotros muchas veces pasamos de largo, ni le saludamos en los sagrarios. Muchas veces, sólo recibe incomprensión, falta de correspondencia, y ahora, últimamente faltas de amor y respeto, respeto, hablando en las iglesias como si Él no estuviera vivo y real en el Sagrario, hasta de los mismos sacerdotes, que muchas veces pasan de largo sin una mirada afectuosa y personal al Sagrario, si el respeto y silencio que Dios se merece, es falta de fe y experiencia de Dios, falta de experiencia de su misterio, de almas enamoradas y fervorosas de Cristo Eucaristía.

        «He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres,  diría a Santa Margarita y, a cambio de tanto amor, solo recibe desprecios...»  Tú, al menos, que has conocido mi amor, ámame,  nos dice el Señor a los creyentes desde cada Sagrario. «Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber... tú le pedirías y Él te daría agua que salta hasta la vida eterna...»

(((Y a este Jesús es a quien yo confieso y reconozco como Hijo de Dios, al arrodillarme y postrarme ante su presencia en el Sagrario. Y a éste es al que yo veo por la fe encendida, cuando miro, beso, hablo ante el Sagrario o estoy en su presencia. Yo no veo ni metal, ni pan ni copón ni caja de oro o madera que lo contiene, yo sólo veo a mi Cristo, a nuestro Cristo y ese es el que me pide de beber, y, si yo tengo dos gotas de fe, tengo que darle de beber mi amor, mi persona, mi vida, como lo hacen estas religiosas contemplativas que lo han dejado todo para estar y vivir solo para Él, en oración permanente con Él y así salvar al mundo, escuchándole todos los día:“Si tú supieras quién es el que te pide de beber..”.

        Dímelo Tú, Señor. Descúbremelo Tú personalmente. Porque la samaritana, al encontrarse contigo, reconoció prontamente sus muchos maridos, es decir, sus pecados. Los  afectos y apegos desordenados, aunque sean leves, que impiden verte, creer en Cristo Eucaristía, sentir su presencia y amor. Y  lo insinuó, ella lo intuyó y lo comprendió y ya no tuvo maridos ni más amor que Cristo, el mejor amigo de todos los hombres.

        Señor, lucharé con todas mis fuerzas por quitar el pecado de mi vida, por ser totalmente tuya, tuyo: “Los limpios de corazón verán a Dios”. Quiero decir con la samaritana:“Dame, Señor, de esa agua, que sacia hasta la vida eterna..”. Todo lo de este mundo es agua de criaturas que no sacian. Yo quiero hartarme de la hartura de tu divinidad.)))

Señor, tengo hambre de Ti, del Dios vivo que eres Tú, del agua viva, que salta hasta la vida eterna, que eres Tú, porque ya he probado el mundo y  la felicidad que da y no me sacia. Déjame, Señor,  que esta tarde, cansado del camino de la vida,  lleno de sed y hambriento de eternidad y sentado junto al brocal del Sagrario, donde Tú estás, te diga: Jesús, te deseo a Ti, deseo llenarme y saciarme sólo de Ti, estoy cansado de las migajas de las criaturas, sólo busco la hartura de tu Divinidad. Contigo todo lo tengo. Sin Ti todo me falta.

 

 

DOMINGO III CUARESMA. LA SAMARITANA

 

RETIRO ESPIRITUAL

 

1ª MEDITACIÓN)

 

QUERIDOS HERMANOS: Acabamos de ver en el evangelio de este domingo cómo el Señor polvoriento, sudoroso y fatigado, se ha sentado en el brocal del pozo de Jacob. Está esperando a una persona muy singular, es que es una prostituta, prostituta… a ver si se enteran las mujeres jóvenes de nuestro tiempo que ya desde los 16 años tienen relaciones sexuales y abortos… son… puedo citar datos estadísticos, aunque no lo hago porque me da pena por Cristo y por vosotras, abuelas, sé que esto os molesta a algunas de vosotras, pero no a las que han de dejado de venir a misa los domingos y fiestas y no las vemos nunca en la iglesia.

Bien, el Señor se ha sentado en el brocal del poco esperando a una mujer samaritana. Ella no lo sabe. Por eso, al llegar y verlo, la samaritana se ha quedado sorprendida de ver a un judío sentado en el pozo, sobre todo, porque le ha pedido agua.

Este encuentro ha sido cuidadosamente preparado por Jesús. Como está preparado esta tarde para hablar contigo y siempre que vienes a su presencia en el Sagrario, ahí está esperandonos el mismo Cristo de este evangelio, el de la samaritana, el de Palestina y el del cielo, el de todos los sagrarios de la tierra, el Dios infinito y eterno que loco de amor a los hombres, qué le podemos dar que Él no tenga, siendo Dios infinito y omnipotente, ahí está en todos los sagrarios de la tierra, esperándonos con amor y salvación como a la samaritana, porque somos eternos, valemos mucho para Dios Trinidad que nos ha soñado para una eternidad de gozo con Él y que para eso mandó a su Hijo Jesús que murió por todos nosotros,  incluso por los que no le aman y resucitó para darnos el agua que sacia hasta la vida eterna. Por eso, en cuanto ha visto a la mujer,  como a cada uno de nosotros esta tarde, Cristo no se ha recatado en manifestar su sed material, aunque le ha empujado hasta allí, más su sed de almas, su ardor apostólico:“dáme de beber…Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber..”.

        Querido hermano, querida hermana, te lo está diciendo a ti, a todos nosotros, a todas vosotras, queridas religiosas: el mismo Cristo, exactamente el mismo, con la misma sed de almas, está sentado a la puerta de nuestros Sagrarios, del Sagrario de esta iglesia y de los sagrarios abandonados y olvidados de todos los pueblos. Porque lleva largos años esperando el encuentro de fe contigo para entablar el deseado diálogo, pero tú tal vez no te has dado cuenta, no te has percatado de esto y has pasado de largo muchas veces o no has sido fiel a la cita y no has ido a este pozo divino para sacar el agua de la vida. Él ha estado siempre aquí, esperándote, como a la samaritana. Más de dos  mil años lleva esperándonos en todos los sagrarios de la tierra. Se quedó para eso.

        1.-Por fin hoy estás aquí, junto a Él, que te mira con sus ojos negros de judío, imponentes. Pregúntaselo a la adúltera, a la Magdalena, a las multitudes de niños, jóvenes y adultos de Palestina, que le seguían magnetizados. ¿Qué vieron en esos ojos, lagos transparentes en los que se refleja su alma pura, su ternura por niños, jóvenes, enfermos, pecadores, su amor por todos nosotros y se purificaban con su bondad las miserias de los hombres? Todos sentimos hoy una emoción muy grande, porque hemos caído en la cuenta de que Él esta aquí, siempre está aquí esperándonos. Y, sentado en el brocal del Sagrario.

Y Cristo te provoca y te pide agua, porque tiene sed de tu alma, de tu amor, como aquel día tenía más sed del alma y amor y salvación de esta mujer que del agua del pozo. Cristo Eucaristía se muere en nuestros Sagrarios de sed de amor, de comunicarse, de comunicarnos su vida, sus amores, sus secretos de eternidad para cada uno de nosotros. Y a veces, muchas veces, sólo recibe incomprensión, falta de correspondencia, hasta del mismo sacerdote, que pasa de largo sin una mirada afectuosa y personal al Sagrario, ausencias de encontrar almas corredentoras del mundo, adoradoras del Padre, enamoradas y fervientes, sobre las que pueda volcarse y transformarlas en eucaristías perfectas.

        «He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres,  diría a Santa Margarita y, a cambio de tanto amor, solo recibe desprecios...»  Tú, al menos, que has conocido mi amor, ámame,  nos dice el Señor a los creyentes desde cada Sagrario. «Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber... tú le pedirías y Él te daría agua que salta hasta la vida eterna...»

 

        2.- El don de Dios a los hombres es Jesucristo, es el mayor don que existe y que es entregado a los que le aman. Para eso vino y para eso se quedó en el sacramento del amor. Si supiéramos, si descubriéramos quién es el que nos pide de beber... Es el Hijo de Dios, la Palabra pronunciada y  cantada eternamente con Gozo de Amor Personal de Espíritu Santo por el  Padre al Hijo y en eco perfectísimo y total por el Hijo al Padre: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios.... Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 1-3.11). Pues bien, esa Palabra Eterna de Salvación y Felicidad, pronunciada con amor de Espíritu Santo por el Padre para los hombres, es Jesucristo,  presente en todos los Sagrarios de la tierra. 

        No debemos olvidar nunca que la religión cristiana, esencialmente, no son mandamientos ni sacramentos ni ritos ni ceremonias ni el mismo sacerdocio ni nada, esencialmente es una persona, es Jesucristo. Quien se encuentra con Él, puede ser cristiano, porque ha encontrado al Hijo Único, que  conoce y puede llevarnos al Padre y a la salvación; quien no se encuentra con Él, aunque tenga un doctorado en teología o sea cura, obispo o cardenal o párroco que haga todas las acciones y organigramas pastorales posibles, no sabe lo que es auténticamente el cristianismo, la fe verdadera y el amor de Dios ni ha encontrado el  gozo eterno comenzado en el tiempo con Jesús Eucaristía.

Porque ese gozo eterno consiste en sentirnos amados por Dios, y muchos, las almas verdaderamente eucarísticas, sienten ya ese gozo en la tierra. El cielo ha comenzado ya y no terminará nunca: “Quedéme y olvideme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme mi cuidado entre las azucenas olvidado”.

        Es que Dios nos ha llamado a la existencia por amor, tanto en la creación primera como en la re-creación, en la creación segunda de salvación, después del pecado de nuestros padres. Y siempre nos creó y nos recreó en su Hijo,  primero,  Palabra eterna pronunciada por el Padre en silencio  lleno de amor en su esencia divina.

Si existo, es que Dios me ha amado primero y me ha preferido a millones de seres que no existirán y con un beso de amor me dio la existencia; luego, Palabra hecha carne por nosotros en el seno de María, para salvarnos mediante su muerte y resurrección, consiguiendo que podamos ser felices con su misma felicidad trinitaria, que empieza aquí abajo.

Por eso, las puertas del Sagrario son las puertas de la eternidad: “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda  bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados” (Ef 1,3-7).

 

        3.- La religión, en definitiva, es todo un invento de Dios para amar y hacer feliz al hombre, al que crea gratuitamente por amor, y ser amado por el hombre, al que llama a su amor esencial y Personal de Espíritu Santo. Los santos han constatado y experimentado que esto es verdad, y aquí está la clave del éxtasis de amor de los místicos, al descubrir y sentir y experimentar que Dios, que Cristo, que Jesucristo Eucaristía existe y  es verdad; que de verdad Dios ama al hombre desde y hasta la hondura de su ser trinitario, y el hombre, al sentirse amado así, desfallece de amor, se transciende a sí mismo, sale de sí por este amor divino, que Dios le regala  y se adentra en la esencia de Dios, que es Amor, Amor que no puede dejar de amar, porque si dejara de amar, dejaría de existir.

Esto es lo que busca el Padre por su Hijo Jesucristo, hecho carne y hecho pan del cielo por y  para nosotros, los hombres: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados..”. (1J 4,8-10).

        “Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3, 1-3).

           Por eso, ya puede crear otros mundos más dilatados y varios, otros cielos más infinitos y azules, pero nunca podrá existir nada más grande, más bello, más profundo, más lleno de vida y amor y de cariño y de ternuras infinitas que Jesucristo, su Palabra Encarnada. “Y hemos visto, y damos de ello testimonio, que el Padre envió a su Hijo por Salvador del mundo. Quien confesare que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en Él y Él en Dios. Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor,  permanece en Dios y Dios en Él” (1Jn 4, 14-16). 

Y a este Jesús es a quien yo confieso y reconozco como Hijo de Dios, al arrodillarme y postrarme ante su presencia en el Sagrario. Y a éste es al que yo veo por la fe encendida, cuando miro, beso, hablo ante el Sagrario. Yo no veo ni metal, ni pan ni copón ni caja de oro o madera que lo contiene, yo sólo veo a mi Cristo, a nuestro Cristo y ese es el que me pide de beber, y, si yo tengo dos gotas de fe, tengo que darle de beber de mi amor, tengo que comunicarme con Él, entregarme a Él, encontrarle, abrirle mi corazón para darle el agua de mi amor:“Si tú supieras quién es el que te pide de beber..”.

        Dímelo Tú, Señor. Descúbremelo Tú personalmente. En definitiva, el único velo que me impide verte es el pecado, siempre serán un muro que me oculta tu rostro, que me separan de Ti. Por eso quiero con todas mis fuerzas destruirlos, arrancarlos de mí, aunque me cueste sangre, porque me impiden el encuentro, la comunión total contigo: “Si dijéramos que vivimos en comunión con Él y andamos en tinieblas, mentiríamos y no obraríamos según verdad..”. “Y todo el que tiene en Él esta esperanza, se purifica, como puro es Él. Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 1,6; 3, 3,6).

 

        4.- Por eso, la samaritana, al encontrarse con Cristo, reconoció prontamente sus muchos maridos, es decir, sus pecados. Los  afectos y apegos desordenados impiden ver a Cristo, creer en Cristo Eucaristía, sentir su presencia y amor. Cristo se lo insinuó, ella lo intuyó y lo comprendió y ya no tuvo maridos ni más amor que Cristo, el mejor amigo.

        Señor, lucharé con todas mis fuerzas por quitar el pecado de mi vida, de cualquier clase que sea: “Los limpios de corazón verán a Dios”. Quiero estar limpio de pecado, para verte y sentirte como amigo. Quiero decir con la samaritana:“Dame, Señor, de esa agua, que sacia hasta la vida eterna..”. para que no tenga necesidad de venir todos los días a otros  pozos de aguas que no sacian plenamente. Todo lo de este mundo es agua de criaturas que no sacian. Yo quiero hartarme de la hartura de la divinidad, de esta agua que eres Tú mismo, el único que puedes saciarme plenamente. Porque llevo años y años sacando agua de estos pozos del mundo y, como mis amigos y antepasados, tengo que venir cada día en busca de la felicidad, que no encuentro en ellos y que eres Tú mismo.

        Señor, tengo hambre del Dios vivo que eres Tú, del agua viva, que salta hasta la vida eterna, que eres Tú, porque ya he probado el mundo y  la felicidad que da. Déjame, Señor,  que esta tarde, cansado del camino de la vida,  lleno de sed y hambriento de eternidad y sentado junto al brocal del Sagrario, donde Tú estás, te diga: Jesús, te deseo a Ti, deseo llenarme y saciarme sólo de Ti, estoy cansado de las migajas de las criaturas, sólo busco la hartura de tu Divinidad. Quien se ha encontrado contigo, ha perdido la capacidad de hambrear nada fuera de Ti. Contigo todo me sobra. Sin Ti todo me falta.

QUERIDOS HERMANOS: Acabamos de ver en el evangelio de este domingo cómo el Señor polvoriento, sudoroso y fatigado, se ha sentado en el brocal del pozo de Jacob. Está esperando a una persona muy singular, es que es una prostituta, prostituta… a ver si se enteran las mujeres jóvenes de nuestro tiempo que ya desde los 16 años tienen relaciones sexuales y abortos… son… puedo citar datos estadísticos, aunque no lo hago porque me da pena por Cristo y por vosotras, abuelas, sé que esto os molesta a algunas de vosotras, pero no a las que han de dejado de venir a misa los domingos y fiestas y no las vemos nunca en la iglesia.

Bien, el Señor se ha sentado en el brocal del poco esperando a una mujer samaritana. Ella no lo sabe. Por eso, al llegar y verlo, la samaritana se ha quedado sorprendida de ver a un judío sentado en el pozo, sobre todo, porque le ha pedido agua.

Este encuentro ha sido cuidadosamente preparado por Jesús. Como está preparado esta tarde para hablar contigo y siempre que vienes a su presencia en el Sagrario, ahí está esperandonos el mismo Cristo de este evangelio, el de la samaritana, el de Palestina y el del cielo, el de todos los sagrarios de la tierra, el Dios infinito y eterno que loco de amor a los hombres, qué le podemos dar que Él no tenga, siendo Dios infinito y omnipotente, ahí está en todos los sagrarios de la tierra, esperándonos con amor y salvación como a la samaritana, porque somos eternos, valemos mucho para Dios Trinidad que nos ha soñado para una eternidad de gozo con Él y que para eso mandó a su Hijo Jesús que murió por todos nosotros,  incluso por los que no le aman y resucitó para darnos el agua que sacia hasta la vida eterna. Por eso, en cuanto ha visto a la mujer,  como a cada uno de nosotros esta tarde, Cristo no se ha recatado en manifestar su sed material, aunque le ha empujado hasta allí, más su sed de almas, su ardor apostólico:“dáme de beber…Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber..”.

        Querido hermano, querida hermana, te lo está diciendo a ti, a todos nosotros, a todas vosotras, queridas religiosas: el mismo Cristo, exactamente el mismo, con la misma sed de almas, está sentado a la puerta de nuestros Sagrarios, del Sagrario de esta iglesia y de los sagrarios abandonados y olvidados de todos los pueblos. Porque lleva largos años esperando el encuentro de fe contigo para entablar el deseado diálogo, pero tú tal vez no te has dado cuenta, no te has percatado de esto y has pasado de largo muchas veces o no has sido fiel a la cita y no has ido a este pozo divino para sacar el agua de la vida. Él ha estado siempre aquí, esperándote, como a la samaritana. Más de dos  mil años lleva esperándonos en todos los sagrarios de la tierra. Se quedó para eso.

       

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

 EL SAGRARIO ES EL BROCAL DEL POZO DE JACOB, DONDE JESÚS NOS ESTÁ ESPERANDO SIEMPRE, COMO A LA SAMARITANA, PARA UN ENCUENTRO DE AMISTAD Y SALVACIÓN CON ÉL.

 

En la puerta del Sagrario, como brocal del pozo divino del agua que salta hasta la vida eterna, Jesús me está esperando siempre, nos está esperando como a la Samaritana, para un diálogo  de amistad y salvación con cada uno de nosotros ¡Samaritana mía, enséñame a dialogar con Cristo en el Sagrario y pedirle    el agua de la fe y del amor!

        “Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: dame de beber, pues los discípulos habían ido a la ciudad a comprar provisiones.Dícele la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana? Porque no se tratan judíos y samaritanos. Respondió Jesús y dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva. Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, te viene esa agua viva?¿Acaso eres tú más grande que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebió él mismo, sus hijos y sus rebaños? Respondió Jesús y le dijo: Quien bebe de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna.  Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed ni tenga que venir aquí a sacarla.”

“Tenía que pasar por Samaria. Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, próxima a la heredad que dio Jacob a José, su hijo, donde estaba la fuente de Jacob. Jesús fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente; era como la hora de sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: dame de beber, pues los discípulos habían ido a la ciudad a comprar provisiones.Dícele la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana? Porque no se tratan judíos y samaritanos. Respondió Jesús y dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva. Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, te viene esa agua viva?¿Acaso eres tú más grande que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebió él mismo, sus hijos y sus rebaños? Respondió Jesús y le dijo: Quien bebe de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna.

  Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed ni tenga que venir aquí a sacarla. Él le dijo: Vete, llama a tu marido y ven acá. Respondió la mujer y le dijo: no tengo marido. Díjole Jesús: bien dices: no tengo marido porque tuviste cinco, y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho verdad. Díjole la mujer: Señor, veo que eres profeta.

Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que adorar. Jesús le dijo: Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Díjole la mujer: Yo sé que el Mesías, el que se llama Cristo, está para venir, y que cuando venga nos hará saber todas las cosas. Díjole Jesús: Soy yo, el que contigo habla.

Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: Me ha dicho todo cuanto he hecho. Así que vinieron a Él y le rogaron que se quedase con ellos. Permaneció allí dos días y muchos más creyeron al oírle. Decían a la mujer: ya no creemos por tu palabra, pues nosotros mismos hemos oído y conocido que éste es verdaderamente el Salvador del mundo”(Juan 4, 4-26).

        Polvoriento, sudoroso y fatigado Jesús se ha sentado en el brocal del pozo. Está esperando a una persona muy singular. Ella no lo sabe. Por eso, al llegar y verlo, la samaritana se ha quedado sorprendida de ver a un judío sentado en el pozo, sobre todo, porque le ha pedido agua. Pero este encuentro ha sido cuidadosamente preparado por Jesús. Por eso, Cristo no se ha recatado en manifestar su sed material, aunque le ha empujado hasta allí más su sed de almas, su ardor apostólico: “si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...”.

        Queridos hermanos: el mismo Cristo, exactamente el mismo, con la misma sed de almas, está sentado a la puerta de nuestros Sagrarios, del Sagrario de tu pueblo. Lleva largos años esperando el encuentro de fe y amistad contigo para entablar el deseado diálogo, pero tú tal vez no has sido fiel a la cita y no has ido a este pozo divino para sacar el agua de la vida. Sin embargo, Él está siempre aquí, esperándote, como a la samaritana. Dos mil años lleva esperándote.

        Por fin hoy estás aquí, junto a Él, que te mira con sus ojos negros de judío, imponentes, pregúntaselo a la adúltera, a la Magdalena, a las multitudes de niños, jóvenes y adultos de Palestina, que le seguían magnetizados; ¡qué vieron en esos ojos, lagos transparentes en los que se reflejaba su alma pura, su ternura por niños, jóvenes, enfermos, pecadores, su amor por todos nosotros y que purificaban con su bondad las miserias de los hombres!

        Todos sentimos esta tarde una emoción muy grande, porque hemos caído en la cuenta de que Él estaba esperándonos. Y, sentado en el brocal del Sagrario, Cristo te provoca y te pide agua, porque tiene sed de tu alma, como aquel día tenía más sed del alma de esta mujer que del agua del pozo. Cristo Eucaristía se muere en nuestros Sagrarios de sed de amor, comprensión, correspondencia, de encontrar almas corredentoras del mundo, adoradoras del Padre, enamoradas y fervientes, sobre las que pueda volcarse y transformarlas en eucaristías perfectas.

        «He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres, diría a Santa Margarita y, a cambio de tanto amor, solo recibe desprecios...». Tú, al menos, que has conocido mi amor, ámame, nos dice el Señor a los creyentes desde cada Sagrario. “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...tú le pedirías y el te daría agua que salta hasta la vida eterna...”.

         El don de Dios a los hombres es Jesucristo, es el mayor don que existe y que es entregado a los que le aman. Para eso vino y para eso se quedó en el Sacramento. Si descubriéramos, si supiéramos, quién es el que nos pide de beber... es el Hijo de Dios, la Palabra pronunciada y cantada eternamente con Amor de Espíritu Santo por el Padre: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios... Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 1-3,11). Pues bien, esa Palabra Eterna de Salvación y Felicidad, pronunciada con amor de Espíritu Santo por el Padre para los hombres, es el Señor, presente en todos los Sagrarios de la tierra.

        No debemos olvidar nunca que la religión cristiana, esencialmente, no son mandamientos ni sacramentos ni ritos ni ceremonias ni el mismo sacerdocio ni nada, esencialmente es una persona, es Jesucristo. Quien se encuentra con Él, puede ser cristiano, porque ha encontrado al Hijo Único, que conoce y puede llevarnos al Padre y a la salvación; quien no se encuentra con Él, aunque tenga un doctorado en teología o haga todas las acciones y organigramas pastorales, no sabe lo que es auténtico cristianismo, ni ha encontrado el gozo eterno comenzado en el tiempo.

        Es que Dios nos ha llamado a la existencia por amor, tanto en la creación primera como en la segunda, y siempre en su Hijo, primero, Palabra Eterna pronunciada en silencio, lleno de amor de Espíritu Santo en su esencia divina, luego, pronunciada en el tiempo y en este mundo en carne humana para nosotros, para que vivamos su misma vida y seamos felices con su misma felicidad trinitaria, que empieza aquí abajo; las puertas del Sagrario son las puertas de la eternidad:

  “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados...” (Ef 1,3-7).

        La religión, en definitiva, es todo un invento de Dios para amar al hombre y ser amado por el hombre, y aquí está la clave del éxtasis de amor de los místicos al descubrir y sentir y experimentar que esto es verdad, que de verdad Dios ama al hombre desde y hasta la hondura de su ser trinitario, y el hombre, al sentirse amado así, desfallece de amor, se transciende, sale de sí por este amor divino que Dios le regala y se adentra en la esencia de Dios, que es Amor, Amor que no puede dejar de amar, porque si dejara de amar, dejaría de existir. Esto es lo que busca el Padre por su Hijo Jesucristo, hecho carne de pan por y para nosotros.

        “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó...” (1J 4, 8-10).

        “Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios y lo somos. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es”(1Jn 3, 1-3).

         Por eso, ya puede crear otros mundos más dilatados y varios, otros cielos más infinitos y azules, pero nunca podrá existir nada más grande, más bello, más profundo, más lleno de vida y amor y de cariño y de ternuras infinitas que Jesucristo, su Verbo Encarnado. “Y hemos visto, y damos de ello testimonio, que el Padre envió a su Hijo por Salvador del mundo. Quien confesare que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor, permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 14-16).

        Y a este Jesús es a quien yo confieso como Hijo de Dios arrodillándome ante el Sagrario, y a éste es al que yo veo cuando miro, beso, hablo o me arrodillo ante el Sagrario, yo no veo ni pan ni copón ni caja de metal o madera que lo contiene, yo sólo veo a mi Cristo, a nuestro Cristo y ese es el que me pide de beber... y si yo tengo dos gotas de fe, tengo que comulgarle, comunicarme con Él, entregarme a Él, encontrarle, amarle: “Si tú supieras quién es el que te pide de beber...”

        Dímelo tú, Señor. Descúbremelo Tú personalmente. En definitiva, el único velo que me impide verte es el pecado, de cualquier clase que sea, siempre será un muro que me oculta tu rostro, me separa de Tí; por eso quiero con todas mis fuerzas destruirlo, arrancarlo de mí, aunque me cueste sangre, porque me impide el encuentro, la comunión total. “Si dijéramos que vivimos en comunión con Él y andamos en tinieblas, mentiríamos y no obraríamos según verdad”. “Y todo el que tiene en él esta esperanza, se purifica, como puro es Él. Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 1,6; 3, 3,6).

        Por eso, la samaritana, al encontrarse con Cristo, reconoció prontamente sus muchos maridos, es decir, sus pecados; los afectos y apegos desordenados impiden ver a Cristo, creer en Cristo Eucaristía, sentir su presencia y amor; Cristo se lo insinuó, ella lo intuyó y lo comprendió y ya no tuvo maridos ni más amor que Cristo, el mejor amigo.

        Señor, lucharé con todas mis fuerzas por quitar el pecado de mi vida, de cualquier clase que sea. “Los limpios de corazón verán a Dios”. Quiero estar limpio de pecado, para verte y sentirte como amigo. Quiero decir con la samaritana: “Dáme, Señor, de ese agua, que sacia hasta la vida eterna…” para que no tenga necesidad de venir todos los días a otros pozos de aguas que no sacian plenamente; todo lo de este mundo es agua de criaturas que no sacia, yo quiero hartarme de la hartura de la divinidad, de este agua que eres Tú mismo, el único que puedes saciarme plenamente. Porque llevo años y años sacando agua de estos pozos del mundo y como mis amigos y antepasados tengo que venir cada día en busca de la felicidad, que no encuentro en ellos y que eres Tú mismo.

        Señor, tengo hambre del Dios vivo que eres Tú, del agua viva, que salta hasta la vida eterna, que eres Tú, porque ya he probado el mundo y la felicidad que da. Déjame, Señor, que esta tarde, cansado del camino de la vida, lleno de sed y hambriento de eternidad y sentado junto al brocal del Sagrario, donde Tú estás, te diga: Jesús, te deseo a Tí, deseo llenarme y saciarme solo de Tí, estoy cansado de las migajas de las criaturas, sólo busco la hartura de tu Divinidad. Quien se ha encontrado contigo, ha perdido la capacidad de hambrear nada fuera de Tí. Tú eres la Vida de mi vida, lléname de Tí. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios.

 

 

 

 

 

 

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA

 

PRIMERA LECTURA: Sam 16, 1. 6-6. 10-13

 

        Esta lectura nos narra la elección y consagración de David: es la historia de una vocación espiritual. El relato nos muestra la soberana libertad de la elección de Dios. Resalta la contraposición de los juicios del hombre y de los juicios de Dios: “La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre juzga por las apariencias, mientras que Dios mira el corazón”.

        Dios se escogió primero un pueblo que sería el portador de la esperanza mesiánica. Dentro de este pueblo elige al jefe que, en su persona y en su linaje, precisará esta esperanza, porque de Él nacerá el Mesías. Es Dios quien elige libremente. Por eso Samuel se mantiene continuamente a la escucha de Dios. Con la oración va siguiendo el camino que Dios le marca y no se fía de las apariencias. En la Iglesia necesitamos este espíritu de oración para el discernimiento y la elección de personas responsables del pastoreo del pueblo de Dios. Las decisiones, tomadas desde la oración y la vivencia de Dios, desconciertan a las elecciones de los hombres, tomadas desde los amiguismos, o razonadas por la psicología o sociología.

        Con David empieza  una nueva etapa de la historia de las relaciones de Dios con los hombres. Por eso, el Señor  no eligió a ninguno de los seis primeros presentados; sino al último, el que no contaba para los hombres: “Dijo el Señor: Levántate y úngelo, porque éste es”.

 

SEGUNDA LECTURA: Ef  5, 8-14

 

        La participación del hombre en el misterio de la Salvación de Cristo por medio del Evangelio le exige una vida nueva. La luz es la gracia y las obras de la gracia; el pecado es la tiniebla, todo pecado es tiniebla. El cristiano convertido, que ha recibido por el bautismo la gracia, debe vivirla y así es luz para el mundo, como Cristo, al que ha sido injertado por el bautismo. Por eso, en otro tiempo era tiniebla, pero ahora es luz de Cristo y debe hacer las obras de Cristo, las obras de la luz: “En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz, buscando lo que agrada al Señor”. Los cristianos han salido de la noche y viven en la luz de los últimos tiempos. Deben realizar los frutos de la luz: “Toda bondad, justicia y verdad”.  Y denunciar las obras de las tinieblas de la mejor forma posible, haciendo las de la luz: “Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto y todo lo descubre”. Esto obliga al cristiano a vivir las exigencias de su bautismos ¿Lo estamos haciendo?

        “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu paz”. Estas palabras citadas por San Pablo y sacadas,  según parece, de un himno bautismal, son una invitación a los catecúmenos a levantarse del sueño, mejor dicho, de las obras de pecado y de la muerte, del hombre de la carne para pasar al hombre del espíritu. Esta exhortación sigue siendo válida ahora también.

 

 DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 9, 1-41

 

Queridos hermanos y hermanas: En estos domingos de Cuaresma, a través de los pasajes del evangelio de san Juan, la liturgia nos hace recorrer un verdadero itinerario bautismal: el domingo pasado, Jesús prometió a la samaritana el don del «agua viva que salta hasta la vida eterna», esto es, la vida de la gracia; hoy, curando al ciego de nacimiento, se revela como «la luz del mundo», por la luz de la fe en Él que nos lleva hasta la vida eterna; el domingo próximo resucitando a su amigo Lázaro, se presentará como «la resurrección y la vida eterna». Agua, luz y vida: son símbolos del bautismo, sacramento que nos «sumerge» a los creyentes en el misterio de Cristo, en su muerte y resurrección, liberándolos del pecado y abriendonos a todos por el bautismos las puertas de la vida eterna.

El relato del ciego de nacimiento de este domingo (cf. Jn 9,1-41) es una amplia y completa catequesis sobre el camino de la fe que hemos de recorrer, especialmente los catecúmenos que se preparaban en la santa cuaresma para recibir el bautismo en la fiesta de Pascua.

Según la mentalidad común de aquel tiempo la ceguera de este enfermo es consecuencia de sus pecados o los de sus padres. Jesús, por el contrario, rechaza este prejuicio y afirma: «Ni este pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios» Jn 9,3).

Y por eso declara solemnemente: «Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo» (Jn 9,4-5). Revisémonos porque a veces nosotros pensamos que los sufrimientos son castigos de Dios. Incluso algunos se han alejado de la fe y de la iglesia por las desgracias o enfermedades o muertes sufridas en ellos o en sus familias: “ni este pecó ni sus padres”.

Inmediatamente luego Jesús pasa a la acción: con un poco de tierra y saliva hace barro y lo unta en los ojos al ciego y  este queda curado. Esta curación suscita una encendida discusión, porque Jesús la realiza en sábado, violando, según los fariseos, el descanso festivo. Así que al final del relato, Jesús y el ciego son expulsados» por los fariseos: uno por haber violado la ley; el otro, porque, a pesar de la curación, sigue siendo considerado pecador desde su nacimiento.

Queridos hermanos, esta es la segunda enseñanza del evangelio de hoy: dejémonos curar por Jesús, que puede y quiere curarnos de la ceguera de la fe, de la ceguera de no ver y seguir a Dios con perfección. Confesemos nuestra falta de fe a veces en vivir su evangelio, por el orgullo de saberlo todo y creernos dioses, de saber más y no vivir los mandamientos Dios, este es el pecado del mundo y del hombre actual y de todos los tiempos, la soberbia, el preferirnos a nosotros y a nuestras ideas antes que los mandamientos de Dios.

Queridos hermanos y hermanas:la santa cuaresma  es un tiempo gracia, de orar más para aumentar nuestra fe, de venir más y buscar a Cristo en los Sagrarios y recibir los sacramentos, para vivir más la fe y  vida de gracia, de  aumentar nuestro amor a Dios y a los hermanos.

Y Jesús en el evangelio de hoy nos dice también cuál debe ser la razón profunda de esta alegría. El mismo Cristo del evangelio, ahora desde el Sagrario nos pregunta a todos como al ciego: «Crees tú en el Hijo del hombre?» (Jn 9,35). Y aquel hombre reconoce el signo realizado por Jesús y pasa de la ceguera natural de los ojos a la luz de la fe: «Creo, Señor» (Jn 9,38). Ojalá hoy en la Iglesia de estos tiempos faltos de fe muchos bautizados pudieran decir lo mismo: Señor, yo creo en Ti.

Este ha sido y debe ser nuestro camino de fe: en un primer momento el ciego confiesa a Jesús como un «hombre»; luego «profeta»; y finalmete lo proclama «Señor». Que se note también nuestro aumento de fe y amistad con Cristo Eucaristía por un mayor trato de amistad con Él por la oración diaria y eucarística, sobre todo en la misa, comunión y Sagrario.

Y en contraposición a la fe del ciego curado se encuentra el endurecimiento del corazón de los fariseos que no quieren aceptar el milagro, porque se niegan a aceptar a Jesús como el Mesías, Hijo de Dios y único Salvador del mundo y de los hombres. Este es el problena actual también del  mundo y de muchos bautizados.

Queridas hermanas, nosotros, ¿qué fe, amor y confianza creemos y vivimos en Jesús Eucaristía misa y Sagrario? --Señor, yo creo, pero aumenta mi fe. Y MEJOR TODAVÍA: Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el HIJO DE DIOS VIVO, el único Dios Salvador del mundo y de todos los hombres.

QUIEN PUEDA DECIR ESTO Y SENTIRLO CON VERDAD ES QUE HA LLEGADO AL CIELO EN LA TIERRA. Y hay almas que llegan. Todos los místicos por la oración contemplativa purificada. Es la que OS DESEO A TODaS vosotras, a todos vosotros. Os digo que se puede llegar a esta experiencia mística. Para eso, vivamos nuestra vida cuaresmal como preparación de la Pascua, venid más a la iglesia en estos días ante este mismo Cristo presente ahora en nuestros Sagrarios para que Él cure nuestras cegueras y nuestras faltas de fe y amor, noches de la fe activas y pasivas de S. Juan de la Cruz para llegar a la contemplación mística y total de Cristo en nuestras vidas. Y siempre será por la oración-conversión, como al ciego del evangelio de este domingo.

 

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1.- El tema central de la Misa de este domingo es Jesús “luz del mundo” y lógicamente del cristiano, que por el bautismo ha sido hecho “hijo de la luz”. Jesucristo lo dijo abiertamente para todos: “Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no anda en tinieblas, sino  que tendrá la luz de la vida”. Y para demostrar esta verdad espiritual da vista material a este  ciego de nacimiento. El Señor realiza este milagro directamente, sin que se lo pidan; la iniciativa es exclusivamente suya; y lo realiza con un fin determinado: “Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. Y la luz física dada al ciego es signo de la luz del espíritu por la fe: “¿Crees tú en el Hijo del Hombre? Creo, Señor. Y se postró ante Él”.

Este cambio radical entre el no ver y  el ver es signo del comienzo de la transformación profunda que Jesús quiere obrar en este hombre. Adquirir la vista para quien siempre ha vivido en las tinieblas es como volver a nacer, es comenzar una nueva existencia, nuevos conocimientos, nuevas emociones, nuevas presencias. Y todavía mucho más profundo que todo esto es lo que acontece en el espíritu de este hombre iluminado por una fe tan viva, que resiste imperturbable a la disputa y a los insultos de los judíos, y hasta al hecho de verse expulsado de la sinagoga.

 

        2.-Toda esta realidad maravillosa de iluminación interior que se transforma en luz y gozo es la transformación radical que se realiza en el bautizado, como nos ha dicho San Pablo en la Carta a los Efesios: “En otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor”. Por medio del sacramento, el hombre pasa de las tinieblas del pecado a la luz de la vida en Cristo, de la ceguera espiritual al conocimiento de Dios mediante la fe, la cual ilumina toda la existencia humana, dándole sentidos y orientaciones nuevas, de donde surge esta consecuencia de San Pablo en su Carta de hoy: “Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son frutos de la luz)”.

La conducta del cristiano debe dar testimonio del bautismo recibido, debe atestiguar con las obras que Cristo es para Él no sólo luz de la mente; sino también “luz de vida”. Y estas obras de la luz son las que corresponden a su nueva vida de cristiano bautizado.

        La vida cristiana debe ser para todos los bautizados una continua y progresiva purificación de toda sombra de pecado, a fín de abrirse cada vez más a la luz de Cristo. Precisamente porque Cristo es la luz del mundo, la vocación del cristiano consiste en reflejar esa luz y hacerla resplandecer en su propia vida.

 Esta es la gracia que la comunidad de los fieles implora en la oración final de la Misa: «Señor Dios, luz que alumbras a todo hombre que viene a este mundo, ilumina nuestro espíritu con la claridad de tu gracia, para que nuestros pensamientos sean dignos de ti y aprendamos a amarte de todo corazón». 

        Queridos hermanos, este Evangelio es una verdadera catequesis sobre la fe. Podemos profundizar en ella, siguiendo el santo Evangelio:

       

 

 

3.- “Y sus discípulos preguntaron: Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?

 

        Los sufrimientos no son castigo de nuestros pecados.

        Todavía tenemos muy metido dentro de nosotros que los males o desgracias los manda Dios o son un castigo por nuestros pecados, y no es así. Es verdad que muchos pecados llevan consigo la penitencia. Pero otras desgracias, que ocurren en la naturaleza o en nosotros mismos, son consecuencia natural del desgaste de las cosas o limitaciones del hombre y de la misma naturaleza creada. Muchos accidentes, muchas muertes, muchas  enfermedades y desgracias Dios no las quiere y no ocurrirían, si hiciésemos lo que tenemos que hacer. Sin embargo, todo está bajo la providencia de Dios. Dios lo permite. Y debemos rezar y pedir para que no ocurran. Pero Dios no puede cambiar el mundo y la naturaleza de las cosas a cada paso; tendría que estar haciendo continuamente mundos y mundos diferentes dentro de este mundo. Dios me da inteligencia y me dice que sea prudente, pero si yo voy con un coche normal a doscientos kilómetros por hora, lo natural es que tenga un accidente. Dios no quiere la droga, el alcohol ni los robos y muertes que ocurran por ellos. Debemos rezar continuamente para que no “caigamos en la tentación y líbranos del mal. Amén”.

 

        4.- “Y contestó: Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y… empecé a ver”.

 

        Itinerario de la fe desde la increencia.

        La fe cristiana esencialmente no es una doctrina, ni los sacramentos, ni los ritos, ni los mandamientos; la religión cristiana esencialmente es una persona y esa persona es Jesucristo; sólo, quien llega a conocerlo, es y puede ser cristiano de verdad. Y éste el proceso de la fe en el Evangelio. Lo vimos ya en la Samaritana: primero: “¿Cómo tú, siendo judío me pides de beber a mi, que soy samaritana? Porque los judíos y los samaritanos no se llevan…” Luego, Jesús pasó a ser profeta para ella: “Sé que eres profeta…”; luego descubrió en Él al Mesías,  para terminar confesándole Salvador del mundo. En el proceso de hoy, el ciego sólo sabe que se llama Jesús, que hizo lo que le mandó: fue obediente, y por la obediencia, sin ver llegó a la curación.

        Como los judíos no se ponían de acuerdo sobre la personalidad de Jesús: si viene de Dios, ¿cómo no guarda el sábado?; si no viene: ¿cómo es que hace milagros? Se lo preguntaron al ciego: “Y tú ¿qué dices del que te ha abierto los ojos? El contestó: Que es un profeta”. Jesús, de ser un desconocido para el ciego, ha pasado a ser un profeta, que viene, por tanto, de Dios.

        En nosotros la fe tiene que crecer. Porque se sembró en el bautismo como una semilla: hay que regarla, abonarla, cuidarla para que se convierta en el árbol grande que pueda cobijar a muchos y dar fruto de luz en el mundo. Ordinariamente este cultivo falta en los cristianos de hoy, a nivel personal y familiar; antes se rezaba algo en las casas, muchas personas hacían la visita al Santísimo, leían el Evangelio, asistían a los actos comunitarios. Hoy, las iglesias cerradas todo el día, y no solo por los robos. Falta fe, porque la sembrada en el bautismo, ha quedado en nada o casi nada por falta de cultivo. Por otra parte, en lo que pensamos tenerla más crecida,  es necesario que pase de ser una fe heredada de nuestros padres a una fe personal; y esto sólo es posible por la oración. Sin oración personal diaria no hay fe viva y operante, que tanto necesitamos y necesita el mundo. El problema de la Iglesia es problema de experiencia de Dios, de mística, de experimentar que es verdad lo que creemos, y eso sólo es posible por la oración personal. Por la oración personal, la fe y sus contenidos pasan de nuestros padres y catequistas a nosotros, como en este ciego de nacimiento. La fe debe crecer para pasar de niña a adulta; de teórica, a vivencia personal de Cristo; porque a Cristo, a su Evangelio no se le comprende hasta que no se vive. Tiene que hacerse experiencia de fe: oración discursiva, que se hace afectiva y pasa a la mística.

 

        5.- “Sus padres respondieron así porque los judíos habían acordado ya excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías”.

 

        a) Cobardía de los padres.

Hoy muchos cristianos son cobardes por razón de la política, en los medios, en el trabajo, y no son valientes en confesar lo que creen, de lo que están incluso convencidos, porque puede más el qué dirán, el ambiente de poder, el dinero, la televisión ¡Cuánta cobardía en los políticos! ¿Cómo decir sí a Cristo en la vida personal y luego no en la vida pública, en las opciones políticas, en la tele?

 

        b) La ceguera voluntaria de los fariseos.

Está motivada por la soberbia: se empeñan en negar lo evidente. Lo podemos comprobar en el largo diálogo con el que era ciego pero ahora ve en Jesús al enviado de Dios. La ceguera de los fariseos es espiritual, es voluntaria porque niegan lo que ven, no quieren ver las obras de Dios en Jesús. El Evangelio nos describe el doble proceso de fe en el ciego y de no fe en los fariseos ante los mismos hechos. Todo depende de la voluntad, de querer o no querer aceptar la verdad. “Como decís que veis, vuestro pecado permanece en vosotros”. Por no aceptar a Jesús se han hechos esclavo de las tinieblas. Como todo el que no acepte a Cristo como enviado del Padre y único Salvador del mundo. Así va el mundo actual por no querer aceptarlo. Sólo Él, su proyecto de hombre, matrimonio, familia, hijos puede salvar este mundo.

        Todos estos personajes se dan en la vida actual: ciegos que llegan a ver, cobardes que no confiesan su fe, fariseos que, viendo, no ven, no quieren ver y la niegan; el pueblo que asiste indiferente al problema de su salvación; creyentes que confiesan de palabra y de obra que Jesús es el Único Salvador del mundo.

 

        c) Confesar a Cristo es optar por Él como este que fue ciego, aunque tengamos que sufrir incomprensiones,  persecuciones, expulsiones. Lo maravilloso de todo esto es que no ha sido la samaritana, el ciego, nosotros, los que hemos buscado a Cristo; sino que ha sido Cristo quien nos ha buscado a nosotros. Lo maravilloso no es que el hombre tenga sed de Dios; sino que es el Dios infinito quien tiene sed del hombre y ha venido en su busca enviando a su Hijo Amado. Y esto es verdad. Y se puede experimentar.

 

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QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

 

PRIMERA LECTURA: Ez 37, 12-14

 

        El pueblo de Israel, exiliado, ha perdido la esperanza en las promesas de Dios y ha ido enterrando todas las esperanzas sembradas en tiempos mejores: Israel se parece a un campo sembrado de huesos sin vida. Ezequiel, en visión profética, describe la grandiosa visión de la reanimación de los huesos secos, que sirve para levantar los ánimos de los abatidos israelitas en el destierro babilónico. Es una vibrante profecía plástica de la restauración de Israel: “Esto dice el Señor: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío”.

        El destierro que está sufriendo Israel es la muerte más trágica, el entierro de todas las esperanzas. Pero el Dios omnipotente va a crear de nuevo la vida, infundiendo su soplo. La restauración  será así un resurgir glorioso, un triunfo sobre la muerte: es la vuelta del destierro: “Y os traeré a la tierra de Israel”.

        Pero la visión trasciende hasta la restauración mesiánica: el Espíritu infundido es el de Dios, propio de los tiempos y de la restauración mesiánica, que el Señor realizará y que se manifiesta como un viento fuerte: “Os infundiré mi espíritu y viviréis: os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo el Señor lo digo y lo hago”.

        Los elementos de esta visión preparan también la doctrina de la resurrección de la carne. La esperanza cristiana no es puro optimismo, se apoya en la Palabra de Dios que es omnipotente y  hace lo que promete.

SEGUNDA LECTURA: Rom 8, 8-11

 

        Este es uno de los textos más importantes de la resurrección de los muertos. Carne y espíritu se entienden aquí como tendencia al pecado o a la gracia. Carne, para San Pablo, es inclinación al pecado, alejamiento de Dios, tendencia al pecado y al mal: “Los que están en la carne no pueden agradar a Dios”. Espíritu de Cristo es el Espíritu Santo. Si su Espíritu vive y mora en nuestro espíritu, viviremos en la  docilidad al Espíritu de Dios, viviremos en gracia, en vida de amor a Dios y los hermanos: “Pero vosotros no estáis en la carne sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios mora en vosotros”.

        La carne y el cuerpo nos llevan al pecado y a la muerte, merecida por el pecado. El hombre entero, cuerpo y espíritu, es salvado por Cristo, y todo entero participará en la resurrección. Para conseguirlo, no ha de vivir las malas tendencias de la carne sino del espíritu. La resurrección de la carne depende directamente de Cristo resucitado y de su Espíritu, que mora en nosotros por la justificación: “Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia”. No se puede pertenecer a Cristo si no dejamos que su Espíritu more y viva en nosotros. Este mismo Espíritu resucitará nuestros cuerpos mortales: “Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpo mortales por el mismo Espíritu que habita en vosotros”.

 

 

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LECTURA DEL SANTO EVANGELIO  SEGÚN SAN JUAN 11,1-45

 

DOMINGO V DE CUARESMA

 

QUERIDOS HERMANOS: Este domingo está caracterizado por la resurrección de Lázaro, en la que Jesucristo nos muestra que es Dios y tiene poder para resucitarnos, puesto que para esto vino al mundo y murió y resucitó, para que todos tengamos vida eterna de gozo con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, como lo celebraremos con Él en los misterios de la Semana santa.

En la resurrección de Lázaro, de este domingo, el Señor proclamará varias veces y de diversos modos: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mi…” Nosotros, todo católico confiesa y cree que Jesucristo es el Hijo de Dios, y que nació y murió  fundamentalmente para darnos la vida eterna, que tiene con el Padre y el Espíritu Santo y en la cual seremos sumergidos en el cielo por la fe y la gracia.

Y esta es la razón fundamental de los misterios que vamos a celebrar en la Semana Santa, ya cercana; y es una pena grande que la semana santa, en lugar de celebrar el pan de vida eterna en el Jueves santo, y la muerte y resurrección de Cristo en el viernes y el domingo de gloria, que es la nuestra, solo quede reducida a procesiones y turismo y vacaciones como nos predican todas las televisiones y radios y guasads y tristemente muchos cristianos no vengan a la iglesia para celebrar con Cristo estos misterios. Queridos hermanos, vivamos con Cristo la semana santa.

        1.- Entre las resurrecciones obradas por Jesús, la de Lázaro tiene una importancia capital por las enseñanzas que la acompañan como garantía de la resurrección de todos los hombres, llamados a ser eternos en el gozo de Dios como nos enseña Cristo en la resurrección de Lázaro.  

Porque Cristo nos dice que existe la vida eterna o con Él para siempre en la gloria del Padre o sin Él  en el fuego del infierno. Y Cristo no miente ni exagera, aunque estas verdades eternas no salga en televisión y guassad… porque no le interesa a este mundo actual.

Y lo digo no para meter miedo, sino porque tengo la obligación de predicar el evangelio entero y completo, como el mismo Cristo lo predicó, pues para eso vino y murió y hay que reconocer que se predican poco estas verdades del evangelio porque resultan duras y antipáticas pero  no dejan de ser verdad y lo más trascendental de nuestras vidas.

Y esto no lo quiere escuchar ni predicar el mundo moderno, sobre todo, muchos políticos y pecadores públicos, porque viven de espaldas a estas verdades, a Cristo vivo y resucitado que para esto vino, murió y resucitó como viviremos especialmente en la Semana Santa y en la Pascua de la Resurrección.

En relación con el evangelio de este domingo me gustaría resaltar la fe de Marta, su intuición de mujer amiga y creyente totalmente en Jesús, que ante las preguntas del Señor un poco complicadas para ella, en aquellos tiempos: “…El que está vivo y cree en mí, aunque haya muerto vivirá…¿crees esto?” ¿Crees, Marta, que si crees en Mí vivirás más allá de la muerte y no morirás para siempre?

Y ella diría para sí: Señor, déjame de complicaciones dogmáticas y doctrinales, como responderían muchas de nuestras madres, que no asistieron nunca a clases de Biblia o de Teología, pero que le conocieron y le amaron vivo en los Sagrarios: Cristo del Sagrario o de la Comunión: “Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo”. Yo creo en tu persona y amistad: yo te amo a ti y por eso me fío totalmente de ti, me digas lo que me digas. Jesús le pregunta sobre verdades y ella responde sobre su persona, me fío de Ti, Jesús amado.

        A Cristo no se le comprende hasta que no se le ama y se vive su vida y doctrina. Esta es la razón principal por la cual creemos, le amamos, rezamos y comulgamos y cumplimos su evangelio y  mandamientos.

Para esto le envió el Padre, para esto vino Cristo, para esto predicó, murió y resucitó y para esto permanece en el Sagrario. Para ser pan de vida eterna, ser amigo de los hombres y llevarnos por la vida de resucitados al encuentro con Dios Trinidad eternamente en el cielo. Démosnos todos cita con Él en el cielo.

Queridos hermanos y hermanas, como a Marta Cristo nos pregunta hoy a todos en su evangelio: ¿Crees tú esto?

Y todos nosotros respondemos hoy a este mismo Cristo vivo y resucitado en la santa Misa de hoy y de todos los días como Marta: “Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo”. Díselo ahora, pero sobre todo  cuando le comas en el pan de la vida eterna como Él quiso ser creído, amado y comido: “Yo soy el pan de la vida eterna, el que coma de este pan vivirá eternamente.”

Hermanos, somos eternos, nuestra vida es más que esta vida. Gracias, Señor, por estar aquí presentes en la santa misa del domingo día en que Tú resucitaste y haces presente tu muerte y resurrección para que todos la tengamos eterna contigo y con nuestro Dios Trino y Uno que tanto nos desea y ama y nos soñó para una eternidad de gozo en su mismo Gozo Trinitario.

 

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QUERIDOS HERMANOS: Este domingo está caracterizado por la liturgia de la resurrección, en la que domina el concepto de Jesús, fuente de la vida, capaz de devolverla a los que han muerto.

 

        1.- Entre las resurrecciones obradas por Jesús, la de Lázaro tiene una importancia capital por el hecho y los discursos que la acompañan y la convierten en signo particular del poder mesiánico del Salvador. Este es el sentido que Jesús quiere darle y lo expresa claramente en la repuesta que da a quienes le anuncian la enfermedad de Lázaro: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.

Y ésta ha sido la razón de su demora: “Permaneció dos días más donde estaba” y su reacción ante la noticia de su amigo: “Lázaro ha muerto y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis”. Jesús podía haberle curado de la enfermedad, pero, siguiendo la voluntad y el proyecto del Padre, no comprendido por los mismos amigos: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”, ha esperado a liberarle de la misma muerte para demostrar a todos que Él, “resurrección y vida”, es el Mesías enviado por Dios para salvarnos a todos de la muerte y alcanzarnos la resurrección y la vida eterna.

        En el coloquio con Marta, el Señor insiste sobre estos dos puntos. Marta cree y espera en Jesús; está convencida de que si hubiera estado presente durante la enfermedad, su hermano Lázaro no habría muerto; pero Jesús quiere llevarla a que reconozca en su persona al Mesías venido a dar la vida eterna a cuantos creen en Él; por eso Jesús afirma rotundamente: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, no morirá para siempre, ¿crees esto? Ella le contestó: Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.

 

        2.- Queridos hermanos: he aquí hasta dónde tiene que llegar la fe; hasta dónde quiere el Señor que descubramos el sentido de su venida, para qué ha sido enviado por el Padre, que nos amó gratuitamente al crearnos por amor, que nos amó mucho más al “recrearnos” a su amistad, enviándonos a su propio Hijo, para que vivamos por Él y tengamos vida eterna, y para que comprendamos el misterio del hombre, que es más que esta vida, que es eternidad y cielo: “Dios es amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo amado para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna”.

        Además de esta revelación fundamental del Evangelio de hoy, muchas otras verdades se manifiestan con toda evidencia en este relato evangélico. El Evangelio de hoy es un canto a la amistad, a la presencia de la humanidad y divinidad de Cristo amigo del hombre, a la ternura y sensibilidad de su corazón divino y humano, a la amistad querida y buscada por Dios con el hombre;  es la revelación de un Dios amigo del hombre, que es capaz, a pesar de su infinitud, de conmoverse y llorar por el hombre, máxime teniendo en cuenta la mentalidad de la época en la relación de hombre y mujer, que aún hoy perdura: “…  y enjugó sus pies con su cabellera”,  “Señor, tu amigo está enfermo”; “Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro”: “Viéndola llorar a ella…sollozó y muy conmovido, preguntó…”; “Jesús se echó a llorar”“Los judíos comentaban: Cómo lo quería”. Lo maravilloso no es que el hombre, que Marta ame así a Cristo o que el hombre ame a Dios; lo maravilloso es que Dios mismo ame así al hombre.

 

        3.- Jesús quiso este episodio de la resurrección para que los testigos creyeran y comprendieran no sólo las verdades y los hechos; sino el Amor infinito del Padre y el Amor infinito de amistad del Enviado por el Padre. En relación con este tema de la amistad querida y buscada por Dios en relación con el hombre, incluso desde la misma creación y después en la recreación por el mismo Hijo, solo quiero resaltar este aspecto concreto: la Eucaristía es Cristo Amigo, amando como amigo hasta el extremo, y dando su vida por todos los hombres para que la tengamos eterna. Este amor de Amistad le trajo hasta nosotros y le hizo desear ardientemente la Pascua, esto es, su pasión, muerte y resurrección por nosotros y para nosotros, la cual conseguimos por la santa misa y sobre todo por la Comunión también querida por Él y necesaria para participar de todos los frutos de su Sacrificio para que todos tengamos vida eterna, comiendo su vida resucitada.

El Cristo del Sagrario, de la Misa y de la Comunión es el mismo Cristo del Evangelio de hoy, amigo de Marta, María y Lázaro y de todos nosotros por el santo bautismoa. Es el mismo y está ahí, tan cerca de nosotros, vivo, vivo y resucitado para que le comamos de amor como pan de vida eterna.

 

        4.- Me gustaría también resaltar la psicología de Marta, su intuición de mujer amiga y confiada totalmente en Jesús, que ante las preguntas del Señor un poco complicadas para ella: “…El que está vivo y cree en mí, aunque haya muerto vivirá…¿crees esto?” ¿Crees que quien cree en mí vivirá, no morirá nunca? Ella diría para sí: déjame de complicaciones dogmáticas y doctrinales, como responderían muchas de nuestras madres, que no asistieron nunca a clase de Biblia o Teología, pero que le conocieron y le amaron como amigas en el Sagrario: “Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo”. Es decir, déjame de conceptos, yo creo en tu persona y amistad: yo te amo a ti y por eso me fío totalmente de ti, me digas lo que me digas. Jesús le pregunta sobre conceptos y ella responde sobre su persona. No responde: sí, creo que no moriré; sino: yo creo en Ti y me fío de Ti.

        Esta también debe ser nuestra respuesta a la fe en Cristo. Se cree más y mejor cuando la fe ha pasado de la inteligencia a la vivencia, al corazón. La fe debe llevarnos a la amistad personal con Cristo. A Cristo no se le comprende hasta que no se le ama y se vive en vida de amor, comuniones auténticas de vida y amor.

Ya he dicho muchas veces que la religión, la fe cristiana esencialmente no es tener fe en cosas sino en una persona: Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. Esto es lo primero, la causa final de por qué rezo, comulgo, cumplo sus mandamientos y evangelio; todo eso me tiene que llevar hasta aquí. Para esto le envió el Padre, para esto vino Cristo, para esto predicó, murió y resucitó y para esto permanece en el Sagrario. Para ser amigos de los hombres y llevarnos por su pan de vida hasta la Resurrección y la Vida. ¿Crees tú esto?  La respuesta nuestra, la de Marta, es la mejor: “Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo”.

 

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DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Is 50, 4-7

 

        Este texto pertenece al tercer canto del Siervo paciente de Yahvé y tiene relación directa con la narración de la Pasión de Jesús en el Evangelio de hoy. La idea central de este canto es la voluntariedad con la que el siervo se somete a los sufrimientos y a las vejaciones sufridas en el cumplimiento de su misión. Pero no se ha echado atrás; ha ofrecido sus miembros a todos los golpes de sus enemigos: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos”.

        Yahvé capacita al Siervo para poder cumplir su misión de consolar a los abatidos. Él está siempre a la escucha de lo que Dios le pide, dispuesto a cumplir su voluntad, aunque esto le haga pasar por dolores y ultrajes. Expresa así su confianza total en Yahvé, que le ayuda a soportar esos sufrimientos: “Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido”. Al final, esa confianza salva al siervo y le da la victoria sobre sus enemigos, aunque sea pasando por la muerte. Su misión no es inútil, es eficaz: “Y sé que no quedaré avergonzado”.

        Así se describen proféticamente los ultrajes y vejaciones de Cristo; por esta pasión tuvo que pasar para llevarnos a la vida y la salvación. Y todo esto por un solo motivo: por obediencia al Padre, para la salvación de los hombres, con amor extremo, hasta dar la vida. Correspondamos nosotros al verdadero Siervo de Dios y amemos como Él, aunque este amor nos haga pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a vivir su misma vida. De esta forma el misterio de la cruz, que cumple las predicciones de Isaías y aparece como “debilidad de Dios” se convierte en “fuerza de Dios y salvación de Dios para los que  creen”. En Dios los débiles y humildes son fuertes si se apoyan en Él como el Siervo Jesús.

 

SEGUNDA LECTURA: Flp 2, 6-11

 

        Este texto es un himno prepaulino, que canta el misterio personal de Cristo: existencia divina, que se hace existencia humana como uno de nosotros, sin exigir honor y reconocimiento divino, sino que se vació de sí mismo en servicio del hombre: “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”. Cristo no sólo esconde estos derechos divinos, sino que se despoja de ellos hasta exponerse a los más amargos insultos y someterse al suplicio de la cruz: “Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”. Sólo un amor infinito puede explicar los desconcertantes sufrimientos y humillaciones de Jesús de Nazaret. Sólo la omnipotencia del Amor Infinito pudo realizar este misterio de amor por el dolor en una humanidad creada. Este misterio no ha dejado de impresionar desde entonces al mundo entero. Nosotros debiéramos corresponder agradecidos a tanto amor. Lo hizo por nosotros, por cada uno de nosotros, para que tuviéramos vida eterna.

        Por haberse hecho obediente al Padre hasta la muerte, su Padre lo hace igual a Él, y la humanidad de Cristo, identificada totalmente con el Hijo de Dios, es una sola persona, sentada a la derecha del Padre, recibiendo igual honor y gloria: “¡Jesucristo es Señor! Para gloria de Dios Padre”. Este será nuestro premio si obedecemos a Dios y sufrimos por Él en el cumplimiento de su voluntad.

 

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

1.- Toda la reflexión de la liturgia de este día, Domingo de Ramos, podría compendiarse en dos palabras, probablemente gritadas por la misma gente a pocos días de distancia, y que expresan perfectamente el significado de los dos acontecimientos que recordamos en la presente liturgia dominical: “¡Hosanna!”, domingo de Ramos, “¡Crucifícale!”,  Viernes Santo. La palma y la cruz son los símbolos que mejor lo expresan y significan.

Nuestra celebración comienza hoy con un “¡Hosanna!” y se rematará el Viernes Santo con un “¡Crucifícale!”. La palma del triunfo y la cruz de la Pasión, lejos de constituir un contrasentido, es el corazón mismo del misterio que queremos celebrar. Escudriñando la voluntad del Padre, comprendió que había llegado su “hora”, y la acogió con la obediencia libre de Hijo y con amor infinito a los hombres: “Sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1).

 

(EMPEZAR AQUÍ LA HOMILÍA:

2.- La lectura de la página evangélica ha puesto ante nuestra mirada las terribles escenas de la Pasión de Jesús: su sufrimiento físico y moral, el beso de Judas, el abandono de los discípulos, el proceso ante Pilato, los insultos y escarnios, la condena, la calle de la Amargura, la crucifixión. Por último, el sufrimiento más misterioso: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Luego, un fuerte grito, y la muerte.

¿Por qué todo esto? El Prefacio, principio de la plegaria eucarística, nos brindará la respuesta: «Siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores, y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales. De esta forma, al morir, destruyó nuestra culpa, y al resucitar, fuimos justificados».

Nuestra celebración significa por tanto agradecimiento y amor a aquel que se sacrificó por nosotros, al Siervo del Señor que, como anunciara el profeta, “no se rebeló, no se echó atrás, ofreció la espalda a los que lo golpeaban, no ocultó el rostro a insultos y salivazos” (ls 50,4).

 

    3.- Nosotros, la Iglesia del siglo XXI, sin embargo, al leer el relato de la Pasión en este domingo no se limita a considerar exclusivamente los sufrimientos de Jesús, sino que se acerca con temblor y confianza a este misterio, sabedora de que su Señor ha resucitado. Es la luz de la Pacua que nos ilumina.

La luz de Pascua desvela el triunfo sobre la muerte y la gran enseñanza de la Pasión: la vida eterna de todos los hombres se afirma mediante la entrega total de un sí hasta arrostrar la muerte por los demás. No concibió Jesús su existencia terrenal como búsqueda de poder, como competición arribista por conseguir el éxito, como voluntad de dominio sobre los demás. Al contrario, renunció a los privilegios de su condición divina, asumió la condición de esclavo haciéndose semejante a

los hombres, obedeció al proyecto del Padre hasta morir en la cruz. Así legó a sus discípulos y a la Iglesia una preciada enseñanza: “Si el grano

de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”(Jn 12, 24).

 

4.- Queridos hermanos: Jesús murió y resucitó, y ahora vive para siempre. Él entregó su vida, pero nadie se la quitó; la entregó “por nosotros” (Jn 10, 18). Mediante su cruz nos ha llegado la vida. Gracias a su muerte y resurrección el Evangelio triunfó y nació la Iglesia. En este día repitamos con San Pablo:  “Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él” (2 Tm 2, 11). Porque solo Jesús es “Camino, Verdad y Vida” (cf. Jn 14, 6).

Entonces, “¿quién podrá apartarnos del amor de Cristo?”. El Apóstol respondió también por nosotros: “Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rm 8, 38-39).

¡Gloria y alabanza a ti, oh Cristo, Verbo de Dios, Salvador del mundo! porque con tu pasión y muerte nos has llevado a todos a la vida eterna!

¡Jesucristo Eucaristía, pan de vida eterna y amigo entrañable de todos los hombres, ahora presente en todos los Sagrarios de la tierra, nosotros creemos en Ti, nosotros confiamos en Ti, Tú eres el Hijo de Dios, el Único Salvador del mundo¡

 

 

PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN MATEO:

       

        QUERIDOS HERMANOS: Se abre la Semana Santa  con este recuerdo de la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, que se verificó exactamente el domingo de Ramos antes de su pasión. El domingo de Ramos, que estamos celebrando, es el pórtico grande de esta semana mayor de la Iglesia, en la que celebramos los misterios más grandes de nuestra fe cristiana:

-- el Jueves Santo es el día de la institución de la Eucaristía: “este es mi cuerpo…, y día de la institución del Sacerdocio: “haced…

-- día del mandato nuevo: Amaos los unos a los otros…;

-- el Viernes Santo es el día de la pasión y de muerte del Señor;

-- para terminar en el domingo que es  el domingo primero y origen de todos los domingos, o Pascua de Resurrección, en la que celebramos la Resurrección de Cristo, que es también la nuestra,  hacia donde todos los cristianos se encaminan, para la cual nos preparamos durante la Cuaresma y que es el fin de toda la Semana Santa, fundamento de nuestra fe en Jesucristo: Hijo de Dios y único Salvador de los hombres y principio y fin de toda la vida cristiana. La Resurrección de Cristo es la prueba suprema de su divinidad, de su vida y misión salvadora y fundamento de nuestra resurrección y de la vida eterna, y repito: centro y culmen de toda la semana santa, de toda la vida y misión de Cristo y certeza de nuestra resurrección. Y con creer y esperar y pedir esto está ya toda la razón de nuestro ser y existir.

        1.- Por eso, Jesús es y tiene que ser el protagonista de toda la Semana Santa en la iglesia, empezando por este domingo de Ramos, celebrado en las iglesias y no en las procesiones y demás, porque esto es un sacramento de Cristo y aquello son actos piadosos del pueblo cristiano. No es que yo esté en contra, pero la misa de hoy y de estos días es más importante que las procesiones y demás actos que se puedan hacer.

La semana santa auténtica y sacramental se celebra en las iglesias. Y para celebrar todos estos misterios, es necesario que esté presente el que los realizó entonces y siempre, Jesucristo. Por eso es bueno y necesario venir a la iglesia estos días para celebrar con Cristo, por medio del sacerdote que le representa, estos misterios de nuestra salvación y de nuestros hijos, a los que tenemos  que hablarles de esto. Ya sé que lo hacéis y lo difícil que lo está poniendo esta sociedad, pero yo como sacerdote y en nombre de Cristo tengo el deber de proclamarlo. Os espero en las celebraciones litúrgicas de la iglesia. El Señor os espera. El Señor vendrá y hará presente todos estos misterios el Jueves y Viernes santo, sobre todo, la Vigilia y Domingo de Resurrección para decirnos que somos eternos, que Él ha vencido la muerte para que todos tengamos vida eterna y de gozo celestial en el cielo para siempre, para siempre, eternamente. Así sea y lo espero de todos.

Pero mirad Jesús, que se había opuesto siempre a toda manifestación pública y que huyó cuando el pueblo quiso proclamarlo rey, hoy se deja llevar en triunfo, en un humilde asno. Ahora que está a punto de ser llevado a la muerte, acepta su aclamación pública como Mesías. Acepta ser reconocido como Rey, pero como un Rey con características inconfundibles: humilde y manso, que entre en la ciudad santa montado en un asnillo. Es un rey que proclamará su realeza sólo ante los tribunales y aceptará que se ponga la inscripción de su título de rey solamente en la cruz.

        La entrada jubilosa en Jerusalén constituye el homenaje espontáneo del pueblo a Jesús, que se encamina, a través de la pasión y de la muerte, a la plena manifestación de su Realeza divina. Aquella muchedumbre, que hoy le aclama, no podía comprender el alcance de su gesto, pero la comunidad y los fieles que hoy lo celebramos sí podemos comprenderlo y proclamar con el pueblo judío de entonces: «Tú eres el Rey de Israel y el noble hijo de David, tú, que vienes, Rey  bendito, en nombre del Señor. Ellos te aclamaban jubilosamente, cuando ibas a morir; nosotros celebramos tu gloria, oh Rey eterno» (MR).

        2.- Nosotros también, este domingo, tenemos que abrir nuestro corazón a Cristo para que entre como rey victorioso en nuestras vidas, al menos en esta semana, que debemos vivirla toda para Él y con Él, participando, no sólo en las procesiones de nuestras calles, sino, sobre todo, en los actos litúrgicos y sacramentales, portadores de su gracia y celebrados por las comunidades  cristianas en las iglesias.

No podemos decepcionar a Cristo, dejándole sólo en sus celebraciones litúrgicas, que son las verdaderamente cristianas y santificadoras, celebradas por Él. Hay que vencer toda pereza y rutina, para que ésta sea verdaderamente una Semana Santa y cristiana para todos, no pagana.

Si todos nosotros deseamos vernos rodeados por familiares y amigos en los momentos trascendentales de nuestra vida, ahora vamos a celebrar los más importantes de la vida de Cristo y de la humanidad. Y quiere estar acompañado por todos los suyos, todos nosotros. Que nadie falte a estas citas y presencias de fe y amor en los cultos de las iglesias. Que no dejemos solo a Cristo otra vez con la cruz. 

 

        3.- Cuando se lee este Domingo de Ramos la Pasión del Señor, uno queda tan profundamente impresionado, que no tiene ánimos para hacer comentario alguno sobre tan estremecedor acontecimiento. Pero la Liturgia lo advierte expresamente. Hágase una breve homilía. Y a mí no se me ocurre otra cosa que decir extasiado con San Pablo, al contemplar estos hechos: “Me amó y se entregó por mí,” y luego guardar silencio y seguir meditando todos estos hechos salvadores en contemplación interior.

San Pablo quedó profundamente impresionado toda su vida por estos últimos hechos estremecedores de la pasión y muerte del Señor; sólo con repetir frases suyas haríamos hoy la mejor homilía. Voy a añadir dos textos más: “ No quiero saber más que mi Cristo y éste, crucificado…”; “Los griegos buscan sabiduría; los judíos buscan éxito, pero nosotros predicamos a Cristo y éste crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los griegos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que le aman”. Para terminar con este texto tan maravilloso de su Carta a los Filipenses:  “Estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy, sino que es Cristo quien vive en mí; y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.

        La Liturgia hoy nos invita a fijar la mirada en la gloria de Cristo, Rey eterno, para que los fieles estén preparados para comprender mejor el valor de su humillante pasión, camino necesario para la exaltación suprema. No se trata, pues, de acompañar a Jesús en el triunfo de una hora, sino de seguirle hasta el Calvario, donde, muriendo en  la cruz, triunfará para siempre del pecado y de la muerte. Estos son los sentimientos que la Iglesia expresa cuando, al bendecir los ramos, ora para que el pueblo cristiano complete el rito externo con devoción interna y espiritual, triunfando del enemigo y honrando de todo corazón la misericordiosa obra de la salvación del Señor. No hay un modo más bello de honrar la pasión de Cristo que conformándose con ella para triunfar con Cristo en la Pascua de la Resurrección. 

        Vivamos toda la Semana Santa que hoy iniciamos con estos sentimientos de sufrir y morir con Cristo; acompañémosle en su entrada triunfal en Jerusalén; ha subido para morir por todos nosotros. No faltemos a la liturgia del Jueves y del Viernes Santo. Y vivamos su triunfo en la Pascua, resucitando con Él a la vida nueva y eterna. El Señor lo merece. Murió y Resucitó por nosotros.

 

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QUERIDOS HERMANOS: Se abre la Semana Santa  con este recuerdo de la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, que se verificó exactamente el domingo antes de la pasión. El domingo de Ramos es el pórtico grande de esta semana mayor de la Iglesia. Está abierta la puerta para los misterios del Jueves Santo: día de la Eucaristía, del Sacerdocio y del mandato del amor fraterno y también del Viernes Santo: día de la pasión y de la muerte,  para llegar a donde todo se encamina y que es la razón de la Cuaresma y de toda la Semana Santa, la Pascua de la Resurrección.

 

        1.- Y para celebrar todos estos misterios, es necesario que esté presente el que los realizó. El Señor vendrá en esta Eucaristía. Pero mirad cómo nos dice el Evangelio que vino a realizarlos la primera vez y entró en Jerusalén. Jesús, que se había opuesto siempre a toda manifestación pública y que huyó cuando el pueblo quiso proclamarlo rey, hoy se deja llevar en triunfo, en un humilde asno. Ahora que está a punto de ser llevado a la muerte, acepta su aclamación pública como Mesías. Acepta ser reconocido como Rey, pero como un Rey con características inconfundibles: humilde y manso, que entre en la ciudad santa montado en un asnillo. Es un rey que proclamará su realeza sólo ante los tribunales y aceptará que se ponga la inscripción de su título de rey solamente en la cruz.

        La entrada jubilosa en Jerusalén constituye el homenaje espontáneo del pueblo a Jesús, que se encamina, a través de la pasión y de la muerte, a la plena manifestación de su Realeza divina. Aquella muchedumbre, que hoy le aclama, no podía comprender el alcance de su gesto, pero la comunidad y los fieles que hoy lo celebramos sí podemos comprenderlo y proclamar con el pueblo judío de entonces: «Tú eres el Rey de Israel y el noble hijo de David, tú, que vienes, Rey  bendito, en nombre del Señor. Ellos te aclamaban jubilosamente, cuando ibas a morir; nosotros celebramos tu gloria, oh Rey eterno» (MR).

 

        2.- Nosotros también, este domingo, tenemos que abrir nuestro corazón a Cristo para que entre como rey victorioso en nuestra vida, al menos en esta semana, que debemos vivirla toda para Él y con Él, participando, no sólo en las procesiones de nuestras calles, sino en los actos litúrgicos y sacramentales, portadores de su gracia y celebrados por las comunidades  cristianas en las iglesias. No podemos decepcionar a Cristo, dejándole sólo en sus celebraciones litúrgicas, que son las verdaderamente cristianas y santificadoras, celebradas por Él. Hay que vencer toda pereza y rutina, para que ésta sea verdaderamente una Semana Santa y cristiana, no pagana. Si todos nosotros deseamos vernos rodeados por familiares y amigos en los momentos trascendentales de nuestra vida, ahora vamos a celebrar los más importantes de la vida de Cristo. Y quiere estar acompañado por todos los suyos, todos nosotros. Que nadie falte a esta cita y presencia de fe y amor. Que no dejemos solo a Cristo otra vez con la cruz. 

 

        3.- Cuando se lee este Domingo de Ramos la Pasión del Señor, uno queda tan profundamente impresionado, que no tiene ánimos para hacer comentario alguno sobre tan estremecedor acontecimiento. Pero la Liturgia lo advierte expresamente. Hágase una breve homilía. Y a mí no se me ocurre otra cosa que decir extasiado con San Pablo, al contemplar estos hechos: “Me amó y se entregó por mí,” y luego guardar silencio y seguir meditando todos estos hechos salvadores en contemplación interior. San Pablo quedó profundamente impresionado toda su vida por estos últimos hechos estremecedores de la pasión y muerte del Señor; sólo con repetir frases suyas haríamos hoy la mejor homilía. Voy a añadir dos textos más: “ No quiero saber más que mi Cristo y éste, crucificado…”; “Los griegos buscan sabiduría; los judíos buscan éxito, pero nosotros predicamos a Cristo y éste crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los griegos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que le aman”. Y este tan maravilloso de su Carta a los Filipenses:  “Estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy, sino que es Cristo quien vive en mí; y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.

 

        La Liturgia hoy nos invita a fijar la mirada en la gloria de Cristo, Rey eterno, para que los fieles estén preparados para comprender mejor el valor de su humillante pasión, camino necesario para la exaltación suprema. No se trata, pues, de acompañar a Jesús en el triunfo de una hora, sino de seguirle hasta el Calvario, donde, muriendo en  la cruz, triunfará para siempre del pecado y de la muerte. Estos son los sentimientos que la Iglesia expresa cuando, al bendecir los ramos, ora para que el pueblo cristiano complete el rito externo con devoción interna y espiritual, triunfando del enemigo y honrando de todo corazón la misericordiosa obra de la salvación del Señor. No hay un modo más bello de honrar la pasión de Cristo que conformándose con ella para triunfar con Cristo en la Pascua de la Resurrección. 

        Repito en este momento la consideración que he realizado en la segunda lectura. Sólo un amor infinito puede explicar los desconcertantes sufrimientos y humillaciones de Jesús de Nazaret. Este misterio no ha dejado de impresionar desde entonces al mundo entero. Nosotros debiéramos corresponder agradecidos a tanto amor. Lo hizo por nosotros, por cada uno de nosotros, para salvarnos del pecado y de la muerte.

        Por haberse hecho obediente al Padre hasta la muerte, su Padre lo hace igual a Él, y la humanidad de Cristo, identificada totalmente con el Hijo de Dios, es única persona, sentada a la derecha del Padre, recibiendo igual honor y gloria: “¡Jesucristo es Señor! Para gloria de Dios Padre”. Este será nuestro premio si obedecemos a Dios y sufrimos por Él en el cumplimiento de su voluntad.        Vivamos toda la Semana Santa que hoy iniciamos con estos sentimientos de sufrir y morir con Cristo; acompañémosle en su entrada triunfal en Jerusalén; ha subido para morir por todos nosotros. No faltemos a la liturgia del Jueves y del Viernes Santo. Y vivamos su triunfo en la Pascua, resucitando con Él a la vida nueva y eterna. El Señor lo merece. Murió y Resucitó por nosotros.

 

 

 

 

TRIDUO PASCUAL

 

JUEVES SANTO DE LA CENA DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Ex 12, 1-8. 11-14

 

        La Eucaristía es pascua y es alianza. Para comprender el contenido de ambas realidades, es  necesario mirar al Antiguo Testamento, donde ambos acontecimientos se realizaron como icono y anticipo de la Pascua y Alianza de Cristo. La pascua hebrea, en tiempos de Cristo, era la fiesta principal del pueblo de Israel, expresada singularmente por el banquete del cordero pascual, que los judíos comían y comen todos los años según el rito prescrito y en el que celebran los acontecimientos del pasado, especialmente la liberación  de Egipto, pidiendo a Dios que siga renovando ahora las mismas  maravillas obradas entonces. Los textos de Ex 12 y Dt 16 la establecen como memorial de la salvación de Dios en favor de su pueblo. 

        La palabra pascua viene del hebreo <pesah> que significa «saltar por encima» y muy pronto pasó a referirse al hecho de que Yavéh “pasó de largo”por las puertas de los israelitas en el último castigo infligido a los egipcios en la liberación de Egipto, abarcando también el paso del mar Rojo, la caída del maná en el desierto y, sobre todo, la Alianza., realizada por Dios con su pueblo en las faldas del monte Sinaí.      Esta realidad de la pascua judía en el AT es fundamental para comprender la Pascua de Cristo en el NT. Dice S. Juan: “antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre..”.(Jn 13,1).  La pascua cristiana es el paso de Cristo y con Él de todos nosotros de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, llevando a plenitud la pascua antigua. La santa Eucaristía es la Nueva Pascua y la Nueva Alianza en la sangre del nuevo cordero de Dios, Cristo, Aque quita los pecados del mundo@creando el Nuevo Pueblo de la Iglesia.

        Esta Nueva Pascua fue instituida por Jesús en la Última Cena: “Tomad y comed todos de Él, este es mi cuerpo entregado por vosotros... tomad y bebed... esta es mi sangre derramada por vosotros..”.

 

SEGUNDA LECTURA: 1Cor 11,23-26: LA ALIANZA

 

        Dios, que había liberado a su pueblo de la esclavitud de Egipto, lo conduce al desierto, donde hace un pacto de amistad con Él, la alianza: “Ahora, si de veras escucháis  mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos”(Ex 12,14). Dios da a Moisés las tablas de la Ley y el pueblo se compromete a cumplirla. Y este pacto se sella con el sacrificio-banquete, previa la aspersión con la sangre del sacrificio de los becerros derramada sobre el altar, signo de la presencia de Dios, y sobre el pueblo, para establecer la alianza entre las dos partes, que de esta forman en cierto modo se hacen  <consanguíneas>.

        En el NT Cristo es el Cordero de Dios, que derrama su sangre por nuestra salvación y todos somos perdonados  por Dios de  nuestras culpas. En la Última Cena Dios establece un nuevo pacto de amor, una Nueva Alianza en la sangre de Cristo; nos da el abrazo de paz y somos su Nuevo Pueblo. En cada Eucaristía se renueva este pacto, Dios nos da la mano, como antes se hacía antiguamente para sellar los contratos humanos, y renovamos el compromiso de que Él sea nuestro Dios, el único Dios de nuestra vida, y nosotros nos comprometemos a ser su pueblo y a obedecer y cumplir sus mandatos.

 

 

EL JUEVES SANTO, DÍA DE LA EUCARISTÍA: INSTITUCIÓN (Jn 13,1-15)

 

        QUERIDOS HERMANOS: En estos días solemnísimos de la Semana Santa Cristo en persona debería realizar la liturgia, porque nuestras manos son torpes para tanto misterio y nuestro corazón débil para tantas emociones. Pero Cristo con su presencia corporal e histórica, quiso hacerla  visiblemente sólo una vez, la primera, y luego, oculto en en el pan consagrado de la Última Cena y en la humanidad de otros hombres, los sacerdotes, quiso continuar su obra hasta el final de los tiempos.

Por eso, ya que indignamente me toca esta tarde hacer presente ante vosotros a Cristo en la Última Cena que estamos celebrando, os pido que me creáis, porque os digo la verdad, siempre os digo la verdad, pero hoy de una forma especial en nombre de Cristo, a quien represento, aunque mi pobre vida sacerdotal más que revelaros esta presencia de Cristo en medio de vosotros, alguna vez pueda velarla.

Os pido que me creáis, cuando os hable esta tarde de esta maravillosa presencia de Cristo en su ofrenda total al Padre por nosotros y nuestra salvación, de esta presencia para siempre en el pan consagrado; de su presencia también en el barro de otros hombres, los sacerdotes, y cuando os recuerde también su presencia en los hermanos, con el mandato de amarnos los unos a los otros como Él nos amó.

 

1.- Todos recordáis aquella escena. La acabamos de evocar en la lectura del Evangelio. Fue  hace ventiún siglos, aproximadamente sobre estas horas, en la paz del atardecer más luminoso de la historia, Cristo nos amó hasta el extremo, hasta el extremo de su amor, hasta el extremo del tiempo y de sus fuerzas, instituyendo el sacramento de la Eucaristía, de su Amor extremo hasta la muerte y hasta el final de los tiempos. 

Aquel primer Jueves Santo de la Historia Jesús estaba emocionado, no lo podía disimular, le temblaba el pan en las manos porque sus palabras eran efluvios de su corazón: “Tomad y Comed, esto es mi cuerpo... bebed todos de la copa, esta es mi sangre que se derrama por vosotros..”. Y como Él es Dios, así se hizo, porque su poder y su amor es infinito, Él que hace el mundo, los claveles tan rojos, unos cielos de estrellas tan bellas e incontables.

Por eso, queridos hermanos, antes de seguir adelante, hagamos un acto de fe plena y total en la presencia real y verdadera de Cristo en el pan consagrado por Él en la Eucaristía como misa, comunión y sagrario. Porque Él está aquí. Siempre está ahí esperándonos con los brazos abiertos,, en el pan consagrado, pero hoy, Jueves Santo, día de la institución de este misterio casi lo vemos y barruntamos, sentimos más vivamente su presencia, que quisiera como saltar de nuestros manos sacerdotales o salir de nuestros sagrarios para vivir y establecerse en el corazón de cada uno de nosotros aquí presentes.

2.- Queridos hermanos, esta entrega, esta presencia de amor debiera revolucionar toda nuestra vida, si tenemos una fe viva y despierta en su presencia eucarística en la santa misa, en nuestras comuniones y en todos los Sagrarios de la tierra. Este Cristo Eucaristía nos está diciendo: Hombres, mujeres, niños, yo sé de otros cielos, de otras realidades insospechadas para vosotros, que os he venido a decir y conquistar para todos, Dios existe y os ama y por mi quiere se el camino y el alimento para la vida eterna, una vida que no terminará nunca ya, porque está llena Dios Trinidad, de su amor y felicidad infinitas.

Y Jesús en el evangelio de hoy nos viene a decir: Yo he venido a la tierra y he predicado este amor y os he amado hasta dar la vida para deciros y demostraros que todo esto es verdad, y desde el Pan eucarístico os estoy diciendo que todo el evangelio es verdad, que el Padre existe y os ama por mí pan consagrado os alimentais para la vida eterna con Dios; yo soy“el testigo fiel” de todo esto que, y por estar convencido de ellas, vine a vosotros, me hice hombre y luego un poco de pan dando mi vida para que vosotros todos tengaisla tengais eterna, desde cada Sagrario y misa y comunión os lo estoy diciendo y haciendo: Yo soy el pan de la vida, el que come de este pan vivirá eternamente: Yo soy el pan de la vida eterna, el que come de este pan tiene la vida eterna”  porque“Tanto amó Dios al mundo que  entregó  a su propio hijo para que perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”.

También el sacerdote, que os está predicando en este momento,  se siente pobre y falto de palabras  para describir toda la emoción y profundidad del amor de Cristo en  la Última Cena que estamos haciendo presente y celebrando esta tarde, pero todos vosotros que estais ahora aquí, dice el Señor, sois unos privilegiados porque me habéis descubierto en el pan consagrado, rezad por este mundo que se está alejadando de mí, de la eternidad de vida y gozo con Dios Trinidad.

Señor, todos los que estamos aquí creemos y confiamos en Ti. Sobre todo nosotros sacerdotes y religiosas con nuestra vida y entrega total te hemos demostrado que confiamos en Ti y vivimos para la vida eterna renunciando a muchas cosas de este mundo y todos, al pecado. Y en ratos de Sagrario o misa o comunión queremos que Tú nos incendies de amor y nos abrases, misas y comuniones más fervorosas, visitas todos los días a tu Presencia de amor en todos los Sagrarios de la tierra y te pedimos especialmente por todos los hombres y parte del pueblo cristiano que no cree en tu presencia de amor en los Sagrarios, ni viene a misa los domingos ni comulgan en su vid.

Señor, nosotros creemos en Ti porque Tú conservas intactas en tu corazón todas las emociones del primer Jueves Santo, Tú puedes hacerlas ahora presentes para todos nosotros; Señor, quémanos con ellas el corazón, porque estas cosas no se comprenden si no se viven, solo se comprenden si amamos como Tú... y nosotros no podemos, sólo un corazón en llamas como el tuyo del primer jueves santo puede captar estas realidades divinas, inabarcables para la inteligencia humana, solo tu amor puede tocarlas y fundirnos en una sola realidad en llamas contigo, pan divino de Eucaristía. Señor, danos ese amor, tu amor, para que yo pueda amarte como Tú me amas en la Eucaristía, en la santa misa, en la Comunión, en todos los Sagrarios de la tierra.

 

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EL JUEVES SANTO, DÍA DE LA INSTITUCIÓN DEL SACERDOCIO

 

Queridos hermanos: El Jueves Santo es el día de la institución de la Eucaristía,pero también delSacerdocio católico que la realiza.Cristo hizo a los sacerdotes porque en el correr de los siglos vio una multitud necesitada de Salvación y hambrienta de Dios, de cielo, de eternidad...Jesús hizo a los  sacerdotes encargados de amasar este pan de Eucaristía, esta harina divina, Jesús hizo a los sacerdotes, cuando les dio el mandato de seguir celebrando la Eucaristía: “Haced esto en conmemoración mía”: seguid haciendo esto mismo vosotros; por el amor que tengo a todos los hombres de todos los tiempos, seguid vosotros y vuestros sucesores consagrando esta Hostia santa en mi nombre y así hizo Jesús a los sacerdotes, así instituyó Jesús el sacerdocio católico como prolongación de su mismo sacerdocio, con su mismo poder sobre su cuerpo  físico, la Eucaristía, y sobre su cuerpo místico, la Iglesia. ¡Qué grandeza ser sacerdote, cuánta gracia, cuánto poder!

Cuando las almas tienen fe, se sobrecogen ante el misterio del sacerdocio, porque el sacerdote católico tiene poderes divinos, es sembrador, cultivador y recolector de eternidades, cultiva la  salvación eterna, única y trascendente del hombre, y para eso tiene el poder divino de la Eucaristía y del perdón de los pecados. Si tuviéramos más fe, pero fe viva, viva... ¡Qué grande es ser sacerdote!

¡Qué bueno es el Señor! Para que nunca faltase sobre nuestros altares su ofrenda de adoración al Padre y salvación de los hombres; para que nunca pasásemos hambre de eternidad y de Dios, para que siempre tuviéramos el perdón de los pecados, Jeús hizo a los sacerdotes, como sembradores de eternidades y continuadores de su vida y misión salvadora y santificadora.

Aquella noche santa, de un mismo impulso de su amor, brotaron la Eucaristía y los encargados de amasarla. Por eso están y deben permanecer siempre tan unidos la Eucaristía y el sacerdote. La Eucaristía necesita esencialmente del sacerdote para realizarse y por eso el sacerdote nunca es tan sacerdote como cuando celebra la Eucaristía: el sacerdocio tiene relación directa con la Eucaristía y la Eucaristía está pidiendo un sacerdote que la realice con el poder y el amor del Único Sacerdote, Jesucristo, y la siga adorándo con su vida.

 

4.-“Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí..”.dice el Señor.Qué profundo significado encierran estas palabras para todos, especialmente para nosotros, los sacerdotes. Todos debiéramos recordarlas cuando celebramos la santa Eucaristía: “acordaos de mí...”.  acordaos de mis sentimientos y deseos de redención por todos los hombres, acordaos de mi emoción y amor por vosotros, acordaos de mis ansias de alimentar en vosotros mi misma vida de amor, de amor divino de Dios hecho hombre hasta morir por amor en la cruz para la salvación de todos y todo esto, todo, por amor gratuito, toda su vida, toda su muerte y resurrección se hacen presente por medio de nosotros, los sacerdotes, o mejor, de Cristo Sacerdote en nosotros y por nosotros…, qué misterio, qué grandeza ser sacerdote…y nosotros a veces, distraidos olvidando, estamos distraídos en nuestras Eucaristías, en nuestras comuniones, pasamos poco ratos de amor ante el Sagrario, ante los sagrarios olvidados de nuestras parroquias, iglesias muchas veces sin presencia de amor diarias de sacerdotes o religiosos como amigos agradecidos al amor y confianza y responsabilidad de eternidades de los hombres nuestros hermanos que Dios ha puesto sobre nosotros,  pasamos ante el Sagrario como si el sagrario fuera un trasto más de la iglesia, sí, al que tal vez ponemos flores a veces, pero sin nosotros, sin nuestra presencia diaria de amor, sin nuestra amistad y compañía.

El Señor siempre nos está diciendo desde la Eucaristía: Vosotros, los sacerdotes, cuando consagréis este pan y vosotros, los  comulgantes, cuando comulguéis este pan, acordaos de toda esta ternura verdadera que ahora y siempre siento por vosotros, de este cariño que me está traicionando y me obliga a quedarme para siempre tan cerca de vosotros en el pan consagrado, sabiéndolo todo, sí, pero confiando en vuestra respuesta de amor... “Acordaos de mí…”

“Acordaos de mí…”Nosotros, Señor, esta tarde de Jueves Santo, NO TE OLVIDAMOS. Quisiéramos celebrar esta Eucaristía y comulgar tu Cuerpo con toda la ternura de nuestro corazón, que te haga olvidar todas las  traiciones y sufrimientos que sufriste entonces y por las de ahora, por tantos olvidos y distracciones e indiferencias nuestras y de tantos cristianos;  nosotros ahora, Señor, nos  acordamos agradecidos de todo lo que nos dijiste e hiciste y sentiste y sigues sintiendo por nosotros: os amo, doy mi vida por vosotros, me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos. Tomad y comed, esto es mi cuerpo… vosoros sois mis amigos, nadie ama más que el da la vida por los amigos” y tú la das por todos en cada Eucaristía, en cada Sagrario como la diste entonces y ahora y por eso te recordamos y recordaremos siempre agradecidos, desde lo más hondo de nuestro corazón.

Jueves Santo, día grande cargado de misterios, día especial para la comunidad creyente, nuestro día más amado, deseado y celebrado, porque es el día en que Jesús se quedó para siempre con nosotros de dos formas: una, material, en el pan consagrado; otra, humana, bajo la humanidad de otros hombres. Porque la Eucaristía es Cristo oculto y sacramentado bajo las especies del pan y del vino, y el sacerdote es también Cristo mismo, bajo el barro de otros hombres. Las apariencias son accidentales, pero los sacerdotes y el pan y el vino consagrados, por dentro, son Jesús. Y por eso, en cada misa el sacerdote puede decir: “Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”… la mía, la de Gonzalo, no la de Cristo… y sin olvidar la tercera verdad y enseñanza de Cristo en el Jueves Santo: “amaos los unos  a los otros como yo os he amado”todos los que venimos a misa o comulgamos o visitamos a Cristo en el Sagrario tenemos que amar y amarnos como Él nos amó: tercera verdad que debemos meditar en el jueves santo para practicarla en nuestra vida, el amor fraterno que Cristo instituyó y quiere que vivamos los creyentes. Este mandato de amor del Cristo Eucaristía no lo debemos olvidar nunca sobre todo cuando cumulgamos y le visitamos en el Sagrario. Así lo deseo y lo pido en este día del Jueves Santo. Amén, así sea.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN: 13,1-15

 

        QUERIDOS HERMANOS: En estos días solemnísimos de la Semana Santa, Cristo en persona debería realizar la liturgia, porque nuestras manos son torpes para tanto misterio y nuestro corazón débil para tantas emociones. Pero Cristo con su presencia corporal e histórica, quiso hacerla  visiblemente sólo una vez, la primera, y luego, oculto en en el pan consagrado de la Última Cena y en la humanidad de otros hombres, los sacerdotes, quiso continuar su obra hasta el final de los tiempos. Por eso, ya que indignamente me toca esta tarde hacer presente ante vosotros la Última Cena, os pido que me creáis, porque os digo la verdad, siempre os digo la verdad, pero hoy de una forma especial en nombre de Cristo, a quien represento, aunque mi pobre vida sacerdotal más que revelaros esta presencia de Cristo en medio de vosotros,  pueda velarla.

Os pido que me creáis, cuando os hable de esta maravillosa presencia de Cristo en su ofrenda total al Padre por nosotros y nuestra salvación, de esta presencia para siempre en el pan consagrado; de su presencia también en el barro de otros hombres, los sacerdotes, y cuando os recuerde también su presencia en los hermanos, con el mandato de amarnos los unos a los otros como Él nos amó.

 

1.- Todos recordáis aquella escena. La acabamos de evocar en la lectura del Evangelio. Fue  hace veinte siglos, aproximadamente sobre estas horas, en la paz del atardecer más luminoso de la historia, Cristo nos amó hasta el extremo, hasta el extremo de su amor y del tiempo y de sus fuerzas, e instituyó el sacramento de su Amor extremo.  Aquel primer Jueves Santo Jesús estaba emocionado, no lo podía disimular, le temblaba el pan en las manos, sus palabras eran profundas, efluvios de su corazón: “Tomad y Comed, esto es mi cuerpo... bebed todos de la copa, esta es mi sangre que se derrama por vosotros..”. Y como Él es Dios, así se hizo. Para Él, esto no es nada, Él que hace los claveles tan rojos, unas mañanas tan limpias, unos paisajes tan bellos.

Y así amasó Jesús el primer pan de Eucaristía. Porque nos amó hasta el extremo, porque quiso permanecer siempre entre nosotros, porque Dios quiso ser nuestro amigo más íntimo, porque deseaba ser comido de amor por los que creyesen y le amasen en los siglos venideros, porque “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, como nos dice el Apóstol Juan, que lo sabía muy bien por estar reclinado sobre su pecho aquella noche. Por eso, queridos hermanos, antes de seguir adelante, hagamos un acto de fe total y confiada en la presencia real y verdadera de Cristo en la Eucaristía. Porque Él está aquí. Siempre está ahí, en el pan consagrado, pero hoy casi barruntamos más vivamente su presencia, que quisiera como saltar de nuestros sagrarios para hacer presente otra vez la liturgia de aquel Jueves Santo, sin mediaciones sacerdotales.

        Dice el Papa Juan Pablo II en la Encíclica  ECCLESIA DE EUCHARISTIA: «Los Apóstoles que participaron en la Última Cena, ¿comprendieron el sentido de las palabras que salieron de los labios de Cristo? Quizás no. Aquellas palabras se habrían aclarado plenamente sólo al final del <Triduum sacrum>» es decir, el paso que va de la tarde del jueves hasta la mañana del domingo. En esos días se enmarca el <mysterium paschale>; en ellos se inscribe también el <mysterium eucharisticum> (Ecclesia de Eucharistia, 2b).

2.- Queridos hermanos, esta entrega en sacrificio, esta presencia por amor debiera revolucionar toda nuestra vida, si tuviéramos una fe viva y despierta. Descubriríamos entonces sus negros ojos judíos llenos de luz y de fuego por nosotros, expresando sentimientos y palabras que sus labios no podían expresar; esos ojos tan encendidos podrían despertar a tantos cristianos dormidos para estas realidades tan maravillosas, donde Dios habla de amor incomprensible para los humanos. Este Cristo eucaristizado nos está diciendo: Hombres, yo sé de otros cielos, de otras realidades insospechadas para vosotros, porque son propias de un Dios infinito, que os amó primero y os dio la existencia para compartir una eternidad con todos y cada uno de vosotros. Yo he venido a la tierra y he predicado este amor y os he amado hasta dar la vida para deciros y demostraros que son verdad, que el Padre existe y os ama,  y que el Padre las tiene preparadas para vosotros; yo soyAel testigo fiel,@que, por afirmarlas y estar convencido de ellas, he dado mi vida como prueba de su amor y de mi amor, de su Verdad, que soy Yo, que me hizo Hijo aceptándola: “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios la Palabra era Dios”; “ Tanto amó Dios al mundo que  entregó  a su propio hijo para que perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”.

También el sacerdote, que os está predicando en este momento,  se siente pobre y falto de palabras  para describir toda la emoción y profundidad de la Última Cena que estamos celebrando: Señor, yo hago lo que puedo, repito tus palabras, tus hechos, pero no puedo robarte tu corazón, que es el centro y la fuente de toda esta liturgia. Mi vida también es pobre. Yo les he dicho que Tú estás aquí por amor, en la Eucaristía que celebramos, en el pan que consagramos. Háblales tú al corazón con esas palabras que incendian, abrasan y que jamás se olvidan. Señor, Tú conservas intactas en tu corazón todas las emociones de aquel día, Tú puedes y debes hacerlas ahora presentes para todos nosotros; Señor, quémanos con ellas el corazón, porque estas cosas solo se comprenden si amamos como Tú...con ese amor que Tú mismo nos tienes que dar: “Los que me coman vivirán por mí,” porque la Eucaristía es un misterio de amor, que  sólo se comprende cuando se ama así, hasta el extremo, como Tú; sólo un corazón en llamas puede captar estas realidades divinas, inabarcables para la inteligencia, solo el amor puede tocarlas y fundirse en una sola realidad en llamas con ellas, solo el amor. Señor, danos ese amor, tu amor, para que yo pueda amarte como Tú me amas.

 

3.- El Jueves Santo es el día de la Eucaristía,pero también delSacerdocio.Porque después de veinte siglos, ¿de qué nos hubiera servido a nosotros tanto amor, tanta entrega, si no hubiera alguien encargado de multiplicarlo y ponerlo sobre nuestros altares? Por eso, porque en el correr de los siglos Cristo vio una multitud hambrienta de Dios, de cielo, de eternidad...Jesús hizo a los  encargados de amasar este pan, esta harina divina, Jesús hizo a los sacerdotes, cuando les dio el mandato de seguir celebrando la Eucaristía: “Haced esto en conmemoración míaB: seguid haciendo esto mismo vosotros; por el amor que tengo a todos los hombres, seguid consagrando vosotros y vuestros sucesores esta Hostia santa. Comunicad este poder sagrado a otros. Haced que otros puedan consagrar,  y así instituyó Jesús el sacerdocio católico como prolongación de su mismo sacerdocio, con poder sobre su cuerpo  físico, la Eucaristía, y sobre su cuerpo místico, la Iglesia. Qué grandeza ser sacerdote, cuánta gracia, cuánto poder.

Cuando las almas tienen fe, se sobrecogen ante el misterio del sacerdocio, porque el sacerdote católico tiene poderes divinos, trascendentes, es sembrador, cultivador y recolector de eternidades, cultiva la  salvación única y trascendente del hombre, tiene el poder divino de la Eucaristía y del perdón de los pecados:“Dijeron, éste blasfema, solo Dios puede perdonar los pecados”.  Si tuviéramos más fe...

(Qué bueno es el Señor! Para que nunca faltase sobre nuestros altares su ofrenda de adoración al Padre, en obediencia extrema, hasta dar la vida; para que nunca pasásemos hambre de Dios, para que siempre tuviéramos el perdón de los pecados, hizo a los sacerdotes, como continuadores de su misión y tarea. Aquella noche, de un mismo impulso de su amor, brotaron la Eucaristía y los encargados de amasarla. Por eso están y deben permanecer siempre tan unidos la Eucaristía y el sacerdocio. La Eucaristía necesita esencialmente del sacerdote para realizarse y por eso el sacerdote nunca es tan sacerdote como cuando celebra la Eucaristía: el sacerdocio tiene relación directa con la Eucaristía y la Eucaristía está pidiendo un sacerdote que la realice.

 

4.-“Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí..”.dice el Señor. Qué profundo significado encierran estas palabras para todos, especialmente para nosotros, los sacerdotes. Todos debiéramos recordarlas cuando celebramos la santa Eucaristía: “acordaos de mí...”.  acordaos de mis sentimientos y deseos de redención por todos, acordaos de mi emoción y amor por vosotros, acordaos de mis ansias de alimentar en vosotros la misma vida de Dios, y nosotros, muchas veces, estamos distraídos sin saber lo que hacemos o recibimos; bien estuvo que nos lo recordases, Señor, porque Tú verías muchas distracciones, mucha rutina, muchos olvidos y desprecios, en nuestras Eucaristías, en nuestras comuniones, distraídos sin darte importancia en los sagrarios olvidados como trastos de la iglesia, sin presencia de amigos agradecidos. Vosotros, los sacerdotes, cuando consagréis este pan y vosotros, los  comulgantes, cuando comulguéis este pan, acordaos de toda esta ternura verdadera que ahora y siempre siento por vosotros, de este cariño que me está traicionando y me obliga a quedarme para siempre tan cerca de vosotros en el pan consagrado, en la confianza de vuestra respuesta de amor... “Acordaos..”.. Nosotros, esta tarde de Jueves Santo, NO TE OLVIDAMOS. SEÑOR, Quisiéramos celebrar esta Eucaristía y comulgar tu Cuerpo con toda la ternura de nuestro corazón, que te haga olvidar todas las  distracciones e indiferencias nuestras y ajenas;  nos acordamos agradecidos ahora de todo lo que nos dijiste e hiciste y sentiste y sigues sintiendo por nosotros y te recordamos y recordaremos siempre agradecidos, desde lo más hondo de nuestro corazón.

Jueves Santo, día grande cargado de misterios, día especial para la comunidad creyente, nuestro día más amado, deseado y celebrado, porque es el día en que Jesús se quedó para siempre con nosotros de dos formas: una, material, en el pan consagrado; otra, humana, bajo la humanidad de otros hombres. Porque la Eucaristía es Cristo oculto y sacramentado bajo las especies del pan y del vino, y el sacerdote es también Cristo mismo, bajo el barro de otros hombres. Las apariencias son accidentales, pero los sacerdotes y el pan y el vino consagrados, por dentro, son Jesús.

 

5.- Qué gozo ser sacerdote, tener un hijo sacerdote, un hermano sacerdote, un amigo sacerdote, tan cerca de Cristo, tan omnipotente, valóralo, estímalo, reza por ellos en este día, es  mejor que todos los puestos y cargos del mundo. No os maravilléis de que almas santas hayan sentido en su corazón un aprecio tan grande hacia el sacerdocio, cuando Dios las ha iluminado y han podido ver con fe viva este misterio; no había nada de exagerado en sus expresiones, todo es cuestión de fe, si Dios te la da. Una Teresa de Jesús, que se quejaba dulcemente al Señor, porque no hubiera nacido hombre para poder ser sacerdote. Una Catalina de Siena, que después de contemplar su grandeza, corría presurosa a besar las huellas de los dulces Cristo de la tierra. Un S. Francisco de Asís que decía, «Si yo viera venir por un camino a un ángel y a un sacerdote, correría decidido al sacerdote para besarle las manos, mientras diría al ángel: espera, porque estas manos tocan al Hijo de Dios y tienen un poder como ningún humano».

Comenzó Jesús exagerando la grandeza del sacerdocio, cuando en la última cena se postró ante ellos, ante los pies de los futuros sacerdotes y les dijo:“de ahora en adelante ya no os llamaré siervos, sino amigos, porque un siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamaré amigos, porque todo lo que me ha dicho mi Padre, os lo he dado a conocer...B         Y desde entonces, desde que Jesús dijo estas palabras, nosotros, los sacerdotes, somos sus íntimos y confidentes. Por eso, nos confía lo más sagrado que hay en el mundo: su cuerpo y las almas, la eternidad de los hombres.

 

6.- Cómo me gustaría que las madres cristianas cultivaran con fe y amor en su corazón la semilla de la vocación, para transplantarla luego al corazón de sus hijos, como  cultiváis en vuestras eras  las semillas de tabaco o de pimiento, para luego transplantarlas a la tierra. Hacen falta madres sacerdotales, en estos tiempos de aridez religiosa y desierto espiritual en nuestras comunidades.  Queridas madres, qué maravilla tener un hijo sacerdote,  que todas las mañanas toca el misterio, trae a Cristo a la tierra, lo planta entre los hombres con todos los dones de la Salvación. Si tuvieras más fe, querida madre, hacer a Dios de un trozo de pan y que fuera Navidad y Pascua para la almas que se acercan con amor...¡qué ayuda prestas a Dios y qué beneficio haces a la humanidad con un hijo sacerdote!  Querida madre ¿cuánto vale un alma? Cualquiera, no sólo la tuya o la mía sino hasta la del pecador más empedernido, vale una eternidad y tu hijo, sacerdote, puede salvarla con Cristo: “Vete en paz, tus pecados están  perdonados; a vosotros no os llamo siervos sino amigos..”. y tu hijo es amigo de Cristo para siempre y no siervo, y en cada Eucaristía, si está despierto en la fe, entra en el misterio de la Santísima Trinidad por el Espíritu, que da vida al Hijo, mediante una nueva encarnación sacramental en el pan, para gloria del Padre, y tu hijo sacerdote se mete y dialoga con los Tres sobre su proyecto por el Hijo, sacerdote y víctima de Salvación eterna para el mundo y los hombres y todo se realiza con la Potencia del Amor Personal del Espíritu Santo porque para el sacerdote, en ese momento, el tiempo ya no existe, ha terminado y a veces vienen ganas hasta de morir para vivir plenamente lo que está celebrando. Qué pena, Señor, que falte fe en el mundo, en las madres, para hablar de estas realidades a sus hijos, para decirles que Tú nos amas hasta el extremo.

 Hermanos, sabéis de mi sinceridad, y desde ella os digo: mil veces nacido, mil veces sacerdote por amor, porque Cristo existe y es verdad, la verdad más luminosa de mi vida que llena en plenitud toda mi vida..

 

 

HORA SANTA ANTE EL SEÑOR SACRAMENTADO

 

MONITOR: Hermanos, esta noche en que la Iglesia conmemora la Ultima Cena del Señor y su oración en el Huerto de los Olivos, en las que quiso estar acompañado de su íntimos, nos reunimos en torno al Sacramento de su Presencia real para recordar sus últimas palabras y recoger con ánimo agradecido los preciosos dones de la Eucaristía y del sacerdocio, cuya institución conmemoramos.

 

ORACIÓN DE TODOS LOS PRESENTES

 
        SEÑOR NUESTRO JESUCRISTO, COMO PEDRO, SANTIAGO Y JUAN, QUE OYERON TU VOZ ANGUSTIADA EN EL HUERTO DE LOS OLIVOS AL DECIRLES: “VELAD CONMIGO”, TAMBIÉN NOSOTROS ESTA NOCHE LA ESCUCHAMOS Y QUEREMOS ESTAR MUY CERCA DE TI.

        HACE POCO QUE LES HAS ENTREGADO TU CUERPO Y TU SANGRE, HECHOS “ALIMENTO PARA LA VIDA DE LOS HOMBRES”. POR ESO HOY TU PRESENCIA, EN MEDIO DE NOSOTROS, ES UNA REALIDAD. DÉJANOS ESTAR CONTIGO. TENEMOS MUCHO QUE AGRADECERTE POR TU LEGADO A LA IGLESIA EN LA ÚLTIMA CENA: INSTITUCION DE LA EUCARISTIA, INSTITUCIÓN DEL  SACERDOCIO  Y MANDATO DEL AMOR FRATERNO. EN LA LARGA ORACIÓN DE AQUELLA NOCHE PEDISTE AL PADRE POR  TODOS LO QUE CREERIAMOS EN TI.

        NOSOTROS, FRUTO DE TU ORACIÓN Y DE  TU SALVACIÓN, HEMOS VENIDO A TU PRESENCIA PARA AGRADERCERTE TODOS ESTOS DONES, ESPECIALMENTE TU PRESECIA EUCARÍTICA, PRESENCIA DE AMIGO, OFRECIDA PERMANENTEMENTE A TODOS LOS HOMBRES, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA.

        NECESITAMOS PERDIRTE MUCHAS COSAS PARA NOSOTROS Y PARA EL MUNDO, COMO TU LO HICISTE,  AQUELLA NOCHE EN LA CENA, CENA DE LA AMISTAD, DEL SACERDOCIO Y DEL AMOR FRATERNO, AMPLIAMENTE EXPLICADO EN TODOS LOS EVANGELIOS. NOSOTROS TAMBIÉN  QUEREMOS ORAR Y PEDIR ESTA NOCHE EN TU PRESENCIA EUCARÍSTICA, PORQUE “EL ESPIRITU ESTA PRONTO PERO LA CARNE ES DEBIL”.. Y QUEREMOS, SOBRE TODO, ACOMPAÑARTE EN LA NOCHE EN QUE TE ENTREGASTE  EN OFRENDA SACRICIAL, EN BANQUETE DE ALIANZA Y EN AMISTAD PERMANENTE EN EL PAN CONSAGRADO, QUE ADORAMOS Y VENERAMOS EN ESTOS MOMENTOS, Y QUE ERES TÚ MISMO, JESUCRISTO, VIVO Y RESUCITADO.

        ACÉPTANOS, SEÑOR, EN TU COMPAÑIA. QUEREMOS ACOMPAÑARTE EN ESTA NOCHE EN QUE TANTO SUFRISTE POR NOSOTROS. QUEREMOS CORRESPONDERTE. HAZ QUE SEA ASÍ  FECUNDO EN NOSOTROS TU SACRIFICIO REDENTOR.

        JESUCRISTO, EUCARISTÍA DIVINA, TÚ LO HAS DADO POR NOSOTROS, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA. TAMBIÉN NOSOTROS QUEREMOS DARLO TODO POR TI, PORQUE PARA NOSOTROS, TÚ LO ERES TODO; NOSOTROS QUEREMOS QUE LO SEAS TODO.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, YO CREO EN TI.

JESUCRISTO EUCARISTIA, YO CONFÍO EN TI

JESUCRISTO EUCARISTÍA, TÚ ERES EL HIJO DE    DIOS.

 

MONITOR: El Señor esta noche nos prometió que no nos dejaría huérfanos. Y no nos dejó. Se quedó perpetuamente con nosotros en la Eucaristía hasta la consumación de los siglos.

 

LECTURA DE LA CARTA DE SAN PABLO A LOS CORINTIOS: ll, 23-26

 

(SILENCIO MEDITATIVO)

 
MONITOR: Por eso nosotros hoy no tenemos por qué envidiar a la hemorroisa que tocó la fimbria de su vestido, ni a Zaqueo que le hospedó en su casa, ni a los hermanos de Betania que tanta veces se sentaron a la mesa con Él.

 

CANTO  (DE PIE) : CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES, CANTEMOS AL SEÑOR…

MONITOR: Por eso, porque está aquí, nosotros podemos hablarle esta noche, como le hablaban las gentes de su tiempo en Palestina. Y lo vamos a hacer con las mismas palabras que sus oídos de carne escucharon entonces.

        Avivemos nuestra fe en la presencia de Jesús Sacramentado, repitiendo las palabras del Apóstol Santo Tomás: (ver Manual de la Adoración)

¡Señor mío y Dios mío!

Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel.

Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo que ha venido a este mundo.

Señor, aumenta nuestra fe.

Creo, Señor, pero ayuda Tú mi incredulidad.

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Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.

Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron.

Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas.

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Dichosos los ojos que ven lo que nosotros vemos y los oídos que oyen lo que nosotros oímos; porque muchos patriarcas y profetas quisieron verlo y no lo vieron, oírlo y no lo oyeron.

Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

Señor, ¡qué bien estamos aquí!

Quédate con nosotros, Señor, que anochece.

Jesús, hijo de David, ten compasión de nosotros.

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Señor, si Tú quieres, puedes limpiarme.

Señor, que se abran nuestros ojos y veamos.

Explícanos, Señor, estas parábolas.

Señor, el que amas está enfermo.

Señor, danos siempre de ese pan, que eres Tú en la Eucaristía.

Señor, danos siempre de esa agua, que eres Tú, fuente de vida.

Enséñanos a orar.

 

MONITOR: Fieles a la recomendación del Señor y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir: Padre nuestro…                               

                                       ***

CANTO: Cerca de Ti, Señor, yo quiero estar; tu grande y tierno amor, quiero gozar.

 

MEDITACIÓN

 

“ARDIENTEMENTE HE DESEADO COMER ESTA CENA PASCUAL CON VOSOTROS”

 

QUERIDOS HERMANOS, presentes en esta Hora Santa ante el Señor Sacramentado: Ninguna lengua de hombre ni de ángel podrá jamás alabar suficientemente el designio y el amor de Cristo, al instituir la sagrada Eucaristía. Nadie será capaz de explicar ni de comprender lo que ocurrió aquella tarde del Jueves Santo, lo que sigue aconteciendo cada vez que un sacerdote pronuncia las palabras de la consagración sobre un trozo de pan. Todos los esfuerzos del corazón humano son incapaces de penetrar ese núcleo velado, que cubre el misterio, y que sólo admite una palabra, la que la Iglesia ha introducido en el mismo corazón de la liturgia eucarística: «Mysterium fidei»: « Este es el misterio de nuestra fe». Y la liturgia copta responde a esta aclamación: «Amén, es verdad, nosotros lo creemos».

 

1.- Fray Antonio de Molina, monje de Miraflores, escribió hace tres siglos y medio esta página vibrante y llena de amor eucarístico: ASi se junta la caridad que han tenido los hombres desde el principio del mundo hasta ahora y tendrán los que hubiere hasta el fin de Él, y los méritos de todos y las alabanzas que han dado a Dios, aunque entren en cuenta las pasiones y tormentos de todos los mártires y los ejercicios y virtudes de todos los santos, profetas, patriarcas, monjes... y finalmente, junta toda la virtud y perfección que ha habido y habrá de todos los santos hasta que se acabe el mundo...Todo esto junto no da a Dios tanta honra ni tan perfecta alabanza ni le agrada tanto como una sola Eucaristía, aunque sea dicha, por el más pobre sacerdote del mundo@.

Esta noche vamos a meditar sobre este  misterio de Cristo Eucaristía y vamos a tratar de explicarlo con palabras luminosas, suaves y meditativas. Siguiendo el relato que San Juan nos hace en su Evangelio, podemos captar los hechos y matices que acontecieron en aquella noche llena de amores y desamores, donde se cruzaron la traición de Judas al Señor por dinero, junto a la huida y el abandono de los once por  miedo y  los deseos de  salvación y entrega total por parte de Cristo, en un cruce de sentimientos y contrastes de caminos humanos y divinos, que es el Jueves Santo.

2.- Nos dice San Juan:“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. “ Sabiendo..”. Jesús sabía lo que tenía que hacer, aquello para lo que se había ofrecido al Padre en el seno de la Trinidad:“Padre no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad..”.  Los Apóstoles barruntaban también  algo especial aquella tarde; San Juan, como reclinó la cabeza sobre el corazón de Cristo, captó más profundamente este dramatismo.

Hay dos formas principales de conocer las cosas para los humanos: por el corazón o por la razón. Si el objeto de conocimiento no es pura materia, no es puro cálculo, el corazón capta mejor el objeto, poniéndose en contacto de amor y sentimientos con Él. La Eucaristía no es pura materia muerta o  pura verdad abstracta, quien se acerque a ella así, no la capta; aquí no es suficiente la fe seca y puramente teórica; la Eucaristía es una realidad en llamas, es Jesucristo vivo, vivo y resucitado, amando hasta el extremo, y hay que arder en amor y fe viva para captarla. La Eucaristía no es una cosa, es una persona amando con pasión,  es Jesucristo amando hasta donde nunca comprenderemos los hombres. Sin amor no es posible captarla, sentirla y vivirla; sin fe viva, no la experimentamos, y si no la experimentamos, no la comprendemos. Es puro rito y ceremonia. Sólo se comprende si se vive. Por eso, aunque siempre es eficaz en sí misma, a unos no les dice nada y a otros, a los santos y vivientes, los llena de su amor, de su amor vivo y quemante. 

Queridos hermanos, no os acerquéis nunca al Cristo del Jueves Santo, al Cristo de todas las Eucaristías, no os acerquéis a ningún sagrario de la tierra, no comulguéis nunca sin hambre, sin ansias de amor o al menos sin deseos de ser inflamados; si no amáis o no queréis amar como Él, no captaréis nada. Por eso, Señor, qué vergüenza siento, por este corazón mío, tan sensible para otros amores humanos, para los afectos terrenos y tan duro e insensible para Ti, para tu pan consagrado, para tu entrega total y eucarística, tan insensible para Ti; celebro y comulgo sin hambre, sin deseos de Ti, sin deseos de unión y amistad contigo. Pero Tú siempre nos perdonas  y sigues esperando, empezaré de nuevo, aquella primera Eucaristía tampoco fue plena, Judas te traicionó, los Apóstoles estaban distraídos, sólo Juan, porque amaba, porque sintió los latidos de tu corazón y se entregó y confió totalmente en Ti, comprendió tus palabras y tus gestos y nos los transmitió con hondura. 

 

3.- Por eso, queridos hermanos, esta noche, lo primero que hemos de pedirle a Jesús es amor, que nos haga partícipes del amor que siente por nosotros, y así podremos comprenderle y comprender sus gestos de entrega y donación,  porque el Cristo del Jueves Santo es amor, solo amor entregado y derramado en el pan que se entrega y  se reparte, en la sangre que se derrama por todos nosotros. Podríamos aplicarle aquellos versos del alma enamorada que, buscando sus amores, que se concentran sólo en Cristo, lo deja todo y pasa todas las mortificaciones necesarias de la carne y los sentidos, todas las pruebas de fe y purificaciones de afectos y amor a sí mismo, para llegar hasta Cristo:  «Buscando mis amores iré por esos montes y riberas; ni cogeré las flores, ni temeré las fieras y pasaré los fuertes y frontera» (Cántico Espiritual, 3). San Juan de la Cruz lo dice del alma enamorada de Dios que lo vence y atraviesa todo, los fuertes y fronteras de la carne y del pecado, para llegar hasta Dios. Aquí, el orden es inverso, es el del Hijo de Dios que por amor loco y apasionado por el hombre, dejar la gloria de su Cielo y viene a la tierra en busca del hombre con amor extremo hasta dar la vida por Él.

        El himno de la carta a los Filipenses expresa esta postración y humillación por el amor a los hombres: “Sentid entre vosotros lo mismo que Jesucristo, el cual, estando en condición de Dios, no se aferró avaramente a ser igual a Dios, sino que se vació Él mismo, y tomó condición de siervo, hecho semejante a los hombres: y al presentarse en situación de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso también le ha exaltado Dios y le ha hecho gracia de un Nombre sobre todo nombre, que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y en el infierno, y toda lengua proclame que Jjesucristo es señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 5-11)

 Esto lo hizo realidad el Señor con su Encarnación, atravesó los límites del espacio y del tiempo para hacerse hombre, y ahora continúa venciendo los nuevos límites, para hacerse presente a nosotros en cada Eucaristía, permaneciendo luego en cada sagrario de la tierra, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas, pero sin imponerse. Ha vencido por amor a nosotros todas las barreras, los muros y dificultades.

 

4.- Sigamos, hermanos, con este prólogo de San Juan a la Cena del Señor, porque «La institución de la Eucaristía, en efecto, anticipaba sacramentalmente los acontecimientos que tendrían lugar poco más tarde, a partir de la agonía en Getsemaní. Vemos a Jesús que sale del Cenáculo, baja con los discípulos, atraviesa el Cedrón y llega al Huerto de los Olivos. En aquel huerto quedan aún hoy algunos árboles de olivo muy antiguos. Tal vez fueron testigos de lo que ocurrió a su sombra aquella tarde, cuando Cristo en oración experimentó una angustia mortal y “su sudor  se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra” (Lc 22,44). La sangre, que poco antes había entregado a la Iglesia como bebida de salvación en el Sacramento eucarístico, “comenzó a ser derramada” »(Ecclesia de Eucharistia, 3).

 Jesús sabe que ha llegado su “hora”, es la Hora del Padre, esa Hora para la que ha venido, por la que se ha encarnado, que le ha llevado polvoriento y sudoroso en busca de almas por los caminos de Palestina y que ahora  le va a hacer pasar por la pasión y muerte para llevarle a la resurrección y a la vida.  Cristo se ve, por otra parte, en plenitud de edad y fuerza apostólica, con cuerpo y sangre perfectos, en plenitud de vida y misión; por eso, “aunque sometido a una prueba terrible, no huye ante su «Hora»: “¿Qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!”(Jn 12,27). Desea que los discípulos le acompañen y, sin embargo, debe experimentar la soledad y el abandono: “Con que no habéis podido velar una hora comigo? Velad y orad para que no caigáis en tentación”(Mt 26,40-41) (Ecclesia de Eucharistia 4a).

 La agonía en Getsemaní ha sido la introducción a la agonía de la Cruz del Viernes Santo: las palabras de Jesús en Getsemaní: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz..”.  tienen el mismo sentido que las pronunciadas desde la cruz: “¡Dios mío, Dios mío!” ¿por qué me has abandonado?. Y es que en Getsemaní ya siente dentro de sí toda esta pasión de soledad, tiniebla y oscuridad:  la divinidad le ha dejado solo, se ha alejado  de su humanidad, no la siente, ha empezado a dejarle solo con todo el peso de la salvación de los hombres por la muerte en cruz; es la noche de la fe de Cristo, más dolorosa y cruel que la cruz, que es dolor físico; pero estando acompañado, se lleva mejor; Cristo ve que va a ser inmolado como cordero llevado al matadero y Él quiere aceptar esa voluntad del Padre, quiere inmolarse, pero le cuesta.

En el primer Jueves Santo, que ahora hacemos presente recordándolo como <memorial>, son dos las partes principales del sacrificio ofrecido por Cristo al Padre y representadas ahora en el pan y el vino: el sacrificio del alma en noche y sequedad total de luz y comprensión y el sacrificio de su cuerpo que será triturado como el racimo en el lagar. Y ante estos hechos, cómo reaccionó Jesús? Nos lo dice S. Lucas: “Ardientemente he deseado comer esta cena pascual con vosotros antes de padecer” (Lc 22,15); “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo…” Para comprender al Cristo del Jueves Santo uno tiene que estar dispuesto a amar mucho, tiene que haber amado mucho alguna vez…  “Los amó hasta el extremo”, hasta donde el amor se agota y ya no existe más fuerza, tiempo o espacio, hasta la plenitud natural, psicológica y humana posible, hasta el último átomo y latido de su corazón, hasta donde su amor infinito encuentra el límite de lo posible en abandono sensible de su divinidad. En la hora trascendente de la muerte, de la sinceridad total y definitiva, Cristo se olvida de sí, sólo piensa en nosotros, pensó en ti, en mí y nos amó y nos ama y se entrega hasta el extremo.

Por eso, desde que existe el Jueves Santo, ningún hombre, ningún católico puede sentirse solo y abandonado, porque hay un Cristo que ya pasó por ahí y baja nuevamente en cada Eucaristía hasta nosotros para ayudarte y sacarte de la soledad y sufrimiento en que te encuentres.  Si nos sentimos a veces solos o abandonados, es que nuestra fe es débil, poca, porque desde cualquier Eucaristía y desde cualquier sagrario de la tierra, Cristo me está diciendo que me ama hasta el extremo, que piensa en ti y en todos, que no estás abandonado, que ardientemente desea celebrar la pascua de la vida y de la amistad contigo.

Queridos hermanos, el Amor existe, la Vida existe, la Felicidad existe, la podemos encontrar en cualquier sagrario de la tierra, en cualquier Eucaristía, en cualquier comunión eucarística. Esto debe provocar en nosotros sentimientos de compañía, amistad, gozo, de no sentirnos nunca solos, hay un Dios que nos ama. Cristo me explica en cada Eucaristía que me ama hasta el extremo, y todo este amor sigue en el pan consagrado. Pidamos a Dios virtudes teologales, solo las teologales, las que nos unen directamente con Él, luego vendrá todo lo demás. Es imposible creer y no sentirse amado hasta el extremo, es imposible amar a Cristo y no sentirse feliz, aun en medio de la hora del Padre que nos hace pasar a todos, si la aceptamos, por la pasión y la muerte del yo, de la carne y del pecado, para pasar a la vida nueva y resucitada de la gracia, de la caridad verdadera, de la generosidad, de la humildad y el silencio de las cosas, que nos vienen por la amistad con Él. Cristo es “ágape”, no  “eros”. Me busca para hacerme feliz y me quiere para llenarme, no para explotarme o para vaciarme, para hacerse feliz a costa de mí. 

 

5.- Sigue San Juan: “Comenzada la cena, como el diablo hubiese puesto ya en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas, y que había salido de Dios y a Él volvía, se levantó de la mesa, se quitó los vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó, luego echó agua en una jofaina y comenzó a lavar los pies de los discípulos” (13,3-5).

“Comenzada la cena..”. Cristo había comido y bebido muchas veces con otros durante su vida. Le acusaron de borracho y comilón. Pero la comida en torno a la mesa congrega también los corazones y unifica sentimientos, quita diferencias. Y esta cena era especial, porque, en primer lugar, recordaba la liberación del pueblo escogido. Estamos en la celebración de la pascua judía, dentro de la cual Cristo va a instaurar la nueva pascua cristiana, el definitivo paso de Dios junto a nosotros, el pacto de amor definitivo: “Yo seré vuestro único Dios y vosotros seréis mi pueblo”. Por eso, en esta Cena, hará gestos también definitivos.

Se levanta de la mesa, lo dice San Juan, y se dispone a lavar los pies de sus discípulos, trabajo propio de esclavos. Pedro lo rechaza, pero Jesús insiste,  para que nos demos cuenta todos sus discípulos de que a la Eucaristía hay que ir siempre con sentimientos de humildad y servicio a los hermanos, limpios de amor propio, para que sepamos que el amor verdadero a Dios pasa por el amor al hermano, como Cristo nos enseñó y practicó; se quitó el manto, para decirnos a todos sus discípulos que, para comprender la Eucaristía, hay que quitarse todos los ropajes de los conceptos y sentimientos puramente humanos, el abrigo de los afectos desordenados, de los instintos y de las pasiones humanas. Nos enseña a arrodillarnos unos ante otros y lavarnos los pies mutuamente, las ofensas, las suciedades de tanta envidia, que mancha nuestro corazón y nuestros labios de crítica que nos emponzoña y mancha el cuerpo y el alma, impidiendo a Cristo morar en Él. Cristo nos enseña, en definitiva, humildad: “Porque el hombre en su soberbia se hubiera perdido para siempre si Dios en su humildad no le hubiera encontrado”. Sólo ejercitándonos en amar y ser humildes, nos vamos capacitando  para comprender esa  lección de amor y humildad, que es la Eucaristía.

Y ahora, ya lavados, pueden comprender y celebrar el misterio: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”. Este pan que ahora os doy es mi propio cuerpo que ya se lo ofrezco al Padre y a vosotros, como hecho profético y anticipado que realizaré mañana cruentamente en la cruz; de Él quiero que comáis y os alimentéis hasta que se abran un día los graneros inacabables y eternos del cielo. No os dejo huérfanos, me voy de una forma para venir de otra, no os quedo tan solo mi recuerdo, mis palabras; os dejo en este pan toda mi persona entera, mi Evangelio entero y completo, toda mi vida entera, hecha adoración obediencial al Padre hasta la muerte y amor redentor por vosotros. Estaré presente con vosotros con una presencia misteriosa pero real hasta el final de los siglos. Estos panes de miga blanca o morena sentirán el ardor del horno y fuego de mi corazón y con ellos quemaré y abrasaré a los que me coman y me amen y los transformaré en amor y ofrenda al Padre. Todas las mañanas y todas las tardes de todos los días de todos los siglos bajaré del cielo a la tierra para alimentaros y estar con vosotros.AEl que me coma, vivirá por mí@,nunca estará solo.

“Bebed todos de este cáliz, es mi sangre que será derramada por la salvación de todos..”.Mi sangre no ha caído todavía en la tierra mezclada con sudor de muerte bajo los olivos y no ha goteado todavía desde los clavos de Gólgota, pero ha sido ofrecida ya en esta hora del Jueves Santo, ya está hecho el sacrificio.

Ya os dije antes, queridos amigos, que, en el corazón de Cristo, esta Eucaristía del jueves es tan dolorosa como la del viernes. Por fin, después de una larga espera de siglos, la sangre, que sellaba el primer pacto de la Alianza en el Sinaí, va a ser sustituida por otra sangre de valor infinito. Cesará la figura, la imagen, ha llegado lo profetizado, el verdadero Cordero, que, por su sangre derramada en el sacrificio, quita el pecado del mundo; y, por voluntad de Cristo, esta carne  sacrificada a Dios por los hombres,  se  convierte también en  banquete de acción de gracias, que celebra y hace presente  la verdadera y definitiva Pascua, el sacrificio y el banquete de la Alianza y el pacto de perdón y de amor definitivos.

 La sangre que se verterá mañana en la colina del Gólgota es sangre verdadera, sangre limpia y ardiente que se mezclará con lágrimas también de sangre. Es el bautismo de sangre con que Cristo sabía que tenía que ser bautizado, para que todos tuviéramos vida. No fue suficiente el bautismo de Juan en el Jordán con brillante teofanía, era necesario este bautismo de sangre con ocultamiento total de la divinidad, prueba tremenda para Él y para sus mismos discípulos, obligados a creer que era el Salvador del mundo el que moría como un fracasado en la cruz. No fue suficiente el bautismo de salivazos y sangre brotada de los latigazos de los que le azotaron...era necesaria toda la sangre de los clavos y de la cruz para borrar el pecado del mundo.

Y, terminada la cena pascual, Cristo, siguiendo el rito judío, se levanta para cantar el himno de la liturgia pascual, el gran Hallel: “El Eterno está a favor mío, no tengo miedo, ¿qué me pueden hacer los hombres? Me habían rodeado como abejas. Yo no moriré, viviré..”..

La víctima está dispuesta. Salen hacia el monte de los Olivos. El Jueves Santo termina aquí. Pero Cristo había dejado ya instituida la Eucaristía, anticipo de su muerte y resurrección.

 

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VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Is 52,13-53.12

 

        El poema describe la pasión salvadora y gloriosa del siervo de Yahvé; atribuido a Isaías, está escrito siete siglos antes de la Pasión de Señor, pero es tan asombrosa su coincidencia con el texto histórico de San Juan que más bien parecen contemporáneos. Si Juan nos habla de Cristo traicionado, insultado, abofeteado, desfigurado, coronado de espinas, escarnecido y presentado al pueblo con mofa como rey, Isaías lo hace igual siete siglos antes.

        Los hombres huyen de Él, le desprecian como castigado por Dios. Pero su dolor descubre no su propio pecado, porque es inocente, sino el pecado del pueblo. El castigo que pesa sobre Él es salvador: sufre en lugar del pueblo, para reunirlo. El siervo acepta este plan de Dios, consciente de que le lleva a la muerte. Pero Dios le asegura la exaltación después de la muerte: los salvados serán su herencia. Cristo es el siervo de Yahvé, se entrega a la muerte por el pueblo. La resurrección constituye su exaltación gloriosa. Los cristianos son su herencia: “Mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de Él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado. É1 soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso,  herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre Él, sus cicatrices nos curaron”.

 

SEGUNDA LECTURA: Hbr 4, 14-16; 5, 7-9

 

        En este pasaje de la Carta a los Hebreos Jesús es presentado como Hijo de Dios, pero no tan distante de nosotros que no pueda compadecerse de nuestras debilidades y flaquezas: “Tenemos un Sumo Sacerdote que penetró los cielos, Jesús, el Hijo de Dios. Mantengamos firme la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas”.

        Pero este Sumo Sacerdote es a la vez la víctima del Sacrificio por el cual fuimos salvados. Al ser víctima, ha experimentado en su vida, especialmente en su pasión, todos nuestros sufrimientos, flaquezas y debilidades, menos el pecado: “Probado en todos, como nosotros, menos en el pecado”.

        Y continúa luego la Carta con un texto que parece  como un eco de la oración del Señor a su Padre en Getsemaní: “Pues Cristo, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas, con poderoso clamor y lágrimas, al que podía salvarle de la muerte…”. Pero no sufrió inútilmente, sino que: “llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna, para todos los que le obedecen”.

El riesgo de no dejarnos impresionar por ellos al cabo de los años. Sin embargo son un testimonio tremendo y sangrante, el más grande que existe, del amor de Dios a los hombres. Por eso, nosotros, que hemos seguido y acompañado a Cristo en estos momentos de dolor, vamos a reflexionar un poco sobre este camino de ultrajes, olvidos, desprecios, mofas, salivazos y humillaciones hasta morir desnudo en la cruz. A la sombra de esta cruz, casi infinitamente grande y dolorosa, vamos a meditar esta tarde del Viernes Santo, sobre lo que ese Cristo crucificado nos dice y enseña, aun sin mover los labios, a todos los que nos hemos reunido para contemplarle y amarle.

 

        1.- «Venit hora», ha llegado la <hora>. Cristo sabe que va a morir. Lo sabe incluso como hombre. No necesita su inteligencia divina. Sabe que no se puede ser profeta y hablar tan claro a todos, aunque sea en nombre de Dios; Él ha  dicho siempre la verdad a todos, incluso a los poderosos, sin que se le trabe la lengua; no ha sido un profeta palaciego, oficial, más pendiente de agradar a los hombres que de agradar a Dios; a los sacerdotes del templo les ha hablado lo que Dios dice contra el culto vacío, contra la mentira y la hipocresía de los pseudoreligiosos; no se puede hablar contra los poderosos del dinero en favor de los pobres, pero Él lo ha hecho obedeciendo al Padre y sabe que ha llegado su hora, la de morir, porque ha obedecido a Dios antes que a los hombres, ha optado por los pequeños y los humildes, por los preferidos de Dios y eso ha humillado a los grandes; hablar contra los poderosos políticos  o religiosos es condenarse a morir injuriado, calumniado, perseguido hasta la muerte y lo ha hecho consciente y ha ido voluntariamente, pero es hombre también, y en esta etapa última de su vida no siente su divinidad, le ha <abandonado> para que pueda sufrir y cumplir la voluntad del Padre, y como hombre, como todo hombre, tiene miedo a morir y se turba, lo dice el Evangelio.

        2.- “¡Mi alma está agitada!”, dice Cristo, y cómo no estarlo. Es fácil hablar de la muerte, de la muerte de los otros, pero cuando se acerca a ti… Aquí se trata de un hombre joven, treinta y tres años, en la plenitud de la vida, es justo, honrado, bueno. Cristo, como nosotros, se turbó ante la muerte. Temía el dolor físico y del corazón, las soledades y abandonos de los amigos que le dejan abandonado cuando más los necesita, duda de todo…Mi alma está agitada. Y es lógico que lo estés, Cristo bendito.

 

        3.- “¡Padre, líbrame de esta hora!” Él siempre está unido al Padre y eso es oración; Él siempre está orando; es lógico que ahora lo haga con estas palabras. Es la reacción natural ante este hecho tan doloroso. Recurrir al Padre, que siempre le escucha. Es su  oración en Getsemaní: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz…” Y Cristo se ha quedado solo en el huerto de los Olivos; solo y alejado de los Apóstoles, incluso de los tres invitados a orar junto a Él, que se han dormido, y sólo de la divinidad, porque es la humanidad la única que puede sufrir y morir por el hombre. Por eso sudó sangre. Es la crucifixión del corazón. Los clavos de hierro metidos donde más duelen. Esto es inhumano ¿Por qué Cristo solo en el silencio más absoluto de Dios y de los hombres?

        Queridos hermanos: hemos sido nosotros los que hemos dejado solo a Cristo por nuestros pecados y abandonos en seguir su Evangelio. ¿Quién de nosotros no ha pecado? Todos hemos abandonado a Cristo. Acompañémosle ahora.

        4.- Y ahora miremos fijamente al Cristo crucificado. Y preguntémosle: ¡Cristo crucificado! ¡Cristo del Calvario, del Perdón y de la Misericordia, Cristo del Amparo y de la Agonía y de la Buena Muerte, Cristo  de los mil títulos con que te veneramos en todos los pueblos de España, Cristo hecho guiñapos y destrozado, Cristo, retablo de dolores! ¿por qué tanto dolor, Señor, por qué  ha  sido necesario tanto escarnio, tanta burla, tanto calvario? ¿Por qué?

        5.- ¿Dónde están las masas que te seguían enfervorizadas y a las que diste de comer? ¿Es que sólo venimos a la Iglesia para que Dios nos favorezca y satisfaga nuestras necesidades y nos haga más ricos y poderosos?  ¿Por qué hoy las Iglesias tan vacías, por qué las Eucaristías dominicales tan abandonadas? ¿Dónde están todos los bautizados, confirmados, los niños y niñas de Primera Comunión, los casados por la Iglesia, tantos cristianos que prometían seguirte hasta la muerte?

        6.- ¿Y Dios, tu Padre? ¿Dónde está tu Padre? ¿Dónde está tu Padre Dios? ¿Por qué te has quedado tan solo? ¿Es que no te quiere? ¿No es Dios tu Padre? ¿No decías que siempre te escuchaba? ¿Es que ya no te quiere? ¿Es que se avergüenza de Ti? ¿Es que no eres Tú su Hijo, el amado? Por qué te has quedado tan solo hasta el punto de tener que exclamar: “Dios mío, Dios mío,¿ por qué me has abandonado?”

        7.- Respuesta: “Me amó y se entregó por mí”. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4,10). “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su Hijo Único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna”.

        La única explicación a todo esto es el amor loco de Dios al hombre. Me lo manifestó ya en primera creación. Si existo, es que Dios me ama y me ha llamado a compartir  con Él  su mismo gozo esencial y trinitario por toda la eternidad, perdido este primer proyecto de su amor, ha entregado a su propio Hijo por mí para una nueva creación. ¡Cuánto vale el hombre! Vale infinitamente, vale toda la sangre de Cristo.

        En la segunda parte“ y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” nos revela  que, una vez creados y caídos, Dios nos amó en la recreación, enviando a su propio Hijo, que muere en la cruz para hacernos hijos suyos y herederos de su misma Felicidad: por la muerte y resurrección del Hijo, el Padre, su Esencia de Amor y Felicidad, me pertenece. La cruz es la señal que manifiesta el amor del Padre, que entrega al Hijo Amado hasta la muerte por nosotros, y del Hijo, que libremente acepta esta voluntad del Padre, por amor al Padre y a los hombres, con amor extremo, hasta dar la vida: “Nadie ama más que el que da la vida por los amigos”. Y Cristo la ha entregado por nosotros.

        Esta es la riqueza de todo el misterio pascual, programado en el mismo Consejo trinitario, para manifestar la predilección de Dios para con el hombre. Ese proyecto, realizado luego por el Hijo Amado, es tan maravilloso e incomprensible en su misma concepción y realización, que la liturgia de la Iglesia se ve obligada a Ablasfemar@en los días de la Semana Santa, exclamando:  «Oh felix culpa...», oh feliz culpa, oh feliz pecado del hombre, que nos mereció un tal salvador y una salvación tan maravillosa. 

        8.- “Viendo el centurión, que estaba frente a Él, de qué manera moría, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”.

        Y nosotros también lo decimos: Cristo, nadie nos ha amado como Tú. Por eso, Cristo del Calvario, contemplándote clavado y solo en esta tarde del Viernes Santo, quiero pedirte perdón de mis pecados y abandonos y darte gracias por tu amor extremo hasta dar la vida por mí. Señor, quiero gritar fuerte tu amor, amor de un Dios infinito y fiel al compromiso de hacerme feliz eternamente en su misma felicidad. Quiero venerar y adorar al Cristo crucificado, porque es signo del Amor del Padre Dios, que entregó al Hijo Amado por mí. Quiero venerar y adorar al Cristo crucificado, porque me amó y se entregó por mí. Quiero venerar y adorar al Cristo crucificado, porque era yo el que tenía que estar crucificado y porque su muerte y su cruz es el valor infinito que para Él y para su Padre vale cualquier hombre, cualquier alma, porque son eternas, eternidades creadas para sumergirse en la misma Esencia y Felicidad del Dios Trino y Uno. Eso es que tú vales, hermano. Y no hemos sido nosotros, ha sido Dios mismo quien sabe lo que vale la eternidad con Él y ha puesto el precio de las almas eternas: toda la sangre de Cristo.

        Qué bien vendría ahora, que, como reflexión y oración final, todos recitásemos la poesía que aprendimos de niños: «No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido…, para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte, clavado en esa cruz y escarnecido…muéveme al fín de tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara, y aunque no hubiera infierno te temiera».

 

 

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VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

 

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- En la cruz casi infinitamente grande y dolorosa, formada por nuestros delitos y pecados, quiso Cristo ser clavado para redimir al mundo y al hombre de su condena.

        En esta tarde memorable del Viernes Santo, la sombra gigantesca de un crucificado se desploma aplastante de dolor y de tristeza sobre nosotros, sobre nuestras cabezas, sobre nuestros corazones y sobre nuestros ojos.

        A la sombra de  esta cruz formada por nuestros pecados debemos permanecer silenciosamente hasta la mañana pascual de la resurrección, porque Jesucristo Dios de amor por los hombres ha muerto en su humanidad que había asumido para salvarnos. No se trata de la muerte de un hombre santo, sino de un hombre en quien Dios se encarnó y se hizo presente con nuestra carne para poder sufrir por el hombre y demostrarle su amor.

Es un hecho único e inaudito que no existe en ninguna otra religión, y que nosotros no podríamos haber ni sospechado si Él no nos lo hubiera revelado y realizado con palabras y gestos muy reales y concretos, que sobrepasan toda comprensión puramente humana. Es una realidad, un hecho que si lo creemos es para quedarse aquí para siempre y morir de amor por Él como Él murió por todos nosotros.

        Debió ser un espectáculo impresionante. El Evangelio lo expresa así: “Viendo el centurión que estaba frente a Él de qué manera morías, dijo: verdaderamente este hombres era Hijo de Dios.” Igual la multitud de personas que lo habían presenciado y que, “golpeándose el pecho”, marchaban a sus casas.

        Nosotros también, Señor, contemplándote esta tarde del Viernes Santo clavado en la cruz, no podemos menos de admirarte, venerarte y reconocer tu amor, que te hizo pasar por dolores y humillaciones y sufrimientos atroces de todo tipo para que el hombre no dudase nunca del amor y perdón del Padre. Era yo el que tenía que sufrir esos dolores por mis pecados, éramos nosotros los que merecíamos tanto escarnio, tantas humillaciones por nuestras infidelidades; éramos nosotros los que estábamos condenados a morir con muerte eterna por nuestros pecados, pero Tú quisiste sufrirlo todo por nosotros para librarnos a todos los hombre de la condena a muerte merecida por nuestros pecados.

         Por eso, Señor, tu cruz y tus sufrimientos me echan en cara en pirmer lugar mis pecados y mis faltas de amor, todos mis pecados, todas mis cobardías en seguirte cuando me exiges el cumplimientos de tus mandamientos y evangelio, son un reproche vivo y sangrante contra mi faltas de amor, de entusiasmo, mi flojedad, mi rutina, ni pereza en el seguimiento de tu vida y consejos evangélicos. Tú eres inocente, yo soy el culpable. Mis pecados y mis faltas de amor te crucificaron. “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen, lo que hacemos muchas veces en nuestras vidas. Por eso, hoy, Señor, la verte sufrir y clavado en esa cruz, no basta llorar, tengo que amarte, convertirme de verdad a tu amor, hacer cambios en mi vida.

        Si, queridos hermanos, “Consumatum est”, todo está ya terminado, consumado, conseguido, su salvación y nuestro perdón. Lo acaba de decir Cristo desde la cruz: “Consumatum est”, Todo esta rematado. Entre todos hemos matado a Cristo con nuestros pecados. Ya no podemos volvernos atrás. Porque todos hemos pecado. Tenemos por eso las manos aún  manchadas, teñidas de sangre y con salpicaduras sobre nuestro cuerpo pecador y sobre nuestro rostro que ha injuriado a Dios con palabras y juicios contrarios al evangelio, no cumpliendo la voluntad del Padre.      Nos dijeron siempre que el hombre no puede vencer a Dios, pero en esta ocasión lo hemos logrado por nuestros pecados y del mundo y sobre todo por su exceso de amor de su parte.

Ha sido la única vez que todos los hombres de todos los tiempos y de todas las razas nos hemos puesto de acuerdo para hacer algo memorable, algo imponente, algo que ya nada ni nadie podrá borrar de la historia. “consumatum est” Todo ha sido consumado, realizado por el amor más extremo e infinito que existe y puede existir: que Dios ha muerto. Hemos merecido que por amor entregado Dios entregue su vida por sus criaturas. Eso es un Cricifijo: el amor extremado de un Dios hecho hombre para poder morir por el hombre, por sus criaturas que no lo quieren y reconocen. Porque si tú, querido hermanos, le amas a Cristo y te acercas a Él crucificado, El se descuelga y te abraza con esos mismos brazos de Amor. Hagámoslo un momento ahora porque Él lo está esperando y lo merece y… lo necesita en estos tiempos de políticos ateos y sin fe y amor. (Silencio)

Los teólogos y los filósofos nos dijeron que Dios no podía morir porque su poder es infinito; pero no sabían que su amor es infinito también y lo puede hacer en carne humana. Por eso se encarnó y se hizo hombre. Que vengan los teólogos y lo vean. Pero sobre todos que nos lo expliquen los místicos de todos los tiempos que lo han sentido y vivido.

 

        2.- “Consumatum est… todo está cumplido””. Vamos a ver, Jesús, esto sólo lo puede decir uno que sabia lo que iba a pasar. Luego Tú, Jesús, lo dijiste porque sabías lo que te iba a suceder. Entonces, perdona, Señor, pero no mereces compasión porque Tú lo sabías, lo sabías y no lo evitaste, lo has cumplido y sufrido todo por amor.

Entonces, perdona Jesús que te lo diga, Tú estuviste loco, Tú estás loco de amor a los hombres, a cada uno de nosotros, tú me amas locamente porque era yo quien merecía esos sufrimientos por mis pecados. Tú te has buscado esta locura de sufrimientos y deprecios, esa muerte, estos sufrimientos; Tú sabías que muchos te escupirían, que te crucificarían con su desprecios, pecados, con sus falta de fe en tu amor, Tú sabías que el crucifijo y el crucificado no significarían nada en la vida

de muchos hombres, incluso bautizados, que quitan imágenes y crucifijos de sus casas, habitaciones, despachos, Tú sabías que te dejarían solo, abandonado camino del Calvario porque se avergonzarían de ti en la televisión, en la prensa, Tú lo sabías todo y, sin embargo, dejaste que te clavasen en la cruz para que el Padre los perdonase a todos, nos perdonase todos nuestros pecados y para que nosotros nunca dudásemos de tu amor, del amor de un Dios infinito que nos crea y caídos y alejados de su amistad por el pecado, se hace hombre viene a nuestro encuentro de salvacion y para eso y por eso se deja clavar en la cruz por todos nosotros, para que volvamos a tener vida de amistad contigo y con Dios Padre y se no abriesen las puertas del cielo eternamente. Tú estuviste loco de amor. El crucifijo es la mayor muestra de amor y pasión por el hombre que existe en el mundo y nosotros lo creemos y lo besaremos siempre, especialmente en este día.

        3.- Por eso, “consumatum est”, todo está terminado por el amor loco, infinito y apasionado de un Dios loco de amor por su criatura. Había olvidado que Tú antes de morir habías dicho que “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”, Tú eres el mejor amigo del hombre, el mejor amigo que tengo, que existe y puede existir, porque eres infinito amando. Tú eres Amor y si dejas de amar dejas de existir.

         Por eso, Señor, ese tu rostro muerto y crucificado me está volviendo loco, yo quiero estar también como Tú loco de amor a mi Cristo crucificado. Por eso quiero terminar esta tarde del Viernes Santo con las palabras del poeta:

 

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

 

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

 

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

 

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

 

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Jesús, había olvidado que al ver a tu Padre entristecido por el pecado, que impedía al hombre entrar en su amistad, Tú te ofreciste voluntariamente en el seno de la Santísima Trinidad para decirle: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. Nosotros jamás comprenderemos este amor, porque los hombres sabemos matemáticas y derechos e igualdad y en un crucificado no existe nada de eso; por eso no lo comprenderemos nunca.   

        4.- Ese rostro, Señor, condena abiertamente mi falta de amor, mi comodidad, mi poca exigencia en seguirte, mis cobardías en llevar tu cruz sobre mis hombros. Por otra parte, hubiera bastado una gota de tu sangre, pero quisiste darla toda para que nunca dudase de la verdad de tu amor. Por eso, siempre que vea un crucifijo, puedo estar segura de que alguien me ama hasta dar su vida por mí.

        Mirándote en la cruz me explico y comprendo todas las frases de San Pablo: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”; “Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”; “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo, por el cual yo estoy crucificado y el mundo para mi”; “estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi”. Comprendo también al poeta: «No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido, para dejar por eso de ofenderte…Tú me mueves, muéveme el verte, clavado en esa cruz y escarnecido… Muéveme y en tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara, y aunque no hubiera infierno te temiera.»

 

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TIEMPO DE PASCUA

 

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

 

SÁBADO. VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA

 

Según una antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor, y la Vigilia que tiene lugar en la misma, conmemorando la noche santa en la que el Señor resucitó, ha de considerarse como «la madre de todas las santas Vigilias» (San Agustín). Durante la Vigilia, la Iglesia espera la resurrección del Señor y la celebra con los sacramentos de la iniciación cristiana (Ceremonial de los Obispos, núm. 332).

        Los fieles, tal como lo recomienda el Evangelio (Lc 12,35-48), deben asemejarse a los criados que con las lámparas encendidas en sus manos esperan el retorno de su Señor, para que, cuando llegue, los encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa. Toda la celebración de la Vigilia pascual debe hacerse durante la noche. Por ello no debe escogerse ni una hora tan temprana que la Vigilia empiece antes del inicio de la noche ni tan tardía que concluya después del alba del domingo. Esta regla ha de ser interpretada estrictamente. Cualquier costumbre o abuso contrarios han de ser reprobados.

        Esta vigilia es figura de la Pascua auténtica de Cristo, de la noche de la verdadera liberación, en la cual, «rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo» (Pregón pascual). Desde su comienzo la Iglesia ha celebrado con una solemne vigilia nocturna la Pascua anual, solemnidad de las solemnidades.

        La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza, y, por medio del Bautismo y de la Confirmación, somos injertados en el misterio pascual de Cristo, morimos con Él, somos sepultados con Él y resucitamos con Él, para reinar con Él para siempre (cf. SC 6; Rm 6,3-6; Ef 2,5-6; Col 2,12-13; 2 Tm 2,11-12). La práctica de organizar en una misma comunidad parroquial dos vigilias pascuales, una abreviada y otra muy desarrollada, es incorrecta, como contraria a los más elementales principios de la celebración pascual, que requieren una única asamblea, signo de la única Iglesia que se renueva en la celebración de los misterios pascuales (Epacta  y Misal Romano).

 

  • Celebración del fuego: en este acto el sacerdote bendice el fuego y enciende el cirio pascual.
  • Liturgia de la palabra: se leen siete pasajes de la Biblia, desde la Creación hasta la Resurrección.
  • Liturgia bautismal: durante es este momento se bendice el agua, se bautiza a los nuevos cristianos y se renuevan los compromisos bautismales.
  • Liturgia de la Eucaristía: es la Eucaristía más especial. Los cristianos reciben la bendición.
  •  
    • VIGILIA PASCUAL
    •  
    • PRIMERA PARTE: SERVICIO DE LA LUZ
    • Introducción del Celebrante
    •  
    • Después SE BENDICE EL FUEGO, SE ENCIENDE EL CIRIO PASCUAL, se hace la procesión a la Iglesia y se canta EL PREGÓN PASCUAL.

 

  • SEGUNDA PARTE:LITURGIA DE LA PALABRA: 2ª fija, LAS 3 del  ANTIGUO TESTAMENTO.
  •  
  • TERMINADA LA PALABRA: GLORIA CANTADO… Y ORACIÓN COLECTA
  • Y SE ENCIENDEN LAS VELAS DEL ALTAR
  •  
  • LECTURAS PROPIAS DE LA MISA. EVANGELIO: HOMILIA
  •  
  • TERCERA PARTE: LA LITURGIA DEL BAUTISMO

    Nota: Si no hay bautismos ni se bendice la pila bautismal, las letanías de los santos se omiten, y se hace inmediatamente la bendición del agua, seguida de la renovación de las promesas del bautismo. 

    RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS BAUTISMALES

    ORACIÓN DE LOS FIELES
  •  
  • RESTO: MISAL ROMANO
  •  
  • PODÉIS IR EN PAZ, ALLELUYA, ALLELUYA, ALLELUYA
  • DEMOS GRACIAS A DIOS…

LITURGIA DE LA PALABRA

En esta noche santa se proponen siete lecturas, aparte de la Epístola y el Evangelio. Se pueden omitir algunas del Antiguo Testamento, pero no la del Éxodo.

 

PRIMERA LECTURA: Gn 1, 1-31; 2,1- 2

Nos ofrece el misterio del origen de la creación, según la tradición Sacerdotal. El poema exalta el sábado como día dedicado al culto de Yahvé. Toda la creación ha salido de Dios, culmina en el sábado y vuelve a Él en los cultos sabáticos. 

 

SEGUNDA LECTURA: Gn 22, 1-18

 

Prueba de la fe de Abrahán, cuando Dios le pide que sacrifique a su hijo Isaac. El texto proviene de la tradición Elohísta. El proceder de Dios con Abrahán habrá de quedar como camino a recorrer por la fe y la confianza total en Yahvé.

 

TERCERA LECTURA: Ex 14, 15-15, 1

 

Es la narración del paso del Mar Rojo. Este texto es un típico ejemplo de amalgama de las diversas fuentes, yahvista, elohista y sacerdotal. Este último tiende a magnificar los prodigios. Pero ambos autores coinciden en que Yahvé actuó prodigiosamente en favor de su pueblo.

 

CUARTA LECTURA Is 54, 5-14.

Promesa de una nueva Alianza de paz entre Dios y el pueblo de Israel, y anuncio de la reconstrucción de Jerusalén. Es un mensaje de consuelo dirigido por el Deutero-Isaías a los desterrados de Babilonia.

 

QUINTA LECTURA: Is 55, 1-11

 

Como un vendedor ambulante Isaías pregona y trata de ofrecer gratis al pueblo la Palabra de Dios. Promete de parte de Dios una alianza perpetua. Para encontrarse con Dios hay que hacer un éxodo; hay que salir del pecado porque los caminos del Señor no son nuestros caminos.

 

SEXTA LECTURA: Bar 3, 9-15. 32-4, 4

 

Es una invitación a seguir el camino de la sabiduría y de la Ley, porque únicamente en ellas se fundan la salvación y redención y la unidad nacional. Este texto es una reflexión sapiencial sobre la situación presente. La supervivencia del pueblo de Dios depende del cumplimiento de la Ley.

 

SÉPTIMA LECTURA: Ez 36, 16-28

En pleno destierro, rota la antigua alianza por las infidelidades, Dios anuncia una vez más la Nueva Alianza. Su vínculo íntimo es la unión perfecta con Dios; la fuente es el amor puro de Dios que obra por sí mismo; su principio vivificante y transformador es el Espíritu de Dios

 

EPÍSTOLA: Rm 6, 3-11

 

        La historia de la salvación culmina en el misterio pascual de Cristo y se hace historia de cada hombre mediante el bautismo, que lo inserta en este misterio. De hecho, por este sacramento “fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva”. Esto explica por qué ocupa un lugar tan importante el bautismo en la Liturgia de la Vigilia Pascual, tanto en los textos escriturísticos y en oraciones, especialmente  en el rito de la bendición del agua y de la administración del sacramento a los neófitos, y, por último, en la renovación de las promesas bautismales.

        Celebrar el bautismo es celebrar sacramentalmente la Pascua, es morir al pecado para vivir la resurrección: “Porque si nuestra existencia está unida a Él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya”.

Todo esto no debe quedarse en teoría o puros deseos sino que requiere nuestro esfuerzo y nuestro compromiso: “Comprendamos que nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores y nosotros libres de la esclavitud del pecado, porque el que muere ha quedado absuelto del pecado”. Y este es el gozo y el compromiso de la Pascua cristiana y la razón de cantar el Aleluya: “Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor Nuestro”.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO: 28,1-10

 

        QUERIDOS HERMANOS: Llenos de alegría, por la resurrección del Señor, gritemos con la Liturgia de este día: «Esta es la noche santa en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo». ¡Aleluya! ¡El Señor ha resucitado y vive para siempre, aleluya!

        Nos lo dice el mismo Resucitado en el Apocalipsis: “No temas nada, yo soy el primero y el último, el Viviente. Estuve entre los muertos, pero ahora vivo por los siglos”. ¡Aleluya! Hermanos, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos. Este es pregón pascual de los ángeles, manifestado a las mujeres que iban al sepulcro para embalsamar al Señor: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado como lo había dicho”.

 

        1.- La resurrección del Señor, además de ser el misterio central de nuestra fe, constituye también el fundamento de nuestra liberación y esperanza cristianas.

        En la Vigilia Pascual, celebración cumbre de todo el año litúrgico, las lecturas bíblicas hacen un recorrido síntesis de toda la historia de la salvación de Dios hacia el hombre, comenzando por la creación (1ª Lectura), pasando por la liberación de la esclavitud de Egipto (3ª), para culminar en Jesús crucificado, que, una vez resucitado, vive para siempre (Evangelio), y de cuya muerte al pecado y vida nueva en Cristo  participa  el cristiano por el santo bautismo (Epístola).

        La liturgia de la Vigilia Pascual, que comenzó a celebrarse en la Iglesia romana a mediados del siglo II, posee en su estructura actual una rica simbología bautismal, que es el sedimento de muchos siglos de culto cristiano. Así mirando el ritual, que hemos seguido esta noche santa, tenemos el rito del fuego nuevo (siglo IX), la procesión de la luz (s. XII), el pregón pascual (s. IV), la bendición del agua (s. V) y de la fuente bautismal (s. II).

        2.- Esta marcada impronta bautismal de la Pascua cristiana nos recuerda que nuestro nacimiento a la vida nueva con Cristo resucitado se realiza por la fe en Él y por el sacramento del bautismo, que nos incorpora al misterio pascual de Cristo, es  decir, a su muerte y resurrección, como nos ha explicado muy bien S. Pablo en la epístola de esta Vigilia. Los dos tiempos del bautismo primitivo: inmersión en el agua, y emersión de la misma, simbolizan respectivamente la muerte al pecado y sepultura en Cristo (inmersión) y la resurrección a la vida nueva con Él (salida o emersión del agua).

        La liturgia bautismal actual y  ordinaria que solemos hacer en nuestras iglesias, con sola infusión de agua o derramar agua sobre la cabeza del bautizado, significa y realiza simultáneamente el lavado y el perdón de los pecados y la nueva vida o adopción filial por Dios.

        3.- Por eso, hermanos, recordando nuestro bautismo y los efectos de gracia que ha producido en nosotros, os invito a que nos mantengamos fieles en las promesas hechas, para que así, esta Vigilia sea una noche de gracia, sea pascua verdadera, es decir, paso salvador de Cristo junto a nosotros. Y este misterio pascual, la  gran fiesta cristiana, es icono de la Pascua semanal, que celebramos todos los domingos, e incluso de cualquier Eucaristía, aunque sea privada.

        La pascua cristiana es «el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo; dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia». Así lo cantamos con frecuencia al comenzar nuestras Eucaristías dominicales. La pascua cristiana es la fiesta de la fe llena de esperanza en Jesucristo vivo y resucitado, en la Alianza Eterna con Dios, que siempre nos perdona por la muerte y resurrección de su Hijo; es el triunfo total de Cristo, que arroja luz sobre toda su existencia y la convierte en historia de salvación. Cristo resucitando ha demostrado que todo lo que dijo e hizo es verdad, porque es Dios vivo entre nosotros. La pascua cristiana es la salvación definitiva del hombre y debe  ser nuestro éxodo definitivo de la esclavitud del pecado; es la fiesta de la vida para todos los que, como nosotros, creemos en Cristo vivo, vivo y resucitado.

 

        4.- Por eso, el cristiano, resucitado con Jesús a una vida nueva, debe aspirar siempre a los bienes definitivos de la salvación, debe vivir la vida presente teniendo siempre en el horizonte la vida eterna en Dios, que es lo Absoluto y Primero, muriendo al hombre viejo de pecado, como nos comprometimos en el bautismo: soberbias, envidias, rencores.    Para eso resucitó Cristo. Para esto celebra la Pascua con nosotros esta noche y  en cada Eucaristía. Para eso nos ha salvado y nos ha congregado en esta Vigilia. En estos días los hermanos orientales se saludan unos a otros con unas palabras que me gustan mucho: «Xristos anesté, alezós anesté» «Cristo resucitó»; y responde el saludado: «Verdaderamente ha resucitado». Sea este nuestro saludo al celebrar esta noche la feliz Pascua de Resurrección de Cristo. Atentos, hermanos, de todo corazón os saludo: «Cristo resucitó». (Responden los fieles): «Verdaderamente ha resucitado».

 

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VIGILIA PASCUAL

 

        Queridos hermanos: La historia de la salvación culmina en el misterio pascual de Cristo y se hace historia de cada hombre mediante el bautismo, que lo inserta en este misterio. De hecho, por este sacramento “fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva”. Esto explica por qué ocupa un lugar tan importante el bautismo en la Liturgia de la Vigilia Pascual, tanto en los textos escriturísticos y en oraciones, especialmente  en el rito de la bendición del agua y de la administración del sacramento a los neófitos, y, por último, en la renovación de las promesas bautismales.

        Celebrar el bautismo es celebrar sacramentalmente la Pascua, es morir al pecado para vivir la resurrección: “Porque si nuestra existencia está unida a Él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya”.

Todo esto no debe quedarse en teoría o puros deseos sino que requiere nuestro esfuerzo y nuestro compromiso: “Comprendamos que nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores y nosotros libres de la esclavitud del pecado, porque el que muere ha quedado absuelto del pecado”. Y este es el gozo y el compromiso de la Pascua cristiana y la razón de cantar el Aleluya: “Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor Nuestro”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO: 28,1-10

 

        QUERIDOS HERMANOS: Llenos de alegría, por la resurrección del Señor, gritemos con la Liturgia de este día: «Esta es la noche santa en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo». ¡Aleluya! ¡El Señor ha resucitado y vive para siempre, aleluya!

        Nos lo dice el mismo Resucitado en el Apocalipsis: “No temas nada, yo soy el primero y el último, el Viviente. Estuve entre los muertos, pero ahora vivo por los siglos”. ¡Aleluya! Hermanos, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos. Este es pregón pascual de los ángeles, manifestado a las mujeres que iban al sepulcro para embalsamar al Señor: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado como lo había dicho”.

        1.- La resurrección del Señor, además de ser el misterio central de nuestra fe, constituye también el fundamento de nuestra liberación y esperanza cristianas.         En la Vigilia Pascual, celebración cumbre de todo el año litúrgico, las lecturas bíblicas hacen un recorrido síntesis de toda la historia de la salvación de Dios hacia el hombre, comenzando por la creación (1ª Lectura), pasando por la liberación de la esclavitud de Egipto (3ª), para culminar en Jesús crucificado, que, una vez resucitado, vive para siempre (Evangelio), y de cuya muerte al pecado y vida nueva en Cristo  participa  el cristiano por el santo bautismo (Epístola).

                2.- Esta marcada impronta bautismal de la Pascua cristiana nos recuerda que nuestro nacimiento a la vida nueva con Cristo resucitado se realiza por la fe en Él y por el sacramento del bautismo, que nos incorpora al misterio pascual de Cristo, es  decir, a su muerte y resurrección, como nos ha explicado muy bien S. Pablo en la epístola de esta Vigilia. Los dos tiempos del bautismo primitivo: inmersión en el agua, y emersión de la misma, simbolizan respectivamente la muerte al pecado y sepultura en Cristo (inmersión) y la resurrección a la vida nueva con Él (salida o emersión del agua).

        La liturgia bautismal actual y  ordinaria que solemos hacer en nuestras iglesias, con sola infusión de agua o derramar agua sobre la cabeza del bautizado, significa y realiza simultáneamente el lavado y el perdón de los pecados y la nueva vida o adopción filial por Dios.

        3.- Por eso, hermanos, recordando nuestro bautismo y los efectos de gracia que ha producido en nosotros, os invito a que nos mantengamos fieles en las promesas hechas, para que así, esta Vigilia sea una noche de gracia, sea pascua verdadera, es decir, paso salvador de Cristo junto a nosotros. Y este misterio pascual, la  gran fiesta cristiana, es icono de la Pascua semanal, que celebramos todos los domingos, e incluso de cualquier Eucaristía, aunque sea privada.

        La pascua cristiana es «el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo; dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia». Así lo cantamos con frecuencia al comenzar nuestras Eucaristías dominicales. La pascua cristiana es la fiesta de la fe llena de esperanza en Jesucristo vivo y resucitado, en la Alianza Eterna con Dios, que siempre nos perdona por la muerte y resurrección de su Hijo; es el triunfo total de Cristo, que arroja luz sobre toda su existencia y la convierte en historia de salvación. Cristo resucitando ha demostrado que todo lo que dijo e hizo es verdad, porque es Dios vivo entre nosotros. La pascua cristiana es la salvación definitiva del hombre y debe  ser nuestro éxodo definitivo de la esclavitud del pecado; es la fiesta de la vida para todos los que, como nosotros, creemos en Cristo vivo, vivo y resucitado.

        4.- Por eso, el cristiano, resucitado con Jesús a una vida nueva, debe aspirar siempre a los bienes definitivos de la salvación, debe vivir la vida presente teniendo siempre en el horizonte la vida eterna en Dios, que es lo Absoluto y Primero, muriendo al hombre viejo de pecado, como nos comprometimos en el bautismo: soberbias, envidias, rencores.    Para eso resucitó Cristo. Para esto celebra la Pascua con nosotros esta noche y  en cada Eucaristía. Para eso nos ha salvado y nos ha congregado en esta Vigilia. En estos días los hermanos orientales se saludan unos a otros con unas palabras que me gustan mucho: «Xristos anesté, alezós anesté» «Cristo resucitó»; y responde el saludado: «Verdaderamente ha resucitado». Sea este nuestro saludo al celebrar esta noche la feliz Pascua de Resurrección de Cristo. Atentos, hermanos, de todo corazón os saludo: «Cristo resucitó». (Responden los fieles): «Verdaderamente ha resucitado».

 

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DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Hch 10, 34.37-43

 

        La resurrección del Señor, tal como Pedro la proclama ante los primeros gentiles, es acontecimiento síntesis que abarca e ilumina la totalidad del misterio de Cristo. Es esta luz de la resurrección la que arroja su luz sobre toda la vida de Jesús, sobre todos sus dichos y hechos salvadores y los llena de verdad, de certeza y de vida, porque son del Resucitado, verdaderamente Hijo de Dios, y, por tanto, son verdad, son salvadores, lo que dijo e hizo es verdad de Dios. Y por su resurrección, el Padre Dios le ha confirmado como juez de vivos y muertos, de toda la creación. La presencia del Espíritu Santo se había manifestado ya en las curaciones y en las obras  que había realizado: “Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con Él”.

        Pedro lo recuerda emocionado porque ha sido un testigo directo de toda su vida y su obra, especialmente  de su Pasión, Muerte y Resurrección. Pedro lo describe en su discurso: “Vosotros sabéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea”.

        El Evangelio es buena noticia de la salvación. Esto es lo que anuncia y proclama Pedro. “Los que creen en Él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados”. De aquí la imperiosa necesidad de anunciar el Evangelio en el mundo entero. Esta es la responsabilidad del cristiano, del apóstol; la nuestra, la de todo bautizado, que si entra dentro de sí mismo se verá misionero, enviado al mundo entero. El mundo de hoy necesita bautizados cristianos que sientan su vocación apostólica y sus acciones evangelizadoras.

 

SEGUNDA LECTURA: Col 3,1-4.

 

        La resurrección del Señor, su paso de la muerte a la vida, debe reflejarse en la resurrección de los creyentes, actuada con un “paso” cada vez más radical de las debilidades del hombre viejo a la vida nueva en Cristo. Esta resurrección se manifiesta en el anhelo profundo por las cosas del cielo, por alcanzar la posesión de Dios: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”.        

        Ciertamente el cristiano no se desentiende de este mundo; sino que cambia su orientación; en lugar de tener su tesoro en los bienes de la tierra, los tiene en Cristo y en todo lo que Cristo nos ha ganado. Y por eso trabaja y se compromete en la construcción de la ciudad terrena, pero mirando al cielo, sabiendo que las cosas de la tierra, aunque siempre nos están atrayendo, no son lo único y definitivo. Los que hemos conocido y creemos en Cristo sabemos que la vida eterna con Él, ganada con su muerte y resurrección, un día se nos mostrará en plenitud: “Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con Él, en gloria”.

 

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En este día también se puede leer 1Cor 5,6-8 La Pascua judía lleva consigo importantes ritos: el sacrificio del cordero pascual y la comida de un pan sin levadura (ázimo). San Pablo recuerda que para los cristianos el Cordero pascual inmolado es Cristo en la cruz: el recuerdo del sacrificio del Señor asociado a la mención del pan ázimo ha hecho pensar que San Pablo identifica aquí este sacrificio con la Eucaristía: “Barred la levadura vieja, para ser una masa nueva, ya que sois panes ázimos. Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo”.

        En comunión con el sacrificio pascual y eucarístico de Jesús, el cristiano ha de tender a purificarse de la vieja levadura del pecado y a vivir una fiesta nueva del hombre salvado. Los ázimos de pureza y verdad son el alimento de esta vida nueva, purificada de los errores que degradan al mundo sin Dios y sin Cristo: “Así celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y maldad), sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad”.

 

DOMINGO DE PASCUA: CRISTO HA RESUCITADO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estamos celebrando la Pascua del Señor. Feliz Pascua a todos. ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! El domingo, todos los domingos son el día del Señor, el día de su resurrección y de la nuestra. Por eso, qué gozo se católico, porque la resurrección de Cristo llena de alegría el mundo entero y a los creyente; hermanos, cada domingo celebramos la resurrección de Cristo y la nuestra y la de todos, padres, hijos y amigos que se han adelantado. Para esto es lo que vino Cristo a mundo, para predicar..  hacer milagros…no, Cristo muró y resucitó para que todos tengamos vida eterna.

El acontecimiento de la resurrección del Señor cambia por completo la historia de las personas, llenándola de esperanza. La muerte ya no es la última palabra; la última palabra la tiene el Dios de la vida y es una palabra de vida eterna en favor de los hombres: “yo soy la resurrección y la vida…

La resurrección de Cristo es un acontecimiento irreversible de vida y esperanza para todos. Celebrarlo cada año de manera solemne en la Pascua enciende en nosotros santos deseos de que esa vida llegue a todos, y llegue en plenitud para todos. Por eso nos felicitamos en la Pascua del Señor, por su resurrecciòn que es la nuestra. Hermanos, rezad por vuestros hijos y nietos, son eternidades, su vida es más que esta vida.

Una de las formas de recargar permanentemente en nosotros esa nueva vida del Resucitado es la celebración semanal de la misa del domingo, que es la pascua semanal de la comunidad cristiana. Somos convocados cada domingo a vivir y celebrar la victoria de Cristo sobre su muerte y la nuestra. 

Para muchos el domingo se ha convertido sin más en el descanso semanal, para otros, el domingo se ha convertido en un día dedicado al deporte u otras actividades lúdicas y para otros, el domingo o el fin de semana es el momento de encuentro con las familias. El domingo es ocasión de encontrarse, reunirse, visitarse. Todos estos son elementos y aspectos positivos de la vida, ciertamente, pero obligan a replantear el domingo de otra manera, en cristiano, para vivirlo como Cristo lo vivió ese día con sus discípulos reunidos todos llenos de miedo en el Cenáculo.

El domingo, del latín dominicus, día del Señor, de la resurrección de Cristo, es el primer día de la semana y así lo cantamos –“este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”–, es el día de la resurrección de Cristo. “ Y a los ocho días...” dicen los evangelios, Jesús se apareció de nuevo a sus apóstoles, cuando Tomás estaba con todos. Tomás había expresado su incredulidad ante la resurrección del Señor: “Si no lo veo, no lo creo”, y Jesús tuvo la delicadeza y la misericordia de hacerse presente al domingo siguiente y certificarle que estaba vivo y resucitado.

A todos nosotros, hombres de los siglos venideros, nos ha hecho más bien esta duda de Tomás que la facilidad en creer de los demás apóstoles. Porque todos tenemos a veces nuestras dudas, tanto en el hecho de la resurrección como en las consecuencias para nuestra vida. Pues bien, nosotros, viendo a Tomás que dudaba y que después confiesa abiertamente su fe en Jesús resucitado, imitémosle y Jesús seguirá haciéndose presente –domingo tras domingo– para afianzar nuestra fe y para disipar todo genero de dudas en nuestra vida eterna en el cielo.

 Los mártires del Abitene (s. IV) fueron llevados ante el gobernador, que había prohibido la celebración del domingo, la reunión de los cristianos para celebrar el misterio de la resurrección del Señor. Ellos comparecieron ante el gobernador, que los amenazó con la muerte, y ellos prefirieron el martirio a dejar la celebración del domingo: “no podemos vivir sin el domingo”. Para ellos, quitarles el domingo era quitarles la celebración de la victoria de Cristo sobre su muerte y la de todos los hombres, hacia que la vida no tuviera sentido. Prefirieron morir antes que dejar de celebrar el domingo, de creer en Cristo resucitado y en la suya. Un gran ejemplo para los cristianos de nuestro tiempo, que están perdiendo la fe y la esperanza en la vida más allá de esta vida, qué pena, como a bajando la fe en España y Europa…

Hermanos, tú eres eterno, tu vida es más que esta vida, de esto no sale nada en la tele ni guasad y la gente vive olvidándo…

Hermanos, celebremos el domingo. Que la celebración del domingo, la resurrección del Señor estimule en nosotros la virtud de la esperanza, de la vida eterna, que tanto necesita este mundo, las tele y los guasad, nuestros hijos, porque el que se equivoque se equivocará para siempre, para siempre, y el que lo crea y lo viva lovivirá eternamente, para siempre, para siempre con Dios.

Qué gozo ser católico, creer y esperar de verdad en Jesucristo, hermanos, nuestra vida es más que esta vida, que creamos y celebremos los domingos como dias de la resurreción de Cristo y de la nuestra y de los nuestros, que todos viven en la eternidad con Dios nuestro Padre que nos soñó a todos para una eternidadd de gozo con Él…SI TU EXISTE, ES QUE DIOS..  si no fuera así y lo experimentara en ratos de misa y Sagrario, dejaría de ser cura, de celebrar la misa donde Cristo vivo, vivo y resucitado se hace presente para decirnos… te amo, he dado mi vida por ti para que tú la tengas eterna. Cristo Eucaristía, gracias, nosotros creemos y confiamos en Ti.

 

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LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN: 20, 1-9

 

        QUERIDOS HERMANOS: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”, este es el canto propio de este día, que al ser icono de todos los domingos, lo cantamos también muchas veces durante el año. Lo cantamos con gozo muchas veces, pero especialmente hoy, “porque el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Hoy es el día más importante del cristianismo, el más importante del año y de toda la liturgia de la Iglesia, porque, como hemos rezado en la secuencia de la misa: “muerto el rey de la vida, hoy triunfante se levanta”.

        1.- Hermanos, ha resucitado  Cristo, nuestra esperanza; sabemos que Cristo ha resucitado: nos lo aseguran las mujeres, que, al amanecer, el primer día de la semana, cuando aún estaba oscuro, fueron a embalsamar el cuerpo de Cristo, porque no pudieron hacerlo el sábado, por ser día de fiesta y descanso para los judíos. Cuando llegaron, vieron la losa quitada del sepulcro; entonces han corrido a decírselo a los discípulos. Juan y Pedro vinieron corriendo, entraron y creyeron. Este es el primer acto de fe de la Iglesia naciente en la resurrección del Señor, provocado, como muchas veces, por la solicitud de las mujeres y por las señales que han visto de las fajas colocadas en el sepulcro vacío. Si se hubiera tratado de un robo, nadie se hubiera preocupado de desnudar el cadáver y de colocar los lienzos con tanto cuidado. Están así, porque ya no les sirven al que los tenía; está vivo y resucitado. Los ángeles los han colocado: “Pues hasta entonces no habían entendido las Escrituras: que había de resucitar de entre los muertos”.

        Estos discípulos tuvieron el mérito de reconocer las señales de Cristo Resucitado: noticia traída por las mujeres, el sepulcro vacío y los lienzos puestos en orden. ¡Cuánta gente desorientada en este mundo, cuántos corriendo sin sentido de un lado para otro sin saber que el sepulcro está vacío, que Cristo ha resucitado! ¡Cuánto sufro por esto, Señor! ¡Qué poco ha servido tu sufrimiento y tu resurrección para tantos hombres, sobre todo, jóvenes, de esta España que la han hundido en el vacío los políticos ateos y sin valores humanos y religiosos, que sólo buscan el voto y hunden en la muerte y en el nihilismo del consumismo y desenfreno de pasiones a sus votantes! Esto ya no es noticia de la tele, allí basura y más basura; fuera de las iglesias no se pregona la Resurrección de Cristo en los hogares, ni en las escuelas, ni en los medios ni en nuestras conversaciones. Así que muchos, que solo ven y oyen los periódicos y las imágenes de la tele, no se enteran de que Cristo ha resucitado; ha muerto y ha resucitado por ellos. ¿Y nosotros? ¿También vamos de un lado para otro, desorientados en la vida, sin saber que Cristo está resucitado y que el sepulcro está vacío y nuestra vida es más que esta vida?

 

        2.- ¡Ha resucitado! Este es el grito, que, desde hace más de dos mil años, no cesa de resonar por el mundo entero y que nosotros esta noche hemos oído a las mujeres, a Pedro y Juan, a María Magdalena, que se ha encontrado con Él en forma de hortelano, a los ángeles que encontraron las mujeres: “No os asustéis; ¿buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado?  No está aquí, ha resucitado, como os lo había dicho”.

        San Pedro, lleno de emoción, predicará a Cristo, a quien “Dios le resucitó el tercer día y nos lo dio a conocer a los testigos escogidos de antemano y que comimos y bebimos con Él después de resucitar de entre los muertos”.  Y en otro pasaje dirá: “os hemos dado a conocer el poder y la venida de Nuestro Señor Jesucristo, no con fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad”.

        Y esta afirmación de la resurrección del Señor la corrobora San Juan con estos términos: ”Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocamos con nuestras manos acerca de la Palabra de la vida,  os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Os escribimos esto, para que vuestro gozo sea completo”. No e puede hablar con más claridad, con más fuerza, con más verdad que lo hace San Juan.

 

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DOMINGO DE PASCUA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estamos celebrando la Pascua del Señor. Feliz Pascua a todos. ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! El domingo, todos los domingos son el día del Señor, el día de su resurrección y de la nuestra. Por eso, qué gozo se católico, porque la resurrección de Cristo llena de alegría el mundo entero y a los creyente; hermanos, cada domingo celebramos la resurrección de Cristo y la nuestra y la de todos, padres, hijos y amigos que se han adelantado. Para esto es lo que vino Cristo al mundo, Cristo vino para predicar..  para hacer milagros…no, Cristo vino, murió y resucitó para que todos tengamos vida eterna.

-- Si Cristo ha resucitado, como lo había prometido y todos los Apóstoles lo atestiguaron, ninguno calló y todos dieron su vida en testimonio de esta verdad y la Magdalena y las piadosas mujeres le vieron y hablaron… y todos los Apóstoles murieron confesando esta verdad. Si dan la vida, no pudieron estar más convencidos. Es el máximo testimonio: dar la vida por lo que afirmamos. No se puede estar más convencido ni ser más fiel a la verdad.

-- Cristo resucitado y aparecido es la Verdad, es Verdad, es Hijo de Dios, y todo lo que dijo e hizo, todo el Evangelio es Verdad. Tenemos que creerlo y vivirlo. Tenemos que fiarnos totalmente de Él y de que cumplirá en nosotros todo lo que nos ha prometido. Él es nuestra vida y fuerza y tenemos que amarlo como Única Verdad y Vida. Es el Hijo de Dios.

-- Porque Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos, tenemos que esperar totalmente en Él, en su Palabra, en su vida y resurrección por todos y para todos los hombres. Nuestra esperanza en Él es totalmente segura. Porque Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos. Somos eternos, porque Él nos lo ha merecido y nos lo ha prometido. Los muertos ya gozan de esta gloria. Nuestros difuntos no están muertos, están todos vivos en Dios. El cielo es Dios. Aquí nadie muere. O se acierta para siempre o se equivoca uno para siempre, para siempre. Eso es el Infierno, estar sin la presencia y el gozo de Dios eternamente

-- Porque Cristo ha resucitado, nosotros somos más que este tiempo y este espacio. Somos semilla de eternidad y de cielo. Por eso vivamos ya la esperanza del encuentro definitivo con Dios, vivamos ya para Él, vivamos este tiempo con esperanza y desde la esperanza. Esforzándonos por conseguir los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros, como lo expresa muy claramente San Pablo: “Porque habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha del Padre” (Col 3,1-3).

-- Porque Cristo ha resucitado, celebremos la Pascua, nos dice este mismo Apóstol. Pascua en Cristo es paso de la muerte a la vida, pasemos de nuestro hombre viejo de pecado de envidias, críticas y murmuraciones que nos llevan a la muerte de la gracia y presencia de Dios en nosotros, al hombre nuevo de caridad y amor fraterno habitado por Cristo y con Él por el Padre y el Espíritu Santo, por la Santísima Trinidad. Recordemos ahora las promesas que anoche renovamos de nuestro bautismo: ¿Renunciáis al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios? Sí. ¿Renunciáis a vuestras soberbias, avaricias, envidias para que Dios pueda vivir en vosotros…? Sí, sí…renunciamos al pecado.

        -- Si Cristo ha resucitado y permanece vivo en la Eucaristía es porque busca, sigue buscando al hombre para salvarlo. “El que me coma vivirá por mí”; “Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan vivirá para siempre”. Son días de comer la carne resucitada de Cristo, la vida nueva resucitada, vivir la renovación interior y espiritual con Cristo.

Jesucristo resucitado vive en el cielo en manifestación gloriosa y en el pan consagrado, en Presencia de amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres. Por eso, «Hay que comulgar por pascua florida», hay que comulgar el pan de la vida eterna por fe, por coherencia con lo que creemos y amamos. Por pascua, comunión cariñosa con Cristo, afectuosa, agradecida, nada de oraciones de otros, ni rezos hechos… hay que hablar y pedir y comunicarnos de tú a tu con el Amado.

 

        En este tiempo de pascua, de Cristo resucitado por nuestra salvación y desde este amor extremo que le llevó a la muerte y resurrección, desde este deseo y amistad sentida y deseada quiero y queremos felicitar a Cristo por lo que dijo e hizo, por todo lo que caminó y sufrió, pero, sobre todo, porque resucitó para que todos pudiéramos tener vida eterna, ser felices con Él eternamente en el cielo. Él es el cielo con el Padre y el Espíritu Santo. Él es un cielo. Os lo deseo a todos en retos de Sagrario.

Jesucristo, no comprendo que nos quieras tanto, no comprendo que quieras ser nuestro amigo, que hayas dado tu vida por la eternidad de todos nosotros, que nos hayas elevado hasta  tu mismo nivel de gozo divino, tu mismo cielo, tu misma vida de gozo eterno con el Padre y el Espíritu Santo, y quiera una eternidad de amistad conmigo y contigo, con todos los hombres…Qué maravilla creer en Ti, haberte conocido, ser relgiosa tuya ya en la tierra, empezar el cielo en la tierra.

No lo comprendo, Señor, que me resucites para esto, porque quieres ser mi amigo ya , ahora en el sagrario y luego en el cielo… Es algo que no comprendo, pero es verdad. Por eso me gustaría decirle con S. Juan de la Cruz: «Descubre tu presencia y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura» Cristo resucitado, nosotros creemos en Ti. Cristo vivo y resucitado, nosotros confiamos en Ti, esperamos en Ti. Cristo vivo, vivo y resucitado, aquí en el pan consagrado, Tú lo puedes todo, Tú sabes que te amamos.

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estamos celebrando la Pascua del Señor. Feliz Pascua a todos. ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! El domingo, todos los domingos son el día del Señor, el día de su resurrección y de la nuestra. Por eso, qué gozo se católico, porque la resurrección de Cristo llena de alegría el mundo entero y a los creyente; hermanos, cada domingo celebramos la resurrección de Cristo y la nuestra y la de todos, padres, hijos y amigos que se han adelantado. Para esto es lo que vino Cristo a mundo, para predicar..  hacer milagros…no, Cristo muró y resucitó para que todos tengamos vida eterna.

El acontecimiento de la resurrección del Señor cambia por completo la historia de las personas, llenándola de esperanza. La muerte ya no es la última palabra; la última palabra la tiene el Dios de la vida y es una palabra de vida eterna en favor de los hombres: “yo soy la resurrección y la vida…

La resurrección de Cristo es un acontecimiento irreversible de vida y esperanza para todos. Celebrarlo cada año de manera solemne en la Pascua enciende en nosotros santos deseos de que esa vida llegue a todos, y llegue en plenitud para todos. Por eso nos felicitamos en la Pascua del Señor, por su resurrecciòn que es la nuestra. Hermanos, rezad por vuestros hijos y nietos, son eternidades, su vida es más que esta vida.

Una de las formas de recargar permanentemente en nosotros esa nueva vida del Resucitado es la celebración semanal de la misa del domingo, que es la pascua semanal de la comunidad cristiana. Somos convocados cada domingo a vivir y celebrar la victoria de Cristo sobre su muerte y la nuestra. 

Para muchos el domingo se ha convertido sin más en el descanso semanal, para otros, el domingo se ha convertido en un día dedicado al deporte u otras actividades lúdicas y para otros, el domingo o el fin de semana es el momento de encuentro con las familias. El domingo es ocasión de encontrarse, reunirse, visitarse. Todos estos son elementos y aspectos positivos de la vida, ciertamente, pero obligan a replantear el domingo de otra manera, en cristiano, para vivirlo como Cristo lo vivió ese día con sus discípulos reunidos todos llenos de miedo en el Cenáculo.

El domingo, del latín dominicus, día del Señor, de la resurrección de Cristo, es el primer día de la semana y así lo cantamos –“este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”–, es el día de la resurrección de Cristo. “ Y a los ocho días...” dicen los evangelios, Jesús se apareció de nuevo a sus apóstoles, cuando Tomás estaba con todos. Tomás había expresado su incredulidad ante la resurrección del Señor: “Si no lo veo, no lo creo”, y Jesús tuvo la delicadeza y la misericordia de hacerse presente al domingo siguiente y certificarle que estaba vivo y resucitado.

A todos nosotros, hombres de los siglos venideros, nos ha hecho más bien esta duda de Tomás que la facilidad en creer de los demás apóstoles. Porque todos tenemos a veces nuestras dudas, tanto en el hecho de la resurrección como en las consecuencias para nuestra vida. Pues bien, nosotros, viendo a Tomás que dudaba y que después confiesa abiertamente su fe en Jesús resucitado, imitémosle y Jesús seguirá haciéndose presente –domingo tras domingo– para afianzar nuestra fe y para disipar todo genero de dudas en nuestra vida eterna en el cielo.

 Los mártires del Abitene (s. IV) fueron llevados ante el gobernador, que había prohibido la celebración del domingo, la reunión de los cristianos para celebrar el misterio de la resurrección del Señor. Ellos comparecieron ante el gobernador, que los amenazó con la muerte, y ellos prefirieron el martirio a dejar la celebración del domingo: “no podemos vivir sin el domingo”. Para ellos, quitarles el domingo era quitarles la celebración de la victoria de Cristo sobre su muerte y la de todos los hombres, hacia que la vida no tuviera sentido. Prefirieron morir antes que dejar de celebrar el domingo, de creer en Cristo resucitado y en la suya. Un gran ejemplo para los cristianos de nuestro tiempo, que están perdiendo la fe y la esperanza en la vida más allá de esta vida, qué pena, como a bajando la fe en España y Europa…

Hermanos, tú eres eterno, tu vida es más que esta vida, de esto no sale nada en la tele ni guasad y la gente vive olvidándo…

Hermanos, celebremos el domingo. Que la celebración del domingo, la resurrección del Señor estimule en nosotros la virtud de la esperanza, de la vida eterna, que tanto necesita este mundo, las tele y los guasad, nuestros hijos, porque el que se equivoque se equivocará para siempre, para siempre, y el que lo crea y lo viva lovivirá eternamente, para siempre, para siempre con Dios.

Qué gozo ser católico, creer y esperar de verdad en Jesucristo, hermanos, nuestra vida es más que esta vida, que creamos y celebremos los domingos como dias de la resurreción de Cristo y de la nuestra y de los nuestros, que todos viven en la eternidad con Dios nuestro Padre que nos soñó a todos para una eternidadd de gozo con Él…SI TU EXISTE, ES QUE DIOS..  si no fuera así y lo experimentara en ratos de misa y Sagrario, dejaría de ser cura, de celebrar la misa donde Cristo vivo, vivo y resucitado se hace presente para decirnos… te amo, he dado mi vida por ti para que tú la tengas eterna. Cristo Eucaristía, gracias, nosotros creemos y confiamos en Ti.

 

 

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DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA

 

Celebramos este domingo el domingo de la divina misericordia del Señor Procuremos celebrar la Eucaristía y comulgar y hacer un rato de oración eucarística, una visita al Señor en el Sagrario, dándole gracias por su pasión que debió ser nuestra porque nuestros son los pecados y por los pecados del mundo y por los nuestros y de nuestros hermanos. Vengamos algún día entre semana a misa, que es la acción de gracias, la eucaristía, que Cristo ofrece al Padre por nuestra salvación y la de todos los hombres, nuestros hermanos. Somos eternos, iremos al cielo, porque Dios es misericordioso y nos ama y como Padre siempre nos perdona.

 

 

PRIMERA LECTURA: Hch 2, 42-47

 

        Los primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles son frecuentemente interrumpidos por breves resúmenes sintéticos sobre la vida de la comunidad primitiva. Estos resúmenes se suelen llamar “sumarios”: “Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones”. Este es el primero, y en él encontramos estos elementos: enseñanza sobre la vivencia comunitaria; la fracción del pan; las oraciones; la predicación y los milagros de los Apóstoles; el poner los bienes en común; la asistencia al templo. Se ve en todo ello el fervor de la primitiva Iglesia y la caridad que lo presidía todo.

        Como podemos observar, eran fieles “en la fracción del pan”. Desde los primeros tiempos de la Iglesia, la celebración eucarística tiene una importancia central en la vida de la comunidad. La íntima solidaridad vital que une a todos los miembros de la comunidad cristiana encuentra su raíz y su fuente en la participación común de la Eucaristía. ¿Es para nosotros lo mismo? ¿Lo es para la Iglesia actual?

 

SEGUNDA LECTURA: 1P 1, 3,9

 

        Se cree que la primera carta de San Pedro fue escrita desde Roma poco antes de la persecución de Nerón. Va dirigida a los cristianos dispersos por el Asia Menor. Muchos de ellos habían sido bautizados por San Pablo. Pero viven entre paganos, en un clima moral y social viciado por costumbres depravadas. Su fe necesita ser fortalecida. Y este es el objetivo de la carta: alimentar la fidelidad, y para eso, lo que más ayuda es la esperanza en la herencia divina, a la que los cristianos pueden aspirar por haber sido nuevamente engendrados por el amor misericordioso de Dios Padre.

        Esta introducción a la primera carta de San Pedro es un denso resumen de vida cristiana, centrado en la fe como medio de la salvación. La fe en la Resurrección de Cristo constituye el fundamento de su esperanza para el futuro. La vivencia de este misterio es fuente de gozo incesante. Por eso la vida del cristiano, desde ahora, debe impregnarse de firmeza en la fe y de alegría en la esperanza: “No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en Él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación”.

 

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 19-31

 

Celebramos este domingo el domingo de la divina misericordia del Señor Procuremos celebrar la Eucaristía y comulgar y hacer un rato de oración eucarística, una visita al Señor en el Sagrario, dándole gracias por su pasión que debió ser nuestra porque nuestros son los pecados y por los pecados del mundo y por los nuestros y de nuestros hermanos. Vengamos algún día entre semana a misa, que es la acción de gracias, la eucaristía, que Cristo ofrece al Padre por nuestra salvación y la de todos los hombres, nuestros hermanos. Somos eternos, iremos al cielo, porque Dios es misericordioso y nos ama y como Padre siempre nos perdona.

 

 

 

     QUERIDOS HERMANOS: El Evangelio de este domingo nos relata dos apariciones de Cristo resucitado a sus discípulos. En la primera de ellas está ausente Tomás y presente en la segunda, que fue a los ocho días. Es decir, cada domingo es el día en que Cristo se manifiesta a su Iglesia.

Las apariciones son signos que los discípulos nos dan de Cristo, de la verdad y certeza de su resurrección, de que le han visto resucitado y por eso los que le habían abandonado en su pasión y muerte por cobardía y miedo darán testimonio de que está vivo, de que es hijo de Dios, y nos espera en la eternidad y darán la vida por predicarlo y testificarlo porque las apariciones no se apoyan en afirmaciones sin base objetiva sino que se apoyan en hechos reales y estarán dispuestos a dar la vida por Cristo resucitado, como muchos cristianos lo ha hecho a través de la historia y de los siglos. ¿ Daría yo mi vida por Cristo?

Las enseñanzas básicas de este evangelio son las siguientes:

1ª.- La iniciativa siempre parte de Jesús. No depende de nadie. Aparece y desaparece de forma inesperada, incluso con las puertas cerradas. Ninguna aparición sucede de noche ni en sueños, como ordinariamente las del Antiguo Testamento.

        2.- En un primer momento de la apariciones ordinariamente Jesús no es reconocido Esta es una constante. Por eso, Jesús se ve obligado a probar su presencia con acciones determinadas y concretas, porque los discípulos siempre dudan y se muestran reacios a reconocerle por eso Jesús ha de hacer signos, mostrar las manos y pies o tiene que comer con ellos. ¿Y por qué no le reconocían después de resucitado? Porque la forma corpórea de Cristo no era la misma que antes de la resurrección. Ya no está de forma humana sino celeste, resucitado, está glorioso, capaz de atravesar muros y puertas cerradas.

        3.-Y el Evangelio nos dice el fin de las apariciones: “Muchos otros signos…hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre”.

            Es decir: Dos son las finalidades esenciales de las apariciones:

         a) Suscitar y avalar la fe de los Apóstoles y de la primera comunidad, nosotros a veces juzgamos privilegiados a los primeros discípulos; pero sin embargo, Jesús nos dice: “Porque me has visto, Tomás, has creído. Dichosos los que crean sin haber visto”. Ahí podemos estar todos nosotros.

        b) Y a veces añade: “Para que tengáis vida en su Nombre”, esta es la finalidad de toda aparición del Señor entonces y ahora. Para esto vivió, murió y  resucitó Cristo. Para esto nos lo envió el Padre. Nos lo asegura San Juan: “El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su hijo Unigénito para que nosotros  vivamos por Él” (1Jn 4,9). Y en todas las apariciones

        c) Y en las apariciones narradas en este Evangelio, en lugar de empezar riñéndolos, porque le abandonaron podemos ver el saludo: “Paz a vosotros”. Aprendamos nosotros a perdonar como el Señor. Será el mejor signo de la vida nueva y resucitada: “Misericordia quiero y no sacrificios”.

        b) “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Todo cristiano, todo bautizado, si entra dentro de sí mismo, tiene que descubrirse misionero y enviado por Cristo para evangelizar el mundo entero. Pocos cristianos cumplen esta misión. Necesitamos padres y madres cristianos que sean misioneros de la fe en el hogar, educadores de la fe de sus hijos; hoy tenemos pocos cristianos comprometidos en la fe, en apostolados y parroquias; desde el santo bautismo, todos hemos sido enviados. Seamos misioneros de nuestra fe.

        c) El Evangelio de hoy termina diciendo: “Muchos otros signos hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre”.

Dos son las finalidades esenciales de las apariciones: 

1ª) Suscitar y avalar la fe de los Apóstoles y de la primera comunidad. A veces juzgamos privilegiados a los primeros discípulos. Sin embargo, Jesús nos dice a todos: “Porque me has visto, Tomás, has creído. Dichosos los que crean sin haber visto”.

Dichosos nosotros si creemos y amamos a Cristo sin haberle visto.

        2ª) Jesús resucita y vive con nosotros para completar la Pascua en cada uno de nosotros.“Para que tengáis vida en su Nombre” Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre”. Para esto vivió, murió, resucitó Cristo. Y esto es la santa misa y para esto está en el Sagrario y viene a nosotros en la Comunión como nos lo asegura San Juan: “El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su hijo Unigénito para que nosotros  vivamos por Él”(1Jn 4,9). No lo olvidemos, este es el sentido y la finalidad de la santa misa, sobre todo del domingo, llamado así DÍA DEL SEÑOR, porque fue el día en que resucitó por nosotros y para nosotros, para que todos tengamos vida eterna de felicidad con Él y con Dios Trinidad. Así  se lo pediré a Cristo y al Padre en esta santa misa como todas vosotras tenéis que hacerlo hoy y en todas las misas y comuniones y este es el sentido principal de vuestra vida de cristianas y religiosas de clausura.

 

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        6.- En las apariciones narradas en este Evangelio, podemos ver también otras enseñanzas:

        1º) El saludo: “Paz a vosotros”. En lugar de empezar riñéndolos, porque le abandonaron les ofrece su paz. El primer saludo podía haber sido una queja razonada y razonable, pero el Señor nos perdona hoy y siempre a todos;  aprendamos nosotros a perdonar como el Señor. Será el mejor signo de nuestra vida nueva y resucitada en Xto: “Misericordia quiero y no sacrificios”.

        2º) “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Todo cristiano, todo bautizado, si entra dentro de sí mismo, se descubre misionero y enviado por Cristo para evangelizar este mundo actual que tanto lo necesita. entero. Hoy día hay pocos padres y madres educadores de la fe; pocos cristianos comprometidos en apostolados catequéticos y parroquiales; poco compromiso de evangelización, incluso en los enviados por el mismo Cristo por los sacramentos del bautismo, confirmación, matrimonio, incluso sacerdocio. Todos hemos sido enviados. Somos misioneros de la fe en Cristo.

        c) Tomás, para creer, exige el milagro de verle y tocarlo:Cada domingo Cristo se hace presente en la Comunidad Eucarística Parroquial. Por eso nos dice el Concilio Vaticano II: “Ninguna comunidad cristiana se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía” (PO 5). La misa del domingo construye la Comunidad parroquial en la fe y en amor a Dios. Allí se manifiestó el Señor especialmente y esta es la importancia del domingo en la Iglesia y en las Parroquias y en toda comunidad cristiana.

 

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QUERIDOS HERMANOS: El Evangelio de este domingo nos relata dos apariciones de Cristo resucitado a sus discípulos. En la primera de ellas está ausente Tomás y presente en la segunda, que fue a los ocho días. Hemos de entender las apariciones como signos que los discípulos nos dan de su certeza en la resurrección de Cristo, que es objetiva, y no se apoya solamente en medios subjetivos. Vienen a confirmar su fe fehaciente en la Resurrección de Jesús, a quien todos habían abandonado en su muerte. Vienen a confirmar el sepulcro vacío y avalan decisivamente la fe de los Apóstoles y de la Comunidad eclesial, es decir, nuestra propia fe, en el hecho real y cierto, aunque metahistórico, de la resurrección del Señor.

        La intención principal de los evangelistas no es la de hacer un reportaje o crónica fiel sino darnos pruebas reales de las apariciones del Señor, para que se compruebe que no son datos subjetivos.

        Las apariciones son contactos o encuentros personales con el mismo Jesús resucitado, vivo y en persona; son experiencias de fe con base objetiva. El número de las apariciones son unas diez, y los diversos relatos reflejan las distintas tradiciones orales en las comunidades apostólicas, escritas sin preocupaciones apologéticas. Los puntos básicos de coincidencia son:

 

        1.- La iniciativa siempre parte de Jesús. No depende de nadie. Aparece y desaparece de forma inesperada, incluso con las puertas cerradas. Ninguna aparición sucede de noche ni en sueños, como ordinariamente las del Antiguo Testamento, ni son provocadas por la ilusión expectativa o alucinación del grupo de Apóstoles, muy duros para creer en la resurrección del Señor, desde el primer momento, como podemos comprobar por los Evangelios.

        2.- Ordinariamente no es reconocido Jesús en el primer momento de la aparición. Esta es una constante. Por eso, Jesús se ve obligado a probar  con acciones determinadas y concretas que es Él. Los discípulos siempre dudan, tienen dudas y se muestran reacios. Jesús ha de mostrar las manos y pies. Otras veces tiene que comer con ellos. ¿Por qué no le reconocían después de resucitado? Porque la forma corpórea de Cristo no era la misma que antes de la resurrección. Ya no está en forma histórica, material, sino metahistórica, glorioso, capaz de atravesar muros y puertas cerradas, porque esa realidad trasciende este espacio material.

        3.- El reconocimiento de Jesús por los discípulos tiene lugar en un segundo momento, motivado por su palabra: un signo o un gesto típico y característico, que les convence de la continuidad personal entre el Jesús de la historia  y el Resucitado; las apariciones de Jesús son una cuña de cielo y eternidad metida en el tiempo. Por eso están totalmente seguros, captan que es el mismo y gritan alborozados: ¡Ha resucitado el Señor! Hasta el punto de dar su vida por Él. No es posible mayor convencimiento.

 

        4.- Finamente, en la mayoría de las apariciones al grupo de los discípulos, los cuatro Evangelios acentúan  en labios de Jesús la misión de los Apóstoles para la evangelización y el testimonio. Es el mandato misionero, que es la misión de la Iglesia de anunciar el Kerigma. Para esto, Cristo les da su Espíritu, su fuerza, su amor.

 

        5.-  Termina el Evangelio de hoy diciendo: “Muchos otros signos…hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre”. Dos son las finalidades esenciales de las apariciones:

         a) Suscitar y avalar la fe de los Apóstoles y de la primera comunidad, germen de la Iglesia futura y de todos los tiempos. A veces juzgamos privilegiados a los primeros discípulos. Sin embargo, Jesús dice: “Porque me has visto, Tomás, has creído. Dichosos los que crean sin haber visto”.

        b) “Para que tengáis vida en su Nombre”. Jesús resucita y vive con nosotros para completar la Pascua en cada uno de nosotros. Se queda para que lleguemos a conocer y amar al Padre como Él, a los hermanos como Él,  para que vivamos su misma vida en Él. Para esto vivió, murió y  resucitó Cristo. Para esto nos lo envió el Padre. Todo esto lo afirma y nos asegura San Juan: “El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su hijo Unigénito para que nosotros  vivamos por Él”(1Jn 4,9).

 

        6.- Y ya en concreto, en las apariciones narradas en este Evangelio, podemos ver:

        a) “Paz a vosotros”. En lugar de empezar riñéndolos, porque le abandonaron y por todo lo que han hecho, les ofrece su paz. Después de la traición, el primer saludo podía haber sido una queja razonada y razonable, pero no, las primeras palabras son de olvido total y de paz, como si no hubiera pasado nada. Aprendamos a perdonar como el Señor. Será el mejor signo de la vida nueva y resucitada: “Misericordia quiero y no sacrificios”.

        b) “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Todo cristiano, todo bautizado, si entra dentro de sí mismo, se descubre misionero y enviado por Cristo para evangelizar el mundo entero. Pocos cristianos cumplen con esta misión. Hay pocos padres y madres educadores de la fe; pocos cristianos comprometidos en apostolados catequéticos y parroquiales; poco compromiso de evangelización, incluso en los enviados sacramentalmente por el bautismo, confirmación, matrimonio, sacerdocio. Todos hemos sido enviados. Vivamos en actitud y estado de misión.

        c) Tomás, para creer, exige el milagro, el privilegio personal de la presencia de Cristo para él solo. No ha valorado la comunidad. “Ocho días después estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos”. Es una defensa de la Comunidad Eucarística:“Ocho días después”; es el domingo, la mayor presencia de Cristo en la Comunidad Eucarística. “Ninguna comunidad cristiana se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía” (PO 5). San Juan en su Prólogo: “lo que hemos visto y oído..”.. Los de Emaús se alejaron de la comunidad apostólica. La comunidad es Cristo con los suyos. Allí se manifiesta el Señor.

 

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TERCER DOMINGO DE PASCUA

 

PRIMERA LECTURA: Hch 2, 14. 22-28

 

        Nos hallamos en el momento en que San Pedro se dirige a la multitud, después de la venida del Espíritu Santo, en la mañana de Pentecostés. La primera proclamación del mensaje cristiano (Kerigma), encabezada por una confesión valiente del nombre de Jesús, centra todo el misterio de Cristo en el plan de Dios. Dios es el que realiza signos y prodigios por medio de Jesús acreditándolo como Mesías: “Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por manos de paganos, lo matasteis en una cruz”.

        Sin embargo, ese Jesús fue resucitado de entre los muertos por el poder de Dios: “Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio”.

        La celebración eucarística, al hacer de nuevo presente a Cristo resucitado, que presencializa todos sus dichos y hechos  salvíficos, compromete toda nuestra vida en el plan de Dios.

 

SEGUNDA LECTURA: 1P 1, 17-21

        San Pedro, en su primera carta, explica el valor del misterio pascual y lo presenta a los creyentes como el motivo determinante de la santidad de sus vidas: “Ya sabéis que os rescataron no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo”.

        La conciencia de haber sido rescatados por la sangre de Cristo es uno de los argumentos más fuertes de San Pedro, para amar a  nuestro Salvador y para vivir de una manera digna de Él que no haga vana su pasión: “Por Cristo vosotros creéis en Dios... y habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza”.

 

   DOMINGO III DE PASCUA: LOS DOS DISCÍPULOS DE EMAÚS

 

        Queridos hermanos y hermanas: El evangelio de este domingo –el tercero de Pascua– como habéis escuchado, es el célebre relato llamado de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35). En él se nos habla de dos seguidores de Cristo que, el día siguiente al sábado, es decir, el tercer día después de su muerte, tristes y decepcionados, dejaron Jerusalén para ir a una aldea cercana llamada Emaús.

A lo largo del camino, se les unió Jesús resucitado, pero ellos no lo reconocieron. Sintiéndolos desconsolados, Jesús les explicó, basándose en las Escrituras, que el Mesías tenía que padecer y morir para entrar así en  su gloria. Después, entró con ellos en casa, se sentó a la mesa, bendijo el pan y lo partió y en ese momento lo reconocieron, pero él desapareció de su vista, dejándolos asombrados ante aquel pan partido, pan eucarístico, nuevo signo de su presencia.

Este es el camino de Emaús, por el que todos tenemos que caminar para progresar en la fe personal en Cristo, sobre todo por la oración personal, por el diálogo de fe y amor como los discípulos de Emaús; este es el camino de la purificación y maduración de nuestra fe en Dios, como podemos ver en la historia de la Iglesia, sobre todo en la vida de los santos y místicos, este es camino obligado para llegar de la fe creída, a la fe vivida y experimentada y que tanto necesita la Iglesia de todos los tiempos, sobre todo actuales.

Son la noches, las purificaciones de la fe, esperanza y caridad de S. Juan de la Cruz y de todos los místicos que llegan no solo a creer sino a experimentar la fe y el amor personal a Cristo, especialmente a Cristo Eucaristía como misa, comunión y presencia como los dos discípulos de Emaús y todo dialogando por el camino, por la oración personal con Cristo, especialmente Eucaristía, por una oración que en diálogo de amor con Cristo como los dos discípulos de Emaús vaya pasando a una experiencia personal del Señor vivo y resucitado y presente en el pan consagrado, esto es, de Cristo Eucarístía.

Para los dos discípulos de Emaús ha sido la Eucaristía y el diálogo mantenido con Cristo: “Ardía nuestro corazón” , asi titulé mis seis libros de Homilias, la que ha realizado este encuentro personal y de amistad con Cristo; el camino ha sido la meditación que Jesús les ha dado, explicándoles los textos de la Escritura, referentes al Mesías; pero la fe viva y la experiencia de la fe, como encuentro personal de amistad con Cristo, ha venido sobre todo al partir el pan y bendecirlo.

Porque ese mismo Cristo vivo y resucitado es el que está en todos los Sagrarios de la tierra, en este Sagrario y en todas las parroquias y también hoy, Él, en la santa misa, consagra y parte el pan para nosotros y se entrega a sí mismo como nuestro pan de vida y alimento de nuestra fe y amor. Señor, aumenta nuestra fe y amor, como a los dos de Emaús.

Recuerdo como si fuera hoy mismo mi primer libro titulado «Eucarísticas», esto es, vivencias eucarísticas, que escribí primero en un cuaderno de pastas grises y hojas de cuadritos que me llevaba todas las mañanas para hacer mi oración personal junto al Sagrario de mi primer destino apostólico como párroco en Robledillo de la Vera,  y que luego pasé a imprimirlo, libro que publiqué hará 25 años, dice así:

«Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían  en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre  de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el Sagrario sería un trasto más de la Iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste.

Te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos,  como presencia de  amistad ofrecida a todos tus seguidores, a todos los hombres, especialmente a tus sacerdotes, a todos los párrocos.

Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de  nuestros abandonos y faltas de correspondencia a través de los tiempos, incluso de tus sacerdotes y párroco de tus iglesias, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión..., porque Tú lo sabías, Tú lo sabías todo....y, sin embargo,  te quedaste... Qué amor más extremo… qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada Sagrario de la tierra, siempre con el mismo amor, la misma entrega....eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de estas locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores,  nosotros somos limitados en todo.

Señor, por qué nos amas tanto, por qué me amas tanto, por qué me buscas tanto, por que te humillas tanto, por que te rebajas tanto... hasta hacerte no solo hombre sino una cosa, un poco de pan por mí.... Señor, pero qué puedo darte yo que Tú no tengas....qué puede darte el hombre.... Si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo... no me entra en la cabeza, porque Tù lo sabías y lo sabes todo, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo encuentro una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Nos amaste, Señor, y nos amas hasta el extremo en todos los Sagrarios de la tierra.

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DOMINGO III DE PASCUA: LOS DOS DISCÍPULOS DE EMAÚS

 

        Queridos hermanos y hermanas: El evangelio de este domingo –el tercero de Pascua– como habéis escuchado, es el célebre relato llamado de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35). En él se nos habla de dos seguidores de Cristo que, el día siguiente al sábado, es decir, el tercer día después de su muerte, tristes y decepcionados, dejaron Jerusalén para ir a una aldea cercana llamada Emaús.

A lo largo del camino, se les unió Jesús resucitado, pero ellos no lo reconocieron. Sintiéndolos desconsolados, Jesús les explicó, basándose en las Escrituras, que el Mesías tenía que padecer y morir para entrar así en  su gloria. Después, entró con ellos en casa, se sentó a la mesa, bendijo el pan y lo partió y en ese momento lo reconocieron, pero él desapareció de su vista, dejándolos asombrados ante aquel pan partido, pan eucarístico, nuevo signo de su presencia.

Este es el camino de Emaús, por el que todos tenemos que caminar para progresar en la fe personal en Cristo, sobre todo por la oración personal, por el diálogo de fe y amor como los discípulos de Emaús; este es el camino de la purificación y maduración de nuestra fe en Dios, como podemos ver en la historia de la Iglesia, sobre todo en la vida de los santos y místicos, este es camino obligado para llegar de la fe creída, a la fe vivida y experimentada y que tanto necesita la Iglesia de todos los tiempos, sobre todo actuales.

Son las noches, las purificaciones de la fe, esperanza y caridad de S. Juan de la Cruz y de todos los místicos que llegan no solo a creer sino a experimentar la fe y el amor personal a Cristo, especialmente a Cristo Eucaristía como misa, comunión y presencia como los dos discípulos de Emaús y todo dialogando por el camino, por la oración personal con Cristo, especialmente Eucaristía, por una oración que en diálogo de amor con Cristo como los dos discípulos de Emaús vaya pasando de una fe teórica incluso teológica, como tenemos todos los que estudiamos teología, a una experiencia personal de fe, del Señor vivo y resucitado y presente en el pan consagrado, esto es, de Cristo Eucarístía.

Para los dos discípulos de Emaús ha sido la Eucaristía y el diálogo mantenido con Cristo el que lo ha realizado; ¡“Ardía nuestro corazón”¡  así titulé los libros de Homilias que he publicado, porque por el pan consagrado se ha realizado este encuentro personal de amistad con Cristo; el camino ha sido la meditación que Jesús les ha dado, explicándoles los textos de la Escritura, referentes al Mesías; pero la fe viva y la experiencia de la fe, como encuentro personal de amistad con Cristo, ha venido sobre todo al partir el pan y bendecirlo.

Porque ese mismo Cristo vivo y resucitado es el que está en todos los Sagrarios de la tierra, en este Sagrario y en todas las parroquias y también hoy, Él, en la santa misa, consagra y parte el pan para nosotros y se entrega a sí mismo como nuestro pan de vida y alimento de nuestra fe y amor. Señor, aumenta nuestra fe y amor, como a los dos de Emaús.

Recuerdo como si fuera hoy mismo mi primer libro titulado «Eucarísticas», esto es, vivencias eucarísticas, que escribí primero en un cuaderno de pastas grises y hojas de cuadritos que me llevaba todas las mañanas para hacer mi oración personal junto al Sagrario de mi primer destino apostólico como párroco en Robledillo de la Vera,  y que luego pasé a imprimirlo, libro que publiqué hará 25 años, dice así:

«Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían  en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre  de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el Sagrario sería un trasto más de la Iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste.

Te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos,  como presencia de  amistad ofrecida a todos tus seguidores, a todos los hombres, especialmente a tus sacerdotes, a todos los párrocos en sus parroquias.

Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de  nuestros abandonos y faltas de correspondencia a través de los tiempos, incluso de tus sacerdotes y párrocos de tus iglesias, y a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión..., porque Tú lo sabías, Tú lo sabías todo....y, sin embargo,  te quedaste...

Qué amor más extremo… qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada Sagrario de la tierra, siempre con el mismo amor, la misma entrega....eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de estas locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores,  nosotros somos más limitados en todo.

Señor, por qué nos amas tanto, por qué me amas tanto, por qué me buscas tanto, por que te humillas tanto, por que te rebajas tanto... hasta hacerte no solo hombre sino una cosa, un poco de pan por mí.... Señor, pero qué puedo darte yo que Tú no tengas....qué puede darte el hombre.... Si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo... no me entra en la cabeza, porque Tù lo sabías y lo sabes todo, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo encuentro una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Nos amaste, Señor, y nos amas hasta el extremo en todos los Sagrarios de la tierra.

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

        Queridos hermanos y hermanas: El evangelio de este domingo –el tercero de Pascua– como habéis escuchado, es el célebre relato llamado de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35). En él se nos habla de dos seguidores de Cristo que, el día siguiente al sábado, es decir, el tercero después de su muerte, tristes y abatidos, dejaron Jerusalén para ir a una aldea cercana llamada Emaús.

A lo largo del camino, se les unió Jesús resucitado, pero ellos no lo reconocieron. Sintiéndolos desconsolados, Jesús les explicó, basándose en las Escrituras, que el Mesías tenía que padecer y morir para entrar en su gloria. Después, entró con ellos en casa, se sentó a la mesa, bendijo el pan y lo partió y en ese momento lo reconocieron, pero él desapareció de su vista, dejándolos asombrados ante aquel pan partido, nuevo signo de su presencia.

Los dos volvieron inmediatamente a Jerusalén y contaron a los demás discípulos lo que les había sucedido. La localidad de Emaús no ha sido identificada con certeza. Hay diversas hipótesis, y esto es sugestivo, porque nos permite pensar que Emaús representa en realidad todos los lugares: el camino que lleva a Emaús es el camino de todo cristiano, más aún, de todo hombre que quiera encontrarse con Cristo, especialmente en la eucaristía.

En nuestros caminos de vida Jesús resucitado también se hace compañero de viaje para reavivar en nuestro corazón el calor de la fe y de la esperanza y partir el pan de la vida eterna. En la conversación de los discípulos con el peregrino desconocido impresiona la expresión que el evangelista san Lucas pone en los labios de uno de ellos: “Nosotros esperábamos...” (Lc 24, 21). Este verbo en pasado lo dice todo: Hemos creído, hemos seguido, hemos esperado..., pero ahora todo ha terminado.

Exáminemosnos, que no ocurra esto en nuestras vidas, hoy que tantos bautizados, sobre todo de cincuentra años para abajo se están alejando de Cristo, de su Iglesia y no bautizan a sus hijos ni hay primeras comuniones…

También Jesús de Nazaret, que se había manifestado como un profeta poderoso en obras y palabras, ha fracasado, y nosotros estamos decepcionados. Este drama de los discípulos de Emaús es como un espejo de la situación de muchos cristianos de nuestro tiempo. Al parecer, la esperanza de la fe ha fracasado. La fe misma entra en crisis a causa de experiencias negativas que nos llevan a sentirnos abandonados por el Señor.

Pero este camino hacia Emaús, por el que avanzamos, puede llegar a ser el camino de una purificación y maduración de nuestra fe en Dios. También hoy podemos entrar en diálogo con Jesús escuchando su palabra. Porque ese mismo Cristo vivo y resucitado es el que está en todos los Sagrarios y también hoy, Él, en la santa misa, parte el pan para nosotros y se entrega a sí mismo como nuestro pan de vida y alimento de nuestra fe ya amor. Y así el encuentro con Cristo resucitado, es también posible hoy, sobre todo, todos los domingos y en todas las misas y en ratos de diálogo y oración con Él especialmente ante el Sagrario y en diálogo de amor con Él donde nos da una fe más profunda y auténtica cimentada en la palabra de Dios y en su presencia real en la Eucaristía, sobre todo dominical, hoy, repito, tan abandonada por el pueblo cristiano, sobre todo de 50 años para abajo, por madres y padres cristianos que deben educar y conducir a sus hijos a este encuentro con Cristo Eucaristía, vivo y resucitado y celebrado todos los domingos. Por esto mismo está bajando la celebración y la presencia de Cristo en bautizos, comuniones y misas del domingo.

El texto evangélico que hemos proclamado hoy contiene ya la estructura de la santa misa: los dos discípulos de Emaús, en la primera parte, escuchan la Palabra de Dios, escuchan a Cristo que les explica las Escrituras y en la segunda parte los dos discípulos de Emaús reconocern a Cristo al bendecir y partir el pan para dárselo, en la liturgia eucarística y la comunión del pan consagrado con Cristo sacerdote.

        Queridos hermanos, que nosotros mismos,  que la Iglesia entera se edifique hoy día también así como Cristo quiso y la instituyó, que los cristianos y todo el pueblo Dios se alimente de esta doble mesa, mesa de la Palabra de Dios, del Santo Evangelio y de la Sagrada Eucaristía, sobre todo dominical, hoy tan abandonada especialmente por el pueblo de Dios  hoy alejándonse de la iglesia, de la eucaristía dominical y de sus sacramentos de vida, sobre todo de 50 años para abajo, iglesias vacías los domingos, el día de Cristo vivo y resucitado.

        Oremos hoy especialmente para que todos los cristianos y toda comunidad, reviviendo la experiencia de los discípulos de Emaús, redescubra la gracia del encuentro transformador con el Señor resucitado en la eucaristia del domingo, alimentándose en esta doble mesa, donde los cristianos, la Iglesia de Cristo se edifica incesantemente y se renueva día tras día en la fe, en la esperanza y en la caridad.

Por intercesión de María santísima, oremos para que todos los  cristianos celebren el domingo y se encuentren con Cristo vivo y resucitado y se alimenten del pan eucarístico, pan de la vida eterna para que todos hemos sido soñados y creados por el Padre bueno del cielo y de la eternidad.

 

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El evangelio de este domingo es una verdadera catequesis sobre el camino de encuentro con Cristo, por medio de la Escritura y de la Eucaristía, y también por medio del diálogo con Él, esto es, por medio de la oración personal, sobre todo eucarística, ante Cristo vivo y presente en el Sagrario esperándonos siempre.

En estas líneas evangélicas se palpa un proceso de encuentro con el Señor, que puede ser nuestra propia historia del encuentro con Cristo por la fe, mediante el diálogo de la oración. Como es un poco larga, la he dividido en dos homilías. Esta es la primera homilía.

 

        2.- Tenemos, pues, que el mismo día de la Pascua por la tarde, Jesús, bajo las apariencias de un caminante, se junta a dos discípulos que se dirigían a Emaús y hablaban entre sí de los hechos sorprendentes acaecidos en Jerusalén el viernes anterior. Como María Magdalena, tampoco ellos le reconocen; sin embargo a María le basta oir su nombre pronunciado por el Señor y reconocerlo. Para estos dos discípulos de Emaús, no les basta ni siquiera oyéndole explicar las Escrituras, y haber constatado que “que fue un profeta, poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo”; pero su condena a muerte  y su crucifixión los ha decepcionado y han perdido la confianza en Él: “Nosotros esperábamos que Él fuera el futuro  liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió todo esto”.

Queridos hermanos, atentos a esta historia que se puede repetir hoy mismo en muchos cristianos, y entre nosotros mismos. Porque la decisión de los dos discípulos de Emaús no ha sido un pronto, no ha sido un arrebato de decepción; la decisión se ha tomado, porque todo lo que ellos vieron tuvo más fuerza para ellos que los datos presentados por las mujeres que han ido al sepulcro y lo han encontrado vacio, y lo mismo que Pedro y Juan. Todo esto no ha sido suficiente para mantenerse en la esperanza en la resurrección de Jesús, simplemente porque “a Él no le vieron”. ¡Y qué paradoja! Ellos están caminando con Él y ellos, aún así,  “viéndole, no le ven”, como había dicho Jesús en una de sus predicaciones.

“Nosotros esperábamos que Él fuera el futuro  liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió todo esto”. Queridos hermanos: Tenemos que cambiar de categorías mentales, si queremos encontrarnos con un Mesías Salvador, que ha seguido el camino del dolor y de la cruz , por obediencia al Padre, para salvarnos: “Tanto amó Dios al mundo… que entregó a su Hijo Unigénito”. Ahora también muchas personas se han alejado de la Iglesia y de Dios por el fracaso, porque no aceptan el dolor o las contrariedades en su vida y le echan la culpa de todo a Dios; cuando sentimos estas tentaciones en el fondo no estamos buscando a Dios sino a nosotros mismos y muchos bautizados se alejan de Dios porque no le buscaban a Él sino el éxito y promoción y poder humano y dinero.

HERMANOS: Que esta es una tentación que podemos sentir vosotros y yo ante la enfermedad, las pruebas la vida. Si Dios no me vale para solucionar esta enfermedad, este fracaso, esta muerte, este sufrimiento, no me interesa, me alejo de Él, dejo la comunidad, la misa de domingo, no creo en Él. Y es que tenemos que conocernos más a nosotros mismos, nuestro egoísmo innato que nos lleva a buscarnos a nosotros más que a Dios y a los demás.

Algo que quisiera decir también y recalcar es que si estos dos discípulos que van a Emaús hubieran permanecido en la comunidad con los demás apóstoles, no les hubiera pasado esto, ni hubieran perdido la fe, porque el Señor se apareció a la comunidad, cuando ellos habían ya salido, de forma que cuando ellos fueron a contarles lo que les había pasado y cómo lo habían reconocido al partir el pan, los apóstoles  le dijeron que ya se le había aparecido antes a todos ellos reunidos en el Cenáculo.

Esta lección también la considero interesantísima para nosotros, para vosotros y para mí, para los cristianos actuales: es la importancia del domingo,  de la comunidad reunida todos los domingos para vivir la fe, la religión, el cristianismo. Eso que tantas veces os predico a mis feligreses: sin domingo no hay cristianismo.

Si uno deja la misa del domingo, poco a poco se aleja de Cristo, de la fe; lo podéis comprobar vosotros mismos en vuestros hijos y nietos principalmente. La comunidad del domingo, el venir a la Iglesia con los hermanos, el rezar juntos conserva, alimenta y potencia la fe y nos ayuda a superar mejor las pruebas de la vida, mejor que si no alejamos de la comunidad de fe y amor, reunida como los Apóstoles para la Eucaristía del domingo.  

Y la causa de no venir algunos a misa, a la iglesia, de haberse alejado de la comunidad, del domingo cristiano es por echarle la culpa a Dios de las desgracias de su vida, olvidando que la mayor parte de ellas proceden le la ignorancia o malicia de los demás. Esta es la verdad de muchas ausencias en la Comunidad, en la Iglesia, en las parroquias.

        Pido al Señor que todos venzamos estas tentaciones, como Cristo: “Padre, si es posible… como nuestra madre María, aceptando y uniéndose al dolor y la muerte injusta del Hijo y salvándonos con Él. Hermanos que Dios nos ama y no quiere el sufrimiento, que Cristo se nos aparece y nos habla por su Palabra y su Eucaristía todos los domingos, que sin domingo, sin la misa de domingo no podemos ser cristianos, discípulos de Cristo. Esta es la lección que nos ha dado el Señor con los dos discípulos de Emaús. 

        3.- Jesús, al oír sus razonamientos, no aguanta más e irrumpe con fuerza en la conversación: “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera todo esto para entrar así en su gloria?” Lo que les impide a los dos discípulos y a tantos y tantos hombres de todos los tiempos y de todas las culturas aceptar a Cristo es verlo crucificado, que, como diría San Pablo, “es necedad para los griegos y escándalo para los judíos”. Lo que ellos quieren es un Mesías político, que les  abra las puertas de la prosperidad material y del éxito político  y poder humano; como sigue ocurriendo hoy día. Por eso se han alejado muchos, incluso bautizados, de la Iglesia y de Cristo.

        4.- Y “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que se refería a Él en toda la Escritura”. Y los dos discípulos escuchan complacidos todo lo que les explica el caminante, pero no están convencidos. Los criterios materialistas, desde la creación del hombre, dominan el mundo y su historia. Fijaos qué diferencia. A María Magdalena le bastó oír su nombre, pronunciado por el Resucitado, para reconocer al mismo Jesús de antes; a estos dos no les basta ni la voz, ni el largo caminar y conversar con Él, ni oírle explicar las Escrituras ni su misma presencia disfrazada de un caminante. Todo esto nos indica que se puede tener al Señor muy cerca, que se pueden leer e interpretar la Escrituras, que puede uno estar licenciado en Teología sin encontrarse con la persona de que hablan las Escrituras, sin llegar hasta Dios, autor de las Escrituras, y a Cristo, que vivió en su carne el Evangelio. Ni siquiera ver al Señor es suficiente para creer, si la fe no nos ilumina interiormente. Porque la fe, en el fondo, es conocer como Dios conoce, es el conocimiento que Dios tiene de sí mismo y de las cosas, del cual hace partícipe al hombre. Y esto es un don de Dios. No es un patrimonio de los que estudian, de los inteligentes, que “viendo no ven". Es un don de Dios. Solo Dios puede darla. Es necesario pedirla continuamente: “Señor, aumenta nuestra fe” (Lc 17, 51).

 

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Queridos hermanos: nos vamos a fijar esta tarde solo en el momento en que el misterioso viandante está para dejarles, y los dos discípulos le ruegan, diciendo: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída”. Vemos como la petición  es escuchada más allá de lo que piden. Pues el Señor no sólo acepta la invitación y entra en casa, sino que “sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”. Entonces a ellos se les abrieron los ojos y le reconocieron.

Este reconocimiento del Señor, este descubrirle en la fracción del pan, es una defensa clara y rotunda de la Eucaristía y de la oración eucarística como encuentro de fe y amor con el Señor. Cuando partía el pan a sus discípulos; vieron el gesto típico de Jesús repetición del gesto eucarístico de la Última Cena, en la cual los dos podían haber estado presentes o podían habérselo contado los Apóstoles por lo maravilloso que fue.

En todo caso, Jesús se hace conocer en un clima de encuentro personal mediante el diálogo, esto es, de oración, y de fracción del pan, de Eucaristía. En estos momentos se me viene espontáneamente a la mente la definición de Santa Teresa sobre la oración: “Que no es otra cosa oración mental, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama”.

Pues esta es la verdad fundamental que yo descubro en este hecho: que los dos discípulos llegan a conocer a Cristo por el diálogo: ardía nuestro corazón, y por la Eucaristía. Ratos de sagrario, de oración ante Jesús sacramentado, mira, queridos feligreses que os lo digo,  que os lo digo… pero no veo que aumenten la visitas, vuestra presencia en los laudes de las mañanas en el Cristo de las Batallas, que tenemos tres misas diarias todos los días…Cuántas veces os lo digo, ocho libros tengo escritos sobre este tema, porque lo vivo, lo gozo y estoy convencido: ratos de oración, ratos de sagrario, ratos de coger el evangelio entre las manos es el mejor método y camino para encontrarse con Cristo vivo, vivo y resucitado, con Cristo Hijo de Dios y amigo de los hombres. Más que todas la dinámicas, teologías, o métodos.

        5.- Para los dos discípulos de Emaús ha sido la Eucaristía y el diálogo mantenido con Cristo: “Ardía nuestro corazón” la que ha realizado este encuentro personal y de amistad con Cristo; el camino ha sido la meditación que Jesús les ha dado, explicándoles los textos de la Escritura, referentes al Mesías; pero la fe viva y la experiencia de la fe, como encuentro personal de amistad con Cristo, ha venido al partir el pan y bendecirlo.

Si la fe de muchos creyentes está fría, casi dormida, incapaz de informar y transformar su vida, esto se debe con frecuencia a la falta de oración  e intimidad personal con Jesucristo Eucaristía por la oración personal. Éste es mi convencimiento y el título que puse al primero de mis libros: “LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO”.

 

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Queridos hermanos: nos vamos a fijar esta tarde solo en el momento en que el misterioso viandante está para dejarles, y los dos discípulos le ruegan, diciendo: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída”. Vemos como la petición  es escuchada más allá de lo que piden. Pues el Señor no sólo acepta la invitación y entra en casa, sino que “sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”. Entonces a ellos se les abrieron los ojos y le reconocieron.

Este reconocimiento del Señor, este descubrirle en la fracción del pan, es una defensa clara y rotunda de la Eucaristía y de la oración eucarística como encuentro de fe y amor con el Señor. Cuando partía el pan a sus discípulos; vieron el gesto típico de Jesús repetición del gesto eucarístico de la Última Cena, en la cual los dos podían haber estado presentes o podían habérselo contado los Apóstoles por lo maravilloso que fue.

En todo caso, Jesús se hace conocer en un clima de encuentro personal mediante el diálogo, esto es, de oración, y de fracción del pan, de Eucaristía. En estos momentos se me viene espontáneamente a la mente la definición de Santa Teresa sobre la oración: “Que no es otra cosa oración mental, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama”.

Pues esta es la verdad fundamental que yo descubro en este hecho: que los dos discípulos llegan a conocer a Cristo por el diálogo: ardía nuestro corazón, y por la Eucaristía. Ratos de sagrario, de oración ante Jesús sacramentado, mira que os lo digo… pero no veo que aumenten la visitas, los laudes…Cuántas veces os lo digo, ocho libros tengo escritos sobre este tema, porque lo vivo, lo gozo y estoy convencido: ratos de oración, ratos de sagrario, ratos de cogen el evangelio entre las manos es el mejor método y camino para encontrarse con Cristo vivo, vivo y resucitado, con Cristo Hijo de Dios y amigo de los hombres. Más que todas la dinámicas, teologías, o métodos.

        5.- Para los dos discípulos de Emaús ha sido la Eucaristía y el diálogo mantenido con Cristo: “Ardía nuestro corazón” la que ha realizado este encuentro personal y de amistad con Cristo; el camino ha sido la meditación que Jesús les ha dado, explicándoles los textos de la Escritura, referentes al Mesías; pero la fe viva y la experiencia de la fe, como encuentro personal de amistad con Cristo, ha venido al partir el pan y bendecirlo.

Si la fe de muchos creyentes está fría, casi dormida, incapaz de informar y transformar su vida, esto se debe con frecuencia a la falta de oración y de intimidad personal con Jesucristo Eucaristía. Éste es mi convencimiento y el título que puse al primero de mis libros: “LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO”.

En el prólogo del libro escribo: “Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, <el que nos ama> nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse. Y es así como la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo.

        La  presencia eucarística de Cristo perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremo, hasta el fin de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la Eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos…”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”..., “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer…”, “yo doy la vida por mis amigos…”, ”Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos…”.

        Y esto es también lo que pretendo recordaros en esta homilía y  en este libro: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado en la Eucaristía y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, qué le puede dar el hombre que Él no tenga?, sino porque nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Stma. Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

        Lo maravilloso de esta historia de amor de Jesús con los discípulos de Emaús no es que ellos hayan buscado a Cristo y  hayan encontrado a Cristo al partir el pan, lo maravilloso es que ha sido Cristo quien ha ido en su busca. Lo maravilloso no es que el hombre ame a Dios, sino que Dios ame al hombre, y lo busque y se rebaje y se haga hombre y ahora un poco de pan. Lo maravilloso de esta historia de amor que es el cristianismo no es que el hombre ame a Dios, lo maravilloso es que Dios ame verdaderamente al hombre, a cada uno, y venga en nuestra búsqueda, y  haya pronunciado nuestro nombre, y por eso existimos, y no para cien años, sino que Dios no ha amado para amarnos y besarnos eternamente en su mismo fuego de Amor, que es Espíritu Santo.

        Recuerdo como si fuera hoy mismo la primera «Eucarística» vivencia, que escribí junto al Sagrario de mi primer destino apostólico:

«Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían  en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre  de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el Sagrario sería un trasto más de la Iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste;  te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos,  como presencia de  amistad ofrecida  a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres... Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de  nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión..., porque Tú lo sabías, Tú lo sabías todo....y, sin embargo,  te quedaste... Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada Sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega....eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores,  nosotros somos limitados en todo.

Señor, por qué me amas tanto, por qué me buscas tanto, por que te humillas tanto, por que te rebajas tanto... hasta hacerte no solo hombre sino una cosa, un poco de pan por mí.... Señor, pero qué puedo darte yo que Tú no tengas....qué puede darte el hombre.... Si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo... no me entra en la cabeza, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo hay una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

 

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QUERIDOS HERMANOS: Los cincuenta días que median entre Pascua y Pentecostés son como una celebración ininterrumpida del misterio pascual, de la resurrección de Cristo, anticipo de la nuestra, que celebramos cada domingo, llamado así, domingo- del latín dominicus-día del Señor, porque es el día en que resucitó el Señor y la Eucaristía dominical no solo lo recuerda sino que lo hace singularmente presente para todos los hombres de todos los tiempos.

 

        2.- El evangelio de hoy nos dice que el mismo día de la Pascua por la tarde, Jesús, bajo las apariencias de un caminante, se junta a dos discípulos que se dirigían a Emaús y hablaban entre sí de los hechos acaecidos en Jerusalén el viernes anterior. Ellos, como María Magdalena en el jardín, tampoco le reconocen al Señor porque creían que todo había terminado con su muerte y por es por eso precisamenteo por lo que se marchan decepcionados de Jerusalén: “Nosotros esperábamos que Él fuera el futuro  liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió todo esto”.

 Este hecho de los dos dicipulos de Emaús es muy importante para los hombres de todos los tiempos porque vemos que ellos le siguieron a Cristo porque esperaban triunfos y éxitos materiales y por eso le siguieron hasta su muerte donde vieron fracasar todas su esperanzas con su muerte.

 

        3.-Y vemos por otra parte en estos hechos, còmo Jesús, el mismo que está en este y en todos los Sagrarios de la tierra y que había venido lleno de fuego y amor a los hombres únicamene para salvarnos, para conseguirnos la resurrección y la vida eterna para todos, vemos que les dice lo que tal vez nosotros hemos escuchado alguna vez cuando solo buscamos y pedimos intereses egoístas: “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera todo esto para entrar así en su gloria?”. Como vosotras y todos los verdaderos seguidores de Cristo, tenemos que sufrir y purificarnos de nuestros egoismos para entrar en la amistad con Él

Hermanos, nosotros y todos los humanos lo primero que buscamos y rezamos y pedimos incluso cuando buscamos a Dios en la vida cristiana es el éxito, la saluz, el dinero y lo que les impide aceptar a Cristo alos dos discípulos y a tantos y tantos hombres de todos los tiempos y de todas las culturas, lo que nos impide aceptar a Cristo es verlo desnudo y crucificado por amor a nosotros, a todos los hombre, porque, como dijo San Pablo, eso “es necedad para los griegos y escándalo para los judíos”.

Lo que ellos quieren y el mundo entero y los humanos de todos los tiempos es un Dios, un Mesías de gloria y triunfos, que nos  abra las puertas de la prosperidad material y del dinero, y del éxito y poder humano; como sigue ocurriendo hoy día. Esta es la crisis del cristianismo incluso dentro de la Iglesia, por eso muchos se han alejado de la Iglesia y de Cristo, porque no da éxitos materiales y por eso no hay vocaciones y el cristianismo en España y Europa sufre una huida de los hombre y mujeres de sobre todo de 50 años para abajo, lo podemos ver y comprobar en nuestras parroquias.

Por eso se han alejado muchos católicos de la Iglesia y de Cristo, y laa política no favorece a la Iglesia, sobre todo en los tiempos actuales. La Iglesia no da dinero, éxito material, es más te complica tu vida de egoismos y placeres. Por favor, que no nos pase a nosotros sacerdotes y religosas lo mismo, buscar más e interesarnos más lo material que lo espiritual. Tenemos que aprender y no olvidar tan pronto las lecciones de Cristo y de su evangelio.

       

4.- Y “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que se refería a Él en toda la Escritura”. Y los dos discípulos escuchan complacidos todo lo que les explica el caminante. Esta es la segunda y más importante  lección, la importancia en nuestra vida de escuchar a Cristo todos los días por la oración: Hay que hablar con Cristo, la oración es camino absolutamente necesario para ser cristiano de verdad, para vivir la fe, para conocer y amar a Jesucristo, para ser cristiano y vivir la vida cristiana, para salvarse: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las Escrituras?

Hermanos, que no nos falte el hablar todos los días y revisarnos ante Cristo ante el Sagrario, en la oración vigilante, en ratos de oración todos los días y sentirás a Cristo vivo y resucitado en tu vida, en tu corazón, al Cristo del cielo y del Sagrario.

        En esto insitiré toda mi vida, porque es el primero y principal camino que conozco y he seguido para conocer y amar a Cristo y sentirlo, de superar las pruebas y dificultades de la fe hasta llegar a la experiencia de Cristo, vivo y resucitado en el cielo, pero para nosotros, caminantes, en todos los Sagrarios de la tierra. Y aquí tenéis que encontrarlo si queréis amarlo totalmente y ser religiosas felices. (Mañana continuaré para no alargarme).

 

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5.- Cuando el misterioso viandante está para dejarles, los dos discípulos le ruegan diciendo: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída”. Y esta caridad, esta hospitalidad les  honra a los dos discípulos.    Y “sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio”.

Entonces a ellos se les abrieron los ojos y le reconocieron. Como a nosotros cuando no solo cantamos o comemos la Eucaristía sino que nos ofrecemos con Él al Padre y comulgamos con su amor hasta el extremo, con sus sentimientos de entrega yamor a Dios y a nuestros hermanos los hombres.

Queridos hermanos, esta es la tercera lección de este evangelio: que a nosotros también se nos abran los ojos de la fe y veamos a Cristo cuando celebramos o participamos en la Eucaristía, cuando comulgamos esta tarde, es el mismo Cristo de Emaús, con el mismo amor y las mismas intenciones de encontrarnos, de llenarnos de su vida y amor esta tarde, es la misma misa, la misma comunión del mismo pan eucarístico de los de Emaús.

Hermanos, tengamos más fe y amor al celebrarla y comulgar el pan Cristo; el camino ha sido la meditación que Jesús les ha dado, la oración, explicándoles los textos de la Escritura, referentes al Mesías, como a nosotros; pero la fe viva y la experiencia de la fe, como encuentro personal de amistad con Cristo, ha venido al partir el pan y bendecirlo, consagrarlo.

Hermanos, hermanas, si tu amor y nuestra fe de creyentes está fría entoces no ve ni siente a Cristo en el Sagrario o en la misa o en la Comunión, es incapaz de sentir al Señor y transformar nuestra vida, y esto se debe principalmente como he dicho  a la falta de oración y de intimidad eucarística y personal con Jesucristo Eucaristía. ¿Tú hablas, visitas, meditas todos los días un poco ante Cristo Eucaristía? ¿Cómo son nuestros ratos de oración, de eucaristía, de Sagrario todos los días, qué pena dentro de la misma parroquia lo poco o nada que se ve a sus sacerdotes en oración, ante el Sagrario…

Éste es mi convencimiento y el título que puse al primero  de mis libros: “LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO”. En el prólogo del libro escribo: “Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, “el que nos ama”, el que está en el sagrario nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse.

Y es así como la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo que tanto necesita la Iglesia de todos los tiempos, especialmente la actual, y especialmente en sus obispos y sacerdotes. Que nuestra fe y oración y amor a Cristo Eucaristía se manifieste en nuestro silencio, respeto, veneración permanente y continua ante los Sagrarios donde Cristo está vivo y presente.

Queridos hermanos: Que somos eternos, que nuestra vida es más que esta vida, que para eso vino, murió y resucitó Cristo y se quedó en el Sagrario y celebramos su resurrección en cada misa y comulgamos para llevarnos aquí en la tierrra a una amistad sentida y verdadera y empezar ya el sielo de la vida eterna. Venid más a visitarle, a misa, y procuremos no solo comer, sino comulgar su vida nueva y resucitada en nosotros por la gracia y amistad con Él.

 

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CUARTO DOMINGO DE PASCUA

 

        PRIMERA LECTURA: Hch 2, 1-4. 36-41

 

        Es la última parte del discurso de Pedro en el día de Pentecostés. En ella exhorta al arrepentimiento y a la conversión. La conversión, en el contexto del discurso de Pedro, es la reacción del judío que toma conciencia de la responsabilidad que ha contraído con Dios al crucificar a su Mesías.  Dios concede a los que se arrepienten el perdón de sus pecados. Los Hechos nos hablan de la conversión y del bautismo de muchos judíos, movidos por la predicación de Pedro.

        Esta  continuación del discurso de San Pedro a la multitud de Pentecostés orienta nuestro pensamiento hacia una reflexión sobre el bautismo. Tres principales elementos se imponen a nuestra atención: la fe en Jesucristo, la conversión y el don del Espíritu Santo. A título de curiosidad se puede preguntar cómo pudieron los apóstoles bautizar a tres mil personas en un día. Una atenta lectura del texto distingue dos cosas: el bautismo efectivo y la adhesión a la Iglesia. Se dice que aquel día se sumaron a la Iglesia tres mil almas, pero no está especificado que se dieran tres mil bautismos aquel día.     El bautismo supone la conversión: “Arrepentíos”, dice San Pedro. Para aquellos judíos no es suficiente el lamentarse de haber entregado a Jesús a la muerte. Y esta conversión es permanente, debe durar toda la vida:“ Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo…y recibiréis el Espíritu Santo”.

 

SEGUNDA LECTURA: 1Pe 2, 20b-25

        El texto parece aludir a los esclavos ya convertidos al cristianismo, pero que estaban a merced de amos exigentes y duros. La carta exhorta a que los esclavos hagan como el Señor, que no temió ser escarnecido e insultado. A este propósito cita por tres veces el canto del Siervo de Yahvé, para animar a los cristianos perseguidos, indicándoles la figura de Cristo sufriente, pero al final victorioso: “Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas”.

        Aunque teman a sus guardianes, no deben olvidar que otro “guardián”, el pastor Jesucristo, vigila en su reino. En cualquier circunstancia han de recordar a Jesús y referirse a Él como un ejemplo a seguir: “Cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente”.

         Jesús, en su misterio pascual, se presenta como el Siervo paciente, que Dios, al resucitar, lo constituyeen pastor de todas las ovejas: “Andabais descarriados como ovejas,  pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas”.

 

 

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CUARTO DOMINGO DE PASCUA

 

        QUERIDOS HERMANOS: En la iconografía cristiana de las catacumbas romanas, la imagen de Cristo buen pastor era preferida a la imagen de Cristo Crucificado. El arte y la piedad la pintaron y esculpieron en infinidad de monumentos; y es que esta página evangélica de Cristo buen Pastor estuvo muy presente entre los primeros cristianos, porque así contemplaron y siguieron a Cristo, como buen pastor.

Nosotros, en cambio, contemplamos más a Cristo como Crucificado. Pero tanto para ellos, como para nosotros, Jesucristo es y será siempre el buen pastor que nos amó y dio su vida en la cruz y en el pan consagrado por todos nosotros, sus ovejas.

        2.- Cristo, con la imagen de buen pastor que se atribuye a sí mismo en este Evangelio, quiere suscitar en nosotros sentimientos de amor, de seguridad, fortaleza, de alegría porque sabemos que es el mejor pastor del mundo, enviado por el Padre para llevarnos a las verdes praderas del cielo, de la salvación eterna.

        Cristo es buen pastor, que conduce y lleva sobre sus hombros a la oveja descarriada, dando seguridad y firmeza, mostrando que la oveja perdida no tiene nada que temer porque Él la abraza y acoge sobre sus hombros, y perdonada totalmente de haberse alejado del rebaño, Él la ha buscado y encontrado para llevarla al buen redil de la salvación. Detengámonos en analizar algunas de las cualidades del buen pastor:

        3.- Cristo, buen pastor, quiere que le veamos como un pastor lleno de amor a los hombres, pero de un amor gratuito, que sólo busca el bien de las ovejas, no su carne o leche; ¿qué le puede dar el hombre a Dios que Él no tenga, si es infinito? es un  amor gratuido que terminará llevándole al amor extremo hasta dar la vida por las ovejas para sumergilos eternamente en la misma felicidad divina y trinitaria.

No es, por tanto, un asalariado, que trabaja y está con las ovejas por dinero, por intereses personales; El es el Dios del amor infinio y gratuito como describe Él en esta parábola, porque así lo ha realizado.

Y así tenemos que ser especialmente los sacerdotes, elegidos por Cristo para ser continuadores de su misión pastoral. Amar con amor total, amor celibatario, a nuestros feligreses. Hoy se celebra por eso el día de las vocaciones sacerdotales, roguemos al Señor que nos envíe muchos y santos sacerdotes y pastores. Pidamos por el Obispo que ha sido elegido para nuestra diócesis, que sea un pastor santo.

        ¡Cristo, buen pastor, este mundo te necesita más que nunca, necesita de tu presencia, amor y cuidados. Danos muchos y santos sacerdotes. Necesitamos vocaciones sacerdotales en nuestra diócesis y en esta Europa que se ha alejado de Tí, y por tanto, de su Salvación.

Porque esta España nuestra se está muriendo de fe y amor cristiano, se nos está muriendo de sed, de hambre de amor verdadero, necesitamos familias cristianas, que vivan unidas a Ti por la fe y el amor, necesitamos de matrimonios sin divorcios y separaciones, de madres verdaderas sin abortos, dispuestas a dar la vida por los hijos, incluso deseando tener un hijo sacerdote como las madres de mi tiempo y hasta los años 80 o 90… hoy las famiias, muchas madres están secularizadas en aguas envenenadas de egoísmo, consumismo y materialismo, de guasad e ideologías vacías de sentido cristiano y humano de la vida, de matrimonios hechos para siempre, hasta la eternidad, y con abuelos mayores solos y abandonados por su hijos y nietos.

Por eso, los creyentes en Tí, Cristo Jesús, los que rezan en casa y son fieles cristianos en su matrimonio y familia, los que vienen a misa los domingos y desde ahí, se esfuerzan por ser  mejores personas,  mejores esposos, mejores padres, trabajadores, empresarios y hermanos de todos los hombres, necesitan hoy y siempre nuestra oración, y  necesitamos también pedir y rezar hoy y todos los días por las ovejas descarriadas, repetir sus nombres, tal vez los de nuestros hijos y nietos alejados de Ti, necesitamos rezar y suplicar muy fuerte por ellos y por nosotros el salmo que tantas veces rezamos: “El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas…Aunque vaya por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo, tu vara y tu callado me sosiegan”.

 Al escuchar tu voz, Señor, y rezarte este salmo, quiero obedecerte, quiero vivir tu Evangelio, Señor, el que oigo y medito todos los  domingos y quiero cumplir tus mandamientos, quiero se una oveja buena y que tú seas mi único pastor hasta la eternidad.

        4.-Y cuando suceda que a veces nos sintamos muy solos en medio de esta sociedad actual pagana, cuando incluso entre vosotras, queridas dominicas, que sois una comunidad unida de fe y amor total a Jesuristo al que os habéis entregado alguna pueda sentirse un poco sola o poco valorada, que sepais todas vosotras, que hay  Uno que te ha elegido como esposa y piensa en ti todas las horas y está siempre esperándonos con los brazos abiertos en tu alma desposada y en el Sagrario de tu Convento, ahí está vivo y amándote y esperándote, como alimento dde tu vida y amor y dando la vida por sus ovejas.

Querida hermana, queridos hermanos, no estamos solos en el mundo, hay alguien que siempre piensa en cada uno de nosotros. San Juan de Ávila comentando este evangelio dice en uno de sus libros:

 “Cristo, buen pastor del rebaño tiene sus ojos puestos en sus ovejas. Y su corazón también. Mírenle ellas a Él, que Él mira a ellas».

Queridos hermanos: Mirémosle nosotros a Él porque Él siempre nos está mirando: ratos de oración eucarística, ratos de sagrario, venir más a la iglesia, no faltar los domingos a misa, que Él nos vea y nosotros le veamos también porque Él siempre nos está  esperando y por nosotros viene al altar de la misa y ofrece su vida por nosotros y nuestros hijos, por el mundo entero, aunque esté alejado de su amor.

Hoy es un día para contemplar a Cristo buen pastor, presente en todos los Sagrarios de la tierra por amor a sus ovejas, todos los hombres, de no olvidarlo y venir con frecuencia a su presencia para estar con Él y alimentarnos de su Palabra y pan de Eucaristía y orar en ratos de Sagrario para poder decirle:“El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas…Aunque vaya por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo, tu vara y tu callado me sosiegan” .

 

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QUERIDOS HERMANOS: En la iconografía cristiana, especialmente en las catacumbas romanas, la imagen del buen pastor referida a Cristo, es anterior y aun preferida a la imagen del Crucificado. El arte y la piedad la pintaron y esculpieron en infinidad de monumentos; esta página evangélica estuvo muy presente entre los primeros cristianos, que así contemplaron y oraron a Cristo, como buen pastor. Para ellos, como para nosotros, Jesucristo es el buen pastor que nos amó y dio su vida por todos nosotros; por eso su amor es el más grande.

        1.- En la historia de la Salvación, Dios suscitó a Abrahán, Moisés, David como pastores, que condujeron a su pueblo hacia la tierra prometida, sufriendo muchas veces la incomprensión del mismo rebaño que guiaban, de Israel; pero los pastores no dejaron de amar y conducir y apacentar a su grey, por mandato del Señor en los mejores pastos.

        2.- Por eso, la imagen de pastor que Cristo se atribuye a sí mismo en este Evangelio no deja de suscitar en nosotros, que somos su rebaño, sentimientos de amor, seguridad, fortaleza, alegría porque sabemos que es el mejor pastor del mundo, enviado por el Padre Dios, para llevarnos a las verdes praderas de la salvación eterna.

        Hoy es un día para contemplar la imagen de Cristo buen pastor, que conduce y lleva sobre sus hombros la oveja, fuertemente agarrada, dando la sensación de seguridad y firmeza, mostrando que la oveja no tiene nada que temer, porque el pastor no permitirá que nadie ni nada pueda hacerle daño.

        Nuestra civilización mecanizada nos tiene más bien acostumbrados a ver parques de coches que rediles de ovejas. Para entender el texto de hoy, tenemos que recordar con nuestra imaginación esta descripción de una escena de la vida pastoril, tan frecuente y diaria en los tiempos de Cristo. Los pastores reunían sus rebaños, al atardecer, en un redil confiado a la vigilancia de uno de ellos, que custodiaba la puerta durante la noche. Quien en estas circunstancias intentara entrar en el redil con intenciones de matar y de robar, se veía obligado a saltar por las paredes del cercado. Allí pasaban la noche todas juntas. Las ovejas de los distintos rebaños conocían la voz de su respectivo pastor. Este se presentaba en la puerta por las mañanas, y el guarda le abría. Al sonar la llamada de cada pastor, que las ovejas reconocían sin equivocarse, cada rebaño se reunía en torno a su pastor y salían a pastar.

        Jesús se compara a sí mismo con el pastor; es el pastor de toda la humanidad, de toda la inmensa familia humana. Conoce a la humanidad entera lo mismo que a cada hombre en particular. Nadie más que Él ha sido ni será ni podrá ser para la humanidad mejor pastor. No sólo es el pastor, sino también la puerta del redil. No se llega al conocimiento profundo de la comunidad humana ni del hombre ni del sentido de la vida, si no es a través del conocimiento de Cristo. Existen otros caminos, ciertamente, pero son, más o menos, vericuetos de pillaje. Los llamamientos dirigidos a los hombres que no lleven el acento de Cristo, les conducen a términos que carecen de la plenitud de salvación proporcionada por el único Pastor Salvador. Detengámonos en analizar algunas de las cualidades del buen pastor.

 

        3.- Cristo, buen pastor, quiere que veamos en Él, a un pastor lleno de amor a los hombres, pero de un amor gratuito, que sólo busca el bien de las ovejas, no su carne o leche; es un  amor infinito que terminará llevándole con amor extremo hasta dar la vida por las ovejas. No es, por tanto, un asalariado, que trabaja y está con las ovejas por dinero, por intereses personales; por siete veces nos dirá que Él es el buen pastor enviado por el Padre a salvar a los hombres. Todos los cristianos, especialmente los sacerdotes, tendríamos que aprender de Él a luchar contra los lobos que surgen y surgirán siempre en todas las épocas de la historia y que hacen estragos irreparables entre niños, jóvenes y adultos en la televisión y en los medios de comunicación, llenos de basura y destrucción de valores humanos y religiosos, sin caminos de verdad, humanidad y vida.

        Tantos hombres hoy disfrazados de lobos del consumismo, corrupción, vicios, sexo que corrompen la inocencia de nuestros niños y jóvenes ante la pasividad de tantos padres, educadores y poderes políticos que debieran defender la infancia y juventud, y con su falta de cuidado permiten e incluso establecen leyes que pervierten, obligando los niños y juventud a beber en fuentes contaminadas y envenenadas de violencia, sexo prematuro, corrupción de todo género, fomentando con pastillas el sexo entre preadolescentes que a muchos les llevará a la muerte de abortos que no podrán ya olvidar nunca en su vida.

        ¡Cristo, buen pastor! Este mundo te necesita más que nunca, necesita de tu presencia, amor y cuidados. Porque se nos está muriendo de sed, ya que bebe en aguas envenenadas de nihilismo, de ideologías vacías de sentido, llenas de egoísmo, consumismo y materialismo. Los creyentes necesitamos repetir sus nombres ante Ti, rezando y suplicando muy fuerte el salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas…Aunque vaya por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo, tu vara y tu callado me sosiegan”  Debo escuchar tu voz, Señor, y obedecerte. Enséñame tus leyes y  a cumplir tus mandamientos; quiero vivir tu Evangelio.

 

        4.- “Yo soy el buen pastor que conozco a mis ovejas…”. Jesús es el buen pastor que nos conoce, porque fue la Palabra creadora del mundo y de los hombres. Si existimos, es porque estuvimos primero en Él, en la Mente de Dios, su Padre; Él es su Idea, en la que están todas las cosas y planes del mundo; el Padre, viéndonos en su Idea, en Él, en su Hijo, nos creó por amor, porque quería que existiéramos, que fuéramos sus amigos. Si existo, es que Dios me ama, ha pensado en mí, al pensar y verme en su Hijo,  y con un beso de amor, de Espíritu Santo, me ha dado la vida para toda una eternidad. Y como me ama, perdido el hombre por el pecado, envió a su Hijo como buen pastor para salvarme. Cristo me conoce y me escucha siempre: conoce mis entradas y salidas del rebaño, mis pecados y mis aciertos, reconoce mi voz cuando le hablo. Debo hablarle por la oración. Necesidad de la oración. Si el pastor nos conoce, las ovejas deben conocer al pastor. Y esto es posible por la oración, por el trato de amistad.

 

        5.- “Llama a sus ovejas por su nombre”. Esto quiere decir que el Señor conoce a cada persona en particular. Vivimos en una sociedad que, paulatinamente, reduce a las personas al anonimato de una ficha de ordenador; esto no deja de admirarme y consolarme. Al matar a la persona desde el aborto hasta la eutanasia, al tender a desaparecer hoy el valor único de la persona, se reacciona estudiando científicamente el problema de las relaciones interpersonales, de la violencia, de la incomprensión, del abandono de los mayores, y no se dan cuenta que han metido ellos el cuchillo hasta dentro y, al hacer esto, se destruye el valor de la vida y de la persona. Ya no son valores absolutos. Pueden depender del egoísmo y del capricho del poderoso, del que existe o está más en el poder. ¿Qué es lo que resta? Para el cristiano, resta que le conoce Dios por su nombre, es decir, en su intimidad personal, única e incomunicable.

        Cuando nos suceda que nos sintamos muy solos en medio de la multitud, pensemos en Uno que nos conoce personalmente. No estoy solo en el mundo, hay alguien que siempre piensa en mí, que me ama, que me mira, que vive pendiente de mí. «Sus ojos tiene puestos en su ovejas. Y su corazón también. Mírenle ellas a Él, que Él mira a ellas»(San Juan de Ávila).

        6.- “Yo vine para que tengan vida”. La vida que Cristo nos proporciona es lo que se denomina gracia santificante, es decir, una participación en la vida misma de Dios. Esa vida la vivimos en este mundo en sus etapas iniciales, en espera de su expansión total, cuando se realice nuestra comunión en la resurrección del Señor. Ya desde ahora, nuestra inteligencia, nuestra voluntad y nuestro corazón se benefician con el don de Dios. Nuestra facultad de conocer la verdad y de querer el bien es elevada a un nivel que sobrepasa las fuerzas naturales. Nuestra inteligencia nunca hubiera conocido por sí sola el misterio de la Trinidad Santa. Nunca hubiera descubierto por sí solo nuestro corazón la amplitud de su esperanza. Jesucristo es quien nos trae la vida de hijos de Dios, el conocimiento y la esperanza en Dios.

        7.- “Tengo otras ovejas que no son de este redil, también a esas las tengo que traer…”. El pastor bueno nunca descansa, siempre está pensando en sus ovejas y no abandona ni siquiera a las que se han perdido por su cuenta, las echa de menos al contarlas todos los días, porque las creó por amor y con amor quiere llevarlas al Padre, a la Salvación. A las descarriadas quiere llevarlas sobre sus hombros, quiere curarlas, acariciarlas, tenerlas fuertemente agarradas para que no caigan por el precipicio. No quiere que vuelvan a pasar peligros y pérdidas, quiere tenerlas sobre sus hombros, el lugar más seguro de todos.

        Los sacerdotes, los padres, los educadores y catequistas de la fe, como Cristo. De Él debemos aprender a conocer, amar y dar la vida, a ser buenos pastores. Pidamos esta gracia. Nosotros no sabemos ni podemos. Pero Él nos ha llamado y elegido para ser pastores de su  grey. Y estamos alegres. Porque sabemos que es lo mejor que nos ha podido acontecer. Ser en Él y por Él pastores de eternidades.

 

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MES DE MAYO, MES DE MARÍA

 

El mes de mayo es el mes de María, es el mes de las flores, que ofrecemos con amor a María Santísima. Con ella compartimos el gozo de la resurrección de Cristo, su Hijo, que nos ha abierto de par en par las puertas del cielo, de la otra vida. Con ella preparamos la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, porque ella es Madre de la Iglesia, sobre la que continuamente viene el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo, el que testimonia a nuestro espíritu que somos hijos de Dios.

En el mes de mayo se agolpan las celebraciones festivas de la Virgen Santísima en sus múltiples advocaciones en todos los pueblos de España. Siempre la misma y única Madre de Dios y madre nuestra, María Santísima, con apellidos diferentes según los lugares, los momentos de la historia y los acontecimientos.

María acompaña al Pueblo de Dios peregrino hasta la meta del cielo. María acompaña a cada persona en sus penas y alegrías, en sus gozos y esperanzas. María es la guardiana fiel de la felicidad de un pueblo. El pueblo cristiano, nuestro pueblo cristiano vibra ante la imagen de María Santísima. Siente un estremecimiento ante su mirada, se siente seguro y protegido teniendo como Madre a María, con Ella tiene garantizada una protección y ayuda que le conforta en los momentos de prueba y le estimula en los momentos de dificultad.

 Qué bonito es tener Madre, no permitamos que nos quiten a la que Jesús nos dio por madre junto a la Cruz, como el mejor de sus tesoros, como la herencia mejor de su vida y amor. Profundicemos en el sentido de la madre, hoy que está tan devaluada esta realidad. Qué diferencias de nuestras madres de hace sesenta y ochenta años.

Porque madre es la que acoge, la que cuida, la que ama gratuitamente, la que siempre está a tu lado. Hoy desgraciadamente cuántas madres y empujadas por la sociedad atea y el estado se deshacen del fruto de sus entrañas antes de nacer, porque piensan que su hijo les va a traer más problemas que satisfacciones, qué pena.

Cuántas personas hoy y a lo largo de su vida están privadas del cariño maternal cuando más lo necesitan, todos las necesitamos, sobre todo en los momentos difíciles de la vida que todos tenemos. Y cuántos también, padres y madres mayores al declinar de la vida se convierten en un estorbo para los hijos cuando se los mira con ojos y corazón distintos a los de una madre, necesitamos madres como María acompañando a los hijos hasta morir por ellos si fuera necesario.

María Santísima nos dé a todos corazón de madre, que cuando la miramos y la rezemos nos dé entrañas de misericordia y capacidad de cuidar de los más débiles y necesitados. Jesús nos ha dado esta Madre para que no nos falte nunca y para que a nadie le falte nunca un corazón de madre que lo atienda y sea modelos de todas las madres.

Pedimos por las necesidades de la Iglesia, que está llamada a ser madre de todos nosotros, de todos sus hijos, especialmente de los más necesitados. Pedimos para que no falten vocaciones de personas que entregan su vida para prolongar esa maternidad de María y de la Iglesia sobre todos los humanos. Pedimos a la Madre del Buen Pastor, a la

Divina Pastora, que envíe sacerdotes a la Iglesia, para que no nos falte nunca el cuidado de Cristo buen Pastor de nuestras almas.

María Santísima nos dé a todos corazón de madre, que cuando la miramos y la rezamos nos dé entrañas de misericordia y capacidad de cuidar de los más débiles y necesitados. Jesús nos ha dado esta Madre para que no nos falte nunca y para que a nadie le falte nunca un corazón de madre que lo atienda.

Pedimos por las necesidades de la Iglesia, que está llamada a ser madre de todos nosotros, y especialmente de los más necesitados. Pedimos para que no falten vocaciones de personas que entregan su vida para prolongar esa maternidad de María y de la Iglesia sobre todos los humanos. Pedimos a la Madre del Buen Pastor, a la Divina Pastora, que envíe sacerdotes a la Iglesia, para que no nos falte nunca el cuidado de Cristo buen Pastor de nuestras almas.

María Santísima como madre de la Iglesia acompaña al Pueblo de Dios peregrino hasta la meta del cielo. María como madre de todos los hombres acompaña a cada persona en sus penas y alegrías, en sus gozos y esperanzas. María como madre de cada cristiano es la guardiana fiel de la felicidad de un pueblo y de cada hijo, especialmente los que la rezan y la aman como madre y patrona.

 

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QUINTO DOMINGO DE PASCUA

 

PRIMERA LECTURA: Hch 6, 1-7

 

        Los Doce, como colegio apostólico y fundamento de unidad, son los “servidores de la Palabra”: “Nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra”.  Son los jefes responsables que convocan, proponen, aprueban y ejercen su ministerio al servicio de la comunidad: “Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama… y los encargaremos de esta tarea”.  Estos siete, con cualidades carismático-ministeriales, reciben una tarea de servicio, como cooperadores de los Apóstoles. Y toda la comunidad, que se reúne, escucha, aprueba, elige y presenta, toma parte activa en el servicio común. Por otra parte, el nombre de discípulos y el crecimiento de la palabra del Señor trazan una línea de continuidad con el mismo ministerio de Cristo. Aparece así un embrión de estructura eclesial, fundada en el servicio y en el amor.    La Eucaristía es el principio de unidad y crecimiento de la Iglesia. La participación eucarística nos hará superar las diferencias inherentes al desarrollo social, creando en todos los estratos del pueblo de Dios un clima de amor y de servicio mutuo.

 

SEGUNDA LECTURA: 1Pe 2, 4-9

 

        Este texto de Pedro es uno de los que mejor retratan lo que es el verdadero pueblo de Dios, el nuevo Israel, que es la Iglesia. Al antiguo Israel,  cuyo papel histórico acaba con Cristo, le ha sucedido otro pueblo. La sangre de la Redención lo adquirió; es pueblo elegido, constituido en nación santa y en sacerdocio regio; se entra a formar parte de Él mediante el bautismo. Se le puede comparar con un edificio espiritual, cuyas piedras vivas son los cristianos y cuya piedra angular, la que sirve de fundamento y asegura la solidez del conjunto, es Jesucristo. El nuevo Israel tiene la misión de establecer, con su misma existencia en el seno de la humanidad, el vínculo que une a Dios con el mundo y al mundo con Dios. En Cristo y por Cristo, ofrece la adoración y la alabanza; es, gracias al mismo mediador Jesucristo, el punto de impacto por el que el amor y la misericordia de Dios se insertan en la humanidad. Este texto encierra dos afirmaciones merecedoras de nuestro interés: “Vosotros, en cambio, sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla ya entrar en su luz maravillosa”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 14, 1-12

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

 

El Evangelio de la Liturgia del día (Jn 14,1-12) está sacado del último discurso de Jesús antes de su muerte. El corazón de los discípulos está atribulado, pero el Señor les dirige palabras tranquilizadoras, invitándolos a no tener miedo, no tengáis miedo: Él, de hecho, no les está abandonando, sino que va a preparar un lugar para ellos y a guiarles hacia esa meta. El Señor hoy nos indica así a todos nosotros el maravilloso lugar al que ir, y, al mismo tiempo, nos dice cómo ir, nos enseña el camino a recorrer. Nos dice dónde ir y cómo ir.

En primer lugar, dónde ir. Jesús ve la tribulación de los discípulos, ve su miedo de ser abandonados, precisamente como nos sucede a nosotros cuando nos vemos obligados a separarnos de alguien a quien queremos. Y entonces dice: «Me voy a prepararos un lugar […] para que donde estoy yo estéis también vosotros» (vv. 2-3).

Jesús usa la imagen familiar de la casa, un lugar de relaciones y de intimidad. En la casa del Padre – dice a sus amigos y a cada uno de nosotros – hay espacio para ti, tú eres bienvenido, serás acogido para siempre con el calor de un abrazo, y yo estoy en el Cielo preparándote un lugar. Nos prepara ese abrazo con el Padre, el lugar para toda la eternidad.

Hermanos y hermanas, esta Palabra es fuente de consuelo, es fuente de esperanza para nosotros. Jesús no se ha separado de nosotros, sino que nos ha abierto el camino, anticipando nuestro destino final: el encuentro con Dios padre, en cuyo corazón hay un puesto para cada uno de nosotros.

Entonces, cuando experimentemos cansancio, desconcierto e incluso fracaso, recordemos hacia dónde se dirige nuestra vida. No debemos perder de vista la meta, incluso si hoy corremos el riesgo de olvidarlo, de olvidar las preguntas finales, las importantes: ¿Adónde vamos? ¿Hacia dónde caminamos? ¿Por qué vale la pena vivir? Sin estas preguntas solo exprimimos la vida en el presente, pensamos que debemos disfrutarla lo máximo posible y al final terminamos por vivir al día, sin un objetivo, sin una finalidad. Nuestra patria, en cambio, está en el cielo (cf. Fil 3,20), ¡no olvidemos la grandeza y la belleza de la meta!

Una vez descubierta la meta, también nosotros, como el apóstol Tomás en el Evangelio de hoy, nos preguntamos: ¿Cómo ir? ¿Cuál es el camino? A veces, sobre todo cuando hay grandes problemas que afrontar está la sensación de que el mal es más fuerte y nos preguntamos: ¿Qué debo hacer? ¿Qué camino debo seguir? Escuchemos la respuesta de Jesús: «Yo soy el camino y la verdad y la vida» (Jn 14,6).

 “Yo soy el camino”. Jesús mismo es el camino a seguir para vivir en la verdad y tener vida en abundancia. Él es el camino y, por tanto, la fe en Él no es un “paquete de ideas”, en las que creer, sino un camino a recorrer, un viaje que cumplir, un camino con Él. Es seguir a Jesús, porque Él es el camino que conduce a la felicidad que no perece. Seguir a Jesús e imitarlo, especialmente con gestos de cercanía y misericordia hacia los demás. He aquí la brújula para alcanzar el Cielo: amar a Jesús, el camino, convirtiéndose en señales de su amor en la tierra.

Hermanos y hermanas, vivamos el presente, hagámonos cargo del presente, pero no nos dejemos arrasar por él; miremos hacia arriba, miremos hacia el Cielo, recordemos la meta, pensemos que estamos llamados a la eternidad, al encuentro con Dios. Y, desde el cielo al corazón, renovemos hoy la elección de Jesús, la elección de amarlo y de caminar detrás de Él. Que la Virgen María, que siguiendo a Jesús ya llegó a la meta, sostenga nuestra esperanza.

 

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Jesús es la Imagen, la Palabra, la encarnación de Dios entre los hombres, es Dios en figura humana. Por eso Jesús añade: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Para nosotros, pues, conocer a Jesucristo, amar a Jesucristo, es conocer y amar a Dios. Es más, no solo nos revela al Padre, sino que es el único modo de llegar hasta Él.

        Y por eso nos dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre sino por mí”. Jesús es la Verdad que debemos conocer; el camino que debemos andar; la vida que debemos vivir. Vamos a reflexionar un poco sobre Cristo como camino hasta el Padre. Sólo Él pudo decir: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Quien ha conocido a Jesús, tiene el camino abierto para llegar más, mucho más lejos. En Jesús, Dios se nos ha traducido tanto, que se ha hecho palabra nuestra; se nos ha venido tan cerca, que podemos escuchar perfectamente el latido de su corazón. Jesús es el rostro humano de Dios.

        Por eso dice: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Con Jesús, ya hay camino paraconocer a Dios. En Él descubrimos que Dios no es algo impersonal, impreciso, sino Alguien. Que ese Alguien nos ama apasionadamente, como un Padre. Que ese Padre quiere, por encima de todo, que seamos felices. Y es tan grande Dios, que en Él cabemos todos; más aún, tenemos cada uno en Él nuestro lugar reservado. Y es tan inabarcable, que hay infinitas maneras de conocerlo, de expresarlo; de modo que nadie pueda presumir de sabérselo todo. Y es tan padrazo ese Padre, que sale en nuestra búsqueda cada vez que nos perdemos.

        e) ¡Hay camino! No sólo para conocer a Dios y llegar hasta Él; sino para volver si alguna vez nos salimos y nos equivocamos de camino. Jesús, clavado en la cruz, con sus brazos extendidos, se nos ha hecho puente y puerta para los pecadores. Para que ya nadie pueda decir que estamos dejados de la mano de Dios, o que esto no hay quien lo arregle.

        ¡Hay camino! Qué alegría, poder ir por ahí gritándolo a la multitud de los desesperados, de los esclavos de tantas cosas, de los enfermos terminales, de los apaleados por la vida.       ¡Hay camino! Qué alegría, saber que cada uno de los que hemos encendido nuestra pequeña lamparilla en el “cirio” de Cristo resucitado podemos, con ella, ir dando luz a cuantos están ciegos todavía. Saber que Dios cuenta con nosotros, piedras vivas”, para seguir edificando en la tierra ese “templo del Espíritu” que es su Iglesia. Y que en esa Iglesia, que quiere ser un trasunto de la “casa del Padre”, también hay “muchas estancias”: hay un lugar exacto para cada manera de ser, una comprensión para cada desliz, un abrazo para cada amargura.

        Quien piensa, pues, que no hay camino, es que no ha conocido todavía a Jesús.  Quien piensa que a Dios no le importamos, es que no ha medido todavía el amor que supone entregarnos a su propio Hijo. Quien a estas alturas, con la cercanía y la riqueza de conocimiento de Dios que nos ha traído su Hijo, cuando le preguntan sobre Dios, sólo alcanza a decir que «algo tiene que haber por ahí arriba», es que no ha conocido todavía a Jesúsl amor del Padre sobre el hombre.

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 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 14, 1-12

 

        QUERIDOS HERMANOS: “No perdáis la calma”.

 

        1.- Estas palabras de Jesús, dichas a los Apóstoles, valen también para nosotros. Porque son una palabra de ánimo, que nos da confianza. Y esas palabras siempre las necesitamos. Especialmente los católicos en estos tiempos difíciles para la fe. Porque estamos un poco nerviosos, acomplejados, pesimistas, los cristianos de hoy. En el fondo, los creyentes actuales nos sentimos inquietos porque vemos a la Iglesia y a la religión y a la fe atacadas y menospreciadas en muchas partes, públicamente incluso, en un mundo donde parecen reinar el laicismo, el materialismo, el sexo, la indiferencia religiosa, la ausencia de Dios, la confusión, y todo da lo mismo en materia moral.

        Para devolvernos la calma y el optimismo, Jesús nos exhorta: “Creed en Dios, creed también en mí”. Y hemos de seguir en esto al Señor. En lugar de dejarnos dominar por el desaliento, el desconcierto y el secularismo ambiental, como si Dios, Jesús, su evangelio, la fe y la religión fueran una etapa superada de la historia, debemos volver a ellas con más fuerza, una vez que, en tan breve tiempo, hemos llegado al vacío, a la tristeza: están tristes los matrimonios, las familias, los mismos jóvenes, y eso que lo tienen todo, pero ahora resulta que les falta todo, porque les falta Dios, la fe en Dios.

        Sólo en el Dios de Jesús está la Verdad y la Vida, el sentido de la vida humana, matrimonial, familiar, que nos libera de nuestros egoísmos y nos hace felices; solo en Dios está la razón de la vida y de la eternidad, la verdad completa de la vida y del hombre que les da sentido completo y eterno. Somos eternos, nuestra vida es más que esta vida que pasa.

Por eso, queridos hermanos, renovemos hoy nuestra fe en Jesucristo, Único Dios y Salvador del mundo que nos dice esta mañana: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Renovemos esta mañana nuestra confianza en Él, nuestro único Salvador en el tiempo y en la eternidad, de nuestro presente y nuestro futuro. “No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí”.

        2.- Queridos hermanos: Estamos en Domingos de Pascua,  celebrando la resurrección del Señor, garantía de la nuestra porque Dios nos ha creado para una eternidad. Y nos dice y demuestra:“Yo he vencido al mundo para que tengais vida eterna”. Esta mañana hemos de pedir el fortalecimiento de nuestra fe en Jesucristo, en Dios nuestro Padre bueno y eterno que ha preparado morada eterna en el cielo. Es nuestro Dios y Padre, al que rezamos en nuestra infancia y juventud, al que hemos conocido y amamos por Jesucristo, su Hijo y nuestro salvador, y al que nos hemos entregado en el santo bautismo y en el sacerdocio.

No es el Dios hecho a la medida de cada uno, inventado por algunos políticos y sobre todo políticas, mujeres actuales, qué pena, que diferencia de nuestras madres….., mujeres y hombres actuales que todo lo quieren reducir a su medida y conveniencia, por el consumismo comodón… este Dios no salva, no está salvando al hombre y al mundo actual, estamos todos más tristes con matrimonios, que pueden divorciarse sin pensar en sus hijos, ni pensar y cuidar de sus padres mayores abandonados, con un amor que se ha convertido en sexo egoísta, con esos medios y televisión y demás, que han quitado el respeto a la vida, a la intimidad, a la persona, despellejando a la gente que se  vende por dinero; alguien ha dicho con verdad que el hombre moderno no quiere ser imagen de Dios, sino que quiere hacer a Dios a su imagen.

        Sin embargo el Dios que predica Jesús en este Evangelio y ama al hombre es el Dios:

        a) Es el Dios que supera y transciende todo lo creado. Es el Dios eterno que nos espera. Él nos ama y nos ha creado por amor para una eternidad de gozo con É.  Y Él me manda amar a los hombres, que son sus hijos, nuestros hermanos, llamados a una eternidad de gozo con Él. Hoy no se mira a la eternidad porque ese camino es exigente y hay que cumplir los mandamientos. Necesitamos “Amaos los unos a los otros como y os he amado”. Porque nos dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre sino por mí”.

        Por eso dice: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”. En Él, en su vida y evangelio, en su muerte y resurrección que es el fundamento de la nuestra descubrimos que Dios nos ama apasionadamente, como un Padre. Y que ese Padre quiere, por encima de todo, que seamos felices. Y ese camino es Jesucristo, la fe, los mandamientos y los sacramentos de Cristo y su Iglesia.

        Quien piensa, pues, que no hay camino, es que no ha conocido todavía a Jesucristo, y esto hoy se siembra y cultiva con leyes y  enseñanzas ateas.  Necesitamos rezar, venir a la iglesia, recibir el bautismo, la comunión y los sacramentos y creer y amar a Dios nuestro Padre que nos soñó para una vida eterna de gozo con El. Y con su Hijo Jesucristo y sus innumerables manifestacioes y apariciones y revelaciones a través de la historia nos sigue manifestando su verdad y amor eternos: Dios existe y nos ama.

 

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SÉPTIMO DOMINGO DE PASCUA: SOLEMNIDAD:LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 

PRIMERA LECTURA: Hch 1, 1-11

 

        Los Hechos de los Apóstoles son, en cierto modo, el tomo segundo del Evangelio de Lucas. Después de haber narrado, en un primer libro, la historia humana de Jesús hasta su subida al cielo, el autor da el sentido de esta marcha y muestra cómo empieza una nueva historia, la de la acción de Jesús presente en el mundo por medio de su Iglesia. El Evangelio se cerró en cuanto libro, pero, en cuanto historia, la Iglesia sigue y seguirá viviéndolo hasta el final del mundo. Ella abre un nuevo libro cuya última página será firmada el último día. Los Hechos de los Apóstoles son las primeras páginas de ese libro, tal como las redactó San Lucas. Comienza subrayando un punto capital que constituye la base de la obra de evangelización: Jesús se mostró vivo después de su pasión. Después de su resurrección, el Maestro se aparece a sus Apóstoles y les instruye acerca del Reino de Dios. Estos, al no haber recibido aún el Espíritu Santo, no entienden bien, pero lo entenderán el día de Pentecostés. Entonces empezará  un modo nuevo de presencia de Jesús en la Iglesia y en el mundo, cuando ellos “sean bautizados en el Espíritu Santo”. 

        La Ascensión del Señor significa su entrada en la gloria, es decir, en la etapa definitiva en la que es reconocido por toda la creación como Hijo de Dios, sentado a la derecha del Padre.

 

SEGUNDA LECTURA: Ef 1, 17-23

 

        El cristiano está llamado a participar de todo el misterio de Cristo y por lo tanto también de su glorificación. Él mismo lo había dicho: “Voy a prepararos sitio. Y cuando yo me haya ido... volveré y os tomaré conmigo para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14, 2-3). La Ascensión constituye, por lo tanto, un argumento de esperanza para el hombre, que en su peregrinación terrena, se siente lejos de Dios. Esta es la esperanza que San Pablo invocaba para los Efesios y quería que estuviera siempre viva en sus corazones, para que no se sintieran como desterrados durante la peregrinación terrena: “El Dios de nuestro Señor Jesucristo y Padre de la gloria.., ilumine los ojos de vuestro corazón, para que podáis comprender cuál es la esperanza a que os ha llamado”.

        ¿Y en qué fundaba el Apóstol esta esperanza? En el gran poder de Dios “que desplegó en Cristo resucitándole de entre los muertos y sentándole a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, fuerza…y de todo nombre conocido”.

        La gloria de Cristo, levantado por encima de toda criatura, es, en el pensamiento paulino, prueba de lo que Dios hará en favor de aquellos que, unidos a Cristo con la fe y perteneciéndole como miembros de un solo cuerpo,  del que Él es la cabeza, tendrán su misma suerte. Y esta es la esperanza del cristiano auténtico: creer y nutrir la firme esperanza de que, así como hoy el creyente toma parte mediante las tribulaciones de su vida en la muerte de Cristo, también un día tendrá parte en su gloria eterna.

 

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DOMINGO: LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 

        QUERIDOS HERMANOS: Estamos celebrando la solemnidad de la Ascensión del Señor al cielo. La Ascensión es el punto culminante de la victoria total y definitiva de Cristo sobre la muerte y el pecado; es la vuelta al Padre, cumplida la misión que el Padre le había confiado: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.

 

        1.- La Ascensión manifiesta a los Apóstoles que Cristo es el Hijo del Padre, hecho hombre y por eso“ era necesario que sufriera para entrar así en su gloria”. Sin embargo, para confirmar a los discípulos en la fe, era necesario que esto sucediera de manera visible, como se verificó a los cuarenta días después de su Resurrección. Los que habían visto morir al Señor en la cruz entre insultos y burlas, debían ser los primeros testigos de su exaltación suprema a los cielos.

        En este día, toda naturaleza humana, todos nosotros, toda la familia humana es elevada al cielo en la humanidad de Cristo, el primogénito entre muchos hermanos, y su resurrección y ascensión es fundamento y garantía  de la nuestra. Aquí está el fundamento de nuestra fe y esperanza sobrenatural del cielo, de la vida eterna.

Y así lo que expresamos y lo pedimos en la oración colecta de este día: «Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, como miembros de su cuerpo».

        Los evangelistas refieren el hecho con mucha sobriedad, y, sin embargo, su narración hace resaltar el poder de Cristo y su gloria: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”; “El Señor Jesús…fue levantado a los cielos y está sentado a la derecha de Dios”.  El Señor habla como quien todo lo puede y les envía a sus Apóstoles por el mundo entero para dar la buena noticia de la Salvación: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra… Id al mundo entero y predicad el Evangelio”, es decir que he muerto y resucitado para que todos tengais vida eterna.

Y ciertamente sube al cielo pero no nos deja solos, abandonados a nuestra suerte, porque nos promete su presencia por medio de su mismo Espíritu, de su mismo Amor Divina que es el Espíritu Santo, que Él nos enviará desde el cielo y cuya fiesta, tan importante, celebraremos el próximo domingo: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Y también se quedó con nosotros con su presencia permanente en la Eucaristía:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

       

2.- Podemos meditar algunos aspectos de este misterio; en primer lugar:

        a) Asciende, no es ascendido, como lo fué la Virgen; porque lo hace por su propia fuerza, virtud y poder. Ya lo había anunciado. Asciende no a un lugar, el cielo no es un lugar, sino a Dios infinito y sin materia, de donde había bajado: “Subo a mi Padre y vuestro Padre”.

        b) Un sentimiento: Hoy debemos dar gracias a Cristo por todo lo que ha hecho por nosotros, por habernos ganado el cielo con su pasión y

muerte y resurrección. Ha tenido que sufrir mucho. Vino del cielo sabiéndolo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. El Padre se lo agradece y lo sienta hoy a su derecha, es decir, hace divina a la humanidad de Cristo, Hijo de Dios.

        Por eso, hoy hay que agradecer a Cristo todo esto, hay que hacer una comunión fervorosa. Agradecerle el cielo que nos ha ganado a todos los hombres, y que su humanidad, Cristo hombre, es el primero de todos en poseerlo. Gracias, Señor, Tú te encarnaste y viniste al mundo para llevarnos a todos al cielo; nos amas hasta dar la vida y quedarte en el Sagrario como pan de vida eterna únicamente para hacernos eternos y llenarnos de tu eternidad gozosa en el cielo: “ el que coma de este pan vivirá eternamente”, Cristo Jesús del cielo y aquí presente en el Sagrario te queremos y queremos agradecerte todo lo que has hecho por nosotros, por todos los hombres; te agradecemos el cielo, la vida eterna en la misma felicidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

        c) Hay un mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Con la Ascensión termina la misión terrena de Cristo  y empieza la tarea apostólica de de su Iglesia, de los Apóstoles, la tuya y la mía, la de todo bautizado. ¿Lo tenemos presente en nuestras vidas…pensamos y vivimos para el cielo? “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

         Todos debemos ayudar en esta tarea, Todos somos sacerdotes y misioneros de Cristo por el santo bautismo, algo muy olvidado por el pueblo cristiano, por los bautizados…especialmente por padres y madres, elegidos por Dios para ser sembradores y cultivadores de eternidades en sus hijos, cuya vida es más que esta vida de la tierra, son eternidades que Dios les confía. Y vosotras, religiosas, este debe ser el trabajo apostólico y la tarea principal de vuestras vidas, ser sembradores y cultivadores de la eternidad de vuestas comunidades y trabajo apostólico de colegios de enseñanza o ancianos o enfermos o de lo que sea, la eternidad debe estas más presente en este mundo ateo.

        d) Porque  todo hay que hacerlo con la virtud de la esperanza cristiana, también muy olvidada, siempre mirando al cielo, es decir, a Dios que nos ha creado para vivir eternamente con Él y para eso envió a su Hijo, y murió y resucitó, y esta es la razón fundamental del cristianismo, el principio y fundamento de su verdad y de todo apostolado.

Hoy es el día de sembrar, cultivar y potenciar la esperanza cristiana: hay que pensar más en el cielo, trabajar más para el cielo, vivir más para los bienes del cielo que para los de la  tierra. Examinémosnos porque hoy lo terreno, el dinero, el negocio y demás domina en el mundo y en nuestras vidas. La nuestra es el cielo, es el encuentro con Dios para siempre, para sumergirnos en la misma Esencia Infinita de Amor y Felicidad Trinitaria del Padre y de Hijo y del Espíritu Santo. Así lo pido para todos en esta santa misa.

 

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ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 

QUERIDOS HERMANOS: Estamos celebrando la solemnidad de la Ascensión del Señor. La Ascensión es el punto culminante de su Resurrección, de la victoria total y definitiva de Cristo sobre la muerte. Es la entrada oficial en la gloria que correspondía al Resucitado, después de las humillaciones de la Pasión y del Calvario; es la vuelta al Padre, cumplida la misión que el Padre le había confiado: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.

        1.- La Ascensión manifiesta a los Apóstoles que Él es el Mesías  y por eso“ era necesario que sufriera para entrar así en su gloria”. Los que le habían visto morir a Cristo en la cruz entre insultos y burlas, debían ser los testigos de su exaltación suprema a los cielos.En este día, toda la naturaleza humana de Cristo y con ella, toda la familia humana es elevada al cielo y su resurrección y ascensión es garantía  de la nuestra.

        Aquí está el fundamento de la virtud de nuestra esperanza cristiana. Es lo que expresamos y pedimos en la oración colecta de este día: «Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, como miembros de su cuerpo».

        Los evangelistas refieren el hecho con mucha sobriedad, y, sin embargo, su narración hace resaltar el poder de Cristo y su gloria: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”; “El Señor Jesús…fue levantado a los cielos y está sentado a la derecha de Dios”.  El Señor habla como quien todo lo puede y les envía a sus Apóstoles por el mundo entero para dar la buena noticia de la Salvación: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra… Id al mundo entero y predicad el Evangelio”.  Se va, pero no nos deja solos, abandonados a nuestra suerte, nos promete su presencia por su mismo Espíritu, que es Espíritu Santo, que Él nos enviará desde el cielo y cuya fiesta, tan importante, celebraremos el próximo domingo: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

 

        2.- Meditemos un poco en este misterio de la Ascensión del Señor a los cielos. En primer lugar:

        a) El hecho: es una realidad que se hace en el tiempo y en espacio, por el poder del Señor de la Creación, con dominio sobre ellos, y para dejarlos y dejarnos ya para siempre en manifestación terrena e histórica. Asciende, no es ascendido; porque lo hace con su propia virtud y poder. Ya lo había anunciado. Asciende no a un lugar, el cielo no es un lugar, sino Dios, de donde había bajado: “Subo a mi Padre y vuestro Padre”.

        b) En segundo lugar hay un sentimiento: Hoy debemos dar gracias a Cristo por todo lo que ha hecho por nosotros. Ha tenido que sufrir mucho. Vino del cielo sabiéndolo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. No lo tuvo todo claro ni fácil. Se pasó en el amor nosotros, los hombres; podía habernos salvado con menos sufrimientos; pero nos amó hasta el extremo, hasta dar la vida. El Padre se lo agradece y lo sienta hoy a su derecha, es decir, al hombre Jesús le hace totalmente Hijo de Dios.

        c) Hay un mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Con la Ascensión termina la misión terrena de Cristo  y empieza la tarea de los Apóstoles, la de la Iglesia, la tuya y la mía. Hay una doble partida: la del Señor al cielo y la de los Apóstoles al mundo para evangelizarlo. “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

         No se va para dejarnos solos; sino para seguir actuando en nosotros por su Espíritu, es decir, espiritualmente, comunicándonos su misma vida, sentimientos y actitudes. Es una forma nueva: “En espíritu y verdad”. Todos debemos ayudar y cooperar para que Cristo y el Evangelio sea conocido y vivido en el mundo entero. Es el mandato de Cristo. Tenemos que prestar a Cristo nuestra humanidad para que Él pueda seguir actuando con su mismo fuego, amor, que es Espíritu Santo. Nosotros le prestamos corporeidad para un mundo que tiene cuerpo, es humanidad, carne humana, pero Él tiene que infundir su Espíritu en nuestra evangelización. Porque      “Sin mí no podéis hacer nada”.

Todos tenemos que ser misioneros, porque hemos sido enviados por Cristo desde nuestro bautismo, otros desde la Confirmación, algunos, desde el sacramento del Sacerdocio:“Seréis mis testigos…” del Evangelio, de la fe, de mi amor, humildad, generosidad. Todos podemos y debemos ayudar en esta tarea, ayudar a que todos conozcan a Cristo, y es porque lo vivimos, por nuestro testimonio de vida, mejor. Cristo necesita de nosotros. Ha querido darnos ese gozo. No le decepcionemos.

        e) En este día debe brillar en nosotros una virtud: la esperanza. Hoy es el día de la esperanza cristiana: hay que pensar más en el cielo, tenemos que trabajar más para el cielo, vivir más de los bienes del cielo que de los de la  tierra.

La esperanza cristiana es una virtud dinámica, activa, no es cruzarse de brazos esperando el cielo; es dinámica: trabaja para alcanzar el cielo. “Los Apóstoles fueron y proclamaron el Evangelio en todas partes”. Como tenemos que hacerlo nosotros. Gracias a ellos, el Evangelio ha llegado hasta nosotros. Y con Él, la salvación y el cielo que a todos deseo, cumpliendo la voluntad de Dios “en la  tierra como en el cielo”. Tenemos que pensar más en el cielo, amar más el cielo, esperar más el cielo.

Hoy hay que hacer una comunión fervorosa. Nada de padres nuestros o rezos. De tú a tú con el Señor del cielo, con palabras de amor salidas del alma.

 

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DOMINGO DE PENTECOSTÉS: LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO

 

PRIMERA LECTURA: Hch 8, 5-8.14-17

 

        El diácono Felipe, que se exilió de Jerusalén, anuncia a Cristo en Samaría y bautiza “en el nombre del Señor Jesús”. Sabido es que el bautismo en el nombre de Jesús se administra “En el Espíritu Santo”. ¿Por qué, entonces, aquella especial intervención de los apóstoles Pedro y Juan, de regreso de Samaría, para conferir el Espíritu Santo a los nuevos bautizados?

        En esta decisión de los apóstoles la teología reconoce la manifestación de lo que después se llamó el sacramento de la confirmación. Nos hallamos aquí ante uno de los casos frecuentes en los comienzos de la Iglesia: las instituciones adquieren entidad en la práctica antes del nombre, que se les da después. Se ve que en este episodio de la «confirmación» de los Samaritanos, el rito, la imposición de manos, y los ministros, los apóstoles, son claramente distintos de los del bautismo.       Dejando a un lado el aspecto carismático, transitorio, espectacular a veces, de la venida del Espíritu en la Iglesia primitiva, pensemos en lo que pudo significar en profundidad para los samaritanos el “don del Espíritu”. El don del Espíritu Santo, por la imposición de manos de los Apóstoles, invadió su alma, abrió su espíritu a un conocimiento pleno de la divinidad de Jesús, fortaleció su adhesión de fe, estimuló su valor y confirmó su fidelidad. Lo mismo que se habían abierto, con un alma nueva, al paso de Jesús entre ellos, tenían ahora un corazón nuevo para recibir con Él al Espíritu Santo.

 

SEGUNDA LECTURA:1 Pe 3, 15-18     Uno de los principales temas que componen el fondo de toda la Escritura es el sufrimiento del inocente injustamente acusado y perseguido; la injusticia que en Él hace blanco, alcanza su plenitud como injusticia en el hecho de perseguir al inocente por ser activamente justo. Esta injusticia se exaspera no sólo por no hallar mal en Él, sino por verle positivo discípulo del bien. La injusticia, viciosa, no puede soportar el bien, antes lo ataca y procura destruirlo. Es un misterio que tiene cierto parentesco con el misterio de rebelarse contra Dios.       San Pedro escribe a los cristianos que el sufrimiento injusto no debe desconcertarles. El juicio que de ellos se hace y la situación que se les crea tienen un doble aspecto: primero, que no es anormal sufrir al hacer el bien; después, que este sufrimiento une al sufrimiento del absolutamente inocente, Cristo. Hay que conservar la interior integridad de la fidelidad a Cristo y defenderla exteriormente. El auténtico discípulo de Cristo es, fue y será siempre una contradicción para la forma de pensar y ser del mundo: “Porque también Cristo murió una vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios. Murió en la carne, pero volvió a la vida por el Espíritu”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 14, 15-21

 

QUERIDOS HERMANOS  Y HERMANAS:Nos vamos acercando a la fiesta de Pentecostés, fiesta fundamental y constitutiva de la Iglesia. Y nuestra madre la Iglesia, como insigne maestra y pedagoga, nos va inculcando estos domingos la importancia de prepararnos  para recibir al Espíritu Santo, Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en el que la Santísima Trinidad nos quiere sumergir a todos los cristianos por amor loco y apasionado a los hombres como lo hizo con los Apóstoles en el primer Pentecostés de la historia y reunidos como estaban y debemos estar todos en oración con María la madre de Jesús, como narran los Evangelios.

        Como vemos, la vida de la iglesia empezó en Pentecostés con la venida del Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo descendido y comunicado a la Iglesia naciente, a todos los hombres, por medio de los Apóstoles reunidos en oración con María, hecho a tener en cuenta ahora y siempre, a María y a la oración, como camino elegido por Dios, para recibir su mismo Amor, al Espíritu Santo, Dios Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre que Cristo con su muerte y resurrección nos mereció para todos: “ Os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré”.

Queridos hermanos, necesitamos recibir el Espíritu Santo, para tener no solo conocimiento, aún teológico de Dios Trinidad, sino experiencia de Dios, de Cristo, del Evangelio, de la Eucaristía como la tuvieron los Apóstoles reunidos en oración con María cuando le recibieron, para tener esta experiencia de Dios en la Iglesia, Experiencia del Gozo de Dios Amor Trinitario, que siempre será fundamento de toda santidad y todo apostolado verdadero en la Iglesia por medio de los sacerdotes y apóstoles que lo hayan recibido como les pasó a los mismos Apóstoles y poder así comunicarlo.

La iglesia siempre, nosotros ahora necesitamos Pentecostés para tener experiencia de lo que creemos y predicamos y celebramos, no solo conocimiento teológico, sino la experiencia de la Salvación realizada por Cristo para todos los creyentes y que tanto necesita la Iglesia de todos los tiempos, máxime de los actuales en los que me parece a mí, me parece a mí, que en la Iglesia, tanto en sacerdotes como en bautizados, necesitamos esta experiencia de Dios más que en otros tiempos por la falta de fe en el mundo, en un mundo ateo y enemigo, necesitamos cristianos convencidos necesitamos experiencia de fe viva y sentida, experienciade lo que somos y esperamos, de eternidad, del cielo con Dios, de lo que celebramos en la Eucaristía, es decir, experiencia de Dios, de Cristo vivo y presente, falta experiencia de lo sobrenatual, de sentirnos habitados y salvados por Dios Trinidad en nuestras almas,  experiencia de Cristo vivo, como Él prometió a los discípulos de todos los tiempos, experiencia de lo que celebramos, comulgamos y podemos llegar a sentir en ratos de oración, como los Apóstoles que a pesar de haber estado antes con Jesús, y haberlo escuchado y visto milagros, incluso haber visto resucitado permanecían con la puertas cerradas por miedo,  pero cunado recibieron al Espíritu Santo que es el mismo Cristo hecho fuego de amor a los hombres, al Espíritu de Cristo, que es Cristo

Amor como nos marran ellos mismos en los evangelios,  no se convencieron de su verdad y amor, de su divinidad, de su amor extremo a todos los hombres sus hermanos hasta dar la vida en la cruz.

"No os dejaré desamparados, volveré a vosotros... Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo… vosotros conmigo y yo con vosotros". pero el modo será distinto, no será visible en cuerpo como yo vine a este mundo sino vendrá en el Espíritu Santo, Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre y a todos los hombres.

Y esto, queridos hermanos, una cosa es creerlo, porque Cristo nos lo dice, y otra cosa es sentirlo, gozarlo y vivirlo como les pasó a los Apóstoles desde Pentecostés y sigue pasando a muchos santos y santas en la Iglesia, a todos los que llegan a vaciarse de sí mismo, de su yo y defectos para que Dios pueda llenarlos y puedan sientirse habitados por Dios Trinidad. Desgraciadamente este vacío de uno mismo, de nuestros defectos y faltas de amor, esta falta de santidad y oración es la causa principal de que tengamos fe, pero no experiencia de la fe y el amor a Dios, sobre todo a Cristo en el Sagrario, porque nuestras imperfecciones son como un velo que nos impiden no el creer, pero si el tener el gozo y la experiencia de verlo y sentirlo.

Y por eso, repito, si hay personas llamadas a esta vivencia, vosotras, queridas religiosas, habéis renunciado al mundo y os retirais a  un convento porque habéis sido elegidas por Dios, vosotras, queridas dominicas, que habéis renunciado al mundo y sus vanidades pera vivir estas experiencias, vosotras, todas las religiosas/os contemplativas recogidas en vida de oración y reunidas en oración, como lo Apóstoles  tenéis que llegar en vuestra vida de oración a vivir estas realidades, a vivir en plenitud Pentecostés, que sea Pentecostés en este y en todos los conventos de religiosos y religiosas contemplativas. Dios existe y nos ama y quiere vivir en nosotros ya en este mundo antes de ir al cielo por medio de la Oración y reunidos con María, como los Apóstoles. Dios existe y os ama.

Pues bien, los Apóstoles reunidos en oracion con María la madre de Jesús fueron los primeros en tener esta experiencia en la Iglesia naciente y que todos podemos y debemos tener haciendo y escogiendo el mismo camino que ellos,  oración, oración-conversión, orando con María, la madre de Jesús, con su ayuda, con la ayuda de la Virgen madre del alma podemos llegar a tener esta experiencia que la Iglesia de siempre, sobre todo la actual, tanto lo necesita, incluso arriba, en obispos y sacerdotes... Ayúdanos, Madre, como ayudaste a los primeros Apóstoles y a la naciente Iglesia. En Ti confiados unidos en oración con tu hijo Jesucristo sobre todo en ratos de Sagrario, hoy tan olvidados y abandonado, incluso por los mismos...

 

 “ORACIÓN FINAL(Sor Isabel 1904) (No completa)

 

Oh Díos mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.

Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierta en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida.

Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí, para que en mi alma se realice una como Encarnación del Verbo; que sea yo para él una humanidad supletoria, en la que él renueve todo su misterio.

Y vos, oh Padre, inclinaos sobre esta vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra; no veáis en ella sino al amado, en quien habéis puesto todas vuestras complacencias. Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas.

 

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PENTECOSTÉS

 

Queridos hermanos, especialmente queridas hermanas dominicas contemplativas en este día de Pentecostés, de la Venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Iglesia entera: La Iglesia siempre, pero más que nunca en estos tiempos de pérdida de fe y amor a Dios, necesita como los Apóstoles experiencia de la fe, experiencia de Cristo Eucaristía y de la Santíma Trinidad que nos habita por la vida de gracia, necesita experiencia de la santa misa, de lo que celebramos y comulgamos, no basta cantar o comer a Cristo, hay que sentirlo vivo y resucitado como los Apóstoles lo sintieron en el Día de Pentacostés, en el día en que Cristo no estaba visible a los ojos de a carne sino visto y sentido y gozado a los ojos de la fe sentido por el fuego y la presencia del Espíritu Santo en sus corazones.

Hay que llegar a este experiencia de la Trinidad que nos habita por la vida de gracia plena desde nuestro bautismo, a la experiencia de lo que somos, moradas de la Trinidad: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él…, a la experiencia de lo que somos y celebramos y comulgamos en Cristo Eucaristía… y siempre tiene que ser como los Apóstoles, reunidos en oración con ayuda de María, nuestra madre espiritual, la madre de Jesús, de los Apóstoles y de todos los hombres, María que como entonces y siempre, como a los Apóstoles, quiere ayudarnos a vivir y sentir el amor de su hijo Jesús, su amadísimo hijo Jesús como ella lo vivió.

Desgraciadamente en la Iglesia actual, en nuestras parroquias se repite hoy lo que nos dicen los Hechos de los Apóstoles que le pasó a Pablo  en la Iglesia de Éfeso:Pablo, habiendo recorrido las regiones superiores, llegó a Efeso y encontró a algunos discípulos, y les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le respondieron: ni siquiera hemos oído si hay un E. Santo”.

Incluso nosotros, sacerdotes, sí que hemos oído y predicado al Espíritu Santo, pero tal vez nos pueda faltar mayor experiencia de su Amor, nos falta tal vez un mayor contacto personal y vivencia de su fuego y conocimiento tal como el Señor veía que les faltaba a los Apóstoles y eso que habían estado con Él y les había hablado de Él y de la necesidad de recibirlo por la oración como Él en sus corazones. 

        Por eso en las tres Lecturas de este domingo hay una alusión constante al Espíritu Santo. Viene a decirles el Señor que su "paso al Padre" no significa "vacío" ni "ausencia" de su persona sino que Él va a seguir presente por gracia y vivencia de amor entre ellos y en toda la Iglesia, en todos los bautizados, pero de forma distinta a la que había tenido entre ellos hasta el momento de subir a los cielos, será una presencia no visible a los ojos de la carne, como hasta entonces, hasta su muerte sino real e invisible a los ojos de la carne pero visible y sentida en su espíritu, en el alma, sentida y vista por los sentidos del espíritu, fe, esperanza y caridad vivas, sobre todo en ratos de oración como los Apóstoles le recibieron convocados por María, la madre de todo.

Pero ahora me voy a Aquel que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta: "¿Dónde vas?" Sino que por haberos dicho esto vuestros corazones se han llenado de tristeza. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré: y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio”

Cuando el Señor les habló de que se marcharía de su presencia visible en la tierra y vendría de nuevo a ellos pero no de forma visible a los ojos de la carne sino invisible a la carne pero visible al espíritu, en el interior de sus almas, ellos no lo entendieron hasta el día de Pentecostés: “Porque os he dicho que me voy os habéis entristecido, pero os digo la verdad os conviene que yo me vaya, porque si yo no ve voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy os lo enviaré. Él os llevará a la verdad completa”.

Y claro, los Apóstoles como todos nosotros, si hubiéramos estado en estas circunstancias o no supieramos ya lo que pasó, le diríamos en nuestro interior… pero bueno, Cristo, es que Tú no puedes llevarnos a la verdad completa, pues Tú no nos has dicho: Yo soy el camino, la verdad y la vida… tiene que ser tu Espíritu Santo..,¿para qué necesitamos el Espíritu para el conocimiento de la Verdad, que eres tú mismo? ¿Quién mejor que Tú, que eres esa Verdad y nos conoces perfectamente?

        Yo también con todo respeto, Señor Jesucristo presente aquí en el Sagrario, yo también con toda sinceridad te digo, los Apóstoles te tienen a Ti resucitado, te tocan y te ven, ¿qué más pueden pedir y tener? Y Tú erre que erre, que tenemos que pedir el Espíritu Santo, que Él nos lo enseñará todo, que Él nos llevará hasta la verdad completa ¿pues qué más queda por aprender? ¿Es que Tú no puedes, no nos has comunicado todo lo que el Padre te ha dicho, no eres Tú la Palabra pronunciada con amor a los hombres en la que el Padre se expresa totalmente y?  “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios… Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros…”. A ver, ¿qué más se puede hacer y saber?

 

2.- Queridos hermanos, Pentecostés es Cristo mismo, el mismo Cristo de Palestina y resucitado y glorioso ya en el cielo y aquí, en todos los Sagrarios de las iglesias, pero no hecho Palabra ni carne ni ni pan ni gesto externo, sino Llama de amor viva, es Cristo mismo hecho Fuego de Amor Personal al Padre, hecho Espíritu Santo que quemó a los Apóstoles, porque lo experimentaron, lo vivieron por dentro, todo hecho llama de amor, no solo exteriormente en carne o palabra como antes incluso con milagros, sino hecho Fuego de Amor de Dios Trinidad, hecho  Espíritu de Fuego Divino, Llama de Amor viva y Trinitaria y entonces, así con María en el Cenáculo, empezaron a conocer y amar a Cristo y vivir su evangelio pero de forma distinta, con su Espíritu, es decir, su mismo fuego y amor y gozo y experiencia trinitaria sintiendo en Él el Amor del Padre bueno y eterno del cielo que tanto nos ama y nos ha soñado para una eternidad de gozo con Él y con los nuestros ya ascendidos.

Queridos hermanos: el día de Pentecostes los discípulos conocieron al mismo Cristo con experiencia persona y viva de amor, no solo de palabra y predicación, y eso no se olvida ni se borra en la vida porque es una vivencia de amor que cada vez se vive y se siente más como los Apóstoles reunidos con María llegaron a sentir y vivir y sin ver a Cristo.

Esta vivencia interior vale más que todas apariciones y palabras externas porque es Cristo mismo viviendo en nosotros con amor de su mismo Espíritu, Espíritu Santo. Y esto, el que lo siente lo sabe, y el que no lo siente, puede creerlo pero no gozarlo, puede saberlo incluso por teologia, pero no sentirlo y experimentarlo: “Oh Dios mío,Trinidad a quien.”

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PENTECOSTÉS

 

QUERIDOS HERMANOS  Y HERMANAS:Hemos llegado a la fiesta importántisima para nosotros y para toda la Iglesia de Pentecostés, como lo fue para los mismos Apóstoles a los que Jesús prometió su venida y les animó a que se preparasen mediante la oración como así lo hicieron reunidos con María, la madre de Jesús y de todos, en el Cenáculo; María que lo había sentido y experimentado po el Espíritu Santo en la Concepción de Jesús en su seno.

Por eso, la Iglesia nuestra madre, como insigne maestra y pedagoga, nos ha ido inculcando estos domingos la importancia de prepararnos  para recibirlo  mediante la oración litúrgica y personal como lo hicieron los Apóstoles reunidos en oración con María.

        La iglesia empezó en Pentecostés con la venida del Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, Experiencia de Gozo de Dios Amor, que siempre será fundamento principal de Salvación para todos, máxime en estos tiempos actuales en los que me parece a mí, me parece a mí, que en la Iglesia, tanto sacerdotes como bautizados, le necesitamos más que en otros tiempos por falta de fe y amor cristianos, falta de experiencia de lo que somos y vivimos y esperamos y celebramos.

En la iglesia actual, en las parroquias se repite hoy lo que nos dicen los Hechos de los Apóstoles que le pasó a Pablo  en la Iglesia de Éfeso:”Pablo, habiendo recorrido las regiones superiores, llegó a Efeso y encontró a algunos discípulos, y les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le respondieron: No, ni siquiera hemos oído si hay un Espíritu Santo”.

Nosotros sacerdotes sí que hemos oído y predicado al Espíritu Santo, pero tal vez nos pueda faltar mayor experiencia de la fe, un mayor contacto personal y vivencia de su amor y conocimiento tal como el Señor veía que les faltaba a los Apóstoles y eso que estaban con Él y les hablaba de la necesidad de recibirlo.

        Por eso en las tres Lecturas de este domingo hay una alusión constante al Espíritu Santo. Viene a decirles el Señor que su "paso al Padre" no significa "vacío" ni "ausencia" de su persona sino una presencia y ayuda suya de forma distinta, no visible en cuerpo como hasta entonces, hasta su muerte sino real e invisible a los ojos de la carne pero visible y sentida y más poderosa en el alma, en su espíritu.

"No os dejaré desamparados, volveré... Yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros".Esta promesa viene a renglón seguido de la afirmación: "Yo pediré al Padre que os dé otro Defensor, que esté siempre con vosotros", pero el modo será distinto, no será visible en cuerpo como yo sino en espíritu, porque es Espíritu, Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre y a todos los hombres, y que todos los cristianos recibimos en el santo Bautismo y nosotros sacerdotes más especialmente en el sacramento de Orden Sagrado que nos identifica con Cristo sacerdote.

Otra cosa es sentirlo, gozarlo y vivirlo como les pasó a los Apóstoles desde Pentecostés y sigue pasando a muchos santos y santas, a todos los que llegan a vaciarse de sí mismo, de su yo y defectos para que Dios pueda llenarlos y puedan sientirse habitados por Dios Trinidad: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro… que nada pueda turbar mi paz y hacerme salir de Vos, oh mi Inmutable sino que cada día me sumerja más en la inmensidad de vuestro misterio…” (Sor Isabel de la Trinidad como yo así la llamo, aunque está canonizada, pero es que yo como vosotros empezamos a rezar esta oración en el seminario cuando aún no lo estaba)

Pues bien, los Apóstoles reunidos en oracion con María, la madre de Jesús, serán los primeros en tener esta experiencia que todos podemos y debemos tener haciendo el mismo camino de oración-conversión con María, ella nos ayuda mucho como madre del alma. Por eso el Señor les dirá: “Porque os he dicho que me voy os habéis entristecido, pero os digo la verdad os conviene que yo me vaya, porque si yo no ve voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy os lo enviaré. Él os llevará a la verdad completa”. Y la verdad completa de la fe, del cristianismo es la vivencia de la Stma Trinidad en nuestras almas, a la que muchos llegan.

Y claro, los Apóstoles como todos nosotros si hubiéramos estado en estas circunstancias o no supieramos ya lo que pasó, le diríamos en nuestro interior… pero bueno, Cristo, es que Tú no puedes llevarnos a la verdad completa, pues Tú no nos has dicho Yo soy el camino, la verdad y la vida… tiene que ser tu Espíritu Santo..,¿para qué necesitamos el Espíritu para el conocimiento de la Verdad, que eres Tú mismo? ¿Quién mejor que Tú, que eres esa Verdad y Te conoces y nos conoces perfectamente?

        Yo también con todos respeto, Señor Jesucristo presente aquí en el Sagrario, yo también con toda sinceridad te digo, los Apóstoles te tienen a Ti resucitado, te tocan y te ven, ¿qué más pueden pedir y tener? Y Tú erre que erre, que tenemos que pedir el Espíritu Santo, que Él nos lo enseñará todo, que Él nos llevará hasta la verdad completa ¿pues qué más queda por aprender? ¿Es que Tú no puedes, no nos has comunicado todo lo que el Padre te ha dicho, no eres Tú la Palabra en la que el Padre se expresa totalmente y pronunciada con amor a los hombres, no eres la verdad completa de todo“En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios…Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros…”.A ver, hermanos ¿qué más se puede ser y hacer?

2.- Queridos hermanos, Pentecostés es Cristo mismo, el mismo Cristo resucitado, pero no hecho Palabra ni carne ni gesto externo, sino Llama de amor viva, es Cristo mismo hecho Fuego de Amor Personal al Padre, hecho Espíritu Santo que quemó a los Apóstoles, porque lo experimentaron, lo vivieron por dentro, todo hecho llama de amor, no solo idea, o milagros, o acciones o palabras maravillosas, sino hecho Amor real, Espíritu de Fuego Divino, Llama de Amor Trinitario y entonces conocieron por experiencia viva al Señor, y eso no se olvida ni se borra en la vida porque es una llama de amor que cada vez echa más fuego.

Esta vivencia vale más que todas las palabras externas y todas las apariciones, porque precisamente son externas, y esta es interna, es Cristo mismo viviendo en nosotros por su Espíritu, Espíritu Santo. Esto, queridos hermanos, el que la tiene lo sabe y lo siente y el que no, puede creerlo pero no gozarlo, puede saberlo por teologia, pero no vivirlo.

        3.- Por eso, queridos hermanos, desde hoy preparémosnos para Pentecostés,  todos debemos pedir esta venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia, sobre cada uno de nosotros. Todos debemos convertimos en patógenos, en sufrientes del fuego y del amor de Dios, en contemplativos pasivos del Verbo de Dios en su carne gloriosa quemada por su Espíritu Santo y nos convertimos en llamas ardientes de amor a Dios y a los hombres, porque no lo fabricamos nosotros, nos lo dan y  sufrimos estas quemaduras de amor divino, por ser puros receptores de ese mismo amor infinito de Dios Trinidad, que es su Espíritu Santo, en el que Él es, subsiste y vive.

        Y el único camino para conocer todo este misterio de Dios es el Espíritu Santo por medio de la oración, la oración y la oración, como los Apóstoles con María, no hay otro camino, porque así lo hizo y realizó el Señor y el Espíritu Santo. Sólo por la oración, y eso que los Apóstoles habían estado tres años escuchando y viviendo con el Señor, sí,  pero ellos mismos habían visto cómo Jesús se retiraba todos los días a la oración y para empezar su vida apostólica se retiró al desierto de la oración cuarenta días y cuarenta noches.

Como tenemos que hacer todos nosotros todos los días si queremos que sea Pentecostés en nuestras vidas y tener experiencia de Dios, de lo que creemos y predicamos, como les pasó a los Apóstoles y sigue y seguirá pasando siempre, siempre en la Iglesia por la oración, oración, oración-diálogo de amor diario y prolongado con el Señor y si es ante el mismo Cristo en el Sagrario, el mismo de entonces y de siempre y el del cielo, mejor. Es el cielo en la tierra.

 

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DOMINGO DE PENTECOSTÉS

 

PRIMERA LECTURA: Hch 2, 1-11

        Pentecostés es una de las tres fiestas que reúnen en Jerusalén una gran multitud de peregrinos. Llegaban de todo el  territorio nacional, pero también de la Diáspora, o sea, de las numerosas regiones del Imperio Romano donde se establecieron comunidades judías. Se dividen en judíos de origen y en prosélitos. Los prosélitos son paganos convertidos al judaísmo. En la mañana del día de Pentecostés, Jesús cumple la promesa que hizo a sus discípulos. Estos, de acuerdo con el mandato del Maestro, permanecieron en Jerusalén y, en espera del acontecimiento prometido, se reúnen para orar largamente.

        Hay fenómenos externos: ruido, llamas de fuego, pero los más importantes son los internos: “Se llenaron todos de Espíritu Santo”. La diferencia de lenguas divide a los hombres y simboliza la incomprensión entre los hombres o, al menos, las dificultades para entenderse. El don de lenguas el día de Pentecostés significa que todos los pueblos son capaces de encontrarse y de comprenderse por encima de sus diferencias, en el nivel superior de la caridad en Cristo: “…y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería…pero cada uno los oía hablar en su propio idioma”. 

SEGUNDA LECTURA: 1Cor 12, 3b-7. 12-13

 

        La obra fundamental del Espíritu Santo es hacer de pueblos y de hombres diversos un solo pueblo, el pueblo de Dios, fundado en el amor, que se ha derramado en nosotros por el Espíritu Santo: “Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo  Espíritu, para formar un solo  cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”.

        El Espíritu Santo hace de todos los creyentes un solo cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia. Esta obra, comenzada el día de Pentecostés, está ordenada a renovar la faz de la tierra, como un día renovó el corazón de los Apóstoles, porque el lenguaje del amor es comprendido por todos los hombres: “En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común… Todos los miembros, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, y así es también Cristo”.

 

        QUERIDOS HERMANOS: Acabamos de oír lo que dice el Señor a los Apóstoles: “Muchas cosas me quedan por deciros todavía, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Cuando venga el Espíritu Santo, el espíritu de la verdad, Él os llevará hasta la verdad completa”.

 

        1.- Pues bien, estamos celebrando la fiesta de Pentecostés. Pentecostés es la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia representada especialmente por los Apóstoles y María reunidos en oración en el Cenáculo, donde Cristo había celebrado la Última Cena, instituyendo la Eucaristía y nos había dado el mandato nuevo: “Amaos los unos a los otros… Lo primero que tenemos que preguntarnos en estos tiempos de mucha ignorancia religiosa y poca moral entre los mismos católicos  es: Y ¿quién es el Espíritu Santo? ¿Por qué Cristo le da tanta importancia como si Él no hubiera sido capaz de llevar a los apóstoles hasta la verdad completa y total del mensaje evangélico? ¿ Por qué es tan importante según las palabras del Señor? 

        Con el catecismo en la mano empezaremos diciendo que el Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad,  Dios con el Padre y el Hijo. Y por tanto, es Dios infinito y eterno, persona divina como ellos. Se le llama también Espíritu de Dios, Consolador o Paráclito, Don,  fuego de Dios. Y sobre todo se le llama dulce huésped del alma, de nuestras almas, porque realmente Dios Trinidad las habita cuando estamos en gracia, es decir, en Amor Divino.

Este Espíritu Divino tiene con nosotros los cristianos unas relaciones muy especiales. Son muchas y muy importantes. Entre las principales podemos colocar sin duda las que Jesús mismo nos dice en el Evangelio de hoy: el Espíritu Santo según el Señor tiene que llevarnos  “hasta la verdad completa”, de nuestra fe y amor, esto es, a la experiencia de la fe y del amor, hasta la experiencia y el gozo de Dios hasta vivir “en espíritu y verdad”  el Evangelio entero y completo, la vida de gracia en plenitud y la amistad con Dios, hasta la experiencia de sentirnos amados por Él.

Verdad completa es la verdad que no se queda solo en la inteligencia, sino que llega hasta la voluntad, al corazón, a la vivencia. Porque todos sabemos que Cristo y su Evangelio no se comprenden hasta que  no se viven. 

        El Espíritu Santo tiene, por tanto, esta misión: guiar y llevar a todos los hombres hasta la verdad completa. Porque hay hombres que no saben nada de Jesucristo, de Hijo de Dios, hecho hombre, que, muriendo en una cruz, nos redimió de nuestros pecados y nos abrió el camino de la Alianza y la amistad con Dios.

Hay muchos hombres que no saben ni tienen experiencia de Dios y del cielo, de la vida más allá de esta vida, de que Dios nos ama y nos ha dado, porque nos ama, la vida eterna ya en comienzo para compartirla eternamente en el cielo en su misma esencia y felicidad trinitaria.

No saben de los sacramentos, de la Eucaristía, de la Iglesia como único camino de salvación. Muchos no lo saben porque viven alejados de Dios, viven en pecado. Y hay otros muchos, que, como los Apóstoles, sabemos muchas verdades religiosas, pero no las vivimos, porque nos falta la experiencia, el amor para tocarlas y sentirlas con el corazón. Y para eso hay que subir por la oración y conversión permanente, y el único guía y maestro es el Espíritu Santo. Como de esto os hablo todos los días, hoy quiero afirmarlo, pero no voy a desarrollarlo.

        Ciertamente vivir el cristianismo completo, con todas sus exigencias, es algo que cuesta mucho. Por eso precisamente Jesús nos quiere enviar al Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo, para que ilumine nuestra inteligencia y fortalezca nuestra debilidad, que es tan grande como la de los Apóstoles antes de recibirle.

Porque el Espíritu Santo es Persona divina, como el Padre y el Hijo, es el abrazo eterno de amor de Dios, es la fortaleza y la fuerza de Dios; es la potencia de Dios que, invocada en los sacramentos, nos trae a Cristo en la Eucaristía y en los demás sacramentos;  y Él es quien nos tiene que ayudar iluminando nuestra inteligencia y fortaleciendo nuestra voluntad para llegar a la unión mística y espiritual con la Santísima Trinidad como los que han subido por este camino de la oración y conversión permanentes, trabajo duro,  que en definitiva no es otra cosa que ser santos. 

        Yo estoy convencido por experiencia de todo esto que os digo. Por eso, todos los días de mi vida le invoco: Oh Espíritu Santo, Dios Amor, abrazo de mi Dios…

       

2.- “Me voy y vuelvo a vosotros”,  les había dicho el Señor resucitado antes de subir a los cielos en la Ascensión, porque en Pentecostés vino el mismo Cristo; de hecho Pedro y todos empezaron solo a hablar de Él; pero vino hecho fuego de Espíritu Santo metido en el corazón de los creyentes; no vino hecho carne ni palabra, sino espíritu y experiencia de amor, vino a sus corazones directamente sin limitaciones de palabra, carne, ideas, realidades limitadas y finitas; porque lo importante de Cristo no era su exterior, ni sus milagros, lo importante de Cristo estaba en su interior, en su Espíritu, en su Divinidad y ésa se pudo expresar mejor de corazón a corazón que por palabras o hechos finitos y limitados.

        Pidámosle a Cristo que no envíe el Espíritu Santo en la Comunión de esta mañana, que nos inunde el corazón, que nos llene de fuerza, amor, sabiduría, experiencia, que los sintamos…

 

        3.- LOS APÓSTOLES

 

        El mismo Cristo les había dicho muchas veces: “Me iré y volveré y se alegrará vuestro corazón”; “Porque os he dicho estas cosas os habéis puesto triste, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya”.

Habían escuchado a Cristo y su Evangelio, han visto sus milagros, han comprobado su amor y ternura por ellos, le han visto vivo y resucitado, han recibido el mandato de salir a predicar, pero aún permanecían inactivos, con las “puertas cerradas por miedo a los judíos”; no se le vienen palabras a la boca ni se atreven a predicar que Cristo ha resucitado y vive.

¿Y qué pasó? ¿por qué Cristo les dijo que se prepararan para recibir el Espíritu Santo, que Él rogaba por ellos para que le recibieran?;  ¿Por qué dijo y deseó Cristo esta venida para ellos y para todos los cristianos? Porque nosotros también tenemos que desearle y pedirle que venga a nosotros; recordad lo que preguntó San Pablo a los cristianos bautizados de Corinto: Si habían recibido el Espíritu Santo.

Y ya os he explicado a todos la necesidad de recibirlo: porque hasta que no vuelve ese mismo Cristo, hasta que la fe, el evangelio no se hace fuego de amor, no es enseñado por el Espíritu Santo en nuestro espíritu, Cristo es mera letra o verdad pero no se hace fuego, Espíritu, llama de amor viva, llama ardiente de experiencia de Dios.

        Y lo vemos hoy en las Lecturas de la misa: hasta que no viene el Espíritu Santo, los Apóstoles, que han oído el evangelio entero y  completo a Cristo, que han visto todos sus hechos salvadores, que le han visto incluso resucitado, que han celebrado la Pascua en Él resucitado, hasta que no viene hecho fuego de Espíritu Santo no abren las puertas y los cerrojos y predican desde el balcón del Cenáculo, y todos entienden el lenguaje de amor del Espíritu Santo, aún siendo de diversas lenguas y culturas y empieza el verdadero conocimiento y conversión a Cristo y el verdadero apostolado, y es la Iglesia  completa, la verdad completa del cristianismo.

        Hasta que no llega Pentecostés, el Dios Amor, hasta que no llega el Espíritu y el fuego de Dios, todo se queda en los ojos, o en la inteligencia o en los ritos. Es el Espíritu, el don de Sabiduría, el «recta sápere», el gustar y sentir y vivir, lo que nos da el conocimiento completo de Dios, la teología completa, la liturgia completa, el apostolado completo. 

Es necesario que la teología, la moral, la liturgia baje de la cabeza al corazón por el espíritu de amor para quemar los pecados internos, perder los miedos y complejos, abrir las puertas y predicar no lo que se sabe, que en el fondo no se sabe porque no se vive, sino lo que se vive porque se sabe por el Espíritu Santo, por el amor, porque uno lo siente y lo experimenta.

        Y el camino para esta venida del Espíritu Santo es la oración, la oración y la oración… con la conversión permanente de nuestras actitudes de pecado, de egoísmo, de buscarnos más a nosotros mismos que a Dios.

Los Apóstoles permanecieron reunidos en oración en el Cenáculo con María, la Madre de Jesús. Aquí está otra maravilla: la dulce Nazarena. Simplemente constatar su presencia en el momento fundante de la Iglesia. Nada se dice de su entusiasmo al recibir al Espíritu Santo. Lógico. Ella lo había recibido ya mucho antes, en la misma concepción del Hijo de Dios en su seno por obra de Amor del Espíritu Santo.

 

        4.- Queridos hermanos,  la pobreza de la Iglesia es pobreza de vida mística. Vamos a invocar al Espíritu Santo, nos lo dice y nos lo pide el mismo Cristo, vemos que lo necesitamos para nosotros y para toda la Iglesia, lo necesita la Iglesia.

        Cristo nos dijo: “Le conoceréis porque permanece en vosotros,” esta es la forma perfecta de conocer a Dios, a Cristo, de distinguir Padre, Hijo y Espíritu Santo, que no sea todo lo mismo, que sean distintos los misterios y las realidades teológicas y litúrgicas y los amores y los pasajes de espíritu y todo y sólo por la venida, todos nosotros del Espíritu Santo, por la nueva vivencia de Pentecostés. ¡Señor, enviamos tu Espíritu Santo! ¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de sus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor; envía tu Espíritu y todo será creado de nuevo, será visto de forma distinta, será vivido en plenitud!

 

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PENTECOSTÉS.- (Importancia de la oración personal)

 

 Queridos hermanos y hermanas dominicas, Pentecostés es Cristo mismo, el mismo Cristo de Palestina y resucitado y glorioso ya en el cielo y aquí y en todos los Sagrarios de las iglesias, pero no hecho Palabra ni carne ni pan ni gesto externo, sino Llama de amor viva, es Cristo mismo hecho Fuego de Amor Personal al Padre, hecho Espíritu Santo que quemó a los Apóstoles, porque lo experimentaron, lo vivieron por dentro, todo hecho llama de amor, no solo exteriormente en carne o palabra como antes, incluso haciendo milagros, sino hecho Fuego de Amor de Dios Trinidad, hecho  Espíritu de Fuego Divino, Llama de Amor viva y Trinitaria y entonces, los Apóstoles reunidos así en oración con María, la madre de Jesús y nuestra madre de amor y gracia, empezaron a conocer y amar a Cristo y vivir su evangelio pero de otra forma distinta, a conocerlo y vivirlo con el mismo amor de Cristo con su mismo Amor, es decir, con su Espíritu, es decir, su mismo fuego y amor y gozo y experiencia trinitaria que es Espíritu Santo, sintiendo en ellos el Amor del Padre bueno y eterno del cielo que tanto nos ama y nos ha soñado para una eternidad de gozo con Él y con su Hijo Jesucristo ya glorioso y lleno del mismo Amor de Espíritu Santo, Amor de Dios Trinidad y nuestro.

Queridos hermanos: el día de Pentecostes los discípulos conocieron al mismo Cristo de antes con experiencia personal y viva de Espíritu Santo, de amor, no solo de palabra y predicación, sino con su vivencia de Amor de Espíritu Santo Trinitario e infinito y eso ya no se puede olvidar ni dominar porque es una vivencia de amor ya celetial y trinitaria.

Esta vivencia interior vale más que todas apariciones y palabras externas que había hecho Cristo en su vida porque es Cristo mismo viviendo ya en nosotros con su mismo Amor divino de Espíritu Santo. Y esto, el que lo siente, lo sabe, y el que no lo siente, puede creerlo pero no saberlo ni gozarlo, puede incluso saberlo por teologia, como los sacerdotes pero no sentirlo y experimentarlo: “Oh Dios mío,Trinidad…”.

Y el único camino para conocer todo este misterio de Dios en nosotros según lo enseñó el Señor a los Apóstoles, es el Espíritu Santo por medio de la oración, la oración, como así lo hicieron los Apóstoles dirigidos por María, sublime maestra de oración porque así la sorprendió el ángel cuando la aununció que sería Madre  del mismo Hijo de Dios, estaba en oración, es no hay otro camino, entonces y ahora y siempre.

Y del mismo modo, que sólo por la oración, los Apóstoles ayudados por María llegaron a ser llamas de amor viva de Cristo y predicarlo y dar la vida por Él cosa que antes aún viéndole y apareciéndose resucitado, no se atrevían y tenían las puertas cerradas y ahora, sin verlo pero sientiendolo en sus almas y no corporalmente como antes, y eso que los Apóstoles habían estado tres años escuchando y viviendo con el Señor, incluso se les había aparecido resucitado, pero siguieron con miedo a los judíos solo cuando vino Cristo hecho fuego y llama de amor viva por el Espíritu Santo y sin verlo corporalmente, abrieron las puertas y estuvieron dispuestos a dar la vida por amarlo y predicarlo, cosa que hoy tanto necesita la Iglesia, pero arriba, en los apóstoles actuales: Obispos, sacerdotes y religiosos/as como ellos mismos habían visto a Jesús  retirarse todos los días a la oración para hacer su vida apostólica, incluso  se retiró 40 dias y noches en oración al desierto para empezar su vida pública, y eso mismo, oracion, tenemos que hacer nosotros todos los días, especialmente sacerdotes y religiosas si queremos hacer  apostolado de Cristo y como Cristo.

Todos nosotros y todos días, si queremos que sea Pentecostés en nuestras vidas y en la Iglesia, como les pasó a los Apóstoles y sigue y seguirá pasando siempre en la Iglesia, si queremos no solo rezar o cantar sino tener experiencia de Dios, algo muy necesario hoy en la Iglesia, tener experiencia de lo que creemos,  predicamos y celebramos, todo será siempre estando en oración, todo tiene que ser por la oración-diálogo de amor con el Señor,  el mismo Cristo de entonces y de ahora, que para eso se quedó en todos los Sagrarios de la tierra, para enseñarnos este camino, el mismo de entonces y de siempre y el del cielo. Porque esos ratos de oración, sobre todo ante ese mismo Cristo de entonces y de siempre son ya ratos de cielo en la tierra. Así sea para todos vosotros, sobre todo, religiosas dominicas, religosas contemplativas, que os habéis retirado del mundo, no lo olvidéis, para salvanos a todos por vuestra oración y sacrificio.

 

 

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PENTECOSTÉS

 

        Queridos hermanos: Estamos celebrando la festividad de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Virgen Madre y toda la Iglesia naciente. Y esta  venida del Espíritu Divino, del Dios Amor, según el Evangelio, se manifiesta principalmente con signos y gracias de transformación interior.

Por esta transformación interior del Espíritu los apóstoles pasaron de tener “las puertas cerradas por miedo a los judios”, nos dicen los evangelios, pasaron a abrirlas y predicar abiertamente a Cristo, al muerto resucitado y mira que Jesús resucitado se les habia aparecido y manifestado de muchas maneras, pero hasta que no viene hecho  vivencia de amor, vivencia del Cristo que han visto y vivido, todos permanecieron con miedo y las puertas cerradas.

Y esto pasó y seguirá pasando siempre en la Iglesia a través de los siglos; ya puede ser uno papa, obispo, sacerdote y religioso, y saber toda la teología, ser doctor en teología y dominar la Cristología entera y completa, pero como no llegue a tener vivencia de todo esto interioremente por obra del Espíritu Santo por medio del amor de Cristo en una oración un poco elevada, no solo reflexión, sino contemplación pasiva provocada en nosotros no por nuestras facultades activas de comprensión e inteligencia sino pasivas, recibidas del mismo Santo Espíritu que vino sobre los Apóstoles,  hasta que por la oración mística y contemplativa, esto es, viva y vivida, no lleguemos a sentir y vivir lo que sabemos por teología o celebramos ritualmente o comulgamos, no tendremos experiencia del misterio que predicamos o celebramos y recibimos, no podremos contagiar de Cristo vivo, vivo y resucitado con fuego y amor de Espíritu Santo a nuestros hermanos, porque nadie da lo que no tiene, daremos teología, conocimientos de Dios y  desde luego salvación, pero no experiencia de su amor, sencillamente porque no lo tenemos y a estas alturas, a esta situación, como los apóstoles, solo se llega “estando en oración con María la madre de Jesús”, lo dicen los evangelios.

 

        1.- Cristo manifestó repetidas veces a los apóstoles la necesidad absoluta de recibir al Espíritu Santo para “llegar a la verdad completa” y poder cumplir la misión salvadora que les había confiado: “porque os he dicho estas cosas, os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo… Él os llevará a la verdad completa”.

        Verdad completa de la fe y de la religión cristiana no es solo saber sino sentir y gustar la Verdad del Verbo del Padre pronunciado y venido hasta los hombres por Amor de Espíritu Santo. Mi pregunta es ésta: ¿es que Cristo, el Verbo y la Palabra del Padre no les había dicho la verdad completa, no les había dicho todo lo que tenían que saber y practicar? ¿Qué indica esto de que es el Espíritu Santo el que tiene que llevarlos a la verdad completa? ¿ Es que Él no puede llevarlos?

        Podíamos responder apriorísticamente diciendo que la afirmación de Cristo es verdad por el mero hecho de que está dicha por Él. Pero es Pentecostés lo que nos demuestra el sentido y la verdad de esta afirmación de Cristo, son los efectos y gracias de Pentecostés los que confirmaron el sentido y la verdad de lo que Cristo les decía.

No es que Cristo no les hubiera manifestado y predicado toda la verdad, todo el evangelio. Lo que pasa es que a Cristo y su evangelio, a Cristo Eucaristía y Sagrario, a Cristo comunión o teología no se le comprende y descubre en verdad completa hasta que no se vive, es que los dogmas y las verdades cristianas no se comprenden hasta que no se viven; una verdad no es completa, no llega a ser verdad completa en nosotros, aunque seamos teólogos y sepamos toda la teología, hasta que no se vive y experimenta.

Cristo, el Evangelio, la Eucaristía, los sacramentos, las verdades de la fe todos las creemos y nos van a salvar, nos van a salvar y están salvando, pero no las experimentamos, no las vivimos como las viviremos en el cielo, como la vivieron muchos santos y santas ya en la tierra y las contagiaron,  sin amor y fuego y vivencia de amor de Espíritu Santo. Y esto solo es posible como en los Apóstoles “por estar reunidos en oración con María, la madre de Jesús”, solo por la oración. Porque a Cristo, su Evangelio, la Eucaristía, la fe cristiana no se comprende en verdad completa,repito, hasta que no se vive, aunque seas doctor en Teología.

QUERIDOS HERMANOS, aunque seamos teólogos, Dios, Cristo, la Eucaristia, la santa misa, la comunión eucarística o los ratos de Sagrario con Cristo, no se comprenden perfectamente y con amor y fuego hasta que no se viven con fuego de Espíritu Santo; estas realidades sólo se comprenden cuando se viven, cuando se experimentan y esto solo es posible cuando el alma cuando la persona, sea cura, obispo o papa se ha vaciado de si mismo, de su yo por el camino de la oración-conversión permanente en que me voy vaciando de mí mismo y Dios me va llenado de su vida y amor y conocimiento de verdad completa)).

 La Iglesia siempre necesita y necesitará esta experiencia para poder comunicarla, lo vemos en este día de Pentecostes y en la historia de la Iglesia, almas que vivan y prediquen a Cristo y su evangelio vivido y experiemtado por la oración-conversión permanentes de sus vidas en que se van vaciando de sí mismas para que el Espíritu Santo les vaya llenando de la vivencia de lo que oran y meditan de Cristo, como les pasó a los Apóstoles; los Apóstoles han visto su vida y sus milagros, han escuchado sus palabras y amor que le llevó hasta la muerte y resurrección, le han visto y hablado resucitado, pero hasta que no viene el mismo Cristo hecho fuego de Espíritu Santo, hecho experiencia y llama de amor viva, permanecieron con las puertas cerradas.

Pidamos que esta fiesta renueve a los apóstoles de Cristo y a toda la Iglesia con este fuego de Pentecostés. Lo necesitamos ahora y siempre y por todos los siglos, necesitamos Pentecostés, la venida permanente del Espíritu Santo sobre la Iglesia, especialmente sobre los sacerdotes para que podamos contagiar a los demás. Así lo vamos a pedir a Cristo en esta santa misa siguiendo sus consejos: “porque os he dicho estas cosas, os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo… Él os llevará a la verdad completa”. Que se cumplan en nosotros estos deseos de Cristo y que venga sobre la Iglesia y sobre cada uno de nosotros el Espíritu de amor y santidad de Dios que tanto necesimos siempre, pero especialmente en estos tiempos. Amén, así sea.

 

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Queridos hermanos, celebramos hoy Pentecostés, y todos debemos pedir la venida del mismo Espíritu Santo sobre la Iglesia actual, sobre cada uno de nosotros. Porque todos debemos convertimos en patógenos, en sufrientes del fuego y del amor del Dios Amor, Espíritu Santo, en contemplativos pasivos del Verbo de Dios en su carne gloriosa quemada por su Espíritu Santo y convertimos así en llamas ardientes de amor a Dios y a los hombres, porque este amor y estas vivencias no las fabricamos nosotros, nos las dan y  sufrimos estas quemaduras de amor divino, al ser puros receptores de ese mismo amor infinito de Dios Trinidad, que es el Espíritu Santo, en el que es, subsiste y vive la Santísima Trinidad y tiene que vivir y habitar en todos nosotros por la gracia de Dios, la misma vida de Dios participada en nosotros.

        Y el único camino para esto, para conocer todo este misterio de Dios es el Espíritu Santo que por medio de la oración, la oración, pero la oración un poco elevada y purificada de nuestras imperfecciones o faltas de amor para que así llegue y pueda poseernos y habitarnos y a sentirlo y escucharlo, porque no hay otro camino, y que así lo hizo y realizó el Señor por el Espíritu Santo en los Apóstoles. Sólo por la oración como los Apóstoles en Pentecostés con María y como María lo recibió en la Anunciación de Jesús estando recogida en oración.

Y fijáos que los Apóstoles han estado tres años escuchando y viviendo con el Señor, y le habían escuchado, sí,  pero no se retiraban a  orar como Jesús se retiraba todos los días a la oración y al empezar su vida apostólica se retiró al desierto de la oración cuarenta días y cuarenta noches. Ellos mismos lo habían visto cómo y así tenemos que hacer todos nosotros todos los días si queremos que sea Pentecostés en nuestras vidas y tener experiencia de Dios, experiencia que tanto necesitamos y necesita la Iglesia de entonces y de ahora de lo que creemos y predicamos, de lo que celebramos como les pasó a los Apóstoles y sigue y seguirá pasando siempre, siempre en la Iglesia y esto solo se consigue entonces como ahora por la oración, oración, el diálogo diario y prolongado con el Señor en el Sagrario todos los días.

 

4.- Y esto que os he dicho, es lo mismo que nos dice el Papa Juan Pablo II, hoy ya canonizado, en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, os la recomiendo, en relación con este tema:

        Nº 30.- «En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad...Este don de santidad, por así decir, se da a cada bautizado...“Esta es la voluntad de Dios; vuestra santificación” (1Tes 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: ATodos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor» (Lumen Gentium, 40)”.

 

Nº 31.- «Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. )Acaso se puede Aprogramar@la santidad?  )Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias....Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos Agenios@de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno... Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia.»

 

LA ORACIÓN.- Nº 32.- «Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración...  Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos:“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Hn 15,4). Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial (cf. Sacrosanctum Concilium 10), pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas».

 

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QUERIDOS HERMANOS  Y HERMANAS:Nos vamos acercando a la celebración importantísima de Pentecostés y la Iglesia nuestra madre, como insigne maestra y pedagoga, nos va inculcando estos domingos la importancia de prepararnos  para recibir al Espíritu Santo, tercera persona de la Stma Trinidad, fundamento de la santidad de la Iglesia como nos dicen los Evangelios y como lo hicieron los Apóstoles reunidos en oración con María, la madre de Jesús. En Pentecostés,por medio de la vida y predicación de los Apóstoles reunidos en oración con María empezó la vida de la iglesia con la venida del Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo a nosotros y a todos los hombres.

Queridos hermanos, la oración con María, como nos dicen todos los evangelios, fue  el camino elegido por Dios, entonces y ahora y siempre para tener esta experiencia de la plenitud de la fe y el amor a Dios, como la tuvieron los Apóstoles con María, porque Ella ya había concebido a su hijo Jesús por la fuerza y amor de ese mismo Espíritu, tercera Persona divina. No olvidar que estamos en mayo, mes de María.

Siempre la experiencia y el gozo de Dios Amor será necesaria en la Iglesia, en todos los bautizados porque siempre será el fundamento principal de la Salvación de todos los cristianos, máxime en los tiempos actuales en los que me parece a mí, me parece a mí, que en la Iglesia, falta no la fe en Dios, en Cristo, sino la experiencia de Dios, de Cristo, incluso en nuestras misas y comuniones, estoy hablando de experiencia, no de fe que gracias a Dios todos los cristianos tenemos pero hoy somos menos en España. Es más, la experiencia me atrevería a decir falta incluso en la parte alta de la iglesia, en sacerdotes y religiosas, digo experiencia, gozo de sentir a Dios no solo creer en él, porque eso sí, todos creemos, pero no le sentimos porque no lo amamos lo suficiente porque para eso hay que vaciarse de uno mismo, de pecados e imperfecciones para que Dios, la Santisima Trinidad pueda habitarnos y podamos sentirla y experimentarla.

Y en estos tiempos, tanto sacerdotes como cristianos bautizados, necesitamos esta experiencia de Dios más que en otros tiempos por falta de fe en el mundo y por falta de experiencia en nosotros de lo que somos y vivimos y esperamos y celebramos, es decir, falta de experiencia, de sentir la Eucaristia, como en nuestras comuniones y en ratos de oración ya un poquito elevada y purificada de imperfecciones.

En la iglesia actual, en las parroquias se repite hoy lo que nos dicen los Hechos de los Apóstoles que le pasó a Pablo  en la Iglesia de Éfeso:”Pablo, habiendo recorrido las regiones superiores, llegó a Efeso y encontró a algunos discípulos, y les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le respondieron: No, ni siquiera hemos oído si hay un Espíritu Santo”.

Nosotros, queridos hermanos y hermanas, sí que hemos oído y predicado al Espíritu Santo, pero tal vez nos pueda faltar mayor experiencia de su Amor, de Dios, nos falta tal vez un mayor contacto personal con Él como el Señor veía que les faltaba a los Apóstoles y eso que estaban con Él y les hablaba de Él.

        Por eso en las tres lecturas de este domingo hay una alusión constante al Espíritu Santo. Viene a decirles el Señor que su "paso al Padre" no significa "vacío" ni "ausencia" de su persona sino que Él va a seguir presente entre ellos y en toda la Iglesia, en todos los bautizados pero de forma distinta a la que había tenido hasta el momento de subir a los cielos, será una presencia no visible, como hasta entonces, hasta su muerte sino real e invisible a los ojos de la carne pero visible y sentida en su espíritu, en el alma, sentida y vista por los sentidos del espíritu.

"No os dejaré desamparados, volveré... Yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros".Esta promesa viene a renglón seguido de la afirmación: "Yo pediré al Padre que os dé otro Defensor, que esté siempre con vosotros", pero el modo será distinto, no será visible en cuerpo como yo sino en espíritu, porque es Espíritu, Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre y a todos los hombres, y que todos los cristianos recibimos en el santo bautismo.

Esto, queridos hermanos, una cosa es creerlo, y otra cosa es sentirlo y vivirlo como les pasó a los Apóstoles desde Pentecostés y sigue pasando a muchos santos y santas de todos los tiempos, a todos los que llegan a vaciarse de sí mismo, de su yo y defectos para que Dios pueda llenarlos y puedan sientirse habitados por Dios Trinidad. Y si hay personas llamadas a esta vivencia, vosotras, queridas dominicas, habéis sido elegidas por Dios, pera vivir esta experiencia, vosotras, religiosas contemplativas por la vida de oración y santidad como lo Apóstoles.

Pues bien, los Apóstoles reunidos en oracion con María la madre de Jesús serán los primeros en tener esta experiencia que todos podemos tener haciendo el mismo camino de oración, oración-conversión con María, la madre de Jesús. Ayúdanos, Madre, como ayudaste a los Apóstoles y a la naciente Iglesia. Y esto es lo que no pide hoy la Iglesia a todos los bautizados, que oremos estos días con María para que el Padre nos envíe su Amor, su Espíritu Santo, su experiencia de que vive y nos ama y nos espera en el cielo, en la eternidad.

Por eso quiero terminar hoy mi homilía con partes de la Oración a la Santísima Trinidad de Sor Isabel de la Trinidad, bueno, hoy Santa Isabel porque ya ha sido canonizada, oración completa que rezo todos los días desde mis años de Seminario:

 

 

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QUERIDAS HERMANAS CONTEMPLATIVAS DOMINICAS: Hay que llegar a este experiencia de la Trinidad que nos habita por la vida de gracia plena desde nuestro bautismo, a la experiencia de lo que somos, moradas de la Trinidad, experiencia de lo que somos y celebramos y comulgamos en Cristo Eucaristía… y siempre como los Apóstoles, reunidas en la oración, con ayuda de nuestra madre espiritual María, la madre de Jesús y de todos, María que como entonces y siempre, como a los Apóstoles, quiere ayudarnos a vivir y sentir el amor a Jesús como ella.

Desgraciadamente en la iglesia actual, en nuestras parroquias se repite hoy lo que nos dicen los Hechos de los Apóstoles que le pasó a Pablo  en la Iglesia de Éfeso: Pablo, habiendo recorrido las regiones superiores, llegó a Efeso y encontró a algunos discípulos, y les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le respondieron: No, ni siquiera hemos oído si hay un Espíritu Santo”.

Nosotros sacerdotes sí que hemos oído y predicado al Espíritu Santo, pero tal vez nos pueda faltar mayor experiencia de su Amor, nos falta tal vez un mayor contacto personal y vivencia de su amor y conocimiento tal como el Señor veía que les faltaba a los Apóstoles y eso que estaban con Él y les hablaba de Él y de la necesidad de recibirlo.  

        Por eso en las tres lecturas de este domingo hay una alusión constante al Espíritu Santo. Viene a decirles el Señor que su "paso al Padre" no significa "vacío" ni "ausencia" de su persona sino que Él va a seguir presente entre ellos y en toda la Iglesia, en todos los bautizados pero de forma distinta a la que había tenido entre ellos hasta el momento de subir a los cielos, será una presencia no visible a los ojos de la carne, como hasta entonces, hasta su muerte sino real e invisible a los ojos de la carne pero visible y sentida en su espíritu, en el alma, sentida y vista por los sentidos del espíritu.

Pero ahora me voy a Aquel que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta: "¿Dónde vas?" Sino que por haberos dicho esto vuestros corazones se han llenado de tristeza. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré: y cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio”

 

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PLEGARIA A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

 

Oh Díos mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.

Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierta en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como adorador, como reparador y como salvador.

Oh Verbo Eterno, palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñada para aprenderlo todo de vos; y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh amado astro mío! fascinadme, para que nunca pueda ya salir de vuestro resplandor.

Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí, para que en mi alma se realice una como Encarnación del Verbo; que sea yo para él una humanidad supletoria, en la que él renueve todo su misterio.

Y vos, oh Padre, inclinaos sobre esta vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra; no veáis en ella sino al amado, en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.

Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas. (Sor Isabel de la Santísima Trinidad, 21 noviembre 1904).

 

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RETIRO DE PENTECOSTÉS

 

 MEDITACIÓN

 

¿QUÉ DEBEMOS HACER PARA TENER  EXPERIENCIA DE PENTECOSTÉS?

 

        QUERIDOS HERMANOS: ¿Qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal que tuvieron los Apóstoles reunidos con María? Primero pedir con insistencia el Espíritu Santo al Padre, en nombre del Señor Resucitado, como Él nos lo mandó, y luego, esperar que el Padre responda, esperar siempre en oración. Se preguntaba S. Buenaventura: ¿Sobre quién viene el Espíritu Santo? Y contestaba con su acostumbrada concisión: “Viene donde es amado, donde es invitado, donde es esperado”.

 

        1.- ¿Qué significa decir ¡Ven! a alguien que ya hemos recibido en el Bautismo, Confirmación?; decir “ven” a quien tenemos presente dentro de nosotros? Santo Tomás de Aquino nos da una explicación teológica de las nuevas <venidas> del Espíritu Santo en nosotros. Observa, ante todo, que el Espíritu Santo viene no porque se desplace de lugar, sino porque por gracia empieza a estar de un modo nuevo en aquellos a quienes convierte en templos suyos. Textualmente: «Hay una misión invisible del Espíritu cada vez que se produce un avance en la virtud o un aumento de gracia. Cuando uno, impulsado por un amor ardiente se expone al martirio o renuncia a sus bienes, o emprende cualquier otra cosa ardua y comprometida».

        Pentecostés es el primer bautismo del Espíritu del Señor Jesucristo Resucitado y sentado a la derecha del Padre, con el mismo poder y amor que Él. Jesús, al anunciarlo antes de la Ascensión, dijo: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días”. Toda su obra mesiánica consiste en derramar el Espíritu sobre la tierra. Así lo dijo en la sinagoga de Cafarnaún.

        ¿Qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal? Primero, pedir con insistencia, como he dicho, el Espíritu Santo al Padre por el Hijo resucitado y glorioso, sentado a su derecha, como Él nos encomendó. Y luego esperarlo, reunidos con María y la Iglesia en oración personal y comunitaria, en la acción y oración litúrgica, como lo estamos haciendo ahora, para pedir y experimentar su presencia, sus dones, su aliento, su acción santificadora. Hay que estar dispuestos también a vaciarse para que Él nos llene, porque nos amamos mucho a nosotros mismos, nos tenemos un cariño muy grande y nos damos un culto idolátrico, de la  mañana a la noche, a veces estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni Dios en nuestro corazón. Digo ni Dios, porque suena más fuerte, como a blasfemia. Y así nos impresiona más y podemos despertar de esta rutina idolátrica.

 

        2.- Hermanos, somos simples criaturas, solo Dios es Dios. Qué grande vivir en la Santísima Trinidad que me habita, quiero que me habite y quiero vaciarme para eso hasta las raíces más profundas de mi ser, para llenarlo todo de divinidad, de amor, de diálogo, de verdad y de vida, pero de verdad, no sólo de palabra: «Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudarme a olvidadme enteramente de mí, para establecerme en Vos tranquilo y sereno como si mi alma ya estuviera en la eternidad;  que nada pueda turbar ni paz ni hacerme salir de Vos, ¡oh mi Inmutable! sino que cada minuto me sumerja más en la inmensidad de vuestro Amor.

        ¡Oh Fuego abrasador, Espíritu de mi Dios, venid sobre mí para que en mi alma se realice una como encarnación del Verbo; que yo sea para Él una humanidad supletoria en la que Él renueve todo su misterio de Amor» (Beata Isabel de la Trinidad).

       

        3.- Lo que el Espíritu toca, el Espíritu cambia, decían los padres griegos. El que clama al Espíritu: Ven, visita, llena… le da la llave de su casa para que el Espíritu entre, cambie, ordene, lleve la dirección de su vida. No podemos con la voz de la Iglesia decir: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y luego en voz baja añadir: pero no me pidas que cambie mucho, porque es una contradicción, la eterna contradicción o lucha de lo que somos: carne y espíritu, naturaleza y gracia, hombre viejo y hombre nuevo. Si viene el Espíritu Santo ordena nuestro amor, la gracia mete en mí ese amor del mismo Dios Trinitario, yo no puedo amar sino como Dios se ama y ama a los hombres y Dios se ama como primero y absoluto por ser quien es, por sí mismo, y yo solo puedo amar así si Él me lo comunica y mora en mí;  entonces Dios será lo primero y lo absoluto. Por eso,  esto ni lo entiendo ni puedo ni sé de qué va si Él no me lo da por su Espíritu, y para esto tengo que estar dispuesto a vaciarme  de mí mismo, de mi amor propio y de los criterios, sentimientos y comportamientos motivados por mi yo en contra del Espíritu de mi Dios.

        Guiados por el Espíritu de Cristo hay que seguir sus mociones y pisar sus mismas huellas, adorando al Padre en obediencia total, guiados por su Espíritu, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida, hasta la muerte del propio yo, del amor propio, del amor que me tengo a mí mismo y esto cuesta, cuesta sangre y es para toda la vida. Los sacramentos son eficaces, la gracia, la Eucaristía, Cristo; pero tengo que estar dispuesto a ser bautizado con el fuego del amor  que Dios me comunica.

 

        4.- El Espíritu Santo viene a mí por la gracia de los sacramentos, por la oración personal para meterme  en la misma  vida de Dios, y esto supone conversión permanente del amor permanente a mí mismo, de preferirme a mí mismo para amar a Dios. Soberbia, avaricia, lujuria envidia… en el fondo ¿qué son? Preferirme a mí mismo más que a Dios. Y como esto cuesta y yo solo no puedo, necesito de Él siempre para levantarme, para seguir avanzando, amando, porque quiero amar con todo mi corazón, con todas mis fuerzas y con todo mi ser. Necesito de Él, de su gracia, de su luz, de la oración diaria y seria, de los sacramentos vividos con su mismo Espíritu, sentimientos, actitudes. Pero si no quiero que Él sea de verdad lo primero, si mis labios profesan y predican: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser; pero luego no estoy en esta línea, no me esfuerzo, no lucho todos los días, entonces en el fondo no tengo necesidad de  Él, ni de oración, ni de gracia, ni de sacramentos ni de Cristo ni de Dios,  porque, para vivir como vivo, me basto a mí mismo. Este es el problema del mundo. No siente necesidad de Dios, para vivir como vive. Yo necesito verdaderamente de Él, nosotros necesitamos verdaderamente de Él, por eso estamos aquí, necesito del Espíritu de Dios, de la fuerza, del Amor personal del Padre y del Hijo.

        Queridos hermanos: necesitamos el amor de Dios para contagiar de amor a los nuestros, necesitamos su Espíritu para que sean bautizados en Espíritu Santo, necesitamos que el Espíritu de Cristo venga a nosotros para predicar la verdad completa de que Él nos habla tantas veces, necesitamos el Espíritu de Cristo para vivir la vida de Cristo y hacerla vivir, y así nuestros apostolados serán verdaderamente apostolado, porque cada uno de nosotros seremos una humanidad prestada a Cristo, para que Él pueda seguir amando, predicando, salvando.

 

        5.- Queridos hermanos,  la pobreza de la Iglesia es pobreza de vida mística, es pobreza de vida espiritual, de Espíritu Santo, pobreza de santidad verdadera, de vida mística, de vivencia y  experiencia de Dios. La Iglesia de todos los tiempos necesita de esta Unción para quedar curada, de este fuego para perder los miedos, de este fuego para amar a Dios total y plenamente. Sabemos mucha liturgia, mucha teología y todo es bueno pero no es completo hasta que no se vive, porque  para esto nos ha llamado Dios a la existencia: Si existo es que Dios me ama, me ha preferido, y me ha llamado a compartir con Él su mismo amor Personal, Esencial, su mismo fuego, Espíritu Santo. Dice San Hilario: «Gloria Dei, homo vivens, et vita hominis, visio Dei»: La gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios. 

        Vamos a invocarle al Espíritu Santo; nos lo dice y nos lo pide el mismo Cristo, vemos que lo necesitamos para nosotros y para nuestros hermanos, lo necesita la Iglesia. Le conoceréis porque permanece en vosotros; la única forma de conocer al Espíritu Santo, a Dios, es si permanece en nosotros, en nuestro corazón, esto es, amándole; esta es la forma perfecta de conocer a Dios, por el amor, por su mismo Espíritu.

        Los Hechos de los Apóstoles nos narran el episodio de Pablo en Éfeso, cuando se encuentra con unos discípulos a los que pregunta: “¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? Fijaos bien en la pregunta, tenían fe, es decir, no se trata de salvarse o no; ni de que no hayan entrado en la verdad y en la salvación, ni de que todo sea inútil en mi vida cristiana o apostolado; “recibir el Espíritu Santo” para el Apóstol, se trata de plenitud, de verdad completa, de estar centrado en el corazón del cristianismo, en el mismo Dios, que nos ha llamado a la fe para un amor total, en su mismo Espíritu. La respuesta de aquellos discípulos ya la sabemos: “Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo”. No podemos negar que puede ser hoy también la respuesta de muchos cristianos, y por eso, para Pablo, todos necesitamos el “bautismo del Espíritu Santo”. 

       

6.- En Pentecostés es el Espíritu Santo el que hizo saltar las puertas de aquel Cenáculo y convertir en  valientes predicadores del nombre de Jesús a los que antes se escondían atemorizados; es el Espíritu el que hace que se entiendan en todas las lenguas los hombres de diversas culturas y los una a todos el amor; es el Espíritu  el que va a espiritualizar  el conocimiento de Cristo en las primeras comunidades cristianas; es el que va a llenar el corazón de los Apóstoles y de Esteban para dar la vida como primeros testigos de lo que ven y viven en su corazón; es el Espíritu Santo el que es invocado y lo sigue siendo por los Apóstoles para constituir los obispos y presbíteros, es el Espíritu el que vive en nosotros para que podamos decir: “abba”, papá Dios. “Nadie puede decir: Jesús es el Señor sino por el influjo del Espíritu Santo”(1Cor 12,3).

        Para creer en Cristo, primero tiene que atraernos y actuar en nosotros el Espíritu Santo. Él es quien nos precede, acompaña y completa nuestra fe y santidad, unión con Dios. Dice San Ireneo: “Mientras que el hombre natural está compuesto por alma y cuerpo, el hombre espiritual está compuesto por alma, cuerpo y Espíritu Santo”. El cristiano es un hombre a quien el Espíritu le ha hecho entrar en la esfera de lo divino. El repentino cambio de los Apóstoles no se explica sino por un brusco estallar en ellos del fuego del amor divino. Cosas como las que ellos hicieron en esa circunstancia, tan sólo las hace el amor. Los Apóstoles —y, más tarde, los mártires— estaban, en efecto, «borrachos», como admiten tranquilamente los Padres, pero «borrachos de la caridad» que les llegaba del dedo de Dios, que es el Espíritu.

        Si en esto consiste Pentecostés —en una experiencia viva y transformadora del amor de Dios—, ¿por qué entonces esta experiencia sigue siendo ignorada por la mayoría de los creyentes? ¿Cómo hacerla posible? La oración, la oración, así ha sido siempre en la Iglesia, en los santos, en los que han sido bautizados por el fuego del Espíritu Santo. El amor de Dios crea el éxtasis, la salida de uno mismo hasta Dios. A Dios no podemos abarcarle con nuestros conceptos, porque le reducimos a nuestra medida, es mejor identificarnos con Él por el amor, convertirnos en llama de amor viva con Él hasta el punto que ya no hay distinción entre el madero y la llama porque todo se ha convertido en fuego, en luz, en amor divino, en noticia amorosa, en llama de amor viva, nos dice S. Juan de la Cruz¡Gracias, Espíritu Santo!

        Y para terminar, vamos a hacerlo con la anteúltima estrofa del Veni Creator: «Per te sciamus da Patrem, noscamus atque Filium, Teque Utriusque Spiritum, credamus omni tempore». Por ti, Espíritu de Amor, creyendo siempre en Ti lleguemos a conocer al Padre y al Hijo.

 

«Gracias, Espíritu Creador,

porque transformas continuamente nuestro caos en cosmos; porque has visitado nuestras mentes y has llenado de gracia nuestros corazones.

Gracias porque eres para nosotros el consolador,

el don supremo del Padre, el agua viva,

el fuego, el amor y la unción espiritual.

Gracias por los infinitos dones y carismas que,

como dedo poderoso de Dios,

has distribuido entre los hombres;

tú, promesa cumplida del Padre y siempre por cumplir.

Gracias por las palabras de fuego

que jamás has dejado de poner en la boca de los profetas,

los pastores, los misioneros y los orantes.

Gracias por la luz de Cristo que has hecho brillar

en nuestras mentes, por su amor, que has infundido en nuestros corazones, y la curación que has realizado en nuestro cuerpo enfermo.

Gracias por haber estado a nuestro lado en la lucha,

por habernos ayudado a vencer al enemigo,

o a volver a levantarnos tras la derrota.

Gracias por haber sido nuestro guía en las difíciles decisiones de la vida y habernos preservado de la seducción del mal.

Gracias, finalmente, por habernos revelado el rostro del Padre y enseñado a gritar:¡Abba!»  ( R. Cantalamessa).

FIESTAS DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

 

PRIMERA LECTURA: Ex 34,4b-6. 8-9

 

        Moisés, legislador del pueblo hebreo, entrega un código de leyes predominantemente religiosas y pone en marcha unas enseñanzas sobre Dios. El Dios que se revela a Moisés es Dios único, espiritual, personal, infinitamente bueno y que está íntimamente presente al hombre. Después de la infidelidad de Israel, ilustrada por el episodio del becerro de oro, Moisés sube por segunda vez al Sinaí. En la soledad de la meditación y de la oración, escribe de nuevo el código de la Alianza. En ella Dios se manifiesta radicalmente distinto de su creación, es el enteramente Distinto; pero al mismo tiempo, se muestra con respecto al hombre de un modo privilegiado de intento. La proclamación del Sinaí modelará de manera definitiva el pensamiento judío acerca de Dios; es el Dios de la justicia y del amor. El pueblo de Moisés le pertenece a Dios en propiedad por la Alianza de amor.

 

SEGUNDA LECTURA: 2 Cor 13, 11-13

 

        Los Corintios obligan a San Pablo a escribirles una severa carta por sus desórdenes, cuya conclusión demuestra  que el Apóstol sabía mantener su espíritu en la serenidad de la paz, así como la generosidad del afecto. Termina con una bendición cuya importancia doctrinal ha sido en todo tiempo juzgada muy importante, a causa de la enseñanza que proporciona sobre la existencia de la Santísima Trinidad.

        En el saludo primero de la Eucaristía empleamos algunas de estas formulaciones de San Pablo. El Misal ofrece diversas fórmulas para este saludo litúrgico según tiempos y circunstancias. Algunas son muy antiguas, sacadas del Nuevo Testamento, especialmente de los saludos  y despedidas de S. Pablo en sus cartas. Ordinariamente estos saludos están formulados en forma de deseos, de gracia que se pide para todos. Dice el Misal que el saludo se hace con las manos extendidas «extendiendo las manos» (IGMR 86), para indicarnos que no hay que hacerla sólo de palabra o rutina sino con toda la verdad de nuestro ser, cuerpo y alma,  manifestando una acogida sincera  de corazón a todos en el comienzo de la celebración eucarística.

        La primera, de formulación trinitaria, está tomada de 2Cor 13,13: “La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros”.

       

 

 

 

 

QUERIDOS HERMANOS: 

 

1.- Hoy, fiesta de la Santísima Trinidad, voy a hablar para todos, pero especialmente para las hermanas dominicas contemplativas.

Nuestra Madre la Iglesia, como insigne maestra y pedagoga, va celebrando progresivamente durante el año litúrgico los misterios principales de nuestra fe, para que, meditándolos y celebrándolos, lleguemos a vivirlos, y viviéndolos, sirvan para mayor gloria y alabanza de Dios y santificación nuestra y de toda la Iglesia, razón principal de la vida contemplativa, esto es, de unas mujeres y  hombres, que renunciando al mundo y al matrimonio, se sumergen en la soledad de un convento para  entregarse totalmente a Dios y vivir totalmente para la santificación personal y de la Iglesia, mediante su vida de oración y santidad, es decir, queridas dominicas, vuestra vida es una entrega total y para siempre a Dios, como esposas de Cristo,  dedicándoos a la oración y sacrificio para la mayor gloria de Dios y santificación personal y de la iglesia.

        Si el domingo pasado la Iglesia nos invitaba a venerar y esperar al Espíritu Santo como los Apóstoles en oración, hoy nos invita a todos los fieles a vivir la vida de gracia y descubrir que por la gracia que es la vida de Dios en nosotros, sentirnos habitados por la Santísima Trinidad, como lo dijo el Señor y lo han vivido y lo viven las almas de oración profunda, como tenéis que ser todas vosotras: “ Si alguno me ama, mi Padre…”.

        Y si, hace unos días, cantábamos a Cristo resucitado que subía a los cielos para sentarse a la derecha del Padre, y el último domingo, honrábamos al Espíritu Santo, que inundaba de su fuego y su luz a la Iglesia naciente, hoy queremos adorar a los Tres, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, porque en consejo trinitario han decidido habitar en todas las almas que viven en gracia de  Dios desde el santo bautismo que nos perdona los pecados y nos llena de la vida de Dios, de la Santísima Trinidad.

En mi juventud y primeros años de mi sacerdocio, os diría que hasta los años ochenta muchos cristianos, sobre todo, las mujeres, la chicas se sentían templos de Dios y guardaban la castidad hasta el matrimonio, para no arrojar a Dios Trinidad de sus almas, de su corazón. Cosa que hoy no existe y esta era la razón fundamental de la falta de vocaciones para el sacerdocio y la vida religiosa, cosa que hasta los años 80 no existía este problema para los seminarios y los conventos; hoy, sin vida de oración y castidad en infancia y juventud, hay una escased angustiosa de vocaciones y se están cerrando muchos conventos y seminaris cada año. En Plasencia no tenemos seminario y algunos conventos han cerrado. Qué pena.

2.-Mirad, hay una realidad misteriosa, pero verdadera y revelada por el Señor Jesús, que muchos cristianos han vivido intensamente en su vida; es la inhabitación de Dios en nuestras almas, en nuestra vida y en nuestros sentimientos. Lo reveló el mismo Señor: “Si alguno me ama, mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

Y en esta misma línea van otras afirmaciones de Jesús: “Que todos sean uno, como tú, Padre en mí y yo en ti, que ellos sean uno en nosotros”; “No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros; en aquel día conoceréis que yo estoy en el Padre, yo en vosotros y vosotros en mí… y yo rogaré al Padre y os dará otro abogado que estará con vosotros para siempre, vosotros le conoceréis porque permanecerá con vosotros y estará con vosotros” (Jn 19, 21-25).

Es todo un regalo de la bondad de Dios nuestro Padre para con los que le aman con todo el corazón. Vosotras religiosas estáis llamadas a esto, para eso venis al convento, a la vida contemplativa.

        San Pablo manifestará esta misma vivencia y verdad con innumerables textos: “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?; “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”; “No entristezcáis al Espíritu Santo que mora en vosotros”.   Sentirse habitados por Dios, primero en la tierra y luego en el cielo, es la meta de la vida cristiana. Lo que pasa es que de esto, de la inhabitación de la Santísima Trinidad en las almas por la vida de  gracia y cumplimiento de los mandamientos, se habla poco, porque no se vive, incluso en las parte elevadas de la iglesia, religiosos, sacerdotes, almas consagradas.

        3.- ¿Por qué falla la vivencia de este misterio entre los cristianos? ¿Por qué no es tan frecuente como debiera? Realmente hay que confesar que la experiencia de este misterio pertenece a la cumbre de la mística, de la vida de gracia, en su fase más elevada. La razón de todo está en que la vida de gracia se queda en semilla en nuestros corazones, el amor a Dios, a los hermanos, la humildad, la vida de oración y conversion permanente, absolutamente necesarias para llegar a la vivencia de Dios en nosotros… y al no convertirse en árbol frondoso esta semilla, las verdades de la fe se quedan a medias, en “verdad incompleta”, al faltar la experiencia de los que creemos, y no llegamos a la plenitud de los Apóstoles en el día de Pentecostés, que sin estar Cristo presente predicando le sintieron con más fueza en su corazón que viendole incluso resucitado, de hecho, Cristo se les habá aparecido y permanecieron encerrados con miedo, cuando viene el Espiritu Santo, la vivencia de Cristo en su corazón… abren la puertas y salen a predicar y todos dieron la vida por Él.

Y para eso, para que Cristo, la Santsíma Trinidad nos puede llenar, el único camino es la oración y conversión permanente, el vaciarnos de nosotros mismos para que Dios pueda habitar en nosotros mismos, de nuestras envidias, murmraciones, crítica y demás, para llenarnos solo de su amor y vivencia por la gracia y las virtudes sobrenaturales de la fe, la esperanza y la caridad.

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SANTÍSIMA TRINIDAD: SACERDOTES PRINCIPALMENTE

 

QUERIDOS HERMANOS: Al terminar los hechos salvadores de la Pascua, donde hemos celebrado especialmente la pasión, muerte y resurrección de Cristo por todos los hombres, la Iglesia queda sobrecogida ante este plan maravilloso de salvación de Dios Trinidad soñado por el Padre Dios que quiere hacernos partícipes de su mismo ser y gozo trinitario por medio del Hijo encarnado con amor de Espíritu Santo, tercera persona de la Trinidad.

Al terminar la Pascua, esta celebración de los hechos más trascendentales de la salvación del los hombres, la iglesia echa una mirada atrás y, llena de admiración se vuelve hacia este Dios Trino y Uno, origen de este maravilloso proyecto de salvación y con el corazón lleno de gratitud grita y exclama: GLORIA AL PADRE Y AL HIJO Y AL ESPÍRITU SANTO; honor, gloria y alabanza a la Santísima Trinidad origen y meta de este plan tan espléndido y generoso de salvación.

 

        1.- Gloria al Padre. En el principio, no existía nada, solo Dios, infinitamente existente y feliz en sí y por sí mismo, y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo, piensa en otros seres posibles para hacerles partícipes de su mismo ser y amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad.

Piensa desde toda la eternidad en  crear al hombre, en crearte a ti, con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él  y por Él, por medio de su mismo Amor de Espíritu Santo que abraza a los Tres y a ti con ellos por el Hijo encarnado con Amor Trinitario de Espiritu Santo.  Y todo esto se hace realidad en el sacramento del santo Bautismo donde limpios del pecado original y de todo pecado personal la Santísima Trinidad viene a vivir en nuestras almas para llenarnos de su misma vida de gracia y amor. Pero es más, en el sacramento del Orden sacerdotal nos identifica con el Hijo encarnado, sacerdote eterno de la Trinidad. Así nos soñó y creó a todos y esto es la vida cristiana,  nos dio la vida y la eternidad a  compartir  con los Tres en el cielo, que ya empieza en la tierra Y para esto hemos sido creados y existimos.

“Abba, papá bueno del cielo y de todo cuanto existe; te doy gracias porque me creaste… si existo…es que me has amado desde toda la eternidad y con un beso de Padre la existencia en el amor de mis padres.

Si existo es que me has preferido a millones y millones de seres que no existirán y me has señado con tu dedo creador y dador de vida y felicidad eterna.

Si existo, soy un cheque firmado y avalado por la sangre de Cristo muerto y resucitado por la potencia de Amor del Espíritu Santo y he sido elegido para vivir eternamente en la misma felicidad de Dios Trino y Uno…

Qué grande es el misterio de nuestro Dios Trino y Uno que nos ha llamado a compartir con Él su misma vida trinitaria, su misma felicidad trinitaria por toda la eternidad  desde el santo bautismo en que nos hace partícipes de su misma naturaleza y vida por participación de amor y de gracia. Y qué responsabilidad más grande e infinita para mí, sacerdote, que tengo que ser sembrador de eternidades, y que me obliga y anima a trabajar sin descanso por la salvación eterna de mis hermanos los hombres, que muchos ni lo saben ni lo creen.

 

2.- Ante este hecho de nuestro existir, por proyecto y amor gratuito de Dios y que por la gracia  de Dios recibida ya en el santo bautismo nos hace partícipes de la vida de la Santísima Trinidad y la hace morar en nuestras almas y que algunos, purificando su alma y su corazón de todo pecado e imperfecciones llegan a vivirlo y se sienten habitados por la Stma. Santísima, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pues bien, ante esta maravilla del Amor Trinitario hacia todos los hombres, se me ocurren estos pensamientos: 

 

1º).-  Constatar mi existencia y convencerme de que si existo, es que Dios me ama y me ha llamado a la vida y a la eternidad. Debo agradecer el que exista y valorarme y autoestimarme, porque ya soy eternidad, viviré siempre en su mismo amor y felicidad. Debo sentirme privilegiado, viviente y alegrarme y darle gracias a Dios de todo corazón, de verdad, convencido, sentir esto y vivirlo sobre todo en ratos de oración que son ratos ya de cielo en la tierra, sentirse habitados por mi Dios Trinidad que me ama hasta este extremo..

Por lo tanto, mirarme a mí mismo y declararme eterno en la eternidad de Dios, y quererme, y saber que debo estar a bien conmigo  mismo, con mi yo, porque existo especialmente no para este mundo sino para la eternidad. Valorar también a los demás, sean como sean, porque son un proyecto eterno de amor de Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este es mi gozo y mi dolor como sacerdote sembrador de eternidades, sabiendo que somos más que este tiempo y este espacio y esta vida, somos eternidad.

 

2º).- Sentirme amado. Aquí radica la felicidad del hombre. Todo  hombre es feliz cuando se siente amado, y  es así porque esta es la esencia y manera de ser de Dios y nosotros estamos creados por Él a su imagen y semejanza.  De qué le vale a un marido tener una mujer bellísima si no le ama, si no se siente amado; y a la inversa, como está pasando ahora en este mundo, de qué le vale a una esposa tener un Apolo de hombre si no la ama, si no se siente amada; (hasta el sexo sin amor no da felicidad, da placer egoista.

Nuestro Dios, sin embargo, es un Dios Eterno y Trinitario unido en el mismo Amor de Espíritu Santo sin principio ni fin. Y ahí nos vamos a sumergir todos nosotros eternamente. Y tú, sacerdote, eres sembrador, cultivador y recolector de estas eternidades, que supera todo lo creado. Asi que cuando pienso en el mundo actual, sobre todo en el mundo sacerdotal y veo algunos apostolados… y qué son y a donde llevan… qué responsabilidad, que ignorancia del misterio…

 

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SANTISIMA TRINIDAD

 

(Tomo este texto del libro: Santa Isabel de la Trinidad, vida y mensaje, editorial Monte Carmelo, Burgos, 2016). 

 

Queridos hermanos y hermanas: Toda esta semana, desde el domigo Jornada Pro Orantibus, es tiempo obligado de rezar por aquellos hermanos y hermanas nuestras que consagran sus vidas a la contemplación de Dios y a la alabanza divina y santifican a la Iglesia y al mundo entero mediante sus vidas de oración y silencio.

El canto de entrada de la Misa de esta fiesta de la Santísima Trinidad «Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros», nos introduce directamente en la consideración del gran misterio, poniendo de relieve su aspecto esencial: el amor. El amor ilumina el misterio trinitario en cuanto que Dios es amor siempre en acto eterno, que engendra, se da, se comunica: “..en esto consiste el amor, -nos dice S. Juan-, en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio para quitar nuestros pecados”.

El Padre engendra eternamente a su Hijo, Palabra en el cual se expresa todo totalmente comunicándole toda su divinidad; el Padre y el Hijo se dan y se poseen mutuamente en un acto de amor infinito,sin principio ni fín en una comunión perfecta y sustancial que es el Espíritu Santo. Pero el amor de Dios no se queda encerrado en el seno de la Trinidad sacrosanta, sino que lo comunica a los hombres: «porque ha tenido misericordia de nosotros» y se ha inclinado sobre el hombre por su la misericordia: «Dios es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad» (1ª lectura: Ex 34, 4b-6. 8-9). 1ª lectura del día de la fiesta.

Y así se manifestó el misterio de la Trinidad en la plenitud de los tiempos porque Dios vino en persona a morar entre los hombres; y lo hizo enviando a su Hijo con amor de su mismo Espíritu Santo para salvarnos: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único»(Evangelio: Jn 3, 16-18).

Con la encarnación del Hijo, efectuada por voluntad del Padre por obra del Espíritu Santo, el amor de Dios al hombre se manifiesta del modo más elocuente y al mismo tiempo se revela todo su misterio trinitario: Dios Trinidad se revela en la Encarnación del Hijo; es más, toda la Trinidad está presente en la obra en favor del hombre creado a su imagen en la creacion y recreado en la recreación redentora del Hijo enviado por el Padre y encarnado por obra del Espíritu Santo; a los hombres nos salva la Trinidad, la misericordia del Padre, mediante la sangre del Hijo y la efusión del Espíritu Santo.

Para entrar en la órbita de la salvación, el hombre tiene que creer en el amor de Dios-Trinidad y lo tiene que reconocer en Cristo que lo encarna:Creer en Cristo es creer en la Trinidad: es creer en el Padre que lo envió, en el Espíritu Santo que lo encarnó y lo guió en el cumplimiento de su misión en el Hijo que lo realizó en su naturaleza humana recibida de la Virgen bella, Madre y Señora de gracia «para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna» (ib).

El misterio trinitario es por tanto la fuente y origen del misterio de Cristo, enviado por el Padre y encarnado con amor de Espíritu Santo en María, templo y morada de la Santísima Trinidad como todos los que  recibimos la vida de Dios por gracia, participación de la vida trinitaria en la almas.

Se comprende entonces la hermosa fórmula trinitaria de San Pablo que concluye la segunda carta a los Corintios del día de la fiesta: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros» (13, 13; 2ª lectura). Y así el hombre por medio de Cristo entra en la comunión de la vida trinitaria, vida de amor con las tres divinas Personas que moran en nosotros por la participación de la vida divina, la vida de gracia,.

“Dios, Padre todopoderoso, que has enviado al mundo la Palabra de la verdad y el Espíritu de la santificación para revelar a los hombres tu admirable misterio; concédenos profesar la fe verdadera, conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su unidad topoderosa.” (MISAL ROMANO, Colecta).

¡Oh Trinidad eterna, oh Deidad! Tú, Trinidad eterna, eres mar profundo, en el que cuanto más penetro, más descubro, y cuanto más descubro, más te busco. Hartas insaciablemente, porque el alma en tu abismo se sacia sin saciarse nunca y le queda siempre más hambre de ti, de tu belleza, de tu bondad, de tu Amor infinito, sed de ti, Trinidad eterna, deseando verte en la luz con tu misma luz.

        ¡Oh Trinidad eterna, fuego y abismo de caridad! Disipa para siempre la nube de mi cuerpo. El conocimiento que de ti me has dado en tu verdad nos constriñe a desear dejar ya la pesadez de mi cuerpo y dar la vida para alabanza y gloria de tu nombre, porque he gustado y he visto en tu luz tu abismo, Trinidad eterna, y la belleza de tu criatura (STA. CATALINA DE SIENA, Diálogo 167).

        Queridos hermanos, por la fe y el amor, por la vida de Dios Trinidad en la que entramos desde el santo bautismo estamos todos llamados a vivir esta vida y amor Trinitario porque somos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y desde ese momento, por la semilla de la Trinidad sembrada en nosotros por la gracia bautismal, estamos todos llamados a vivir este misterio de amor y felicidad trinitaria que no acabará nunca y que empieza aquí en la tierra y que muchos santos han vivido y experimentado, pero que para gustarla en la tierra hay que orar, orar y convertirse vaciándonos de pecados e imperfecciones para que Dios pueda llenarnos y morar en plenitud en nuestras vidas: “ si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”. Pero para eso… si alguno me ama...

Puedo decir con humildad que es andar en verdad, que  en mis años de pastoreo sacerdotal he tenido la gracia de conocer a algunas personas, mejor, algunas cristianas, que nunca serán canonizadas, pero que llegaron a sentir y tocar esta experiencia de amor trinitario en sus almas por la vida de perfección desarrollada por la gracia y por la oración-conversión permanente, como espero que vosotros también lo hayáis tenido y sentido.

Repito, como tantas veces lo digo: todo, por el camino de la oración-conversión, un poco elevada, de que nos hablan los santos, todos los que han llegado a estas alturas como nuestros místicos, S.Juan de la Cruz, Santa Teresa, bueno, modernamente madre Teresa de Calcuta, Charles de Faulchaud, Sor, ya santa Isabel de la Trinidad, S. Juan Pablo II, Benedicto XVI, personas que han llegado a estas vivencias como se puede comprobar por su vida y sus escritos. Llegar a estas vivencias es empezar el cielo ya en la tierra.

Tengo aquí varios testimonios, pero por no alargarme voy a citar sol a santa Isabel de la Trinidad; mirad cómo se expresa; ella fue una de esas almas luminosas y heroicas que saben adherire fuertemente a una de esas grandes verdades y encontrar en ellas bajo las apariencias de una via ordinaria el secreto de una mayor unión con Dios. Este misterio de la inhabitación da la Sant. Trinidad en lo más íntimo de ella fue la gran realidad de su vida interior. Decía ella misma: “la Trinidad, he ahí nuestra morada, nuestra casa paterna de la que no debemos salir nunca; me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, puesto que el cielo es Dios y Dios está en mi alma; el día que comprendí esto, todo se iluminó en mí.”

Sor Isabel lo dice muchas veces y de muchas maneras, pero posiblemente esta formulación sea una de las más lograda: «Llevamos el cielo dentro de nosotros, pues el mismo Dios que sacia a los bienaventurados con la luz de la visión se entrega a nosotros por la fe y el misterio. ¡Es el mismo Dios! Creo que he encontrado mi cielo en la tierra, pues el cielo es Dios y Dios es mi alma. El día en que comprendí esto, todo se iluminó en mi interior» (Cta 122). 

 

OTRAS EXPRESIONES: «Gozar anticipadamente el cielo en la tierra», permanecer siempre unida a Dios, viviendo su vida, compartiendo su amor. Según Isabel, esa es su vida y la de todas las carmelitas: «Este es el secreto de la vida en el Carmelo: la vida de una carmelita consiste en vivir unida a Dios de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. Si él no llenase nuestras celdas y nuestros claustros, ¡qué vacíos estarían! Pero nosotras le descubrimos en todas las cosas, pues le llevamos dentro, y nuestra vida es un cielo anticipado!» (Cta 123). 

Pero esa vida no está reservada solo a las religiosas, Isabel afirma que es también para los seglares: «En la montaña del Carmelo, sumergida en el silencio, en la soledad y en una oración que nunca acaba, pues se prolonga en todo lo que hace, la carmelita vive ya como en el cielo: “solo de Dios”. El mismo Dios que un día será su felicidad y que la saciará en la gloria, se entrega ahora a ella. […] ¿No es esto el cielo en la tierra? Pues ese cielo, querida Germanita, tú lo llevas dentro de tu alma» (Cta 133).

Cuando Isabel se encontraba muy enferma y todos sabían que fallecería pronto, su hermana le pidió que escribiera para ella un resumen de las ideas espirituales que tantas veces habían compartido. Isabel redacta un tratadillo titulado «El cielo en la fe», que comienza comentando un texto del evangelio en el que Jesús manifiesta su deseo de que los que creen en él compartan su gloria en el cielo (cf. Jn 17,24). Así lo comenta ella: «Jesús quiere que donde está Él estemos también nosotros, y no solo durante la eternidad, sino ya ahora en el tiempo, que es la eternidad ya comenzada y siempre en progreso» (El cielo 1). 

Para Isabel, vivir anticipadamente el cielo es posible. Basta con permanecer siempre unidos a Jesús, tenerle presente en todo momento, hacerlo todo unidos a él: «Permaneced en mí, no por unos momentos, por unas horas pasajeras, sino “permaneced” de forma permanente, habitual. Permaneced en mí, orad en mí, adorad en mí, amad en mí, sufrid en mí, trabajad, obrad en mí. Permaneced en mí para tratar con las personas y con las cosas, entrad cada vez más adentro en esta profundidad» (El cielo 3).

La fe nos hace pregustar anticipadamente lo que esperamos: «La fe nos da tal certeza de los bienes futuros y nos los hace tan presentes, que, por medio de ella, esos bienes toman ser en nuestra alma y subsisten en ella aun antes de que los disfrutemos. […] La fe nos da a Dios ya en esta vida, aunque, es cierto, cubierto con el velo con que ella lo cubre, pero al mismo Dios» (El cielo 19).

Poco antes de morir, vuelve a desarrollar estas ideas: «Mi alma es un cielo donde yo vivo esperando la Jerusalén celestial» (Ejercicios 17). Ella quiere anticipar en la tierra la que será su misión en el cielo: alabar a Dios y vivir de amor: «¿Cómo podré imitar yo en el cielo de mi alma esa labor incesante de los bienaventurados en el cielo de la gloria? ¿Cómo podré yo prolongar esa alabanza y esa adoración ininterrumpidas? […] Vivir arraigados y cimentados en el amor: esa es, a mi entender, la condición necesaria para cumplir dignamente el propio oficio» (Ejercicios 17).

 

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La Santísima Trinidad, Trinidad en la Unidad y Unidad en la Trinidad: he aquí  nuestro modelo y la fuente de nuestra unidad en el mutuo y fraternal amor.

1. La santísima Trinidad es el modelo de la unidad, del amor mutuo. La vida de las tres divinas Personas es una vida de substancial comunidad. No obstante su distinción, las tres Personas son una misma cosa" tanto en su naturaleza comó en su entendimiento, en su inteligencia y en su amor. No existe aquí ningún yo solitario, ningún pensar sólo en sí mismo, ningún vivir sólo para sí. En el seno de la santísima Trinidad existe la más absoluta intimidad, la más perfecta conformidad y compenetración entre las tres divinas Personas. «Como tú, Padre, estás enmí y yo en ti.»

Esta sublime vida de la unidad en la pluralidad y de la pluralidad en

la unidad debe constituir el verdadero modelo de la vida de la Iglesia, 'de la comunidad (cristiana, de la familia y de las corporaciones religiosas. Tal es, por lo menos, el anhelo más cordial y vehemente del Salvador. Esto es lo que Él pidió al Padre en su solemne Oración de Supremo Pontífice: «¡Que todos ellos sean una misma cosa!» ¿De qué modo?

«Como tú, Padre, estás en mi y yo en ti.» «Para que ellos sean una misma cosa, como lo somos nosotros.» ¡ Sublime y di vino modelo! «Yo estaré en ellos, como tú, Padre, estás en mí.» ¿Para qué? «Para que sean perfectamente una misma cosa.»

El verdadero fruto de nuestra unidad, de nuestra comunidad de vida, debe ser éste: que «conozcael mundo que tú me enviaste, y les amaste a ellos, como me amas a mí» (Joh. 17, 22Sg.). Honremos, pues, y confesemos la santísimaTrinidad con nuestra vida práctica, sobre todo teniendo todos un solo (corazón y) una sola alma. Demos así testimonio de Cristo. Para ello, vivamos la misma vida de Dios. Portémonos como verdaderos hijos del 'Padre, para conseguir así su amor. Pero, por desgracía, obramos muy al contrario: si empre que se trata de «ser

:i Que ellos sean una misma Cosa 1 17 u n s olo corazón y una sola almJ rehusamos, volvemos la espalda.

La fuerza para alcanzar esta íntima unión nos  viene del seno de la Santísima Trinidad. Nuestra naturaleza, abandonada a sí misma, es impotente para alcanzarla. Viven en ella la avaricia, la ambición, la envidia, el despótico y disolvente poder d el individualismo y de los malos hábitos, el desequilibrio nervioso, la desordenada avidez de comodidades en esta vida. Añádase, además, la enorme diversidad de naturalezas, cada una de ellas con su dura terquedad, con su temperamento apasionado, con sus arraigadas convicciones particulares. Todo esto, y mucho más que omitimos, constituye un obstáculo, poco menos que invencible, al anhelo del Salvador:«que ellos sean una misma cosa». Sólo la gracia es capaz de crear una perfecta unión, sin la más . leve hipocresía, sin falsa cordialidad. Ella se nos ha dado cabalmente para vencer la estrechez y el egoísmo de nuestra naturaleza caída y para hacernos anchos, abiertos a la más completa unión, a una perfecta conformidad y compenetración mutuas.

«Les he dado la caridad que tú me diste a mí, para que también ellos sean todos una misma cosa, como lo somos nosotros» (Joh. 17, 22). ¡La caridad de la filiación divina, de la gracia santificante! ¿Para qué esta vida de Dios, de la santísima Trinidad, en nosotros? Para que seamos todos una misma cosa, como lo son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.La gracia santificante es una emanación, una participación de la vida de Dios, de la vida de la santísima Trinidad. No puede por menos de unir entre sí los espíritus y los corazones. Allí, donde ella vive, rompe forzosamente los lazos de nuestra natural estrechez, de nuestro individualismo, y nos hace católicos, universales, con un corazón abierto a todos. Cuanto más posea un cristiano la claridad de la filiación divin a, de la vida de Dios, tanto más impulsado se sentirá a la cordialidad, a la unión, a la concordia, a la compenetración cristiana, con desprecio de sí mismo, de los propios intereses y gustos.

3. «Que ellos sean una misma cosa.» Todos nosotro somos un solo Cuerpo en Cristo. «Recibíos, pues, los unos , a los otros, como Cristo os recibió él, vosotros» (Jon. 15, 7). «Cuando padece un miembro, todos los demás padecen también con él. Si un miembro se alegra, se alegran con él todos los demás miembros» (1 Cor. I2, 26). Pero, ¿nos hemos convencido alguna vez nosotros, pregunta Bossuet,de que somos realmente miembros de un solo Cuerpo? ¿Quién de nosotros se ha sentido enfermo con los enfermos y oprimido con los oprimidos? ¿ Quién

ha padecido injusticia cón un inocente? En torno nuestro pululan toda clase de miserias espirituales, morales y temporales, y, sin embargo, nosotros no :paramos mientes en ellas.¡Qué poco convencidos estamos de que todos debemos ser una -misma cosa! ¿ No debiéramos compartir las necesidades de nuestros hermarios, sentirnos culpables con ellos, poner a su disposición nuestra actividad y toda nuestra vida? ¡Éste sí que sería 'un espíritu verdaderamente cristiano !

«Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (Evangelio). El Señor nos ordena N o juzguéis, no condenéis a nadie. Y nosotros, ¿qué hacemos? Vemos la paja en el ojo del hermano y armamos con ello un gran, alboroto. Condenamos a l pecador y nos constituimos en jueces suyos.

Pero, en cambio, no vemos la viga en nuestro propio ojo. ¿ Somos verdaderamente misericordiosos? ¿Alcanzaremos, pues, misericordia el día del juióo?(Evangelio.) ¿No sabemos que sólo podremos obten er la gracia y la filiación divina en la medida en que poseamos y alimentemos en nosotros el fuego de la ca ridad?

Señor: compadécete de míy sana mi alma; porque he pecado contra Ti» (Gradual). La liturgia nos remite a la Eucaristía, a la incorporación con Cristo. De esta incorporación fluye hasta nosotros el espíritu de Cristo, el espíritu del amor. «Contaré toda tus maravillas. ?-Me alegraré y regocijaré en t i.>: En la sagrada Comunión me has hecho participante detu santo amor (Communio) .

Oración. Derrama; Señor, sobre nosotros el espíritu de tu caridad: para que todos aquellos, a quienes Tu has alimentado cun un mismo Pan celestial, posean un solo corazón. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

 

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LA SANTISIMA TRINIDAD

 

«Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros». El canto de entrada de la Misa de la fiesta nos introduce directamente en la consideración del gran misterio de la Santísima Trinidad, poniendo de relieve su aspecto esencial: el amor. El amor ilumina el misterio trinitario en cuanto que Dios es amor siempre en acto eterno, que engendra, se da, se comunica.

El Padre engendra eternamente desde la eternidad a su Hijo, Palabra en el cual se expresa todo él comunicándole toda su divinidad; el Padre y el Hijo se dan y se poseen mutuamente en un acto de amor infinito,sin principio ni fín en una comunión perfecta y sustancial que es el Espíritu Santo. Pero el amor de Dios no se queda encerrado en el seno de la Trinidad sacrosanta, del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, «porque ha tenido misericordia de nosotros» y se ha inclinados sobre el hombre, adquiriendo un matiz particular, el de la misericordia: «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad» (1ª lectura: Ex 34, 4b-6. 8-9).

Y así se manifestó el misterio de la Trinidad en la plenitud de los tiempos porque Dios vendrá en persona a morar entre los hombres; y lo hará enviando a su Hijo a salvarlos: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único» (Evangelio: Jn 3, 16-18).

Con la encarnación del Hijo, efectuada por voluntad del Padre y por obra del Espíritu Santo, el amor de Dios al hombre se manifiesta del modo más elocuente y al mismo tiempo se revela su misterio trinitario. Dios Trinidad se revela y manifiesta en la Encarnación del Hijo y así toda la Trinidad está presente en la obra  del hombre creado a su imagen en la creacion y recreado en la  redención y destinado a participar de su misma vida divina. El hombre pecó, pero Dios no lo dejó perecer: lE salva la misericordia del Padre, la sangre del Hijo y la efusión del Espíritu Santo.

Para entrar en la órbita de la salvación, tiene el hombre que creer en el amor de Dios-Trinidad y lo tiene que reconocer en Cristo que lo encarna y ha sido enviado «para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna» (ib). Creer en Cristo es creer en la Trinidad: en el Padre que lo envió y en el Espíritu Santo que lo guió en el cumplimiento de su misión y en el Hijo que lo realizó en su naturaleza humana recibida de la Virgen Madre y Señora de la gracia. El misterio trinitario es por tanto la fuente del misterio de Cristo, de la salvación universal y de la vida, de nuestra vida cristiana.

Se comprende entonces la hermosa fórmula trinitaria de San Pablo que concluye la segunda carta a los Corintios del día de la fiesta: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros» (13, 13; 2ª lectura).

El Apóstol urgirá a todos la gracia de la salvación merecida por Cristo, el amor del Padre que es su causa y la comunión del Espíritu Santo por el que la gracia del amor se derrama en el corazón de los creyentes y estos son asumidos en la comunión del Padre y del Hijo. Así el hombre por medio de Cristo entra en la comunión de la vida trinitaria, vida de amor y de comunión con las tres Personas divinas que moran en él. Más aún; está también invitado a expresar esta su comunión personal con la Trinidad en las relaciones con el prójimo mediante un amor sincero, fuente de paz, de acuerdo y de comunión con todos.

Dios, Padre todopoderoso, que has enviado al mundo la Palabra de la verdad y el Espíritu de la santificación para revelar a los hombres tu admirable misterio; concédenos profesar la fe verdadera, conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su unidad topoderosa. (MISAL ROMANO, Colecta).

 

¡Oh Trinidad eterna, oh Deidad, cuya naturaleza divina dio valor a la sangre de tu Hijo! Tú, Trinidad eterna, eres mar profundo, en el que cuanto más penetro, más descubro, y cuanto más descubro, más te busco. Hartas insaciablemente, porque el alma en tu abismo se sacia sin saciarse nunca y le queda siempre más hambre de ti, sed de ti, Trinidad eterna, deseando verte en la luz con tu misma luz. Como desea la cierva la fuente del agua viva, así mi alma desea salir de la cárcel del cuerpo tenebroso y verte a ti en verdad. ¿Por cuánto tiempo estará escondido a mis ojos tu rostro?

        ¡Oh Trinidad eterna, fuego y abismo de caridad! Disipa para siempre la nube de mi cuerpo. El conocimiento que de ti me has dado en tu verdad nos constriñe a desear dejar ya la pesadez de mi cuerpo y dar la vida para alabanza y gloria de tu nombre, porque he gustado y he visto en tu luz tu abismo, Trinidad eterna, y la belleza de tu criatura (STA. CATALINA DE SIENA, Diálogo 167).

        Queridos hermanos, y a todo esto estamos llamados desde el santo bautismo, que nos comunica la vida trinitaria y nos hace participes de su amor Trinitario. Démosle gracias al Señor, sobre todo nosotros sacerdotes sembradores de vida trinitaria que no acabará nunca pero que para gustarla en la tierra hay que orar, orar y convertirse para que Dios pueda morar en plenitud en nuestras vidas. Todos los místicos llegaron a vivirlo, todos nosotros, todos los cristianos bautizados la tenemos, pero para vivirla hay que vivir en plenitud la vida de gracia por la oración cada vez más profunda por una conversión cada vez más plena y profunda, vaciándonos de nosotros mismos para que nos pueda llenar la Santísima Trinidad: “ si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

 

 

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Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.  Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierto en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

        Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como adorador, como reparador y como salvador.

        Oh Verbo Eterno, palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñado para aprenderlo todo de vos; y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh amado astro mío! fascinadme, para que nunca pueda ya salir de vuestro resplandor.

        Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí, para que en mi alma se realice una como Encarnación del Verbo; que sea yo para él una humanidad supletoria, en la que él renueve todo su misterio.Y vos, Oh Padre, inclinaos sobre esta vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra; no veáis en ella sino al amado, en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.

        Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas.

 

(Sor Isabel de la Stsma Trinidad, 21-11- 1904).

 

 

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SOLEMNIDAD: SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

 

PRIMERA LECTURA: Dt 8, 2-3. 14b-16b

El Deuteronomio constituye una de las lecturas que más fuerza de vinculación tienen hoy para nosotros. El pueblo de Israel saliendo de Egipto y caminando a través del desierto hacia la tierra Prometida tiene un carácter tipológico que hace resaltar especialmente San Pablo.  La primera lectura evoca un hecho sucedido hace ya miles de años, pero actual todavía en cuanto a su significado espiritual: el maná bajado del cielo y el agua  de vida manada de la roca para saciar el hambre y la sed de Israel errante por el desierto son signos de la Eucaristía. Es un tema sobre el que Moisés volvía con insistencia para tener despiertas la fe y confianza de pueblo en Yahvé. El hombre, tanto de Antiguo como del Nuevo Testamento no pueden vivir sin el alimento venido del cielo. Hay que confiar en Dios por encima de todos los recursos humanos: “Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto…Él te alimentó con el mana… para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre…te sacó agua para ti de una roca de pedernal”

 

 

SEGUNDA LECTURA: 1Cor 10, 16-17

 

        Los cristianos, a los que escribe San Pablo, viven en un ambiente, en el que se practican de ordinario comidas sacrificiales. En el transcurso de diversos cultos se ofrecen y se consagran carnes a los ídolos; al comer luego los fieles estas carnes, se considera que han entrado en relación moral con estos ídolos. San Pablo pide a los cristianos que se alejen de manera absoluta de esta clase de cultos, pues participar en las comidas rituales paganas es incompatible con la participación en la comida de la Cena del Señor. Además San Pablo subraya que la celebración eucarística es infinitamente distinta y superior de los cultos idolátricos. El realismo eucarístico pone al cristiano en comunión directa con Cristo en persona. El texto de San Pablo es de una importancia doctrinal muy considerable. Bajo la forma de pregunta, San Pablo recuerda un punto de fe admitido por todos: La Eucaristía es comunión con la sangre de Cristo, comunión con el cuerpo de Cristo. De ello resulta una consecuencia inmediata de capital interés para la unión de los cristianos entre sí. Comulgan con un solo pan, con un solo Cristo. En este único Cristo, la multitud de los cristianos forma un solo cuerpo.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN: 6,51-59

 

SOLEMNIDAD: SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

 

QUERIDOS HERMANOS: Con gozo y emoción estamos celebrando la festividad del Corpus Christi, del Cuerpo y la Sangre de Cristo, es decir, de Jesucristo vivo en el pan eucarístico.

Esta fiesta del Cuerpo de Cristo es una festividad de precepto para toda la Iglesia Universal, manifestando así la importancia que tiene para la vida cristiana y para toda la Iglesia la veneración y adoración de nuestro Señor Jesucristo en su presencia eucarística.

        1.- Jesucristo Eucaristía, viviente en el Pan consagrado, en todos los Sagrarios de la tierra, es la mayor prueba de amor a los hombres, después de su Encarnación, muerte y Resurrección, sobre todo, sabiendo además que no sería correspondido en amor, no digo por los no creyentes, sino incluso por muchos de los que nos llamamos católicos y seguidores suyos.

Medítalo tu mismo: tú le visitas, tú crees que Jesucristo, hijo de Dios y Salvador de los hombres está en el Sagrario, el mismo que está en el cielo con los nuestros, el que estuvo en Palestina, cómo correspondes tú, el pueblo cristiano,  a este Cristo vivo y real aquí presente, tantas iglesias cerradas y sagrarios abandonados incluso por los mismos (sacerdotes), a pesar de la emoción y amor extremos hasta el final de los tiempos del Señor al quedarse con nosotros y de tántos y tántos milagros y santidad y gracias concedidas por el Señor Jesucristo en la Eucaristía a través de la historia?

Jesucristo, Hijo de Dios y Único Salvador del mundo, quiso quedarse con nosotros hasta el final de los tiempos en el pan consagrado, como lo había prometido después de la multiplicación de los panes y de los peces y realizó esta promesa en la noche del Jueves Santo, en la Última Cena con los Apóstoles tomando lleno de amor a todos los hombres de todos los tiempos un trozo y diciendo: “Tomad y comed todos de él porque esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros y esta es mi sangre, derramada por amor a todos los hombres de todos los tiempos y como Él es Dios, así se hizo y lo sigue haciendo ahora por medio de los sacerdotes. Porque el que sigue consagrando en cada misa es el mismo Cristo, el sacerdote solo lo representa, lo hace presente para que pueda seguir Cristo consagrando y esta es su grandeza, la grandeza de todo sacerdote, aunque a veces no seamos conscientes de tanta grandeza. Qué misterio y grandeza se sacerdote, hacer presente a Cristo en la santa misa y en todos los sacramentos, confesión: “Yo te perdono, no yo, Gonzalo, yo no tengo ese poder, es Cristo por medio de todos los sacerdotes.

En la Eucaristía y en todos los sagrarios de la tierra está presente el mismo Cristo venido del seno del Padre, nacido de María Virgen, muerto y resucitado por nosotros. No está como en Palestina, con presencia temporal y mortal sino que está ya glorioso y resucitado, pero es el mismo y único, como está desde la resurrección, triunfante y celeste, sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros y esperándonos siempre, desde el Sagrario, lleno de amor, con los brazos abiertos para abrazarnos y escucharnos a todos, como así le sienten muchas almas… si, para esto está en todos los Sagrarios de la tierra, esperándonos con los brazos abiertos  ¿entonces para qué quiso quedarse en el Sagrario? Para esperarte a ti, y a ti y a todos. Y él es Dios... y tú cómo correspondes a tanto amor y entrega y espera…

El mismo Cristo que contemplan los bienaventurados en el cielo, es el que nosotros adoramos y contemplamos por la fe, ójalá ya un poco purificada y elevada, fe de una oración perdonal iluminada por Dios en nosotros no meramente meditativa, meditada por nosotros, sobre todo ante el Sagrario, ante Cristo, pan consagrado por amor extremo a todos nosotros, a todos los hombres cumpliendo su promesa:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

Dice Santo Tomás de Aquino en el oficio de las Horas de este día: «En la última cena, después de haber celebrado la Pascua con sus discípulos, cuando iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento, como el memorial perpetuo de su pasión... el más grande de los milagros... y les dejó este sacramento como consuelo incomparable a quienes su ausencia llenaría de tristeza...»

El sacramento de la Eucaristía como misa, comunión y presencia de amistad es el mayor de todos los sacramentos, porque contiene al mismo Cristo, el Evangelio entero y completo,  la salvación entera y completa, que se hacen presentençs para hacernos partícipes de su misma vida, alimentando y transformar nuestras vidas, cristificándolas, haciéndolas totalmente cristianas, suyas, de Cristo.

2.- En este día del Cuerpo y la Sangre de Cristo nos fijamos y veneramos especialmente la Eucaristía como presencia de Cristo en el pan consagrado, como sacramento permanente de su Amor extremo hasta el final de los tiempos a todos los hombres en el sagrario. Dice San Cirilo de Jerusalén: «No veas en el pan y en el vino meros elementos naturales, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos vean otra cosa» (Catequesis mistagógicas, IV,6:SCh 126, 138)

Cantemos con el doctor Angélico: «Adorote devote, latens Deitas», Te adoro devotamente, oculta Divinidad, porque el que te contempla con fe desfallece de amor. Ante este misterio de amor infinito de un Dios al hombre, la razón humana experimenta toda su limitación.

Esta Presencia de Jesús Sacramentado por amor junto a nosotros, en nuestras iglesias, junto a nuestras casas y en nuestras vidas, debe convertirse en el centro espiritual de todo cristiano y de toda la comunidad cristiana, de toda parroquia. Cuando estamos junto al Sagrario estamos ya en el cielo, junto a Cristo glorioso, con la misma intimidad que si estuviéramos en el cielo en su presencia.        

Por eso se ha dicho que el Sagrario es la puerta del cielo y así los experimentan muchas almas, puesto que el cielo es Dios y el mismo Hijo de Dios que contemplan los bienaventurados del cielo, nuestros padres y difuntos de este mundo, el mismo, vivo y resucitado, lo experimentamos nosotros como amigo y confidente en todos los sagrarios de la tierra.

Por eso esta presencia del Señor en la Eucaristía debe ser amada, correspondida y respetada por todos los creyentes con mucho cuidado, con mucho amor,  porque es nuestro Dios amándonos ya eternamente, pero es más, en nuestro amor a Cristo en el Sagrario nos jugamos toda nuestra vida cristiana y de amistad con Él no solo en la tierra sino en el cielo.

Queridos hermanos, termino esta homilía repitiendo lo que siento: me gustaría que todos los creyentes visitaran al Señor todos los días en el Sagrario y que vinieran a misa los domingos y comulgaran con amor, comieran con fe viva y amor apasionado a Cristo gloriso ya y en el pan consagrado. Es Dios, lo ha dado todo por nosotros, está para llevarnos al cielo:”El que coma de este pan, vivirá eternamente” nos ha dicho Él lleno de amor y esperanza en nosotros; démosle nosotros también nuestro amor y compañía. El Sagrario es Jesucristo vivo y celeste, amándonos hasta el final de los tiempos, es el cielo en la tierra. Por eso, terminemos esta homilía procamando con fe viva y amor.

--ADORADO SEA JESUCRISTO EN  EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR, --SEA POR SIEMPRE BENDITO Y ADORADO.

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Celebramos en estos días la gran fiesta del Corpus Christi. Es una fiesta que brota del Jueves santo, cuando Jesús reunido para la Última Cena con sus discípulos, instituyó el sacramento de la Eucaristía y el sacramento del Orden sacerdotal, al tiempo que nos dejaba el mandato del amor fraterno.

Es una fiesta de gran gozo en honor de nuestro Señor. Es una fiesta para agradecer un don tan inmenso. Es una fiesta para revisar nuestro acercamiento a este divino sacramento, si lo hacemos en condiciones apropiadas y si produce el fruto que pretende. Tenerlo tan cerca que hasta lo puedo tocar es un signo de su cercanía. Pero puede también prestarse a considerarlo ordinario y rutinario, porque nos acostumbrásemos a convertir lo siempre extraordinario  en cotidiano.

Necesitamos esta fiesta para dejarnos invadir por el asombro, al considerar que Jesús está vivo y glorioso aquí en el sacramento, y que a través de este ingenioso invento Él se hace contemporáneo  todos nosotros, a todos los hombres, eternamente joven para cada uno de nosotros, en cada generación, para acompañarnos en el camino de la vida. Eso es lo que queremos expresar y vivir en las procesiones del Santísimo Sacramento, este año más reducida por las circunstancias de la pandemía que estamos viviendo.

En el sacramento eucarístico Jesús cumple su palabra de estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. ((Por eso, cómo hemos notado no poder acercarnos a recibirlo sacramentalmente durante estos meses de pandemia.)) Que la fiesta de este Corpus nos acerque a él en nuestra parroquia, en nuestra comunidad, en la adoración eucarística, en la celebración de la santa Misa.

Queridos hermanos: Necesitamos sentirlo cerca, poder abrazarlo, comerlo sacramentalmente, digerir y asimilar este alimento de vida eterna en el silencio de nuestro corazón, en ratos largos de oración eucarística ante  el Sagrario, entablar ese diálogo de amor con quien sabemos que nos ama. El amor de Cristo hacia cada uno de nosotros no es una teoría, no son bellas palabras. Es una realidad muy consoladora que todos podemos experimentar.

Cuando profundizamos en ella, constatamos que este amor le ha llevado a Jesús a entregar su vida por mí y por todos los pecadores, para hacernos caer en la cuenta del absurdo del pecado, del desastre de nuestro alejamiento de Dios.

No olvidemos que lo empezó a celebrar en la Cena del Jueves santo, pocas horas antes de empezar su Pasión y Muerte. Y al mismo tiempo, teniéndolo cerca, que podamos percibir los abundantes bienes que trae consigo estar con él, abrir nuestro corazón a su presencia y a su acción todopoderosa, saciar nuestra hambre y nuestra sed de su amor sin medida.

Queridos hermanos y hermanas, hemos nacido para amar y ser amados. La Eucaristía es punto de encuentro de esta necesidad vital tan honda. Comer la carne gloriosa de Cristo nos sitúa en clima eucarístico, es decir, de ofrenda, de entrega. No comemos la carne de Cristo para la autocomplacencia, sino para dejarnos contagiar de la entrega que le ha movido a Jesucristo a dar su vida por mí, por nosotros. Para qué vale la vida, sino para entregarla en amor, para gastarla por Dios para los demás.

Jesucristo nos introduce en la perspectiva de la vida eterna, que ya ha comenzado por el bautismo y no acabará nunca, y ni siquiera quedará truncada por la muerte porque Él la ha superado con su muerte y resurrección que hace presente en la santa misa. Y Él da la vida  y nos alimenta con su cuerpo resucitado, pan de vida eterna, cumpliendo así su misión de redimirnos a los que pasamos de la vida de esclavos por el pecado para llevarnos a la libertad gozosa de hijos de Dios, por eso la comunión hay que recibirla en gracia con Dios.

Y así a nosotros la Eucaristia nos infunde  ese dinamismo de  donación de sí mismo, de gastar la propia vida para que otros tengan vida, nos empuja  al amor fraterno que brota de la Eucaristía ofrecida y comida en la comunión, nos conduce al amor fraterno, tal como Cristo nos lo ha enseñado: “Amaos unos a otros, como yo os he amado”, y ese amor incluye el amor incluso a los enemigos. No podemos odiar a nadie porque el Cristo que comulgamos y ofrecemos en la misa y visitamos dio la vida por ellos en la cruz: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen. Los que comulgamos no podemos tener odio ni rencor a nadie, hay que perdonar a todos como el Cristo que comulgamos.

Por eso el amor cristiano no es un entretenimiento, ni es un juego. El amor cristiano es “darse hasta hacerse daño”  como decía Sta. Teresa de Calcuta. Y la fiesta del Corpus nos impulsa a ello, a acercarnos a todos los que lo pasan mal por una u otra razón, acercarnos a todos los que son víctima de la injusticia de los demás, a los pobres de amor y de dinero. Cáritas. Porque el Corazón de Cristo, si comulgamos de verdad, Él nos va infundiendo este amor suyo, su misma vida entera y completa hasta dar la vida por los hermaos y también su amor, su certeza de cielo y eternidad, donde le escucharemos decir: Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre, estuve desnudo… siempre que lo hicísteis con cualquiera de mis hermanos necesitados.

Finalmente quiero deciros que la adoración eucarística ante su presencia en los Sagrarios o la Santa Custodia es como una “fisión nuclear” de amor, cuya onda expansiva es capaz de transformarlo todo, porque poco a poco adorándole y amándole nos va transformado nuestro corazón en el suyo. Qué gran invento, Jesús está vivo junto a nosotros. Visítemosle, comúlguemosle, celebremos con Él en cada misa nuestra muerte al pecado y nuestra resurrección a la vida plena de amor con Él y con los hermanos. Así sea.

 

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QUERIDOS HERMANOS: Con gozo y emoción estamos celebrando la festividad del Corpus Christi, del Cuerpo y Sangre del Señor. La primera fiesta del Corpus se celebró en la diócesis de Lieja, en el año 1246, por petición reiterada de Juliana de Cornillon. Algunos años más tarde, en el 1264, el Papa Urbano IV hizo de esta fiesta del Cuerpo de Cristo una festividad de precepto para toda la Iglesia Universal, manifestando así la importancia que tiene para la vida cristiana y para la Iglesia la veneración y adoración del Cuerpo Eucarístico de nuestro Señor Jesucristo.

 

        1.- Jesucristo, el Hijo de Dios y el Salvador del mundo, quiso quedarse con nosotros hasta el final de los tiempos en el pan consagrado, como lo había prometido después de la multiplicación de los panes y de los peces y realizó esta promesa en la noche del Jueves Santo. En la Eucaristía y en todos los sagrarios de la tierra está presente el mismo Cristo venido del seno del Padre, nacido de María Virgen, muerto y resucitado por nosotros. No está como en Palestina, con presencia temporal y mortal sino que está ya glorioso y resucitado, como está desde la resurrección, triunfante y celeste, sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros desde el sagrario y en el cielo.

El mismo Cristo que contemplan los bienaventurados en el cielo, es el que nosotros adoramos y contemplamos por la fe en el pan consagrado. Permanece así entre los hombres cumpliendo su promesa:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Dice Santo Tomás de Aquino en el oficio de las Horas de este día: «En la última cena, después de haber celebrado la Pascua con sus discípulos, cuando iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento, como el memorial perpetuo de su pasión... el más grande de los milagros... y les dejó este sacramento como consuelo incomparable a quienes su ausencia llenaría de tristeza...»

El sacramento de la Eucaristía como misa, comunión y presencia de amistad es el mayor de todos los sacramentos, porque contiene al mismo Cristo, el Evangelio entero y completo,  la salvación entera y completa, que se hace presente para hacernos partícipes de su vida, alimentando y transformado nuestras vidas, cristificándolas, haciéndolas como la suya.

 

2.- En este día del Cuerpo y de la Sangre del Señor nos fijamos y veneramos especialmente la Eucaristía como presencia de Cristo en el pan consagrado, como sacramento permanente en el sagrario. Dice San Cirilo de Jerusalén: «No veas en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa» (Catequesis mistagógicas, IV,6:SCh 126, 138)

«Adorote devote, latens Deitas», Te adoro devotamente, oculta Divinidad, seguiremos cantando con el Doctor Angélico. Ante este misterio de amor, la razón humana experimenta toda su limitación. Se comprende cómo, a lo largo de los siglos, esta verdad haya obligado a la teología a hacer arduos esfuerzos para entenderla. Son esfuerzos loables, tanto más útiles y penetrantes cuanto mejor consiguen conjugar el ejercicio crítico del pensamiento con la fe viva de la Iglesia, percibida especialmente en el carisma de la verdad del Magisterio y en la comprensión interna de los misterios, a la que llegan todos sobre todo los santos» (Ecclesia de Eucharistia 15c)

Esta Presencia de Jesús Sacramentado junto a nosotros, en nuestras iglesias, junto a nuestras casas y nuestras vidas, debe convertirse en el centro espiritual de toda la comunidad cristiana, de toda la parroquia y de todo cristiano. Cuando estamos junto al Sagrario estamos con la misma intimidad que si estuviéramos en el cielo en su presencia.  

Por eso se ha dicho que el sagrario es la puerta del cielo y así los experimentan muchas almas, puesto que el cielo es Dios y el mismo Hijo de Dios que contemplan los bienaventurados del cielo, el mismo, vivo, vivo y resucitado, lo experimentamos nosotros como amigo y confidente en el sagrario. Y esta presencia del Señor en la Eucaristía debe ser amada, correspondida y respetada y tratada por todos los creyentes con mucho cuidado, con mucho amor,  porque nos jugamos toda nuestra vida cristiana.

 Al entrar en la iglesia hay que mirar al sagrario con amor, tenemos que guardar silencio y compostura en su presencia, pensar y vivir en esos momentos para Él, hacer bien la genuflexión, siempre que podamos,  como signo de adoración y reconocimiento.

Cuánta fe, teología y amor hay en una genuflexión bien hecha,  con ternura y mirándole, siempre que se pueda físicamente, y, por el contrario, qué poca fe, qué poca delicadeza  expresa a veces la ligereza de nuestros comportamientos en su presencia eucarística, especialmente en el arreglo y cuidado del sagrario, en las flores y la lámpara siempre encendida, signo de nuestro amor y nuestra fe permanente; con qué facilidad y poco respeto se habla a veces en la iglesia, antes o después de las Eucaristías, como si allí ya no estuviera Dios, el Señor.

        Precisamente nunca debemos olvidar que el Cristo del Sagrario es el mismo que acaba de sacrificarse por nosotros en la misa, de ofrecerse por nuestra salvación y que ahora, en el Sagrario, continúa intercediendo e sacrificándose por nosotros.

Me parecen muy oportunas en este sentido la doctrina y enseñanzas del Directorio:

       

3.- LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

 

        A).- La adoración del santísimo Sacramento es una expresión particularmente extendida del culto a la Eucaristía, al cual la Iglesia exhorta a los Pastores y fieles. Su forma primigenia se puede remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la celebración de la misa en la cena del Señor y a la reserva de las Sagradas Especies. Esta resulta muy significativa del vínculo que existe entre la celebración del memorial del sacrificio del Señor y su presencia permanente en las Especies consagradas.

        La reserva de las Especies Sagradas, motivada sobre todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en cualquier momento, para administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en los fieles la loable costumbre de recogerse en oración ante el sagrario, para adorar a Cristo presente en el Sacramento.

        La piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la santa Eucaristía, les atrae para participar de una manera más profunda en el misterio pascual y a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo.     Al detenerse junto a Cristo Señor, disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salvación del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio un aumento de fe, de esperanza y de caridad. De esta manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que es conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que nos ha dado el Padre”.

 

        B).- La adoración del santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras:

        - la simple visita alsantísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa.     - adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas, en la custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve;

        - la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.

        En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del año litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progresivamente que durante la adoración del santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los santos. Sin embargo, dado el estrecho vínculo que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría ayudar a dar a la oración una profunda orientación cristológica, meditando en Él los misterios de la Encamación y de la Redención.

(Directorio, nn. 164-165)

c).- Queridos hermanos: Iniciado este diálogo con el Señor en el sagrario, pronto empezamos a escuchar a Cristo, que en el silencio del templo, sentados delante de Él, nos señala con el dedo y nos dice con lo que está y no está de acuerdo de nuestra vida:  “el que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” y aquí está el momento decisivo y trascendental: si  empiezo a convertirme, si comprendo que amar a Dios es hacer lo que Él quiere: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser,” si escucho a Cristo que me dice y me pide: “mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado” y empiezo a alimentarme de la humildad, paciencia, generosidad, amor evangélico, del que Él me da ejemplo y practica en el sagrario, si empiezo a comprender que mi vida tiene que ser una conversión permanente a su misma vida, para hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre como la suya, necesitando a cada paso de Cristo, de oírle y escucharle, de recibir orientaciones y fuerza, ayudas, porque yo estaré siempre pobre  y necesitado de su gracia, de su oración, de sus sentimientos y actitudes, si comprendo y me comprometo en  mi conversión, entonces llegaré a cimas insospechadas, al Tabor en la tierra. Podrá haber caídas pero ya no serán graves, luego serán más leves y luego quedarán para siempre las imperfecciones propias de la materia heredada con un genoma determinado, que más que imperfecciones son estilos diferentes de vivir. Siempre seremos criaturas, simples criaturas elevadas sólo por la misericordia y el poder y el amor de Dios infinito.

Y el camino siempre será personal, trato íntimo entre Cristo y el alma, guiada por su Espíritu, que es amor y luz y fuerza, pero que actúa como y cuando quiere.

Queridos hermanos, termino esta homilía repitiendo esta idea: me gustaría que todos los feligreses, desde el párroco hasta el niño de primera comunión, cada uno tuviera su tienda junto al sagrario para desde allí escuchar, contemplar, aprender, imitar, y adorar tanto amor, tanta amistad, tanto cielo anticipado pero visto y aprendido directamente del  mismo Cristo. Me gustaría introducir a todos, pero especialmente a los niños y a los jóvenes, sin excluir a nadie, en el sagrario, en este trato diario, íntimo, amoroso, gratificante con Jesucristo Eucaristía. A El sean dados todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.

CORPUS CHRISTI

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Qué fiesta tan hermosa para acompañar a Jesús Eucaristía, para tirarle los pétalos de nuestro cariño, para agradecerle este gran invento de la Eucaristía, Dios con nosotros hasta el final de la historia.

Es como una prolongación del Jueves Santo, cuando Jesús, la víspera de su pasión, cenó la Pascua con sus apóstoles y al final de aquella cena instituyó el sacramento de la Eucaristía y todos comieron aquel pan consagrado como el Cuerpo del Señor y bebieron de aquel cáliz la Sangre del Señor. El Jueves Santo concluye la santa Misa con una procesión al Monumento, que subraya la presencia de Jesucristo prolongada después de la celebración.

Ahora, la fiesta del Corpus lleva en procesión al Rey de los reyes, Dios mismo en persona hecho hombre y eucaristía por nosotros. Desde su trono regio, desde la custodia (qué custodias, qué ostensorios tan bonitos), Jesús va bendiciendo a todos: en nuestras calles, en nuestras plazas, entrando en nuestros hogares y en nuestros corazones.

La fiesta del Corpus nos trae esa compañía tan consoladora de Jesucristo cercano, amigo, que recorre nuestro camino para acompañarnos, para que podamos compartir con Él nuestras preocupaciones y podamos sentir el consuelo de un amigo que siempre está ahí.

Ha decrecido notablemente en nuestros días la adoración eucarística, estar ratos largos con Jesús en la Eucaristía. Y tenemos que fomentarlo mucho más. Cómo serena el alma esa presencia, cómo enciende el corazón en el amor de su Corazón, cómo se desvanecen tantas preocupaciones y angustias con tan buen amigo presente. No acabaremos nunca de darle gracias por este precioso regalo de la Eucaristía, presente en todos los sagrarios del mundo.

Pero también este sacramento, Jesús trae hasta nosotros su sacrificio realizado una vez para siempre. Lo que en el Calvario fue sacrificio cruento, en la Eucaristía es sacrifico incruento. Pero es el mismo y único sacrificio, que nos invita a nosotros a ofrecernos con él, a hacer de nuestra vida una ofrenda permanente.

La vida adquiere nuevo valor cuando es ofrecida con Jesucristo, nuestra vida se convierte en ofrenda de amor por la salvación del mundo entero. Para que esta ofrenda sea agradable a Dios, Dios mismo nos envía su Espíritu Santo que nos transforma en ofrenda permanente. Y todo ello se alimenta en la Eucaristía.

Y finalmente la Eucaristía como comunión es sacramento en forma de comida y bebida, invitándonos a comer el Cuerpo del Señor y a beber su sangre redentora. “Tomad, comed todos de él... Tomad, bebed todos de él”. Compartir la misma comida nos une en un mismo Cuerpo, eso es la comunión. La comunión tiene su fuente permanente en la Eucaristía.

Es en este sacramento donde se fragua el amor cristiano, que se desborda en la caridad hacia los hermanos. Comulgar con Cristo nos lleva a comulgar con los hermanos, nos lleva a entregar nuestra vida en favor de los demás, como ha hecho Jesucristo.

Por eso, en esta fecha tan señalada se nos recuerda el compromiso cristiano de la caridad para con los demás. Coincidiendo con la fiesta del Corpus, celebramos el Día de Cáritas, como una llamada y una provocación al ejercicio del amor fraterno. Quiero agradecer a todos los que desde Cáritas hacen el bien a los demás. Cuántas horas de voluntariado, gratuitamente, por parte de tantas personas en el servicio a los demás: enfermos, pobres, transeúntes y sin techo, inmigrantes, mujeres maltratadas, niños explotados, ancianos solos. “Tus buenas obras pueden cambiar miradas”, dice el lema de este año.

(En la diócesis de Plasencia, 700 voluntarios en 88 Cáritas parroquiales. 30.000 personas atendidas, 3.000 familias, con una inversión de 2,5 millones de euros, procedentes de la caridad de los fieles). Si Cáritas no existiera, habría que fundarla. Es la caridad organizada de la Iglesia Católica. Gracias a todos los que colaboráis con Cáritas, haciendo visible el rostro más amable de la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: El Cuerpo y la Sangre del Señor.

 

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CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus es la fiesta de la Eucaristía, el sacramento que contiene a Cristo vivo, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

La Eucaristía es el sacramento que Cristo instituyó en el contexto de su pasión redentora para dejarnos el testamento de su amor y de su presencia viva. “¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gozo y nos da la prenda de la gloria futura!”.

LA EUCARISTÍA ES Misa y prolongación de su presencia después de la misa, para ser adorado y para llevar la comunión a los enfermos. El sagrario, lugar privilegiado del templo, contiene a Jesús sacramentado con su lamparita roja que nos delata esa presencia. La adoración eucarística, que se va incrementando por todas partes.

Con la Eucaristía, Cristo alimenta nuestra fe. Él es el pan vivo bajado del cielo, y el que coma de este pan vivirá para siempre. Él tiene poder para hacerlo, porque es Dios, y lo puede todo, y como es Amor apasionado por el hombre se queda con nosotros todos os días hasta el fin del mundo en nuestros sagrarios.

Necesitamos almas de oración ante el sagrario, almas eucarísticas que visiten y oren ante el Señor, por sus hijos, por el mundo, por los necesitados, sobre todo, de amor y también de pan material. Por eso hoy día de la Eucaristía, del pan celestial que es Jesucristo, celebramos el día de la caridad y del amor para con todos: Amaos como yo he amado y día de caridad para multiplicar y dar de comer a los hambrientos de pan material.Nuestros contemporáneos 1º necesitan de Dios. El hombre que no tiene a Dios, padece la mayor y peor de todas las hambres y carencias, o porque no lo ha descubierto o porque lo ha rechazado. Sin Dios el hombre es pobre y está vacío porque le falta el Todo, el sentido de su vida, la esperanza de la eternidad y padece una orfandaz que le asfixia progresivamente aunque esté lleno de cosas que no llenan el existir y el corazón, aunque lo tenga todo le falta el Todo de todo que es Dios Amor y Eternidad.

 Antes de la multiplicación de los panes, al ver Jesús una multitud hambrienta porque llevaban tres días sin comer, lleno de compasión y sabiendo lo que tenía que hacer, le dijo a los Apóstoles y nos dice ahora a nosotros: “Dadles vosotros de comer”.

Se lo dijo a sus apóstoles, recabando un pequeño bocadillo, que con su poder multiplicó para dar de comer a más de cinco mil. Nos lo dice hoy a nosotros, porque pudiéndolo hacer Él solo, quiere que cooperemos con Él en saciar el hambre de nuestros contemporáneos. Y, ¿cuál es el hambre de nuestros contemporáneos? ¿Cuáles son sus necesidades?

Nuestros contemporáneos tienen hambre de pan, y por eso repartimos desde Cáritas y desde tantas otras instituciones el pan de cada día, hasta que cada uno pueda adquirirlo por sí mismo, por su trabajo. “Dadles vosotros de comer”. No podemos esperar a que el mundo cambie, a que se supere la crisis, a que haya para todos. Es urgente dar de comer hoy, para que la gente no quede extenuada por el camino.

La caridad cristiana retrasa la justicia (decía Marx). No, no la retrasa. Al contrario, la estimula para hacer un mundo más solidario y fraterno. Y hasta que llegamos a esa meta, salimos al encuentro del hermano para compartir hoy, quitándonoslo de nuestra boca. Es una caridad que proviene del ayuno.

Nuestros contemporáneos necesitan amor, necesitan compasión, incluso ternura. En un mundo en que tenemos de todo, falta a veces ese amor generoso, que brota como respuesta generosa al amor que Dios nos tiene. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” Cuando amo a mis hermanos, no hago más que devolver algo de lo mucho que he recibido de Dios.

Esta es la fiesta del Corpus. Pan para todos. No sólo el pan material, sino también el pan del cielo, Jesucristo Eucaristía. La fiesta del Corpus une todos estos aspectos. Y ante todas estas necesidades, escuchamos en el Evangelio: “Dadles vosotros de comer”. Dios podría hacerlo antes y mejor, pero quiere hacerlo con nosotros, porque quiere que nos hagamos nosotros.

“Dadles vosotros de comer” no significa que Dios se desentiende de tantas necesidades, sino que nos pide que aportemos lo que somos y tenemos, poco o mucho, porque es dando como crecemos. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

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SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 

PRIMERA LECTURA: Dt 7, 6-11

 

        La primera lectura narra la historia de amor de Dios con su pueblo elegido Israel. Dios eligió a este pueblo, no porque tuviese méritos especiales, sino por elección pura y gratuita de su amor libre: “Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió no fue por ser vosotros más numerosos que los demás, porque sois el pueblo más pequeño, sino por puro amor a vosotros”. La historia de Israel tiene una sola explicación: el amor de Dios.  Por amor lo eligió, por amor lo libró de Egipto, pactó con Él una alianza y le dio en posesión la tierra prometida e hizo nacer de su estirpe al Salvador. Esta es la historia de la Iglesia y de todos los hombres:“El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por Él”.

 

SEGUNDA LECTURA: 1Jn 4,-16

 

        Se cree que San Juan escribió esta carta poco tiempo después que su Evangelio. Repite sus últimas recomendaciones, insistiendo en lo que le parece más capital e importante: “Amémonos unos a otros ya que el amor es de Dios  y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”. Escribe a un grupo de iglesias en las que apuntan falsas doctrinas e influencias disolventes. No entra en el juego de las controversias: la solución es la caridad, el amor. El error divide. El cuidado celoso de preservar la unidad de la caridad constituye en la Iglesia el principal antídoto contra el error. La parte del texto, cuya lectura se nos propone hoy, se parece a una maravillosa partitura musical en la que está dicho todo desde las primeras notas, y a través de la cual un mismo tema se desarrolla en sucesivas notas, con aires complementarios, en intuiciones concéntricas, para conducir el espíritu a esta sencilla realidad: “Dios es amor”. Para leer debidamente este texto hay que ponerse en estado de receptividad contemplativa. Y la iniciativa siempre es de Dios: “En esto consiste el amor; no en que nosotros hayamos amado a Dios; sino en que Él nos amó y no envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”.

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO: 11, 25-30

 

        QUERIDOS HERMANOS: Nos hemos reunido aquí esta tarde  para venerar y adorar al Sagrado Corazón de Jesús, este corazón que tanto nos amó y nos sigue amando en esta presencia eucarística del Sagrario. Este corazón vivo de Cristo, ahora viviente en la Hostia santa, es el mismo Cristo del Evangelio, que ya permanece en nuestros Sagrarios hasta el final de los tiempos, para atender nuestros ruegos y atender a nuestras necesidades. No está estático, muerto, sino vivo y resucitado, renovando toda nuestra vida espiritual de amor a Dios y a los hermanos, y ayudándonos en todos nuestros problemas.

 

        1.- Queridos hermanos: Está con nosotros aquí y ahora, en esta Hostia santa, el cuerpo que se dejó tocar por un inmundo y un apestado de aquellos tiempos. Mirad cómo lo dice el evangelista: se acercan a una aldea Jesús y bastante gente, mujeres, hombres y niños, una pequeña multitud. De pronto se oye un grito, un lamento. Es alguien que pide socorro desde un basurero. No se ve a nadie. La gente aprieta el paso para pasar cuanto antes de aquel mal olor. Mezclado entre la basura aparece un leproso…. La gente huye con las narices tapadas, es un maldito, un castigado por la justicia de Dios. Nadie le puede tocar. Quien le toque queda impuro y debe ser purificado por el sacerdote. Jesús, el que está aquí con nosotros en el Sagrario, es el único que se para, lo mira con amor y se acerca y lo toca; es el mismo evangelista el que nos lo cuenta sorprendido: “En esto, un leproso se acercó y se postró ante Él, diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra” (Mt 8,1-4). Y el leproso ha quedado curado, pero Jesús ha quedado manchado según la Ley de Moisés. Sin embargo, Jesús no va al templo para purificarse, porque Él es más que el templo de la antigua ley. Jesús lo ha hecho todo por amor, que es la nueva ley del Evangelio, y lo ha hecho espontáneamente, no ha podido contenerse, no ha podido reprimir su compasión. Es así su corazón, el corazón eucarístico de Jesús. Miremos y contemplemos ahora a este mismo Jesús en la Hostia santa que adoramos y comulgamos. Es el mismo con el mismo amor de entonces, la misma compasión, los mismos sentimientos. Mirémosle despacio, con mirada fija de amor.

 

        2.- Ahora es en Jericó, la ciudad de las palmeras. Otra vez la gente entusiasmada como siempre, no dejándole caminar ni comer ni descansar. Otra vez un grito desde la orilla del camino. Esta vez la gente no corre, pero le quiere hacer callar. Pero esta vez, como la otra vez y como siempre, Jesús lo ha oído y se para y hace que se pare toda la gente: “Cuando salían de Jericó, le siguió una gran muchedumbre. En esto, dos ciegos que estaban sentados, junto al camino, la enterarse que Jesús pasaba, se pusieron a gritar: «¡Señor, ten compasión de nosotros, Hijo de David». La gente les increpó para que se callaran, pero ellos gritaron más fuerte: «¡Señor, ten compasión de nosotros!». Entonces Jesús se detuvo, los llamó y dijo: « ¿Qué queréis que os haga?» Dícenle: « ¡Señor, que se abran nuestros ojos!» Movido a compasión, Jesús tocó sus ojos, y al instante recobraron la vista; y le siguieron”.  Ante los necesitados, Jesús nunca huye, Él siempre escucha:“ Señor, que veamos”. Y aquellos ciegos vieron y lo siguieron, porque sus ojos ya no querían dejar de ver a la persona más buena y comprensiva del mundo. Y es que no lo puede remediar. Es así su corazón, el corazón de Jesús. Y ese corazón está aquí en el pan consagrado, en nuestros Sagrarios.

 

        3.- Ahora es en Naím. Se encuentra un cortejo fúnebre con una madre viuda, llorando a su hijo muerto, a quien va enterrar. Aquí nadie grita ni llama al maestro, porque van muy apenados y nadie, ni la misma madre, se ha dado cuenta de que pasa por allí el Maestro ni sospecha que Jesús pueda prestarle alguna ayuda. Pero Él, sin que nadie le pida nada, se ha anticipado personalmente. Dice el evangelista Lucas: “El Señor, al verla, se compadeció de ella y le dijo: No llores. Luego se acercó, tocó el féretro, los que lo llevaban se detuvieron; Él dijo: «Joven, yo te lo mando, levántate.» Y se lo entrego a su madre.@Con su poder divino lo resucitó y nos demuestra que debemos fiarnos de su palabra: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”.  Nosotros resucitaremos. Con su muerte y resurrección nos ha ganado la resurrección y la vida eterna para todos. Y ese Jesús está aquí. Y tiene los mismos sentimientos de siempre. Y nos ama y se compadece de todos. Y no lo puede remediar, es así su corazón, el corazón eucarístico de Jesús.

 

        4.- Y lo mismo pasó con su amigo Lázaro. En aquella ocasión dicen los Evangelios que se emocionó y lloró. Es que siente de verdad nuestros problemas y angustias. Le dio pena de sus amigas Marta y María, que se habían quedado solas, sin su hermano. Fueron a la tumba y allí lloró lágrimas de amor verdadero. Nos lo dicen testigos que lo vieron. Y Lázaro resucitó por su palabra todopoderosa. Y luego todos lloraron de alegría. Y nosotros también lloramos de emoción, de saber que es el mismo, que está aquí con nosotros, que nos ama así, como nadie puede amar, porque así lo ha querido Él, que es Dios y todo lo puede, y le hace feliz amarnos así. Y éste es el camino de amor, misericordia y perdón que Él ha escogido para encontrarse con nosotros, para relacionarse con el hombre. Y Él es Dios, es decir, no nos necesita. Todo lo hace gratuitamente. Su corazón es así. No lo puede remediar. Así es el corazón eucarístico de Jesús.

        Y tenía razón Marta, cuando el Señor le preguntó: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Le dice ella: « Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo»” (Jn 11,25-27). Ella no se anduvo con preguntas de cómo podía ser esto, ella le dijo: Mira, Señor, déjame de complicaciones, yo no sé cómo ni cuándo será eso, yo creo que Tú eres el Hijo de Dios y basta. Tú lo puedes todo. Y nosotros ante su presencia en el Sagrario decimos lo mismo: Yo no sé cómo puede ser o hacerse esto… Yo sólo sé que Tú eres el Hijo de Dios y Tú lo puedes todo y estás aquí.

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CORAZÓN DE JESUS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dios tiene corazón. El Dios que Jesucristo nos ha revelado no es un Dios lejano e insensible a nuestras necesidades. Por el contrario, es un Dios cercano, que ha enviado a su Hijo único, para que comparta nuestra existencia y nos haga partícipes de su gloria.

Este Dios cristiano no ha tenido otro motivo para actuar así que su inmenso amor por nosotros, que somos criaturas suyas y que quiere hacernos hijos suyos.

La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús (viernes de la semana siguiente al Corpus) quiere recordarnos esto. Celebrar al Corazón de Jesús es celebrar un amor más grande, que quiere introducirnos en su órbita de amor, para ser amados y enseñarnos a amar. La máxima expresión visible de ese amor es la Cruz y su prolongación en la Eucaristía.

Ante los males del mundo nos interrogamos por qué. El Hijo de Dios, enviado por el Padre en la plenitud de los tiempos, nos lo ha explicado. Los males del mundo no tienen su origen en Dios, porque Dios sólo es autor del bien. Los males del mundo han sido introducidos en la historia por la incitación del demonio, padre de la mentira, y por el pecado del hombre, que ha mal usado su libertad.

El mal más radical del hombre es querer “ser como Dios” (Gn 3,5; Flp 2,6) y romper con Él para hacerse independiente de Dios, haciéndose a sí mismo norma de sus actos, sin referencia a Dios. Jesucristo, por el contrario, ha entrado en este mundo como hijo, en actitud de amorosa obediencia filial, colgado del Padre, para revelar al mundo que Dios es amor. No hay otro camino para disfrutar de Dios que la actitud de vivir como hijo en relación de obediencia filial al Padre.

Nuestras soberbias y rebeldías han llevado a Jesús a la Cruz, que Él ha vivido con amor, y en la Cruz ha reciclado todos nuestros pecados. “Sus heridas nos han curado” (1Pe 2,24). El culto y la devoción al sagrado Corazón de Jesús ponen ante nuestros ojos el resumen de toda la vida cristiana: el amor.

Dios es amor y se mueve por amor. El hombre está llamado al amor y hasta que no lo encuentra, hasta que no lo vive, está inquieto y desasosegado. El Espíritu Santo es amor de Dios derramado en nuestros corazones. Jesús es el Hijo hecho hombre, con un corazón humano como el nuestro, que ama al Padre y a los hombres hasta el extremo y que sufre al ver a los hombres alejados de la casa del Padre.

Jesús se ha tomado en serio nuestra felicidad y ha ofrecido su vida en rescate por la multitud, para atraer a una multitud de hijos dispersos, haciéndolos sus hermanos. “Este Corazón que tanto ha amado a los hombres y de los cuales recibe tantas ingratitudes”, le dice Jesús a santa Margarita. Jesús se acerca hasta nosotros y nos ofrece su amor, tantas veces olvidado o rechazado por nuestros pecados.

El culto al Sagrado Corazón incluye esa actitud de reparación por los propios pecados y por los del mundo entero. No partimos de cero, hay toda una historia detrás. Por una parte, un amor que nos espera desde toda la eternidad en el corazón de Dios, donde cada uno tenemos un lugar, y además, el Corazón humano de Cristo, reflejo del corazón de Dios y muy sensible a las necesidades de los hombres. Por otra parte, nuestro alejamiento de Dios: hemos nacido en pecado y, una vez rescatados por la sangre redentora de Cristo, con frecuencia nos apartamos de sus caminos.

Celebrar la fiesta del sagrado Corazón de Jesús significa dejarse envolver por ese amor, que sana nuestras heridas y nos hace disfrutar de los dones del Padre. Significa caer en la cuenta de tantos desamores o desprecios a Cristo, que tanto nos ha amado, y reparar tanto desamor por nuestra parte. Significa tener sed del Espíritu Santo, que brota a raudales del Corazón de Cristo traspasado de amor.

Celebrar el Corazón de Jesús consiste en ponernos como Él en el lugar de los demás, cargando con sus pecados y con todas las secuelas del pecado, venciendo el mal a fuerza de bien. No hay amor más grande, que el que se encierra en el Corazón de Jesús. Ni hay otra fuerza transformadora más potente para instaurar un mundo nuevo de justicia y de paz. ¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío! Recibid mi afecto y mi bendición.

 

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CORAZÓN DE JESÚS, UN CORAZÓN ROTO DE AMOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La religión cristiana es la religión del amor, del amor de Dios a nosotros y del amor nuestro a Dios y a los demás. Así lo ha venido manifestando Dios desde los orígenes de la revelación, pero lo ha dicho del todo y exageradamente en el Corazón de su Hijo Jesucristo.

Por parte de Dios, hemos venido a la existencia como resultado de su amor. Existo, luego Dios me ama. Ese amor de Dios se ha prolongado en el abrazo amoroso de mis padres que me han engendrado y posteriormente me han acogido en sus brazos, me han cuidado, me han ayudado a crecer en todos los aspectos.

Y por parte nuestra, de cada uno de nosotros, somos solidarios en el primer pecado, el pecado original, por el que ya nacemos en pecado y además añadimos nuestros propios pecados personales a lo largo de nuestra vida. El pecado no es otra cosa que el desamor, decirle “no” a Dios que nos ama, darle largas, darle la espalda, preferir mi gusto y mi norma a su santa voluntad expresada en los mandamientos.

Dios es mi Padre, que me ama y me engendra continuamente a su vida divina, la vida de la gracia, y la criatura humana rechaza muchas veces ese don paternal, cortando la vida y eligiendo la muerte. La relación de Dios, Padre-Hijo-Espíritu Santo, con el hombre es un drama permanente desde el primer pecado hasta la consumación de los tiempos, en que triunfe definitivamente su amor. Porque Dios siempre reacciona amando. Cuando este amor se dirige a quien le ha ofendido, ese amor se llama perdón, se llama misericordia.

El amor de Dios es una continua misericordia con nosotros, es un derroche de misericordia, que nos va sanando, hasta hacernos hijos de Dios en plenitud, hasta la santidad. En el centro de este drama se sitúa el Corazón de Cristo. En él, Dios Padre nos ha dado a su Hijo único, su Hijo amado, como el don más precioso: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único… para que el mundo se salve por él”. Y no lo ha hecho de manera generalizada y como a granel, sino de manera personalizada, por cada uno. “Me amó y se entregó por mi”.

En el Corazón de Cristo tenemos por tanto la expresión de un amor por parte de Dios que llega a la máxima expresión, darnos a su Hijo y con él al Espíritu Santo.

Pero este Corazón de Cristo está coronado de espinas, está herido por los pecados de todos los hombres, y de él brota una llama amor al Padre y a toda la humanidad. Es un Corazón roto, herido por la lanza del soldado, efecto del pecado de toda la humanidad. Y roto de amor, porque no es correspondido. “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres… y a cambio recibe menosprecios e ingratitudes de los hombres”, le dice Jesús a Santa Margarita María Alacoque.

A pesar de todo, es un Corazón que sigue amando y busca corazones que se unan al suyo, como víctimas de reparación por tanto desamor de los hombres. Es un Corazón que acabará triunfando por la vía del amor en los corazones de quienes le acogen.

 La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, este viernes 12 de junio, es un momento propicio para agradecer este amor sin medida, con el que siempre contamos y que nunca nos falta. El mes de junio es el mes del Sagrado Corazón. Es ocasión propicia para reparar tanto desamor por nuestra parte y por parte de toda la humanidad.

¡Cómo duele ofender a quien amamos de verdad, y ver que el Amor no es amado! Es ocasión para anunciar este Amor a todos los que nos rodean, para que a todos llegue este lubrificante del amor en medio de tanto sufrimiento. Que la fiesta del Sagrado Corazón nos prepare al Año de la Misericordia.

La práctica de los primeros viernes, la comunión y la adoración eucarística con tono de reparación e intercesión, la ofrenda de nuestra vida en amor de correspondencia, la contemplación de ese Amor incesante, que siempre reacciona amando, nos lleve a todos a exclamar: Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío. Recibid mi afecto y mi bendición. Un corazón roto de amor, el Corazón de Jesús.

 

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LAS LÁGRIMAS DE JESÚS: EL CORAZÓN DE JESÚS

 

PRIMERA MEDITACIÓN

 

El Amor de Jesús ama y abraza siempre,  no solamente a sus más fieles amigos, sino que, incluso cuando el ser humano resulta ser como Judas, Él siempre ama y perdona. Es el Amor que de una forma tan inconcebible se hace presente continuamente sobre el pan consagrado, que permanece con los brazos abiertos para amigos y enemigos, tengan fe o no la  tengan.

El deseo de amor no podría nacer en el atormentado corazón humano si Dios mismo no lo infundiera en él. Dios desea mostrarme su verdadero rostro: el rostro del amor de Dios es su Hijo, encarnado por amor primero en carne humana, y luego en un trozo de pan, mayor expresión de amor, imposible. Es un amor singular, excepcional, dirigido hacia cada uno de nosotros, hacia mí mismo. Es el amor que de forma maravillosa definió el santo padre Benedicto XVI al decir que es al mismo tiempo agápe y eros’.

Jesucristo, como anotan los evangelios, muchas veces se compadecía e, incluso, a veces lloraba: «Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: “En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará”» (Jn 13,21). Al hablar de la traición de Judas, Jesús experimentó una profunda compasión; tal vez lloró. Y si se compadeció ante la traición de Judas, eso quiere decir que lo amaba mucho. ¿Acaso Él, quien es el Amor mismo, podría no amarlo?

Jesús lloró por Judas, pero —lo que puede ser más importante-- lloró en su presencia, no le ocultó su compasión. Es estremecedor que Judas haya podido ver las lágrimas de Jesús. Si me siento pecador, pero al mismo tiempo he perdido la esperanza y no creo en el amor de Jesús, puede decirse —recurriendo a las palabras del Evangelio de la salvación, como sucede en toda santa Misa— que Jesús, en quien no confío, llora por mí, en mi presencia. Lo que ocurre es que puedo no verlo. Tal vez Judas tampoco vio las lágrimas de Jesús. Porque el ser humano ve solo lo que quiere ver.

Los evangelios subrayan que Jesús lloró por Jerusalén: «Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: “¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita”» (Lc 19,41-44).

Aún hay otro gesto de compasión por parte de Jesús: las lágrimas por el dolor humano, por el dolor de una persona a la que amaba mucho. No en razón de su infidelidad sino, al contrario, porque esa persona era muy fiel a Él, y lo amaba mucho: «Viéndola llorar Jesús [...], se conmovió interiormente, se turbó».

Jesús se compadeció porque María de Betania lloraba.
Así es el Amor, todavía no descubierto por mí. El Amor que siempre ama: al que traiciona, al que está cerrado, sobre quien tienen que venir tiempos duros, como sucedió sobre Jerusalén, cuando no quedó de ella piedra sobre piedra, porque no reconoció el tiempo de su visita.

Pero Jesús también llora por el dolor humano, porque ése dolor es muy entrañable para Él. María lloraba por la muerte de su hermano Lázaro, y Jesús mostró su compasión; mostró cuán entrañable era su llanto para Él. Aunque sabía que el dolor de la separación sería aliviado —sabía que resucitaría a Lázaro—, no fue indiferente al sufrimiento, al llanto de María, a quien amaba.

Puede decirse, incluso, que Jesús fue quien le causó dolor a ella pues, a pesar de que se había enterado de la enfermedad de Lázaro —«Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo»—, «permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba» (Jn 11,3.6).

Es en este sentido como «causó» el llanto de María. Además, ella lo sabía, ya que dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto» (Jn 11,32). Aunque se trataba de un pensamiento estrictamente humano, Jesús se abajó ante él y lo respetó, porque sabía que María desconocía los planes de Dios, que implicaban su llanto y la «demora» de Jesús, como una gran prueba de fe… (Las noches del espíritu de san Juan de la Cruz para vaciar mi corazón de amores humanos y llenarme solo del Espíritu Santo, del mismo amor de Dios verdadero no fabricado por mí por las “nadas” purificatorias pasivas, no activas… y así llego a sentir el mismo amor de Dios, Espíritu Santo, el cielo-contemplación de amor en la tierra).

Él es quien mejor sabe que las pruebas de fe,  aunque son tan necesarias,al mismo tiempo son muy dolorosas, como lo fue esta, en la que se revelaría la gloria d Dios, al resucitar a un hombre de entre los muertos para que muchas personas pudieran creer en Jesús.

Tal vez también el Señor pretendía, con esta prueba, que María de Betania que amaba tanto a Jesús, incrementara y purificara aún mas su amor por Él y descubriera más lo mucho que Él la amaba: le muestra su amor con sus lágrimas y, después, eliminando la causa de su llanto, restableciendo la temporalidad a la que estaba apegada, la vida de su hermano amado.

Precisamente el amor de Jesús hizo que se convirtiera en el Único para María, cuando visitó nuevamente Betania, a falta de seis días para la Pascua, ella no prestó atención ni a Marta, ni a Lázaro, ni a los Apóstoles que estaban presentes junto al Maestro. Para ella solo Él existía. Al realizar esos gestos simbólicos: arrodillarse a sus pies, derramar sobre ellos un caro perfume de nardo puro y secarlos con sus cabellos, estaba expresando cuánto había descubierto del amor de Jesús. Estaba diciendo que, en presencia de quien gradualmente había llegado a ser para ella todo, prácticamente el mundo entero había desaparecído, toda la temporalidad.

También Judas, como María de Betania, lo había recibido todo. Puedo percibir un contraste sorprendente al comparar cómo se compadeció Jesús de Judas y de María, estando en la presencia de ambos, derramó unas lágrimas por quien le fue tan infiel y su amor, y otras por aquella que fue un signo excepcional de fidelidad...

La comparación de estos dos «polos humanos» enseña mucho sobre el amor de Jesús. Sin embargo, no lo enseña todo, ya que este amor no se descubre del conocimiento: de saber que Él ama, que ama a otros; que es un Amor tal vez abstracto. Cada uno de nosotros en lo personal debe descubrirlo en su propio camino de vida, abriéndose a la gracia que viene ahora, en el momento presente.

Este privilegiado momento presente, este ahora, es para mí la Eucaristía: Jesús eucarístico que con un amor tan excepcional me mira desde el Sagrario y el altar del Sacrificio. Mira de tal manera, que yo pueda creer que me mira exclusivamente a mí, con un amor particular. Y que siempre me ama. siempre, independientemente de que me encuentre en alguno de esos polos representados por las figuras de Judas y de María de Betania. Entre esos polos existe un continuum de posibilidades que no puede abarcarse con la razón.

En realidad mi vida corre por un camino tortuoso, por una senda intrincada. Ni siquiera tengo conciencia de dónde estoy; aunque efectivamente me estoy aproximando de alguna manera a uno de esos polos. Solo la gracia de Jesús eucarístico puede mostrarme —si me abro a ella— si el camino de mi vida y mi elección más profunda me están dirigiendo más hacia Judas o hacia María de Betania. Porque en esencia mi vida se encuentra extendida entre esos dos polos.

En definitiva cuenta solo Cristo, y solo una cosa es importante: mi relación con Él, quién es para mí. Por eso cada momento es una elección. Ahora o elijo a Él o no lo hago. Jesús Eucarístico está siempre junto a mí. Si estoy extraviado y por el momento no me puede ayudar —porque no quiero que me ayude-, entonces tiene que «llorar».

Obviamente Cristo no puede llorar, porque está sobre el altar, en Cuerpo glorioso; pero si pienso en Él solamente de manera abstracta, nunca veré lo cerca que está. La luz de la Revelación puede iluminar mi conciencia extraviada y mostrarme a Jesús no solamente como un agápe abstracto, sino también como amor concreto, es decir, como esa única forma de amor que puedo percibir: el eros. La unión de estos dos tipos de amor me aproxima a Jesús. Solo entonces la Liturgia eucarística puede llegar a ser para mí muy real, sobre todo su parte más extraordinaria, desde la Transubstanciación hasta la santa Comunión; porque Jesús eucarístico —el Amor en toda su esencia— viene sobre el altar por el poder del Espíritu Santo y de las palabras de la consagración.

Y este Jesús viene a mí en la santa Comunión o, más bien, me recibe a mí, que soy un pecador porque, independientemente de que me esté acercando al polo de Judas Iscariote o al de María de Betania, siempre me acerco como pecador.

A decir verdad, María no lloró por la muerte de su hermano, sino por ella misma, pues había per ella misma, pues había perdido algo valioso. Lloraba por su propia pérdida. Por eso la Eucaristía siempre es Pan para los pecadores, aunque se sientan tan santos como ella. Después de todo, en ese momento María de Betania todavía no era santa. Solo cuando el Espíritu Santo la abrace y con su gracia la santifique, ella tendrá la certeza de que Él, Dios, puede darle todo: a sí mismo, y también lo que había perdido. ¡Le pareció que había perdido tanto!, mientras que Jesús quería decirle que si lo elije a Él, todo le sería restablecido, incluso Lázaro: si elije a Cristo, ya nada se lo ocultará.

 

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2ª MEDITACIÓN: UNA PALABRA TUYA BASTARÁ: CORAZÓN DE JESÚS

 

        Son conmovedoras las palabras que Jesús le dirige al hombre que le pide que cure a su hijo de epilepsia, utilizando el modo condicional. A su petición: «Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos», Jesús responde lleno de sorpresa: «Si puedes...!».

En estas palabras se entrevé su gran asombro por la incredulidad humana ante los muchos milagros que constantemente realizaba:«Todo es posible para el que cree» (cf Mc 9,23). Para quien cree en el Poder y en el Amor, Dios puede hacer todo. Incluso Judas pudo haber sido salvado si como aquel padre hubiera clamado: «Creo; ayúdame porque tengo poca fe» (Mc 9,24). Es que ni siquiera es necesario creer, basta con reconocer la incredulidad y recurrir a quien con su sorpresa exige de alguna manera no ponerle límites a su poder.

Decimos que hay que creer en el amor de Dios, pero eso es demasiado poco; también hay que creer en su poder. Solo entonces uno puede descubrir quién es Jesús, y recibir paz y felicidad; solo entonces: amor poderoso que obra.

Lo que admira a Cristo en la petición del centurión
—«Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará» (Mt 8,8)— es la fe en su poder. Obviamente, en el fondotambién hay fe en su amor, porque el centurión, al ver que realizaba tantos milagros, de alguna manera tocó la misericordia de Cristo; por lo tanto, tuvo que haber creído en cierto grado en ese Corazón, que tenía piedad de la miseria humana. No obstante, él fuéexcepcional en su fe, porque Israel carecía, no tanto de fe en la bondad de Jesús, sino más bien en su poder.

Los Apóstoles también veían que el Maestro tenía piedad de las multitudes, creían en su amor, Sin embargo, la fe del centurión en el poder de Jesús, expresada en las categorías válidas en el ejército, es admirable: «Porque cuando yo, que yosoy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: “Ve’ él va, y a otro: “Ven’ él viene; y cuando digo a mi sirviente: “Tienes que hacer esto’ él lo hace» (Mt 8,9).

El soldado tiene que obedecer absolutamente al oficial; por lo tanto, el centurión parece comprender que las que hoy llamamos leyes de la naturaleza también obedecen a Jesús, Él sabe que Jesús no tiene que ir personalmente, en contra de las convicciones comunes; no tiene que tocar para curar; sabe que ese poder puede actuar incluso desde lejos. «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe» (Mt 8,10), estas extraordinarias palabras de admiración salen de la boca de Dios mismo.

¡Qué importante es la fe en el poder de Dios, en ese poder suyo que puede manifestarse en cada instante de mi vida! La fe en su amor no es suficiente, porque el amor puede ser desvalido. El amor que llora y se compadece es con seguridad un amor excepcional pero eso no es suficiente para el hombre. No basta con que se compadezcan de él; el hombre necesita a Dios mismo, a Jesucrist0 y solo a Él. Pero lo necesita realmente cuando descubre que el amor de Dios siempre es poder. Que no se puede separar el amor de Jesucristo de su poder.

En El, el poder y el amor activo y no meramente pasivo y sentimiento constituyen una unidad. Él ama en la misma medida de su poder y tiene poder en la medida de su amor. Porque tanto el amor como el poder son en Él infinitos. Y estas dos infinitudes crean tal unidad en Él, que al amar siempre quere actuar… la cruz, su  vida, su nacer, predicar, morir quiere salvarme; por medio del Sacriflcio de la Eucaristía. Y puede salvarme en la medida de mi apertura de mi disposición. Por esto, en realidad existe solo una fuente del mal: que no crea en Jesús, que no crea - a Jesús, que no crea en su amor infinito y en su poder infinito. De aquí nacen los demás pecados.

Si mi vida se orienta hacia el polo de Judas Iscariote, podré percibir a lo sumo, las lágrimas de Jesús. Y cuando las vea, puede que las interprete falsamente, no como expresión de su amor sino de debilidad. Aquí se encuentra el misterio de la maldad humana: Judas no se abrió al Amor que le mostraba compasión y que al mismo tiempo era el Poder infinito; por eso no sucedió milagro alguno. Como María de Betania se abrió al Amor que se compadeCe ese Amor pudo manifestarle su Poder, en el mayor grado en el que un ser humano puede recibirlo.

María de Betania no pudo conocer a Jesús totalmente Era solo un ser humano pecador Por eso la infinitud del poder del Señor y de su amor’ paradójicamente tuvo que «limitarse» al mayor milagro desde el punto de vista humano: resucitar a los muertos. Pero para María eso era suficiente, y tenía que serlo, porque era solamente una Criatura llamada de la nada a la vida, y mayor gloria de Dios no podía ver.

En ese sentido Jesús, en la medida de las limitaciones humanas de María, le reveló todo Porque cualquier Cosa Superior a eso, Una gloria suya aún mayor solo habría podido destruirla. Pero Él la amaba tanto que limitó la manifestación de su gloria «únicamente» a la resurrección de los muertos. Para ella y para quienes vendrían después a Betania a ver a Lázaro, ese sería un signo excepcional del poder de Jesús, suficiente para seguirlo hasta el final.

Antes de la santa Comunión repito: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme» Entonces se abre paso hacia mí, aunque sea por un instante, algo de la verdad acerca de mi debilidad, de mis infidelida des Cometidas con tanta frecuencia; pero al mismo tiempo crece el deseo de unirme con Dios. Tal vez durante muchos años de aspirar a Él, mi indignidad será para mí solo Una palabra vacía; pero si algún día se vuelve realidad, el contraste entre mi indignidad y aquello a lo que me llama Él, mi Redentor eucarístico podrá ser asombroso.

Tal vez me acuerde entonces de las maravillosas palabras que Jesús le dijo al padre que pidió la curación de su hijo, y que creía tan poco en su poder. Tal vezme acuerde del asombro de Dios ante la duda de ese hombre. Dios tiene predilección por los violentos, esos locos que arrebatan el reino de los Cielos (cf Mt 11,12). Lo arrebatan sin ser dignos de ese Reino. Dios no llama a la santidad a los justos sino a los pecadores.

Por la gracia tal vez tome conciencia del poder de su palabra. De hecho, en virtud de esa palabra se realiza el mayor milagro del mundo: el descenso de Dios sobre el altar. Las palabras de la consagración, que en cada santa Misa producen el mayor milagro, ¿no serán capaces de abrirme a la gracia vinculada a ellas?, ¿de abrirme de tal manera que me impregne en el momento que precede la santa Comunión? Entonces, al repetir la oración: «Señor, no soy dígno...», terminaré con fe: «pero una palabra tuya bastará...», y al decir «una palabra» me refiero a esa palabra tuya que no tiene límites de poder, que es capaz de realizar la transformación de mi corazón, la sanación de mi alma, ahora mismo.

¿Solo la sanación? O tal vez —como el loco, como el violento que arrebata el reino de los Cielos— le diré a Jesús: «Una palabra tuya bastará para santificarme». No debería poner límites a su poder infinito y a su misericordia infinita, De hecho puede suceder que Él, Dios presente en la Eucaristía, en virtud dv esas palabras maravillosas, en cierto momento realice mi transformación. Y un día realizarás esa transformación en mi cuando te acoja en mi corazón. Serás solo Tumi Dios y Señor, mi única esperanza. Y serás Ii quien en la santa Comunión te unas a mí en el amor.

Todo esto parece una locura pero, al venir a ml en la Eucaristía, Jesús de verdad me ama hasta Li locura. Y verdaderamente hasta la locura desea morar en mí, santificarme, dándoseme, junto conel regalo de mi santidad. Y con ello, todo lo demás: la participación en su gloria, cuyo anticipo se hace presente sobre el altar.

 

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TERCERA MEDITACIÓN

 

3.- AMOR INDEFENSO

 

«Estoy a la puerta y llamo...» (Ap 3,20).

Pero Tú, Jesús presente en la Eucaristía, quieres que yo también llame a la puertas que también golpee. Tú, que quieres depender de mí, hombre de poca fe, deseas suscitar en mí la oración. Estoy encerrado en mí mismo. No soy capaz, no quiero abandonarme a mí mismo; sin embargo me encuentro frente a la puerta que conduce a tu Corazón eucarístico, por la que debería querer entrar. Enséñame a llamar, enséñame a tocar la puerta1 porque constantemente me quiero maltratar, herir... Y tal vez no tengo esperanza de que esa puerta se abra algún día. O tal vez no lo deseo.

No es tan fácil llamar a la puerta porque significa esperar, entrar en comunión, y yo no sé cómo hacerlo. Por lo tanto, enséñame, Señor Jesús oculto en la Eucaristía, a esperarte cada vez más, a entrar cada vez más en comunión contigo. Un niño es capaz de llamar pateando la puertas pero yo sigo sin ser niño; no golpeo fuertemente la puerta porque sigo necesitándote demasiado poco.

¡Ven Sefior Jesús!

 

Jesús fue a la tierra de los gerasenos y los liberó de grandes tormentos. El endemoniado de Gerasa gritaba noche y día, se golpeaba con piedras en los sepulcros y en los montes; en todos despertaba miedo. Los gerasenos estaban totalmente desvalidos ante esa gran desgracia. Y, de repente, vieron sorprendidos cómo el hombre que hasta ese momento no se dejaba sujetar porque rompía todas las cadenas y grilletes, ahora se encontraba sentado a los pies de Jesús, tranquilo y feliz.

Si hubieran sido capaces de valorar eso, se habrían postrado a los pies de Jesús, agradeciéndole de corazón el haberlos hecho testigos de un milagro. Pero simplemente se dirigieron a Jesús para rogarle que se alejara de ellos lo más pronto posible. Eran más importantes para ellos los puercos ahogados en el lago, que la llegada del poder divino en la persona que había realizado el milagro. Se dio una situación de polarización, y los habitantes de Gerasa eligieron a los puercos en vez de a Dios.

El joven rico también tenía sus «puercos» y, porque temía perderlos, rechazó a Jesús. Los gerasenos en realidad no eran israelitas como él; además, apacentaban puercos, animales impuros para el pueblo de Israel. Sin embargo, habían sido testigos de un milagro evidente, es decir, de la realidad estreme cedora de la actuación de Dios delante de sus ojos, Pero eligieron a los puercos.

En cada ser humano existe un «yo» real y un «yo» ídeal. El «yo» ideal es una parte de uno mismo, esa «reserva del corazón» que está vinculada con un profundo deseo, una expectativa Incluso, si una persona parece muy mala, se puede definir con suficiente veracidad tomando como base su «yo» ideal, es decir, ese quién quisiera ser, su mejor parte, oculta en su interior, En este sentido puedo decir que, en el fondo, yo soy lo que espero. Los gerasenos no esperaban a Dios; esperaban más bien que el enviado de Dios se lejara de ellos lo más pronto posible, para tener paz en el futuro con sus piaras.

Me es tan fácil decir después de la consagración: «Ven Señor Jesús!», presentándole a Dios en ese fomento supuestamente lo que espero, como expresando la mejor parte de mi «yo»: Sí, Dios mío, ¡ven!; espero tu venida gloriosa y que se arroje al lago la piara de mis «puercos»: todos mis anhelos, deseos, ¡tan terrenales!; mis intereses, que tal vez no quisiera descubrir delante de nadie. Pero, ¿acaso tomo en consideración que todo eso puede realmente caer al lago si en verdad espero su venida gloriosa? En estas palabras se expresa mi elección radical de Dios: «Ven Señor Jesús!, espero tu venida gloriosa, con todas mis fuerzas». Y la medida de mí apertura a esas palabras se convierte en la de la actuación milagrosa de Dios Salvador, que está obrando ahora mismo:

Tú eres el más importante, Dios mío, Jesucristo vivo sobre el altar. Haz que esos «puercos» mueran en el lago, porque yo te espero a ti, aguardo tu venida, hoy, ahora: la que aproxima tu venida gloriosa definitiva. Solo tú, Jesús presente en la Eucaristía, eres mi espera, eres mi esperanza, el sentido de mi existencia: sin ti no puedo vivir.

Confío en que irás intensificando en mi corazón la plegaria litúrgica: «Ven Señor Jesús!», con la que me irás llenando cada vez más, de manera que la espera de tu venida se convierta gradualmente en el contenido de mi cotidianidad, y en el de toda mi vida, que es propiedad tuya.

La espera de la segunda venida del Señor está enraizada internamente en la celebración eucarística. Las palabras «ven Señor Jesús!» resonaban como «maraná thá» durante las celebraciones eucarísticas en los primeros siglos de la cristiandad. A la luz de la segunda venida de Cristo, la «gloria» de la temporalidad debería palidecer ante mis ojos. Asimismo, a la luz de su gloria es necesario que también mis aflicciones se reduzcan a polvo. Los problemas deberían preocuparme mucho menos, pues Él vendrá e n su gloria. Y todo aquello por lo que me preocupo volverá absurdo.

Estas palabras implican el llamamiento a la conversión porque, si con Sinceridad hago esa aclama aclamación a Dios realmente presentesobre el altar, si con sinceridad me Uno a la plegaria Posterior del sacerdote: «Mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos en esta acción de gracias, el SacrificIo vivo y santo», ese Sacrificio ofrecido se realiza efectivamente en mí en la medida de mi espera, espera que me introduce desde ya en una realidad diferente.

La Iglesia evoca en otro momento esa espera, cuando ora antes de la santa Comunión. «Mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo» Su venida en la santa Comunión es una preparación para la otra venida; se nos reparte la santa Comunión para que esperemos la segunda venida del Señor, para que vivamos de la fe en esa venida. Fe que llega a ser esperanza, porque es espera.

¡Cuán importante es esa espera que me introduce en un mundo diferente!; no en el que estoy sumergido, lleno de mal, deshonestidad y dolor; sino en el mundo de Dios, penetrado de esa triple verdad: Él murió, resucitó y vendrá en su gloria, por mí así como por mí celebra ahora mismo el santísimo Sacri— ficio: para poder redimir sobre el altar eucarístico las zonas de oscuridad que suelen permanecer en mí después de la santa Misa.

Esta dimensión escatológica de la Eucaristía, con tanta frecuencia se escapa a mi atención, extremadamente importante. Es un continuo llamamiento para que me convierta, para que me amine hacia ese Amor eucarístico que tanto me amó. En realidad, son pocos los que esperan la venida de Cristo, son pocos los que están preparados para esa venida. Él vendrá en su gloria, pero cuando de repente aparezca en esa gloria, ¿en qué estado me encontrará? ¿Absorto solo en Él, en silencio interior? ¿O estaré tal vez interesado en espejismos temporales, cuidando a los puercos para que no se caigan al lago, persiguiendo extraviado lo que este mundo ofrece? La espera de su venida gloriosa significa que ya desde ahora deseo que reine en mi corazón:

A cada paso que doy en el c-amino, a cada movimiento de mi mano al escribir una palabra, cuando presiono el pedal del automóvil, espero tu venida gloriosa que me llevará a la gloria eterna.

Se trata de que me sirva de este mundo con desapego, como si mañana fuera a desaparecer; pero al mismo tiempo, que trabaje para este mundo con amor, como si nunca fuera a desaparecer. Debo colocar mi vida en la perspectiva del encuentro con el Señor, hacer de ese acontecimiento el polo de atracción. Apenas acaba de venir Jesús realmente sobre el altar en el momento de la consagración, y ya la Iglesia me exhorta a esperar su segunda venida.

Un pensador cristiano, refiriéndose a la segunda venida del Señor, ve cómo el sacerdote levanta la Hostia después de la consagración y, de repente, llega fin del mundo. De esa Hostia levantada surge Cristo rodeado de ángeles en toda su gloria. Ya desde ahora debería procurar descubrir —por medio de la fe— los coros de ángeles que rodean el altar. La celebración eucarística es de hecho participación en la liturgia celestial. Los ángeles no pueden dejar a Cristo para quien fueron creados’. En la primera plegaria eucarística el sacerdote, después de la consagración, pronuncia estas admirables palabras: «Te pedimos humildeente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel»:

Tu gloria, Dios mío, se revela en mí en el hecho de que, a pesar de mi pequeñez, yo no oponga resistencia a la gracia. Tú encuentras tu gloria en la santificación de los que tanto amas, por los que derramaste tu sangre en la Cruz.

«Ven Señor Jesús!», este grito significa que ya ha nacido en mí por lo menos un deseo inicial de ver, por medio de la fe, a los ángeles alrededor del altar, el deseo del Cielo. Si pronuncio esas palabras con toda sinceridad y mucho cuidado, se realizará en mí una polarización. Ellas me colocan ante las siguientes preguntas: verdaderamente quiero su venida gloriosa, ahora? toy preparado para esa venida? ¿La espero? Se trata de no estar asustado por la idea de su venida, que no tema que perturbe mi mundo, en el que e encuentro sumergido; porque esa gloria tendrá 1ue quemar el mundo en el que vivo —que es pura temporalidad y transformarlo en la «nueva tierra».

 Cuando venga en su gloria, Jesús traerá de hecho un cielo nuevo y una nueva tierra; no esa tierra a la que ahora me he adherido con el corazón como si fuera un tesoro. Serán tierra nueva y cielo nuevo. Las palabras «ven Señor Jesús!» son un llamamiento a un cambio total en mi elección. Significan que quiero ya, ahora mismo, apresurar de alguna manera la venida de su reino. Significan que ya de alguna manera vivo de la certeza en la existencia de una tierra nueva y de un cielo nuevo. Ya ahora sé —porque creo— que Tú, Dios eucarístico, deseas abrazarme eternamente con tu gloria inconcebible.

 

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CORAZÓN DE JESÚS, UN CORAZÓN ROTO DE AMOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La religión cristiana es la religión del amor, del amor de Dios a nosotros y del amor nuestro a Dios y a los demás. Así lo ha venido manifestando Dios desde los orígenes de la revelación, pero lo ha dicho del todo y exageradamente en el Corazón de su Hijo Jesucristo.

Por parte de Dios, hemos venido a la existencia como resultado de su amor. Existo, luego Dios me ama. Ese amor de Dios se ha prolongado en el abrazo amoroso de mis padres que me han engendrado y posteriormente me han acogido en sus brazos, me han cuidado, me han ayudado a crecer en todos los aspectos.

Y por parte nuestra, de cada uno de nosotros, somos solidarios en el primer pecado, el pecado original, por el que ya nacemos en pecado y además añadimos nuestros propios pecados personales a lo largo de nuestra vida. El pecado no es otra cosa que el desamor, decirle “no” a Dios que nos ama, darle largas, darle la espalda, preferir mi gusto y mi norma a su santa voluntad expresada en los mandamientos.

Dios es mi Padre, que me ama y me engendra continuamente a su vida divina, la vida de la gracia, y la criatura humana rechaza muchas veces ese don paternal, cortando la vida y eligiendo la muerte. La relación de Dios, Padre-Hijo-Espíritu Santo, con el hombre es un drama permanente desde el primer pecado hasta la consumación de los tiempos, en que triunfe definitivamente su amor. Porque Dios siempre reacciona amando. Cuando este amor se dirige a quien le ha ofendido, ese amor se llama perdón, se llama misericordia.

El amor de Dios es una continua misericordia con nosotros, es un derroche de misericordia, que nos va sanando, hasta hacernos hijos de Dios en plenitud, hasta la santidad. En el centro de este drama se sitúa el Corazón de Cristo. En él, Dios Padre nos ha dado a su Hijo único, su Hijo amado, como el don más precioso: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único… para que el mundo se salve por él”. Y no lo ha hecho de manera generalizada y como a granel, sino de manera personalizada, por cada uno. “Me amó y se entregó por mi”.

En el Corazón de Cristo tenemos por tanto la expresión de un amor por parte de Dios que llega a la máxima expresión, darnos a su Hijo y con él al Espíritu Santo. Pero este Corazón de Cristo está coronado de espinas, está herido por los pecados de todos los hombres, y de él brota una llama amor al Padre y a toda la humanidad. Es un Corazón roto, herido por la lanza del soldado, efecto del pecado de toda la humanidad. Y roto de amor, porque no es correspondido. “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres… y a cambio recibe menosprecios e ingratitudes de los hombres”, le dice Jesús a Santa Mta. María Alacoque.

A pesar de todo, es un Corazón que sigue amando y busca corazones que se unan al suyo, como víctimas de reparación por tanto desamor de los hombres. Es un Corazón que acabará triunfando por la vía del amor en los corazones de quienes le acogen.

 La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, este viernes 12 de junio, es un momento propicio para agradecer este amor sin medida, con el que siempre contamos y que nunca nos falta. El mes de junio es el mes del Sagrado Corazón. Es ocasión propicia para reparar tanto desamor por nuestra parte y por parte de toda la humanidad.

¡Cómo duele ofender a quien amamos de verdad, y ver que el Amor no es amado! Es ocasión para anunciar este Amor a todos los que nos rodean, para que a todos llegue este lubrificante del amor en medio de tanto sufrimiento. Que la fiesta del Sagrado Corazón nos prepare al Año de la Misericordia.

La práctica de los primeros viernes, la comunión y la adoración eucarística con tono de reparación e intercesión, la ofrenda de nuestra vida en amor de correspondencia, la contemplación de ese Amor incesante, que siempre reacciona amando, nos lleve a todos a exclamar: Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío. Recibid mi afecto y mi bendición. Un corazón roto de amor, el Corazón de Jesús.

 

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8 DICIEMBRE

 

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA VIRGEN MARÍA

 

(Fue mi primera homilía de la Inmaculada, predIcada en mi último año del Seminario-diciembre 1959-, ordenado ya diácono, con los tonos de oratoria propios de la época, como nos enseñaba en las clases de Oratoria D. Pelayo, canónigo magistral; pero, como siempre, con el mismo amor de hijo a la hermosa Nazarena, a la Virgen bella, en la novena del Seminario de Plasencia, en 1959)

       

        QUERIDOS HERMANOS:

 

        1.- Al comenzar la santa Misa, la acción de gracias más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón de haber pecado con el pensamiento, con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia  de nuestras obras manchadas de soberbia y de  egoísmo, de nuestras palabras manchadas, de nuestros pensamientos  y deseos manchados. Hasta al niño recién nacido lo sometemos al rito del bautismo para borrar su pecado de origen.

Por eso, el recuerdo anual de la Inmaculada, redimida desde el primer instante de su Concepción, nos llena de alegría y orgullo a nosotros, los manchados hijos de Eva.Todos los hombres necesitamos las aguas bautismales; sólo Ella fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, excepcionalmente concebida, inmaculada, intacta, impoluta, incontaminada.

        Por eso, hermanos, este día es de suma veneración, día grande, cuya solemnidad aventaja a la solemnidad de todos los santos porque en él nuestra Virgen, la Purísima, fue concebida Inmaculada, llena de gracia de Dios, sin mancha de pecado original, llena de luz y amor divino en el seno materno.

       

        2.- Queridos hermanos, todos los hombres somos engendrados con el pecado de Adán y necesitamos las aguas bautismales para limpiar esta sombra de luz divina que en todos nosotros empaña el resplandor de nuestra alma. Sólo ella, la Virgen bella María, fue concebida llena de gracia y amor divino y sobrenatural desde el primer instante de su ser, fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, llena de Dios Trinidad, porque no hay corriente tan impetuosa que no pueda ser detenida por la Omnipotencia de Dios.

El sol sigue siempre su eterna carrera; el agua del río nos impide el camino y el abrazo entre ambas orillas y el fuego nos quema siempre. Sin embargo, cuando Dios quiso, el sol se detuvo en su carrera, para que venciese su pueblo, el Jordán y el mar Rojo mostraron un camino seco a los israelitas y el fuego del horno no quemó a Daniel y sus compañeros.

        Con esta misma potencia, queridos hermanos, pero con más amor y voluntad que nunca, Dios quiso que la impetuosa corriente del pecado de Adán, que hiere e infarta al hombre en lo más profundo de su ser, no lesionara ni tocara a la que sería su Madre, y así fue concebida María, Inmaculada. Ella, la única y simplemente por privilegio divino, porque Dios Trinidad quiso y la elegió como Madre del Hijo-hijo que se iba a encarnar en su seno, porque fue elegida como madre del Hijo desde el primer momento de su Concepción Inmaculada.

       

        3.- Acabo de decir que Dios lo puede todo y, sin embargo, no es verdad. La Omnipotencia divina que detiene al sol y separa las aguas, tiene también sus límites, porque los tiene también su libertad. Dios, por ejemplo, no es libre para dejar de ser Dios, ya que el Infinito tiene que existir en razón de su mismo Ser que es vida eterna, sin límites en ninguna dirección. Dios puede sí colgar más y más estrellas en el cielo para que nosotros inexactamente digamos que son infinitas; puede construir un mundo más dilatado y variado, de colores más brillantes; puede, desde luego y con mucha facilidad, crear otros cielos más limpios, un mar más azul y profundo, unos claveles más rojos, unas cascadas más altas e impresionantes. Puede todo eso y otras cosas más difíciles que ni siquiera la mente humana puede imaginar. Pero el poder de Dios tiene un límite, se puso un límite, no puede traspasarlo, porque sería crear otro Dios, y por eso no puede ni quiere inventar ni plasmar para su Hijo una madre más buena y hermosa, más limpia y excelente, que la  bienaventurada Virgen María, Inmaculada desde su Concepción.

       

        4.- Es impresionante el esfuerzo hecho por Dios para realizar en carne humana la idea más perfecta que de mujer haya concebido en su mente divina. Para plasmarla, como hemos dicho, cogió el azul de los mares, el resplandor de los soles, el frescor de las auras, la suavidad más dulce de las brisas; lo juntó todo y lo llamó María.

María, la misma mujer y humilde jovencita Nazarena, que acarreaba el agua y la leña para su casa y en cuyas manos ponemos nosotros ahora todas nuestras plegarias, María es el límite que Dios se ha impuesto a sus esfuerzos creadores. Al conjunto de todas las aguas nosotros lo llamamos en latín:«maria»; y Dios, al conjunto de todas las gracias que puede conceder a una criatura, la llamó “María”.

        Por esto, María es Virgen bella, Estrella de todos los mares, Señora del buen aire, Reina de los cielos y Señora de todo lo creado. Nadie puede existir ya más perfecto que ella, simplemente porque Dios así lo quiso y lo quiere, porque escogió para ella todo lo sobrenatural más bello y gracioso que pueda existir. La Virgen contiene en sí la suma perfección de todas las cosas creadas y creables, por eso es distinta de todos y de todo: Es Virgen Inmaculada, impecable, dotada de todas las gracias, en la misma orilla de Dios, casi divina.

       

        5.- Cuando antes de crear los mundos, desfilaron todos los seres posibles ante los ojos de la Santísima Trinidad, se detuvieron amorosos ante una criatura singular. El Padre la amó, la miró  y dijo: tú serás mi Hija Predilecta; el Hijo la besó diciendo: serás mi madre amada y el Espíritu Santo la abrazó lleno de Amor Divino y le dijo: Tú serás mi esposa amada, que por mi poder y el Amor de Dios Trinidad pondré en tu seno al Hijo de Dios encarnado haciéndose hijo tuyo; los Tres la  llenaron de regalos y de gracias sobrenaturales y divinas, y cuando la Reina estuvo vestida de luz, los Tres colocaron sobre sus sienes una corona de gracias y dones, en el centro ponía: Inmaculada.

        Queridos hermanos, en ratos de oración, contemplando a María, con la luz y el fuego del Espíritu Santo, es dulce pensar en aquellas tareas preparatorias de la Trinidad dichosa. Imaginémonos a Dios Trino y Uno ocupado con Amor de Espíritu Santo, ternura de Hijo y  anhelos de Padre creador de vida, trazando el semblante, el rostro y los rasgos de su hija predilecta y escogida con el semblante y hermosura de su mismo Ser contemplado y visto y plasmado con el Esplendor de su Imagen e Idea creadora del Hijo “Amado por quien todo ha sido hecho”; qué miradas entre el Padre y el Hijo, qué diálogos de Amor, qué miradas de gozo entre los Tres al crearla, qué contemplación de Amor, qué fuerza creadora del Hijo Dios creando a su madre de la tierra como hijo, qué Hermosura, Esplendor infinito del Ser y Reflejo del Padre infinito haciendo a su madre, qué potencia creadora con su Amor de Espíritu Santo contemplando el poder infinito del Padre.

Con qué manos temblorosas de emoción el Padre la creó en su Mente divina trinitaria; con qué manos emocionadas el Hijo la acarició en su mismo Ser de Hijo imagen del Padre; con qué potencia de beso de amor el Espíritu Santo la plasmó en cuerpo y alma.

        Queridos hermanos, nuestras iglesias han de levantarse sobre un terreno bendecido, acotado, libre de todo aprovechamiento humano. Un delito ocurrido en ellas las inutiliza para el culto divino, porque impide la tranquila presencia de Dios. Y es que Dios es Dios y para el Dios Infinito y Grande siempre el templo, limpio; los corporales, bien planchados; la patena, de buen metal y la Madre,  Inmaculada.     

        La Madre Inmaculada, asociada por Cristo a la obra redentora de la humanidad convenía que desde el primer instante de su ser, en su misma concepción divina y humana, estuviera libre de toda mancha y pecado que había de redimir como corredentora con el hijo-Hijo Salvador de todos los hombres, hijos  de María. Muchas son las razones porque las que Dios quiso que María estuviera limpia de todo pecado y llena de dones y blancura en la redención y salvación de todos sus hijos, los hombres.

 

        6.- Entre estas razones, la principal de tener una madre limpia era la conveniencia que iba a tener de asociarla a su obra salvadora. Todo el que redime de pecados debe estar libre de la culpa, del pecado que quita; lo mismo que, para lavar los objetos o personas, las manos que ayudan a limpiar las manchas deben estar previamente lavadas, limpias de la suciedad que tratan de quitar.     

        Por eso, María elegida como madre y corredentora con el hijo-Hijo vino a nuestra tierra en  Concepción Inmaculada desde el seno de su madre, Ana, anticipando así la venida de su hijo Jesús a su seno sin participación de José, su esposo que por eso quiso abandonarla, porque así nacemos todos nosotros, todos los hombres, menos Jesús  el Dios que quiso nacer hombre en su seno Inmaculado, por designio de amor del Padre, por exigencia de pureza del Hijo, por necesidad del Amor pleno y total del Espíritu Santo.

        Y este es el misterio de la Inmaculada Concepción de María que hoy estamos celebrando. Si removéis el cieno de una fuente, toda el agua que baja al río de la vida humana se enturbia y baja encenagada. Dios constituyó a Adán, fuente de vida humana; al comer la manzana, al comer del árbol del bien y del mal, esto es, al no querer obedecer a Dios y tratar de ser él Dios, diciendo lo que está bien y mal en contra de lo establecido por Dios, vino el pecado original que a todos nos mancha menos a María concebida Inmaculada sin pecado original; nosotros todos sin embargo procedemos de la carne manchada de nuestro primer padre, Adán.

        Solo ella, procediendo de esa misma fuente, fue preservada de toda mancha de pecado en razón de los méritos y deseos de su Hijo, y recibió la vida desde Dios, limpia y transparente y su concepción fue inmaculada desde el seno de madre santa Ana. 

        Dios que estaba preparando a su propia madre no podía consentir que fuera escupida por el veneno de la serpiente, del reptil inmundo, por eso, en la imágenes de María aparece pisoteada. ¿Quién de nosotros no lo haría si lo hubiera podido hacer? El Hijo no podía consentir que el seno donde Él quería nacer entre los hombres para salvarnos y abrirnos las puerta del cielo ni por un momento fuera pisado por la serpiente del pecado, de la enemistad con Dios, esto es, que su madre fuera su enemiga y rebelde por el pecado original.

No lo quiso y como podía hacerlo, así lo hizo. Si el Hijo se estaba preparando su morada en la tierra, tenía que parecerse lo más posible a su morada del Cielo con su Padre y el Espíritu Santo, a la Santidad Esencial del Dios Trino y Uno lleno de Hermosura y Amor de Espíritu Santo; si Dios se preparaba su primer Templo y Sagrario  y Tienda en la tierra no podía consentir que estuviera primero habitada por el pecado contra Él mismo, contra Dios Padre y pisoteada por su enemigo, el demonio del pecado, que la estrenase la serpiente. No estaría bien en un Dios, en un Hijo, que pudo hacer a su propia madre, el Hijo-hijo Jesús, ni estaba bien para el Padre que pudo hacer a su propia hija el Padre y tampoco para el Espíritu Santo que concibió en su seno de Madre y Esposa de Espíritu Santo al mismo Hijo de Dios encarnado en el hijo de María. Los Tres, en consejo Trinitario, así lo decidieron y lo hicieron.

        María, por tanto,  fue siempre tierra virgen, limpia de toda mancha de pecado, sin pisadas de nadie, siempre paraíso de Dios entre los hombres, donde Dios Trinidad la poseyó desde el primer instante su Concepción Inmaculada.

Por eso, aunque siento amores e ideas encendidas de luz y fuego por mi Dios Trinidad en nuestra Madre, María Inmaculada, tengo que hacerlo y quiero hacerlo en poesía porque es la forma más bella de hacerlo y lo hago con los versos de la Hidalga del Valle:

 

«Decir que Dios no podía

es manifiesta demencia

y es faltar a la decencia,

si pudiendo, no quería;

pudo y quiso, pues lo hizo

y es consecuencia cabal

ser concebida María

sin pecado original».

 

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LA INMACULADA CONCEPCIÓN

 

        El 8 de diciembre del 1854, Pío IX definía en la bula Ineffabilis Deus: «Es doctrina revelada por Dios y, por tanto, ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención  a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción» (DS. 2803).El Concilio Vaticano II ha vuelto sobre esta realidad luminosa de la Virgen y nos dice: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Nuestra Madre la Virgen Maria fue, pues, concebida inmaculada, impecable, incontaminada, sin macha alguna, desde el primer instante de su ser.

        1.- Inmaculada por Madre. Así la llamó el ángel de parte de Dios: “llena de gracia”. No estaba bien que ni por un momento el pecado la poseyese, la hiciera enemiga de Dios. Así que Maria fue  la Gracia perfecta, la redimida perfecta, un Sí total a Dios desde el primer instante de su ser.      

        2.- Inmaculada por corredentora. Convenía que fuera preservada  de todo pecado desde el primer instante de su existir la que iba, por voluntad de Dios, a colaborar con el Hijo en la obra de la Salvación de los hombres, a la limpieza de todo pecado; por eso fue preservada de toda mancha para ejercer su misión adecuada y coherentemente. en función de estar muy unida a Cristo, Único Redentor, que quiso asociar a su madre y tenerla junto a la cruz.

        3.- Inmaculada por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todo creyente, de toda la Iglesia, santa e inmaculada. Ella ha sido elegida por Dios para ser imagen de lo quiere de todos nosotros. Bien está el que se arrepiente y se levanta. Pero mejor es no caer por su gracia. Maria tuvo este privilegio. Maria, desde el primer instante de su ser tenía que se la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis y es, en definitiva, la nueva criatura, la nueva creación.

        En el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. La desobediencia de la primera Eva fue reparada por la obediencia de la María, que por eso ha recibido el título de la Iglesia como “la madre de los vivientes”.

        Cristo y Maria representan a la nueva Humanidad restaurada de su condición primera. En los versos de la Hidalga del Valle, de nuestros poetas clásicos, queda perfectamente reflejada esta teología: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia, y es falta a la decencia, si pudiendo, no quería. Pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».

       

        6.- Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué grande hizo Dios a María y no sólo para Él sino para nosotros, qué plenitud de gracia, hermosura y amor. Nuestros sentimientos hacia ella en el día su fiesta son:

        a) El primer sentimiento nuestro para con María será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales desde el primer momento de su Concepción. Lo hacemos con sus mismas palabras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

        b) El segundo sentimientos debe ser el de imitación; los hijos debemos ve en María el modelo de vida cristiana querida por Dios.  Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su humildad en la grandeza, su fiarse totalmente de Dios en las dificultades, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, obediencia y seguimiento total. Es modelo de santidad en la fe, en el amor, en la esperanza cristianas. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza; amó hasta olvidarse de sí, creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo e el que moría abandonado de todos, hasta de sus mismos discípulos.

        c)Tercer sentimiento: petición y súplica: ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Queremos ser buenos cristianos, seguidores de tu Hijo, pero caemos a cada paso. Queremos salvar a los hermanos, pero nos cansamos. ¡Ayúdanos tu, Virgen bella, Inmaculada, Auxiliadora del pueblo de Dios. Es tan grande tu poder ante Dios, porque eres omnipotente suplicando a tu Hijo que es omnipotente realizando, porque es Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

        Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada, recemos con ella con plena confianza. Ella es la mejor madre de la fe y del amor y de la esperanza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a los creyentes! ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

        ¡María, hermosa Nazaretana, Virgen guapa, Madre del alma, cuánto nos quieres, cuanto te queremos. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

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QUERIDOS HERMANOS: Al comenzar la santa misa, la acción de gracias y la oblación más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón por haber pecado con el pensamiento  con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia de nuestras palabras manchadas de orgullo, de nuestros pensamientos manchados de materialismo, de nuestros deseos manchados de consumismo. Hasta al niño inocente y recién nacido le sometemos al rito del bautismo, para borrarle su pecado de origen.

        El recuerdo y la mirada filial que dirigimos hoy a la Virgen toda limpia, en su misterio de Concepción Inmaculada, nos llena de gozo y alegría y estímulo a nosotros, sus hijos, los manchados desde nuestro nacimiento, los hijos de Eva. Ella, concebida sin pecado, nos está invitando a todos nosotros, sus hijos, a vivir la pureza recibida en las aguas bautismales, a vivir siempre la gracia y la vida plena de Dios.

 

        1.-En el contexto del tiempo litúrgico del Adviento, en que salimos con gozo a esperar al Señor, la Iglesia quiere que dirijamos nuestra mirada hoy a la Madre, por la que nos vino la Salvación. Celebramos hoy la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen Maria: «comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura» (Prefacio)

        El 8 de diciembre del 1854, Pío IX definía en la bula Ineffabilis Deus: «Es doctrina revelada por Dios y, por tanto, ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención  a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción» (DS. 2803).

        El Concilio Vaticano II ha vuelto sobre esta realidad luminosa de la Virgen y nos dice: «La Madre de Jesús, que dio a luz la Vida misma, que renueva todas las cosas… fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan gran dignidad… enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular.» (LG 56).

        Nuestra Madre la Virgen Maria fue, pues, concebida inmaculada, impecable, incontaminada, sin macha alguna, desde el primer instante de su ser.

       

1.- El testimonio más singular y válido de la Inmaculada Concepción de la Virgen lo constituyen las palabras traídas desde el seno de Dios por el ángel Gabriel, al anunciarla que será Madre de Dios: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc1,8). No sería “llena de gracia” si en algún momento no lo hubiera estado; no sería en sentido total si el pecado la hubiera tocado aun levemente en cualquier momento de su vida. María es la “llena de gracia” por antonomasia, porque su vida estuvo siempre rebosante de vida divina de amor a Dios.

 

        3.- Inmaculada por Madre. El saludo a la “llena de gracia” fue precisamente para anunciarla este mensaje de parte de Dios. María estaba destinada por Dios para ser la madre de su Hijo. Desde su Concepción debía estar llena totalmente de Dios, en cuanto a una criatura le es posible. Su maternidad debía ser un denso reflejo de la Paternidad Santa de Dios Padre y por otra parte, debía estar llena del Espíritu de Dios, pues por su potencia debía colaborar con ella en la generación humana del Verbo de Dios en Jesús de Nazaret.

        No estaba bien que ni por un momento el pecado la poseyese, la hiciera enemiga de Dios. Así que Maria fue un Sí total a Dios desde el primer instante de su ser. Fue la Gracia perfecta, la redimida perfecta.

 

        4.- Inmaculada por corredentora. Es una conveniencia que pide que Maria sea concebida sin pecado y llena de la gracia de Dios. Convenía que fuera preservada  de todo pecado desde el primer instante de su existir en función de estar muy unida a Cristo, Único Redentor, que quiso asociar a su madre y tenerla junto a la cruz cuando moría por la salvación de los hombres sus hermanos. Era congruente y estaba perfecto que estuviera limpia de toda mancha, de todo pecado como corredentora subordinada en esta tarea por su Hijo, la que iba a colaborar con su Hijo en la limpieza del mundo; por eso fue preservada de toda mancha para ejercer su misión adecuada y coherentemente.

        5.- Inmaculada por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. María es tipo y modelo de todo creyente, de toda la Iglesia, santa e inmaculada. Ella ha sido elegida por Dios para ser imagen de lo quiere de todos nosotros. Bien está el que se arrepiente y se levanta. Pero mejor es no caer por su gracia. Maria tuvo este privilegio. Maria, desde el primer instante de su ser tenía que se la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis y es, en definitiva, la nueva criatura, la nueva creación.

        En el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. La desobediencia de la primera Eva fue reparada por la obediencia de la María, que por eso ha recibido el título de la Iglesia como “la madre de los vivientes”.

        Cristo y Maria representan a la nueva Humanidad restaurada de su condición primera. En los versos de la Hidalga del Valle, de nuestros poetas clásicos, queda perfectamente reflejada esta teología: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia, y es falta a la decencia, si pudiendo, no quería. Pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».

       

        6.- Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué grande hizo Dios a María y no sólo para Él sino para nosotros, qué plenitud de gracia, hermosura y amor. Nuestros sentimientos hacia ella en el día su fiesta son:

        a) El primer sentimiento nuestro para con María será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales desde el primer momento de su Concepción. Lo hacemos con sus mismas palabras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

 

        b) Dios ha hecho tan grande y limpia a Maria como icono y modelo nuestro.  Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su humildad en la grandeza, su fiarse totalmente de Dios en las dificultades, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, obediencia y seguimiento total. Es modelo de santidad en la fe, en el amor, en la esperanza cristianas. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza; amó hasta olvidarse de sí, creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario, creyendo que era el Salvador del mundo e el que moría abandonado de todos, hasta de sus mismos discípulos.

 

        c) ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Queremos ser buenos cristianos, seguidores de tu Hijo, pero caemos a cada paso. Queremos salvar a los hermanos, pero nos cansamos. ¡Ayúdanos tu, Virgen bella, Inmaculada, Auxiliadora del pueblo de Dios. Es tan grande tu poder ante Dios, porque eres omnipotente suplicando a tu Hijo que es omnipotente realizando, porque es Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

        Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada, recemos con ella con plena confianza. Ella es la mejor madre de la fe y del amor y de la esperanza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a los creyentes! ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

 

        ¡María, hermosa Nazaretana, Virgen guapa, Madre del alma, cuánto te quiero, cuánto nos quieres. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

Ésta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente: LA PURÍSIMA.

 

Rezamos con las palabras que el Papa Juan Pablo II dirigió a la Virgen María para consagrar el mundo a su Corazón Inmaculado, durante el Año Santo de la Redención:

 

ACTO DE CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

 

Madre de Cristo y Madre Nuestra,

al conmemorar el Aniversario
de la proclamación
de tu Inmaculada Concepción,

 deseamos unirnos
a la consagración que tu Hijo hizo
de sí mismo:
“Yo por ellos me consagro,

para que ellos sean consagrados
en la verdad”
(Jn 17, 19),
y renovar nuestra consagración,
personal y comunitaria,
a tu Corazón Inmaculado.


Te saludamos a ti, Virgen Inmaculada,

que estás totalmente unida

a la consagración redentora de tu Hijo.
Madre de la Iglesia:
ilumina a todos los fieles cristianos de España

en los caminos de la fe,

de la esperanza y de la caridad;

protege con tu amparo materno

a todos los hombres y mujeres de nuestra patria

en los caminos de la paz, el respeto y la prosperidad.

 

¡Corazón Inmaculado!
Ayúdanos a vencer la amenaza del mal

que atenaza los corazones de las personas

 

INDICE

Prólogo …………………………………………………………………………………………………….………… 5

Introducción…………………………………………………………………………………………………….…..7

Adviento………………………………………………………………………………………………………..……13

Retiro de Adviento………………………………………………………………………………………………14

Primera meditación del retiro: vivir el adviento con María………………………………26

Segunda meditación del retiro: implicaciones espirituales de la encarnación..37

Tercera mediación……………………………………………………………………………………………..50

Jueves marianos y eucarísticos……………………………………………………………………61-67

I domingo de adviento……………………………………………………………………………………...70

II domingo de adviento……………………………………………………………………………….…….87

III domingo de adviento…………………………………………………………………………….….….95

IV  domingo de adviento………………………………………………………………………………….107

Tiempo de Navidad…………………………………………………………………………………….….…111

Retiro de Navidad……………………………………………………………………………………….……120

25 de diciembre: Solemnidad: Natividad del Señor……………………………….……..135

Misa de medianoche…………………………………………………………………………………………135

Misa del día………………………………………………………………………………………………………140

Pregón de Navidad………………………………………………………………………………………… 147

Misa de la tarde……………………………………………………………………………………………… 152

Domingo: fiesta de la Sagrada Familia: Jesús, Maria y José…………………………155

1º de enero: Solemnidad: Santa María, Madre de Dios. ……………………………  140

Segundo Domingo de Navidad…………………………………………………………………………171

6 de enero: Solemnidad: Epifanía del Señor………………………………………………….174

Domingo: fiesta: Bautismo del Señor……………………………………………………….…….193

Tiempo de Cuaresma………………………………………………………………………………..…….201

Retiro de Cuaresma“convertíos y creer en el evangelio”…….………………………..201

Miércoles de ceniza………………………………………………………………………………..……….207

I domingo de Cuaresma………………………………………………………………………………….211

II domingo de Cuaresma………………………………………………………………………………..221

III domingo de Cuaresma………………………………………………………………………….……232

IV domingo de Cuaresma………………………………………………………………………………..246

V domingo de Cuaresma…………………………………………………………………………..….. 252

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor…………………………………………………...258

Jueves Santo  de la Cena del Señor……………………………………………………………..…265

Hora santa ante el Monumento………………………………………………………………….…..271

Meditación de la hora santa: “habiendo amado a los suyos, los amó..”.…….273

Viernes Santo de la Pasión del Señor…………………………………………………......…..280

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor…………………………………...……284

Sabado Santo: Vigilia Pascual en la Noche Santa…………………………….…..….….284

Domingo de Pascua de la Resurreción del Señor……………………………..…...…….288

II domingo de Pacua………………………………………………………………………………...……296

III domingo de Pascua………………………………………………………………………..…..…….301

IV domingo de Pascua…………………………………………………………………………….………314

V domingo de Pascua……………………………………………………………………………….….. 320

VI domingo de Pascua…………………………………………………………………………………….324

VII domingo de Pascua. Solemnidad: Ascención del Señor……..………..…………329

Retiro de Pentecostés ……………………………………………………………………………..……..336

Domingo de Pentecostés……………………………………………………………….…………………341

Solemnidad: Santísima Trinidad………………………………………………..………..…………346

Solemnidad: Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo…………………….….....…….. 359

Viernes. Solemnidad: Sagrado Corazón de Jesús……………………………….…………371

Retiro……………………………………………………………………………………………………...……….377

Inmaculadad Concepción ……………………………………………………………………..408

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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