¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS A JESÚS EN EL SAGRARIO? AYUDA PARA ORAR ANTE EL SAGRARIO

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

Altar de mi parroquia de Jaraiz de la Vera, donde hice mi primera comunión, ayudé como monaguillo y celebré mi primera misa solemne y Sagrario, donde hice mis primeras visitas a Jesús Eucaristía y nació y se alimentó mi vocación sacerdotal.

¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS A JESÚS EN EL SAGRARIO?

PARA ORAR ANTE EL SAGRARIO

PARROQUIA DE SAN PEDRO.- PLASENCIA.- 1966-2018

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS A JESÚS EN EL SAGRARIO?

PARA ORAR ANTE EL SAGRARIO

PARROQUIA DE SAN PEDRO.- PLASENCIA.- 1966-2018

PRÓLOGO

AYUDAS PARA LA ORACIÓN EUCARÍSTICA

            Esto es lo que pretende ser este libro. Quiere ser una ayuda sencilla y popular para pasar ratos de amistad junto a Jesucristo Eucaristía en el Sagrario. Ayuda fácil y asequible en el fondo y en la forma, que en todos nosotros siguieron un camino más o menos como este:primero mediante el rezo del Padre nuestro y Avemaría en la Estación al Santísimo Sacramento; luego pasando el tiempo, con la lectura meditativa,  reflexionando y meditando ante su Presencia Eucarística en el Sagrario hasta llegar con los años y purificación de nuestros fallos y pecados a una mayor intimidad y experiencia de Jesús en el Sagrario, para llegar finalmente a no rezar ni siquiera meditar nosotros sino que Cristo presonalmente por la oración-conversión  realizada, al estar nosotros vacios de nosotros mismos y de nuestras imperfecciones Él nos llena y nosotros lo sentimos con la simple mirada o contemplación de amor a Jesús Eucaristía. Me gustaría ver así a Jesús acompañado en todos los Sagrarios de nuestras parroquias e iglesias, principalmente por sus sacerdotes.

            Por eso, empieza con oraciones y cantos sencillos. Este libro está concebido para personas que llegan a la iglesia, están ante el Señor, y, al principio, no se les ocurren muchas ideas y formas para meditar o hablar con el Señor. Son almas sencillas y buenas cristianas, pero que necesitan ayuda.

            Lo he podido comprobar en mi larga vida pastoral. En concreto, en mi parroquia, desde hace cuarenta años, en una mesa, ponía folios, revistas, homilías y meditaciones, artículos interesantes de Revistas.   

Desde hace diez años, en los bancos, ahora en una estantería colocada y «enclavada» en la pared, he puesto los evangelios y diversos libros con esta inscripción: AYUDAS PARA LA ORACION.

La gente llega, y si tiene tiempo y le apetece o lo necesita, coge el evangelio o el libro que le gusta y a leer, meditando, reflexionando. Luego, una vez terminada su oración, vuelven a colocarlo en la estantería; o lo dejan en el banco y sirve para que otros lo cojan, sin moverse. Así seguimos durante muchos años.

            Por lo tanto, tú has llegado a la iglesia, has cogido este libro o lo traes de casa, haces la señal de la cruz, y empiezas ya a meditar CON la invocación que haces al Espíritu Santo; a continuación puedes meditar o cantar mentalmente  el canto que te guste, para esto pongo varios, y empiezas a leer, meditando, paras un poco, mirando al Sagrario, hablando y pidiendo luz al Señor y fuerzas para realizar en tu vida lo que meditas, vuelves a leer despacio, le hablas de tus cosas y problemas, le das gracias, miras otra vez al Sagrario, hablas con tu Amigo que siempre está en casa, con los brazos abiertos, en amistad permanente, revisas tu vida, pides perdón, prometes... y así hasta cumplir el tiempo que te tienes asignado.

Eso sí, para hacer oración diaria, como camino de vida, es necesario y obligado tener un tiempo y una hora fija, de la mañana o de la tarde, y no dejarlo para cuando tengas tiempo. Porque entonces no tendrás tiempo muchas veces, te olvidarás y terminarás dejándola. Testigo, la experiencia personal y de mi vida pastoral, mis feligreses. Y antes de terminar esta introducción, quisiera decirte dos cosas sobre la adoración eucarística.

Mi experiencia personal y pastoral, lo que he visto en mí mismo y en las personas a las que he acompañado en este camino de la oración, es que este camino es muy personal; hay tantos caminos como caminantes, porque «se hace camino al andar, que diría el poeta; no hay reglas fijas para recorrer el camino.

Ahora bien, así como no impongo ningún método especial para hacer oración, sin embargo, desde el primer kilómetro, hay tres verbos que deben estar siempre juntos porque se conjugan igual y no pueden separarse jamás: amar, orar y convertirse. En el momento que cualquiera de estos tres verbos falle, fallan los otros, y se acabó la oración personal verdadera; se convertirá en una práctica rutinaria, en el caso de que continúe haciéndose. Lo repetiré mil veces y siempre,  estos tres verbos amar, orar y convertirse se conjugan igual: quiero o estoy decidido a amar a Dios, en el mismo momento quiero orar y quiero convertirme a Dios, vivir para Él; quiero  orar, quiero convertirme; me canso de convertirme, me he cansado de orar y amar más a Dios.

            Para empezar, para iniciarse en este camino de la oración, de «encuentro de amistad» con Cristo, lo ordinario es necesitar de la lectura para provocar el diálogo; si a uno le sale espontáneo, lleva mucho adelantado en amor y en oración, pero no es lo ordinario: hay que leer meditando, orando, o meditar leyendo: es la tradición: «lectio, meditatio, oratio et contemplatio».

Necesitamos la lectura, principalmente de los evangelios, de textos litúrgicos o de libros santos, escritos por hombres de oración; lógicamente el Oficio de Lectura es un camino estupendo, pero también pueden ayudar para empezar libros sencillos y comprensibles, siempre llenos de amor, sobre todo a Jesucristo Eucaristía.

Y es que la oración puede hacerse en muchos sitios, pero teniendo al Señor, deseoso de nuestra amistad, en cualquier Sagrario de la tierra, para eso se quedó con nosotros hasta el final de los tiempos, con solo mirar y ver que te está mirando, ya te sale o provoca el diálogo.

Esta ha sido mi intención al escribir el presente libro, porque sólo he pretendido que Jesús sea más amado, conocido y seguido, y, para esto, la oración ante el Sagrario es el mejor camino. Es necesario que el creyente aprenda a situarse ante Jesús Eucaristía, y si no le sale nada, que lea  libros que ayuden a la lectura espiritual meditada, que aprenda a situarte al alcance de la Palabra de Dios, a darle vueltas en el corazón, a dejarse interpelar y poseer por ella, a levantar la mirada y mirar al Sagrario y consultar con el Jefe lo que estás meditando y preguntarle y pedirle luz y fuerza y lo que se te ocurra en relación con Él; y Cristo Eucaristía, que siempre nos está esperando en amistad permanente con los brazos abiertos, con solo su presencia, “en espíritu y verdad” te dirá e irá sugiriendo  muchas cosas con deseos de mayor amor y amistad.

Y te digo que procures hacer la oración particular o personal junto al Sagrario, porque toda mi vida, desde que empecé, lo hice así. No entendí nunca la oración en la habitación teniendo al Señor tan cerca y tan deseoso de amistad, la oración siempre es más fácil y directa, basta mirar; y esto, estando alegre o triste, con problemas y sin ellos, la oración sale infinitamente mejor y más cercana y amorosa y vital en su presencia eucarística; es lógico, estás junto al Amigo, junto a Cristo, junto al Hijo Amado y Predilecto, junto a la Canción de Amor en la que el Padre nos canta su proyecto de Amor para el hombre, con Amor de Espíritu Santo. Estamos junto a «la fuente que mana y corre, aunque es de noche» esto es, por la fe.  

            No lo olvides: lo importante de la oración es querer amar más a Dios; y para eso, automáticamente, necesitas orar, hablar con Él todos los días, tener el encuentro diario de amistad, como pasa en todas las amistades humanas; y finalmente, al hablar con Él “en espíritu y verdad”, irás convirtiéndote, moderando la lengua, cambiando de formas de  comportamiento, de genio, de soberbia y de todo lo que impide la amistad con Cristo: y “todo lo demás se os dará por añadidura”.

ORACIONES EUCARÍSTICAS

I

¡JESUCRISTO, EUCARISTIA DIVINA, CANCIÓN DE AMOR DEL PADRE, REVELADA EN SU PALABRA HECHA CARNE Y PAN DE EUCARISTÍA, CON AMOR DE ESPÍRITU SANTO!

¡JESUCRISTO, TEMPLO, SAGRARIO Y SACRAMENTO DE MI DIOS TRINO Y UNO!

¡CUÁNTO TE DESEO, CÓMO TE BUSCO, CON QUÉ HAMBRE DE TI CAMINO POR LA VIDA, QUÉ NOSTALGIA DE MI DIOS TODO EL DÍA!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO VERTE PARA TENER LA LUZ DEL CAMINO, DE LA VERDAD Y LA VIDA.

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO ADORARTE, PARA CUMPLIR LA VOLUNTAD DEL PADRE CON AMOR EXTREMO!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO COMULGARTE, PARA TENER TU MISMA VIDA, TUS MISMOS SENTIMIENTOS, TU MISMO AMOR!

Y EN TU ENTREGA EUCARÍSTICA, QUIERO HACERME CONTIGO SACERDOTE Y VÍCTIMA AGRADABLE AL PADRE, CUMPLIENDO SU VOLUNTAD, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA.

QUIERO ENTRAR ASÍ EN EL MISTERIO DE MI DIOS TRINO Y UNO, POR LA POTENCIA DE AMOR DEL ESPÍRITU SANTO.

II

            ¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, HIJO DE DIOS ENCARNADO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE. TÚ LO HAS DADO TODO POR NOSOTROS CON AMOR EXTREMO HASTA DAR LA VIDA Y QUEDARTE SIEMPRE CONMIGO EN EL SAGRARIO EN INTERCESION Y OBLACIÓN PERENNE AL PADRE POR LA SALVACIÓN DE LOS HOMBRES!

¡TAMBIÉN YO QUIERO DARLO TODO POR TI Y PERMANECER JUNTO A TI EN EL SAGRARIO INTERCEDIENDO POR LA  SALVACIÓN DE LA IGLESIA Y DEL MUNDO ENTERO!

¡YO QUIERO SER Y VIVIR SIEMPRE EN TI; QUIERO SER TOTALMENTE TUYO, PORQUE PARA MI TU LO ERES TODO, YO QUIERO QUE LO SEAS TODO!

 

¡JESUCRISTO, EUCARISTÍA PERFECTA, YO CREO EN TI!

JESUCRISTO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO, YO CONFÍO EN TI!

¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS!

 

****

INVOCACIONES AL ESPÍRITU SANTO

 

PARA EMPEZAR LA ORACIÓN:

1.- Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Envía tu Espíritu y serán creados.

Y renovarás la faz de la tierra.

Oremos: Oh Dios que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, danos a gustar (sapere-saborear) lo que es recto según el mismo Espíritu, y gozar siempre de su consuelo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

2. ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

(Secuencia de la misa de Pentecostés)

Ven Espíritu Divino,

manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre,

Don, en tus dones espléndido.
Luz que penetra las almas,

fuente del mayor consuelo.

Ven, Dulce Huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,

brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas

y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,

Divina Luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre

si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,

si no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,

sana el corazón enfermo.
Lava las manchas,

infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,

guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones

según la fe de tus siervos.

por tu bondad y tu gracia

dale al esfuerzo su mérito;

salva al que busca salvarse

y danos tu gozo eterno .Amén.

 CANTOS E HIMNOS EUCARÍSTICOS

(Para empezar la visita a Jesucristo Eucaristía. Si estás en la iglesia y hay gente, lo puedes rezar como salmos en voz baja o cantar mentalmente. Son como las escaleras diarias para llegar a la oración personal)

1. CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES

Cantemos al Amor de los amores,
cantemos al Señor.
¡Dios está aquí! Venid, adoradores;
adoremos a Cristo Redentor.

¡Gloria a Cristo Jesús! Cielos y tierra,
bendecid al Señor.
¡Honor y gloria a ti, Rey de la gloria;
amor por siempre a ti, Dios del amor!

¡A ti, Señor cantamos,
oh Dios de nuestras glorias;
tu nombre bendecimos,
oh Cristo Redentor!

2. DE RODILLAS, SEÑOR, ANTE EL SAGRARIO

De rodillas, Señor, ante el Sagrario,

que guarda cuanto queda de amor y de unidad,

Venimos con las flores de un deseo, para que nos las cambies en frutos de verdad.

Cristo en todas las almas

En el mundo la paz.(bis)

Como estás, mi Señor, en la Custodia

Igual que la palmera que alegra el arenal,

Queremos que en centro de la vida

Reine sobre las cosas tu ardiente caridad.

Cristo en todas las almas

En el mundo la paz;

Cristo en todas las almas

En el mundo la paz.

3. OH BUEN JESÚS YO CREO FIRMEMENTE

Acto de fe

¡Oh, buen Jesús! Yo creo firmemente

que por mi bien estás en el altar,

que das tu cuerpo y sangre juntamente

al alma fiel en celestial manjar,

al alma fiel en celestial manjar.

Acto de humildad

Indigno soy, confieso avergonzado,

de recibir la santa Comunión;

Jesús que ves mi nada y mi pecado,

prepara Tú mi pobre corazón. (bis)

Acto de dolor

Pequé Señor, ingrato te he ofendido;

infiel te fui, confieso mi maldad;

me pesa ya; perdón, Señor, te pido,

eres mi Dios, apelo a tu bondad. (bis)

Acto de esperanza

Espero en Ti, piadoso Jesús mío;

oigo tu voz que dice “ven a mí”,

porque eres fiel, por eso en Ti confío;

todo Señor, espérolo de Ti. (bis)

Acto de amor

¡Oh, buen pastor, amable y fino amante!

Mi corazón se abraza en santo ardor;

si te olvidé, hoy juro que constante

he de vivir tan sólo de tu amor. (bis)

Acto de deseo

Dulce maná y celestial comida,

gozo y salud de quien te come bien;

ven sin tardar, mi Dios, mi luz, mi vida,

desciende a mí, hasta mi pecho ven. (bis)

  4. HIMNO EUCARÍSTICO

(Del Congreso Eucarístico de GUADALAJARA, Méjico, 2004, que cantamos todos los día, en el Cristo de la Batallas, en la Exposición del Santísimo, iniciada en esa misma fecha,  para la Adoración Eucarística, de 8 a 12,30 de la mañana, con el rezo de Laudes, y terminar a las 12,30 con la Hora intermedia, Bendición del Santísimo y reserva, antes de la santa misa)

Gloria a Ti, Hostia santa y bendita,
sacramento, misterio de amor;
luz y vida del nuevo milenio,
esperanza y camino hacia Dios. (2)

Es memoria Jesús y presencia,

es manjar y convite divino,
es la Pascua que aquí celebramos,

mientras llega el festín prometido.

¡Oh Jesús, alianza de amor,

que has querido quedarte escondido

te adoramos, Señor de la Gloria,

corazones y voces unidos!

Gloria a Ti, Hostia santa y bendita,
sacramento, misterio de amor;
luz y vida del nuevo milenio,
esperanza y camino hacia Dios. (2)

5. CERCA DE TI, SEÑOR

Cerca de Ti Señor, quiero morar,

tu grande y tierno Amor 
quiero gozar.

Llena mi pobre ser, 
limpia mi corazón,
hazme tu rostro ver 
en la aflicción.

Pasos inciertos doy,

el sol se va,
mas si contigo estoy,

no temo ya.

Himnos de gratitud 
ferviente cantaré,
y fiel a Ti Jesús, siempre seré.

Mi pobre corazón inquieto está,
por esta vida voy, buscando la paz.

Mas sólo Tú Señor, 
la paz me puedes dar,

cerca de Ti Señor,
yo quiero estar.

Yo creo en Ti Señor, yo creo en Ti,Dios vive en el altar
Si ciegos al mirar 
mis ojos no te ven
yo creo en Ti Señor, 
sostén mi fe. 

Espero en Ti, Señor, Dios de bondad,
mi roca en el dolor, puerto de paz.

Porque eres fiel Señor, 
porque eres la verdad,
espero en Ti Señor, 
Dios de bondad. 

presente en mí.

6. VÉANTE MIS OJOS

    Véante mis ojos,
    dulce Jesús bueno;

    véante mis ojos,
    muérame yo luego.

Vea quién quisiere
rosas y jazmines,
que si yo te viere,
veré mil jardines,
flor de serafines;
Jesús Nazareno,
véante mis ojos,
muérame yo luego.

No quiero contento,
mi Jesús ausente,
que todo es tormento
a quien esto siente;
sólo me sustente
su amor y deseo;

Véante mis ojos,
 muérame yo luego.

7. ORACIÓN EUCARÍSTICA 

Sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión el alma se llena de gracia,y se nos da la prenda de la gloria futura.

V/Le diste el pan del cielo, aleluya

R/Que contiene en sí todo deleite, aleluya.

Oremos: Oh Dios que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión; te pedimos nos concedas (celebrar, participar y) venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención; Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amen.

8. HIMNO DE VÍSPERAS

e, Señor, conmigo

siempre, sin jamás partirte,

y, cuando decidas irte,

llévame, Señor, contigo,

porque el pensar que te irás

me causa un terrible miedo

de si yo sin Ti me quedo,

de si Tú sin mí te vas

Llévame en tu compañía,

donde tu vayas, Jesús,

pues bien sé que eres Tú

la vida del alma mía;

si Tú vida no me das,

yo sé que vivir no puedo,

ni si yo sin Ti me quedo,

ni si Tú sin mí te vas

cuando Tú sin mi te vas.

Por eso más que la muerte,

temo, Señor, tu partida,

y prefiero perder la vida,

mil veces más que perderte,

pues la inmortal que tu das

sé que alcanzarla no puedo

cuando yo sin Ti me quedo

9. HIMNO EUCARÍSTICO: Adorote, devote...

Te adoro con devoción, Divinidad oculta,
verdaderamente escondido bajo estas apariencias.
A ti se somete mi corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.

La vista, el tacto, el gusto, se equivocan sobre ti,
pero basta con el oído para creer con firmeza.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más cierto que esta palabra de Verdad.

En la Cruz se escondía sólo la divinidad,
pero aquí también se esconde la humanidad;
Creo y confieso ambas cosas,
pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás,
pero confieso que eres mi Dios;

haz que yo crea más y más en Ti,
que en Ti espere; que te ame.

¡Oh, memorial de la Muerte del Señor!
Pan vivo que da la vida al hombre:
Concédele a mi alma que de ti viva,
y que siempre saboree tu dulzura.

Señor Jesús, bondadoso pelícano,
límpiame, a mí inmundo, con tu sangre,
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto,

te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:
Que al mirar tu rostro ya no oculto
sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.

10. CANTO EUCARÍSTICO: Pange, lingua..Tantum ergo..

Canta, lengua, el misterio del cuerpo glorioso y de la sangre preciosa que el Rey de las naciones, fruto de un vientre generoso, derramó como rescate del mundo.

Nos fue dado, nos nació de una Virgen sin mancilla; y después de pasar su vida en el mundo, una vez esparcida la semilla de su palabra, terminó el tiempo de su destierro dando una admirable disposición.

En la noche de la última cena, recostado a la mesa con los hermanos, después de observar plenamente la ley sobre la comida legal, se da con sus propias manos como alimento para los Doce.

El Verbo hecho carne convierte con su palabra el pan verdadero con su carne, y el vino puro se convierte en la sangre de Cristo. Y aunque fallan los sentidos, basta la sola fe para confirmar al corazón recto en esa verdad.

Veneremos, pues, inclinados tan gran Sacramento; y la antigua figura ceda el puesto al nuevo rito; la fe supla la incapacidad de los sentidos.

Al Padre y al Hijo sean dadas alabanza y júbilo, salud, honor, poder y bendición; una gloria igual sea dada al que de uno y de otro procede. Amén.

1. ¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS A JESÚS EUCARISTÍA EN EL SAGRARIO?

 “Yo soy el pan de vida”

(Custodia de mi Seminario de Plasencia donde yo adoré al Señor todos los jueves en la Hora Santa Eucarística)

  1.1. PORQUE ES CRISTO VIVO Y RESUCITADO, EL QUE ESTUVO EN PALESTINA Y AHORA ESTÁ EN EL CIELO

Lo dice el Señor: “Yo soy el pan de vida, quien come de este pan vivirá eternamente“; luego podemos empezar ya aquí abajo la vida eterna; el cielo empieza en el Sagrario,  porque el cielo es Dios, y Dios está en el Sagrario ¡Con qué respeto y adoración hay que mirarlo, hacer la genuflexión si uno puede; es Dios, el Hijo de Dios,  el Hijo amado del Padre, nuestro cielo y el de la Santísima Trinidad, la felicidad del Padre bueno de todos los hombres, que me soñó para una Eternidad de felicidad con Él, y, roto este primer proyecto por el pecado de Adán,  nos envió al Hijo Amado, para empezar ya el cielo en la tierra: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna... porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para salvar...”.

Con el mismo Amor de Espíritu Santo fue también el Hijo, el que, viéndole entristecido al Padre, porque el hombre había roto este sueño de amor eterno con la Beatífica Trinidad, le dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”, y vino para recuperarlo y abrirnos las puertas de la felicidad eterna, de la esencia trinitaria, en familia divina de Amor, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, por el Beso y Abrazo de Amor de Espíritu Santo, en que somos sumergidos por la adoración eucarística: “El Padre está en mí... yo en vosotros y vosotros en mí... el Padre y yo somos uno... el que me come vivirá por mí...si alguno me ama, mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”, vivirá vida personal y trinitaria.

             En el Sagrario, el pan de vida es templo, sacramento y misterio de la Santísima Trinidad, porque en él está el Padre cantando su Canción y Proyecto de Amor a los hombres en su Hijo Amado presente desde la consagración del pan por obra del Espíritu Santo, como lo hizo en el seno de María, y lo sigue haciendo presente en todos los sacramentos, porque todos son participación en la vida divina y esta vida divina siempre es trinitaria y siempre es el Amor, el Espíritu Santo quien la comunica, quien nos santifica, quien nos une a Dios Trino y Uno, y, por tanto, quien nos introduce o nos hace partícipes de la experiencia de Amor Trinitario, del Amor de Dios a los hombres, siempre por el Espíritu Santo, tanto en la acción y oración litúrgica como en la personal, que siempre están unidas o deben estarlo para ser una participación «digna, santa y consciente».

            La oración eucarística es y debe ser esencialmente adoración (orare ad) de amor a la Santísima Trinidad presente por el Hijo, Pan de Vida, en el Sagrario, y por ella somos introducidos en el misterio de Amor y Felicidad eterna, en la vida eterna y trinitaria de nuestro Dios por su Palabra hecha primero carne, y luego pan de vida siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo: “Yo soy el pan de la Vida... el que come de este pan vivirá eternamente... tiene ya la vida eterna...” No como el pan de este mundo que comemos y morimos.

El Pan de Vida es Jesucristo, vida divina y trinitaria encarnada en carne humana, triturada en la cruz en el sacrificio de amor por nosotros y hecha pan de Eucaristía: “Yo soy el pan de Vida”, Canción de Amor en la que el Padre nos canta todo su proyecto de Amor Infinito con Fuego de Espíritu Santo; y si en el primer proyecto entraba el que Dios bajara todas las tardes a hablar con nuestros primeros padres, este proyecto ha sido superado por la venida del Hijo, que se ha quedado con nosotros con los brazos abiertos en todos los Sagrarios de la tierra, en amistad permanente: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

Cuando entres en una iglesia, ya sabes que Él te está esperando desde siempre; por eso, tu primera mirada, tu primer saludo, tu primer beso debe ser para el Sagrario, para Jesús Eucaristía. No lo olvides. Y hazlo ahora mismo, si no lo hiciste. Porque Él te está mirando.

1.2. PORQUE ES EL HIJO DE DIOS QUE SE HIZO CARNE HUMANA Y PAN DE EUCARISTÍA PARA ABRIRNOS LAS PUERTAS DE LA ETERNIDAD

Primero se hizo carne y luego pan de Eucaristía para abrirnos las puertas de la eternidad, que fueron cerradas por nuestros primeros padres. Él se hizo carne por mí, para revelarme y realizar este segundo proyecto del Padre, tan maravilloso que la Liturgia Pascual casi blasfema, como si se alegrase de que el primero fuera destruido por el pecado de los hombres: «¡Oh feliz culpa, que nos mereció un tan grande Salvador!». Yo creo que la Liturgia se pasa llamando feliz a la culpa, al pecado.

Ciertamente que Jesucristo y el misterio eucarístico han superado totalmente el primer proyecto; descúbrelo, medítalo, agradéceselo, ámalo, adóralo. Pide fe y amor. Adora, adora y ponte de rodillas, pon de rodillas toda tu vida, en adoración permanente, que Dios Eucaristía sea el único Dios de tu vida, abajo todos los ídolos, que impiden su presencia en tu corazón.

Si no te vacías de ti mismo, de tus posesiones de soberbia, avaricia, lujuria, ira, faltas de amor, de perdón, Dios no puede entrar dentro de ti, porque estás lleno de ti mismo y no cave Dios.

Ayúdame, Señor, a vaciarme de todo para poder poseerte a Ti, sólo a Ti, Tu eres Dios, y tengo hambre de Ti, porque tengo hambre de lo infinito, y no me sacian las migajas de las criaturas...lo tengo todo, y me falta el Todo, porque el Todo es Cristo, mi Cristo Eucaristía.

1. 3. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO VIVO, VIVO Y RESUCITADO, que antes de marcharse al cielo... “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en la noche de la Última Cena, temblando de emoción, cogió un poco de pan y dijo: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre que se derrama por vosotros” y como Él es Dios, así se hizo y así permanece por los siglos, como pan que se reparte con amor, como sangre que se derrama en sacrificio para el perdón de nuestros pecados.

Todos recordáis aquella escena. La acabamos de evocar en la lectura del evangelio. Fue hace veinte siglos, aproximadamente sobre estas horas, en la paz del atardecer más luminoso de la historia, Cristo nos amó hasta el extremo, hasta el extremo de su amor y del tiempo y de sus fuerzas, e instituyó el sacramento de su Amor extremo. Aquel primer Jueves Santo Jesús estaba emocionado, no lo podía disimular, le temblaba el pan en las manos, sus palabras eran profundas, efluvios de su corazón: “Tomad y Comed, esto es mi cuerpo...”, “Bebed todos de la copa, esta es mi sangre que se derrama por vosotros...” Y como Él es Dios, así se hizo. Para Él esto no es nada, Él que hace los claveles tan rojos, unas mañanas tan limpias, unos paisajes tan bellos.

Y así amasó Jesús el primer pan de Eucaristía. Porque nos amó hasta el extremo, porque quiso permanecer siempre entre nosotros, porque Dios quiso ser nuestro amigo más íntimo, porque deseaba ser comido de amor por los que creyesen y le amasen en los siglos venideros, porque “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, como nos dice el Apóstol Juan, que lo sabía muy bien por estar reclinado sobre su pecho aquella noche. Por eso, queridos hermanos, antes de seguir adelante, hagamos un acto de fe total y confiada en la presencia real y verdadera de Cristo en la Eucaristía. Porque Él está aquí. Siempre está ahí, en el pan consagrado, pero hoy casi barruntamos más vivamente su presencia, que quisiera como saltar de nuestros sagrarios para hacer presente otra vez la liturgia de aquel Jueves Santo, sin mediaciones sacerdotales.

            Queridos hermanos, esta entrega en sacrificio, esta presencia por amor debiera revolucionar toda nuestra vida, si tuviéramos una fe viva y despierta. Descubriríamos entonces sus negros ojos judíos llenos de luz y de fuego por nosotros, expresando sentimientos y palabras que sus labios no podían expresar; esos ojos tan encendidos podrían despertar a tantos cristianos dormidos para estas realidades tan maravillosas, donde Dios habla de amor incomprensible para los humanos. Este Cristo eucaristizado nos está diciendo: Hombres, yo sé de otros cielos, de otras realidades insospechadas para vosotros, porque son propias de un Dios infinito, que os amó primero y os dio la existencia para compartir una eternidad con todos y cada uno de vosotros. Yo he venido a la tierra y he predicado este amor y os he amado hasta dar la vida para deciros y demostraros que son verdad, que el Padre existe y os ama,  y que el Padre las tiene preparadas para vosotros; yo soy“el testigo fiel”, que, por afirmarlas y estar convencido de ellas, he dado mi vida como prueba de su amor y de mi amor, de su Verdad, que soy Yo, que me hizo Hijo aceptándola: “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, la Palabra era Dios”; “Tanto amó Dios al mundo que  entregó  a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”.

“Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí…”dice el Señor. Qué profundo significado encierran estas palabras para todos, especialmente para nosotros, los sacerdotes. Todos debiéramos recordarlas cuando celebramos la santa Eucaristía: “acordaos de mí...”  acordaos de mis sentimientos y deseos de redención por todos, acordaos de mi emoción y amor por vosotros, acordaos de mis ansias de alimentar en vosotros la misma vida de Dios, acordaos... y nosotros, muchas veces, estamos distraídos sin saber lo que hacemos o recibimos; bien estuvo que nos lo recordases, Señor, porque Tú verías muchas distracciones, mucha rutina, muchos olvidos y desprecios, en nuestras Eucaristías, en nuestras comuniones, distraídos sin darte importancia en los sagrarios olvidados como trastos de la iglesia, sin presencia de amigos agradecidos. Vosotros, los sacerdotes, cuando consagréis este pan y vosotros, los  comulgantes, cuando comulguéis este pan, acordaos de toda esta ternura verdadera que ahora y siempre siento por vosotros, de este cariño que me está traicionando y me obliga a quedarme para siempre tan cerca de vosotros en el pan consagrado, en la confianza de vuestra respuesta de amor... Acordaos... Nosotros, esta tarde de Jueves Santo, NO TE OLVIDAMOS, SEÑOR. Quisiéramos celebrar esta Eucaristía y comulgar tu Cuerpo con toda la ternura de nuestro corazón, que te haga olvidar todas las  distracciones e indiferencias nuestras y ajenas;  nos acordamos agradecidos ahora de todo lo que nos dijiste e hiciste y sentiste y sigues sintiendo por nosotros y te recodamos y recordaremos siempre agradecidos, desde lo más hondo de nuestro corazón.

1. 4. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ LA CARNE TRITURADA Y RESUCITADA PARA NUESTRA SALVACIÓN, el precio de la redención, lo que yo valgo, el sacrificio permanente de amor que Cristo ha realizado para rescatarme; y ahí está la persona que lo ha hecho, que más me ha querido, que más me ha valorado, que más ha sufrido por mí, el que más ha amado a los hombres, el único que sabe lo que valemos cada uno de nosotros, porque ha pagado el precio por cada uno.

            Cristo es el único que sabe de verdad lo que vale el hombre; la mayoría de los políticos, de los filósofos, de tantos pseudo-salvadores, científicos y cantamañanas televisivos no valoran al hombre, porque no lo saben ni han pagado nada por él, ni se han jugado nada por él; si es mujer, sólo valoran su físico y poco más, puedes verlo todos los días en la tele; y si es hombre, lo que valga su poder, su cartilla, su dinero, pero ninguno de esos da la vida por mí.

            El hombre es más que hombre, más que esta historia y este espacio, el hombre es eternidad. Sólo Dios sabe lo que vale el hombre. Porque Dios pensó e hizo al hombre, y porque lo sabe, por eso le ama y entregó a su propio Hijo para rescatarlo. ¡Cuánto valemos! Valemos el Hijo de Dios muerto y resucitado, valemos la Eucaristía.

            Cuando en los días de la Semana Santa, medito la Pasión de Cristo o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver a Cristo pasar junto a mí, escupido, abofeteado, triturado, crucificado... Y siempre me hago la misma pregunta: ¿por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto dolor, tanto sufrimiento, tanto escarnio..., hasta la misma muerte?; ¿no podía haber escogido el Padre otro camino menos duro para nuestra salvación? Y ésta es la respuesta que Juan, testigo presencial del misterio, nos da a todos: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el, sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta ese extremo, porque este “entregó” tiene cierto sabor de “traicionó o abandonó”.    

            S. Pablo, que no fue testigo histórico del sufrimiento de Cristo, pero lo vivió y sintió en su oración personal de contemplación del misterio de Cristo,  admirado, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...” Y es, para Pablo como para Juan, el misterio de Cristo, enviado por el Padre para abrirnos las puertas de la eternidad,  es un misterio que le habla tan claramente de la predilección de amor de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en el corazón de Dios Trinidad y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne y triturada, especialmente en su pasión y muerte, que le hace exclamar: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2, 19-20). 

Realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por Pablo como plenitud de amor y obediencia de adoración al Padre, en entrega total, con amor extremo, hasta dar la vida.  Al contemplar así a Cristo abandonado, doliente y torturado,  no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”.

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte y separación y voluntad pecadora, sino que entrega la persona del Hijo en su humanidad finita “para que no perezca ninguno de los que creen el Él”. Yo creo que Dios se ha pasado de amor con los hombres: “Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nuestros pecados” (Rom 5,8). 

Porque  ¿donde está la justicia? No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios  Padre hizo por salvarlos, porque sabemos que Dios es Amor, nos dice san Juan, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir; y con su criatura, el hombre, esencialmente finito y deficitario,  Dios es siempre Amor misericordioso, por ser amor siempre gratuito, ya que el hombre no puede darle nada que Él no tenga, sólo podemos darle nuestro amor y confianza total. Hermanos, confiemos siempre y por encima de todo en el amor misericordioso de Dios Padre por el Hijo, el Cristo de la misericordia: Santa Faustina Kowalska.

Porque este Dios tiene y ha manifestado una predilección especial por su criatura el hombre. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo un redentor, su propio Hijo, hecho hombre; para el ángel no hubo Hijo redentor, Hijo hecho ángel. ¿Por qué para nosotros sí y para ellos no? ¿Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí...? es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al mundo...¡Qué gran Padre tenemos, Abba, cómo te quiere tu Padre Dios, querido hermano!

 Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del Amor del Padre a los hombres en el Hijo, y del  Amor del Hijo al Padre por los hombres en el mismo Amor de Espíritu Santo: “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”; y  el Padre la dio en la humanidad del Hijo, con la potencia de su mismo Espíritu, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre por todos nosotros,  en la soledad y muerte de la humanidad asumida por el Hijo, Palabra y Canción de Amor revelada por el Padre en la que nos ha cantado todo su proyecto de Amor, en su humanidad triturada en la cruz y hecha pan de Eucaristía con Amor de Espíritu Santo, por la que somos introducidos en la esencia y Felicidad de Dios Trino y Uno, ya en la tierra.

Queridos hermanos, qué maravilloso es nuestro Dios. Creamos en Dios, amemos a Dios, confiemos en Él, es nuestro Padre, principio y fin de todo.  Dios existe, Dios existe y nos ama; Padre Dios, me alegro de que existas y seas tan grande, es la alegría más grande que tengo y que nos has revelado en tu Palabra hecha carne primero y luego pan de Eucaristía por la potencia de Amor de tu mismo Espíritu.

Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre,  soñado en éxtasis eterno de amor y felicidad... Hermano, si tú existes, es que Dios te ama; si tú existes, es que Dios te ha soñado para una eternidad de gozo con Él, si tú existes es que has sido preferido entre millones y millones de seres posibles que no existirán, y se ha fijado en ti y ha pronunciado tu nombre para una eternidad de gozo hasta el punto que roto este primer proyecto de amor, nos ha recreado en el Hijo:“tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que  tengan vida eterna Él”,

¡Cristo Jesús, nosotros te queremos, nosotros creemos en Ti; Cristo Jesús, nosotros confiamos en Ti, Tú eres el Hijo de Dios encarnado, el único que puede salvarnos del tiempo, de la muerte y del pecado. Tú eres el único Salvador del mundo!

1.5. PORQUE «…EN LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA SE CONTIENE TODO EL BIEN ESPIRITUAL DE LA IGLESIA, A SABER, CRISTO MISMO, nuestra pascua y pan vivo que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo» (PO 6).

            «...los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente unidos a la Sagrada Eucaristía y a ella se ordenan». «Ninguna Comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzar toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 5 y 6).

            Por todo ello y mil razones más, que no caben en libros sino sólo en el corazón de Dios, los católicos verdaderos, los que creen de verdad y viven su fe, adoramos, visitamos y celebramos los misterios de nuestra fe y salvación y nos encontramos con el mismo Cristo Jesús en la Eucaristía.

            Voy a poner algunos documentos más del Vaticano II para que nos demos cuenta que es centro y fundamento y fuente de toda la vida de la Iglesia y sin misa de Domingo no hay cristianismo, porque no hay Cristo:

Rv 26: [...] la vida de la Iglesia se desarrolla por la participación asidua del misterio eucarístico...

M 6 c: [... la Iglesia,] como cuerpo del Verbo encarnado cI1.Ie es, se alimenta y vive de la Palabra de Dios y del Pan eucarístico.

M 39 a: [... presbíteros], por su propio ministerio—que consiste sobre todo en la Eucaristía, la cual perfecciona a la Iglesia—, comulgan con Cristo Cabeza y llevan a otros a la misma comunión...

Rv 21: La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo.

VR 15 a: La vida común, a ejemplo de la Iglesia primitiva, [.1, nutrida por la doctrina evangélica, la sagrada liturgia y, señaladamente, por la Eucaristía, debe perseverar en la oración y en la comunión del mismo espíritu (cf. Act 2,42).

La Eucaristía, centro de los sacramentos y ministerios

P 5 b: [...] los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan.

M 9 b: Por la palabra de la predicación y por la celebración de los sacramentos, cuyo centro y cima es la santísima Eucaristía, la actividad misionera hace presente a Cristo, autor de la salvación.

L 10 a: [...] los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor.

P 5b: [...] la Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica, como quiera que los catecúmenos son poco a poco introducidos a la participación de la Eucaristía, y los fieles, sellados ya por el sagrado bautismo y la confirmación, se insertan por la recepción de la Eucaristía plenamente en el Cuerpo de Cristo.

Presencia de Cristo en la Eucaristía

L 7 a: [...] Cristo está siempre presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio dé la

Misa, sea en la persona del ministro, “ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz”, sea sobre todo bajo las especies eucarísticas.

P 5 e: La casa de oración en que se celebra y se guarda la santísima Eucaristía y se consagran los fieles y en que se adora, para auxilio y consuelo de los fieles, la presencia del Hijo de Dios, salvador nuestro, ofrecido por nosotros en el ara del sacrificio, debe estar nítida, dispuesta para la oración y las sagradas solemnidades.

FS 8 a: Enséñeseles [a los seminaristas] a buscar a Cristo [...] sobre todo en la Eucaristía y el Oficio divino.

La celebración eucarística, centro de la comunidad cristiana

P 6 e: [...] ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad.

O 30 f: En el cumplimiento de la obra de santificación, procuren los párrocos que la celebración del sacrificio eucarístico sea centro y culminación de toda la vida de la comunidad cristiana...

P 5 c: Es, [...J, la sinaxis eucarística el centro de toda la asamblea de los fieles, que preside el presbítero.

I 26 a: En ellas [las comunidades locales] se congregan los fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor “para que por medio del cuerpo y de la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad”.

Toda Misa, acto de Cristo y de la Iglesia

P 13 c: [... la Misa], aunque no pueda haber en ella presencia de fieles, es ciertamente acto de Cristo y de la Iglesia.

L 27 b: Esto [la preeminencia de la celebración comunitarial vale sobre todo para la celebración de la Misa, quedando siempre a salvo la naturaleza pública y social de toda Misa, y para la administración de los sacramentos.

I 50 d: [.. .1 al celebrar el sacrificio eucarístico es cuando mejor nos unimos al culto de la Iglesia celestial...

El sacrificio eucarístico, realización redentora

P 13 c: En el misterio del sacrificio eucarístico, en que los sacerdotes cumplen su principal ministerio, se realiza continuamente la obra de nuestra redención, y, por ende, encarecidamente se les recomienda su celebración cotidiana...

L 2: [.1 la liturgia, por cuyo medio “se ejerce la obra de nuestra redención”, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia.

FS 4 a: [Los seminaristas] deben prepararse para el ministerio del culto y de la santificación, a fin de que, orando y realizando las sagradas celebraciones litúrgicas, ejerzan la obra de salvación por medio del sacrificio eucarístico y los sacramentos.

La oblación personal en el sacrificio eucarístico

Iii a: [Los fieles,] participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella.

P 5 c: Los presbíteros, [...], enseñan a fondo a los fieles a ofrecer a Dios Padre la Víctima divina en el sacrificio de la Misa y a hacer juntamente con ella oblación de su propia vida.

34 b: [...] las mismas pruebas de la vida, si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (cf. 1 Petr 2,5), que en la celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al Padre junto con la oblación del cuerpo del Señor.

1.6. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO CON LOS BRAZOS ABIERTOS EN ETERNA AMISTAD

            La presencia Eucarística es la presencia de Cristo en amistad permanente ofrecida con amor extremo a todos los hombres, hasta el final de su vida, de sus fuerzas y del tiempo.

            Sólo la fe viva y despierta por el amor nos lleva poco a poco a reconocerla y descubrirla y gozar al Señor, al Amado, bajo las especies del pan y del vino: «visus, tactus, gustus in te fallitur, sed auditu solo tuto creditur: no se puede experimentar y vivir con gozo desde los sentidos», es la fe la que descubre su presencia, hasta poder decir con san Juan de la Cruz: «y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura».

            “¡Es el Señor!”exclamó el apóstol Juan en medio de la penumbra y niebla del lago de Genesaret después de la resurrección, mientras los otros discípulos, menos despiertos en la fe y en el amor, no lo habían descubierto.

Él había reclinado su cabeza sobre su corazón en la Última Cena y sintió y consistió, sentir con, todos los latidos de su corazón. Si no se descubre su presencia y se experimenta, para lo cual no basta una fe heredada y seca sino que hay que pasar, por la oración personal, por la adoración eucarística, a la fe personal e iluminada por el fuego del amor, el sagrario se convierte en un trasto más de la iglesia; una vida eucarística pobre indica una vida cristiana pobre y un apostolado pobre, incluso nulo.

Qué vida tan distinta en un seglar, sobre todo en un sacerdote, qué apostolado tan diferente entre una catequista, una madre, una novia eucarística y otra que no ha encontrado todavía este tesoro y esta perla preciosa, precisamente por no haber vendido nada o poco de su tiempo y de su dedicación a comprar este tesoro; no tiene intimidad con el Señor, porque para esto hay vender mucho de nuestro tiempo, soberbia, avaricia y pecados: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.

            Conversar y pasar largos ratos con Jesús Eucaristía es vital y esencial para mi vida cristiana, sacerdotal, apostólica, familiar, profesional, para ser buen hijo, buen padre, buena madre cristiana. A los pies del Santísimo, a solas con Él, con la luz de la lamparilla de la fe y del amor encendidos, aprendemos las lecciones de amor y de entrega, de humildad y paciencia que necesitamos para amar y tratar a todos y también poco a poco nos vamos encontrando con el Cristo del Tabor en el que el Padre tiene sus complacencias y nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, algún día luminoso de nuestra fe, cuando el Padre quiera, oiremos su voz desde el cielo de nuestra alma habitada por los TRES que nos dice: “Éste es mi Hijo, el amado, escuchadle.”

 1.7. PORQUE El SAGRARIO ES TEMPLO Y  MORADA DE LA TRINIDAD EN LA TIERRA.

            El sagrario es morada de Dios Trino y Uno en la tierra porque el Pan consagrado, Cristo Eucaristía, es la Palabra que me revela el proyecto del Amor Personal de Dios Padre, por la potencia de Amor del Espíritu Santo, Amor Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre que lo acepta todo de Él y le hace Padre, aceptándolo, y es Hijo obediente hasta la muerte en el que se complace en el mismo Amor de Espíritu Santo; “el pan de vida” es Cristo Eucaristía, Palabra y Música y pentagrama de Amor en la que el Padre me canta y pronuncia su Palabra con de Amor de Espíritu Santo, por la que todo ha sido pensado y realizado: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios…Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”.

            Venerando y amando a Jesucristo Eucaristía, no solo me encuentro con Él, sino que me voy encontrando poco a poco también con el Padre que le está enviando para cumplir su proyecto de Salvación, por la fuerza y potencia amorosa del Espíritu Santo, que lo forma en el seno de María y en el pan y en el vino, como Verbo que nos revela el proyecto de amor del Padre. Venerándole, yo doy gloria al Padre, adoro su proyecto de Salvación, que le ha llevado a manifestarme su amor hasta el extremo en el Hijo muy amado, Su Palabra pronunciada y velada y revelada para mí en el sagrario por su Amor personal que es el Espíritu Santo y al contemplarle en esos momentos de soledad y de Tabor, iluminado e identificado yo con esa Palabra por la adoración contemplativa, identificado con Él, el Padre no ve en mí sino al Amado en quien ha puesto todas sus complacencias.

1.8. PORQUE EN EL PAN CONSAGRADO ENCUENTRO A   JESUCRISTO, ALEGRÍA Y DULZURA DE MI FE Y AMOR.

            ¡Qué gozo ser católico, tener fe, poder celebrar el Corpus Christi, creer en Jesucristo Eucaristía! ¡Qué gozo haberme encontrado con Él, saber que no estoy solo, que Él me acompaña, que mi vida tiene sentido! ¡Qué gozo saber que Alguien me ama, que si existo, es que Dios me ama, y en el Hijo Eucaristía, me ama hasta ese extremo; hasta el extremo del tiempo, hasta el extremo del amor y de sus fuerzas, hasta el extremo de dar la vida por mí, hasta el extremo de ser Dios y, por amor, hacerse hombre, y venir en mi búsqueda, para abrirme las puertas de la amistad y amor de mi Dios Trino y Uno! ¡Qué gozo saber que se ha quedado para siempre conmigo en el pan consagrado, en cada Sagrario de la tierra, con los brazos abiertos, en amistad permanentemente ofrecida!

            ¡Cómo no amarlo, adorarlo y comerlo! ¡ cómo no besarlo y abrazarlo y llevarlo sobre los hombros por calles y plazas, gritando y cantando, proclamando que Dios existe y nos ama, que la vida tiene sentido y es un privilegio existir, porque ya no moriremos nunca, que nuestra vida es más que esta vida y que este tiempo y este espacio, que soy eternidad, porque el Hijo de Dios Eterno me lo ha revelado y lo ha demostrado con su muerte y resurrección, que hace presente en la Eucaristía, donde me dice: “¡ yo soy el pan de la vida, el que coma de este pan, tiene la vida eterna”!

            ¡Cómo no proclamarlo y gritarlo cuando todo esto se cree, pero, sobre todo, se puede vivir, gustar y saborear ya aquí abajo, y empieza el cielo en la tierra, y se viven ratos de eternidad, en encuentros de amistad y de oración junto al Sagrario, donde el Padre me está diciendo su Palabra de

Amor en el Hijo, encarnado primero en carne, luego, en el pan consagrado, por la potencia de su Amor, que es Espíritu Santo!

            Jesucristo Eucaristía, desde su presencia eucarística y trinitaria, en «música callada» me está cantando, “revelando” la canción de Amor “extremo”, infinito del Padre al hombre por la potencia de Amor, Espíritu Santo: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”, donde el Resucitado, en Eucaristía permanente, en oblación e intercesión perenne al Padre, con Amor de Espíritu nos está diciendo: no te olvido, te amo, ofrezco mi vida y amistad por ti y quiero hacerte partícipe de mi misma vida y sentimientos y gozo eterno: “a vosotros no os llamo siervos... a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha revelado el Padre, os lo he dado a conocer”.

            Cristo Eucaristía ¡qué gozo haberte conocido por la fe, sobre todo, por la fe viva y experimentada en la oración personal o litúrgica, no meramente creída o celebrada! ¡Qué gozo haberme encontrado contigo por la oración personal y eucarística: «que no es otra cosa oración... sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Parece como si la santa hubiera hecho esta definición mirando al sagrario.

            Por eso, qué necesidad absoluta tiene la Iglesia de todos los tiempos de tener, especialmente en los seminarios y noviciados y casas de formación, montañeros que hayan subido hasta la cumbre del Tabor eucarístico, y puedan enseñar, no sólo teórica, sino vivencialmente, este camino; necesitamos exploradores, como los de Moisés, que hayan llegado a la tierra prometida de la vivencia eucarística y puedan volver cargados de frutos, para enseñar la ruta, dejando otros caminos que nos llegan hasta el corazón del pan o de los ritos sagrados, hasta las personas divinas.

            El camino es fácil de saber, pero exige oración permanente que nos lleva a la conversión permanente para llegar al amor total y permanente; hay que dejarlo todo, para llenarnos del Todo, y estamos muy llenos de nosotros mismo; tanto que no cabe Dios, el Todo; tenemos que dejar que Dios sea Dios: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu amor”. El Cuerpo de Cristo, el Corpus Christi es el único alimento, pero sabiendo que una cosa es comer, y otro comulgar con los sentimientos y la vida de Cristo: “sin mí no podéis hacer nada...  el que me coma, vivirá por mí”.

2.- PORQUE EN EL SAGRARIO ME ENCUENTRO CON EL MISMO CRISTO MISERICORDIOSO QUE CURÓ A  LA HEMORROÍSA

           Es el mismo Cristo, ya pleno de luz y de gloria, intercediendo por todos nosotros ante el Padre, el mismo de Palestina, el Cristo de la Hemorroísa, dispuesto a curarnos nuestras enfermedades, de cuerpo y de alma, si le tocamos, como ella, con fe y amor y esperanza convencida.

            Está ahí, esperándonos, siempre que nos acerquemos a él por la oración y se lo pidamos, aún sin pedírselo, sólo con desearlo, como la samaritana; está ahí, con los brazos abiertos, en amistad permanente para que le toquemos con fe y seamos curados de las heridas de nuestros pecados que nos

desangran y vacían de la vida de la gracia y nos debilitan y nos llevan a la muerte y el pecado.

 ¡Hemorroísa divina, creyente, decidida, enséñame a tocar a Cristo con fe y esperanza!

 “Mientras les hablaba, llegó un jefe y acercándosele se postró ante Él, diciendo: Mi hija acaba de morir; pero ven, pon tu mano sobre ella y vivirá. Y levantándose Jesús, le siguió con sus discípulos. Entonces una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó la orla del vestido, diciendo para sí misma: con sólo que toque su vestido seré sana. Jesús se volvió, y, viéndola, dijo: Hija, ten confianza; tu fe te ha sanado. Y quedó sana la mujer desde aquel momento”(Mt 9, 20-26) .

            Seguramente todos recordaréis este pasaje evangélico, en el que se nos narra la curación de la hemorroísa. Esta pobre mujer, que padecía flujo incurable de sangre desde hacía doce años, se deslizó entre la multitud, hasta lograr tocar al Señor: “Si logro tocar la orla de su vestido, quedaré curada, se dijo. Y al instante cesó el flujo de sangre. Y Jesús... preguntó: ¿Quién me ha tocado?”

            No era el hecho material lo que le importaba a Jesús. Pedro, lleno de sentido común, le dijo: Señor, te rodea una muchedumbre inmensa y te oprime por todos lados y ahora tú preguntas, ¿quién me ha tocado? Pues todos.            Pero Jesús lo dijo, porque sabía muy bien, que alguien le había tocado de una forma totalmente distinta a los demás, alguien le había tocado con fe y una virtud especial había salido de Él. No era la materialidad del acto lo que le importaba a Jesús en aquella ocasión; cuántos ciertamente de aquellos galileos habían tenido esta suerte de tocarlo y, sin embargo, no habían conseguido nada. Sólo una persona, entre aquella multitud inmensa, había tocado con fe a Jesús. Esto era lo que estaba buscando el Señor.

            Queridos hermanos: Este hecho evangélico, este camino de la hemorroísa, debe ser siempre imagen e icono de nuestro acercamiento al Señor, y una imagen real y a la vez desoladora de lo que sigue aconteciendo hoy día.

            Otra multitud de gente nos hemos reunido esta tarde en su presencia y nos reunimos en otras muchas ocasiones y, sin embargo, no salimos todos curados de su encuentro, porque nos falta fe. El sacerdote que celebra la Eucaristía, los fieles que la reciben y la adoran, todos los que vengan a la presencia del Señor, deben tocarlo con fe y amor para salir curados.

            Y si el sacerdote como Pedro le dice: Señor, todos estos son creyentes, han venido por Tí, incluso han comido contigo, te han comulgado; el Señor podría tal vez responder: pero no todos me han tocado. Tanto al sacerdote como a los fieles nos puede faltar esa fe necesaria para un encuentro personal, podemos estar distraídos de su amor y presencia amorosa; es más, nos puede parecer el Sagrario un objeto de iglesia, venerado, pero simple objeto, no la presencia plena y verdadera y realísima de Cristo.

            Sin fe viva, la presencia de Cristo no es la del amigo que siempre está en casa, esperándonos, lleno de amor, lleno de esas gracias, que tanto necesitamos, para glorificar al Padre y salvar a los hombres; y por esto, sin encuentro de amistad, no podemos contagiarnos de sus deseos, sentimientos y actitudes.

            En la oración eucarística, como en su presencia en el Sagrario en Eucaristía continuada y permanente el Señor se sigue ofreciendo por nosotros al Padre y como alimento de vida a todos, es el “pan de vida que ha bajado de los cielos” y nos dice: “Tomad y comed... Tomad y bebed”; y lo dice para que comulguemos, nos unamos a Él por la oración, por la adoración, comunión espiritual.

            En la oración eucarística, más que abrir yo la boca para decir cosas a Cristo, la abro para acoger su don, que es el mismo Cristo pascual, vivo y resucitado por mí y para mí. El don y la gracia ya están allí, es Jesucristo resucitado para darme vida, sólo tengo que abrir los ojos, la inteligencia, el corazón para comulgarlo con el amor y el deseo y la comunicación-comunión y así la oración eucarística se convierte en una permanente comunión eucarística. Sin fe viva, callada, silenciosa y alimentada de horas de Sagrario, Cristo no puede actuar aquí y ahora en nosotros, ni curarnos como a la hemorroísa. No puede decirnos, como dijo tantas veces en su vida terrena “Vete, tu fe te ha salvado”.

            Y no os escandalicéis, pero es posible que yo celebre la eucaristía y no le toque, y tú también puedes comulgar y no tocarle, a pesar de comerlo. No basta, pues, tocar materialmente la sagrada forma y comerla, hay que comulgarla, hay que tocarla con fe y recibirla con amor.

            Y ¿cómo sé yo si le toco con fe al Señor? Muy sencillo: si quedo curado, si voy poco a poco comulgando con los sentimientos de amor, servicio, perdón, castidad, humildad de Cristo, si me voy convirtiendo en Él y viviendo poco a poco su vida. Tocar, comulgar a Cristo es tener sus mismos sentimientos, sus mismos criterios, su misma vida. Y esto supone renunciar a los míos, para vivir los suyos: “El que me coma, vivirá por mí”, nos dice el Señor en el largo y maravilloso capítulo sexto de San Juan. Y Pablo constatará esta verdad, asegurándonos: “vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

            Hermanos, de hoy en adelante vamos a tener más cuidado con nuestras misas y nuestras comuniones, con nuestros ratos de iglesia, de Sagrario. Vamos a tratar de tocar verdaderamente a Cristo. Creo que un momento muy importante de la fe eucarística es cuando llega ese momento, en que iluminado por la fe, uno se da cuenta de que Él está realmente allí, que está vivo, vivo y resucitado, que quiere comunicarnos todos los tesoros que guarda para nosotros, puesto que para esto vino y este fue y sigue siendo el sentido de su encarnación continuada en la Eucaristía. Pero todo esto es por las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, que nos llevan y nos unen directamente con Dios.

            Hemorroisa divina, creyente, decidida y valiente, enséñame a mirar y admirar a Cristo como tú lo hiciste, quisiera tener la capacidad de provocación que tú tuviste con esos deseos de tocarle, de rozar tu cuerpo y tu vida con la suya, esa seguridad de quedar curado si le toco con fe, de presencia y de palabra, enséñame a dialogar con Cristo, a comulgarlo y recibirlo; reza por mí al Cristo que te curó de tu enfermedad, que le toquemos siempre con esa fe y deseos tuyos en nuestras misas, comuniones y visitas, para que quedemos curados, llenos de vida, de fe y de esperanza.

3.-  PORQUE EN EL SAGRARIO CRISTO NOS ESPERA “PARA ESTAR CON ÉL Y ENVIARNOS A PREDICAR”.

             «EUCARÍSTICAS» es el título que puse, hace más de cuarenta años, a un cuaderno de pactas grises y páginas a cuadritos, que me llevaba a la iglesia en los primeros tiempos de mi sacerdocio. Allí anotaba todo lo que el Señor desde el Sagrario me iba inspirando. Eran sentimientos, emociones, vivencias, que yo luego traducía en ideas para mi predicación. Recuerdo, como si fuera hoy mismo, la primera «Eucarística» (vivencia), que escribí como ecónomo junto al Sagrario de mi primera parroquia de la bella Vera extremeña, Robledillo de la Vera:

            «Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el Sagrario sería un trasto más de la Iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste; te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos, como presencia de amistad ofrecida a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres... Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

            Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión..., porque Tú lo sabías, Tú lo sabías todo....y, sin embargo, te quedaste... Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada Sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega....eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores; nosotros somos limitados en todo.

            Señor, por qué me amas tanto, por qué me buscas tanto, por qué te humillas tanto, por qué te rebajas tanto... hasta hacerte no solo hombre sino una cosa, un poco de pan por mí.... Señor, pero qué puedo darte yo que Tú no tengas....qué puede darte el hombre.... Si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo... no me entra en la cabeza, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo hay una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

            Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros:“Padre,

no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”y la cumpliste  en la Ultima Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros, cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre...”.

            En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor, toda esta entrega, toda esta emoción, la he sentido muchas veces, la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del Resucitado y entrar así con Él en el círculo del Amor trinitario;  y también para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega. Gracias, gracias, Señor... Átame, átanos para siempre a tu amor, a tu Eucaristía, a la sombra de tu Sagrario y correspondamos a la locura de tu amor.

4. PORQUE EL SAGRARIO ES EL BROCAL DEL POZO DE JACOB, DONDE CRISTO NOS ESPERA PARA EL ENCUENTRO DE AMISTAD

Me está esperando siempre, como a la Samaritana, para un diálogo  de amistad y salvación  ¡Samaritana mía, enséñame a dialogar con Cristo y pedirle    el agua de la fe y del amor!

   “Tenía que pasar por Samaria. Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, próxima a la heredad que dio Jacob a José, su hijo, donde estaba la fuente de Jacob. Jesús fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente; era como la hora de sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: dame de beber, pues los discípulos habían ido a la ciudad a comprar provisiones.

Dícele la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana? Porque no se tratan judíos y samaritanos. Respondió Jesús y dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva. Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, te viene esa agua viva?¿Acaso eres tú más grande que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebió él mismo, sus hijos y sus rebaños? Respondió Jesús y le dijo: Quien bebe de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna.

  Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed ni tenga que venir aquí a sacarla. Él le dijo: Vete, llama a tu marido y ven acá. Respondió la mujer y le dijo: no tengo marido. Díjole Jesús: bien dices: no tengo marido porque tuviste cinco, y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho verdad. Díjole la mujer: Señor, veo que eres profeta.

Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que adorar. Jesús le dijo: Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Díjole la mujer: Yo sé que el Mesías, el que se llama Cristo, está para venir, y que cuando venga nos hará saber todas las cosas. Díjole Jesús: Soy yo, el que contigo habla.

Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: Me ha dicho todo cuanto he hecho. Así que vinieron a Él y le rogaron que se quedase con ellos. Permaneció allí dos días y muchos más creyeron al oírle. Decían a la mujer: ya no creemos por tu palabra, pues nosotros mismos hemos oído y conocido que éste es verdaderamente el Salvador del mundo”(Juan 4, 4-26).

            Polvoriento, sudoroso y fatigado el Señor se ha sentado en el brocal del pozo. Está esperando a una persona muy singular. Ella no lo sabe. Por eso, al llegar y verlo, la samaritana se ha quedado sorprendida de ver a un judío sentado en el pozo, sobre todo, porque le ha pedido agua. Este encuentro ha sido cuidadosamente preparado por Jesús. Por eso, Cristo no se ha recatado en manifestar su sed material, aunque le ha empujado hasta allí, más su sed de almas, su ardor apostólico: “si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...”.

            Queridos hermanos: el mismo Cristo, exactamente el mismo, con la misma sed de almas, está sentado a la puerta de nuestros Sagrarios, del Sagrario de tu pueblo. Lleva largos años esperando el encuentro de fe contigo para entablar el deseado diálogo, pero tú tal vez no has sido fiel a la cita y no has ido a este pozo divino para sacar el agua de la vida. Él ha

estado siempre aquí, esperándote, como a la samaritana. Dos mil años lleva esperándote.

            Por fin hoy estás aquí, junto a Él, que te mira con sus ojos negros de judío, imponentes, pregúntaselo a la adúltera, a la Magdalena, a las multitudes de niños, jóvenes y adultos de Palestina, que le seguían magnetizados; ¡qué vieron en esos ojos, lagos transparentes en los que se reflejaba su alma pura, su ternura por niños, jóvenes, enfermos, pecadores, su amor por todos nosotros y se purificaban con su bondad las miserias de los hombres!

            Todos sentimos esta tarde una emoción muy grande, porque hemos caído en la cuenta de que Él estaba esperándonos. Y, sentado en el brocal del Sagrario, Cristo te provoca y te pide agua, porque tiene sed de tu alma, como aquel día tenía más sed del alma de esta mujer que del agua del pozo. Cristo Eucaristía se muere en nuestros Sagrarios de sed de amor, comprensión, correspondencia, de encontrar almas corredentoras del mundo, adoradoras del Padre, enamoradas y fervientes, sobre las que pueda volcarse y transformarlas en eucaristías perfectas.

            «He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres, diría a Santa Margarita y, a cambio de tanto amor, solo recibe desprecios...». Tú, al menos, que has conocido mi amor, ámame, nos dice el Señor a los creyentes desde cada Sagrario. “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...tú le pedirías y el te daría agua que salta hasta la vida eterna...”.

             El don de Dios a los hombres es Jesucristo, es el mayor don que existe y que es entregado a los que le aman. Para eso vino y para eso se quedó en el Sacramento. Si supiéramos, si descubriéramos quién es el que nos pide de beber... es el Hijo de Dios, la Palabra pronunciada y cantada eternamente con Amor de Espíritu Santo por el Padre: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios... Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 1-3,11). Pues bien, esa Palabra Eterna de Salvación y Felicidad, pronunciada con amor de Espíritu Santo por el Padre para los hombres, es el Señor, presente en todos los Sagrarios de la tierra.

            No debemos olvidar nunca que la religión cristiana, esencialmente, no son mandamientos ni sacramentos ni ritos ni ceremonias ni el mismo sacerdocio ni nada, esencialmente es una persona, es Jesucristo. Quien se encuentra con Él, puede ser cristiano, porque ha encontrado al Hijo Único, que conoce y puede llevarnos al Padre y a la salvación; quien no se encuentra con Él, aunque tenga un doctorado en teología o haga todas las acciones y organigramas pastorales, no sabe lo que es auténtico cristianismo, ni ha encontrado el gozo eterno comenzado en el tiempo.

            Es que Dios nos ha llamado a la existencia por amor, tanto en la creación primera como en la segunda, y siempre en su Hijo, primero, Palabra Eterna pronunciada en silencio, lleno de amor de Espíritu Santo en su esencia divina, luego, pronunciada por nosotros en el tiempo y en este mundo en carne humana, para que vivamos su misma vida y seamos felices con su misma felicidad trinitaria, que empieza aquí abajo; las puertas del Sagrario son las puertas de la eternidad:

  “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados...” (Ef 1,3-7).

            La religión, en definitiva, es todo un invento de Dios para amar y ser amado por el hombre, y aquí está la clave del éxtasis de amor de los místicos, al descubrir y sentir y experimentar que esto es verdad, que de verdad Dios ama al hombre desde y hasta la hondura de su ser trinitario, y el hombre, al sentirse amado así, desfallece de amor, se transciende, sale de sí por este amor divino que Dios le regala y se adentra en la esencia de Dios, que es Amor, Amor que no puede dejar de amar, porque si dejara de amar, dejaría de existir. Esto es lo que busca el Padre por su Hijo Jesucristo, hecho carne de pan por y para nosotros.

            “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó...” (1J 4, 8-10).

            “Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado

lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es”(1Jn 3, 1-3).

             Por eso, ya puede crear otros mundos más dilatados y varios, otros cielos más infinitos y azules, pero nunca podrá existir nada más grande, más bello, más profundo, más lleno de vida y amor y de cariño y de ternuras infinitas que Jesucristo, su Verbo Encarnado. “Y hemos visto, y damos de ello testimonio, que el Padre envió a su Hijo por Salvador del mundo. Quien confesare que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor, permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 14-16).

            Y a este Jesús es a quien yo confieso como Hijo de Dios arrodillándome ante el Sagrario, y a éste es al que yo veo cuando miro, beso, hablo o me arrodillo ante el Sagrario, yo no veo ni pan ni copón ni caja de metal o madera que lo contiene, yo sólo veo a mi Cristo, a nuestro Cristo y ese es el que me pide de beber... y si yo tengo dos gotas de fe, tengo que comulgarle, comunicarme con Él, entregarme a Él, encontrarle, amarle: “Si tú supieras quién es el que te pide de beber...”

            Dímelo tú, Señor. Descúbremelo Tú personalmente. En definitiva, el único velo que me impide verte es el pecado, de cualquier clase que sea, siempre será un muro que me oculta tu rostro, me separa de Tí; por eso quiero con todas mis fuerzas destruirlo, arrancarlo de mí, aunque me cueste sangre, porque me impide el encuentro, la comunión total. “Si dijéramos que vivimos en comunión con Él y andamos en tinieblas, mentiríamos y no obraríamos según verdad”. “Y todo el que tiene en él esta esperanza, se purifica, como puro es Él. Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 1,6; 3, 3,6).

            Por eso, la samaritana, al encontrarse con Cristo, reconoció prontamente sus muchos maridos, es decir, sus pecados; los afectos y apegos desordenados impiden ver a Cristo, creer en Cristo Eucaristía, sentir su presencia y amor; Cristo se lo insinuó, ella lo intuyó y lo comprendió y ya no tuvo maridos ni más amor que Cristo, el mejor amigo.

            Señor, lucharé con todas mis fuerzas por quitar el pecado de mi vida, de cualquier clase que sea. “Los limpios de corazón verán a Dios”. Quiero estar limpio de pecado, para verte y sentirte como amigo. Quiero decir con la samaritana: “Dáme, Señor, de ese agua, que sacia hasta la vida eterna…” para que no tenga necesidad de venir todos los días a otros pozos de aguas que no sacian plenamente; todo lo de este mundo es agua de criaturas que no sacia, yo quiero hartarme de la hartura de la divinidad, de este agua que eres Tú mismo, el único que puedes saciarme plenamente. Porque llevo años y años sacando agua de estos pozos del mundo y como mis amigos y antepasados tengo que venir cada día en busca de la felicidad, que no encuentro en ellos y que eres Tú mismo.

            Señor, tengo hambre del Dios vivo que eres Tú, del agua viva, que salta hasta la vida eterna, que eres Tú, porque ya he probado el mundo y la felicidad que da. Déjame, Señor, que esta tarde, cansado del camino de la vida, lleno de sed y hambriento de eternidad y sentado junto al brocal del Sagrario, donde Tú estás, te diga: Jesús, te deseo a Tí, deseo llenarme y saciarme solo de Tí, estoy cansado de las migajas de las criaturas, sólo busco la hartura de tu Divinidad. Quien se ha encontrado contigo, ha perdido la capacidad de hambrear nada fuera de Tí. Tú eres la Vida de mi vida, lléname de Tí. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios.

5. PORQUE EL SAGRARIO ES LA MEJOR ESCUELA PARA APRENDER A CONOCER Y AMAR A CRISTO

            Ahora tenemos muchas escuelas y universidades; incluso en las parroquias tenemos muchas clases de Biblia, de teología, de liturgia... nuestras madres y nuestros padres no tuvieron más escuela que el Sagrario y punto. Allí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos. Allí escucharon y seguimos nosotros escuchando a Jesús que nos dice: “sígueme”, “amaos los unos a los otros como yo os he amado”,“no podéis servir a dos señores, no podéis servir a Dios y al dinero” “.venid y os haré pescadores de hombres”,“vosotros sois mis amigos”, “no tengáis miedo, yo he vencido al mundo”, “ sin mí no podéis hacer nada, yo soy la vid, vosotros , los sarmientos, el sarmiento no puede llevar fruto si no está unido a la vid...”

            ¿Y qué pasa cuando yo escucho del Señor estas palabras? Pues que si no aguanto estas enseñanzas, estas exigencias, este diálogo personal con Él, porque me cuesta, porque no quiero convertirme, porque no quiero renunciar a mis bienes, me marcho para que no pueda echarme en cara mi falta de fe en Él, mi falta de generosidad en seguirle, para que no me señale con el dedo mis defectos.... y así estaré distanciado respecto a su presencia eucarística durante toda mi vida, con las consiguientes consecuencias negativas que esta postura llevará consigo. Podré incluso, tratar de legitimar mi postura, diciendo que Cristo está en muchos sitios, está en la Palabra, en los hermanos...que es muy cómodo quedarse en la iglesia, que más apostolado y menos quedarse de brazos cruzados, pero en el fondo es que no aguanto su presencia eucarística que me señala mis defectos

y me invita a seguirle: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”.

MEDIOCRIDAD, NO.

            Y me pregunto cómo podré yo luego entusiasmar a la gente con Cristo, predicar que el Señor es Dios, el bien absoluto y primero de la vida, por el cual hay que venderlo todo...si yo no lo practico ni sé cómo se hace. Creo que esta es la causa principal de la pobreza espiritual de los cristianos y de que muchas partes importantes del evangelio no se prediquen, porque no se viven y se conocen por la propia experiencia. Si el Señor empieza a exigirme en la oración, en el diálogo personal con Él, y yo no quiero convertirme, poco a poco me iré alejando de este trato de amistad para no escucharlo, aunque las formas externas las guardaré toda la vida, es decir, seguiré comulgando, rezando, haciendo otras cosas, incluso más llamativas, también en mi apostolado, pero he firmado mi mediocridad cristiana, sacerdotal, apostólica...

            Al alejarme cada día más del Sagrario, me alejo a la vez de la oración , y, aunque Jesús a voces me esté llamando todos los días, porque me quiere ayudar, terminaré por no oírle y todo se convertirá en pura rutina y así será toda mi vida espiritual y religiosa. Y esto es más claro que el agua: si Cristo en persona me aburre en la oración, cómo podré entusiasmar a los demás con Él, no se qué apostolado pueda hacer por Él, cómo contagiaré deseos de Él, ni sé como podré enseñar a los demás el camino de la oración, cómo podré ser guía de los hermanos en este camino de encuentro con Él. Naturalmente hablaré de oración y de amistad con Cristo, de organigramas y apostolado, pero teóricamente, como lo hacen otros muchos en la Iglesia de Dios.

             Esta es la causa de que no toda actividad ni todo apostolado, tanto de seglares como de los sacerdotes, sea verdadero apostolado, para el cual, según Cristo, hay que estar unidos a Él, como los sarmientos a la vid única y verdadera, para poder dar fruto. Y a veces este canal, que tiene que llevar al cuerpo de la Iglesia el agua que salta hasta la vida eterna o la vena que debe llevar la sangre desde el corazón salvador de Cristo hasta las partes más necesitadas del cuerpo místico, esta vena y este canal, que soy yo y cada cristiano, está tan obstruido por las imperfecciones que apenas llevamos unas gotas o casi nada de sangre para poder vitalizar y regar las partes del cuerpo afectadas por parálisis espiritual. Así que zonas importantes de la Iglesia, de arriba y de abajo, siguen negras e infartadas, sin vida espiritual ni amor y servicio verdaderos a Dios y a los hermanos.  

Porque mal es que este canal obstruido sea un seglar, un catequista, un miembro de nuestros grupos o una madre, con la necesidad que tenemos de madres cristianas, porque con ellas casi no necesitamos ni curas; lo más grave y dañino es si somos sacerdotes. Menos mal que la gran mayoría de la Iglesia está conectada a la vid, que es Cristo Eucaristía. Aquí es donde está la fuente que mana y corre, aunque es de noche, es decir, por la fe, como nos dice San Juan de la Cruz. Por favor, no pongamos la eficacia apostólica, la fuerza de la acción evangelizadora y misionera en los organigramas o programaciones, donde, como nos ha dicho el Papa en la Carta Apostólica NMI ya está todo dicho, sino en la raíz de todo apostolado y vida cristiana: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos... todo sarmiento que no está unido a la vid, no puede dar fruto”.

6.- CARA A CARA CON CRISTO.

            Por eso, este encuentro eucarístico, la oración personal, este cara a cara personal y directo con Cristo es fundamental para nuestra vida espiritual. Añadiría que, aunque todos sabemos que la eucaristía como sacrificio es el fundamento, sin embargo la eucaristía como presencia tiene unos matices que nos descubre y pone más en evidencia la realidad de nuestra relación con Cristo. Porque en las eucaristías tenemos la asamblea, los cantos, las lecturas, respondemos y nos damos la paz, nos saludamos, escuchamos al sacerdote; pero con tanto movimiento a lo mejor salimos de la iglesia, sin haber escuchado a Cristo, es más, sin haberle incluso saludado personalmente.

            Sin embargo, en la oración personal, ante el Sagrario, no hay intermediarios ni distracciones, es un diálogo a pecho descubierto, de tú a tú con Jesús, que me habla, me enfervoriza o tal vez, si Él lo cree necesario, me echa en cara mi mediocridad, mi falta de entrega, que me dice: no estoy de acuerdo en esto y esto, corrige esta forma de ser o actuar.... y claro, allí, solos ante Él en el Sagrario, no hay escapatoria de cantos o respuestas de la misa, allí es uno el que tiene que dar la respuesta, y no las hay litúrgicas oficiales; por eso, si no estoy dispuesto a cambiar, no aguanto este trato directo con Cristo Eucaristía y dejo la visita diaria. ¿Cómo buscarle en otras presencias cuando allí es donde está más plena y realmente presente?

            Si aguanto el cara a cara, cayendo y levantándome todos los días, aunque tarde años, encontraré en su presencia eucarística luz, consuelo, gozo, que nada ni nadie podrán quitarme y me comeré a los niños, a los jóvenes, a los enfermos, quemaré de amor verdadero y seguimiento de

Cristo allí donde trabaje y me encuentre, lo contagiaré todo de amor y seguimiento de Él, llegaré a la unión afectiva y efectiva, oracional y apostólica con Él. Y esto se llama santidad y para esto es la oración eucarística, porque la oración es el  alma de todo apostolado, como se titulaba un libro de mi juventud. Y a esto nos invita el Señor desde su presencia eucarística y para esto se ha quedado tan cerca de nosotros.

7. PORQUE EN EL SAGRARIO NOS ESPERA EL CRISTO QUE CALMA LAS TEMPESTADES Y  SALVA A LOS APÓSTOLES DE NAUFRAGAR.

            Me consuela saber, que, en medio de los peligros por los que todos tenemos que pasar, unas veces porque nos meten, otras porque nos metemos nosotros, Cristo, desde el sagrario, está siempre  pendiente de nosotros para salvarnos para decirnos: “Animo, soy yo, no tengáis miedo”.

Con su presencia en el Sagrario Jesús siempre nos está ofreciendo su ayuda y amistad y si tenemos fe y venimos a su presencia, como estamos ahora, y le decimos como Pedro: “Sálvanos, Señor, que  perecemos”, Él, que es infinitamente bueno y poderoso y  nos ama y se ha quedado para eso tan cerca de nosotros “hasta el final de los tiempos”, hará que sintamos su presencia eucarística, nos quitará la soledad y el desaliento que otros tienen por no visitarlo en el Sagrario, y venceremos en todas las luchas y tempestades de la vida, tanto corporal y humana como espiritual, en las crisis de fe , de esperanza y amor, en las noches de fe en la oración y en la experiencia de Dios en nuestra vida espiritual. 

            Como Cristo desde la montaña, donde había subido a orar, contemplaba a sus pies el mar de Tiberíades y en él la barca con los doce Apóstoles, sobre todo, cuando se embraveció y surgieron las olas por el viento fuerte, así también ahora, Jesucristo, nuestro amigo Dios, nos ve, desde el Sagrario,  a nosotros en el mar de la vida y vive pendiente de nosotros. Qué consuelo cuando uno sabe y vive todo esto. Qué tranquilidad en la misma enfermedad, persecución, críticas, envidias... no estoy solo, Cristo, desde el Sagrario me ve y me acompaña y se interesa por mí.

            San Mateo  lo describe así en su evangelio: “En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tened calma, soy yo; no temáis". Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados”.     

            1). Hemos de tener en cuenta que este hecho acaeció a continuación de la primera multiplicación de los panes: cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños, fueron milagrosamente alimentados por Jesús: “Visto el milagro que  Jesús había hecho, decían aquellos hombres: Este, sin duda, es el Profeta que ha de venir al mundo. Por lo cual, conociendo Jesús que habían de venir para llevárselo por fuerza para hacerlo rey, huyó Él solo otra vez al monte”. (Jo 6, 14-15).

            ¡Cómo huye el Señor de ser honrado y cómo nos enseña con las obras lo que nos predica de palabra! Los discípulos, halagados quizá por el clamor popular, soñaron en puestos y honras temporales; y el Señor les hizo embarcar y salir a la mar, y se quedó Él en tierra.

            Preveía el Señor la tempestad que muy pronto se iba a desatar, y les hizo embarcar para que lucharan con ella y no pensaran que en el seguimiento del Señor tan poderoso iba a ser todo felicidad, sino que vivieran dispuestos al sacrificio. Iba además a hacerles sentir que siempre velaba por ellos, sin que fuera necesaria su presencia corporal para tener muy presentes a los suyos y librarles de todo mal.

            Él, mientras tanto, subió al monte a orar. ¡Qué modelo para nosotros!  Cuántas veces en el sagrado Evangelio se nos inculca la frecuencia con que el Señor oraba. Quiere desarrollar prácticamente la lección que después ha de exponernos teóricamente: la necesidad de la oración, sobre todo durante el ejercicio del apostolado, y al mismo tiempo el modo más perfecto de hacerla; se aparta de las gentes, sube al monte, ora de noche.

            Todo hombre, y en especial todo apóstol, debe tener continuo recurso a la oración y buscar en ella la solución de sus dudas, el remedio de sus necesidades, el esfuerzo para el trabajo, la fecundidad de sus labores.

            2). Se apartaron los Apóstoles de Jesús quizá de mala gana, pues que San Marcos (Mc., 6, 45) dice que “forzó a los discípulos a subir a la barca”; temían que sin Él pudiera sucederles cualquier contratiempo. Jesús los amaba muy de veras y, sin embargo, y aun por eso mismo permitió que fueran probados.

La tempestad significa cierta ausencia de Jesús, al menos en cuanto al socorro sensible; pero no significa abandono. Bien veía el Señor desde el monte, como ahora desde el Sagrario,  lo que a sus Apóstoles sucedía, y velaba para que no naufragaran, y les daba vigor y fuerza para que perseveraran en su trabajo remando y no cedieran vencidos al furor del viento y la mar contrarios.

¿Por qué causas permite el Señor la tempestad? Cuando no somos nosotros los que en ella nos metemos, como no fueron en esta ocasión los Apóstoles quienes se metieron por propia voluntad en el mar, para hacernos ejercitar nuestro valor y fidelidad y al mismo tiempo para hacernos sentir la necesidad de su ayuda.

            Si se trata del camino de la fe, de la oración, de nuestra unión plena y más perfecta con Él, estas crisis o noches, no sentir nada en la oración, tener pruebas de fe, sentirse solo y no poder meditar... etc. son las noche del sentido y del espíritu que san Juan de la Cruz explica muy bien y este tema lo tengo tratado en algunos de mis libros. Esta purificaciones, debido a que debo vaciarme de mí mismo en pensamientos y obras, de mis proyectos y sentimientos, para llenarme sólo de Dios, esto supone mortificación y sufrimiento, porque estoy tan lleno de mí mismo que no cabe Dios.

            Si se trata de la vida ordinaria, mi matrimonio, sacerdocio, hijos, negocios, apostolado, mientras todo va bien es fácil cumplir la obligación y es fácil también olvidarse de acudir en demanda del socorro de lo alto; pero si esto cambia y se complica, es difícil perdonar, seguir en vida familiar o de amistad, sentimos la tentación de cambiar o dejarlo todo, y lo mejor es lo que san Ignacio nos recomienda en los Ejercicios: «en momentos de turbación y tentación no hacer mudanzas, es decir: permanecer fiel en el cumplimiento de lo prometido;  esto es: crecer en la práctica de todo bien y esforzarse en cumplir lo prometido. Es lo que hicieron los Apóstoles: “remaban muy penosamente” (Mc., 6, 48); remando con trabajo merecieron el pronto socorro de Jesús, como dice el refrán: a Dios rogando y con el mazo, dando.

            3). Jesús, aunque ausente con el cuerpo, estaba muy presente con su pensamiento y amor, y seguía compasivo las vicisitudes de sus discípulos. Al ver que la tempestad arreciaba, lleno de solicitud,  acudió a su socorro: “A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar” (Mt., 14, 25). Confiemos siempre en el Señor, en el Cristo amigo de nuestros sagrarios, por mucho que la tempestad arrecie; si nosotros somos fieles, si le visitamos, si le comulgamos, Él está con nosotros y no nos abandonará. ¡Bien seguros podernos estar de ello! En el mundo y en la Iglesia necesitamos almas de Sagrario, de fe y amistad permanente con Cristo Eucaristía. ¡Es tan bueno y compasivo, tan bello y hermoso!

            “Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar”. Lo tomaron por fantasma y era realidad. Cuántas veces la pasión, el miedo o el pecado grave, nos hacen temer o despreciar como fantasmas a Jesús y su evangelio, sus enseñanzas, como si fueran para otro mundo, otra civilización. Y en esto de apariciones y visiones hemos de ser cautos y proceder con prudencia y con piedad, aplicando los criterios que la ascética y la mística nos enseñan para discernimiento de espíritus, y siendo siempre dóciles a las direcciones de los maestros de espíritu y de la santa Iglesia. a los y  mandatos de la Iglesia y  de la jerarquía católica.

            4) “Pero Jesús les dijo: "Tened calma, soy yo; no temáis" (Ib., 27). No soy un fantasma, sino realidad dulcísima; soy Jesús, a quien conocéis y os ama y no os deja abandonados  ¿por qué teméis teniéndome a Mí? ¡Cuán grata sonó a los oídos de los amedrentados Apóstoles la voz conocida del Maestro en aquella hora angustiosa! Pues es el mismo, y, como entonces, si a Él venimos en su presencia permanente en el Sagrario, cosa fácil teniéndolo tan cerca, si a Él recurrimos en las horas de tempestad, en medio del fragor de la tormenta de la vida, sonará en el fondo de nuestra alma su voz tranquilizadora: “¡ No temas, soy Yo!” Y estando Jesús con nosotros, ¿a quién hemos de temer?

            Pensemos que siempre, cualquiera que sea nuestra tribulación, por grande que sea nuestra angustia, Él nos ve, se interesa por nosotros, sabe el tiempo que debe durar para nuestro bien y el momento más oportuno para socorrernos; ¡confianza! ¡Confianza! Nada puede hacernos más daño en las luchas de la vida que la desconfianza en Dios.

            Jesús, visto de lejos, para los que no creen es un fantasma que da miedo; su ley austera horroriza a la sensualidad; de cerca, cuando se tiene fe y amor y esperanza, se le gusta, nos hechiza y enamora, nos atamos a la sombra del Sagrario, y cómo nos gusta oír su voz en las pruebas de todo tipo: “Yo soy, no temáis”.

            "Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él”.  Pedro, lleno de confianza y fervoroso amor, se ofrece para la ardua tarea de pisar sobre el mar alborotado; quiere ir a Jesús sobre las aguas. Ir a Jesús por encima de las ondas alborotadas del mar. Ir a Jesús por encima de las ondas alborotadas del mar es trabajar por vencer en la lucha contra la tentación. El trabajo del propio vencimiento, la ruda labor de resistir las hondas continuas de tentaciones de todo tipo, en el carácter, la lengua, los sentidos.

            Pensemos que Jesús, al ver nuestros buenos deseos y oír nuestras ardientes súplicas, nos dice: «¡Ven!», y nos da su luz y su gracia, y con ella lo podemos todo. Pedro, al oír el “ven” de Jesús se lanza, valiente, al mar y avanza sin hundirse, ¡gran milagro! que un miserable pescador pise en el mar como en tierra firme, que un pobrecillo pecador, triunfe, esforzado, de los más fuertes enemigos y avance hacia Jesús en medio de furiosos ataques.

            “Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". Apartó Pedro sus ojos de Jesús para fijarlos en las encrespadas ondas del mar, y sintió el rugir del viento y se vio envuelto en espuma, salpicado por las aguas, ¡y temió; su confianza no se apoyaba únicamente en la palabra divina...; se dejó dominar del temor humano y comenzó a hundirse. Cuando esforzados por el divino llamamiento y pisando sobre dificultades marchamos hacia Dios, lo único temible es el acordarnos demasiado de nosotros mismos, y apartando los ojos de Dios, fijarlos en los trabajos que nos oprimen. Afortunadamente, Pedro, en el peligro, clamó, con angustiosa esperanza, a Jesús: “Señor, sálvame!”, y “En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". Aprendamos la lección; besemos la mano amorosa que nos sostiene para que no nos ahoguemos, y trabajemos por confiar siempre en Jesús, seguros de que quien en Él confía no será confundido.

            “En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó”. ¡Qué gozo más grande tener al Señor junto a nosotros, sentir su mano, su aliento, su protección, reclinar sobre el sagrario nuestra cabeza para sentir los latidos de su corazón.¡Y cuál la admiración de Pedro al ver que los vientos y el mar se le sometieron y le obedecieron. Y con qué reverencia “Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios".

            Hagámoslo nosotros ahora y quedemos en contemplación de amor ante Cristo Eucaristía: «Quedeme y olvideme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado»

8. PORQUE EN EL SAGRARIO NOS ESPERA EL AMIGO DE MARTA Y MARÍA, QUE RESUCITÓ A SU HERMANO LÁZARO, PARA LIBRARNOS DE LA MUERTE ETERNA

Vamos a profundizar en el misterio de nuestra resurrección y eternidad, porque es la razón fundamental de su misión en el mundo, la razón de su venida en nuestra búsqueda para abrirnos las puertas del cielo. Para esto nos soñó el Padre y roto este proyecto del Padre, envió a su Hijo para recrearlo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna”.

            Qué gozo y garantía de salvación y felicidad eterna tenerte aquí tan cerca en el Sagrario con amor extremo hasta dar la vida por cada uno de nosotros; tenemos aquí tan cerca ya, amándonos y perdonándonos, al mismo Cristo que nos va a juzgar en el día en que pasamos de la casa de los hombres a la casa de Dios, en el día de nuestra entrada en gozo soñado y realizado por el Hijo.

            Y lo hacemos precisamente ante Cristo Eucaristía, Pan de vida eterna. Y este Cristo que tanto me quiere y me ama, al que yo tantas veces beso y comulgo y visito en el Sagrario, ¿Este Cristo me va a condenar? Jamás lo hará... jamás...

            1) Enfermó de gravedad Lázaro, y sus hermanas enviaron a Jesús un aviso diciéndole únicamente: “Señor, al que tú amas está enfermo” (Jo., 11, 4). Qué súplica tan hermosa y llena de sentido: “Señor, está enfermo el que amas, tu amigo!” Luego Jesús tiene amigos y predilectos. ¿Lo es tuyo? Claro que sí. Por su parte no quedará...ni por la tuya, por eso estás aquí en su presencia ¿Cómo tratamos a Jesús? ¿Cómo le correspondemos? Modelo de oración el de estas hermanas, exponen con brevedad y con llaneza al Señor la necesidad; saben que les ama y juzgan que la sola exposición de la necesidad es una súplica instante. Aprendamos a repetir: “Señor, tu amigo está enfermo”.

            Y Jesús parece que no hace caso, y responde: “Esa enfermedad no es para muerte, sino para gloria de Dios, para que por medio de ella sea el Hijo de Dios glorificado” ¿Era que no le amaba? El Evangelio, en el versículo siguiente, dice: “Jesús amaba a Marta, y a su hermana María, y a Lázaro”. No lo olvidemos, que veces hay en que a pesar de nuestras súplicas las cosas parece que se tuercen y no vienen a medida de nuestros deseos; confiemos y recordemos que lo primero es la gloria de Dios, el «sea lo que sea, te doy gracias, porque Tú ere mi Padre», porque Tú me amas más yo mismo que me busco por caminos egoístas prefiriendo mi voluntad a la tuya.

            2) Dos días después dice Jesús a sus discípulos: “Vamos otra vez a la Judea... Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, y ¿quieres volver allí?” le dicen admirados los Apóstoles. Y Jesús les respondió: “Pues qué, ¿no son doce las horas del día? El que anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; al contrario, quien anda de noche tropieza, porque no tiene luz” (Ib., 9-10). Es idea por Jesús varias veces repetida casi en la misma forma (Jn 9, 4 y 12, 35-36). Tratándose de trabajar por la gloria de Dios, mientras nos cobija su protección y caminamos a su luz, podemos marchar sin miedo a tropezar, y nuestro trabajo será fecundo; en cambio, quien anda de noche y en tinieblas, sin la luz de la fe y de la gracia, cae fácilmente; ahora marcho a esa luz; pronto llegará la ocasión en que diga: “Esta es vuestra hora” y el “poder de las tinieblas” (Lc., 22, 53).

            3) Después el Señor anunció la muerte de Lázaro y les añadió: “Y me alegro por Vosotros de no haberme hallado allí, a fin de que creáis. Y ahora vamos a él” (Jo., 11, 15). No quiso sanarle, como lo hubiera hecho de estar presente, para poder resucitarle; y aguardó al cuarto día para que la muerte fuese más evidente y el milagro más patente. Y les dice que se alegra por ellos, porque iba a ser causa aquel retraso de aumento de fe y de caridad en los discípulos, resultando así de la prueba dolorosa a que sometió a sus amigos de Betania gran bien para sus discípulos. Tengamos también nosotros en cuenta este comportamiento en nuestras peticiones al Señor. Hay que tener paciencia y confianza. No hace Jesús sufrir a los que ama por sólo el gusto de verlos padecer, sino por otros fines muy levantados de la gloria de Dios y la salvación de las almas. ¡No lo olvidemos!

            4) Y esto es lo que pretendía conseguir de Marta y María: antes que resucite a su hermano Lázaro pide a la una y a otra que crean, cuando les diga: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto, vivirá”. Se pone, pues, en camino, y cuando llegó a Betania “halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba »sepultado” (Jn 17).

  “Marta, luego que oyó que Jesús venía., le salió a recibir, y María se quedó en casa”. Nosotros también hemos venido a la Iglesia para hablar con Jesús. Unámonos en espíritu a Marta y a la comitiva de Jesús y escuchemos con devoto recogimiento el expresivo diálogo que Tú, Jesús Eucaristía, tuviste lleno de amor con Marta, y reflexionemos para sacar el mayor provecho de esta conversación: “Dijo, pues, Marta a Jesús; Señor, si hubieses estado aquí no hubiera muerto mi hermano”. Fe imperfecta, sin duda, pues que juzgaba necesaria la presencia de Jesús para que hiciera un milagro; cuánto más perfecta era, la del centurión (Mt., 8); miremos, sin embargo, dentro de nosotros mismos por si hemos tenido esta misma duda alguna vez; aunque es expresión real de confianza en la amistad de Jesús.

            La frase del Señor: “me alegro de no haberme hallado allí”, parece significar que de haber estado en Betania Jesús, no hubiese muerto Lázaro. Y continuó Marta: “Bien que estoy persuadida de que ahora mismo te concederá Dios cualquier cosa que le pidieres” (ib., 22).

La queja amorosa de Marta es cierto que no contiene reproche para Jesús y que muestra que la prueba por que ha pasado no la ha hecho perder el amor y la confianza para con el Maestro; pero aunque su estima de Jesús es grande, su fe en la divinidad de Cristo, muy corta, y quiere el Señor, antes de hacer el milagro, excitar y perfeccionar la fe de aquellas buenas hermanas: “Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta respondió: Sé que resucitará en la resurrección, en el último día. Jesús le dijo: Yo soy resurrección y vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y cualquiera que vive y cree en Mí, no morirá para siempre” (23-26).

Tienden las palabras de Jesús a corregir la imperfecta fe de Marta acerca de su persona: “Yo soy resurrección” y no necesito impetrar de otro el poder de resucitar; Yo soy la vida, autor y fuente de toda vida sobrenatural; quien en Mí cree, aunque corporalmente muera, vive espiritualmente y alcanzará a su tiempo la resurrección de su cuerpo; y cualquiera que vive aun en el cuerpo y “cree en Mí, no morirá para siempre”, es decir, no morirá de muerte espiritual y eterna, sino que vivirá siempre en el alma y en su cuerpo resucitado en el último día, que es el día de su muerte.

¿De qué resurrección y de qué vida se trata aquí? Es cuestión no clara de decidir. Lo más conforme al contexto y al movimiento de ideas de todo el cuarto Evangelio parece entender las palabras de Jesucristo a la vez de la vida corporal y de la vida espiritual, pero con la subordinación de la vida eterna de las almas, esto es, que si en el día de nuestra muerte ciertamente nuestra alma no muere, quiere decir que todo mi yo, lo que pienso y amor, lo que soy y seré, está con el Señor.

Y al preguntar Jesús a Marta: “¿Crees tú esto?”, no se refería principalmente a la resurrección, sino a su prerrogativa propia y personal de dar la vida a los muertos y conservarla a los vivos, “Respondió Marta: ¡Oh Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el que tenía que venir a este mundo!”.

 Magnífica profesión de fe que nos recuerda la que brotara de labios del Apóstol San Pedro; da Marta a Jesús sus dos nombres mesiánicos, el Cristo y el que tenía que venir. Digamos también nosotros, llenos de fe y amor, mirando a Cristo Eucaristía: ¡Creo que eres el Hijo de Dios, Dios como el Padre, que todo lo puedes, la resurrección y vida, por la potencia de tu Amor, Espíritu Santo! Pan de vida, Eucaristía divina, Tú lo puedes todo, y en Ti confío mi eternidad que Tú viniste a conseguirnos mediante tu muerte y resurrección que se hace presente en cada misa, eso es la misa, la eucaristía, y “el que come de este pan, vivirá eternamente”.

            5) “Dicho esto, Marta fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «el Maestro está aquí y te llama»”. Consideremos la caridad de Jesús y su fina amistad con aquellas hermanas; decidido, por el amor que las tenía, a resucitar a su hermano, quiere que esté presente también María, y la manda llamar. María, que tan apasionadamente amaba al Señor, “apenas lo oyó, se levantó y fue donde estaba Jesús, y en viéndole se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si estuvieras aquí no hubiera muerto mi hermano»” (ib., 23).

Considera el padre La Puente que ejercitó María tres virtudes muy excelentes: «La primera, obediencia presta, puntual y amorosa, nacida de la grande estima que tenía de Cristo Nuestro Señor..., enseñándonos, la puntualidad con que hemos de acudir al llamamiento de Dios, sin hacer caso de todo lo que es carne y sangre. La segunda virtud fue el gran respeto y reverencia al Señor, porque “viéndole se echó a sus pies”; a los pies de Jesús había pasado María, en silencio, horas suavísimas de consolaciones inefables; a los pies de Jesús, en la hora de la tribulación, abre sus labios con frase delicada, de amorosa queja: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. Y Jesús no la responde; pero lo que más es, se conmueve, se compadece.

A esta plegaria de María atribuye la Iglesia la resurrección de Lázaro, como rezamos en la oración de la misa del día de su fiesta el 22 de julio: «... por cuyos ruegos (Cristo) resucitaste a su hermano Lázaro».

 Cuántas resurrecciones de almas se deben a la oración de las almas buenas, fieles amantes de Jesús Eucaristía, cuantos que han vuelto a la vida después de la muerte de los pecados, cuantos hijos y amigos que han vuelto a la vida cristiana para la que estaban muerto.

Oremos nosotros ahora ante Jesús Eucaristía. Es el mismo Cristo con el mismo amor, poder, misericordia. Él resucitó a Lázaro después que sus hermanas se lo pidieran.

            6) Jesús resucita a Lázaro después de haber llorado y orado: “Jesús, al verla llorar y cómo lloraban los judíos que habían venido con ella, se conturbó lleno de emoción y dijo: «Dónde lo habéis puesto? ¡Ven a verlo, Señor!, le dijeron. Jesús lloró, y los judíos decían: ¡Mirad cuánto le amaba! Mas algunos de ellos dijeron: Y uno, que ha abierto los ojos de un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera” (ib., 33-37). Veamos de qué diversa manera se juzga de una misma acción. Aprendamos a no estimar en más de lo que valen los juicios de los hombres; ¡jamás podremos complacerlos a todos, pero siempre a Dios!

            Todavía emocionado, acercóse Jesús al sepulcro, que era una cueva cerrada con una losa, y mandó quitarla; Marta quiso estorbarlo, y le dijo: “«Señor, que ya huele mal porque lleva cuatro días»: Jesús le replicó «No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?»”.

No se asusta Jesús del hedor de nuestra corrupción, que para remediarlo viene a nosotros; pero quiere que lo pongamos al descubierto quitando la losa de la hipocresía y reconociendo ante el ministro de Dios, nuestra miseria. A la objeción de Marta responde el Señor con un anunció casi manifiesto de lo que va a hacer, y una invitación a prepararse al milagro por la fe.

“Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado”.

            Levantó sus ojos al cielo para indicarnos que de allí ha de venir nuestro remedio si, descubriendo nuestras miserias, sintiendo la hediondez de nuestros pecados, lo pedimos con humildad a Dios.

El Señor nos enseña también en la corta oración jaculatoria que hizo, que si deseamos recibir nuevas mercedes de Dios, hemos de comenzar por agradecer las ya recibidas. Además, todas sus obras las dirige a gloria de Dios para aumento de fe en los presentes, para salvación de todos. ¿Somos delicados con nuestro Padre Dios, principio de todo bien que tenemos, lo hacemos así nosotros, o nos mueven otros fines mas egoístas e interesados?.

            “«Y dicho esto, clamó con voz potente: Lázaro, sal fuera. El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: Desatadlo y dejadlo andar”. ¡Qué grande eres, Señor! Tú eres Dios, Eternidad, Todo ¡Qué gran Amigo tenemos! ¡Que gozo creer en Ti y haberte sentido tan cerca tantas veces y haber resucitado del pecado y de la misma muerte!

            Cristo Eucaristía, presente aquí ahora en el Sagrario, me maravilla ver la eficacia de la oración de los justos, de tus amigos para alcanzar del Señor la  resurrección del pecado a la vida de la gracia y animarnos así a orar sin descanso, ante su presencia en el Sagrario, en oración permanente, por la conversión del mundo. ¿Y qué efecto produjo en los circunstantes maravilla tan extraordinaria? El evangelista solamente nos dice: “Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él: pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús”.

            No es difícil de entender el gozo purísimo que inundó las almas de aquellas dos santas hermanas, y cómo crecería, si posible era en ellas, el amor a Jesús, y cómo se le ofrecerían otra vez y le rogarían que tuviese por suya la casa de ellas y siguiese amándolas como las había amado, y entendería plenamente Marta las palabras que Jesús le dijo al prepararla para el milagro.

En los Apóstoles se lograría la predicción de Jesús, “me alegro por vosotros, a fin de que creáis”, y su fe se robustecería y con ella su estima y amor al Maestro. Creyeron también en Él muchos de los judíos que habían venido de Jerusalén a visitar a María y a Marta; pero “algunos de ellos fueron a los fariseos y les contaron las cosas que Jesús había hecho” (ib., 46). ¡Nunca faltan corazones mezquinos que convierten la verdad y el amor verdadero de Cristo y de los hombres en envidias de crítica y destrucción: Consecuencia de este milagro el decretar el sanedrín la muerte de Jesús! (ib., 47-53).

            Y lo mismo pasó con su amigo Lázaro. En aquella ocasión dicen los evangelios que se emocionó y lloró. Es que siente de verdad nuestros problemas y angustias. Le dio pena de sus amigas Marta y María, que se habían quedado solas, sin su hermano. Fueron a la tumba y allí lloró lágrimas de amor verdadero. Nos lo dicen testigos que lo vieron.

Y Lázaro resucitó por su palabra todopoderosa. Y luego todos lloraron de alegría. Y nosotros también lloramos de emoción, de saber que es el mismo, que está aquí con nosotros, que nos ama así, como nadie puede amar, porque así lo ha querido Él, que es Dios y todo lo puede, y le hace feliz amarnos así.

Y éste es el camino de amor, misericordia y perdón que Él ha escogido para encontrarse con nosotros, para relacionarse con el hombre. Y Él es Dios, es decir, no nos necesita. Todo lo hace gratuitamente. Su corazón es así. No lo puede remediar. Así es el corazón eucarístico de Jesús.

Y tenía razón Marta, cuando el Señor le preguntó: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo»” (Jn 11,25-27). Y nosotros ante su presencia en el Sagrario decimos lo mismo: Yo no sé cómo puede ser o hacerse esto… Yo sólo sé que Tú eres el Hijo de Dios y Tú lo puedes todo y estás aquí.

9. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ ESPERÁNDONOS EL MISMO CRISTO QUE SALVÓ A LA ADÚLTERA Y PERDONÓ SUS PECADOS

            Ahora la escena se desarrolla en el pórtico de Salomón. Es una multitud de hombres muy selectos, doctores y peritos de la Ley. Quieren meterle en apuros al Señor, quedarle en ridículo y condenarle: “Esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. La ley de Moisés manda apedrearla, ¿tú qué dices?” No tiene escapatoria: o deja que apedreen a la mujer y dejará de ser misericordioso y la gente se alejará de Él, porque no cumple su doctrina de perdón a los pecadores, o le apedrean a Él los fariseos, por no cumplir la ley “¿Tú qué dices?”.

            Y si nos lo hubieran preguntado a nosotros sabiendo que, como consecuencia de ello, íbamos a perder nuestro dinero, nuestra salud o la misma vida, ¿qué hubiéramos respondido? Pero como dijo el filósofo: El corazón tiene razones que la razón no entiende ni se le ocurren. Jesús empieza a escribir en el suelo. “¿Tú qué dices?” y Jesús ha empezado a escribir, a decirles algo por escrito, no sabemos qué fue. Quizás escribió sus pecados o hechos ocultos de los presentes... No lo sabemos, pero ellos se largaron. Y el Corazón de Jesús, el mismo que está aquí en el Sagrario, les habló alto y claro a todos los presentes, para que nosotros también le oigamos: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Y nadie tiró la primera ni la segunda ni ninguna. Y la mujer quedó sin acusadores. ¡Dios quiera que nosotros tampoco tiremos nunca piedras a los pecadores, que tratemos de conquistarlos para el perdón de Dios, que nunca los lancemos pedradas de condena a los hermanos caídos en el pecado! Que aprendamos esta lección de perdón y misericordia que nos da el Corazón de nuestro Cristo, el Corazón de Jesús Sacramentado.

            Quiero recordar ahora para vosotros un hecho, que me impresionó tanto que todavía lo recuerdo. Fue en Roma, en mis años de estudio. Con los obispos españoles del Vaticano II vimos una película: EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO, de Pasolini y nunca olvidaré los ojos de Cristo a la mujer adúltera y de la mujer adúltera a Cristo. Fue de las cosas que más me impresionaron de la película y en mis predicaciones lo saco algunas veces ¿Qué vio aquella mujer en los ojos de Cristo, que no había visto antes jamás, ni siquiera en los que la habían explotado sexualmente durante su vida y menos en los hipócritas, que la querían apedrear? ¡Qué ternura, qué perdón, qué amor, qué ojos de misericordia los de Jesús para que saliera de aquella vida de esclava! Aquella mujer no volvió a pecar.

            ¡Santa adúltera! Ruega por mí al Señor, que yo también sienta su mirada de amor, que me enamore de Él y me libere de todos lo pecados de la carne, de los sentidos, que ya no vuelva a pecar. Santa adúltera, que le mire agradecido como tú y nunca me aparte de Él.

            Los ojos de Cristo son lagos transparentes en los que se reflejan todas las miserias nuestras y quedan purificadas por su amor, por su compasión, por su perdón. Nunca miró con odio, envidia, venganza. “¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco, vete en paz y no peques más”. Y la mujer quedó liberada de morir apedreada y fue perdonada de su pecado.

            Sin embargo, ante aquellos cumplidores de la ley, Jesús quedó ya condenado como todos los que se atreven a oponerse a los poderosos. Quedó condenado a muerte en el mismo momento que perdonó a la mujer. Pero el Corazón de Jesús es así, no lo puede remediar, es todo corazón. Y murió en la cruz por todos nuestros pecados, por los pecados del mundo y por los pecados de los que le condenaron injustamente, siempre perdonando, siempre olvidándose de sí mismo por darse a los demás.

            Y ese corazón está aquí, y lo estamos adorando y lo vamos a comulgar. Hoy ya no estamos en Palestina, pero los pecadores existen y Cristo sigue siendo el mismo. Debemos procurar acercarnos mediante la oración y la penitencia a Cristo para que nos perdone y procurar también acercar con nuestra oración a los que no quieren reconocer su pecado o acercarse directamente a Él. Cristo siempre perdona. 

            En nuestras visitas y oraciones tenemos que pedir mucho por los pecadores, para que reconozcan su pecado y se acerquen a Cristo, que no les condena, sino que quiere decirles lo mismo: “Vete en paz y no peques más”. El mundo actual necesita estas oraciones, penitencias, comuniones por los pecadores. Para ser perdonados, todos necesitamos la mirada misericordiosa del Corazón de Cristo, que nos ama hasta el extremo y en cada misa nos dice: Os amo, os amo y doy mi vida por vosotros y os perdono con mi sangre derramada por vuestros pecados.

            Esta actitud de amigo -“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”- la mantiene el Señor, después de la misa, en el Sagrario, desde donde nos sigue diciendo lo mismo. Sólo hace falta acercarse a Él y convertirse a Él un poco más cada día, para que Él vaya haciendo nuestro corazón semejante al suyo, y al contemplarle todos los días, vayamos teniendo un corazón misericordioso como el suyo.

            Querida hermana, querido hermano, déjate purificar y transformar por Él. Para eso se queda en el Sagrario, para animarnos, ayudarnos, revisarnos y purificarnos. ¡Corazón limpio y misericordioso de Jesús, haced mi corazón semejante al tuyo!

10. PORQUE EN EL SAGRARIO NOS ESPERA CRISTO RESUCITADO, PARA CURARNOS, COMO A TOMÁS,  DE NUESTRA FALTA DE FE  

            Este mismo Cristo de nuestro Sagrario dijo a Tomás:Dichosos los que crean  sin haber visto”. Jesucristo Eucaristía, nosotros creemos en Ti; Jesucristo Eucaristía, nosotros confiamos en Ti; Tú eres el Hijo de Dios, el único Salvador del mundo.

            Los ojos de la fe son más penetrantes que lo ojos de la carne. De niños no dudamos de lo que nos dicen nuestros padres y acertamos siempre con lo mejor para nosotros y nuestras vidas. Una madre no ha estudiado psicología o medicina y con sólo mirar al hijo sabe si sufre o si está enfermo o no. Todo por el amor. Pero vayamos al evangelio.

            La historia está motivada porque  Tomás no estaba con los discípulos cuando se les apareció el Señor, y cuando llegó se lo contaron; mas él no creyó y decía: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré."Y, obstinado, no quería creer. Ocho días después estando todos reunidos, se les volvió a aparecer Jesús, diciéndoles: “¡Paz a vosotros!”. Y dirigiéndose a Tomás, le dijo: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente." Tomás, echándose a sus pies, le dijo: “!Señor mío y Dios mío!” Y Jesús le dijo: "Porque me has visto has creído.

            1). Empecemos preguntándonos por qué Tomás no ha visto al Señor cuando se apareció a los discípulos.  De cuántos bienes nos privamos al dejar la comunidad de nuestros hermanos: sea la parroquia, la familia cristiana o la comunidad o grupo apostólico o de oración al que pertenecemos, no digamos la misa parroquial donde el Señor se hace presente para decirnos: os amo y doy mi vida por vosotros y rezamos juntos y nos perdonamos y nos damos la paz. En cada misa Cristo hace presente todo su misterio de amor y salvación a los hombres.

            Dios mira especialmente complacido toda comunidad cristiana. ¿Cómo no, si en medio de ella está Cristo? El lo dijo: “Donde están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mt., 18, 20). Y Cristo en la Eucaristía no viene con las manos vacías, sino que ahora, como cuando vivía en el mundo, de Él brota una virtud maravillosa y pasa haciendo bien.

Cuántas gracias debemos a la Comunidad, que no hubiéramos recibido aislados de ella, y cómo debemos amarla y vivir a ella unidos y no dejarla afectivamente por problemas que puedan surgir en la convivencia, sino sólo con el cuerpo, cuando la necesidad o la obediencia nos lo imponga; dejando siempre nuestro corazón en ella para reintegrarnos gozosos a ella en cuanto nos sea posible.

            Si Santo Tomás hubiera estado con los suyos, hubiera gozado, como ellos, de la alegría suavísima de la visita de Jesús. Se ausentó y perdió tal dicha.

            Mirad cómo lo dice san Juan que fue testigo del hecho: “Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor."  Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré."

            Consideremos la poca confianza y estima de Tomás respecto a los doce. Primero, en negar crédito a tantos y tan graves testigos de vista. Después, en poner condiciones tan atrevidas y aun humillantes para el Señor, para creer. ¡Presunción incalificable la que supone el exigir que se le permita meter sus dedos y su mano en las llagas abiertas por los clavos y la lanza! Como pasa hoy con tantos y tantos, incluso bautizados, que no creen y dudan de Cristo y su evangelio, no digamos de su presencia en el Sagrario. Y aunque no digan estas palabras, con su conducta, no visitando y orando ante el Señor en el Sagrario, están demostrando que no creen. Lo peor es si son catequistas o sacerdotes y luego tienen que hablar de Él.

            A juicio de Tomás, sus compañeros eran demasiado  crédulos y habían tomado por realidad lo que no era más que un fantasma de su imaginación exaltada y deseosa. Cuántos imitadores ha tenido en la sucesión de los siglos que han venido repitiendo: si no veo, no creo. Conducta no aplicable a la vida sobrenatural, a la relación con un Dios que es Espíritu Infinito. Incluso en la vida natural es absurdo y no lo estamos cumpliendo. Porque con la vida de familia, de sociedad, de comercio, de mutuas relaciones de amistad sería imposible. Temamos no se nos infiltre este espíritu soberbio de hipercrítica, que nos empuje a pedir razón y demostración palpable de todo; y procuremos, por el contrario, gran docilidad de juicio a las enseñanzas de los que Dios ha puesto en su vida y en el evangelio para guiaros y establecer relaciones de amistad con nosotros, especialmente en la Eucaristía.

            Fue esta conducta de Tomás escandalosa para sus compañeros, como puede serlo la nuestra y causar no poco daño en almas tiernas aun en la virtud; y le expuso a daño grandísimo. Porque, claro está que no tenía Jesús obligación ninguna de acceder a la atrevida demanda del Apóstol incrédulo. Y era, por el contrario, de temer que prescindiese de él, pues que tan poco asequible se mostraba a entregársele. Sólo la benignidad inagotable de Jesús pudo remediar daño tan grande como el que a Tomás amenazaba.

            2). “Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: "La paz con vosotros." Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente."

             Ocho días difirió el Señor la visita, tal vez para castigar la terca obstinación de Tomás. Y claro que por él sufrieron también sus compañeros; en la comunidad, las faltas de los tibios causan daños muy sensibles, y deja a veces el Señor, por ellos, de favorecer a todos con gracias extraordinarias. Hemos de temer ser por nuestra mala correspondencia y frialdad en el servicio del Señor causa de que se vea privada la familia o comunidad en que vivimos de los regalos de Jesús. Y, al contrario, las buenas obras de los fervorosos, ¡cuántas bendiciones atraen de lo alto! ¡No lo olvidemos y procuremos con todo empeño ser para todos fuente de bendición y dicha! La intercesión de María y la compañía de su comunidad apostólica le valieron a Tomás la visita de Jesús.

            Estaban reunidos los Apóstoles cuando se les apareció el Señor; no quiso hacerlo sólo a Tomás por dos causas principales: primera, para que habiendo sido público el pecado, lo reparase el Apóstol incrédulo ante sus compañeros, y como los había escandalizado con su obstinada incredulidad, los edificase con su humilde y fervorosa profesión de fe, y trocase así en legítimo gozo la pena que les había ocasionado con su pecado. Además, quiso dar a entender a Tomás que a sus compañeros debía en no pequeña parte la dicha de que se le apareciese el Señor; cosa que no hubiera logrado si, como lo hiciera antes, se apartara de ellos. Estimemos la vida de comunidad y agradezcamos al Señor mil gracias que se nos otorgan por ella.

            El Señor, al entrar en el cenáculo, ante todo se dirigió a la comunidad y la saludó con su acostumbrado: “¡Paz a vosotros!” ¡Cuál no sería el gozo de los Apóstoles al oír aquella voz tan conocida y amada, y cómo surtiría el saludo de Jesús efectos admirables en aquellos corazones! ¡ El Señor les perdonó a todos, no tuvo en cuenta la traición de Pedro y el abandono de todos, no empezó riñéndolos  en su primera visita, sino que como los amaba y nos ama de verdad, sus primeras palabras fueron para ellos y para todos los que le ofendemos a veces: Paz a vosotros.

            Pidámosle que nos dé su paz. Después se dirigió a Tomás, como el buen pastor que corre tras la oveja descarriada. Él salió a buscar al incrédulo para reducirlo al redil. ¡Y con qué caridad y suavidad lo hizo! “Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente. La terca obstinación de Tomás bien merecía siquiera unas palabras de dura reprensión; pero el bondadosísimo Jesús sólo le hace un reproche lleno de caridad: “¡No seas incrédulo!” Y en cambio, como accediendo a su pretensión, le invita a que realice la prueba que exigía para quedar plenamente convencido de la verdad de la resurrección. Lección en verdad práctica para los que tienen oficio de corregir, formar y predicar y educar. El perdón y la suavidad es la mejor manera de lograr magníficos efectos entre los hermanos en la fe con la tranquila exposición y la suave admonición templada por el cariño, que hace al defectuoso o pecador ver su falta y, al mismo tiempo, el modo de enmendarla y cambiar de vida y actitudes! Así se logra que el reprendido, en vez de airarse y rebotar y rechazar, salga agradecido y acepte la reprensión con estos motivos de amor y suavidad.

            3)Grande fue la falta de Tomás, pero hay que reconocer su magnífica  reparación: “Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío”. ¿Tocó las llagas Tomás y metió su mano por el costado abierto de Jesús? No lo dice el texto sagrado; cierto que ya no lo necesitaba, pues estaba convencido; acaso Jesús, con dulce violencia le forzó a hacerlo para mayor comprobación del hecho de su gloriosa resurrección y provecho nuestro. Y dice san Gregorio en una de su homilías: «Más nos aprovechó a nosotros para la fe la infidelidad de Tomás que la fe de los discípulos creyentes; porque al ser reducido él a la fe tocando, nuestra mente, echada fuera toda duda, se afirma en la fe».

             Lleno de fe, de amor y de pena, se arrojó el Apóstol a los pies del Maestro, y del fondo del alma, ilustrada por el Espíritu Santo, lanzó aquel grito sublime que repetimos sin cansarnos los adoradores del Dios escondido en la Hostia santa: “¡Señor mío y Dios mío!”: Esta era la  santa costumbre que había en nuestros pueblos cristianos y que ya se ha perdido, al consagrar el sacerdote el pan y el vino.

            ¡Perdóname, Señor! ¡Quiero en adelante ser todo tuyo, reparar mi pecado con una fe doblemente fervorosa y activa. «Este es el <Toma de mí y haz lo que quieras> de un corazón fuerte, de un corazón extraviado, pero vuelto a recobrarse enteramente, que en lo sucesivo responderá con entera satisfacción a todas los pruebas, dispuesto a toda clase de luchas y sacrificios. Tomás es ya todo del Señor; será uno de los más fervorosos Apóstoles del mundo, »que extenderá el Evangelio como Pablo. Aquel “vayamos y muramos con él” que dijo con lo demás apóstoles en un momento de persecución a Jesús, tendrá en él mismo su perfecto cumplimiento. Como «la caída de Pedro, así también la incredulidad de Tomás se ha trocado en copiosa bendición, gracias a la caridad del Maestro, que aquí también ha dado maravillosa muestra de lo que debe ser la prudencia, la moderación, la bondad y el conocimiento del corazón humano de un verdadero padre espiritual.»

            Nadie hasta entonces había llamado a Jesús:
“¡Señor mío y Dios mío!”. Ciertamente puede decirse a Tomás, en esta ocasión, lo que a Pedro dijera Jesús en Cafarnaún: Bienaventurado eres, porque esto que has dicho “no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en los cielos”. Es un desahogo del corazón inflamado súbitamente de amor y ansioso de mostrar su reconocimiento a quien tanto debe. «Es una declaración de la íntima experiencia sobrenatural. La resurrección causó a Tomás el efecto más principal, que es llegar al contacto con la divinidad. Experimentó íntimamente este contacto y el alma se encendió, como si le acercaran una brasa de fuego, y se exhaló toda en un acto de amor. Las palabras declararon lo que el alma sentía con más perfección. Cuando los afectos interiores son muy poderosos, las palabras siempre son cortas: ¡Señor mío!, acto de entrega total de sí mismo, reparación de tantas negaciones y resistencias pasadas. ¡Dios mío!, acto de unión con la fuente de la vida sobrenatural. Tomás es ya un hombre nuevo en Cristo, Señor y Dios»

            “Dícele Jesús: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.”  El Señor no alaba la confesión de Tomás como alabara un día la de Pedro, y lo hace porque había sido tardo en creer y porque no tomasen otros ocasión de este ejemplo para pedir otro tanto, queriendo prueba de sentir y ver con los ojos de la carne para creer los misterios de Dios. Dos caminos hay para llegar a la fe: Uno, viendo, y otro, sin ver. ¿Puede llamarse cosa de fe lo que se ha visto? San Agustín, que dijo: «Fides est credere quod non vides» : la fe es creer lo que no ves, da la solución con estas palabras: «Una cosa vio y palpó con el cuerpo Tomás, y otra »creyó con el corazón... Porque vio y tocó al Hombre o la Humanidad, y creyó en Dios o en la Divinidad  (que al presente no se puede ver). Pues diciendo ¡Señor mío! confesó la naturaleza humana, a la que se ha dado el dominio de toda criatura, y diciendo ¡Dios mío!, la divina, que todo lo creó y a uno mismo por Dios y Señor» (Tract. 121 in Joan). 
             Finalmente, notemos la alabanza que nos tributa a los que sin necesidad de ver hemos, por la misericordia de Dios, creído. Nos gustaría, claro está, verle, tocarle, adorarle, besarle en el Sagrario; y así lo hacen muchas personas, incluso corporalmente; mis niños de catequesis todos pasan por el Sagrario para besar al Señor; pero mayor mérito es creer en Él firmemente y adorarlo con fe y amor. Seremos, en verdad, bienaventurados ya en la tierra.

4. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO CON SU CUERPO RESUCITADO Y LLAGADO POR TI.

 Quiso nuestro Cristo y amorosísimo Redentor conservar, después de su resurrección, las llagas de los pies, de las manos y del costado. ¿Para qué? Podemos considerar algunas razones.

            A) Como señales visibles y testimonio fehaciente e irrecusable de lo terrible del combate que hubo de sostener para llevar a cabo el proyecto del Padre y la empresa que tomara a su cargo. Mucho le costó nuestra redención, mucho hubo de sufrir para darla cima... Pues que tanto le costó, mucho debe de valer y en mucho la hemos de estimar.

           B) Como perpetua señal del amor que nos tiene y excitador continuo de su misericordia para con nosotros. Si obras son amores, mucho nos amó quien por nuestro bien tanto sufrió. Y cierto que entrañas de misericordia son las que así se compadecieron de nuestra miseria: “Llagado por nuestros delitos (Is., 53 5).

            C) Como trofeos de su victoria, pues resplandecerán trocadas de fealdad en hermosura, como estrellas luminosas por toda la eternidad y será su vista para los bienaventurados objeto de regalada visión, que les hará clamar, llenos de agradecimiento y amor: “Digno es el cordero que ha sido sacrificado de recibir el poder, y la divinidad, y la sabiduría, y la fortaleza, y el honor y la gloria, y la bendición”. (Ap 5, 12). Con qué legítimo orgullo muestran los soldados las cicatrices del combate y las heridas sufridas por la patria! En el Concilio de Nicea, el emperador Constantino besaba, lleno de respetuosa admiración, las cicatrices que ostentaban los obispos que habían sufrido martirio por la fe. Para utilidad nuestra, pues Jesucristo las muestra al Padre para aplacar su indignación y lograrnos gracias sin cuento:   “siempre vivo para interceder por nosotros” (Heb., 7, 25),  y son sus llagas otras tantas bocas que claman “ofreciendo plegarias y súplicas con grande clamor y lágrimas fue oído por su reverencia o dignidad”. Y podrá decir al mostrar sus llagas: «tanto sufrimiento no fue inútil». Podemos, además, dentro de ellas, descansar de los trabajos de nuestro prolongado destierro; pues que son un oasis en este desierto y un faro en la noche de esta vida terrena. Por fin, y ya inútilmente, los condenados “verán al que traspasaron” (Jn., 19, 37).

            D) Podemos seguir preguntándonos: Y ¿para qué mostró el Señor sus llagas a los Apóstoles? Pretendió con ello Jesús:

            a) Robustecer la fe de sus discípulos, quitándoles toda duda y dejándoles bien probado que había resucitado con la misma carne que antes tenía “Soy yo”: Quiso también patentizar “Nolite timere”; “no tengáis miedo” que recordando vuestra cobardía que os hizo abandonarme, haya dejado de amaros. ¡No! Mirad estas llagas testigo de mi amor, y al verlas llenaos de confianza.

            b) Para alentarlos al sacrificio. Bien merecía que hicieran algo por Él, que tanto había hecho por ellos; y así se animaran a corresponder con sacrificio a tan doloroso sacrificio. A gran precio les había comprado aquella paz y salvación que les brindaba como supremo don; justo era que la estimasen y guardasen a costa de cualquier trabajo, Y les anunció que habían de ser perseguidos, maltratados, muertos... por aquel mundo que primero le odió y persiguió a Él, pero al que había vencido: “confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 10, 33).

            F) ¿Qué otro provecho debemos sacar de contemplar las  llagas de Jesucristo?

            a) Primero, dolor sincero al considerar que nuestros pecados fueron los que las abrieron; y son también los que las renuevan, renovando en cierto modo la Pasión.

            b) Después, grande amor y gratitud para con quien asi nos amó; lo contrario sería ingratitud incalificable.

            c) Confianza sin límites: esas llagas son fiadoras de nuestra salvación; voces que sin tregua claman por nosotros, asilo donde acogernos, refugio seguro en vida y en muerte: «no encontré mayor remedio a mis males que las llagas de Cristo». (San Agustín)

            d) Aliento y estímulo para la imitación generosa de Jesucristo y para sufrir algo por Él y con Él. Se lamentaba San Pedro de Verona por haber sido injustamente acusado y castigado; se le apareció Jesús, y mostrándole sus llagas, le dijo: «¡No era Yo inocente? Y, sin embargo, por ti... »

            Con Cristo que tanto nos quiso y sufrió por nosotros, el mismo Cristo que está aquí ahora presente en el Sagrario, y que tanto nos ama y espera nuestro diálogo de amor, oremos y dialoguemos y discutamos con Él esta emoción que hemos sentido y sentimos al meditar este pasaje evangélico; digámosle con santo Tomás de Aquino en el himno «Adorote devote...»: 

            « No veo las llagas como las vio Tomás,
            pero confieso que eres mi Dios;

            haz que yo crea más y más en Ti,
            que en Ti espere; que te ame».

            Digamos todos con san Pablo: “ Llevo en mi cuerpo las llagas de Cristo... no quiero saber más que de mi Cristo, y éste, crucificado... vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi y, mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí...”

11. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ EL CORAZÓN QUE MÁS AMA A LOS HOMBRES

QUERIDOS HERMANOS: Todo cuerpo tiene un corazón. Es el órgano principal. Si el corazón se para, el hombre muere. «Te amo con todo mi corazón», «te lo digo de corazón...» son expresiones que indican que lo que hacemos o decimos es desde lo más profundo y sincero de nuestro ser, con todas nuestras fuerzas, que no nos reservamos nada, que nos entregamos totalmente. Pues bien, este cuerpo de Cristo Eucaristía, que hoy veneramos y comulgamos, tiene un corazón que es el corazón del Verbo Encarnado. El corazón eucarístico de Cristo es el que realizó este milagro de amor y sabiduría y poder de la Eucaristía. Este corazón, que está con nosotros en el Sagrario y que recibimos en la Comunión, es aquel corazón, que viendo la miseria de la humanidad, sin posibilidad de Dios por el pecado y viendo que los hombres habíamos quedado impedidos de subir al cielo, se compromete a bajar a la tierra para buscarnos y salvarnos: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.

             Este corazón, centrado en el amor al Padre y al hombre, con una entrega total y victimal hasta la muerte, es el corazón de Cristo que “me amó y se entregó por mí”, en adoración y obediencia perfecta al Padre, hasta el sacrificio de su vida. Y este corazón está aquí y en cada Sagrario de la tierra y este corazón quiero ponerlo hoy, como modelo del nuestro, como ideal de vida que agrada a Dios y salva a los hermanos:Más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros… Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!” (Rom 5,9-11).

             Este corazón eucarístico de Cristo, puesto en contacto con las miserias de su tiempo: ignorancia de lo divino, odios fratricidas, miserias de todo tipo, incluso enfermedades físicas, morales, psíquicas... Fue todo compasión, verdad y vida.

             Por eso, sabiendo que está aquí con nosotros, en el pan consagrado, ese mismo corazón de Cristo, porque no tiene otro, debemos ahora meditar en este corazón que nos amó hasta el extremo en su Encarnación y en el Gólgota, que nos amó y sigue amándonos hasta el extremo en la Eucaristía. Hoy vamos a fijarnos en los rasgos de su corazón amantísimo, reflejados en sus palabras, que escuchamos esta mañana desde su presencia eucarística y que le siguen saliendo de lo más íntimo de su corazón. A través de la lengua, habla el corazón de los hombres.

             Jesús, el predicador fascinante que arrastraba las multitudes, haciendo que se olvidaran hasta de comer, el que se sentía bien entre los sencillos y plantaba cara a los soberbios, el que jugaba con los niños y miraba con amor a los jóvenes y con misericordia a los pecadores, tenía el corazón más compasivo y fuerte de la humanidad. Vamos a fijarnos hoy en algunas de sus palabras, que así lo reflejan y que hoy nos las dice desde el Sagrario, haciéndonos una imagen bellísima de sus ojos y corazón misericordiosos, llenos de ternura, con su corazón compasivo, lleno de perdones, con sus manos que nunca se cansaron de hacer el bien:

 - “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo” para estar cerca de los hombres y alimentar y fortalecer, con mi energía divina de amor, vuestra debilidad y  cansancio en amar y perdonar, de entrega, de entusiasmo, servicio.

 - “Yo soy la luz del mundo”, nos repite todos los días desde el Sagrario, para iluminar vuestra oscuridad de sentido de la vida: por qué existimos, para qué vivimos, a donde vamos.... Yo soy la luz, la verdad y la vida sobre el hombre y su trascendencia.

 - “Yo soy el pastor bueno”, “yo soy la puerta” para que el hombre acierte en el camino que lleva a la eternidad. Yo soy la puerta del amor verdadero a Dios, yo soy la puerta de la vida personal o familiar plena, yo soy la puerta de los matrimonios verdaderos para toda la vida, de las familias unidas, que superan todas las dificultades. Yo soy el fundamento de unión y la paz entre los hombres, entre los vecinos. Yo soy la fuente del amor fraterno, del servicio humano y compasivo.

 - “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, todo está en mí para vosotros, para que no caigáis en las cunetas del error, de la muerte, de los vicios y pecados, que quitan al hombre la libertad, la alegría y lo reducen a las esclavitudes de los vicios, del consumismo que lleva al vacio existencial.

 - “Yo he venido a salvar lo que estaba perdido”; “Yo he venido para que tengáis vida y la tengáis abundante”. Os he pensado y creado con el Padre desde el Amor del Espíritu Santo. Os he recreado por amor como Hijo desde la Encarnación. Os he redimido y he sufrido la muerte para que tengáis vida eterna, y por la potencia de mi Espíritu, consagro el pan en mi cuerpo y sangre para la salvación del mundo.

 - “Yo he venido a traer fuego a la tierra y sólo quiero que arda”: que ardan de amor cristiano los matrimonios, que ardan de amor y perdón los padres y los hijos, que los esposos ardan de mi amor y superen todos los egoísmos, incomprensiones, que ardan de amor verdadero los jóvenes, los novios, sin consumismos, sin reducirlo sólo a cuerpo. El amor de los míos tiene que ser humilde y sin orgullo, sincero y generoso como el mío, dador de gracias y dones, sin cansancio, sin egoísmos, con ardor y fuego humano y divino.

 - “Si alguien tiene sed que venga a mi y beba... un agua que salta hasta la vida eterna…” Jesús es el agua de la vida de gracia, de la vida eterna. Jesús es la misma vida de Dios que viene hasta nosotros y es su felicidad eterna, la que quiere compartir con cada uno de nosotros.

             Queridos hermanos: repito e insisto: ese corazón lo tenéis muy cerca, late muy cerca de nosotros en la Eucaristía, en la comunión, en el Sagrario, está aquí. Pidamos la fe necesaria para encontrarlo en este pan consagrado, pidámosle con insistencia: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Vivir en sintonía con este corazón de Cristo significa amar y pensar como Él, entregarse en servicio al Padre y a los hombres como Él, especialmente a los más necesitados. Es aceptar su amistad ofrecida aquí y ahora. Esto es lo que pretende y desea con su presencia eucarística. Para esto se quedó en el Sagrario. 

            ¡Eucaristía divina! Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida. También yo quiero darlo todo por ti, porque para mí, Tú lo eres todo, yo quiero que lo seas todo.

12. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO EN EUCARISTÍA PERFECTA DE INTERCESIÓN PERENNE POR SUS HERMANOS, LOS HOMBRES

            Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y San Juan nos dice en su evangelio que Jesús “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”;  hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros para siempre en el pan consagrado de todos los Sagrarios de la tierra.

            Sinceramente es tanto lo que debo a esta presencia eucarística del Señor, a Jesús, confidente y amigo, en esta presencia tan maravillosa, que se ofrece, pero no se impone, tratándose de todo un Dios, que, cuando lo pienso un poco, me emociono, «me recrea y enamora», y le amo con todo mi cariño, y quiero compartir con vosotros este gozo desde la humildad, desde el reconocimiento de quien se siente agradecido, pero a la vez deudor, necesitado de su fuerza y amor.

            Santa Teresa estuvo siempre muy unida a la humanidad de Cristo, en contra, incluso, de los que defendían, que en camino de la oración, a medida que se ascendía en la contemplación, había que abandonarla. Para ella era todo lo contrario: ella insistía en que el camino para la verdadera experiencia de Dios era la humanidad de Cristo: «Muchas veces lo he visto por experiencia, hámelo dicho el Señor, he visto claro que por esa puerta hemos de entrar» (Vida 22,6). En relación con la presencia de Jesús en el Sagrario, exclama: «¡Oh eterno Padre, ¿cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras?... no permitas, Señor, que sea tan mal tratado en este sacramento. Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable».

            Ella se extasiaba ante Cristo Eucaristía. Y lo mismo todos los santos, que en medio de las ocupaciones de la vida, tenían su mirada en el Sagrario, siempre pensaban y estaban unidos a Jesús Eucaristía. Y la madre Teresa de Calcuta, tan amante de los pobres, que parece que no tiene tiempo para otra cosa, lo primero que hace y nos dice que hagamos, para ver y socorrer a los pobres, es pasar ratos largos con Jesucristo Eucaristía.

            En la congregación de religiosas, fundada por ella para atender a los pobres, todas han de pasar todos los días largo rato ante el Santísimo. Debe ser porque hoy Jesucristo en el Sagrario es para ella el más pobre de los pobres, y desde luego, porque para ella, para poder verlo en los pobres, primero hay que verlo donde está verdadera, real y sustancialmente presente, todo entero: en la Eucaristía. Y así ha sido y seguirá siendo en todos los santos. Ni uno sólo que no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de esta presencia, de este pan, de este tesoro escondido, ni uno sólo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, sin grandes sentimientos, para luego, avanzando poco a poco, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta llegar al encuentro total con Cristo vivo, vivo y resucitado, compañero de viaje por el sacramento.

13. PORQUE EN EL SAGRARIO TENEMOS AL MEJOR MAESTRO Y MODELO DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO

Queridos hermanos: me gustaría describiros un poco el camino ordinario que hay que seguir para conocer y amar a Jesucristo Eucaristía. Es la oración eucarística o sencillamente la oración en general, de la que Santa Teresa nos dice, «que no es otra cosa oración, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama». Como os dije ya anteriormente, al «tratar muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama», poco a poco nos vamos encontrando con Él en la Eucaristía, que es donde está más presente «el que nos ama», y esto es en concreto la oración, la oración en general, o si queréis, la oración eucarística, que será hablar, encontrarnos, tratar de amistad con Jesucristo Eucaristía.

            Este es el mejor camino que yo conozco y he seguido para descubrirlo vivo, vivo y resucitado, y no como un tesoro escondido, sino como un tesoro mostrado, manifestado y predicado abiertamente, permanentemente ofrecido y ofreciéndose como evangelio vivo, como amistad, como pan de vida, como confidente y amigo para todos los hombres, en todos los Sagrarios de la tierra.

            El Sagrario es el nuevo templo de la nueva alianza para encontrarnos y alabarle a Dios en la tierra, hasta que lleguemos al templo celeste y podamos contemplarlo glorioso. No es que haya dos Cristos. Siempre es el mismo ayer, hoy y siempre, pero manifestado de forma diferente. “Destruid este templo y yo lo reedificaré en tres días. Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,19). Cristo Eucaristía es el nuevo sacrificio, la nueva pascua, la nueva alianza, el nuevo culto, el nuevo templo, la nueva tienda de la presencia de Dios y del encuentro, en la que deben reunirse los peregrinos del desierto de la vida, hasta llegar a la tierra prometida, hasta la celebración de la pascua celeste.

  Por eso, “la Iglesia, apelando a su derecho de esposa” se considera propietaria y depositaria de este tesoro, por el cual merece la pena venderlo todo para adquirirlo; y lo guarda con esmero y cuidado extremo y le enciende permanentemente la llama de su fe y amor más ardiente, y se arrodilla y lo adora y se lo come de amor: “No es el marido dueño de su cuerpo sino la esposa” (1Cor 7,4). 

            El Sagrario es Jesucristo vivo y resucitado en salvación y amistad permanentemente ofrecidas a los hombres, sus hermanos. Quiero decir con esto que no se trata de un privilegio, de un descubrimiento, que algunos cristianos encuentran por suerte o casualidad o porque están muy subidos en la oración, sino que es el encuentro natural de todo creyente, que se tome en serio la fe cristiana y crea lo que tiene que creer y quiera ponerse en camino para recorrer de verdad las etapas necesarias de este Camino, de esta Verdad y de esta Vida de amistad, que es Jesucristo Eucaristía y que Él mismo expresó bien claro: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. “Tomad y comed, esto es mi cuerpo...” “El que me coma, vivirá por mí...” “...El agua, que yo le daré, se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna”. “Yo soy el camino...”

            La puerta para entrar en este Camino y en esta Vida y Verdad que nos conducen hasta Dios mismo, es Cristo, por medio de la oración personal, hecha liturgia y vida, o la oración litúrgica y la vida, hecha oración personal, que para mí todo está unido, pero siempre oración, al menos «a mi parecer».

            Y para encontrar en la tierra a Cristo vivo, vivo y resucitado, el mejor Camino, Verdad y Vida es el Sagrario, porque es el mismo Cristo, porque es «la fonte que mana y corre, aunque es de noche», es decir, es sólo por la fe, que es noche y oscuridad para la razón y los sentidos, al principio, porque uno no ve nada, hasta que uno se va adecuando y acostumbrando a hablar con una persona, que no ven los ojos de la carne, por los cuales antes veía y quería ver hasta lo que le decía la fe, y ahora poco a poco es la fe la que va dominando hasta en los sentidos, cosa inaudita para ellos; y poco a poco viene el amanecer de la amistad con Cristo, por la fe, desde la fe y en la fe, que es luz del mismo Dios, más clara, luminosa y evidente que todo lo que aportan la razón y los sentidos.

            Sólo por la fe, que es participación de la verdad y del conocimiento que Dios tiene de sí mismo y que por tanto no podemos comprenderlo ni abarcarlo, hay que ir fiándose de su amor, podemos acercarnos a esta fuente del Amor y de la Vida y de la Salvación, que mana del Espíritu de Cristo, que es Espíritu Santo: Amor, Alma y Vida de mi Dios Trino y Uno: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ahí, en el Sagrario, está esta fuente divina y hasta ahí nos lleva este agua de la oración y del amor que “salta hasta la vida eterna”.

            El primer paso, para tocar a Jesucristo, escondido en este pan por darnos vida, llamando a las criaturas, manando hasta la vida eterna, es la fe, llena de amor y de esperanza, virtudes sobrenaturales, que nos unen directamente con Dios. Y la fe es fe, es un don de Dios, no la fabricamos nosotros, no se aprende en los libros ni en la Teología; hay que pedirla, pedirla intensamente y muchas veces, durante años, en la sequedad y aparente falta de respuesta, en noche de luz humana y en la oscuridad de nuestros saberes, con esfuerzo y conversión permanente.

            La fe es el conocimiento, que Dios tiene de sí mismo y de su vida y amor y de su proyecto de salvación, que se convierten en misterios para el hombre, cuando Él, por ese mismo amor que nos tiene, desea comunicárnoslos.

  Dios y su vida son misterios para nosotros, porque nos desbordan y no podemos abarcarlos; hay que aceptarlos sólo por la confianza puesta en su palabra y su persona, en la seguridad que nos ofrece su amor, a oscuras del entendimiento que no puede comprender cómo un Dios pueda amar así a sus criaturas y abajarse de esta forma.

            Para subir tan alto, tan alto, hasta el corazón del Verbo de Dios, hecho pan de Eucaristía, hay que subir «toda ciencia trascendiendo». Podíamos aplicarle los versos de San Juan de la Cruz: «Tras un amoroso lance, Y no de esperanza falto, Volé tan alto tan alto, que le di a la caza alcance».

            La fe, el diálogo de fe con Cristo Eucaristía, la oración en general, pero sobre todo la eucarística, siempre será un misterio, nunca podemos abarcarla perfectamente; sino que será ella la que nos abarque a nosotros y nos desborda. Y nosotros tenemos que dejarnos dirigir y dominar por ella, porque la fe va delante, y luego sigue la razón. Nosotros pensamos sobre estos misterios, siguiendo a la fe, nunca poniéndonos delante, porque ella es la señora, es la luz de Dios y nosotros somos criaturas, tenemos que seguirla; aunque no la comprendamos, porque la fe y la oración de fe es siempre un encuentro con el Dios vivo e infinito.

            Será siempre transcendiendo lo creado, en una unión con Dios sentida; pero no poseída, aunque deseando, siempre deseando más del Amado, en densa oscuridad de fe, llena de amor y de esperanza del encuentro pleno, de la unión total con Dios, si uno es capaz de seguir hasta las cumbres de la contemplación a la que Dios nos llama, para lo cual hay que purificarse mucho, como luego diremos.

            Y así, envuelta en esta profunda oscuridad de la fe, más cierta y segura que todos los razonamientos humanos, la criatura, siempre transcendida y «extasiada», salida de sí misma, de sus juicios, ideas, pensamientos y razones puramente humanas que no pueden comprender a Dios, tiene que ir no viendo ni sintiendo ni apoyándose nada en lo que le dicen sus criterios humanos y los sentidos: ¿Cómo puede estar el Dios infinito en un trozo de pan? ¿Un Dios tan grande, y no salen luces especiales ni resplandores del Sagrario? ¿Por qué renunciar a lo que veo y tengo por algo que no veo? ¿Cómo recorrer este camino sólo en fe? ¿Quién me lo asegura? ¿Llevo años y no siento con fuerza su presencia? ¿Cómo encontrarme con Cristo en el Sagrario, si no lo veo, no oigo, no siento?

            Estas y otras muchas cosas se nos vienen a la cabeza y San Juan de la Cruz dice que todas esas dudas y noches de fe y de amor son necesarias para purificarnos y llegar a la unión total con el Amado sólo desde la fe y por la fe, porque es la misma luz de Dios y la única que nos puede llevar hasta Él: «Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada».

            Sólo por la fe tocamos y nos unimos a Dios y a sus misterios. Como haga caso a la razón y a lo que me dicen los sentidos que no ven nada de esto, no podré dar ni el primer paso en serio: “El evangelio es la salvación de Dios para todo el que cree. Porque en él se revela la justicia salvadora de Dios para los que creen, en virtud de su fe, como dice la Escritura: El justo vivirá por su fe” (Rom 1,16)

            A Jesucristo se llega mejor por el evangelio y cogido de la mano de los verdaderos creyentes: los santos, nuestros padres, nuestros sacerdotes, y todos los amigos de Jesús, que han vivido el evangelio y han recorrido este camino de oración, del encuentro eucarístico, y nos indican perfectamente cómo se llega hasta Él, cuáles son las dificultades, cómo se superan.

            Este camino hay que recorrerlo siempre, sobre todo al principio, con la certeza confiada de la fe de la Iglesia, de nuestros padres y catequistas. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). María, modelo de fe y madre por la fe, llegó a concebir y a conocer a su Hijo y a vivir todos sus misterios más y mejor por la fe, “meditándolos en su corazón”, que por lo que veía con los ojos de la carne, que más le podían hacer dudar. Por ejemplo, cuando lo tenía naciendo en su seno.

            Y éste que nace en mí ha creado los cielos y la tierra, y este es Dios, y ahora nace pobre y nadie lo reconoce como Dios y todos me dirán que estoy loca si digo lo que creo, y nadie creerá que sea Dios el que nace dentro de mí y yo soy la única, pero ella creyó contra toda evidencia puramente humana; igual que en la cruz, estando allí, junto a la cruz de su Hijo, vinieron sobre su mente los pensamientos que hicieron que otros le abandonaran y le dejaran sólo a Jesús en ese momento tan importante de su vida, cuando Él más lo necesitaba, porque era también su noche de fe, porque su Divinidad no la sentía, había dejado sola a la humanidad para que pudiera sufrir y salvar a los hombres, porque así lo quería el Padre.

            María, junto a la cruz de su hijo, tuvo que hacer el mayor acto de fe de la Historia después del de Cristo: creer que era el Salvador del mundo el que moría como un fracasado, solo y abandonado, viendo morir así al que decía que era el Hijo de Dios.

            Ella no comprendía ni entendía nada. Lógico que todos le dejaran. Pero ella permaneció fiel junto a su hijo, junto a la cruz y la muerte, muriendo a toda razón, a todos los razonamientos y pensamientos puramente humanos, que vendrían a su mente en esa y otras ocasiones de la vida de Cristo y se hizo esclava total de la palabra, de la fe en Dios, creyendo contra toda evidencia humana.

            Esa fe la llevó a descubrir todo el misterio de su Hijo y permaneció fiel hasta la cima del calvario, creyendo, contra toda apariencia humana, que era el Redentor del mundo e Hijo de Dios el que moría solo y abandonado de todos, sin reflejos de gloria ni de cielo, en la cruz.

            Y así tienen que permanecer junto al Sagrario, días y noches, horas y horas, un día y otro, las almas eucarísticas, aunque el resto le abandonen y dejen al Señor. Y así años y años… aunque el Señor ayuda y da fogonazos tan fuertes, que es una maravilla y así se va descubriendo el misterio y el tesoro del cielo en la tierra. San Agustín llega a decir que María fue más dichosa y más madre de Jesús por la fe, esto es, por haber creído y haberse hecho esclava de su Palabra que por haberle concebido corporalmente.

            Por la fe nosotros sabemos que Jesucristo está en el sacramento, en la Eucaristía, realizando lo que hizo y dijo. Podemos luego tratar de explicarlo según la razón y para eso es la teología, pero hasta ahora no podemos explicarlo plenamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es participación del conocimiento, de la misma luz con que Dios ve todas las cosas, aunque yo, que tengo esa fe, al hacerme Dios partícipe de su mismo conocimiento, no lo pueda ver y comprender, como he dicho antes, porque me excede y yo no puedo ver con la luz y profundidad de Dios. Sólo por el amor, por la ciencia de amor, por la noticia amor, por el conocimiento místico el hombre se funde con la realidad amada y se hace una sola llama de amor y así la conoce.

            Los místicos son los exploradores que Moisés mandó por delante a la tierra prometida, y que, al regresar cargados de vivencias y frutos, nos hablan de las maravillas de la tierra prometida a todos, para animarnos a seguir caminado hasta contemplarla y poseerla.

            La fe no humilla a la razón; sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola, humilde, capaz de Dios, como María que acoge la Palabra de Dios sin comprenderla. Luego, al vivir desde la fe los misterios de Cristo, lo comprende todo. Toda la Noche del espíritu, para San Juan de la Cruz, está originada por este deseo de Dios, de comunicarse con la criatura. El alma queda cegada por el rayo del sol de la luz divina que para ella se convierte en oscuridad y en ceguedad por excesiva luz y sufre por sus limitaciones en ver y comprender como Dios ve su propio misterio. Por eso a este conocimiento profundo de Dios se llega mejor amando que entendiendo, por vía de amor que por vía de inteligencia, convirtiéndose el alma en «llama de amor viva».

            Aquel que es para siempre la Palabra del Padre, la biblioteca inagotable de la Iglesia, condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta la fe y el amor que hagan comunión de sentimientos con el que dijo “acordaos de mí”, de lo que yo soy, de lo que hago, de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas, de mi amor hasta el extremo...

             San Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios es mejor el amor que la razón, porque ésta no puede abarcarle, pero por el amor me uno al objeto amado y me fundo con Él en una sola realidad en llamas. Son los místicos, los que viven y experimentan los misterios que nosotros celebramos.

            Para San Juan de la Cruz, la teología, el conocimiento de Dios debe ser «noticia amorosa, sabiduría de amor, llama de amor viva que hiere de mi alma en el más profundo centro...» No conocimiento frío, teórico, sin vida. El que quiere conocer a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo debe trabajar en estado permanente de oración, debe hacer teología arrodillado. Sin esta comunión personal de amor y sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: “Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo”: “Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy. Lo comí y fue en mi boca dulce como miel” (Ez.3, 1-3).

14. PORQUE JESUCRISTO EN EL SAGRARIO ES EL MEJOR PROFESOR Y LA BIBLIOTECA ENTERA Y COMPLETA DE SU PERSONA Y MISIÓN

            Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva. Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos místicos, sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la eucaristía, participar en la eucaristía, adorar la eucaristía.

            Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el Sagrario, para que una vez creída su presencia inicialmente: "el Señor está ahí y nos llama", ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí. Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo --los limpios de corazón verán a Dios--, y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total del alma y de la vida, para que la eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra vida y no por puro conocimiento.

            No olvidemos que la Eucaristía se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la celebración de la santísima Eucaristía por un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad le costó y no lo comprendía. En cada misa, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...” y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre, si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”. La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva.

            Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la misa hay que vivirlos como prolongación de la santa misa y de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado. Y este ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una misa por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas.

            ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

            Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística  no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda.

            La adoración eucarística debe convertirse en mistagogia del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él. La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos-sacramentales de la misa celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él.

            Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, apelando a sus derechos de esposa, ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la misa, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, para embalsamarle con el aroma de nuestras oraciones y agradecimiento por todo lo que ha sufrido y conseguido en la pascua realizada por nosotros y para nosotros. Por esta causa, una vez celebrada la misa, nosotros seguimos orando con estas actitudes de Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas para ayudaros un poco a los adoradores nocturnos en vuestro diálogo personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa.

15 PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO OFRECIENDO SIEMPRE SU VIDA POR SALVACIÓN DE LOS HOMBRES.

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fin de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 5-11).

            A). Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que disponga de mi vida, según su voluntad.

            Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego a Ti, Tú puedes hacerlo, Señor, ayúdame, te lo pido, lo espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, si Tú no me enseñas y me das fuerzas...

            B). Un segundo sentimiento lo expresa así la LG 5: «los fieles... participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella».

            La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda. El diálogo podía escoger estas tonalidades: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir solo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de gloria de la Santísima Trinidad. Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré consagrado, ya no me pertenezco, soy una cosa contigo, y cuando salga a la calle, como ya no pertenezco sino que he quedado consagrado contigo, quiero vivir sólo para Ti, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la misa.

  Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tiene ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado... conservas ciertamente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos de siempre, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío... pero ya sabes que soy débil... necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame a adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

            Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mi. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mi... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegraos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón, porque el Señor escucha a sus pobres” (Sal 69).

            C). Otro sentimiento que no puede faltar está motivado por las palabras de Cristo: "Cuando hagáis esto, acordaos de mí”. Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística,  pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos...cuánto me amas, cuánto me entregas, me regalas... “este es mi cuerpo, esta mi sangre derramada por vosotros...”.

            Con qué fervor quiero celebrar la misa, comulgar con tus sentimientos, vivirlos ahora por la oración ante tu presencia y practicarlos luego en mi vida; Señor, por qué me amas tanto, por qué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Cristo, yo valgo mucho para el Padre, ellos me valoran más que todos los hombres , valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí....Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado; yo, tan rutinario, tan limitado, siempre tan egoísta, soy pura criatura, y Tu eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tu el Todo y yo la nada. Si es mi amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero. 

16. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ EL SEÑOR DICIÉNDONOS A TODOS: “ACORDAOS DE MI”

             En el "acordaos de mí", debe entrar también el amor a los hermanos,- no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

            Sí, Cristo, quiero acordarme ahora de tus deseos y sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

            “Acordaos de mí”. Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de ti y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así.

            Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Ti y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada Sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Ti pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida. Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de los otros... pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor, cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y tú... siempre olvidar y perdonar, olvidar y amar; yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como tú, amando, perdonando, olvidando... “Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso estoy aquí, comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

            No tengo tiempo para indicar todos los posibles caminos de dialogo, de oración, de santidad que nacen de la Eucaristía porque son innumerables: adoración, alabanza, glorificación del Padre, acción de gracias, peticiones, ofrenda...pero no puede faltar el sentimiento de intercesión que Jesús continúa con su presencia eucarística.

            Jesús se ofreció por todos y por todas nuestras necesidades y problemas y yo tengo que aprender a interceder por los hermanos en mi vida, debo pedir y ofrecer el sacrificio de Cristo y el de mi vida por todos, vivos y difuntos, por la Iglesia santa, por el Papa, los Obispos y por todas las cosas necesarias para la fe y el amor cristianos...por las necesidades de los hermanos: hambre, justicia, explotación...

            Ya he repetido que la Eucaristía es inagotable en su riqueza, porque es sencillamente Cristo entero y completo,  viviendo y ofreciéndose por todos; por eso mismo, es la mejor ocasión que tenemos nosotros para pedir e interceder por todos y para todos, vivos y difuntos ante el Padre, que ha aceptado la entrega del Hijo Amado en el sacrificio eucarístico.

            El adorador no se encierra en su intimismo individualista sino que, identificándose con Cristo, se abre a toda la Iglesia y al mundo entero: adora y da gracias como Él, intercede y repara como Él. La adoración nocturna es más que la simple devoción eucarística o simple visita u oración hecha ante el Sagrario. Es un apostolado que os ha sido confiado para que oréis por toda la Iglesia y por todos los hombres, con Cristo y en Cristo, ofreciendo adoración y acción de gracias, reparando y suplicando por todos los hermanos prolongáis las actitudes de Cristo en la misa y en el Sagrario.

            Un adorador eucarístico, por tanto, tiene que tener muy presentes su parroquia, los niños de primera comunión, todos los jóvenes, los matrimonios, las familias, los que sufren, los pobres de todo tipo, los deprimidos, las misiones, los enfermos, la escuela, la televisión y la prensa que tanto daño están haciendo en el pueblo cristiano, todos los medios de comunicación. Sobre todo, debemos pedir por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes y seminaristas, los seminarios, las vocaciones, los religiosos y religiosas, los monjes y monjas.

            Mientras un adorador está orando, los frutos de su oración tienen que extenderse al mundo entero. Y así a la vez que evita todo individualismo y egoísmo, evita también toda dicotomía entre oración y vida, porque vivirá la oración con las actitudes de Cristo, con las finalidades de su pasión y muerte, de su Encarnación: glorificación del Padre y salvación de los hombres. Y así adoración e intercesión y vida se complementan.

            Y esto hay que decirlo alto y claro a la gente, a los creyentes, cuando tratéis de hacer propaganda en la parroquia y fuera de ella y conseguir nuevos miembros. Cuando voy a la Adoración Nocturna no pienso ni pido sólo por mí, mis intereses o familia. Por la noche, en los turnos de vela ante el Señor, pienso y pido por todo el pueblo, por la parroquia, por la diócesis, por los niños, jóvenes, misiones, los enfermos.

            Y así surgirán nuevos adoradores y será más estimada vuestra obra, más valoradas vuestras vigilias. Y así no soy yo solo el que oro, el que me santifico, es Cristo quien ora por mí y en mí y yo le ayudo con mi oración a la santificación de mi parroquia y mis hermanos, los hombres. Soy ciudadano del mundo entero aunque esté sólo ante el Señor.

            Y el Seminario dirá que recéis, y las parroquias dirán que tengáis presente a los niños y jóvenes, y todos, al conoceros mejor y realizar vosotros mejor vuestra misión litúrgico-sacramental, os encomendarán sus necesidades espirituales y materiales.

            Hay unos textos de San Juan de Ávila, que, aunque referidos directamente a la oración de intercesión, que tienen que hacer los sacerdotes por sus ovejas, las motivaciones que expresan, valen para todos los cristianos, bautizados u ordenados, activos o contemplativos, puesto que todos debemos orar por los hermanos, máxime los adoradores nocturnos:            «¡Válgame Dios, y qué gran negocio es oración santa y consagrar y ofrecer el cuerpo de Jesucristo! Juntas las pone la santa Iglesia, porque, para hacerse bien hechas y ser de grande valor, juntas han de andar.

            Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres; y para que la oración no sea seca, ofrece el don que amansa la ira de Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor, del cual se entiende “munus absconditus extinguit iras”. Y porque esta obligación que el sacerdote tiene de orar, y no como quiera, sino con mucha suavidad y olor bueno que deleite a Dios, como el incienso corporal a los hombres, está tan olvidada y no conocida, como si no fuese, convendrá hablar de ella un poco largo, para que así, con la lumbre de la verdad sacada de la palabra de Dios y dichos de sus santos, reciba nuestra ceguedad alguna lumbre para conocer nuestra obligación y nos provoquemos a pedir al Señor fuerzas para cumplirla» [1].

            «Tal fue la oración de Moisés, cuando alcanzó perdón para el pueblo, y la de otros muchos; y tal conviene que sea la del sacerdote, pues es oficial de este oficio, y constituido de Dios en él»[2].

            «...mediante su oración, alcanzan que la misma predicación y buenos ejercicios se hagan con fruto, y también les alcanzan bienes y evitan males por el medio de la sola oración....la cual no es tibia sino con gemidos tan entrañables, causados del Espíritu Santo tan imposibles de ser entendidos de quien no tiene experiencia de ellos, que aun los que los tienen no lo saben contar; por eso se dice que pide Él, pues tan poderosamente nos hace pedir»[3].

            «Y si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración, y que sea con instancia y compasión, llorando con los que lloran, con cuánta más razón debe hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna para los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para los culpados, vida para los muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles y , en fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien que el Señor en la cruz les ganó»[4] .

  «Padres, ¿hales acaecido esto algunas veces? ¿Han peleado tan fuertemente con Dios, con la fuerza de la oración, queriendo él castigar y suplicándole que no lo hiciese, que ha dicho Dios: ¡Déjame que ejercite mi enojo! Y no querer nosotros dejarlo, y, en fin, vencerlo ¡Ay de nos, que ni tenemos don de oración ni santidad de vida para ponernos en contrario de Dios, estorbándole que no derrame su ira![5].

17. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO CUMPLIENDO LA VOLUNTAD DEL PADRE HASTA DAR LA VIDA CON AMOR EXTREMO

            Queridas hermanas: Estos días quiero hablaros de Jesucristo Eucaristía; de Jesucristo, sacramentado por amor en el Sagrario. Este amor de Jesucristo a los hombres existió ya antes de encarnarse en el seno purísimo de la Hermosa Nazarena, de la Virgen bella, de nuestra Madre del alma: María.

            Porque Jesucristo es el Hijo de Dios y el amor de Jesucristo aquí presente y hecho sacramento de Amor es el amor que como Dios y como hombre nos tiene, o si queréis, es el amor que nos tiene desde el Seno de la Santísima Trinidad.

            Fue ese amor divino de Espíritu Santo el que le llevó a encarnarse en carne humana para salvarnos y llevarlos a la amistad total con su Padre Dios. El Hijo de Dios vio entristecido al Padre, porque el hombre había roto por el pecado de Adán el proyecto de eternidad dichosa y feliz con Dios, y por amor a su Padre y por amor a los hombres le dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad…” Y la voluntad del Padre es la que nos expresa muchas veces Él en el Evangelio: “Yo he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado, que no pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día; Esta es la voluntad de mi Padre, que está en el cielo, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna y yo lo resucitaré en el último día.” “Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado…”

            Él sabía muy bien cuál era esta voluntad del Padre, para eso había venido a la tierra, y por eso fijaos bien, cuando Pedro quiere apartarle de esta voluntad del Padre, Cristo llama “Satanás” a Pedro por quererle alejar del proyecto del Padre, que le lleva a pasar por la pasión y la muerte para llevarnos a todos a la resurrección y la vida eterna. Son los evangelios de estos domingos 21 y 22 del ciclo A:

            “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Tomando la palabra Simón Pedro, dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús, respondiendo, dijo: Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien esto te lo ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos. Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia...”

            Segunda parte: Jesús comienza a explicar a sus discípulos en qué consiste ser el Mesías liberador y salvador de los hombres, que ellos, como todo el pueblo judío, concebían un Mesías político y puramente terreno: “Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para sufrir mucho de parte de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y al tercer día resucitar. Pedro, tomándole aparte, se puso a amonestarle, diciendo: No quiera Dios que esto suceda. Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: Retírate de mí, Satanás; tú me sirves de escándalo, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres. Entonces dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará” (Mt 16,16-25).

            En el Evangelio que acabamos de leer está muy clara la intención de Mateo: demostrar que Jesús es el Mesías que

cumple la voluntad del Padre. Pero su mesianismo no es de poder político, religioso, económico, es una mesianismo de amor y paz y amor entre Dios y los hombres; el reino de Dios que Él ha venido a predicar y realizar es un reino donde Dios debe ser el único Dios de nuestra vida, a quien debemos adorar y someternos con humildad a su voluntad, aunque ésta nos lleva a la muerte del «yo».

            El proyecto del Padre, la voluntad del Padre que Jesús ha venido a realizar es “tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna… porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para salvar al mundo, a todos los que crean en Él.”

            Por eso, en el Sagrario, en la Eucaristía, está también el amor del Padre que nos envía al Hijo, todo el amor del Hijo que realizó su voluntad y proyecto de amor, y ese amor en mayúscula es Amor de Espíritu Santo, es el Espíritu Santo; está, por tanto, toda la Trinidad, que es Amor. Y esto no es devoción personal, esto es teológico, litúrgico y evangelio verdadero.

            Y por eso y para esto vino Cristo, y por esto se encarnó, y vivió, predicó y murió y resucitó y por eso permanece aquí en el Sagrario y en la Eucaristía como misa y comunión, para cumplir la voluntad del Padre, que es nuestra salvación y felicidad eterna.

            En la Eucaristía está Cristo entero y completo, desde que en el seno de la Trinidad con amor de Espíritu Santo le dijo al Padre que vendría a la tierra para salvar a los hombres hasta que conseguido este objetivo, que es como una nueva creación, una recreación del proyecto primero de amistad total con Dios, subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre como Cordero inmolado y degollado por amor a Dios y a los hombres, lleno de gloria y adoración, por este amor extremo. Todo lo que Cristo dijo e hizo y amó, todo Cristo entero y completo, Dios y hombre, tiempo y eternidad, está aquí en el pan consagrado. Está el Cristo glorioso y triunfante del cielo, el Cristo sentado a la derecha del Padre, esto es, igual al Padre, está con su humanidad totalmente Verbalizada, identificada con el Verbo de Dios, y esa divinidad y esa humanidad es la que está ahora mismo aquí presente, en el pan bendito.

            No olvidar nunca que Jesucristo es Dios y que me amó primero como Dios que como hombre, porque se hizo hombre y predicó y murió precisamente porque me amó como Dios y como hombre.

            Jesucristo aquí sacramentado por amor es el Hijo de Dios, es Dios mismo, el Dios Creador y Salvador, el Dios único, principio y fin de todo lo que existe. Y San Juan nos dice de este Dios, principio y fin de todo: “Dios es amor” es decir, Dios es amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir…por eso si alguien me pregunta, os pregunta: ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios, por qué tengo que amar, adorarle y amar a a Jesús Eucaristía en el Sagrario, en la misa, en la comunión? la respuesta es fácil: porque Dios, nuestro Cristo Eucaristía, nos amó primero y dio la vida para que todos la tuviéramos eterna: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4,10).

18. PORQUE CRISTO  EUCARISTIA LE DICE AL PADRE: “NO QUIERES OFRENDAS Y SACRIFICIOS, AQUÍ ESTOY PARA HACER TU VOLUNTAD”

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó ...”-- primero--, añade la lógica de sentido. Expresa este versículo el amor de Dios Trino y Uno manifestado en la primera creación. En la segunda parte “y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” nos revela que, una vez creados y caídos, Dios nos amó en la segunda creación, en la recreación, enviando a su propio Hijo, que muere en la cruz para salvarnos.   

            El sacrificio de la cruz, sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza y Amistad con Dios, que Cristo anticipó instituyéndolo proféticamente en la Última Cena y que se hace presente en cada Eucaristía y permanece en oblación perenne en la Presencia Eucarística, es la señal manifiesta del amor extremo del Padre, que lo entrega hasta la muerte por nosotros, y del Hijo, que libremente acepta esta voluntad del Padre. Es el misterio pascual, programado en el mismo consejo trinitario, para manifestar más aún la predilección de Dios para con el hombre. Ese proyecto, realizado luego por el Hijo Amado, es tan maravilloso e incomprensible en su misma concepción y realización, que la liturgia de la Iglesia se ve obligada a «blasfemar» en los días de la Semana Santa, exclamando: «Oh felix culpa...», oh feliz culpa, oh feliz pecado del hombre, que nos mereció un tal salvador y una salvación tan maravillosa. 

            Y el mismo S. Juan vuelve a repetirnos esta misma idea del amor trinitario, al manifestarnos que el Padre nos envió a su Hijo, para que tengamos la misma vida, el mismo amor, las mismas vivencias, por participación, de la Santísima Trinidad: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4,10). Simplemente añade que no sólo nos lo envía como salvador, sino para que vivamos como el Hijo vive y amemos como el Hijo ama y es amado por el Padre, para que de tal manera nos identifiquemos con el Amado, que tengamos sus mismos conocimientos y amor y vida, hasta el punto de que el Padre no note diferencia entre Él y nosotros y vea en nosotros al Amado, al Unigénito, en el que tiene puestas todas sus complacencias.

            Sigue S. Juan: “Y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios...” (1Jn 4,7). (Qué maravilla! El amor viene de Dios y, al venir de Dios, nos engendra como hijos suyos, para vivir su misma vida trinitaria, y con ese mismo amor que Él nos ama, le amamos nosotros también a Él, porque nosotros no podemos amarle a Él, si Él no nos ama primero; y es entonces cuando nosotros podemos amarle con el mismo amor que Él nos ama, devolviéndole y reflectando hacia Él ese mismo amor con que Él nos ama y ama a todos los hombres; y con este amor también podemos amar a los hermanos, como Él los ama y así amamos al Padre y al Hijo como ellos se aman y aman a los hombre. Y ese amor es su Amor personal infinito, que es el Espíritu Santo que nos hace hijos en el Hijo, y en la medida que nos hacemos Hijo y Palabra y Verbo, hacemos la paternidad del Padre por la aceptación de filiación en el Verbo: “Queridos hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros. En que nos ha dado de su Espíritu” (1Jn 4,11-14).

            ¡Vaya párrafo! Como para ponerlo en un cuadro de mi habitación. Viene a decirnos que todo es posible, porque nos ha dado su mismo Espíritu Santo, su Amor Personal, que es tan infinito en su ser y existir, que es una persona divina, tan esencial que sin ella no pueden vivir y existir el Padre y el Hijo, porque es su vida-amor-felicidad que funde a los tres en la Unidad, en la que entra el alma, cada uno de los seres creados, por ese mismo Espíritu, comunicado al hombre por gracia, para que pueda comunicarse con el Padre y el Hijo por el Amor participado, que es la misma vida y alma de Dios Uno y Trino.

            Dice S. Juan de la Cruz: «Porque no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado... Y esta tal aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí le es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite, que no hay que decirlo por lengua mortal...; porque el alma unida y transformada en Dios aspira en Dios a Dios las misma aspiración divina que Dios, estando ella en Él transformada, aspira en si mismo a ella... Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta, que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado. Porque dado que Dios la haga la merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad? Pero por modo comunicado y participado, obrándolo como Dios en la misma alma; porque es estar transformada en las Tres Divinas Personas en potencia, sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios; y para que pudiese venir a esto la creó a su imagen y semejanza» (Can B 39, 4).

            Y todo esto y lo anterior y lo posterior que se pueda decir, dentro y fuera de la Trinidad, todo es “Porque Dios es Amor”.

            A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada, solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, de ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe desde siempre. Por eso, en esto del ser y existir como en el amor, la iniciativa siempre es de Dios. El hombre, cualquier criatura, cuando mira hacia Dios, se encuentra con una mirada que le ha estado mirando con amor desde siempre, desde toda la eternidad. Todo amor en el hombre es reflejo. No existía nada, solo Dios.

            Y este Dios, que por su mismo ser infinito es inteligencia, fuerza, poder..., cuando S. Juan quiere definirlo en una sola palabra, nos dice: “Dios es amor”. Su esencia es amar, si dejara de amar, dejaría de existir. Podía decir S. Juan también que Dios es fuerza infinita, inteligencia infinita, porque lo es, pero él prefiere definirlo así para nosotros, porque así nos lo ha revelado su Hijo, Verbo y Palabra Amada, en quien el Padre se complace eternamente.

            Por eso nos lo envió, porque era toda su Verdad, toda su Sabiduría, todo lo que Él se sabe y quiere que sepamos de Él por Sí mismo y a la vez es el Amado, lo que más quería. Y también nos lo entregó: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propia Hijo” porque quiere que vivamos su misma vida trinitaria de Padre y así gozarse también en nosotros y nosotros en Él, al estar nosotros identificados con

su Unigénito, en el que eternamente se goza de estar engendrando como Padre con Amor Personal de Espíritu Santo. Y así es como entramos nosotros en el círculo del Amor o triángulo de la Vida Trinitaria.

            Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo, piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es y subsiste, piensa desde toda la eternidad en crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él y por Él y como Él.

            El hombre ha sido soñado por el amor de Dios. Es un proyecto amado de Dios: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo por pura iniciativa suya a ser sus hijos para que la gloria de su gracia que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo redunde en alabanza suya... El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante, recapitulando en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1,3.10).

            SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA. Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en una eternidad dichosa, que ya no se acabará nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora. “Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3). Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu, me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mí.

            SI EXISTO, ES QUE DIOS ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mí y me ha preferido...Yo he sido preferido, tú has sido preferido; hermano, estímate, autovalórate, apréciate; Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Qué bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3). Es un privilegio el existir. Expresa, indica que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y me ha dado el ser humano. !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer! Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado».(G. Marcel). Para nosotros, creyentes, ser, existir es ser amados.

            SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado con su dedo creador ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! ¡Qué grande eres, hombre! Valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos. Todos han sido singularmente amados por Dios. No desprecies a nadie. Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no nos crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida.

            Con qué respeto, con qué cariño nos tenemos que mirar unos a otros, porque fíjate bien: una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno. Ya no caeré en la nada, en el vacío ¡Qué alegría existir, qué gozo ser viviente! Mueve tus dedos, tus manos; si existes, no morirás nunca. Mira bien a los que te rodean. Vivirán siempre. Somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

            Desde aquí debemos echar una mirada a lo esencial de todo apostolado auténtico y cristiano, a la misión trascendente y llena de responsabilidad que Cristo ha confiado a la Iglesia: todo hombre es una eternidad en Dios, aquí nadie muere, todos vivirán eternamente, o con Dios o sin Dios. Por eso, qué terrible responsabilidad tenemos cada uno de nosotros con nuestra vida. Desde aquí se comprende mejor lo que valemos: la pasión, muerte, sufrimientos y resurrección de Cristo.

El que se equivoque, se equivocará para siempre, para siempre, para siempre, terrible responsabilidad para cada hombre y terrible sentido y profundidad de la misión confiada a todo sacerdote, a todos los apóstoles de Jesucristo, por encima de todos los bienes creados y efímeros de este mundo. Si se tiene fe, si se cree en el Viviente, en la eternidad, hay que trabajar sin descanso y con conceptos claros de apostolado y eternidad por la salvación de todos y cada uno de los hombres. No estoy solo en el mundo, alguien ha pensado en mí, alguien me mira con ternura y cuidado; aunque todos me dejen; aunque nadie pensara en mí; aunque mi vida no sea brillante para el mundo o para muchos, Dios me ama, me ama, me ama, y siempre me amará. Por el hecho de existir, ya nadie podrá quitarme esta gracia y este don.

            SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ ETERNAMENTE, a amar y ser amado por el Dios Trino y Uno. Éste es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna, que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14,2-4). “Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

            Y todo esto que estoy diciendo de mi propia existencia, tengo que ponerlo también en la existencia de mis

hermanos. Y esto da hondura y seriedad y responsabilidad eterna a mi sacerdocio y me anima a trabajar sin descanso por la salvación eterna de mis hermanos los hombres. ¡Qué grande es el misterio de Cristo, de la Iglesia! No quiero ahora ni tocarlo. Somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades. ¡Que ninguna se pierda, Señor! Si existen, es que son un proyecto eterno de tu amor. Si existen, es que Dios los ha llamado a su misma felicidad esencial.

            Y como Dios tiene un proyecto de amor sobre mí y me ha llamado a ser feliz en Él y por Él, quiero serle totalmente fiel, y pido perdón de mis fallos y quiero no defraudarle en la esperanza que ha depositado en mí, en mi vida, en mi proyecto y realización. Quiero estar siempre en contacto con Él para descubrirlo. Y qué gozo, saber que, cuando yo me vuelvo a Él para mirarle, resulta que me encuentro con Él, con su mirada, porque Él siempre me está mirando, amando, gozándose con mi existir. Ante este hecho de mi existencia, se me ocurren tres cosas principalmente, que paso a describir a continuación.

            Por eso los místicos de todos los tiempos son los adelantados que entran, por la oración contemplativa o contemplación amorosa, en la intimidad con Dios, tierra sagrada prometida a todos los hombres y, por el amor contemplativo, por «llama de amor viva», conocen estas cosas y vienen cargados con frutos de eternidad de la esencia divina hasta nosotros, que peregrinamos en la fe y esperanza.

            Son los profetas que Dios envía a su Iglesia en todos los tiempos. Son los que por experiencia viva se adentran por unión y transformación de amor en el mismo volcán siempre en erupción de ser y felicidad y misterios y verdades del amor de Dios, y nos explican y revelan estas realidades de ternura para con el hombre encerradas en la esencia de Dios, que se revela en la creación y recreación gozosa y contemplativa por Cristo, por su Palabra hecha carne y pan de Eucaristía.

            Nadie sabría convencernos del hecho de que hemos sido creados por Dios para ser felices mejor que lo hace S. Catalina de Siena con esta plegaria inflamada de amor a Dios Trinidad: «Cómo creaste, pues, oh Padre eterno, a esta criatura tuya? Me deja fuertemente asombrada esto: veo, en efecto, cómo Tú me muestras, que no la creaste por otra razón que ésta: con tu luz te viste obligado por el fuego de tu amor a darnos el ser, no obstante las iniquidades que íbamos a cometer contra ti. El fuego de tu amor te empujó. ¡Oh Amor inefable! aún viendo con tu luz infinita todas las iniquidades que tu criatura iba a cometer contra tu infinita bondad, Tú hiciste como quien no quiere ver, pero detuviste tu mirada en la belleza de tu criatura, de la cual, como loco y ebrio de amor, te enamoraste y por amor la atrajiste hacia tí dándole EXISTENCIA A IMAGEN Y SEMEJANZA TUYA. Tu verdad eterna me ha declarado tu verdad: que el amor te empujó a crearla (Oración V).

            Concluyamos creyendo y viviendo: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amo primero…” (1Jn.4,9-10).

19. PORQUE EL SAGRARIO NOS REVELA QUE “TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO QUE ENTREGÓ A SU PROPIO HIJO PARA QUE NO PEREZCA NINGUNO DE LOS QUE CREEN EN ÉL SINO QUE TENGAN VIDA ETERNA”.

            En el Sagrario está “El pan de vida…de vida eterna”, es Jesucristo, Hijo de Dios, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, Espíritu Santo, cumpliendo su voluntad con extremo, hasta dar la vida, hasta el final de los tiempos.

Ahí nos espera Jesucristo para enseñarnos a obedecer al Padre como Él hasta dar la vida:“a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que obedecen en autor de salvación eterna” (cf Hb 5,7-9). Por tanto, teniendo un gran Pontífice, que penetró los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un Pontífice que no se pueda compadecer de nuestras flaquezas; mas tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro”(Hb 4, 14-16).

San Juan, que estuvo junto a Cristo en la cruz, resumió todo este misterio de dolor y de entrega en estas palabras: “Tanto amó Dios al hombre, que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los creen en él” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre, hasta este extremo, por eso, el entregó tiene sabor de «traicionó».

            Y realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, que es su pasión y muerte, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por S. Pablo como plenitud de amor y totalidad de entrega dolorosa y extrema. Al contemplar a Cristo doliente y torturado, no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”. Por eso, S. Pablo, que lo considera “todo basura y estiércol, comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo,” llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”.

            Queridos hermanos, ¿Qué será el hombre? ¿qué encerrará en su realidad para el mismo Dios que lo crea? ¿qué seré yo? ¿Qué serás tú y todos los hombres? Pero ¿Qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora? Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros. “Tanto amó Dios al hombre que entregó (traicionó) a su propio Hijo”. Porque no hay justicia. No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios ha hecho por levantarlos. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo redentor, su propio Hijo, para el ángel no hubo redentor. ¿Por qué para nosotros sí y para ellos no? ¿Dónde está la igualdad? ¿Qué ocurre aquí? Es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre: “Tanto amó Dios al hombre, que...(traicionó) Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del amor del Padre y del Hijo: “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”. Y Cristo la dio por todos nosotros.

            Este Dios infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre, viéndole caído y alejado para siempre de su proyecto de felicidad, entra dentro de sí mismo, y mirando todo su amor y toda su sabiduría y todo su poder, descubre un nuevo proyecto de salvación, que a nosotros nos escandaliza, porque en él abandona a su propio Hijo, prefiere en ese momento el amor a los hombres al de su Hijo.

            Cuando S. Pablo lo describe, parece que estuviera en esos momentos dentro del consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice S. Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y nos lo revela a nosotros. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y Revelación llena de Amor de su mismo Espíritu, es Palabra ungida de Espíritu Santo, es Jesucristo, la explosión del amor de Dios a los hombres. En Él nos dice: Os amo, os amo hasta la locura, hasta el extremo, hasta perder la cabeza.

            Y esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley” (Gal 4,4). “Y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre...” (Ef 1,3-7).

            Para S. Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz: «Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado».

            Cuando en los días de la Semana Santa, leo la Pasión o la contemplo en las procesiones, que son como una catequesis puesta en acción, me conmueve ver pasar a Cristo junto a mí, escupido, abofeteado, triturado... Y siempre me pregunto lo mismo: ¿por qué, Señor, por qué fue necesario tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto escarnio...? Fue necesario para que el hombre nunca pueda dudar de la verdad del amor de Dios. No los ha dicho antes S. Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

            Por todo esto, cuando miro al Sagrario y el Señor me explica todo lo que sufrió por mí y por todos, desde la Encarnación hasta su Resurrección, yo sólo veo una cosa: amor, amor loco de Dios al hombre. Jesucristo, la Eucaristía, Jesucristo Eucaristía es Dios amando locamente a los hombres. Este es el único sentido de su vida, desde la Encarnación hasta la muerte y la resurrección. Y en su nacimiento y en su cuna no veo ni mula ni buey ni pastores...; solamente amor, infinito amor que se hace tiempo y espacio y criatura por nosotros: “Siendo Dios... se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado…” En el Cristo polvoriento y jadeante de los caminos de Palestina, que no tiene tiempo a veces ni para comer ni descansar, en el Cristo de la Samaritana a la que va a buscar y se sienta agotado junto al pozo porque tiene sed de su alma, en el Cristo de la adúltera, de Zaqueo...etc, sólo veo amor; y como aquel es el mismo Cristo del Sagrario, en el Sagrario sólo veo amor, amor extremo, apasionado, ofreciéndose sin imponerse, hasta dar la vida en silencio y olvidos, solo amor.

            Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos y otras personas, tan sentido en las penas propias y ajenas ¿No se va a conmover ante el amor tan apasionado de mi Padre Dios, hasta el punto de que le «traiciona», le engaña a todo un Dios infinitamente moderado y prudente? ¿No voy a sentir ternura de amor ante el amor tan «lastimado» de mi Cristo en la cruz? ¿Tan duro va a ser para su Dios Señor y tan sensible para los amores humanos?

            Dios mío, pero ¿Quién y qué soy yo? ¿Qué es el hombre, para que le busques de esta manera? ¿Qué puede darte el hombre que Tú no tengas?¿Qué buscas en mí? ¿Qué ves en nosotros para buscarnos así? No lo comprendo, no me entra en la cabeza. Padre, “abba”, papá Dios, quiero amarte como Tú me amas; Cristo mío, quiero amarte, amarte de verdad, ser todo y sólo tuyo, porque nadie me ha amado como Tú. Ayúdame. Aumenta mi fe, mi amor, mi deseo de Tí. Señor, “Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.”

            Hay un momento de la pasión de Cristo, que me impresiona fuertemente, siempre que viene a mi mente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre por el hombre y que S. Juan expresa maravillosamente en las palabras antes citadas: "Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó)a su propio Hijo."

            Es en Getsemaní. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado, siente sólo su humanidad en “la hora” elegida por el proyecto del Padre según dice S. Juan. No siente ni barrunta su ser divino, es un misterio. Y en aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mi este cáliz...” Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta. No hay ni una palabra de ayuda, de consuelo, una explicación para Él.... Cristo ¡Qué pasa aquí? Cristo ¿Dónde está tu Padre? ¿No era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos? ¿No decías Tú que te quería? ¿No dijo Él que Tú eres su Hijo amado? ¿Dónde está su amor al Hijo? No te fiabas totalmente de Él... ¿Qué ha ocurrido? ¿Es que ya no eres su Hijo? ¿Es que se avergüenza de Ti? Padre Dios, eres injusto con tu Hijo ¿Es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu hijo amado en el que tenías todas tus complacencias....?

            ¿Qué pasa, hermanos? ¿Cómo explicar este misterio? El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos por el Hijo y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.

            Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el Sagrario, quiero decir con S. Pablo desde lo más profundo de mi corazón: "Me amó y entregó por mi"; " No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado."

            DIOS ME AMA, ME AMA, ME AMA Y vuelven nuevamente a mi mente los interrogantes: pero ¿qué es el hombre? ¿Qué será el hombre para Dios? ¿Qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre? ¡Qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor...! ¡Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre! ¡Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta este extremo para buscar el amor del hombre!

             ¡Dios mío, no te comprendo, no te abarco y sólo me queda una respuesta: es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje! Te pregunto, Señor, ¿Me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que sin él no serías infinitamente feliz? ¿Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito? ¿Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz? Padre bueno, que hayáis decidido en consejo Trinitario no querer ser feliz eternamente sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Ti. Comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, esto es, hacernos tus hijos en el Hijo. Lo comprendo por la pasión de amor Personal de Espíritu Santo, volcán en infinita y eterna erupción de amor, que sientes por Él, pero no comprendo, no me entra en la cabeza lo que has hecho por el hombre, porque es como decirnos que el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre. Es como cambiar toda la teología desde donde Dios no necesita del hombre para nada.

            Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el Sagrario, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido. Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan. Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.

            Señor, si tú me predicas y me pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso. Y, si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mis cargos y honores, sólo quiero ser de un Dios que ama así. Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado; pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas, ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde: no me hagas caso,  hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.

            Dios me ama, me ama, me ama... y ¿qué me importan entonces todos los demás amores, riquezas, tesoros? ¿Qué importa incluso que yo no sea importante para nadie, si lo soy para Dios? ¿Qué importa la misma muerte, si no existe? Voy por todo esto a amarle y a dedicarme más a Él, a entregarme totalmente a Él, máxime cuando quedándome en nada de nada, me encuentro con el TODO de TODO, que es Él.

            Me gustaría terminar con unas palabras de S. Juan de la Cruz, extasiado ante el misterio del amor divino: «Y cómo esto sea no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice San Juan diciendo: Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste, es a saber que tengan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: no ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en Mí. Que todos ellos sean una misma cosa de la manera que Tú, Padre, estás en Mí, y yo en ti; así ellos en nosotros sean una misma cosa. Y yo la claridad que me has dado he dado a ellos, para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y Tú en mi porque sean perfectos en uno; porque conozca el mundo que Tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo...» (Can B 39,5).

            «Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis?. Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¿Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables, y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (Can B, 39.7). Concluyo con S. Juan: “Dios es amor”. Todavía más simple, con palabras de Jesús: “El Padre os ama”. Repetidlas muchas veces. Creed y confiad plenamente en ellas. El Padre me ama, Dios me ama y nadie podrá quitarme esta verdad de mi vida.

            Perdámonos ahora unos momentos en el amor de Dios. Aquí, en ese trozo de pan, por fuera pan, por dentro Cristo, está encerrado todo este misterio del amor de Dios Uno y Trino a los hombres. Que Él nos lo explique. Está aquí con nosotros la Revelación del Amor del Padre, vivo, vivo y resucitado, confidente y amigo. Para Ti, Señor, mi abrazo y mi beso más fuerte y desde aquí, desde tu amor sacramentado, un beso y abrazo a todos mis hermanos, llamados a compartir este gozo en nuestro Dios Trino y Uno.

20. PORQUE EL SAGRARIO ES LA MEJOR ESCUELA PARA SEGUIR  Y AMAR A CRISTO PISANDO SUS MISMAS HUELLAS

  -- Aquí, en el Sagrario, se encuentra la mejor escuela de oración, de santidad, de apostolado, de hacer parroquia y comunidad, porque se encuentra el mejor maestro y la fuente de toda gracia: Jesucristo. Aquí se aprenden todas las virtudes, que practica Cristo en la Eucaristía: entrega silenciosa, sin ruido, sin nimbos de gloria, constancia, amor gratuito, humildad a toda prueba, perdón de todo olvido y ofensa. Como he dicho alguna vez, el Sagrario es la Biblia donde nuestra madres y padres, cuando no había tantas reuniones ni grupos de parroquia, aprendieron todo sobre Dios y sobre Cristo, sobre el evangelio y la vida cristiana, sobre su vida y salvación. Nuestras madres, los hombres y las mujeres sencillas de nuestros pueblos, muchas veces no han tenido más Biblia que el Sagrario.

  -- Necesitamos el pan de vida, como el pueblo de Dios por el desierto, para caminar, para no morir de hambre sin comer el maná bajado del cielo, anticipo de la Eucaristía. Necesitamos ese pan para superar las dificultades del camino, superar las esclavitudes de Egipto- nuestros pecados-, para superar las tentaciones del consumismo- ollas de Egipto-, para no adorar los ídolos de barro, los becerros de oro, que nos fabricamos y nos impiden el culto al Dios verdadero, en la travesía por el desierto.

-- Necesitamos el pan de vida como Eliseo, ante el peso y la fatiga de la misión evangelizadora. Necesitamos escuchar al

Señor que nos dice: “Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti”. En la Eucaristía recuperamos las fuerzas del cansancio diario.

  -- Necesitamos del pan de vida, como los discípulos de Emaús cuando atardece y se oscurece la fe. Es en la Eucaristía donde Jesús nos abre los ojos del corazón y le reconocemos al partir el pan. Y allí volvemos a encontrar la comunidad que nos ayuda en el camino y de la que nos habíamos alejado.

  --Necesitamos de la Eucaristía, para seguir caminando en la vida cristiana. Sin Cristo no podemos y Cristo es ahora pan consagrado; por eso, le decimos: “Señor, danos siempre de ese pan”.

  Quien ama la eucaristía termina haciéndose eucaristía perfecta, se transforma en el Cristo que comulga y come y contempla: «Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche». 

21. PORQUE «NADIE PUEDE COMER ESTA CARNE SIN ANTES ADORARLA... PECARÍAMOS SI NO LA ADORAMOS» (S. AGUSTÍN, Enarrationes en Psalmos 98, 8).

            Nuestra adoración a Dios es la que garantiza la pureza de nuestro encuentro con Él y la verdad del culto que le tributamos. Mientras el hombre adore a Dios, se incline ante Él, como ante el ser que «es digno de recibir la potencia, el honor y la soberanía» el hombre vive en la verdad y queda libre de toda sospecha y mentira, porque la vida es el supremo valor que tenemos y entregarla sólo se puede hacer por amor supremo.

            Este sentido, esta actitud de adoración ante el Dios Grande hace verdadero al hombre, y lo centra y da sentido pleno a su ser y existir: por qué vivo, para qué vivo... reconoce que sólo Dios es Dios y el hombre es criatura. Se libera así de la soberbia de la vida, adoradora del propio <yo>, a quien damos culto idolátrico de la mañana a la noche: “Mortificad vuestros miembros terrenos, la fornicación, la impureza, la liviandad, la concupiscencia y la avaricia, que es una especie de idolatría, por la cual viene la cólera de Dios sobre los hijos de la rebeldía” (Col 3, 5-6).

            Frente al precepto bíblico “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”, el hombre de todos los tiempos lleva dentro de sí mismo el instinto de adorarse a sí mismo y preferirse a Dios. Es la tendencia natural del pecado original. Todos, por el mero hecho de nacer, venimos al mundo con esa tendencia. Podemos decir que cada uno, dentro de sí mismo, lleva un ateo, unas raíces de rebelión contra Dios, que se manifiesta en preferirnos a Dios y darnos culto sobre el culto debido a Dios, que debe ser primero y absoluto.

            Mientras las cosas nos van bien, no se rebela, aunque siempre está actuando y no somos muchas veces conscientes. Pero cuando tenemos sufrimientos y cruces, cuando nos visita la enfermedad o el fracaso, nos rebelamos contra Dios: ¿Dónde está Dios? ¿Por qué a mí? En el fondo siempre nos estamos buscando a nosotros mismos. Por eso, cuando estoy dispuesto a ofrecer el sacrificio de mí mismo en el dolor y sufrimiento, en silencio y sin reflejos de gloria, prefiero a Dios sobre todo, y Él es el bien absoluto y primero. Y esta actitud prueba la verdad de mi fe y amor a Dios sobre todas las cosas.

            Jesús había dicho: “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” (Jn 15,13). El sacrificio es una exigencia del amor. El supremo amor es el don de sí mismo, de la propia vida por el amado. El amor que pretendiese sólo la posesión del amado no sería verdadero. Por eso, la culminación del amor se encuentra en el sacrificio de la vida y el sufrimiento moral, que producen las renuncias más íntimas, forman parte del amor auténtico. Dios es el único que puede solicitar un amor hasta dar la vida.

            Cuando se ofrece una cosa, hay que renunciar a la posesión de la misma. Cuando se ofrece la propia vida hay que renunciar a la soberanía sobre la propia existencia. Y este desprendimiento se expresa principalmente mediante el gesto cultual del sacrificio. Es la expresión material, visible, de una actitud del alma, por la cual el hombre se ofrece a sí mismo mediante la ofrenda de otra cosa. Para que sea verdadero tiene que partir del amor, hacerlo desde dentro.

            Y esto es lo que nos pide la celebración de la Eucaristía, unirnos al sacrificio de Cristo y hacernos con Él víctimas y ofrendas de suave olor a Dios con los sacrificios que comporta cumplir su voluntad en la relación con Él y con los hermanos.

            El cristiano, que asiste a la Eucaristía, tiene la alegría de saber que el sacrificio ofrecido sobre el altar, llega hasta Dios infaliblemente y obtiene la gracia por medio de Cristo. El Padre quiso que este sacrificio ofrecido una vez sobre el Gólgota mereciese toda la gracia para el hombre y quiere que siga renovándose todos los días sobre el altar bajo la forma ritual y sacramental de la Eucaristía. Gracias a la Eucaristía, la humanidad puede asociarse cada vez más voluntariamente al sacrificio del Salvador ratificando así su compromiso con el sacrifico de Cristo, en nombre de todos, en la cruz y sabiendo que su sacrificio en el de Cristo será siempre aceptado por el Padre.

            En la economía de la Nueva Alianza la adoración de Dios tiene como centro, origen y modelo el misterio pascual de Cristo, “coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, para que por gracia de Dios gustase la muerte por todos” (Hbr 2,9b), que constituye a su vez el centro del culto y de la vida cristiana.

            La adoración del Padre, el reconocimiento de su santidad, de su señorío absoluto sobre la propia vida y sobre el mundo, ha sido ciertamente el móvil, la razón propulsora de toda la existencia de Cristo Jesús. Por eso la Eucaristía se convierte en el supremo acto de adoración al Padre por el Espíritu, en la adoración más perfecta, única. En la Eucaristía está el “todo honor y toda gloria” que la Iglesia puede tributar a Dios, y que necesariamente tiene que pasar «por Cristo, con Él y en Él».

            La carta a los hebreos pone en boca del Hijo de Dios, “al entrar en este mundo” las palabras del salmo 40,7-9, en las que Cristo expresa su voluntad de adhesión plena y radical al proyecto del Padre: “No has querido sacrificios ni ofrendas, pero en su lugar me has formado un cuerpo... No te han agradado los holocaustos ni los sacrificios por el pecado. Entonces dije: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad, como en el libro está escrito de mí” (Hebr.10, 5-7).  

            Y esta actitud la vivió ya desde el comienzo de su vida apostólica, cuando se retira a la oración y a la soledad del desierto para prepararse a la misión que el Padre le ha confiado; ante el tentador, proclama sin ambages, que sólo Dios es digno de adoración verdadera: “Retírate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto” (Mt.4, 10). Sólo Dios merece adoración[6].

La obediencia al Padre

            Hemos subrayado que el valor del sacrificio de Cristo no reside en la materialidad de derramar sangre, sino en la obediencia al Padre, en adoración total, hasta dar la vida, como el Padre ha dispuesto. En el evangelio de Juan encontramos una declaración de Jesús que arroja mucha luz sobre esta actitud de sumisión a la voluntad del Padre, que inspira toda la Pasión: “Por eso me ama el Padre, porque yo doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita sino que yo mismo la doy. Tengo poder para darla y poder tengo para tomarla otra vez; éste es el mandato que he recibido del Padre” (Jn 10, 17-18). En esta adoración obedencial se realiza el sacrificio del Salvador.

            San Pablo ha expuesto muy concretamente en el himno cristológico de su Carta a los Filipenses, que ya hemos mencionado varias veces, el papel de la obediencia de Cristo Jesús en la Encarnación y Pasión: “Tened en vosotros estos sentimientos de Cristo Jesús...” Este Cristo humillado, despreciado, angustiado hasta la muerte en el Huerto de los Olivos: “sentaos aquí, mientras yo voy a orar... triste está mi alma hasta la muerte; quedaos aquí mientras yo voy a orar”,  invocando al Padre, para que le libre de ese cáliz que está a punto de beber: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz, pero que no se haga como yo quiero sino como tú quieres...”, por la fuerza de la oración se ha levantado decidido, dispuesto a obedecer y someterse totalmente al proyecto del Padre: “Levantaos, vamos; ya llega el que va a entregarme” (Mt 26,36-40). Cuando se levantó de su postración en el Huerto de los Olivos, el Salvador había renovado su sacrificio al Padre, ofrecido ya en la Cena. En su pasión y muerte no hizo más que cumplir lo que en esta obediencia había prometido y aceptado.

            En la santa Eucaristía se hacen presentes todos estos sentimientos de Cristo, en los que nosotros podemos y debemos participar haciéndonos una ofrenda con Él. Los que asisten a Eucaristía no hacen suyo el sacrificio de Cristo si no aceptan esta actitud fundamental de obediencia y ofrenda.   Penetrar en el misterio de la Eucaristía es identificarse totalmente con el misterio de Cristo y someterse sin condiciones y sin reservas a una voluntad que puede conducirnos a la cruz; es aceptar obedecer a Dios hasta el heroísmo, ayudados por su gracia y su fuerza, que nos puede hacer sentir como a Pablo y a tantos santos de la Iglesia: “Me alegro con gozo en mis debilidades, para que así habite en mí la fuerza de Cristo” “cuando soy más débil, entonces hago vivir en mí la fuerza de Dios” “Estoy crucificado con Cristo; vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que amó y se entregó por mí”.

            Unidos a Cristo ponemos en las manos de nuestro Padre del cielo el tesoro de nuestra vida y libertad y así hacemos el don más completo de nosotros mismos en un verdadero señorío sobre todo nuestro ser y existir. De esta forma, en medio de nuestros sufrimientos y debilidades, terminaremos confiándonos totalmente al Padre: “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo...”; “Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual yo estoy crucificado para el mundo y el mundo para mí” (Gal 6,14)... “Porque los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, mas poder y sabiduría de Dios para los llamados...” (1Cor 1,23-24).

            La “hora” de Cristo: fidelidad al Padre, hasta la muerte. La fidelidad de toda la vida de Jesús al Padre y a la misión que le ha confiado (cf. Jn.17, 4) tiene su momento culminante en la aceptación voluntaria de su pasión y muerte: “para que el mundo conozca que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha ordenado” (Jn.14,30.31).

            En efecto, Cristo no aceptó la muerte de forma pasiva, sino que consintió en ella con plena libertad (cfr Jn.10,17). La muerte para Cristo es la coronación de una vida de fidelidad plena a Dios y de solidaridad con el hombre. Él tiene conciencia de que el Padre le pide que persevere hasta el extremo en la misión que le ha confiado. Y, como Hijo, se adhiere con amor al proyecto del Padre y acepta la muerte como el camino de la fidelidad radical.

            En este proyecto entraba el que Cristo, a través del sufrimiento, conociese el valor de la obediencia al Padre. Jesús aprende, pues, la obediencia filial mediante una educación dolorosa: la experiencia de la sumisión al Padre. Con su obediencia, Cristo se opuso a la desobediencia del primer hombre. (Cfr.Rom.5, 19) y a la de los israelitas (3,4-7). “Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte, fue escuchado por su reverencial temor” (Hbr 5,7-8).

            La pasión de Cristo es presentada como una petición, como una ofrenda y como un sacrificio. Estos versículos evocan una ofrenda dramática y nos enseñan que cuando pedimos algo a Dios, si es de verdad, debe ir acompañada de nuestra ofrenda total como en el Cristo de la Pasión: “Padre mío, si no es posible que pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad” (Mt 26,42). Es la misma actitud que, cuando al final de su actividad pública, comprende que ha llegado “su hora”: “Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? ¡Mas para esto he venido yo a esta hora! Padre, glorifica tu nombre” (Jn 12,26-27). El deseo más grande de Cristo es la gloria del Padre. Y la gloria del Padre le hace pasar por la pasión y la muerte.

            “Y aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia...”(Hbr 5,7-8). Estas palabras encierran el misterio más profundo de nuestra redención: Cristo fue escuchado porque aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer. “el amor de Dios -escribe Juan- consiste en cumplir sus mandamientos” (1Jn 5,3; cfr. Jn 14,5.21). Aquí podemos captar mejor el significado de la Encarnación y la Redención, realizadas por obediencia al proyecto del Padre.

            Cristo, que es Hijo de Dios, no es celoso de su condición filial, al contrario, por amor a nosotros, se pone a nuestra altura humana, para hacerse verdaderamente solidario con nosotros en las pruebas. Vive una situación dramática, que le hace rezar y suplicar con “grandes gritos y lágrimas”. Aquí el autor se refiere a toda la pasión de Cristo, pero especialmente cuando en su agonía reza a su Padre: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt 26 36-47). Esta fidelidad al proyecto del Padre no le resultó fácil a Cristo sino costosa. En el Huerto de los Olivos confiesa el deseo más profundo de toda naturaleza humana: el deseo de no morir y menos de muerte cruel y violenta. En la narración de los Sinópticos: Mt.26, 36-47; Mc.14,32-42 y Lc.22,40-45 aparece el profundo conflicto y la profunda lucha que se produce en Jesús entre el instinto natural de vivir y la obediencia al Padre que le hace pasar por la muerte: “Aunque era hijo, en el sufrimiento aprendió a obedecer” (Heb.5,8).

            Humanamente, Jesús no puede comprender su muerte, que parece la negación misma de su obra de instauración del reino de Dios. El rechazo por parte de los hombres, el comportamiento de los mismos discípulos ante su agonía y pasión, sumergen a Cristo en una espantosa soledad; toca con sus propias manos la profundidad del fracaso más absurdo. Sin embargo, incluso ante la oscuridad más desoladora, Jesús sigue repitiendo la oración dirigida al Padre con inmensa angustia: “Padre si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya.” El himno cristológico de Filipenses de 2,6-11 evidencia esta obediencia radical: “Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz”.

22. PORQUE EN EL PAN EUCARÍSTICO ESTÁ EL AMOR DEL PADRE AL HIJO Y DEL HIJO AL PADRE ABRAZÁNDONOS EN AMOR TRINITARIO.

            ESTÁ EL ESPÍRITU DE AMOR que le formó, como hombre, en el seno de María, y, en la Eucaristía, trasforma el pan en Cristo; es el que transforma el pan por la potencia de su Amor, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre que tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él; El Espíritu del Padre es su Vida y Amor, Amor de Espíritu Santo del Padre, por cuyo amor, por cuya potencia de amor el pan se convierte en Cristo y Cristo se encarna en un trozo de pan para seguir amando y salvando a los hombres.

            La Eucaristía es una Encarnación continuada, que prolonga no sólo la presencia sino todo el misterio vivido y realizado por Cristo, el Hijo de Dios, enviado por el Padre, por obra del Espíritu Santo. La Eucaristía, como la Encarnación tienen diversas etapas y aspectos semejantes que deben ser meditados.

            En primer lugar, ambas son un don de Dios a los hombres, porque ambas son obra del Espíritu Santo, Supremo Don Divino, y son dones para la salvación de los hombres, por medio del Hijo, encarnado en naturaleza humana en una primera etapa y, luego, en un poco de pan y vino en la segunda; ambas también son una manifestación palpable del amor de Dios Padre al hombre. Si San Juan, refiriéndose a Cristo, nos dice que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito”, esta entrega podemos interpretarla tanto en sentido de encarnación como de entrega eucarística; en ambas nos deja la presencia real del Hijo, aunque de diverso modo, obedeciendo al Padre en su proyecto de amor sobre el hombre.

            Desde la Encarnación, pasando por Resurrección, hasta la Ascensión, todo se hace con amor del Espíritu de Dios, del Espíritu Divino, del Espíritu Santo, del amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre que le hace Padre aceptando todo su amor y vida en el que Él se hace Hijo. Bien claro lo dijo el Señor, antes de partir al cielo aunque los Apóstoles no

lo entendieron hasta vino el Espíritu, el mismo Cristo hecho Espíritu de Amor, hecho fuego de Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el gran desconocido. “Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo” dijeron a San Pablo algunos creyentes. Y sin embargo, para Cristo, es el único que puede llevamos “a la verdad completa,” a la vivencia total del cristianismo: “Porque os he dicho estas cosas, os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo…cuando Él venga, os llevará hasta la verdad completa”. Vamos a ver, con todo respeto, Cristo, es que Tú no sabes llevarnos “a la verdad completa,” ¿es que no puedes? “Me voy y volveré”: Pentecostés. Y vino Cristo, pero esta vez hecho fuego, llama de amor vida, y se acabaron los miedos y se abrieron los cerrojos de las puertas y predicaron abiertamente a Cristo, cosa que no habían hecho, aún habiendo visto a Cristo Resucitado. Y es que la presencia y acción y los dones del Espíritu Santo nos son absolutamente necesarios para vivir y experimentar a Cristo, al Evangelio, a la Eucaristía.

            Lo repetiré muchas veces: Los misterios cristianos no se comprenden si no se viven. Y sólo se viven por el fuego del Espíritu Santo. Pregúntenselo a los santos, a los místicos, a los evangelizadores, a todos los que han trabajado y comprometido en serio con Cristo y con su Iglesia, a los que han hecho obras importantes de amor por los hombres. Los Apóstoles, como muchos de nosotros, se habían quedado con lo exterior de los hechos y dichos de Cristo. Pero esto no es lo grande y lo verdadero, “la verdad completa” de Cristo, de todos sus dichos y hechos están en su ser y existir interior e invisible, en su Espíritu, en su Amor, con los que fueron dichos o realizados. Por eso, para conocer a Cristo, para saber de Eucaristía “en espíritu y verdad” necesitamos su Espíritu, el Espíritu Santo. Y ese Espíritu realiza el misterio del Pan consagrado y por lo tanto permanece en él porque si desaparece, se destruye: “El que me come vivirá por mí”. Esa vida es la vida de su amor, del Espíritu Santo. En el Pan consagrado está todo el amor de Cristo, desde que nace por obra del Espíritu Santo hasta que resucita y sube y nos envía su mismo Espíritu.

23. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ JESUCRISTO, PAN DE VIDA ETERNA, PARA  SER COMIDO EN COMUNIÓN DE FE, ESPERANZA Y AMOR

            El Espíritu Santo es el fuego y potencia creadora de la Eucaristía. Sólo la potencia y la fuerza del Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la Eucaristía, puede transformar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo; sólo la potencia y el fuego de su Amor Personal Trinitario puede transformar por dentro a los que comen este Cuerpo y esta Sangre; sólo Él puede hacer que nuestra participación sea verdadera y espiritual, según la fuerza y potencia de amor comunicada por Él, la misma que llevó a Cristo a la obediencia y a la ofrenda total de su vida al Padre por este Amor Personal de Espíritu Santo del Hijo al Padre y del Padre al Hijo, aceptando su ofrenda mediante la resurrección.

  Nosotros aquí y en el cielo no podemos entrar en este amarse infinitamente del Dios Uno y Trino, si no es por la comunicación de su mismo Espíritu.

            Si el Espíritu Santo es el alma y vida y espíritu de Cristo, que realizó el misterio de la Encarnación, formándolo en el seno de la Virgen Madre, no queda lugar a dudas de que ese mismo amor le lleva a Cristo a ofrecerse al Padre en su pasión y muerte, y el mismo Espíritu Santo hace el misterio de la consagración del pan y del vino, y de la transformación en Cristo por ese mismo Espíritu de todos los que comen ese pan y ese vino. Es el Espíritu Santo el que inspira el proyecto del Padre, es el Espíritu Santo el que mueve a Cristo a ofrecerse en el Consejo Trinitario ante el Padre: “Padre no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”, es el Espíritu Santo el que está presente en su bautismo de iniciación en el ministerio evangélico y le lleva lleno de fuego apostólico, sudoroso y polvoriento, por los caminos de Palestina, el que le movió a Cristo, “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo,” a instituir la Eucaristía, llevándole a cumplir la voluntad del Padre, en adoración obedencial total hasta pasar por la pasión y la muerte en cruz, donde le entregó su espíritu al Padre en confianza y seguridad total de que aceptaría su sacrificio por el mismo Espíritu-Amor del Hijo al Padre y del Padre al Hijo resucitándolo de entre los muertos, para que todos tuviéramos vida eterna y fuéramos perdonados por el mismo Espíritu Misericordioso del Padre y del Hijo, que enviaría porque Él se lo había pedido al Padre, que aceptó su ruego enviándolo en fuego y “verdad completa” en Pentecostés sobre los Apóstoles y la Iglesia, para llevarnos a todos hasta la verdad completa de la fe.   

            En el proyecto del Padre no todo estaba completo con la Encarnación y la pasión, muerte y resurrección del Señor, de hecho, incluso resucitado y viéndolo, los Apóstoles siguieron teniendo miedo; cuando vino el Espíritu Santo se acabaron los miedos y se abrieron todas las puertas y cerrojos y estaban tan convencidos que tenían gozo en dar la vida por Cristo. Sin el Espíritu de Cristo no hay Cristo, no hay Encarnación, no hay Iglesia; sin Espíritu Santo no hay santidad, no hay fuego, no hay “verdad completa”, no hay vivencia ni experiencia de lo que creemos o celebramos; sin Espíritu Santo, sin epíclesis, no hay Eucaristía.

            La Carta a los Hebreos, cuando describe este sacrificio, precisa que Cristo “por un Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios” (Hbr 9, 14). A este Espíritu Eterno le pertenece hacer llegar al Padre la ofrenda del Hijo. Inspira la ofrenda, la hace nacer en el cuerpo y en el corazón de la Virgen, nuestra Madre del alma, y ahora en la santa Eucaristía la hace llegar hasta el Padre, porque es el Don y el Amor de Dios en acción permanente. Ciertamente que es Cristo quien se ofrece, quien desea agradar al Padre, quien le obedece y se abandona a su voluntad paterna; es Él quien da la vida por los hombres pero todo esto lo hace por el Espíritu Santo, por Amor Personal del Padre al Hijo, inspirándole el proyecto salvador, y del Hijo al Padre, aceptándolo y llevándolo a efecto en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida por Dios y por los hermanos.

            Por todo esto el Espíritu Santo desempeña un papel principal en la ofrenda eucarística; sin la invocación y la potencia del Espíritu Santo no hay Eucaristía. Cristo se ofrece ahora de nuevo al Padre, de la misma manera que se ofreció entonces por el mismo Espíritu Santo.

            Es el Espíritu Santo el que presenta al Padre la ofrenda de amor del Hijo. Por Él, invocado en la epíclesis sobre la materia del sacrificio, se consagra el pan y el vino. El Espíritu Santo es también quien inspira en el corazón de los participantes a Eucaristía las disposiciones de obediencia y amor esenciales para el sacrificio.

            Es Él quien suscita en los fieles la identificación con los sentimientos victimales de la oblación de Cristo, porque todo don, como todo amor, se realiza bajo la influencia del Supremo Amor y Supremo Don. Si San Pablo pudo decir que el Espíritu grita en nuestros corazones: “Abba, Padre” (Rom 8,15), también podemos decir que este Espíritu es quien en la Eucaristía renueva nuestro corazón de hijo y nos hace levantar los ojos y llamar al Padre cuando le ofrecemos nuestra ofrenda, porque sin el Espíritu de Cristo no podemos hacer las acciones de Cristo.

            Por medio del Espíritu Santo, la ofrenda de la Eucaristía entra plenamente en el intercambio de amor con la Santísima Trinidad. Por su medio la Eucaristía introduce a los cristianos en la unidad del Hijo y del Padre. Él es quien arrastra a las almas de los fieles hasta el impulso de la generosidad de Cristo para hacerlas ofrenda agradable al Padre al estar tan identificadas con el Amado por su mismo Amor Personal, que el Padre no ve diferencia entre el Hijo y los hijos en el Hijo.

            Por tanto, el Espíritu Santo es quien diviniza el sacrifico. Él es quien lo <espiritualiza>, quien tiene que espiritualizar a toda la Iglesia, a los sacerdotes, a los fieles, al pan y al vino, llenándolos de su mismo Amor, comunicando más y más a la comunidad cristiana reunida para celebrar la Eucaristía, los mismos sentimientos y actitudes de Cristo Jesús: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús...” (Fil 2,5-11).

24. PORQUE JESUCRISTO EN EL SAGRARIO ES FUERZA Y SABIDURÍA DE DIOS EN LA DEBILIDAD DE LA CARNE.

            El segundo paso, que sigue a la contemplación del sacrificio de Cristo, es la vivencia en nosotros de esas actitudes y sentimientos del Señor, que son injertados en nuestra carne y existencia por la gracia sacramental de la celebración eucarística, especialmente, por la sagrada comunión.

            Al contemplar la obediencia y los sufrimientos de Cristo, todos decimos: así tenemos nosotros que obedecer y amar y adorar al Padre, para cumplir y llevar a cabo el proyecto de amor que tiene sobre cada uno de nosotros. Pero para esto necesitamos vivir y sufrir como Cristo. Y nosotros no podemos si Dios no nos da esa fuerza. Y esta fuerza y potencia nos la da Cristo por su carne llena de Espíritu Santo, que nos lleva a sentir y vivir con Él y como Él.  

            Este segundo aspecto de identificación y vivencia de los mismos sentimientos y actitudes de Cristo crucificado lo refleja muy bien la segunda parte del STABAT MATER, en relación con la Virgen, que debe ser nuestro:

Oh Madre, fuente de amor
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que por mi Cristo amado
mi corazón abrasado
más viva en Él que conmigo.

Y porque a amarte me anime
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí;
y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.

Hazme contigo llorar,
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo:
porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu Corazón compasivo.

Virgen de vírgenes santas,
llore yo con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea;
porque su Pasión y Muerte
tenga mi alma de suerte
que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore,
Y que en ella viva y more,
De mi fe y amor indicio;
porque me inflame y me encienda

y contigo me defienda

en el día del juicio.

Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén;
para que cuando quede en calma

el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria.

Amén.

La adoración es la suprema manifestación de la reverencia, del amor y del culto debidos al Dios Supremo. Al ser lo último y más elevado de nuestro culto a Dios, la adoración unifica todos los caminos y todas las miradas y todas las expresiones, comunitarias o personales, que llevan a Dios. La adoración es el último tramo de todos los caminos que conducen hasta Él, sean la Eucaristía, la oración personal o comunitaria, tanto de petición como de alabanza, las mortificaciones, sufrimientos, gozos, los trabajos. La nueva vida de amor y servicio inaugurada por Cristo y presencializada en cada Eucaristía me ayuda, me mete esta vida y este amor dentro de mí, aunque a veces sea con lágrimas y dolor.

            Por eso, toda nuestra vida debe ser un cuerpo y un espíritu, una vida y una sangre que están dispuestas a derramarse por hacer la voluntad del Padre, salvándonos y salvando así a los hermanos, los hombres. Cada Eucaristía me inyecta obediencia al Padre hasta la muerte, hasta la victimación del yo personal, de la soberbia, avaricia, egoísmo...dando muerte al hombre viejo que me empuja a preferirnos a Dios, a preferir nuestra voluntad a la suya:  “así completaré en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo”.

            Jesús había declarado que la prueba principal de su amor consiste en dar la vida por los que ama: “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos.” Éste es el espíritu de caridad que animó el sacrificio de Cristo y se hace ahora presente en cada Eucaristía. Este amor animó toda la vida de Cristo, pero especialmente su pasión, muerte y resurrección y este amor viene a nosotros por la celebración eucarística: “El que me coma vivirá por mí”(Jn 6,23).

            Esta Salvación por amor es permanente, porque su sacerdocio es eterno en contraposición al del AT Jesús posee un sacerdocio perpetuo y ejerce continuamente su ministerio sacerdotal: “estando siempre vivo para interceder en favor de aquellos que por él se acercan a Dios”. (Hbr 7,25) “Se ofreció de una vez para siempre” ( Hbr 7,8). Y de esta actitud de adoración al Padre nos hace Cristo partícipes en cada Eucaristía. Por ella nosotros también miramos al Padre en total sumisión a su voluntad y esta adoración la vivimos con Cristo sacramentalmente en la Eucaristía y luego existencialmente en nuestra vida. Esta actitud de adoración es fundamental en todo hombre que busca a Dios y Cristo es el mejor camino para llegar hasta el Padre.

            Al decir “haced esto en memoria mía” el Señor nos quiere indicar a cada participante: acordaos de mi vida entregada al Padre por vosotros desde mi encarnación hasta lo último que ahora hago presente, de mi amor loco y apasionado al Padre y a todos los hombres, mis hermanos, hasta el fin de mis fuerzas y de los tiempos... de mi voz y mis manos emocionadas por el deseo de ser comido y vivir la misma vida:“Cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí...”   Sí, Cristo, quiero acordarme ahora y vivir en cada Eucaristía tus mismos sentimientos, amores, emociones y entrega total sin reservas.

25. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO VIVO Y RESUCITADO, ÚNICO SACERDOTE Y VÍCTIMA DE SALVACIÓN.

            La carta a los Hebreos nos enseña que el sacrificio de Cristo en la cruz es único y definitivo sacrificio de expiación por los pecados. No hay otro. El problema está, como hemos dicho, en mostrar cómo un sacrificio que tuvo lugar hace dos mil años se hace presente aquí y ahora. Creo que la respuesta está en la misma carta. El sacrificio de Cristo ha sido ofrecido “de una vez para siempre” (Hbr.10, 11-14), y en esa única vez ha sido aceptado por el Padre y mantiene esa presencia única, definitiva y escatológica, que perdura de forma gloriosa en el cielo y se hace presente por la consagración en la tierra.

            El sacrificio, ya aceptado por el Padre, mediante la resurrección y ascensión y colocación a su derecha, en sacrificio celeste que perdura eternamente presentado por Cristo ante el Padre, hecho intercesión y ofrenda agradable, con las llagas ya gloriosas, es el que se hace presente sacramentalmente -<in misterio>-, sobre el altar, -no otro ni una representación del mismo- velado sí por el pan y el vino y las leyes intramundanas, pero el mismo y único. Y es así cómo Jesús se presenta a nosotros y resucita para nosotros en la visibilidad de este sacramento. La Eucaristía es una forma permanente de aparición pascual, signo visible de las realidades invisibles, como lo ha expresado muy bien JUAN PABLO II en la Carta Apostólica DIES DOMINI nº 75.

            El sacerdote no hace presente el sacrificio de Cristo sino que hace presente a Cristo que ofrece su único y definitivo sacrificio que fue toda su vida, desde la Encarnación hasta la resurrección, pero que significó y realizó singularmente con pasión y muerte <gloriosa>, por estar dirigida a la resurrección. Al ser Cristo glorioso el que hace presente su resurrección, se hace presente el Cristo doloroso que ofrece su sacrificio ya celeste al Padre del cielo y en la tierra a su Iglesia por el pan y el vino consagrados.

            El sacerdote no hace presente el sacrificio de Cristo sino que hace presente a Cristo que ofrece su único y definitivo sacrificio que fue toda su vida, desde la Encarnación hasta la resurrección, pero que significó y realizó singularmente con pasión y muerte <gloriosa>, por estar dirigida a la resurrección. Al ser Cristo glorioso el que hace presente su resurrección, se hace presente el Cristo doloroso que ofrece su sacrificio ya celeste al Padre del cielo y en la tierra a su Iglesia por el pan y el vino consagrados.  Al hacerse presente todo el misterio de Cristo, cada celebrante o participante puede decir en la Eucaristía, con Santa Gertrudis, este texto que leí, cuando preparaba la charla, en la Liturgia de las Horas en el día de su memoria:

            «Por todo ello, te ofrezco en reparación, Padre amantísimo, todo lo que sufrió tu Hijo amado, desde el momento en que, reclinado sobre paja en el pesebre, comenzó a llorar, pasando luego por las necesidades de la infancia, las limitaciones de la edad pueril, las dificultades de la adolescencia, los ímpetus juveniles, hasta la hora en que, inclinando la cabeza, entregó su espíritu en la cruz, dando un fuerte grito. También te ofrezco, Padre amantísimo, para suplir todas mis negligencias, la santidad y perfección absoluta con que pensó, habló y obró siempre tu Unigénito, desde el momento en que, enviado desde el trono celestial, hizo su entrada en este mundo hasta el momento en que presentó, ante tu mirada paternal, la gloria de su humanidad vencedora...»[7].

            Y también, en clave de memorial, se puede rezar este texto de santa Brígida, tomado de la Liturgia de las Horas, en su recuerdo: «Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la Última Cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso y por amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión... Honor a Ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre... Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado ante Caifás... Gloria a Ti por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado de punzantes espinas... Alabanza a Ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado... Bendito seas Tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesucristo, que estás sentado sobre el trono en tu reino de los cielos, en la gloria de la divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la Virgen…»[8].

26. PORQUE DESDE EL SAGRARIO CRISTO SIGUE PREDICANDO EL EVANGELIO “DE UNA VEZ PARA SIEMPRE”

            La Eucaristía nos enseña y empuja al perdón de nuestros enemigos. S. Juan ha puesto de manifiesto hasta qué punto el amor del Padre se ha manifestado en la cruz del Cristo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”. Y Pablo nos dice igualmente que Dios nos revela su Amor Personal, Amor de Espíritu Santo, a través de la muerte en cruz del Hijo Amado, que nos manifiesta su amor, muriendo por nosotros, que no éramos gratos a Él, sino pecadores: “Y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado. Pues Cristo, siendo todavía nosotros pecadores, a su tiempo murió por unos impíos. Porque a duras penas morirá uno por un justo, pues por el bueno uno se anime a morir. Más acredita Dios su amor para con nosotros, en que siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom 5,6-8).El Padre nos muestra su amor entregando su Hijo a la muerte por nosotros y el Hijo nos revela su amor total y apasionado, dando su vida por nosotros, con amor extremo.

            Jesús ha sido el primero en poner en práctica este amor a los enemigos, impuesto a sus discípulos como mandamiento. En el Calvario manifiesta los sentimientos de indulgencia y perdón que quería tener para con sus adversarios. Pide al Padre misericordia para ellos e incluso fue la última petición que hizo a su Padre: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Bajo este perdón expresamente declarado en favor de los que le daban muerte, había un amor más fundamental por todos a los que el pecado les convertía en enemigos de Dios, y que ahora recibían el abrazo del Padre por la Nueva Alianza sellada en su sangre: “Bebed de él todos, que ésta es mi sangre de la alianza, que será derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26,28).

            Desde entonces, la Eucaristía, al hacer presente todos los hechos y dichos salvadores de Cristo, se presenta ante todos los participantes como un ejemplo de amor y perdón de los enemigos que nos invita a todos los cristianos a conformarnos y unirnos a los sentimientos de Cristo. La ofrenda de Cristo sobre el altar es la expresión de un amor al prójimo que supera todas laS barreras y diferencias, que sobrepasa cualquier hostilidad, que substituye la venganza por la piedad y que responde a las ofensas con una bondad mayor. Muestra que la caridad divina perdona siempre y exige del cristiano una caridad semejante: que reaccione ante las ofensas no odiando sino perdonando y amando siempre, llegando así hasta el amor a los enemigos con la fuerza de Cristo que ayuda nuestra debilidad.

            El maestro había ya formulado la exigencia de caridad contenida en toda ofrenda: “Si cuando presentas tu ofrenda junto al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra tí, deja tu ofrenda delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano y vuelve luego a presentar tu ofrenda” Mt 5,23-24). Estas palabras nos muestran las disposiciones que debe tener un cristiano cuando asiste consciente a Eucaristía. La disposición de caridad es por tanto condición impuesta por Dios para que la ofrenda le sea grata. En este ambiente de caridad fue instituida la Eucaristía y en este ambiente debe ser celebrada siempre y continuada con nuestra vida y testimonio en la calle y en la relación con los hombres “para que den gloria a vuestro Padre del cielo...”, “en esto conocerán que sois discípulos míos en que os amáis los unos a los otros como yo os he amado”. San Juan no narra la institución de la Eucaristía, según algunos autores, porque el lavatorio de los pies y el precepto del amor mutuo expresan los efectos de la misma: “Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros. Porque yo os he dado ejemplo para que vosotros también hagáis como yo he hecho... Si esto aprendéis, seréis dichosos si lo practicáis” (Jn 13, 12-14; 17).

  La Eucaristía renueva esta dimensión del amor y tiende a ensanchar el corazón de los cristianos según las dimensiones del corazón del Padre y del Hijo. Así la Eucaristía es el lugar del amor a los pecadores, a los que nos odian, a los que nos hacen mal, porque el Padre y el Hijo lo hicieron por el amor del Espíritu Santo y lo renuevan en cada Eucaristía en la ofrenda sacrificial del Hijo aceptada por el Padre.

27. PORQUE  EN EL SAGRARIO CRISTO NOS ESTÁ DICIENDO: “AMAOS LOS UNO A LOS OTROS COMO YO OS HE AMADO”

La Eucaristía, fuente del amor fraterno y cristiano. La celebración de la Eucaristía es la celebración de la Nueva Alianza, que tiene dos dimensiones esenciales: una vertical, hacia Dios, y otra, horizontal, de unión con los hombres. La Eucaristía lleva por tanto amor a Dios y a los hermanos. El amor de Cristo llega a todos los hombres en la Eucaristía; participar, por tanto, en verdad de la Eucaristía me lleva a amar a todos como Cristo los ha amado, hasta dar la vida.

            El culto cristiano consiste en transformar la propia vida por la caridad que viene de Dios y que siempre tiene el signo de la cruz de Cristo, esto es, la verticalidad del amor obedencial al Padre y la horizontalidad del amor gratuito a los hombres. “Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a ofrecer vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, como culto espiritual vuestro” (Rom 12,1).

            Es paradójico que el evangelio de Juan que nos habla largamente de la Última Cena no relata la institución de la Eucaristía mientras que todos los sinópticos la describen con detalle. El cuarto evangelio, sin embargo, nos trae ampliamente desarrollada la escena del lavatorio de los pies de los discípulos por parte de Jesús, cosa que no hacen los otros evangelistas. Lógicamente S. Juan no pretende con esto negar la institución de la Eucaristía, porque era cosa bien conocida ya por la tradición primitiva y por el mismo S. Pablo, pero el cuarto evangelio no tiene la costumbre de repetir aquellos hechos y dichos, que ya son suficientemente conocidos por los otros Evangelios, porque los supone conocidos.

            San Juan había ya hablado largamente de la Eucaristía en el discurso sobre el pan de vida en el capítulo sexto: “El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo” (v 51). Por eso no insiste en este argumento en la Ultima Cena y nos narra, sin embargo, el lavatorio de los pies a los discípulos en el lugar que corresponde a la institución del sacramento eucarístico; en el lugar donde todos esperamos leer el relato de su institución, cuando hacemos referencia a la Última Cena, S. Juan nos narra el lavatorio de los pies y el mandato del amor fraterno. No cabe duda de que el evangelista Juan lo hizo conscientemente, porque ha tenido un motivo y pretende un fin determinado.

            La opinión de varios comentaristas modernos, desde el protestante francés Cullmann, hasta el anglicano Dodd, pasando por el católico P. Tillar y otros actuales es que el cuarto evangelio supone la institución de la Eucaristía y pasa a describirnos más específica y concretamente el fruto y finalidad y espíritu de la Eucaristía: la caridad fraterna. La hipótesis es interesante.

            Todos sabemos que S. Juan es el evangelista místico, que, junto con S. Pablo, tiene experiencia y vivencia de los misterios de Cristo y más que los hechos y dichos externos nos quiere transmitir el espíritu y la interioridad de Cristo y la vivencia de sus misterios.

            Dios es amor y al amor se llega mejor y más profundamente por el fuego que por el conocimiento teórico y frío, porque éste se queda en el exterior pero el otro entra dentro y lo vive. A Cristo como a su evangelio no se les comprende hasta que no se viven. Y esto es lo que hace el evangelista Juan: vive la Eucaristía y descubre que es amor extremo a Dios y a los hermanos. A través del lavatorio de los pies, podemos descubrir que para Juan, el efecto verdadero y propio de la Eucaristía, aunque no explícitamente expresado por él, pero que podemos intuir en la narración de este hecho, es hacer ver y comprender la actitud de humildad y humillación de Jesús, su entrega total de amor y caridad y servicio, realizados en la Eucaristía y que son también simbolizados y repetidos en el lavatorio de los pies a los discípulos.

            Por lo tanto, las palabras referidas por los sinópticos: “Este es mi cuerpo entregado por vosotros; haced esto en memoria de mí”, vendrían interpretadas y comentadas por estas otras palabras de Juan: “Os he dado ejemplo; haced lo que yo he hecho”. El amor fraterno es la gracia que la Eucaristía, memorial de la inmolación de Cristo por amor extremo a nosotros, debe dar y producir en nosotros. Y por eso el sentido de este ejemplo que Cristo ha querido dar a sus discípulos en la escena del lavatorio de los pies encuentra el comentario explícito y concreto a seguidas del hecho, donde nos da el mandamiento nuevo del amor como Él nos ha amado: “Un precepto nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado, así también amaos mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros” (Jn 13,34-35); “Esto os mando: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 1413).

            ¿Por qué llama Jesús nuevo a este mandamiento? ¿No estaba ya mandado y era un deber el amor fraterno en el seno del judaísmo? En verdad la clave de la explicación, el elemento específico que hace del amor un precepto nuevo, se encuentra en las palabras “como yo os he amado”, en clara e implícita referencia a la institución de la Eucaristía.

            Todo el capítulo trece de S. Juan pone explícitamente la vida y la muerte de Jesús bajo el signo de su amor extremo a los hombres cumpliendo el proyecto del Padre. Y así es como comienza el capítulo: “Antes de la fiesta de Pascua, viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

            Como Jesús, también nosotros, debemos mantener siempre unidas estas dos dimensiones del amor, si queremos vivir de verdad la Nueva Alianza. Celebrar la Eucaristía es tener los mismos sentimientos y actitudes de amor y de entrega de Cristo a Dios y a los hombres, que Él hace presentes y vive en cada celebración eucarística, porque se ofreció “de una vez para siempre” (Hbr 7,8) en este misterio. Jesús quiere meterlos dentro de nuestro espíritu por su mismo Espíritu, invocado en la epíclesis sobre el pan y sobre la Iglesia y la asamblea, para que «fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu» (Plegaria III).

            Esta misma doctrina, con diversos matices, vuelve Juan a proponernos en su primera Carta, bella y profunda. En algunos puntos completa su evangelio. En efecto, ella invita al cristiano a quitar de sí todo pecado, especialmente contra el amor fraterno, y vivir en conformidad con la voluntad de Dios a ejemplo del Maestro: a hacer lo que Él y como Él lo ha hecho: hay que dar la vida por los hermanos: “en esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros; también nosotros tenemos que dar la vida por los hermanos” (1Jn 3,13). Aunque la carta no trata aquí directamente de un amor martirial, nos pide una entrega de amor que tiende de suyo a la entrega total de sí mismo. Y en este mismo sentido

el texto más explícito y significativo es el siguiente: “Pero el que guarda su palabra, en ése la caridad de Dios es verdaderamente perfecta. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1Jn 2,5-6).

            Por la Eucaristía Cristo viene a nosotros, nos une a Él a sus sentimientos y actitudes, entre los cuales la caridad perfecta a Dios y a los hermanos es el principal y motor de toda su vida: “Éste es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado”, “Os he dado ejemplo, haced vosotros lo mismo”; Ahora bien, “quien permanece en él..,” quien está unido a Él, quien celebra la Eucaristía con Él, quien come su Cuerpo, come también su corazón, su amor, su entrega, sus mismos sentimientos de misericordia y perdón, su reaccionar siempre amando ante las ofensas... debe andar como Él anduvo, pisando sus mismas huellas de amor y perdón.

            La primera dimensión es esencial: recibimos el amor que procede del Padre a través del corazón de Cristo, y, como dice S Juan, no podemos amar a Dios y a los hermanos si Dios no nos hace partícipe de su Amor Personal, Espíritu Santo: no podemos amar si primero Dios no nos ama: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados...” (1Jn 4,10)). Y así lo afirma en su evangelio: “Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor” (Jn 15,9).De aquí deriva el amor a los hermanos, el don y el servicio total de uno mismo a los hermanos, sin buscar recompensas, amando gratuitamente, como sólo Dios puede amar y nos ama y nosotros tenemos que aprender a amar en y por la Eucaristía.

            En la Eucaristía se hace presente la cruz de Cristo con ambas dimensiones, vertical y horizontal, en que fue clavado y por la que fuimos salvados. La vertical la vivió Cristo en una docilidad filial y total al Padre; la horizontal, en apertura completa a todos los hombres, aunque sean pecadores o indignos. En el centro de la cruz, para unir estas dos dimensiones está el corazón de Jesús traspasado por la lanza del amor crucificado. El fuego divino, que transformó esta muerte en sacrificio de alianza no ha sido otra cosa que el fuego de la caridad, el fuego del Espíritu Santo. Lo afirma S. Pablo en su carta a los Efesios: “Cristo nos ha amado (con amor de Espíritu Santo) y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios” (Ef 5,2). Y lo recalca la Carta a los Hebreos: “Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros...santifica a los inmundos...¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo como víctima sin defecto limpiará nuestra conciencia de las obras muertas para dar culto al Dios vivo!” (Hbr 9, 13-14).

            Dice S. Agustín que el sacrificio sobre el altar de piedra va acompañado del sacrificio sobre el altar del corazón. La participación viva en la Eucaristía demuestra su fecundidad en toda obra de misericordia, en toda obra buena, en todo consejo bueno, en todos los esfuerzos por amar al hermano como Cristo; así es cómo la Eucaristía es alimento de mi vida personal, así es como Cristo quiere que el amor a Él y a los hermanos, la Eucaristía y la vida, el culto y servicio a Dios y el servicio a los hombres estén estrechamente unidos.

            La Eucaristía acabará como signo cuando retorne Cristo para consumar la Pascua Gloriosa en un encuentro ya consumado y definitivo y bienaventurado de Dios con los hombres, que ha de progresar en profundidad y anchura toda la eternidad. Por eso en la Eucaristía la Iglesia mira siempre al futuro consumado, a la escatología, al final bienaventurado de todo y de todos en el Amor de Dios Uno y Trino que nos llega en cada Eucaristía por el Hijo, Cristo Glorioso, que se hace presente bajo los velos de los signos.

            Quisiera terminar este tema con el pasaje conclusivo de la carta a los Hebreos, que abundantemente venimos comentando: “El Dios de la paz, que sacó de entre los muertos, por la sangre de la alianza eterna, al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, os haga perfectos en todo bien, para hacer su voluntad, cumpliendo en vosotros lo que es grato en su presencia, por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hbr 13,20-21).

            El autor pide que el Dios de la paz, el Dios de la alianza realice en nosotros lo que le agrada, lo que nos hace perfectos en el amor, que nos ha de venir necesariamente de Él. En la antigua alianza Dios prescribía lo que había que hacer mediante una ley externa. Pero eso fracasó. Ahora quiere inscribirla en el corazón de los hombres mediante su Espíritu: “Yo pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón...” (Jer 31,31-33). Y esto lo hace por Jesucristo Eucaristía, por su cuerpo comido y su sangre derramada en amor de Espíritu Santo.

            Sin el Espíritu de Cristo, si el Amor de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo, no podemos amar a los hermanos como Cristo, no podemos perdonar, no podemos cooperar a la salvación y la redención de los hombres: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (Jn 15,4-5).

            Acojamos esta acción de Dios en nosotros por Jesucristo con amor y gratitud. Nosotros terminamos con el himno de alabanza dirigido a Dios por el autor de la carta a los Hebreos: “Por Él ofrezcamos de continuo a Dios un sacrificio de alabanza, esto es, el fruto de los labios que bendicen su nombre....” “por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hbr 13,15.21).      Hagamos también nosotros nuestra ofrenda de alabanza al Padre por la Eucaristía, por medio de Cristo, para gloria de Dios y salvación de los hombres nuestros hermanos.

28. PORQUE CRISTO EN EL SAGRARIO NOS INVITA A VIVIR SU MISMA VIDA CON SU MISMO AMOR Y SENTIMIENTOS

            Comulgar con Cristo no es meramente comer su Cuerpo, es común-unión con su vida y sentimientos y entrega a Dios y a los hombres; esforzarse por ir identificándonos con su ser y existir divino y humano, con su evangelio, espíritu apostólico, humilde, servicial, entregado... con su presencia eucarística nos está  invitando a comer su carne como alimento de nuestras vidas.

            Queridos hermanos: en el Sagrario permanece el Señor invitándonos a comer y vivir sus mismos ideales, con

sus mismos sentimientos y actitudes, a realizar en el mundo y en nosotros su mismo proyecto, el del Padre. Las mismas palabras de la institución de la Eucaristía, así como el discurso sobre el pan de vida, en el capítulo sexto de San Juan, lo expresan claramente, versan sobre la Eucaristía como alimento, como comida.

            Lógicamente no es comida antropófica, sino espiritual, asimilar y comulgar su Espíritu y su Persona, sus pensamientos y sus afectos. Esto es posible porque el Señor está en el pan consagrado, por la comunión eucarística. Pero su intención primera, sus primeras palabras, al consagrar el pan y el vino, es para que sean nuestro alimento: “Tomad y comed... tomad y bebed...” “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... El que no come mi carne... Si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...” Por eso, vamos a hablar de este deseo de Cristo de ser comido por amor y con fe por todos nosotros.

La Eucaristíacomo comunión.

            La plenitud del fruto de la Eucaristía viene a nosotros sacramentalmente por la Comunión eucarística. La Eucaristía como Comunión es el momento de mayor unión sacramental con el Señor, es el sacramento más lleno de Cristo que recibimos en la tierra, porque no recibimos una gracia; sino al autor de todas las gracias y dones. No recibimos agua abundante sino la misma fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna.

            Por eso, volvería a repetir aquí todas las mismas exhortaciones que dije en relación con no dejar la santa Eucaristía del domingo. Comulgad, comulgad, sintáis o no sintáis, porque el Señor está ahí, y hay que pasar por esas

etapas de sequedad, que entran dentro de su planes, para que nos acostumbremos a recibir su amistad, no por egoísmo, no porque siento más o menos, no porque me lo paso mejor o peor, sino principalmente por Él, porque Él me los ha dicho y lo creo y lo quiere, porque viene para eso, porque es el Señor y yo soy una simple criatura, y tengo necesidad de alimentarme de Él, de tener sus mismos criterios y opciones fundamentales, de obedecer y buscar su voluntad y sus deseos más que los míos; porque si no, nunca entraré en el camino de la unión y de la identificación y de la amistad sincera con Él. A Dios tengo que buscarlo siempre porque Él es lo absoluto, lo primero. Yo soy simple criatura, invitada a este don tan grande de su amistad esencial y trinitaria, criatura infinitamente elevada hasta Él, hasta su ser y existir trinitario por pura gratuidad, por pura benevolencia.

            Dios es siempre Dios. Yo debo recibirlo con suma humildad y devoción, porque esto es reconocerlo como mi Salvador y Señor, esto es creer en Él, esperar de Él. Luego vendrán otros sentimientos. Es que no me dice nada la comunión, es que lo hago por rutina. Tú comulga con las debidas condiciones y ya pasará toda esa sequedad; ya verás cómo algún día notarás su presencia, su cercanía, su amor, su dulzura.

            Y te lo digo bien claro: la causa ordinaria de todas estas sequedades son nuestros pecados, pero no necesariamente graves, sino veniales, en los que nos instalamos y nos impiden la unión total con Él, el sentir vivencialmente su amor en nosotros, porque seguimos amándonos más a nosotros mismos; por eso seguimos sintiéndonos más que a Dios mismo.

            La comunión es para eso, para coger el pico y la pala y empezar a quitar pieza a pieza el ídolo que nos hemos construido dentro de nosotros mismos, cambiándolo por Jesús, nuestro ser y existir por el suyo. Esta es la razón de la comunión eucarística instituida por Jesucristo y esta es su finalidad y debe ser la nuestra. Si no vamos por aquí, no llegaremos a vivir su misma vida, y por tanto, a sentir su vida y persona dentro de nosotros.  

            Los santos, todos los verdaderamente santos, pasaron a veces años y años en noche oscura de entendimiento, memoria y voluntad, sin sentir nada, en purificación de la fe, esperanza y caridad, hasta que el Señor los vació de tanto yo y pasiones personales que tenían dentro y que le impedían entrar a Él. Y esto es lo que tenemos que hacer nosotros: si no siento, si sólo siento lo mío, es que estoy tan lleno de mí mismo que no cabe Dios. Tengo que vaciarme, tengo que matar mi amor propio poco a poco, tengo que hacer la voluntad de Dios para que poco a poco vaya entrando en mi corazón, en mi vida, en mis sentimientos y actitudes.

            Lo importante de la religión, de mi relación con Dios, no es sentir o no sentir, sino vivir y esforzarse por cumplir la voluntad de Dios en todo. Y para eso comulgo, para recibir fuerzas y estímulos. La comunión te ayudará a superar todas las pruebas, todos los pecados, todas las sequedades. La sequedad, el cansancio, si no es debido a mis pecados, no pasa nada. El Señor viene para ayudarnos en la luchas contra los pecados veniales consentidos, que son la causa principal de nuestras sequedades.

            Sin conversión de nuestros pecados, no hay posibilidad de amistad con el Dios de la pureza, de la humildad, del amor extremo a Dios por ser Dios y a los hombres por ser hijos suyos. Por eso, la noche, la cruz y la pasión, la muerte total del yo, del pecado, que se esconde en los mil repliegues de nuestra existencia, hay que pasarlas antes de llegar a la transformación y la unión perfecta con Dios.

            Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de fe en Jesucristo y en todo su misterio, en su doctrina, en el evangelio entero y completo; manifestamos y demostramos que creemos todo el evangelio, todo el misterio de Cristo, todo lo que Él ha dicho y ha hecho, creemos que Él es Dios, que hace y realiza lo que dice y promete, que se encarnó por nosotros, que estuvo en Palestina, que murió y resucitó y está en el pan consagrado. Y por eso, comulgo.

            Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de amor a quien dijo: “Tomad y Comed, esto es mi Cuerpo”, porque acogemos su entrega y su amistad, damos adoración y alabanza a su cuerpo entregado como don, y esperamos en Él como prenda de la gloria futura. Creemos y recibimos su misterio de fe y de amor: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... Si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...” Le ofrecemos nuestra fe y comulgamos por amor con sus palabras y nos alimentamos de Él.

            Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de esperanza, porque deseamos que se cumplan en nosotros sus promesas y, por eso, comulgamos, creemos y esperamos en sus palabras y en su persona: “Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan, vivirá eternamente... Si no coméis mi carne, no tenéis vida en vosotros...”

            Señor, nosotros queremos tener tu vida, tu misma vida, tus mismos deseos y actitudes, tu mismo amor al Padre y a los hombres, tu misma entrega al proyecto del Padre; queremos ser humildes y sencillos como Tú, queremos compadecernos de los hambrientos y necesitados como Tú, queremos acariciar y querer a los niños como Tú, queremos tener amigos como Tú, queremos imitarte en todo y vivir tu misma vida; pero yo solo no puedo, necesito de tu ayuda, de tu gracia, de tu pan de cada día, que alimenta esta vida y estos sentimientos.

            Para los que no comulgan o no lo hacen con las debidas disposiciones, sería bueno meditasen este soneto de

Lope de Vega, donde Cristo llama insistentemente a la puerta de nuestro corazón, a veces sin recibir respuesta:

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras,

qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡que extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía!:

“Alma, asómate ahora a la ventana

verás con cuánto amor llamar porfía”.

¡Y cuántas, hermosura soberana!,

“mañana le abriremos”, respondía,

para lo mismo responder mañana.

            ¿Habrá alguno de vosotros que responda así a Jesús? ¿Habrá corazones tan duros entre vosotros, hermanos creyentes de esta parroquia? Que todos abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo, que no le hagamos esperar más.

            Todos llenos del mismo deseo, del mismo amor de Cristo. Así hay que hacer Iglesia, parroquia, familia. Cómo cambiarían los pueblos, la juventud, los matrimonios, los hijos, si todos comulgáramos al mismo Cristo, el mismo evangelio, la misma fe.

            Cuando comulguéis, podéis decirle: Señor, acabo de recibirte, te tengo en mi persona y quiero que tu presencia salvadora llegue a todos los rincones de mi ser, de mi alma, de mi vida, de mi corazón; que tu comunión llegue a todos los rincones de mi carácter, de mi cuerpo, de mi lengua y sentidos. Que todo mi ser y existir viva unido a Tí. Que no se rompa por nada esta unión. ¡Qué alegría tenerte conmigo! Tengo el cielo en la tierra, porque el mismo Jesucristo vivo y resucitado, que sacia a los bienaventurados en el cielo, ha venido a mí ahora; porque el cielo es Dios; eres Tú, Dios mío, y Tú estás dentro de mí. Tráeme del cielo tu resurrección; que al encuentro contigo todo en mí resucite, sea vida nueva, no la mía, sino la tuya: la vida nueva de gracia que me has conseguido en la misa.             ¡Señor! que esté bien despierto en mi fe, en mi amor, en mi esperanza; cúrame, fortaléceme, ayúdame. Y si he de sufrir y purificarme de mis defectos, que sienta que tú estás conmigo.

            ¡Eucaristía divina! ¡Cómo te deseo, cómo te necesito, cómo te busco! ¡Con qué hambre de Ti camino por la vida! Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y que no son míos, porque yo no los sé fabricar ni todo esto que siento. Qué nostalgia de mi Dios todo el día. Tengo hambre de Ti, necesito comerte ya, porque si no moriré de ansias del pan de vida. Quiero vivir mi vida siempre en comunión contigo.

29. PORQUE EL CUERPO EUCARÍSTICO DE JESÚS  TIENE PRESENCIA Y PERFUME DE LA SANGRE Y EL CUERPO DE MARÍA CONCIBIDO EN SU SENO

            El Único y Supremo Sacerdote es Jesucristo, Hijo de Dios, que para ser el Único Sacerdote del Altísimo en la Nueva Alianza tomó la naturaleza humana y unió las dos orillas; se hizo puente único y oficial, por donde Dios vino a nosotros para salvarnos y por donde nosotros pasamos a Dios para vivir esa salvación.

María es madre sacerdote y sacerdotal de Cristo, porque María “concibió por obra del Espíritu Santo” al Sacerdote o Sacerdocio, del cual todos los sacerdotes participamos en nuestro ser y existir, por la Unción y la Consagración del Espíritu Santo; pero más plenamente María, ya que Ella lo fue en su ser y existir, por una Unción y Consagración especial de Maternidad-Sacerdotal divina, quedando configurada más totalmente a Cristo, porque lo encarnó en su mismo ser y existir: “concibió” al Hijo cooperando a su ser y existir Sacerdotal, más concretamente, dio los materiales: su cuerpo y carne, voluntad, amor, disponibilidad... “fiat”, para que el Espíritu Santo pusiera la divinidad e hiciera el puente, al pontífice-sacerdote Cristo, unión de la naturaleza divina con la humana.

Desde entonces, los hombres podemos pasar a Dios y Dios nos envía por Él los dones de la Salvación. Esto es ser sacerdote. Luego María lo fue más y mejor que nosotros; María es sacerdote de Cristo, por la Unción y Consagración del Espíritu Santo, y es Madre sacerdotal  de Cristo y de todos los sacerdotes porque el Espíritu Santo consagró en su seno al Único y Eterno Sacerdote, del cual todos participamos.

María, por esta Unción y Consagración especial y única de Maternidad-Sacerdotal,  toda Ella fue configurada a Cristo, Sacerdote y Víctima, y así empezó a preparar el sacrifico de Cristo, que todo entero y completo, desde la Anunciación y Encarnación del Misterio, pasando por la pasión, muerte y resurrección, hasta la consumación por la Ascensión del “Cordero degollado sentado ante el trono de Dios”,  ya completo, se hace presente en «memorial» en cada Eucaristía, por el ministerio de los sacerdotes: “haced esto en  memoria mía”.

El sacerdote, por el carácter sacerdotal, hace presente a Cristo, que actualiza todo su ser y existir sacerdotal y victimal en los ungidos y consagrados por el Espíritu Santo, en el sacramento del Orden, para la misión presbiteral, que se actualiza en la Palabra y Guía y Sacramentos, especialmente de la Eucaristía.

Cristo, al hacerse presente en la liturgia, que es una irrupción de lo divino en el tiempo, por el ministerio sacerdotal,  hace presente  su único ser y existir de “cordero degollado” ante el trono de Dios, eternamente ya  en el cielo, y aquí en la tierra, sacramentalmente presencializado por la potencia de Amor del Espíritu Santo en la liturgia divina realizada por los prolongadores de su misión en la tierra, sus presencias sacramentales, que son los sacerdotes.

Y al hacerlo presente por el ministerio de los sacerdotes, sacramental y espiritualmente nos encontramos, si entramos dentro del corazón de los ritos, con María,  “concibiendo y dando a luz”, porque Ella inició el sacerdocio de Cristo, su Hijo, en su seno, consagrándose como Madre sacerdote en su ser y existir, e iniciando su misión oyendo y obedeciendo la Revelación del Padre por el ángel Gabriel, su Palabra, su Hijo encarnándose, en la que nos revela su amor.

Como en la misa se hace presente Cristo entero y completo, todo su misterio, si estoy atento y entro dentro del corazón de la liturgia, de los ritos, si no me quedo en el exterior y entro en el corazón del Misterio de Cristo que se hace presente, todo entero, en la misa sorprendemos a la Virgen, meditando la Palabra y encarnándola en su corazón y su seno: “...concebirás y darás a luz... He aquí la esclava...María meditaba todas estas cosas en su corazón... encontraron al niño con María, su madre...”, porque Ella es sacramento, primer sagrario de Cristo en la tierra, Arca de la Alianza Nueva y Eterna, presencia sacramental de Cristo, en y por su mismo ser y existir, concibiendo, dando a luz y llevando al Hijo en su caminar a Belén, en la huída a Egipto...

Y es así porque María, desde la Encarnación, ha quedado configurada, ungida y consagrada en su ser y existir por el ser y existir de Cristo, toda ella entera es Virgen, toda para Cristo, que en esto consiste también el celibato sacerdotal, cuestión de amor total a Dios, y gratuito a los hermanos, sin compensaciones de carne, de egoísmo. Y siempre y en todos, en Ella y nosotros, sacramentalmente, por la potencia de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre.

Por eso, y os lo digo con toda sinceridad,  por eso os lo comunico, siempre que celebro la Eucaristía,  la siento a Ella junto al Hijo, siento su presencia, su aroma, su perfume,: “junto a la cruz estaban su madre...”, y como la Eucaristía no es un mero recuerdo de la vida y sacrificio de Cristo, sino un «memorial» que hace presente todo el misterio de Cristo completo, resulta entonces que, en cada misa, de una forma sacramental y metahistórica, más allá del tiempo y espacio, junto “Cordero degollado ante el trono de Dios”, se hace también presente María,  como madre-sacerdote del Hijo y víctima oferente  con Él.

Jesucristo es el Único y Sumo sacerdote, que hace partícipe de su ser y existir sacerdotal, especialmente a los Obispos y presbíteros  por la Unción y Consagración del Espíritu Santo, el Mismo que “cubrió con su sombra” a María y engendró en Ella este ser y existir sacerdotal de Cristo en su naturaleza humana.

En cada Eucaristía siento también su gozo de Madre Única de Cristo Sacerdote Único, su gozo de madre sacerdote y sacerdotal de todos los sacerdotes; siento cómo está junto a mi, como Madre sacerdote y sacerdotal, ofreciendo conmigo a su Hijo, ya triunfante y glorioso, entre los Esplendores de Alabanza y Gloria del Padre, agradecido a la «recreación» de su proyecto de Salvación por el Hijo, después de las grandes tribulaciones que ha tenido que sufrir, en las que el Hijo quiso tener junto a Él, como madre sacerdote, a su Madre.

Todo sacerdote, al ofrecer el sacrificio del Hijo, tiene también, junto a Él,  a la Madre, porque esa fue  su voluntad y deseo; en estos tiempos de persecuciones a su Hijo, a la Iglesia y a los que son presencia sacramental del Hijo y prolongadores de su ser y misión sacerdotal, necesitamos esta ayuda que el Sumo Sacerdote nos ofrece y quiso tener junto a Sí como consuelo en su victimación. Esta presencia de la Madre por el Hijo que presencializa todo su misterio de salvación en la Eucaristía, nos ayudaría también a nosotros en medio de nuestras luchas y sufrimientos actuales. Porque en todas nuestras Eucaristías además de sacerdotes, tiene que haber una víctima; y ésa somos nosotros con nuestra entrega y ofrenda.

Cristo vencerá por medio de su Madre como lo ha hecho ya en innumerables etapas de la historia de la Iglesia, anunciadas ya por el Apocalipsis: “Cantaron un cántico nuevo, que decía: Digno eres de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y con tu sangre has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación,  y los hiciste para nuestro Dios reino y sacerdotes, y reinan sobre la tierra. Vi y oí  la voz de muchos ángeles en rededor del trono, y de los vivientes, y de los ancianos; y era su número de miríadas de miríadas y de millares de millares, que decían a grandes voces: Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición. Y todas las criaturas que existen en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y todo cuanto hay en ellos oí que decían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos de los siglos.  Y los cuatro vivientes respondieron: Amén. Y los ancianos cayeron de hinojos y adoraron”.

No lo dudemos. Cristo vencerá. Hace muy pocos años creía el mundo entero que el comunismo acabaría con Cristo y los cristianos. Y qué paradoja: ahora resulta que Rusia está más convertida  que Europa y su presidente va a la misa ortodoxa, mientras en la católica España, no sólo el presidente, sino los políticos, que se llaman, pero no son católicos, se avergüenzan de confesar a Cristo y sus mandamientos públicamente, no obedecen a Dios antes que a los hombres, siendo incongruentes e incumplidores de fe que dicen tener, pero no practican. 

¡Qué grande eres Cristo Sacerdote! ¡Qué cavernas y maravillas de misterios y misterios encierras para los que inclinan su cabeza sobre tu corazón como Juan en el día de su ordenación! ¡Qué grande es ser sacerdote! ¡Hacer presente todo misterio del proyecto y amor trinitario en la Eucaristía por el Hijo de Dios y de María, oferente también y sacerdote de su Hijo! ¡Qué certeza y seguridad saber que Ella está a mi lado para enseñarme a celebrar el misterio que Ella vivió y que se hace presente en cada misa, “de una vez para siempre”, por el Hijo: “he ahí a tu madre, he ahí a tu hijo”;la siento en su respirar de angustia y dolor “junto a la cruz”, porque es un memorial, no representación, es la presencia primera y única de  Cristo entero y completo, toda su vida, pasión, muerte y resurrección,  Sacerdote y Víctima de obediencia, adoración y alabanza al Padre, con María Madre de la Víctima sagrada y sacerdote oferente del Hijo. 

Es Ella; la siento y oigo en respirar doloroso de Madre en el Hijo, en las fatigas del Hijo en la Madre y de la Madre en el Hijo, que quiso -- «no sin designio divino» (Vaticano II, LG), que su Madre, sacerdote, ofrenda y víctima con Él agradable al Padre, estuviera allí obedeciendo, adorando, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor sacerdotal y victimal extremo, hasta dar la vida, aceptada por el Padre en el Hijo, porque murió no muriendo en aquella “hora” del Hijo, “hora” suya también.

Es Ella; nadie más que Ella junto al Hijo, la que siento ya gloriosa y triunfante junto “al Cordero degollado ante el trono de Dios” rodeada del coro de  los ángeles y patriarcas y potestades y redimidos llenos de esplendor y gozo por la Victoria del Cordero... 

Es Ella, la que puede decir con más verdad y propiedad que ningún sacerdote fuera del Hijo: «ESTE ES MI CUERPO QUE SE ENTREGA POR VOSOTROS... ESTA ES MI SANGRE DERRAMADA PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS»;

En la consagración y después de ella, siento su aliento y cercanía  de madre y hermana sacerdotal, y observo su mirada llena de luz y belleza, que me mira con amor de Madre y Hermana sacerdote y me dice sin palabras, solo con su mirada: «ESTE ES MI CUERPO...», es mi cuerpo, el cuerpo engendrado y encarnado en mi seno, hecho carne en  mi carne, en el ser y  existir de la Madre; «ESTA ES MI SANGRE...», es la  sangre  de María, la que corrió por sus venas, la que el Único Sacerdote y Víctima de propiciación por nuestros pecados, recibió de su Madre Sacerdotal  que le ofreció a Él y se ofreció juntamente con Él, para hacer la voluntad del Padre, ese inconcebible y maravilloso  proyecto de Amor del Padre en el Hijo por la potencia de Amor del Espíritu Santo, del Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre iniciado en María y en el que nos sumergen a toda la humanidad, iniciado en el seno de aquella Virgen, toda entera para Dios, como debe ser y existir todo sacerdote, a ejemplo del Sacerdote y de su  Madre sacerdotal, que eso es el celibato, más que egoísmo y carne, es amor de Espíritu Santo, amor gratuito y total, sin buscarse a sí mismo en nada.

¡María, Madre Sacerdotal, enséñame a ofrecer y a ofrecerme como tú con tu Hijo Sacerdote y Víctima al Padre, adorándole, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida; enséñame, como enseñaste a Jesús, a ser sacerdote y ofrenda y altar de propiciación por mis pecados y los pecados del mundo.

En este año sacerdotal haz que todos tus hijos sacerdotes tengamos en ti, madre sacerdotal del Hijo, el icono y modelo perfecto de imitación y seguimiento de tu Hijo único sacerdote, a quien tenemos que hacer presente y prolongar en su ser y existir todos los sacerdotes, por la Unción y Consagración sacerdotal en el sacramento del Orden por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

Tú sabes bien con qué seguridad te lo digo, porque el decírtelo, es ya haberlo conseguido, ya que eres Verdad y Vida  de Amor en y por tu Hijo Sacerdote que todo lo puede, Esplendor de la Belleza del Padre, Palabra encarnada en tu seno y revelada en Canción de Amor, canturreada, desde toda la eternidad, para todos los hombres, por el Padre, primero en tu seno, con Amor de Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo.

Esta canción, canturreada en «música callada» de eternidad por el Padre, en Única Palabra de Amor de Espíritu Santo en el seno de la Trinidad, y luego cantada en el seno de María, me dice, en  revelación encarnada del Hijo en María, que yo y tú y todos los hombres hemos sido soñados con Amor de Padre por el Padre que nos creó en el sí de amor de nuestros padres, que, perdidos por el pecado de Adán, el hijo entristecido y sacerdote de intercesión se ofreció por nosotros al Padre: “no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”, y  vino en mi búsqueda y me abrió las puertas de la eternidad, haciéndose sacerdote y víctima en el seno de María, que encarnó a Cristo en su ser y existir sacerdotal.

¡Cristo, Sacerdote Único del Altísimo! quiero darte gracias por haberme elegido como presencia sacramental de tu ser y existir y como prolongación de tu misión salvadora en el mundo. Quiero decirlo muy alto. Me sedujiste y me dejé seducir.

Me duelen tantas ofensas e ingratitudes hacia tu persona y sacerdotes, y me gustaría que todos te alabaran y te dijeran cosas bellas, por habernos hechos sacerdotes y habernos dado una madre tan cercana, sacerdote y  víctima y oferente contigo del único y sobreabundante sacrificio que puede salvar al mundo y a los hombres.

En este año sacerdotal, ante tanto secularismo y persecuciones a tus sacerdotes, yo veo y creo lo que nos dices: “...y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros a uno semejante a un hijo de hombre, vestido de una túnica talar y ceñidos los pechos con un cinturón de oro. Así que le vi, caí a sus pies como muerto; pero él puso su diestra sobre mí, diciendo:

No temas nada, yo soy el primero y el último, el viviente, que fui muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno”.

¡Jesucristo sacerdote, nosotros creemos en ti!

¡Jesucristo sacerdote, nosotros confiamos en ti!

¡Tú eres el único sacerdote salvador del mundo!

            ¡María: Mujer, Virgen y Madre Sacerdotal de Cristo y de todos los sacerdotes, acéptanos como hijos sacerdotes, como aceptaste a Juan! Es mandato de tu Hijo: “he ahí a tu hijo”. Enséñanos a ser sacerdotes y víctimas con tu Hijo, para la salvación del mundo, como lo hiciste con tu hijo Juan, recién ordenado sacerdote por tu Hijo y encomendado a tu cuidado ¡Hermosa Nazarena, Virgen bella, Madre del alma, en Ti confiamos!

30.- PORQUE EL CUERPO MUERTO Y RESUCITADO DE CRISTO TIENE AROMA DE MARÍA, “QUE ESTUVO JUNTO A LA CRUZ”, Y JUNTO AL SAGRARIO SIENTO SU ALIENTO DE MADRE: “HE AHÍ A TU HIJO… HE AHÍ A TUMADRE”.

            El pan de vida del sagrario es el pan de la misa, es el pan eucarístico, Cristo entero y completo, el cuerpo de Cristo nacido de María, que se ofreció, juntamente con ella: “Estaba allí la madre de Jesús”, al Padre por nosotros; la sangre derramada era sangre de María, recibida de la madre.

            Ya la piedad cristiana unió siempre a María con este misterio. Por eso, tanto en las grandes catedrales como en las chozas de los países de misión, la intuición religiosa de los fieles, al lado de la Eucaristía, puso siempre la imagen y la piedad de la Virgen. Porque la Eucaristía es el alma de la Iglesia, «centro y culmen» de toda su vida. Y María fue asociada por Dios a todo el misterio del Hijo, desde su maternidad hasta la cruz. Es lógico que así sea vista también por la Iglesia. Ella es madre de la Iglesia. Y la Iglesia se construye por la Eucaristía. 

            En el Nuevo Testamento, Juan da una aportación decisiva a la dimensión eucarística de la figura de María, no sólo en el relato del primer signo mesiánico, sino también en el de la pasión, donde Jesús confía al discípulo amado a su madre y viceversa, esto es, a Juan el cuidado de su madre (cf. Jn 19,25-27). Y en ambos casos nuevamente María es designada como «mujer» por su Hijo.

            Es claro que al ser su propio Hijo el que la designa así, cuando lo natural hubiera sido el término «madre», demuestra que no se trata sólo de un gesto de piedad filial por parte de Jesús, sino sobre todo de un episodio de revelación decisiva. También aquí ella es llamada mujer otra vez, como nueva Eva, para subrayar el inicio en ella de una nueva generación, la de la Iglesia, que brota del costado abierto de Cristo, nuevo Adán, del que manaron la sangre y el agua, símbolos de los sacramentos de la Iglesia. María es constituida por Cristo en Madre de los nuevos hijos nacidos de la fe y del bautismo.

            En San Juan, María permanece siendo la madre. Si primero era sólo la madre del Hijo, ahora es también la madre de la Iglesia. Si primero su maternidad era física, ahora es también espiritual. En el Calvario la madre de Jesús es elegida y designada la madre de los discípulos de Jesús en la figura del discípulo amado.

            Por eso la Iglesia, sacramento salvífico, además de ser esencialmente eucarística, tiene también una connotación existencial mariana. María tiene, pues, una presencia y un papel decisivo tanto en la Encarnación como en la economía salvífica-sacramentaria de la Iglesia: en las dos, ella ha dicho su «fiat» en la fe, en la esperanza y en la caridad.

            En ambas ella es cabeza-estirpe de una nueva generación querida por Dios: en la primera, por la generación del Hijo de Dios hecho carne en su seno; en la segunda, por la generación de la comunidad eclesial que brota del costado de Cristo, que se nutre con el cuerpo y la sangre de Cristo, engendrados por María.

            La Iglesia, por eso, no celebra nunca la Eucaristía sin invocar la intercesión de la Madre del Señor. En cada Eucaristía, «María ofrece como miembro eminente de la Iglesia no sólo su consentimiento pasado en la Encarnación y en la cruz, sino también sus méritos y la presente intercesión materna y gloriosa» (Marialis cultus 20).

            La encíclica Redemptoris Mater de Juan Pablo II afirma que la maternidad espiritual de María «ha sido comprendida y vivida particularmente por el pueblo cristiano en el sagrado banquete, celebración litúrgica del misterio de la Redención, en el cual Cristo, su verdadero cuerpo nacido de María Virgen, se hace presente» (RMa 44).  Y continúa el Papa: «Con razón la piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía; es un hecho de relieve en la liturgia tanto occidental como oriental, en la tradición de las Familias religiosas, en la espiritualidad de los movimientos contemporáneos, incluso los juveniles, en la pastoral de los santuarios marianos. María guía a los fieles a la Eucaristía» (RMa 44).

            La Iglesia así lo comprende y lo canta agradecida en la antífona del Corpus Christi: «Ave, verum corpus natum de María Virgine, vere passum, inmolatum in cruce pro homine». Últimamente el Papa Juan Pablo II se ha referido a esta relación de la Eucaristía con María en dos documentos. En la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, nos dice: «Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su cuerpo y su sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad “hasta el extremo” (Jn 13,1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio. Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf Mc 3,31-35; Jn 2,12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo.

            La revelación, que en el bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los misterios de luz» (Rosarium Virginis Mariae 1).

            En otro pasaje de esta misma Carta del Rosario de la Virgen nos propone el Papa a María como modelo de contemplación cristológica, que recorre y nos ayuda a vivir la espiritualidad eucarística. Lo titula el Papa: María modelo de contemplación, y nos dice en el número 10: «La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo “envolvió en pañales y le acostó en un pesebre”» (Lc2,7).

            Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?” (Lc 2,48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf Jn 2,5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la <parturienta>, ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf Jn 19,26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fín, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf He 1,14).

Los recuerdos de María

11. María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: “Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19; cf 2,51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el <rosario> que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.

            Y también ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su <papel> de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los “misterios” de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María (RVM 10 y 11).

7. 2. María, «mujer  eucarística»

  Así llama el Papa Juan Pablo II a María en la última Carta Encíclica Ecclesia de eucharistía. El capítulo sexto y último lo titulo al Papa: EN LA ESCUELA DE MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA. En este capítulo recoge el Papa la doctrina actual de la Iglesia, especialmente de los Mariólogos, elaborando una síntesis perfecta. Ya el Vaticano II había dado una amplia visión del lugar y papel obrado por María en la obra de la salvación, cuyo «centro y culmen» siempre será la Eucaristía: «(María) al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios omnipotente« (LG 56).

             «María, concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas” (LG 61). 

«María mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jo 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado» (LG 58).

            Sin el cuerpo de Cristo que «ella misma había engendrado» no hubiera sido posible ni la salvación ni la Eucaristía. Por eso María es Madre de la Eucaristía, por ser la madre de Cristo, materia y forma del Misterio eucarístico; María es arca y tienda de la Nueva Alianza, por engendrar por la potencia del Amor del Espíritu Santo la carne y la sangre de Cristo, derramada para la Nueva y Eterna Alianza de Dios con los hombres; María fue el primer sagrario de Cristo en la tierra; María fue asociada expresamente por su Hijo en el sacrificio cruento de la Eucaristía, ofreciendo su vida con Él al Padre para la salvación de los hombres, consintiendo en su ofrenda y creyendo contra toda esperanza en la Palabra de Dios, creyendo que era el redentor de los hombres el que moría en la cruz.

            Por eso y por más razones, no he querido terminar este libro sobre la Eucaristía, sin dedicarle a María el último capítulo, como he hecho hasta ahora en mis libros publicados. Es mucho lo que Cristo confió en y a su madre y mucho lo que ella hace en la Iglesia actualmente, siempre asociada y unida totalmente a su Hijo, su mayor tesoro y fundamento de todas sus grandezas y misiones, y es mucho también lo que todos debemos a María «mujer eucarística».

  Esta actitud eucarística de María ya había sido resumida por el mismo Pontífice en otro documento con estas palabras:  «Y hacia la Virgen María miran los fieles que escuchan la Palabra proclamada en la asamblea dominical, aprendiendo de ella a conservarla y meditarla en el propio corazón (cf Lc 2,19). Con María los fieles aprenden a estar a los pies de la cruz para ofrecer al Padre el sacrificio de Cristo y unir al mismo el ofrecimiento de la propia vida. Con María viven el gozo de la resurrección, haciendo propias las palabras del Magníficat que canta el don inagotable de la divina misericordia en la inexorable sucesión del tiempo: “Su misericordia alcanza de generación en generación a los que lo temen” (Lc 1,50). De domingo en domingo, el pueblo peregrino sigue las huellas de María, y su intercesión materna hace particularmente intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a la Santísima Trinidad» (Dies Domini 86).

            Y ahora paso ya a transcribir literalmente el capítulo sexto y último de la Encíclica Ecclesia de eucharistia, donde el Papa Juan Pablo II recoge de modo insuperable, al menos por mí, la doctrina eucarístico-mariana actual. Uno disfruta leyendo y meditando estas verdades.

CAPÍTULO VI

EN LA ESCUELA DE MARÍA, «MUJER EUCARÍSTICA»

53. Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia. En la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, he incluido entre los misterios de la luz también la institución de la Eucaristía (20). Efectivamente, María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con Él.

  A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, “concordes en la oración” (cf. Hch 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar

Ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos “en la fracción del pan” (Hch 2, 42).

            Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer “eucarística” con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio.

54. «Mysterium fidei». Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Ultima Cena, en cumplimiento de su mandato: “¡Haced esto en conmemoración mía!”, se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: «no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que

fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida”.

55. En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.

            Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió “por obra del Espíritu Santo era el Hijo de Dios” (cf. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino.

            “Feliz la que ha creído”(L 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en «el primer tabernáculo de la historia» donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como «irradiando» su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?

            María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Cuando llevó al niño Jesús al templo de Jerusalén “para presentarle al Señor” (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel niño sería “señal de contradicción” y también que una “espada” traspasaría su propia alma (cf. Lc 2, 34.35). Se preanunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el «stabat Mater» de la Virgen al pie de la Cruz. Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de <Eucaristía anticipada> se podría decir, una <comunión espiritual> de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles como “memorial” de la pasión.

  ¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: “Éste es mi cuerpo que es entregado por nosotros”? (Lc 22, 19) Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz.

57. “Haced esto en recuerdo mío” (Lc 22, 19). En el “memorial” del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: “¡He aquí a tu hijo!”. Igualmente dice también a todos nosotros: “¡He aquí a tu madre!” (cf. Jn19 ,26.27). 

            Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros a ejemplo de Juan a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente.

58. En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística. La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama “mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi salvador” lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre “por” Jesús, pero también lo alaba “en” Jesús y “con” Jesús. Esto es precisamente la verdadera “actitud eucarística”.

            Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1, 55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora. En el magníficat en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. María canta el “cielo nuevo” y la “tierra nueva” que se anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su “diseño” programático. Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como María, toda ella un magnificat!

31. PORQUE MARÍA FUE EL PRIMER SAGRARIO DE CRISTO EN LA TIERRA, MADRE DE LA EUCARISTÍA Y ARCA DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA 

            No quisiera terminar esta reflexión eucarístico-mariana sobre la oración ante el Cristo de nuestros Sagrarios, sin tener una mención especial para la que fue su primer Sagrario en la tierra y Madre de la Eucaristía: María. Fue Ella la que en mi vida personal me llevó hasta el encuentro personal con su Hijo y todavía lo recuerdo. Me gusta ser agradecido y todavía sigue ocupando un lugar central en mi vida. En una visita a un santuario suyo muy querido, después de un largo tiempo en oración con ella, al despedirme, sentí que me decía con toda claridad en mi interior: pasa a mi hijo, es que hasta ahora te fijas principalmente en mí y no te has dado cuenta de que le llevo aquí en mis brazos para dártelo. Y yo repetía: Pero si contigo me va bien, pero si yo amo a tu hijo… Pero ella sabía mejor que yo que había llegado el momento de ser «cristiano», después de largo aprendizaje y encanto “mariano”.

            Ya la piedad cristiana de todos los tiempos unió siempre a María con este misterio. Por eso, tanto en las grandes catedrales como en las chozas de los países de misión, la intuición religiosa de los fieles, al lado de la Eucaristía, puso siempre la imagen y la piedad de la Virgen.

            Por eso, siempre que tengo problemas de cualquier tipo que sea, recurro a Maria en mi súplica, y, teniendo presente su comportamiento y eficacia en las bodas de Caná, yo sólo insisto con fuerza ante ella: «Pero díselo, díselo, díselo a tu Hijo, como lo hiciste en las bodas de Caná».

            La Encíclica «Redemptoris Mater» de Juan Pablo II afirma que la maternidad espiritual de María «ha sido vivida y comprendida particularmente por el pueblo cristiano en el sagrado banquete, celebración litúrgica del misterio de la Redención, en el cual Cristo, su verdadero cuerpo nacido de María Virgen, se hace presente» (RMa 44). 

            Y continúa el Papa: «Con razón la piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía. Es un hecho de relieve en la liturgia tanto occidental como oriental, en la tradición de las Familias religiosas, en la espiritualidad de los movimientos contemporáneos, incluso los juveniles, en la pastoral de los santuarios marianos. María guía a los fieles a la Eucaristía» (RMa 44).

            Me permito la confidencia de mostrar cómo me gusta dirigirme a María como Madre sacerdotal en mi ratos de conversación con Ella, es que le pida cosas o le dé gracias por las recibidas o le diga cosas bellas, porque es linda y hermosa, y todos sus hijos, especialmente los sacerdotes, se lo expresemos llenos de amor con palabras propias o con oraciones ya hechas.

            Y mientras redactaba estas líneas en mi oración matinal, no le he dicho lo que nosotros, los sacerdotes, pensamos de ella, sino que he sido un poco curioso y atrevido, y he querido saber lo que Ella piensa de nosotros.

            Teniendo presente mis también recientes bodas de
oro sacerdotales, la canté como tantas veces: Virgen sacerdotal, Madre querida, tú que diste a mi vida tan dulce ideal, alárgame tus brazos maternales, ellos serán mi blancos corporales, tu corazón, mi altar sacrificial; luego me atreví a preguntarle ¿qué somos nosotros, sacerdotes, para Ti, María, hermosa nazarena, Virgen bella, Madre sacerdotal, Madre del alma?

            Y Ella nos dice a todos:

-- Soy tu madre sacerdotal, por mandato de Cristo en la persona de Juan; ven, te alargo mis brazos y estréchame, abrázame y siente el aliento de mi vida y de mis pechos maternales de Virgen, Mujer y Madre Sacerdotal, con toda confianza, con la misma confianza y ternura del Hijo, porque eres hijo en el Hijo por proyecto del Padre y por voluntad y deseo testamentario y lleno de amor extremo del Hijo en la cruz;

—Tú eres el encargo más gozoso y profundo y eterno que he recibido del Hijo, eres su testamento, su última voluntad, que cumplo con todo amor hasta dar la vida por ti si fuera necesario, si tú lo necesitas, como lo hice entonces, porque morí no muriendo, no pudiendo morir por ayudar a los sacerdotes recién ordenados, muriendo y viéndolo y sufriéndolo todo en el Hijo Sacerdote y Víctima por toda la Iglesia, especialmente por los nuevos sacerdotes de todos los tiempos.

—Sacerdotes de mi hijo Jesús, soy eternamente madre vuestra sacerdotal por voluntad de mi Hijo os quiero y me preocupo eternamente como madre sacerdotal de cada uno, y os espero a todos en el cielo, porque el “hijo de la perdición” no existe más entre los llamados, ya que fue único para siempre».«Por encargo del Hijo desde la cruz: “he ahí a tu madre, he ahí a tu Hijo”, vosotros sois testamento de entrega y de amor y de sangre de mi Hijo;

—Vosotros, sacerdotes, en Juan y por voluntad expresado de mi Hijo, sois mis hijos predilectos de amor y sangre y lágrimas y entrega de vida de madre por todos en el Hijo;

—Yo soy vuestra madre y vosotros sois mis hijos predilectos, tú eres mi hijo predilecto “no sin designio divino” (Concilio Vaticano 11) por voluntad del Padre en el Hiijo;

—Tú eres mi Hijo sacerdote, tú eres mi hijo del alma, porque te identificas con mi Hijo en su ser y existir sacerdotal; no veo diferencia sacerdotal entre ti y El, sois idénticos sacerdotalmente; Él eres tú, tú eres Él, por eso te amo igual que a Él porque Él es el Hijo de Dios encarnado y tú eres el hijo en el Hijo hasta tal punto identificado sacerdotalmente ante el Padre y ante mí su madre, que no veo diferencias, sois idénticos sacerdotalmente, porque le amo a Él en ti y a ti en Él;

—Tú eres mi Hijo Jesús sacerdote, te quiero, te quiero, bésame, ven a mis brazos y amor y pechos maternales. Esto es lo que me dijo la Virgen. Gracias, María, Madre Sacerdotal.

¡SALVE, MARÍA,

HERMOSA NAZARENA,

VIRGEN BELLA,

MADRE SACERDOTAL,

MADRE DEL ALMA,

CUÁNTO TE QUIERO,

CUÁNTO ME QUIERES!

¡GRACIAS POR HABERME DADO A TU HIJO,  HIJO DE DIOS ENCARNADO Y SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO!

¡GRACIAS POR HABERME AYUDADO A SER Y EXISTIR SACERDOTAL Y VICTIMALMENTE EN ÉL!

¡Y GRACIAS TAMBIÉN, POR QUERER SER MI MADRE SACERDOTAL!

¡MI MADRE  Y MI MODELO!

¡GRACIAS!

                  (Sagrario de mi Seminario Mayor de Plasencia)

Sagrario de mi Seminario, presencia permanente de Cristo, donde empecé mi amistad con Cristo, Sacerdote único del Altísimo y Eucaristía Perfecta; el mejor Amigo y Confidente y Formador de vida cristiana; testigo de gozos, perdones, ayudas y abrazos de amor diarios; pan y alimento de amistad, permanentemente ofrecida a todos los hombres, con amor extremo, hasta el final de los tiempos

32. PORQUE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA ES LA  PRESENCIA DE CRISTO ENTERO Y COMPLETO EN LA TIERRA

            QUERIDOS HERMANOS: Hoy es Jueves Santo y en este día tan lleno de vida y misterios entrañables para la comunidad cristiana, nosotros, seguidores y discípulos de Cristo, hacemos memoria de sus palabras y gestos en la Ultima Cena. San Juan de Ávila, uno de los santos eucarísticos y sacerdotales más grandes de España y de la Iglesia Católica, que tuvo relación con Santa Teresa, S. Ignacio de Loyola, S. Pedro de Alcántara y otros muchos, comentando esta frase en uno de sus sermones del Jueves Santo, se dirige al Señor con estas palabras:

            «¡Qué caminos, qué sendas llevaste, Señor, desde que en este mundo entraste, tan llenos de luz, que dan sabiduría a los ignorantes y calor a los tibios! ¡Con cuánta verdad dijiste: Yo soy la luz del mundo. Luz fue tu nacimiento, luz tu circuncisión, tu huir a Egipto, tu desechar honras, y esta luz crece hasta hacerse perfecto día. El día perfecto es hoy y mañana en los cuales obras cosas tan admirables, que parezcan olvidar las pasadas; tan llenas de luz, que parezcan oscurecer las que son muy lúcidas! ¡Qué denodado estáis hoy para hacer hazañas nunca oídas ni vistas en el mundo y nunca de nadie pensadas! ¿Quién vio, quién oyó que Dios se diese en manjar a los hombres y que el Criador sea manjar de sus criaturas? ¿Quién oyó que Dios se ofreciese a ser deshonrado y atormentado hasta morir por amor de los hombres, ofensores de Él?

            Estas, Señor, son invenciones de tu amor, que hace día perfecto, pues no puede más subir el amor de lo que tú lo encumbraste hoy y mañana, dándote a comer hoy a los que con amor tienen hambre de ti y mañana padeciendo hasta hartar el hambre de la malquerencia que tienen tus enemigos de hacerte mal. Día perfecto en amar, día perfecto en padecer... de manera que no hay más que subir al amor que adonde tú los has subido. «In finem dilexit eos...» has amado a los tuyos hasta el fin, pues amaste hasta donde nadie llegó ni puede llegar».

            Queridos hermanos: no tiene nada de particular que los santos se llenen de admiración y veneración ante estos misterios del amor divino, pues hasta nosotros, que tenemos fe tan flaca y débil, barruntamos en estos días el paso encendido del Señor, al sentir y experimentar un poco estos misterios, que a ellos les hacía enloquecer de ternura y correspondencia.

            ¡Qué bueno eres, Jesús! Tú sí que me amas de verdad. Tú sí que eres sincero en tus palabras y en tu entrega hasta el fin de tus fuerzas, hasta la muerte, hasta el fin de los tiempos. Quien te encuentra ha encontrado la vida, el tesoro más grande del mundo y de la existencia humana, el mejor amigo sobre la tierra y la eternidad. Jesús, tú estás vivo para las almas en fe ardiente y en amor verdadero. Admíteme entre tus íntimos y amigos. Tú eres el amigo, el mejor amigo para las alegrías y las penas, que quieres incomprensiblemente ser amigos de todos los hombres, especialmente de los más pobres, desarrapados, miserables, pecadores, desagradecidos.

Mi Señor Jesucristo Eucaristía, amigo del alma y de la eternidad, que siendo Dios infinito y sin necesitar nada de nadie -¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?- te abajaste y te hiciste siervo, siendo el Señor del Universo para ganarnos a todos a tu cielo y a tu misma felicidad.

            Viniste y ya no quisiste dejarnos solos, viniste y ya no te fuiste, porque viniste lleno de amor, no por puro compromiso, como quien cumple una tarea y se marcha, porque su corazón está en otro sitio. Tu Padre te mandó la tarea de salvar a los hombres, pero en el modo y la forma y la verdad te diferencias totalmente de nosotros; porque a nosotros, nuestros padres nos mandan hacer algo, y lo hacemos por compromiso y una vez terminado, nosotros volvemos a lo nuestro, si estamos en el campo, volvemos a casa. Tú, en cambio, no lo hiciste por compromiso, no te fuiste una vez terminada la obra, sino que porque nos amabas de verdad, quisiste por amor loco y apasionado, y sólo por amor, permanecer siempre entre nosotros.

            Yo creo, Señor, en tu amor verdadero, en que me amas de verdad y me buscas y te arrodillas por encontrarme como amigo, aunque yo no comprendo a veces tu amor y tu comportamiento, no lo comprendo, no lo comprendo, cuando te veo buscarme con tal pasión y empeño como si de ello dependiese tu felicidad; no comprendo cómo nos amaste hasta ese extremo, podías haber inventado otras formas menos dolorosas para ti, y nos hubieras salvado lo mismo, pero no, sino que “tanto amó Dios al mundo, que entregó (traicionó) a su propio Hijo”. Y todo esto es verdad, sí, es verdad que existes y me amas y me buscas así.

            Con verdadera pasión de amor te pregunto: ¿No eres Dios? ¿Pues no eres infinito? Tú en el sagrario siempre te estás ofreciendo en amistad permanente y verdadera... Tú no te cansas, Tú no te arrepientes de esperar, Tú no te aburres, porque estás siempre esperando, siempre amando, siempre perdonando a los hombres, siempre soñando con los hombres. Aquel cuya delicia es estar con los hijos de los hombres, lleva dos mil años esperándonos, poniendo de manifiesto que lo que dijo: “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos” ; es verdad que nos quieres y buscas mi cercanía y la amistad con los hombres y no solo para salvarlos sino porque eres feliz amando así y quieres que seamos felices en tu amistad, eternamente felices e iguales a Tí en eternidad, en cielo, en Trinidad, nos quieres hacer iguales a Ti, para que vivamos tu misma vida, felicidad, amor haciéndonos hijos en el Hijo, en amados y predilectos del Padre como el Amado, para que el Padre no vea diferencia entre Tú y nosotros y ponga en nosotros todas sus complacencias como las puso en Ti. 

Esta presencia permanente de Jesús en el sagrario hacia exclamar a Santa Teresa: «Héle aquí compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros».

            Queridos hermanos, muchas veces pienso que, aunque no se hubiera quedado con nosotros en el sagrario, bastaría con lo que hizo por todos nosotros para demostrarnos un amor extremo, para que nosotros estuviéramos para siempre agradecidos a su amor, a su proyecto, a su entrega... Así que no tiene nada de extraño que, cuando las almas llegan a tener experiencia de esto, ya no quieran separarse jamás del amor y la amistad del Señor. Jamás ha existido un santo que no fuera eucarístico, que no pasara largos ratos todos los días ante Jesús sacramentado, en oración silenciosa, adorante, transformante...

            La Eucaristía, hermanos, es también el pan que sostiene a cuantos peregrinamos en este mundo, como lo fue también para Elías en el camino hacia el monte Orbe (Cfr.1Re 19, 4-8). “Tomad y comed...” Esta verdad hace exclamar a la liturgia de la Iglesia: «Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracias y se nos da la prenda de la gloria futura». Los mismos signos elegidos por el Señor, el pan y el vino, denotan el carácter de la Eucaristía como alimento estrechamente unido a nuestra vida cristiana, a nuestro desarrollo espiritual, como son la comida y la bebida naturales.

  Ya lo había anunciado el mismo Cristo anticipadamente en la multiplicación de los panes y peces: “Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tendréis vida en vosotros; el que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna” (Jn6,54-55). La Eucaristía es el alimento que necesitan para vivir en cristiano tanto los niños como los jóvenes y los adultos y cuando no se come, la debilidad de la vida cristiana, de la vida moral y religiosa se nota y llega a veces a ser extrema.  

            Uno puede estar débil, flaco, pero cuando se come con hambre el pan de la vida, crece y aumenta la fe, el amor, la esperanza, los deseos de amar a Dios y a los hombres, porque produce tal grado de unión con el corazón y los sentimientos de Cristo que nos contagiamos de Él, que vivimos como Él, como dice San Pablo: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi” (Gal2,20).

            “La Sabiduría”, dice la Escritura, “ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que anuncien en los puntos que dominan la ciudad: Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado” (Prov.9,2-5).

            Queridos hermanos, por amor a Cristo, no le defraudemos. Comulguemos con todo fervor. Él nos está esperando, siempre nos está esperando.

33. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ EL MEJOR AMIGO Y ÚNICO SALVADOR DE LOS HOMBRES.

            QUERIDOS HERMANOS: Con gozo y emoción estamos celebrando la festividad del Corpus Christi, del Cuerpo y Sangre del Señor. La primera fiesta del Corpus se celebró en la diócesis de Lieja, en el año 1246, por petición reiterada de Juliana de Cornillon. Algunos años más tarde, en el 1264, el Papa Urbano IV hizo de esta fiesta del Cuerpo de Cristo una festividad de precepto para toda la Iglesia Universal, manifestando así la importancia que tiene para la vida cristiana y para la Iglesia la veneración y adoración del Cuerpo Eucarístico de nuestro Señor Jesucristo.

            Jesucristo, el Hijo de Dios y el Salvador del mundo, quiso quedarse con nosotros hasta el final de los tiempos en el pan consagrado, como lo había prometido después de la multiplicación de los panes y de los peces y realizó esta promesa en la noche del Jueves Santo.

            En la Eucaristía y en todos los sagrarios de la tierra está presente el mismo Cristo venido del seno del Padre, nacido de María Virgen, muerto y resucitado por nosotros. No está como en Palestina, con presencia temporal y mortal sino que está ya glorioso y resucitado, como está desde la resurrección, triunfante y celeste, sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros desde el sagrario y en el cielo.

            El mismo Cristo que contemplan los bienaventurados en el cielo, es el que nosotros adoramos y contemplamos por la fe en el pan consagrado. Permanece así entre los hombres cumpliendo su promesa: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

            En este día del Cuerpo y de la Sangre del Señor nos fijamos y veneramos especialmente la Eucaristía como presencia de Cristo en el pan consagrado, como sacramento permanente en el sagrario. «No veas --exhorta San Cirilo de Jerusalén-- en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa» (Catequesis mistagogicas, IV,6:SCh 126, 138).

             «Adoro te devote, latens Deitas, seguiremos cantando con el Doctor Angélico. Ante este misterio de amor, la razón humana experimenta toda su limitación. Se comprende cómo, a lo largo de los siglos, esta verdad haya obligado a la teología a hacer arduos esfuerzos para entenderla. Son esfuerzo loables, tanto más útiles y penetrantes cuanto mejor consiguen conjugar el ejercicio crítico del pensamiento con la fe viva de la Iglesia, percibida especialmente en el carisma de la verdad del Magisterio y en la comprensión interna de los misterios, a la que llegan todos sobre todo los santos» (Ecclesia de Eucharistia 15c)

            Esta Presencia de Jesús Sacramentado junto a nosotros, en nuestras iglesias, junto a nuestras casas y nuestras vidas, debe convertirse en el centro espiritual de toda la comunidad cristiana, de toda la parroquia y de todo cristiano. Cuando estamos junto al Sagrario estamos con la misma intimidad que si estuviéramos en el cielo en su presencia.  

             Me parecen muy oportunas en este sentido la doctrina y enseñanzas del Directorio:

La adoración eucarística

             «La adoración del Santísimo Sacramento es una expresión particularmente extendida del culto a la Eucaristía, al cual la Iglesia exhorta a los Pastores y fieles. Su forma primigenia se puede remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la celebración de la misa en la cena del Señor y a la reserva de las Sagradas Especies. Esta resulta muy significativa del vínculo que existe entre la celebración del memorial del sacrificio del Señor y su presencia permanente en las Especies consagradas.

            La reserva de las Especies Sagradas, motivada sobre todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en cualquier momento, para administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en los fieles la loable costumbre de recogerse en oración ante el sagrario, para adorar a Cristo presente en el Sacramento.

            La piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la santa Eucaristía, les atrae para participar de una manera más profunda en el misterio pascual y a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo.   Al detenerse junto a Cristo Señor, disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salvación del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio un aumento de fe, de esperanza y de caridad. De esta manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que es conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que nos ha dado el Padre.

            La adoración del Santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular

entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras:

  -la simple visita al Santísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa.

  -adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas, en la custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve;

  -la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.

            En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del año litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progresivamente que durante la adoración del Santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los santos. Sin embargo, dado el estrecho vínculo

que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría ayudar a dar a la oración una profunda orientación cristológica, meditando en él los misterios de la Encarnación y de la Redención». (Directorio, nn. 164-165).

            Queridos hermanos: Iniciado este diálogo con el Señor en el sagrario, pronto empezamos a escuchar a Cristo, que en el silencio del templo, sentados delante de Él, nos señala con el dedo y nos dice con lo que está y no está de acuerdo de nuestra vida: “el que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” y aquí está el momento decisivo y trascendental: si empiezo a convertirme, si comprendo que amar a Dios es hacer lo que Él quiere: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, si escucho a Cristo que me dice y me pide: “mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado” y empiezo a alimentarme de la humildad, paciencia, generosidad, amor evangélico, del que Él me da ejemplo y practica en el sagrario, si empiezo a comprender que mi vida tiene que ser una conversión permanente a su misma vida, para hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre como la suya, necesitando a cada paso de Cristo, de oírle y escucharle, de recibir orientaciones y fuerza, ayudas, porque yo estaré siempre pobre y necesitado de su gracia, de su oración, de sus sentimientos y actitudes, si comprendo y me comprometo en mi conversión, entonces llegaré a cimas insospechadas, al Tabor en la tierra. Podrá haber caídas pero ya no serán graves, luego serán más leves y luego quedarán para siempre las imperfecciones propias de la materia heredada con un genoma determinado, que más que imperfecciones son estilos diferentes de vivir. Siempre seremos criaturas, simples criaturas elevadas sólo por la misericordia y el poder y el amor de Dios infinito.

            Y el camino siempre será personal, trato íntimo entre Cristo   y el alma, guiada por su Espíritu, que es amor y luz y fuerza, pero que actúa como y cuando quiere. Queridos hermanos, termino esta homilía repitiendo esta idea: me gustaría que todos los feligreses, desde el párroco hasta el niño de primera comunión, cada uno tuviera su tienda junto al sagrario para desde allí escuchar, contemplar, aprender, imitar, y adorar tanto amor, tanta amistad, tanto cielo anticipado pero visto y aprendido directamente del mismo Cristo. Me gustaría introducir a todos, pero especialmente a los niños y a los jóvenes, sin excluir a nadie, en el sagrario, en este trato diario, íntimo, amoroso, gratificante con Jesucristo Eucaristía. A Él sean dados todo honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén

34. PORQUE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA ES UNA ENCARNACIÓN CONTINUADA QUE PROLONGA EL MISTERIO COMPLETO Y TOTAL DE CRISTO

            QUERIDOS HERMANOS Y AMIGOS: La Eucaristía es una Encarnación continuada, que prolonga no sólo la presencia sino todo el misterio vivido y realizado por Cristo, el Hijo de Dios, enviado por el Padre, por obra del Espíritu Santo. La Eucaristía, como la Encarnación, tienen diversas etapas y aspectos semejantes que deben ser meditados.

            En primer lugar, ambas son un don de Dios a los hombres, porque ambas son obra del Espíritu Santo, Supremo Don Divino, y son dones para la salvación de los hombres, por medio del Hijo, encarnado en naturaleza humana en una primera etapa y, luego, en un poco de pan y vino en la segunda; ambas también son una manifestación palpable del amor de Dios al hombre. Si San Juan, refiriéndose a Cristo, nos dice que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito”, esta entrega podemos interpretarla tanto en sentido de encarnación como de entrega eucarística; en ambas nos deja la presencia real del Hijo, aunque de diverso modo. De Ana de Gonzaga, princesa del Palatinado, Bossuet cita estas notas íntimas: «Si Dios llevó a cabo cosas tan maravillosas para manifestar su amor en la Encarnación, qué no habrá hecho para consumarlo en la Eucaristía, para darse no en general sino en particular a cada cristiano».

            Por parte de Jesucristo, el Hijo de Dios, el motivo esencial en ambas etapas fue siempre el amor extremo. Lo dijo muy claro él: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. Y se encarnó. Y antes de la Última Cena nos dice a todos: “Ardientemente he deseado comer esta cena pascual con vosotros”; “Esto es mi Cuerpo, esta es mi sangre, que se entrega por vosotros”; “Permaneceré con vosotros hasta el final de los tiempos”; “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.

            Lo maravilloso de todo esto no es que yo ame a Cristo sino que “El me amó primero” y en esto consiste el amor verdadero y misterioso, como dice San Juan, no en que yo quiera ser amigo de Cristo, de Dios, esto es lógico para el que tenga fe, porque Dios es Dios, lo extraordinario es que Él, que es infinitamente feliz y lo tiene todo, me ame a mí que soy pura criatura, que no le puedo dar nada que Él no tenga.

            Por eso, queridos hermanos, tanto la Encarnación como la Eucaristía son iniciativas divinas. Creer esto, vivirlo, experimentarlo y sentirlo realmente... eso es la mayor felicidad que existe. Resumiendo: La Encarnación y la Eucaristía son obra del amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que se realizan por Cristo; el mismo amor que le movió a bajar a la tierra le movió también a entregarse por nosotros en la cruz y en el pan consagrado y a buscarnos

ahora en cada rincón del mundo, para llenarnos de su amor y felicidad.

            La Encarnación y la Eucaristía coinciden también en el sujeto que las realiza: la presencia corporal de Cristo, aunque en diversidad de situación. Y coinciden en su finalidad: la glorificación de la Santísima Trinidad y la salvación de los hombres. Si para que haya Eucaristía se requiere la presencia sacramental de Jesucristo, para que hubiera Encarnación ésta fue esencial. Y si para realizar el sacrificio de Cristo en la cruz, para salvar a los hombres ésta fue necesaria, ahora también es necesaria su presencia para el sacrificio de la Eucaristía, para proclamar su muerte salvadora y el perdón de los pecados. Dice S. Ambrosio: «Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos la redención de los pecados. Si por la Eucaristía en todo tiempo su sangre es derramada, es derramada para perdón de los pecados».

            La Encarnación hizo que el Hijo de Dios viniera y habitara en la tierra, la Eucaristía hace que el Hijo de Dios viva y habite hasta el final de los tiempos en el mundo, allí históricamente, en espacio y tiempo, aquí más allá del espacio y del tiempo, metahistóricamente. Pero siempre el mismo Cristo. Las almas eucarísticas no distinguen en la realidad ambas presencias, quiero decir, cuando dialogan con el Señor, lo pasado lo ven como presente, como si lo estuviera realizando ahora y predicando ahora y perdonado ahora y lo viven con el Cristo del evangelio y del cielo y ahora presente en el presente del tiempo y del espacio y de siempre.

             Quiero deciros unas palabras de S. Francisco de Asís en su testamento: «El Señor me daba una fe tan profunda en las iglesias, que oraba simplemente de esta manera: Te adoro, oh Señor Jesucristo, en todas las iglesias del mundo y te bendigo, porque has redimido al mundo entero por tu cruz. Una iglesia es la casa de Dios, más aún que la casa del pueblo cristiano».

            Por eso, incluso el templo católico más pobre está lleno de un misterio, de una presencia, que la habita, y nosotros debemos percibirla por la fe y mejor, por el amor. Toda iglesia está habitada. Posee la presencia real, corporal de Cristo; el sagrario de cada iglesia es la morada de Dios entre los hombres.

            El pan consagrado es Cristo encarnado no en carne sino en una cosa por su amor extremo al hombre, a cada hombre, también a mí. Debiera pensar cómo correspondo yo a tanto amor y generosidad de Cristo. Esta presencia de Cristo es o puede ser un reproche vivo a mi falta de fe, de amistad, de delicadeza para con Él. Cristo se ha quedado en la Eucaristía para que todo hombre, toda mujer, todo niño puedan entrar y encontrarse continuamente con Él, con el Jesús del evangelio. Todos, por grandes que sean nuestros pecados o abismal nuestra torpeza, podemos acercarnos a Él, como lo hicieron todos los hombres de su tiempo, los limpios y los pecadores, los leprosos, los tullidos, los necesitados, los ricos y los pobres.

            Cuando un cristiano sincero te pregunte qué tiene que hacer para buscar y encontrar al Señor, díle que vaya junto al sagrario, rece alguna oración, o le hable de sus cosas y problemas... o abra el evangelio y medite, o simplemente mire al sagrario, sin hacer nada más que mirar, porque eso es oración: mirar al Señor. La fiesta del Corpus Christi nos recuerda cada año esta presencia maravillosa de Cristo en amistad siempre ofrecida a todos los hombres; seamos agradecidos y visitémosle con frecuencia, todos los días; El se quedó para eso.

            El Cristo de las Batallas es un templo que siempre está abierto; qué trabajo cuesta cuando pasas por ahí, decir: el Señor está dentro, voy a entrar a visitarle, a estar un rato con Él. Qué gracias y dones recibirás. Hagamos todos la prueba.

35. PORQUE LA PRESENCIA DE CRISTO EN EL SAGRARIO ES SU AMOR A TODOS LOS HOMBRES “HASTA EL EXTREMO”

            QUERIDOS AMIGOS: La Eucaristía, como todos sabemos, tiene tres aspectos principales, que son Eucaristía como Sacrificio, como Comunión y como Presencia eucarística. En esta festividad del Corpus Christi, que estamos celebrando, la liturgia de la Iglesia quiere que veneremos, adoremos y celebremos especialmente su Presencia Eucarística.

            Ya en la Iglesia primitiva había la costumbre de llevarse a Cristo a las casas, en el pan que sobraba de las celebraciones eucarísticas, primeramente, porque no había todavía templos, y segundo, para poder comulgar durante la semana, sobre todo en tiempos de persecución o tratándose de monjes anacoretas. Por Orígenes, autor del siglo II, nos consta que era tal el respeto hacia el sacramento que llevaban a sus casas, que creían pecar si algún fragmento caía por negligencia. Y Novaciano reprueba a los que «saliendo de la celebración dominical y llevando consigo, como se acostumbraba, la Eucaristía, llevan el cuerpo santo del Señor de aquí para allá sin valorarlo». Y todo esto era fruto de la fe,

de la convicción profunda que tenía la Iglesia primitiva de que en el pan eucarístico permanecía el Señor. La Iglesia siempre ha defendido y venerado la presencia de Cristo en el pan consagrado.

            Cuando entramos en una iglesia, encontramos una luz encendida junto al sagrario: esto nos recuerda que allí está presente Cristo en persona, el que vino del Padre, el que murió en la cruz por nosotros, el que vive en el cielo. Por esto, los cristianos serios y verdaderos no pueden olvidar esta presencia y se lo agradecen y corresponden con su visita y oración eucarística. Sin piedad eucarística no hay vida cristiana fervorosa, coherente y apostólica.

            Por eso, cuánto deben a esta presencia los santos y las santas de todos los tiempos, nuestros padres y madres cristianas que no tuvieron otra Biblia que el sagrario, y aquí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos, para amarse como buenos esposos para toda la vida, para sacrificarse por sus hijos y ser buenos vecinos, para amar y perdonar a todos, aquí se formaron los sacerdotes apostólicos, encendidos del fuego del amor a Dios y a los hombres, trabajando en obras de caridad y de apostolado o dedicando toda su vida a orar por los hermanos en un claustro, según los designios de Dios.

            Yo pienso, tengo la impresión a veces de que la diferencia entre una vida cristiana y otra, entre unos matrimonios y otros, entre una parroquia y otra, hasta entre un sacerdote y otro, está en esto, en su relación con Jesucristo Eucaristía, en la vivencia de este misterio. Si la Eucaristía, como dice el Concilio Vaticano II, es el centro y culmen de la vida cristiana y de la evangelización, necesariamente tiene que haber diferencia entre los que la veneran y la viven como centro y fuente de su vida y los que la tienen como una práctica más, rutinaria y sin vida; unos han encontrado al Señor, dialogan, revisan, programan y se alimentan sus sentimientos y sus actitudes comiendo a Cristo en el pan consagrado y en la oración y trato diario, recibiendo allí fuerza, vitalidad y alegría; otros no se han encontrado todavía con Él y, por tanto, no tienen ese diálogo y esa fuerza y ese aliento, que se reciben solo de Cristo Eucaristía.

            Y la razón es clara: el cristianismo esencialmente no son ritos ni palabras ni cosas, es una persona, es Jesucristo; si me encuentro con Él, puedo ser cristiano, puedo comprenderlo viviendo su misma vida, cumplir su evangelio, tratar de que otros lo conozcan y le amen y así hacerlos buenos y honrados; si no quiero visitarlo, encontrarme con Él, no puedo comprenderle ni entender su vida, porque Cristo, su evangelio, su amor y a su salvación, no se comprenden hasta que no se viven, hasta que no se experimentan.

            Por eso es absolutamente imprescindible el encuentro eucarístico con Él para llegar a la verdad completa de la Eucaristía, sólo se puede llegar por su amor, por ese mismo amor que Jesús tuvo al instituirla, que es su Espíritu Santo: “Muchas cosas me quedan por deciros ahora, pero no podéis cargar con ellas por ahora, cuando venga el Espíritu Santo, os llevará hasta la verdad completa”.

            Por eso, los que hemos estudiado teología tenemos que tener mucho cuidado de pensar que ya hemos llegado a la verdad completa de la Eucaristía, allí no se llega por ideas o inteligencia, porque entonces sería sólo patrimonio de los teólogos, sino por el Espíritu Santo, por el mismo amor divino que lo programó y lo realizó y lo realiza cada día por la epíclesis, por la invocación al Espíritu-Amor Personal de la Trinidad que nos ama.

             Dios sólo se manifiesta y se abre a los puros y sencillos de corazón: “Gracias te doy, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. De ahí la necesidad para todos, seglares y sacerdotes, de orar mucho ante ella para poder vivirla, para conocerla y amarla y vivirla en plenitud y para sentir su salvación y para salvar a los otros.

            Pablo VI confirma esta realidad: «Durante el día, los fieles no omitan el hacer la Visita al Santísimo Sacramento, que debe estar reservado en un sitio dignísimo, con el máximo honor en las Iglesias, conforme a la leyes litúrgicas, puesto que la visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo, nuestro Señor allí presente... no hay cosa más suave que esta, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad» (Mysterium fidei).

            Visitemos al Señor Eucaristía todos los días, pasemos un rato contándole nuestras alegrías y nuestras penas, comunicándonos con Él, y veremos cómo poco a poco vamos encontrando al amigo, al confidente, al salvador, a Dios.            Contemplar a Cristo, llegar a escuchar su voz, descubrirle en el pan que lo vela a la vez que nos lo revela, se va aprendiendo poco a poco y hay que recorrer previamente un largo camino de conversión por amor, de purificación y vacío, especialmente aquellos que quieran luego dirigir o tengan que dirigir a otros en este camino de encuentro con Jesucristo Eucaristía. Digo yo que mal lo harán si ellos no lo han recorrido y digo también si no será éste uno de lo mayores males de la Iglesia actual, sin guías expertos en oración eucarística, con indicaciones puramente teóricas y generales, poco atractivas y liberadoras de nuestros pecados y miserias DE cuerpo y alma.          

             En este camino, según los expertos y mapas de ruta de los santos que lo han recorrido, lo primero, más o menos, son visitas breves, rutinarias, rezando oraciones... pero sin posibilidad de diálogo porque no se ha descubierto realmente el misterio, la presencia, solo hay fe, fe teórica y heredada, todavía no personal y así no hay todavía encuentro y no sale el diálogo... Luego vienen pequeños movimientos del corazón, como frases evangélicas que resuenan en tu corazón dichas por Cristo desde el sagrario, o leyéndolas y meditándolas en su presencia y, al oírlas en tu interior, empiezas a levantar la vista, mirar y dialogar y darte cuenta de que el sagrario está habitado, es El y así Cristo ha empezado a hacerse presente en nuestra vida, pero de forma directa y personal y así empieza un camino de sorpresas, sufrimientos porque hay que purificar mucho y esto duele: “Con un bautismo tengo que ser bautizado... y cuánto sufro hasta que se complete”.

            Iniciado este diálogo, automáticamente empezamos a escuchar a Cristo que en el silencio nos dice con lo que está y no está de acuerdo de nuestra vida: “el que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” y aquí está el momento decisivo y trascendental: si empiezo a convertirme, si comprendo que amar a Dios es hacer lo que El quiere, si “mi comida es hace la voluntad de mi Padre” y

empiezo a alimentarme de la humildad, paciencia, generosidad, amor evangélico del que Él me da ejemplo y practica en el sagrario; si empiezo a comprender que mi vida tiene que ser una conversión permanente, permanente, permanente, toda la vida, convirtiéndome y por tanto necesitando de Cristo, de oírle y escucharle, de ofrecerme con él en la Eucaristía, siempre indigente y pobre de su gracia, de su oración, de sus sentimientos y actitudes, si comprendo y me comprometo en mi conversión, entonces llegaré a cimas insospechadas, al Tabor en la tierra. Podrá haber caídas pero ya no serán graves, luego serán más leves y luego quedarán para siempre las imperfecciones propias de la materia heredada con un genoma determinado, que más que imperfecciones son estilos diferentes de vivir. Siempre seremos criaturas, simples criaturas elevadas sólo por la misericordia y el poder y el amor de Dios infinito.

            Y el camino siempre será personal, trato íntimo entre Cristo   y el alma, guiada por su Espíritu, que es amor y luz.

36. PORQUE CRISTO EUCARISTÍA ES EL TESORO Y «MONTE DE PIEDAD»DE LOS CATÓLICOS

            QUERIDOS HERMANOS: Estamos celebrando la fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor. Desde la Cena del Señor, la Iglesia siempre creyó en la presencia de Cristo en el pan y en el vino consagrado, pero hasta llegar a esta fiesta

universal de la Iglesia Católica, hay que reconocer que la Iglesia ha recorrido un largo camino para llegar a esta comprensión del misterio. A través de los siglos ha ido adquiriendo luz sobre el modo de cultivar la piedad eucarística y ha ido incorporando a su liturgia y a su vida esta liturgia, teología y vivencias.

            En la Iglesia primitiva la Eucaristía fue reconocida, siempre amada y públicamente venerada, pero especialmente en el marco de la Eucaristía y de la comunión. Fue ya en el siglo XII cuando se introdujo en Occidente la devoción a la Hostia santa en el momento de la consagración; en el siglo XIII se extendió la práctica de la adoración fuera de la Eucaristía, sobre todo, a partir de la instauración de la fiesta del Corpus Xti por Urbano IV.

            Ya en el siglo XIV surgió la costumbre de la Exposición Sacramental, y en el Renacimiento se erigió el Tabernáculo sobe el altar. Desde entonces han sido muy variadas las formas con las que la Iglesia ha cultivado la piedad a Jesús Sacramentado: Plegarias eucarísticas comunitarias o personales ante el Santísimo; Exposiciones breves o prolongadas, Adoración Diurna o Nocturna por turnos, Bendiciones Eucarísticas, Congresos Eucarísticos, las Cuarenta Horas, Procesiones, especialmente, la del Corpus en España e Hispanoamérica, con artísticas Custodias, tronos, altares para la adoración pública a Cristo presente en el pan consagrado.

            Fue en este Cuerpo, donde el Hijo de Dios vivió en la tierra, se hizo Salvación para el mundo entero y nos reveló y manifestó el amor extremo de la Santísima Trinidad: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito...”. En este cuerpo y en todas sus manifestaciones se nos ha revelado el amor total del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: es Cuerpo de la Trinidad, manifestación del amor trinitario, visibilidad del Hijo, revelación del proyecto de Salvación del Padre, obra del Amor del Espíritu Santo. Este cuerpo nos pertenece totalmente: “Tanto amó Dios al mundo...” Es un cuerpo al que nos está permitido besar, adorar, tocar porque está todo lleno de vida, de paz, de entrega, de castidad, de misericordia a los pecadores, de ternura por los pobres y los desheredados, de revelación de los misterios divinos.

            Es lo que afirma San Juan en una de sus cartas: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos, al Verbo de la Vida... eso es lo que os anunciamos...”. Y todo esto que contempló y palpó el apóstol Juan está ahora en la Eucaristía, ésta es la nueva encarnación de Dios, éste es el Pensamiento y la Palabra de Dios hecha visible ahora en el pan consagrado, tocada y palpada por los nosotros, que seguimos recibiendo gracias tras gracias por su mediación.

            Para esto necesitamos primeramente la fe, creer, don de Dios parar ver como Él ve y reconocerle aquí presente en el pan. Esto es precisamente lo que pedimos en la oración de este día: “Concédenos, Señor, participar con fe en el misterio de tu Cuerpo y Sangre…”. De la fe que se va haciendo vida, nacerá la necesidad de Él, de su gracia, de su ayuda, de su amistad y finalmente la necesidad de no poder vivir sin Él.

            Esta celebración litúrgica no debe ser tan sólo el recuerdo del Misterio sino recobrar para nuestra vida cristiana lo que Cristo quiso que fuera su Presencia en la Eucaristía, que no es meramente estática sino dinámica en los tres aspectos de Eucaristía, comunión y presencia. La Eucaristía fue instituida para ser pascua de salvación y liberación de los pecados del mundo, fue elaborada para ser alimento de la vida cristiana y permanece como intercesión ante el Padre y como salvación siempre ofrecida a los hombres.

            Queridos hermanos: si no adoramos la Eucaristía, es que en realidad no creemos en Cristo presente en la Hostia santa, no creemos que nos esté salvando y llamando a la amistad con Él, porque si creemos, la fe eucarística debe provocar espontáneamente sentimientos de gratitud y correspondencia, de aproximación y adoración. Si no adoramos, es que sólo creemos en un Cristo lejano, que cumplió su tarea y se marchó y ahora sólo nos quedan recuerdos, palabras, imágenes o representaciones muertas pero Él ya no permanece vivo y resucitado entre nosotros. Si creemos de verdad en su presencia eucarística, en un Dios tan cercano, tan extremado en su amor, Esto debe provocar en nosotros una respuesta de amor y correspondencia.

            La fe y el amor a Cristo Eucaristía es el termómetro de nuestra fe en Jesucristo, y, a la vez, «la fuente que mana y corre, aunque es de noche» (por la fe) de nuestra unión con Dios, de nuestro amor y esperanza sobrenatural, de nuestra generosidad y vida cristiana, de nuestro compromiso apostólico, de nuestros deseos de redención y salvación del mundo, porque todo esto solo lo tiene Cristo, Él es la fuente y fuera de Él nada ni nadie puede darlo.

            A la luz de esta verdad examino yo todos los apostolados de la Iglesia, seglares o sacerdotales. Ponerse de rodillas ante Jesucristo y pasar largos ratos junto a Él, es la verdad que salva o critica, que evidencia la sinceridad de nuestras vidas o la condena, que testifica la sinceridad de nuestro dolor por el pecado del mundo, de nuestros hijos, de nuestra sociedad y nuestra intercesión constante ante el Señor o la superficialidad de nuestros sentimientos; aquí se mide la hondura evangélica de nuestros grupos parroquiales, de nuestras catequesis y actividades y compromisos por Cristo en el mundo, en la familia, en la profesión.

            Este día del Corpus es <cairós>, el momento y la liturgia oportuna para renovar nuestra devoción a la Eucaristía como sacrificio, como comunión y como visita. Recobremos estas prácticas, si las hubiéramos perdido y potenciemos la visitas, los jueves eucarísticos, la Adoración Nocturna... todas las instituciones que nos ayuden a encontrarnos con Jesucristo Eucaristía, fuente de toda vida cristiana y Único Salvador del mundo.

            «El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. Dicho culto está estrechamente unido a la celebración del Sacrificio eucarístico. La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa –presencia que dura mientras subsistan las especies del pan y del vino-, deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual. Corresponde a los Pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración de Cristo presente bajo las especies eucarísticas.

            Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf Jn 13,25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el «arte de la oración», ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!» (Ecclesia de Eucharistia 25).

            Quiero terminar con una estrofa del himno «adoro te devote...» «Señor, en la Eucaristía no veo tus llagas como las vio el Apóstol santo Tomás, pero, sin embargo, aún si verlas, yo hago la misma profesión de fe que hizo él: Señor mío y Dios mío. Haz, Señor, que crea cada día más y te ame más y ponga en Ti mi única esperanza... Oh Jesús, a quien ahora veo velado por el pan, ¿cuándo se realizará esto que tanto deseo en mi corazón? Verte ya cara a cara a rostro descubierto, para ser eternamente feliz contigo en tu presencia…” Amén.

37. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ JESUCRISTO  SACERDOTE ÚNICO Y EUCARISTÍA PERFECTA

  QUERIDOS HERMANOS: Quiero empezar esta mañana del Corpus con esa estrofa del <Pange lengua> que cantamos hoy y muchas veces en latín en nuestras Exposiciones del Santísimo, y que quiero traducirla para vosotros: “Pange lingua gloriosi corporis mysterium...”: «Que la lengua humana cante este misterio: la preciosa sangre y el precioso cuerpo». Vamos a cantar, hermanos, a este Cuerpo glorioso que nos amó y se entregó por nosotros, que nació de la Virgen María, que trabajó y se cansó como nosotros, que padeció muy joven la muerte por nosotros y que resucitó y permanece vivo y glorioso en el cielo y aquí en el pan consagrado, en el silencio de los sagrarios de nuestras iglesias; y a esta sangre que se derramó por amor al Padre y a nosotros, para hacer la Nueva y Eterna Alianza de Dios con los hombres en su sangre, el pacto de salvación que ya no se romperá nunca por parte de Dios.

            Vamos a cantar y dar gracias al Cuerpo de Cristo, del Hijo Amado del Padre, que ha sido vehículo y causa de nuestra redención. Vamos a adorarlo: “Tantum, ergo, sacramentum, veneremur cernui...” «Adoremos postrados tan grande sacramento», es el tesoro más grande y precioso que tiene la Iglesia y lo guardan en todos sus templos, porque la Iglesia es la esposa, y dice San Pablo, que “esposa es la dueña del cuerpo del esposo”, que es Jesucristo, eternamente presente y haciendo presente su amor y salvación, su entrega y su deseo de estar con los hijos de los hombres, de anticipar el cielo en la tierra para los que lo deseen, porque el cielo es Dios y Dios vivo y resucitado está en el pan consagrado.

            Fijaos bien, hermanos, en ese signo tan sencillo, en ese trozo de pan ha querido quedarse verdaderamente con todo su cuerpo, sangre, alma y divinidad el Hijo de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Verbo y la Palabra eternamente pronunciada y pronunciándose por el Padre en amor de Espíritu Santo para los hombres, en un silabeo amoroso y canto eterno y eternizado de gozo y entrega total en el Hijo... Por eso dice la Biblia: “Realmente ninguna nación ha tenido a Dios tan cercano como nosotros...”.

            El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica dice: “El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó”: “Es duro este lenguaje, ¿quién podrá escucharlo?” La Eucaristía y la cruz siempre serán piedras de tropiezo para los discípulos de todos los tiempos. Sacrificio de la cruz y Eucaristía son el mismo misterio y no cesan de ser ocasión de división; ¿también vosotros queréis marcharos? Estas palabras de Jesús resuenan a través de todos los tiempos para provocar en nosotros la respuesta de los Apóstoles: “a quién vamos a ir, solo tú tienes palabras de vida eterna”.

            Nosotros, como los Apóstoles, le decimos hoy: Señor, nos fiamos de Ti y confiamos en Ti, queremos acoger en la fe y en el amor este don de Ti mismo en la Eucaristía, especialmente en este día del Corpus Christi. En primer lugar, como sacramento de la cruz, como sacrificio permanente de tu amor, perpetuado a través de los signos y palabras de la Última Cena. Dice el Vaticano II: «Nuestro Salvador en la Última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección...».

            Jesús dio la vida por nosotros cruentamente el Viernes Santo, pero anticipó, con su poder, esa realidad salvadora, en la Eucaristía del Jueves Santo, mediante el sacrificio eucarístico, consagrando el pan y el vino, convirtiéndolos en su cuerpo y sangre y que ahora renovamos sobre nuestros altares, para hacer presente todos los bienes de la Redención. Ante este misterio, nuestros sentimientos tienen que ser ofrecernos con Él al Padre en el ofertorio de la Eucaristía, para quedar consagrados con el pan y el vino en la Eucaristía por la invocación al Espíritu Santo en la epíclesis, y después, al salir de la iglesia, como hemos sido consagrados y ya no nos pertenecemos, vivir esa consagración a Dios, cumpliendo su voluntad en adoración y amor extremo y total hasta dar la vida por los hermanos.

            Este debe ser con Él nuestro sacrificio agradable a Dios. Esta es en síntesis la espiritualidad de la Eucaristía, lo que la Eucaristía exige y nos da al ser celebrada y comulgada; esto es participar de la Eucaristía “en espíritu y verdad”, no abrir simplemente la boca y comer pero sin comulgar con los sentimientos de Cristo. Y así es cómo el que comulga o el que contempla o celebra la Eucaristía se va haciendo Eucaristía perfecta y consumada; así es cómo la Eucaristía se convierte para nosotros, según el Vaticano II, «en fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia», «es la cumbre y, al mismo tiempo, la fuente de donde arranca toda su fuerza…»; «es todo el bien espiritual de la Iglesia, Cristo mismo, en persona». La Eucaristía es la presencia viva de Cristo, el Corazón de Cristo en el corazón de la Iglesia Universal, en el corazón de sus templos católicos y en el corazón de todos creyentes.

            Una vez hecho presente el sacrificio de Cristo en el altar, la Iglesia lo hace suyo para ofrecerlo y ofrecerse a sí misma con Cristo al Padre, para ganar para sí y para el mundo entero las gracias de las Salvación, que encierra este misterio. Por eso, sin Eucaristía, no hay ni puede haber cristianismo ni seguidores ni discípulos de Jesús, ni santidad, ni vida ni nada verdaderamente cristiano.

            Un segundo aspecto de la Eucaristía, absolutamente importante y querido por Cristo y consiguientemente necesario para la Iglesia, es la comunión. En la intención de Cristo, al instituir la Eucaristía como alimento y en una cena, esto era directamente pretendido por el signo y por la intención: reunir a todos los suyos en torno a la mesa, para que coman el pan de vida eterna, el pan de la vida nueva de gracia, el pan del cielo.

  La comunión eucarística nos introduce en la participación de los bienes últimos y escatológicos: «La aclamación que el pueblo pronuncia después de la consagración se concluye oportunamente manifestando la proyección escatológica que distingue la celebración eucarística (cf 1 Cor 11,26): «…hasta que vuelvas». La Eucaristía es tensión hacia la meta, pregustar el gozo pleno prometido por Cristo (cf Jn 15,11); es, en cierto sentido, anticipación del Paraíso y «prenda de la gloria futura». En la Eucaristía, todo expresa la confiada espera: «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo». Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad.

            En efecto, en la Eucaristía recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final del mundo: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn 6,54). Esta garantía de la resurrección futura proviene de que la carne del Hijo del hombre, entregada como comida, es su cuerpo en el estado glorioso del resucitado. Con la Eucaristía se asimila, por decirlo así, el «secreto» de la resurrección. Por eso san Ignacio de Antioquia definía con acierto el Pan eucarístico «fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte» (Carta a los Efesios, 20: PG 5, 661).

            Junto a las palabras de Cristo sobre la necesidad de comulgar para vivir su vida: “en verdad, en verdad os digo si no coméis la carne del Hijo de Hombre no tendréis vida en vosotros”, tenemos que poner la advertencia de Pablo: “Así, pues, quien come el pan y bebe el cáliz indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que come y bebe sin discernimiento, come y bebe su propia condenación. Por esto hay entre vosotros muchos flacos y débiles y muchos dormidos”.

              Qué valentía la de Pablo, qué claridad... Hay flacos y débiles entre los que comulgan porque realmente no comulgan con la vida de Cristo, sino que comen tan solo su cuerpo sin querer asimilar su vida, su evangelio, sus actitudes. Tendríamos que revisar nuestras Eucaristías, nuestras comuniones a la luz de estas palabras de Pablo y examinarnos para no comer indignamente el Cuerpo de Cristo. No basta comer el cuerpo de Cristo, hay que comulgar más y mejor con su amor, con sus sentimientos y actitudes.  

            Y ya para terminar, quiero citar unas palabras de Juan Pablo II, refiriéndose a la Eucaristía como presencia: «La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento de amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración».

            Queridos hermanos: Jesús es la Salvación y el Camino, todos los días debemos revisar nuestra vida a la luz de la suya, todos los días debemos pasar a dialogar, consultar, orar y pedir ayuda, fortaleza, perdón de nuestros pecados. No concibo creer en Jesucristo y no visitarle con amor. Amor a Cristo y visita al Señor es lo mismo. En otra ocasión dirá el Papa Juan Pablo II: Poca vida eucarística equivale a poca vida cristiana, poca vida apostólica y sacerdotal, es más, vida en peligro. Lógicamente, vida eucarística abundante será vida rica en todo. Mucha vida eucarística es mucha vida cristiana, apostólica, sacerdotal. Es la que deseo y pido para vosotros y para mí. Amén.

38. PORQUE JUNTO AL SAGRARIO NOS HACEMOS CONTEMPORÁNEOS DE  CRISTO EN PALESTINA

            En el Sagrario está el mismo Cristo de Palestina y del Evangelio, ya resucitado. Es siempre el mismo y eternizado Cristo, salido del Padre, encarnado en el seno de la dulce Nazarena, de la madre fiel y creyente, María; el mismo que curó y predicó y murió y está sentado a la derecha del Padre, que está cumpliendo su promesa de estar con nosotros, hasta el final de los tiempos.

            Nosotros, a veinte siglos de distancia, estamos ahora presentes y somos contemporáneos del mismo Cristo y podemos hablarle y tocarle como las turbas entusiasmadas de entonces, como la hemorroísa, para que nos cure; como la Magdalena, para que nos perdone; como el padre del aquel lunático, para que nos aumente la fe; como Zaqueo, para hospedarle en nuestra casa y sentir su amistad; como los niños y niñas de su tiempo, a los que tanto quería y abrazaba, como símbolos de la sencillez de espíritu, que debemos imitar sus seguidores, y recordando tal vez su propia infancia, tan llena de amor y ternura de José y María. Aquí está el mismo Cristo, no ha cambiado, a pesar de tanto desprecio y olvido por parte de los hombres. Es que son muchos los olvidos y abandonos que recibe de los hombres, es poca la reverencia y estima hacia su persona sacramentada de los mismos creyentes, incluso de los sacerdotes, como si el Sagrario fuera un trasto más de la iglesia, sin una mirada de amor y cariño, de agradecimiento. Y así años y años como ni no tuvieran fe en lo que celebran. Menos mal que es solo a veces. Menos mal que ya no puede sufrir porque lo sufrió todo antes. Menos mal que hoy sigue teniendo también como siempre amigos que lo miran, almas verdaderamente eucarísticas, sencillas o cultas, pobres o ricos, sacerdotes o laicos, siempre fieles cristianos, que lo adoran y se atan para siempre a la sombra de su Sagrario.

            Siento sinceramente estos desprecios al Señor en el Sagrario, porque Él está vivo, vivo y no ha perdido el amor ni la capacidad ni los deseos de transfigurarse ante nosotros, como lo hizo en el Tabor ante Pedro, Santiago y Juan, y convertirse así en cielo anticipado para los que le contemplan con fe y amor.

            Cristo en el Sagrario se entrega por nada. Basta un poquito de fe, de fijarse y pararse ante Él, porque está tan deseoso de trabar amistad con cualquiera, que se vende por nada, por una simple mirada de amor, por un poco de comprensión y afecto.

            Mi primer saludo, cada mañana, cuando vaya a una iglesia o a la oración, debe ser mirarle fijamente en el Sagrario y decirle: Jesús Eucaristía, yo creo en Tí; Jesucristo Eucaristía, yo confío en Ti; Jesucristo Eucaristía, Tú eres el Hijo de Dios; Oh Señor, nosotros creemos en Ti, te adoramos en el pan consagrado y nos alegramos de tenerte tan cerca de nosotros. Auméntanos la fe, el amor y la esperanza, que son los únicos caminos para llegar hasta Ti y unirnos por amor directamente contigo: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo”.

            Y cuando lleguen las noches de fe, las terribles purificaciones de nuestra fe, esperanza y caridad, cuando el entendimiento quiere ver y razonar por su cuenta porque en el fondo no se fía de tu palabra, y quiere probarlo todo y razonar todo: tu persona, tu presencia, tu evangelio, tus palabras y exigencias, incluso echar mano de exégesis y de teologías, la última palabra, el último apoyo es tu presencia eucarística, creer sin apoyos y lanzarse en pura fe, lanzarse a tus brazos sin sentirlos, porque no se ven ni se tocan ni sentimos tu aliento y cercanía, aunque Tú siempre está ahí esperándonos y nos das tu mano, porque quieres ayudarnos, porque para eso te quedaste en el Sagrario; pero en estos momentos no la sentimos, porque en esas purificaciones Tú quieres que me fíe totalmente de tu palabra, que me fíe solo de Ti: ¿Cómo Dios en un trozo de pan? ¿Y ahí el Dios creador de cielo y tierra? ¿Es razonable esto? Y Tú lo único que buscas es que me fíe solo de Ti, hasta el olvido y negación de todo lo mío y adquirido en teologías y exégesis, de todo apoyo humano y posible, de todo lo que yo vea y sienta, sin arrimos ni apoyo ni seguridades de nada ni de nadie.

            Hasta los evangelios, en esas noches de fe, no dan luz ni consuelo ni certeza ni seguridad sensible; ¿Quién me asegura que sean verdad? ¿Dónde está la inspiración? ¿Son puros escritos humanos? ¿No tienen incluso equivocaciones humanas? ¿Cristo en un trozo de pan? Es la noche de la fe y no sentimos tu presencia eucarística, como si no hubiera nada, solamente pan, y el Sagrario, más que la morada del amigo, parece su tumba y sepulcro. Estas crisis son inevitables y no son al principio; sino cuando el Señor quiere limpiar más nuestro corazón, cuando quiere de verdad entregarse y nosotros debemos prepararnos a su amistad. Y entonces uno que ya vivía y quería vivir para Ti, se encuentra de golpe aparentemente sin fe, esto es lo que le parece al alma. Y pierde el sentido de su vida critiana y se encuentra perdido, como si hubiera perdido el tiempo viviendo la fe, como si te hubiera perdido a Ti, como si Tú no existieras. No te digo nada si esto te ocurre en un seminario o en un noviciado: ¿qué hago yo aquí?

             Por si esto no fuera suficiente, y aquí está otra causa de la tiniebla, esta noche, estos interrogantes se plantean porque ha llegado el momento de la verdad, la hora del éxodo, de la conversión, de dejar la tierra, las posesiones, la parentela, los consumismos, los propios criterios, los afectos desordenados, los pecados, y esto cuesta sangre, porque ahora el Señor lo exige todo y lo exige de verdad, para ser sus amigos. “Si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24). Hasta ahora todo había sido más o menos meditado, teórico, renuncias que debían hacerse, incluso predicadas a otros; pero ahora Cristo me exige la vida, y claro, como me amo tanto y esto me cuesta de verdad, antes de entregarme de verdad, exijo garantías: ¿Será verdad todo esto? ¿Jesucristo es Dios? ¿Dónde está Cristo ahora? ¿Llenará de verdad su evangelio y su persona? Y todo esto es sencillamente porque el Señor ha tomado parte en el asunto, quiere purificarme; pero de verdad. No como yo lo estaba haciendo hasta ahora, a temporadas y muy suavemente, sin echar sangre. Y ahora hay que derramarla como Cristo, para gloria del Padre y salvación de los hermanos. Y entonces es cuando los dogmas teológicos se plantean de verdad, no para enseñar a otros, discurtirlos, no; sino para vivirlos, para derramar mi sangre o no, para dar la vida o no por ellos, porque los creo ¿Estoy dispuesto a renunciar a la vida presente para ganar la futura? ¿Pero existe la futura? ¿Existe Dios? Porque mientras todo esto era en teoría, para enseñar, sacar títulos o predicar, no pasaba nada, pero en cuanto toca mi vida, igual que si toca mi dinero, entonces la cosa va en serio. Es mi vida, mi existencia. Y por aquí hace caminar el Señor a los que verdaderamente quieren unirse a Él, quieren ser santos, quieren vivir en plenitud el evangelio, y el camino siempre es la oración, podía decir que era la Eucaristía, pero no, es la oración o si quieres la oración eucarística. Y así cómo se pasa también y a la vez de una fe heredada o puramente teórica o apoyada en razonamientos nuestros o humanos a una fe personal y viva y experimentada.

             Esta situación ya durísima, se hace imposible, cuando además de la oscuridad de la fe, el amor y la esperanza, Dios permite que venga también la noche de la vida y nos visita el dolor moral, familiar o físico, la persecución injusta y envidiosa, la calumnia, por envidia, los últimos puestos, los desprecios sin fundamento alguno. Y uno se pregunta: ¿dónde estás, Señor? ¿Cómo es posible que Tú quieras o permitas esto? ¿Por qué todo esto, Señor...? Sal fiador de mí. Pero Tú no respondes ni das señales de estar vivo, aunque estás ahí trabajando y purificándonos, totalmente entregado a tu tarea de podar todo lo que impida la amistad y el gozo pleno contigo, porque nos has amado y nos amas hasta el extremo de tus fuerzas, del amor y de la amistad; pero nosotros no comprendemos ni sabemos que tengamos que purificarnos tanto, ni por qué ni cómo ni cuánto tiempo, porque no nos conocemos.

            Y es precisamente entonces, cuando los sentidos y las criaturas se sienten más y vuelven a darnos la lata los afectos, la carne, las pasiones personales, porque ahora les ha tocado el hacha, en su raíz; pero de verdad. Y por eso echan sangre, porque antes los teníamos, pero no nos habíamos metido en serio con ellos. Ahora lo hace el Señor directamente y sin contemplaciones, lo quiere el Padre para hacernos totalmente hijos en el Hijo y dárnoslo todo con Él; pero antes de llegar a la resurrección y a la vida nueva de amistad con Él, hay que morir, pero de verdad, nada de romanticismo y literatura. Es el Getsemaní personal, tan verdad, tan verdad y tan duro, que muchos se despistan, les parece imposible que Dios quiera esto, y se echar para atrás, y por no encontrar a veces personas con esta experiencia, se alejan del camino que Dios les marcaba y serán buenas personas; pero no llegarán hasta estas altura que Dios les había preparado. Llegarán en el cielo, después del Purgatorio, como todos.

            Señor, échanos una mano, que nosotros no somos tan fuertes como Tú en Getsemaní, que te veamos salir del Sagrario para ayudarnos y sostenernos, porque somos débiles y pobres, necesitados siempre de tu ayuda. ¡No nos dejes, Madre mía! Señor, que la lucha es dura y larga la noche, es morir sin comprensión ni testigos de tu muerte, como tú, Señor, sin que nadie sepa que estás muriendo. Tú lo sabes bien, sin compañía sensible de Dios ni de los hombres, sin testigos del dolor y el esfuerzo; sino por el contrario, la mentira, la envidia, la persecución injustificada y sin motivos. Señor, que entonces te veamos salir del Sagrario, para acompañarnos en nuestro calvario hasta la muerte del yo, para resucitar contigo a una fe purificada, limpia de pecados y empecemos ya la vida nueva de amistad y experiencia gozosa y resucitada contigo.

  Queridos amigos, es mucho lo que el Señor tiene que limpiar y purificar en nosotros, si queremos llegar a la amistad total con Él, a la unión e identificación de amor con Él. Lo único que nos pide es que nos dejemos limpiar por Él para poder tener sus mismos sentimientos y actitudes y gozo y verdad y vida. Y lo haremos, con su ayuda; aunque nos cueste, porque “los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá” (Rom 8,18). En estas noches y purificaciones hay que “esperar contra toda esperanza”. Y es que hay que destruir en nosotros la ley del pecado que todos sentimos: “Así experimento esta ley: Cuando quiero hacer el bien, el mal es el que me atrae. Porque me complazco ante Dios según el hombre interior, pero experimento en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que lleva a la muerte? Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor” (Rom 7,23-25).

            Por todo esto, la necesidad de las noches del alma y de las purificaciones del entendimiento, de sus criterios puramente humanos; de la voluntad con sus afectos radicalmente desordenados, porque se pone a sí misma como centro en lugar de Dios; de la memoria, que solo sueña con el consumismo, con vivir y darse gusto al margen de la voluntad de Dios e incluso contra su voluntad. Es necesaria la noche y la cruz y crucificarse con Cristo para resucitar con Cristo a su vida nueva, para celebrar la pascua del Señor, la nueva alianza en su sangre y en la nuestra, el paso definitivo desde mi yo hasta Cristo, para vivir la vida nueva de amar a Dios sobre todas las cosas, de entrega a los hermanos sobre nosotros mismos, de no buscar el placer, el dinero, la soberbia, los honores y primeros puestos como razón de la propia existencia.

            Queridos hermanos, hay que purificarse mucho, Dios dirá, para llegar a la unión plena con Él, a la transformación total de nuestro ser y existir en Cristo, para que no sea yo sino Cristo el que viva en mí, para ser santos, para sentir a Cristo, para experimentarle vivo, vivo y resucitado: “Os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios. Este es vuestro culto razonable. Que no os conforméis a este siglo sino que os transforméis por la renovación de la mente, para que sepáis discernir la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta” (Rom 12,1-2).

            Cristo, por la Eucaristía, nos llama a identificarnos con Él, a tener su misma vida y hacernos con Él una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, en adoración perfecta, hasta dar la vida, con amor extremo. Esto es cristianismo, vivir por Cristo, con Él y en Él, hacerse uno con Él, vivir su misma vida, con sus mismos afectos y actitudes, y esto exige cambios y conversión radical de nuestro ser y vivir. “Los que viven según la carne, no pueden agradar a Dios... Quien no posee el Espíritu de Cristo, no le pertenece” (Rom 8,8-10). «Para llegar a tenerlo todo, no quieras tener nada, para llegar a poseer todo, no quieras poseer nada«. Las nadas de San Juan de la Cruz no son teorías pasadas de moda. Es la actualidad de toda alma que quiera llegar a la unión perfecta y total con Cristo: «Por tanto, es suma ignorancia del alma pensar podrá pasar a este alto estado de unión con Dios si primero no vacía el apetito de todas las cosas naturales y sobrenaturales que le puedan impedir, según mas adelante declararemos» (1S 5,2). «En este camino siempre se ha de caminar para llegar, lo cual es ir siempre quitando quereres, no sustentándolos; y si no se acaban todos de quitar, no se acaba de llegar» (1S 11,6).

  He leído muchas veces la primera carta de San Juan y me impresiona las repetidas y clarísimas veces que insiste en esto: donde hay pecado, no está ni puede estar ni vivir Dios. Por eso, la necesidad de quitar hasta las mismas raíces del pecado, para que nos llene la luz de Dios, que es vida amor:   “Todo el que permanece en Él, no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 3,6). Y en su evangelio Cristo nos asegura: “Yo soy la Luz” “Porque todo el que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz, por que sus obras no sean reprendidas. Pero el que obra la verdad viene a lu luz para que sus obras sean manifestadas, pues están hechas según Dios” (Jn 3 20-21).

            Ya dije anteriormente, que toda la devoción eucarística o la vida cristiana o la amistad con Cristo nos la jugamos a esta baza: la de la conversión permanente. Con otras palabras, las «noches» de San Juan de la Cruz. En cuanto yo empiezo a orar ante el Sagrario y quiero iniciar mi amistad con Jesucristo, a los pocos meses el Señor empieza a decirme lo que impide mi amistad con Él: el pecado. Tengo que mortificarlo, darle muerte en mí, se llame soberbia, envidia, genio, consumismo, castidad; si no quiero luchar o me canso, se acabó la oración, la amistad con Cristo, la vivencia eucarística, la santidad, la verdadera eficacia de mi sacerdocio o vida cristiana. Sí, sí, si llegaré a sacerdote, tal vez más alto, pero es muy distinto todo. Cuanto más alto esté en la Iglesia, mayor será mi responsabilidad. Es muy distinto todo: su vida, su palabra, su convencimiento, su misma eficacia apostólica cuando una persona ha llegado a esta unión. Y es muy triste no ver esto en las alturas de la Iglesia ni con la debida frecuencia. No son estos los cánones de selección. En el fondo, no nos fiamos de las Palabras de Cristo. Sin embargo, el Señor lo dice muy claro: “Yo soy la vid verdadera... mi padre el viñador; a todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto... permaneced en mí y yo en vosotros…sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,1-4).

  Es el Espíritu Santo el que iluminará purificando, unas veces más, otras menos, durante años, apretando según sus planes, que nosotros ni entendemos ni comprendemos perfectamente, sobre todo cuando nos está pasando, sólo después de pasado y en general, porque en cada uno es distinto, según los proyectos de Dios y la generosidad de las almas. Pero lo que está claro en los evangelio es que para conocer, para llegar a un conocimiento más pleno de Dios hay que ir limpiando el alma de todo pecado: “En esto sabemos que conocemos a Cristo: en que guardamos sus mandamientos”  (1Jn 2,3-6).

39.-ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA

1. LA ESPIRITUALIDAD Y PASTORAL DE LA  ADORACIÓN EUCARÍSTICA.

(Meditación dirigida a los Adoradores Nocturnos)

La Iglesia Católicasiempre ha tenido, como fundamento de su fe y vida cristiana, la certeza de la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo bajo los signos sacramentales del pan y del vino eucarísticos. Esta fe la ha vivido especialmente durante siglos en la adoración de este misterio, objeto primordial del culto y de la espiritualidad de la Adoración Nocturna.

            Para legitimar esta adoración ante el Santísimo Sacramento y afirmar a la vez, que la oración ante Jesús Sacramentado, es el modo supremo y cumbre de toda oración personal y comunitaria fuera de la Eucaristía,  quiero, en primer lugar, explicar un poco desde la teología bíblica y litúrgica este misterio, para que la Presencia Eucarística del Señor sea más valorada y vivida por los Adoradores Nocturnos, que nos sentimos verdaderamente privilegiados, necesitados y agradecidos a Jesucristo, el Señor, confidente y amigo en todos los sagrarios de la tierra.

            «¡Oh eterno Padre, exclama S. Teresa, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras! ¡Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos! ¿Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa? ¿No ha de haber quien hable por este amantísimo cordero? Si tu Hijo no dejó nada de hacer para darnos a nosotros, pobres pecadores, un don tan grande como el de la Eucaristía, no permitas, oh Señor, que sea tan mal tratado. Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable...»

            Y aquí el alma de Teresa se extasía... Ya sabéis que la mayor parte de sus revelaciones o visiones: «me dijo el Señor, vi al Señor...» las tuvo Teresa después de haber comulgado o en ratos de oración ante Cristo Eucaristía. 

            Por esto, cuando Teresa define la oración mental, parece que lo hace como oración hecha ante el sagrario, como si estuviera mirando al Señor Sacramentado: «Que no es otra cosa, a mi parecer, oración, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama». Y ya la oímos decir anteriormente: «¿Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos...? ¿Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa...? No permitas, oh Señor, que sea tan mal tratado... Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable…».      

            Los adoradores, igual que los sacerdotes o cualquier cristiano, tenemos que tener mucho cuidado con nuestro comportamiento y con todo lo relacionado con la Eucaristía, que es siempre el Señor vivo, vivo y resucitado, porque se trata, no de un cuadro o una imagen suya, sino de Él mismo en persona y si a su persona no la respetamos, no la valoramos, poco podemos valorar todo lo demás referente a Él, todo lo que Él nos ha dado, su evangelio, su gracia, sus sacramentos, porque la Eucaristía es Cristo todo entero y completo, todo el evangelio entero y completo, toda la salvación entera y completa. 

            Observando a veces nuestro comportamiento con Jesús Eucaristía, pienso que muchos cristianos no aumentarán su fe en ella ni les invitará a creer o a mirarle con más amor o entablar amistad con Él, porque nosotros <pasamos> del sagrario y muchas veces pasamos ante el sagrario, como si fuera un trasto más de la Iglesia, hablamos antes o después de la Eucaristía como si el templo no estuviera habitado por Él, y la genuflexión, exceptúo imposibilidad física, ya no hace falta.

            Sin embargo, todos sabemos que el cristianismo es una persona fundamentalmente  es Cristo. Por eso, nuestro comportamiento interior y exterior con Cristo Eucaristía es el termómetro de nuestra vida espiritual. Es muy difícil, porque sería una contradicción,  que Cristo en persona no nos interese ni seamos delicados personalmente con Él en su presencia real y verdadera en la Eucaristía y luego nos interesemos por sus cosas, por su evangelio, por su liturgia, por los sacramentos, por sus diversas encarnaciones en la Palabra, en los hermanos, en los pobres, porque Él sea  más conocido y amado.

            Cuidar el altar, el sagrario, mantener los manteles limpios, los corporales bien planchados ¡cuánta fe personal, cuánto amor y apostolado y eficacia y salvación de los hermanos y amistad personal con Cristo  encierran! Y ¡cuánta ternura, vivencia y amistad verdadera hay en los silencios  guardados dentro del templo, porque uno sabe que está Él, y lo respetamos, amamos y adoramos, aunque otros estén hablando,  después de la celebración eucarística, como si Él ya no estuviera presente!

            Repito porque esto conviene repetirlo muchas veces, qué buen testimonio, cuánta teología y fe verdaderas hay en un silencio guardado porque Él está ahí, cuánta teología vivida en  una genuflexión bien hecha, en unos gestos conscientemente realizados en la Eucaristía; indican que hay verdadera vivencia y amistad con Jesucristo, el Viviente y Resucitado.

            Ésta es una forma muy importante de ser «testigos del Viviente», para muchos que no creen en su presencia eucarística o se olvidan de ella, dando así  pruebas con nuestra adoración personal del Señor, de que Él está allí presente, aunque no lo veamos físicamente o en una imagen.

            Es que si he celebrado y predicado la mejor homilía, aunque sea  sobre la misma Eucaristía, pero nada más terminar, hablo en la Iglesia y me comporto como si Él no estuviera presente, me he cargado todo lo que he predicado y celebrado, porque no creo o no respeto su permanencia sacramental en la presencia eucarística, es decir, todo el misterio eucarístico completo: Eucaristía, comunión y presencia.

            Cómo educamos con nuestro silencio religioso en el templo o con la exigencia del mismo en Eucaristías y funerales o bodas... De esta forma, al no exigirse el silencio debido en el templo de Dios, no catequizamos ni educamos en la piedad eucarística y será más difícil ver a niños y mayores junto al sagrario porque actuando así lo convertimos en un trasto más de la iglesia. Así resulta que algunos sagrarios están llenos de polvo, descuido y olvido.

            Qué Eucaristías, qué evangelio, qué Cristo se habrá predicado en esas iglesias. Queridos amigos, el Señor no es una momia, está vivo, vivo y resucitado, así lo quiso Él mismo, no lo asegura la fe de la Iglesia, la experiencia de los santos y nosotros lo creemos.

            El Vaticano II insiste repetidas veces sobre esta verdad fundamental de nuestra fe católica: «La casa de oración en que se celebra y se guarda la santísima Eucaristía y ...en que se adora, para auxilio y consuelo de los fieles, la presencia del Hijo de Dios, salvador nuestro... debe ser nítida, dispuesta para la oración y las sagradas solemnidades» (PO.5).

 (Nota: Para sacerdotes este tema se trata repetidas veces en la EXHORTACIÓN APOSTÓLICA PASTORES DABO VOBIS DE  JUAN PABLO II, EL DIRECTORIO PARA EL MINISTERIO Y LA VIDA DE LOS PRESBÍTEROS, de la CONGREGACIÓN DEL CLERO, ALGUNAS CARTAS  del Papa Juan Pablo II  a los sacerdotes en el JUEVES SANTO y en la última Encíclica del Papa Juan Pablo II sobre la Eucaristía, que acaba de salir ECCLESIA DE EUCHARISTÍA).     

            En los últimos siglos, la adoración eucarística ha constituido una de las formas de oración más queridas y practicadas por los cristianos en la Iglesia Católica. Iniciativas como la promoción de la Visita al Santísimo, la Adoración Nocturna, la Adoración Perpetua, las Cuarenta Horas... etc. se han multiplicado y han constituido una especie de constelación de prácticas devocionales, que tienen su centro en la celebración del Jueves Santo y del Corpus Christi.

            Junto a estas prácticas del pueblo cristiano, otra serie de iniciativas ha surgido con fuerza: las congregaciones religiosas que, como elemento fundacional y fundamental de su forma de vida y carisma religioso, dedican una gran parte de su tiempo a la Adoración del Santísimo Sacramento. Por todo esto, quiero deciros que vuestra Adoración Nocturna está dentro del corazón de la liturgia y de la vida de la Iglesia. Sois eternamente actuales, porque esto mismo, sólo que iluminados por la luz y los resplandores celestes del amor trinitario, constituye la gloria y felicidad del cielo. Sólo quien tenga un poco de experiencia, quien tenga algunos “fogonazos” dados gratuitamente por el Señor, después de alguna purificación y limpieza de pecados, podrá barruntar y comprobar que todo esto es verdad gozosa y consoladora.

            La renovación litúrgica, iniciada por el Concilio Vaticano II, ha llegado también tanto a la teología como a la liturgia de la Adoración Nocturna y ha puesto en su lugar correcto la adoración del Señor. Ya no se da aquel desfase,  que todos hemos conocido y practicado en los años sesenta, en los que celebrábamos la Eucaristía al final de la Vigilia, al despedirnos, con la llegada del día. Recuerdo perfectamente que empezábamos directamente con la Exposición del Señor en la Custodia y luego venían los turnos de vela. La forma actual, fruto de la teología y liturgia del Concilio Vaticano II es correcta en todos los aspectos.       

            Al principio, este reajuste ha podido parecerle a alguno, que era una pérdida para la Eucaristía como presencia y como adoración, como si la Presencia eucarística no fuese suficientemente valorada. Es evidente que tal impresión no tiene ningún fundamento teológico ni pastoral, y, para que nos convenzamos de esto, conviene dar unas pequeñas nociones de los tres momentos de la Eucaristía para que cada uno tenga su estimación y su sitio en la piedad cristiana.

            Veremos así que la celebración de la Eucaristía es el aspecto fundante y principal de este misterio, «centro y culmen de toda la vida de la Iglesia»; veremos que para que haya pascua, es decir, pasión, muerte y resurrección de Cristo presencializadas, tiene que estar lógicamente presente el Señor, y que, si el Señor se hace presente, es para ofrecer su vida al Padre y a los hombres como salvación, que conseguimos especialmente por la comunión eucarística.Después de la Eucaristía,  el cuerpo, ofrecido en sacrificio y en comunión,  se guarda para que puedan comulgarlo los que no pueden venir a la iglesia; también para que todos los creyentes, mediante la adoración y las visitas al sagrario, podamos seguir participando en su pascua, comulgando con los mismos sentimientos y actitudes de Cristo, presente en la Hostia santa.

            Adorándole en  la oración eucarística, nos identificamos  con los sentimientos de Cristo Eucaristía, que sigue ofreciéndose  al Padre y dándose en comida  y en amistad a los hombres. Si alguien nos pregunta qué hacemos allí parados mirando la Hostia Santa, diremos solamente: ¡ES EL SEÑOR! He aquí en síntesis la espiritualidad de la Presencia Eucarística, de la que debe vivir todo cristiano, pero especialmente todo Adorador Nocturno.

            Esta espiritualidad, orada y vivida en oración personal, podría expresarse así: Señor, te adoro aquí presente en el pan consagrado, creo que estás ahí amándome, ofreciéndote e intercediendo por todos  ante el Padre. Qué maravilla que me quieras hasta este extremo, te amo, te amo y quiero inmolarme contigo al Padre y  por los hermanos; quiero comulgar con tus sentimientos de caridad, humildad, servicio y entrega en este sacramento... quiero contemplarte para imitarte y recordarte, para aprender y recibir de Ti las fuerzas necesarias para vivir como Tú quieres, como un discípulo fiel e identificado con su maestro. Por aquí tiene que ir la espiritualidad del Adorador Nocturno o Diurno. Si  nuestros adoradores viven con estas actitudes sus turnos de Vela, sus Vigilias, nos encontraremos con Cristo presente, camino, verdad y vida y nos sentiremos más animados para recorrer el camino de la santidad con su ayuda y presencia y alimento eucarístico.

 2. LA ESPIRITUALIDAD Y VIVENCIA DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA: SENTIMIENTOS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA.

Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva.

            Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos místicos, sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la Eucaristía, participar en la Eucaristía, adorar la Eucaristía.

            Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: “El Señor está ahí y nos llama”, ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad : por quién, cómo y por qué está ahí.

            Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo –“los limpios de corazón verán a Dios”- y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total del alma y de la vida, para que la Eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra vida y no por puro conocimiento.

            No olvidemos que la Eucaristía se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la celebración de la santísima Eucaristía por un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad,  le costó y no lo comprendía.

            En cada Eucaristía, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...”  y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre  si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”

            La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva. Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la Eucaristía hay que vivirlos como prolongación de la santa Eucaristía y  de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado.

            Y éste ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una Eucaristía por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

            Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda. La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él. La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos y sacramentales de la Eucaristía celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él.

            Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, “apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la Eucaristía, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle toda la pascua realizada por nosotros y para nosotros.

            Por esta causa, una vez celebrada la Eucaristía, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para ayudaros un poco a los adoradores en vuestro diálogo personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa.

 3.  La presencia eucarística de Cristo nos enseña muchas cosas recordando:“y cuantas veces hagais esto, acordaos de mi”.

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).

            Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que disponga de mi vida, según su voluntad.

            Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También  yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego  a Ti; Señor, ayúdame, lo  espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, si Tú no me enseñas y me das fuerzas...

 3. 1. LA PRESENCIA EUCARÍSTICA DE CRISTO NOS ENSEÑA MUCHAS COSAS RECORDANDO:“Y CUANTAS VECES HAGAIS ESTO, ACORDAOS DE MI”.

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).

            Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que disponga de mi vida, según su voluntad.

            Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También  yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego  a Ti; Señor, ayúdame, lo  espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, si Tú no me enseñas y me das fuerzas...

3.2. UN SEGUNDO SENTIMIENTO

Lo expresa así el Vaticano II: «Los fieles... participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella» (la LG.5). 

La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda. El diálogo podía escoger esta vereda: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir sólo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de  gloria de la Santísima Trinidad.

            Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré  consagrado, ya no me pertenezco, soy una cosa contigo, y cuando salga a la calle, como ya no me pertenezco sino que he quedado consagrado contigo,  quiero vivir sólo para Ti, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la Eucaristía.

            Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tienes ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado.

            Tu humanidad ya no es temporal; conservas ahora ciertamente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío, pero ya sabes que soy débil,  necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu Eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

            Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mí. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mí... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude. Miradlo los humildes y alegráos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Porque el Señor escucha a sus pobres”(69).

 3.  3. OTRO  SENTIMIENTO

Que no puede faltar está motivado por las palabras de Cristo: “Cuando hagáis esto, acordaos de mí...” Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística, pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos... cuánto me amas, cuánto me entregas, me regalas...“Éste es mi cuerpo, Ésta mi sangre derramada por vosotros...”

            Con qué fervor quiero celebrar la Eucaristía, comulgar con tus sentimientos, imitarlos y vivirlos ahora por la oración ante tu presencia; Señor, por qué me amas tanto, por qué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Cristo, yo valgo mucho para el Padre, ellos me valoran más que todos los hombres, valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí...

            Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado,  yo, tan rutinario, tan limitado, siempre  tan egoísta, soy pura criatura, y Tú eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tú el Todo y  yo la nada. Si es mi  amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero.        

3. 4. EN EL “ACORDAOS DE MÍ”...,

Debe entrar también el amor a los hermanos, -no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

            Sí, Cristo, quiero acordarme  ahora de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

            “Acordaos de mí…”: Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de Tí y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así.

            Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Tí y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Tí pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida.

            Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de lo otros, pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor.

            Cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y Tú... siempre olvidar y perdonar,  olvidar y amar, yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede  haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como Tú, amando, perdonando, olvidando...“Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso  estoy aquí,  comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

            “Acordaos de mí...”El Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la santa Eucaristía, es el que realiza la presencia sacramental de Cristo en el pan y en el vino consagrados, como una continuación de la Encarnación del Verbo en el seno de María.

            Y ese mismo Espíritu, Memoria de la Iglesia, cuando estamos en la presencia del Pan que ha consagrado y sabe que el Padre soñó para morada y amistad con los hombres, como tienda de su presencia, ese mismo Espíritu que es la Intimidad del Consejo y del Amor de los Tres cuando decidieron esta presencia tan total y real en consejo trinitario, es el mismo que nos lo recuerda ahora y abre nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestro corazón, para que comprendamos las Escrituras y sus misterios, a Dios Padre y su proyecto de amor y salvación,  al Fuego y Pasión y Potencia de Amor Personal con que lo ideó y lo llevó y sigue llevando a efecto en un hombre divino, Jesús de Nazaret: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

            ¡Jesús, qué grande eres, qué tesoros encierras dentro de la Hostia santa, cómo te quiero! Ahora comprendo un poco por qué dijiste, después de realizar el misterio eucarístico:  “Acordaos de mí...”,

            ¡Cristo bendito! no sé cómo puede uno correr en la celebración de la Eucaristía o aburrirse cuando hay tanto que recordar y pensar y vivir y amar y quemarse y adorar y descubrir tantas y tantas cosas, tantos y tantos misterios y misterios... galerías y galerías de minas y cavernas de la infinita esencia de Dios, como dice San Juan de la Cruz del alma que ha llegado a la oración de contemplación, en la que todo es contemplar y amar más que reflexionar o decir palabras.

            Todos sabéis, porque así lo hemos practicado muchas veces, que en la oración se empieza por rezar oraciones, reflexionar, meditar verdades y luego, avanzando, pasamos de la oración discursiva a la afectiva, en la que uno empieza más a dialogar de amor y con amor que a dialogar con razones, empieza a sentir y a vivir más del amor que de ideas y reflexiones para finalizar en las últimas etapas, sólo amando:  oración de quietud, de silencio de las potencias, de transformación en Dios: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

3. 5. YO TAMBIÉN, COMO JUAN…

Quiero aprenderlo todo en la Eucaristía, en la Eucaristía  reclinando mi cabeza en el corazón del  Amado, de mi Cristo,  sintiendo los latidos de su corazón, escuchando directamente de Él palabras de amor, las mismas de entonces y de ahora, que sigue hablándome en cada Eucaristía.           

            Para mí liturgia y  vida y  oración todo es lo mismo en el fondo, la liturgia es oración y vida, y la oración es liturgia.  En definitiva, ¿no es la Eucaristía también oración y plegaria eucarística? ¿No es la plegaria eucarística  lo más importante de la Eucaristía, la que realiza el misterio?

            Para comprender un poco todo lo que encierra el “acordaos de mí” necesitamos una eternidad, y sólo para empezar a comprenderlo, porque el amor de Dios no tiene fín. Por eso, y lo tengo bien estudiado, en la oración sanjuanista, cuanto más elevada es, menos se habla y más se ama, y al final, sólo se ama y se siente uno amado por el mismo Dios infinito y trinitario.

            Por eso el alma enamorada dirá: “Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que solo en amar es mi ejercicio...” Se acabaron los signos y los trabajos de ritos y las apariencias del pan porque hemos llegado al corazón de la liturgia que es Cristo, que viene a nosotros, hemos llegado al corazón mismo de lo celebrado y significado, todo lo demás fueron medios para el encuentro de salvación; ¡qué infinita, qué hermosa, qué rica, qué profunda es la liturgia católica, siempre que trascendamos el rito, siempre que se rasgue el velo del templo, el  velo de los signos! ¡cuántas cavernas, descubrimientos y sorpresas infinitas y continuas nos reserva!

            Parece que las ceremonias son normas, ritos, gestos externos, pero la verdad es que todo va preñado de presencia, amor y vida de Cristo y de Trinidad. Hasta aquí quiere mi madre la Iglesia que llegue cuando celebro los sacramentos, su liturgia, esta es la meta.

            Yo quisiera ayudarme de las mediaciones y amar la liturgia, como Teresa de Jesús, porque en ellas me va la vida, pero no quedar atrapado por los signos y las mediaciones o convertirlas en fin. Yo las necesito y las quiero para encontrar al Amado, su vida y salvación, la gloria de mi Dios, sin ellas sean lo único que descubra o lo más importante, sino que las estudio y las ejecuto sin que me esclavicen, para que me lleven a lo celebrado, al misterio: “y quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo”.

            En cada Eucaristía, en cada comunión, en cada sagrario Cristo sigue diciéndonos:“Acordaos de mí...,” de las ilusiones que el Padre puso en mí, soy su Hijo amado, el predilecto, no sabéis lo que me ama y las cosas y palabras que me dice con amor, en canción de Amor Personal y Eterno, me lo ha dicho todo y totalmente lo que es y me ama con una Palabra llena de Amor Personal al darme su paternidad y aceptar yo con el mismo Amor Personal ser su Hijo: la Filiación que con  potencia infinita de amor de Espíritu Santo me comunica y engendra; con qué pasión de Padre me la entrega y con qué pasión de amor de Hijo yo la recibo, no sabéis todo lo  que me dice en canciones y éxtasis de amores eternos, lo que esto significa para mí y que yo quiero comunicároslo y compartirlo como amigo con vosotros; acordaos del Fuego de mi Dios, que ha depositado en mi corazón para vosotros, su mismo Fuego y Gozo y Espíritu.

             “Acordaos de mí”, de mi emoción, de mi ternura personal por vosotros, de mi amor vivo, vivo y real y verdadero que ahora siento por vosotros en este pan, por fuera pan, por dentro mi persona amándoos hasta el extremo, en espera silenciosa, humilde, pero quemante por vosotros, deseándoos a todos para el abrazo de amistad, para el beso personal para el que fuisteis creados y el Padre me ha dado para vosotros, tantas y tantas cosas que uno va aprendiendo luego en la Eucaristía y ante el sagrario, porque si el Espíritu Santo es la memoria del Padre y de la Iglesia, el sagrario es la memoria de Jesucristo entero y completo, desde el seno del Padre hasta Pentecostés.

            “Acordaos de mí”, digo yo que si esta memoria del Espíritu Santo, este recuerdo, no será la causa de que todos los santos de todos los tiempos y tantas y tantas personas, verdaderamente celebrantes de ahora mismo, hayan celebrado  y sigan haciéndolo despacio, recogidos, contemplando, como si ya estuvieran en la eternidad, “recordando” por el Espíritu de Cristo lo que hay dentro del pan y de la Eucaristía y de la Eucaristía y de las acciones litúrgicas tan preñadas como están de recuerdos y realidades  presentes y tan hermosas del Señor, viviendo más de lo que hay dentro que de su exterioridad, cosa que nunca debe preocupar a algunos más que el contenido, que es, en definitiva, el fín y la razón de ser de las mismas.

            “Acordaos de mí”; recordando a Jesucristo, lo que dijo, lo que hace presente, lo que Él deseó ardientemente, lo que soñó de amistad con nosotros y ahora ya gozoso y consumado y resucitado, puede realizarlo con cada uno de los participantes... el abrazo y el pacto de alianza nueva y eterna de amistad que firma en cada Eucaristía, aunque le haya ofendido y olvidado hasta lo indecible, lo que te sientes amado, querido, perdonado por Él en cada Eucaristía, en cada comunión, digo yo... pregunto si esto no necesita otro ritmo o deba tenerse más en cuenta... digo yo... que si no aprovecharía más a la Iglesia y a los hombres algunos despistes de estos...

            Para Teresa de Jesús la liturgia era Cristo, amarla era amar a Cristo, por eso valoraba tanto los canales de su amor, que son los signos externos, que siempre, bien hechos y entendidos, ayudan, pero sin quedarnos en ellos, sino llegando hasta el “centro y culmen”, la fuente que mana y corre, Cristo. 

 3. 6. LA EUCARISTÍA COMO APOSTOLADO DE ORACIÓN Y OFRENDA DE INTERCESIÓN.

No tengo tiempo para indicar todos los posibles caminos de dialogo, de oración, de santidad que nacen de la Eucaristía porque son innumerables: adoración, alabanza, glorificación del Padre, acción de gracias, pero no puede faltar el sentimiento de intercesión que Jesús continúa con su presencia eucarística.

            Jesús se ofreció por todos y por todas nuestras necesidades y problemas y yo tengo que aprender a interceder por los hermanos en mi vida, debo pedir y ofrecer el sacrificio de Cristo y el de mi vida por todos, vivos y difuntos, por la Iglesia santa, por el Papa, los Obispos y por todas las cosas necesarias para la fe y el amor cristianos... por las necesidades de los hermanos: hambre, justicia, explotación...

            Ya he repetido que la Eucaristía es inagotable en su riqueza, porque es sencillamente Cristo entero y completo, viviendo y ofreciéndose por todos; por eso mismo, es la mejor ocasión que tenemos nosotros para pedir e interceder por todos y para todos, vivos y difuntos ante el Padre, que ha aceptado la entrega del Hijo Amado en el sacrificio eucarístico.

            El adorador no se encierra en su individualismo intimista, sino que, identificándose con Cristo, se abre a toda la Iglesia y al mundo entero: adora y da gracias como Él, intercede y repara como Él. La adoración nocturna es más que la simple devoción eucarística o simple visita u oración hecha ante el sagrario. Es un apostolado que os ha sido confiado para que oréis por toda la iglesia y por todos los hombres, con Cristo y en Cristo, ofreciendo adoración y acción de gracias, reparando y suplicando por todos los hermanos, prolongáis las actitudes de Cristo en la Eucaristía y en el sagrario.

            Un adorador eucarístico, por tanto, tiene que tener muy presentes su parroquia, los niños de primera comunión, todos los jóvenes, los matrimonios, las familias, los que sufren, los pobres de todo tipo, los deprimidos, las misiones, los enfermos, la escuela, la televisión y la prensa que tanto daño están haciendo en el pueblo cristiano, todos los medios de comunicación. Sobre todo, debemos pedir por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes y seminaristas, los seminarios, las vocaciones, los religiosos y religiosas, los monjes y monjas.

            Mientras un adorador está orando, los frutos de su oración tienen que extenderse al mundo entero. Y así a la vez que evita todo individualismo y egoísmo, evita también toda dicotomía entre oración y vida, porque  vivirá la oración con las actitudes de Cristo, con las finalidades de su pasión y muerte, de su Encarnación: glorificación del Padre y salvación de los hombres. Y así, adoración e intercesión y vida se complementan.

Hay unos textos de S. Juan de Avila, que, aunque referidos directamente a la oración de intercesión que tienen que hacer los sacerdotes por sus ovejas, las motivaciones, que expresan, valen para todos los cristianos, bautizados u ordenados, activos o contemplativos, puesto que todos debemos orar por los hermanos, máxime los adoradores nocturnos: «...¡Válgame Dios, y qué gran negocio es oración santa y consagrar y ofrecer el cuerpo de Jesucristo! Juntas las pone la santa Iglesia, porque, para hacerse bien hechas y ser de grande valor, juntas han de andar. Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres; y para que la oración no sea seca, ofrece el don que amansa la ira de Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor, del cual se entiende “munus absconditus extinguit iras”. Y porque esta obligación que el sacerdote tiene de orar, y no como quiera, sino con mucha suavidad y olor bueno que deleite a Dios, como el incienso corporal a los hombres, está tan olvidada, immo no conocida, como si no fuese, convendrá hablar de ella un poco largo, para que así, con la lumbre de la verdad sacada de la palabra de Dios y dichos de sus santos, reciba nuestra ceguedad alguna lumbre para conocer nuestra obligación y nos provoquemos a pedir al Señor fuerzas para cumplirla» (Cfr ESQUERDA BIFET, San Juan de Ávila. pgs. 143-44 del libro, Escritos Sacerdotales, de BAC minor, Madrid 1969).

«Tal fue la oración de Moisés, cuando alcanzó perdón para el pueblo, y la de otros muchos; y tal conviene que sea la del sacerdote, pues es oficial de este oficio, y  constituido de Dios en él» (pag. 145).

«...mediante su oración, alcanzan que la misma predicación y buenos ejercicios se hagan con fruto, y también les alcanzan bienes y evitan males por el medio de la sola oración... la cual no es tibia sino con gemidos tan entrañables, causados del Espíritu Santo tan imposibles de ser entendidos de quien no tiene experiencia de ellos, que aun los que los tienen no lo saben contar; por eso se dice que pide Él, pues tan poderosamente nos hace pedir» (Pag.147).

«Y si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración, y que sea con instancia y compasión, llorando con los que lloran, ¡con cuánta más razón debe hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna para los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para los culpados» (Pag. 149).

ÍNDICE

PRÓLOGO……………………………………………………………………………………………………. 5

ORACIONES EUCARÍSTICA……………………………………………………………………………....  9

1. ¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS A JESÚS EUCARISTÍA EN EL SAGRARIO?

 1.1. PORQUE ES CRISTO VIVO Y RESUCITADO, EL QUE ESTÁ EN EL CIELO…………………….19

1.2. PORQUE ES EL HIJO DE DIOS QUE SE HIZO CARNE Y PAN DE EUCARISTÍA……………..…21

1. 3. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO VIVO Y RESUCITADO…………………………… 22

1. 4. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ LA CARNE TRITURADA Y RESUCITADA

    PARA NUESTRA SALVACIÓN……………………………………………………………………….   24

1.5. PORQUE «EN LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA SE CONTIENE TODO EL BIEN DE LA IGLESIA.27

1.6. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO CON LOS BRAZOS ABIERTOS…………………….31

1.7. PORQUE EL SAGRARIO ES TEMPLO Y  MORADA DE LA TRINIDAD EN LA TIERRA…..…. 32

1.8. PORQUE EN EL PAN CONSAGRADO ENCUENTRO A   JESUCRISTO, DULZURA DE MI FE...33

2.- PORQUE EN EL SAGRARIO ME ENCUENTRO CON EL CRISTO DE  LA HEMORROÍSA………35

3.-  PORQUE EN EL SAGRARIO CRISTO NOS ESPERA “PARA ESTAR CON ÉL Y ENVIARNOS…”...39

4. PORQUE EL SAGRARIO CRISTO NOS ESPERA PARA EL ENCUENTRO DE AMISTAD……..…41

5. PORQUE EL SAGRARIO ES LA MEJOR ESCUELA PARA CONOCER Y AMAR A CRISTO……..46

6.- CARA A CARA CON CRISTO………………………………………………………………………….48

7. PORQUE EN EL SAGRARIO NOS ESPERA EL CRISTO QUE CALMA LAS TEMPESTADES…….50

8. PORQUE EN EL SAGRARIO NOS ESPERA EL AMIGO DE MARTA Y MARÍA, QUE RESUCITÓ

   A SU HERMANO LÁZARO, PARA LIBRARNOS DE LA MUERTE ETERNA....……………………56

9. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ EL MISMO CRISTO QUE SALVÓ A LA ADÚLTERA……….66

10. PORQUE EN EL SAGRARIO NOS ESPERA CRISTO PARA CURARNOS  DE NUESTRAS

     FALTA DE FE COMO A TOMÁS ……………………………………………………………….……..65

11. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ EL CORAZÓN QUE MÁS AMA A LOS HOMBRES…..……74

12. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO EN INTERCESIÓN PERENNE

     POR SUS     HERMANOS, LOS HOMBRES…………………………………………………………..77

13. PORQUE EN EL SAGRARIO TENEMOS AL MEJOR MAESTRO Y MODELO

     DE ORACIÓN,     SANTIDAD Y APOSTOLADO……………………………………………………79

14. PORQUE JESUCRISTO EN EL SAGRARIO ES EL MEJOR PROFESOR

    DE SU PERSONA Y MISIÓN……………………………………………………………………………86

15 PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO OFRECIENDO SIEMPRE SU VIDA

   POR SALVACIÓN DE SUS HERMANOS LOS HOMBRES……………………………………………88

16. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ EL SEÑOR DICIÉNDONOS: “ACORDAOS DE MI”………   91

17. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO CUMPLIENDO SU MISIÓN DE SALVACIÓN

     HASTA DAR LA VIDA CON AMOR EXTREMO……………………………………………………..96

18. PORQUE CRISTO EN EL SAGRARIO LE DICE AL PADRE: “AQUÍ ESTOY PARA HACER

     TU VOLUNTAD”………………………………………………………………………………………..99

19. PORQUE EL SAGRARIO NOS REVELA: “TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO QUE ENTREGÓ

     A SU PROPIO HIJO……………………………………………………………………………………106

20. PORQUE EL SAGRARIO ES LA MEJOR ESCUELA PARA SEGUIR  Y AMAR A CRISTO……..114

 21. PORQUE «NADIE PUEDE COMER ESTA CARNE SIN ANTES ADORARLA..............…..115

22. PORQUE EN EL PAN EUCARÍSTICO ESTÁ EL AMOR DEL PADRE AL HIJO Y DEL HIJO

     AL PADRE ABRAZÁNDONOS EN AMOR TRINITARIO…………………………………….……..121

23. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ JESUCRISTO, PAN DE VIDA ETERNA……………………..123

24. PORQUE JESUCRISTO EN EL SAGRARIO ES FUERZA Y SABIDURÍA DE DIOS……………...126

25. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO VIVO Y RESUCITADO, ÚNICO SACERDOTE

      Y   VÍCTIMA DE SALVACIÓN……………………………………………………………………….129

 26. PORQUE EL SAGRARIO PREDICA A CRISTO “DE UNA VEZ PARA SIEMPRE” ……..….131

27. PORQUE  DESDE EL SAGRARIO CRISTO NOS ESTÁ DICIENDO: “AMAOS LOS UNO

      A LOS OTROS COMO YO OS HE AMADO”……………………………………………………..…133

28. PORQUE CRISTO DESDE EL SAGRARIO NOS INVITA A VIVIR SU MISMA VIDA…………..139

29. PORQUE EL CUERPO EUCARÍSTICO DE JESÚS  TIENE SANGRE DE MARÍA MADRE  ……144

30.- PORQUE EL CUERPO MUERTO Y RESUCITADO DE CRISTO TIENE AROMA DE MARÍA, “QUE ESTUVO JUNTO A LA CRUZ”, Y JUNTO AL SAGRARIO SIENTO SU ALIENTO DE MADRE: “HE AHÍ A TU HIJO… HE AHÍ A TUMADRE”. ……………………………………………….152

31. PORQUE MARÍA FUE EL PRIMER SAGRARIO DE CRISTO EN LA TIERRA, MADRE DE

      LA EUCARISTÍA Y ARCA DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA………………………………  162

32. PORQUE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA ES LA  PRESENCIA DE CRISTO ENTERO

      Y COMPLETO EN LA TIERRA  …………………………………………………….………………. 167

33. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ EL MEJOR AMIGO Y  SALVADOR DE LOS HOMBRES….171

34. PORQUE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA ES UNA ENCARNACIÓN PERPETUA

     QUE PROLONGA EL MISTERIO COMPLETO Y TOTAL DE CRISTO…………………………… 175

35. PORQUE EL SAGRARIO ES PRESENCIA AMOR DE CRISTO“HASTA EL EXTREMO” ………..178

36. PORQUE CRISTO EUCARISTÍA ES EL «MONTE DE PIEDAD»DE LOS CATÓLICOS……….…182

37. PORQUE JESUCRISTO EN EL SAGRARIO ES  SACERDOTE ÚNICO Y EUCARISTÍA PERFECTA….…186

38. PORQUE JUNTO AL SAGRARIO NOS HACEMOS CONTEMPORÁNEOS DE  CRISTO

      EN PALESTINA……………………………………………………………………………………...…191

39.-ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA:

1. LA ESPIRITUALIDAD Y PASTORAL DE LA  ADORACIÓN EUCARÍSTICA…………………….199

2. LA ESPIRITUALIDAD Y VIVENCIA DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA:

      SENTIMIENTOS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA…………………………………..204

3.1  LA PRESENCIA EUCARÍSTICA DE CRISTO NOS ENSEÑA MUCHAS COSAS:

    “Y CUANTAS VECES HAGAIS ESTO, ACORDAOS DE MI”…………………………….…………….207

3.2. UN SEGUNDO SENTIMIENTO……………………………………………………………………...109

3.  3. OTRO  SENTIMIENTO…………………………………………………………………………..….210

3. 4. EN EL “ACORDAOS DE MÍ”…………………………………………………………………………………211

3. 5. YO TAMBIÉN, COMO JUAN…………………………………………………………………….…213

3. 6. LA EUCARISTÍA COMO APOSTOLADO DE ORACIÓN Y OFRENDA DE INTERCESIÓN…..216

[1]J. ESQUERDA BIFET, San Juan de Ávila, Escritos Sacerdotales, BAC minor Madrid 1969, pgs. 143-44.

2Ibid. pag. 145.

3Ibid. pag.147.[1]

4 Ibid. pag. 149).

5Ibid. pag 193

[5]

[6] Cfr. CONCEPCIÓN GONZÁLEZ, La adoración eucarística, Madrid, 1990

[7] Liturgia de la Horas, IV, pags. 1370-1373 (Libro 2,23,1.3.5.8.10: SCh 139,330-340).

[8]Liturgia de la Horas, IV, pp.408-410 (Oración 2: Revelationum S. Birgittae libri, 2, Roma 1628).

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