SACERDOS I. APUNTES DE ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL. TENTACIONES Y RETOS ACTUALES DEL SACERDOTE

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

A Jesucristo Eucaristía, Sumo y Eterno sacerdote, Pan de vida eterna y Presencia de amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres, con amor extremo, hasta dar la vida; y a todos mis hermanos sacerdotes, presencias sacramentales de Cristo, en su mismo amor total y célibe a Dios y a los hombres, sus hermanos.

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

SACERDOS/1º

APUNTES DE ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL

TENTACIONES Y RETOS ACTUALES DEL SACERDOTE

EDIBESA

MADRID 2005

PRÓLOGO

Tienes, amigo lector, en tus manos un nuevo libro, ahora de espiritualidad sacerdotal, profundamente sincero, de un cura locamente enamorado de Jesucristo Sacerdote y ungido predicador, siempre que encuentra púlpito o tribuna, de la teología, la vida y el ministerio del presbítero.

Salido de la pluma, pero más manado del lagar de su corazón, este libro es obra de D. Gonzalo Aparicio Sánchez, cura diocesano de Plasencia, párroco y profesor. Verato él, es cura temperamental y enterizo, en estos tiempos recios de saludes débiles, titubeos y ambigüedades, lo que le vale algunos dolores de cabeza...

Tomado por el Espíritu desde hace años y loco de la Eucaristía y del Sacerdocio, éstas constituyen sus tres devociones mayores, su peso específico y su mejor credencial.

D. Gonzalo va siendo ya un autor prolífico y une a su vasta preparación teológica e intensa vida pastoral una profunda vida espiritual sustentada por la oración y la Eucaristía, principales manaderos de sus escritos.

El Padre José de Sigüenza, historiador de la Orden de San Jerónimo, a quien leía yo el pasado verano en Yuste, escribe del Padre Pedro de Valladolid o de “Cabañuelas”, ambos inmortalizados por Zurbarán en la sacristía de Guadalupe: “Tenía gran devoción con el Santísimo Misterio del Santo Sacramento, entendiendo que estaba allí una grande llave de todos los misterios de nuestra fe…” (Historia de la Orden de S. Jerónimo, libro 40, cap. III). Parafraseando a San Juan de Ávila, podemos decir que se aprende más de las rodillas que de los codos… Además de estas dos citas, como claves de la fina inspiración y fluida fecundidad del autor, yo sitúo esta obra entre el cenáculo u oratorio de S. Pedro, la parroquia del autor, y el CENÁCULO de Jesús: Eucaristía y Sacerdocio, Sacerdocio y Eucaristía son el ritonello de Gonzalo.

El materialismo y el secularismo nos han traído, una vez más, la muerte de Dios y la quiebra de la fe. Los mismos sacerdotes nos hemos visto envueltos en las tentaciones del relativismo y la indiferencia, perdiendo a veces la identidad y “los papeles”. Podemos caer, y, de hecho, caemos con frecuencia en una vida espiritual y apostólica mediocre y acomodaticia, falta de aliento y “parresía” pastoral, de escasa o nula fecundidad y origen de frustraciones.

La soledad afectiva del sacerdote es el enemigo mortal número uno, al que podrá hacer frente con unas relaciones de fraternidad y compañerismo sacerdotal sinceras, con el afecto y la amistad verdadera y limpia de sus hermanos laicos, y, sobre todo y antes que nada, con las relaciones personales de comunión y afecto con el Señor en la oración y en la Eucaristía diarias, primado absoluto, y horizonte y sentido único de su proexistencía.

A partir del Concilio Vaticano 11, se han escrito Encíclicas, Exhortaciones Apostólicas y otros documentos del Magisterio. Se han publicado libros innumerables y se han celebrado Simposios y Congresos sobre la vida y el ministerio de los presbíteros, pero vamos necesitando ya obras, como la que tienes en tus manos, menos solemnes y más cercanas, que, sin pretensiones de totalidad, se han forjado en la fragua doliente de un ministerio hoy dificil y de un sacerdocio seducente y adorado, para decirnos cosas concretas, que son el pan de cada día tuyo y mío.

Pienso que TENTACIONES Y RETOS DEL SACERDOTE MODERNO puede ser el libro que esperabas, que viene de la mano de un cura de a pie, como tú, y que puede proporcionarte alegría, discernimiento y esperanza. Para terminar, al autor, mi condiscípulo querido, Gonzalo, muchas gracias por la confianza de encomendarme este Prólogo, un muy apretado abrazo, mi felicitación más calurosa y ardiente deseo de que tu libro alcance un éxito total y el aplauso de todos.

                           Valerio Galayo

                           Delegado para el Clero, Plasencia

PRIMERA PARTE

TENTACIONES Y RETOS DEL SACERDOTE ACTUAL

1.- PRIMER RETO: UN MUNDO SIN MORAL

Reto o tentación; es que no sé cuál debiera ser la palabra más adecuada; porque depende de cómo se considere lo que el sacerdote tiene que hacer en determinadas circunstancias de su vida, cómo tiene que reaccionar y actuar, y desde dónde. Si hablo de realidades que están dentro de mí, como algunas de las que voy a decir, puedo considerarlas tentaciones, que debo superar. Reto parece más bien algo externo, distinto a mí; sería considerar determinados objetivos, que están fuera o dentro de mí, pero son distintos a mi “yo” y son como un desafío que se presentan en mi camino y debo superarlos, en una carrera de obstáculos y dificultades.

No debemos pensar que algunos de estos problemas o tentaciones actuales, como las he titulado, sean debidos a que el sacerdote de hoy esté mejor o peor formado que el de ayer, ni tampoco que sea menos virtuoso o menos luchador.

Lo que quiere expresar el título es que el sacerdote de hoy vive en un momento histórico, en el que cuesta vivir o se viven con mayor dificultad algunas partes tanto de su ser, como de su existir y actuar sacerdotal, por motivos ambientales y sociales del momento, que interpelan, incluso rechazan, la misma realidad sacerdotal, así como comportamientos morales antes valorados, incluso verdades y doctrinas del Evangelio, en otros tiempos admitidos sin discusión; son estas circunstancias constituidas por el relativismo absoluto, el secularismo dominante, el laicismo ateo, el rechazo de todo mandamiento u obligación moral, la pérdida de la castidad cristiana como virtud, el erotismo circundante, relaciones prematrimoniales, separaciones, divorcios exprés, abortos, eutanasia, uniones homosexuales y todo lo referente a la homosexualidad, violencia del género, que es sencillamente un eufemismo para no llamar a las cosas por su nombre: crímenes de esposos que matan a sus esposas, a veces con sus hijos y viceversa. ¡Vamos, ni los animales! En muchas cosas estamos ya por debajo de los animales.

Todo esto induce al sacerdote a pensar que vive en un mundo extraño; a no encontrar su sitio en el mundo, en la Iglesia y en sí

mismo, originándole desazón interna, inseguridades interiores y exteriores y decepción respecto a lo que es y a lo que hace y  tiene que predicar; en definitiva, que este no es el mundo que conoció en su niñez y juventud, al cual fue enviado y para el cual quiso ser sacerdote. Se siente extranjero en su propio país. Cloro que esto lo está diciendo un sacerdote de 82 años.

Está claro, pues, que el mundo actual nos presenta unos retos. Es esencial captarlos para poder hacer labor pastoral eficaz, sin equivocarnos. No basta trabajar, tratar al enfermo, hay que hacerlo acertadamente. Porque si no lo hacemos así, puede ocurrir que estemos tratando al enfermo, a nuestra parroquia enferma, a nuestro mundo enfermo, pero lo estemos haciendo mal, porque le estamos curando el mal de ojos, por ejemplo, y lo que tiene es cáncer de pulmón, que le está agotando y no le deja respirar o el corazón está infartado y débil.

Así que nuestro trabajo pastoral muchas veces, amén de agotador, resulta ineficaz: primero, por el ambiente que nos rodea y lo invade y lo domina todo; y segundo, porque estamos tratando al enfermo de un mal, que no es el verdadero y fundamental, sino tal vez efecto externo de un mal más profundo, que es el verdadero causante de la enfermedad. Y entonces, al no ver mejoría en el enfermo, quiero decir, no ver vida y hechos cristianos, ver que no cambia y no da testimonio con criterios y hechos evangélicos, nos desilusionamos y nos descorazonamos y viene el cansancio espiritual y pastoral, la rutina y la parálisis y la muerte pastoral de la parroquia.

Ante estas tentaciones y crisis, hay sacerdotes que se secularizan mental o espiritualmente, incluso realmente; otros ceden y abandonan la tarea encomendada por el sacramento del Orden sacerdotal, sustituyéndolas por otras más cercanas a una ONG que al carisma específico recibido; algunos las arrastran durante su vida, con pérdida de fuerza apostólica, verdaderamente eficaz y santificadora; otros viven un sacerdocio profesional de acciones de Cristo, pero sin el espíritu de Cristo; y la mayoría trata de superarlas con la mirada puesta en el Señor, haciendo lo que pueden, y lo que no pueden, tratan de comprarlo hecho, mediante la oración confiada y humilde y la paciencia, otro nombre de la esperanza típicamente cristiana, trabajando y esperando siempre en el Señor; pero verdaderamente en el Señor, no como otras veces, que decíamos esto, pero en el fondo confiábamos en lo nuestro y si esto no era como lo teníamos programado, perdíamos toda esperanza en el apostolado.

Ante esta crisis de ateísmo y secularismo circundante, la mirada principal se dirige a los Seminarios, donde tienen que formarse los futuros sacerdotes. Por falta de orientación y espiritualidad seria y verdadera a veces, en la que no fueron formados, entre otras causas, por carecer de formadores apropiados o de obispos que se preocupen como deben de lo más importante de la diócesis que es su Seminario, corremos el riesgo, en los tiempos en que estamos y próximos que vienen, de que venga una nueva oleada de secularizaciones en sacerdotes, especialmente jóvenes, porque no fueron formados en la vida según el Espíritu, en la oración y la vida de experiencia de Cristo para estos tiempos tan duros y difíciles de ateísmo, del “silencio y de la muerte de Dios”.

Tiempos difíciles para creer en la vivencia del celibato sacerdotal por parte de muchas ovejas que ni creen en Dios ni en el sacerdocio ni en la posibilidad de un amor total y exclusivo y esponsal a Él, amor perfecto y gratuito, como el de Cristo sacerdote, que no exigió jamás en su trato con la mujer, amor de esposa, esto es, recompensa de carne o cuerpo o materia.

Resulta paradójico que siendo habitual esta situación en el sacerdote moderno, sin embargo no hablemos casi nunca de ellas en nuestras reuniones pastorales y nos limitemos a programar acciones y más acciones externas sin entrar dentro del corazón de las mismas, del espíritu y motor apostólico, que es el amor total y exclusivo a Cristo, y del camino para conseguirlo, que es la oración permanente que nos lleve al amor permanente por la conversión permanente, toda la vida, hasta el encuentro definitivo. Así que seguimos igual y no avanzamos o avanzamos poco. ¡Pero cuántas y cuántas reuniones donde lo único que nos preocupa y de lo que hablamos son de acciones pastorales y jamás del espíritu de esas acciones, que es el Espíritu de Cristo! Y sin el Espíritu de Cristo no podemos hacer las acciones de Cristo, aunque estén programadas por nuestro Obispo o por el Papa.

Finalmente hay otra razón más poderosa y difícil que nos impide ver esta situación: y es que cada uno pensamos de las realidades apostólicas según el concepto de Iglesia que tenemos y queremos llevar a efecto en nuestra parroquia y en nuestra vida; pero cada uno tiene el concepto de Iglesia, según el concepto de Cristo y Evangelio que tiene; y como la teología ya la hemos olvidado, resulta que cada uno tiene el concepto de Jesucristo y su Evangelio según su vivencia personal; total que ya puede ser uno cardenal, obispo o simple párroco, cada uno termina teniendo el concepto de apostolado según su vivencia de Cristo y Evangelio y como esto es según su oración y santidad personal, total, que cada uno hace la pastoral que vive en Cristo y si no vive, pues hay acciones pero no de Cristo, porque nos falta su Espíritu, su Amor, que es Espíritu de Dios; no hay verdadera «encarnación» de su evangelio en nuestra vida pastoral, porque nos falta la potencia de su Espíritu, el Espíritu Santo, que obró su Encarnación en el seno de María. Y a veces vivimos y pensamos poco y oramos menos, por eso al enfermo, a la Iglesia, al mundo, cada uno lo ve desde su punto de vista, quiero decir, desde su vivencia personal de Cristo. Así que programas no faltan, pero...

Pidamos al Señor Jesucristo que nos envíe su Espíritu, que visite nuestras mentes, para que acertemos a ver las tentaciones y los males de nuestra sociedad, los retos de nuestro sacerdocio y apostolado y renueve los deseos de curarlos “en Espíritu y Verdad”, esto es, en fuego de Espíritu Santo y en la Verdad del Verbo de Dios; de trabajar “según el Espíritu”, pero el Espíritu Santo, no según el espíritu en letra minúscula, que es el nuestro, y encienda nuestros corazones, pobres corazones, que, por culpa de esos trombos de nuestras arterias debilitadas e infartadas a veces de vivencia de Cristo, de Espíritu de Fuego de Dios, de fe, esperanza y amor sobrenatural, no son capaces de llevar fuego divino al corazón propio y al de nuestros feligreses; pidámosle al Señor que nos envíe todos los días su Espíritu Santo de Luz y de Fuego, en los ratos de Eucaristía y oración personal, para que nos renueve en el amor y encienda en nosotros el deseo de curarnos y curar a todos, venciendo esas tentaciones con ilusión de misacantano, de sacerdote enamorado de Cristo y su misión.

Hay que invocar en estos tiempos continuamente al Espíritu Santo, que nos ungió sacramentalmente y nos hizo sacerdotes de Cristo, porque Él es la memoria que nos recuerda, especialmente en la Eucaristía, los dichos y hechos salvadores de Cristo, presencializándolos, para que, haciéndolos presentes y morando siempre en nosotros, sea “in labore, requies; in aestu, temperies; in fletu, solatium”: descanso en el trabajo, aire fresco en el calor del estío y desierto mundano y pasional, consuelo en nuestras penas. Sólo Él es el verdadero médico de nuestros males y de los del mundo: “lava quod est sordidum, riga quod est aridum, sana quod est saucium; flecte quod est rigidum, fove quod est frigidum, rege quod est devium...”: lava lo sucio, riega lo seco y árido, sana lo enfermo; doblega el ánimo rígido y erguido, calienta el corazón frío de amor, endereza lo que se ha desviado.

Vamos a intentar acercarnos a esta problemática, para ayudar en lo que se pueda, pero sabiendo ya desde el principio que, en definitiva, no nos salva ni la ciencia, ni la técnica, ni la misma Teología; sólo hay un Salvador: es Jesucristo, conocido y amado y seguido por la oración diaria meditativa y por la conversión permanente que debe acompañar siempre a la oración personal para la identificación total en Cristo, amándolo sobre todas la cosas, especialmente sobre nuestro yo egoísta y buscándose siempre, incluso en las cosas de Dios, en el apostolado.

2.- PRIMERA TENTACIÓN DEL SACERDOTE ACTUAL: DESCONFIANZA RESPECTO A LA EFICACIA DE SU TRABAJO PASTORAL

Lo primero que quiero decir es que, en el pasado, había sacerdotes en crisis, eran crisis personales, pero no había una crisis del sacerdocio en cuanto tal. Hoy hemos pasado de la crisis del sacerdote a la crisis del sacerdocio. Hemos pasado de la crisis personal a la crisis de la institución sacerdotal, del presbítero.

En España, hasta hace pocos años, y muchos de nosotros hemos sido testigos, el sacerdote tenía un “rol”, aceptado y admitido por toda la sociedad española, que era mayoritariamente cristiana o, por lo menos, respetaba lo cristiano: ser valedor y mediador entre Dios y los hombres, y en doble aspecto: social y religioso.

Todavía recuerdo haber ido a Organismos nacionales de Madrid o de Instituciones Provinciales, para resolver problemas de Ayuntamientos o personas de mis pueblos o instituciones privadas; era admitido y escuchado simplemente por ser sacerdote. Era tal el respeto y la veneración, que se nos abrían todas las puertas, y muchas veces, solucionábamos los problemas humanos y sociales del pueblo o de su gente. Por eso recurrían a nosotros.

Ahora no hay ningún sacerdote a quien se le ocurra ir a Madrid o a la capital de provincia ni siquiera a su Ayuntamiento, si es ciudad importante, para resolver nada de este tipo: primero, porque ya hay otras instituciones políticas que lo hacen; segundo, porque no sólo no es aceptado, sino ignorado y ridiculizado hasta en cometidos propiamente religiosos: fiestas religiosas que se han paganizado; procesiones de Semana Santa, que ya son más acontecimientos “culturales” que religiosos, como así se le denomina; muchas fiestas patronales, donde ya manda y organiza más el Ayuntamiento que el párroco... ¡lo que tienen que sufrir y tragar algunos sacerdotes! ¡Más de lo que quieren y debieran! Qué contraste con aquellos tiempos, porque yo llegué a conocer a algún sacerdote, que era el verdadero alcalde del pueblo en lo divino y humano. Y hasta cerraban salones y prohibían fiestas y no se entraba en la iglesia sin velos, y los hombres se tenían que poner en bancos separados de las mujeres... No lo hice nunca, porque no estaba de acuerdo, pero lo vi en alguna parroquia cercana a la mía, en S. Esteban, con D. Laureano de párroco.

Porque muchas fiestas, que empezaron y fueron durante años y siglos estrictamente religiosas y cristianas, hoy han pasado a ser fiestas de interés turístico o nacional, puramente folklóricas, “fiestas de interés turístico”, por orden y decreto del Ayuntamiento, o de la Junta, como con toda naturalidad las describen los mismos medios, que muchas veces, al hacerlo, se olvidan de la Iglesia y no mencionan ni al cura ni lo religioso.

Pues bien, toda esa influencia social del sacerdote ha desaparecido, en la mayoría de los casos, para bien; en otros, como el enumerado últimamente, para mal; quedamos reducidos al papel de una ONG, que sirve al sentimiento religioso vago y generalizado, donde lo específicamente cristiano no aparece ni se celebra muchas veces, aunque se trate de los misterios más exclusivamente nuestros, pero que, al no haber ya una fe popular y ambiental sana, se las considera puramente sociales o culturales; se han paganizado y olvidado su origen religioso, tanto en Semana Santa, como en otras fiestas patronales de los pueblos que tienen por objeto celebrar estos misterios.

De esta forma, el sacerdocio cristiano y lo que representa ha perdido su contenido, su rol, su misión, su autoridad pertinente. Y ahora son más importantes los cohetes y las verbenas que se organizan o el pregonero de turno de la fiesta que se celebra o el cantante que viene para amenizar las fiestas, que tuvieron un origen típicamente cristiano, pero que ahora no aparece y ha quedado reducida a lo profano, a fiesta «cultural» o de «interés turístico».

Estos modos y maneras anteriores, a veces no estrictamente sacerdotales ni apostólicos, hicieron, sin embargo, que el sacerdocio y gremio clerical se sintiese valorado por el pueblo y por nuestras mismas familias, porque les daba poder humano y divino ante las gentes, aumentaban las vocaciones en las familias, y era interesante para muchos de nosotros, que nos sentíamos protagonistas en medio del pueblo y de los nuestros. Ahora, en cambio, no lo somos muchas veces ni en lo nuestro. Por eso también han descendido las vocaciones y no son valoradas por los padres y madres cristianas. El sacerdocio ha perdido poder y estima social.

No digamos nada si a todo esto añadimos las ayudas económicas que prestábamos en tiempos de hambre o necesidades y me estoy refiriendo hasta los años setenta y tantos... “la Ayuda Social Americana”... Entre mis libros aparecen a veces esos “vales”, que utilizábamos para poner los alimentos que dábamos a una familia, y que como eran tipo ficha, yo los empleaba para anotar las ideas de la homilía pertinente. La sociedad ya no recurre a nosotros para esos problemas. Siempre debió ser así, porque no era lo nuestro. Pero fue. Y ahora con las bodas civiles y algún intento de primera comunión civil no recurren a nosotros ni para lo nuestro. Ya no somos imprescindibles para un pueblo que no cree o va perdiendo la fe.

Y repetiré una y mil veces que yo no me he ordenado sacerdote, mejor, no me impusieron las manos para hacer obras de caridad, ni dar de comer ni hacer hospitales, ni asilos, ni repartir pan o medicinas; si hay que hacerlo, lo hago, pero no es eso para lo que me ordenaron ni me impusieron las manos. Debo trabajar para que nadie pase hambre, pero no es lo mío sacerdotal; debo preocuparme de que el hermano necesitado tenga ayuda, alguien cuide a los enfermos, pero yo no fui ordenado sacerdote para eso; lo fui esencialmente para la Eucaristía, la Palabra, la Guía del Pueblo de Dios, y si en ocasiones hay que organizar acciones caritativas y echar una mano, lo hago, pero no es la misión propia para la que Dios me llamó al sacerdocio.

Hay que tener mucho cuidado con desviaciones de los ministerios propiamente sacerdotales, que llevan directamente a Dios y lo sobrenatural, a no ser que uno reciba del Señor un carisma o vocación o gracia personal especial sustituyéndolos por otros servicios a veces más apreciados por las mismas gentes religiosas y no religiosas, por necesitarlos materialmente y que hacen que muchos curas seamos valorados, pero no por lo propiamente sacerdotal, sino por otras dimensiones, que, a veces, abarcan la mayor parte de nuestro apostolado.

El cura no es el asistente social del pueblo, empeñado en problemas puramente humanos y temporales de nuestra gente, con detrimento y olvido de la misión ministerial de la Palabra y Eucaristía y Salvación eterna y trascendente. Repito: hay que luchar por mandato de Cristo para que se hagan, y si hay que hacerlos, porque otros, que deben hacerlos, no los hacen, lo hacemos; pero no es mi cometido ministerial; y para eso, nada mejor que repasar la Oración que reza el Obispo para ordenarme sacerdote, que analizaré en otro libro, y que marcó todo mi ser y existir sacerdotal.

Mi misión es procurar de palabra y de acción que la caridad llegue a todos, pero la Caridad de Cristo, el amor de Cristo, el que lo conozcan y le sigamos, y desde ahí, todo lo demás. El corazón de mi mensaje será siempre Cristo, la filiación divina, la gracia y salvación eterna y trascendente para la cual vino y se encarnó; también curó enfermos, dio de comer a los hambrientos, pero no se encarnó para esto, no dio de comer a todos ni todos los días, ni la dimensión puramente humana fue la razón de su venida, sino aceptar y asumir todo lo humano para hacerlo divino, trascendente, hacernos hijos amados del Padre, y desde ahí y por eso, ayudar a los hombres en todo, pero mirando siempre lo trascendente y eterno y definitivo. ¿Cómo salvar al hombre si no lo redimo de su ignorancia y pobreza sobrenatural? Ese es el origen y el fin de mi sacerdocio, que es hacer presente a Cristo y su evangelio y salvación.

Sí, si yo se lo que vas a decir: “Ven, bendito de mi Padre porque tuve hambre y me diste de comer… desnudo… Es que el amor a Dios siempre lleva consigo el amor a sus hijos los hombres incluso en bienes de la tierra, pero el sacerdocio pertenece principalmente a los bienes eternos del cielo:  “ los llamó para que estuvieran con Él y enviarlo a predicar… os haré pescadores de hombres…”.

3.- RETO Y TENTACIÓN: IGLESIAS, VACÍAS.

¿Habéis pensado por qué muchos millones de españoles se han alejado de la Iglesia en estos tiempos modernos? Por muchas razones ciertamente. Pero para mí, una de las más importantes es que la Iglesia no tiene ese poder económico, esa influencia social, esa posibilidad de hablar con los jefes de la economía o incluso influir en su nombramiento, como tenía antes; y al no tenerlo, ya no les interesa una Iglesia pobre, sin poder; y se han ido, se han alejado, pero no de la fe, en el fondo no la tenían, sino de la “insignificancia” de lo religioso, que antes tanto significaba en lo humano, social y económico.

Ahora la gente va a otros sitios, a otros centros de poder social y político, de poder económico, que eso es en el fondo en su mayor parte la política o a eso la reducen, y eso está hoy acaparado por el poder político y económico, que son los que acaparan también los medios de comunicación, los que suben todos los días a los púlpitos de las televisiones, las radios, los periódicos, internet, etc... y predican y convencen a las gentes que les escuchan sin el mínimo sentido cristiano y nos llevan a los divorcios exprés, a las separaciones y divorcios, a la uniones homosexuales y de todo tipo, que yo ya ni entiendo, porque eso es lo que sale en la tele y en las películas; incluso nos llevan a la “violencia del género”, que es un eufemismo para no decir claramente que hemos llegado a que esposos maten a sus esposas, a veces con los hijos, y, pásmate, a esposas que hacen lo mismo con sus esposos y padres con sus hijos... ¡Ni los animales! Es decir, que la Iglesia, Dios mismo, se ha quedado sin poder moral, porque ahora son los políticos los que deciden lo que está bien y lo que está mal, mejor dicho, “lo políticamente correcto”.

Y que actualmente, la Iglesia y los valores que predica no existen; porque hoy sólo existe la tele y los “guassd” y demás medios modernos, lo que sale y se anuncia en ellos y  en la tele; si algo no sale o no se anuncia, no existe, no se compra; de ahí los millones y millones de gastos por la propaganda. Ahora bien, la Iglesia no sale en la tele, no se anuncia, no predica su doctrina, luego no existe o vale poco y por esto de ella no se habla en la calle y con los amigos, no se hace propaganda; total, que el cristianismo, la moral católica, la familia cristiana, el amor exclusivo y para siempre del matrimonio no existe.

Consecuencia: antes, mucha gente, sin ser nosotros conscientes ni ellos, iban al sacerdote, a la Iglesia más por lo que podían conseguir de ella y por medio de ella, que por Cristo y por potenciar su fe y su vida en Él; como ahora la parroquia no tiene ese poder influyente en lo económico y social, porque se lo ha llevado todo la política, pues allí va la gente, demostrándose así que muchos de nuestros feligreses venían a la parroquia más por las ventajas materiales y de enchufes que pudieran conseguir, que por la fe y la necesidad de vivir la vida cristiana, la vida de gracia y amor a Dios. He dicho muchos, pero no todos, porque ahora tenemos un resto de Yahvé más cristiano que aquellos.

¿Que esto no es verdad? ¿Que a ti no te parece que esta sea una de las causas principales del entusiasmo religioso de otros tiempos y de la ausencia actual de muchos bautizados en nuestras iglesias? Hagamos una prueba: Imagínate por un momento que la Iglesia volviera a tener aquel poder de antes; ya verías cómo empezaban a llenarse otra vez nuestros templos, a saludar, visitar y simpatizar con el párroco para pedirle favores, enchufes, colocaciones de los hijos... y no como ahora, que te has esforzado en hacer una boda que te cogía en vacaciones, o un bautizo en días no designados... etc. y, al día siguiente, ni te saludan.

Es muy importante reflexionar y meditar sobre esto, sobre los deseos materiales de ahora y de siempre del hombre, sobre la tentación del demonio al mismo Cristo: “haz que estas piedras se conviertan en pan”, del deseo y tentación permanente del hombre de querer reducirlo todo, hasta lo sagrado y religioso, a éxito y poder temporal.

«Es que mi hija murió, es que Dios no me solucionó el problema que le encomendé, es que mi padre se separó, es que mi hijo está enfermo o no aprueba la oposición o no encuentra trabajo...» y le echan la culpa a Dios y muchos se han alejado de la Iglesia y de la fe por estos motivos también; y por esto, mucha gente ha dejado de rezar y creer y venir a la iglesia, porque ellos sólo quieren un Dios que les favorezca y esté a su disposición, que convierta las piedras en pan, en éxitos temporales, como la imagen de San Judas en algunos templos, que es más visitada que el mismo Cristo en el Sagrario. ¿Por qué San Judas y algunos santos tienen tanto éxito y son tan visitados? ¿Porque su ejemplo y su culto y veneración les ayuda a los devotos a ser mejores cristianos, a cumplir mejor los mandamientos de Dios, a ser apóstoles de Cristo? ¡Ni hablar! Con todo mi respeto, pero con toda verdad, porque le van a salir bien todos sus asuntos materiales, es decir, por el egoísmo innato, que nos arrastra a todos y a algunos les lleva a la superstición, porque buscamos ordinariamente más los bienes de la tierra más que los espirituales, los del cielo.

Ésta es una de las razones por las que los políticos no quieren que la Iglesia tenga ni poder moral, social, ni caritativo... por eso la silencian totalmente en los medios y la persiguen y quieren suplantarla y considerarla como una ONG más, y para matrimonios y bautizos y primeras comuniones ya están las civiles de algunos ayuntamientos y para caridad, que siempre ha sido nota importante y especifica de la Iglesia, ahora está la Cruz Roja y las ONG.

Y no digamos otra faceta más de los medios de comunicación, que nos ridiculizan a cada paso y te ponen como modelo muchas veces de servicios sociales y humanos a las ONG de turno, verdaderos negocios a veces, como está escrito y demostrado, y silencian en los mismos lugares de pobreza o cataclismos a nuestras Misiones, la obra religiosa, caritativa y social y humana y divina más impresionante del mundo, con hombres y mujeres religiosos entregados de por vida a estar con los más pobres y necesitados, sin recompensa económica y humana y social de ningún tipo; verdadera presencia de Cristo entre los más pobres de los pobres.

Menos mal que, a veces, hasta los periodistas ateos, como uno que recuerdo ahora, y que así se declaró por la televisión, manifestó su asombro, en un reportaje de calamidades de un país africano, por lo que hacían los misioneros y misioneras y cómo morían allí después de 40 y 50 años de vivir olvidados, sin haber vuelto a la patria.

Tenemos que reconocer con tristeza y verdad, que hasta hace unos años, no todos los españoles iban por Cristo a la Iglesia; no recibían los sacramentos desde la fe, no se acercaban a Dios por ser Dios, sino por los beneficios que podían recibir de Él o de su Iglesia y de sus sacerdotes. Cosa que ahora no ocurre, porque el que no tiene fe, abiertamente lo dice y no va y nadie le dice nada ni se lo echa en cara, porque son muchos, son millones, no como antes, que iba todo el pueblo y se contaba con los dedos de la mano los que no iban.

En cuanto la Iglesia perdió este poder, miles de jóvenes y matrimonios se han ido a donde están las ganancias posibles. Y ésta es una de las razones principales por las que no vienen ya a nuestras iglesias ni llenan nuestros templos y las misas están más vacías y se han hecho ateos. Un Dios que no les hace más ricos, sanos, poderosos... no les sirve. Además, “yo hago lo que me apetece”, éste es su lema y su grito de libertad, mejor dicho, su grito de acción y vida en todo y sin Dios; decir o pronunciar Dios, es decir, mandamientos: el sexto, el noveno y el primero y todos los demás... es obedecer; solución: no creo, soy ateo y no tengo que obedecer ni dar cuentas a nadie. El ateísmo no es como el de nuestros tiempos jóvenes; discutíamos con los estudiantes con razones filosóficas y nosotros argüíamos con las “vías de Santo Tomás”. Ahora ni un sólo argumento filosófico o científico, ahora no se piensa ni estudia en los libros; ahora se «vive» sólo el tiempo presente y lo más cómoda y placenteramente posible: “yo hago lo que me apetece”: regla suprema de vida y de moral. Y Dios no me apetece porque entonces no puedo hacer lo que me apetece y en el horizonte veo sus mandamientos.

Y repito: si la Iglesia volviera a tener poder social, económico y hasta político como entonces, que nunca debió tenerlo ni dejarse seducir por ellos, como en otros tiempos los tuvieron hasta los Papas, en épocas determinadas de la Historia; repito, que, como ahora pudiéramos otra vez colocar y enchufar a la gente como antes ante los poderes económicos, sociales, y necesitasen de los informes de los sacerdotes para muchas profesiones y colocaciones y puestos de trabajo como en aquellos tiempos ¡cuántos informes me tocó hacer para enchufar a la gente! Repito e insisto en decir y afirmar que las Iglesias otra vez volverían a estar llenas. Haced la prueba mentalmente. Y fijaos en situaciones de iglesia parecidas a la nuestra de hace años, en países de América Latina, África, Oceanía... el mismo poder de los muljaindines musulmanes... es lo mismo de la Iglesia de siglos atrás, cuando tuvo estos poderes, y los Papas eran reyes.

Y esto mismo, pero de otra forma, es lo que en el fondo está presente en la vida y apostolado de algunos sacerdotes, que al no tener un amor, una experiencia personal de Cristo y de la eternidad que Cristo nos ganó, sentida y vivida y experimentada personalmente, viven mirando más lo humano que lo divino que nos trajo, más lo presente que la salvación eterna, por la cual se encarnó; se valora más lo humano que lo divino, lo puramente material que lo espiritual, porque esto es lo que más valora, aprecia y busca la gente. Y si el sacerdote no está apercibido y no vive lo trascendente, se queda sin el sentido de su sacerdocio, de los valores eternos, sin la exclusividad de cielo y del Dios que nos espera, como valor supremo de la vida y existencia humana. Y no sólo en los de abajo, sino quizás en escalas más altas al mero párroco. Sobre todo en teólogos de la liberación y de la modernidad de aquellos años. Mucho laicismo, trabajo del hombre para el hombre, porque eso es lo que la gente busca.

Por ejemplo, si las Cajas de Ahorro, muchas de ellas fundadas por Obispos o Instituciones religiosas de tiempos pasados, como obras sociales y caritativas, volvieran otra vez a estar bajo el mando de la Iglesia... ya veríamos tratar con más respeto a la Iglesia y tratar con más consideración a los sacerdotes y procurar su afecto para luego colocarse o colocar a sus hijos o nietos, para sacar préstamos...etc. como pasaba en aquellos tiempos que yo conocí y viví hasta los años 1980 más o menos en España

4.-  EL SACERDOTE SE HA QUEDADO SIN ROL  EN LA CULTURA DE LA “POSMODERNIDAD” Y DE LA “MUERTE DE DIOS”  

Y de esta pérdida del poder social de la Iglesia, por estos motivos de interés material, pasamos ahora a enumerar otros motivos de contenido intelectual. Con la “muerte de Dios” en el modernismo y postmodernismo, con su ateísmo materialista, ideológico y existencial, por el laicismo reinante que confunde laico con laicismo ateo, el sacerdote se ha quedado sin sitio, sin rol, sin trabajo ni oficio, sin papel.

Si Dios no existe, para qué sacerdotes que nos hablen en nombre de Él y nos impongan normas de comportamiento que nos impidan dar rienda suelta a nuestros sentidos y apetencias.

Por esta causa también, el prestigio y la autoridad de que gozaba el sacerdote, en el ámbito de la comunidad humana, ha desaparecido, porque ha desaparecido su función: la gente no necesita de Dios, ni de su gracia y menos de sus leyes y de su perdón, porque al no creer en Dios, no pecan, no tienen que dar cuenta a nadie; aunque a mí me gusta decirlo al revés: como quieren vivir a sus anchas, no quieren que haya mandamientos de Dios ni juicio ni infierno ni gloria, matan a Dios, afirmando que Dios no existe, tratando de justificarse y no tener que dar a nadie cuenta de su vida; Dios no existe, no existe juicio e infierno, y así podemos vivir tranquilos, no sé si también morir tranquilos, porque mi experiencia en algunos casos ha sido contraria.

No creyendo, me evito complicaciones y que me señalen con el dedo; así no hay que obedecer los mandatos de Dios, ni siquiera cumplir con lo que llamábamos ley natural; ahora cada uno hace lo que le apetece y la sociedad se lo autoriza, bajo el pretexto de libertad y políticamente “correcto”. Éste es el grito y la consigna de los jóvenes actuales, en general: “Yo hago lo que me apetece”. Y eso es libertad y autonomía y dominio de mi persona y mis territorios. Y si Dios se opone, no quiero Dios, ni Iglesia, ni curas.

En esta situación, el sacerdote no sabe qué ofrecerle, y corre el peligro de acomodarse a los valores intramundanos, renunciando a la esencia de su trabajo pastoral de eternidad, de vida más allá de esta vida, de trascendencia, de encuentro eterno con Dios, sustituyéndolo por trabajos culturales, sociales, caritativos... para ser así valorado por el pueblo.

Es el peligro de convertir la Iglesia en una ONG caritativa, social y humanitaria, para ser valorados por la gente, que, al no valorar la fe y tal vez no tener la verdadera, porque a nosotros nos da miedo predicarla y se hace uno antipático si predica el evangelio auténtico y exigente, a Cristo que me exige dejarlo todo por seguirlo, que termina en una cruz, por predicar lo que predicaba, ocurre que por todo esto, la gente no tiene o no vive la fe verdadera y el sacerdote tiene a veces la impresión de vivir en una sociedad o país extranjero, como si no estuviéramos ya realmente en un país creyente y cristiano.

Consecuentemente sufrimos la tentación de querer convertirlo todo en panes. Cristo lo dijo bien claro: “No he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y ésta es la voluntad del que me ha enviado, que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día”. Si la Iglesia, si los curas no hablan más claro de un Dios personal y viviente, de la vida con Él que es eternidad y vida más allá de esta vida y cuyo camino es el cumplimiento de los mandamientos de Dios; si la Iglesia no dice abiertamente que es y para qué existe, para qué la instituyó Cristo, pregunto: ¿dónde queda el proyecto del Padre sobre el hombre? Ésta no es la Iglesia de Cristo.

El desarrollo de la técnica y del consumismo ha metido dentro de nosotros una forma de pensar y actuar que mira sólo al rendimiento, a la productividad, a la eficacia, especialmente eficacia gratificante para el individuo; no interesa nada lo que mi acción pueda ser en relación con la realización integral y completa del hombre, del sentido último de mi vida; además sólo me interesa el presente, lo otro, el final del hombre, de la existencia, es algo que no puedo saber y por eso no me interesa. El hombre moderno se encoge de hombros sobre el sentido de su vida: ¿de dónde vengo, a dónde voy, para qué existo? Ante cualquier planteamiento sobre el destino del mundo, sobre la relación con Dios, el hombre moderno no entiende, no responde, porque eso no tiene utilidad inmediata y práctica, pragmática.

Mientras tanto, la vida se va vaciando de su verdadero contenido interior, trascendente. El hombre moderno se queda sin metas ni referencias. Los valores humanos son sustituidos por los intereses superficiales de cada cual. A la información televisiva se le llama cultura. El cine es la biblioteca actual y salón de lectura permanente. En los medios te citan más las películas que los libros. La religión ha pasado de ser interior y determinante del hombre y su destino, a ser puro dato cultural. De hecho ni los mismos sacramentos como el bautismo, la confirmación o la Eucaristía se dan correctamente muchas veces como compromisos de vida presente y futura.

Los resultados son deplorables. El hombre moderno es cada vez más indiferente a lo verdaderamente importante de su vida, a lo trascendente. No le interesan los grandes temas de su existencia: ¿por qué existe, para qué existe, cual es el sentido último de su existencia? No tiene por tanto certezas firmes y convicciones profundas. Poco a poco se va convirtiendo en un ser trivial y ligero, cargado de tópicos televisivos, incapaz de pensar e interiorizar sobre sí mismo y su vida. Sólo le interesa lo presente; y de lo presente, sólo lo que agrada, lo que se puede ver y tocar, lo placentero, lo que le da placer al consumirlo, el consumismo, sacarle jugo a la vida. El joven moderno es el hombre del Mòvil y de los Tuwiter, Google, Guasad…etc.

Para eso ha quitado todas las prohibiciones y vallas; es bueno lo que le gusta, y malo lo que le disgusta. Eso es todo. Y no hay objetivos superiores, ni valores espirituales ni morales, ni personales ni familiares, ni célibes ni matrimoniales, miles de separaciones, primeras comuniones y últimas, poquísimas Confirmaciones. Y si al asumir ciertos cargos públicos se compromete con ellos, es pura palabrería, como vemos en la mayoría de los políticos del mundo, porque falta el convencimiento superior, la razón superior, el valor Dios, para cumplirlos. Porque si aún con el valor Dios cuesta a veces, qué será sin Él. Hoy, el valor supremo es pasarlo bien en la vida, sea como sea; y no hay mayor valor que éste ni nada ni nadie más importante. Y si para esto tengo que romper mi matrimonio y perder o hacer sufrir a mis hijos, no me importa, me voy con la que me place.

Esta situación de la sociedad es el motivo de que parte del clero se sienta tentado de abandonar su ministerio propiamente sacerdotal, los apostolados propiamente “religiosos”, su dimensión de relación con Dios y salvación trascendente, que nos relacionan y nos unen directamente con Dios y sustituirlos por actividades paralelas. O de hacer lo sagrado de la forma menos comprometida y más agradable a la feligresía: nada de predicar las partes exigentes del Evangelio, para que la gente entienda y lo pase bien en la Iglesia todo es un juego, como ahora se enseña a los niños en las escuelas con ordenadores y la tele, Guasad…etc, todo se aprende con juegos, nada de pensar y reflexionar, todo es imagen: celebraciones comunitarias de la penitencia, nada de privadas que son más antipáticas y me da reparos; misas donde se lean artículos de periódico en lugar de la Palabra de Dios, ofrendas y más ofrendas explicadas y simbolizadas y hechas de “mimos”, a los que se le da más importancia que a la consagración de la misa...

Lo que diga la Liturgia, la gloria y el honor de Dios no importa, se da por supuesto; lo importante es que la gente no se aburra y se lo pase bien. Así que se lo pasan bien pero no dan gloria a Dios ni se santifican y siempre están igual y peor, hasta que dejan todo.

Es lo mismo que pasa con los grupos apostólicos de jóvenes y adultos; empiezas a ser “comprensivo” con ellos, empiezas a rebajar las exigencias y termina desapareciendo el grupo, porque ha perdido la razón de estar reunidos en nombre de Cristo, ya que ha sido previamente abandonado por el grupo en sus exigencias personales y evangélicas; y como ya no estamos “reunidos dos o más en su nombre” se acabó el grupo cristiano, no nos queremos y nos aburrimos, porque fueron perdiendo las fuerzas para reunirse, amarse y perdonarse. Dejaron de estar “dos o más reunidos en mi nombre”.

Por eso, hoy, en las mismas actividades apostólicas con niños, jóvenes, Confirmación, matrimonios... muchas veces no se ora en sus reuniones ni se habla de Cristo, de castidad, de gracia, ni de conversión, ni de salvación o condenación, ni de Eucaristía; en Confirmación, según los catequistas, todo esto es muy elevado, o no engancha con la juventud; así que hay que hablar de relaciones chicos-chicas, marginación, la pobreza en el mundo, ecología; y Cristo no interesa. Sé de chicos que dijeron no creer en Cristo, la catequista en persona me lo dijo, y fueron confirmados.

Los retiros espirituales y acampadas de oración de antes se sustituyen por “camping” o campamentos ecológicos, de defensa de la naturaleza, campamentos naturales, nada de sobrenaturales o para lo sobrenatural, todo es defensa del medio ambiente, de los animales, de las plantas... convivencias puramente festivas de mimos y teatros, donde la Eucaristía diaria no aparece, la oración y el silencio es sustituido por otras actividades o representaciones, y así todo lo demás; y en definitiva todo esto, simplemente por la terrible dificultad que encuentra hoy en la sociedad la penetración del Evangelio y la vida de gracia y santificación, el cumplimiento de los mandamientos. Queremos un Cristianismo que se pueda “consumir”, consumista, que me agrade; nada de predicar lo que Cristo predicó: agrade o no agrade a la comodidad o el instinto.

Los valores esenciales de la religión cristiana han perdido su fuerza en razón del consumismo, naturalismo y materialismo reinantes, seguidos con fervor religioso por parte de una sociedad que va descristianizándose y ante los cuales, el sacerdote, que no tenga vivencia personal de Dios, de la gracia, de la Eucaristía, de Cristo, se encuentra solo y desamparado.

Hoy, el sacerdote se encuentra “insignificante”, porque no tiene el apoyo ni es valorado por esta misma sociedad, que antes creía y necesitaba de su ministerio tanto social como religioso; como consecuencia, esto hace que haya cogido desprevenido a muchos sacerdotes, que vivían de una fe heredada de sus padres y apoyada en sus gentes, pueblo, formadores; si de esta fe heredada, no llegaron a una personal y directa en Cristo, por medio de una vivencia “en Espíritu y Verdad” en el ejercicio de su oración personal y participación eucarística, porque se quedó en ritual, y no llegaron a la “verdad completa” de los Apóstoles en Pentecostés, y de tantos sacerdotes santos y santas actuales, canonizados o no, estos sacerdotes van a sufrir y lo van a pasar mal, si no vuelven a la oración personal como los Apóstoles.

Ellos se reunieron “con Maria, la madre de Jesús”, y su Hijo resucitado le envió el Espíritu Santo prometido; Cristo les había dicho: “Me voy y vuelvo a vosotros”, pero volvió hecho amor ardiente; volvió el mismo Cristo Resucitado pero hecho fuego de Espíritu Santo, que es su Espíritu de Amor ardiente y eterno al Padre y del Padre al Hijo; volvió hecho llama de amor viva y lo sintieron y lo vivieron y ya lo comprendieron todo y entendieron lo que Cristo les había predicado hasta entonces, pero cada uno lo entendía a su modo; ahora lo entendieron todos igual y al mismo Cristo, porque no fueron sus ojos o su inteligencia las que comprendieron o le vieron, sino su corazón, le conocieron por Amor de Espíritu Santo, y el amor conoce fundiéndose en una realidad en llamas con el objeto amado, como las madres a los hijos... y desaparecieron los miedos y las dudas para siempre, porque su fe y su amor no se apoyaba ni en los milagros ni en lo visto y oído, en lo que tenían dentro del alma por la vivencia y experiencia directa y personal de la persona amada. Ésta es la razón definitiva del amor célibe, del celibato. No compartir el corazón esponsal con nadie.

Sin ser conscientes, muchos cristianos y sacerdotes, para creer y vivir la fe y vida cristiana, para vivir el ministerio sacerdotal, nos apoyábamos antes más en el ambiente cristiano, en que todos creían, en que todos recibían los sacramentos y respetaban al cura y no había dudas ni problemas sobre la fe y el ministerio sacerdotal, nos apoyábamos más en esto que en la propia vivencia personal; no la necesitábamos, nos bastaba ver el fruto del apostolado, la fe de la gente.

Cuando esto desaparece, el que no tenga fe personalmente adquirida y vivencial de su ser sacerdotal en Cristo, al no haber pasado de una fe heredada o apoyada principalmente en estos motivos humanos o puramente teológicos, a una fe personal y experiencia de Dios, por las noches de fe, esperanza y amor sobrenaturales, con que Dios somete a los suyos para prepararlos para este encuentro, como podemos ver en la vida de todos los que han llegado a esta fe vivencial en Dios, resulta que el sacerdote moderno se encuentra sin apoyos externos y como los internos tampoco los tiene, se encuentra solo, desorientado, con dudas sobre su ser y existir sacerdotal, por carencia de vivencia personal de lo que predica y celebra, acentuado, como repito, por la falta también de respuesta y apoyo humano y moral de la gente que le escuchaba o valoraba en el ejercicio natural de su ministerio. Si todo el exterior falla, si los demás le ignoran, le “ningunean”, si él no tiene vivencia de fe personal y no tiene vida de oración verdadera, encuentra una dificultad muy grande para explicarse a sí mismo su sacerdocio, su existencia sacerdotal y su ministerio, y corre el peligro de sustituir el sacerdocio de Cristo, por otros sacerdocios, quizás más valorados por la gente no bien formadas cristianamente.

En relación con todo esto que estoy diciendo y unido a ello, nos encontramos además y particularmente con el mundo joven y su libertad sexual sin relación ninguna a norma o moral cristiana. Y con estos jóvenes tenemos que trabajar, y a estos confirmamos y estos jóvenes se casan en la iglesia, aunque dudo que sea por la Iglesia, en Cristo . Sobre este ambiente no cristiano, que hoy nos invade a todos, especialmente a la juventud, he leído:

“Hay que añadir que esta exuberancia de vida instintiva —el triunfo del “pathos” sobre el “logos”— lleva también consigo el gusto por la sensación. En la medida en que disminuye la capacidad de pensar, aumenta la necesidad de verlo todo y de tocarlo todo y de probarlo todo. Los modernos medios de expresión audiovisual están incapacitando a las nuevas generaciones para tener ideas abstractas y, en consecuencia, para pensar”.

“El gusto por la sensación que caracteriza a la juventud de hoy, prisionera por otra parte de una sociedad que saca partido excitando la instintividad del hombre, significa un debilitamiento de las defensas naturales del hombre”.

“Los jóvenes de nuestro tiempo son especialmente débiles en materia de castidad. El hecho de que las nuevas generaciones vivan la sexualidad como algo “in-significante” o como pura “diversión” tiene secuelas muy serias. Lo estamos viendo todos los días”.

“A la extrema libertad de movimientos de que goza, por la dejación de los padres, la gente joven, se añade el hecho de que vive sumergida en un mundo que en que el erotismo, a través de los modernos medios de difusión, es un instrumento económicamente rentable”.

“Y otro detalle que hay que tener muy presente a la hora de calibrar las consecuencias de esta explotación de los sentidos: se está diluyendo el concepto de obligación moral. Al  principio general de que tengo que hacer algo por obligación, me guste o no me guste, las nuevas generaciones responden: lo hago si me apetece y no lo hago si no me apetece. Así de claro. La obligación moral brilla por su ausencia. En definitiva, “anomía” a “troche y moche”1.

5.- MÁS RETOS DEL SACERDOTE EN EL MUNDO ACTUAL

Estos son otros retos importantes que se le presentan al sacerdote en el mundo actual.

 

5. 1º.-  LOS TIEMPOS ACTUALES EXIGEN AL SACERDOTE UNA FE MUY VIVA Y PERSONAL.

Hoy no basta ni sirve una fe puramente heredada o un  amor ordinario a Cristo; hoy, la fe y el amor tienen que ser trabajados en oración y conversión permanente.Todos percibimos, aunque sea de manera muy genérica, que algo está cambiando profundamente en la conciencia religiosa de nuestra sociedad; en el mundo cristiano español hay separaciones, divorcios, abortos, eutanasia, uniones homosexuales, violencia del género, que es un eufemismo de los políticos actuales para no llamar a las cosas por su nombre, como es el matar un esposo a su esposa o viceversa, y más grave, matar a la esposa y madre con los hijos, y cosa inaudita, matar la esposa y madre a sus hijos juntamente con su esposo...

Cuando una persona mata a su propio hijo en su vientre o fuera, no esperemos que ame luego a su padre, al vecino o a quien sea: se ha odiado a sí misma, ha matado el fruto de su vientre, el fruto de su amor, ha matado el amor, su corazón, su hijo. Por esta razón, hay que cambiar ya muchas frases que antes eran proverbiales y aceptadas por todos: “No hay nada comparado con el amor de una madre”.

Ahora las madres, algunas, matan a sus hijos, cosa que no hacen ni los mismos animales; luego empezamos a estar por debajo de los animales y del instinto natural en muchas cosas, ¿y dónde ponemos ya el límite?; pero es que, aunque yo no aborte, es posible que muchos que se llaman cristianos, pero que no lo son, porque no obedecen a Dios que manda no matar, sino que obedecen a los hombres y a la política antes que a Dios, con su voto, con su no rechazar totalmente la mentalidad abortista y sus leyes reinantes, con su voto favorable o su cooperación médica o social de todo tipo, han dicho sí al aborto, y de esta forma no piensan como Dios, ni como Cristo, ni como la Iglesia y no pueden ser cristianos, si permanecen en su pecado, aunque sigan bautizando a sus hijos y pidiendo primeras comuniones..., etc.

Si ven bien y aprueban con su voto y cooperan a que una madre mate a su hijo, de cualquier modo que sea, ya me dirás luego qué no verá bien esta gente, qué límites tendrá su moral. Porque a mí que no me vengan con cuentos; si ven bien el aborto, luego defenderán la eutanasia, manipulación de embriones, las uniones homosexuales y cosas del género... ¿Dónde está el límite? ¿Dónde está la Ley suprema? En ningún sitio, porque en esos niveles de comportamientos Dios no existe.

La vida ya nos es sagrada desde que aparece en la fecundación hasta que muere; y si no hay límite para quitar la vida en el aborto o para ayudar a otros a matarse en la eutanasia, tampoco tiene mucha importancia matar por otros motivos, aunque sea por odio, por dinero, ofensa, porque la vida ha dejado de ser ya sagrada, intocable; ¿qué nos queda? ¿Nos vamos a preocupar de los demás, de la religión, de Dios...? ¿Para qué sirve eso? Si defienden el aborto y la eutanasia, no esperemos que se preocupen mucho por la vida de los demás, ni humana ni religiosa. Ellos se han hecho dios y dicen lo que esta bien y mal. Es que el hombre es así; en el hombre la carne vence al espíritu, como nos dice tantas veces San Pablo. Esta es la pobre naturaleza humana sin la ayuda de la gracia, que se atreve a utilizar la inteligencia egoísta matando el mismo instinto natural e innato de defender siempre la vida. Hay que matar muchas cosas antes, hay que matar mucho de mí mismo para matar con el aborto

Lógicamente si tenemos que cambiar en esto que está en lo más profundo del hombre, también se tambalean otras convicciones de ese mismo hombre, que antes decíamos que era “naturaliter christianus”, cristiano por naturaleza; pero como ahora no se respeta ni la ley natural, ni los lazos y vínculos y compromisos naturales, ni el amor natural, ni la verdad natural, tampoco se respeta lo más natural que existe, que es Dios, Dios creador del mundo, de los astros, de la vida y de la razón y el sentido del hombre sobre la tierra.

Dios no existe, ha dejado de existir “naturalmente” en el corazón del hombre, en la familia, en la educación de los padres, en la Escuela, en la Universidad; ahora sólo puede existir “sobrenaturalmente”, “milagrosamente”, es decir, al margen de lo natural, sin el apoyo de la educación, de la escuela, de la formación humana, incluso de la familia, la cosa más natural, donde ya no se habla de Cristo ni de religión.

Si la escuela no da religión, si la familia no educa en la fe y la educación humana en la escuela es deficiente, la Iglesia debe suplirlas, debe cambiar sus catequesis, sus exigencias, su preparación para los sacramentos, porque de esta forma no son recibidos con las condiciones que Cristo quiso al instituirlos y la Iglesia debe exigirlas para administrar los sacramentos de bautizos, primera comunión, bodas... ¿Qué pasa entonces? Pues lo que pasa, muchos disgustos pastorales, porque vemos que estos sacramentos de Cristo se dan muchas veces sin la fe debida a Cristo y necesaria para su eficacia. Así que muchas veces la parroquia es un supermercado más de la ciudad, pero de artículos religiosos.

5º. 2º.-LA PARROQUIA DEBE CAMBIAR SUS FORMAS ACTUALES DE INICIAR Y FORMAR EN LA FE Y VIDA CRISTIANA.

Repito, si la escuela no enseña religión y la familia no reza ni educa en la fe, la parroquia debe suplirlas y cambiar sus

formas actuales de iniciar y formar en la fe y la vida cristiana.

Y lamento tener que empezar diciendo que seguimos celebrando Sínodos y reuniones pastorales y arciprestales con un concepto rancio y anticuado de apostolado, sin dar primacía a la gracia, al “sin mí no podéis hacer nada”, suponiendo en los bautizados la fe cristiana que precisamente hay que transmitir. Páginas y más páginas, libros enteros, conferenciantes teólogos que hablan como si todo dependiera de nosotros, de nuestras actividades y organigramas y poco o nada de la espiritualidad del apostolado.

Dice Juan Pablo II en la Novo millennio ineunte, al tratar de decirnos cómo debemos trabajar y orientar la renovación pastoral en el tercer milenio, para que no se ponga en puras programaciones de actividades pastorales, como seguimos haciendo, sino en la primacía de nuestra unión con Cristo, en la primacía de la espiritualidad de nuestras acciones, el buscar directamente a Cristo, la fe, la vida de amor a Dios en nuestras actividades, pero no de una forma “transversal”, sino directa y fundamentalmente, como inicio, camino y final de todo apostolado. Cito a la NMI:

“Primacía de la gracia”

38. En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15,5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5,5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitidme al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración”.

Tenemos que orar y estar más unidos a Cristo, a no ser que queramos seguir bautizando, confirmando, casando... sin necesidad de la fe en Cristo a quien no conocen ni siguen nuestros “sacramentandos”; sin catequesis para sembrar o potenciar o convertirlos a la fe en Cristo; sin confirmar a nuestra juventud en la fe, casando en la iglesia, pero no por la Iglesia o en Cristo, como muchos novios que ni creen ni lo tienen presente a la hora de unirse en matrimonio, que no es sacramento además, porque no es amor exclusivo y para toda la vida, sino hasta que dure, y a veces no dura ni el viaje de novios. Conozco casos. Los canonistas te dicen que esos matrimonios son nulos. No es honrado ser testigos de ese sacramento en esas condiciones.

¿Cuántos sacerdotes piensan que dar el bautismo a niños en la fe de sus padres, que positivamente dicen y manifiestan no creer ni rezar, les ayudará luego a rezar y recibir una educación cristiana a estos niños bautizados en estas condiciones? Cuando te encuentras con casos parecidos, ¿cuántas veces tienes que cambiar la liturgia del bautismo sobre la marcha, porque sientes vergüenza para decir que los padres son testigos de la fe, se comprometen a educar en la fe cristiana a sus hijos y ellos son pareja de hecho, no están casados, están “arrejuntaos” que decíamos antes o han dicho no a Dios casándose en el Ayuntamiento y ahora dicen sí a Dios pidiendo el bautismo que damos a los hijos pero apoyándonos en la fe de los padres? ¿Y cómo van a creerse los niños de Primera Comunión que Jesucristo es Hijo de Dios y Señor y está en el pan consagrado, cuando sus padres no comulgan nunca ni les han visto de rodillas nunca en la iglesia, ni van a misa los domingos, ni han rezado con ellos en casa y sólo aparecen por la iglesia el día de su Primera Comunión? ¿Para qué sirven los cursillos prematrimoniales para chicos que confiesan no creer en Cristo, viven al margen de la Iglesia, incluso votan contra ella y la critican continuamente y que lógicamente se casarán “en la”, pero no “por la Iglesia” porque es un marco muy bonito para la ceremonia y las fotos del recuerdo? ¿Cuántos enfermos rechazan la Comunión, al sacerdote y la Unción y luego algunos sacerdotes, por sistema, para quedar bien con la familia y demás, les meten en el cielo en la homilía, sin contar con Dios, el único que salva o condena?

Si sigue, como actualmente, sin el apoyo natural de los padres, la Iglesia lo tiene muy difícil para educar en la fe a estos niños, para los cuales sus padres son como dios, son los que más los quieren y aman y se fían de ellos, como si fueran el Dios verdadero. Muchos padres modernos ni creen, ni rezan ni van a misa ni les hablan de Dios a sus hijos ni sus hijos les ven de rodillas nunca ante Dios, aunque pidan bautismos, comuniones y demás para sus hijos; uds. me dirán...

Todo esto que he dicho ahora, no lo he dicho porque quiera analizar la pastoral de los sacramentos y sus dificultades; no, no es lo que pretendo ni lo que me interesa ahora. Lo que me interesa ahora es decir que todo esto puede influir muy negativamente en la fe y en la vida espiritual no sólo de los que reciben así los sacramentos, sino de los mismos sacerdotes que puedan administrarlos de esta forma. Y lo que decía el Vaticano II, de que la vida litúrgica tenía que ser fuente y cima de toda la vida cristiana, se convierte en un cáncer de la vida espiritual de los sacerdotes, si no se atreven a administrarlos como Dios quiere y la Liturgia y la Teología y la Moral mandan. Y puede matar su sacerdocio, no digamos su alegría y gozo sacerdotal.

¡Cuánta mentira! ¡Qué paradoja, que todos nos estamos tragando sin meter mano en el problema y estamos bautizando y dando comuniones y confirmando sin hacer más cristianos, más jóvenes confirmados en una fe que algunos públicamente dicen no tener y le confirmamos en el Espíritu Santo, a quien no conocen ni han oído hablar de Él, porque en muchas catequesis de Confirmación ni se habla de Él, porque sería un tema muy elevado para los chicos y se aburren! Confirmarse en una fe que no estamos convencidos de que la tengan, bautizar en la fe de unos padres que no la tienen, casarse en Cristo en quien no creen ni quieren comprometerse en un amor exclusivo y para siempre como el de Cristo.

¿Dónde está la exigencia absolutamente necesaria de la fe en Cristo para poder recibir los sacramentos? ¿Por qué no tenemos en cuenta lo que exige la teología y la moral católica y está definido dogmáticamente para recibir los sacramentos? Si yo no lo hago así, por no tener disgustos y problemas, estoy negando a Jesucristo, no creo que Dios sea lo primero y absoluto, que exija ser adorado y que yo me ponga de rodillas ante su Persona y mandatos, no valoro la fe y la gracia del Señor, estoy demostrándome que mi fe no es sincera, porque no estoy dispuesto a defenderla contra indiferentes, ignorantes conscientes o enemigos de la misma.

Felicito a la Iglesia Española y me alegro y me felicito porque ahora hay Obispos que hablan claro de la fe y de todo lo relacionado con el evangelio. No puedo olvidar el discurso de D. Fernando Sebastián en el último Congreso de Apostolado de Madrid. Lo pondría entero aquí y me gustaría que estuviera presente en todas las programaciones pastorales de España. Hay muchos obispos que están hablando claro ahora, pero eché de menos esto en los comienzos de la democracia en España, cuando era tan necesario, porque estábamos empezando y ya se podían percibir las consecuencias que tendrían ciertas leyes y determinaciones, especialmente sobre la educación.

En la transición faltaron puntos de referencia claros y suficientes, o quizás hablaban tan bajo que no se les oía, porque ni entonces ni ahora ni nunca será fácil ser profeta verdadero del Señor. A mí no me coge de sorpresa la situación actual de la sociedad española, especialmente de la juventud española en relación con la fe y con los valores humanos y cristianos. Muchas de las cosas que pongo ahora por escrito están escritas hace más de veinte años.

Yo pienso que la Iglesia Jerárquica tuvo que hablar más claro y no dejar que los lobos devorasen a la grey con el silencio de sus pastores. Entonces se notaban menos las consecuencias, porque el ambiente era cristiano. Todavía permanecían las verdades y las formas cristianas, sobre todo, en los pueblos y ciudades. Pero nos descuidamos en cosas tan importantes como la defensa de los valores morales y cristianos, le ley de la Educación. Tú dame a mí el establecer la ley de Educación de una nación, y te cambio la nación entera en veinte años.

5. 3º.- UN EJEMPLO, y prescindo totalmente de sus connotaciones políticas, que no me interesan absolutamente para nada en este momento, donde sólo quiero resaltar la importancia de la Escuela y de la educación primera. Yo sólo quiero demostrarte que algunos problemas no se solucionan ya con correcciones disciplinares, con protección de menores, ni con castigos y cárceles, porque todos pensamos según nos han educado y en la educación actual falta Dios, valores naturales, humanos, sacrificio, fidelidad; ahora todo son derechos.

Por eso la importancia de la formación santa e integral en los seminarios. El problema, por ejemplo, que hay en España, con algunas llamadas nacionalidades, perdurará siempre e ira a peor, si no cambian antes otras cosas. Si a nacionalidad o regiones, si a mi Extremadura, le dan la posibilidad de hacer su propia ley de Educación de sus niños y jóvenes, todos cambiaremos a nuestras gentes, porque lo que recibimos desde la niñez y la juventud, es de lo que vamos a vivir y pensar toda la vida; por eso, estas nacionalidades tendrán las mismas horas y métodos que el resto de España, pero si los contenidos de su formación, la geografía, la historia... que ellos estudian desde las ikastolas, -e insisto que prescindo del aspecto político, sólo me interesa resaltar la importancia de la escuela y de la educación-, es distinta de la del resto de España (y ya me encargaré yo de interpretar la historia y la geografía de mi región de forma que esa historia y geografía, por ejemplo, no tienda a la unidad sino insistiendo en los orígenes, en que fueron reinos distintos, gentes y razas distintas... etc. y así pensarán estos niños y jóvenes cuando sean mayores), lógicamente esos niños y jóvenes, luego adultos, tendrán una visión de la historia distinta a la mía, y pensarán de forma distinta a la mía y, cuando tengan que decidir con su voto, lo harán de una forma distinta a la mía; y yo lo veo la cosa más natural del mundo. Somos según nos educan.

 Lo he dicho y predicado muchas veces: la gente de ahora es buena; vienen los novios al cursillo prematrimonial, son buena gente, pero no tienen ni idea del evangelio, de las parábolas, de Cristo ni de su doctrina ni de sus enseñanzas, ni saben ni rezar, te preguntan qué es eso de la Inmaculada, sencillamente porque ya no se lo enseñan de niños ni en casa, ni en la escuela y a veces... con ciertos modos de preparar a los sacramentos, ni en las catequesis.

Antes veíamos claro que el hombre era “naturalmente cristiano”, porque, aunque no fuera a misa, el ambiente lo protegía, las costumbres eran cristianas, el ambiente era cristiano y la familia era cristiana. Ahora, el niño y el joven y el adulto no tienen apoyos, y esto es lo que quiero decir también en relación con el sacerdote, ha perdido el apoyo de los padres que piden sacramentos; ha perdido el apoyo del ambiente cristiano, de las costumbres cristianas... por tanto, tiene un reto: tiene que pasar de una fe heredada o social o popular o comunitaria a una fe personal, vivida y elaborada desde sólo Dios, sin apoyos de personas, individuos y teología y moral, que ya no se viven.

Todo este reto se convierte automáticamente en una tentación, que le llevaría a secularizar los sacramentos y luego su espiritualidad personal y luego su mismo ser y actuar sacerdotal, al dar los sacramentos sin las disposiciones exigidas por Cristo, para no sufrir y complicar su existencia y su relación con los padres o jóvenes “ateos”, en la petición o recepción de los sacramentos.

Por otra parte, ahora también, el fenómeno de la increencia, en sus diversas manifestaciones de ateísmo intelectual o práctico, agnosticismo, laicismo, materialismo, erotismo, falta de sentido y vacío existencial: a dónde voy, para que vivo, por qué vivo... ha llenado nuestras aulas, calles, ciudades y ha dado origen a una nueva cultura atea, sin Dios, que tiene como denominador común que Dios no me tiene que decir lo que está bien o mal moralmente sino que son los votos, con lo que decidimos lo bueno y lo malo, mejor dicho, “lo correcto” en las circunstancias actuales: de ahí, el aborto, la eutanasia, las uniones homosexuales, son buenas porque lo dice el hombre; lo que haya dicho Dios no cuenta, no existe para nosotros. Ha bastado que un partido tenga un puñado de votos más para que esto sea la verdad y aquello, falso. No se busca el bien o la perfección de la persona, sin imponer mis intereses, imponiendo mi opinión y mis apetencias instintivas.

Como consecuencia de esta cultura de la increencia, cada uno decide lo que está bien y lo que está mal y que ordinariamente es lo que le apetece: “yo hago lo que me apetece”, es la frase que más se repite en la calle y en la televisión; esto ha dado origen a unos comportamientos colectivos que tienen como denominador común, la no necesidad de Dios, acostumbrándonos a vivir en la caducidad del tiempo y de las cosas, sin trascendencia y eternidad, sin otra mirada superior de criterios y de vida, que es la del Dios infinito, que nos creó por amor y nos ha llamado a compartir su misma felicidad para la que fuimos creados, empeñándose el hombre por acomodarse a esta finitud, que nos llena de las migajas de las cosas finitas, -consumismo-, y nos priva de la hartura y de la plenitud de Dios, lo cual, por otra parte, está produciendo más vacíos, depresiones, suicidios, crímenes... que nunca, porque queremos suplir nuestros deseos de lo infinito, con cosas y más cosas, y llenamos nuestras casas de todo, y a nuestros hijos les damos y les llenamos de todo, y ahora resulta que les falta todo, porque les falta todo, que es Dios. Dios no cuenta para nada a la hora de orientar o motivar la vida humana y diaria. Esta es una herencia más del marxismo, del paraíso en la tierra, para lo cual ha evolucionado de una filosofía atea, no hay más cielo que lo presente, a un pragmatismo real utilitarista y consumista, y ha pasado de la ideología, que no arrastraba, a la estrategia utilitarista y consumista atea, sin Dios, para mantenerse en el poder.

Y como esto da votos, le han imitado hasta los partidos de raíces cristianas. Por eso, ahora, todos los partidos políticos, unos más que otros, van buscando los votos de la mayoría, y como la mayoría nunca será exigente, no establecen leyes que exijan para conseguir esos valores humanos que no se pueden conseguir de otra forma, ni eduquen hacia lo superior, hacia la cumbre de lo perfecto humanamente que siempre será con esfuerzo y abnegación; no, ahora todo debe ser fácil, dulce, placentero, sencillo; la vida, la enseñanza, un juego. Lo exigente se llama no práctico. Citaré una vez más a José M. Lahidalga:

“La gente joven acusa una cierta “flojera” personal: la abnegación a la baja. Vamos a terminar nuestro boceto. Y no queremos hacerlo sin ofrecer a nuestros lectores un pequeño comentario sobre una actitud personal que observamos en nuestros jóvenes y que nos llama poderosamente la atención. Nos referimos a esa especial “flojera” que acusa, en general, la gente joven cuando tiene que habérsela con las dificultades de la vida. Quizá una consecuencia del hedonismo que les rodea en las sociedades opulentas. Lo tienen todo y les cuesta privarse de algo que les apetece. Lo quieren tener, y ya.Al instante. No saben esperar y dar tiempo al tiempo.

Los que somos mayores, muy mayores, y hemos pasado por situaciones de pobreza y escasez, me estoy refiriendo a los años de la guerra civil del 36 y posteriores hasta 1960, tendemos a calificar de “blandos” a estos jóvenes de ahora. Pensamos: no tienen el “espíritu de sacrificio” que se nos inculcó a nosotros. No aguantan nada. Se derrumban enseguida. Tiran la toalla.

Los creyentes, fieles al Evangelio, hemos hecho nuestra, por lo menos en teoría, una actitud fundamental, que es algo más que una actitud religiosa. Pensamos que vale también en el mundo secularizado en que vivimos. La convivencia, por ejemplo, en pareja o en familia, no es posible sin una buena dosis de abnegación o negación de sí mismo. Pensar en los otros y querer ayudarles, si no hay esa actitud humana, que no tiene por qué tener una motivación religiosa, es un deseo vano.

Esta palabra —abnegación— tiene hoy mala prensa. Sobre todo en las nuevas generaciones. Se piensa que es lo contrario a la autoestima o al amor a sí mismo o a la realización personal a tope. Se piensa que es como tener que renunciar a algo que nos gusta. Una especie de amputación de la persona. El Diccionario de la Lengua nos da una pista nada despreciable para no sacar las cosas de quicio. “Abnegación: sentimiento altruista que mueve al sacrificio de los propios afectos o intereses en servicio de Dios o para el bien del prójimo”.

Lo que sí podemos afirmar es que el mundo, nuestro mundo, está en crisis. Y en este mundo en crisis la juventud, nuestra juventud, está ejerciendo un papel importante. No vamos a decir, una vez más, que el sintagma “crisis” es una polisemia. Ya lo hemos glosado muchas veces, y aquí mismo. Comporta un doble significado. Hay una crisis-peligro (cambio a peor) y una crisis-oportunidad (cambio a mejor). Y la gente joven está participando, y, activamente, en la doble vertiente del cambio. Lo hemos podido comprobar respecto de la realidad humana del matrimonio. Ya están sugeridos los cambios. Conocemos los dos aspectos de la crisis. Los lectores ya están al tanto de “lo que va de ayer a hoy”. Nuestros jóvenes están poniendo en peligro algunos valores sustanciales en la visión humana y cristiana de la vida. Lo dicho en nuestra colaboración anterior. Y esto hay que denunciarlo sin complejos”2.

El concepto sobre el hombre, la vida, el matrimonio, la sociedad es ateo, sin Dios, sin religión, sin racionalidad completa, y, desde luego, sin trascendencia. Por eso se lo ponen muy difícil al evangelio, porque tenemos que luchar contra unas actitudes y comportamientos pragmáticos más que contra un pensamiento filosófico o racional sobre el hombre y la sociedad, caracterizado por un estilo de vida consumista superficial, de disfrute inmediato, de sólo lo presente, el futuro no importa, de trivialidad no comprometida en nada y menos religioso, de alergia al estudio, a la reflexión, a la filosofía de las cosas y, lógicamente, a la mirada trascendente de la vida, a las preguntas últimas que nos trae el evangelio de Cristo.

Este es el ambiente que se respira en estos tiempos de modernidad o postmodernidad o como quieras llamarlo, y esto es lo que fabrican nuestras televisiones, revistas, Internet, películas y muchos libros y novelas... laboratorios de la cultura emergente y que encuentra cauce en los mass media, en los cenáculos académicos, en las reuniones de pseudofilósofos. en las tertulias de la tarde en las teles, verdadera droga para muchas mujeres y jubilados que permanecen en casa.

Y este aire y ambiente es lo que respiran a bocanadas llenas nuestros feligreses, contra el cual los párrocos, los catequistas, los padres de familia se las ven y se las desean para educar en la verdad, en la constancia, en la renuncia, en el amor, en la verdad del hombre y del matrimonio a sus hijos, y no digamos en la fe, desprestigiada públicamente y desaparecida de la educación. ¿Cómo educar en la fe cristiana a estos jóvenes del botellón, de las relaciones prematrimoniales, de la píldora abortiva, del aborto a los dieciocho años, del alcohol y la droga, del “yo hago lo que me apetece”?

Así es cómo la increencia, desde la vida y desde la práctica, ha llegado hasta nuestros templos y acciones sagradas, que corren el peligro de no ser acciones de Cristo, de no ser sacramentales y santificadoras, porque ni dan gloria a Dios ni santifican a los que las celebran, porque a veces se realizan en la increencia, sin fe en el mismo Cristo y en los misterios que celebramos, consagrando más bien esa increencia en muchos bautizos, primeras comuniones, confirmaciones y bodas que no deben hacerse, si tenemos presente a Cristo y su evangelio: “Tú crees en mí”; “Si alguno quiere ser discípulo mío, —yo no obligo, yo no te fuerzo a ser de los míos, pero si tú lo quieres ser—niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”.

Conocer a Cristo, seguir y cumplir sus mandamientos, celebrar su Eucaristía, es imprescindible, a no ser que nos acostumbremos a dar sacramentos sin Cristo, a confirmar en la fe sin fe en Cristo... Y como “Jesús es el mismo ayer, y hoy y siempre”, nos dice la Carta a los Hebreos, pues muchos comen pero no comulgan con el Señor; muchos son bautizados pero no son convertidos, porque no tienen ni viven en condiciones para desarrollar esa fe, amor y esperanza, virtudes sobrenaturales que nos unen a Cristo y muchos se casan en la Iglesia, porque es muy bonito el marco para las fotos y demás, pero no se casan en el Señor, unidos para siempre, sin divorcio o separación posible.

Es el consumismo que ha llegado a la Iglesia, a las parroquias, a los mismos sacramentos. El consumismo religioso, el “tomar y llevar” de las tiendas; la parroquia es una tienda más, que me vende y barato, un producto que ya no me exige fe, ni práctica religiosa ni vida cristiana ni conversión ni me cuesta ningún cambio en mi vida, ni me exige creer y practicar el evangelio. Eso, la exigencia, está bien para llenar el tiempo de algunas homilías pero nada más. Porque luego no se exige nada de eso en la vida del cristiano ni en la administración de los sacramentos.

6.– EL SACERDOTE NECESITA UNA FE MUY VIVA Y CULTIVADA EN ESTE MUNDO SIN FE

Esta increencia, que se ha hecho ambiente y atmósfera que respiramos, obliga a cultivar una fe personal que ya no viene o se tiene heredada como antes, y obliga a los mismos pastores a vivir una fe viva y experimentada, para no caer en una pobreza pastoral, que nos impida acercar al Cristo verdadero a este hombre moderno.

La tentación descrita anteriormente no puede rebajar nuestra acción pastoral al nivel de lo que le gusta al hombre actual, rebajando igualmente la moral, la teología y la liturgia, reduciéndolas a meros conceptos, necesarios para aprobar en el Seminario, predicar luego, pero no para exigirlo en la práctica, porque nadie nos lleva el control de esto. Cristo sí lo lleva, porque “Él es el camino, la verdad y la vida” y no quiere esta pastoral o liturgia donde Él no es camino de la Verdad y por tanto no puede ser vida para los que reciben así los sacramentos, que de esa forma no santifican ni llevan al encuentro personal y salvador con Él.

En los tiempos actuales ateos y rebajados moralmente, para no caer en una pastoral mediocre, es necesaria la fe y la experiencia de Dios en los sacerdotes; este es su reto, y que a veces no se entiende, porque quizás antes no era imprescindible pastoralmente, y también porque ahora, no tiene, como antes, apoyaturas en la escuela, familia y sociedad.

El ambiente de la sociedad actual nos obliga a ser creyentes cabales y enteros, apoyados solamente en Cristo, con padres verdaderamente creyentes y religiosos, imprescindibles en todas las épocas de la iglesia y la ayuda  de catequistas convencidos, tan necesarios siempre. Hoy muchos padres no son creyentes y algunos catequistas pueden contradecir con su comportamiento, faltos de fe verdadera y práctica religiosa cristiana, lo que enseñamos y debemos exigir en nombre de la verdad de la fe y celebramos en la misma liturgia de los sacramentos, que tenemos que cambiar sobre la marcha, sobre todo del bautismo, porque cinco veces le dice la Iglesia que deben responsabilizarse y dar testimonio de la fe cristiana y los padres o no están casados o lo están por lo civil o nunca les hemos visto celebrar el domingo con la comunidad.

Esta situación nos reta a todos, pero especialmente a los sacerdotes, a tener una fe personal sin apoyaturas humanas, fe directamente apoyada en Dios por una relación personal y oración viva, a ser creyentes de cuerpo entero, que convencidos por experiencia personal de lo que predicamos o celebramos, calados por la oración y el trato personal con Cristo de esas verdades que queremos hacer creíbles a los demás. Y como esto cuesta, se predica poco en retiros y charlas sacerdotales, porque es antipático y la gente no va, a los sacerdotes no nos gusta que nos exijan; así que no esperes mucha ayuda de hermanos sacerdotes para esta pastoral.

La acción pastoral actual, la Liturgia, las catequesis, actualmente, muchas veces, no nos llevan a un encuentro con las personas divinas, sólo a conocimientos y verdades. Mucha teología y poco encuentro personal. Se predica una doctrina sobre Cristo, pero no se despierta la experiencia del encuentro vivo con él. La presencia y la acción del Resucitado en el corazón de cada creyente y en el seno de la comunidad cristiana son más sistemáticamente pensadas, que realmente vividas. Falta en no pocos cristianos, incluso practicantes piadosos, ese vínculo de amor con Cristo como alguien a quien se busca conocer con más hondura, al que no se cansa uno de descubrir, del que se recibe continuamente miradas y toques de amor, alguien que está en el centro del propio vivir y sin el que uno se derrumbaría y caería en el sinsentido de una vida absurda.

Para que nuestro trabajo pastoral pueda ser comunicación viva de la salvación de Dios, sería necesario, a mi juicio, un cambio de rumbo fundamental, para lo cual se requiere que, en el origen de nuestra acción evangelizadora, ha de estar Cristo, pero no simplemente como fundador o legislador, sino vivo y resucitado, como está en la Eucaristía, en la Palabra, en la Asamblea, como Espíritu que da vida, como sembrador de lo Absoluto, como camino actual, que lleva al Padre.

Antes, un cristiano, aunque no tuviera una fe personal viva, la fe social le mantenía. Hoy, como esa fe ha desaparecido, nos obliga a pasar de una fe heredada a una fe experimentada personalmente en Cristo. Si no es así, no tendremos convencimiento, ni fuerzas, ni deseos, ni constancia para comunicarla a los demás.

Necesitamos una pastoral con interioridad, hecha en Espíritu Santo. Y para eso, nuestra vinculación mística con Cristo. Necesitamos fe personal apoyada directamente en Dios, que se haga viva caridad apostólica, operante por el Espíritu Santo; una fe, que haya hecho la experiencia de ese camino, desde fe heredada hasta fe personal y experimentada por la Oración y Eucaristía; que haya recorrido, en general, desde oración discursiva, pasando por la afectiva, hasta oración de unión con Dios contemplativa, como explico en otra parte de mi libro; una fe, que, en los sacramentos y en la Eucaristía, haya pasado de hacer los ritos, a celebrar con Cristo y comulgar con Cristo “en Espíritu y Verdad”.

Se acabaron las formas y las apariencias externas, los moldes, que antes bastaban. Hoy estos no son suficientes para ser predicadores o catequistas de la fe; hoy hay que ser testigos de la fe; hoy no se puede hablar de oración, de vida espiritual sin ser un montañero experimentado de la oración y de la experiencia de Dios, para luego enseñar el camino recorrido en tu oración personal hasta llegar a la cima del encuentro personal con Cristo, hasta poder decir: Dios existe y me ama, Cristo ha resucitado y vive y me ama, lo siento y experimento, y ha bajado y está aquí en el pan consagrado y me salva, como lo hicieron y siguen haciendo madre Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, Isabel de la Trinidad, Teresita, Teresa, Juan de la Cruz y tantos y tantos y algunas personas de nuestras parroquias, que tienen experiencia del Dios vivo, en largos ratos de intimidad y oración personal y eucarística y que tanto bien les hace y está haciendo a la comunidad luego con su presencia y en reuniones.

Hoy, las circunstancias hacen imprescindible la experiencia del Dios vivo, precisamente porque el pueblo cristiano la ha perdido con la lluvia ácida del consumismo, hasta el punto de que debemos hacer extensible a todos los creyentes el pensamiento y las palabras de Karl Rhaner: “el cristiano del mañana será un místico, o no será”, esto es, “no será cristiano”. Y todo esto vale y con mayor razón para nosotros, sacerdotes.

Cuando yo estudiaba en el Seminario, los enemigos de la religión eran filósofos y la mayor parte de las objeciones y dificultades eran metafísicas, venían de la gente intelectual; ahora no hay dificultades metafísicas, nadie te pone razones abstractas para rechazar la religión, ahora es el consumismo, la reducción del hombre al instinto el que se encarga de la ley natural y sobrenatural y se carga lo divino.

No hay leyes, conductas ni mandamientos que guardar, cada uno puede hacer lo que le plazca: “Yo hago lo que me apetece” es hoy, en general, el principio regulador de la vida humana: por eso no hay matrimonio fiel, familia estable, sexo masculino o femenino, amor y defensa de la vida como algo sagrado e intocable, ni yo me comprometo toda la vida en el matrimonio, no; sino que yo me caso hasta que me canse, y por si no fuera suficiente ya la ley anterior del divorcio o parejas de hecho, ahora se aprueba el divorcio de fin de semana, de viaje de novios, el divorcio exprés y mil cosas más que no entiendo... o las uniones homosexuales, que harán esquizofrénicos a los hijos sin padre o sin madre, sobre todo sin madre, sin tener la ternura y la experiencia de una madre... Y cuando te lleguen estos niños y niñas con dos padres o con dos madres, ahora tú transmíteles la fe, bautiza, da la primera comunión a estos niños, a esta generación... tendrán que cambiar antes los Rituales de Bautismo, Confirmación...

El consumismo se ha cargado la metafísica y la ley natural, los valores humanos morales, éticos, religiosos. La ley suprema, el dios de la vida a quien se sirve, es el consumismo. Y cuando no solo una cosa, sino incluso una persona humana no valga para consumir, no aporte placer o utilidad, la matamos, aunque sea vida humana; y para no llamarlo por su nombre, este crimen lo regulamos por leyes y lo legitimamos para salvar al que más puede y así tenemos abortos, eutanasias, manipulación de embriones de vida humana y todo lo que venga y que no tiene todavía nombre...

Así hemos convertido la vida humana y el mundo en una fábrica de producir y consumir. Y hemos matado el amor, la gratuidad, el deber, la renuncia, el sacrificio, la fidelidad, el amor... todo es hasta que me convenga.

Y si una madre es capaz de matar a su propio hijo y todos los demás lo consentimos y aprobamos con nuestros votos, hemos matado entre nosotros el amor, la vida humana, porque no esperemos que una madre que mata a su hijo va a cuidar luego de su padre anciano o enfermo, para eso está la eutanasia física o social, aunque se les llame centros de recogida; y menos esperemos que ame al vecino o al de enfrente o que perdone, como Cristo nos enseña en el evangelio... estamos incapacitados ya para amar en plenitud, como Cristo quiere, y por tanto, para ser felices en plenitud.

Así que nos queremos menos todos, estamos todos más tristes, los matrimonios más tristes, las familias más tristes, los amigos más tristes, tenemos menos confianza en amigos y en la gente. ¿Existen hoy vecinos..., amigos... amor de madre?

Al desaparecer Cristo y su verdad sobre el hombre, sobre el matrimonio, sobre la sociedad, ha desaparecido el modelo obligado del amor extremo, obedeciendo al Padre, hasta dar la vida. Ha desaparecido la moral auténtica, porque ha desaparecido antes la relación y la referencia a Dios de nuestro obrar; desaparece la religión, la religación y el deseo de unión y perfección en Dios. Y no me vengáis con casos particulares, yo hablo de la mayoría, yo estoy hablando de la sociedad en general.

Esta falta de fe, de experiencia de Dios y de vinculación mística con Cristo, en el sacerdote, favorecetodo un estilo de trabajo pastoral marcado predominantemente por lo exterior, por la actividad, la planificación y la organización, con una clara minusvaloración de lo contemplativo, de lo interior, de vida según el Espíritu, de “atención a lo interior y estarse amando al Amado”. Estarse amando al Amado en la oración o en la Pastoral o en la Liturgia bien celebrada algunos sacerdotes lo consideran poco práctico, poco pastoral. Por eso, de estos temas, jamás se habla en las reuniones de arciprestazgo o pastorales; queda por si algún conferenciante de turno viene de paso. “Y esto lo podemos ver en los diversos campos. En la evangelización, predomina hoy en la Iglesia una concepción excesivamente doctrinal. El cristianismo es un sistema de verdades, no una persona. Para muchos, lo decisivo parece ser propagar el mensaje y la doctrina de Jesucristo. Naturalmente, esta manera de entender las cosas, crea todo un estilo de acción pastoral.

Se busca, antes que nada, medios eficaces y de poder, que aseguren la propagación del mensaje cristiano frente a otras ideologías y corrientes de opinión; se promueven estructuras y se organizan acciones que permitan una transmisión eficaz del pensamiento cristiano; existe verdadera preocupación por hacer crecer el número y la capacidad pastoral de laicos comprometidos (catequistas, monitores, profesores de religión...). Todo ello es, sin duda, necesario, pues evangelizar implica también anunciar un mensaje. Pero se olvida algo esencial: el Evangelio no es solo ni sobre todo una doctrina, sino la persona de Jesucristo y la experiencia de salvación que en él se nos ofrece. Por eso, para evangelizar es necesario hacer presente en la historia de los pueblos, en la convivencia de las gentes, en el corazón de las personas, la experiencia salvadora, liberadora, iluminadora, esperanzadora que nace de Jesucristo.

Por todo ello, no basta cultivar la adhesión doctrinal a Jesucristo. El acto catequético, la predicación y la misma teología, cuando se configuran al estilo de cualquier otra exposición doctrinal, corren el riesgo de convertirse en palabras, a veces hermosas y brillantes, que pueden satisfacer la inteligencia, pero que no alimentan el espíritu ni comunican la presencia salvadora de Dios. Y, sin embargo, el hombre de hoy está necesitado de que alguien le ayude a descubrir esa presencia de Dios latente en lo hondo de su corazón.

Lo mismo se ha de decir de la pastoral litúrgica. Con frecuencia, las celebraciones aparecen escoradas hacia la efusión sentimental o la exteriorización ritual, con un claro déficit de experiencia interior. Se hacen esfuerzos importantes por devolver a la liturgia su lugar central en la vida de la comunidad cristiana, pero falta muchas veces una interiorización del misterio salvador que se celebra y personalización de la Palabra que se proclama. Se canta y se ora con los labios, pero el corazón está con frecuencia demasiado ausente”3 .

7.- OTRA TENTACION POSIBLE: CRISIS DEL SACERDOTE POR  MALA ADMINISTRACION DE LOS SACRAMENTOS.

La secularización es el resultado de un proceso histórico que señala una vigorosa toma de conciencia de la autonomía del hombre y de los valores terrenos sin necesidad de relacionarlos con Dios: cultura, arte, moral, política...

El hombre se ha convertido en el centro del mundo, quitándole a Dios. El hombre moderno ha vuelto a comer del árbol del bien y del mal, como Adán, y ya no tiene en cuenta en mirar a Dios para saber lo que está bien o mal, es él quien dicta la moral, lo que hay que hacer o rechazar como bueno y como malo. El cosmos y la naturaleza ya no son principios orientadores; el hombre ha sometido al cosmos y a la naturaleza y las domina. Y de esta forma el hombre es el creador de la ciencia, de la moral, de las leyes. El hombre es el sentido y la explicación de este mundo en evolución permanente. La naturaleza gira en torno al hombre y está a su servicio.

Por eso, el hombre ya no busca el encuentro con el Absoluto en la contemplación de la naturaleza. Hoy muchos jóvenes y adultos no saben mirar la naturaleza como obra salida de las manos del Creador y no saben cantar con San Juan de la Cruz:

1.  ¿A dónde te escondiste,

     Amado, y me dejaste con gemido?

     Como el ciervo huiste,

     habiéndome herido;

     salí tras ti clamando, y eras ido.

2.  Pastores los que fuerdes

     allá por las majadas al otero,

     si por ventura vierdes

     aquel que yo más quiero,

     decidle que adolezco, peno y muero.

3.  Buscando mis amores

     iré por esos montes y riberas;

     ni cogeré las flores

     ni temeré las fieras,

     y pasaré los fuertes y fronteras.

4.  ¡Oh bosques y espesuras

     plantadas por la mano del Amado!,

     ¡oh prado de verduras

     de flores esmaltado!,

     decid si por vosotros ha pasado.

5.  Mil gracias derramando

     pasó por estos sotos con presura

     y, yéndoles mirando,

     con sola su figura

     vestidos los dejó de hermosura.

Y desde esta exaltación de los valores profanos y antropocéntricos, desligados de toda relación a Dios y a la naturaleza y a los valores humanos naturales, es corto el camino que nos conduce a la desvalorización de la Salvación Eterna y Divina. No hay más vida y salvación que la humana y terrena. El hombre no necesita de la religión, ni de Cristo ni de su gracia ni de Dios ni de la vida eterna. Como se ve fácilmente, toda esta manera de pensar y de actuar crea interrogantes a la esencia del cristianismo, a la naturaleza de la misión de la Iglesia y al significado y finalidad del sacerdocio ministerial.

En un mundo así secularizado, lógicamente el trabajo y la función del sacerdote no es comprendida; para muchos es algo inútil y superado, propio de otras épocas de ignorancia, o a lo sumo, es un profesional del culto para un resto de creyentes mayores y jubilados de la vida real, que aún permanece, o simplemente un agente social de ciertos servicios sociales, pero nada más, y sin relevancia de ningún tipo. Debe prestar ese servicio siempre que se lo pidan y sin necesidad de fe o de haber vivido o no dentro de la comunidad cristiana, sin saber cómo vive o ha vivido o muerto, cosas que ya ni se preguntan por el mismo sacerdote. Se trata de bautismo, de bodas o de entierros, te lo traen muerto, tú lo entierras, aunque haya sido un perseguidor de todo lo cristiano o haya manifestado públicamente ser no creyente ni haber recibido los sacramentos pertinentes. Tú  debes enterrarlo y rezar por él, pero no hacerle una apología de su vida, a no ser que se haya convertido en su enfermedad. Esto hace que el sacerdote y lo que hace se considere insignificante, porque la gente no lo pide o celebra en relación o referencia a Dios ni a la fe, sencillamente, porque no creen ni se le exige la fe; de esta forma, el sacerdote, acomplejado ante su trabajo, desea a veces otros trabajos complementarios, que le den la sensación de ser útil y valorado por trabajar como los demás.

Por razón de esta secularización, el trabajo pastoral es martirial, porque supone mucha valentía ser testigo claro y valiente de la fe en Cristo, y lleva consigo muchos sufrimientos e incomprensiones por parte incluso de los mismos creyentes. Quiero decir más llanamente: el apostolado hecho con fe y desde la fe supone hoy recibir muchas bofetadas, necesarias todas desde una administración correcta y santificadora de la gracia de la Predicación y de los Sacramentos.

Por eso, el apostolado, medio de santificación para el sacerdote, realizado debidamente y desde la caridad pastoral, se ha vuelto hoy sumamente peligroso, una verdadera trampa, un verdadero peligro, una verdadera tentación, que puede llevar consigo la autodestrucción de su identidad sacerdotal, desde una administración no profética de los dones de Dios. Hoy no se trata de que un sacerdote sea más profeta que otro, hoy todos debemos ser profetas y testigos, esto es, mártires y testigos de la fe.

Me explico: viene uno a pedirte un sacramento; tú estás convencido de que no debes dárselo, porque para algo sabes Liturgia y Teología y sabes que sin fe y las debidas condiciones no se debe conceder. Por presiones ambientales, por miedo a ser profeta incomprendido, a defender la gloria y el honor debidos a Dios, por miedo a incomprensiones y críticas... celebras el sacramento. Aparentemente no pasa nada; desde luego, externamente, no se nota nada, la gente ha quedado agradecida y no “como otros sacerdotes que...”; por otra parte Dios está mudo, no porque no hable claro por los evangelios y la doctrina de la Iglesia, o porque la teología y la moral católica no hablen con claridad sobre las condiciones de ser discípulo de Cristo o de recibir los sacramentos, sino porque no hay mayor sordo, que el que no quiere oír.

Es tan violento a veces celebrar los sacramentos en estas condiciones, que, como los Rituales están hechos desde la fe y para creyente, sobre la marcha, en la administración del bautismo, por ejemplo, hay que suprimir o modificar algunas preguntas y oraciones en la celebración, porque resultan violentas o suenan a mofa para estos padres concretos, que no tienen fe o no la viven, como es obligado para poder pedir y celebrar el sacramento.

Pero hay sacerdotes tan “comprensivos”, por no decir otro calificativo, que sería el correcto, que cambian hasta la misma naturaleza del sacramento que están administrando, teniendo que cambiar su misma teología, y hasta su misma liturgia que está hecha desde una concepción correcta teológica y litúrgicamente del sacramento, del misterio que se está celebrando.

Pues bien, con esta forma de dar los sacramentos ni damos gloria a Dios ni santificamos a los hombres ni hacemos Iglesia ni realizamos la misión que se nos ha encomendado ni nos santificamos en nuestro sacerdocio y apostolado, como nos pide el Vaticano II, por la caridad pastoral.

Se olvida el evangelio “de predicar la palabra y los que crean que sean bautizados y entren a formar parte de la comunidad”; así que nadie se va agregando; es más, de esta forma estamos destruyendo el concepto y la realidad de comunidad, y estamos perdiendo la fe viva y verdadera en Dios y sus misterios y las iglesias cada vez más vacías, porque a estos hermanos y a estos sacramentados no les volvemos a ver más por la iglesia. A otros, sí, a los que recibieron o pidieron los sacramentos como la Iglesia quiere y nos manda. Y estos son los que quedan y nos acompañan en la comunidad.

Sin embargo, Dios existe, y aunque no le escuchemos, Él lo ve todo, y ve que preferimos nuestra honra a la suya, y como Dios es Dios, y no puede dejar de serlo, no puede menos de ser Verdad y Vida; ¿y qué pasa? Pues que te alejas de Él actuando de esta forma y a la vez autodestruyes tu sacerdocio y a la verdadera Iglesia de Cristo.

El itinerario es el siguiente: no has valorado el sacramento, presencia viva de Cristo y de su gracia; la gente se da cuenta también de que esto no tiene valor porque lo vendes a ningún precio de fe y de estima por el Señor; si lo haces así, como consecuencia, no tendrá valor a la larga para ti y, de esta forma va entrando dentro de ti el microbio que destruye tu fe y amor personal a Cristo, el cáncer de pulmón que poco a poco te dejará sin aire ni respiración de fe y amor verdadero y personal al Cristo presente y que actúa en los sacramentos; así, sin tú quererlo y darte cuenta, al dar los sacramentos y la gracia y los dones de Dios sin valorarlos, poco a poco entra dentro de tu corazón el convencimiento de que no tiene valor en sí lo que haces: tu ministerio, tu sacerdocio no vale nada; Dios no vale nada... es la crisis de fe, de sacerdocio, de apostolado verdadero y auténtico...

Pero no hemos terminado. Ahora todos, de una forma u otra, pertenecemos a un arciprestazgo, a una unidad pastoral y programamos conjuntamente... ¿qué pasa? Como cada uno piensa según vive, salen estos y otros temas, hay discusiones, ¿qué hacemos? Pobre Iglesia de Cristo...

Te has preferido a Dios y esto, hecho con continuidad, produce crisis de identidad sacerdotal. No valoramos lo que administramos; no valemos, por tanto, tampoco nada los administradores, porque lo que administramos no tiene ningún valor para la gente ni tampoco para nosotros mismos, se puede dar por nada, sin fe, porque la gente no se disguste.

De esta forma tu sacerdocio termina no valiendo nada para ti. Esta es la causa de la secularización exterior y total del sacerdote que deja el sacerdocio, pero también de la secularización interior del sacerdote que puede llevar hasta el abandono de su santificación, del gozo sacerdotal, de la búsqueda, mirando a Dios por encima de toda otra mirada, la verdadera eficacia apostólica.

No, si los sacramentos se dan, pero luego nos quejamos de que la gente no viene a la Iglesia ni aumentan los grupos de postcomunión o confirmación; no hay grupo de adultos que quieran cultivar la fe y el amor a Dios... para qué van a venir y molestarse, si las cosas de la Iglesia se las dan igualmente; es más, incluso para gente sin formación y poca fe como la de ahora, estos sacerdotes son buenos, trabajadores y sobre todo, “muy comprensivos”. Y así un sacerdote puede llegar a perder su identidad sacerdotal.

Las consecuencias y el resultado son crisis de fe desde una mala administración de lo sagrado. Rutina y cansancio en una Caridad Pastoral mal realizada, que no lleva a Cristo único Salvador de los hombres. No olvidar que Jesucristo, el Sumo Sacerdote al que todos los sacerdotes tienen y debemos encarnar y hacer presente, murió en la cruz por cumplir su misión de Salvador y predicar el evangelio a veces duro y exigente.

8.-    ESCRIBO ESTAS COSAS DESDE MI VIDA DE PÁRROCO, EN CONTINUA RELACIÓN CON ESTOS PROBLEMAS.

Esto mismo, desde otros niveles, lo veo descrito así por J.A. Pagola:

“Todo lo que venimos diciendo favorece el desarrollo y sostenimiento de la mediocridad espiritual como fenómeno generalizado. Esta mediocridad no se debe sólo a la debilidad, la impotencia o la infidelidad de cada individuo, sino que se debe también, y sobre todo, al clima general que creamos entre todos en el interior de la Iglesia, por una forma empobrecida de entender y de vivir el hecho religioso.

Muchos cristianos, observantes fieles y practicantes piadosos, no llegarán a sospechar nunca la experiencia salvadora que podría significar para ellos una comunión más vital con el Dios de Jesucristo.

Este clima generalizado de mediocridad espiritual produce como primera consecuencia una especie de bloqueo de la acción evangelizadora. A la Iglesia concreta de cada lugar se le hace difícil ahondar en la fidelidad a su misión. Solo una experiencia nueva del Espíritu de Cristo resucitado presente en ella la podría hacer menos dependiente de un pasado poco evangélico, menos sujeta a las presiones mundanas del presente...

Ante esta mediocridad y falta de vigor espiritual, uno no puede evitar la sensación de que en todo esto se oculta una larvada infidelidad. Una infidelidad de contornos poco precisos, que no es fácil decir exactamente en qué consiste, que no procede siempre de las intenciones y de las actuaciones concretas de quienes se desgastan en el trabajo pastoral, pero que está ahí en la raíz de todo, impidiendo la expansión de la verdadera evangelización. Esto no es la experiencia salvadora que vivieron los primeros que se encontraron con Jesús y que quedaron sacudidos por la presencia transformadora del Resucitado. Aquí falta Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, acogido en el fondo de los corazones.

La falta de una experiencia mística de la salvación cristiana trae consigo el riesgo de desfigurar y pervertir la acción pastoral. La evangelización no brota del corazón, como irradiación o prolongación de lo que vive el evangelizador. Es fácil, entonces, que el trabajo pastoral se convierta en una actividad más entre otras, incluso a veces más absorbentes por ser más vinculantes para uno.

Pero, sobre todo, cuando falta la experiencia mística de Jesucristo, pronto aparecen los signos que la delatan: el trabajo pastoral se convierte fácilmente en actividad profesional; la evangelización es propaganda religiosa ideologizada desde la izquierda o desde la derecha; la liturgia, en ritualismo vacío de espíritu; la acción caritativa, en servicio social o filantrópico. Pero hay más. No es fácil vivir en el mundo sin ser del mundo.

Ser fiel al evangelio sin caer prisionero de lo que se piensa, se siente y se vive en medio de la sociedad. Una pastoral, espiritualmente débil, fácilmente se deja arrastrar por «el mundo». Quien no se inspira en Jesucristo, termina copiando de los hombres. Cuántos esfuerzos de renovación, «aggiornamento» y adaptación han terminado en una pastoral que era más «de este mundo» que «de Dios».

En esta misma línea, es fácil observar cómo nobles esfuerzos de acción pastoral terminan, a veces, sometidos a una ideología de un signo u otro, que prevalece sobre lo esencial de la fe. Cuando falta unión mística con Cristo es fácil el riesgo de sentirse más vinculado a ciertas ideologías de la época que a la misma fe. Brota entonces la ambigüedad e, incluso, el escepticismo y la incredulidad sobre la fuerza transformadora del evangelio”4.

Y qué pasa si el sacerdote se niega a administrar los sacramentos de esta forma. Pues primero: que Dios existe, que Cristo existe, al menos para el sacerdote y para los verdaderos creyentes y parroquianos; segundo: que los sacramentos son algo importante y, para recibirlos, no basta pedirlos sino que hay que prepararse y tener condiciones particulares de fe, esperanza y amor cristianos; tercero: que la gente se entera de que el sacerdote valora lo que hace y a lo que ha entregado su vida, negándose a dar los misterios de Dios a ningún precio; y de esta forma, esta pastoral, si se hace con prudencia, hace bien a Dios, a la Iglesia, al cura, a la feligresía y al pueblo, a la verdad y moral católica. Y cuarto, y esto es lo más importante: esto da gloria a Dios, hace Iglesia y nos santifica y salva a todos, y manifiesta que Cristo existe y es verdad, y es verdad todo lo que dijo e hizo.

Para explicar un poco más esta dificultad, bastante generalizada hoy en la Iglesia, teníamos que meditar un poco en el evangelio, cuando Pedro, ante la pregunta de Cristo, de qué dice la gente de Él, Pedro, en nombre de todos los Apóstoles, responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Afirma la Mesianidad y la Divinidad de Jesús. Esta profesión de fe es la esencia de todo cristianismo. Sin esta fe en la divinidad y medianidad de Jesús no hay catolicismo. Esta es la puerta para entrar en la fe de la Iglesia Católica.

Afirmar que Cristo es Dios significa estar dispuesto a poner de rodillas toda nuestra vida delante de Él y todo cuanto soy; significa vivir para Él, esforzarse porque Él sea lo absoluto de mi vida. Así lo entiende el católico verdadero. Todos los bautizados en Cristo han hecho esta profesión de fe y entrega. Para esto hay que luchar, orar, convertirse todos los días. Esto es lo que significa vivir la fe.

Este Evangelio desarrolla dos aspectos: primero la Mesianidad: “Empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado”; luego la Divinidad: “y resucitar al tercer día”. Pedro, que en el Evangelio anterior no había tenido dificultad en confesar ambos aspectos, ahora le cuesta trabajo comprender el sufrimiento de Cristo. Y Pedro se opone a este camino porque Él no sabe que ese es el camino que el Padre le ha trazado a Jesús. Y Jesús adora al Padre y quiere cumplir totalmente su voluntad aunque le lleve por la pasión y la muerte hasta la resurrección. Jesús quiere obedecer, entregando su vida al Padre, para la salvación de los hombres, con amor extremo, hasta dar la vida. Y Jesús le llama Satanás a Pedro. A quien hace poco le había bendecido ahora le maldice.

¿Por qué esta reacción tan fuerte y distinta de Jesús en relación con Pedro? Porque Jesús quiere obedecer al Padre hasta dar la vida, adorando su voluntad, antes que a los                         hombres, incluso ante la incomprensión de Pedro y los Apóstoles; y Pedro, con su deseo de alejarle de ese sufrimiento, del que él no sabe la razón, trata de desviar a Jesús del camino de la voluntad del Padre, a quien Él adora con amor extremo. Aprendamos esta lección todos los sacerdotes, tan necesaria en estos tiempos tan martiriales de fe y de sangre derramada.

9.- RIESGO DE VIDA SACERDOTAL MEDIOCRE POR BAUTIZOS, PRIMERAS COMUNIONES Y  BODAS CIVILES Y SECULARIZADAS EN LA IGLESIA.

Lo peor y lo trágico de todos estos sacramentos, a los que yo me atrevo a llamar civiles, no es lo que supone de imitación o mofa de los católicos, porque se den en el Ayuntamiento por el Alcalde o los Concejales; lo peor de todo y el reto que se nos plantea a los sacerdotes católicos es que se celebren, no en el Ayuntamiento, que ya es triste, sino en nuestras propias iglesias, como ya he dicho anteriormente, y nosotros seamos los oficiantes.

Porque vamos a ver: ¿qué es lo que se requiere para recibir los sacramentos católicos? Fe, lo primero fe, y en algunos, además de creer en Jesucristo, estar en gracia y estar dispuestos a vivir según el Evangelio.

Los Apóstoles encontraron un mundo más difícil que el nuestro. ¿Qué hicieron? ¿Cambiaron el evangelio? ¿Qué hicieron en la primitiva Iglesia, qué exigían los Apóstoles para entrar en la comunidad cristiana? “Los Apóstoles predicaban la palabra de Dios, y los que creían se bautizaban y entraban a formar parte de la comunidad”. ¿Qué fueron los catecumenados de los primeros siglos, para qué y en qué consistían aquellas catequesis mistagógicas, qué pasos tenían que dar y por qué habían establecido esos pasos para recibir los sacramentos, especialmente la Eucaristía? Eran los pasos necesarios de formación y vivencia de la fe para recibir los sacramentos con verdad y dignidad, para gloria y alabanza de Dios, en la que pocas veces se piensa y siente, y para la santificación de los creyentes en Cristo.

Este es el segundo o tercero, bueno, este es otro reto que tenemos en el momento actual: la cristiana, la necesaria, la correcta administración de los sacramentos, de la gracia y los dones de Cristo.

Paradójicamente, para no necesitar de estas exigencias, junto a la increencia religiosa cristiana, se está produciendo en la sociedad actual el fenómeno sustitutorio de los “nuevos cultos”, esto es, el consumismo religioso, un supermercado de cultos, sacramentos, religiones y dioses. Y lo cristiano para muchos es una más.

Cuando parecía que el hombre moderno había secularizado la cultura, resulta que el consumismo religioso actual ofrece al hombre moderno una carta muy surtida de toda clase de sectas, ritos, religiones, cultos diabólicos, magias, amuletos, tarot, espiritismo, supersticiones y cosas peores si hablamos de sectas satánicas, ocultismo, magia negra..., etc.

Y es que está claro que el hombre no puede vivir sin Dios, sin religión, y cuando este sentimiento religioso no se orienta correctamente, cae en la idolatría de las cosas, en el consumismo, que quiere sustituir a Dios por los objetos, y hace así dios a los adivinos, videntes, horóscopos, como advertía ya Chesterton con su proverbial causticidad: “Desde que los hombres han dejado de creer en Dios, no es que no crean en nada, es que se lo creen todo”.

Y es que cuando Dios deja de ser nuestro fin, nuestra vida, nuestra razón de ser y existir y amar..., nuestra seguridad y razón de vivir y la felicidad la queremos poner en las cosas presentes. Ante el reto de las falsas religiones, ante el reto de los sacramentos civiles, es la hora de la verdadera religión, de la verdadera experiencia de Dios, de sacerdotes que tengan experiencia de lo que predican y celebran, de la verdadera experiencia cristiana en nuestros feligreses, madres y esposos cristianos, al menos, para que nos sirvan de orientación y apoyo.

Porque si no hay experiencia, si celebras años y años la misa, la comunión, y no has sentido nada... si crees en el Cristo del Sagrario y no le saludas ni te pasas un rato ante Él todos los días, no digo tanto rato como ante la tele o tu ordenador..., si te aburre Cristo o su evangelio no te dice nada y así lo demuestras con tu forma de comportarte ante Él... mira que yo soy sacerdote desde hace 45 años... a mí no me vengas con cuentos..., si te aburre Cristo, tú no puedes entusiasmar a la gente con Él, ni con su Eucaristía, misterios, verdades... ¿como vas a entusiasmar a la gente con Cristo, querido hermano sacerdote, si a ti te aburre?

Es la hora de la autenticidad, de ser verdaderamente santos, místicos, convertidos, la hora de vivir en conversión permanente a Él, de ser testigo del Invisible, del Misterio del Dios verdadero.

Ante estos hechos modernos, el reto y la urgencia pastoral no es la reacción violenta, sino “firmiter in re, suaviter in modo”; es la hora no de rechazos bruscos y posturas reaccionarias, sino de exponer con calma y paciencia en cada petición de un sacramento una verdadera catequesis sobre él y sus condiciones para que ellos mismos juzguen si creen en Cristo, en la Iglesia, si viven o están dispuestos a vivir el evangelio

Por nuestra parte, es la hora de una mayor purificación de nuestra fe y apostolado; es la hora de la fe viva y trabajada mediante una oración de conversión y de Eucaristía permanentes; es la hora de la verdad, de la mística verdadera, de la experiencia de Dios, de la fe y el culto experimentado y vivido, de la oración que pasó por la meditación y la oración afectiva, por lo menos, en que ya se siente el primer gozo y experiencia de Dios, y mejor si avanzamos a la unión con Dios en la oración contemplativa, donde ya no te deja pensar y discurrir el Señor, porque estás en el Tabor y sólo puedes decir: qué bien se está aquí: son los sacerdotes de la oración diaria, aunque en temporadas cueste; la hago porque Dios es Dios, la hago, sienta o no sienta, porque quiero amarle sobre todas las cosas, también sobre mi egoísmo de sentir o no sentir; a estos nadie ni nada les tumba ni les asusta, ni el pecado ni la misma muerte porque han llegado a la experiencia del cielo en la tierra, que es Dios, y Él está dentro de ti.

Sin esta experiencia, sin esta vivencia, con sólo ideas y teologías, en que la religión se convirtió simplemente en un sistema más de verdades, como aquellos sistemas de ideas abstractas de filosofía, que estudiábamos en nuestros años de seminario, es muy difícil, por no decir imposible, que el agua viva, el Dios vivo llegue a los que nos escuchan, porque la vida de Dios se comunica, a través de nosotros, a los hermanos, al modo de los sarmientos: “yo soy la vida y vosotros, los sarmientos... si el sarmiento no está unido a la vid, no puede dar fruto... sin mí no podéis hacer nada...”.

Los Apóstoles fueron sarmientos muy distintos antes y después de Pentecostés; y era el mismo Cristo, incluso le vieron resucitado y le tocaron, pero permanecieron con las puertas cerradas, “por miedo a los judíos”; era el mismo evangelio, el mismo Cristo, ya resucitado, creían las mismas verdades, pero no se atrevían a predicarlo “por miedo a los judíos”. ¡Por miedo a los judíos! Con qué humildad, con qué sinceridad lo expresan los evangelios para que nosotros aprendamos. Y eran los Apóstoles de Cristo, nuestros padres en la fe.

De seguro que más de uno me criticará por hablar así. Pero no me importa, aunque sufra por ello. Quiero seguir el modo evangélico, decir la verdad, aunque duela. Pero vamos a lo que estamos diciendo. ¿Por qué cambiaron radicalmente los Apóstoles con la venida del Espíritu Santo? Ya lo he dicho y lo repetiré muchas veces en mi vida. Porque fue Pentecostés, porque vino el Espíritu Santo, que es el mismo Cristo, pero hecho fuego y llama de amor viva, Espíritu de Amor del Dios Trino y Uno, y lo sintieron en amor vivo por dentro, en su mismo espíritu, y al sentirlo así, lo comprendieron todo porque lo experimentaron, y ya no pudieron permanecer por más tiempo en silencio, abrieron los cerrojos y las puertas para que todos les escuchasen y todos, aun siendo de diversas lenguas, los entendieron, porque hablaban el lenguaje del Amor del Dios que es Amor, pero desde la experiencia, no desde el puro conocimiento o teoría.

Cristo ha de pasar en nosotros de ser teología y concepto verdadero a ser llama de amor viva en nuestro corazón, como en los Apóstoles. Pero es necesario un Pentecostés. Y para que haya Pentecostés “los apóstoles estaban reunidos en oración con María, la madre de Jesús”. Sólo por la oración llegamos a Pentecostés, a tener experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado.

Por eso, la Iglesia siempre ha tenido y ha necesitado en todos los siglos, santos y místicos que tanto bien nos han hecho a todos. Y este reto es el que nos pide la carta Apostólica de Juan Pablo II NMI, para mí no suficientemente estudiada y asimilada por la Iglesia, especialmente los que tienen que dirigir por los diversos aspectos de la vida pastoral: el primer apostolado de la Iglesia, el primero y fundamental, la santidad; y para ser santos, el camino es la oración, la oración y la oración que nos lleva a la conversión permanente hasta la Unión con Dios. En Cristo conocido y amado en la oración, radica todo mi apostolado, si quiero hacerlo con Cristo y desde Cristo como sarmiento suyo.

 No todas mis acciones son verdaderamente apostólicas, para que lo sean, necesito la vida, la savia de Cristo, porque soy sarmiento suyo: “Y ni el que planta ni el que riega... sino el que da el incremento, Cristo…Yo soy la vid, vosotros los sarmientos… si el sarmiento no está unido a la vid, no puede dar fruto”.

“Oh Dios mío, quién te buscara con amor puro y sencillo que te deje de hallar muy a su gusto y voluntad, pues que tú te muestras primero y sales al encuentro a los que te desean”(S. Juan de la Cruz).

¡Señor, que te busquemos en todo!

10.-  OTRA TENTACION POSIBLE PARA EL SACERDOTE ES UNA MAYOR SOLEDAD AFECTIVA EN UN MUNDO CON MUCHO SEXO Y POCO AMOR DE DIOS

Aquí meteríamos también todas las tentaciones provenientes de la condición celibataria del sacerdote en un mundo lleno de sensualismo y de Twitter, Facebook. Google... Ahora, no se concibe una amistad pura, sólo por afecto limpio; ahora, desde la juventud, todo es y está orientado al sexo; la tele, las películas, los medios modernos, la vida misma actual de chicos y chicas, en simples encuentros primeros o semanales, termina en el sexo indiscriminado, por puro pasatiempo y con los medios modernos. Y el sacerdote es célibe, lo cual no es solamente que no puede tener relaciones sexuales con una mujer, que es lo que todo el mundo entiende por el celibato, sino que no puede tener amor y ayuda de esposa, de amar a una mujer con amor total de esposa, porque ese amor el célibe lo tiene y consagra a Dios, sólo a Dios, y por Él y desde Él puede amar a todos.

Y esto obliga a mayor soledad que antes; por una parte, por el peligro ambiental; y por otra, por el peligro personal de la virtud de la castidad, hoy incluso poco valorada y públicamente pisoteada y ridiculizada; sobre todo, porque se ha entronizado el sexo por el sexo y sin amor. Con todo lo cual, nuestro instinto, nuestra carne, que todos tenemos, como los mismos santos, algunos de los cuales fueron peores que nosotros en esta materia antes de convertirse y llegar al amor total de Cristo, nuestros instintos, repito, se sienten más incentivados hacia lo carnal, que impide este amor total a Cristo sobre todas las cosas, incluso sobre el amor conyugal y de entrega a una esposa, a una mujer.

Y que conste ya desde este momento, que jamás defenderemos el celibato ni queremos ser célibes porque el matrimonio sea más imperfecto, no; léase el Vaticano II; de esto los Padres del Concilio tuvieron mucho cuidado cuando hablaron del celibato, ya que antes de hablar de él en el Presbyterorum ordinis habían hablado y defendido el matrimonio, como camino de santidad, y la llamada de todos los hombres, sea cual sea su estado, a la santidad.

Por eso esta tentación de ser célibes en un mundo con más sexo y menos amor se convierte para nosotros automáticamente en un reto, en un camino de santidad, que aceptamos al ser sacerdotes, donde puede haber o no haber fallos, pueden existir más o menos, ¡nunca escándalo público! ¡Dios lo quiera y lo consiga! porque lo quiere y nos ha llamado a amarle, a amarnos en totalidad y gratuidad sin recompensa de instinto. Este es nuestro reto: tender siempre al amor total a Cristo y por Cristo, con amor total y gratuito, sin recompensa de sentidos, a los hermanos y hermanas.

Al sustituirse el amor por el sexo, se le complica la vida al sacerdote celibatario, porque la gente tiene esa mentalidad y no va a hacer una excepción con el cura. Así que tenemos que tener más cuidado. Antes, el sacerdote podía tener más compañías femeninas, hoy es más peligroso por los motivos aducidos. En consecuencia, el sacerdote se encuentra más solo afectivamente, máxime cuando ya la hermana o la sobrina ya no quieren vivir en el pueblo o necesitan trabajar.

Si tiene una “canónica” relativamente joven, la gente desconfía; si la tienes mayor, debes tú cuidar de ella; si no la tienes, de no ser un manitas, la cosa no marcha bien en la cocina o en la limpieza del piso y te toca comer todos los días de latas y conservas y precocinados. Tampoco la economía de un cura da para una buena asistenta. Hoy hay muchos que no lo consiguen, quedándose solos y aislados en la casa parroquial, fría y melancólica. Tampoco se encuentran fácilmente, digo que sean aptas y apropiadas. La propia familia te deja solo: ya no hay sobrinas, ni tías solteras, quedan sólo las madres....

Por otra parte se han hecho tentativas de vida en común entre sacerdotes, y la cosa no resulta fácil: diferencias de gustos, costumbres, egoísmos, amor propio, mentalidades diversas. De todas formas nosotros no somos religiosos. Y a los religiosos la vida comunitaria tampoco les resulta fácil. Porque viven juntos, pero a veces separados, no comunitariamente. En tiempos pasados, el sacerdote siempre encontró abundante y más que suficiente compañía en sus feligreses. El ambiente y las circunstancias eran distintas.

Pero el hombre será siempre hombre y la mujer, mujer. Si de niño o joven el sacerdote no tuvo rostros femeninos de amor célibe que le amaran gratuitamente, sin nada de sexo, como son sus padres, sus hermanas y amigas de infancia o juventud, le va a ser más costoso este camino del amor célibe, que en definitiva es amar con totalidad de amor a Dios y con esa gratuidad de amor de Dios a los hermanos. Esta es la parte positiva del celibato. La negativa es huir de lo carnal, es amar gratuitamente a la mujer o al hombre sin recompensas de carne. Y repito, pero no lo desarrollo porque no lo domino, pero oigo, que el mayor peligro hoy son los medios modernos de comunicación: Facebook, Twitter…etc.

Por eso la base de relación con la mujer, que es muy importante para la vida personal y pastoral del sacerdote, depende en su parte principal del concepto y vivencia que el sacerdote tenga del celibato. Qué mujeres más santas y trabajadoras y ejemplares y entregadas a Cristo he encontrado y sigo encontrando en mi vida. Verdaderas mujeres cristianas, llenas del Espíritu de Cristo, de Espíritu Santo. Estas mujeres saben amar y ayudar y darse gratuitamente desde la vivencia de su amor a Dios, sin pensar ni complicarte la vida.

Pero junto a estas, ya sabemos todo cuál es el denominador común de la mujer y del hombre, máxime en estos tiempos, donde para los mismas jóvenes de ambos sexos el erotismo es puro divertimiento, mientras que a nosotros nos va la vida de gracia en ello.

Todos sabemos cómo aman la mujer y el hombre, siempre van buscando algo de recompensa, de carne. Estamos hechos así instintivamente. San Pablo: “carne y espíritu, deseo lo que es mejor pero hago lo que no quiero, el cuerpo lucha contra el espíritu y el espíritu contra la carne”. Es el pecado original. No asustarse. No taparse los ojos ni ignorarlo: a estímulos ordinarios, reacciones ordinarias: quiere decir que estamos bien constituidos por Dios; ahora ni hundirse en la soledad o en la tristeza. A luchar se ha dicho hasta que el espíritu venza a la carne. Y mil veces caído, mil veces levantado y no pasa nada. Y Dios siempre nos perdona. Pero la carne seguirá pidiendo su ración cada día hasta que sea vencida; en unos, desde el principio, o porque no se enteraron o prometieron amar a Dios con todo su corazón y sus fuerzas o sus circunstancias personales les fueron más favorables: hermanas, amigas de infancia inocentes, buenos amigos; otros tendrán que luchar más, pero todos vencerán. Siempre luchando. Y todos llegaremos a ser santos, a estar unidos a Dios totalmente. Y de esto tenemos muchos ejemplos en la Iglesia. De los canonizados y no canonizados. Y algunos canonizados no fueron siempre ejemplares.

Con estas mujeres, verdaderas cristianas, no tienes complicaciones, ni la misma feligresía lo ve mal, pero con otras... hay que tener mucho cuidado, máxime si tú mismo sientes tentaciones de complicarte la vida, a no vivir en plenitud la promesa hecha en tu ordenación de amar a Dios sobre todas las cosas, en este caso, sobre todas las mujeres.

Las que más nos pueden complicar son las gatimansas de turno, que nunca faltan, sobre todo, si el mismo sacerdote por puro instinto natural, inconscientemente,  las va buscando. Y hoy ya la edad y otras cosas no importan, porque ya no hay peligro de tener hijos con los medios que existen. Y con los instintos de la carne no se puede jugar; hay que tener control absoluto, absoluto y total cuidado y unirse a Cristo en la Eucaristía diaria en su cruz y sangre derramada por amor total a Dios y a los hermanos, con donación y entrega absoluta; es el momento del “nunca, nada, con nadie” que explico a mis alumnos del Seminario. Somos así. Es el instinto, me da lo mismo de comer, de beber o de lo que sea, siempre pide su ración egoísta, para él solo, sin pensar en el hombre completo y en sus deseos de amor total a Dios y a los hermanos, bueno, en este caso más especialmente a las hermanas.

La maduración de la castidad en general, como parte de la vida cristiana, es fruto del amor a Cristo y de su gracia. Mucha oración ante el Sagrario, mucha Eucaristía y mucha devoción a la Madre Inmaculada. Todo esto era natural antes en una familia y ambiente cristianos. Por eso las jóvenes de nuestro tiempo eran castas. Si alguna quedaba embarazada se casaba en privado. Las diversiones y demás eran totalmente distintas a las de ahora. Hoy, hasta la familia, los hermanos, pueden complicar la cosa por su manera de pensar o vivir.

Hasta hace poco la gente aceptaba sin más dificultades que el sexo era para el matrimonio y para fundar una familia. Sin embargo la revolución sexual de los años ochenta, alimentada por la política, con deseos de ganarse los votos de los jóvenes, propugnó la liberación sexual total desde los dieciséis años con la difusión de los anticonceptivos y preservativos, afirmando el derecho al placer como un derecho personal propio sin intromisiones ajenas, consideradas intromisiones ajenas. En consecuencia el sexo se ha convertido en algo cada vez más trivializado y comercializado, y desde luego, nada de pecado, de eso, ni hablar. Puro consumismo. Usar y tirar. Pero claro, para el cura, sobre todo joven, esto es una complicación más, una dificultad mayor a superar.

Esta soledad exaspera y agiganta más el problema del celibato propiamente dicho. Máxime, cuando la castidad se ha hecho hoy más difícil para todos, no sólo para el sacerdote, por el ambiente pansensual y erótico que lo envuelve todo en las diversas expresiones de la vida moderna, sino porque pocos jóvenes la guardan conforme a la mentalidad de la Iglesia, ya que la consideran un bien personal y, por tanto, pueden disfrutar de él cuando quieran y como quieran; y así se enseña y practica en muchos programas y películas y pornografía de televisión y demás medios, y así lo enseñan en las aulas públicas y privadas, y ya se encargan los psicólogos de turno, por dinero y popularidad, de pregonarlo y el Gran Hermano de plasmarlo en la pantalla.

Los adolescentes y los jóvenes son ilustrados en esta materia sin la más mínima referencia moral en los Colegios y Universidades; los jóvenes ya no la guardan, por la institucionalización de las relaciones prematrimoniales, desde los dieciséis años; y solo lo que preocupa a los padres y a los educadores de la sociedad es la prevención del sida y hasta las madres colocan a sus hijas los preservativos pertinentes en los bolsos para los fines de semana en el botellón o para las excursiones o veraneos juntos de chicos y chicas y novios y ahora gays y lesbianas.

Menudo lío. Y conozco sacerdotes que han dejado de organizar acampadas y fines de semana parroquiales por este motivo. Y tú predica ahora la castidad: sinceramente: ¿cuánto tiempo que no predicamos esta virtud cristiana? ¿Por qué no lo hacemos?

Y al celibato en concreto, hoy y siempre, le llueven dificultades desde todos los campos: teológico, pastoral, social, individual, psicológico, ambiental... Es problema de amor, divino para sublimarlo; humano, para complicarlo. Todos conocemos su problemática y sus leyes. Primera: los sacerdotes, todos los sacerdotes, desde los altos a los más bajos, desde los más fervorosos a los menos, desde los más místicos hasta los más apocados, todos estamos bien constituidos; así que nadie se engañe: a estímulos ordinarios, reacciones ordinarias, y a mayores estímulos sexuales, ahora potenciados con Internet, películas, Tele y demás, mayores y más reacciones sexuales, bueno si uno es normal y está bien constituido, repito. Y mientras todo vaya en esta dirección, vaya... lo peor es que vengan otras tentaciones más perversas. Ya hay que tener mucho cuidado con lo que tenemos o te encuentras sin buscarlo, pero si encima lo buscas... Por amor a Dios, por amor a la Iglesia, por el escándalo que quita la fe a nuestros feligreses, esto jamás, jamás, jamás. Cuidado con los niños, cuidado con otras tendencias más perversas...

Dios quiso el sexo, nos creó sexualizados y es un bien de la naturaleza y Dios quiere que la forma natural de vivirlo sea el matrimonio. Cristo fue verdadero hombre, hombre completo, pero no quiso casarse, el Padre no le señaló el matrimonio como camino para cumplir su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Si Cristo hubiera visto en esto la voluntad de su Padre, nos lo habría predicado. Y sus sacerdotes podríamos seguir sus pasos.

Pero el ser célibe, por voluntad y amor total al Padre, no impidió que Cristo amara tiernamente a sus amigos y amigas, como no tienen reparo en expresarlo los evangelios; es más, se dejó querer hasta formas de ser abrazado, besado y bañado de lágrimas en los pies... que nosotros y máxime, en aquel tiempo y con aquel concepto de mujer, nos extraña, pero nos entusiasma. ¡Qué maravilloso eres, Cristo, qué libre y qué dueño y señor de tus sentimientos! Yo, hoy, no me atrevo ni a verlo ni realizarlo.

Por eso, me disgusta, pero no me ha impresionado absolutamente nada que en estos tiempos de tan poca fe y respeto a las personas, hayan hecho algunas películas blasfemas en este sentido. Le quisieron mucho las mujeres y no sé si todas desde el principio le quisieron bien en este aspecto, pero Él con su palabras, gestos y vida las cambió a todas, incluso a las prostitutas, a las adúlteras, a las mujeres de mala vida, con las que hablaba y se relacionaba, y de lo que le acusaron los escribas y fariseos, cosa que ellos, para no mancharse, no podían hacer, pero lo practicaban en privado; recordad las palabras de Jesús con la adúltera: “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Y todos se marcharon y nadie tiré la primera piedra.

El sacerdote tiene que amar así a la mujer, como Cristo, con amor célibe y casto. La virtud de la castidad es una virtud típicamente cristiana; en otros tiempos era virtud ordinaria para niños, jóvenes y adultos, por el mero hecho de estar bautizados y estar llamados a vivir la vocación cristiana en plenitud.; ahora, por las actuales circunstancias, pocos la viven y parece como si esto solo fuera para sacerdotes y religiosos y los que se preparan para serlo, porque el resto, desde niños, son educados en sentido contrario. Así que los sacerdotes, pero sobre todo, los seminaristas, se quedan solos en esta lucha. Y los seminaristas lo tienen más difícil, por ellos, por el ambiente y por las mismas chicas que le consideran objeto de conquista apreciable, en los mismos centros de bachillerato, donde ellos tienen que ir, porque algunos seminarios no lo tienen.

En el Colegio Español de Roma, nos echaron un día la película de Pasolini “El Evangelio según San Mateo”. Y no olvidaré en la vida la escena de Cristo mirando con mirada de amor y misericordia a la adúltera y de la adúltera agradecida y sorprendida ante tanto amor de aquel hombre que la miraba y la amaba de forma distinta a todos los hombres que había conocido. Ningún hombre le había mirado hasta entonces con tanto amor y con tanto deseo de quererla. Aquella mujer adultera no volvió a pecar. No sé si volvería a vivir con su marido; a los mejor formó parte de las seguidoras de Cristo ¡Santa adúltera! Enséñame a mi a mirar y amar a Cristo como tú le amaste! ¡Cristo, enséñame a mirar y amar a la mujer como Tú! Y todavía lo recuerdo, porque me impresionó muchísimo: algunos obispos, –eran otros tiempos, Vaticano II,-- por piadosos, no se atrevieron a ver la película.

Ahora otra mujer: la samaritana, la de los cinco maridos. No sé qué tendría Cristo que las enamoraba. Era una forma distinta de mirar, de hablar, de amar. Yo se lo pido todos los días y sigo aprendiendo. Por eso, la samaritana, al encontrarse con Cristo, reconoció prontamente sus muchos maridos, es decir, sus pecados. Los afectos y apegos desordenados impiden ver a Cristo, creer en Cristo Eucaristía, sentir su presencia y amor. Cristo se lo insinuó, ella lo intuyó y lo comprendió y ya no tuvo maridos ni más amor que Cristo, el mejor amigo.

Señor, lucharé con todas mis fuerzas por quitar el pecado de mi vida, de cualquier clase que sea: “los limpios de corazón verán a Dios”. Quiero estar limpio de pecado, para verte y sentirte como amigo. Quiero decir con la samaritana:“dáme, Señor, de ese agua, que sacia hasta la vida eterna...” para que no tenga necesidad de venir todos los días a otros pozos de aguas que no sacian plenamente. Todo lo de este mundo es agua de criaturas que no sacian. Yo quiero hartarme de la hartura de la divinidad, de esta agua que eres Tú mismo, el único que puedes saciarme plenamente. Porque llevo años y años sacando agua de estos pozos del mundo y, como mis amigos y antepasados, tengo que venir cada día en busca de la felicidad, que no encuentro en ellos y que eres Tú mismo.

Señor, tengo hambre del Dios vivo que eres Tú, del agua viva, que salta hasta la vida eterna, que eres Tú, porque ya he probado el mundo y la felicidad que da. Déjame, Señor, que esta tarde, cansado del camino de la vida, lleno de sed y hambriento de eternidad y sentado junto al brocal del Sagrario, donde Tú estás, te diga: Jesús, te deseo a Ti, deseo llenarme y saciarme sólo de Ti, estoy cansado de las migajas de las criaturas, sólo busco la hartura de tu Divinidad. Quien se ha encontrado contigo, ha perdido la capacidad de hambrear nada fuera de Ti. Contigo todo me sobra. Sin Tí todo me falta. Tú eres la Vida de mi vida, lléname de Ti. “Sólo Dios basta, quien a Dios tiene, nada le falta.”

Y para terminar este tema, otra mujer. Esta dice el Evangelio expresamente que quería tocarle. Casi pecado en mi juventud de seminarista y primeros años de sacerdocio. Sobre ella tengo escrito en uno de mis libros: “Hemorroísa divina, creyente, decidida, enséñame a tocar a Cristo con fe y esperanza”. (Comentario del Evangelio de Mateo 9, 20-26)

¡Hemorroísa divina, creyente, decidida y valiente, enséñame a mirar y admirar a Cristo como tú lo hiciste, quisiera creer y confiar como tú en Jesús, para tener esa capacidad de provocación que tú tuviste con esos deseos de tocarle, de rozar tu presencia con la suya, esa seguridad de quedar curado si le toco con fe, de presencia y de palabra Enséñame a dialogar con Cristo, a comulgarlo y recibirlo. Reza por mí al Cristo que te curó de tu enfermedad, que le toquemos siempre con fe en nuestras misas, comuniones y visitas, para que quedemos curados, llenos de vida, de fe y de esperanza!

“Dijéronle los discípulos: Si tal es la condición del hombre con la mujer, no conviene casarse. El les contestó: No todo entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado. Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que fueron hechos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos. El que pueda entender, que entienda” (Mt 19, 11-12).

La Biblia de Jerusalén dice textualmente en el Evangelio según San Lucas, capítulo 8: «Mujeres que acompañaban a Jesús»: “A continuación iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando el reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juan, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que le servían con sus bienes”.

Termino con Lucas, en capítulo 7: “Le invitó un fariseo a él, y entrando en su casa, se puso a la mesa. Y he aquí que llegó una mujer pecadora que había en la ciudad, sabiendo que estaba a la mesa en la casa del fariseo y con un pomo de alabastro de ungüento se puso detrás de Él, junto a sus pies, llorando y comenzó a bañar con lágrimas sus pies y los enjugaba con los cabellos de su cabeza y besaba sus pies y los ungía con el ungüento. Viendo lo cual, el fariseo que le había invitado dijo para sí: Si éste fuera profeta, conocería quién y cuál es la mujer que le toca, porque era una pecadora. Tomando Jesús la palabra, le dijo: Simón, tengo una cosa que decirte. El dijo: Maestro, habla. Un prestamista tenía dos deudores; el uno le debía quinientos denarios; el otro, cincuenta. No teniendo ellos con qué pagar, se lo condonó a ambos. ¿Quién, pues, le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Supongo que aquel a quien condonó más. Díjole: Bien has respondido, “Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies; mas ella ha regado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el ósculo; pero ella, desde que entré, no ha cesado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con óleo, y ésta ha ungido mis pies con ungüento. Por lo cual te digo que le son perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho”.

¿Qué dirían nuestros feligreses si vieran que alguna mujer tuviera gestos como estos con nosotros en un convite de bodas? Pues que estábamos liados... Pues Cristo no lo estuvo. Y lo que quiero decir también con todos estos pasajes evangélicos es que el celibato no nos impide el amor, el afecto a la mujer; y que hasta llegar al pecado, hay mucho camino o ninguno, si uno ha hecho en serio esta promesa y lucha por mantenerla y no escoge jamás este camino para tratar con la mujer; todo depende de nuestra intención; precisamente porque sabemos que a estímulos ordinarios, reacciones ordinarias; y no hay que dejarse engañar ni por los sentidos, ni por el maligno ni por nadie; en esta materia, nuestro propósito: “nunca, nada, con nadie ...

Desde luego, qué maravilloso eres Cristo, qué valiente, qué manera de amar y dejarte amar; yo también quiero amar y amarte así: qué hombre más libre eres y qué amor limpio y bueno tienes, Señor, hasta del pecado, claro. Ayúdame a amar y ser amado así. Cristo es la única razón de mi celibato.

11.- AYUDAS IMPORTANTES PARA VIVIR EL CELIBATO SACERDOTAL

A) POR LA ORACIÓN DIARIA ESFORZARSE POR VIVIR EL CELIBATO CON AMOR TOTAL A CRISTO  Y A LOS HOMBRES, NUESTROS HERMANOS 

Lo primero que hay que decir es que el celibato es amar gratuitamente a los hombres, en donación total, sin egoísmo carnal.

En el debate actual sobre el celibato podemos encontrarnos con opiniones de hermanos que afirman y consideran el celibato como una condición o precio que han tenido que pagar para ser sacerdotes, pero que ellos no lo aceptan ni lo consideran necesario y te ponen razones bíblicas, teológicas y de todo tipo. No entro en esa dinámica.

Lo que ocurre es que si esa es su mentalidad, no es la mentalidad de una persona que ha sido llamada a identificarse con Cristo en santidad o unión total con Él, en cuyo caso el celibato es una prueba más de su identificación y una exigencia del don recibido, que me llama a identificarme con Cristo Sacerdote, Víctima y Altar de su propio sacrificio.

El celibato, en positivo, es un reto de querer amar a Dios con todo mi corazón, con toda mi alma y con todo mi ser sacerdotal, que me compromete y obliga al amor total y exclusivo y gratuito sin afecto carnal que sería el aspecto negativo, la cara negativa de la plenitud de ese amor. Por lo tanto, el amor célibe es esencial y vivencialmente positivo, por Él y por el reino de los cielos. Es escatológico, es “el esjatón”, el final inaugurado en el tiempo, es lo último hecho presente: el cielo nuevo, la tierra nueva, el amor eterno a Dios y a los hermanos iniciado en el camino hacia la eternidad, es el “serán como ángeles”.

Hay documentos de la Iglesia muy claros hoy sobre la naturaleza y finalidad del celibato. Virgen o Célibe no consiste en no casarse o en mantenerse como un solterón, solterona, no; célibe es una forma específica y experiencial de amar a Dios sobre todas las personas y cosas, es no tener amor y actitudes y comportamientos y compromisos de esposo o esposa sino con Dios, incluso aunque en mis relaciones con otras personas de mi parroquia, en concreto mujeres, no tenga relaciones carnales. Repito, el amor célibe es primariamente virginal, sin amores y actitudes esponsales con criaturas y consecuentemente o como vivencia connatural es casto total de cuerpo, que sería el reverso negativo de este amor total y plenamente gratuito de recompensa afectiva corporal.

Por lo tanto, si mi mentalidad es que el celibato ha sido el precio que he tenido que pagar para ser sacerdote, como no exista el deseo de transformarme en Cristo Sacerdote, esas razones quedan inundadas por el sensualismo actual del ambiente que no protege tanto como antes, aunque con esa mentalidad ahora y siempre será muy difícil vivir el celibato, y como consecuencia, nos será muy difícil ser célibes de corazón por el reino de Dios. Si el sacerdote piensa así, le parecerá excesivo el precio.

Para algunos el celibato tendría que ser opcional. Y fue opcional, pero incluido en la opción sacerdotal, que me obliga a identificarme o tratar de identificarme todos los días en lo que celebro, la Eucaristía, la Acción de gracias al Padre por todos los beneficios que me han venido por la vida nueva y resucitada que hace el Señor presente sobre el altar y de la cual participo y con la cual comulgo, y que mete en mi alma y cuerpo la “sangre derramada” y las llagas de Cristo, que da su vida en amor total al Padre y virginal a los hermanos, con entrega gratuita, en adoración total, con amor extremo, hasta dar la vida. Con ese amor y con esa vida comulgo en el momento central de mi sacerdocio y del cristianismo, de mi seguimiento personal e identificación sacerdotal y victimal con Cristo: “Tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo”; “El que me come vivirá por mí”. Para este amor, para este sacrificio agradable a Dios, para esta vivencia, lo he dicho millones de veces y lo repetiré todas las que pueda y sean necesarias, la oración, la oración, la oración permanente que me lleva al amor permanente y a la conversión permanente. Mil veces caído, mil veces levantado y no pasa nada, porque el amor de Dios cura todas las heridas y limpia mi corazón de toda mancha sin dejar rastro. No me gusta escuchar en las confesiones: me acuso de los pecados de mi vida pasada, porque es como desconfiar de la misericordia de Dios. Y si es por el dolor de la ofensa, ya no queda ni rastro de la herida.

Tengo que ser humilde, aceptar que necesito de su gracia y aceptar con sacrificio de mis instintos su ayuda, que me lleva a veces a identificarme con Cristo crucificado en su cuerpo y sangre derramada. Y pido a mis hermanos y hermanas y a toda la asamblea cristiana que me contempla en mi vida diaria: «Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios Padre Todopoderoso».

El sacerdocio celibatario es una vocación que me llama a amar a Cristo sobre todas las personas, incluido mi propio yo, mis propias inclinaciones egoístas. Y vivir esta lucha es vida celibataria, realizar mi vocación al sacerdocio, a la santidad. No es primero querer ser sacerdote y luego célibe, por exigencias del sacerdocio, sino todo unido; no es una renuncia al amor sino una invitación al amor total, al amor al Padre y su reino con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi ser, para poder sentirme amado totalmente por Cristo Sacerdote, en mi vocación sacerdotal, en la llamada que me hizo a vivir totalmente identificado con su ser y existir sacerdotal

En el debate actual sobre el celibato podemos encontrarnos con opiniones de hermanos que afirman y consideran el celibato como una condición o precio que han tenido que pagar para ser sacerdotes, pero que ellos no lo aceptan ni lo consideran necesario y te ponen razones bíblicas, teológicas y de todo tipo. No entro en esas pruebas. Lo que ocurre es que si esa es su mentalidad, no es la mentalidad de una persona que ha sido llamada a identificarse con Cristo en santidad o unión total con Él, en cuyo caso el celibato es una prueba de su identificación y una exigencia del don recibido, que me llama a identificarme con Cristo Sacerdote, Víctima y Altar de su propio sacrificio.

Repito: el sacerdocio celibatario es una vocación que me llama a amar a Cristo sobre todas las personas, incluido mi propio yo, mis propias inclinaciones egoístas. Y vivir esta lucha es vida celibataria, realizar mi vocación al sacerdocio, a la santidad. No es primero querer ser sacerdote y luego célibe, por exigencias del sacerdocio, sino todo unido; no es una renuncia al amor sino una invitación del Señor a amar con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi ser, para poder sentirme amado totalmente por Cristo Sacerdote, en mi vocación sacerdotal, en la llamada que me hizo a vivir su ser y existir sacerdotal.

B) AMOR CÉLIBE ES VIVIR EN DONACIÓN TOTADE AMOR L DE CUERPO Y ALMA A DIOS Y A LOS HOMBRES EN UN MUNDO QUE NO ENTIENDE NI SABE AMAR ASÍ

Vivir el celibato en un mundo así, a veces es esquizofrénico, y continuamente chocante, porque las instituciones, el matrimonio, las costumbres sexuales han cambiado tanto, bueno, la mentalidad del mundo actual, en general, ha cambiado tanto en los veinte últimos años, que te parece vivir en otro planeta, en otro mundo; tu pisas la misma tierra de antes, tienes relaciones con los niños, los jóvenes y los adultos de ahora por tu dimensión pastoral, y te das cuenta que esos niños y jóvenes y adultos no son los que tú conociste cuando eras como ellos, ni los que conociste cuando decidiste ser sacerdote y cuando empezaste tu labor parroquial y pastoral. Así que si hablas con ellos entras en continuas discusiones porque no piensas ni puedes pensar desde el evangelio como ellos y nunca tienes un rato largo de diálogo en el que no tenga que discutir por no estar de acuerdo con lo que dicen o viven. Además, no hace falta que hables con ellos, viendo lo que hacen públicamente ¡Qué horror!; antes los hubieran llevado a la cárcel por escándalo público. Pero eso ya no existe, el escándalo evangélico. Es otro mundo, otra mentalidad, otros matrimonios, otros hombres de otro planeta mental y existencial.

Es decir, que te toca ahora vivir en esta tierra atea, sin Dios, pero tú no piensas, desde tu vida de sesenta o setenta años y desde el evangelio en otras realidades, en otras formas que has visto de vivir el matrimonio, la familia, la juventud... quieres pisar otras calles, otros caminos; por otra parte te encuentras con que la televisión y demás medios modernos de comunicación que se utilizan de la mañana a la noche, por las calles y en las casas, jamás piensan, ni por equivocación, lo que tú piensas y vives y predicas; ahí no existe ni primero ni sexto ni noveno mandamiento, sino que se exalta y bendice todo lo contrario y públicamente. En razón del instinto siempre hubo dificultades en esta materia, porque al no saber amar así la mujer, aunque tú estés preparado y luches, su repuesta siempre va en ese sentido, si no ha aprendido a amarte como tu madre o hermana. Pero es que ahora eso ni se concibe, porque nada más conocer un joven a una chica, ya están pensando en la cama.

Como consecuencia de todo esto, en esta materia del celibato y lo digo claro desde el principio, ni ayudas de tipo psicológico ni terapias ni grupo ni pastillas... todas las ayudas tienen que ser cristianas, espirituales, de vida según el Espíritu Santo; estoy hablando de casos ordinarios, de lo normal; mucha oración ante el Sagrario, mucha victimación en la misa, mucha cruz y sangre derramada, mucho sacrificio de todo, devoción tierna a la Virgen, ser humilde, confesarse siempre y mucha dirección espiritual, si tienes la suerte de tener junto a ti un amigo o un hombre de Dios; no tratar jamás de sustituir el Espíritu de Dios por el de los hombres; ni sustituir el Espíritu Santo por psicólogos; en caso de enfermedad, lo que sea necesario, ir al médico y a los medios curativos humanos; pero ninguna solución puramente humana sino tratar de cumplir lo prometido, amando a Dios sobre todas las cosas y para eso, lo mismo de siempre: oración, oración, oración permanente, y un buen director espiritual, un buen psicólogo de la gracia, de los caminos del espíritu, y mucha humildad, aceptación de sí mismo, sin jamás hundirse y desanimarse, sabiendo que se trata de debilidad y no de malicia, pero que pueden destruir nuestra vida sacerdotal, y si son determinados fallos, podemos causar daños y escándalos irreparables; eso, jamás, jamás.

Como en lo negativo se trata de mortificar la carne, es un reto continuo, y para eso mucha constancia ascética y mucha paciencia, mucha paciencia y poca soberbia para aceptarnos como somos, pobres y necesitados continuamente de la gracia de Dios y sobre todo, como he dicho, vida de oración y conversión permanente, fundamento de toda la vida cristiana, que no hay que dejar nunca, y lo dicho, mil veces caído, mil veces levantado y no pasa nada, absolutamente nada, siempre que me levante, siempre que no me instale y permanezca en el pecado, siempre que diga: perdón, Dios, es la última vez.

Mi soberbia es el mayor peligro; porque yo quisiera ser totalmente limpio de todo, ofrecerle a Dios mi alma y mi cuerpo limpios, más que nada, para no sentirme humillado, más que por su gloria, y ahí está mi soberbia; sin embargo, debo pensar que Dios también me acepta así, porque me lo ha dicho mil veces por su Hijo, me acepta luchando, “simul justus y peccator”, en lucha permanente, siempre levantándome, porque eso indica que le quiero amar sobre todas las cosas y la gracia de Dios terminará venciendo en mí, como en San Pablo:

“Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual mas yo soy de carne, vendido al poder del pecado. Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la ley en que es buena; en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mi. Pues bien sé yo que nada bueno habita en mi, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí.

Descubro, pues, esta ley; en queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta. Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros.

¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor!

Así, pues, soy yo mismo quien con la razón sirve a la ley de Dios, mas con la carne, a la ley del pecado” (Rom 7, 14-25).

A mí me parece que se puede interpretar perfectamente mirando los problemas de la carne en relación con la sexualidad. Así piensan algunos autores. Y lo que siente Pablo y lo que dice es para todos los cristianos. Y es Palabra revelada, verdadera. En concreto la Biblia de Jerusalén pone una nota que dice: “7.24 Lit. “del cuerpo de esta muerte”.- El cuerpo con los miembros que lo componen Rom 12,4; 1Co 12, 12-14s, es decir, el hombre en su realidad sensible, 1Co, 3;2, Co 10, 10 y sexual, Rom 4,19; 1 Co 6,16; 7, 4; Ef 5,28, interesa a Pablo en cuanto campo de la vida moral y religiosa”.

Quiero terminar este apartado con el ejemplo de vida y doctrina de San Pablo, sincero como pocos; mira su historia; tiene un problema, que hasta parece que pudiera ser de alguna lacra del cuerpo: “Por tres veces le he pedido a Dios que me libre de este estímulo de Satanás...”; “tres veces” quiere decir que lo lleva muchísimo tiempo, que está cansado y desesperado. Como respuesta a su petición: “te basta mi gracia” y San Pablo sigue luchando; en esta como en otras materias, cuando Dios quiere y nosotros cooperamos, podremos decir con el Apóstol, que siente ya la gracia y la ayuda de Dios, hecha victoria: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”; “libenter gaudebo in infirmitatibus meis ut inhabitet in me virtus Christi: me alegro en mis debilidades porque así hago habitar en mi la fuerza de Cristo”; y luego, cuando la gracia de Dios termina venciendo totalmente, dirá: “Estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi”. ¡Fantástico Pablo!

12.-ALGUNAS CAUSAS PRINCIPALES DE LAS TENTACIONES ANTICELIBATARIA Y RETOS PARA SUPERARLAS

12. 1. CAUSAS DE TIPO SOCIÓLOGICO

La sociedad de hoy es muy distinta de la sociedad del pasado y de ayer. En aquellas, el sacerdote tenía su puesto, un puesto preciso y privilegiado, un “status” reconocido por todos: no solo era un hombre que sobresalía por encima de los otros por su formación y cultura, sino que su misión era reconocida como necesaria, es más, como esencial, para una sociedad que era mayoritariamente cristiana en España, hasta en Europa, y aceptaba su relación y dependencia de Dios, su Creador.

Por esto, en la estructura social, el sacerdote era una figura bien definida: era el hombre que se preocupaba de las relaciones de la sociedad con Dios. Su trabajo era, consiguientemente, valorado por todos, al menos, en los grandes momentos de la vida: nacimiento, matrimonio, muerte...

La sociedad de hoy, por el contrario, está fuertemente secularizada: no reconoce una relación pública y social con Dios. Por eso, la religión es un hecho individual, no social. El sacerdote no tiene, pues, un lugar ya en la sociedad actual. Gran parte de esta sociedad secularizada es indiferente a la religión y no comprende la figura del sacerdote ni aprecia su trabajo, considerándolo inútil y sin sentido.

Por otra parte, la sociedad de hoy está también dominada por el hedonismo. Quiere vivir el presente, gozarlo a tope, disfrutar de la vida. En el sacerdote ve un aguafiestas, el hombre de la condena, de la censura continua a su vida de placer, sobre todo, del sexo, por su misma forma de vivir celibatariamente. Es lógico que el sacerdote no encuentre espacio en esta sociedad; no hay lugar para él, ni para su persona, ni para su trabajo ni para su mensaje.

Puede ocurrir que sea aceptado por su cultura o cualidades personales, que sea simpático y amable, o también por su labor caritativa con los pobres y necesitados, pero no es aceptado por aquello que tiene de específico, esto es, por su carácter y misión sacerdotal. Todo este modo de pensar y actuar de la sociedad constituye para el sacerdote una realidad humillante y dolorosa. Además, como hemos dicho, la sociedad actual está altamente paganizada, se profesa y se siente laica.

Otra constatación: La sociedad moderna, además de secularizada, está altamente especializada. En la sociedad anterior se recurría al sacerdote para arreglo de problemas familiares, matrimoniales y de todo tipo. En la actualidad, incluso la dirección espiritual, ha pasado a manos de los profesionales de la psijé: psicólogos, psiquíatras, psicoanalistas... Hasta en algunos seminarios se ha sustituido al Espíritu Santo y al padre espiritual por los especialistas en psicología humana, pero no divina ni de desarrollo de la gracia ni de orden sobrenatural. Hoy, si hay muertes y desgracias masivas, llaman a los psicólogos. No sé qué dirán o cómo actuarán... pero la tele y los periódicos hablan de la “ayuda psicológica”; la ayuda religiosa, incluso para los que son cristianos, parece que no interesa. De este modo al sacerdote solo se le busca para el entierro y no todos, es más, con las incineraciones, todo se ha simplificado. Así que el pobre sacerdote queda tan solo para un resto de Yahvé, verdaderamente creyente y fiel. Lógicamente todo esto hace sufrir al hombre de Dios.

12. 2º. CAUSAS DE ORDEN TEOLÓGICO.

El desarrollo especulativo de algunos temas de la teología actual, sobre todo, la relación Iglesia-mundo, ha revalorizado y, a veces, sobrevalorado, por falta de fe completa y plena, las realidades temporales y mundanas, en detrimento de lo sagrado y ha puesto más el acento en lo intramundano que en lo supermundano, en lo presente que en lo futuro, en lo visible que en lo invisible, en lo temporal que en lo trascendente, en la salvación de aquí y ahora que en la eterna, hasta el punto de que algunos teólogos y sacerdotes de liberaciones, si se descuidan, se ven obligados a trabajar para la salvación y curación de las enfermedades materiales más que para la salvación eterna de los suyos, muchas veces postergada e incomprendida y olvidada por falta de fe verdadera y total, privilegiando así la dimensión horizontal del hombre cristiano sobre la dimensión eterna y trascendente de hijo de Dios, creado para el encuentro y la felicidad eterna con Dios: “De nada vale al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma”. Mirad y pensad en Hispanoamérica.

La teología actual, por otra parte, en ocasiones, ha realzado los valores del matrimonio y del sacerdocio común sobre la virginidad y el sacerdocio ministerial, con exageraciones y falsas apreciaciones unilaterales que han metido en crisis al sacerdote poco preparado en datos bíblicos y teológicos, no digamos si está herido de afectividad o sufre por causas del apostolado, creándole serias dudas sobre el sentido de su sacerdocio. Mirad a Europa.

Algunos teólogos han llegado a afirmar que es difícil hacer derivar directamente de la Sagrada Escritura del Nuevo Testamento los datos esenciales de la figura del sacerdote vigente hoy en la Iglesia Católica. Otros han puesto en duda la superioridad de la virginidad consagrada sobre el matrimonio; otros, la superioridad del sacerdocio común sobre el ministerial: todo esto ha producido turbación en muchos sacerdotes. Total, que si no teníamos bastante con lo nuestro, al que encuentren desprevenido, si no tiene tentaciones, se las meten.

12. 3º. LA CAUSA PRINCIPAL ES DE ORDEN ESPIRITUAL.

La crisis principal del sacerdote actual y de todos los tiempos es “sin mí no podéis hacer nada”;  tiene su raíz principal en la crisis de espiritualidad, de unión con Cristo por la fe y el amor, que sacude a todo el mundo cristiano especialmente en estos últimos tiempos, con la “teología de la muerte de Dios”, “teología de la secularización”, golpeando el aspecto trascendente y sobrenatural del cristianismo y, con mayor razón, del sacerdocio, que no tiene otra razón de existir, que extender y hacer vivir la fe cristiana en Dios y en lo eterno.

En el lugar de Dios, se ha puesto al hombre. La antropología ha sustituido a la teología. Como consecuencia, el mundo y sus valores terrenos han sustituido a la religión, a los valores espirituales y evangélicos, como son el amor de Dios, la gracia, la oración, el reino de Dios, el amaros como yo os he amado, la vida eterna.

El misterio de Cristo crucificado vuelve a ser incomprensible y sin sentido. De aquí nace la estima y la exaltación de los valores terrenos, como la sexualidad, la libertad y la autonomía del hombre frente a todo, y como consecuencia, la crisis de relación con Dios por los actos de piedad, por el cumplimiento de sus mandatos y consejos.

Especialmente, como repito una vez más, se ha producido crisis de la oración, y, como consecuencia, crisis de amor y entrega personal a Dios, renunciando a la propia voluntad y a los propios proyectos, para cumplir los de Dios, todo lo cual da lugar a la crisis del sacerdocio, que está fundado en la fe y en el amor personal a Cristo, que se alimenta de la oración y de la Eucaristía, que exige la donación total a Dios y a los hombres mediante la Palabra de Salvación y la celebración del misterio redentor de Cristo.

Se comprende, por tanto, que aquellos sacerdotes, que han respirado, sin reaccionar en contra, la atmósfera de esta lluvia ácida del “ateísmo teológico”, muchas veces producido en los mismos Centros de Estudio o en la misma Universidad, difundido por libros, editoriales o revistas concretas, sufran también la crisis existencial sobre su ser y existir sacerdotal. Con la crisis de fe verdadera y evangélica, es lógico que se produzca enfriamiento de la vida espiritual, la rutina en el culto, una progresiva acedia espiritual, huida sistemática del sacrificio y la renuncia por el reino de los cielos, porque esta teología, al margen de la Iglesia, ha matado o por lo menos ha herido fuertemente la ilusión sacerdotal.

Todo esto, repito, no es que produzca una pérdida de la fe, sino enfriamiento de la vida y prácticas de fe y del amor directo y personal a Jesucristo, fundamento y razón de nuestro sacerdocio. Y todos sabemos, por propia experiencia, que, cuando se trata de seguir a Cristo, las pequeñas-grandes cautelas, dictadas desde la experiencia humana y divina, la prudencia, la abnegación de los sentidos por seguir a Cristo Crucificado, desde la fe seca y no siempre sentida, por eso es fe, siempre son necesarias. Muchas de estas imprudencias han comprometido seriamente nuestro seguimiento de Cristo en castidad y obediencia.

Qué alegría da ver a sacerdotes jóvenes y mayores reconocer las dificultades, pero alegres por la superación constante de las mismas, sin desanimarse, sin crisis de desencanto, sacerdotes plenamente realizados que te dicen que millones de veces que naciesen serían sacerdotes, por encima y a pesar de todo, porque Cristo les ha seducido y el ministerio sacerdotal les ha realizado plenamente y encantado. Y de estos existen muchos, muchísimos, la mayoría. sacerdotes que no se cansan de luchar y han vencido y seguirán venciendo la carne, la tibieza de los suyos, las iglesias vacías, el paganismo religioso, porque su mirada y su amor y esperanza está dirigida y cimentada en Cristo:: “Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosas que el oro perecedero, que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor en la Revelación de Jesucristo. A quien amáis sin haberle visto; en quien creéis, aunque de momentos no le veáis, rebosando de alegría innegable y gloriosa; y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas” (1Pe 1-6-8).

13.- AYUDAS PARA SALIR DE LA CRISIS

Al escribir estas notas, mi principal propósito era poner en evidencia algunas de las tentaciones modernas del sacerdote, descubrir un poco sus retos, acentuando un poco sus causas. Pero creo que no quedarían completas, sin añadir alguna terapia de las mismas y alguna medicina de sanación. En el fondo ya las he dicho o al menos, insinuado. Voy a tratar de completarlo un poco.

13. 1º AYUDAS TEOLÓGICAS.

Aunque la crisis sea más de vida que de teoría, habrá que empezar confesando que una buena preparación teológica ayuda mucho a resolver estos problemas sacerdotales. Y cuando digo buena, quiero decir que sea correcta y esté dentro de la doctrina de la Iglesia. En este sentido tengo que decir que ahora, los documentos que vienen del Vaticano, son estupendos en todos los sentidos. Antes eran puramente hechos de teología teórica y abstracta. Hoy son directos, vitales, comprensibles a la primera y aplicables inmediatamente, más que de un Papa o Congregación, parecen de un párroco a sus feligreses.

Pero aquí mismo se plantea el problema: porque hay teólogos y teólogos. Por eso se necesita cierto olfato espiritual. Para alguno esto es cosa fácil, lo perciben a la legua. Les basta hojear un libro, escuchar dos minutos a una persona, y ya saben de qué va la cosa, qué vivencia tiene del Misterio cristiano. Y qué paradojas, a veces; qué alturas y que ignorancia de los caminos de Dios. Debemos tener todos los días dos horas de estudio teológico, que se convierten sin querer muchas veces en oración, y no pongamos excusas de tiempo, porque todo es cuestión de estar convencidos. Esto es como el hacer oración todos los días; algunos la dejan para cuando tengan tiempo y terminan el día sin hacerla, porque no tienen tiempo.

Lo más importante es estar convencido, y tener un horario concreto y determinado, según circunstancias, porque el que no lo ponga a una hora determinada, nunca tendrá tiempo para hacer la oración. Igual el estudio, que para nosotros es oración-reflexión-meditación. Y si un día, una semana, no se pudo hacer, no pasa nada. Porque resta el año entero. Lo importante es estar convencido; esto me llevará al sacrificio, si me cuesta estudiar y leer, pero, como estoy convencido y me doy cuenta del bien que me hace, lo haré y me hará mucho bien, porque será una formación permanente.

Hoy hay muchos y buenos libros sobre teología, de vida espiritual, de sacerdocio. Hoy, gracias al Espíritu de Dios, los documentos de la Santa Sede, principalmente postconciliares, como acabo de decirte, parecen que están hechos por párrocos y dirigidos a nuestros feligreses; son sencillos, se entienden a la primera, te dan ideas para predicar homilías, para vivirlos ahora mismo.

El clero actual debe ahondar en su identidad sacerdotal, empezando por los documentos conciliares y papales. Nunca han existido tantos y tan buenos sobre el sacerdocio. Bastaría con los publicados durante el Papado de Juan Pablo II y Benedicto XVI. En cualquier librería encuentras una lista interminable. Lo importante, como te he dicho, el olfato. Y si no lo tienes, por lo que sea, preguntas a gente que te ofrezca confianza. En algunos temas: Sacerdocio, Eucaristía, oración, espiritualidad, da la sensación de que ya no se puede decir más y mejor.

Para esto es buena una formación permanente del clero, que esté orientada principalmente a la formación espiritual del sacerdote, y que no sea el teólogo o la persona de turno, que nos viene a hablar de conceptos, problemas o teología puramente racional, que no ayudan muchas veces, por el tema o el modo, a la vivencia de la fe, del sacerdocio o de la vida espiritual.

El sacerdote no puede olvidar el estudio y la oración de estos temas para servir mejor a la Iglesia y a sí mismo en gozo y paz. Pediría a la formación permanente, que fuera eso: primero, formación y no pura información aunque sea de temas sacerdotales y teológicos; será formación permanente si lleva consigo el deseo de la actualización permanente de mi identidad sacerdotal, la renovación permanente de mi ser y existir sacerdotal en seguir a Cristo sacerdote. Si no realiza esto, si no sirve para esto, si no salgo enfervorizado, no es formación permanente. Será información permanente. Por eso, a modo de consejo, no de ley:

—Hay que orientar el estudio, la formación permanente, bebiendo y acercándose más a las fuentes bíblicas, teológicas, litúrgicas de lo que soy: Presencia visible y sacramento de Cristo para continuar su misión.

—Hay que orientar el estudio teológico a vivir “en Espíritu y Verdad”, en Espíritu Santo, a vivirlo según la vida en el Espíritu, esto es, espiritualmente. La Espiritualidad sacerdotal es vida dada y suscitada por el Espíritu de Cristo, no por el nuestro.

13. 2º. VIVIR  Y VOLVER CONTINUAMENTE  A LA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL

     Espiritualidad desde su origen sacramental, donde la “lex orandi”, la oración de ordenación, se convierte en “lex credendi” y “lex operandi” por la gracia de Dios dada en el sacramento y la actualización permanente del sacerdote. Este tema lo tengo tratado en un artículo que publicó la Revista Sacerdotal SURGE: La espiritualidad del presbítero emanante de la oración de ordenación. Me había inspirado a su vez, en su parte litúrgica, en un libro de mi amigo, D. Aurelio García, Delegado de Liturgia de Valladolid que muchas veces prologa mis libros y ahora trabaja en la Congregación de Liturgia en Roma. Al poner ahora algunas notas brevísimas del mismo, voy a empezar por el mismo editorial que publicó ese día la Revista, por la relación que tiene con todo lo que vamos tratando.

¡NO TODO VALE! NECESITAMOS CLARIDAD

(Editorial de “Surge”)

Nos hacemos eco de una necesidad que se nos impone imperiosamente a los sacerdotes: la de buscar la claridad y vivir en ella. Los parones en la vida están relacionados con la pérdida de visión sobre metas, caminos y pasos que dar. ¿Quién se arriesga a dar un paso en total oscuridad? A los sacerdotes esta situación nos afecta desde una doble perspectiva: como personas y como presbíteros. Somos personas de la luz y necesitamos la claridad.

En el mismo momento en el que falta la claridad, se hace presente sin más la confusión, que, en nuestro caso, se manifiesta en el lenguaje, pasando a la mente hasta llegar a la misma vida; y es entonces cuando empieza a regir el “todo vale”. Salta a la vista la correlación que existe entre la confusión de lenguaje, la confusión de mente y la confusión de vida. El sacerdote debe salir de la confusión; nos corresponde vivir y actuar desde la claridad.

Pero podemos decir algo más. Tenemos que reconocer que no resulta tan fácil buscar la claridad, y actuar y vivir en ella; y cabe la posibilidad de situarse en la confusión, o porque, permaneciendo mucho tiempo en la oscuridad, se habitúe uno a ella y pierda la capacidad de vivir en la luz, o también porque interese en momentos concretos utilizar la confusión. De hecho, practicar la confusión es la forma más eficaz de asegurar la paralización de la vida personal y social. La utilización del “todo vale” lleva a la pérdida de definición y, consecuentemente, incapacita para la respuesta. La aplicación de lo que acabamos de decir podemos verla sin alejarnos de nuestro contexto.

“No todo vale” en la espiritualidad del sacerdote. No basta la referencia al Evangelio, ni el seguimiento a Jesucristo: se necesita seguirle como presbítero; no basta la referencia a la Iglesia, viviéndose miembro del Pueblo de Dios: se necesita vivirse presbítero en la comunidad eclesial; tampoco basta con que cada uno se acomode a la espiritualidad que más le agrade, sino la que se deriva de la misma ordenación de presbítero.

“No todo vale” en la presentación que podemos hacer de la vida cristiana y de la comunidad en su relación con la Eucaristía. No basta la referencia optativa del cristiano, como si pudiera darse vida cristiana al margen de la Eucaristía, y que la participación en ella respondiera a una actitud devocional: tanto la vida cristiana como la comunidad necesitan la Eucaristía constitutivamente.

“No todo vale” en el momento de potenciar el laicado dentro de nuestras iglesias. No basta con fundamentar los ministerios laicales, abrirles a nuevos horizontes y motivar a los laicos a su corresponsabilidad eclesial —tarea que debe hacerse—; se necesita situarlos en su relación con el ministerio ordenado, del que no se puede dudar. La potenciación del laicado está presuponiendo hoy la promoción del sacerdocio ministerial. No existe garantía de la promoción del laicado si no incluye la relación adecuada con el sacerdocio ministerial.

“No todo vale” en la vida social. No basta con marcar los objetivos y no tener en cuenta los medios; se necesita que la verdad y los derechos más elementales del otro aparezcan como valores que se respetan. El “todo vale” para conseguir los propios objetivos está convirtiéndose en ley en nuestra sociedad.

“No todo vale”. Necesitamos claridad. ¿Dónde buscamos la luz?

13. 3.  PORQUE LA LUZ Y LA FUERZA NOS VIENEN  DEL SER Y VIVIR SIEMPRE EN CRISTO SACERDOTE

Toda esta espiritualidad eucarístico-sacerdotal de víctima y ofrenda de todo nuestro amor y vida con Cristo al Padre está maravillosamente expresada en la última promesa que el Obispo pide al ordenando:

¿Queréis uniros cada día más a Cristo, sumo Sacerdote, que por nosotros se ofreció al Padre como víctima santa, y con Él consagraros para la salvación de los hombres?.

Los elegidos responden: Sí, quiero con la gracia de Dios.

“La acción de gracias al Padre y la epíclesis del Espíritu Santo se centran en las palabras de Cristo que instituyen la Eucaristía. Todo lo que el Señor ha hecho en favor de los hombres, en la creación y en la historia de la salvación, está ahí significado y actualizado en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, tras haber sido escuchadas las palabras de la institución. La invocación al Espíritu Santo para que realice las maravillas del Señor en la consagración del pan y del vino es escuchada con las palabras de la institución, que son promesa cierta que realizan los que significan, la presencia del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, la presencia real de la persona del Hijo crucificado y resucitado.

La presencia sacramental de Cristo es para la Iglesia el resumen de todas las maravillas de la creación y de la historia de la salvación; no se puede recibir en este mundo nada más grande y fuerte que el Cuerpo sacramental de Cristo, su presencia real con todas las riquezas de su Reino. Y como sólo se reciben estas realidades mistérica y sacramentalmente en la Misa, nosotros vivimos su esperanza y su espera con tensión y estímulo en la vida hacia la manifestación de Cristo y de su Reino en la gloria.

Pero la Iglesia peregrina ya reconoce en el misterio la presencia íntima de Cristo en el sacramento de su cuerpo y de su sangre, ya vive con alegría el reino que se esconde en ella, y puede, por tanto, aclamar a Cristo diciendo: “Este es el Misterio de la fe. Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”10.

El ministerio de los Sacramentos exige, pues, espiritualidad profunda en el que los administra, porque es Cristo quien bautiza, quien reconcilia, quien ofrece la Eucaristía; por lo tanto debe ser signo claro y transparente de Cristo. Presta visibilidad y corporeidad a los gestos salvadores del Señor. Una prestación puramente externa, sin identificación e implicación interior, no recoge el alma de los gestos de Jesús. No se pueden hacer los gestos de Cristo sin el espíritu de Cristo. Ser símbolo de Cristo, especialmente en la Eucaristía, lleva a convertir la propia vida en “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros...” Simbolizar a Cristo en la Reconciliación comporta identificarse con la misericordia de Jesús y encarnarla en las actitudes propias. Representarlo en el Bautismo entraña comprometerse en ese gesto de Jesús de engendrar y reengendrar a la comunidad. En la dinámica de los sacramentos el sacerdote queda implicado hasta su misma raíz. Esta identificación con Cristo en la celebración sacramental hace del presbítero un buscador infatigable de Jesús en la oración y el seguimiento... Sólo un profundo hábito de meditar los misterios de Cristo, el esfuerzo por imitarle y la oración incesante, permitirán al sacerdote ser  viviente de Jesús.

Esta identificación con Cristo en la celebración sacramental hace del presbítero un buscador infatigable de Jesús en la oración y en el seguimiento... Sólo un profundo hábito de meditar los misterios de Cristo, el esfuerzo por imitarle y la oración incesante, permitirán al sacerdote ser viviente de Jesús. Voy a citar las palabras del entonces cardenal Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI, al término de su intervención en el Sínodo de los obispos de 1990 sobre la formación de los sacerdotes, donde trazaba el perfil espiritual de los sacerdotes de hoy con las siguientes palabras: “Lo que resulta esencial y fundamental para el ministerio sacerdotal es su profundo vínculo personal con Cristo... El sacerdote debe ser un hombre que conoce a Jesús íntimamente, que lo ha encontrado y ha aprendido a amarlo. Por esta razón debe ser sobre todo un hombre de oración, un hombre verdaderamente religioso. Desde la íntima comunión con Cristo crece espontáneamente también la participación en su amor por los hombres, en su voluntad de salvarles y de servirles...”.

13. 4º. “DEPRECATOR MISERICORDIAE DEI”: IMPLORANTE SIEMPRE DE LA MISERICORDIA DE DIOS.

La Oración de Ordenación pide en tercer lugar que los presbíteros imploren la misericordia de Dios por el pueblo a ellos encomendado y por todo el mundo11. Para comprender mejor su contenido hay que relacionarlo con la nueva pregunta que se ha añadido en la actual edición:

“¿Estáis dispuestos a invocar la misericordia divina con nosotros, en favor del pueblo que os sea encomendado, perseverando en el mandato de orar sin desfallecer?”

La tercera función necesaria del presbítero es ser orante. Al igual que los Apóstoles, a imitación del Maestro, el presbítero debe dedicarse asiduamente a la oración, tal como mandó el Señor (Hech 6,4). La oración del presbítero es una oración apostólica, porque es una misión encomendada sacramentalmente. No se refiere exclusivamente al rezo de la Liturgia de las Horas, como aparece en la Homilía, sino que se trata de un principio amplio de la espiritualidad sacerdotal desarrollado por el Vaticano II: los presbíteros son hombres y maestros de oración12.

Al ser constituidos sacramentalmente en pastores del Pueblo de Dios, oran al Padre por el pueblo a ellos encomendado y por todos los hombres. Es una función intercesora y pastoral, además de una misión encomendada por la Iglesia, que manifiesta su naturaleza orante. El presbítero ora en nombre de la Iglesia, por la Iglesia, con la Iglesia y en la Iglesia, haciendo de su oración una ofrenda de alabanza y acción de gracias a Dios Padre.

Los santos vivieron con singular intensidad esta mediación intercesora, identificándose totalmente con los sentimientos de Cristo. Valga como ejemplo este maravilloso texto de San Juan de Ávila:

“El sacerdote en el altar representa, en la misa, a Jesucristo Nuestro Señor, principal sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio; y es mucha razón que quien le imita en el oficio lo imite en los gemidos, oración y lágrimas, que en la misma que celebró el Viernes Santo en la cruz, en el monte Calvario, derramó por los pecados del mundo: “Et exauditus est pro su reverentia”, como dice San Pablo. En este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote, para conformarse en los deseos y oración con Él; y, ofreciéndolo delante del acatamiento del Padre por los pecados y remedio del mundo, ofrecerse también a si mismo, hacienda, honra y la misma vida, por sí y por todo el mundo; y de esta manera será oído, según su medida y semejanza con Él, en la oración y gemidos” (Tratado del Sacerdocio).

La identidad fundamental del sacerdote católico radica básicamente en haber sido elegido por Dios y por la Iglesia para entregar su vida a la comunión con Cristo, sacerdote e intercesor, primero, mediante el sacrificio eucarístico; luego, con la liturgia de las Horas y la oración contemplativa; para servir a Cristo profeta proclamando y enseñando la palabra de Dios; para reunir la comunidad eclesial en nombre de Cristo Pastor por la fuerza del Espíritu Santo. Cuando el carácter sacerdotal del presbítero mantiene el equilibrio de las tres funciones esenciales de su ministerio, su espiritualidad lo define y marca específicamente como hombre del sacrificio eucarístico, de la oración litúrgica y contemplativa.

La verdadera identidad del sacerdote reside en que participa específicamente del sacerdocio de Cristo, en que es una prolongación del mismo Cristo, Sumo y Único Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza: el sacerdote es una imagen viva y nítida de Cristo sacerdote, “una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor”13.

En una época en que el sacerdocio ministerial tiene que renovarse en lo que tiene de especifico y tiene que adaptarse santamente a las circunstancias del mundo moderno, el oficio supone para los sacerdotes un refrigerio para su vida interior que les ayuda a profundizar en su acción ministerial”14.

La celebración eucarística es, pues, el compendio de todo el ministerio del sacerdote: servicio de la Palabra, servicio de la presencia de Cristo, servicio de la autoridad del Espíritu.

En su preparación diaria para celebrar la Eucaristía, el sacerdote puede decir con el salmista:

“Tú, Señor, eres mi copa y el lote de mi heredad,

mi destino está en tus manos.

Me ha tocado un lote delicioso,

¡qué hermosa es mi heredad!

Me enseñarás la senda de la vida

me llenará de gozo en tu presencia,

de felicidad eterna a tu derecha” (Salmo 5,5ss,).

Por el sacramento del Orden, Dios renueva en el presbítero el Espíritu de Santidad, que hace santa su vida, garantiza la Comunión con Dios, renueva su interior y le fortalece para santificarse y poder santificar, formando a Cristo Cabeza y Pastor en su ser y existir como lo hizo en el seno de María. El Espíritu Santo es el principio dinámico y vitalizador del ministerio presbiteral y sólo con su gracia fructifica el anuncio del Evangelio en el corazón de los hombres. Los sacramentos manifiestan, en sus gestos y palabras, la presencia y la acción salvadora de Cristo por el Espíritu Santo.

CONCLUSIÓN: IMITA LO QUE CONMEMORAS...

La liturgia de la ordenación de los presbíteros contiene una antigua oración que acompaña la entrega del cáliz y la patena al neopresbítero y que termina con estas hermosas palabras, ya mencionadas anteriormente, que resumen toda la espiritualidad sacerdotal:

“Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”.

Dios quiera que estas palabras resuenen siempre en la vida de sus presbíteros como eco de la liturgia de la ordenación. La Iglesia nos pide en esta oración que seamos conscientes de lo que celebramos en ese momento para vivirlo luego durante toda la vida. Vive durante toda la vida lo que un día celebraste en tu ordenación.

El momento celebrativo de la ordenación se convierte para los presbíteros en el momento fontal de su espiritualidad y de su ministerio por la unción del Espíritu Santo, que les configura a Cristo y a su misión salvadora, para construir el pueblo santo de Dios para la consumación de la Historia de la Salvación.

La ordenación es ya el inicio de la misión; y la misión no es más que prolongar durante toda la vida la unión gozosa que el Señor dispuso, por manos del Obispo, en la ordenación presbiteral. El nuevo Ritual de Ordenación es un precioso instrumento que la Iglesia pone en nuestras manos no sólo para celebrar dignamente este sacramento sino también para meditar y aclamar el insondable misterio de amor que Dios realizó en nuestra vida por la ordenación presbiteral.

Aquí se fundamenta su espiritualidad, su grandeza y, a la vez, pequeñez, el todo y la nada del ser y existir sacerdotal, condensado magistralmente en aquellas preciosas palabras, atribuidas a San Agustín, que yo vi y leí muchas veces, sin entenderlas, en un cuadro de la sacristía de mi pueblo Jaraíz de la Vera, cuando aún era monaguillo, y que más tarde pude traducirlas siendo seminarista:

   “O sacerdos, tu qui es?

   Non es a te, quia de nihilo.

   Non es ad te, quia mediator ad Deum.

   Non es tibi, quia sponsus Ecclesiae.

   Non es tuus, quia servus omnium.

   No es tu, quia Deus es.

   Quid ergo es?

   Nihil et omnia, o sacerdos.

   ¡Oh sacerdote ¿quién eres tú?

   No existes desde ti, porque vienes de la nada.

   No llevas hacia ti, porque eres mediador hacia Dios.

   No vives para ti, porque eres esposo de la Iglesia.

   No eres posesión tuya, porque eres siervo de todos.

   No eres tú, porque representas a Dios

   ¿Qué eres, por tanto? Nada y todo, oh sacerdote.

14.-  AYUDAS PASTORALES

El ideal pastoral del sacerdote consiste, como nos lo dicen muy claro los documentos Conciliares y Papales y de la Sagrada Congregación, en vivir según Cristo Pastor, en prestarle a Cristo nuestra humanidad, para que Él pueda seguir realizando el reino de Dios en la tierra, mediante su sacerdocio en nosotros, que es nuestro ministerio sacerdotal: Palabra, Sacramentos, Guía del pueblo santo, fraternidad sacerdotal, obediencia al Obispo, unión pastoral, vida más comunitaria...Al margen de todo esto, y pensando en cada uno de nosotros, que estamos ordinariamente solos en nuestra parroquia, yo aconsejaría para los tiempos actuales y difíciles:

1º. PASTORAL DE LA FIDELIDAD, NO DEL ÉXITO INMEDIATO EXTERNO: LA DEL “SIERVO DE YAHVE”.

Nuestra misión apostólica es evangelizar y bautizar a los que crean. Nunca fue fácil. Hoy menos. La inapetencia religiosa hace más cruel y arduo el trabajo pastoral. Hemos pasado de ser importantes en la sociedad a ser insignificantes. El periódico regional de Extremadura, “HOY” de Badajoz, en las páginas dedicadas a Plasencia, tiene un rincón que precisamente titula “Mi rincón favorito”; pues bien, en el largo tiempo que lleva saliendo, todavía no ha sacado a ningún sacerdote o yo no lo he visto, y eso que lo leo todos los días, porque nos lo regalan. Han salido toda clase de personas, las consideradas relevantes como irrelevantes, pero curas, ni uno. Y es que somos insignificantes para estos medios que influyen tanto en la sociedad. “¿No han sido diez los curados, dónde están los otros nueve...?” Aunque nada más fuera por agradecimiento a tantos bautizos, bodas, entierros, que les hacemos, o a tantas iglesias preciosas y monumentos artísticos que guardamos...

El Padre sólo nos pide fidelidad a lo que somos y hacemos, como se la pidió a Jesús en los momentos importantes de su vida. Esta voluntad del Padre, como a Cristo, nos hará pasar por la pasión y la muerte, para llevarnos a todos, sacerdotes y feligreses, a la resurrección y a la vida eterna. Eso es pastoral y para eso es toda la pastoral. ¿El modo? Paciencia, mucha paciencia, y nada de esperar fruto inmediato y visible. Dios es Dios. Él sabe más. Pero debemos hacerlo todo bien y con coherencia. Dios no es tiempo, no es llevado por el tiempo, al actuar en la historia de Salvación. “Entonces fueron los criados a decirle al amo: ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña? El les dijo: un enemigo lo ha hecho. Los criados le preguntaron: ¿Quieres que vayamos y arranquemos la cizaña? No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”.

Nuestro Dios es un Dios paciente y de mucha misericordia. Imitémosle. Sobre todo y sobre todas las cosas confiemos en Él.

Tampoco nadie esperaba, después de un siglo de marxismo comunista, lo que ya ha sucedido y hemos olvidado y ha sido uno de los milagros mayores de la historia; lo que pasa es que todo se olvida y más hoy con tantas noticias diarias, me refiero a la caída del comunismo. Y ahora Rusia convertida casi en reserva espiritual de Europa. En la última Pascua ortodoxa en Rusia, allí estaba el Presidente Putin con todo su gobierno, mientras que en la católica España, su presidente y la mayoría de su gobierno no es que no estuviera, es que están haciendo todo lo posible para que los españoles no estén. Pero siempre “razonándolo”.

FIDELIDAD: el éxito visible ayuda, pero no es imprescindible. El éxito de Dios, a diferencia del humano, se escribe más con rasgos invisibles que visibles: “Dios está siempre cerca de los que le invocan”. Lejos de caer en la desilusión, en la nostalgia, en encerrarnos en nosotros por complejos e inseguridades, vayamos a la misión, al mundo como servidores pobres de medios pero seguros en la acción de Dios, identificados con Cristo, que no buscó su gloria personal sino recorrer los caminos señalados por el Padre. Hoy hay que poner más la vista en la siembra que en la recolección.

 2º. PASTORAL DE LA CONFIANZA TOTAL EN DIOS, ESPERANDO SIEMPRE CONTRA TODA ESPERANZA HUMANA.

Es el momento de escuchar a los grandes apóstoles, de escuchar a Pablo en un mundo pagano y unos cristianos que no acababan de serlo plenamente: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” “me alegro en mis debilidades, porque así reside en mi la fuerza de Cristo”. Este grito de Pablo le vino al corazón y a su mente después de haber puesto su confianza en las fuerzas humanas y creer que el apostolado dependía de él. Dios le purificó mediante el fracaso apostólico externo y aparente, para llegar luego a la verdad: “Sé de quién me he fiado y he puesto en él mi confianza”.

La marcha del mundo actual, sobre todo europeo, el eclipse progresivo de la fe suscita preguntas inquietantes: ¿Quedará la Iglesia reducida a una comunidad residual? ¿Estaremos en una era postcristiana? ¿Europa será del Islám? Cuando los fenómenos sociales son difícilmente comprensibles y, además, sospechamos que las cosas irán a peor, la perplejidad deja paso a la desconfianza: ¿Está dormido Yahvé? ¿Se ha extinguido el Espíritu? ¿Dónde está la fuerza de Dios? ¿Dónde está la eficacia del Evangelio?

Lo peor, la noche de la fe eclesial es todavía más trágica, si a uno le falta la experiencia de la noche de fe personal, las noches de la fe y el amor y la esperanza de san Juan de la Cruz... Porque al haber pasado por esta “noche cerrada”, “sin vislumbre de aurora”, uno ya está curado de espantos. Pero siempre se sufre.

Por eso, en estos momentos es preciso alumbrar o reformular una espiritualidad y pastoral de la CONFIANZA EN DIOS, de esperar sólo en Él, de creer sólo en Él, de apoyarse sólo en Él. Así prepara el Señor a los suyos, a sus apóstoles, a sus santos, a sus amigos, a su Iglesia, mediante las noches del sentido y del espíritu, tan maravillosamente descritas por San Juan de la Cruz.

Los que pasan por aquí, como Dios los redujo a la nada de sí para llenarlo del Todo de Dios, no se asustan por nada: “para entenderlo todo, no hay que entender nada; para poseer todo, no hay que poseer nada...” sólo así Dios, que es Todo, puede llenar la nada de la criatura.Hagamos con San Pablo, mediante la purificación de nuestra fe, esperanza y caridad, un camino hacia lo esencial de la Iglesia, hacia lo interno que somos y llevamos dentro, hacia nuestro ser en Cristo sacramento de Salvación, a pesar de todas las apariencias externas.

Nadie creyó a los tres pastorcitos de Fátima, y menos cuando el comunismo estaba en todo su vigor y poder, pocos creyeron que con sólo rezar el rosario se vendría abajo aquel imperio poderosísimo, impenetrable, del “telón de acero” y del “muro de Berlín”. Pero la Virgen pudo más que la ONU y todos los ejércitos y estados del mundo y todas las bombas atómicas. Y todo se vino abajo. La Virgen nos da confianza y si se lo pedimos, Ella nos da “conocimiento interno” de que Jesucristo es el centro y la clave de la Historia. También ella tuvo que pasar las noches de la fe creyendo que era Dios su hijo, el que moría en la cruz y había nacido en sus entrañas…

San Pablo, apoyado en la Palabra de Dios, sin ver nada de éxito, camina en la fe y confianza en Dios. Y, en medio de sus desvalimientos y fracasos, empieza a descubrir que la gracia, la fuerza de Dios, aparentemente débil e insignificante para el mundo, es más fuerte que la fortaleza de los hombres: “lo débil de este mundo lo ha escogido Dios para confundir a los fuertes...”; “Vírtus in infirmitate perficitur”,la virtud se fortalece en la debilidad. Dios sigue actuando en la debilidad y en la flaqueza de sus enviados, de sus medios pobres, en la debilidad de lo humano. San Pablo llega a gozarse de sus impotencias pastorales frente al prepotente mundo grecorromano paganizado, porque así obliga a la gracia de Cristo a actuar más fuertemente en él y en los evangelizados.

Resumiendo: no son tiempos de apoyarse en lo nuestro, de fijarse y ver si la semilla crece o no crece externamente, de ver las iglesias llenas o vacías, de dar sacramentos a todo pasto, de no exigir los mínimos para ser cristianos, lo indispensable para que los sacramentos den gloria a Dios y santifiquen a los hombres; sino de confiar ciegamente en la fuerza de Dios, de saber que dará su fruto cuando Dios quiera, pero que lo dará, de seguir haciendo bien las cosas, haciendo lo que se pueda y lo que no, se compra hecho, con mucha oración y súplicas, con mucha oración ante el sagrario y ante la Virgen, madre de la Iglesia y de todos los hombres.

 3º. SON TIEMPOS DEL HACER LO QUE SE PUEDA Y LO QUE NO, COMPRARLO  HECHO POR LA ORACIÓN.

En razón de lo dicho anteriormente, nosotros sólo sembramos, Dios es el único que sabe el tiempo de la cosecha. La prisa frenética del “Hay que hacerlo todo” y la pasividad y apatía apostólica “no se puede hacer nada” tienen la misma raíz: “Hemos de hacerlo nosotros”. Pues hemos de cambiar de mentalidad, porque la conducta apostólica de Jesús descalifica ambos extremos. No predicó en el mundo entero, no curó a todos los enfermos de cuerpo y alma, no sació a todos los hambrientos, no convirtió a todos, no todo le salió bien según nuestros criterios humanos, fracasó totalmente en la cruz, se quedó más solo que la luna... y ¿qué pasó? pues que todo eso entraba dentro de los planes del Padre, para llevarnos a todos por su pasión y muerte y fracaso aparente a la resurrección y la vida.

La Iglesia, desde sus orígenes hasta ahora, ha pasado por épocas peores. Hace pocos años la izquierda de este país quemó iglesias y mató a curas, a muchos curas, frailes y monjas y seminaristas y cristianos. Hasta gitanos cristianos. Ahora lo están haciendo igual, pero sin matar físicamente, sino moralmente: quitando la enseñanza religiosa de la Escuelas, de la Universidad, de los centros educativos; aprobando todo lo contrario de lo que afirma la Iglesia en relación con la vida y los matrimonios: relaciones prematrimoniales, parejas de hecho, abortos, eutanasias, uniones homosexuales, manipulación de vidas humanas en fetos, embriones; silenciando o calumniando a la Iglesia y su mensaje en todos los medios estatales so pretexto de estado laico, pero que en realidad es laicista; utilizando las catedrales e iglesias para actos puramente civiles, con permiso de algunos cabildos; o en salones de óperas y conciertos musicales o corales puramente profanos; como si en las iglesias no viviese Cristo en el Sagrario; yo no sé qué fe tienen algunos; el templo es casa de oración y templo de Dios; algunos hermanos, durante estos actos profanos, como estorba Cristo Eucaristía, por delicadeza, lo llevan a otra parte; otros curas, ni eso; le dejan en el sagrario: total nadie cree; vete tú luego a decir y predicar que allí está Dios después que han hablado, cantado... y demás como si fuera un salón; los políticos, de izquierdas y de derecha, están convirtiendo en fiestas culturales las fiestas religiosas, quitándoles su contenido religioso que ha pasado a “Cultural”, y así cientos y cientos de cosas contra Dios, contra Cristo, contra la fe; ya no hay crucifijos en las casas y en los centros públicos de un país que dice ser mayoritariamente católico, pero que no es verdad, porque millones de esos católicos que se bautizan y hacen primeras comuniones y se casan en la iglesia y algunos curas y movimientos de Iglesia son los que han apoyado con sus votos y siguen apoyado en incoherencia total con Cristo y el Evangelio a esos partidos que quitan a Dios de la enseñanza y quitan crucifijos de las escuelas y destruyen la moral y la vida cristiana de las gentes.

Para estos tiempos tan difíciles, no olvidar lo principal, la fuente que mana y corre, la oración. Estaba rodeado de la multitud, todos venían a que les curara, había venido para salvar a todos y ahora que los tiene a todos allí escuchándole, a pesar de la ingente tarea que restaba, el Señor es capaz de decir a sus íntimos: “Vámonos a un lugar aparte a descansar”.

Ni acción frenética ni cruzarse de brazos. Es hora del hacer tranquilo y sosegado, trabajar de tal forma que te realice por la Caridad Pastoral en tu ser y actuar sacerdotal, y te ayude desde ahí a realizarte en Cristo, sabiendo que Él siempre escucha y da el crecimiento.

Y como siempre, lo de San Pablo: “todo lo puedo en aquel que me conforta... lo débil de este mundo lo ha escogido Dios para confundir a los fuertes”.

Sobre esta materia son muy aleccionadoras estas palabras del Papa Benedicto XVI: “Yo pienso que no hay una receta para un cambio rápido. Tenemos que caminar, atravesar este túnel con paciencia, con la certeza de que Cristo es la respuesta y de que al final aparecerá de nuevo su luz. Entonces la primera respuesta es la paciencia, con la certeza de que sin Dios el mundo no puede vivir, el Dios de la Revelación —y no cualquier Dios: vemos cómo puede ser peligroso un Dios cruel, un Dios no verdadero—, el Dios que ha mostrado en Jesucristo su rostro. Este rostro que ha sufrido por nosotros, este rostro de amor que transforma el mundo como el grano de trigo caído en tierra.

Así pues debemos tener nosotros mismos esta profunda certeza de que Cristo es la respuesta y de que sin el Dios concreto, el Dios con el rostro de Cristo, el mundo se autodestruye. De este modo, aumenta la evidencia de que no es verdadero un racionalismo cerrado, que piensa que sólo el hombre podría reconstruir el auténtico mundo mejor. Al contrario, sin la referencia del Dios verdadero, el hombre se autodestruye.

Lo vemos con nuestros propios ojos. Tenemos que tener nosotros mismos una renovada certeza: Él es la Verdad y sólo caminando tras sus huellas vamos en la dirección justa y tenemos que caminar y conducir a los demás en esta dirección. El primer punto de mi respuesta es: en todo este sufrimiento, no sólo no hay que perder la certeza de que Cristo es realmente el rostro de Dios, sino que además hay que profundizar en esta certeza y en la alegría de conocerla y de ser por tanto realmente ministros del futuro del mundo, del futuro de cada hombre.

Y hay que profundizar esta certeza en una relación personal y profunda con el Señor. Porque esta certeza también puede crecer con consideraciones racionales. Verdaderamente me parece muy importante una reflexión sincera que convence también racionalmente, pero que se convierte en personal, fuerte y exigente en virtud de una amistad vivida personalmente cada día con Cristo. La certeza, por lo tanto, exige esta personalización de nuestra fe, de nuestra amistad con el Señor”.                         

(Discurso al Obispo y a los sacerdotes de Aosta, 25-7-2005).

15.-   AYUDAS QUE NOS FORTALEZCEN EN EL CARÁCTER SACERDOTAL DEL: “SER Y EXISTIR EN CRISTO”

Nada de buscar extrapolaciones en el ser o existir sacerdotal, porque la gente no entienda ni comprenda lo que somos o hacemos; o busque otras cosas de nosotros, como han hecho algunos hermanos sacerdotes; debemos permanecer fieles a lo recibido por el sacramento, de lo contrario, dejamos de ser y existir según el Espíritu de Cristo.

Somos y existimos en Cristo y por Cristo. Prolongamos su presencia salvadora; por lo tanto, ayudas siempre cristocéntricas, eucarísticas, oracionales, relación personal, sacramental, apostolado con Él y por Él, Iglesia o relación eclesial-comunitaria con Él, nada de poner la confianza en los medios y métodos y programaciones humanas; las necesitamos, pero llenándolas de espíritu de Cristo, sin esperar el aplauso de los hombres. Atender siempre más a la espiritualidad del apostolado que al modo concreto o a la acción del apostolado.

Hay que tener tiempos prolongados de desierto, guiados por el Espíritu, como el Señor. Oración -amistad personal y encendida con Cristo-, “pasara lo que pasare, ocurriera lo que ocurriese” “una muy determinada determinación...“ (Santa Teresa). Esta oración nos haría llegar a la experiencia de lo que somos, a gustar la fe, a sentirla, a experimentar a Cristo. Oración diaria, a una hora fija, y conversión permanente. Este es el camino.

Con San Pablo: “no quiero saber —sapientia, saborear— más que a mi Cristo y este Crucificado”, necedad para el mundo “pero fuerza y sabiduría de Dios para los que le aman”, esto es, seguiré a un Cristo aparentemente solo y fracasado y abandonado en una cruz, pero que allí me amó hasta el extremo, en obediencia total, hasta dar la vida, y allí y en fracaso aparente, me salvó y quiso el Padre Dios salvar al mundo. Es la hora de la fe, del amor y de la esperanza verdaderamente sobrenaturales, porque no tienen apoyos humanos, porque supone un esfuerzo sobrehumano, porque vivimos y vivimos por pura gracia de Cristo. Y ahora se trata de seguir sus pasos, pisando sus mismas huellas de fracaso exterior, de dolor, de persecución y soledad, para llegar, cuando Dios quera, a la resurrección y a la vida nueva.

En esta dirección bien venidos sean todos los reciclajes, sabatismos, jornadas sacerdotales, ejercicios de espíritu, formación permanente... que me permitan hacer balances, dar saltos cualitativos en mi oración y acción por Cristo, que me ayuden a descubrir dimensiones centrales del misterio cristiano, a modificar los hábitos y estilos de vida no conformes con los de Jesús.

RESUMIENDO: MEDIOS Y AYUDAS CONCRETAS.

A.-Oración personal, diaria y fija, en hora y tiempo, especialmente con Cristo Eucaristía ante el Sagrario.

B.-Oración diaria y permanente que me lleve a la conversión diaria y permanente y a vaciarme cada día más de mi mismo para llenarme más de Cristo Sacerdote y Víctima: control de mi soberbia, caridad y castidad.

C.-Y para vivir en Cristo Sacerdote Único, te ayudará una seria y profunda devoción eucarística y mariana con mirada suplicante a María, que nos ayuden a vivir lo que somos sacramental y espiritualmente porque “Sin mí no podéis hacer nada”.

Esto debe ser siempre el fundamento de nuestro ser y existir sacerdotal. Sin acomodarnos al mundo, porque no somos del mundo, ni seglares católicos. Propósito: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas y con todo tu ser”; mil veces caído, mil veces levantado, en cualquier materia, y no me desanimo, porque Dios es mi padre y siempre me perdona; ese es su “castigo”, que, como nuestro Dios es “Dios Amor”, su esencia es amar y si deja de amar, deja de existir, nuestro Dios, según San Juan no puede dejar de amar; así que siempre nos perdona y de verdad; pero me confesaré humildemente siempre ante Él, pasaré un rato largo pidiéndole perdón y fuerzas e iré luego al mismo sacerdote, si puedo; muchos santos fueron más pecadores que yo, pero no me apoyaré en esto jamás; y de la lujuria, lucha diaria y humilde, mirando al Señor siempre y a la Virgen Inmaculada, sin olvidar jamás. “Ni se miente entre vosotros”: “si tus pies... si tu mano... si tu ojo... son objeto de escándalo... arráncatelo, más te vale...”

No olvidar que soy sacerdote de Cristo en medio del mundo, pero sin ser del mundo. A cada vocación y estado, una espiritualidad concreta. No como en tiempos pasados, que nos querían hacer a todos religiosos. O como ahora, en algunos sitios, que nos quieren confundir con los seglares bautizados. Somos sacerdotes de Cristo y en Cristo. Estamos en el mundo pero sin ser del mundo.

Una espiritualidad entendida así pone orden a los diversos ministerios y aclara su importancia, encontrando su razón de ser, en definitiva, en los valores del Reino de Dios, donde Dios sea lo primero y absoluto en mi vida, todos los demás, hermanos, y hacer una mesa del Pan y la Palabra muy grande, muy grande y apostólica, donde todos se sienten.

SEGUNDA PARTE

EL CELIBATO POR EL REINO DE DIOS.

1º.-   DOCTRINA DEL VATICANO II SOBRE EL CELIBATO.

Podemos decir, ciertamente, que el Magisterio de la Iglesia, en estos tiempos actuales y en esta materia, ha sido claro, abundante y decidido. En nuestra época, cuando la disciplina del celibato sacerdotal está sufriendo la crisis más severa de los últimos cuatrocientos años, la respuesta del Magisterio ha sido igualmente definitiva y valiente.

Me voy a limitar ahora a exponer someramente la doctrina de la Iglesia en esta materia del celibato sacerdotal en los documentos del Vaticano II.

La mayor parte de las reflexiones del Vaticano II sobre el celibato se encuentran en el decreto Presbyterorum ordinis, del 7 de diciembre de 1965, que puede considerarse como la carta magna sacerdotal del Concilio. Se encuentran también alusiones al celibato en Lumen gentium (21 de noviembre de 1964) n.29 y 42; en Perfectae caritatis (28 de octubre de 1965) n,12; en Optatam totius (28 octubre de 1965) n. 10; en Apostolicam actuositatem (18 de noviembre de 1965) n.4. De estos textos, los de la Lumengentium, el Perfectoe caritatis (sobre los religiosos) y el Optatam totius (sobre la formación sacerdotal) contienen algunas explicaciones sobre los motivos que justifican el celibato y preparan ya el Presbyterorum ordinis, que cierra cronológicamente la serie de documentos que nos ocupan.

Pasamos ahora a transcribir el decreto del Vaticano II Presbyterorum ordinis sobre el ministerio y la vida de los presbíteros (1965), en la parte en que se refiere al celibato:

La perfecta y perpetua continencia por el reino de los cielos, recomendada por nuestro Señor, aceptada con gusto y observada plausiblemente en el decurso de los siglos e incluso en nuestros días por no pocos fieles cristianos, siempre ha sido tenida en gran aprecio por la Iglesia, especialmente para la vida sacerdotal, porque es al mismo tiempo emblema y estímulo de la caridad pastoral y fuente peculiar de la fecundidad espiritual en el mundo. No es exigida ciertamente por la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece por la práctica de la Iglesia primitiva y por la tradición de las Iglesias orientales, en donde, además de aquellos que con todos los obispos eligen el celibato como un don de la gracia, hay también presbíteros beneméritos casados; pero al tiempo que recomienda el celibato eclesiástico este santo Concilio no intenta en modo alguno cambiar la distinta disciplina que rige legítimamente en las Iglesias orientales, y exhorta amabilísimamente a todos los que recibieron el presbiterado en el matrimonio a que, perseverando en la santa vocación, sigan consagrando su vida plena y generosamente al rebaño que se les ha confiado.

Pero el celibato tiene mucha conformidad con el sacerdocio. Porque toda la misión del sacerdote se dedica al servicio de la nueva humanidad, que Cristo, vencedor de la muerte, suscita en el mundo por su Espíritu, y que trae su origen no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios (Jn 1, 13). Los presbíteros, pues, por la virginidad o celibato conservado por el reino de los cielos, se consagran a Cristo de una forma nueva y exquisita, se unen a Él más fácilmente con un corazón indiviso, se dedican más libremente en Él y por Él al servicio de Dios y de los hombres, sirven más expeditamente a su reino y a la obra de regeneración sobrenatural, y con ello se hacen más aptos para recibir ampliamente la paternidad en Cristo. De esta forma, pues, manifiestan delante de los hombres, que quieren dedicarse al ministerio que se les ha confiado, es decir, de desposar a los fieles con un solo varón, y de presentarlos a Cristo como una virgen casta, y con ello evocan el misterioso matrimonio establecido por Dios, que ha de manifestarse plenamente en el futuro, por el que la Iglesia tiene a Cristo como Esposo único. Se constituyen, además, en señal viva de aquel mundo futuro, presente ya por la fe y por la caridad, en que los hijos de la resurrección no tomarán maridos ni mujeres. Por estas razones, fundadas en el misterio de Cristo y en su misión, el celibato, que al principio se recomendaba a los sacerdotes, fue impuesto por ley después en la Iglesia latina a todos los que eran promovidos al orden sagrado. Este santo Concilio comprueba y confirma esta legislación en cuanto se refiere a los que se destinan para el presbiterado, confiando en el Espíritu que el don del celibato, tan conveniente al sacerdocio del Nuevo Testamento, lo otorgará generosamente el Padre, con tal que lo pidan con humildad y constancia los que por el sacramento del orden participan del sacerdocio de Cristo, más aún, toda la Iglesia. Exhorta también este sagrado Concilio a los presbíteros que, confiados en la gracia de Dios, recibieron libremente el sagrado celibato según el ejemplo de Cristo, a que, abrazándolo con magnanimidad y de todo corazón, y perseverando en tal estado con fidelidad, reconozcan el don excelso que el Padre les ha dado, y que tan claramente ensalza el Señor, y pongan ante su consideración los grandes misterios que en él se expresan y se verifican. Cuando más imposible les parece a no pocas personas la perfecta continencia en el mundo actual, con tanta mayor humildad y perseverancia pedirán los presbíteros, juntamente con la Iglesia, la gracia de la fidelidad, que nunca ha sido negada a quienes la piden, sirviéndose también, al mismo tiempo, de todas las ayudas sobrenaturales y naturales que todos tienen a su alcance. No dejen de seguir las normas, sobre todo las ascéticas, que aprueba la experiencia de la Iglesia, y que no son menos necesarias en el mundo actual. Ruega, por tanto, este sagrado Concilio, no sólo a los sacerdotes, sino también a todos los fieles, que aprecien cordialmente este precioso don del celibato sacerdotal y que pidan todos a Dios que Él conceda siempre abundantemente ese don a su Iglesia”.***

Ciertamente, no se puede reprochar a los Padres conciliares el no haber estudiado detenidamente el problema. Seguramente ningún otro punto del decreto ha sido tan examinado y retocado como éste; en ninguna otra parte se ha preocupado la comisión de ser tan explícita en sus tomas de posición y comentarios.

Es cierto que, a petición de Pablo VI, la cuestión del celibato no fue discutida públicamente en el aula conciliar. Se comprende fácilmente. Ante todo, el Concilio había ya tomado posición de una manera solemne en la constitución Lumen gentium, documento que ha merecido el nombre de la «perla» de las sesiones del Vaticano II y que los Padres Conciliares habían tenido ocasión de debatir públicamente. No podía rectificar su juicio la asamblea conciliar en menos de un año. También podemos preguntarnos qué utilidad y eficacia habrían podido añadir los debates públicos a las reflexiones y observaciones críticas que tuvieron ocasión de formular y examinar los obispos encargados por los padres conciliares de elaborar la redacción del texto de Presbyterorum ordinis.

No se olvide tampoco el clima del último año del Concilio, durante el cual una prensa ávida de noticias sensacionales estaba dispuesta a sacar partido contra la ley del celibato de la menor frase ambigua, de la más ligera vacilación de algún padre afectado por las desgracias de su diócesis o angustiado por la falta de vocaciones.

Las principales preocupaciones que parecen haber inspirado al Concilio fueron, ante todo, el deseo de recoger y retener, para justificar la ley del celibato, sólo los motivos más sólidos, los que habían sido menos puestos en cuestión y podían resistir mejor la «contestación». Estuvo además atento a no ponerse en contradicción con lo que había afirmado ya en otro lugar referente a la esencia misma de la santidad y perfección cristiana, de manera que no se desvalorizase el matrimonio cristiano y que se tuvieran en cuenta las recientes enseñanzas teológicas sobre una sexualidad legítima y susceptible de ser integrada moralmente. Finalmente, se cuidó mucho de no perder de vista la situación que existió en los comienzos de la Iglesia y que sigue subsistiendo aún hoy fuera de la Iglesia latina.

De ahí que llamen la atención en el texto algunas omisiones o silencios. De los textos bíblicos, el decreto sólo ha retenido Mt 19, 11-12, Lc 20,35-36, 1 Cor 7,32-34, 2 Cor 11,2 y Jn 1,13 -14.

El documento conciliar renuncia prudentemente a recurrir al ejemplo de los apóstoles. Por lo mismo, evita exagerar el alcance de los hechos históricos. El Concilio se contenta con decir: «El celibato, recomendado en un primer momento a los sacerdotes, ha sido impuesto después por una ley en la Iglesia latina a todos los que reciben las órdenes sagradas»; «la perfecta y perpetua continencia por amor del reino de los cielos, recomendada por Cristo Señor y aceptada de buen grado y laudablemente guardada en el decurso del tiempo, y aun en nuestros días, por no pocos fieles, ha sido siempre altamente estimada por la Iglesia, de manera especial para la vida sacerdotal» (n 16).

En cuanto a las razones teológicas, los Padres Conciliares evitan proclamar que la naturaleza misma del sacerdocio es la fuente de la obligación a la continencia sacerdotal. Pero aunque la naturaleza del sacerdocio no reclama la obligación de la virginidad o del celibato, el concilio enseña que el celibato tiene múltiples conveniencias con el ministerio sacerdotal.

Entre las razones teológicas que recomiendan el celibato sacerdotal, el concilio insiste en «el misterio de Cristo y de su misión», como el fundamento último de todas las motivaciones. La expresión misma no es de las más claras. ¿En qué han pensado concretamente los redactores del texto presentado y aprobado en noviembre de 1965 al evocar el «misterio de Cristo»? ¿En su nacimiento y vida virginales? Que el nacimiento virginal del Señor haya sido tenido en cuenta podría desprenderse de la alusión a Jn 1,13, texto conservado a pesar de la objeción de algunos Padres Conciliares, que afirmaban que el texto de Juan no se refiere al celibato de los sacerdotes. Pero está claro que el Concilio se refirió muy en primer lugar a la vida virginal del Salvador: “Exhorta también este sagrado Concilio a los presbíteros que, confiados en la gracia de Dios, recibieron libremente el sagrado celibato según el ejemplo de Cristo, a que, abrazándolo con magnanimidad y de todo corazón, y perseverando en tal estado con fidelidad, reconozcan el don excelso que el Padre les ha dado, y que tan claramente ensalza el Señor y pongan ante su consideración los grandes misterios que en él se expresan y se verifican” (N 16).

En cuanto a la misión de Cristo, está claro que el Evangelio la expresa con la noción del «reino de los cielos» o «reino de Dios», que Cristo ha venido a fundar y que ha establecido por la virtud de su muerte, resurrección y ascensión, y por la admirable efusión del Espíritu Santo. A su misión así concebida han querido aplicar los padres el texto de Juan 1,13: “aquellos... que no de la sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios son nacidos”.

Y he aquí ahora más detalladas las motivaciones que ha creído poder deducir el Concilio de estas premisas. Los sacerdotes, estrechamente unidos a Cristo por una participación sacramental en su misión, le están ya realmente consagrados en virtud de su ordenación. El celibato añade a esta consagración al ministerio de Cristo una consagración nueva y privilegiada, que une a los sacerdotes a la persona de Cristo, a lo que fue su actitud existencial, a su modo de existencia. Los sacerdotes se convierten por el sacramento del Orden en presencia sacramental de Cristo.

El Concilio ha repetido más de una vez que esta consagración nueva, privilegiada, o más bien insigne, confiere al sacerdote eminentes beneficios espirituales. Gracias al celibato, el sacerdote puede entregarse más fácilmente por entero, sin dividir su corazón y su amor, a Dios y a Cristo, conforme a la intuición tan certera del Apóstol: “Dígoos, pues, hermanos, que el tiempo es corto. Sólo queda que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran... y los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen, porque pasa la apariencia de este mundo” (1Cor 7, 28-31).

En otras palabras, el corazón humano libre de ataduras terrenas se inflamará más en el amor de Dios. Así, el celibato llega a ser ya indirectamente una fuente eminente de fecundidad apostólica: «...atque peculiaris fons spiritualis foecunditatis in mundo” (16).

Junto a estos beneficios del celibato, que yo llamaría ante todo «religiosos», el Concilio señala las ventajas directas que ofrece para la pastoral. Libre de muchos cuidados y preocupaciones familiares —perfectamente legítimas en sí mismas—, el sacerdote célibe está disponible para el ejercicio de una caridad pastoral más universal, más total, más continua, y para la aceptación de una paternidad espiritual más amplia: “Los presbíteros, pues, por la virginidad o celibato conservado por el reino de los cielos, se consagran a Cristo de una forma nueva y exquisita, se unen a Él más fácilmente con un corazón indiviso, se dedican más libremente en Él y por Él al servicio de Dios y de los hombres, sirven mas expeditamente a su reino y a la obra de regeneración sobrenatural, y con ello se hacen más aptos para recibir ampliamente la paternidad en Cristo”(16).

Es un hecho también que con la práctica de la continencia el sacerdote ejerce un apostolado especialmente valorado en nuestros días: el del testimonio cristiano. Da testimonio en primer lugar de su fe en la resurrección futura y en la vida eterna; manifiesta además la sinceridad completa y total de su consagración personal a Cristo y de su ardor apostólico por la difusión del reino de Dios.

En repetidas ocasiones los textos conciliares hablan del celibato como de un signo e interpretan este valor de signo como una motivación complementaria. Pero la comisión conciliar observó con justeza que la razón de signo no ofrece la justificación teológica única o principal, ni siquiera la adecuada: “Signum insuper vivum efficiuntur illius mundi futuri, per fidem et caritatem jam preaesentis, in quo filii resurrectionis neque nubent, neque ducunt uxores” (16). Por otra parte, hay que preferir la noción de testimonio a la de signo, como lo hacen, por lo demás, los mismos textos conciliares, porque los padres conciliares estuvieron preocupados, incluso ansiosos, por evitar todo lo que pudiera parecer que rebajaba el estado de vida de los sacerdotes casados de las Iglesias orientales y la posibilidad de que también ellos llegaran a la santidad,

El Concilio conservó la referencia a los desposorios místicos de la Iglesia con el único esposo, que es Cristo, que se manifestarán plenamente en los tiempos futuros. Algunos padres, no obstante, habían puesto dificultades contra el recurso a este tema, dado que, según Ef 5,25, el matrimonio significa también el amor de Cristo a la Iglesia; parece que la redacción definitiva ha respondido a esta objeción hablando de los desposorios espirituales de Cristo con su Iglesia tal como se realizarán en la era escatológica.

Es sorprendente que los textos conciliares no mencionen el término «carisma». Y se justifica, porque el término es excesivamente ambiguo y en el transcurso de estos últimos años se ha abusado manifiestamente de él, a veces incluso para combatir la ley del celibato.

Considerar la libre elección y la fidelidad a un compromiso libremente aceptado como resultado de un carisma, en cierto modo caído del cielo y cuya misteriosa presencia sería preciso poder detectar infaliblemente en los candidatos al sacerdocio; ¿quién podría pretender que cada sacerdote, mirándose a sí mismo, pueda discernir haber recibido este pretendido carisma o no, y qué instrumento para detectarlo se podría poner a disposición de los directores de conciencia y de los cristianos que aspiraran al sacerdocio?

En realidad, se trata de hacer una elección consciente y libre sobre la base de una idoneidad examinada prudentemente y como consecuencia de una deliberación plenamente refleja sobre la voluntad que se experimenta de seguir a Cristo y comprometerse en su milicia, a fin de ganar el mundo para su Evangelio. A la hora de elegir se hará la opción, después de haberla preparado con la oración y confiándola a Dios para asegurar su plena realización: “¡Confirma hoc, Deus, quod operatus es in nobis!.

El texto del decreto Presbyterorum ordinis habla generalmente del celibato y de su observancia como de un don de Dios concedido al libre albedrío, sostenido por la gracia y la oración.

El Concilio se ha planteado si era preciso detallar en el decreto los medios concretos para salvaguardar la fidelidad de los sacerdotes a su compromiso. Al final ha renunciado a una enumeración detallada, que corría el riesgo de ser incompleta o unilateral. Se ha contentado con insertar un párrafo sobre la vida espiritual del sacerdote. No obstante, en la sección sobre el celibato, los Padres Conciliares han tenido interés de subrayar la necesidad que tiene el sacerdote de recurrir a la humilde oración de súplica y a las reglas de una ascesis garantizada por la experiencia de la Iglesia.

Hagamos una última observación. El Concilio no ha querido alabar el celibato como un fin en sí mismo. Hubiera sido introducir en los textos consideraciones caras a la filosofía.

Se puede elogiar al Concilio en esta materia. Tal vez hubiera sido posible mencionar de paso el valor del celibato como dominio de sí, especialmente en la forma en que ciertos textos paulinos exaltan, por ejemplo, el triunfo del «espíritu» en el hombre regenerado. Pero el Concilio, muy sensible a ciertas corrientes de pensamiento actuales, tuvo interés en evitar todo lo que, de cerca o de lejos, pudiera evocar el recuerdo del maniqueísmo. Creemos que esta manera de alabar el celibato, enlazándolo con los datos más seguros y más elevados de la tradición cristiana, bíblica y patrística, y desvinculándolo, por otra parte, de lo que se ha llamado la inspiración monástica, ha conseguido una justificación que lo protege más eficazmente de toda objeción sobre el particular.

Pablo VI, deseoso de recalcar más para el futuro que el compromiso del celibato es asumido por los candidatos al sacerdocio con toda libertad, y no únicamente como fruto de una obligación jurídica impuesta desde fuera, sugirió a los padres que unieran este compromiso a un voto explícito. Esta sugerencia no fue retenida. Sin embargo, ya en el texto que sirvió de punto de partida, se aludía al voto18.

 OTROS TEXTOS SOBRE EL CELIBATO

«Por la íntima y múltiple coherencia entre la función pastoral y una vida de celibato, es mantenida la ley existente: el que libremente desea una total disponibilidad, el carácter distintivo de esta función, libremente se compromete con una vida en celibato. El candidato debería aceptar este modo de vida, no como algo impuesto desde fuera, sino más bien como manifestación de su libre entrega, que es aceptada y ratificada por la Iglesia a través del obispo. De esta forma, la ley se convierte en una protección y salvaguarda de la libertad con la que el sacerdote se entrega a Cristo, en un “yugo suave”» (Documento sinodal, El sacerdocio ministerial, Parte II, Sección 1, n. 4c).

«Los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el reino de los cielos y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios, mediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres» (Canon 277, § 1).

«El Sínodo no quiere dejar ninguna duda en la mente de nadie sobre la firme voluntad de la Iglesia de mantener la ley que exige el celibato libremente escogido y perpetuo para los candidatos a la ordenación sacerdotal en el rito latino» (Juan Pablo II citando la «Propositio» n.l1 del Sínodo de Obispos de 1990, en Pastores dabo vobis, 29).

2.- EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Antes, la virtud de la castidad era signo de fe y vida cristiana para todo creyente, desde niño hasta casado. Hoy solo es para sacerdotes y religiosos y los que se preparan para serlo. Y así desde la misma escuela. Y no voy a decir, por pudor, lo que en alguna ocasión me ha tocado ver o escuchar de los padres en relación con sus hijos.

La castidad, como virtud personal, no existe hoy en el mundo; es más, para muchos que lo quieran se dan clases públicamente, lo he visto anunciado en la tele, de sesiones sexuales en todas sus formas y modos que uno ordinariamente ni conoce ni sabía que existieran, y todo, pagado por la Autonomías: Valencia, Córdoba, en general, Andalucía…El Catecismo de la Iglesia nos habla, más que del celibato, de la ascesis cristiana para vivir esta virtud de la castidad. A mí me parece muy actual e interesante; por eso lo voy a transcribir en sus partes más importantes.

EL NOVENO MANDAMIENTO

No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, nada que sea de tu prójimo (Ex 20, 17).

El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5, 28).

2515 En sentido etimológico, la “concupiscencia” puede designar toda forma vehemente de deseo humano. La teología cristiana le ha dado el sentido particular de un movimiento del apetito sensible que contraría la obra de la razón humana. El apóstol S. Pablo lo identifica con la lucha que la “carne” sostiene contra el “espíritu” (cf Ga 5, 16.17.24; Ef 2, 3). Procede de la desobediencia del primer pecado (Gn 3, 11). Desordena las facultades morales del hombre y, sin ser una falta en sí misma, le inclina a cometer pecado (cf Cc. Trento: DS 1515).

2516 En el hombre, porque es un ser compuesto de espíritu y cuerpo, existe cierta tensión, y se desarrolla una lucha de tendencias entre el “espíritu” y la “carne”. Pero, en realidad, esta lucha pertenece a la herencia del pecado. Es una consecuencia de él, y, mismo tiempo, confirma su existencia. Forma parte de la experiencia cotidiana del combate espiritual. Para el apóstol no se trata de discriminar o condenar el cuerpo, que con el alma espiritual constituye la naturaleza del hombre y su subjetividad personal, sino que trata de las obras —mejor dicho, de las disposiciones estables—, virtudes y vicios moralmente buenas o malas, que son fruto de sumisión (en el primer caso) o bien de resistencia (en el segundo caso) a la acción salvífica del Espíritu Santo. Por ello el apóstol escribe: “si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu” (Ga 5, 25).

2517 El corazón es la sede de la personalidad moral: “de dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones” (Mt 15, 19). La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación del corazón.

II.- EL COMBATE POR LA PUREZA.

2520 El Bautismo confiere al que lo recibe la gracia de la purificación de todos los pecados. Pero el bautizado debe seguir luchando contra la concupiscencia de la carne y los apetitos desordenados. Con la gracia de Dios lo consigue

— mediante la virtud y el don de la castidad, pues la castidad permite amar con un corazón recto e indiviso; — mediante la pureza de intención, que consiste en buscar el fin verdadero del hombre: con una mirada limpia el bautizado se afana por encontrar y realizar en todo la voluntad de Dios (cf Rm 12, 2; Col 1, 10);

— mediante la pureza de la mirada exterior e interior; mediante la disciplina de los sentidos y la imaginación; mediante el rechazo de toda complacencia en los pensamientos impuros que inclinan a apartarse del camino de los mandamientos divinos: “la vista despierta la pasión de los insensatos” (Sb 15, 5);

mediante la oración: Creía que la continencia dependía de mis propias fuerzas, las cuales no sentía en mí; siendo tan necio que no entendía lo que estaba escrito: que nadie puede ser continente, si tú no se lo das. Y cierto que tú me lo dieras, si con interior gemido llamase a tus oídos, y con fe sólida arrojase en ti mi cuidado (S. Agustín, Conf. 6, 11, 20).

2521 La pureza exige el pudor. Este es parte integrante de la templanza. El pudor preserva la intimidad de la persona. Designa el rechazo a mostrar lo que debe permanecer velado. Está ordenado a la castidad, cuya delicadeza proclama. Ordena las miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas.

2523 Existe un pudor de los sentimientos como también un pudor del cuerpo. Este pudor rechaza, por ejemplo, los exhibicionismos del cuerpo humano propios de cierta publicidad o las incitaciones de algunos medios de comunicación a hacer pública toda confidencia íntima. El pudor inspira una manera de vivir que permite resistir a las solicitaciones de la moda y a la presión de las ideologías dominantes.

2524 Las formas que reviste el pudor varían de una cultura a otra. Sin embargo, en todas partes constituye la intuición de una dignidad espiritual propia al hombre. Nace con el despertar de la conciencia personal. Educar en el pudor a niños y adolescentes es despertar en ellos el respeto de la persona humana.

2527 “La buena nueva de Cristo renueva continuamente la vida y la cultura del hombre caído; combate y elimina los errores y males que brotan de la seducción, siempre amenazadora, del pecado. Purifica y eleva sin cesar las costumbres de los pueblos. Con las riquezas de lo alto fecunda, consolida, completa y restaura en Cristo, como desde dentro, las bellezas y cualidades espirituales de cada pueblo o edad” (GS 58, 4).

***

Hasta aquí el Catecismo de la Iglesia Católica. Por mi parte, y como complemento, me atrevo a sugerir que un programa de formación en la castidad del celibato deberá incluir necesariamente, entre otros, los siguientes presupuestos:

•La realidad de la gracia vocacional: Si Dios me llama, es que puedo vivir el celibato con su gracia y ejemplo. “Quién me librará de este cuerpo de muerte... la gracia de Dios”.

•La debilidad de nuestra naturaleza como consecuencia del pecado original:“Virtus in infirmitate perfícitur”; “Estoy crucificado con Cristo”.

•  La responsabilidad de nuestras acciones, con libertad para responder si o no diariamente a las gracias actuales: “Cinco talentos recibí, toma otros cinco...” “Siervo holgazán, no debías haber invertido el talento que te di...”.

         *La conversión permanente que me exige oración permanente y el recomenzar diario como una parte integral de la lucha interior: “Libenter gaudebo in infirmitatibus meis ut inhabitet in me virtus Christi”.

         *La necesidad de la gracia sacramental para curar las heridas de nuestra alma, especialmente a través del sacramento de la reconciliación: “Misericordia, Señor, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa... pues yo reconozco mi culpa... tengo presente siempre mi pecado”. Humildad, mucha humildad y mil veces caído, mil veces levantado; y no pasa nada. Nunca instalarme o permanecer en el pecado.

         *Las ventajas de la dirección espiritual para proporcionar objetividad y seguridad, y para ayudar a ser fieles a un plan diario de piedad. Es un don de Dios tener un santo al lado. Búscalo y lo encontrarás. Dios no nos abandona.

         *La convicción de que todas las dificultades y tentaciones que surgen pueden vencerse con la ayuda de la gracia: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.

Quiero terminar con unas sentencias de personas que conocieron bien este camino: San Agustín, San Jerónimo...

«Para repeler los ataques de la lujuria, huye si deseas obtener la victoria» (San Agustín, Homilía n. 293).

«Cuántos se han visto arrojados al fango de la impureza por una presuntuosa seguridad de que no caerían; aunque seas un santo, siempre estás en peligro de caer» (San Jerónimo).

San Juan Crisóstomo, en su tratado sobre el sacerdocio, señala que el sacerdote en el mundo, en comparación con el monje, se ve enfrentado a muchas tentaciones: «Aunque necesita una mayor pureza está expuesto a mayores peligros, que pueden mancharle a menos que preste una constante vigilancia y una gran atención a fin de impedir que accedan a su alma. Pues la belleza del porte y los aires afectados, la cuidada forma de andar, el tono de voz, la lujosa vestimenta, los diversos adornos de oro, las gemas preciosas, la fragancia de los perfumes y otras cosas parecidas que el sexo femenino adopta, son capaces de dejar una impresión en la mente, a menos que ésta esté fortalecida por el ejercicio de una gran austeridad y dominio de sí». San Juan Crisóstomo destaca sobre todo la necesidad de guardar la vista para servir a Dios con un corazón indiviso.

Y sin embargo, antes y ahora, la historia evidencia que siempre se han dado relaciones especiales entre clérigos y mujeres, empezado por Cristo, los Apóstoles, San Pablo y San Juan hasta nuestros días. Tenemos cerca Madre Teresa de Calcuta, fundadora de institutos y movimientos apostólicos y ya son conocidas las relaciones profundas de amistad entre san Francisco de Asís y santa Clara, fundadora de las Clarisas; entre santa Catalina de Siena y su confesor Raimundo de Capua, más tarde maestro general de los dominicos; y entre san Francisco de Sales y Santa Juana Francisca de Chantal, fundadora del Instituto de la Visitación de la Virgen María. Y nadie puede contar los amigos desde Santa Teresa y San Juan de la Cruz hasta Teresa de Calcuta, Padre Pío, y los movimientos actuales de la Iglesia: grupos parroquiales, carismáticos, catecumenales... etc.

3.- EXHORTACIÓN PASTORAL POSTSINODAL: “PASTORES DABO VOBIS”.

1. DIMENSIONES DE LA FORMACIÓN SACERDOTAL

La formación humana, fundamento de toda la formación sacerdotal.

43. «Sin una adecuada formación humana toda la formación sacerdotal estaría privada de su fundamento necesario»... El presbítero, llamado a ser «imagen viva» de Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia, debe procurar reflejar en sí mismo, en la medida de lo posible, aquella perfección humana que brilla en el Hijo de Dios hecho hombre y que se transparenta con singular eficacia en sus actitudes hacia los demás, tal como nos las presentan los evangelistas.

44.La madurez afectiva supone ser conscientes del puesto central del amor en la existencia humana. En realidad, como señalé en la encíclica Redemptor hominis, «el hombre no puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente» Se trata de un amor que compromete a toda la persona, a nivel físico, psíquico y espiritual, y que se expresa mediante el significado «esponsal» del cuerpo humano, gracias al cual una persona se entrega a otra y la acoge. La educación sexual bien entendida tiende a la comprensión y realización de esta verdad del amor humano. Es necesario constatar una situación social y cultural difundida que «banaliza» en gran parte la sexualidad humana, porque la interpreta y la vive de manera reductiva y empobrecida, relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta».

Con frecuencia las mismas situaciones familiares, de las que proceden las vocaciones sacerdotales, presentan al respecto no pocas carencias y a veces incluso graves desequilibrios. En un contexto tal se hace más difícil, pero también más urgente, una educación de la sexualidad que sea verdadera y plenamente personal que, por ello, favorezca la estima y el amor a la castidad, como «virtud que desarrolla la auténtica madurez de la persona y la hace capaz de respetar y promover el “significado esponsal” del cuerpo».

Ahora bien, la educación al amor responsable y la madurez afectiva de la persona son muy necesarias para quien, como el presbítero, está llamado al celibato, o sea, a ofrecer, con la gracia del Espíritu y con la respuesta libre de la propia voluntad, la totalidad de su amor y de su solicitud a Jesucristo y a la Iglesia. A la vista del compromiso del celibato, la madurez afectiva ha de saber incluir, dentro de las relaciones humanas de serena amistad y profunda fraternidad, un gran amor, vivo y personal, a Jesucristo. Como han escrito los Padres sinodales, «al educar para la madurez afectiva, es de máxima importancia el amor a Jesucristo, que se prolonga en una entrega universal. Así, el candidato llamado al celibato, encontrará en la madurez afectiva una base firme para vivir la castidad con fidelidad y alegría».

Puesto que el carisma del celibato, aun cuando es auténtico y probado, deja intactas las inclinaciones de la afectividad y los impulsos del instinto, los candidatos al sacerdocio necesitan una madurez afectiva que capacite a la prudencia, a la renuncia a todo lo que pueda ponerla en peligro, a la vigilancia sobre el cuerpo y el espíritu, a la estima y respeto en las relaciones interpersonales con hombres y mujeres. Una ayuda valiosa podrá hallarse en una adecuada educación a la verdadera amistad, a semejanza de los vínculos de afecto fraterno que Cristo mismo vivió en su vida (cf. Jn11, 5).

La formación espiritual: en comunión con Dios y a la búsqueda de Cristo.

45.La misma formación humana, si viene desarrollada en el contexto de una antropología que abarca toda la verdad sobre el hombre, se abre y se completa en la formación espiritual... Según la revelación y la experiencia cristiana, la formación espiritual posee la originalidad inconfundible que proviene de la «novedad» evangélica. En efecto, «es obra del Espíritu y empeña a la persona en su totalidad; introduce en la comunión profunda con Jesucristo, buen Pastor; conduce a una sumisión de toda la vida al Espíritu, en una actitud filial respecto al Padre y en una adhesión confiada a la Iglesia. Ella se arraiga en la experiencia de la cruz para poder llevar, en comunión profunda, a la plenitud del misterio pascual».

50.La formación espiritual de quien es llamado a vivir el celibato debe dedicar una atención particular a preparar al futuro sacerdote para conocer, estimar, amar y vivir el celibato en su verdadera naturaleza y en su verdadera finalidad, y por tanto, en sus motivaciones evangélicas, espirituales y pastorales. Presupuesto y contenido de esta preparación es la virtud de la castidad, que determina todas las relaciones humanas y lleva a experimentar y manifestar un amor sincero, humano, fraterno, personal y capaz de sacrificios, siguiendo el ejemplo de Cristo, con todos y con cada uno.

El celibato de los sacerdotes reviste a la castidad con algunas características de las cuales ellos, «renunciando a la sociedad conyugal por el reino de los cielos» (cf. Mt19, 12), se unen al Señor con un amor indiviso, que está íntimamente en consonancia con el Nuevo Testamento; dan testimonio de la resurrección en el siglo futuro (cf. Lc20, 36)y tienen a mano una ayuda importantísima para el ejercicio continuo de aquella perfecta caridad que les capacita para hacerse todo a todos en su ministerio sacerdotal».

En este sentido el celibato sacerdotal no se puede considerar simplemente como una norma jurídica, ni como una condición totalmente extrínseca para ser admitidos a la ordenación, sino como un valor profundamente ligado con la sagrada Ordenación, que configura a Jesucristo buen Pastor y Esposo de la Iglesia, y, por tanto, como la opción de un amor más grande e indiviso a Cristo y a su Iglesia, con la disponibilidad plena y gozosa del corazón para el ministerio pastoral. El celibato ha de ser considerado como una gracia especial, como un don que «no todos entienden..., sino sólo aquéllos a quienes se les ha concedido» (Mt19, 11).

Ciertamente es una gracia que no dispensa de la respuesta consciente y libre por parte de quien la recibe, sino que la exige con una fuerza especial. Este carisma del Espíritu lleva consigo también la gracia, para que el que lo recibe, permanezca fiel durante toda su vida y cumpla con generosidad y alegría los compromisos correspondientes. En la formación del celibato sacerdotal deberá asegurarse la conciencia del «don precioso de Dios» que llevará a la oración y la vigilancia para que el don sea protegido de todo aquello que pueda amenazarlo.

Viviendo su celibato el sacerdote podrá ejercer mejor su ministerio en el pueblo de Dios. En particular, dando testimonio del valor evangélico de la virginidad, podrá ayudar a los esposos cristianos a vivir en plenitud el «gran sacramento» del amor de Cristo Esposo hacia la Iglesia su esposa, así como la fidelidad en el celibato servirá también de ayuda para la fidelidad de los esposos.

La importancia y delicadeza de la preparación al celibato sacerdotal, especialmente en las situaciones sociales y culturales actuales, han llevado a los Padres sinodales a una serie de cuestiones, cuya validez permanente está confirmada por la sabiduría de la madre Iglesia. Las propongo autorizadamente como criterios que deben seguirse en la formación de la castidad en el celibato: «Los Obispos, junto con los rectores y directores espirituales de los seminarios, establezcan principios, ofrezcan criterios y ofrezcan ayudas para el discernimiento en esta materia. Son de máxima importancia para la formación de la castidad en el celibato la solicitud del Obispo y la vida fraterna entre los sacerdotes. En el seminario, o sea, en su programa de formación, debe presentarse el celibato con claridad, sin ninguna ambigüedad y de forma positiva. El seminarista debe tener un adecuado grado de madurez psíquica y sexual, así como una vida asidua y auténtica de oración, y debe ponerse bajo la dirección de un padre espiritual. El director espiritual debe ayudar al seminarista para que llegue a una decisión madura y libre, que esté fundada en la estima de la amistad sacerdotal y de la autodisciplina, como también en la aceptación de la soledad y en un correcto estado personal físico y psicológico. Para ello los seminaristas deben conocer bien la doctrina del Concilio Vaticano II, la encíclica Sacerdotalis caelibatus y la Instrucción para la formación del celibato sacerdotal, publicada por la Congregación para la Educación Católica en 1974. Para que el seminarista pueda abrazar con libre decisión el celibato por el Reino de los cielos, es necesario que conozca la naturaleza cristiana y verdaderamente humana, y el fin de la sexualidad en el matrimonio y en el celibato. También es necesario instruir y educar a los fieles laicos sobre las motivaciones evangélicas, espirituales y pastorales propias del celibato sacerdotal, de modo que ayuden a los presbíteros con la amistad, comprensión y colaboración».

4.-NOTAS Y AYUDAS PARA VIVIR EL CELIBATO

4. 1.  LA LLAMADA DEL SEÑOR A LA VIRGINIDAD: EL CELIBATO, CAMINO DE SANTIDAD.

            Está claro para la mayoría de los biblistas que Jesús hace una llamada a la virginidad por el reino de los cielos en diversas ocasiones, unas veces más claras, otras menos manifiestas. Para entenderlo en toda su amplitud, conviene situar el celibato en la perspectiva de los hechos que han dado lugar a sus orígenes y a su desenvolvimiento. Cualquiera que sea la relación establecida en la Iglesia primitiva entre «presbíteros» y «obispos», no hay duda que el presbiterado se concibió bastante pronto como derivado del episcopado y que el mismo episcopado se aceptó como prolongación, a través de los siglos, de la vocación, de la misión y de los poderes apostólicos confiados por Cristo al grupo de los Doce.

Parece que son tres los requisitos principales que se hallan en la base de la constitución del grupo de los Doce. El primero consiste en ser llamado a seguir al Señor, a estar y a permanecer con Él. El segundo implica la voluntad de seguirle y comprometerse con Cristo para establecer el reino de Dios, que realizará la salvación del mundo. El tercer requisito comporta la renuncia a los lazos familiares, más exactamente, al deseo de formar una familia, para seguir radicalmente al Señor y para darse por completo al reino de Dios, es decir, a la predicación y a la fundación de la obra que el Maestro vino a inaugurar”.

Esta última implicación, la que se refiere especialmente a la entrega del celibato consagrado, se relaciona en nuestros evangelios sobre todo con tres «logia»:el primero pertenece al evangelio de San Mateo (19,12); los otros dos se encuentran en el evangelio de San Lucas (14,26 y 18,29).

Lo primero que conviene preguntarse es cuál es el sentido exacto de la observación del Señor, cuál es la relación literaria y conceptual de Mt 19,12 con la discusión sobre el divorcio que precede. La opinión que cree detectar en ésta una línea de polémica, no nos parece que deba ser desechada. Jesús parece dirigirse a interlocutores que le reprochan el no haberse casado, apartándose así de una tradición recibida en su pueblo. Tampoco está excluido que se refiera al modo de vida que ya antes que Él había adoptado el Bautista. La cuestión, planteada de esta forma, parece renunciar a la interpretación de las palabras de Jesús en un sentido realista. Parece muy dudoso que casos de castración voluntaria hayan sucedido en el ambiente de Jesús o que el Salvador mismo haya puesto como ejemplo estas aberraciones hipotéticas. Recientemente se ha propuesto interpretar la condición del eunuco aludida por el Señor, como resultante, no tanto de una elección voluntaria, deliberada, cuanto de un haber sido poseídos estos hombres por el mensaje escatológico de modo radical, tan violento, que los incapacitaba para el matrimonio; pero la forma verbal empleada apenas permite dar esta interpretación. Queda por determinar cuál es el alcance del inciso “por el reino de los cielos”. De las dos acepciones de la partícula «diá» en griego, que puede designar causalidad o finalidad, se impone esta última.

Ahora bien, ¿sobre qué recae exactamente la finalidad? Han surgido diversas hipótesis para responder a la cuestión. El celibato podría ser preconizado para tener acceso al reino, o para poder trabajar mejor por él, o también para estar en armonía con la era nueva, que es indiscutiblemente un acontecimiento escatológico y, por lo tanto, un reino virginal para los que en él participen (Lc 20,35-36; Ap 14,1-5).

Este último sentido lo defiende J. Jeremías: «Los eunucos voluntarios lo son porque han comprendido que la virginidad es la condición que mejor responde a la naturaleza del reino»19. Terminemos nuestra reflexión sobre Mt 19,12 haciendo notar que el Señor propone aquí el celibato apostólico como ejemplo a imitar según el modelo de su propia vida y quizá la de Juan el Bautista, pero que no formula una invitación directa a abrazar este estado. Una exhortación semejante se encontraría en el evangelio de Lucas (14,26 y 18,29).

Los exegetas parecen estar de acuerdo en interpretar como adición de Lucas la variante lucana en que invita a los discípulos a renunciar incluso a su mujer. En Lc 18,29 es casi evidente, como lo demuestra el examen estilístico de los paralelos Mc 10,29-30 y Mt 19,29. Por consiguiente, sólo podemos quedarnos con Lc l8,29 b-30 para el tema del celibato.

Si respecto a la adición de la palabra mujer en el texto de Lucas, la unanimidad se obtiene más fácilmente, no sucede lo mismo con el alcance real del abandono exigido en este texto por el Señor. El aspecto general de la frase nos parece que favorece una interpretación, según la cual Lucas, al escribir, tiene presente el caso de un hombre casado que abandona incluso a su mujer para consagrarse por entero al servicio del reino.

La exclamación de Pedro en Mc 10,28: “Pues nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”, tomada también por Mt 19,27, parece confirmar esta exégesis. Apoyándose en otras palabras de Cristo (Mt 5,32; 19,6.9; Mc 10, 9.11; Lc 16,18) y en el consejo del Apóstol (1 Cor 7,5).

En Mc 10,29-30; Mt 19,29; Lc 1 8,29b-30, el Señor enumera las exigencias de una renuncia absoluta para realizar en su perfección la condición de discípulo dispuesto a seguir a Jesús por todas partes y en toda circunstancia. De ello Lucas deduce que una renuncia tal implica también la de no unirse en matrimonio. En este versículo de la parábola del banquete, uno de los invitados se disculpa de no poder venir porque acaba de casarse. Por lo cual podemos concluir que el discípulo debe evitar encontrarse en esta situación y que es ciertamente el celibato lo que Lucas propone en su pequeña adición en 18,29.

Antes de acabar nuestro estudio queremos señalar que algunos autores ponen en estrecha relación la palabra de Jesús sobre la cruz que deben llevar sus discípulos con la invitación al celibato: “Si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 10, 37-38; Lc 14,26-27). Advertimos, sin embargo, que esta palabra se encuentra en la triple tradición en un contexto enteramente diferente (Mc 8,34; Mt 16,24; Lc 9,23) y que su tenor primitivo no es fácil de reconstruir. Otros no están de acuerdo porque de la misma forma había que deducir el celibato del hecho de que seguir a Jesús expone a la persecución, incluso a la muerte ignominiosa de cruz. Los discípulos deben estar dispuestos a unirse quizás un día a la trágica procesión de los «crucíferos», arrastrando la cruz por las calles hasta el suplicio de la cruz. El célibe, que no tiene que cuidar de mujer y de hijos, está, naturalmente, más libre para asumir este riesgo por el reino de los cielos.

Conclusión: Vistos los problemas que plantean Lc 14,26 y 18,29, el texto evangélico más seguro en apoyo del celibato es Mt 19,12. Pero este texto no revela ni despliega todo su alcance si no se le sitúa en el contexto de las renuncias absolutas que Jesús no vacila en pedir a aquellos que se comprometen a seguirle para la predicación y la fundación de su reino, para la difusión y la realización total de su Evangelio.

4º. 2.-EL CELIBATO, CAMINO DE IDENTIFICACIÓN TOTAL CON CRISTO.

 A) NECESIDAD DE LA ORACIÓN-CONVERSIÓN DIARIA PARA VIVIRLO

Para mí esto es evidente. Estoy tan convencido de la necesidad absoluta de la oración para una vida santa, para la santidad de vida y no concibo esta santidad en sacerdotes o seglares sin vida intensa y profunda de oración, más, sin vida y oración eucarística. Y así lo tengo ampliamente escrito en el libro LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO.

Para amar como Cristo, con amor total y gratuito a los hombres, sin búsqueda de recompensas de ningún tipo, necesitamos su amor. Nosotros no sabemos amar así. Como enérgicamente afirmó el cardenal Ratzinger: «si la tarea del sacerdote consiste en dar testimonio de Jesucristo ante los hombres, es presupuesto de esta tarea que el sacerdote primeramente le conozca; que viva y encuentre el centro real de su existencia en un modo de ser que sea de hecho un ser con Él. Para el hombre que, como sacerdote, intenta hablar a sus fieles de Cristo, no hay nada tan importante como esto: aprender lo que significa estar con Él, vivir en su presencia y seguirle, verle y escucharle, entender su forma de ser y de pensar. El modo de vida que de por sí implica la existencia del sacerdote y el tratar de preparar a otros para dicha existencia exige desarrollar el hábito de escucharle a través de todo lo material y distinguir su presencia en medio del mundo. Hacer esto es vivir en su presencia. La oración nos permite convertirnos continuamente, permanecer en el estado de constante tensión hacia Dios, indispensable si queremos conducir a los demás a El» (Homilía).

San Agustín, hablando sin duda desde su propia experiencia personal, nos dice que «entre todos los combates, la batalla por la castidad es el más exigente, porque se trata de una batalla diaria». En sus Confesiones queda manifiesto el heroísmo que supone a veces esta lucha en una sociedad hostil a esta virtud. Pero Dios nunca permite que seamos tentados por encima de nuestra capacidad de resistir al pecado, pero al mismo tiempo tampoco concede su gracia —como se ha señalado— a los que libreamente se ponen en ocasión de pecado o permanecen en él.

Por ello, los expertos en la materia —santos a su vez— recomiendan, como primera medida, la oración diaria, de la cual, examinándonos y pidiendo a Dios, nos vendrá la fuerza necesaria para no caer, no sólo evitando las ocasiones de pecado contra la pureza, sino la huida enérgica de las mismas; y si caemos, para levantarnos con más fuerza y deseos de amar a Dios sobre todas las cosas. Pero como no haya oración, oración diaria y fija, no hay defensa posible.

Porque el peligro de la tentación estará siempre acechándonos, por muy preparados que estemos contra los atractivos exteriores, sobre todo, con los medios y aparatos modernos. Y se nos presentarán a pesar de la práctica de una comprometida vida de oración. Pero no hay nunca razón para el descorazonamiento, por fuerte que sea la vehemencia de las pasiones. La respuesta divina a la oración de San Pablo: «Te basta mi gracia» (2 Cor 12,9), y la firmeza y certeza de su constatación: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”, nos llena de esperanza y de seguridad del éxito en la lucha.

Al mismo tiempo, no hay que olvidar nunca que la naturaleza humana se encuentra profundamente debilitada a consecuencia del pecado original y que el apetito sexual está especialmente desordenado: “Por consiguiente, ninguna condenación pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte. Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne a fin de que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros que seguimos una conducta, no según la carne, sino según el espíritu.

Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne son contrarias a Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así, los que están en la carne, no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el espíritu de Cristo, no le pertenece; mas si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros. Así que, hermanos míos, no somos deudores de la carne para vivir según la carne, pues, si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis(Rom 8, 1-12).

Hemos de luchar siempre esperanzados, confiando totalmente en la ayuda divina; esto nos impide confiar demasiado en las propias fuerzas y nos impulsa a acudir a las gracias que nos llegan a través de la oración; la oración nos hará vivir la Eucaristía “en Espíritu y Verdad”, en Verdad de Cristo y en fuego de Espíritu Santo. Con la oración viviremos mejor también los sacramentos de la Confesión, bien dirigidos y animados por una dirección espiritual fraterna y con la devoción tierna e imprescindible a la Madre de todos los sacerdotes. Y repito, mucho cuidado con los aparatos modernos: ordenadores, tuiwwiter, guasad…

La necesidad de la oración para la santidad la trato ampliamente en el libro antes enunciado.

Todos sabemos, por clásica, la definición de Santa Teresa sobre oración: “No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (V 8,5). Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario, en la mejor escuela.

Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, “el que nos ama” nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa, humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin imponerse... Y es así como la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma, la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y como consecuencia lógica, esta vivencia de Cristo eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

Pues bien, de esto se trata en este libro; este libro quiere ser una ayuda para recorrer este camino de encuentro con Jesucristo Eucaristía en trato de amistad, pero de forma directa y vivencial, de tú a tú, a pecho descubierto, sin trampas ni literaturas. No quiere ser un libro teórico sobre Eucaristía, oración, santidad, sacerdocio, apostolado, bautizados... Quiere ser libro de vida, quiere ser un itinerario de encuentro personal con Jesucristo Eucaristía y el título podía haber sido también EUCARÍSTICAS (VIVENCIAS), porque es el nombre, que, hace más de cuarenta años, puse en la primera página de un cuaderno de pastas grises y folios a cuadritos. Me lo llevaba siempre a la iglesia, en los primeros años de mi sacerdocio, porque así me lo habían enseñado -contemplata aliis trajere,- para anotar las ideas, que Jesús Eucaristía me inspiraba. Más bien eran vivencias, sentimientos, fuegos y llamaradas de corazón, que yo traducía luego en ideas para predicar mis homilías.

B) ORAR ES QUERER AMAR Y CONVERTIRSE A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS. LA ORACIÓN PERMANENTE EXIGE CONVERSIÓN PERMANENTE Y VICEVERSA.

Y si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente. Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente.

Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas.

Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita, nos pide y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.“Dios es amor”, dice San Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando S. Juan quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Así que está condenado a amarnos siempre, aunque seamos pecadores y desagradecidos.

Y como estamos hechos a su imagen y semejanza, nosotros estamos hechos por amor y para amar, pero el pecado nos ha tarado y ha puesto el centro de este amor en nosotros mismos y no en Dios. Así que tenemos que participar de su amor por la gracia para poder amarnos y amarle como Él se ama. Porque por su misma naturaleza, que nosotros participamos por gracia, así es como Dios se ama y nos ama y no puede amar de otra forma, porque dejaría de ser y existir, dejaría de ser Dios. Y este amor es a la vez su felicidad y la nuestra, a la que Él gratuitamente, en razón de su amarse tan infinitamente a sí mismo nos invita, porque estamos hechos a su imagen y semejanza por creación y, sobre todo, por recreación en el Hijo Amado, Imagen perfecta de sí mismo, que nos hace partícipes de su misma vida, de su mismo ser y existir, por participación gratuita de su mismo amor a sí mismo.“Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos... Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3,1-3).

5.- CELIBATO Y DEVOCIÓN A LA VIRGEN

En una canción de mis años de Seminario, que mis compañeros de curso tomamos como himno de nuestra ordenación y hornada sacerdotal, cantábamos así: «Virgen sacerdotal, Madre querida; tú que diste a mi vida tan dulce ideal; alárgame tus manos maternales, ellas serán mis blancos corporales, tu corazón, mi altar sacrificial”.

Teológicamente puede ser hasta errónea, pero nosotros solo nos fijábamos en que ella estuviera siempre cerca de nosotros, sus hijos sacerdotes, sobre todo cuando celebrásemos el misterio de su Hijo, que pudo prescindir de todos en la cruz, menos de Ella, de la Madre. Nosotros igual.

Y con ella todos estábamos seguros y firmes en nuestra vocación y confiados en todo lo que nos esperaba en nuestra vida sacerdotal. Y ésta es la devoción absolutamente necesaria para un seminarista y para un sacerdote en la lucha por la castidad perfecta: María, Virgen Inmaculada, Hermosa nazarena, Virgen bella, Madre del alma, limpia y lava con tus manos maternales todas nuestras manchas, porque Tú eres nuestro modelo, Tú nos impulsas a amar con todo nuestro ser y fuerzas y corazón a Tu Hijo y a los hombres, con un corazón total y virginal como Tú lo hiciste; Tú fuiste virgen antes y después del parto; Tú eres nuestro Modelo, ¡cuánto nos quieres, cuánto te queremos! Gracias por querer ser nuestra madre, nuestra ayuda, nuestra pureza, ayúdanos Tú, Virgen limpia de todo pecado, Virgen Inmaculada.

La devoción y el amor a la Madre Inmaculada, el rezo del santo rosario, la imagen de la Virgen cerca de nosotros en nuestra habitación para invocarla, para arrodillarnos; la mirada permanente, llena de súplica y deseos de parecernos como buenos hijos, nos va haciendo semejantes a Ella, y ha sido el fundamento de castidad de muchas vidas sacerdotales; debe serlo de todas.

Porque ella ama más que nosotros a su Hijo; nosotros, por parecernos a su Hijo en todo y porque queremos amarle sobre todas las cosas, queremos ser célibes para entregarnos con un amor de donación total que no exige nada de cuerpo ni de afectos desordenados a nuestros hermanos; nosotros no sabemos amar así porque la carne que está contra el espíritu lo impide; ella nos enseña, nos ayuda, nos levanta si caemos, nos anima siempre a la lucha.

Y así lo hemos sentido y lo hemos comprobado. Qué confianza y seguridad nos inspira. Aunque un hijo se olvide de su madre, una madre no se olvida de sus hijos. Y María es nuestra madre, verdaderamente; no es un título o un adorno literario; es verdaderamente la ayuda materna, virginal de cuerpo y alma, esto es, sin concupiscencia de deseos egoístas, de generosidad absoluta, sin pedir nada a cambio, como toda madre, que Dios ha puesto a nuestro lado para educarnos en virginidad total, de cuerpo y alma.

Y para sentir esto, no hace falta, como en el caso de su Hijo, de purificarse primero. Porque Dios es Dios y lo exige todo. Yo soy pura criatura y tengo que arrodillarme ante Él, tengo que purificarme de mis pecados, tengo que adorarle antes con todo mi corazón y con todas mis fuerzas. Pero María es divina porque está muy cerca de Dios; pero es humana, porque es criatura y está muy cerca de nosotros, porque además es madre nuestra; como madre nuestra recibe nuestras súplicas y preocupaciones y ve nuestras necesidades; y como divina, todo lo puede suplicando a su Hijo. De esto todos somos testigos. De sus milagros y milagros a través de la historia, milagros de todo tipo. Verdaderos milagros en la vida de sus hijos y no hace falta irse a Fátima o Lourdes...

Hoy, como en otros tiempos, y quizás con más razón, el sacerdote debe pedir a María especialmente la gracia de saber aceptar el don de Dios con amor agradecido; la gracia de la pureza y de la fidelidad a la obligación del celibato, siguiendo su ejemplo como “Virgen fiel”.

El ofrecimiento del sacrificio de la misa, siendo para el sacerdote una actividad esencialmente cristocéntrica, no debe dejar de lado a la Madre que dio vida al Cuerpo que es sacrificado en nuestras manos. Si el sacramento del Orden nos hace prestar nuestra humanidad a Cristo para que Él pueda seguir consagrando su Cuerpo y Sangre, para que pueda seguir amando a los hombres y salvándolos, ella debe transformar este cuerpo de pecados mío en cuerpo de su Hijo, en humanidad supletoria de la de su Hijo, para que su Hijo, por medio de esta humanidad que le presto, no solo intencionalmente, sino sacramentalmente, por haber sido consagrado por el sacramento del Orden, que me convierte en presencia sacramental de Cristo, ella, repito, puede conseguirlo para que el Padre me conceda este don del amor célibe por la potencia del Espíritu Santo, como en María, que concibió al mismo Cristo; siempre es el Espíritu Santo, es el Espíritu de Dios el que tiene que hacerlo como hizo a Jesús en su vientre, en su seno maternal. Y ella sigue siendo el seno maternal de todos los nuevos «Jesús» que se hacen con la gracia de Dios, el amor de su Hijo y la fuerza y potencia del Espíritu de Amor de la Santísima Trinidad.

Porque eso es ser sacerdote. Meterse dentro del Consejo Trinitario, decir de palabra y de obra por la unión con el Verbo encarnado en el Hijo-hijo de María, pero no en dirección ascendente como la primera sino encarnada y ascendente hacia arriba: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios... aquí estoy yo para hacer tu voluntad” y desde esa decisión tomada en el Hijo, que se hizo hijo también de Maria y en ella encarnó esta decisión, poder imitar el amor de Dios Uno y Trino en pobre naturaleza humana y sacerdotal: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito, para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”, “Dios es amor... en esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”.

Este amor extremo del Verbo a su Padre y a los hombres, desde el mismo seno de la Santísima Trinidad, hizo que esta decisión y amor divino tomara carne humana, al ver el Hijo Verbo de Dios entristecido al Padre, porque los hombres por el pecado de Adán, ya no podían entrar en su misma intimidad y felicidad.

Esta experiencia diaria, hecha realidad en la misa, debería crear un vínculo único entre el sacerdote y María, a la que debe concederle un papel especial en su vida como madre de esa humanidad supletoria que el sacerdote debe prestar a su Hijo, Sumo y Eterno Sacerdote, Dios y hombre verdadero y encarnado.

El sacerdote necesita tener a María como mujer central de su vida, capaz de llenar su corazón. La devoción a Nuestra Señora le hará partícipe de su calor maternal y de su auxilio diario de gracia. En su esfuerzo por vivir el amor total y gratuito de cuerpo y alma, de ser célibe integralmente, debe elevar sus ojos y su corazón a su madre, a la Reina y Madre de las Vírgenes, que no sólo es modelo y arquetipo de la humanidad en el divino ordenamiento del mundo, sino que encarna también el ideal más perfecto y más puro de mujer, de virgen, de madre, de sierva y de reina.

 Es a Ella, la prudente, la poderosa, la amable y fiel Virgen, a quien el sacerdote debe volverse; es ante Ella, la pura, la amable Madre de Cristo y de la divina Gracia, a cuya escuela los sacerdotes debemos matricularnos y asistir para aprender a amar virginalmente y ser padres de nuestros hijos espirituales por el apostolado. Los sacerdotes, devotos fieles de María, que la veneramos con total confianza y seguridad devocional, aprendemos de ella, poco a poco, a amar como ella, a ser limpios de pecado carnal como ella, a entregarnos sin egoísmos como ella. Por eso Jesús nos la dio como madre y por eso ella es madre sacerdotal, porque lo fue del primero y único sacerdote, del cual todos somos presencias sacramentales.

Por otra parte, teniéndola a Ella como modelo y teniéndola siempre presente y proponiéndola como ejemplo a seguir por las mujeres que encontremos en nuestra vida apostólica, María les enseñará a ser como Ella, a amar como Ella – querida N, ámame como la Virgen, pide a la Virgen amarme como Ella me ama; yo también te quiero amar así-, y con esta forma de amar se aunarán los dos amores de una forma completamente única y desconocida; quizás para alguna de ellas, será una gracia toda relación y amor a los sacerdotes; es una gracia que el sacerdote debe pedir continuamente para todas las mujeres que entren en relación frecuente y profunda con él por razón del apostolado, para que estas mujeres quieran virginalmente al sacerdote, aprendan de María, madre de todos los hombres, a reducir en unidad afectiva y casta toda inclinación noble de la feminidad, para ser dignas hijas de María Inmaculada.

Quiero terminar este artículo sobre el celibato y la devoción a la Virgen con las palabras que la dirige el Papa Juan Pablo II en su Carta Pastores dabo vobis:

“Y mientras deseo a todos vosotros la gracia de renovar cada día el carisma de Dios recibido con la imposición de las manos (cf. 2 Tim 1, 6); de sentir el consuelo de la profunda amistad que os vincula con Cristo y os une entre vosotros; de experimentar el gozo del crecimiento de la grey de Dios en un amor cada vez más grande a Él y a todos los hombres; de cultivar el sereno convencimiento de que el que ha comenzado en vosotros esta obra buena la llevará a cumplimiento hasta el día de Cristo Jesús (cf. Flp 1, 6); con todos y cada uno de vosotros me dirijo en oración a María, madre y educadora de nuestro sacerdocio.

Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna.

 Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia. Por eso, nosotros los sacerdotes estamos llamados a crecer en una sólida y tierna devoción a la Virgen María, testimoniándola con la imitación de sus virtudes y con la oración frecuente”.

Oh María,

Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes:

acepta este título con el que hoy te honramos

para exaltar tu maternidad

y contemplar contigo

el Sacerdocio de tu Hijo unigénito y de tus hijos,

oh Santa Madre de Dios.

 

Madre de Cristo,

que al Mesías Sacerdote diste un cuerpo de carne

por la unción del Espíritu Santo

para salvar a los pobres y contritos de corazón:

custodia en tu seno y en la Iglesia a los sacerdotes,

oh Madre del Salvador.

 

Madre de la fe,

que acompañaste al templo al Hijo del hombre,

en cumplimiento de las promesas

hechas a nuestros Padres:

presenta a Dios Padre, para su gloria,

a los sacerdotes de tu Hijo,

oh Arca de la Alianza.

 

Madre de la Iglesia,

que con los discípulos en el Cenáculo

implorabas el Espíritu

para el nuevo Pueblo y sus Pastores:

alcanza para el orden de los presbíteros

la plenitud de los dones,

oh Reina de los Apóstoles.

Madre de Jesucristo,

que estuviste con Él

al comienzo de su vida y de su     misión,

lo buscaste como Maestro entre la muchedumbre,

lo acompañaste en la cruz,

exhausto por el sacrificio único y eterno,

y tuviste a tu lado a Juan, como hijo tuyo:

acoge desde el principio a los llamados al sacerdocio, protégelos en su formación

y acompaña a tus hijos en su vida y en su ministerio,

oh Madre de los sacerdotes. Amén.20

Dado en Roma, junto a san Pedro, el 2 de marzo —solemnidad de la Anunciación del Señor— del año 1992, décimo cuarto de mi Pontificado.           Juan Pablo II

6.- ORACIÓN Y SANTIDAD, FUNDAMENTOS DEL APOSTOLADO, EN LA CARTA APOSTÓLICA DE JUAN

PABLO II “NOVO MILLENNIO INEUNTE

Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica NOVO MILLENNIO INEUNTE, cuando invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de vida apostólica, pero no de métodos y organigramas, donde expresamente nos dice “no hay una fórmula mágica que nos salva”, “el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo”, sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a Él por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía. Voy a recorrer la Carta, poniendo el número correspondiente y citando brevemente las palabras de Juan Pablo II.

Nº 16.-“Queremos ver a Jesús” (Jn 12, 21)... como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo “hablar” de Cristo, sino en cierto modo hacérselo“ver”. )Y no es quizás cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio? Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente, si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro”.

Nº 20.- “Cómo llegó Pedro a esta fe? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: “no te lo ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (16,17). La expresión “carne y sangre” evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de “revelación” que viene del Padre (cf ib). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús “estaba orando a solas” (Lc 9,18). Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: “Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14).

LA SANTIDAD

Nº 30.- “En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad... Este don de santidad, por así decir, se da a cada bautizado...“Esta es la voluntad de Dios; vuestra santificación” (1Tes 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor (Lumen Gentium, 40).

LA ORACIÓN

Nº 32.- “Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración... Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos:“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Hn 15,4). Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial (cfr. SC.10), pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas”.

Nº 33.- “La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede enseñar mucho a este respecto. Muestra cómo la oración puede avanzar, como verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre. Entonces se realiza la experiencia viva de la promesa de Cristo: “El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Se trata de un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual, que encuentre también dolorosas purificaciones (la “noche oscura”), pero que llega, de tantas formas posibles, al indecible gozo vivido por los místicos como “unión esponsal”). Cómo no recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Jesús?

Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas “escuelas de oración”, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el “arrebato del corazón”. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparte del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.

 Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino “cristianos con riesgo”. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición.

Primacía de la gracia

Nª 38.- En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15,5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5,5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitidie al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración.

Escucha de la Palabra

Nº 39.- No cabe duda de que esta primacía de la santidad y de la oración sólo se puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios. Desde que el Concilio Vaticano II ha subrayado el papel preeminente de la palabra de Dios en la vida de la Iglesia, ciertamente se ha avanzado mucho en la asidua escucha y en la lectura atenta de la Sagrada Escritura. Ella ha recibido el honor que le corresponde en la oración pública de la Iglesia. Tanto las personas individualmente como las comunidades recurren ya en gran número a la Escritura, y entre los laicos mismos son muchos quienes se dedican a ella con la valiosa ayuda de estudios teológicos y bíblicos. Precisamente con esta atención a la palabra de Dios se está revitalizando principalmente la tarea de la evangelización y la catequesis. Hace falta, queridos hermanos y hermanas, consolidar y profundizar esta orientación, incluso a través de la difusión de la Biblia en las familias. Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia.

Anuncio de la Palabra

Nº 40.- Alimentarnos de la Palabra para ser «servidores de la Palabra» en el compromiso de la evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio. Ha pasado ya, incluso en los Países de antigua evangelización, la situación de una «sociedad cristiana», la cual, aún con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza. He repetido muchas veces en estos años la «llamada» a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de a predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: «Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Cor 9,16).

Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos «especialistas», sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo.

7.- LA SOLEDAD SACERDOTAL Y LA ASCESIS DEL CELIBATO

En el capítulo VI de la Carta Pastores dabo vobis, cuando habla de la formación permanente del clero, al final del número 74, al hablar del SIGNIFICADO PROFUNDO DE LA FORMACIÓN PERMANENTE, dice textualmente la Carta en relación con la soledad sacerdotal:

“Por último, en el contexto de la Iglesia comunión y del presbiterio, se puede afrontar mejor el problema de la soledad del sacerdote, sobre la que han reflexionado los Padres sinodales. Hay una soledad que forma parte de la experiencia de todos y que es algo absolutamente normal. Pero hay también otra soledad que nace de dificultades diversas y que, a su vez, provoca nuevas dificultades. En este sentido, «la participación activa en el presbiterio diocesano, los contactos periódicos con el Obispo y con los demás sacerdotes, la mutua colaboración, la vida común o fraterna entre los sacerdotes, como también la amistad y la cordialidad con los fieles laicos comprometidos en las parroquias, son medios muy útiles para superar los efectos negativos de la soledad que algunas veces puede experimentar el sacerdote.

Pero la soledad no crea sólo dificultades, sino que ofrece también oportunidades positivas para la vida del sacerdote: «aceptada con espíritu de ofrecimiento y buscada en la intimidad con Jesucristo el Señor, la soledad puede ser una oportunidad para la oración y el estudio, como también una ayuda para la santificación y el crecimiento humano». Se podría decir que una cierta forma de soledad es elemento necesario para la formación permanente. Jesús con frecuencia se retiraba solo a rezar (cf. Mt 14, 23). La capacidad de mantener una soledad positiva es condición indispensable para el crecimiento de la vida interior. Se trata de una soledad llena de la presencia del Señor, que nos pone en contacto con el Padre a la luz del Espíritu. En este sentido, fomentar el silencio y buscar espacios y tiempos «de desierto» es necesario para la formación permanente, tanto en el campo intelectual, como en el espiritual y pastoral. De este modo, se puede afirmar que no es capaz de verdadera y fraterna comunión el que no sabe vivir bien la propia soledad.

LA ASCESIS DEL CELIBATO

Como hemos dicho, la castidad propia del celibato sacerdotal, que tiene una íntima relación con la virtud de la templanza, no es algo que se adquiera de una vez para siempre, sino más bien el resultado de una lucha constante y una afirmación diaria del amor célibe. Como toda la vida cristiana tiene su raíz en las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. San Juan de la Cruz describe maravillosamente este camino. En algunos de mis libros lo tengo descrito; lo titulo LA EXPERIENCIA DE DIOS. El convencimiento y deseo de amar a Dios sobre todas las cosas, de convertirnos a Dios en todas las cosas nos llevará a vivir la castidad del celibato con esfuerzo nuestro y la gracia de Dios.

La virtud de la castidad total no es una virtud que se desarrolle en solitario, sino que tiene que ir acompañada en el esfuerzo por adquirir las otras virtudes cardinales de la prudencia y fortaleza, enraizadas todas en un espíritu permanente de abnegación hasta en las cosas pequeñas de curiosidad y demás, juntamente con la virtud de la humildad.

La conciencia de nuestra condición humana redimida nos hará saber de esta lucha que San Pablo nos dice de la carne contra el espíritu: “Veo lo que es bueno, pero hago lo que no quiero”; “Os digo, pues: Andad en espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne. Porque la carne tiene tendencias contrarias a las del espíritu, y el espíritu tendencias contrarias a las de la carne, pues uno y otra se oponen de manera que no hagáis lo que queréis. Ahora bien, las obras de la carne son manifiestas, a saber: fornicación, impureza, lascivia... embriagueces, orgías y otras como éstas, de las cuales os prevengo como antes lo dije, que quienes tales cosas hacen no heredarán el reino de Dios. Los frutos del espíritu son: caridad, gozo, paz... fe, mansedumbre, templanza... Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias. Si vivimos del espíritu, andemos también según el espíritu” (Gal 5, 16-26).

Para “andar según el Espíritu”, para llevar una vida espiritual, el fundamento es la vida de oración, la oración permanente que nos lleva a la conversión permanente.

“La capacidad de orar en el espíritu es un gran recurso nuestro. Muchos cristianos, incluso los que verdaderamente están comprometidos, experimentan su impotencia frente a las tentaciones y la imposibilidad de adaptarse a las exigencias altísimas de la moral evangélica, y concluyen, a veces, que es imposible vivir integralmente la vida cristiana. En cierto sentido, tienen razón. En efecto, es imposible por sí mismos evitar el pecado; se necesita la gracia; pero la gracia —se nos enseña— es gratuita, y no se la obtiene por mérito. ¿Qué hacer entonces: desesperarse o rendirse? Responde el Concilio de Trento: “Dios, dándote la gracia, te manda hacer lo que puedes y pedir lo que no puedes” (Denzinger 1536). Cuando uno ha hecho todo cuanto es posible y no lo consigue, le queda siempre la posibilidad de rezar y, si ha rezado, ¡rezar todavía más! La diferencia entre la antigua y la nueva alianza consiste justamente en esto: en la ley, Dios ordena, diciendo al hombre: “¡Haz lo que te ordeno!”; en la gracia, el hombre solicita diciendo a Dios: “¡Dame lo que me ordenes!”. Una vez que ha descubierto este secreto, San Agustín, que hasta ese momento había combatido inútilmente para ser casto, cambió de método y, en lugar de luchar con su cuerpo, comenzó a luchar con Dios y dijo: “Oh Dios, tú me ordenas ser casto; pues bien, dame lo que me ordenas y luego ordéname lo que quieras” (Confesiones X, 29). ¡Y así obtuvo la castidad!”

(P. RAINIERO CANTALAMESSA, Santidad Pneumático-Paulina del Sacerdote, Forjadores de Santos, Madrid 2005, pág. 67).

La descripción de este camino de abnegación y renuncia me parece que está muy bien marcado por el Catecismo de la Iglesia Católica que hemos expuesto antes.

8.- EL CELIBATO DEL SACERDOTE, POR SER AMOR A LOS HOMBRES, TIENE TAMBIÉN ROSTRO DE MUJER, PERO NO DE ESPOSA

“De la lectura del decreto Presbyterorum ordinis emerge una precisa figura de presbítero caracterizada, en especial, por una forma de vida que podríamos definir como «estilo apostólico». Justamente por tal estilo de vida la Iglesia latina pide al presbítero vivir el celibato…

El celibato, lo sabemos bien, no está ligado intrínsecamente al ministerio, pero tiene una justificación propia dentro del estilo apostólico de vida. Aquellos a quienes Jesús envió «de dos en dos» (cf. Mc 6, 7) después de haberlos constituido apóstoles —para estar con él y ser enviados (cf. Mc 3, 14-15)—vivían en la condición de célibes, no tenían mujer ni familia con ellos, más aún, la habían abandonado (cf. Mc 10, 28-31) para vivir plenamente el seguimiento apostólico.

El presbítero célibe no sólo pone al servicio de la comunidad la disponibilidad y la libertad propias de quien no está casado, sino que además muestra en su vida célibe que el «acontecimiento Jesucristo» ha transformado las relaciones entre las personas, y que incluso es posible vivir el celibato teniendo como horizonte el Reino, cuya espera anuncia. Sí, el celibato vivido en virtud del don hecho a Dios que implica toda la vida, puede constituir una invitación a centrar de nuevo en Dios mismo el conjunto de las relaciones humanas, de la misma manera que el matrimonio recuerda que no existe amor de Dios sin amor al otro.

Cierto que el celibato se encuentra estrechamente ligado a la obediencia y al compartir cristiano (el verdadero nombre de la pobreza), y por esto necesita condiciones concretas para vivirlo bien: a algunos les es concedido vivirlo en soledad, a otros en formas comunitarias presbiterales, en la amistad... Con todo, no hay que ser ingenuos: el celibato es ciertamente un don de Dios, pero vivirlo bien depende también de las dotes, fuerza y debilidad de cada uno; por esto no se deben infravalorar aquellos medios que son de gran ayuda para la calidad del celibato, como la vida común, la oración común, una vida no sólo buena sino también bella, humanamente bella.

Y eso sin perder de vista que el celibato se vive siempre bajo el signo de la misericordia de Dios. Se trata de una aventura extraordinaria esta del celibato, auténtico don de Dios, mas es también camino humano en el que experimentamos nuestra debilidad y a veces nuestra miseria. La castidad perfecta se presenta siempre ante nosotros como una meta a la que tender. Hacia ella se avanza mediante el ejercicio de la humildad, creciendo en el amor a Cristo con un corazón indiviso y en el amor gratuito a los hermanos y hermanas”. (ENZO BIANCHI, A los sacerdotes, Sígueme 2005, pgs 45-47).

El amor no tiene para el sacerdote el rostro que tiene para la mayoría de los hombres: el de una mujer —de una esposa, se entiende—. Sin embargo, los rostros de sus primeros y más fundamentales amores con la mujer se manifestaron en Él desde niño en los rasgos y en el amor de una madre, de una hermana o de las amigas de infancia, que fueron amores totalmente castos. Y de mayor, ese mismo corazón del hombre desea otra cosa: la entrega y la igualdad perfecta con la mujer. Es lo natural. ¿Qué sucede con el celibato? ¿Puede tal estado, como para otros el matrimonio, hacer de él un hombre y llevarlo a su plenitud personal, como vulgarmente se dice? Desde su institución por Cristo en el Nuevo Testamento, la vida sacerdotal debe permitir al sacerdote ser hombre completo y realizarse como hombre en el amor. Pero, ¿con qué condiciones? Trataremos de decirlo.

En otros tiempos, el celibato no constituía problema para el candidato al sacerdocio. Estaba ligado a éste, y por tanto era aceptado, simplemente porque estaba así instituido por la Iglesia. Ese joven, si no hubiese pensado en el sacerdocio tal vez no habría elegido el celibato: se habría casado como todo el mundo. Hoy y siempre, desde que Cristo lo propuso: “Bienaventurados los eunucos por el reino de los cielos”, el celibato estará en tela de juicio, y ello conduce a separarlo del sacerdocio, con preguntas como éstas, que escuchamos con frecuencia: ¿Por qué ligar necesariamente ambos? Si estuviesen disociados, ¿no habría más sacerdotes? Y de éstos, ¿por qué se pretende que todos tengan vocación de célibes?

Es conocida la abundante literatura consagrada a este tema. Desde luego ni los protestantes ni los orientales que se casan tienen más sacerdotes.

He ahí un punto importante: existe una vocación al celibato. Mejor que al celibato, diríamos a un estado de celibato. Y decimos que sí. Primero, por razones naturales, es decir, primeramente había que mostrar que el celibato no es un valor de orden específicamente sobrenatural. Es de orden humano, en la medida en que un ser dirige a otro fin distinto de las relaciones sexuales o conyugales las fuerzas afectivas que hay en él.

Y así aprendimos a amar desde niños, y así amamos desde la adolescencia, y así nos esforzamos por amar siempre, aunque descubrimos ya desde la juventud otras formas de amor distintas; todo amor humano es sexualizado, pero no todo amor humano sexualizado pide o necesita la unión de la carne; no podríamos amar más que como esposos o esposas a todos y sin embargo existen padres, hijos, hermanos, amigos... sin exigencias carnales. Sexualizado quiere decir que el amor masculino y femenino tienen características distintas, se enriquecen mutuamente.

Por eso el sacerdote debe conocer y gustar estos amores, pero sin carne. Desde niños hemos gustado estos amores y desde jóvenes nos dimos cuenta y descubrimos que hay amores y existen causas que cautivan hasta tal punto la atención y el corazón del hombre que éste, dándose a ellas, alcanza en ellas la plenitud de toda su persona, sin relación carnal. Pero también descubrimos la otra dirección posible conyugal.

En este sentido una persona, un hijo, una hija, puede entregarse en amor total a otra, pensemos en enfermos, seres queridos, padres ancianos, consagrándose en vida celibataria y en plenitud de ser y existir por ellos y renunciando al matrimonio. En mi tiempo de juventud había bastantes casos. Luego en el amor celibatario, incluso natural, lo primero es el amor, y como consecuencia, no casarse, pero no como huida, sino como realización plena y posible en el amor célibe.

A mí me parece bien que la realización de tal amor sea rara entre los hombres y que el estado ordinario, en el que las potencias del amor existentes en el hombre alcanzan su plenitud, sea el amor matrimonial; incluso que el celibato no sea reconocido casi nunca por la sociedad actual sino como una cosa rara. Lo que quiero expresar y certificar ahora es que el celibato, por el motivo natural que sea, también es una manera para el hombre de realizarse afectiva y efectivamente. Y esto es muy importante que se explique bien en los seminarios y en las casas de formación, para que no se vea que el amor conyugal es el único y, como es el único, es muy difícil superarlo por otras formas de amar, hacia las cuales puedo ser inclinado a amar y realizarme por la misma naturaleza que instintivamente me inclina al amor matrimonial. Y esto los mismos psicólogos afirman que, si bien no es la norma, no es contra naturaleza.

Nosotros consideramos el celibato consagrado partiendo también, por tanto, desde estas perspectivas humanas. Es decir, en sí mismo y de suyo, no es «sobrenatural», sino que también tiene justificación en el orden de la naturaleza.

Por otra parte tengo que decir que muchos matrimonios no llegan a la plenitud del ser y del amor. Y aunque tienen unión sexual, no se sienten amados, lo cual es esencial para sentirse totalmente realizados. Es más, observemos la cantidad de separaciones y divorcios. Mucho sexo y poco amor. Luego no identificar sexo y amor.

En los matrimonios, hoy, como en todo, mucho sexo y poco amor; poca compañía, poca felicidad, poca dicha, toda la vida juntos y separados como los raíles del tren; hay muchas compañías que no quitan soledad afectiva.

Por tanto, no identificar automáticamente matrimonio y la plenitud de amor. Claro que esto mismo puede pasar en vida celibataria. Pero se escogió ya con esperanza de plenitud en amor de renuncia de relación conyugal, de vida de instinto y placer sexual. Veremos si en las circunstancias actuales y próximas no empezamos a ver personas que quieren permanecer célibes, mejor diré, sin casarse, sin unión sexual estable y permanente, por no haber sido educados en la entrega de ese amor total exigido por la vida conyugal y no estar preparados para las renuncias que exige ese mismo amor por otra parte, como son el amor exclusivo, permanente, único y total del matrimonio.

El celibato es definido por la mayoría como el hecho de no casarse. Planteado de esta forma parece que va contra la naturaleza humana, que pide de suyo el matrimonio, aunque hoy ya no está tan claro, si con el mismo o diferente sexo, dada la homosexualidad institucionalizada. Habrá que corregir a la Biblia desde la primera página. Y la naturaza y lo que piden las leyes naturales ya no son tan naturales ni tan universales como antes defendíamos en la filosofía; las que defendíamos como verdades naturales, metafisicas, absolutas y universales.

El celibato religioso se define y se fundamenta en una piedra angular: “para el reino de los cielos”, dice Cristo; o, para emplear otra expresión evangélica: “hacerse eunuco por el reino de los cielos”21. Texto que podría ser comentado de la manera siguiente: no casarse parece a los hombres una locura, porque no es lo normal de la vida. Usted, al hacerse eunuco rechaza el estado normal, es un eunuco. Pues bien, sí, lo soy. Y esto, para usted es una locura, pero yo lo acepto por el reino de Dios y por Cristo. No tengo otra explicación que dar. Jesucristo ha llegado a ser todo para mí.

Esta respuesta forma parte de la respuesta total a la invitación: ven, déjalo todo, sígueme. Quienes obran así no son eunucos por impotencia o porque la mano del hombre les ha hecho tales. Lo son por don divino y por respuesta de amor: “aquellos a quienes eso les ha sido dado”; “Quien puede entender, que entienda”.

Esta elección —o esta respuesta— no es, pues, menosprecio del matrimonio, miedo de las realidades de la carne consideradas como inferiores o peligrosas, o simplemente como un obstáculo al amor de Dios. Tal manera de pensar no es cristiana. El celibato y el matrimonio son caminos de santidad. Es más, el matrimonio es un sacramento. Por eso, nosotros no consideramos en sí mismas «impuras» las cosas de la carne. Pero tampoco pensamos, como en los tiempos actuales, que mi cuerpo y mi amor es mío y puedo hacer lo que me plazca. Ni creemos que el sexo por el sexo realiza al hombre y le hace más feliz, ni siquiera en el mismo matrimonio.

Porque ahora todo es sexo y, sin embargo, los jóvenes de relaciones prematrimoniales, los esposos infieles y el sexo desde los dieciséis años, como dicen las encuestas, nos ha hechos más insolidarios a todos, nos queremos menos y estamos todos más tristes: los matrimonios, los hijos, las familias.

El amor celibatario es amor, y amor de donación total, que debe luchar contra toda clase de egoísmos, y por lo tanto es amor de carácter ascético, sacrificado, superador de apetencias carnales. De esta forma, el cristiano ve en el matrimonio y en el celibato maneras diversas de vivir en el amor y de cumplir la voluntad de Dios y de llegar a la unión total con Él, a la santidad. Juan Pablo II lo ha dejado muy claro en sus Pastorales y Homilías y con el número de esposos y padres canonizados.

Ahora bien, quien elige ser eunuco por el Reino es de tal manera prendido por el amor del Padre y de su Hijo que no puede ver ni obrar de otro modo. ¿Qué justificación daría? Su estado es un hecho como la elección de una mujer por un hombre. Aun cuando pasase por un loco a los ojos de los demás hombres, él se sabe prendido por Cristo, seducido por Cristo para su reino, su amor, su servicio. Él halla en Cristo todo cuanto colma un corazón de hombre. Cristo llega a ser para él un padre, una madre, una hermana, todo aquello a lo que él podría aspirar en el mundo, el ciento por uno prometido: “Y Jesús, dirigiéndose a todos les dijo: ¿Quiénes son mi madre y mi padre y mis hermanos...? Los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen...”.Y San Agustín llegará a decir que la Virgen fue más bienaventurada porque escuchó la Palabra de Dios y la cumplió perfectamente:“Conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”; es más, la encarnó totalmente en su seno y en su vida: «Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de santa María Virgen».

9.- EL AMOR CÉLIBE ES TRATAR DE AMAR A HOMBRES Y MUJERES COMO CRISTO AMÓ

El amor célibe no huye de nadie, no tiene miedo a nada; en positivo, es amor total y gratuito a todos; en negativo, es no querer pertenecer esponsalmente a una persona  para poder ser todo para todos.

Para el hombre célibe, la realización de sí mismo se opera en la línea de la donación de sí, entregándolo todo a Dios, cuerpo y alma, para poder amar así a todos y poder ser todo para todos: “Quien quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”. Dejarlo todo por Cristo, por los hermanos, por el reino, cuesta, pero... “Quien deja padre o madre o esposa... por mí, tendrá cien veces más aquí abajo y heredará la vida eterna”. Querido hermano, déjalo todo, quien obra así es feliz; nos lo asegura el Señor. Te lo aseguran tantos y tantos hermanos y seminaristas y personas consagradas y otras que seguirán consagrándose totalmente al amor a Dios por los hermanos. Desde mi pobre experiencia te digo: déjalo todo, te costara, a todos nos cuesta o nos ha costado, no te desanimes jamás, porque la Virgen es un todo terreno que se mancha de barro y tierra si hay que sacar a sus hijos del barro, pero los saca, tiene mucha experiencia y logra que sean felices en el seguimiento total de su Hijo. Y si caes, mil veces caído, mil veces levantado y no pasa nada. Pero jamás, jamás con nadie, sea quien sea: nunca, nada, con nadie: lema de mi vida en esta materia, y a luchar y no desanimarse nunca, pase lo que pase.

El célibe no huye de nada, no tiene miedo de nada. Su existencia dentro del celibato es una manera humana de realizar sus potencias afectivas, cuyo objeto es en este caso la amistad total con Cristo y la realización de su Reino entre los hombres, no una causa puramente humana de orden terrenal. Porque el celibato consagrado es por el Reino de los cielos, tiene un motivo sobrenatural de amor exclusivo y total a Cristo y su reino; es un signo de vida eterna, una anticipación de la vida celestial.

Tales expresiones pueden prestarse a confusión y dar a algunos la idea de una huida de la existencia presente, de un cierto modo abstracto de vivir. Para comprender esas maneras de decir, habría que explicar el texto que las motiva: «Los que logren ser dignos de aquel mundo y de la resurrección de los muertos, ni ellos se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio; porque no pueden ya morir, pues serán semejantes a ángeles; y son hijos de Dios, pues son hijos de la resurrección» (Lc 20, 35-36). Estado angélico que corre el riesgo de parecer incorpóreo e inexistente. En realidad, significa el estado de resurrección establecido ya por Cristo, el «esjatón», los últimos tiempos que se han hecho ya presentes como proclamamos en la santa Eucaristía: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús»; no proclamamos la ausencia de la materia, de la carne, sino la libertad del espíritu en la materia, o la libertad total de la carne por el espíritu; proclamamos la carne al fin liberada de la esclavitud del pecado por la vida nueva del Resucitado que se hace ya presente. Testimoniamos los cielos nuevos, la tierra nueva, el cuerpo al fin liberado de su pesadez y condición terrena, radiante de la gloria del Espíritu; la vida eterna reasume y transforma todo el ser: tal es el estado del hombre, como Dios lo ha concebido en Cristo.

Pero hay que cumplir primero la voluntad del Padre, que como a Cristo, nos lleva primero por la muerte de nuestro yo, por la pasión y el sufrimiento del cuerpo para llegar a la resurrección y la vida nueva de resucitado en Cristo, de “Para mi la vida es Cristo”; “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”. Al resucitar a su Hijo, el Padre“hace habitar en Él corporalmente toda la plenitud de la divinidad...”(Col 1,19; 2,9), realizando de este modo la salvación en totalidad escatológica, sin que tenga que añadirse nada en adelante para completarla. En la resurrección y en virtud de la muerte filial (Flp 2, 8ss) es donde Cristo recibe el título de Señor (Rom10, 9 ss): nombre de la omnipotencia escatológica. La realidad escatológica, lo último ya está presente en la Eucaristía. Por la Eucaristía viene el esjatón, el fin, el Cordero degollado del Apocalipsis, sentado en el trono y recibiendo la alabanza de gloria de todos los liberados de la carne y del pecado.

Todo esto hemos de tenerlo en cuenta si queremos captar el sentido pleno y total de la Eucaristía, memorial de la pascua de Cristo, que por su muerte y resurrección nos ha “pasado” ya al Padre y desde allí, por la celebración litúrgica, viene al lado de los suyos, y haciéndose presente como realidad y salvación escatológica, comunica a los creyentes los frutos últimos y definitivos ya conseguidos que son Él mismo: El mismo y único que nació, murió y resucitó, el cordero inmolado y glorioso ante el trono de Dios Trino y Uno: El Cristo glorioso y escatológico, el “viviente” del Apocalipsis, que nos dice en cada Eucaristía: “No temas nada. Yo soy el primero y el último. El Viviente. Estuve entre los muertos, pero ahora vivo para siempre”.

Esta vida eterna de la que es signo el celibato consagrado debe ser tomada en la rica variedad de sus aspectos: es el reino que esperamos y cuyos tiempos están próximos. Es la liberación definitiva de aquél que, liberado de las trabas del pecado, ve a Dios. Es vivido también, de una manera más interior, como la presencia del don de Dios, no después de la muerte, sino en presencia oculta y misteriosa en el ahora de nuestra vida mortal. Esta vida eterna, que opera ya en los bautizados, impulsa a quienes reciben su don a unificarse en ella dentro de su propio ser humano y a vivir en ella el amor del que nadie puede prescindir para ser. No por eso son mejores ni peores; por gracia de Dios y para la edificación del cuerpo de Cristo, son así, Dios los quiere así, para que puedan ser todo para todos, sin familia propia.

Digamos, para situar mejor uno frente a otro, matrimonio y celibato, que mientras algunos viven la perfección del amor que es la ley de todo cristiano en la realidad humana del matrimonio y de todo lo que éste trae consigo, otros viven esa misma perfección en la realidad también humana del celibato que se consagra al Reino. Unos y otros lo hacen para obedecer a la ley suprema: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. La ley de la santidad, del amor y unión con Dios es para todos, pero tiene en cada uno manifestaciones peculiares.

 Matrimonio y celibato son dos realidades humanas reasumidas en el misterio de la Iglesia, misterio que cada una significa de diferente manera. En una y en otra, lo representado es el misterio del amor de Dios en Cristo. Este amor es vivido en el matrimonio por intermedio de dos seres que se dan el uno al otro y que hallan más allá de sí mismos la realidad de este amor, del que ellos son signos. Y en el celibato es vivido a través de la unificación de un ser en este único amor hacia el que convergen todos los demás. Son dos llamadas diferentes. Lo importante es que cada cual reconozca la gracia que le es hecha y la viva en la misma tendencia a la perfección.

A mí me parece que para la vivencia del amor celibatario es muy importante que uno en su infancia o juventud haya tenido experiencia de amar y ser amado celibatariamente, desde un amor sin respuesta de sexo, y así para él el amor célibe haya tenido rostros humanos. El ejemplo de los padres, hermanos, amigos y amigas es determinante. Porque lo habrá experimentado, y sabrá que es posible y que llena totalmente. Por tanto, para la vivencia del celibato ayuda mucho la experiencia que cada cual tiene del amor desde su infancia y primera uventud. Estamos marcados por ella hasta las profundidades del ser.

Doy gracias a Dios porque tuve unos padres entregados, que se quisieron siempre y nos quisieron, y cuatro hermanas, y muchas amigas, compañeras de clase y de comunión frecuente, de reuniones apostólicas y catequísticas. Cuánto ayuda esta experiencia de amor célibe tenida en infancia y juventud. Pensad en lo contrario como ocurre hoy día ya desde la misma infancia, amigos... es todo distinto en esta materia.

Qué lástima que a veces ciertos padres espirituales no sepan educar para el celibato, porque no aman en plenitud o han sido amados y no pueden dar este sentido a su oración, a la donación y entrega a los demás, a los problemas afectivos de sus dirigidos. Muchas dificultades en el celibato tienen su raíz en la niñez y juventud. El amor dado en el sacerdocio celibatario debe haber sido primero recibido celibatariamente. Nadie da lo que no tiene. Debemos ser amados de una forma determinada, aquí celibatariamente, para poder amar de esta forma. De ahí el destrozo afectivo y casi irreparable de quienes son violados o precipitados por el amor sexual en su niñez o juventud.

Es importantísimo haber encontrado amores célibes en sus raíces, para salir del amor egoísta que buscó el placer sexual sin haberse sentido amado gratuitamente. Y si lo encuentras en tu juventud o madurez, aprécialo. Estas mujeres, jóvenes o adultas, no te complicarán la vida en tu apostolado. Con el resto, mucho cuidado, porque no saben amar de otra forma.

De todos modos, para unos y para otros, para los que tuvieron este rostro humano de amor célibe como para los que no lo tuvieron, en el celibato empieza una larga historia de amor total a Dios manifestado en el amor a los hermanos, que tendrá días de entrega y días de querer huir totalmente.

El amor evangélico siempre tiene rostro humano de hombre y de mujer y hemos de amar y aprender a amar como Dios ama y quiere; y como nosotros no sabemos y nos cuesta mucho amar así, hay que pedirle a este Dios que es Amor, saber amar como Cristo, como María Virgen, como tantas vírgenes y sacerdotes, de ahora y de siempre, porque nosotros no sabemos amar así y nos cuesta y sólo su gracia nos puede ayudar, para amar como Él nos ama. Si Él no me da ese amor, yo no puedo amarle y amar a los hombres y mujeres gratuitamente, en donación y entrega total como Él: “Dios es amor... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4, 10).

Por eso continúa San Juan:“Queridos hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu” (1Jn 4,11-14).

La lucha es a menudo acerba, con posibles caídas, según circunstancias de todo tipo, hasta climatológicas, pero es en el amor total a Dios donde podemos hacer la integración célibe del amor a los hermanos y hermanas, integrando todas nuestras fuerzas. Jamás huir replegándonos en soledad egoísta. Porque además de imposible, nos hará solterones tristes y egoístas, pero no célibes.

Hay que amar, evitando siempre y prudentemente las ocasiones negativas, desde ese mismo amor total que queremos tener; debemos en ocasiones ciertamente replegarnos, en razón de ese amor sin egoísmo carnal, porque a estímulos ordinarios, reacciones ordinarias, somos hombres, débiles como todos; por eso debemos separarnos de esas personas que nos obstaculizan ese amor célibe, buscar soledad oportuna, orar, reflexionar y pedir sinceramente al Señor, a María, para poder volver, aunque nunca con esa persona que nos es ocasión y peligro de posible pecado.

Hay que pedir la gracia de alejarnos. En esta materia ya lo he dicho: nunca, nada con nadie. Y para eso, no relacionarnos con ella, porque es ocasión y causa de que podamos caer. Pero de ninguna forma replegarnos para toda la vida en soledad solitaria, sino acompañada siempre de Dios, de María, de los nuestros, de tantos amigos y amigas que nos ayudan a amar y ser célibes de amor limpio y total, sin exigencias de cuerpo.

La soledad del que se repliega sobre sí mismo, incluso en relación con la mujer, no es buena ni hace feliz al sacerdote. Y no tiene que ver nada con el celibato. Porque no se siente amado y admitido. Terminará huyendo de sí mismo, caerá en tristeza o depresiones, porque no sabrá relacionarse ni donarse a sí mismo, estará vacío de amor de sí mismo para los demás. La soledad célibe es buena, cuando habiéndose

posesionado de si mismo, se dona a los demás, porque el centro no está en sí mismo sino en Dios y en los demás. Tendrá dificultades. Pero será recompensado continuamente y terminará venciendo: llegará amar, relacionarse y sostener a los demás sin esperar recompensa de carne. Ese es el amor célibe por Cristo.

El amor de donación total a Dios debe educarnos en el amor de donación a los demás, también a la mujer, con las debidas cautelas, en razón de las características de ese amor y del nuestro, y nuestra relación casta y célibe debe ser una irradiación de la caridad divina. Y no podemos ser en esta materia ni ingenuos ni hipócritas ni imprudentes ni anormales, porque aunque sea cura, a estímulos ordinarios, reacciones ordinarias, no lo olvides nunca. Como amor célibe por el reino de Dios tenemos que demostrar que esto es posible, que podemos vivir el amor como todos; pero de forma distinta; que puede haber relación con sexos diferentes, dentro del mutuo respeto por las propias vocaciones, aportando cada uno lo mejor de sí mismo.

Los libros no dicen nada de esto, en concreto. Nos da miedo hablar de estas cosas, bajar a estos terrenos. Pero hay que hacerlo por amor, porque uno ama a los hermanos y quiere ayudarlos. Los documentos te hablan en abstracto. Los directores espirituales, los ejercicios o retiros espirituales no meditan ordinariamente sobre estos temas; porque hay muchos que ya están situados o en el escepticismo o en la ignorancia o en la presunción o en la desconfianza total. Pero tenemos obligación de ser testigos de la donación total a todos por amor a Cristo, por el reino de los cielos, para el reino de Dios.

Hay que enseñar a amar y donarse gratuitamente, sin exigir ni pedir o conceder nada al instinto y a la carne. Y entonces eso que predicamos de amarse en Dios cobraría todo su sentido; sería el fruto de una castidad vivida sin buscarse a sí mismo, como veo en   tantos hermanos y amigos sacerdotes, que lo han conseguido.

10.- LAS AMISTADES SON BUENAS,  PERO SIEMPRE CON AMOR CELIBATATARIO

A menudo, las relaciones del sacerdote con personas de garantía son presentadas como la salvaguarda de su castidad. Quien vive solo está perdido, se dice. Es bueno estar acompañado de amistades que te ayuden en tu ser y vivir como sacerdote. Pero aún con algunas de estas hermanas, y no por malicia sino por el natural ser y amar, hay que tener mucho cuidado y estar siempre en vigilancia de ti mismo y de ella, y te lo digo por propia experiencia. Y que conste y te repito que en algunas de ellas no hay malicia, es el natural atractivo entre hombre y mujer.

Demasiadas historias desdichadas prueban lo que estoy diciendo. Los amigos yo los quiero para llevarlos a Dios; ninguna amistad que no vaya en esta dirección; lo humano por lo humano, la mera amistad humana, si no es para más amar a Dios, no interesa al amor célibe que se ha consagrado totalmente a Dios, y sólo busca a Dios en todo y en todos. Esto es ser célibe, dejarlo todo o vivir todo desde Dios.

No es eso de que el amor célibe, tal como el sacerdote debe vivirlo en el mundo moderno, es tan difícil de guardar que hay necesidad de apuntalarlo con todos los apoyos posibles. Muchos piensan que su corazón debe estar ocupado por sólidos afectos, y así él permanecerá fiel a Cristo, a quien se ha dado. Una vez más, sucede así a menudo. Pero hay que decir que la relación con una persona humana, quienquiera que ésta sea, no puede ser considerada como un puro medio. Por lo menos no debe considerarse como un signo totalmente positivo; lo será si allí en medio está Dios para ser buscado o más amado por esa persona.

Todas las amistades del sacerdote deben ser espirituales, deben ir en dirección de Dios, nunca puramente horizontales, humanas. Porque en realidad, la persona, y la relación que anudamos con ella, pide ser aceptada por Dios y para Dios. Si allí no se da esta posibilidad, para mí, que no interesa, aunque sea amistad limpia. Podía dejar de serlo con el tiempo. Me estoy refiriendo del sexo contrario. Porque si Dios no está en horizonte, y nos ponemos solo nosotros como horizonte, puede generar peligro.

Y aprovecho esta ocasión para decir que, para mi pobre entender espiritual, la misma amistad entre los hermanos sacerdotes, y prescindo de aspecto sexual, por lo que tiende siempre a hacernos iguales en criterios y vida, tiene a veces peligro de impedir el camino a la santidad, a la unión total con Dios, si se reduce a pura amistad humana; porque si no tiende hacia arriba, hacia Dios, tiende a buscarnos a nosotros mismos, y viene el buscar ventajas, apoyos para escalar, sobresalir, pero a base de socavar con la crítica continua al resto de los hermanos; por eso, buena relación con todos, pero amigos, amigos que te hipotequen, sólo los que te ayuden a subir para arriba, hacia la santidad; y esto, aunque uno se quede más solo, pero mejor acompañado por Dios, por Cristo, que te llena el alma, te quita soledad y no te deja sentir nostalgias de otras personas y cosas.

Tanta crítica continua al Obispo, al párroco vecino, a los que mandan... y en el fondo es porque uno va buscando lo mismo y para eso sirven muchas veces las amistades entre sacerdotes; los amigos tendemos a la exclusividad, de acaparar, a grupos de presión. Y estos hermanos te exigen pensar como ellos, vivir como ellos, actuar como ellos. No te dan libertad, te la quitan. Sólo lo insinúo. Sería para hablarlo más extensamente.

Da gracias a Dios si has encontrado a un sacerdote amigo verdadero, será ciertamente una buena persona, te lo digo, una persona santa. Y es una gracia muy especial de Dios. Y no se hacen de golpe. Supone pruebas y superaciones. Te felicito, si tienes amigos de éstos.

En esta formación para la amistad hay una educación para el respeto mutuo, para la delicadeza, que no puede satisfacerse con relaciones vulgares, críticas y superficiales que a veces tenemos. La profundidad de una vida espiritual se manifiesta en la amistad. Y cuando las relaciones con Dios no existen, las relaciones con los hombres no son mejores. Todo está a la misma altura en nuestra vida. Entonces, de suyo, no son un apoyo para ser mejores sacerdotes.

Hay que saber mantener la amistad buena, santa, que da verdadera compañía espiritual, más allá de las divisiones que sobreviven y de las fisuras que la vida abre. Debemos tener amigos de estos. Todos los sacerdotes debemos tenerlos; pero de éstos; cuántos sacerdotes que han sufrido, que han pasado por malos ratos o años o crisis, lo han superado todo por estas amistades que no han desfallecido. La amistad del sacerdote se obliga a ser fiel hasta en eso. Y en tales casos, precisamente porque es verdadera, encuentra la nota justa y delicada: «Yo nunca he pecado contra la amistad», decía San Basilio.

No hemos dicho nada de los equipos, de los grupos parroquiales.  No es la amistad lo que los une sino el cultivo de la fe y amor a Dios y a los hermanos. Lo que ocurre es que buscando y potenciando la fe y el amor a Dios, se encuentran ellos también en amistad más sincera y profunda. Para ser fecundo un grupo parroquial, de matrimonios, de vida cristiana, necesita permanecer cultivar como objetivo primero la fe y el amor a Dios y así quedar abierto al resto de la parroquia y situarse en el conjunto de la vida apostólica, procurando no convertirse en grupo de críticas.

Y en relación con el celibato, digamos, para dar conclusión a este punto de las relaciones del sacerdote, que, más que la guarda de su celibato, los grupos y las personas de los grupos y movimientos apostólicos son una de las expresiones más delicadas del mismo. En la calidad de estas relaciones es donde se manifiesta su profundidad, la profundidad de mi amor célibe, de mi entrega y donación total sin exigencias de ningún tipo.

11.- EL FUNDAMENTO DEL CELIBATO ESTÁ EN  QUERER AMAR A CRISTO CON TOTALIDAD DE AMOR

El celibato es una opción personal de amor total a Cristo. Decidirse a ser “santos”, a amarle totalmente en cuerpo y alma, en amor célibe, no significa más que ser de verdad otro “Cristo”, comprometerse a ser coherentes con la exigencia de relación personal con Cristo, que incluye el compartir su misma vida, su mismo amor, imitarle, transformarse en Él, hacerle conocer y amar así, ser transparencia de su entrega total a los hermanos. Ello equivale a mantener la mirada fija en Cristo, para poder pensar, sentir, amar y obrar como Él: “la referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales” (PDV 12).

Las renuncias sacerdotales quedan resumidas en la expresión de San Pedro: “Lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mt 19,27). La renuncia total no sería posible ni tendría sentido, sin el “seguimiento” como encuentro y amistad. La “soledad llena de Dios” (de que hablaba Pablo VI en la encíclica Sacerdotalis Celibatus), es, para el sacerdote ministro, el redescubrimiento de una presencia y de un amor más hermoso y profundo: “No tengas miedo... porque yo estoy contigo” (Hech 18,9).

El secreto de este equilibrio de vida que el sacerdote alcanza en su celibato es en definitiva Jesucristo, en tanto en cuanto Él es a la vez el modelo de su vida afectiva y el objeto de su amor. Lo que primero sorprende tan pronto como se estudia la personalidad humana de Cristo es su extraordinaria consistencia. Él tiene las más altas pretensiones: dice ser el Mesías, Enviado de Dios. Sin embargo, no pierde la cabeza. Sigue siendo el hombre más sencillo que darse puede. Habla como ningún otro, revela los secretos de los corazones. No obstante, con él todo el mundo se siente amado y a gusto. Las circunstancias más inesperadas no le pillan desprevenido. Al subir a Jerusalén, sabe lo que le espera y se ofrece a la muerte en la hora convenida.

Pese a esta perfecta posesión de sí, nada altera la delicadeza de su corazón: Él es atento con todos, capaz de la amistad y del apego más fuerte. Recordemos sus relaciones con Lázaro y los suyos. Cada una de sus relaciones con sus discípulos es personal. Nada más humano que su manera de estar con la samaritana, la mujer adúltera.

Lo más maravilloso es que Él vive con la mayor naturalidad. En sus relaciones humanas está muy lejos del tipo estoico de virtud de los antiguos. Diríase que actúa sin esfuerzo. Ni siquiera se rodea del aparato impresionante de Juan el Bautista. Es el esposo, y sólo piensa en la alegría del encuentro. Los fariseos se escandalizan de ello. Come con todos, con los publicanos y los pecadores. Recibe a los extranjeros, al centurión, a los griegos que han acudido a Felipe. Éstos sólo son algunos rasgos sueltos. Cuanto más nos dejamos impresionar por Él, más nos sentimos rebasados, pero nunca apabullados. Estamos ante la personalidad más rica y más compleja, en la unidad más perfecta.

¿Cuál es el secreto de este equilibrio de vida y esta integración de todas las fuerzas afectivas? “El Padre está en mí y yo estoy en el Padre. El Padre y yo somos uno”. Tan pronto como tomamos la determinación de leer el Evangelio para descubrir en él las relaciones del Padre y el Hijo, nos hallamos ante esta maravilla: esta única relación del Padre y el Hijo vivida en una humanidad semejante a la nuestra y comunicando a ésta su consistencia.

Mirad a Cristo en los momentos más diversos de su vida. Seguidle en su gran obra, en esos trabajos que Él lleva a cabo para librar de los lazos de la muerte a la humanidad que el Padre le ha confiado. En todo momento, hasta en el último sobresalto de la agonía, le veréis unido al Padre. Su muerte es todo lo contrario del acto del héroe que quiere seguir siendo dueño de sí y se agota hasta el límite de sus fuerzas para acabar zozobrando en la soledad del sacrificio. Su muerte es la entrega de su humanidad, hasta lo más íntimo de sí, a quien es lo único de su vida, al Padre que no le abandona jamás.

Estamos aquí en las fuentes mismas. Cristo es libre y uno porque vive en el amor del Padre. En Él, la libertad es total, porque ninguna fuerza de su ser se opone a las fuerzas del amor que le arrastran. Por eso es por lo que Él, que ofrece el modelo de toda perfección humana, permanece en celibato. No menosprecia el matrimonio: hace recordar la santidad del mismo y asiste a unas bodas. Pero está todo él entregado al Reino del Padre. Lo mismo sucederá con su madre, la Virgen María, que, como Él y en Él, querrá estar toda ella consagrada al Reino. El sacerdote está desde hace mucho tiempo habituado a este lenguaje. Justamente es al celibato guardado por Cristo y por la Virgen a lo que apelan quienes en la Iglesia lo toman por regla de vida. Por otra parte, Cristo, para ellos, es más que un modelo. Es el objeto de su amor y el principio de su fidelidad. Es el esposo, el hermano, el amigo, el maestro. De Él a ellos hay una plenitud de relaciones que da al celibato sacerdotal su valor y su unidad.

Esta relación que lo purifica crece, como todo amor, con los años. En un principio, se colorea de sentimientos. Cada cual vuelca en Él, como los apóstoles en ocasión de su encuentro con Cristo, todos los sueños de su juventud. Incluso puede suceder que en ese amor naciente se mezclen elementos que el transcurso de la vida revelará como imperfectos o ambiguos. El peligro estaría en quedarse en esa edad en la que la persona, no habiendo hallado su consistencia, no es todavía capaz de relaciones personales.

Hay que aceptar, como hemos dicho, que la vida haga su obra y que el amor tome un rostro humano. Entonces, esos sentimientos que despierta en nosotros el encuentro de personas vivas se sitúan en referencia al sentimiento único que pretendíamos tener hacia Cristo. Y ponen a prueba la solidez de aquel primer sentimiento.

Sucede que esta confrontación puede desvanecer en el sueño tal solidez, pero no por eso será Cristo menos amado, sino de otro modo, a través de un amor humano. Ahora bien, si a lo largo de este crecimiento hacia la edad adulta y de estas relaciones que se ofrecen desde todas partes, Cristo sigue siendo aquel en quien confluye toda la capacidad de amor que hay en nuestros corazones de hombres, entonces Él es efectivamente aquel en quien lo tenemos todo: padre, madre, hermano, esposa, todo lo que podríamos desear en el mundo.

Entonces, Él debe descubrirse poco a poco, no ya como quien pasó en otros tiempos por nuestra tierra, sino como Cristo resucitado, presente entre nosotros y vivo en nuestros corazones por la fe. Él llega a ser anterior a nuestra acción. Él difunde en nosotros su Espíritu y en él vivimos, amamos y obramos. Ésta es una vida que lleva al hombre a la plenitud de toda su persona.

En Cristo hallamos alegría y razón de ser. En É1 y desde Él deja también el sacerdote derramarse sobre los hombres el amor que le llena. Para el sacerdote, ya no hay dos amores, el de Cristo y el de los demás: es el mismo amor el que se derrama o se refleja en todos, según los encuentros de la vida mortal, hasta que alcance su plenitud en la eterna presencia.

Tal amor sólo se desarrolla en la fe. Si ésta ya no existe o disminuye, el amor se viene abajo. Se produce un desequilibrio que conmueve hasta los fundamentos del ser humano. Los remedios que busquemos no pasarán de ser parches inseguros mientras la fe permanezca vacilante. En realidad, hay que tomar las cosas de los dos lados a la vez: del lado de la madurez humana y del de la fe. Sin la primera, la fe vivida en el amor del celibato corre el riesgo de no conseguir solidez. Sin la segunda, es imposible que el hombre alcance su plenitud en el celibato para el Reino.

Busquemos ahí el secreto de tantas vidas sacerdotales que aunque agobiadas o dolientes, irradian la unidad, la paz, la alegría, la libertad. Esas vidas no son obra del heroísmo o de la voluntad del hombre, sino del Espíritu de amor que hace crecer en nosotros a Cristo.

12.- ÚLTIMAS CONSIDERACIONES EN RELACIÓN CON EL CELIBATO

Quiero explicarme un poco más. Por ejemplo: El sacerdocio celibatario es una vocación que me llama a amar a Cristo sobre todas las cosas. No es primero querer ser sacerdote y luego célibe, por exigencias del sacerdocio, sino todo unido; no es una renuncia al amor sino una invitación del Señor a amar con todas mis fuerzas, porque me siento amado totalmente por el Señor en la llamada y en mi ser y existir sacerdotal.

El celibato no consiste fundamentalmente en evitar el pecado, sino en el esfuerzo positivo de querer amar siempre a Cristo, aunque luego caiga; pero no pasa nada, si uno se levanta siempre, con más ganas de luchar; así se terminará viviéndolo plenamente, en el cuerpo y en el alma, siendo célibe en cuerpo y alma, porque lo importante es siempre el alma y en mi corazón, en mi alma, yo quiero amar a Cristo sobre todas las cosas. ¿Hasta qué punto puede uno pecar, cuando no quiere pecar; cuando quiere amar a Cristo sobre todas las cosas? ¿Cómo puede pecar uno que no quiere pecar? ¿Qué dice Cristo, qué dice el Evangelio, qué dice la Moral? Pues te voy a decir lo que afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: “Para emitir un juicio justo acerca de la responsabilidad moral de los sujetos y para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales que reducen, e incluso anulan la culpabilidad moral” (n 2352).

Seamos sinceros, que en la humildad está la verdad: lo que hay que asegurar es la intención de amar sobre todas las cosas. Siempre concibiéndolo en positivo, en amar, no sólo en renunciar a cosas: porque si amo o quiero amar de verdad, lógicamente me programaré para evitar las ocasiones.

Por eso, este celibato está fundamentalmente en el corazón. Ya lo he dicho muchas veces. Es el corazón en

ascensión continua al Señor, del cual recibo continuamente gracias, dones, abrazos y gozos superiores. Y así mi corazón no está dividido con las criaturas y los sentidos. Y no dejarse engañar por el maligno, por los sentidos, por los que nos rodean, por la serpiente disfrazada tal vez de mujer piadosa: con estas, “nunca, nada, con nadie”. La devoción sincera y tierna a la Virgen ayuda muchísimo. Decía Max Thurian: “El celibato sacerdotal no debe justificarse de manera utilitarista, por la mayor disponibilidad para el servicio a los demás. Antes que nada debe ser reconocido como vocación de amor, al menos si se vive en el amor a los otros”22.

Al comprometerme en el celibato en el seguimiento a Jesús, no he renunciado a amar ni a ser amado: he renunciado a amar a una mujer como esposo, he renunciado a amar con amor matrimonial para fundar una familia humana. Yo amo totalmente a Cristo para poder ser totalmente padre de todos mis feligreses sin serlo carnalmente de ninguno; soy y amo con amor célibe para poder amar y serlo todo para todos, sin tener nada propio.

Y esto no me impide amar a la mujer profundamente y tengo experiencia de ello y estas mujeres nunca me han complicado mi vida sacerdotal y siguen trabajando muy cerca de mí y se las puede ver; son esos ángeles que Dios envía a todas las parroquias. Sin embargo vinieron otras, que no es que fueran perversas, pero eran distintas, tenían otras intenciones; desde luego no trataban de amar a Cristo sobre todas las cosas. Y hoy no es como antes. Hoy no son sólo ocasiones, es que todo está lleno de sexo. Y no sólo en juventud. En edad madura, cuando ya ellas saben que no puedes tener hijos...; además, hay hoy tantos medios. Y si eres joven, mucha vista, y oración y examen todos los días y un buen padre espiritual, que te acompañe en este camino. Y todo pasará.

Todo amor celibatario se abre al amor de los hombres, en la plenitud del amor de Cristo, que se manifiesta por Él. A la pregunta de algunas personas ¿por qué al sacerdote le está prohibido amar? hay que responderles con otra pregunta: ¿Por qué al sacerdote le llama Cristo a amar tanto? De la misma forma que a la persona casada se le prohíbe amar a otras personas esponsalmente, porque en su matrimonio se comprometió a “yo te quiero y me entrego a ti y prometo serte fiel, y te quiero a ti sola/o y te quiero para siempre...” de la misma forma el sacerdote también, en el día de su sacerdocio se ha comprometido para siempre en su amor total y celibatario con Cristo y se ha desposado en entrega total con la Iglesia: “Yo te quiero a ti, Cristo, y me entrego a ti, y te quiero a ti solo sobre todas las cosas y te quiero para toda la vida hasta la eternidad”. Y quien se ha dado así en el celibato o ha llegado en su oración al matrimonio espiritual, a la unión y entrega total a Cristo, ya no puede darse a otra persona con ese amor, está incapacitado, Cristo le llena todo y entero.

Luchemos con todas nuestras fuerzas para vivir así nuestro amor total y celibatario a Cristo y a Iglesia, sin dar malos ejemplos en esta materia, que tanto daño hacen a Cristo, a la Iglesia y a todos. No consentir en algo permanente, aunque sea pequeño al principio, porque el instinto termina pidiéndolo todo. Los Obispos, con especial cuidado y mimo deben estar muy atentos y proteger a sus sacerdotes más jóvenes y ayudar y corregir siempre con caridad; son los padres espirituales de la Diócesis, sobre todo, de los sacerdotes.

13.-  LA CASTIDAD NO ESTÁ EN CARECER DE TENDENCIAS NATURALES SINO EN ORIENTARLAS Y VIVIRLA SEGÚN CRISTO Y SU EVANGELIO

La castidad es un don que debe meditarse, orarse, y pedirse en deseo, oración y lucha intensa y perseverante, para ver mejor a Dios y amarle totalmente: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”; también para poder amar a las personas con progresiva mirada y limpieza de corazón. Supone mucha vigilancia y oración y jamás desanimarse, porque Dios bendice a los que le invocan y se la concede a todos los que la desean con sinceridad.

Es el descubrimiento del tesoro o la perla fina del evangelio, que uno descubre con gozo, y por el cual, como nos dice Jesús, “uno va a casa –a su interior, al corazón- y vende todo lo que tiene para comprarlo”. Pero, eso sí, hay que estar dispuesto a venderlo todo, a luchar con todas las fuerzas. ¿Cuánto estoy dispuesto a vender para comprar con mi oración, luchas y deseos este tesoro de amar a Dios sobre todas las cosas? Si alguno dice: Dios mío, yo lucho y me esfuerzo algo, mucho, muchísimo...; pues eso es lo que le amo a Dios, algo, mucho o muchísimo. ¿A cuánto estoy dispuesto a renunciar por este tesoro, para amar a Dios sobre todas las cosas? Estoy dispuesto a renunciar a poco, a mucho, a muchísimo, a todo... pues eso es lo que le amo a Dios, poco, mucho, muchísimo, todo. No nos engañemos. El amor a las personas se mide por la capacidad de renuncia y sacrificio que estoy dispuesto a sufrir por ellas: por mis padres, hermanos, amigos, vecinos.

Y en este sentido de amor virginal, el recuerdo constante y la oración a la Virgen, hermosa nazarena, Madre Virginal e Inmaculada, siempre será una ayuda protectora y un refugio de pecadores seguro y cierto para vivir la plenitud del amor a su Hijo. Repito: devoción eucarística y mariana diaria, permanente; visita y santo rosario realizadas con humildad y recibiendo el perdón de Cristo que saca su mano del sagrario muchas veces para animarme, abrazarme y darme su perdón; y mirada diaria a la Virgen que, como madre, siempre ayuda, ama y perdona a sus hijos.

Y para las debilidades, levantarse siempre, confiando totalmente en la victoria final, porque hasta qué punto puede pecar uno que no quiere pecar, que lucha con todas sus fuerzas para no pecar en castidad. Y en celibato, en mujer: “nunca, nada, con nadie”. Traigo por última vez a San Pablo. Pablo es un libro abierto sobre su conversión interior de actitudes y sentimientos hasta configurarse con Cristo. Lo he dicho un poco más arriba, pero lo repito porque me gusta mucho y me ayuda muchísimo en mi vida personal y apostólica.

En un primer momento: “Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual mas yo soy de carne, vendido al poder del pecado. Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la ley en que es buena; en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mi. Pues bien sé yo que nada bueno habita en mi, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí.

Descubro, pues, esta ley; en queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta. Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor!

Así, pues, soy yo mismo quien con la razón sirve a la ley de Dios, mas con la carne, a la ley del pecado” (Rom 7, 14-25).

Quién me liberará de este cuerpo de pecado...? He rogado a Dios que me quite esta mordedura de Satanás...”.Es consciente de su cuerpo de pecado, de sus tentaciones y quiere librarse de él. Hace de su queja una oración a Dios, como si se encontrase solo en esta lucha, porque parece que nadie le echa una mano. En un segundo momento escucha una voz, es la de Dios en la oración: “te basta mi gracia”; Pablo percibe que, para esto, debe mortificarse y crucificarse con Cristo, sólo así puede vivir en Cristo: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí...”. Finalmente experimenta que sólo así ha llegado a la unión total de sentimientos y vida y apostolado con Cristo Señor: “libenter gaudebo in infirmitatibus meis”; “me alegro con grande gozo en mis debilidades para que habite plenamente en mí la fuerza de Cristo”;“No quiero saber más que de mi Cristo y este crucificado”. “En lo que a mí me toca, Dios me libre de gloriarme sino es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo en la cual el mundo está crucificado para mi y yo para el mundo”.

Y está tan seguro del amor de Cristo, que, aún en medio de las mayores purificaciones y sufrimientos, exclama en voz alta, para que todos le oigamos y no nos acobardemos ni nos echemos para atrás en las pruebas de todo tipo que nos vendrán necesariamente en este camino de identificación con Cristo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Más en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni lo presente ni lo futuro... ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8,35-39).

Y para los que dudan, me gustaría traer aquí una oración del padre Charles de Foucauld, meditando aquella llamada que Cristo hizo a Pedro sobre las olas: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”. Qué grande es la fe que el Señor pide de nosotros a veces. Pero tenemos que tener confianza. Como miles y millones la han tenido en los más variados retos de la vida.

“Después de decirle el Señor “ven”, Pedro, sin temer nada, debía haberse puesto a andar resueltamente sobre las aguas... Así, cuando Jesús nos llama con certeza a un estado —nos da una vocación— no debemos temer nada, sino vencer sin dudar los obstáculos más insuperables. Si Jesús ha dicho “ven”, tenemos gracia para andar sobre las aguas. Nos parece imposible, pero Jesús ¡es dueño hasta de lo imposible...! Por tanto, son necesarias tres cosas: primero, hacer como Pedro: pedir al Señor que nos llame claramente; después de haber oído el “ven”, sin el cual no tenemos derecho a echarnos sobre las olas —pues sería presunción, imprudencia, exponer nuestra vida gravemente, lo que es pecado, y seguramente pecado grave, pues poner en peligro la vida del alma es más grave que arriesgar la del cuerpo—; después de haber oído claramente —hasta entonces debemos orar y esperar—, echarse al agua sin vacilaciones, como Pedro. Finalmente, confiando en el “ven” pronunciado por Dios hay que andar sobre las aguas hasta el final, sin asomo de inquietud, seguros de que si andamos con fe y fidelidad todo nos resultará fácil, en virtud de este “ven”, en el camino por el que Jesús nos llama. Caminemos, pues, con fe absoluta por el camino que nos llama, porque el cielo y la tierra pasarán, pero su palabra no pasará”25.

Al alma que ha pronunciado ese sí, un sí cargado de oración y generosidad y henchido de la gracia divina, y que se ha lanzado hacia Él, se le pueden aplicar las admirables palabras del profeta: “No te llamarán ya más la desamparada, ni se llamará tu tierra «desierta”, sino que te llamarán a ti “Mi complacencia en ella” y a tu tierra “desposada”, porque en ti se complacerá Yavéh, y tu tierra tendrá esposo.

Quiero terminar esta materia del celibato sacerdotal diciendo que nadie me habló de él durante mi formación ni durante mi vida pastoral, sólo que tenía que contraer este compromiso para ordenarme y punto. Nunca en retiros, formación permanente, reuniones arciprestales o diocesanas, teólogos o moralistas que vinieron, nunca he oído hablar de este tema del celibato.

Entre los sacerdotes ordinariamente no hablamos, por lo menos yo no he tenido esa suerte ni de cómo cultivar y proteger el amor total a Dios, la prudencia, la modestia, los posibles peligros... nadie habla, quizás sea prudencia, quizás un poco de miedo, quizás... No sé, lo cierto es que se considera un tema tabú, siendo tan importante para todos los sacerdotes, tanto en el aspecto positivo como negativo.

Yo me he atrevido a dialogar con vosotros sobre él. Espero vuestra comprensión, si en algo no estoy acertado o no os gusta o lo que sea. Pero creedme que sólo he pretendido ayudar en lo que pueda a mis hermanos sacerdotes, especialmente los más jóvenes. Y también he orado mucho antes, en y ahora que lo he escrito: horas y horas, pero de verdad. Dios existe y nos ama. Él lo sabe. Especialmente su Hijo, hecho pan de Eucaristía, por amor extremo, en entrega total y celibataria, hasta dar la vida por los que ama, por sus amigos.

Cuando lleguemos a Él, lo humano quedará totalmente superado. A ese Amor hemos sido ya invitados en las bodas del Hijo con los hombres. Algunos tienen el gusto de saborearlo en el camino hasta la tierra prometida. Son los que llamamos místicos, que tal vez no lo hablan o escriben, pero lo experimentan. Son como los adelantados que Moisés envió por delante a la tierra prometida y volvieron cargados de sus frutos. Los hemos tenido entre nosotros y muchas veces contemplado en la tierra. Y los seguimos teniendo, aunque a veces no nos demos cuenta. Otros tendremos que esperar hasta el cielo para gustar estos frutos en plenitud. Pero existen, porque Dios existe y es verdad, es la Verdad. Y todos estamos invitados a este banquete del amor total y virginal de Dios, que nos ama gratuitamente ¿qué podemos darle nosotros que Él no tenga? En el cielo todos seremos amados en el fuego infinito de Dios, que es su mismo Espíritu, alma, vida y amor de nuestro Dios Tri-Unidad, y al ser amados por Dios con amor total y exclusivo y eterno, podremos amarle en ese mismo amor, del cual ya participamos en la tierra por la gracia, que es participación de su misma vida. Y esa vida es amor: “Dios es amor... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4, 8.10).

En definitiva, el amor total y celibatario a Dios es una respuesta en su mismo amor, es un devolverle el mismo amor con que nos ama. Y todo siempre, aquí y en el cielo, por su misericordia, no por nuestros méritos.

Allí ya seremos célibes perfectos, porque hemos llegado al final, al Dios que nos ama con Amor gratuito y total y en ese mismo amor con que nos ama, le amaremos eternamente, porque lo nuestro ya sólo existe eternamente en Dios.

Lo dice el Señor de la mujer que tuvo que casarse con siete hermanos aquí abajo en la tierra. “Se acercaron algunos saduceos que niegan la resurrección y le preguntaron... en la resurrección ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer. Díjoles Jesús: Los hijos de este siglo toman mujeres y maridos. Pero los juzgados dignos de tener parte en aquel siglo y en la resurrección de los muertos, ni tomarán mujeres ni maridos, porque ya no pueden morir y son semejantes a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección... Tomaron entonces la palabra algunos escribas y dijeron: Maestro, has hablado muy bien. Y ya no se atrevieron a proponerle ninguna cuestión” (Mt 20, 33-40).

Ni yo tampoco a vosotros. Gracias por haberme escuchado y aguantado.

Con todo afecto, Gonzalo.

Sagrario de mi Seminario Mayor. Plasencia,

           Testigo de promesas, amores y perdones a sus seminaristas

CON TODO AFECTO

Queridos hermanos, especialmente mis hermanos sacerdotes a los que me dirijo más principalmente en este libro, todo lo que digo de Jesucristo en el Sagrario, vale y con más razón de Jesucristo Eucaristía en la Misa y Comunión. Pero como a estas realidades maravillosas de Cristo ya me he referido en otros libros, aquí en este me voy a referir a los sentimientos de Cristo Jesús presente en todos los Sagrarios de la tierra y voy a hablar ampliamente del encuentro con Él  y lo que aprendemos de Él en rato de oración ante el Sagrario.

¿Creemos o no creemos? ¿Cómo decir que creemos en la presencia de Cristo, Hijo de Dios y Salvador de los hombres, presente en nuestros Sagrarios, en el Sagrario de tu parroquia, y no vas todos los días un rato a visitarlo, a estar con Él y hablarle y pedirle y amarlo? ¿Pero que tú crees que ahí está Dios y dices que le amas y eres obispo diocesano o sacerdote o cristiano fervoroso? Pero ¿qué fe y amor es el tuyo?

Y si dices que crees en Él, en su presencia en el Sagrario, cómo luego tu vida y el comportamiento que tienes con Él demuestran que no lo crees de verdad, que es pura palabra o tema de predicación o teología o catecismo teórico, pero no amor y vida, es una fe muerta o teología que no se vive, y si está muerta, entonces no tienes relación de vida y amor  con Jesús en el Sagrario o con Cristo Eucaristía en la misa… y entonces, qué apostolado puede ser el tuyo, ya que Jesús desde el Sagrario o en la santa misa o en tu oración ante Él te repite: “Sin mí, no podéis hacer nada”?

Querido hermano, perdona que te lo diga: tu fe es una fe teórica, aprendida en el catecismo, si eres cristiano o estudiada en teologia, si eres cura, pero no está vivida y sentida, porque no es vida de tu vida.

El Señor Jesús, sin embargo, aún sabiendo y conociendo todo esto, se quedó con nosotros por amor loco en todos los Sagrarios de la  tierra; ahí está, vivo y con amor extremo, en el Sagrario de tu parroquia y en todos los Sagrarios del mundo, con el mismo amor que le trajo a la tierra y a dar su vida por nosotros y a estar con nosotros para siempre ahí, en el Sagrario, con los brazos abiertos, esperándote siempre, desde siglos, y él es Dios… pero ¿creemos o no creemos…? ¿Dios y hombre, esperándome ahí en el Sagrario? Y lo es y lo tiene todo, menos tu amor, si tú no se lo das, creyendo y acercándote a Él, haciendo actos de fe, esperanza y amor en su presencia, ya que  para eso se quedó en un trozo de pan, siendo Dios ¡qué locura de amor incomprensible de Jesús para con sus hermanos, los hombres!  Incomprensible también sabiendo el comportamiento y la respuesta que muchos de los creyentes iban a tener con Él presente en todos los Sagrarios de la tierra.

 Él, toda su vida y su muerte y resurrección, todo lo hizo y lo sigue haciendo por amor extremo a nosotros, los hombres…–¿pero  qué le puedo dar yo al Señor Jesucristo que Él  no tenga?-- y todo, desde su Encarnación hasta  subir al cielo, todo lo hizo por ayudarte y hacerte feliz eternamente.

Querido creyente, Cristo, con su vida, muerte y resurrección y con su presencia en el Sagrario, te está diciendo a voces que  te ama apasionadamente y que tu vida es más que esta vida y Él, pan de vida eterna, es el alimento y camino para esa eternidad de gozo eterno con el Padre y el Espíritu de Amor con Él y todos los nuestros y todos los hombres.

Esta es nuestra tarea esencial y principal y el gozo y la razón de la fe cristiana y del sacerdocio de Cristo: la salvación eterna, a la cual hay que ordenar y orientar y surbordinar todas las demás actividades y apostolados y todo lo temporal, todo debe estar subordinado y orientado hacia Dios, hacia la eternidad con Él, por la cual vino el Hijo, y se encarnó y murió y resucitó y subió al cielo y está en todos los Sagrarios de la tierra para llevarnos con El al Padre y vivir eternamente en su mismo Amor de Espíritu Santo. Esto es para lo que existimos y vivimos y hemos sido salvados por Jesucristo y para esto permanece en todos los Sagrarios del mundo.

Porque Jesús, en el Sagrario de tu parroquia y del mundo, es siempre Dios amigo y salvador, que  quiere ser y empieza a ser tu cielo en la tierra con su presencia sacramental: un Dios amigo de los hombres esperando nuestra compañía y amor ¿qué más ha podido hacer que no lo haya hecho? ¿Lo crees o no lo crees? Y tú, cristiano o sacerdote u obispo, cómo respondes a tanto amor ¿Por qué no hablas con más frecuencia a tus sacerdotes o feligreses de mi presencia eucarística? ¿Es que…?

Querido hermano, cristiano o sacerdote, no seas ingrato: cree, ama y vísita y abraza todos los días a tu Dios y Amigo Jesucristo, porque Él tiene siempre los brazos abiertos para amarte y ayudarte; ya verás qué pronto sentirás su amor y presencia; comúlgalo con más hambre, no te conformes con comerlo solo, porque Él, por ti primero se hizo hombre como tú, y luego un poco de pan para entrar dentro de

ti y alimentarte de su amor y presencia y vida eterna. Qué locura del Amor divino, del mismo Amor de Espíritu Santo Trinitario que consagra el pan en el Cuerpo de Cristo para que podamos comerlo con hambre de Dios, de lo eterno?

¡Cristo del Sagrario! te pregunto ¿Y tú eres Dios, y lo tienes todo y viniste en mi busca y te quedaste ahí por amor a nosotros, a todos los hombres; pero tú eres Dios amando así a los hombres…en la soledad de muchos Sagrarios arrinconados y olvidados, esperándome para abrazarme y decirme desde el Sagrario: te quiero y vengo a buscarte y te estoy esperando siempre, desde toda la eternidad en que soñé contigo, esperándote para hablar y encontrarme contigo y ayudarte en tu camino hacia la eternidad, y luego, en la misa, doy mi vida por ti, y en la comunión, quiero entrar dentro ti para alimentarte de mi amor y salvacion, para llenarte de mi misma vida y sentimientos, porque soy pan de vida eterna?  ¿Y luego permanezo en el Sagrario, en el pan consagrado, esperándote siempre para seguir amándote y ayudándote?

Todos los católicos auténticos sabemos y creemos que Tú eres Jesús de Nazaret, hombre y Dios verdadero, que viniste por amor loco y apasionado a salvarnos y a decirnos que nos amas eternamente y quisiste morir entre dolores de pasión y crucifixión por nosotros, por todos los hombres, para resucitar y resucitarnos y  hacernos partícipes de tu mismo gozo eterno y trinitario en el cielo con el Padre y el Espíritu Santo, porque el Padre nos ha soñado para una eternidad de gozo con Él y Tú, viendo que el hombre había pecado y perdido el camino del cielo por el pecado de Adán le dijiste: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” de salvarlos a todos y traerlos al gozo trinitario del cielo contigo.

Y el Padre se entusiasmó tanto contigo, su Palabra y Proyecto de Salvación con su mismo Amor del Espíritu Santo,  que luego, cuando te vió realizando este proyecto en tu pasión y muerte, no tuvo compasión de Ti, Cristo, y lo siento, porque te quejaste: ¿“Dios mio, Dios mío, por qué me has abandonado”?  Pero es que el Padre, que llevaba siglos y siglos esperando para el cielo a todos sus hijos, los hombres, porque soñó y los creó para eso, estaba tan entusiasmado con este proyecto, que Tú, al verlo destrozado, por esto viniste y te encarnaste y predicaste y lo realizaste y te quedaste para siempre entre nosotros en el Sagrario para realizarlo… el Padre estaba tan entusiasmado con los hijos nuevos que iba a adquirir con tu muerte y resurrección… tanto, tanto…que te abandonó en Getsemaní: “ Padre si es posible que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya…”, y luego en la Cruz: “ Dios mío, Diós mío, por qué me has abandonado”, tanto, tanto deseaba el Padre nuestra salvación que te dejó solo en la Cruz para que así pudieras morir de verdad como hombre y porque solo miraba a sus hijos, a todos los hombres, toda la humanidad,  y  estaba tan entusiasmado el Padre… con los brazos abiertos para abrazar a todos los hombres, sus hijos, por los que el hijo Jesús moría…que te dejó solo y abandonado… ¡qué misterios, qué misterios de amor del Padre y del Hijo-hijo,  y qué locuras de amor nos espera al contemplarlo un poco en la tierra por la oración contemplativa ante el Sagrario, pero, sobre todo, luego para siempre, en el cielo!

El cielo es ver y sentir y comprobar que Dios existe, y no ama y nos espera y nos añora para explicarnos eternamente, siempre y para siempre, que nos ha amado en su Hijo hasta dar la vida y que nos ha conseguido que vivamos su misma vida Trinitaria y Eterna e Infinta ya para siempre, para siempre en el cielo. ¡Qué gozo ser católico, ser cristiano, haberte conocido y amado, Jesús del alma y de mi vida!

            Yo solo soy sacerdote por esto y para esto, para sembrar y cultivar la eternidad de gozo de todos los hombres, especialmente mis feligreses, que empieza ya aquí abajo en ratos de Sagrario, aunque reconozco que antes  y durante mi vida tengo que purificarme de tanto yo y pecado que son una barrera para ver y contemplar todo esto como lo santos ya en el cielo y como todos los místicos, en la tierra,  los que limpiaron su corazón de tanto yo y llegaron a estas alturas.

Y ahora me pregunto: ¿Y yo, que soy sacerdote, obispo, cardenal, religoso/a  o cristiano… y creo y medito todo esto,  correspondo, estoy correspondiendo a tanto amor en ratos de oración y visita ante tu presencia permanente de amor y salvación ante el Sagrario? Me pregunto, ante todo este misterio y vida de amor tuyo, me pregunto si yo no te miro admirado y con amor apasionado a Tí, que me estás esperando siempre con los brazos abiertos en el Sagrario, cuando entro en la iglesia, y yo, cristiano, sobre todo, sacerdote y obispo o religioso o…ni te saludo ni te hablo y paso de largo ante tu presencia, y no me quedo un rato contigo porque siempre tengo prisa, porque… y yo, a lo mejor, ese día u otro, tengo que hablar de ti a mi gente, a mis sacerdotes, hablar de tu amor y presencia y entusiasmar a mis feligreses  contigo…, y yo, ni te miro ni ni te saludo ni… ¿y yo creo en tu presencia?

            Termino citando un texto del Vaticanos II, aunque luego en el libro, lo encontraréis más amplio todo:  “Ninguna comunidad cristiana se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía… la Eucaristía es centro y culmen de toda la vida cristiana… los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan (PO. 5b). Y la Eucaristía es Cristo como misa, comunión y sagrario, dando su vida por nosotros y aliméntándonos de su mismo amor y entrega a Dios y a los hermanos y permaneciendo lleno de amor y de vida por nosotros en  todos los Sagrarios de la tierra.

BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA

DOCUMENTOS DEL MAGISTERIO /DOCUMENTOS DEL CONCILIO VATICANO II:

- Dei Verbum, 18 de noviembre de 1965.

- Gaudium et spes, 7 de diciembre de 1965.

- Lumen gentium, 21 de noviembre de 1964.

- Optatam totius, 28 de octubre de 1965.

- Presbyterorum ordinis, 7 de diciembre de 1965.

Texto en: “Concilio Vaticano II. Documentos”. Edibesa, Madrid 2005.

DOCUMENTOS PAPALES:

- Juan XXIII, Encíclica, Sacerdocii nostri primordia, 1 de agosto de 1959. Texto en: “Encíclicas del Beato Juan XXIII” (Edibesa).

- Pablo VI, Encíclica, Sacerdotalis caelibatus, 24 de junio de 1967. Texto en: “Encíclicas de Pablo VI” (Edibesa).

- Juan Pablo II:

   Encíclica, Redemplor hominis, 4 de marzo de 1979.

   Encíclica Familiaris consortio, 22 noviembre 1981.

   Encíclica Redemptoris Mater, 25 de marzo 1987. Textos en: “Encíclicas de Juan Pablo II”, 5ª ed. Edibesa, Madrid 2004.

   Carta Apostólica Mulieris dignitatem, 15 de agosto 1988.

    Exhortación Apostólica, Pastores dabo vobis, 25 de marzo de 1992.

OTROS DOCUMENTOS DEL MAGISTERIO:

- Congregación para la Educación Católica: Orientaciones educativas para la formación en el celibato, 11 de abril de 1974.

- Congregación para la Doctrina de la Fe: Instrucción sobre la vocación eclesiástica, 24 de mayo de 1990.

- Congregación para el Clero: Directorio sobre la vida y el ministerio de los sacerdotes, 31 de enero de 1994.

ÍNDICE

PRÓLOGO………………………………………………………………………..……. 5

PRIMERA PARTE

TENTACIONES Y RETOS DEL SACERDOTE ACTUAL

1.- PRIMER RETO: UN MUNDO SIN MORAL…………………………………..… 7

2.- PRIMERA TENTACIÓN: DESCONFIANZA DE SU TRABAJO ………….…...11

3 IGLESIAS VACÍAS ,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,……………………………..….15

4 POST MODERNIDAD: MUERTE DE DIOS,,,,,,,,,,,,,,,,,,, ……………………..…..19

5. 1º.- LOS TIEMPOS ACTUALES EXIGEN FE MUY VIVA………………..…....26

5º. 2º.-    LA PARROQUIA DEBE CAMBIAR …………….. ….. …………….…….29

6.– EL SACERDOTE NECESITA UNA FE MUY VIVA…………………………... 38

7.-  MALA ADMINISTRACION DE LOS SACRAMENTO… ……………………..44

8.-   ESCRIBO COMO PÁRROCO DE ESTOS PROBLEMAS. ……………….……49

9.- BAUTIZOS, COMUNIONES Y  BODAS CIVILES……............................. …52

10.- MAYOR SOLEDAD AFECTIVA SACERDOTAL……………………..………56

11.-AYUDAS IMPORTANTES PARA VIVIR EL CELIBATO………….…….……66

12.- CAUSAS PRINCIPALES DE TENTACIONES Y RETOS ……….…….……..72

13.- AYUDAS PARA SALIR DE LA CRISIS……………….. ……………….…….76

14.-  AYUDAS PASTORALES…………………………………………………….…86

15.-  AYUDAS ESPIRITUALES“SER Y EXISTIR EN CRISTO”………………….92

SEGUNDA PARTE

EL CELIBATO POR EL REINO DE DIOS.

1º.-DOCTRINA DEL VATICANO II SOBRE EL CELIBATO…………………..…195

2.- EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA………………………..……... 103

3.- EXHORTACIÓN POSTSINODAL PASTORES DABO VOBIS……………..…..108

3.NOTAS Y AYUDAS PARA VIVIR EL CELIBATO………………………..…. 112

4º.-EL CELIBATO, IDENTIFICACIÓN TOTAL CON CRISTO…………………..115

5.- CELIBATO Y DEVOCIÓN A LA VIRGEN………………………………….... 120

6.- DE JUAN PABLO II “NOVO MILLENNIO INEUNTE”……………………….126

7.- LA SOLEDAD Y LA ASCESIS DEL CELIBATO……………………………  131

8.- EL CELIBATO Y LA MUJER ……………………………………………..….133

9.- EL AMOR CÉLIBE ES AMAR CRISTO AMÓ………………………….….. 139

10.- LAS AMISTADES, CON AMOR CELIBATARIO ……………………....…..145

11.- EL CELIBATO ES AMAR EN Y COMO CRISTO……………………..….. 148

12.- ÚLTIMAS CONSIDERACIONES DEL CELIBATO…………………..……. 151

13.-  LA CASTIDAD ES AMOR TOTAL A CRISTO   ……………………..…...152

               CON TODO AFECTO…………………………………………………….…….…. 159

 

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