JUEVES EUCARÍSTICOS SACERDOTALES MEDITACIONES EUCARÍSTICAS Y SACERDOTALES

JUEVES EUCARÍSTICOS SACERDOTALES

MEDITACIONES

EUCARÍSTICAS Y SACERDOTALES

PARROQUIA DE SAN PEDRO.- PLASENCIA. 1966-2018

CUSTODIA DE LA IGLESIA DEL CRISTO DE LAS BATALLAS DONDE CRISTO ES ADORADO TODOS LOS DÍA, MENOS DOMINGO Y FESTIVOS, DE 8 A 12,30 DE LA MAÑANA, EN QUE SE CELEBRA LA PRIMERA MISA

ORACIONES EUCARÍSTICAS

I

 

JESUCRISTO, EUCARISTIA DIVINA, CANCIÓN DE AMOR DEL PADRE, REVELADA EN SU PALABRA HECHA CARNE Y PAN DE EUCARISTÍA, CON AMOR DE ESPÍRITU SANTO!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, TEMPLO, SAGRARIO Y MORADA DE MI DIOS TRINO Y UNO!

¡CUÁNTO TE DESEO, CÓMO TE BUSCO, CON QUÉ HAMBRE DE TI CAMINO POR LA VIDA, QUÉ NOSTALGIA DE MI DIOS TODO EL DÍA!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO VERTE PARA TENER LA LUZ DEL CAMINO, DE LA VERDAD Y LA VIDA.

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO ADORARTE, PARA CUMPLIR LA VOLUNTAD DEL PADRE COMO TÚ, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO COMULGARTE, PARA TENER TU MISMA VIDA, TUS MISMOS SENTIMIENTOS, TU MISMO AMOR!

Y EN TU ENTREGA EUCARÍSTICA, QUIERO HACERME CONTIGO SACERDOTE Y VÍCTIMA AGRADABLE AL PADRE, CUMPLIENDO SU VOLUNTAD, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA. QUIERO ENTRAR ASÍ EN EL MISTERIO DE MI DIOS TRINO Y UNO, POR LA POTENCIA DE AMOR DEL ESPÍRITU SANTO.       II

 

        ¡JESUCRISTO, HIJO DE DIOS ENCARNADO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE.

TÚ LO HAS DADO TODO POR MÍ, CON AMOR EXTREMO HASTA DAR LA VIDA Y QUEDARTE SIEMPRE EN EL SAGRARIO, EN INTERCESION Y OBLACIÓN PERENNE AL PADRE, POR LA SALVACIÓN DE LOS HOMBRES!

¡TAMBIÉN YO QUIERO DARLO TODO POR TI Y PERMANECER

CONTIGO IMPLORANDO LA MISERICORDIA DIVINA SOBRE MI PARROQUIA, SOBRE LA  IGLESIA Y SOBRE EL MUNDO ENTERO!  

¡YO QUIERO SER Y EXISTIR SACERDOTAL Y VICTIMALMENTE EN TI; YO QUIERO SER TOTALMENTE TUYO, PORQUE PARA MÍ TU LO ERES TODO, YO QUIERO QUE LO SEAS TODO!

¡JESUCRISTO, EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA Y ADORACIÓN DEL PADRE¡ YO CREO EN TI!

¡JESUCRISTO, SACERDOTE Y SALVADOR ÚNICO DE LOS HOMBRES, YO CONFÍO EN TI! ¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS!

¡QUE GOZO HABERTE CONOCIDO, SER TU SACERDOTE Y AMIGO, VIVIR EN TU MISMA CASA, BAJO TU MISMO TECHO!

CANTOS E HIMNOS EUCARÍSTICOS

(Para empezar la visita a Jesucristo Eucaristía. Si estás en la iglesia y hay gente, lo puedes rezar como salmos en voz baja o cantar mentalmente. Son como las escaleras diarias para llegar a la oración personal)

1. CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES

 

Cantemos al Amor de los amores,
cantemos al Señor.
¡Dios está aquí! Venid, adoradores;
adoremos a Cristo Redentor.

¡Gloria a Cristo Jesús! Cielos y tierra,
bendecid al Señor.
¡Honor y gloria a ti, Rey de la gloria;
amor por siempre a ti, Dios del amor!

¡A ti, Señor cantamos,
oh Dios de nuestras glorias;
tu nombre bendecimos,
oh Cristo Redentor!

2. DE RODILLAS, SEÑOR, ANTE EL SAGRARIO

De rodillas, Señor, ante el Sagrario,

que guarda cuanto queda de amor y de unidad,

venimos con las flores de un deseo,

para que nos las cambies en frutos de verdad.

Cristo en todas las almas

Y en el mundo la paz.(bis)

Como estás, mi Señor, en la Custodia

igual que la palmera que alegra el arenal,

queremos que en centro de la vida

reine sobre las cosas tu ardiente caridad.

Cristo en todas las almas,

Y en el mundo la paz;

Cristo en todas las almas,

Y en el mundo la paz.

 

3. OH BUEN JESÚS YO CREO FIRMEMENTE

 

Acto de fe

¡Oh, buen Jesús! Yo creo firmemente

que por mi bien estás en el altar,

que das tu cuerpo y sangre juntamente

al alma fiel en celestial manjar,

al alma fiel en celestial manjar.

Acto de humildad

Indigno soy, confieso avergonzado,

de recibir la santa Comunión;

Jesús que ves mi nada y mi pecado,

prepara Tú mi pobre corazón. (bis)

Acto de dolor

Pequé, Señor, ingrato te he ofendido;

infiel te fui, confieso mi maldad;

me pesa ya; perdón, Señor, te pido,

eres mi Dios, apelo a tu bondad. (bis)

Acto de esperanza

Espero en Ti, piadoso Jesús mío;

oigo tu voz que dice “ven a mí”,

porque eres fiel, por eso en Ti confío;

todo Señor, lo espero yo de Ti. (bis)

Acto de amor

¡Oh, buen pastor, amable y fino amante!

Mi corazón se abraza en santo ardor;

si te olvidé, hoy juro que constante

he de vivir tan sólo de tu amor. (bis)

Acto de deseo

Dulce maná y celestial comida,

gozo y salud de quien te come bien;

ven sin tardar, mi Dios, mi luz, mi vida,

desciende a mí, hasta mi pecho ven. (bis)

4. HIMNO EUCARÍSTICO

(Del Congreso Eucarístico de GUADALAJARA, Méjico, 2004, que cantamos todos los día, en el Templo del Cristo de la Batallas, abierto desde las 7 de la mañana, Plasencia, con la Exposición del Santísimo, de 8 a 12,30 de la mañana, para la Adoración Eucarística,  con rezo de Laudes a las 9, y terminar a las 12,30 con la Hora intermedia, Bendición del Santísimo y reserva, antes de la santa misa, a las 12,30 )

Gloria a Ti, Hostia santa y bendita,
sacramento, misterio de amor;
luz y vida del nuevo milenio,
esperanza y camino hacia Dios. (2)

Es memoria Jesús y presencia,

es manjar y convite divino,

es la Pascua que aquí celebramos,

mientras llega el festín prometido.

¡Oh Jesús, alianza de amor,

que has querido quedarte escondido

te adoramos, Señor de la Gloria

corazones y voces unidos!,

Gloria a Ti, Hostia santa y bendita,
sacramento, misterio de amor;
luz y vida del nuevo milenio,

esperanza y camino hacia Dios. (2)

 


5. CERCA DE TI, SEÑOR

Cerca de Ti Señor, quiero morar,

tu grande y tierno Amor 
quiero gozar.

Llena mi pobre ser, 
limpia mi corazón,
hazme tu rostro ver 
en la aflicción.

Pasos inciertos doy, el sol se va,
mas si contigo estoy, no temo ya.

Himnos de gratitud 

ferviente cantaré,
y fiel a Ti, Jesús, siempre seré.

Mi pobre corazón inquieto está,
por esta vida voy, buscando la paz.
Mas sólo Tú Señor, la paz me puedes dar,cerca de Ti Señor,yo quiero estar.

Yo creo en Ti Señor, yo creo en Ti,
Dios vive en el altar presente en mí.

Si ciegos al mirar mis ojos no te ven
yo creo en Ti Señor, sostén mi fe. 

Espero en Ti, Seños, Dios de bondad,
mi roca en el dolor, puerto de paz.

Porque eres fiel Señor, porque eres la verdad,
espero en Ti Señor, Dios de bondad. 

 

                6. VÉANTE MIS OJOS

Véante mis ojos,

dulce Jesús bueno;

véante mis ojos,
 muérame yo luego

Vea quién quisiere        
rosas y jazmines,
que si yo te viere,

veré mil jardines,
flor de serafines;

Jesús Nazareno,
véante mis ojos,
muérame yo luego

No quiero contento

mi Jesús ausente

que todo es tormento

a quien esto siente,

solo me sustente

tu amor y deseo,

véante mis ojos

múera yo luego.

7. ORACIÓN EUCARÍSTICA 

         Sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida;

se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia,

y se nos da la prenda de la gloria futura.

V/Le diste el pan del cielo, alleluya

R/Que contiene en sí todo deleite, alleluya.

Oremos: Oh Dios que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión; te pedimos nos concedas (celebrar, participar y) venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención; Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amen.

8. HIMNO DE VÍSPERAS 

Estate, Señor, conmigo

siempre, sin jamás  partirte,

y, cuando decidas irte

llévame, Señor, contigo,

porque el pensar que te irás 

me causa un terrible miedo

de si yo sin Ti me quedo,

de si Tú sin mí te vas.

Llévame en tu compañía,

donde tu vayas, Jesús,

pues bien sé que eres Tú

 la vida del alma mía;

si Tú vida no me das,

yo sé que vivir no puedo,

ni si yo sin Ti me quedo,

ni si Tú sin mí te vas.

Por eso más que la muerte,

temo, Señor, tu partida,

y prefiero perder la vida

milveces más que perderte,

pues la inmortal que tu das

sé que alcanzarla no puedo

cuando yo sin Ti me quedo

cuando Tú sin mi te vas.

9. HIMNO EUCARÍSTICO: Adorote, devote...

Te adoro con devoción, Divinidad oculta,
verdaderamente escondido bajo estas apariencias.
A ti se somete mi corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.

La vista, el tacto, el gusto, se equivocan sobre ti,

pero basta con el oído para creer con firmeza.

 Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:

nada es más cierto que esta palabra de Verdad.

En la Cruz se escondía sólo la divinidad,
pero aquí también se esconde la humanidad;
Creo y confieso ambas cosas,
pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás,
pero confieso que eres mi Dios;

haz que yo crea más y más en Ti,
que en Ti espere; que te ame.

¡Oh memorial de la Muerte del Señor!
Pan vivo que da la vida al hombre:
Concédele a mi alma que de ti viva,
y que siempre saboree tu dlzura.

Señor Jesús, bondadoso pelícano,
límpiame, a mí inmundo, con tu sangre,
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto,
te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:
Que al mirar tu rostro ya no oculto
sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.

10. TÚ ERES, SEÑOR, EL PAN DE VIDA

1. Mi Padre es quien os da verdadero Pan del cielo,

2. Quien come de este Pan vivirá eternamente.

3. Aquel que venga a Mí no padecerá más hambre.

4. Mi Carne es el Manjary mi Sangre es la Bebida.

INTRODUCCIÓN A LOS JUEVES EUCARÍSTICOS

QUIERO EMPEZAR ESTAS MEDITACIONES EUCARÍSTICO-SACERDOTALES CON UNAS PALABRAS TOMADAS DE BENEDICTO XVI

1ª MEDITACIÓN

EUCARISTÍA Y ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL

QUERIDOS HERMANOSS SACERDOTES: Indudablemente, la forma eucarística de la existencia cristiana se manifiesta de modo particular en el estado de vida sacerdotal. La espiritualidad sacerdotal es intrínsecamente eucarística. La semilla de esta espiritualidad  ya se encuentra en las palabras que el Obispo pronuncia en la liturgia de la Ordenación: « Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor ».

 El sacerdote, para dar a su vida una forma eucarística cada vez más plena, ya en el período de formación y luego en los años sucesivos, ha de dedicar tiempo a la vida espiritual. Está llamado a ser siempre un auténtico buscador de Dios, permaneciendo al mismo tiempo cercano a las preocupaciones de los hombres. Una vida espiritual intensa le permitirá entrar más profundamente en comunión con el Señor y le ayudará a dejarse ganar por el amor de Dios, siendo su testigo en todas las circunstancias, aunque sean difíciles y sombrías.

Por esto, junto con los Padres del Sínodo, recomiendo a los sacerdotes « la celebración diaria de la santa Misa, aun cuando no hubiera participación de fieles ». Esta recomendación está en consonancia ante todo con el valor objetivamente infinito de cada Celebración eucarística; y, además, está motivado por su singular eficacia espiritual, porque si la santa Misa se vive con atención y con fe, es formativa en el sentido más profundo de la palabra, pues promueve la configuración con Cristo y consolida al sacerdote en su vocación.

 Descubrir la belleza de la forma eucarística de la vida cristiana nos lleva a reflexionar también sobre la fuerza moral que dicha forma produce para defender la auténtica libertad de los hijos de Dios. Con esto deseo recordar una temática surgida en el Sínodo sobre la relación entre forma eucarística de la vida y transformación moral.

El Papa Juan Pablo II afirmaba que la vida moral « posee el valor de un ‘‘culto espiritual'' (Rm 12,1; cf. Flp 3,3) que nace y se alimenta de aquella inagotable fuente de santidad y glorificación de Dios que son los sacramentos, especialmente la Eucaristía; en efecto, participando en el sacrificio de la Cruz, el cristiano comulga con el amor de donación de Cristo y se capacita y compromete a vivir esta misma caridad en todas sus actitudes y comportamientos de vida ». En definitiva, « en el ‘‘culto'' mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amado y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma ».[229]

Esta referencia al valor moral del culto espiritual no se ha de interpretar en clave moralista. Es ante todo el gozoso descubrimiento del dinamismo del amor en el corazón que acoge el don del Señor, se abandona a Él y encuentra la verdadera libertad. La transformación moral que comporta el nuevo culto instituido por Cristo, es una tensión y un deseo cordial de corresponder al amor del Señor con todo el propio ser, a pesar de la conciencia de la propia fragilidad.

Todo esto está bien reflejado en el relato evangélico de Zaqueo (cf. Lc 19,1-10). Después de haber hospedado a Jesús en su casa, el publicano se ve completamente transformado: decide dar la mitad de sus bienes a los pobres y devuelve cuatro veces más a quienes había robado. El impulso moral, que nace de acoger a Jesús en nuestra vida, brota de la gratitud por haber experimentado la inmerecida cercanía del Señor:«Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él ». Esta afirmación asume una mayor intensidad si pensamos en el Misterio eucarístico.

En efecto, no podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por eso la Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia; lo es también de su misión: « Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera».

 También nosotros podemos decir a nuestros hermanos con convicción: « Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros » (1 Jn 1,3). Verdaderamente, nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a todos. Además, la institución misma de la Eucaristía anticipa lo que es el centro de la misión de Jesús: Él es el enviado del Padre para la redención del mundo (cf. Jn 3,16-17; Rm 8,32).

En la última Cena Jesús confía a sus discípulos el Sacramento que actualiza el sacrificio que Él ha hecho de sí mismo en obediencia al Padre para la salvación de todos nosotros. No podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres. Así pues, el impulso misionero es parte constitutiva de la forma eucarística de la vida cristiana.

2ª MEDITACIÓN

EUCARISTÍA Y TESTIMONIO

QUERIDOS HERMANOS SACERDOTES: La misión primera y fundamental que recibimos de los santos Misterios que celebramos es la de dar testimonio con nuestra vida. El asombro por el don que Dios nos ha hecho en Cristo infunde en nuestra vida un dinamismo nuevo, comprometiéndonos a ser testigos de su amor. Nos convertimos en testigos cuando, por nuestras acciones, palabras y modo de ser, aparece Otro y se comunica. Se puede decir que el testimonio es el medio con el que la verdad del amor de Dios llega al hombre en la historia, invitándolo a acoger libremente esta novedad radical.

En el testimonio Dios, por así decir, se expone al riesgo de la libertad del hombre. Jesús mismo es el testigo fiel y veraz (cf. Ap 1,5; 3,14); vino para dar testimonio de la verdad (cf. Jn 18,37). Con estas reflexiones deseo recordar un concepto muy querido por los primeros cristianos, pero que también nos afecta a nosotros, cristianos de hoy: el testimonio hasta el don de sí mismos, hasta el martirio, ha sido considerado siempre en la historia de la Iglesia como la cumbre del nuevo culto espiritual: « Ofreced vuestros cuerpos » (Rm 12,1).

Se puede recordar, por ejemplo, el relato del martirio de san Policarpo de Esmirna, discípulo de san Juan: todo el acontecimiento dramático es descrito como una liturgia, más aún como si el mártir mismo se convirtiera en Eucaristía. Pensemos también en la conciencia eucarística que san Ignacio de Antioquía expresa ante su martirio: él se considera « trigo de Dios » y desea llegar a ser en el martirio « pan puro de Cristo ». El cristiano que ofrece su vida en el martirio entra en plena comunión con la Pascua de Jesucristo y así se convierte con Él en Eucaristía. Tampoco faltan hoy en la Iglesia mártires en los que se manifiesta de modo supremo el amor de Dios. Sin embargo, aun cuando no se requiera la prueba del martirio, sabemos que el culto agradable a Dios implica también interiormente esta disponibilidad, y se manifiesta en el testimonio alegre y convencido ante el mundo de una vida cristiana coherente allí donde el Señor nos llama a anunciarlo.

JESUCRISTO, ÚNICO SALVADOR

Subrayar la relación intrínseca entre Eucaristía y misión nos ayuda a redescubrir también el contenido último de nuestro anuncio. Cuanto más vivo sea el amor por la Eucaristía en el corazón del pueblo cristiano, tanto más clara tendrá la tarea de la misión: llevar a Cristo. No es sólo una idea o una ética inspirada en Él, sino el don de su misma Persona. Quien no comunica la verdad del Amor al hermano no ha dado todavía bastante. La Eucaristía, como sacramento de nuestra salvación, nos lleva a considerar de modo ineludible la unicidad de Cristo y de la salvación realizada por Él a precio de su sangre. Por tanto, la exigencia de educar constantemente a todos al trabajo misionero, cuyo centro es el anuncio de Jesús, único Salvador, surge del Misterio eucarístico, creído y celebrado. Así se evitará que se reduzca a una interpretación meramente sociológica la decisiva obra de promoción humana que comporta siempre todo auténtico proceso de evangelización.

« El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo » (Jn 6,51). Con estas palabras el Señor revela el verdadero sentido del don de su propia vida por todos los hombres y nos muestran también la íntima compasión que Él tiene por cada persona. En efecto, los Evangelios nos narran muchas veces los sentimientos de Jesús por los hombres, especial por los que sufren y los pecadores(cf. Mt 20,34; Mc 6,54; Lc 9,41).

 Mediante un sentimiento profundamente humano, Él expresa la intención salvadora de Dios para todos los hombres, a fin de que lleguen a la vida verdadera. Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de su propia vida que Jesús hizo en la Cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana.

Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo, que « consiste precisamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo ».

 De ese modo, en las personas que encuentro reconozco a hermanos y hermanas por los que el Señor ha dado su vida amándolos « hasta el extremo » (Jn 13,1). Por consiguiente, nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía, han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse « pan partido » para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno. Pensando en la multiplicación de los panes y los peces, hemos de reconocer que Cristo sigue exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona: « dadles vosotros de comer » (Mt 14,16). En verdad, la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo.

1º JUEVES EUCARÍSTICO 

LA EUCARISTÍA COMO PRESENCIA

Cuando celebramos la Eucaristía, después de haber comulgado, el pan consagrado se guarda en el sagrario para la veneración de los fieles o se expone en la santa custodia como ahora para la Adoración nocturna o diurna, como haremos esta noche. Ahí permanece el Señor vivo y resucitado ofreciendo al Padre su vida por nosotros, intercediendo por todos, dando su vida por los hombres. Es un misterio de amor y salvación. Este misterio es el que celebramos y adoramos en la Adoración Nocturna. Qué privilegio de amor y salvación.

Pablo VI en su encíclica Mysterium fidei nos dice: «Durante el día, los fieles no omitan la visita al Santísimo Sacramento... La visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor, allí presente». Especialmente en ratos de adoración nocturna o diurna.

Cada uno de nosotros puede decirle al Señor: Señor, sé que estás ahí, en el sagrario, en la santa custodia. Sé que me amas, me miras, me proteges y me esperas todos los días. Lo sé, aunque a veces viva olvidando esta verdad y me porte como tú no mereces ni yo debiera. Quisiera sentir más tu presencia y ser atrapado por este ardiente deseo, que se llama Jesús Eucaristía, porque  cuando se tiene, ya no se cura.

Quiero saber, Señor, por qué me buscas así, por qué te humillas tanto, por qué vienes en mi busca haciéndote un poco de pan, una cosa, humillándote más que en la Encarnación, en  que te hiciste hombre. Tú que eres Dios y todo lo puedes ¿por qué te has quedado aquí en el sagrario? ¿Qué  puedo yo darte que tú no tengas?

Y Jesús nos dice a todos algo, que no podemos comprender bien ahora en la tierra sino que tenemos que esperar al cielo para saberlo: «Lo tengo todo, menos tu amor, si tú no me lo das». Y es que Jesús nos ama tanto y debemos de valer mucho para el Padre, por lo mucho que nos ama y ha sufrido por nosotros. Nosotros no nos valoramos todo lo que valemos. Dios nos ha soñado para una eternidad de gozo con Él. Sólo Dios sabe lo que vale el hombre para Él. Si yo existo, es que Dios ma ama y me ha soñado para una eternidad en su mismo gozo de Amor y Espíritu Santo con el Hijo.

Entonces, Señor, si yo valgo tanto para Tí, más que lo que yo me valoro y valoro a mis hermanos, ayúdame a descubrirlo y a vivir sólo para Tí, que tanto me quieres, que me quieres desde siempre y para siempre, porque Tú me pensaste desde toda la eternidad. Quiero desde ahora escucharte en visitas hechas a tu casa, quiero contarte mis cosas, mis dudas, mis problemas, que ya los sabes, pero que quieres escucharlos nuevamente de mí, quiero estar contigo, ayúdame a creer más en Tí, a quererte más y esperar  y buscar más tu amistad.

«Estáte, Señor, conmigo,                       

siempre, sin jamás partirte,

y, cuando decidas irte,

llévame, Señor, contigo,

porque el pensar que te irás,

me causa un terrible miedo,

de si yo sin ti me quedo,

de si tú sin mí te vas.

Llévame en tu compañía,

donde tu vayas, Jesús,

porque bien sé que eres tú

la vida del alma mía;

si tu vida no me das,

yo sé que vivir no puedo,

ni si yo sin tí me quedo,

ni si tú sin mí te vas».

Las puertas del sagrario son para muchas almas las puertas del cielo y de la eternidad ya en la tierra, las puertas de la esperanza abiertas; el sagrario para la parroquia y para todos los creyentes es «la fuente que mana y corre, aunque es de noche», aunque a veces no lo comprendamos, no lo veamos con los ojos de la carne, porque es la fe la que lo ve y nos lo comunica; el sagrario es el maná escondido ofrecido en comida siempre, mañana y noche, es la tienda de la presencia de Dios entre los hombres. Siempre está el Señor, bien despierto, intercediendo y continuando la misa por nosotros ante el Padre en el altar del cielo.

El sagrario para la parroquia es su corazón, desde donde extiende y  comunica la sangre de la vida divina a todos los feligreses y al mundo entero. Y para esto es la Adoración Nocturna. Lo dice Cristo, el evangelio, la Iglesia, los santos, la experiencia de los siglos y de los místicos... S. Juan de la Cruz lo expresa así:

«Qué bien sé yo la fuente

que mana y corre,

aunque es de noche.

Aquesta fonte está escondida,

en esta pan por darnos vida,

aunque es de noche. 

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de este agua se hartan

porque es de noche.

Aquesta eterna fonte que deseo,

 en este pan de vida yo la veo,

 aunque es de noche. 

(Es por la fe, oscura al entendimiento) 

--Las almas eucarísticas, las almas de sagrario, las almas despiertas de fe y amor a Cristo, son felices, aún en medio de pruebas y sufrimientos en la tierra, porque su corazón ya no es suyo, ya no es propiedad suya, porque Dios se lo ha robado y se lo ha llevado junto a Sí y las almas ya no pueden vivir sin la unión con Dios, ya no saben vivir sin Él.

-- Aquí, junto al Señor en el sagrario, los adoradores aprenden a seguir a Cristo, le escuchan y se revisan en una conversión permanente, porque siempre son pecadores,  pero no dejarán de convertirse

-- Aquí, en el sagrario, encuentran la mejor escuela de amor, de familia, de oración, de santidad, de apostolado, de hacer parroquia y comunidad..... porque se encuentra el mejor maestro y la fuente de toda gracia: Jesucristo. Como he dicho alguna vez, el Sagrario es la biblia donde nuestra madres y padres, cuando no había tantas reuniones ni grupos de parroquia, aprendieron  todo sobre Dios y sobre Cristo, sobre el evangelio y la vida cristiana, sobre su vida y salvación. Nuestras madres, los hombres y las mujeres sencillas de nuestros pueblos, muchas veces  no han tenido más biblia que el sagrario.

-- Necesitamos del pan de vida, como los discípulos de Emaús cuando atardece y se oscurece la fe. Es en la Eucaristía donde Jesús nos abre los ojos del corazón y le reconocemos al partir el pan. Y allí volvemos a encontrar la comunidad que nos ayuda en el camino y  de la que nos habíamos alejado.

--Necesitamos de la Eucaristía, para seguir caminando en la vida cristiana. Sin Cristo no podemos y Cristo, el mismo de Palestina y del cielo, es ahora pan consagrado; por eso, le decimos:“Señor, nosotros los adoradores creemos en ti y te adoramos, dános siempre de ese pan”.

2ª MEDITACIÓN: SI EL SACERDOTE SUPIERA…

DIA DEL SEMINARIO: CUANDO SE PIENSA...

CUANDO SE PIENSA... que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote ...

CUANDO SE PIENSA... que ni los ángeles ni los arcángeles, ni Miguel ni Gabriel ni Rafael, ni príncipe alguno de aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote...

CUANDO SE PIENSA... que Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena realizó un milagro más grande que la creación del Universo con todos sus esplendores y fue el convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo, y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote...

CUANDO SE PIENSA... en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario Dios obligado por su propia palabra, lo ata en el cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios.

CUANDO SE PIENSA... que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar... Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino...

CUANDO SE PIENSA... que eso puede ocurrir, porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes gritarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan, y no habrá quien se los dé; y pedirán la absolución de sus culpas, y no habrá quien las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos...

CUANDO SE PIENSA... que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él.

CUANDO SE PIENSA... que un sacerdote cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey; y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo que está allí actuando el mayor milagro de Dios...

CUANDO SE PIENSA TODO ESTO, uno comprende... Uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales ...

Uno comprende el afán con que en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase, como una vara de nardo, una vocación sacerdotal.Uno comprende el inmenso respeto que los pueblos tenían por los sacerdotes, lo que se refleja en las leyes.

Uno comprende que el peor crimen que puede cometer alguien es impedir o desalentar una vocación.

Uno comprende que provocar una apostasía es ser como Judas y vender a Cristo de nuevo.Uno comprende que si un padre o una madre obstruyen la vocación sacerdotal de un hijo, es como si renunciaran a un título de nobleza incomparable.

Uno comprende que dar ayudaso mantener un seminario o un noviciado es multiplicar los nacimientos del Redentor es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre que durante

media hora, cada día, será mucho más que todas las dignidades de la tierra y que todos los santos del cielo. Pues será Cristo mismo, sacrificando su Cuerpo y su Sangre, para alimentar y salvar al mundo sembrando eternidades y llevándolas para siempre para siempre al gozo del nuestro Dios Trinitario y Uno Padre, Hijo y Espíritu Santo.

2º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª MEDITACIÓN

LA EUCARISTÍA COMO MISA.

       Podemos considerar la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia permanente de Jesucristo en la Hostia santa. De todos los modos de considerar la Eucaristía, el más importante es la Eucaristía como sacrificio, como misa, como pascua, como sacrificio de la Nueva Alianza, especialmente la Eucaristía del domingo, la misa siempre es pascua del Señor, porque es el fundamento de las otras presencias y de toda nuestra vida de fe  y la que construye  la Iglesia de Cristo.

El otro jueves hablamos de la Eucaristía como presencia permanente en el Sagrario. Hoy vamos a tratar brevemente de la Eucaristía, como misa, como sacrificio. Esta fue la devoción y la práctica religiosa más importante de la Iglesia y de sus santos, la Eucaristía como misa, comunión y presencia.

Ni uno solo santoque no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de este pan, de esta presencia, de este tesoro escondido, ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, porque este es el proceso y el camino del encuentro con Jesús en el Sagrario, sin grandes sentimientos, para luego, avanzando poco a poco en la oración y conversión eucarística, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta llegar al encuentro total del Cristo viviente y glorioso, compañero de viaje en el sacramento. “Oh noche que guiaste.(noche de la fe), oh noche amable más que la alborada; oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada…

Y empiezo citando al Vaticano II donde se nos habla así de la misa del domingo: «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden las pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo entre los muertos (1Pe 1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles...» (SC 106).

Pero la  Eucaristía del domingo es la misma Eucaristía de todos los días, es el mismo Cristo, la misma pascua,  el mismo misterio el que Cristo, por medio del sacerdote, hace presente: su vida, muerte y resurrrección por todos los hombres. Todas las misas son la misma misa, la misma Eucaristía de Cristo en domingo o en días ordinarios, solo que la del domingo es en el día de la resurrección de Cristo.

Sobre la puerta del Cenáculo de San Pedro, hace ya más de cincuenta años, puse este letrero: “Ninguna comunidad cristiana se construye, si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía». Este texto del Concilio nos dice que la Eucaristía es la que construye la parroquia, a los feligreses, a las personas, es el centro de toda su vida y apostolado, el corazón de la parroquia y de las comunidades y familias cristianas.

Para que veais que no es una teoria o pensamiento mío personal, voy a citar brevemente unos textos del Vaticano II referentes a la misa en general, a la santiisima Eucaristia. Esto  lo tengo más desarrollado en alguno de mis libros sobre la Eucaristía.

Empiezo:

«...los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente unidos a la Sagrada Eucaristía y a ella se ordenan». «Ninguna Comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzar toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 5).

1.3. PORQUE «…EN LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA SE CONTIENE TODO EL BIEN ESPIRITUAL DE LA IGLESIA, A SABER, CRISTO MISMO, NUESTRA PASCUA Y PAN VIVO QUE DA LA VIDA A LOS HOMBRES, VIVIFICADA Y VIVIFICANTE POR EL ESPÍRITU SANTO» (PO 6).

       La Eucaristía, centro de los sacramentos y ministerios

P 5 b: [...] los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan.

M 9 b: Por la palabra de la predicación y por la celebración de los sacramentos, cuyo centro y cima es la santísima Eucaristía, la actividad misionera hace presente a Cristo, autor de la salvación.

L 10 a: [...] los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor.

P 5 b: [...] la Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica, como quiera que los catecúmenos son poco a poco introducidos a la participación de la Eucaristía, y los fieles, sellados ya por el sagrado bautismo y la confirmación, se insertan por la recepción de la Eucaristía plenamente en el Cuerpo de Cristo.

La celebración eucarística, centro de la comunidad cristiana

P 6 e: [...] ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad.

O 30 f: En el cumplimiento de la obra de santificación, procuren los párrocos que la celebración del sacrificio eucarístico sea centro y culminación de toda la vida de la comunidad cristiana...

P 5 c: Es, [...J, la sinaxis eucarística el centro de toda la asamblea de los fieles, que preside el presbítero.

I 26 a: En ellas [las comunidades locales] se congregan los fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor “para que por medio del cuerpo y de la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad”.

Toda Misa, acto de Cristo y de la Iglesia

P 13 c: [... la Misa], aunque no pueda haber en ella presencia de fieles, es ciertamente acto de Cristo y de la Iglesia.

L 27 b: Esto [la preeminencia de la celebración comunitarial vale sobre todo para la celebración de la Misa, quedando siempre a salvo la naturaleza pública y social de toda Misa, y para la administración de los sacramentos.

I 50 d: [.. .1 al celebrar el sacrificio eucarístico es cuando mejor nos unimos al culto de la Iglesia celestial...

El sacrificio eucarístico, realización redentora

P 13 c: En el misterio del sacrificio eucarístico, en que los sacerdotes cumplen su principal ministerio, se realiza continuamente la obra de nuestra redención, y, por ende, encarecidamente se les recomienda su celebración cotidiana...

L 2: [.1 la liturgia, por cuyo medio “se ejerce la obra de nuestra redención”, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia.

FS 4 a: [Los seminaristas] deben prepararse para el ministerio del culto y de la santificación, a fin de que, orando y realizando las sagradas celebraciones litúrgicas, ejerzan la obra de salvación por medio del sacrificio eucarístico y los sacramentos.

La oblación personal en el sacrificio eucarístico

I a: [Los fieles,] participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella.

P 5 c: Los presbíteros, [...], enseñan a fondo a los fieles a ofrecer a Dios Padre la Víctima divina en el sacrificio de la Misa y a hacer juntamente con ella oblación de su propia vida.

 

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Queridos hermanos, la misa, toda misa, toda eucaristía, especialmente la dominical, renueva todos los domingos este pacto, esta alianza, este compromiso con Dios por Cristo, porque es Cristo resucitado y glorioso, quien, en aparición pascual, se presenta entre nosotros y nos construye como Iglesia suya y nos consagra juntamente con el pan y el vino para hacernos partícipes de sus sentimientos y actitudes de ofrenda al Padre y salvación de los hermanos y hacernos ya ciudadanos de la nueva Jerusalén, que está salvada y participa de los bienes futuros anticipándolos, encontrándonos así por la Eucaristía con el Cristo glorioso, llegados al último día y proclamando con su venida eucarística la llegada de los bienes escatológicos, es decir, definitivos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, VEN, SEÑOR , JESÚS».

¿ES PARA MI LA EUCARISTÍA EL CENTRO DE MI VIDA ESPIRITUAL?

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Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y San Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”,   hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros para siempre en el pan consagrado de todos los sagrarios de la tierra.

Sinceramente es tanto lo que debo a esta presencia eucarística del Señor, a Jesús, confidente y amigo, en esta presencia tan maravillosa, que se ofrece, pero no se impone, tratándose de todo un Dios, que, cuando lo pienso un poco, le amo con todo mi cariño, y quiero compartir con vosotros este gozo desde la humildad, desde el reconocimiento de quien se siente agradecido, pero a la vez deudor, necesitado de su fuerza y amor.

Santa Teresa estuvo siempre muy unida a Jesucristo Eucaristía. En relación con la presencia de Jesús en el sagrario, exclama: «¡Oh eterno Padre, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras... no permitas, Señor, que sea tan mal tratado  en este sacramento. El se quedó entre nosotros de un modo tan admirable!»

Ella se extasiaba ante Cristo Eucaristía. Y lo mismo todos los santos, que en medio de las ocupaciones de la vida, tenían su mirada en el sagrario, siempre pensaban y estaban unidos a Jesús Eucaristía. Y la madre Teresa de Calcuta, tan amante de los pobres, que parece que no tiene tiempo para otra cosa, lo primero que hace y nos dice que  hagamos, para ver y socorrer a los pobres, es pasar ratos largos con Jesucristo Eucaristía.

En la congregación de religiosas, fundada por ella para atender a los pobres, todas han de pasar todos los días largo rato ante el Santísimo; debe ser porque hoy Jesucristo en el sagrario es para ella el más pobre de los pobres, y desde luego, porque para ella, para poder verlo en los pobres, primero hay que verlo donde está con toda plenitud, en la Eucaristía.

Y así en todos los santos. Ni uno solo que no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de este pan, de esta presencia, de este tesoro escondido, ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, sin grandes sentimientos, para luego, avanzando poco a poco, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta llegar al encuentro total del Cristo viviente y glorioso, compañero de viaje en el sacramento.

 

LA EUCARISTÍA COMO MISA.

       Podemos considerar la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia permanente de Jesucristo en la Hostia santa. De todos los modos de considerar la Eucaristía, el más importante es la Eucaristía como sacrificio, como misa, como pascua, como sacrificio de la Nueva Alianza, especialmente la Eucaristía del domingo, porque es el fundamento de toda nuestra vida de fe  y la que construye  la Iglesia de Cristo.

       Voy a citar unas palabras del Vaticano II donde se nos habla de esto: «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden las pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo entre los muertos (1Pe 1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles...» (SC 106).

Por este texto y otros,  que podíamos citar, podemos afirmar que, sin Eucaristía dominical, no hay cristianismo, no hay Iglesia de Cristo, no hay parroquia. Porque Cristo es el fundamento de nuestra fe y salvación,  mediante el sacrificio redentor, que se hace presente en  la Eucaristía; por eso, toda Eucaristía, especialmente la dominical, es Cristo haciendo presente entre nosotros su pasión, muerte y resurrección, que nos salvó y nos sigue salvando, toda su vida, todo su misterio redentor. Sin domingo, Cristo no ha resucitado y, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe y no tenemos salvación, dice San Pablo.

 Sin Eucaristía del domingo, no hay verdadera fe cristiana, no hay Iglesia de Cristo. No vale decir «yo soy cristiano pero no practicante». O vas a Eucaristía los domingos o eso que tú llamas cristianismo es pura invención de los hombres, pura incoherencia, religión inventada a la medida de nuestra comodidad y falta de fe; no es eso lo que Cristo quiso para sus seguidores e hizo y celebró con sus Apóstoles y ellos continuaron luego haciendo y celebrando. La Eucaristía del domingo es el centro de toda la vida parroquial.

Sobre la puerta del Cenáculo de San Pedro, hace ya más de treinta años, puse este letrero: Ninguna comunidad cristiana se construye, si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía». Este texto del Concilio nos dice que la Eucaristía es la que construye la parroquia, es el centro de toda su vida y apostolado, el corazón de la parroquia. La Iglesia, por una tradición que viene desde los Apóstoles, pero que empezó con el Señor resucitado, que se apareció y celebró la Eucaristía con los Apóstoles en el mismo día que resucitó, continuó celebrando cada ocho días el misterio de la salvación  presencializándolo por la Eucaristía. Luego, los Apóstoles, después de la Ascensión, continuaron haciendo lo mismo. 

Por eso, el domingo se convirtió en  la fiesta principal de los creyentes. Aunque algunos puedan pensar, sobre todo, porque es cada ocho días, que el domingo es menos importante que otras fiestas del Señor, por ejemplo, la Navidad, la Ascensión, el Viernes o Jueves Santo, la verdad es que si Cristo no hubiera resucitado, esas fiestas no existirían. Y eso es precisamente lo que celebramos cada domingo: la muerte y resurrección de Cristo, que se convierten en nuestra Salvación.

En este día del Señor resucitado, en el domingo, Jesús nos invita a la Eucaristía, a la santa misa, que es nuestra también, a ofrecernos con Él a la Santísima Trinidad, que concibió y realizó este proyecto tan maravilloso de su Encarnación, muerte y resurrección para llevarnos a su misma vida trinitaria. En el ofertorio nos ofrecemos y somos ofrecidos con el pan y el vino; por las palabras de la consagración, nosotros también quedamos consagrados como el pan y el vino ofrecidos, y ya no somos nosotros, ya no nos pertenecemos, y al no pertenecernos y estar consagrados con Cristo para la gloria del Padre y la salvación de los hombres, porque

voluntariamente hemos querido correr la suerte de Cristo, cuando salimos de la Iglesia, tenemos que vivir como Cristo para glorificar a la Santísima Trinidad, cumplir su voluntad  y salvar a los hermanos, haciendo las obras de Cristo: “Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”;El que me come vivirá por mí”; ”Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn15,9). 

En la consagración, obrada por la fuerza del Espíritu Santo, también nosotros nos convertimos por Él, con Él y en Él, en “alabanza de su gloria”, en alabanza y buena fama para Dios, como Cristo fue alabanza de gloria para la Santísima Trinidad y nosotros hemos de esforzarnos también con Él por serlo, como buenos hijos que deben ser la gloria de sus padres y no la deshonra.

En la Comunión nos hace partícipes de sus mismos sentimientos y actitudes y para esto le envió el Padre al mundo, para que vivamos por El: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1Jn 4,8). Esta es la razón de su venida al mundo; el Padre quiere hacernos a todos hijos en el Hijo y que vivir así amados por Él en el Amado. Y eso es vivir y celebrar y participar en la Eucaristía, la santa Eucaristía, el sacrificio de Cristo. Es un misterio de amor y de adoración y de alabanza y de salvación, de intercesión y súplica con Cristo a la Santísima Trinidad. Y esto es el Cristianismo, la religión cristiana: intentar vivir como Cristo para gloria de Dios y salvación de los hombres.

 La Eucaristía dominical  parroquial renueva todos los domingos este pacto, esta alianza, este compromiso con Dios por Cristo, porque es Cristo resucitado y glorioso, quien, en aparición pascual, se presenta entre nosotros y nos construye como Iglesia suya y nos consagra juntamente con el pan y el vino para hacernos partícipes de sus sentimientos y actitudes de ofrenda al Padre y salvación de los hermanos y hacernos ya ciudadanos de la nueva Jerusalén, que está salvada y participa de los bienes futuros anticipándolos, encontrándonos así por la Eucaristía con el Cristo glorioso, llegados al último día y proclamando con su venida eucarística la llegada de los bienes escatológicos, es decir, definitivos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, VEN, SEÑOR , JESÚS».

Queridos amigos, ningún domingo sin  Eucaristía. Este es mi ruego, mi consejo y exhortación por la importancia que tiene en nuestra vida espiritual. Es que mis amigos no van, es que he dejado de ir hace ya mucho tiempo, no importa, tú vuelve y la Eucaristía te salvará, el Señor te lo premiará con vitalidad de fe y vida cristiana. Los que abandonan la

Eucaristía del domingo, pronto no saben de qué va Cristo, la salvación, el cristianismo, la Iglesia... El domingo es el día más importante del

cristianismo y el corazón del domingo es la Eucaristía, la Eucaristía, sobre todo, si participas comulgando. Más de una vez hago referencia a unos versos que reflejan un poco esta espiritualidad:

Frente a tu altar, Señor, emocionado

veo hacia el cielo el cáliz levantar.

Frente a tu altar, Señor, anonadado

he visto el pan y el vino consagrar.

Frente a tu altar, Señor, humildemente

ha bajado hasta mi tu eternidad.

Frente a tu altar, Señor, he comprendido

el milagro constante de tu amor.

¡Querer Tu que mi barro esté contigo

haciendo templo a quien te ha ofendido!

¡Llorando estoy frente a tu altar, Señor!

(Tantos abandonos, tantos pecados, tantas faltas de fe y amor ante un Dios que tanto me quiere..en el Sagrario, llorando estoy frente a tu altar, Señor)

3º JUEVES EUCARÍSTICO 

1ª y 2ª MEDITACIÓN

5. 2. El mundo necesita almas eucarísticas: almas que tengan experiencia del amor de Cristo Eucaristía

BUENAS NOCHES, SEÑOR: hace tiempo que quería decirte algo. Quizás sería mejor a solas. Pero todos estos, que están aquí esta noche, son amigos y podemos hablar con confianza. Recuerdas, Jesús, fue hace veinte siglos, también en jueves, aproximadamente sobres estas horas, al atardecer, Tú estuviste loco, sí, perdona que te lo diga, tú estuviste loco, porque tú lo sabías, Tú lo sabes todo, Tú sabías que serían muy pocos los hombres que   creerían en Tí, tu sabías que incluso los creyentes no valoraríamos tu presencia ofrecida en amistad en el sagrario, Tú sabías que para muchos el sagrario sería un trasto más de la iglesia, al que se le ponen velas y colocan flores  algunos días de fiesta, Tú lo sabías todo y, sin embargo, te quedaste. Gracias, Señor, qué amor más grande nos tienes. Tú sí que eres bueno, Tú sí que amas de verdad....

Señor, muchos creen que el sacerdote habla de Tì, de tu amor y presencia eucarística, como un profesional, como el médico habla de sus enfermos o el profesor de su ciencia... por puro ética profesional. Qué pena, Señor, porque ellos, sobre todo los que no creen, los  que no vienen a tí en ninguna tarde de su vida, no han descubierto todo el misterio que se encierra en este pan, todo el amor del Padre, todo su proyecto de Salvación, hecho Hijo muerto y resucitado por ellos, todo el Amor del Espíritu Santo transformando este pan en  Eucaristía, en el cuerpo y sangre del Hijo Amado, que pasó haciendo el bien y nos abrió las puertas del cielo, de  la Trinidad beatísima.

Ellos no saben lo que es locura de Amor Divino, hecho primero carne, y luego un poco de pan,  para ser comido por el hombre; ellos tampoco saben lo que es estar enamorados de Tí, del Dios Infinito, ellos no saben que Tú emborrachas las almas y las atas para siempre a la sombra de tu sagrario, del santuario de tu presencia en la tierra. Mil veces nacido, mil veces tuyo, Señor, en el sacerdocio de tu amor, como centinela permanente de tu presencia eucarística, puerta del cielo y de encuentro contigo en la tierra. Ayúdanos a todos a descubrir este tesoro escondido, a venerarlo, honrarlo, imitarlo como se merece. Dános tu amor, tu fortaleza, tu humildad, tu sinceridad, tu entrega, tu pasión por el hombre, todo eso que encierras en este trozo de pan consagrado.

Por eso, conscientes de nuestra indigencia, de nuestra falta de fe y de amor para contigo, pero conscientes también de que te tenemos aquí, tan cerca, como las turbas que te apretujaban en las calles y los campos de Palestina, acudimos a TÍ para exponerte nuestras necesidades.

 (Aquí seguí el Ritual de la Adoración Nocturna en la Vigilia del Jueves Santo. Tiene un diálogo muy logrado de súplicas bíblicas  al Señor. Luego seguimos hablando así).

Queridos amigos, en virtud de las palabras de la consagración del pan y del vino, pronunciadas por Cristo a través del sacerdote, se hace presente todo el misterio de Cristo, todo su evangelio, toda su vida, todo el proyecto salvador del Padre, que le llevó por la pasión y la muerte, a la resurrección para El y para todos. En la eucaristía está Cristo ya definitivo y glorioso como está en el cielo.

Esta presencia de Cristo es permanente y por eso, terminada la misa, continúa en el sagrario; de aquí  nuestra admiración y nuestro amor al sagrario. Como es un misterio tan grande, Jesús, antes de instituirlo, lo prometió y habló de él varias veces, sobre todo después de la multiplicación del los panes y los peces, como lo podéis leer en el capítulo sexto del evangelio de San Juan. Después de su resurrección siguió celebrando este misterio con sus apóstoles. Luego ellos y los primeros cristianos siguieron venerando, creyendo y celebrando la eucaristía cada ocho días, en el domingo, día de la resurrección… Y desde entonces la Iglesia no ha cesado de celebrar este misterio.

La Eucaristía es la fuente, la cima y el centro de todos los sacramentos y de toda la vida de la Iglesia. Todo gira en torno a ella. Lo afirma y confiesa toda la Iglesia con el Papa en el Vaticano II, que me cogió a mí estudiando en Roma. Leeré algunas de sus afirmaciónes y verdades para que las recordemos y vivamos y veais que no es cosa mía, o de un fervor pasajero sino de la Iglesia reunida en Concilio.El Señor tampoco ha dejado de obrar milagros en el pan o el vino consagrados,  para confirmar nuestra fe. Hay libros escritos sobre esta materia. A nosotros no nos aumentan la fe, porque nosotros nos fiamos totalmente de las palabras de Cristo. También hay otros que la niegan. Es lógico, porque exige fe y la fe no es algo que nosotros podamos ver y probar sino que es un don de Dios, que hay que pedirlo mucho y muchas veces, algo que nosotros no podemos fabricar o dependa de nuestra inteligencia o esfuerzo. Desde la fe y el evangelio podemos afirmar:

1.- La Eucaristía es Cristo amigo que está cumpliendo su promesa: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Aunque a mí me gustan también en este mismo sentido y dirección las otras palabra del Señor:“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos, vosotros sois mis amigos...” y está aquí porque es nuestro amigo y está dando la vida por nosotros y pidiendo al Padre por nosotros y salvándonos en silencio y sin el reconocimiento de muchos, por los cuales se quedó. Y nosotros, ¿qué hacemos por Él? ¿Cómo amamos y frecuentamos estos tres aspectos de la Eucaristía?      ¿Por qué un amor tan grande en Jesús, sabiendo que iba a recibir por parte nuestra tan poco reconocimiento y amor en  unos sagrarios, muchas veces llenos de polvo y olvido, en unas iglesias vacías y abandonadas en las que se habla mucho y se adora poco, como si el Señor no estuviera presente, como si estuvieran deshabitadas?

2.- Un alma, que no ha llorado delante del sagrario, no sabe lo que es felicidad plena en este mundo....tampoco conoce a Cristo y a su evangelio en plenitud, no sabe lo que es religión cristiana ni unión con Dios plena y perfecta. Para que fuera nuestro sacrificio bastaba que estuviera presente en la consagración; para que fuera pan de vida, bastaba que estuviera en el momento de la comunión ¿por qué quiso quedarse de forma permanente en el sagrario sabiendo que  iba a sufrir olvidos y abandonos? ¿Qué le podemos dar nosotros que Él no tenga? ¿Qué quiere, qué busca de nosotros? ¿Por qué se humilla y se rebaja tanto?

Solo hay una respuesta: busca nuestra amistad, nuestra felicidad, nuestra salvación eterna. Es que para Él, nosotros valemos mucho. Fuimos creados y estamos llamados a ser eternidad en Dios. Y este es el encargo que ha recibido del Padre.  Y esto es lo que busca Cristo, lo que nos quiere Dios: nos quiere con su mismo amor trinitario. Y para buscarlo se ha rebajado tanto y ha perdido la cabeza. Estos versos de S. Juan de la Cruz valen para explicarnos lo que El hizo y lo que tenemos que hacer nosotros por El:«Buscando mis amores, iré por esos sotos y riberas, ni cogeré las flores, ni temeré las fieras y pasaré los fuertes y fronteras» (C. B 3).

La Eucaristía es el amor loco, apasionado, infinito, incomprensible del Hijo de Dios, hecho presencia y  comunión en el pan para el hombre y por el hombre. Para conseguirlo, atravesó las fronteras de las finitudes del tiempo y del espacio, no tuvo miedo a las fieras ni a los enemigos del camino, a los olvidos y desprecios de los mismos por los que se encarnaba y se hacía pan de Eucaristía, ni cogió las flores del triunfo y de la resurrección para marcharse con ellas al cielo, sino que quiso quedarse y  compartirlas con todos los hombres. Para todos ha muerto y ha resucitado y permanece en el sagrario.

Perdóname, Jesús, no creía que me amases tanto. Yo también quiero amarte a Tí, sólo a Tí por encima de todo y te lo digo con el canto que entonaremos luego en la comunión:   

  «Véante mi ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos,   múerame yo  luego. Vea quien quisiere  rosas y jazmines, que, si yo te viere, veré mil jardines; flor de serafines, Jesús nazareno, véante mis ojos, múerame yo luego. 

No quiero contento, mi Jesús ausente, que todo es tormento a quien esto siente, solo me sustente, tu amor y deseo, véante mis ojos, muérame yo luego».

3.- Como la presencia eucarística es presencia de Cristo ofrecida permanentemente en amistad, nuestra respuesta tiene que ser amistad personal con Él, trato íntimo y   permanente con Él, ¿cómo es nuestra respuesta? ¿cómo son nuestras misas, nuestras comuniones, nuestra oración eucarística? ¿cuántas veces participamos, comulgamos, le visitamos? Ahí está el Hijo, en el que el Padre se complace desde toda la eternidad, ahí el Cristo de la adúltera que nos mira y nos perdona con ese amor misericordioso y salvador que ningún otro tiene,  ahí el amigo de Lázaro, Marta y María, ahí esta... acércate, no tengas miedo, es el mismo, no te va a reñir, porque lo tengas olvidado ni tiene el carácter agriado por nuestros abandonos, Él está ahí, es el amigo que siempre está en casa, para socorrernos y ayudarnos. Me gustaría que no tuviéramos que esperar hasta el cielo para encontrarnos con El.

Oh Jesús, nosotros creemos y nada ven nuestros ojos ni reflejan nuestras pupilas; nosotros creemos y nada sentimos, solo creemos por la certeza y confianza que nos dan tus palabras: “Esto es mi Cuerpo, ésta es mi sangre”, porque sabemos que esto te agrada, más que creer por milagros o por nuestra experiencia, porque entonces no  creemos en Tí sino por nuestros sentidos y razón. Señor, ayúdanos, yo te digo como el padre de aquel enfermo: “Señor, yo creo pero aumenta mi fe”.

 

4.- Almas eucarísticas necesita el mundo, almas que tengan fe y amor permanentes, amor sacrificado, purificado, heroico y dispuesto a dar la vida, la soberbia, la avaricia, la carne... por Cristo y, al darlo por Cristo, salven al mundo, a los hermanos, porque“sólo los ojos limpios verán a Dios”, a Cristo Eucaristía, al Viviente, al Primogénito, a la Belleza y Hermosura del Padre.

Todos  podemos hablar y predicar de la Eucaristía, y todos podemos ser teólogos, incluso podemos hacer tesis doctorales, pero para ser  testigos del Viviente, del Amor Eucarístico de Cristo, se necesita amor martirial, dar la vida por el amado, sin nimbos de gloria ni reflejos de perfección, en el silencio de cada día, de tu parroquia o situación alejada de honores, como lo hace Cristo en el sagrario, sin testigos que te alaben o te envanezcan. 

Sólo el que ama así, puede entrar en el sagrario y descubrir lo que encierra, sólo ese puede decirnos quien vive allí, sólo ése. Y os lo digo bien claro, queridos feligreses, sin ojos limpios y purificados, sin deseos de conversión permanente no hay amor eucarístico, encuentro y comunión con Cristo, no podemos salvar a este mundo,  no nos hacemos eucaristía con Él. Y aquí radica el gran peligro de la devoción eucarística, tanto para vosotros como para mí, sacerdote, que si no la vivimos, terminamos por no creerla.

Señor, te necesitamos, no te vayas. Te necesitamos para nuestra existencia tan opaca y falta de sentido, si Tú no estás: por qué vivo, para qué vivo; te necesitamos para nuestros hogares tan llenos de todo y ahora vemos que nos falta todo, porque nos faltas Tú, que eres el Todo;  te necesitamos para nuestro corazón tan vacío, que ha confundido amor con egoísmo, sexo y consumismo; te necesitamos para nuestros niños, jóvenes, matrimonios, enfermos, a los que no sabemos consolar y ayudar si no hacemos referencia a tu amor entregado, curativo, lleno de sentido y certezas eternas. Te necesitamos... Almas eucarísticas necesita este mundo, esta parroquia, tu Iglesia. Nosotros queremos ser y buscarte amigos,  porque hemos oído el grito que dirigiste desde tu eucaristía a Sor Benigna de la Consolata:

«Benigna mía, sé apóstol de mi amor. Grita fuerte, que todo el mundo te oiga. Que yo tengo hambre y sed, que muero de ansías de ser comido de mis criaturas. Estoy por ellas en el sacramento del Amor y ellas me hacen tan poco caso. Benigna mía, búscame almas que deseen, que quieran ser mis amigas».

4º JUEVES EUCARÍSTICO 

LA EUCARISTÍA, ESCUELA DE ORACIÓN

4. 1. “Contemplata aliis tradere”: desde la oración eucarística a la misión apostólica

La crisis de la Iglesia, la crisis de los sacerdotes, de los religiosos y de todo bautizado será siempre crisis de oración personal con Cristo, especialmente con Cristo Eucaristía, crisis de misa de domingo, de comunión frecuente, de visitar a Jesucristo Eucaristía en el Sagrario: cómo decir que Jesús, Hijo de Dios y único Salvador de los hombres está ahí, sacerdote de Cristo, y luego tu parroquia no te ve junto al Sagrario, o hablas en la iglesia o junto al Sagrario como si fuera un trasto más de la Iglesia o está la iglesia cerrada todo el día.. no soy yo el que lo dice, lo dice muy claro el papa Juan Pablo II en su encíclica N.M.I. que vamos a leer y meditar un poco.

«Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda la programación pastoral» (NMI 34). Hoy que se habla tanto de compromiso solidario y del voluntariado con los más pobres; pues bien, una persona que ha trabajado hasta la muerte por los más pobres, que son los moribundos y  los niños abandonados en las calles, nos habla de la necesidad absoluta de la oración para ver a Cristo en esos rostros y poder trabajar cristianamente con ellos. Lo dice muy claro la Madre Teresa de Calcuta:

«No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración. Tenemos que ser conscientes de que somos uno con Cristo, como Él era consciente de que era uno con el Padre. Nuestra actividad es verdaderamente apostólica sólo en la medida en que le permitimos que actúe en nosotros a través de nosotros con su poder, con su deseo, con su amor».[1]

“He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Y Jesús es Verdad y es la Verdad y no puede engañarnos y lo está cumpliendo a tope en la Eucaristía. La dificultad estriba más en nosotros que en el amor y los deseos de Jesús. Porque a Él le sobran entrega y ganas de seguir amando y salvando a los hombres, pero a nosotros no nos entra en la cabeza, que el Verbo de Dios, el amado eterna e infinitamente por el Padre e igualmente amante infinitamente en el mismo Espíritu Santo, “ tenga sus delicias en estar con los hijos de los hombres”, que somos como somos, finitos, limitados y que fallamos a cada paso.

En cada misa Cristo nos dice: te quiero, os quiero y doy la vida por ti y por todos los hombres, y mi mayor alegría es que creas en mí y me sigas, que me metas en tu corazón, para que vivamos unidos una misma vida, la mía que te regalo, para que se la entregues a los hermanos, a todos los hombres; toma este pan y  cómeme, soy yo,  este es mi cuerpo que se entrega por tí... al comer mi carne, comes mis actitudes y sentimientos y  debes vivir en mí y   por mí y así debes entregarte a los hombres y así te harás igual a mí y serás hijo en el Hijo y el Padre ya no distinguirá entre los dos, y, estando unidos, verá en tí al Amado, en quien ha puesto  sus complacencias.

Y entonces, Cristo, a través de nuestra humanidad supletoria, que se la prestamos, seguirá salvando a los hombres, renovando todo su misterio de Salvación y  Redención  del mundo, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor extremo, hasta dar la vida, pero en nosotros y por nosotros. Esta presencia de Cristo enviado y apóstol es en nosotros sacerdotes una  realidad  ontológica, por el sacramento del Orden: «por la imposición de las manos y de la oración consacratoria del Obispo, se transforma en imagen real, viva y transparente de Cristo Sacerdote: una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor» (PDV. 15). Igual que el pan, después de la consagración, aparentemente es pan, pero por dentro, es Jesús.

Toda la vida de Cristo, toda su salvación y evangelio y misión se  presencializan en cada misa  y  por la comunión nos comunica todos sus misterios de vida y misión y salvación, y así nos convertimos en humanidades supletorias de la suya, que ya no puede actuar, porque quedó destrozada y ahora, resucitada, ya no es histórica y temporal como la nuestra: “El que me come vivirá por mí”.” Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo...”  Hasta el extremo de su fuerza, de su amor, de su sangre.... Hasta el dintel de lo infinito, de lo divinamente intransferible nos ha amado Cristo Jesús. Así debemos amarle. Quien adora, come o celebra bien la eucaristía termina haciéndose eucaristía perfecta.

Y ahora uno se pregunta lo de siempre: Pero qué le puedo yo dar a Cristo que Él no tenga. No entendemos su amor de entrega total al Padre por nosotros desde el seno de la Trinidad:  “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios... Aquí estoy para cumplir tu voluntad.”. Cristo se queda en el sagrario para buscar continuadores de su tarea y misión salvadora. Por eso la eucaristía, como encarnación continuada de Cristo y aceptada por el Padre, también es obra de los Tres; es obra del Padre, que le sigue enviando para la salvación de los hombres; del Hijo que obedece y sigue aceptando y salvando a los hombres por la celebración de la Eucaristía; del Espíritu Santo, que formó su cuerpo sacerdotal y victimal en el seno de María y ahora, invocado en la epíclesis de la misa,  lo hace presente en el pan y en los que celebran, comulgan y adoran.       

En la eucaristía se nos hace presente el proyecto salvador del amor trinitario del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo; en el Hijo, «encarnado»  en el pan, con fuerza y amor de Espíritu Santo, se nos hacen presentes las Tres Divinas Personas y también toda la historia de Salvación y todo su amor eterno y salvador para con nosotros. Todo esto, el entender este exceso de amor, esta entrega tan insospechada, extrema y gratuita de los Tres en el Hijo, nos cuesta mucho a los hombres, que somos limitados y  finitos en amar, que  somos calculadores en nuestras entregas, que, en definitiva, ante este amor infinito, no somos nada, ni entendemos nada,  si no fuera por la fe, que oscuramente nos da noticias de este amor.

Y digo oscuramente, no porque la fe, la luz de Dios, la comunicación no sea clara y manifiesta, sino porque nuestras pupilas humanas tienen miopía y cataratas de limitaciones humanas para ver y comprender la luz divina y por su misma naturaleza nuestro entendimiento y nuestro corazón no están capacitados y preparados y adecuados para tanta luz y tanto amor. Es el exceso de luz divina, del amor divino en Cristo, que excede como rayo a las pupilas humanas de la  razón, lo que impide ver a nuestros ojos, que no están acostumbrados a estas verdades y resplandores y amores, y, por eso, hay que purificar, limpiar criterios y afectos, adecuar las facultades, que diría San  Juan de la Cruz.

Por eso, para comprender esta realidad en llamas, que es  la Eucaristía, el Señor tiene que limpiar todo lo sucio que tenemos dentro, toda la humedad del leño viejo y de pecado que somos, tanta ignorancia de lo divino, de lo que Dios tiene y encierra para sí y para nosotros. Como dice San Juan de la Cruz, primero hay que acercar el leño al fuego de la oración; nosotros tenemos que acercarnos al fuego de Cristo, mediante la oración eucarística, para que nos vaya contagiando su fuego y sus ansias apostólicas, desde el Padre que le sigue enviando continuamente por amor y ternura eterna hacia el hombre.

Por esta causa, la Eucaristía es también amor extremo del Padre “que tanto amó al mundo que entregó a su propio Hijo...”; luego, el fuego de la oración, que es unión con Dios, lo empieza a calentar y a poner a la misma temperatura que el fuego, para poder quemarlo y  transformarlo, pero para eso y antes de convertirse en llama de amor viva, el fuego pone negro el madero antes de prenderlo: son las noches y las purificaciones.. Lo explica muy bien San Juan de la Cruz: «Lo primero, podemos entender cómo la misma luz y sabiduría amorosa que se ha de unir y transformar en el alma es la misma que al principio la purga y dispone; así como el mismo fuego que transforma en sí al madero, incorporándose en él , es el que primero le estuvo disponiendo para el mismo efecto» ( N II 3).

Aunque San Juan de la Cruz se refiere a la oración en general, pero contemplativa, vale para todo encuentro con Cristo, especialmente eucarístico:

 «De donde, para mayor claridad de lo dicho y de lo que se ha de decir, conviene aquí notar que esta purgativa y amorosa noticia o luz divina que aquí decimos, de la misma manera se ha en el alma purgándole y disponiéndola para unirla consigo perfectamente, que se ha el fuego en el madero para transformarle en sí; porque el fuego material, en aplicándose al madero, lo primero que hace es comenzarle a secar, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua que en sí tiene; luego le   va poniendo negro, oscuro y feo y aun de mal olor y  yéndole secando poco a poco, le va sacando luz y echando afuera todos los accidentes feos y oscuros que tiene contrarios al fuego, y finalmente, comenzándole a ponerle hermoso con el mismo fuego; en el cual término, ya de parte del madero ninguna pasión hay ni acción propia, salva la gravedad y cantidad más espesa que la del fuego, porque las propiedades de fuego y acciones tiene en sí; porque está seco, y seco está; caliente, y caliente está; claro y esclarece; está ligero mucho más que antes, obrando el fuego en él esta propiedades y efectos»  (IIN 13, 3-6).

Por esto mismo la escuela de la oración eucarística se convierte en la escuela más eficaz de apostolado, purificando y quitando los pecados del apóstol, que impiden la unión de los sarmientos a la vid para dar fruto, y le ilumina a la vez con el fuego del amor para lanzarle a la acción. Y, cuando el fuego prende al madero, al apóstol, entonces se hace una misma llama de amor viva con Él, es ascua viva y encendida en su fuego de  Amor de Espíritu Santo:  Dios y el hombre en una sola realidad en llamas, el que envía y el enviado, la misión y la persona, el mensaje y el mensajero: «¡Oh llama de amor viva, / qué tiernamente hieres/ de mi alma en el más profundo centro!» Son todos los verdaderos santos apóstoles, sacerdotes, religiosos, padres de familia...que han existido y seguirán existiendo.

Juan Pablo II en su Carta Apostólica NMI. ha insistido repetidas veces en la oración como fundamento y prioridad de la acción pastoral: «Trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los   resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestros servicios a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que sin Cristo “no podemos hacer nada” (cf. Juan 15, 5). La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con Él, la primacía de la vida interior y de la santidad».[2]

Lo dice muy bien el Responsorio breve de II Vísperas del Oficio de Pastores: « V. Éste es el que ama a sus hermanos * El que ora mucho por su pueblo. R.  El que entregó su vida por sus hermanos.* El que ora mucho por su pueblo».

 Para comprender y saber de Eucaristía, hay que estar en llamas, como Cristo Jesús, al instituirla; aquella noche del Jueves Santo, el Señor no lo podía disimular,  le temblaba el pan en las manos, qué deseos, qué emoción..., y por eso mismo,  qué vergüenza siento yo de mi rutina y ligereza al celebrarla, al comulgar y comer ese pan ardiente, en visitarlo en el sagrario siempre con los brazos abiertos al amor y a la amistad. Si uno logra esta unión de amor con el Señor, entonces uno no tiene que envidiar a los apóstoles ni a los contemporáneos del Cristo de Palestina, porque de hecho, ni siquiera con la  resurrección, los apóstoles llegaron a quemarse de amor a Cristo sino sólo cuando ese  Cristo,  se hizo Espíritu Santo, se hizo llama, se hizo fuego transformante por dentro, solo entonces se hizo Pentecostés: “Estaban reunidos los apóstoles en el cenáculo con María, la madre de Jesús”.

Ya se lo había dicho antes y repetidamente Jesús:  “Os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo... Pero si yo me voy, os lo enviaré.. Él os llevará hasta la verdad completa”. Que la eucaristía, fuego divino de Cristo, nos queme y nos transforme en llama de amor viva y apostólica, a todos los bautizados, llamados a la santidad, especialmente a los sacerdotes, consagrados con la fuerza del Espíritu Santo, Llama viva del Amor Trinitario.  

5º JUEVES EUCARÍSTICO 

PRIMERA MEDITACIÓN

HOMILÍA DEL CORPUS

Queridos hermanos: Las primeras palabras de la institución de la Eucaristía, así como todo el discurso sobre el pan de vida, en el capítulo sexto de San Juan, versan sobre la Eucaristía como alimento, como comida. Lógicamente esto es posible porque el Señor está en el pan consagrado. Pero su primera intención, sus primeras palabras al consagrar el pan y el vino es para que sean nuestro alimento de vida cristiana, de vida de fe den Cristo salvador, de esperanza de vida eterna y de caridad para con Dios y los hermanos :”Tomad y comed..estregado por vosotros. tomad y bebed...es mi sangre derramada por vosotros”; “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... “... si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...” Por eso, en esta fiesta del Cuerpo y de la Sangre del Señor, vamos a hablar de este deseo de Cristo de ser comido de amor y con fe por todos nosotros.

LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN

La plenitud del fruto de la Eucaristía viene a nosotros sacramentalmente por la Comunión eucarística. La Eucaristía como Comunión es el momento de mayor unión sacramental con el Señor, es el sacramento más lleno de Cristo que recibimos en la tierra, porque no recibimos una gracia sino al autor de todas las gracias y dones, no recibimos agua abundante sino la misma fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna. Por la comunión realizamos la mayor unión posible en este mundo con Cristo y sus dones, y juntamente con Él y por Él, con el Padre y el Espíritu Santo. Por la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como Iglesia y cuerpo de Cristo: «Ninguna comunidad cristiana se  construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la sagrada Eucaristía» (PO 6).

Por eso, volvería a repetir aquí todas las mismas exhortaciones que dije en relación con no dejar la santa Eucaristía del domingo. Comulgad, comulgad, sintáis o no sintáis, porque el Señor está ahí, y hay que pasar por esas etapas de sequedad, que entran dentro de sus planes, para que nos acostumbremos a recibir su amistad, no por egoísmo, porque siento más o menos, porque me lo paso mejor o pero, sino principalmente por Él, porque Él es el Señor y yo soy una simple criatura, y tengo necesidad de alimentarme de Él, de tener sus mismos sentimientos y actitudes, de obedecer y buscar su voluntad y sus deseos  más que los míos, porque si no, nunca entraré en el camino de la conversión y de la amistad sincera con Él. A Dios tengo que buscarlo siempre porque Él es lo absoluto, lo primero, yo soy simple invitado, pero infinitamente elevado hasta Él por pura gratuidad, por pura benevolencia.

 Dios es siempre Dios. Yo soy simple criatura, debo recibirlo con suma humildad y devoción, porque esto es reconocerlo como mi Salvador y Señor, esto es creer en Él, esperar de Él, pero sin dudar nunca ni olvidad que viene a mí por amor para vivir su vida y hacerme feliz con sus mismos sentimientos de amor al Padre y a los hermanos. Eso es comulgar con Cristo, comulgar con su amor y sentimientos, con su vida de entrega a Dios y a los hermanos. Luego vendrán otros sentimientos. Es que no me dice nada la comunión, es que lo hago por  rutina, tú comulga con las debidas condiciones y ya pasará toda esa sequedad, ya verás cómo algún día notarás su presencia, su cercanía, su amor, su dulzura.     

 Los santos, todos los verdaderamente santos, pasaron a veces  años y años en noche oscura de entendimiento, memoria y voluntad,  sin sentir nada, en purificación de la fe, esperanza y caridad, hasta que el Señor los vació de tanto yo y pasiones personales que tenían dentro y poco a poco pudo luego entrar en sus corazones y llegar a una unión grande con ellos.

 Lo importante de la comunión como de la fe en Dios no es sentir o no sentir, sino vivir y esforzarse por cumplir la voluntad de Dios en todo y para eso comulgo, para recibir fuerzas y estímulos y amar y perdonar como Él lo hizo, comulgar para que Cristo viva en mi su misma vida;la comunión te ayudará a superar todas las pruebas, todos los pecados, todas las sequedades. La sequedad, el cansancio, si no es debido a mis pecados, no pasa nada. El Señor viene para ayudarnos en la luchas contra los pecados veniales consentidos, que son la causa principal de nuestras sequedades y finalmente de comer a Cristo pero no comulgar con sus vida y sentimientos.

Y para eso, sin conversión de nuestros pecados no hay unión, ni amistad ni comunión con Cristo, con el Cristo de la humildad, del amor extremo a Dios y a los hombres. Y para eso, para comulgar plenamente con Cristo tiene que venir la noche de la fe, y la cruz y la pasión, la muerte total del yo, de mi yo por el de Cristo, de ese yo egoista y soberbiio que se esconde en los mil repliegues de

nuestra existencia, hay que pasarlas antes de llegar a la transformación y la unión perfecta con Dios.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de fe y amor en Dios y en todo su misterio, en su doctrina, en su evangelio; manifestamos y demostramos que queremos vivir en nosotros todo  evangelio, todo el misterio de Cristo, todo lo que  ha dicho y ha hecho, creemos que Él es Dios, que hace y realiza lo que dice y ha prometido a los que comulgan con Él, y yo lo creo y deseo y pido y por eso, comulgo con Él y su vida y sus sentimientos comiendo y alimentándeme con el Pan de la vida eterna, Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de amor a quien dijo “Tomad y Comed, esto es mi Cuerpo”, porque acogemos su entrega y su amistad, damos adoración y alabanza a su cuerpo entregado como don, y esperamos en Él como prenda de la gloria futura. Creemos y recibimos su misterio de fe y de amor:“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... Si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...”. Le ofrecemos nuestra fe y comulgamos con sus palabras.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de esperanza, porque deseamos que se cumplan en nosotros sus promesas y por eso comulgamos, creemos y esperamos en sus palabras y en su persona:“Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan, vivirá eternamente... si no coméis mi carne, no tenéis vida en vosotros...”.

Señor, nosotros queremos tener tu vida, tu misma vida, tus mismos deseos y actitudes, tu mismo amor al Padre y a los hombres, tu misma entrega al proyecto del Padre... queremos ser humildes y sencillos como Tú, queremos imitarte en todo y vivir tu misma vida, pero yo solo no puedo, necesito de tu ayuda, de tu gracia, y por eso, comulgo, te como a ti, me alimento de tu pan de cada día, que alimenta estos sentimientos. Para los que no comulgan o no lo hacemos con las debidas disposiciones, sería bueno meditásemoa este soneto de Lope de Vega, donde Cristo llama insistentemente a la puerta de nuestro corazón, siempre que comulgamos, sin recibir  respuesta:

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras,

qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡qué extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:

<Alma, asómate ahora a la ventana

verás con cuánto amor llamar porfía¡>

¡Y cuántas, hermosura soberana,

<mañana le abriremos>, respondía,

para lo mismo responder mañana!

¿Habrá alguno de vosotros que responda así a Jesús? ¿Habrá corazones tan duros entre vosotros y vosotras, hermanos creyentes de esta parroquia? Que todos abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo, que no le hagamos esperar más. Todos llenos del mismo  deseo, del mismo amor de Cristo; así hay que hacer Iglesia, parroquia, familia. Cómo cambiarían los pueblos, la juventud, los matrimonios, los hijos, si todos comulgáramos al mismo Cristo, el mismo evangelio, la misma fe.

Cuando comulguéis, podéis decirle: Señor, acabo de recibirte, he comido tu Cuerpo para vivir tu misma vida en mi persona, en mi alma, en mi vida, en mi corazón, que tu comunión llegue a todos los rincones de mi carácter, de mi cuerpo, de mi lengua y sentidos, que todo mi ser y existir viva unido a Ti, que no se rompa por nada esta unión.

Qué alegría tenerte conmigo, tengo el cielo en la tierra porque el mismo Jesucristo vivo y resucitado que sacia a los bienaventurados en el cielo, ha venido a mí ahora; porque el cielo es Dios, eres Tú, Dios mío, y Tú estás dentro de mí. Con qué recogimiento, respeto, adoracion debo recibirte.

Tráeme del cielo tu resurrección, que al encuentro contigo todo en mí resucite, viva tu vida, la vida nueva, no la mía, sino la tuya, la vida nueva de amor y gracia, la vida divina que me has conseguido en la misa, en tu entre de amor hasta dar la vida para gloria del Padre y amor y salvación de tus hermanos, los hombres; Señor, que esté bien despierto en mi fe, en mi amor, en mi esperanza cuando te como con amor; cúrame, fortaléceme, ayúdame y si he de sufrir y purificarme de mis defectos, para poder comulgar de verdad con tus sentimientos, y tengo que amar y perdonar a los hermanos, que sienta que tú estás conmigo y han venido para ayudarme, para cumplir la misión del Padre.

¡Jesucristo, Eucaristía divina! ¡Cómo te deseo!¡Cómo te busco! ¡Cómo te necesito!¡Con qué hambre de tu presencia camino por la vida! Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y que no son míos, porque yo no los sé fabricar ni  todo esto que siento. ¡Qué nostalgia de mi Dios cada día! Necesito comerte ya, porque si no moriré de ansias del pan de vida. Necesito comerte ya para amarte y sentirme amado. Quiero comer para ser comido y asimilado por el Dios vivo. Quiero vivir mi vida siempre en comunión contigo. Todos los días le digo a Cristo en el Sagrario dos oraciones eucarísticas. Una de ella es esta:

Jesucristo, Eucaristía divina, HIJO DE DIOS ENCARNADO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y  EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE!

Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida y quedarte siempre en el Sagrario en intercesión y oblación perenne al Padre por la salvación de los hombres.

TAMBIÉN YO QUIERO  DARLO TODO POR TI Y PERMANECER SIEMPRE CONTIGO IMPLORANDO LA MISERICORDIA DIVINA sobre mi  PARROQUIA Y EL MUNDO ENTERO.

¡Jesucristo,Eucaristía ivina, ¡Cuánto te deseo, cómo te  busco, con qué hambre de Ti camino por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día!

¡Jesucristo Eucaristía, quiero verte para tener la Luz del Camino, de la Verdad y de la Vida;

QUIERO ADORARTE, PARA CUMPLIR CONTIGO LA VOLUNTAD DEL PADRE HASTA DAR LA VIDA; 

quiero comulgarte, para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor!;

y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo sacerdote y víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero entrar así en el Misterio de mi Dios Trino y Uno, con Jesucristo Sacerdote Único y Eucaristía perfecta,  por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

Qué gozo haberte conocido, ser tu sacerdote y amigo, vivir en tu misma casa, bajo tu mismo techo.

6º JUEVES EUCARÍSTICO 

 1ª MEDITACIÓN

LA ESPIRITUALIDAD DE LA EUCARISTÍA

¿CÚALES SON LOS SENTIMIENTOS O VIVENCIAS QUE DEBEMOS TENER TODOS NOSOTROS, TANTO SACERDOTES COMO RELIGIOSAS Y CRISTIANOS CUANDO PARTICIPAMOS EN LA MISA O COMULGAMOS O VISITAMOS AL SEÑOR EN EL SAGRARIO?

3. 2.  LA EUCARISTÍA, TANTO COMO MISA, COMO COMUNIÓN O COMO PRESENCIA DE CRISTO EN EL SAGRARIO,  NOS ENSEÑA Y EXIGE A TODOS LOS PARTICIPANTES RECORDAR Y VIVIR SU VIDA, HACIÉN­DOLA PRESENTE EN NOSOTROS, COMO ÉL NOS DIJO: “Y CUANTAS VECES HAGÁIS ESTO, ACORDAOS DE MI”.

La presencia eucarística de Jesucristo en el Sagrario, o en la Hostia ofre­cida e inmolada en la santa misa o comida y asimilada por nosotros en la sagrada comunión, es decir, Cristo en la Eucaristía como misa, como comunión o presencia en el Sagrario, nos recuerda a todos nosotros y nos hace presente, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo amó al Padre y por amor al Padre y salvarnos a todos los hombres se hizo obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humani­dad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consid­eró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5–11).

¿CÚALES SON LOS SENTIMIENTOS O VIVENCIAS QUE PROVOCA Y DEBEMOS TENER TODOS NOSOTROS, TANTO SACERDOTES COMO RELIGIOSAS Y CRISTIANOS CUANDO PARTICIPAMOS EN LA MISA O COMULGAMOS O VISITAMOS AL SEÑOR EN EL SAGRARIO?

3.3. UN PRIMER SENTIMIENTO O VIVENCIA: YO TAMBIÉN QUIE­RO OBEDECER AL PADRE HASTA LA MUERTE.

Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo Eucar­istía, también yo quiero obedecer al Padre, como Tú, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambi­ciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que el Padre disponga de mi vida, según su voluntad.

Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego a Ti; Señor, ayúdame, lo espero confiada­mente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, me cuesta poner de rodillas mi vida ante ti, y mira que lo pretendo, pero vuelvo a adorarme, yo quiero adorarte sólo a ti, porque tú eres Dios, yo soy pura criatura, pero yo no puedo si Tú no me enseñas y me das fuerzas... por eso he vuelto esta noche para estar contigo y que me ayudes. Y aquí, en la pres­encia del Señor, uno analiza su vida, sus fallos, sus aciertos, cómo va la vivencia de la Eucaristía, como misa, comunión, presencia, qué ratos pasa junto al Sagrario...Y pide y llora y reza y le cuenta sus penas y alegrías y las de los suyos y de su parroquia y la catequesis...etc.

3. 4. UN SEGUNDO SENTIMIENTO: SEÑOR, QUIE­RO  HACERME OFRENDA CONTIGO AL PADRE

Lo expresa así el Vaticano II: «Los fieles...participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos junta­mente con ella» (la LG.5).

La presencia eucarística es la prolongación de esa ofren­da, de la misa. El diálogo podía escoger esta vereda: Señor, quie­ro hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir sólo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de gloria de la Santísima Trinidad, in laudem gloriae Ejus.

Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré consagrado, ya no me pertenezco, ya soy una cosa contigo, seré sacerdote y víctima de mi ofrenda, y cuando salga a la calle, como ya no me pertenezco sino que he quedado consagrado contigo, quiero vivir sólo contigo para los intereses del Padre, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la Eucaristía: San Pablo: “ es Cristo quien vive en mí...”

Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tienes ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado, ocupar el segundo puesto, soportar la envidia, las críticas injustas... “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo pero no soy yo...”.

Tu humanidad ya no es temporal; pero conservas total­mente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío, pero ya sabes que soy débil, necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu Eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mí. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mí... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegraos; buscad al Señor y vivirá vues­tro corazón. Porque el Señor escucha a sus pobres” (Sal 69).

3. 5. OTRO SENTIMIENTO: “ACORDAOS DE MI”: SEÑOR, QUIERO ACORDARME...

Otro sentimiento que no puede faltar al adorarlo en su presencia eucarística está motivado por las palabras de Cristo: “Cuando hagáis esto, acordaos de mí...” Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarísti­ca, me quiero acordar de toda tu vida, de tu Encarnación hasta tu Ascensión, de toda tu Palabra, de todo ñel evangelio, pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos... cuán­to me amas, cuánto nos deseas, nos regalas... “Éste es mi cuerpo, Ésta mi sangre derramada por vosotros...”

Con qué fervor quiero celebrar la Eucaristía, comulgar con tus sentimientos, imitarlos y vivirlos ahora por la oración ante tu presencia; Señor, por qué me amas tanto, por qué te reba­jas tanto, por qué me buscas tanto, porqué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Ti, Cristo, yo valgo mucho para el Padre: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo...”, ellos me valoran más que todos los hombres, valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí... te amo, te amo, te amo... Tu amor me basta.

Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado, yo, tan rutinario, tan limitado, siempre tan egoísta, soy pura criatura, y Tú eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tú el Todo y yo la nada. Si es mi amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, qué honor para una simple cria­tura que el Dios infinito busque su amor. Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero.

3. 6. EN EL “ACORDAOS DE MÍ”..., ENTRA EL AMOR DE CRISTO A LOS HERMANOS

Debe entrar también el amor a los hermanos, –no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos–, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

Sí, Cristo, quiero acordarme ahora de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

“Acordaos de mí…”: Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de Tí y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así, arrodillándome, lavan­do los pies de mis hermanos, dándome en comida de amor como Tú, pisando luego tus mismas huellas hasta la muerte en cruz...

Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Tí y de tu entrega en cada Euca­ristía, en cada sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Tí pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida.

Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de lo otros, pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor.

Cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y Tú... siempre olvidar y perdonar, olvidar y amar, yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como Tú, amando, perdonando, olvidando... “Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso estoy aquí, comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

“Acordaos de mí...” El Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la santa Eucaristía, es el que realiza la presencia sacramental de Cristo en el pan consagrado, como una continu­ación de la Encarnación del Verbo en el seno de María. Toda la vida de la Iglesia, todos los sacramentos se realizan por la poten­cia del Espíritu Santo.

Y ese mismo Espíritu, Memoria de la Iglesia, cuando estamos en la presencia del Pan que ha consagrado y sabe que el Padre soñó para morada y amistad con los hombres, como tienda de su presencia, de la santa y una Trinidad, ese mismo Espíritu que es la Vida y Amor de mi Dios Trino y Uno, cuan­do decidieron en consejo trinitario esta presencia tan total y real de la Eucaristía, es el mismo que nos lo recuerda ahora y abre nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestro corazón, para que comprendamos las Escrituras y comprendamos a un Dios Padre, que nos soñó y nos creó para una eternidad de gozo con Él, a un Hijo que vino en nuestra búsqueda y nos salvó y no abrió las puertas del cielo, al Espíritu de amor que les une y nos une con Él en su mismo Fuego y Potencia de Amor Personal con que lo ideó y lo llevó y sigue llevando a efecto en un hombre divino, Jesús de Nazaret: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

¡Jesús, qué grande eres, qué tesoros encierras dentro de la Hostia santa, cómo te quiero! Ahora comprendo un poco por qué dijiste, después de realizar el misterio eucarístico: “Acord­aos de mí...”, me acuerdo, me acuerdo de ti, te adoro y te amo aquí presente. ¡Cristo bendito! no sé cómo puede uno correr en la cele­bración de la Eucaristía o aburrirse en la Adoración Eucarísti­ca cuando hay tanto que recordar y pensar y vivir y amar y quemarse y adorar y descubrir y vivir tantas y tantas cosas, tantos y tantos misterios y misterios... galerías y galerías de minas y cavernas de la infinita esencia de Dios, como dice San Juan de la Cruz: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

7º JUEVES EUCARÍSTICO 

1ª MEDITACIÓN

YO TAMBIÉN, COMO JUAN, QUIERO RECLI­NAR MI CABEZA SOBRE TU CORAZÓN EU­CARÍSTICO…

Quiero aprenderlo todo en la Eucaristía, de la Eucaristía reclinando mi cabeza en el corazón del Amado, de mi Cristo, sintiendo los latidos de su corazón, escuchando directamente de Él palabras de amor, las mismas de entonces y de ahora, que sigue hablándome en cada Eucaristía. En definitiva, ¿no es la Eucaristía también oración y plegaria eucarística? ¿No es la plegaria eucarística lo más importante de la Eucaristía, la que realiza el misterio?

Para comprender un poco todo lo que encierra el “acord­aos de mí” necesitamos una eternidad, y sólo para empezar a comprenderlo, porque el amor de Dios no tiene fín. Por eso, y lo tengo bien estudiado, en la oración sanjuanista, cuanto más elevada es, menos se habla y más se ama, y al final, sólo se ama y se siente uno amado por el mismo Dios infinito y trinitario.

Por eso el alma enamorada dirá: “Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que solo en amar es mi ejercicio...” Se acabaron los signos y los trabajos de ritos y las apariencias del pan porque hemos llegado al corazón de la liturgia que es Cristo, que viene a nosotros, hemos llegado al corazón mismo de lo celebrado y significado, todo lo demás fueron medios para el encuentro de salvación; ¡qué infinita, qué hermosa, qué rica, qué profunda es la liturgia católica, siempre que trascendamos el rito, siempre que se rasgue el velo del templo, el velo de los signos! ¡cuántas cavernas descubrimientos y sorpresas infinitas y continuas nos reserva!

Para mí liturgia y vida y oración todo es lo mismo en el fondo, la liturgia es oración y vida, y la vida y la oración es liturgia. Parece que las ceremonias son normas, ritos, gestos externos de la Eucaristía, pero la verdad es que todo va preñado de presencia, amor y vida de Cristo y de Trinidad. Hasta aquí quiere mi madre la Iglesia que llegue cuando celebro la Eucaristía; por la liturgia sagrada Dios irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre y llenarlo de su amor y salvación.

Yo quisiera ayudarme de las mediaciones y amar la liturgia, como Teresa de Jesús, porque en el corazón del rito me encuentro con el cordero degollado delante del trono de Dios, pero no quedar atrapado por los signos y las mediaciones o convertirlas en fin y andar de acá para allá con más movimientos. Yo sólo las hago para encontrarme al Amado, su vida y salvación, la gloria de mi Dios, sin quedarme en ellas, sino caminos para llegar a la Trinidad que irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre. Y cuando por el rito llego al corazón de la liturgia: «Entréme donde no supe y quedéme no sabiendo, toda sciencia trascendiendo.

Yo no supe dónde entraba, pero, cuando allí me vi, sin saber dónde me estaba, grandes cosas entendí; no diré lo que sentí, que me quedé no sabiendo, toda sciencia trascendiendo».

En cada Eucaristía, en cada comunión, en cada sagrario Cristo sigue diciéndonos: “Acordaos de mí...,” de las ilusiones que el Padre puso en mí, soy su Hijo amado, el predilecto, no sabéis lo que me ama y las cosas y palabras que me dice con amor, en canción de Amor Personal y Eterno, me lo ha dicho todo y totalmente lo que es y me ama con una Palabra llena de Amor Personal al darme su paternidad y aceptar yo con el mismo Amor Personal ser su Hijo y el Padre te quiere hijo en mí, en el Hijo con esa misma potencia infinita de amor de Espíritu Santo me comunica y engendra; con qué pasión de Padre te la entrega y con qué pasión de amor de Hijo tú la recibes en Mí, no sabéis todo lo que me dice en canciones y éxtasis de amores eternos, lo que esto significa para mí y para ti que yo quiero comunicároslo y compartirlo como amigo con vosotros; acordaos del Fuego de mi Dios, que ha depositado en mi corazón para vosotros, su mismo Fuego y Gozo y Espíritu. La Eucaristía es el cielo en la tierra, la morada de la Trinidad para los que han llegado a estas alturas, a esta unión de oración mística, unitiva, contemplativa, transformativa.

“Acordaos de mí”, de mi emoción, de mi ternura personal por vosotros, de mi amor vivo, vivo y real y verdadero que ahora siento por vosotros en este pan, por fuera pan, por dentro mi persona amándoos hasta el extremo, en espera silenciosa, humilde, pero quemante por vosotros, deseándoos a todos para el abrazo de amistad, para el beso personal para el que fuisteis creados y el Padre me ha dado para vosotros, tantas y tantas cosas que uno va aprendiendo luego en la Eucaristía y ante el sagrario, porque si el Espíritu Santo es la memoria del Padre y de la Iglesia, el sagrario es la memoria de Jesucristo entero y completo, desde el seno del Padre hasta Pentecostés.

“Acordaos de mí”, digo yo que si esta memoria del Espíritu Santo, este recuerdo, no será la causa de que todos los santos de todos los tiempos y tantas y tantas personas, verdaderamente celebrantes de ahora mismo, hayan celebrado y sigan haciéndolo despacio, recogidos, contemplando, como si ya estuvieran en la eternidad, “recordando” por el Espíritu de Cristo lo que hay dentro del pan y de la Eucaristía y de la Eucaristía y de las acciones litúrgicas tan preñadas como están de recuerdos y realidades presentes y tan hermosas del Señor, viviendo más de lo que hay dentro que de su exterioridad, cosa que nunca debe preocupar a algunos más que el contenido, que es, en definitiva, el fín y la razón de ser de las mismas.

“Acordaos de mí”; recordando a Jesucristo, lo que dijo, lo que hace presente, lo que Él deseó ardientemente, lo que soñó de amistad con nosotros y ahora ya gozoso y consumado y resucitado, puede realizarlo con cada uno de los participantes... el abrazo y el pacto de alianza nueva y eterna de amistad que firma en cada Eucaristía, aunque le haya ofendido y olvidado hasta lo indecible, lo que te sientes amado, querido, perdonado por Él en cada Eucaristía, en cada comunión, digo yo... pregunto si esto no necesita otro ritmo o deba tenerse más en cuenta.... como canta San Juan de la Cruz: «Qué bien se yo la fuente, que mana y corre, aunque es de noche.  (A oscuras de los sentidos, sólo por la fe)

Aquesta eterna fonte está escondida, en este vivo pan por darnos vida,

aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas  y de esta agua se hartan, aunque oscuras, porque es de noche. Aquesta viva fuente que deseo, en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche»

Quiero terminar esta reflexión invitándoos a todos a diri­gir una mirada llena de amor y agradecimiento a Cristo esperan­do nuestra presencia y amistad en todos los sagrarios de la tierra y por el cual nos vienen todas las gracias de la salvación:

Jesucristo, Eucaristía perfecta de obediencia, adoración y alabanza al Padre y sacerdote único del Altísimo: Tú lo has dado todo por nosotros con amor extremo hasta dar la vida y quedarte siempre en el sagrario; también nosotros queremos darlo todo por Ti y ser siempre tuyos, porque para nosotros Tú lo eres todo, queremos que lo seas todo.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CREEMOS EN TI.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CONFIAMOS EN TI

¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS!

2ª MEDITACIÓN

¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS EL PAN EUCARÍSTICO?

       1. PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Padre que me pensó para una Eternidad de felicidad con Él, y, roto este primer proyecto por el pecado de Adán, me envió a su propio Hijo, para recuperarlo y rehacerlo, pero con hechos maravillosos que superan el primer proyecto, como es la institución de la Eucaristía, de su presencia permanente entre los hombres. Por eso, la adoramos y exponemos públicamente al “amor de los amores”: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

       2. PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Hijo que se hizo carne por mí, para revelarme y realizar este segundo proyecto del Padre, tan maravilloso que la Liturgia Pascual casi blasfema y como si se alegrase de que el primero fuera destruido por el pecado de los hombres: «¡Oh feliz culpa, que nos mereció un tan grande Salvador!» La Eucaristía y la Encarnación de Cristo tienen muchas cosas comunes. La Eucaristía es una encarnación continua de su amor en entrega a los hombres.

       3. PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Espíritu de Cristo, que es amor de Espíritu Santo, por cuyo amor, por cuya potencia de amor el pan se convierte en Cristo y Cristo se encarna en un trozo de pan para seguir amando y salvando a los hombres. Es el mismo Cristo con el mismo amor, con los mismos sentimientos, con la misma entrega, amando hasta el extremo, extremo de vida, del fuerzas, extremos de entrega.

       4. PORQUE EN ESE PAN CONSAGRADO ESTÁ el cuerpo, sangre, alma y Divinidad de Cristo, que sufrió y murió por mí y resucitó para que yo tuviera comunión de vida y amor eternos con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ningún de los que creen en Él”; “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan, vivirá para siempre... vivirá por mí...”

       «La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento. Cuando Jesús anuncia por primera vez esta comida, los oyentes se quedaron asombrados y confusos, obligando al Maestro a recalcar la verdad objetiva de sus palabras: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6,53). No se trata de alimento metafórico: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida»” (Jn 6,55) (Ecclesia de Eucharistia 16)».

       5. PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está Jesucristo vivo, vivo y resucitado, que antes de marcharse al cielo... “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en la noche de la Última Cena, cogió un poco de pan y dijo: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre que se derrama por vosotros” y como Él es Dios, así se hizo y así permanece por los siglos, como pan que se reparte con amor, como sangre que se derrama en sacrificio para el perdón de nuestros pecados.

        «La eficacia salvífica del sacrificio se realiza cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, «derramada por muchos para perdón de los pecados» (Mt 26,28). Recordemos sus palabras: «Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí». Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente» (Ecclesia de Eucharistia 16).

6. PORQUE EN ESTE PAN EUCARÍSTICO está el precio que yo valgo, el que Cristo ha pagado para rescatarme; ahí está la persona que más me ha querido, que más me ha valorado, que más ha sufrido por mí, el que más ha amado a los hombres, el único que sabe lo que valemos cada uno de nosotros, porque ha pagado el precio por cada uno. Cristo es el único que sabe de verdad lo que vale el hombre, la mayoría de los políticos, de los filósofos, de tanto pseudo-salvadores, científicos y cantamañanas televisivos no valoran al hombre, porque no lo saben ni han pagado nada por él ni se han jugado nada por él; si es mujer, vale lo que valga su físico, y si es hombre, lo que valga su cartilla, su dinero, pero ninguno de esos da la vida por mí. El hombre es más que hombre, más que esta historia y este espacio, el hombre es eternidad. Solo Dios sabe lo que vale el hombre. Porque Dios pensó e hizo al hombre, y porque lo sabe, por eso le ama y entregó a su propio Hijo para rescatarlo. ¡Cuánto valemos! Valemos el Hijo de Dios muerto y resucitado, valemos la Eucaristía.

       7. Porque «… en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, pascua y pan vivo que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo» (PO 6).

       «...los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente unidos a la Sagrada Eucaristía y a ella se ordenan.” “Ninguna Comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzar toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 5 y 6).

       Por todo ello y mil razones más, que no caben en libros sino sólo en el corazón de Dios, los católicos verdaderos, los que creen de verdad y viven su fe, adoramos, visitamos y celebramos los misterios de nuestra fe y salvación y nos encontramos con el mismo Cristo Jesús en la Eucaristía.

       Queridos hermanos, en este día del Corpus expresemos nuestra fe y nuestro amor a Jesús Eucaristía por las calles de nuestra ciudad, mientras cantamos: «adoro te devote, latens deitas»: Te adoro devotamente, oculta divinidad, bajo los signos sencillos del pan y del vino, porque quien te contempla con fe, se extasía de amor. ¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

       8. Porque esta presencia de Cristo como amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres se puede gozar ya por la fe y la oración afectiva;  sólo la fe viva y despierta por el amor nos lleva poco a poco a reconocerla y descubrirla y gozar al Señor, al Amado, bajo las especies del pan y del vino: «visus, tactus, gustus in te fallitur, sed auditu solo tuto creditur: no se puede experimentar y vivir con gozo desde los sentidos», es la fe la que descubre su presencia... «y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura».

“¡Es el Señor!”exclamó el apóstol Juan en medio de la penumbra y niebla del lago de Genesaret después de la resurrección, mientras los otros discípulos, menos despiertos en la fe y en el amor, no lo habían descubierto. Si no se descubre su presencia y se experimenta, para lo cual no basta una fe heredada y seca sino que hay que pasar a la fe personal e iluminada por el fuego del amor, el sagrario se convierte en un trasto más de la iglesia y una vida eucarística pobre indica una vida cristiana y un apostolado pobre, incluso nulo. Qué vida tan distinta en un seglar, sobre todo en un sacerdote, qué apostolado tan diferente entre una catequista, una madre, una novia eucarística y otra que no ha encontrado todavía este tesoro y no tiene intimidad con el Señor.

       Conversar y pasar largos ratos con Jesús Eucaristía es vital y esencial para mi vida cristiana, sacerdotal, apostólica, familiar, profesional, para ser buen hijo, buen padre, buena madre cristiana. A los pies del Santísimo, a solas con Él, con la luz de la lamparilla de la fe y del amor encendidos, aprendemos las lecciones de amor y de entrega, de humildad y paciencia que necesitamos para amar y tratar a todos y también poco a poco nos vamos encontrando con el Cristo del Tabor en el que el Padre tiene sus complacencias y nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, algún día luminoso de nuestra fe, cuando el Padre quiera, oiremos su voz desde el cielo de nuestra alma habitada por los TRES que nos dice: “Éste es mi Hijo, el amado, escuchadle.”

       ((9.  El SAGRARIO, MORADA DE LA TRINIDAD.

Venerando y amando a Jesucristo Eucaristía, no solo me encuentro con Él, me voy encontrando poco a poco también con todo el misterio de Dios, de la Santísima Trinidad que le envía por el Padre, para cumplir su proyecto de Salvación, por la fuerza y potencia amorosa del Espíritu Santo, que lo forma y consagra, primero como hombre, en el seno de María y luego como pan, en la santa misa, siempre por obra del mismo Espíritu Santo. 

Venerándole, yo doy gloria al Padre, a su proyecto de Salvación en el Hijo, que por amor loco y obediencia total Padre,  le ha llevado a ser hombre y finalmente un trozo de pan para manifestarnos su amor, Amor de Espíritu Santo, hasta el extremo, en el Hijo muy amado, Palabra pronunciada y velada y revelada para mí en el sagrario por el Padre, siempre el Padre Pronuncia su Palabra con amor en el cielo y en la tierra.

Por eso al contemplarle en el Sagrario, yo oigo la Palabra hecha carne pronunciada con Amor de Espíritu Santo por el Padre con el mismo Amor personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que es el Espíritu Santo; y al contemplarle yo ahora y oir esa Palabra, hecha hombre y pan divino en el Sagrario, en momentos de soledad y de Tabor del Sagrario, iluminado yo por esa Palabra pronunciada con Amor y por el Amor del Espíritu Santo por el poder del Padre en el Hijo-hijo amado eternamente, no veo en el Sagrario sino mi Dios Trino y Uno, Todo entero y completo en el Hijo  Amado en quien el Padre ha puesto todas sus complacencias por Amor de Espíritu Santo)).

8º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª MEDITACIÓN

LA ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA: VIVENCIAS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA.

La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva. Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la Eucaristía hay que vivirlos como prolongación de la santa Eucaristía y  de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado.

Por la Adoración Eucarística aprendemos y asimilamos los sentimientos de Cristo ofrecidos en la misa

       Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna que debe transformarnos a nosotros en una adoración perpetua al Padre, como Cristo, adorándole, en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida y consumar el sacrificio perfectos de toda nuestra vida. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva.

       Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la Eucaristía, participar en la Eucaristía, adorar la Eucaristía.

       Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: “El Señor está ahí y nos llama”, ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí.

       Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo –“los limpios de corazón verán a Dios”- y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total de vida, para que la Eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra ser y existir, no en puro conocimiento o teología o liturgia ritual sin sentir la irrupción de Dios en el tiempo, en los ritos, en el pan consagrado, en nuestras vidas.

       No olvidemos que la Eucaristía se comprende hasta que no se vive, y se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la adoración del único y verdadero Dios, destronando nuestros ídolos, el yo personal, imitando a un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, en obediencia y adoración, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad,  le costó y no lo comprendía.

       Desde su presencia eucarística, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...”  y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre  si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”

        Y éste ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una Eucaristía por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

       Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda.

       La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia, en una catequesis y vivencia permanente del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él.

       La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos y sacramentales de la Eucaristía celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él. Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, “apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la Eucaristía, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle toda la pascua realizada por nosotros y para nosotros.

       Por esta causa, una vez celebrada la Eucaristía, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para poner mojones de este camino de diálogo personal, de oración, de contemplación, de adoración y encuentro personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa; es una especie de mistagogia o iniciación a ser adorador de Jesucristo Eucaristía.

SEGUNDA MEDITACIÓN

MI FOLLETO DE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

INTRODUCCIÓN       

Muy queridos hermanos sacerdotes, adoradores y adoradoras nocturnas, amigas y amigos todos, en Jesucristo Eucaristía: Recibí hace días una llamada telefónica desde Navalmoral, reconocí enseguida a David que me decía: vamos a tener una reunión de los consiliarios de Adoración Nocturna, nos gustaría que nos hablaras de la Eucaristía,

 (((y podía ser, ya que estamos finalizando el año paulino: San Pablo y la Eucaristía, está aquí Galayo, ahora se pone, y Galayo se puso y me dijo lo mismo, pero añadió que al tratarse de Adoradores Nocturnos era mejor que tratase sólo el tema de la Adoración Eucarística, porque no había tiempo para tanto; así que de San Pablo hablaré tres minutos, porque me interesa sólo decir una cosa que hemos de aprender de él y de la que he oído poco o casi nada en este año paulino que termina: que Pablo, todo Pablo, todo lo que fue e hizo, su vida y apostolado y gozo permanente en medio de luchas y noches, se lo debe a su unión total con Cristo por la oración, oración mística transformativa que le dio la experiencia de lo que hacía y decía y le hizo exclamar: “ para mí la vida es Cristo...Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí... no quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...”. Me gustaría que lo leyerais   en las primeras páginas de mi libro sobre San Pablo, segunda edición.)))

Pues bien, aquí estoy, con sumo gozo. Porque para mí, como para todos vosotros,  es gozo grande  hablar, meditar, animarnos y renovarnos en nuestra fe y amor eucarísticos, especialmente en esas horas nocturnas o diurnas de adoración, alabanza y amistad con Jesucristo Eucaristía.

El hecho de estar con el Señor Sacramentado, de buscarle y hablarle durante tantas noches y años y años, sólo ya con vuestra constancia, vosotros, adoradores y adoradoras nocturnas, le estáis diciendo: Jesucristo, Eucaristía divina, cuánto te deseamos, cómo te buscamos, con qué hambre de ti caminamos por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día y noche: Jesucristo Eucaristía, nosotros queremos verte, para tener la luz del camino, la verdad y la vida; nosotros queremos comulgarte para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor; queremos que todos te conozcan y te amen,  y en tu entrega eucarística, queremos hacernos contigo sacerdote y víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Queremos entrar así en el misterio de nuestro Dios Trino y Uno por la potencia de amor del Espíritu Santo.

Trataremos, en primer lugar, de explicar un poco qué es la Adoración Eucarística, qué verdades o contenidos teológicos encierra: Teología de la Adoración Eucarística; luego en la segunda parte, veremos cómo propagarla: Pastoral de la Adoración Eucarística; para terminar, en la tercera parte, explicando cómo practicarla y vivirla,  que es la mejor forma de propagarla y el mejor apostolado para llegar las almas a Cristo: Espiritualidad de la Adoración Eucarística.

Pero antes de nada, antes de pasar a la primera parte, dos palabras del Catecismo de la Iglesia Católica sobre lo que es adoración:

2096 La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto” (Lc 4, 8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6, 13).

2097 Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la “nada de la criatura”, que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magníficat, confesando con gratitud que El ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf Lc 1, 46-49). La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo.

LA ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA: VIVENCIAS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA.

La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva. Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la Eucaristía hay que vivirlos como prolongación de la santa Eucaristía y  de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado.

3. 1. Por la Adoración Eucarística aprendemos y asimilamos los sentimientos de Cristo ofrecidos en la misa

       Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna que debe transformarnos a nosotros en una adoración perpetua al Padre, como Cristo, adorándole, en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida y consumar el sacrificio perfectos de toda nuestra vida. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva.

       Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la Eucaristía, participar en la Eucaristía, adorar la Eucaristía.

       Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: “El Señor está ahí y nos llama”, ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí.

       Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo –“los limpios de corazón verán a Dios”- y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total de vida, para que la Eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra ser y existir, no en puro conocimiento o teología o liturgia ritual sin sentir la irrupción de Dios en el tiempo, en los ritos, en el pan consagrado, en nuestras vidas.

       No olvidemos que la Eucaristía se comprende hasta que no se vive, y se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la adoración del único y verdadero Dios, destronando nuestros ídolos, el yo personal, imitando a un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, en obediencia y adoración, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad,  le costó y no lo comprendía.

       Desde su presencia eucarística, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...”  y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre  si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”

        Y éste ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una Eucaristía por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

       Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda.

       La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia, en una catequesis y vivencia permanente del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él.

       La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos y sacramentales de la Eucaristía celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él. Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, “apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la Eucaristía, para prolongar la comunión de vida y amor con Él.

Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle toda la pascua realizada por nosotros y para nosotros.

       Por esta causa, una vez celebrada la Eucaristía, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para poner mojones de este camino de diálogo personal, de oración, de contemplación, de adoración y encuentro personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa; es una especie de mistagogia o iniciación a ser adorador de Jesucristo Eucaristía

9º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª MEDITACIÓN

PRIMERA PARTE

TEOLOGÍA BÍBLICA DE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

Para tratar de la Adoración Eucarística, primero hay que tratar de la Eucaristía, como misa, que le hace presente «porque ninguna comunidad se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía... porque la Santísima Eucaristía es centro y culmen de toda la vida de la Iglesia...»Vaticano II. Nosotros adoramos al Pan consagrado y adoramos y pasamos ratos de amistad con el Cristo vivo, vivo y resucitado de nuestros Sagrarios porque previamente Él ha celebrado la Pascua con nosotros por mediación del ministro sacerdotal que hace presente a Cristo presencializando todo su misterio de Salvación; y una vez terminada la celebración de la Eucaristía, el sacerdote lleva al Sagrario a este Cristo en este estado de Sacerdote y Víctima de oblación por nosotros para que puedan comulgarlo y participar de sus sentimientos nuestros enfermos y para que todos los creyente podamos hablar y estar con El, siempre que queramos y lo necesitemos; se queda en el sagrario con nosotros hasta el final de los tiempos y de sus fuerzas y de su amor, dándolo todo en amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres.

Por eso, en esta reflexión eucarística no vamos a empezar adorándolo primero y luego celebrando la Eucaristía, como hacíamos en la Adoración Nocturna de nuestros primeros años de Seminario,  sino que para comprender todo el misterio de la  Adoración Eucarística, para saber quien es el Cristo que adoramos, por qué se quedó en el pan consagrado y qué vida, sentimientos y amores conserva en esa presencia de amor, vamos a hablar en primer lugar muy brevemente de la Eucaristía como misa, como Pascua, como Alianza, para comprender y adorar con más plenitud a Cristo Eucaristía como presencia permanente de este amor extremo, de esta Pascua celebrada permanentemente y de su pacto de Alianza nueva y eterna realizada y realizándose en el pan entregado y en la sangre derramada por nosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados.

1.1. PASCUA JUDIA. Para comprender el misterio eucarístico y todo lo que encierra de Pascua y Alianza, como de maná y agua viva brotando de la roca en la travesía del desierto,  tenemos que empezar mirando el Antiguo Testamento.  Sobre esto hablaba largamente yo en un artículo publicado el año 2000 sobre la Eucaristía, del Instituto Teológico del Seminario. Ahora solo quiero telegráficamente hacer unas

afirmaciones breves, imprescindibles para comprender un poco este misterio, sin detenerme en explicarlo, porque todos vosotros lo sabéis, igual que yo, y lo único que pretendo es recordar con vosotros que:

-- Si queremos explicar la Eucaristía con la Biblia, hemos de comenzar por la comprensión de la pascua hebrea en la cual encuentra su raíz, contexto y profecía. Ya lo dijo Galbiati (L'Eucaristia nella Biblia,Milano 1969) afirmando que uno de los motivos de las dificultades y superficial entendimiento de este misterio radica en el desconocimiento del AT. Y esto lo decimos conscientes al mismo tiempo de que la Eucaristía sobrepasa de modo radical e insospechado las perspectivas mismas del Antiguo Testamento, ya que muchas de sus profecías y figuras no encuentran plenitud de sentido sino en ella misma.

-- Recordemos, pues el A.T. Vayamos al Éxodo: La pascua hebrea, como acontecimiento histórico, comprende la noche de la cena del cordero y la salida de la esclavitud de Egipto, el paso por el Mar Rojo, la Alianza en la falda del Monte Sinaí, el banquete sacrificial, la sangre derramada del sacrificio...la travesía del desierto, el agua viva brotando de la roca, el maná...

-- Desde el N.T descubrimos el sentido del sacrificio del cordero, que es Cristo; cordero  sin defectos... con cuya sangre ungían las puertas para liberarse del ángel exterminador; en esa sangre hemos sido nosotros redimidos en la Pascua cristiana; luego viene la travesía del mar Rojo y del desierto, travesía por Cristo de la esclavitud del pecado a la tierra prometida de la amistad con Dios, la nueva Alianza y pacto de amor, el desierto de la fe, el agua y el maná para atravesar ese desierto: “Yo soy el agua viva, vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron, yo soy el pan de vida...”. El éxodo es el evangelio del AT., la buena noticia de un Dios que ha salvado a su pueblo y lo seguirá salvando en el futuro. Fijaos si hay aquí materia para meditar, para contemplar, para adorar, para predicar...

-- La Pascua hebrea, como acontecimiento histórico, era celebraba como memorial, todos los años, por los judíos como signo de identidad y pertenencia al pueblo de Dios y así era explicado por el anciano ante la pregunta del más pequeño de los comensales y así lo hizo el Señor, el Jueves Santo, como memorial de la Nueva Alianza y la Nueva Pascua.

-- Esta intervención salvífica de Dios, que, como sabemos constituye el primer credo de Israel (Dt 26,5-9), va ligada en el relato a la celebración de un sacrificio-banquete: "Este será un memorial entre vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé de generación en generación". Este ritual está descrito dos veces en el libro del Éxodo: en Ex 12,1-14 como orden dada por Dios a Moisés y en 12,21-27 como orden transmitida por Moisés.

-- Los Padres de la Iglesia se preguntaban qué sangre tan preciosa veía el Padre Dios en los dinteles de las puertas de los judíos para mandar a su ángel no castigarlos. Y respondían: Veía la sangre de Cristo, veía la Eucaristía (Melitón de Sardes, Homilía de Pascua, siglo II).

1.2. LA EUCARISTÍA COMO MEMORIAL: Toda la liturgia, especialmente la Eucarística, no es un mero recuerdo de la Última Cena, sino que es memorial, que hace presente en sacramento--misterio toda la vida de Cristo, a Cristo entero y completo, especialmente su pasión, muerte y resurrección, “de una vez para siempre”, como nos dice San Pablo en la carta a los Hebreos,   superando los límites de espacio y tiempo, porque el hecho ya está eternizado, es siempre el mismo, en presente eterno y total y permanente en la presencia del cordero degollado ante el trono del Padre.

       Es como si en cada misa, Cristo, El Señor, especialmente en la consagración del pan y del vino, cortara con unas tijeras divinas, no solo el hecho evocado sino toda su vida hecha ofrenda agradable y satisfactoria al Padre. Es que cada vez que un sacerdote pronuncia las palabras de la consagración, mejor dicho, hace de ministro sacerdotal porque el único sacerdote es Cristo haciendo presente toda su vida que fue ofrenda al Padre por la salvación de los hombre desde su Encarnación hasta Ascensión al Cielo, haciéndola así contemporánea a los testigos presentes, los adoradores o fieles,  es Cristo quien por el ministerio sacerdotal de los presbíteros consagra y presencializa toda su vida, palabra, pasión y muerte y resurrección, dando así la oportunidad a los hombres de todos los tiempos de ser testigos y beneficiarios del su misterio salvador, de su persona, de su amor, de su intimidad, de rozarlo y tocarlo...

 Así que muchas veces le digo a nuestro Cristo cuando consagra su pan de vida: Cristo bendito, este pan tiene aroma de Pascua, olor y sabor del pan de tus manos en el Jueves santo, ya eternizado y hecho memorial, siento tus manos temblorosas, tu emoción y sentimientos que estás haciendo presentes, que me estrechan para decirme: tus pecados están perdonados, y los de mi pueblo y estrechamos la mano y la siento, haciendo un pacto eterno de perdón y alianza eterna de amistad como Moisés en el Monte Sinaí, como en los tratos de nuestra gente, de nuestros padres en tiempos pasados.

Siento vivo, como si se acabara de dármelo, su abrazo, el reclinar de Juan sobre su pecho, amigo adorado, con aroma y perfume de Pascua. Oigo a Cristo que nos dice al consagrar: os amo, doy mi vida por vosotros... y vuelvo a escuchar la despedida y oración sacerdotal completa de la Última Cena.

Queridos amigos,  la irreversibilidad de las cosas temporales queda superada por el poder de Dios, que es en sí eternidad encarnada en el tiempo. La misa no es mero recuerdo, es memorial que hace presente todo el misterio. Aquel que es para siempre la Palabra, la biblioteca inagotable del Padre y de la Iglesia, su archivo inviolable  condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: "acordaos de mí," de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas...

Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. No hay liturgia verdadera, irrupción de Dios en el tiempo para tocar, salvar y transformar al hombre. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel:"Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: "Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy." Lo comí y fue en mi boca dulce como miel" (Ez.3, 1-3).

Los que tienen esta experiencia, los que no sólo creen sino que viven y sienten lo que creen y celebran en este misterio, los testigos, los sarmientos totalmente unidos a la vid, que debemos ser todos, los místicos, san Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios el mejor camino es la oración, y la oración es amor más que razón y teología, porque ésta no puede abarcarle, pero por  el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con él y me fundo en una sola realidad en llamas con el. Esto es la liturgia, o tenía que ser, no correr de acá para allá, pura exterioridad sin entrar en el corazón de los signos y encontrarse con Cristo resucitado y glorioso que ha irrumpido en el tiempo para estar con nosotros, para celebrar con nosotros sus misterios, para salvarnos y ser nuestro camino, verdad   y vida de amigo.

Todo esto los místicos lo experimentan por el amor, pero todos hemos sido llamados a la mística, a la santidad, a la unión vital de los sarmientos con Cristo vid de vida, a sentir este amor, todos estamos llamados a la experiencia de la Eucaristía, a vivir lo que celebramos, eso es ser sanctus, unión total del sarmiento con la vid hasta sentir cómo la savia corre a través de nosotros a los racimos de nuestras parroquias. Para eso se quedó Cristo en el pan: “Vosotros sois mis amigos”, a vosotros no os llamo siervos, porque un siervo no sabe lo que hace su Señor, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha dado mi Padre, os lo he dado a conocer”.

       A Cristo, como a los sacramentos o el evangelio, no se les  comprenden hasta que no se viven. Este será siempre el trabajo de la Iglesia y de cada creyente, que se convierte en problema para todo seguidor y discípulo de Cristo, sea cura, fraile o monja o bautizado, al necesitar permanentemente la conversión, la transformación de su vida en Cristo, en el Cristo que contemplamos y adoramos y comulgamos, y esto supone siempre cruz, sufrimiento de una vida que quiere ser suya, humillaciones soportadas en amor, segundos puestos, envidias perdonadas y reaccionar siempre ante las críticas o incomprensiones perdonando, amando por Cristo que va morando y viviendo cada día más su misma vida en nosotros.

       A mí me gustaría que se hablase más de estas realidades esenciales de nuestra fe en Cristo en nuestras reuniones, charlas, predicaciones, formación permanente. Aunque resulte duro y antipático escucharlas porque resulta mucho más vivirlas. Y al vivir más estos sentimientos de Cristo en mí, voy teniendo cada día más vivencia y experiencia de su persona y amor como realidad y no solo como idea o teología. Y me convierto en explorador de la tierra prometida, y voy subiendo con esfuerzo por el monte Tabor hasta verle transfigurado y poder decir con total verdad y convencimiento y vivencia: qué bien se está aquí adorando, contemplando a mi Cristo, Verbo de Dios y Hermosura del Padre y Amigo y Redentor de los hombres.

2ª MEDITACIÓN

1.3. El mejor camino para encontrar a Cristo Eucaristía es la oración, hablar con Él: «Que no es otra cosa oración... tratando muchas veces a solas...»

Hasta aquí hay que llegar desde la fe heredada para hacerla personal; ya no creo por lo que otros me han dicho y enseñado, aunque sean mis padres, los catequistas, lo teólogos, sino por lo que yo he visto y palpado; hasta aquí hay que llegar desde un conocimiento puramente teórico, como el de todos, que no es vivo y directo y personal; por eso los primeros pasos de la oración, la oración meditativa, reflexiva, coger el evangelio y meditarlo, es costoso, me distraigo hasta que empieza escuchar directamente al Señor en oración afectiva, donde sin pensar mucho directamente hablo con Él, mejor, El empieza a decirme lo que tengo que corregir para ser seguidor suyo y ya hay encuentro personal, trato de amistad con el que me ama, para luego avanzando en la oración afectiva, durante años y según la generosidad de las almas, llego a la contemplativa, que muchos no llegamos, en la que ya no necesito libros para amarle y hablarle, es más, me aburren. Ya los abandono para toda mi vida como medio para encontrarme con Él. Vamos este es el camino que he visto en algunos feligreses míos. Me gustaría que fueran más.

       Por eso, si Cristo me aburre, si no he llegado a la oración afectiva, al diálogo y encuentro personal de hablarle de tú a tu, en lugar de Oh Señor, Oh Dios, si no he pasado de la oración heredada, de lo que me han dicho de Él a la oración personal, a lo que yo voy descubriendo y amando...si el sagrario no me dice nada o poco, cómo voy a entusiasmar a mi gente con Él, cómo voy a enseñar el camino del encuentro, cómo voy a enseñar a descubrirlo y adorarlo, si a mi personalmente  me aburre y no me ven pasar ratos junto a Él, cómo puedo conducirlos hasta Él, cómo decir que ahí está Dios, el Señor y Creador y Salvador del mundo, el principio y fin de todo cuanto existe y paso junto a Él como si el Sagrario estuviera vacío,  y después de la misa, o antes, hablo y me porto en la Iglesia como si Él no estuviera allí.

       El Cristo del Evangelio, que vino en nuestra búsqueda, está tan deseoso de nuestra amistad y a veces tan abandonado en algunos sagrarios, tan deseoso de encuentro de amistad, que se entrega por nada: por un simple gesto, por una mirada de amor. Y así empieza una amistad que no terminará ya  nunca, es eterna. Cómo me gustaría que se hablase más de este camino, de la oración propiamente eucarística, mira que los últimos papas y documentos hablan con entusiasmo hasta la saciedad de este dirigir las almas a Dios por la oración-conversión eucarística.

       Muchas acciones, y más acciones y dinámicas en nuestros apostolados, pero no todas las acciones son apostolado si no las hacemos con el Espíritu de Cristo. Muchas acciones a veces, pero pocas llegan hasta Cristo, hasta su persona, se quedan en zonas intermedias. Hablamos mucho de verdades y poco de personas divinas, término de todo apostolado. Sin embargo, en la adoración eucarística están juntos el camino y el término de toda nuestra actividad apostólica: adoración y Eucaristía; llevar las almas a Dios era la definición antes del sacerdocio y apostolado sacerdotal.

       Y orar es hablar con Cristo. Por eso, S. Teresa, S. Juan de la Cruz, madre Teresa de Calcuta, cualquiera que hace oración sabe que todo el negocio está no en pensar mucho sino en amar mucho. La oración es cuestión de amar, de querer amar más a Dios. Este camino hasta la experiencia de lo que creemos o celebramos  es la mística. Conocer y amar a Cristo, no por contemplación de ideas o teologías sino por vivencia, por sentirme realmente habitado por Él: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a Él y viviremos en Él”.  Y entonces se van acabando las dudas, y las noches, hasta desear sufrir por Cristo como Pablo: “Estoy crucificado, vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mí”; esta es la única razón de la adoración, de la comunión y de la misa;  esta será siempre la razón de ser de la Iglesia, de los sacramentos, de nuestro ser y existir como bautizados o sacerdotes, sobre todo como adoradores eucarísticos, llegar a ser testigo de lo que creemos, de lo que celebramos, lo he repetido muchas veces. Nos lo están repitiendo continuamente los Papas y la mayor parte de los documentos de la Iglesia: qué cantidad de ellos insistiendo continuamente en la Adoración Eucarística.

       Cómo puedo yo, Gonzalo, aunque sea sacerdote,  cómo yo adorador o adoradora nocturna, cómo voy entusiasmar a mi gente con Cristo Eucaristía si a mí personalmente me aburre y no me ven junto a El todos los días. La gente dirá: Si eso

fuera verdad, se comería el Sagrario. Tengo que tener cuidado en no convertirme en un profesional de la Eucaristía, que la predico o trato como si fuera una cosa o un sistema filosófico de verdades, puramente teórico, pero no Cristo en persona, a quien hablo, trato y me tiene enamorado y seducido porque lo siento y lo vivo. 

1.4. Orar, amar y convertirse dicen lo mismo y se conjugan igual.

Para eso, sólo conozco un camino, un único camino, y estoy tan convencido de ello, que algunas veces le digo al Señor, quítame la gracia, humíllame, quítame hasta la fe, pero jamás me quites la oración-conversión, el encuentro diario contigo en el amor, porque aunque esté en el éxtasis, si dejo la oración-conversión, terminaré en el llano de la mediocridad y caeré en el cumplo y miento, en lo puramente profesional y me faltará el entusiasmo y el convencimiento de mi Cristo vivo y resucitado.

       Pero aunque esté en pecado o con fe muerta, si hago oración-conversión, dejaré el pecado, la mediocridad y por la oración, sobre todo eucarística, llegaré a sentirlo vivo y presente en mi corazón. Realmente  todo se debo a la oración, a mi encuentro diario con Cristo Eucaristía, en gracia o en pecado, en noches de fe o en resplandores de Tabor.

Y este camino de la oración, como he dicho, tiene tres nombres, que se conjugan igual, y da lo mismo el orden en que se pongan: amar, orar y convertirse; quiero amar, quiero orar y convertirme; me canso de orar, me he cansado de amar y convertirme; quiero convertirme, quiero amar y estar con el Señor. Y así es cómo ve voy vaciando de mí y llenando de Él, de su vida y sentimientos y amor a los demás y siento así su gozo y perfume y aliento y abrazo y perdón hasta decirle  estáte, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte y cuando decidas irte, llévame, Señor, contigo, porque el pensar que te irás me causa un terrible miedo... y si lo siento muy vivo... puedo hasta decirle: que muero porque no muero. No lo considero nada extraordinario. Esto es para todos, todos hemos sido llamados a esta unión de amistad, a la santidad, a la unión vital y total con Cristo. Pero vamos a ver, hermanos, ¿Cristo está vivo no está, está en el pan consagrado o no está...? En mi parroquia tengo almas contemplativas y místicas, que han llegado a estas vivencias. Pero siempre por la conversión de su vida en la de Cristo.  

Amar, orar y convertirse es el único camino. Preguntárselo a los santos de todos los tiempos. Y nos hay excepciones. Luego se dedicarían a los pobres o a los ricos, a la vida activa o contemplativa, serán obispos o simples bautizado, pero el camino único para todos será la oración-conversión, la oración-vida: que no es otra cosa... ¡Cuánto me gustaría que se hablase más de todo esto! “El que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo... no podéis servir a dos señores... convertíos y creed el evangelio”. La conversión es imprescindible para entrar en el reino de Dios, en la amistad con la Trinidad. La no conversión, el cansarnos de poner la cruz en nuestros sentidos, mente, corazón, porque cuesta, el terminar abandonando la conversión permanente que debe durar toda la vida porque tenemos el pecado original metido en nosotros es la causa de la falta de santidad en nuestras vidas, y lógicamente, de la falta de experiencia de lo que creemos y celebramos, porque nuestro yo le impide a Cristo entrar dentro de nosotros. Por eso nos estancamos en la vida de unión con Dios y abandonamos la oración verdadera, que lleva a vivir en Cristo; y así la oración tanto personal como litúrgica no es encuentro con Cristo sino con nosotros mismos, puro subjetivismo, donde nos encontramos solos y por eso no nos dice nada y nos aburrimos.

10º JUEVES EUCARÍSTICO 

1ª MEDITACIÓN

LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN

       Todos sabemos, por clásica, la definición de santa Teresa sobre oración: «No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5) Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado.

Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa, humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin imponerse... Y es así como la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma, la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad.

Finalmente y como consecuencia lógica, esta vivencia de Cristo eucaristía, transplantada a nosotros por la unión de amor y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado. Por eso este es el título que puse a uno de mis libros: LA EUCARJSTÍA LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN SANTIDAD Y APOSTOLADO.

       La Eucaristía es la mejor escuela de oración porque Jesucristo Eucaristía es el mejor maestro y la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia de amistad permanentemente ofrecida es el mejor libro. Y esto lo confirma la experiencia de la Iglesia: quien visita esta biblioteca de amor extremo, quien abre y lee con frecuencia este libro y dialoga con este maestro aprende pronto a amar; esto es, a orar con Él y como Él.

       Para amar y sentir así a Cristo vivo y resucitado, el único camino es la oración y toda oración, para ser verdadera, lleva consigo la conversión Y en esto consiste para mí la mayor dificultad en tener oración; lo demás, que si técnicas, posturas, respiraciones, incluso la misma meditación, todo ha de ser para más amar, es decir; para más convertirse a Cristo y en Cristo. La oración permanente exige conversión permanente. En la escuela de la oración eucarística hay tres verbos que se conjugan igual: orar, amar, y convertirse y el orden tampoco altera el producto. Saber Conjugar estos tres verbos es el fundamento de toda oración y la razón fundamental de que unos avancen y otros permanezcan toda la vida igual, que es lo mismo que retroceder; sin experiencia de Cristo vivo y resucitado. Si yo oro ante Jesucristo Eucaristía, el Señor me habla de su amor precisamente con su misma presencia humilde, entregada, sacrificada deseada ardientemente por Él junto a nosotros, que yo tengo que Vivir y asimilar con actitudes de perdón, de humildad, de amor generoso, y gratuito.

       La oración eucarística, desde el primer paso, desde el primer día, aunque uno no sea Consciente de ello al principio, es querer amar; querer convertirse a Dios sobre todas las cosas. Si yo oro, yo amo y me convierto; si dejo de convertirme, dejo de amar y dejo de orar, porque estoy lleno de mí mismo, del amor propio, que impide a Cristo y a su evangelio entrar dentro de mí; mi corazón está tan lleno y ocupado del ídolo del «yo» que he puesto en el centro de mi vida y a quien doy culto idolátrico desde la mañana a la noche, que me Impide adorar a Dios sobre todas las cosas; por eso no escucho al Señor que en este sacramento me habla de obediencia y entrega total como la suya al Padre y, al no querer escucharle, poco a poco abandono la presencia eucarística; si no quiero escuchar sus exigencias de amor me alejo de Él porque me echa en Cara mis defectos y sin diálogo con Él no hay oración, no hay vivencia, no hay gozo y amistad vivida.

Por el contrario, si yo quiero amar, yo quiero orar y empiezo a convertirme, a vaciarme de mí mismo para que vaya entrando Dios; son las nadas de san Juan de la Cruz. Para llegar y llenarme del Todo, tengo que quedarme en nada de mí mismo. Y es que nos amamos mucho; nos tenemos un cariño y una ternura inmensa, y desde la mañana a la noche sólo pensamos y trabajamos para nosotros mismos, aún en las cosas de Dios. Por eso el único que puede enseñarme a orar y a convertirme es el Señor en esos ratos de diálogo silencioso con Él. Esta es la razón por la que afirmo que la oración es indispensable para la vivencia de Cristo, aún en la misa y la comunión, porque si éstas no van envueltas en diálogo y amor, no hay encuentro personal con Cristo Eucaristía, es decir, que como a Cristo, pero no comulgo con Cristo, con sus sentimientos y actitudes, con su amor y entrega total a Dios y a los hombres.

La Eucaristía es el sacramento más importante de unión con Cristo, es «centro y cúlmen de toda la vida de la Iglesia» y la presencia eucarística es prolongación del amor y ofrenda de Cristo al Padre, en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida en adoración al Padre y amando a los hombres, sus hermanos. Y esto es lo que quiere El enseñarnos desde su presencia eucarística y este es el sentido de su presencia en todos los sagrarios de la tierra, donde sigue en salvación y amistad permanente ofrecidas, sin cansarse por nuestros abandonos, falta de amor y entrega, ofreciéndose pero sin imponerse con amor extremo.

2ª MEDITACIÓN

La misa y la comunión y la presencia deben ser celebrados y vividos en oración, en diálogo personal con El, porque de otra forma no hay unión personal y podemos salir de la Iglesia sin haberle ni siquiera saludado. Esta forma de celebrar y comulgar produce rutina y cansancio, tanto en los de abajo como en los de arriba.

       Sin embargo, cuando yo me pongo delante de Cristo Eucaristía, en ratos de sagrario, a pecho descubierto, de tú a tú con Él, no hay escapatoria posible: Gonzalo, me dice, muy bien por aquella acción pero no estoy de acuerdo con tu orgullo o esa crítica, cuidado con tus afectos... y entonces o me esfuerzo y empiezo a convertirme, a matar mi yo en sus múltiples manifestaciones, o no me convierto, y entonces poco a poco dejaré de orar, es decir, de amar y estar en su presencia, porque me señala con el dedo y me hecha en cara mis faltas de amor y generosidad... Si, si, yo seguiré hablando con Cristo, celebrando la Eucaristía, comiendo su cuerpo, pero no tendré experiencia de su amor y por tanto me aburrirá la oración y el sagrario, porque he dejado de intentar de amar como El ama a su Padre y a los hombres y me prefiero a mí mismo en criterios y apegos... y si soy apóstol de Cristo, ya me dirás tú cómo podré entusiarmar a la gente con Cristo, cuando a mí personalmente me aburre. Y este es el mal de muchas predicaciones de vidas sacerdotales y religiosas, que después de una entrega inicial generosa, no entusiasman porque no tienen vivencia de Cristo Eucaristía.

       Queridos amigos: sin oración no hay experiencia de Dios. La pobreza de oración es pobreza de vida mística y esta es la peor enfermedad y pobreza de la fe, de la vida y del apostolado de la Iglesia en todos los tiempos. Cuando hay oración eucarística hay fuego y santos y almas llenas de deseos de contagiar de Cristo a niños, jóvenes y adultos. Ni un solo santo que no fuera eucarístico; los habrá más contemplativos o activos, famosos o ignorados, sacerdotes o seglares, casados o solteros, seguidos o perseguidos, pero ni uno solo que no pasara largos ratos ante Jesús Sacramentado.

Si acepto este diálogo con el Señor, empezaré a convertirme con su ayuda, a vaciarme de mí mismo y poco a poco iré sintiendo su presencia, su fuerza, me iré llenando de Él, y constataré que Dios existe y es verdad, que Cristo existe y es verdad, que el pan es pan por fuera pero por dentro es miel dulzura, gozo... es verdaderamente El, no sólo porque lo medite sino porque lo experimento, lo siento de verdad y no puedo ocultarlo, Porque esta verdad de fe ha pasado de mi inteligencia a mi corazón y me quema, porque yo no sé fabricar esos fuegos ni amores ni palabras que experimento al sentirme amado por el Dios vivo y esto ya es el cielo en la tierra. Si no lo hago, seguiré toda la vida prefiriéndorne a Cristo y no sentjré necesidad de oración ni de gracia ni de eucaristía ni de evangelio, ni de Dios, Porque para vivir como vivo me basto a mí mismo y este es el problema del mundo actual, para vivir como animalitos, no necesitan de religión ni de Dios.

       Por todo esto, un sacerdote, un religioso, un creyente no debe olvidar nunca que todo su ser y existir cristiano se lo juega en la oración; este es el camino que más debe cultivar, su mejor apostolado para encontrar a Cristo vivo y llevar a los hombres hasta Él. La Eucaristía es la mejor escuela de oración, porque orar es amar y la presencia de Jesucristo en este sacramento es el mejor libro, la palabra más bella del amor de Dios a los hombres: «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo», mirando al sagrario yo aprenderé que la Eucaristía como misa es Cristo haciendo presente en el altar su pasión, muerte y resurrección en adoración obediente al Padre y por amor extremo a los hombres, sus hermanos: «Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos», «Este es mi cuerpo que se entrega... esta es mi sangre que se derrama por vosotros...»,. aprenderé que la Eucaristía como comunión es la máxima expresión de unión de amistad entre dos personas, fundiéndose en una sola realidad y vida: «El que come mi carne, habita en mí y yo en él», «El que me come vivirá por mí»; mirando al sagrario con fe caeré en la cuenta de que la Eucaristía como Presencia es Cristo ofreciéndose al Padre como sacrificio agradable y a los hombres en amistad y salvación permanentes: «Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos». Pero repito, todo esto no se comprende hasta que no se vive, aunque sea doctor en teología.

       Y orar ante el sagrario es muy fácil, porque el sagrario, la Eucaristía es un volcán echando fuego y llamaradas continuas de amor y cariño y motivos y razones y vida y hechos y dichos llenos de amor divino, real y verdadero. El sagrario es el evangelio entero y completo, la salvación entera y completa, Jesucristo confidente y amigo, que siempre está en casa esperándonos y tan deseoso de hablar, de intimar, de salvamos, que se entrega por nada, por una simple mirada de fe. Jesucristo se ha quedado tan cerca de nosotros en el sagrario porque sabe que valemos mucho, que el hombre es más que hombre, más que esta tierra y este espacio, es un misterio; Él sabe lo que valemos para el Padre, porque el Padre se lo está diciendo desde toda la etemidad, por eso se ofreció El: «Padre no quieres ofrendas ni sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad» y lo ha experimentado en su propia carne: «tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Ho». En el sagrario nos ama el Padre en el Hijo con el Amor y la Potencia del Espíritu Santo lleno de entrega, amistad, dones de vivencia y amor. Ahí está el Hijo de Dios vivo, vivo y resucitado, os lo digo yo y perdonad mi atrevimiento, quiero decir, que nos lo dice Él y su evangelio.

Desde su presencia eucarística sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: «Vosotros sois mis amigos», «Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos», «Ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer», « Yo doy la vida por mis amigos», «El les dUo: Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco», «Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros», «Este es mi cuerpo entregado... Esta es la sangre que se derrama por vuestros pecados... Acordaos de mi... » y al recordarlo con nosotros en la oración, la oración se convierte en memorial que hace presente lo que recordamos; «Acordaos de mi... » No nos olvidamos, Señor: ¡Eucaristía divina, Tú lo has dado todo por nosotros, también nosotros queremos darlo todo por Ti, porque para nosotros, Tú lo eres todo, queremos que lo seas todo!

11º JUEVES EUCARÍSTICO 

1ª MEDITACIÓN

FRUTOS DE LA COMUNIÓN

5. 10. Al comulgar, me encuentro en vivo  con todos los  dichos y hechos salvadores del Señor.  

La instrucción Eucharisticum mysterium  lo expresa así: «La piedad, que impulsa a los fieles a acercarse a la sagrada comunión, los lleva a participar más plenamente en el misterio pascual... permaneciendo ante Cristo el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo su vida al Padre por el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe, esperanza y caridad» (n 50).

“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre” (Sal.116). Estas palabras de un salmo pascual de acción de gracias brotan de lo más hondo de nuestro corazón ante el misterio que estamos celebrando: la Eucaristía, Nueva Pascua y Nueva Alianza por su sangre derramada por amor extremo a sus hermanos los hombres.«Reunidos en comunión con toda la Iglesia», con el Papa, los Obispos, la Iglesia entera, vamos a levantar el cáliz eucarístico invocando el nombre de Dios, alabándole, dándole gracias y ofreciendo la víctima santa para pedir al Padre una nueva efusión de su Espíritu transformante para todos nosotros.

Junto al Cuerpo y la Sangre de Cristo, Hijo de Dios, entregado por amor y presente en todos los sagrarios de la tierra, piadosamente custodiado por la fe y el amor de todos los creyentes, hemos de meditar una vez más en las maravillas de este misterio, para reencontrarnos así con el mismo Cristo de ayer, de hoy y de siempre, con todos sus hechos y dichos salvadores, con su Encarnación y Predicación, con el mismo Cristo de Palestina,  y llenarnos así de sus mismas  actitudes  de entrega y amor al Padre y a los hombres, que nos lleven también a nosotros a dar la vida por entrega a los hermanos y obediencia de adoración al Padre, en una vida y muerte como la suya.

       Queremos compartir, con todos los hermanos y hermanas en la fe, nuestra convicción profunda de que el Señor está siempre con nosotros para alimentarnos y ayudarnos y, en consecuencia, que la Eucaristía, que Él entregó a la iglesia como memorial permanente de su sacrificio pascual, es “centro, fuente y culmen” de la vida de la comunidad cristiana, porque nos permite encontrarnos con la misma  persona y los mismos hechos salvadores del Dios encarnado.

Encarnación y Eucaristía.

       La Encarnación y la Eucaristía no son dos misterios separados sino que se iluminan mutuamente y alcanzan el uno al lado del otro un mayor significado, al hacernos la Eucaristía compartir hoy la vida divina de aquel que se ha dignado compartir con el hombre (encarnación) la condición humana.

       Está claro que en la comunión eucarística el Hijo de Dios no se encarna en cada uno de los fieles que le comulgan, como lo hizo en el seno de María, sino que nos comunica su misma vida divina, como Él mismo prometió: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo” (Jn.6,48). De esta forma, la Eucaristía culmina y perfecciona la incorporación a Cristo realizada en el bautismo y la confirmación, y en Cristo y por Cristo, formamos un solo cuerpo con Él y con los hermanos, los que comemos el mismo pan: “Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan” (1Cor. 10,17).

       Esta unión estrechísima entre Encarnación y Eucaristía, entre el Cristo de ayer y de hoy, entre el Cristo hecho presente por la Encarnación y la Eucaristía, es posible y real porque «lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede surgir ahora de la memoria de la iglesia». Es el Espíritu Santo y solamente Él, quien  no sólo es «memoria viva de la iglesia», porque con su luz y sus dones nos facilita la inteligencia  espiritual de estos misterios y de todo lo contenido en la palabra de Dios, sino que su acción, invocada en la epíclesis del  sacramento, nos hace presente (memorial) las maravillas narradas en la anámnesis (memoria) de todos los sacramentos y actualiza y hace presente en el rito sacramental los acontecimientos salvíficos que son  celebrados, desde la Encarnación hasta  la subida a los cielos, especialmente el misterio pascual, centro y culmen de toda acción litúrgica.

Presencia permanente.

 Y esta presencia de Cristo en la celebración de la santa Eucaristía no termina con ella, sino que existe una continuidad temporal de su morada en medio de nosotros como Él había prometido repetidas veces durante su vida. En el sagrario es el eterno Enmanuel, Dios con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo (Mt.28,20). Es la presencia real por antonomasia, no meramente simbólica, sino verdadera y sustancial.

       Por esta maravilla de la Eucaristía, aquel, cuya delicia es “estar con los hijos de los hombres” (cf. Pr.8,31) lleva dos mil años poniendo de manifiesto, de modo especial en este misterio,  que“la plenitud de los tiempos” (Cr.Gal 4,4) no es un acontecimiento pasado sino una realidad en cierto modo presente mediante los signos sacramentales que lo perpetúan. Esta presencia permanente de Jesucristo hacía exclamar a santa Teresa de Jesús: «Héle aquí compañero nuestro en el santísimo sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros» (Vida, 22,26). Desde esta presencia Jesús nos sigue repitiendo y realizando todos sus dichos y hechos salvadores.

2ª MEDITACIÓN

PAN DE VIDA

Pero la Eucaristía también, según el deseo del mismo Cristo, quiere ser el alimento de los que peregrinan en este mundo. “Yo soy el pan de vida, quien come de este pan, vivirá eternamente, si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tenéis vida en  vosotros; el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna…” (Jn.6, 54-55).

       La Eucaristía es el pan de vida, en cualquier  necesidad de bienes básicos de vida o de gracia, de salud, de consuelo, de justicia y libertad, de muerte o de vida, de misericordia o de perdón...debe ser el alimento sustancial para el niño que se inicia en la vida cristiana o para el joven o adulto que sienten la debilidad de la carne, en la lucha diaria contra el pecado, especialmente como viático para los que están a punto de pasar de este mundo a la casa del Padre. La Eucaristía es el mejor alimento para la eternidad, para llegar hasta el final del viaje con fuerza, fe, amor y esperanza.

       La comunión sacramental produce tal grado de unión personal de los fieles con Jesucristo que cada uno puede hacer suya la expresión de San Pablo: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal.2,20). La comunión sacramental con Cristo nos hace partícipes de sus actitudes de entrega, de amor y misericordia, de sus ansias de glorificación del Padre y salvación de los hombres. Lo contrario sería comer,  pero no comulgar el cuerpo de Cristo o hacerlo indignamente, como nos recuerda Pablo en la primera a los Corintios: cfr1Cor11, 18-21.

En la Eucaristía todos somos invitados por el Padre a formar la única iglesia, como misterio de comunión con Él y con sus hijos: “La sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que lo anuncien  en los puestos que dominan la ciudad: venid a comer  mi pan y a beber el vino que he mezclado” (Pr. 9,2-3.5). No podemos, por tanto, rechazar la invitación y negarnos a entrar como el hijo mayor de la parábola (cf. Lc.15,28.30).

Entremos, pues, con gozo a esta casa de Dios y sentémosnos a la mesa que nos tiene preparada para celebrar el banquete de bodas de su Hijo y comamos el pan de vida preparado por Él con tanto amor y deseos.

De la Eucaristía como comunión, a la misión. 

Cuando la Eucaristía se celebra en latín, la despedida del presidente es «podéis ir en paz», que en latín se dice: «Ite, missa est». Mitto, missus significa enviar. La liturgia del misterio celebrado envía e invita a todos a cumplir en su vida ordinaria lo que allí han celebrado.  Enraizados en la vid, los sarmientos son llamados a dar fruto abundante:”Yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos”. En efecto, la Eucaristía, a la vez que corona la iniciación de los creyentes en la vida de Cristo, los impulsa a su vez a anunciar el evangelio y a convertir en obras de caridad y de justicia cuanto han celebrado en la fe. Por eso, la Eucaristía es la fuente permanente de la misión de la iglesia. Allí encontraremos a Cristo que nos dice a todos: “Id y anunciad a mis hermanos...  amaos los unos a los otros... id al mundo entero...”

5. 11. En la Eucaristía se encuentra la fuente y la cima de todo apostolado

La centralidad de la Eucaristía en la vida cristiana ha de concebirse como algo dinámico no estático, que tira de nosotros desde las regiones mas apartadas de nuestra tibieza espiritual y nos une a Jesucristo que nos toma como humanidad supletoria para seguir cumpliendo su tarea de adorador del Padre, intercesor de los hombres, redentor de todos los pecados del mundo y salvador y garante de la vida nueva nacida de la nueva pascua, el nuevo paso de lo humano a la tierra prometida de lo divino.    En cada Eucaristía se nos aparece Cristo para realizar todo su misterio de Encarnación y para explicarnos las Escrituras y su proyecto de Salvación y para que le reconozcamos al partirnos el pan de vida. La Eucaristía es entonces un encuentro personal y eclesial, íntimo y vivencial con Él, un momento cargado de sentido salvador y transcendente para quienes le amamos y queremos compartir con Él la existencia.

Y, como la Eucaristía no es una gracia más sino Cristo mismo en persona, se convierte en fuente y cima de toda la  vida de la Iglesia, dado que “los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están unidos con la Eucaristía y a ella se ordenan” (PO.5; LG.10; SC.41).       Por eso, la Eucaristía, como misterio de unidad y de amor de Dios con los hombres y de los hombres entre sí, es referencia esencial, criterio y modelo de la vida de la iglesia en su totalidad y para cada uno de los ministerios y servicios.

12 JUEVES EUCARÍSTICO 

PRIMERA MEDITACIÓN

LA COMUNIÓN ACRECIENTA NUESTRA UNIÓN CON CRISTO.

5. 5. Frutos de la comunión eucarística. La comunión acrecienta nuestra unión y transformación en Cristo.

       En la descripción de los frutos de la Comunión sigo al Catecismo de la Iglesia Católica: nº 11391-1397.

       Como toda comida alimenta y fortalece la vida, el alimento eucarístico está destinado a fortalecer nuestra vida en Cristo. Éste es el efecto primero: Cristo entra como alimento espiritual en los comulgantes para estrechar cada vez más las relaciones transformantes, asimilándonos  a su propia vida.

       En la Última Cena, Jesús se define a sí mismo como vid, cuyos sarmientos deben estar unidos a Él para tener su misma vida y producir sus mismos frutos: ªPermaneced en mí y yo en vosotros... quien permanece en mí y yo en él, da  mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). La comunión tiene por tanto un efecto cristológico: así como el cuerpo formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre se hizo una sola realidad en Cristo y fue la humanidad que sostenía y manifestaba al Verbo de Dios, así nosotros, comiendo este pan, que es Cristo, nos hacemos una única realidad con Él y debemos vivir su misma vida:ªEl que me come vivirá por mí”. Recibir la Eucaristía como, comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: “Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: “Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57).

       Lo expresa muy bien el Concilio de Florencia: “El efecto de este sacramento es la adhesión del hombre a Cristo. Y puesto que el hombre es incorporado a Cristo y unido a sus miembros por medio de la gracia, dicho sacramento, en  aquellos que lo reciben dignamente, aumenta la gracia y produce, para la vida espiritual, todos aquellos efectos que la comida y bebida naturales realizan en la vida sensible, sustentando, desarrollando, reparando, deleitando”. Sería bueno meditar sobre esto. Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, “vivificada por el Espíritu Santo y vivificante” (PO5) conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.

       Por eso debemos acercarnos a este sacramento con  hambre de Cristo, y consiguientemente con fe sincera y esperanza de que la acción transformadora de Cristo tenga efecto en nuestra vida. Acercarse a la comunión es recibir a Cristo como amigo en nuestro corazón, es dejar que tome posesión de nuestra vida. Y como nuestra debilidad en el orden sobrenatural es grande, tenemos necesidad de alimentarnos todos los días para tener en nosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús. El poder de Cristo para transformarnos es omnipotente, pero nuestra voluntad es débil y enseguida tiende a separarse de Cristo para seguir sus propias inclinaciones. Nos queremos mucho y el ego, que está metido en la carne y en el más profundo centro de nuestro ser, se opone a esta unión con Cristo.

       La comunión frecuente es necesaria si queremos vivir con Cristo y como Cristo, tener sus mismos sentimientos y actitudes. Y esto lo expresamos en el breve diálogo que mantenemos con el sacerdote que nos da la comunión: “El cuerpo de Cristo”, y respondemos: “Amén”, queriendo así reafirmar nuestra fe y fidelidad sincera a Cristo, con el que nos encontramos  en ese momento. Nuestro “amén”,  nuestro “sí” implica en nosotros una misión de caridad, de celo apostólico, de generosa obediencia y piedad filial. La comunión eucarística es  una inyección de vida sobrenatural en nosotros y un compromiso de vivir su misma vida. La comunión realiza, fortalece y alimenta nuestra unión  espiritual y existencial con Cristo.

SEGUNDA MEDITACIÓN

5. 6. La comunión perdona los pecados  veniales y preserva de los mortales.

Cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, somos invitados a comulgar sacramental y espiritualmente con Jesús en su propia pascua, a continuar el viaje pascual iniciado en santo bautismo que nos injertó a Él, matando en  nosotros al pecado, por la inmersión en las aguas bautismales y  resurrección a la  vida nueva del Viviente y Resucitado  por la emergencia de las mismas. Este poder de romper las ataduras del pecado, del egoísmo, orgullo, sensualidad, injusticias y demás raíces del pecado original que encontramos en nosotros, se potencia por medio de la comunión sacramental con Cristo en todos los comensales de la mesa eucarística.

       Muchos tienen la experiencia de la propia debilidad, sobre todo, en el campo moral. Hacen propósitos serios y se sienten humillados cuando no los cumplen. No debemos olvidar los ejemplos de Pedro y de los otros apóstoles, que había prometido fidelidad al Maestro y lo abandonaron. Y Jesús lo sabía y los perdonó y celebró como prueba de ello la Eucaristía en la primera aparición del Resucitado. La mejor ayuda para no pecar es la ayuda de Cristo Eucaristía. Nunca  debemos considerar la Eucaristía como un premio o una recompensa apta sólo para perfectos sino una ayuda para los que quieren vivir la vida de Cristo por la gracia de Dios. Nos debemos acercar a Cristo para que nos perdone y ayude y fortalezca, como la pecadora en la casa de Simón. Éste es el sentido de la comida eucarística. Nos hacemos libres con Cristo, no somos esclavos de nadie ni de nada.

       El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es “entregado por nosotros” y la Sangre que bebemos es “derramada por muchos para el perdón de los pecados”.  Por eso la Eucaristía  no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados precisamente al comer su carne limpia y salvadora.

       “Cada vez que lo recibís, anunciáis la muerte del Señor”(1Cor 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio” (S. Ambrosio, sacr. 4,28).

       Como el alimento corporal sirve para restaurar la   pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificadora “borra los pecados veniales” (Concilio de Trento: DS. 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor a Él y nos hace capaces de romper los lazos desordenados para vivir más en Él: “Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor: suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros corazones..., y llenos de caridad, muramos al pecado y vivamos para Dios” (S Fulgencio de Rupe, Fab.28,16-19).

       Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecado mortales, pero tiene toda la fuerza y el amor para hacerlo porque es la realización de la Alianza y del borrón y cuenta nueva. Fue un tema muy discutido en Trento y lo es todavía. La Eucaristía es fuente de toda gracia, también de la gracia que perdona los pecados en el sacramento de la Penitencia. Es toda la salvación y redención de Cristo que se hace presente. Es el abrazo del perdón del Padre por el Hijo. Es la Nueva Alianza. Si lo es, perdona los pecados.

       Es importante en este punto recordar la recomendación dada por el Papa Pío X para la comunión frecuente y cotidiana. El Papa reaccionó contra una mentalidad que tendía a disminuir la frecuencia por sentimientos de indignidad. La conciencia de ser pecadores debe llevarnos al sacramento de la penitencia, pero esto no debe limitar su acercamiento a la comunión, que es nuestra ayuda, la ayuda del Señor contra el mal.

       «El deseo de Jesucristo y de la Iglesia, de que todos  los fieles cristianos accedan cada día al convite sagrado, consiste principalmente en que los fieles, unidos a Dios por medio del sacramento, encuentren en él la fuerza para dominar las pasiones, la purificación de las culpas leves que cometamos cada día, y la preservación de los pecados más graves, a los que está expuesta la fragilidad humana; no es sobre todo para procurar el honor y la veneración del Señor, ni para tener una recompensa o un premio por las virtudes practicadas. Por esto, el sagrado concilio de Trento llama a la Eucaristía “antídoto”, gracias al cual nos libramos de las culpas cotidianas y nos preservamos de los pecados mortales» (DS 3375).

13º JUEVES EUCARÍSTICO

PRIMERA MEDITACIÓN

LA ORACIÓN ANTE EL SAGRARIO, ESCUELA DE VIDA

(El periódico ALFA Y OMEGA escribjá así: El sacerdote don Gonzalo Aparicio contagia, al hablar, su celo por la Eucaristía. Los ratos libres que le deja su actividad en la parroquia de San Pedro, en Plasencia, le han permitido escribir el libro LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO. A continuación reproducimós, por su interés, un extracto del libro)

Ahora tenemos muchas escuelas y universidades; incluso en las parroquias tenemos muchas clases de Biblia, de teología, de liturgia..., pero nuestros padres y nuestras madres no tuvieron más escuela que el sagrario, y punto. Allí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos. Allí escucharon — y seguimos escuchando nosotros también - a Jesis, que nos dice: “Sígueme; amaos los unos a los otros como y os he amado; no podéis servir a dos señores, no podéis servir a Dios y al dinero; venid, y os haré pescadores de hombres; vosotros sois mis amigos; no tengáis miedo, yo he vencido al mundo; sin mi no podéis hacer nada; yo soy la vid vosotros los sarmientos; el sarmiento no puede llevar fruto si no está unido a la vid”. Y qué ocurre cuando yo escucho del Señor estas paiabrás? Pues que, si no aguanto estas enseñanzas, estas exigencias, este diálógo peronál con El - porque me cuesta, porque no quiero convertirme, porque no quieró rénunciar a mis bienes-, me marcho para que no pueda echarme en cara mi falta de fe en El, mi falta de generosidad en seguirle, para que no señale con el dedo mis defectos..., y así estaré distanciado con respecto a su presencia eucarística durante toda ini vida, con las consiguientes consecuencias negativas que esto llevará consigo. Podré incluso tratar de legitimar mi actitud diciendo que Cristo está en muchos sitios: en la Palabra, en los hermanos..., que es muy cómodo quedarse en la iglesia, que más apostolado y menos quedarse de• brazos cruzados; peró, en el fondo, lo que pasa es que no aguantamos su presencia, que me señala mis defectos y me invita a seguirle: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga.

Mediocridad, no

Me pregunto cómo podré yo entusiasmar a la gente con Cristo, predicar que el Señor es Dios, el Bien absoluto y primero de la vida, por el cual hay que venderlo todo..., si yo mismo no lo practico ni sé como se hace. Creo que esta es la causa principal de la pobreza espiritual de los cristianos, y de que muchas partes importantes del evangelio no se conozcan ni se prediquen. Si el Señor empieza a exigirme en la oración, en el diálogo eucarístico con El, y yo no quiero convertirme, poco a poco me iré alejando de ese trato de amistad para no escucharle, aunque las formas externas las guardaré toda la vida; es decir, seguiré comulgando, rezando, haciendo otras cosas, incluso más llamativas, también en mi apostolado, pero he afirmado mi mediocridad cristiana, sacerdotal y apostólica. Al alejarme cada día más del sagrario, me alejo a la vez de la oración, y aunque Jesús me está llamando a voces todos los días - porque me quiere ayudar -, terminaré por no oírle, y todo se convertirá en pura rutina. Esto es más claro que el agua:

Si Cristo en persona me aburre en la oración, ¿cómo podré entusiasmar a los demás con El? No sabría qué apostolado hacer por El, cómo contagiar deseos de El, cómo enseñar a los demás el camino de la oración, cómo podré ser guía para los hermanos en este camino de encuentro con El. Naturalmente, hablaré de encuentro y amistad con Cristo, de organigramas y apostolados, pero lo haré teóricamente, como lo hacen otros muchos en laIglesia. Esta es la causa de que no toda actividad ni apostolado, tanto de seglares como de sacerdotes, sea verdadero apostolado, para el cual hay que estar unido a Cristo como los sarmientos a la vid única y verdadera, para poder dar fruto. A veces este canal, que tiene que llevar al cuerpo de la Iglesia el agua que salta hasta la vida eterna, o la arteria, que debe llevar la sangre desde el corazón de Cristo hasta las partes más necesitadas del cuerpo místico están tan obstruidos por las imperfecciones, que apenas podemos llevar unas gotas para regar las partes del cuerpó afectadas por parálisis espiritual. Así que zonas de la Iglesia, de arriba y de abajo. sig.1en negras e infartadas, sin vida espiritual, ni amor ni servicio verdaderos a Dios y a los hermanos. Porque mal está que el canal obstruido sea un seglar, un catequista o una madre — con la necesidad que tenemos de madres cristianas -, pero lo grave y dañino es que esto nos suceda a los sacerdo.es. Menos mal que la gran mayoría de la Iglesia esta unida a la vid, que es Cristo Eucaristía, y tiene limpio el canal. Aquí, en Cristo Eucaristía, es donde está la frente que man.i y corre, aunque es de noche * es decir, por la fe vivencial — como nos dice san Juan de la Cruz. Pero, por favor, no pongamos la eficacia apostólica, la fuerza de la acción evangelizadora y misionera en los organigramas o programas, donde - como nos ha dicho el Papa en la Carta apostólica “Novo Millennio Ineunte” ya está todo dicho. Volvamos a la Verdad, a la raíz de todo apostolado y vida cristiana: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: todo sarmiento que no esté unido a la vid, no puede darfruto “(Palabras de. Jesús en el Evangelio)

Cara a cara con Cristo

Por eso, este encuentro eucarístico, la oración personal, este cara a cara personal y directa con Cristo es fundamental para nuestra vida espiritual. La Eucaristía como presencia tiene unos matices que nos descubren la realidad de ñuestra relación con Cristo. Porque en la Eucaristía tenernos la asamblea, los cantos, las lecturas, respondemos y nos damos la paz, nos siida tios, escucharnos al sacerdote..., pero, con tanto movimiento, a veces salimos de la iglesia sin haber escuchado a Cristo, sin haberle saludado personalmente.

Sin embargo, cí la oración personal, ante el sagrario, no hay intermediarios ni distracciones; se trata de un diálogo a pecho descubierto, un tú a tú con Jesús que me habla, me enfervoriza y, tal vez, silo cree necesario, me echa en cara mi mediocridad, mi falta de entrega y me dice: No estoy de acuerdo con esto, corrige esta forma de actuar... Y, claro, allí, solos ante él, no hay escapatoria de cantos o respuestas; cada uno es el que tiene que dar la respuesta personal, no la litúrgica y oficial. Por eso, si no estoy dispuesto a cambiar, si no aguanto este trato directo con Cristo y dejo la visita diaria, ¿cómo buscarle en otras presencias cuando allí esti más plena y realmente presente?

Si aguanto el cara a cara, cayendo y levantándome todos los días - aunque tarde años -, encontraré en su presencia eucarística luz, fuerza, ánimo, compañía,consuelo y gozo, que nada ni nadie podrán quitarme; y quemará de amor verdadero y seguimiento de Cristo allí donde trabaje y me encuentre; lo contagiaré todo de amor y sentimiento hacia El, llegaré a la unión afectiva y efectiva, oracional y apostólica, con El. Esto se llama santidad, y para esto está la Eucaristía, porque la oración es el alma de todo apostolado, como se titulaba un libro de mi juventud. Y a esto nos invita el Señor desde su presencia eucarística, y para esto se ha quedado tan cerca de nosotros.

SEGUNDA MEDITACIÓN

LA CENA CON EL SEÑOR (Ap 3,20)

       Queridos hermanos: Hoy, festividad de todos los santos, celebramos con gozo con los que han muerto y viven ya con el Señor, y con esperanza segura y confiada para los que aún peregrinamos hacia la casa del Padre, el final feliz de nuestras vidas, que terminarán en la misma felicidad eterna de la Santísima Trinidad, de nuestro Dios, que es amor y por amor nos creo para compartir con Él su misma esencia infinita, llena de luz y de amor.

       En el Apocalipsis, San Juan escribe, al final de su vida, siete cartas a siete Iglesias para animarlas en su fe y esperanza en el Señor vivo y resucitado, que es el Cordero sin mancha sentado en el trono de Dios y que recibe el canto de los ángeles y ancianos y de todos los salvados, que nadie podía enumerar, de toda lengua y nación, como nos ha dicho la primera lectura de hoy.

       La última carta del Apocalipsis va dirigida a la Iglesia de Laodicea, hoy destruida totalmente, que se  encontraba en una colina sobre el valle del río Lyco. Era una ciudad industriosa y productora de finos colirios para los ojos; pero religiosamente era una ciudad con grandes lacras morales, como podemos ver por la misma descripción que San Juan hace de sus pecados. El Apóstol la invita al arrepentimiento, que vuelva al fervor de los años mejores. Y para ello, al final de la misma, les invita a volver a la celebración de la Eucaristía, como la recibieron de los Apóstoles. Es un texto precioso con las palabras del Señor, que habéis oído muchas veces, pero que vamos a meditar sobre él, aunque a primera vista parezca que no tiene que ver mucho con la fiesta que estamos celebrando: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).

       En estas palabras de Jesús, que llama a la puerta, hay en primer lugar una declaración que indica su amor para aquella Iglesia y, en definitiva, para cada fiel: “Mira que estoy a la puerta y llamo”. Es un gesto exquisito de búsqueda del amor de la criatura por parte de Dios en Jesús, y, a la vez, de respeto por su libertad. El mismo San Juan nos dirá en una de sus cartas “ Dios es Amor… en esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados.”  La iniciativa de amor y salvación siempre es de Dios, pero el hombre tiene que abrirle por la fe y el amor su corazón, para que Dios pueda entrar dentro de nosotros. Dios no violenta la libertad del hombre. Dios no entra en el corazón del hombre si éste no le abre. Ésta imagen de llamar a la puerta nos recuerda el simbolismo del esposo y la esposa en el Cantar de los Cantares. Allí, en el Antiguo Testamento, se aplica a Dios y a Israel; ahora se aplica a Cristo y a la Iglesia. Es Dios que solicita el amor de sus criaturas, de cada uno de los hombres a los que crea por amor y para el amor eterno del cielo.

       Y esa voz que llama es la de Jesús, la del Buen Pastor, la del Redentor, la de Cristo glorioso, la del Hijo y el Verbo encarnado primero en humanidad como la nuestra y luego, en un trozo de pan, para el banquete de la Eucaristía. Hay un soneto que nos recuerda este texto del Apocalipsis que estamos comentando y que muchos aprendimos en nuestra juventud, más eucarística y religiosa que la actual:“Qué tengo yo que mi amistad procuras?.....” Expresa admirablemente esta imagen de Cristo llamando a la puerta del alma. También el cuarto evangelio alude a la voz del novio en el último testimonio del Bautista acerca de Jesús: “El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud” (Jn 3,29).

La respuesta

       La llamada de Jesús espera una respuesta. Esta se describe en condicional: “Si alguno oye mi voz y me abre la puerta”. La respuesta comienza con el hecho de reconocer la voz de Cristo. Pero el paso decisivo es abrirle la puerta, abrir la puerta al Redentor. Esta imagen de entrar por la puerta es la que se utiliza en los años jubilares. Y este abrir la puerta de nuestro corazón a Cristo es primero por la fe, creer en Él, en su evangelio y salvación. Luego viene el amor, cumplir su voluntad, los mandamientos de Dios. Esto significa abrir la puerta de nuestra vida y existencia a Dios. Vivir teniéndolo presente, abriéndole continuamente nuestro corazón, nuestra inteligencia y voluntad. Por eso “Si alguno oye mi voz y me abre la puerta”…

La promesa de la Cena con el Señor

       Entonces “Entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”.La promesa está expresada en futuro y con una fórmula de comunión: La primera parte de la promesa,“Entraré en su casa”, significa la venida de Jesús a la vida del creyente para tomar posesión de ella. Esta imagen nos recuerda algunos pasajes evangélicos: en el evangelio del último domingo, Jesús que entra en casa de Zaqueo para salvarle y es tal su alegría por recibir en su casa al Señor, que está dispuesto a quedarse pobre para enriquecerse sólo con su Amistad(Lc 19,1-10); también nos recuerda cuando Jesús entra en casa de Marta y María para hospedarse y cenar en amistad con los tres hermanos(Lc 10,38-42). Este es el sentido de la vida para un cristiano. Ha sido llamado al banquete y a la amistad con Dios en el cielo. La entrada de Jesús es la entrada del Redentor, del Dios Amor. Este deseo de Jesús de entrar en cada uno de nosotros nos recuerda la gran promesa de la Nueva Alianza, de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma en gracia: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23). También aquí hay primero una condición, la misma del texto: hay que amar, cumplir la voluntad de Dios, vivir el evangelio: “si alguno me ama”… La promesa de venir a habitar en el creyente es sustancialmente la misma que encontramos en el Apocalipsis. Significa que Dios penetra en la vida del fiel y toma posesión de ella, como tomó posesión de la Tienda de la Presencia o del Encuentro en el Desierto y luego  del Templo de Jerusalén en el Antiguo Testamento y en el seno de la Virgen María, para empezar el Nuevo Testamento. Y ahora ya permanece con nosotros hasta el final de los tiempos en el Sagrario.

       La segunda parte de la promesa es: “Cenaré con él y él conmigo”. Compartiremos la mesa, nos sentaremos uno junto al otro, seremos amigos, confidentes, amigos. El simbolismo de la cena entraña además una nota de sosiego, de paz, de comunión de personas. La expresión “Cenaré con él y él conmigo” es una fórmula que implica una alianza de amor, que empieza en la Eucaristía y será eterna en el cielo, en los santos y santas que ya están en el banquete eterno de la amistad con Dios Trino y Uno.

Dimensión eucarística del simbolismo de la Cena del Señor

       El simbolismo de la Cena con el Señor tiene un significado riquísimo que no pretendemos agotar ahora. Recordemos la dimensión de vida eterna que se expresa frecuentemente en la parábolas con la idea del banquete (Lc 14,15); que empezó ya en el A.T. con la Alianza, el pacto de amistad entre Dios y los israelitas y sellada con una comida de comunión, de amistad (Ex 24,11); en el Apocalipsis el banquete esponsal es signo del Reino de los cielos, de la amistad con Dios conseguida para toda la eternidad, la fiesta de todos los santos que hoy celebramos: “Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria por que han llegado las Bodas del Cordero y su Esposa se ha engalanado” (Ap 19,7). Estas bodas tienen también su banquete: “Dichosos los invitados al banquete de Bodas del Cordero” (Ap 19,9); Todos nosotros hemos sido invitados a estas bodas y nuestros santos, todos los salvados que abrieron la puerta a Cristo y por Él al Dios Uno y Trino la están celebrando. Había que meditar, rezar e invocar y pedir más la ayuda y protección de nuestros santos.

       La dimensión eucarística de éste simbolismo de la Cena con el Señor es evidente. El Nuevo Testamento habla de la Cena de Jesús como el momento de su máximo amor para con los hombres (Jn 13,1-2); Lc 22,14-15; 1 Cor 11). Por otra parte la Eucaristía es el alimento de la vida eterna simbolizada en la Cena: « Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesus». En el banquete de la Pascua y de la Nueva y Eterna Alianza que es La Eucaristía, el Señor nos invita y nosotros, «ven Señor Jesus» le invitamos a que venga en el pan eucarístico. Por eso la Eucaristía es mayor amistad e intimidad con el Señor en la tierra, porque se nos da en amor y amistad extrema, hasta dar la vida para vivir su amistad: “Nadie ama más, es decir, es más amigo, que aquel que da la vida por los amigos.

       Los discípulos de Emaús reconocen a Jesús al ponerse a cenar con ellos, al partir el pan. Es la fuerza transformadora de la Cena con el Señor: es el encuentro, la potenciación de la fe y del amor, la certeza de que Cristo está vivo y nos ama, la conversión. El contexto en que aparecen esta invitación y esta promesa en el Libro del Apocalipsis, contiene una rica descripción del proceso de la conversión hasta llegar a la comunión eucarística. Primero es escuchar la voz de Jesús en el evangelio y en la predicación de la Iglesia. Después es abrir la puerta a Cristo creyendo en él, en su divinidad y su humanidad, en su condición de Redentor.

A continuación Jesús entra en la vida del creyente en un proceso de continua intimidad: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Esta intimidad se convierte en morada permanente del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el corazón del creyente. La entrada de Jesús es la venida de la Trinidad a morar en el cristiano.

Todo culmina en la comunión eucarística, en la Cena con el Señor. Admirablemente lo ha expresado Jesús en el Discurso Eucarístico de Cafarnaún: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,56-57). El cielo será la continuación de esa comunión eucarística, de esa morada divina: «Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: Ésta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y Él, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado’» (Ap 21,3-4).

14º JUEVES EUCARÍSTICO

PRIMERA MEDITACIÓN

LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

1.-¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS A JESUCRISTO EN EL PAN EUCARÍSTICO?

  1.1.  PORQUE EL PAN EUCARÍSTICO ES JESUCRISTO VIVO Y RESUCITADO, que antes de marcharse al cielo... “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en la noche de la Última Cena, temblando de emoción, cogió un poco de pan en las manos y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros…esta es mi sangre que se derrama por vosotros” y como Él es Dios, así se hizo y así permanece por los siglos, como pan que se reparte con amor, como sangre que se derrama en sacrificio para el perdón de nuestros pecados.

Todos recordáis aquella escena. La acabamos de evocar en la lectura del evangelio. Fue hace veinte siglos, aproximadamente sobre estas horas, en la paz del atardecer más luminoso de la historia, Cristo nos amó hasta el extremo, hasta el extremo de su amor y del tiempo y de sus fuerzas, e instituyó el sacramento de su Amor extremo. Aquel primer Jueves Santo Jesús estaba emocionado, no lo podía disimular, le temblaba el pan en las manos, sus palabras eran profundas, efluvios de su corazón: “Tomad y Comed, esto es mi cuerpo...”, “Bebed todos de la copa, esta es mi sangre que se derrama por vosotros...” Y como Él es Dios, así se hizo. Para Él esto no es nada, Él que hace los claveles tan rojos, unas mañanas tan limpias, unos paisajes tan bellos.

Y así amasó Jesús el primer pan de Eucaristía. Porque nos amó hasta el extremo, porque quiso permanecer siempre entre nosotros, porque Dios quiso ser nuestro amigo más íntimo, porque deseaba ser comido de amor por los que creyesen y le amasen en los siglos venideros, porque “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, como nos dice el Apóstol Juan, que lo sabía muy bien por estar reclinado sobre su pecho aquella noche.

Por eso, queridos hermanos, antes de seguir adelante, hagamos un acto de fe total y confiada en la presencia real y verdadera de Cristo en la Eucaristía. Porque Él está aquí. Siempre está ahí, en el pan consagrado, pero hoy casi barruntamos más vivamente su presencia, que quisiera como saltar de nuestros sagrarios para hacer presente otra vez la liturgia de aquel Jueves Santo, sin mediaciones sacerdotales.

       Queridos hermanos, esta entrega en sacrificio, esta presencia por amor debiera revolucionar toda nuestra vida, si tuviéramos una fe viva y despierta. Descubriríamos entonces sus negros ojos judíos llenos de luz y de fuego por nosotros, expresando sentimientos y palabras que sus labios no podían expresar; esos ojos tan encendidos podrían despertar a tantos cristianos dormidos para estas realidades tan maravillosas, donde Dios habla de amor incomprensible para los humanos.

Este Cristo Eucaristía nos está diciendo: Hombres, yo sé de otros cielos, de otras realidades insospechadas para vosotros, porque son propias de un Padre Dios infinito, que os amó primero y os dio la existencia para compartir una eternidad con todos y cada uno de vosotros. Yo he venido a la tierra y he predicado este amor y os he amado hasta dar la vida para deciros y demostraros que son verdad, que el Padre existe y os ama,  y que el Padre las tiene preparadas para vosotros; yo soy“el testigo fiel”, que, por afirmarlas y estar convencido de ellas, he dado mi vida como prueba de su amor y de mi amor, de su Verdad, que soy Yo, que me hizo Hijo aceptándola: “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, la Palabra era Dios”; “Tanto amó Dios al mundo que  entregó  a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”. “Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí…” dice el Señor. Qué profundo significado encierran estas palabras para todos, especialmente para los sacerdotes.

Todos debiéramos recordarlas cuando celebramos la santa Eucaristía: “acordaos de mí...”  acordaos de mis sentimientos y deseos de redención por todos, acordaos de mi emoción y amor por vosotros, acordaos de mis ansias de alimentar en vosotros la misma vida de Dios, acordaos... y nosotros, muchas veces, estamos distraídos sin saber lo que hacemos o recibimos; bien estuvo que nos lo recordases, Señor, porque Tú verías muchas distracciones, mucha rutina, muchos olvidos y desprecios, en nuestras Eucaristías, en nuestras comuniones, distraídos sin darte importancia en los sagrarios olvidados como trastos de la iglesia, sin presencia de amigos agradecidos.

Vosotros, los sacerdotes, cuando consagréis este pan y vosotros, los  comulgantes, cuando comulguéis este pan, acordaos de toda esta ternura verdadera que ahora y siempre siento por vosotros, de este cariño que me está traicionando y me obliga a quedarme para siempre tan cerca de vosotros en el pan consagrado, en la confianza de vuestra respuesta de amor... Acordaos...

Nosotros, esta tarde de Jueves Santo, NO TE OLVIDAMOS, SEÑOR. Quisiéramos celebrar esta Eucaristía y comulgar tu Cuerpo con toda la ternura de nuestro corazón, que te haga olvidar todas las  distracciones e indiferencias nuestras y ajenas;  nos acordamos agradecidos ahora de todo lo que nos dijiste e hiciste y sentiste y sigues sintiendo por nosotros y te recodamos y recordaremos siempre agradecidos, desde lo más hondo de nuestro corazón.

SEGUNDA MEDITACIÓN

1. 2. PORQUE EN EL PAN CONSAGRADO ESTÁ LA CARNE DE CRISTO, TRITURADA Y RESUCITADA PARA NUESTRA SALVACIÓN.

Está el precio que yo valgo, el que Cristo ha pagado para rescatarme; y ahí está la persona que lo ha hecho, que más me ha querido, que más me ha valorado, que más ha sufrido por mí, el que más ha amado a los hombres, el único que sabe lo que valemos cada uno de nosotros, porque ha pagado el precio de su vida y de su sangre por cada uno de nosotros.

Cristo es el único que sabe de verdad lo que vale el hombre; la mayoría de los políticos, de los filósofos, de tantos pseudo-salvadores, científicos y cantamañanas televisivos no valoran al hombre, porque no lo saben ni han pagado nada por él, ni se han jugado nada por él; si es mujer, sólo valoran su físico y poco más, mira esta tarde la televisión; y si es hombre, lo que valga su poder, cartilla, su dinero, pero ninguno de esos da la vida por mí.

El hombre es más que hombre, más que esta historia y este espacio, el hombre es eternidad. Sólo Dios sabe lo que vale el hombre. Porque Dios pensó e hizo al hombre, y porque lo sabe, por eso le ama y entregó a su propio Hijo para rescatarlo. ¡Cuánto valemos! Valemos el Hijo de Dios muerto y resucitado, valemos la Eucaristía, donde Cristo hace presente este misterio.

Cuando en los días de la Semana Santa, medito la Pasión de Cristo o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver a Cristo pasar junto a mí, escupido, abofeteado, triturado, crucificado... Y siempre me hago la misma pregunta: ¿por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto dolor, tanto sufrimiento, tanto escarnio..., hasta la misma muerte?; ¿no podía haber escogido el Padre otro camino menos duro para nuestra salvación? Y ésta es la respuesta que Juan, testigo presencial del misterio, nos da a todos: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el, sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta ese extremo, porque este “entregó” tiene cierto sabor de “traicionó o abandonó”.    

       S. Pablo, que no fue testigo histórico del sufrimiento de Cristo, pero que lo vivió y sintió en su oración personal, contemplando el misterio de Cristo,  admirado, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...” Y es que para Pablo como para Juan, el misterio de Cristo, enviado por el Padre para abrirnos las puertas de la eternidad,  es un misterio que le habla tan claramente de la predilección de amor de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en el corazón de Dios Trinidad y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne y triturada, especialmente en su pasión y muerte, que le hace exclamar: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2, 19-20). 

Realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por Pablo como plenitud de amor y obediencia de adoración al Padre, en entrega total, con amor extremo, hasta dar la vida.  Al contemplar así a Cristo abandonado, doliente y torturado,  no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”.

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte y separación y voluntad pecadora, sino que entrega la persona del Hijo en su humanidad finita “para que no perezca ninguno de los que creen el Él”. Yo creo que Dios se ha pasado de amor con los hombres: “Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nuestros pecados” (Rom 5,8). 

Porque  ¿donde está la justicia? No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios  Padre hizo por salvarlos, porque sabemos que Dios es Amor, nos dice san Juan, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir; y con su criatura, el hombre, esencialmente finito y deficitario,  Dios es siempre Amor misericordioso, por ser amor siempre gratuito, ya que el hombre no puede darle nada que Él no tenga, sólo podemos darle nuestro amor y confianza total. Hermanos, confiemos siempre y por encima de todo en el amor misericordioso de Dios Padre por el Hijo, el Cristo de la misericordia: Santa Faustina Kowalska.

Porque este Dios tiene y ha manifestado una predilección especial por su criatura el hombre. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo un redentor, su propio Hijo, hecho hombre; para el ángel no hubo Hijo redentor, Hijo hecho ángel. ¿Por qué para nosotros sí y para ellos no? ¿Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí...? es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al mundo...¡Qué gran Padre tenemos, Abba, cómo te quiere tu Padre Dios, querido hermano!

 Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del Amor del Padre a los hombres en el Hijo, y del  Amor del Hijo al Padre por los hombres en el mismo Amor de Espíritu Santo: “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”; y  el Padre la dio en la humanidad del Hijo, con la potencia de su mismo Espíritu, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre por todos nosotros,  en la soledad y muerte de la humanidad asumida por el Hijo, Palabra y Canción de Amor revelada por el Padre en la que nos ha cantado todo su proyecto de Amor, en su humanidad triturada en la cruz y hecha pan de Eucaristía con Amor de Espíritu Santo, por la que somos introducidos en la esencia y Felicidad de Dios Trino y Uno, ya en la tierra.

Queridos hermanos, qué maravilloso es nuestro Dios. Creamos en Dios, amemos a Dios, confiemos en Él, es nuestro Padre, principio y fin de todo.  Dios existe, Dios existe y nos ama; Padre Dios, me alegro de que existas y seas tan grande, es la alegría más grande que tengo y que nos has revelado en tu Palabra hecha carne primero en el seno de María, Virgen bella y Madre, y luego hecho pan de Eucaristía por la potencia de tu Amor de tu mismo Espíritu.

Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre,  soñado en éxtasis eterno de amor y felicidad... Hermano, si tú existes, es que Dios te ama; si tú existes, es que Dios te ha soñado para una eternidad de gozo con Él, si tú existes es que has sido preferido entre millones y millones de seres posibles que no existirán, y se ha fijado en ti y ha pronunciado tu nombre para una eternidad de gozo hasta el punto que roto este primer proyecto de amor, nos ha recreado en el Hijo:“tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que  tengan vida eterna en Él”,

¡Cristo Jesús, nosotros te queremos, nosotros creemos en Ti; Cristo Jesús, nosotros confiamos en Ti, Tú eres el Hijo de Dios encarnado, el único que puede salvarnos del tiempo, de la muerte y del pecado. Tú eres el único Salvador del mundo

No quiero contento,
mi Jesús ausente,

que todo es tormento
a quien esto siente;
sólo me sustente
su amor y deseo;

véante mis ojos,

muérame yo luego

1.3. PORQUE EN EL PAN EUCARÍSTICO ESTÁ EL SEÑOR CON LOS BRAZOS ABIERTOS A TODOS LOS HOMBRES EN AMISTAD PERMANENTE.

       La presencia Eucarística es la presencia de Cristo en amistad permanente ofrecida con amor extremo a todos los hombres, hasta el final de su vida, de sus fuerzas y del tiempo.

       Sólo la fe viva y despierta por el amor nos lleva poco a poco a reconocerla y descubrirla y gozarla con el Señor, con el Amado, bajo las especies del pan y del vino: “visus, tactus, gustus in te fallitur, sed auditu solo tuto creditur”: no se puede experimentar esta presencia y vivirla con gozo desde los sentidos, solo es la fe la que descubre su presencia, hasta poder decir con san Juan de la Cruz: «y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura».

       “¡Es el Señor!”exclamó el apóstol Juan en medio de la penumbra y niebla del lago de Genesaret después de la resurrección, mientras los otros discípulos, menos despiertos en la fe y en el amor, no lo habían descubierto.

Él había reclinado su cabeza sobre su corazón en la Última Cena y sintió y consintió, -sentir con-, todos los latidos de su corazón. Si no se descubre su presencia y se experimenta, para lo cual no basta una fe heredada y no sentida sino que hay que pasar y llegar a la oración y adoración eucarística contemplativa, que goza y siente a Cristo sin necesidad de reflexionar o meditar; porque sin fe iluminada por el fuego del amor del Espíritu Santo en la contemplación, el sagrario se convierte en un trasto más de la iglesia; una vida eucarística pobre indica una vida cristiana pobre y un apostolado pobre, incluso nulo. Qué vida tan distinta en un seglar, sobre todo en un sacerdote, qué apostolado tan diferente entre una catequista, una madre, una novia eucarística y otra que no ha encontrado todavía este tesoro y esta perla preciosa, precisamente por no haber vendido nada o poco de su tiempo y de su dedicación a comprar este tesoro; no tiene intimidad con el Señor, porque para esto hay vender mucho de nuestro tiempo, soberbia, avaricia y pecados: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.

       Conversar y pasar largos ratos con Jesús Eucaristía es vital y esencial para mi vida cristiana, sacerdotal, apostólica, familiar, profesional, para ser buen hijo, buen padre, buena madre cristiana. A los pies del Santísimo, a solas con Él, con la luz de la lamparilla de la fe y del amor encendidos, aprendemos las lecciones de amor y de entrega, de humildad y paciencia que necesitamos para amar y tratar a todos y también poco a poco nos vamos encontrando con el Cristo del Tabor en el que el Padre tiene sus complacencias y nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, en ese día luminoso de nuestra fe, cuando el Padre quiera, oiremos su voz de Padre amoroso encendida de fuego de Dios Espíritu Santo, Dios Abrazo y Beso de Amor Trinitario, en el cielo de nuestra alma habitada por los TRES que nos dice: “Éste es mi Hijo, el amado, escuchadle.”

2.-EL GOZO DE CREER Y AMAR A JESÚS EUCARISTÍA

       ¡Qué gozo ser católico, tener fe, poder celebrar el Corpus Christi, creer en Jesucristo Eucaristía! ¡Qué gozo haberme encontrado con Él, saber que no estoy solo, que Él me acompaña, que mi vida tiene sentido! ¡Qué gozo saber que Alguien me ama, que si existo, es que Dios me ama, y en el Hijo Eucaristía me ama hasta ese extremo; hasta el extremo del tiempo, hasta el extremo del amor y de sus fuerzas, hasta el extremo de dar la vida por mí, hasta el extremo de ser Dios y, por amor, hacerse hombre, y venir en mi búsqueda para abrirme las puertas de la amistad y amor de mi Dios Trino y Uno! ¡Qué gozo saber que se ha quedado para siempre conmigo en el pan consagrado, en cada Sagrario de la tierra, con los brazos abiertos, en amistad permanentemente ofrecida!

       ¡Cómo no amarlo, adorarlo y comerlo! ¡ cómo no besarlo y abrazarlo y llevarlo sobre los hombros por calles y plazas, gritando y cantando, proclamando que Dios existe y nos ama, que la vida tiene sentido y es un privilegio existir, porque ya no moriremos nunca, que nuestra vida es más que esta vida y que este tiempo y este espacio, que soy eternidad, porque el Hijo de Dios Eterno me lo ha revelado y lo ha demostrado con su muerte y resurrección, que hace presente en la Eucaristía, donde me dice: “¡ yo soy el pan de la vida, el que coma de este pan, tenga la vida eterna”!

       ¡Cómo no proclamarlo y gritarlo cuando todo esto se cree, pero, sobre todo, se puede vivir, gustar y saborear ya aquí abajo, y empieza el cielo en la tierra, y se viven ratos de eternidad, en encuentros de amistad y de oración junto al Sagrario, donde el Padre me está diciendo su Palabra de Amor en el Hijo, encarnado primero en carne, luego, en el pan consagrado, y siempre por la potencia de su Amor, que es Espíritu Santo, persona divina y abrazo eterno del Padre y del Hijo!

       Jesucristo Eucaristía, desde su presencia eucarística y trinitaria, en «música callada» me está cantando, “revelando” la canción de Amor “extremo”, infinito del Padre al hombre por la potencia de Amor de la Trinidad, Espíritu Santo: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”, donde el Resucitado, en Eucaristía permanente, en oblación e intercesión perenne al Padre, con ese mismo Amor de Espíritu Santo nos está diciendo: no te olvido, te amo, ofrezco mi vida y amistad por ti y quiero hacerte partícipe de mi misma vida divina y trinitaria de sentimientos y gozos eternos: “a vosotros no os llamo siervos... a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha revelado el Padre, os lo he dado a conocer”.

       Cristo Eucaristía ¡qué gozo haberte conocido por la fe, sobre todo, por la fe viva y experimentada en la oración personal o litúrgica, no meramente creída o celebrada! ¡Qué gozo haberme encontrado contigo por la oración personal y eucarística: «que no es otra cosa oración... sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Parece como si la santa hubiera hecho esta definición mirando al sagrario.

       Por eso, qué necesidad absoluta tiene la Iglesia de todos los tiempos de tener, especialmente en los seminarios y noviciados y casas de formación, montañeros que hayan subido hasta la cumbre del Tabor eucarístico, y puedan enseñar, no sólo teórica, sino vivencialmente, este camino; necesitamos obispos y sacerdotes exploradores, como los de Moisés, que hayan llegado a la tierra prometida de la vivencia eucarística y puedan volver cargados de frutos para enseñar la ruta, dejando otros caminos que no llegan hasta el corazón del pan o de los ritos sagrados, hasta las personas divinas, presentes mistéricamente y amando y actuando para nuestra salvación.

       El camino exige oración permanente que nos lleva a la conversión personal permanente para llegar al amor total y permanente; hay que dejarlo todo, para llenarnos del Todo, y estamos muy llenos de nosotros mismo; tanto que no cabe Dios, el Todo; tenemos que dejar que Dios sea Dios, el Todo de nuestro ser y existir: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu amor”.

Y este es y será siempre el problema eterno de la Iglesia mientras camina por este mundo: conversión permanente por una vida de oración permanente, que sea alimento permanente de la unión permanente con Dios por medio de la Eucaristía como misa, comunión y presencia; Eucaristía como sacrificio permanente de mi yo, como Comunión con la vida y los mismos sentimientos de Cristo, como amistad de amor verdadero con su presencia de amor en el Sagrario, “estando muchas veces tratando a solas con Aquel que sabemos que nos ama”, al que le presto mi humanidad para que siga amando, predicando y salvando a sus hermanos, los hombres .

El Cuerpo de Cristo, el Corpus Christi, el pan consagrado es Cristo entero y completo, Dios y hombre, hecho alimento de fe y de amor para los que le coman en oración contemplativa de fe y amor, es el único alimento de la vida eterna, pero sabiendo siempre que una cosa es comer, y otro comulgar con los sentimientos y la vida de Cristo: “sin mí no podéis hacer nada...  el que me coma, vivirá por mí”.

15º JUEVES EUCARÍSTICO

PRIMERA MEDITACIÓN

3.-  EN EL SAGRARIO ME ENCUENTRO CON EL MISMO CRISTO MISERICORDIOSO DE PALESTINA, QUE CURÓ A LA HEMORROÍSA

       Aquí, en el Sagrario, está el mismo y único Cristo. Es el mismo Cristo, ya pleno de Luz y de Gloria, intercediendo por todos nosotros ante el Padre, el mismo de Palestina, el Cristo de la Hemorroísa, dispuesto a curarnos nuestras enfermedades, de cuerpo y de alma, si le tocamos, como ella, con fe y amor y esperanza convencida.

       Está ahí, esperándonos, siempre que nos acerquemos a él por la oración y se lo pidamos, aún sin pedírselo, sólo con desearlo, como la samaritana; está ahí, con los brazos abiertos, en amistad permanente para que le toquemos con fe y seamos curados de las heridas de nuestros pecados que nos desangran y vacían de la vida de la gracia y nos debilitan y nos llevan a la muerte y el pecado.

 ¡Hemorroísa creyente, decidida, enséñame a tocar a Cristo con fe y esperanza!

 “Mientras les hablaba, llegó un jefe y acercándosele se postró ante Él, diciendo: Mi hija acaba de morir; pero ven, pon tu mano sobre ella y vivirá. Y levantándose Jesús, le siguió con sus discípulos. Entonces una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó la orla del vestido, diciendo para sí misma: con sólo que toque su vestido seré sana. Jesús se volvió, y, viéndola, dijo: Hija, ten confianza; tu fe te ha sanado. Y quedó sana la mujer desde aquel momento”(Mt 9, 20-26) .

Seguramente todos recordaréis este pasaje evangélico, en el que se nos narra la curación de la hemorroisa. Esta pobre mujer, que padecía flujo incurable de sangre desde hacía doce años, se deslizó entre la multitud, hasta lograr tocar al Señor: “Si logro tocar la orla de su vestido, quedaré curada, se dijo. Y al instante cesó el flujo de sangre. Y Jesús... preguntó: ¿Quién me ha tocado?”

No era el hecho material lo que le importaba a Jesús. Pedro, lleno de sentido común, le dijo: Señor, te rodea una muchedumbre inmensa y te oprime por todos lados y ahora tú preguntas, ¿quién me ha tocado? Pues todos.

Pero Jesús lo dijo, porque sabía muy bien, que alguien le había tocado de una forma totalmente distinta a los demás, alguien le había tocado con fe y una virtud especial había salido de Él. No era la materialidad del acto lo que le importaba a Jesús en aquella ocasión; cuántos ciertamente de aquellos galileos habían tenido esta suerte de tocarlo y, sin embargo, no habían conseguido nada. Sólo una persona, entre aquella multitud inmensa, había tocado con fe a Jesús. Esto era lo que estaba buscando el Señor.

Queridos hermanos: Este hecho evangélico, este camino de a hemorroísa, debe ser siempre imagen e icono de nuestro acercamiento al Señor, y a la vez una imagen real y desoladora de lo que sigue aconteciendo hoy día.

Otra multitud de gente nos hemos reunido esta tarde en su presencia y nos reunimos en otras muchas ocasiones y, sin embargo, no salimos todos curados de su encuentro, porque nos falta fe. El sacerdote que celebra la Eucaristía, los fieles que la reciben y la adoran, todos los que vengan a la presencia del Señor, deben tocarlo con fe y amor para salir curados.

Y si el sacerdote como Pedro le dice: Señor, todos estos son creyentes, han venido por Tí, incluso han comido contigo, te han comulgado; el Señor podría tal vez responder: pero ¡no todos me han tocado! Tanto al sacerdote como a los fieles nos puede faltar esa fe necesaria para un encuentro personal, podemos estar distraídos de su amor y presencia amorosa; es más, nos puede parecer el Sagrario un objeto de iglesia, venerado, pero simple objeto, no la presencia plena y verdadera y realísima de Cristo.

Sin fe viva, la presencia de Cristo no es la del amigo que siempre está en casa, esperándonos, lleno de amor, lleno de esas gracias, que tanto necesitamos, para glorificar al Padre y salvar a los hombres; y por esto, sin encuentro de amistad, no podemos contagiarnos de sus deseos, sentimientos y actitudes.

En la oración eucarística, como en su presencia en el Sagrario en Eucaristía continuada y permanente el Señor se sigue ofreciendo por nosotros al Padre y como alimento de vida a todos, es el “pan de vida que ha bajado de los cielos” y nos dice: “Tomad y comed... Tomad y bebed”; y lo dice para que comulguemos, nos unamos a Él por la oración, por la adoración, comunión espiritual.

En la oración eucarística, más que abrir yo la boca para decir cosas a Cristo, la abro para acoger su don, que es el mismo Cristo pascual, vivo y resucitado por mí y para mí. El don y la gracia ya están allí, es Jesucristo resucitado para darme vida, sólo tengo que abrir los ojos, la inteligencia, el corazón para comulgarlo con el amor y el deseo y la comunicación-comunión y así la oración eucarística se convierte en una permanente comunión eucarística. Sin fe viva, callada, silenciosa y alimentada de horas de Sagrario, Cristo no puede actuar aquí y ahora en nosotros, ni curarnos como a la hemorroisa. No puede decirnos, como dijo tantas veces en su vida terrena “Vete, tu fe te ha salvado”.

       Y no os escandalicéis, pero es posible que yo celebre la eucaristía y no le toque, y tú también puedes comulgar y no tocarle, a pesar de comerlo. No basta, pues, tocar materialmente la sagrada forma y comerla, hay que comulgarla, hay que tocarla con fe y recibirla con amor.     Y ¿cómo sé yo si le toco con fe al Señor? Muy sencillo: si quedo curado, si voy poco a poco comulgando con los sentimientos de amor, servicio, perdón, castidad, humildad de Cristo, si me voy convirtiendo en Él y viviendo poco a poco su vida.

Tocar, comulgar a Cristo es tener sus mismos sentimientos, sus mismos criterios, su misma vida. Y esto supone renunciar a los míos, para vivir los suyos: “El que me coma, vivirá por mí”, nos dice el Señor en el largo y maravilloso capítulo sexto de San Juan. Y Pablo constatará esta verdad: “vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

Hermanos, de hoy en adelante vamos a tener más cuidado con nuestras misas y nuestras comuniones, con nuestros ratos de iglesia, de Sagrario. Vamos a tratar de tocar verdaderamente a Cristo. Creo que un momento muy importante de la fe eucarística es cuando llega ese momento, en que iluminado por la fe, uno se da cuenta de que Él está realmente allí, que está vivo, vivo y resucitado, que quiere comunicarnos todos los tesoros que guarda para nosotros, puesto que para esto vino y este fue y sigue siendo el sentido de su encarnación continuada en la Eucaristía. Pero todo esto es por las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, que nos llevan y nos unen directamente con Dios.

Hemorroisa divina, creyente, decidida y valiente, enséñame a mirar y admirar a Cristo como tú lo hiciste, quisiera tener la capacidad de provocación que tú tuviste con esos deseos de tocarle, de rozar tu cuerpo y tu vida con la suya, esa seguridad de quedar curado si le toco con fe, de presencia y de palabra, enséñame a dialogar con Cristo, a comulgarlo y recibirlo; reza por mí al Cristo que te curó de tu enfermedad, que le toquemos siempre con esa fe y deseos tuyos en nuestras misas, comuniones y visitas, para que quedemos curados, llenos de vida, de fe y de esperanza.

SEGUNDA MEDITACIÓN

4.- DESDE EL SAGRARIO JESÚS NOS LLAMA Y NOS ESPERA “PARA ESTAR CON ÉL Y ENVIARNOS A PREDICAR”.

 «EUCARÍSTICAS» es el título que puse, hace más de cincuenta años, a un cuaderno de pactas grises y páginas a cuadritos, que me llevaba a la iglesia en los primeros tiempos de mi sacerdocio. Allí anotaba todo lo que el Señor desde el Sagrario me iba inspirando: «Contemplata aliis tradere», lema de la Orden Dominicana, y, por tanto, de santo Tomás de Aquino: predicar lo que hemos contemplado. Eran sentimientos, emociones, vivencias, que yo luego traducía en ideas para mi predicación. Recuerdo, como si fuera hoy mismo, la primera «Eucarística» (vivencia), que escribí como párroco junto al Sagrario de mi primera parroquia de la bella Vera extremeña, Robledillo de la Vera (1962):

       «Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el Sagrario sería un trasto más de la Iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste; te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos, como presencia de amistad ofrecida a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres... Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión..., porque Tú lo sabías, Tú lo sabías todo....y, sin embargo, te quedaste... Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada Sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega....eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores; nosotros somos limitados en todo.

Señor, por qué me amas tanto, por qué me buscas tanto, por qué te humillas tanto, por qué te rebajas tanto... hasta hacerte no solo hombre sino una cosa, un poco de pan por mí.... Señor, pero qué puedo darte yo que Tú no tengas....qué puede darte el hombre.... Si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo... no me entra en la cabeza, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo hay una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros:“Padre,no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” y la cumpliste  en la Ultima Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros, cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre...”.

En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor, toda esta entrega, toda esta emoción, la he sentido muchas veces, la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del Resucitado y entrar así con Él en el círculo del Amor trinitario;  y también para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega. Gracias, gracias, Señor... Átame, átanos para siempre a tu amor, a tu Eucaristía, a la sombra de tu Sagrario para que correspondamos a la locura de tu amor.

16º JUEVES EUCARÍSTICO

PRIMERA  Y SEGUNDA MEDITACIÓN

 EL SAGRARIO ES EL BROCAL DEL POZO DE JACOB, DONDE JESÚS NOS ESTÁ ESPERANDO SIEMPRE, COMO A LA SAMARITANA

En la puerta del Sagrario, como brocal del pozo divino del agua que salta hasta la vida eterna, Jesús me está esperando siempre, como a la Samaritana, para un diálogo  de amistad y salvación con cada uno de nosotros ¡Samaritana mía, enséñame a dialogar con Cristo y pedirle    el agua de la fe y del amor!

   “Tenía que pasar por Samaria. Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, próxima a la heredad que dio Jacob a José, su hijo, donde estaba la fuente de Jacob. Jesús fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente; era como la hora de sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: dame de beber, pues los discípulos habían ido a la ciudad a comprar provisiones.

Dícele la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana? Porque no se tratan judíos y samaritanos. Respondió Jesús y dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva. Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, te viene esa agua viva?¿Acaso eres tú más grande que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebió él mismo, sus hijos y sus rebaños? Respondió Jesús y le dijo: Quien bebe de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna.

  Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed ni tenga que venir aquí a sacarla. Él le dijo: Vete, llama a tu marido y ven acá. Respondió la mujer y le dijo: no tengo marido. Díjole Jesús: bien dices: no tengo marido porque tuviste cinco, y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho verdad. Díjole la mujer: Señor, veo que eres profeta.

Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que adorar. Jesús le dijo: Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Díjole la mujer: Yo sé que el Mesías, el que se llama Cristo, está para venir, y que cuando venga nos hará saber todas las cosas. Díjole Jesús: Soy yo, el que contigo habla.

Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: Me ha dicho todo cuanto he hecho. Así que vinieron a Él y le rogaron que se quedase con ellos. Permaneció allí dos días y muchos más creyeron al oírle. Decían a la mujer: ya no creemos por tu palabra, pues nosotros mismos hemos oído y conocido que éste es verdaderamente el Salvador del mundo”(Juan 4, 4-26).

       Polvoriento, sudoroso y fatigado Jesús se ha sentado en el brocal del pozo. Está esperando a una persona muy singular. Ella no lo sabe. Por eso, al llegar y verlo, la samaritana se ha quedado sorprendida de ver a un judío sentado en el pozo, sobre todo, porque le ha pedido agua. Pero este encuentro ha sido cuidadosamente preparado por Jesús. Por eso, Cristo no se ha recatado en manifestar su sed material, aunque le ha empujado hasta allí más su sed de almas, su ardor apostólico: “si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...”.

       Queridos hermanos: el mismo Cristo, exactamente el mismo, con la misma sed de almas, está sentado a la puerta de nuestros Sagrarios, del Sagrario de tu pueblo. Lleva largos años esperando el encuentro de fe y amistad contigo para entablar el deseado diálogo, pero tú tal vez no has sido fiel a la cita y no has ido a este pozo divino para sacar el agua de la vida. Sin embargo, Él está siempre aquí, esperándote, como a la samaritana. Dos mil años lleva esperándote.

       Por fin hoy estás aquí, junto a Él, que te mira con sus ojos negros de judío, imponentes, pregúntaselo a la adúltera, a la Magdalena, a las multitudes de niños, jóvenes y adultos de Palestina, que le seguían magnetizados; ¡qué vieron en esos ojos, lagos transparentes en los que se reflejaba su alma pura, su ternura por niños, jóvenes, enfermos, pecadores, su amor por todos nosotros y que purificaban con su bondad las miserias de los hombres!

       Todos sentimos esta tarde una emoción muy grande, porque hemos caído en la cuenta de que Él estaba esperándonos. Y, sentado en el brocal del Sagrario, Cristo te provoca y te pide agua, porque tiene sed de tu alma, como aquel día tenía más sed del alma de esta mujer que del agua del pozo. Cristo Eucaristía se muere en nuestros Sagrarios de sed de amor, comprensión, correspondencia, de encontrar almas corredentoras del mundo, adoradoras del Padre, enamoradas y fervientes, sobre las que pueda volcarse y transformarlas en eucaristías perfectas.

       «He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres, diría a Santa Margarita y, a cambio de tanto amor, solo recibe desprecios...». Tú, al menos, que has conocido mi amor, ámame, nos dice el Señor a los creyentes desde cada Sagrario. “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...tú le pedirías y el te daría agua que salta hasta la vida eterna...”.

        El don de Dios a los hombres es Jesucristo, es el mayor don que existe y que es entregado a los que le aman. Para eso vino y para eso se quedó en el Sacramento. Si supiéramos, si descubriéramos quién es el que nos pide de beber... es el Hijo de Dios, la Palabra pronunciada y cantada eternamente con Amor de Espíritu Santo por el Padre: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios... Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 1-3,11). Pues bien, esa Palabra Eterna de Salvación y Felicidad, pronunciada con amor de Espíritu Santo por el Padre para los hombres, es el Señor, presente en todos los Sagrarios de la tierra.

       No debemos olvidar nunca que la religión cristiana, esencialmente, no son mandamientos ni sacramentos ni ritos ni ceremonias ni el mismo sacerdocio ni nada, esencialmente es una persona, es Jesucristo. Quien se encuentra con Él, puede ser cristiano, porque ha encontrado al Hijo Único, que conoce y puede llevarnos al Padre y a la salvación; quien no se encuentra con Él, aunque tenga un doctorado en teología o haga todas las acciones y organigramas pastorales, no sabe lo que es auténtico cristianismo, ni ha encontrado el gozo eterno comenzado en el tiempo.

       Es que Dios nos ha llamado a la existencia por amor, tanto en la creación primera como en la segunda, y siempre en su Hijo, primero, Palabra Eterna pronunciada en silencio, lleno de amor de Espíritu Santo en su esencia divina, luego, pronunciada en el tiempo y en este mundo en carne humana para nosotros, para que vivamos su misma vida y seamos felices con su misma felicidad trinitaria, que empieza aquí abajo; las puertas del Sagrario son las puertas de la eternidad:

  “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados...” (Ef 1,3-7).

       La religión, en definitiva, es todo un invento de Dios para amar al hombre y ser amado por el hombre, y aquí está la clave del éxtasis de amor de los místicos al descubrir y sentir y experimentar que esto es verdad, que de verdad Dios ama al hombre desde y hasta la hondura de su ser trinitario, y el hombre, al sentirse amado así, desfallece de amor, se transciende, sale de sí por este amor divino que Dios le regala y se adentra en la esencia de Dios, que es Amor, Amor que no puede dejar de amar, porque si dejara de amar, dejaría de existir. Esto es lo que busca el Padre por su Hijo Jesucristo, hecho carne de pan por y para nosotros.

       “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó...” (1J 4, 8-10).

       “Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios y lo somos. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es”(1Jn 3, 1-3).

        Por eso, ya puede crear otros mundos más dilatados y varios, otros cielos más infinitos y azules, pero nunca podrá existir nada más grande, más bello, más profundo, más lleno de vida y amor y de cariño y de ternuras infinitas que Jesucristo, su Verbo Encarnado. “Y hemos visto, y damos de ello testimonio, que el Padre envió a su Hijo por Salvador del mundo. Quien confesare que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor, permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 14-16).

       Y a este Jesús es a quien yo confieso como Hijo de Dios arrodillándome ante el Sagrario, y a éste es al que yo veo cuando miro, beso, hablo o me arrodillo ante el Sagrario, yo no veo ni pan ni copón ni caja de metal o madera que lo contiene, yo sólo veo a mi Cristo, a nuestro Cristo y ese es el que me pide de beber... y si yo tengo dos gotas de fe, tengo que comulgarle, comunicarme con Él, entregarme a Él, encontrarle, amarle: “Si tú supieras quién es el que te pide de beber...”

       Dímelo tú, Señor. Descúbremelo Tú personalmente. En definitiva, el único velo que me impide verte es el pecado, de cualquier clase que sea, siempre será un muro que me oculta tu rostro, me separa de Tí; por eso quiero con todas mis fuerzas destruirlo, arrancarlo de mí, aunque me cueste sangre, porque me impide el encuentro, la comunión total. “Si dijéramos que vivimos en comunión con Él y andamos en tinieblas, mentiríamos y no obraríamos según verdad”. “Y todo el que tiene en él esta esperanza, se purifica, como puro es Él. Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 1,6; 3, 3,6).

       Por eso, la samaritana, al encontrarse con Cristo, reconoció prontamente sus muchos maridos, es decir, sus pecados; los afectos y apegos desordenados impiden ver a Cristo, creer en Cristo Eucaristía, sentir su presencia y amor; Cristo se lo insinuó, ella lo intuyó y lo comprendió y ya no tuvo maridos ni más amor que Cristo, el mejor amigo.       Señor, lucharé con todas mis fuerzas por quitar el pecado de mi vida, de cualquier clase que sea. “Los limpios de corazón verán a Dios”. Quiero estar limpio de pecado, para verte y sentirte como amigo. Quiero decir con la samaritana: “Dáme, Señor, de ese agua, que sacia hasta la vida eterna…” para que no tenga necesidad de venir todos los días a otros pozos de aguas que no sacian plenamente; todo lo de este mundo es agua de criaturas que no sacia, yo quiero hartarme de la hartura de la divinidad, de este agua que eres Tú mismo, el único que puedes saciarme plenamente. Porque llevo años y años sacando agua de estos pozos del mundo y como mis amigos y antepasados tengo que venir cada día en busca de la felicidad, que no encuentro en ellos y que eres Tú mismo.

       Señor, tengo hambre del Dios vivo que eres Tú, del agua viva, que salta hasta la vida eterna, que eres Tú, porque ya he probado el mundo y la felicidad que da. Déjame, Señor, que esta tarde, cansado del camino de la vida, lleno de sed y hambriento de eternidad y sentado junto al brocal del Sagrario, donde Tú estás, te diga: Jesús, te deseo a Tí, deseo llenarme y saciarme solo de Tí, estoy cansado de las migajas de las criaturas, sólo busco la hartura de tu Divinidad. Quien se ha encontrado contigo, ha perdido la capacidad de hambrear nada fuera de Tí. Tú eres la Vida de mi vida, lléname de Tí. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios.

CARA A CARA CON CRISTO. Por eso, este encuentro eucarístico, la oración personal, este cara a cara personal y directo con Cristo es fundamental para nuestra vida espiritual. Añadiría que, aunque todos sabemos que la eucaristía como sacrificio es el fundamento, sin embargo la eucaristía como presencia tiene unos matices que nos descubre y pone más en evidencia la realidad de nuestra relación con Cristo. Porque en las eucaristías tenemos la asamblea, los cantos, las lecturas, respondemos y nos damos la paz, nos saludamos, escuchamos al sacerdote; pero con tanto movimiento a lo mejor salimos de la iglesia, sin haber escuchado a Cristo, es más, sin haberle incluso saludado personalmente.

       Sin embargo, en la oración personal, ante el Sagrario, no hay intermediarios ni distracciones, es un diálogo a pecho descubierto, de tú a tú con Jesús, que me habla, me enfervoriza o tal vez, si Él lo cree necesario, me echa en cara mi mediocridad, mi falta de entrega, que me dice: no estoy de acuerdo en esto y esto, corrige esta forma de ser o actuar.... y claro, allí, solos ante Él en el Sagrario, no hay escapatoria de cantos o respuestas de la misa, allí es uno el que tiene que dar la respuesta, y no las hay litúrgicas oficiales; por eso, si no estoy dispuesto a cambiar, no aguanto este trato directo con Cristo Eucaristía y dejo la visita diaria. ¿Cómo buscarle en otras presencias cuando allí es donde está más plena y realmente presente?

       Si aguanto el cara a cara, cayendo y levantándome todos los días, aunque tarde años, encontraré en su presencia eucarística luz, consuelo, gozo, que nada ni nadie podrán quitarme y quemaré de amor verdadero y seguimiento de Cristo allí donde trabaje y me encuentre, lo contagiaré todo de amor y seguimiento de El, llegaré a la unión afectiva y efectiva, oracional y apostólica con El. Y esto se llama santidad y para esto es la oración eucarística, porque la oración es el  alma de todo apostolado. Y a esto nos invita el Señor desde su presencia eucarística y para esto se ha quedado tan cerca de nosotros.

17º JUEVES EUCARÍSTICO

PRIMERA Y SEGUNDA MEDITACIÓN

6.- EN EL SAGRARIO NOS ESPERA EL MISMO CRISTO QUE CALMÓ LAS TEMPESTADES Y  SALVÓ A LOS APÓSTOLES DE NAUFRAGAR.

       San Mateo  lo describe así en su evangelio: “En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tened calma, soy yo; no temáis". Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados”.

Me consuela saber que, en medio de los peligros por los que todos tenemos que pasar, (unas veces porque nos meten, otras porque nos metemos nosotros), Cristo, desde el sagrario, está siempre  pendiente de nosotros para salvarnos para decirnos: “Animo, soy yo, no tengáis miedo”.

Con su presencia en el Sagrario Jesús siempre nos está ofreciendo su ayuda y amistad y si tenemos fe y venimos a su presencia, como estamos ahora, y le decimos como Pedro: “Sálvanos, Señor, que  perecemos”, Él, que es infinitamente bueno y poderoso y  nos ama y se ha quedado para eso tan cerca de nosotros “hasta el final de los tiempos”, hará que sintamos su presencia eucarística, nos quitará la soledad y el desaliento que otros tienen por no visitarlo en el Sagrario, y venceremos en todas las luchas y tempestades de la vida, tanto corporal y humana como espiritual, en las crisis de fe , de esperanza y amor, en las noches de fe en la oración y en la experiencia de Dios en nuestra vida espiritual. 

       Como Cristo, desde la montaña, donde había subido a orar, contemplaba a sus pies el mar de Tiberíades y en él la barca con los doce Apóstoles, sobre todo, cuando se embraveció y surgieron las olas por el viento fuerte, así también ahora, Jesucristo, nuestro amigo Dios, nos ve, desde el Sagrario,  a nosotros en el mar de la vida y vive pendiente de nosotros. Qué consuelo cuando uno sabe y vive todo esto. Qué tranquilidad en la misma enfermedad, persecución, críticas, envidias... no estoy solo, Cristo, desde el Sagrario me ve y me acompaña y se interesa por mí.

        1). Hemos de tener en cuenta que este hecho acaeció a continuación de la primera multiplicación de los panes: cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños, fueron milagrosamente alimentados por Jesús: “Visto el milagro que  Jesús había hecho, decían aquellos hombres: Este, sin duda, es el Profeta que ha de venir al mundo. Por lo cual, conociendo Jesús que habían de venir para llevárselo por fuerza para hacerlo rey, huyó Él solo otra vez al monte”. (Jo 6, 14-15).

       ¡Cómo huye el Señor de ser honrado y cómo nos enseña con las obras lo que nos predica de palabra! Los discípulos, halagados quizá por el clamor popular, soñaron en puestos y honras temporales; y el Señor les hizo embarcar y salir a la mar, y se quedó Él en tierra.

       Preveía el Señor la tempestad que muy pronto se iba a desatar, y les hizo embarcar para que lucharan con ella y no pensaran que en el seguimiento del Señor tan poderoso iba a ser todo felicidad, sino que vivieran dispuestos al sacrificio. Iba además a hacerles sentir que siempre velaba por ellos, sin que fuera necesaria su presencia corporal para tener muy presentes a los suyos y librarles de todo mal.

       Él, mientras tanto, subió al monte a orar. ¡Qué modelo para nosotros!  Cuántas veces en el sagrado Evangelio se nos inculca la frecuencia con que el Señor oraba. Quiere desarrollar prácticamente la lección que después ha de exponernos teóricamente: la necesidad de la oración, sobre todo durante el ejercicio del apostolado, y al mismo tiempo el modo más perfecto de hacerla; se aparta de las gentes, sube al monte, ora de noche.

       Todo hombre, y en especial todo apóstol, debe tener continuo recurso a la oración y buscar en ella la solución de sus dudas, el remedio de sus necesidades, el esfuerzo para el trabajo, la fecundidad de sus labores.

2). Se apartaron los Apóstoles de Jesús quizá de mala gana, pues que San Marcos (Mc., 6, 45) dice que “forzó a los discípulos a subir a la barca”; temían que sin Él pudiera sucederles cualquier contratiempo. Jesús los amaba muy de veras y, sin embargo, y aún por eso mismo permitió que fueran probados.

La tempestad significa cierta ausencia de Jesús, al menos en cuanto al socorro sensible; pero no significa abandono. Bien veía el Señor desde el monte, como ahora desde el Sagrario,  lo que a sus Apóstoles sucedía, y velaba para que no naufragaran, y les daba vigor y fuerza para que perseveraran en su trabajo remando y no cedieran vencidos al furor del viento y la mar contrarios.

¿Por qué causas permite el Señor la tempestad? Cuando no somos nosotros los que en ella nos metemos, como no fueron en esta ocasión los Apóstoles quienes se metieron por propia voluntad en el mar, para hacernos ejercitar nuestro valor y fidelidad y al mismo tiempo para hacernos sentir la necesidad de su ayuda.

       Si se trata del camino de la fe, de la oración, de nuestra unión plena y más perfecta con Él, estas crisis o noches, no sentir nada en la oración, tener pruebas de fe, sentirse solo y no poder meditar... etc. son las noche del sentido y del espíritu que san Juan de la Cruz explica muy bien y este tema lo tengo tratado en algunos de mis libros. Esta purificaciones, debido a que debo vaciarme de mí mismo en pensamientos y obras, de mis proyectos y sentimientos, para llenarme sólo de Dios, esto supone mortificación y sufrimiento, porque estoy tan lleno de mí mismo que no cabe Dios.

       Si se trata de la vida ordinaria, del sacerdocio, de mi matrimonio, hijos, negocios, apostolado, mientras todo va bien es fácil cumplir la obligación y es fácil también olvidarse de acudir en demanda del socorro de lo alto; pero si esto cambia y se complica, es difícil perdonar, seguir en vida familiar o de amistad, sentimos la tentación de cambiar o dejarlo todo, y lo mejor es lo que san Ignacio nos recomienda en los Ejercicios: «en momentos de turbación y tentación no hacer mudanzas>>, es decir: permanecer fiel en el cumplimiento de lo prometido;  esto es: crecer en la práctica de todo bien y esforzarse en cumplir lo prometido. Es lo que hicieron los Apóstoles: “remaban muy penosamente” (Mc., 6, 48); remando con trabajo merecieron el eficaz socorro de Jesús, como dice el refrán: a Dios rogando y con el mazo, dando.

       3). Jesús, aunque ausente con el cuerpo, estaba muy presente con su pensamiento y amor, y seguía compasivo las vicisitudes de sus discípulos. Al ver que la tempestad arreciaba, lleno de solicitud,  acudió a su socorro: “A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar” (Mt., 14, 25). Confiemos siempre en el Señor, en el Cristo amigo de nuestros sagrarios,, por mucho que la tempestad arrecie; si nosotros somos fieles, si le visitamos, si le comulgamos, El está con nosotros y no nos abandonará. ¡Bien seguros podernos estar de ello! En el mundo y en la Iglesia necesitamos almas de Sagrario, de fe y amistad permanente con Cristo Eucaristía. ¡Es tan bueno y compasivo, tan bello y hermoso!

       “Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar”.  Cuántas veces la pasión, el miedo o el pecado grave, nos hacen temer o despreciar como fantasmas a Jesús y su evangelio, sus enseñanzas, como si fueran para otro mundo y otra civilización. Y en esto de apariciones y visiones hemos de ser cautos y proceder con prudencia y con piedad, aplicando los criterios que la ascética y la mística nos enseñan para discernimiento de espíritus, y siendo siempre dóciles a las direcciones de los maestros de espíritu y de la santa Iglesia a los consejos y  mandatos de la jerarquía católica, incluso en las obras de apostolado.

       4) “Pero Jesús les dijo: "Tened calma, soy yo; no temáis" (Ib., 27). No soy un fantasma, sino realidad dulcísima; soy Jesús, a quien conocéis y os ama y nos os deja abandonados  ¿por qué teméis teniéndome a Mí? ¡Cuán grata sonó a los oídos de los amedrentados Apóstoles la voz conocida del Maestro en aquella hora angustiosa! Pues es el mismo, y, como entonces, si a Él venimos en su presencia permanente en el Sagrario, cosa fácil teniéndolo tan cerca, si a Él recurrimos en las horas de tempestad, en medio del fragor de la tormenta de la vida, sonará en el fondo de nuestra alma su voz tranquilizadora: “¡ No temas, soy Yo!” Y estando Jesús con nosotros, ¿a quién hemos de temer?

       Pensemos que siempre, cualquiera que sea nuestra tribulación, por grande que sea nuestra angustia, Él nos ve, se interesa por nosotros, sabe el tiempo que debe durar para nuestro bien y el momento más oportuno para socorrernos; confianza!, ¡ confianza! Nada puede hacernos más daño en las luchas de la vida que la desconfianza en Dios.

       Jesús, visto de lejos, para los que no creen es un fantasma que da miedo; su ley austera horroriza a la sensualidad; de cerca, cuando se tiene fe y amor y esperanza, se le gusta, nos hechiza y enamora, nos atamos a la sombra del Sagrario, y cómo nos gusta oír su voz en las pruebas de todo tipo: “Yo soy, no temáis”.

       "Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él”.  Pedro, lleno de confianza y fervoroso amor, se ofrece para la ardua tarea de pisar sobre el mar alborotado; quiere ir a Jesús sobre las aguas. Ir a Jesús por encima de las ondas alborotadas del mar. Ir a Jesús por encima de las ondas alborotadas del mar es trabajar por vencer en la lucha contra la tentación. El trabajo del propio vencimiento, la ruda labor de resistir las hondas continuas de tentaciones de todo tipo, en el carácter, la lengua, los sentidos.

       Pensemos que Jesús, al ver nuestros buenos deseos y oír nuestras ardientes súplicas, nos dice: «¡Ven!», y nos da su luz y su gracia, y con ella lo podemos todo. Pedro, al oír el “ven” de Jesús se lanza, valiente, al mar y avanza sin hundirse, ¡gran milagro! que un miserable pescador pise en el mar como en tierra firme, que un pobrecillo pecador, triunfe, esforzado, de los más fuertes enemigos y avance hacia Jesús en medio de furiosos ataques.

       “Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". Apartó Pedro sus ojos de Jesús para fijarlos en las encrespadas ondas del mar, y sintió el rugir del viento y se vio envuelto en espuma, salpicado por las aguas, ¡y temió; su confianza no se apoyaba únicamente en la palabra divina...; se dejó dominar del temor humano y comenzó a hundirse. Cuando esforzados por el divino llamamiento y pisando sobre dificultades marchamos hacia Dios, lo único temible es el acordarnos demasiado de nosotros mismos, y apartando los ojos de Dios, fijarlos en los trabajos que nos oprimen.        Afortunadamente, Pedro, en el peligro, clamó, con angustiosa esperanza, a Jesús: “Señor, sálvame!”, y “En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". Aprendamos la lección; trabajemos por confiar siempre en Jesús, seguros de que quien en El confía no será confundido.

       “En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó”. ¡Qué gozo más grande tener al Señor junto a nosotros, sentir su mano, su aliento, su protección, reclinar sobre el sagrario nuestra cabeza para sentir los latidos de su corazón.¡Y cuál la admiración de Pedro al ver que los vientos y el mar se le sometieron y le obedecieron. Y con qué reverencia “Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios".

       Hagámoslo nosotros ahora y quedemos en contemplación de amor ante Cristo Eucaristía: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado»

18º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª Y 2ª MEDITACIÓN

EN EL SAGRARIO NOS ESPERA JESÚS, EL AMIGO DE MARTA Y MARÍA, QUE RESUCITÓ A SU HERMANO LÁZARO

Vamos a profundizar en el misterio de nuestra resurrección y eternidad, porque es la razón fundamental de la misión de Jesús en el mundo, la razón de su venida en nuestra búsqueda para abrirnos las puertas del cielo. Para esto nos soñó el Padre y roto este proyecto del Padre, envió a su Hijo para recrearlo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna”.

       Qué gozo y garantía de salvación y felicidad eterna tenerte aquí tan cerca en el Sagrario con amor extremo hasta dar la vida por cada uno de nosotros; tenemos aquí tan cerca ya, amándonos y perdonándonos, al mismo Cristo que nos va a juzgar en el día en que pasamos de la casa de los hombres a la casa de Dios, en el día de nuestra entrada en gozo soñado y realizado por el Hijo.

       Y lo hacemos precisamente ante Cristo Eucaristía, Pan de vida eterna. Y este Cristo que tanto me quiere y me ama, al que yo tantas veces beso y comulgo y visito en el Sagrario, ¿Este Cristo me va a condenar? Jamás lo hará... jamás...

       1) Enfermó de gravedad Lázaro, y sus hermanas enviaron a Jesús un aviso diciéndole únicamente: “Señor, al que tú amas está enfermo” (Jo., 11, 4). Qué súplica tan hermosa y llena de sentido: “Señor, está enfermo el que amas, tu amigo!” Luego Jesús tiene amigos y predilectos. ¿Lo es tuyo? Claro que sí. Por su parte no quedará...ni por la tuya, por eso estás aquí en su presencia ¿Cómo tratamos a Jesús? ¿Cómo le correspondemos? Modelo de oración el de estas hermanas, exponen con brevedad y con llaneza al Señor la necesidad; saben que les ama y juzgan que la sola exposición de la necesidad es una súplica instante. Aprendamos a repetir: “Señor, tu amigo está enfermo”.

       Y Jesús parece que no hace caso, y responde: “Esa enfermedad no es para muerte, sino para gloria de Dios, para que por medio de ella sea el Hijo de Dios glorificado” ¿Era que no le amaba? El Evangelio, en el versículo siguiente, dice: “Jesús amaba a Marta, y a su hermana María, y a Lázaro”. No lo olvidemos, que veces hay en que a pesar de nuestras súplicas las cosas parece que se tuercen y no vienen a medida de nuestros deseos; confiemos y recordemos que lo primero es la gloria de Dios, el «sea lo que sea, te doy gracias, porque Tú ere mi Padre», porque Tú me amas más que yo mismo,  que por el pecado original me busco por caminos egoístas prefiriendo mi voluntad a la tuya.

       2) Dos días después dice Jesús a sus discípulos: “Vamos otra vez a la Judea... Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, y ¿quieres volver allí?” le dicen admirados los Apóstoles. Y Jesús les respondió.: “Pues qué, ¿no son doce las horas del día? El que anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; al contrario, ‘quien anda de noche tropieza, porque no tiene luz” (Ib., 9-10). Es idea por Jesús varias veces repetida casi en la misma forma (Jn, 9, 4 y 12, 35-36). Tratándose de trabajar por la gloria de Dios, mientras nos cobija su protección y caminamos a su luz, podemos marchar sin miedo a tropezar, y nuestro trabajo será fecundo; en cambio, quien anda de noche y en tinieblas, sin la luz de la fe y de la gracia, cae fácilmente; ahora marcho a esa luz; pronto llegará la ocasión en que diga: “Esta es vuestra hora” y el “poder de las tinieblas” (Lc., 22, 53).

       3) Después el Señor anunció la muerte de Lázaro y les añadió: “Y me alegro por vosotros de no haberme hallado allí, a fin de que creáis. Y ahora vamos a él” (Jo., 11, 15). No quiso sanarle, como lo hubiera hecho de estar presente, para poder resucitarle; y aguardó al cuarto día para que la muerte fuese más evidente y el milagro más patente. Y les dice que se alegra por ellos, porque iba a ser causa aquel retraso de aumento de fe y de caridad en los discípulos, resultando así de la prueba dolorosa a que sometió a sus amigos de Betania gran bien para sus discípulos. Tengamos también nosotros en cuenta este comportamiento en nuestras peticiones al Señor. Hay que tener paciencia y confianza. No hace Jesús sufrir a los que ama por sólo el gusto de verlos padecer, sino por otros fines muy levantados de la gloria de Dios y la salvación de las almas. ¡No lo olvidemos!

       4) Y esto es lo que pretendía conseguir de Marta y María: antes que resucite a su hermano Lázaro pide a la una y a otra que crean, cuando les diga: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto, vivirá”. Se pone, pues, en camino, y cuando llegó a Betania “halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba “sepultado” (Jn 17). “Marta, luego que oyó que Jesús venía., le salió a recibir, y María se quedó en casa”.

Nosotros también hemos venido a la Iglesia para hablar con Jesús. Unámonos en espíritu a Marta y a la comitiva de Jesús y escuchemos con devoto recogimiento el expresivo diálogo que Tú, Jesús Eucaristía, tuviste lleno de amor con Marta, y reflexionemos para sacar el mayor provecho de esta conversación: “Dijo, pues, Marta a Jesús; Señor, si hubieses estado aquí no hubiera muerto mi hermano”. Fe imperfecta, sin duda, pues que juzgaba necesaria la presencia de Jesús para que hiciera un milagro; cuánto más perfecta era, la del centurión (Mt., 8); miremos, sin embargo, dentro de nosotros mismos por si hemos tenido esta misma duda alguna vez; aunque es expresión real de confianza en la amistad de Jesús.

       La frase del Señor: “me alegro de no haberme hallado allí”, parece significar que de haber estado en Betania Jesús, no hubiese muerto Lázaro. Y continuó Marta: “Bien que estoy persuadida de que ahora mismo te concederá Dios cualquier cosa que le pidieres” (ib., 22).

La queja amorosa de Marta es cierto que no contiene reproche para Jesús y que muestra que la prueba por que ha pasado no la ha hecho perder el amor y la confianza para con el Maestro; pero aunque su estima de Jesús es grande, su fe en la divinidad de Cristo, muy corta, y quiere el Señor, antes de hacer el milagro, excitar y perfeccionar la fe de aquellas buenas hermanas: “Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta respondió: Sé que resucitará en la resurrección, en el último día. Jesús le dijo: Yo soy resurrección y vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y cualquiera que vive y cree en Mí, no morirá para siempre” (23-26).

Tienden las palabras de Jesús a corregir la imperfecta fe de Marta acerca de su persona: “Yo soy resurrección” y no necesito impetrar de otro el poder de resucitar; Yo soy la vida, autor y fuente de toda vida sobrenatural; quien en Mí cree, aunque corporalmente muera, vive espiritualmente y alcanzará a su tiempo la resurrección de su cuerpo; y cualquiera que vive aun en el cuerpo y “cree en Mí, no morirá para siempre”, es decir, no morirá de muerte espiritual y eterna, sino que vivirá siempre en el alma inmortal y en su cuerpo resucitado en el último día.

¿De qué resurrección y de qué vida se trata aquí? Es cuestión no clara de decidir. Lo más conforme al contexto y al movimiento de ideas de todo el cuarto Evangelio parece entender las palabras de Jesucristo a la vez de la vida corporal y de la vida espiritual, pero con la subordinación de la vida eterna de las almas, esto es, que si en el día de nuestra muerte ciertamente nuestra alma no muere, quiere decir que todo mi yo, lo que pienso y amor, lo que soy y seré, está con el Señor.

Y al preguntar Jesús a Marta: “¿Crees tú esto?”, no se refería principalmente a la resurrección, sino a su prerrogativa propia y personal de dar la vida a los muertos y conservarla a los vivos, “Respondió Marta: ¡Oh Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el que tenía que venir a este mundo!”.

 Magnífica profesión de fe que nos recuerda la que brotara de labios del Apóstol San Pedro; da Marta a Jesús sus dos nombres mesiánicos, el Cristo y el que tenía que venir. Digamos también nosotros, llenos de fe y amor, mirando a Cristo Eucaristía: ¡Creo que eres el Hijo de Dios, Dios como el Padre, que todo lo puedes, la resurrección y vida, por la potencia de tu Amor, Espíritu Santo! Pan de vida, Eucaristía divina, Tú lo puedes todo, y en Ti confío mi eternidad que Tú viniste a conseguirnos mediante tu muerte y resurrección que se ha presente en cada misa, (eso es la misa, la eucaristía), y “el que come de este pan, vivirá eternamente”.

       5) “Dicho esto, Marta fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «el Maestro está aquí y te llama»”. Consideremos la caridad de Jesús y su fina amistad con aquellas hermanas; decidido, por el amor que las tenía, a resucitar a su hermano, quiere que esté presente también María, y la manda llamar. María, que tan apasionadamente amaba al Señor, “apenas lo oyó, se levantó y fue donde estaba Jesús, y en viéndole se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si estuvieras aquí no hubiera muerto mi hermano»” (ib., 23).

María ejercitó tres virtudes muy excelentes: «La primera, obediencia presta, puntual y amorosa, nacida de la grande estima que tenía de Cristo Nuestro Señor..., enseñándonos la puntualidad con que hemos de acudir al llamamiento de Dios, sin hacer caso de todo lo que es carne y sangre. La segunda virtud fue el gran respeto y reverencia al Señor, porque “viéndole se echó a sus pies”; a los pies de Jesús había pasado María, en silencio, horas suavísimas de consolaciones inefables; a los pies de Jesús, en la hora de la tribulación, abre sus labios con frase delicada, de amorosa queja: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. Y Jesús no la responde; pero lo que más es, se conmueve, se compadece.

A esta plegaria de María atribuye la Iglesia la resurrección de Lázaro, como rezamos en la oración de la misa del día de su fiesta, el 22 de julio: «... por cuyos ruegos (Cristo) resucitaste a su hermano Lázaro».

 Cuántas resurrecciones de almas se deben a la oración de las almas buenas, fieles amantes de Jesús Eucaristía, cuantos que han vuelto a la vida después de la muerte de los pecados, cuantos hijos y amigos que han vuelto a la vida cristiana para la que estaban muerto.

Oremos nosotros ahora ante Jesús Eucaristía. Es el mismo Cristo con el mismo amor, poder, misericordia. Él resucitó a Lázaro después que sus hermanas se lo pidieran.

       6) Jesús resucita a Lázaro después de haber llorado y orado: “Jesús, al verla llorar y cómo lloraban los judíos que habían venido con ella, se conturbó lleno de emoción y dijo: «Dónde lo habéis puesto?» ¡Ven »a verlo, Señor!», le dijeron. Jesús lloró, y los judíos decían: «¡Mirad cuánto le amaba!» Mas algunos de ellos dijeron: «Y uno, que ha abierto los ojos de un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera” (ib., 33-37).

Veamos de qué diversa manera se juzga una misma acción! Aprendamos a no estimar en más de lo que valen los juicios de los hombres;  jamás podremos complacerlos a todos, pero siempre debemos buscar la voluntad de Dios.

       Todavía emocionado, Jesús se acercó al sepulcro, que era una cueva cerrada con una losa, y mandó quitarla; Marta quiso estorbarlo, y le dijo: “«Señor, que ya huele mal porque lleva cuatro días»: Jesús le replicó «No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?»”.

No se asusta Jesús del hedor de nuestra corrupción, que para remediarlo viene a nosotros; pero quiere que lo pongamos al descubierto quitando la losa de la hipocresía y reconociendo ante el ministro de Dios, nuestra miseria. A la objeción de Marta responde el Señor con un anunció casi manifiesto de lo que va a hacer, y una invitación a prepararse al milagro por la fe.

“Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a los alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado”.       Levantó sus ojos al cielo ara indicarnos que de allí ha de venir nuestro remedio si, descubriendo nuestras miserias, sintiendo la hediondez de nuestros pecados, lo pedimos con humildad a Dios.

El Señor nos enseña también en la corta oración jaculatoria que hizo, que si deseamos recibir nuevas mercedes de Dios, hemos de comenzar por agradecer las ya recibidas. Además, todas sus obras las dirige a gloria de Dios para aumento de fe en los presentes, para salvación de todos. ¿Somos delicados con nuestro Padre Dios, principio de todo bien que tenemos, lo hacemos así nosotros, o nos mueven otros fines mas egoístas e interesados?.

       “«Y dicho esto, clamó con voz potente: «Lázaro, sal fuera. El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar»”. ¡Qué grande eres, Señor! Tú eres Dios, Eternidad, Todo ¡Qué gran Amigo tenemos! ¡Que gozo creer en Ti y haberte sentido tan cerca tantas veces y haber resucitado del pecado y de la misma muerte!

       Cristo Eucaristía, presente aquí ahora en el Sagrario, me maravilla ver la eficacia de la oración de los justos, de tus amigos para alcanzar del Señor la  resurrección del pecado a la vida de la gracia y animarnos así a orar sin descanso, ante su presencia en el Sagrario, en oración permanente, por la conversión del mundo. ¿Y qué efecto produjo en los circunstantes maravilla tan extraordinaria? El evangelista solamente nos dice: “Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él: pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús”.

       No es difícil de entender el gozo purísimo que inundó las almas de aquellas dos santas hermanas, y cómo crecería, si posible era en ellas, el amor a Jesús, y cómo se le ofrecerían otra vez y le rogarían que tuviese por suya la casa de ellas y siguiese amándolas como las había amado, y entendería plenamente Marta las palabras que Jesús le dijo al prepararla para el milagro. En los Apóstoles se lograría la predicción de Jesús, “me alegro por vosotros, a fin de que creáis”, y su fe se robustecería y con ella su estima y amor al Maestro. Creyeron también en Él muchos de los judíos que habían venido de Jerusalén a visitar a María y a Marta; pero “algunos de ellos fueron a los fariseos y les contaron las cosas que Jesús había hecho” (ib., 46). ¡Nunca faltan corazones mezquinos que convierten la verdad y el amor verdadero de Cristo y de los hombres en envidias de crítica y destrucción: Consecuencia de este milagro el decretar el sanedrín la muerte de Jesús! (ib., 47-53).

       Y lo mismo pasó con su amigo Lázaro. En aquella ocasión dicen los evangelios que Jesús se emocionó y lloró. Es que siente de verdad nuestros problemas y angustias. Le dio pena de sus amigas Marta y María, que se habían quedado solas, sin su hermano. Fueron a la tumba y allí lloró lágrimas de amor verdadero. Nos lo dicen testigos que lo vieron.

Y Lázaro resucitó por su palabra todopoderosa. Y luego todos lloraron de alegría. Y nosotros también lloramos de emoción, de saber que es el mismo, que está aquí con nosotros en el sagrario y que nos ama así, como nadie puede amar, porque así lo ha querido Él, que es Dios y todo lo puede, y le hace feliz amarnos así.

Y éste es el camino de amor, misericordia y perdón que Él ha escogido para encontrarse con nosotros, para relacionarse con el hombre. Y Él es Dios, es decir, no nos necesita. Todo lo hace gratuitamente. Su corazón es así. No lo puede remediar. Así es el corazón eucarístico de Jesús.Y tenía razón Marta, cuando el Señor le preguntó: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo»” (Jn 11,25-27). Y nosotros ante su presencia en el Sagrario decimos lo mismo: Yo no sé cómo puede ser o hacerse esto… Yo sólo sé que Tú eres el Hijo de Dios y que Tú lo puedes todo. 8.-  EN EL

19º JUEVES EUCARÍSTICO

PRIMERA MEDITACIÓN

CRISTO, SACERDOTE ÚNICO Y EUCARISTÍA PERFECTA

“Estate, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte” ¡Cuánto he aprendido de Ti, Señor, en ratos de oración ante el Sagrario y en nada de tiempo ni de estudio ni de  teologías y sin libros ni reuniones “pastorales”, cuánto he comprendido y penetrado en tu persona y conocimiento, más que con todos mis estudios y títulos universitarios, simplemtne estando, Señor, en tu presencia eucarística!

¡Cuánta belleza y hermosura de esencia de Amor de mi Dios Trino y Uno he descubierto y gozado en el pan Eucarístico, en Jesucristo Eucaristía en ratos de Sagrario en silencio de todo! Qué claro y gozoso he visto que Tú, Padre, Abba-Papá bueno de cielo y tierra, Principio de todo, qué claro he visto y gozado que Tú has soñado conmigo: si existo, es que me has amado y soñado desde toda la eternidad y con un beso de amor de Padre me has dado la existencia en al amor de mis padres. “Abba”, Papá bueno del cielo y tierra, te doy gracias porque me creaste...

Me has revelado, he comprendido que si existo, es que me has preferido a millones y millones de seres que no existirán y me has señalado con tu dedo,  creador de vida y felicidad eterna. Yo soy más bello para Ti y tienes deseos de abrazarme eternamente como hijo en el Hijo, con tu mismo Amor de Espíritu Santo.

Si existo, soy un cheque firmado y avalado por la sangre del Hijo muerto y resucitado por la potencia de Amor del Santo Espíritu; y he sido elegido  por creación y redención para vivir eternamente en la misma felicidad de Dios Trino y Uno. Y me besarás eternamente en el mismo beso infinito de amor de Espíritu Santo a tu Hijo, sacerdote único del Altísimo, con el cual me consagraste e identificaste por tu Amor. Soy eternamente sacerdote en tu Hijo Jesucristo, Único y eterno Sacerdote.

Padre bueno de cielo y tierra, te pido que venga a nosotros tu reino de Santidad, Verdad y Amor;  que se haga tu voluntad de salvación universal de todos los hombres; que cumplamos tu deseo revelado en tu Palabra hecha carne: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”;  danos muchos y santos predicadores de tu reino que prolonguen la misión que confiaste a tu Hijo Encarnado, Sacerdote Único del Altísimo y Eucaristía perfecta.

       Jesucristo Eucaristía, muchas veces no correspondido en amor y amistad por nosotros, incluso sacerdotes y consagrados; Tú eres amor apasionado y extremo, en presencia humilde y callada de Sagrario, pidiendo  el amor de tus criaturas para salvanos y hacernos eternamente felices por el pan de la vida eterna. Si de esta forma tan extrema y humillante nos pides amor, Cristo amado, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te pregunto: ¿Por qué nos buscas así, humillándote tanto? ¿Es que no puedes ser feliz sin mí, sin el amor de tus criaturas? ¿Es que necesitas de mi amor para ser feliz, hasta ese extremo nos amas? “habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo”.

¡Dios infinito, no te comprendo! No comprendo que no quieras ser feliz sin mí, sin el hombre creado a tu imagen y semejanza, que no quieras un cielo eterno, tu cielo, sin mí, sin tus criaturas, creadas por Ti para amarlas y sumergirlas en Trinidad con Amor de Espíritu Santo, Amor Trinitario del Padre y del Hijo, amor y amistad y abrazo de felicidad eterna del Padre, por el Hijo con amor de Espíritu Santo… en el cual nos quereis sumergir, esto sí que es amor infinito, tu amor eterno de Espiritu Santo, esto sí que nos superas totalmente, infinitamente, por eso no lo entiendo, simplemente lo gozo algunas veces en tu Presencia Eucarística cuando Tú nos lo comunicas o lo vivimos por la Comunión eucarística.

No entiendo, Padre, que siendo Dios y teniéndolo todo, necesites de tus criaturas para cumplir tus deseos de felicidad eterna y por ellas hayas    enviado a tu Hijo hecho hombre, criatura limitada como nosotros, siendo Dios y teniéndolo todo y no necesatando de nadie ni de nada… no lo  entiendo.

Cristo, que me escuchas desde la Custodia Santa, no entiendo que hayas venido a este mundo en mi búsqueda para llenarme de tu felicidad infinita y trinitaria, y para eso no solo te hayas hecho hombre sino un trozo de pan, Dios hecho un trozo de pan, porque deseas que todos los hombres te coman con hambre de fe y amor; lo hiciste temblando de amor con el pan en las manos en la ültima Cena que ahora haces presente en cada misa por medio de nosotros, tus sacerdotes: “Tomad y comed esto es mi cuerpo… el que me coma con amor tendrá la vida eterna… ya en este mundo, no comprendo que hayas venido en mi búsqueda y hayas sufrido y muerto por todos los hombres para que tengamos tu misma vida, tu misma felicidad eterna contigo en la Trinidad Santísima.

¡Cristo Eucaristía, eres presencia de Dios, de Amor Infinito, tan cerca de nosotros, presencia permanente, incompresible e incomprendido, por tu amor extremo, hasta dar la vida por mí, por todos, siendo Dios y haciéndote hombre para poder sufrir y morir… por tu exceso de amor

¡Cristo amado, no te comprendo! ¡Es que nos amas como si fuéramos personas divinas, con el mismo amor que amas al Padre, con tu Amor de Espíritu Santo; es que nos amas con Amor y en Amor Trinitario… pues tiene que ser así, porque no tienes otro Amor, solo Amor de Espíritu Santo, con el que el Padre nos ha soñado como hijos eternos y divinizados en el Hijo que vino a decírnoslo y realizarlo, siempre con su mismo amor de Espíritu Santo,mediante su Encarnación, Muerte y Resurrección, para transformarnos en eternidades de Luz Divina, siempre con el mismo Amor de Dios; Oh mis Tres y mi Todo, ayudadme ya ahora a sumergirme tranquilo y sereno en vuestro Amor Trinitario de Espíritu Santo como si ya estuvera en la eternidad..

Señor Jesucristo, Sacerdote y Único Salvador de los hombres, quiero ser sacerdote eternamente contigo, quiero ¡que todos los hombres se salven y lleguen por tu vida eucarística, ofrecida y participada, a la gloria y alabanza eterna de la Trinidad, participación del cielo y de la vida divina ya en la tierra; que lleguemos así a la plenitud de la gloria y felicidad divina para la que nos has soñado y existimos y que todos podemos gustar y gozar ya en ratos de oración y Sagrario!

Yo, como sacerdote y en nombre de todos mis hermanos los hombres, ungidos sacerdotes por el Espíritu Santo en el sacramente del Bautismo o por el Sacramento del Orden Sagrado, pido que todos entremos dentro de nosotros mismos y nos sintamos identificados y habitados por Cristo Sacerdote que a través de nosotros quiere ejercitar su único Sacerdocio y ofrecernos al Padre como hostias vivas para gloria de la Santísima Trinidad y salvación del mundo.

Nosotros como sacerdotes, yo, como sacerdote, quiero dedicar mi vida y todo mi ser y existir a esta misión divina; yo creo, adoro, espero y te amo a Ti, mi Dios Trino y Uno presente por el Hijo-hijo en el pan consagrado y quiero que todos mis hermanos los hombres crean, adoren, esperen y te amen a Ti, Dios mío Padre, Hijo y Espíritu Santo:

“Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí, para establecerme en Vos, tranquilo y sereno como si mi alma ya estuviese en la Eternidad… que nada pueda turbar mi paz y hacerme salir de Vos, oh mi Dios Inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la inmensidad de vuestro misterio de amor”, sobre todo, en el misterio eucarístico, que lo contiene todo y al Todo, al Padre en el Hijo  por el Espíritu Santo que lo encarnaen en el Pan, y que no comprendo ni abarco en la santa misa pero que cada dia  me invade más y me sumerge en vuestra esencia trinitaria e infinita.

SEGUNDA MEDITACIÓN

       3.- “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco, porque eran tantos los que iban y venían…” Precisamente el evangelio de hoy, como hemos dicho, bosqueja en síntesis la actividad de Jesús, buen pastor, y nos presenta una jornada intensa de su actividad a favor del  pueblo que se agolpa en torno a Él, hasta el punto que “no encontraban tiempo ni para comer”.

Mi oración personal, sobre todo, eucarística, es el sacramento de mi unión con el Señor y por eso mismo se convierte a la vez en un termómetro que mide mi unión, mi santidad, mi eficacia apostólica, mi entusiasmo por Él: “Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”.

Primero es “estar con Él”, lógico, luego: “enviarlos a predicar”. Antes de salir a predicar, el apóstol debe compartir la comunión de ideales y sentimientos y orientaciones con el Señor que le envía, el Señor que le está esperando en el Sagrario de su parroquia. Y todos los Apóstoles que ha habido y habrá espontáneamente vendrán a la Eucaristía para recibir orientación, fuerza, consuelo, apoyo, rectificación, nuevo envío. Todo sacerdote debe ser, si tiene fe un poco vivida y cultivada, tiene que ser eucarístico, pasar largos ratos ante el Sagrario, depende de la fe…

El sacerdote tiene la dimensión profética y debe ser profeta de Cristo, porque ha sido llamado a hablar en lugar de Cristo. Pero además está llamado a ser su testigo y para eso debe saber y haber visto y experimentado lo que dice. Experiencia de Cristo por ratos de oración.

El presbítero, tanto en su dimensión profética como sacerdotal, tiene que hacer presente a Cristo, es un sustituto de Cristo en la proclamación de la Palabra y en la celebración de sus misterios, y esto le exige y le obliga, al hacerlo “in persona Christi”, vibrar y vivir la vida y los mismos sentimientos de Cristo.

El profeta no tiene mensaje propio sino que debe estar siempre a la escucha del que le envía para transmitir su mensaje. Y para todo esto, para ser testigos de la Palabra y del amor y de la Salvación de Cristo, no basta saber unas cuántas ideas y convertirse en un teórico de la vida y del evangelio de Cristo. El haber convivido con Él íntimamente durante largo tiempo de oración eucarística, con trato diario, personal y confidente, es condición indispensable para conocerle, amarley predicarlo. Y esta convivencia íntima con el amigo dura toda la vida sacerdotal y no puede interrumpirse nunca a no ser que se rompa la amistad, porque es un anticipo del cielo.

Ni un solo apóstol fervoroso, ni un solo santo ha existido y existirá que no fuera eucarístico. Ni uno solo que no haya sentido necesidad de Eucaristía, de oración eucarística, que no la haya vivido y amado, ni uno solo. Allí lo aprendieron todo. Y de aquí sacaron la luz y la fuerza necesarias para desarrollar luego su actividad o el carisma propio de cada uno, muy diversos unos de otros, pero todos bebieron en la fuente de la Eucaristía, que mana y corre siempre abundantemente, «aunque es de noche», aunque tiene que ser por la fe.

Todos pusieron allí su tienda, el centro de sus miradas, pasando todos los días largos ratos con Él, primero en fe seca, como he dicho, a palo seco, sin sentir gran cosa, luego poco a poco pasaron de acompañar al Señor a sentirse acompañados, ayudados, fortalecidos, unas veces rezando, otras leyendo, otras meditando con libros o sin libros, en oración discursiva, mental, avanzando siempre en amistad personal, otras, más avanzados, dialogando, «tratando a solas», trato de amistad, oración afectiva, luego con una mirada simple de fe, con ojos contemplativos, silencio, quietud, simple mirada, recogimientos de potencias, una etapa importante, se acabó la necesidad del libro para meditar y empieza el tú a tú, simple mirada de amor y de fe, «noticia amorosa» de Dios, «ciencia infusa», «contemplación de amor».

Señor, ahora empiezo a creer de verdad en Ti, a sentir tu presencia y ayuda, ahora sí que sé que eres verdad y vives de verdad y estás aquí de verdad para mí, no solo como objeto de fe sino también de mi amor y felicidad. Hasta ahora he vivido de fe heredada, estudiada, examinada y aprobada, que era cosa buena y estaba bien, pero no me llenaba, porque muchas veces era puro contenido teórico; ahora, Señor, te siento viviente, por eso me sale espontáneo el diálogo contigo, ya no digo Dios, el Señor, es decir, no te trato de Ud, sino de tú a tú, de amigo a amigo, mi fe es mía, es personal y viva y afectiva, no puramente heredada, me sale el diálogo y la relación directa contigo. Te quiero, Señor, y te quiero tanto que deseo voluntariamente atarme a la sombra de tu sagrario, para permanecer siempre junto a ti, mi mejor amigo.

Ahora empiezo a comprender este misterio, todo el evangelio, pasajes y hechos que había entendido de una forma determinada hasta ahora, ya los comprendo totalmente de una forma diferente, porque tu Espíritu me lleva hasta “la verdad completa”; ahora todo el evangelio me parece distinto, es que he empezado a vivirlo y gustarlo de otra forma.

Ahora, Señor, es que te escucho perfectamente lo que me dices desde tu presencia eucarística sobre tu persona, tu manera de ser y amar, sobre tu vida, sobre el evangelio, ahora lo comprendo todo y me entusiasma porque lo veo realizado en la Eucaristía y esto me da fuerzas y me mete fuego en el alma para vivirlo y predicarlo. Por eso y para eso he escrito mis libros. Realmente tu persona, tus misterios, tu evangelio no se comprenden hasta que no se viven.

4.- «Aprender esta donación libérrima de uno mismo es imposible sin la contemplación del misterio eucarístico, que se prolonga, una vez celebrada la Eucaristía, en la adoración y en otras formas de piedad eucarística, que han sostenido y sostienen la vida cristiana de tantos seguidores de Jesús.

La oración ante la Eucaristía, reservada o expuesta solemnemente, es el acto de fe más sencillo y auténtico en la presencia del Señor resucitado en medio de nosotros. Es la confesión humilde de que el Verbo se ha hecho carne, y pan, para saciar a su pueblo con la certeza de su compañía. Es la fe hecha adoración y silencio.

Una comunidad cristiana que perdiera la piedad eucarística, expresada de modo eminente en la adoración, se alejaría progresivamente de las fuentes de su propio vivir. La presencia real, substancial de Cristo en las especies consagradas es memoria viva y actual de su misterio pascual, señal de la cercanía de su amor <crucificado> y glorioso>, de su Corazón abierto a las necesidades del hombre pobre y pecador, certeza de su compañía hasta el final de los tiempos y promesa ya cumplida de que la posesión del Reino de los cielos se inicia aquí, cuando nos sentamos a la mesa del banquete eucarístico.

Iniciar a los niños, jóvenes y adultos en el aprecio de la presencia real de Cristo en nuestros tabernáculos, en la «visita al Santísimo», no es un elemento secundario de la fe y vida cristiana, del que se puede prescindir sin riesgo para la integridad de las mismas; Es el test que determina si una comunidad es verdaderamente cristiana, si es fervorosa y reconoce que la resurrección de Cristo, culmen de la Pascua nueva y eterna, tiene, en la Eucaristía, la concreción sacramental inmediata, como aparece en el relato de Emaús.

«Recuperar la piedad eucarística no es sólo una exigencia de la fe en la presencia real de Cristo, sacerdote y víctima, en el pan consagrado, alimento de inmortalidad; es también, exigencia de una evangelización que quiera ser fecunda según el estilo de vida evangélico.

¿No sería obligado preguntarse en esta ocasión de oración eucarística ante la presencia de Cristo Passtor y Salvador (solemnísima), si la esterilidad de muchos planteamientos pastorales y la desproporción entre muchos esfuerzos, sin duda generosos, y los escasos resultados que obtenemos, no se debe en gran parte a la escasa dosis de contemplación y de adoración ante el Señor en la Eucaristía?

En uno de mis libros toco este tema. Es ahí donde el discípulo bebe el celo del maestro por la salvación de los hombres; donde declina sus juicios para aceptar la sabiduría de la cruz; donde desconfía de sí para someterse a la enseñanza de quien es la Verdad; donde somete al querer del Señor lo que conviene o no hacer en su parroquia y en la Iglesia; donde examina sus fracasos; recompone sus fuerzas y aprende a morir para que otros vivan.

Adorar al Señor en la santa misa y en su presencia eucaristica en el Sagrario es asegurar nuestra condición de siervos y reconocer que ni“el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que hace crecer” (1Cor 3,7). Adorar a Cristo es garantizar a la Iglesia y a los hombres que el apostolado es, antes de obra humana, iniciativa de Dios que, al enviar a su Hijo al mundo, nos dio al Apóstol y Sacerdote de nuestra fe, Jesucristo Eucaristía, dando su vida por todos los hombres y permaneciendo en todos los Sagrarios de la tierra para ayudarnos en el camino de nuestra salvación, como lo hizo y empezó en Palestina. Es el mismo Cristo y Salvador, con el mismo amor y entrega por todos nosotros los hombres.» (Texto de la Clausura del Congreso Eucarístico Nacional de Santiago un poco modificado por mí)

20º JUEVES EUCARÍSTICO

“Tú eres el Hijo de Dios”.

QUERIDOS HERMANOS: El episodio de la aparición nocturna de Jesús en el lago, cuando Pedro fue hacia Él caminando sobre el agua, se había cerrado con la confesión espontánea de los discípulos: “Realmente eres el Hijo de Dios” (Mt. 14,33).

1.-Pero en Cesarea de Filipo Jesús provoca otra confesión más completa  y oficial. Pegunta a sus discípulos qué dice la gente sobre Él, para inducirlos a reflexionar y a superar la opinión pública, mediante el conocimiento más directo e íntimo que tienen de su persona. Algunos del pueblo piensan que es “Juan el Bautista,” otros que “Elías,” otros que “Jeremías”. No se podía pensar en personajes más ilustres.

Sin embargo, entre estos y el Mesías, hay una distancia inmensa, que nadie se ha atrevido a expresar. Lo hace Pedro sin titubear, respondiendo en nombre de los compañeros: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo…” Los discípulos han comprendido. Son ellos la gente sencilla a la que el Padre ha querido revelar el misterio. Y como un día había exclamado Jesús: “Padre, te doy gracias porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla,” ahora le dice a Pedro: “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo…”

Sin una iluminación interior dada por Dios no sería posible un acto de fe tan explícita en la divinidad de Cristo. La fe  es siempre un don. Y a Pedro, que se ha abierto con presteza singular a este don, le predice Jesús la gran misión que le será confiada: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no la derrotará..”.

2.- En la respuesta de Pedro, concisa y certera, se resume todo el cristianismo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. Vemos que se afirma la existencia de un solo Dios, que es origen de la vida; se afirma la pluralidad de personas divinas, la divinidad de Jesús, su medianidad y su Encarnación. La posterior obra de los Concilios y Teólogos se reduce a desarrollar y sacar las consecuencias dogmáticas y morales de esta confesión de Pedro.

Esta confesión toca lo esencial e imprescindible de la fe católica. Por eso debiera ser nuestra propia respuesta sobre Jesús. Porque hay respuestas entusiastas y elogiosas sobre Él, pero no pasan  de considerarle un ser extraordinario, un líder puramente humano. Pasar de ahí, a confesar su divinidad, nadie puede hacerlo sin una iluminación superior de los Alto. Lo afirma Jesús. La fe, la confesión de la fe es gracia, es don de Dios. Hay que pedirla.

Por otra parte, cuánta ignorancia sobre Cristo, incluso en el pueblo creyente; qué poco se conoce de verdad la persona de Jesús. ¿Cómo van luego a comprometerse con su causa, con su Evangelio? Sobre todo en estos tiempos, qué poca fe en Cristo Hijo de Dios existe en el pueblo incluso creyente, en los mismoa bautizados, en los católicos que no rezan ni practican la misa del domingo ni piensan en la vida eterna, a pesar de todas las apariciones y milagros que Jesús y María han hecho a través de los tiempos, por eso al no haber fe verdadera no hay vocaciones a la vida religiosa y al sacerdocio. Y si no rezan ni vienen a misa ni practican la fe

Cómo seguirle e imitarle en la vida y en la entrega a Dios y a los hombres llevando una vida semejante a la suya? Hay que renunciar a muchas cosas y eso sólo se puede hacer si uno cree de verdad en su Divinidad, en que Jesucristo existe y trasciende este espacio y este tiempo. De ahí hoy día la incoherencia entre lo que se dice creer, -- que en el fondo no se cree—y lo que se vive.

3.- En una encuesta entre personas que normalmente van a misa los domingos se llegó a las siguientes conclusiones: la mayor parte ignoraba los dogmas o verdades fundamentales de la fe; por ejemplo, sólo el diez por ciento, creía en la vida después de la muerte; el 17 por ciento no creía en la divinidad de Jesucristo… vosotros me diréis qué vida cristiana puede ser ésta.

La confesión de Pedro es esencial para cada uno de nosotros. Solo quien confiese a Jesús como Dios verdadero se comprometerá enteramente con Él. Esa fe dará sentido último a toda su vida. Sin esa fe, confesada en verdad, no solo de palabra, no habrá cristianismo ni vida cristiana. Sobre esa fe está fundada la Iglesia: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Sobre esta fe está el gozo de creer y dar sentido a la vida: “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás…”.

Pidamos a Dios Padre esta fe en su Hijo. Pidámosle que ilumine nuestra inteligencia como iluminó la de Pedro. Pidamos la gracia de poder confesar como Pedro: “Tú eres el Hijo de Dios”.

El Papa Juan Pablo II ha insistido mucho sobre este tema en la Encíclica NMI Transcribo algunos de sus párrafos:

Nº 20.- A)¿Cómo llegó Pedro a esta fe? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: “No te lo ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (16,17). La expresión “carne y sangre” evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de “revelación” que viene del Padre (cf ib). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar  que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús “estaba orando a solas” (Lc 9,18). Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y del oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: “Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verda” (Jn 1,14).

Nº 29.- “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20) No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!  No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas; aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz... Dentro de las coordenadas universales e irrenunciables, es necesario que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial, como siempre se ha hecho... Nos espera, pues, una apasionante tarea de renacimiento pastoral. Una obra que implica a todos. Sin embargo, deseo señalar, como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales, que la experiencia misma del Gran Jubileo ha puesto especialmente de relieve ante mis ojos.

LA SANTIDAD

Nº 30.- En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad… Este don de santidad, por así decir, se da a cada bautizado...“Esta es la voluntad de Dios; vuestra santificación” (1Tes 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: «Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor» (Lumen Gentium, 40).

Nº 31.- «Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede «programarb la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos <genios> de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno. Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia».

LA ORACIÓN

Nº 32.-«Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración.  Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos:“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Hn 15,4). Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica.

Nº 33.- «Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas Aescuelas de oración@, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda; sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el <arrebato del corazón>. Una oración intensa, que, sin embargo no aparte del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.

        Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres; sino <cristianos con riesgo>. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición. Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral. Cuánto ayudaría, no sólo en las comunidades religiosas, sino también en las parroquiales, que nos esforzáramos más, para que todo el ambiente espiritual estuviera marcado por la oración».

21º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª MEDITACIÓN

EN EL SAGRARIO NOS ESTÁ ESPERANDO EL MISMO CRISTO QUE SALVÓ A LA ADÚLTERA Y PERDONÓ SUS PECADOS

       Ahora la escena se desarrolla en el pórtico de Salomón. Es una multitud de hombres muy selectos, doctores y peritos de la Ley. Quieren meterle en apuros al Señor, quedarle en ridículo y condenarle: “Esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. La ley de Moisés manda apedrearla, ¿tú qué dices?” No tiene escapatoria: o deja que apedreen a la mujer y dejará de ser misericordioso y la gente se alejará de Él, porque no cumple su doctrina de perdón a los pecadores, o le apedrean a Él los fariseos, por no cumplir la ley ¿”Tú qué dices?”.

       Y si nos lo hubieran preguntado a nosotros sabiendo que, como consecuencia de ello, íbamos a perder nuestro dinero, nuestra salud o la misma vida, ¿qué hubiéramos respondido? Pero como dijo el filósofo: El corazón tiene razones que la razón no entiende ni se le ocurren. Jesús empieza a escribir en el suelo. “¿Tú qué dices?” y Jesús ha empezado a escribir, a decirles algo por escrito, no sabemos qué fue. Quizás escribió sus pecados o hechos ocultos de los presentes...

No lo sabemos, pero ellos se largaron. Y el Corazón de Jesús, el mismo que está aquí en el Sagrario, les habló alto y claro a todos los presentes, para que nosotros también le oigamos: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Y nadie tiró la primera ni la segunda ni ninguna. Y la mujer quedó sin acusadores. ¡Dios quiera que nosotros tampoco tiremos nunca piedras a los pecadores, sino que tratemos de conquistarlos para el perdón de Dios, que nunca los lancemos pedradas de condena a los hermanos caídos en el pecado! Que aprendamos esta lección de perdón y misericordia que nos da el Corazón de nuestro Cristo, el Corazón de Jesús Sacramentado.

       Quiero recordar ahora para vosotros un hecho, que me impresionó tanto que todavía lo recuerdo. Fue en Roma, en mis años de estudio. Con los obispos españoles del Vaticano II, hospedados en el Colegio Español de Roma, en Altens, vimos una película: EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO, de Pasolini y nunca olvidaré los ojos de Cristo a la mujer adúltera y de la mujer adúltera a Cristo. Fue de las cosas que más me impresionaron de la película y en mis predicaciones lo saco algunas veces ¿Qué vio aquella mujer en los ojos de Cristo, que no había visto antes jamás, ni siquiera en los que la habían explotado sexualmente durante su vida y menos en los hipócritas, que la querían apedrear? ¡Qué ternura, qué perdón, qué amor, qué ojos de misericordia los de Jesús para que saliera de aquella vida de esclava! Aquella mujer no volvió a pecar.

       ¡Santa adúltera! Ruega por mí al Señor, que yo también sienta su mirada de amor, que me enamore de Él y me libere de todos lo pecados de la carne, de los sentidos, que ya no vuelva a pecar. Santa adúltera, que le mire agradecido como tú y nunca me aparte de Él.

       Los ojos de Cristo son lagos transparentes en los que se reflejan todas las miserias nuestras y quedan purificadas por su amor, por su compasión, por su perdón. Nunca miró con odio, envidia, venganza. “¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco, vete en paz y no peques más”. Y la mujer quedó liberada de morir apedreada y fue perdonada de su pecado.

       Sin embargo, ante aquellos cumplidores de la ley, Jesús quedó ya condenado como todos los que se atreven a oponerse a los poderosos. Quedó condenado a muerte en el mismo momento que perdonó a la mujer. Pero el Corazón de Jesús es así, no lo puede remediar, es todo corazón. Y murió en la cruz por todos nuestros pecados, por los pecados del mundo y por los pecados de los que le condenaron injustamente, siempre perdonando, siempre olvidándose de sí mismo por darse a los demás.

       Y ese corazón está aquí, y lo estamos adorando y lo vamos a comulgar. Hoy ya no estamos en Palestina, pero los pecadores existen y Cristo sigue siendo el mismo. Debemos procurar acercarnos mediante la oración y la penitencia a Cristo para que nos perdone y procurar también acercar con nuestra oración a los que no quieren reconocer su pecado o acercarse directamente a Él. Cristo siempre perdona. 

       En nuestras visitas y oraciones tenemos que pedir mucho por los pecadores, para que reconozcan su pecado y se acerquen a Cristo, que no les condena, sino que quiere decirles lo mismo: “Vete en paz y no peques más”. El mundo actual necesita estas oraciones, penitencias, comuniones por los pecadores. Para ser perdonados, todos necesitamos la mirada misericordiosa del Corazón de Cristo, que nos ama hasta el extremo y en cada misa nos dice: Os amo, os amo y doy mi vida por vosotros y os perdono con mi sangre derramada por vuestros pecados.

       Esta actitud de amigo -“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”- la mantiene el Señor, después de la misa, en el Sagrario, desde donde nos sigue diciendo lo mismo. Sólo hace falta acercarse a Él y convertirse a Él un poco más cada día, para que Él vaya haciendo nuestro corazón semejante al suyo, y al contemplarle todos los días, vayamos teniendo un corazón misericordioso como el suyo.    

Querido hermano, déjate purificar y transformar por Él. ¡Corazón limpio y misericordioso de Jesús, haced mi corazón semejante al tuyo!

2ª MEDITACIÓN

EN EL SAGRARIO NOS ESPERA CRISTO RESUCITADO, PARA CURARNOS, COMO A TOMÁS,  DE NUESTRAS FALTAS DE FE  

       Este mismo Cristo de nuestro Sagrario dijo a Tomás:“Dichosos los que crean  sin haber visto”. Jesucristo Eucaristía, nosotros creemos en Ti; Jesucristo Eucaristía, nosotros confiamos en Ti; Tú eres el Hijo de Dios, el único Salvador del mundo.

       Los ojos de la fe son más penetrantes que lo ojos de la carne. De niños no dudamos de lo que nos dicen nuestros padres y acertamos siempre con lo mejor para nosotros y nuestras vidas. Una madre no ha estudiado psicología o medicina y con sólo mirar al hijo sabe si sufre o si está enfermo o no. Todo por el amor. Pero vayamos al evangelio.

       La historia está motivada porque  Tomás no estaba con los discípulos cuando se les apareció el Señor, y cuando llegó se lo contaron; mas él no creyó y decía: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré." Y, obstinado, no quería creer. Ocho días después estando todos reunidos, se les volvió a aparecer Jesús, diciéndoles: “¡Paz a vosotros!”. Y dirigiéndose a Tomás, le dijo: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente." Tomás, echándose a sus pies, le dijo: “! Señor mío y Dios mío!” Y Jesús le dijo: "Porque me has visto has creído.

       1). Empecemos preguntándonos por qué Tomás no ha visto al Señor cuando se apareció a los discípulos.  De cuántos bienes nos privamos al dejar la comunidad de nuestros hermanos: sea la parroquia, la familia cristiana o la comunidad o grupo apostólico o de oración al que pertenecemos, no digamos la misa parroquial donde el Señor se hace presente para decirnos: os amo y doy mi vida por vosotros y rezamos juntos y nos perdonamos y nos damos la paz. En cada misa Cristo hace presente todo su misterio de amor y salvación a los hombres.

       Dios mira especialmente complacido toda comunidad cristiana. ¿Cómo no, si en medio de ella está Cristo? El lo dijo: “Donde están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mt., 18, 20). Y Cristo en la Eucaristía no viene con las manos vacías, sino que ahora, como cuando vivía en el mundo, de Él brota una virtud maravillosa y pasa haciendo bien.

Cuántas gracias debemos a la Comunidad, que no hubiéramos recibido aislados de ella, y cómo debemos amarla y vivir a ella unidos y no dejarla afectivamente por problemas que puedan surgir en la convivencia, sino sólo con el cuerpo, cuando la necesidad o la obediencia nos lo imponga; dejando siempre nuestro corazón en ella para reintegrarnos gozosos a ella en cuanto nos sea posible.

       Si Santo Tomás hubiera estado con los suyos, hubiera gozado, como ellos, de la alegría suavísima de la visita de Jesús. Se ausentó y perdió tal dicha.

       Mirad cómo lo dice san Juan que fue testigo del hecho: “Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor."  Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré."

       Consideremos la poca confianza y estima de Tomás respecto a los doce. Primero, en negar crédito a tantos y tan graves testigos de vista. Después, en poner condiciones tan atrevidas y aun humillantes para el Señor, para creer. ¡Presunción incalificable la que supone el exigir que se le permita meter sus dedos y su mano en las llagas abiertas por los clavos y la lanza! Como pasa hoy con tantos y tantos, incluso bautizados, que no creen y dudan de Cristo y su evangelio, no digamos de su presencia en el Sagrario. Y aunque no digan estas palabras, con su conducta, no visitando y orando ante el Señor en el Sagrario, están demostrando que no creen. Lo peor es si son catequistas o sacerdotes y luego tienen que hablar de Él.

       A juicio de Tomás, sus compañeros eran demasiado  crédulos y habían tomado por realidad lo que no era más que un fantasma de su imaginación exaltada y deseosa. Cuántos imitadores ha tenido en la sucesión de los siglos que han venido repitiendo: si no veo, no creo. Conducta no aplicable a la vida sobrenatural, a la relación con un Dios que es Espíritu Infinito. Incluso en la vida natural es absurdo y no lo estamos cumpliendo. Porque con la vida de familia, de sociedad, de comercio, de mutuas relaciones de amistad sería imposible. Temamos no se nos infiltre este espíritu soberbio de hipercrítica, que nos empuje a pedir razón y demostración palpable de todo; y procuremos, por el contrario, gran docilidad de juicio a las enseñanzas de los que Dios ha puesto en su vida y en el evangelio para guiaros y establecer relaciones de amistad con nosotros, especialmente en la Eucaristía.

       Fue esta conducta de Tomás escandalosa para sus compañeros, como puede serlo la nuestra y causar no poco daño en almas tiernas aun en la virtud; y le expuso a daño grandísimo. Porque, claro está que no tenía Jesús obligación ninguna de acceder a la atrevida demanda del Apóstol incrédulo. Y era, por el contrario, de temer que prescindiese de él, pues que tan poco asequible se mostraba a entregársele. Sólo la benignidad inagotable de Jesús pudo remediar daño tan grande como el que a Tomás amenazaba.

       2). “Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: "La paz con vosotros." Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente."

        Ocho días difirió el Señor la visita, tal vez para castigar la terca obstinación de Tomás. Y claro que por él sufrieron también sus compañeros; en la comunidad, las faltas de los tibios causan daños muy sensibles, y deja a veces el Señor, por ellos, de favorecer a todos con gracias extraordinarias.

Hemos de temer ser por nuestra mala correspondencia y frialdad en el servicio del Señor causa de que se vea privada la familia o comunidad en que vivimos de los regalos de Jesús. Y, al contrario, las buenas obras de los fervorosos, ¡cuántas bendiciones atraen de lo alto! ¡No lo olvidemos y procuremos con todo empeño ser para todos fuente de bendición y dicha! La intercesión de María y la compañía de sus comunidad apostólica le valieron a Tomás la visita de Jesús.

       Estaban reunidos los Apóstoles cuando se les apareció el Señor; no quiso hacerlo sólo a Tomás por dos causas principales: primera, para que habiendo sido público el pecado, lo reparase el Apóstol incrédulo ante sus compañeros, y como los había escandalizado con su obstinada incredulidad, los edificase con su humilde y fervorosa profesión de fe, y trocase así en legítimo gozo la pena que les había ocasionado con su pecado. Además, quiso dar a entender a Tomás que a sus compañeros debía en no pequeña parte la dicha de que se le apareciese el Señor; cosa que no hubiera logrado si, como lo hiciera antes, se apartara de ellos. Estimemos la vida de comunidad y agradezcamos al Señor mil gracias que se nos otorgan por ella.

       El Señor, al entrar en el cenáculo, ante todo se dirigió a la comunidad y la saludó con su acostumbrado: “¡Paz a vosotros!” ¡Cuál no sería el gozo de los Apóstoles al oír aquella voz tan conocida y amada, y cómo surtiría el saludo de Jesús efectos admirables en aquellos corazones! ¡ El Señor les perdonó a todos, no tuvo en cuenta la traición de Pedro y el abandono de todos, no empezó riñéndolos  en su primera visita, sino que como los amaba y nos ama de verdad, sus primeras palabras fueron para ellos y para todos los que le ofendemos a veces: Paz a vosotros.

       Pidámosle que nos dé su paz! Después se dirigió a Tomás, como el buen pastor que corre tras la oveja descarriada. El salió a buscar al incrédulo para reducirlo al redil. ¡Y con qué caridad y suavidad lo hizo! “Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.

La terca obstinación de Tomás bien merecía siquiera unas palabras de dura reprensión; pero el bondadosísimo Jesús sólo le hace un reproche lleno de caridad: “¡No seas incrédulo!” Y en cambio, como accediendo a su pretensión, le invita a que realice la prueba que exigía para quedar plenamente convencido de la verdad de la resurrección. Lección en verdad práctica para los que tienen oficio de corregir, formar y predicar y educar. El perdón y la suavidad es la mejor manera de lograr magníficos efectos entre los hermanos en la fe con la tranquila exposición y la suave admonición templada por el cariño, que hace al defectuoso o pecador ver su falta y, al mismo tiempo, el modo de enmendarla y cambiar de vida y actitudes!

Así se logra que el reprendido, en vez de airarse y rebotar y rechazar, salga agradecido y acepte la reprensión con estos motivos de amor y suavidad.

       3)Grande fue la falta de Tomás, pero hay que reconocer su magnífica  reparación: “Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío”. ¿Tocó las llagas Tomás y metió su mano por el costado abierto de Jesús? No lo dice el texto sagrado; cierto que ya no lo necesitaba, pues estaba convencido; acaso Jesús, con dulce violencia le forzó a hacerlo para mayor comprobación del hecho de su gloriosa resurrección y provecho nuestro. Y dice san Gregorio en una de su homilías: «Más nos aprovechó a nosotros para la fe la infidelidad de Tomás que la fe de los discípulos creyentes; porque al ser reducido él a la fe tocando, nuestra mente, echada fuera toda duda, se afirma en la fe».

        Lleno de fe, de amor y de pena, se arrojó el Apóstol a los pies del Maestro, y del fondo del alma, ilustrada por el Espíritu Santo, lanzó aquel grito sublime que repetimos sin cansarnos los adoradores del Dios escondido en la Hostia santa: “¡Señor mío y Dios mío!”: Esta era la  santa costumbre que había en nuestros pueblos cristianos y que ya se ha perdido, al consagrar el sacerdote el pan y el vino.

       ¡Perdóname, Señor! ¡Quiero en adelante ser todo tuyo, reparar mi pecado con una fe doblemente fervorosa y activa. Este es el <Toma de mí y haz lo que quieras> de un corazón fuerte, de un corazón extraviado, pero vuelto a recobrarse enteramente, que en lo sucesivo responderá con entera satisfacción a todas los pruebas, dispuesto a toda clase de luchas y sacrificios. Tomás es ya todo del Señor; será uno de los más fervorosos Apóstoles del mundo, que extenderá el Evangelio como Pablo. Aquel “vayamos y muramos con él” que dijo con lo demás apóstoles en un momento de persecución a Jesús, tendrá en él mismo su perfecto cumplimiento Como «la caída de Pedro, así también la incredulidad de Tomás se ha trocado en copiosa bendición, gracias a la caridad del Maestro, que aquí también ha dado maravillosa muestra de lo que debe ser la prudencia, la moderación, la bondad y el conocimiento del corazón humano de un verdadero padre espiritual.

       Nadie hasta entonces había llamado a Jesús:“¡Señor mío y Dios mío!”. Ciertamente puede decirse a Tomás, en esta ocasión, lo que a Pedro dijera Jesús en Cafarnaún: Bienaventurado eres, porque esto que has dicho “no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en los cielos”. Es un desahogo del corazón inflamado súbitamente de amor y ansioso de mostrar su reconocimiento a quien tanto debe. Es una declaración de la íntima experiencia sobrenatural. La resurrección causó a Tomás el efecto más principal, que es llegar al contacto con la divinidad. Experimentó íntimamente este contacto y el alma se encendió, como si le acercaran una brasa de fuego, y se exhaló toda en un acto de amor. Las palabras declararon lo que el alma sentía con más perfección. Cuando los afectos interiores son muy poderosos, las palabras siempre son cortas: ¡Señor mío!, acto de entrega total de sí mismo, reparación de tantas negaciones y resistencias pasadas. ¡Dios mío!, acto de unión con la fuente de la vida sobrenatural. Tomás es ya un hombre nuevo en Cristo, Señor y Dios.

       “Dícele Jesús: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.”  El Señor no alaba la confesión de Tomás como alabara un día la de Pedro, y lo hace porque había sido tardo en creer y porque no tomasen otros ocasión de este ejemplo para pedir otro tanto, queriendo prueba de sentir y ver con los ojos de la carne para creer los misterios de Dios.

Dos caminos hay para llegar a la fe: Uno, viendo, y otro, sin ver. ¿Puede llamarse cosa de fe lo que se ha visto? San Agustín, que dijo: «Fides est credere quod non vides» : la fe es creer lo que no ves, da la solución con estas palabras: «Una cosa vio y palpó con el cuerpo Tomás, y otra »creyó con el corazón... Porque vio y tocó al Hombre o la Humanidad, y creyó en Dios o en la Divinidad  (que al presente no se puede ver). Pues diciendo ¡Señor mío! confesó la naturaleza humana, a la que se ha dado el dominio de toda criatura, y diciendo ¡Dios mío!, la divina, que todo lo creó y a uno mismo por Dios y Señor» (Tract. 121 in Joan). 

 Finalmente, notemos la alabanza que nos tributa a los que sin necesidad de ver, por la misericordia de Dios, hemos creído. Nos gustaría, claro está, verle, tocarle, besarle en el Sagrario; y así lo hacen muchas personas, incluso corporalmente.

22º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª MEDITACIÓN

EN EL SAGRARIO ESTÁ “…EL CORAZÓN QUE TANTO AMA A LOS HOMBRES Y A CAMBIO… RECIBE  MUCHOS ABANDONOS Y DESPRECIOS»

QUERIDOS HERMANOS: Todo cuerpo tiene un corazón. Es el órgano principal. Si el corazón se para, el hombre muere. «Te amo con todo mi corazón», «te lo digo de corazón...» son expresiones que indican que lo que hacemos o decimos es desde lo más profundo y sincero de nuestro ser, con todas nuestras fuerzas, que no nos reservamos nada, que nos entregamos totalmente. Pues bien, este cuerpo de Cristo Eucaristía, que hoy veneramos y comulgamos, tiene un corazón que es el corazón del Verbo Encarnado. El corazón eucarístico de Cristo es el que realizó este milagro de amor y sabiduría y poder de la Eucaristía. Este corazón, que está con nosotros en el Sagrario y que recibimos en la Comunión, es aquel corazón, que viendo la miseria de la humanidad, sin posibilidad de Dios por el pecado y viendo que los hombres habíamos quedado impedidos de subir al cielo, se compromete a bajar a la tierra para buscarnos y salvarnos: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.

        Este corazón, centrado en el amor al Padre y al hombre, con una entrega total y victimal hasta la muerte, es el corazón de Cristo que “me amó y se entregó por mí”, en adoración y obediencia perfecta al Padre, hasta el sacrificio de su vida. Y este corazón está aquí y en cada Sagrario de la tierra y este corazón quiero ponerlo hoy, como modelo del nuestro, como ideal de vida que agrada a Dios y salva a los hermanos: Más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros… Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!” (Rom 5,9-11).

        Este corazón eucarístico de Cristo, puesto en contacto con las miserias de su tiempo: ignorancia de lo divino, odios fratricidas, miserias de todo tipo, incluso enfermedades físicas, morales, psíquicas... Fue todo compasión, verdad y vida.

        Por eso, sabiendo que está aquí con nosotros, en el pan consagrado, ese mismo corazón de Cristo, porque no tiene otro, debemos ahora meditar en este corazón que nos amó hasta el extremo en su Encarnación y en el Gólgota, que nos amó y sigue amándonos hasta el extremo en la Eucaristía. Hoy vamos a fijarnos en los rasgos de su corazón amantísimo, reflejados en sus palabras, que escuchamos esta mañana desde su presencia eucarística y que le siguen saliendo de lo más íntimo de su corazón. A través de la lengua, habla el corazón de los hombres.

        Jesús, el predicador fascinante que arrastraba las multitudes, haciendo que se olvidaran hasta de comer, el que se sentía bien entre los sencillos y plantaba cara a los soberbios, el que jugaba con los niños y miraba con amor a los jóvenes y con misericordia a los pecadores, tenía el corazón más compasivo y fuerte de la humanidad. Vamos a fijarnos hoy en algunas de sus palabras, que así lo reflejan y que hoy nos las dice desde el Sagrario, haciéndonos una imagen bellísima de sus ojos y corazón misericordiosos, llenos de ternura, con su corazón compasivo, lleno de perdones, con sus manos que nunca se cansaron de hacer el bien:

 - “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo” para estar cerca de los hombres y alimentar y fortalecer, con mi energía divina de amor, vuestra debilidad y  cansancio en amar y perdonar, de entrega, de entusiasmo, servicio.

 - “Yo soy la luz del mundo”, nos repite todos los días desde el Sagrario, para iluminar vuestra oscuridad de sentido de la vida: por qué existimos, para qué vivimos, a donde vamos.... Yo soy la luz, la verdad y la vida sobre el hombre y su trascendencia.

 - “Yo soy el pastor bueno”, “yo soy la puerta” para que el hombre acierte en el camino que lleva a la eternidad. Yo soy la puerta del amor verdadero a Dios, yo soy la puerta de la vida personal o familiar plena, yo soy la puerta de los matrimonios verdaderos para toda la vida, de las familias unidas, que superan todas las dificultades. Yo soy el fundamento de unión y la paz entre los hombres, entre los vecinos. Yo soy la fuente del amor fraterno, del servicio humano y compasivo.

 - “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, todo está en mí para vosotros, para que no caigáis en las cunetas del error, de la muerte, de los vicios y pecados, que quitan al hombre la libertad, la alegría y lo reducen a las esclavitudes de los vicios, del consumismo que lleva al vacío existencial.

 - “Yo he venido a salvar lo que estaba perdido”; “Yo he venido para que tengáis vida y la tengáis abundante”. Os he pensado y creado con el Padre desde el Amor del Espíritu Santo. Os he recreado por amor como Hijo desde la Encarnación. Os he redimido y he sufrido la muerte para que tengáis vida eterna, y por la potencia de mi Espíritu, consagro el pan en mi cuerpo y sangre para la salvación del mundo.

 - “Yo he venido a traer fuego a la tierra y sólo quiero que arda”: que ardan de amor cristiano los matrimonios, que ardan de amor y perdón los padres y los hijos, que los esposos ardan de mi amor y superen todos los egoísmos, incomprensiones, que ardan de amor verdadero los jóvenes, los novios, sin consumismos, sin reducirlo sólo a cuerpo. El amor de los míos tiene que ser humilde y sin orgullo, sincero y generoso como el mío, dador de gracias y dones, sin cansancio, sin egoísmos, con ardor y fuego humano y divino.

 - “Si alguien tiene sed que venga a mi y beba... un agua que salta hasta la vida eterna…” Jesús es el agua de la vida de gracia, de la vida eterna. Jesús es la misma vida de Dios que viene hasta nosotros y es su felicidad eterna, la que quiere compartir con cada uno de nosotros.

        Queridos hermanos: repito e insisto: ese corazón lo tenéis muy cerca, late muy cerca de nosotros en la Eucaristía, en la comunión, en el Sagrario, está aquí. Pidamos la fe necesaria para encontrarlo en este pan consagrado, pidámosle con insistencia: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Vivir en sintonía con este corazón de Cristo significa amar y pensar como Él, entregarse en servicio al Padre y a los hombres como Él, especialmente a los más necesitados. Es aceptar su amistad ofrecida aquí y ahora. Esto es lo que pretende y desea con su presencia eucarística. Para esto se quedó en el Sagrario. 

       ¡Eucaristía divina! Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida. También yo quiero darlo todo por ti, porque para mí, Tú lo eres todo, yo quiero que lo seas todo.

2ª MEDITACIÓN

EN EL SAGRARIO NOS ESTÁ ESPERANDO SIEMPRE  JESÚS CON SUS MANOS Y CORAZÓN LLAGADOS POR AMOR.

Quiso nuestro Cristo y amorosísimo Redentor conservar, después de su resurrección, las llagas de los pies, de las manos y del costado. ¿Por qué? Podemos considerar algunas razones.

CRISTO RESUCITADO QUISO MOSTRARSE CON SUS MANOS Y SU CUERPO LLAGADO:

       A) Como señales visibles y testimonio fehaciente e irrecusable de lo terrible del combate que hubo de sostener para llevar a cabo el proyecto del Padre y la empresa que tomara a su cargo. Mucho le costó nuestra redención, mucho hubo de sufrir para conseguirla cima... Pues que tanto le costó, mucho debe de valer y en mucho la hemos de estimar todos los hombres.

           B) Como perpetua señal del amor que nos tiene y excitadora continua de nuestro corazón por divina misericordia para con nosotros. Si obras son amores, mucho nos amó quien por nuestro bien tanto sufrió. Y cierto que entrañas de misericordia son las que así se compadecieron de nuestra miseria: “Llagado por nuestros delitos (Is., 53 5).

       C) Como trofeos de su victoria, pues resplandecerán trocadas de fealdad en hermosura, como estrellas luminosas por toda la eternidad y será su vista para los bienaventurados objeto de regalada visión, que les hará clamar, llenos de agradecimiento y amor: “Digno es el cordero que ha sido sacrificado de recibir el poder, y la divinidad, y la sabiduría, y la fortaleza, y el honor y la gloria, y la bendición”. (Ap 5, 12). Con qué legítimo orgullo muestran los soldados las cicatrices del combate y las heridas sufridas por la patria! En el Concilio de Nicea, el emperador Constantino besaba, lleno de respetuosa admiración, las cicatrices que ostentaban los obispos que habían sufrido martirio por la fe.

Para utilidad nuestra, pues Jesucristo las muestra al Padre para aplacar su indignación y lograrnos gracias sin cuento:   “siempre vivo para interceder por nosotros” (Heb., 7, 25),  y son sus llagas otras tantas bocas que claman “ofreciendo plegarias y súplicas con grande clamor y lágrimas fue oído por su reverencia o dignidad”. Y podrá decir al mostrar sus llagas: «tanto sufrimiento no fue inútil». Podemos, además, dentro de ellas, descansar de los trabajos de nuestro prolongado destierro; pues que son un oasis en este desierto y un faro en la noche de esta vida terrena.

       D) Podemos seguir preguntándonos: Y ¿para qué mostró el Señor sus llagas a los Apóstoles? Pretendió con ello Jesús:

       a) Robustecer la fe de sus discípulos, quitándoles toda duda y dejándoles bien probado que había resucitado con la misma carne que antes tenía “Soy yo”. Quiso también patentizar “Nolite timere”; “no tengáis miedo” que recordando vuestra cobardía que os hizo abandonarme, haya dejado de amaros. ¡No! Mirad estas llagas testigo de mi amor, y al verlas llenaos de confianza.

       b) Para alentarlos al sacrificio. Bien merecía que hicieran algo por Él, que tanto había hecho por ellos; y así se animaran a corresponder con sacrificio a tan doloroso sacrificio. A gran precio les había comprado aquella paz y salvación que les brindaba como supremo don; justo era que la estimasen y guardasen a costa de cualquier trabajo, Y les anunció que habían de ser perseguidos, maltratados, muertos... por aquel mundo que primero le odió y persiguió a Él, pero al que había vencido: “confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 10, 33).

       F) ¿Qué otro provecho debemos sacar de contemplar las  llagas de Jesucristo?

       a) Dolor sincero al considerar que nuestros pecados fueron los que las abrieron; y son también los que las renuevan, renovando en cierto modo la Pasión.

       b) Gran amor y gratitud para con quien asi nos amó; lo contrario sería ingratitud incalificable.

       c) Confianza sin límites: esas llagas son fiadoras de nuestra salvación; voces que sin tregua claman por nosotros, asilo donde acogernos, refugio seguro en vida y en muerte: «no encontré mayor remedio a mis males que las llagas de Cristo». (San Agustín)

       d) Aliento y estímulo para la imitación generosa de Jesucristo y para sufrir algo por Él y con Él. Se lamentaba San Pedro de Verona por haber sido injustamente acusado y castigado; se le apareció Jesús, y mostrándole sus llagas, le dijo: «¡No era Yo inocente? Y, sin embargo, por ti... »

       Con Cristo que tanto nos quiso y sufrió por nosotros, el mismo Cristo que está aquí ahora presente en el Sagrario, y que tanto nos ama y espera nuestro diálogo de amor, oremos y dialoguemos y discutamos con Él esta emoción que hemos sentido y sentimos al meditar este pasaje evangélico; digámosle con santo Tomás de Aquino en el himno «Adoro te devote...»: 

       « No veo las llagas como las vio Tomás, pero onfieso que eres mi Dios; haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere; que te ame».

       Digamos todos con san Pablo: “vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi y, mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí...”

23º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª y 2ª MEDITACIÓN

 

¿POR QUÉ DEBEMOS NOSOTROS AMAR A JESUCRISTO EUCARISTÍA?

1. Un primer motivo o razón para amar a Jesús Eucaristía es: Porque “Él nos amó primero”.

En el sagrario Jesucristo nos ama y nos espera a todos con deseos de amistad eterna.

Santo Tomás distingue dos grandes tipos de amor: el amor de concupiscencia y el amor de amistad; lo que corresponde, en parte, a la distinción más común entre el amor «eros» y «agapé», entre amor de búsqueda y amor de donación.

       El amor de concupiscencia, dice S. Tomás, es cuando alguien ama algo (aliquis amat aliquid), esto es, cuando se ama alguna cosa, entendiendo por «cosa» no solo un bien material o espiritual, sino también una persona, cuando ésta es reducida a cosa e instrumentalizada como objeto de posesión y disfrute.

       El amor de amistad es cuando alguien ama a alguien (Aliquis amat aliquem), es decir, cuando una persona ama a otra persona (S. Th. I-II, 27,1).

       La relación fundamental que nos vincula a Jesús en cuanto persona es, por tanto, el amor. La pregunta primera que debemos hacernos sobre la persona de Jesús, sobre su divinidad, es ésta ¿Crees? La pregunta segunda que debemos hacernos nos la dirige Él personalmente: ¿Me amas?

       Existe un examen de Cristología que todos los creyentes, no sólo los teólogos, deben pasar; y este examen contiene dos preguntas obligatorias para todos: El examinador aquí es Cristo mismo. Del resultado de este examen depende no el acceder al sacerdocio o una Licenciatura en teología, sino el acceso o no a la vida  eterna. Y estas dos preguntas son precisamente: ¿Crees? ¿Me amas? ¿Crees que Jesucristo es el Hijo de Dios, crees en la divinidad de Cristo? ¿Amas a la persona de Cristo?

       San Pablo pronunció estas terribles palabras: “Si alguien no ama al Señor, sea anatema, sea condenado” (1Cor 16, 22) y el Señor del que habla es el Señor Jesucristo.

A lo largo de los siglos se han pronunciado, a propósito de Cristo, muchos anatemas: Contra quien negaba su humanidad, contra quien negaba su divinidad, contra quien dividía sus dos naturalezas, contra quien las confundía...pero quizá se ha pasado por alto el hecho de que el primer anatema de Cristología, pronunciado por un apóstol en persona, es contra  aquellos que no aman a Jesucristo.

Esta tarde queremos preguntarnos y responder, con la ayuda del Espíritu Santo, que siempre viene en nuestro auxilio, si le invocamos como lo hacemos ahora en silencio y personalmente, mientras meditamos y nos preguntamos dentro de nosotros: ¿Por qué amar a Jesucristo? ¿Es posible amar a Jesucristo? ¿Amamos nosotros a Jesucristo?

El nos amó y nos ama en el Sagrario porque vino en nuestra búsqueda para abrirnos a todos las puertas de la amistad eterna con nuestro Dios Trino y Uno.

En esto ponía san Juan la esencia de Dios: “Dios es amor... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y entregó a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”;

 Esto era lo que inflamaba, por encima de cualquier otra cosa, al apóstol Pablo: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20). “El amor de Cristo, decía también, nos apremia –charitas Dei urget nos--, pensando que si uno murió por todos, todos murieron con Él (2Cor 5,14).

El hecho de que Jesús nos haya amado primero y hasta el punto de dar su vida por nosotros “nos apremia-urget nos”, o como se puede traducir también, “nos empuja por todas parte”, “nos urge dentro”.

Se trata de esa ley bien conocida por ser innata, por la que el amor «a ningún amado amar perdona» (Dante ), es decir, no permite no corresponder con amor a quien es amado.

¿Cómo no amar a quien nos amó primero y tanto? «Sic nos amantem, quis non redamaret» (Adeste fideles) cantamos en la Navidad. El amor no se paga más que con amor. Otra moneda, otro precio no es el adecuado. ¿Por qué hemos de ser tan duros con Jesús? Si Él nos amó primero y totalmente, cómo no corresponderle?

¡Qué misterio tan inabarcable, tan profundo, tan inexplicable, el misterio del Dios de los católicos, del único Dios, pero digo de los católicos, porque a nosotros, por su Hijo, nos ha sido revelado en mayor plenitud que a los judíos o mahometanos, porque todas las religiones tiene rastro de Dios.

Nuestro Dios nos pide amor en libertad, desde la libertad, no por obligación. Esto es lo grande. Se rebaja a pedir el amor de su criatura pero no la obliga. Y esa criatura responde: «Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo; te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman», como nos enseñó el ángel en Fátima, en nombre de la Virgen.

2. El segundo motivo y el más sencillo para amar a Jesucristo es que Él mismo nos lo pide.

¡Qué humildad! Todo un Dios infinito pidiendo el amor a su criatura. Pero si Él lo tiene todo. Es el “Todo”. Qué humildad, qué amor más extremo.  Pedir mi amor cuando soy yo, puro ser finito, el que necesito de su Amor y Fuerza.

 En la última aparición del resucitado, recordada y descrita en el evangelio de san Juan, en un determinado momento, Jesús dirige a Simón Pedro y le pregunta tres veces seguidas: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” (Jn 21. 16).

Dos veces aparece en las palabras de Jesús el verbo agapao, que indica normalmente la forma  más elevada del amor, la del agapé o la de caridad, y en una el verbo phileo, que indica el amor de amistad, el querer o tener afecto por alguien.

       «Al final de la vida, dice san Juan de la Cruz, seremos examinados de amor» (Sentencia 57); y así vemos que ocurrió también a los Apóstoles: al final de su  vida con Jesús, al final del evangelio, fueron examinados de amor. Y sólo de amor; no fueron examinados de conocimientos bíblicos, de sacrificios, de liturgia.

       Como todas las grandes palabras de Cristo en el evangelio tampoco ésta “¿me amas?” va dirigida tan sólo al que la escuchó la primera vez, en este caso a Pedro, sino a todos aquellos que leen el evangelio. De lo contrario, el evangelio no sería el libro que es, el libro que contiene las palabras “que no pasarán” (Mt 24, 35), las palabras  de Salvación dirigidas a todos los hombres de todas las épocas.

       Por eso, quien conoce a Jesucristo y escucha estas palabras de Cristo dirigidas a Pedro, sabe que van dirigidas a todos los creyentes, que nos sentimos interpelados por ellas lo  mismo que Pedro ¿Me amas?

Y a esta pregunta hay que responder personal e individualmente, porque de pronto nos aísla de todos, nos pone en una situación única y se dirige a cada uno. No se puede responder por medio de otras personas o de una institución. No basta formar parte de un cuerpo, la Iglesia, que ama a Jesús. Esto se advierte en el mismo relato evangélico, sin querer con ello forzar el texto.

Fijaos bien, queridos hermanos, que hasta ese momento la escena se presenta muy animada y concurrida: junto a Simón Pedro estaban Tomás, Natanael, los dos hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Juntos habían pescado, comido, habían reconocido al Señor. Pero ahora, de pronto, ante esta pregunta de Jesús, todos desaparecen de la escena, se quedan sólo los dos: Cristo y Pedro.

Desaparece todo: la charla, el pescado; la barca queda fuera de escena. Se crea un espacio íntimo en el que se encuentran solos, uno frente a otro, Jesús y Pedro. El apóstol queda cara a cara, aislado de todos, ante aquella pregunta inesperada: ¿Me amas?

Es una pregunta a la que ningún otro puede responder por él y a la que él no puede responde en nombre de todos como hizo en otras ocasiones del evangelio, sino que debe hacerlo en nombre personal y propio, responder de sí mismo y por sí mismo.

Y, en efecto, se nota como Pedro se ve obligado, por la premura de las tres preguntas, a entrar en sí mismo, pasando de las dos primeras respuestas, inmediatas, pero rutinarias y superficiales, a la última, en la que se ve aflorar en él todo el saber de su pasado personal, e incluso su gran humildad: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” (Jn 21, 17)

Por tanto, la segunda razón que yo pondría para responder a la primera pregunta que nos hacemos, de por qué debemos amar a Jesús, es: Porque Él mismo nos lo pide, porque me da su amor para que yo le dé el mío, porque para eso se encarnó y vino en m búsqueda y murió y resucitó, solo para eso, y para eso se quedó tan cerca de mí y de todos los hombres en el Sagrario, para que yo le devuelva amor.

Ahora bien, quizás antes de responder debemos pensar quién nos lo pide. Me lo pide Jesús que lo tiene todo, porque es Dios, que no tiene necesidad de mi, qué le puedo yo dar que Él no tenga, es Dios. Entonces por qué me lo pide: porque lo tiene todo, menos mi fe y confianza en Él, menos mi amor, si yo no se lo doy. Luego me lo pide por amor, para amarme más, para poder entregarse más a mí, me lo pide, porque quiere vivir en amistad conmigo y empezar ya una amistad eterna, que no acabará nunca. Y me lo pide desde el Sagrario, donde se ha quedado para siempre en amistad ofrecida con amor a  todos los hombres, vino para esto y para esto se hizo primero hombre y luego, pan de Eucaristía, para ser comido con amor. Y así se cumple el dicho popular: “te quiero  tanto que te como”. Y eso por ambas partes: Jesús y nosotros.

3. Debemos amar a Jesús Eucaristía porque el cristianismo, más que ritos y celebraciones, esencialmente es una Persona: Jesucristo.

       La religión cristiana esencial y primariamente es una persona, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, antes que conocimientos y cosas sobre Él. Cristiano quiere decir que cree y acepta y ama a Jesucristo. El cristianismo es y exige conocer y amar y tener una relación y amistad personal con Él, tratar de amar como Cristo, pensar y amar como Él. Y en toda relación la amistad debe ser mutua. La amistad existe no cuando uno ama, sino cuando los dos aman y se aman. Entonces, si partimos de la base que ya hemos establecido, de que Él nos ama y nos ama primero, es lógico que nosotros respondamos con amor, si queremos ser cristianos, es decir, amigos de Jesús.

       Por otra parte, un cristianismo sin amistad con Cristo, es el mayor absurdo que pueda darse. Porque a nadie se le obliga a ser cristiano. Es libre. La libertad viene de la voluntad de optar y comprometerse por Cristo, todo lo cual nos está hablando de amor y correspondencia de amistad...

Sólo quien ama a Cristo puede ser cristiano auténtico y coherente. Si tú quieres serlo, has de amarlo. Lo absurdo del cristianismo es que muchos se consideran cristianos, sin conocer y amar personalmente a Cristo. Es un cristianismo sin Cristo. Un cristianismo de verdades y sacramentos, pero sin personas divinas, sin Cristo, sin relación y amistad personal con Él, no es cristianismo, no es religión que nos religa y une a Él personalmente, es un absurdo, es puro subjetivismo humano, inventado por el hombre.

4. Debemos amar a Jesucristo para corresponder a su amor; porque por amor a nosotros se encarnó primero en carne humana y luego, en un trozo de pan.

Cristo merece nuestro amor, merece ser amado, es digno de nuestro amor, nos ha ganado con su amor, es amable por sí mismo y por sus obras, por lo que ha hecho por nosotros. Reúne en sí toda la belleza y hermosura de la creación, del hombre, del amor, de la vida, de la santidad, de toda belleza y perfección.

Nuestro corazón necesita algo grande para amar. Cristo es lo más grande y bello y maravilloso y fiel y grandioso y amable que existe y puede existir; nadie ni nada fuera de Él puede amarnos y llenarnos de sentido de la vida y felicidad como Él. Atrae todo el amor del Padre: “Este es mi hijo muy amado, en el que me complazco”. Es el “esplendor de la gloria del Padre”, reflejo de su ser infinito. Si el Padre eterno e infinito se complace en Él, y Jesucristo colma y satisface plenamente la capacidad infinita de amar del Padre Dios ¿cómo no colmará la nuestra? Por eso, quien ama a Jesucristo, a su Hijo, el Padre le ama con amor de Espíritu Santo, esto es, con el mismo amor con que Dios se ama, que es el Amor persona divina, el mismo Amor con que Dios le ama: “Si alguno me ama, mi Padre le amará, y vendremos a Él y haremos morada en él”; “Al que me ama, mi Padre le amará”; “El Padre mismo os ama, ya que vosotros me habéis amado”. (Jn 14. 21.23; 16, 27).

5. Debemos amar a Jesucristo para conocerlo en su plenitud de amor entregado y poder conocerlo y amarlo en plenitud. A Cristo no se le conoce hasta que no se le ama. El amor es el que nos hace penetrar en  su misterio. Le conocemos en la medida en que le amamos. Y esto tiene que ver mucho con la oración que es conocimiento de amor y por amor. Las verdades no se comprenden hasta que no se viven. Mediante el amor, por contacto y conocimiento por afecto y encuentro y contacto de unión, que nos une a la persona amada y nos hace descubrir su intimidad, podemos conocer en plenitud, más que por el conocimiento frío y abstracto del entendimiento. Las madres conocen a los hijos por amor, incluso en sus males y enfermedades de cuerpo y alma. Los místicos conocen más y mejor que los teólogos.

       Lo vemos claramente en Pentecostés. Cristo se había manifestado a los apóstoles por la palabra y los milagros y su vida, pero siguieron con miedo y las puertas cerradas y no le predicaron y eso que le habían visto morir por amor extremo al Padre y a los hombres, como ampliamente le había dicho en la Última Cena. Sin embargo, cuando en Pentecostés conocen a Cristo hecho fuego de Amor de Espíritu Santo, entonces ya no pueden callarlo y lo predican abierta y plenamente y llegan a conocerlo de verdad.

La oración afectiva es  como el fuego que nos alumbra y nos da calor a la vez; da conocimiento de amor; es como dice san Juan de la Cruz el madero encendido, que alumbra y da calor y amor;  amor que nos pone en contacto con la persona amada. San Agustín: no se entra en la verdad, sino por la caridad.

La experiencia constante de todos los santos y los creyentes nos confirman esta verdad. Sin amor verdadero, sin amistad con Cristo, sin amor de Espíritu Santo, no llegamos a conocer plenamente a Cristo. El Jesús que se llega a conocer con los mas brillantes y agudos análisis cristológicos, no es el Cristo completo, la “verdad completa” de Cristo. Esto les pasó a los Apóstoles, y eso que habían visto todos sus milagros y escuchado todas sus predicaciones.

Al verdadero y fascinante y seductor y “más bello entre los hombres” no lo “revelan ni la carne ni la sangre”, esto es, la inteligencia y los sentidos y la investigación de los hombres, sino “El Padre que está en los cielo... Él nos lo ha dado a conocer” (Mt 16,17), y el Padre no se lo revela a los curiosos , sino a los que le buscan sinceramente. El Padre no se lo revela “a los sabios y entendidos de este mundo, sino a los sencillos” (Mt 25, 11).

6. Debemos amar a Jesucristo porque queremos vivir, amar y ser felices con Él eternamente. Sólo amándolo a Él, podemos vivir su vida, su evangelio, su palabra y poner en práctica sus mandamientos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” “El que no me ama, no guarda mi doctrina” (Jn 14, 15. 24). Esto quiere decir que no se puede ser cristiano en serio, no se pueden cumplir sus exigencias radicales y evangélicas sin un verdadero amor a Jesucristo, que con su amor hecho gracia y fuerza divina, nos ayudará a cumplir con sus mandamientos con perfección. Sin amor a Cristo falta la fuerza  para actuar y obedecer. Por el contrario, quien ama, vuela en el cumplimiento de su voluntad por amor.

24º JUEVES EUCARÍSTICO 

1ª  Y  2ª  MEDITACIÓN

JESUCRISTO EUCARISTÍA ES EL  MEJOR MODELO Y MAESTRO DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO

Queridos hermanos: me gustaría describiros un poco el camino ordinario que hay que seguir para conocer y amar a Jesucristo Eucaristía. Es la oración eucarística o sencillamente la oración en general, de la que Santa Teresa nos dice, «que no es otra cosa oración, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».

Como os dije ya anteriormente, al «tratar muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama», poco a poco nos vamos encontrando con Él en la Eucaristía, que es donde está más presente «el que nos ama», y esto es en concreto la oración, la oración en general, o si queréis, la oración eucarística, que será hablar, encontrarnos, tratar de amistad con Jesucristo Eucaristía.

Este es el mejor camino que yo conozco y he seguido para descubrirlo vivo, vivo y resucitado, y no como un tesoro escondido, sino como un tesoro mostrado, manifestado y predicado abiertamente, permanentemente ofrecido y ofreciéndose como evangelio vivo, como amistad, como pan de vida, como confidente y amigo para todos los hombres, en todos los Sagrarios de la tierra.

El Sagrario es el nuevo templo de la nueva alianza para encontrarnos y alabarle a Dios en la tierra, hasta que lleguemos al templo celeste y podamos contemplarlo glorioso. No es que haya dos Cristos. Siempre es el mismo ayer, hoy y siempre, pero manifestado de forma diferente. “Destruid este templo y yo lo reedificaré en tres días. Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,19). Cristo Eucaristía es el nuevo sacrificio, la nueva pascua, la nueva alianza, el nuevo culto, el nuevo templo, la nueva tienda de la presencia de Dios y del encuentro, en la que deben reunirse los peregrinos del desierto de la vida, hasta llegar a la tierra prometida, hasta la celebración de la pascua celeste.

Por eso, “la Iglesia, apelando a su derecho de esposa” se considera propietaria y depositaria de este tesoro, por el cual merece la pena venderlo todo para adquirirlo; y lo guarda con esmero y cuidado extremo y le enciende permanentemente la llama de su fe y amor más ardiente, y se arrodilla y lo adora y se lo come de amor: “No es el marido dueño de su cuerpo sino la esposa” (1Cor 7,4). 

El Sagrario es Jesucristo vivo y resucitado en salvación y amistad permanentemente ofrecidas a los hombres, sus hermanos. Quiero decir con esto que no se trata de un privilegio, de un descubrimiento, que algunos cristianos encuentran por suerte o casualidad o porque están muy subidos en la oración, sino que es el encuentro natural de todo creyente, que se tome en serio la fe cristiana y crea lo que tiene que creer y quiera ponerse en camino para recorrer de verdad las etapas necesarias de este Camino, de esta Verdad y de esta Vida de amistad, que es Jesucristo Eucaristía y que Él mismo expresó bien claro: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. “Tomad y comed, esto es mi cuerpo...” “El que me coma, vivirá por mí...” “...El agua, que yo le daré, se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna”. “Yo soy el camino...”

La puerta para entrar en este Camino y en esta Vida y Verdad quenos conducen hasta Dios mismo, es Cristo, por medio de la oración personal, hecha liturgia y vida, o la oración litúrgica y la vida, hecha oración personal, que para mí todo está unido, pero siempre oración, al menos «a mi parecer».

       Y para encontrar en la tierra a Cristo vivo, vivo y resucitado, el meor Camino, Verdad y Vida es el Sagrario, porque es el mismo Cristo, porque es «la fonte que mana y corre, aunque es de noche», es decir, es sólo por la fe, que es noche y oscuridad para la razón y los sentidos, al principio, porque uno no ve nada, hasta que uno se va adecuando y acostumbrando a hablar con una persona, que no ven los ojos de la carne, por los cuales antes veía y quería ver hasta lo que le decía la fe, y ahora poco a poco es la fe la que va dominando hasta en los sentidos, cosa inaudita para ellos; y poco a poco viene el amanecer de la amistad con Cristo, por la fe, desde la fe y en la fe, que es luz del mismo Dios, más clara, luminosa y evidente que todo lo que aportan la razón y los sentidos.

Sólo por la fe, que es participación de la verdad y del conoimiento que Dios tiene de sí mismo y que por tanto no podemos comprenderlo ni abarcarlo, hay que ir fiándose de su amor, podemos acercarnos a esta fuente del Amor y de la Vida y de la Salvación, que mana del Espíritu de Cristo, que es Espíritu Santo: Amor, Alma y Vida de mi Dios Trino y Uno: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ahí, en el Sagrario, está esta fuente divina y hasta ahí nos lleva este agua de la oración y del amor que “salta hasta la vida eterna”.   El primer paso, para tocar a Jesucristo, escondido en este pan por drnos vida, llamando a las criaturas, manando hasta la vida eterna, es la fe, llena de amor y de esperanza, virtudes sobrenaturales, que nos unen directamente con Dios. Y la fe es fe, es un don de Dios, no la fabricamos nosotros, no se aprende en los libros ni en la Teología; hay que pedirla, pedirla intensamente y muchas veces, durante años, en la sequedad y aparente falta de respuesta, en noche de luz humana y en la oscuridad de nuestros saberes, con esfuerzo y conversión permanente.

La fe es el conocimiento, que Dios tiene de sí mismo y de su vida y amor y de su proyecto de salvación, que se convierten en misterios para el hombre, cuando Él, por ese mismo amor que nos tiene, desea comunicárnoslos.

       Dios y su vida son misterios para nosotros, porque nos desbordan y no podemos abarcarlos; hay que aceptarlos sólo por la confianza puesta en su palabra y su persona, en la seguridad que nos ofrece su amor, a oscuras del entendimiento que no puede comprender cómo un Dios pueda amar así a sus criaturas y abajarse de esta forma.

Para subir tan alto, tan alto, hasta el corazón del Verbo de Dios, hecho pan de Eucaristía, hay que subir «toda ciencia trascendiendo». Podíamos aplicarle los versos de San Juan de la Cruz: «Tras un amoroso lance, Y no de esperanza falto, Volé tan alto tan alto, Que le di a la caza alcance».

La fe, el diálogo de fe con Cristo Eucaristía, la oración en general, pero sobre todo la eucarística, siempre será un misterio, nunca podemos abarcarla perfectamente; sino que será ella la que nos abarque a nosotros y nos desborda. Y nosotros tenemos que dejarnos dirigir y dominar por ella, porque la fe va delante, y luego sigue la razón. Nosotros pensamos sobre estos misterios, siguiendo a la fe, nunca poniéndonos delante, porque ella es la señora, es la luz de Dios y nosotros somos criaturas, tenemos que seguirla; aunque no la comprendamos, porque la fe y la oración de fe es siempre un encuentro con el Dios vivo e infinito.

Será siempre transcendiendo lo creado, en una unión con Dios sentida; pero no poseída, aunque deseando, siempre deseando más del Amado, en densa oscuridad de fe, llena de amor y de esperanza del encuentro pleno, de la unión total con Dios, si uno es capaz de seguir hasta las cumbres de la contemplación a la que Dios nos llama, para lo cual hay que purificarse mucho, como luego diremos.

Y así, envuelta en esta profunda oscuridad de la fe, más cierta y segura que todos los razonamientos humanos, la criatura, siempre transcendida y «extasiada», salida de sí misma, de sus juicios, ideas, pensamientos y razones puramente humanas que no pueden comprender a Dios, tiene que ir no viendo ni sintiendo ni apoyándose nada en lo que le dicen sus criterios humanos y los sentidos: ¿Cómo puede estar el Dios infinito en un trozo de pan? ¿Un Dios tan grande, y no salen luces especiales ni resplandores del Sagrario? ¿Por qué renunciar a lo que veo y tengo por algo que no veo? ¿Cómo recorrer este camino sólo en fe? ¿Quién me lo asegura? ¿Llevo años y no siento con fuerza su presencia? ¿Cómo encontrarme con Cristo en el Sagrario, si no lo veo, no oigo, no siento?

Estas y otras muchas cosas se nos vienen a la cabeza y San Juan de la Cruz dice que todas esas dudas y noches de fe y de amor son necesarias para purificarnos y llegar a la unión total con el Amado sólo desde la fe y por la fe, porque es la misma luz de Dios y la única que nos puede llevar hasta Él: «Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada».

Sólo por la fe tocamos y nos unimos a Dios y a sus misterios. Como haga caso a la razón y a lo que me dicen los sentidos que no ven nada de esto, no podré dar ni el primer paso en serio: “El evangelio es la salvación de Dios para todo el que cree. Porque en él se revela la justicia salvadora de Dios para los que creen, en virtud de su fe, como dice la Escritura: El justo vivirá por su fe” (Rom 1,16-17).

       A Jesucristo se llega mejor por el evangelio y cogido de la mano de los verdaderos creyentes: los santos, nuestros padres, nuestros sacerdotes, y todos los amigos de Jesús, que han vivido el evangelio y han recorrido este camino de oración, del encuentro eucarístico, y nos indican perfectamente cómo se llega hasta Él, cuáles son las dificultades, cómo se superan.

Este camino hay que recorrerlo siempre, sobre todo al principio, con la certeza confiada de la fe de la Iglesia, de nuestros padres y catequistas. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). María, modelo de fe y madre por la fe, llegó a concebir y a conocer a su Hijo y a vivir todos sus misterios más y mejor por la fe, “meditándolos en su corazón”, que por lo que veía con los ojos de la carne, que más le podían hacer dudar. Por ejemplo, cuando lo tenía naciendo en su seno.

Y éste que nace en mí ha creado los cielos y la tierra, y este es Dios, y ahora nace pobre y nadie lo reconoce como Dios y todos me dirán que estoy loca si digo lo que creo, y nadie creerá que sea Dios el que nace dentro de mí y yo soy la única, pero ella creyó contra toda evidencia puramente humana; igual que en la cruz, estando allí, junto a la cruz de su Hijo, vinieron sobre su mente los pensamientos que hicieron que otros le abandonaran y le dejaran sólo a Jesús en ese momento tan importante de su vida, cuando Él más lo necesitaba, porque era también su noche de fe, porque su Divinidad no la sentía, había dejado sola a la humanidad para que pudiera sufrir y salvar a los hombres, porque así lo quería el Padre.

María, junto a la cruz de su hijo, tuvo que hacer el mayor acto de fe de la Historia después del de Cristo: creer que era el Salvador del mundo el que moría como un fracasado, solo y abandonado, viendo morir así al que decía que era el Hijo de Dios.

Ella no comprendía ni entendía nada. Lógico que todos le dejaran. Pero ella permaneció fiel junto a su hijo, junto a la cruz y la muerte, muriendo a toda razón, a todos los razonamientos y pensamientos puramente humanos, que vendrían a su mente en esa y otras ocasiones de la vida de Cristo y se hizo esclava total de la palabra, de la fe en Dios, creyendo contra toda evidencia humana.

Esa fe la llevó a descubrir todo el misterio de su Hijo y permaneció fiel hasta la cima del calvario, creyendo, contra toda apariencia humana, que era el Redentor del mundo e Hijo de Dios el que moría solo y abandonado de todos, sin reflejos de gloria ni de cielo, en la cruz.

Y así tienen que permanecer junto al Sagrario, días y noches, horas y horas, un día y otro, las almas eucarísticas, aunque el resto le abandonen y dejen al Señor. Y así años y años… aunque el Señor ayuda y da fogonazos tan fuertes, que es una maravilla y así se va descubriendo el misterio y el tesoro del cielo en la tierra. San Agustín llega a decir que María fue más dichosa y más madre de Jesús por la fe, esto es, por haber creído y haberse hecho esclava de su Palabra que por haberle concebido corporalmente.

Por la fe nosotros sabemos que Jesucristo está en el sacramento, en la Eucaristía, realizando lo que hizo y dijo. Podemos luego tratar de explicarlo según la razón y para eso es la teología, pero hasta ahora no podemos explicarlo plenamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es participación del conocimiento, de la misma luz con que Dios ve todas las cosas, aunque yo, que tengo esa fe, al hacerme Dios partícipe de su mismo conocimiento, no lo pueda ver y comprender, como he dicho antes, porque me excede y yo no puedo ver con la luz y profundidad de Dios. Sólo por el amor, por la ciencia de amor, por la noticia de amor, por el conocimiento místico el hombre se funde con la realidad amada y se hace una sola llama de amor y así la conoce.

Los místicos son los exploradores que Moisés mandó por delante a la tierra prometida, y que, al regresar cargados de vivencias y frutos, nos hablan de las maravillas de la tierra prometida a todos, para animarnos a seguir caminado hasta contemplarla y poseerla.

La fe no humilla a la razón; sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola, humilde, capaz de Dios, como María que acoge la Palabra de Dios sin comprenderla. Luego, al vivir desde la fe los misterios de Cristo, lo comprende todo. Toda la Noche del espíritu, para San Juan de la Cruz, está originada por este deseo de Dios, de comunicarse con la criatura. El alma queda cegada por el rayo del sol de la luz divina que para ella se convierte en oscuridad y en ceguedad por excesiva luz y sufre por sus limitaciones en ver y comprender como Dios ve su propio misterio. Por eso a este conocimiento profundo de Dios se llega mejor amando que entendiendo, más por vía de amor que por vía de inteligencia, transformándose el alma en «llama de amor viva».

Aquel que es para siempre la Palabra del Padre, la biblioteca inagotable de la Iglesia, condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta la fe y el amor que hagan comunión de sentimientos con el que dijo “acordaos de mí”, de lo que yo soy, de lo que hago, de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas, de mi amor hasta el extremo...

 San Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios es mejor el amor que la razón, porque ésta no puede abarcarle, pero por el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con Él y me fundo con Él en una sola realidad en llamas. Son los místicos, los que experimentan los misterios que nosotros conocemos por la teología y celebramos en la liturgia.

Para San Juan de la Cruz, la teología, el conocimiento de Dios debe ser «noticia amorosa, sabiduría de amor, llama de amor viva que hiere de mi alma en el más profundo centro...» No conocimiento frío, teórico, sin vida. El que quiere conocer a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo debe trabajar en estado permanente de oración, debe hacer teología arrodillado. Sin esta comunión personal de amor y sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: “Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo”: “Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy. Lo comí y fue en mi boca dulce como miel” (Ez.3, 1-3).

25º JUEVES EUCARÍSTICO 

 JESÚS, DESDE EL SAGRARIO, ES Y NOS ENSEÑA “EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA”.

1ª MEDITACIÓN

UN CIEGO QUE VIO MAS QUE LOS DEMÁS

“Llegaron a Jericó. Y al salir de la ciudad con sus discípulos y mucha gente, Bartimeo, el hijo de Timeo, un ciego, estaba sentado a la vera del camino pidiendo limosna. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí. Muchos le reñían para que callara, pero él gritaba mucho más: hijo de David, ten compasión de mí.

Entonces Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron al ciego diciéndole: Animo, levántate, que te llama. Él, tirando su manto, dio un brinco y se presentó a Jesús.

Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? El ciego le contestó: Maestro, que vea.

Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Al momento recobró la vista; y le seguía por el camino(Mc. 10, 46-52).

“AL ENTERARSE DE QUE ERA JESUS DE NAZARETH, SE PUSO A GRITAR”(Mc. 10, 47).

El pobre ciego vivía de lo que le daban. Y ¿qué le daban? Unas monedas o un mendrugo de pan, y con eso podía ir subsistiendo.

¿Qué podrían hacer los demás? Detener su muerte, pero ninguno podía darle una vida y los ojos sanos que necesitaba para vivir. Por eso a cuantos pasaban a su lado les pedía ayuda.

Pero cuando se entera que es Jesús el que pasa es consciente de una cosa: que sólo Jesús puede darle lo que necesita para ser persona normal; y ante la magnitud de lo que espera recibir rompe la rutina de sus fórmulas que servían para pedir limosna a los demás que no eran Jesús.

No sólo emplea palabras nuevas para dirigirse a Jesús, sino que las grita. Y las grita no sólo porque le salen muy de dentro, sino también porque quiere que sus palabras no se pierdan entre el vocerío de la gente y puedan llegar a Jesús.

Sus voces molestaban a los demás. Y los demás, egoístas, al fin y al cabo, no se daban cuenta de que seguían a Jesús desde su egoísmo, porque querían seguirle sin molestia alguna. Por eso increpaban al ciego para que callara.

Pero ¿cómo va a callar el pobre ciego cuando se trata de una cosa vital para él? A los demás no les interesa, pero para él es cuestión de vida o muerte. No callará, no. Gritará más fuerte. La oración es su gran fuerza. La oración es su gran oportunidad ante el paso que Jesús está haciendo junto a él.

Jesús, pensando sobre mi vida, la veo reflejada en la situación de este hombre ciego. Yo me encuentro sentado junto al camino. No entro, no puedo entrar en la corriente de la vida porque no veo, porque soy inconsciente, porque no tengo el sentido profundo y verdadero de las cosas…, o todavía peor, porque creo que veo y no soy sino un ciego que aspira a convertirse (tanta es mi presunción) en guía de ciegos.

Me creo rico, y en realidad no sé hacer otra cosa sino mendigar limosna a cuantos pasan a mi lado: que me den un poco de su tiempo, de su interés, de su cariño, que se paren junto a mí, que me hagan caso, que me den mis caprichos, que hagan lo que yo quiero. A esto se reduce mi actividad: a llamar la atención de mis padres, de mis amigos, de  mi grupo o campo profesional.

Pero ellos no pueden sino echarme una limosna para prolongar un poco más mi sed y mi satisfacción. ¿Qué más van a hacer? Son tan pobres como yo! El mundo no es más que una multitud de mendigos que piden limosna a otra multitud de mendigos.

Hoy no. Hoy no pasa junto a mí un cualquiera. Tú, Jesús, eres distinto. Tú eres la única esperanza para mi ceguera y para que yo pueda salir de la orilla del camino e incorporarme a tu marcha.

Mira, Jesús, me pasa como a aquel ciego. Me dicen que me calle, que no ore, que no moleste y que no me moleste. Me lo dice mi egoísmo, al que le cuesta arrancarse de esta vida de mendicidad que llevo. Me lo dice mi comodidad, insistiéndome en que pierdo el tiempo. Me lo dicen los que me rodean, esos que son tan ciegos como yo y que pretenden que siga a tientas por la vida, sin saber a dónde ir, probando de todo, pero sin tener un rumbo fijo.

Me dicen que me calle, que no ore..., y yo sé que eso es condenarme a permanecer ciego y mendigo para siempre. Me dicen que me calle ante un mundo que está muy mal, que está tan ciego como yo y que yo tengo la obligación de salvar.

No, Jesús. Mi oración es mi fuerza. Mi oración me hace reconocer mi debilidad, pero pone en movimiento toda su fuerza para salvarme. Por eso, desde lo más hondo de mi ser, te digo: “Ten compasión de mi, Jesús, Hijo de David!”

“¡ANIMO, LEVANTATE! QUE TE LLAMA”(Mc. 10, 49)

       Jesús tiene un oído muy fino. No hay súplica salida del corazón del más pobre que no le llegue a su corazón también. El tiene un corazón muy sensible. Pero es preciso que el que ora ponga su corazón a gritar, que no se contente con una oración de labios. De este modo llegó al oído y al corazón de Jesús la súplica del ciego.

       Y Jesús le llamó. Llamada de última hora. Porque este ciego no ha convivido con Jesús, ni le ha visto hacer milagros. Sólo le conoce de oídas. No importa: Jesús le llama. Y esta llamada de Jesús le llena de ánimo. Jesús le ha oído y se ha fijado en él para hacerle discípulo.

No hay ejemplo más claro de prontitud en todo el Evangelio: «Arrojó el manto, dio un brinco y vino donde Jesús». Probablemente el manto era el único estorbo que impedía al pobre ciego acercarse a Jesús. No dudó en deshacerse de él. ¿Qué le importaba ya el manto si Jesús mismo le había llamado?

Tengo que repetirme muchas veces: «Jesús está pasando a mi lado: ¡Animo, levántate!, que te llama...» Y es verdad, Jesús. Tú estás cruzando continuamente tu camino con el mío. Tú cruzas tu camino con el camino de todos los hombres. Algunos prefieren no encontrarse contigo ¡Pobres...! se quedarán siempre ciegos.

Yo sí; yo quiero que pases a mi lado. Yo quiero que me llames. Yo quiero responder con prontitud, dejar de la mano todo lo que me entretiene y correr hacia Ti que me llamas.

Porque sé que tu llamada no es para hacerme daño. Al contrario: es para bien mío y para bien de los demás. Por eso quiero responder con prontitud y con alegría tus llamadas.

2ª MEDITACIÓN

“¡MAESTRO, ¡QUE VEA!”(Mc. 10, 51)

A tientas ha llegado el ciego ante Jesús. Jesús va a hacerle un examen a ver si conoce cuál es su verdadera necesidad: “¿Qué quieres que haga contigo?”. El ciego propiamente sólo tenía una desgracia: ser ciego. Y él se daba cuenta de ello. Por eso, ante la pregunta de Jesús, fue lo primero y lo único que dijo: “Maestro: sólo quiero una cosa, ver”.

Esta es, Jesús, mi gran desgracia también: no veo, no me doy cuenta, soy un inconsciente. Estoy delante de Ti y sólo te conozco por fuera; no he entrado aún en el misterio de tu persona; veo un trozo de pan pero no entro dentro del pan para verte y tener la luz del camino, de la verdad y de la vida; comulgo, pero no entro en comunión de tus sentimientos y vida, no entro dentro del corazón del pan y descubro a un Cristo emocionado, con el pan en las manos, que nos dice: Tomad y comed, acordaos de mí, de mi emoción en dar la vida por vosotros, en quedarme para siempre en un trozo de pan por deseos de amistad y salvación para todos. Oigo tus palabras, y hasta me las sé de memoria, pero no he penetrado en su verdad más profunda, porque no las vivo. Veo que eres bueno y cariñoso, pero no lo siento, porque no vivo como tú, ni perdono como tú, ni amo como tú ni entiendo que yo debo hacer lo mismo... No comprendo aún por qué tengo que sacrificarme. No he captado aún el valor de la cruz. Que la Eucaristía es Cristo muerto y resucitado, es carne triturada y resucitada.

No valoro aún la oración, la Eucaristía, la renuncia a mí mismo, el servicio a los demás. Tantas y tantas cosas son las que no veo aún. Esta es la señal de que estoy ciego, Señor. Pero providencialmente Tú estás a mi lado y me preguntas qué espero de Ti. Para esto te quedaste en el Sagrario. De este modo Tú pones en mis propias manos la solución de mis cegueras y torpezas y tropiezos en la vida.

Porque cuando Tú me preguntas ¿qué quieres que haga contigo?, no es para que yo te pida el primer capricho o tontería que se me ocurra. No, Tú me lo preguntas para ver si yo me doy cuenta de cuál es la verdadera necesidad mía y para ver si de verdad quiero mi salvación, siendo capaz de pedirte lo que verdaderamente necesito.

Pues sí, Jesús. Quiero pedirte que pongas tus manos sobre mis ojos para que yo vea. Para que yo te vea a Ti, para que yo te conozca a Ti, para que conozca el sentido de mi vida, para que conozca mi vocación y mi trabajo en la vida, para que me dé cuenta de las necesidades que hay a mi alrededor, para que aprecie la Eucaristía,  para que valore el trabajo, la humildad, la sinceridad y tantas y tantas cosas tengo que ver aún. Por eso, Jesús, sólo te pido unos ojos nuevos. ¡Maestro, que yo vea...!

“RECOBRÓ LA VISTA Y LE SEGUIA POR EL CAMINO”(Mc. 10, 52)

Los días de Jesús estaban contados. Era la última subida que hacía Jesús a Jerusalén; porque Jesús tenía allí una cita con toda la humanidad y quería ser puntual a ella. En Jerusalén iba a entregarse por todos los hombres y deseaba que sus amigos le siguiesen en esta actitud de dar la vida por los demás. Los apóstoles habían comprendido muy poco y le seguían con miedo. Además, intentaban retrasar cuanto podían la marcha, algo malo barruntaban.

Jesús, caigo en la cuenta que nadie puede entenderte, si primero no está totalmente abierto a Ti, como este ciego, y si Tú, además, no le iluminas con una luz especial. Los hombres nos creemos que entendemos las cosas y que ya no necesitamos que nadie nos diga nada porque ya conocemos suficientemente tu Evangelio ¡Qué vana pretensión! Nos pasa como a tus discípulos: Ellos iban contigo y no habían entendido ni a qué iban, ni por qué. Ellos iban con miedo precisamente porque creían que iban a algo malo. Estaban ciegos. Estamos ciegos. Yo estoy ciego.

Este sería el primer paso para mi salvación: reconocer que estoy ciego, que de Ti y de tus cosas no entiendo nada.., que lo mejor que puedo hacer es pedirte que me cures. Porque Sólo si Tú me curas podré arrancarme de mi estado de mendicidad. Y, sobre todo, sólo si Tú me curas, yo podré ponerme en camino contigo para ver dónde, cómo y por qué tengo que dar mi vida como hiciste Tú.

Esto es lo que yo quiero: seguirte a Ti, aunque los demás no te sigan; comprenderte a Ti, aunque los demás no te comprendan; arrancarme de mi mundo de oscuridad y esclavitud, aunque los demás me griten de mil modos que permanezca en él. Por eso, una y otra vez, desde lo más hondo del corazón te repito: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!

26ª JUEVES EUCARÍSTICO

1ª Meditación

 JESUCRISTO DESDE EL SAGRARIO SIEMPRE ESTÁ INTERCEDIENDO ANTE EL PADRE POR SUS HERMANOS, LOS HOMBRES.

“Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fin de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”(Fil 2, 5-11).

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como nos ha dicho San Pablo:

       A). Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que disponga de mi vida, según su voluntad.

       Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego a Ti, Tú puedes hacerlo, Señor, ayúdame, te lo pido, lo espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, si Tú no me enseñas y me das fuerzas...

       B). Un segundo sentimiento lo expresa así la LG 5: «los fieles... participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella».

       La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda. El diálogo podía escoger estas tonalidades: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir solo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de gloria de la Santísima Trinidad. Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré consagrado, ya no me pertenezco, soy una cosa contigo, y cuando salga a la calle, como ya no me pertenezco sino que he quedado consagrado contigo, quiero vivir sólo para Ti, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la misa.

Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tienes ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado... conservas ciertamente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos de siempre, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío... pero ya sabes que soy débil... necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante tu presencia, y vendré muchas veces, enséñame,  ayúdame a adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

       Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mi. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mi... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegraos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón, porque el Señor escucha a sus pobres” (Sal 69).

      C). Otro sentimiento que no puede faltar está motivado por las palabras de Cristo: "Cuando hagáis esto, acordaos de mí”. Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística,  pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos...cuánto me amas, cuánto me entregas, me regalas... “este es mi cuerpo, esta mi sangre derramada por vosotros...”.

       Con qué fervor quiero celebrar la misa, comulgar con tus sentimientos, vivirlos ahora por la oración ante tu presencia y practicarlos luego en mi vida; Señor, por qué me amas tanto, por qué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Cristo, yo valgo mucho para el Padre, ellos me valoran más que todos los hombres , valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí....Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado; yo, tan rutinario, tan limitado, siempre tan egoísta, soy pura criatura, y tu eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo tu el Todo y yo la nada. Si es mi amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero. 

2ª MEDITACIÓN

EN EL SAGRARIO ESTÁ …EL CORAZÓN QUE TANTO AMA A LOS HOMBRES Y A CAMBIO… RECIBE  MUCHOS ABANDONOS Y DESPRECIOS

QUERIDOS HERMANOS: Todo cuerpo tiene un corazón. Es el órgano principal. Si el corazón se para, el hombre muere. «Te amo con todo mi corazón», «te lo digo de corazón...» son expresiones que indican que lo que hacemos o decimos es desde lo más profundo y sincero de nuestro ser, con todas nuestras fuerzas, que no nos reservamos nada, que nos entregamos totalmente. Pues bien, este cuerpo de Cristo Eucaristía, que hoy veneramos y comulgamos, tiene un corazón que es el corazón del Verbo Encarnado. El corazón eucarístico de Cristo es el que realizó este milagro de amor y sabiduría y poder de la Eucaristía. Este corazón, que está con nosotros en el Sagrario y que recibimos en la Comunión, es aquel corazón, que viendo la miseria de la humanidad, sin posibilidad de Dios por el pecado y viendo que los hombres habíamos quedado impedidos de subir al cielo, se compromete a bajar a la tierra para buscarnos y salvarnos: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.

        Este corazón, centrado en el amor al Padre y al hombre, con una entrega total y victimal hasta la muerte, es el corazón de Cristo que “me amó y se entregó por mí”, en adoración y obediencia perfecta al Padre, hasta el sacrificio de su vida. Y este corazón está aquí y en cada Sagrario de la tierra y este corazón quiero ponerlo hoy, como modelo del nuestro, como ideal de vida que agrada a Dios y salva a los hermanos: Más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros… Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!” (Rom 5,9-11).

        Este corazón eucarístico de Cristo, puesto en contacto con las miserias de su tiempo: ignorancia de lo divino, odios fratricidas, miserias de todo tipo, incluso enfermedades físicas, morales, psíquicas... Fue todo compasión, verdad y vida.

        Por eso, sabiendo que está aquí con nosotros, en el pan consagrado, ese mismo corazón de Cristo, porque no tiene otro, debemos ahora meditar en este corazón que nos amó hasta el extremo en su Encarnación y en el Gólgota, que nos amó y sigue amándonos hasta el extremo en la Eucaristía. Hoy vamos a fijarnos en los rasgos de su corazón amantísimo, reflejados en sus palabras, que escuchamos esta mañana desde su presencia eucarística y que le siguen saliendo de lo más íntimo de su corazón. A través de la lengua, habla el corazón de los hombres.

        Jesús, el predicador fascinante que arrastraba las multitudes, haciendo que se olvidaran hasta de comer, el que se sentía bien entre los sencillos y plantaba cara a los soberbios, el que jugaba con los niños y miraba con amor a los jóvenes y con misericordia a los pecadores, tenía el corazón más compasivo y fuerte de la humanidad. Vamos a fijarnos hoy en algunas de sus palabras, que así lo reflejan y que hoy nos las dice desde el Sagrario, haciéndonos una imagen bellísima de sus ojos y corazón misericordiosos, llenos de ternura, con su corazón compasivo, lleno de perdones, con sus manos que nunca se cansaron de hacer el bien:

 - “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo” para estar cerca de los hombres y alimentar y fortalecer, con mi energía divina de amor, vuestra debilidad y  cansancio en amar y perdonar, de entrega, de entusiasmo, servicio.

 - “Yo soy la luz del mundo”, nos repite todos los días desde el Sagrario, para iluminar vuestra oscuridad de sentido de la vida: por qué existimos, para qué vivimos, a donde vamos.... Yo soy la luz, la verdad y la vida sobre el hombre y su trascendencia.

 - “Yo soy el pastor bueno”, “yo soy la puerta” para que el hombre acierte en el camino que lleva a la eternidad. Yo soy la puerta del amor verdadero a Dios, yo soy la puerta de la vida personal o familiar plena, yo soy la puerta de los matrimonios verdaderos para toda la vida, de las familias unidas, que superan todas las dificultades. Yo soy el fundamento de unión y la paz entre los hombres, entre los vecinos. Yo soy la fuente del amor fraterno, del servicio humano y compasivo.

 - “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, todo está en mí para vosotros, para que no caigáis en las cunetas del error, de la muerte, de los vicios y pecados, que quitan al hombre la libertad, la alegría y lo reducen a las esclavitudes de los vicios, del consumismo que lleva al vacío existencial.

 - “Yo he venido a salvar lo que estaba perdido”; “Yo he venido para que tengáis vida y la tengáis abundante”. Os he pensado y creado con el Padre desde el Amor del Espíritu Santo. Os he recreado por amor como Hijo desde la Encarnación. Os he redimido y he sufrido la muerte para que tengáis vida eterna, y por la potencia de mi Espíritu, consagro el pan en mi cuerpo y sangre para la salvación del mundo.

 - “Yo he venido a traer fuego a la tierra y sólo quiero que arda”: que ardan de amor cristiano los matrimonios, que ardan de amor y perdón los padres y los hijos, que los esposos ardan de mi amor y superen todos los egoísmos, incomprensiones, que ardan de amor verdadero los jóvenes, los novios, sin consumismos, sin reducirlo sólo a cuerpo. El amor de los míos tiene que ser humilde y sin orgullo, sincero y generoso como el mío, dador de gracias y dones, sin cansancio, sin egoísmos, con ardor y fuego humano y divino.

 - “Si alguien tiene sed que venga a mi y beba... un agua que salta hasta la vida eterna…” Jesús es el agua de la vida de gracia, de la vida eterna. Jesús es la misma vida de Dios que viene hasta nosotros y es su felicidad eterna, la que quiere compartir con cada uno de nosotros.

        Queridos hermanos: repito e insisto: ese corazón lo tenéis muy cerca, late muy cerca de nosotros en la Eucaristía, en la comunión, en el Sagrario, está aquí. Pidamos la fe necesaria para encontrarlo en este pan consagrado, pidámosle con insistencia: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Vivir en sintonía con este corazón de Cristo significa amar y pensar como Él, entregarse en servicio al Padre y a los hombres como Él, especialmente a los más necesitados. Es aceptar su amistad ofrecida aquí y ahora. Esto es lo que pretende y desea con su presencia eucarística. Para esto se quedó en el Sagrario. 

       ¡Eucaristía divina! Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida. También yo quiero darlo todo por ti, porque para mí, Tú lo eres todo, yo quiero que lo seas todo.

27º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª MEDITACIÓN

 

JESÚS, DESDE EL SAGRARIO, NOS DICE A  TODOS: “ACORDAOS DE MI”

 En el "acordaos de mí", debe entrar también el amor a los hermanos,- no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

Sí, Cristo, quiero acordarme ahora de tus deseos y sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

“Acordaos de mí”. Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de ti y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así.

Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Ti y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada Sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Ti pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida. Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de los otros... pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor, cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y tú... siempre olvidar y perdonar, olvidar y amar; yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como tú, amando, perdonando, olvidando... “Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso estoy aquí, comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

No tengo tiempo para indicar todos los posibles caminos de dialogo, de oración, de santidad que nacen de la Eucaristía porque son innumerables: adoración, alabanza, glorificación del Padre, acción de gracias, peticiones, ofrenda...pero no puede faltar el sentimiento de intercesión que Jesús continúa con su presencia eucarística.

Jesús se ofreció por todos y por todas nuestras necesidades y problemas y yo tengo que aprender a interceder por los hermanos en mi vida, debo pedir y ofrecer el sacrificio de Cristo y el de mi vida por todos, vivos y difuntos, por la Iglesia santa, por el Papa, los Obispos y por todas las cosas necesarias para la fe y el amor cristianos...por las necesidades de los hermanos: hambre, justicia, explotación...

Ya he repetido que la Eucaristía es inagotable en su riqueza, porque es sencillamente Cristo entero y completo,  viviendo y ofreciéndose por todos; por eso mismo, es la mejor ocasión que tenemos nosotros para pedir e interceder por todos y para todos, vivos y difuntos ante el Padre, que ha aceptado la entrega del Hijo Amado en el sacrificio eucarístico.

El adorador eucarístico o comulgante o participante en la santa misa no se encierra en su intimismo individualista sino que, identificándose con Cristo, se abre a toda la Iglesia y al mundo entero: adora y da gracias como Él, intercede y repara como Él. La adoración nocturna o diurna es más que la simple devoción eucarística o simple visita u oración hecha ante el Sagrario. Es un apostolado que os ha sido confiado para que oréis por toda la Iglesia y por todos los hombres, con Cristo y en Cristo, ofreciendo adoración y acción de gracias, reparando y suplicando por todos los hermanos prolongáis las actitudes de Cristo en la misa y en el Sagrario.

Un adorador eucarístico, por tanto, tiene que tener muy presentes su parroquia, los niños de primera comunión, todos los jóvenes, los matrimonios, las familias, los que sufren, los pobres de todo tipo, los deprimidos, las misiones, los enfermos, la escuela, la televisión y la prensa que tanto daño están haciendo en el pueblo cristiano, todos los medios de comunicación. Sobre todo, debemos pedir por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes y seminaristas, los seminarios, las vocaciones, los religiosos y religiosas, los monjes y monjas.

Mientras un adorador está orando, los frutos de su oración tienen que extenderse al mundo entero. Y así a la vez que evita todo individualismo y egoísmo, evita también toda dicotomía entre oración y vida, porque vivirá la oración con las actitudes de Cristo, con las finalidades de su pasión y muerte, de su Encarnación: glorificación del Padre y salvación de los hombres. Y así adoración e intercesión y vida se complementan.

Y esto hay que decirlo alto y claro a la gente, a los creyentes, cuando tratéis de hacer propaganda en la parroquia y fuera de ella y conseguir nuevos miembros. Cuando voy a la Adoración Nocturna no pienso ni pido sólo por mí, mis intereses o familia. Por la noche, en los turnos de vela ante el Señor, pienso y pido por todo el pueblo, por la parroquia, por la diócesis, por los niños, jóvenes, misiones, los enfermos.

Y así surgirán nuevos adoradores y será más estimada vuestra obra, más valoradas vuestras vigilias. Y así no soy yo solo el que oro, el que me santifico, es Cristo quien ora por mí y en mí y yo le ayudo con mi oración a la santificación de mi parroquia y mis hermanos, los hombres. Soy ciudadano del mundo entero aunque esté sólo ante el Señor.

Y el Seminario dirá que recéis, y las parroquias dirán que tengáis presente a los niños y jóvenes, y todos, al conoceros mejor y realizar vosotros mejor vuestra misión litúrgico-sacramental, os encomendarán sus necesidades espirituales y materiales.

Hay unos textos de San Juan de Ávila, que, aunque están referidos directamente a la oración de intercesión, que tienen que hacer los sacerdotes por sus ovejas, las motivaciones que expresan, valen para todos los cristianos, bautizados u ordenados, activos o contemplativos, puesto que todos debemos orar por los hermanos, máxime los adoradores nocturnos:    

 «¡Válgame Dios, y qué gran negocio es oración santa y consagrar y ofrecer el cuerpo de Jesucristo! Juntas las pone la santa Iglesia, porque, para hacerse bien hechas y ser de grande valor, juntas han de andar”. (1)

“Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres; y para que la oración no sea seca, ofrece el don que amansa la ira de Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor, del cual se entiende “munus absconditus extinguit iras”. Y porque esta obligación que el sacerdote tiene de orar, y no como quiera, sino con mucha suavidad y olor bueno que deleite a Dios, como el incienso corporal a los hombres, está tan olvidada y no conocida, como si no fuese, convendrá hablar de ella un poco largo, para que así, con la lumbre de la verdad sacada de la palabra de Dios y dichos de sus santos, reciba nuestra ceguedad alguna lumbre para conocer nuestra obligación y nos provoquemos a pedir al Señor fuerzas para cumplirla». (2)

«Tal fue la oración de Moisés, cuando alcanzó perdón para el pueblo, y la de otros muchos; y tal conviene que sea la del sacerdote, pues es oficial de este oficio, y constituido de Dios en él». (3)

«...mediante su oración, alcanzan que la misma predicación y buenos ejercicios se hagan con fruto, y también les alcanzan bienes y evitan males por el medio de la sola oración....la cual no es tibia sino con gemidos tan entrañables, causados del Espíritu Santo tan imposibles de ser entendidos de quien no tiene experiencia de ellos, que aun los que los tienen no los saben contar; por eso se dice que pide Él, pues tan poderosamente nos hace pedir». (4)

«Y si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración, y que sea con instancia y compasión, llorando con los que lloran,  con cuánta más razón debe hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna para los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para los culpados, vida para los muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles y , en fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien que el Señor en la cruz les ganó» . (5)

«Padres, ¿hales acaecido esto algunas veces? ¿Han peleado tan fuertemente con Dios, con la fuerza de la oración, queriendo él castigar y suplicándole que no lo hiciese, que ha dicho Dios: ¡Déjame que ejercite mi enojo! Y no querer nosotros dejarlo, y, en fin, vencerlo ¡Ay de nos, que ni tenemos don de oración ni santidad de vida para ponernos en contrario de Dios, estorbándole que no derrame su ira!. (6)

(J. ESQUERDA BIFET, San Juan de Ávila, Escritos Sacerdotale, BAC minor, Madrid 1969, 1-pags 143-144;2- 145; 3-147; 4-149; 5-193; 6- 198 )

2ª MEDITACIÓN

EN EL SAGRARIO NOS ESPERA JESÚS, EL MEJOR GUÍA Y MAESTRO DE NUESTRA FE, ESPERANZA Y CARIDAD  

       Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Eucaristía y de la Adoración Eucarística. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva. Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos místicos, sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor.

Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el Sagrario, para que una vez creída su presencia inicialmente: "el Señor está ahí y nos llama", ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí. Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo --los limpios de corazón verán a Dios--, y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total del alma y de la vida, para que la eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra vida y no por puro conocimiento.

No olvidemos que la Eucaristía se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la celebración de la santísima Eucaristía por un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad le costó y no lo comprendía.

En cada misa, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...” y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre, si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”.

La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva.

Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la misa hay que vivirlos como prolongación de la santa misa y de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado. Y este ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una misa por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas.

¡Qué maravilla! Nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser  servidoras, mildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia.La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos-sacramentales de la misa celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él.

       Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, apelando a sus derechos de esposa, ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la misa, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, para embalsamarle con el aroma de nuestras oraciones y agradecimiento por todo lo que ha sufrido y conseguido en la pascua realizada por nosotros y para nosotros. Por esta causa, una vez celebrada la misa, nosotros seguimos orando con estas actitudes de Cristo en el santo sacrificio.

28º JUEVES EUCARÍSTICO  

HORA SANTA SACERDOTAL

Monición

El Papa Benedicto XVI, coincidiendo con la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, en junio de 2009, abrió un especial «Año Sacerdotal» que conmemorase el 150 aniversario de la muerte del santo Cura de Ars, Juan María Vianney, corno verdadero referente sacerdotal para todo el pueblo de Dios.

Este Año Sacerdotal, según refiere el mismo Papa, debe suponer «una importante ocasión para mirar, todavía más, con grato estupor la obra del Señor que, “en la noche que fue entregado” (1 Co II, 23), quiso instituir el Sacerdocio ministerial, uniéndolo inseparablemente a la Eucaristía, cumbre y fuente de vida para toda la Iglesia.

Será un año para redescubrir la belleza y la importancia del sacerdocio y de cada sacerdote, concienciando a todo el pueblo santo de Dios: los consagrados y las consagradas, las familias cristianas, los que sufren y, sobre todo, los jóvenes, tan sensibles a los grandes ideales vividos con auténtico empuje y constante fidelidad, para que estén abiertos a la llamada del Señor».

Al acercarnos a este manantial abierto del corazón de Jesús buscamos renovar nuestra filiación divina y agradecerle su inmenso amor, la institución del sacerdocio y la Eucaristía.

En el Corazón de Jesús el triste siempre hallará consuelo, el soberbio humildad, el iracundo mansedumbre y todos hallaremos todo para ser hijos agradecidos, cristianos perfectos, verdaderos siervos de Dios, asemejándonos en todo a Jesucristo.

Saludo

Celebrante: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Todos: Amén.

Celebrante:La Gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros.

Todos:Y con tu espíritu.

Canto Vocacional: «Tú has venido a la orilla...»

Oración

Dios todopoderoso, al evocar al Corazón de Jesús, recordamos los beneficios de su amor para con nosotros. Te pedimos nos concedas recibir de esta fuente divina una inagotable abundancia de gracia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Salmo al Corazón de Jesús

Ant. «Señor, crea en mí un corazón puro»

¡Qué bueno es Dios para el justo,

el Señor para los limpios de corazón!

Pero yo por poco doy un mal paso,

casi resbalaron mis pisadas:

porque envidiaba a los perversos

viendo prosperar a los malvados.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,

renuévame por dentro con espíritu firme;

no me arrojes de tu rostro,

 no me quites tu santo espíritu.

Dios mío, mi corazón está firme,

para ti cantaré y tocaré, gloria mía.

Despertad, cítara y arpa;

despertaré a la aurora.

Te daré gracias ante los pueblos,

Señor, tocaré para tí ante las naciones:

por tu bondad, que es más grande que los cielos;

por tu fidelidad, que alcanza a las nubes.

Gloria al Padre, y al 1 lijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «Señor, crea en mí un corazón puro».

Palabra de Dios

       “Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado porque aquel sábado era muy solemne rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran.

       Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él.

       Pero al llegar a Jesús, corno lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con tina lanza y al instante salió sangre y agua.

       El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No se le quebrará hueso alguno. Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron”.

(Juan 19, 31-37)

¿Qué hay dentro del Corazón de Jesús?

Se abre la puerta de una casa para dejar entrar; se abre la vida cuando se quiere compartir; se abre el corazón cuando se quiere regalar. Jesús nos abrió su Corazón para darnos la VIDA. ¿Qué mejor manera para conocer a Cristo que adentramos en su Corazón?

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector. Para que, arraigados y cimentados en el amor, podarnos comprender con todos los creyentes la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo; un amor que supera todo conocimiento y nos lleva a la plenitud misma de Dios.

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Para entrar en su intimidad y gustar sus amores.

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Para desvelamos sus sentimientos y enviarnos a encarnarlos en el mundo.

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Y nos dijo: «He deseado ardientemente comer esta Pascua con vosotros».

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Y nos dijo: «Tomad y comed, esto es mi Cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi Sangre» (Mi 26, 26.28), regalándonos la Eucaristía.

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Y nos regaló el mandamiento del amor fraterno: «Armaos unos a otros como yo os he amado... Permaneced en mi amor... Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos...».

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Y nos dijo: «Yo estoy en medio de vosotros corno el que sirve» regalándonos el ministerio sacerdotal para: «Haced esto en conmemoración mía».

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Y nos dijo: «Orad para que no caigáis en tentación... Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo».

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Y nos entregó a la Virgen María, como Madre de la Iglesia.

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Y nos dijo: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré... Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso».

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Hasta derramar la última gota de su sangre por cada uno de nosotros, por eso decimos: «Me amó y se entregó por mí».

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Y gritó, en pie, diciendo: «Quien tenga sed que venga a mí y beba... y ya nunca más tendrá sed».

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: «Y nuestra obra brotó del Corazón de Jesús Sacramentado, silencioso, olvidado, desconocido, ultrajado».

Silencio meditativo y oración personal

Canto recitado:

Hay un Corazón que mana, que palpita en el Sagrario; el Corazón solitario que se alimenta de amor. Es un Corazón paciente, un Corazón amigo, el que habita en el olvido, el Corazón de tu Dios.

Es un Corazón que ama, un Corazón que perdona, que te conoce y que toma de tu vida lo peor. Que comenzó esta tarea una tarde en el Calvario y que ahora en el Sagrario tan sólo quiere tu amor.

Decidles a todos que vengan a la Fuente de la Vida, que hay una historia escondida dentro de este Corazón. Decidles que hay esperanza, que todo tiene un sentido, que Jesucristo está vivo, decidles que existe Dios.

Es el Corazón que llora en la casa de Betania, el Corazón que acompaña a los dos de Emaús. Es el Corazón que al joven rico amó con la mirada, el que a Pedro perdonaba después de su negación.

Es el Corazón en lucha del Huerto de los Olivos que, amando a sus enemigos, hizo creer al ladrón. Es el Corazón que salva por su fe a quien se le acerca, que mostró su herida abierta al apóstol que dudó.

Decidles a todos que vengan a la Fuente de la Vida, que hay una historia escondida dentro de este Corazón. Decidles que hay esperanza, que todo tiene un sentido, que Jesucristo está vivo, decidles que existe Dios.

       Plegaria para pedir por los sacerdotes

Señor Jesús, Buen Pastor,

presente en el Santísimo Sacramento,

que quisiste perpetuarte entre nosotros

por medio de tus sacerdotes,

haz que sus palabras sean sólo las tuyas,

que sus gestos sean los tuyos,

que su vida sea fiel reflejo de la tuya.

Que ellos sean los hombres

que hablen a Dios de los hombres

y hablen a los hombres de Dios.

Que no tengan miedo al servicio,

sirviendo a la Iglesia como ella quiere ser servida.

Que sean hombres de Dios,

testigos del Eterno en nuestro tiempo,

caminando por las sendas

de la historia con tu mismo paso

y haciendo el bien a todos.

Que sean fieles a sus compromisos,

celosos de su vocación y de su entrega,

claros espejos de la propia identidad

y que vivan con la alegría del don recibido

y la tarea encomendada.

Te lo pido por tu Madre Santa María:

Ella que estuvo presente en tu vida estará siempre presente

en la vida de tus sacerdotes. Amén.

Oración

       «Señor Jesucristo, Redentor del género humano, nos dirigimos a tu Sacratísimo Corazón con humildad y confianza, con reverencia y esperanza, con profundo deseo de darte gloria, honor y alabanza.

       Señor Jesucristo, Hijo de Dios Vivo, te alabamos por el amor que has revelado a través de tu Sagrado Corazón, que fue traspasado por nosotros y ha llegado a ser fuente de nuestra alegría, manantial de nuestra vida eterna.

       Reunidos juntos en tu nombre, que está por encima de cualquier otro nombre, nos consagramos a tu Sacratísimo Corazón, en el cual habita la plenitud de la verdad y la caridad.

       Señor Jesucristo, Rey de amor y Príncipe de la paz, reina en nuestros corazones y en nuestros hogares. Vence todos los poderes del maligno y llévanos a participar en la victoria de tu Sagrado Corazón. Amén

1ª MEDITACIÓN

 EN EL SAGRARIO NOS ESTÁ ESPERANDO SIEMPRE  JESÚS CON SUS MANOS Y CORAZÓN LLAGADOS POR AMOR.

Quiso nuestro Cristo y amorosísimo Redentor conservar, después de su resurrección, las llagas de los pies, de las manos y del costado. ¿Por qué? Podemos considerar algunas razones.

CRISTO RESUCITADO QUISO MOSTRARSE CON SUS MANOS Y SU CUERPO LLAGADO:

       A) Como señales visibles y testimonio fehaciente e irrecusable de lo terrible del combate que hubo de sostener para llevar a cabo el proyecto del Padre y la empresa que tomara a su cargo. Mucho le costó nuestra redención, mucho hubo de sufrir para conseguirla cima... Pues que tanto le costó, mucho debe de valer y en mucho la hemos de estimar todos los hombres.

B) Como perpetua señal del amor que nos tiene y excitadora continua de nuestro corazón por divina misericordia para con nosotros. Si obras son amores, mucho nos amó quien por nuestro bien tanto sufrió. Y cierto que entrañas de misericordia son las que así se compadecieron de nuestra miseria: “Llagado por nuestros delitos (Is., 53 5).

C) Como trofeos de su victoria, pues resplandecerán trocadas de fealdad en hermosura, como estrellas luminosas por toda la eternidad y será su vista para los bienaventurados objeto de regalada visión, que les hará clamar, llenos de agradecimiento y amor: “Digno es el cordero que ha sido sacrificado de recibir el poder, y la divinidad, y la sabiduría, y la fortaleza, y el honor y la gloria, y la bendición”. (Ap 5, 12). Con qué legítimo orgullo muestran los soldados las cicatrices del combate y las heridas sufridas por la patria! En el Concilio de Nicea, el emperador Constantino besaba, lleno de respetuosa admiración, las cicatrices que ostentaban los obispos que habían sufrido martirio por la fe.

Para utilidad nuestra, pues Jesucristo las muestra al Padre para aplacar su indignación y lograrnos gracias sin cuento:   “siempre vivo para interceder por nosotros” (Heb., 7, 25),  y son sus llagas otras tantas bocas que claman “ofreciendo plegarias y súplicas con grande clamor y lágrimas fue oído por su reverencia o dignidad”. Y podrá decir al mostrar sus llagas: «tanto sufrimiento no fue inútil». Podemos, además, dentro de ellas, descansar de los trabajos de nuestro prolongado destierro; pues que son un oasis en este desierto y un faro en la noche de esta vida terrena.

D) Podemos seguir preguntándonos: Y ¿para qué mostró el Señor sus llagas a los Apóstoles? Pretendió con ello Jesús:

       a) Robustecer la fe de sus discípulos, quitándoles toda duda y dejándoles bien probado que había resucitado con la misma carne que antes tenía “Soy yo”. Quiso también patentizar “Nolite timere”; “no tengáis miedo” que recordando vuestra cobardía que os hizo abandonarme, haya dejado de amaros. ¡No! Mirad estas llagas testigo de mi amor, y al verlas llenaos de confianza.

b) Para alentarlos al sacrificio. Bien merecía que hicieran algo por Él, que tanto había hecho por ellos; y así se animaran a corresponder con sacrificio a tan doloroso sacrificio. A gran precio les había comprado aquella paz y salvación que les brindaba como supremo don; justo era que la estimasen y guardasen a costa de cualquier trabajo, Y les anunció que habían de ser perseguidos, maltratados, muertos... por aquel mundo que primero le odió y persiguió a Él, pero al que había vencido: “confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 10, 33).

F) ¿Qué otro provecho debemos sacar de contemplar las  llagas de Jesucristo?

a) Dolor sincero al considerar que nuestros pecados fueron los que las abrieron; y son también los que las renuevan, renovando en cierto modo la Pasión.

b) Gran amor y gratitud para con quien asi nos amó; lo contrario sería ingratitud incalificable.

c) Confianza sin límites: esas llagas son fiadoras de nuestra salvación; voces que sin tregua claman por nosotros, asilo donde acogernos, refugio seguro en vida y en muerte: «no encontré mayor remedio a mis males que las llagas de Cristo». (San Agustín)

d) Aliento y estímulo para la imitación generosa de Jesucristo y para sufrir algo por Él y con Él. Se lamentaba San Pedro de Verona por haber sido injustamente acusado y castigado; se le apareció Jesús, y mostrándole sus llagas, le dijo: «¡No era Yo inocente? Y, sin embargo, por ti... »

Con Cristo que tanto nos quiso y sufrió por nosotros, el mismo Cristo que está aquí ahora presente en el Sagrario, y que tanto nos ama y espera nuestro diálogo de amor, oremos y dialoguemos y discutamos con Él esta emoción que hemos sentido y sentimos al meditar este pasaje evangélico; digámosle con santo Tomás de Aquino en el himno «Adoro te devote...»: 

« No veo las llagas como las vio Tomás, pero onfieso que eres mi Dios; haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere; que te ame».

Digamos todos con san Pablo: “vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi y, mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí...”

2ª MEDITACIÓN

TRANSFIGURACIÓN EN CRISTO POR LA ORACIÓN EUCARÍSTICA

Queridos hermanos: Esta homilía podría titularse: La subida al monte Tabor de la transfiguración por el camino de la oración.

1.- Jesús se retira a lo alto del monte a orar, porque en el silencio de las cosas y de las voces humanas se oye mejor la voz y la llamada de Dios. El ejemplo de Jesús lo han seguido y lo siguirán todas las personas que quieran ser cristianos de verdad, que quieran contemplar  el rostro de Dios, que quieran contemplar y sentir lo que creen por la fe,  todos los santos que han existido y existirán, todos los místicos que lo han sentido y sentirán: “descubre tu presencia y máteme tu rostro y hermosura… y para eso san Juan de la Cruz, santa Teresa, Madre Teresa de Calcuta, Isabel de la Trinidad, bueno, ya santas, están canonizadas, para ese encuentro ellos y ellas nos dicen que el camino único es la oración diaria con la conversión permanente de nuestros pecados, que son los velos que nos impiden ver a Cristo transfigurado y contemplar su rostro y hermosura, repito, para nosotros como para todos los santos, el único camino para ver y sentir a Dios, a Cristo, es la oración-conversión permanente que nos lleva a pasar de la  meditación a la contemplación, para llegar así a la unión transformativa en Cristo.

Y el único camino para ver y sentir a Cristo transfigurado en nuestro corazón como en el Sagrario, es la oración, primero meditativa-reflexiva, luego contemplativa, - cuando uno ya no necesita tanto de libros y lecturas porque entra en oración, en diálogo con Dios, sobre todo, Eucaristía, solo con mirarle, con estar en su presencia.

Y para eso, ratos de oración-conversión personal en los que Cristo, sobre todo, Eucaristía, me ilumina y me hace ver mis defectos de soberbia, envidias y caridad, etc. y en la medida que me vaya vaciando de mi mismo, Él me va llenando y yo voy avanzando y sintiendo su presencia en mi alma, y me va llenando y yo lo voy sintiendo más en la medida de mis vacíos de mi yo.

Repito, porque es poquísimo lo que oigo hablar de esto, en nuestra vida cristiana y sacerdotal y formación permanente, nunca se tienen que separar en nuestra vida espiritual oración y conversión. Y así vaciándome de mí mimo cada vez más por la oración-conversión, Cristo me ya llenando y lo voy sintiendo vivo, vivo en mi corazón, sobre todo la Eucaristía, en el Sagrario.

no lo dudéis, por la oración-conversión llegamos a la contemplación y vivencia de Cristo vivo, vivo y resucitado y transfigurado: al cielo en la tierra: ahí teneis a San Pablo, tres años en el desierto de Arabia una vez caído del caballo y de no creer y perseguirle… “para mí la vida es Cristo…deseo morir para estar...todo lo considero basura…

Tengo el gozo de haberme encontrado con personas así en mi vida pastoral y parroquialo:he conocido almas contemplativas, todas, almas de oración, ni una sola que no se retire todos los días un rato largo al silencio para contemplar a Dios, hablar con El, amarle, pedirle perdón…

2.-Es que sin oración personal no se puede contemplar a Cristo transfigurado,  no hay cristianismo serio y profundo,  no hay transformación de las almas en Cristo. El Tabor es la experiencia del Dios vivo por la oración. Sin Tabor no hay gozo profundo de la fe experimentada, no hay amor ardiente y fuego de Espíritu Santo, no puede haber conversión permanente y santidad.

Para ser cristianos serios y convencidos necesitamos absolutamente de la oración personal, porque es allí donde el Cristo de la fe, de nuestras comuniones eucarísticas, de nuestro sagrario se transfigura  y nos transfigura llenándonos de su presencia y amor.

3. El Tabor existe. Y Cristo sigue transfigurándose ante le buscan en la oración y en la vida. No todos los Apóstoles le vieron tranfigurado, porque no todos subieron a la montaña del Tabor. Cristo se quedó en el sagrario porque desea transfigurarse ante cada uno de nosotros, pero para eso hay que buscarle en ratos largos de oración. Si no hemos llegado a verle transfigurado, es porque no le buscamos y subimos por la montaña de la oración-conversión.

4.- “Y se ojó la voz el PadreEste es mi hijo amado, escuchadle”. Padre eterno, lo tendremos en cuenta. Le escucharemos a tu Hijo todos los días en la oración, sobre todo aquí en el sagrario, monte Tabor permanente. Y para eso, leer y meditar y vivir el evangelio primero para comprenderlo y luego sentirlo y vivirlo: Lectio, meditatio, oratio et contemplatio... no hay otro camino, aunque seas obispo o papa.

5.- “¡Qué bien se está aquí!” dice Pedro y el evangelista añade que no sabía lo que decía ¡Vaya si lo sabía! Como Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Isabel de la Trinidad, Madre Teresa de Calcuta, Teresita del Niño Jesús y todos los que han llegado a estar alturas: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado.”

San Juan de la Cruz  describe así esta transfiguración de las almas: «¡Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste, amado con amada, amada en el amado transformada».  Isabel de la Trinidad:  «Y vos, oh Padre, inclináos sobre esta pobrecita criatura vuestra, no veáis en ella sino al Amado en quien habéis puesto todas vuestras complacencias: Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita en la que me pierdo, entrégome sin reservas a Vos, sepultaos en mí para que yo me sepulte en Vosotros hasta que vaya a contemplaros en la infinitud de tu Gloria. Amén”

 

6.- Y así es cómo la vida cambia, y el cielo empieza ya en la tierra, y las almas desean morirse para verlo plenamente en el cielo y todo se vive de otra forma y podemos decir con San Pablo: “deseo morir para estar con Cristo…. Vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mí”, y Dios se entrega totalmente a las almas y las transforma: «Oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro».  Y con Teresa de Jesús: «Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero que muero porque no muero… esta vida que yo vivo, es privación…».

29º JUEVES EUCARÍSTICO

¿POR QUÉ AMAR A JESUCRISTO?

1. 5 Debemos amar a Cristo porque merece ser amado, es digno de nuestro amor, nos ha ganado con su amor, es amable por sí mismo y por sus obras, por lo que ha hecho por nosotros. Reúne en sí toda la belleza y hermosura de la creación, del hombre, del amor, de la vida, de la santidad, de toda belleza y perfección.

Nuestro corazón necesita algo grande para amar. Cristo es lo más grande y bello y maravilloso y fiel y grandioso y amable que existe y puede existir; nadie ni nada fuera de él puede amarnos y llenarnos de sentido de la vida y felicidad como Él. Atrae todo el amor del Padre: “Este es mi hijo muy amado, en el que me complazco”. Es el “esplendor de la gloria del Padre”, reflejo de su ser infinito. Si el Padre eterno e infinito se complace en Él, y Jesucristo colma y satisface plenamente la capacidad infinita de amar del Padre Dios ¿cómo no colmará la nuestra?

Por eso, a quien ama a Jesucristo, a su Hijo, el Padre le ama con amor de Espíritu Santo, esto es, con el mismo amor con que Dios se ama, que es el Amor persona divina, el mismo Amor con que Dios le ama: “Si alguno me ama, mi Padre le amará, y vendremos a Él y haremos morada en él”; “Al que me ama, mi Padre le amará”; “El Padre mismo os ama, ya que vosotros me habéis amado”. (Jn 14. 21.23; 16, 27).

1.6 Debemos amar a Jesucristo para conocerlo y gozarnos con su amor en plenitud. A Cristo no se le conoce hasta que no se le ama. El amor es el que no hace penetrar en  su misterio. Le conocemos en la medida en que le amamos. Y esto tiene que ver mucho con la oración que es conocimiento de amor y por amor. Las verdades no se comprenden hasta que no se viven. Mediante el amor, por contacto y conocimiento por afecto y encuentro y contacto de unión, que nos une a la persona amada y nos hace descubrir su intimidad, podemos conocer en plenitud, más que por el conocimiento frío y abstracto del entendimiento. Las madres conocen a los hijos por amor, incluso en sus males y enfermedades de cuerpo y alma. Los místicos conocen más y mejor que los teólogos.        Pentecostés. Cristo se había manifestado a los apóstoles por la palabra y los milagros y su vida, pero siguieron con miedo y las puertas cerradas y no le predicaron y eso que le habían visto morir por amor extremo al Padre y a los hombres, como ampliamente le había dicho en la Última Cena. Sin embargo, cuando en Pentecostés conocen a Cristo hecho fuego de Amor de Espíritu Santo, entonces ya no pueden callarlo y lo predican abierta y plenamente y llegan a conocerlo de verdad.

La oración afectiva es  como el fuego que nos alumbra y nos da calor a la vez; da conocimiento de amor; es como dice san Juan de la Cruz el madero encendido, que alumbra y da calor y amor;  amor que nos pone en contacto con la persona amada. San Agustín: no se entra en la verdad, sino por la caridad.

La experiencia constante de todos los santos y los creyentes nos confirman esta verdad. Sin amor verdadero, sin amistad con Cristo, sin amor de Espíritu Santo, no llegamos a conocer plenamente a Cristo. El Jesús que se llega a conocer con los mas brillantes y agudos análisis cristológicos, no es el Cristo completo, la “verdad completa” de Cristo. Esto les pasó a los Apóstoles, y eso que habían visto todos sus milagros y escuchado todas sus predicaciones.

Al verdadero y fascinante y seductor y “más bello entre los hombres” no lo “revelan ni la carne ni la sangre”, esto es, la inteligencia y los sentidos y la investigación de los hombres, sino “El Padre que está en los cielo... Él nos lo ha dado a conocer” (Mt 16,17), y el Padre no se lo revela a los curiosos, sino a los que le buscan sinceramente. El Padre no se lo revela “a los sabios y entendidos de este mundo, sino a los sencillos”.

1.6 Debemos amar a Jesucristo porque Él es el único Salvador de los hombres y porque queremos vivir, amar y ser felices con Él eternamente. Sólo amándolo a Él, podemos vivir su vida, su evangelio, su palabra y poner en práctica sus mandamientos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” “El que no me ama, no guarda mi doctrina” (Jn 14, 15. 24).

Esto quiere decir que no se puede ser cristiano enserio, no se pueden cumplir sus exigencias radicales y evangélicas sin un verdadero amor a Jesucristo, que con su amor hecho gracia y fuerza divina, nos ayudará a cumplir con sus mandamientos con perfección. Sin amor a Cristo falta la fuerza  para actuar y obedecer. Por el contrario, quien ama, vuela en el cumplimientos de su voluntad por amor; nada le parece imposible al que ama. Debemos amar a Cristo porque Él se quedó para eso en el Sagrario en amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres.

II QUÉ SIGNIFICA AMAR A JESUCRISTO

Esta pregunta ¿qué significa amar a Jesucristo? Puede tener un sentido muy práctico: saber lo que supone amar a Jesucristo, en qué consiste el amor a Cristo.

En este caso, la respuesta es muy sencilla y nos ha da el mismo Jesús en el evangelio. No consiste en decir “Señor, Señor sino en hacer la voluntad del Padre y en  guardar su palabra” (Mt 7, 21). Cuando se trata de personas «querer» significa buscar el bien del amado, dearle y procurarle cosas buenas.

Pero ¿qué bien podemos darle a Jesús resucitado, Dios infinito, que Él no tenga? Querer en el caso de Cristo significa algo diferente. El «bien de Jesús» más aún su “alimento” es la voluntad de su Padre. Por eso, amar o querer a Jesús significa esencialmente hacer con El la voluntad del Padre. Hacerla cada día más plenamente, cada vez con más alegría: “Quien cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo, dice Jesús, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Y en otro pasaje evangélico más amplio nos dice: “Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día”.

Para Jesucristo todas las cualidades más bellas del amor se compendian en este acto que es hacer la voluntad del Padre, cumplir sus mandamientos. Podríamos decir que el amor de Jesús no consiste tanto en palabras o buenos sentimientos como en hechos; hacer como la hecho Él, que no nos ha amado sólo por propia iniciativa sino porque ese es el proyecto del Padre, para eso nos ha soñado y creado el Padre por amor cuando nuestros padre más nos quisieron, y para eso existimos; y todo esto, no sólo de palabras o sueños, sino con obras, con hechos. Y ¡qué hechos, Dios mío! “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él”.

¿Qué significa amar a Jesucristo? Para nosotros, amar a Jesucristo, Hijo de Dios, significa también no sólo amarle como hombre, sino como Dios, sin diferencia cualitativa. Es más, esta es la forma que el amor a Dios ha asumido después de la Encarnación. El amor a Cristo es el amor a Dios mismo. Por eso Jesús ha dicho: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” . Como se ve es amor al Dios Trinitario: “Quien me odia a mí, odia también a mi Padre”. En Cristo alcanzamos directamente a Dios, sin intermediarios.

He dicho más arriba que amar a Jesús, quererlo, significa esencialmente hacer la voluntad del Padre; pero vemos que esto, más que crear diferencia e inferioridad en relación al Padre, crea igualdad. El Hijo es igual al Padre precisamente por su dependencia absoluta del >Padre. Cristo es Dios como el Padre. No debe ser amado en un sentido secundario o derivado, sino con el mismo derecho que Dios Padre. En una palabra, el ideal más alto para  un cristiano es el de amar a Jesucristo.

Pero Jesús también es hombre. Es nuestro prójimo: “primogénito entre muchos hermanos” (Rom 8, 29). Por eso, debe ser amado también con el otro amor. No sólo es la cumbre del primer mandamiento, sino también del segundo.

«¡Para esto me he hecho hombre visible! –hace decir san Buenaventura al Verbo de Dios-, para que, habiendo sido visto, pudiera ser amado por ti, yo que no era amado por ti, mientras estaba en mi divinidad. Por tanto, da el premio debido a mi encarnación y pasión, tú por quien me he encarnado y he padecido. Yo me he dado a ti, date tú también a mí» (Vitis mystica, 24).

Por eso, lo que yo he pretendido decir es que quien ama a Jesucristo no se mueve por eso en un nivel inferior o en un estadio imperfecto, sino en el mismo nivel que el que ama al Padre. Cosa que santa Teresa sintió la necesidad de expresar, reaccionando contra la tendencia presente en su tiempo y en determinados ambientes espirituales, donde amar la humanidad de Jesucristo se consideraba más imperfecto que amar su divinidad. Según la santa no hay estado espiritual, por muy elevado que sea, en el que se pueda o se deba prescindir de la humanidad de Cristo para fijarse directamente en la divinidad o en la esencia divina. La santa explica cómo una mala interpretación de la contemplación la había alejado durante algún tiempo de la humanidad del Salvador y cómo, en cambio, el progreso en la contemplación la había vuelto a conducir a ella definitivamente (Vida, 22,1ss).

III ¿CÓMO CULTIVAR EL AMOR » JESUCRISTO?

Soy consciente de que todo lo que he dicho respondiendo a la pregunta, qué significa amar a Jesucristo, es nada en comparación con lo que se podría haber dicho y que sólo los santos pueden decir en plenitud sobre este tema. Un himno de la Liturgia que se recita con frecuencia en las fiestas de Jesús, dice: «Ninguna lengua puede decir, ninguna palabra puede expresar, sólo quien lo ha probado puede creer, lo que es amar a Jesús» (Himno Iesu dulcis memoria).

Lo nuestro no es sino recoger las migajas que caen de la palabra y escritos del evangelio y de los santos, que son lo que  atesoran gran experiencia de amor a Jesús. Es a ellos, que han tenido la experiencia de Cristo, de Dios, a quienes se debe recurrir para aprender el arte de amar a Jesús. Por ejemplo, a Pablo: “para mi la vida es Cristo... no quiero saber más que mi Cristo, y éste crucificado... vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí...”, “deseo liberarse del cuerpo para estar con Cristo” (Fil 1,23); o san Ignacio de Antioquia, que de camino hacia el martirio, escribía: «Es bello morir al mundo por el Señor y resucitar cn él... Sólo quiero encontrarme con Jesucristo... busco a aquel que ha muerto por mí, quiero a aquel que ha resucitado por mí» (los Romanos 2,1; 5,1; 6,1).

San León Magno decía que «todo lo que había de visible en nuestro Señor Jesucristo ha pasado, con su Ascensión, a los sacramentos de la Iglesia» (Discurso 2 sobre la Ascensión). A través de la Eucaristía, que es memorial, no puro recuerdo, sino misterio que hace presente a Cristo total, desde que nace hasta que sube a la derecha del Padre; en la Eucaristía no encontramos con el mismo Cristo de Palestina, pero ya glorificado y se alimenta el amor a Cristo porque en ella, por la sagrada comunión, se realiza inefablemente la unión con Él. Él es una persona viva, viva y existente, no difunta.

Hay infinitos modos y caminos para amar a Jesús. Puede ser su Palabra leída, meditada, interiorizada. Puede ser el diálogo con el amigo, entre dos personas que se aman. Puede ser sobre todo la Liturgia, la Eucaristía, el oficio de Lectura… En todo caso siempre es necesaria la Unción del Espíritu Santo, porque sólo el Espíritu Santo sabe quién es Jesús y sabe inspirar el amor a Él-

Yo voy a hablar de uno que considero esencial. La oración personal, sobre todo eucarística, que según santa Teresa «oración mental... no es otra cosa sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».

30º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª ORACIÓN EUCARÍSTICA ANTE LA SANTA CUSTODIA

QUERIDOS HERMANOS: Tres son los hechos principales que  sobresalen en el evangelio de este domingo: primero, la curación de la suegra de Pedro y, como consecuencia, el agolparse todos los enfermos y dolientes junto a Cristo para que los curase, que obligan finalmente a Jesús, a retirarse al monte para orar, que sería la tercera enseñanza de este evangelio, y es la que vamos a meditar: fijaos bien, Jesús, siendo hombre perfecto, se retiraba a orar, preferentemente por las noches, lo dicen los evangelios: “pasó toda la noche orando… Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca. El les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido. Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios”.

Es que para nosotros es muy importante ver cómo Jesús se singularizó en esto y cómo los evangelios lo repiten. Y es que la oración siempre es necesaria como un verdadero encuentro de diálogo con Dios nuestro Padre. Un diálogo que provoca una amistad personal con Él y la conversión a su reino, a su forma de ser y actuar, porque descubrimos cómo es Dios y lo que quiere de nosotros.

Hay muchos maestros de oración; para nosotros, el mejor maestro de oración:Jesucristo Eucaristía,así lo ha sido siempre para todos los santos; porque Cristo en el Sagrario es una enciclopedia, toda una biblioteca teológica sobre el misterio de Dios y del hombre y de la salvación, basta mirarlo y no digo nada si lo abres, ¡si creyéramos de verdad! ¡si creyéramos de verdad que Jesucristo está aquí…el mismo del cielo y de Palestina. Porque a Cristo en el Sagrario hay que visitarlo y dialogar con Él durante horas y horas, porque al principio no se ve nada, no se entiende mucho, pero en cuanto empiezas a entender y a sentirlo y vivirlo, sobre todo a vivir lo que te dice aquí en el Sagrario, desde ese momento ya no dejarás de visitar todos los días, de venir a visitar, a pedir, a hablar, a estar con Jesús en el Sagrario, es un anticipo de cielo.

En el comienzo de este encuentro, de este diálogo, basta con mirar al Señor, hacer un acto de fe, de amor, una jaculatoria aprendida, porque no creáis que esto se consigue de golpe, lo sabéis todo muy bien, yo trato ahora simplemente de recordarlo en su presencia.

Porque Él es Dios, esta amistad cuesta mucho tiempo, años y años,  toda la vida y siempre en línea de conversión permanente de nuestro carácter y faltas de caridad, murmuraciones y críticas… etc. porque presencia y experiencia gozosa de Cristo en nosotros y conversión deben ir siempre unidas, y esto seas cura, fraile o monja, quiero decir, cristiano, esta debe ser la verdadera devoción eucarística para el encuentro gozoso con Cristo Amigo y Confidente tanto en el Sagrario, como en la comunión o en la santa misa, y en la medida que a través de los años vayas quitando faltas de soberbia, envidia, caridad, irás viendo a Cristo en el Sagrario, en la Comunión, en tu corazón, en tu vida. Esta es la principal dificultad que yo veo para sentir a Cristo Eucaristía.

Y esto, como digo, seas obispo, cardenal o papa. Los pecados e imperfecciones… si no los quitas, aunque comulgues todos los días y dias misa, impiden la experiencia de Cristo Eucaristía, porque comes pero no comulgas con Cristo. Por eso me da mucha pena, cuando nosotros, sacerdotes, párrocos hablamos o pasamos ante el Sagrario sin respeto y adoración, como si fuera un trasto más de la iglesia. Es que yo toda mi vida, mi amor, mi fe gozosa y viva se la debe a Cristo en el Sagrario de mi parroquia, bueno, en cualquier sagrario. Por eso, hermanos, respeto, adoración, silencio ante cualquier Sagrario, ante Jesús Eucaristía.

Para aprender a dialogar con Dios, especialmente con Cristo Eucaristía, solo hay un camino: estar con Él, esto es, la oración, el pasar ratos de amistad con Él, aunque al principio no sintamos nada, lo iremos sintiendo en la medida que vayamos quitando nuestras imperfecciones que son el velo que nos impiden verlo.

Mirad, cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar, el evangelio no relata técnicas ni método ninguno, simplemente les dijo: “Cuando tengáis que orar, decid: Padre nuestro...” Y estamos hablando del mejor maestro de oración. En el camino de Damasco, ha habido un resplandor de luz inesperada, que ha tirado a Pablo del caballo y, tras el fogonazo, el diálogo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno...” Después, Pablo se retira al desierto de Arabia y allí aprende todo sobre Cristo y el evangelio, sin ningún otro maestro; es más, luego va a contrastar su doctrina con la de los Apóstoles y se goza de no haber tenido otro maestro que su Cristo, amigo y confidente por la oración personal, que le llevó a la conversión total a Cristo y a conocerlo, amarlo y predicarlo  más incluso que algunos apóstoles que estuvieron con Él durante su vida pública.

En esta línea quiero aportar y terminar con un testimonio tan autorizado como Madre Teresa de Calcuta: «Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: Cuando oréis, decid: Padre Nuestro... No les enseñó ningún método ni técnica particular, sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán... La necesidad que tenemos de oración es tan grande, porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí» (Escritos Esenciales. Madre Teresa de Calcuta. Sal Terrae 2002 p.91).

2ª ORACIÓN EUCARÍSTICA ANTE LA SANTA CUSTODIA

“Estáte, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte”

¡Cuánto he aprendido, Señor, estando en tu presencia eucarística,cuánto en nada de tiempo ni de estudio ni de  teologías, y sin libros ni reuniones “pastorales o arciprestales o diocesanas”, cuánto he aprendido y penetrado, más que con todos los estudios y títulos universitarios, solo estando en tu presencia eucarística.

Señor ¡Cuánta belleza y hermosura de esencia de Amor de mi Dios Trino y Uno he descubierto y gozado en el pan Eucarístico, en Jesucristo Eucaristía en ratos de Sagrario en silencio de todo! Qué claro y gozoso he visto que Tú, Padre, Abba-Papá bueno de cielo y tierra, Principio de todo, qué claro he visto y gozado que Tú has soñado conmigo, con nosotros: si existo, si existimos es que me has amado, nos has amado y soñado desde toda la eternidad y con un beso de amor de Padre nos has dado la existencia en al amor de nuestros padres. “Abba”, Papá bueno del cielo y tierra, te damos gracias porque nos creaste...y nos elegistes para ser sacerdotes eternamente en tu Hijo-hijo, sacerdote eterno.

Me has revelado, he comprendido que si existo, es que me has preferido a millones y millones de seres que no existirán y me has señalado con tu dedo,  creador de vida y felicidad eterna, para ser sembrador y cultivador de eternidades, de mis hermanos, los hombres. Yo soy más bello para Ti y tienes deseos de abrazarme eternamente con tu mismo Amor de Espíritu Santo, como hijo sacerdote en tu mismo Hijo Jesucristo, único y eterno sacerdote, con el cual me identificaste y consagraste por tu Amor Infinito de Espíritu Santo. Soy eternamente sacerdote en tu Hijo Jesucristo, Único y eterno Sacerdote.

Padre bueno de cielo y tierra, te pido que venga a nosotros tu reino de Santidad, Verdad y Amor; que se haga tu voluntad de salvación universal de todos los hombres; que cumplamos tu deseo revelado en tu Palabra hecha carne: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”;  danos muchos y santos sacerdote que prolonguen la misión que soñaste y confiaste a tu Hijo Encarnado, Sacerdote Único del Altísimo y Eucaristía perfecta de obediencia y adoración al Padre, aquí presente y ofreciéndose.

       Si de esta forma tan extrema y humilde nos pides amor, Cristo amado, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te pregunto: ¿Por qué nos buscas así, humillándote tanto, haciendo carne y luego un pooco de pan y tú eres Dios, Dios infinito de fuerza y poder? ¿Es que no puedes ser feliz sin el amor de tus criaturas? ¿Es que necesitas de mi amor, de nuestro amor? Jesucristo Eucaristía, muchas veces no correspondido en amor y amistad por nosotros, incluso sacerdotes y consagrados; Tú eres amor apasionado y extremo, en presencia humilde y callada de Sagrario, pidiendo  el amor de tus criaturas. Por eso…

¡Dios infinito, no te comprendo! No comprendo que no quieras ser feliz sin mí, que no quieras un cielo eterno, vivir eternamente sin nosotros, sin tus criaturas, creadas por Ti para amarlas y sumergirlas con Amor de Espíritu Santo en el mismo amor eterno y felicidad del Padre y del Hijo y Espíritu Santo, Amor Trinitario de  amistad y abrazo de felicidad eterna del Padre, por el Hijo con fuego eterno del Espíritu.

 No lo entiendo. ¿Es que necesitas de mí, es que necesitas de nosotros sacerdotes para ser feliz, es que para esto viniste enviado por el Padre y te hiciste sacerdote, puente, pons, pontífice, para que todos entráramos por Él y con Él en tu amor y felicidad eterrna y trinitaria?

No entiendo que siendo Dios y teniéndolo todo, necesites de tus criaturas para ser feliz, para cumplir tus deseos de felicidad eterna y por ellas hayas venido en su busca y hayas sufrido y muerto… hermanos, porque hay que ver lo que sufrió y padeció… y luego, movido por este amor se queda para siempre en la tierra en el Sagrario y está aquí escuchándome y en todos los sagrarios de la tierra sabiendo que muchos, incluso sacerdotes, no lo visitarían, ni le valorarían o amarían ni pasarian ratos de amor junto a Él en el Sagrario, empezando la eternidad en el tiempo, donde Él siempre nos está esperano para empezar el cielo en la tierra. Cristo Eucaristía, perdónanos, te amaremos eternamente.

 ¡Cristo Eucaristía, Cristo  del Sagrario, eres presencia de Dios Tinidad entre nosotros, en presencia permanente, incompresible e incomprendido, por tu amor extremo, hasta dar la vida por mí, por todos, siendo Dios y haciéndote hombre para poder sufrir y morir… por tu exceso de amor

¡Cristo amado, no te comprendo! ¡Es que nos amas como si fuéramos personas divinas, con el mismo amor que amas al Padre, con tu Amor de Espíritu Santo; es que nos amas con Amor y en Amor Trinitario… pues tiene que ser así, porque no tienes otro Amor, por eso no te comprendemos los hombres, incluso tus sacerdotes, Tú eres Amor de Espíritu Santo, con el que el Padre nos ha soñado como hijos eternos y divinizados en el Hijo que vino a decírnoslo y realizarlo ya en la tierra, siempre con amor de Espíritu Santo,  mediante su Encarnación, Muerte y Resurrección, para transformarnos en eternidades de Luz Divina, siempre con el mismo Amor de los Tres, Amor de Espíritu Santo.

Señor Jesucristo, Sacerdote y Único Salvador de los hombres, te pedimos en los jueves eucarísticos principalmente que todos los hombres se salven y lleguen por tu vida eucarística, ofrecida y participada, a la gloria y alabanza eterna de la Trinidad, que lleguemos así a la plenitud de la gloria y felicidad divina para la que nos has soñado y existimos!

Yo, como sacerdote y en nombre de todos mis hermanos sacerdotes ungidos especialmente por el mismo amor de Espíritu Santo por el sacramento del Orden Sagrado, pido que todos nos sintamos identificados con Cristo Sacerdote que a través de nosotros quiere seguir amando y ejercitando su único Sacerdocio para gloria de la Santísima Trinidad y salvación de todos nuestros hermanos los hombres. Así sea.

31ºJUEVES EUCARÍSTICO

1ª MEDITACIÓN

¡ETERNIDAD!, ¡ETERNIDAD!

Hemos llegado, por fin, al momento de recoger el fruto de todo el camino hecho: la eternidad. Aquí nos detendremos. Nos ceñiremos en torno a esta palabra hasta hacerla revivir. Le daremos calor, por así decirlo, con nuestro aliento hasta que vuelva a la vida. Porque eternidad es una palabra muerta; la hemos dejado morir como se deja morir a un niño o a una niña abandonada que nadie amamanta ya. Como sobre una carabela en ruta hacia el nuevo mundo, cuando ya se había perdido toda esperanza de llegar a alguna meta, resonó de pronto, una mañana, el grito del vigía: “Tierra!, ¡tierra!”, así es necesario que resuene en la Iglesia el grito: “Eternidad! ¡eternidad!”

¿Qué ha sucedido con esta palabra, que en otro tiempo era el motor secreto o la vela que empujaba a la Iglesia peregrina en el tiempo, el polo de atracción de los pensamientos de los creyentes, la “masa” que levantaba hacia arriba los corazones, como eleva las aguas en la marca alta? La lámpara se ha puesto silenciosamente bajo el celemín, la bandera ha sido replegada como en un ejército en retirada “EJ más allá se ha convertido en una broma, en una exigencia tan incierta que no sólo ya nadie la respeta, sino que ni siquiera se formula; hasta el punto de que se bromea incluso pensando que había un tiempo en que esta idea transformaba la existencia.

Este fenómeno tiene un nombre muy concreto. Definido en relación al tiempo, se llama secularismo o temporalismo definido en relación al espacio, se llama inmanentjsmo Este es hoy el punto en el que la fe, después de haber acogido una cultura determinada, debe demostrar que sabe también contestarla desde dentro de ella misma, impulsándola a superar sus cerrazones arbitrarias y sus incoherencias.

Secularismo significa olvidar o poner entre paréntesis el destino eterno del hombre, aferrándose exclusivamente al saeculum es decir, al tiempo presente y a este mundo. Está considerado como la herejía más difundida y más insidiosa de la era moderna; y, desgraciadamente, todos estamos, unos de una manera y otros de otra, amenazados por ella.

A menudo también nosotros, que en teoría luchamos contra el secularismo, somos sus cómplices o sus víctimas. Estamos “mundanizados”; hemos perdido el sentido, el gusto y la familiaridad con lo eterno. Sobre la palabra “eternidad”, o “más allá” (que es su equivalente en términos espaciales), ha caído en primer lugar la sospecha marxista, según la cual ésta aliena del compromiso histórico de transformar el mundo y mejorar las condiciones de la vida presente, y es, por ello, una especie de coartada o de evasión.

Poco a poco, con la sospecha, han caído sobre ella el olvido y el silencio. El materialismo y el consumismo han hecho el resto en la sociedad opulenta, consiguiendo incluso que parezca extraño o casi inconveniente que se hable aún de eternidad entre personas cultas y a la altura de los tiempos. ¿Quién se atreve a hablar aún de los “novísimos”, es decir, de las cosas últimas —muerte, juicio, infierno, paraíso—, que son, respectivamente, el inicio y las formas de la eternidad? ¿Cuándo oímos la última predicación sobre la vida eterna? Y, sin embargo, se puede decir que Jesús, en el evangelio, no habla de otra cosa que de ella.

¿Cuál es la consecuencia práctica de este eclipse de la idea de eternidad? San Pablo refiere el propósito de los que no creen en la resurrección de la muerte: “Comamos y bebamos, que mañana moriremos” (iCor 15,32). El deseo natural de vivir “siempre”, deformado, se convierte en el deseo o frenesí de vivir “bien”, es decir, placenteramente. La calidad se resuelve en la cantidad. Viene a faltar una de las motivaciones más eficaces de la vida moral.

Quizá este debilitamiento de la idea de eternidad no actúa en los creyentes del mismo modo; no lleva a una conclusión tan grosera como la referida por el apóstol; pero actúa también en ellos, sobre todo disminuyendo la capacidad de afrontar con coraje el sufrimiento. Pensemos en un hombre con una balanza en la mano: una de esas balanzas que se manejan con una sola mano y tienen en un lado el plato sobre el que se colocan las cosas que se van a pesar y en el otro una barra graduada que determina el peso o la medida. Si se apoya en el suelo o se pierde la medida, todo lo que se ponga en el plato hará elevarse la barra y hará inclinarse hacia la tierra la balanza. Todo lleva ventaja, todo vence fácilmente, incluso un montoncillo de plumas.

Pues así somos nosotros, a eso nos hemos reducido. Hemos perdido el peso, la medida de todo, que es la eternidad, y así las cosas y los sufrimientos terrenos arrojan fácilmente nuestra alma por tierra. Todo nos parece demasiado pesado, excesivo. Jesús decía: “Si tu mano o tu pie son para ti ocasión de pecado, córtatelos y tíralos lejos de ti. Más te vale entrar en la vida manco o cojo que con las dos manos o los dos pies ser arrojado al fuego eterno. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, sácatelo y tíralo lejos de ti. Es mejor entrar con un solo ojo en la vida que con dos ojos ser arrojado al fuego” (cf Mt 18,8- 9). Aquí se ve cómo actúa la medida de la eternidad cuando está presente y operante; a lo que es capaz de llegar. Pero nosotros, habiendo perdido de vista la eternidad, encontramos ya excesivo que se nos pida cerrar los ojos ante un espectáculo poco conveniente.

Al contrario, mientras estás en la tierra, abrumado por la tribulación, coloca con la fe, en la otra parte de la balanza, el peso desmesurado que es el pensamiento de la eternidad, y verás cómo el peso de la tribulación se hace más ligero y soportable. Digámonos a nosotros mismos: ¿Qué es esto comparado con la eternidad? Mil años son “un día” (IPe 3,8), son “como el ayer que ya pasó, como un turno de la vigilia de la noche” (Sal 90,4). ¿Pero qué digo “un día”? Son un momento, menos que un soplo.

A propósito de pesos y de medidas, recordemos lo que dice san Pablo, que también en punto de sufrimiento le había tocado en suerte una medida insólitamente abundante: “El peso momentáneo y ligero de nuestras penalidades produce, sobre toda medida, un peso eterno de gloria para los que no miramos las cosas que se ven, sino
las que no se ven; pues las visibles son temporales, las invisibles eternas” (2Cor 4,17-18). El peso de la tribulación es “ligero” precisamente porque es “momentáneo”, el de la gloria está “sobre toda medida” precisamente porque es “eterno”. Por eso el mismo apóstol puede decir: “Estimo que los padecimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que ha de manifestarse en nosotros” (Rom 8,18).

San Francisco de Asís, en el célebre “capítulo de las esteras”, hizo a sus hermanos un memorable discurso sobre este tema: “Hijos míos, grandes cosas hemos prometido; pero mucho mayores nos las tiene Dios prometidas sí observamos las que le prometimos y esperamos con certeza las que él nos promete. El deleite del mundo es breve, pero la pena que le sigue después es perpetua; pequeño es el sufrimiento de esta vida, pero la gloria de la otra es infinita”.

 Nuestro amigo filósofo Kierkegaard expresaba con un lenguaje más refinado este mismo concepto del Pobrecillo. “Se sufre —decía— una sola vez, pero el triunfo es eterno. ¿Qué quiere decir esto? ¿Que se triunfa también una sola vez? Así es. Sin embargo, hay una dif eren- cia infinita: la única vez del sufrimiento es un instante, pero la única vez del triunfo es la eternidad; de esa vez que se sufre, una vez que pasa, no queda nada; y lo mismo, pero en otro sentido, de la única vez que se triunfa, porque no pasa nunca; la única vez del sufrimiento es un paso, una transición; la única vez del triunfo es un triunfo que dura eternamente”.

Me viene a la mente una imagen. Una masa de gente heterogénea y ocupada: hay quien trabaja, quien ríe, quien llora, quien va, quien viene y quien está aparte y sin consuelo. Llega jadeando, desde lejos, un anciano y dice al oído del primero que encuentra una palabra; después, siempre corriendo, se la dice a otro. Quien la ha escuchado corre a repetírsela a otro, y éste a otro. Y he aquí que se produce un cambio inesperado: el que estaba por el suelo desconsolado se levanta y va corriendo .i decírselo a los de su casa, el que corría se detiene y vuelve sobre sus pasos; algunos que reñían, mostrando amenazadoramente su puño cerrado el uno bajo la barbilla del otro, se echan los brazos al cuello llorando. ¿Cuál ha sido la palabra que ha provocado este cambio? ¡La palabra “eternidad”!

La humanidad entera es esta muchedumbre. Y la palabra que debe difundirse en medio de ella, como una antorcha ardiente, como la señal luminosa que ios centinelas se transmitían en otro tiempo de una torre a otra, es precisamente la palabra “ieternidad!, ¡eternidad!”. La Iglesia debe ser ese anciano mensajero. Debe hacer resonar esta palabra en los oídos de la gente y proclamarla desde los tejados de la ciudad. ¡Ay si también ella perdiese la “medida”!; sería como si la sal perdiese el sabor. ¿Quién preservará entonces la vida de la corrupción y de la vanidad? ¿Quién tendrá el coraje de repetir aún a los hombres de hoy aquel verso lleno de sabiduría cristiana: “Todo, excepto lo eterno, en el mundo es vano”? Todo, excepto lo eterno y lo que de alguna manera conduce a ello.

Filósofos, poetas, todos pueden hablar de eternidad y de infinito; pero sólo la Iglesia —como depositaria del misterio del hombre— puede hacer de esta palabra algo más que un vago sentimiento de “nostalgia de lo totalmente otro”. Existe, en efecto, este peligro. Que “se introduzca la eternidad en el tiempo, doblegándola por medio de la fantasía”. “Así interpretada produce un efecto mágico. No se sabe si es un sueño o una realidad, y se tiene la impresión de que ella misma se ha puesto a jugar dentro del instante, clavándole sus ojos de una manera melancólica y soñadora”. El evangelio impide que se vacíe así la eternidad, llamando inmediatamente la atención sobre lo que ha de hacerse: “Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (Lc. 18,18). La eternidad se convierte en la gran “tarea” de la vida, aquello por lo que afanarse noche y día

2ª MEDITACIÓN

NOSTALGIA DE ETERNIDAD TRINITARIA

Decía que la eternidad no es para los creyentes sólo nostalgia de lo totalmente otro”. Y, sin embargo, también es eso. No es que yo crea en la preexistencia de s almas y, por tanto, que hemos caído en el tiempo, espués de haber vivido primero en la eternidad y gustao de ella, como pensaban Platón y Orígenes. Hablo de ostalgia en el sentido de que hemos sido creados para la ternidad, en el corazón la anhelamos; por eso está inquieto e insatisfecho hasta que reposa en ella.

Lo que Agustín decía de la felicidad, lo podemos decir también de la eternidad: “Dónde he conocido la eternidad para recordarla y desearla?” 
¿A qué se reduce el hombre si se le quita la eternidad del corazón y de la mente? Queda desnaturalizado, en el sentido fuerte del término, si es verdad, como dice la misma filosofía, que el hombre es “un ser finito, capaz de infinito”. Si se niega lo eterno en el hombre, hay que exclamar al momento, como hizo Macbeth después de haber matado al rey: “... desde este instante no hay nada serio en el destino humano: todo es juguete; gloria y renombre han muerto. ¡El vino de la gloria se ha esparcido!”.

 Pero creo que se puede hablar también de nostalgia de eternidad en un sentido más sencillo y concreto. ¿Quién es el hombre o la mujer que repasando sus años juveniles no recuerda un momento, una circunstancia en la que ha tenido como un barrunto de la eternidad, se ha como asomado a su umbral, la ha vislumbrado, aunque quizá no sepa decir nada de aquel momento? Recuerdo un momento así en mi vida. Era yo un niño. Era verano y, acalorado, me tendí sobre la hierba con la cara hacia arriba. Mi mirada era atraída por el azul del cielo, atravesado acá y allá por alguna ligera nubecila blanquísima. Pensaba: “Qué hay sobre esa bóveda azul? ¿Y más arriba aún? ¿Y más arriba todavía?” Y así, en oleadas sucesivas, mi mente se elevaba hacia el infinito y se perdía, como quien mirando fijamente al sol queda deslumbrado y no ve ya nada.

El infinito del espacio reclamaba el del tiempo. “Qué significa —me decía— eternidad? ¡Siempre más! ¡Siempre más! Mil años, y no es más que el principio”. De nuevo mi mente se perdía; pero era una sensación agradable que me hacía crecer. Comprendía lo que escribe Leopardi en El infinito: “Me es dulce naufragar en este mar”. Intuía lo que el poeta quería decir cuando hablaba de “interminables espacios y sobrehumanos silencios” que se asoman a la mente. Tanto, que me atrevería a decir a los jóvenes: “Paraos, tumbaos boca arriba sobre la hierba, si es necesario, y mirad una vez el cielo con calma. No busquéis el estremecimiento del infinito en otra parte, en la droga, donde sólo hay engaño y muerte. Existe otro modo bien distinto de salir del ‘límite’ y sentir la emoción genuina de la eternidad. Buscad el infinito en lo alto, no en lo bajo; por encima de vosotros, no por debajo de vosotros”.

Sé muy bien lo que nos impide hablar así la mayoría de las veces, cuál es la duda que quita a los creyentes la “franqueza”. El peso de la eternidad —decimos para nosotros— será todo lo desmesurado que se quiera y mayor que el de la tribulación, pero nosotros cargamos con nuestras cruces en el tiempo, no en la eternidad; nuestras fuerzas son las del tiempo, no las de la eternidad; caminamos en la fe, no en la visión, como dice el apóstol (2Cor 5,7).

En el fondo, lo único que podemos oponer al atractivo de las cosas visibles es la esperanza de las cosas invisibles; lo único que podemos oponer al gozo inmediato de las cosas de aquí abajo es la promesa de la felicidad eterna. “Queremos ser felices en esta carne. ¡Es tan dulce esta vida!”, decía ya la gente en tiempos de san Agustín.

Pero es precisamente éste el error que nosotros los creyentes debemos desvanecer. No es en absoluto verdad que la eternidad aquí abajo sea sólo una promesa y una esperanza. ¡Es también una presencia y una experiencia! Es el momento de recordar lo que hemos aprendido del dogma cristológico. En Cristo “la vida eterna que estaba junto al Padre se ha hecho visible”. Nosotros —dice Juan— la hemos oído, la hemos visto con nuestros ojos, la hemos contemplado y tocado (cf lJn 1,1-3).

Con Cristo, verbo encarnado, la eternidad ha hecho irrupción en el tiempo, y nosotros tenemos experiencia de ello cada vez que creemos, porque quien cree “tiene ya la vida eterna” (cf lJn 5,13). Cada vez que en la eucaristía recibimos el cuerpo de Cristo; cada vez que escuchamos de Jesús las “palabras de vida eterna” (cf Jn 6,68). Es una experiencia provisional, imperfecta, pero verdadera y suficiente para darnos la certeza de que la eternidad existe de verdad, de que el tiempo no lo es todo.

La presencia, a manera de primicias, de la eternidad en la Iglesia y en cada uno de nosotros tiene un nombre propio: se llama Espíritu Santo. Es definido como “garantía de nuestra herencia”(Ef 1,14; 2Cor 5,5), y nos ha sido dada para que, habiendo recibido las primicias, anhelemos la plenitud. “Cristo —escribe san Agustín— nos ha dado el anticipo del Espíritu Santo con el cual él, que de ningún modo podría engañarnos, ha querido darnos seguridad del cumplimiento de su promesa, aunque sin el anticipo la habría ciertamente mantenido. ¿Qué es lo que ha prometido? Ha prometido la vida eterna, de la que es anticipo el Espíritu que nos ha dado.

La vida eterna es posesión de quien ya ha llegado a la morada; su anticipo es el consuelo de quien está aún de viaje. Es más exacto decir anticipo que prenda: los dos términos pueden parecer similares, pero hay entre ellos una diferencia no despreciable de significado. Tanto con el anticipo como con la prenda se quiere garantizar que se mantendrá lo que se ha prometido; pero mientras la prenda es devuelta cuando se alcanza aquello por lo que se la había recibido, el anticipo, en cambio, no es restituido, sino que se le añade lo que falta hasta completar lo que se debe”

Por el Espíritu Santo gemimos interiormente, esperando entrar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios (cf Rom 8,20-23). El, que es “un Espíritu eterno” (Heb 9,14), es capaz de encender en nosotros la verdadera nostalgia de la eternidad y hacer de nuevo de la palabra eternidad una palabra viva y palpitante, que suscita alegría y no miedo.
El Espíritu atrae hacia lo alto. El es la Ruah Jahv, el aliento de Dios. Se ha inventado recientemente un método para sacar a flote naves y objetos hundidos en el fondo del mar. Consiste en introducir aire en ellos mediante cámaras de aire especiales, de manera que los restos se desprenden del fondo y van subiendo poco a poco al ser más ligeros que el agua.

Nosotros, los hombres de hoy, somos como esos cuerpos caídos en el fondo del mar. Estamos “hundidos” en la temporalidad y en la mundanidad. Estamos “secularizados”. El Espíritu Santo ha sido infundido en la Iglesia con un objetivo similar al descrito: para elevarnos del fondo, hacia arriba, cada vez más arriba, hasta hacernos volver a contemplar el cielo infinito y exclamar llenos de gozosa esperanza: “Eternidad!, ¡eternidad!”

(Cfr. S. KIERKEGAARD, El concepto de la angustia, 4, oc., 262- 272).

32º JUEVES EUCARÍSTICO

CONCLUSIÓN

Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía es el origen de toda forma de santidad, y todos nosotros estamos llamados a la plenitud de vida en el Espíritu Santo. ¡Cuántos santos han hecho auténtica su propia vida gracias a su piedad eucarística! De san Ignacio de Antioquía a san Agustín, de san Antonio abad a san Benito, de san Francisco de Asís a santo Tomás de Aquino, de santa Clara de Asís a santa Catalina de Siena, de san Pascual Bailón a san Pedro Julián Eymard, de san Alfonso María de Ligorio al beato Carlos de Foucauld, de san Juan María Vianney a santa Teresa de Lisieux, de san Pío de Pietrelcina a la beata Teresa de Calcuta, del beato Piergiorgio Frassati al beato Iván Merz, sólo por citar algunos de los numerosos nombres, la santidad ha tenido siempre su centro en el sacramento de la Eucaristía.

Por eso, es necesario que en la Iglesia se crea realmente, se celebre con devoción y se viva intensamente este santo Misterio. El don de sí mismo que Jesús hace en el Sacramento memorial de su pasión, nos asegura que el culmen de nuestra vida está en la participación en la vida trinitaria, que en él se nos ofrece de manera definitiva y eficaz. La celebración y adoración de la Eucaristía nos permiten acercarnos al amor de Dios y adherirnos personalmente a él hasta unirnos con el Señor amado. El ofrecimiento de nuestra vida, la comunión con toda la comunidad de los creyentes y la solidaridad con cada hombre, son aspectos imprescindibles de la logiké latreía, del culto espiritual, santo y agradable a Dios (cf. Rm 12,1), en el que toda nuestra realidad humana concreta se transforma para su gloria. Invito, pues, a todos los pastores a poner la máxima atención en la promoción de una espiritualidad cristiana auténticamente eucarística. Que los presbíteros, los diáconos y todos los que desempeñan un ministerio eucarístico, reciban siempre de estos mismos servicios, realizados con esmero y preparación constante, fuerza y estímulo para el propio camino personal y comunitario de santificación. Exhorto a todos los laicos, en particular a las familias, a encontrar continuamente en el Sacramento del amor de Cristo la fuerza para transformar la propia vida en un signo auténtico de la presencia del Señor resucitado. Pido a todos los consagrados y consagradas que manifiesten con su propia vida eucarística el esplendor y la belleza de pertenecer totalmente al Señor.

A principios del siglo IV, el culto cristiano estaba todavía prohibido por las autoridades imperiales. Algunos cristianos del Norte de África, que se sentían en la obligación de celebrar el día del Señor, desafiaron la prohibición. Fueron martirizados mientras declaraban que no les era posible vivir sin la Eucaristía, alimento del Señor: sine dominico non possumus. Que estos mártires de Abitinia, junto con muchos santos y beatos que han hecho de la Eucaristía el centro de su vida, intercedan por nosotros y nos enseñen la fidelidad al encuentro con Cristo resucitado. Nosotros tampoco podemos vivir sin participar en el Sacramento de nuestra salvación y deseamos ser iuxta dominicam viventes, es decir, llevar a la vida lo que celebramos en el día del Señor. En efecto, este es el día de nuestra liberación definitiva. ¿Qué tiene de extraño que deseemos vivir cada día según la novedad introducida por Cristo con el misterio de la Eucaristía?

Que María Santísima, Virgen inmaculada, arca de la nueva y eterna alianza, nos acompañe en este camino al encuentro del Señor que viene. En Ella encontramos la esencia de la Iglesia realizada del modo más perfecto. La Iglesia ve en María, « Mujer eucarística » —como la llamó el Siervo de Dios Juan Pablo II, su icono más logrado, y la contempla como modelo insustituible de vida eucarística. Por eso, disponiéndose a acoger sobre el altar el « verum Corpus natum de Maria Virgine », el sacerdote, en nombre de la asamblea litúrgica, afirma con las palabras del canon: « Veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor ».

 Su santo nombre se invoca y venera también en los cánones de las tradiciones cristianas orientales. Los fieles, por su parte, « encomiendan a María, Madre de la Iglesia, su vida y su trabajo. Esforzándose por tener los mismos sentimientos de María, ayudan a toda la comunidad a vivir como ofrenda viva, agradable al Padre ».

María es ejemplo y modelo de nuestra fe en Cristo; María junto a la cruz de su hijo, tuvo que hacer el mayor acto de fe de la Historia después del de Cristo: creer que era el Salvador del mundo el que moría como un fracasado, solo y abandonado, viendo morir así al que decía que era el Hijo de Dios.

Ella no comprendía ni entendía nada. Lógico que todos le dejaran. Pero ella permaneció fiel junto a su hijo, junto a la cruz y la muerte, muriendo a toda razón, a todos los razonamientos y pensamientos puramente humanos, que vendrían a su mente en esa y otras ocasiones de la vida de Cristo y se hizo esclava total de la palabra, de la fe en Dios, creyendo contra toda evidencia humana.

Esa fe la llevó a descubrir todo el misterio de su Hijo y permaneció fiel hasta la cima del calvario, creyendo, contra toda apariencia humana, que era el Redentor del mundo e Hijo de Dios el que moría solo y abandonado de todos, sin reflejos de gloria ni de cielo.

Y así tienen que permanecer junto al Sagrario, días y noches, horas y horas, un día y otro, las almas eucarísticas, aunque el resto le abandonen y dejen al Señor. Y así años y años… aunque el Señor ayuda y da fogonazos tan fuertes, que es una maravilla y así se va descubriendo el misterio y el tesoro del cielo en la tierra. San Agustín llega a decir que María fue más dichosa y más madre de Jesús por la fe, esto es, por haber creído y haberse hecho esclava de su Palabra que por haberle concebido.

Por la fe nosotros sabemos que Jesucristo está en el sacramento, en la Eucaristía, realizando lo que hizo y dijo. Podemos luego tratar de explicarlo según la razón y para eso es la teología, pero hasta ahora no podemos explicarlo plenamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es participación del conocimiento, de la misma luz con que Dios ve todas las cosas, aunque yo, que tengo esa fe, al hacerme Dios partícipe de su mismo conocimiento, no lo pueda ver y comprender, como he dicho antes, porque me excede y yo no puedo ver con la luz y profundidad de Dios. Sólo por el amor, por la ciencia de amor, por la noticia de amor, por el conocimiento místico el hombre se funde con la realidad amada y se hace una sola llama de amor y así la conoce.

Los místicos son los exploradores que Moisés mandó por delante a la tierra prometida, y que, al regresar cargados de vivencias y frutos, nos hablan de las maravillas de la tierra prometida a todos, para animarnos a seguir caminado hasta contemplarla y poseerla.

La fe no humilla a la razón; sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola, humilde, capaz de Dios, como María que acoge la Palabra de Dios sin comprenderla. Luego, al vivir desde la fe los misterios de Cristo, lo comprende todo. Toda la Noche del espíritu, para San Juan de la Cruz, está originada por este deseo de Dios, de comunicarse con la criatura. El alma queda cegada por el rayo del sol de la luz divina que para ella se convierte en oscuridad y en ceguedad por excesiva luz y sufre por sus limitaciones en ver y comprender como Dios ve su propio misterio. Por eso a este conocimiento profundo de Dios se llega mejor amando que entendiendo, más por vía de amor que por vía de inteligencia, transformándose el alma en «llama de amor viva».

Aquel que es para siempre la Palabra del Padre, la biblioteca inagotable de la Iglesia, condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta la fe y el amor que hagan comunión de sentimientos con el que dijo “acordaos de mí”, de lo que yo soy, de lo que hago, de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas, de mi amor hasta el extremo...

 San Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios es mejor el amor que la razón, porque ésta no puede abarcarle, pero por el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con Él y me fundo con Él en una sola realidad en llamas. Son los místicos, los que experimentan los misterios que nosotros conocemos por la teología y celebramos en la liturgia.

Para San Juan de la Cruz, la teología, el conocimiento de Dios debe ser «noticia amorosa, sabiduría de amor, llama de amor viva que hiere de mi alma en el más profundo centro...» No conocimiento frío, teórico, sin vida. El que quiere conocer a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo debe trabajar en estado permanente de oración, debe hacer teología arrodillado. Sin esta comunión personal de amor y sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: “Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo”: “Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy. Lo comí y fue en mi boca dulce como miel” (Ez.3, 1-3).

 Ella es la Tota pulchra, Toda hermosa, ya que en Ella brilla el resplandor de la gloria de Dios. La belleza de la liturgia celestial, que debe reflejarse también en nuestras asambleas, tiene un fiel espejo en Ella. De Ella hemos de aprender a convertirnos en personas eucarísticas y eclesiales para poder presentarnos también nosotros, según la expresión de san Pablo, « inmaculados » ante el Señor, tal como Él nos ha querido desde el principio (cf. Col 1,21; Ef 1,4).[256]

Que el Espíritu Santo, por intercesión de la Santísima Virgen María, encienda en nosotros el mismo ardor que sintieron los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), y renueve en nuestra vida el asombro eucarístico por el resplandor y la belleza que brillan en el rito litúrgico, signo eficaz de la belleza infinita propia del misterio santo de Dios. Aquellos discípulos se levantaron y volvieron de prisa a Jerusalén para compartir la alegría con los hermanos y hermanas en la fe. En efecto, la verdadera alegría está en reconocer que el Señor se queda entre nosotros, compañero fiel de nuestro camino. La Eucaristía nos hace descubrir que Cristo muerto y resucitado, se hace contemporáneo nuestro en el misterio de la Iglesia, su Cuerpo. Hemos sido hechos testigos de este misterio de amor. Deseemos ir llenos de alegría y admiración al encuentro de la santa Eucaristía, para experimentar y anunciar a los demás la verdad de la palabra con la que Jesús se despidió de sus discípulos:« Yo estoy con vosotros todos los días, hasta al fin del mundo » (Mt 28,20).

 

ÍNDICE

ORACIONES EUCARÍSTICAS…………………………………………………………………………………….…….3

INTRODUCCIÓN:1ª MEDITACIÓN:EUCARISTÍA Y ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL…...9

              2ª Meditación: EUCARISTÍA Y TESTIMONIO…………………………….…………11

1º JUEVES:1ª:MEDITACIÓN: LA EUCARISTÍA COMO PRESENCIA………………………..…..13

        2ª MEDITACIÓN: SI EL SACERDOTE SUPIERA………………………………..……..…15

2ºJUEVES: 1ªLA EUCARISTÍA COMO MISA…………………………………………………………,……...17

2ª LA MISA EN EL VATICANO II……………………………………………,,,,,,…………….20

3ºJUEVES: 1ª Y 2ª MEDITACIÓN: EL MUNDO NECESITA ALMAS EUCARISTICAS….…24

4ºJUEVES: 1ª Y 2ª MEDITACIÓN: LA EUCARISTIA, ESCUELA DE ORACIÓN………….. 29

5ºJUEVES: 1ª Y 2ª HOMILÍAS DEL CORPUS………………………………………………………………..34

6ºJUEVES: 1ª Y 2ª LA ESPIRITUALIDAD DE LA EUCARISTÍA………………………………..……39

7ºJUEVES: 1ª YO COMO JUAN QUIERO RECLI­NAR MI CABEZA EN CRISTO…............41

                        2ª ¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAN EL PAN EUCARÍSTICO………………..…46

8ºJUEVES: 1ª ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA…………………………….50

                2ª  MI FOLLETO DE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA………………………………….53

9ºJUEVES: 1ª TEOLOGÍA BÍBLICA DE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA……………………….57

             2ª EL CAMINO PARA ENCONTRAR A CRISTO EUCARISTÍA……………………...61

10ºJUEVES: 1ª LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN……………………….…63

11ºJUEVES: 1ª Y 2ª FRUTOS DE LA COMUNIÓN……………………………………………………....69

12ºJUEVES: 1ª LA COMUNIÓN ACRECIENTA NUESTRA UNIÓN CON CRISTO………....73

                    2ª LA COMUNIÓN PERDONA LOS PECADOS VENIALES……………………….75

13ºJUEVES: 1ªLA ORACIÓN ANTE EL SAGRARIO, ESCUELA DE VIDA…………………..…77

                   2ª. LA CENA DEL SEÑOR………………………………………………………………………..79

14ºJUEVES:1ªLA ORACIÓN ANTE EL SAGRARIO, ESCUELA DE VIDA………………………84

                  2ª LA EUCARISTÍA NOS SANTIFICA……………………………………………………….88

15ºJUEVES:1ª EN EL SAGRARIO ENCUENTRO AL QUE CURÓ A LA HEMORROÍSA….92

                 2ª CRISTO NOS ESPERA PARA ENVIARNOS A PREDICAR……………………….95

16ºJUEVES:1ª Y 2ª EN EL SAGRARIO JESÚS NOS ESPERA COMO A LA SAMARITANA96

17ºJUEVES:1ª Y 2ª EN EL SAGRARIO CRISTO CALMA TEMPESTADES DE ALMA…..…102

18ºJUEVES:1ª Y 2ª EN EL SAGRARIO NOS ESPERA EL AMIGO DE MARTA Y MARÍA.107

19ºJUEVES:1ª Y 2ª CRISTO, SACERDOTE ÚNICO Y EUCARISTÍA PERFECTA……………113

20ºJUEVES:1ª Y 2ª: CRJSTO EN EL SAGRARIO ES EL HIJO DE DIOS……………………..119

21ºJUEVES:1ª EN EL SAGRARIO ESTÁ EL QUE PERDONA A LAS ADULTERAS………..123

                 2ª NOS ESPERA PARA CURARNOS DE FE COMO A TOMÁS…………………….125

22ºJUEVES:1ª NOS ESPERA: “EL QUE TANTO AMA A LOS HOMBRES…”…………………..131

                 2ª  NOS ESPERA “LLAGADO DE AMOR”  ………………………………………………..133

23ºJUEVES:1ªY2ª ¿POR QUÉ DEBEMOS AMAR A JESUCRISTO EUCARISTÍA……………136

24ºJUEVES:1ªY2ªJESUCRISTO EUCARISTÍA EL  MEJOR MAESTRO DE ORACIÓN...142

25 JUEVES: 1ªUN CIEGO QUE VIO MAS QUE LOS DEMÁS……………………………………...148

                2ª “MAESTRO, QUE VEA”………………………………………………………………………...150

26ºJUEVES:1ª“¡MAESTRO, ¡QUE VEA!” (Mc. 10, 51)…………………………………………………152

                 2ª EN EL SAGRARIO RECIBE  MUCHOS ABANDONOS Y DESPRECIOS.. 155

27 JUEVES:1ªJESÚS ENEL SAGRARIO, NOS DICE A  TODOS:“ACORDAOS DE MI”…157

                2ªJESÚS EN EL SAGRARIO MAESTRO DE FE, AMOR Y ESPERANZA……....161 

28ºJUEVES:HORA SANTA SACERDOTAL:JESÚS NO ESPERA SIEMPRE CON AMOR.. 163

29 JUEVES:1º¿POR QUÉ DEBEMOS AMAR A JESUCRISTO EUCARISTÍA?.................173

                2ª PORQUE ÉL NOS AMÓ HASTA DAR LA VDA.....................................176

30ºJUEVES:1ª ORACIÓN EUCARÍSTICA ANTE LA SANTA CUSTODIA………………………177

                 2ª “Estáte, Señor, conmigo…”……………………………………………………………. 179

31 JUEVES:1ª ¡ETERNIDAD!, ¡ETERNIDAD!......................................................182

                2ª NOSTALGIA DE ETERNIDAD TRINITARIA…………………………………….…….185

31º JUEVES: CONCLUSIÓN………………………………………………………………………188


[1] JEAN  MAALOUF, Escritos Esenciales. Madre Teresa de Calcuta. Sal Terrae  2002, p. 79)

[2] NMI 38.

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