GONZALO APARICIO SÁNCHEZ
LA SANTA MISA Y EL SACERDOTE II
MEDITACIONES
PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018
DEDICO ESTE LIBRO:
A Jesucristo Eucaristía, confidente y amigo desde mi infancia y juventud por el amor eucarístico de mis padres Fermín y Graciana.
A mi seminario y superiores que me enseñaron este camino de la Eucaristia y a mis queridos feligreses de San Pedro de Plasencia, de los que he sido pastor y párroco durante cincuenta y dos años hasta mi jubilación, abriendo la Iglesia del Cristo de las Batallas a las 7 de la mañana, exponiendo al Señor a las 8, rezando Laudes con ellos a las 9, dándoles la comunión antes del trabajo, celebrando la Eucaristía a las 12, 30 y a las 7 en el Cristo y mi amigo D. José a las 7,30 en San Pedro, tres misas todos los día en mi Parroquia de 2500 habitantes y siete los domingos y fiestas y orando todos los jueves con ellos en el Cristo de las Batallas, en Adoración ante la Santa Custodia, de 5 a 7 de la tarde pidiendo por las vocaciones y santidad de los sacerdotes.
Y a todos mis hermanos sacerdotes, ministros de la Eucaristía, a los que tanto valoro y recuerdo todos los días, con plena devoción, ante Jesús Eucaristía.
PRÓLOGO
La Eucaristía ocupa un lugar central desde el principio en el ministerio sacerdotal de Gonzalo Aparicio Sánchez, y, en especial, su dedicación a la adoración y a la oración eucarística. Prueba de ello son sus libros publicados «EUCARÍSTICAS» (Plasencia, 2000) y «LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO», (EDIBESA, Madrid, 2004), donde él nos transmite su fuerte experiencia espiritual y pastoral en relación con la Eucaristía.
Ahora nos regala este nuevo libro, también sobre el tema por él tan querido de la Eucaristía, pero con una intencionalidad catequética. Su ardiente vivencia eucarística en la celebración litúrgica y en la contemplación orante no quiere guardarla para sí de forma intimista, porque él es pastor de una comunidad parroquial, sino que desea transmitirla a sus lectores en estas páginas para que ayude a experimentar a Cristo vivo y resucitado en la celebración de la Eucaristía en “espíritu y verdad”.
Ayudar a los fieles a entender más profundamente el misterio de la cercanía de Cristo a nosotros en la Eucaristía es su objetivo. Desgraciadamente, muchos cristianos, que incluso participan de forma habitual en la Eucaristía dominical, no dejan de ser meros «espectadores» del misterio eucarístico, que acontece antes sus ojos, sin llegar a comprender el mínimo deseable para que sea posible su participación y vivencia. Con este libro, su autor nos ofrece una catequesis sencilla de los aspectos litúrgicos, teológicos y espirituales de la Eucaristía que ayude a mejorar la celebración y vivencia del misterio central de nuestra fe.
Quienes conocemos a Gonzalo sabemos de su constante preocupación por transmitir a todos aquellos a quienes se dirige en sus homilías, conferencias y charlas, que la Eucaristía es el centro del domingo; que sin Eucaristía no hay domingo y que sin domingo no hay cristianismo. Esta convicción que él nos explica tan bien en estas páginas, nos ayuda a darnos cuenta del gran problema con el que hoy se encuentra la Iglesia ante el amplio número de bautizados que se ausentan de forma habitual de la celebración dominical. Facilitar este material a los fieles de las parroquias hará posible subsanar la falta de comprensión del misterio culmen de la fe y vida cristianas.
Agradecemos a su autor el servicio que hace a la Iglesia. Gonzalo, después de largos años de ejercicio del ministerio, quiere ahora servirse de la pluma para continuar respondiendo al Señor en su vocación de ser sacerdote llamado a evangelizar. Así lo enseñó el famoso teólogo H. de Lubac en su libro MEDITACIÓN SOBRE LA IGLESIA: la Eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía. Gonzalo quiere ser colaborador eficaz en la construcción de la Iglesia del Señor, fruto y consecuencia del misterio eucarístico, al que nos acerca este libro.
Juan Carlos Fernández de Simón Soriano
Párroco de Santa Teresa de Jesús.
Malagón (Ciudad Real).
2004
SIGLAS Y ABREVIATURAS DE DOCUMENTOS
CD = Christus Dominus. Decreto del Vaticano II sobre el Oficio Pastoral de los Obispos.
CEC = Catecismo de la Iglesia Católica
CIC = Código de Derecho Canónico
DD = Dies Domini. Carta Apostólica de Juan Pablo II sobre la Santificación del Domingo (Edibesa, Madrid 1998)
DS = El Magisterio de la Iglesia. Denzinger
DV = Dei Verbum. Constitución del Vaticano II sobre la Divina Revelación
EE = Ecclessia de Eucharistía. Carta Encíclica de Juan Pablo II sobre la Eucaristía (Edibesa, Madrid 2003)
EM = Eucharisticum Mysterium. Instrucción S. C. Ritos, 25 mayo 1967
LG = Lumen Gentium. Constitución dogmática del Vaticano II sobre la Iglesia
MC = Marialis Cultus. Exhortación Apostólica de Pablo VI.
MS = Missale Romanum. El Misal Romano
OGMR = Ordenaciòn General del Misal Romano
OGLH = Ordenación General de la Liturgia de las Horas
OLM = Ordenación de las Lecturas del Misal
PO = Presbyterorum Ordinis. Decreto del Vaticano II sobre el Ministerio y Vida de los Presbíteros
RMa = Redemptoris Mater. Encíclica de Juan Pablo II sobre la Virgen María en la vida de la Iglesia peregrina
RVM = Rosarium Virginis Mariae. Carta Apostólica de Juan Pablo II sobre el Rosario de la Virgen María.
SC = Sacrosantum Concilium. Constitución del Vaticano II sobre la Sagrada Liturgia
RS = “Redemptionis Sacramentum”. Instrucción de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, 25 de marzo 2004. (Edibesa, 2004Madrid)
ABREVIATURAS DE AUTORES
A. HAMMAN Y F. QUERÉ-JAULMES, El misterio de la Pascua, Desclée 1998.
ALEXANDER GERKEN, Teología de la Eucaristía. Madrid 1991.
ENRICO GALBIATI, L`Ecaristia nella Bibblia. Milano 1968.
F. X. DURRWELL, La Eucaristía, Sacramento Pascual. Sígueme, Salamanca 1986.
GERHARD VON RAD, Teología del Antiguo Testamento I. Sígueme, Salamanca 1972.
J. L. ESPINEL, La Eucaristía del Nuevo Testamento.
San Esteban-Edibesa, Salamanca 1997.
JOAQUIN JEREMÍAS, La Última Cena, Palabras de Jesús. Madrid 1986.
JOSÉ ANTONIO SAYÉS, El Misterio Eucarístico. BAC, Madrid 1986.
JOSÉ ALDAZÁBAL, La Eucaristía. Barcelona 1999.
L. LIGIER, Il Sacramento dell` Eucaristía. Roma 1977.
SAN JUAN DE LA CRUZ, Obras completas. BAC, Madrid 1991.
MAX THURIAN, La Eucaristía, Memorial del Señor. Sígueme, Salamanca 1967.
WALTHER EICHRODT, Teología del Antiguo Testamento. Cristiandad, Madrid 1975.
INTRODUCCIÓN
Por la gracia de Dios, son muchos los años que llevo ejerciendo la actividad pastoral con niños, jóvenes y adultos en vida parroquial intensa. Si partimos de la base de que «...en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, que da vida a los hombres...» (PO 5); si como el mismo Decreto sobre la Vida y el Ministerio de los Presbíteros añade en el número siguiente: «...ninguna comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la Santísima Eucaristía, por la que debe comenzarse, consiguientemente, toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 6), al cual podemos añadir también y del mismo Vaticano II: «En el cumplimiento de la obra de santificación, procuren los párrocos que la celebración del sacrificio eucarístico sea centro y culminación de toda la vida de la comunidad cristiana» (CD 30F), que podemos complementar con la afirmación: «La catequesis del misterio eucarístico debe tender a inculcar en los fieles que la celebración de la Eucaristía es verdaderamente el centro de toda la vida cristiana» (EM 6), llegaremos a la conclusión de la importancia única y exclusiva que la Eucaristía tiene para la vida de la Iglesia y que este misterio debe ser celebrado y vivido con intensidad pastoral y espiritual permanente por nuestras comunidades cristianas.
La celebración de la Eucaristía, entre todos los actos litúrgico, es el que más nos ayuda a configurarnos con Cristo, a tener su mismos criterios y sentimientos, a entregarnos hasta el extremo a Dios y a los hermanos. Por eso, la Eucaristía es el sacramento que más y mejor provoca y realiza y mejora la conversión y asimilación de lo que celebramos y por tanto más plenamente nos une y santifica y nos transforma en lo que celebramos y comulgamos en actitudes de fe y amor; esta asimilación de los gestos y acciones litúrgicas se consiguen y adquieren especialmente mediante la oración y la unión con Cristo Sacerdote celebrante, esto es, mediante la celebración de la Eucaristía “en espíritu y verdad”, título escogido para el libro.
Esto es lo que pretendo pastoralmente con estas páginas: «Que los cristianos no asistan a este Misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente» (SC 48); «Mas para asegurar esta plena eficacia es necesario que los fieles se acerquen a la Sagrada Liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz, y colaboren con la gracia divina…,vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente» (SC11).
Y he tomado, como icono, la Eucaristía del domingo, por varias razones, pero especialmente, porque el «dies Domini» se manifiesta así también como «dies Ecclesiae». Se comprende entonces por qué la dimensión comunitaria de la celebración dominical deba ser particularmente destacada a nivel pastoral. Entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia «ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del día del Señor y de su Eucaristía... para fomentar el sentido de la comunidad eclesial, que se manifiesta y alimenta especialmente en la celebración comunitaria del domingo…» (Dies Domini 35).
En mis predicaciones repito con frecuencia: Sin domingo no hay cristianismo y el corazón del domingo es la Eucaristía, o más breve: sin Eucaristía de domingo no hay cristianismo.
Pues bien, este libro quiere ser una ayuda para todos los que queremos celebrarestos misterios esenciales de nuestra fe, según el mandato de Cristo: “Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí”. Acordaos de que en la Eucaristía realizo la Nueva y Eterna Alianza de Dios con todos los hombres por mi sangre derramada que es la Nueva Pascua en mi muerte y resurrección que alcanza y anticipa la vuestra. Y nosotros con gozo recordamos y celebramos todos los domingos este mandato del Señor con toda su entrega y emoción y lo celebramos como memorial de su muerte y resurrección.
Esta es la intención de este libro. Quiero dar una explicación sencilla de estos conceptos teológicos-bíblicos-litúrgicos de la Eucaristía como Nueva Pascua y Nueva Alianza. Me gustaría que si alguna vez preguntasen a nuestros feligreses al salir de la Eucaristía dominical sobre el misterio que acaban de celebrar, en concreto, qué es la Eucaristía, no tuviéramos que sufrir los pastores por su silencio o respuestas poco adecuadas, que tal vez podrían echarnos en cara la poca formación recibida en este sentido, sencillamente porque nosotros, sin darnos cuenta, creemos que ellos lo saben como nosotros. Olvidamos las riadas que todos los años: niños de primera comunión, jóvenes de Confirmación, nuevos feligreses... vienen a nuestras iglesias. Que al menos esto no se produzca por falta de la catequesis pertinente: “Y ¿cómo creerán sin haber oído de Él? Y ¿cómo oirán si nadie les predica...? Luego la fe viene de la audición, y la audición, por la palabra de Cristo?” (Rm 10, 14 y 17).
En esta edición he partido de una explicación litúrgico-pastoral sencilla de la Eucaristía en su celebración, para pasar luego a la parte bíblico-teológica de la Eucaristía y terminar con la espiritualidad de la misma, mirando siempre a la vivencia del misterio. Al menos lo he pretendido. De ahí el tono y la invitación, como lo hacen todos los párrocos con sus feligreses, a celebrar bien el misterio para vivirlo.
Quiero terminar este introducción añadiendo unas notas sobre el último documento publicado sobre la Eucaristía, esto es, la Instrucción de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos Redemptionis Sacramentum, abril 2004, sobre algunas normas que deben observarse o evitar acerca de la Santísima Eucaristía.
La Instrucción Redemptionis Sacrametum es un documento que insiste en cuidar el sacramento de la Eucaristía en su conjunto. Ya lo advertía el Papa Juan Pablo II en su última Encíclica de sobre la Eucaristía: Ecclesia de eucharistia. Y esto me parece que se debe a una cierta sensibilidad eucarística en este momento del Pontificado de Juan Pablo II.
La Instrucción tiene como objetivo principal evitar los abusos actuales, que puedan darse y que deforman la naturaleza de la Eucaristía. Lo dice expresamente en el nº 4 : «No se puede callar ante los abusos, incluso gravísimos, contra la naturaleza de la Liturgia y de los sacramentos, también contra la tradición y autoridad de la Iglesia…»
Quiero también reseñar especialmente la obligación de los Obispos diocesanos en favorecer el derecho de los fieles a visitar y adorar al Santísimo sacramento de la Eucaristía (n 139); es más, recomienda a los Obispos que en ciudades o núcleos urbanos importantes designe una Iglesia para la adoración perpetua (n 140).
Y me parece muy oportuna esta última frase del nº 39, que es también el lema de todo este libro sobre la Eucaristía: «También se debe recordar que la fuerza de la acción litúrgica no está en el cambio frecuente de los ritos, sino, verdaderamente, en profundizar en la palabra de Dios y en el misterio que se celebra». Y esto se consigue principalmente, como explicaré ampliamente en este libro, por la unión litúrgico-espiritual con Cristo en la celebración y comunión eucarística.
CAPÍTULO I
EL DOMINGO CRISTIANO: ORIGEN E IMPORTANCIA
1.- SIN DOMINGO NO HAY CRISTIANISMO
El título completo que puse a una Hoja Parroquial hace más de cincuenta años fue este: Sin domingo no hay cristianismo y el corazón del domingo es la Eucaristía y luego lo cambié: sin misa de domingo no hay cristianismo y expuse las razones que todos sabéis, porque este tema es frecuente en mis homilías y que paso a exponer un poco porque la Eucaristía dominical es para el pueblo cristiano la profesión de su fe y la celebración de su salvación.
Por eso, disfruté mucho leyendo la Carta Apostólica que publicó el Papa Juan Pablo II sobre el DOMINGO: «DIES DOMINI». Yo hice un resumen breve para homilías y otro, pastoral y más amplio, para temas de los grupos parroquiales. Tomaré de ambos, pero antes quisiera decir lo que escribí en aquella Hoja Parroquial, tal cual, para que no pierda frescura.
Sin domingo no hay cristianismo. El Domingo nace de la Pascua. La Pascua es la Resurrección del Señor: fundamento de nuestra fe. El Domingo es la Pascua semanal. La importancia que tiene el Triduo Pascual, -Jueves Santo, Viernes Santo y Pascua- en relación con el año litúrgico, la tiene el Domingo en relación al resto de la semana.
El domingo de Pascua de Resurrección es el primer domingo del año, la fiesta que da origen a todos los domingos y a todas las fiestas, el día más grande de la historia, que recordamos y celebramos todos los domingos del año. Mirad cómo lo expresa el Vaticano II: La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día en que es llamado con razón «día del Señor, o domingo».
En este día los fieles deben reunirse a fín de que escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1P.1,3).
Por esto, “ …el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también el día de alegría y de liberación del trabajo... puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo del año litúrgico” (SC.106).
Aquí, en este texto, está toda la teología y espiritualidad del domingo. Jesús resucitó “el día primero de la semana”, esto es, el día siguiente al sábado, según el calendario judío; ese día, por ser el más importante de su vida, se le llamó «día del Señor», en latín <dominica>, en español, domingo: ese es el día en que el Señor resucitó y celebró la Eucaristía con sus discípulos, llenos de miedo, para animarles y fortalecerle en la fe.
A los ocho días volvió a aparecerse y celebró la Eucaristía y así varios domingos. Después subió al cielo y los Apóstoles y los cristianos siguieron llamándolo “día del Señor,” y celebrando la Eucaristía, como lo había hecho el Señor; y desde entonces celebramos la Eucaristía en el domingo: «Día en que Cristo resucitó y nos hizo partícipe de su resurrección», como rezamos en la Plegaria Eucarística II.
Es el Señor quién instituyó el domingo, no la Iglesia, y es Él quien quiere que todos sus discípulos nos reunamos en torno a Él para celebrar su pasión, muerte y resurrección mediante la Eucaristía, para hacer Iglesia, alimentar nuestras vidas con su presencia, con su palabra y con el pan de la vida eterna y dar las gracias y alabanzas y bendiciones a Dios por todas estas maravillas.
La Eucaristía del domingo es el corazón de la Iglesia, es el cristianismo condensado, es Cristo compendiando en una acción sagrada toda su vida entregada y todos sus hechos salvadores, manifestando así su amor misericordioso a los hombres, por la sangre derramada y por su cuerpo entregado, aceptados por el Padre resucitándolo y poniéndole a su derecha en el cielo.
El domingo es la manifestación semanal, la parusía sacramental del mismo Jesús que se encarnó en el seno de María Virgen por el poder del Espíritu Santo, recorrió los caminos de Palestina predicando el reino de Dios y que con su pasión, muerte y resurrección se hace presente en cada Eucaristía, especialmente el domingo renuevando el pacto y la alianza nueva y eterna de amor y de perdón del Padre Dios en favor de todos los hombres, liberándonos de todos nuestros pecados y esclavitudes y guiándonos con la palabra de la verdad.
No debieran olvidar todo esto los que dicen ser católicos pero no practican su fe viviendo el domingo, porque su incoherencia e ignorancia quedaría superada si leyeran los evangelios y encontraran a Jesucristo resucitado celebrar la Eucaristía con los apóstoles en su manifestación en el primer día de pascua, en el domingo primera de la historia, llamado así precisamente por esto. Creer es celebrar y dar gracias por la fe en el Resucitado, en el Viviente. Nosotros seguimos esta tradición santa, entregada por el Señor a los Apóstoles, reuniéndose en las casas y celebrando la Eucaristía cada ocho días. Y así, desde ellos, ha llegado hasta nosotros. Quien no celebra la Eucaristía el domingo no sabe de qué va el cristianismo, no es ni hace iglesia de Cristo y rompe el cuerpo de Cristo.
Y luego seguía en esta hoja parroquial haciendo una referencia a los padres de niños de primera comunión, que piden el sacramento para sus hijos: Si tú pides el sacramento de la Eucaristía para tu hijo, debes entrar primero en tu corazón con honradez y ver si tienes fe en la Eucaristía, en Jesucristo presente y celebrante principal del sacramento que pides y si tú vives tu fe cristiana participando todos los domingos en la asamblea Santa del Señor, donde Él parte para todos el pan de la palabra y de la Eucaristía, entonces puedes con honradez pedir este sacramento.
Si vosotros, queridos padres, no tuvierais esta fe y esta práctica, estoy seguro de que podéis ser personas buenas y honradas, pero no podéis pedir un sacramento, la Eucaristía, la primera comunión de vuestro hijo, sencillamente porque no creéis en ella y no la celebráis cada domingo y porque no debes iniciar a tu hijo en una forma de vivir el cristianismo, el amor a Cristo, que no es coherente y que le llevará a un cristianismo sociológico, vacío y muerto.
Si tú entregas a tu hijo a la parroquia para que le forme y prepare para la Primera Comunión, si vosotros, padres, no fueseis buscando sólo o principalmente la fiesta en lo que tiene de social y externo, los regalos, los banquetes... como si fuera una boda, si cuando tú llevas a tu hijo a la parroquia fueras buscando lo que debe ser, que tu hijo conozca y ame más a Jesucristo, especialmente en este sacramento, cosa que a veces ni lo buscáis ni pensáis siquiera.... entonces comprenderíais que la mejor catequesis y preparación es la Eucaristía del domingo para vosotros y para vuestros hijos. Ya sabéis lo que hago repetir continuamente a vuestros hijos: «si tenemos padres cristianos, no necesitamos ni curas...» y esto es lo que está fallando ahora en las familias: los padres cristianos.
Si un niño no ve rezar a sus padres, no los ve arrodillarse, no los ve en la iglesia los domingo en la Eucaristía, como su padre es el que más le quiere y desea para él lo mejor: el yudo, el inglés, el deporte, el ordenador... eso sí se lo busca y lo encuentra para él…, entonces, por lógica, la Eucaristía será abandonada en cuanto haga la Primera Comunión, por estas otras cosas más interesantes... que su padre practica. Por eso, a los niños, desde el primer día de catequesis, les hago repetir y les explico una segunda afirmación que todos repiten muchas veces durante el año: «sin Eucaristía de domingo, no hay primera comunión», porque así lo hago en mi parroquia, de forma que los que no quieren o se van a los campos o fines de semana fuera... en mi parroquia no puedo prepararlos para un encuentro con el Señor que todos los domingos desprecian. De aquí la tercera afirmación que repiten en Eucaristías y catequesis: «hacer la primera comunión es ser amigos de Jesús para siempre».La primera comunión no es un día, no es una fiesta, es el comienzo de una fiesta, de una amistad que debe durar toda la vida.
Estas actitudes y comportamientos de los padres contrarios a la auténtica vida cristiana se convierten en un drama amargo y triste para los niños y para los sacerdotes, que tienen que educarlos en la verdadera fe de la Iglesia y por deber y conciencia deben exigir a los niños la Eucaristía del domingo como la mejor y principal forma de prepararse consciente y válidamente para la primera comunión.
El drama viene cuando los padres no practican ni quieren convertirse a la fe verdadera. Es la esquizofrenia: ¿como estar instruyendo a tu hijo en el misterio eucarístico, cómo decirle que Cristo es el Señor resucitado, el Dios infinito que nos ama y ha muerto por nosotros, para que tengamos vida buena y cristiana y para eso viene cada domingo y celebra la Eucaristía, alimentándonos con el evangelio y el pan de vida, para el cual se está preparando, y que Jesús le espera cada domingo y lo siente mucho si no está en Eucaristía con los otros niños para enseñarle cómo lo tienen que recibir y celebrar el día de su primera comunión ¿Cómo decirles que la Eucaristía del domingo es lo más grande de la Iglesia, lo que nos hace cristianos, discípulos y amigos de Jesús, nos hace su Iglesia, es el corazón de este cuerpo que somos todos, el centro y culmen y alimento de toda la vida cristiana y luego ve que sus padres no van a Eucaristía? ¿Cómo decirle al niño que estos dos o cuatro años de catequesis son para poder participar luego, como persona adulta para la Iglesia, en la Eucaristía de cada domingo que es el culmen y el centro de toda la vida cristiana y que sin Eucaristía de domingo no hay cristianismo si está viendo que sus padres no van a la Eucaristía los domingos? Repito: es la esquizofrenia religiosa, el desquiciamiento de toda su vida religiosa y el vacío de su vida cristiana. Así está la Iglesia en algunas épocas de su historia.
“Eso no es comer la cena del Señor” habría que decir con S. Pablo. No se quejen luego de los regalos y de los trajes, porque esta forma de celebrar la Eucaristía es otro traje más llamativo, hecho a medida del consumismo de la fe. ¿Qué hacer? Pues lo que hizo Jesucristo, venir cada domingo y sentarse a la mesa con los que creen en Él y no se inventan una fe y un cristianismo a su medida consumista, y celebrar su muerte y resurrección, -su pascua-, y en esta pascua ir poco a poco pasando a todos sus discípulos de la muerte a la vida nueva, del pecado a la gracia. Y como Jesucristo lo hizo y es el autor y garante de nuestra fe y de todos los sacramentos, no quiere cristianos sin domingo ni domingos sin Eucaristía.
Así lo quiere Cristo: “Haced esto en memoria mía”; así lo sabemos y debemos predicarlo los sacerdotes y catequistas enviados para introducir en el misterio a los más pequeños del Reino, así debieran practicarlo los padres que piden el sacramento de la Eucaristía para sus hijos: «culmen y fuente de toda la vida cristiana»; ya me diréis qué vida cristiana en unos padres que no van a Eucaristía y en unos niños, que precisamente cuando se les está educando para el gran misterio de nuestra fe, ya están viendo y oyendo a sus padres que no hace falta ir a Eucaristía los domingos, que harán la primera y última Comunión, y tan contentos sus padres con el consentimiento de algunos hermanos sacerdotes que lo consienten...
Sin Eucaristía de domingo todo lo demás es perder tiempo y traicionar el evangelio. Y el exigirlo es cooperar a que la Iglesia sea lo que Cristo quiere y para lo cual la instituyó y se encarnó y murió y resucitó. Que luego los niños y niñas dejan de venir a Eucaristía, porque sólo nos quedamos con aquellos cuyos padres practican, pues lo lamentamos y seguiremos rezando y trabajando en esta línea, pero serán menos, ya que algunos padres se van reenganchado y vuelven a la práctica dominical, y de todas formas habremos cumplido nuestra misión y el Señor hará lo que nosotros no podemos: hay que hacer lo que se pueda y lo que no, se compra hecho, esto es, se reza, se pide con lágrimas y todos los días ante el Señor por estos niños y por estos padres.
He hablado de los niños y niñas de Primera Comunión y de sus padres y madres, porque las razones y los motivos son los mismos para todos los creyentes. Lo especifico más en ellos, para que se vea el origen, ya desde el principio, de la falta de estima por la Eucaristía en los cristianos, precisamente en el momento de iniciarse para el gran sacramento. Quiero terminar este apartado con un texto de Juan Pablo II en la carta que paso a exponer a continuación: «La asamblea dominical es un lugar privilegiado de unidad... A este respecto, se ha de recordar que corresponde ante todo a los padres educar a sus hijos para la participación en la Eucaristía dominical, ayudados por los catequistas, los cuales se han de preocupar de incluir en el proceso formativo de los muchachos que les han sido confiados la iniciación a la Eucaristía, ilustrando el motivo profundo de la obligatoriedad del precepto”.
2. CARTA APOSTÓLICA DE JUAN PABLO II DIES DOMINI SOBRE LA SANTIFICACIÓN DEL DOMINGO.
Trataré de poner lo que considero más importante de esta Carta y lo haré siguiendo los capítulos y enumeración de la misma para mayor claridad y por si algún lector quiere ampliar estos apuntes con su lectura completa. Empiezo:
1.- EL DÍA DEL SEÑOR -como ha sido llamado el domingo desde los tiempos apostólicos- ha tenido siempre, en la historia de la Iglesia, una consideración privilegiada por su estrecha relación con el núcleo mismo del misterio cristiano. En efecto, el domingo recuerda, en la sucesión semanal del tiempo, el día de la resurrección de Cristo. Es laPascua de la semana, en la que se celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, la realización en Él de la primera creación y el inicio de la “nueva creación” (cf 2Cor 5,17). Es el eco del gozo, primero titubeante y después arrebatador, que los apóstoles experimentaron la tarde de aquel mismo día, cuando fueron visitados por Jesús resucitado y recibieron el don de su paz y de su Espíritu (cf Jn 20,19-23).
2.- La resurrección de Jesús es el dato originario en el que se fundamenta la fe cristiana (cfr. 1Cor 15,14) Quienes han recibido la gracia de creer en el Señor resucitado pueden descubrir el significado de este día semanal con la emoción vibrante que hacia decir a San Jerónimo: “El domingo es el día de la resurrección; es el día de los cristianos; es nuestro día”.
3.- Su importancia fundamental, reconocida siempre en los dos mil años de historia, ha sido reafirmada por el Concilio Vaticano II: «La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón “día del Señor” o “domingo» (SC 106).
6.- ...Actuando así nos situamos en la perenne tradición de la Iglesia, recordada firmemente por el concilio Vaticano II al enseñar que, en el domingo, «los fieles deben reunirse en asamblea a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, hagan memoria de la pasión, resurrección y gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los ha regenerado para una esperanza viva por medio de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos» (cf 1Pe 1,3).
CAPITULO I
DIES DOMINI
CELEBRACIÓN DE LA OBRA DEL CREADOR.
“Por medio de la Palabra se hizo todo” (Jn 1,3)
8.- En la experiencia cristiana el domingo es ...la celebración de la “nueva creación”. El Verbo... gracias a su misterio de Hijo eterno del Padre, es origen y fin del universo. Lo afirma Juan en el prólogo de su Evangelio:“Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de los que se ha hecho”
El “shabbat”: gozoso descanso del Creador.
11.- Si en la primera página del Génesis es ejemplar para el hombre el <trabajo> de Dios, lo es también su <descanso>. “Concluyó en el séptimo día su trabajo” (Gén 2,2). Aquí tenemos también un antropomorfismo lleno de un fecundo mensaje. En efecto, el <descanso> de Dios no puede interpretarse banalmente como una especie de <inactividad> de Dios. El acto creador que está en la base del mundo es permanente por su naturaleza y Dios nunca cesa de actuar... El descanso divino del séptimo día no se refiere a un Dios inactivo, sino que subraya la plenitud de la realización llevada a término y expresa el descanso de Dios frente a un trabajo “bien hecho” (Gén 1,31), salido de sus manos para dirigir al mismouna mirada llena de gozosa complacencia: una mirada <contemplativa>, que ya no aspira a nuevas obras, sino más bien a gozar de la belleza de lo realizado; una mirada sobre las cosas, pero de modo particular sobre el hombre, vértice de la creación.
14.- El día del descanso es tal ante todo porque es el día <bendecido> y <santificado> por Dios, o sea, separado de los otros días para ser, entre todos, el «día del Señor».
15.- En realidad, toda la vida del hombre y todo su tiempo deben ser vividos como alabanza y agradecimiento al Creador. Pero la relación del hombre con Dios necesita también momentos de oración explícita, en los que dicha relación se convierte en diálogo intenso, que implica todas las dimensiones de la persona. El «día del Señor» es, por excelencia, el día de esta relación, en la que el hombre eleva a Dios su canto, haciéndose voz de toda la creación.
Del sábado al domingo
18.- En efecto, el misterio pascual es la revelación plena del misterio de los orígenes, el vértice de la historia de la salvación y la anticipación del fin escatológico del mundo. Lo que Dios obró en la creación y lo que hizo por su pueblo en el Éxodo encontró en la muerte y resurrección de Cristo su cumplimiento... A la luz de este misterio, el sentido del precepto veterotestamentario sobre el día del Señor es recuperado, integrado y revelado plenamente en la gloria que brilla en el rostro de Cristo resucitado (cf Cor 4,5). Del <sábado> se pasa al «primer día después del sábado»; del séptimo día al primer día: el “dies Domini” se convierte en “el dies Christi”.
CAPÍTULO II
DIES CHRISTI
EL DÍA DEL SEÑOR RESUCITADO Y EL DON DEL ESPÍRITU
La Pascua semanal
19.- «Celebramos el domingo por la venerable resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, no sólo en la Pascua, sino cada semana»: así escribía, a principios del siglo V, el papa Inocencio I, testimoniando una práctica consolidada que se había ido desarrollando desde los primeros años después de la resurrección del Señor. San Basilio habla del «santo domingo, honrado por la resurrección del Señor, primicia de todos los demás días». San Agustín llama al domingo «sacramento de la Pascua».
Esta profunda relación del domingo con la resurrección del Señor es puesta de relieve con fuerza por todas las Iglesias, tanto en Occidente como en Oriente. En la tradición de las Iglesias orientales, en particular, cada domingo, es la “anastásimos heméra”, el día de la resurrección, y precisamente por ello es el centro de todo el culto.
20.- Según el concorde testimonio evangélico, la resurrección de Jesucristo de entre los muertos tuvo lugar“el primer día después del sábado” (Mc16,2.9; Lc24,1; Jn 20,1). Aquel mismo día el Resucitado se manifestó a los dos discípulos de Emaús (cf Lc 24,13-35) y se apareció a los once apóstoles reunidos (cf Lc 24,36; Jn 20,19). Ocho días después -como testimonia el Evangelio de Juan (cf 20,26)- los discípulos estaban nuevamente reunidos cuando Jesús se les apareció y se hizo reconocer por Tomás, mostrándole las señales de la pasión. Era domingo el día de Pentecostés, primer día de la octava semana después de la pascua judía (cf Hech 2,1), cuando con la efusión del Espíritu Santo se cumplió la promesa hecha por Jesús a los apóstoles después de la resurrección (cf Lc 24,49; Hech 1,4-5). Fue el día del primer anuncio y de los primeros bautismos: Pedro proclamó a la multitud reunida que Cristo había resucitado y “los que acogieron su palabra fueron bautizados” (Hch 2,41). Fue la epifanía de la Iglesia, manifestada como pueblo en el que se congregan en unidad, más allá de toda diversidad, los hijos de Dios dispersos.
El primer día de la semana
21.-. Sobre esta base y desde los tiempos apostólicos, el primer día después del <sábado>, primero de la semana, comenzó a marcar el ritmo mismo de la vida de los discípulos de Cristo (cf 1Cor 16,2)... El libro del Apocalipsis testimonia la costumbre de llamar a este primer día de la semana el “día del Señor”. De hecho, ésta será una de las características que distinguirá a los cristianos respecto al mundo circundante. En efecto, cuando los cristianos decían «día del Señor», lo hacían dando a este término el pleno significado que deriva del mensaje pascual: “Cristo Jesús es Señor” (Flp 2,11; cf Hech2,36).
El día del don del Espíritu
28.- La luz de Cristo resucitado está íntimamente vinculada al <fuego> del Espíritu y ambas imágenes indican el sentido del domingo cristiano. Apareciéndose a los apóstoles la tarde de Pascua, Jesús sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20,22-23). La efusión del Espíritu fue el gran don del Resucitado a sus discípulos el domingo de Pascua. Era también domingo, cuando cincuenta días después de la resurrección, el Espíritu, como“viento impetuoso” y “fuego” (Hch 2,2-3), descendió con fuerza sobre los apóstoles reunidos con María... La «Pascua de la semana» se convierte así como en el «Pentecostés de la semana», donde los cristianos reviven la experiencia gozosa del encuentro de los apóstoles con el Resucitado, dejándose vivificar por el soplo de su Espíritu.
El día de la fe
Por todas estas dimensiones que lo caracterizan, el domingo es por excelencia el día de la fe. En él el Espíritu Santo, «memoria» viva de la Iglesia (cf Jn 14,26) hace la primera manifestación del Resucitado un acontecimiento que se renueva en el <hoy> de cada discípulo de Cristo. Sí, el domingo es el día de la fe. Lo subraya el hecho de que la liturgia eucarística dominical... prevé la profesión de la fe. El <Credo> recitado o cantado, pone de relieve el carácter bautismal y pascual del domingo... Acogiendo la Palabra y recibiendo el Cuerpo del Señor, contempla a Jesús resucitado, presente en los “santos signos” y confiesa con el apóstol Tomás “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28).
Un día irrenunciable
30.- Se comprende así por qué, incluso en el contexto de las dificultades de nuestro tiempo, la identidad de este día debe ser salvaguardada y sobre todo vivida profundamente... el día del Señor ha marcado la historia bimilenaria de la Iglesia. ¿Cómo se podría pensar que no continúe caracterizando su futuro? En particular, la Iglesia se siente llamada a una nueva labor catequética y pastoral, para que ninguno, en las condiciones normales de vida, se vea privado del flujo abundante de gracia que lleva consigo la celebración del día del Señor.
CAPÍTULO III
DIES ECCLESIAE
LA ASAMBLEA EUCARÍSTICA, CENTRO DEL DOMINGO.
La presencia del Resucitado
31.- “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Esta promesa de Cristo sigue siendo escuchada en la Iglesia como secreto fecundo de su vida y fuente de su esperanza. Aunque el domingo es el día de la resurrección, no es sólo el recuerdo de un acontecimiento pasado, sino que es celebración de la presencia viva del resucitado en medio de los suyos.
Para que esta presencia sea anunciada y vivida de manera adecuada no basta que los discípulos de Cristo oren individualmente y recuerden en su interior, en lo recóndito de su corazón la muerte y la resurrección de Cristo. En efecto no han sido salvados sólo individuamente sino como miembros del Cuerpo místico. Por eso es importante que se reúnan, para expresar así plenamente la identidad misma de la Iglesia, la ekklesía, asamblea convocada por el Señor resucitado, el cual ofreció su vida“para reunir en uno a los Hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52).
En la asamblea de los discípulos de Cristo se perpetúa en el tiempo la imagen de la primera comunidad cristiana, descrita como modelo por Lucas en los Hechos de los Apóstoles, cuando relata que los primeros bautizados “acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (2,42).
La asamblea eucarística
32.-. Esta realidad de la vida eclesial tiene en la Eucaristía no sólo una fuerza expresiva especial, sino su “fuente”. La Eucaristía nutre y modela a la Iglesia...
33. En efecto, precisamente en la Eucaristía dominical es donde los cristianos reviven de manera particularmente intensa la experiencia que tuvieron los apóstoles la tarde de Pascua, cuando el Resucitado se les manifestó estando reunidos (cf Jn 20,19). Al volver Cristo entre ellos “ochos días más tarde” (Jn 20,26), se ve prefigurada en su origen la costumbre de la comunidad cristiana de reunirse cada octavo día, en el “día del Señor” o domingo, para profesar la fe en su resurrección y recoger los frutos. Esta íntima relación entre manifestación del Resucitado y la Eucaristía es sugerida por el Evangelio de Lucas en la narración sobre los dos discípulos de Emaús, a los que acompañó Cristo mismo, guiándolos hacia la comprensión de la Palabra y sentándose después a la mesa con ellos, que lo reconocieron cuando “tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando” (24,30. Los gestos de Jesús en este relato son los mismos que Él hizo en la Última Cena, con una clara alusión a la “fracción del pan”, nombre dado a la Eucaristía en la época apostólica.
La Eucaristía dominical
34.- La Eucaristía dominical, sin embargo, con la obligación de la presencia comunitaria y la especial solemnidad que la caracterizan, precisamente porque se celebra “el día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal”, subraya con nuevo énfasis la propia dimensión eclesial, quedando como paradigma para las otras celebraciones eucarísticas. Cada comunidad, al reunir a todos sus miembros para la “fracción del pan”, se siente como el lugar en el que se realiza concretamente el misterio de la Iglesia... implorando al Padre que se acuerde “de la Iglesia extendida por toda la tierra”.
El día de la Iglesia
35.- El dies Domini se manifiesta así también como dies Ecclesiae. Se comprende entonces por qué la dimensión comunitaria de la celebración dominical deba ser particularmente destacada a nivel pastoral. Como he tenido oportunidad de recordar en otra ocasión, entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia «ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del día del Señor y de su Eucaristía» para «fomentar el sentido de la comunidad eclesial, que se manifiesta y alimenta especialmente en la celebración comunitaria del domingo, sea en torno al obispo, especialmente en la catedral, sea en la asamblea parroquial, cuyo pastor hace las veces del obispo».
36 La asamblea dominical es un lugar privilegiado de unidad... A este respecto, se ha de recordar que corresponde ante todo a los padres educar a sus hijos para la participación en la Eucaristía dominical, ayudados por los catequistas, los cuales se han de preocupar de incluir en el proceso formativo de los muchachos que les han sido confiados la iniciación a la Eucaristía, ilustrando el motivo profundo de la obligatoriedad del precepto. A ello contribuirá también, cuando las circunstancias lo aconsejen, la celebración de Eucaristías para niños, según las varias modalidades previstas por las normas litúrgicas... En domingo, día de la asamblea no se han de fomentar las Eucaristías de grupos pequeños...
La mesa de la Palabra
39.- En la asamblea dominical, como en cada celebración eucarística, el encuentro con el Resucitado se realiza mediante la participación en la doble mesa de la Palabra y del Pan de vida. La primera continúa ofreciendo la comprensión de la historia de la salvación y, particularmente, la del misterio pascual. En la segunda se hace real, sustancial y duradera la presencia del Señor Resucitado a través del memorial de su pasión y resurrección, y se ofrece el pan de vida y de la gloria futura.
El concilio Vaticano II ha recordado que «liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, están tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen un único acto de culto...» Naturalmente se confía mucho en la responsabilidad de quienes ejercen el ministerio de la Palabra.
La mesa del Cuerpo de Cristo
42.- En efecto, la Eucaristía es la viva actualización del sacrificio de la Cruz.Bajo las especies de pan y de vino, sobre las que se ha invocado la efusión del Espíritu Santo, Cristo se ofrece al Padre con el mismo gesto de inmolación con que se ofreció en la cruz... «En la Eucaristía el sacrifico de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo».
Banquete pascual y encuentro fraterno
44.- Este aspecto comunitario se manifiesta especialmente en el carácter de banquete pascual propio de la Eucaristía, en la cual Cristo mismo se hace alimento. En efecto, «Cristo entregó a la Iglesia este sacrificio para que los fieles participen de Él tanto espiritualmente por la fe y la caridad como sacramentalmente por el banquete de la sagrada comunión. Y la participación en la cena del Señor es siempre comunión con Cristo que se ofrece en sacrificio al Padre por nosotros. Por eso la Iglesia recomienda a los fieles comulgar... cuando estén en las debidas condiciones... particularmente insistente con ocasión de la Eucaristía del domingo y de los otros días festivos». Es importante, además, que se tenga conciencia clara de la íntima vinculación entre la comunión con Cristo y la comunión con los hermanos.
De la Eucaristía a la “misión”
45.- Al recibir el pan de vida, los discípulos de Cristo se disponen a afrontar, con la fuerza del Resucitado y de su Espíritu, los cometidos que les espe